La educación en red: Una perspectiva multidimensional
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La educación en red - Miguel Ángel Santos Rego
Colección Horizontes-Universidad
Título: La educación en red. Una perspectiva multidimensional
Primera edición (papel): enero de 2023
Primera edición (epub): abril de 2023
© Miguel A. Santos Rego, Mar Lorenzo Moledo y Jesús García-Álvarez (eds.)
© De esta edición:
Ediciones OCTAEDRO, S.L.
C/ Bailén, 5 – 08010 Barcelona
Tel.: 93 246 40 02
octaedro@octaedro.com
www.octaedro.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN (papel): 978-84-19312-65-5
ISBN (epub): 978-84-19312-66-2
Diseño y producción: Octaedro Editorial
Sumario
Introducción
MIGUEL A SANTOS REGO; MAR LORENZO MOLEDO; JESÚS GARCÍA-ÁLVAREZ
PARTE I – EL DESAFÍO DE LA EDUCACIÓN EN RED: ALGUNOS POSICIONAMIENTOS
1. Hacia una proyección sistémica de la educación emprendedora
ANTONIO BERNAL GUERRERO; ANTONIO RAMÓN CÁRDENAS GUTIÉRREZ; JUAN ALFREDO JIMÉNEZ EGUIZÁBAL
2. La formación en red de los profesionales de la educación: investigación y experiencia
MANUEL FERNÁNDEZ CRUZ; F. BORJA FERNÁNDEZ GARCÍA-VALDECASAS
3. La tecnología educativa y el desafío de la formación en red
BEATRIZ CEBREIRO LÓPEZ; CARMEN FERNÁNDEZ-MORANTE; LORENA CASAL-OTERO
4. Las redes de comunidades de práctica profesional como instrumento para la mejora de la educación
JOAQUÍN GAIRÍN SALLÁN
5. Educación no formal, trabajo en red y capital social: bases para una redefinición teórica
MIGUEL A. SANTOS REGO; MAR LORENZO MOLEDO; ANA VÁZQUEZ-RODRÍGUEZ; JESÚS GARCÍA-ÁLVAREZ
6. Remesas socioculturales y redes en la era preelectrónica: el discurso pedagógico de Ramírez, Tagore y Krishnamurti
HÉCTOR MANUEL JACOBO GARCÍA; MARGARITA ARMENTA BELTRÁN; ENRIQUE IBARRA AGUIRRE
PARTE II – UNIVERSIDAD, DESARROLLO PROFESIONAL Y ACCIÓN EDUCATIVA EN RED
7. La universidad del futuro para una educación en red y a lo largo de la vida
MIGUEL ÁNGEL ESCOTET
8. Las redes en la innovación universitaria: afrontando desafíos en un mundo de equilibrios precarios
FERNANDO M. REIMERS
9. Desarrollo profesional docente en la sociedad en red: nuevos formatos, diversos contextos y múltiples mecanismos
MERCEDES GONZÁLEZ-SANMAMED; ALBA SOUTO-SEIJO; IRIS ESTÉVEZ BLANCO
10. Redes europeas de emprendimiento en formación profesional para el empleo
CAROLINA FERNÁNDEZ-SALINERO MIGUEL; ÁNGELA MARTÍN-GUTIÉRREZ; ELISABET MONTORO-FERNÁNDEZ
11. Evaluación de la calidad de las redes de colaboración universidad-comunidad en experiencias de aprendizaje-servicio
ROSA M. RODRÍGUEZ-IZQUIERDO
Introducción
MIGUEL A SANTOS REGO
MAR LORENZO MOLEDO
JESÚS GARCÍA-ÁLVAREZ
Santiago de Compostela, 2022
Puede que el alcance comprensivo de la temática que este libro aborda no se agote en las páginas del volumen que presentamos. Ni sería razonable pretenderlo ni todas las visiones posibles cabrían en una tentativa como la que hemos proyectado. Aun así, creemos haber logrado lo esencial de lo que el título anuncia, esto es, avanzar una perspectiva multidimensional acerca de una ruta abierta para continuar indagando sobre el aprendizaje y el conocimiento en una época tan singular como la que vivimos. Empezaremos, naturalmente, clarificando lo que nos parece más sustancial.
El término o la palabra red se ha vuelto omnipresente en la vida cotidiana de la gente, máxime de aquellas personas que cuentan con un nivel formativo medio o superior. Se trata de un vocablo comodín para significar un ritmo de cambio acelerado en un marco de globalización económica que, mediado por la tecnología de vanguardia en el sector de las comunicaciones, ha puesto de relieve la necesidad de una mayor conexión entre individuos y sectores productivos a propósito de cómo fortalecer la innovación desde proyectos coparticipados para dar mejores respuestas a los desafíos del mundo productivo, el desarrollo, el bienestar de la ciudadanía y la sostenibilidad de las fuentes energéticas.
Además, se trata de una locución que se une, indefectiblemente, al auge de una alfabetización digital (no en vano hablamos de la sociedad red), por más que su uso no tenga por qué restringirse o identificarse en exclusiva con ese ámbito de realidad virtual. También puede remitir, según coordenadas sociopolíticas e incluso económicas, al mayor peso que deberíamos conceder al espacio comunitario. Como han recordado recientemente Arias y Costas (2021), uno de los principales retos que deben afrontar nuestras sociedades es conseguir un nuevo nacimiento de la esfera pública en red, que permita reconstruir en torno a ella el espíritu colaborativo que una vez anunció (Benkler, 2006).
Educación en red significa, antes o después, descubrir y analizar las conexiones posibles entre vectores de aprendizaje dentro y fuera del currículo, en una perspectiva integradora de conocimiento y dominio de destrezas acordes con la mejor formación para un tiempo histórico. De ahí que, en el fondo, la educación en red podría verse como un reclamo para hacer una educación más global, de forma un tanto próxima a lo que en el campo de la historia global es el progreso de la atención a las conexiones que definen el cambio en el mundo, desde las primeras épocas registrables hasta el presente. Así, también el educador de hoy ha de procurar conexiones en un afán de abordaje global para una tipología de estudiantes y una ciudadanía que poco o nada tienen que ver con el mundo de ayer.
Es un hecho que la sociedad actual se está representando en red, por lo cual la educación, que siempre se vale de su dimensión adaptativa, ha de proceder en un sentido próximo, y sin dejar de aprovechar esa conectividad para crear y disponer encuentros estratégicos según ejes de diversidad y comunalidad de intereses, donde la ecología y la sostenibilidad se abran paso al compás de innovaciones en la formación del profesorado y el acceso a la profesión docente. Ha sido precisamente la creciente e inexorable complejidad en el abordaje de los problemas educativos lo que ha inducido la aparición de redes en el ámbito de la educación y la formación en sus distintos niveles y modalidades.
Así las cosas, el aprendizaje en red es aquel, como dicen Gros y Suárez-Guerrero (2016), del cual, o bien se recupera su contenido mayoritario en Internet, o bien se construye socialmente en la red en escenarios informales (redes sociales, blogs abiertos...). Además, este aprendizaje define los operativos cotidianos de las organizaciones más innovadoras, ya sea en la órbita económica, cultural, social o política. Y, si tal evidencia marca la diferencia en cuanto a conocimiento y habilidades mediadas por la tecnología, entonces es evidente que también la educación ha de situarse en la vanguardia de preparar a los ciudadanos del futuro para mostrar un nivel competencial a la altura de esa realidad.
Todos sabemos que los aprendizajes no tienen lugar exclusivamente en los entornos formales (léase, básicamente, escuela). Los contextos no formales, y aun los informales, han ido adquiriendo una significativa importancia en el aprendizaje humano, al lado de competencias que afloran y se desarrollan en esas mismas situaciones. Lo cual hace más difusas líneas de demarcación del aprendizaje que antaño eran preclaras por estar formalizadas y corresponder casi exclusivamente a la esfera académica. Pero en la sociedad del conocimiento el currículo se ha visto ampliado gracias al todopoderoso influjo de la red (Internet), creadora y potenciadora de espacios flexibles para el aprendizaje (Gros y Suárez-Guerrero, 2016). De hecho, no es infrecuente oír hablar de aprendizaje distribuido o aprendizaje ubicuo, cuando se refieren formas de adquirir conocimiento en la actualidad. Toda vez que la información se ofrece y se expande a través de medios diversos (impresos, audiovisuales, informáticos, etc.).
Al margen, pues, de anclajes conductistas y cognitivistas, la red es ya la metáfora fundamental en tanto que el aprendizaje, gracias a Internet y a las redes sociales, se entiende ahora, lisa y llanamente, como conexión. Pero conviene ser cautos, porque, sin darnos cuenta, muchos relatos contienen procesos asociativos que son los que nos permiten pensar metafóricamente, siendo el análisis del lenguaje, como defiende Storr (2022), el que nos enseña que somos capaces de utilizar alrededor de una metáfora cada diez segundos en el discurso oral y escrito. Y, con ello, es de celebrar que la pedagogía haya asumido el reto de diseñar otros espacios menos convencionales para favorecer experiencias centradas en la interacción social y la activa participación de los educandos como verdaderos protagonistas de su aprendizaje.
Lo que se pone de manifiesto, además, es que la educación en red facilita la transición hacia el empleo y supone aproximaciones estratégicas entre lo formal y lo no formal en un plano de formación en donde las dimensiones cooperativas del aprendizaje no pueden obviarse a la ligera. Entre otras razones, debido al capital social que proporcionan allí donde se explora su potencial. Educar en red es asumir un principio de cooperación entre agentes que operan sabiendo que la gestión de la diversidad en la acción educativa abre vías de éxito para todos, generando confianza, ayuda mutua y compromiso en torno a metas comunes. Y ello porque la cooperación bien entendida e implementada, supone el desarrollo de dinámicas y estrategias basadas en la interdependencia positiva.
Podría afirmarse, entonces, que una buena educación en red precisa de una pedagogía de la acción común (Puig, 2021), que hemos de traducir en aprendizajes compartidos para resolver problemas que nos afectan en grado considerable, donde las respuestas no serán las mejores para la sostenibilidad de la red sin la colaboración efectiva entre sus miembros.
Es lícito, pues, decir que educación en red y sociedad del aprendizaje son ya dos expresiones de uso más corriente en la jerga pedagógica –y en otras, naturalmente, de proximidad epistémica y disciplinar– a medida que sentimos como imprescindible o inevitable su asociación con dinámicas de globalización económica que tienen en la tecnología y en los flujos de información sus asideros estratégicos más conspicuos para dar continuidad a recorridos formativos de nuevo cuño, surgidos al compás de innovaciones superpuestas en las esferas social, escolar y comunitaria.
Tal circunstancia ha ido produciendo no solo un lenguaje diferenciado respecto a lo que teníamos por más común, sino también una corriente de sentido y significado que se traduce en singulares patrones de comunicación entre agencias y agentes en contextos de identificación formal y, por descontado, en otros donde prevalecen dimensiones no formales, y aun informales, de la acción educativa.
Así pues, las posibilidades abiertas en un incesante curso de novedades asumibles en tal perspectiva reticular han modulado y ensanchado las oportunidades a nuestro alcance para avanzar más rápido, y con indicadores de mayor equidad, en la realización de unos progresos educativos a la altura de las mentadas posibilidades. Pero, ciertamente, ni ese progreso es siempre lineal, ni las oportunidades teóricamente factibles se traducen sistemáticamente en programas susceptibles de ser generalizados y evaluados, al margen de voluntades políticas y anticipaciones presupuestarias.
Sin olvidar que el trabajo en red, y la gramática del aprendizaje que proyecta alrededor de la interacción en el sistema cultural de referencia, necesita de una previa alimentación cognitiva y socioemocional (conocimiento, destrezas, valores, o creencias) en los sujetos protagonistas de un proceso que ya no será provisional, puesto que su permanencia parece obligada por las mismas condiciones que rodean, de un tiempo a esta parte, el proteico crecimiento existencial de las personas.
Combinar formas de aprender más convencionales y otras más ligadas a modelos basados en acciones de formación conectados (ya sea según esquemas de instrucción computarizada o a la luz de dinámicas vinculadas a experiencias mancomunadas entre escuelas e instancias cívicas, laborales, etc.) es la vía que debe abrir más frentes de análisis y reflexión en el campo de la investigación social, y particularmente en la de alcance más genuinamente educativo, y ya no digamos si los informes se diseñan con rigor teórico-metodológico y se acompañan de datos acerca de lo que está ocurriendo en el ciclo vital de los sujetos afectados en cuanto a competencias de variada índole transformadora en función del individuo y la situación.
Un desafío, sin duda, es que la ruta a seguir se pueda hacer, al menos en los países de mayor renta y bienestar colectivo, atendiendo a criterios de insoslayable inclusividad y consistencia con unas políticas públicas que, prudencialmente, todavía pueden ser objeto de optimización en las demarcaciones más abiertas y democráticas del planeta. Hoy en día no son pocos los expertos dados a la afirmación de que las escuelas más avanzadas son aquellas más abiertas y accesibles en red (Musons, 2021), entre otras razones, por dirigirlas, en general, líderes inquietos que acostumbran a trabajar de ese modo con otros centros.
Precisamente por ello, favorecer una educación en red no significa pedir un salto en el vacío a los responsables de las políticas educativas y, mucho menos, a los esforzados maestros y profesores en cualquiera de los niveles y nodos del sistema. Es más, el voto de gracia que reclamamos desde estas páginas lo es para afianzar estrategias de aprendizaje que, valiéndose del conocimiento proporcionado por buenos estudios en la amplia esfera de la educación, o de la efectividad procedimental basada en el sosegado uso de la tecnología, han logrado revalorizar vías un tanto olvidadas de desarrollo y progreso compartidos dentro y fuera de las escuelas.
Es cierto, en cualquier caso, que los actuales planteamientos favorables a la valorización de los elementos reticulares en el proceso de aprendizaje, auspiciados claramente por la tecnología cognitiva y/o la neurociencia educativa, entre otros referentes, representan un contrapunto inevitable a la pervivencia de enfoques «decimonónicos» que rezuman instituciones pegadas a un modelo lineal y mecánico, a tono con currículos y pruebas estandarizadas propias de una era industrial de viejo cuño (Williamson, 2018), y que ya no encajan con esa irreversible caracterización de Internet, ni tampoco con lo que se nos tiene informado de nuestra estructura cerebral, tal vez la más tupida y plástica red en el desarrollo humano.
Apelamos a la ventaja añadida que puede proporcionar entender la construcción de alianzas en torno a metas comunes, una vez diagnosticadas dificultades sistémicas en un contexto, y donde las mejores respuestas pueden devenir de marcos de actividad conectada. Porque, si se nos permite, es ya hora de empezar a educar más para la innovación y menos para la repetición, tanto como hacer que la información cuente con los filtros adecuados para su inteligente conversión en conocimiento.
Conviene, de todos modos, una reconstrucción teórica de los componentes de un proceso educativo en red. Lo cual ha de suponer una amalgama deliberativa a propósito de los supuestos políticos y pedagógicos inherentes a un legado de innovación y de calidad indiscutible en cualquier narrativa que se precie acerca del éxito en educación, ya sea predicable de los elementos singulares (alumnado, profesorado, gestores) o estructurales (centros, asociaciones, agendas).
Sabemos que una condición para educar en red es ser partícipe de una visión del mundo coparticipada con los otros en un marco de vida, tanto local como global. Y ese marco influye, naturalmente, en una representación del aprendizaje como proceso individual, pero también social, cuyas rutas más prometedoras pasan por entramados de conexión efectiva entre personas y organizaciones.
Hablamos de entramados que coinciden en situar el desarrollo del estudiante en una perspectiva cognitivo-social acorde con las expectativas generadas en el devenir de una sociedad posmoderna, en la que impera una gestión del conocimiento fundamentalmente asociada a un diseño competencial mucho más próximo a la aceleración de los ingredientes digitales en la vida cotidiana y, por supuesto, laboral, que al cuidado de otros resortes y dinámicas de inclusión. Repárese en la alarma sobrevenida tras la denuncia colectiva por sistemática desatención de la que vienen siendo víctimas no pocas personas, sobre todo de una cierta edad, en entidades que, supuestamente, ofrecen un servicio al público.
No hemos de cerrar los ojos, por tanto, ni tapar los oídos a las consideraciones éticas que inundan el tema de fondo que abordamos en las páginas que siguen. Ese compromiso de reflexión, que hemos de continuar haciendo sobre la educación en red en tiempos (recios) de posverdad, tiene en la inteligencia artificial, nos guste o nos disguste, uno de sus más preclaros referentes, teóricos y prácticos, para un futuro en el que gestionar la incertidumbre significará –ya lo vislumbramos– hacer más conscientes a las personas de que los sesgos algorítmicos suponen un desafío muy grave a la autonomía de juicio en relación con los más importantes asuntos de sus vidas cotidianas.
Finalmente, también un libro como este requiere de una dosis de coherencia con su mensaje principal. El diseño de las contribuciones y su progresiva articulación capitular sirvieron de prueba a una disposición de comunicación radial que se hace particularmente necesaria en un recorrido de análisis compartido. Las dos partes en que hemos acomodado los textos del volumen no responden a un deseo deliberado de separar puntos de vista en torno al tópico esencial aquí examinado, sino a la sencilla necesidad de transmitir una continuidad en la secuencia que va de los posicionamientos exhibidos al contexto de desarrollo educativo en el que las firmas aquí reunidas han colocado sus referentes narrativos.
La amable acogida y la espléndida implicación en la elaboración de los originales merecen todo nuestro agradecimiento a las y los colegas que han aceptado acompañarnos para la ocasión editorial. Desde luego, el reconocimiento debido a sus generosas contribuciones no lo desligamos de la ayuda que sus trabajos suponen para hacer de esta obra el mejor colofón a un fecundo encuentro compostelano. Renovando la ilusión por continuar un viaje en el que aún aguardan no pocos hallazgos de interés educativo.
Referencias bibliográficas
Arias, X. C. y Costas, A. (2021). Laberintos de la prosperidad. Galaxia-Gutenberg.
Benkler, Y. (2006). La riqueza de las redes. Icaria.
Contreras, J. (2017). Enseñar tejiendo relaciones. Morata.
Gros, B. y Suárez-Guerrero, C. (eds.). (2016). Pedagogía red. Una educación para tiempos de internet. Octaedro.
Musons, J. (2021). Reinventar la escuela. Arpa.
Puig, J. M. (2021). Pedagogía de la acción común. Graó.
Storr, W. (2022). La ciencia de contar historias. Capitán Swing.
Williamson, B. (2018). Big data en educación. El futuro digital del aprendizaje, la política y la práctica. Morata.
PARTE I – EL DESAFÍO DE LA EDUCACIÓN EN RED: ALGUNOS POSICIONAMIENTOS
1
Hacia una proyección sistémica de la educación emprendedora¹
ANTONIO BERNAL GUERRERO
ANTONIO RAMÓN CÁRDENAS GUTIÉRREZ
Universidad de Sevilla
JUAN ALFREDO JIMÉNEZ EGUIZÁBAL
Universidad de Burgos
Introducción
Suele relacionarse exclusivamente la educación emprendedora con la formación estrictamente individual. Es fácil encontrar propuestas teóricas, programas formativos y experiencias pedagógicas que giran en torno a la teoría y práctica de la formación emprendedora de las personas. Este planteamiento generalizado no es erróneo, sino incompleto. Toda educación acaba siéndolo, porque se realiza en personas, singulares y únicas; pero la generación y desarrollo de una genuina cultura emprendedora no se reduce a actuaciones atomizadas, requiere la convergencia de determinados elementos que trascienden la estricta naturaleza individual del proceso formativo. Conforme la investigación sobre la formación del fenómeno emprendedor ha ido avanzando, se ha ido apreciando con mayor claridad la necesidad de una perspectiva integradora más ajustada a la complejidad actual de la generación de conocimiento y su impacto social, cultural y productivo.
1. Formación emprendedora y multiplicidad de agentes
Diversos ámbitos constituyen los espacios propios para el desarrollo de la capacidad emprendedora. No únicamente una lógica de rentabilidad justifica la educación emprendedora, aunque a menudo se interprete de este modo. La iniciativa emprendedora puede manifestarse en diversas áreas de la vida. En el denominado emprendimiento social se caracteriza por el conocimiento de problemas sociales y el compromiso ético y cívico para encontrar soluciones y alternativas justas y pertinentes, independientemente de que pueda existir o no una proyección económica de estas. La educación emprendedora no se reduce al ámbito económico, sino que representa, asimismo, una oportunidad para contribuir decididamente al desarrollo personal, intelectual, emocional, social y ético. Así considerada, la educación emprendedora puede favorecer la constitución de una ciudadanía más libre, crítica, creativa y solidaria, sin perjuicio de una sólida formación que permita afrontar los desafíos que emanan de la nueva economía globalizada, de las necesidades asociadas a la emergencia de la llamada cuarta revolución industrial.
Considerando esta conceptualización amplia de la educación emprendedora, en ella tienen cabida no solo los procesos vinculados a la creación empresarial y al desarrollo del autoempleo, sino también aquellos asociados a la responsabilidad, la gestión de proyectos personales y la construcción de un criterio personal y referencialmente ético. En este sentido, parece idóneo contemplar los procesos formativos en el marco de la configuración de una identidad emprendedora que, a su vez, está enmarcada en la construcción de las identidades individuales y colectivas. De esta manera, si se presta especial atención a la formación de la identidad emprendedora como fundamento de la acción educadora de la capacidad de emprender, no es difícil advertir el carácter reticular del proceso formativo, tanto a nivel individual como social.
En efecto, en el plano estrictamente individual, el potencial emprendedor constituye un entramado interiorizado que depende de la interacción eficiente de determinadas actitudes hacia el emprendimiento, de ciertas normas sociales y del control comportamental percibido. Desde una perspectiva social, la educación emprendedora ofrece igualmente una imagen reticular de la problemática y de las estrategias susceptibles de incrementar el potencial emprendedor y generar una cultura emprendedora firme y relativamente estable. Familias, instituciones formativas, entidades sociales diversas, organizaciones empresariales, administraciones y otras agencias virtualmente implicadas confieren ese carácter reticular anteriormente mencionado.
Toda iniciativa formadora es susceptible de generar óptimos resultados, si reúne las condiciones necesarias para que sea efectiva. Pero, sin duda, las posibilidades formativas aumentan considerablemente con una actuación sinérgica. Ciertamente, establecer una sinergia formativa no es fácil, incluso podríamos afirmar que en la actualidad es más difícil que nunca, dada las numerosas discrepancias existentes en la sociedad en torno a casi cualquier cuestión de interés común. Los contextos posmodernos no son precisamente los más idóneos para el hallazgo de sinergias fluidas. Sin embargo, la efectividad educativa se incrementa cuando somos capaces de establecerlas. El potencial emprendedor aumenta cuando los diversos elementos que forman parte de su configuración participan coralmente en la práctica emprendedora. Así, las empresas, las entidades colaboradoras, el personal formador y técnico, las agencias formativas, las familias, las administraciones implicadas, etc., conforman un ecosistema en el que se originan y desarrollan los procesos emprendedores y en el que se muestran sus efectos. Se necesita, pues, cierta unificación de criterios para constituir ecosistemas integradores, donde la multiplicidad de agentes que los conforman pueda participar fluida y eficazmente.
Valorando el devenir de la educación emprendedora, aunque reducida al ámbito productivo, Fayolle (2018) ha indicado que su efectividad, consistencia y relevancia dependerán de una adecuada consideración del conjunto de necesidades sociales y económicas existentes. Entre ellas, las de las personas relacionadas con las instituciones educativas, especialmente del alumnado y de las familias, así como de las organizaciones implicadas e incluso de los propios países que aspiran a la creación de una efectiva cultura emprendedora. Se trata, a la postre, de reivindicar la pertinencia del consenso en los grandes propósitos comunitarios. En el contexto de la complejidad que conllevan los actuales procesos educativos y emprendedores, se hace cada vez más urgente establecer estrategias formativas que traten de hallar soluciones a los desafíos que presentan las múltiples y diversas necesidades, económicas, culturales y sociales provenientes de las complejas sociedades actuales en continuo cambio.
Desde una perspectiva humanizadora, capaz de anclar los procesos emprendedores en la dignidad de las personas y de las comunidades que configuran, con la educación emprendedora se afronta el reto de generar e implementar modelos formativos en los que puedan combinarse los proyectos empresariales, con los de desarrollo o socioculturales, poniéndose en acción el conocimiento a través de la concreción de las ideas en servicios y productos específicos. La educación emprendedora adquiere una singular importancia en el proceso generador y transformador de los proyectos personales, sociales y empresariales. En última instancia, la formación emprendedora está orientada a la configuración de identidades emprendedoras, no exclusivamente empresariales, distinguidas por el dominio de recursos que les permitan la adaptación creativa a las nuevas exigencias del mundo laboral, la atención específicamente innovadora a los problemas social y culturalmente candentes, a la vez que dispongan al florecimiento personal.
2. Carácter sistémico del proceso emprendedor
La educación emprendedora se ha revelado como un área de investigación relevante gracias a su importancia aplicativa y a su relación con el progreso del bienestar en el contexto de una economía global. Pese a esta popularidad, aún queda un trayecto considerable por recorrer para que podamos comprender mejor la naturaleza y los posibilismos que contiene para la transformación social. Ratten y Usmanij (2021) exploran las tendencias actuales de investigación con objeto de proporcionar algunas vías que adopten un enfoque antropocósmico de la educación. Limitándose al círculo empresarial, sugieren indagar la originalidad del espíritu emprendedor mediante la asociación con las nuevas tendencias de empleo emergentes, como la economía de conciertos y la transformación digital del lugar de trabajo.
Evidentemente, los investigadores del ámbito necesitan continuar hallando métodos innovadores de enseñanza y de desarrollo de habilidades de pensamiento crítico, en una espiral expansiva de la propia conceptualización del emprendimiento, abierta a sus dimensiones personal y social, y no estrictamente económica. El carácter interdisciplinar del fenómeno emprendedor no facilita el avance de la investigación en el campo metodológico, debiendo introducirse perspectivas novedosas que modifiquen la naturaleza y la forma en que se entiende la educación para el emprendimiento en la sociedad (Ratten y Jones, 2021). La educación emprendedora puede considerarse hoy en día parte del sistema educativo en toda Europa, pero no está exenta de polémica. Para una mayor aceptación, se espera que la educación emprendedora implementada en las instituciones educativas sirva a diversas partes interesadas, no solamente a estudiantes y docentes, sino a la propia sociedad. Hay estudios que manifiestan que tanto el profesorado como el alumnado ponen en entredicho la formación emprendedora. Se precisa análisis que, a la luz de una perspectiva holística del sentido de la educación emprendedora, examinen los intentos de conferirle sentido alineando los intereses diversos implicados en su práctica e impacto. Así, algunas investigaciones reclaman más indagación en la relación de la formación con el emprendimiento social y con las agencias productivas en los contextos de implementación (Niska, 2021).
La noción de formación de la iniciativa emprendedora ha evolucionado significativamente en los últimos años, identificándose como competencia y como potencial más que como mera habilidad. De este modo, comprende muchas conductas, atributos y destrezas diferentes, incluida la empatía, la creatividad, la asunción de decisiones, la identificación de oportunidades y cierta formación específica, como la financiera (O’Brien y Hamburg, 2019). El Marco Europeo de Competencias de Emprendimiento (EntreComp), delineado por la Comisión Europea en 2016, subraya que el espíritu emprendedor se focaliza en todos los aspectos de la