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Armonía interior: un camino posible
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Armonía interior: un camino posible
Libro electrónico222 páginas2 horas

Armonía interior: un camino posible

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Información de este libro electrónico

La calma consiste finalmente en experimentar el eterno descanso sabático que Dios ha pensado para nosotros. Quien experimenta a Dios en la oración y en la meditación obtiene la calma interior y exterior, llega a sí mismo, logra armonía consigo mismo.

El presente libro tiene por finalidad invitar al lector a sentarse a la sombra del árbol que el mismo Dios nos prepara. En la seguridad del amor divino podemos atrevernos a soportar la sombra sin asustarnos. La sombra de "sus alas" quita lo amenazante de nuestra sombra. Cobijarse en Dios, hallar el hogar y la calma en Dios, llegar a la calma en Dios, es por cierto también hoy en nuestra época inquieta, una promesa que vale la pena investigar.

EDITORIAL BONUM ARGENTINA

Este libro contiene el desarrollo de los siguientes temas:

INTRODUCCIÓN: No escapar a la sombra

CAUSAS DE LA INQUIETUD ACTUAL El entorno social y económico Causas psíquicas de la inquietud

CAMINOS HACIA LA CALMA Llamado a la tranquilidad Invitación a la calma Aceptación del descanso sabático El camino hacia el corazón en calma Calma e inquietud El corazón inquieto Caminos actuales hacia la calma

CONCLUSIÓN A la sombra de su árbol


Con este libro aprenderá sobre herramientas espirituales para alcanzar la tranquilidad.

¡Adquiera ya este libro y comience a aprender sobre el valor de la serenidad!

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 ago 2024
ISBN9798227153593
Autor

Anselm Grün

Anselm Grün, OSB is a German Benedictine monk, Cellerar of Münsterschwarzach Abbey. He teaches courses and lectures, offers spiritual direction, and is author of approximately 300 books focusing on spirituality, which have sold more than 15 million copies in 30 languages.

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    Armonía interior - Anselm Grün

    Armonía interior

    Un camino posible

    Título original: Herzensruhe. In Einklang mit sich selber

    © Verlag Herder Freiburg im Breisgau, 1998.

    Todos los derechos reservados

    No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alqui- ler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o en cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digi- talización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor.

    Introducción

    No escapar a la sombra

    Había una vez un hombre a quien ver su propia sombra lo contrariaba tanto y era tan infeliz de sus propios pasos que decidió dejarlos atrás. Se dijo a sí mismo: simplemente me alejo de ellos. De tal mo- do se levantó y se fue. Pero cada vez que apoyaba un pie y daba un paso, su sombra fácilmente lo se- guía. Entonces se dijo: ‘Debo caminar más rápido’. Caminó entonces más y más rápido, caminó hasta caer muerto. Si simplemente hubiera caminado ha- cia la sombra de un árbol, él se habría deshecho de su sombra, y si se hubiera sentado, no habría habi- do más pasos. Pero no se le ocurrió.

    A mucha gente no se le ocurre hoy en día la idea de sentarse a la sombra de un árbol. Pre- fieren -como el hombre de la historia que nos le- gó Tschuang Tsé- escaparse. Pero quien escapa de su sombra, camina hasta morir. Nunca logra la calma. Ésta es por cierto la situación de muchas personas que en la actualidad caminan hasta su muerte sólo porque tienen miedo de enfrentar su propia sombra, de observarse en sus aspectos me- nos agradables. Quieren huir de su sombra. Aun- que de este modo frecuentemente provocan una in-

    quietud que se manifiesta no pocas veces en pro- blemas cardíacos. No por nada las afecciones car- dio-circulatorias son en la actualidad una de las causas más frecuentes de muerte. Si el corazón nunca logra la calma, si se lo sobreexige, en algún momento indefectiblemente fallará su funciona- miento. En su mayoría son hombres quienes se en- ferman del corazón. Algunos de ellos tienen el co- razón completamente sano pero igual temen que pueda detenerse y morir. Los problemas cardíacos muchas veces tienen relación con el miedo. Uno se escapa de algo. El corazón simboliza principal- mente los sentimientos. A menudo son las emocio- nes no permitidas y reprimidas, tales como amor y odio, las que provocan problemas cardíacos; altera- ciones del ritmo cardíaco en unos, ataques cardía- cos en otros. Al querer escapar permanentemente del corazón, éste se manifiesta siempre obligando a uno a ocuparse de él. En algunos casos se habla de neurosis cardíaca. Ellos están pegados a su corazón y viven permanentemente con miedo de que pueda detenerse. Los enfermos cardíacos muchas veces dan una impresión de obstinación, y se parecen al hombre de la historia. No pueden descansar ni go- zar. No pueden sentarse a la sombra de un árbol. Por eso se habla de la típica enfermedad de los eje- cutivos. Siempre es menester hacer algo más im- portante. Ocuparse de la propia sombra sería para ellos un pasatiempo infantil; prefieren atormentar- se con sus enfermedades cardíacas.

    El camino hacia la calma del corazón -des-

    cripto principalmente entre los antiguos monjes- es ahora de suma actualidad, ya que la inquietud se

    ha convertido en una enfermedad de la época. Nu- merosas personas se quejan de no poder tener cal- ma. Los antiguos monjes saben por experiencia propia que la calma no se logra simplemente por trabajar menos. Encontrar la calma para el corazón es un largo camino que, pasando por el sincero au- to-reconocimiento y la confrontación con uno mis- mo, conduce finalmente a Dios, en quien nuestro corazón inquieto, de acuerdo a las famosas pala- bras de San Agustín, puede lograr sólo la calma. Es un camino exigente el que describen los mon- jes pero a la vez un camino atractivo, porque nos augura llegar y disfrutar el descanso sabático de Dios ya aquí y ahora, en medio de la confusión de nuestro mundo. De tal modo, en este libro quisie- ra expresar una y otra vez las experiencias de los monjes, no sólo porque yo mismo me inspiro en esta tradición de los monjes sino también porque creo que ellos son, para nuestra época, no única- mente maestros sino también maestros de vida. Me refiero aquí principalmente a Evagrius Ponti- cus, el más importante escritor entre los monjes de Oriente (345-399), y a Johannes Cassian (aprox. 360-430/435), quien se trasladó al desierto egipcio para obtener frutos para Occidente de las expe- riencias de los monjes de aquel lugar. Y yo me ins- piro en la Regla de Benito (aprox. 480-547), según la cual yo mismo vivo como monje y que, desde la Edad Media, se ha convertido también en orienta- ción del camino a seguir para muchas personas del mundo. Los monjes se remitieron desde siempre como fundamento a las Sagradas Escrituras. Qui- siera meditar entonces acerca de las palabras de

    las Sagradas Escrituras que nos prometen calma para nuestros corazones. El mismo Jesús ha nota- do evidentemente la necesidad de los hombres en su miedo e intranquilidad y por eso los invita a en- contrar realmente la calma en él.

    En muchas conversaciones de cura de al- mas he observado últimamente el tema de la in- quietud. Una y otra vez oigo la queja de no poder lograr calma; allí están las numerosas preocupacio- nes que nos roban la calma, inclusive la calma noc- turna. Uno no se puede dormir porque se preocupa por los niños que tienen problemas psíquicos, por- que transitan caminos totalmente diferentes de los que uno ha pensado en la educación. Allí está la preocupación por la situación financiera de la fami- lia. El desempleo ya no permite que uno duerma tranquilo, ya que si continúa así, el padre no podrá alimentar a la familia, no podrá pagar la cuota de la casa. Allí están las muchas preocupaciones que uno tiene diariamente, la inquietud acerca de qué piensan los demás de uno, si uno hace todo correc- tamente, si no está reñido con su conducta. Nos rompemos la cabeza tratando de descubrir qué piensan los demás de nosotros. A veces esta preo- cupación se vuelve enfermiza. Una mujer entra a un comercio. La vendedora no es hoy en día tan amable como antes. Presumiblemente no haya dor- mido bien. Pero la mujer lo atribuye de inmediato a sí misma. Durante todo el día se pregunta qué le llamó la atención a la vendedora, qué pensaría de ella, si de algún modo se habrá puesto en ridículo, si habrá dicho algo equivocado. Llama a su amiga y le cuenta lo sucedido. Y el pequeño hecho, que

    carece de fundamento real más allá de la propia preocupación por la buena reputación, se convierte en el tema dominante del cual la mujer sencilla- mente no puede desprenderse.

    Principalmente aquellas personas que de- sempeñan una función de responsabilidad se que- jan del hecho de no lograr la calma. La gente siem- pre quiere algo de ellos. Y ellos reflexionan si en todas las oportunidades han reaccionado bien, si las decisiones tomadas realmente son de utilidad para la empresa o si apuntan en dirección contraria. Al regresar a la noche a su hogar buscando tranqui- lidad, no logran la calma porque simplemente no pueden desconectarse. Se van de vacaciones y no encuentran calma. Les remuerde la conciencia el pensar si todo lo que hicieron estaba en orden y qué consecuencias podría tener para ellos. Dado que in- teriormente no logran la calma, no les sirven si- quiera las mejores vacaciones y regresan a su ho- gar estresados y tensos para continuar el trajín. En algún momento la sobreexigencia los quiebra.

    Otros no logran jamás la calma porque en

    última instancia temen no hacer nada. Tienen mie- do a confrontarse en el silencio y la calma con su propia verdad. Si no tengo nada de qué sostenerme, toda la decepción sobre mi vida podría salir a la luz; podría descubrir que mi vida ya no funciona, que todas mis intervenciones para con los demás no tienen asidero. Solamente continúo así para es- capar de mi desesperación. Pero en realidad ya no creo que lo que hago y lo que vivo tenga algún sen- tido. Todo está vacío. Y yo escapo de ese vacío pa- ra que mi conciencia no hable. Podrían emerger

    sentimientos de culpa, y tengo miedo de ello. En- tonces me escapo del silencio y la calma. Lo peor que me podría pasar sería tener que enfrentarme al- gún día a la propia verdad. Porque quisiera evitar- lo por todos los medios siempre debo hacer algo, ocuparme de algo. Y el tiempo libre también se convierte en estrés. También en el tiempo libre lle- no el vacío con numerosas actividades. Estas per- sonas que escapan a su verdad huyen permanente- mente de sí mismas. Y luego se quejan de su alto nivel de estrés, cuando en realidad ellas mismas lo provocan. No pueden tranquilizarse porque en el fondo de su corazón no lo quieren, porque un te- mor muy profundo los hace andar de aquí para allá.

    La incapacidad de estar en calma responde

    al anhelo del hombre actual de poder finalmente desconectarse y estar tranquilo. Los cursos que prometen la calma interior están colmados. Se es- pera a través de métodos psicológicos o técnicas corporales de relajación hallar finalmente la calma interior que uno anhela. Pero la calma no se gene- ra a través de técnicas externas de relajación; es el resultado de un camino espiritual. Los antiguos monjes aspiraban conducir a los hombres hacia la calma de Dios. Hesychia era la gran palabra que fascinó a los monjes. El movimiento monástico fue denominado, inclusive ya desde el siglo III, Hesy- chasmo, camino hacia la calma interior. No obstan- te, la calma sobre la que escriben los monjes no es la calma imperturbable de la realeza bávara en la que uno no quiere que nadie lo perturbe. Tal calma imperturbable en la que uno quisiera que todos lo

    dejaran en paz, es más bien un arrullo saciado y en- tumecido por una borrachera en el que ya no se quiere observar nada de la realidad. Para los mon- jes se trata de una calma en la cual el corazón está en calma, en la que el miedo se tranquiliza, en la que se experimenta alivio y regeneración. La calma consiste finalmente en experimentar el eterno des- canso sabático que Dios ha pensado para nosotros. Quien experimenta a Dios en la oración y en la me- ditación obtiene la calma interior y exterior, llega a sí mismo, logra armonía consigo mismo. El cami- no espiritual de los monjes es para mí simultánea- mente un camino terapéutico. La sabiduría terapéu- tica que se encuentra en sus enseñanzas es redescu- bierta en la actualidad por muchos psicólogos. Pa- ra ellos es un camino de suma actualidad que noso- tros podemos transitar ahora al igual que los hom- bres de aquel tiempo, pero únicamente si traduci- mos su sabiduría a nuestro idioma.

    De tal modo, el presente libro tiene por fina-

    lidad invitar al lector a sentarse a la

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