Tiempo, Destiempo y Contratiempo
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Tiempo, Destiempo y Contratiempo
C O N T R A T I E M P O
G R E G O R I O W E I N B E R G
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T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
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CONSIDERACIONES PRELIMINARES
Los ensayos que integran este libro poseen una
nota comn: la preocupacin por el destino del pas
y de Amrica Latina, varios de cuyos problemas
pretendemos abordar aqu, si bien desde ngulos
infrecuentes, los que para algunos podrn parecer
distanciados de las urgencias contemporneas, o
poco pragmticos; quizs stos no adviertan que los
elementos sobre los cuales deseamos llamar la aten-
cin constituyen la urdimbre misma de esa realidad
que, por lo general, se percibe a travs de sus mani-
festaciones exteriores y ms fcilmente aprehensi-
bles; quedan, pues, en pie las otras, las profundas e
indciles. Las malezas son ms observables a prime-
ra vista que las races.
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Cuando se evocan nuestras crisis- nuestras fieles
compaeras desde hace poco menos de dos siglos-
suele relacionrselas con ciertas dimensiones, desa-
tendiendo otras, acaso no menos significativas que
las consideradas. Predominan, sabido es, los enfo-
ques econmicos, sociales y polticos, pero desde
los ms formalizados a los ms ideologizados, de-
mostraron idntica incapacidad de prever algunas de
las mayores crisis de esta centuria. Descudanse, en
cambio, los culturales (salvo en el plano de la retri-
ca), y pocas veces se mencionan las categoras em-
pleadas ni la investigacin indaga acerca de sus
fundamentos. En este sentido, Jos Luis Romero
insista sobre un serio y difcilmente soslayable es-
collo: para los anlisis recurrimos siempre a instru-
mentos conceptuales forjados con anterioridad a su
utilizacin, y por momentos demasiado antiguos, no
del todo apropiados o eficaces para entender de
manera adecuada las nuevas situaciones o circuns-
tancias. Esto implica evidentemente un desafo: la
necesaria actualizacin que las ciencias sociales y
humanas debern arrostar cuanto antes a riesgo de
extraviar el sentido de los procesos que estamos
viviendo, y esto cuando la dimensin futura se ha
instalado ya como un protagonista hasta ahora igno-
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rado; y sin desatender, adems y sobre todo, la ace-
leracin de los mismos. Desde luego que el objetivo
que estas pginas se proponen es bastante ms mo-
desto: por un lado, llamar la atencin, como se hace
en el primer trabajo, sobre la idea de tiempo; y acer-
ca de determinadas dimensiones de la integracin,
por el otro. De todos modos, ineludibles marcos de
referencia.
Desde hace muchos aos estamos trabajando
sobre un tema que se nos ocurre poco menos que
esencial: comprender el significado de las ideas de
tiempo y espacio a travs de la historia. Desde luego
que conocemos la intimidante cantidad de estudios
publicados al respecto, en particular abundan aque-
llos que lo encaran desde el punto de vista cientfico
y filosfico. Para nadie ser una novedad recordar
que, por ejemplo, la fsica y la biologa ms recien-
temente, por flancos complementarios, han desen-
cadenado verdaderas borrascas que han agitado las
fatigadas aguas del positivismo conformista impe-
rante a comienzos de siglo; las ideas de A. Einstein
han sido aqu decisivas. Pero simultneamente nos
parece no menos oportuno expresar que escasean
los artculos y libros que estudian dichas cuestiones
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desde un plano socio cultural, inmerso en la histo-
ria; y si bien podra reconocerse no faltan las mono-
grafas, exiguos son los panoramas. Y esto ltimo es
tanto ms sensible citando, por lo menos a nuestro
juicio, esta situacin le resta la perspectiva que nece-
sariamente requiere y otorga sentido a los citados
abordajes monogrficos.
Dentro de esta orientacin, algunos momentos
del desarrollo histrico, en particular los de crisis,
adquieren un significado sobresaliente; as, cuando
se registra el paso de las ideas de tiempo y de espa-
cio de la clsica ciudad-Estado a las predominantes
durante el Imperio helenstico; la mudanza de las
mismas ideas a partir de la cosmovisin medieval y
su transformacin renacentista; o las modificaciones
que experimentamos (vividas, o si se prefiere, in-
ternalizadas antes de haberlas racionalizado) a lo
largo de estas ltimas dcadas, cuando asistimos a
tantas hazaosas realizaciones: la intromisin del
hombre en el tomo (es decir, en lo infinitamente
pequeo segn la vieja nomenclatura), y casi simul-
tneamente la conquista del espacio; micro y ma-
crocosmos penetrados. Nuestra propuesta
exploracin intentar demostrar que, contraria-
mente a lo admitido, las categoras mentales (y en
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este caso las mencionadas de tiempo y espacio) es-
tn histrica y culturalmente condicionadas; y te-
nemos clara conciencia de la grave hereja que al
sostenerlo estamos cometiendo. Como primera
aproximacin pinsese en los caracteres cualitativa-
mente diferenciados del llamado pensamiento pri-
mitivo con referencia al moderno; o para
remontarnos a otro momento menos distante: el
estallido de dichas categoras en Europa como con-
secuencia de las Cruzadas. (Ser preciso recordar
aqu, una vez ms, que M. Bloch defini la historia
como la ciencia de los hombres en el tiempo, y
que para J. Le Goff el tiempo es el material funda-
mental con que se construye esa disciplina?) Pues
bien, nuestro trabajo Tiempo, destiempo y contra-
tiempo, aunque no integra aquel ambicioso pro-
yecto, ni es un anticipo del mismo, de alguna
manera se le vincula, puesto que intenta observar de
qu modo el tiempo otorga sentido a las posibles
explicaciones de nuestro quehacer histrico; y cuan
riesgoso puede resultar malentenderlo o descuidarlo
como categora para percibir ciertos rasgos o ten-
dencias de nuestro desenvolvimiento, pues as como
puede integrarnos, puede demorarnos o apartarnos
de aquellos rumbos que naturalmente creemos
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seguir. Quede para ms adelante el panorama indi-
cado, y reduzcamos el objetivo a ste ms modesto
de reflexionar en torno de determinados obstculos
que pueden interponerse en la comprensin de las
plurales sendas que nos propone una sociedad de-
mocrtica. De todos modos, anhelamos priorizar las
mencionadas categoras de tiempo y espacio, las
cuales, al estructurar cada vez de manera diferente
nuestro medio natural y cultural, constituyen el fun-
damento de nuestra presencia en el mundo.
El carcter ensaystico Impreso a nuestro tra-
bajo determina tambin sus limites: no puede ni as-
pira a ser exhaustivo, tampoco quiere arribar a
conclusiones precipitadas. Por lo tanto, y por haber
escogido algunas vertientes, lgicamente dejamos de
lado otras. Tenemos conciencia de que muchos son
los aportes latinoamericanos, implcita o explcita-
mente hechos al tema que omitimos considerar, y
esto en algunos casos porque juzgamos innecesario
abrumar al lector con testimonios redundantes o
matizar demasiado el razonamiento a riesgo de de-
bilitarlo; en otros, porque requiere un diferente
mtodo de anlisis: tal sera el caso de las ideas de
algunos pensadores o sentidores, quienes sobre la
materia han escrito lo suficiente para no ser ignora-
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dos, comprtase o no su ideario, o su consecuencia
al mismo; pero hacerlo escapa a los objetivos aqu
propuestos y diferimos dicho examen para otra
oportunidad. Advertir el lector que pese al corto
nmero de pginas de nuestro trabajo, quedan
puestos de resalto determinados conceptos (as, los
de progreso, modelo y humanismo, etc.) que
deben ser repensados necesariamente de raz si se
tienen en cuenta la experiencia acumulada durante
este siglo y los desafos que plantea el nuevo mile-
nio que se nos est echando encima. Hasta dnde
es legtimo insistir en el empleo de categoras, pro-
cedimientos o modelos cuya universal eficacia no
siempre est probada? Hasta dnde es legtimo
recurrir a otros an no experimentados? Hasta
dnde el peso de la prctica y hasta dnde el de la
imaginacin creadora?
Avancemos ahora modificando el enfoque.
La segunda parte del libro, Tiempo de integra-
cin, est constituida por cuatro ensayos sobre un
tema tan antiguo como de extraordinaria vigencia,
presente todos los das en los medios de comunica-
cin masiva y tan discutido en los foros polticos
como examinado en los acadmicos de todo el
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mundo; y aunque pueda parecer paradjico, es tan
decisivo como inadecuadamente conocido; lo de-
muestran las superficialidades que al respecto enun-
cian los partidos en sus plataformas electorales, el
pragmatismo de las clases dirigentes con sus en-
foques por lo general limitados a aspectos econmi-
cos y horizontes estrechos, y aun stos no siempre
convincentes. Sigue siendo necesario profundizar el
tema, abordndolo desde una pluralidad de ngulos,
renovando perspectivas y argumentos. Pero hacerlo
sin desatender tampoco el anlisis de los viejos y
nuevos obstculos internos y externos que siempre
han dificultado su logro.
Durante este ltimo medio siglo hemos asistido
a contundentes transformaciones acerca de cuyo
significado algo se dice ms adelante; pero tambin
a profundos dislocamientos, a desintegraciones de
vastos imperios coloniales o bloques de naciones de
diverso origen, como a desarticulaciones de pases
por razones tnicas o religiosas; y como contrapar-
tida a serios esfuerzos de integracin regional o
continental. Esto, que a primera vista podra pre-
sentarse como contradictorio- tendencias centrfu-
gas y centrpetas que actan simultneamente- slo
est indicando la complejidad del proceso histrico
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que los reduccionismos interpretativos de turno
simplifican en demasa.
Amrica Latina, al emanciparse de sus metr-
polis europeas durante el siglo pasado, se anticip a
lo que hoy parece tan natural, como es el proceso
de descolonizacin; de este modo los nuevos pases
recorran al nico medio que favoreca posibilidades
ciertas para el desarrollo de la personalidad de sus
pueblos y el resguardo de su Identidad.
Como es sabido, el proceso poltico de emanci-
pacin no fue suficiente para definir los rasgos de
nuestras naciones (todava estructuralmente dbiles
y por lo tanto sujetas a inestabilidades crnicas) y
consolidar los caracteres de una cultura autntica,
aunque ya entonces pudiesen sealarse manifesta-
ciones sobresalientes. De todos modos fue aquella
ruptura una instancia insoslayable para la disolucin
de los vnculos coloniales. Mientras perdurasen di-
chas relaciones. tornbase poco menos que imposi-
ble zafarse de la marginalidad y de la inautenticidad.
Corresponde esta etapa a lo que alguna vez, en un
intento de periodizacin de la cultura latinoameri-
cana que se menciona en este libro, llamamos cul-
tura impuesta, y cuya sombra ominosa an suele
reaparecer en nuestros das.
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La conformacin de peculiaridades regionales,
que necesariamente entraron en colisin con los
intereses de las metrpolis, gener procesos de de-
sintegracin de los imperios coloniales, o visto des-
de otro ngulo, contribuy a precipitar procesos de
integracin de los Estados nacionales. Como podr
advertirse, la ms ajustada comprensin de estos
procesos mal puede hacerse fuera de un contexto
histrico, de las realidades internas y externas, y
precisamente es en el anlisis de perodos de crisis
acelerados cuando se percibe con mayor fuerza la
inadecuacin de las herramientas conceptuales pre-
tritas; y acerca de esto tambin algo llevamos di-
cho. Bien distinta es la evolucin de nuestros pases
comparada con la de los afroasiticos o europeos,
como distintas son las circunstancias y objetivos. En
suma, el corte de los vnculos con las metrpolis
permiti ingresar a un segundo momento, el inde-
pendiente, prerrequisito de la efectiva emancipacin
mental que permitir ir conformando los rasgos na-
cionales.
Aunque a primera vista pueda parecer prescin-
dible insistir sobre algo aparentemente conocido
como las ideas integracionistas, es decir aquellas que
reivindican la preterida unidad latinoamericana (y la
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actualizan), ello no es as cuando pensamos que to-
dava convivimos con ciertos fsiles polticos para
quienes los libertadores habran atentado contra
dicha unidad. Por consiguiente, cabe subrayar con
energa que los hombres de la emancipacin perse-
guan el claro propsito de independizar estas tie-
rras de sus respectivas metrpolis de ultramar, para
eliminar los factores que trababan y dificultaban lo
que en aquel tiempo se entenda como normal
desenvolvimiento o progreso; y si bien como re-
sultado de las guerras sigui la desintegracin del
Imperio colonial en una veintena de pases, ello no
fue necesariamente una consecuencia buscada, sino
una resultante quizs indeseada que acompa a los
conflictos que sacaron a luz aquellas graves contra-
dicciones nsitas, que algunos pensadores y sentido-
res ya haban advertido, pero a cuyas precavidas
recomendaciones las autoridades europeas siempre
hacan odos sordos.
Si el planteamiento histrico con abusiva profu-
sin de antecedentes y precedentes muchas veces
suele convertirse entre nosotros en una coartada
para eludir urgencias contemporneas, tambin es
cierto que la dimensin histrica como instrumento
de examen crtico, factor de cohesin y dador de
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sentido a los procesos, se ha visto debilitado a lo
largo del tiempo entre nosotros para sostener acti-
tudes descriptivas y justificadoras. En cambio re-
cordemos la distinta postura que registra en otros
lugares la produccin historiogrfica del ltimo si-
glo; as, por ejemplo, en pases tan alejados de los
nuestros como la India o Indonesia. En stos, la
vasta actividad histrica adquiri- muy probable-
mente debido a la intensidad de los procesos que en
cincuenta o sesenta aos se han visto forzados a
recorrer trayectorias que a nosotros nos insumi
siglo y medio largo- una fuerza explicativa e inte-
gradora del mayor inters, sin ignorar, desde luego,
el fuerte tono polmico que conservan casi siempre
asentado sobre interpretaciones contrapuestas y es-
timulantes para el debate; irrumpe la vivencia del
ayer recuperado muchas veces de en medio de los
espejismos o deslumbramientos de la moderniza-
cin refleja. En el caso concreto de la India hubo
un prolongado proceso por recuperar su autntico
pasado escondido o desfigurado a partir de la ver-
sin anglocntrica que se remonta, digamos, a Ja-
mes Mill a travs de su History of British India, de
tanta y prolongada influencia. Algo semejante po-
dra decirse con relacin a Indonesia: Oud en Neuw
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Oostindien de P. Valentyn, constituye una obra
sectariamente batavocntrica. Observemos que
ambos autores fueron casualmente apologistas y
funcionarios de las respectivas Compaas de colo-
nizacin. Luego de la independencia de estos pases
se modific radicalmente este panorama; para lo-
grarlo se procedi a reconstruir a fondo sus histo-
rias, a salvar del olvido notables culturas sepultadas
o relegadas, a rehacer el panten de los dioses,
reyes y hroes. Era el paso previo y necesario para
incorporarse a la indita universalidad que ofrecan
los tiempos nuevos, universalidad que era algo bien
distinto a un europeocentrismo expandido. De to-
dos modos, aquellas historias no son, en el fondo,
tan distintas de la nuestra, latinoamericana, si pasa-
mos de la historia de personas a la historia de pro-
blemas. Recordemos as algunos pocos aspectos de
los muchos que nos importan; los esfuerzos por
esclarecer la situacin de los sectores desarraigados
y extraviados dentro de las nuevas modalidades im-
presas por la civilizacin, es decir, el equivalente
en cierta manera a nuestros indgenas (disparidades
a salvo), y su adaptacin a las nuevas condiciones de
existencia y participacin; las relaciones entre el
Estado y la sociedad y el papel del primero en el
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desarrollo; la insercin en el mundo sin abandono
de la propia identidad; el rescate de seis tradiciones
de las nieblas del tradicionalismo con el que adrede
suelen ser confundidas, o tambin de qu modo
recomponer y actualizar dichas tradiciones someti-
das como estn a las enrgicas sacudidas derivadas
de la situacin poltica mundial como del impacto
de la Tercera Revolucin Cientfica y Tecnolgica.
Las fronteras interiores y exteriores adquieren,
pues, otro significado.
Expuestas estas razones, permtasenos incursio-
nar en la vertiente histrica (adems de remitir a
otras referencias mencionadas a lo largo del texto),
para memorar unos pocos testimonios adicionales y
de los cuales conjeturamos el lector podr inferir
conclusiones.
...Desde muy a principios de la revolucin he
conocido que si alguna vez llegbamos a formar
naciones en la Amrica del Sur, la federacin sera el
lazo ms fuerte que podra unirlas. As es que no
perd un instante en proponer a los Estados ameri-
canos la federacin que actualmente se est verifi-
cando en el Istmo de Panam. Das despus el 27
de abril, y desde el mismo lugar, reitera Bolvar: ...
Yo s que cada Repblica americana tiene pendiente
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su suerte del bien de las dems, y que el que sirve a
una sirve a muchas...
Un par de aos antes, Bolvar, como jefe de
Estado del Per, desde Lima, con motivo de la con-
vocatoria del Congreso de Panam y en comunica-
cin a los gobiernos de Colombia, Mxico, Ro de la
Plata, Chile y Amrica Central, el 7 de diciembre de
1824, es decir, dos das antes de la decisiva batalla
de Ayacucho, haba escrito: Despus de quince
aos de sacrificios consagrados a la libertad de
Amrica por obtener el sistema de garantas que, en
paz y guerra sea el escudo de nuestro desuno es
tiempo ya de que los intereses y las relaciones que
unen entre s a las repblicas americanas, antes co-
lonias espaolas, tengan una base fundamental que
eternice, si es posible, la duracin de estos gobier-
nos. Fcil es demostrar que no otro era el espritu
de integracin y solidaridad (de algn modo pre-
condiciones de su estabilidad y progreso), desde
el comienzo mismo de la gesta emancipadora. As,
en este extremo de Amrica, en la ciudad de Tucu-
mn, el 9 de julio de 1816 ya se haba proclamado la
Independencia de las Provincias Unidas de Sud
Amrica; el 25 de octubre del ao siguiente se pu-
blic el Manifiesto a las Naciones del Congreso
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General Constituyente de las Provincias Unidas de
Sud Amrica, sobre el tratamiento y crueldades que
han sufrido de los espaoles, y motivado la declara-
cin de su independencia; y del 22 de abril de 1819
es el Manifiesto del Soberano Congreso General
Constituyente de las Provincias Unidas de Sud
Amrica... Y para concluir, recordemos con Anto-
nio J. Prez Amuchstegui que, al inaugurar el
Congreso Nacional Constituyente (diciembre de
1824) su presidente, Manuel Antonio de Castro,
declar que dejaba instalado el Congreso General
representante de las Provincias Unidas de Sud Am-
rica.
Es decir que el sentido de unidad continental-
con sus alcances y tambin con sus limitaciones-
aparenta ser previo al enunciado de los particula-
rismos nacionales. Abandonemos aqu este presuro-
so rastreo de la idea de integracin, cuyos altibajos y
modificaciones pueden fcilmente seguirse hasta
nuestros das, pues la bibliografa es copiosa, para
destacar que si hoy perdura en el centro de los de-
bates es porque la misma, adems de afectar cuan-
tiosos intereses y rancios prejuicios, se vincula, entre
otras, a las ideas de Estado y de soberana. Conven-
gamos en que ambos conceptos, hoy centrales, sa-
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cudidos fueron por vendavales polmicos como
consecuencia del distinto papel a ellos atribuido da-
das las nuevas condiciones polticas del mundo
contemporneo; corresponde entonces preguntarse
cules son las funciones del primero y cules los
lmites de la segunda, cuando se vislumbran grandes
procesos integradores y al Estado ya no se le reco-
nocen las atribuciones que le permitieron constituir-
se en el arquitecto de las nacionalidades (instancia
organizativa) e impulsor de ciertos desarrollos re-
cientes que posibilitaron la modernizacin poltico-
institucional. Desde luego que las nuevas circuns-
tancias exigen un replanteo audaz y tornan legtima
la pregunta de si estas ideas se debilitan o mejor di-
cho se redefinen. En los trabajos que integran la
segunda parte de este libro se enuncian puntos de
vista- con nfasis en los aspectos culturales- que
persiguen, reiteramos, el propsito de contribuir al
debate con argumentos menos retricos que los
habituales, pero quizs de no menor entidad.
Escritos fueron todos estos ensayos en tiem-
pos nublados, y se reproducen tal cual (salvo insig-
nificantes retoques formales y corte de alguna
mencin demasiado circunstancial) por dos motivos
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principales: uno, porque de algn modo testimonian
el momento en que fueron escritos; y el otro, ms
serio todava, porque entendemos indican la crnica
perduracin de los problemas y los interrogantes
que hacen a la identidad del pas (y por consiguiente
tambin a su alteridad), como as a su futura inser-
cin en el turbulento mundo que nos toca vivir.
Adems, si a lo largo del texto aparecen reiterados
algunos breves pasajes o se insiste sobre ciertos
conceptos, ello est indicando qu ideas deseamos
destacar. Y para finalizar, recordemos con un pen-
sador brasileo que, dentro de bien pocos aos, se-
remos hombres de otro milenio. Esta y otras
circunstancias justifican apelar, con coraje, a lo me-
jor de nuestra imaginacin creadora.
Gregorio Weinberg
Buenos Aires, agosto de 1992.
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TIEMPO, DESTIEMPO Y
CONTRATIEMPO
El tiempo, uno de los problemas mayores de la
historia del pensamiento de todas las pocas, ha si-
do al cabo de los siglos tan finamente elaborado y
conducido a tal grado de abstraccin en el campo
de la filosofa, de la religin, del arte y de la ciencia,
que por momentos ha logrado- si bien no siempre
legtimamente, a nuestro juicio- se le conceda un
carcter que lo supone poco menos que natural,
invariable y universal; es decir, aunque parezca pa-
radjico, fuera del tiempo histrico. Los estudios
sobre el tema son, qu duda cabe, de riqueza e inte-
rs extraordinarios; y en este sentido a las aporta-
ciones clsicas deben aadirse, ms recientemente,
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las del Lejano Oriente y las derivadas del extraordi-
nario desarrollo de la fsica terica a partir de la re-
latividad einsteniana.
Para disipar de entrada cualquier malentendido
digamos que a los efectos que ahora nos importan,
admitimos que las representaciones del tiempo son
componentes esenciales de la conciencia social, cuya
estructura refleja los ritmos y las cadencias que mar-
can la evolucin de la sociedad y de la cultura. El
modo de percepcin y de apercepcin del tiempo
revela numerosas tendencias fundamentales de la
sociedad y de las clases, grupos o individuos que la
componen. El mismo autor ampla poco ms ade-
lante: En los tiempos modernos, esas categoras
(las de tiempo) han adquirido un carcter autno-
mo, pueden ser utilizadas como instrumentos, sin
referirlas a acontecimientos determinados de los
cuales son absolutamente independientes. Subra-
yemos, aunque en la definicin citada est implcita,
la enorme distancia recorrida desde aquellas comu-
nidades donde el tiempo estaba rigurosamente
pautado por la Naturaleza y sus ciclos, a las vastas
elaboraciones filosficas que impregnan ideologas,
con su enorme gravitacin sobre las concepciones
de la historia y de la vida de las diferentes socieda-
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des, y colorean hasta su actividad prctica en los
ms diversos planos de sus decisiones polticas,
econmicas, sociales y culturales. Si por distintas
vas del tiempo nos apropiamos, tambin ste puede
sernos impuesto contrariando las peculiaridades
adquiridas; por eso puede hablarse de un tiempo
propio y de otro ajeno que, llegado el caso, suele
desplazar o sobreponerse al primero. Admitir, sin
ms, un tiempo extrao, es facilitar la prdida de la
identidad y de la independencia culturales y, desde
luego, del espritu crtico. Las opciones de un desa-
rrollo autnomo no estn desvinculadas de la toma
de conciencia de la especificidad de los pases o de
los grupos que los integran; acatar estos supuestos
en modo alguno significa reconocer la excepcionali-
dad de ninguna, y menos an de aquella que justifi-
que abusos o menoscabos; el pluralismo cultural
debe caracterizar la existencia, aunque la historia
concreta se encargue, infortunadamente, de relativi-
zar o desmentir esta pretensin. No ser entonces
una de las funciones del historiador descubrir las
acechanzas que le propone el tiempo?
Lo expuesto hasta aqu no hace sino exaltar el
significado del tiempo en la historia del hombre,
particularmente el inters que puede llegar a revestir
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en aquellos pueblos postergados o marginados por
diversos motivos del quehacer contemporneo. As,
digamos que su empleo como ingrediente de una
categora de anlisis puede convertirse en factor de
coercin para imponer no slo una determinada
concepcin, sino tambin para demostrar- subterfu-
gios o extrapolaciones mediante- que ese tiempo es
inescapable. Estamos aqu, evidentemente, ante una
manifestacin ms de los diversos etnocentrismos,
esta distorsin ha sido sealada como tal hasta con
reiteracin, cierto es; como un elemento espreo
para el correcto entendimiento de los procesos hu-
manos; pero no siempre se ha percibido el papel
sobresaliente que esa idea de tiempo puede ejercer
para comprender y sobre todo para orientar dichos
procesos. Con frecuencia se seala el rasgo insatis-
factorio que suele adquirir el traslado mecnico de
las pautas de una sociedad a otra, la apresurada
adopcin de teoras o explicaciones, mas casi siem-
pre pasa inadvertida la importancia del factor tiem-
po que all subyace implcita o explcitamente. O
dicho con otras palabras: la toma de conciencia de
la especificidad del tiempo latinoamericano permiti-
ra quizs iluminar, de bien distinto modo al co-
rriente, nuestra insercin en el mundo
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contemporneo, la relacin con nuestro pasado y la
bsqueda de una dimensin futura propia. Llegar al
convencimiento de que siempre hubo y sigue ha-
biendo un desfasaje entre los tiempos de los pa-
ses desarrollados y los restantes, puede convertir a
esta idea en una fuente de energa social: pero de
todos modos tampoco ello es suficiente.
En el plano ideolgico, justificador de su pre-
dominio, la posicin hegemnica de los pases cen-
trales- por llamarlos de algn modo- se fue
imponiendo no slo gracias a una posicin etno-
cntrica por ellos mismos reputada universal, sino y
sobre todo durante el siglo pasado, por una serie de
fatalismos celosamente elaborados: raza, clima, geo-
grafa, etc. (y al decirlo, implcitamente surgen con-
ceptos tales como raza blanca, clima templado,
etc.). Admitido esto, una de las conquistas mayores
de las ciencias del hombre contemporneas, obteni-
da no sin dificultades, pues para ello debieron ven-
cerse prejuicios arraigados e intereses muchas veces
seculares, ha sido la reduccin o la eliminacin de
esos criterios fatalistas que siempre aspiraron a con-
vertirse en naturales o de origen sobrenatural
(pueblos elegidos). Ahora bien, si a regaadientes
fueron dejndose de lado esos fatalismos, los mis-
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mos fueron sustituidos por otros que deban de-
sempear idntica funcin: proponer (e imponer)
objetivos y medios que reflejasen las conquistas lo-
gradas, los niveles de vida alcanzados; el modelo no
lo perfilaban ahora la geografa o la raza, sino el r-
gimen econmico, poltico o social, sea ste capita-
lista o socialista. Convengamos, dicho sea siquiera
de paso, que persistir en sostener los primitivos fa-
talismos era, de algn modo, tambin vedarse la po-
sibilidad de recomendar sus propios regmenes
como ejemplares o paradigmticos.
Pero he aqu que la ampliacin del tiempo hist-
rico de unos pocos miles de aos a centenares de
miles cuando no millones de aos- novedad del
mundo contemporneo- reintroduce subrepticia-
mente por la ventana lo que con tantas dificultades
se haba expulsado por la puerta, es decir aquellos
factores naturales antes aludidos, aunque ya no
como rigideces poco menos que insuperables. Aho-
ra, si bien en un plano cualitativamente diferente
vuelven a asomar el clima, la geografa, etc., otra vez
necesarios, pues sin sus efectos explicativos mal po-
dran captarse, por ejemplo, procesos tan complejos
como las grandes migraciones africanas, las oleadas
de los trtaros o, quizs tambin, los ciclos de la
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civilizacin maya. Cuando asoman nuevas cuestio-
nes que la historia fctica no puede explicar, la his-
toria de tiempo largo, ms prometedora, las aborda
resueltamente. (Y siquiera de modo incidental pre-
guntmonos si la historia fctica pretrita no habra
desempeado un papel muy importante como di-
solvente de los mencionados fatalismos.) Mas tam-
bin despunta aqu su faz una nueva e inesperada
paradoja, una astucia de la historia en el sentido
hegeliano: cuando el historiador ya haba logrado
delimitar su campo en relacin con otras disciplinas
(nuevas, como la sociologa, o tradicionales, como la
geografa), debe recurrir nuevamente a ellas, como
as a la antropologa, a la economa, etc., cuyas
aportaciones parecan adecuadamente asimiladas.
Dicho de otro modo: con el tiempo largo se esta-
blecen otras relaciones, de un tipo nuevo o dife-
rente, entre la historia y aquellas ciencias.
Estas ltimas observaciones nuestras convocan
necesariamente la referencia a Fernand Braudel, cu-
ya dilatada obra bien se conoce y aprecia en Hispa-
noamrica. Pero infortunadamente no podemos
detenernos en el anlisis de la misma sin asumir el
riesgo de alejarnos del tema central del trabajo; di-
cho sea esto sin desconocer la vastedad y riqueza de
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28
sus consideraciones sobe el tiempo. As, pues, di-
gamos que la produccin del notable historiador
francs, desde su temprano libro Le Mditerrane et le
monde mditerranen a l'poque de Philippe II (que es de
1949), pasando por sus numerosos trabajos, entre
los cuales slo destacamos, por la perdurable in-
fluencia que ejerci, La longue dure (publicado ste
en 1958, en Annales -E.S.C.), hasta su monumental
y reciente Civilisation matrielle, conomie et capitalisme,
XV-XVlll sicle es, en cierto modo, si se quiere sim-
plificar, una reflexin sobre el tiempo histrico y los
numerosos problemas que suscita. Limitmonos,
por tanto, a recordar algunas pocas de entre sus
muchas observaciones al respecto. As, cuando
Braudel se refiere a esa duracin social, a esos tiem-
pos mltiples y contradictorios de la vida de los hom-
bres que no son slo la sustancia del pasado, sino
tambin la materia de la vida social actual, idea que
poco ms adelante enriquece al afirmar: Trtese del
pasado o de la actualidad, una conciencia ntida de
esta pluralidad del tiempo social es indispensable para
llegar a una metodologa comn de las ciencias del
hombre. Y remata diciendo: De las experiencias y
tentativas recientes de la historia se desprende-
consciente o no, aceptada o no- una nocin cada vez
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
29
ms precisa de la multiplicidad de los tiempos y del valor
excepcional del tiempo largo. Las palabras por no-
sotros subrayadas de las sumarsimas citas transcri-
tas, correspondientes todas ellas al mencionado
trabajo sobre la larga duracin (y con muchas
otras dispersas en los millares de pginas escritas
por F. Braudel bien podra organizarse una impar
antologa), son harto elocuentes y ponen de relieve
la trascendencia de la idea, tanto para postular una
posible reorganizacin de las ciencias del hombre en
torno a ella, como as la recomienda para la efectiva
comprensin de los procesos histricos, en toda su
riqueza y complejidad, en su contradictorio fluir,
como ocurre con la vida misma. Y si a Braudel he-
mos recurrido, y no a otros, es por estimar que en
su obra aparece siempre, de modo expreso y sobre-
saliente, esa preocupacin por el tiempo. Sus autori-
zados puntos de vista confirman el relevante papel
atribuido a los factores tiempo-tiempos. Apartmo-
nos ahora del tema, que, como es obvio, envuelve
riqusimas perspectivas considerado en su generali-
dad e implicaciones; dejemos de lado otras catego-
ras analizadas tambin por Braudel como las de
estructura y modelo por ejemplo, que no menos esti-
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30
mulantes horizontes brinda, y encaminmonos ha-
cia un objetivo ms restringido.
Desde luego que no intentaremos, por conside-
rarlo fuera de lugar en este momento, un releva-
miento de cmo, a travs del proceso de formacin
de nuestras nacionalidades, y en particular en los
momentos de crisis, que es citando el tema se recar-
ga de significaciones, se pone de manifiesto una
preocupacin por el tiempo que podra rastrearse
no nicamente a travs de pensadores rigurosos y
sistemticos (en particular los interesados por la
historia y la filosofa), sino tambin por quienes,
faltos de una denominacin genrica ms apropiada,
calificaramos como sentidores, es decir. Ensa-
yistas, poetas o novelistas que enfrentan idntica
cuestin por diferente va. Entre los primeros re-
vestira sobresaliente inters, por ejemplo, estudiar
qu concepto tena del tiempo Jos Luis Roero, uno
de los grandes historiadores latinoamericanos de los
ltimos decenios, sobre todo por la singularidad de
sus preocupaciones, vueltas, por un lado, hacia la
historia medieval (La revolucin burguesa en el mundo
feudal), o por el otro hacia el Nuevo Mundo (Lati-
noamrica: las ciudades y las ideas), y apenas citamos dos
obras de un vasto conjunto donde abundan los
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
31
aportes doctrinarios y metodolgicos. Otro tanto
podramos decir de Leopoldo Zea, cuyas plurales
contribuciones, imprescindibles ya, estn articuladas
en torno a la historia de las ideas y que l aborda
con una infrecuente vibracin contempornea: su
obra, a partir de El positivismo en Mxico y Apogeo y
decadencia del positivismo en Mxico hasta nuestros das,
es abundante y enjundiosa. Ambos pensadores- y
algunos pocos ms, podramos agregar- mereceran
anlisis pormenorizados desde el punto de vista que
aqu importa, y considerables, estamos ciertos, se-
ran sus frutos.
Pero como menos frecuente es la atencin
prestada por parte de los especialistas a los segun-
dos, esto es a los sentidores, nos parece perti-
nente recordar, en este respecto, algunos nombres
contemporneos: Jorge Luis Borges, Alejo Carpen-
tier, Carlos Fuentes, Gabriel Garca Mrquez, Octa-
vio Paz, entre otros, en cuya produccin el tiempo
juega papel decisivo. En la imposibilidad de anali-
zarla, detengmonos siquiera por un instante en
determinada obra del autor de Las buenas conciencias.
Carlos Fuentes expone en algunos de sus bri-
llantes ensayos incluidos en Tiempo mexicano muy
finas y sugestivas observaciones llamativamente
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32
vinculadas con el problema aqu considerado. Antes
que analizarlas, optamos por transcribir algunos pa-
sajes a ttulo de ilustracin, con todos los riesgos
que pueden acarrear las referencias fragmentarias,
en vez de empobrecerlas traducindolas a otro len-
guaje menos sugestivo. As, en De Quetzalcatl a
Pepsicatl del mencionado volumen, leemos: La
Independencia se propuso recuperar el tiempo per-
dido (alude aqu al apartamiento de Espaa de la
modernidad en seguida del Concilio de Trento, te-
ma antes por l considerado), digerir en unos
cuantos aos la experiencia europea a partir del Re-
nacimiento, asemejarnos cuanto antes a los modelos
deslumbrantes del progreso: Francia, Inglaterra, los
Estados Unidos. Pero- y ste es un inmenso pero-
esta opcin nos condujo a una nueva esquizofrenia:
atribuimos al progreso moderno las cualidades de
nuestro utopianismo frustrado; convertimos en
nuestras utopas modernas los hacinamientos de
Londres y Nueva York y las fbricas de Pittsburgh y
Manchester, es decir, todo aquello que derivando
del mundo sensible del ser niega el mundo ideal del
deber ser. Y agrega, pocas lneas ms adelante: La
paradoja de Amrica Latina es que ha optado por la
ideologa de sus explotadores, rindiendo pleitesa al
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
33
positivismo liberal y al mismo tiempo antiutpico
del progreso, del ser, contra el tiempo moral del
deber ser. Luego de ricas y bien matizadas conside-
raciones, concluye Fuentes: Nuestro drama es que
hemos accedido a la sociedad urbana e industrial
slo para preguntarnos si el esfuerzo vali la pena,
si el modelo que venimos persiguiendo desde el si-
glo XIX es el que ms nos conviene; si a lo largo del
pasado siglo y medio no hemos seguido actuando
como entes colonizados, copiando acrticamente los
prestigios materiales de la sociedad capitalista; si no
hemos sido capaces, en fin, de inventar nuestro
propio modelo de desarrollo.
Tentados estaramos de multiplicar y comentar
muchos otros fragmentos; pero limitmonos a re-
cordar esta otra observacin de Carlos Fuentes que
aparece en Kierkegaard en la Zona Rosa, siempre
del mismo libro: Las promesas de la modernidad
mexicana en el siglo XIX- el liberalismo y el positi-
vismo- se cumplieron a expensas de los lazos co-
munitarios, del derecho, de la dignidad y de la
cultura de la poblacin campesina e indgena del
pas. El sueo de Benito Jurez conduce directa-
mente a la pesadilla de Porfirio Daz.
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34
Es claro que lo que preocupa aqu a Fuentes es
esa idea unilineal del progreso, con un solo y ni-
co sentido y tambin un solo y nico ritmo, cuyas
etapas no pueden saltearse, e insensible a los datos
de una realidad diferente de la que le dio origen; esa
idea coincide, evidentemente, con las concepciones
mecanicistas del tiempo absoluto, inflexible, inelu-
dible y fatal, al que en apariencia por lo menos nada
puede desviar, y del cual tampoco nada podra
apartarnos. Pero muy diversa sera la percepcin de
un tiempo con sustancia histrica, como sera dis-
tinto si se emplease la que deriva de las intuiciones
einstenianas, que gracias a la relatividad permiten
postular tiempos diferentes. No discutimos, claro
est, la validez ni pretendemos legitimar la asimila-
cin sin ms entre los tiempos de la fsica y los de la
historia; por otra parte harto ingenuo sera aceptar-
lo; slo estamos sugiriendo la existencia de un de-
terminado vnculo entre el tiempo absoluto de la
ciencia clsica y la idea de progreso mecnico, unili-
neal. Una cierta fsica coincide en un momento de-
terminado con una cierta historia, aunque su
formulacin no haya sido simultnea. Pero lo que
ms importa es que del predominio abrumador del
tiempo absoluto, invariable, mecnico, del que es-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
35
tamos hablando, se infiera, por un razonamiento
cuyos pasos mal podemos analizar ahora en sus de-
talles, un tiempo histrico tambin nico, y para
cuya fundamentacin suele introducirse otra nota:
su supuesto carcter innato. Del cientificismo racio-
nalista europeocntrico sguese la idea de progreso
con las connotaciones que acabamos de ver, lo que
ciertamente parece bastante lgico admitidos los
supuestos de ese racionalismo intemporal, de nfulas
universalistas, que impregn parte sustancial del
pensamiento europeo del siglo XIX. De donde la
absolutizacin de un cierto desarrollo, nico
aceptado como vlido y posible, adems de intole-
rante con todo tipo de desviaciones o alejamientos.
De donde tambin la concepcin de pueblos ms, o
menos retrasados con referencia a una sola tabla de
valores y con respecto a un trayecto que slo puede
recorrerse sobre una lnea tambin nica. Y cuando
irrumpen al conocimiento del Viejo Mundo civiliza-
ciones cualitativamente distintas, esto es, incom-
prensibles dentro de las categoras habituales y por
momentos inexplicables por sus leyes, la reaccin
inicial es considerarlas marginales, aberrantes, dege-
neradas, cuando no se las confina a la categora de
ahistricas (Natrvolker). Expulsados de la historia,
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36
arrojados a la biologa o a la geografa, es tarea de
los civilizados redimirlos, vale decir, revelarles la
buena senda o imponrsela llegado el caso. Esta
actitud bien sirve para justificar la tutora intelectual
y el sojuzgamiento econmico, poltico y social.
Conceptos tales como comprender o respetar
son infrecuentes en el duro lxico de los conquista-
dores o colonizadores.
Consideraciones semejantes a las expuestas lle-
varon a Leopoldo Zea a reiterar con energa que, a
su juicio, no tiene por qu haber pueblos fuera de
la historia, a los que se pueda negar el derecho a
alcanzar o realizar la una y el otro. Encarece se
tome conciencia de que el mundo moderno se fue
transformando en un individualismo egosta que
acab por hacer de su propio individualismo el
centro de la historia, la meta no slo de sus esfuer-
zos, sino de los esfuerzos de otros hombres y otros
pueblos. Y el Espritu Objetivo que elabor el
idealismo romntico, aade Zea, origin la justifi-
cacin moral de todas las agresiones, de todos los
despojos y de todos los sufrimientos a que se so-
meti a otros hombres, a otros pueblos que no po-
dan ser, para ese Yo transformado en espritu,
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
37
civilizacin o progreso, otra cosa que instrumentos
para su desarrollo, pasto para su insaciable apetito.
Llegados a este punto, y antes de proseguir por
nuevos senderos, parece pertinente y hasta til acla-
rar que, cuando ms arriba hemos puesto de resalto
las distorsiones que se derivan de un cientificismo
racionalista europeocntrico, no estamos postu-
lando, para mejor entender los problemas suscita-
dos, un enfoque acientfco o irracionalista, sino,
entindase bien, observando que las limitaciones de
ese cientificismo racionalista derivan fundamen-
talmente de su europeocentrismo (y en ltima
instancia sta no sera, desde un punto de vista rigu-
roso, sino una nota adjetiva, que deslinda o parcela),
pues al admitirlo, implcitamente est renunciando a
su declamada universalidad. Asumir esa limitacin
sera quizs una forma posible de recuperar una
efectiva racionalidad, no menoscabada por falsas o
interesadas extrapolaciones que suelen acarrear de-
trs de ellas tablas de valores.
Pero la cuestin no se crea es slo pretrita, es
decir, con apenas inters histrico: antes bien, y por
otra va, ha adquirido importancia poco menos que
decisiva en el mundo contemporneo y merecera
ser considerada con mayor detenimiento que el que
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38
podemos dispensarle, pues lo que ahora se preten-
de, nada menos, es acunar una nueva idea de tiem-
po. Nos referimos a la acertadamente llamada
industria cultural que tan bien estudiaron pensa-
dores vinculados con la escuela de Francfort
(Theodor W. Adorno, Walter Benjamn, Max
Horkheimer, Herbert Marcuse, para citar un pua-
do entre los ms significativos), quienes sealaron
los rasgos que puede adquirir esa falsa universaliza-
cin que seguira a la impuesta homogeneizacin
cultural, con fuertes efectos negativos sobre el esp-
ritu crtico, cierto es, pero lo que quizs sera ms
grave an, sobre la conservacin de la identidad
cultural de los pueblos, cuya personalidad se ve de
este modo socavada por una fuerza de penetracin
y disolucin antes de ahora desconocida y sobre
cuyos propsitos poco y nada puede gravitar. Pues
bien, esa industria cultural que amenaza con apo-
derarse de las conciencias de todo el planeta, se ha
encargado de resucitar, como lo sealan A. y M.
Mattelart, el desconocido mito de un progreso
unvoco, mecnico y universal, que se oculta bajo
esta nueva filosofa de la cultura-comunicacin-
tecnologa, la gravedad de cuyas consecuencias los
mismos autores se encargan de puntualizar al inte-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
39
rrogarse si no constituye, acaso, la principal carac-
terstica de la cultura de masas una vasta empresa
de privacin de la memoria, de privacin de la his-
toria, a la que agregaramos de privacin de un
porvenir autnomo.
Para no complicar en exceso el razonamiento,
pues muchas son las variables introducidas, ni am-
pliar en demasa este trabajo, dejamos de lado, hasta
ahora, varios factores de importancia indudable;
mas dos de ellos, si bien de desigual alcance si se
quiere y no demasiado desvinculados entre s, re-
claman alguna atencin, por somera que ella sea. El
primero, la aceleracin del tiempo histrico, es un
dato que por s solo inaugura horizontes y modifica
perspectivas. Desde luego que esta aceleracin no
debe juzgarse como un incremento paulatino y
cuantitativo, un acercamiento progresivo a una de-
terminada meta, sino como un hecho cualitativo
que puede ser modificado y modifica a su vez. De
este modo, y admitidas las consecuencias multipli-
cadoras del efecto, los puntos de partida, los cami-
nos emprendidos y los ritmos adoptados se tornan
decisivos; el tiempo deja de ser una fatalidad mec-
nica. Y simultneamente estas circunstancias invali-
dan posibles recomendaciones de inmovilismo-
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40
cada vez ms raras, cierto es, pero no por ello desa-
parecidas- que conservan una curiosa semejanza
con aquellas que en las viejas escatologas de la In-
dia milenaria prometan como acaecimiento una
movilidad futura como compensacin del presente
inalterable. De este modo puede advertirse que las
incitaciones al conformismo son de antigua data, e
interesadas, por supuesto; pero la sola revolucin de
las expectativas parece refutarlas con eficacia. De
todos modos, la aceleracin histrica, dato decisivo,
es la resultante de mltiples y complejos elementos
cuyos efectos se estn haciendo sentir en toda la
estructura social, en las ideologas y en los valores.
El segundo factor aludido, que tambin muy de
paso examinaremos, est constituido por las pro-
puestas utpicas y milenaristas que parecen haber
resurgido ltimamente. Sus enunciados tericos re-
quieren por lo general un tiempo discontinuo, una
recreacin que implica casi siempre un salto en el
vaco y, por supuesto, desatiende el problema de la
transicin de una sociedad a otra, paso que efecta
en el plano de la racionalidad, de un tiempo sin
sustancia histrica. Sus refutadores, digmoslo sin
ahondar el punto, impugnan aquellos razonamien-
tos aferrndose a un tiempo que reputan necesaria-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
41
mente continuo, homogneo, no expuesto a fractu-
ras.
En suma, el destiempo ha dejado de ser nica-
mente una relacin mecnica entre ciertos momen-
tos o situaciones; hoy se ha hecho evidente que
sobre l tambin inciden, entre otros factores ya
sealados, algunos tan objetivos como la acelera-
cin del tiempo histrico y otros tan subjetivos co-
mo determinadas elaboraciones ideales.
Si bien por un lado exiguas son las referencias y
alusiones directas o indirectas, al problema especfi-
co del tiempo latinoamericano, y por el otro, abun-
dan las que interesan pases o momentos
determinados, harto ms escasos son los trabajos
donde la cuestin se trata orgnicamente; por ste, y
tambin por otros motivos, hemos prestado la ma-
yor atencin al valioso trabajo de Sal Karsz publi-
cado en un volumen patrocinado por la UNESCO:
Le temps et les philosophies.
Con referencia siempre a nuestro Continente,
para dicho autor el tiempo colonial es el tiempo
del extraamiento, afirmacin sostenida por varias
razones. Una: la violenta fractura que signific para
la poblacin indgena una dramtica ruptura con su
propio pasado: este pasado se les haca a los abor-
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42
genes un tiempo irreal, una espera del imposible
retorno de su existencia pretrita. Los levanta-
mientos, estimulados por la desesperacin y el clima
de pesadilla que estaban viviendo, fueron siempre
reprimidos con violencia. Cada vez ms imposibili-
tados estaban por tanto de recuperarse o reacercarse
a su propio tiempo perdido, de donde el pesimismo
y la resignacin que impregnan su psicologa. Rosa-
rio Castellanos- y apelamos ahora a un testimonio
estrictamente literario-, escribe: ... han abolido el
tiempo que los separaba de las edades pretritas. No
existe ni antes ni despus. Es siempre. Siempre la
derrota y la persecucin (Oficio de tinieblas. cap.
XXXIX). En alguna oportunidad, si bien con refe-
rencia a otra problemtica, nosotros hemos escrito,
que, entre los mayas, donde, como se sabe, el
tiempo representaba el orden y la medida, una
vez destruido su mundo, el presente slo poda
convertirse en tiempo loco, como reza esa her-
mosa cosmovisin que es el Chilam Balam: un tiem-
po cuyo sentido se ha extraviado.
El conquistador, en cambio, observa S. Karsz.
vive un tiempo provisional, pero inmediato y real;
tiempo intermedio entre el de la Metrpoli de la
cual proceda y adonde esperaba retornar enriqueci-
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do y triunfador. Pero no era slo la dimensin tem-
poral la afectada por la crisis, tambin aquejaba al
invasor la desmesura del paisaje, inimaginada siquie-
ra por el segundn lanzado a la inaudita aventura.
Es decir, agreguemos nosotros, al europeo no slo
las estaciones y la brjula debieron parecerle tras-
tornadas: tampoco poda dejar de mortificarle esta
otra perplejidad: a medida que se internaba en la
trama de este nunca soado espacio-tiempo tanto
ms se estaba negando a s mismo y aproximando a
lo que todava no era: criollo. En vez, el negro, pro-
sigue S. Karsz, vive un tiempo definitivamente
detenido en un territorio para ellos por entero ex-
trao y donde se siente existencialmente desterrado.
Una spera nostalgia o una franca rebelda fueron
las respuestas intentadas para enfrentar a esa contra-
riada insercin en un mundo con el que mal poda
identificarse, pues lo caracterizaba el maltrato y la
desesperanza, y donde hasta sus dioses- otrora efi-
caces- haban sido acallados por la fuerza.
Por su parte el criollo se mueve en un tiempo
sin espesor, que cultiva celosamente no tanto para
reconocerse como para distinguirse. As, pues, el
tiempo colonial no es ni puede ser la suma mecnica
(o la resultante) de todos estos tiempos que acaba-
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mos de sealar, pero de todos modos imposible era,
en aquellas condiciones, homogeneizarlo; continua-
ba siendo un tiempo escindido, entre un pasado que
ofrece, por lo que llevamos visto, pocas notas co-
munes para sus protagonistas, como tampoco pue-
de brindarlas para un futuro que no se comparte.
Dado dicho contexto, fcil se torna entender
que las guerras de la emancipacin significarn una
profunda reorganizacin y revalorizacin del
tiempo, amn de una verdadera movilizacin del
mismo. Pero lo que ms nos importa subrayar en
esta penetrante contribucin que aqu estamos si-
guiendo, es el sealamiento de un nuevo tiempo,
con un antes que ya no es el pasado de cada uno
sino el del tiempo colonial conmovido, hay un aho-
ra que exige redefinirse con respecto al mismo, y un
porvenir, inquietante y apasionante a la vez, y
compartible, aadiramos nosotros, porque una de
las notas distintivas de las autnticas revoluciones es
su capacidad de convocatoria de diferentes estratos
sociales, por momentos confundidos o deslumbra-
dos por un ideal que se conjetura comn; o como
dira un reaccionario frente al desconcertante es-
pectculo de aquellos ejrcitos integrados por crio-
llos, negros e indios: tiempos de subversin. As
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
45
pues el tiempo adquiere algo de lo que careca du-
rante la Colonia, esto es, sustancia histrica.
Si hasta ahora hemos seguido un razonamiento
que, en lneas generales, compartimos, no ocurre
otro tanto con las reflexiones que expone S. Karsz
con respecto al tiempo de la Ilustracin, a su juicio
una de las primeras, sino la primera corriente de
pensamiento especficamente latinoamericana.
Juzgamos que para serlo an gravitaban demasiadas
categoras, tales como la razn universal; aunque,
preciso es reconocer que esta razn universal, o si
se quiere en otro plano, los derechos naturales,
son ideas que, aunque forjadas en el seno de pases
colonizadores, facilitaron elementos conceptuales
para una crtica del pasado colonial; es decir, que sin
perder su impronta de origen pudieron ser instru-
mentalmente tiles. (Y dejamos de lado el complejo
proceso de trasvasamiento, directo o indirecto, de
esta corriente y la singularidad de su arraigo en
nuestras tierras, mediatizada algunas veces, simplifi-
cada otras, eficaz siempre.) Pues bien, al rechazar el
pasado colonial se toma conciencia de la necesidad
de acompasarse con lo que ocurra en el resto del
mundo civilizado, que es una forma elegante de
abarcar el reducido grupo de pases que se sentan
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46
efectivamente los actores y motores del proceso
universal. Pero admitamos que el propsito de po-
nerse a la altura de los tiempos en modo alguno
puede reputarse un equivalente de la percepcin de
la especificidad del tiempo latinoamericano, y me-
nos aun de sus propios requerimientos, algunos de
los cuales pueden, inclusive, llegar a ser contradicto-
rios con los intereses y postulaciones de los pases
centrales. El mismo S. Karsz lo percibe cuando
anota: Vivir su tiempo significa hacer suyo el tiem-
po de Europa, su racionalidad, su estilo de vida.
De todos modos convengamos en que el tiempo del
Iluminismo permite alcanzar un denominador co-
mn: negar in totum el pasado, conceptuado apenas
como memoria o tradicin, vale decir ayuno de
aquellos elementos fecundos y creadores que s con-
sientan afirmar un necesario futuro diferente e inde-
clinable.
Esa aparente homogeneizacin de la diversidad
de los tiempos (el de indgenas, negros, criollos, etc.,
que la alquimia de los acontecimientos facultaba
suponer posible) facilitaba, por lo menos en el pla-
no ideal de las aspiraciones, la instalacin de Esta-
dos nacionales que, para lograrlo, deban superar
simultneamente los ritmos regionales. De paso
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agreguemos que quiz si en este punto S. Karsz hu-
biese incorporado a este razonamiento las diferen-
cias sealadas entre la sociedad rural y la sociedad
urbana, como lo hace Jos Luis Romero en varios
de sus trabajos pero, sobre todo, en un esplndido
ensayo denominado Campo y ciudad: las tensiones de
dos Ideologas, habra logrado mucho mayor riqueza
en sus de todos modos sagaces reflexiones.
El romanticismo, por su parte, ni estuvo tan
preocupado por una valoracin positiva del tiem-
po como para hacer de ste una forma de armona
y reconciliacin; de todas maneras, al presente
atribuy un significado preciso, el de colmar, la
fractura entre la nostalgia de lo que fue y el deseo de
lo que no existe. El momento siguiente, el del po-
sitivismo, de tan dilatada influencia en Amrica La-
tina, sostuvo, siempre segn el autor que hasta aqu
seguimos, una valoracin del tiempo, distinguido
ahora por su antiprovidencialismo, preocupado
por el tiempo histrico concreto e inspirado por
una nocin-clave: el progreso, con todo lo que la
misma envuelve: proscripcin del pasado, afirma-
cin del presente, ordenamiento del futuro. Mas
llegados a este punto, entendemos sera provechoso
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48
reconsiderar algunos de estos elementos a partir de
sus fuentes, para as enriquecer el anlisis.
En el captulo II de la Introduccin Especial
(La conexin de la Naturaleza los fundamentos
geogrficos de la historia universal), de sus hoy
clebres Lecciones sobre la filosofa de la historia universal,
Hegel dedica un pargrafo no demasiado extenso, al
Nuevo Mundo; como importa a nuestro razona-
miento, aunque notorio creemos conveniente re-
cordarlo para, de paso, subrayar ciertas ideas.
El desconocimiento del Nuevo Mundo (es decir
Amrica y Australia) por parte del Viejo Mundo no
es un hecho circunstancial; es algo absoluto. Aquel
radical desconocimiento deriva de una diferencia
esencial de sus caracteres no slo fsicos y polticos,
sino hasta geolgicos, y esto a pesar de haber salido
del mismo proceso de Creacin. La cultura natu-
ral (sic) existente en Amrica la condenaba lgica-
mente (y por tanto histricamente, dentro de la
concepcin hegeliana) a perecer apenas se le pre-
sentase el espritu, porque se ha revelado siempre y
sigue revelndose impotente en lo fsico como en lo
espiritual. De donde sguese que hay una mani-
fiesta inferioridad de su flora, su fauna y, claro est,
de sus primitivos pobladores; y la incapacidad de
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49
estos ltimos es lo que oblig a los conquistadores a
introducir negros, ms sensibles a la cultura euro-
pea que los indgenas.
Pero aquella inmadurez, poco menos que geo-
lgica, no slo diferencia el Nuevo del Viejo Mun-
do, sino tambin establece una separacin en el
primero entre una Amrica del Norte y otra del Sur.
Las notas que las distinguen derivan, siempre a jui-
cio de Hegel por supuesto, del hecho de que la pri-
mera, protestante, fue colonizada; y la segunda,
catlica, en cambio fue conquistada. De todos modos
Norteamrica sigue inconstituida, es apenas un Es-
tado republicano federativo (que es la peor forma
de Estado) en proceso de formacin, cuyas institu-
ciones no alcanzaron aun la dignidad ni los mereci-
mientos que la pudiesen llevar a convertirse en una
monarqua. Sus actividades econmicas son prima-
rias y carece de industria, aunque s posee una im-
portante frontera que estima crea precondiciones
para el asentamiento, en oleadas sucesivas, de culti-
vadores, y esto a su vez dificulta la coagulacin del
proceso en un Estado organizado, es decir aquel
que caracterizan ciudades e industrias urbanas. Slo
ser cuando su territorio sea ocupado, mas este po-
blamiento, advirtase, lo harn los europeos (con la
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50
poblacin sobrante del Viejo Mundo), de modo
que Norteamrica (pas del porvenir) es apenas
un anejo, una dependencia. Mas como la considera-
cin del futuro corresponde al reino de las profe-
cas, queda su estudio excluido del mbito de la
filosofa y de la historia, disciplinas ambas donde
impera la Razn todopoderosa. Como puede perci-
birse, la parte septentrional del Nuevo Mundo saca
de este examen mejor partido que la meridional: la
primera podra llegar a ser, pero slo en tanto re-
flejo de Europa, de todos modos queda condenada
as, agreguemos nosotros, a una total inautenticidad:
la segunda, en cambio, deba seguir vegetando en la
penumbra sin tiempo de la Naturaleza. Esta rotunda
diferencia, que no es de grado sino cualitativa, ex-
cluye, insistamos, nuestra Amrica hispanolusopar-
lante de la historia y la confina- aparentemente para
siempre- en la Naturaleza; cmo zafarnos de una
fatalidad impuesta por aquella frrea dialctica? A la
anglosajona por lo menos le resta la posibilidad de
incorporarse, subordinada, al tren de la historia slo
y en tanto admita ser colonizada por Europa. Hay
pues aqu, un tiempo natural y otro tiempo histri-
co: este ltimo en suspenso, condicional, o si se
quiere puesto de momento entre parntesis. La
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51
Lgica, observ H. Marcuse, haba mostrado la es-
tructura de la razn: la Filosofa de la historia expone
el contexto histrico de la razn.
El racionalismo idealista de Hegel, de tan fuerte
acento europeocntrico, ha merecido en varias
oportunidades muy sagaces comentarios de Leopol-
do Zea, quien en El pensamiento latinoamericano ha
escrito, por ejemplo: La historia del viejo mundo
es la historia que algn da; al decir de Hegel, tendr
que negar Amrica si quiere comenzar la propia.
Mientras no se realice tal negacin o asimilacin,
Amrica continuar siendo un continente sin histo-
ria, una dependencia de la historia europea.
No interesa aqu desmantelar las plurales fala-
cias implcitas en el razonamiento hegeliano, pues
para ello deberamos internarnos en los lineamien-
tos ms generales de su filosofa de la historia de su
filosofa sin ms. Por eso digamos slo, a ttulo de
ejemplo, y siguiendo una aguda observacin de
Charles Minguet que, si como pretende el autor de
la Fenomenologa del espritu El Estado es la realiza-
cin de la libertad, mal pudo descalificar, por
ejemplo, como civilizaciones, las de incas o aztecas
por no haber alcanzado esa etapa, cuando ya los
filsofos del siglo XVII consideraban que las
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52
formas teocrticas de los Estados mexicano o inca
constituan un obstculo insoportable a los dere-
chos del individuo. Contradiccin que el citado
Minguet pone legtimamente de resalto. Pero s nos
importa reparar en el empleo, por parte de Hegel,
de conceptos tales como impotencia, inferiori-
dad o incapacidad que, infortunadamente suelen
reaparecer an en nuestros das, si bien fuera del
contexto dentro del cual los situaba el pensador
germano, y probablemente ahora ms matizados o
muchas veces encubiertos bajo el manto mgico de
ejercicios economtricos o futurolgicos, de los
cuales siempre salimos malparados.
No menos europeocntrico, pero s mucho ms
influyente que el sistema hegeliano, fue el positivis-
mo, que por un momento lleg a colorear gran
parte de la vida cultural del Nuevo Mundo, de don-
de precisamente el inters que reviste para nosotros.
Pero una cosa son las ideas de raz comtiana, spen-
ceriana, o el evolucionismo darwiniano, que a veces
suelen confundirse bajo una denominacin impreci-
sa y genrica, y otra bien diferente su encarnacin
en una realidad como la latinoamericana, donde su-
fri adaptaciones, injertos, modificaciones, y expre-
s por momentos circunstancias e intereses diversos
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
53
de los que le dieron origen. Aqu, recordemos si-
quiera entre parntesis, que a veces jugaron papeles
distintos segn los pases: reaccionarias en el terreno
social, econmico y poltico durante el porfiriato o
progresistas en el pensamiento educativo y pedag-
gico de fines del siglo XIX y comienzos del XX en
Argentina. En este sentido la ya clsica obra de
Leopoldo Zea sobre el positivismo mexicano puede
servir de eficaz orientacin para conocer, en sus
detalles, el proceso de incorporacin de esta co-
rriente de pensamiento, singularmente expresiva de
un momento que llamamos cultura aceptada o
admitida y al cual ms adelante nos referiremos.
Pero a los efectos que aqu interesan ceiremos
nuestras observaciones a slo el pensamiento de
Auguste Comte, cuyo sistema, por bien conocido,
nos evitar entrar en pormenores. La historia del
desarrollo humano- el progreso- responde a leyes;
cules son stas? La ley de los tres estados con-
siste, digmoslo con palabras del mismo Comte,
tomadas de su primera leccin del Curso de filosofa
positiva, en que cada una de nuestras concepciones
principales, cada rama de nuestros conocimientos,
pasa necesariamente por tres etapas tericas dife-
rentes: el estado teolgico o ficticio, el estado meta-
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54
fsico o abstracto, el estado cientfico o positivo.
Avancemos un paso ms y digamos que al primer
estadio, el teolgico, caracterizan la monarqua y el
absolutismo, con predominio del sacerdocio; al se-
gundo o metafsico, el nacionalismo y la soberana
popular; al ltimo o positivo, que es el del industria-
lismo, con la hegemona compartida entre las fuer-
zas productivas de la riqueza (industriales) y el
poder espiritual (sabios).
Esta concepcin, tan encorsetada, y a pesar de
las simplificaciones de algunos de sus expositores,
admita de todos modos asincronas entre los esta-
dios, as algunas ciencias podan estar en una etapa,
o momento de una etapa, y otras en una distinta;
con diferentes palabras, el sistema puede aceptar la
aceleracin y el rezago, pero necesariamente con
relacin al orden postulado. Ahora bien, la elabora-
cin de su sistema desatiende por completo las ex-
periencias de las grandes civilizaciones clsicas de
China e India, y nada digamos de las de nuestra
Amrica. Aunque en otro plano, recordemos que,
de todas maneras, su idea de progreso coincida
con una concepcin minoritaria (elitista), cuya fun-
damentacin evidenciaba su enemiga por todos los
igualitarismos como as por las teoras polticas de
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
55
filiacin roussonianas que sostenan las ideas de la
soberana popular. Por lo menos en este sentido
marca un sensible retroceso con relacin a los con-
tenidos democrticos que posea la misma idea tal
como ella fue formulndose a lo largo del siglo
XVIII (Condorcet, Diderot, Lessing, Turgot, etc.).
La mencin de Condorcet, reivindicado en forma
expresa por Comte como antecedente, se ve neutra-
lizada por la de Joseph de Maistre, cuyo retrato,
junto al de una veintena de otros pensadores, ocu-
paba un lugar de privilegio sobre su mesa de traba-
jo, como hemos podido comprobarlo
personalmente al visitar nosotros, hace poco tiem-
po, la que fue su casa y es hoy museo de Comte.
Esta referencia, circunstancial si se quiere, slo
pretende subrayar la devocin por J. de Maistre la
que explica a nuestro juicio, por lo menos en parte,
la vertiente autoritaria de su sistema, que se opone a
la libertad tal como esta se hace presente en los
hombres de la Ilustracin preocupados por el pro-
greso y que antes citamos. Ms an, y esto lo
apunta J. B. Bury, contrariamente al siglo XVIII que
buscaba la felicidad a travs del progreso, para este
concepto de felicidad no hay lugar en el estrecho
determinismo intelectualista de Comte.
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56
Las ciencias sociales, con las que culmina su
concepcin jerrquica de la ciencia, tienen su estti-
ca y su dinmica, de donde el juego entre coexisten-
cia y sucesin, entre orden y progreso, etc. Y sin
agotar las notas que mejor permitiran caracterizar-
lo, digamos que crea superado, o poco menos, el
problema del colonialismo, y tambin pareca con-
vencido de que se estaban extinguiendo a ojos vista
las causas que generan las guerras entre los pueblos
y las naciones. La historia, evidentemente, ignor
sus intuiciones. (Otras variantes del positivismo,
que aqu, dejamos de lado, como la spenceriana o la
darwinista. Inspiraron corrientes de pensamiento
fuertemente racistas; es decir, la moderna biologa,
tendenciosamente interpretada, poda servir para
explicar la inferioridad de los indgenas latinoa-
mericanos y justificar su opresin cuando no su ex-
terminio.)
Sin tomar en consideracin las salientes diferen-
cias sealables entre las ideas de proceso y progreso,
o entre progresos y progreso- como lo hace, por
ejemplo, Manuel Garca Morente en un extenso,
interesante y poco recordado trabajo, cuya orienta-
cin general no compartimos por cierto- y para
concluir con este aspecto, digamos que tampoco el
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57
tiempo histrico, amn de otras categoras forjadas
por el positivismo, era satisfactorio para compren-
der la especificidad del pasado latinoamericano o la
originalidad de algunos de sus rasgos como no lo
era para proteger una indispensable autonoma in-
telectual que permitiese cuestionar el presente o
plantear problemas decisivos que las crisis agudiza-
ban, y cuando para encontrar la clave explicativa se
recurra a un progreso europeocntrico y mecni-
co, adems de desconocer casi siempre que el me-
ro cambio cuantitativo, el aumento en cantidad, no
es progreso. La realidad, multiforme y porfiada, no
pareca convalidar aquella candorosa asercin de
que ... el progreso supone necesariamente la per-
fectibilidad... y se desbordaba por carices impre-
vistos.
Apenas hemos hecho referencia a dos filosofas
de la historia, sin duda influyentes; en ambas desta-
camos cmo su carcter incuestionablemente euro-
peocntrico y pretendidamente universal, por
momentos velado por su misma ndole sistemtica,
deforma la imagen que ofrecen del proceso histri-
co y de qu modo las ideas de tiempo implcitas en
ellas permiten justificar ideas (y polticas) que desfa-
vorecen por cierto la posibilidad de alcanzar nuestra
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emancipacin mental, y dificultan lograr un desen-
volvimiento autnomo. Muchas otras filosofas de
la historia podramos considerar aqu, para luego
intentar desentraar qu sentido exhiben del tiem-
po; pero es esa tarea para otra oportunidad. De to-
dos modos, de tantos esfuerzos encarados para
elaborar una historia desentendindose de las histo-
rias, de imponer un tiempo descuidando los tiem-
pos, parece desprenderse una conclusin poco
seductora; diversas circunstancias, algunas de las
cuales de paso hemos insinuado, parecen indicar
que nos llevan a una situacin que podra caracteri-
zarse por un oscurecimiento, por un opacamiento
de la historia: el Hombre ya no sabe que l la hizo;
as pues, cualquier visin limitada amenaza con en-
frentarnos ante un pasado extrao, por momentos
ajeno, y una visin futura no menos alienada. En
ltima instancia, nos reconduce al viejo problema
del sentido de la historia.
En la Revista de la Universidad de Mxico hemos
esbozado, aos ha, un intento de periodizacin del
proceso cultural latinoamericano, por considerar
insatisfactorios o poco convincentes los enfoques
cronolgicos o polticos tradicionales hasta enton-
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59
ces aplicados a la materia. Adems, sobre el tema
hemos seguido trabajando y pensarnos se vincula
entraablemente con el del tiempo que aqu consi-
deramos. En el mencionado ensayo plantebamos,
si bien en bosquejo, tres momentos esenciales, los
que a su vez podran ser sometidos a ulteriores sub-
divisiones. El primero de esos momentos sera el de
la cultura impuesta, que correspondera al perodo
colonial y que, por supuesto, no termina en una fe-
cha determinada sino perdura en tanto se mantiene
la relacin de dependencia con una metrpoli. El
segundo, el de la cultura admitida o aceptada, atae al
perodo posterior a la emancipacin, durante cuyo
transcurso los pases van conformando su estructu-
ra interna acordndola con su nueva insercin en el
mercado internacional, tan determinante que por
momentos coincide con el modelo que los econo-
mistas denominan de crecimiento hacia afuera. Co-
mo primera aproximacin digamos que esta etapa se
prolonga hasta 1930, y durante su transcurso tanto
la escuela como la imprenta facilitaron la democra-
tizacin, siquiera restringida, de la vida cultural,
hasta entonces muy limitada. El tercer y ltimo
momento sera el de la cultura criticada o discutida, esto
es, cuando se ponen en duda los supuestos mismos
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60
de los anteriores, hayan sido incorporados por im-
posicin (poca colonial) o acogidos de manera pre-
crtica (poca independiente). Esta harto sucinta
exposicin correra el riesgo de parecer demasiado
incompleta si por lo menos no le aadimos, para su
apropiada comprensin y como inicial acercamien-
to, dos notas a nuestro juicio capitales para captar el
carcter dinmico de los procesos: las contradiccio-
nes presentes en cada uno de los momentos; y ade-
ms, la asincrona entre los distintos planos de la
realidad histrica. Pues bien, qu relacin adverti-
mos entre la periodizacin antes expuesta y el pro-
blema del tiempo, por algunas de cuyas
particularidades hemos intentado incursionar.
Cuando decimos, con S. Karsz, que el tiempo
colonial es el tiempo del extraamiento, mas tam-
bin de la incomunicacin y del aislamiento, agrega-
ramos nosotros, en rigor estamos reconociendo los
diferentes grados de inautenticidad de aquella cultu-
ra, y esto parece vlido tanto para las manifestacio-
nes indgenas (adulteradas por las circunstancias que
en gran parte las despojaron de su sentido ltimo),
como para los distintos grupos, tal como antes se
apunt. Porque convengamos en que colonias y
colonizado son apenas materia prima en manos de
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
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los colonizadores, quienes pretenden- sin siempre
lograrlo, por cierto- conformarlos hasta donde pue-
den a sus propios intereses metropolitanos; los po-
bladores se transforman, de este modo, en objetos,
no en sujetos. Y sin necesidad de subrayarlas, saltan
a la vista las contradicciones entre sus intereses y la
asincrona de sus tiempos. Esa cultura impuesta-
mediatizada hasta por el solo hecho de haber sido
elaborada la original en funcin de muy otras di-
mensiones temporales y espaciales, y que pretende
sobreponerse a distancias inauditas, sin advertir que
por el mismo carcter de las nuevas magnitudes ya
la estaba desvirtuando- se va convirtiendo, sobre
todo en los centros urbanos, en una de carcter
cortesano, ornamental, desvitalizada, distinguida por
una radical inautenticidad, en el sentido que, al con-
cepto atribuye Roland Corbisier. Agrvase esta si-
tuacin si tomamos en cuenta que el tiempo
histrico tanto de Espaa como de Portugal ya es-
taba rezagado, o por lo menos significativamente
desacompasado, con respecto al nuevo tiempo que
comienza a imponer la modernidad en los pases de
incipiente desarrollo capitalista, y donde lo cuantita-
tivo, esto es lo mensurable, predomina sobre lo
cualitativo. Y aqu la contradiccin- siempre en el
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62
plano cultural que ahora estamos considerando- se
hace presente al rastrear las manifestaciones de ma-
yor autenticidad; estas ltimas se revelan a travs del
empleo de un nuevo lenguaje y de la difusin cre-
ciente de gneros artsticos y literarios otrora subes-
timados cuando no a veces descalificados. Este
proceso de autonomizacin intelectual se ver bene-
ficiado por un paulatino redescubrimiento de las
especificidades de la Naturaleza americana, que deja
de ser juzgada con ojos europeos o se reputa infe-
rior por el solo hecho de ser diferente; la experien-
cia humana, indita, debilita las ataduras con la
cultura metropolitana, ya insatisfactoria sta aun
desde un ngulo instrumental, y cuya vitalidad se va
enervando; la tradicin y la autoridad aparecen de-
bilitadas.
La cultura aceptada o admitida correspondera al
momento en que se registra la ya apuntada reorga-
nizacin, revalorizacin y movilizacin del tiempo,
asistida por las corrientes de la Ilustracin (mo-
mento negativo que asoma al trmino de la etapa
anterior, es decir, de la colonial), que al racionalizar
y universalizar el tiempo, adems de secularizarlo
enrgicamente, pone de relieve el destiempo en que
Amrica Latina est sumergida con relacin al para-
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63
digmtico atribuido a los pases centrales. Todas las
corrientes de pensamiento a partir del Iluminismo,
es decir, durante este lapso, de la Ideologa al Posi-
tivismo (incluso el Romanticismo, aunque aqu con
caracteres ms complejos), se proponen como uno
de sus objetivos prioritarios recuperar aquel tiempo
utilizado como punto de referencia. La proclamada
independencia intelectual y cultural (Bello, Echeve-
rra, etc.) constituye una nota que expresa esta situa-
cin; otra, y la que ms nos importa ahora, es el
empeo tenaz por ponerse a la altura de los tiem-
pos, por recuperar el tiempo perdido, y para ello
qu mejor providencia que intentar poner el reloj de
nuestra historia, como entonces candorosamente se
deca, en hora con la de aquellos pases. Se advierte
una conciencia cada vez ms clara del destiempo, y
para suplir ese rezago, insistamos, se buscan allende
los mares inspiracin, estmulos, instituciones, ideas,
cuando an no se tena conciencia de los propios.
Simultneamente se torna patente que, a todas
luces, dicho destiempo se va acortando, se estre-
chan las distancias; y as reconforta a nuestros ante-
pasados saber que el romanticismo y el modernismo
llegan y arraigan antes en el Nuevo Mundo que en
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64
Espaa, desde donde solan llegar morosamente las
novedades (sic).
A fines de esta segunda etapa se advierte ya-
aunque no siempre con claridad suficiente o con la
antelacin requerida- que muchas son las dificulta-
des que se interponen en el logro de los objetivos
propuestos y entorpecen ese esfuerzo de acompa-
samiento propuesto para superar precisamente las
asincronas, los destiempos. Por tanto se verifica
que no pocas veces ha interferido un engaoso es-
pejismo: la ciudad encantada de la civilizacin eu-
ropea, con sus altas torres de liberalismo y
democracia, que por momentos ya pareca al alcance
de la mano, o poco menos, vuelve a perderse de
vista. As, las metas simulan alejarse con velocidad
superior a nuestras efectivas posibilidades de arribar
a ellas; las distancias en vez de abreviarse se am-
plan; cuando regmenes democrticos tienden a
consolidarse son derribados por otros autoritarios y
restauradores. En un plano distinto, la misma expe-
riencia permite comprobar cuan profunda es la de-
semejanza, pongamos por caso, entre incorporarse
al proceso de desarrollo contemporneo adquirien-
do manufacturas elaboradas que poseyendo indus-
trias propias, y que esto ltimo se ve dificultado
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cuando se admiten las reglas de juego impuestas por
los pases centrales, que consisten precisamente en
comprar materias primas baratas y vender manu-
facturas con mayor valor agregado; en predicar el
librecambismo y aplicar el proteccionismo, cuando
no se opta por un intervencionismo cnico en
abierta contradiccin con los principios proclama-
dos en los foros internacionales. En sntesis, y como
nota generalizada, podra afirmarse la existencia de
una suerte de consenso acerca del destiempo, des-
tiempo que se aspira a colmar, como llevamos di-
cho, adoptando, con mayor o menor ingenio, ideas,
pautas, criterios, instrumentos, tcnicas o institucio-
nes inadecuados o prematuros, as la sociedad de
hiperconsumo, esa suerte de caballo de Troya meti-
da en las sociedades en vas de desarrollo (y como el
caballo de Troya no es algo que estos pases pro-
duzcan, su introduccin hasta suele verse favorecida
con la exencin de aranceles aduaneros cuando no
se aprovechan crditos preferenciales). Pero tam-
bin a fuer de honestos debemos reconocer que al
lado de quienes tienen idea de los obstculos que
implica el tantas veces mencionado destiempo, per-
duran reducidos aunque influyentes grupos que si-
guen aorando el pasado o idealizan la Colonia
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66
como una poca menos conflictiva, con menores
asincronas y complejidades, cuando la ideologa del
Concilio de Trento unificaba el tiempo espiritual del
Nuevo Mundo con el de sus metrpolis y haca po-
sible reivindicar un orden natural y eterno. Son
aquellos que, para poner en hora el reloj de la his-
toria, mueven hacia atrs las agujas; y que en caste-
llano llamamos, sin eufemismos, retrgrados.
Mas convengamos en que la clara conciencia del
destiempo histrico no basta en modo alguno para
entender satisfactoriamente los procesos contempo-
rneos, y menos aun para proyectarse hacia el futu-
ro o, en otra instancia, actuar sobre ellos. Parece
inexcusable dar un paso ms y admitir que aun
cuando por ventura logrsemos superar esa asin-
crona (cosa que lgica e histricamente puede con
facilidad demostrarse es imposible, dada la diferente
estructura de nuestras sociedades y su demorado
punto de partida), proponerse como objetivo alcan-
zar aquellos modelos prestigiosos, desatendiendo
sus inconvenientes, sera algo contraproducente: un
nuevo contratiempo. Adems, por ventura podrn
en algn momento pases con bastante menos de
1.000 dlares de ingreso anual por habitante, alcan-
zar los niveles de otros que ya registran un producto
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que supera holgadamente los 20.000 dlares anua-
les, aceptando las reglas de stos, por ejemplo, la
mencionada sociedad de consumo dilapidadora,
asentada sobre una tica despiadadamente indivi-
dualista, egosta y utilitaria? Puede omitirse que
parte nada desdeable de los elevados ingresos de
los pases centrales o desarrollados dbese precisa-
mente a la desigualdad del trato que tienen en sus
relaciones con los perifricos, subdesarrollados o en
vas de desarrollo? Cabe olvidar que las cifras esta-
dsticas ms objetivas indican que, en vez de redu-
cirse, la brecha entre pases pobres y ricos sigue
aumentando dramticamente? Seguiremos apos-
tando al espontanesmo, la improvisacin, con la
consiguiente prdida de tiempo, recurso escaso co-
mo hemos visto; dilapidando esfuerzos e inversio-
nes, en detrimento de alternativas ms racionales?
No se infiera de lo que llevamos dicho una ac-
titud fatalista: nada de eso. Queremos sealar que
admitir como satisfactorio el modelo de los pases
hoy desarrollados (con su tiempo histrico, su ritmo
propio y sus modalidades de crecimiento) puede
llegar a constituirse en un contratiempo. La res-
puesta juiciosa sera recuperar nuestro tiempo- lo
que en modo alguno significa ignorar el del resto del
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68
mundo, o desaprovechar sus enseanzas, hasta
donde ellas puedan ser compatibles con nuestros
proyectos-, modelarlo tomando en cuenta nuestra
propia realidad, proponindose metas alternativas
cuyo logro quizs pueda requerir saltear etapas o dar
rodeos para alcanzar objetivos muy verosmilmente
distintos, diferentes. Y para ello debe tomarse muy
en cuenta que, por lo menos el proceso de transi-
cin de nuestro hoy a un maana mejor deber
marchar por carriles inditos, quizs hoy inexisten-
tes, lo que constituye un formidable desafo a la
imaginacin de nuestros pueblos. Y si como escriba
Antonio Machado, con el andar se hace camino,
para no extraviar el rumbo vale la pena emprender
la aventura con sol naciente, o por lo menos con sol
alto, cuando todava hay tiempo por delante y las
distancias aun pueden abarcarse; todo esto antes
que se avecine el crepsculo.
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
69
TIEMPO DE INTEGRACIN
INTEGRACIN Y DEMOCRACIA
El de la integracin, como cualquier otro proce-
so humano, extrava en gran parte su sentido si se lo
sustrae del contexto histrico, o por lo menos ha-
cerlo as estorba su ms acertada comprensin. Por
eso el anlisis del problema debe ser referido a po-
cas o momentos bien determinados; slo de este
modo se ver favorecido el entendimiento de sus
posibilidades, obstculos o alternativas. Dicho sea
esto sin descuidar los elementos permanentes y fe-
cundos que la idea arrastra- como tendencia y como
aspiracin- desde hace ms de siglo y medio.
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70
No vamos a abundar aqu sobre un aspecto que,
confesamos, nos interesa sobremanera y al cual, ini-
cialmente, pensbamos dedicar la mayor atencin;
nos referimos a las relaciones entre las ideas de Bo-
lvar y el problema de la integracin. Y no lo hace-
mos- como tampoco nos detenemos en sus
antecedentes- pues acabamos de tomar conoci-
miento de un anticipo del libro Bolvar: integracin en
la libertad, de Leopoldo Zea, quien con su habitual
sagacidad desentraa all tanto el momento histri-
co en que aquellas ideas fueron formuladas, como
analiza la vigencia contempornea de muchas de
ellas, cargadas de esperanzas, y que l vincula con
perspicacia y sensibilidad con las de unidad, solidari-
dad y libertad, que es una forma muy oportuna y muy
rica de plantearlas.
As, escribe Zea:
Simn Bolvar, desde que se inician las guerras
de independencia en 1810, ve la guerra de su patria,
Venezuela, como parte de la guerra total de esta
Amrica. Por ello la concibe como una gran guerra
en la que unos pueblos han de apoyarse los unos a
los otros. Ya piensa entonces en una gran confede-
racin para hacer la guerra de liberacin que, poste-
riormente, concebir como una gran confederacin
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
71
para la paz y para garantizar la liberacin. Hombres
y pueblos unidos en la servidumbre pueden unirse
ahora en la lucha para alcanzar la libertad y unirse
igualmente para crear el orden, que le garantice. As
la lucha por la liberacin de su patria ms amplia
que es la Amrica. La Patria Grande la llamarn
muchos de los hombres de esta Amrica. La libera-
cin de la Patria Grande se iniciar, as, desde una
determinada nacin.
Ahora bien, dada la circunstancia sealada, y sin
detenernos en otros pensadores, quisiramos recor-
dar slo uno, bien significativo: nos referirnos a
Juan Bautista Alberdi, quien en su Memoria sobre la
conveniencia i objetos de un Congreso Jeneral Americano ante
la Facultad de Leyes de la Universidad de Chile para obte-
ner el grado de licenciado (Santiago de Chile, 1844), se-
ala que la convocatoria del Congreso de Panam,
idea cuya originalidad y oportunidad atribuye al ge-
nio de Bolvar, se haba reunido para enfrentar la
amenaza europea. Sin descartar que el propsito de
cualquier futuro congreso pueda tener eventual-
mente como objetivo preocuparse- como el de Pa-
nam- por la resistencia a cualquier agresin
externa, deber proponerse tambin otras tareas y
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72
diferentes propsitos: as recomponer su carta jeo-
grifico-poltica, es decir considerar situaciones tales
como la mediterraneidad de Bolivia, producto de las
aberraciones derivadas del rgimen colonial; y ade-
lante escribe sobre el trfico naval de sus ros, en
favor de toda bandera americana, i con cortas limi-
taciones, de cualesquiera otra bandera, sin esclu-
sion. Y como a juicio de Alberdi las nuevas
amenazas de conquista no son militares, pues Eu-
ropa ya no piensa en la ocupacin de nuestros de-
siertos territorios. lo qe qiere arrebatarnos es el
comercio, la industria... sus armas son sus fabricas,
su marina; no los caones: las nuestras deben ser las
aduanas, las tarifas, no los soldados... Por eso aco-
ta: A la santa alianza de las monarquas militares de
la Europa, qiso Bolvar oponer la santa alianza de las
Repblicas americanas, i convoc a este fin el Con-
greso de Panam, dentro de cuyo espritu deban
abordarse los grandes problemas del momento,
como eran la pobreza, la despoblacin, el atraso y la
miseria, que, con modificadas caractersticas siguen
siendo infortunadamente los actuales, entre otros
que a aquellos se han sumado. Sin entrar a analizar
sus puntos de vista sobre tan ancho espectro de
cuestiones, recordemos que Alberdi seal en la
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
73
misma Memoria las posibilidades de unificar mone-
das, pesas, medidas, y establecer acuerdos que faci-
liten el ejercicio de profesiones cientficas e
industriales, y, por supuesto, convenios que asegu-
ren la extradicin judicial. Por otra parte sostena el
derecho y la prctica de la intervencin- parecer que
el actual derecho internacional no comparte, y que
acuerdos, convenios y convenciones internacionales
y regionales rechazan expresamente-, punto de vista
que justificaba diciendo que la neutralidad o pres-
cindencia slo tiene sentido entre los pueblos hete-
rogneos, no as entre aquellos que, como los
nuestros, constituyen una sola familia. En suma, el
propsito de la convocatoria que propugnaba deba
ser nada menos, que la recomposicin de la Am-
rica poltica.
No corresponde detenernos a historiar estos
conceptos a lo largo de la prolongada vida intelec-
tual de Alberdi, aunque recordemos que algunos de
ellos sufrieron, a travs del tiempo, sensibles modi-
ficaciones, as, el de libre navegacin o el de inter-
vencin: como tampoco parece pertinente
reprocharle que en la Memoria haya subestimado las
posibilidades de injerencia europea en el Nuevo
Mundo hispnico cuando no mucho despus se re-
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gistra la invasin de Napolen III a Mxico, la ane-
xin de Santo Domingo por parte de Espaa y el
apoderamiento de islas peruanas y bloqueo y bom-
bardeo del Callao y de Valparaso. (Vanse, en este
sentido, los importantes prlogos de Ricaurte Soler
a la reedicin de la Coleccin de ensayos y documentos
relativos a la Unin i Confederacin de los pueblos hispano-
americanos, valiosa recopilacin realizada por Jos
Antonio Lastarria, lvaro Covarrubias, Domingo
Santa Mara y Benjamn Vicua Mackenna, inicial-
mente publicada en Santiago de Chile, 1862, y ahora
reimpresa en forma facsimilar bajo el ttulo abrevia-
do de Unin y Confederacin de los pueblos hispano-
americanos, que incluye utilsima documentacin). S
interesa, en cambio, mostrar la continuidad de una
tradicin que se proyecta hasta nuestros das, que
sostiene la necesidad de la unin y confederacin (o
mejor aun de la integracin) no slo como actitud
defensiva- que tampoco descarta por cierto- sino
con el firme propsito de afianzar las precondicio-
nes de un desarrollo armnico.
La emancipacin tire un movimiento centrfugo,
en el sentido de que precipit un proceso de fractu-
ra de los imperios coloniales, y en el caso del espa-
ol desemboc en una por lo menos aparente
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
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balcanizacin poltica, aunque con el tiempo adver-
tirase que muchos de aquellos lmites que consagra-
ra la historia, eran menos arbitrarios y artificiales de
lo que aparentaban ser, pues respondan a razones
profundas dictadas por la geografa, la sociedad y la
economa. Este proceso de desarticulacin reitera-
das veces tambin se puso de manifiesto dentro de
los mismos lmites de los actuales Estados naciona-
les, con enfrentamientos entre regiones. De aqu los
esfuerzos de integracin- una de las formas de la
organizacin, insistimos- para recomponer, segn
Alberdi, no slo sus lmites polticos sino tambin
para homogeneizar sus estructuras sociales y eco-
nmicas conmovidas. Muchos de ellos debieron-o
quizs mejor an habra que decir que algunos de
ellos todava deben hacerlo- integrar las grandes
masas indgenas o las oleadas de inmigrantes, o
visto desde otro plano, no coincidente con el ante-
rior pero s semejante, integrar las masas rurales que
dejaban de serlo sin alcanzar a convertirse en urba-
nas. Mientras no incorporemos, pero de verdad, a
las culturas, a las masas marginadas, no habr ver-
dadera integracin, escribe Francisco Mir Quesa-
da. Es ste el complejo proceso que Jos Luis
Romero trata, sobre todo, en los ltimos captulos
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76
de su admirable libro Latinoamrica: las ciudades y las
ideas, cuando aborda la sociedad escindida.
Todos los esfuerzos por normalizar esta si-
tuacin se vieron reiteradamente obstaculizados por
la existencia de verdaderos enclaves (tanto territo-
riales a veces, como econmicos o culturales otras).
Parejamente podra recordarse que, en cierto senti-
do por lo menos, el llamado crecimiento hacia afue-
ra (que fue el modelo favorito de nuestras clases
dirigentes casi hasta 1930, cuando se produce una
profunda alteracin del mercado internacional) des-
favoreci, por decirlo de alguna manera, esfuerzos e
inversiones que, efectuadas oportunamente, quizs
pudieron haber contribuido a homogeneizar la es-
tructura interna de nuestros pases, o por lo menos
a reducir las grandes diferencias que la abruman. Y
proyectar estas situaciones al plano Internacional no
parece un razonamiento abusivo.
Es propsito nuestro sealar, siquiera muy es-
cuetamente, algunos aspectos que hacen a la inte-
gracin (particularmente a la cultural), vinculados a
la democracia. Si bien la bibliografa general sobre el
tema se ha multiplicado sensiblemente durante los
ltimos aos, creemos que uno de los aspectos ms
desatendidos ha sido el de las relaciones- ms que
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
77
necesarias, indispensables- que deben establecerse
entre democracia interna (esto es, la vigente dentro
de los pases), y la que podramos llamar democracia
externa o supranacional, vale decir, la que debera
existir en las relaciones entre Estados soberanos.
Precisamente con referencia a la integracin su-
pranacional, deca el recordado maestro Jos Medi-
na Echavarra que lo primero que es preciso no
olvidar cuando se considera este tema es la relativa
heterogeneidad histrico-cultural de los dos grandes
fragmentos de Amrica Latina. Sin que el mundo
luso quede del todo aparte de este proceso, es sin
embargo en el hispnico donde cobra mayor signifi-
cacin. Las naciones hispnicas estn unidas en el
sobreentendido de su conformacin comn den-
tro de su fase moderna, guardan quizs en su sub-
consciente colectivo el trauma doloroso de una
separacin, y todava responden en cada momento a
los ideales de sus hroes de la independencia, crista-
lizados sobre todo en las visiones generosas de Bo-
lvar. Pero en el tiempo transcurrido han tenido que
hacerse a s mismas como naciones, en un sostenido
esfuerzo aun inconcluso, que les llev en ocasiones
a entrar en conflictos recprocos, y las ms de las
veces a actuar de espaldas las unas respecto de las
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78
otras. Sin embargo, nunca dej de apagarse del todo
el ideal de la integracin, que recogieron, segn
momentos, stos o los otros grupos de intelectuales,
stos o los otros grupos de polticos nacionales,
complicndolo en este caso con afanes si no de he-
gemona, s al menos de liderazgo. Y prosigue Me-
dina Echavarra: ... Son considerables las
dificultades que en Amrica Latina, como en otros
lugares del mundo, crean a la unin poltica las se-
paraciones seculares y ciertos conceptos muy arrai-
gados. Y toda integracin sera imposible si no
existiera hace algn tiempo la concepcin de las
uniones limitadas de carcter funcional. Unas u
otras reas de problemas comunes- tcnicos, cultu-
rales, econmicos, etc., permiten contraer compro-
misos que por su naturaleza tcnica no despiertan
recelos ni hieren viejas predisposiciones emociona-
les. Una red de esas vinculaciones funcionales es el
instrumento eficaz de una integracin de otra suerte
imposible. (Consideraciones sociolgicas sobre el desarrollo
econmico de Amrica Latina, segunda parte. Los
diagnsticos.)
Juzgamos, pues, que los basamentos mismos de
todo esfuerzo de integracin entre pases (y por su-
puesto que aqu nos interesa particularmente la refe-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
79
rida a Amrica Latina y el Caribe) puede verse
@amenazada, tanto por el carcter asimtrico que
hoy revisten dichas relaciones, como por los reg-
menes antidemocrticos internos. Dicho ms cla-
ramente, los arduos y de todos modos insuficientes
trabajos realizados hasta hoy en favor de la integra-
cin (sea sta econmica, poltica, educativa o cultu-
ral) no deben quedar expuestos a la fragilidad de los
resultados que se derivan de las decisiones de go-
biernos de representatividad dudosa o discutible, los
que, en ltima instancia, mal pueden convertirse en
los heraldos de una democracia efectiva en las rela-
ciones entre los pases cuando tampoco contribuyen
a consolidarla fronteras adentro. Ni puede decla-
marse un Nuevo Orden Internacional si no se lo
compatibiliza con polticas de efectiva redistribu-
cin de bienes y servicios, sean stos econmicos o
culturales, y tambin de los derechos y garantas
para la persona humana. Aqu deberan plantearse
varias exigencias: consenso, legitimidad y eficacia, sobre
las cuales habra que reflexionar con el mayor cui-
dado para darles un contenido distinto del de la
democracia del siglo XIX- tan ayuna de contenido
social- y concebida en dimensiones nacionales, y
que si bien en su momento hizo una notable contri-
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bucin a consolidar los Estados, probablemente no
ofrezca ahora las mejores, y mucho menos las ni-
cas respuestas para los actuales requerimientos, que
dadas las nuevas dimensiones (regionales o planeta-
rias) reclama propuestas cualitativamente diferentes.
La democracia del siglo XX debe ser algo ms que
la mera participacin en las microdecisiones. Y aqu
volvemos a citar a J. Medina Echavarra: la legiti-
midad que generosamente trataban de apuntalar se
deteriora al contrario sin remedio, y apenas se gana
nada en la eficacia buscada, porque la tcnica mo-
derna, enormemente complicada, exige compromi-
sos, programas y cooperaciones mancomunadas...
La integracin, y ms particularmente la cultu-
ral, de los pases del rea de Amrica Latina y el Ca-
ribe, debe ser estudiada con perspectiva histrica,
reiteramos, a travs de sus fuentes, de las naciones
entre ellas y dentro de los pases. Slo visto desde
este horizonte tan amplio adquirir sentido efectivo
el sueo bolivariano de una Nacin de repblicas.
Porque, como lo expres en una oportunidad el ex
presidente de Venezuela. Rafael Caldera, lo que
buscaba la generacin de los Libertadores era la
integracin para la independencia, no la integracin
para la dependencia.
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
81
Todos estos procesos evidencian, cada vez ms
claramente, la necesidad de reincorporar la dimen-
sin de una tica social en el planteamiento de los
procesos de desarrollo e integracin de dimensiones
nacionales como en los de carcter supranacional.
El predominio de un individualismo desaforado o
de un economicismo elemental, han constituido un
serio impedimento para fortalecer las ideas de res-
ponsabilidad. Ahora bien, si la integracin a escala
estatal requiri (y quizs siga requiriendo) fuertes
dosis de espritu crtico e imaginacin, para separar
y distinguir lo necesario de lo impuesto, lo transito-
rio de lo perdurable, cabe suponer que har falta no
menor espritu crtico ni porciones ms reducidas de
imaginacin para intentar integrarse a travs de las
autnticas necesidades, distinguidas debidamente, de
las exigidas por ajenos intereses.
El aislamiento y la autosuficiencia constituyen
un peligro nada desdeable, en cuya gravedad tam-
poco suele repararse. Y tambin aqu la experiencia
histrica de nuestros pases es aleccionadora. La
respuesta a la cual apelaron quienes tuvieron la per-
cepcin de la amenaza del provincianismo que se
cerna sobre el horizonte cultural en los pases des-
garrados por las guerras civiles que siguieron a la
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emancipacin (circunstancias que los desvinculaban
del quehacer de los pases centrales, con los que
tampoco se haba llegado a establecer vnculos de-
masiado estrechos o equilibrados), fue aferrarse a
ideas europeocntricas, que el aislamiento y la len-
titud de las comunicaciones transmitan con atraso y
vigencia amortiguada, sin advertir siempre las impli-
caciones que posean los argumentos tericos y las
manifestaciones prcticas con que se los quera jus-
tificar como universales o imponer como natura-
les, esto es, fatales (el colonialismo
decimonnico constituye una de sus manifestacio-
nes extremas y ms perversas, pues su objetivo, ale-
gaban, no era otro que imponer la civilizacin,
una civilizacin sustantiva que no consenta adjeti-
vos limitantes). Mas detrs de ese europeocentris-
mo, adecuada y por momentos elegantemente
racionalizado, y en ciertos casos hasta eficaz a corto
plazo, y a pesar de la pluralidad de corrientes en que
se bifurca, puede percibirse una intencin implcita
evidente; tanto como demostrar, se intenta imponer
una concepcin unilineal del progreso (como se deca
durante la pasada centuria), esto es, insistiendo en
todos los tonos que slo hay un norte y slo un ca-
mino para alcanzarlo, de donde se deduce que muy
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pocos son los desvos posibles y tolerables; ms
aun, tampoco poda saltearse ninguna de las etapas.
En suma, el rumbo era nico y por tanto ineludible.
Pocos latinoamericanos comprendieron durante el
siglo anterior - y quienes lo hicieron pasaron preci-
samente a la historia de las ideas y no tanto por su
originalidad como por su espritu crtico- que no
hay un solo modelo ni una sola posibilidad inter-
pretativa, como dijo Francisco Mir Quesada al
participar en un seminario sobre Amrica Latina:
conciencia y nacin. realizado en Caracas en 1976.
Por otro lado nos preocupa que haya podido
llegar a pensarse- y esto por parte, a veces, de hom-
bres serios y responsables- que una de las vas de la
integracin posible poda estar dada por las empre-
sas transnacionales, que, como es harto sabido, ac-
tan no slo en el mbito privilegiado de la
economa y de las finanzas, sino tambin en el no
menos importante de los medios de comunicacin
de masas. No advierten, o quizs prefieren no ad-
vertir, que en el mejor de los casos sera un proceso
inducido desde afuera, y cuyo paradigma- implcito
o explcito- responde a los intereses y objetivos de
dichas empresas, intereses que por tanto ellas ante-
ponen a los de los grupos sociales, los pases o las
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84
regiones, y van en menoscabo de la autonoma de
decisin de stos. Y en segundo lugar, ms que a
una latinoamericanizacin, ellas impulsan hacia una
cosmopolitizacin, lo que significa la prdida de la
identidad cultural, la venta del alma por algunas ba-
gatelas y promesas casi siempre incumplidas. En
este ltimo sentido parece poco menos que innece-
sario distinguir entre la admisin de valores e ideales
nacionales afirmativos y el nacionalismo, que es
siempre excluyente; o precisar las diferencias entre
universalismo y cosmopolitismo, este ltimo siem-
pre empobrecedor.
En un intento de periodizacin por nosotros
propuesto aos atrs en un trabajo publicado en la
Revista de la Universidad de Mxico, sealbamos tres
momentos principales en el proceso de desarrollo
cultural latinoamericano. Llambamos all al prime-
ro, el de la cultura impuesta (perodo colonial); al se-
gundo, cultura aceptada o admitida (predominio de las
influencias extranjeras, desde la emancipacin hasta
alrededor de la gran crisis de 1930); y el tercero, cul-
tura criticada o discutida (a partir de entonces y hasta
nuestros das). Ahora bien, si aprobamos este crite-
rio de periodizacin, significara que la supuesta
tendencia integracionista alentada por las empresas
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
85
transnacionales nos estara retrotrayendo al primer
momento, el que denominamos cultura impuesta,
y que, como vimos, coincida con la poca colonial,
que ya reputbamos superada.
Y esta penetracin de la actividad de las empre-
sas transnacionales vise favorecido, entre otras
cosas, por la mengua de la importancia del sistema
de educacin institucionalizada que se muestra cada
vez ms incapacitado para formar y transmitir valo-
res tales como la dignidad del trabajo, la solidaridad
y la responsabilidad sociales, la integracin demo-
crtica. etc.; vaco que intentan llenar los medios de
comunicacin de masas que, a travs de la informa-
cin, incorporan contravalores, es decir, valores
adulterados y sumergen a nuestros pueblos en la
alienacin de la sociedad de consumo, a la cual se
subordinan tanto la cultura como el ocio, converti-
dos ambos en industrias cuya racionalidad slo la
determina el lucro.
Conjeturamos que el distingo entre los elemen-
tos formativos e informativos que elaboran y tras-
miten la educacin y los medios de comunicacin
de masas es importante: ambos deben ser redefini-
dos y actualizados. Quizs un rodeo facilite el en-
tendimiento y trascendencia de este punto.
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86
Deca un eminente estudioso de las culturas cl-
sicas que quien conoca bien a Homero el siglo pa-
sado era un hombre culto, y quien lo frecuentaba en
griego era entonces considerado como un hombre
muy culto. Ahora bien, prosigue razonando nuestro
autor, quien en nuestros das conoce satisfactoria-
mente a Homero en griego no puede ser juzgado
como una persona muy culta, ni siquiera culta: es
apenas un especialista. Estas reflexiones, a nuestro
entender muy atinadas, nos introducen, aunque por
indirecta va, a uno de los temas fundamentales que
preocupan e importan: qu debe entenderse por
humanismo, en Amrica Latina, en estos decenios
conmovidos que estamos viviendo en vsperas del
siglo XXI.
A riesgo de expresar un pensamiento con aristas
heterodoxas, nos atreveramos a sugerir que el hu-
manismo tradicional, aquel que presume serlo, ha
dejado de constituir una disciplina integradora o una
vivencia formativa para ser apenas una informacin,
de relativo inters por tanto, y esto restringido a los
especialistas. Llegados a este punto de nuestro ra-
zonamiento plantearamos otra interrogante: qu
elementos especficamente latinoamericano integran
ese humanismo; por qu tantos nombres europeos
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
87
(cuyo significado en modo alguno desconocemos ni
subestimamos) y por qu la ausencia casi total de
nombres latinoamericanos. Y no atacamos al viejo
humanismo por otro flanco que lo pondra en una
situacin harto expuesta: nos referimos a su carcter
abusivamente literario y artstico, y por lo general
bastante ajeno a las vertientes cientficas y tecnol-
gicas que deben constituir una parte sustancial de
cualquier concepcin moderna del mundo y del
hombre. No estamos haciendo por cierto aqu la
apologa del cientificismo, ni admitimos las diver-
sas variantes de las tecnolatras contemporneas;
pero tampoco podemos aceptar un humanismo va-
co, o extrao a esos elementos. Pero retornemos al
meollo de nuestro razonamiento del cual aparente-
mente, y slo aparentemente, nos hemos alejado.
Mal podra pretender drsele vigencia ahistrica a
un humanismo, citando su mismo carcter, que se
presume planetario, se torna poco aceptable dada su
intensa carga de europeocentrismo y la ausencia en
su conformacin de los aportes de las grandes cul-
turas asiticas, africanas, y, desde luego, aquella que
ms nos preocupa en estos instantes, la nuestra, la
latinoamericana. De donde podramos inferir, y a
nuestro juicio legtimamente, que la elaboracin de
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88
un genuino y renovado humanismo planetario re-
clama la presencia efectiva, no mediatizada, de
aquellas culturas que estn forjando su verdadera
identidad cultural, que tratan de integrarla en una
sntesis superior, que es punto de llegada y punto de
partida simultneamente, vale decir, que no se nos
da hecha sino que, entre todos, la estamos haciendo,
con dificultades y postergaciones, es cierto, pero
tambin con esperanzado fervor.
Slo en dcadas recientes parece percibirse un
aminoramiento de las distancias perceptibles entre
la llamada cultura a secas y la cultura popular;
que este proceso sea positivo o negativo (de acultu-
racin o deculturacin), o que haya ocurrido a ex-
pensas de la prdida de su profundidad y riqueza, es
un problema ajeno a nuestro planteamiento en este
lugar. Pero nos preocupa observar, por un lado, la
presencia de los medios de comunicacin de masas,
con sus enrgicos efectos niveladores, cuyas pautas
no han sido generadas-espontneamente o en forma
inducida- como respuesta a las urgencias homoge-
neizadoras y quizs necesidades democratizadoras,
sino como copia de las elaboradas en distintos
contextos, para otros pueblos y diferentes gustos. Y
aqu parece ventajoso para el razonamiento puntua-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
89
lizar que modernizacin no equivale a cambio; que
urbanizacin no es igual a plena integracin a la so-
ciedad urbana; y, sobre todo, que masificar no es
democratizar. Y sin proseguir acosando el tema,
manifestemos nuestra opinin en el sentido de con-
siderar que la falta de autenticidad de estos mensajes
informativos (casi siempre torpemente traducidos
e impuestos como fina mercanca) los convierte
en factores desintegradores. El carcter ajeno de los
protagonistas, la singularidad de sus mitos, usos,
costumbres, aspiraciones y valores, facilitan la alie-
nacin o, en el mejor de los casos, obstaculizan la
identificacin con los mismos que, por tanto, sern
considerados como impropios, extraos. En el debe
de la industria cultural debe cargarse, pues, la
prdida o mengua de los caracteres que definen la
identidad cultural.
La crisis en la que vivimos inmersos desde hace
dcadas tiene, entre tantas negativas, una faceta po-
sitiva: el agudizamiento del espritu crtico, de modo
que este espritu crtico rest toda ingenuidad ante
el deslumbramiento que sola someternos ante las
novedades importadas desde los pases centrales;
y as se facilit la comprensin de las producciones
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90
culturales y artsticas locales, a cuyo descubrimiento
y valoracin contribuy.
Tampoco puede dejarse de lado el hecho- asaz
evidente- de que todos los esfuerzos que se hagan
en favor de una autntica y consciente integracin
(esto es, ni retrica, ni oportunista ni impuesta), de-
pende en gran parte de la coyuntura internacional,
como lo hemos podido comprobar a lo largo de los
ltimos decenios, cuando el clima poltico oscil
entre la guerra fra y la distensin. Es obvio que
la polarizacin ideolgica que coincide con la pri-
mera no constituye el clima ms propicio para la
reflexin crtica, autnoma y flexible que s facilita la
segunda. El ya citado Jos Medina Echavarra, en
otro importante trabajo (Amrica Latina en los escena-
rios posibles de la distensin), escriba: ... Hoy, al cabo
de bastantes aos de avances, el problema de la in-
tegracin ya no se ofrece en la misma forma. Frente
al futuro prximo, consiste en determinar con el
mayor acierto posible el repertorio de facilidades y
dificultades que en el horizonte de la distensin se
presentan en la busca de una regionalizacin de
Amrica Latina- amplia o recortada-, que le permita
actuar como una entidad frente al mundo, econ-
mica por lo pronto y, eventualmente poltica. Cu-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
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les son los aspectos favorables o adversos en la ta-
rea de poner en marcha una comunidad latinoame-
ricana? Constituye la regionalizacin su mejor
salida frente a los problemas econmicos con que
se enfrenta? En qu sentido es la regionalizacin
asimismo una exigencia poltica? Una y otras inte-
rrogantes dentro del marco mucho ms amplio de la
supuesta distensin y su consecuencia: un nuevo
sistema de paz y de orden econmico mundiales. Y
aade ms adelante: Como seala el planteamiento
ahora glosado, la cuestin decisiva sera en conse-
cuencia la de determinar claramente los lmites ac-
tuales y los instrumentos ms adecuados para
conseguir una u otra forma de regionalizacin. De
no lograrse, cualesquiera que sean las condiciones
del futuro prximo en el hemisferio y en el mundo,
los pases latinoamericanos sern blanco fcil del
antiqusimo juego del divide et impera, sobre todo si
sus cancilleras siguen apegadas a la tradicional in-
clinacin por la poltica de seguridad y no son capa-
ces de completarla- imposible todava eliminarla del
todo-, con el paradigma emergente de una poltica
internacional de bienestar. Se dice aqu- y vale la
pena reiterar conceptos tan sagaces como fecundos-
que una de las precondiciones de una efectiva inte-
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92
gracin sera sustituir las actuales polticas de segu-
ridad (en ltima instancia detersivas) por otras de
bienestar (es decir, positivas, y cuya capacidad de
convocatoria nadie puede desatender).
Dejemos este aspecto, que bien merecera un
tratamiento ms pormenorizado, para insistir sobre
el hecho de que, contrariamente a lo que suele su-
ponerse y afirman muchos de sus crticos, el desa-
rrollo armnico e integrado de nuestro Continente
no es contradictorio en modo alguno con el de cada
uno de sus pases. Integrar no significa debilitar la
propia identidad cultural. Aunque con relacin a
otro problema, escribi J. M. Keynes: No debera
ser una cuestin de arrancar las races, sino de pre-
parar lentamente la planta para que crezca en una
direccin diferente. Direccin que no nos debe ser
impuesta, sino adoptada por decisin democrtica.
Y ms an. muchos de los reparos que habitual-
mente suelen hacerse a los procesos de integracin
parecen impugnados de antemano si rastreamos con
cierto cuidado sus antecedentes. Y traemos a cola-
cin uno solo, entre muchos recordables. En el
Tratado de 1826 se estableca: Las repblicas de
Colombia, Centroamrica, Per y los Estados Uni-
dos Mexicanos, al identificar tan fuerte y poderosa-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
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mente sus principios e intereses en paz y guerra,
declaran formalmente que el presente tratado de
unin, liga y confederacin perpetua no interrumpe
ni interrumpir de modo alguno el ejercicio de la
soberana de cada una de ellas con respecto a sus
relaciones exteriores con las dems potencias extra-
as a esta confederacin, en cuanto no se oponga al
tenor y letra de dicho tratado... Tanto del espritu
como de la letra, se desprende que nada ms alejado
de las intenciones que constituir un superestado que
signifique una declinacin de las soberanas.
Como sntesis digamos que la integracin cultu-
ral de Amrica Latina y el Caribe, requiere como
trasfondo un cierto escenario y un cierto clima
que favorezcan la compatibilizacin de la democra-
cia entre y dentro de los pases; una decidida vo-
luntad de reinsertarnos en la gran tradicin sobre el
punto, y donde tampoco debe faltar una pizca de
elemento utpico, fermento de las grandes realiza-
ciones futuras.
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94
DIALCTICA DE LA INTEGRACIN
En julio del ao pasado, bajo el patrocinio de la
Universidad Nacional Autnoma de Mxico, el
Centro Coordinador y Difusor de Estudios Lati-
noamericanos que dirige Leopoldo Zea, organiz
un Simposio sobre Integracin Latinoamericana:
Posibilidades e Impedimentos, donde se analizaron
muchos de los problemas polticos, sociales, eco-
nmicos y culturales implcitos en el temario de la
convocatoria. Coincidi dicho evento con el ao del
Sesquicentenario de la muerte de Simn Bolvar.
Las deliberaciones permitieron destacar entonces
los ideales de liberacin e integracin en la libertad
de Latinoamrica.
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
95
Y ahora, como homenaje y adhesin a los actos
conmemorativos del bicentenario del nacimiento
del eminente humanista Andrs Bello, bajo el mis-
mo patrocinio de la UNAM, se convoca este segun-
do Simposio sobre Integracin Latinoamericana
por la Educacin y la Cultura.
Ante todo agradezcamos la cita, y la oportuni-
dad que ella nos brinda de intercambiar ideas- en un
marco de total libertad, cosa no demasiado fre-
cuente en muchos de nuestros pases- para estudiar
cuestiones y circunstancias que hacen al destino de
nuestro continente. Y aqu estas palabras deben va-
ciarse de toda retrica, para convertirlas en pro-
puestas concretas, abarcadoras, que permitan al
mismo tiempo recuperar para la inteligencia lati-
noamericana el predicamento y la autoridad que
tuvo a lo largo de nuestra historia y en los momen-
tos ms difciles. Ideas, nombres, instituciones- en
estos momentos infortunadamente bastante deso-
dos- participaron siempre en la construccin del
futuro, hoy no menos amenazado que ayer.
El de la integracin es tan complejo proceso
dialctico que se desenvuelve en muchos planos;
planteado en trminos mecnicos, convencionales,
o como simple expresin de deseos, puede hasta
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96
tornarse ininteligible. Ms an, por momentos corre
el riesgo de perder sentido y decir poco a nuestros
pueblos.
No con propsitos explicativos, pero s para ha-
cer conocer las races y la orientacin de su desen-
volvimiento, para dominar el terreno y los
obstculos, siempre ser til abordar siquiera muy
someramente algunas de sus ideas ms generales.
Preguntemos pues, y para comenzar, cules son
las razones que hacen que la unidad de origen haya lle-
vado a una diversidad de destinos y que hoy, la diversidad de
desarrollos reclame la unidad de destinos.
Por supuesto que cuando estamos hablando de
una unidad de origen suele sobreentenderse bajo tal
rtulo, un tanto equvoco, tres siglos largos de co-
lonia. Y adems, algo que est implcito en el enun-
ciado: dicha unidad no puede considerarse tal, ya
que en el fondo nadie olvida la presencia de millo-
nes de indgenas que el conquistador primero, y el
colonizador despus, no haban logrado incorporar
satisfactoriamente a las sociedades europeas tras-
plantadas. Es decir, debajo de esa aparente unidad
lata, en potencia, una diversidad conflictiva. Y creo
que el punto merece ser desmenuzado, siquiera de
paso, cuando an hoy renacen quienes predican una
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
97
vuelta a la Colonia. Idealizndola como si ella hu-
biese sido, efectivamente, una sociedad integrada,
orgnica, sin luchas, imagen que se pretende con-
traponer a la sociedad actual que, siempre a juicio
de esos pensadores crepusculares, se estara desinte-
grando, como consecuencia del agudizamiento de
ciertos conflictos entonces inexistentes. Aparente-
mente sigue siendo necesario insistir en que nunca
hubo perodo histrico alguno que no albergase en
su seno contradicciones, ms o menos profundas o
visibles, pero contradicciones al fin. Los restaurado-
res pretenden negar este hecho.
Aquella supuesta integracin no era tal cosa:
Cmo podra serlo una sociedad dividida entre
conquistadores y conquistados? Hubo tambin
contradicciones entre la Corona y los encomende-
ros, quin no recuerda tantos estrepitosos conflic-
tos, y aun enfrentamientos armados, como los que
estallaron por ese motivo? Tambin el criollo, en
cierto sentido expresin de la nueva sociedad que se
estaba incubando, y en parte por lo menos, su nue-
vo protagonista, entraba en contradiccin con los
intereses y valores de la oficial. Y las contradiccio-
nes sealables podran multiplicarse. Sin propsito
alguno de agotar su nmina y sin pretender tampo-
G R E G O R I O W E I N B E R G
98
co jerarquizarlas, recordemos otras, como aquellas
que oponan el importado espritu feudal y el bur-
gus que pronto comenzara a insinuarse; entre la
propiedad territorial asentada sobre el trabajo servil
frente al comercio y la economa monetaria en difi-
cultades y demorada expansin. O acaso los mo-
nopolios comerciales y los gremios, con sus
reglamentaciones y privilegios estos ltimos, permi-
tan compatibilizar aquella sociedad con la moderna
que ya se insinuaba en el horizonte?
Y dejamos otros factores para el final de esta
lista de contradicciones, que determinan la dialctica
del proceso que deseamos subrayar. Por una parte el
Estado, que si bien es cierto, como se ha dicho, ac-
tuaba como factor de equilibrio en la puja de intere-
ses enfrentados y como rbitro en los innumerables
conflictos suscitados, tambin era instrumento de
represin, al servicio de su idea imperial. La enorme
riqueza extrada (subrayemos la palabra porque indi-
ca con suficiente eficacia el carcter de toda poltica
colonial, es decir, extractiva) del Nuevo Mundo de-
bilitar a la larga al propio Estado espaol.
Por otro lado la Iglesia tambin considerada casi
siempre slo como factor de unidad, sometida esta-
ba al Estado, y mediatizada por el firme ejercicio del
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
99
derecho de Patronato real, situacin que generar
contradicciones agudas con la Corona, y adems
porque el hecho de gozar de fueros ser un factor
negativo para la integracin y homogenizacin de la
sociedad colonial. Pero estos conflictos, por secun-
darios que se los juzgue, estallarn a la luz del da y
adquirirn un nuevo significado durante el proceso
de secularizacin. Dicho sea esto sin tomar en
cuenta que a partir de la emancipacin, y quizs ya
desde antes, tambin comienza a modificarse la ex-
traccin social del sacerdocio, muchas veces en-
frentado a la jerarqua eclesistica por momentos
aislada de su pueblo y tantas veces slo embandera-
da con el pasado.
Lo que llevamos dicho persigue el manifiesto
propsito de subrayar la actitud paradjica de quie-
nes, aun en nuestros das, aoran la reconstruccin
de los viejos virreinatos- o en algunos casos extre-
mos, del Imperio como unidad abarcadora- como
alternativa de integracin. Baste, por ahora, lo ex-
puesto para refutar aquellas tesis trasnochadas.
Y desde otro plano, un plano que quiz nos
aproxime ms directamente al tema de este Simpo-
sio, digamos que la inexistencia de una poltica edu-
cativa orgnica trab tambin cualquier unidad
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100
profunda. La educacin elemental, de la cual las Le-
yes de Indias no dicen una palabra, estaba confiada
a los cabildos o a la Iglesia, y era limitadamente ur-
bana, con casi total descuido de la rural. Y por otro
lado la enseanza superior, si dejamos de lado los
seminarios religiosos con funcin profesional espe-
cfica, consista en las Reales y Pontificias universi-
dades de la Contrarreforma, que imponan mtodos y
contenidos tomados de la de Salamanca sobre todo;
as, pues, se hace evidente que pretendan formar
una elite dirigente, poco vinculada al medio por no
decir desvinculada de las necesidades e intereses de
las regiones donde estaban instaladas, y ajenas tam-
bin a las preocupaciones y a las aspiraciones de los
diferentes grupos sociales all asentados. El huma-
nismo de los primeros tiempos, fue vacindose
paulatinamente de sentido para convertirse en una
huera y presuntuosa escolstica, que utilizaba un
latn enmohecido. Como enseanza era endeble e
insatisfactoria, sin races en la tierra, carente de
fuerza explicativa y ordenadora. Aquella jerga, con-
jeturamos, tampoco era demasiado inteligible para
los ngeles, acostumbrados como estaban stos a las
lenguas clsicas, y por consiguiente tambin en este
sentido perda eficacia en los estratos celestes. A
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
101
fines del siglo XVIII la institucin universitaria ya
estaba decididamente en decadencia, como puede
demostrarse con facilidad estudiando la actividad de
cualquier casa de estudios de la poca: sus conteni-
dos, mtodos y orientaciones eran a todas luces dis-
funcionales.
El viejo tronco que se supona integrador de la
cultura estaba en realidad vaco por dentro, y pronto
caer al suelo derribado por los vendavales de las
guerras de la independencia. Algunos de sus retoos
brotarn convertidos en disciplinas particulares,
aquellas que no haban tenido acogida por parte del
mencionado humanismo pretrito, libresco y des-
huesado. Se haca sentir, con fuerza creciente, la
necesidad de un humanismo renovado, vitalizado,
dentro del cual se integrasen los conocimientos
contemporneos, sobre todo los procedentes de la
filosofa moderna, de la ciencia y de la tcnica que la
revolucin agrcola e industrial estaba generando
intensa y desordenadamente. Un humanismo no
elitista, antes bien tan universalizados como demo-
crtico, homogenizador con relacin a los requeri-
mientos de las nuevas sociedades latinoamericanas.
Y ser sta precisamente una de las aportaciones
donde cupo a Andrs Bello papel tan sobresaliente,
G R E G O R I O W E I N B E R G
102
y campo al cual hizo algunas contribuciones capita-
les. Volveremos sobre el punto.
Pero antes de proseguir, recalquemos que aque-
lla unidad de origen, por las razones expuestas, y mu-
chas otras podran aadirse, llevaba al
desmoronamiento del Imperio, y necesariamente
remita a una diversidad de destinos. Lo que algunos
llaman desintegracin, nosotros creemos era la pri-
mer etapa de la conformacin de los Estados nacio-
nales, obedeci a causas centrfugas, a plurales
factores endgenos, contradicciones internas que se
estaban acumulando en el seno de la sociedad colo-
nial, y que por serlo precisamente era incapaz de
integrarlos. De aqu que nos parezcan inconsistentes
los argumentos de quienes sostienen que el imperio
colonial fue destruido slo por factores externos,
por conspiraciones o complots. Desde luego nadie
niega que los elementos y agentes externos existie-
ron y actuaron, pero ellos fueron coyunturales y
operaron sobre una realidad socavada ya por las
contradicciones. Es innegable que el contrabando,
por ejemplo, fue un factor de disolucin, ya que por
un lado minaba la estructura econmica de concep-
cin mercantilista y los intereses monopolistas, y
por el otro favoreca el surgimiento de grupos de
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
103
intereses encontrados con los del rgimen y ms
atrados, por supuesto, por el comercio libre (por
llamarlo de alguna manera). Pero tampoco olvide-
mos que era la poltica misma del Imperio espaol
la que contribua a esa disgregacin. Tulio Halperin
Donghi en su Historia contempornea de Amrica Latina
ofrece elocuentes referencias, las que podran mul-
tiplicarse: el trigo y el vino del Levante espaol
expulsarn de Buenos Aires, a los de Cuyo. Es de-
cir que la disolucin est nsita en la realidad misma
del Imperio. En sntesis, todas las polticas colonia-
les conspiran siempre contra la integracin, sea esta
econmica, poltica, social o cultural. Y creemos
innecesario porfiar al respecto.
Por otra parte, y el punto merecera ser tratado
con mayor abundamiento, la poltica cultural y edu-
cativa que se pretendi aplicar a las colonias quiz
fuese funcional para el Imperio, pero aun as nos
atreveramos a decir que esta poltica tampoco fue
adecuada para sus intereses a largo plazo, pues ella,
entre otras consecuencias, contribuy al deterioro
de la unidad del castellano, sentando las bases para
lo que despus se plante como un riesgo: la frag-
mentacin lingstica.
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104
Gastn Carrillo Herrera, en un trabajo sobre
El espaol de Amrica: Unidad, diversidad, situa-
cin y perspectivas actuales. discute la tesis de
Cuervo, quien se mostraba, como es sabido, alar-
mado por la semejanza que adverta entre la evolu-
cin del latn y el castellano.
El argumento es defectivo. Entre ambas situa-
ciones lingsticas (e histricas) se dan diferencias
notables, esenciales: la situacin histrica que confi-
gura el desarrollo latinoamericano difiere profun-
damente de la del Imperio Romano en el momento
de la fragmentacin del Imperio. El desarrollo his-
trico de la Romania llev de la unidad imperial a la
fragmentacin feudal, en la que se halla implcita la
diversificacin espiritual y lingstica. Los habitantes
del Imperio dejaron de sentirse miembros solidarios
de una misma comunidad histrica, con intereses,
ideas y modos de vida sensiblemente comunes...
En cambio en Amrica Latina, a pesar de su balca-
nizacin se configur un proceso que llevaba a la
formacin de Estados nacionales que precisamente
terminan con los aislamientos feudales. En suma,
nos atreveramos a decir que fueron los Estados
nacionales que surgen despus de la emancipacin
los que salvan al espaol de la fragmentacin que lo
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
105
amenazaba como resultado de la poltica de aisla-
miento y falta de intercomunicacin a que estaban
sometidas las colonias.
Ms todava, otro argumento podramos aadir:
los regmenes coloniales, necesariamente, forzosa-
mente, llevan a fracturar las lenguas en otro plano,
no slo geogrfico o regional, nos referimos a la
divisin entre lenguas cultas y lenguas populares,
entre las cuales se va dibujando un abismo cada vez
ms profundo: as, en el Virreinato del Per comp-
rese a Pedro de Peralta Barnuevo con Juan Cavie-
des. Y slo la emancipacin podr prestar la
argamasa que permita unificar, integrar la lengua.
En la Argentina, por ejemplo, los cielitos de Barto-
lom Jos Hidalgo y la poesa neoclsica de Juan
Cruz Varela aportan desde vertientes distintas, pero
no encontradas, su contribucin parcial a la nueva
literatura nacional.
Y aqu, an a riesgo de desordenar nuestra ex-
posicin, diremos que nuestra cultura no se integra,
como ambicionan los retrgrados puristas, con una
lengua desvinculada de la realidad, de las exigencias
y de los aportes que reclaman las nuevas circunstan-
cias; estos conservadores de la lengua son descen-
dientes directos de aquellos que al cielo clamaban
G R E G O R I O W E I N B E R G
106
por el abandono del latn y menospreciaban el es-
paol.
La lengua es para Bello- escribe ngel Rosen-
blat- el instrumento de la formacin cultural, crite-
rio ste que explica satisfactoriamente el papel
atribuido por el autor de Alocucin a la poesa a la en-
seanza de la misma en todos los niveles del sistema
educativo. Cuando propone la creacin de una c-
tedra de gramtica castellana separada de la de gra-
mtica latina ya existente, est afirmando una
posicin racionalista y moderna frente a quienes, si
estimaban legtimo ocuparse de la lengua de Virgi-
lio, en cambio se oponan a que se hiciese otro tanto
con la de Cervantes, argumentando que sta, la
materna, se aprenda naturalmente, por lo que se
tornaban innecesarias reglas y normas. (El latn y la
memoria no bastaban, por lo menos a juicio de Be-
llo, para cimentar una buena educacin moderna.)
Al dar autonoma a la enseanza del espaol y le-
gislar sobre la materia recurriendo a nuevos mto-
dos, cientficos ahora y no espontanestas, o
rutinarios, logra recuperar para nuestro idioma la
flexibilidad y galanura que, de otro modo, no podra
haber alcanzado si hubiese seguido sujeta al latn, o
abandonada a sus propias fuerzas. As pues, las
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
107
ideas de Bello en la materia contribuyeron a eman-
cipar nuestro instrumento de comunicacin; mas
para l, recordmoslo, emancipacin en modo algu-
no significaba necesariamente ruptura, sino recupe-
racin, en otro plano, de una continuidad creadora:
su Gramtica, ms avanzada entonces y quizs toda-
va hoy que la de la Academia, ilustra suficiente-
mente esta posicin.
Y ngel Rosenblat, quien desde su Instituto de
Filologa Andrs Bello, tanto hizo por continuar,
enriquecer y actualizar las enseanzas del maestro
venezolano, escribe que en estos momentos no se
pueden plantear los problemas culturales o lingsti-
cos sobre bases de hegemona o subordinacin.
porque ahora los problemas son ms complejos:
Estamos presenciando, en toda Hispanoamrica, el
ascenso vertiginoso de las capas inferiores de la po-
blacin, que irrumpen animadas legtimamente por
apetencias nuevas. Y an ms, amplios sectores,
tradicionalmente sedentarios, abandonan sus tierras
y se asientan en la periferia de las grandes ciudades.
No hay all un peligro inminente de ruptura de
nuestras viejas normas, de relajamiento del ideal
expresivo? El peligro es real, pero eso quiere decir
que la cultura tiene hoy imperativos ms perento-
G R E G O R I O W E I N B E R G
108
rios, ms dramticos. La unidad de la lengua espa-
ola slo puede ser obra de la cultura comn. Y
entiendo por cultura comn, ms que la adoracin
del tesoro acumulado por los siglos, la accin viva,
permanentemente creadora, de la ciencia, el pensa-
miento, las letras.
Esta mencin a las ideas de Andrs Bello y esta
larga referencia a las de estudiosos contemporneos
como los citados, indican cul es el criterio adecua-
do para una integracin de la lengua, que es algo
mucho ms serio que lo que se proponen los estre-
chos puristas cuando postulan una verdadera jiba-
rizacin de la lengua y olvidan tambin aquella
exclamacin del P. Feijoo que precisamente nos
recuerda Rosenblat: Pureza! Antes se debera lla-
mar pobreza, desnudez, miseria, sequedad! Y para
terminar sobre este punto digamos que la unidad
(no la identidad) no se alcanzan recortando, achi-
cando, empobreciendo, para llegar a un castellano
bsico, armnico, sino abriendo las compuertas a
los creadores, que pueden ser tanto el pueblo an-
nimo como los artistas, factores imprescindibles
para llegar a aquel idioma nuevo que Julio Cort-
zar postulaba hace varias dcadas.
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
109
Y evidentemente tambin aqu podr afirmarse
que la integracin es de signo democrtico.
Retornemos ahora otra vez a la dialctica de la
integracin que propusimos desde el ttulo de este
trabajo; recapitulando, pues, digamos que de los
elementos enunciados quiz pueda inferirse porqu
aquella unidad de origen, con las peculiaridades que
tuvo, condujo necesariamente a la diversidad de
destinos; y ahora, veamos algunos de los factores
que s podrn permitir alcanzar aquella unidad de des-
tino, pese a la diversidad de los procesos de desarrollo, tal
como ellos se manifiestan en este ltimo largo siglo
y medio de azarosa vida independiente.
Este punto podra comenzarse abordando el
papel del Estado durante el perodo independiente,
y analizar cmo acta ste para afirmarse primero y
proyectarse luego; qu rasgos adquiere cuando se
conforma a la nueva situacin internacional con el
modelo de crecimiento hacia afuera inducido a par-
tir del momento de su incorporacin al mercado
mundial; o su perfil cuando opta por otro distinto
de crecimiento hacia adentro, habida cuenta de que
estas formas puras no se dan nunca en la realidad; y
adems ser preciso ponderar qu gravitacin tienen
en su seno los diversos grupos socioeconmicos y
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110
polticos, sin descuidar por cierto los intereses ex-
tranjeros. Pero ello, infortunadamente, estara fuera
de lugar hacerlo aqu, pues nos llevara a plantear-
nos innmeros problemas, desde el proceso de ela-
boracin de las legislaciones nacionales hasta el
papel del Estado en el desarrollo, tomado este lti-
mo en su sentido ms amplio.
Pero temas hay que s creemos insoslayables,
pues expresamente los reclama el temario de estas
jornadas: el de la educacin y la cultura.
El peso de la tradicin dificult durante la pri-
mera mitad del siglo XIX la consolidacin de siste-
mas educativos nacionales, aunque mayor
importancia quizs haya tenido la situacin socio-
poltica que sigui a las guerras de la independencia,
a las civiles que las siguieron en casi todos los pa-
ses, con el consiguiente empobrecimiento del erario
pblico y la postergacin de muchos proyectos.
La Integracin y la conformacin orgnica de
los Estados nacionales reclamaba, necesariamente,
superar la anarqua heredada en materia de ense-
anza elemental, ya que estaba sta a la deriva, ma-
nejada algunas veces por los municipios, otras por
las provincias, bien pocas por el gobierno central;
de todos modos, insignificantes eran numrica-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
111
mente hablando las escuelas pblicas al lado de las
privadas, predominantemente religiosas. Y a su la-
do, una educacin superior que, para formar los
tcnicos, profesionales y funcionarlos que a la sazn
se necesitaban deba negar la vieja universidad colo-
nial, con su enseanza adjetiva, libresca y disfuncio-
nal. Durante la primera mitad del siglo XIX al cual
continuamos aludiendo, se registran no pocas ini-
ciativas de estructurar el sistema educativo en su
conjunto como las de Jos Mara Vargas, quien
cont con el amplio respaldo de Simn Bolvar.
Otro esfuerzo contemporneo, de levantadas inten-
ciones, fue el del grupo rivadaviano en Buenos
Aires, aunque desdichadamente de actuacin efme-
ra, si bien la creacin de la Universidad constituy
un hito muy importante para la nueva tradicin re-
publicana que comenzaba a forjarse.
Pero creemos que ninguna de ellas tuvo la orga-
nicidad de las propuestas de Bello, en el hoy clebre
discurso, pronunciado en oportunidad de la instala-
cin de la nueva Universidad de Chile, donde po-
demos encontrar parte significativa de sus ideas
sobre la materia, y que al mismo tiempo refleja su
ahincada reflexin sobre los alcances sociales y los
problemas especficos que se planteaban, en aquel
G R E G O R I O W E I N B E R G
112
momento y en aquel medio, es decir, bien ancladas
en la realidad.
Citemos pues a Bello:
Las universidades, las corporaciones literarias,
son un instrumento a propsito para la propaga-
cin de las luces? Mas apenas concibo que pueda
hacerse esta pregunta a una edad que es por exce-
lencia la edad de la asociacin y la representacin;
en una edad en que pululan por todas partes las so-
ciedades de agricultura, de comercio, de industria,
de beneficencia; en la edad de los gobiernos repre-
sentativos. La Europa, y los Estados Unidos de
Amrica, nuestro modelo bajo tantos respectos,
respondern a ella. Replicaba de este modo a quie-
nes, como lo recuerda Miguel Luis Amuntegui, por
entonces sostenan aun el peregrino criterio de que
la instruccin deprava en vez de mejorar el alma, y
alienta las pretensiones quimricas y perniciosas, en
vez de estimular hacia las tareas tranquilas y honra-
das. Y prosigue Bello: Si la propagacin del saber
es una de sus condiciones ms importantes, porque
sin ella las letras no haran ms que ofrecer unos
pocos puntos luminosos en medio de densas tinie-
blas, las corporaciones a que se debe principalmente
la rapidez de las comunicaciones literarias, hacen
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
113
beneficios esenciales a la ilustracin y a la humani-
dad. No bien brota en el pensamiento de un indivi-
duo una voluntad nueva, cuando se apodera de ella
toda la repblica de las letras. Los sabios de la Ale-
mania, de la Francia, de los Estados Unidos, apre-
cian su valor, sus consecuencias, sus implicaciones.
En esta propagacin del saber, las academias, las
universidades, forman otros tantos depsitos,
adonde tienden constantemente a acumularse todas
las adquisiciones cientficas; y de estos centros es de
donde se desparraman ms fcilmente por las dife-
rentes clases de la sociedad. La Universidad de Chile
ha sido establecida con este objeto especial. Ella...
ser un cuerpo eminentemente expansivo y propa-
gador.
Pero esta preocupacin por la enseanza supe-
rior o universitaria en modo alguno significaba para
Bello descuido o relegamiento de la de primer nivel:
Yo ciertamente soy de los que miran la ins-
truccin general, la educacin del pueblo, como uno
de los objetos ms importantes y privilegiados a que
pueda dirigir su atencin el gobierno: como una ne-
cesidad primera y urgente; como la base de todo
slido progreso; como el cimiento indispensable de
las instituciones republicanas.
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114
Fuera de lugar estara aqu por cierto exponer,
como un todo, el ideario educativo de Andrs Bello;
pero s subrayar aquellos aspectos que se vinculan al
propsito de este Simposio. Una concepcin org-
nica, articulada de todos los niveles; un humanismo
donde las ciencias desempean un papel fecundo;
una concepcin poltica que crea que la integracin
de nuestros pases poda darse a travs de la educa-
cin, de la legislacin y el comercio.
Forzando un poco el ritmo de esta exposicin,
diramos que los nuevos problemas que hoy se nos
plantean para consolidar los Estados nacionales y
posibilitar su paulatina integracin, reclaman como
exigencia insoslayable una mejor articulacin de los
sistemas educativos, amenazados por las tendencias
privatistas que, entre otras cosas, desfavorecen
precisamente esa articulacin y en cambio ahondan
crecientes diferenciaciones sociales.
Ahora bien, los sistemas educativos necesarios
para formar al hombre que Amrica Latina requiere,
deben ser democrticos en su reclutamiento, en su
estructura, en sus concepciones, en su contenido y
en su gestin, y para ello es preciso abordar con
imaginacin renovada aquello que ya postulaba el
llamado Plan Wallon, formulado, como todos
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
115
recuerdan, en aquel clima estimulante de la inme-
diata postguerra. Es decir, formacin del individuo, a
travs de la enseanza cultural; formacin del productor,
a travs de la enseanza profesional, y formacin del
ciudadano, a travs de la enseanza social y poltica. Toda
vez que, con mayor o menor precisin, con mayor o
menor fervor, se haya apuntado hacia esos objeti-
vos, surge la dimensin latinoamericana, es decir
una dimensin integradora de las nacionalidades,
detrs de ideales comunes y movilizadores, y cuyos
efectos de propagacin son realmente insospecha-
dos. Hace falta citar aqu, por ejemplo, las tantas
veces recordadas palabras del encabezamiento del
llamado Manifiesto Liminar del 21 de junio de
1918, de la Reforma Universitaria, cuando proclama
La juventud argentina de Crdoba, a los hombres
libres de Sud Amrica? Como se advierte, los des-
tinatarios de aquellas esperanzas eran los hijos de
todo el continente.
Y para terminar permtasenos citar algunos con-
ceptos por nosotros ya expuestos en otra oportuni-
dad, y que tambin hacen a la dialctica de la
integracin. En primer trmino, para destacar que
todos los esfuerzos que se hagan en favor de una
autntica y consciente integracin (esto es, ni retri-
G R E G O R I O W E I N B E R G
116
ca, ni oportunista, ni impuesta), depende en gran
parte de la coyuntura internacional, como lo hemos
podido comprobar a lo largo de los ltimos dece-
nios, cuando el clima poltico oscil entre la guerra
fra y la distensin. Es obvio que la polarizacin
ideolgica que coincide con la primera no constitu-
ye el clima ms propicio para la reflexin crtica,
autnoma y flexible que s facilita la segunda. Slo
una actitud ingenua, por no decir suicida, puede su-
poner que un conflicto blico generalizado facilitar
la integracin, antes bien. ahondar y agudizar las
diferencias.
Y reiteramos tambin nuestra opinin, cuando
decamos que los basamentos mismos de todo es-
fuerzo de integracin entre pases (y, por supuesto,
que aqu nos interesa particularmente la referida a
Amrica Latina y el Caribe) puede verse amenazada,
tanto por el carcter asimtrico que hoy revisten
dichas relaciones, como por los regmenes antide-
mocrticos internos. Dicho ms claramente, los ar-
duos y de todos modos insuficientes trabajos
realizados hasta hoy en favor de la integracin (sea
sta econmica, poltica, educativa o cultural) no
deben quedar expuestos a la fragilidad de los resul-
tados que se derivan de las decisiones de gobiernos
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
117
de representatividad dudosa o discutible, los que, en
ltima instancia, mal pueden convertirse en los he-
raldos de una democracia efectiva en las relaciones
entre los pases, cuando tampoco contribuyen a
consolidarla fronteras adentro. Ni puede declamarse
un Nuevo Orden Internacional si no se lo compati-
biliza con polticas de efectiva redistribucin de bie-
nes, sean stos econmicos o culturales, y tambin
de los derechos y garantas para la persona humana.
As deberan plantearse varias exigencias: consenso,
legitimidad y eficacia, sobre las cuales habra que refle-
xionar con el mayor cuidado para darles un conte-
nido distinto del de la democracia del siglo XIX- tan
ayuna de contenido social- y concebida en dimen-
siones nacionales, y que si bien en su momento hizo
una notable contribucin a consolidar los Estados,
probablemente no ofrezca ahora las mejores y mu-
cho menos las nicas respuestas para los actuales
requerimientos, que, dadas las nuevas dimensiones
(regionales o planetarias) reclaman propuestas cua-
litativamente diferentes.
En sntesis, hoy como ayer, la integracin de
Amrica Latina y el Caribe, necesita como trasfondo
un cierto escenario y un cierto clima que favo-
rezcan la compatibilizacin de la democracia dentro
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118
y entre los pases, para sentar las precondiciones que
permitan convertir en realidad el viejo sueo de
tantas generaciones.
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
119
COMUNIDAD DE DESTINOS
En el Simposio acerca de la Integracin Lati-
noamericana por la Educacin y la Cultura, convo-
cado por la UNAM, en Mxico, en oportunidad del
bicentenario del nacimiento de Andrs Bello, nos
planteamos cules fueron las razones que hicieron
que la unidad de origen- sobre la cual tantos lugares
comunes suelen formularse y tanta retrica abunda-
haya llevado a una diversidad de destinos, y que hoy
esa misma diversidad de desarrollos est reclaman-
do una unidad de destinos o, como preferimos decir
hoy, una comunidad de destinos. Renovados son los
factores que estimulan una reflexin sobre el tema;
para empezar, el Quinto Centenario del Encuentro
de Dos Culturas, la formidable Revolucin cientfi-
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120
ca y tecnolgica en la cual estamos inmersos y que
dar un panorama totalmente diferente de nuestro
mundo dentro de unas dcadas, y cuyos rasgos so-
bresalientes ya intuimos y sentimos. Las dramticas
mutaciones registradas en los pases de Europa
Oriental en los ltimos tiempos, y tambin, por
qu no recordarlo?, el Bicentenario de la Revolucin
Francesa, han contribuido a su vez a repensar mu-
chos problemas que interesan a los pueblos margi-
nales en sus relaciones polticas con las metrpolis,
y la efectiva validez de las declaraciones universa-
listas, cuando ellas son proclamadas desde los cen-
tros y sin el asentimiento de los pueblos
postergados.
Dentro de este espritu sealbamos que, debajo
de aquella aparente unidad de origen lata, en poten-
cia, una diversidad conflictiva puesta de manifiesto
a travs de contradicciones entre la civilizacin abo-
rigen y la europea, entre los intereses de la Corona y
los de los encomenderos, entre espaoles y criollos,
entre el monopolio y las nuevas fuerzas productivas
trabadas en su desenvolvimiento; una concepcin
del mundo, la de la Contrarreforma, insatisfactoria
para abarcar la indita y compleja realidad, los nue-
vos hombres y problemas desconocidos. Es lo que
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
121
nosotros llamamos cultura impuesta, caracterstica
esencial de todo rgimen colonial.
El estallido de esas contradicciones nos remiti
a una diversidad de destinos que la Colonia, por
motivos que mal podemos entrar a dilucidar aqu,
no estaba en condiciones de mantener integrados.
La conformacin de los nuevos Estados emergentes
de los procesos emancipadores se hace desde den-
tro y se induce tambin desde fuera; fuerzas centr-
fugas y centrpetas actan a partir del momento de
nuestra incorporacin al mercado internacional de
mercancas, ideologas y valores. Es ste el mo-
mento que denominamos de la cultura aceptada o ad-
mitida, vale decir que- hechas las honrosas
salvedades del caso- acatbamos sus ideas, pautas y
concepciones, y muchas de las graves consecuencias
econmico-sociales que de ellas se inferan; as la
divisin internacional del trabajo, que lleva de este
modo a fraccionar el mundo en pases productores
de materias primas e importadores de manufacturas,
generadores de conocimientos y aplicadores de esos
mismos conocimientos. Pero esto, en ltima instan-
cia, implicaba pueblos inferiores y pueblos superio-
res, pueblos avanzados y pueblos atrasados, sea
desde el punto de vista econmico, biolgico o
G R E G O R I O W E I N B E R G
122
cultural, lo que implcitamente a su vez acarreaba
frustraciones y fatalidades plurales. Durante este
segundo momento se fortalece una decidida con-
cepcin europeocntrica, marginalizadora y exclu-
yente.
Luego de la crisis de 1930, aquel modelo instau-
rado a su vez entra en colapso. Las relaciones na-
turales y lgicas comienzan a desintegrarse en
mayor o menor grado, aunque algunos sntomas ya
hacan presentir ese resquebrajamiento desde aos
antes, as las intuiciones de ciertos intelectuales muy
sensibles y perspicaces: el espritu crtico siempre se
anticipa. Pero la magnitud de la crisis se ahonda,
pues ya no se trata slo de las naciones emancipadas
durante el siglo XIX las que deben redefinir su in-
sercin en el desquiciado contexto internacional;
despus de la Segunda Guerra Mundial irrumpen
decenas de pases nuevos, hasta entonces coloniales
o dependientes, cuando no llamados eufemstica-
mente protectorados, situacin sta que trastorna
todo el mapa poltico y tambin, poda ser de otro
modo?, de las ideas y de la cultura del planeta. Este
momento, un verdadero rompecabezas con piezas
de muy desigual tamao y muy diferentes valores y
fuerzas, es el que designamos como el de la cultura
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
123
criticada o discutida, precisamente por carecer de un
modelo paradigmtico que sirva de punto de refe-
rencia, no digamos nico, pero s aproximado; el
acatamiento de las mencionadas pautas tradicionales
constitua en s mismo ya un anacronismo.
Ahora bien, todas estas etapas a su vez estn
signadas por contradicciones nsitas que, en el cam-
po ms estricto de las ideas que es el que aqu nos
importa sealar, se caracteriza por su esfuerzo, ad-
mirable por cierto, por comprender la originalidad
de la realidad existente; es la actitud crtica que ad-
vertimos, por ejemplo, durante el comienzo mismo
de la Colonia, en un Bartolom de Las Casas, pre-
cursor, entre nosotros, de los derechos del hombre;
en Vasco de Quiroga, labrador de su dimensin
utpica y quien sigue venerado an en nuestros das;
en Bernardino de Sahagn, padre de las ciencias del
hombre y adelantado de las ideas de pluralismo
cultural o en el jesuita ilustrado Francisco Xavier
Clavigero, defensor acrrimo de la dignidad de
nuestros pobladores indgenas y tambin de la dig-
nidad de la Naturaleza americana, menoscabadas
por hombres como De Pauw, y tantos otros sa-
bios.
G R E G O R I O W E I N B E R G
124
Durante el segundo momento, y dejando de la-
do por suficientemente conocidas las ideas de los
libertadores, recordemos un puado de pensadores
como Andrs Bello, Juan Bautista Alberdi, Juan Ma-
ra Gutirrez, etctera, quienes se preocuparon y
Iucharon tambin por la emancipacin mental.
Para el tercer momento, es decir el esfuerzo por
latinoamericanizar nuestros pases, por zafarnos de
las ideas europeocntricas que se aceptaban como
moneda corriente de admitido prestigio y valor de
cambio, contra la nuestra injustamente ms desme-
recida que devaluada, mencionaremos aqu los
nombres de Jos Vasconcelos y Jos Ingenieros du-
rante las primeras dcadas de la centuria, ms tarde
Jos Carlos Maritegui y Leopoldo Zea en los lti-
mos decenios; y no es casual la creciente influencia
ejercida por estos dos ltimos en la toma de con-
ciencia de la especificidad de nuestros problemas, su
crtica al europeocentrismo excluyente, y cuyo pen-
samiento tiene clara proyeccin poltica; por eso los
admitimos como referencia, sin que ello signifique
olvidar hombres como Pedro Henrquez Urea, de
influencia ms ceida quizs a lo especficamente
cultural. En Maritegui, como en Zea, lo cultural se
integra en lo poltico, tomado este concepto en el
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
125
sentido ms trascendente del vocablo. Por eso Zea
precisamente expres que nuestro tiempo con-
temporneo requiere una lectura poltica del futuro
de nuestros pases, sin menoscabo de las peculiari-
dades nacionales, y demuestra su capacidad de
construir mecanismos globales de acuerdo y con-
certacin. Es lo que nosotros denominamos el es-
fuerzo integrador por forjar una comunidad de
destinos.
Mas para tener una clara idea del clima espiritual
contra el cual debieron reaccionar y los prejuicios
que precisaron disipar, permtasenos desandar un
tanto y reflexionar acerca de la imagen del mundo.
Y esto importa, a nuestro juicio, porque nuestro
razonamiento apunta a desentraar las causas que
traban el desenvolvimiento de nuestras ideas lati-
noamericanas, a entender esa comunidad de desti-
nos a la cual nos estamos refiriendo con machacona
reiteracin.
Como muchas de las ideas crticas y liberadoras
a las que nos estamos refiriendo, por fortuna estn
o ya se estn incorporando al bagaje intelectual lati-
noamericano, solemos olvidar cuan nuevas son y
cunto cost imponerlas. Retrocedamos en el tiem-
G R E G O R I O W E I N B E R G
126
po y veamos, como ilustracin de lo que estamos
diciendo, algn ejemplo para reflexionar.
En 1937, el Instituto Internacional de Coopera-
cin Intelectual, organismo especializado de la So-
ciedad de las Naciones y precursor de la actual
UNESCO, public un libro titulado Hacia Un nuevo
humanismo, donde se recogen trabajos y debates de
un grupo muy representativo de los intelectuales de
la poca. Entre los asistentes, mencionaremos los
nombres ilustres de Georges Duhamel, Joseph Hui-
zinga, Salvador de Madariaga, Thomas Mann. Jean
Piaget, Paul Valery, y algunos otros, entre los cuales
se contaba un solo norteamericano. Un simple an-
lisis de la nacionalidad de los participantes nos ad-
vierte la total ausencia de latinoamericanos,
africanos y asiticos. Vale decir, se observa la com-
parecencia casi excluyente de europeos, quienes,
como de su lectura se infiere, pretendan ser repre-
sentativos de los intereses y aspiraciones de todo el
mundo y trataban de legitimar esa posicin de pri-
vilegio. Alguno hasta lleg a hablar de pueblos
exticos al referirse a los pueblos extraeuropeos, y
por su lado Salvador de Madariaga intent introdu-
cir, tmidamente y sin xito, referencias a la cultura
asitica. En suma, del volumen se desprende un es-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
127
pritu etnocntrico, provinciano en el fondo, indife-
rente a aquella sagaz recomendacin de un pensa-
dor francs del siglo XVIII, el fisicrata P. S.
Dupont de Nemours, cuando alertaba sobre los
riesgos implcitos en la actitud de confundir nuestro
horizonte mental con los lmites del mundo.
Y con referencia a las inquietudes acerca de las
repercusiones de la ciencia y de la tcnica sobre la
sociedad y las ideas- punto expresamente enunciado
en el temario- aceptaban darse por satisfechos con
las recomendaciones de uno de ellos, quien insisti
sobre el mejor conocimiento de Euclides y, sobre
todo, de la Geografa, que conduce al estudio de la
vida social, como si esto ltimo pudiese compensar
la estrechez de su Weltanschauung. Esto, insistimos,
hace apenas un poco ms de medio siglo! A prime-
ra vista, las sensacionales contribuciones de A.
Einstein y M. Planck, para citar slo dos gigantes,
podan ignorarse, pues poco y nada parecan tener
que ver con la concepcin de mundo y la del huma-
nismo.
En la mayora de los trabajos, como caba con-
jeturar, se recomienda intensificar la enseanza y
profundizar el conocimiento de las lenguas clsicas,
griego y latn, en especial de la segunda, como ins-
G R E G O R I O W E I N B E R G
128
trumento idneo adems para superar las dificulta-
des e incomprensiones, convirtindola en una len-
gua franca de una Europa lingsticamente
fragmentada. Del snscrito, por supuesto, ni noti-
cias; no se recuerda su existencia y por tanto tam-
poco su innegable carcter formativo y que su rea
de influencia abarca cientos de millones de seres
humanos.
Desde otro ngulo, no menos llamativo, juzga-
mos la ausencia de la palabra crisis (hoy convertida
casi en lugar comn) y que segn nuestro escrutinio
slo se menciona en uno de los trabajos presenta-
dos.
Es propsito nuestro, ms que rescatar conside-
raciones y opiniones sagaces, que all se expusieron
por cierto y abundantes. Indicar sus limitaciones
ms generales advertidas; aludimos a las dificultades
conceptuales para concebir una efectiva universalidad e
integrar los conocimientos cientficos al humanismo.
Seguan enredados en una sublimacin del hu-
manismo limitadamente libresco pero sobre todo
europeocntrico, europeocentrismo que, conven-
gamos, constitua una prematura e ilegtima univer-
salizacin, que es algo bien distinto de una autntica
universalidad, hoy cada vez ms factible si posee-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
129
mos el coraje intelectual de desembarazarnos de
prejuicios arcaicos y sofocantes lugares comunes y
nos asomamos al vrtigo de nuestro mundo actual.
Adems, advertirnos en aquel humanismo caracte-
res por momentos demasiado apolticos e incapaces
de asimilar los dionisacos que caracterizan nuestro
tiempo.
Otro ejemplo que podramos traer a colacin
sera una Historia de la cultura occidental donde nuestra
Amrica queda relegada al Oriente por diferentes
razones, inaceptables todas ellas, y que aqu no po-
demos criticar en todos sus detalles.
La muy desigual distribucin de la riqueza, del
poder, del conocimiento, que caracteriz siempre
las diversas etapas de la historia, vuelve a repetirse
hoy, agravada, y es uno de los aspectos que ms
preocupan a nuestros pases. Las sociedades hege-
mnicas han alcanzado niveles de desarrollo que
muy difcilmente podrn lograr nuestros pases en
tanto perduren estas desigualdades e injustos puntos
de partida, esta despareja insercin en el concierto
internacional. Las mencionadas divergencias no son
naturales ni son fatales, sino que estn histri-
camente condicionadas. Por ello constituye uno de
los desafos que debemos asumir para desentraar
G R E G O R I O W E I N B E R G
130
cules son los obstculos, cules los impedimentos
materiales y espirituales, para superarlos.
Hablemos ahora de lo que nos afecta ms de
cerca; nuestros pases latinoamericanos, durante
siglos marginales a las grandes decisiones y a los que
hoy, por una vergonzante conmiseracin cataloga-
dora, se nos distingue como en vas de desarrollo:
o si procuramos estar ms al da, advertiremos que
aparecernos como pases deudores o endeuda-
dos .
A todo esto deberamos sumar lo que diversos
rganos de las Naciones Unidas han acordado en
llamar la deuda social, es decir, la carga dramtica
a que estn sometidos nuestros pueblos por la pos-
tergacin en satisfacer sus necesidades bsicas en
materia de alimentacin, vivienda, salud, educacin,
empleo, etctera. Dicha deuda social, a la cual
todava no se le ha prestado suficiente atencin, y
que en bien pocos casos se ha intentado cuantificar
adecuadamente, es tanto o ms grave que la deuda
financiera externa e interna que tienen nuestros pa-
ses.
En suma, nuestra comunidad de destinos en
gran parte se vincular a la capacidad de los pases
latinoamericanos por hacer reconocer que esa
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
131
deuda social no slo genera tensiones, rebaja
dramticamente los niveles de existencia y constitu-
ye una amenaza; simultneamente traba, encarece y
entorpece el desarrollo ms equitativo de nuestras
sociedades.
Con la brevedad que las circunstancias impo-
nen, recordemos que gran parte de la crisis contem-
pornea cabalga sobre una constelacin de ideas que
estn haciendo agua desde hace tiempo. Nos refe-
rirnos, ms en particular, a la supuesta universalidad
de muchas categoras mentales empleadas, que no
son otra cosa que una engaosa y prematura pro-
yeccin de ciertas ideas europeocntricas, las que
slo expresan una de las tantas variedades de etno-
centrismo que caracteriza el proceso histrico de la
humanidad. Distintas razones han contribuido a
intensificar el desarrollo desigual, el que, sobre todo
desde hace medio milenio, ha beneficiado a deter-
minados pases hoy llamados centrales, y no han
sido por cierto la menor de sus causas la ocupacin
y la explotacin de lo que ms tarde llamaramos los
imperios coloniales. Sin entrar en mayores sutilezas-
e innecesario es abordarlas aqu- recordemos que las
riquezas extradas de Amrica posibilitaron fortale-
cer ese europeocentrismo, y al mismo tiempo dicho
G R E G O R I O W E I N B E R G
132
europeocentrismo, que algunos llaman Occidente,
se fue consolidando marginndonos y endeudndo-
nos material y espiritualmente.
Ahora bien, a partir de la segunda posguerra,
comienza a ponerse cada vez ms seriamente en
duda el valor universal de dichas ideas o categoras
que, insistimos, no eran otra cosa que occidentales.
Los pueblos de la periferia comenzaron a descreer
de su validez, observaron ciertos falseamientos, y
contribuyeron primero a relativizarlas para ms tar-
de discutirlas o negarlas. No estamos objetando,
advirtase bien, dichas ideas por ser occidentales,
como nadie pretende impugnar otras ideas por ser
americanas, asiticas o africanas; lo que queremos
significar es que se discuten porque pretenden ileg-
timamente ser universales, desatendiendo las parti-
cularidades. Es decir, se fueron elaborando primero
con descuido de las caractersticas, las necesidades,
las modalidades, las especificidades de las restantes
regiones del globo; y luego se trat de imponerlas,
marginndonos como protagonistas y como creado-
res. As como nos parece poco lgico hablar de la
comunidad internacional como de un todo orgnico
e integrado sin intereses contrapuestos (cuando en
la prctica se pretende marginar a la gran mayora de
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
133
la poblacin mundial), advertimos cuan ilegtimo es
hacerlo cuando se desatienden los requerimientos
de los pases del resto del planeta. Las necesidades,
o las urgencias si se quiere mejor, democratizadoras
del mbito nacional de aquel siglo XVIII en Fran-
cia, al cual aludimos, se asemejan a las necesidades y
a las urgencias democratizadoras del mbito inter-
nacional. Tambin nosotros queremos dejar atrs,
con urgencia, este Ancien Rgime que estamos vi-
viendo; necesitamos tambin dejar atrs las desi-
gualdades y los supuestos fatalismos para alcanzar
un nuevo Orden Internacional, con democracia,
con desarrollo y con equidad. Y sin tener que atra-
vesar el invernadero de una nueva Santa Alianza
con fachada modernista.
La honda crisis en la cual estamos sumergidos,
que es-ninguna duda cabe al respecto, ni se inter-
prete que recurrimos a una calificacin retrica o
efectista- la ms profunda que registra la historia de
la humanidad, tanto por su extensin, como por su
espesor, como dira Braudel, abarca todos los pue-
blos y todos los estratos sociales. Ahora bien, esta
particular circunstancia implica a su vez un desafo
para recomponer, realmente, una nueva y ms efec-
tiva universalidad que no desvirte su identidad y al
G R E G O R I O W E I N B E R G
134
mismo tiempo asegure su participacin como pro-
tagonistas. Un mundo que por lo menos pretenda
irse integrando no puede admitir marginales ni
postergados; y la historia de la civilizacin debe re-
conocer a todos los pueblos sus aportes y sus dere-
chos a forjar un destino propio.
Y para finalizar, citemos a Thophile Obenga,
historiador africano, quien sostiene que debemos
contribuir, entre todos, a desalienar la cultura
mundial, es decir, reconocer los errores y las fla-
quezas, llmense stas conformismos universitarios,
tabes acadmicos, tradiciones paralizantes, ego-
centrismos o falsos sentimientos de superioridad.
Slo esta actitud nos permitir identificar todos los
patrimonios histricos y culturales, sin falsificacio-
nes ni excepciones, sin mala fe y sin acrimonia.
Veamos nuestras semejanzas porque todos estamos
amasados de tiempo y de historia, de tiempo de
historia.
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
135
MARGINALES Y ENDEUDADOS
La historia no se ocupa del pasado.
Le pregunta al pasado cosas
que le interesan al hombre de hoy.
Jos Luis Romero
Nuestros pases latinoamericanos fueron, du-
rante siglos, marginales a las grandes decisiones, y
hoy con cierta vergonzante conmiseracin cataloga-
dora se nos distingue como en vas de desarrollo;
o si procuramos estar ms al da, por lo menos en
materia de calificaciones y valoraciones, se advertir
que aparecemos simplemente como pases deudores
o endeudados. Aquella marginalidad a la que aludi-
mos prolongse por un lapso que excedi, con cre-
G R E G O R I O W E I N B E R G
136
ces, el de su carcter colonial y dependiente, y del
cual embarazoso aunque no imposible pareca za-
farnos. Las dificultades suelen incrementarse cuan-
do queremos enfrentar ese desafo que mal puede
desvincularse de situaciones insuficientemente pon-
deradas, y aspiramos a transformarnos en protago-
nistas con derechos y voces propias. Todas estas
denominaciones- nos referimos, claro est, a la de
marginales o a la de deudores- siguen vigentes y
adquieren un claro sentido poltico, econmico y,
por extensin, suelen aplicarse a las esferas cultura-
les, educativas y artsticas. A esto se refiere precisa-
mente la convocatoria cuando seala los problemas
originados en esta historia. Admitamos su tenden-
ciosa inexactitud, pero no por ello debemos dejar de
reconocer que pesan sobre nuestro destino como
una fatalidad. Aludimos, entre otros, al significado
de las estructuras productivas coloniales, cuyo ca-
rcter extractivo y depredador no era apreciado ofi-
cialmente de manera adecuada por las metrpolis;
aunque se aceptaba que desempeaban un papel
significativo en la formacin de la riqueza del Viejo
Mundo. No en balde la bandera del comercio libre,
como disolvente de las formas monoplicas, cons-
tituy un ardid que los contrabandistas ayudaron a
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
137
difundir. Lo que se estaba atacando era un modelo
impuesto exgenamente, cierto es, pero no para
liberarnos de l sino para sustituirlo por otro no
menos exgeno o impuesto; estbamos inermes
entre los intereses y designios de potencias impe-
riales. Algo bastante parecido ocurre hoy con la so-
ciedad de consumo que nos predican las llamadas
industrias culturales, con vehemencia digna de
mejores causas, a travs de los medios de comuni-
cacin social no autorizados para acuar valores o
paradigmas, como tampoco en su momento lo es-
taban (en apariencia) los corsarios o filibusteros. O
haba, preguntmonos con disimulado candor, inte-
reses debajo de aquella y de esta prdica?
Ahora, en cambio, hay claro consenso de que
estamos frente a una encrucijada decisiva del desa-
rrollo en medio de una crisis turbadora que simult-
neamente nos impele a cambiar de rumbo. Nada
fcil es, convengamos, encontrar caminos en medio
de la tormenta, cuando simultneamente urge cam-
biar, por inadecuado, el instrumental de navegacin;
pero tampoco sera inteligente persistir por derrote-
ros que conducen hacia callejones sin salida o espe-
jismos. Debemos forzar las mquinas para arribar a
los puertos que otros nos han asignado, o ser pre-
G R E G O R I O W E I N B E R G
138
ferible escoger nosotros los puntos de recalada? O
formulado con palabras ms claras: los objetivos de
nuestro desenvolvimiento debemos establecerlos
nosotros mismos, y para ello forjarnos un diferente
arsenal de conceptos, vale decir, se torna indispen-
sable reemplazar el hasta ahora utilizado. Alcanzar
nuevos puertos con otros instrumentos reclama un
desafo portentoso, una fuerte dosis de imaginacin,
todo lo cual exige repensar nuestra historia y conce-
bir otras metas.
Qu sentido adquieren estas reflexiones cuan-
do nos aprestarnos a un sinceramiento reflexivo en
vsperas de algunos acontecimientos altamente sig-
nificativos para nuestra historia? Ante todo, y ste
es el motivo de la convocatoria que nos rene, en
octubre de 1992, se cumplirn quinientos aos del
encuentro de dos grandes bloques de culturas dife-
rentes, de desarrollo autnomo y sin contacto hasta
entonces entre ellos; pero tambin digamos que
tampoco eran homogneos y ambos estaban desga-
rrados por contradicciones y luchas intestinas, por
un desenvolvimiento diversificado. En julio de 1989
memoramos el bicentenario de la Revolucin Fran-
cesa, a partir de la cual comienza la ardua lucha por
la consolidacin-inacabada por cierto, mortificada
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
139
muchas veces- de los derechos del hombre y del
ciudadano y la idea de la soberana popular sacada
del plano de las teorizaciones y llevada al de la prc-
tica poltica. Y poco ms tarde, pero ya al alcance de
nuestras vidas, dentro de cortos aos arribaremos al
siglo XXI, que tantas interrogantes desde ya nos
depara.
La grave crisis por la cual atravesamos estimula
enrgicamente todos los esfuerzos reflexivos que
hagamos por desentraar en medio de este entreve-
ro de acontecimientos recordados y ms o menos
remotos, pero vivos en nuestra sociedad contempo-
rnea, donde perduran cicatrices, sueos, delirios y
quimeras, junto a una pizca de utopas y confusio-
nes. Es una ocasin asaz singular para vernos con
ojos crticos y para proyectarnos comprometida-
mente y buscar, entre todos, como se nos propone,
el Sentido y proyeccin de quinientos aos de
historia de Amrica Latina.
La inteligente interrogante que nos plantea esta
convocatoria, es decir Qu hacer con quinientos
aos de historia? Cmo y hacia donde debern en-
focarse los esfuerzos de los pueblos de la regin
para elaborar un futuro comn sin las cargas del
pasado?, requiere varios planos de anlisis y diver-
G R E G O R I O W E I N B E R G
140
sos tiempos, cuestiones a las cuales numerosos pen-
sadores y sentidores de Amrica Latina trataron de
responder implcita o explcitamente desde hace
varios siglos, pero en otras circunstancias. Ahora
bien, diferentes indicadores denotan la urgencia de
rescatar tantas vlidas intuiciones, pero sobre todo,
acertar con respuestas racionales, coherentes, movi-
lizadoras e imaginativas, que no escamoteen ni idea-
licen el pasado pero tampoco desatiendan,
insistimos, los esfuerzos de los pueblos de la re-
gin para elaborar un futuro comn sin las cargas
del pasado. Contra el facilismo de los lugares co-
munes, contra la perduracin de las interpretaciones
convencionales, se torna inaplazable encarar una
laboriosa, ardua tarea crtica de desentraamiento de
las claves de nuestro destino.
Con la brevedad que las circunstancias exigen
digamos que gran parte de la crisis contempornea
cabalga sobre una constelacin de ideas que estn
haciendo agua desde hace tiempo. Me refiero, ms
en particular, a la supuesta universalidad de muchas
de las categoras mentales empleadas, que no son
otra cosa que una engaosa y prematura proyeccin
de las ideas europeocntricas, las que a su vez no
expresan sino una de las tantas variedades de etno-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
141
centrismo que distingue el proceso histrico de la
humanidad. Distintas razones han contribuido a
intensificar un desarrollo desigual que, sobre todo
desde hace medio milenio, ha favorecido a ciertos
pases europeos, y no ha sido la menor de sus cau-
sas la ocupacin y la explotacin de lo que ms tar-
de llamaramos los imperios coloniales. Sin entrar
en mayores sutilezas, recordemos que las riquezas
extradas de Amrica contribuyeron indudablemente
a fortalecer aquel europeocentrismo, y al mismo
tiempo dicho europeocentrismo se fue consolidan-
do marginndonos y endeudndonos material y es-
piritualmente. Y como contrapartida, se ignoraron o
subestimaron los aportes de la Amrica prehispni-
ca a la humanidad en materia de explotacin de re-
cursos naturales para que en los libros slo quedase
constancia del aporte europeo. Peregrina contabili-
dad es sta que falsea las cuentas al abultar los d-
bitos y disminuir los crditos.
A partir de la segunda posguerra comienza a
ponerse cada vez ms seriamente en duda el valor
universal de aquellas ideas o categoras que, insisti-
mos, no eran otra cosa que europeocntricas. Los
pueblos de la periferia comenzaron a descreer de su
validez, observaron ciertos falseamientos, y contri-
G R E G O R I O W E I N B E R G
142
buyeron primero a relativizarlas para ms tarde dis-
cutirlas o negarlas. No estamos objetando, advirta-
se bien, dichas ideas por el hecho de ser europeas,
como nadie pretende impugnar otras ideas por ser
americanas, asiticas o africanas, lo que queremos
dar a entender es que se discuten porque pretenden
ilegtimamente ser universales, es decir que fueron
elaboradas primero desatendiendo las caractersti-
cas, las modalidades, las especificidades de las res-
tantes regiones del globo, y luego se trat de
imponerlas, marginndonos como protagonistas y
creadores.
Esta profunda crisis en la cual estamos inmersos
es, no cabe duda alguna, la ms profunda que regis-
tra la historia de la humanidad, tanto por su exten-
sin como por su espesor, como dira Braudel, pues
abarca a todos los pueblos y a todos los estratos
sociales, y no se interprete que recurrimos a una
calificacin retrica o efectista. Ahora bien, esta
particular circunstancia implica a su vez un desafo
para recomponer, efectivamente, una nueva y ms
justificada universalidad, que contemple los rasgos
especficos de todos los pueblos, universalidad que
no desvirte su identidad y al mismo tiempo asegu-
re su participacin como protagonistas. Un mundo
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
143
que por lo menos pretenda irse integrando no pue-
de admitir marginales ni postergados; y la historia de
la civilizacin debe reconocer a todos los pueblos
sus aportes y su derecho a fraguar su propio desti-
no.
Un ejemplo tomado de la historia de la ciencia
quiz contribuya a aclarar este punto. Las geome-
tras euclidianas por su formidable lgica interna, su
prodigiosa articulacin llegaron a parecer natura-
les, es decir universales: obviamente no consentan
otras. Pensar en geometras distintas constitua, en
rigor, un contrasentido. Pues bien, el siglo pasado
comenz una tarea de reflexin profunda, sistemti-
ca, que lleg a una conclusin revolucionaria: eran
posibles otras geometras donde no necesariamente,
por ejemplo, todos los tringulos tuviesen 180 gra-
dos o las paralelas mostrasen determinadas propie-
dades. Estas nuevas geometras eran, por lo dems,
ms coherentes y ms lgicas que las clsicas. Las
nuevas geometras eran en cierto modo compatibles
con la euclidiana, admitida sta como un caso parti-
cular de las primeras que, para abreviar, llamaremos
pangeometras. Esto en modo alguno significa negar
que para ciertas magnitudes se pudiese seguir utili-
zando la euclidiana.
G R E G O R I O W E I N B E R G
144
Y otro tanto sucede con las ideas de desarrollo
o con la realidad de la deuda. Hasta hace pocas d-
cadas pareca que la economa poltica elaborada
por los pases centrales resultaba suficientemente
explicativa y por ello vlida para todo el mundo, sin
advertir sus limitaciones; pero ahora comprobamos
que esto no es as, que su objetividad encubra una
interesada parcialidad, que los caminos son muchos
y los ritmos diversos. Por su parte la deuda pblica
internacional adquiere una magnitud tal que se ha
transformado en algo cualitativamente distinto de la
del siglo XIX; hoy es un verdadero obstculo, por
momentos insalvable, para el desarrollo de los pa-
ses deudores, y sin el desarrollo de stos mal podra
abonarse dicha deuda. Crculo vicioso que reclama
un replanteo de todos los supuestos de la economa
clsica, y ms en especial de las conclusiones que de
aquellos se sacan. Y el ejemplo podra multiplicarse;
baste aadir siquiera como ilustracin otras pre-
guntas: en qu manual de economa poltica puede
leerse una explicacin que permita entender el fe-
nmeno singular del Japn, cuyo actual primer mi-
nistro, al asumir su cargo, prometi solemnemente
hacer todo lo que estuviese a su alcance para reducir
el supervit de su balanza de pagos? O en otro caso
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
145
ms conocido, que un pas haya convertido su mo-
neda nacional en internacional, y adopte sus deci-
siones slo en funcin de sus propios intereses. Los
casos mencionados no son excepciones sino que
revelan serias inconsistencias tericas.
Y si se nos permite incursionar en el campo de
la economa poltica, donde como intrusos nos he-
mos introducido, y donde por no ser especialistas
gozamos de impunidad para enunciar ideas hetero-
doxas, recordemos algo olvidado por casi todos.
Por su formacin, hecha fundamentalmente a base
de tratados clsicos, manuales o textos de origen
ingls, francs o alemn, nuestros economistas casi
nunca recuerdan que las fuentes de la economa po-
ltica deben observarse en los pensadores espaoles
de la segunda mitad del siglo XVII y primera mitad
del XVIII, quienes se preguntaban, con claridad
meridiana, qu suceda en Espaa, pas que presen-
taba un fenmeno singular; cuanto mayores canti-
dades de oro y plata afluan de sus colonias, tanto
mayores eran la inflacin y la desocupacin genera-
das, y tanto ms perjudicadas veanse sus manufac-
turas, etc. De aqu las inferencias remitan a
interrogarse: qu es riqueza? Estas averiguaciones
sentaran las bases de la economa poltica como
G R E G O R I O W E I N B E R G
146
ciencia. Y sin artificio alguno digamos, pues, que
sobre nuestro empobrecimiento se han levantado
los cimientos de la ciencia de la riqueza. Pero tam-
poco omitamos mencionar aqu que los metales
preciosos del Nuevo Mundo favorecieron el desa-
rrollo capitalista temprano que nos fue negado y
slo mucho ms tarde nos llegara. Ahora bien, cre-
emos modestamente que estamos otra vez en una
encrucijada semejante: en los prolegmenos de una
nueva economa a cuyos lineamientos deben contri-
buir todos los pueblos para explicar las causas pro-
fundas de esta perversa situacin que amenaza con
riesgosos sacudimientos de la sociedad contempo-
rnea. Adems, tampoco nadie lo desconoce, esta-
mos en vsperas de una nueva divisin internacional
del trabajo, a cuyas opciones no podremos ingresar
por decisin propia sin antes solucionar el pesado
lastre de la deuda pblica. En suma, ni la nueva
economa poltica como teora ni el nuevo orden
econmico internacional, podrn establecerlo por
su cuenta un grupo de pases privilegiados desaten-
diendo los intereses del resto del mundo.
Pasemos ahora a otro punto. Desde hace varios
aos estamos trabajando en un intento de periodi-
zacin de la historia de la cultura latinoamericana,
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
147
cuyos rasgos y elementos fundamentales expusimos
ya pginas atrs y propone tres grandes momentos:
uno, cultura impuesta; dos, cultura admitida o aceptada; y
tres, cultura criticada o discutida. El primero, el de la
cultura impuesta, correspondera al perodo colo-
nial-cualquiera haya sido la fecha de su finalizacin-,
se caracteriza por el hecho de que sus pautas y valo-
res se formulan desde afuera, desde las metrpolis,
para cuyos intereses parecan funcionales, pero que
en cambio- lo demostrara el tiempo- no lo eran
para los pueblos sometidos. La denominacin mis-
ma de cultura impuesta indica que durante este lap-
so nuestros pueblos no eran protagonistas sino
objetos de los procesos, marginales a las determina-
ciones, receptores poco menos que pasivos de sus
pautas y procedimientos.
El arribo de los europeos al Nuevo Mundo sig-
nific, por un lado, ms que una interrupcin, una
traba al desenvolvimiento autctono, una verdadera
fractura de los desarrollos que, con distinto signo,
tenan lugar en Amrica. Se implantan instituciones,
se imponen paradigmas, valores, religin y lengua.
Mas simultneamente el apartamiento de la moder-
nidad por parte de la metrpoli agrav las condicio-
nes al favorecer una creciente rigidez- hechas las
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148
excepciones del caso- que impusieron el fuerte pre-
dominio de los principios de autoridad y de tradi-
cin. Fue cristalizando de este modo una
cosmovisin cada vez menos sensible a admitir
elementos nuevos, como los que emergan de la
turbulenta y desafiante realidad ambiente. La misma
Naturaleza, salvo para un puado de hombres de
excepcin, vease a travs del prisma deformante de
un Plinio o de un Dioscrides. Reconocer la digni-
dad de lo diferente o del otro requiere elementos
conceptuales que slo aparecern ms tarde, ya bajo
el estmulo de las ideas de la Ilustracin. Pero hablar
del otro es un problema que excede aqu cualquier
planteamiento psicologista, pues el otro es nada me-
nos que el indgena- mayora abrumadora de la po-
blacin- cuya problemtica vease distorsionada no
slo por los intereses creados (los encomenderos,
por ejemplo) sino tambin por algo tan enturbiador
como fue el etnocentrismo de los europeos.
De aspectos de esta cuestin se ocupa precisa-
mente Tzvetan Todorov en su libro La conquista de
Amrica. La cuestin del otro, donde concluye que es
necesario analizar las armas de la conquista si que-
remos poder detenerla algn da. Porque las con-
quistas no pertenecen slo al pasado.
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
149
Estas cuestiones suscitadas nos autorizan, por lo
menos as lo conjeturamos, a hacer dos aproxima-
ciones que nos conducirn a algunos puntos esen-
ciales de la problemtica abordada.
El escaso tiempo previsto para esta intervencin
nos impide comentar dos aspectos de sobresaliente
inters. Por un lado hubiramos deseado analizar-
sobre el tema de la defensa y afirmacin de la iden-
tidad- un hermoso pasaje de Fray Bernardino de
Sahagn, y sobre el de la sociedad de consumo,
unas pginas deslumbrantes de Diderot, y que van
como apndice- no comentado- de esta ponencia.
El segundo momento, que llamamos de la cul-
tura admitida o aceptada, comenzara con los prole-
gmenos de la emancipacin- esto es, con la
negacin de la Colonia- y cuando se intensifica la
bsqueda de nuevos puntos de referencia; el lapso
se prolongara hasta 1930. Ahora bien, contraria-
mente a lo que podra afirmarse, simplificando la
cuestin en exceso, este segundo momento no se
caracteriza por una dependencia ideolgica total,
porque como se deja dicho en el prrafo anterior,
por lo menos hay cierto margen de libertad para
reflexionar sobre las vas plurales que podran faci-
litar el acceso a esos modelos acatados. Lo que s
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150
puede decirse es que los objetivos ltimos preten-
den ser iguales (hay un cierto concepto de civiliza-
cin al que se atribuye una aparente y poco menos
que mgica universalidad), pero resta siempre entre
ambas instancias un destiempo o asincrona perma-
nentes. Tambin el rasgo es, en este mismo sentido,
una nota diferenciadora, porque nadie se pregunta-
ra entonces en la Inglaterra o la Francia de media-
dos del siglo XIX, qu debe hacerse para alcanzar
esa situacin. Ingleses y franceses criticaran desde
adentro, desde su propia realidad, desde sus Estados
constituidos y consolidados; los latinoamericanos en
cambio deban criticar muchas veces desde una p-
tica ajena, lo cual tiene su cuota, es cierto, de aliena-
cin. Pero como contrapartida convengamos en que
el proceso de toma de conciencia es harto diferente
y deja, de todos modos, un ancho margen a la refle-
xin original e inteligente, cosa que por cierto se dio
entre nosotros. Por eso frente a la disgregacin con
que nos amenazaban las guerras civiles, se oyen vo-
ces como la de Bolvar, quien advierte: Segura-
mente la unin es la que nos falta para completar la
obra de nuestra emancipacin.
Es durante ese lapso que la generacin romnti-
ca- Bello, Echeverra, y tantos otros- se plantea el
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151
problema de la emancipacin mental en los trminos y
con el espritu por todos conocido. Ello nos induce
a preguntarnos si idntico problema no debera vol-
ver a plantearse hoy, si bien con perfiles ms mo-
dernos, tomando en cuenta las diferentes, y por
momentos sutiles, formas que adopta la dependen-
cia. En cierto modo es lo que Leopoldo Zea, en un
trabajo que lleva por ttulo El sentido de nuestra
historia: de la dependencia a la solidaridad, llama
la desajenacin cultural, y donde postula una
relacin que no debe ser ya la de subordinacin sino
la de solidaridad. Esto, a su vez, implica, siempre
segn Zea, cambiar la relacin vertical de depen-
dencia por una horizontal de solidaridad.
Y as, casi inadvertidamente, nos hemos intro-
ducido en la tercera y ltima etapa que sera, siem-
pre segn nuestra periodizacin, la de cultura criticada
o discutida, que se caracteriza por las dudas enuncia-
das acerca de la eficacia, cuando no por el rechazo,
de los elementos del momento anterior, que la dura
realidad de la crisis se encarga desde hace medio
siglo de confirmar, agravando los diagnsticos. De
todos modos estimo que seguimos metidos en este
perodo, pues aparentemente todava no acertamos
a elaborar estilos ni opciones distintas. Esta situa-
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152
cin trnase cada vez ms embarazosa cuando ad-
vertimos la gravedad y la magnitud de los proble-
mas, algunos de los cuales hemos mencionado, y
que acarrean como uno de sus corolarios la preca-
riedad creciente de las instituciones y de los partidos
polticos, desbordados por las demandas internas y
las exigencias externas. Esto hace ya inaplazable
generar una capacidad indita de acertar con res-
puestas que impidan que este escepticismo o incre-
dulidad menoscaben o malogren las formas de
democracia alcanzadas, por frgiles o incipientes
que sean. Por ello trnase absolutamente indispen-
sable una toma de conciencia histrica que asuma
(en el sentido castizo del vocablo) la marginalidad,
la dependencia, el endeudamiento, y conciba para
superarlos nuevas formas de participacin, que
afronte responsabilidades, pero tambin demuestre
eficiencia en las soluciones. La difcil experiencia de
cinco siglos nos est indicando que realmente slo
alcanzaremos nuestra mayora de edad, nuestra au-
tntica independencia y personalidad, cuando deje-
mos de ser marginales (porque debemos ser
centrales en el proceso de conformacin de una
indita universalidad), y dejaremos de ser slo
deudores cuando se reconozca que aportamos a esa
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153
universalidad riquezas espirituales y materiales, pro-
ductos y obras.
Y aqu nos parece sugeridor citar a ese singular
personaje que fue Simn Rodrguez, quien afirm:
O inventamos o erramos, y no estaba descamina-
do por cierto el viejo y olvidado patriota. Su divisa
debera ser la nuestra.
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154
APNDICE
Un testimonio de enorme valor histrico y an-
tropolgico, conmovedor por momentos, es el que
ofrece el texto que, bajo el ttulo de Coloquios y doc-
trina cristiana, tradujo y anot sabiamente Miguel
Len-Portilla, y recoge los Dilogos de 1524, dispuestos
por fray Bernardino de Sahagn y sus colaboradores... y otros
cuatro ancianos muy entendidos en todas sus antigedades.
Su lectura pone de relieve el enfrentamiento de dos
cosmovisiones, con la notable singularidad de reco-
ger el alegato hecho por los mismos indgenas a tra-
vs de sus propios sabios. Seguimos la versin
castellana citada segn la paleografa del texto en
nhuatl:
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Vosotros dijisteis
que nosotros no conocamos
al Dueo del cerca y del junto.
a aquel de quien son el cielo, la tierra.
Habis dicho
que no son verdaderos dioses los nuestros.
Nueva palabra es sta,
la que hablis
y por ella estamos perturbados,
por ella estamos espantados.
Porque nuestros progenitores,
los que vinieron a ser, a vivir en la tierra,
no hablaban as.
En verdad ellos nos dieron
su norma de vida, tenan por verdaderos,
servan,
reverenciaban a los dioses.
Ellos nos ensearon,
todas sus formas de culto,
sus modos de reverenciar [a los dioses].
...
Y decan [nuestros ancestros]:
que ellos [los dioses] nos dan
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156
nuestro sustento, nuestro alimento,
todo cuanto se bebe, se come,
lo que es nuestra carne, el maz, el frijol,
los bledos, la cha.
Ellos son a quienes pedimos
el agua, la lluvia,
por las que se producen las cosas en la tierra.
Ellos mismos son ricos,
son felices,
poseen las cosas, son dueos de ellas,
de tal suerte que siempre, por siempre,
hay generacin, hay verdear
en su casa.
Dnde, cmo? En Tlalocan,
nunca hay all hambre,
no hay enfermedad
ni pobreza.
Tambin ellos dan a la gente
el valor, el mando,
el hacer cautivos en la guerra, el adorno de los
labios,
aquello que se ata, los bragueros, las capas,
las flores, el tabaco,
los jades, las plumas finas,
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157
los metales preciosos.
...
Y ahora, nosotros,
destruiremos
la antigua regla de vida?
la regla de vida de los chichimecas?
la regla de vida de los toltecas?
la regla de vida de los colhuacas?
la regla de vida de los tecpanecas?
Porque en nuestro corazn [entendemos]
a quin se debe la vida,
a quin se debe el nacer,
a quin se debe el crecer,
a quin se debe el desarrollarse.
Por esto [los dioses] son invocados, son supli-
cados.
Seores nuestros,
no hagis algo
a vuestra cola, vuestra ala (es decir, a vuestro
pueblo)
que le acarree desgracia,
que le haga perecer.
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As tambin de los ancianos, de las ancianas, era
su
educacin,
su formacin.
Que los dioses no se enojen con nosotros,
no sea que en su furia,
en su enojo incurramos.
Y no sea que, por esto, ante nosotros,
se levante la cola, el ala [es decir, reiteramos, el
pueblo]
no sea que, por ello, nos alborotemos,
no sea que desatinemos,
si as les dijramos:
-Ya no hay que invocar [a los dioses],
ya no hay que hacerles splicas.
Tranquila, pacficamente
considerad, seores nuestros,
lo que es necesario.
No podemos estar tranquilos,
y ciertamente no lo seguimos,
eso no lo tenemos por verdad,
aun cuando os ofendamos.
Aqu estn
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los que tienen a su cargo la ciudad,
los seores, los que gobiernan,
los que llevan, tienen a cuestas,
al mundo.
Es ya bastante que hayamos dejado,
que hayamos perdido, que se nos haya quitado,
que se nos haya impedido,
la estera, el sitial [el mando].
Si en el mismo lugar permanecemos,
provocaremos que [a los seores] los pongan en
prisin.
Haced con nosotros,
lo que queris.
Esto es todo lo que respondemos,
lo que contestamos
a vuestro reverenciado aliento.
a vuestra reverenciada palabra,
oh seores nuestros.
Pasemos ahora a un terreno muy distinto.
En uno de los textos polticos ms deslum-
brantes que produjo el siglo XVIII, el Suplemento al
viaje de Bougainville, de Diderot, y aunque el mismo
no se refiere directamente a nuestros pobladores
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160
autctonos de Amrica sino a los de Tahit, encon-
tramos reflexiones del ms alto inters, dignas de
evocarse por su profundidad y actualidad. Adems,
el drama es idntico: los protagonistas son aborge-
nes amenazados por los intrusos europeos.
Si bien perceptible era la intencin del genial
Diderot de criticar las instituciones de su propio
pas y otros en situacin semejante, utilizando como
recurso dialctico la idealizacin de los pueblos
naturales, surge con toda evidencia el enfrenta-
miento entre invasores e invadidos; la dignidad con
que stos defienden su pueblo, su identidad, y tam-
bin cmo se protege de algo tan actual y a lo que
ya hemos aludido; nos referimos al consumo impuesto
por el dominador. Lo admirable es que, si bien este
recurso tiene ya siglos, pues sus efectos fueron ad-
vertidos y denunciados, es durante las ltimas dca-
das que comprobamos sus estragos, cuando como
hoy genera lo que dio en llamarse el consumo sun-
tuario, conspicuo, prescindible, de donde la revo-
lucin de las expectativas de la que hablan los
socilogos y que nuestros pases mal pueden so-
portar.
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161
... Somos inocentes, somos felices; y t no
puedes malograr nuestra felicidad. Seguimos el puro
instinto de la naturaleza y t has intentado borrar
de nuestras almas su carcter. Aqu todo es de todos
y t nos has predicado no s qu distincin de lo
tuyo y lo mo... Somos libres, y he aqu que t has
introducido en nuestra tierra el concepto de nuestra
futura esclavitud. No eres ni tan dios ni un diablo.
Quin eres, pues, para hacer esclavos? Orou! T
que entiendes el lenguaje de estos hombres como
me lo has dicho a m, lo que han escrito sobre esta
hoja de metal: Este pas es nuestro. Este pas es tuyo!
Y por qu? Porqu has puesto en l tu pie? Si un
tahitiano desembarcara un da en vuestras costas y
grabara sobre una de vuestras piedras o sobre la
corteza de uno de vuestros rboles: Este pas pertenece
a los habitantes de Tahit. qu pensaras de ello? Eres
ms fuerte! Y qu importa eso? Cuando te han sa-
cado una de estas despreciables bagatelas de las que
est lleno tu navo te has indignado, te has vengado:
Y en aquel mismo instante has proyectado en el
fondo de tu corazn el robo de todo un pas? No
eres esclavo; sufriras la muerte antes de serlo y t
quieres esclavizarnos! Crees que el tahitiano no
sabe defender su libertad y morir? Aquel de quien te
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quieres apoderar, como de una bestia, el tahitiano,
es tu hermano. Sois dos hijos de la naturaleza; qu
derecho tienes sobre l que l no tenga sobre ti?
Has venido, acaso nos hemos abalanzado sobre tu
persona? Acaso hemos saqueado tu navo? Te
hemos capturado y te hemos expuesto a las flechas
de nuestros enemigos? Te hemos asociado en
nuestros campos al trabajo de nuestros animales?
Hemos respetado nuestra imagen en ti. Djanos
nuestras costumbres; son ms sabias y ms honra-
das que las tuyas, no queremos de forma alguna
cambiar lo que t llamas nuestra ignorancia por tus
intiles luces. Todo lo que nos es necesario y bueno
lo poseemos. Somos dignos de desprecio porque
no hemos sabido crearnos necesidades superfluas?
Cuando tenemos hambre tenemos de qu comer;
cuando tenemos fro tenemos con qu vestirnos. T
has entrado en nuestras cabaas, Qu es lo que
falta en ellas segn t? Persigue hasta que quieras lo
que t llamas comodidades de la vida, pero deja que
otros ms sensatos se detengan cuando ya no vayan
a obtener de la continuacin de sus penosos esfuer-
zos ms que bienes imaginarios. Si nos persuades de
que franqueemos el estrecho lmite de la necesidad
Cundo dejaremos de trabajar? Cundo disfruta-
T I EMP O, DES T I EMP O Y CONT R AT I EMP O
163
remos? Hemos reducido la cantidad de fatigas
anuales y diarias al mnimo posible porque nada nos
parece mejor que el descanso. Vete a tu pas a agi-
tarte, a atormentarte tanto como quieras; djanos
descansar; no nos llenes la cabeza ni con tus necesi-
dades ficticias ni con tus virtudes quimricas. Mira a
estos hombres, mira cun erguidos son, sanos y ro-
bustos. Mira a estas mujeres, ve cun erguidas son,
sanas, frescas y hermosas.
Y este tema del consumo, reiteramos, debe ser
dramticamente replanteado cuando se advierte una
mengua notable en los niveles de vida de grandes
sectores de nuestra Amrica entraable, para no
mencionar las hambrunas que aparecen en los pe-
ridicos con referencia a determinadas regiones de
frica. Nuestros problemas son muy otros de aque-
llos de los que nos hablan los vaticinadores de la
posmodernidad cuando pontifican, impostando la
voz, acerca de las frustraciones provocadas por la
saturacin de la abundancia.