Fernández Liria - Marx y Polanyi
Fernández Liria - Marx y Polanyi
Fernández Liria - Marx y Polanyi
La posibilidad de un dilogo
Carlos Fernndez Liria Universidad Complutense de Madrid Luis Alegre Zahonero Universidad Complutense de Madrid
Resumen Este artculo pretende sentar las bases para un posible dilogo entre cierta lectura de Marx y la obra de Karl Polanyi. Para ello es preciso, en primer lugar, aislar los motivos que llevaron a Polanyi a criticar duramente el enfoque marxista. En segundo lugar, comprobar si otra posible lectura de Marx podra escapar a esa crtica, introduciendo el debate en una problemtica ms interesante. Con ello pretendemos contrarrestar la tendencia a insertar la obra de Polanyi en el seno de un nuevo pensamiento reaccionario.
Abstract This article aims to set the foundations for a possible dialogue between a certain reading of Marx and Karl Polanyis work. This requires, first of all, to isolate the reasons that led Polanyi to harshly criticize the marxist approach. Secondly, it requires to check if another possible reading of Marx would escape this criticism by introducing the debate into a more interesting question. Our aim is to counteract the current trend which insert Polanyi's work in a new reactionary thought.
Carlos Fernndez Liria, Departamento de Filosofa Teortica, Facultad de Filosofa, Universidad Complutense de Madrid, Ciudad Universitaria, 28040 Madrid. E-mail: ferliria@gmail.com. Luis Alegre Zahonero, Facultad de Filosofa, Universidad Complutense de Madrid, Ciudad Universitaria, 28040 Madrid. E-mail: luis.alegrezahonero@gmail.com
AREAS. Revista Internacional de Ciencias Sociales N 31 / 2012 La Gran Restauracin: sociologa econmica de la crisis global y actualidad de la crtica de Karl Polanyi al liberalismo econmico (pp. 55-64)
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Carlos Fernndez Liria Universidad Complutense de Madrid Luis Alegre Zahonero Universidad Complutense de Madrid
Marx y Polanyi no son incompatibles. Al contrario, en un cierto sentido se iluminan mutuamente. Bien es verdad que, en un primer plano, destacan sobre todo los desencuentros. La gran transformacin de Karl Polanyi contiene, sin duda, una crtica muy poderosa a Marx, al que acusa de economicismo, aunque no en el sentido habitual. Por su parte, el universo del marxismo, en general muy propenso al historicismo, tampoco poda sentirse muy interesado por una obra en la que poda leerse que El hombre es el mismo a lo largo de la historia (Polanyi, 1989: 422)2. En defensa de esta afirmacin Polanyi evoca el testimonio de la antropologa. En concreto cita Study of Man de Linton, Patterns of Culture de Ruth Benedict y la obra en general de Malinowski. Pero, efectivamente, se trata de un tema recurrente en antropologa. De ello puede dar una idea el hecho de que en los aos setenta, Claude Lvi-Strauss, todava tuviera que defenderse de las acusaciones marxistas que le reprochaban desentenderse de la historia, con las siguientes palabras: Me ocupo de sociedades que no desean que haya historia: sta es su problemtica. Ellas no se quieren en un tiempo histrico, sino en un tiempo peridico que se anule a s mismo, como la alternancia regular del da y la noche. Dicho esto, yo no tengo la actitud negativa que se me asigna frente a la historia (1976: 101). O sea: yo no tengo nada contra la historia, son las sociedades que estudio las que no se sienten cmodas en ella. Para el antroplogo, la historia es una excepcin. Una excepcin salvajemente imperialista, sin lugar a dudas, pero una excep-
cin. Frente a un puado de sociedades histricas, son millares y millares las sociedades que salpicadas por la geografa mundial, fueron todas halladas en un estado pseudoneoltico3, ajenas en todo caso a la historia, en lo que Rousseau describi como una especie de justo medio entre el estado salvaje y la civilizacin histrica, un estado que sin duda era el mejor para el hombre y del que slo pudo ser arrancado -nos dice- por alguna funesta casualidad: el ejemplo de los salvajes, a los cuales se les ha encontrado a casi todos en ese punto, parece confirmar que el gnero humano estaba hecho para permanecer siempre en l (Rousseau, 1990: 257) Sin embargo, una confirmacin muy sugerente de esta tesis podemos tomarla, paradjicamente, no de un antroplogo, sino de un historiador, marxista por lo dems. En la Introduccin a su Historia del siglo XX, Hobsbawm subraya la idea de que -para el 85 por ciento de la humanidad- el neoltico no termin hasta los aos sesenta, momento en que se inicia el xodo rural masivo a las grandes ciudades (hasta ese momento, la humanidad en su inmensa mayora segua dependiendo en directo de la agricultura y la ganadera y procuraba vivir lo ms de espaldas posible al torbellino de la historia). As pues, para la mayor parte de la poblacin mundial, podra decirse que la historia haba corrido ms que el hombre. Mientras la historia devoraba los siglos, el ser humano, permaneca -como afirma Polanyi- siendo el mismo, obstinadamente estancado en una especie de sincrona neoltica que los etngrafos conocan muy bien. En otros textos anteriores sobre el tema (Fernndez Liria, 2001 y en Fernndez Liria y Alba Rico, 2010) hemos defendido la idea de que el ser humano se relaciona con los acontecimientos histricos un poco de la misma forma que res-
1 Este artculo ha sido realizado en el marco de una polmica suscitada en el subgrupo de investigacin sobre la obra de Polanyi, del Proyecto de Investigacin.Naturaleza humana y comunidad II (FFI2009-12402), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovacin. Esta polmica haba comenzado fundamentalmente en un debate pblico con otro de los miembros de este subgrupo de investigacin, Juan Bautista Fuentes Ortega, y puede ser consultado en http://www.youtube.com/watch?v=NRC7gdihVkg&feature=related 2 Godelier (cfr. bibliografa) fue aqu una impresionante excepcin y su obra marca sin duda el camino correcto para cualquier dilogo entre la escuela de Polanyi y la antropologa marxista.
3 En Geometra y Tragedia y en El naufragio del hombre (al igual que Santiago Alba Rico en La ciudad intangible. Ensayo sobre el final del neoltico) hemos utilizado siempre el trmino neoltico para caracterizar este estado al que se refiere Rousseau. Luego, se nos hicieron bastantes objeciones a la utilizacin de ese trmino. Por supuesto, desde un punto de vista historiogrfico, ese recurso es meramente retrico. Sin embargo, la idea proviene de Lvi-Strauss en Tristes trpicos, que localizaba en Rousseau el nacimiento de la antropologa por haber delimitado un estado que quizs no existe, ni existi ni existir nunca, pero del que hay que forjarse ideas muy precisas si queremos juzgar correctamente sobre asuntos humanos. Ese estado no fue, quizs, el neoltico realmente existente, pero se parece bastante a l, y Lvi-Strauss lo hace depender, en efecto, de lo que llama la revolucin neoltica (Lvi-Strauss, 1955: 440ss).
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pecto a los acontecimientos naturales: fundamentalmente protegindose de ellos mediante instituciones capaces de mantenerlos fuera de juego. El ser humano -nos deca LviStrauss en Tristes Trpicos- se ha propuesto siempre la tarea de edificar una sociedad en la que fuera posible vivir bien; solo los medios han diferido (1955: 446). Desde un punto de vista etnogrfico, respecto a la historia, el ser humano ha sido fundamentalmente proteccionista. Esta realidad nunca se ha hecho tan patente como en el periodo histrico del que se ocupa, precisamente, La Gran Transformacin de Polanyi: el fracaso de lo que l llama la utopa del liberalismo econmico, la pretensin de una sociedad edificada a partir de un mercado autorregulado4. En estos momentos, los dispositivos ms elementales capaces de generar sociedad haban quedado heridos de muerte. La historia del siglo XX, podra decirse que se haba acelerado ya demasiado para que la sociedad pudiera seguirla sin saltar hecha aicos. A decir verdad -sentencia Polanyi-, la sociedad se habra visto aniquilada, si no fuese porque los contramovimientos de defensa amortigaron la accin ese mecanismo autodestructor, contramovimientos que, finalmente, acabaran por desembocar, por una parte, en el socialismo, y por otra, en el fascismo y el nacionalsocialismo. En adelante, la historia es la historia de la autodefensa de la sociedad, la historia del proteccionismo. La civilizacin del siglo XIX no fue destruida por un ataque exterior o interior de los brbaros; su vitalidad no se vio minada ni por las devastaciones de la Primera Guerra mundial, ni por la rebelin de un proletariado socialista o de una pequea burguesa fascista. Su fracaso no fue consecuencia de supuestas leyes de la economa, tales como la baja tendencial de la tasa de ganancias, la del subconsumo o la de la super-produccin. Su desintegracin fue ms bien el resultado de un conjunto de causas muy diferentes: las medidas adoptadas por la sociedad para no verse aniquilada por la accin del mercado autorregulador. (Polanyi, 1989: 403) En este punto es donde se origina la disconformidad fundamental con el enfoque marxista. Porque lo que entonces se hizo patente, segn Polanyi, es que lo que el capitalismo haba daado no slo eran los intereses de determinadas clases sociales, sino los intereses mismos de la sociedad. El capitalismo apareca para los marxistas fundamentalmente como un sistema brutal de explotacin de clase. Para Polanyi el capitalismo es, mucho ms radicalmente, un sistema incompatible con la formacin de sociedad.
4 Valga este prrafo como resumen de su tesis ms general, que por cierto, hoy da resuena cada vez ms proftica: La tesis defendida aqu es que la idea de un mercado que se regula a s mismo era una idea puramente utpica. Una institucin como sta no poda existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad, sin destruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un desierto. Inevitablemente, la sociedad adopt medidas para protegerse, pero todas ellas comprometan la autorregulacin del mercado, desorganizaban la vida industrial y exponan as a la sociedad a otros peligros (Polanyi, 1989: 26)
Esto se percibe ya desde sus mismos orgenes. Para Polanyi, lo que se estaba jugando la humanidad al implantarse el capitalismo no era tan slo un cambio en el sistema de explotacin econmica. La degradacin humana de las clases laboriosas en los inicios del capitalismo fue el resultado de una catstrofe social inconmensurable en trminos econmicos (1989: 441) La pobreza no representaba ms que el aspecto econmico de este acontecimiento (1989: 213). Una calamidad social es, por supuesto, ante todo un fenmeno cultural y no un fenmeno econmico que se pueda evaluar mediante cifras econmicas o estadsticas demogrficas (1989: 256) La causa de la degradacin no es, pues, como muchas veces se supone, la explotacin econmica, sino la desintegracin del entorno cultural de la vctimas (1989: 257). Y por lo mismo, los movimientos anticapitalistas no han sido ni slo ni fundamentalmente movidos por reivindicaciones econmicas. La poblacin se ha movilizado mucho ms enrgicamente que en defensa de sus intereses de clase, en defensa de los intereses de la sociedad en su conjunto. En suma: mucho ms que los intereses de clase del proletariado, el protagonismo anticapitalista lo ha detentado el propio tejido social, entendido ste, antropolgicamente, como algo que -como comenzbamos citando- ha tendido a ser el mismo a lo largo de la historia. Estas crticas que Polanyi dirige a Marx aciertan, sin duda, en un cierto Marx. A Polanyi le ocurre un poco como a Hannah Arendt: no comparte el entusiasmo de Marx por el capitalismo. Interrogada, en efecto, sobre su relacin por Marx, Arendt responde con unas contundentes palabras, imprevisibles y sarcsticas: No comparto el gran entuasiasmo de Marx hacia el capitalismo. En las primeras pginas de El Manifiesto comunista podemos encontrar el mayor elogio del capitalismo que jams hayamos ledo. Y esto en un momento en que ya el capitalismo estaba siendo duramente atacado, especialmente por parte de la denominada derecha. Los conservadores fueron los primeros en sacar a colacin tales crticas, que ms tarde fueron asumidas por la izquierda, y tambin naturalmente por Marx. () Por supuesto, la crueldad del capitalismo de los siglos XVII, XVIII y XIX era tambin arrolladora. Y hay que tenerlo presente al leer el gran elogio del capitalismo de Marx. Estaba rodeado por las ms horribles consecuencias de este sistema y, a pesar de ello, pens que era una gran cosa. Era tambin hegeliano y naturalmente crea en el poder de lo negativo. Pues bien, yo no creo en el poder de lo negativo, de la negacin, si constituye la terrible desgracia de otra gente (1995: 168-169). Notable respuesta a la que es posible aadir la siguiente aclaracin, dirigida a su entrevistador, pero que muy bien podra ser vuelta sobre el propio Marx:
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A travs de esos mtodos fantasiosos, usted ha eliminado la distincin y al mismo tiempo ha hecho aquel truco hegeliano en que un concepto, en s mismo, empieza a desarrollarse a travs de su propia negacin. No, no se da as. El bien no se desarrolla en el mal, y el mal no se desarrolla en el bien. En esto soy implacable. (1995: 160) Y en efecto, para un cierto Marx -en verdad predominante en la tradicin marxista-, el capitalismo es un momento en el desarrollo histrico de los modos de produccin. Si este desarrollo se piensa dialcticamente -cosa que Marx no siempre hizo5-, se tratara incluso de un momento necesario. Y en ese sentido, la calamidad humana originada por el capitalismo podra ser interpretada como la antesala inevitable de un socialismo por venir. No cabe duda de que Marx tiene textos estremecedores que autorizan -aunque no inevitablemente- una lectura de este tipo. Hablando por ejemplo de la dominacin inglesa en la India, Marx nos sorprende con el siguiente razonamiento: No se trata, por tanto, de si Inglaterra tena o no tena derecho a conquistar la India, sino de si preferimos una India conquistada por los turcos, los persas o los rusos a una India conquistada por los britnicos. () La intromisin inglesa, que () barri tanto al hilandero como al tejedor indios, disolvi esas pequeas comunidades semibrbaras y semicivilizadas al hacer saltar su base econmica, produciendo as la ms grande, y para decir la verdad, la nica revolucin social que jams haya visto Asia. Sin embargo, por muy lamentable que sea desde un punto de vista humano ver cmo se desorganizan y disuelven esas decenas de miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas; por triste que sea verlas sumidas en un mar de dolor, contemplar cmo uno de sus miembros va perdiendo a la vez las viejas formas de civilizacin y sus medios tradicionales de subsistencia, no debemos olvidar al mismo tiempo que esas idlicas comunidades rurales, por inofensivas que pareciesen, constituyeron siempre una slida base para el despotismo oriental; que restringieron el intelecto humano a los lmites ms estrechos, convirtindolo en un instrumento sumiso de la supersticin, sometindolo a la esclavitud de reglas tradicionales y privndolo de toda grandeza y de toda iniciativa histrica. No debemos olvidar el brbaro egosmo que, concentrado en un msero pedazo de tierra, contemplaba tranquilamente la ruina de imperios enteros, la perpetracin de crueldades indecibles, el aniquilamiento de la poblacin de grandes ciudades, sin prestar a todo esto ms atencin que a los fenmenos de la naturaleza, y convirtindose a su vez en presa fcil para cualquier agresor que se dignase fijar en l su atencin.
5 Lo hemos intentado mostrar con detenimiento en nuestro recientemente aparecido estudio sobre Marx El Orden de El Capital (cfr. bibliografa). Se trata tambin del tema central de El Materialismo (Fernndez Liria, 1998).
No debemos olvidar que esa vida sin dignidad, esttica y vegetativa, que esa forma pasiva de existencia, despertaba, por otra parte y por oposicin, fuerzas destructivas salvajes, ciegas y desenfrenadas que convirtieron el asesinato en un rito religioso del Indostn. No debemos olvidar que esas pequeas comunidades estaban contaminadas por las diferencias de casta y por la esclavitud, que sometan al hombre a las circunstancias exteriores en lugar de hacerlo soberano de dichas circunstancias; que convirtieron su estado social que se desarrollaba por s solo, en un destino natural e inmutable, creando as un culto grosero a la naturaleza, cuya degradacin salta a la vista en el hecho de que el hombre, soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando el mono Hanuman y a la vaca Sabbala. Bien es verdad que al realizar una revolucin social en el Indostn, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses ms mezquinos, dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer sus intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misin sin una revolucin a fondo del estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos sus crmenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolucin. En tal caso, por penoso que sea para nuestros sentimientos personales el espectculo de un viejo mundo que se derrumba, desde el punto de vista de la historia tenemos pleno derecho a exclamar con Goethe: Quin lamenta los estragos / Si los frutos son placeres / No aplast a miles de seres / Tamerln en su reinado. (Godelier, Marx-Engels, 1969: 84-85) Como es sabido, en La Gran Transformacin, Polanyi abomina respecto de este posible planteamiento del problema en la India6. Lo relevante no es que all se estuviera gestando una nueva clase social (un proletariado redentor de la historia), sino que se estaban demoliendo los cimientos mismos sobre los que se edificaba la sociedad en la India. Una vez ms, se trataba de un desastre antropolgico inconmensurable desde un punto de vista econmico: lo que estaba en juego no era la suerte de una clase social, sino la pervivencia de la sociedad en su conjunto. Y lo que nos jugamos contra el capitalismo no es el advenimiento de una nueva etapa histrica. No es ms historia lo que se reclama contra l, sino, ms bien al contrario, la preservacin de una sustancia antropolgica que, como ha dicho Polanyi, tiende a ser la misma a lo largo de la historia. En un cierto sentido, lo malo del capitalismo es, precisamente, que
6 Podemos recordar el clebre ejemplo de la India. En la segunda mitad del siglo XIX, las masas hindes no murieron de hambre a causa de la explotacin de Lancashire, sino que perecieron en gran nmero porque fueron destruidas las comunidades de los pueblos hindes. El trabajo y la tierra se convierten en mercancas, lo que no es ms que una forma abreviada para expresar la aniquilacin de todas y cada una de las instituciones culturales de una sociedad orgnica. Los cambios ocurridos en la renta y en la poblacin no pueden ser comparados de ninguna forma con un proceso de este tipo. (1989: 260)
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no puede parar, que no puede, ni siquiera, aminorar la marcha. Es un disparate competir con el capitalismo para acelerar el curso de la historia. Lo que se impone es detenerla7.
2. Recapitulacin sobre el materialismo histrico y el lugar de lo antropolgico. Y sin embargo, la tesis El hombre es el mismo a lo largo de la historia, vuelve imposible cualquier encuentro entre Marx y Polanyi? Hay otro punto de vista que podra aproximarlos. La tesis fundamental del materialismo histrico es que la historia es la historia de la lucha de clases. La lucha de clases es el motor de la historia. En lo que quizs la tradicin marxista no insisti suficientemente es en que, por consiguiente -y en algn sentido muy importante-, el proyecto poltico de una sociedad sin clases implicaba una superacin de la historia, un proyecto de librar al ser humano de los requerimientos histricos. Hay que pararse un momento a comprender lo que esto puede querer decir. Junto con Santiago Alba Rico -otro autor que tambin se considera a s mismo marxista- hemos mantenido repetidamente (cfr., por ejemplo, El naufragio del hombre, 2010) que desde un punto vista antropolgico el ser humano consiste en una victoria sobre el Tiempo y que, por tanto, el ser humano no est hecho para la historia, sino para la cultura y la sociedad. Este es el motivo, por supuesto, por el que la antropologa y la historia son dos disciplinas distintas y en cierto modo excluyentes. Ya vimos antes la contundencia de Lvi-Strauss al respecto. l haba llegado a afirmar que los antroplogos eran como los basureros de la Historia, porque recogan su objeto de estudio en el cubo de la basura de los historiadores8, unas declaraciones que, por cierto, haban desatado las furias del humanismo y de las filosofas de la historia (algunas marxistas). Pero, como vimos, entre los millares de sociedades distintas de las que la antropologa tiene noticia (entre las cuales, nosotros somos tan solo un caso aislado, por mucho que vorazmente imperialista), la mayor parte de ellas estaran de acuerdo en una peculiar reparticin de papeles: la Historia, para los dioses y los ancestros; para los hombres... la costumbre, el rito, la tradicin. O si se quiere: los acontecimientos, para los dioses y los ancestros; para los hombres, la palabra.
7 Esta idea tampoco es antimarxista, como hemos intentado mostrar repetidas veces, sobre todo en El orden de El Capital (por ejemplo, en 2010: 7 y 197) Terry Eagleton, en un texto cargado de irona y de sentido del humor, nos recuerda tambin cmo Walter Bejamin haba acertado a comparar el socialismo como un freno de emergencia (1994: 124) 8 Una vez dije, en los Estados Unidos, que los antroplogos ramos los traperos de la historia y que buscbamos nuestro tesoro en los cubos de basura de los historiadores. Lo cual provoc diversos movimientos: a mis colegas no les gustaba la comparacin. Al acabar la sesin, se me acerc Margaret Mead y me dijo: hay palabras que no se deben pronunciar (Lvi-Strauss, 1990: 168)
En realidad, el lenguaje es enemigo de la historia, pues nadie se pone a charlar en medio de una tempestad natural o histrica. Millares de pueblos lo han pensado as: el privilegio de los seres humanos es el lenguaje, concentrado en la casa de la palabra, centro gravitacional de la vida cultural. Pero si los seres humanos hablan, es porque los ancestros dicen- protagonizaron sucesos histricos primordiales que pusieron a la comunidad a salvo de los acontecimientos, es decir, a salvo de las idas y venidas de la naturaleza o de la historia (que en este sentido son an indistinguibles): a salvo de la dictadura del Tiempo. Sin la divisin de la sociedad en clases y sin el brutal dominio de unas clases sobre otras, el ser humano probablemente no habra jams acumulado recursos y poder suficiente para salir de una especie de estancamiento neoltico y poner en marcha lo que hemos llamado la Historia. Para que la historia -nuestra historia- fuera posible, fueron necesarios esclavos, siervos de la gleba, sirvientes, proletarios, es decir, fue necesario poner al ser humano a trabajar duro en la empresa de lo histrico. Se puede decir que, en general, al ser humano no le apeteca la historia. Sin el ltigo del capataz o sin el sable militar, jams habra ingresado en ella. Durante milenios, miles de millones de seres humanos se han visto empujados a protagonizar las gestas de la historia; pero la historia siempre cay sobre ellos lo mismo que un terremoto o un huracn. Por y para la historia, los seres humanos fueron esclavizados, llamados a filas, proletarizados o, en su caso, exterminados. Lejos de vivirla como una superacin de la naturaleza (como reza el tpico habitual de las filosofas de la historia), los seres humanos han vivido la historia como una vuelta a la naturaleza, como un estar a la intemperie de los acontecimientos, como una nueva victoria del Tiempo sobre la Palabra, es decir, sobre las sabias palabras de los ancestros que pusieron in illo tempore a la comunidad a salvo del salvaje devenir de los acontecimientos. As pues, el marxismo tena toda la razn al afirmar que el motor de la historia era la lucha de clases. Sin clases sociales, no habra habido historia (o habra habido, ms bien, una historia de muy distinto tipo). El ser humano es un ser bastante pequeo. Por mucho que haya encontrado medios tcnicos y sociales para movilizarla, la historia le sigue viniendo grande. En realidad, tan grande como la propia naturaleza, de la cual haba aprendido a defenderse mediante la revolucin neoltica y ms tarde mediante el progreso cientfico y tcnico. No vamos a repetir aqu lo que ya hemos publicado en El naufragio del hombre, explicndonos ms despacio: el ser humano siempre se ha entendido a s mismo como una victoria sobre el Tiempo (2010: 89-173). Un ser humano luchando a la desesperada por sobrevivir en la corriente de lo histrico, sera considerado, para millares y millares de sociedades distintas estudiadas por la antropologa, como un ser humano muy primitivo, como un ser humano que ha sido, de nuevo, derrotado por el Tiempo. Desde este punto de vista, es posible afirmar que el dominio de clase supuso desde un
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punto de vista etnolgico, un regreso a la prehistoria (a esa prehistoria en la que los hombres y los animales an no eran distintos y en la que los ancestros protagonizaban las gestas mticas). Aqu prehistoria no se opone a historia, sino a cultura y civilizacin. Antes de la cultura, lo que hubo, precisamente, fue historia, la historia de los ancestros y los dioses, antes de que se inaugurara el tiempo para la palabra, el rito y la costumbre. Al invadir la casa de la palabra, la historia motorizada por la lucha de clases- supuso, en este sentido antropolgico, un fatal retroceso para la humanidad. Y en el fondo era esta la conviccin que lata en el intento socialista de superacin de las clases sociales9. Ese proyecto poltico no poda significar otra cosa que la pretensin de volver a hacernos libres del Tiempo, es decir, si se quiere, era el sueo poltico de una humanidad con tiempo libre. Libre del tiempo, con tiempo libre para la palabra y para todo cuanto ella pudiera traernos. Es por ello que en El naufragio del hombre afirmamos que el neoltico debera haberse continuado de forma enteramente natural con la Ilustracin, profundizando la revolucin neoltica hasta otorgar a la palabra cada vez ms poder. Este hallazgo antropolgico habra podido producirse en Grecia, si la violencia de clase no hubiera devuelto al tiempo su poder, bajo la forma de Historia. Quizs basten cuatro palabras para recapitular sobre el problema. Lo ms propio del ser humano (segn atestigua la antropologa) se resume en una victoria sobre el Tiempo. Como afirma la mitologa griega, Zeus tiene que derrotar a Cronos para poder edificar esas instituciones durables a las que llamamos cultura. Cultura implica -como acabamos de sealar- tiempo libre para la palabra, implica un estar libre del tiempo a favor del lenguaje. Ahora bien, hasta el descubrimiento griego de la razn, esta victoria sobre el tiempo haba continuado siendo, en el fondo, sierva del tiempo. La cultura se haba entendido siempre como tejida por palabras muy antiguas, palabras que llevaban mucho tiempo detrs. Era la voz de los ancestros, a travs de la sabidura de los ancianos, la que sostena esas instituciones capaces de proteger al ser humano de la intemperie natural o histrica. Es as como las instituciones aparecen respaldadas por la tradicin y la costumbre. Gracias a que ha pasado ya mucho tiempo, estamos libres del tiempo. Gracias a que hay mucho pasado acumulado, tenemos ahora un presente con tiempo libre para la palabra. Segn este esquema -que en El naufragio del hombre hemos denominado neoltico10- la palabra, libre del tiempo, se lo debe todo al tiempo. Este es el motivo por el que la palabra aparece inevita9 En la entrevista de Salvador Lpez Arnal, publicada en www.rebelion.org, Entrevista a Santiago Alba Rico y Carlos Fernndez Liria sobre El naufragio del hombre: El capitalismo ha cercenado toda posibilidad para las instituciones republicanas, Santiago Alba cambia los trminos de este problema, pero para venir a decir exactamente lo mismo. En otro sentido, en efecto -pero aqu se trata de una cuestin de puro arreglo terminolgico-, se podra decir que la historia de la humanidad an no ha comenzado, pues la lucha de clases nos ha anclado en la prehistoria. En este sentido hablaramos, como hizo Marx, de prehistoria de la necesidad y de historia de la libertad. Tiene mucho sentido plantearlo as, pero, obviamente, no en una discusin sobre lo que el materialismo histrico ha llamado historia. 10 Sobre la utilizacin del trmino neoltico cfr. la nota 3.
blemente ritualizada. Ahora que todo puede ser dicho, nada merece ser dicho, a excepcin de aquello que hizo posible la palabra. De este modo, cualquier majadera, cualquier insignificancia, cualquier crimen, pueden convertirse en costumbre con tal de gozar con la autoridad del tiempo pasado. Es el reino de la supersticin, como denunci la Ilustracin. Visto desde la Ilustracin, este reino antropolgico no haba conquistado el tiempo libre, ms que a condicin de que nada se pusiese en libertad. De ah que a Scrates o Platn, Pericles y su discurso fnebre, junto con todos los ancestros que ah se alababan y cantaban, se les quedasen pequeos; de ah el desprecio sarcstico con el que miraban todo ese mundo de la cultura tribal griega, en el que los poetas ejercan una especie de dictadura educativa. Ah comenz -con la filosofa propiamente dicha- la bsqueda de un verdadero tiempo libre - libre del tiempo. Haba que profundizar en la victoria sobre el tiempo, hasta vencerlo definitivamente (hasta vencerlo de verdad y no slo en apariencia). Haba que buscar una autoridad ms alta que la autoridad del pasado, una voz ms potente que la de los poetas que cantaban la tradicin y conformaban las costumbres. A esa autoridad, se le llam razn11. La razn estaba as llamada a liberar el tiempo libre del tiempo pasado, removiendo la voz de la tradicin y el prestigio de la costumbre. La razn tendra, ante todo, que haber arrancado al ser humano de la estructura de dominacin ms consolidada por la autoridad de los ancestros: el patriarcado. Y a partir de ah, respecto a todos los crmenes e insignificancias eternizados en el mundo de la supersticin. A este nueva victoria sobre el tiempo, a esta victoria de nuevo cuo, no le conviene en absoluto el trmino historia. Pues al fin y al cabo, no es un renacimiento del tiempo, sino una profundizacin en la victoria sobre l. No se trata de resucitar a Cronos, sino de someterle definitivamente a la autoridad de una instancia enteramente ajena a el: la Libertad. Libres de tiempo, para poner algo en libertad12. Esto es lo que debera haber sido la Ilustracin: un tiempo libre dueo del tiempo, un tiempo libre de la autoridad del tiempo pasado. A esta nueva condicin no le conviene, en efecto, el trmino historia (ms bien al contrario) sino el trmino progreso.
3. Historia y Progreso. El progreso no es tiempo que pasa, sino todo lo contrario: tiempo libre que se libra cada vez ms profundamente del tiempo. El progreso no est amasado con el tiempo, sino con la libertad.
11 No olvidemos que son los poetas los que fuerzan la condena a muerte de Scrates. Platn, en la Repblica, propone que sean expulsados de la ciudad (cfr., ms ampliamente, Fernndez Liria, 2002: 115-171). 12 Si -otra cuestin terminolgica-, de acuerdo con Kant, llamamos Historia a lo puesto en obra por la Libertad, entonces habra que volver a la idea de que todava no ha habido tal cosa como Historia (o bastante menos de lo que se pretende) pues la Libertad an no ha logrado consolidar instituciones ms que muy fugaz y precariamente en mitad de la batalla de las clases sociales.
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Por supuesto -ya lo advertamos al final de El naufragio del hombre-, esta es la concepcin del progreso que corresponda al pensamiento de la Ilustracin; no, en absoluto, lo que habitualmente se llama progreso. Bajo condiciones capitalistas de produccin, el progreso es todo lo contrario del progreso. Pues bajo condiciones capitalistas, el progreso no es ms que el inninterrumpido sometimiento al ritmo temporal de los ciclos de acumulacin del capital. Es decir, un renacimiento de Cronos como jams podra haberse previsto en la antigedad. Bajo el capitalismo, todo es Historia. Como ha sealado tan certeramente y tan a menudo Santiago Alba Rico, bajo el capitalismo, la sociedad es casi una anomala, no hay sociedad ms que en la periferia, en los suburbios, en las grietas de la Historia13. El capitalismo histrico ha sido y contina siendo la dictadura ms brutal que Cronos haya llegado jams a ejercer sobre las instituciones sociales y sobre todo el tejido social en su conjunto. Nunca la Historia haba costado tanto, nunca haba supuesto tanto esfuerzo y tan ininterrumpido. Nunca el Tiempo haba ahogado tanto las posibilidades de la Libertad. Es fcil de comprender esto si se piensa en que, probablemente, la humanidad nunca haba tenido menos tiempo libre. La rueda imparable de la produccin y el consumo han acabado con el ocio propiamente dicho. La destruccin del ocio comporta una destruccin de las condiciones de posibilidad de la razn. La razn, como deca Voltaire, es aquello con lo que los seres humanos estn de acuerdo cuando estn tranquilos. Tranquilos, podra decirse, hasta el aburrimiento, pues, como se sabe, la filosofa naci del aburrimiento. Pero nunca como hoy la humanidad se haba aburrido tan poco. Entre la produccin y el consumo, la televisin ha ocupado ya hasta los ltimos poros del tiempo social. Es completamente obvio que esa rueda de la reproduccin ampliada no responde en absoluto al concepto de progreso tal y como fue pensado y reivindicado por el pensamiento de la Ilustracin. Aqu tambin la tradicin marxista dej escapar una excelente oportunidad para hacerse entender, aceptando sin ms la identificacin entre el concepto ilustrado -tildado de burgus- y el concepto capitalista de progreso. Eso cuando no hizo algo an ms nefasto: ponerse a competir con el capitalismo reivindicando la posibilidad de un progreso ms acelerado bajo el socialismo14.
13 Por nuestra parte, hemos utilizado ampliamente la comparacin del capitalismo con un renacimiento de Cronos en Educacin para la ciudadana. Democracia, Capitalismo y Estado de Derecho (2007: 117). De cualquier modo, es obvio que el autor por antonomasia a la hora de explicar de qu modo la historia del capitalismo ha demolido la sustancia misma de lo social es, precisamente, el propio Polanyi. 14 Las recientes e importantes crticas de Juan Bautista Fuentes Ortega al marxismo (2011: captulo 8) inciden precisamente en este punto. El marxismo ha sido presa del mismo vicio que pretenda combatir. Al privilegiar el lado econmico, el anlisis marxista no concibe que el capitalismo pueda superarse ms que con ms de lo mismo: ms progreso econmico progresivamente ms desempotrado an de la sustancia antropolgica de lo social. El marxismo ha sido por eso propenso a una ingeniera social, segn un modelo de planificacin econmica. En realidad, el socialismo , histricamente, ha asumido de forma brutal y salvaje el rol de vanguardia del capitalismo (cfr. en especial, la entrevista publicada en Romero Cuadra y Hermoso Flix, 2002: 187) No est de ms apuntar que estas crticas al marxismo son muy parecidas a las del propio Polanyi en La gran transformacin (en especial, Captulo 13).
Al final de El naufragio del hombre, intentbamos sentar las bases para una reivindicacin marxista del concepto de progreso que no compitiera con el desarrollismo ciego y sin frenos del capitalismo. En la idea de progreso, la Ilustracin cifr, precisamente, la posibilidad de una obra de la Libertad. Y no hay que olvidar las buenas razones de Kant para entender la Libertad como una realidad noumnica, es decir, como precisamente algo ajeno al Tiempo. Una obra de la libertad es siempre una victoria contra el Tiempo, que viene desde algo as como un afuera del tiempo. Por eso, reivindicamos la idea de progreso como la posibilidad de una victoria definitiva sobre el Tiempo. Solo la razn y la libertad pueden librar al ser humano de la tirana (en el fondo temporal) de las palabras muy antiguas. Ahora bien, lo que ah llamamos el ensamblaje entre el neoltico y la Ilustracin15 no ha podido ser ensayado jams. Para que la razn y la libertad nos liberaran de la supersticin y la tradicin, era necesario ocio, tranquilidad, aburrimiento, era preciso tomar distancia y esa toma de distancia solo puede traerla el hasto desinteresado ante el propio tejido tribal. La lucha de clases, motor de la historia, sepult siempre esa posibilidad. Ms an -como estamos sealando- bajo el capitalismo, que ha restaurado el imperio del Tiempo, dejando al ser humano a la intemperie de los acontecimientos, sin prcticamente instituciones que puedan protegerle de los flujos y reflujos econmicos. Se ha sealado mucho -desde La gran transformacin de Polanyi hasta La corrosin del carcter de Richard Sennet16- que este aceleramiento histrico ha destruido la consistencia antropolgica ms elemental. Pero lo que no se ha sealado tanto es que, ante todo, ha ahogado por completo la posibilidad misma del progreso en el sentido en que lo entendi la Ilustracin. Desde luego, si este asunto est ausente en Polanyi, tambin lo est en Marx, o al menos, en la tradicin marxista. Por no comprender esto ltimo, la tradicin marxista se embarc en una de las aventuras ms insensatas -y a la postre, ms criminales-: el intento de construir un hombre nuevo, ms all del llamado derecho burgus. De este modo, el marxismo se adentraba -por otras vas- en el mismo proyecto totalitario que el fascismo, buscando un sitio desde el que mirar por encima del hombro al pensamiento republicano y al liberalismo poltico. Ese sitio, que se imaginaba muy alto, estaba, por supuesto, a ras de suelo. El derecho es la nica escalera que puede levantarnos por encima del universo religioso y el reino de la supersticin. Situarse ms alto que el derecho no es alargar la escalera, sino saltar en el vaco para aterrizar de nuevo en el suelo de la religin, pero con un voluntarismo ms fantico y dogmtico. El proyecto del hombre nuevo vino siempre vinculado a alguna suerte de totalitarismo. En verdad, la cosa se vena venir desde Nietzsche y su concepto de superhombre.
15 Cfr. Fernndez Liria y Alba Rico, 2010: 165ss 16 Cfr. tambin, John Gray, 2000 y Naomi Klein, 2007, dos libros que, por cierto, comienzan haciendo un homenaje a La gran transfomacin de Karl Polanyi.
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Y sin embargo, este intento de pensar un ms all del hombre, tena ya una formulacin clsica que recorre toda la historia de la filosofa, consolidndose en el pensamiento de las Luces: el proyecto de la ciudadana, el proyecto de una nueva mayora de edad de la humanidad. Se trataba del proyecto de constituir sociedad sin depender de ningn trono ni ningn templo, es decir, sin reconocer otra autoridad que la razn y la libertad. Ese proyecto implica muchas cosas, exige unas condiciones materiales muy precisas -por cierto, incompatibles con el capitalismo, tal y como hemos intentado mostrar en Educacin para la Ciudadana. Democracia, capitalismo y Estado de Derecho (Akal, 2008). Ahora bien, para poder reivindicar este ms all, la tradicin marxista tendra que haberse librado del nefasto historicismo que converta al derecho en una inevitable superestructura burguesa. Antes bien, habra que haber reclamado como propios todos los conceptos claves del pensamiento republicano, afirmando que cosas tales como un Estado de derecho, una democracia parlamentaria, un verdadero sufragio universal, un verdadero liberalismo poltico, no eran posible en las condiciones de lucha de clase impuestas por el capitalismo. Habra que haber insistido en que para hacer realidad todas esas instituciones de la Libertad, era preciso acabar con la dictadura de clase. Mejor no inventar la plvora cuando sta ya est inventada. El concepto de la ciudadana sealaba suficientemente las vas por las que era posible un progreso antropolgico. Era por esa va por donde era posible avanzar hacia una superacin del etnocentrismo indgena (la humanidad termina en los lmites de la tribu), del patriarcado y del imperio religioso de la supersticin. Es la exigencia de la ciudadana la que no se conforma con una democracia -como deca el marxismo- puramente formal, que no haya previamente garantizado la independencia civil -y en ese sentido una verdadera igualdad ante la ley- de los individuos. En lugar del proyecto moral de un hombre nuevo, las instituciones republicanas (en primer lugar, por supuesto, el sistema de instruccin pblica) se insertan en el proyecto poltico de conceder al ser humano toda la dignidad que le corresponde por ser racional. Progreso es lo que se conquista por esta va y camina en esa direccin. Por eso, el concepto de progreso no puede ser confundido con el ritmo tcnico de reproduccin ampliada del capital. Nada garantiza siquiera que los avances tcnicos generen progreso. Pueden incluso generar un suicidio planetario. Lo nico de lo que se puede decir que es autntico progreso es el progreso terico de la ciencia (que no es el progreso tcnico, ya que, precisamente, es terico) y el progreso del derecho. No es posible olvidar cientficamente, es decir, por procedimientos cientficos, el teorema de Pitgoras. No es posible, con arreglo a derecho, restaurar la esclavitud o quitarle a la mujer el derecho a votar. La ciencia y el derecho progresan. La historia, sin duda, puede retroceder, incluso retroceder hacia un abismo en el que, por ejemplo, se arrebate sus derechos a la mujer o se prohiba explicar a Darwin en
todas las escuelas. Pero gracias a la ciencia y al derecho, podemos saber cundo avanzamos y cundo retrocedemos y, eso es, quizs, el nico progreso que tenemos asegurado. Disponemos de una brjula para orientar en la historia la accin de la libertad hacia un progreso hacia lo mejor17. Pero lo mejor aqu no es lo mejor para el capitalismo, sino lo mejor para la razn. Y como ya recordbamos en El naufragio del hombre (2010: 165), los filsofos tienen concepciones extraas sobre lo que es lo mejor: Scrates, por ejemplo, opinaba tozudamente que era mejor ser la vctima que el asesino, que era peor ser el tirano que su siervo, que era peor no ser castigado por el mal que cargar con la pena. Sea como sea, lo que no cabe duda es que el progreso del derecho ha hecho ms por la liberacin de la mujer en dos siglos que veinte milenios de tradicin y de costumbre. A la postre, el progreso del derecho, materializado en instituciones, tendra que ser capaz de acabar con el patriarcado. Aqu estaramos ante una conquista poltica frente a una servidumbre ancestral tan antigua como la humanidad misma. Estaramos ante el espectculo de la razn y la libertad, corrigiendo un pasado de costumbres, tradiciones y supersticiones materializadas en instituciones milenarias. Este es el gozne entre lo antropolgico y la razn -en El naufragio decamos entre el neoltico y la Ilustracin-, que la lucha de clases impidi siempre ensayar en libertad. La Historia ha anegado las posibilidades de la razn, impidiendo que la palabra edificara instituciones que resistieran el tiempo sin rendir tributo al tiempo pasado. El ensamblaje entre lo antropolgico y la razn -o si se quiere, entre cultura y libertad-, necesita de condiciones materiales para encajar. Y esas condiciones son refractarias a la Historia, pues su condicin es el tiempo libre, el estar libre del tiempo. Naturalmente, en ese librarse de la Historia -como la Ilustracin saba muy bien- se abre la posibilidad de otra historia: la de esa historia que, efectivamente, tena que progresar necesariamente hacia lo mejor. Pero para ello es preciso suponer una sociedad sin clases. Quizs conviene advertir que eso no significa que a la espera de esta sociedad sin clases no haya ninguna posibilidad de progreso. Significa ms bien que historia y progreso no son la misma cosa, ni siquiera cuando ambos han ido juntos. Que hay y que ha habido progreso es obvio con tan solo pensar en el sufragio universal, en las conquistas de la lucha feminista o en la prohibicin de la esclavitud. Y por supuesto, tenemos delante de nuestros ojos el espectculo inmenso de la historia de la ciencia, que progresa sin tregua da a da, lo que a su vez ha puesto a disposicin de los seres humanos posibilidades tcnicas inconmensurables que estn ah a la espera de ser aprovechadas de un modo sensato en lugar de explotadas criminalmente por los oligarcas del planeta. El asunto es que en todo ello la divisin de la sociedad en clases no ha sido ms que un lastre y una distorsin brutal, que ha
17 Cfr. Replantemiento sobre la cuestin de si el gnero humano se halla en continuo progreso hacia lo mejor, recogido en la seleccin de textos citada en Kant, 1987.
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retrasado dos milenios el progreso de la humanidad. La mejor prueba de ello es, sin duda, la pervivencia general del patriarcado, el ms llamativo de los signos de estancamiento humano. As pues, nos encontramos con que la frmula materialismo histrico nos aboca a una situacin que algunos considerarn paradjica o que vern con extraeza. Si la lucha de clases es el motor de la historia y el comunismo lucha por una sociedad sin clases, eso no puede significar otra cosa que la lucha por paralizar la historia a favor de otra cosa a la que no nos queda ya otra opcin que llamar progreso. El asunto se entiende siempre y cuando se comprenda que el progreso no es ms que una profundizacin en la victoria de la libertad sobre el tiempo y que, por tanto, marca siempre una ruptura en la continuidad histrica. La cosa, sin embargo, no es tan chocante como algunos querran entender. Lo que estamos diciendo es la nica de manera de que cobren sentido las continuas apelaciones al trmino desarrollo humano que aparecen en El capital. En Fernndez Liria, 1992,: 69ss, se ponan varios ejemplos de estas alusiones, aparentemente tan humanistas, de Marx. Un ejemplo interesante para reflexionar es la curiosa actitud de Marx frente al trabajo infantil, el cual le parece, sin duda, abominable bajo condiciones capitalistas de produccin, pero que, en cambio, le parece que es posible hallar ah, bajo condiciones socialistas, una fuente posible de desarrollo humano: No es el abuso de la autoridad paterna lo que cre la explotacin directa o indirecta de fuerzas de trabajo inmaduras por el capital, sino que, a la inversa, es el modo capitalista de explotacin el que convirti a la autoridad paterna en un abuso, al abolir la base econmica correspondiente a la misma. Ahora bien, por terrible y repugnante que parezca la disolucin del viejo rgimen familiar dentro del sistema capitalista, no deja de ser cierto que la gran industria, al asignar a las mujeres, los adolescentes y los nios de uno u otro sexo, fuera de la esfera domstica, un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la produccin, crea el nuevo fundamento econmico en que descansar una forma superior de familia y de la relacin entre ambos sexos. Es tan absurdo, por supuesto, tener por absoluta la forma cristiano-germnica de la familia como lo sera considerar tal la forma que imperaba entre los antiguos romanos, o la de los antiguos griegos, o la oriental, todas las cuales, por lo dems, configuran una secuencia histrica de desarrollo. Es evidente, asmismo, que la composicin del personal obrero, la combinacin de individuos de uno y otro sexo y de las ms diferentes edades, aunque en su forma brutal, capitalista -en la que el obrero existe para el proceso de produccin y no el proceso de produccin para el obrero- constituye una fuente pestfera de descomposicin y esclavitud, bajo las condiciones adecuadas ha de trocarse, a la inversa, en fuente de desarrollo humano. (Marx, 1994: Libro I, captulo XIII: volumen 2, 596).
Lo que todo esto viene a significar es que el capitalismo es actualmente (antes lo fue la esclavitud o el feudalismo) el mayor obstculo para que la libertad tome la palabra para decidir lo que nos conviene antropolgicamente. El ensamblaje entre la Ilustracin y la Cultura -entre el Logos y el Mito, si se quiere decir as- est todava por experimentar. Y sin embargo, los progresos de la razn -materializados en la historia de la ciencia- y la potencia de la libertad -en un mundo que sabe ya perfectamente lo que es intolerablejams han sido tan intensos. El gnero humano, como deca Kant, progresa inevitablemente hacia lo mejor. Pero la historia no tiene por qu seguir los pasos del gnero humano, ya que puede, incluso, llegar a exterminarlo.
4. Balance. Pensamos que a un posible dilogo entre Marx y Polanyi le conviene prestar atencin a la distincin entre progreso e historia que acabamos de esbozar. De lo contrario, nos veremos abocados a una situacin en la que, ante un mundo cada vez ms abocado al desastre, el pensamiento reaccionario parecer cada vez ms lcido y ganar cada vez ms adeptos18. La postura defendida por Juan Bautista Fuentes Ortega19 en el captulo 8 de su libro La impostura freudiana, no puede ser ms clara al respecto. Ahora bien, el autor se inclina a una reivindicacin cada vez ms entusiasta del catolicismo al que considera algo as como el nico universal concreto exitoso, es decir, el nico proyecto potencialmente universal que al mismo tiempo resulta respetuoso con las instituciones concretas sabiamente consolidadas por la tradicin. Esta postura conserva la esperanza de que el catolicismo sea no slo el antdoto anticapitalista que necesitamos, sino tambin un dique capaz de contener cualquier peligro fascista latente en el pensamiento reaccionario. Lo que aqu hemos pretendido mostrar es que el concepto de progreso propio del pensamiento de la Ilustracin, bien entendido, no slo es completamente ajeno al desarrollo econmico del capitalismo, sino que es su nico antdoto compatible con lo que exige la dignidad humana.
18 Como sntoma de aquello a lo que nos referimos, recordemos que en el ao 2003 la revista Archipilago (n 56) public un nmero monogrfico titulado La inquietante lucidez del pensamiento reaccionario. Se trataba de una excelente recopilacin de artculos sobre el tema. 19 Con quien compartimos, precisamente, el Proyecto de Investigacin citado al comienzo de este artculo y en el marco de cuya discusin interna viene a insertarse este artculo.
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