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Periodismo y Cultu

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Un periodismo para el debate cultural


Jess Martn-Barbero

Conferencia (I Seminario Internacional de Periodismo Cultural, Colcultura; publicada en Periodismo y cultura, Tercer Mundo, Bogot, 1991, y luego en Pre-textos, Univalle, Cali, 1995)

(...) las diferencias que importan en la cultura no son las que diversifican u organizan el campo de la cultura, ni como mundo de prcticas (literatura, msica, teatro, plstica, danza, etc.), ni como trama de escuelas, estilos o tendencias, sino las que produce la experiencia social, esto es, la diferencia entre experiencias culturales. Es esa diferencia la que, a mi modo de ver y contra la ambigedad y hasta la anacrona del nombre, define al periodismo cultural: no un tema o un mbito sino un modo de interpelar la diversidad cultural y de dar voz, imagen y escritura a los diversos actores sociales en cuanto sensibilidades, formas de hacer y de experimentar lo cultural.

Me atrevo a pensar que hacer un seminario como este hoy, en Colombia, no es slo asunto de oficio, de especialistas en periodismo cultural: ms que eso expresa lo importante, lo decisiva que es la cultura en Colombia tanto para comprender el pas como para cambiarlo. Lo cual implica entender por cultura no slo un campo especializado de prcticas y de productos, sino la dimensin expresiva y creativa de la vida cotidiana. En los ltimos aos hemos ido captando lo que le pasa a este pas y tambin que ello no es comprensible con explicaciones econmicas o polticas, porque Colombia no tiene unas estructuras ms injustas o ms corrompidas que los pases vecinos o que el resto de Amrica Latina. Luego, la crisis de convivencia que ahora sufrimos, la desintegracin que amenaza a este pas, tienen que ver con otras dimensiones de su historia, con otras dimensiones de su vida que no son reducibles ni a las condiciones sociales ni a la degradacin de las instituciones. No me estoy refiriendo a ese ambiguo y peligroso concepto de cultura de violencia, sino a cmo en la cultura se modelan y adquieren sentido los comportamientos y las experiencias, los hbitos y las inercias. No es posible entender cmo es que Colombia est viviendo y muriendo sin asumir lo que de cultura tienen la economa y la poltica. Por eso mismo, cualquier transformacin del pas que no quiera quedarse en retrica tiene que ocuparse de la vida cotidiana, y de cuanto en ella alienta una concepcin del otro como quien atenta contra lo que soy y lo que me
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pertenece. Habr cambio en la medida en que el otro pueblo, la otra gente o raza, aparezcan ante m como diferentes en cuanto riqueza y conflicto, como convivibles en trminos de intercambio, de negociacin y debate. Sobre eso hay un acuerdo bastante grande en Colombia que no es slo preocupacin de intelectuales, profesores o periodistas; tambin en el discurso de la poltica algo ha empezado a cambiar: se abre paso un discurso que diferencia los diversos conflictos sin separarlos, que intenta pensarlos juntos sin confundirlos. En los ltimos aos, los medios de comunicacin han comenzado a asumir que lo que est en juego en la cultura no son nicamente exposiciones, espectculos y personajes geniales, sino el diario convivir de la gente y ello pasa por la literatura de Garca Mrquez y las pinturas de Botero, pero tambin por lo que hacen los tejedores de San Jacinto, las emisoras comunitarias del Pacfico y el proyecto de autoconstruccin en Aguablanca. Pienso, sin embargo, que este cambio la nueva concepcin de la cultura y de su importancia para la convivencia y la transformacin del pas se halla todava fuertemente atrapado por las ideologas del oficio, por las rutinas y los hbitos de trabajo de los periodistas, que neutralizan en buena parte lo que hay de nuevo en esa preocupacin y en esa concepcin. Voy a sealar dos ingredientes de la ideologa profesional de los comunicadores que juegan un papel central en esa neutralizacin del cambio. Me refiero, en primer lugar, a la presin de la lgica informativa, que hoy se traduce en una compulsin de la actualidad y en la tendencia a valorar como verdaderamente informativo nicamente aquello que atae a los acontecimientos del da o de las ltimas horas. Frente a ese ritmo de temporalidad exasperada, los hechos
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4 de la vida cultural alzan sus propios ritmos, pero en vano. Para meterlos en el discurso de la prisa, de la chiva y el espectculo habr en buena medida que romperlos, descontextualizarlos, disolverlos. La temporalidad compulsiva de la actualidad choca de frente con la de la vida cultural y con la necesidad de disponer de discursos que respeten los diferentes tiempos de las culturas. En segundo lugar, est esa otra presin que viene de la necesidad de hacer que la cultura en los medios deje de ser un ladrillo. Es desconcertante la tendencia del periodismo cultural a mimetizar la visin que nos llega del pas del norte especialmente segn la cual lo nico que la gente puede digerir hoy es algo que sea suave, gil y corto. Pues si es cierto que el tiempo de la vida sufre de una aceleracin inatajable y que en los medios el tiempo es muy caro, tambin lo es que ello entraa una reduccin extremadamente peligrosa de la vida y especialmente de la cultura. Es obvio que no estoy defendiendo los ladrillos ni el discurso innecesariamente pesado y abstruso o la retrica acadmica; por supuesto que los medios no son para dar clase ni hacer lecciones de nada. Pero eso es una cosa, y otra bien distinta es la visin banalizadora de la cultura para la cual lo nico que es digerible por los estmagos posmodernos es lo fragmentario y leve, y que justifica la reduccin al mnimo de lo que en la cultura nos queda de diferencia y de diversidad. Hay algo que viene a hacer ms difcil la lucha contra las ideologas y las presiones del oficio; se trata de la complejidad presente en la concepcin moderna del arte y su valoracin positiva de la incesante bsqueda de lo nuevo. En su afn de romper con el viejo orden y la vieja sociedad, con los tradicionales modelos de arte, la modernidad hace un canto a la novedad.
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Pienso que en el campo de la cultura la valoracin informativa de lo actual es apoyada y reforzada por la compulsin de lo novedoso en el arte. Y esa secreta complicidad entre esttica moderna y lgica informativa har mucho ms difcil la lucha contra la excitacin de lo efmero y la banalizacin de la cultura, en la que naufragan muchos buenos deseos por proponer una imagen diferente de la relacin entre Colombia y las culturas, las suyas y las del mundo. Necesitamos experimentar otros modos de relacin entre cultura e informacin, entre cultura y comunicacin. Y en ese sentido me voy a permitir nombrar, de una forma muy esquemtica, tres elementos de una propuesta que lentamente se va abriendo camino y de la cual ya hay muestras en Colombia. Se trata, en primer lugar, de concebir la informacin cultural ligada ms al mundo de la vida, en el sentido que le da Habermas, que a las corrientes de moda y a las nostalgias. Dado que en el periodismo decir informacin equivale a decir actualidad, la tentacin de las corrientes culturales a condensar lo mejor del esfuerzo en estar al da es grande. Y esas corrientes cambian cada vez ms de prisa. Xavier Rubert de Ventos ha escrito que en nuestro tiempo las modas le han ganado a los estilos, que estos han acabado por ponerse al ritmo de las modas, de manera que son ellas las que acaban imponiendo, o hacindose pasar por el modelo cultural del mundo. En eso estamos. Y por ello no es extrao que mucho del periodismo cultural que tenemos equipare la lucha contra el provincianismo con mantenernos enterados de la ltima corriente musical en Nueva York, o de plstica en Pars, o de literatura all donde se condense el prestigio del momento.
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6 Frente a esta postura no se alza sino exactamente su contraria, y por tanto complementaria: la de los que, para luchar contra esa aceleracin de los cambios, van a identificar lo cultural con lo que permanece, con los clsicos. Convencidos de que el tiempo que vivimos es el de la muerte del arte, que estamos rodeados de degradacin y mediocridad, la verdadera comunicacin ser aquella que permita a la gente tomar contacto con las grandes obras del pasado. De lo que se infiere que el periodismo hace algo por la cultura slo en la medida en que lucha por lo autntico y lo nuestro de siempre, en la medida en que denuncia las mezcolanzas corruptoras y el abaratamiento cultural. Frente a esas dos tendencias dominantes es posible una informacin que est atenta a lo que Roland Barthes llamaba la capacidad de significar que tienen las corrientes, las obras o las prcticas. Tendramos entonces un periodismo dedicado a auscultar en el mundo cultural los signos que iluminan el opaco y contradictorio vivir diario del pas, a descifrar en l las corrientes secretas que lo dinamizan o bloquean; y sin chauvinismo, pues la mundializacin de la economa y de la comunicacin conecta fuertemente nuestras crisis y tambin las expectativas a las del resto del mundo. Hay que tener en cuenta, adems, que el mundo de la cultura no es un mundo que refleja al pas sino que, ms bien, est en conflicto con l, que lo deforma y al mismo tiempo lo transciende. Pero, a su modo, el arte y los dems mbitos de la cultura hablan tambin de lo que le pasa a Medelln, a Cali o a Barranquilla, y de lo que le pasa al pas; otra cosa es que no sepamos leerlo. No podemos seguir creyendo que para hablar de cultura hay que poner de lado o superar lo que este momento tiene de azaroso y oscuro, cuando en

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verdad slo interrogando el espesor de la cultura podremos entender este pas. La segunda lnea de mi propuesta es la necesidad de construir en los medios un discurso cultural que sea especfico sin ser narcisista ni circular; esto es, un discurso que no se encierre en aquella pseudo-autonoma que para lo nico que sirve es para ocultar sus lazos con los intereses del mercado. En la modernidad el arte construy autonoma. Es ms, la modernidad se identifica, segn Weber, con la produccin de esa autonoma que separa al arte de la ciencia y de la moral, que instituye espacios autnomos para cada una de esas esferas de lo social; pero, como nos ha enseado Adorno, el precio de esa autonoma ha sido doble: su desvinculacin de la vida y su insercin en la lgica y la dinmica del mercado. Sin embargo, el discurso de la crtica sigue arrastrando en gran medida una concepcin de la autonoma de la cultura que, a la vez que escamotea las interpelaciones que le vienen del mundo de la vida, acaba siendo funcional a los requerimientos del mercado que es la instancia ms interesada en separar y especializar el valor de lo cultural. Pretendiendo construir un discurso que no sea enturbiado por las ambigedades y contradicciones del vivir cotidiano, no slo la crtica especializada sino buena parte del periodismo cultural acaban teniendo como referencia no a las gentes de este pas sino a los entendidos y a los comerciantes de galeras de arte o de empresas de discos. El tercer ingrediente de mi propuesta es el convencimiento de que en este momento lo cultural en Colombia necesita, tanto o ms que la crtica especializada, del debate; porque si hay poca crtica que sea de veras tal, lo que s no hay es debate. Salvo algunas excepciones en la prensa, lo que prevalece en los medios masivos es un discurso revewww.mediaciones.net

8 rencial, de elogios mutuos, de programas en los que se invita a la gente de la cultura no para interrogarla sino para mostrarla, exhibirla. Entiendo por debate de la cultura un dilogo que va ms all de la iluminacin y del cuestionamiento del mundo de la obra que es lo que hace la crtica: un desplazamiento que reubica las obras, los movimientos y las prcticas culturales en el terreno de las experiencias y de las luchas colectivas para interrogarlas acerca de sus secretas conexiones con las dinmicas de la vida social y con las esperanzas de la gente. Necesitamos un debate cultural de la arquitectura, la plstica, la literatura y tambin de las costumbres de los polticos y de la mentalidad de los ex guerrilleros, de las sub-culturas de los jvenes sicarios y de las narrativas urbanas del cine y el video; un debate que nos ayude a entender qu culturas alimentan las diferentes violencias y qu violencias sufren las distintas culturas que nos conforman. No estoy oponiendo el debate a la crtica necesitamos la crtica para alimentar el debate sino sealando sus diferencias y atrevindome a afirmar que en este tiempo de crisis se hace ms indispensable el debate. Termino mi propuesta explicitando algo que qued dicho slo entre lneas y que en alguna forma resume todo lo dems: las diferencias que importan en la cultura no son las que diversifican u organizan el campo de la cultura, ni como mundo de prcticas (literatura, msica, teatro, plstica, danza, etc.), ni como trama de escuelas, estilos o tendencias, sino las que produce la experiencia social, esto es, la diferencia entre experiencias culturales. Es esa diferencia la que, a mi modo de ver y contra la ambigedad y hasta la anacrona del nombre, define al periodismo cultural: no un tema o un mbito sino un modo
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de interpelar la diversidad cultural y de dar voz, imagen y escritura a los diversos actores sociales en cuanto sensibilidades, formas de hacer y de experimentar lo cultural. De ah que no sea slo oficio por importante que ello sea sino tarea, talante, vocacin. Y lo que pone en juego no es slo informacin sino un saber, el de despertar en cada ciudadano su capacidad de crear y de apropiarse del mundo. Bogot, mayo de 1991.

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