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Las informales
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Las informales
Libro electrónico134 páginas1 hora

Las informales

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Información de este libro electrónico

«Los recuerdos del invierno en casa tienen una presencia indeleble. El frío, las estufas a querosene. Los tanques. Las bolsas de agua caliente que China nos ponía todas las noches. Las envolvía con los pijamas para que estuvieran calentitos cuando fuéramos a ponérnoslos. Los sabañones. La soledad en la casa era mayor que en el verano, pero de alguna manera era una soledad compartida con el resto del pueblo. Todo se volvía oscuro temprano y necesariamente la gente se refugiaba en sus casas. Nosotros pasábamos a ser parte de lo mismo. El frío nos igualaba».  
¿Cómo se narra a una madre? ¿Cómo se narran sus claroscuros? La respuesta tiene una sola palabra: admiración. Una admiración sin juicio que la autora logra poner sobre la mesa, sobre el papel, con todas las líneas a la vista. Las voces de una niña en tiempo presente y la de una adulta con la perspectiva que brinda el tiempo logran en esta narración la construcción de una madre que lleva adelante una vida personal con convicciones, en un pueblo chico como Chivilcoy, en las décadas del setenta y ochenta.  
La vida profesional, el entramado familiar, los secretos, los silencios, la talla de las mujeres y sus roles; las obligaciones y las inesperadas risas. Todo en una novela evocativa de escritura simple, llana y convocante.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 oct 2024
ISBN9786316635211
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    Vista previa del libro

    Las informales - María Pía Poveda

    Cubierta

    MARÍA PÍA POVEDA

    LAS INFORMALES

    Metrópolis Libros

    NARRATIVAS

    Poveda, María Pía

    Las informales / María Pía Poveda. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2024.

    Libro digital, EPUB

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-631-6635-21-1

    1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Contemporánea. 3. Novelas. I. Título.

    CDD A863

    © 2024, María Pía Poveda

    Primera edición, noviembre 2024

    Dirección comercial

    Sol Echegoyen

    Dirección editorial

    Julieta Mortati

    Asistencia editorial

    Eleonora Centelles

    Coordinadora de ediciones

    Jacqueline Golbert

    Editora

    María Elvira Woinilowicz

    Jefa de corrección

    María Nochteff Avendaño

    Corrección

    Virginia Avendaño y Lucía Bohorquez

    Diseño y diagramación

    Lara Melamet

    Ilustración

    Silvana Baylac

    Conversión a formato digital

    Estudio eBook

    Hecho el depósito que establece la ley 11.723.

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

    Metrópolis Libros

    Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

    info@pampublicaciones.com.ar

    www.pampublicaciones.com.ar

    El verdadero viaje de descubrimiento consiste en no buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos.

    MARCEL PROUST

    Lo extraordinario y original no está más allá, sino más acá,confundido con las horas más humildes de nuestra vida.

    LUIS LANDERO

    Capítulo 1

    Tengo siete años y estoy parada al costado del garaje de mi casa esperando que mi mamá entre en el auto. Un Renault 12 rojo. Estoy vestida con un enterito de jean claro y una camisa verde con florcitas. Uso anteojos. Son las siete de la tarde pero aún hay sol; es primavera.

    Veo a mamá manejando, haciendo una maniobra que la pone nerviosa, porque el auto entra justo. Siento mucho miedo, como que algo malo me puede pasar, que cuando sea grande no voy a estar contenta. Me quedo paralizada ante esta emoción que me atraviesa como un rayo. Pero, apenas mamá entra, corro a ayudarla a cerrar las puertas del garaje y entramos juntas a casa.

    Siento alivio cada vez que mamá guarda el auto. No me importa que sea justito el espacio. Me da pena que ella se ponga tan nerviosa en ese momento, hasta que logra subir el auto a la vereda y entrar sin rasparlo. Por eso, una vez que eso pasa, casi que me olvido de lo que acabo de sentir, y salgo disparada junto a ella. Que el auto esté guardado y ella en casa me da mucha tranquilidad.

    En casa vivimos mamá, mi tía China, mi hermano Jaime y yo. Ni rastros de papá. No se habla de él. Nadie explica ni nadie pregunta. No se pronuncia la palabra papá. A mí me da vergüenza preguntar y también me da vergüenza cuando alguna compañera nombra a su papá y yo no sé qué decir. Y la palabra papá me resulta extraña.

    Raúl, un amigo de mamá, viene a casa y no pregunta por él. Mi vecina Amalita tampoco. En mi familia no hay papá y así está bien. Pienso que mamá y China quieren eso.

    En la intimidad de la casa de Chivilcoy se gestaron los hechos y los dichos que me marcarían para siempre. De puertas afuera éramos una familia normal. No recuerdo que alguien me haya señalado o discriminado por mi tipo de familia.

    Pero no hacíamos la vida de otros chicos. Nunca íbamos a comer a la casa de otra gente, ni nadie iba a la nuestra. Jamás viajamos con alguna familia. Tampoco mi hermano Jaime o yo podíamos invitar a algún amigo a casa. Así que lo de normalidad de puertas afuera es relativo, pero digamos que el gran meollo se cocinaba puertas adentro.

    De la casa ya no quedan huellas. Pero ahí está, inmutable en mi memoria. Esa casa que no era hogar y sin embargo lo era. Una casa cerrada, casi siempre, y que no era refugio, y sin embargo lo era. Un garaje muy apretado, un tanto incómodo, y que sin embargo me daba protección.

    Belgrano 129. Ahí estaba mi casa. A dos cuadras del centro del pueblo y de la plaza principal. Era una casa antigua, de paredes muy altas. Al frente, hacia la calle, tenía dos ventanas con persianas de hierro y unos pequeños balcones; la puerta principal alta, imponente, de madera, y el garaje, con dos puertas, también de madera.

    Mamá siempre decía que la casa tenía una muy mala distribución y que el ingeniero que la había diseñado era un bruto. Algo de cierto había en ese comentario porque la casa no era cómoda. Las habitaciones daban a la calle y eran ruidosas. Se podían escuchar las voces de las personas que se paraban frente a las ventanas a conversar, los autos y el camión recolector de basura, entre otros sonidos de la calle. No tenía espacios de intimidad. Las dos habitaciones principales estaban separadas por una pared, pero unidas por una puerta. Y si queríamos ir al baño desde la habitación que compartía con mamá, teníamos que pasar por la habitación de China. La puerta que separaba las habitaciones nunca se cerraba. Cuando pasaba con los patines de lana encerando los pisos sentía una gran extrañeza al cerrar la puerta para encerar ese rincón entre la puerta y la pared.

    Como los techos eran muy altos y la casa siempre tuvo problemas de humedad era muy difícil mantenerla templada en el invierno. Los inviernos de mi infancia eran crueles. La gran mayoría de las personas sufría de sabañones. Y no solo las personas grandes, también mis amigas.

    No había gas natural, teníamos estufas de hierro a querosene, pintadas de marrón; tenían una mecha, a la que le colocábamos un cilindro que irradiaba el calor. Se cargaba un pequeño tanque gris con tapa negra que iba como en una especie de estuche detrás de la estufa. Teníamos dos. Una calentaba el living y la cocina y la otra las habitaciones.

    Mi mamá, que sufría muchísimo el frío, usaba un dispositivo al que llamaba tablita calienta pies. Era una tabla de madera, con una resistencia que al enchufarse calentaba la madera. Ella apoyaba los pies ahí mientras corregía pruebas o estudiaba. Todos dormíamos con una bolsa de agua caliente, salvo mi mamá, que dormía con dos.

    Muchas cosas no se preguntaban en mi casa. No solo por qué no estaba mi papá o quién era o dónde vivía. Tampoco se preguntaban las edades, las de mi mamá y de mi tía. O por qué China vivía con nosotros y no tenía marido, novio o amigos. Y tampoco por qué razón, habiendo más habitaciones desocupadas, Jaime dormía con China y yo con mi mamá.

    A Jaime a los once o doce años le acondicionaron una habitación que daba a la parte interna de la casa. No tenía mucha privacidad, pero algo es algo. Le compraron un escritorio, un ropero. En cuanto a la cama, usó la que ya estaba. Yo dormí con mi mamá hasta los dieciocho años, cuando me mudé a Buenos Aires para estudiar.

    La casa tenía un comedor enorme que nunca se usaba como tal, con una mesa de madera muy grande, como para doce personas. La mesa estaba rodeada por sillas de madera con respaldo alto y

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