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Cuentos y leyendas del Próximo Oriente
Cuentos y leyendas del Próximo Oriente
Cuentos y leyendas del Próximo Oriente
Libro electrónico219 páginas2 horas

Cuentos y leyendas del Próximo Oriente

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Esta antología recoge algunas de las obras más antiguas de la literatura escrita, procedentes de las primeras sociedades agrícolas y urbanas en Egipto y Próximo Oriente. Aunque ahora vivamos en la era de la tecnología y la modernidad, las preocupaciones y los problemas son los mismos: el amor, la amistad, el poder, el patriarcado, los conflictos territoriales…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2024
ISBN9780190545642
Cuentos y leyendas del Próximo Oriente

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    Cuentos y leyendas del Próximo Oriente - Vicente Muñoz Puelles

    Las historias de este libro son tan antiguas como la propia civilización.

    Surgieron poco después del establecimiento de las primeras sociedades agrícolas y urbanas en Egipto y Oriente Próximo. Para entenderlas, vas a tener que enfrentarte con las luces y sombras de esos tiempos remotos, cuando se crearon estructuras de poder que aún condicionan nuestras vidas en el siglo xxi.

    Al leer estos relatos, da la impresión de que la Humanidad no había olvidado todavía su pasado nómada y salvaje. Casi todas las historias contienen una reflexión sobre las circunstancias que nos han llevado como especie a alejarnos de ese tipo de vida y a adoptar una existencia diferente de la del resto de las criaturas. En El Enúma Elish, Tiamat, la diosa que representa la naturaleza primitiva, pasa de ser considerada madre y protectora a convertirse en una amenaza para su descendiente Marduk, que quiere imponer la civilización y el trabajo organizado de los hombres. En el relato de la creación de Adán y Eva, encontramos una estremecedora representación simbólica de lo que supone para el ser humano el conocimiento de la muerte, como algo que nos impide vivir en el paraíso del presente y nos aboca al trabajo y a la obsesión con el tiempo. A través de la historia de Caín y Abel, nos llegan los ecos de los crudos enfrentamientos de los pueblos de pastores y nómadas con las sociedades agrarias y sedentarias que acaparaban la tierra y ponían en peligro su modo de vida.

    Pero la lucha por el poder no se limitaba a la tierra. Era, al mismo tiempo, un esfuerzo por controlar todos los medios de producción, y eso incluía la reproducción, ya que la fuerza de trabajo, en una sociedad agrícola, depende de los hijos. Por eso, en muchos de estos relatos, las mujeres no aparecen como personajes con una psicología definida y unos objetivos comprensibles, sino como propiedades que es necesario controlar y dominar para asegurar la pervivencia del sistema. Así ocurre, por ejemplo, en la historia egipcia de Los dos hermanos o en el relato marco de las Mil y una noches.

    Para un lector o lectora del siglo xxi, resulta difícil leer estos relatos sin escandalizarse por la visión que ofrecen del papel de la mujer en la sociedad. Sin embargo, son precisamente historias como estas las que nos permiten entender el verdadero significado del patriarcado y de las estructuras de origen neolítico que todavía lo mantienen en pie en las sociedades contemporáneas. Venimos de un mundo así, de un mundo en el que la autonomía de las mujeres se consideraba una amenaza para la civilización. Pero ya entonces se empezaba a atisbar otro mundo posible, de relaciones amorosas entre iguales, como en el Cantar de Cantares, de amistades que van más allá de las convenciones sociales, como en la historia de Gilgamesh y Enkidu. Incluso Sherezade consigue al final, a través del poder de la ficción, transformar el régimen de terror en el que vive en una familia. Las semillas del cambio ya estaban ahí hace miles de años. Estaban precisamente en esas grietas de las que el sistema no se suele ocupar: en los cuentos, las canciones y las fiestas, en los sueños y los juegos... Porque esas grietas son, en definitiva, el territorio en el que germina la Literatura. Así era hace cinco mil años, y así sigue siendo todavía hoy.

    ENÚMA ELISH

    (CUANDO EN LO ALTO)

    ¿Te has preguntado alguna vez cómo imaginaron otras culturas la creación del mundo? ¿Sabías que su idea se acercaba mucho a la que tenemos hoy nosotros? En la antigua Babilonia, hace casi cuatro mil años, este mito se plasmó en forma de poema sobre siete tablillas de arcilla endurecida. Pero no fue hasta el siglo xix cuando un arqueólogo las encontró en las ruinas de la biblioteca del rey Asurbanipal, en la antigua ciudad de Nínive. Ahora, ese poema adaptado lo tienes entre tus manos. Disfruta de su lectura, es una de las obras más relevantes de la literatura mesopotámica.

    LA CREACIÓN DE LOS DIOSES

    Cuando en lo alto el cielo aún no había sido nombrado y, abajo, la tierra aún no tenía nombre, Apsu, padre de las aguas dulces, y Tiamat, su esposa, madre del mar salado y de todos los dioses, mezclaron sus aguas primigenias. Ni los juncos ni los carrizos se habían formado todavía cuando esto ocurrió, pero así fue.

    Apsu y Tiamat eran jóvenes y estaban llenos de vigor. Procrearon a los dioses Lankhmu y Lakhamu, que pronto se hicieron grandes y fuertes. También nacieron Anshar y Kishar, que dan nombre a los límites del cielo y la tierra cuando se unen en el horizonte.

    El mundo fue creciendo y cambiando de forma. Anshar y Kishar engendraron a Anu, el dios del cielo, que a su vez alumbró a Ea, dios de vasta inteligencia y poderosa fuerza, sin rival entre las divinidades.

    Estos dioses jóvenes, impetuosos y desobedientes, empezaron a molestar a sus padres con su continuo jolgorio. Apsu se quejó del alboroto y le dijo a Tiamat:

    —No soporto sus algaradas¹ ni sus gritos. ¡De día no descanso y de noche no puedo dormir! ¡Cuánto echo de menos la tranquilidad del silencio! ¿Quiénes creen que son para turbar mi sueño? Voy a reducirlos a la nada, los destruiré para que el silencio vuelva y podamos descansar.

    Cuando Tiamat oyó estas palabras, se enfureció y vociferó:

    —¿Por qué vamos a destruir todo lo que hemos creado? Sería como destruirnos a nosotros mismos. ¡Tengamos paciencia, seamos benevolentes con nuestros hijos!

    Aunque Apsu fingió que seguiría su consejo, en secreto continuó tramando la muerte de los dioses jóvenes.

    Pero uno de estos, Ea, el más sabio y capaz, adivinó sus intenciones y se le adelantó.

    Recitó un conjuro, que sumió a Apsu en un profundo sueño. Le quitó la corona y su manto de terribles rayos, y lo atravesó con sus armas, para asegurarse de que estaba muerto. Se puso la corona y se cubrió con el manto de Apsu.

    Se apropió de las aguas dulces y construyó su propio templo, donde fue a residir con su esposa Damkina, señora de la tierra y del cielo.

    Allí engendraron a su hijo, el bello y poderoso Marduk, que tenía cuatro ojos y cuatro oídos. Poseía, por tanto, una vista y un oído excepcionales, que le permitían ver más allá del horizonte y escuchar todos los sonidos, hasta el canto de los juncos cuando los agita el viento. Pero aún, ¡ay!, no había viento ni juncos ni carrizos.

    LA LUCHA ENTRE MARDUK Y TIAMAT

    Marduk tenía una energía formidable, que su madre, Damkina, le había transmitido. Era el más alto y corpulento de los dioses. Cuando abría los ojos y movía los labios, de su interior brotaba un fuego como el del sol.

    Para distraerlo y que tuviera con qué jugar, Anu, su abuelo, creó los cuatro vientos —el viento del sur, el viento del norte, el viento del este y el viento del oeste—, y se los regaló.

    —¡Para que mi nieto se divierta! —dijo, antes de soltarlos.

    Pero los juegos de Marduk acabaron dando lugar a las tormentas y al diluvio. Las aguas se encrespaban continuamente y los dioses estaban intranquilos. Se movían con cuidado, aferrándose a las costas y los promontorios, para evitar que los vientos y las olas se los llevaran o los despedazaran contra las rocas.

    Empezaron a acusar a Tiamat, su madre, de no haber vengado la muerte de su esposo Apsu y de ser demasiado tolerante con Marduk. Tanto insistieron que Tiamat decidió acabar con el joven Marduk.

    Para ello, Tiamat creó dragones gigantescos de dientes afilados, monstruos marinos henchidos de veneno, leones colosales, perros enfurecidos, hombres escorpión, serpientes cornudas y bestias de cornamenta punzante.

    Puso este ejército de monstruos terribles bajo las órdenes del dios Kingu, que debía conducirlo a la batalla, y sujetó al pecho de este la tablilla de los destinos, que le confería el poder supremo.

    Al conocer las intenciones de su madre, los otros dioses vacilaron e intentaron impedir la guerra, pero no tuvieron éxito, porque Tiamat no quería escuchar razones.

    Fueron entonces a pedir protección a Marduk, para que los salvase.

    Marduk accedió a protegerlos, con la condición de que se le concediera el poder absoluto sobre los demás dioses. Estos se reunieron en un lujoso banquete. Comieron mucho pan, bebieron gran cantidad de cerveza y acabaron aceptando sus condiciones.

    Pero antes le sometieron a una prueba difícil. Colocaron en lo alto una constelación única y le dijeron:

    —¡Señor, si tu destino es ser el primero entre los dioses, ordena que esta constelación desaparezca a una palabra de tu boca y que, a una nueva orden tuya, vuelva a aparecer intacta!

    Marduk hizo lo que se le pedía. A una palabra suya, la constelación desapareció y, tras una nueva orden, quedó restaurada. Cuando los dioses vieron su eficacia, lo saludaron con alegría.

    —¡Solo Marduk es rey! —clamaron—. ¡De ahora en adelante, ninguno de nosotros actuará contra ti!

    Marduk reunió una colección de armas formidables: una maza gigantesca, un arco enorme, que solo él era capaz de tensar, y una red inmensa que abarcaba el mundo, y se preparó para el combate.

    En primer lugar, Marduk envió contra Tiamat los cuatro vientos y creó tres más, el Viento malvado, el Viento devastador y el Viento irresistible, hasta un total de siete. Cuando Kingu y los otros partidarios de la diosa sintieron el poder ensordecedor de los siete vientos, fueron presa del caos y de la confusión.

    Marduk aprovechó el desconcierto para hacer que los vientos entraran en la boca de Tiamat e inflaran su vientre. Luego le arrojó una flecha, que partió a la diosa en dos mitades.

    Aquel ejército de monstruos terribles era más vulnerable de lo que parecía. Marduk los envolvió a todos con la red inmensa, venció al dios Kingu, le arrebató la tablilla de los destinos y la colocó sobre su propio pecho. Convertido en soberano indiscutible de todos los dioses, se dispuso a establecer un nuevo orden.

    Ahora sí, su destino estaba fijado.

    LA CREACIÓN DEL HOMBRE

    Marduk contemplaba el cuerpo inerte de Tiamat, partido en dos mitades. Por fin se le ocurrió qué hacer con él. Con la mitad inferior creó el cielo y, con la superior, la tierra. Construyó su palacio en el cielo, donde aún se levantaba el templo de su padre, Ea, que antes de él había sido el más sabio y capaz.

    Creó nuevas constelaciones, dictó a la luna su ciclo mensual y con la saliva de Tiamat creó las nubes. Luego se ocupó de la tierra. Hizo que de los ojos de Tiamat fluyeran los dos grandes ríos, el Tigris y el Éufrates, y convirtió sus pechos generosos en lejanas montañas, de las que fluían torrentes de agua dulce, que se deslizaban en cascada. Por doquier brotaron juncos y carrizos.

    En recuerdo del combate que había mantenido con Tiamat, convirtió en estatuas los cuerpos del ejército de monstruos.

    Todos, desde los dragones gigantescos de dientes afilados a las bestias de cornamenta punzante y los hombres escorpión, fueron colocados a la entrada del templo de Ea.

    Los dioses estaban muy contentos con todos aquellos cambios. Por allí andaban Lakhmu y Lakhamu, Anshar, Anu y Ea, que le colmaron de presentes. Damkina, su madre, no paraba de darle besos.

    Marduk, a su vez, les mandó construir una ciudad, con su lujoso palacio y su templo. Para construirla, y que los dioses no se cansaran demasiado, decidió crear una nueva criatura, a la que puso el nombre de Lullu: el hombre.

    —Necesitaremos sangre y unos cuantos huesos —dijo, al contemplar su creación.

    Se acordó sacrificar a un dios y se eligió a Kingu, que había mandado a los partidarios de Tiamat contra

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