José Pablo Feinmann - Cuba
José Pablo Feinmann - Cuba
José Pablo Feinmann - Cuba
Cuba
Por Jos Pablo Feinmann Por qu comete Fidel Castro un gesto tan ostensiblemente torpe? No bien uno se entera de la noticia (la noticia dice: Castro hizo fusilar a tres disidentes polticos) piensa, casi mecnicamente piensa: Qu bien le viene esto a Bush!. A Bush y a todos los lamebotas (Estados Unidos, hoy, calza botas) de Estados Unidos. A los Menem, por ejemplo. O a Lpez Murphy. O a Aznar. A todos los que piden entrar en la isla de los sueos infinitos con la excusa de la violacin de los derechos humanos. A todos los que exigen ese voto contra Cuba que se digita desde el Pentgono o el Departamento de Estado, desde el corazn artillado del Imperio. Es tan simple pensar Qu bien le viene esto a Bush!, tan mecnico y elemental que uno, despus, se pregunta cmo es posible que Fidel lo ignore, cmo no va a saber l, un viejo len de la poltica y hasta, a veces, un mago de la Historia (hace ms de diez aos que cay la bipolaridad y slo l la mantiene), que esto, estos tres fusilamientos, este ampuloso gesto jacobino, es lo que Bush necesita, o, sin ms, lo que estaba esperando. De modo que en favor de Fidel, de su lucidez poltica esto nos aleja de interpretar el hecho como un error y hasta como un signo de una acaso inevitable decadencia. No, Castro no puede ignorar los hechos histricos que su decisin acelera, ayuda a convalidar. Le ha entregado al enemigo lo que el enemigo necesita. El enemigo es Estados Unidos. Que no lo es slo de Cuba sino a partir del concepto de guerra preventiva que la Administracin Bush instaura lo es del resto de los pases del planeta. Ernesto Guevara, en el Mensaje a la Tricontinental de 1967, conceptualizaba a Estados Unidos como el gran enemigo de la Humanidad. Esta interpretacin, hecha desde la selva boliviana, tramada por el odio y la soledad, tiene hoy una estremecedora cercana con la verdad. Estados Unidos es el enemigo, si no de la Humanidad, de todos los pases del mundo, a los cuales ha decidido constituir en tanto sus potenciales antagonistas. Hay, ahora, una nueva bipolaridad y en ella Cuba ya no ocupa uno de los polos o, sin duda, no lo ocupa en soledad sino desbordantemente acompaada. Un polo es Estados Unidos, un Imperio paranoico que se dice amenazado por el terrorismo internacional; el otro polo es el resto del mundo, amplio lugar en el que el terrorismo se ha desplegado, con el apoyo o la tolerancia o la indiferencia o la ineficacia de todas las naciones. Cuba es uno de esos lugares. Es, tambin, un pas con el que Estados Unidos tiene viejas deudas, viejos rencores, odios largamente trabajados. Hoy, Baha de Cochinos tiene un nuevo encuadre justificatorio: o los derechos humanos o el amparo al inasible enemigo terrorista. Ya no el comunismo, esa jerga del pasado. En cuanto al terrorismo Castro se haba movido bien, reflejos rpidos, declaraciones claras: el atentado a las Torres mereci su condena inmediata. Sabe que el otro flanco que Estados Unidos utilizar para agredirlo es el de los derechos humanos. Por qu entonces fusila tres disidentes? Estas cosas debieran tener una explicacin, debieran tener cierta transparencia, ser entendidas. Acabo de firmar una solicitada a pedido de mi admirado y querido Andrs Rivera en contra de una posible invasin de Estados Unidos a Cuba. La solicitada, creo, no menciona los fusilamientos. Habra preferido que los mencionara, pero no importa. La firm con tanta conviccin como firm la que conden la brutal represin en la fbrica Brukman. Pronto, Estados Unidos har de Cuba una metfora de lo que sucedi en Brukman: entrar en la isla desplegando una brutalidad policial similar a la que despleg en Irak. Contra esto alerta la solicitada de Andrs y contra eso tenemos que estar. Si hay problemas en Cuba los tiene que arreglar Cuba. Estados Unidos no puede ser la polica del mundo. No puede iraquizar al planeta bajo el pretexto de protegerse de l. Por supuesto estamos contra eso. Pero tambin por supuesto estamos contra la pena de muerte. No importa por qu Fidel hizo fusilar a tresdisidentes. No importa si quiere apresurar los planes armados de Estados Unidos para desenmascararlos. No importa si la amenaza externa lo obliga a una mayor dureza interior. No importa si quiere afirmar su conduccin o retornar a los paredones jacobinos de enero de 1959. Estamos contra la pena de muerte, se aplique en Texas o en La Habana. Uno de los motivos que tornan tan exasperadamente odiosa la figura poltica y hasta humana del gobernador Bush es que fue un fantico partidario de la pena de muerte durante su gestin en el estado petrolero de Texas. Desde la izquierda no hay quien no se lo haya recordado. Se encontr ah hasta una
-2-
coherencia con lo que luego vino. Cmo no iba a arrasar Irak con semejante frialdad, cmo no iba a masacrar a mujeres y nios quien no haba vacilado en autorizar ejecuciones a granel durante su gestin como gobernador? La masacre haba empezado en Texas. Ah en cada orden de ejecucin a la que el spero gobernador pona su firma se prefiguraba el carnicero de Irak. Ah, pero Castro fusila desde en un pequeo pas bloqueado y en nombre del socialismo! No perdamos el tiempo: siempre el que mata crea un valor absoluto que lo autoriza a matar. No hubo nadie en la Historia que no matara desde un absoluto que lo legitimaba. Se mata por el Orden, por la Diosa Razn, por los designios imperiales de su Graciosa Majestad, por el Partido de Vanguardia, por la raza de seores, por el pueblo elegido, por el Hombre Nuevo, por el Ser Nacional o preventivamente, hoy por la lucha contra el Terrorismo Internacional. Se mata, siempre, desde lo absoluto, desde lo incuestionable. En suma, desde Dios en cualquiera de sus formas. Se trata entonces de estar o no estar a favor de la Muerte. Hoy, Estados Unidos (con el respaldo de gran parte de su poblacin y con el rechazo de muchos de sus ms brillantes intelectuales y artistas) est a favor de la Muerte. Matar es entonces ser Estados Unidos. Lo nico que no puedo hacer para estar contra la Muerte es matar. Si lo hago, soy mi enemigo. Me identifico con l. Formo parte de su propia tica. El error trgico del jacobinismo revolucionario en todas sus formas fue creer que la Muerte era un medio. No lo es. Siempre se transforma en un fin y termina por devorar a sus propios hijos, a la propia Revolucin. Uno quiere cambiar el mundo y termina organizando una polica, amontonando las crceles y hasta olvidando por qu era que se mataba. Estas ideas que son las nicas que nos van quedando para luchar por cierta dignificacin de la condicin humana suelen recordarlas esos incmodos personajes a los que se llama, con frecuente aire desdeoso, intelectuales. As, Jos Saramago escribi contra los fusilamientos de Castro. Fue notable el ttulo de su texto: Hasta aqu he llegado. Es harto frecuente que los intelectuales adhieran a procesos de cambio. Tambin los han impulsado desde sus libros. Algo tuvieron que ver con las revoluciones intelectuales como Rousseau, Voltaire, Hegel, Marx o Gramsci. No eran idiotas tiles ni se miraban el ombligo, segn se le ha espetado sin piedad a Saramago. Tambin lo trataron malamente a Galeano. Caramba, cmo son las cosas: mientras Galeano les regala a los revolucionarios de los e-mails pequeos textos ingeniosos contra Bush o los yanquis, lo idolatran. Cuando escribe un texto denso, dolorido, lcido como Cuba duele, lo lapidan. No importa que Saramago haya sido uno de los ms combativos e insolentes Premios Nobel de la Historia, no importa que use su formidable tribuna para ser un antiVargas Llosa y denunciar al neoliberalismo que hambrea y devasta este mundo. No, alcanza con que se fatigue del paredn cubano para que lo transformen en un traidor, un idiota til o un intelectual ms (otro ms, qu asco!) que se mira el ombligo desde su envidiable exterioridad. Pero no es as. A Galeano le duele Cuba porque le duele que Fidel se obstine en un jacobinismo a destiempo que slo puede agregar sangre a la sangrienta historia de nuestros sangrientos das. Y Saramago dice Hasta aqu llegu porque un intelectual es, ante todo, una conciencia crtica, un pensador crtico. Untipo que adhiere a los procesos de cambio, que adhiere a las revoluciones, forma parte de ellas, se exalta, les entrega lo mejor que tiene, su creatividad, su imaginacin, su prosa, su inteligencia. Pero una revolucin deja de serlo cuando en lugar de nuestra creatividad exige nuestra obediciencia, una obediciencia que se traduce en el arte infinito de la justificacin. Y Saramago, con todo derecho, hoy, se cans de justificarlo a Castro. El y otros tambin. Ms an si lo que exige esa justificacin es la justificacin de la Muerte. Hasta aqu he llegado, dice. Un intelectual que justifica se transforma en un burcrata, ese ser mezquino y gris que es el smbolo impecable de las revoluciones congeladas. Que es, tambin, la anttesis del intelectual.