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Insomniario

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INSOMNIARIO


ZELTZIN ALFONSO
Insomniario

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POESA





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NOCTURNA
Desear la noche, el humo,
y su piel tras el espejo.
Barrer las gotas hechas,
deshacer entre mi boca sus dedos,
ver caer la sombra y saberlo dormido.
Soar sin tiempo,
provocar distancia.
Decir tal vez:
hace fro y estoy desnuda,
o
casi amanece.
Ver sus ojos cerrados,
exiliarlo del sueo.
Despertar,
y encontrarlo inmvil en este sitio,
igual que otras noches.



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DISTANCIA INCIERTA
Debes huir del fro,
contar tus pasos:
dejar caer los copos.
Ya no es abril,
y estamos solos en lugares distintos.
Debes venir,
traer las flores marchitas
y besar mis ojos:
Debes darte prisa,
casi es invierno
y los mares se congelan
igual que este cuerpo






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FALSO RESQUICIO
Bebo miradas,
pasos vencidos
y calles dormidas.
Nadie me conoce a esta hora:
No saben la herida
que llevo en los ojos.
Miran el caminar triste heredado de mi padre.
Qu importa si he amado a uno o cinco,
si he llorado lo mismo que una dama
o que un gato?
Apresuro el paso,
y el mundo me pesa menos.
Es innegable:
cada quin sabe sus ros
y se hunde en sus propios barcos.



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PROBABLE INSOMNIO
Te pareces a la lluvia:
urgente de pronto,
sofocante a veces.
Tu boca huye de los prpados
donde te sueo siempre,
aunque no siempre sueo.
Luego viene la luz marchita,
y no s si irme ahora
o dormir de nuevo:
si esto se llama muerte,
o simplemente guerra.
Y me descubro lejos,
caminando,
cerrada al sueo, abierta de ojos:
desvelada.



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PRELUDIO
He de beberte despacio
y deletreando los mapas
de tus insomnios.
He de agotarnos lentamente
como se extrae un metal precioso
del fondo de la tierra.
Crecer al ritmo de un nio enfermo:
negarnos a ser carne,
navegarnos pausadamente
y sin ninguna prisa,
para llegada la hora,
abandonar esta tregua absurda
y tenerte cerca,
exacta e irremediablemente.




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NARRATIVA





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ESTOCOLMO
La noche que lo conoc era incluso ms lluviosa que esta.
Por eso lleg a m tan lleno de gotas y sabiendo a sal.
Naturalmente no dijo ni una palabra, lo pusieron en una
esquina del cuarto vaco como el resto de la casa, y ah se
qued siempre. Quise saber su nombre pero no me
dejaron. Luego hicieron algunas llamadas y yo me qued
junto a l mucho tiempo, mirndolo, limpiando sus
lgrimas con un trapo de cocina.
Nunca le gust mi comida. Yo me esforzaba en
cocinar sabroso, pero l apenas y probaba bocado. Dorma
y lloraba casi todo el tiempo, como un beb. Eso los
fastidiaba, y entonces le empezaron a pegar. El da que
pas lo de los dedos yo tambin llor. Fue la nica vez
que lo o hablar y dijo que era msico. Slo eso: soy
msico. Entend lo que significaba y me puse a llorar con
l. Despus lo limpi con mucho cuidado y le cambi la
ropa llena de sudor y orn.
Ellos se enojaban conmigo. Me decan que era
intil, que ya se iba a morir porque diosito lo estaba
llamando. Entonces yo rezaba y le peda que no se lo
llevara como a los otros hombres que conoc en este sitio.
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Me quedaba mucho tiempo vindolo para que la muerte
no se le acercara y ellos decan que se me iban a quemar
los ojos por no parpadear. No me importaba. As estuve
muchos das. A veces l tambin me miraba y yo trataba
de sonrer para animarlo un poco, pero por ms gestos que
hice y ms chistes que cont nunca quit esa mueca con la
que lo trajeron.
Le estaba dando de comer cuando llegaron a
decirme que fuera al mercado. Les dije que no, pero ellos
dijeron que poda comprarme lo que quisiera, as que les
encargu que le echaran un ojito para que no se muriera
mientras yo no estaba y ellos dijeron que s. Cuando
regres la puerta estaba abierta y no haba nadie. Ni la
camioneta afuera del zagun, ni ellos, ni l. Se fueron a
quin sabe dnde sin decirme nada.
Lo nico que qued fue una mancha extraa en la
alfombra del cuarto y mucha gente diciendo que haba
odo un ruido muy fuerte. Cuando sal me trajeron directo
para ac y me hicieron muchas preguntas. Ya ni s
cuntas veces he contado la misma historia. Tampoco me
han dicho qu fue de l, ni quin era. Slo me metieron
aqu, donde no hay nadie a quin curar o darle de comer.
Pero qu bueno que usted vino, porque necesitaba a
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alguien que me creyera de una vez. Uno se siente muy
solo en este lugar. Ahora que le dije todo lo que quera
saber, necesito una promesa. Necesito que me diga soy
msico y nunca me voy a ir. Y yo me comprometo de
todo corazn a no quitar mi vista de usted, y de ser
necesario, a secar sus lgrimas con un trapo de cocina.












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ZAPATITOS ROJOS
Sali de su casa sin saber a dnde iba ni qu estaba
buscando. Perdi la cuenta de las horas y luego de los
das, pero de un modo u otro su vestido segua limpio.
Incluso podra decirse que impecable. Haba recorrido
muchos parques, mercados, avenidas; pero todos los
rboles parecan siempre iguales y todos los faroles
alumbraban con igual intensidad las calles desiertas de la
noche. Hasta que un da se detuvo, amarr las agujetas de
sus zapatitos rojos y guard silencio.
Silencio el trmino era relativo porque en
realidad desde que sali de su casa no haba pronunciado
palabra alguna, slo tarareaba una cancin con la que su
padre la arrullaba antes de dormir. Antes de morir. Y de
pronto la cancin se apagaba en su memoria y las notas
desconocidas se rehusaban a asomarse. Tambin al
detenerse se dio cuenta de que tena fro y hambre.
Tambin tena dinero. Se acerc al nico puesto que vio
en varios metros a la redonda y compr un hot dog. Luego
otro. Mir alrededor y todo le pareci demasiado rojo.
El rojo era un mal color, le recordaba la casa ardiendo, los
muros destruidos y los gritos de pap en medio de aquella
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gran llovizna de humo; un humo ms denso y ms rojo
que los ladrillos de la misma casa. Aquel color era
tambin el culpable de que no le gustara verse los zapatos
ni los hubiera amarrado en tanto tiempo. Y de que no
hubiera llorado al ver la casa en llamas con su padre
adentro. Era una pena.
Entonces una msica maravillosa empez a llenar
sus odos rotos por las sirenas pasadas y las luces que
emanaban del centro comercial la llamaron como el
azcar a las hormigas que le gustaba quemar con la lupa.
El mundo que tanto tiempo se le haba negado hasta ahora
se abra ante sus ojos con todo el esplendor de los
anuncios publicitarios y las msicas entremezcladas de
los locales en la gran plaza. No entenda por qu su padre
la haba resguardado hasta entonces, qu de malo tena el
exterior?
En todos sus aos no haba puesto un solo pie
afuera de los pisos blancos de la casa ahora inexistente, y
de pronto el universo pareca ser suyo; pequeo como
para guardarlo en el bolsillo y tan grande como para
nunca acabar de conocerlo. Pensndolo bien, era ese
anhelo del mundo, de los lugares prohibidos, lo que la
llev a prender fuego a la cama y cerrar con llave todas
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las puertas, y a no abrirlas a pesar de los gritos de su
padre, cuyo pellejo y voz se consuman con el calor como
se consumen todas las cosas vivas. Pero el mundo hasta
ahora era tan chico slo el centro comercial la
impresionaba por su atemporalidad.
Despus de perder la cuenta de cuntas veces
subi y baj las escaleras elctricas, y de cuntas otras
encendi el secador de manos automtico que haba en los
baos, vio a lo lejos eso que haba estado buscando. Una
figura humana asomaba su cabeza por encima de un
carrito de monedas afuera de la zapatera. Fue hasta l,
asombrada por su pequeez. Lo tom en brazos y lo baj
al piso. Apenas podan hablar. Ella por la sorpresa y l
por la edad.
-Ahora t vas a ser mi hermanito.
Y los dos se alejaron, cruzando la puerta transparente del
centro comercial, tomados de la mano.



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YOCASTA
Lo ech a la basura esperando que los perros del
vecindario lo engulleran vivo. El fin de la cada produjo
un golpe seco. Slo eso, de la bolsa negra no sali ni un
llanto que remordiera mi mente de fruta vieja. Me ech a
correr, compr un cigarro y volv a casa. Lo dems ya
deben saberlo, por eso estoy aqu. No, ciertamente no
hubo culpa alguna, todos estos aos pasaron sordos hasta
hace seis meses.
Esa noche abr la puerta y estaba ah. Manuel, mi
esposo, nadaba entre un charco espeso y oscuro. Me cost
reconocerlo, su cara estaba totalmente aplastada y haba
pedazos de cabeza desparramados por toda la alfombra.
Del otro lado del cuarto estaba l, sosteniendo con su
mano una pala en cuyos bordes podan distinguirse ms
huellas de sangre, slo que esta vez el metal del artefacto
les daba un matiz cobrizo. Con la otra mano se jalaba el
pelo mientras lloraba. Slo me defenda; estaba lleno de
moco y baba. Me acerqu a l como quien se acerca a un
gato herido, lo hice soltar el arma y le bes los ojos.
Despus recogimos el cuerpo, lo tiramos en algn terreno
baldo y tomamos caf con pan. Luego lo abrac y lam
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las heridas de su cuerpo. Le dije que poda quedarse los
das que quisiera y as lo hizo.
Al mes siguiente nos casamos. Ninguna de mis
amistades entenda por qu el jardinero de la casa viva
ahora en ella. Dije que era un sobrino lejano y que
Manuel estaba de viaje. Hasta ese momento todo
transcurra bien. l se recostaba sobre mi pecho para que
yo le cantara canciones de cuna y le diera de comer en la
boca, tambin me regalaba flores de aroma odioso.
Aquella rutina nuestra nos iba tragando confortablemente
hasta el da en que me dijo de pronto: soy tu hijo.
Sus palabras fueron un estruendo pero en ningn
momento baj la vista., entonces supe que haba
encontrado la carta que escrib para l en un arrebato de
pena, hablndole del embarazo silencioso, de los perros y
el cigarro que compr aquella noche. La carta que enterr
en el jardn atrs de las orqudeas, deb sospechar que su
instinto jardinero lo haran llegar ah. Desde cundo lo
sabes?
Lo supe siempre. El nio basura fue noticia
nacional. Slo tuve que seguir sus pasos y aos ms tarde
ofrecerle empleo. Manuel no saba nada. Ni siquiera se
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enter de que esperbamos un hijo. Hace poco, fueron
las nicas palabras que pudieron salir de mi boca amarga.
No pudo hacer ms que echarse al piso a llorar de nuevo.
Me sent a su lado y lo recost sobre mi pecho, luego lo
bes en la boca.
Pero ya no era igual y nunca lo sera. l me
segua abrazando, asfixindome como cuando naci. No
saba qu hacer mientras l se aferraba a mi torso
estrecho, entonces mir todo el cuarto hasta detenerme en
una de las esquinas de la estancia desde donde la pala me
seduca. No lo pens mucho. Me levant con la quietud de
las hormigas y tom el mango. Bastaron dos golpes,
muchos menos de los que l mismo le dio a su padre. Pero
segu oyendo el rebote del corazn latiente. Nunca supe si
a esa hora ya estaba muerto.
Lo ech a la basura esperando que los perros del
vecindario lo engulleran vivo. El fin de la cada produjo
un golpe seco



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LTER YO (I)
Toco an a sabiendas de que no hay nadie en casa. Cada
golpear de mis nudillos contra la madera de la puerta
suena diferente ahora. Toc. Tap. Poc. La lluvia lo hara
ms interesante. En este punto podra decir que las gotas
sucias no dejan de revolotear en mi cabeza adormecida,
pero la realidad es que el sol se me escurre por todo el
cuerpo. Sal hace dos horas. Tal vez tres, y camin hasta
aqu. Las calles me parecieron distintas a las que so
estos aos, con su trnsito catico y pasivo que no
reconozco. Veinticuatro meses paralelos a las horas de un
da, donde la madrugada ocupa todo el espacio.
Recuerdo la historia con la que a mi abuela le
gustaba espantarme. En ella, un seor llegaba
casualmente a una tienda cuyos ridculos precios lo
fascinaban, as que sin dudarlo decida quedarse unos
momentos Al salir de la tienda todo era diferente;
incluso l. Volvi a su casa para descubrir que no tard un
par de horas, sino muchos aos. Su esposa ya no lo
reconoca y el pueblo entero lo haba dado por muerto.
Esta historia se manifest todo este tiempo como una
pesadilla recurrente en la que yo era el hombre. Pero al
despertar, record que la ciudad siempre ha sido
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indiferente y mi miedo al olvido se atenu. Por qu nadie
me esperaba a la salida de ese lugar tan blanco? Ni
siquiera la esposa que hace tanto me haba prometido ante
un dios ficticio estar en el gozo y la virtud; en la salud, la
enfermedad y dems baratijas.
Pero ahora sigo aqu, tras esta puerta que en algn
momento fue tan familiar, con la nostalgia de mis das en
los ojos y mirando a los peatones en espera de mi mujer, o
la que alguna vez lo fue. Pensando en mis hijos
jodidamente muertos. Necesito el aire de casa, los hilos de
la hamaca jugando con estos pequeos pies que son cada
vez ms mos, recorriendo con mis dedos esta cintura tan
estrecha. La ciudad me enloquece y nadie abre la puerta.
Espero y pienso que llevo aqu apenas cinco minutos.
Noto que el hombre de aquel auto no deja de observarme.
Recorre con sus ojos sucios este cuerpo bien formado. De
pronto se me acerca rpido y certero. Qu hace una
muchacha tan bonita esperando sola?.



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LTER YO (II)
rase una acera. La opriman miles de pasos cada da.
Sobre aquella acera haba una casa naranja en la que viva
una familia feliz. Era naranja porque el hombre disfrutaba
contemplar desde la calle contraria su casa y reconocerla
sin esfuerzo. En la casa haba tambin una mujer que
amaba al hombre y a los hijos que tenan juntos, que eran
dos. Tambin compartan una hamaca para contar
historias, porque al hombre las hamacas le recordaban su
amena infancia en el pueblo al que no volvera jams.
Los das para ellos empezaban y terminaban de la
misma forma, con esa feliz cotidianidad de las familias
ricas. La corbata de los martes, el vestido de los sbados.
El da que rompi su rutina era domingo. Desde la puerta
ella despidi a su esposo e hijos que acomodados en el
coche nuevo se disponan a salir de la casa, de la ciudad y
de ese pequeo mundo en el que haban permanecido por
tanto tiempo. Lo siguiente que escuch fue un ruido seco
y miles de minsculos fragmentos de vidrio cayendo al
suelo, enrojecidos por la sangre de sus pequeos y del
hombre que amaba. El carro que los embisti tambin
estaba destruido, y dentro de l pudo distinguir el rostro
deshecho de una mujer hermosa. Cuando llegaron la
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ambulancia, la polica y sobre todo los periodistas de nota
roja, aquella mujer vestida de domingo no haba
derramado una sola lgrima.
Enterr a los nios tres das despus con sus
mejores ropas. El esposo no haba muerto del todo, y
tampoco la mujer hermosa. Los mdicos estaban
entusiasmados. No todos los das poda hacerse un
experimento de tal magnitud. El cuerpo funcional de una
joven con cerebro muerto para el cerebro sano de un
hombre inerte. Despus de conseguir las autorizaciones
necesarias y hacer los trmites burocrticos
correspondientes, se llev a cabo el procedimiento con la
mayor discrecin: por fin se haba encontrado la forma de
hacer inmortales a los polticos y magnates sin
escrpulos que pensaban que morir era cosa de pobres.
Lo siguiente fue una espera de mucho tiempo. La
esposa no apareci jams en el hospital, ni quiso enterarse
de lo que sucedera con su marido. Simplemente se fue de
la ciudad por un par de aos y al regresar cambi el color
naranja de la casa por un azul ostentoso. No saba que a
unos cuantos kilmetros el hombre llevaba meses
despierto y preguntando por ella, mirando cada da un
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espejo que no le mostraba su rostro, haciendo preguntas
que ningn doctor quera contestarle.
Las semanas pasaron y un da tocaron la puerta.
Ella estaba en el segundo piso y con la radio encendida,
por eso no escuch. Pasaron muchos minutos antes de or
el segundo par de golpes. Baj lentamente las escaleras,
con cuidado de no caerse por los tacones, y se dirigi a la
entrada. Se neg a ver por la mirilla como se negaba a ver
todo lo que la asustaba. Gir lentamente la perilla, y al
abrir ah estaba: el rostro de una mujer hermosa.









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