De la recolección a la agricultura en los andes: Nuevas perspectivas sobre la producción de alimentos y la organización social
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De la recolección a la agricultura en los andes - Fondo Editorial de la PUCP
Tom D. Dillehay es profesor distinguido de Antropología en el Departamento de Antropología de la Universidad de Vanderbilt y profesor titular de la Universidad Austral de Chile. Ha realizado numerosos proyectos arqueológicos y antropológicos en Perú, Chile, Argentina y otros países de América del Sur y Estados Unidos. Es autor de Monuments, Empires, and Resistance: The Araucanian Polity and Ritual Narratives, entre otros libros y de numerosos artículos.
Tom D. Dillehay
Editor
De la recolección a la agricultura en los andes
Nuevas perspectivas sobre la producción de alimentos y la organización social
De la recolección a la agricultura en los andes
Nuevas perspectivas sobre la producción de alimentos y la organización social
Tom D. Dillehay, editor
Título original: From foraging to farming in the Andes. New pespectives on food production and social organization, Cambridge University Press, 2011
© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2022
Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú
feditor@pucp.edu.pe
www.fondoeditorial.pucp.edu.pe
Imagen de portada: «Travaxa: zara, papa hallmai mita». Felipe Guaman Poma de Ayala, Nueva coronica y buen gobierno, 1615, folio 1132[1142]. Cortesía de la Biblioteca Real de Copenhague.
Traducción: Cyera Pasapera Rojas
Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP
Primera edición digital: diciembre de 2022
Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2022-13078
e-ISBN: 978-612-317-818-5
Índice
Agradecimientos
Prefacio
Prólogo
Capítulo 1. Historia del problema de estudio
Tom D. Dillehay
Capítulo 2. Historia de la investigación, métodos y tipos de sitio
Tom D. Dillehay, Kary Stackelbeck, Jack Rossen y Greg Maggard
Capítulo 3. Ambientes del Pleistoceno y el Holoceno desde Zaña a los valles de Chicama, entre 25 000 y 6000 años atrás
Patricia J. Netherly
Capítulo 4. Fase El Palto (13 800-9800 años AP)
Greg Maggard y Tom D. Dillehay
Capítulo 5. Fase Las Pircas (9800-7800 años AP)
Jack Rossen
Capítulo 6. Fase Tierra Blanca (7800-5000 años AP)
Kary Stackelbeck y Tom D. Dillehay
Capítulo 7. Montículos precerámicos y aldeas de laderas
Tom D. Dillehay, Patricia J. Netherly y Jack Rossen
Capítulo 8. Restos humanos
John W. Verano y Jack Rossen
Capítulo 9. Recolección de plantas, horticultura y cultivo en el periodo Precerámico
Jack Rossen
Capítulo 10. Restos de fauna
Kary Stackelbeck
Capítulo 11. Tecnologías y cultura material
Tom D. Dillehay, Greg Maggard, Jack Rossen y Kary Stackelbeck
Capítulo 12. Patrones de asentamiento y paisaje
Tom D. Dillehay
Capítulo 13. De la recolección a la agricultura y al desarrollo comunitario
Tom D. Dillehay, Jack Rossen y Kary Stackelbeck
Capítulo 14. Agricultura del Precerámico temprano y medio en el norte del Perú, en un contexto centro y sudamericano
Dolores Piperno
Capítulo 15. Conclusiones
Tom D. Dillehay
Apéndice. Fechados radiocarbónicos de todas de las fases y subfases precerámicas
Bibliografía
Sobre los autores
Agradecimientos
Patricia Netherly y yo comenzamos el trabajo arqueológico en el valle de Zaña en 1976; Jack Rosen se unió a nosotros en 1984 e hizo su tesis doctoral en el área durante lo que quedaba de la década de 1980. Como parte de nuestro proyecto, J. Verano estudió los vestigios humanos generados por nuestros varios proyectos en el valle. Yo continué trabajando en Zaña hasta 1996, año en el cual me trasladé al valle de Jequetepeque, el más próximo hacia el sur, para comenzar un proyecto arqueológico diferente con Alan Kolata. Durante este proyecto, Greg Maggard y Kary Stackelbeck se unieron a nosotros e hicieron sus trabajos doctorales a principios de la década del año 2000. Dolores Piperno llevó a cabo análisis de fitolitos y gránulos de almidón para proyectos asociados con ambos valles. Había otros investigadores, extranjeros y peruanos, que estudiaban varios datos generados por el proyecto, pero sus estudios son apéndices y no son incluidos en este nuevo libro. Agradezco a Herbert Eling y Richard Schaedel por introducirme en la arqueología del valle de Jequetepeque a finales de la década de 1970. Muchos otros científicos de varias disciplinas también trabajaron en los datos recuperados por estos proyectos, pero no son mencionados aquí porque son demasiados como para enumerarlos; no obstante, sus artículos y reportes se citan a lo largo de este libro. Durante los más de treinta años de estos proyectos, recibimos tanta asistencia y apoyo de estos científicos y de amigos, colegas y alumnos, en forma de ayuda material, asesoramiento y observaciones, que cualquier lista de agradecimientos estaría incompleta o sería interminable. Pido disculpas a cualquiera que haya sido omitido.
Nuestra investigación colectiva en los valles de Zaña y Jequetepeque no habría sido posible sin la ayuda proporcionada por la National Science Foundation, la National Geographic Society, la Earthwatch Foundation, la Heinz Family Foundation, la American Philosophical Society, la Sigma Xi Society, la Universidad de Kentucky, la Universidad Vanderbilt, el Ithaca College, el Fredonia College, la Universidad Nacional de Trujillo y la Pontificia Universidad Católica del Perú. Extendemos nuestros especiales agradecimientos al Instituto Nacional de Cultura de Lima por otorgarnos numerosos permisos para hacer investigación en Perú y a sus oficinas regionales en Lambayeque y Trujillo por brindarnos apoyo y asistencia adicional.
Queremos agradecer en particular a los codirectores peruanos de diversos proyectos: Cristóbal Campaña, Walter Alva Alva, Duccio Bonavia y Rosario Becerra Urteaga; asimismo, a los siguientes amigos y colegas, por sus consejos, comentarios, apoyo y voluntad para actuar como lectores durante los últimos años: César Gálvez, Jesús Rosario Briceño, Alan Kolata, Dolores Piperno, Michael Mosely, James Richardson, Jeffrey Quilter, Peter Kaulicke, William E. Adams, Ramiro Matos y Rosario Becerra Urteaga. Agradecemos en especial a Peter Kaulicke por escribir el prólogo; además, nos gustaría hacer un reconocimiento a Sonia Guillen por analizar los restos humanos y a Sylvia Scudder por estudiar los restos de fauna de la quebrada de Las Pircas. Por su parte, Iris Bracamonte ilustró de manera profesional muchas de las herramientas líticas presentadas en este volumen. El geólogo chileno Mario Pino (Universidad Austral de Chile) fue el especialista consultado de parte de este proyecto que ocurrió en el valle de Jequetepeque. También agradecemos a Manuel Mora y a su hijo Manuel Mora por la ayuda que nos dieron a lo largo de los años. Además, Philip Mink proporcionó asistencia técnica con las imágenes basadas en SIG.
Varios estudiantes peruanos de diversas instituciones merecen un reconocimiento especial; pero, una vez más, la lista es demasiado larga como para mencionarla aquí. Sin su ayuda e incansable entusiasmo, estos proyectos habrían sido imposibles. Además, agradecemos a Ashley Collby Parrott y Paige Silcox.
Estoy agradecido con nuestra editora de adquisiciones Beatrice Rehl, por su cooperación y en especial por aceptar este libro para su publicación en Cambridge University Press. Amanda J. Smith, de The Press, también merece una mención especial por su paciencia y cuidado, al igual que los revisores anónimos que proporcionaron comentarios y sugerencias útiles.
Prefacio
El libro original en inglés fue publicado por Cambridge University Press en 2011. En 2012, la versión de Cambridge ganó el premio Critic’s Choice en Historia y fue finalista —es decir, quedó en segundo lugar— en el Scholarly Book Award de la Society for American Archeology. La versión actual en español omite tres apéndices que documentan datos ambientales y de isótopos asociados con el Proyecto Valle de Zaña; no obstante, los resultados de estos estudios se discuten en esta versión en español. Los autores de estos apéndices figuran como colaboradores del volumen al pesar que no están listados.
Deseamos agradecer al profesor Peter Kaulicke quien trabajó con el autor para publicar el libro con la Fondo Editorial PUCP. También se extiende un agradecimiento especial a Militza Blanca Ángelo Flores, del mismo Fondo Editorial PUCP, quien trabajó con Dillehay para llevar el libro a la publicación, así como a Daniel Amayo Magallanes por la corrección final del texto en español. La traducción de la versión en inglés estuvo a cargo de la arqueóloga Ceyra Pasapera Rojas, a quien le estamos muy agradecidos.
Desde la publicación original del tomo, se realizaron muchos descubrimientos arqueológicos nuevos sobre el periodo Precerámico y sus contribuciones a los comienzos de la civilización andina. Se necesitaría otro libro para incluir todos estos descubrimientos y sus implicaciones, lo cual es imposible de hacer en esta etapa de producción. Sin embargo, esperamos que esta versión original de nuestro trabajo proporcione material de referencia útil para desarrollos socioeconómicos tempranos en un área de la vertiente noroccidental de los Andes peruanos.
Tom D. Dillehay
Prólogo
Si bien es comúnmente aceptado que los Andes centrales constituyen uno de los pocos centros de domesticación temprana de plantas, no hay suficiente acuerdo sobre las cuestiones básicas, tales como los lugares específicos de «origen», tiempo, procesos y la importancia de la región para los desarrollos sociales y económicos hacia una complejidad social sostenida.
A principios de los años cuarenta, pero sobre la base de hipótesis previas, Julio C. Tello formuló una serie de respuestas humanas «agrotécnicas» frente a los desafíos medioambientales. Estas comienzan en las zonas bajas del este, con cultivos extremadamente simples (sobre todo yuca), combinados con recolección de fruta, cacería y pesca. En las húmedas laderas orientales de los Andes, se necesitaban terrazas para mejorar el crecimiento de los cultivos; mientras que, en las tierras más altas, se introdujeron nuevas plantas, como oca, quinua y papa. Allí, las grandes concentraciones de camélidos y cérvidos, acompañados de un clima favorable, convirtieron a la puna y al quechua en los «principales centros de atracción humana en el pasado remoto». Según Tello, estas plantas (y la papa en particular) son capaces de crecer casi sin intervención humana. «Desde los tiempos más remotos hubo una migración de plantas desde las cimas hacia abajo y desde las tierras llanas hacia las cimas», de manera que la costa recibe muchas plantas como árboles frutales, coca, ají, yuca, camote, maíz «y otras que crecen con facilidad en la montaña, pero que requieren de mayor atención en la costa» (Tello, 1929, pp. 21-22; 1942, pp. 596-616). Así, Tello enfatiza varios puntos de interés, como la domesticación como un desarrollo cultural temprano: tecnología simple, combinación de recursos, pastoreo y, en términos generales, una red de conexión entre llanuras, montañas y costa.
En las décadas de 1950 y 1960, los exhaustivos estudios y excavaciones de Frederic Engels, concentrados en los primeros sitios de zona central de la costa peruana y algunas áreas montañosas adyacentes, produjeron una enorme cantidad de restos de plantas y datos contextuales bien conservados. Desafortunadamente, estos solo se presentaron de manera resumida y la ausencia de análisis sistemáticos no permitió el desarrollo de modelos convincentes sobre el surgimiento de una agricultura temprana.
En la década de 1970, Moseley publicó su controversial libro The Maritime Foundations of Andean Civilization (1975) y, a pesar de muchas críticas, la idea del «Perú como una excepción a la regla» en la forma de enfatizar la vital importancia de los recursos marinos para el surgimiento de una sociedad compleja relativamente tardía, se popularizó y a menudo se acepta como un hecho por la opinión pública, a pesar de aceptar también al Perú como un centro de domesticación temprana de plantas. Las razones para esta contradicción son múltiples y no pueden discutirse en extenso aquí; pero una de ellas es la convicción general que un tipo de «paquete completo de civilización» cultural, incluyendo la domesticación, está emergiendo de manera abrupta con el «fenómeno Chavín», en el sentido de que los modos de vida «paleolíticas» evolucionaron casi de forma automática en un elaborado sistema social complejo. Incluso Caral, mucho más antiguo en este sentido, es solo una proyección de esta idea de complejidad sin antecedentes en un pasado más remoto. Esto significa que se crea una amplia brecha conceptual entre la colonización «primitiva» temprana (o «el hombre prehistórico») y los esplendorosos logros muy posteriores vistos como el «origen» de la civilización y, en última instancia, del estado moderno.
Uno de los principales objetivos de este libro es acortar esta brecha. Sin embargo, no se trata de una larga discusión sobre las fortalezas y debilidades de las teorías, hipótesis, ideas o especulaciones ya publicadas, sino de la presentación de un área circunscrita en el norte del Perú (valle bajo y medio de Zaña y Jequetepeque, así como la parte norte del valle bajo y medio del adyacente Chicama), con un total de 500 sitios precerámicos estudiados durante los últimos treinta años, en su mayoría por Tom D. Dillehay y su equipo de investigación. La gran cantidad de datos obtenidos durante esta investigación de largo plazo posibilita una orientación a problemas concretos en relación a «la interpretación de momentos históricos y contextos socioculturales y tecnoambientales específicos que conforman patrones más amplios» (ver el capítulo 15). Estos patrones se definen en un lapso de tiempo total de casi 9000 años C14 (13800 a 5000 años AP), en tres fases: El Palto, Las Pircas y Tierras Blancas. Se puso especial atención en el uso de plantas, ya que los animales utilizados por lo general son de tamaño pequeño (caracoles de tierra, lagartijas, zorros), además de algunos venados y otros. Al parecer, los recursos marinos son componentes minoritarios (ver el capítulo 10).
La evidencia concreta de restos de plantas domesticadas es sorprendentemente temprana, pero a la vez escasa en la forma de semillas de «cucúrbita» en los contextos de la fase tardía de El Palto, en la sección superior del valle, las que se interpretan como evidencia de cultivos de calabaza. Ocurre en un «paisaje físico y conceptual diverso, donde el contraste entre unas pocas comunidades residenciales asentadas en el área de Nanchoc y numerosos campamentos temporales grandes y pequeños, y localidades semipermanentes en otras áreas se manifestaron en un marcado sentido geográfico, medioambiental y cultural» (ver el capítulo 15). Esto significa que algunos grupos humanos, durante el paijánense —por lo general entendidos como los típicos recolectores tempranos de amplio espectro—, estaban dando pasos hacia una complejidad sostenida. Sin embargo, es la diversidad fluctuante y el dinamismo lo que caracteriza este mundo social temprano, no la uniformidad y el cambio definitivo.
Durante la siguiente fase de Las Pircas (9800 a 7800 años AP), se amplía de manera significativa el repertorio de plantas domesticadas con maní (Arachis hypogea), probablemente quinua (Chenopodium sp., cfr. Chenopodium quinoa), yuca (Manihot sp.), frijoles (Phaseolus sp.) y pacae (Inga feuillei). La simple presencia de estas especies domesticadas supone cierta conexión con el mundo exterior, ya que la mayoría de estas presumiblemente llegaron desde centros distantes. Sin embargo, como su condición de domesticadas no está del todo clara (ver el capítulo 9), muchas de ellas podrían representar «cultivos de predomesticación», los cuales serían de gran importancia como tales.
En relación con estas innovaciones, hay viviendas más permanentes, huertos en las casas y la construcción de montículos (la parte más tardía de la fase). Estas, a su vez, se vinculan a un creciente ritualismo relacionados con magia hortícola y tratamiento canibalístico de los muertos. Este canibalismo, sin embargo, no es signo de violencia, sino que podría haber sido un tipo de endocanibalismo, como el practicado entre los yanomamö (Venezuela), quienes cremaban a sus muertos y bebían sus huesos triturados o cenizas (Chagnon, 1968, pp. 50-51; 1992, pp. 136-137). Todos estos son signos de cohesión social, de la construcción de un nuevo paisaje o mundo social, que se manifiesta en un nuevo centro de «mundo» restringido al final de la fase, mientras que en el exterior los otros mantenían sus diversos modos de recolección de alimentos.
La fase Tierra Blanca (7800 a 5000 años AP) documenta el clímax de esta tendencia. Los canales de regadío y el uso de plantas domésticas, ya presente en la fase anterior, así como una expansión hacia altitudes inferiores que alcanzó la costa, una arquitectura más formalizada y el ceremonialismo comunal muestran una consolidación de la vida «neolítica»; pero fue un proceso lento y localizado, en el cual el cambio climático o la presión de la población no fueron los principales impulsores del cambio. Los autores de este libro prefieren una explicación que combine medios cognitivos, sociales, tecnológicos y ecológicos. De especial importancia es la construcción de montículos duales en la fase tardía de Las Pircas, mantenida hasta finales de la fase Tierra Blanca. Estos parecen cumplir funciones rituales, como lo demuestra la existencia de cal (quizá para masticar coca) y cristales de roca. Hasta ahora es la estructura más antigua de este tipo, la que se convierte en un sello distintivo para la centralidad precerámica y formativa tardía. La más antigua de estas fechas corresponde al abandono del montículo Nanchoc (Fuchs, Patzschke, Yenque & Briceño, en prensa), alrededor del año 5000 AP.
Como reconocen los autores, hay brechas y problemas aún por resolver, pero este diseño coherente debe contrastarse con experiencias similares o diferentes en otras partes de la cordillera de los Andes. Asimismo, este complejo mosaico de complejidad social emergente, en todos sus aspectos relevantes, debe compararse con otros centros mucho más conocidos, como el oriente próximo. Con el fin de alcanzar este ambicioso objetivo, se deben considerar algunos puntos básicos, como veremos a continuación.
Construir una base de datos significativa concerniente a evidencia tecnológica, ecológica, cognitiva y social, tal como hizo en el área de investigación presentada. De acuerdo con los autores, la tecnología incluye arquitectura, canales de regadío, parcelas hortícolas y campos agrícolas, así como materiales, en particular líticos (ver el capítulo 11). El requisito previo más básico es reconocer el material lítico en el campo —la mayoría de los informes de prospección en la cordillera de los Andes comienzan con sitios cerámicos, ignorando casi por completo el material lítico— y su organización en unidades tempo-espaciales, a fin de crear un cuadro cronológico consistente. Aunque esto es más bien claro para el Holoceno Temprano (Arcaico Temprano), debido a la presencia común de puntas bifaciales, es menos claro para los casi 5000 años que preceden a las fases cerámicas. Este lapso de tiempo, sin embargo, parece ser crucial para el surgimiento de esquemas culturales que se caracterizan por la diversidad y coexistencia de diferentes expresiones de complejidad en diferentes partes de la cordillera de los Andes. La evidencia de horticultura y agricultura debe buscarse en lugares de características similares al área de Nanchoc, en la chaupiyunga de los valles medios de los Andes occidentales y orientales; aunque estos, por desgracia, por lo general son ignorados. Otras áreas, como bosques húmedos, humedales costeros y valles interandinos, apenas están abarcadas por Dillehay y su equipo (debido en gran parte a la ausencia de sitios tempranos a lo largo de la costa, aunque en la actualidad se dedica a una investigación intensa en el valle costero de Chicama) e incluso áreas marginales, como los bordes de la puna, deberían proporcionar evidencia útil.
La investigación, recuperación y análisis de la evidencia debe realizarse con la participación de un grupo multidisciplinario de expertos, con el fin de conseguir resultados significativos. Si bien esto se llevó a cabo en varios sitios de los Andes, los resultados obtenidos son difíciles de generalizar, ya que tienden a pasar por alto la diversidad regional e impiden el reconocimiento de redes. En otras palabras, solo los estudios regionales son capaces de detectar la interrelación de los sitios y lugares en paisajes cambiantes.
Un punto importante (destacado de manera razonable por los autores) es la relevancia de los aspectos cognitivos. Las sociedades tempranas, como las encontradas en Nanchoc, no se entienden como congregaciones de Homo economicus; la domesticación no es entendida como una simple necesidad económica, sino como parte de los mecanismos de socialización materializada en objetos que apuntan a comunidades ritualizadas con conceptos de identidad y memoria (cultos de fertilidad y ascendencia) en cosmovisiones coherentes. La centralidad expresada en los centros de culto a largo plazo en forma de montículos es un fenómeno sorprendentemente temprano en Nanchoc, pero es muy probable que no sea el único de su tiempo, ni tampoco la manifestación más temprana en la cordillera de los Andes.
En resumen, los resultados más relevantes presentados en este libro deberían servir de orientación hacia una investigación comparativa renovada y redefinida, concentrada en la presencia humana durante el Holoceno Temprano y Medio en los Andes. La tendencia de las narrativas generalizadas de «casos exitosos» de lo primitivo a lo complejo que aún prevalece en la literatura existente se está revelando como un obstáculo y una falsificación, dada su simplificación. Por lo tanto, los Andes centrales no constituyen la «excepción a la regla» (ya que Nanchoc no puede ser la excepción), ya que había numerosas «reglas». Esto es cierto también para el oriente próximo; el levante mediterráneo ya no es visto como el único foco o el «origen» de la complejidad. El sudeste de Anatolia y Siria son más complejos y diferentes en el PPNA (Neolítico Precerámico) (ver Lichter, 2007); además, están perdiendo su estatus como un área de domesticación incipiente, ya que la indiscutible domesticación solo aparece durante el PPNB (9500-9200 años AP), probablemente en diferentes regiones de manera independiente (Nesbitt, 2002). Sin embargo, la arquitectura compleja y el cultivo son anteriores (Banning & Chazan, 2006; Stordeut & Willcox, 2009). La diversidad, más que la uniformidad, es lo que caracteriza los accidentados pasos hacia la complejidad temprana en esta área (ver Kuijt, 2000).
Peter Kaulicke
Lima, Perú
Capítulo 1.
Historia del problema de estudio
Tom D. Dillehay
De todas las historias humanas de los Andes, la población inicial del continente, los comienzos de la civilización indígena y la producción de alimentos demostraron ser algunos de las más difíciles de dominar. Para la mayoría de los estudiosos andinos, la civilización prehispánica es vista como aquella que comenzó con arquitectura monumental, obras de arte públicas —entre otros logros espectaculares— en general, asentamientos permanentes como Chavín de Huántar en las tierras altas y Caral en las costas de Perú hace 3000 años (todas las fechas de este volumen corresponden a años calibrados y «AP» se refiere a «antes del presente»). Sin embargo, varios de los principales fundamentos sociales y económicos de la civilización ya habían existido durante varios milenios. Los arqueólogos siempre consideraron que el periodo de ~13 000 a 6000 años atrás es importante en términos de la aparición de las plantas y animales domesticados, diferenciación social y un modo de vida sedentaria, pero hay más en este periodo que solo estos desarrollos. La propagación de la producción de cultivos y otras tecnologías, los proyectos de trabajo basados en el parentesco y el aumento de la población, entre otros, forman un palimpsesto de condiciones en constante cambio a lo largo de muchos entornos diferentes de la cordillera de los Andes que crearon un mosaico de nuevas transformaciones a través del tiempo. Este libro examina estas formaciones y transformaciones desde el Pleistoceno Tardío hasta mediados del Holoceno, en dos valles del norte del Perú: Zaña y Jequetepeque (ver figuras 1.1 y 1.2); además, a través de un gran conjunto de evidencia arqueológica, los sitúa en un contexto de estudios recientes que estudian procesos similares en otras partes del mundo. Esta evidencia se recopiló en una serie de proyectos arqueológicos relacionados que se llevaron a cabo entre 1976 y 2008. Sintetizados y relacionados aquí por primera vez, son datos nuevos y previamente publicados, generados por estos proyectos en el análisis de más de 570 sitios precerámicos en el área de estudio.
Dada la nueva información que se halla disponible y el surgimiento de nuevas formas de pensar sobre estos procesos, las explicaciones anteriores están sufriendo modificaciones en el mundo entero. Estudios recientes demuestran que no todos los pueblos del Pleistoceno eran cazadores de caza mayor altamente móviles; algunos fueron recolectores territoriales que subsistieron gracias a una amplia variedad de alimentos locales (ver Dixon, 1999; Dillehay, 2000a; Meltzer, 2009). Asimismo, queda cada vez más claro que la domesticación y la producción de alimentos, la complejidad social, el aumento demográfico, las nuevas tecnologías y la respuesta al estrés ambiental no siempre formaron un «paquete cultural coherente de cambios que se impulsan progresivamente» (Marshall, s/f), en la forma prevista por el pensamiento neoevolucionista (cfr. Bar-Yosef & Meadow, 1995; Gamble, 2004; Sassaman, 2008). Los nuevos modelos ahora ven a las primeras sociedades operando independientemente a diferentes velocidades y direcciones de cambio, en diferentes lugares y tiempos alrededor del mundo. En lugar de ver los cambios como si hubiesen ocurrido de manera rápida, como una consecuencia de una reacción a ciertos «desencadenantes», ahora sabemos que muchos se desarrollaron lento, durante siglos o milenios. Del mismo modo, nos damos cuenta que algunos recolectores probaron nuevas estrategias de producción de alimentos y luego rechazaron algunas o todas ellas y volvieron a una estrategia de búsqueda, o se agruparon y desagregaron dentro y fuera de las comunidades sedentarias (ver Kennet & Winterhalder, 2006; Barker, 2006; Grove, 2009). Algunos recolectores incluso manejaron los recursos vegetales y animales, previendo las condiciones medioambientales que multiplicaban los alimentos preferidos, como las nueces de palma en la selva amazónica y los mariscos a lo largo de la costa del Pacífico de América del Sur. De igual manera, algunos complejos recolectores fueron «domesticados» en el sentido que construyeron arquitectura monumental y espacios residenciales que reflejaban la afirmación de comportamientos culturales separados, pero entrelazado, del mundo «natural» (ver Wilson, 1988; Hodder & Cessford, 2004; Dillehay, Rossen, Andres & Williams, 2007; McGovern y otros, 2007; Mills, 2007).
En conjunto, los nuevos datos e ideas proponen un desafío fundamental al modo en que pensamos sobre los primeros cazadores y recolectores, los orígenes de las sociedades recolectoras simples y complejas, la producción de alimentos vegetales y la agricultura, las relaciones sociales y las contribuciones que las primeras sociedades hicieron a las posteriores. En la actualidad, se cree que los sistemas complejos de recolección difieren de los simples, e esencia en el grado y naturaleza de la diferenciación social y en el contenido, uso y significado de los artículos materiales (Gamble, 2004). Ahora entendemos que las sociedades más complejas institucionalizaron prácticas que cumplieron funciones adicionales (y diversificaron) para sus miembros individuales y se organizaron como entidades relativamente específicas en diferentes lugares (Binford, 1980; Ingold, 1980; Rowley-Conwy, 2001). Estas prácticas eran órdenes rituales, redes sociales, tradiciones tecnológicas, tal vez unidades basadas en género, y otras, las que se realizaban en lugares públicos o privados, tales como chozas individuales, casas sepulcrales y centros ceremoniales. Estos lugares generaron nuevos roles sociales que fluían según las relaciones de poder, identidad y memoria emergentes con respecto de otros grupos. Por lo general, estos cambios implicaban una reducción en la movilidad y un incremento del sedentarismo, almacenamiento y derechos a los recursos, en términos de cómo los recolectaban y cosechaban, así como el desarrollo de diferentes valores y condiciones sociales.
Como resultado de este nuevo pensamiento, se están reconsiderando los límites que una vez definieron a los primeros agricultores y pescadores, además de los recolectores de amplio espectro (cfr. Bar-Yosef & Meadow, 1995; Dillehay, Bonavia & Kaulicke,2004; Scarre, 2002). Ahora comprendemos que las complejas sociedades recolectoras y agricultoras oscilaron a través del tiempo y del espacio en muchas partes del mundo; además, no necesariamente se daba la progresión inevitable de una etapa a otra para todas las sociedades. Del mismo modo, sabemos que existió mucha variabilidad en la subsistencia, demografía, estructura social e ideología, con muchas transformaciones que ocurrieron a nivel comunitario, definidas por un mosaico de diferentes economías y estructuras sociales coetáneas. Estos hallazgos incentivaron una reexaminación de las relaciones coexistentes entre algunos de los primeros agricultores y recolectores, por qué algunos de estos últimos construyeron monumentos y cultivaron a tiempo parcial, cómo la incipiente edificación de montículos refleja la estructura y organización de los grupos y cómo las interrelaciones entre grupos y varias influencias «externas» moldearon las adaptaciones locales y las trayectorias históricas (Fall, Falconer, Lines & Meltzer, 2004; Fitzhugh & Habu, 2002; Moore, 1998).
Dentro de este contexto, recientemente se puso más énfasis en los paisajes construidos, la arquitectura doméstica, los lugares y símbolos públicos especiales, la domesticación de plantas y los patrones comunitarios (ver Hodder, 1990; Joyce & Gillespie, 2000; Yaeger & Canuto, 2003); asimismo, sobre las implicancias organizacionales de estos elementos dentro de las sociedades oscilantes y en transición. Como señaló Wilson: «[…] la sociedad domesticada está fundada y dominada por la estructura elemental y original, el edificio, que sirve no solo como refugio sino como diagrama y, más generalmente, como recurso para metáforas de estructura que hacen posible la construcción social y la reconstrucción de la realidad» (1988, p. 153). El umbral entre lo domesticado y lo no domesticado era negociado y simbolizado de manera constante en cosas tales como el tratamiento de los muertos, el tamaño y la ubicación de las casas, la separación de los espacios públicos y privados y el «deseo» de la gente de volverse menos móvil (cfr. Goody, 1977). Ahora vemos las relaciones entre la gente y sus ambientes domesticados y no domesticados en términos de una amplia diversidad de conceptos, tales como «paisaje» (Crumley, 1993), «paisajes inscritos» (Thomas, 1991); «paisajes contingentes» (Barton y otros, 2004), «manejo de paisajes» (Balée, 1994) y «sistemas socionaturales» (McGlade, 1995), entre otros. Estos conceptos implican, en diversos grados, que los paisajes se negociaron y construyeron en procesos sociales y naturales interdependientes, que se convirtieron en los escenarios concretos y materializados definidos por las acciones humanas (Bradley, 2000; McGhee, 1997).
Este libro considera no solo los entornos sociales y naturales creados a través de acciones de poblaciones que vivieron en los valles de Zaña y Jequetepeque, al noroeste del Perú, desde el Pleistoceno tardío hasta el periodo Holoceno medio, sino también las consecuencias de los ciclos recurrentes de cambios climáticos y ambiental en la historia de los asentamientos, de la tecnología y de la subsistencia de estas poblaciones. Si bien al comienzo de la historia humana en esta área la gente pudo haber sido pasiva y se adaptó a las condiciones existentes del entorno, al fin al cabo se volvían agentes sociales creativos y activos al practicar una forma del manejo del paisaje, en un inicio mediante la recolección de amplio espectro y los inicios de la producción de alimentos, luego a través de la agricultura de riego comunitario en áreas seleccionadas. Finalmente, estos procesos produjeron una «red de diversidad ambiental [y potencial económico] más grande que las así llamadas condiciones prístinas sin presencia humana» (Balée, 1994, p. 116), además de comunidades que crearon nuevos escenarios sociales y económicos que dieron algunos de los primeros pasos hacia la civilización andina (Dillehay y otros, 2008).
1. Planicies costeras y colinas de los andes centrales
Aunque muchas investigaciones arqueológicas recientes se enfocan en las relaciones culturales y ambientales pasadas que condujeron a sociedades complejas en varias partes del mundo, aún es poco lo que se sabe acerca de los sistemas sociales y naturales entrelazados que resultaron en estos cambios en los Andes centrales. Comprender estas relaciones es importante, porque los Andes centrales constituyen una de las pocas áreas en el mundo donde la fusión entre las economías marítimas y la búsqueda de alimentos terrestres pusieron en movimiento procesos biológicos y culturales de largo plazo que fomentaron la complejidad social y producción alimentaria, para luego impulsar el desarrollo de estados preindustriales y urbanismo (ver Bonavia, 1991; Dillehay, Bonavia & Kaulicke, 2004; Lanning, 1963 y 1967; Lavallée, 2000; Moseley, 1992).
La sociedad humana en el noroeste del Perú tuvo su origen hace más de 13 000 años, como se evidencia en varios sitios arqueológicos tempranos de las secas planicies costeras y las laderas bajas occidentales de la cordillera de los Andes. En esta fecha tan temprana, es difícil hablar del tipo de sociedad que existió. Seguro hubo diferentes formas de organización social, como se infiere a partir de la ubicación, el tamaño y las características internas de los sitios. Los datos fundamentales proporcionan información sobre la tecnología y la economía de estas personas y cómo interactuaban con los entornos locales (ver Briceño, 2004; Dillehay y otros, 2003; Maggard, 2010; Richardson, 1978). Los datos claves los proporcionó por primera vez un proyecto a largo plazo dirigido por Claude Chauchat (1982 y 1988; Chauchat, Briceño & Uceda, 1998; Chauchat y otros, 2006), el cual se enfocó en la cultura Paiján, en la quebrada de Cupisnique y en el valle de Chicama y sus tecnologías líticas tempranas, además de sus patrones de asentamiento y subsistencia.
Podemos conjeturar que los habitantes de Paiján fueron predominantemente cazadores y recolectores, cuya movilidad les permitió adaptarse a los cambiantes desafíos ambientales existentes al final del Pleistoceno, alrededor del 11 000 AP. Entre los ~10 500 y 8500 años AP, los recolectores del Holoceno temprano continuaron muchos de los patrones que caracterizaron al periodo anterior, aunque hubo cambios en el medioambiente, en lo tecnológico y en la organización económica y social (Dillehay, Bonavia & Kaulicke, 2004; Maggard, 2010). Los primeros cultígenos y huertos domésticos también aparecen durante este periodo (Dillehay y otros, 2008; Piperno & Dillehay, 2008; Rossen, 1991). Más tarde, entre los ~8500 y 5000 años AP, hay evidencia de recolectores más complejos que practicaban una economía de amplio espectro en la mayor parte de las áreas de estudio, a través de la agricultura, la vida en casas permanentes y la construcción de obras públicas, tales como pequeños montículos y canales de regadío desarrollados en los bosques montanos secos del valle de Nanchoc, un tramo lateral del gran valle de Zaña (Dillehay, Netherly & Rossen, 1989; Dillehay, Rossen, Andres & Williams, 2007). Aunque las economías mixtas de recolección y horticultura existían por lo menos desde el 9500 AP, la agricultura intensificada se añadió tras la innovación de los canales de regadío, alrededor del 6000 AP; sin embargo, esta no constituyó una revolución, sino una transición o evolución gradual. Estos cambios y otros de otras regiones de la cordillera de los Andes, en especial de las tierras altas, proporcionaron las bases para el posterior desarrollo de la civilización andina central temprana (Stothert, 1985 y 1992; Bonavia, 1991; Lavallée, 2000; Aldenderfer, 2004; Dillehay, Bonavia & Kaulicke, 2004).
Para la costa peruana y las colinas andinas adyacentes, en específico, fueron Lanning (1963, 1967), Patterson (1971) y Moseley (1975, 1992, 2005) quienes desarrollaron algunos de los primeros modelos para explicar las sociedades del Holoceno medio, centrándose en los cambios socioeconómicos entre las poblaciones precerámicas en la costa central de Perú. Cada uno de estos modelos implicaba la ocupación de las formaciones de «lomas» (con vegetación estacional), ubicadas a unos 3-5 km de la línea de costa actual. Más tarde, las poblaciones precerámicas abandonaron las lomas y cambiaron sus asentamientos a la zona litoral, lo que aumentó la intensidad de la explotación de los recursos marítimos. Se pensó que este cambio a dichos recursos habría dado como resultado el desarrollo del sedentarismo y luego la arquitectura monumental.
Si bien estas tendencias generales son parte de cada modelo, existen diferencias en los mecanismos de cambio relevantes para cada uno. Por ejemplo, Lanning sugirió que los cambios medioambientales condujeron a la desaparición de las especies de plantas de las lomas que fueron importantes para las prácticas estacionales de subsistencia de los cazadores-recolectores. Patterson argumentó que el aumento en las presiones demográficas condujo a la sobreexplotación de las lomas durante la fase Encanto (6800-5500 años AP) y, de este modo, se forzó a un cambio en los patrones de asentamiento y subsistencia. Moseley, por su parte, pensó que las poblaciones precerámicas eran atraídas a la costa por la riqueza de los recursos marinos en lugar de ser empujados allí por factores medioambientales y demográficos.
Lanning también sugirió que la organización del trabajo era importante para entender la complejidad social temprana. Comenzaron a aparecer múltiples y grandes centros nucleados (por ejemplo, El Paso y La Florida), durante el periodo Precerámico tardío con algodón. Lanning propuso que la arquitectura de estos sitios proporcionaba evidencia de organización del trabajo y construcción planificada y supervisada. Patterson, por su lado, presentó un modelo de cuatro factores con respecto a la transición de un sistema económico de cazadores-recolectores hacia una agricultura en la costa central: cambios en la población, cambios en la intensidad del uso de la tierra, movimiento de personas y bienes de un lugar a otro, así como la ubicación y permanencia del asentamiento. A fines de la fase El Encanto, los cazadores-recolectores costeros desplazaron sus asentamientos para incorporar recursos marítimos, por lo que ocuparon la parte baja de los valles durante todo el año. Con el sedentarismo, hubo un aumento de cultivos por el uso de llanuras aluviales; la combinación de la agricultura y los recursos marítimos condujo, de manera gradual, a la exclusión de los recursos silvestres en la dieta. El incremento en la intensidad de los cultivos y el uso de recursos marítimos fue tanto la causa como la consecuencia del aumento de la población y de los cambios en los patrones de asentamiento durante el precerámico tardío con algodón.
Asimismo, Moseley puso gran énfasis en el rol de los recursos marítimos en los desarrollos complejos. Sugirió que, en lugar de la incorporación gradual de aquellos recursos, ocurrió una rápida aceptación de alimentos del mar durante el Precerámico tardío con algodón, lo que incluye solo un mínimo de plantas cultivadas. Si bien más tarde minimizó el rol de la agricultura, Moseley (1975, 1992) reconoció la creciente interdependencia de las dos economías durante la fase del Precerámico final. De igual forma, sugirió que la simplicidad tecnológica de la subsistencia marítima permitió más tiempo libre, lo cual facilitó el desarrollo de la evolución social (es decir, la religión) y el refinamiento de los oficios y las habilidades, lo que en última instancia resultó en la estratificación social. A medida que la población costera aumentó, se alcanzaron los límites de la subsistencia marítima, lo que conllevó a la necesidad de intensificar las prácticas agrícolas, cambio que se alcanzó gracias al desarrollo de la agricultura de riego más hacia el interior de los valles. Recientemente, Moseley (2005) incluyó nuevos datos en su modelo, en particular aquellos relacionados a los sitios precerámicos con arquitectura monumental del valle de Supe —en donde destaca el sitio de Caral (Shady, 1997 y 2005; Shady & Leiva, 2003)—. Ahora reconoce la contribución de la agricultura en las poblaciones precerámicas tardías de la costa y enfatiza que el cultivo temprano de plantas se condujo, en primer lugar, hacia la producción de especies industriales, tales como el algodón y la calabaza, a partir de las cuales se desarrollaron tecnologías de pesca (por ejemplo, redes y flotadores). De acuerdo con este punto de vista, la producción de cultivos para el sustento era de importancia secundaria —así se mantenía la primacía de la economía marítima como base para la civilización—. Moseley señaló, además, que la mayoría de los cultígenos entre los costeños eran árboles frutales, arbustos de algodón, calabazas y porotos, que no requerían de cuidado constante, lo que permite a los pescadores dedicarse en su mayoría a las actividades marítimas, mientras mantenían aún un mínimo de prácticas agrícolas. Moseley (2005) visualizó dos sistemas económicos simbióticos separados: marítimo y agrícola, vinculados a través de relaciones de intercambio codependientes.
En síntesis, Lanning, Patterson y Moseley afirmaron la presencia de aspectos de complejidad social y económica entre los cazadores-recolectores, pescadores y agricultores precerámicos, a lo largo de la costa central de Perú. Sus respectivas contribuciones guiaron a otros investigadores a reconocer las raíces tempranas de la civilización que precedió a Chavín, que durante mucho tiempo se consideró la primera sociedad compleja de los Andes centrales (Tello, 1930). Investigadores posteriores (Benfer, 1984; Bonavia, 1982b; Dillehay, Netherly, & Rossen, 1989; Fung, 1988; Kaulicke, 1994 y 1997; Lavallée, Julien, Wheeler & Karlin, 1985; Pozorski & Pozorski, 1987; Sandweiss y otros, 1989 y 1998b; Stothert, 1985 y 1992) expandieron estos y otros estudios (Bird, Hyslop & Skinner, 1985; Engel, 1957; Kaulicke, 1999a; Kaulicke & Dillehay, 1999; Richardson, 1969, 1973 y 1978), lo que revela, en última instancia, nuevos y diferentes grados de variabilidad y antigüedad en los procesos transformadores que condujeron a la complejidad social temprana y a la producción alimentaria.
Este volumen examina la evidencia arqueológica que demuestra estas transformaciones en Zaña y el valle vecino de Jequetepeque, en el noroeste del Perú, desde el ~12000 al 5000 AP. La ocupación precerámica de estos valles la representa el desarrollo de diferentes sociedades de recolectoras/pescadoras/agricultoras móviles a sedentarias, que observaron cambios medioambientales mayores y menores, así como la creación o adopción de innumerables estrategias tecnológicas, sociales de subsistencia y de asentamiento. Los cambios sociales en rasgos materiales y de comportamiento ocurrieron