Exclusiones: Discursos, políticas, profesiones
Por José García Molina y VVAA
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Exclusiones - José García Molina
Capítulo I
Desarrollos teóricos y conceptuales
Marta Venceslao Pueyo, Profesora colaboradora (Universitat de Barcelona)
José García Molina, Profesor titular de Pedagogía Social (Universidad de Castilla-La Mancha)
Introducción
[...] notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo. [...] Cabe ir más lejos; cabe sospechar que no hay universo en el sentido orgánico unificador, que tiene esa ambiciosa
JORGE LUIS BORGES, El idioma analítico de John Wilkins
En el devenir de las ciencias sociales, también de las ciencias de la educación, se ha prestado una atención privilegiada al estudio de las diversas formas de la alteridad. Ellas acreditan un papel activo en la producción de categorías explicativas —también en su crítica y denuncia— que nombran la negatividad de ciertos individuos y grupos que representan la zona de sombra y desorden de toda sociedad. Dado que la ciencia social, y en concreto la sociología, se ha arrogado cierto monopolio en la observación y el estudio de la pobreza, la desviación social, la marginalidad o la exclusión social, podría decirse que sus investigadores hacen profesión de entomólogos. Es decir, profesionales dedicados a la clarificación y clasificación de los hechos sociales y de los individuos en ellos presentes. En el caso que nos ocupa, la comprensión de lo social reposa en buena medida sobre la categorización y clasificación de un recorte de la sociedad general que hace aparecer un campo particular. Un problema esencial de las ciencias sociales es, entonces, elegir nociones que convertirán en categorías analíticas y explicativas de una porción de la realidad social.
Desviados, anormales, delincuentes, prostitutas, drogadictos, estigmatizados, marginados, inadaptados, desestructurados, excluidos, vulnerables, precarios, sin techo, etc. Mediante estos y otros significantes se ha ido configurando la historia de lo que, desde los estudios clásicos, se ha concebido como el campo de la desviación social, antecedente de lo que hoy en día denominamos exclusión social. En este territorio se ha ido imponiendo una doble lógica. Por un lado, se ha ido estableciendo una consideración diferente a algunos individuos y grupos respecto del resto de los ciudadanos. Por otro, se les ha ido atribuyendo la responsabilidad (cuando no culpabilidad) de su situación, de la que se ha derivado la exigencia de modificación de sí mismos para volver a integrarse o reinsertarse en la vida social normalizada. Y ello a pesar de que, en líneas generales, sabemos que la alteridad que encarnan los llamados desviados no se encuentra en su cuerpo, sino en el sistema de representaciones que les asigna una batería de atributos generalmente inferiorizantes. La evidencia, en palabras de Goffman, de su identidad deteriorada ha venido legitimando prácticas de encierro, destierro, repudio, moralización o rehabilitación, tendentes a la normalización personal y social. No obstante, cabe recordar que es justamente la atribución de un otro social la que nos hace portadores de adjetivaciones y estigmas. De no haber sido nombrados o designados así, tales características no operarían sobre los individuos que las soportan.
Principales teorías de la desviación social
Marta Venceslao Pueyo
1. Teorías funcionalistas
Nuestro obligado punto de partida es la obra del sociólogo francés Émile Durkheim. Sus postulados constituyen la primera alternativa a las concepciones positivistas sobre la desviación que habían dominado el campo teórico hasta el momento. Éstas ubicaban la conducta desviada como revelación patológica de la personalidad anormal del individuo. Durkheim (1997), abordando la función social del fenómeno, sostiene que la desviación contribuye a consolidar los valores y las normas culturales de una comunidad o sociedad particular, operando como parte necesaria del proceso de creación, consenso y mantenimiento del imaginario cultural y social. De este modo, la desviación resultaría útil y funcional en dos sentidos. En primer lugar, porque provoca y estimula la reacción social, estabilizando y manteniendo vivo el sentimiento colectivo de conformidad con la norma. En segundo, porque que la autoridad pública ejerza su función reguladora sobre el fenómeno de la desviación proporciona pautas sociales de integración de elementos disfuncionales que contribuyen al fomento de una imagen de unidad social. En otras palabras, la respuesta unitaria frente a las acciones de desviación fortalece el lazo social y contribuye a definir los límites morales del grupo.
Durkheim criticó la representación de la desviación como un fenómeno patológico argumentando en su contra que tales situaciones se dan en todas las sociedades. La desviación se encuentra ligada a las condiciones y a la fisiología de toda vida colectiva, es una parte integrante de una «sociedad sana». Tal consideración implica que, en última instancia, el individuo desviado no es un ser radicalmente antisocial, por lo que no se trataría de concebirlo como un cuerpo extraño introducido en el seno de la sociedad, sino como un agente regulador de la vida colectiva que permite dotar a la estructura social, mediante una adecuada reacción reguladora, de elementos funcionales para la integración y cohesión del sistema. En el modelo de integración durkheimiano la sociedad queda definida por un conjunto de individuos y grupos vinculados por relaciones de dependencia e interdependencia sobre la base de su utilidad social. Relaciones en las que desviados y excluidos (Durkheim habla de explotados) ocupan lugares precisos y funciones sociales específicas².
Es preciso señalar que la existencia de la desviación es posible gracias a los mecanismos de clasificación que previamente la definen y ubican como fenómeno; es decir, para existir, la desviación debe ser nombrada. La producción de la alteridad necesita de la existencia de artefactos nominadores que distribuyan y adjudiquen categorías a partir de un sistema de clasificación previamente definido. En un artículo clásico que trata sobre los sistemas totémicos, Durkheim y Mauss (1996) muestran la importancia que la función clasificatoria tiene en la construcción y el mantenimiento de todo orden social. La clasificación pone en juego operaciones imprescindibles para dotar de significación y legibilidad al mundo y, por extensión, hacen posible un orden en la vida social. La pregunta de partida de los autores gira en torno a qué es lo que lleva a los seres humanos a disponer sus ideas en sistemas clasificatorios, y en qué sustrato se encuentra el plan de tan profunda disposición. A su juicio, la función clasificatoria consiste en agrupar seres, acontecimientos y hechos del mundo, para ordenarlos en grupos diferentes y separados por límites claramente definidos. Clasificar cosas o seres no significa únicamente construir categorías, implica también disponerlas en base a relaciones de inclusión y exclusión. Toda clasificación entraña un orden jerárquico que, lejos de ser un producto espontáneo o natural, refracta el orden social de un determinado grupo con sus consiguientes asimetrías y subordinaciones. Puede entenderse así la afirmación de que «la clasificación de las cosas reproduce la clasificación de los seres humanos» (ibíd.:33), ya que el mundo no se presenta agrupado ni clasificado a la observación de los seres humanos. En los órdenes y explicaciones del mundo se deja ver una correspondencia entre las estructuras sociales y las estructuras cognitivas; esto es, una especie de homogeneidad entre sociedad y universo en la que éste último aparece como reverberación de la estructura social. Dicho de otro modo, los sistemas cognoscitivos, nuestras formas de percibir y comprender el mundo, se derivan de los sistemas sociales en los que habitamos. Las categorías del entendimiento que subyacen en las representaciones colectivas se organizan en relación concomitante con la estructura social del