Novela El Pajaro Azul
Novela El Pajaro Azul
Novela El Pajaro Azul
EL PJARO AZUL
Germn Camacho Lpez
2012, Germn Camacho Lpez Pas de origen: Colombia Idioma original: Espaol De esta edicin, Germn Camacho Lpez Bogot, Colombia De la ilustracin de cubierta: Germn Camacho Lpez, 2012 1 edicin: Agosto de 2012 Bogot, Colombia
No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su inclusin en sistemas informticos, ni su transmisin por cualquier forma o medio, sea electrnico, mecnico, fotocopia, grabacin o cualquier otro mtodo, sin permiso previo y escrito, de los titulares del copyright.
EL PAJARO AZUL
_________________________ Germn Camacho Lpez
Por la verde pradera cruz raudo un vaquero, con su alazn y su brida que no conocen el miedo. Cansado se detuvo A la sombra de un arrayan y de pronto se encontr un ngel venido del mismo cielo. Vaya suerte la del llanero, que al verla se enamor y cautivada por su cantar el ngel le sigui el juego. All hasta el amanecer le cant su cantar cerrero y el ngel enamorado, lo llev hasta el cielo. su corcel se hizo Pegaso y su amor se volvi eterno.
Nuestras decisiones definen no solo el destino propio, sino tambin el de aquellos a quienes ms amamos; la vida en su libre ir y venir en ocasiones da giros inesperados y el bienestar que se ha logrado a travs de los aos puede derrumbarse en un instante. La fatalidad espera solamente un impulso adicional para entrar en accin, y cuando olvidamos que nuestros actos tienen un extrao poder en ocasiones no controlable por nosotros mismos; podemos vernos sorprendidos por terribles resultados. El sino del destino simplemente permanece ah latente, aguardando el momento de emerger; sorpresivo, inusitado. Las decisiones y nuestra propia libertad de eleccin en cierto sentido, nos torna vulnerables, determinados a proyectar una larga sobra que acosa nuestros pasos. Al final la vida se rige por contrasentidos, el tiempo y la lluvia jams se detiene, el pasto sigue creciendo, y el sol se balancea en una danza rutinaria e inmutable. La evocacin de primaveras de antao, se besa contra el frio del invierno, las risas de los nios nunca se detienen, y el abrigo de una caricia es anhelado por los solitarios de la umbra calle del olvido. Es vida.
GERMN CAMACHO LPEZ El pjaro azul INDICE PROLOGO..9 CAPTULO PRIMERO.11 CAPTULO SEGUNDO22 CAPTULO TERCERO.33 CAPTULO CUARTO...46 CAPTULO QUINTO57 CAPTULO SEXTO..73 CAPTULO SPTIMO..79 CAPTULO OCTAVO......95 CAPTULO NOVENO.104 CAPTULO DECIMO..116 CAPTULO DECIMOPRIMERO129 CAPTULO DECIMOSEGUNDO..140 CAPTULO DECIMOTERCERO155 CAPTULO DECIMOCUARTO..163 CAPTULO DECIMOQUINTO...174 CAPTULO DECIMOSEXTO.....187 CAPTULO DECIMOSPTIMO.202 CAPTULO DECIMOCTAVO217 CAPTULO DECIMONOVENO.228 CAPTULO VIGSIMO..237
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CAPTULO VIGESIMOPRIMERO.248 CAPTULO VIGESIMOSEGUNDO...259 CAPTULO VIGESIMOTERCERO....273 CAPTULO VIGESIMOCUARTO......285 CAPTULO VIGESIMOQUINTO...294 CAPTULO VIGESIMOSEXTO.302 CAPTULO VIGESIMOSPTIMO.314 CAPTULO VIGESIMOCTAVO.328 CAPTULO VIGESIMONOVENO.337 CAPTULO TRIGSIMO349
PRLOGO
Los llanos orientales son una regin ubicada al norte de Suramrica, compartida por los pases de Colombia y Venezuela, enclavada en el milln de kilmetros cuadrados que forma la cuenca del Orinoco, atravesada por el imponente rio del mismo nombre, considerado el ms caudaloso del mundo. En ella se sintetizan tres formas identificables del relieve natural: antiguos macizos, cordilleras geolgicamente recientes, y extensas llanuras. En esta mgica y ciclpea regin catalogada como uno de los ecosistemas ms formidables del mundo, con un clima hmedo y caluroso; donde sequia y lluvia se abrazan a lo largo del ao. Y embelesado por verdes pastos, con la ganadera como principal actividad econmica del llanero, mestizo proveniente de la mezcla entre espaoles e indgenas; quien acompaado siempre por su caballo, silla de montar y soga para enlazar, se erige como el vaquero de la regin, en sus hatos ganaderos. Solemne paisaje ubicado a poca distancia de la moderna capital, pero absolutamente dismil; extrado de una historia de fabula, adornado por escenarios de ensueo donde contrastan el verde de los pastizales con el ocre de la llanura. Bajo el sol que da vida y bajo su seno cobija miles de historias, como mudo y poderoso testigo de los actos de los hombres. Sol, astro radiante, luminoso, poderoso y vital; del cual los indgenas acertadamente pensaban, era una entidad superior la cual defina la vida o la
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muerte. As parece ser aun hoy, sobre las bastas llanuras que baadas por caudalosos ros, forman el imponente llano. Y aun pese al veloz avance del mundo, sobreviven antiguas tradiciones en medio de un paisaje de extremos y contrastes provisto de una belleza tcitamente surrealista. Una tierra de hombres valerosos y a la vez hospitalarios; domadores de inmensos caballos salvajes, quienes disfrutan de cada suceso confirindole tornasoles de fiesta; una celebracin de vida coronada por el sonido de arpas, cuatros y bandolas, en el ideario del que forman parte msica, tierra, animales y leyenda. Disfrutando sin apuros de aquella existencia deseable y benefactora; aprovechando cada excusa para reunirse y compartir su amistad, creencias y forma de ver el mundo. Es aqu donde se desarrolla la historia de Margarita y Mateo.
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CAPTULO PRIMERO En medio de este espectculo natural, luminoso y vivaz; se eriga apacible la humilde vivienda, en medio de arboles encorvados por el peso de los aos, y la cenagosa tierra pareada de heno, para brindar estabilidad al terreno. Resguardada con techado de palma y muros instituidos en tronco de esterilla, no era por supuesto, una construccin ostentosa como las que se elevan en las grandes capitales; por el contrario se trataba de un sencillo soropo 1, con improvisadas puertas forradas en cuero de res, que les conceda un enfoque policromo. La puerta entreabierta dejaba escapar las formas de una vieja hamaca, amparada por un mosquitero2; antecedidos estos por tres taburetes de madera en torno a una mesita colorada de pino romern, sobre la cual podan verse unas vasijas de totumo 3, formando estos, la pequea sala desafiada sobre el suelo terroso de la casa materna. Al fondo sobre una de las paredes se elevaba una cornamenta de buey que serva de soporte a varios collares artesanales. Y ms prximo, en la entrada principal una amarillenta quijada de tapir cumpla funciones de cayado4 para trancar la puerta.
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Vivienda con techo de hojas de palma y paredes de esterilla. Malla para proteger contra los insectos. Vasija hecha del rbol del mismo nombre. Bastn encorvado usado por campesinos.
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La casa se distanciaba pocos metros de algunas otras viviendas, smiles a la vista; instituidas sobre el amplio pastizal verdoso, tocado por el marrn de la tierra. Apacible como una iconografa surrealista, cuya imagen se completaba, con la tonalidad multicolor del vestido de las reses; y el silencio se quebraba entre mugidos, que dejaban filtrar la risa juguetona de los ms pequeos, corriendo tras las terneras estremecidas por la algaraba de su solaz. Los prodigios naturales, la conmovedora obra de Dios, poda palparse apenas entrando en aquellos confines, donde se apreciaba la vida en toda su simpleza; el olor a selva, a tierra hmeda y estircol. Un universo alterno, una utopa enmarcada entre atardeceres vestidos de fuego, de almbar, de colores y msica, de sonido de arpa, de la fuerza inagotable de sus gentes. Un rincn del mundo donde el desarrollo no haba llegado con su mpetu arrasador, cobijando todo a su paso; donde vivan terratenientes y campesinos en armona. Armona y paz que termina cuando sobrevienen tragedias que nadie espera y conmueven las fibras ms sensibles de la conciencia. Contaba Mateo diez aos, de los cuales la mitad los haba vivido bajo el cobijo de aquel sencillo techado, y de seguro no requera de lujos y ostentaciones, mientras tuviera a su lado el tesoro ms apreciado, el afecto de su progenitora, que bastaba para inundar de luz y frescor, aquel espacio hmedo y balsmico a madera. Era un veintids de enero cuando iniciaron las clases de quinto ao. Ese mismo da se conoceran Mateo y Margarita, en la escuela amplia y luminosa, que coronaba uno de los escasos montculos que podan verse en aquellos alrededores; y a la cual se acceda cruzando por un amplio portal, luego de atravesar la
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llanura solitaria; algunos a lomo de mula, otros en los automviles de sus padres y los menos privilegiados, entre ellos Mateo, desgarrando el viento y devorando hectreas de pastizales y suelos terrosos. Una vez frente al portn era menester quitar el polvo que se adhera a los zapatos, puesto que los maestros eran estrictos en lo concerniente a la presentacin personal y por supuesto, la sencillez jams debe igualarse a la falta de pulcritud; para esta labor la tela hilada en la parte trasera del pantaln, presionada contra la pantorrilla como soporte era la mejor herramienta. Y poda verse a los pequeos en la entrada del colegio, cumpliendo este gracioso ritual, como si se tratara de algn nuevo paso ideado de joropo. Al llegar les acogan los maestros para la previa formacin y entonacin del himno nacional, en un anchuroso vestbulo adoquinado en cruz color terracota; luego, finiquitado el protocolo accedan en rigurosa fila a sus respectivos salones. Ohmaravillosa niez! Que nos permite entender nuestra propia grandeza, admitindonos ser el centro mismo de nuestro mundo, ms que olvidamos muy pronto, para descabellarnos en la insulsa bsqueda de conferir sudor y sangre a cambio de exiguas recompensas. Mateo, ingres al saln sin sospecha alguna, de que el destino siempre acecha en las esquinas, alerta a la cada de cualquier incauto; orden y caos, almas que navegan en ros de sucesos imprevistos. Y esa maana el albur del destino se regocijo sobre la inocencia; como si un rayo le atravesara el pecho. Vulnerando su corazn de llanero bravo, hinchiendo de una indita agitacin sus emociones, germinando en su ser aquello que desconoca. Bast acertar aquel rostro angelical, adornado por
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largos cabellos azabache y expresiva mirada; para sentir que algo dentro de las entraas se le remova, hacindole estremecer. Delineando en su mente una imagen que desde entonces se tornara imborrable, entrando en su mundo sin previo aviso, sin consultas ni antesalas. Con el arribo de la maestra, el frrago infantil mut en disciplina; los treinta y cuatro alumnos que integraban el aula se dispusieron en sus pupitres y durante cuatro horas seguidas se habl de historia, formando y reformando el pasado de culturas antiguas y ajenas para los pequeos. Finalmente, el ruidoso timbre dej escapar su bramido metlico, anunciando el final de la jornada y el barullo se apoder del saln de clases en una estampida de zapateos. Los estudiantes liberados del estricto rigor acadmico, se adentraron de nuevo en los confines de natura, olvidando que los zapatos deben lucir lustrosos, la camisa por dentro del pantaln, y el maletn bien terciao. El llano rebosaba de vida, de formas infantiles llamadas a prevalecerse en sus arraigadas tradiciones. Ese medioda Mateo, regres a casa con un montn de tareas y nuevos sueos a cuestas; una remozada sonrisa le adornaba el rostro y a paso atropellao5 se adentr en el primitivo soropo. Batiendo su propia marca, obviando cualquier distraccin en el trayecto de regreso; sin ocuparse de los vecinos que lo miraban extraado, al pasar sin saludar. El pequeo muy popular y querido en la zona, sola frenarse cada tanto para echar un par de frases con algn vecino; su mam, Roco, ya le haba reclamado tantas veces sus tardanzas que haba terminado dndose por vencida, dejndole ganar aquella batalla. Pero ese da su andar estaba guiado por un hlito distinto, por un vigor revitalizado; no exista brida capaz
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Muy afanado
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de aquietar sus pasos, tan solo anhelaba llegar temprano a casa y tenderse sobre el chinchorro6, para contemplar el azul sibilino del cielo y soar. Por eso Roco, al verlo de pie sobre el quicio de la puerta, extraada exclam: Epa hijo!Sali ms temprano hoy? El nio la mir con la comisura de los labios arqueada, adentrndose en la vivienda para acertarse en un estrujn, la mujer lo envolvi afectuosamente con sus brazos y el pequeo elevando la mirada observ: No Ma vine rpido porque quera verla. Ella conmovida ante la ternura que le prodigaba su retoo, con una suave nalgada le pidi que se sacara el uniforme; ensendole ropa limpia que reposaba sobre una silla. Apenas se calz el ropaje fresco y perfumado, lo cobij una sensacin de frescor, de plenitud; el aire del soropo se imbua del aroma de un delicioso sancocho de cachicamo que la mam haba preparado para el almuerzo: como ella saba hacerlo, con un toque mgico que aplicaba a cada comida. Roco, corri ligeramente el asiento del comedor, para dejar espacio donde sentarse su hijo, y se percat en ese instante que Mateo, luego de cambiarse, se haba apurado en descargar el uniforme transpirado junto a la ropa limpia; entonces con una sonrisa se acerc a la silla y lo retir para juntarlo en la petaca de las prendas para lavar.
Hamaca.
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Sin reparar nada ms dispuso la mesa y sirvi la humeante comida, que Mateo, presto se adelant para ayudar a trasladar a su sitio, tomando la vasija de totumo y el vaso con jugo de carambolo. Gracias Ma..! Sintese conmigo y coma algo, no sea le duela el buche. Cada cucharada que se elevaba del plato hacia la boca era el preludio al mundo del ensueo, gracias al intenso calor de aquella tarde; y concluido el almuerzo, el joven llanero cay vencido por el letargo, en la grcil penumbra de su cuarto. Y en el umbral de la fantasa, su mente se infundi del recuerdo de la pequea con cabellos de abenuz y rostro juguetn. Asi, Mateo, en el portal de la ilusin recorri parajes fantsticos, hasta ser despertado con sobresalto por la reminiscencia de un trabajo escolar pendiente y de ah en ms, la tarde la dividi entre sus deberes acadmicos y la solcita ayuda que ofreca a su progenitora, cuando el llenar renglones en el cuaderno le cansaba la mano, para minutos despus retomar la tarea. Horas ms tarde la sombra de un arrayan que engalanaba la llanura, anunci el trnsito hacia la parsimoniosa oscuridad del atardecer y una interminable traza de matices se extendi en el horizonte. Los minutos dieron pas a la noche y emergi esta, tranquila y apacible. Entonces madre e hijo, se dejaron seducir por el noble abrazo del crepsculo, que no bastaba para poner freno al sofoco. Y dejando caer sus parpados, se vencieron sobre el chinchorro, amparados por mosquitero, sabana y guindaderos. Para dormir profundamente, sin dolores, ni miedos; en la dignidad de un hogar humilde, pero tcitamente acogedor.
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La maana con su clido beso matutino, como una blanca y perfecta sonrisa, despert al muchacho cruzado de piernas y brazos, queriendo ganar algunos minutos para Morfeo. Pero el placer del descanso haba concluido y el inicio de labores se confirmaba con el mugido de las reses, y el ladrido de los perros. Las gotas de sudor resbalaban por la frente de Mateo, y tambin por la espalda y el vientre; aquel calor de Octubre, haba sido uno de los ms intensos en los recientes aos. Y con esfuerzo se descolg de la hamaca. Rpido mi nio, a rascarse que lleg la picaznespet la madre. Despus del disfrute de un buen bao, le aguardaba una deliciosa tortilla de huevos y cachapas7 de maz tierno que le encantaba paladear, pero antes de sentarse se acerc a la mujer y le prodig un entraable abrazo. Luego se acomod junto a ella y descarg un par de mordiscos sobre la panqueca. Pero no hubo de deglutir aquel manjar, cuando de pronto sinti una sensacin de sinsabor y nostalgia, como un viento frio que le calaba hasta el alma; mientras daba vueltas a la pericada8 con el rostro ensimismado, y su sospecha apunt en direccin de la hermosa nia de ojos expresivos, tal vez, era esa la razn de su estremecimiento conjetur. Por qu tan elevado mijo?inquiri entonces su antecesora. Nada Macosas de la escuelaindic l. Cuanto le habra satisfecho quedarse esa maana en casa, sentarse junto a su madre, y perderse entre los mimos de sus fuertes
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brazos; para gozar despus de la niez, brincando entre animales. Sin temor ni afn por la vida, y luego yacer en la plenitud de la maana sobre el colorido chinchorro. Mas ese amanecer una sospecha indita, rondaba sus emociones sin acertar la causa; no se trataba Margarita, estuvo seguro al reflexionarlo de nuevo, a ella la pensaba con la alegra de ver su sonrisa de nuevo. Era un albur lo que le crispaba, una sensacin umbra que no lograba discernir. Incluso el cielo que inesperadamente, emprenda a gemir con un lejano lamento; coincida con su zozobra. Aprese hijo que viene una tormenta, no sea y lo agarre el agua a medio caminoobserv Roco. Y es que en los llanos orientales el cielo cuando est triste no se avergenza en liberar las lgrimas de su lamento, el nio bien lo recordaba, pero no era temporada de lluvia, lo saba, y as lo expuso para tranquilizar a la madre. Mausted sabe que no es temporada de lluvia, no se me asuste. Empero, en su cabeza se esbozaban los recuerdos de aquellas tormentas, que inundaban todo a su paso; dejando anegados cultivos y filtrando las gotas de agua al interior del soropo. Esta reminiscencia le vena acompaada de nostalgias, mas no eran de tristeza; sino de alegra por tener a tan amorosa madre a su lado y sentir que ella siempre estara ah para protegerlo. Mateo, tom su mochila, an con la incmoda sensacin a cuestas, que se funda en un sentimiento contrito. Y mientras se deslizaba hacia su madre la cual de pie en la cocina, enjugaba los trastos del desayuno; advirti en el rostro de aquella esbozarse una mueca de dolor, como si un ramalazo le oprimiera el pecho. De
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inmediato se sinti alarmado y con la inquietud de hijo preocupado se alleg a la mujer; luego asindola por el brazo la invit a reposar. Ma vamos sintese aqu, descanse un ratodijo aproximndole una silla; con la intuicin que algo malo le ocurra. Male duele algo quiere que me quede paacomparla? No, Mateito, vaya que el nubarrn ya se acerca. Con duda avanz el pequeo despus de besar la mejilla de su progenitora, por el camino que llevaba a la salida. Roco, continuaba sentada en la silla del comedor; y en la cabeza de Mateo, rondaba la preocupacin de que pudiera caer enferma, lo intua, pues se trataba de una mujer recia y por primera vez le adverta un padecimiento. Dejarla sola le apolillaba el corazn en un enajenarse impreciso, no obstante, termin por despedirse acatando el mandato de su madre; y en el umbral de la puerta elev la mano para reiterar su partida, seal a la cual ella respondi, mientras presionaba con la otra mano en medio del pecho, con evidente molestia. Mpero usted Nada de peros mijoespet ellay aprese que le coge la tarde. Saba que Roco, era cavilosa; y aun con hlito malcontento tendra que aceptar su disposicin, de modo que sin ms exhortacin se adentr en la llanura, para dirigirse a la escuela. Sin alientos de incorporarse, con la mirada sigui la mujer el andar de su pequeo, su razn de vivir y de dignificarse en la lucha
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con la vida. Afuera la rbita del sol, se aturda en medio de un cielo fuliginoso; y las primeras gotas de lluvia daban nacimiento, a un arcoris nacarado de mltiples colores. Mientras Mateo, apuraba el paso eludiendo los anuncios de borrasca. Insatisfecho, desazonado; empero, tarareando melodas de joropo que ahuyentaran la tormenta de su alma, a veces avanzaba con la nostalgia, que le evocaba alguna gota de lluvia bandole la frente; otros pasos los guiaba la preocupacin y el titubeo. Incluso en algn un momento pens en retornar a casa, mas entreviendo el disgusto que esto generara en su madre, opt distraerse con el canto de las chicharras y los cascabelitos9 de colores que se escondan ante su presencia. Y aunque todava sobrecogido por lo salud de Roco, el pequeo consigui imbuirse de aquel paisaje, que soaba recorrer a lomo de caballo cuando la fortuna lo consintiera; cuando todo saliera mejor para l y su progenitora. Entonces opt correr por la llanura, ahora le resultaba necesario, sabiendo que iba retrasado para la escuela; y a toda velocidad cruz el paisaje entre altozanos, lagos, garzas, prados, lirios blancos y toda suerte de maravillas que emergan a su paso, como el ms original de los espectculos naturales. Cuando regresara a su soropo, su mam le estara esperando; as que por ahora deba ocuparse de alcanzar cuanto antes, el portn de la escuela. Encontrarse con la maestra, los compaeros de estudio y tener la oportunidad de descubrir una vez ms en el saln, la maravillosa creacin de Dios, llamada Margarita. Alelarse en la pureza de su mirada ensoadora, y en el prodigio de sus oscuros y largos cabellos. Era simple, era la vida en aquellos campos; y apenas consigui cruzar la lnea que lo adentraba, a los
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Loro pequeo.
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confines de la institucin educativa, se sinti una vez ms un pez en el agua o mejor an, una garza volando libre en el viento. Una picazn lo oblig a revisar en sus tobillos; para toparse con un misterio habitual, familiar y conocido. Su pantaln y medias estaban repletos de cadillos10 y debi apurarse a retirarlos para ingresar al saln. Y entonces, justo ah al levantar la mirada, se encontr con la sorpresiva sonrisa, de quien aguardaba apoyada sobre el quicio de la puerta. Hola Cmo ests?salud Margarita. Holadijo l, revelando una sonrisita nerviosa, vacilante; e inclin la cabeza como hacen los pelicanos durante el cortejo. Una descarga de emociones le aceler el pecho, ah continuaba la hermosa nia, mirndolo; como si aguardara que de sus labios emergiera alguna frase, que su cabeza, llena de reflexiones era incapaz de articular. Esa molesta timidez que su corazn jams haba sentido, la tormenta de sangre que pulsaba en su pecho, confundiendo sus ideas; lo hizo sentir ms sudao que veguero jugando gallos11. El amor jams pone cita, ni dice p donde lleva y esa maana Mateo, estaba descubriendo un sentimiento novedoso.
CAPTULO SEGUNDO
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Hace ya cinco aos que Roco, haba trado a su nio a los llanos orientales, lugar del cual era oriunda; aunque de dismil paraje del que ahora habitaban. Anteriormente su heredad la comprendan las calles agitadas de la capital, la gran urbe con sus accidentes sociales, aquella donde la humanidad de todo ser, desapareca para tornarse en agitacin y frio en el alma; razn de ms para cerrar las puertas de aquella metrpoli tras de ellos y escapar hacia un nuevo orbe, donde respirar aire puro. De modo que con espritu renovado y mas sueos que realidades, se haban asentado en esas tierras; pero al evocar aquel reencuentro con los pastizales, caballos, reses, arpas y bandolas, era inevitable sentir que tambin all, el destino los haba olvidado. Si bien, la carga de buenas intenciones haba guiado sus pasos, envueltos tan solo en las prendas que portaban; con su nombre como nica herencia, y las lagrimas como aderezo, hasta mitigar el viaje en el viejo soropo. Empero, no caba remordimiento en el corazn de esta madre, al recordar que cada pesar y toda congoja, tan solo propenda el bienestar de Mateito; y verlo correr libre y feliz por aquella llanura era premio suficiente para aliviar sus dolores. Un propsito, estaba segura tena Dios, para l y el anhelo de verlo crecer, hacerse hombre, regresar digno a casa cada tarde; y poder ella misma algn da morir apacible en su regazo, era un empeo que le encumbraba el bro, para tolerar infatigable los embates de la vida. Aquella era notablemente una maana inusual para el pequeo Mateo, entre las clases de religin, lenguaje y matemticas, y las miradas furtivas que dejaba escapar hacia el pupitre de su linda llanerita, que le estaba madurando el corazn a fuerza de suspiros podra hablarle cuando las clases finalizaran?
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Se preguntaba en la distraccin de sus ansiedades infantiles hay destino indomable el que enfrentan los enamorados! La chillona campaa inund con sus quejidos el aula de clase y la tormenta de infantes abandon presurosa el recinto en busca de mayores libertades, mientras el joven llanero hurgaba con la mirada la cabellera mineral, entre el tumulto de cabezas, hasta advertirla varios pasos delante de los suyos, intil resultara abrirse paso en esa amalgama de cuerpos, conjetur como un reproche a su falta de iniciativa, pero la sensacin de ineficacia desapareci al cruzar la puerta y acertar la silueta pretendida justo del otro extremo del pasillo, junto a una viga de madera que sostena un extintor de color rojo. Vaya sorpresa! Grata e inesperada. Mxime an, cuando la nia pareci estar de plantn, acuciosa por verlo emerger desde el rectngulo que formaba el saln. Aqul pareca ser para Mateo, uno de esos das en los que la suerte traviesa juega a favor de nosotros; a pesar de la preocupacin que le embargaba, por la desconocida dolencia que aquejaba a su madre. Mas en compensacin la ruleta del destino, lo ubicaba frente a la nia ms hermosa del saln, a l; el ms humilde de los mortales. Hola Mateole salud de nuevo. Hola Margaritarespondi l, exactamente como en la ocasin anterior, pero esta vez sin agachar la cabeza; infundindose de la seguridad necesaria para desafiar sus vacilaciones. Mateo ehhprosigui ellaEs que la maestra form los grupos para el taller de matemticas y nos toca desarrollarlo a nosotros, tambin con Martha y Esteban.
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Una viento frio le subi desde el estomago hasta llegar a la garganta, no era otra cosa que pura contentura de perro capn12 y la nica razn de su charla con Margarita, era un trabajo en grupo que l haba olvidado; entonces lo inund un amargo sinsabor, quiz por la ilusin vencida. Y qued ah de pie, estril, sin palabras; hasta que lnguidamente asent: Claro, cundo nos reunimos? Yo habl con ellos para reunirnos el viernes, puede ser en mi casa. Hummfarfull Mate. Pero aunque estaba ms aburrido, que un burro en la pata de un corozo13; una propuesta inusitada cambiaria su semblante. Y tu donde vives?indag la nia, y prosigui de inmediato le puedo pedir al trabajador de mi pap que te lleve. Ehhhfue tomado por sorpresa Mateo, quien se vio en apuros; cautivo de un lenguaje monoslabo que no lograba domar, hasta que finalmente, logr articular una frase completa. Aunque la ms contradictoria que l mismo habra esperado y que sin saber cmo brot de sus labios. No tranquila, estoy cerca, puedo caminar. Vamos, no hay problema!inst la pequea, mientras descendan la gradera que daba salida a la calle. Aunque dudoso concluy que la invitacin le vena de perlas, para llegar temprano a casa y confirmar como se encontraba Roco; si sus dolencias se haban atenuado y encontrarla como siempre, aguardando su llegada. De tal modo que sumiso avanz
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tras la exuberante cabellera azabache, sacudida por el viento. La luz del sol iluminaba la pradera y el anuncio de tormenta se haba aplacado. Era momento de aceptar la invitacin. Y mientras aguardaban el arribo del pen, Mateo, ingres tambaleando al mundo de Margarita; acogido por el brillo de sus blancos dientes, cuya luz se liberaba en cada sonrisa. Y hablaron de sus vidas, de la exuberancia que rodeaba a la nia y la sencillez que albergaba la suya, pero que en el interior de sus almas infantiles era irrelevante; pues desde aquel momento un vnculo indisoluble los unira. Frente a la escuela permanecieron pacientes durante algunos minutos, sentados al filo de las escalinatas; vigilados por el fulgor del sol, que ese medioda haba ganado la batalla a la lluvia y como un grabado se incrustaba en el pizarrn azul del cielo. Poda quedarse as el resto de la tarde senta Mateo, sin ocuparse del intenso calor, tan solo mirando aquellos expresivos ojos caf; pero en el interior de su ser, la inquietud que traa consigo la imagen de su madre, llegaba cargada de una secreta melancola. De pronto escucharon el ruido sec del frenazo, prximo a ellos, y Margarita, se apur en tomar su talega; indicndole con una mirada, que aquella reluciente camioneta roja, era el delirante carruaje que los llevara a casa; y con bro se incorpor de su descansada postura, invitando a Mateo, a seguirla. Ven, aprate! El nio no daba crdito, y los ojos se le colmaban con semejante pompa; tanto que sinti duda de abordar el vehculo, cuyos vidrios ahumados, apenas si permitan distinguir al conductor adentro; cuya fisonoma fue revelada cuando las puertas se abrieron y este descendi para saludarlos.
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Hola! Buitragoexclam ella. Hola! nia Margarita, disculpe la tardanza, pero usted sabe que el camino est como corral de viuda14. Hola nio!dijo luego, mirando al pequeo. Buenas tardes!se apur este en presentarseYo soy Mateo. Buitrago, te puedo pedir un favor?pidi la nia. Claro, qu sera? Diga no ms! Es que podemos acercar a Mateo, a su casa no es lejos de aqu. Pues nia, siempre que no sea lejosespet el trabajador, mientras regresaba a su puesto frente al volanteusted conoce a su pap y yo no quiero los con el patrn. Entonces la puerta de la camioneta roja se abri para ellos y con andar seguro avanz Margarita, al interior de esta; escoltada por el pequeo llanero a quien un martilleo en las sienes, le avisaba que nada tena en comn con su compaera. Empero, prosigui con pasos dubitativos, que concluyeron cuando de un salto trep al vehculo. El potente motor rugi como una bestia salvaje y el muchacho indic la ruta que deban seguir, entre pastizales, hatos ganaderos y pintorescos caminos colmados de historias y mitos. El camino se distingua dismil, a bordo de aquel suntuoso armatoste mecnico; era como si los ennegrecidos miradores robaran un poco de magia al paisaje llanero. La charla se detuvo un instante y Mateo, advirti que sus sueos iban ms all de sus posibilidades; pero ya no recordaba en que instante aquella linda
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Deteriorado, descuidado.
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nia, de hermosa sonrisa y cabellos negros, se le haba enclavado en el pecho. Y las palpitaciones de su corazn, blandan como espada contra sus razonamientos. Por qu tan elevado?curiose ella, tomndole la mano. No es nadadisimul l, sintiendo que el roce de aquellos frgiles deditos, contra los suyos, formaba una conexin especial; algo de lo cual aun cuando no discerniera su origen, lo acercaba a la nia como si la conociera de siempre. En tal cavilar se infunda, cuando se adentraron en una rada pastosa, previa al sitial de los humildes soropos; solo entonces comprendi, que an faltaba camino por recorrer y esto podra causar inconvenientes a su compaera, de modo que sbitamente exclam: Aqu me pueden dejar! el camino que sigue todava est cenagoso, por las lluvias del mes pasado y de pronto se retrasan ms de la cuenta. Adems de aqu parriba, cortan camino pa las haciendas continu, sealando en direccin al poniente. Dgame nia qu hacemos?inquiri el conductor. Seguro queda cerca tu casa?indag la nia dirigindose a Mateo. S, Margarita, tranquila; adems hay que guardan el pan para cuando haya leche y no quiero que por mi culpa la regaen dijo sonriendo. Bueno, en ese caso maana nos vemosobserv ella, mientras abra la puerta de la camioneta para que este descendiera. Mateo, agradeci a los dos por su cortesa y la silueta roja del vehculo se adentr en la llanura, hasta perderse en el horizonte.
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Los muchachos como Mateo, parecan asimilar mejor los golpes de la vida. Sobre todo l, alguien sin parientes; tos o primos de los que tuviera noticia. Su mundo distaba de ser ideal, no obstante, lo asuma con madurez y se regocijaba en la visin paradisiaca que los llanos orientales le ofrecan; era esa su fortuna. En contraposicin el cosmos que habitaba Margarita, estaba colmado de cosas que el careca, y su nvea sonrisa, se activaba en aquel ensueo sin privaciones; protegida por un padre que lo tena todo: riqueza, caballos, cabezas de ganado, haciendas, peones. Y en cada frase inocente que provena de los labios de la hermosa chiquilla, se patentizaba aquella frgil burbuja al interior de la cual habitaba. Mas Qu importaba tener el mejor hato o las mejores reses? Conclua el pequeo llanero, si lo que vale son las buenas acciones y los nobles sentimientos, y al contrario de lo que poda pensarse, por su situacin acomodada, en el corazn de Margarita, moraban estas emociones. El pequeo conquist penosamente el trayecto que lo distanciaba de su hogar, sumido en su romntico cavilar; saludando los pocos campesinos que cruzaban su andar. Con la fluencia esplendorosa del sol sealando el camino, sin intuir que oscuros nubarrones se cernan hermticos sobre su cabeza; velos umbros que mudaran los aires de su humilde existencia. Ese medioda, salv el umbral y se adentr en el sombreado soropo, sin sospecha que las sombras oscuras que se agitaban en su interior, enlutaran con hiel su alegra. Maya lleguespet. Pero solo el eco de su propio llamado retumb en el recinto, as que insisti.
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Madnde est? Ya llegu. Se adentr en la vivienda con la extraeza de no hallar a Roco, quien siempre a pesar de sus obligaciones y arduas tareas para garantizarse el sustento; le esperaba al medioda con agrado y una cndida sonrisa, avivada en disponer sobre la mesa, un buen hervido de gumarra; un picadillo criollo o un sancocho de cachicamo15. Pero inusualmente ese da pareca no aguardar su llegada, Mateo, empez a sentirse intranquilo, evocando al instante las dolencias de su madre esa maana habra tenido que ir al hospital? Pero de esta conjetura dudaba, pues Roco, adems de ser una mujer fuerte; rehua cualquier asunto que tuviera que ver con mdicos, en la conviccin que la misma naturaleza es remedio para todos los males. Pero entonces donde estaba? Quiz en el mercado y se le haba hecho tarde? Se preguntaba mientras hurgaba con la mirada cada rincn de la heredad. Sigui avanzando instintivamente, adentrndose cada vez ms en el soropo; reducido por un mal presentimiento, colmado de vaticinios. Como una cigarra a punto de exclamar su final chillido y al llegar a una arista de la sala, qued pasmado al principio; luego aterrado por lo que sus ojos develaron. El aire se colm de angustia, y el pequeo se abalanz sobre el cuerpo de su madre tendido en el suelo, junto a la mesita de centro; se inclin junto a ella completamente pasmado, sintiendo en sus ojos, la sensacin de mltiples luminiscencias que le nublaban la mirada, y como si un nido de hormigas le recorriera las entraas. Mammamita respndame!grit desesperado en procura de una respuesta.
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Armadillo.
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Gimoteando le oprimi en medio del pecho con sus dos manos, observndola con las orbitas de los ojos desorbitadas, intentando hallar sus pulsaciones; mas frente a l un fatdico juego empezaba a revelarse. Sin duda eran esos malditos dolores, no deba haberla dejado sola conjeturaba en medio de su tormento, mientras sacuda el cuerpo en espera de una respuesta; no podra soportarlo tena que estar viva, berreaba estremecido repitiendo: Mamita..malevntese, vamos al hospital! Pero como el peor de los ardides solo el silencio inundaba el aire, y la misma tierra sobre la cual yaca el cuerpo de Roco, le daba un semblante an mas nacarado a su frio cuerpo; pareca un fantasma, tal vez porque ya lo era. Y la mente absorta del pequeo llanero, no atinaba acertar semejante tragedia y en su obligacin de hijo, se esforzaba por incorporarla de su tendido; por retornar la vitalidad de aquel cuerpo. De pronto se dio cuenta que su mayor temor se precisaba, todo su ser se estremeci ante la irrevocable certeza: frente a l reposaba infrtil la nica fortuna que el azar le haba prodigado, la mejor madre del mundo. Dios, nooono me la quites!grit entre sollozos, herido en el alma; perdido en el amargo gesto, con las lgrimas corrindole como cascadas, el rostro descompuesto. La garganta hecha un nudo, el cerebro queriendo salrsele por las sienes y el corazn arrugado dentro del pecho. Vencido por el sonido indiferente de la desventura, se aferr al cuello de su madre mientras repeta: Yo no quiero vivir masin usted no quiero vivir. Mientras, con la existencia reducida a nada y los sueos borrados de golpe; se asa a una final esperanza, de acertar un halito de vida en el cuerpo desmadejado de Roco. Con la oreja
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pegada a la nariz de ella, suplicando que dejara escapar un chorrito de aire, que le indicara que segua formando parte de este mundo, y quiz solo por unos segundos, pretendi que la vitalidad batallaba por retornar a la difunta; entonces de un brinco traspuso la distancia hacia la salida del soropo y corri donde doa Carmela, su vecina de al lado. Una anciana afectuosa, siempre atenta y pendiente de ellos, a quien llamaba ta, aun cuando no exista parentesco. Toc en su puerta desesperadamente, con golpes secos y prolongados; al instante la mujer sali y lo encontr all de pie, plido, sollozante. Lo conoca muy bien, no tuvo que articular palabra para que la seora, entendiera que algo terrible haba sucedido; pero finalmente, la revelacin del nio retumb en sus odos. Ta Carmela! Ma...Esta tendida en el suelo y no se mueve. Por Dios!dio un alarido la seora, tomando de la mano al nio y adentrndose de inmediato en la vivienda; donde corrobor lo notificado. La octogenaria se aproxim al cuerpo, acarici el cabello de Roco, levant los parpados y tanteo las pulsaciones como un experto perito; entretanto Mateo, observaba exhortando un milagro que no llegara. La oscuridad inund el soropo; la madre haba cruzado su trnsito al otro mundo, no se requera ser un experto para saberlo. El sombro escenario conmovi a doa Carmela, como un golpe sordo en el trax; quien incorporndose se acerc al nio y lo estrech entre sus brazos.
CAPTULO TERCERO
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Das atrs la sonrisa de Roco, iluminaba el sencillo hogar; ahora la tristeza transpona el umbral, su cuerpo se vesta de madera, y la llanura de tinieblas. El amor maternal se desvaneca, dejando tan solo un corazn oprimido y el dictamen mdico, escuetamente conclua como causa natural, el origen del deceso. Cunta tristeza atravesaba el pecho del pequeo Mateo! Causa natural, tragedia o burla del destino que contravena la suposicin de un vida plena y familiar; la madre ya no estara a su lado, ahora la existencia se antojaba dismil, y una empinada escalera de dificultades, de la cual tendra que escalar cada peldao, se develaba ante l. El golpe haba sido contundente, y de ah en ms labrara su propio camino, quiz entre hatos y exiguos jornales, Cmo haba ocurrido tal tragedia? Pero aun cuando las venturas de la vida adulta se anticiparan para el pequeo llanero, tendra que guiarse a s mismo, y por supuesto, lo hara con dignidad y fortaleza; con el debido respeto a la memoria de su amada madre. Haba sido bueno tenerla consigo, cuando menos conocerla, y disfrutar algunos aos de su incondicional afecto, contrario a lo ocurrido con su padre. La maana siguiente estuvo dispuesto el velatorio, gracias a la solidaria contribucin de los humildes vecinos. El cajn mortuorio dejaba escapar la esencia del pino, que inundaba el inundaba el ambiente del soropo, adecuado como sala de velacin; la tristeza reasentaba la mirada de todos, y esta a su vez se chocaba con el triste cuadro que dibujaba la estampa del nio. Ataviado con un sombrero de fieltro, camisa blanca manga larga y pantaln de tela; rematando con alpargatas y sobre el pecho una medalla de la virgen, junto a un pequeo dije de topacio azul, con la figura de un ave; el cual Roco, le haba regalado cuando l tena unos cinco
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aos; toda esta, una solemnidad que le provea el aspecto de un pequeo adulto. En el estrecho y semioscuro recinto, decenas de afligidos se agolpaban para la final despedida; recordando con afecto a la fallecida, con la solemnidad que el acaecimiento demandaba. Contrariados en la desolacin del pequeo, sin acertar sutileza que lo liberara de su pena. Mateo, embargado de soledad, acariciaba el rostro de la mujer que un da lo llevara en el vientre, y permaneca inmutable junto a ella; rememorando cada tarde, cada sonrisa, su figura en la cocina, el beso de buenas noches. Esas reminiscencias se le anudaban en la garganta, asestndole una estocada letal, no ensayaba concebir todo el asunto, como si se tratara del peor espejismo; del cual retornara para encontrar a su mam de nuevo, esperndolo sonriente cada da. Ms entenda que aquel hilo materno se rompa por siempre, dejndolo como un cabo suelto, por qu esto? Qu hara? Pensaba sustrado en sus sentimientos; negndose a consentir la cruda omnisciencia: todos un da tendremos que morir Bien entrado el amanecer siguiente, y dispuesto los detalles del entierro; los vecinos asieron el fretro para conducirlo al camposanto. Era un Domingo, el ms repulsivo de todos para Mateo. Cuatro hombres se dispusieron en cada extremo del fretro conducindolo con fervorosa piedad; mientras avanzaba el cortejo fnebre, poda orse la msica de arpa como fondo de aquella triste despedida. Entretanto, doa Carmela, intentaba dar esperanza al nio; aseverando que todo estara bien, aunque en el fondo saba
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que desde ese da el valiente Mateo, estara brincando ms que un mono en bachaquero16 Cmo se siente Mateito?Pregunt la seora. Ta, usted sabe que Ma era todo para mContesto l con voz entrecortada, sin poder ocultar las lagrimas que brotaban de sus ojos. El camino hasta el cementerio fue dilatado y tortuoso; ese da el llano perda su magia, careca de colores. Los sueos y anhelos se esfumaban, y se aprendan nuevos verbos en el diccionario de la tristeza; la mayora de vecinos avanzaba en estricto silencio e irregularmente, algn murmullo rasgaba la elipsis. Sin embargo, Mateo, prosegua con estoico herosmo por el sendero que Dios, ahora le sealaba. Las oraciones se avivaron de repente y la difunta fue consagrada a la virgen y los santos de la regin, para que estos guiaran su camino a las alturas. Mas nunca imagin el pequeo llanero!, el torbellino de emociones que probara desarraigarle el alma; en aquel breve instante cuando el cajn descendi a su final morada. Por primera vez en aos se sinti inseguro, desprotegidosolo; y en un arranque se aferr al sarcfago, sintindose vencido, implorando a su madre retornar de aquel cosmos desconocido, Por qu el mundo careca de justicia? Por qu la maldad y la vileza parecan ser recompensadas?, y al contrario la bondad pisoteada sin clemencia, Cmo era posible que su madre muriera y que su vida hubiese estado rodeada tan solo de privaciones y tristezas? Aun en su inocente niez, Mateo, exiga una explicacin de Dios, una que reivindicase sus quejas.
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Pasando dificultades.
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Entretanto doa Carmela, junto a l, enmudeca su aliento, y los dems vecinos; solo atinaba dictar sus mejores rezos, provistos de fe, de la esperanza que alguien sin pecado, se eleva en procura de mejores ministerios. Pero Mateo, solo poda experimentar su enojo, y el anhelo de algo perdido; y la vehemencia, sabia, era insuficiente para lograr el xito en tal tarea de recuperarlo. Deba sufrir y lo hara sin miramientos, se senta infeliz, era ese su derecho; y mientras reflexionaba sobre estos argumentos, castigaba la tierra con sus manos. Y el fondo de su tristeza, se ataviaba del lamento de los presentes, quienes ante tal escena se compadecan al prorrumpir: Pobre nio, pobre MateitoCunto lo am Roco, cuanto la amaba l! Desde entonces jams pudo acertar en su memoria, el final de aquella amarga despedida; como si un fragmento del tiempo hubiese desaparecido. En algn momento se hall de regreso a casa, reconociendo con la mirada nubosa la pradera, las reses, y los alcaravanes17 que parecan guardar la compostura; como tambin algunos pocos que no haban asistido al entierro, y le daban su voz de aliento al verlo pasar acompaado por la ta Carmela. Poco a poco se esfumaba el embotamiento mental, el vaivn de emociones se pausaba, empero, la nueva realidad silbaba como un saltamontes metido dentro de la cabeza; cuyo trinar ensayaba romper las paredes de las sienes, para escapar de all. Seguramente, como se siente la ebriedad despus de varios das de fiesta. Al llegar reconoci el viejo soropo y desestim la invitacin de la anciana de pasar primero por su casa; abrindose paso entre los recuerdos, y nuevamente sus ojos iniciaron a lagrimear desgarrados
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por la fatal prdida. Traspasando el umbral hall tan solo oscuridad, y su mente se atiborr de recuerdos; ah estaba Roco, con su vestido de flores, primero trayndole afectuosamente un plato con cachapas y una taza de caf, pero al instante llevando su mano al pecho, con un dolor punzante que la venca, y luego tendida junto a la mesita. Sobrevena esto como la escena repitindose una vez ms, de repente se sinti profundamente culpable; aun cuando no era su culpa. Sus rodillas se doblaron y cay rendido sobre el piso terroso, todo su cuerpo se estremeca y afuera los arrayanes se vestan de luto. Apoyndose en sus manos se incorpor como pudo, y avanz hacia la sala que sirviera como final refugio a la vida de su madre y en un impulso furioso, tom la mesa de pino romeron y con frenes la lanz a la calle, luego se sent de nuevo en el suelo y la mirada se le perdi entre los verdes pastizales. Al instante vino doa Carmela, corriendo apurada y lo encontr all sentado como un zombi, en medio de la nada; no poda sentirse ms frustrada, carente de ideas que solucionaran tal encrucijada del destino. De todos modos se aproxim al pequeo y se dispuso a su lado, pero por un prolongado instante no le dijo nada. El tambin pareci ignorar su presencia, con la mirada evadida enclavada en la llanura, as permaneci lacnico y lloroso. Hasta que al cabo de un rato, la anciana comprendi que de ella dependa hallar una solucin y expres la nica que podra tener cabida. Mateitovengase para mi casa; all se puede instalar, hay espacio suficiente.
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Ta yo le agradezcodijo girando para observarla y framente espetpero bajo el techo de este soropo, estn todos los recuerdos de mam. Yo prefiero quedarme aqu. La mujer comprendi de inmediato los sentimientos del muchacho, y antes de marcharse indic: S que quiere estar solo mijo, pero cuando lo decida puede tomar mi propuesta; de todos modos yo voy a estar muy pendiente de ustedy diciendo esto ltimo le prodig un abrazo y regres a su casa. Los posteriores das Mateo, no asisti a la escuela; se senta demasiado alterable y vacio por la perdida. No pensaba en Margarita, ni en nadie ms, no tena razones para rer y el llanto de los ojos se le haba secado; los sentimientos se le acumulaban en el alma y necesitaba darse razones para poder seguir. Frente a l se desnudaba ahora, un mundo en el cual tendra que demostrar su valenta para sobrevivir; para sentir que encajaba en este, y la nica razn que lo motivaba era el recuerdo de su madre. A pesar de la inapetencia que senta por todo, procur durante esos das, que la vivienda se mantuviera ordenada; digna como le gustaba a Roco. La mesita de centro regres a su sitio, y el dolor desemboc en la bravura, que requera enfrentarse solo a la vida. Probablemente, dej de ver el mundo con ojos de nio, y entendi que necesitaba coraje para ganarse el sustento. Aunque doa Carmela, don Eli y su hija, tambin vecinos cercanos; estuvieron siempre pendientes de l, convidndole un plato de palmiche18 o capn19, para que no pasara hambre y cruzando con l algunas palabras, que obraran de distraccin a sus reminiscencias.
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Finalmente, termin por aceptar que ah estaba, en su casa y que gracias a Dios, haba tenido la fortuna de emerger del vientre de una santa mujer como Roco; cuya lucha diaria la haba librado, en la conciencia de dar lo mejor a su hijo. Empez a sentir que la humilde vivienda rebosaba de su presencia, aun cuando no fuera fsica; entonces la paz y la claridad encontraron su nimo agitado y este alivio coincidi con una visita inesperada; un medioda que tocaron a la puerta, y al abrir se encontr con el fresco y juvenil rostro de Margarita. Mateo le examin con sorpresa, y sus oscuros adornados por delineadas cejas permanecieron expectantes; hasta que ella empez a hablar. Hola Mateo, de veras lo siento muchodijo y continu con cierto titubeo en la vozapenas nos enteramos, en la escuela nadie sabapor eso no vinimos antes. Pero para el nio, hasta lo ms simple mutaba en una abstracta complejidad, la muerte de su madre era un tema que no quera tratar con nadie, solo recordarla le comprima el corazn, no obstante, ah estaban sus compaeros de colegio, visitndolo en un natural gesto solidario. De modo que con voz ronca los invit a seguir. Haban pasado pocos das, pero su aspecto se desemparejaba en relacin con los otros nios, era como si la vida le hubiera descargado un enorme peso sobre los hombros, y aun se notaba bastante afligido. La tropa estudiantil se adentr en el cuadrado que formaba la pequea casa, estando al interior de esta poda sentirse un profundo silencio. El sonido de las reses, las gaviotas, y los pequeos pajaritos; incluso del propio viento, pareca rehusarse a invadir aquel espacio privado. Mateo, dispuso las sillas del comedor para que sus compaeros, que eran cuatro incluida Margarita, tomaran asiento, y en su mutismo los observaba como si se tratara de
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forasteros que llegaban a su encuentro; luego su mirada distrada tropez con la de la nia y se observaron. Eran dos mundos cada vez ms dismiles que se unan bajo el sino de tal tragedia, entonces Margarita, se aproxim a l y le dedic un clido abrazo, que por un segundo lo disip de su tristeza; al instante aproximando su silla lo tom de las manos y con mirada franca expres: Mateo, eres una gran persona y continu diciendo como si le conociera de toda la vida siempre has sido un luchador, tienes derecho a ser feliz, estoy segura que era el sueo tu mam, y s que mis palabras no aliviaran el dolor que sientes, pero solo quiero decirte que cuentes conmigo para lo que necesites. Con nosotrosdijo enseguida, sealando a sus compaeros. l simplemente la escuch con breve inters y asinti con la cabeza. y Sabes continu ellaluego..., cuando, toda esta amargura que te agobia se empiece a desvanecer, recordaras a la gran mujer que estuvo a tu lado, con alegra, con la satisfaccin de saber cunto la amaste, y como se lo demostraste cada da, y entenders que no es el tiempo que tengamos junto a las personas que queremos, sino la calidad que hay en esos momentos, la sinceridad y el afecto desinteresado. En ese momento la nia se interrumpi, salivando su garganta y luego sonri, como una acreditacin a lo que expresaba en sus palabras, mientras acariciaba las manos del llanero. Esas palabras que solo se pueden expresar desde palpables sentimientos, emergan de los labios de aquella pequea, con admirable sabidura, y Mateo, sinti una extraa impresin como si
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una brisa fresca lo abrazara, como si el entorno entero mutara hacia otro plano y solo estuvieran ellos dos, su indiferencia vari de inmediato, esas palabras eran tan ciertas, que parecan ser un mensaje enviado por Dios! Como una voz de aliento para l. El fervor y la compasin que emanaba de aquella nia, lo hizo evocar de nuevo el regazo de su madre, donde se senta protegido y una inusitada paz, conmovi su soledad y vacio. Y por primera desde el fallecimiento de Roco, logr atravesar aquel laberinto emocional en el que se sumerga, y tomar una bocanada de aire, respirar el cfiro de vida que an conservaba, escalar la montaa de sus lamentos y dar la cara al irrevocable destino. A partir de ese da como un ngel salvador, se inscribi definitivamente Margarita, en el mundo de Mateo. Y compartieron juntos los amaneceres del llano en el patio del colegio, y otras veces en la casa del muchacho; sentados sobre un chinchorro o simplemente, en la frescura natural de la pradera que se extenda ante sus ojos. Hablando de mundos opuestos, de caballos y peones, de los sueos de la gente sin patria y sin contrato social; amparados por la sombra de los arrayanes y el canto del alcaravn, evocando mundos fantsticos que despuntaban en sus almas juveniles. Por otra parte, aun despus de tres aos que haban transcurrido desde la muerte de Roco, el joven llanero segua sintiendo su presencia en cada rincn de la vivienda; en la cocina, en la habitacin, en la pequea sala, en el umbral de la puerta. Era como si cada maana antes de partir al colegio, le prodigara un beso en la frente y las consabidas bendiciones; aunque ahora su infancia luca lejana, y el idealismo de antao, se difuminaba entre los jornales que reciba como pen de medio tiempo, en las fincas aledaas. Pero su propia vala era sostenida por un recio carcter y las manifestaciones de cario de su amiga Margarita, permitindole
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sobrellevar con entereza las pruebas de la vida, ante las cuales otros habran desfallecido. Para esa poca el rumor de sus sentimientos infantiles se haba fortalecido, a sabiendas de la ingente distancia que lo separaba de su amada; y la sombra protectora que se elevaba como una fortaleza sobre ella, puesto que rumores sobre su padre se extendan a lo largo de la llanura; algunos de los cuales bastaban para estremecer las fibras sensibles de la conciencia. Efrain Cajales, padre de Margarita, no era precisamente un hacendado ejemplar, cuando menos eso rumoreaba la gente del pueblo; quienes lo describan como un hombre temperamental, ambicioso, y obsesivo con su familia y la perspicacia discurra tambin sobre el origen de sus negocios. Pero claro, Mateo, prefera adjudicar este carcter a simples habladuras, que son habituales en una regin donde cualquier ancdota se vuelve mito; y se inclinaba a concebir que la nobleza que albergaba el corazn de la nia, no poda deba haber estado expuesta a una influencia semejante, resultara por dems paradjico, al menos eso crea. En el corazn de Mateo, germinaban melodas de amor hacia la hermosa llanera; ya no poda verla con ojos de nio, ya no lo era. Estando a su lado, sea en el colegio o en los atardeceres que compartan juntos, todos esos sentimientos le afloraban, y una contradiccin inquietaba su razonar acaso la joven senta lo mismo? O era simplemente amistad lo que habitaba en ella. De tal suerte que esta duda, le reprima de acertar las palabras adecuadas para expresar sus emociones, causndole frustracin y un constante dilema. Una tarde mientras descendan la escalerilla que daba acceso a los salones de clase, Mateo, se detuvo por un instante acometido por sus sentimientos; sintiendo una sensacin de vaco en las
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entraas y un calor que se le trepaba desde las manos hasta la cabeza. Margarita, esperedijo Qu ocurre? Es quequiero regalarle algoobserv tomndole de las mano, las suyas estaban fras poda sentirlo y la garganta se le sofocaba como si le faltara el aire. Luego liber de su cuello una delgada cadena de plata con un dije engastado en ella, se trataba de la figura hbilmente labrada de un pjaro azul. Es para m?indag la muchacha con un dejo de sorpresa, mientras observaba el bonito obsequio. Claro, quiero que lo tenga; significa mucho para m, porque me lo dio mam Pero, ests seguro? Por supuestoindic, observndola a los ojos, queriendo revelar todo lo que guardaba dentro de su ser; pero segua sin lograr sacarse de encima aquella sensacin de desagradable encogimiento, que senta estando ante ella. En ese momento Margarita, se le acerc liberando el celestial aroma que dejaba escapar su colonia y bes su mejilla, tan cerca de la comisura de sus labios que estos alcanzaron a rozarse. El joven sinti que ascenda por una escalinata hacia el mismo cielo, y qued inmvil, cohibido; percibiendo la frecuencia de sus pulsaciones aceleradas y solo se renov de aquel helamiento, cuando la voz de la joven lo regres de nuevo al mundo de los mortales. Gracias, Mateo, est muy lindo
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De ese modo se adentr el joven llanero con renovada ilusin en el mundo de los sentimientos adultos, a la vez con alivio por la reaccin la bella llanerita; y atenuando su exaltacin se dirigieron a la cafetera, avanzando con pasos lentos. Atrs quedaba la incertidumbre y Mateo, concibi que las palabras sobraran, porque a veces el silencio es la ms honesta declaracin.
CAPTULO CUARTO Se deslizaron a partir de entonces los jvenes, por un mundo de inocentes miradas, suspiros y palpitares; pero el muchacho no era ms que otro intruso, pretendiendo adentrarse en los terrenos prohibidos del hacendado Cajales, furtivamente, paso a paso, sin prever los corolarios de prendarse del ms preciado objeto en aquel oscuro reino de poder. Efran, era factiblemente el hombre ms adinerado de la regin, mas sobre su fortuna se filtraban mltiples entredichos, invasiones, desplazamientos, y si bien, provena de un linaje tradicional en la regin, el vasto incremento de su fortuna, recordaba las prcticas corruptas tan habituales en el pas. Se trataba de un hombre vehemente en sus negocios, era el mayor criador de ganado de los alrededores, y su hacienda era una de las pocas que contaba con tecnificados procesos y modernos equipos de mejoramiento gentico, lo cual en poco tiempo lo haba convertido en uno de los principales distribuidores de carne hacia la capital. Amigo de polticos y banqueros que habitualmente lo visitaban, viva una pomposidad inhabitual para los vecinos de esta bella llanura, aislado de esta realidad, para Mateo, se avecinaba la
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colisin contra este mundo, al que Margarita, perteneca y dentro del cual habitaba con el candor de quien da por sentado su propio entorno, sin hallar anomala en el. Empero, para algunos algo prohibido y nefasto manaba de aquel territorio, como una suerte de hechizo, que las leyendas llaneras, adjudicaban a un pacto entre Cajales y el mismo demonio. De ah que este pudiera retar el peligro a su antojo, como si para l existiera la garanta de que la misma muerte siempre llegara tarde. La refulgencia de la fortuna econmica siempre le sonrea, desde muy joven, cuando haba quedado a cargo de las tierras y negocios de su padre, luego del fallecimiento de este, unos pocos prximos a l, adjudicaban justamente su carcter a las responsabilidades adquiridas desde sus aos lozanos, y restaban merito a las habladuras de los mas supersticiosos, quienes afirmaban que era el mismo diablo quien le haba moldeado el bro. Los llanos orientales se caracterizan por ser una regin principalmente ganadera, y recientemente petrolera, donde tambin pueden hallarse algunos yacimientos mineros de plata, bronce y cobre, justamente este ltimo en el cual la ambicin de Cajales, se haba depositado, acertando una gran posibilidad de acervo y gracias a sus contactos en la capital, logrando pegar primero, si bien, respecto de la reglamentacin y licencias recaan ciertas dudas. Y la paradoja del destino se aferraba con su dichoso capricho, ubicando a Mateo, en este escenario, donde obtena su primer trabajo formal, si as puede llamrsele, puesto que contaba tan solo catorce aos de edad. Una maana ligeramente fra del mes de Mayo, cruz la llanura sobre la cual resplandeca un tmido sol; redimido de sus
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aejas tristezas, con el arrebato de la juventud a cuestas y los sueos de progreso transpirndole por los poros. Su alma ya no estaba desgarrada, en ella habitaba Roco, como un bello recuerdo; y las ideas en su cabeza rondaban el rostro de su linda Margarita. Vivirvivir, era esa la premisa y para alcanzar el xito, saba que tendra que convenir algunos sacrificios; empero, consideraba una buena oportunidad la vacante en la mina de cobre y el jornal ofrecido superaba sin duda, el obtenido en los hatos llaneros. No tena sentido seguir rasgndose las manos, sin lograr sustanciales dividendos. Entonces, el peculio logrado le alcanzara para forjarse un mejor futuro, aun entre golpes y dolores de una labor que le resultaba desconocida; pero que se compensaba con la idea de poder brindar a su amada, la dicha de verlo mejorar como persona, de hacerse digno de ella, liberarse de la escasez y atravesar ese estrecho camino hacia iluminados horizontes. Una sempiterna ilusin albergaban sus pensamientos, al cruzar el sendero que se dibujaba en la verde llanura; franqueando el umbral selvtico que se eriga, protegiendo el caudaloso hilo de plata que guardaba del otro extremo, un mundo nuevo de tierras rojizas; al cual accedi atarantao20, sin aprensin de los rumores que el viento silbaba en aquel desconocido paisaje. Cuando el sol inici a clarear y la gravosa bruma descot el ail celeste, se encontr del otro extremo del rio; donde el reflejo luminiscente acentuaba sobre el suelo, las huellas de las pisadas y las heridas en la tierra, causadas por el peso de la maquinaria. Era sin duda, como estar en otro mundo; atrs quedaba el verdor de la llanura, mientras el joven llanero atisbaba con ojos expectantes, la fila de obreros; algunos de ellos colmados de mocedad como l,
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Asustado, balbuceante
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otros sexagenarios, pero todos ellos avanzando con mirada inexpresiva, perfilando su huella en el fracturado suelo. Una vez llegado, su nimo se extravi al segundo; su mente se silenci, las venturas de la llanura eran una batalla ganada. Pero en aquel territorio era un extranjero, en medio de un dominio muerto; donde las personas emergan como races secas, no obstante, con el nimo empuado continu avanzando. Acert que se avecinaba en la nulidad del estado, en su inoperancia; en tierras estriles de justicia. Sobre aquel terreno manaba lo prohibido, lo ilegtimo; respecto de eso rumiaban sus conjeturas. Habra preferido escapar, atravesar el ri y retornar a la verde llanura; sin embargo, saba que no lo hara, no poda huir, necesitaba el trabajo, y aun cuando su conciencia le retumbara en la sienes, era demasiado tarde para elegir otro camino. Un capataz se alleg a l, anunciado su presencia con un leve tosido, y ante la cara de acontecido y el mutismo del muchacho espet: Pngase este casco joven y vaya donde el ingeniero mientras le sealaba con el dedo ndice, en direccin de una improvisada oficina erigida de tablas y laminillas, apostada a orillas de la tambin repentizada carretera. Mientras avanzaba Mateo, se qued mirando los rostros de los mineros protegidos pos sus cascos amarillos, que reflejaban la luminiscencia del sol, y en el semblante tostado por su centelleo, se dibujaba una mirada cargada de relmpagos de ausencia. Cansados y disonantes cruzaban junto a l con la aspereza de la tierra y el calor divulgada en la piel. Sofocados, desinflados, sin el nimo embriagador de quien disfruta su labor; con todo, prosigui con el
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nimo palpitante y una ola de pensamientos revolvindosele en la cabeza. Le resultara imposible permanecer all, pens por un instante, pero aceler el paso y se visti de entereza, mientras sacuda el polvo de sus zapatos, para ingresar a la oficina en frente de cuya puerta se encontraba. Pareca un mal sueo, pero no lo era; observ la puerta de la cual colgaba un aviso oxidado de precaucin, empuj la lmina que la formaba y se adentr para encontrarse con una joven mujer, sentada en un pequeo escritorio de madera; avanz un par de pasos y salud. La mujer detuvo lo que haca mirndole de soslayo, empero, no dijo nada. Entonces Mateo, se alleg a ella y farfull de nuevo un escueto <buen da>, luego se apur en revelar la razn de su presencia ah: Seorita es queyo vengo por lo del puesto de minero Sinteseinvit ella levantando sus manos y unindolas en la barbilla, para mirarlo fijamente. La mujer despus de examinarlo por unos segundos, indag: Veamos, tengo la certeza de que usted no alcanza la mayora de edad, pero tiene autorizacin de sus padres para trabajar? Al joven llanero le pareci impropia la pregunta, mxime ante la evidencia que otros tan jvenes como l, ya haban sido contratados, sin embargo, respondi la cuestin. Seorita, mi mam muri hace cuatro aos y a mi pap no lo conoc. Bueno, imagino que no tendr experienciaprosigui ella.
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Le digo la verda, he trabajado como jornalero en los hatos de la regin; pero de las minas no conozco nada, pero eso s, aprendo rpido y a toro bravo lo agarro por los cachos. Ella le mir con titubeo; luego revolvi el escritorio en busca de un documento, nuevamente elev la mirada y extendi la forma hacia l. Sabe leer y escribir?indag. Si seoritasi s. Bien, llene este documento con su informacin personal y continupor lo pronto ser vinculado a prueba durante un mes, y dependiendo de su desempeo, lo dejamos fijo. Gracias, muchsimas gracias, seorita El joven rellen la informacin solicitada, tom el papel y lo devolvi a la mujer, quien lo guard en un cajn. Ahora dirjase donde el capatazagregl le indicar sus funciones. Graciasdijo Mateo, levantndose de la silla. Era tarde para tomar a mal su decisin, y tampoco era el primero ni el ultimo; ya se acostumbrara, concluy mientras abandonaba la improvisada oficina. Luego acariciado por el intenso calor que floreca, se detuvo frente al capataz; el cual sin artificios le revel las polticas del lugar. Mltiples recomendaciones sin subterfugio, que le hicieron entender que sobre esas tierras, gobernaba una ley del silencio; mas excepcional an se revelaba, en una actividad peligrosa como esa, que su falta de experiencia venia irrelevante. Ejecutara las rdenes impartidas y tendra que aprender en el proceso.
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El joven permaneci atento a las indicaciones, mientras su indecisin meditaba pro y contras de aquella decisin y adverta a poca distancia la incivil mirada de los hombres de seguridad, fuertemente armados; quienes prestos salvaguardaban la propiedad de Cajales, y no dudaran en imponer su ley, bien se tratara de un maleante o un minero queriendo pasar por listo. Al margen de un tablado, donde se llevaba a cabo la conversacin; el capataz extrajo de una cajetilla en su bolsillo, un cigarro y lo encendi sin el menor miramiento, de que el humo transitara por el viento directamente hacia al rostro del muchacho y apoyndole una mano sobre el hombro, con la otra seal en direccin al poniente y dictamin: Ese que esta all, es Dumar, el lleva poco tiempo en la mina; pero ya conoce el oficio. Dgale que yo lo mand paque le explique las tareas y est muy atento a lo que l hace. Desde entonces con empeo y paciencia, soport Mateo, humillaciones y riesgos; en una labor que adems de aventurada, en aquel yacimiento se aplicaba evidentemente, sin la experticia adecuada. Los trabajos parecan ejercidos por carpinteros, ejerciendo de mdicos; los ms jvenes como Mateo, se maduraban a fuerza de golpes, mientras se abran paso entre las pequeas grietas de la roca o escudriaban el metal en el suelo de las minas a tajo abierto. A veces la piedra se les clavaba en el lomo, la clavcula, la cabeza o en los brazos; el metal rasgaba la piel y resultaban cotidianos los pequeos accidentes y en el peor de los casos alguna fractura. El tapn de la realidad se disparaba con potencia, liberando el contenido de una realidad abrumadora, pero ineludible; el jornal apenas si sustentaba los gastos alimenticios. Mas las opciones
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laborares, incluso en los hatos y dada la crisis que afectaba cada rincn del pas, apenas si existan. De tal suerte, que con el dolor en las costillas, y la ansiedad cabalgando a lomo de burro; el joven llanero y sus compaeros consentan resignados, la carga que conlleva el progreso enarbolado en la codicia de terratenientes y empresarios. Y aquel sueo sensitivo que despertaba la verde llanura, se aislaba partido por el cauce del rio, como una puerta que se abra para luego cerrarse, a las espaldas de quienes pisaban aquella tierra rojiza; ataviada sin ms, por gigantescas maquinas de extraccin, guardas armados y obreros sudorosos y agotados. Era claro para algunos, que se trataba de dos mundos inversos. Empero, Mateo, se resista a desfallecer con todo y la antipata que generaba su labor. Llegaba con el nimo hecho migajas, cada noche a su soropo y se desplomaba sobre el chinchorro. Y en la noche su cabeza se inundaba de llamativas quimeras, como una mscara adornando sus certezas; y dentro de ellas siempre se inclua Margarita, emergida como un albor que iluminaba su sendero y su lucha. Tan solo estos placidos sueos y las exiguas horas que consegua compartir con ella, le sostenan el aliento; generndole un efecto de alivio, que lo reprima de abandonar la labor del socavn; para marcharse en procura de otros sueos. Por eso confiaba en la mano de Dios, como su gua; sin detenerse a pensar en lo que podra ser. Dando un vistazo a la bienaventuranza que implicaba, el hecho de que una mujer como Margarita, se hubiera fijado en l y en esto adivinaba una seal de divina fortuna. Sobrevena como blsamo renovador, cada instante que pasaba junto a ella, jugueteando inocentemente como dos chiquillos; arrebatando una sonrisa a la escrupulosidad de los
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adultos. As se abran paso entre los pastizales lejos de las suspicacias de Efrain Cajales. Minutos en los cuales la nia se glorificaba de su naturaleza llanera, dejando de lado los lujos, las joyas olvidadas en el fondo de un cajn; renunciando a ser la flor del llano, de aquel hombre egosta cuyo nico afn era proteger su enorme imperio; su reino de abusos. Vistazo que apenas iniciaba a develarse para la jovencita. Y la vida ms all de la custodiada hacienda, se revelaba como un paraso simple y natural en el cual habitaba el hombre por quien su corazn palpitaba, su anhelado Mateo. Pero en la mina la vida era otro asunto, una labor que a veces pareca en balde. El joven llanero era solo un mozuelo jugando a ser minero, abrindose paso entre las agostas aberturas de la tierra, para acertar en la roca la tonalidad carmn que delatara el preciado metal; para as lograr un poco de aire en la superficie, llevando consigo dos o tres piedras para el proceso de chancado21. De todos modos el tiempo fue esfumando tanto el miedo como la sensacin de aventura; la labor se haca cotidiana y un ruidoso timbre rememoraba las pocas ahora lejanas del colegio, cuando llegaba la hora del almuerzo y justamente uno de esos mediodas; haba florecido su amistad con Dumar, otro joven obrero unos pocos meses mayor que l. Arreglo de estima mutua, que estuvo a punto de verse truncado, la primera vez que se vieron y aquel en tono burln le expresara: Upa joven! Usted est muy garrancho22 para trabajar en la mina, vaya donde su am a que le prepare un caldito de cachama.
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Y ante la respuesta de Mateo, a quien el comentario le haba sacado de casillas, y liberndose de cualquier cortesa haba azuzado a su compaero, para que jams volviera a mencionar el nombre de su santa madre fallecida; a partir de entonces Dumar, ahora su amigo, le recordaba siempre aquella ancdota y al evocarla ambos rean, en la liberacin que la amistad y el recuerdo generan; por supuesto, tambin sobre el respeto a la memoria de aquella buena mujer. Una tarde en que las manos emergan vacas de la mina, la sorpresa cerr de golpe el pavor sobre los jvenes amigos, cuando Dumar, persistente en su bsqueda de las piedras cobrizas, firmara un acuerdo con la adversidad; en la cual estuvo a punto de quedar atrapado, al perder el control y no bastarle la destreza, para terminar atrapado en uno de los tajos. Un par de das antes haba llovido profusamente y la tierra continuaba resbalosa y pegadiza, por lo cual adentrarse en los profundo de aquellos socavones, resultaba imprudente. Empero, Dumar, haba obviado dicho juicio y bast descargar su peso contra la hendidura en la roca, para que esta liberara grandes pedruscos que le dejaron apisonadas sus extremidades; de inmediato Mateo, y otros compaeros que presenciaron el incidente corrieron a socorrerle, pero su falta de destreza en estas actividades de socorro, dificultaba sobremanera la labor; adems por el estado glutinoso de la tierra, los rescatistas resbalaban. No obstante, apoyndose unos a otros y tras varias horas de contener la respiracin y doblarse sobre la sajadura del suelo, casi que a labor de mano limpia, lograron liberar al magullado minero; quien con agotamiento y para su fortuna, solo con heridas superficiales se desplom sobre el suelo, casi sin aire; con el semblante irreconocible engomado de tierra, entonces le dejaron tomar una bocanada de aire durante algunos minutos.
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Luego Mateo, se aproxim a l llamndole por su apodo, al cual se haba hecho merecedor por su contextura, y verific su estado. Padrote23, hermano Qu paso? Como se va a arriesgar de esa manera. Y este con su habitual humor y evidenciando que el asunto, no trascenda de un tremendo susto respondi, con un dejo de dolor y una sonrisa: Nada, que me distraje viendo las garzas.
CAPTULO QUINTO Haban tropezado en el tiempo que llevaban jornaleando para don Efran, mltiples vicisitudes; como la de aquel da del incidente de Dumar. Ya que Cajales, no gustaba de personas ajenas a capataces y mineros, en los alrededores de la mina, por lo cual, aun sin el adiestramiento adecuado; ellos mismos deban ingenirselas para salvar estos obstculos. Incluso circulaba el rumor, entre los obreros ms antiguos, sobre la muerte un par de aos antes, de uno de sus compaeros; a quien un acuerdo de silencio haba dado por desaparecido. Aunque en el tiempo que llevaba Mateo, en dicha labor, solo haba presenciado eventos menores. Lo que si le mortificaba era, que a medida que el tiempo transcurra, y otros jvenes como l engrosaban las filas de aquella ilegtima labor; no se revelaba una mejora de sus condiciones econmicas. De hecho a pesar del ingente esfuerzo, sus manos
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permanecan vacas, haba perdido peso, y la mitad de su tiempo lo dedicaba a estar en esos terrenos cetrinos. La campana que anunciaba la hora del almuerzo repiqueteaba y como zombis, avanzaban en procura de una ubicacin para tomar el tentempi; que apenas si alcanzaban a deglutir con la garganta inflamada por la inhalacin de serrn, la tos y los malestares que constantemente aquejaban a los ms novicios. Con todo, se las arreglaban para elevar una plegaria al cielo y agradecer por estar ocupados, a diferencia de otros jvenes de la regin a quienes les tocaba parir morocho24; pues en los hatos ganaderos, la tecnificacin hacia cada vez mas innecesaria la mano de obra de los jornaleros. Pasado el medioda se retomaba el esfuerzo, despuntaban algunas explosiones, el paisaje se matizaba de aridez, zanjas, caminos; pesados vehculos, arroyos y quebradas desviadas de su cauce; y se ocultaba la sonrisa antes de adentrarse nuevamente en el socavn. No haba das buenos ni sosegados, la hermosura de la llanura, los anhelos, las historias de amor, y de valientes llaneros a lomo de caballo; se imprecisaban entre el tosco e imperfecto tajo que lastimaba la tierra y los sueos. Entretanto, Mateo, evocaba los das de colegio dejados atrs; y en el aula de clases Margarita, ansiaba reencontrarse con su amado llanero. Entonces, la ansiedad se les atragantaba en el temor y la angustia de no poder estar juntos, ni objetar el destino que para ellos delineaba, aquel demonio llamado Efrain Cajales; cuya copa de poder se desbordaba por el canto, coronando de fiesta sus acciones horrendas, su abuso contra todos, la terquedad de su infausto poder; el amancebamiento con los corruptos de la regin. Bastaba una orden emitida de sus labios, para que el temor desplazara campesinos trabajadores de sus
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tierras, y el pudiera hundir sus garras sobre ellas; y de sus confusas fantasas de poder provena el ultraje, la sentencia decisiva, la visin de un llano a su merced. Los delitos pos supuesto, le eran condescendidos por las autoridades locales, el alcalde, el jefe de polica; y al final el horroroso designio recaa sobre la comunidad. Pero quiz sus obsesiones terminaran por liquidarle algn da, sin embargo, mientras eso ocurra; el fuego de sus celos paternos se encenda como una llamarada, a medida que su flor del llano, como llamaba a su hija, se haca mujer. Y este fervor poda sentirse ms all del suelo de sus heredades. Arraigado en sus convicciones de padre protector, ahora viajaba muy poco a la capital, como era su hbito. Gracias a eso, poda vrsele con mayor frecuencia inspeccionando sus negocios entre ellos la mina de cobre. A la cual arrib una maana para reunirse con el ingeniero encargado, quien era uno de sus hombres de confianza; un sujeto desarraigado de toda moral, a quien seguramente el crimen y el abuso no le quitaban el sueo y quien diriga con mano de hierro aquellos socavones. Ver a Cajales, resultaba intimidante para los obreros; su colosal aspecto, sus manos enormes, su sombra extendindose sobre la tierra pintada de fuego; los rumores de crmenes que se cernan sobre su imagen, que mutaba en leyenda. Sus maneras eran las un hombre prepotente, arraigado en su conviccin de ser el verdadero poder en la llanura; conduca su propio coche, una enorme camioneta negra, y vesta siempre sombrero, gruesas cadenas, botas y camisa de manga larga e iba precedido a todo lugar por sus escoltas. Este hombre obligaba a su paso la inevitable mirada de los curiosos; y los rumores de pactos malignos, de perversos ardides para alcanzar sus objetivos. Pero de qu hombre audaz en los negocios no se elevan fumarolas de recelos? Y claro
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estaba que Cajales, no era ningn aprendiz en los negocios; la experiencia le vena de su padre, y si que le haba valido para formar un carcter. Margarita, por su parte, a medida que reconoca en Efran, el verdadero perfil y disenta de este; insista a Mateo, tomar distancia de aquellos oficios, por dems riesgosos, y de los dictmenes perversos que implicaban. Entendiendo que aquel noble muchacho, nada tena en comn con las actividades de Cajales, y que no era ms que un humilde pero digno llanero, que formaba parte de aquel enjambre de inocentes que Efran, iba arrastrando a su paso, sin el menor miramiento. Aun as, con el amedrentamiento de la necesidad, Mateo, ensayaba elucidar las razones que le empujaban a tal decisin, y si, aunque fuesen perversas decisiones de un destino inexpugnable; el no senta aprehensin ni temor, ni se refugiaba en excusas como muchos otros, Para qu? Por qu que hacerlo? Por qu mentirse a s mismo?, tal vez, en otro tiempo las cosas estaran mejor. Pero por ahora, sin oportunidades reales en los hatos ganaderos, y mucho menos en las petroleras; la nica luz que se revelaba, era la propia oscuridad de la sombra de Cajales, el padre de su amada llanerita. Esta conviccin le vali a Mateo, entre gritos y sustos, acompaados por heridas y cansancio; dejar notar la grafa de su talento, cultivndose audazmente en los procesos de extraccin del metal, y ms tarde en la conduccin de las gigantescas maquinas, que como colosales palas ayudaban a desencajar la roca de su vientre natural. Inclinado claramente hacia esta labor, y con una intrepidez innata para el manejo de bestias, pas de ser aquel muchacho garrancho y tmido; a uno de los peones ms
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sobresalientes, a quien se le encomendaba todo tipo de complejas labores, disimiles a las que tenan sus compaeros. Mateo, empez a advertir que su destino se enderezaba, su vala fue reconocida y su peculio mejor en la misma medida; se senta orgulloso de lo que haba logrado y adverta cercana la posibilidad de ser merecedor de su linda Margarita. La vida pareca sonrerle, y contemplaba con silencioso aprecio, el momento adecuado para presentarse ante Cajales, y revelarle las intenciones que tenia con su hija. Ya no era un desarraigado, ahora consideraba l, tena una posicin superior en los procesos de la mina, y cuando se presentara ante el gran terrateniente, este seguramente, reconocera la intencin suprema de sus buenas intenciones que ingenuo estaba siendo nuestro valiente llanero! Quien advirti el verdadero talante de quien pretenda su suegro, una tarde de Domingo, en el bar llamado la Palma, donde departa con su amigo Dumar. Y al cual ingres como siempre altivo y orgulloso, acompaado por sus hombres, Efran Cajales; al reconocerlo extraamente algunos de los presentes enmudecieron, Cajales mantuvo la cabeza erguida inspeccionando el lugar, y su mirada denotaba un dejo de desprecio hacia los dems; como si de un miembro de la realeza se tratara, pero tampoco un llanero por humilde que sea su origen, se doblega ante nadie, incluso si ese alguien exhibe su poder y sus armas. Por eso quienes estaban en el bar luego de mirar de soslayo a los recin llegados, continu cada quien sus asuntos. Una vez que Efran, y sus custodios estuvieron acomodados en sus butacas; uno de estos llam con un gesto de la mano a doa Plenia, la propietaria del establecimiento, quien se encontraba de manos ocupadas entregando las vueltas a un cliente que se marchaba y que una vez estuvo libre, se aproxim a Cajales,
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el cual rodeado como discutible arcngel, por su coro de querubines, murmur algn asunto a su odo. De inmediato la seora gir, repasando con la mirada las pocas mesas ocupadas; incluida la de Dumar y Mateo, evidenciando una risita nerviosa y de a poco se fue congregando en cada una de estas; ensayando una disculpa que sorteara la molestia, de tener que invitar a sus comensales a dejar la cantina, por una expresa solicitud que se satirizaba en la vanagloria y silencioso desprecio de Efran. Por supuesto, una cosa era no prestar mayor atencin, al ver aquel poderoso terrateniente y otra bastante opuesta hacerle frente. Que mas daba, un aguardiente menos! Que se condenara solo Cajales! Pues, por ahora no tena jueces en aquel pueblo, aunque a muchos la sangre les ardiera de acbar. Doblegados los presentes resintieron dejar el establecimiento, y solo una mesa a la cual doa Plenia, no se haba aproximado, permaneci ocupada; era la de Duber, un joven con nfulas de yuppie, hijo de otro terrateniente de la regin; eventual aliado comercial de Efran. Joven del cual Mateo, por propia boca de Margarita, se haba enterado le pretenda amorosamente de una poca a la fecha. El joven llanero y su amigo, al igual que otros curiosos; permanecieron frente al bar la Palma, fisgoneando la inusitada escena. Oteando entre el espacio que separaba las vigas de madera, que formaban las paredes del establecimiento. A menudo los hombres como Cajales, disfrutaban de su encumbrado estatus, disfrutando de bares y cantinas para ellos solos y quienes custodiaban su integridad; como si fueran aguas benditas, que no pueden ser tocadas por aquellas que corren libres por los riachuelos. Pero al instante cuando la bebida surta su efecto, y la msica de arpas y cuatros retumbaba de nuevo; la
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oscura estratagema perda su razn y regresaba la concurrencia, con la sombra de los usurpadores a sus espaldas, quienes dimitan del tono jaranero del llanero, para retornar a sus propios espacios: sus heredades lujosas y sus botellas de whisky. Pero esa tarde de Domingo, algo diferente revoloteaba en el aire, de pronto, casi sin darse cuenta uno de los escoltas estuvo parado frente al umbral de la mesa de Duber; quien levant la mirada para observar al visitante, con el efecto del aguardiente llanero embromndole los sentidos. Entretanto, Cajales y los dems permanecan en sus puestos, y el interior de la cantina arrastraba hasta los mirones la escena que se suceda adentro. El algn momento el esbirro de Efran, tom por el brazo al joven convidndolo a incorporarse: Camine que el patrn quiere hablarle! Y Este en medio de la trabazn de ideas que le generaba la bebida, accedi de buena gana avanzar tras de aquel, hacia una silla dispuesta junto a Cajales. Bueno, ah estaba Mateo, como testigo primigenio de la relacin entre su conjeturado suegro y aquel joven. Claro, que sobre Margarita, no encerraba duda respecto de sus sentimientos hacia l Gracias a Dios! Y estaba seguro de ello, a pesar de la inocencia de las caricias; fundado en las emociones que dejaban entrever un sentimiento duradero. Empero, lo nico de lo que tena conciencia en aquel instante, era que all, en la forma como se relacionaran aquellos dos hombres; podra encontrar un obstculo para el refugio de paz y amor que haba construido junto a su bella llanerita y un suspiro se le enclavaba en el pecho, evocando el bello rostro de su amada.
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La atmosfera tensa que se estaba generando, tras las empinadas vigas de madera que sostenan el techo, empujaban a Mateo, hacia un mundo de especulaciones, sobre el carcter de aquel guardin suspicaz; que eriga sobre su flor del llano, un muro ms alto de aquel que edificaban aquellos listones que su mirada tentaba. Ancdotas que se dilataban en la atmosfera calurosa de la tarde, cuentos que hablaban sobre jvenes admiradores de la nia, espantados a tiros; tan solo por preguntar por ella, e intentar contravenir la severidad de un padre todopoderoso. Es fcil extraviarse en las emociones, pero a veces equivale a ponerle la mano en la boca a una babilla. La compasin no era una cualidad de aquel padre, no se trataba de entregar su nia a los mejores postores; no caba riqueza, ni buenas intenciones, ni ideales o sueos para quien quisiera desafiarlo, no le dejara su flor del llano a nadie. Ese da lo entendi Mate, por primera vez, cuando aquello que crey un gesto de aprobacin de su jefe, hacia el hijo de un aliado; termin con el muchacho atravesando la extensin del bar hacia la calle, conducido a empellones por los hombres de Cajales, y los presentes llegaron a temer por la vida de Duber; quien penosamente cay al suelo, vctima de los estrujones y el ter alcohlico que invada su cuerpo. Una de sus manos sangraba, y el pantaln estaba un tanto arruinado; al tiempo que pareca agobiarlo un dolor en la rodilla, tal vez producto de la cada, adems de un leve moretn en el ojo izquierdo. Seguramente, no tena miedo, estaba semiinconsciente; apenas si lograba ganar aliento para intentar incorporarse, y las palabras de Efran, quien haba salido para confrontarle, eran realmente speras. Se blandieron incluso algunas armas de fuego, pero ese da no morira nadie; era solo una
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reprimenda, un mensaje a los dems jvenes del pueblo, incluido Mateo. En algn momento igual que inici termin todo aquello, y el joven llanero qued pensativo junto a su amigo; reconociendo la muda cerrazn que se cerna sobre sus sentimientos, y advirti que aquello que pensaba, distaba significativamente de la realidad que se dilataba ante sus ojos. El escenario de la realidad descolg su teln Cules eran sus posibilidades? Qu pasara si su jefe se enteraba de sus pretensiones? All no haba jardines de rosas para los jvenes enamorados, aun su tenue ebriedad lo declaraba. Pero el inocente persista en atravesar el puente de sus emociones, hacia la direccin opuesta; hallando una tenue luz de esperanza, que enunciaba que el amor obra milagros. Superado el incidente de aquel da, sobrevinieron para el joven llanero das mejores; en los que ondearon nuevas oportunidades laborales para l, dada su incuestionable habilidad con las bestias. De modo que no tard en alternar las labores de la mina, con algunas actividades conexas al arreo y domesticacin de alazanes en los hatos; actividad que le inundaba el alma de regocijo, restituyndolo a su estado natural, a las verdes praderas baadas por el sol, los alcaravanes y las gaviotas revoloteando libres en el horizonte; tan libres como anhelaba serian un da Margarita y l. No andara veraneando25, se repeta a s mismo; si quera lograr sus metas y derrocar la sensacin amenazadora de Cajales, sobre sus sentimientos. Sin embargo, prefera evitar por ahora una confrontacin con este, en la conviccin de no precisar a su llanerita, el tener que atravesar un camino de aflicciones y remordimientos. Algn da la hara feliz, pero aquel mundo
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Sin trabajo.
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esplendido que imaginaba, deba construirlo sobre el respeto, por los valores familiares de aquel ngel que amaba. Con estos pensamientos hua de sus inexorables reparos, mientras recorra a lomo de caballo, con los sentimientos creciendo como espuma de rio embravecido, la imponente llanura; donde muy alto se elevaba el sol vigoroso, cruzando quebradas y pastos, en busca de su soropo. Entonces, las almas de los jvenes podran entrelazarse de nuevo y reunirse como la semana pasada, bajo el cobijo de los arrayanes, y tomados de la mano celebrar las pascuas del amor; all mismo donde aos antes se erigiera un castillo de emociones puras y simples. Donde la evocacin traa consigo, las huellas de un pasado adornado por la mirada tierna y afectuosa de su madre; y ahora como un reflejo en el agua, la ternura de su linda Margarita. Quien tena la capacidad de cristianizarlo, en un hombre capaz de lograrlo todo; un valiente llanero dispuesto a desafiar la autoridad de Efrain Cajales, para decirle de frente que amaba a su hija, y todo absolutamente todo, lucia diferente estando con ella. Para la jovencita tampoco resultaba arduo, dejarse llevar por sus sentimientos; escapar de la custodia de la madre, y olvidarse del miedo que le generaba la dominacin de Cajales. Desde que haba visto a Mateo, ese primer da en la escuela, algo en ella haba cambiado; y el rio, la llanura, las aves y el cielo resplandecan con un matiz diferente. La felicidad se acertaba en aquel espacio simple, nada volvera a ser como antes. El escape de la hacienda, claro, no era espinoso cuando Efrain, estaba inmerso en sus ocupaciones y la jovencita quedaba a cargo de doa Pura, su madre; quien obraba las veces de un adorno ms de la casa, sin autoridad alguna, sometida bajo el violento carcter de su esposo; alejada hace mucho del sendero de la vitalidad. Una mujer que viva entre el revuelo de enfermedades probablemente imaginarias,
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dispersa en sus angustias, tomando agua de limonaria26, para una afeccin del corazn nunca diagnosticada; pero la cual poda tener aserto, porque la falta de amor tambin enferma. Y el sendero de su vida junto a Cajales, haba sido una camino demasiado empinado, sin opciones de mejora; por eso la enfermedad le vena como alivio, para evitar quitarse la vida, y sustentarse en el designio de asistir una hija, a la que no saba cmo cuidar y a quien esperaba cada tarde, sentada en una silla mecedora; tan solo para evitar cruzar palabras con ella y aliviarse el alma, sabiendo que regresaba. Esta disfuncional relacin y el precario afecto que reciba de su padre; quien consideraba que lujos y poder eran suficiente razones de devocin. Hacan sentir a Margarita, dejada de lado y la impulsaban en direccin de aquel viejo soropo, que mutaba en su palacio de princesa donde pasear feliz, entre pastizales y arbustos, entusiasmada en las aguas del verdadero amor. Pobre nia rodeada de intiles riquezas! Cuantas cosas habra dejado de lado, por encontrar cada da el rostro sonriente de un padre bondadoso. As pues, retornaba con nimo apremiantemente Margarita, salvando la gradilla del colegio, y cruzando la llanura en procura de la cita con su dilecto enamorado; en su corazn jams anocheca, a pesar de los obstculos, del calor que arda en la explanada, o de la distancia que los separaba; el alma le susurraba su nombre y solo el mimarse entre sus abrazo aplacaba su fatiga. Esa era Margarita, la flor del llano, una joven que corra en procura de un amor prohibido, aun sabiendo que nada podra ser peor que desobedecer a su padre, que jugarle una perfidia a sus espaldas. Por eso calculaba con diligencia su escape semanal, tan solo cuando tena
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la certeza de que Cajales, no estara; para luego regresar a casa, excedida en un par de horas de colegio, con la certeza que nadie preguntara donde andaba y si por alguna portentosa razn doa Pura, saliera de su ensimismamiento; bastara con una simple evasiva. De ese modo logr mantener su relacin en reserva, mas el abreviado cerrojo de su secreto se rompi una tarde Como era habitual la joven dej el colegio y precis sus sentidos en la cita de ese da, al llegar y luego de saludarse; Mateo y ella se sentaron sobre la fresca hierba, bajo el cobijo del enorme arrayan que hicieran suyo. El joven estaba exhausto por sus exigentes deberes en la mina y los hatos, y ella instintivamente lo abrig sobre su regazo; mientras jugueteaban entrelazando sus dedos y comentando los pormenores de su da, y el joven se deleitaba en las formas de aquel bello rostro, de sus ojos y sus labios, entonces record un verso que aquel amor le inspirara y lo recit para ella: Pastizales, ros y coplas entrelazan mi pensamiento, mientras yo recorro el llano, a caballo y sin armadura. Como no s escribir cantares, mi verso y mi poesa son sus dos ojos bellos, que engalanan la llanura. En el llano no me pierdo lo conozco como mi vida, pero sus labios mi nia
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son un universo nuevo; en el que puedo perderme. Sin temor de entregarle lo que guardo aqu en el pecho, un corazn que cuando la ve Ah mismito me suspira. Gracias, que buen trovador! sonri ella halagada, con su rostro ruborizado, y al instante indago: Mateo, no tienes miedo de lo que pueda ocurrir? De lo que pase si pap se entera? A veces s, mi nia respondi lpero ese temor siempre se me quita cuando la veo, y entonces la vida parece mejor, ms agradable. Y sea lo que sea que tenga que pasar, pues bienvenido, porque al amor cuando es verdadero, no se le debe dejar hurfano. Es curiosoobserv ellatodava recuerdo cuando nos conocimos en la escuela, y mranos ahora aqu lo habras credo en ese momento? Crame que en muchas ocasiones lo dud mi nia, y cre que no haba lugar en su corazn para mi, y que tendra que verla como una mujer prohibida. Sabes algo? En el fondo siento que somos muy parecidos dijo ellacomo si toda esta belleza que nos rodea, nos conectara de algn modo y realmente, disfruto de los momentos que paso a tu lado y de cmo somos cuando estamos juntos. En ese momento el sol dej escapar un hilo de luz, que los alumbr como una celebracin del astro rey por la virtud del amor;
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un fulgor tan exclusivo que incluso los sorprendi. El joven levant su cabeza y observ hacia el cielo, para luego girar y mirarla a ella; Margarita, sonri, y Mate, la tom en sus brazos, para fundirse luego en un abrazo silencioso; sin reflexiones, ni contingencias. Sus rostros se acercaron lentamente y la vida se ilumin en un inesperado beso, el primero de estos jvenes amantes, y todo su ser se conmovi con aquella sensacin novedosa. Pero empezaba a hacerse tarde y era hora de que Margarita, regresara a su heredad; sin sospechar que ocanos de dolor le esperaban en la hacienda Cajales, y que la vida pizca de regocijo que le indemnizaba sus soledades, se perdera entre las melancolas de una realidad nada admirable. Guindada al cuello de su valiente llanero, se embriag de emociones en un beso de despedida, descargando suavemente los labios sobre los suyos, entre las aoranzas del prximo reencuentro. Sin embargo, a poca distancia un oteador inesperado reconoci su silueta, y se enderez desde su posicin para corroborar lo que sus ojos sorprendidos revelaban; y es que el azar haba ubicado a uno de los hombres de Efran, justo en el camino de los muchachos, y mientras ella retornaba a su obligado refugio; no cruzaba por su mente sospecha de que alguien, observaba sus finas formas cruzando la llanura. Ningn temor embargaba sus pensamientos, o la dulce reminiscencia de su primer beso, solo la afliga alejarse de su amado. Entretanto, el pen de Cajales, permaneci sentado en la camioneta, con la cabeza apoyada contra la ventana; amparado por unos matorrales. Atisbando con la mirada, la figura inocente de cabellos al viento, que avanzaba sin aprehensin ninguna, en la
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soledad de la tarde; acariciada por la suave brizna, y guiada por el vuelo de las corocoras. Regres la joven al interior del colegio, trasponiendo el amplio portal; fingiendo como siempre alguna distraccin en los deberes acadmicos, sin sospecha de su cada. La frescura de la plazoleta la acogi por un instante y hasta ese momento calculaba que la fortuna, haba entrado de la mano con ella; puesto que la camioneta y el conductor de la hacienda que cada medioda le esperaba, parecan no estar cerca. Dispuesta para aquel nuevo triunfo avanz en silencio, pero con una sonrisa iluminndole el rostro; atraves luego el bulloso pasillo pleno de estudiantes, que anteceda la salida, descendi la breve escalinata que daba paso al oasis adoquinado del vergel y finalmente franque el amplio portn hacia el exterior; para aguardar el arribo del pen de su padre, quien probablemente sin ella saberlo era su impensado alcahuete, pues Quin le esperara aproximadas dos horas? sin cuestionar siquiera su tardanza y en efecto al salir all aguardaba la camioneta roja de vidrios ahumados; el conductor descendi para saludar y abrir la puerta del vehculo, la nia transit el camino y coron el empinado escaln para instalarse en su asiento. Cuntas veces haba repetido el mismo engao, pens riendo!
CAPTULO SEXTO Ya en casa y luego de saludar a doa Pura, se dirigi campante y serena a su habitacin, para descargar su morral y mimarse con una fra ducha. Al instante la criada se acerc a su
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puerta, para anunciar que el almuerzo estaba servido, y hasta ese momento nada dejaba entrever lo que a continuacin sobrevendra. Estaba sentada en su cama, cuando escuch el golpetear enrgico de pasos que se aproximaban; y all justo bajo el quicio de la puerta apareci la figura de su padre. Buena tarde Margaritasalud secamente. Lo conoca bastante bien y la expresin descompuesta de su rostro, la hizo levantar de un solo golpe; le tema y el fuego que desprenda su mirada no era un buen augurio. Algo haba pasado, pero hasta entonces no lo saba. Entretanto, l se aproxim hacia ella con su recio caminar y el ceo plegado. La joven sinti el pecho oprimido Qu era lo que haba hecho? Cajales, extendi su brazo, tomndola con fuerza de la mueca y clavndole la mirada inquiri: Margarita, Dnde estaba usted hoy al medioda? De inmediato presinti la razn de aquella clera, y sinti que desfallecera mientras miraba a su padre, sin pronunciar palabra; entendiendo que estaba realmente molesto. El avanzar de unos pasos subiendo la escalera, fue una resonancia aliviadora; una esperanza de liberacin, quienquiera fuera el que se allegaba. El corazn se le arrugaba de miedo y de sus labios an no se liberaba una respuesta. Un minuto despus asom doa Pura. Qu es lo que pasa Efran? No pasa nada Purarespondi evasivamente Cajales, todava aferrado al brazo de su hija.
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Pero la mujer se mantuvo firme en su intencin, de echar de ver los antecedentes del evidente forcejeo. Hay algn problema Efran? Pasa algo con la nia? Y esta ltima indagacin pareci no caerle nada bien, puesto que con un grito refut la averiguacin: Djeme en paz Pura, djese ya de preguntas! dijo exasperado usted ni siquiera sabe a qu hora llega su hija a casa o que cosas hace al salir del colegio. Pero, papyo no he hecho nada malose atrevi a prorrumpir la joven en su defensa. Ahh, no? bram lme crees estpido! Puede que no sea tu vigilante, pero si no lo sabes, tengo ojos en toda la llanura Ahora dime, donde demonios estabas al medioda! Doa Pura, hizo su apuesta de mutismo y permaneci all de pie, como si nada, sin pronunciar palabra; al tiempo que Efrain, levantaba la mano y la descargaba sobre el rostro de su hija. Margarita, grit ante el impacto y sus ojos se enjugaron de lgrimas mientras Cajales, la asa con fuerza y prosegua con el implacable castigo sin detenerse. Al poco rato aparecieron dos criadas, alarmadas por los gritos de la nia y se detuvieron junto a doa Pura. Bendito sea Dios! don Efran, qu pasa?indag aterrada una de ellas. Cierren la maldita puerta y qudense afuera! orden el patrn a las mujeres, incluida su esposa; con un fulgor anormal en la mirada y al instante hall espacio en el cuerpo de su hija, para castigarla sin vehemencia con su correa, la cual desencaj de un solo tirn.
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Nadie le tendi una mano a la muchacha, que en medio de la paliza, entenda muy poco la fuerza de las razones que la sometan a tal fiereza, y sus suplicas revoloteaban hacia los odos sordos de su verdugo. Trascurridos los minutos ms amargos de su vida, Margarita, qued profundamente horrorizada frente a esta nueva evidencia, de lo que hara su padre de llegar a enterarse de su relacin con Mateo; y a pesar del dolor y el ardor de los moretones, se mantuvo firme en que todo era una simple confusin. Y en su favor estaba que el pen de Cajales, no conoca al joven llanero y tampoco pudo describirlo; adems Efran, conoca bien a su hija, y saba que poda arrancarle la vida en ese mismo momento, sin obtener la respuesta que quera. Se sinti rendido. De haber sabido quien era, habra dado su merecido al infeliz que se atreva a poner las manos sobre su nia; el pecho le arda de enojo, pero veinte correazos ms tampoco solucionaran nada. Margarita, deba considerar la reconvencin y evitar que se repitiera de nuevo y entender que simplemente, l quera lo mejor para ella. Maldita adolescencia! siempre trae inconvenientes consigo. Ahora como se ira tranquilo a la capital? Perturbado, Cajales, abandon el cuarto, cerrando la puerta tras de s y dejando a la nia sumida en la tenebrosidad; observando a su padre con dolor y extraeza. Declinando el afecto que senta por l, con la mirada encajada en la puerta, como si este fuera a regresar en cualquier momento para prolongar la paliza. Dios, qu razn tena para reaccionar de esa forma, negando cualquier opcin al amor?cuestionaba en su mente la muchacha.
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Sinti que el fuego del odio consuma todo lo que la haba rodeado por aos, aquella vida que en su niez considerara fantstica y serena; naufragaba en la ms profunda de las tinieblas. Su corazn se parti en pedazos, delante de ella los sentimientos se presentaban, como un camino demasiado escabroso; el nimo se le precipit y lo que menos le dola eran las heridas fsicas. Pasaron los das sin ninguna posibilidad de reconciliacin con su padre, y este tom la decisin de recluirla en aquel palacio; hundiendo an ms sus emociones en el fango, al retirarla del colegio y contratar docentes particulares para continuar sus estudios. El equvoco cometido pona su mundo de cabeza, y los das transcurran para Margarita, con el aliento espantosamente atormentado; al comprobar que fcil resultaba separarla de su amado, la vida empezaba a escasearle de sentido, y la experiencia de aquel encierro sobrevena demasiado ingrata. Efrain, le haba cortado sus alas; pero aun le quedaba el pequeo dije del pjaro azul, amparado entre lujosos collares, oculto para que nadie lo viera; su joya ms preciada, un halito de esperanza que le evitaba caer completamente enferma y rendida. La soledad le desgarraba el alma, sabiendo que afuera exista alguien que en verdad la quera y poda hacerla feliz, al recordarlo la reminiscencia le ganaba una sonrisa, seguida al instante por el ms hondo de los llantos. Entretanto, el extenuado Mateo, llegaba cada noche a su soropo para dejarse caer sobre la hamaca de cumare 27; contemplando las estrellas en el inmenso cielo llanero, con un dolor que le recorra cada centmetro del cuerpo. Sintiendo dentro de s, una rabia que iba en aumento, reflexionando que la existencia se le hencha como una tormenta; extraando el consejo de su madre, y los besos de su bella llanerita, sabindola atrapada en
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aquella galera de lujos infecundos; sin poder hacer nada por liberarla. Todo ese asunto se le mezclaba como un nudo en la garganta, hacindolo estremecer, era demasiado; y elevando su mirada reclamaba a su buen Dios, por un poco de piedad. Por un milagro que le permitiera estar junto a ella y le arrancara del pecho ese dolor, que le segua por doquiera que avanzaba; entre pastizales, montculos, ganado, gaviotas y quebradas. Y es que incluso aquel paisaje fastuoso ahora le vena inspido. Convergan todas estas reflexiones, en la refutacin a las calamidades vividas Qu leccin pretenda darle su buen Dios? Al ensearle primero el camino de la felicidad, para luego destruirlo ante sus ojos; hundindole en el abismo ms profundo, acaso no era suficiente haberle negado la posibilidad de tener un padre? As iniciaba a sentirse, avivado e indignado; liberando sus recuerdos, cuestionando las palabras de Roco, respecto de su origen producto del ms profundo amor, truncado un da, Quien haba sido su padre? Simplemente un hombre que a lomo de caballo se alejara una tarde, dejndolo en el vientre de su madre sin dar explicacin alguna. Por qu estas reminiscencias se le atoraban en el alma? Cuando hace mucho haba decidido dejarlas en el olvido acaso la vida era una mezcla desbalanceada de dolor y alegra? O simplemente se quejaba ms de lo debido? De todos modos algo hara, y era esa la respuesta que Dios, le daba, incluso si las posibilidades se presentaban remotas; ira por su bella llanerita, esperara el momento justo para tenerla a su lado, esta vez la vida no le ganara la partida. Estaba tan estimulado con esa idea y con los desconciertos acumulados, que un nuevo impulso le prospero en el alma, Margarita, seria suya! Frente a l se revelaban razones de sobra, no la dejara sufriendo atrapada en aquella hacienda, no la
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abandonara como su padre abandonara a Roco; jams tendra la conciencia tranquila de llegar a hacerlo. Todo el desorden y el caos, se agrupaba de nuevo para dar forma a un pensamiento conciso, pero tangible. Cualquier sacrificio que hiciera en adelante valdra la pena, por alcanzar sus objetivos; sinti el nimo encendido de nuevo, su ser se revitaliz. Identificaba fcilmente a su adversario, no era Cajales, eran la soledad y la tristeza cuya voz quera confundirlo, pero no lo lograran. Y mientras Mateo, liberaba sus pensamientos, Margarita, se trataba en discusiones con doa Pura, quien intentaba convencerle de reparar la relacin con su padre, sin importar que sus abusivas decisiones le sumieran en la penumbra; y cada tarde se sentaba sobre una silla sintindose infeliz, mirando por la ventana, ensayando liberar el arrebato de sus emociones. En la maana apenas si prestaba atencin a los maestros, enlazados en controversias dialcticas para ganar la atencin de la indiferente muchacha; cada vez ms firme en su intencin de ir en contrava de las directrices de su padre. Y Cajales, por su parte, se extenda en sus reclamos y amenazas, descargando su enojo sobre su esposa, criadas y jornaleros; portndose como un canalla que abusaba de su posicin y al cual discretamente ya nadie toleraba.
CAPTULO SPTIMO Despus de un par de aos en medio de leazos, cadas, aplastamientos y sofocacin; luchando cada da contra el dolor en el pecho, heridas, magulladuras, y bronquitis; con los habituales insultos, humillaciones e injurias que aniquilaban el nimo, y las
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exigencias cada vez mas inusuales por parte de los capataces. Mateo, empez a sentir que aquel hostil ambiente lo superaba, mas el suceso que decant aquella visin romntica de progreso, sobrevino un da en la cual la censurable y perversa conducta de un mayoral, sobrepas cualquier raciocinio. Transcurran las tres de la tarde y el sol acosaba con su encendimiento, la mirada de los obreros; ese atardecer el descubrimiento de una fantstica veta del preciado metal, los obligaba a ampliarse en su labor. Todo pareca ir de maravilla; con la pericia de pequeas explosiones controladas para fracturar la roca, la msera riqueza asomaba su sonriente rostro. Pero el infame destino estall en forma de gritos de uno de los mineros, el cual con violencia fuera atrapado por la cada de un enorme pedrusco, ocasionndole terribles heridas; del cuerpo atrapado manaba un refinado hilo de sangre que se funda con la tierra. Era un accidente inusitado, difcil de describir con palabras, y todos los obreros invocaban la presencia de los capataces y el ingeniero, para el rescate del lesionado, apisonado entre las costillas y el bajo vientre; era la primera vez que Mateo, y la mayora de obreros presenciaban un evento semejante. Mientras, el pobre infeliz entre bramidos peda un auxilio que no llegaba, y los mineros batallaban por retirar con sus manos el enorme guijarro rojizo, la escena no poda resultar ms horripilante; las lgrimas brotaban de los ojos de la vctima y la sangre iniciaba a borbotear de su boca. Maldicin jefe! Qu hacemos? exigi uno de los trabajadores al capataz. Djenlo morirrespondi este tajantemente. Las palabras que brotaron de sus labios dejaron a todos pasmados, ninguno daba crdito a esta proscrita resolucin, pero la imposibilidad del rescate descollaba ante su mirada abrumada; no
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poda usarse maquinaria dada la colocacin de la vctima y todo esfuerzo era intil. Apenas si lograba moverse la roca y cada vez que lo hacan, el dolor del abatido aumentaba, en la misma proporcin del sangrado. Pameterse a brujo, hay que conocer las hierbas28 expres casi con tono despectivo el mayoral, ante la angustia de los socorristas. Palabras estas que sobrepasaron el nimo de Mateo, quien acercndose a este lo tom por el cuello, ms bravo que la puya de una raya29. Mire infeliz usted no sirve ni pa tronco de mi los perros30, pero si este hombre se muere, segurito que se lo cobro. Las palabras explotaron con violencia en la garganta del joven llanero, mientras le reclamaba a su jefe, quien guard silencio mirndole aterrado. Pero ambos lo saban y en su mirada se reflejaba este mandato: aquel infortunado morira ese da. Y este fue el ultraje final que soport Mateo, era la primera y ltima vez que se aventuraba a desafiar a un superior, y en el pleno fervor de la tragedia; supo que no regresara a ese mundo de avaricia y crueldades. Ah junto a l mora un inocente, en el henchido suelo de la miseria; la rplica de su nombre se entendi en el viento, la roca le haba hundido las costillas y los rganos hasta desgarrarlos. Un padre, un hijo, tal vez un esposo, pero lo nico que importaba en aquella mina era enriquecer los bolsillos de Cajales. Y el muchacho haba sido testigo de primera lnea de una verdad abrumadora,
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Para realizar algo, se debe tener el conocimiento. Agresivo, temperamental. Inservible, intil.
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vulgar y horripilante; las maldiciones al mayoral le haban valido para desahogarse, pero intiles para salvar una vida que se esfumaba en un gesto de dolor. La luz del sol se desvaneci velada por grises nubes, en algn momento la algaraba concluy, con la extenuacin de los mineros junto al cuerpo sangrante. Tristes coplas susurraron un lamento que se extendi por la llanura, y esta se visti de luto como un gigantesco camposanto; un aire yermo le recorri las coyunturas y le enfri los dedos, el cerebro se congel de pensamientos y Mateo, advirti que era su ultimo da en la mina; mientras observaba con la mirada extraviada y nubosa el firmamento, sin acertar explicacin para semejantes hechos. Luego se arrodill junto a su amigo Dumar, sintindose exhausto, las manos le temblaban, entonces se apoy en el suelo. Nuevamente se sinti una vctima, un desarraigado, sin atinar alivio a su abatimiento; aquella muerte le reembols los recuerdos de su madre, de su amada llanerita, de sus sueos derrumbados. Ya en la noche la compasin del bar la Palma, le acogi en su regazo, y por primera vez en sus aos, mientras atravesaba el umbral de sus quejas; se envolvi en el embriagador gustillo del majule31, hasta embotar la conciencia. Acompaado por su buen amigo Dumar, y atendido por doa Plenia, lo acompaaban en la jarana de la cantina los acordes musicales del arpa y el cuatro, solemnemente interpretados por un grupo llanero. Y pudo respirar libremente en el cosmos de sus penas, acordndose de su amada y la imposibilidad de verla; como si un irrevocable designio del destino los alejara, y el spero sentimiento que adobaba con majule, arrastrado por fuerza a la ebriedad, lo
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condujo a una botella de aguardiente llanero, seguido de otra ms. Por momentos las palabras de Dumar, propendan el consuelo a su alma, pero una verdad plausible tambin saltaba sobre el tabln que formaba la mesa: Hermano entienda que la alpargata no es zapato ni aunque le pongan tacn32explicaba este. Y que hago padrote, si en el corazn uno no manda refutaba l. Pero su amigo se esmeraba en declarar el sentido inapelable, de un destino que no era su enemigo; sino que le mostraba un camino dismil de sus anhelos, y traducible en pocas palabras: Margarita, era hija de Efran Cajales, un obstculo prcticamente insalvable. Hombre no sea terco! usted con ese cuento del amor por la nia Cajales, si es que jala ms que una gallina amarrada del pescuezo33. Pero Mateo, como buen llanero era valiente y no se dara fcilmente por vencido, no permitira que el turbin glido del inexorable azar lo detuviera; ese era el carcter que la vida le haba forjado, a fuerza de golpes. Y embarbascao 34, con la lengua medio enredada, manifestaba a su amigo lo que su corazn dictaminaba: Amigo sepa una cosa, hombre flojo no goza mujer bonita35.
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La mona es mona, aun cuando vista de seda. Insiste mucho, es persistente. Ebrio, borracho. Hay que tomar riesgos.
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Si, as era su premisa, la virgen no abandona a sus fieles le deca Roco, y no tena sentido velarse a s mismo una verdad tangible; Margarita, le haba cambiado la vida para bien, todo eso haba sucedido por algo. De modo que partiendo de esta intuicin, afrontara cualquier nuevo embate de la vida, para conseguir su objetivo; y cada copa del fuerte nctar se lo ratificaba. Mientras beba y rea con Dumar, entre brindis por su llanerita, el futuro, y la amistad, y en las profundidades de su alma emergan nobles esperanzas; empezaba tambin a florecer al mismo tiempo la ms tremenda borrachera. La copa bajaba y suba con presteza, todo se tornaba nuboso en medio de la alegra musical, y los corris 36 despertaban en la garganta de otros comensales tan ebrios como ellos; entretanto, la grasa de un buen trozo de mamona37, aspiraba ser antdoto a la bebida. Y para preservar la conciencia, sobrevena la charla con las mesas vecinas desde donde emergieron nuevos amigos. El bar la Palma se inundaba esa noche, de la dulce alegra del llano. Al final el licor logr su cometido, y completamente transformados dejaron la cantina los amigos; pagando antes una cuenta de cuarenta mil pesos. Para salir naturalmente, tambaleantes por la llanura, mas como buenos baquianos38 en procura de su destino; a mitad de camino y ya ms despabilados se despidieron y parti cada uno hacia su casa. Qu hermosa poda verse a esa hora la llanura, iluminada por faroles celestes!
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Modalidad musical que relata la vida de una persona. Carne asada de ternera. Conocedores de la regin.
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Pesadamente, Mateo, emprendi el regreso a su heredad, y por breves instantes los parpados se le cerraban; empero, no trocaba el camino cincelado en su memoria. Mientras avanzaba desfilaban ante l la silueta de la iglesia, las casas del pueblo, y en el cielo la luz de la luna engalanada de estrellas, lo adentraba de a poco hacia los hatos ganaderos; para luego dar paso a un camino de arboles de arrayan, y el rumor de las quebradas como susurros en la noche. Aunque en ese momento el joven llanero, avanzaba con mnimas reflexiones en su mente; toda la magia del llano se revelaba a sus ojos, como si l mismo formara parte de la ms conmovedora de las postales. Sin duda, la jarana cuando menos lo haba redimido por esa noche de sus preocupaciones, de los egosmos que truncaban sus objetivos; por el momento no haban clculos, simplemente las ansias de llegar a su soropo y desplomarse en el chinchorro. Ya habra tiempo el amanecer siguiente para pensar en el dinero, en el trabajo, y las ocupaciones que traera consigo la luz del da. Con los sentidos deshilvanados, abarc el largo trecho que le pareci ms prolongado de lo habitual; finalmente, encajada entre pastizales apreci en la oscuridad la silueta de su heredad. Abri la puerta jadeante, y traspasado el quicio las rodillas rehusaron seguirle sosteniendo en pie; as que se desplom sobre el polvoriento suelo, y resignado a ese abatimiento, durmi unas tres horas; hasta que sobrevino el amanecer ataviado con los rayos del sol y el canoro trinar de las aves. Entonces despert sobresaltado, y estremecido comprendi que se hallaba tendido en el suelo; con esfuerzo levant la cabeza y luego se incorpor de aquel profundo sueo, para quedar sentado mirando sorprendido a su alrededor; sintiendo un peso ingente sobre su cabeza, y los miembros
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entumecidos por la posicin. La garganta estaba seca y el estomago nauseado; todo el cuerpo le vibraba con un tremor involuntario, senta una ligera e inexplicable melancola, y empezaba a invadirlo un sentimiento de ansiedad. Se enderez impulsivamente apoyando las manos en la superficie terrosa, las cuales llev luego hasta sus sienes, apisonando estas con los dedos; no resultaba fcil recordar lo ocurrido esa madrugada, ni siquiera saba cmo ni cundo haba llegado. La cabeza le palpitaba como si el corazn se le hubiera trepado, y la sed le secaba los pensamientos; tena que encontrar remedio para semejante resaca, necesitaba urgentemente tomar un poco agua. Mientras avanzaba en bsqueda del jagey39 del cual brotaba el venerable manantial, se reproch aquella ligereza que le afectaba el nimo y la motricidad, y estando parado sobre el umbral de la salida, crey advertir en la cercana del soropo, la imagen de su madre observndolo con rostro de reproche Dios, por qu haba tomado de esa manera? Deslumbrado por la luminosidad del sol, avanz en procura del depsito que contena el preciado lquido, y por primera vez desde su infancia apreci la llanura desabrida, solitaria, montona; pero continu acosado por aquel resplandor casi irreal, mirando ansioso la codiciada fuente de agua, engastada entre el verde paisaje. Las casas vecinas adolecan de vitalidad, de hecho pareca ser el nico en aquel lugar, y era mejor de ese modopensno quera dar explicaciones a su ta Carmela, ni a nadie ms, sobre el flujo alcohlico que le recorra el ser, solo quera agua. Y vaya sorpresa la que se llev, al estar de pie junto al jagey!, Seguro que era la peor de las burlas, pudo conjeturar,
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cuando se encontr con los contornos arcillosos de este; el cual lucia como un simple agujero en la tierra, como si la olla de agua hubiese sido asaltada. Y tan solo tmidas piedritas aguardaban en el fondo; un ardor le recorri la garganta, los dientes se le destemplaron como las cuerdas de un violn desajustado; su rostro palideci, y la solcita avenencia de satisfacer su sed, concluy con un prolongado: Mierrrdaaa La sequedad le apuraba el gaznate, necesita beber lquido; y por ms que el rio estuviera a una hora de distancia, y el sol resplandeciera con un brillo adversario, era el nico escape. Gracias a Dios, haba terminado su trabajo en la mina, Pobre Dumar!pens mientras recorra la explanada, ensayando guarecerse bajo la sombra de los morichales40, que insinuaban la ruta del rio. Senta que en cualquier momento se desplomara, se senta realmente enfermo, y el vigor lo abandonaba; como si estuviera ascendiendo una escalera de cientos de peldaos, aun el ms minsculo montculo le reflejaba un castigo, y apuraba el paso para alcanzar el edn que simbolizaba el rio. Con cada paso se senta molesto y cansado, como si la distancia se hubiera multiplicado; no, beber no tena ninguna gracia, y haba calculado mal al pensar que era algo inocuo, o acaso culpaba al aguardiente y al majule, por algo que era producto de sus noches de insomnio; quiz lo que le embriagaba era el recuerdo de su llanerita, y la excitacin que le generaba no tenerla consigo. De cualquier modo, la sensacin era totalmente desagradable, y mientras avanzaba impaciente, solo le distraa juguetear con su machete amarrado al ciento, intentando disipar la conmocin que la bebida le endilgaba en el cuerpo. Cuntos mitos llaneros,
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recorran ahora sus pasos? Historias de valenta y romanticismo; pero l era solo un hombre fatigoso, en procura de un rio que finalmente, con un impulso conclusivo estuvo a su alcance, permitindole respirar aliviado. Ese mismo que en algunas pocas del ao, se tornaba caudaloso y casi vedado; a causa de las lluvias que aumentaban su caudal. Pero ese da pareca aguardar apacible su llegada, como tantas veces en las pocas remotas de la niez; y al llegar, no solo se apresur en beber aquel elixir cristalino, sino que de inmediato sacndose tan solo la camisa, las alpargatas y el machete, que desde hace algn tiempo formaba parte de su atuendo; se sumergi en el cerleo asueto enmarcado entre verdes pastizales y pilares de morichal. Obrando el agua que baaba su ser, un efecto calmante que vino acompaado de la melancola de antao; recuerdos redivivos entre las coplas que entonaba el torrente cristalino, juntando en su fondo las peas como nveos guijarros de porcelana. Evocando los atardeceres en que sus pasos apurados, se dejaban cautivar por el clido atardecer, la suave brisa, el aroma perfumado de las flores, el canto de los carraos41, el vuelo de las garzas, los visos de los cascabelitos, o el tono azabache del paujil42. Largo rato permaneci Mateo, arrebatado de reminiscencias, y del embrujo singular de aquel oasis de vida; dejando de lado el innecesario malestar de la bebida, entre las mltiples maravillas de una naturaleza que se exhiba inagotable; un espectculo nico y hermoso, tanto que resultara til para aliviar cualquier pena. Ah estaba frente a esos paisajes como sublimes postales, los cuales rememoraba haber visto tantas veces, hasta casi dejarlos de lado;
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Ave de patas largas, que habita zonas fangosas. Ave grande de color negro y cresta crespa.
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sintindose a veces un extranjero en su propia, ajeno a todo. Simplemente, porque su madre, por necesidad, lo haba alejado algunos aos de ese tlamo rebosante de vida que son los llanos orientales; pero tan solo estar ah sumergido en la refrescante corriente, lo devolva a su esencia, al llanero que siempre haba sido. Trayendo consigo pensamientos estimulantes, viva de nuevo, abra los ojos y era como tener un trozo del paraso al alcance de sus manos; una bocanada de complacencia, esplendor, y alegra. Todo eso era agradable, y pronto logr acertar la tranquilidad que su alma inquira; la existencia le sabia a saba a cuentos llaneros, a sensiblera. El buen Mateo, se suma en un paisaje mgico que se abra ante a su mirada, con el nico afn de complacerlo, y coplas cadenciosas se avenan en sus odos; estaba en otro universo, uno maravilloso y tranquilo, una nueva tierra en la que el embeleso, no bastaba para olvidar a quien anhelaba tener entre sus brazos y hacerla participe de aquel xtasis ilusorio. Sentimientos conocidos, buenos recuerdos que restaban notabilidad al aturdimiento; sin embargo, desasosiego que asaltaba la evocacin de un amor furtivo Cmo estara su amada llanerita? Tribulacin de la cual lejos de ah, tambin Margarita, ensayaba disipar de su mente. Estaba despierta yaciendo en la cama cuando su madre entr en la habitacin. Hola hija Cmo amaneci? Biencontest secamente y gir su cuerpo de costado, encogindose entre las sabanas; an no se sacaba del pecho el resentimiento por la ineficacia de su progenitora, respecto de los abusos de su padre. A la seora le pareci imprudente prolongar la charla y se limit a sacar la ropa la ropa sucia, una labor que no le
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corresponda y que simplemente realizaba para poder ver a su nia y saber cmo estaba; se dispona a dejar el cuarto, pero antes de hacerlo gir para mirarla de nuevo con semblante melanclico. Mija, perdneme yo s que no he sido una buena madre expres con tono dolorido y abriendo la puerta se dispuso a dejarla sola. Margarita, se sorprendi de la reaccin de doa Pura, le pareci que era bastante honesta; adems lucia muy desmejorada. Hasta ese momento no lo haba notado, se sent de inmediato al borde de la cama y la seora se contuvo ah misma donde estaba, casi a punto de romper en llanto, mientras sostena en la mano las prendas. Entonces la joven inquiri: Mam, usted se encuentra bien? No mija, no estoy bien, hace mucho que no lo estoydijo en tono bastante grave. Como as, est enferma? Quiere que llame al mdico? Margarita, mi dolor no es fsico, a m lo que me duele es el alma. Yo no quiero que usted sufra lo que yo he sufridoy diciendo esto ltimo sali de la habitacin; evidentemente estaba deprimida, con el alma desgarrada. Contrariada la muchacha dej la cama y se sent frente al espejo de la cmoda; compadecindose de esa pobre mujer de expresin fatigada. Y comprendi que ignoraba por completo su sufrimiento, que nunca haba sospechado los maltratos, a los que haba sido sometida por Cajales; al contrario se limitaba a cuestionar su silencio, sin entender que este provena de un profundo miedo, de la soledad y el vacio; de las amenazas provenidas del duro corazn de su padre.
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Mirando el espejo, crey acertar horrorizada las facciones demacradas de su madre; el encierro, los sueos rotos, el profundo vacio. Comprendi que no quera eso para s misma, no lo tolerara, no se resignara silenciosamente como su madre, a ver transcurrir los das en espera de la muerte. Se sinti estremecida, ya no estaba enojada con ella; la compasin la envolvi, se sinti avergonzada por su egosmo. Un poder annimo le inundaba el nimo, avivadamente se dirigi al bao y enjuag su rostro y sus manos; luego sali del cuarto y descendi a la parte baja de la vivienda en busca de doa Pura, a quien encontr sentada en su silla mecedora; corri hacia ella, se detuvo, mir su rostro y sin pronunciar palabra le dio un abrazo. La seora tambin guard silencio, rodendola con sus manos en un abrazo que se prolong por minutos; la nostalgia las infunda del ntimo afn, de liberarse de la desventura a la que eran sometidas. Ese atardecer se firm un acuerdo emocional entre madre e hija. Despus avanzaron hasta la mesa, atendidas por las criadas y disfrutaron los alimentos, por primera vez juntas en muchos das. Aquellas pequeas coincidencias formaran ahora parte de sus vidas, un poder indeterminado que recompusiera los fragmentos de una vida hecha pedazos, sobre todo para la seora; era importante reencontrase con su hija, saber que no eran ellas las causantes de tal distanciamiento. Entender que el triunfo en su relacin se encontraba en sus manos, era ese su gran deseo. Luego del almuerzo Margarita, renunci al encierro ansiosa por animar su agobiado aliento; requera de aquella sensacin tranquilizadora, senta que ya no poda sobrevenirle nada malo, teniendo a su mam de su parte; que la libertad se acertaba ms all de las fronteras de la enorme hacienda y que lograra un visado que
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protegiera el amor, de las persecuciones de su padre. Eran hermosos pensamientos de un alma juvenil, cuyas alas queran emprender el vuelo, y de nuevo su alma se abra al esplendor de la planicie; a la alegra de sentirse viva, y sus renovados sentimientos la llevaron a abandonar la casa y correr libremente como cuando era nia: frente a las estancias de los labriegos y los verdes prados que se extendan a lo largo de hectreas, bendecidos por la luminosidad del sol, y se erigan cual castillo para los saltamontes, insectos palo y mariposas multicolor que aleteaban libres en el viento. Todo se le antojaba esperanzador esa tarde, una sensacin que haba experimentado antao, en sus mejores pocas de niez; cuando disfrutaba de aquel conmovedor paisaje con la mirada regocijada y la conciencia serena, bajo el cobijo del mas fastuoso arrayan; pero todo este deleite seria en vano, si no tena a su lado el amor de Mateo. Entonces su recuerdo le invadi con un sentimiento vehemente, como una borrasca inundndole el pecho; el deseo de vencer aquellos obstculos, y que su padre no volviera a castigarle por intentar defender el derecho de amar, que tienen todos los seres humanos. Se sinti dispuesta a todo, en la conviccin de acertar una salida; que las disputas menguaran y que en poco tiempo tanto dolor fuera olvidado. Sin duda la ilusin le haca olvidar la real naturaleza de su padre, para quien los sentimientos ms que un afortunado azar, resultaban un delito. Empero, la joven corri por su inagotable heredad, desde los galpones hasta las caballerizas y de ah, muy lejos hasta el lago; y las reses desde sus corrales mugan al verle, probablemente, queriendo ser tan libres como ella. Luego agotada acampaba bajo la sombra de un rbol, y la libertad que senta se celebraba sobre la ausencia de su padre, que la mutaba en una persona distinta,
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segura, sin miedos; corriendo entre pastizales, quebradas, flores, animales y sueos. Un camino de felicidad donde solo faltaba Mateo. Quien para entonces regresaba a su soropo, encaminado esta vez, por la improvisada carretera que rasgaba la llanura; encontrando a su paso algunos camiones de carga, y pequeos ranchitos lejanos unos de otros, desde donde eventualmente escapaba un armonioso ritmo de joropo, y entonces le resultaba inevitable contagiarse de su estribillo; mientras con la frente baada en sudor, prosegua su camino con la soledad como acompaante, y los pensamientos avivados en la idea de conseguir pronto un trabajo. Pasado el febril turbin de la resaca, las impaciencias ocupaban ahora sus reflexiones, arrastrando la obligacin de obtener dinero para sus gastos; la distraccin que ofreca el extico paisaje llanero quedaba de lado, dando paso a primacas palpables; que le detuvieron finalmente, frente a un hato establecido a un costado del sendero, donde vio un cartel en lo alto con el nombre inscrito: Los Ocarros. No era muy grande, pero el interior permita dar una ojeada a buenos pastos y algunos animales; estaba extenuado, el corazn le lata con mpetu, pero empezaba a recuperar el aliento, y el centelleo del sol iniciaba a menguar. Ah estaba l con ojos expresivos, fiando sonriente que el develamiento de aquella hacienda, se presentaba como una coincidencia maravillosa; de todos modos viniera lo que viniera deba intentarlo. Mir durante algunos minutos con nimo agitado, hasta atreverse a dar dos tmidos toques sobre una campanilla, dispuesta en las altas vigas que formaban el portn; al instante fue ms firme, y el tintinear metlico rompi el silencio de la tarde.
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CAPTULO OCTAVO Con la apasionada voluntad que le haba acompaado a la largo de su pocos aos y probando olvidarse de las malas pocas en la mina, Mateo, se extasiaba en las labores de vaquera43; ahora como jornalero en la hacienda los Ocarros. Vagando por aquellos prados con el torso desnudo, el pantaln enrollao a la pantorrilla, para evitar enredarse en medio de la brega con el ganado; pies descalzos y un sombrero que lo protega del inclemente sol. Los propietarios de los Ocarros, eran una pareja sencilla padres de dos hijos pequeos, que acogieron bastante bien al joven llanero; quien iniciaba sus diversas labores desde muy temprano, con las primeras luces de la alborada, a eso de las cinco y media; cuando llegaba a la propiedad para encontrar a la seora Magdalena, la patrona, con el fogn ya encendido, siempre dispuesta a brindarle el primer cafecito de la maana; y en la espera de la coccin cruzar algunas palabras con don Arnulfo, el patrn, y planificar con este las actividades diarias. As concluida la amena platica y finalizado el caf, se dispona Mateo, a sus actividades; y el seor de la casa se adentraba en sus diligencias, mientras la esposa acompaada por un par de criadas, se imbua en la tarea de alimentar a los cerdos, patos, gallinas y dems animales pequeos; como tambin regar los rboles frutales y socalar44 la maleza. Entretanto Mateo, cuando despuntaba la maana se dedicaba a herrar los animales ya vacunados, y se extenda por aquel placido ejido tallado de verde, en busca de los terneritos o sus madres
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extraviadas; para persuadirlos de ir hasta el corral donde la peonada aguardaba atenta el ordeo, entre el bramido de las cras ansiosas por la lactancia. Entrado ya el medioda, y a lomo de caballo el joven llanero se adentraba en su labor pastoril; bien amansando bestias, revisando cercas o vigilando que los animales que libres vagaban los campos no se extraviaran hacia otros feudos. Y si bien no exista recelo alguno en su nueva cotidianidad, y tanto patrones como labriegos le influan de un aliento casi familiar; no poda relegar el hecho de extraar a su llanerita, ni eclipsarse de los sueos para los cuales, el jornal devengado resultaba insuficiente. A pesar de ello, mantuvo la paciencia, consagracin y agradecimiento hacia aquella familia que le tenda la mano; recorriendo el campo cual si fuera su propia heredad, concibiendo sin duda todo el aprendizaje como un norte al cual seguir. Madurando, instruyndose y creciendo cada da entre senderos iluminados de colores y vida, que fortificaban su nimo; aun cuando entenda que aquello era solo un peldao en el logro de sus metas y que la bondadosa piedad de sus patrones, no se descubra como el subterfugio a sus inmediatas necesidades. Era un hombre e iniciaba a concebir al acaso de constituir su propia familia. A diferencia de la placida campia, que ahora recorra nuestro joven Mateo, los asuntos en el pueblo se extraviaban en inusuales contingencias y tormentos; con una violencia que de a poco acechaba y sembraba el miedo entre los habitantes, eclipsando la sonrisa amplia de los llaneros; e implcito en ello estaba la incapacidad de las autoridades, su talante corrupto, la ingenuidad de las personas y las intenciones de Efrain Cajales, por dominarlo todo.
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La capilla se colmaba de rezos, de senderos de suplicantes que abogaban por la paz y el trabajo; elevando su exhortacin al seor, su Dios, fuente de toda divinidad. Mas esta noble intencin no bastaba, para evitar que el nimo se agitara cada tanto; como ocurrira una tarde de viernes, cuando el atajo de pastizales y palma de moriche que circundaban el rio, admitiera germinar de su vientre, entre la disimulada maleza que arrastraba la corriente hasta su costera; el macilento y descompuesto cadver de un agente policial quien gozaba de buen retiro; desaparecido das antes, y ahora retornado en un tlamo de agua verdosa, con la sombra oscura del misterio a cuestas. Rareza esta que coincida de nuevo con un nombre que se haca comn, cuando sobrevenan esta clase de sucesos: el seor Cajales, el patrn de todos; entre ellos del difunto y principal sospechoso del crimen, aunque claro, nadie lo dira. Y se paseaba este cual turista por las calles adornadas de mitos y leyendas, entre aroma de caf y ritmos musicales; sin temor alguno a que el rumor le sealara. Su intencin se evidenciaba: era permanecer ms tiempo con los suyos, delegando sus actividades en la capital a hombres de su confianza y de paso abatiendo el nimo de muchos, que no queran verle transitar por esas calles, con toda su suficiencia. Pero el sentido de aquel giro en sus hbitos, trascenda abiertamente por otros horizontes, disimiles de compartir con el comn de los pobladores; pues el ilustre sentido de tal advenimiento no era otro, que la vital relevancia que para l haba adquirido una seorita del pueblo; evangelizada en su amante, la ms reciente de muchas, sin duda, y en el buen sentido una joven ingenua, de procedencia humilde, avocada a semejante situacin por fuerza de sus sentimientos.
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Era esa la naturaleza de Cajales, sin lmites que se le antepusieran y el cual frente a la negativa de los padres de aquella joven, de aceptar sus cortejos; desdeaba los principios de estos y la relevancia vital que daban a la formacin y la decencia. Sus ansias de seduccin y sexo estaban por encima de cualquier moral, tanto que la muchacha termin viviendo en un apartamento de su propiedad; pese al rotulo de mundana que esto terminara acarrendole. Quiz por temor de aquel monstruo de hbitos burgueses, o simplemente por razones de un amor precario; que perdurara hasta el da que quien le llenaba de lujos y perfumes se hastiara de ella y le desechara como un objeto mas de sus caprichos, venido a menos. Y tan solo un destello de lo vivido le quedara como herencia. Del otro extremo ajena a los furores que descarnaban la cotidianidad llanera, Margarita, se disfrazaba con su mscara de nimo, para tolerar la reclusin y el ultraje contra su amor; inculcando en su ser la esperanza, de recuperar algn da la sonrisa. Sin embargo, aquel triunfo a veces lucia muy lejano y la realidad emerga irnica: lo tena todo, pero al mismo tiempo nada; la existencia se le malograba, el mpetu de sus aos mozos se tea de gris, y cada albor era un triste despertar. Cada da que pasaba se trasmutaba en un calco de su seora madre, quien ahora se hallaba a su lado, brindndole un aliento que ella misma desconoca; una risa temerosa, un abrazo dbil, un suspiro cargado de miedo. Que infortunio el de estas mujeres atrapadas! Todo lo que Efran, lograba brindarles era un perspicaz desasosiego; la alegra lacnica de un paisaje maravilloso, que haba enclaustrado tras los muros de un fortn. Con todo, la jovencita procuraba correr cada tanto a lomo de un alazn las anchuras de la hacienda, soando que aquel traspasara las barricadas de su confinamiento y en su instinto
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salvaje escapara hacia la libertad, que a ambos les era arrebatada; algo de dignidad le infundan estos pensamientos y las iconografas mentales que traan consigo, le sobrellevaban la soledad con personajes imaginarios, comandados por su Mateo. Participaban de las decisiones de la seorita, adems de la seora Pura; una corpulenta criada ya entrada en aos de nombre Mercedes, de quien se rumoreaba haba sido amante de Cajales, en sus pocas de juventud. Y la cual era de absoluta confianza, desde las pocas del precedente poder familiar, en cabeza del padre de Efran; adems de esta mujer, un par de escoltas amparaban a la heredera, incluso en las jornadas de instruccin acadmica, en una suerte de molesta asociacin protectora; para la cual estaban siempre ordenados y dispuestos. Nunca estaba sola!, juzgaba estar siempre rodeada de una multitud: docentes, escoltas, la negra Mercedes, alguna que otra criada o un pen; incluso su progenitora. Como si todos formaran parte de una caterva de miradas silenciosas y vigilantes, que propendan penetrar incluso en sus pensamientos, con los ojos como flechas lanzadas contra su humanidad. Era intil pensar en huir de aquel espacio fsico abrumador, como tambin de la angustia que generaba el encierro; y la expectacin de ver un da a su amado, resultaba al unsono tambin la causa del mayor dolor. Aun as el corazn no se le rompa, como un frgil jarrn dando botes sobre su canto sin lograr caer, sostenido por la fuerza de un aliento etreo; que de sbito le recordaba sus conversaciones con Mateo, las cuales ahora relucan distantes, y la proscrita relacin que los una, el miedo y la horrible desazn de perderlo, cedan en un sentimiento de inseguridad, donde todo orden pareca alterado; se senta sola, dbil y triste, empero, luchaba contra esas emociones, y de sopetn regresaba el nimo y la esperanza.
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Y tal vez fue ese tesn el que a la postre, permitira un giro sobre el picaporte del destino; rompiendo su inflexible coraza. En una visin de escenarios mejores, el maravilloso azar que a veces se extrava y aparece luego sin aviso, poniendo todo de cabeza; sorprendindonos al saber que aquello es el verdadero orden. Hizo su aparicin una irritante tarde de martes; Margarita, estaba frente a la ventana observando los verdes campos, los corrales, la correra de los peones, las garzas en el lago, los jardines floridos; cuando de pronto un toquecito en la puerta irrumpi su distraccin, ella gir para atender la llegada del inadvertido visitante y desde su posicin espet: Siga, la puerta est sin pestillo! Su cuarto estaba inundado por el sol que se filtraba por la ventana, por la cual la joven sigui mirando distrada, hasta que la puerta se abri; aun as hizo caso omiso, solazada en el espectculo natural que se desplegaba ante ella. Concluyendo que el visitante seria alguna de las criadas, que vena a descargar sobre la cmoda la ropa limpia. Pero al instante la presencia silenciosa del recin llegado, le hizo girar la cabeza. Era doa Pura, quien observaba con simpata su distraccin. Hola hija Hola Mam, no saba que era usted. Descuida dijo la mujer dirigindose hasta su ubicacin y sentndose en el borde de la cama, cerca de ella, para iniciar de inmediato una conversacin. Margarita, la escuch atentamente con gesto clido, prestando atencin a la razn de su visita; que no era otra, que solicitarle su asistencia a un evento llanero denominado: encuentro nacional de vaquera, tradicional en la regin y el cual
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propenda integrar a todos los deportistas, visitantes, caballistas y a la familia ganadera en general, a la cual por supuesto, perteneca su padre Efrain. Sin duda un hermoso espectculo y una oportunidad de distraccin para ambas. Y cundo es? pregunt con voz dudosa Margarita, reconociendo en la seora ms a un emisario de Cajales, que alguien anhelante de participar de aquella fiesta. Este fin de semana. No estars viniendo aqu en representacin de pap verdad? inquiri finalmente la joven. No es por eso mi nia, creme asever la mujerpor supuesto, que seremos sus acompaantes, pero mis razones pasan bsicamente porque ambas salgamos de este encierro. Concluy doa Pura, sin rodeos. Hace cuanto no asistimos a ese evento, mam? Realmente quieres ir? En principio lo dude, pero Margarita, tampoco podemos vivir como un par de prisioneras; t eres demasiado joven y necesitas compartir con gente de tu edad. Te reitero que puede ser una buena oportunidad. Bueno, a lo mejor tengas razn. Entonces, crees que asistir mucha gente? Bueno, cuando menos estar t prima Valentinadijo la seora, adoptando en su semblante una sonrisa. Valentina, era la prima paterna de Margarita, y protegida de Efrain; se trataba de una jovencita un poco mayor que ella, de aspecto adorable, pero un tanto salvaje, casquisuelta45 y alborotada;
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que provocaba la mirada incesante de los hombres por doquier que transitaba. Y aunque era la antpoda de la recatada hija de Cajales, no obstante, mantenan una afectuosa relacin entre ellas. En principio Margarita, dud, mostrando desinters en la invitacin; pero luego su expresin se suaviz, satisfecha ante la postura de su madre. Y acercando su mano hacia la seora, tom la de esta y la junto con la suya, cambiando de opinin y esbozando una sonrisa. Bueno nunca se sabe, a lo mejor me diviertaindic. La mujer la contempl mientras entrelazaba sus dedos y observ: Qu bueno que asistas. En algunas ocasionesvacil continuar No s si esta casa es la real culpable de tantas angustias, a veces tengo la sensacin de que una fuerza oscura ronda dentro de ella. Margarita, frunci el seo ante la extraeza que le provocaba aquellas palabras. A qu se refiere mam? Nadanada, solo cosas mas, no me prestes atencin hija. Ahora mrame te dir algo: no arruinaras tu vida bajo el cobijo de estos muros, vas a ser una muchacha como cualquier otra; aunque me resulte necesario confrontar a tu padre. Es lo normal soy tu mam y al mirarte me doy cuenta que eres mi verdadera razn de vivir. No pudo resumir mejor sus sentimientos la seora y aquellas palabras, iluminaron con un brillo especial la mirada de la joven.
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Gracias mam, iremos al evento y ya vers cmo nos divertiremos, y diciendo esto se incorpor para darle un abrazo.
CAPTULO NOVENO La vaquera y sus manifestaciones como el coleo46, emparentadas con la ganadera colombiana y venezolana, tuvieron sus orgenes por all en el siglo XVI; cuando iniciaron a emerger los hatos ganaderos, en los cuales era usual atrapar los toros y reses que se desbandaban, enganchndolos por la cola hasta derribarlos. De esta forma una actividad cotidiana de la labor llanera, mut hacia la manifestacin cultural tan tradicional que es el da de hoy. No es posible sealar el sitio donde naci esta fiesta, pero sin duda se ha hecho popular y mundialmente conocido, gracias a los espectculos organizados por diferentes asociaciones comprometidas en preservar esta tradicin del folclore llanero. De este modo estuvo dispuesta la regin para su gran celebracin: El encuentro nacional de vaquera, cuatros das de festejo, auspiciados por asociaciones y empresas de la regin; como tambin algunas de la capital. Y entre ritmos de arpa, baile, joropo, y muestras gastronmicas la llanura se adorn de gala. Concursos, risas, globos y pendones; otorgaban a la amplia plaza un contexto de unin, de amistad, de celebracin de la vida, sin distingos de clases ni recuento de viejos recelos. La excusa ideal para contagiarse de la cultura llanera; que serva adems como
Actividad deportiva a caballo, en la que se toma por la cola un toro o res hasta derribarlo.
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reactivador de una economa golpeada, por la falta de opciones laborales. Finalmente, y solo hasta el tercer da, a causa de las ocupaciones del hacendado, asisti la familia Cajales, con Efran a la cabeza; seguido por doa Pura, y un poco ms atrs Agustn, el primo del patrn. Valentina, quien avanzaba con una risita tonta y Margarita, apoyada sobre el hombro de esta, casi arrastrando los pies con desgano, pero sonriendo ante las ocurrencias de su prima. Bueno, aqu estamossuspir. Mientras se acercaban a la mesa, para recibir las manillas que los certificaban como visitantes a la muestra de rodeo; haba llaneros de sobra en la plaza de eventos y al fondo de esta, la extensa manga de coleo47, donde los jinetes daran muestra de su destreza. Tambin sobre un espacio abierto para el baile, algunas parejas de expertos danzantes, daban muestra de sus destrezas al son del arpa, el cuatro y la bandola; nadie podra competir con semejante gracia y virtuosos movimientos. Efran y Agustn, vestan elegantes trajes de fiesta; el patrn iba con un liquilique48 completamente negro, chaqueta de manga larga, y sombrero; su primo en oposicin a este vesta de blanco, con su sombrero pelo e guama de igual tonalidad. Margarita, luca un llamativo vestido blanco estampado con flores y entreds fucsia, el cual llegaba hasta la rodilla; cuello bandeja, manga corta, peripuesto adems con encajes, adornos y un realce de flor en el cabello, que resaltaba el espectculo de su belleza. Y apenas si insinuaba un pequeo triangulo de su piel en la espalda, doa Pura, bastante sobria, lucia blusa beige floreada de azur, con falda tres cuartos garzo marino; y
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Pista donde se practica este deporte. Tambin liqui liqui, es un traje de gala llanero.
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Valentina, bueno que se poda decir de ella, era increblemente extrovertida, y su apariencia no desentonaba con sus maneras; ella iba con ceido vestido de vivido matiz colorado, a media altura del muslo, que se remataba en bolero y una blusa con disimulado escote, que insinuaba un sutil dejo de sus formas femeninas. Las diferentes federaciones de coleo, y clubes de la regin se integraban esa maana, en pro de brindar un inolvidable espectculo; como cada tanto venia ofrecindose en cada uno de los diversos municipios llaneros, y as exhibir la mejor muestra de novillos, toros y jinetes; representantes y turistas de diversas regiones del pas se dieron encuentro y la voz del presentador dio entonces inicio a la fiesta: Quedan cordialmente invitados a este encuentro nacional de vaquera, en esta grandiosa plaza que es de todos ustedes; procuren la mejor ubicacin en la manga, y recuerden: la entrada tiene un econmico costo de diez mil pesos y los nios no pagan nada Y continu enseguida: Para nuestros vaqueros, ms de sesenta que nos acompaan hoy, por supuesto, los mejores premios: Quince millones de pesos al ganador, Siete millones para el segundo lugar! Y as continu anunciando la tabla de premios, ante el aplauso ferviente de los presentes. Luego su potente voz finaliz dando inicio al jolgorio: Este encuentro nacional de vaquera cuenta con el respaldo de la gobernacin, la administracin municipal, los comerciantes de la regin; las asociaciones de vaquera que hoy nos acompaan, y que comience la fiesta! Los asistentes prodigaron un unsono aplauso, incluidos los Cajales y todos se dieron al disfrute; aunque Margarita, continuaba
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un poco ausente. Sin poder echar cerrojo a la pena que le invada, por estar ah de fiesta sin saber donde andara el pobre Mateo, y afligida se abraz al brazo de su madre, quien la mir y susurr puesta de su parte: tranquila, todo estar bien, trata de disfrutar del evento. Y a su lado la voz de Efran, rugi mientras reciba de manos de Agustn, una copa de Whisky: Bueno, primo espero que hoy estemos de acuerdo y le vayamos a Ronal Jos y Esteban, esos muchachos s que se las traen. Eran estos dos jvenes de la regin a quien Cajales, apoyaba por medio de uno de los clubes y por supuesto, quera verlos ganar. Claro, primo, claro que sisonri el otro con anuencia. Bueno tenemos todo el da familia, as que a disfrutar expres el patrn, llevando la mirada hacia su esposa e hija. Por cierto, esto no caus emocin ninguna en las mujeres, que asentaron tmidamente, con el estilo apropiado de alguien sometido a una fuerza opresora. Margarita, senta la garganta reseca, bajo el inclemente calor y permaneca sentada hablando entre susurros con Valentina; mientras su padre la observaba de soslayo, sabiendo que an continuaba disgustada con l. Pero incluso si concluyera inapropiada su conducta, jams dara su brazo a torcer; ese era su estilo, y ni siquiera su hija lo hara cambiar. Inesperadamente, Duber, el mismo del incidente tiempo atrs con Cajales, cruz junto a ellos, con garbo y altivez. Y como si desafiara a Efran, salud a las mujeres e ignor por completo al patrn, Margarita, sinti pnico en ese momento; pero este prosigui el camino hacia una mesa, dispuesta para sus familiares, entonces su preocupacin amain.
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Veo algunos amigosadvirti Valentina, dirigindose a su topuedo ir a saludar? Vaya mijavaya pero no se quede por allasinti Cajales, con una flexibilidad que jams empleara con su hija. Vamos Magui?invit entonces a su prima. Pero de inmediato, una mirada cortante de su padre obvi cualquier asentimiento. No gracias Valdescuida, ve t Poco despus, la muchacha ya estaba dando vueltas en la pista, bailando con un estilo inadecuado, deslizando sus pies con holgura; sin miramientos y entre risas con sus amigos. Y Margarita, continuaba dispuesta al lado de doa Pura, rodendole el cuello con el brazo, maravillada y extraada al mismo tiempo del actuar de Valentina, y la tolerancia de su padre. No te preocupesexpres su mam con un hilo de voz algn da Efran, entender que tambin t necesitas tus espacios. Y mientras conversaban madre e hija, la muchacha se sorprendi al notar como sus pies bajo la mesa, empezaban a dar golpeteos al ritmo de la msica, como cuando era pequea, y diverta a la familia con la gracia de sus piececitos, intentando seguir el ritmo de un joropo; entonces sonri, en la apariencia de un nimo que mejoraba. Y las vueltas y giros que daba Valentina, quien le haca graciosos gestos desde la pista; le robaban una sonrisa, que de a poco le infunda valor, para disfrutar cuando menos esa liviana libertadle sorprendi ver que aun cuando fuera un poco, disfrutaba de aquel ambiente festivo; despus de todo, no era tan malo, y se senta ms prxima a doa Pura. Y mientras la joven se distraa en contemplar el pasatiempo que todo aquello le provea, ignoraba que un poder annimo determinara esa maana, un encuentro inesperado. Y de ah en
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ms iniciaran a cumplirse sus ms anhelados sueos; pero tambin el sino de la fatalidad trazara un camino, que para entonces lucia remoto, sin embargo, ineludible. Vaya sorpresa! al reconocer en medio de la multitud un rostro que no esperaba acertar ese da, y que de a poco se fue aproximando hasta su ubicacin; no pudo evitar sentir el corazn agitado era Mateo! Quien luca diferente, incluso la expresin en su rostro era distinta; tambin el avanzaba distrado sin sospecha de aquel impensado encuentro, hasta que sus miradas se cruzaron. Comprtate! murmur una voz dentro de la cabeza de Margarita, quien sinti el impulso de salir corriendo y rodearle entre sus brazos. En ese momento, Mateo, lleg a su posicin; el nerviosismo y el sonrojo que traa consigo se evidenciaron ms en su rostro. Hola, Margarita, no esperaba encontrarte aqu dijo con clida sonrisa; aunque tcitamente, era como si realmente lo nico que importara, fuera aquel afortunado acaso. Luego se dirigi al resto de la mesa para saludarles; y todos incluso Efran, respondieron cordialmente. El rostro de Cajales, de expresin ausente, aparentaba serenidad y en respuesta se limit a avecinar a Margarita, con cuidado junto a l y adelantar su silla un paso adelante; luego le rode el cuello con su brazo y apoy el otro en la mesa. Hola, Mateo! Cmo ests? salud Margarita pegada a la mesa, con las piernas temblorosas, y un nerviosismo que apenas le permita moverse. Bien, y usted como estcontest l con el corazn agitado como un balancn sin poder mover los pies de su sitio; haban trascurrido escasos meses de no verse. Pero el joven lucia diferente, ya no tena el aspecto desgarbado y flacucho, por el
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contrario ahora lucia corpulento y macizo; adems muy alto. La joven estir la mano con movimientos descoordinados a causa del estremecimiento, y enseguida consult: Y qu haces aqu viniste a disfrutar del evento? Por fortuna hasta el momento y extraamente Cajales, pareca no intuir malicia en aquel encuentro Paradojas del destino! Bueno, la verdad es que soy uno de los participantes indic l. Qu y cmo es quepero antes de concluir la frase y advirtiendo el buen estado de nimo de su padre, adems anticipndose a cualquier suspicacia; la muchacha ide una estrategia y girando hacia Efran, lo mir y seal: Pap este es Mateo, ramos compaeros de clase, cuando estaba en el colegio. Como est jovensalud Cajales, estrechando la mano extendida del joven llanero. Bien, gracias seor respondi este. Y Margarita aprovech para distanciarse un par de pasos de su progenitor y proseguir la charla. Pero Mateo, cmo es eso que vas a participar? Dijo mientras sus ojos se encontraban y la distancia de casi de quince centmetros que los separaba, pareca querer hacerse angosta; su rostro estaba ruborizado, su mirada resplandeca nuevamente rebosada de sentimientos. A la vez que Mateo, lucia tmido, sin dar crdito al giro de la casualidad que los reuna de nuevo. Y es que aquella maana los congregaba tan intempestivamente, que ninguno de los dos atinaba las frases
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adecuadas; no podan creer estar tan prximos el uno del otro, pero a la vez tan distantes. Impedidos por el mayor obstculo que atravesaba sus vidas, y quien estaba sentado justo al lado de ellos. Pero el evento ya se anunciaba y en cualquier momento aquel reencuentro terminara Qu pasara entonces? Acaso de nuevo se alejaran? Multicolores ideas cruzaban los pensamientos de ambos, al igual que la vergenza de no atreverse a luchar por su derecho, por su autonoma. Con ansioso afn iban y venan las miradas de estos enamorados, deseosos de escapar hacia algn rincn donde aclarar sus sentimientos intactos, y confesar que la distancia no era barrera capaz de acallar de sus corazones; y aquella algazara que distraa a Cajales, piadosamente fue aprovechada por una celestina inesperada, que benefici tal distraccin, para sustraer a los jvenes de la esclavista plaza que ocupaba Efrain; se trataba de la perspicaz Valentina, quien hbilmente interpretaba las pequeas coincidencias, que los gestos y miradas delataban y quien arribando de la pista, de un tirn tom a su prima por el brazo; con la excusa de ir a por un refresco. Claro, jams imaginaria alguno de nosotros que el gran hacendado, confiara su preciada flor del llano a semejante fuente de excentricidades, que era su sobrina; empero, Cundo ha tenido lgica el mundo? Y ante un afecto casi paternal que senta hacia esta, toleraba que su nia se alejara algunos metros, rumbo a los kioskos dispuestos con mamona, cachapas, majule, gaseosas y toda clase de frituras. Mateo, se excus y despidindose de los presentes, tom distancia primero; seguido disimuladamente por las dos jovencitas que bromeaban tras l. Has visto algo que te guste prima? ri Valentina, mientras diriga una mirada hacia el joven llanero.
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Siadmiti Margarita mirando al suelo tmidamente a ti no puedo ocultrtelo, me descubriras al instante, como si leyeras un libro. Es realmente guapoobserv la juerguista muchacha, mientras su mirada se encontraba con la de otros amigos suyos, que arribaban al evento en motocicletas de alto cilindraje. Son unos amigos, ven te los presentoinvit enseguida. Pero a Margarita, no le pareci buena idea; primero porque ansiaba cruzar un par de palabras ms con Mateo, y segundo no ensayaba forzar la inusual serenidad de su padre. De modo que dimiti la propuesta y continu camino a la caseta donde Mateo, aparentaba distraccin. Cuando lleg, los dos se miraron conservando prudente distancia. Margarita, est realmente bonita hoyadul el llanero a su querida. La muchacha pareci avergonzarse, reparando su vestido como si comprobara que lo dicho era autntico. A propsito, no terminaste de contarme lo de tu participacin en el evento aadi ella con timidez. Gracias a Dios, que haya venido, pens que nunca podra verlaexpres el y cambiando de tema respondi la pregunta. S, estoy trabajando en la hacienda los Ocarros, y como los patrones pertenecen a uno de los clubes, me dieron la oportunidad de participar. Y no sientes miedo de enfrentarte a las bestias?
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Pues la verdad estoy un poquito asustado mi nia, pero quien vive pensando en zorro, nunca tiene gallinasconfes l con una sonrisa avergonzada. Dmelo a m, me gustara terminar con ese encierro en la hacienda, y salir corriendo, para sentirme nuevamente librele devolvi ella la sonrisa. Mateo, apoyado contra el costado de uno de los kioscos, contemplaba el rostro de su amada con gesto expresivo; entretanto, la donosa Valentina, con su ajustado ropaje, hacia ademanes indicando que pronto estara con ellos. Margarita, escuchaba con inters la pltica del joven llanero, y pareca no percatarse de su padre, la fiesta, su prima, el tiempo, nada importaba solo l. No deberas arriesgarte Mateo. Sabes que este deporte es muy peligroso. Estas enfadada conmigo?indag el muchacho. No, no es eso, pero no quisiera que nada malo te pasara. Nada malo va ocurrir, he practicado muchoasegur Mateo. Bueno, no permitas que nada te pasa, no quiero quedarme sin novio. Dijo ella. Somos novios? Eso espero, lo nico que quiero es poder hablar con pap y que l te aceptetermin ella la frase. Sus miradas se encontraron, las heridas de la ausencia sanaban, y el comps de la msica era el teln de fondo ideal; aunque sus manos no pudieran rozarse, y las caricias les fueran esquivas.
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Mateo, escucha lamento que todo esto sea tan difcilse disculp ella. Quiero que usted sepa, Margarita, que yo la quiero y voy a ganarme la confianza de su apespet con seriedad en la voz el muchacho. Entonces el narrador hizo el llamado, para que los centauros se dispusieran en sus ubicaciones. Debo irmese excus el jineteespero verte dentro de un rato. Y diciendo esto dio un paso hacia adelante. Claro, nos vemos luego, por favor ten cuidadose despidi ella con fervorosa devocinte deseo mucha suerte y espero que ganessonri, estrechando su mano. Quisiera besarteaadi l con entraable ilusin, antes de encaminarse a la manga de coleo. Y ella anhelo verse rodeada por sus fuertes brazos, en un ensueo que se disip a medida que este se alejaba. En ese instante gir, para ver hacia la mesa de la cual se incorporaba su familia; y not el rostro serio de su padre, quien desde la entrada del saln de baile, pareca mirarle con aire enojado. Pero quien simplemente hizo una sea, indicndole la direccin de la manga, para que fueran hasta ella.
CAPTULO DECIMO Ajustados a la programacin y horario del certamen, se dio inicio a las actividades que hacan parte del calendario; lo primero serian las pruebas clasificatorias en las categoras mayores y
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juvenil. En la primera de ellas particip Mateo, a pesar de su edad, puesto que contaba tan solo diecisiete aos. La manga de coleo estuvo dispuesta y los arreadores49 se daban con habilidad, a la tarea de preparar los animales en un coleadero50 digno de los principales eventos. A lo largo de varios metros, las zonas demarcadas con lneas y avisos; eran la antesala de la adrenalina que iniciara en poco, e incluso, las bestias resguardadas en los corrales; con sus bramidos parecan anunciar la ansiedad de la apertura. Embarcadero y calceta rebosaban de furor, y en las tarimas el pueblo se placa de fiesta y emocin; entretanto, el corazn de los jinetes se enchia de sentimientos, en la expectacin de las arduas pruebas que los retaran. La arena plana y nivelada mutaba en un territorio indito y hostil; una comarca separada por postes de madera que los aislaba del resto del mundo. En cualquier momento las puertas que alcanzaban los dos metros de altura, se abriran para enfrentar a jinetes y bestias en una lucha de fuerzas dispareja; una batalla peleada por la valenta de pocos, para al final izarse con la recompensa mxima: ser el mejor vaquero. En la arena aguardaban los participantes, no haba tiempo de dimitir; el arrepentimiento ya no caba en sus mentes, la consagracin aguardaba por ellos. Para algunos la manga se llenara de gloria, para otros de dolor; mientras los llanos orientales se colmaban de melodas, coplas que celebraban la vida, pasiones, ritos, comercio, consultas y consejos; de una comunidad que se funda en un solo espritu.
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Ayudantes que arrean los animales para ser coleados. Corredor donde se colea.
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Ronal Jos y Esteban, los amparados de Cajales, clasificaron; tambin Mateo lo hizo, tras superar pruebas tan exigentes como lazo libre y lazo voliado, entre otros. La rudeza del evento se aunaba con la magia que desprenda: un hermoso espectculo salpicado de belleza y aromas, paisajes multicolor, ejecuciones de magnnima destreza; creatividad y riesgo, osada. Los animales se volcaban en bro, prestos a partir por la maosera51; en busca de la libertad que les era impedida. Carpetear un toro o colear al animal, era el fin por el que estos valientes gladiadores arriesgaban su integridad, su propia vida. Ser un icono o salir derrotado eran los nicos caminos, formar parte de la historia del llano era el objetivo; una regin tan amplia como el mismo corazn llanero. sobre los llanos canta un susurro; un susurro que llega al cielo, un llanero va en su caballo; tras un toro, que da recelo. Los rostros excitados aguardaban ansiosos la orden de salida. Una mezcla de temor, desconcierto y orgullo; embargaban a las familias de los osados jinetes. Tambin en el alma de Margarita, se entremezclaban las emociones, estallando con violencia; el desasosiego de que su Mateo, pudiera resultar lastimado, empero, no poda expresar nada, ni tan siquiera liberar un suspiro que la delatara; pues junto a ella permaneca su padre descansado y expectante sobre su asiento. Con todo, al mismo tiempo se senta orgullosa, al saber que el joven llanero era un hombre valeroso, el ms valiente de todos.
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La voz del narrador retumb en la plaza, con el llamado a lista de los coleadores; y el sorteo dispuso a Mateo, ser el sexto en salir para su intento. La voz del cantante Rodrigo Aljure, y su grupo, armonizaron la partida entre sones de joropo, pasaje y merengues; pulimentando la ansiedad de los presentes, con canciones propias y trovas replicadas, andando y desandando versos que matizaban el espectculo. Jueces, anotadores y cronometristas; se activaron al igual que los jinetes en sus cabalgaduras, as lleg el ltimo aviso a los valientes. La suerte estaba echada. El sacrificio, la renunciacin de todo miedo, los laureles se anunciaban; y miles de rostros aguardaban el desenlace. Sobre la puerta del corral partidor52 acababan los juegos de nios, el instinto de la bestia contra la inteligencia del jinete se retaban; no eran enemigos en absoluto, por el contrario estos inditos adversarios, se fundan en una sola fuerza rebosante de energa. Una triloga de centauro, caballo y toro, que se amalgamaba en un profundo suspiro, cortando el aire de la llanura. Caballo y jinete, dignos aliados se unieron en un ltimo rito, una final oracin; la voz del narrador dio la orden de salida, un grito estremecedor: Cacho en la manga! y los ojos en la tribuna saltaron de sus orbitas. El partidor se abri, entonces, cuatrocientos kilos de msculos y fuerza escaparon hacia la libertad, la bestia asediada por un jinete asido a su fiel caballo; trajn hecho torneo, arte convertido en fiesta. La faena viril del osado llanero, venida de las noches de ardua labor en la sabana, hasta la manga de la plaza,
Parte del corral donde se acomoda el toro, antes de la salida del coleo.
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bajo la inclemencia del sol. Manos callosas, sesenta kilmetros de velocidad camino de la gloria, cinco minutos que se suspendan en la eternidad. Las cadas, golpes, empujones, pisotones, risas, tristezas; estuvieron a la orden del da, mientras la lucha se estrangulaba en el fulgor de la tarde. Y no cesaban desde la tribuna las voces de aliento, y los resuellos que crecan con cada tino o cada yerro; rezos, suplicas en un escenario fantstico, casi potico, repleto de inventiva. Correspondi entonces el turno a Mateo, y en el rostro de su amada se insinu la ansiedad; tmidamente levant su mano para brindarle su apoyo, con el corazn encendido y los instintos vitales puestos en marcha; dejando escapar un susurro que lleg hasta los odos del joven: un Te amo privado, furtivo; tan solo deletreado con sus labios, pero suficiente para infundir un aliento capaz de enfrentarlo a cualquier enemigo. Los jueces se miraron atentos, desconcertados ante la juventud que evidenciaba aquel muchacho altivo; con todos sus aperos53 y dispuesto sobre un caballo cuarto de milla, color alazn; Mateo, probaba contener el nerviosismo, mantenerse sosegado y respirar calmoso, mientras senta como se le contraa el pecho, y ensayaba ocultarlo ante las miles de miradas que se abalanzaban sobre l. Muchos pensamientos y recuerdos pasaron por su cabeza, mientras repasaba el trayecto de la manga y calculaba la mejor estrategia para salir airoso, en medio de una competencia bastante reida. El joven llanero dio una ltima mirada, se persign y encomend a su santa patrona. No obstante, correr tal riesgo no
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representaba ningn sacrificio, pues desde pequeo, aun en las privaciones de su infancia haba soado ser coleador. Todo aquello resultaba una sensacin liberadora, como tambin la satisfaccin de demostrar a su llanerita, de cuanto era capaz; y antes de la largada se enlazaron en una mirada, que los distanciaba de cualquier penumbra, descargando sobre su ser toda la alegra del reencuentro; la felicidad de poder tenerse de nuevo. En un instante las manos del muchacho se ajustaron a la rienda, atento sobre la manga, acomodando el alazn en la puerta del corral partidor, en espera de la indicacin; hechas las advertencias del caso, la voz del juez de coso 54 autoriz la salida del animal: Cacho en la manga! Y desde la tribuna un rugido casi unsono retumb: Vamosvamos camarita! Cuando menos el joven jinete, ya tena en sus bolsillos el afecto de los asistentes; ahora solo faltaba corresponder a su incondicional apoyo. Montador, caballo y toro estuvieron listos, Mateo, se lanz en persecucin del animal, intentando tomarlo del rabo con la mano izquierda; mientras con la otra se aferraba a la rienda. Y estuvo a punto de asirlo para lograr una excelente puntuacin en los lmites de la zona de preparacin; sin embargo, el toro en su instinto atvico y temperamental consigui escabullirse hacia la zona de demarcacin. Entretanto, en la tribuna, Margarita, hunda los dedos en sus manos entrecruzadas y elevaba en su mente plegarias a Dios. Como pudo el joven llanero enderez la faena, y en un giro inesperado, soltando ambas manos y tomando al bovino por la cola; realiz una espectacular coleada a
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dos manos, antes de que el animal alcanzara la marca lmite de la primera zona. Casi media tonelada de pura masa muscular cay al suelo dando una vuelta de campanilla Puntacin para Mateo! Vitalizado y pleno de confianza continu nuestro audaz joven, el nimo se exaltaba en las graderas, pero en la arena la concentracin reinaba; en un instinto casi maquinal, con gran esfuerzo se mantuvo el gladiador en su batallar, con los pensamientos inmersos en su objetivo; digno, tenaz y el resultado vino con una nueva cada del toro, que infortunadamente, no gir sobre su lomo, sino que se desplom de costado; baja calificacin, empero sum puntaje. La siguiente ronda, y el da posterior sonrieron para el muchacho; mostrndose mucho ms fuerte, gil, inteligente, ligero y arrojado. Provocando en los rostros de todos, verdadera expectacin; y su amada con un entusiasmo combativo, olvid las prevenciones hacia su padre, unindose a las voces que le apoyaban. La corriente de aire infunda bro en el pecho encendido del vaquero, coleadas a una y dos manos y cadas perfectas, le hacan soar con el triunfo. Por fin concluy la faena y Mateo, se sinti como si despertara de un ensueo que apenas si recordaba; cabalgando sentado sobre un caballo que a todo velocidad persegua a un enorme toro, en medio del afecto y el aplauso de sus indito admiradores. Su alma se senta en armona con sus sentidos, entre la variedad de rostros y colores que engalanaban la plaza; evocando las mejores pocas de una regin golpeada, como el resto del pas, por la violencia, una de lo que solo consegua liberarse por la gracia de sus fiestas. Con los cabellos despeinados, las orbitas de los ojos liberando una mirada honesta y las manos agrietadas como secas
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cortezas de rbol; tante con sus sentidos la naturaleza que le rodeaba, en medio de la vivacidad de perfiles familiares y ajenos, dentro de un contexto en el cual encajaba con naturalidad; con los brazos y piernas temblorosos y la frente baada en sudor, descendi de su aliado equino; interpretando aquello como una confesin del destino, que le develaba un camino que deba recorrer. Jadeante, pero esperanzado, Mateo, concluy la lucha con aquella bestia. Y el halito embriagador de la ovacin lo liber de toda pena; de los recientes y vacios das. Se encamin hasta donde sus patrones y agradeci con afecto, la oportunidad brindada; no importaba el resultado se haba desafiado a s mismo y conseguido salir airoso. El torrente agitado de su sangre corriendo por las venas lo certificaba, y la ola de aplausos que lo despedan hacia el interior del partidor, lo refrendaba. La vida sonra, su bella llanerita reapareca y durante dos breves das; lograba signarse como un meritorio coleador, inspirado de confianza, en armona con la tierra que amaba. Mateo, con la camisa remangada y los brazos desnudos se apoy en la baranda de madera que protega el partidor, levantando su mirada al cielo para contemplar, con los ojos an ardientes de jbilo; el esplendor del sol vivificado entre su tlamo de blancas nubes, sobre el tejido azul del cielo. Entretanto, afuera los gritos y vtores se alargaban para los dems competidores. Se senta exhausto, pero despus de eso seguramente, no dormira un par de noches; recordando el hechizo de los bellos ojos de su amada, mezclado con los latidos de su corazn avivado por el llano, por un fulgido sueo, as era como lucia todo eso. De a poco recobr las fuerzas y seren el pensamiento, volcndose hacia quien obrara un alto porcentaje de aquel milagro;
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liber la rienda de su corcel y se abraz a este, reconociendo el ingente esfuerzo de aquel alazn, que en su veloz carrera tornaba su da en fiesta; soportando con gentileza la descarga de adrenalina, los giros vertiginosos, la fuerza de un enorme toro. Habra querido quedarse con l, conservarlo consigo, recorrer la pradera bajo el cielo llanero; a lomo de aquel magnifico ejemplar, con el sol y la luna como testigos de aquel sino misterioso, que los una transfigurndolos en un mtico centauro. Luego avanz un tanto cohibido, hacia la improvisada regadera de la plaza, para asearse un poco; gir el picaporte y abri con timidez la puerta, cerciorndose que no hubiese nadie dentro. Estaba vaco. As que inmediatamente se adentr y refresc su cuerpo, con la restauradora fuente que escapaba del canalillo, para luego dirigirse al lugar de la ceremonia, donde proseguira el evento. Afuera mientras retornaban a la fiesta y el baile, muchos murmuraban admirados de las habilidades del joven Mateo; y le reconocan el extraordinario trabajo realizado, enfrentndose a hombres con experiencia, que adems le superaban ampliamente en edad. Era sin duda, reflexionaban algunos un joven de gran corazn y ardiente vehemencia. Como todos los dems Cajales, tambin reconoci este retrato del muchacho y en su experiencia, adivin que aquel podra convertirse en uno de los ms hbiles jinetes de la zona. Tanto que consult a sus propios hombres, si alguno le conoca o sabia de su origen, labor y procedencia. La maravillosa sinfona de destreza, color, msica y hermandad; concluira con la premiacin de los coleadores,
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parrando55 llanero y ria de gallos, para alcanzar finalmente, el remate del evento. El narrador acompaado por los jueces, directivos del evento, representantes de las asociaciones y clubes; inici a llamar uno a uno a los jinetes, quienes se fueron uniendo entre cantos y coplas, en la empinada tarima; a la cual unos minutos ms tarde subi Mateo. Una vez sumados los puntajes para conocer el ganador, y seleccionada de entre el pblico una hermosa seorita llanera, para realizar la entrega de la cinta, elaborada con la destreza y galanura de una artesana de la regin, la cual rezaba en su leyenda: Bella la tradicin que convence a un hombre llanero, de subir en un caballo y arriesgar su mundo entero; como bello es el coraje de esta regin llanera, que entre luchas y pesares jams olvida su fiestaQue viva el coleo!" Se dio inicio a la ceremonia de premiacin, guiando a los jinetes hacia un corredor, adecuado bajo el techado del saln; sostenido a varios metros de altura por unos grandes pilares. Tras de ellos se izaba la bandera llanera y adjunta a esta el blasn nacional, como tambin el emblema del encuentro nacional de vaquera; se adivinaba en el rostro de todos los competidores la ansiedad, al igual que en el pblico presente. El amplio espacio del paraninfo, resultaba insuficiente para tantos asistentes, y solo los ms privilegiados lograban una ubicacin dentro de este; mientras el resto se agolpaban curiosos, en las anchurosas entradas. En un extremo, dispuestas sobre un mostrador esperaban las condecoraciones para los primeros puestos; y bastante templados y atentos sobre una larga mesa, aguardaban los jueces. El discurso
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del narrador procedi de inmediato, concluido el saludo y la reverencia a los tenaces gladiadores, anunciando los nombres de los ocho primeros lugares, que serian premiados por su habilidad y experiencia; algunos rostros ya dibujaban una sonrisa triunfante. Al buen llanero no se le va el lazo!56exclam el presentador, pasando enfrente de cada uno, entre ellos Mateo; y apoyando su mano en el hombro de estosy los hombres aqu presentes a bien que lo han demostrado. Y con una sonrisa amplia y amable continu: No es poca cosa enfrentarse a un toro, de ms de cuatrocientos kilos; muchos de nosotros ante esta propuesta, haramos como las vacas viejas cuando las obligan se echan57 Ante esta observacin todos rieron. Pero estos hombres retan el peligro, ms que por obtener un premio, para lograr la sonrisa sincera de todos ustedesdijo dirigindose al pblico. Entonces continu: Quien no apuestano gana, y ustedes camaritas, si que apostaron hoy; por eso todos los participantes ms all de los puntos sumados, son ganadoresy diciendo esto les pidi a los homenajeados, que levantaran su mano en seal de triunfo. Luego su discurso se dirigi a dar gracias a todos los asistentes: clubes, asociaciones, alcalda, gobernacin, hacendados, dueos de hatos, sus familias y todos los visitantes. Para proceder luego a llamar a cada uno de los jinetes, quienes reciban con una sonrisa sincera y amplia su galardn; pero sobre todo una de las mesas rebosaba de silenciosa expectacin, a medida que Jair
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Hbil para realizar una cosa, alguien en que se puede confiar. Cuando a alguien se le exige algo y no lo hace.
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Osvaldo, el narrador, formulaba su discurso entre abrazos y aplausos; era la de los Cajales, donde Margarita, ladeaba su cabeza buscando el mejor ngulo, para no perder detalle del momento en que se anunciara, el paso al frente de su amado. Que no tard en llegar: Y el quinto lugar, seguramente, ser una grata sorpresa para muchos de los presentes!exclam Jairy quien ahora viene a acompaarnos, cumple a cabalidad el refrn que reza: al toro bravo, a los cachos!58 Demos un fuerte y caluroso aplauso a Mateo, de la hacienda los Ocarros! La mirada de la joven llanera brill de entusiasmo, el corazn se le inund de alegra; sentada sobre su silla queriendo correr hasta l y abrazarlo. Y se olvid de cualquier miramiento, aplaudi ms fuerte que todos y llev hasta su boca una copa de champagne, de la cual bebi un pequeo sorbo, para luego izarla en honor del valiente muchacho. No es poca cosa un quinto lugar? Verdad Mateo? pregunt el narradorms an cuando has competido con jinetes de tanta experiencia. S, seor, como usted dijo hace un momento apost y gan expres tmidamente Mateopero este logro se lo debo a mis patrones: doa Magdalena y don Arnulfo; sin ellos no habra podido inscribirme, ni entrenar para estar aqu. Habas hecho algo as antes, Mateo? Ni en mis sueos, seorsonri el muchacho. En serio? Pues yo menosbrome el locutor y el pblico dej escapar una risotada
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BuenoHablando en serio, con la demostracin que hiciste, muchos creeran que no es cierto lo que dices, pero sabemos que es as, y te auguramos un gran futuro en este deporte. Y a ciencia cierta, que no era poco lo que haba logrado!, de inmediato se escuch un caluroso aplauso, y su patrn se levant de la silla para elevar una copa por l; esbozando una gran sonrisa de satisfaccin. Entonces el joven llanero continu, mientras tomaba su premio y elevaba la mano derecha en seal de triunfo; llevando la mirada justo hasta donde estaba su bella llanerita: Gracias, a todos ustedes que me apoyaron estos dos das, de verdad que es muy lindo poder estar aqu; conocer a estos grandes jinetes y aprender de ellos. Nunca voy a olvidar este momento. Un gran aplauso para l!concluy Jair Osvaldo, con un abrazo e invitando a pasar al siguiente caballista. De pronto para sorpresa de todos, pero sobre todo para Margarita, y sus familiares, algo nico e impensable sobrevino, Efran, con unos cuantos tragos de whisky en la cabeza; levant su copa brindando con su primo Agustn, en honor del muchacho. Varn, apuremos esta copa, por la nueva generacin de coleadoresdijo sin rodeos, en referencia a Mateo, y eso que sus protegidos Ronal Jos, y Esteban, estaban entre los cuatro primeros puestos que disputaban el torneo; empero, algo grande haba alcanzado el jovencito, tanto que era visible para el gran hacendado.
CAPTULO DECIMOPRIMERO
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La ceremonia continu por algunos minutos ms, y sin rodeos ni extravagancias se coron al jinete favorito: Oscar Alfredo Mojica, un llanero del Casanare, experto en coleo; y quien las dos versiones anteriores haba estado a punto de ganar el evento. Esta vez era la tercera y la vencida. Se trataba de un hombre amante de este deporte, muy merecedor del premio por su eximia faena, como tambin por ser un excelente deportista, siempre amable y cordial. El pblico agradeci con sus gestos a los auspiciantes del certamen en el cual los predilectos de Efran, ocuparon un meritorio tercer y cuarto puesto. Entretanto, en la mesa de sus jefes, Mateo, celebrara su triunfo; cruzando miradas que de soslayo escapaban de uno y otro extremo hacia la mesa de Margarita. A tu salud muchacho, hoy empezaste a forjar tu historia brind don Arnulfo con l. Haba alcanzado algo notable, con lo nico que le era posible apostar, el valor de no dejarse caer de su cabalgadura, el evitar hundirse en la arena y ser pisoteado por la muerte; aunque de haberlo sabido de antemano se habra jugado la vida misma, por aquellos instantes de jbilo y alegra, que lo embargaban bajo la templanza de la noche que ya llegaba. Mientras se distraa con las extravagancias de los vecinos ms delirantes, y daba una ojeada a la mesa donde Efran Cajales, el mito llanero, y su primo, levantaban una y otra vez su copa hasta la embriaguez; agitando sus sombreros y riendo espontneamente. No era habitual verlo as, pero en aquel ambiente festivo donde chocaban las copas, las risas y las historias, entre zapateos, repiques, escobillaos, zambullidas y zamuros;59 al ritmo del joropo, el aguardiente llanero y el majule, todo estaba permitido.
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Afuera de las casetas, la gente del pueblo disfrutaba de una buena pelea de gallos y de las delicias gastronmicas llaneras: haba mamona a la brasa, capn, tatuco60, pltano, y vinete61, para deleite de todos. Mateo, entretanto reposaba placido en la mesa de sus patrones, con la sonrisa melanclica que le provea la corta distancia, que lo alejaba de su llanerita; contemplando sus ojos, su sonrisa, satisfecho de tenerla a su alcance. Aun cuando no pudiera tocarla Como amaba a ese hermoso pajarito, que era libre por una noche! Entonces se distraa en la charla con los dems acompaantes de los Ocarros; la seora magdalena y otros trabajadores del hato. El aguardiente llanero, como experto embaucador obr su efecto en la mayora de asistentes; y el festejo prosigui su camino. Se elevaron coplas, se relataron mitos que recorran la llanura desde pocas de antao, y afuera la noche iluminada por las lmparas de petrleo y en lo alto la luz de las estrellas; se adhera a los destellos artificiales del interior del saln. Donde el baile se institua como un fantstico hechizo de creencias ancestrales, mecindose al comps de las melodas del arpa, capachos, cuatro y bandola; un corri, seguido de un pasaje, donde gavanes, amores y corocoras tomaban vida, para dar luego paso al humor de un contrapunteo62. Las manos entrelazadas, pantalones remangaos, y
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Pescado sazonado en trozos de guadua y hojas de pltano. Vino de palma. Reto de copleros con versos improvisados.
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una explosin de zapateo63; daban paso a su majestad el joropo. Las rodillas se rozaban sutilmente, y los cuerpos plasmaban obedientes lo ms representativo del folclore llanero. Bienestar, regocijo, pujanza; una vida sencilla, una forma de vivir y conectarse en equilibrio con natura, entre escobillaos, zambullidas y zamuros. Entonces Mateo, avalentonado por unos tragos de majule, ensay aproximarse a la mesa de su amada; tal vez con la intencin de invitarla a bailar una pieza, y estando a pocos pasos se detuvo un instante y la mir a los ojos. Margarita, dej escapar una sonrisa al verlo, mientras permaneca sentada al lado de doa Pura, y musit Holaal notarlo allegarse; convencida que la ferocidad de su padre, no estorbara un inocente baile. Los jvenes estaban tan distrados en el lenguaje de sus miradas, como si nadie ms estuviera con ellos; que el muchacho se vio sorprendido por uno de los trabajadores de Cajales, que se interpuso entre ellos. Se trataba de un llanero jovial y dicharachero, a quien todos conocan como el mono, el cual se arrim hasta Mateo; a quien conoca desde pequeo, por haber tenido trato con Roco y algunos de sus vecinos. Camarita, hoy se gradu de llanero, lo felicito Usted va a ser un gran jinete espet el mono, mientras le serva una copa de aguardiente al muchacho. Mateo, bebi el contenido de la copa y agradeci el gesto con voz ronca, pero ms ocupado en lograr su objetivo de alcanzar la mesa.
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Sin embargo, el mono lo tom por el brazo y mientras aumentaba el volumen de la msica y Margarita, los segua con la mirada a poca distancia, este indic: Joven, a perro que no se conoce no se le toca el rabo64; yo a usted lo distingo desde pequeo y s que es un buen muchacho, pero evtese problemas. Hay fuerzas con las que no se puede luchar, y esa nia est prohibida para cualquier hombre de la regin. Pero mono acaso el destino no se puede cambiar? respondi Mateo, libre de cualquier miedo. Mire hombre no apure los das, el patrn puede que parezca embarbascao, pero le aseguro que nunca est con la cincha floja; mejor guarde el pan para cuando haya leche. Pero por ahora no se busque males innecesarios. El joven llanero prest atencin al recin llegado, entendiendo sus palabras y las buenas intenciones que se fundaban en ellas. Y simplemente, se qued mirando hacia la mesa donde Margarita, aguardaba sentada su arribo, plena de inocencia; mientras Cajales y Agustn, cuchicheaban entre ellos, y el corazn le reverberaba de arrebato, en procura de consuelo. Pero inesperadamente, en ese momento Cajales, quien contemplaba la conversacin entre su trabajador y el jinete; le llam por su nombre invitndolo a sentarse. Mateo, venga sintese con nosotros! La sorpresa en el rostro de todos, incluso del propio muchacho se formul silenciosa; tanto que crey adivinar en el rostro de doa Pura, un refulgente gesto de expectacin.
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Empero, seguido por el mono, traspasaron la corta distancia y de inmediato el joven salud: Buenas noches, con permiso, y luego extendi su mano al patrn. Don Efran, como est usted. Venga, vengamuchacho, descanse aquinvit Cajales, sealando una silla prxima a lDnde fue que aprendi a colear de esa manera? Pero antes de responder fue interrumpido por Agustn, quien al verlo llegar proclam bastante ebrio: Hombre, Mateo A qu se debe el honor? El honor se lo debo ustedes y a don Efran, que acaba de invitarme a sentarme en su mesa. Pues venga muchacho, venga a sentarse con nosotros. Que esta fiesta es pa celebrarla proclam Agustn. Graciasrespondi el joven a media voz Mientras los contertulios estrechaban el crculo, para escucharse mejor, y los escoltas de Cajales, observaban recelosos la escena desde la mesa contigua. Qu edad tiene usted muchacho? inquiri Efran, mirndolo de reojo; mientras hacia una sea a uno de los meseros para que se aproximara. Tengo diecisiete aos, seordeclar Mateo. Cajales, sonri con un gesto socarrn. Pero parece que la vida le ha puesto algunos de mas as era yo, muchacho, as era yo cuando tena su edad; pareca que tenia mas aos encimaobserv el patrn.
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Entonces Agustn, y doa Pura, murmuraron con asentimiento. Cajales, hizo una nueva sea al camarero, quien ya se aproximaba a tomar nota de su requerimiento. Si don Efran en qu le puedo servir? Trigamele un aguardiente al amigo Mateoahhh y tambin unas sodas y ternera para todosrugi Efran. S seor, enseguida, asent el asistente y parti de inmediato. Mire muchachocoment Cajales, saboreando un humeante habano cubano; que entre sus gruesos dedos lograba verse pequeohoy lo vi coleando con alma y sombrero, y a m la gente valerosa y decidida me sirve usted donde trabaja? Yo ahorita, don Efran, estoy trabajando con el patrn Arnulfo, en la hacienda los Ocarros. Cajales, frunci el seo y se dirigi a su primo Agustn, con el cual empez a tratar otros temas; mientras coman y beban, del pedido que haba llegado a la mesa. Mateo, se senta transformado y complacido, contemplando el rostro de su llanerita, que se notaba serena y contenta; lo cual resaltaba su belleza, engalanada en el sobrio y bonito vestido que llevaba. Aunque todava no cruzaba palabras con ella, pero se llenaba lentamente, del aliento de familiaridad con el cual pareca tratarlo Efran Cajales; y atenda la charla de este, con las melodas del joropo sirviendo de fondo, y la pista de baile en la que jugueteaban hombres y mujeres al ritmo de los aires llaneros. Mateo, no disfrutaba mucho del aguardiente; quiz desde su primera y nica borrachera acompaado por su amigo Dumar, quien se haba visto obligado a dejar el pueblo, en busca de
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mejores oportunidades en la capital. Sin embargo, alz su copa y brind un par de veces ms, con el hacendado y su primo; entre las reflexiones ebrias de estos. Hasta que la voz de Valentina, medio abombada, irrumpi de nuevo en la mesa dirigindose a Margarita. Prima y es que usted se va a quedar sentada toda la noche? Solo hasta entonces reson la voz de doa de Pura, quien se adelant en contestar. La nia est bien, ValenY usted debera venir a sentarse con nosotros un ratico; que ya ha disfrutado bastante notific la seora, descargando una mirada circunspecta sobre ella. Valentina, arque las cejas, volviendo a su ta una mirada glacial y se sent junto a la hija de Cajales. Y continu bebiendo y vertiendo licor en las copas y vasos de los dems; como haba hecho durante toda la noche, con la complacencia de su to, quien pareca tolerarle sin reparos esa conducta. Mateo, quien no quera embriagarse, dio vuelta a su copa en seal de contencin; mientras la charla se dilataba. E incluso ms distendido, cruz algunas pocas palabras con doa Pura y su hija, en medio de los canturreos de Valentina. Acaso era un sueo todo eso? Estar tan cerca de ella, sintindose casi aceptado por su familia; ahora que Doa Pura, con el brazo apoyado sobre el de su hija, pareca ms ocupada en sus propios comentarios, que de la conversacin de Cajales y Agustn, de la cual deba entender muy poco. Distingui el joven llanero una lucecita de esperanza, que se iluminaba con la brisa nocturna que acariciaba sus cabellos; y en sus odos reinaba la suave voz de su amada, quien de a poco perda la timidez, para beatificarlo con su
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preciosa sonrisa, iluminndole el semblante. Entraablemente, se miraban con el alma llena de propsitos. Tambin el sonrea, confiando que aquel tnel de oscuridad que cruzaba sus vidas, empezaba a iluminarse. Lo cierto era que los jvenes enamorados entendan muy poco de las reflexiones adultas. De cuando en cuando, doa Pura y Valentina, intervenan en la charla haciendo alguna pregunta a Mateo; sobre como a travs de los aos, haba desarrollado su habilidad sobre el caballo o que propsitos tena en la vida. Y claro, brillaba resplandeciente en su mente, la idea de revelarse como alguien digno de entrar a formar parte de la familia. Se extenda en las reflexiones sobre sus propsitos a futuro, y as se senta extraamente cercano a todos ellos. Qu favorecida, simple y franca pareca la vida! Unos das antes estaba solo y sufriendo en su soropo, con el corazn arrugado por la tristeza y ahora, era el propio Efran, quien lo pona junto a su amada. Ya no le pareca tan egosta, severo o calculador. Era como si la bebida lo hubiese convertido en otra persona; como si el dinero y el poder no importaran, y disfrutara tranquilo de toda esa simpleza. Pero Era verdadero todo eso que pensaba Mateo? Acaso no estaba tambin l, bajo los efectos de la bebida y an mas embriagado por el amor? Y era esta simulada confianza, la que guiaba sus pensamientos. Entonces Valentina, se apoy en el hombro de su prima y se levant de la mesa, siguiendo en direccin del artista que cantaba en la tarima. Doa Pura, Mateo y Margarita, siguieron con la mirada el contonear excesivo de sus caderas, que para muchos de los presentes resultaba un deleite que encantadora muchacha!
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Luego se pase sonriendo hasta llegar a la mesa de sus amigos, recitando con voz opaca, las coplas que de la garganta del trovador escapaban meldicas; y entre sus dicciones apagadas e inexpertas, reson la voz de doa Pura: Valentina! Valentina! Con una amarga sensacin de disgusto, que manaba como una estrofa ms de la cancin; entonces la seora mir a Cajales, como si se dirigiera a un bribn, incapaz de poner coto a la conducta su propia sobrina: Efran! Valentina, est muy tomada a qu hora nos vamos? A ver Cul es el problema?dijo Efran, dirigiendo una mirada a la seora con evidente desinters Qu es lo que te traes Pura? Vamos a disfrutar la fiesta! Caray Que interesante! Aqu vamos de nuevo murmur con desazn Margarita. Entretanto, Mateo, la escuchaba sin atinar su actuar en tan incmoda situacin; con la idea remota que realmente existiera algo que l pudiera hacer o decir. Pero Cajales, dio la vuelta como si nada, como si el mundo fuera suyo y los dems simplemente, lacayos a su servicio y voluntad; luego bebi un sorbo de whisky de su vaso. Dejando a la mujer inmvil, sentada y vaca; con un semblante de amargura y soledad. Aun as, conservando su siempre correcta manera, con las facciones disfrazadas de imperturbabilidad. Y a Mateo, sintindose como un pequeo mentecato, que acertaba la vala de cada quien en aquella mesa; en la cual el patrn no tenia antagonistas.
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La orquesta empez a tocar de nuevo, mezclando diferentes ritmos musicales; el pblico ovacion su destreza y los contertulios fueron desarraigados de sus reflexiones. A los primeros compases musicales surgi el denuedo de danza, y los concurrentes se dirigieron prestos a la pista de baile. Varias parejas se adelantaron y comenzaron a bailar un joropo con desenvoltura, seguridad y gracia. Mateo, no entenda mucho de baile; pero al menos saba mover los pies y dejarse guiar por las notas de la msica. De inmediato salt Valentina, a la pista de baile y en verdad que lo haca con sorprendente soltura; con una habilidad inherente a su naturaleza femenina. Seguramente, Margarita, tambin bailaba maravillosamente, reflexion el muchacho, y habra querido corrobralo; pero comprendi que deba contenerse. Ya habra oportunidad de hacerlo en un futuro; entretanto, el saln se engalanaba de eximias parejas, que con espontaneidad representaban lo mejor del danzar llanero, y su baile hablaba de naturaleza, de tiempos mejores; de pastizales, bestias, ros, mitos y aromas de caf. Entonces Efran, aprovech ese momento para retomar la conversacin con Mateo. Y cuanto gana muchacho, en el hato donde trabaja? Le pregunt. Ms o menos el salario mnimo, seor. Bueno, no es precisamente el premio gordo de la lotera ri Cajales. No seor, pero para empezar no est mal; cuando menos me alcanza para los gastos. Naturalmente, pero uno no debe estar conforme, adems usted es una persona hbil
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As, palabra tras palabra, sin mayor prembulo; vino una proposicin que tomara por sorpresa al muchacho. Y qu pensara de trabajar conmigo? Podra pagarle el doble de lo que gana, solo para empezar. Qu me dice, muchacho? no est nada mal, con su poca experienciamir Efran, complacido como si el asenso fuera un hecho.
CAPTULO DECIMOSEGUNDO La suerte pona en bandeja de plata, la opcin de poder estar cerca de su bien amada; y una copa elevndose sellara el acuerdo. Una apuesta a por todo o nada. Pero haba algo ms que generaba dudas en la respuesta de Mateo, y esto era, la representacin del socorro que don Arnulfo, sentado en la otra mesa, con su camisa de cuello blanco, le haba brindado en su momento; y si algo caracterizaba al muchacho era su talante agradecido. Entonces la preocupacin rond su mente y la hasta ese momento serena velada, se visti de irresolucin. Negarse a la propuesta significaba quiz no ver ms a Margarita, pero aceptarla era casi como traicionar la confianza, que le haban brindado. La naturalidad se torn en nerviosismo, en decisiones forzadas; mientras sonriente Cajales, aguardaba una respuesta. Y al otro extremo de la mesa la mirada de la hermosa llanera, abrazada a su madre, lo conduca por un camino de una sola va. Bella criatura por la que vala la pena todo esfuerzo! dulce primavera que se elevaba al compas de la fiesta, ardiente
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hechizo que colmaba sus sentidos; su nico y verdadero deseo, anhelo febril de su juventud. Empero, la conciencia y el deber le hicieron girar hacia la mesa de los Ocarros, y vio que su patrn bien puesto como siempre, tomaba del brazo a doa Magdalena; y seguido por sus empleados se incorporaba con gesto de querer marcharse y le sonrea en la distancia, como si asumiera que ya no perteneca a los suyos. Disclpeme un momento don Efransolicit el muchacho con los mejores modales. Levantndose de la silla y encaminndose hacia quien segua siendo su patrn, cuando menos hasta ese momento; sintiendo la necesidad de acertar consejo o simplemente, de justificarse, por una decisin que tal vez, sin saberlo, ya haba tomado. Solo por un breve segundo haba pensado en desechar la propuesta, pero los ojos de Margarita, lo haban extraviado de cualquier tipo de consideraciones; aquello no tena juicio. Ella ocupaba durante todo el da sus pensamientos y volver a perderla, sabiendo que el destino la pona en su camino; era una insensatez. Seguro su patrn lo entendera. Mateo, alcanz a don Arnulfo, justo en la puerta de salida y lo observ con una mirada que no requera palabras. Una hora haba estado en la mesa de Cajales; su patrn era alguien sabio y entenda que no hablaban solo de caballos y vaquera. Y en un instante, le ahorr al muchacho las molestas explicaciones; desechando cualquier juicio o sermn. Mir a su esposa que iba tomada de su brazo y luego gir para prestar atencin a Mateo, quien levant las cejas y sonri con una mueca retrada, al advertir que esa podra ser la despedida.
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Incluso en ese momento senta resistencia de adentrarse en el mundo de Efran Cajales, y suspir profundamente, al admitir que a regaadientes, regresara a la filas de un contratante, que ni siquiera saba que ya haba sido empleado suyo. Y se alejara de los buenos modales de aquella cordial pareja; para adentrarse en un mundo de soberbia que desconoca. Don Arnulfo, lo mir con gesto compasivo y extendi la mano descargndola sobre su hombro, luego habl como si de un augur que lea su mente se tratara: Mateo, usted es un buen muchacho y sabe del aprecio que le tenemos mi esposa y yo; pero seamos justos. Esto no es algo que tenga que discutir o consultar conmigo, es solo su decisin; y en este momento ni siquiera es posible que yo le pueda garantizar un determinado tiempo de trabajo. Adems en honor a la verdad la hacienda Cajales, es la ms grande de la regin...pero eso Mateo, lo tendr que decidir usted mismo. De cualquier modo quiero que sepa que las puertas de mi casa, siempre estarn abiertas para usted y ser bien acogido. El muchacho escuch vidamente esas palabras y pudo captar en ellas la honestidad que las motivaba. Patrn, usted sabe que me gustara quedarme en los Ocarros, y le aseguro que no se trata de dinero; pero quien vive pensando en zorro, nunca tiene gallinas. Y usted sabe de qu le hablo. Descuide muchacho que algo s de la vida, y yo tambin una vez luch por la mujer que hoy camina a mi lado; ahora vuelva a la mesa y no se preocupe por nosotros. Aquel hombre bonachn, haba podido ver a travs de los ojos de Mateo, como si de una abierta ventana se tratara; la ventana
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de su alma que revelaba sus sentimientos ms honestos, sus anhelos. Y l se senta aliviado de que as fuera, pues a pesar del poco tiempo compartido; ellos eran lo ms prximo a una familia, que haba conocido desde que quedara solo. Qu poda perder? Si fallar en su intento, siempre tendra un lugar en los Ocarros; no necesitaba escucharlo, en su corazn lo saba y lo mismo daba pensar una hora o dos das, en una decisin tomada. As que con un abrazo se despidi de la pareja y regres de nuevo a la mesa donde esperaba Cajales. Esos das haban sido extraos, pero confiaba en Dios, que algo bueno sobrevendra; era como trazar una lnea imaginaria, tan delgada que cruzaba al otro lado, sin apenas darse cuenta. Por supuesto, como todo cambio este traa consigo ansiedades y miedos; la sensacin de desprenderse la piel de una vida, para meterse en otra completamente desconocida. Mientras se adentraba de nuevo en el saln, vino a su encuentro Margarita; quien lo salud con mirada inexpresiva, y semblante desconcertado, dispuesta a marcharse con su mam y Valentina. Mateo, sin saber lo que ocurra se acerc a ella y le tom de la mano, preguntando intranquilo, cual era la razn de tal afn por dejar la fiesta. Pero la jovencita enmudeci, mientras la seora Pura, sin colores en la cara, ausente y con la mirada vaca; se deslizaba penosamente con la cabeza agachada, como si tanteara el piso con sus sandalias. Olvdalo Mateo, no ocurre nadaasegur la muchacha y en ese instante sus ojos se inundaron de lgrimas. Pero Margarita Est bien? Quiere que vaya con usted? examin el joven, mientras hurgaba con la mirada, la ubicacin de la mesa donde Agustn y Cajales, ya no estaban.
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Descuida estaremos bien, lo que menos quiero es causarte un inconveniente. Muchas gracias por todo Mateo, fue lindo verte observ la joven estrechando su mano; y sin decir nada ms se alej a toda prisa con sus dos acompaantes, y los escoltas que las seguan. La cancin finaliz y el llanero aprovech para levantar la mirada y en breve, escudriar la silueta de Cajales. La cual divis junto a una de las mesas en medio de una algaraba. Todos los asistentes iniciaron a arremolinarse, en torno a la disputa que irrumpa la celebracin; contemplando enmudecidos, aquella arrebatada tolvanera donde Efran, estaba a punto de irse a las manos; con un jovencito sentado en la mesa, junto a una mujer de cabellos castaos. En ese instante aquel joven levant la vista y Mateo, lo reconoci de inmediato: era Duber, el mismo muchacho que pretenda a su llanerita y al cual Cajales, hace un tiempo le diera una reprimenda pero cul era ahora el motivo de tal galimatas? De a poco se fue abriendo camino entre la multitud, para corroborar lo que ocurra; y lo tom por sorpresa el sonido de la msica al activarse de nuevo. Y aun cuando la orquesta continu con los repiques armnicos de sus melodas; la pista de baile qued completamente, vaca y la mayora se aglutinaron en torno a la mesa. De la cual finalmente, se levantaron el joven embarbascao por la bebida y su acompaante con semblante aterrado. De inmediato Mateo, lo supo; la muchacha que estaba con Duber, era nada menos que la amante de Cajales, a quien solo hasta ese momento haba visto. Las peticiones del grupo musical por dejar de lado la contienda y proseguir con el festejo, resultaron intiles. Los buenos modales, la elegancia, la amistad y el respeto quedaron de lado. La muchacha sonri plena de nerviosismo, al advertir el craso
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error cometido, y ninguna firmeza le valdra contra Efran; era de su propiedad, ya deba saberlo. Finalmente, Mateo, logr llegar a un pequeo espacio libre en medio de la multitud, junto al lugar de la trifulca; adivin que algo malo estaba a punto de ocurrir, as que extendi la mano para intentar alcanzar a Cajales, y conducirlo hacia el camino de la cordura. Pero apenas si logro rozar su hombro, y debi admitir que sus buenos oficios de poco serviran, en un escenario determinado por la ingenuidad de esos muchachos. El desconcierto lo invada todo. La muchacha de cabellos castaos se sent de nuevo en una silla, con su vestidito corto y floreado, que dejaba ver sus largas y nveas piernas. En su rostro se insinuaban dilatadas lgrimas a punto de borbotear de sus ojos; mientras el viento de la madrugada ondeaba agitando sus cabellos. Y en la camisa blanca de Duber, una sutil mancha de rubor lo condenaba; muchos deban saberlo: en la cabeza de Efran, iniciaba a computarse el merecido castigo, ante tal osada. En medio del desorden, Mateo, distingua los tonos sombros que se erigan en la planicie. Por sus das en la mina, conoca el carcter del patrn y solo quedaba confiar que el gran hacendado recobrara el juicio. Dos hombres de Cajales, aproximaron una silla para su jefe y otras dos para ellos; y obligaron a Duber, a sentarse en una que estaba libre junto a la muchacha. Efran, sonrea burln, sus ojos se colmaban de evidente furia, y su semblante pareca tornarse gris; mientras serva un trago de whisky y lo beba de un solo sorbo. Ninguno de los presentes quera tomar partido en aquella reyerta, entretanto, el rostro de la joven sufri una mutacin que estremeci a Mateo. Sus bellas facciones parecieron marchitarse en un segundo; la pintura de su rostro se entremezcl y la ms
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profunda tristeza se reflej en su fisonoma. Gradualmente, despuntaba un albor rojizo sobre la llanura, y el rostro de Cajales, disipaba la aparentada sonrisa, tornndose amargado y fro, con sus manos entrecruzadas sobre la barbilla; prolongndose en un gesto que no requera palabras, cada instante mas acusador. Para ese momento la msica se haba detenido, y las miradas fras se estrellaban entre ellas, sin acertar una reflexin; como si adivinaran que el calor de una vida, terminara en ese amanecer. Duber, y la muchacha observaban a Cajales, evidentemente intranquilos, sacudidos; espantados en un tremor, que les impeda declarar en su favor. Que haremos?qu haremos? Exclam mordazmente Efran, con sus escoltas dispuestos a su lado. El evento concluy en medio de la enmaraada situacin. Las luces del saln se encendieron, la orquesta dej el lugar y los encargados de seguridad, al igual que los meseros y el resto del personal; desestimaron la situacin que se eriga casi como una pantomima, concebida para culminar la celebracin en medio de un agitado final. Muchos de los asistentes tambin marcharon rumbo a sus casas, con la impresin de que todo aquello no llegara a mayores o simplemente, no era su asunto, no habra castigo ni ejecucin, ni nada por el estilo; era una simple cuestin de borrachera y que pronto el equilibrio de las cosas tornara a su debido orden. Pero que poco conocan algunos a Cajales, y su perenne poder; la euforia de su propia imagen, el aumento exponencial de su ambicin, y la propia naturaleza que lo obligaba a ser autoritario por simple placer. Y ah estaba sentado, rebosante de emociones que solo l conoca. La impresin de los dems poda ser cualquiera, pero solo Efran, conoca los pensamientos que
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rondaban su mente, y las frivolidades de su corazn. Esos dos jvenes frente a l lo saban y su mirada evidenciaba el lvido arrepentimiento de su actuar. Arrastrados por el deseo o la inocencia, se suspendan como blanco de tiro; como un escudo aguardando ser atravesado por una lanza. Sofocado, Duber, intent incorporarse, y de inmediato un empujn arrastr sus pies de nuevo a la silla. Tendremos que hablarindic CajalesPero no aqu. Al fin la muchacha se atrevi a pronunciar vocablo y fue una penosa ingenuidad de su parte: Efran, estas mal interpretando las cosas, entre Duber y yo no hay nada; adems t ests borracho. En la maana hablaremos; estoy cansada y quiero ir a dormir. Usted se queda ah mismo, donde est! bram Cajales. Quien en ese momento fue interrumpido por un medroso mesero: Don Efran, este yoehhh usted desea pagar ahora la cuenta? Es que ya debemos despedir a toda la gente. El patrn lo mir como si no entendiera lo que deca, pero el mozo aunque estremecido, permaneci de pie aguardando el desembolso. Jefe, el muchacho necesita que le pague la cuenta refrend uno de sus hombres. Yaya entiendo Dijo sacando su billetera del bolsillo y extrayendo de esta un buen fajo de billetes de donde tom, unodostrescuatro cinco billetes y se los alcanz.
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Gracias muchacho, qudese con el cambio y no vuelva a interrumpirme. S seor, disclpeme, agradeci el mesero y se alej en direccin a la barra. Entonces el hacendado la emprendi de nuevo contra la indita pareja, causante de su furor. Y con violencia se incorpor de la silla, tomando a Duber, por el brazo; quien horrorizado avoc un poco de cordura. Es un poco tarde para esodijo Cajales, sujetndolo por el cuello y empujndolo a la salida, seguido por sus hombres. Mateo, quiso intervenir de inmediato y acertar razones que le hicieran desistir de su oscuro propsito. Don Efran, debera irse a su casa. Piense en su esposa y su hija. El patrn mir primero de reojo, atendiendo la voz que le hablaba; luego como despertando de un trance, mir de nuevo, certificando de quien se trataba. De pronto, su rostro se torn muy serio, su ceo se frunci; y empez a gesticular mientras, Mateo, le miraba desconcertado. E intempestivamente, Cajales, explot en un violento enojo colmado de incoherencias: Te equivocas conmigo muchacho! porque as te ofrezca trabajo, no te voy a permitir que te metas en los asuntos de mi familia Quin te crees que eres? Acaso te gusta mi Margarita? Crees que puedes cuidar a mi familia? Yo te garantizo mocoso idiota, que si te acercas a ellas Te mato! El muchacho lo mir atnito, pero fijamente a los ojos, y permaneci inmvil, aguardando su reaccin; que tan pronto como detonara pareci apaciguarse, e incluso una sonrisa alcanz a esbozarse en el rostro de aquel desequilibrado. Luego descarg
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suavemente su gruesa mano sobre el rostro del joven llanero y dijo: Ya djame tranquilo, Mateo, no te preocupes por mi familia; nadie se atrevera a tocar con ellasy ms delirante an tom su mano y la estrech con fuerza Somos amigos? Claro don Efran, no hay ningn problema; yaprovecho para despedirme, ya que es tarde y debo ir a casa. Nono, usted viene conmigo, a partir de hoy yo pago su sueldo. Mateo, ni siquiera estaba seguro de que hacer; empero, asinti con la cabeza, en la conviccin que aquel caos terminara pronto, y sigui a Efran y sus escoltas hasta los autos; donde subieron a empellones a Duber, y a la muchacha. Entonces los motores rugieron y emprendieron la marcha. Siguieron por la ribera del rio, devorando algunos kilmetros hasta adentrarse en el pueblo; entonces la camioneta donde iban Cajales, su joven amante, Mateo, y dos de sus escoltas, se detuvo. Efran, tom su sombrero, abri la puerta y descendi del vehculo; tomando con fuerza a la muchacha y obligndola a descender. Avanzaron y se detuvieron frente a una puerta, al parecer en la vivienda de la joven. La maana an no despuntaba y la vaporosa luz que iniciaba a irradiar, pareca un aullido lejano y misterioso, que atravesaba el pecho helando el corazn. Sin embargo, Hasta ese momento Cajales, no pareca ms hostil de lo que haba sido antes. Es un poco tarde no?expres Mateo, a sus parcos acompaantes, sin obtener respuesta.
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Efran, empez a discutir con la mujer, y poda observarse del otro lado, las siluetas, y como el patrn golpeaba con los nudillos la puerta de la vivienda. Mateo, estaba por desistir de su intencin de trabajar en la hacienda Cajales; simplemente, quera bajar de aquel auto e irse a casa y continuar con su apacible y sencilla vida. Pero al pensar en esto la cabeza se le colmaba del recuerdo de Margarita. De pronto como un loco, posedo por algn demonio, Efran, le propin una bofetada a la aterrorizada mujer, que estuvo a punto de derribarla y emprendi el regreso al auto; abri la puerta, subi y dio la orden de arrancar, pero un par de kilmetros ms adelante en una arboleda oscura y solitaria, se detuvieron de nuevo los vehculos. Cajales, quien estaba rojo de rabia, descendi volvindose hacia el automvil aparcado tras el suyo, donde iban Duber y otros dos de sus hombres. Era un poco tarde para salir de aquel embrollo pens Mateo, como si estuviera dentro de una pesadilla que corra a gran velocidad. Era la ltima oportunidad que tenia de evitar una tragedia y baj rpidamente para intentar convencer a su patrn, de lo insensato de su conducta. Sobre la calle esperaban los dos escoltas con Duber, asido por los brazos. Sin mediar palabra Cajales, levant su arma y la apunt a la cabeza de la vctima. Su mirada expeda fuego e ira. Una terrible certeza golpe de sbito la cabeza de Mateo, aquello no era un sueo; ese hombre estaba decidido a cometer una locura y no saba cmo detenerlo. Jams haba sentido tanto miedo en la vida! La transformacin de aquel sujeto pareca la obra misma del demonio, que se complaca en su conducta, sin misericordia
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ninguna; el aire se cortaba, y los hombres de Cajales, parecan gustosos de secundarlo. Don Efran, no me mate, no me mate se lo suplico! imploraba el muchachoyo hago lo que usted diga, pero por Dios, piense bien lo que va a hacer! Mateo, le observaba al borde del pasmo; hasta que opt por tomar cartas en el asunto. Tom una bocanada de aire para recobrar el aliento y se acerc a su jefe, en la pura intencin de evitar una injusticia. Don Efran, aguarde un momento, quisiera hablarledijo con tono firme. Cajales, le clav la mirada con recelo. Qu quiere? Le quiero pedir que no haga esto, recuerde que quien siembra viento cosecha tempestades. De qu carajos habla Mateo? Sisi don Efran, por favor escuche al muchacho, escchelo, escchelo Sollozaba Duber, lanzando una mirada de socorro al joven llanero. Mientras este se distanciaba un poco, para hablar en privado con su patrn y rogaba que sus palabras tuvieran algn efecto; hasta que se ilumin en su mente un ardid, una carta que calcul dara resultado. Mire patrn, yo s que las deudas de honor deben cobrarse; pero no le parece que es mayor castigo, la deshonra que la muerte. Usted ya estableci su autoridad. Si mata a Duber, todos sabrn quien lo hizo; pero si l regresa al pueblo, habr enviado el mensaje a todos de que a pesar de ser alguien poderoso, al mismo
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tiempo conoce la piedad. No le parece que as mucha gente estara de su lado? Realmente cree eso Mateo?pareci dudar el hacendado. Mireal pobre usted ya le quit todo lo que tenia, Qu es ms triste que ver pisoteada la hombra? A Cajales, se le ilumin la mirada como si una ignota revelacin emergiera, se aproxim a l y murmur a su odo: Sabe queusted se parece un poco a m, muchacho? expres de repente Efran. Pareca que la perspicacia de Mateo, ganaba esa partida, y suspir profundamente aliviado. Cajales se tom la barbilla y le mir a los ojos fijamente, y luego, dijo con tono severo: Van dos veces este da, no se vuelva a meter en mis asuntos muchacho. Y diciendo esto se acerc a Duber, asestndole un golpe en el vientre; que lo hizo gruir como un animal y desplomar al suelo. Luego dio un paso atrs y le encaj un puntapi en las costillas. Mateo, abri los ojos sobresaltado, con los dientes apretados y sintiendo un frio que le recorra el cuerpo Por qu no acababa de una vez ese absurdo castigo? Acaso el hilo de sus reflexiones se haba roto en los odos de Cajales. Pero de pronto, al ver que el patrn regresaba su pistola al cinto; comprendi que a pesar de la golpiza, este si le haba escuchado. Y simplemente, desahogaba su violento enojo para no envenenarse el mismo. Te voy a romper a la mitad, infeliz mascullaba con enajenacin.
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Luego lo tom por el brazo y de un jaln lo lanz contra el respaldo de la camioneta. Duber, intent incorporase con dificultad, y en su instinto de supervivencia forcejear un poco. Pero Cajales, le arranc la camisa de un solo tirn, como tambin de un tirn le despedazaba el orgullo; enseguida le propin un golpe en el odo que lo abati de nuevo en el suelo. El pobre no vio venir lo que sigui a continuacin: una patada que lleg como un obs hasta su cara, dejndola ensangrentada; la cual debi sentirse como el golpe seco de un martillo. Qued doblado sobre el suelo, plido, jadeante; lloriqueando con la nariz rota, y respirando con dificultad por la boca. Por su parte Cajales, estaba envuelto en sudor, casi sin aliento y con el tremor de la rabia agitndole las manos. Mateo, permaneci inmvil, paralizado; con semblante de incredulidad, reparando la grotesca escena, completamente atnito. Hasta que uno de los hombres de Cajales, agarr por el cuello a Duber y lo arrastr a la orilla del camino. Ah el patrn le propin otra patada, y finalmente, le escupi en la cara inscribiendo: Si te vuelves a meter con algo mo, te mato desgraciado y te juro que acabo con toda tu familia pedazo de mierda! Duber, no dijo nada, ni siquiera murmur. Simplemente, qued tirado en el camino como un menesteroso; con la ropa rada y la expresin avergonzada ante la cruel derrota. Con el rostro pintado de nerviosismo, sigui con la mirada al grupo alejndose; quiz con cierto alivio, mientras se oprima con los dedos las sienes, en medio del calor que floreca con la llegada de la calurosa maana.
CAPTULO DECIMOTERCERO
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Ningn hombre mereca humillacin semejante, pensaba Mateo, pero siempre es ms importante la vida; no era tan malo, con un poco de agua, alcohol y algunos cuidados se recuperara. Empero, durante mucho tiempo aquella escena le martillara las sienes, antes de conseguir el sueo durante la noche haba valido la pena salvarlo? O sin querer le haba condenado a ese pobre infeliz, acarrear el peso de ser un pusilnime y llevar consigo una forzada existencia; intentando ocultar a s mismo una verdad que conoceran todos, sabiendo que una mujer era la causa de su desdicha. Si era el fin de su dignidad! Pero a fin de cuentas le quedaba la vida para resarcirse. Tambin Mateo, tendra que cargar el peso de aquel delito por qu? Que poda haber hecho? Esa reflexin lo mortificara durante mucho tiempo. De pronto, Efran Cajales, sonri enderezando la espalda, tal vez record que ya muchas veces antes, haba actuado de la misma forma, con tal impulsividad y agresin sin temor a nada; que quiz desde su juventud eran esas sus maneras. En nada se pareca a l, en absolutamente nada aseguraba en sus reflexiones Mateo, no entenda por qu se empeaba en decirle que se parecanno, no era cierto. Al muchacho solo le quedaba pensar, y temer la conducta de su nuevo patrn, quemndole la conciencia ante el vertiginoso despilfarro de prolija violencia, en la cual pareca desenvolverse. Pero ya haba pensado en eso, su decisin estaba tomada; aguardara unos das y dependiendo de la evolucin de los hechos, decidir si quedarse o regresar a los Ocarros. As avanz con una sensacin melanclica, con la desesperada ansia de haber cometido
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un delito; a pesar de que los golpes y puntapis no fueran suyos. Senta el pecho como un candelabro con una vela encendida y un profundo agotamiento. Solo quera regresar a casa. Nos vamos ahora mismo! bram Cajales, devolviendo la mirada a sus hombres y acercndose al que conduca la camioneta en que antes iban, orden: Llame a la polica para que vengan a recogerlo! entonces ech a andar en direccin al puesto del conductor. Pseme las llavesdijo. Patrn va a conducir usted? Que me pase las llaves le dije!certific de nuevo. El hombre de unos treinta aos, llev la mano a su bolsillo y extrajo el llavero, el cual le alcanz de inmediato. Mateo, habra preferido correr hasta su casa, que tener que subir de nuevo en aquel auto; pero casi maquinalmente, termin dentro junto a los escoltas; dejando atrs, sobre la acera, al desplomado y ensangrentado Duber. A veces las fiestas terminan con alguna que otra discusin, producto de la borrachera; pero el resultado en esa ocasin, era algo salido de todo orden y contexto en que se estaba metiendo Mateo? Empezaba a sentirse devastado, pareca descifrarse la inutilidad de cualquier esfuerzo por estar con Margarita, pero una triste renuncia no terminaba de cuajarse en sus sentimientos. Durante el camino permaneci en silencio, ensayando superar la exaltacin generada. El martirio de sus pensamientos, era un aturdimiento que arda como fuego en su alma, todo tendra que salir bien o su vida seria miserable.
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Esper con paciencia, para indicar al patrn donde poda dejarlo; hasta que con voz nerviosa irrumpi para dar aviso. Patrn me puede dejar aqu! Aqu? Est seguro Mateo? S, don Efran, de aqu son solo unos pasos a mi casa. De acuerdo. Maana lo espero en la hacienda y sobra decirle que usted ni vio ni oy nadaindic Cajales, detenindose a un lado del camino. Tranquilo patrnasent el muchacho. Y con forzada paciencia avanz por el camino de arrayanes, que lo conduca a su soropo; comprendiendo que apenas alcanzara a dormir un par de horas, si es que lograba conciliar el sueo. Le rondaban sentimientos que no saba expresar, al llegar a su vaca heredad, se sinti necesitado de un consuelo que no llegara; y con afliccin, de inmediato se desplom boca arriba sobre el chinchorro, hurgando entre los buenos recuerdos de esos das: su logro en el certamen y el reencuentro con su llanerita. Pero de inmediato estas iconografas se entremezclaron, con el arrepentimiento de haber presenciado aquel abuso. Ahora la cosa era distinta, Acaso era parte de eso? Cuando menos Duber, podra afirmarlo; pues haba estado ah de pie, mirando cmo le daban una paliza, sin hacer nada. Solo echando un vistazo al igual que los escoltas; su noble naturaleza lo condenaba por eso, empujndolo hacia un camino de amargura, y emociones incomprensibles. Senta una enorme resistencia hacia Efran Cajales, pero desde esa maana un insensato giro del destino lo pona ante l, era como una fantasa morbosa; la representacin
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de una terrible ambigedad: el nico obstculo para alcanzar a su ngel, era aquel demonio, su propio padre. Entrecerr los ojos por un instante y la representacin de la terrible agresin lo acometa, revelando el rostro lastimado y la humillacin de Duber, Cmo tendra que haber obrado? Acaso intervenir y defenderle de la demente y obsesionada agresin, Carajoque mas poda hacer, le haba arrancado del abrazo de la muerte! Eso era ms que suficiente. No obstante, el ensueo se le inundaba de angustia, de tormento; tal vez porque que aquella representacin revelaba una desventura para s mismo. Y era esto, la incapacidad del perturbado Cajales, para negociar su punto de vista. Conducta que lo llevaba sin inconveniente al lmite del delito, de la ms profunda violencia; ahora s que el joven llanero empezaba a creer lo que se rumoreaba en las calles, sobre el gran hacendado. Bien entrada la maana al despertar de su fragmentado ensueo, salt Mateo, del chinchorro sintiendo que los ojos le ardan, con el obrar de la luz que baaba la vivienda. Los minutos de inmovilidad concluan y deba cumplir con lo acordado, dejando atrs cualquier miramiento. Con pesadez atraves el vestbulo hasta la puerta de salida, haciendo lo posible por imbuirse de pensamientos calmosos. Fue hasta el jagey y hundi sus manos en este, luego refresc su rostro con el agua clida que brotaba. La luz del da resplandeca con un fulgor extraordinario y el verde de la pradera y los arboles era ilusorio; se senta tan cercano y lejano de eso: los animales, los nios, los juegos; la casa de la ta Carmela, con quien hace das no hablaba, todo lo que era digno de amar. Sinti nostalgia, vacio; permaneci all paralizado por unos
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segundos, curioseando su reflejo en el agua, casi sin aliento. Poco despus levant la mirada, seguro de que todo mejorara. La portezuela del soropo se agitaba con el viento, mecindose de un lado para otro; con pesadumbre cruz el sendero de regreso y se col al interior de la morada, adentrndose en busca de una palangana para extraer el agua. De vuelta en la fuente, llen el recipiente hasta el desborde; se aventur de nuevo en la casa y de inmediato avanz hasta el patio, hacia el improvisado espacio que formaba la zona de bao. La refrescante ducha result purificadora, como si el espectro de agua cristalina baldeando su cuerpo, fuera una caricia que lo exorcizaba de su culpa. Luego visti una franela, pantaln enrollado a la pantorrilla; tom un sombrero, se calz unas botas de hule y se guind el machete al cinto. Una vez sali, Mateo, decidi exiliarse por un instante en casa de la ta Carmela, con el motivo de tener conversa antes de emprender el camino. La temperatura deba superar los treinta grados centgrados, de modo que se calz el sombrero, mientras pensaba en la distancia hasta la hacienda la cual era considerable; cavilando necesitar cuanto antes, hacerse a un Caballo, para recorrer la larga distancias. Ya empezaba a hastiarse de tener que andar a pie la mayor parte del tiempo, y confiaba, con los dos primeros salarios que recibira, juntar el capital requerido para adquirir aunque fuera un jamelgo; que con cuidados se convirtiera en un digno alazn. Entre reflexiones y cabizbajo arrib hasta la puerta de la seora. Estaba cerrado de modo que dio tres toques suaves. Y aguard contemplando las paredes de bahareque, que sostenan la construccin y el encapotado de hoja de palma, que se elevaba a poca distancia de su cabeza. La humilde vivienda no
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haba cambiado mucho a lo largo de los aos, desde las pocas en que Roco y l, escapaban un rato de las preocupaciones, para ir a jugar al domin. Al parecer no haba nadie en casa, sin embargo, como ltimo recurso golpe una vez ms y estaba a punto de dar media vuelta, cuando escuch la puerta rechinar; esta se abri y una sbita corriente de aire le acaricio el rostro. La ta Carmela, con su pelo desordenado, le salud como siempre con alegra; al parecer no haba escuchado el primer llamado Cuntos aos tendra? No lo saba a ciencia cierta, pero estaba seguro que eran muchos. El muchacho se apoy contra el quicio de la puerta, y la recin llegada lo tom por el brazo y lo condujo hacia el interior. Pase mijo, venga y se sienta. No puedo demorarme mucho, ta. No importa mijo, deje que la burra suelte el nado65 sonri la septuagenaria. De nuevo estaba ah en esa acogedora casita, y por un momento se limit a observar las paredes instituidas con esterilla; la mesa de centro donde jugaban domin, los cuadros, los recuerdos que an habitaban ese espacio. Se sinti estremecido, era como si el tiempo no hubiera transcurrido y siguiera siendo un nio. Sintese Mateito, deje el afn que poco a poco se enrolla el bejuco y el alambre66observ la seora mientras giraba rumbo a la cocina, donde el fogn estaba encendido.
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Bueno ta, muchas graciassonri el joven tomando asiento. Cmo le ha ido en el trabajo, mijo? pregunt la mujer de forma maternal. Bien, tala verdad es que cambie de coloca, y hoy comienzo en la hacienda Cajales; por eso le digo que no me puedo demorar. dijo Mateo, con voz canija, sin parecer muy convencido. A pesar de no tener un parecido consanguneo, la seora Carmela y Roco, se parecan mucho; cuando menos en su capacidad para entender, cuando al muchacho algo lo acongojaba. Y es que usted realmente quiere trabajar all? No es esa la hacienda del pap de Margarita? Por supuesto, que la mujer sabia de la existencia de Margarita, y de los sentimientos del muchacho por ella; por eso no se notaba muy persuadida respecto de esa decisin. Claro ta, es una buena oportunidad para ganar experiencia en las labores de vaquera; adems el salario es mejor que en los Ocarros. Bueno mijo, usted sabr; la verdad es que a mi ese seor siempre me ha dado mala espina. No se preocupe ta que todo va a salir bienafirm Mateo, pero en sus ojos se notaba cierto dejo de resignacin, ms que de entusiasmo. Cudese mucho Mateito, y me saluda a la nia cuando se vea con ella. Claro que lo har, ta.
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Entonces la mujer vino caminando muy lentamente, trayendo consigo una taza de caf humeante. Tome cafecito mijoinvit mirndolo con sus ojos brillantes, y avanzando un par de pasos ms, entreg la bebida en sus manos. Gracias ta, Dios, le pague. De nada mijo de nadaronrone la mujer. Quien se sent frente a l y conversaron un rato. Mateo, tena justo el tiempo para llegar a la cita; de modo que se despidi y agradeci la siempre dispuesta gentileza de la seora. Lo ver pronto mijo? No se me pierda tantoinsisti, para refrendar luego con una promesa en su mirada: Usted sabe que esta, siempre ser su casa y aqu me encuentra para lo que necesite. No se preocupe ta, que yo vuelvo tan pronto pueda, para contarle como me est yendo. Todo le va a salir bien mi nio, usted es un buen muchachodijo abrazndolo con fuerza durante un instante. Luego, lo acompa hasta la salida y se qued all mismo, llamando a las gallinitas y patos para darles comida.
CAPTULO DECIMOCUARTO El joven llanero ech a andar bajo el indolente sol de la maana, por los amplios pastizales; envuelto en aquella brisa
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estival y el vuelo de los corocoras buscando alimento. Los recuerdos de esa madrugada seguan revoloteando en su cabeza, pero diligentemente prosigui su andar, hasta adentrarse en el pueblo; para cruzarlo y ahorrarse un poco de camino, en su bsqueda de la hacienda Cajales. Tena por delante poco ms de una hora de trayecto. Al pasar frente a los barrotes de hierro, que se elevaban sobre los bajos muros de la parroquia; percibi la imagen de la virgen que sobre su altar, rodeada de luz, pareca sonrerle. De modo que se desvi un par de minutos para persignarse y pedir a Dios, perdn por su actuar esa madrugada, cuando el alba an no despuntaba por completo. Tambin le encomend su labor, pidi por el descanso eterno de Roco; e igualmente por todo lo que viniera de ah en adelante. Luego, se adentr una vez ms en el pueblo, recorriendo bajo sonoras notas musicales, el camino adornado de pequeas casas; frente a cuyos prticos avanzaba en pro de acertar el camino de trocha, monte y empedrados, en cuyo norte se enarbolaba la hacienda. Se distrajo curioseando las tiendas, los labriegos que arribaban con sus productos a la galera; un par de amigos sentados en un banco del parque, leyendo el peridico. El bar la palma, cerrado a esa hora; un turista de rubia cabellera, pantalones cortos y sandalias. De a poco todo eso qued atrs, y los pensamientos se le fueron agotando. Estaba fatigado cuando tropez con la rayana del rio, pero la esplendida naturaleza le infundi un nuevo aliento: aejos arboles de morichal, que haban estado ah antes que cualquier llanero. Selva que ocultaba en sus ntimas entraas, una flora extraordinaria, de singularidades posibles, nicamente en aquella regin mgica; babillas arrastrndose entre el fango hacia el rio,
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loros imitando los sonidos de la naturaleza; hermosos y frgiles colibres, en bsqueda de nctar e incluso un matapalo donde se colgaba un perezoso. Era la eterna corriente del llano que flua imperecedera, desde pocas milenarias, Mateo, sigui avanzando por el camino que se delineaba en la selva hmeda, sin aprehensin ni recelo alguno; aferrndose a su machete por si llegaba a necesitarlo, hasta que una orla menos agreste le anunci que reiniciaba la dcil pradera. El lmite de la arboleda, el anuncio de los pastos ganaderos, a lo largo de los cuales se extenda un largo sendero. Dios, le dolan los pies! Sin embargo, la efigie de la hacienda Cajales, se anunciaba en la distancia como un propicio paliativo. Mateo, encontr sin mayor dificultad el camino que conduca a su destino, pero al llegar, el gran portn de hierro que se extenda con su negrura por varios metros, estaba cerrado. Detrs de esa reja se esconda una oscura y muda realidad que desconoca, permaneci largo rato sin saber cmo anunciar su llegada; porque a diferencia de los Ocarros, no haba campanilla, y aun si la hubiera, era improbable que alguien pudiera escucharle, puesto que al ingreso de la hacienda tan solo se evidenciaba, un prolongado camino asfaltado. Luego, sonri al descubrir en la parte alta, lo que pareca ser una cmara; la cual contempl por largo rato, prest atencin e incluso agit su mano en seal de saludo. Ah deba estar el secreto! aunque no comprendiera del todo como funcionaba. Y por encima de este artilugio. un enorme letrero en madera anunciaba Hacienda Cajales Se relaj y aguard tranquilamente, a que alguien notara su presencia, y a lo lejos poda distinguir a los jornaleros que apaciblemente realizaban su faena. Mientras esperaba se distraa en
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el canturrear de las cigarras, que desde sus nidos en los arboles le acompaaban. Poco a poco empez a liberarse de sus prejuicios respecto de ese lugar, descubriendo con sorpresa, que al interior todo pareca fluir con naturalidad, y no con el subrepticio e inusual acaecer, que imaginaba. A lo lejos distingui un caballista que se acercaba, cuya silueta se fue aproximando hasta hacerse ms clara, y distarse perfectamente su forma; el jinete ataviado con jean enrollao a una cuarta del tobillo, franela blanca y sombrero; salud amablemente al verlo. El joven viene a buscar al patrn Verdad? S, s seor tengo una entrevista con don Efran asinti Mateo. Entonces el hombre extrajo de su bolsillo un radiotelfono, desde el cual se comunic, dando autorizacin para que la reja se abriera. Mateo, aguard relajado a que la rgida portezuela se deslizara sobre su riel, lo cual tom poco ms de dos minutos, que a l le parecieron ms prolongados; finalmente, pudo entrar y estrech la mano del portero. Al instante la reja se cerr con fuerza tras de ellos. Sgameindic el sujetosu nombre es? Mateo, seor. Bien, Mateo, vamos. El hombre tom la rienda de su caballo y avanzaron caminando, por la calle que conduca a la casa del patrn. Mateo, verdad?examin el gua S seor, as me llamo.
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Y va a trabajar en la hacienda?indag amablemente. El joven llanero asinti, mientras se distraa en el paisaje que se revelaba ante sus ojos. Era increble que existiera algo as, ni ms ni menos reflejaba toda la ostentacin de Cajales; su actitud prepotente se notaba en cada rincn. Era un mundo difcil de expresarse con palabras, al cual Mateo, no perteneca. Y por ms maravilloso que se revelara lograba intimidarle. A los costados del camino se elevaban jardines de bellos rosales en flor, y a lo lejos lograba distinguirse un enorme lago, que reflejaba tonos multicolores, en su saludo con la irradiacin del sol. Cientos de animales, corrales, caballerizas, jornaleros; varias mesas de hierro forjado, enclavadas en zonas verdes de maravillosos prados. Aves de vivaces colores, gansos, patos, gallinas; incluso pavos reales con sus majestuosas plumas de verde, rojo y plata. Durante varios minutos, el muchacho se limit a sonrer embelesado, casi ajeno a la presencia de su acompaante. Pero al poco tiempo, el deslumbramiento le abandon por un inesperado sobresalto, cuando not emerger rayano a ellos, un animal de tamao inverosmil. Al cual el portero pareci no dar importancia, como si no estuviera ah. Se trataba del toro ms grande que haba visto, pero sus rasgos no eran como los de cualquier animal; adems deba superar los quinientos kilos de peso. Su piel era tan negra como el ms intenso azabache; encontrar su mirada era como acertar dos pozos oscuros e insondables, enclavados fijamente sobre el visitante. La cabeza estaba coronada por dos filosos y encorvados pitones cenizos, y su bufido era como un lamento ensordecedor.
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El joven llanero abandon toda esperanza. En cualquier momento aquella aterradora bestia, presta a atacar, estara sobre ellos sin opcin de escape; un solo golpe bastara para desfallecer al ms recio vaquero. Intentaba contener el nerviosismo de su pulso, pero el animal lo observaba aguardando un mnimo descuido para asestar el mortal golpe. Estaba probando leer el actuar acertado en tamaa situacin, cuando mir a su acompaante, que lo observaba fijamente, y pudo advertir en su semblante una simulada sonrisa. Por fin, el muchacho dej escapar de su garganta una leve interpelacin, venida de sus labios casi como un lamento: Y ese toro? Ya veo, ya entiendo la cara de sustori a carcajadas Norfey, como se llamaba el penMenudo espanto se ha llevado joven. Mateo, arque las cejas sin acertar la gracia en eso; todava menos porque la bestia pareca estar cada vez ms cerca. Descuide camarita, a ese animal dicen que no le sirve ningn botaln67 seal el hombre mientras seguan caminando siempre logra escabullirse, pero hasta ahora se sabe que no ha atacado a ningn trabajador o visitante, as que no se preocupe. Pero de donde lo sacaron?curiose el muchacho. Eso s que es un misterio, cuando yo llegu a trabajar con don Efran, el animal ya estaba en la hacienda y eso que ya llev
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veinte aos con los patronesindic recuerdo que la primera vez que lo vi, qued como picure, corrio 'e perro68. Veinte aos? Cunto puede durar un toro? Amigo, si usted quiere permanecer bastante tiempo en esta hacienda; hay preguntas que es mejor no hacerse dijo el sujeto con una sonrisa glacial, cambiando intempestivamente de nimo. Mateo, suspir y observ detenidamente a Norfey, mientras meditaba por qu tantos misterios parecan rodear los asuntos de Cajales? Y concluy, por la expresin de su asistente, que algo sabia; pero seguramente, al igual que l, haba tenido que prometer al patrn no mencionar nada. Es ms, pensndolo bien, era mejor de esa forma; entre menos conociera de los asuntos de Cajales, ms tranquilo estara. Ya estaban a punto de llegar a la entrada de la casa principal de la hacienda, y el pen tom de nuevo su radiotelfono; entretanto, Mateo, se limit a ofrecer una mirada hermtica al toro negro 69, mientras el otro hablaba. El animal se volvi lentamente hacia el otro lado y se adentr en los verdes pastos, hasta perderse entre los rboles. Entonces el joven trag saliva sintindose aliviado. Bueno joven, con su permiso me retiro. Gracias camaritadijo Mateo, estrechando su mano.
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Muy asustado.
Dice la leyenda que se aparece cuando alguien hizo pacto con el diablo.
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El hombre se alej y hasta ah llegaron tambin las reflexiones de Mateo, sobre el toro negro y los dems misterios de la hacienda. Sinti que algo importante iniciaba para l, era su misma vida que cambiaba. Sin embargo, penosas ideas reiniciaban a aflorar, pero sucumbieron al instante, ante el fugaz atisbo de sus sueos con Margarita, ahora ms cerca que nunca. Camin automticamente hacia la portezuela, ascendiendo lentamente una escalinata de seis gradas. En aquellos minutos previos al anuncio de su llegada, imagin la escena que le aguardaba. Mejor sera no pensar! Sus pensamientos siempre lo llevaban hacia el peor escenario. Estando frente a la puerta, llam con tres toques suaves de los nudillos; al interior de la vivienda poda escucharse la voz de un narrador en la radio. Eran las noticias matutinas, que se mezclaron con el sonido del golpeteo de unos pasos aproximndose. El joven llanero hizo un esfuerzo por conservar la compostura. Y si quien le abra era su amada? De pronto la puerta se abri. Y estuvo frente a l una criada con uniforme azul celeste, cabellos negros ondulados y piel aceitunada. El sonido de la radio se hizo ms fuerte. Buenos das, disclpeme estoy buscando a don Efran Cajalessalud el muchacho. A don Efran?dud la mujer. Si, a don Efran, tengo una cita con lratific Mateo. Y usted es? Me llamo Mateo, el sabe quin soy.
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Bueno, espere un momentoindic la criada ajustando la puerta. Transcurridos cinco minutos, apareci de nuevo. Adelante joven, pase Gracias, muy amable. Tendr que aguardar un momentoobserv la mujer, sealando un asiento en la salael seor todava duerme y no le gusta ser interrumpido. No hay problema, puedo esperarasent el joven. Entonces la mujer avanz delante de l, hacia un lujoso saln. A Mateo, se le desencajaba el mentn ante la suntuosidad de la cual era espectador. La silueta de la morena lo gui hasta una amplia silla y lo invit a sentarse. Desea tomar alguna bebida? No, descuide, estoy bienagradeci el llanero. Con permisose excus la mujer en voz baja, alejndose hasta desaparecer tras un pasillo. El muchacho mir con embebecimiento, aquello que presenta desde un principio: un lujo que sus pies jams haban pisado, pero Qu corroboraba todo aquello? Acaso, lo inadmisible de la hija de un hombre poderoso fijando sus ojos en alguien como l. Sentado sobre el esponjoso silln, las reticencias del destino respecto de su relacin adquiran sentido. Y la danza de felicidad, amor y alegra se tornaba brumosa, estrellndose violentamente contra la realidad. Cualquier gracia o equilibrio que ponderaran sus sueos resultaba insuficiente; la distancia que lo separaba de su amada era una realidad abrumadora, Cundo alcanzara tan siquiera? un nivel de vida, que lo aproximara a esa
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danza de esplendores que revelaban sus sentidos, o Cmo hacer entender a un hombre rico y codicioso? La vala del amor; el comprender que todo lo bello que tenemos est a nuestro alrededor y que el sentir y el vivir no depende de unas cuantas monedas; unos muebles exticos, o un cuadro ininteligible colgado en la pared. Pero los ricos y mezquinos no necesitan ayuda ni consejos de nadie; su profesin es hacer dinero, y extirpar de la existencia de otros todo lo bello, sin pensar ni sentir que los obligue a actuar diferente. Danzarines del abuso, que gozan plenamente de su miseria emocional, y se regocijan en el juego de ver sufrir a otros. Estos clamores rondaban los pensamientos de Mateo, mientras giraba la cabeza y con las manos, se apoyaba en la escuadra de la ventana que daba a la pradera, empotrada en el muro sobre el cual se sostena el asiento. Y debi pasar un cuarto de hora recostado as, en la solida superficie cuya arista delineaba lneas en sus brazos; pero a pesar de todo, aquel paisaje lo despojaba de todo prejuicio, como un imperecedero tendido verde, sobre el cual ansiaba desplomarse; avivando sentimientos agradables, sensaciones de bienestar acaso no era posible vivir rodeado de aquella majestuosidad? Aun cuando solo se tuviera unas prtigas techadas para resguardarse del sol y del invierno. Y no por el contrario, someterse al hasto del encierro dentro de una caja de concreto, simulada con grandes postigos en un fingido grito de libertad. Si, tanto adorno, fachosas cortinas, muebles, cuadros y esculturas; por mas exagerados que fueran, jams sobrepasaran la armnica simpleza de ese espectculo natural. Realmente se necesita construir un imperio para sentirse pleno? O acaso? un piso enlosado y reluciente supera en belleza a un florido pastizal, las ms elaboradas cpulas, no ceden ante el brillo del arcoris?, y
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las grandes portezuelas? solo pretenden imitar el friso conmovedor, que instituyen los bosques de arrayan, y la gallarda de un alazn, supera con creces, cualquier artefacto mecnico para recorrer la llanura. Mentiramos al decir? que la ms bella y colorida tela, palidece ante los colores del mar y del cielo iluminado de estrellas. Quince minutos ms completando media hora, transcurrieron entre el mar de reflexiones y el seductor hechizo de la campia; descartando las moldeadas figuras blancas, representando bestias salvajes, como smbolo de proteccin y poder; las cuales antecedan el pasamos, que formaba parte de la escalera, uniendo las dos plantas. Y mientras se imbua en este mar de desafiantes y pretensiosos detalles artsticos; elega la radiante y seductora distraccin de la pradera, donde verdeaba la indudable belleza, aderezada bajo el sol. Aunque algo le conmovi todava ms. La representacin de la creacin en su mxima expresin, la serena simpleza de las manos privilegiadas de un superior artista. La inmaculada serenidad de los sentimientos, que a lomo de caballo salv en la lejana su mirada; atrayendo de inmediato su atencin, y cautivando sus sentidos. Ah apareca de repente, sin aviso alguno, en la distancia obstaculizada por un panel de vidrio, su bella llanerita, hermosa y natural. Despreocupada, libre, distrada en su juego; afectando con ingenuidad el nimo del muchacho, ignorando que en el destierro que provea el saln principal de la casa, l la observaba. La mano de Mateo, se desliz suavemente contra la ventana, como una caricia que a lo lejos se brindaba. El placer y el amor inund sus ojos ansiosos, y dentro de su pecho el corazn aceler los latidos.
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Sin embargo, ese apego se colmaba de duda. Si era esa, la vida de su amada Dejara de lado las mercedes que aquel cobijo otorgaba, por los idealismos de un amor certero? En el fondo, Mateo, empezaba a dudar de esa premisa; el nimo se le llenaba de luto, y el aliento se le arrugaba, afectando su efectivsimo. Deslizndolo hacia la realidad penosa que desde su niez, la vida le haba enseado.
CAPTULO DECIMOQUINTO Margarita, viva en un mundo de magnificencia, que l apenas si haba curioseado. Criadas, peones, una magnifica hacienda; una llanura por la cual correr libre. Asuntos que para el muchacho apenas si eran un enigma que despuntaba a sus ojos. Le molestaba sentirse as, mas no consegua evitarlo Cul era su papel en esa historia? Todo iniciaba a tornarse descolorido en su alma, y se hallaba tan inmerso en la profundidad de ese clamor; que no se percat del arribo de un recin llegado. Y continu como el espectador que espiaba la inaccesible belleza de la linda llanera, lleno de sentimientos encontrados; irresoluto respecto de su conducirse. El aroma de la colonia, la sombra que se alargaba; debieron darle aviso, empero, en el primer instante hizo caso omiso, como si continuara solo. Pero al cabo de un minuto gir la cabeza y se encontr con alguien mirndole fijamente; era Efran Cajales. Mateo, palideci y el saludo apenas si logro escapar de su garganta. Buenos das, don Efrandijo incorporndose de la silla y avanzando hacia este, para saludarlo con un apretn de manos.
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Inmediatamente, le cruz por la cabeza la aprehensin de haber sido descubierto por el patrn, espiando a la nia; ahora vendra el juicio, y seria echado a patadas. Si es que contaba con mejor suerte que Duber. Pero su preocupacin era superflua, porque al segundo Cajales, respondi a su saludo, invitndolo a sentarse de nuevo. El hacendado se dirigi hacia el sof principal, sentndose frente a Mateo. El olor de su colonia inund el saln, como un espritu frio que abarcaba todo. Al segundo llam a una de las criadas y le orden que apagara la radio; entonces el sonido de la voz del narrador se ahog como una flor doblndose hasta marchitarse. Cajales, sonri imprecisamente, hundido en la comodidad de la otomana satinada, como un rey en su cetro; apoyando sus brazos contra el respaldo del mueble. Y tras de s, ocupando casi la totalidad de la pared, se eriga una colosal biblioteca de roble color caramelo, en la que palidecan unos cuantos libros y ornamentos. Cajales, dirigi su mirada hacia el llanero en una pausa que atraves el saln, hasta desaparecer con el grave retumbar de su voz. Bueno, muchacho, entonces est dispuesto a trabajar conmigo? Pregunt. Claro que si, don Efran contest en voz baja. Cajales, lo observ por un instante, como si aguardara alguna reflexin adicional. Mateo, por su parte, no entenda a que vena la pregunta, si desde el da anterior ya conoca su decisin. No habrs comentado con nadie lo ocurrido verdad? El joven llanero saba exactamente a qu se refera, as que simplemente sacudi la cabeza en seal de negacin.
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As nos vamos entendiendoreplic el patrn con calma, con una decencia que pocas veces manifestaba. Como si se sintiera satisfecho de la actitud del joven. Entretanto, Mateo, se senta como un hmster encerrado en una jaula, frente a un amo que aguardaba por sus piruetas. Haba cado en la trampa, ahora le perteneca a Cajales. Escondan un secreto que los converta en cmplices. Y aquel hombre simplemente lo observaba, mientras el escaseaba en preguntas por hacerle. Entonces, muchacho, puede iniciar hoy mismo; aqu siempre hay mucho por hacer usted conoce bien el oficio de la vaquera? S seor, justamente era mi labor en los Ocarrosasent entre dientes en las maanas ayudaba herrando a los animales y por la tarde pastoriaba o amansaba bestias, y tambin prestaba vigilancia. Cajales, sonri estirado en su cmodo divn y luego se incorpor fugaz en direccin a la biblioteca, sin dejar de hablar. Y se qued parado un rato, hurgando entre el espacio que dejaban los libros, apoyados contra el flanco de madera. Para un hombre es importante tener una profesin! afirm. Mateo, suspir mientras asentaba con la cabeza. Luego, Cajales, se dio la vuelta para regresar al asiento; trayendo en la mano una pequea bveda de plata. Se trataba de una bruida tabaquera con un escudo repujado en el lomo. De la cual sac un puro, que encendi con una candelilla dorada que extrajo de su bolsillo.
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Mateo, contemplaba este ritual en espera de proseguir la conversacin y firmar el acuerdo; preparado para una alianza con aquel sujeto que solo le infunda desconfianza. Sin embargo, estaba presto para afrontar las vicisitudes, que le permitieran comprobar si su bella llanerita, realmente era para l. Volviendo desde los abismos de su reflexin, mir fijamente al patrn con una extraa sensacin de ahogo, que le provea el encierro del humo, bajo esa cpula de concreto, y su mirada se cruz con la de Cajales, fra e impenetrable. El gran hacendado era un hombre extrao, distante; mirndolo desde su asiento como si quisiera leerle los pensamientos, para no tener la necesidad de interrogarle. Tena el rostro de un hombre marcado por la amargura de las tragedias; sus ojos eran de un profundo tono oscuro, y la barba verdosa y descuidada, le cubra por completo el mentn, descolgndose por la nuca hasta la manzana de Adn. No era el rostro bonachn de los llaneros; era lgido, intimidante. Como si un fuego interior lo consumiera. De pronto abri la boca de nuevo, interrumpiendo la distraccin de Mateo: Tiene transporte? Voy a necesitar que llegue muy temprano cada maana. No patrn, en este momento no tengoMovi la cabeza el muchacho, corroborando lo dicho. Bueno en ese caso, puede tomar prestado algn caballo de la hacienda; eso s, para m el animal vale ms que usted, as que mucho cuidado. Descuide patrn, de verdad me seria de gran ayudadijo el llanero, pasndose la dignidad con un trago de saliva.
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Comprendiendo con toda claridad, cuanto vala su integridad en esa hacienda, y esperando con forzada paciencia que concluyera la palabrera para avocarse a sus labores. Quiz por primera vez en su vida, experiment que llevaba hasta el lmite su entereza; jams se haba sentido poca cosa, hasta ese momento. Pero el inexorable sino del destino le mostraba que siempre se trata de dinero; un mejor jornal o el anhelado progreso que mantiene tan ocupado al hombre, que se olvida que alguna vez, fue el rey de todo lo que le rodea. Deberes y compromisos que justifican cualquier maltrato, y en el estricto sentido necesarios para alcanzar cualquier logro. Cuando Cajales, le pregunt si estaba comprometido y dispuesto a cumplir sus rdenes, sin ningn tipo de cuestionamiento; solo pudo asentir con la cabeza. Bien en ese caso el asunto est cerrado, se le pagar dos veces al mes, en las condiciones que ya habamos hablado en la fiestadictamin Efran. Finalizando con un breve sermn sobre lo que poda y no hacer en la hacienda, los sitios que poda cruzar, y aquellos prohibidos para l; y sobre todo la recomendacin que seguramente, escuchaba todo el que pisaba esa heredad: no acercarse a la nia Margarita. Al instante, apareci el caporal de la hacienda, quien salud al patrn sacndose el sombrero: Tenga un buen da don Efran, Cmo amaneci usted? Bien, Rubn Daro, amanec bienrespondi secamente Cajales Y sealando a Mateo, indic: Este es Mateo, el muchacho va a trabajar desde hoy, ayudando en todo lo que se necesite; principalmente, lo que tenga
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que ver con vaquera. Vaya y le ensea la hacienda y de paso le explica sus funciones. Ya mismo patrn, con su permisoobedeci el hombre, asentando con la cabeza. E invit de inmediato al muchacho a seguirlo. Mientras, en el discernimiento de Mateo, las palabras de Cajales, le seguan flotando; y la voz del caporal sobrevena como un campanear en sus odos. Diligentemente, dejaron la casa, y avanzaron hacia los edificios dispuestos para la peonada; los establos, bodegas de almacenamiento, baaderas; bretes, embarcaderos; pastos pradizados, y sabanas cultivables. Y mientras salvaban tranqueras, reconociendo los animales en sus encierros, rodeados por el sutil verde de los campos, bajo el cielo azul de la llanura; el mayoral le iba enseando algunas de las particulares de la hacienda. Son setenta potreros, divididos con cerca elctrica y unas cuatro mil quinientas cabezas de ganado de cra; cincuenta bfalos, cuatro caballerizas, cuatro galpones para gallinas, algunos cultivos de palma; cinco caos laterales y ocho represas, adems del lago. Claro, que tambin se cuenta con acueducto. Cuantas hectreas son? Indag Mateo, dndose cuenta que aquella extensin de tierra, se extenda mas all de lo que inicialmente, haba conjeturado. Alrededor de diecisiete mil hectreas, de las cuales, unas seis mil estn sembradas con pasto brachiariaindic el gua. A pesar de su aspecto tosco y gruesa contextura, descubri en el seor Rubn Daro, a un hombre amable, quien lejos de hacerlo sentir ajeno, le hablaba con familiaridad; integrndolo al grupo de peones. Y apoyndose con gestos, le orientaba sobre las
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mltiples labores que se desarrollaban en la hacienda Cajales. Qu hombre tan docto era ese! Y seguramente, conseguira aprender mucho de l. De a poco Mateo, se fue relajando y sintindose parte de todo. Se dirigieron a los campos, al lago, las caballerizas, perreras y a su paso todos los miraban curioseando al forastero; quien de inmediato era presentado por su adjunto como un nuevo compaero de labores. Solo recorrer la hacienda era extenuante, de modo que se dirigieron a tomar un refrescante guarapo, en la casona de los peones; donde adems de la renovadora bebida, fueron recibidos con topocho; de los cuales el joven tom dos y agradeci la cortesa, mientras se sentaba en una silla orientada hacia la pradera, que le permita seguir escudriando con la mirada a su amada llanera. En lugar de eso su mirada se encontr con el mono, quien tambin lleg en busca de un refresco. Hola joven Mateo!salud agradado de verloque lo trae por aqu. Que tal mono, ya ve, desde hoy somos compaeros de faena. El recin llegado tom un vaso de guarapo y se sent relajado junto a ellos y otros peones; huyendo del calor que sofocaba. Y de inmediato empez a hablar con su habitual modo dicharachero. Vea pues! Bueno muchacho lo felicito, aqu puede tener un buen trabajo, siempre que no le de patadas al arpa70sonri el jornalero.
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El joven sinti como de algn inusitado modo, perteneca a ese lugar. La atmosfera de relajamiento era palpable, en medio de las historias que relataba el mono, seguramente, algunas de ellas inventadas o parte de la mitologa llanera; que algunos como Mateo, desconocan y escuchaban con semblante sorprendido o les ganaba una risotada. Eran las dos menos diez, y el breve descanso se dio por concluido. El muchacho se sinti satisfecho ante la buena aceptacin de sus compaeros y a partir de ese da realiz trabajo de llano, donde colaboraba con el mono y otros peones, en diversas actividades como vacunar, marcar; desparasitar y ordear. Cada maana llegaba muy temprano, despus de ensillar el caballo que le haba facilitado Cajales, y a lomo de ese alazn recorrer las selvas y llanuras. A primera hora se reuna en los potreros con los dems vaqueros, y luego de tener el ganado apandillado lo llevaban a sus corrales, donde se herraban las reses que an no tenan hierro; a veces enlazando l o en otras ocasiones tumbando la bestia. Al segundo da de estar en la hacienda, mientras se instrua en sus actividades, con semblante sereno y un tanto distrado; lo tom por sorpresa una visita inesperada. Hola Mateosalud Margarita con tono efusivoapenas me entero que ests trabajando en la hacienda por qu no me buscaste? Mateo, qued mudo por un instante, con las manos fras y las piernas temblndole y fue completamente sincero respecto de sus razones. Mi nia, usted sabe cmo es su pap de desconfiado, y aunque desde ayer lo que ms quera era verla, incluso, la vi montando. Puesno le quiero buscar problema.
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AyyMateo, tu sabes que mi pap cuando no muerde patea71, pero por eso no voy a dejar de hablarteafirm la muchacha. Es eso verdad mi nia? Pregunt de pronto el llanero con una duda en la vozusted realmente cree que podamos vernos y hablar? De nuevo Margarita, respondi rpidamente: Por supuesto, que es verdad, t sabes lo que siento por ti. Y eso no es negociable, menos ahora que estamos tan cerca. El muchacho no podra estar ms complacido. Mientras sonrea, senta que una suave corriente le suba desde el estomago hasta el pecho. No era poco lo que le revelaba su amada, era casi una garanta de que su amor era suyo y sus palabras certificaban que juntos, tendran que vencer cualquier obstculo que sobreviniera. Espere un momento pidi alejndose un instante. Sintindose excusado de cualquier titubeo. Al regresar tom sutilmente su mano, se sac el sombrero; la mir fijamente y le certific su amor, obsequindole una rosa roja que haba tomado del jardn. Margarita, yo por usted voy a luchar. Y le juro que vamos a estar juntos. Ella sonri con el rostro iluminado, con el corazn repiqueteando de sentimientos; abriendo la puerta de su alma, para dejarlo entrar al jardn de sus emociones, repleto de mariposas de colores.
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Ojala la vida fuera tan simple, y la esperanza durara el tiempo que el corazn dictamina! Un momento! se escuch un bramido que escapaba del corral. Era la voz del mono, quien como un relmpago se aproxim a los enamorados. Saludando antes a la muchacha. Seorita Margarita Cmo amanece? Bien, mono gracias, bastante bien!sonri ella con evidente regocijo. Nia usted me permite un momento al joven Mateo pidi a continuacin el pen. Claro, sigan Vamos camarita, acompeme!dijo cruzando el brazo por encima del cuello del muchacho y juntos se dirigieron hacia el corral, donde casi entre dientes el mono exclam: Joven, usted est loco! Qu pas mono?inquiri extraado. Camarita, tengo el estomago frio! el patrn acaba de abrir la puerta y no s si los vio hablando. Pero estaba mirando hacia ac. El muchacho asinti, como si el sobresalto de su compaero fuera infundado y con la confianza que le haban inspirado las palabras de la jovencita, seal el acuerdo con su amada. Mire Mateo, cuando yo le diga que el burro es negro no le busque pelos blancos72asever el monoyo lo entiendo, s lo
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que ustedes sienten; pero estn jvenes y se dejan llevar por los impulsos. Margarita! Venga para acRetumb en ese instante la voz de Cajales. Mateo, se sinti intranquilo y desconcertado por las palabras de su asociado; y al ver como la muchacha se alejaba a toda prisa, apenas despidindose con un gesto. Luego observ a su mentor, quien prosigui apoyndole la mano en el hombro: Deje que la burra suelte el nado73. Vaya con calma, pero si usted ve que la seorita no es pausted, mire paotro lado; que pa mujeres bonitas, del llano crecen en rama. El muchacho enmudeci, y casi penosamente asent con la cabeza, entendiendo la veracidad de esas palabras; en el fondo saba que no sera tan fcil, y que aquel fragor liberador que senta al encontrase con su llanerita; estaba repleto de buenas intenciones y pocas realidades. Ojal y el patrn no los haya visto, porque la seorita termina castigada y usted de paticas en la calle. El joven llanero hundi las manos en los bolsillos, y camin junto al mono, fingiendo naturalidad; aunque en el fondo se senta desarraigado. Y durante el resto de jornada ocult tras mil artificios su desencanto, haciendo lo posible por concentrarse en su trabajo. Si le pudiera decir al mundo lo que senta, si tan solo el patrn comprendiera sus buenas intenciones; pero este era terco e inflexible. A Mateo, solo le quedaba obstinarse en el dolor de ocultar sus sentimientos, que crecan con el paso de los das;
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mientras las palabras se le atiborraban en la garganta, y con pena observaba como su bella flor, permaneca cada vez mas recluida en la casa. Proscrito y perverso sino del destino que apelaba solucionar en vano! Mientras beba el caf matinal y coleccionaba en el bolsillo, flores que se marchitaban sin llegar a su destino; y como un frgil jarrn, el corazn de Margarita, podra romperse; entonces perdera para siempre el sutil aroma de su perfume. Las emociones le incendiaban el pecho, repasando con indecisin la llanura, recordando las tardes en el soropo; el primer beso, las caricias inocentes, la fantstica luz de su sonrisa. Jams haban estado tan cerca ni paradjicamente tan lejos. Y brevsimos instantes lograban reunirlos furtivamente, aunque sus sentimientos codiciaran recorrer aquel mgico paisaje, tomados de la mano; danzando entre caripatas, iguanas, camaleones, gaviotas; garzas, pavas, loros, pericos, alcaravanes, patos y lucirnagas. Y sentir de nuevo el llano clavndoseles en el alma, y entre la mansa sombra de los gualandayes y cenizos encontrarse en un beso eterno. Pero cun lejos estaban sus sueos! avocados en la triste mirada de la despedida cada da.
CAPTULO DECIMOSEXTO Era un da domingo de obligada asistencia a la iglesia. Margarita, despert como muchas veces con sinsabor en la boca, como si el despertar resultara un agravio, y el ensueo trasmutara en el nico sitio donde vivir el amor libremente. Empero, salir de su encierro resultaba un liviano aliciente; de modo que el da de
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misa se mudaba en una sensacin casi festiva, en la que tena la oportunidad de orar a Dios, por el cumplimiento de sus metas. Y adems compartir con doa Pura, a quien cada vez estaba ms unida, a pesar que an no le revelaba sus sentimientos hacia el joven jornalero. Activ los msculos de su cuerpo, estir las extremidades y sac la cabeza de la almohada; con la perspectiva de que ese podra ser un buen da. Esta sensacin le provena del mundo de quimeras que eran sus sueos, en los cuales se vea a s misma estando feliz junto a Mateo, doa Pura y su padre; todos riendo con familiaridad. El aroma del caf se filtraba hasta la habitacin y la tenue luz que se filtraba por la ventana, sugera que esa maana el clima seria agradable, suave e indulgente. Solo le perturbaba que una vez ms, la sorprendiera la noche, luego de una larga y tediosa jornada; con la tristeza y el vacio ahogndosele en la garganta, adornndole la vida de matices desaboridos. Por eso ansiaba llegar a la parroquia y en sus conversaciones con Dios, esclarecer sus dudas y desvelos, para acertar el plcido camino de la plenitud familiar. Las notas musicales que escapaban de la radio, subiendo hasta su habitacin; fueron sustituidas por la voz del narrador de noticias. Asomo de que su madre ya estaba en la planta baja de la vivienda. La muchacha se sinti a gusto, ahora poda apreciarla de una manera distinta, con algunas lejanas reticencias; pero cada vez sintindola ms prxima. De modo que se apur en enjugar su rostro, vestirse un camisn y dar vuelta al cerrojo para salir del cuarto. Estando afuera el aroma del desayuno se liberaba exquisito. Avanz por el pasillo hasta el ribete de la escalera en caracol, y venci paulatinamente los veintids escalones, como si de un juego se tratara; dejando que el puro y obsequioso perfume que escapaba de los alimentos, embriagara su pecho. Concluido su breve solaz,
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camin hasta el saln donde se ubicaba el comedor. Su madre estaba sentada en una de las sillas, en compaa de dos criadas que disponan la mesa, entonces Margarita, se aproxim y con un sucinto buen da mam le bes la frente. Hola hija Cmo amaneciste? respondi la seora, acaricindole la larga cabellera. Te ves cansada?dormiste bienindag a continuacin. S, dorm bien mam, incluso el sueo me venci temprano. Sintate mi nia para que desayunes, te des una ducha, y vayamos a la iglesia. Claro, mamasinti ella tomando asiento. Y Valentina? No desayuna con nosotros? No, t la conoces mejor que nadie; y sabes que en da Domingo, no se levanta temprano, y mucho menos para ir a la iglesia. Margarita, sonri y pregunt a continuacin: Y pap? Sali muy temprano hija, seguramente, llegar antes del medioda. Aclarado el tema de las ausencias y dispuesta la mesa, se dispusieron las mujeres a tomar los alimentos. Una pericada con pan de arroz, caf, queso; jugo de naranja y un poco de fruta. Durante el desayuno estuvieron animadas, sentadas una frente a la otra, hablando gratamente; mientras se apuraban en terminar, para llegar a tiempo a la iglesia, donde ambas, se sentan tranquilas, y lejos de las miradas vigilantes en que Cajales, haba convertido a algunos de sus criados.
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Concluido el desayuno, y luego de la ducha y los correspondientes atavos; finalmente, estuvieron listas, y dejaron la hacienda, acompaadas por el conductor y un escolta. Era un da de independencia cargado de deber religioso, que las condujo hasta la solemnidad de la iglesia; un pequeo templo en el pueblo con vitrales multicolor, una gran imagen de Jesucristo, sobre un altar estucado de blanco bruido e hilos de oro entrecruzados; situado en la pared de fondo, que coronaba un pasillo alargado, entre las bancas de madera. A cuya derecha se ubicaba la sacrista, donde se apreciaba la pequea credencia y frente a estos, el presbiterio; en el cual la escolana integrada por catorce pequeos del pueblo, entonaba sus canticos, <bueno, esto ltimo, antes que los muchachos crecieran e iniciara a desarticularse el orfen musical> Al llegar Margarita, se sinti a gusto. Le pareca que haba trascurrido mucho tiempo, desde la ltima vez que se haba cruzado con Mateo. Y estar en aquel santo lugar, pidiendo la fortaleza de su corazn y las palabras adecuadas; era el primer paso de una decisin que empezaba a tomar forma en su cabeza. Lejos estaba la hacienda y el temor. Abri los ojos para contemplar la venerable imagen y se persign al entrar, tomada del brazo del su madre; custodiadas por el escolta. Luego avanzaron por el pasillo, hasta la segunda fila de alargadas bancas caoba. Se persign de nuevo ante la imagen y se sinti confiada; con la idea que le rondaba, vibrando en su cabeza, en la esperanza de dejar de lado las tristezas y disgustos. Luego de saludar. El prroco dio inicio a la homila, hasta llegar a la recitacin de los versos bblicos; descifrando el sentido de aquellas milenarias palabras, plenas de misterio y religiosidad. La jovencita core las oraciones, que desde la poca de la niez haba aprendido en la capilla del colegio; y advirti que cada verso
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que flua del santo libro, era idntico en sintaxis, empero, dismil en la apreciacin del mensaje. Y lentamente, se imbuy de la voz del prroco hasta afiliarse en una lnguida catarsis. Palabras, ruegos y murmullos se fundan con las paredes de la capilla, en una dilatada secuencia que elevaba el alma hacia planos celestiales; y otorgaba una espontnea sensacin de paz, que desligaba el mundo espiritual, del agitar diario de las preocupaciones materiales; asumiendo la forma de una comunin profunda. Los versos escapados de los labios del lector, viajaban por el aire hasta resonar en los odos; en conexin con el sentido y efecto que administraban; evocando las pocas de una lejana sencillez. Comprensible era que los devotos, se ligaran con fervor al conjunto de formas y tradiciones que se erigan en aquel espacio, pues esto les generaba la paz que buscaban sus corazones. Margarita y doa Pura, no eran ajenas a este efecto, e imperceptibles palabras para el odo de un mortal; taan ntidas ante el supremo creador, llevando consigo la plenitud de sus sueos. Interiorizando anhelos, fulgurando en la oscuridad; revelando el misterio, que en forma de respuesta resonaba en la cabeza Ah de pronto, emerga la respuesta a toda inquietud! Silaba tras silaba, condujo al final saludo fraterno y en paz los feligreses abandonaron el sagrado recinto. Luego vino doa Pura, le rode por el cuello y juntas dejaron la parroquia; salvaguardadas por el fortachn guardin. Afuera las esperaba el pueblo, el sol y el conductor de la camioneta. El trayecto hasta el vehculo result largo para la joven, a quien le impulsaba la ansiedad de retornar a la hacienda y dar por sentado de una buena vez, su punto de vista ante su padre. Y el campanilleo de sus reflexiones, era como una voz que hablaba al interior de su cabeza; de la cual se distinguan precisos vocablos, exactos
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dictmenes que amparaban sus derechos; la razn que pretenda ilustrar frente a un inexorable Efran Cajales. Si, salvar los veinte pasos que la distanciaban del carruaje, le sobrevino terriblemente lejano; mientras se esforzaba en atender las reflexiones de su seora madre, y el meneo de la voz de esta, que interrumpa su dictamen; aquellas meditaciones que liberadas al viento terminaban por arrumbarse en su discernimiento. Alcanzando la camioneta madre e hija, se hundieron en los tapizados asientos traseros. En la distancia, el asomo de la llanura rematando los confines del pequeo pueblo, se eriga como un cromo peripuesto de grandes palmeras, bajo el azul palidecido del cielo. Y atrs con el rugido del motor, quedaba el templo como una delicada pieza engastada entre el adoquinado que formaba la acera. Al llegar a casa, Margarita, estaba imbuida de su decisin de hablar con Cajales. Una vez cruz el umbral de la puerta, fue ese su primer impulso, empero, era medioda y ya la mesa estaba dispuesta para el almuerzo. Para su desdicha, la hora de las comidas en la hacienda, se converta en un compromiso forzoso e ineludible, excepto para Efran, a quien nadie poda cuestionar. Para el resto de la familia, era un asunto obsesivamente inexcusable y mecnicamente, la muchacha avanz hasta el comedor, asintiendo posponer la charla con su padre. Un par de minutos despus arrib Valentina, para sentarse a su lado, durante la merienda de sancocho de gallina; y tambin le acompa en la silla contigua, el primo Agustn. Seguido se sent doa Pura, frente a ella, como si se dispusieran a iniciar algn juego de mesa. Entretanto, la negra Mercedes, le observaba de soslayo; ninguno de los que estaba en la mesa le observaba tanto como ella, inscrita en una silla de madera, junto al mesn de la cocina. La relacin con aquella mujer siempre haba sido
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limitadamente distante, como si un mutuo recelo las distanciara e incluso la muchacha se senta a veces intimidada ante su presencia. El almuerzo lleg acompaado por el grupo de familiares, y la notoria ausencia de Cajales; quien tal vez, estaba en su despacho. Era usual que no almorzara con ellos, aun cuando estaba en la hacienda. Mientras, la muchacha imaginaba lo que le dira, pero conocindolo bien sabia que requerira verdadero coraje para hacerlo. En la mesa ya se encontraban todos reunidos. Agustn, murmur un sucinto buenos das Nadie habl ms y doa Pura, inici la oracin de agradecimiento: Seor, bendice estos alimentos, que por tu infinita bondad vamos a recibir. Bendice tambin las manos que los prepararon, dale pan a quien tiene hambre y hambre de tu palabra al que tiene pan. Amn Lo irremediable haba sucedido. La joven se distraa de su objetivo inicial y el final de la oracin lo certificaba; acaeceran dilatados minutos en los cuales su padre podra marcharse o el envin de su voluntad se desleira. Habra dado lo que fuera por llegar un poco antes, ahora solo le quedaba confiar que Efran, estuviera en su despacho. No tena hambre, pero sin ms remedio se dispuso a tomar la sopa, y cada cucharada le vena con mayor esfuerzo. A su lado Valentina, y Agustn, y frente a ella, doa Pura, disfrutaban satisfechos el fragante piscolabis. Y cada tanto le prodigaban una
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mirada afable, mientras el fresco aroma que escapaba hacia su nariz, no bastaba para convencer su estomago. Baj la vista y sinti como un sorbo caliente le arda en la garganta. Medit que no haba motivo alguno para sentirse coartada; si realmente estaba segura de su decisin, y si sobre esta no gravaba nada malo. Qu le pasa prima? est muy callada pregunt Valentina. Nada, estoy bien contestSlo un poco de ardor en la garganta. No tiene hambre, hija? inquiri entonces, doa Pura. La verdad es que me siento un poco indispuesta, pero no es nada serio disimul, con la vista an clavada en el plato. Aguardando que los dems tomaran su comida y apartaran la atencin de ella. Enseguida, bebi un pequeo sorbo del vaso. Y aun cuando el malestar era supuesto, empez a sentir que se le anudaba la garganta. Seguramente, no tenia buen semblante; pues su prima en una preocupacin casi innecesaria, le pregunt de nuevo como se senta. No es nada, Val. No te preocupes, debe ser tan solo una leve alergiarespondi. Pero dicho esto ltimo, acert una posibilidad de escapar con esta excusa y adentrarse en los terrenos de su padre; para llevar a cabo su cometido. Sin embargo, atin que sera ridculo. Estaba
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atornillada a esa silla por ser la hora del almuerzo y solo cuando todos terminaran podra incorporarse. As que decidi permitirse un respiro en sus afanes, dando una mirada a los integrantes de la familia, e imagin a Mateo, sentado junto a ellos. Nono poda permitirse la libertad de ser una cobarde, si quera vivir su amorconjetur y seguido inclin el rostro de nuevo, para luego alzar levemente la cabeza, mirando de reojo a la negra Mercedes. Tienes mal semblante dijo a continuacin Agustn, observndole. Margarita, desliz la mirada hacia su plato, mientras senta la mirada de su familiar como un dejo interrogativo. Ahora se daba cuenta. Siempre le indagaban por todo. Pero por qu la atormentaban con sus tontas preguntas? Qu era lo que queran escuchar? Hija, te ocurre algo? inquiri de nuevo la mam. Cuando termines, deberas ir a recostarte un ratodijo pero deberas intentar comer un poco ms. Margarita, continu andando y desandando la cuchara sobre el plato, sin hablar. La mir de reojo y asinti con la cabeza. Su madre no dijo nada ms, pero la muchacha notaba que todos la miraban, de modo que apur el sancocho, y batall contra el contramuslo del pollo; asistindose con prolongados sorbos de jugo. Solo as le dejaran tranquila y podra incorporarse del comedor. Estrategia que pareci til ante la distraccin de la matrona y el primo, que rean de las ocurrencias de Valentina, disfrutando
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plcidamente el momento. Y ya ni siquiera se esforzaban en conversar con ella; lo que sirvi para sosegar su monomana. La hora del almuerzo, constitua siempre, un momento de descanso y la escusa ideal para actualizarse sobre los temas del da o la semana. La hacienda, los estudios, los proyectos; las historias llaneras y dems. Pero ese da el tiempo transcurrido careca de la alegra habitual, era algo diferente. Se senta abrasada por un calor corporal que le suba a la cabeza. Realmente, empezaba a sentirse indispuesta, cuando doa Pura, la interrumpi de sus reflexiones, hacindole notar de nuevo la palidez en su semblante; y con una sea pidi a una de las criadas que fuera retirada la vajilla, incluidos los platos medio llenos de su hija. Entonces se incorpor y se puso de pie frente a ella extendiendo la mano y tocndole la frente. Parece que tienes un poco de fiebreobservve a tu habitacin y descansa un rato. Si mam, gracias, lo hardijo levantndose de la silla. Si te sientes enferma, me avisas para llamar al mdico solicit la seora. Claro, mam. Bien, ya termines el momentopens alejndose hacia la escalera, naturalmente, con la clara intencin de finiquitar aquel asunto pendiente. Subi los escalones decidida a buscar a Efran, quien supuso estara en su estudio, que se hallaba en la planta superior, al final del pasillo. Sin embargo, no descifraba la forma adecuada de dirigirse a l, sin causar su clera; sabiendo bien que la sola idea de un posible noviazgo, podra convertirla en presa de su violento enojo. Con su madre, sin duda, resultara fcil; seguro que ella
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entendera sus sentimientos. Pero a quien necesitaba convencer de la bondad de estos, era a Cajales, el nico poder reinante en esa hacienda. Mientras daba un tmido toque sobre la blanca portilla, empez a tararear una cancin fingiendo tranquilidad. El golpeteo reson en sus odos, pero desde el interior no hubo respuesta. En su cabeza tan solo resonaba la cancin, que hace poco sus labios canturreaban. Un nuevo intento y nada. El asunto pareca mutar en una empresa difcil de llevar a buen trmino, primero el almuerzo, y ahora, su padre quien al parecer no estaba Acaso cualquier intento por legitimar su punto de vista, sera una misin fracasada! No poda permitirlo y llena de vacilacin empez a pasearse frente la puerta, hasta que tom el picaporte de la misma, y al girarlo supo que estaba abierto. Tal vez, su padre no la haba odo, y paulatinamente, se adentr en el amplio despacho. Al entrar advirti sus manos temblorosas. Con cada paso que daba aumentaba el temor y la incertidumbre, Qu estaba haciendo ah? Deba esperarlo sentada en una de las sillas? O lo mejor era salir cuanto antes?, y evitar una reprimenda por invadir sus espacios. Sin embargo, esper con forzosa paciencia el arribo de Cajales, y con talante nervioso se inscribi en la silla frente a su escritorio; por un instante comprendi cuanto miedo senta de revelar a su padre sus sentimientos hacia Mateo. Si lo tuviera en frente, sin duda, no sabra que haberle dicho. Simplemente, estaba en ese saln con la necesidad de sus emociones arrebatadas. Si tan solo le pudiera revelar todo eso y que l fcilmente lo comprendiera; pero en el fondo entenda, que por ms que avocara la tolerancia de su padre, se hallaba solitaria y prdida frente a la obcecacin, intransigencia y rigidez de Efran.
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Estas ideas le hicieron comprender el difuso y tortuoso camino que se extenda ante ella; mientras observaba por largo rato las pinturas colgadas en la pared. Luego reflexion Qu la haba empujado hasta ah? En la maana haba solicitado una mano de Dios, la certeza de su actuar; y ahora estaba en una situacin inusitada con la oficina de su padre a su merced. No tard en acertar un dejo de curiosidad que le embriag los sentidos, como una extraa y maliciosa invitacin a curiosear lo que con recelo archivaba Cajales. Ese propicio momento develaba la oportunidad de conocerlo un poco mejor, entender las razones de su inflexibilidad; acercarse un poco mas y concebirlo como un ser humano, medroso y reservado como todos los dems. Entonces sonri ante sus desatinadas reflexiones, empero, el deseo de hurgar en terrenos prohibidos no amainaba, empujndola hasta el lado opuesto; frente al escritorio, y sus cajones cerrados. Le cruzaron mltiples ideas por la cabeza hasta que maquinalmente hal la cajonera. Solo pretenda observar, hurgar entre esos documentos secretos, y acertar algo acerca de su padre; pero se arrepinti de inmediato, sintiendo una profunda culpa. Se haba apurado hasta ah para tener una conversacin y ahora manoseaba, una privacidad celosamente guardada. Imaginaba ser descubierta, y lo que sucedera a continuacin, entonces se detuvo y empuj de nuevo la gaveta. Y sus presagios parecieron materializarse, cuando el ruido de la puerta anunci la llegada de alguien; de un solo salto lleg hasta el otro extremo y se sent de nuevo en la silla. Estremecida temi lo peor y se sobresalt todava ms, cuando el sutil rechinar de la puerta anunci el inevitable ingreso del visitante. Se enderez y gir la cabeza para mirar, entonces el velo de la incgnita se esfum. Era la negra Mercedes, quien desde el quicio de la puerta
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la observ con mirada inquisitiva y luego repas con sus ojos todo el espacio de la oficina. Qu hace aqu nia Margarita? pregunt. La joven intent dar una respuesta concisa, pero apenas si sacudi los hombros sin contestar. Usted sabe que no debe entrar aqu, cuando no est don Efran! Replic con aparente calmaPor favor salgamos. Contrario a lo que esperaba, la mujer se port hasta ese instante noblemente; al parecer evitando cualquier reproche, o magnificar aquella intromisin. Seguido asegur la puerta con doble llave y juntas abandonaron el saln. Solo estaba buscando a mi padreobserv finalmente, la joven. S, lo s seorita, pero l sali desde tempranoacot la mujer. Y luego, observndola, como si se tratara de un cachicamo atrapado en una trampa, entre tablas de madera o cercada entre bloques de piedra, sin ninguna escapatoria; la tom con fuerza por el brazo y espet con tono severo: Cuando el patrn no est, no vuelva a entrar en su oficina! Pero quien se crea esa mujer! Por qu juzgaba su actuar sin conocer los antecedentes? Acaso era preferible, que se escapara con Mateo, y viviera su amor a hurtadillas? Estas preguntas se le ahogaban en la garganta; mientras la criada la miraba con expresin inquisitiva, aguardando que revalidara su sentencia.
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Descuide Mercedes, no pasar de nuevoasinti con voz trmula, sintindose pequea y miserable ante la corpulenta mujer. Era demasiado, ahora se senta menos que todos en la hacienda; dando todo el tiempo explicaciones sobre su actuar. Como un detenido vigilado por sus carceleros; ejecutando acrobacias para lograr un poco de aire, una pizca de libertad. De que le servan sus buenas intenciones, si la realidad le lanzaba un estacazo al rostro. Quisiera ir a montar un ratomurmur entre dientes. Qu dice? Usted no puede salir, cuando no se encuentra su padreafirm con un tono de amenaza en la voz. Dnde est pap?indag avivadamente la muchacha. Ya se lo dije, sali tempranocontest evasivamente la criada. Pero Pero nada, Seorita! Margarita, comprendi que aquella molesta disputa no conducira a ninguna parte; si esa mujer le hablaba en semejante tono, era porque tena el consentimiento de su padre para hacerlo. Entonces con enojo, entre dientes y con la frustracin a punto de brotarle en llanto exclam: Voy a mi cuarto! Y dando la espalda, recorri el pasillo hasta su habitacin. De modo que ya nos vamos entendiendo!espet irnicamente la mujer, mientras descenda por las escaleras. La muchacha intent abrir la boca para responder la provocacin, pero solo atin una leve amonestacin que se ahog en el pasadizo. Abri la puerta y avanz unos cuantos pasos tumbndose sobre la cama; y un amargo trago de saliva le hizo
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comprender enseguida, que el hermoso sueo de antao era una mentira de su imaginacin pueril; una farsa que se desdibujaba entre lujos innecesarios, que de nada servan si bajo aquel techo los sentimientos escaseaban. Era una tonta al creer que su padre entendera su apuesta, la comedia de su vida iniciaba a mutar en tragedia; era una historia que ella misma haba inventado para ser feliz, en el cobijo de un viejo soropo. Confesar el delito de su amor, era condenarse a cadena perpetua. Efran, jams entendera las razones ni motivos de su apego por alguien sencillo y humilde Acaso ella sufra ms que el pobre muchacho? Dejando el sudor y la piel en la hacienda Cajales. Cuanto mejor habra sido no someterlo a esa tortura! dejarlo correr libre como un alazn por la llanura; sin ser golpeado por el espoln de la desdicha, que traa consigo su insulsa existencia; mientras ella se resignaba a los designios de un incivil padre, y creaba un mundo de fabulas en el cual sobrevivir. Qu injusticia planteaba aquello! Experimentaba hasta el lmite de las emociones, la incomprensin que separaba los nobles sentimientos; y su razonamiento era hiel que amargaba todava ms, el devenir de sus lamentos; el severo vacio de la perdida. Y el resto de la tarde la pas tirada en la cama a veces llorando, otras intentando concebir el sueo.
CAPTULO DECIMOSEPTIMO Entretanto, Mateo, llegaba cada noche a su solitaria heredad, con la fatiga a cuestas, luego de las extenuantes jornadas en las que deba enlazar, colear; jinetear caballos, reses. Y todo tipo de
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labores en las cuales se haca cada vez ms diestro, y en los breves coloquios que antecedan el sueo, se reconciliaba con sus anhelos y supona que un da no muy lejano, conseguira ganar la confianza y la autorizacin del patrn, para estar con la bella llanerita. Y entre estas vvidas ilusiones se le cerraban los ojos, con su cuerpo tendido sobre el chinchorro. Entonces en la maana, sin que el agotamiento consiguiera liberarlo por completo; antes del albor matinal se preparaba un caf, se afeitaba y mudaba de ropa; enlazaba su caballo y parta hacia la hacienda Cajales. Los suspiros, lo amargo, lo deslucido de la ausencia de mimos y caricias venidos de las manos de su amada; se disculpaba con la buena relacin que haba logrado con sus compaeros de faena; especialmente con el mono. Y aunque las leyendas, mitos e historias, no bastaban para cerrar con llave, la desazn que embargaba sus emociones; en mucho serenaban su jornada, haciendo ms llevadera la doma y el coleo. Cada tanto el mono empezaba a hablar de nuevo, con su habitual retahla, provocando la risa de todos en los instantes de esparcimiento y sacando a Mateo, de sus reflexiones. Ea, espabile joven! que est como pescado entre dos 74 aguas O relatando sus cuentos venidos de la tradicin oral del llano, o tal vez de su propia fantasa, como el presentado a continuacin: La historia del mono: Frente al hato de mi abuelo viva su compadre Segundo; buen vecino y compadre por sacramento. Cada uno tena en su
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Ni aqu ni all.
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tierra unas quinientas cabezas, que pastaban libremente sin cerca, empalizada ni burladeros. Y como el viejo segundo era maoso y travieso, se llevaba reses de otros hatos para su fiambre y almuerzo; con todo y eso un escrpulo le embargaba, por lo que siempre contaba en una correa de cuero, cada res que desollaba; y con su machete hacia una muesca que la adornaba. Ya entrado en los ochenta aos, el viejo desmejor, la salud se le vino a pique y a mi abuelo lo llam en medio de su agona; para pedir perdn, y marcharse en comunin con Dios. As con voz apagada anunci el viejo: Hay algo que te quiero mostrar y debajo del chinchorro la correa empez a estirar, mi abuelo mir extraado y le pregunt que era. A lo que el viejo le contest: Compadre, cada muesca de esta tira, es una res suya que me rob y luego me la com El abuelo se qued mirando como haciendo clculos con la mente, y despus con una risa le contest: Vaya en paz mi compadrito, que en la correa que llevo yo; la cuenta de las reses suyas que me he comido, alcanza a contar ms de noventa picos. Jajajaja.dejaron escapar todos una sonora risotada. Y de nuevo el compaero iniciaba a conferenciar rpidamente. Mejor tome su sombrero compai dijo entonces Mateo, sonriendo y vamos que el trabajo nos espera. El mono asinti, se arregl el sombrero; enjalm el machete y hundindose las manos en los bolsillos, se desatornill de su silla. Enderezndose con su particular andar, y avanzando tras el joven llanero. En un minuto cruzaron el portal para adentrarse en la
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explanada, donde los asociados iniciaron a cantar sus coplas de arreo: Eso si es cuar el llano, bajo el sol o hasta el sereno; caballo espuela, soga y silla; son orgullo del llanero. Nacido y criado en el campo, con botaln, rejo y sombrero Resultaba muy importante para los jornaleros conocer, comprender y compenetrarse con el comportamiento de aquellas nobles bestias, de mirada mustia; criadas para servir y alimentar al hombre. En reiteradas ocasiones le explicaba el mono a Mateo, lo sensible que poda ser el ganado a los cambios bruscos, y como su visin era tan dismil de la nuestra, que podan mirar casi a todo a su alrededor, sin siquiera mover la cabeza. Tambin le mencionaba que de la destreza con la cual bregaran aquellos bovinos; dependa el evitar que por una simple distraccin, un solo animal agitara la manada, convirtiendo el asunto en el peor caos. Y es que con estos animales hay que andar como zamuro jalando tripa75 le decay dejarles el espacio abierto por si quieren correr, pues que corran. Que paeso se enjalma el caballo. Ya veoasent el joven A usted, Mateo, el mismo animal le avisa hasta donde lo deja acercarseasever el mono. Y seguramente, as era y el muchacho no cuestionaba su discernimiento. El sol golpeaba con fuerza el atardecer llanero, y bajo su inclemente albor; los compaeros cumplan sus labores de vaquera a sones de galern76. Mientras Mateo, aprenda el rigor de la rima y
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Concentrado, sin perder el rumbo. Canto que acostumbra el llanero en las faenas de vaquera.
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la habilidad de la improvisacin. Entretanto, las reses se habituaban a su presencia y su voz. Y de pronto, el muchacho se enfilaba hacia las cuestiones que aguijoneaban su corazn y le provocaban un vacio en el estomago: El por qu del recio carcter de don Efran Cajales? En estas abstracciones se imbua, entremezcladas con el oficio de arrear el ganado; y abrillantadas por los canticos de su colega, que propendan domesticar el ganado. Y en efecto, as resultaba cuando este dejaba escapar un silbido o alguna copla, que brotaba natural desde su pecho, con cierto dejo de tristeza; como si de la despedida de la sabana se tratara. Lejos del comedero, la manga y el corral; en reiteradas ocasiones, haba tenido que conducir el jornalero a esos cndidos cuadrpedos. Quiz de ah le provena la nostalgia y el apego. Y en definitiva, hacer el pique de las bestias se infunda de una extraa mezcla de sentimientos, emotividad y un destino rubricado. No obstante, el arreo del ganado por la dilatada extensin de la hacienda Cajales, implicaba siempre una serie de riesgos; de los cuales Mateo, apenas se pona al corriente; de a poco se familiarizaba con ellos, y los cuales, manifiestamente, podan alterar el resultado de su faena. De esta forma, a pesar de las herramientas y la destreza; el canto pareca mutar en el instrumento ms til, y la compaa ms amena. Venite pasito toro berrendo aguardando tu cornalon! hoy saliste del corral
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antes que se ponga el sol! las corocoras del lago saludan al verte pasar! jooooppppaaaa! Toro berrendo naciste en mi finca! y de la vaca preada, hoy vives su ausencia, el sacrificio que canta su honor y su decencia! Joooooopppaaa! As prosegua la tonada atravesando el viento, fundindose con la naturaleza del vaquero; avivando de arrojo su recia faena. Poco despus, los dos jinetes fueron asistidos por un par de peones que avanzaron raudos hacia ellos. Buenos das camaritas!saludaron al llegar, completando el cuarteto, cada quien con su plaza especifica. Buen da seores!respondi Mateo. Bienvenidos camaritas!celebr el mono la asistencia ahora si, a rascarse que lleg la picazn! 77 De inmediato se activaron en la labor. Adelante iba el mono como montador cabestrero, y viga de la integridad de la vacada; tras de este el joven llanero, cumpla las veces de puntero78 y unos metros atrs, los recin llegados se consignaban como contrapuntero y culatero.
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Era la primera vez que Mateo, se enfrentaba a una manada tan grande y aunque intentaba sonrer y seguir la trova de su ilustrador; el frio le llegaba hasta el corazn y le enfriaba el estomago. No obstante, reconoca que la buena fortuna dependa de su atencin y destreza. Y en medio de los riesgos que aquella faena implicaba; era consciente de la responsabilidad que recaa en sus hombros, por la confianza que el patrn haba depositado en l, para custodiar los intereses de la hacienda. De tal suerte que en ello vislumbraba, tambin, la oportunidad de certificar todava ms esa certidumbre. De a poco el grupo de hombres fue recortando la distancia hasta los animales. Ah estaban quinientas cabezas de ganado arisco, que deba ser transportado por ms de ochenta leguas de distancia; la ansiedad brotaba en el pecho y solo el buen humor de su lder, curtido en esas lides lograba apaciguar los nimos. Ea, espabile joven! que est como pescado entre dos aguasgrit el mono sonriendo No se preocupe mono, que con la mujer del pendejo se mantiene el avispn79!refut el joven llanero. Y ambos dejaron escapar una carcajada. Dejando de lado las bromas, los jinetes iniciaron a establecer orden en el grupo de animales; que contaba con vacas, reses y toros de todas las edades. Delante el mono y Mateo, establecan el ritmo del trote y tras ellos, los otros dos compaeros custodiaban la retaguardia, al son del campanilleo de la barbada. El acompasado trotecito y el ordenado avanzar de las bestias, era buen augurio; todo iba segn lo planeado, y el esfuerzo de todos alejaba cualquier sombra de contratiempo. No haba necesidad de presionar a los animales, los cuales parecan firmar
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una magnifica sincrona con sus guardianes. Despus de todo no era tan espinosa dicha tarea, reflexionaba Mateo, mientras los vacunos avanzaban por la ruta establecida; mirndose de reojo, estirando la cabeza y dejando escapar su balido resonante. Pero cuando todo pareca ir de maravilla, apareci de la nada un visitante inesperado, quien con un baladro lastimero inquiet de inmediato a la manada. Se trataba del gigantesco toro negro, que recorra a sus anchas los pastizales de la hacienda. Y aunque los jinetes hicieron lo posible por ahuyentarlo; bast con su llegada para que una de las reses salieran despavorida; como si el mismo demonio hiciera su entrada. Las dems giraron para observar al cetrino recin llegado, y el amago de fuga se hizo evidente. Cuidado con las bestias!grit espantado el mono a sus compaerosEstn atentos para no dejar barajustar80 el ganado, pues de esta no salimos!. Sin embargo, el toro negro, sigui su camino observando al grupo casi con indiferencia y bast con que cruzara una legua de distancia; para que la vacada retornara a la calma. Incluso la res fugada apareci poco despus, obviando el tener que buscarla. Empero, el disgusto del mono por aquel impase persista y disgustado continu entre protestas: Bendito toro parece alma en pena, el patrn debera sacrificarlo! Superado el susto. Entre tropezones avanzaron los animales, queriendo pacer un rato, pero picados por sus custodios proseguan el andar; y de cuando en cuando alguno pareca perder el paso y causaba una pequea trabazn de astas y pezuas, que de inmediato era superada. Ms all de eso la jornada transcurri sin mayor inconveniente.
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Estampida de reses.
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El circulo se anchaba y estrechaba cada tanto, en una armnica comunin entre jinete y vacuno; los gritos y cantos del gua se fundan con lo balidos como si hombre y bestia dialogaran. A veces brotaba una tenue y sbita calma, y el silencio se apoderaba del llano; quiz porque los animales iniciaban a tornarse somnolientos y solo el grito de: Opaaa vacaaaa! Recordaba que aquella cabalgata tena un asiento al cual llegar. Una vez vadeado el lago, el grupo se adentr en el alma de la hacienda; donde asomaron la manga y los corrales. Emplazados en el centro del terreno, sobre un altozano, que los resguardaba del anegamiento generado por las lluvias de Junio. As pues la agotadora jornada concluy a la entrada de la manga; donde los cuatro hombres fueron recibidos por los peones, que facilitaran la entrada de los animales en los corrales. Y finalizada la faena mientras se dirigan al caney, donde les aguardaba un perfumado sancocho de gallina criolla, y un buen vaso de guarapo; Mateo, aprovech la ocasin para sonsacar al mono los secretos que este guardaba con recelo, respecto del patrn. La hora del descanso era tambin aprovechada, por otros peones que finalizaban su faena: ordeadores, amansadores, becerreros; campobolantes, caballiceros, trabajadores de campo; jardineros y dems. Algunos de los cuales disfrutaban de un tabaco y aprovechaban el momento para contar ancdotas. En el amplio espacio que formaba la cocina, fueron recibidos con amables saludos y un par de vasos del frio guarapo, que doa Carmen, la cocinera, recin extraa del tinajero. Los cuales les extendi invitndolos a sentarse.
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Mi Dios, le pague comai81!dijo el mono sacndose el sombrero y tomando asiento, y enseguida el joven llanero lo duplic sentndose a su lado. Oiga compai, en serio tiene que haber una razn, paque el patrn viva tan mosquiado. El mono asinti en seal de constancia de lo dicho y por un instante pareci que revelara aquel secreto; pero justo entonces apareci doa Carmen, con los platos de comida que descarg en la mesa frente a ellos. Espere joven, que me quemo la lengua con este sancocho, que est ms caliente que suegra con yerno pobre! dijo el mono evidentemente, queriendo evadir la consulta. Dejando a Mateo, con los ojos brillando como caimn en chorrera82. Y una cucharada tras otra dilataron el asunto. Sin embargo, al salir, concluido el almuerzo; y luego de agradecer y despedirse. Fue el propio mono quien retom la disertacin: Mire, Mateo, le voy a contar algo. Pero es importante que usted guarde este secreto y no se lo comente a nadie me entiende? Como morrocoy comiendo joba83! y continu casi susurrando yo no s lo que usted piensa Mateo, pero yo al patrn le tengo respeto y lo que voy a decirle Sigui dando rodeos, hasta ser interrumpido por el joven llanero.
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No me diga mas compai, que el muchacho ya se muri84; le aseguro que lo que va a decirme queda nicamente entre usted y yo. Bien! asinti este y por un instante titube sobre cmo iniciar la elucidacin, finalmente, abri la boca; mientras avanzaban por la hacienda y cruzaban frente a los corrales. Y sonri con una sonrisa distante, que confera un acervo de gravedad al asunto; mientras clavaba los ojos en el muchacho. Mire Mateo, yo creo que el carcter del patrn, se debe a una desilusin amorosa. Qu? Por qu dice eso camarita? Ver. Yo me la pase una noche acompandolo, eso hace algunos aos; cuando l patrn tomaba mucho, y el mismo en medio de la pea, me cont sobre una joven que tiempo atrs fue su querida. Mientras me hablaba la mirada le cambiaba, pero al parecer la muchacha se fue con la soga de arrastra85 y el nunca ms volvi a saber de ella. Y qu pas con ella, con la muchacha? Ella era campesina y muy humilde, y el taita del patrn era fregado; as que lo mando a estudiar a la capital. Pero antes de irse, don Efran, le hizo prometer a ella que lo esperara. Aunque como usted sabe camarita: a mordedura de perro, pelos del mismo perro.86 Y ya estando en la capital el patrn conoci a la seora Pura. De modo que cuando regres a buscar a su enamorada, esta
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Con lo que se ha dicho, se entendi el mensaje. No cumpli lo aocrdado y se escabull. En lo mismo que ocasion el dao, se encuentra la cura.
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ya se haba ido, y pocos meses despus el patrn y la patrona se casaron; desde entonces es como si l llevara una cruz consigo. Esa noche que le cuento, me toc escuchar las penas que le dej la fuga de esa doncella; y aprender que aun las estrofas de los hombres ms fuertes, tambin se acompaan de llanto. En esta revelacin se encontraban inmersos, cuando al levantar la mirada acertaron de nuevo la figura vigilante del toro negro; como una sombra cuyos cuernos resplandecan. El mono qued inmvil, en silencio; apreciando al animal con un dejo de consternacin y miedo dibujado en la mirada, mientras la bestia emprenda de nuevo su marcha. Entonces gir observando al muchacho y concluy diciendo con tono grave: Mire joven, en el pueblo hay muchachas bonitas en edad de merecer; bsquese otra pa cantarle corros. Porque la seorita Margarita, no es pa nadie en esta regin. Luego agit la rienda de su caballo y se alej sin despedirse. Mateo, qued sorprendido no solo por la reaccin de su compaero, sino por el develamiento hecho por este; y la esperanza de una aclaracin termin conducindole por el camino ms inesperado. De tal suerte, que durante toda la noche estas palabras dieron vuelta en su cabeza; y al da siguiente result inevitable, que cotejara con su camarita, los apartes no revelados de la historia. Bastante reacio, por cierto, estuvo el pen a declarar una frase ms sobre el asunto. Pero tanta fue la insistencia del muchacho, ante la evidente desazn de verse separado de su amada; y las indiscutibles buenas intenciones de las que se investa su amor por ella, que finalmente, el mono accedi pactar con l un testimonio, de lo que
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sus ojos y odos haban visto y escuchado a lo largo de esos aos en la hacienda Cajales. Por su parte Margarita, pareca haberse desvanecido y la nica razn por la cual el joven llanero no asaltaba la propiedad del patrn en su bsqueda; era porque de algn modo hablar con su compaero, esclareca la ruta que deba conducirlo hacia ella. Mire compai, yo s que usted tiene sus reservas, pero crame, yo soy hombre de fiar y jams lo dejara en evidencia asegur MateoVamos, cunteme que mas pas con el patrn y su querida. Joven, usted con ese asunto si es que se rebusca ms que una gata recin paria87. Mire le voy a contar lo que s, que tampoco es mucho, pero esto queda entre usted y yo demand el mono. Tranquilo camarita, yo lo nico que quiero es entender. Adems quien vive pensando en zorro, nunca tiene gallinas88. Y si Dios, dice que conviene, pues que convenga y si no l sabr. Mire Mateo, yo solo s lo que le dije ayer. Despus que el patrn perdi el rastro de la muchacha se torn distante, amargado. El taita ya enfermo le encarg la hacienda, que para ese momento era una de las ms grandes de la regin; pero lo que usted ve ahora, lo ha conseguido don Efran. Desde que l tom las riendas de los negocios, la cosa ha sido distinta. Pero y que pas con la muchacha? y por qu se cas con doa Pura? Ella se esfum como si el llano se la hubiera tragao, y cuando el patrn regres, en medio del tormento de no encontrarla,
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Busca por todos los medios conseguir lo que desea. Quien no actua por miedo al fracaso, jams alcanza el xito.
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solo atin distraccin en los negocios; seguramente, fue ah cuando se propuso ser el hombre ms poderoso de los llanos. Y a fe que lo ha ido consiguiendo. Doa Pura, por su parte, es hija de un comerciante de la capital; pero toda su familia vive ahora en el extranjero. Ella, sin embargo, decidi quedarse al lado de don Efran; y l la acogi a ella y a la nia Margarita. Pero usted sabe que ese tema esta mas `Guardao que rabo 'e morrocoy. Y a usted se lo digo, porque s que la propia seorita ya se lo habr contao. Mateo, saba exactamente a qu se refera el mono. La bella llanerita no era hija biolgica de Cajales, ella misma se lo haba revelado una tarde en el viejo soropo; verdad esta que le haba sido detallada, cuando contaba trece aos, sin perjuicio alguno de la relacin y figura paterna que representaba Efran, para la muchacha. A tal punto de obviar cualquier asunto en relacin con el padre y la sentencia concisa fue, que este no era otro que el gran hacendado; as seria para ella y para todos. Un acuerdo extensible a cualquiera que conociera la historia. Camarita, y si el patrn advirtiera en alguien las buenas intenciones, y le hiciera reflexionar que su sufrimiento no tienen porque repetirlo otros y menos su hija Esccheme joven y no sea terco Ni aunque fuera el santo papa! El patrn va a permitir que alguien se acerque a ella. Don Efran, hace muchos aos dej de ser quien era, y el amor que usted siente por la seorita no es suficiente para cambiar eso.
CAPTULO DECIMOCTAVO
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Solo un milagro que revirtiera ese algo, que haba inundado de oscuridad el alma de Cajales; podra valer de esperanza a los jvenes enamorados. Si llegara a suceder tal proeza, si fuera posible que la vida mute, en los fantsticos ideales que abrigan los sueos, tan extraordinarios que solo emergen en las fabulas. Solo entonces Mateo, y Margarita, iniciaran una existencia nueva y podran dar gracias por tal quimera de un amor triunfante. Empero, mientras eso ocurra, la muchacha continuaba atrapada en su jaula de oro; intentando no desfallecer ante la desmotivacin, que generaban sus clases con docentes privados, en un encierro mutilante; que muy probablemente, concluira en un colofn todava ms abrumador, el cual ya empezaba a germinar. Y era esto, su partida hacia la capital para iniciar los estudios universitarios. Era algo cardinalmente desagradable, en las noches apenas si poda dormir a gusto; recordando la escuela, la perspectiva de un prohibido bolis de frutas, el olor a tinta; la gritera, los ratos libres, las escapadas al soropo. Ahora solo le quedaba el matiz extrao e inspido, de una existencia que no controlaba. Perturbada por esa sensacin de infelicidad, con la nica escapatoria de los Domingos de misa. Y la distraccin de tender en la cmoda sus hermosos vestidos, que nada representaban; si ha quien quera ensearlos no poda estar ah para ella. El aprendizaje era un proceso falso, infecto y desabrido; incompatible con la lgica acadmica. Los maestros estaban ah para calificar complacientemente su apata, y no para instruirle en los asuntos relevantes, que le permitieran forjarse una vida. Al fin de cuentas para que lo necesitaba. Si Cajales, ya haba decidido por ella. Estaba atrapada en un embudo que se haca cada vez ms angosto, segura que del otro lado no encontrara salida.
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La voluntad se le haca aicos, y los aliados que crea haber ganado, le resultaban intiles: Valentina, quien pareca vivir en la estratosfera, el primo Agustn, esencialmente el lacayo de Cajales. Y doa Pura, una madre amorosa, pero un cofrade intil; atrapada entre sus novelas y programas de radio. Estaba a punto de desplomarse de rodillas, con la dignidad sirvindole de tapete; mientras Mateo, espiaba con ansias el ventanal, en busca del bello rostro que habitaba sus sueos. Y en la tortura de sus diarias faenas bajo el calor llanero; se conmova hasta los huesos, en la apetencia de un triunfo que no llegaba. Los das eran un purgatorio y una semana completa el mismo infierno. No obstante, algo de sosiego traa consigo los das en los cuales el podero de Cajales, se ausentaba de la hacienda. Esto fortaleca la voluntad, y la esperanza apasionada se reuna en un beso a hurtadillas, bajo el cobijo de un arrayan o un limonero. En medio de tales fantasas, dos das de ausencia del patrn era como tomar unas merecidas vacaciones, no solo para los jvenes; sino para todos los empleados del latifundio. Tanto que la propia Margarita, escap un atardecer rumbo al caney, sitio de reunin de los peones, donde contaban las historias de espanto. Estos instantes eran como verdaderas notas de alivio, que alternaban entre la sencillez de la peonada y el caney; donde el aire puro lograba respirarse, acompaado de un buen caf cerrero 89 y unas cachapas; entre mitos y ageros llaneros. Cuantiosas historias de las cuales, por supuesto, era el andariego mono, narrador ejemplar quien as iniciaba:
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Les voy a contar camaritas, y al que sufra de miedo es mejor que se tape los odos o cierre los ojos; la historia de la bole e fuego, que as comienza: Cuentan los abuelos, que hace muchos aos en estas bellas tierras llaneras, vivi una hermosa doncella; con espigado cuerpo de palmera, y una cabellera azabache larga y fina, que le descolgaba hasta las caderas. Su piel era canela y su ojos grades relucan como el azul del ocano. Dicen que la muchacha se cas con un gran potentado recio y culto, conocedor del llano; llamado don Esteban, y de la unin segn cuentan parieron dos hijos. Pero luego de un tiempo don Esteban, se torn parrandero, mujeriego; buen coplero, y alma de las fiestas, a las cuales nunca llevaba a su bella esposa. Un buen da, don Esteban, se calz su liqui liqui, dispuesto a fiestear de nuevo. Como de costumbre sin invitar a la seora; lo que provoc en ella un violento disgusto y tal fue la clera, que tomando un hacha de un solo tajo cort la cabeza de su marido; con sus dos hijos como testigos. Al darse cuenta del crimen cometido, se apur en enterrar el cuerpo en la sabana obligando a los hurfanos a prestarle ayuda. Con su nueva condicin de viuda, no tard la bella mujer en ser pretendida por un tropel de mocetones llaneros, ansiosos de sus favores, pero ninguno fue aceptado por ella. As pasaron los aos y los muchachos crecieron, sin que ella conociera nuevo marido; hasta que el mayor de los hijos lleg a la edad de la adolescencia, convirtindose en un padrote elegante como su padre; quien hered el azul de la mirada materna. Madre e hijo dorman en la misma cama y sin saber cmo, terminaron volvindose amantes. Era ella una mujer celosa y posesiva, que no permita que ninguna otra se acercara a su primognito, ahora tambin su marido. Poco despus, el segundo hijo tambin creci y
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alcanz incluso mejor estampa que su hermano, y no tard la mujer en querer tambin seducirlo; pero este teniendo una recia moral no cay tentado. Y fue tanta la rabia del rechazo, que igual suerte tuvo el muchacho, que la que tuviera aos atrs el difunto marido. Poco despus muri la viuda, amante de su hijo. Y al subir a rendir cuentas, Dios, la castigo condenndola a errar por el mundo como una bola e fuego; que hace extraviar a los caminantes y la nica manera de alejarla es echando maldiciones, porque los rezos la atraen Justo en ese instante, cuando el relator culminaba su oratoria, se escuch un ruido; seguido de un imprevisto resoplido y el rasgar de uas sobre la madera. Todos dieron un brinco de sus puestos, con semblante despavorido; hurgando con la mirada la inesperada aparicin. Hasta percatarse que se trataba de un cachicamo que sala de abajo del tranquero90, y sin darse cuenta los unos estaban ms arrimados a los otros; y nuestros dos jvenes fructificaron el susto para engancharse de las manos. Entonces, el miedo se transform en incontenible risa. La narracin de la leyenda concluy y el mono apacigu los nimos con una de sus clebres coplas. Se haca tarde; la noche llegaba, y Margarita, se haba ausentado ms de lo previsto. De modo que luego de despedirse y agradecer las atenciones; acompaada por su valiente edecn sali del caney. Poco despus ya estaban en las proximidades de la casa. Sabes? me siento segura contigo, Mateoconfes la joven impulsada a expresar la verdad, que cobijaba sus emociones.
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Su piel tena un aspecto hipnotizador bajo el brillo de la luna, que hacia soar al muchacho, con tenerla entre sus brazos. El joven llanero entrecerr los ojos y suspir. Esto es ms complicado de lo que pensaba Dijo con la tristeza quebrndole la voz. A continuacin ambos permanecieron un instante en silencio, tan solo entrecruzando las miradas; observando cmo la claridad era reemplazada por la lobreguez de la noche. Dime por qu algunas cosas deben ser tan difciles? inquiri con voz entrecortada, Margarita. Con los ojos llorosos; mientras luchaba contra la amargura que se apoderaba de ella. El sacudi la cabeza con gesto de tristeza y asever: Supongo que lo que realmente se quiere, es por lo que ms se debe luchar, y eso lo hace ms duradero. S, estando juntos brotaba de nuevo la esperanza! Mateo, esto no puede seguir, el corazn se me arruga cada vez que tengo que dejartedijo con un sutil beso de despedida, corriendo enseguida hacia el portn de la casa. Ya tendra tiempo de dejar brotar todas esas lgrimas, de las cuales no quera al muchacho como testigo. Y l simplemente, desparram los ojos para verla desaparecer al interior de su claustro. La garganta se le hacia un nudo, y la soledad cantaba de nuevo; secundada por el sollozo lastimero de los perros de la hacienda, que cada atardecer iniciaban a aullar si fueran lobos. Su quejido resultaba estremecedor, como si notificaran un sombro augurio, que en ese momento rond la cabeza de Mateo:
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Las ltimas tres noches, le haba contado el mono al joven llanero, justo cuando el reloj marcaba las doce; el gallo negro de pelea, el ms viejo del rancho, haba cantado tres veces y segn su discernimiento, era inevitable, que en fechas cercanas alguien muriera. El momento de dejar la hacienda haba llegado. En la soledad de la noche, Mateo, se dirigi hasta el corral y tom su caballo; le aguardaban cuando menos dos horas de trayecto. El deber del da estaba cumplido, y la hora de movilizarse hacia sus propios terrenos se anunciaba; partira repleto de ansias, de deseos. Dejar aquel lugar no era sinnimo de liberarse, por el contrario resultaba una condena. Lleno de pensamientos emprendi el camino hacia el portn principal, luego de pasar por el Caney; y despedirse de los que aun quedaban. Insatisfecho, pero con paso veloz, exigi al animal para llegar lo antes posible; atravesando la llanura oscura que ocultaba quien sabe cuales secretos. Record la historia del mono, ya antes la haba escuchado; pero esta vez sinti miedo y aceler el galopar. Todo le preocupaba, en especial el camino que tena por recorrer; abriendo los ojos explor con acuciosidad el trayecto. La ruta hasta su casa le pareci demasiado lejana. Los remotos temores le inundaron el pecho y la mente le rebos de absurdas representaciones; de peligros inexistentes, de misterios nacidos del mito. Se sinti desconfiado, su preocupacin iba en aumento. La frente y las manos le sudaban a chorros. Cuando el gallo canta tres veces, alguien morir! Cuando el gallo canta tres veces, alguien morir! Cuando el gallo canta tres veces, alguien morir! Cuando el gallo canta tres veces, alguien morir! Iniciaron a retumbar estas palabras del mono, en sus sienes.
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Faltaba poco para llegar, pero el susto no conclua del todo; entre ms se adentraba en su tierra, el tremor se haca incontenible. Animas benditas protejan a este llanero! amparaba en oraciones para su abrigo. Hasta que finalmente, dej escapar una bocanada de aire. El caballo zano fren en seco y estuvo a punto de botarlo al suelo, pero ya estaba en casa, y el escalofro se fue disipando. Mir de soslayo la casa de la ta Carmela, la lmpara de gasolina estaba encendida; ese fulgor le era fcilmente reconocible Qu le haba pasado? Jams haba tenido miedo, ni aun siendo un chiquillo, pero esa noche el hlito de algo sombro lo haba acosado; estaba seguro, lo poda notar en el temblor de sus manos e incluso en la mirada espantada de su caballo. De cualquier modo, decidi no dar ms vueltas sobre el asunto y adentrarse en el soropo. Haba vivido una jornada por dems extraa; tranquiliz al animal luego de amarrarlo y poco despus se desplom sobre su chinchorro. La alborada siguiente sinti renacer con gran mpetu, record al despertar la noche anterior y el presagio de inditos augurios; tal vez la bola e fuego que lo haba seguido, y sus mortferas intenciones que le abrasaban con ardor. Sin embargo, sonri en la conviccin que nada malo pasara; eran solo leyendas que con el tiempo se iran esfumando. Quiz el mono con toda su palabrera haba conseguido sugestionarlo. Luego de preparar un cafecito, corrobor que tambin el sueo del caballo hubiera sido placido. Un estado de nimo singular lo acompaaba, seguramente, Cajales an no regresaba y tambin ese da podra reunirse con su bella llanerita. El amanecer luca mucho menos terrorfico. Mir por la ventana el reverdecer de la llanura, a pocos metros el huerto de la
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ta Carmela, flua de colores. Pas a saludarla un par de minutos antes de tomar camino, la seora lo despidi entre bendiciones y el viaje fue placentero, como usualmente sobrevena. Remontar todos esos kilmetros requiri de un solo impulso, caballo y jinete estaban apaciguados durante su viaje camino al latifundio; con el sol asomando su rostro por el este. Conoca bien esas praderas, cada tramo que segua adelante; el suelo, la madera de los arboles, el azul del cielo; el rio a dos aguas, las flores azules, rojas y amarillas; el viento flanqueando la selva. Todo aquello formaba parte de su infancia, y Roco, lo haba establecido de ese modo, para garantizarle una vida; estaba enganchado a ese terruo con la piel y con el alma. Empero, haba un obstculo que impeda su felicidad completa, y tendra que salvarlo, aunque hacerlo implicarla dejarlo todo atrs. De ese modo pensaba esa maana. Al llegar a la entrada principal, volvi de sus pensamientos hacia una realidad somera, que le bosquej la rutina diaria. Sin embargo, en poco, esos aires mudaran hacia superiores fortunas. Una enrgica brisa arrebujaba el medioda. Atravesando el lago poda verse a las garzas y los alcaravanes, zambullndose plcidamente entre sus fulgentes aguas; formando pequeos remolinos. Un acuerdo sin palabras se haba sellado ese da bajo el firmamento, y los jvenes amantes satisfacan rentar sus nicos momentos. Era el tercer da de ausencia de Cajales, difcilmente, tendran otra oportunidad como esa; y el medioda condujo los pasos de Mateo, en direccin contraria del caney, hacia un alejado redondel de naranjos y limoneros; donde aguardaba un subterfugio de amor, bajo la mirada cmplice de las nubes. All le aguardaba su bella llanera. Como toques de campana se agitaron los corazones, al acertarse las miradas cristalinas y honestas; ella estaba recostada
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contra el listn ondulado que formaba el cuerpo del naranjo, y presto el muchacho se sent junto a ella, derrochndose en un beso y acariciando su oscura melena. Era para ellos la misma visin del paraso, que los liberaba de angustias y los dotaba de mgicas alas, que les permitan volar libres en el viento. Vala la pena el riesgo, cualquier llamamiento, toda amonestacin. El vacio del corazn se colmaba de inmediato con ilusiones y fantasas poda existir excusa ms til para vivir, que el amor? Giraron su cabeza para mirar en el lago la libertad de las aves, luego ella reclin la cabeza en el pecho del muchacho y elevando la mirada indag: Te gustara ser como aquellos alcaravanes? Solo si pudiera volar a su ladocontest l. Y dejaras que las aguas de tu amor, desemboquen para siempre en el mar de mis sentimientos?pregunt ella. El joven disfrutaba sobremanera la forma refinada, en que expresaba su hermosa amada, aquellas emociones y responda cada pregunta con la trasparencia de sus sentimientos. Margarita, si fue culpa del destino conocerla; lo bendigo por premiarme con el regalo de poder cabalgar a su lado y le aseguro que mi amor ser solo suyo por siempre. Entonces la idea que haba asaltado su mente en el trayecto de ida, empez a tomar fuerza; comprendi que su futuro podra estar lejos del llano. Asom la cabeza hacia un escenario que hasta ese da jams haba contemplado, el velo de la incgnita se esfumaba, y una indita lgica pareca hablarle al odo: la escapatoria era la nica ruta. Quiz algn da regresaran para disfrutar lo que por derecho les perteneca, pero antes tendra que consultarlo con ella; saber que tambin, Margarita, estaba decidida a dejarlo todo al igual que l. Tomar las riendas del destino,
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apartarse de recuerdos, de su hogar; alejarse de todo lo vivido. Y esta idea rondando sus pensamientos lo infundi de entusiasmo; la fuga se desvelaba como un nuevo inicio. El azar lo haba puesto en aquel latifundio por una razn que ahora entenda, no era casualidad. Era posible iniciar una vida nueva. Dios, estara de su parte, estaba seguro, y le mostrara el camino que deban seguir sus pasos; entonces el amor triunfara como siempre ha sido, como debe ser. Ya estaba bien de intentar sin xito, convencer a un hombre que jams lo entendera, porque su corazn estaba demasiado opaco para comprender; no poda condenar a su llanerita ni multarse el mismo ha vivir en el infierno personal de Cajales; en la tortura de mirar a lo lejos a su amada sin poder tocarla. Su voluntad empezaba a fortalecerse y todo su ser se inspir de bravura. Luego, dej de lado sus reflexiones para aferrarse a ella apasionadamente, sintindose tranquilo y en paz consigo mismo. La reunin haba valido para despertar sus aspiraciones de xodo, pero el bello momento concluira tan expeditivo como iniciara. Amor, debo irmeanunci la jovenpap podra llegar en cualquier momento. Y con un beso sell la despedida. Emprendiendo satisfecha y con paso apurado el camino a casa. Rebasando el lago, jardines y pastizales; con su tersa piel baada por el sol. Al cabo de un minuto Mateo, ya la extraaba y tambin l se incorpor para retomar sus actividades; sin embargo, ya no senta el usual nudo en la garganta. Su mundo empezaba a organizarse, pronto correra el velo de sus firmes intenciones a la bella llanerita y confiaba contar con su aserto.
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CAPTULO DECIMONOVENO La tranquilidad que se respiraba en la hacienda, fue sacudida por el arribo imprevisto de Cajales; cuyo elegante auto negro con vidrios polarizados, emergi como una sombra oscura escoltada por las camionetas de sus hombres. Los peones no tardaron en salir a su encuentro para saludarlo y el auto redujo la velocidad, hasta aparcarse en las proximidades de la casa; la puerta se abri, Efran, abandon el vehculo y avanz rpidamente hacia la entrada sin decir una palabra. Margarita, estaba en el saln principal, donde haba decidido ver una pelcula en la televisin, y estaba tan distrada que perdi la nocin del tiempo; las manecillas del reloj avanzaban rumbo a las cuatro de la tarde. En eso ingres el hacendado y lleg hasta donde su hija se encontraba; echando un vistazo a la pantalla, evaluando con la mirada el programa que vea, tomndola por sorpresa. Hola mijasalud. Hola pap, bienvenidodijo ellaCmo estuvo el viaje? Bien, hija, lo mismo de siemprerespondi Efran, como si las palabras le salieran con esfuerzo. Entonces la observ con detenimiento sin decir nada; como si la tanteara con esa mirada profunda e inquisidora, que tena el hacendado. El nerviosismo hizo pensar a la muchacha que quiz su padre, se haba enterado de su conversacin con Mateo, tal vez, delatada por algn pen queriendo ganar los favores del patrn o
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por la negra Mercedes, y sus manos empezaron a transpirar; en cualquier momento llegara el reclamo. Pero en realidad nada de eso pasaba, esta vez Margarita, se equivocaba; por el contrario Cajales, se adelanto un par de pasos e inclinndose le dio un beso en la frente. La muchacha se sinti sorprendida, pero a la vez agradada ante el gesto de aceptacin de su padre; sinti un profundo alivio y enseguida levant la cabeza para mirarlo fijamente. Pero el gesto en el semblante de Efran, denotaba un inusual dejo de tristeza, era su padre y lo conoca; se notaba plido, cansado, afligido, como si algo le agobiara. Cajales, permaneci un instante mas junto a ella y luego se march sin decir nada; avanzando con pasos aletargados, mientras la muchacha sin comprender que le ocurra, tom el control remoto apagando el televisor y se prepar para ir hasta el despacho de su padre; hacia donde seguramente, este haba ido. En efecto la suposicin fue acertada y al subir las escaleras, para luego adentrarse en el pasillo; lo encontr sentado en su escritorio, con el auricular puesto en la oreja. Al instante empez a hablar e hizo un gesto para que su hija abandonara el despacho. Pap tienes un minuto?, quiero decirte algointerrumpi ella, con la firme decisin de revelar su secreto. Ahora no, Margarita, estoy ocupado. Pero pap es solo un instante. Su padre la observ de nuevo y descargando el telfono, arque las cejas y con semblante impaciente y gesto excitado bram: No! Margarita, no ves que estoy ocupado!
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Ahora sal de aqu y cierra la puerta!dijo enseguida con tono frio. La joven lo observ con cara de pocos amigos, y frustrada apur su salida; de nuevo emerga la inflexin autoritaria de un habitual Cajales. La esperanza de un cambio haba durado pocos minutos; sinti que el calor le suba a la cabeza. Era razonable nada cambiaria, con haberse ido tres das, nada se arreglara; pens mientras descenda hacia la planta baja con el corazn marchito, consternada y atnita. Se cruz en el ltimo escaln con doa Pura, quien se diriga a buscarlo. Ya lleg verdad?indag la seora. Margarita, qued boquiabierta, qu clase de hombre era su padre? despus de tres das de ausencia se olvidaba por completo de su esposa; una hermosa y fiel mujer que lo esperaba cada da, aun cuando muchas veces no llegara, Por qu seguir atrapadas en aquel laberinto rebosante de soledad? Empezaba a sentir que odiaba a su padre, mientras observaba la dolorosa pregunta en los ojos de su progenitora; ni siquiera pudo hablar, solo se abraz a ella y continu enseguida su camino. Sin ms ceremonial ascendi los escalones doa Pura, contando los pasos y guindose con las muescas del mrmol; ideando un camino diferente en su mente, mientras se aproximaba al pasillo que se eriga como un tnel cncavo y sombro; con los sentimientos hundidos en la penumbra. No poda evitar sentirse as, entender que la casualidad la haba puesto en semejante escenario, convirtindola en el habitante de una necrpolis. Un fantasma que deambulaba por los rincones de la inmensa mansin, ignorada por todos, y seguramente, un da, olvidada para siempre; eran esas las
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tristes pginas de su existencia. Un universo de reproches que termin en la puerta del estudio. Hola Efran, cmo le fue en su viaje? Me fue bien Puraexpres cortante Cajales, sin levantar la mirada; mientras revisaba unos documentos. Efran, segua ah inmutable; en el fondo de aquel saln, sentado tras su escritorio, vistiendo un traje del mismo tono azul que redundaba obsesivamente; inmvil en su silln, con el viento oteando en la ventana y espirales de humo que escapaban de un tabaco en el cenicero, hacia las alturas. No cruz ms palabras, como si continuara solo; pero tampoco ella tena nada para decirle, de modo que gir y con sigilo se dispuso a abandonar el despacho. Que tenga buen da Efrandijo con la voz entrecortada, dirigindose a un perfecto desconocido. Un momento Pura! demand el hacendado, alzando la mirada bsqueme a Rubn Daro y dgale que me rena a la peonada en el establo principal. Su mirada velada a contraluz, denotaba la poca estima que senta por aquella mujer, a quien trataba como una criada ms. La seora asent con la cabeza y se march. Mientras Cajales, se limitaba de nuevo a sus asuntos. Cumplida la orden, el patrn se reuni con el grupo de jornaleros que lo contemplaban a prudente distancia; era su costumbre cada tanto, sobre todo cuando se ausentaba, el pedir un informe a cada trabajador sobre lo acontecido en la hacienda durante su ausencia. Mateo, se escabull hacia un discreto rincn, donde apenas si era notorio; el mono permaneca al fondo recostado contra un poste
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de madera y el caporal contemplaba al grupo desde la puerta de acceso. Todos aguardando que el patrn abriera la boca. Aqul era uno de esos das en los que la mayora de jornaleros, aun sin haber incurrido en falta alguna; se sentan abrumados por un sentimiento de contravencin, procedente quiz de las estrictas normas que estableca Cajales. No obstante, a pesar de sus particulares ansiedades, algunos de ellos, al igual que la propia Margarita, creyeron advertir en la fisonoma del hacendado, una expresin de preocupacin y congoja. Inicialmente, en la reunin se trat de lo que usualmente se hablaba; de aprender y comprometerse en el manejo de los procesos productivos, de mantener aseadas las instalaciones; obedecer al caporal como encargado de la vigilancia y control de las polticas, establecidas al interior de la hacienda. Igualmente, cada tanto surga alguna solicitud por parte de la peonada, siempre en la ms firme intencin de fortalecer cada vez ms esa heredad. En trminos generales Efran, se dirigi a ellos en tono recio, ms no disgustado; dio indicaciones, pidi informes, y concluy anunciando: que el da siguiente recibira la visita de unos empresarios y polticos de la capital coligados con sus actividades; se trataba de gente poderosa e influyente, por tanto, se establecan algunos parmetros especiales de seguridad, hospedaje y asistencia para estas ellos. Despus de una hora y treinta minutos; se haba acordado todos los detalles, en el fluctuar de cada particularidad casi idealista, que contradeca el talante del muro emocional que protega Efran. Evidentemente, un signo de distincin traan consigo los invitados, dado este sbito apego hacia las atenciones que deba prodigrseles.
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Asentada la disposicin, luego de la precipitacin de recomendaciones y la invitacin a no escatimar esfuerzos, traspasando la frontera de las obligaciones; concluy la reunin, y como un torbellino se dispusieron los peones, para que todo saliera bien, los visitantes se sintieran complacidos y apropiadamente atendidos en esas tierras llaneras. De pronto, una extraa prisa se apoder de la hacienda; unos y otros corran en diferentes direcciones, arrastrando sillas, mesas, copas y manteles; en una cascada de ansiosa actividad. Nada poda faltar, el lugar deba resplandecer como lo que era: la mejor tierra de la regin. Finalmente, con los primeros rayos de la maana, asomaron los visitantes; el aire y los rayos del sol parecan ms balsmicos ese da. Un paisaje ilusorio y sereno venido de una fabula, se abri ante ellos; seguramente, result tambin excepcional e incompresible, para alguien venido del caos de la urbe; no solo por el esmerado recibimiento de Cajales, su esposa y sus sbditos, sino tambin porque, incluso, las tonalidades anmicas de la ciudad se opacaban ante el brillo vigoroso de esa llanura. El camino de acceso, estuvo adornado para ellos con empinadas antorchas de bamb; y en la explanada, aguardaban las mesas adornadas con aromticos pebeteros y bateas con frutos tpicos de la regin: mango, naranja, pia, banano, papaya y patilla. Un recibimiento digno de una comitiva presidencial, aun cuando poco o nada, se saba sobre las personalidades que anclaban esa maana en los terrenos de don Efran; excepto por lo que el mismo haba revelado a todos. Sobra decir que con eso era ms que suficiente. Lo que si resultaba evidente, era el aspecto extravagante de algunos de los convidados; evidentemente fachosos en su vestir y
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sus modales. Gafas oscuras, gruesas cadenas de oro, negros sombreros; y armas como linternas colgadas al cinto, portadas por escoltas y conductores, en la fila de enormes camionetas que se adentraban en el corazn del feudo Cajales; y a la cual el patrn y sus hombres se haban unido como guas. Era un inusual desfile que se desplegaba ante la mirada sorprendida de todos, una verdadera distraccin, que con el poderoso rugir de los motores devorando camino, transitaba soberbia, el bello paisaje. El olor a hierba se confunda con el de la gasolina; durante el recorrido alguno de los coches hacia una parada obligando a detenerse a los otros, entonces alguien sacaba la cabeza por una ventanilla, tomando un sorbo de whisky y gritando Est muy buena, la finquita Efran! Los hombres de los carruajes, iban tambin acompaados, por mujeres ataviadas con trajes ajustados, y voluptuosos senos, queriendo liberarse del corpio; algunas de cabellos rojizos, otras tinturadas de rubio, y la mayora de ellas con grandes gafas ahumadas. Eran estos los importantes invitados de Efran Cajales, entre los que se contaban polticos y empresarios; ms de una decena de hombres, que seguidos por su sequito, totalizaban una treintena de visitantes. Finalmente, descendieron en el lugar de la comitiva desde sus automviles, que nada tenan que envidiar a los del patrn. Poda verse emblemas que iban desde los costosos, Mercedes, hasta extravagantes camionetas Ford y Toyota. Una vez sofocados los motores procedieron a tomar asiento, sin escatimar en halagos hacia Cajales, quien tcitamente, se mostraba complacido.
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Tiene una excelente propiedad Efranafirm un hombre alto y corpulento de tez triguea, mientras se allegaba a l y estrechaba su mano. Si Miguel, ah la tiene a la orden para usted y los suyos respondi el patrn. El hacendado dispuso para los invitados, un verdadero festn con la mejor carde de mamona; y las mesas se atiborraron de comida y bebida. El grupo de agasajados se encontraba reunido y contemplando con regocijo aquello que su ojos pocas veces apreciaban; la majestuosidad de la conmovedora naturaleza. Y no tardaron en escabullirse para reconocer la extensa propiedad, los animales, el lago, los cultivos; corrales, mangas, caballerizas; la vivienda principal, el caney. Y alguno que otro prefera darse al banquete, antes de entregarse a la curiosidad. Cajales, entretanto, acompaaba a los ms fisgones, blasonndose de sus logros y enumerando las particularidades, de las actividades realizadas en esa heredad; as los conduca por cada rincn evidenciando en su semblante una expresin de regocijo y triunfo. Sin embargo, quien le conociera bien, podra afirmar que en el fondo de aquel rostro complacido; se disimulaba un dejo de inquietud difcil de hallar, pero exista, tal vez, el indeliberado recelo de perder aquel imperio construido con tanto esfuerzo; la intranquilizadora sensacin de ver como otros le arrebataban lo que era suyo, o percibir que su arrojo, era insuficiente para sostener el enorme peso, que requera ser un hombre tan poderoso. Algo coexista en el fondo del alma de Cajales, un asunto inquietante que rondaba sus pensamientos y que solo l conoca; aunque diera volteretas, riera, y guiara a sus invitados con una inusual complacencia, dejndose conducir por otros.
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Durante un buen rato, transitaron los recovecos de la hacienda Cajales, hasta que el patrn observndolos exclam: Bueno... bueno...vamos a celebrar por el honor de tenerlos hoy aqu. Adems el resto del grupo nos espera. Y seguido les seal el camino hacia su rimbombante reunin privada. Todos asintieron y se dieron prisa en apurar el paso. As, pues, con la respuesta favorable, en breve estuvieron de regreso al sitio donde las criadas y jornaleros, portando dulceras, bandejas y canaps; se daban a la labor de atender con esmero a los festejados. Ataviando la mesa con cachicamo asado, carapacho, chorizos; rellenas, empantalonao, mamona, masato; pltano, ponche, rellenas de cerdo, aji de leche; guarapn, majule, vinete. Y gran cantidad de botellas de whisky. CAPTULO VIGSIMO La cara del patrn se ilumin al llegar y notar que todos festejaban, envueltos en el jolgorio; de inmediato tom asiento, apoyando la cabeza contra el espaldar y entreabriendo los ojos, recorri con la mirada el pasatiempo que les provea. Epaa, Efran Dnde andaban?inquiri uno de ellos. Les estaba enseando la haciendarespondi el hacendado con una sonrisa. Bien, bien ahora tmese un tragodijo a continuacin este y levantando el vaso invit a los otros a brindar. Venga, un trago por Efran, y por el buen futuro de la alianza que nos rene hoy! Cajales, simplemente, observaba; con el brazo izquierdo descansado sobre la mesa, la camisa arremangada y el cuello
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desabotonado, que dejaba ver el grueso y blanco cuello, surcado por una gran vena. Y cuando el otro culmin su discurso, celebr elevando su copa. Luego baj la mirada y se sirvi el mismo un trozo de mamona, invitando a los dems a disfrutar del banquete. Gracias Efran, eres un gran anfitrin; vamos a seguir viviendo. Cuando quieran, esta tambin es su casaespet el con efusividad. Poco despus se escuch el sonido prolongado de arpas y cuatros allegndose, lo que provoc el silenci de todos. Haba arribado el grupo musical! el cantante pas por la mesa de Cajales, y lo salud con efusividad. Bueno seores, esta es una de las sorpresas que le tena preparadas; ahora si van a saber lo que es buena msica formul el patrn mientras encenda un habano. El arpa, la bandola, el cuatro, las maracas y hasta el bajo elctrico se incorporaron a la fiesta con el saludo amistoso de Simn Montoya; un cantante de la regin, bastante popular los llanos orientales. Nadie qued indiferente ante los ritmos que, seguramente, algunos de ellos desconocan; y el cantar relancino de Montoya, contagi a todos. Un par de pasajes para entrar en calor, seguido por golpes y merengues; rematado en unos buenos joropos, seis numerados, seis por derecho; gaban y carnaval, que aceleraron los vasos y copas. Desde las mesas escapaba el olor a cigarro y a perfume, mientras el cantante daba muestras de destreza en su escenario improvisado; y los capitalinos empezaban a tararear letras que por primera vez haban escuchado, lo cual sobrevena bastante cmico. Mientras la luz del sol de a poco se opacaba, para dar paso al fuego de las antorchas que iluminaban las mesas y a las
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figuras musicales. Desde sus asientos todos aplaudan entusiastas. El cantor se hidrat un momento con un poco de agua y el espacio fue aprovechado para cruzar algunas palabras, hablar de negocios, consultas y consejos. Hasta el ms indiferente tena ahora otro semblante. Muchos se haban sacado sus abrigos sofocados por el calor llanero; y en el grupo sobresalan las exuberantes mujeres que servan de compaa, sobretodo una rubia de hombros desnudos y escote pronunciado, sentada en una mesa contigua; a la cual Cajales, miraba con insistencia. En ese momento se acerc doa Pura, quien haba estado ausente hasta entonces. Cajales, se sobrepuso e incorporndose, la present amablemente todos. Esta es Pura, mi mujer, la seora de la hacienda!indic con propiedad. Como est seora, muy buena tarde! La mujer asent con un movimiento de la cabeza. Venga sintese aqu mijainvit Cajales, empezando a notrsele en la entonacin lo embarbascao. Doa pura, lo mir con duda, y consult enseguida: Dnde vamos a acomodarlos a ellos? Cajales, la mir en una breve pausa y luego dirigindose al grupo de acompaantes, con una risotada prorrumpi: Pregunta mi seora, que donde los acomodamos para dormir? ustedes vinieron a dormir? Nooooo!se escuch un alarido unsono, acompaado de risas. La mujer sinti emerger en su ser, una oleada de contrariedad hasta qu hora durara el escndalo? Acaso a Efran, no le importaba el ejemplo que les daba a Margarita y Valentina? Y as se lo hizo saber, murmurndole al odo su molestia.
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Sin embargo, en lugar de considerar el punto de vista de su esposa; por el contrario Cajales, tom esta observacin como un gesto prohibitivo, tan solo una muestra de la obcecacin de la seora. Pura, no me joda! Expres entre dientes. Evidentemente, a Efran, no le importaba lo que ella pensara; menos cuando tena tragos encima, y descargando su sombrero sobre la mesa invit a sus huspedes a proseguir la fiesta y le orden a la patrona, que se sentara a su lado para atender al grupo de convidados. Su mirada fra se cruz con la de Cajales, como si estuviera frente a un forastero. Su grcil rostro se ilumin con la luz de las teas; era una mujer bella, con una gracia que a su esposo le costaba reconocer, pero que evidentemente otros notaban. Posea tambin una esbelta figura, resaltada en un vestido azul entallado, que descolgaba hasta la pantorrilla y dejaba ver sus delicadas formas. A pesar de su reticencia, discurri en la decisin ms inteligente; y fue esta sentarse al lado de su marido con rostro parco, con la excitacin de sentimientos encontrados, fluyndole en la cabeza; acompandola de un susurro, cuya inflexin aullaba infelicidad, soledad; tristeza y desilusin. Mientras Cajales, no le sacaba la mirada de encima a la voluptuosa rubia, que habindose incorporado de su silla; se paseaba por el jardn caminando erguida, con un andar firme y acompasado. Pero cuyas maneras hablaban de una belleza superficial, de sentimientos avivados por la carne; de falsedad y libertinaje. Con todo, doa Pura, permaneci sentada al lado de Efran, previendo una larga noche que apenas despuntaba a esa hora; una como muchas o quiz peor. Otra que la embriagara de tristeza y frustracin, rubricando su existencia insoportable.
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No particip en absoluto de la conversacin, no entenda nada de los que se hablaba en esa mesa; donde se entremezclaba poltica, dinero, negocios, al interior de cuyos vocablos poda entreverse asuntos umbros; como la noche misma, donde las lucirnagas revoloteando cerca del fuego, imitaban una minscula constelacin de estrellas. Muy poco tenia para opinar, y si alguien le preguntaba, simplemente, asenta con la cabeza; dejando revolotear sus pensamientos, aorando que la aurora llegara y con ella emergiera el cansancio de los ebrios. En contra de voluntad, permaneci ah, en la mesa contrapuesta a la del cantante y su msicos, y rayana a la de la rubia, donde haban seis o siete personas, los visitantes se sentan en casa, entretenidos con la representacin de diversin llanera, demostrando familiaridad, tambin los de la orquestas de vez en cuando se acercaban a la mesa de Cajales, cuando este los llamaba por su nombre de pila. Sin embargo, le intrigaba e impacientaba a la patrona, la tcita frialdad de su esposo, su mirada distante; pero a la vez, la seguridad y tranquilidad de hablar sobre todos esos asuntos delante de ella, sin reserva ninguna. Como si la quisiera dotar de una coraza similar a la suya, empoderarla con aquellos asuntos que no eran de su incumbencia; compartir una parte de su infierno. Tal vez, se senta solo y sabia que nadie lo seguira hacia esas insondables profundidades, si, seguramente era eso; y aquella alma dura y fra tambin senta miedo, Cuntos secretos cargaba consigo? Ni siquiera la besaba o acariciaba su cuerpo, empero, la obligaba a observarlo, escucharlo; a conocer apartes de su vida, que ella misma haba preferido dejar de lado Qu buscaba con todo eso? O simplemente, esperaba que le temiera an ms.
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Bueno, patrn se termin la pausafarfull Simn Montoya, levantndose de su sillaahora s que siga el parrando, pero lo que viene es p que bailen. Entonces, la msica inici a sonar de nuevo, despabilando a los presentes de sus reflexiones. El grupo enton los primeros compases de un joropo. Y de pronto los asistentes procuraron un espacio libre, intentando, graciosamente, acertar los movimientos de la pegadiza msica a bailar carajo! Se escuch un grito, y el jolgorio tom vida. En ese instante vino Margarita, hacia su madre, tomndole por el brazo. Vamos, mam qu hace aqu?, mi pap esta borracho y usted no tiene porque lidiarle la pea. Pero la intromisin de la muchacha, provoc que un mozalbete que iba con el grupo, y el cual estaba sentado; notara su presencia y sus contorneadas formas y con ligereza exclamara, un enunciado que se pudo escuchar vidamente en medio del animado festejo: Uyyyy, que mujercita, carajo. Yo no saba que por aqu se daban estos bombones! Tal y como el mdico me la recomend. Y diciendo esto solt una risotada compinchera, con los amigos que lo secundaban. Margarita, permaneci inmvil, fra y alejada, por un instante junto a su madre; todava sostenindola por el brazo. Y mirando de soslayo con gesto de pocos amigos, borr la sonrisa que todava brillaba en el rostro del muchacho. Lo cual caus ms risotadas y aplausos, por parte de los que le acompaaban en la tertulia; quienes se burlaban de su chasco. Y todo pudo a ver quedado en un incidente aislado, si Cajales, no hubiera escuchado el comentario y advertido en esto; la preponderante intencin de irrespetar a su flor del llano, con
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irrebatible desconsideracin. Mir hacia la mesa vecina y vio como el afeitado mozuelo se levantaba y extenda su mano. De modo que los buenos modales que haba demostrado hasta entonces, se fueron a pique; su inherente naturaleza violenta le domin la razn y como como picao de culebra91 se abalanz contra el joven con la mirada iluminada de fuego. Espere un momento! Qu le pasa?exclam el muchacho sorprendido. Los dems se dieron prisa en intervenir al advertir la disputa; un par de botellas cayeron al suelo, salpicando su contenido. Los vasos rodaron, una silla termin patas arriba y la confusin se apoder de la ceremonia. Venga aqu malnacido vociferaba Cajales, con el rostro encendido de rabia cree que puede venir a mi casa a irrespetar a mi hija. Espere un momento Efran!dijo uno de los hombres con voz tozudaesto son cosas de borrachera; el muchacho no saba que era su hija y adems lo que dijo, lo dijo sin mala intencin. Y a continuacin, convid a los dos a zanjar el forcejeo. Venga aqu muchacho!dijo dndole una suave bofetada en el rostronosotros somos huspedes de Efran, y de su familia; y debemos mostrar respeto que esto le ensee a mantener cerrada su bocota! Ahora pdale disculpas al compadre. Todos callaron, contemplando mudos y absortos la escena; entretanto la msica ces su arrebatado torbellino, en un lapsus durante el cual doa Pura, asi a su nia por los hombros, y aprovechando el galimatas parti rumbo a la casa.
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Enseguida, el muchacho se acerc para ofrecer sus excusas. Cajales, permaneca con rostro frio e inmutable, pero su violento xtasis haba menguado. Entonces en un tono de amistosa obligacin el desconcertado husped, se le acerc, y extendi su mano, mirndolo fijamente a los ojos. Y sealando casi con obligacin su error, pidi perdn por la desacertada opinin, expuesta hacia la hija del patrn, y tambin por las estupideces dichas. No, don Efran, eso no estuvo bien; le juro que no se vuelve a repetirfinaliz a regaadientes. Hasta que finalmente, el hacendado acept las disculpas y le estrech la mano. As el joven regres a una de las mesas, la cual estaba ubicaba ms distante de la del patrn, y se sent junto a sus amigos; mirndolo de reojo durante toda la noche y acariciando el mango de su arma niquelada, ajustada en el cinto. Sonriendo de las reticencias de aquel viejo y de lo fcil que le habra resultado resolverlo de un solo tiro. Aunque el hacendado se percat que su esposa e hija, haban abandonado la reunin sin despedirse de l, para dirigirse a la casa; esto no obr ningn miramiento. Y a pesar del pequeo altercado, el resto de la tertulia se mostr campante y satisfecho; sin mayor preocupacin de la que le generaba, que sus invitados fueran bien atendidos por las criadas. Carajo, en el llano s que saben divertirse, compadre! expresaba uno de ellos a Cajales, y este asenta, invitando a un trago seguido de otro y otro. De pronto, un murcilago volando a baja altura capt la atencin del invitado, a pesar de la juma que cargaba encima; pero aquel estruendo de alas cortando el aire, como una sacudida
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crepitante, solo pareci ser advertido por l. Los dems, estaban demasiado ebrios para atenderse en tal distraccin; luego el mamfero volador, atraves de nuevo en direccin contraria en medio de la multitud; para adentrarse en la penumbra. En eso el beodo, ech un vistazo entre la oquedad de exigua luz que iluminaba el crepsculo, para atisbar con curiosidad la fuga del animalito; y apenas mir se levant de un salto. El mentn se le desencaj y qued con la boca completamente abierta, al ver reflejado en la oscuridad, acechando al grupo; un enorme toro negro, de ojos rojos como fuego, que descollaban bajo el reflejo de la luna. El semblante se le descompuso, los ojos le saltaron de las orbitas y el nimo se le encogi enseguida. Qu es eso?inquiri con voz trmula. Qu cosa?indag Cajales. Esoeso que se ve ah, en medio de los matorrales seal con el dedo, acometido por una contraccin estomacal; sus manos temblaban y el corazn se le quera salir del pecho. Efran, lo observ con mirada penetrante, y sonri alcanzndole otra copa. Ah no hay nada, ya djese de bromas compadre! afirm. Pero en los odos del espantado hombre, inici a sonar el enrgico crujir de pezuas dispuestas a embestir; y entre el lindante ramaje la figura endemoniada declinaba esfumarse. De inmediato el sujeto desembal su arma dispuesto a defenderse. Qu le pasa, Martin? Qu es lo que va a hacer? demand preocupado otro que estaba junto a ellos; y el beln llam la atencin de los dems. Hombre clmese, guarde el arma!exigieron los otros.
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El hombre observ con mirada estremecida, la opacidad hostil donde se resguardaba la bestia, retrocediendo un par de pasos; extendiendo de nuevo su mano y sealando hacia la maraa, como si el mismsimo demonio estuviera en frente suyo. Ah, mirenen la oscuridad, vean ah est esa cosa El resto del grupo bastante asombrados, dio una ojeada esperando acertar en las tinieblas, la desconocida figura emergida del infierno, que acosaba a su compaero; atisbando cada rincn en la direccin que este les sealaba, incluso la msica se detuvo. Por unos minutos intentaron hallar en la muda oscuridad, la representacin maligna que los espiaba; reconociendo los pastizales, las aristas de los matorrales, los jardines. Y uno a uno advirtieron que solo se trataba de una confusin a causa de la bebida, que desvaneca la razn de su amigo; poco a poco el silbido del desconcierto fue desapareciendo, y la realidad se hizo camino en su razonar: All no haba nada, excepto, el espejismo de sombras trucado por la noche oscura con las primeras luces del alba; no exista razn para tal sobresalto. As se lo hicieron saber al alterado husped. Incluso el ms valiente de ellos, se dirigi a hurtadillas hasta el lugar descrito, y estando ah, hurg entre los rboles y la brea; para comprobar que ninguna criatura fantstica, provenida de un mar de fuego emergera. Todos respiraron aliviados, y con sosiego en su alma se avocaron en el festejo. Cajales, dej escapar una gran risotada, mirando al todava asustado contertulio y evoc su cara de pavor; sus dientes apretados y su inusitada reaccin. El otro simplemente, se sent desconcertado, sin dar cabida al engao de sus sentidos, con la
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imagen todava latente en su mente de la maligna criatura; como un ilusorio nimbo dndole vueltas en la cabeza. Embal de nuevo su arma, se estir cuan largo como era sobre la silla y bebi un vaso de whisky de un solo trago. Y al instante retornado desde los precipicios del subconsciente, al advertir que la sonrisa le regresaba; se uni de nuevo a la juerga con la cabeza levantada, aunque al igual que todos burlndose de su lapsus. Ser que el trago llanero, me est volviendo loco compadre? Es posible Martinasent Cajales, sonriendoNo cualquiera se resiste a la magia del llano. Qu quiere decir hombre? Nada hombre, que si usted quiere divertirse, y ver fantasmas; cuando guste es bienvenido a estas tierrasri Efran, con tranquilidad. S, si claro y de paso t te res un rato a costillas mas. Pero te aseguro que sea lo que sea, vi algo en ese monteobserv animado. El camino hacia la aurora prosigui entre bromas y risas de hombres arrastrados hacia una llanura que desconocan; repleta de mitos y enigmas. Ante la mirada curiosa de criadas y peones, algunos de los cuales, si entendan lo ocurrido, y saban que una sombra maligna e indmita custodiaba ese latifundio.
CAPTULO VIGSIMOPRIMERO
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Con varias botellas de whisky encima, les sorprendi el amanecer; la mayora de ellos haba bebido demasiado y quedaron ah mismo dormidos sobre las mesas. Con el albor no tardaron en escucharse los sonidos habituales de la faena. Cajales, se despert al escucharlos, eufonas que en su adormecimiento le sobrevinieron extraas; chochando contra sus odos, medio ahogados como un lejano eco. Al abrir los ojos encontr frente a l una botella vaca, y los recuerdos olvidados hasta ese momento iniciaron a emerger; observ hacia un costado y la rubia estaba justo all, a su lado, con la mano apoyada en su pierna Qu carajos pas aqu?pregunt para sus adentros. Era hombre muerto! a pesar del estoicismo que siempre haba demostrado, estaba seguro que esta vez doa Pura, no pasara por alto aquel incidente; se incorpor de inmediato y recorri la propiedad con la mirada. Los peones llevaban a cabo sus tareas, ignorando por completo la presencia de los azorados visitantes. Efran, senta que le temblaban las piernas, an necesitaba dormir; se senta realmente desorientado y a su lado, como un desperdicio de bultos maltrechos, descansaban sus invitados. En su cabeza tintinaban los campanazos de alerta, que anunciaban el lio en que se encontraba; no valdra apelacin alguna, esta vez se haba excedido, y deba reconocerlo; adems le preocupaba la presencia de varias armas sobre las mesas. No solo se haba privado de cualquier decoro, sino puesto tambin en riesgo a su familia. Y no distingua entre sus recuerdos, quimeras o hechos verdaderos; la maana arribaba enfriando el disturbio, pero la escasa informacin que almacenaba su mente, lo citaba de cara ante un espinoso conflicto; demasiadas preguntas, para tan pocas respuestas. El cielo se iluminaba a la misma velocidad que la
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existencia de Cajales, se imbua de nubarrones; de oscuras cenizas que disimulaban los hechos, entre botellas de licor rotas. A decir verdad, solo recordaba haberse quedado dormido. Antes y despus de eso, todo era nuboso; hasta sentir el ardor del sol acaricindole el rostro. La sensacin le resultaba inusitada, jams se haba embriagado de semejante manera; el fuego de las antorchas estaba apagado y ninguno de los sirvientes, al parecer, se haba ocupado en despertarlo. Empezaba a sentirse excitado y enfurecido; los restos de comida haban rodado por el suelo, y los perros se daban un festn con ellos. Poda ser peor, mucho peor, de lo que imaginaba. Pero sus reflexiones no tardaron en ser contestadas, con el arribo de Rubn Daro, el caporal de la hacienda. Don Efran Cmo amanece? Cmo se siente? Qu putas te pasa Rubn?vocifer con furia Cajales Por qu vienes con esa sonrisa? Acabo de despertrteme y me encuentro tirado en pleno jardn, con todos mis invitados alrededor, tendidos como si fueran perros, y t me preguntas que como amanec Qu mierda fue lo que pas anoche? Don Efran, le puedo explicar esoafirm el empleado usted y los dems se quedaron dormidos, no hace ms de quince minutos. El personal y yo, nos encargamos de trasladar a los cuartos de huspedes, a otros que estaban exhaustos y decidieron ir a descansar; pero quienes estn aqu especficamente pidieron que los dejramos. Queee? dijo Cajales con semblante atnito, y la nocin del tiempo completamente perdida.
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S, don Efrancontinu el caporalyo le insist varias veces; pero usted fue enftico en que permanecera con sus amigos, esto que le digo fue hace solo un momento. Qu hora es? Faltan quince minutos para las seis, patrn. Mierda! mierda es lo que tienes en la cabeza!grit el hacendado enfurecido. Ya vete de aqu!, y ordena que recojan este desorden. S seor, de inmediatoasent el sbdito. Cajales, tena un aspecto terrible, al igual que sus acompaantes; pero de a poco, como un vendaje desenrollndose, las palabras de Rubn Daro, fueron mutando en imgenes en su cabeza y descubriendo su propia imprudencia. Debera matarte idiota!exclam haciendo una mueca. No te preocupes, Efran, no pasa nadadijo luego para sus adentros. En ese instante, Cesar, uno de los invitados quien estaba al otro extremo de Efran, estirado entre dos sillas, como si de una camilla se tratara; abri los ojos advirtindose bastante confundido, y mientras se apisonaba las sienes con los pulgares observ: Vaya Efran! te despertaste rpido Pues la verdad, apenas estoy en poniendo en orden las ideasexpres este secamente. Vaya, que resaca! verdad?continu diciendotodo ocurri muy deprisa! Y t ests bien? Supongo que sanot Cajales.
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Sentndose de nuevo en la silla, junto a la rubia; temiendo que apareciera Pura, como un torbellino de furia, pidiendo explicaciones. Buenodijo luego de una pausa el interlocutorera de esperar con la cantidad de trago que tomamos. Y se qued como esperando algn comentario del hacendado. Quien no atin nada coherente para decir, por lo cual guard silencio. El que se prolong con el arribo de las criadas, que de inmediato se dispusieron al orden. Y la patrona? Indag discretamente Efran, a una de ellas. An no se despierta, patrn Ya veo. Su pregunta disimulada le permiti un respiro de alivio, y atenuar la lbrega luz del encogimiento que senta; mientras observaba como las domsticas se esmeraban en no hacer ruido, al ordenar el galimatas generado por l y sus amigos. Una vez concluidas estas tareas y habindose marchado las criadas; un repentino chubasco de voces, emergi entre el gento que iniciaba a despertar. Todos intrigados e indagando la mayora de ellos, como haba concluido aquella algaraba. El primero en comentar fue Cesar, quien alarg precipitadamente su opinin: Yo solo recuerdo que tena mucho sueo y me qued en silencio, mientras ustedes se rean de la aparicin de ojos rojos y aliento como brasas de fuego. Pero estaba tan ebrio que apenas si lograba sostener la cabeza; entonces acomod un par de sillas y me estir en ellas. Luego abr los ojos y vi a Efran, contemplndonos
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a tonos con cara de pasmo, mir alrededor y ustedes seguan dormidos. Bueno la verdad que esta, si ha sido una borrachera diferentehizo una pausa y mirando el rostro ajado de todos; solt una risotadayo no s que nos diste Efran, pero creo que tengo la pea viva, y ms sed que si estuviera en el infierno. Sabes qu? yo tampoco tengo ideaindic Martin, con una sonrisa no recuerdo ni la mitad de lo que pas. S que me dorm inmediatamente despus que Miguel. Brenda y Luisa, seguan con nosotros, y la mona tambin inici a adormilarse; eso fue despus de que los msicos se despidieran, y Efran, les pagara. Creo que deban ser como las cuatro de maana. Al despertarme los vi a ustedes y puedo jurar, que no saba ni donde me encontraba. Cuando formularon la misma pregunta a Miguel, y las jvenes que los acompaaban, la respuesta de todos fue muy similar. A continuacin revent una sonora carcajada, que se prolong en el viento. Singularmente, nadie recordaba por completo lo sucedido. Lo que pasa es que bebimos demasiado, ese fue el problema; as de sencillo declar Miguelpero no te preocupes Efran, que no estamos enfadados contigo, por habernos dado ms alcohol, del que habamos tomado en la vida. Descuida, la prxima tomamos vino de consagrar. Cuenta con ellorio Martin, y las mujeres que los acompaaban; quienes con el maquillaje desparramado por la cara y el vestir deslucido, haban perdido la mitad de su gracia. A excepcin del rostro de la rubia, que pareca no haber sufrido mayor alteracin. Cajales, gir para verla an durmiendo Por qu estaba a su lado? se pregunt acudiendo a sus nubosos
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recuerdos; mientras perciba con cierto deleite, como poco a poco la tira de su vestido se haba ido descolgando, hasta dejar notar casi imperceptiblemente, el sutil matiz de una aureola rosada, que brillaba con la luz del ciclo matutino. En su rostro circunspecto e inexpresivo se fue ampliando una sonrisa picara, entretanto, continuaba observndola fijamente sin despertarla. Era un bello misterio, pues entre los fragmentos que albergaba su mente, solo acertaba el recuerdo de una pieza de baile, y rostros felices; mas no podra afirmar que la calidez de aquel cuerpo, hubiera rosado contra el suyo. Era un tesoro que a pesar de su poder, permanecera como un profundo misterio. Observ por un instante ms, la delicada fisonoma de la durmiente; su hombro desnudo, invitando a sus senos, su bermeja cabellera, y su pierna derecha extendida, dejando notar la media de seda; esa imagen lo seduca, permitindole el placer de imaginar que aquella juventud atractiva, se deslizaba hacia sus brazos fugazmente. Entonces levant la mirada y dej de divagar. En la mesa todava estaba su sombrero; lo tom, se lo calz para resguardarse del radiante abrazo del sol, y sigui buscando entre sus pensamientos la claridad perdida. Los embarbascaos cofrades, no tardaron en ser atendidos por el personal de servicio; quienes arribaron a sus mesas, con el resto de sus compaeros de fanfarria y una inmerecida carantoa, de sancocho de gallina para el guayabo; acompaado por un arsenal de bebidas entre las cuales traan caf cerrero, guarapo, chicha; limonada y cerveza bien fra. Adems de patilla, naranja, y banano. Buenos das farfull, Cajales, al notar al resto del grupo, mientras reciba un cenicero de manos de una criada y encenda un humeante puro.
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Los dems lo miraron y respondieron al saludo, sin enfocar su mirada a contraluz del astro rey. El caporal te llam varias veces al amanecer revel uno de ellospero ustedes de tercos, prefirieron quedarse aqu afuera. Cajales se limit a asentir en silencio lo que ya saba. Y dej caer sus pies sobre una silla vaca, despertando con el efecto del ruido a la rubia. Buenos das murmur el patrn, aplastando de inmediato el tabaco a medio fumar, contra el cenicero. Hola, Efran salud amablemente ella posando sus ojos sobre l, intentado seguramente, como los dems; atinar lo que ocurra, y como haba terminado ah, durmiendo sobre una silla junto al patrn. Cajales, le prodig una floreciente mirada y la invit a servirse, de igual modo que a los otros; estos saludaron a su vez a la recin agregada, agradecieron al hacendado y se apuraron en hidratarse y comer. Entretanto, al interior del hogar, tambin se alistaba el tentempi; una buena pericada, caf, cachapas y jugo de naranja, servidos en reluciente vajilla y dispuestos sobre un pulcro mantel, extendido sobre la alargada mesa. Pero resultaba fcil percibir la atmosfera de tensin, que se suspenda en el ambiente, a causa del albur generado por las ligerezas de Efran. Margarita, despert y luego de enjugar su rostro y asegurarse la bata levantadora, sali del cuarto camino a la planta baja; donde encontr a doa Pura, tomndose un caf tinto, en la sala y escuchando como era habitual las noticias en la radio. Buenos das mam!salud la joven.
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Buenos das mi nia! Cmo amaneciste?respondi la mujer con el evidente peso de su sacrificio, reflejado en la mirada. Dormiste, bien? Con todo ese bullicioindag a continuacin. No te preocupes por m mampidi ellapero y como estas t? La mujer la mir sin saber qu decir; con sus ojos velados de tristeza. Margarita, simplemente, asinti respetando su silencio; luego se acerc y la abraz diciendo: Todo va a estar bien, ya vers Voy al comedor vienes?pregunt seguido. Ve t hija, ya te alcanzo. Afuera las disertaciones, se retomaban al ritmo de bocados que buscaban el consuelo del maltratado cuerpo, y el alivio de la fuerte resaca; lo cual pareca imposible bajo el inclemente sol llanero. Empero, Cajales, an no se atreva a poner un pie dentro de la casa y menos con todos sus acompaantes; de modo que se disimulaba en el regocijo del paisaje, como un efecto consolador. Mas las razones de sus sentimientos trascendan la simple vergenza de su actuar, realmente en los pensamientos de Efran Cajales, habitaba una preocupacin ajena a lo ocurrido la noche anterior; y era esa la tcita razn de la visita de sus cofrades. Un asunto que calculaba irremediable, a causa de sus actividades. Y que al hurgar en sus reflexiones, le embargaba de angustia. Cualquier esfuerzo por ahuyentar su nerviosismo, era una simple excusa, que no evitaba que se cerniera un mundo de iconografas, que sealaban en direccin suya Cajales, estaba en un gran embrollo!
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Estos razonamientos le invadan de miedo, de un terrible malestar, que pareca ceder por momentos hacia un sbito sentimiento de seguridad; en el cual senta que todo estaba solucionado, hacindose fuerte de nuevo, ahuyentando el temor que lo acosaba. Tena que creerlo, para eso su gente estaba ah, a su lado; sentados a la mesa con visible tranquilidad, como si estuviera a salvo y no por el contrario prximo a su hora. Pero con todo el aliento que se infunda, no poda evitar que la mirada se le cayera en un gesto de abatimiento. Vas a decirme que estas pensando Cajales? inquiri Miguel. Nada, solo me siento cansado. Compadre, usted sabe que esto es solo un resbaln; ya le dije que nosotros lo solucionamos. Tampoco es un asunto de vida o muerteexpres el sujeto con serenidad en la voz. Realmente crees eso? dud Efran. Qu pasa con el positivismo hombre? Lo hemos arreglado antes, lo podemos hacer ahoraAsegur este casi entre susurros, bajo la atenta mirada de los compaeros de mesa. Efran tienes alguna informacin oculta aqu en la hacienda?interrumpi Cesar. Tengo en la caja fuerte algunas copias, de los pagos en el ltimo ao. Algo ms? Un listado con gente del gobierno. Tienes que deshacerte de eso!intervino Martinno nos conviene que esa informacin se conozca, seria echarnos la soga al cuello.
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Te equivocas, Martinafirm Cajalesese es nuestro seguro; podemos apretar aqu y all, y obtener algn resultado. De cualquier modo, las guardar en otro sitio. Ellos lo sabenobserv Miguel, al parecer no son estpidos; claro que no ms astutos que nosotros. Esconde bien la informacin, como t dices, tal vez, la podamos necesitar. No quiero que este lo empeore, manjenlo con la discrecin debida entienden? Estableci el hacendado. Miguel, lo observ con detenimiento, bebi un vaso de limonada, y se ventil con la mano. En sus ojos se notaba un brillo sombro; la enfermedad del corrupto. Diecisiete aos perteneciendo al gobierno le haban curtido el alma, era fcil reconocerlo. Cesar... murmur Miguelpero se detuvo al instante. Este gir para mirarlo, con el cabello desordenado y la mirada perdida, s? Tenemos que irnosindic descargando la mano sobre el hombro de este. Ya oyeron! Alisten los vehculosorden Cesar, a los hombres de seguridad. Cajales, se incorpor, y acercndose a Miguel, le murmur al odo. Maana, uno de mis hombres te entregar el paquete con lo acordado. Y por el bien de todos, espero que esto no sea una trampa. Este lo mir en silencio por un rato. Y sin decir nada se puso de pie. Bueno, seores vmonos! agradezcan a Efran, la cortesa.
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CAPTULO VIGSIMOSEGUNDO El azar de esos excepcionales acontecimientos, haba facilitado a los jvenes amantes, un espacio inesperado ante la distraccin del padre y las angustias de la madre; del cual sin duda procuraron sacar el mayor provecho. Haban aprendido el arte de estar a salvo, encontrndose a hurtadillas en medio de los cultivos, de los arboles, tras el caney; y en cada rincn donde un vistazo avizor no lograra delatarlos. As su mundo de fantasas se fortaleca, cultivando aquel amor prohibido, y en cada meditacin persista un anhelo de fuga. Las horas se deslizaban como un ensueo, y sus pensamientos solo lograban girar en torno del otro. Sus encuentros breves, fugaces; cruzar el lago, obsequiar una mirada, y una caricia, era todo lo que posean. Las emociones y las palabras del joven llanero, se obsequiaban para su hermosa amada; sus labios, su caminar, cada contorno de sus formas era el regodeo, donde habitaban sus sentimientos. Y entonces empezaba a desearla con las ansias apuradas de la carne, sin saber cmo decirlo; sin acertar la invitacin de aquel deleite. La tersura de una piel que cautivaba sus instintos como una llamarada; la sutil fascinacin ertica, despertando en una concepcin ingenua, suave; agradable, ntima. Durante ese breve encuentro era posible acertarlo todo, en la disposicin de unirse a la naturaleza, de fundirse en uno solo con el llano; sin las molestas recriminaciones de quienes no entienden de amor, en su incapacidad de razonar que Dios, nos hizo tal y como somos, como sentimos y percibimos el mundo. Bajo el
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follaje de un gualanday violeta, o las ramas de un limonero, donde cada tanto se posaba un arrendajo; el amor se vesta de fiesta, dejando que la voz del corazn hablara. Mas el inevitable desenlace de sus encuentros furtivos, se haca iterativo en su colofn; y a paso apurado la bella llanera, resignaba las caricias de su amado. Debo irme. Ya se marcharon los amigos de pap y en cualquier momento empezar a buscarme. Estas palabras sellaban el brusco despertar de un sueo, pero Mateo, entenda que en tal designio que uniera sus vidas por siempre, no podan dar pasos en falso. Tranquila, Margarita, vaya. Ya tendremos el resto de la vida panosostros. Estas preclaras lneas venidas de la boca de su amado, conmovieron a la muchacha; quien ley en ellas la signatura de un amor honesto y comprensivo. Suavemente descolg la mano de la suya, apreci fijamente sus marrones ojos; y advirti que los pies no le respondan para dar rienda al camino que los alejaba. Ambos hallaron en ese justo instante, la contestacin a cualquier incgnita; como si un poder divino los santiguara, las palabras sobraron en aquel mgico y revelador intervalo de tiempo. Estaran juntos por siempre. Luego se miraron, se besaron con especial cario y advirtieron que en poco, aquellas despedidas serian asunto del pasado. l contempl sus pasos alejndose a campo traviesa, como si contara cada uno de ellos; cada fraccin de movimiento cortando el viento. Observarla era un placer que no requera mnimo esfuerzo; ella se alej, gir para mirarlo de nuevo, mir su reloj; corri, se
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detuvo una vez ms. La vida estaba repleta de sentido, la pradera la haca sentir extraamente libre, su semblante irradiaba alegra; y en la distancia l rea de su avanzar descarriado. Segua siendo una nia, su nia; la misma que una maana conociera en el colegio y le pusiera en apuros. Entretanto, en otro punto de la hacienda, a unas cuantas leguas de distancia; Efran Cajales, se paseaba indeciso ante la puerta de su casa, seguramente, habra valorado escapar con sus colegas rumbo a la capital y no enfrentarse al juicio, que aguardaba tras esas puertas. Pero tambin le abrumaba la idea de asuntos ms encomiables, que una simple pelea casera. La dulce realidad del llano, por primera vez en largo tiempo, pareca vinagrarse para l; las aguas mansas en las que su fortuna haba navegado, ahora lucan demasiado turbias, fuera de su control. Se adelant unos pasos hasta el fin del pasillo, adyacente al alto balcn, en direccin de la puerta. Se detuvo, apreci el contorno de esta, y estir el dedo ndice, percatndose que el bisel estaba ennegrecido por el polvo. Hay que limpiar estomurmur. Sobre el pasillo velaban un par de butacas de jardn, en una de las cuales pens sentarse; la madera empezaba a palidecer a causa de la intemperie. En medio de ellas haba una mesita, sobre la cual descansaba un florero solitario con una rosa roja, medio marchita. Se aproxim a la butaca que estaba a su derecha, luego gir dando una mirada a la propiedad que se extenda entre verdes pastizales; y a los jornaleros como hormigas cumpliendo su faena bajo el sol. Los arboles, los cultivos, el ganado; el brillo del lago, golpeado por la luminiscencia del astro rey, las garzas que bajaban
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sin ser convidadas; un par de alcaravanes. Y su repaso finalmente, se pos sobre un habitante natural de la hacienda: el enorme toro negro; su mirada se cruz con la del animal, disimulado entre el anonimato de las ramas de los arbustos, auscultndolo con sus insondables ojos negros; hablndole en un lenguaje de palabras que no existan. Cajales, supo que los aos se le haban venido encima, y que siempre llega un tiempo en que los acuerdos se acaban. Sinti que se le enfriaban las entraas, que ante l se descorra el velo de una sentencia, que haba desdeado por dcadas. Atrapado en las tinieblas sinti una profunda nostalgia, la posibilidad de perder todos sus logros, le avasallaba el alma. No pudo ms que arquear las cejas y girar para retomar sus banales disertaciones Carajo que le importaba el disgusto de Pura, o el juicio de su hija, de su sobrina y de todos! Sus preocupaciones eran mayores. Entonces avanz impetuosamente, hacia la puerta; con pasos firmes y largos. Introdujo la llave y abri. El aliento se le hencha de melancola; seguido cerr la puerta tras de s y dej escapar un prolongado suspiro. El medioda se haba enclavado en la hacienda y el ceremonial del almuerzo iniciaba; las noticias en la radio revoloteaban hasta estrellarse con las paredes. A pesar de la hora, algunas luces estaban encendidas; mir a su alrededor y sinti que lo nico que faltaba en aquel lugar, eran unos cuantos barrotes de hierro, para mutar en la ergstula que cobijara su tormento. Lo menos que necesitaba escuchar era algn reproche, y expeditamente avanz hacia el comedor como acometiendo la presteza de un desafo. Mltiples ideas jugueteaban con sus pensamientos, risas que se burlaban de su suplicio; antes de ingresar al saln donde la mesa ya estaba dispuesta, se santigu
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ante la imagen de la virgen, que pareca sonrerle dispuesta en su pedestal de madera, apostado sobre el muro. Con cada paso su nimo desfalleca, mientras la silueta de su esposa y su sobrina, iniciaban a trazarse; senta que por los poros del cuerpo escapaba vapor caliente. Pero ya se haba aventurado en esa direccin, reversar no tena sentido; las mujeres se haban percatado de su presencia y su nico aliado en aquella casa, Agustn, se encontraba en la capital, atendiendo asuntos que resultaban prioritarios. Sigui con la mirada el camino que se haca angosto, con la nica promesa de la bruma que le aguardaba; al adentrarse en el saln se encontr con la espalda de doa Pura, sentada en su silla, y ante la mirada fisgona de Valentina. Finalmente, se detuvo frente a la mesa de madera caoba labrada, cubierta por un mantel bordado en fino hilo macram. La claridad que se filtraba por la ventana, era como una exhalacin ardiente que lastimaba los ojos; saba que desprenda olor a tabaco y alcohol, y solo aguardaba la aspereza del recibimiento de su mujer. Deba parecer un cadver embalsamado y puesto ah como un macabro adorno; los ojos de la joven delante suyo se le clavaron encima. Buenos das, Puraanunci a su llegada Cajales, mientras se arremangaba la camisa Desde el banco de madera donde se hallaba la seora, emanaba la animadversin hacia su persona; y sin respuesta a su saludo, se sent al lado de esta, mirndola por un instante; aguardando que dijera alguna palabra. Luego al descubrir la ausencia de Margarita, indag por ella. Pero justo en ese momento, se oy el sonido seco de un golpetear en la puerta; y al instante apareci Margarita, con
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manifiesto semblante agitado; una vez lleg se sobrepuso y salud a todos. Podra decirme seorita, usted donde estaba? inquiri Cajales. La muchacha hizo una pausa, y luego contest serenamente. Estaba dando una vuelta por la hacienda. La apuesta segura, habra sido un tremendo regao, aun tratndose de algo insignificante; pero extraamente al viejo cascarrabias, no se le ocurri nada. Tena la cabeza tan metida en sus asuntos, que resultaba un perfecto desconocido. Sintese a comer!orden enseguida Efran, con un leve tono de obcecacin. Quiz estaba ms cerca de explotar que nunca antes en su vida, tan solo aguardando la menor queja, para descargar toda su frustracin sobre las mujeres sentadas a su lado; tal vez, ellas lo conocan tan bien que ninguna se atreva a hacer el menor comentario. Sin embargo, algo mas estaba ocurriendo en ese rectngulo de madera, y doa Pura, lanzaba miradas tan afiliadas que cortaran la carne; pero estas no solo iban dirigidas a Efran, qu extrao ardid se teja en aquel espacio? Pues cada vez que la seora pona sus ojos en la sobrina, esta de inmediato agachaba la mirada con nerviosismo. Cajales, con paliacin observaba la escena, pero se haca palmario en aquel enunciado de gestos que algo ocurra; se enredaba, desenredaba y entremezclaba un asunto, que de a poco haba restado importancia a su propia fechora de la noche anterior
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La seora de la casa se resista en su frialdad hacia el hacendado, empero, de su boca no emerga reclamo alguno. Por el contrario, pareca que su rostro se contena con fijeza en el accionar de su sobrina; Cajales, empez a preguntarse qu seria, mientras echaba un vistazo a las manos trmulas de Valentina. Se senta intrigado e irritado ante aquel molesto silencio envuelto en misterio. Finalmente, el secreto sobrepas su imperturbabilidad y la actitud renuente de su esposa. Pasa algo Pura? examin. Esperando vidamente una respuesta que aclarara la intriga que despuntaba en el ambiente. Por un instante aquella sensacin de frialdad, preocup a la propia Margarita, temiendo por sus reservados secretos. Pero la respuesta de doa Pura, no tardara en madurarse; y desencadenar en la mirada de la joven Valentina, un torrente de angustia, que bombeaba desde su corazn aligerado hacia el resto de su cuerpo. La cuerda del enigma se hizo sutilmente delgada hasta romperse y mirndola con dureza, la seora dijo: Le vas a contar a tu to, o tendr que hacerlo yo? Los dados se haban lanzado sobre la mesa y la peligrosa apuesta estaba enunciada; de seguro no podra encaminarse sobre otros asuntos menos incmodos, ante la mirada intimidante de doa Pura, el gesto inmutable de su to y el semblante circunspecto de su prima. Todas las emociones se le sobrecogieron en una, viviendo su infiernillo particular; cayendo de la cuerda floja hacia un suelo sin lona protectora. Una guerra consigo misma, que la hizo brotar en llanto; sin acertar palabras que consiguieran subsanar su pecado.
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Bien en ese casosentenci la seoracomo no eres capaz de asumir las consecuencias de tus propios pasos La mujer hizo una ltima pausa, apoyando una resolucin auto expiatoria de la joven. Quien con la cabeza apoyada contra su brazo, apenas si consegua elevar la mirada; derrotada ante la evidencia que la empujaba a terrenos ignotos y resbaladizos. Qu es lo que pasa Pura? Dime de una vezexigi Cajales, examinando su rostro. Esta vez la mirada hiriente no fue para l. Doa Pura, era una mujer de modales excelsos, sus maneras eran refinadas; su ascendencia as lo haba establecido. Y a pesar de los excesos en su conducta, aquella mujer, todava conservaba la compostura al dirigirse a l. Incluso, habl antes a su hija, para pedirle excusas por todo lo desabrido y grotesco que revelara a continuacin; pero como familia le pidi que estuviera presente. A pesar del incontenible llanto, Valentina, estaba preparada para el ecunime castigo que derivara su inadecuada conducta; nada estaba bien! Pero tampoco intentara ampararse de aquella msica lgubre, que la conduca por un panten de lamentos. El silencio termin con un balbuceo de doa Pura, ante el inmvil Cajales, que ansioso por conocer tales descargos; sonaba sus dedos contra la mesa. Al segundo siguiente, luego de una breve pausa; inici la ejecucin de lo sealado. Sera la ta quien revelara el motivo de tal alharaca. Entonces Doa Pura, apoyando la mano en el tabln de madera, inicio su delineacin de los hechos; observando antes que un alto porcentaje de culpa recaa sobre Cajales. Y que tambin l, era garante de la integridad de su joven sobrina.
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Record as doa Pura, que siendo las dos de la maana, hora en que el hacendado inundaba su cuerpo de alcohol y tabaco; haba salido a dar una vuelta abrumada por el bullicio, el desconsuelo y la falta de sueo. Mientras el jefe del hogar rea, y se solazaba con sus colegas; en su soledad haba optado recorrer sola por la llanura. Dar un vistazo al descanso de los animales, detenerse un momento y cruzar alguna palabra con algunos de los peones; para luego avanzar en direccin de las caballerizas, sin saber la sorpresa que aguardaba en una de ellas. No habra dado crdito a tal incidente, si sus propios ojos no lo hubieran visto Luego de una pausa y un sorbo de agua, prosigui su descripcin la seora. Cuando conclua su caminar y se dispona a regresar al cobijo de su techo, un gemir que escapaba de uno de los establos llam su atencin; calculando que podra tratarse de un intruso, o quiz, un depredador; armndose de valor, sigui la pista del sonido que se filtraba en el aire, hasta adentrarse en la majada. Donde examin atentamente el origen de aquel murmullo, con la impaciencia de ser atacada por sorpresa y en un estado de completa indefensin. Mientras sus trmulos pasos se adentraban en la opacidad, mltiples ideas le cruzaban por la cabeza; pero entonces aun en la penumbra que albergaba el lugar, la tenue luminiscencia de la luna; le haba permitido acertar algo que le sobrecogi ms, que cualquier otro estupor que el azar le deparara. Al principio esforzndose para dar crdito a lo que revelaban sus ojos, algo que pareca emergido del peor de los ensueos; tal gimoteo no provena del quejido de algn alazn asustado, sino que se trataba de la resonancia de vocablos placenteros, venidos de los labios de
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Valentina; quien desnuda se daba al placer con un desconocido. Y a quien emergiendo de entre las sombras, haba identificado claramente, como uno de los escoltas trados por los amigos de Cajales. As, concluy la abrasadora confesin de la patrona, ante el rostro atnito de sus oyentes. Semejante revelacin enoj a rabiar al gran hacendado, estremeciendo cada fibra sensible de su ser, como un otoo de emociones que desarraigaba su razn; las palabras de doa Pura, expresaban manifiestamente, la contradiccin de sus actos. Su gran culpa en el actuar de la dscola jovencita, revelando su propio solaz, como el origen impulsor de tales actos. Un descuido imperdonable, y una venganza que no podra cobrarse; una mancilla mas para su malogrado poder. Empez a ponerse como loco, de golpe salt de su silla y atraves toda la extensin del saln de extremo a extremo; la franqueza de aquel testimonio disip su ebriedad, y sinti que la carne de su pecho, se abra como mantequilla trozada por un tajo frvido, desde donde su corazn se abata derrotado; no exista calmante para tal dolor, porque ni siquiera sus manos podran lavarse con la sangre de aquel infeliz; solo le quedaba beber aquel trago amargo, con toda la melancola que traa consigo. Envuelto en una fosca penumbra, sinti como un viento caliente le viajaba por el rostro; y la escena de las contrariadas mujeres sentadas en espera de una respuesta, aguardando con mirada atribulada su sentencia; representaba una iconografa lgubre de su diezmado podero. Le acogi el ms profundo silencio, y en el umbral de sus labios las palabras se estancaron Qu dira? Qu poda decir? Jams se haba visto obligado a
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cruzar tal transito, donde su voluntad de nada le vala; se sinti oprimido, quebrado, perdido; pasmado, embargado de frustracin. Perda su ventaja sumido en una paradoja sin salida, en la crepuscular sentencia que el destino le planteaba; mientras el mundo pareca carsele encima. En una infinita lista de amonestaciones a punto de estallar en su garganta, intuy oscuramente, cobrarse la cuenta en secreto; arrancar la vida del abusivo, como si fuera posible mantener el velo de tal crimen. No obstante, saba que era una quimera, donde se entrevea, la fantstica realidad emergiendo ante sus ojos Estaba jodido! Y pronto su propia familia lo sabra. Por ms que le atormentara la desfachatez de su sobrina, se encontraba dando vueltas en crculos, dentro de un laberinto sin salida. Se acertaba como un pez herido, luchando por vivir en medio de un estanque de piraas Que desventurado albur conduca ahora sus pasos! Y en un breve arranque; una tentativa por recuperar su autoridad. En un irresoluto revoloteo golpe con firmeza el tabln de madera, zarandeando el menaje que reposaba sobre este y bram: Valentinaa! Todos, incluso una criada que acababa de agregarse en el recinto, quedaron en silencio; en un perenne mutismo, que solo fue interrumpido por el revolotear de un perico bronceado, descendiendo sobre el ventanal. Un sentimiento de pnico subyug a la muchacha; las manos se le enfriaron, una gota de sudor le corra por la frente y el estomago se le retorci de miedo. Algo muy malo estaba por allegarse, lo presenta. Evidentemente, su to estaba muy molesto e indignado y todo su temor, seria refundido en el estallido que vendra a continuacin, eso conjeturaba.
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Quisiera entender el por qu de tu conducta!-se atragant en un berrido el hacendado. Valentina?expres finalmente Puedes decirme si algo te ha faltado en esta casa, bajo este techo? La muchacha trag saliva y lo mir fijamente, Cul poda ser su respuesta? Se haba metido en el establo con aquel hombre, simplemente, porque le haba gustado; esa era la verdad. Pero tal confesin resultaba infundada en ese momento, y la vergenza le suba los colores a la cara. Acaso has visto semejante conducta, en las mujeres de esta casa? Por qu Valentina?dijo casi sufriendo, en espera de una respuesta que no brotaba. Por un instante, las mujeres notaron una inusual paciencia en el tono de Efran, percibiendo en su voz un crujido de dolor. Valentina, se arrepinti enseguida, sinti un profundo tormento por su conducta; la desesperacin de la traicin que la condenaba. Y fue ms severa su sentencia que la del propio Cajales, apurndose en llanto y en excusas. To, ta, MargaritaPerdnenme, yo les juro que no vuelvo a hacerlo; soy una tonta, ustedes no se merecen esto! Efran, la examin con mirada profunda, y semblante serio. Cmo pudiste hacer algo tan estpido? Acaso no ves, todo lo que ocasionas con tu conducta?prosiguiesto no volver a repetirse o te devuelves con tu mam! Si lo que quieres es hacer tu voluntad, tendrs que hacerla en otro lado, pero no en esta casa. No to, le asegur que es la ltima vez, yo le prometo. Tal vez, por primera vez en su comportamiento irresponsable e infantil, Valentina, experiment hasta el lmite de la
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consciencia, como lastimaba a su familia; atormentndola con su proceder, inventando cada da una nueva forma de apenarlos. Era mentira! se trataba simplemente, de un nuevo error; que tan pronto como comenz pareci darse por solucionado. Y la real preocupacin de Cajales, era el estatus quo de sus propios enredos legales. Basta ya de esta farsa! Grit Margarita, en un arranque de rabia ante el desenlace de los hechos; dejando a todos boquiabiertos y con mirada atnita, mientras se levantaba de su asiento. Interpretando en aquel juicio, el duro vacio que separaba las formalidades de la relacin de sus padres con Valentina, sobretodo de Cajales y la dureza con la cual cuestionaba cada uno de sus pasos; avanz con furia por el pasillo en direccin a las escaleras, para coronar su cuarto y encerrarse en el. Margarita, vuelva a la mesa!orden Efran, sabiendo que eso no pasara. Al cabo de unos segundos la jovencita estaba tendida en su cama, sintiendo un profundo vacio en el alma; sin entender las razones inesperadas que fundaban la firmeza de su padre respecto de ella y la nobleza en relacin con los asuntos de su prima acaso la quera ms a ella? Irremediablemente esta idea le cruz la cabeza. Por qu aquel concepto desorganizado de los adultos? En el cual lo poco era mucho y lo mucho vena a ser irrelevante Qu justicia haba en eso?
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Aquellas contradicciones le hacan sentir tan lejana de su padre, como nunca haba estado, sintindose vaca y miserable; en su corazn los sentimientos se le ahogaban, y dudada de su propio valer en esa enorme hacienda. Un conflicto de estima que le provocaba un desdeoso animo hacia la vida. Entonces consideraba que era su propia culpa, por el dbil carcter que tenia; y en su aislamiento le pareca que seguramente, deba manifestar las smiles conductas vergonzosas de su prima, para no seguir penosamente pisoteada. Enseguida, apareci en el cuarto Valentina, con rostro apesadumbrado. Margarita, la observ con afligidos ojos marrn, enmarcados en un circunspecto semblante; un tanto incomoda por la visita. La joven inici a hablar enseguida, queriendo ahuyentar la neurastenia de su prima y desandar sobre lo sucedido. No se ponga as Maggie Usted est enojada conmigo? No lo scontest secamente la muchachano quiero hablar de eso. Vamos, djeme explicarle lo que pas. Margarita, suspir y mir la hora en su reloj, luego levant la cabeza y dijo: Valesabes qu? tranquila, el problema no eres t. Pues no me parecedesacord estayo s que estuvo mal lo que hice, y no quiero verte as. Yo te quiero mucho. Mira, lo que pasa es queno es lo que pas contigo dijo con voz tristees pap. T misma has visto como me trata. De todos modos que importa! Concluy en tono imperativo.
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Claro que importa!, se trata de tu felicidad afirm la joven con tono afectuoso. Por qu lo dices?indag mirando con sus ojos penetrantes, conjeturando un contenido insustancial en esas palabras. Mira probablemente, mi to no sea la persona ms fcil de llevar, y a veces vivir con l, se convierte en una lucha de voluntades. Pero algo si te puedo asegurar: es que te quiere ms que a nadie y solo busca protegerte. Margarita, frunci el seo con gesto de incredulidad. Por qu crees que mam me envi con l?inquiri acercndose a ella y tomando su mano No lo s Simplemente, porque ya no hablbamos, porque nunca tenamos un minuto para nosotras; empec a sentirme tan sola que busqu en la calle el afecto que me faltaba. Pero tu mam est aqu todos los das, y tu pap gran parte del tiempo; no te alejes de ellos. Los hogares perfectos no existen, pero t tienes la oportunidad de crear algo bueno afirm Valentina, dejando escapar un suspiro, ante la mirada curiosa de la muchacha. Pero eres alguien que se nota feliz todo el tiemposeal Margarita. Lo crees? no es ms que una mscara para poder vivir. No parece justo, deberas hablar con pap y decirle lo que sientes y que el hable con mi ta. La joven se encogi de hombros, y sonri. Linda, la vida no siempre es justa.
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Bueno, pero t misma acabas de decir que la felicidad importa, y que cada uno la puede construir. Claro que s, pero yo me siento feliz al lado de ustedes, que ahora son mi familiaadmiti tajantemente. Le impresion conocer la sinceridad de los sentimientos de Valentina, estaba sentada frente a ella, tan distrada atendiendo sus reflexiones, que no advirti en qu momento su malestar inici a sosegarse; emergiendo en ella una nueva esperanza, ante la mano que le tenda una joven que tena prcticamente su misma edad, pero eones de vivencias mas all de las suyas. Enseguida hablaron de otros asuntos notndose entre ellas una gran camaradera. El paso de los das acrecent esta cercana, las muchachas se hicieron casi inseparables. Dos bellezas florecidas que adornaban la hacienda e iluminaban en secreto la mirada de muchos, entre ellos los ojos enamorados del joven Mateo, por su bella llanerita. Y en sus faenas, este, transitaba amansando bestias y advirtiendo cualquier segundo en que pudiera hallarla, en cualquier rincn del latifundio; aunque difcilmente lograban despojarle algunos minutos al tiempo. Se encontraban en un pasillo, en la pradera, el caney, los naranjales y limoneros; se observaban de lejos o rozaban sus manos al menor tropiezo. El vnculo que les una se haca ms intenso, y a la vez ms peligroso. Ya era tarde. Comprobaron que no podan estar separados y que la magia de la llanura cobijaba sus amoros, increblemente, Cajales, no se haba dado cuenta; estaba tan inmerso en sus impaciencias que podran haberse amado en frente suyo, sin que este lo notara. Pero como siempre, es cuestin de que el ambivalente destino decida lo ms inesperado. Nadie en la hacienda a excepcin de Valentina, y el mono, conoca el secreto de aquellos amoros; a pesar de la evidente inquietud de las miradas. Y sus dos celestinos teman por ellos, entretanto Mateo,
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compona durante las noches en su soropo, versos de amor para su amada, que le emergan del alma. En las faenas y el trabajo de llano, sus manos se hacan diestras; sujetando con habilidad las riendas de los salvajes cimarrones, hasta lograr ensillarlos, y ponerles la barbada. Era un muchacho bragao92, cuyo bro empezaba a despertar la confianza del caporal, la admiracin de los caballiceros y el inters las mozuelas hijas de los peones y jornaleros, con sus marcados rasgos llaneros. El joven Mateo, era el ms hbil de todos en aquellas lides, siempre activo; su postura era natural y segura al comunicarse con la bestia y tiraba de su habilidad y filosofa para formar un vinculo con este; una relacin basada en la confianza. La doma por supuesto, era una labor de tiempo y paciencia, en la que deba interpretar con pericia las seales dadas por el animal; su tranquilidad, su alarma, el miedo, la sensibilidad y todas las seales que un indocto del tema, pasara por alto. Su mayor habilidad era la paciencia, hasta hacerse amigo del caballo, para luego con sus manos desnudas reducir a un animal salvaje y hacerlo manso. Pero aquella tarde era diferente a las otras, en la madrina 93 que haba llegado el da anterior a la hacienda, venia un cimarrn con ojos de bravura pocas veces vistos; su aspecto era exuberante, su crin regia y su musculacin intimidante. Desde que ingres al establo, estaba dando problemas e inquietando a los otros animales; por lo cual Cajales, dio la orden de domarlo de inmediato, aunque aquello pareciera una locura. Por supuesto, nadie evadira una orden directa suya, y para una misin con semejante riesgo, el indicado era Mateo.
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Apenas si consiguieron los peones llevar aquella fiera hasta el domadero, Mateo, tras echarle un vistazo somero y luego de santiguarse se adentr en el encierro, ante la mirada atenta de sus compaeros y tambin del patrn, que iba acompaado por su esposa, su primo, Valentina, y Margarita. Antes de iniciar dio una ojeada a sus espectadores y se sinti complacido de acertar los ojos expectantes de su amada, todo saldra bien, ya lo haba hecho antespens. Que le vaya bien, que Dios, lo protejamurmur la bella llanera. Pero lo cierto era que ningn ensalme, 94 habra servido para salvaguardarlo de aquella bestia, que corcoveando aparentaba un indcil trueno de energa. El vaquero se acerc a este susurrndole para tranquilizarlo. Tranquilo chicoochicoochicoono pasa nada. Margarita, lo sigui con la mirada plena de sentimientos de angustia, asombrada de la actitud serena y valiente que demostraba. El muchacho se sac el sombrero, lo sostuvo en la mano y lentamente, ingres en la zona de seguridad del caballo que corcoveaba inquieto; su anatoma, su complexin y su carcter eran dismiles de otros animales que haba entrenado. Por eso no saba cul sera la mejor forma de tratarlo, no tena un as bajo la manga en caso de que el cuadrpedo de ms de cuatrocientos kilos, se tornara demasiado brioso; solo poda confiar en su instinto e interpretar las seales que revelaba la postura del equino: su cabeza, orejas, ojos, cola; el estado de nimo que revelaba cada movimiento sutil o salvaje. Pensamientos e intenciones que solo aquel conoca, negndose a ser domado con evidente impaciencia, entre bufidos, patadas, saltos y cabezazos; caballo y jinete se lean
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Rezo, oracin.
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los pensamientos uno al otro. Aquel era un equino que no aceptara imposiciones, declinaba aceptar un lder, era demasiado libre; pero de a poco pareci nacer la sinergia entre ellos. De pronto, Mateo, retrocedi un par de pasos, mientras los espectadores atendan curiosos aquel ritual; finalmente, las erguidas orejas del cimarrn declinaron, seal que el joven llanero interpret como el momento adecuado, para montarlo; ponindole antes el bocado entre los dientes y calzndole luego la brida de cuero, ante lo cual el equino pareci acceder dcilmente. A continuacin vinieron los aparejos y la silla, y de inmediato ech la pierna por encima del lomo del enorme animal; en la conviccin de formar un magnifico centauro. Empero, no haba terminado de subirse el pobre llanero, cuando el caballo como loco, fiero e indcil empez a dar violentos saltos; y liberado de la soga de conduccin ech a correr contra los postes del corral. Qu pasa Camarita!grit angustiado el mono a su amigo, que apenas si lograba sostenerse. Y Margarita, viendo aquel caos no necesit ms razones para desprenderse del brazo de su madre y correr indiscretamente hacia la zona de doma. Con la falseta enredada en la mano, Mateo, se esforzaba en recobrar el dominio; pero inesperadamente, cuando logr soltarse vol por los aires, impactando al instante contra el suelo, y sobre el descarg todo su peso el crispado equino; en una oleada de desvaro incontrolable. En una oscilacin nerviosa sinti el domador escaprsele el aire sus costillas deban estar rotas! Y un hormigueo de dolor le penetr cada fibra del cuerpo; sinti que las entraas se le despedazaban. Y el sol cegndole los ojos, se senta como una marea de fuego; el ramalazo le hencha los sentidos y sinti desfallecer por un momento, mientras sus parpados se cerraban.
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Carajose panqui95 el muchacho!grit un jornalero, mientras varios de ellos corrieron en su auxilio, aterrorizados por la idea de ser agredidos por el indomable equino, que todava pataleaba y enterraba los cascos en el suelo de forma intimidante. Tendido sobre el suelo abri de nuevo de los ojos el joven llanero; todo a su alrededor era un tremendo galimatas, Incomprensible, catico. Gir la cabeza y su mirada se encontr con la imagen de los arboles a lo lejos, y al segundo con el rostro aterrado del mono y otros compaeros qu desbarro haba cometido con aquella bestia? MateoMateo! compai, hbleme se encuentra bien? S, mono, aydeme a parar pidi asistencia. Cuando se sostuvo sobre los brazos de este y otro pen, un nuevo cosquilleo doloroso le recorri el trax y el abdomen; su mirar estaba desorientado, todo le pareca ajeno. Salgan rpido!orden el caporal, mientras el cimarrn iniciaba a agotarse y corcoveando un poco, descargaba su frustracin en cabezazos contra los postes de madera del encierro. Qu le pas Mateo, se encuentra bien?pregunt una dulce voz que pareci valerle de analgsico, levant la mirada y se encontr frente al rostro de su amada. S, Margarita, estoy bien, fue solo un golpe. Se sinti estremecido por el encanto de esa amorosa devocin. Ella lo mir entraablemente, en un mezclarse de emociones, premiando su esfuerzo con una tmida sonrisa; pero es ese instante, Mateo, distingui detrs de las cabezas que lo socorran, la mirada de Cajales, quien extendi la mano y afianz a
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Se muri.
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su hija por el brazo, y sin detenerse la desencaj del tumulto; sin pronunciar palabra. El joven la sigui con la mirada, entonces apoy su peso sobre el hombro del mono y se enderez por completo, dejando escapar un alarido de dolor. En ese momento apareci su sombrero de regreso completamente empolvado. Permaneci esttico por un momento, dando tiempo que el malestar amainara; entonces inesperadamente, pidi que abrieran los postigos de nuevo. Sus compaeros intentaron, en seal de total desacuerdo, evitar tal locura; pero result intil. El muchacho no habra conseguido dormir ese da si no lo intentaba de nuevo. Se sac la tierra de encima y se dirigi en direccin al caballo, con todo se haba incorporado y al parecer intentara guesiar96 a la bestia estando abajo. Como est el muchacho? retumb entonces la voz de Cajales, detrs del tumulto de asistentes. Bien patrn, contest Rubn Daro, mire no mas, va intentarlo de nuevo. Ese muchacho es valiente, Margaritadijo su padre mirndola fijamentepero usted es mi hija, y no quiero que vuelva a acercarse a ninguno de los peones queda entendido? Pero pap Pero nada carajo, nada de peros! Reconoci en la voz de Efran, una fra sentencia. Lo observ con mirada inquisitiva y ahog un suspiro en su garganta, luego inclin la cabeza murmurando. Qu dices?inquiri el hacendado.
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Colear a pie.
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De qu?alz ella el rostro exhibiendo una mueca de rabia, sin sacarle los ojos de encima. Mira, nia, a mi no me vengas con tus rabietas, que tengo asuntos ms importantes de que ocuparme. Cmo cuales? emborracharte con tus amigos, que todos parecen mafiosos? En ese momento sinti que una bofetada impactando contra su rostro, le cortaba el aliento. Efran, que pasa con la nia? intervino de inmediato la madre. No te metas, Pura, esta muchachita va a aprender a respetarme, as me toque arrancarle a golpes las alas que ha cogido ltimamente. Pero qu fue lo que pas! esa no es la maneraexigi la seora. Margarita, temblaba conmocionada y se sobaba la mejilla, mientras los que estaban cerca y haban presenciado la agresin, simplemente, guardaban silencio. Es la ltima vez que me contestas de esa manera entendido? La joven asinti, con aliento trmulo y a punto de brotar en llanto. Reflejando en sus ojos un gran resentimiento. Cajales, gir como si nada, para observar el nuevo intento de Mateo. Margarita, vmonos!orden doa Puraaqu no estamos haciendo nada.
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Efran, hizo un amago por detenerlas, pero de inmediato le lanz una mirada a la negra Mercedes, quien tambin estaba con ellos, para que las acompaara. El joven llanero estaba de espaldas y no se enter que su bella llanerita se alejaba; ni tampoco supo lo ocurrido. Ella lo sigui con la vista mientras avanzaba hacia la casa, entre sentimientos contradictorios; y con la reafirmada conviccin de abandonar la hacienda. Se senta desesperada, presa de una necesidad imperiosa de liberarse; sin cruzar palabras con su madre, apenas se adentr en la vivienda, escap hacia su cuarto. Lo nico que ansiaba era estar sola. Entretanto, Mateo, senta el pecho encendido, no solo por el dolor fsico sino por la rabia de su orgullo herido; empero, no vea al cimarrn como su enemigo. Quiz sus instintos haban fallado, tal vez el animal le haba dado un mensaje, que el mismo no haba comprendido. Pero ahora, el caballo, pareca estar dispuesto, sosegado; su mirada salvaje mutaba hacia un bienhechor atisbo. Esta vez no quera enfrentarlo, simplemente, observaba al jinete con ojos sorprendidos; acaso como si le asombrara el mpetu de aquel muchacho que ansiaba domarlo. La voz que le hablaba no era desconocida, y replicaba con suaves bufidos sus retintines; de vez en cuando agachaba la cabeza y adelantaba suavemente una de sus patas. Al llegar al equino, Mateo, lo tom con sus manos y ajust la brida, record los golpes de hace solo un instante, pero no sinti rencor alguno; estaba bien que aquel brioso animal le demostrara, que aun siendo el mejor jinete, el ms hbil y ligero, todava quedaban aspectos de la doma por aprender. Pero cuando intentaba montarlo por segunda ocasin, un acalorado y enfurecido fuego se le desliz por el estomago medio, como si le destazara las entraas y una
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sensacin de escalofri le trep hasta la cabeza. Sinti que las piernas se le deslizaban sin aliento, y desde su posicin, le era imposible llegar al lomo del caballo; un dolor punzante le infligi de inmediato, precisamente cuando crea todo controlado. Haba vivido de milagro, y sin duda, era una necedad intentar trepar ese animal de nuevo; sus sentidos lo revelaron cuando cay de rodillas al suelo, convergiendo todos sus dolores. De inmediato, elev la mano en seal de aviso, mientras el dolor se hunda en lo profundo del cuerpo, resultando un verdadero tormento. Pronto todos percibieron la gravedad del caso, fue socorrido y de inmediato traslado en una de las camionetas del patrn, hacia la clnica del pueblo. El viaje le result un torbellino de pensamientos, sin orden alguno; deliraba y perda el sentido, pero su suprema voluntad lo haca despertar de nuevo; el corazn le lata y por primera vez los ojos se le enjugaban de llanto, recordando a su amada madre Roco; contemplando las iconografas de los aos junto a ella, para pasar luego, a las imgenes del arrayan donde cantaba coplas a su llanerita. Luego, despuntaba la imagen del lago, el cielo azul, las garzas, los alcaravanes y las frases de amor de su llanerita, capaces de expresarlo todo. Lo que haba sido su mundo cruzaba ante sus ojos, como si el corazn se le abriera dejando escapar libres sus sentimientos.
CAPTULO VIGSIMOCUARTO Pero descuiden, Mateo, no muri ese da. Despert a la maana siguiente en una habitacin blanca, frente a una ventana
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cubierta con una cortina de puntos de polister, por la cual se filtraba una intensa luminiscencia. Se la pas veinte das internado, recuperndose de sus graves heridas. Inmerso en una profunda tristeza, preocupado y solo. Hacindose responsable por todo lo ocurrido, atribuyendo la tribulacin a su propio descuido Cuan necio haba sido! Sin embargo, no todo eran malas noticias; a pesar de las cuatro costillas rotas, un pulmn perforado y algunos traumas menores en trax y abdomen. Pues dada su juventud y vitalidad, haba un buen pronstico de recuperarse. Y estando en aquella camilla de hospital, entendera que Dios, sabe como hace sus cosas. Cuando la cortina de la habitacin se entreabra, lograba ver la cpula de la iglesia, coronada por una alargada cruz, y se distraa en esta imagen que le infunda el alma de esperanza y expectativa; confiando ser interrumpido por la visita de su bella llanerita. Quera convencerse que as seria, aunque de fondo sabia lo etreo de estas aspiraciones. Pero al cerrarse el cortinaje, las paredes blancas del cuarto se hacan fras, hostiles; sumindolo en la soledad, encubriendo el brillo del sol, soslayando su positivismo. Eventualmente, ingresaba alguna enfermera o el propio medico y le recordaban la fortuna de no haber muerto; explicndole que el fuerte impacto asestado por el animal, podra haber destrozado algn rgano vital. El muchacho simplemente, les prestaba atencin con los ojos bien abiertos y sonrea con gesto de agradecimiento su asistencia. Esos das en cama le descontrolaron el sueo, a veces despertaba a la madrugada hundido entre las fras sabanas, con la sensacin de querer escapar de aquel lugar; nadie ms, a excepcin del personal mdico y la vieja Carmela, que cada que iba lo sermoneaba, haba cruzado hasta entonces la puerta, para ir a
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visitarlo. Alzaba la mirada, y contemplaba en silencio el techo y las paredes, con un nudo en la garganta que le provocaba ganas de llorar. Y en esas noches de insomnio pensaba en su llanerita, imaginando que caminaban libres por un bosque florido; mientras los brazos y las piernas se le adormecan por la incmoda postura y cada tanto, un leve tosido le provocaba una penetrante dolencia. Pero la mayor afliccin era la que nevaba su corazn, sabindose solo, con la ventana como nica compaa; y en su mente emergan mltiples pensamientos a causa de tal revs. Empero, no se lamentaba, y segua considerando que el asunto era un castigo a su imprudencia y que tal vez, Dios, siendo sabio, intentase explicarle algo que hasta entonces no entenda. Sin embargo, a los ocho das de estar internado, y cuando menos lo esperaba, apareci en horas de la tarde una visita. Se encontraba sentado dando cucharadas sobre una sopa de verdura, cuando fue distrado por unos pasos que se aproximaban a la puerta; al girar el picaporte dedujo que se tratara del mdico que lo atenda. Pero como un milagro que floreca, asom bajo el marco la silueta de Dumar, el padrote; su antiguo compaero de la mina. Mateo, le ech un ojo sin dar crdito a lo que vea, el visitante pronto se acerc y le rodeo el cuello en un afectuoso abrazo. Camarita, que me le pas, se durmi en la paja 97? Vea como qued. Ayyy, padrote, no me haga rer que me duele. Pero qu gusto tenerlo por ac y ese milagro? El amigo se sent en una silla al pie del lecho, y conversaron largo rato; recordando viejas pocas, borracheras y amoros.
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Se distrajo, se despist.
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Y cmo le est yendo en la capital, camarita?indag el muchacho. Bien, Mateo, es todo muy diferente. No es tan bonito como el llano, pero no nos digamos mentiras, ac escasean las oportunidades. Me enter que est trabajando con el viejo Cajales continu enseguida. Si compai, ya llevo algunos meses, y no puedo quejarme; al menos tengo un buen trabajo. Oiga, camarita y qu pas al fin con la hija del hacendado? Padrote, yo con esa nia estoy ms comprometido que los toros de mayo98. Como as? Y el viejo ya lo sabe?, les dio la bendicin? No camarita, eso spor ahoranos toca tenerlo `guardao como rabo 'e morrocoy99. Su amigo no le quitaba el ojo de encima, escuchando aquellas disertaciones, y cada tanto le alcanzaba el vaso de agua para la calmarle la sed. As pasaron los minutos hasta culminar la hora de la visita y se afligieron en el momento de la despedida. Pero intuyendo que ningn favor se haca Mateo, al quedarse en esas tierras y persistir en los obstculos de un amor prohibido; Dumar, antes de irse le hizo una propuesta. Camine pa la capital conmigo, Mateo; all hay muchas mujeres y de pronto se interesa en alguna. Adems, se puede conseguir un buen trabajo.
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Pero bastaba mirar en los ojos del muchacho, para apreciar sus firmes intenciones; no haba rodeo en su sentencia y si sala algn da del llano, seria con la mano de Margarita, tomada de la suya. Y con este retrato vvido en su mente, se despidi de su buen amigo, estrechndole la mano y prodigndole luego un abrazo. Todo pareca estar saliendo bien, pero llegada la noche tuvo una pequea recada, a causa de una infeccin acompaada de fiebre y escalofros; despert al alba y al abrir los ojos se encontr con el rostro de una enfermera refrescndole la frente, asistida de un pao hmedo. Por un instante la observ desorientado, pero ella le explic pacientemente lo ocurrido; asegurndole con una sonrisa que no era grave y estara recuperado pronto. Al instante le tom la presin, e inyect un medicamento para calmar el dolor, dentro de la bolsa de suero; y apaciblemente dej la habitacin. Al poco tiempo, Mateo, volvi la cabeza hacia un costado y se qued dormido de nuevo. Y su ensueo representaba extraas imgenes, que se entremezclaban entre el placer y el miedo; vindose a s mismo, primero, tomado de la mano de su amada y luego corriendo entre las murallas de los morichales; bajo un cielo gris oscuro, envuelto en sudor hasta alcanzar una cueva. Despert sobresaltado con sensacin de dolor y ahogo, reparando con la mirada la habitacin, y un claro de luz que se filtraba por el bisel de la puerta, contrastando con la luminosidad un poco ms tenue de su cuarto. De pronto, como venido del cielo, lo distrajo la inesperada llegada del mono. Que como un pjaro sisiri lo mirada a la distancia, con la puerta medio abierta. Y con una broma se adentr en el saln clnico.
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Ya puede soltar el caballo, Mateooo! Carajo, compai no me haga rer dijo llevndose la mano al pecho, con un gesto de dolor. La prxima me avisa para amadrinarlo 100dijo sonriendo y estrechndole la manoCmo se siente? Nocamarita, ese bendito cimarrn me puso a parir morocho S, caray mire como lo dejobserv el visitantepero sabe una cosa? el bendito animal qued domado. Queee? No invente camarita, si ese animal apenas lo deje gavelear, mire como me dejoexpres con incredulidad el muchacho. En serio compai, agrreme ese trompo en la ua!101, ese caballo ahora est todo galapaguero102. O sea que el maoseo era conmigo, mono, y apenas me dejo lleno de chichos qued tranquilo. Pero y bueno, en la hacienda como estn todos? inquiri Mateo, con la sonrisa pintarrajeada en el rostro, anhelando noticias de su amada. Pues, joven. Buenas horas las que pasa usted aqu, porque eso en la hacienda est como maluco. Cmo as mono y eso por qu? Yo creo que el patrn y la patrona andan como agarraos. En serio? Pregunt Mateo.
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Acompaar en otro caballo, a quien est domando En sentido figurado, como le parece. Caballo muy manso.
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En serioasent el mono guiando el ojo. Pero espere un momento, antes que se me olvide indic el convidadoQue crey? Que vine a visitarlo porque me haca mucha falta?y extrayendo un sobre de su bolsillo continu vea, que aqu le manda la patroncita. Mateo, se sorprendi y ro con evidente satisfaccin, admirado de que su llanerita lo recordara y se tomara esas molestias; sintiendo el corazn acelerarse, sac del sobre el perfumado contenido que este guardaba, y descarg su mirada plena de ilusin sobre el papel, iniciando a leerlo, pero se detuvo al instante. Ahora ms ratico lo leo. Pero y que ms tiene pa contarme? Est bien, joven!asent el mono y respondiendo a su pregunta observ: Los compaeros todo lo mismo, le mandan muchos saludos y le desean que se recupere pronto. El llanero lo observaba mientras las palabras iban viajando hasta a sus odos, la charla pareca atenuar sus dolores y apenas era consciente del ramalazo, que le ocasionaba el roce de los msculos con las maltrechas costillas. En ese instante ingres una enfermera. Como est mi paciente? Bien seorita, ah mejorandorespondiy sealando al mono lo present con la asistente. Este es el mono, un compaero del trabajo. Hola cmo le va?salud la bella seorita.
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El mono mir exnime semejante belleza, y lanz uno de sus habituales galanteos. Con esta atencin, voy a ver si la prxima semana me enfermo camarita. La joven sonri, mientras daba un par de golpecitos suaves sobre la bolsa de dextrosa y preguntaba amablemente, si el muchacho senta demasiado dolor, para as aplicar algunos calmantes. Estoy bien, seorita, gracias por sus cuidadosmascull Mateo. La enfermera dej el cuarto avanzando lentamente, y mientras sala; la mirada del mono se clav en su modelado cuerpo, hasta que cruz la puerta. Mejor cuidado no podra estar joven! Sidijo el llanero, apenas con un hilo de voz, que evidenciaba que solo tena ojos para una mujer. El mono se port muy bien durante la visita, relatando cada detalle que con curiosidad escudriaba Mateo; podra haber conversado el resto de la tarde, pero el jornalero deba regresar a sus labores. Saba que pronto le daran de alta, pero sentirse sujeto a esa cama y al encierro lo acongojaba. Mono me le da saludos a todos, sobre todo a mi Margarita. Descuide joven, yo le digo. Promtamelo. S, camarita, no se afaneafirmella misma me pidi, que le diera todo detalle sobre cmo estaba usted. Mientras hablaban, ingres el mdico a revisar al paciente, y el mono apur su partida, mirando a su amigo. Y apretando su
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mano, se despidi luego del galeno, para entonces abandonar el cuarto. Despus que el doctor verific que todo estuviera en orden, y una vez qued solo, Mateo, se dio a la tarea de leer la misiva, aun cuando se senta agotado; ya que los besos que aquellas amorosas lneas prodigaban, parecan viajar por el aire hasta sus labios, vivificndolo; obstinndolo en sus sentimientos, vigorizndolos; reafirmando su pacto de amor. Entonces, Mateo, escuch su propia voz recitando versos: De germen vivo provengo, y en el llano mi nombre digo. Soy hijo del piedemonte, que ha sido siempre mi nido; como llanero curtido por el sol y los corris, no tengo miedo de nadie sea guayupe, padrote o entelerido.
CAPTULO VIGSIMOQUINTO En cambio, en la hacienda Cajales, la brumosa realidad iniciara a pervertirlo todo. Despus del almuerzo, Margarita, fue hasta su habitacin; como todos esos dilatados das, sintindose desolada, sin tener noticias de su amado. Contando los minutos, en la ansiosa espera del arribo del mono, y acariciando contra su pecho el pequeo dije del pjaro azul, que Mateo, siendo nios, le haba regalado. Un ruido en la puerta la hizo sobresaltar, mientras avistaba por la rendija de la ventana los ltimos rayos de luz que el
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atardecer dejaba escapar. De pronto, con un semblante que denotaba el ms extremo abatimiento, apareci en su cuarto doa Pura; quien se sent a su lado, prodigndole un abrazo que la conjurara de tal languidez. Su mirada reflejaba la derrota, el fin de un cuento de hadas, la calidez de la vida perdindose en la penumbra. La mujer y su hija se sentaron juntas al borde de la cama, y sus pequeas manos se unieron en un lazo entraable; la madre lloraba, mientras la joven prestaba atencin a sus gestos, aguardando que ella misma diera luz a la razn de tal sufrimiento. El ambiente flameaba de angustia y la mirada sin brillo de doa Pura, evidenciaba un acaso preocupante; que Margarita, no entenda ni consegua desentraar mientras ensayaba consolarla. Mam que tiene? Qu le pasa? dgame algoinvit la joven. Si doa Pura, hubiese podido definir todos los sentimientos que la agobiaban en uno, tal vez sera frustracin; el doloroso enojo por su inocencia. La contradiccin de sus sentimientos por un hombre, junto al que segua sin saber por qu; la causa de sus angustias, de sus quebrantos de salud, tena un nombre: Efran Cajales, por quien su amor haba mutado en miedo. S; desconfianza, miedo, incertidumbre, tristeza; un dolor que le consuma el alma, y que solo el amor de su hija, a veces distante, consegua paliar. Lo que experimentaba era una sensacin casi infantil, de resguardarse en los brazos de aquella; mientras batallaba con su propia conciencia sin saber qu hacer. Por eso de sus labios no emergan palabras, que describieran la actitud reprobable y corrompida de quien era padre y esposo.
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Subi la mirada gradualmente, tan velada que ni siquiera las lagrimas le daban brillo; la cabeza y el alma se le atiborraban de angustiosos sentimientos, acompaados por el estremecimiento que le recorra las entraas; subiendo por la garganta hasta convertirse en amargas arcadas, en agobios de bilis. Experimentaba una dolorosa vergenza al desafiarse ante su hija, con semejantes revelaciones; como si fuera su culpa. Pero ms injusto consideraba, era ocultarle una verdad que por su propio peso caera, desplomando aquel imperio a su alrededor. As, abatida por esa cargante y repulsiva emocin, que se entremezclaba con sus sentimientos de culpa; llev su mano hasta un legajo de papeles de traa consigo. Eran unas copias en blanco y negro, con emblemas distintivos y fcilmente reconocibles, de un par organismos judiciales del estado. Al extenderlos hacia Margarita, sinti que obraba de abogado del diablo, y en un desesperado impulso se sujet al brazo de la muchacha y rompi en llanto. Este es tu padrepor Dios, que ha hecho! Peromam Qu es esto?indag la muchacha sorprendida, mientras tomaba los documentos y abrazaba a su progenitora, otorgndole consuelo. Con cierta indiferencia y asombro, procedi la muchacha, a leer las lneas que brotaban de los manuscritos; y no haba concluido la primero hoja, cuando sinti que un viento glido le recorra el cuerpo. Su mirada floreci de angustia, y sus manos temblorosas descargaron el asunto a un lado de la cama. Mamno puede ser cierto farfull sobrecogida. Ah estaban frente a ellas, unas lneas que revelaban el verdadero carcter de Efran Cajales; era como haber vivido todo
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ese tiempo con el demonio sin darse cuenta. Por un instante, Margarita, permaneci con el corazn rodo y la mirada perdida, queriendo anular tal pesadilla que apareca ante sus ojos. En aquel legajo de papeles, se describa en detalle una investigacin de varios meses contra el hacendado; por concierto para delinquir y traficar estupefacientes, alianza con grupos al margen de la ley. Y ms estremecedor aun para su familia, por homicidio. Y era esta una gigantesca carga emocional que se abata contra las dos mujeres, disparndoles una verdad inesperada en el rostro. Detrs del temperamental hombre que haba sido seor y juez en esas tierras; se encubra una fisonoma tan oscura, que las arrastraba a su paso. Y Doa Pura, habiendo ganado la atencin y comprensin de su hija; inici el relato de las pesquisas que la haban conducido a tan margo y terrible hallazgo. Asegur no estar enterada de las actividades de su esposo, que con ingente hermetismo protega sus asuntos. En das pasados la seora haba tenido una recada en su salud, con malestares y arcadas que la hacan levantarse en la noche; y unos de esos crepsculos en que su propio cuerpo se ensaaba en hacerle dao, al despertar, haba notado la ausencia de Cajales; lo cual le caus extraeza a esa hora. Empero, asumi que el insomnio lo habra empujado hacia su estudio. De modo que con el nimo de no importunar a las criadas, ella misma haba decido salir y preparase una infusin de limonaria. An no tenia certeza, pero por simple intuicin avanc en la tentativa de verificar si Efran, en efecto se hallaba en su despacho; entreabr con sutileza la puerta y lo acert sentado en su silla, sosteniendo el telfono, con evidente semblante
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descompuesto y al parecer, mantena una intensa discusin con quien estaba del otro lado de la lnea. De cualquier modo, en ese instante no haba dado mayor trascendencia al asunto; y decid seguir mi camino hacia la cocina. Sin embargo, una palabra de esa conversacin quedara dando vueltas en mi cabeza. Luego de preparar la bebida regres al cuarto, sin conseguir recuperar el sueo, y a los pocos minutos arrib l, recostndose al extremo de la cama. Margarita, escuchaba atenta, con un amargo desasosiego a cuestas; en esos instantes pensaba que lo mejor habra sido huir hace tiempo de aquellas tierras; ser libre. Entonces las palabras de la seora aleteaban dentro de su cabeza y le haca dao saber lo que a continuacin vendra, despertndola del falso ensueo que haba sido su vida. Das despus, una maana estando en el comedor, tan solo en compaa de la negra Mercedes; sabiendo que Margarita, llegara ms tarde, decidi buscar a Efran, en el estudio; ignorando que no lo encontrara. Luego de subir la escalera, abrir la puerta, y avanzar un paso hacia el interior; la conversacin de Cajales, sobrevino inmediatamente a sus pensamientos. No le pareci correcto adentrarse en los terrenos privados de su esposo, pero sencillamente, la curiosidad le haba ganado la partida; no obstante, en el fondo buscaba una reconciliacin a sus dudas, despejar cualquier indicio de sospecha que emergiera en su nimo; interceder ante sus dudas, y recobrar la imagen lejana que conservaba de l. Con la conciencia intranquila hurg aqu y all, en pro de la nueva alianza que anhelaba; pero lo nico que hall fueron documentos, pagos, apuntes. Una agenda telefnica, y dentro de un cajn lo ms infausto que sus ojos hubieran visto; citaciones, y los documentos que ahora tenan consigo. Sali del
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saln conservndolos consigo, con el fin de confrontarlo; fortalecida en la conviccin que esta vez mereca una explicacin por su maligna conducta. Estos hechos venan de hace tan solo un par de das, coincidiendo con el tiempo que Cajales, se haba ausentado por asuntos de negocios. Y ese atardecer la angustia condujo sus pasos hasta su hija. Pero apenas concluy esta referencia, el clic del interruptor de la luz sobre las escaleras, las distrajo; doa Pura, se esforzaba por contener el llanto de sus ojos, y Margarita conmovida, intentaba dilucidar si todo aquello, no era ms que una pesadilla. Que quiz, maana despertara dndose cuenta que todo era resultado de sus sueos. Pero en el fondo sabia cuan real era y senta un profundo miedo por lo que viniera. El crepitar de la puerta, seguido por el sonido del picaporte girando, anul sus pensamientos; articulndolos en un sobresalto. Con inquietud, ambas miraron como lentamente la tranquera se deslizaba, agitada por el impulso de una mano; y la luminosidad delineaba sus siluetas en el muro. Finalmente, la puerta se abri de golpe y apareci frente a ellas Efran Cajales, observndolas con mirada aguda y entreviendo en la cama los documentos; sorprendidas y mudas las mujeres vieron como el hacendado se aproximaba, y a medida que lo hacia la excitacin en su semblante era evidente; su rostro era spero y su mirar indignado. Con sorna, la jovencita intent ocultar el legajo bajo unos cojines; el temor la invada, sabiendo que junto a ella estaba la razn de la visita de su padre. Margarita, entrgame eso!orden Efran. Qu cosa pap?
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Pero Cajales, estaba tan irritado que esa insulsa pregunta, le hizo estallar en clera; y con violencia, el mismo, extrajo los documentos sin que ella pudiera hacer nada. Despus de eso, todo se transform en un caos; el enardecido nimo del patrn convirti a su esposa en el enemigo. Todos sus instintos salvajes afloraron fuera de s; con la mirada desorbitada, entre gritos y reproches la tom por el brazo. Margarita, quiso intervenir y evitar la terrible reyerta, pero de poco sirvi su quijotada, terminando tendida en la cama de un solo empujn. Con palabras insultantes arrastr el hacendado a su esposa fuera del cuarto, dejando a la hija con la frustracin de no poder amparar a la madre; pues cuando reaccion y quiso hacerlo, se encontr con la puerta cerrada con seguro. Y en la penumbra de su encierro, solo consegua escuchar la ira de Cajales, descargndose sobre el cuerpo de su progenitora; de vez en cuando golpeaba y sacuda la puerta en un intil arresto por liberarse. Entretanto, afuera, las amenazas y los golpes asentados por el hacendado, lo convertan en el peor de los canallas; exaltado se olvidaba de cualquier orden lgico. Y tan solo se detena por un segundo para continuar la golpiza; al interior del cuarto Margarita, plena de arrebato se maltrataba las manos contra el tabln de madera y su pecho encendido, se llenaba de odio hacia su padre. Entonces resonaba en su cabeza, que no era su semilla la que le haba dado la vida y sus gritos as lo expresaban. DesgraciadoNo le pegue a mi mam, usted no tiene derecho! Y en medio de los bastonazos y las agresiones, estas palabras de su nia causaron un tremendo impacto en el mpetu de Cajales,
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que extraamente, cay al piso vencido. Todo eso lo superaba, estaba destruido; y tambin ahora arruinaba a su propia familia. Con el nimo aniquilado se sent en las gradas, luego ech un vistazo a su lastimada mujer y de inmediato bajo en direccin al primer piso. Doa Pura, sangraba por la nariz, mientras aquel infame se alejaba; pero sus heridas fsicas no superaban el dolor del alma. El ultraje fsico era exiguo comparado con el dao emocional que senta. Era la primera vez que su esposo tocaba fondo de esa manera, aventurndose a descargar su violento enojo con esa cruel sevicia. Insultndola con las ms hirientes palabras; las saladas lgrimas le corran hasta la comisura de los labios y del otro lado de la puerta el llanto de su nia la estremeca todava ms. Solo por ella tena sentido vivir, y no importaba cuanto sangrara tena que protegerla. Mamitaaacmo est?sollozaba la jovencita, con los labios pegados al frio tabln. Bien, mi corazn no vaya a salir todava. Espere que las cosas se calmen un poquito, yo voy a estar en mi cuartopidi la mujer abandonada en suelo, necesitando mas consuelo que nunca; pero entendiendo vidamente, que la integridad de su hija estaba por encima suyo. Mam, djeme ver que le hizoinsisti Margarita, con el corazn agitado y los ojos llenos de lagrimas. No es nada, hija, yo estoy bien. En Seriodijo por ultimo y se alej en silencio, muda, confinada; arrastrando los pasos de su miseria. Luego enderez su rostro plido y melanclico y se encerr en su habitacin; ahora vea cuan ciega haba sido al permanecer al
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lado de ese hombre, cuyas manos no se impedan de un maltrato semejante. Senta un profundo miedo por el destino que le esperaba, mientras miraba en el espejo su bello rostro malogrado. La ingenuidad del amor, su timidez y resignacin le condenaban.
CAPTULO VIGSIMOSEXTO Mateo, regres a la hacienda todava recuperndose de sus heridas; sin sospechar la locura que se cea sobre esa heredad. Ese mismo da tropez con la patrona, tomada del brazo de su hija; mientras avanzaba en direccin a las caballerizas, acompaado por el mono, con la curiosidad de corroborar lo que este le haba revelado; sobre la aparente transformacin anmica del caballo cimarrn que lo haba herido. Cuando se vieron los dos jvenes amantes, fueron dominados por un fuego estremecedor, inherente a la naturaleza del amor removindoles las entraas; la fibra de sus sentimientos deton como una cascada recorriendo cada milmetro de sus cuerpos. Y sin miramientos, la hermosa llanera se arroj sobre l espontneamente, expresando en su gesto la luminosa alegra que generaba su regreso. Se entrelazaron en un estremecedor abrazo que los hizo olvidar de todo; sus cuerpos se vencieron en la sencillez de sus emociones. Concluido el entraable saludo, Mateo, gir y vio a doa Pura, inmvil junto a ellos siguiendo con la vista la escena. Al verla se evidenci el maltrato y la afliccin en su rostro, los dos peones la contemplaron quedando asombrados y estticos, sin acertar la causa de tal demencia; aunque rumores de lo sucedido
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haban llegado a odos del mono, empero, para Mateo, era una completa novedad. Doa Pura, desliz nuevamente su brazo por encima de la cintura de su hija, con los ojos llenos de infelicidad, muda y absorta. El muchacho sinti una profunda tristeza, al ver el estado en que se encontraba la seora; no hablaban mucho, pero reconoca en ella un alma noble. El no entenda de esas cosas, sin embargo, bastaba con dar una ojeada a los moretones, para razonar que aquello no era un accidente, entonces con aliento solidario, indag: Bendito Dios! A usted que le pas patroncita? La mujer descubri de inmediato, en el muchacho, un corts confidente de sus penas y medit la opcin de revelarle lo sucedido; el zafio comportamiento del hacendado, toda la violencia; un secreto sagrado que necesitaba quitarse de encima. A su hija le haba engaado, asegurando que se trataba de un accidente, al tropezar y caer por las gradas, y aun cuando la muchacha no lo creyera, respetaba su silencio. El desconcierto inundaba las miradas en un silencio revelador, la seora no encontraba las palabras adecuadas que expresaran tan injusto castigo; ni como apilarlas para hacerlas entender de manera simple al muchacho. Pero su corazn abierto, estaba dispuesto a correr el velo del fatdico asunto. No importaban sus creencias, prejuicios, o el desfile de conceptos que haba cargado a lo largo de su vida; simplemente, necesitaba hablar con alguien y el indicado era Mateo, ese humilde pen parado frente a ella. Entonces objet la presencia del mono y de su hija, para que le permitieran conferenciar a solas con el joven llanero; a lo cual estos asintieron de inmediato, alejndose rumbo a los establos.
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Invadida por una profunda tristeza, llena de resentimiento hacia quien mutaba en su enemigo; decidi relatar al muchacho lo acaecido. Detalles ms, detalles menos; el da que sus pasos llenos de miedo le haban conducido al estudio, fecha que a la postre sera un fatal cadalso, y como, entre una veintena de documentos haba tropezado con la causa de la ira de Cajales. Le revel que mientras hablaba con su hija sin sospecha del peligro que reinaba, y un tanto cohibida de develarle el aterrador descubrimiento; haban escuchado el girar del picaporte y la figura del padre emergiendo en la habitacin. De ah en ms, sus recuerdos eran una difusa mezcla de gritos atufados en el olor de la colonia de Efran. Al instante, estaba en su habitacin frente al espejo, sintindose dolorida; con una fuerte jaqueca, el corazn agitado, y una intensa opresin en el pecho; arrastrndose por un camino de miedo que poco a poco le haba revelado lo ocurrido, las marcas en su rostro refrendando el castigo propinado por su esposo. Quien desde hace dos das, fecha del incidente, se haba ausentado; tal vez por remordimiento o simplemente, en el afn de explorar una salida, al escalofriante predicamento al que lo empujaba su prohibitiva conducta. MateoOjal pudiera cambiar lo que pas!expres con aliento conmovido la seora. Dios, permitiera regresar en el tiempo y que mi propia tolerancia no hubiera sometido a mi nia a vivir esto. Doa Pura, pero no es su culpaAsegur el llanero. Claro que lo es, viv tan preocupada por sostener esta mentira, que ciegamente, somet a Margaritaasever la mujer, responsabilizndose duramente, y contino:
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Mateo, yo a usted casi ni lo conozco, sin embargo, s distinguir a las personas buenas. Y sera una ingenua si no notara el sentimiento que ha nacido entre ustedes. Luego con fervorosa piedad, pact una promesa que el joven no esperaba, y que lo reafirmara en el sendero de su amor; una mxima que no provena de un arranque de dolor, ni de la tentativa de enmendar los errores pasados; sino la virtud de quien reconoce en el amor el mas altruista de los sentimientos. La mujer no solo tolerara que estuvieran juntos, sino que adems en un acto de justicia, obrara para que su amor fuera posible. Concluida esta proposicin, doa Pura, enderez la cabeza como si una infusin de dignidad la recobrara. La sencillez y honestidad de sus palabras admiraron a Mateo; quien despus de tantos tropiezos y llanto, encontraba un camino despejado para transitar con su amada. No pudo callar su agradecimiento y con el alma desnuda, bendecir la nobleza de la seora; luego la invit a reunirse con su compai y su hija, que frente al caballo cimarrn, ahora un manso corcel, dialogaban sobre asuntos de la hacienda; peones, animales y rean del modo coloquial y divertido en que hablaba el pen. Madre e hija se animaron al reencontrarse y se prodigaron un abrazo, luego Mateo, se acerc al caballo y este agit la cabeza como pidindole disculpas; acarici suavemente su mano y baj lentamente la mirada. Mire joven, el animalito le est pidiendo perdn afirm el mono. No tiene por qu compai, la culpa fue ma, el era un animal asustado y yo lo acorral.
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Sus acompaantes de dieron cuenta de la maravillosa sabidura de Mateo, viendo como comprenda y dominaba los conceptos de la naturaleza salvaje del corcel y los manifestaba con espontaneidad; dejando de lado todas las cosas malas que este le haba ocasionado. Luego abandonaron la caballeriza, los jornaleros se dirigan un momento al caney, cuando de pronto vino una sorpresiva y resuelta propuesta de los labios del mono: Vengan con nosotros, les invitamos a un cafecito! Doa Pura, reflexion un momento y girando para mirar a su hija consult: Ser? S, mam camine, que se va encerrar en esa casaafirm la joven con una sonrisa prendada, ante la oportunidad de seguir compartiendo con su amado. Cuando entraron en la cabaa encontraron a un par de criadas, preparando el bastimento para los vaqueros y cantando alegres corrios. Estas se sorprendieron al ver a la patrona, pero ella las tranquiliz de inmediato asegurando que solo iba de visita. De modo que muy animadas, se adelantaron unos pasos para saludar a la seora, a Margarita, el mono y darle un abrazo de bienvenida al recin llegado Mateo. Una de las mujeres invit a la seora, a Margarita y a los peones a tomar asiento, mientras herva el caf. El semblante de la seora era tranquilo y con discrecin, las criadas omitieron preguntas sobre sus contusiones; mientras sonrean animadas y departan con los visitantes. Al instante estuvieron servidas las tazas con la humeante bebida, los hombres tomaron su caf cerrero y ellas un tinto
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guayoyo103. Y continuaron hablando unos minutos ms, que se hacan cortos en la grata compaa. Dibujando una singular sonrisa en el rostro de doa Pura. El mono no resista la tentacin de relatar sus historias y mitos llaneros, mientras los dems lo observaban con rostro circunspecto; deambulando entre los parajes misteriosos, que este describa con tono grave, semejante a un relator de cuentos de espanto. De dnde saca tanto cuento mono?pregunt curiosa la seora. No son cuentos patroncitael llano tiene muchos misterios que la gente ignorasonri el pen con una sonrisa amplia, que confera autenticidad a la respuesta. Al escuchar este aserto volvieron a la mente de Mateo, las palabras dichas por aquel hace varios das: cuando el gallo canta tres veces a las doce de la noche; alguien morir. Sin comprender todava por qu razn no las arrancaba de su evocacin acaso los mitos que con conviccin atesoraba el mono? Tenan algn fundamento. Y sintiendo una corona de espinas que le apisonaba los pensamientos, ensay redimirse de aquel conjuro sintctico restando valor al argumento: Vamos, compai, no todo lo que se dice o se escucha puede ser cierto. Pues camarita, si yo le contaraindic el mono observndolo con mirada penetrante y un dejo de misterio en su alocucin.
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Una noche, hace aos cuando yo trabajaba en un hato, y tena ms o menos la edad suya; el patrn y la patrona tuvieron una fuerte discusin y ella lo maldijo, deseando que la muerte lo visitara. Esa misma tarde mientras almorzaban, habindose reconciliado de la pelea; la seora llev la cuchara a su boca, e inmediatamente despus de tomar el bocado, tosi para escupir un grueso terrn de sal104. Le result por dems extrao, puesto que ella misma cocinaba y grandes precauciones tomaba al hacerlo. Dejaron de lado la ancdota de ese medioda y esa noche mientras dorman, el patrn muri de un infarto. Dios, mo! Exclam doa PuraY eso de la sal? es un mito llanero? Mito, realidad o coincidencia patrona, yo les cuento lo que supe. Y as s muchas otras cosas que nadie se explicara. Qu raro! Y qu tristeapunt Margarita. No lo s, seoritadijo el jornalerode cualquier modo son cosas de mi Dios, y l sabe ms que nosotros. Eso es ciertoasent ella sonriendo. Mientras hablaba, Mateo, la miraba prestando atencin a sus palabras. Sin darse cuenta que el embeleso lo envolva y que doa Pura, al notarlo, sonrea para sus adentros. Voces y risas que llenaron por unos minutos ms el caney; una bondadosa distraccin para la afligida patrona, quien apreci la gentileza de esas humildes personas, y por primera vez, se sinti sencilla, plena y liviana; sin la carga de ser la esposa de Efran Cajales. Y en su trino el mono, trovador y aventurero, hablaba de
En los llanos se cree, que cuando a alguien le sale un terrn de sal en la comida, queda viudo.
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asuntos serios en tono coloquial, y Mateo, con ms confianza, tambin bromeaba. La tarde trascurri con un brillo especial, como un oasis en medio de un inflamado desierto; los ojos claros de doa Pura, se liberaban por un instante de su calina y su semblante contrastaba con el triste aspecto de hace unos minutos. No obstante lleg, el momento de despedirse; los jornaleros deban avocarse a sus actividades, pero sin duda, el momento de esparcimiento haba servido como un lenitivo para todos. Al despedirse rieron y agradecieron mutuamente la compaa, y Mateo, atesor la imagen de su amada en el corazn, mientras las vea alejarse con nimo renovado; una rareza que solo era posible en ausencia del hacendado. Tomadas del brazo partieron madre e hija, bajo el amparo de la soleada maana. Al anochecer, Mateo, regres a su soropo, luego del esfuerzo de ese da, expuesto al sol y con algunas suaves labores que Rubn Daro, le encomendara. Sin embargo, no estaba completamente recuperado y esta voluntad por demostrar que no era una persona de andar veraneando, le despert el dolor en las costillas como un tazn pegado, a punto de romperse. Busc a tientas en una cajonera, los medicamentos recetados para sobrellevar el dolor; y en la melancola de la noche se persign ante la imagen de su buen Dios, se despidi de su amada madre Roco, y bes el recuerdo de Margarita; para luego dormirse en su chinchorro con una sonrisa alegrndole el alma. El amanecer siguiente lo recibi con inusitadas noticias, las tragedias parecan no menguar en la hacienda Cajales; y en el preludio de la maana, la fatalidad se desmantelaba sobre esas tierras, accediendo la intrusin clandestina de un ladino asaltante; que haba irrumpido en la heredad con evidentes y sombras
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intenciones, cuando la luz del sol an no baaba la llanura; y los grillos en su chirriar anunciaban el ocaso de su reino noctvago. El ambiente en el latifundio era de completo descontrol y estupefaccin, experimentados intensamente, por la violacin de la seguridad. Las estancias, los campos y la casa principal estaban repletos de ojos curiosos, y agentes de polica; y en el aire revoloteaba el signo de la desgracia. Apenas si consigui el llanero, que le permitieran el ingreso, y habiendo dado escaso dos pasos fue retenido por los uniformados para una obligada requisa. Cuando se le permiti el paso, se adentr por los pastizales; cruzando el jardn para encontrarse con algunos de sus compaeros, entre ellos el caporal a quien pregunt por lo acontecido. Al amanecer, ingresaron un par de hombres armados; al parecer queran atentar contra el patrn. La polica est investigando. Y los agarraron? A uno de ellos la escolta logr darle de baja, el otro escap y lo andan buscando. El amenazador escenario sorprendi a Mateo, sintindose contrariado e intensamente turbado; observando con estupefaccin a Rubn Daro, a la vez que todo aquel paisaje desluca. Eclipsando la magia que lo cubra. Qu era lo que pasaba en aquella tierra? Qu sombra oscura se estaba apoderando de esos dominios? Y mientras miraba con desconcierto el alboroto, los ademanes de los policas, los reclamos de los escoltas; el camino de acceso, las gallinas, las garzas, los corrales a lo lejos; el pasto verde, los arboles, el cielo; como si nada de eso encajara lo uno en lo otro. Fue sorprendido por el advenimiento de una sombra que se
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alarg frente a l, una enorme silueta con enraizados cuernos; sobrecogido gir para observar el inesperado espectro, calculando que se tratara del toro negro, misterioso viga de la hacienda. Pero como por arte de magia, cuando gir sobre s mismo, no encontr nada ms que el vacio frente a l; la silueta haba desaparecido dejando el sabor del desconcierto en su boca y su corazn palpitante. Retom su posicin inicial y se convoc en la conversacin que tenan otros; nadie se explicaba como los dos sujetos haban esquivado la seguridad y traspasado la alta reja que custodiaba la propiedad, como si de fantasmas se tratara; y adems, corriendo por entre los campos en busca de guarida. Cruzando el largo camino, los jardines, pasando frente a las cmaras de seguridad, sin ser detectados; hasta emplazarse en un montculo, frente a la manga del ganado, para instalar su campamento terrorista. Escondindose sin ser avistados durante tantos minutos. Justamente ah radicaban las sospechas de Cajales, quien haba llegado a la hacienda rayana la madrugada, y en su cabeza se constitua una sospecha que recaa sobre todos y cada uno de los trabajadores. Para el hacendado estaba claro, simplemente, no era posible que los intrusos se hubieran adentrado en sus terrenos, sin la complicidad de alguien. Y una larga sombra de sospechas emerga vertiginosa en sus pensamientos. Sudoroso se detuvo frente a la biblioteca. En sus reflexiones solo rondaba una idea: lo haban traicionado, y si su presagio era cierto, le resultara demasiado espinoso desenmascarar al culpable. MierdaaaMierdaaagrit, desahogando su furia contra el estante de libros; no soportara una sola afrenta ms, aunque tuviera que acabar con medio llano. Si lo queran ver
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muerto, tendran que esforzarse un pocoreflexionaba, mientras tomaba la tabaquera y sacaba un puro, encendindolo distrado. Ni siquiera eso saban hacer bien sus enemigos, y ese error lo pagaran muy carosentenci en su mente. Pero, Quin querra enfrentarse a un hombre como ese? Resultaba un juego demasiado peligroso para un humilde obrero, algo as como enfrentar al diablo con un tenedor de plstico. Empero, era su designio encontrar al culpable y para ello cit una reunin inmediata con todos los empleados; mientras los agentes del gobierno, se encargaban del levantamiento del cadver, de aquel sicario. Era imposible demandar una pizca ms de temor, de angustia y desconcierto por parte de los asustados sbditos; En qu final horroroso derivara el asunto?, ilcitamente cualquiera podra ser sealado por el dedo acusador y hasta ah llegara todo; los que llevaban aos a su lado parecan ser los ms serenos, pero quienes llevaban poco tiempo en la hacienda como Mateo, de repente empezaron a bautizarse como chivos expiatorios. Sin razn alguna gruesas gotas de sudor vertan por la frente de algunos de ellos, tan solo con observar la mirada inundada de ira del patrn, cometera algn atropello? Qu pretenda? Juzgarlos a todos por estar asustados? Cajales, simplemente, lanzaba su sentencia, sin prestar odos a las teoras que se elevaban en el jardn donde estaban reunidos; ninguno estaba libre de sospecha. El tormento cobijaba a todos por igual; las fantasas y conjeturas del hacendado mutaron en verdades incontestables:
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Entre ellos estaba el cmplice de los asesinos y ante la suerte que le esperaba siendo descubierto; resultaba mejor disponer por propia voluntad de su vida. Llamaradas de fuego escapaban de los ojos de Cajales, la visin del delito los condenaba; por el momento cada uno de ellos era culpable, y su odio le devoraba la razn y cualquier atisbo de lgica. Relmpagos y truenos secundaron el veredicto. El crimen estaba establecido, y el intento de homicidio traera consigo una cruel venganza. Entretanto, el cuerpo del asaltante era levantado de su tlamo mortuorio y llevado a la comisara, para las correspondientes pruebas; casi arrastrado por los policas entre una afluencia de miradas curiosas, como un enjambre de abejas, esperando smil destino, estando libre de culpa. Pobres diablos asustados, haciendo votos para no ser designados criminales; elevando la cabeza para que Cajales, pudiera distinguir hace cuantos aos los conoca, mendigos de una piedad que no acertaran. Calzndose nuevamente su sombrero, con la obstinacin y la furia a cuestas, descolorndole el rostro; Efran, escupi sobre ellos un final recordatorio. Cuando agarre al culpable lo descuartizo y se lo ech a los cerdos! Todos enmudecieron. De repente la audacia del hacendado, arraigaba una sospecha en sus miradas; tmidamente, sonrean unos a otros, cada quien en la conviccin de ser inocente; y por tanto, arrastrando una cadena de sospechas sobre su semejante. Maligno embeleco de Efran, para que cayera el malhechor, si es que lo haba, porque incluso en su propia cabeza rondaba la duda.
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CAPTULO VIGSIMOSEPTIMO Los das siguientes la seguridad fue reforzada, contando tambin con el apoyo de la polica. Efran Cajales, a pesar de su andar altivo y orgulloso, se saba atado de manos; con un enemigo invisible cercando sus pasos. Pero el cual adverta poda venir de cualquier flanco; sus enemigos parecan haberse multiplicado y su audacia pareca resultar insuficiente. El crneo se le embotaba y caminaba de un lado para otro enmudecido y rodeado por una veintena de escoltas. Con todo, el mpetu de su carcter no se doblegaba, y constantemente se le escuchaba injuriar a sus hombres, a las criadas; los jornaleros, a las personas con las que se comunicaba por telfono. A todos se diriga con evidente desprecio. La vida resultaba cada vez ms tensa para doa Pura y su hija, una condena de la que solo podran escapar si Efran, estaba muerto; o si por su propia voluntad escapaban de su lado. Esta idea tomaba fuerza entre ellas. Despus de tantos aos a su lado, la esposa vea con todo detalle la muralla que la sitiaba; el alto precio que haba pagado por un amor ajeno; y la oscuridad abarcando cada rincn, solo permita difundir una exnime luz de esperanza. Por el lustrado pasamanos de la escalera avanzaban sus flemticos pasos, recorriendo a ciegas, los escalones que llevaban al cuarto convertido en mazmorra; su juventud estaba tan lejana, y la alegra le era tan esquiva que incomprensiblemente, se doblegaba ante el sufrimiento como forma de vida. Entre penurias avanzaban las horas; y los reconcomios que embargaban su corazn, mutaban en
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dolencias fsicas, que iniciaban con una fuerte opresin en el vientre, que franqueaba la espalda y en forma de ahogo, suba hasta la garganta; inflamndola hasta impedir el paso de los alimentos. En esos momentos la invada una sensacin de angustia, en un continuo fluctuar de quebrantos, sobrellevados en el estigma de ser la esposa de Efran Cajales. Quien a pesar de sus bretes, procuraba efugios a su vertiginosa cada con una bizarra sobrevaluada, y en un banal desafo a sus cazadores, se emplazaba en las calles del pueblo amparado por sus escoltas; y flanqueado por su joven amante, como si fuera un hombre soltero. El bar la palma, restaurantes y eventos; eran habituales para ellos. Punzante contradiccin entre un condenado a muerte y uno que decide morir por voluntad propia; vulgar fruicin de quienes creen estar por encima del bien y el mal. Al mismo tiempo, en la hacienda Cajales, razonaban madre e hija, en medio de sus dbiles rasgos de carcter; que los sntomas de su despreciable padecimiento, serian aliviados en el aislamiento de la oracin. Y emerga la iglesia como adecuada ruta de escape y desahogo supremo para aclarar las ideas. Se arrastraban penosamente por la vida, soslayando un encuentro con el hacendado; subyugando el riesgo de provocar su rabia, en una apropiada emocin cargada de miedo. Con la molesta y viciada alucinacin de estar cometiendo un delito; el demonio por supuesto, se exorcizaba en la casa de Dios, empero, al regresar a casa brotaba de nuevo el olor a azufre, y el oscuro espritu reinaba de nuevo. Cuando Margarita, se encontraba con su amado, y tenan ocasin de cruzar algunas palabras, y distinguir los enigmas que el destino planteaba; la solucin no supona para el muchacho ningn misterio, acometer esa angustiosa paradoja tena una salida simple
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y conocida por ambos: escapar hacia la ciudad, acompaados por doa Pura; y en la distancia ser simples espectadores de los desatinos de Cajales. En cambio para la joven llanera no pareca resultar tan viable esta postura, y lo miraba vacilante, llena de dudas; no resultaba tan fcil alejarse. La capital no era un pequeo pueblo, ni tena semejanza con el campo; tampoco posean dinero, o alguien que pudiera ayudarles, y a pesar de sus nobles sentimientos, los peros eran numerosos. En el fondo Mateo, la entenda; no era la nica que dudaba de un proyecto tan riesgoso, el mismo, haba escuchado tantas cosas de la capital, que no era precisamente: un viaje al paraso Sin embargo, de qu les serva continuar ah? De cualquier modo, donde estuvieran, l la defendera. Era un hombre, saba trabajar; y como cualquier adulto ganarse el sustento. Era as de simple. Y si realmente escaparan? Qu pasara?se preguntaba Margarita, y Qu? si doa Pura, decida no acompaarlos Cmo poda abandonar a su propia madre, sin saber que iba sucederle? Entonces todo se entremezclaba; la certeza se volva duda, la duda viajaba hacia una nueva reflexin, y era un crculo vicioso en el que no encontraban salida. La bella llanera no encontraba ms efugio que el llanto, el mutismo y un frio intenso que le recorra el cuerpo; estaba tan asustada que solo anhelaba tumbarse en su cama y que el tiempo por s solo, lo solucionara todo. Pero saba que no poda hacerlo, que se enfrentaba a una decisin forzosa y que el hombre frente a ella aguardaba su respuesta, aunque no estuviera preparada, o las emociones se le inflaran de soledad y remordimiento. Mientras Mateo, se esforzaba en acertar las palabras adecuadas, para tan espinosos interrogantes.
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En la maana cuando las nubes dieron paso a la claridad de sol, despert Margarita, acosada por el mismo frio que se haca permanente en sus manos; con mirada impasible se dirigi hasta el bao, enjuag su rostro en el lavabo; luego se dirigi a la cmoda, de donde extrajo su levantadora, y mirndose en el espejo reflexion si acaso, no estara dando vueltas sobre una decisin tomada? Se senta cansada, vivir con una sensacin diaria de angustia la superaba; al instante empez a peinar sus largos cabellos, asiendo con fuerza el mango del peine. Apenas termin de acicalarse, apareci en el cuarto doa Pura, agitada como si el ltimo halito de vida se le escapara. Qu tiene mam? Se siente bien? Si mamita, siento el pecho un poco cerrado; pero no es de eso de lo que vengo a hablarle. Apenas se sent en el filo de la cama, la seora se esforz por evocar un sueo, del cual no lograba recordar todo detalle. Mija yo se que usted no cree en esas cosas, pero tengo un mal presentimientodijo Mam no me preocupe No es por preocuparla, pero han pasado tantas cosas, que no quiero que usted ni Mateo, corran peligro. Sorprendida y comprendiendo la intranquilidad de su madre; la muchacha la observ con mirada atenta, mientras apoyaba la mano en el tocador. Entonces la mujer an con mueca de pasmo, abri la puerta del misterio que las convocaba esa maana. Mire mi nia, esto puede ser solo un sueo, o una premonicin, qu s yoafirmpero usted debera decirle a ese
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muchacho que se vaya un tiempo, sabe Dios, lo que Efran, le hara si se entera de sus amoros. Estas palabras despertaron la preocupacin de Margarita, y un oscuro arcano pareca develarse. Anoche, mientras dormadijo la seoratuve un sueo en el que vea a Mateo, avanzando a orillas de la corriente platinada del rio, por un bosque de altos morichales; al principio su semblante era tranquilo y sosegado, pero al segundo, emergan enredaderas que impedan su avance, y de pronto un relinchar de caballos. Al instante lo vea correr angustiado, exhausto y perseguido. La muchacha sinti de inmediato un profundo estremecimiento anmico Qu poda significar ese sueo? Y aun cuando quiso restarle importancia; la sensacin de agobio, la acompa a lo largo del da. Mientras recorra la casa sintindose un forastero, ajena a sus muros, a sus lujos; al aroma antes fresco y ahora gravoso que expela desde su suelo. Cada da pareca peor que el anterior, era sbado de fiesta en el pueblo, pero las celebraciones ya no formaban parte de la vida de las mujeres Cajales. Se trataba de una festividad tradicional del vivir llanero, al aire libre, con mltiples expresiones artsticas y exponentes del folclor venidos de diferentes lugares; que con la fuerza sonora del arpa, guitarra, tiple; cuatro y capachos, deleitaban entre pregones y narrativa a todos los asistentes. Muestras de zapateo y escobillao, que expresaban la forma de vivir del llanero. Era una fiesta bailada a la que se convocaban miles de asistentes, entre ellos no faltara, claro, el hacendado Cajales. Cuatro das de jolgorio, concursos de canto, baile, improvisacin, destreza con los instrumentos; y diversas muestras folclricas, culturales, artesanales y gastronmicas. Tambin disfraces, deportes, reinado;
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todo dentro de un surrealista y seductor escenario del cual doa Pura, su hija y el propio Mateo, ya no hacan parte. Ahora eran simplemente, espectadores distantes, perplejos; con la cabeza llena de reflexiones y miedos. Si era un da de fiesta, pero para ellos todo careca de sentido. Se trataba de una tarde ms dilatada y montona que las otras; con la sensacin repelente que cargaban a cuestas. Y la falsa e hipcrita actitud de Cajales, disfrutando del evento, resultaba cuando menos un alivio, al no tenerlo en la hacienda. A que vida los haba sometido! Pero esa tarde se presentara un suceso inesperado, el descuido de Cajales, respecto de la hacienda, daba mucho tiempo a reflexiones e ideas; siempre nacidas de firmes y nobles intenciones. Promesas que reconocan la belleza de piadosos propsitos; pronto lo irremediable ocurrira, y en el nombre del bien y del mal, las impertinencias se disimularan de altruistas designios; invocando la tragedia, consagrando el destino en una perenne y siniestra carcajada. Si haber conocido el pecado original, los jvenes amantes se obligaban hacia este, en la bondad de sus sentimientos; en el selecto privilegio de explorar lo agraciado y enaltecido de una pasin profunda y pura; la virtud entregada en nombre de los sentimientos. Y fue as como apareci Valentina, la alcahueta portadora de buenas nuevas: su to estaba tan embarbascao, gozando de la fiesta; que difcilmente, llegara ese da a casa. Ergo, era la oportunidad esperada por los jvenes amantes para fructificar su amor. Y en su corazn temeroso, surgi de inmediato la pregunta era esta una seal del buen destino? Acaso podan dudarlo? De
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qu otra forma poda ser? Ingenuos que jams atinaran la burla trgica cernida sobre ellos! Sus fantasas sobrevenan tercamente; triunfaba el ahora, el momento propicio, estaban frente a la ventana de una oportunidad nica, apoyados por la certificacin de la prima Valentina. Las emociones reverdecan como toques de campaa en sus corazones, el silencio finalmente, se rompi; primero fue un murmullo, luego un potente aserto: Lo haran, claro que lo haran! Escaparan por un momento de sus sueos de angustia y viviran la realidad de sus afectos. El bosque, el rio, las cigarras, los grillos; los castillos de hormigas en el suelo, la sombra de los morichales. Todo pareca perfecto, una idea maravillosa; un instante sin miedo. Felicidad y liberacin que se abran ante sus ojos. Margarita, sinti que haba llegado el momento; antes en otras ocasiones lo haba evitado, pero esta vez se senta segura. Ah estaba el hombre que desde pequea formaba parte de sus sueos, l era el indicado. Le pidi que la esperara un momento y corri al interior de la casa, no quera mentirle a su madre; pero al pasar por el cuarto de esta la hall dormida. Tendra que postergar su confesin, aunque lo dud por un momento, pero al minuto siguiente estaba en su habitacin; extrayendo de su cofrecito de joyas, el dije del pjaro azul que ocultaba con recelo. Quera tenerlo consigo ese da, era un momento demasiado especial en su vida, ya no sera ms una nia. Al poco tiempo estuvo de regreso, donde Mateo y Valentina, hablaban; se aproxim a toda prisa y como si el tiempo fuera premura, abraz a su pariente en un clido gesto. Eran Dios, y ella quitando el enorme peso de sus hombros, hacindole ver todo ms fcil.
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Gracias, prima, muchas gracias por entenderme! Diciendo estas palabras tom por el brazo a su amado y se alejaron a toda prisa, rumbo a las caballerizas, en busca de la yegua blanca de nombre Pureza; la misma que su padre le haba obsequiado para su cumpleaos nmero doce. Una vez ajustados bocado, brida y barbada, liberaron al animal; Mateo, trep de inmediato en la bestia, y extendi su mano para asistir a su doncella. Luego se inclin levemente y ajustando las riendas dejaron el establo, para cruzar hacia una salida secreta; que evitaba trasponer el sendero principal de acceso a la hacienda. Al hacerlo pasaron de nuevo junto a valentina. Prima, si mi mam pregunta por m, dgale que yo estoy bien, que no tardo!...y que la quiero mucho. Tranquila, Maggievaya y disfrute su juventud decret Valentina. Terminado el parloteo. Partieron los jvenes a toda prisa, guardando no ser sorprendidos por los peones; y la fortuna hasta entonces pareci estar de su parte. Suavemente, descarg ella su cabeza sobre la espalda del llanero, y fue un momento vvido y espiritual. Sentados en su expreso equino, con precipitacin se dieron a la fuga, en medio de un torbellino de febriles emociones; sorprendidos del afortunado acaso que los guiaba. Mateo y Margarita, se suman en pensamientos y el silencio de sus labios, daba paso al retumbar en sus corazones; de a poco la prisa se hizo innecesaria, y salvada la hacienda pudieron menguar el paso para disfrutar del paisaje; montculos, prados, alcornocos, gualandayes, cenizos y dems maravillas del llano, que evocaban sus das de niez, cuando la inocencia guiaba sus pasos.
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Ansiosos por vivificarse en nombre del amor, se refrendaba la confortante idea de estar a salvo, ms all de todo juicio, de cualquier asechanza; pero esos pensamientos eran agua cristalina, sobre un pantano. Superando obstculos naturales se adentraron en el camino de moriche que anunciaba la ruta del rio. Atrs quedaba la pastura y los bosquecillos sealando la ruta del agua; era un sueo del que no queran despertarse. Se detuvieron por un momento ante la majestuosidad que floreca frente a ellos, como si el propio jardn de edn emergiera; ella lo abraz cruzndole los brazos por la cintura y esper a que l decretara el descenso del lomo de la yegua. El rostro del muchacho estaba iluminado, as iniciaba el camino hacia un vergel que conoca desde sus primeros aos de vida; gir para mirar a su bella llanerita, todo en aquel rostro lo bendeca, sus ojos centelleando, sus rojos labios; su piel ataviada por un vestido floreado, y la cadenita que sostena el dije que una vez le obsequiara. Aqu podemos dejar a purezaindic con una sonrisa tmida, y al instante liber de su peso el lomo del animal; para luego tomar entre sus brazos a quien agitaba su alma y ayudarla a bajar. Sinti en ese momento una descarga elctrica que le recorra el cuerpo, sus sueos de felicidad iniciaban a concretarse. Senta prximo el inicio de una nueva vida, la certificacin del amor, y la renovacin de su pacto; el rostro de ella lucia diferente, rodeado de un aura especial. Ya no tenan miedo. Bueno, Margarita, qu piensa del sitio? No est mal para empezarsonri ellapero espero que la prxima vez tengamos una casa. Por supuestoehhhla prxima vez, claro balbuce achicado el llanero.
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Es broma, amorpodra quedarme contigo en este sitio para siempre. S, mi nia, pero tambin es eso lo que quiero; tener una casa, vivir con usted, y envejecer juntos. Y que cada gota de sudor, me recuerde que conocerla fue lo mejor que me pas en la vida. Te amo, Mateo. Y usted es mi vida, Margarita. Qu hermoso pareca lo que vivan!, hace menos de una hora, todo era tristeza y desconcierto; pero mientras se adentraban en los terrenos del rio, eso pareca muy lejano. Era real o se trataba de un sueo? aquel placer de mirarse a los ojos, rebosantes de sentimientos, de confianza y certeza. Transcurridos un par de minutos, llegaron a una explanada en medio de los arboles, y ah se detuvieron; luego se sentaron sobre la fresca tierra envuelta por una capa de semillas, que se extenda como un manto protector que la cubra. Y saborearon la magia que se agrandaba ante ellos; el agua cristalina del ro, el sonido meldico que produca a su paso, los arboles floridos; el cielo azul, las garzas en el cielo, los dorados turpiales; un bho, una iguana que curiosa los miraba, y las mariposas multicolor que sobrevolaban la rivera. Los muchachos se sentan confortados con la felicidad aeja, que crean perdida; hablaban, se hacan preguntas, recordaban los otrora tiempos infantiles, y se rean en un premioso cortejo al que el nerviosismo cargaba de torpeza; sin embargo, era maravilloso. La lucidez de sus emociones fulgurando bajo el sol, era como relmpagos de vida que se encendan con cada roce de sus dedos; les invada un primigenio deseo que asaltaba su pecho, como un delicado mecanismo explosivo a punto de detonar.
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En un momento en que las palabras escasearon, Mateo, fij sus ojos en Margarita, entreabriendo los labios, aproximndolos lentamente hacia los de ella; y se fundieron en un beso acompaado por sensaciones novedosas. Algo ignoto que brotaba en sus febriles cuerpos. La mir avivado. Todo en sus formas le seduca, la cercana de la intimidad intensificaba los sentidos y el aroma que expela su piel la haca irresistible; la tom por el cuello y suavemente, desliz su cabeza hacia el tendido marrn que obraba de lecho. Y se regode con su bello rostro, tan particular, tan nico, tan cercano. Lentamente descubri su hombro, y sigui la ruta hasta su seno; una oda de perfeccin y suavidad. En el cuerpo de la muchacha todo era un destello de sentimientos contradictorios qu extrao es el amor, que te despoja de ti mismo, cortndote el aliento, dejndote indefenso; perdido en brazos de otro! el dulce roce de los labios prosigui con el fulgor agitado de las miradas; los dos pechos estaban liberados, besados, acariciados; dando paso a la suavidad del clido vientre, adornado por un ombligo perfecto. Piernas y brazos se estremecan con movimientos casi involuntarios, Mateo, contempl su rostro de nuevo, podra quedarse as por siempre; tan solo acaricindola, suspendido en su belleza, su timidez, sus gemidos. No exista hipocresa en esas caricias Cmo podan acercarse de ese modo las personas sin amarse? Cmo tanta intimidad, podra fingirse? Los brazos fuertes de Mateo, rodeaban la cintura de su doncella, para deslizarse al instante por las nalgas y los muslos; el vestido floreado, la camisa, el guayuco y las alpargatas formaban ahora parte del paisaje; dejando desnuda y dispuesta la carne, vencida ante un estremecedor placer, que durara algunos minutos.
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Gimiendo la muchacha clav suavemente sus uas en la piel del llanero, sin sospecha que el goce y el placer primero se entrega con una dosis de dolor. Ven, hazlosusurr la bella llanera en un tono muy abajo, casi imperceptible. Invadida por el miedo, sin embargo, con la necesidad de sentir que se fundan en uno. Cada centmetro de su cuerpo se estremeci, cuando estuvo dentro de ella. Contempl los ojos del llanero, mientras los gemidos se le escapaban de la garganta para liberarse en el viento; intentando tolerar un dolor que no comprenda y que era resultado indito de la maduracin de su intimidad. Mateo, rodeaba sus senos con los dedos palpitantes. Al igual que ella, el muchacho no lograba descifrar esa maravillosa alucinacin, que provea un dolor placentero; su deseo se licuaba en un abrazo, se aferraban sus cuerpos sedientos, y sus resoplidos eran como los de los condenados a punto de expirar. Los cuerpos se estremecan, se acaloraban como si la vida se estuviera escapando entre caricias y besos. Margarita, distrajo por un segundo las caricias para murmurar: Mateo, me quieres? La amo mi princesa, la amo con todo mi coraznasever con palabras agitadas. Amor, es importante que vayas un poco ms despacio replic ella suavementeme est doliendo. Quieres que me detenga? No, no lo hagassonri ellasolo deja que nos perdamos el uno en el otro.
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De pronto, un estremecimiento, una fuerte sacudida golpe sus cuerpos; en una satisfaccin indescriptible sintieron que sus almas volaban por el aire; y al instante cayeron vencidos, serenos. El goce y placer se transformaron en cansancio y sueo, los dolores se haban ido, y Mateo, yaci junto a ella. As por un rato, hasta que un sentimiento de angustia religada con temor los invadi de nuevo y rpidamente se vistieron. Haban descubierto la sibilina emocin carnal que ha edificado y destruido imperios a lo largo de la historia humana; la sabidura de un Dios, piadoso que dota de placer a sus caprichosos hijos, para mostrarles cuan prxima esta la vida de la muerte. Y bajo la luz de este nuevo saber, se sentaron en silencio uno junto al otro.
CAPTULO VIGSIMOCTAVO Sin sospecha de los acontecimientos que se desarrollaban en la hacienda y que sealaban en direccin suya, aislados de cualquier civilizacin, a la postre un simple salvajismo; atesoraron el secreto de la creacin, de la vida, la sntesis del amor; la armona de los opuestos. Con su espritu contemplando la sentencia de lo simple: la luz y la oscuridad, hermanas opuestas y gemelas; y en su interior el amor maduraba, se vivificaba, y arda como una flama eterna. Cunto ms durara el ensueo? Si regresaban, lo perderan todo, pero en su corazn lo saban; la hacienda esperaba por ellos, liquidando el hechizo. Mientras el rio, los arboles, la tierra, las semillas, las aves; seguiran all aguardando su regreso. Haba sido un momento tan hermoso, tan difano, transparente, sagrado y estremecedor; que era difcil dejarlo atrs. As que
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dilataron el tiempo dejando el viento jugueteara con sus cabellos, y la suave brisa los arrullara. Podan haber dormitado all otro da, haber reflexionado sobre la vida en otro momento, haberse cobijado del frio o abrazarse en el calor de otro instante; apoyar la cabeza sobre las piernas y repetir un te amo conocido en otro tiempo. Sentir esa plenitud y cansancio en un escenario diferente, y simplemente, tomar el camino de regreso; pero no lo hicieron, no huyeron; volvieron sus ojos y se besaron de nuevo. Dieron el mutismo por terminado, las palabras volvieron y dilataron los minutos; sin entrever que sobre su mundo colmado de preclaras intenciones, haba sido lanzada una flecha encendida con fuego. El equvoco signaba la tragedia, una tormenta de odio aproximndose; la destruccin de un cosmos de milagros, el paso hacia una liberacin inesperada. Y es que mientras los amantes se liquidaban un uno, en medio de natura; a leguas de distancia, Cajales, completamente ebrio, transformado en otro ser humano; regresaba a la hacienda percatndose de la ausencia de su hija. El peor de los escenarios aguardaba. Ah estaba Efran Cajales, en su casa cuando nadie lo esperaba; embarbascao, sin el menor grado de conciencia, buscando, tal vez refugio, descansar un rato o quiz darse una ducha; pero al indagar sobre el paradero de su hija, las respuestas desatinadas de las criadas lo empujaron hacia su esposa. A las carreras subi super los escalones, y lleg hasta el cuarto donde esta descansaba, e inmediatamente empuj la puerta. Al verlo la seora evoc la golpiza de das pasados, presintiendo lo peor, sin saber por qu; su semblante reflejaba severidad, enojo y desde el umbral de la puerta, inquiri: Donde est Margarita!
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La mujer no tena la menor idea de lo que le hablaba y con el corazn palpitante respondi: No lo s, debe estar en su cuarto o por ah dando una vuelta. Veinte minutos despus, cada rincn de la hacienda haba sido revisado, cada trabajador consultado; y la fatal fortuna de la ausencia de Mateo, sealaba en una posible direccin: Hallaran a Margarita, con l? Doa Pura, encontr al instante una coincidencia entre el sueo de hace unos das y el alboroto que se haba generado; en su corazn de madre temi lo peor. Angustiada, fue hasta donde el hacendado preparaba a sus hombres, para disponerse a la bsqueda de su hija; al llegar indag para donde iba. Para ninguna parte! contest evasivamente, sin mirarla. La respuesta no le sent bien a la mujer quien pregunt de nuevo, pero su esposo estaba demasiado ebrio, incitado y furioso, y todas las sospechas acumuladas en su alma estallaron en violencia. No me joda! bram. Tomndola con tanta fuerza por el brazo, que sinti que se le desgarraban los msculos, como si un cuchillo la atravesara. Persuadido que frente a l estaba en buena medida, la causante de tal zozobra. Doa Pura, lo observ estremecida, pero con todo, insisti en quedarse; incluso le suplic que le dejara acompaarlos. Pura, usted es que es boba!grit el hacendadousted solo me sirve de estorbo, entienda la gravedad de esto. Luego guiado por un aliento desconocido, con la mirada prendida en fuego afirm:
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Carajo, por su culpa no sabemos dnde est la nia, si est secuestrada! Si est viva! No diga eso Efran!suplic entre sollozos la mujer. Deme permiso, concluy la conversacin el patrn; empujndola hacia un lado, en medio de la batahola que se haba armado. Camionetas y caballos se cruzaron en un pequeo ejrcito, de mercenarios dispuestos a todo. Y ahora que hacemos patrn?inquiri uno de ellos. Ahoranos vamos!dijo subiendo a su vehculo, y dando la orden a su conductor para que los guiara. Hacia dnde jefe? Comencemos en el pueblo, a ver si alguien los ha visto. Sera como buscar una aguja en un pajar, pero ese da la suerte no estaba de parte de los muchachos; tan solo los acompaaba el trmulo reflejo de sus convicciones, como un par de pececillos en un estanque de tiburones. Cajales, sigui en su cabeza el juego que la vida le planteaba, tratando de entender lo que ocurra; la verdadera razn de la ausencia de su hija. Necesitaba encontrarla, saber que estaba a salvo; poder sentirse de nuevo poderoso e intocable. Y en el rostro desequilibrado se le dibujaban todas esas pasiones. Conoca bien el llano, pero desde ya apostaba que tardaran un sinnmero de horas en esa pesquisa; tampoco quiso avisar a la polica, no quera poner a su bella flor en riesgo, no confiaba en ellos. A los pocos minutos se adentraron en el pueblo, en medio del barullo, de la explosin de alegra, la msica estrepitosa; el bailoteo, el remolino de gente precipitndose por las calles, los
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cantos; los corrios. Gente por doquier, jvenes parecidos a Mateo y Margarita, un absoluto galimatas que los aventajaba. Despus de haber recorrido durante horas enteras por la iglesia, las casas; tocando puertas, corriendo botellas de las mesas del bar; subiendo a tarimas, anunciando sus nombres por altoparlantes. Efran, se llenaba cada vez de mayor de inquietud; preso de agitacin avanzaba como una rfaga llevndose todo a su paso, sin obtener resultado. Todo era confuso, nadie saba de ellos. Dnde estaba Margarita? De cualquier modo seguira buscando, hasta encontrarla; lacnico un instante, indignado al otro. No poda ser peor; enojado tom por el cuello a uno de sus escoltas, como si este pobre infeliz tuviera una respuesta y en medio de la angustia, una idea brot en la cabeza del agredido. Patrn y si los buscamos en el rio? Qu?inquiri irritado. S, patrn, muchos de los muchachos acostumbran ir a nadar al rio. Es una estupidez!dijo liberndolo, pero al segundo recapitulbienbien lo haremos. Se acomod de nuevo en su silla, donde se abandon a sus reflexiones de dolor; del ocaso de su poder. La persecucin, la locura en que mutaba su existencia, la muerte que lo rondaba. Tomaron la ruta del rio, abandonando cualquier charla; hasta llegar con la agotada luz del atardecer, a la orilla. Apenas se acercaron uno que iba en caballo, divis la yegua amarrada a un poste y dio aviso de inmediato; autos y vaqueros se detuvieron al lado del animal que ansioso inici a relinchar al verlos. Cajales , con un nuevo impulso baj del auto y cruz con la mirada todo la espesura frente a l, que se alzaba entre un
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sombreado camino de morichales; lentamente se adentraron unos a pie y otros a lomo de caballo, llamando a la seorita. Apenas escucharon su nombre, los jvenes amantes sintieron un vacio en el estomago haban sido descubiertos! El vrtigo se apoder de ellos, y se incorporaron con las piernas temblorosas. Esos son caballosmurmur espantada Margarita, a medida que el galopar se haca cercano. Que vamos a hacer?indag llevando las manos a su rostro presa de exaltacin. Efran, quien iba sobre un caballo que el mismo manejaba, inici tambin a llamarla. Mateo! Es mi pap! Una pesadilla los apresaba, y cada vez se oan ms prximos los pasos avecinndose; pisadas fibrosas y decididas, que los acorralaban, y empezaban a distinguirse en la distancia. Margarita, yo voy a salir y hablo con l. Pero Margarita, sabia y ahora con total certeza quin era Efran Cajales, echando de ver lo que hara; uno de ellos no regresara o quiz los dos, si eran atrapados. Presenta en que trgica forma poda acabar el da, la solucin era expedita; deban escapar, no podan simplemente enfrentarlo, era una insensatez. Volveran a la hacienda y con ayuda de Valentina, diran que ella haba dejado la hacienda sin permiso, para ir al pueblo y en el camino un abigeo la haba asaltado por sorpresa, llevndose la yegua. El joven llanero no estuvo muy convencido; mas el acuerdo fue mutuo. Dejaran a hurtadillas la ruta principal del rio y se adentraran en la espesura de los ramales; exista un camino que el joven conoca y poda ahorrarles algo de tiempo.
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Durante esa hora crtica. En la hacienda poseda por el halito de la desgracia, doa Pura, presa de angustia; haba logrado la confesin de la liada Valentina, quien no atinaba como sus insignes propsitos; derivaban en semejante conmocin signada por la desdicha. Los minutos inquietos y perversos, avanzaban atizados por el perverso albur del destino; las leyendas llaneras parecan instituirse. Un padre acorralando a su hija. La madre tena el alma saturada de los peores presentimientos. La noticia de la desaparicin de Margarita y Mateo, se esparci como plvora entre los jornaleros; el mono quien hacia diligencias desde muy temprano en otro pueblo, apenas lleg, corri en busca de doa Pura. Patroncita que fue lo que pas? La mujer lloraba prestando atencin al recin llegado, luego se tir en el piso junto a las butacas de jardn; sosteniendo en sus manos un arma que no se saba de dnde haba salido y cuyo asidero fulguraba con el reflejo del sol. Doa Pura, pseme ese revlver Qu hace usted con eso? exhort el pen. Mono, vamos a buscar a mi niaEfran los va a matar! imploraba la seora, con las palabras intermitentes en medio del llanto que no menguaba. Doa Pura, entrgueme esoinst el mono, sealando el arma de fuegoyo voy y los busco. Ella se aferr con vehemencia al pantaln de este, tena el alma desgarrada; pero confiaba en l. Se saba intil, un simple aico desgarrado en fragmentos; en cambio, el pen era gil, intrpido, conocedor de la llanura. Y aun exacerbada en su
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tormento, accedi a entregarle el artefacto, y dando golpes sobre la tierra que humedecan sus lgrimas, suplic: Mono, encuntreme a mi nia, se lo ruego! Tranquila patroncita. Ahora procure calmarsedijo el mono, acariciando sus cabellos. A Los pocos segundos, el jornalero estaba saliendo del latifundio, con una meta clara; hallar a su amigo junto a la hija del patrn y lograr ampararlos del oscuro sino que los rondaba. Tambin el jinete sinti el corazn contrito, haba conocido a ese muchacho desde nio, lo apreciaba y a la seorita la quera como si fuera un pariente; por eso la idea de que Cajales, les hiciera dao, lo destrozaba, pero Por qu sendero tomara, en una regin con un tamao semejante? Cruz raudo los mismos caminos que los otros, antes de l, haban recorrido; y esto simplemente, lo distanciaba de su objetivo y signaba el desenlace establecido. Las sienes le reverberaban, y la silueta de la luna iniciaba a seducir los rayos del sol, tornando el cielo rojizo; entretanto, el jinete murmuraba: Carajo! Y esta gente donde se meti dijo el mono desesperadoy continu echndose la bendicinEs ms fcil encontrarse al silbn105 virgen santa! Estaba desesperado, la llanura se deformaba ante sus ojos, devorando cuartos y cuartos de legua, en un intil resultado, pesimista y desventurado gritaba, en procura de una respuesta que no llegaba: MateoMargarita! MateoMargarita!
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MateoMargarita! La campana de la realidad resonaba, era un juego fatal del que estaba perdiendo la partida; incluso un presentimiento le hizo tomar camino para bordear el ro, pero ante un afluente de ese tamao, solo la gracia de la buena fortuna lo habra puesto en el mismo lugar que a los otros. Claro estaba que la piadosa suerte no estaba de parte de los muchachos ese da. Tanto temor, ansia y desconcierto, solo servan para entremezclarse y hacer confusas las ideas, y el mono termin por optar el regreso, como alma que lleva el diablo, hasta la hacienda; pensando que tal vez Cajales, ya estara de vuelta con la nia Margarita. Sin embargo, al volver, lo recibieron los aullidos melanclicos de los perros y el llanto desgarrador de doa Pura, que entre sollozos pregunt: Los encontr, mono! Dnde estn? Dnde vienen? Nada patrona. Recorr toda la llanura, las orillas del rio y las haciendas vecinas; me regres porque pens que de pronto el patrn y la nia ya estaran aqu. Carajo! parece que se los hubiera tragado el llano.
CAPTULO VIGSIMONOVENO Ocultos en la fragosidad que vadeaba los lindes del rio, cautivos de temor, y temiendo un horroroso final para sus vidas; los muchachos emprendieron la huida. Tercamente, su inocencia les haba hecho creer que el delito de amarse quedara sin castigo;
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pero el mal hunda sus garras sobre ellos, y su decisiva huida cambiaria de rumbo cuando una voz a lo lejos exclam: Patrn los veo! Estn entre los matorrales, tienen que ser ellos. El ruido de los golpes secos de los cascos contra el suelo, los latidos de un par de perros de caza; las voces y pasos decididos de sus persecutores, empezaron a hacerse prximas; y entre la maraa se distinguan las primeras siluetas. Margarita, estaba asustada, plida, con la mirada desorbitada; sus bellos dientecitos blancos ya no sonrean, el semblante se le trasformaba en una mueca de pnico. Vamos, mi nia! Tendremos que correr exclam el joven llanero, tomndole la mano. Comprendieron bien, que Efran Cajales, estaba decidido a lo que fuera, sin importar que ellos acertaran o no el sentido de tan atroz cacera; sus tormentos no eran imaginarios. El hacendado, fcilmente, le rompera el cuello y las piernas al muchacho y lo dejara tirado en el rio, ambos saban de lo que era capaz; bastaba mirarse a los ojos para comprenderlo. Conjeturaban el peor de los escenarios, con su mente confusa y aterrada; la bella naturaleza que hace un momento los rodeaba, se tornaba hostil. El paraso se esfumaba llenndose de sombras alucinantes, visiones umbras que que cruzaban sus pensamientos; Cajales, se vengara no caba duda, era una certeza irrefutable. Tras ellos avanzaban Efran, y sus hombres a corta distancia; el hacendado estaba posedo por el odio, compensara la mancilla de su hija aunque tuviera que meterle candela al llano. Y sus ojos como lenguas de fuego se extendan cortando el rastrojal a su paso, el cielo iniciaba a teirse de rojo a negro; la noche feroz se
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avecinaba, el crimen asediaba los pasos de los jvenes desarraigados. La nica verdad era la de Cajales, un hombre arrastrado por bajas pasiones e instintos criminales, que secundado por sus esbirros, eran como un enjambre de abejas asesinas, sedientas de venganza. El brote de lo maligno estaba enunciado y entre gritos intentaban detener a los muchachos, haciendo falsas promesas de redencin. Mientras los pobres e infelices fugitivos, se refugiaban tras el amparo de los morichales, medrosos y abatidos; audazmente Mateo, lograba ganarle algunos metros de terreno a la turba que se encarneca en la persecucin. Corran con los cuerpos baados en sudor, y tras ellos la voz de Cajales, retumbaba en los odos; esa voz de un padre ahora convertido en terrible verdugo, tan vertiginosa como el bosque que discurra ante sus ojos. En un giro afortunado se precipitaron los jvenes por un minsculo despeadero, que result suficiente para que los captores los perdieran por un instante de vista; este camino los condujo hacia un sendero conocido por el muchacho; los pastizales terminaban, y con el corazn violentamente agitado, el joven llanero acert la ruta de la minas; aquellas en las cuales hace tiempo trabajara y que eran propiedad de Efran. Atrs quedaba el rio y la maleza; y cuesta abajo se extendan las tierras rojizas que reconoca y se sealaban como su va de escape. Con la cabeza embotada, siguieron avanzando por el largo camino; la noche llegaba como una sutil redencin a su agotamiento, el dolor en las piernas y la angustia de las almas. Y an con el tremor de la pesadilla se enderezaron un instante y recobraron el aliento, durante un breve instante. Qu hacemos Mateo?musit la llanerita. Nos escondemos en la minas, no tenemos otra salida! Maana tendremos que irnos a otro lugarasever el muchacho.
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Ella lo mir con sus ojos tristes, inundados de preocupacin; cavilando el teatro que la vida les planteaba. Empujados a yacer entre las rocas, con hambre y dolor en el cuerpo. Haba sido intil todo su esfuerzo? Poco despus estaban en una de las minas, todo era confuso, como un mal sueo; con los ojos bien abiertos se adentraron a hurtadillas para no ser descubiertos por los celadores. La oscuridad era su cmplice, aunque el respirar agitado poda delatarlos; de cualquier modo se apuraron hacia una de las grutas del rajo, llenos de sentimientos de aversin contra la desventura que los sancionaba, de modo tan injusto; y al mismo tiempo enojados consigo mismo por su incauto comportamiento. La fra dilatacin de la pea gui sus pasos, la luminosidad de la luna en menguante actuaba como un exnime farolito; tanteando la roca llegaron hasta la abertura de un tnel, donde apenas si caban. A oscuras permanecieron en completo silencio; con sus ropas polvorientas, y las manos temblorosas. Tan sofocante como el reducido espacio que los protega, era la angustia de su corazn, el dolor de los rasponazos, el cansancio de las piernas, y el ardor en los ojos; sin embargo, todo esto, era minsculo al compararse con lo insensato de sus actos. Por un instante se odiaron, no mutuamente, sino cada uno a s mismo, por someter al otro a ese tormento; pero calcularon al instante que sus heridas, el dolor, incluso la raz de su angustia, eran pruebas de Dios, para rubricar su amor verdadero. No haba remedio ni queja que valiera, pasaran all la noche para escapar al amanecer siguiente; era una bella irona que les rob una imperceptible sonrisa, la confianza y el amor deben superar las ms difciles pruebas. Y en medio de la oscuridad; la saciedad de los lamentos fue el precursor de una nueva esperanza, y en un vvido abrazo dejaron
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de lado el cansancio y el miedo, encontrndose en una caricia; como una dulce nota que liberaba de la adversidad, la acechanza, el nerviosismo, la tristeza; entonces el spero tamiz de la roca, se transform en un suave tejido que abrig sus cuerpos. Mas este breve soplo de calma, era un fugaz aparte que anteceda el infinito sufrimiento que sobrevendra, cuando sus odos auscultaron rumores de voces, rayanas a su guarida de piedra; proyectando una reverdecida vigilia, renovando temores; perennes sentimientos de horror diferidos como ecos en el socavn no era posible! Lo que crean dejar atrs los acometa de nuevo. Asustados buscaron sus rostros en medio de la cerrazn, lo nico que resplandeca eran sus ojos desparramados de miedo; ajustndose dentro del cortinaje de roca, tanteando con sus manos un puntal del cual asirse, Margarita, inclin el rostro sobre el pecho de su amado, y l la rode con uno de sus brazos, acaricindole el suave cabello. En la estancia rocosa que obraba de montaraz retiro, las melodas ocultas del destino, dejaban escapar sus estribillos; versos ntimos que hablaban de amores fallidos: Un vaquero que traspasa la llanura, majestuoso entre la bruma que se vuelve meloda. Esas manos que acarician, que lo esperan amorosas, en la extensa lejana. En la llanura que se pierde en morichales, atravesados por ros se atragantas las excusas.
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Y en ese suelo donde el amor que florece, se marchita en egosmo, de quienes niegan el cielo. Esa es la vida, es un canto que domina la tragedia que se asoma, entre febriles caricias. Y en la alborada, llegan las tristes noticias, del llanero y de su amada despidindose entre ausencias. Margarita! Cunto la amaba! Qu poderoso sentimiento haba sembrado en su corazn poder amar! pens Mateo, apoyando suavemente su cabeza sobre la de ella. Y entonces con un dcil rumor le pidi que le permitiera salir y enfrentar a esos hombres; el recitar de sus labios surgi melanclico, entonces, ella distanci la cabeza, tom su rostro entre las manos y con los sentimientos que llevaba dentro lanz un dejo al aire, casi imperceptible, pero totalmente sosegado y concluyente: Nunca! Luego bes sus labios. Al segundo apareci corriendo jadeante y desesperado, uno de los capataces de la mina, como si el mismo demonio lo persiguiera; viniendo del lado opuesto al encuentro de Cajales y sus hombres, algunos de ellos aun trepados en los caballos. Estaba tan plido que incluso en la oscuridad, poda notarse su rostro completamente transformado por la consternacin.
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Todos giraron para atender el bullicio del recin aparecido, precipitndose a tumbos contra la multitud; quien estando a unos escasos metros de ellos grit, haciendo un gesto con la mano: Dios mo! Qu hacen aqu? Salgansalgan! va a haber una explosin! No alcanz a concluir su advertencia, cuando el mundo se estremeci en una descarga brutal, intensa, arrebatadora; una estruendosa centella que brill en la noche como la luz del sol anticipndose a su salida. Reflejando un fogonazo que precipit de cabeza a los hombres, lanzndolos por los aires desde las bestias, o empujndolos con potencia; golpeando sus crneos contra el suelo. Un sonido ensordecedor, arrollndolos como el golpe de un vehculo a toda velocidad; un monstruoso impacto que los hizo morder el polvo de la tierra, desgarrando los tmpanos, lacerando con trozos de pedrusco, como fragmentos de vidrio, la ropa y la piel. Hasta los cascos de los caballos quedaron patas arriba. Entre doloridos lamentos, la idea de estar muertos cruz la cabeza de la mayora. Nada tena sentido; dolor en los huesos, en las entraas, ardor, laceraciones, sufrimiento; era como si en un segundo, un fulgor comprimiera la realidad borrando todo a su paso. Cuando la detonacin se extingui, Cajales, abri los ojos; estaba sofocado, con la nariz pegada a la tierra, mirando estupefacto la aterradora escena; pas un rato ms tendido sobre el suelo, sin lograr entender nada, la cabeza le detonaba de dolor. Pero al instante pareci recuperarse y con escasas laceraciones en los brazos, se levant tambaleante; dolorido y a punto de desplomarse de nuevo. Senta que avanzaba sobre el aire, como si los pies no tocaran el piso con cada paso que daba. Al instante, aparecieron algunos obreros de la mina, desesperados y angustiados, al ver lo ocurrido. Efran, los mir con
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las ideas acunndose dentro de la cabeza, ensayando acertar el enredo; cuando de pronto empez a entender: cada tanto, cuando los tneles no provean suficiente metal, se programa una tronadura, como esa; haba descuidado tanto sus negocios olvidndolo por completo, y ahora se converta en vctima de su negligencia; esto se haca precisamente en la noche, como precaucin para evitar a los intrusos e incidentes como ese. Ahora lo comprenda todo. Maldita sea! Dijo apretndose con fuerza las sienes. Tratando de contener el movimiento de su cabeza que pareca oscilar de un lado a otro. Pero las ideas todava le llegaban difusas, mientras sus hombres iniciaban tambin a recuperar el sentido, al parecer ninguno estaba herido de gravedad. Poco a poco fue despertando de aquello que pareca un mal sueo, pugnando por rellenar los fragmentos vacios de sus pensamientos, entremezclados con la velocidad de los acontecimientos. Se neg a recibir ayuda, y tambin a que los dems la recibieran; y comenz a avanzar a toda velocidad, entre los escombros de roca, en forma desordenada, como alienado; empujando con las botas los cascotes desperdigados por doquier. Sintiendo un golpe frio en el vientre, no por el accidente, sino por un oscuro presentimiento que lo perturbaba; con la mirada convulsiva revisaba cada rincn del yacimiento; entonces empez a reflexionar y empez a correr llamando a su hija. Margarita.Margarita!mi nia Dnde est? Tropezaba con pedruscos, a veces resbalaba; pero iniciaba de nuevo, en una liberacin de adrenalina que lo guiaba entre la impaciencia y las ansias, esto lo haca secundado por los otros. Uno de los cuales crey atisbar una luminiscencia entre las ruinas
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de un tnel, rpidamente abarcaron el trecho que los distanciaba; y se activaron de inmediato para desencajar los fragmentos del pedrusco que ocultaba el secreto centelleo; labor penosa para un hombre como Cajales, colmado del pesado embalaje de la angustia. Finalmente, y con la mayor premura, alcanzaron el fondo que ocultaba bajo el polvo y los rescoldos un terrible secreto. Efran Cajales, asom la cabeza tan solo para encontrarse, con el aterrador colofn de sus peores intuiciones. Sobresaltado tropez con el fatdico cuadro que emerga ante sus ojos; corriendo el velo de la peor tragedia y el estigma del azar que como enredaderas, asa su cuerpo. Estaba ah de pie, sobre la tierra pardusca de sus minas con el corazn y el alma partidos; con la tribulacin de su sectarismo floreciendo en las ramas del rbol de la muerte; en la expectativa deshilvanada por el choque emocional, que le cortaba los sentidos, el aliento, la existencia misma. El fatigoso camino de una persecucin sin tregua, dejaba como acotacin final una cortina de polvo, sobre dos cuerpos juveniles, ceidos en un abrazo de amor. Por Dios, aydenme a sacarla! reson la splica ahogada en la garganta del poderoso hombre vencido, que vea como cruzaba el horizonte mismo de su vida. No tena sentido encubrir la verdad, dos cuerpos antes vivos y febriles, yacan en ese panten final todo era su culpa! Cajales, enfrentaba su lucha personal con el demonio; todo poder, todo juicio, cada culpa; se liberaban en esos instantes fatales. Embriagado en llanto, vio como el cuerpo inerte de su bella flor del llano, ascenda hacia la superficie; reafirmndose aun en el rigor de la muerte, al cuerpo de su inocente amor, de su Mateo. Las sombras danzaban en aquella noche velada, sobre el llano rojizo
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del suelo que se signaba de sangre, un arcano fatal se haba concretado. Luego, cautivo de espanto, dej caer de golpe los parpados, con la sensacin de las articulaciones quebrndosele, hasta vencerlo en el suelo. Instantes despus, abri de nuevo los ojos, para contemplar las manitas y el rostro angelical de su pequea, asida con los deditos a las gruesas manos de su amado; con las rodillas y la cabeza curvadas, como buscando proteccin en el cuerpo de aquel desdichado. El gran hacendado desplomado entre sollozos, baj las manos para acariciar el terso rostro de su hija, apoyando luego el cuerpo inerte sobre sus piernas, sintiendo como la respiracin se le cortaba; acariciando la oscura melena de la muchacha, mientras besaba sus manos. Haba sido el peor de los padres, un hombre pleno de ira, el ms grande los inicuos, e injustamente haba ejecutado una trampa sobre su hija; obligndola a esconderse como un animalito asustado. Esa culpa lo ahogaba, pesadamente le destrua la existencia. Y aferrado al dolor, con el corazn, el cerebro y el alma desgarrados; hurg con la mirada el abatimiento de Mateo, aquellos restos magullados por el filo de la roca, en un ltimo gesto lastimero; y le conmovi sobremanera la visin que brot enseguida, pues los rasgos de ese rostro no le eran desconocidos; sus ojos, cabellos, y mentn, le eran demasiado familiares. De pronto, inexorablemente, los pecados, pensamientos y vivencias de su vida pasada emergieron como una enorme ola de recuerdos; abarcando un largo trecho de sus aos mozos, toda una poca de sus remembranzas que le arrastraba por un viejo camino de espinosos fardos. Lejanas memorias ocultas detrs de una cortina de olvido, que ahora reaparecan latentes; pocas de las cuales haba querido dejar atrs un doloroso pasado. Aquellos
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sueos de juventud cuando la ilusin haba henchido su alma, pero su propio carcter y las exigencias de su padre haban representado una pesada carga; dejando tan solo un largo camino, un perpetuo vacio insalvable y su corazn marchito. Esa pasin que pensaba tachada en las notas de su existencia emerga ah mismo, en los ojos de aquel muchacho; al cual mir sorprendido y sobresaltado, puesto que adems aquel semblante pareca fusionarse con rasgos propios de su aspecto fsico: sus cejas gruesas, el identificable contorno de su nariz, el cuello grueso, la forma de los labios. Un cuadro inslito revelndose ante su vista sorprendida un nuevo velo se esfumaba, convirtiendo en algo an peor la tragedia? El enigma de un misterio revelado, una carta que sus manos trmulas haban ledo hace veinte aos, vio quebrarse el mundo como un tazn de arcilla, que impactaba contra el suelo; vio los signos del pasado que emergan, como un hechizo que abata las estrellas; y con voz apagada tarareaba las notas de un pretrito recuerdo. Perverso destino que lo hunda en el fango, poco despus vio un nombre revelarse: Roco, su amor de juventud. Qued inmvil, atrapado en un tiempo remoto; extraviado en un perverso albur desconocido. Poderoso zorro llanero, que ningn poder tenia, demasiado vanidoso para mirar a los ojos, y enfrentar el sino fatdico de la fortuna; quien mirando la delicada mano de su hija, not que sobre esta sostena la labrada imagen de un dije, que reconoci enseguida: un pjaro azul, tan bien tallado, y pintado por mgicos pinceles; que seguramente de aquel, reproduccin no exista, y que en esa frgil mano se atezaba queriendo fundirse entre los dedos, para revelar una verdad inaguantable: era l quien, quien aos antes, un da de feria; adquiriera por su propio impulso la particular alhaja, para obsequiarla a la causante de sus penas y suspiros. Y de
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ser as, el joven llanero, poda ser su hijo, fruto de sus amores juveniles con Roco. Solo entonces haba comprendido una verdad que evidente se revelaban ante sus ojos, solo al ver naufragar su existencia entre la bruma, adverta el reflejo de su error; su bella flor del campo y su propia simiente caan fatdicamente agraviados por accin de su mano, la de un infame que de un solo apretn corta el aire a un par de pajaritos inocentes, que nunca ms podrn volar por la llanura. Y un coro de ngeles en las alturas canturreaban las melodas de quienes parten a otro mundo. Muchas lgrimas, rodaron sobre los cuerpos vencidos, profundamente herido, el gran hacendado elev su mirada al cielo, en busca de quien hace mucho haba desdeado; con un grito lastimero que retumb en cada rincn del verde llano. El cuarto menguante entre sollozos se exager en luna llena, arrancando las tinieblas, que una posterior prueba de Adn, confirmara: el apellido que corra por las venas de Mateo, era Cajales.
CAPTULO TRIGSIMO Para Margarita y Mateo, el tiempo ya no exista, ahora eran espritus que nadie separara; las diferencias y vanidades del mundo ya no los afectaban, estaban por encima del bien y del mal. Pronto serian otra leyenda llanera. Entretanto, lo nico que quedaba del poder del gran hacendado, eran unas tierras descuidadas; pastizales marchitos, y animales enfermos. Su violento carcter y su mpetu haban desaparecido; era solo una lnguida sombra que recorra las calles del pueblo y a su paso los
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pobladores le miraban extraados, sacudidos por la sangrienta bestialidad de sus actos; pero el gran Cajales, ya cargaba a cuestas su castigo. Haba perdido su juventud y sus aos en una infinita sucesin de tormentos y miseria, algunos lo rechazaban, otros lo tenan entre ojos, e incluso los ms benevolentes lo compadecan. Mientras avanzaba por el cadalso hacia su propia muerte, con el sino de la desgracia dibujado en la frente, y sosteniendo entre sus gruesos dedos un dije, que representaba la imagen de un pjaro azul labrado con maestra, la cual acariciaba con nimo obsesivo. Aquel que haba aprendido a resistirse a sus enemigos, a jams dejarse caer; aplicando la justicia por su propia cuenta. El mismo que otrora decida quien mora y quien viva, ahora palideca ante la inarmnica realidad; sin soles, luna ni estrellas que iluminaran para l. Un naufrago de calles solitarias, avanzando con el peso de su drama, atisbado de lejos por miradas curiosas; ansiando la muerte como el camino a la tranquilidad, aun cuando supiera que Dios, no lo esperaba. Pero en el fondo anhelando un ltimo gesto misericordioso, que aprobara el perdn de sus hijos, y de todos a quienes haba hecho dao. De otro lado, en la antiguamente, esplendorosa hacienda Cajales, doa Pura, apenas si probaba bocado o beba un poco de liquido; generalmente saboreaba algn trozo de fruta instada por un pequeo tropel de fieles asistentes. Era la duea de una casa vaca, su aspecto era descuidado, la mirada triste y el semblante demacrado, con los ojos hundidos en las cuencas; verla inspiraba verdadera pena. Se sentaba en el suelo, sobre el jardn, con un peine, y una tiara; acicalando por horas sus cabellos con la mirada perdida en una pausa constante. Los labios palidecidos, la belleza de su rostro ajada, y ante el asombro de sus ayudantes, castaeaba en las remembranzas de su hija, como si estuviera en frente suyo;
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le hablaba con amor encendido, despertando un mundo de quimeras que solo ella vea. Muchas horas, semanas y das llenaba esta copa de espejismos, tostndose bajo el sol llanero; rehusndose a entrar en la casa. Reclamando caprichosamente, su descanso bajo la brisa otoal frente a la extensa pradera. Mientras tanto en el bar la palma, Efran Cajales, buscaba a tientas la ebriedad como un lenitivo a su sufrimiento, bebiendo solo, quedndose sentado por horas; contemplando el suave revolotear de las aves en el cielo. Evocando como un sueo el rostro de sus hijos, entre los blancuzcos copos de algodn que formaban las nubes, y en el gris que embargaba su alma, la luz del sol era insuficiente para iluminarlo; su resplandor era opaco e irreal, montono y poco atrayente. El mundo era demasiado grande para l, y se oprima temeroso en un rincn del establecimiento, como sintindose inseguro de su existencia; entonces sus ojos se posaban de nuevo sobre la joya azul, en la cual le descansaban las lagrimas. Y al instante sus labios sedientos se daban a la ebriedad; el alcohol le inundaba la boca y por la garganta se filtraba un trago tras otro, hasta ser absorbido por la inconsciencia. Entonces la botella caa de la mesa licenciando sus ltimas gotas. Despus de unos minutos despertaba de nuevo, levantando la cabeza para apreciar el paisaje que se extenda ante sus ojos, contemplndolo todo, como si no entendiera nada; y en la complicacin de sus pensamientos evocaba la terrible tragedia, y una vez ms el semblante se le colmaba de sufrimiento y miseria jams encontrara calma para su alma tal vez, ansiaba que el milagro de un verdugo apareciendo por la espalda culminar su agona. Pero saba que si quera acertar la paz, esta tendra que llegar de su propia mano, y por primera vez con profunda fe, daba
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vueltas a su arma descargada sobre la mesa, esperando el momento preciso. Todos sabamos que algn da lo hara y el eco de un disparo en medio de la hermosa e indomable llanura, terminara para siempre esa historia.
FIN
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