El Maravilloso Milagro de una Vida
Por Sara Sanchez y Gabriel Reisanz
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Conmovedora, emotiva e inspiradora novela narrada en la mágica e histórica ciudad del Cusco de aquel añorado tiempo pasado.
"El propósito principal que me ha motivado escribir este libro, es compartir el convencimiento de que, cada peldaño de la vida está hecho de un conglomerado de vivencias que nos fortalecen para continuar, sean éstas felices o no, pues, al final, ello nos permitirá tener la convicción de ser parte del universo vivo, y que el camino es un constante aprendizaje, llegando a la conclusión de que la vida siempre seguirá su curso y que a pesar de las dificultades y otras veces, la falta de fe y esperanza, Dios se manifiesta en milagros que ocurren en cualquier momento". Sara Sánchez - Autora
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El Maravilloso Milagro de una Vida - Sara Sanchez
Titulo original:
El Maravilloso Milagro de una Vida
Primera Edición: 2023
––––––––
© Autora – Edición
Sara Sánchez Escalante
Email: sarisaes7@gmail.com
WhatsApp: +51 950325732
© Sara Sánchez Escalante
El Maravilloso Milagro de una Vida
Derechos reservados del autor.
Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización correspondiente.
2023
AGRADECIMIENTO
- A Dios, por darme la vida y prodigarme tantas bendiciones.
- A mis amados padres, que me dieron tanto amor y sacrificio.
- A mis inolvidables abuelos, que fueron el pilar fundamental para andar el camino de la vida en valores.
- A mi hijo, la mayor razón de mi vida y la inspiración para ser mejor siempre.
- A mi familia, que con cariño y comprensión me acompañó a lo largo de la vida.
- A mis maestros de colegio y la universidad, que con noble vocación me brindaron sus conocimientos.
- A la bendita tierra en que nací, el grandioso Cusco inmortal... Patrimonio Cultural de la Humanidad
.
ÍNDICE
Presentación 6
Los recuerdos asoman 8
La casa y mi infancia 14
Mis abuelos 31
Mis padres 54
Mis hermanos 74
El colegio... mi colegio 90
La Universidad 108
La siguiente generación 110
Mis afectos... el amor 130
El Maravilloso Milagro 156
PRESENTACIÓN
El propósito principal que me ha motivado escribir este libro, es compartir el convencimiento de que, cada peldaño de la vida está hecho de un conglomerado de vivencias que nos fortalecen para continuar, sean éstas felices o no, pues, al final, ello nos permitirá tener la convicción de ser parte del universo vivo, y que el camino es un constante aprendizaje, llegando a la conclusión de que la vida siempre seguirá su curso y que a pesar de las dificultades y otras veces, la falta de fe y esperanza, Dios se manifiesta en milagros que ocurren en cualquier momento.
La memoria, maravilloso instrumento que permite al hombre revivir momentos que muchas veces son olvidados, ya sea porque así lo deseamos, o simplemente porque se quedaron escondidos en algún rincón del alma, del corazón... de la mente.
En mi caso, siempre he tenido la tendencia de recordar los sucesos y vivencias más tristes, haciendo que me transforme en alguien melancólica y talvez desconfiada. Aunque, en algunas circunstancias ha asomado a mi mente una luz que ha iluminado mis sombras, trayéndome a recuerdo, momentos inolvidables de inocencia, alegría, optimismo y esperanza.
Con este preámbulo, me dirijo al lector para manifestar que, en este libro, plasmo los hechos, vivencias y experiencias, procurando la mayor proximidad a la certeza de todo lo acontecido en mi existir, desde mi nacimiento hasta hoy en que, creo que, ya no habrá más nada que recordar, antes de que el inexorable tiempo lo borre definitivamente de mi memoria.
LOS RECUERDOS ASOMAN
Esta noche de invierno, una fina y persistente llovizna cubre la ciudad, la gente ajusta el abrigo y apresura el paso, huye del frío; es una noche, como otras en que la desilusión ha golpeado nuevamente mi alma y mi ser todo; me he sentado frente a la ventana viendo la mágica lluvia caer como hilos plateados desprendidos de la inmensidad que, al hacerse un todo estrellado y brillante, pasan por mi mente, recuerdos de los sucesos que fui viviendo en el transcurrir de la vida. Una inmensa tristeza invade mi ser, una sensación de soledad infinita, de frío que lacera el alma. Recuerdo aquel oscuro y frígido día en que me sentí fuertemente golpeada por la noticia que acababa de recibir del médico que ratificaba el diagnóstico definitivo de que no podría nunca concebir y que la ilusión más grande, cual es la de ser madre, se había terminado.
Me estremezco y siento la necesidad de desempolvar el libro de mis recuerdos, se abren las páginas de mi vida y, habiendo recorrido quizás, mucho más de la mitad del camino, vuelvo la mirada en el tiempo hacia atrás, al inicio de mi existir; revivo el constante transcurrir en un camino pedregoso, frío, solitario, aunque algunas veces, quizás muchas, también fue florecido y bello.
En la madrugada, aún oscura de un día viernes del mes de abril de aquellos años cincuenta, en la histórica e imperial ciudad del Cusco, en una casa de gruesas y muy elevadas paredes, con un portón verde grande de dos alas, dos patios amplios y empedrados, y un canchón al fondo; el primero, con amplios ventanales, adornados al pie con vistosos y muy grandes maceteros de arcilla en la que se pintaban bellos geranios rojos que simulaban ser diminutas luces, cuidados cariñosamente por mi abuelo paterno, arribé a este mundo. La natural tarea puso a mi madre en dolorosa y seria dificultad y honda preocupación a mi padre y abuelos, por una complicación que asomó en la hora esperada; logró mi madre al fin su misión, ayudada por una señora entendida en la materia, (las llaman parteras), que llegó en el momento oportuno; cuentan que ella se hizo presente a la hora precisa, gracias al aviso de un policía, misterioso personaje a quien nadie conocía ni menos se solicitara su ayuda, atribuyendo tal hecho, principalmente mis abuelos, a algo extraño, por decir lo menos, pues, entonces la familia era devota de San Longinos, (conocido también como San Expedito) cuya imagen se ubicaba en uno de los ambientes principales de la casa, a quien, ellos invocaron por la dificultad en el alumbramiento.
Silenciosa madrugada que fue rota por el canto de un búho, (cuyo canto nocturno, se cree augura mala suerte), que motivó, por esas creencias y supersticiones de las que muchas veces solemos ser presas, profunda preocupación y dedicaron a mi madre, mayor cuidado en la maravillosa y difícil tarea, y nací de pie. Dicen que nacer de pie significa nacer con suerte, según creencias muy arraigadas en nuestra idiosincrasia en aquellos años, quizá lo sea todavía, pero en este caso creo que no fue así, aunque, muchas veces, en la búsqueda del porqué de tantos sucesos negativos en mi vida, quise atribuir éstos a la presencia del búho en aquel entonces, en momentos de mi nacimiento, creyendo que tal vez sería el anuncio o un mal presagio de algunos aconteceres en el transcurrir del tiempo; claro que, en mí, tales ideas eran pasajeras, que en mi mente iban y venían circunstancialmente, pues, prefiero inclinarme por creer que todo está escrito y que existen signos que hacen concluir que el destino debe cumplirse inexorablemente. Seguro que, no todo fue malo, pues, también se me dieron muchas alegrías que quizás muchos no las tienen, como es, gozar de padres que nos amaron y cuidaron y nos prodigándonos lo más que pudieron, a pesar de muchas dificultades, abuelos que nos amaron y dejaron sabios consejos y más.
Crecí en un ambiente de bullicio y cierta abundancia en casa, en mi primera infancia. Aquellos años eran diferentes, el aire, la atmósfera se sentían puras, sanas, nuestras estrechas calles de empedradas y angostas veredas, se veían bellas y silenciosas al entrar la noche, sus luces doradas y tenues, le daban un matiz fantasioso, lejos del movimiento, del gentío y de los afanes que hoy nos envuelve.
Soy la primogénita de un hogar que a la postre sería muy numeroso, pues, fui a ser la mayor de los hermanos.
Siendo yo aún muy pequeña, de un año y cuatro meses de edad, nació mi primera hermana, de quien, me cuentan que yo sentía celos que manifestaba intentando con gesto lloroso, jalar los pañales que la envolvían, deseando sacarla de la cama en la que mis padres la contemplaban.
Curiosamente, a pesar de mi tan escasa edad, había guardado en la memoria como primer recuerdo, vagas escenas del terremoto de 1950 ocurrido en mi ciudad, pues, apenas contaba con dos años de edad; puedo describir gente desesperada corriendo de un lado para otro, tratando de ponerse a salvo, en tanto que una mujer se arrodillaba implorando con los brazos y la mirada elevados al cielo, habiendo sentido en ese momento, los brazos de mi madre asiéndome de la cintura desesperadamente para sacarme de ese lugar y ponerme a salvo. Cabe mencionar que dicho sismo causó graves daños en sitios históricos, afectando seriamente varios puntos de la ciudad.
Poco tiempo después, mi madre debió viajar a la capital con mi pequeña hermana, que entonces contaba con algunos meses y quedé al cuidado de mi padre; dicen que sin su presencia no era capaz ni de conciliar el sueño, será quizás, que siempre quise tenerlo muy cerca. Ella, mi madre, volvió cuando yo ya podía expresarme verbalmente de alguna manera y a su encuentro, que fue en la puerta de calle, donde me hallaba sola, no la reconocí, ella recuerda, triste y emocionada, que yo le había preguntado "¿tú eres mi mamá?" con voz grave, algo ronca y el lenguaje propio de una niña de algo más de tres años. Nunca supe qué había motivado el abandono temporal de mi madre a mi tierna edad, tampoco inquirí al respecto, creo que fue por temor a enterarme de algo triste o doloroso, y si ellos, mis padres del mismo modo nunca hablaron de aquello, con el tiempo fui dejándolo de lado, lo único de lo que estoy segura es que ambos me amaron mucho, es decir, nos amaron.
Recuerdo mi infancia, normal, juguetona y con algunos rasgos de líder en casa, en tanto que, fuera del hogar, muy insegura, tímida, temerosa de lo nuevo, con frecuentes miedos, temor de caer y hacer el ridículo, temor aún de aquello que significaba motivo de mayor alegría para casi todos los niños, ir a un parque infantil, a una fiesta, o al circo, temor y marcado rechazo a los payasos. Recuerdo los minutos del recreo en el colegio, en tanto se oía en los patios, el alegre bullicio de las alumnas, jugando y corriendo entre desbordantes griteríos, yo, escondida detrás de las gruesas columnas de piedra, sola, esperando con ansia, la campanada que nos haría volver al aula, para luego esperar con mayor ansiedad la otra que anunciaba el regreso a casa, al hogar, a mi mundo, a mis padres, quienes, por el amor y dedicación que nos prodigaron, hacían sentirme fuerte y protegida, entonces reía sin límites y soñaba... y aún hoy, no logro responderme ¿porqué, o a qué le temía?.
Mis padres me retratan cuando pequeña, como una niña de piel trigueña, contextura mediana, ojos cafés algo rasgados; recuerdan que, en mi primera infancia era de carácter tranquilo y apacible, aunque, hubieron muchas, próximas al comienzo de la adolescencia, en que fui mandada a callar por mi abuelo, por bulliciosa durante algunos juegos, pero que, felizmente no les ocasioné muchos problemas; me describen también como muy sentimental, y que cualquier cosa me hacía llorar en absoluto silencio, característica muy notoria, que por rara, ocasionaba comentarios en mi entorno y un atisbo de tristeza en mis padres.
Recuerdo mi adolescencia, sin que casi nada variara, a no ser, claro, por los cambios físicos que la naturaleza impone, así como por los sentimientos casi siempre encontrados que batallaban dentro de mí, muchas veces sin poder hallar respuesta a mis dudas, siempre en una vana búsqueda del porqué de cuántos cambios y sucesos iba experimentando en el transcurso del tiempo, muchos de sabor amargo, aunque también, otros bellos e inolvidables.
Guardo en mis recuerdos, experiencias tristes, pero, atesoro también los felices, y quiero plasmar éstos, en palabras que me permitan describir mis vivencias, es decir, aquellas que aún permanecen vivas en mi memoria.
LA CASA Y MI INFANCIA
Aquella casa, que no fuera nuestra, era grande e inolvidable, como todo aquello que se relaciona con la infancia; ubicada en una calle céntrica de la ciudad, muy cerca de importantes monumentos históricos, los templos coloniales de San Pedro y Santa Clara, detrás de un emblemático colegio; era una calle a media cuesta, de veredas angostas, empedrada con brillantes