Machos
Por Juan Antorch
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Machos - Juan Antorch
… DE SOLAR
Tumbados al sol, entre sombrillas multicolores de la piscina del hotel, junto al mar azul del Caribe, con unos daiquirís en las manos, sonreían ellos. Acariciados por el aire mágico de Cayo Coco y mientras sus oídos eran agasajados por las bachatas del momento, entre turistas y cuerpos diez, conversaban los enamorados en aquellas las horas lindas de la luna de miel.
—Mi amor ¿en qué tú piensas? —susurró ella con una mueca de curiosidad-preocupación.
—Pues no sé, quizás sea la magia del momento. Esta tranquilidad a la que no estoy acostumbrado, ya sabes que mi mente va a mil por mil. Es horrible. Quizás sea esta sana vibración de la tierra cubana. Lo cierto es que divagaba en una premisa, pensaba en Albert Camus, y en,¿qué es la vida? Quizás todo sea asumir la ausencia de un sentido construido desde fuera y construirlo nosotros mismos, la auto-realización. Pienso que si la ausencia de un sentido de la vida puede resultar insondable, molesto, irritante y por supuesto hacernos sentir desorientados en este limbo entre matrices y decisiones por tomar. Eso es el libre albedrío ¿Y somos acaso nosotros quienes fijamos nuestro destino de acuerdo a la narración y entorno que hemos construido? ¿Oh no? ¿Es nuestro mundo un mundo real? ¿Qué piensas mi negra linda?
—¿Tú, sabes si habrá carne de vaca en la mesabufet de hoy? Tengo un ruido de pinga en la barriga ¡Me la voy a comer toda! Jajaja. —añadió mientras se frotaba con ambas manos su vientre.
—Oh, mi bella esposa. Soy un hombre feliz pero a veces pienso, ¿qué habría sido de ti de no haberme conocido? Si no te hubieses cruzado conmigo —dijo, acariciándole el rostro con ambas manos.
—Pues nada, no hubiera pasado nada. Estaría como antes. En mi trabajo y trancadaen mi casa.
—Pero mi vacuacriaturita. Mi cándida compañera. Te amo y quizás uno de tus encantos sea precisamente esa primorosa ignorancia, tu simpleza. Eso te hace linda.
—Papito, no entiendo muy bien lo que dices. Sé, que son cosas bonitas. Y tú eres tan ¡lindo! ¡Te quiero mi blancote!
—¡Ves! Eres tan bella como bruta y esto te hace libre, pura y única. Pero te equivocas cuando dices que tu vida hubiese sido igual. —añadió el esposo con un gesto pensativo que rozaba el misterio.
—¿Por qué? —Respondió con una mirada vacuna.
—¡Porque tus padres andaban en ardiles! En negocios turbios, con unos italianos, ¿sabes? Te habían vendido. Creo recordar que por mil pesos; un frigorífico ruso, un ventilador de pie, una bicicleta china y una olla arrocera automática de seis raciones. Aunque de esto último no estoy tan seguro. Todo lo habían urdido con gransubrepticio.
—¡Pero papiiii! ¡Cuántas cosas! ¡Esos negros sí que saben! Y, ¿para qué me quieren comprar mi amor? —Preguntó inmediatamente mientras se rascaba su pelo duro que parecía una maraña de cables de alta tensión.
—Supongo que para llevarte a Italia, después no lo sé. ¿Tráfico de órganos, te explotarían como esclava trabajando en algún campo o fábrica, o quizás en algún lupanar, como meretriz? No lo sé.
Ella sin perder su sonrisa se puso en pie exhibiendo un escultural cuerpo de ébano. Acercó su pelvis al rostro de su consorte que, atónito, la miraba. Y agarrando la parte baja de su bikini con ambas manos le gritó a viva voz.
—¡Qué lindo tú hablas, mijo! Tremendo cráneo. Pero ahora quiero que me comas… ¡Todo mi bollo de solar!
CERVANTES, UN METOMENTODO
¡Pardiéz apresúrate Sancho! Que ese bellaco, quien dice llamarse Miguel de Cervantes, no ha de vernos. Que en dándoselas de escritor y ¿a sabiendas de qué?, el zurumbático escribe sobre nuestras mercedes con tan malignidad, que nos hemos de quedar como mentecatos y feridos en el honor.
Y ese raspamonedas de Cide Hamete Benengeli, un morisco, que en unos cartapacios ha plasmado e desfeacido todas nuestras nobles hazañas: concibiendo molinos, donde otrora hubieren gigantes: arrieros, donde caballeros andantes: frailes, donde tuvieren encantadores. Que sabido es la tendencia de esa