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Carlos Pereyra y Otros Historia para Que

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- - -

@PFIRR QUE?

~ a r l o s Per eyr a
Luis Vi l l oro
Luis Conzxlez
Jos Joaqu n Bl anco
Enrique Fl orescano
Fl rnal do Cbr dova
Hct or Flguilar Cam n
Carl os monsi vai s
Fldolfo Gilly
Cui l l ermo Bonfil Batallcx
siglo
veintiuno
editores
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HISTORIA, PARA QU?
CARLOS PEREYRA*LUIS VILLORO
Lu r s GONZLEZ * JOS JOAQC~N BLANCO
ENRIQUE FLORESCANO * ARNALDO CRDOVA
HCTOR AGUILAR CAM~ N * CARLOS MONSWIS
AWLFO GILLY * GUILLERMO BONFIL BATALLA
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siglo xxi editores, s.a. de C.V.
CERRODEL AGW248 OELEGACION MYOACAN 04310. MEXlCO D F
sialo xxi editores araentina. s.a.
pimaa edicin. 1980
vigesimoprimai edicin, 2005
Bsiglo u editores., s . @. de C.V.
isbn 968-23-1023-7
dewhos reemvados conforme a la ley
impreso y hecho en m6irimIpriated md madc in maco
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ADVERTENCIA, POT ALEJANDRA MORENO TOSCAND
7
HISTORIA, PARA OUB?, por CARLOS PEREYRA
9
EL SENTIDO DE LA HISTORIA, por LUIS VILLORO
33
DE LA MLTIPLE uTILIzACIN DE LA HISTORIA,
por LUIS GONZALEZ 53
EL PLACER DE LA HISTORIA. por JOS J OAOU~N
BLANCO 75
DE LA MEMORI A DEL PODER A LA HISTORIA COMO
EXPLI CACI ~N, por ENRIQUE FLORESCANO 91
LA HISTORIA, h4AESTRA DE LA POL~TICA,
ARNALDO
C~ RDOVA 129
HISTORIA PARA HOY, por HCTOR AGUILAR C AM~ N
145
LA P AS I ~ N DE LA HISTORIA, por CARLOS MONSIVAIS
169
LA HI STORI A COMO CR~TI CA O COMO DISCURSO DEL
PODER, por ADOLFO GILLY 195
HI STORI AS QUE NO SON TODAV~A HI STORI A. pOl
CUILLERMO BONFIL BATALLA 227
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ADVERTENCIA
Enfrentados a la tarea de ordenar toneladas
de documentos, organizarlos, clasificarlos v
limpiarlos -literalmente- del polvo de los
tiempos, quienes colaboraron entre 1977 y
1980 con el Archivo General de la Nacin.
conocieron el entusiasmo, la rutina y algunas
veces la franca desesperanza. En muchas oca-
siones se plante la duda: y para qu va a
servir todo esto? Esa y otras preguntas seme-
jantes no slo cuestionaban la funcin y el
papel de los archivos: planteaban tambin
problemas acerca del sentido y la funcin de
la historia.
Aun cuando los historiadores no parecen
poner en duda la utilidad o la legitimidad de
la historia, lo cierto es que pocas veces res-
ponden expresamente a esas preguntas. Tam-
poco se dispone de textos razonados que a
partir de distintas prcticas y usos de la
historia den cuenta del porqu y el para qu
se rescata, se ordena y se busca explicar el
pasado. Para comenzar a llenar esas lagunas
el Archivo General de la Nacin invit a un
grupo de historiadores y escritores a dar res-
puesta a esas preguntas. Los ensayos que
prepararon con ese fin forman el cuerpo de
este libro, que ahora publica Siglo XXI.
ALEJANDRA MORENO TOSCANO
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CARLOS PEREYRA
3c,
HISTORIA, PARA QUG?
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Cuando se interroga por la finalidad de la in-
vestigacin histrica quedan planteadas cues-
tiones cuya conexin intima no autoriza a
confundirlas. La pregunta historia para qu?
pone a debate de manera explcita el proble-
ma de la funcin o utilidad del saber histrico.
Sin embargo, como lo vio acertadamente
Marc Bloch, con tal pregunta tambin se abre
el asunto de la legitimidad de ese saber. Se
recordar el comienzo de la Apologie pour
I'histoire: "'Pap, explcame para qu sirve
la historia', peda hace algunos aos a su
padre, que era historiador, un muchachito
allegado mo.. . algunos pensarn, sin duda,
que es una frmula ingenua; a m, por el con-
trario, me parece del todo pertinente. El pro-
blema que plantea.. . es nada menos que el
de la legitimidad de la historia."' Se trata
de cuestiones vinculadas pero discemibles:
unos son los criterios conforme a los cuales
el saber histrico prueba su legitimidad t e6
rica y otros, de naturaleza diferente, son los
rasgos en cuya virtud este saber desempea
cierta funcin y resulta til ms all del plano
cognoscitivo. Por ello aclara Bloch prrafos
adelante que "el problema de la utilidad de
la historia, en sentido estricto, en el sentido
'pragmtico' de la palabra til, no se confun-
IMarc Bloch, Introduccin a la hirtoria, Mxico,
Fondo de Cultura Econmica, 1972.
[lll
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12 CARLOS PEREYRA
de con el de su legitimidad, propiamente in-
telectual".
No siempre se mantiene con rigor la dis-
tincin entre legitimidad y utilidad; nada hay
de extrao en ello pues desde antiguo ambas
aparecen entremezcladas. En las primeras
pginas de la Guerra del Peloponeso, Tuci-
dides escribe: "aquellos que quisieren saber
la verdad de las cosas pasadas y por ellas juz-
gar y saber otras tales y semejantes que
podrn suceder en adelante, hallarn til y
provechosa mi historia; porque mi intencin
no es componer farsa o comedia que d placer
por un rato, sino una historia provechosa que
dure para siempre". Este pasaje muestra has-
ta qu grado estaba convencido Tucidides de
que su intencin (elaborar una historia pro-
vechosa) se realizara en la medida en que
la investigacin permitiera "saber la verdad
de las cosas pasadas". En este caso verdad
y utilidad son mutuamente correspondientes
porque se parte del supuesto de que el cono-
cimiento de ciertos fenmenos constituye una
gua para comportarse cuando ocurran de
nuevo cosas semejaiztes. Una larga tradicin
encuentra el sentido de la investiqacin his-
trica en su capacidad para producir resul-
tados que operen como gua para IR accin.
La eficacia del discurso histrico (como, en
general, de las distintas Formas del discurso
cientfico) no se reduce a su funcin de co-
nocimiento: posee tambin una funcin social
cuyas modalidades no son exclusiva ni pri-
mordialmente de carcter terico. Sin ningu-
na duda, pues, el estudio del movimiento de
la sociedad, ms all de ia validez o legiti-
midad de los conocimientos que genera, aca-
rrea consecuencias diversas para las confron-
esnips
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taciones y luchas del presente. No hay discurso
histrico cuya eficacia sea puramente cognos-
citiva; todo discurso histrico interviene (se
inscribe) en una determinada realidad social
donde es ms o menos til para las distintas
fuerzas en pugna. Ello no conduce, sin em-
bargo, a medir con el mismo rasero las cua-
lidades tericas de un discurso histrico (su
legitimidad) y su funcionamiento en el debate
social: su utilidad ideolgico-poltica no es
una magnitud directamente proporcional a
su validez terica. Es preciso no incurrir,
como lo advierte Hobsbawm. en la "confu-
sin que se hace entre las motivaciones ideo-
lgicas o polticas de la investigacin o de su
utilizacin y su valor cientfico".'
La tendencia a identificar utilidad y legi-
timidad del discurso histrico tiene con fre-
cuencia su origen en la idea de que la historia
sigue un curso ineluctable: los historiadores
procuran entonces formular reglas de con-
ducta - e n los comienzos. por ejemplo. de
esta disciplina en Grecia y Roma- porque
se presupone la repeticin del proceso con-
forme a ciertas pautas establecidas de una
vez por todas. La confianza en que hay una
vinculacin directa e inmediata entre colio-
cimiento y accin se apoya en la creencia de
que la comprensin del pasado otorga pleno
manejo de la situacin actual: de ah el
peculiar carcter pragmtico de la indaga-
cin histrica tradicional. Esa identificacin
tambin se origina a veces en el convenci-
miento de que unos u otros grupos sociales
' Eric J. Hobsbawm, "De la historia social a la
historia de la sociedad". en Te~ldrilcias acfirales dr
la historia social y demogrfica, Mxico. SepScten-
las. 1976.
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14 CARMS PEREYRA
extraen provecho de la interpretacin hist-
rica y de que. en este sentido, la captacin
intelectual del pasado desempea cierto papel
en la coyuntura social dada. Debiera ser cla-
ro, sin embargo, que el provecho extrado es
independiente de la validez del relato en cues-
tin; utilidad y legitimidad no son, en conse-
cuencia, magnitudes equivalentes.
Se puede convenir, por tanto, con el modo
en que Bloch plantea el asunto: "qu es
justamente lo que legitima un esfuerzo inte-
lectual? Me imagin que nadie se atrevera
hoy a decir, con los positivistas de estricta
observancia, que el valor de una investigacin
se mide, en todo y por todo, segn su aptitud
para servir a la accin. . . aunque la historia
fuera eternamente indiferente al homo faber
o al homo politicus, bastara para su defensa
que se reconociera su necesidad para el pleno
desarrollo del homo sapiens." Tal vez sea pre-
ferible decirlo en otros trminos: sin negar,
por supuesto, el impacto de la historia que
se escribe en la historia que se hace, la apro-
piacin cognoscitiva del pasado es un obje-
tivo vlido por s mismo o, mejor todava, la
utilizacin (siempre presente) ideolgico-po-
ltica del saber histrico no anula la signifi-
cacin de ste ni le confiere su nico sentido.
La utilidad del discurso histrico no desvirta
su legitimidad, es cierto, pero sta no se
reduce a aquella.
No obstante, al parecer hay cierto apresu-
ramiento en la opinin de Bloch segn la cual
"nadie se atrevera hoy a decir que el valor
de una investigacin se mide segn su aptitud
para servir a la accin". Chesneaux, por ejem-
plo, se atreve y, mas an, encuentra en esa
tesis de Bloch un ejemplo del intelectualismo
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HISTORIA. PARA QU? 15
profundamente arraigado en los historiadores
de oficio quienes distinguiran, segn este
reproche, entre la historia-asunto de los po-
lticos y la historia a cargo de los historia-
dores. El argumento de autoridad que ofrece
Chesneaux a favor de su posicin es tan in-
consistente como son siempre los argumentos
de esta ndole. "Marx no consider iams el
estudio del pasado como una actividad inte-
lectual en s, que tuviera su fin en s misma,
enraizada en una zona autnoma del conoci-
miento.. . lo que contaba para l era pensar
histricamente, polticamente, . . el estudio del
pasado no era para Marx indispensable sino
al servicio del presente.. . su opcin era po-
ltica: el conocimiento profundo y sistem-
tico del pasado no constituye un fin en s
mismo. Marx no era un 'historiador marxis-
ta', pero s ciertamente un intelectual revo-
lucionario."' No hace falta colocarse en una
endeble posicin intelectualista para advertir
que la perspectiva del intelectual revolucio-
nario no agota la razn de ser de la inves-
tigacin histrica.
En efecto, frente a quienes suponen (con
base en una confusa nocin de objetividad
donde sta se vuelve sinnima de neutralidad
ideolgica) que la nica posibilidad de cono-
cimientos objetivos en el mbito de la his-
toria est dada por el confinamiento de la
investigacin en un reducto ajeno a la con-
frontacin social, es imprescindible recordar
el fracaso del proyecto terico encandilado
con la tarea ilusoria de narrar lo sucedido
wie es eigentlich gewesen ist. Ranke tuvo
motivos suficientes para reaccionar a media-
Vean Chesneaux. <Hacemos tabla rasa del pasa-
do? Mxico, Siglo XXI, 1977.
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16 CARLOS PEREYRA
dos del siglo pasado contra la tradicional
Iiistoria moralista y pedaggica, apostando a
favor de un programa cefiido a contar lo que
realmente aconteci. Es claro, sin embargo,
que no hay descripcin (ni siquiera observa-
cin) posible fuera de un campo problem-
tico y de un aparato terico, los cuales se
estructuran en un espacio en cuya delimita-
cin intervienen tambin las perspectivas
ideolgicas. La confianza ingenua en la lec-
tura pura de los documentos y en el ordena-
miento asptico de los datos fue tan slo un
estadio pasajero en la formacin de la ciencia
histrica. Se vuelve cada vez ms insosteni-
ble la pretensin de desvincular la historia
en la que se participa y se toma posicin
de la historia que se investiga y se escribe.
En definitiva, "la funcin del historiador no
es ni amar el pasado ni emanciparse de l,
sino dominarlo y comprenderlo. como clave
para la comprensin del presente".'
Ahora bien, el nfasis requerido para sa-
lirle al paso a las actitudes farisaicas in-
clinadas a elaborar un discurso histrico pre-
tendidamente aislado de la vida social en
curso, no tiene por qu conducir al esquema
reduccionista segn el cual todo el sentido
del conocimiento histrico est supeditado a
las urgencias ideolgico-polticas ms inme-
diatas. El academicismo cree encontrar en
la doctrina de la neutralidad ideolgica un
refugio para preservar el saber contra los
conflictos y vicisitudes del momento y, en
rigor, slo consigue mutilar la reflexin
arrancndole sus vasos comunicantes ron la
principal fuente de estimulo intelectual: ter-
+ E. H. Carr, Que es la historia?, Barcelona, Seix
Barral. 1969.
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mina, a fin de cuentas, por asumir de manera
vergonzante las formas ideolgicas ms cha-
tas y reblandecidas. Lucien Febvre se burla
con razn de esta actitud: "demasiados his-
toriadores, bien formados y conscientes (eso
es lo peor). . . hacen historia de la misma
manera que tapizaban sus abuelas. Al punti-
llo. Son aplicados. Pero si se les pregunta el
porqu de todo ese trabajo. lo mejor que
saben responder, con una sonrisa infantil,
es la cndida frase del viejo Ranke: ' para
saber exactamente cmo pas'. Con todo de-
talle, naturalmente.""l rechazo de la his-
toria como mero afn de curiosidades no
autoriza, sin embargo, a diluir su funcin
cognoscitiva en la vorgine de las luchas so-
ciales.
Ya se sabe dnde suele desembocar la re-
flexin presidida por la idea -segn la
frmula empleada por Chesneaux- de que
"el estudio del pasado no es indispensable
sino al servicio del presente". Cuando se di-
suelve por completo la lgica propia del
discurso histrico en los zigzagueos de la
opcin poltica inmediata, entonces no pue-
den extraar ocultamientos, silencios y defor-
maciones: elementos triviales de informacin
se vuelven tab (el papel de Trotski en la
Revolucin rusa, por ejemplo), reas enteras
del proceso social se convierten en zonas pro-
hibidas a la investigacin. falsedades burdas
pasan por verdades evidentes de suyo. etc. El
hecho de que el saber histrico est siempre
y en todo caso conformado tambin por la
lucha de clases, ya que "la ciencia se hace en
la vida misma y por gentes que trabajan
5L. Febvre, Combates por la historia, Barcelona.
Ariel, 1970.
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18 CARLOS PEREYRA
en ese momento.. . est ligada a travs de
mil sutilezas y complicados lazos a todas las
actividades divergentes de los hombres"
(Febvre), no basta para simplificar las cosas
y abogar por una historia convertida en ap*
logtica de una plataforma ideolgica circuns-
tancial como ocurre sin remedio all donde la
funcin cognoscitiva de la prctica terica es
anulada en aras de su funcin social en una
coyuntura dada.
Durante largo tiempo la historia fue conce-
bida como si su tarea consistiera apenas en
mantener vivo el recuerdo de acontecimientos
memorables segn criterios que variaron 'en
las distintas formaciones culturales. La fun-
cin de esta disciplina se limit primeramente
a conservar en la memoria social un conoci-
miento perdurable de sucesos decisivos para
la cohesin de la sociedad, la legitimacin de
sus gobernantes, el funcionamiento de las ins-
tituciones polticas y eclesisticas as como
de los valores y smbolos populares: el saber
histrico giraba alrededor de ciertas imge-
nes con capacidad de garantizar una (in)
formacin compartida. Casi desde el princi-
pio la historia fue vista tambin como una
coleccin de hechos ejemplares y de situacio-
nes paradigmticas cuya comprensin pre-
para a los individuos para la vida colectiva.
De ah la antigua tendencia, ya mencionada, a
solicitar de la historia que gue nuestra ac-
cin. A finales del siglo pasado, sin embargo,
ya apareca como "ilusin pasada de moda
creer que la historia proporciona enseanzas
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HISTORIA, {PARA OUC? 19
prcticas para guiarse en la vida (hisroria
magistra vitae), lecciones de inmediato pro-
vecho para individuos y sociedades. Las
condiciones en que se producen los actos
humanos son raras veces suficientemente se-
mejantes de un modo a otro para que las
'lecciones de la historia' puedan ser aplicadas
directamente."
Si bien, para indicar algunos nombres. Po-
libio y Plutarco escribieron a fin de ensear,
con el nimo de ofrecer soluciones a las
necesidades prcticas de las generaciones pos-
teriores, esa idea pedaggica de la historia dio
paso a otra concepcin centrada en el supues-
to bsico de que la historia posibilita la
comprensin del presente "en tanto -como
lo formulan Langlois y Seignobos- explica
los orgenes del actual estado de cosas". En
efecto, puesto que toda situacin social es re-
sultado de un proceso, ningn conocimiento
de tal situacin puede producirse al margen
del estudio de sus fases de formacin: el
conocimiento de las circunstancias a partir
de las cuales se gesta una coyuntura histrica
es indispensable para captar las peculiarida-
des de sta. Las entidades y fenmenos que
se pueden discernir en el movimiento de la
sociedad constituyen una realidad caracteri-
zable en trminos de proceso y sistema. En
tal sentido parece incuestionable una respues-
ta que se incline a favor de la primera opcin
en la alternativa presentada por Bloch: "ha-
br que considerar el conpcimiento del perio-
do ms antiguo como necesario o superfluo
para el conocimiento del ms reciente?"
6 C. V. Langlois y C. Seignobos, Infrod~rccin a
los eslodios histricor, Buenos Aires, La Plyade,
1972
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20 CARLOS PEREYRA
Se estara tentado a creer que superflua
es la pregunta misma por cuanto es impen-
sable la inteligibilidad de un momento his-
trico fuera de los lazos que lo vinculan con
los momentos precedentes. Sin embargo, los
excesos del evolucionismo obligan a matizar
la cuestin. Por ello afirma Marx que la es-
tructura anatmica del hombre es la clave
de la disposicin orgnica del mono y no al
revs como seria ms fcil suponer. Dos
planteamientos aparecen implicados en esta
indicacin: uno refiere al hecho de que en
un nivel de complejidad no se encuentran los
elementos suficientes para explicar un plano
de mayor complejidad y otro subraya que la
gnesis de una realidad no basta para expli-
car su funcionamiento. Se entiende, en con-
secuencia, por qu formula Bloch ese inte-
rrogante as como su reaccin contra el mito
de los origenes. "La explicacin de lo ms
prximo por lo ms lejano ha dominado a
mentido nuestros estudios.. . este dolo de
la tribu de los historiadores tiene un nombre:
la obsesin de los ongenes.. . en el vocabu-
lario corriente los orgenes son un comienzo
que explica. Peor an: que basta para expli-
car. Ah radica la ambigedad, ah est el
peligro." Si bien para todo fenmeno social
el conocimiento de sus origenes es un mo-
mento imprescindible del anlisis y un com-
ponente irrenunciable de la explicacin, sta
no se agota aqu: saber cmo algo lleg a ser
lo que es no supone todava reunir los elemen-
tos suficientes para explicar su organizacin
actual.
Ninguna respuesta a las preguntas que hoy
pueden formularse respecto a la situacin
presente es posible en ausencia del saber his-
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HISTORIA. PARA QU? 21
trico. Mientras ms confusa y catica apa-
rece una coyuntura dada, como es el caso
de sta que se vive a comienzos de los aos
ochenta, ms contundente es el peso de la in-
vestigacin histrica en el esfuerzo por des-
pejar tales caos y confusin. Guardar distan-
cia conveniente para no extraviarse en la
obsesin de los orgenes, no impide admitir
que slo es posible orientarse en las compli-
caciones del periodo contemporneo a partir
del ms amplio conocimiento del proceso que
condujo al mundo tal y como hoy es. Quienes
participan en la historia que hoy se hace estn
colocados en mejor perspectiva para interve-
nir en su poca cuanto mayor es la com-
prensin de su origen. Planteada as la fun-
cin central de la historia, resulta claro que
el estudio de los ltimos cien aos tiene ms
repercusiones que el de los siglos y milenios
anteriores. Sin embargo, con ms frecuencia
de lo que pudiera creerse en primera instan-
cia, aspectos fundamentales de la forma actual
de la sociedad se entienden con base en fac-
tores de un pasado ms o menos lejano. Tal
vez por ello no tiene ningn empacho Febvre
en escribir: "yo defino gustosamente la histo-
ria como una necesidad de la humanidad -la
necesidad que experimenta cada grupo huma-
no, en cada momento de su evolucin, de bus-
car y dar valor en el pasado a los hechos, los
acontecimientos, las tendencias que preparan
el tiempo presente, que permiten compren-
derlo y que ayudan a vivirlo".
El impacto de la historia no se localiza so-
lamente, por supuesto, en el plano discursivo
de la comprensin del proceso social en curso.
Antes que nada impregna la prctica misma
de los agentes, quienes actan en uno u
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22 CARLOS PEREYRA
otro sentido segn el esquema que la his-
toria les ha conformado del movimiento de
la sociedad. La actuacin de esos agentes est
decidida, entre otras cosas, por su visin del
pasado de la comunidad a la que pertenecen
y de la humanidad en su conjunto. Los grupos
sociales procuran las soluciones que su idea
de la historia les sugiere para las dificultades
y conflictos que enfrentan en cada caso. Por
ello el saber histrico no ocupa en la vida
social un espacio determinado slo por consi-
deraciones culturales abstractas sino tambin
por el juego concreto de enfrentamientos y
antagonismos entre clases y naciones. Pocas
modalidades del saber desempean un papel
tan definitivo en la reproduccin o transfor-
macin del sistema establecido de relaciones
sociales. Las formas que adopta la enseanza
de la historia en los niveles de escolaridad
bsica y media, la difusin de cierto saber
histrico a travks de los medios de comunica-
cin masiva, la inculcacin exaltada de unas
cuantas recetas generales, el aprovechamien-
to mediante actos conmemorativos oficiales
de los pasados triunfos y conquistas po~ul a-
res, etc., son pruebas de la utilizacin ideo-
lgico-poltica de la historia. "Nuestro cono-
cimiento del pasado es un factor activo del
movimiento de la sociedad, es lo que se ven-
tila en las luchas polticas e ideolgicas, una
zona violentamente disputada. El pasado, el
conocimiento histrico pueden funcionar al
servicio del conservatismo social o al servicio
de las luchas populares. La historia penetra
en la lucha de clases; jams es neutral, jams
permanece al margen de la contienda" (Ches-
neaux) .
No es frecuente encontrar entre los histo-
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HISTORIA. PARA QU? 23
riadores una sensibilidad perceptiva de las
implicaciones que tiene su actividad profe-
sional en la vida social y poltica. Todo ocurre
como si la evidencia emprica respecto a la
omnipresencia del saber histrico en la vida
cotidiana representara para la mayora de
los historiadores un motivo adicional que em-
puja a buscar el deslinde entre las preocupa-
ciones acadmicas y las vicisitudes del con-
texto social. Sin embargo, tanto las clases
dominantes en las diversas sociedades como
los gmpos polticos responsables del poder
estatal, suelen invocar el pasado como fuente
de sus privilegios. De ah que. como sucede
con muy pocas modalidades del discurso te-
rico, la historia es sometida a una intensa
explotacin ideolgica. Si entre las cuestiones
bsicas a plantear, Pierre Vilar incluye "1:
jcul fue, cul es el papel histrico de la
historia como ideolosa? Ze jcul es va, cul
podra ser el papel de la historia como cien-
cia?",' ello se debe a que, en efecto, la historia
se emplea de manera sistemtica como uno
de los instrumentos de mavor eficacia para
crear las condiciones ideolgico-culturales que
facilitan el mantenimiento de las relaciones
de dominacin.
El papel de la historia como ideologa se
eleva como obstculo formidable para la
realizacin del papel de la historia como cien-
cia. Aunque todas las formas del saber se
desarrollan ligadas a resortes ideolgicos que
intervienen con vigor en la seleccin de te-
mas y enfoques como en la utilizacin pos-
terior de los conocimientos, en el caso de la
historia la intervencin de esos resortes ha
Pierre Vilnr, Historia ~>~nrxistn. lristoria en cons.
t rucci ~~, Barcelona. Anasrama, 1974.
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24 CARLOS PEREYRA
sido decisiva. No se trata, claro est, de afir-
mar que la mera presencia de mecanismos
ideolgicos invalida por si misma la produc-
cin de conocimientos y anula la posibiIidad
de explicar el proceso social, pero si de ad-
mitir que la elaboracin de una imagen del
pasado est demasiado configurada por los
intereses dominantes en la sociedad. El Esta-
do, por ejemplo, dispone de numerosos ca-
nales mediante los cuales impone una versin
del movimiento social idnea para la preser-
vacin del poder poltico. "El control del pa-
sado -escri be Chesneaux- y de la memo-
ria colectiva por el aparato de Estado acta
sobre las 'fuentes'. Muy a menudo, tiene el
carcter de una retencin en la fuente.. . se-
creto de los archivos, cuando no destruccin
de los materiales embarazosos. Este control
estatal da por resultado que lienzos enteros
de la historia del mundo no subsistan sino
por lo que de ellos han dicho o permitido de-
cir los opresores.. . la ocultacin es uno de
los procedimientos ms corrientes en este
dispositivo de control del pasado por el po-
der. El pasado es un importuno del que hay
que desembarazarse." As pues, es tarea de
la investigacin histrica recuperar el movi-
miento global de la sociedad, producir cono-
cimientos que pongan en crisis las versiones
ritualizadas del pasado y enriquecer el campo
temtico incorporando las cuestiones suscita-
das desde la perspectiva ideolgica del bloque
social dominado.
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HISTORIA, j PAaA QU?
La progresiva madurez de las ciencias socia-
les y la integracin de la historia en stas
acompaan el abandono de cierta tradicin
para la cual contaba la historia como un
gnero literario. La investigacin histrica
tambin se ha despojado cada vez ms del
lastre que supona la idea de que su tarea
central consiste en dar preceptos prcticos
para guiarse en la vida. Las formas del dis-
curso histrico se apartan crecientemente de
esas pretensiones didcticas y literarias. Re-
sulta an ms complicado, sin embargo, li-
berar el saber histrico de las tendencias
apologticas. Las dificultades para eliminar
esta carga provienen en buena parte del he-
cho de que el conocimiento del pasado tiene
su punto de partida en el presente. La dis-
tincin misma pasado/presente es hasta cier-
to punto arbitraria: "la historia es una dia-
lctica de la duracin; por ella, gracias a
ella, es el estudio de lo social, de todo lo
social, y por tanto del pasado; y tambin, por
tanto, del presente, ambos inseparable^".^
Son en buena medida los acontecimientos
contemporneos los que permiten profundi-
zar en el conocimiento del pasado. El estudio
del movimiento anterior de la sociedad se
realiza a travs del proceso en el cual estn
inscritos quienes investigan. No se trata de
sostener Ia tesis del presenrismo en el sentido
de que toda la historia es "historia contem-
pornea" por cuanto cada generacin cons.
tmye su verdad acerca del pasado. La his-
toria no seria entonces sino un conjunto de
'F. Braudel, La historia y las ciencias sociales,
Madrid, Alianza, 1968.
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26 CARLOS PEREYRA
interpretaciones de validez relativa, adecuada
cada una de ellas a la visin que en los su-
cesivos presentes se tiene del pasado. Las
tendencias apologticas se cubren, en defini-
tiva, con el pretexto de que la historia ne-
cesariamente interroga por las cosas que
sucedieron en tiempos anteriores a fin de
ofrecer respuestas a los problemas de hoy. En
la pendiente del pragmatismo inmediatista el
saber acaba teniendo validez segn su con-
formidad con alguna finalidad circunstancial.
Sin asumir compromiso alguno con las tesis
relativistas. en cualquier caso es cierto que
no s610 el conocimiento del pasado permite
la mejor comprensin del presente sino tam-
b i h , de manera recproca, se sabe mejor qu
investigar en el pasado si se posee un punto
de vista preciso respecto a la situacin que
se vive. "El pasado nos resulta inteligible a
la luz del presente y slo podemos compren-
der plenamente el presente a la luz del pasa-
do. Hacer que el hombre pueda comprender
la sociedad del pasado, e incrementar su do-
minio de la sociedad del presente, tal es la
doble funcin de la historia" (Carr).
El relativismo confunde el problema de los
criterios de verdad del conocimiento hist-
rico con la cuestin de los mviles que im-
pulsan la investigacin, el desplazamiento de
las preocupaciones hacia unas u otras reas
de la totalidad social, la referencia por tales
o cuales temas. etc. La reflexin histrica
aparece como una tarea urgida precisamente
por las luchas y contradicciones que caracte-
rizan a una poca. La historia no se desen-
vuelve exclusivamente en virtud de sus vacos
de conocimiento y de la progresiva afinacin
de sus hiptesis explicativas, sino tambin
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HISTORIA, PARA wl?? 27
empujada por factores extratericos salidos
de la lucha social misma. El estatuto cient-
fico del discurso no est dado por su funcin
en las pugnas contemporneas, pero no se
puede hacer abstraccin de que la historia
desempea un papel destacado en la confron-
tacin ideolgica: las fuerzas polticas se de-
finen tambin por su comprensin desigual y
contradictoria del desarrollo de la sociedad.
Los acadmicos que entienden su labor como
algo aislado de toda responsabilidad poltica,
no pueden evitar que el resultado de sus in-
vestigaciones tienda a desdibujarse: esto es
consecuencia natural de la separacin forzada
entre el saber histrico v el horizonte poltico
en que ese saber se produce. Como lo recuer-
da Chesneaux, "la reflexin histrica es re-
gresiva, funciona normalmente a partir del
presente, en sentido inverso del fluir del tiem-
po. y sta es su razn de ser fundamental".
Es sintomtico aue en una sociedad coexis-
tan de modo conflictivo definiciones contra-
puestas de su pasado. Ello no tiene que ver
slo ni primordialmente con la inmadurez
de la historia (como proyecto analtico con
pretensiones explicativas y no de mero relato
descriptivo) o con la pluralidad de modelos
tericos enfrentados: es tambin resultado
de la divisin social y del consiguiente ca-
rcter fragmentario de lo que interesa a las
diferentes comentes recuperar en el pasado.
La existencia de un sistema de dominacin
social implica en s misma formas diversas de
abordar el examen de la realidad, incluido
el movimiento anterior de sta. Si, como se-
ala Febvre, "organizar el pasado en funcin
del presente: eso es lo qUe podra denomi-
narse funcin social de la historia", entonces
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28 CARLOS PEREYRA
no puede sorprender que compitan distintos
modos de organizar el pasado.
La funcin terica de la historia (explicar el
movimiento anterior de la sociedad) y su
funcin social (organizar el pasado en funcin
de los requerimientos del presente) son com-
plementarias: el saber intelectual recibe sus
estmulos ms profundos de la matriz social
en permanente ebullicin y, a la vez, los co-
nocimientos producidos en la investigacin
histrica estn en la base de las soluciones
que se procuran en cada coyuntura. Esta com-
plementariedad, sin embargo, no elimina las
tensiones y desajustes entre ambas funcio-
nes. As, por ejemplo, la prolongada discusin
en tomo al carcter nocivo o benkfico de los
juicios de valor en el discurso histrico puede
ser vista como ndice de que tal complemen-
tariedad no carece de fricciones. Parece obvio
que las interpretaciones histricas incluyen
siempre juicios de valor y que ningn apego
a la pretendida objetividad del dato anula el
peso de los esquemas ideolgicos en la na-
rracin explicativa. La tendencia a rehuir los
juicios de valor para preservar una supuesta
pureza cientfica y evitar la contaminacin de
los ingredientes ideolgicos, exhibe incom-
prensin seria de cules son los modos en
que interviene la ideologa en la produccin
de conocimientos.
Ahora bien, jse justifica sin ms la antigua
tradicin segn la cual junto con su tarea
informativo-analtica, la historia est obliga-
da a juzgar los acontecimientos y sus prota-
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gonistas, o sea, acompaar la descripcin v
euplicacin del proceso de sentencias la~lda-
torias o reprobatorias elaboradas desde cri-
terios morales, nacionales o partidarios? Cier-
ta orientacin positivista insisti tanto en la
neutralidad e imparcialidad propias de la
ciencia que, como reaccin justificada ante
esa actitud pueril, se da con frecuencia una
respuesta plenamente afirmativa a la cuestin
anterior. Sin embargo, no slo las pretensio-
nes de neritralidad son un obstculo para el
desarrollo de la ciencia histrica. Tambin en-
torpece este desarrollo la mana de enjuiciar
all donde lo que hace falta es explicar. "Por
desgracia a fuerza de juzgar, se acaba casi
fatalmente por perder hasta el gusto de expli-
car. Las pasiones del pasado, mezclando sus
reflejos a las banderias del presente. convier-
ten la realidad humana en un cuadro cuyos
colores son nicamente el blanco y el negro"
(Bloch) .
Algunos se muestran inclinados a creer que
centrar el esfuerzo terico en sus propsitos
explicativos (incluyendo. si es preciso, la pre-
ocupacin por el matiz) es un prurito inte-
lectual del que ha de prescindirse para todo
fin prctico. Esa creencia se apoya en la
idea de que la funcin social de la historia
exige una dosis de maniqueismo y obliga, por
ende, a identificar responsables (tanto cul-
pables como hroes) de la marcha de las
cosas. El problema no radica, pues, en la per-
misible combinacin en un mismo discurso
de argumentos explicativos v juicios de valor,
sino en el desplazamiento del discurso hist-
rico de un campo problemtico presidido por
la pregunta por qu? a otro donde el inte-
rrogante clave es quin es el culpable? o, en
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su caso, quin es el Mesias? Es mucho ms
fcil centrar el examen del proceso social en
un ncleo apologtico o denigrativo que bus-
car en serio las causas inmediatas y profun-
das de los fenmenos histricos. Se puede
localizar en el acervo de la historia, sin nin-
guna dificultad, una abrumadora cantidad de
ejemplos de textos en los que el anlisis es
sustituido por la glorificacin o satanizacin
de algn personaje. Esta actitud no puede
menos que empobrecer la funcin terica de
la historia. Por ello se pronuncia Febvre con-
tra el historiador-fiscal y seala que "ya es
hora de acabar con esas interpretaciones re-
trospectivas, esa elocuencia de abogados y
esos efectos de toga.. . no, el historiador no
es un juez. Ni siquiera un juez de instruc-
cin. La historia no es juzgar; es comprender
-y hacer comprender."
Si la mana de enjuiciar deriva con facili-
dad en un obstculo adicional para la expli-
cacin histrica, ello se debe a que tiende a
ocultar la constitucin del mundo social: un
proceso formado por numerosos subprocesos
articulados entre s. Los juicios de valor in-
hiben la recuperacin de las luchas, sacri-
ficios, forcejeos, y contradicciones que inte-
gran el movimiento de la sociedad y borran
todo con la tajante distincin entre los prin-
cipios del bien y el mal. El achatamiento del
esfuerzo explicativo generado por la propen-
sin a juzgar limita la capacidad de pensar
histricamente. Si, como le gusta recordar a
Vilar, no se puede "comprender los hechos"
ms que por la va de "pensarlo todo hist-
ricamente", entonces es preciso ir ms all
de la simple localizacin de aciertos y fraca-
sos en la actividad de los hombres, para en-
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contrar en los componentes econmico-poli-
ticos e ideolgicoculturales de la totalidad
social la explicacin, incluso, de esos aciertos
y fracasos. Los juicios de valor son inheren-
tes a la funcin social de la historia pero
ajenos a su funcin terica. Un aspecto deci-
sivo del oficio de la historia consiste, precisa-
mente, en vigilar que la preocupacin por la
utilidad (poltico-ideolgica) del discurso his-
trico no resulte en detrimento de su legiti-
midad (terica).
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*
EL SENTIDO DE LA HISTORIA
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Historia, (para qu? La primera respuesta
en acudir a la mente sena: la historia obe-
dece a un inters general en el conocimiento.
Al historiador le interesa, como a cualquier
cientfico, conocer un sector de la realidad;
la historia tendra como objetivo el esclare-
cimiento racional de ese sector. En este sen-
tido el inters del historiador no diferira del
que pudiera tener un entomlogo al estudiar
una poblacin de insectos o un botnico al
clasificar las diferentes especies de plantas
que crecen en una regin. Igual que al ento-
mlogo o al botnico, al historiador le basta
esa aficin por el conocimiento para justificar
su empeo. Sin duda as sucede con cual-
quier ciencia: se justifica en el inters general
por conocer, el cual cumple una necesidad
de la especie. Porque la especie humana re-
quiere del conocimiento para lograr aquello
que en otras obtiene el instinto: una orienta-
cin permanente y segura de sus acciones en
el mundo.
Con todo, quien diera esta respuesta co-
rrera el riesgo de disgustar a ms de un his-
toriador. Cualquier historiador pensara que,
despus de todo, su disciplina tiene una rele-
vancia para los hombres mayor que la de
un entomlogo, y que sus investigaciones,
aunque presididas por un inters en conocer,
estn motivadas tambin por otros afanes ms
vitales, ligados a su objeto. Una colonia de
i351
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36 LUIS VILLORO
abejas no puede despertar en nosotros, dira,
el mismo tipo de inters que una colectividad
humana. Si logramos determinar el objeto al
que se dirige la atencin del historiador, fren-
te al que retiene la de otros cientficos, da-
ramos quiz con una diferencia especifica del
conocimiento histrico.
Un acercamiento podra ser: la historia
responde al inters en conocer nuestra situa-
cin presente. Porque, aunque no se lo pro-
ponga, la historia cumple una funcin: la de
comprender el presente. Desde las pocas en
que el hombre empez a vivir en comunidad
y a utilizar un lenguaje, tuvo que crear in-
terpretaciones conceptuales que pudieran ex-
plicarle su situacin en el mundo en un mo-
mento dado. En los pueblos primitivos el
pensamiento mtico tiene a menudo un scn-
tido gentico. Muchos mitos son etiolgicos:
intentan trazar el origen de una comunidad,
con el objeto de explicar por qu se encuentra
en determinado lugar y en tales o cuales cir-
cunstancias. Algunos pueblos invocan leven-
das para dar razn de la presencia de la
tribu en un paraje y de su veneracin por
algn lugar sagrado, por ejemplo: los prime-
ros ancestros surgieron del fondo de la tierra
por una cueva situada en el centro del terri-
torio de la tribu. Otros pueblos atribuyen su
origen a un antepasado divino, ms o menos
semejante al hombre, cuyas actividades, fun-
dadoras de costumbres o instituciones, narran
los mitos. El totemismo tiene, entre otros
aspectos, el de remitir a la gnesis de una
colectividad humana: hay clanes que nacieron
de un determinado animal, otros, de otro;
esto explica la peculiaridad de sus caracteres
y hbitos. El origen de diferentes institucio-
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EL SCNTIDO DE LA HISTORIA
37
nes, regulaciones y creencms suele tambin
sealarse en acontecimientos que sucedieron
en un tiempo remoto. As, hay mitos para
explicar las relaciones de parentesco, que las
refieren a un momento en que se establecie-
ron, leyendas que justifican el poder de ciertas
personas por alguna hazaa de sus antecese
res semihumanos. mitos que dan razn, por
sucesos del pasado remoto, de una emigra-
cin, de la ereccin de un poblado, de la pre-
ferencia por una especie de caza, de un hbito
alimenticio. Parecera que, de no remitirnos
a un pasado con el cual conectar nuestro
presente, ste resultara incomprensible, gra-
tuito, sin sentido. Remitimos a un pasado
dota al presente de una razn de existir, ex-
plica el presente.
Esta funcin que cumpla el mito en las
sociedades primitivas la cumple la historia
en las sociedades desarrolladas. Un hecho
deja de ser gratuito al conectarse con sus
antecedentes. A menudo la conexin es inter-
pretada como una explicacin y el antece-
dente en el tiempo, como causa. En historia
se suelen confundir las dos acepciones de la
palabra "principio". "Principio" quiere decir
S ,
primer antecedente temporal de una secuen-
cia", "inicio". pero tambin tiene el sentido
de "fundamento", de base en que descansa la
validez o la existencia de algo, como cuando
hablamos de "los principios del derecho", o
"del Estado". La historia quiz nazca, como
lo hizo notar Marc Bloch, de lo que l llam
"dolo de los orgenes" o "dolo de los prin-
cipios", es decir, de la tendencia a pensar
que al hallar los antecedentes temporales de
un proceso, descubrimos tambin los funda-
mentos que lo explican.
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38 LUIS VILLORO
La historia nacera, pues, de un intento por
comprender y explicar el presente acudiendo
a los antecedentes que se presentan como sus
condiciones necesarias. En este sentido, la
historia admite que el pasado da razn del
presente; pero, h la vez, supone que el pasado
slo se descubre a partir de aquello que ex-
plica: el presente. Cualquier explicacin emp-
rica debe partir de un conjunto de hechos
dados, para inferir de ellos otros hechos que
no estn presentes, pero que debemos supo-
ner para dar razn de los primeros. Asi tam-
bi6n en la historia. El historiador pensar,
por ejemplo, que el Estado actual puede expli-
carse por sus orgenes, pero si se propone esa
tarea es justamente porque ese Estado existe,
en el presente, con ciertas caractersticas que
plantean preguntas;. y son esas preguntas las
que incitan a buscar sus antecedentes. El
historiador tiene que partir de una realidad
actual, nunca de una situacin imaginaria;
esto es lo que separa su indagacin de la del
novelista, quien tambin, a menudo, escu-
dria en el pasado. Quiere esto decir que, a
la vez que el pasado permite comprender el
presente, el presente plantea los interrogantes
que incitan -a buscar el pasado. De all que
la historia pueda verse en dos formas: como
un intento de explicar el presente a partir de
sus antecedentes pasados, o como una em-
presa de comprender el pasado desde el pre-
sente. Puede verse como "~trodiccin", es
decir, como un lenguaje que infiere lo que
pas a partir de lo que actualmente sucede.
Esta observacin podra ponernos en la pista
de una motivacin importante de la historia.
El historiador, al examinar su presente,
suele plantearle preguntas concretas. Trata
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EL SENTIDO DE LA HISTORIA 39
de explicar tal o cual caracterstica de su si-
tuacin que le importa especialmente, porque
su comprensin permitir orientar la vida
en la realizacin de un propsito concreto.
Entonces, al inters general por conocer se
aade un inters particular que depende de
la situacin concreta del historiador. Es cier-
to que ese inters particular puede quedar
inexpresado, oculto detrs de la obra; es
cierto tambin que a menudo puede perma-
necer inconsciente para el historiador, asun-
to de psicologa, al margen de los mtodos
histricos empleados; pero aunque no est
dicho, se muestra en las preguntas -expl -
citas o tcitas- que presiden la obra hist-
rica. As, el intento por explicar nuestro pre-
sente no puede menos de estar motivado
por un querer relacionado con ese presente.
Benedetto Croce describa as la historia: "el
acto de comprender y entender inducido por
los requerimientos de la vida prctica". En
efecto, la historia nace de necesidades de la
situacin actual, que incitan a comprender
el pasado por motivos prcticos.
Si nos fijamos en esta relacin presente-
pasado veremos cmo son intereses particu-
lares del historiador, que se originan en su
coyuntura histrica concreta, los que suelen
moverlo a buscar ciertos antecedentes. de
preferencia a otros. A modo de ejemplos po-
dramos recordar algunos momentos de la
historiografa. La historia poltica con base
documental tiene sus inicios en historiadores
renacentistas italianos: ellos necesitaban in-
dagar los antecedentes en que se basaban los
pequeos estados de la pennsula, con el ob-
jeto de recomendar a los prncipes las medi-
das eficaces para consolidarse. El comienzo
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40 LUIS VILLORO
de una metodologa crtica se encuentra en
historiadores y telogos de la Reforma pro-
testante. Por qu en ellos? Porque queran
hacer de lado lo que consideraban aberracio-
nes del catolicismo; haba que explicar por qu
la Iglesia se haba corrompido y redescubrir
el mensaje autntico del Evangelio, para nor-
mar sobre l sus vidas. Para ello tuvieron que
establecer mtodos ms confiables, que per-
mitieran discriminar entre los documentos
verdaderos y los falsos, someter a crtica la
veracidad de los testigos, antiguos padres,
legisladores e historiadores de la Iglesia, de-
terminar los autores y las fechas de elabc-
racin de los textos. Para poder demostrar
la justeza de sus pretensiones tuvieron que
intentar un nuevo tipo de historia. Por ms
tiles que hayan sido al inters general de
la ciencia, los inicios de la crtica documen-
tal estuvieron motivados por un inters par-
ticular de la vida presente.
Pensemos en ejemplos ms cercanos a no-
sotros. La historia de Mxico nace a partir
de la conquista. Los primeros escritos res-
ponden a un hecho contemporneo: el en-
cuentro de dos civilizaciones; intentan mane-
jarlo racionalmente para poder orientar la
vida ante una situacin tan desusada. De all
los diferentes tipos de historia con que nos
encontramos. Los cronistas escriben con cier-
tos objetivos precisos: justificar la conquista
o a determinados hombres de esa empresa,
fundar las pretensiones de dominio de la
cristiandad o de la Corona, dar fuerza a las
peticiones de mercedes de los conquistadores
o aun de nobles indgenas. Otras obras tienen
fines distintos: las historias de los misione-
ros estn dirigidas principalmente a explicar
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EL. SENTIDO DE LA IIISTORIA 41
y legitimar la evangelizacin, esto es, la co-
lonizacin cultural. Un examen superficial de
las historias escritas por misioneros basta
para percatarnos de que responden a una
pregunta planteada por el presente: jcmo es
posible "salvar" a ese nuevo pueblo, es decir,
asimilarlo a los valores espirituales de la cris-
tiandad? En el siglo xrx el condicionamiento
de la historia por los requerimientos presen-
tes es an ms claro. Las historias que es-
criben Bustamante, Zavala, Alamn estn re-
gidas por la misma idea: urge rastrear en el
pasado inmediato las condiciones que expli-
quen por qu la nacin ha llegado a la situa-
cin postrada en que se encuentra; al mismo
tiempo que contestan preguntas planteadas
por su situacin, justifican programas que
orientan la accin futura.
La historia intenta dar razn de nuestro
presente concreto; ante l no podemos menos
que tener ciertas actitudes y albergar cier-
tos propsitos; por ello la historia responde
a requerimientos de la vida presente. Deba-
jo de ella se muestra un doble inters: inte-
rs en la realidad, para adecuar a ella nues-
tra accin, inters en justificar nuestra si-
tuacin y nuestros proyectos; ei primero es
un inters general, propio de la especie, el
segundo es particular a nuestro ~ N P O . nues-
tra clase, nuestra comunidad. Por ello es tan
dificil separar en la historia lo que tiene de
ciencia de lo que tiene de ideologa. Sin duda,
ambos intereses pueden coexistir sin distor-
sionar el razonamiento:. pero es frecuente
que los intereses particulares del historiador,
ligados a su situacin, dirijan intencionada-
mente la seleccin de los datos, la argumen-
tacin y la interpretacin, a modo de demos-
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42 LUIS VILLORO
trar la existencia de una situacin pasada que
satisfaga esos intereses. Esta observacin nos
conduce a una segunda respuesta.
Los requerimientos de la vida presente que
nos llevan a investigar los antecedentes his-
tricos no son individuales. Si lo que trato
de explicar es una situacin conflictiva per-
sonal. ello me llevar a indagar en mi biogra-
fa; podr ser un estmulo para hurgar en mi
pasado. Ese estmulo estara en la base de un
anlisis psicolgico, pero no me conduciria
a la historia. Las situaciones que nos llevan a
hacer historia rebasan al individuo, plantean
necesidades sociales. colectivas, en las que
participa un grupo, una clase, una nacin, una
colectividad cualquiera. Las situaciones nre-
sentes que tratamos de explicar con la his-
toria nos remiten a un contexto que nos
trasciende como individuos. Si escribo estas
pginas tengo en mente a las personas que
podran leerlas; detrs de ellas estn las ideas
de otros muchos hombres; al publicarse, estas
lneas formarn parte de un complejo colec-
tivo de relaciones econmicas, sociales. cul-
turales. Lo que escribo puede ser objeto de
historia en la medida en que se pone en
relacin con esos contextos sociales que lo
abarcan y le prestan sentido. En cualquier
situacin concreta podemos descubrir cone-
xiones semejantes. Todos nuestros actos estn
determinados por correlaciones que rebasan
nuestra individualidad y que nos conectan
con grupos e instituciones sociales. Desde el
momento en que vamos a comer a nuestra
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EL SENTIDO DE LA HISTORIA 43
casa. estamos ya inmersos en una institucin.
la familia, la que a su vez no puede explicarse
ms que en el seno de otras instituciones;
nos refiere, por ejemplo. a regulaciones ju-
rdicas y con ellas a un Estado. No hay accin
humana que no est conectada con un todo.
Pues bien, los requerimientos de que, segn
deciamos, parta el historiador, suponen esos
lazos comunitarios. Slo se hacen presentes
en la medida en que tenemos cierta concien-
cia de estar realizando propsitos en comn
y de estar sujetos a reglas que nos ligan.
Propsitos y reglas. No podna estar realizan-
do ahora este acto de escribir si no aceptara
implcitamente ciertas reglas de relacin. Pue-
den no ser normas escritas, como las reglas
ms elementales de comunicacin entre los
hombres, el respeto a las ideas ajenas, la ne-
cesidad de claridad. la consideracin del lec-
tor posible, etc.; pueden ser ms explcitas,
como las que regularn todo el proceso de
discusin, impresin y distribucin de estas
pginas. Esas reglas responden a propsitos
compartidos, en este caso los del desarrollo
y crtica de una disciplina cientfica. Reglas y
propsitos, al ligar a los miembros de una
comunidad. permiten su convivencia. No ha-
bna ningn comportamiento social si no se
diera esa especie de lazo entre los individuos.
Una colectividad, un grupo, una nacin, man-
tienen su cohesin mediante las reglas com-
partidas y los propsitos comunes que ligan
entre si a todos sus miembros. La historia, al
explicar su origen, permite al individuo com-
prender los lazos que lo unen a su comunidad.
Esta comprensin puede dar lugar a actitudes
diferentes.
Por una parte, al comprenderlas, las reglas
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44 LUIS VILLORO
y propsitos comunitarios dejan de ser gra-
tuitos; en la medida en que los insertamos en
un proceso colectivo que rebasa a los indi-
viduos, cobran significado. Por eso, dar ra-
zn de ellos los afianza y justifica ante los
individuos. Al hacer comprensibles los lazos
que unen a una colectividad. la historia pr*
mueve actitudes positivas hacia ella y ayuda
a consolidarlas. La historia ha sido. de hecho,
despus del mito, una de las formas cultura-
les que mas se han utilizado para justificar
instituciones, creencias y propsitos comuni-
tarios que prestan cohesin a grupos, clases,
nacionalidades. imperios. En Israel primero,
en Grecia y Roma despus, la historia actu
como factor cultural de unidad de un pueblo
e instrumento de justificacin de sus proyec-
tos frente a otros. Desde entonces, la historia
ha sido un elemento indispensable en la con-
solidacin de las nacionalidades; ha estado
presente tanto en la formacin de los estados
nacionales como en la lucha por la sobrevi-
vencia de las nacionalidades oprimidas. En
otros casos, la historia que trata de regiones,
grupos o instituciones, ha servido para cobrar
conciencia de la pertenencia de los individuos
a una etnia, a una comunidad cultural, a una
comarca; al hacerlo, ha propiciado la inte-
gracin y perduracin del grupo como colec-
tividad. Ninguna actividad intelectual ha lo-
grado mejor que la historia dar conciencia de
la propia identidad a una comunidad. La
historia nacional, regional o de grupos cum-
ple, aun sin proponrselo, con una doble fun-
cin social: por un lado favorece la cohesin
en el interior del grupo, por el otro, refuena
actitudes de defensa y de lucha frente a los
grupos externos. En el primer sentido puede
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EL SENTIW DE IA HISTORIA 45
ser producto de un pensamiento que propi-
cia el dominio de los poderes del grupo sobre
los individuos; en el segundo, puede expresar
un pensamiento de liberacin colectiva fren-
te a otros poderes externos. Las historias
nacionales "oficiales" suelen colaborar a man-
tener el sistema de poder establecido y mane-
jarse como instrumentos ideolgicos que jus-
tifican la estructura de dominacin imperan-
te. Con todo, muchas historias de minoras
oprimidas han servido tambin para alentar
su conciencia de identidad frente a los otros
y mantener vivos sus anhelos libertarios.
Pero el acto de comprender los orgenes de
los vnculos que prestan cohesin a una co-
munidad puede conducir a un resultado dife-
rente al anterior: en lugar de justificarlos,
ponerlos en cuestin. Revelar el origen "hu-
mano, demasiado humano" de creencias e
instituciones puede ser el primer paso para
dejar de acatarlas. Al mostrar que, en ltimo
trmino, todas nuestras reglas de convivencia
se basan en la voluntad de hombres concre-
tos, la historia vuelve consciente la posibili-
dad de que otras voluntades les nieguen obe-
diencia. Las historias de la Iglesia, desde la
Reforma hasta el moderno liberalismo, con-
tribuyeron tanto como la critica filosfica a
la desacralizacin del catolicismo. La "histoi-
re des moeurs" del siglo XVIII fue un factor
importante en la desmistificacin del abso-
lutismo. Desde Herodoto, la historia, al mos-
trar la relatividad de las costumbres y creen-
cias de los distintos pueblos, ha sido un
estmulo constante de crtica a la inmovilidad
de las convenciones imperantes.
En otros casos, los estudios "antioficiales",
al poner en cuestin las versiones histricas
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46 LUIS VILLORO
en uso y develar los hechos e intereses reales
que dieron origen a las ideologas vigentes,
han servido tambin para desacreditarlas.
Comprender que las reglas y propsitos que
el Estado nos inculca fueron producto de in-
tereses particulares puede arrojar sobre ellos
el descrdito. La historia obtiene tambin este
segundo resultado cuando se propone mos-
trar los procesos de cambio de instituciones
y normas de convivencia. Entonces revela
cmo, detrs de estructuras que se pretenden
inmutables, est la voluntad de hombres con-
cretos y cmo otras voluntades pueden cam-
biarlas. Tal sucede en la historia de los pro-
cesos revolucionarios o liberadores. Desde
Michelet hasta Trotski, la histona de las re-
voluciones ha servido de inspiracin a mu-
chos movimientos libertanos.
Para qu la histona? Intentemos una se-
gunda respuesta: para comprender, por sus
origenes, los vnculos que prestan cohesin a
una comunidad humana y permitirle al indi-
viduo asumir una actitud consciente ante
ellos. Esa actitud puede ser positiva: la his-
toria sirve, entonces, a la cohesin de la
comunidad; es un pensamiento integrador;
pero puede tambin ser crtica: la historia
se convierte en pensamiento disruptivo. Por-
que, al igual que la filosofa, la histona puede
expresar un pensamiento de reiteracin y con-
solidacin de los lazos sociales o, a la inversa,
un pensamiento de ruptura y de cambio.
Se agotaran aqu nuestras respuestas? Oui-
z no. Tenemos la sensacin de que, en las
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EL SENTl W DE LA HISTORIA 47
dos respuestas anteriores, algo hemos dejado
de lado. No siempre expresa la historia un
inters concreto en nuestro presente y en la
comunidad a que pertenecemos. Acaso no
nos interesa, apasionadamente a veces, cono-
cer la vida de pueblos desaparecidos, aleja-
dos para siempre de nosotros, remotos en el
tiempo y en el espacio? No tendramos un
inters especial, incluso, en la historia de los
seres racionales mas distintos a nosotros, los
que pertenecieran a una civilizacin extraa
o incluso a un planeta lejano? Estas pregun-
tas podran abrirnos a un inters ms pro-
fundo que los anteriores, quizs el ms
entraable de los que mueven a hacer his-
toria. Sera el inters por la condicin y el
destino de la especie humana, en el pedazo
del cosmos que le ha tocado vivir. Este in-
ters se manifiesta en dos preguntas. nunca
expresadas, presupuestas siempre en cual-
quier historia: la pregunta por la condicin
humana, la pregunta por el sentido.
La historia examina. con curiosidad. cmo
se han realizado las distintas sociedades. eii
las formas ms dismbolas; la multiplicidad
de las culturas, de los quehaceres del hombre.
de sus actitudes y pasiones, el abanico en-
tero, en suma. de las posibilidades de vida
humana se despliega ante sus ojos. La suce-
sin de los distintos rostros del hombre es
un espejo de las posibilidades de su coiidi-
cin; al travs de ellos puede escucharse lo
que hay de comn, de permanente en ser
hombre. Historia magistra vitae: no porque
dicte normas o consejos edificantes, menos
an porque d recetas de comportamiento
prctico, "maestra de la vida" porque ensea.
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48 LUIS VILLORO
al travs de ejemplos concretos, lo que puede
ser el hombre.
Pero la historia no dice todo eso en frmu-
las expresas. Su fin no es enunciar principios
generales. leyes, regularidades sobre la vida
humana, ni acuar en tesis doctrinarias una
"idea del hombre". La historia muestra todo
eso al tratar de revivir, en su complejidad
y riqueza. pedazos de vida humana. En este
procedimiento est ms cerca de las obras
literarias que de las ciencias explicativas.
Tambin la literatura intenta revelar la con-
dicin humana mostrando posibilidades par-
ticulares de hombres concretos. Sin duda, la
literatura abre posibilidades verosmiles pero
ficticias y la historia, en cambio, slo revive
situaciones reales; sin duda, la literatura se
interesa, ante todo, en personajes individua-
les y la historia. por lo contrario, centra su
atencin en amplios grupos humanos; sin
duda, en fin, la literatura se niega a explicar
lo que describe y la historia no quiere slo
mostrar sino tambin dar razn de lo que
muestra. Pero, por amplias que sean sus di-
ferencias, literatura e historia coinciden en
un punto: ambas son intentos por compren-
der la condicin del hombre, al travs de sus
posibilidades concretas de vida.
La pregunta por la condicin humana se
enlaza con la pregunta por su sentido. Ne-
cesitamos encontrar un sentido a la aventura
de la especie. Para responder a esa inquietud
el pensamiento humano ha intentado varias
vias: la religin, la filosofa, el arte; la his-
toria es otra de ellas. La bsqueda del sen-
tido no da lugar a un "para qu" del que-
hacer histrico diferente a los dos que expu-
simos antes; est supuesta en ellos. El inters
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EL SENTIDO DE LA HISTORIA 49
en explicar nuestro presente expresa justa-
mente una voluntad de encontrar a la vida
actual un sentido. Por otra parte, la historia
nos lleva a comprender, dijimos, lo que agru-
pa, lo que relaciona, lo que pone en contacto
entre s a los hombres, haciendo que tras-
ciendan su aislamiento. Con ello, estara r e s
pondiendo a la necesidad que tenemos de
prestar significado a nuestra vida personal al
ponerla en relacin con la comunidad de los
otros hombres. El historiador permite que cada
uno de nosotros se reconozca en una colec-
tividad que lo abarca; cada quien puede tras-
cender entonces su vida personal hacia la
comunidad de otros hombres y, en ese tras-
cender, su vida adquiere un nuevo sentido.
La existencia de un objeto, de un aconte-
cimiento, cobra sentido al comprenderse co-
mo un elemento que desempea una funcin
en un todo que lo abarca. Veo una extraa
barra de hierro.. Qu hace all ese objeto?
"iAh! es la palanca de una mquina", me digo;
el objeto ha dejado de ser absurdo. La m-
quina ha dado un sentido a la existencia de
la palanca, el proceso de produccin a la
mquina, la sociedad de mercado al proceso
de produccin, y as sucesivamente. La inte-
gracin en una totalidad conjura el carcter
gratuito, en apariencia sin sentido, de la pura
existencia. De parecida manera, en los actos
humanos. La carrera desbocada de un hom-
bre en los llanos de Marathn cobra sentido
como parte de una batalla, pero sena absurda
si no hubiera salvado a un pueblo, el cual
adquiere significado al revivir dos milenios
despus en otras culturas, las cuales cobran
sentido.. ., hasta llegar a un trmino: la inte-
gracin en la totalidad de la especie humana.
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50 LUIS VILLORO
La historia ofrece a cada individuo la po-
sibilidad de trascender su vida personal en la
vida de un gmpo. Al hacerlo, le otorga un
sentido y, a la vez, le ofrece una forma de
perdurar en la comunidad que lo trasciende:
la historia es tambin una lucha contra el ol-
vido, forma extrema de la muerte. Y cul
sena el gmpo ms amplio, el ltimo, hacia el
cual podna trascender nuestra individuali-
dad? La respuesta ha variado. En las prime-
ras civilizaciones, el mito primero, la historia
despus, otorgan sentido al individuo al in-
tegrarlo en una tribu o en un pueblo, pero
ese pueblo slo cobra sentido ante la mirada
del dios. La historia juda no rebasa. en este
aspecto particular, la perspectiva reducida
de los anales egipcios o asirios. En Grecia
el horizonte empieza a ser ms amplio: ms
all de la integracin de los pueblos hel-
nicos se apunta a una colectividad en la que
los actos tanto de los griegos como de los
brbaros cobraran sentido. Herodoto abre su
historia con estas palabras: "Herodoto de
Halicarnaso expone aqu sus investigaciones
["historia" en griego, puede traducirse por
"investigacin"] para impedir que lo que han
hecho los hombres se desvanezca con el tiem-
po y que grandes y maravillosas hazaas,
recogidas tanto por los griegos como por los
brbaros, dejen de nombrarse." Herodoto
quiere impedir que un momento de vida se
borre de la mente de otros hombres y, en este
punto, no hace diferencia entre griegos y br-
baros; lo que lo mueve es, en ltimo trmino,
permitir que esa vida subsista en la concien-
cia general de la especie.
Sin embargo, ni griegos ni romanos tuvie-
ron una idea clara del papel que podran
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EL SENTIDO DE UL HISTORIA 51
desempear sus pueblos en el seno de una
colectividad ms amplia. Esto slo acontece
con la historia cristiana. Para ella todos los
pueblos cumplen una funcin en un designio
universal que compete a la humanidad en-
tera; con todo, ese designio no es inmanente
a la propia humanidad sino producto de la
economa divina. Ms tarde, a partir de Vico,
las leyes que gobiernan a la historia huma-
na se conciben inherentes a sta. Los grandes
ciclos de la vida de 1s humanidad o bien su
progreso hacia una meta final es lo que puede
otorgar sentido a cualquier historia particu-
lar. Por eso la mayor trascendencia que pue-
de alcanzar la historia est ligada a la histo-
ria universal. En la historia universal cada
individuo quedana incorporado a la especie,
en una comunidad de entes racionales. En
ese empeo llegara a su final el afn de
integrar toda vida individual en un todo que
la trascienda. {Llegara a su fin en verdad?
Si los actos humanos cobran un nuevo sen-
tido al integrarse a una comunidad y, al tra-
vs de ella, a la humanidad, jno podramos
.preguntar tambin: y qu sentido tiene la
especie humana, en la inmensidad del cos-
mos? La historia actual no puede dar una
respuesta, como no puede darla ninguna cien-
cia, slo la religin puede atreverse a balbucir
alguna. Pero jcul sera la comunidad ltima
en que pudiera integrarse la historia de la
especie? Slo la comunidad de todo ente ra-
cional y libre posible. Tal vez, en un futuro
incierto y lejano, en su persecucin nunca
satisfecha de una trascendencia, el hombre
busque el sentido de su especie en el papel
que desempee en el desarrollo de la razn
en el cosmos, tal vez entonces la historia uni-
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52 LUIS VILIBRO
versa1 de la especie se ligue a una historia
csmica.
Bastar una observacin para mostrar que
ese ideal est ya presente en nosotros. Sin
duda se nos ha ocurrido la posibilidad de
que, en una catstrofe futura, causada por
los mismos hombres o por un acontecimien-
to csmico, la humanidad dejara de existir.
No seria para nosotros una necesidad dejar
un testimonio de lo que fuimos? Ante una
amenaza semejante, pensariamos en dejar
alguna seal, lo ms completa posible, de lo
que fue la especie humana, para que, si en
pocas futuras, comunidades racionales de
otros planetas vinieran al nuestro, rescataran
nuestra humanidad del olvido.
Este sera, en suma, el ltimo mvil de la
historia, su "para qu" ms profundo: dar
un sentido a la vida del hombre al com-
prenderla en funcin de una totalidad que
la abarca y de la cual forma parte: la co-
munidad restringida de otros hombres pri-
mero, la especie humana despus y, tal vez,
en su limite, la comunidad posible de los
entes racionales y libres del universo.
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DE LA MULTIPLE UTILIZACION DE LA
HISTORIA
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Cuando iniciaba la carrera de historia en El
Colegio de Mxico parientes y amigos me
preguntaban para qu sirve lo que estudias?
Como yo no saba contestar para qu serva
una de las profesiones ms viejas y hermosas
del mundo, pues la haba escogido por mera
aficin al cuento o discurso histrico, sondea-
ba a mis ilustres profesores sobre la utilidad
de estudiar "lo que fue" para la vida comu-
nitaria de hoy. El maestro Ramn Iglesias
deca: "No creo que el historiador pueda
jugar un papel decisivo en la vida social, pero
si un papel importante. La historia no es
puramente un objeto de lujo." Recuerdo va-
gamente que al doctor Silvio Zavala no le
caa bien la pregunta aunque siempre la con-
testaba con la frmula de Dilthey: "slo la
historia puede decir lo que el hombre sea".
Historia=Antropologa. El maestro Jos Mi-
randa sentenci en uno de sus arranques de
escepticismo: "El conocimiento histrico no
sirve para resolver los problemas del presen-
te; no nos inmuniza contra las atrocidades
del pasado; no ensea nada; no evita nada;
desde el punto de vista prctico vale un co-
mino." Para l la historia era un conocimiento
legtimo e intil igual que para don Silvio.
Vino enseguida la lectura de tratados sobre
el conocimiento histrico y el encuentro con
las proposiciones siguientes: "La historia es
maestra de la vida" (Cicern). "El saber his-
trico prepara para el gobierno de los esta-
dos" (Polibio) . "Las historias nos muestran
[S51
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cmo los hombres viciosos acaban mal y a los
buenos les va bien" (Eneas Silvio). "Los histo-
riadores refieren con detalle ciertos aconteci-
mientos para que la posteridad pueda apro-
vecharlos como ejemplos en idnticas circuns-
tancias" (Maquiavelo) . "Desde los primeros
tiempos se le ha visto una utilidad al saber
del pasado: la de predecir e incluso manipu-
lar el futuro" (Lewis). "Escribir historia es
un modo de deshacerse del pasado" (Goethe).
"Si los hombres conocen la historia, la his-
toria no se repetir" (Brunschvigg) . "Quienes
no recuerdan su pasado estn condenados a
repetirlo" (Ortega). "La recordacin de al-
gunos acaeceres histricos puede ser fermen-
to revolucionario" (Chesneaux) . "El estudio
de la historia permitir al ciudadano sensato
deducir el probable desarrollo social en el
futuro prximo" (Childe) .
Una praxis profesional pobre, pero larga y
cambiante me ha metido en la cabeza algunas
nociones de Pero Grullo: hay tantos modos
de hacer historia como requerimientos de la
vida prctica. Sin menoscabo de la verdad,
pero con miras a la utilidad, hay varias ma-
neras de enfrentarse al vastisimo ayer. Segn
la seleccin que hagamos de los hechos con-
seguimos utilidades distintas. Con la historia
anticuaria se consiguen gozos que est muy
lejos de deparar la historia critica. Con sta
se promueven acciones destructivas muy dis-
tantes a las que fomenta la historia reve-
rencial o didctica. Mientras las historias
que se imparten en las escuelas proponen mo-
delos de vida a seguir, la historia que se
autonombra cientfica asume el papel de ex-
plicar el presente y predecir las posibilidades
del suceder real. Cada especie del gnero his-
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DE LA M~LTI PLE UTI LI ZACI ~N DE LA HISTORIA 57
trico es til a su manera. Segn la porcin
de la realidad que se exhume ser el prove-
cho que se obtenga. Un mismo historiador,
segn el servicio que desee proporcionar en
cada caso, puede ejercer las distintas moda-
lidades utilitarias del conocimiento histrico.
Tambin es posible y deseable hacer historias
de accin mltiple que sirvan simultnea-
mente para un barrido y para un regado,
para la emocin y la accin, para volver a
vivir el pasado y para resolver problemas
del presente y del futuro. Lo difcil es conce-
bir un libro de historia que sea slo saber y
no acicate para la accin y alimento para la
emocin. Quiz no exista la historia intil
puramente cognoscitiva que no afecte al c e
razn o a los rganos motores.
(Acaso es inservible la historia anticuaria?
En la actualidad la especie cenicienta del
gnero histrico es la historia que admite
muchos adjetivos: anecdtica, arqueolgica,
anticuaria, placera, precientfica, menuda, na-
rrativa y romntica. Es una especie del gne-
ro histrico que se entretiene en acumular
sucedidos de la mudable vida humana, desde
los tiempos ms remotos. Por regla general
escoge los hechos que afectan al corazn, que
caen en la categora de emotivos o poticos.
No le importan las relaciones casuales ni
ningn tipo de generalizacin. Por lo comn,
se contenta con un orden espacio-temporal
de los acontecimientos; reparte las ancdotas
en series temporales (aos, decenios, siglos y
diversas formas de perodos) y en series geo-
grficas (aldeas, ciudades, provincias, pases o
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continentes). Aunque hay demasiadas excep-
ciones, puede afirmarse que historia narrativa
es igual a relato con pretensin artstica, a
expresiones llenas de color, a vecindad de la
literatura. Los historiadores acadmicos de
hoy da niegan el apelativo de historiadores
a los practicantes de la anticuaria, y por
aadidura, los desprecian llamndolos almas
pueriles, coleccionadores de nimiedades, es-
pritus ingenuos, gente chismosa, cerebros
pasivos, hormigas acarreadoras de basura y
cuenteros. Con todo, este proletariado inte-
lectual, ahora tan mal visto en las altas esfe-
ras, es al que con mayor justicia se puede
anteponer el tratamiento de historiador, por-
que sigue las pisadas del universalmente re-
conocido como padre de la historia y como
bautizador del gnero. Herodoto, el que puso
la etiqueta de historia al oficio, fue, por lo
que parece, un simple narrador de los "he-
chos pblicos de los hombres". Despus de
Herodoto, en las numerosas pocas romn-
ticas, la especie ms cotizada del gnero his-
trico es la narrativa.
Aunque en las cumbres de la intelectuali-
dad contempornea no rifa lo romntico,
emotivo, nocturno, flotante, suelto y yang,
que s lo clsico, yin, diurno y racional, en
el subsuelo y los bajos fondos de la cultura
cuenta el romanticismo, y por ende, la histo-
ria anticuaria. Muchos proletarios y pequeos
burgueses de hoy suscribinan lo dicho por
Cicern hace dos mil aos: "Nada hay ms
agradable y ms deleitoso para. un lector que
las diferencias de los tiempos y las vicisitudes
de la fortuna." Podramos culpar a villanos
o mercachifles u opresores de la abundancia
de historia narrativa en la presente poca,
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pues no se puede negar que los escaparates
de las libreras, los puestos de peridicos, las
series televisivas, los cines y dems tretas de
comercio y comunicacin venden historia an-
ticuana a pasto, en cantidades industriales.
Sin lugar a dudas la vieja historia de hechos
se mantiene muy vivaz, especialmente en el
cine y en la televisin. Estamos frente a un
producto de aceptacin masiva, a una droga
muy gustada, a una manera de dormirse al
prjimo sin molestias.
Seguramente es una especie de historia que
no sirve para usos revolucionarios. Es fcil
aceptar lo dicho por Nietzsche: "La historia
anticuaria impide la decisin en favor de lo
que es nuevo, paraliza al hombre de accin,
que siendo hombre de accin, se rebelara
siempre contra cualquier clase de piedad.''
Hoy, en los frentes de izquierda, se afirma
frecuentemente que la erudicin histrica que
deparan los anticuarios "es una defensa de
todo un orden de cosas existentes", es un
baluarte del capitalismo, es un arma de la
reaccin. En los frentes de derecha tampoco
faltan los enemigos del cateo de saberes de-
leitosos del pasado. Estos se preguntan: Para
qu nos sirve el simple saber de los hechos
en s? Atiborrar la mente con montones de
historias dulces o picantes es disminuir el
ritmo de trabajo. Izquierdas y derechas, y en
definitiva todos 10s encopetados y pudientes,
lo mismo revolucionarios que reaccionarios,
coinciden en ver en los anecdotarios his-
tricos un freno para la accin fecunda y
creadora, un adormecedor, una especie de
opio.
Si se cree que no todo es destruir o cons-
truir, si se acepta el derecho al placer, si se
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estima que no hay nada negativo en la toma
de vacaciones, se pueden encontrar virtudes,
un para qu positivo en la escritura y el
consumo de textos de historia anticuaria. Para
el primer historiador la historia fue una
especie de viaje por el tiempo que se haca,
al revs de los viajes por el espacio, con
ojos y pies ajenos, pero que procuraba pare-
cido deleite al de viajar. Los que escriben
a la manera de Herodoto nos ponen en trance
turstico. En palabras de Macauly, "el gusto
de la historia se parece grandemente al que
recibimos de viajar por el extranjero". El
que viaja hacia el pasado por libros o pelcu-
las de historia anticuaria, se complace con las
maravillas de algunos tiempos idos, se embe-
lesa con la visin de costumbres exticas, se
introduce en mundos maravillosos. La mera
bsqueda y narracin de hechos no est des-
provista de esta funcin social. Este papel
desempean los contadores de historias para
un pblico que se acuclilla alrededor del
fuego as como los trovadores y cantantes
de corridos para los concurrentes a la feria.
Ojal que la gente importante le perdone
la vida al cuento de acaeceres pasados, que
no les aplique la ltima pena a los historia-
dores que slo proporcionan solaz a su lect*
n o o auditorio. Por qu no permitir la
hechura de libros tan gratos como Ancla en
el tiempo de Alfredo Maillefert? Que no se
diga que no estn los tiempos para diver-
tirse sino nicamente para hacer penitencia.
En toda poca es indispensable soar y dor-
mir. Sin una mente cochambrosa o demasiado
desconfiada es posible apreciar el para qu
positivo de las historias que distraen de las
angustias del tiempo presente, que equivalen
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DE LA M~LTI PLE UTILIZACIN DE LA HISTORIA 61
a salirse de s, a una fuga a tiempos mejores o
slo distintos, a un alivio contra el cual pro-
testa airadamente Prieto Arciniega, ese ami-
go de la historia crtica.
( Es liberadora la historia crtica?
Otra especie del gnero histrico "trata de
darse cuenta de cun injusta es la existencia
de una cosa, por ejemplo de un privilegio, de
una casta, de una dinasta; y entonces se con-
sidera, segn Nietzsche, el pretrito de esta
cosa bajo el ngulo crtico, se atacan sus ra-
ces con el cuchillo, se atropellan despiada-
damente todos los respetos". Si la historia
anticuaria se asemeja a romances y corridos.
la historia crtica parece medio hermana de la
novela policial; descubre cadveres y persigue
delincuentes. Quiz su mayor abogado haya
sido Voltaire, autor de la tesis: nunca se nos
recordarn bastante los crmenes y las des-
gracias de otras pocas. Diderot le escriba a
Voltaire: "Usted refiere los hechos para sus-
citar en nuestros corazones un odio intenso
a la mentira, a la ignorancia, a la hipocre-
sa, a la supersticin, a la tirana, y la clera
permanece incluso despus de haberse des-
vanecido la memoria de los hechos." Se trata
pues de una historia, que como la anticuaria,
si bien no adicta a sucesos muy remotos. se
dirige al corazn aunque nicamente sea para
inyectarle rencor o ponerlo en ascuas. No es
una historia meramente narrativa de sucesos
terribles ni una situple galera de villanos.
Este saber histrico para que surta su efecto
descubre el origrn humano, puramente hu-
mano de instituciones y creencias que con-
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viene proscribir pero que se oponen al des-
tierro por crerseles de origen divino o de
ley natural.
Si la historia anticuaria suele ser la lectura
preferida en perodos posrevolucionarios. la
de denuncia florece en etapas prerrevoluci<~
nanas, o por obra de los revolucionarios. Esto
se ha visto con gran claridad en la historio-
grafa mexicana. Los misioneros del siglo XVI
recordaron preferentemente los hechos infa-
mes del estilo de vida prehispnica para faci-
litar su ruptura. Los criollos de la insurgencia
de principios del siglo XIX le sacaron todos
sus trapitos al sol a la poca colonial, la
desacralizaron, le exhibieron sus origenes co-
diciosos. Los historiadores de la reforma li-
beral, al grito de borrn y cuenta nueva, pu-
sieron como lazo 'de cochino la trayectoria
vital de su patria. Los discursos histricos
del pasado inmediato se complacan en la
exhibicin de los aspectos corruptos del por-
firiato. Hoy no slo en Mxico, sino en todo
el mundo occidental, entre investigadores pro-
fesionales cunde el gusto por la historia cr-
tica, por descubrir la villana que se agazapa
detrs de las grandes instituciones de la S*
ciedad capitalista.
A este tipo de sabiduria histrica que se
complace en lo feo del pasado inmediato se
le atribuye una funcin corrosiva. Se cree
con Voltaire que "las grandes faltas que en
el tiempo pasado se cometieron" van a servir
para despertar el odio y poner la piqueta en
manos de quienes se enteren de ellas. Cuando
se llega a sentir que el pasado pesa, se pro-
cura romper con l, se trata de evitar que
sobreviva o que regrese. La recordacin de
los sucesos de infeliz memoria contribuye a lo
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dicho por Goethe ("Escribir historia es un
modo de deshacerse del pasado") y por
Brunschvigg ("Si los hombres conocen la
historia, la historia no se repetir"). As
como hay una historia que nos ata al pasado
hay otra que nos desata de l. Este es el saber
histrico disruptivo, revolucionario, liberador,
rencoroso. Muchas supervivencias estorbosas,
muchos lastres del pasado son susceptibles
de expulsin del presente haciendo concien-
cia de su cara sombra. La detraccin hist-
rica que hicieron Wistano Luis Orozco y
Andrs Molina Enrquez de la hacienda o la-
tifundio dicese que sirvi para difundir el
conocimiento de lo anacrnico, perjudicial e
injusto de la caduca institucin, para formu-
lar leyes condenatorias de la hacienda, y para
la conducta agrarista de los regmenes revo-
lucionarios. Detrs de la enrgica redistribu-
cin de ranchos ejecutada por el presidente
Crdenas estuvo, quiz, la labor silenciosa de
algunos historiadores crticos que minaron la
fama de la gran hacienda.
La historia crtica podra llamarse con toda
justicia conocimiento activo del pasado, saber
que se traduce muy fcilmente en accin des-
tructora. "Si desde los primeros tiempos
-escri be Diderot-, la historiografa hubiese
tomado por los cabellos y arrastrado a los
tiranos civiles y religiosos, no creo que stos
hubiesen aprendido a ser mejores, pero ha-
bran sido ms detestados y sus desdichados
sbditos habran aprendido tal vez a ser m e
nos pacientes." La historia aguafiestas es un
saber de liberacin, no de dominio como la
de bronce. Denuncia los recursos de opresin
de opulentos y gobernantes; en vez de legi-
timar la autoridad la socava; dibuja tiranos;
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pinta patronos crueles de empresas capitalis-
tas; refiere movimientos obreros reprimidos
por la fuerza pblica; estudia intervenciones
nefastas de los paises imperialistas en nacic-
nes frgiles, o destaca los perjuicios de la so-
brevivencia de edades cumplidas. Para sacar
adelante ideas jvenes se bebe la historia eri-
gida en tribunal que condena, la critica que
corroe las ideas vetustas. Todos los revolu-
cionarios del siglo xx han echado mano de
ella en distintas formas, con diferentes len-
guajes, en especial el cinematogrfico. Los
primeros filmes de Eisenstein, como La huel-
ga y El acorazado Potemkin, fueron historia
critica para beneficio de la Revolucin rusa.
Filmes posteriores de Eisenstein pertenecen
a otra especie histrica, de una historia de
signo opuesto que sin embargo no es anti-
cuaria.
La historia de bronce
es an ms pragmtica que la historia cr-
tica, es la historia pragmtica por excelencia.
Es la especie histrica a la que Cicern apod
"maestra de la vida", a la que Nietzsche Ila-
ma reverencial. otros didctica, conservadora,
moralizante, pragmticc-poltica, pragmtico-
tica, monumental o de bronce. Sus padres
son famosos: Plutarco y Polibio. Sus carac-
tersticas son bien conocidas: recoge los acon-
tecimientos que suelen celebrarse en fiestas
patrias, en el culto religioso, y en el seno de
instituciones; se ocupa de hombres de estatura
extraordinaria (gobernantes, santos, sabios y
caudillos); presenta los hechos desligados de
caisas, como simp!es monumentos dignos
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DE L A MLTIPLC UTILIZACIN DE LA HISTORIA 65
de imitacin. "Durante muchos siglos la cos-
tumbre fue sta: aleccionar al hombre con
historias." En la Antigedad clsica compar-
ti la supremaca con la historia anticuaria,
a lo Herodoto. En la Edad Media fue soberana
indiscutida. Eneas Silvio le llam "gran an-
ciana consejera y orientadora". La moral cris-
tiana la tuvo como su principal vehculo de
expresin. Entonces produjo copiosas vidas
ejemplares de santos y de seores. En el Re-
nacimiento fue declarada materia fundamen-
tal de la educacin poltica. En su modalidad
pragmtico-poltica, tuvo un autor de primer
orden: Nicols de Maquiavelo. En el otro lado
del mundo, en la Amrica recin conquistada
por los espaoles, fue una especie histrica
practicada por capitanes y sacerdotes. En el
siglo XIX, con una burguesa dada al magis-
terio, se impuso en la educacin pblica
como elemento fundamental en la consolida-
cin de las nacionalidades. En las escuelas
fue la fiel y segura acompaante del civismo.
Se us como una especie de predicacin mo-
ral, y para promover el espritu patritico de
los mexicanos. Guillermo Prieto asegura que
sus Lecciones de historia patria fueron es-
critas para "exaltar el sentimiento de amor
a Mxico". Recordar heroicidades pasadas
servira para fortalecer las defensas del cuer-
po nacional.
Nadie puso en duda en el siglo XIX lo pro-
vechoso de la historia de bronce. El acuerdo
sobre su eficacia para promover la imitacin
de las buenas obras fue unnime. Una gran
dosis de estatuaria poda hacer del peor de
los nios un nio hroe como los que mu-
rieron en Chapultepec "bajo las balas del
invasor". Quizs el nico aguafiestas fue
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Nietzsche con su afirmacin: "La historia
monumental engaa por analogas. Por se-
ductoras asimilaciones, lanza al hombre vale-
roso a empresas temerarias" y lo vuelve te-
mible. Un continuador de Nietzsche, ya de
nuestro siglo, Paul Valry lanz la siguiente
seal de alarma: la historia que recoge las
bondades del pasado propio y las villanas
de los vecinos, "hace soar, embriaga a los
pueblos, engendra en ellos falsa memoria,
exagera sus reflejos, mantiene viejas llagas,
los atormenta en el reposo, los conduce al
delirio de grandeza o al de persecucin, y
vuelve a las naciones amargas, soberbias, in-
soportables y vanas".
Pese al grito de Valry que declar a la
historia que se enseaba en las escuelas "el
producto ms peligroso producido por la qu-
mica del intelecto humano"; no obstante la
tesis de Fuste1 de Coulanges que le neg a
la historia la capacidad de ser luz, ejemplo,
norte o gua de conductas pblicas o priva-
das, sigue sosteniendo la historia de bronce
su prestigio como fortalecedora de la moral,
maestra de pundonor y faro del buen gobier-
no. Todos nuestros pedagogos creen a pie
juntillas que los hombres de otras pocas de-
jaron gloriosos ejemplos que emular, que la
recordacin de su buena conducta es el me-
dio ms poderoso para la reforma de las
costumbres, que como ciudadanos debemos
nutrimos de la sangre ms noble de todos
los tiempos, que las hazaas de Quiroga, de
Hidalgo, de Jurez, de los hroes de la Re-
volucin, bien contadas por los historiadores,
harn de cada criatura un apstol, un nio
hroe o un ciudadano merecedor de la me-
dalla Belisario Domnguez. Gracias a la his-
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DE LA MULTIPLE CTILIZ.\CIN DE LA HISTORIA 67
toria de bronce o reverencia] o pragmtica o
ejemplarizante "mil santos, estadistas, in-
ventores, cientficos, poetas, artistas, msicos,
enamorados y filsofos, segn expresin de
los Durant, todava viven y hablan, todavia
ensean" y no cabe duda que tienen alumnos
aplicados y fieles. La historia de bronce lleg
para quedarse. En nuestros das la recomien-
dan con igual entusiasmo los profesionales
del patriotismo y de las buenas costumbres
en el primero, en el segundo y en el tercer
mundo. Es la historia preferida de los go-
biernos.~
No hay motivos para dudar de la fuerza
formativa de la historia de aula. No se jus-
tifica la prohibicin de este vigorizante de
criaturas en crecimiento, an no torcidas. La
exhumacin de los valores positivos de otros
tiempos. enriquece la actualidad aunque no
sepamos decir con exactitud en qu consiste
tal enriquecimiento. La historia de bronce no
es una especie incapaz de caber en el mismo
jarrito donde se acomodan las dems espe-
cies historiogrficas, incluso la cientifica.
Lase en Burkhardt: "Lo que antes era jbilo
o pena tiene que convertirse ahora en cono-
cimiento, como ocurre tambin en rigor en
la vida del individuo. Esto da tambin a la
frase de historia magistra vitae un significado
superior y a la par ms modesto."
La utilidad de la historia cientfica
sena indiscutible si lo fuera la cientificidad
de la historia. Se trata de una especie del g-
nero histrico que tuvo como precursor a
Tucdides, pero a la que le ha salido la barba
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en fechas muy recientes, ante nuestros ojos.
Se trata de una historia que busca parecerse
a las ciencias sistemticas del hombre: la
economa, la sociologa. la ciencia poltica.. .
Si las otras especies andan tras hechos par-
ticulares. sta procura los acaeceres genri-
cos. "Slo por la obstinada miopa ante los
hechos -escri be Bagby- algunos historia-
dores siguen afirmando que los sucesos no
llevan consigo ningn tipo de regularidad.
Los hechos histricos no son refractarios al
estudio cientfico.. . Las generalidades formu-
ladas por la ciencia de la historia probable-
mente nunca llegarn a ser tan precisas y
tan altamente probables como las de las cien-
cias fsicas, pero esto no es ninguna razn
para no buscarlas." Por regla general, la nue-
va Clo recoge principalmente hechos de la
vida econmica. Como dice Beutin, "para
la vida econmica se pueden hacer enuncia-
dos de valor general porque es un campo de
actividad racional. La economa trata con
elementos que pueden ser contados, pesados,
medidos, cuantificados." La nueva especie
histrica suele autollamarse historia cuanti-
tativa. "La historia cuantitativa -segn la
definicin de Marczewski y de Vilar- es un
mtodo de historia econmica que integra
todos los hechos estudiados en un sistema
de cuentas interdependientes y que extrae sus
conclusiones en forma de agregados cuanti-
tativos determinados ntegra y nicamente
por los datos del sistema."
En los crculos acadmicos de los pases
industrializados existe la devocin por la
historia cuantitativa. Dictarnenes como el de
Carr ("El culto a la historia cuantitativa lleva
la concepcin materialista de la historia a ex-
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tremos absurdos") no han logrado entibiar
el fervor de los cuantificadores que en su ma-
yora son gente de izquierda, alguna muy
adicta al materialismo histrico. Gracias a la
cuantificacin, segn notables cuantificado-
res, la historia ha podido ponerse a la altura
de las dems ciencias del hombre. Segn
Chaunu, la cuantificacin ha conseguido que
la historia sea fmula de las ciencias del
hombre, y por lo mismo la ha vuelto un ente
servicial, le ha quitado el carcter de buena
para nada. Chaunu sentencia: "La historia
cuantitativa busca en los testimonios del pa-
sado respuestas a las interrogaciones mayores
de las ciencias sociales; estas interrogaciones
que son simplemente demandas de series.. .
La demografa tiene necesidad de un espesor
estadstico que la historia demogrfica pro-
porciona.. . La economa tiene necesidad de
una historia econmica regresiva.. . Es as
como la historia puede ser til en el sentido
ms noble y al mismo tiempo el ms con-
,,
creto.. . Si tuviramos aqu a Chaunu y le
preguntramos "la historia para qu?", con-
testara "para ser tenida por investigacin
bsica de las ciencias y las tcnicas sociales".
Por lo dems, se supone que las ciencias
sociales reforzadas por la historia cientfica
van a hacer realidad lo que quera Luis Cabrera
de Crdoba en el siglo XVII, una historia que
fuera "luz para las cosas futuras". Es ya un he-
cho lo previsto por Taine en el siglo XIX: "Qu
sequedad y qu feo aspecto tiene la historia
reducida a una geometra de fuerzas." Pero
agregaba: "Poco importa." El conocimiento
histrico "no tiene por meta el divertir"; su
mira es explicar el presente y advertir al ma-
nana. Los cuantificadores de la historia creen
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que si Childe viviera no pondra en futuro la
siguiente proposicin: "El estudio de la his-
toria permitir al ciudadano sensato estable-
cer la pauta que el proceso ha ido entrete-
jiendo en el pasado, y de all deducir su
probable desarrollo en el futuro prximo."
Slo los menos optimistas piensan que nos
quedaremos en una semiprevisin al travs
de la historia generalizante; creen con La-
combe: "De la historia, ciencia compleja en
el ms alto grado.. . no es necesario esperar
una previsin infalible y sobre todo una
previsin circunstanciada.. . A lo ms lle-
garemos a entrever las corrientes que llevan
a ciertos puntos."
Todava no se puede saber cules prome-
sas de la historia cientfica se cumplirn ple-
namente. Hasta dnde el estudio cientfico
del pasado, hasta dnde las largas listas de
precios, de nacimientos y defunciones de se-
res humanos, de volmenes de produccin y
de otras cosas cuantificables nos permiten
encontrar en ellas sentido y orientacin para
el presente y el porvenir? Profetizar hasta
dnde llegar nuestro don de profeca al tra-
vs de una historia que haya cuantificado
todo o la mayor parte de los tiempos idos
es muy difcil. La computacin de las pocas
noticias conservadas en documentos seriables
del pasado no puede prometer mucho. Aqu
y ahora hay igual nmero y fuerza de argu-
mentos para los que sostienen la imposibi-
lidad de ver el futuro al travs de la ciencia
histrica como los que ven en cada historia-
dor numrico un profeta con toda la barba.
Pero si la historia cuantitativa no nos cumple
todo lo prometido no importa mucho. Slo a
medias quedarn como inservibles libros tan
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DE LA MLTIPLE UTILIZACI~N DE LA HISTORIA
71
voluminosos como los que suele expedir re-
bosantes de cuentas. Mantendrn su valor
como recordatorios y como auxiliares en la
prediccin del futuro. En el para qu? las
cuatro maneras de abordar el pasado que
hemos visto son un poco ilusorias; las cuatro
prometen ms de lo que cumplen. La anticua-
ria no es siempre placentera; la crtica est
lejos de poder destruir toda tradicin in-
justa; la didctica es mucho menos aleccio-
nadora de lo que dicen los pedagogos, y la
cientfica, por lo que parece, no va a ser la
lmpara de mano que nos permita caminar
en la noche del futuro sin mayores tropiezos.
Como quiera,
lo servicial de las historias
est fuera de duda. La que llega a ms am-
plios crculos sociales, la historia fruto de la
curiosidad que no de la voluntad de servir,
los conocimientos que le disputa el anticua-
rio a la polilla, "los trabajos intiles" de los
eruditos han sido fermento de grandes obras
literarias (poemas picos, novelas y dramas
histricos), han distrado a muchos de los
pesares presentes, han hecho soar a otros,
han proporcionado a las mayoras viajes ma-
ravillosos a distintos y distantes modos de
vivir. La historia anticuaria responde a "la
insaciable avidez de saber la historia" que
conden el obispo Bossuet y que hoy conde-
nan los jerarcas del mundo acadmico, los
clrigos de la sociedad laica y los moralistas
de siempre. La narracin histrica es indi-
gesta para la gente de mando.
La historia crtica, la desentenadora de
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traumas, maltratos, horrores, rudezas, barba-
ries, da a los caudillos revolucionarios argu-
mentos para su accin transfonnadora; bus-
ca el ambicioso fin de destruir para luego
rehacer; es para cualquier sufriente un fer-
mento liberador. Este tipo de toma de
conciencia histrica "realiza una autntica
catarsis"; produce, segn Marrou, "una li-
beracin de nuestro inconsciente sociolgico
un tanto anloga a la que en el plano psico-
lgico trata de conseguir el psicoanlisis". Se
trata de un saber disruptivo que libera al
hombre del peso de su pasado, que le extirpa
acumulaciones molestas o simplemente in-
tiles. Suele ser un ponche mortfero para
autoridades.
Aun la historia de tan grosero utilitarismo,
la que se llama a si misma historia magistra
virae, es una maestra til al poner ante nues-
tros ojos los frutos mejores del rbol huma-
no: filosofas, literaturas, obras de arte, actos
de valor heroico, pensamientos y dichos c-
lebres, amores sublimes, conductas generosas
y descubrimientos e inventos que han trans-
formado al mundo. La historia reverencia1 o
de bronce nos permite, en expresin de S-
neca, "despegamos de la estrechez de nuestra
caduca temporalidad originaria y darnos a
participar con los mejores espritus de aque-
llas cosas que son inmensas y eternales". Si
la historia de bronce no se nos impusiera en
las aulas, tendria probablemente ms reper-
cusin de la que posee hoy en da. Es sta la
bsqueda ms cara al humanismo, la que
exhibe la cara brillante, bella, gloriosa, digna
de ser imitada del ser humano. Es tambin
la disciplina que mejor le sienta a los domi-
nadores.
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DE La MILTIPLE UTI LI UCI ~N DE LA HISTORIA
73
Por ltimo, a la presuntuosa historia cien-
tfica, en sus mltiples manifestaciones de
historia econmica, social, demognica y
de las mentalidades, no es, segn la pretensin
de la gente de sentido comn, por no decir del
comn de la gente, una mera inutilidad. Es
cada vez una mejor sirviente de las ciencias
sistemticas del hombre, de la economa, de
la ciencia poltica, etc. Tambin ayuda a co-
nocer nuestra situacin actual y en esta forma
a orientar su inmediata accin futura, aunque
su don de zahor an est en veremos. Aun
sin capacidades adivinativas es servicial. Es
muy difcil creer que la seriedad cientfica no
reporte beneficios prcticos. Como ciencia,
tiene su carcter utilitario que es reconocido
por mecenas y poderosos.
Por supuesto qde ninguna de las cuatro
historias se da en pureza en la vida real, y
por lo mismo todas, de algn modo, son fuen-
tes de placer, liberacin, imitacin y gua
prctica. Tambin son posibles y existentes,
las historias globales que aspiran a la resu-
rreccin total de trozos del pasado, que resu-
citan al unsono ngulos estticos, aspectos
crueles, logros clsicos y estructuras de una
poca y un pueblo y que pueden ser de uti-
lidad para nostlgicos, revolucionarios, hur-
fanos y planificadores. Aunque son imagi-
nabl e~ las historias verdaderas totalmente
intiles, no se vislumbra su existencia aqu
y ahora.
Para concluir, y en alguna forma justificar
lo pedestre de las palabras dichas es pro-
vechoso recordar que el poseedor de la chi-
fladura de la investigacin histrica no siem-
pre indaga por el para qu de su chifladura.
Quiz como todas las vocaciones autnticas,
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el gusto por descubrir acciones humanas del
pasado se satisface sin conciencia de sus efec-
tos prcticos, sin parar mientes en lo que
pueda acarrear de justo o injusto, de aburri-
miento o de placer, de oscuridad o de luz.
La bsqueda de lo histrico ha sido repetidas
veces un deporte irresponsable, no una acti-
tud profesional y menos una misin apost-
lica. Con todo, cada vez pierde ms su ca-
rcter deportivo. Quiz ya lo perdi del todo
en las naciones con gobiernos totalitarios.
Quiz la tendencia general de los gobiernos
de hoy en da es la de influir en la forma de
presentar el pasado con estmulos para las
historias que legitimen la autoridad estable-
cida y con malas caras para los saberes his-
tricos placenteros o desestabilizadores o sin
segunda intencin, sin otro propsito que el
de saber y comunicar lo averiguado.
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JOSe JoAQU~N BLANCO
*
EL PLACER DE LA HISTORIA
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Para qu la historia? Un lector neto -aquel
que ha dado a la lectura una posicin total
en su vida-, si entrara en confianza y en
lugar de definir su concepto de la historia
describiese su ntima aventura en ella: los
ratos plcidos, exaltados e incluso tediosos
(como cualquier otra cosa cotidiana) que au-
tobiogrficamente ha tenido con ella, podna
dar como respuesta su verdad privada, diaria,
durante muchos aos: porque esa actividad
ayuda a vivir, a la alegra y aun al rapto in-
telectuales; porque es de suyo placentera
- e s t o es, permite una feliz realizacin del
cuerpo que la hace o la estudia- y, sobre
todo, porque lo es tanto, y con una adicin
tan incurable, que muchos hombres a lo largo
de los siglos la han encontrado aventura su-
ficiente, incluso interminable o imposible, de
sus vidas.
El placer de la historia: no me refiero a
esa calamitosa tradicin en nuestra cultura
del diletantismo decimonnico; la aristocra-
cia del dato y de la herldica, el prestigio
ornamental del historiador como coleccionis-
ta de bibelots monrquicos, la sabihondez re-
gida por las nminas en letra pulguita de las
dinastas, los dioses, las batallas con sus mi-
nuciosas estrategias y regimientos, que du-
rante tanto tiempo priv en la prctica y la
enseanza de la historia, desmovilizando y des-
vitalizando textos y gentes, y que admiti
retratos y parodias de todos nuestros humo-
ristas (la historia dizque disfmtada en acedas
@7l
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tertulias ociosas); sino a una de las escasas
actividades que permiten una ms amplia y
estimulante realizacin personal. Se hace his-
toria para avanzar en la interpretacin del
mundo, para transformar la sociedad, para
participar polticamente. para defender prin-
cipios y causas sociales, para denunciar esto
y mejorar aquello, y tambin porque es pla-
centero hacerlo. Generalmente el historiador
es un gozn de su trabajo; aun con todas las
tragedias, farsas, atolladeros, callejones sin
salida aparente, comedias y rechiflas del ofi-
cio, el historiador sigue con lo suyo por el
gusto. Creo que en su capacidad de placer
est una de las mayores fuerzas de la histo-
ria. En Hacia la estacin de Finlandia, de
Edmund Wilson, crece la epopeya de la his-
toria moderna en un relato. iniciado cuando
a Vico se le ocurre que la historia es obra de
los hombres y no de dioses y destinos y que
va prosperando hasta la pretensin de que los
hombres pueden transformarla, con Lenin
impaciente en el andn de la estacin de Fin-
landia. En el transcurso de este relato se re-
corta la jubilosa figura de Michelet en su
laberinto de archivos, reescribindolo todo;
la pasin por la historia, encarnada, como rea-
lizacin corporal suya adems de como con-
cepto, ilustra cabalmente lo que pretendo
significar por el placer. Su trabajo histrico
no fue slo una entrega a la posteridad sino
una opcin plena de vida personal; y segura-
mente esto ltimo, en Michelet como en tan-
tos otros historiadores, influye radicalmente
tanto en su obra como en el curso que gra-
cias a ella fue adquiriendo la historia en
general.
Lo que quisiera preguntarme aqu es por
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EL PLACER DE LA HISTORIA 79
qu la historia, en un marco social de traba-
jos enajenantes y despersonalizados, es capaz
de ser un trabajo placentero, y qu tanto in-
fluye el placer de la historia en su'desarrollo
como trabajo: por ejemplo: distanciando al
historiador verdadero de la cultura dominan-
te, de la vida establecida y lanzndolo al
rescate arqueolgico o a la invencin o pro-
yeccin de ciertas utopas. En este sentido, no
encuentro diferencia alguna entre historia y
literatura. ni entre la historia y las artes, ni
entre la historia y algunos casos picos de
la ciencia.
Evidentemente lucubraciones como la que
estoy proponiendo son que ni mandadas a
hacer para el disparate, y por afn iie sntesis
o desvelado entusiasmo no podrn eludir la
generalizacin improcedente o afirmaciones
hiperblicas a toda orquesta. Pero, en fin, la
hiitoria tambin tiene a menudo que vrselas
con algn despropsito.
(Cmo es que surge, en los ltimos siglos, la
posibilidad de que un historiador se distan-
cie de la cultura dominante de su poca y de
su clase, por fidelidad a su trabajo? O que
su trabajo le haga dar la razn a otra clase,
otro partido, otra nacin, otra religin? No
por relativas que sean esa distancia y esa
razn, ni por escasos que resulten los nom-
bres contestatarios frente a la turba de los
dciles, puede negarse la capacidad intrnseca
del trabajo histrico de llegar a enemistar a
su estudioso con las instituciones, prejuicios
y mitos dominantes. De ah, creo, la represin
que sufre la historia en los regmenes totali-
tarios (al igual que la literatura, las ciencias,
las artes independientes) y la abmmadora
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contraofensiva publicitaria en los democrti-
cos capitalistas.
Cuando los aztecas se fortalecieron, Tla-
calel mand quemar las crnicas y los ar-
chivos, para inventar una historia conforme
al nuevo podero. Todos los sistemas han
hecho ms o menos lo mismo: la prctica
cotidiana de la historia se vuelve mitolgica,
falsa; se desmoviliza a la gente con una pro-
pagacin intensiva de una historia falsificada
conforme a los intereses prevalecientes. Y al
contrario de sus desafortunados conciudada-
nos, el historiador es quien si est en el se-
creto de la verdadera historia. Esto. de suyo,
constituye un rasgo incendiario: da una su-
perioridad individual frente al poderoso: el
historiador puede demostrarle que miente, y
cmo; adems, este conocimiento es libera-
dor: el historiador es uno de los escasos
ciudadanos que puede tener una visibilidad
concreta de la ubicua red opresora. En suma,
el conocimiento de la historia es una puerta
de escape de la prctica enajenante de la
historia falsificada para la opresin general.
Y en gran medida, el placer de la historia es
su posibilidad de libertad personal, relativa y
enclaustrada si se quiere, mas no por ello
menos inslita, y de constniccin de opcie
nes personales. A travs de la historia puede
arrebathrsele al menos parte del propio ce-
rebro a la cultura dominante: el placer de
constarse un poco ms sujeto de la propia
vida y un poco menos objeto de designios
impuestos.
Otro privilegio de la actividad histrica es
la arrogancia. Cuando un buen historiador
lanza su interpretacin contestataria contra
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EL PLACER DE LA HISTORIA 81
la falsificacin establecida de la realidad, no
est haciendo un gesto menos altivo que el
de Mallarm cuando arroja el "golpe de da-
dos" de la poesa contra la cultura burguesa.
El autor (cientfico, artstico, humanstico)
es quien se atreve a la hybris de edificar una
interpretacin diferente, propia; y oponerla
a la interpretacin cannica en vigor. De
ah, posiblemente, la desconfianza de los
poderosos hacia los autores por "anarquis-
tas": resquebrajan, abren brechas, importu-
nan, descubren, desempolvan datos ocultos,
inauguran atajos.
Si se considera que es poltica comn des-
truir e impedir la historia de las clases opri-
midas, de las minoras y de la disidencia;
que para el prevalecimiento de la interpre-
tacin opresora es necesario el exterminio de
las dems interpretaciones colectivas (histo-
ria obrera, campesina, de minoras tnicas,
etc.) ; podr apreciarse que no es dao menor
una obra personal, o de pequeo gru-
po, que se oponga a aqulla. Y encontramos
entonces que una vez exterminadas o desmem-
bradas las otras historias, un sistema domi-
nante empieza a sufrir disidencia dentro de
sus propios cuadros intelectuales, cuando de-
terminados autores optan por la verdad h i i
trica que van descubriendo en su propio
trabajo; y que no pocas veces han facilitado,
en algn sentido, y aun decisivamente, la toma
de conciencia de grandes grupos sociales
que, de este modo, avanzan en su propia cons-
titucin como fuerzas beligerantes.
Es decir, la cultura dominante muchas
veces se ha visto minada desde sus propios
archivos, por sus propios profesores, inves-
tigadores y estudiantes, que en lugar de for-
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82 JOS JOAQU~N BLANCO
talecerla, enfilan hacia la creacin de in-
terpretaciones disidentes, que pudieran ser
apoyo de nuevas fuerzas sociales, precisa-
mente contra las cuales se haba falsificado
la versin establecida de la historia. En el
gusto de historiar algo hay de material re-
belde.
Recobrar un poco la propia individualidad,
la propia persona; instaurar algunas brechas
de francotirador contra la historia dominante,
es decir, no slo ganarse uno mismo como
sujeto recobrado, sino hasta como mdico
combatiente, son algunos de los privilegios
vitalistas del placer de la historia, que he
querido ver como esculpidos en la escena de
Michelet en los archivos, al principio de Hacia
la estacin de Finlandia. No slo discutir su
concepto, su procedencia o viabilidad ulterie
res, sino su eficacia como opcin vital, como
destino personal que valga la pena la apuesta
de toda una vida concreta. Desde luego, en
contra de la tendenciosa y publicitadsima
imagen del historiador-ratn-de-biblioteca,
prevalece la del hombre que encontr en la
historia una amplia, activa aventura. La del
autor, si se quiere, como hombre de accin,
gozn y nervioso.
Se ha dicho que la era tecnolgica nada
tiene que envidiarle en cuanto oscurantismo,
fe ciega y supersticioso explicarse de la vida
diaria, a la imagen ms denigratoria que pue-
da concebirse de la Edad Media: el ciudadano
confa en las elecciones, en el enigmtico fun-
cionar del refrigerador o la televisin, en la
divisin de las clases, en la contabilidad de
cargos y abonos de los bancos, en los cambios
de la moneda y las fluctuaciones del oro, en
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EL PLACER DE LA HISTORIA
83
la distribucin urbana y hasta en las minu-
cias de la moda, con no menor ignorancia
que aquella con que los masones describan
a la Edad de las Tinieblas.
El historiador busca una explicacin docu-
mental y racional, y al irla encontrando y
tejiendo, rompe la supersticiosa naturalidad
-"las cosas son como son y no hay ms"-
con que se nos hace resignamos a la vida im-
puesta; al ir comprendiendo qu intereses fue-
ron conformando las fronteras geogrficas
del pas, la jerarquizacin de clases y grupos,
la aparicin o extincin de instituciones y
sus modalidades, la conformacin del poder
y del capital, el encadenamiento de la gama
social, uno se descubre viviendo una cultura
diferente, esto es, pensando en diferentes co-
sas, con un lenguaje diverso, con otros cdi-
gos. Uno se vuelve de inmediato un recep r
defectuoso de los mensajes del poder y has ,
poco a poco, en emisor de otros mensa' S:
en creador.
J?
Y toda creacin significa cierto poder, una
fuerza que no por pequea deja de influir en
la correlacin general, tanto ms cuanto, en
el caso de la historia, tiene que ver directa-
mente con los textos sagrados del sistema,
con los datos fundamentales, con las institu-
ciones bsicas, con los mitos egregios. El sis-
tema ve con recelo que los guardianes de su
tesoro ideolgico sean precisamente los me-
nos confiables de la corte, y a la vez sus
nicos depositarios. As ocurre el filo de la
navaja muy repetido en la historia del inte-
lectual (y sobre todo del intelectual de la vida
social, del acervo colectivo) como nudo y en
ocasiones hasta motor de transiciones. Por
una parte, se le pide (y mantiene, financia y
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adula) que sostenga la naturalidad impuesta:
que Cuauhtmoc, por ejemplo, siga siendo
la estatua oratoria; por la otra, el riesgo de
que el historiador denuncie esa naturalidad,
desmantele su artificio: Cuauhtmoc es un
hecho fechado y nunca fue miembro del PRI.
Quiz nada me apasione ms en los histo-
riadores que su capacidad indiscutible de
negacin documental, racional, de la supers-
ticiosa naturalidad cotidiana. Al analizar el
presente descubren su artificio: de cmo fue
hecho y de cmo puede deshacerse en algn
momento. El poder necesita amedrentar con
una imagen de naturalidad de la vida social,
decir que existe tal cual es, del mismo modo
que la tierra y los rboles son cuales son,
y que cambiarla es atentar contra la natura-
leza: jel terremoto!; que sus jerarquas son
permanentes y espontneas, hasta geolgicas,
del mismo modo que las montaas estn en-
cima de los nos y stos subsidian los ocanos.
Frente a la naturalidad supersticiosa del
poder, el historiador es una fuerza a contra-
natura: muestra el artificio en que se entre-
veran las situaciones actuales, insiste en que
todo es explicable como hechos de artificio
(esto es, como hechos formados por hombres
de tal manera y con tales intereses) y, por
tanto, perecedero, transformable, combatible.
Frente a la arrogancia del capital y del poder,
el historiador seria una especie de alquimista
o mago que, como en otros tiempos expli-
cara por qu se producen las lluvias y enfer-
medades, ante la atonita mirada de quienes
los daban por supuesto. ahora explicara -sa-
cando conejos del sombrero- el artificio, la
cotidianeidad, la mecnica concreta de suel-
dos, asentamientos humanos, grupos politi-
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EL PLACER DE LA HISTORIA 85
cos, huelgas, precios, consorcios; volvindolos
inteligibles, esto es, arrebatndoles su prepe
tencia mtica para reducirlos a la dimensin
humana, cosa de hombres combatible por
hombres.
Esa especie de magia de la historia, de
volver inteligible aquello que era imposicin
tan "natural" como los desastres geolgicos
o la orografa; cronicable lo que era mero
asunto de himno, transformable lo que pa-
reca monolito, es una aventura no exenta de
las adolescentes emociones de la lectura de
Salgan.
Pero, adems, el historiador y el amante de
la historia tienen otro privilegio: el de deci-
dir en qu actualidad viven. El sistema trata
de abarcar a todo mundo en una actualidad
masificada, intereses y formas dirigidos, uni-
formados y organizadamente dispuestos. Le
sena imposible dominar a millones de indi-
viduos diferentes cada cual de su vecino. Los
ttems y tabes, las angustias y esperanzas,
las fobias y las manas se entretejen en una
uniformada actualidad opresora: todo mundo
a pensar lo mismo y del mismo modo al
mismo tiempo. En este mes hay que preocu-
parse por los rehenes norteamericanos en
Irn y olvidarse de las masacres de Vietnam,
porque los hechos y las ideas se vuelven ex-
pedientes a los cuales dar el carpetazo. El
pasado se desvincula del presente, una mera
atmsfera de sombras fantasmagricas sin
causalidad ni consecuencia; y a la gente no
le queda ms que acudir a las consignas pre-
sentes del poder actual. Tal uniformidad im-
posibilita el cambio, hasta la mera oportu-
nidad de visualizar una distancia frente al
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hoy. Y la aficin a la historia, por el contra-
no, vuelve a las personas maniticas de otras
pocas, otros datos, diversos perfiles y dis-
cordant e~ conocimientos. Hay otra actuali-
dad en el estudio del historiador; y, a poco,
otra sensibilidad, hasta pudieran ocurrir otras
mecnicas de pensamiento y de estructura-
cin de los datos de la realidad.
Si a esto, a la opcin de decidir uno mismo
sus ttems y tabes, sus angustias y esperan-
zas, sus fobias y obsesiones en contra de la
uniformidad totalitaria de la informacin ma-
siva, se aade que el trabajo histrico es
capaz de remunerarse vitalmente a s mismo
(por las sensaciones placenteras de ejercitar
ampliamente la mente; de creatividad y curio-
sidad, de los retos y sorpresas que ofrece), y
no existir como mero objeto de trueque, im-
personal y deshumanizado, como la gran ma-
yona de las actividades que la divisin del
trabajo configura, se afianza ms la escena
de la historia como una de las escasas aven-
turas que la sociedad contempornea ofrece
a quienes buscan una vida personal emo-
cionante.
Para qu la historia, entonces? Est la res-
puesta pblica: para interpretar mejor el
mundo, para cambiar la vida, para reconocer
races y procesos, para defender algunas ver-
dades, para denunciar los mecanismos de
opresin, para fortalecer luchas libertarias.
Y la privada: para vivir das que valgan la
pena, alegres y despiertos. Ciertamente los
alumnos de las aulas histricas responde-
ran que en nada se parece un cuadro tan l-
rico al tedio de los rollos de sus profesores;
y los tipgrafos pediran que tal efusividad
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EL PLACER DE LA HISTORIA 87
se la hicieran efectiva, en vez de masacrarlos,
con la indigestin abrumadora de tonelajes
de cuadros estadsticos, notas de pie de p-
gina, parrafadas en espeso naufragio, termi-
najos que vaya usted a saber qu. Y no que-
dara ms recurso que citar a Borges con
aquello de que "la prctica deficiente no in-
valida la sana teora". Y proponer un mayor
nfasis en la importancia del placer en el
trabajo histrico, de divertirse haciendo his-
toria; y emocionarse y saber divertir, emocio-
nar y gozar a los lectores con quienes se
comparte ese trabajo.
Pues cuando la historia se oficializa en
estatuas, se epopeyiza sin saber bajarse nunca
de la tribuna del mitin, se comisariza en clu-
sulas partidarias o se cubiculiza en la impro-
bable inteligencia exclusiva del erudito; cuan-
do pierde contacto con el cuerpo que la crea
y los cuerpos que habrn de vivirla a travs
de la lectura y la discusin; en fin, cuando
se vuelve asignatura o disciplina tcnica, pier-
de sus capacidades de libertar, regocijar, e me
cionar, independizar y desmitificar.
Mientras la historia sea, como la literatura
o las artes, como algunos espacios sobrevi-
vientes de las ciencias, un trabajo placen-
tero de suyo, liberador de suyo, podr admitir
la respuesta privada: hacer historia porque
es una esplndida manera de vivir la propia
vida, uno de los escasos trabajos que per-
miten una realizacin ms plena del cuerpo
del trabajador; en contra de otros tipos de
trabajo, en que uno se mata a lo idiota para
buscar realizaciones espurias y deprimentes
a travs del mero salario, previamente escla-
vizado en un consumo igualmente espurio.
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Una visin romantiqusima de la historia. En
la que la imaginacin (incluso la ms deli-
rante) siga siendo instrumento. Porque, para
terminar, ha habido pocas -y creo que es
regla en cualquier tiempo del mejor trabajo
histric* en que la imaginacin es motor
y producto del trabajo histrico. Porque al
ser llevado, por el placer y la amplitud li-
beradora de su trabajo, al deseo de ciertas
utopas, a la visualizacin de mejores formas
de vida, de mundos ms habitables, esta efu-
sividad o este impulso influyen en la labor
histrica; y se reinventa (por muy rigurosa
que sea la reconstruccin) Grecia, por ejem-
plo, o ciertos episodios prehispnicos, cons-
ciente o inconscientemente, como una su-
brepticia proposicin de un mejor futuro. O
se rescatan espacios entusiasmantes encon-
trados en otras culturas, o en culturas opri-
midas y marginales: aspectos de la vida
campesina, movilizadores perfiles de episo-
dios obreros, sesgos reveladores de la huma-
nidad coartada que de pronto brota en la
historia de los manicomios, los bamos, las
crceles, los pet os.
Al poeta se le da acceso a las mejores pa-
labras de la tribu, al lenguaje que en la
actualidad impuesta se niega; al historiador
a los hechos, sobre todo en sus niveles pro-
fundos, ocultos, marginales o ninguneados.
Y en ambos tesoros escondidos hay cierta
combustin de utopas, no meramente pro-
gramticas o conceptuales, sino perfectamen-
te capaces de liberar parte de su calidez en
el momento de entrar en contacto con ellas
a travs del trabajo; un trabajo que entre-
vere el servicio con la gozosa realizacin vital
del cuerpo del trabajador.
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EL PLACER DE LA ~I I STORI A 89
En los asomos al paraso se fantaseara
con una creacin colectiva de la historia,
ahora delegada al historiador individual; como
se ha fantaseado en una creacin colectiva
de artes y ciencias, de modo que el trabajo
gozn no sea privilegio restringido a pocas
personas, y el matado y deshumanizado con-
dena de todos los dems.
Pero, por lo pronto, la historia no debe
perder su privilegio, su reino de una actividad
hermosa de suyo; y habra que estimular las
obras histricas que da gusto leer, que dina-
mizan y emocionan, con sensualidad y humor,
con todas sus manas y excentricidades. Las
ciencias han perdido ya en gran medida esos
privilegios: el poder las ha invadido y buro-
cratizado para mejor utilizarlas; a cada vez
menos cientficos se les permite su realizacin
humana en su trabajo, y cada vez se parecen
ms a los sobrexplotados obreros de una en-
sambladora de carros; ya es casi imposible
hacer clencia como aventura, independiente
y libremente. Con la historia s se puede, y
la mera existencia de un trabajo diferente
mantiene la idea fija en muchas utopas re-
volucionarias de transformar las dems acti-
vidades laborales, que siguen caracterizndose
por el mero "sudor de la frente" y la men-
guada retribucin de un salario (para que
"la frente" siga sudando ms).
El aspecto de la historia como un trabajo
gratificante en s, realizador en s, placentero
de suyo, no es una de .las menores razones
para hacerlo.
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ENRIQUE FLORESCANO
DE LA MEMORIA DEL PODER A LA
HISTORIA COMO EXPLICACION
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Historia para sancionar el presente:
el pasado vivo y actuante
En tanto que la reconstruccin del pasado
es una operacin que se hace a partir del
presente, los intereses de los hombres que
deciden y gobiernan ese presente intervienen
en la recuperacin del pasado. Cada vez que
un movimiento social triunfa e impone su
dominio poltico sobre el resto de la socie-
dad, su triunfo se vuelve la medida de lo his-
trico: domina el presente, comienza a deter-
minar el futuro y reordena el pasado: define
el qu recuperar del inmenso y variado pasado
y el para qu de la recuperacin. As, en todo
tiempo y lugar la recuperacin del pasado,
antes que cientfica, ha sido primordialmente
poltica: una incorporacin intencionada y se-
lectiva del pasado lejano e inmediato, adecua-
da a los intereses del presente para juntos
modelarlo y obrar sobre el porvenir.
La reconstruccin parcial y pragmtica del
pasado es tan antigua como la historia del
hombre y se ha prolongado hasta los tiempos
ms recientes. Asume todas las formas de
identificacin, de explicacin de los orige-
nes, de legitimizacin del orden establecido,
de darle sentido a la vida de los individuos
y las naciones, de inculcar ejemplos morales,
de sancionar la dominacin de unos hombres
sobre otros, de fundar el presente y ordenar
el futuro inmediato.' Los primeros testimo-
'Vanse varios ejemplos de esta tradicin en J.
1931
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94 ENRIQUE FLORESCANO
nios directos que de su accin histrica dej
el hombre a la posteridad son memorias del
poder y la dominacin: genealogas de reves
y gobernantes, monumentos que fechan y
magnifican acciones de guerra y entroniza-
ciones de reyes, anales que consignan la his-
toria de familias gobernantes y reinados. Cum-
plan la doble tarea de recoger aquello que
sancionaba y legitimaba el poder establecido,
y de imponer en el presente y a las genera-
ciones venideras el culto ritualizado de esa
memoria.
Por el sentido profundamente actual de
este tipo de recuperacin de lo acontecido,
el pasado entra en el presente como cosa viva,
obra en l con la misma o semejante fuerza
que lo contemporneo y las reactualizacio-
nes que de l se hacen transmiten sin dilacin
y con toda su carga emotiva las poderosas
presencias del pasado en las contiendas del
momento actual.
Aunque por lo general los autores de estas
recuperaciones del pasado declaran su prop-
sito de relatar hechos verdaderos, no gastan
grandes esfuerzos en establecer la autentici-
dad de sus fuentes; pero es comn que a lo
largo de varias generaciones sean capaces
de enterrar hondo una tradicin e imponer
una nueva versin del pasado (como en el
caso de la Iglesia cristiana en el Medievo, o
de las Revoluciones mexicana y sovitica a
principios del siglo xx), apoyndose en toda
suerte de hechos verdicos, aduciendo testi-
H. Plumb, La muerte del pasado, Barcelona, Barral.
1974, particularmente el capitulo titulado "La san-
cin del pasado", pp. 17-52; y tambin Bernard
Lewis, La historia recordada, rescatada, inventada,
Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1979.
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LA HISTORIA COMO EXPLICACIN
95
monios espurios, recuperando tradiciones re-
primidas y omitiendo hechos importantes. En
estos casos el establecimiento de la nueva
versin del pasado no es producto, princi-
palmente, de la autenticidad de los testimo-
nios aducidos, de la fuerza convincente de la
explicacin, o de la rigurosa relacin de las
causas con sus efectos; es impuesta por
las mismas fuerzas sociales y polticas que
modificaron el desarrollo histrico. Se gene-
raliza y con frecuencia se vuelve la explica-
cin histrica dominante por el control que
ejerce el poder establecido para producir y di-
fundir reiteradamente esta nueva interpreta-
cin. Obtiene su legitimidad de las masas y
grupos sociales que participaron en la con-
tienda y que ven en esta recuperacin del
pasado una explicacin convincente de sus
aspiraciones y una interpretacin general de
muchas acciones hasta entonces confusas o
inconexas. Pierde credibilidad en la medida
en que las versiones disidentes o de nuevos
grupos sociales erosionan su monopolio y
filtran otras interpretaciones que niegan, con-
tradicen o superan a la establecida.
Si para los poderosos la reconstruccin del
pasado ha sido un instrumento de dominacin
indispensable, para los oprimidos y persegui-
dos el pasado ha servido como memoria de
su identidad y como fuerza emotiva que man-
tiene vivas sus aspiraciones de independencia
y liberacin. Las guerras entre naciones y
poderes polticos, la lucha de clases. las ac-
ciones de conquista y dominacin colonial, la
opresin de minoras tnicas o religiosas, to-
dos estos conflictos han sido enrgicos es-
timulantes de la imaginacin histrica y
creadores de colisiones entre versiones con-
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96 ENRIQUE FLORESCANO
tradictorias del pasado. En estas pocas en
que chocan dos o ms interpretaciones diver-
gentes del pasado se agudiza la sensibilidad
de lo histrico, grupos, clases y naciones
intentan fundamentar con mayor ansiedad sus
races histricas y se dilata y profundiza la
bsqueda de testimonios y razones histricas
que fortalezcan los intereses propios y des-
truyan los del contrario. En estos tiempos
en que se lucha simultneamente por el pasa-
do y el presente surge tambin con fuerza la
crtica histrica, la revisin de los testimonios
en que se funda la interpretacin propia y la
antagnica del pasado. La poca en que el
cristianismo empezaba a suplantar al paga-
nismo como religin estatal (siglos 111 y IV),
los aos de la Reforma y la Contrarreforma,
o las dcadas de crisis poltica e ideolgica
que van del siglo XVIII a fines del XIX fueron
tiempos en que el pasado dej de ser uno
para convertirse en mltiple tanto en el tiem-
po como en el espacio, provocando el descu-
brimiento de interpretaciones diferentes de lo
acontecido, la exhumacin de nuevos testi-
monios y tradiciones histricas, la confronta-
cin crtica de sus fundamentos y un proceso
lento y controvertido de asimilacin del pa-
sado extrao al pasado conocido.'
2 Vase. por ejemplo, A. Momigliano (comp.), The
conflict between paganism nnd christianity in the
fourth century, Oxford, 1963. A los historiadores
cristianos que mantenan una interpretacin del
desarrollo histrico a la vez excluyente y universal,
este conflicto los oblig a ensayar una nueva forma
de historia asentada en "la fe en las pmebas docu-
mentales y la conciencia de que habla una interpre
tacin distinta -la pagana- que era necesario re-
futar", J. H. Plumb, op. cit., pp. 9697; tambidn R.
R. Bolgar, The classical heritage and its benefi-
Mries, Cambridge. 1954.
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LA HISTORIA COMO EXPLICACI~N 97
En Europa, desde el siglo XVI en adelante,
la coexistencia y superposicin contradicto-
ria de varios pasados (la antigedad pagana,
el ingente pasado cristiano, los mltiples y
extraos pasados que introdujeron en el pre-
sente europeo el descubrimiento y conquista
de los pueblos de Amrica), ampli las di-
mensiones de lo histrico, condujo a crear
tcnicas adecuadas para analizar la autenti-
cidad de esas tradiciones y llev a plantear,
al lado de la indagacin de cmo haban
ocurrido los hechos, la pregunta sobre el sen-
tido de esos extraos desarrollos histricos.
Aun cuando la reconstmccin del pasado
sigui teida de un sentido pragmzitico y
altamente poltico, a partir de la Ilustracin
el inters por el pasado empieza a ser indu-
cido por el porqu. No bastaba ya conocer
los hechos y describirlos; era necesario tam-
bin comprender el sentido del desarrollo
humano, indagar el porqu de sus mutaciones
y variedades, explicar por qu se desarrolla-
ban y decaan pueblos y civilizaciones. La
primera gran obra de la historiografa mo-
derna, The decline and fa11 of the Roman
empire, de Edward Gibbon, nace de estas
nuevas preguntas y ante la presencia turba-
dora de dos pasados, la antigedad pagana y
el cristianismo: "Estaba en Roma - di c e en
su Autobiografa-, el 15 de octubre de 1764,
cavilando entre las ruinas del Capitolio mien-
tras los frailes descalzos cantaban vsperas en
el templo de Jpiter.. . cuando me vino por
primera vez a la imaginacin la idea de es-
cribir sobre la decadencia y cada de la
ciudad." '
Autobiografa, Buenos Aires. Espasa-Calpe. 1949,
p. 113. Cursivas nuestras.
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98 ENRIQUE FLORESCANO
La tensin y contradiccin histrica que
se instala en el desarrollo de Mxico a partir
de la conquista surge tambin de la presencia
de dos pasados que chocan y luego coexisten
largamente sin que uno logre absorber al otro
plenamente. Sorprendido y admirado por la
extraa cultura de los antiguos mexicanos, el
fraile franciscano Benardino de Sahagn em-
prende, a mediados del siglo XVI, la ms vasta
y rigurosa empresa de rescate histrico y et-
nogrfico de los tiempos modernos y logra
salvar para la posteridad una imagen gran-
diosa de ese pasado que rpidamente co-
mienza a diluirse ante sus ojos.' Pero esta
riqusima indagacin que recoga tan minu-
ciosamente la antigedad nativa apoyndose
en la informacin proporcionada por los mis-
mos indgenas fue primero desalentada y lue-
go prohibida su publicacin y divulgacin. En
lugar de la reconstruccin y transmisin del
pasado indigena, se impuso, abrumadora, la
memoria de los hechos del vencedor: crni-
cas e historias de la conquista, hagiografas
de los frailes evangelizadores, crnicas e his-
torias de las rdenes religiosas.. . La historia
de los pueblos de Mxico se trasmut en his-
toria de la dominacin espaola.
Dos siglos ms tarde, cuando ya haba sido
aniquilada la alta cultura indgena y s610
subsista la cultura de los campesinos opri-
midos, resurgi brillantemente el destruido
esplendor indigena en la Historia antigua de
Mxico del jesuita Francisco Javier Clavijero.
(Vase Bernardino de Sahagn, Historia general
de las cosas de Nueva Espaiia, edicin de Angel Ma-
ra Garibay, Mxico, Porna, 1956: y del mismo
Sahagn, Cdice Florentino, edicin facsimilar. su-
pervisada por el Archivo General de la Nacin, Flo-
rencia, Giunti-Barber Editores, 1979, 3 vols.
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LA HISTORIA WMO EXPLICACI6N 99
Enciclopedia de conocimientos del Mxico
antiguo, apologa y elevacin de la pasada
grandeza indgena al rango de la Antigedad
clsica europea, alegato anticolonial y afirma-
cin de la independencia intelectual ameri-
cana, la Historia de Clavijero es tambin la
obra que fundamenta la conciencia de clase
criolla frente a los espaoles." Para los crio-
llos y mestizos excluidos del poder y sin base
cultural, el rescate del pasado prehispnico
que realiza Clavijero se convierte en memoria
histrica y apoyo de sus reivindicaciones po-
lticas. A partir de entonces la patria de crio-
llos y mestizos tiene un pasado remoto, noble
y prestigioso, que ellos asumen como propio
sin vincularlo a los sobrevivientes indgenas.
Quienes tienen conciencia de ese pasado y
estn convencidos de que por nacimiento les
corresponde disfrutar las riquezas que colman
a su patria son los criollos, que mediante el
rescate del pasado indgena incorporan tam-
bin a su patrimonio la legitimidad de los
vencidos: en adelante sern los miembros de
la lite criolla y religiosa quienes reclamen el
derecho a dirigir el destino del pas.
A partir de la obra de Clavijero la inter-
pretacin y el .uso del pasado dej de ser mo-
nopolio de un solo grupo para convertirse en
presa de 'todos los que se disputaban el poder.
La apropiacin del pasado indgena por los
criollos y mestizos seala, en el dominio po-
$Vease Luis Villoro, Los grandes momentos del
indigenismo en M&xico, Mxico, Ediciones de la Casa
Chata, Centro de Investigaciones Superiores del
INAH, 1979, pp. 95125; y Jos Emilio Pachcco, "La
patria perdida. Notas sobre Clavijero y la cultura
nacional". en Hkctor Aguijar Camin et al., En torno
a la cultura nacional, Mxico, Instituto Nacional In-
digenista. 1976.
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108 ENRIQUE FLORESCANO
liticc+ideolgico, la fractura irreversible del
monopolio de la interpretacin histrica que
hasta entonces haba detentado el Estado-
Iglesia, y en el rea de la historiografa, la
aparicin de diversas y contradictorias ver-
siones del mismo por efecto de la disputa por
el poder. En adelante la interpretacin del
pasado no ser ms una y exclusiva, sino plu-
ral y contradictoria. Lo que se mantendr
como una constante ser el peso y la impor-
tancia enorme del pasado en la legitimizacin
del poder.
Desde la guerra de Independencia y du-
rante todas las luchas polticas del siglo XIX
el pasado no cesa de estar presente en las
contiendas que sacuden a la nacin. La pro-
funda escisin de las clases y grupos polti-
cos y su incapacidad para imponer sus pro-
gramas al conjunto de la sociedad mantienen
a la nacin en vilo, suspendida entre la ines-
tabilidad del presente y la incertidumbre del
futuro. En esa titubeante circunstancia del
presente el pasado resurgi con tal fuerza
que lleg a proponerse como modelo para
fundar los cimientos de la nueva repblica.
En los primeros anos de vida independiente
fray Servando Teresa de Mier y Carlos Mana
de Bustamante propusieron el pasado prehis-
pnico como origen de la nacionalidad, con
exclusin del colonial. Con ms vigor pol-
tico y ms fuerza social detrs, Lucas Ala-
mn, el lder del partido conservador, vio en
la herencia hispnica el ms slido baluarte
de la nacin y sobre ella propuso construir
el futuro de la repblica, sin participacin de
la tradicin indgena."
e Vease David Brading, Los orgenes del naciona.
lismo mexicano, Mxico, Era, 1980, pp. 43-52 y 73-82.
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Desde entonces la oposicin irreductible en-
tre ambos pasados, la imposibilidad de absor-
berlos poltica. social y culturalm~nte, i n t n
dujo en el pas una contradiccin fundamental
que extravi su destino. Los liberales, triun-
fadores en esa contienda en que se dirima el
futuro del pais, crearon el moderno Estado
mexicano y sus leyes constitutivas, derrota-
ron a los conservadores y a sus aliados impe-
rialista~, empearon grandes esfuerzos en des-
truir el poder de la Iglesia y en crear una
sociedad secular. pero simultneamente des-
cartaron al pasado prehispnico y al colonial
como contenidos esenciales de la nueva na-
cin que estaban forjando. En lugar del pas
indgena y campesino que haban heredado,
trabajaron por una nacin blanqueada e in-
dustrial; y en lugar de la sociedad oligrquica
recogida en los valores hispnicos de la Colo-
nia. promovieron la formacin de un pas
fundado en una igualdad formal que chocaba
abiertamente con la profunda desigualdad t-
nica, cultura, social y econmica que divida
al pais. Vieron en ambos pasados un lastre
para la '''regeneracinP' que deseaban y deci-
dieron adoptar como modelo de nacin a los
pases industriales de Europa y al vecino del
norte.
La Revolucin de 1910 sorprendi a los po-
lticos y "cientficos" del porfiriato concen-
trados en la modernizacin forzada de la
economa y la sociedad, despojando a los
indgenas y campesinos de sus tierras, atando
al pais a la divisin internacional del trabajo
que impona el sistema capitalista en expan-
sin, imitando los modelos culturales euro-
peos, haciendo un uso vasto y metdico de
la represin y elaborando las primeras re-
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102 ENRIQUE FLORESCANO
construcciones histricas que buscaban re-
conciliar el desgarrado y contradictorio pa-
sado con el tiempo de "la paz y el progreso"
que habian creado. En Mxico a travs de los
siglos, la obra cumbre de la historiografia de
la poca, por primera vez el pasado prehisp-
nico y el colonial dejan de ser antagonistas y
son presentados como partes de un proceso
evolutivo que alcanza su momento ms alto
en el radiante presente porfiriano. La obra
histrica se convierte en la deliberada me-
moria integradora que busca unificar a un
pueblo que adems de su desigual y contra-
dictoria composicin social, ha dejado jiro-
nes y partes enteras de su pasado en cada
una de sus grandes transformaciones po-
lticas.
El derrocamiento de Porfirio Daz y la se-
gunda irrupcin sbita e incontrolada de los
indgenas y campesinos en la historia de M-
xico desbarataron la imagen optimista y pro-
gresiva que habian fabricado los historiado-
res porfiristas del desarrollo del pas, al
mismo tiempo que el proceso de la Revolu-
cin comenz a delinear una nueva interpre-
tacin del pasado. El rgimen de la "paz y el
progreso" se convirti en la dictadura y el
pasado colonial recobr los colores oscuros
que le haban impuesto los indigenistas y li-
berales del siglo xrx. Gran parte del largo
pasado se sataniza para justificar el orden
social y poltico que busca crear la Revolucin
y otra resurge del olvido con brillos insos-
pechados. En contraposicin a los proyectos
liberales del siglo XIX que negaban al indio,
ignoraban la historia antigua y proponan
como destino del pas la imitacin de mode-
los extranjeros, la Revolucin se define como
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U HISTORIA COMO EXPLICACI6N 103
un movimiento en bsqueda de la identidad
primaria, como el primer movimiento na-
cional que incorpora al i ndi gena, ~ al campe-
sino en su proyecto histrico. De ah que las
dcadas posrevolucionarias contemplen una
vasta y continua recuperacin del pasado pre-
hispnico, centrada en sus aspectos ms des-
lumbrantes: arquitectura, escultura, religin,
mitos. . . '
A lo largo de siglos la mayor parte de la
historiografa mexicana ha recuperado, ocul-
tado, descubierto, revalorizado, integrado y
amputado el pasado bajo la presin de la
lucha poltica y la conformacin poltica y
social de la nacin. Si en general no ha ope-
rado como un instrumento explicativo de los
procesos histricos, como un saber que in-
dague el sentido de esos acontecimientos y
procure su inteligibilidad, en cambio ha sido
fidelsima en actualizar las cargas del pasado
en el presente. Por la misma razn que cada
momento de ruptura o transformacin del
curso histrico ha erradicado del presente
unas fuerzas del pasado y recogido otras, y
porque precisamente estas contradicciones
han sido los motivadores principales de la
obra histrica, sta, al consignarlas y re-
crearlas, las reactualiza en el presente.
Independientemente de su parcialidad y de
los problemas que plantea su utilizacin en
una explicacin histrica objetiva, estas in-
terpretaciones divergentes documentan el pro-
ceso por el cual naciones, clases, grupos e
7 Vase para todo lo anterior Enrique Florescano,
El poder y la lucha por el poder en la historiogra-
fa mexicana, Mxico, Cuadernos de Trabajo del
Departamento de Investigaciones Histricas del
INAH, 1980.
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104 ENRIQUE FLORESCANO
individuos adquieren conciencia del cambio
histrico: ilustran en forma inigualable los
diversos estadios que recorre la conciencia
colectiva e individual en la asuncin de su
pasado y permiten conocer los mecanismos
por los cuales los hombres transforman el
pasado en fuerza actuante del presente. Son
testimonios invaluables de la formacin de
la conciencia histrica y de su aplicacin al
cambio social. Su importancia no reside tanto
en la informacin o explicacin que propor-
cionan sobre los procesos que describen, cuan-
to en lo que omiten y resaltan. Es lo que
perciben y borran sus autores y los criterios
que ponen en juego para analizar los hechos,
lo que otorga a estas obras su importancia
como expresiones de la conciencia histrica
en accin. No son nicamente memorias del
poder, instrumentos de la dominacin y con-
ciencia deformada de la realidad. En la me-
dida en que fijan los hechos en un tiempo y
lugar precisos, que establecen relaciones entre
vanos acontecimientos y distinguen causas
y resultados, son testimonios de la forma
como sus autores percibieron o desearon que
se percibiera la temporalidad, la relacin y
la causalidad &e los acontecimientos; es decir,
son un registro de las operaciones que reali-
za el hombre para apreciar el cambio his-
trico y grabarlo en su memoria.
Historia para comprender el pasado y
dominar el presente
Pero ocurre que el pasado, antes que memo-
ria o conciencia histrica, es un proceso real
que determina el presente con independencia
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LA HISTORIA WMO EXPLICACI~N 105
de las imgenes que de ese pasado constru-
yen los actores contemporneos de la histo-
ria. Al revs de la interpretacin del pasado,
que opera desde el presente, la historia real
modela el presente desde atrs, con toda la
fuerza multiforme y prodigiosa de la totali-
dad de lo histrico: volcando sobre el pre-
sente la carga mltiple de las sedimentacio-
nes acaecidas, transmitiendo la herencia de
las relaciones e interacciones del hombre con
la naturaleza, prolongando fragmentos o es-
tructuras completas de sistemas econmicos
y formas de organizacin social y poltica de
otros tiempos, introduciendo en el presente
las experiencias y conocimientos que de su
obra ha ido acumulando el hombre en el
pasado.
Sin embargo, el estudio cientfico de la rea-
lidad histrica que acta sobre el hombre y
es producto de su misma accin apenas c e
menz en. el siglo XIX. Antes de ese siglo hay
un saber histrico, una conciencia de lo his-
trico y diversas formas de captar y explicar
el devenir, pero no una reflexin cientfica,
sistemtica, acerca del porqu de los hechos
histricos, apoyada en tcnicas y procedi-
mientos creados y dirigidos a responder a esa
pregunta. A partir de la pregunta sobre el
sentido de los hechos histricos y de la
preocupacin por explicar por qu los hom-
bres entran en relacin entre si y con la
naturaleza para crear, desarrollar y transfor-
mar su medio y sus formas de organizacin,
el qu ocum, cundo, dnde y cmo ocum
empezaron a transformarse en tcnicas rigu-
rosas para ubicar los acontecimientos his-
tricos, establecer su autenticidad y descubrir
sus relaciones y sentido profundo.
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106 ENRIQUE FLORESCANO
El desarrollo de esta nueva comprensin
de lo histrico comenz cuando simultnea-
mente se desacralizaron y racionalizaron los
elementos bsicos del acontecer humano: el
carcter temporal y terreno de las acciones
humanas; el carcter real, irreversible e irre-
petible de lo ocurrido; los nexos y relaciones
causales de un hecho con otros; la inteligi-
bilidad de los hechos histricos y la necesi-
dad cientfica y poltica de explicarlos para
comprender su accin en el pasado y aumen-
t ar la capacidad de los hombres para domi-
narlos en el presente.
Desde el momento en que las acciones hu-
manas perdieron el sentido sobrenatural, sa-
grado o providencial que durante mucho tiem-
po se les haba atribuido: desde que fueron
consideradas como hechos profanos que ocu-
rran en un lugar preciso y en un tiempo de-
terminado, naci la moderna y actual con-
cepcin del devenir humano como despliegue
de la accin del hombre en el tiempo, desde
el pasado hacia el futuro. Es decir, desde
entonces se entiende que las acciones del
hombre forman parte de un solo proceso que
las integra y forma con ellas el tejido del
acontecer, la sucesin de hechos pasados li-
gados con los presentes y futuros. Parte de
un solo proceso, los hechos humanos adquie-
ren sin embargo su singularidad y especifi-
cidad al manifestarse en el devenir, al ocurrir
en tiempos y lugares diferentes que los hacen
distintos, irreversibles e irrepetibles.'
8 Sobre estas concepciones vase S. G. F. Bran-
don, History, t i me and dei t y, Nueva York, Man-
chester University Press, 1965.
0 Para una explicacin mi s detallada de esta con-
cepcin de lo histrico, vase Franpis Chatelet, E1
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LA HISTORIA COMO EXPLICACION 107
Despojado de elementos supraterrenales o
metahistncos, el acontecer humano cobr
el sentido de un suceder real y legible, el
tiempo se transform en un producto de la
historia -de los hechos humanps-, en un
devenir susceptible de ser conocido, verifi-
cado y explicado en funcin de razones hu-
manas y por medio de tcnicas y conocimien-
tos adecuados a ese propsito.
Un adelanto considerable en la verificacin
de los hechos y en el mejoramiento de la
lectura de lo acaecido lo dio el historiador
Leopold von Ranke (17911886) al someter
los documentos y tradiciones heredadas a un
severo escrutinio para discernir su origen,
develar los fines expresos u ocultos de sus
creadores y descubrir las alteraciones que ha-
ban operado en ellas sus sucesivos lectores.
Al mismo tiempo emprendi una bsqueda
desusada de fuentes originales con la idea de
crear un registro ms amplio y fidedigno del
pasado. Con la exhumacin de nuevos testi-
monios y la disposicin de instrumentos cr-
ticos para autentificarlos se pens que el
historiador poda explicar el sentido real de
los acontecimientos y evitar apreciaciones
erradas o subjetivas, pues la abundancia de
las fuentes y la crtica rigurosa de ellas per-
mitira "mostrar lo que realmente ha suce-
dido". Sin embargo, al no vincular la incor-
poracin de nuevos testimonios y la crtica
exigente de los mismos con un marco expli-
cativo que diera cuenta de las relaciones de
los hechos entre s y de su sentido. los segui-
dores de Ranke -mucho ms que 61 mismo-
convirtieron a lo histrico en un rido amon-
nacimiento de la historia, Mkxico, Siglo XXI, 1979,
pp. 3-18.
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108 ENRIQUE PLORESCANO
tonamiento de datos y al historiador en un
reproductor de los archivos.
Como un ejemplo ms de que el conoci-
miento histrico -lo mismo que el proceso
histrico real- no procede comnmente en
forma acumulativa y progresiva, debe recor-
darse que Marx, dcadas antes, haba reali-
zado una renovacin del mtodo histrico.
Partiendo de una realidad concreta - e l ca-
pitalismo industrial ingls-, aplic a ella
las tcnicas de investigacin y control de los
datos mas rigurosas de su poca, distingui
jerrquicamente los procesos fundamentales
que originaban y producan el capital, esta-
bleci las relaciones dinmicas y estructura-
les de la produccin capitalista con las clases
y la sociedad y compuso con todo ello una
teora -un modelo- del modo de produc-
cin capitalista, que es una abstraccin fun-
dada en la realidad histrica, y una explica-
cin razonada de esa realidad. En palabras
de Schumpeter, "Marx fue el primer econo-
mista de gran categona que reconoci y en-
sefi sistemticamente cmo la teora eco-
nmica puede convertirse en anlisis histrico
y cmo la exposicin histrica puede conver-
tirse en historia razonada". Esa metdica re-
construccin histrica y esa elaborada expli-
cacin de las causas, efectos, relaciones y
contradicciones econmicas y sociales que
conformaron el capitalismo de esa poca, par-
tieron de la nocin fundamental de que la
realidad histrica es una realidad inteligible,
coherente y estructurada, susceptible por tan-
to de ser pensada, penetrada y explicada
cientficamente.
Marx pens la realidad histrica como una
totalidad dotada de coherencia interna, en la
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LA HISTORIA COMO EXPLICACI~N 109
cual cada una de sus partes condiciona y
transforma a las dems, a la vez que cada
parte es condicionada y transformada por el
todo. Esta concepcin lo llev a construir un
instrumento terico - e 1 modo de produc-
cin- capaz de captar la realidad social en
su conjunto, a diferencia de los economistas
anteriores -y posteriores- que slo el abe
raron instrumentos analticos para examinar
problemas exclusivamente econmicos, y de
los historiadores, hasta entonces absorbidos
por la acumulacin de datos para documentar
procesos desvinculados entre si. En suma,
Marx concibi lo histrico como una totali-
dad dinmica, hizo de la investigacin de los
hechos concretos la base de todo punto de
partida riguroso del conocimiento, y de la
teona el instrumento indispensable para pe-
netrar con profundidad y coherencia en la
realidad histrica. Al contrario de la miiv ex-
tendida prctica de muchos "marxistas",
Marx asuma que la teora slo puede apre-
hender la realidad cuando sta est presente
en el anlisis, cuando se ha "asimilado en
detalle la materia investigada". Y correlati-
vamente, slo cuando el investigador dispone
de un marco explicativo general del desarrollo
social. puede liberarse del empirismo y ex-
traer del cmulo de datos explicaciones ge-
nerales del desarrollo histrico."
Como sabemos, despus de Marx la historia
'O Pierre Vilar explica y debate las aportaciones
de Marx a la formacin de una historia cientffica
en "Historia marxista, historia en constmccin.
Ensayo de dilogo con Althusser", en Ciro F. S. Car-
doso y Hkctor Prez Brignoli. Perspectivas de la
historiografia contempordnea, Mxico. Secretarla de
Educacin Publica, SepSetentas, 280, 1976, pp. 103-
159.
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110 ENRIQUE FLORESCANO
y las ciencias sociales siguieron un camino
opuesto a las lneas de conocimiento que l
haba practicado. Todas se volvieron disci-
plinas: artes o ciencias especializadas, con
,'
campos de estudio", mtodos y fines redu-
cidos, con declarados contactos formales
("ciencias auxiliares"), pero sin verdaderos
vasos comunicantes que las nutrieran mutua-
mente. La economa dej de pensarse hist-
ricamente y se refugi en la teona pura. La
exposicin histrica dej de ser historia razo-
nada y se transform en una sucesin de
hechos trabados cronolgicamente alrededor
de un tema. La totalidad de la realidad social
-histrica y contempornea- se fragment
en partes y "territorios" cuyas fronteras cada
especialidad guard con celo de propietario.
En lugar de la recproca interaccin entre
la investigacin de la realidad concreta y la
formulacin terica de los resultados, la dis-
ciplina histrica se transform en una acu-
mulacin de datos empricos y la economa
en una exposicin de conceptos. Como seala
Pierre Vilar, en el fondo de esta reaccin in-
telectual haba una concepcin esttica del
acontecer humano, una negativa a pensar
histricamente el desarrollo social y una cre-
ciente tendencia a subjetivizar el razonamien-
t o cientfico, que en la disciplina histrica
culmin en el historicismo: en la idea, segn
Dilthey, de que la realidad histrica no existe
por s misma, pues slo es reflejo de la "espi-
ritualidad" del historiador, quien sucesiva-
mente va cambiando la imagen del pasado
conforme se modifica su espiritualidad."
11 Vease "Marxismo e historia en el desarrollo de
las ciencias humanas". en Pierre Vilar, Crecimiento
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LA HISTORIA MMO EXPLICACI~N 111
Sin embargo. la primera guerra mundial,
la Revolucin sovitica, la crisis econmica
de 1929-1930, la Revolucin socialista en China
y el enorme desarrollo posterior de la ciencia
bsica y la tecnologa, progresivamente em-
pujaron a las ciencias sociales a ocuparse de
la realidad y a pensarla como un proceso
dinmico y cambiante. No recuperaron la
nocin de totalidad ni abandonaron sus es-
tancos, ahora fortalecidos por la creacin en
las universidades y centros de investigacin
de ctedras, "especialidades" y "reas" redu-
cidas a procurar un saber limitado, parcial.
Pero compelidas por el sistema que las sus-
tentaba, gran parte de ellas se transformaron
en "ciencias aplicadas", en surtidores de per-
sonal y conocimientos dedicados a corregir,
mantener, expandir y explicar las contradic-
ciones econmicas, polticas y sociales del
sistema capitalista. Un sector reducido de los
productores de estos conocimientos, herede-
ros y continuadores de la tradicin erudita
del siglo XIX, reclam sosiego y libertad para
sus tareas y propuso una "neutralidad cien-
tfica", sustentada en una "imparcialidad
acadmica"; pero en la mayora de las uni-
versidades y centros de estudio del mundo
capitalista se excluy la enseanza de Marx y
de las corrientes que adoptaban su pensa-
miento. La "guerra fra" que sigui a la se-
gunda guerra agudiz los antagonismos entre
"ciencia burguesa" e "ideologa marxista", a
tal punto que la primera se prohibi en la
Unin Sovitica y la segunda fue proscrita
o perseguida en las universidades dc los pai-
ses de rgimen capitalista.
y desarrollo. Economa e historia. Reflexiones sobre
el caso espaol, Barcelona, Ariel. 1961, pp. 475-478.
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112 ENRIQUE FWRESCANO
Perpleja ante esos grandes cambios que su
conocimiento escindido en parcelas especiali-
zadas era incapaz de aprehender, rebasada
adems por la economia, la sociologa y la
ciencia poltica que entraron de lleno a me-
dir, evaluar, explicar y predecir esas transfor-
maciones con nuevos enfoques, la disciplina
histrica inici desde 1930 una lenta y con-
flictiva transformacin. En Francia, Marc
Bloch y Lucien Febvre encabezaron entonces
un solitario combate para recuperar la totali-
dad de lo histrico que haba proclamado
Marx -pero sin seguirlo en su concepcin
bhsica-, abogando por una relacin orgnica
entre historia, economia, geografa, etnolo-
gia y las dems ciencias del hombre. Insis-
tieron, ms que en la unidad metodolgica
de una explicacin general del desarrollo his-
trico, en una vuelta a la relacin y comuni-
cacin de las disciplinas que se ocupaban de
las actividades humanas. Desde estas posicio-
nes combatieron las barreras entre especia-
listas y lucharon contra la arraigada escuela
positivista, que en lugar de una investigacin
dirigida por hiptesis y problemas, encandi-
laba a sus practicantes con la riqueza ca-
tica de los archivo^.'^
Con estos propsitos y slidamente apoya-
dos en un dominio escrupuloso de las destre-
zas del mtier, los historiadores franceses ini-
ciaron un progresivo acercamiento a las
tcnicas y los mtodos desarrollados por las
ciencias sociales (economa, demografa, geo-
grafa, sociologa, antropologa), que en po-
cas dcadas produjo una renovacin profunda
de la historiografa acadmica, un puado de
12 Vease Lucien Febvre, Combates por la historia,
Barcelona, Ariel. 1970.
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LA HISTORIA COMO EXPLICACI6N 113
obras maestras y una reconsideracin del para
qu y del porqu de la historia.
Bajo la presin de una realidad cargada
de grandes perturbaciones. los historiadores
empezaron a trasladar al pasado las interro-
gantes y perplejidades del presente. La histo-
ria se contamin de crisis, ciclos, coyunturas.
transiciones y transformaciones econmicas,
demogrficas, sociales y polticas. Sirvindose
de tcnicas cuantitativas y procedimientos
estadsticos los historiadores reconstruyeron
impresionantes series de precios, salarios,
producciones, intercambios comerciales y es-
tadsticas vitales que hicieron emerger, con la
poderosa demostracin de miles de datos se-
riados que revelaban comportamientos masi-
vos y representativos de la realidad estudiada,
las estructuras econmicas y sociales de las so-
ciedades preindustriales y las lneas de fuerza
que impulsaban su dinmica. Lo que para el
historiador tradicional era una difusa reali-
dad, se tom una Iectura inteligible de los
cambios masivos, de las transformaciones de
la estructura econmica y social, de los ciclos
econmicos, de las disparidades entre el sis-
tema productivo y la poblacin, de las des-
igualdades entre sectores de la economa. en-
tre clases sociales, entre diversos espacios y
entre tiempos diferentes.
El pasado adquiri una dinmica y una
complejidad nuevas al agregarse, a la crono-
logia poltica que habian construido los an-
tiguos historiadores, los. tiempos largos que
medan la lenta incubacin de estructuras
geogrficas y ecolgicas. los tiempos tambien
largos de la formacin de las estycturas de-
mogrficas y de los sistemas econmicos, y
los .tiempos breves y convulsivos de los ciclos
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114 ENRIQUE FLORESCANO
y las crisis demogrficas, agrcolas y comercia.
les. Tiempos diversos que al ser ahora obser-
vados en espacios diferentes, medidos y rela-
cionados unos con otros, develaron nuevas
desigualdades y rompimientos del desarrollo
social. La dinmica histrica dej de ser una
trayectoria lineal ocasionalmente removida
por los cambios polticos, para mostrarse
como un devenir desigual, constantemente
perturbado y modificado por las fuerzas dis-
pares y contradictorias de la economa y la
estructura s~ci al . ' ~
El 6xito que salud a esta aplicacin de
nuevos mtodos a los problemas agrarios,
econmicos y sociales de los siglos XVI-XVIII,
pronto se extendi a otros campos del pasa-
do y a otros paises. El anlisis histrico ba-
sado en tcnicas y modelos cuantitativos, eco-
nom6tricos y estmcturalistas caus hr or lo
mismo en Europa que en Estados Unidos y
prolifer por doquier, tanto en el examen de
la antigedad como en el de los tiempos mo-
dernos y contemporneos, lo mismo en el es-
tudio de las representaciones de la conciencia
colectiva ("mentalidades"), que en el anlisis
de la religin, los mitos, el poder y los siste-
mas polticos, el desarrollo urbano, las tc-
nicas, los sistemas alimentarios, el cuerpo, la
' avease. como ejemplo de esta corriente historio
grfica: Marc Bloch, Les caract2res originaux de
l'histoire rurale francaise, Paris, 1964; Ernest La.
brousse, Fluctuaciones econmicas e historia social,
Madrid. Tecnos, 1962; Fernand Braudel. El Medite-
rrneo y el mundo mediterrneo en la dpoca de
Felipe 11, Mkxico, Fondo de Cultura Econmica,
1976; Pierre Goubert, Beauvais et le Beauvaisis de
16W d 1730, Paris, 1960; Pierre Vilar, La Catalogne
dans Espagne moderne, Pars. 1962; Emmanuel Le
Roy Ladurie, Les paysans de Languedoc, Paris, 1%6.
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locura. la sexualidad. . . Nuevos temas, nuc-
vos mtodos, nuevos problemas."
El desarrollo de estas tendencias en los
aos sesenta y principios de los setenta pare-
ca conducir aceleradamente a la historiogra-
fa al cumplimiento del ambicioso objetivo que
Edward H. Carr le asigna a la investigacin
histrica: "Hacer que el hombre pueda com-
prender la sociedad del pasado, e incrementar
su dominio de la sociedad del presente."'"
Pero lejos de continuar la invasin optimista
de nuevos campos y pocas. o de convertir
sus conquistas en firme pista de lanzamiento
para mayores empresas en la explicacin del
pasado, la historiografia contempornea ha
entrado en una fase de cuestionamiento de
los resultados obtenidos y de revisin critica
de sus fundamentos cientificos.
La critica epistenzolgica
En los ltimos anos, a esa prctica de la in-
vestigacin histrica que supo responder con
sensibilidad a los reclamos de su tiempo,
recoger la mejor tradicin de crtica de los tes-
timonios, aventurarse en los riesgos de probar
nuevos enfoques para responder a nuevas
preguntas y revelar inmensos territorios del
pasado, se le han comenzado a ver deficien-
cias graves en la definicin de sus objetivos
"Un ejemplo de la variedad de caminos por
donde transcurre la investigacin histrica desde los
aios sesenta lo presenta el libro colectivo dirigido
por Jacques Le Goff v Pierre Nora, Faire de l'his-
toire, Pars, Gallimard, 1974. 3 vols.
'sQud es la historia?, Barcelona. Se i Barral.
1970, p. 73.
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116 ENRIQUE F WR WN O
y en los conceptos y mtodos aplicados al
estudio del pasado.
Paradjicamente, la renovadora proposicin
inicial de romper el aislamiento disciplinario
en que se encontraba la historia y abrirla a
todos los campos sin prohibirle "nada de lo
humano", al no incluir una definicin episte-
molgica precisa de su objeto de estudio, se
ha convertido en el punto donde convergen
las crticas de quienes piensan la historia
como una ciencia comprensiva pero exigente
en la definicin de sus objetivos cientficos.
Hoy se ve que la proposicin de "abarcar
todo lo humano", la idea de "recuperar la
unidad de la vida", no se acompa de una
clarificacin mnima de los supuestos teri-
cos y metodolgicos requeridos para tal fin.
Faltos de una conceptualizacin rigurosa, los
historiadores pensaron el objeto de la inves-
tigacin histrica ms bien como un inven-
tario abierto, como "la serie de combinaciones
infinitamente ricas y diversas de la vida hu-
mana" que sucesiva o simultneamente el
historiador poda penetrar con slo adquirir
los enfoques y mtodos que haban creado las
ciencias sociales. As, sin pasar por la cons-
truccin de una plataforma epistemolgica
que uniera los fines de las ciencias sociales
con los de la historia, de manera de crear una
teona del conocimiento dirigida a explicar las
relaciones sociales de los hombres y las mo-
dalidades de sus cambios en el tiempo, los
historiadores simplemente abrieron a todos
los vientos el estanco que los aherrojaba. De
ah que su audaz incursin por nuevos terri-
torios y su sucesiva trasmutacin en gegra-
fos, economistas, demgrafos, antrop1ogos
o estudiosos de las interacciones del hombre
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con la naturaleza no condujera a la anhelada
historia total, ni a explicar con rigor las re-
laciones entre uno y otro de los mltiples
"territorios" que penetraba.
Sin la exigencia epistemolgica de construir
un campo cientfico definido, la apertura in-
terdisciplinaria se redujo a un comercio de
mtodos y tcnicas. Los historiadores y los
antroplogos convirtieron sus "reas" en cam-
pos de experimentacin donde se han proba-
do las mltiples tcnicas y mtodos que el
economista, el demgrafo, el socilogo y los
politlogos han creado para estudiar la rea-
lidad contempornea, sin que ello suscitara un
acercamiento profundo entre esas disciplinas,
ni llevara a un replanteamiento comn de los
problemas del conocimiento en las ciencias
sociales. Cstas siguen marchando bastante
disociadas de la historia mientras que la
prctica de la investigacin se ha vuelto ms
estructuralista y funcionalista. ms volcada a
descomponer las partes que integran el teji-
do social que a explicar la formacin de su
urdimbre y dar cuenta de sus desfases y con-
tradicciones, ms atrada por explicar funcio-
nes que causas, ms decidida a quedarse en
el anlisis de los cortes temporales fijos que
a explorar la trayectoria de las sociedades en
la compleja dinmica espacio-temporal. En
fin, esta ausencia de verdadera interaccin
entre la fundamentacin cientfica de un cam-
po de estudio comn y Ia prctica concreta
de la investigacin, explica tambin la fallida
trasposicin de teoras y conceptos analticos
estticos a la cambiante realidad histrica.
De ah que en lugar de arribar a una uni-
dad de enfoque y a un replanteamiento pro-
fundo de la totalidad de lo histrico. los
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118 ENRIQUE FLORESCANO
historiadores tengan hoy por objeto de estu-
dio muchas unidades parciales de anlisis
(economa, demografa, geografa, estructura
social, "mentalidades", etc.), que en el anli-
sis concreto se ordenan por yuxtaposicin o
agregacin, sin que esta forma fragmentada de
recuperacin de la realidad pueda dar cuenta
de las relaciones de causa o efecto entre ellas,
ni explicar sus interacciones o el porqu de
sus transformaciones divergente^.'^
Sobre esta falta de unidad en las bases
epistemolgicas y en los fines de la discipli-
na histrica han crecido por lo menos cua-
tro grandes corrientes de investigacidn que
postulan diferentes para qus y por qus de
la historia. La ms antigua y arraigada es la
positivista, que sigue extrayendo de los ar-
chivos montarias de datos y componiendo
.,
nuevas aportaciones" sobre infinidad de te-
mas, sin que estos enormes esfuerzos mejo-
ren sustantivamente la comprensin del pa-
sado, pues carecen de guas tericas que
precisen los problemas y de mtodos y con-
ceptos analticos que expliquen los datos y
' 8 Para la critica de los fundamentos epistemol-
gicos de la llamada "Escuela de los Annales". vase
el excelente articulo de Jacques Revel, "Historie et
sciences sociales: les paradigmes des Annales". en
Annales, noviembrediciembre de 1979, pp. 1360-1376;
sobre la critica a la riew economic history norte-
americana vase H. Gutman, Slavery and the nunz-
bers game, Urbana, Illinois. 1975; y tambikn, Jean
Heffer, "Une histoire scientifique: la nouvelle his-
toire conomique", en Annales, julimagosto de 1977.
pp. 824-842; para la critica de los estructuralismos
vanse los articulos de P. Vilar citados en las notas
10 y 11. y para panoramas sobre los desarrollos
recientes de las ciencias sociales y la historia vase
Paul Barker (comp.), Las ciencias sociales de hoy.
Mxico, Fondo de Cultura Econmica. 1979.
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LA HISTORIA COMO EXPLICACIdN 119
sus relaciones. Otra, muy en boga hoy en los
centros acadmicos, niega la posibilidad de
encontrar un sentido en el acontecer huma-
no, proclama el fracaso de todos los "deter-
minismos" y de la historia econmica y so-
cial reciente para "producir una explicacin
cientfica y coherente del cambio en el pasa-
do" y propone en consecuencia una investiga-
cin dirigida por la curiosidad, sin estorbos
metodolgicos ni preocupaciones explicati-
vas, basada en la narracin y concentrada en
el esfuerzo de "revivir" literaria y emotiva-
mente el pasado. Esta fuga desencantada del
presente hacia el pasado aunque no precisa
objetivos, mtodos ni jerarquas que ordenen
la investigacin, claramente selecciona temas
como los sentimientos, las emociones, los
patrones de conducta y los comportamientos
"no determinados", que considera como "va-
riables independientes" de las estructuras eco-
nmicas y sociales. Pero su inters no es ex-
plicar estos comportamientos, sino revivirlos
por el recurso de la narracin."
Ms importante e influyente es la corriente
que abstenindose tambin de buscar una
explicacin general de los cambios y las
fuerzas que dirigen el desarrollo de las socie-
dades, concentra su atencin en el anlisis
17vase una justificacin y un manifiesto de esta
postura en el artculo del conocido historiador in-
gls Lawrence Stone, "The revival of narrative:
reflections on a new old history", en Past and Pre-
sent, noviembre de 1979. pp. 3-24. Es la proposicin
de una "historia tranquila". contra la intranquila de
que habla Pablo Gonzlez Casanova: "La historia
intranquila" (ponencia presentada en la reunin so-
bre "Relaciones entre la historia y otras disciplinas
de las ciencias sociales", promovida por FLACSO.
21-25 de abril de 1980).
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120 ENRIQUE FLORESCANO
de universos limitados a los que aplica diver-
sas combinaciones de tcnicas y mtodos para
indagar la formacin y el funcionamiento de
los sistemas econmicos y sociales, el poder
y la organizacin poltica, las bases de la cul-
tura material de una sociedad, las "mentali-
dades". la religin, las creaciones artsticas
y cientficas, los rasgos esenciales que definen
a una civilizacin, etc. Esta prolongacin de
la "Escuela de los Annales" se practica hoy,
con mltiples variantes, en la mayona de
las universidades y centros de investigacin
y es la que establece los patrones que miden
la excelencia en los estudios histricos. Enrai-
zada en las viejas tradiciones del rigor y el
profesionalismo acadmico, tiene por centro
la "tesis" u obra individual que da acceso al
ttulo de historiador. Carece de polticas o es-
trategias de investigacin explcitas y orien-
tadas a resolver los problemas que suscita su
propio desarrollo; progresa ms bien por
agregacin, por los sucesivos enriquecimien-
tos que adiciona cada nueva obra personal y
por los desafos que sta plantea a los nuevos
historiadores que quieren acceder al prestigio
y al poder que detentan sus predecesores. Ade-
mas del incentivo del prestigio personal, sus
estmulos mayores son las novedades temti-
cas o metodolpicas que introduce cada nueva
generacin, obligada a distinguirse de las
anteriores por el descubrimiento de un en-
foque o tema nuevo, "original". Aunque los
historiadores de esta tendencia se renen
regularmente para evaluar los progresos y
problemas de sus reas de estudio, no han
logrado crear programas de investigacin co-
munes, continuados v fmctferos. Con todo,
esta tendeitcia es hoy la ms consistente en
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LA HISTORIA MMO EXPLICICIN 121
sus realizaciones individuales y la ms crea-
tiva y estimulante, aunque con frecuencia
eluda explicar las contradicciones y relacio-
nes que registra al estudiar simultneamente
procesos econmicos, sociales, polticos e
ideolgicos.
Significativamente, la nica comente que
hoy persiste en plantear como tema funda-
mental de la explicacin histrica el porqu
cambian y se transforman las sociedades y
cules son los resortes que desencadenan
esos rompimientos, es el marxismo. Sumer-
gido durante dcadas en el dogmatismo y
en la exposicin talmdica de los textos
fundadores, satanizado, perseguido y execra-
do en los centros acadmicos del mundo ca-
pitalista, no ha cesado de ser, sin embargo,
el interlocutor obligado de las viejas y nuevas
interpretaciones del desarrollo histrico. Des-
de Marx, y a partir de los aos cuarenta con
nuevos planteamientos, los historiadores mar-
xistas insisten en desentraar el porqu del
cambio social y son los nicos que sistema-
ticamente continan el asedio del problema
de la transicin de un sistema econmico
o de un modo de produccin a otro.'8 Tam-
bin ha continuado la antigua preocupacin
1s En 1946 Maurice Dobb inici la actual discusin
de las transiciones y cambios de los sistemas ece
nmicos en su polmico libro Estudios sobre el
desarrollo del capitalismo, Mxico, Siglo XXI. 11i
ed., 1979: vase tambin Rodney Hilton (comp.), La
transicin del feudalismo al capitalismo, Barcelona,
Crtica, 1977; Perry Anderson, Transiciones de la
Antigedad al feudalismo, Mxico, Siglo XXI, 1979:
y los nmeros 78, 79. 80 y 85 de la revista Past and
Present, que contienen el debate planteado en la mis-
ma revista por Robert Brenner (nm. 70, 1976). =
bre el papel que desempe la estructura de clases
agraria en el desarrollo de la Europa preindustrial.
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122 ENRIQUE FLORESCANO
por esclarecer la formacin de los sistemas
econmicos dominantes y las maneras como
se articulan con otros modos de produccin,
combinando ahora una renovacin de la teo-
ra marxista con los enfoques y tcnicas desa-
rrollados por la historia social y econmica
contempornea." El anlisis de los conflic-
tos de clase y de las clases se ha vuelto usual
en la historiografia no marxista, pero se debe
a stos las mejores obras del gnero y la
nueva luz que hoy baa a las distintas for-
mas que asume la lucha de clases en las
sociedades pr e i nd~s t r i a l e s . ~9 como los de-
ms historiadores, los marxistas han pasado
del anlisis de los sistemas econmicos y de
las contradicciones sociales, al estudio de las
revoluciones y crisis polticas. al examen del
poder, la religin, la cultura material y la
cultura popular, de las ideologas y de las pro-
ducciones cientficas e intelectuales. Pero en
ese trnsito han sufrido un proceso de aper-
tura, crisis y revisin critica de sus funda-
mentos tericos y metodolgicos. Como lo
afirman sus exponentes ms calificados, pue-
de decirse que la historia marxista es apenas
una historia en construccin.
lBVase como ejemplo el importante e influyente
anlisis del sistema feudal hecho por el historiador
polaco Witold Kula, Teora econmica del sistema
feudal. Mxico. Siglo XXI. 1974: y la obra de Im-
manuel Wallerstein, El moderno sistema mundial,
Mxico, Sigo XXI. 1979.
ZOVase Edward P. Thompson, LA formacin his-
trica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832, Bar-
celona, Laia. 1977. 3 vols.; y tambin Eric J. Hobs-
bawm, Rebeldes primitivos, Barcelona. Ariel, 1968:
Boris Porshnev. Los levantamientos populares en
Francia en el siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1978.
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LA HISTORIA COMO EXPLICACI6N
El historiador y la produccin
Ms all de la coexistencia de estas diversas
formas de interpretar el pasado puede ha-
blarse de una historia, de la historia? O puesto
de otra forma: hasta qu punto estas diver-
gentes interpretaciones del pasado expresan
ms las circunstancias bajo las que el hi st e
riador elabora su obra que el proceso real del
desarrollo histrico? A estas preguntas apun-
tan quienes piensan que la historia, en tanto
ciencia explicativa del pasado, no slo debe
cuestionar la teora, los mtodos y resultados
implicitos en la obra histrica, sino tambin
y con semejante profundidad las condiciones
sociales bajo las que se desarrolla la investi-
gacin histrica.
Por tradicin gremial, cuando los histona-
dores hacen historioprafia o anlisis de las
obras histricas que les anteceden y marcan
los avances y las lagunas del conocimiento
histrico disponible, se limitan a examinar
los "contextos" intelectuales e ideolgicos que
parecen pertinentes para explicar la concep
cin de la historia y los mtodos que adopta
el historiador para reconstruir el pasado.
Pero casi nunca aluden a las condiciones
sociales que permiten esa reconstruccin. En
tanto que ellos mismos operan bajo una divi-
sin del trabajo que separa las ideas del
proceso productivo que las genera. cuando
hacen la crtica de su actividad la centran so-
bre el producto -la obra-, sin ocuparse del
proceso productivo que lo crea. Es decir, para
los historiadores la critica de su actividad
slo es pertinente en el alto momento del dis-
curso elaborado, no en los bajos fondos que
lo producen. Y precisamente esta operacin
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que oculta las condiciones materiales y s e
ciales que permiten la actividad del historia-
dor es la que hace aparecer a la obra hist-
rica como un producto individual o gremial,
no social. A su vez, en casos extremos pero
frecuentes, este mecanismo que borra las ba-
ses sociales en que se asienta la actividad
del historiador y exalta slo su producto, es
el que lleva a pensar al trabajador intelec-
tual que su obra se realiza por arriba de la
sociedad, no dentro de los conflictos sociales
y econmicos que la conforman. La ciencia
aparece entonces como "autnoma", lejos de
los ruidos del trabajo y las relaciones sociales
que la crean.
Michel de Certeau ha mostrado, con rigor
y penetracin admirables, que es precisamen-
te el anlisis de las condiciones de produc-
cin en que se desarrolla la actividad del
historiador la condicin indispensable para
explicar la naturaleza social de la investiga-
cin histrica y el marco necesario para ha-
cer un anlisis coherente de la obra histrica
como producto cientfico e ideolgico." Con-
tra la idea de que el historiador define en la
soledad de su pensamiento el tema y los pro-
cedimientos de "su investigacin" y que el
resultado de ese esfuerzo slo est determi-
nado por la concepcin de la historia que
adopta y por su capacidad para adecuar esta
a la realidad estudiada, todos los requisitos
que permiten la prctica de la investigacin
2' Vase su articulo "L'opration historique", en la
obra colectiva dirigida por Jacques Le Goff y Pierre
Nora, Faire de I'histoire, t. 1, pp. 3-41, y su libro
L'ecriture de I'histoire, Pars, Gallimard, 1975, don-
de desarrolla ampliamente sus enfoques episteme
Igicos, sociales, semiticos y psicoanaliticos sobre
la historia y sus constructores.
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LA HISTORIA COMO EXPLICACIdN 125
(archivos, instituciones que apoyan la inves-
tigacin, mtodos y procedimientos de anli-
sis, publicacin de los resultados, lectores),
remiten a condiciones sociales que. con ante-
rioridad a la iniciativa del historiador deter-
minan los temas a estudiar, los medios socia-
les donde se realiza la investigacin y los
procedimientos analticos de que puede dis-
poner para realizar su obra personal. Es den-
tro de esta red de condiciones materiales y
de determinaciones sociales lejanas y prxi-
mas que el historiador toma "sus decisiones",
no en funcin de "ideas" o "concepciones"
fuera de la prctica real de investigacin. En
nuestros das, esos medios donde tiene lugar
la produccin de la investigacin histrica se
llaman universidades, academias o institutos,
y cumplen la doble funcin de crear las con-
diciones materiales para realizar la investi-
gacin y de definir las practicas cientficas
que fijan los requisitos de la disciplina. Son
las instit~ciones a las que el Estado delega la
funcin social de crear y transmitir el cono-
cimiento histrico.
En paises donde la sociedad civil es dbil y
el Estado fuerte, ste. como antes el Pnncipe,
determina el para qu de la obra histrica y
hace de los historiadores un instrumento de
su poder. En aquellos donde las clases y or-
ganizaciones polticas tienen fuerza propia
frente al Estado, las instituciones de ense-
anza e investigacin adquieren la forma de
"cuerpos" o estratos profesionales que gozan
de cierta autonoma e imponen en esas ins-
tituciones sus intereses propios, gremiales e
ideolgicos. Aun cuando estas instituciones
declaran ser templos de la libertad, la objeti-
vidad y la imparcialidad cientfica y acad-
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126 ENRIQUE FLOllESCANO
mica, por su composicin social, administra-
cin, gobierno y formas de reclutamiento, de
hecho favorecen a determinadas corrientes
de pensamiento y admiten unas investigacio-
nes y excluyen otras. De manera semejante
los programas de enseanza determinan una
cronologa de la historia; una divisin de sus
pocas, una epistemologa, una manera de
pensar y construir la realidad histrica, con
exclusin de otras. Del mismo modo se in-
culcan los mtodos, los procedimientos para
ordenar, distinguir, relacionar y analizar los
hechos, que nunca se definen como los me-
dios que permiten defender, afirmar e incre-
mentar el poder o las ideas de quienes los
transmiten. sino como procedimientos "obje-
tivos e imparciales". Finalmente, la divisin
jerrquica y vertical que rige a la institucin
concentra el uso de los recursos materiales
y sociales en grupos pequeos y poderosos,
que para perpetuarse distribuyen poder y be-
neficios entre quienes se adhieren a las prc-
ticas asumidas y combaten a los disidentes.
De este tejido real de intereses, ambiciones
y manipulaciones del aparato institucional
que condiciona la base material de la investi-
gacin y los procedimientos bajo los que sta
se desarrolla no se escribe ni se hace la cr-
tica cuando se habla de "escuelas histricas",
,,
de corrientes de la investigacin", de "pol-
ticas de in~estigacin".~' Y sin embargo, es tan
determinante de stas como la misma prc-
tica cientfica que produce las obras.
La separacin entre el sistema productivo
Una excepcin son los estudios mencionados en
la nota anterior de Michel de Certeau, y el pol6rni-
Co libro de Jean Chesneaux, Hacernos tabla rasa
del pasado?. Mxico, Siglo XXI. 1977.
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LA HISTORIA COMO EXPLICACI~N 127
y las obras, entre la fabricacin y el produc-
to, procedimiento tpico del trabajo intelec-
tual, opera entonces contra la misma capaci-
dad del investigador para ejercer 61 dominio
pleno de su actividad y de las condiciones
sociales y cientficas que la determinan. Man-
tener esta separacin es echar un velo mas
sobre el sistema actual, que bajo la ficcin
de la neutralidad cientfica y la pluralidad de
corrientes declara la "libertad del discurso"
pero monopoliza la direccin y administra-
cin del proceso productivo. Y sobre todo,
esta separacin provoca una contradiccin
esencial entre un proceso productivo de natu-
raleza social y colectiva y la utilizacin gre-
mial e individual de sus productos, lo que a
su vez hace aparecer a los productores como
fuera del proceso social, por encima de la
sociedad. Organizar cientficamente el trabajo
del historiador quiere decir tambin dominar
el sistema productivo que lo hace posible, asi-
milar todos sus procesos y adecuarlos a un
ejercicio crtico, coherente y estratgico de la
actividad cientfica. La condicin de una con-
ciencia social ms clara del para qu de la
historia implica tanto el dominio de los pro-
cedimientos cientficos como de las condicio-
nes sociales en que se realiza la produccin
cientfica. Politizar la investigacin a travs
de la participacin representativa y democr-
tica de quienes la realizan es pues un requi-
sito indispensable para el desarrollo de una
ciencia social verdaderamente integrada en la
pluralidad social que la produce.
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*
LA HISTORIA, MAESTRA DE LA POLlTICA
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La historia es, ante todo, memoria del pasa-
do en el presente. Es una recreacin colec-
tiva, incluso cuando se la convierte en cien-
cia, es decir, en explicacin, en respuesta a los
porqu del presente y en afirmacin demos-
trable o sujeta a comprobacin. Es el hogar
de la conciencia de un pueblo, el contexto ob-
jetivo de su modo de pensar, de sus creencias,
de su visin de la realidad, de su ideologa,
incluso cuando es expresin individual. No
hay historia independiente de la conciencia
colectiva del hombre. Por eso la historia apa-
rece siempre como discusin y reelaboracin
del pasado; por eso tiende siempre al futuro,
como explicacin del pasado, en las formas
de la utopa y del mito. De ah su fuerza como
forma que adquiere la conciencia social.
La esencia de la historia, como anlisis y
enjuiciamiento de los hechos pasados, consis-
te en hacer del pasado mismo un problema
del presente. Y mientras ms se remonta el ho-
rizonte del anlisis mayor fuerza adquiere la
conversin del conocimiento en problema.
Nuestro actual horizonte, sealado por la for-
macin del Estado nacional en nuestro pas,
abarca ya un siglo. Este es el trasfondo de
nuestro presente, parte de l, la dimensin de
nuestra conciencia histrica, colectiva, como
pueblo, como nacin, y tambin como indivi-
duos. Lo menos que ha ocurrido a quienes
han intentado traspasar las fronteras de esa
conciencia histrica ha sido la prdida de
credibilidad, de poder de conviccin, de sen-
i1311
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tido de la realidad. Desde este punto de vista,
somos prisioneros de nuestro presente; pero
ello es condicin esencial de nuestra capacidad
y de nuestra aspiracin para hacer historia,
para analizar nuestro pasado y proyectarlo
del presente al futuro.
La historia es conciencia colectiva y en ello,
ms que en la determinacin de los datos
del pasado, reside su objetividad y su poder
de conviccin. El historiador, en el fondo,
escribe lo que su tiempo impone como nece-
sidad y como aspiracin en el campo del
conocimiento y de las creencias. No antes ni
despus, sino en el momento preciso que dic-
ta el presente de los tiempos. Segn sea la
conciencia colectiva, vale decir, el conjunto
de ideas y creencias a las que nos debemos, a
las que respondemos, por las cuales actuamos
o contra las que nos oponemos, as ser4 la
historia que recreemos. La eleccin temtica,
el vigor de las tesis sustentadas, el 'valor heu-
rstico de la obra, su proyeccin al futuro, su
capacidad explicativa del presente, el campo
de su aplicacin y su utilidad entran todos
como expectativas de la dimensin del tiem-
po que el historiador vive y constituyen, a
la vez, sus estimulos personales y la fuente
de su interks. La eficacia con la que el histo-
riador responde a esas expectativas de su
poca, las cuales supone, de una o de otra
manera. como comienzo y marco de su traba-
jo, da la medida y la identidad del sello par-
ticular de su obra, independientemente de
cul sea su materia de estudio, la que siem-
pre ser vista desde la atalaya de1 presente,
desde aspiraciones y necesidades presentes.
El presente, empero. no constituye un "cor-
te" en el tiempo, sino que es tambikn una
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poca histrica que surge y se hunde, a la
vez, en un pasado inmediato del que forma
parte y del que es resultado. El presente es
precisamente dimensin histrica y no un
momento de la historia. Los hombres respon-
den, desde luego, a urgencias actuales; pero
se forman, piensan y actan a partir de y de
acuerdo con paradigmas ideales que resumen
y expresan los valores de toda una poca his-
trica y no de este o aquel momento en par-
ticular. Marx pensaba que "la humanidad slo
se propone los problemas que puede resolver"
y ello hace referencia a los paradigmas idea-
les de un tiempo histrico que plantean y de-
finen esos problemas.
Nuestra poca, nuestro tiempo histrico,
est marcado por ese fenmeno de trascen-
dencia no slo nacional sino tambin conti-
nental que es la Revolucin mexicana. La
problemtica social que ella inaugura se es-
labona, como resultado, con el perodo del
Estado oligrquico porfirista (1876-1911) y
define el perodo sucesivo, poltica, social,
econmica y culturalmente, que hov, a travs
de grandes transformaciones sucesivas, segui-
mos viviendo. No es extrano que el problema
de la historia que hoy hacemos sea, por anto-
nomasia, el de la Revolucin mexicana: es
nuestro referente, pensamos a partir de ella,
nos movemos por ella o contra ella, en ella y
por ella actuamos, sobre ella indapamos el
pasado, incluso el ms remoto, en ella finca-
mos nuestro desarrollo futuro, parecido o di-
ferente a ella; por ella somos lo que somos;
ella ha acabado identificndonos como un
pueblo y una nacin.
Hubo un momento, a la mitad de los aos
sesenta, en que la Revolucin mexicana pa-
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reci perderse en el pasado, ocupados como
estuvimos entonces en imitar a los anglosa-
jones en el modo de estudiar e indagar en
nuestra realidad. Paradjicamente, aqul cons-
tituy el inicio de un amplio desarrollo de las
ciencias sociales en Mxico; el estilo de la
investigacin cambi radicalmente; el conoci-
miento de lo social pareci dejar de lado la
opinin y la interpretacin e instaur el culto
del dato objetivo. No falt, por supuesto,
quien fungiera como sacerdote nativo de la
religin empirista e investigara y enseara en
el credo "cientfico" del "dato". Hubo quienes
llegaron a profesar ante sus alumnos: ";Para
qu reflexionar sobre el dato si ste se halla
bien determinado? El dato habla por s
solo!" Tambin se dijo: "Estudiar la Revo-
lucin mexicana? Pero si eso ocurri hace
medio siglo!" El 68 hizo saltar en pedazos la
religin empirista en las ciencias sociales, re-
cordando, cruentamente, a propios y extra-
os, que la nuestra es la era de la Revolucin
mexicana. Muchos de los sacerdotes del em-
pirismo social, algunos de los cuales haban
llegado a afirmar, por ejemplo. que la f i l e
sofa (y aqu se contaba, entre otras corrien-
tes de pensamiento, en primer lugar al mar-
xismo) estaba ya "pasada de moda", con lo
cual queran indicar que la reflexin sobre la
realidad social o, dicho en su jerga brutal y
directa, la "especulacin histrica", no tena
ya nada que hacer en este mundo industrial
y tecnolgico, se vieron inmiscuidos por una
u otra razn en el desarrollo de la rebelin
juvenil y ellos mismos experimentaron la pe-
sada prueba de tener que responder a cues-
tiones histricas que el credo empirista no
haba contemplado jamAs: que clase de Le-
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LA HISTORIA. MAESTRA DE LA POL~TICA 135
viatn nos gobierna?, qu es la poltica y,
en especial, nuestra politica? ((qu est pa-
sando y por qu?, preguntaban a su modo
cada maana los jvenes en revuelta), {de
dnde venimos y qu fuerzas nos han gober-
nado hasta ahora?, ;por qu una bandera tan
aparentemente incolora y genrica como la
democracia y la libertad poltica desencadena
la violencia inaudita y salvaje del poder esta-
blecido?, por qu los jvenes estudiantes y
quienes tuvieron el valor de seguirlos, por si
solos, estuvieron en condiciones de desatar
un terremoto que conmovi a la sociedad
entera?, {,cmo fue que el gobierno, metido en
un callejon sin salida, por su estpida y obs-
tinada intolerancia, recuper casi instant-
neamente su consenso en el pueblo? A los que
haban olvidado la historia sta se les hizo
presente dramtica y brutalmente: las tro-
pas marchando contra los jvenes, las calles
y las plazas ensangrentadas, las crceles ates-
tadas de prisioneros polticos, un gobierno
que rehaca rpidamente su prestigio, la ha-
zaa libertaria y democrtica ahogada por la
eficacia del discurso populista y, unos meses
despus, la amnesia total de aquella amarga
y sangrienta experiencia que el pas acababa
de vivir y que dejaba a la sociedad, ello no
obstante, lacerada y mutilada, fsica y espi-
ritualmente.
El 68 volvi a impartir ctedra sobre una
vieja leccin, casi olvidada: que el proble-
ma fundamental de toda sociedad organizada
nacionalmente lo es el poder que sobre ella
se ejerce y la mantiene unida y que slo hay
un modo para estudiarlo y comprenderlo:
recurriendo a la historia y encuadrndolo en
ella. Esto fue decisivo para nuestras ciencias
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sociales en su conjunto, pero sobre todo para
la ciencia poltica que entonces descubri que
estudios tipo "decision making", "voting" o
"political participation", que por lo dems ni
siquiera haban tenido tiempo de afianzarse
en nuestro medio, no garantizaban la com-
prensin de los grandes problemas nacionales
replanteados por el movimiento estudiantil.
No puede decirse, sin embargo, que ste haya
sido un descubrimiento para el pas, aunque
lo haya sido para nuestra inteliguentsia uni-
versitaria. El da que llegue a escribirse lo
que una vez Pablo Gonzlez Casanova llam
la historia filosdfica del pueblo mexicano, qui-
z pueda comprobarse que el nuestro es un
pueblo que jams olvida las lecciones de la
historia y que sus grandes momentos son siem-
pre reivindicaciones claras y oportunas de
su pasado y de su proceso de formacin como
una nacin.
Si podemos hablar de la Revolucin mexi-
cana como un fenmeno que funda una nue-
va dimensin histrica, principio de una po-
ca decisiva, es siempre debido a la singular
participacin de las masas populares en el
evento que hizo, de golpe y por la va de la
violencia, de la lucha armada, que la nuestra
se convirtiera en una sociedad de mascls, he-
cho que se impuso a todo el mundo y, en pri-
mer trmino, a los constructores del nuevo
poder poltico, los cuales, hay que decirlo,
fueron los mejores alumnos de la historia.
Nuestro pueblo desde entonces cree en su
futuro. Sabe que es la fuente del poder esta-
blecido, de lo que nadie hace un secreto, y
por ello lo acepta y tambikn cree en 61; po-
dremos no aceptarlo pues, obviamente, se tra-
ta de una conciencia enajenada, pero es un
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hecho que nos envuelve y se nos impone da
con dia. Todos los pueblos tienen un pasado
al que se deben y del que se sienten orgullo-
sos; pero un pueblo que ha hecho una reve
lucin de masas, en la que todos sus hijos han
participado de uno u otro modo, se siente,
adems, inclusive en medio de la ms terri-
ble miseria, capaz de dictar el rumbo de su
destino. Con un pueblo as, los opositores de
un sistema econmico, poltico y social t' ~r nen
una doble ardua tarea: convencer a su pue-
blo de que est equivocado y, sobre esa base,
conquistar el poder. Nuestro pueblo sabe que
no gan nada, o por lo menos muy poco, con
la Revolucin. Sobre ese punto nadie lo podr
engaar. Pero sabe tambin que, de cualquier
forma, esa revolucin la hizo l mismo. pa-
gando un precio colosal en sangre, sufrimien-
to y miseria. Nadie podr "dialogar" con l
negndole o disminuyndole un pasado que,
objetivamente, por lo dems, resulta glorioso
y heroico.
La Independencia, la Revolucion, la expro-
piacin petrolera, la reforma agraria; Hidal-
go, Morelos, Jurez, Madero, Carranza, Zapa-
ta, Villa, Obregn, Crdenas, no son nica-
mente temas manidos de polticos demagogos
e inescmpulosos que mantienen las riendas
del pas, sino tambin momentos y nombres
clave, emblemas de una tradicin popular
gloriosa que conserva como blasones de or-
gullo y de identidad nacional la memoria co-
lectiva del pueblo como. eventos y figuras
de la historia que sabe propia. A un pueblo
con un pasado glorioso, resulta evidente, no
se le puede someter slo por la fuerza, en
realidad, no por la fuerza. Como recordaba
Rousseau: "El ms fuerte no lo es jams por
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ser siempre el amo o seor, si no transforma
su fuerza en derecho y la obediencia en de-
ber. . . La fuerza es una potencia fsica y no
veo moralidad que pueda resultar de sus efec-
tos. Ceder a la fuerza es un acto de necesidad,
no de voluntad; cuando ms, puede ser de
prudencia. En qu sentido podr ser un
deber?" Ya antes Maquiavelo haba anticipado
el principio del poder politico cuando reco-
mendaba a su prncipe hacer que los dems
hiceran lo que l quena que hicieran, advir-
tindole que se era el poder al que deba
aspirar. La historia mexicana del siglo xx es,
ciertamente, la historia de los hechos sociales
de un pueblo, pero es, antes que nada, la his-
toria de cmo se construye un verdadero po-
der poltico sobre los hombros de esos gigan-
tes de todos los tiempos que son las masas
populares.
Por qu pudo llegarse a ello? La razn
parece ser evidente: la Revolucin mexicana
no slo fue una gesta de nuestro pueblo, sino,
tambin, una leccin para quienes se pusieron
a su cabeza, sus dirigentes, y que, sin haber
ledo probablemente a Rousseau ni a Maquia.
velo, por supuesto, pero persiguiendo el do-
minio sobre los dems, comprendieron que
el poder se funda en el consenso del pueblo
y en nada ms que valga la pena de tomar
en cuenta, sobre todo cuando se trata de un
pueblo armado y movilizado. Desde entonces,
parte esencial del discurso poltico en Mxi-
co consiste en mantener viva y activa la cre-
dibilidad del pueblo trabajador, y los xitos
del sistema establecido se miden por su ca-
pacidad para renovar el consenso popular,
fundado en la memoria histrica colectiva
de la Revolucin mexicana. Que el Estado
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1.A HISTORIA, MAESTRA DE LA FQLfTICA 139
mexicano actual haya surgido de una revo-
lucin hecha por el pueblo tiene su importan-
cia, no siempre reconocida. Las masas tra-
bajadoras creen en ese Estado; lo sienten
suyo y lo han hecho suyo sin reservas cada
vez que ese mismo Estado se ha declarado en
peligro y apela al consenso de las masas po-
pulares y. a decir verdad. sin ofrecer mucho
a cambio ni comprometindose demasiado.
Difcilmente podr encontrarse otro Estado
en el que las masas del pueblo crean tanto y
en el que tengan fincadas tantas esperanzas
como el Estado de la Revolucin mexicana.
Nos ha costado trabajo reconocerlo, pero re-
sulta una enserianza de la historia, dolorosa,
ni duda cabe. como todas las que la historia
proporciona.
El gobierno por el consenso del pueblo, y
la experiencia mexicana lo demuestra con
toda evidencia, no es necesariamente un go-
bierno democrtico; puede tratarse, incluso,
del gobierno ms autoritario y, justo, por el
apoyo que le dan las masas trabajadoras. Lo
que define el poder, desde este punto de vista,
no es la democracia, sino la adhesin de los
ciudadanos al sistema establecido. Es verdad
que, en trminos generales, el Estado ms po-
deroso y duradero es el Estado democrtico,
pero no porque funcione democrticamente y
en l la voluntad de los ciudadanos sea res-
petada, sino porque en l la adhesin de los
ciudadanos al rgimen politico bajo el cual
viven es tambin duradera, estable y pacfica:
eso es el consenso politico. Esa adhesin tiene
otra razn de ser en un sistema politico no
democrtico o autoritario y se funda en lo
que Maritegui llam, siguiendo a Sorel, una
"voluntad de creer", a la vez nttica y multi-
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140 ARNALW CORWVA
tudinaria, una fe. una esperanza o, para de-
cirlo con un trmino tpico de la actual cien-
cia poltica, una expectativa en algo que se
identifica como propio y que no es otra cosa
que el mito de la poca o mito histrico.
El mito de nuestra poca es el mito de la
revolucin popular: no de la revolucin como
tal. como realmente ocurri. sino de la revolu-
cin concebida como hecha por las masas
populares, o mejor an del levantamiento y
la participacin de las masas populares en
una revolucin que, por eso mismo. tiene sus
signos propios, su identidad y su unicidad.
Independientemente de cul haya sido la par-
ticipacin real de las masas en la lucha de
clases del Mxico del siglo xx, la poltica ha
buscado siempre, a partir de la Revolucin
y dependiendo en cada momento del grado
de desarrollo del sistema poltico mismo,
orientarse a travs de y apoyarse en esa vo-
luntad de creer que es patrimonio eminente
de las masas trabajadoras. Obviamente, el
mito de nuestra historia reciente no es obra
exclusiva de la conciencia autnoma de las
masas ni se trata de un modo de pensar la
propia historia idntico a s mismo, sin rup-
turas o transformaciones a lo largo del tiem-
po. Dejado a s mismo, como asunto exclusivo
de las masas, en realidad, es probable que
se hubiese agotado rzpidamente. Sucedi en
cambio que aquella fe en la Revolucin se
rehizo casi de golpe como fe en el Estado de
la Revolucin en la medida en que ste resul-
taba ser la encarnacin de los ideales revo-
lucionarios y, a la vez, el heredero ejecutor
de los programas de la propia Revolucin. ,
fisa fue la verdadera herramienta de la cons- j
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truccin del Estado moderno en Mxico, fun-
dado en el consenso popular.
El Estado de la Revolucin mexicana ne-
cesit ms de veinte aos, luego de que cul-
min la lucha armada, para acabar de cons-
tituirse en una autntica potencia social sobe-
rana, en el representante real de la sociedad.
Y en cada etapa que lo acercaba a ese obje-
tivo decisivo, las masas trabajadoras volvie-
ron, una y otra vez, a protagonizar hechos
heroicos, a entablar batallas gloriosas, siem-
pre a favor del Estado, encarnacin tangible
de su voluntad de creer. Ahora bien, tan cier-
to es que el mito hace a la historia, como que
la historia hace al mito, lo que en nuestra
poca equivale a decir que si bien el Estado
se construy sobre la accin y la conciencia
militante del pueblo trabajador, el mismo
Estado, en la medida en que fue edificando
su poder soberano, estuvo cada vez ms en
condiciones de modelar y dar un rumbo pre-
ciso al mito popular, en todo momento, como
un componente esencial de su desarrollo y de
su identidad como potencia autnoma. Siem-
pre ha sido ms fcil encontrar el carcter
,'
popular" del Estado mexicano que su ca-
rcter "de clase", dilema con el que han
andado permanentemente a la grea los doc-
t ri nari o~ de todos los credos polticos e ideo-
lgicos. Ello no debena parecemos extrao
si nos atenemos al testimonio de nuestra
historia. El mrito del Estado mexicano, en
trminos polticos, la clave de su xito. para
decirlo con Maquiavelo, radic desde el prin-
cipio en. rechazar toda identidad que no f ue
ra la de su origen histrico, la revolucin
popular, y la de las masas populares, lo que
constituy una innovacin poltica, que sin
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duda alguna era permitida por el atraso del
pas, y que dej muy atrs a la concepcin
liberal y democrtica del orden poltico de la
sociedad. El Estado era de la sociedad en
tanto en cuanto se deba a las masas popula-
res. a los trabajadores. Ningn otro emblema
ideolgico habra permitido el ejercicio de un
poder tan ilimitado ni el dominio tan comple-
to sobre la sociedad entera como cuando se
presentaban simultneamente como bandera
y como dictado del pueblo trabajador.
La nuestra pareciera ser, si es legtima la
expresin, una historia fuera del tiempo, ni-
ca, sin paralelo, sin alternativas, sin otra po-
sibilidad de desarrollo que no sea la que
hasta ahora ha experimentado y que supone
que Mxico vive aislado y aparte del mundo.
En esa forma de ver las cosas se ha inspirado
la ideologa dominante expresada por los gru-
pos gobernantes: "jsocialismo a la mexica-
na!", "jni capitalismo ni socialismo!" Tam-
bin ha determinado la posicin de muchos
estudiosos, y entre ellos de una gran parte
de los historiadores que, buscando lo que es
,,
peculiar" en la historia de nuestro pas, oer-
siguen demostrar, en el fondo, esa antigua
vulgaridad de que "jcomo Mxico no hay
dos!" Por supuesto que no se puede negar
que Mxico ha seguido un camino que es slo
suyo y que no se parece, sino en muy uoco,
al que otros pueblos han recorrido; ello le
ha dado su identidad propia como nacin y
como sociedad polticamente organizada. Pero
se no es sino el modo particular en el que
Mxico se inscribe en la comente universal
de la historia del mundo. Dicho de otra ma-
nera: Mxico cumple, a su modo. objetivos
universales. La historia poltica de nuestro
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LA HISTORIA, MAESTRA DE LA POL~TICA 143
pas nos ensea el modo particular en el
que en Mxico fue construido el Estado mo-
derno, a travs de la conquista del consenso
popular, soberano y autnomo, lo que cons-
tituye una autntica ley del desarrollo poli-
tico de todos los pueblos del mundo moderno
y de ninguna manera la formacin de un
poder fuera del tiempo o de la historia. Pro-
bablemente un da lleguemos a descubrir que
mientras ms pudimos ser nosotros mismos
en mayor medida fuimos ms universales y
mayor fue nuestra identificacin con el hom-
bre de hoy.
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*
HISTORIA PARA HOY
A Rolando Cordera y Arnaldo Crdova.
agosto de 1980
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Bajo cualquier circunstancia debe uno ponerse
del lado de los oprimidos, incluso cuando van
errados, pero sin perder de vista que estn ama-
sados con el mismo barro de sus opresores.
E. M. CIORAN, Del inconveniente de haber nacido
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La necesidad del pasado
Para qu la historia? Pueden barajarse infi-
nitas respuestas: historia para atender las
urgencias y preguntas del presente, para
afianzar o inventar una identidad y recon-
quistar continuamente la certeza de un sen-
tido colectivo o personal; historia para dirimir
las legitimidades del poder, para imponer
o negar la versin de los vencedores, para
rescatar o rectificar la de los vencidos. O
para el ejemplo de la vida, para el reper-
torio infinito de la accin. Y al revs: his-
toria para la contemplacin paraltica y de-
morada, para el goce y la imaginacin, para
la curiosidad que pregunta simplemente por
los trayectos de otros pueblos y otras civi-
lizaciones. Historia tambin para saciar los
rigores del largo y difcil camino de la cien-
cia, para recordar y comprender, para co-
nocer y reconocer. En fin, historia para
deshacerse del pasado, para evitar su accin
incontrolada sobre las generaciones que la
ignoran, para sustraerse al destino pre-
visto por el aforismo de Santayana segn el
cual los pueblos que desconocen su historia
estn condenados a repetirla.
Ms all de estas respuestas axiomticas o
de las razones del historiador, el hecho
es que los pueblos voltean ansiosamente al
pasado slo en las pocas que parecen atentar
contra ellos; la sabidura histrica se impone
a las colectividades como saber til y nece-
u471
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sario en pocas de sacudimientos y malos
ageros, de incertidumbre o cambio de desti-
no. Y lo hace con tal fuerza que los actores
sucumben a la tentacin de protegerse en
ella y repetirla. Desafiados por el vaco del
futuro, los revolucionarios buscan en el pasa-
do los modelos propicios a su accin: la Re-
volucin francesa en la antigedad romana,
la bolchevique en la francesa, la china en la
bolchevique, la cubana en sus heroes indepen-
dientes, la mexicana en los suyos liberales.
De Bartolom de las Casas a Lucas Alamn
a Daniel Coso Villegas, toda una lnea de
preguntas por la historia mexicana ha tenido
su origen inmediato en una sorda crisis de
conciencia, en el deshaucio doloroso de las
confianzas y certidumbres heredadas. Ms
precisamente: en la sensacin de hallarse
frente al trmino previsible de una civiliza-
cin, un pas, una nacin.
Fresca todava la invasin norteamericana
de 1847, Lucas Alamn escribi en el prlogo
de su Historia de Mfico (1849) : "Si los males
hubieren de ir tan adelante que la actual na-
cin mejicana, vctima de la ambicin ex-
trangera y del desorden interior, desaparezca
para dar lugar otros pueblos, otros usos
y costumbres que hagan olvidar hasta la len-
gua castellana en estos pases, mi obra toda-
va podr ser til para que otras naciones
americanas . . . vean por qu medios se des-
vanecen las ms lisonjeras esperanzas y cmo
los errores de los hombres pueden hacer inti-
les los ms bellos presentes de la naturaleza."
Un siglo despus, en las pginas de su en-
sayo La crisis de Mxico (1947), Coso Ville-
gas iniciaba su camino a la investigacin
histrica revelando a los lectores de Cuader-
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HISTORIA PAIU HOY 149
nos Americanos el modo como los dirigentes
mexicanos habian hecho intiles los ms be-
llos presentes (las ms profundas promesas)
de la Revolucin mexicana. Y adverta: "Si
no se reafirman los principios y simplemente
se les escamotea; si no se depuran los hom-
bres y simplemente se les adorna con ropitas
domingueras o titulos. . . ;de abogados!, en-
tonces no habr en Mxico autorregeneracin
y, en consecuencia, la regeneracin vendr
de afuera y el pais perder mucho de su
existencia nacional y a un plazo no muy
largo."
En verdad, luego de la primera oleada de
optimismo independiente, a partir de 1836 y
la prdida de Texas, casi no ha habido d-
cada en la historia mexicana que no haya es-
tado signada por algn momento de penetran-
te incertidumbre sobre el destino, el sentido
y la integridad de la nacin: la guerra con
Estados Unidos en 1848, las de Reforma e
intervencin en los aos cincuenta y sesenta,
las revueltas porfiristas en los setenta, e in-
cluso el largo asentamiento de la paz porfi-
nana defendida pblicamente bajo el argu-
mento del mal menor -la dictadura- frente
a los riesgos probados del desmembramiento,
las luchas intestinas y la anarqua. Conforme
las dcadas somnolientas del porfiriato trans-
currieron, el mal menor fue convirtindose
paulatinamente en la bendicin del cielo:
integracin nacional, ferrocarriles, progreso,
pero slo para desembocar en la explosin
revolucionaria de la dcada del diez, dar paso
al largo amago exterior durante los aos de
revueltas y beligerancia nacionalista de los
veinte, el boicot econmico por la expropia-
cin petrolera en los treinta, la restauracin
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conservadora e industrializadora en el con-
texto oprimente de la segunda guerra durante
los cuarenta, as como la cimentacin del
nuevo proyecto de sociedad mexicana, al mar-
gen de sus tradiciones populares y agrarias:
el sueo de un capitalismo nativo que se rin-
di pronto a las razones estmcturales de la
dependencia, la penetracin financiera, tec-
nolgica y cultural estadunidense, y que con-
solid con el tiempo las nuevas tendencias
desnacionalizadoras, la nueva ocupacin del
pas ya no por va de los amagos o las inter-
venciones militares sino por la puerta menos
espectacular aunque acaso ms decisiva de
las finanzas y la industria, la tcnica. la co-
municacin de masas, la institucionalizacin
de ese capitalismo a la vez salvaje y tardo,
de slida infraestructura poltica, que los
aos sesenta de este siglo celebraron bajo el
nombre de "desarrollo estabilizador". Envuel-
to en los orgullos polticos de esa estabili-
zada grandeza, el rgimen de la Revolucin
aboli en 1968 una de las ltimas acechanzas
sufridas por la nacin: el movimiento estu-
diantil y popular de ese ao. La nacin fue
salvada, pero la rfaga juvenil, trgica y anti-
autoritaria del movimiento que la ofenda
rasg los pesados velos de la legitimidad del
sistema, exhibi sus rigideces e inadecuacio-
nes, su serenidad espuria, su retraso para-
noico y autocomplaciente frente a una socie-
dad en rpido cambio cuyas manifestaciones
centrales haba empezado a desbordar a sus
tutores.
El 2 de octubre de 198 es la fecha de
arranque de la nueva crisis de Mxico; ah
se abre el parntesis (que dura hasta hoy) de
un pas que perdi la confianza en la bondad
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HISTORIA PARA HOY 151
de su presente, que dej de celebrar y conso-
lidar sus logros y milagros para empezar a
toparse todos los dlas, durante m$s de una
dcada, con sus insuficiencias silenciadas. sus
fracasos y sus miserias. Salvo por las anti-
cipaciones paranoides de la autoridad, la del
68 no fue una crisis estructural que pusiera
en entredicho la existencia de la nacin; fue
sobre todo, y ha seguido sindolo, una crisis
poltica. moral y psicolgica. una crisis de
convicciones y valores que sacudi los esque-
mas triunfales de la capa gobernante: el anun-
cio sangriento de que los tiempos haban cam-
biado sin que cambiaran las recetas para
enfrentarlos.
Las dos rebeliones
La rebelin del 68 fue la primera del M-
xico urbano e industrial que el modelo de
desarrollo elegido en los aos cuarenta que-
ra construir y privilegiaba de hecho a costa
de todo lo dems. Por ello, insospechadamen-
te, sus correas de transmisin fueron las
lites juveniles de las ciudades, los estudian-
tes y los profesionistas recin egresados que
eran en s mismos la prueba masiva de que el
Mxico agrario, provinciano, prista y tradi-
cional iba quedando atrs. Los rebeldes del
68 fueron los hijos de la clase media gestada
en las tres ltimas dcadas, la generacin que
culminara el trnsito y asumira las riendas
del Mxico industrial y cosmopolita del que
esos mismos muchachos eran el embrin y
estaban llamados a ser los dirigentes.
En ese sentido puede decirse que Tlate-
lolco mat un proyecto de continuidad en la
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de Mxico. una alternativa de
relevo generacional que se planteaba sin em-
bargo -desde la cspide patriarcal del sis-
tema- con un claro trasfondo esquizofrnico.
Era la oferta de una sensibilidad poltica y
social inmovilista y monoltica -asida a los
moldes vacos de la unidad nacional y a la
veneracin aldeana de los simbolos patrios-
empeada en servir como paraguas ideolgico
a una realidad de signo opuesto, desna-
cionalizadora y dependiente. en rpida trans-
culturacin neocolonial, extraordinariamente
sensible a las causas y los smbolos que le
eran contemporneos. Dos ejemplos: a los
esfuerzos oficiales del regimen por apropiarse
las vestiduras de Jurez y Morelos -solem-
nes ornamentos discursivos sin la accin po-
litica paralela que pudiera reencamarlos. re-
actualizarlos- los jvenes del 68 opusieron
en sus manifestaciones las efigies del Che Gue-
vara y las consignas del mayo francs; a la
responsable y servil unidad callista de toda
la pirmide poltica en tomo a la autoridad
desafiada, la huelga estudiantil opuso su de-
manda de pluralidad y disidencia bajo la
forma de un organismo rector, el Consejo
Nacional de Huelga, con el que era imposible
negociar sin interminables consultas a la base.
La represin del 68 y la masacre de Tlate-
lolco fueron las respuestas petrificadas del
pasado a un movimiento que recoga las pul-
saciones del porvenir, la presencia embriona-
ria de otro pas y otra sociedad cuyos vaive-
nes centrales ha sido cada vez ms difcil
manejar desde entonces con los viejos expe-
dientes de manipulacin y control.
Sobre las cicatrices impuestas por ese ana-
cronismo naci en los aos setenta el intento
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HISTORIA PARA HOY 153
exasperado del rgimen de la Revolucin por
actualizar su equipaje ideolgico, abrir las
puertas al reconocimiento de las iniquidades y
deformaciones acumuladas, y la decisin de
reagrupar desde arriba, comprometiendo inclu-
so la estabilidad polftica tradicional, una nueva
legitimidad, un nuevo consenso que revitaliza-
ra las instituciones y el discurso de la Revolu-
cin mexicana. Instigadas todas las autocr-
ticas, reformuladas todas las alianzas, estimu-
ladas todas las inconformidades, el pats se
encontr a mediados de los setenta con la
segunda rebelin de los sectores modernos
que su modelo de desarrollo haba tambin
prohijado. Los verdaderos beneficiarios de ese
modelo, banqueros, empresarios y comercian-
tes, fraguaron y dieron durante 1976 el golpe
de estado financiero cuyo desenlace fue, en
agosto, la devaluacin del peso y en los aos
siguientes un largo perodo de hegemona
poltica de esos sectores y de negociacin irre-
batible de sus intereses ante el Estado y la
sociedad. Frutos al fin de la misma estructura
institucional y de los mismos habitos patriar-
cales en la conduccin del pas, Gustavo Daz
Ordaz y Luis Echevem'a, los dos presidentes
sorprendidos por la vitalidad poltica de esas
rebeliones - d e signo ideolgico opuesto, pero
de origen estructural comn- reconocieron
aos despus su inennidad psicolgica e ins-
trumental. Diaz Ordaz ante la del 68: "Nece-
sitamos descubrir esas extraas y oscuras re-
laciones de intereses que son nuevas para
nosotros." Echevema frente a los golpistas
financieros y su campaa de rumores: "Son
procedimientos sofisticados que no conocfa-
mos." '
'Excisior, 18 de julio de 1980: resumen de las
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Transicin y crisis
Entre esas dos rebeliones del nuevo Mxico
moderno incubado por la Revolucin mexi-
cana -sus arrestos juveniles de 1968 y sus
capitanes empresariales de 1 9 7 6 corre toda
la incertidumbre de la nueva crisis de Mxico.
Su rasgo sobresaliente parece ser - d e nue-
vo- la ausencia de un proyecto que vertebre
las expectativas y las seguridades de la na-
cin. En la cima de esa crisis rige todava el
Estado, oscilante y a la defensiva, sin otra
propuesta de largo alcance que las promesas
del Mkxico petrolero; abajo y a los lados se
mueven los impulsos ascendentes de una so-
ciedad civil cuyo flanco del todo dominante
desemboca a los grupos de presin empresa-
riales y financieros y a su proyecto de reinser-
cin subordinada en el capitalismo intema-
cional. Son ya algo ms que un simple sector
social y econmico, son una coherente pir-
mide de intereses e instrumentos, un poderoso
aparato de comunicacin social, una orga-
nizacin educativa ajustada a sus necesidades
tcnicas y productivas, una multiforme red
de intermediacin y control bancario. una
tendencia creciente y deliberada de concen-
tracin y monopolizacin industrial y finan-
ciera. Y la reserva ideolgica de tres dcadas
de estupidizacin, desmovilizacin y acondi-
cionamiento cultural masivo.
En el otro polo de la sociedad civil conver-
gen, inconexas y desarticuladas, todas las
memorias de Diaz Ordaz hecho por Jos Cabrera
Parra; Luis Surez, Echeverria rompe el silencio,
Mxico. Gnjalbo, 1980, p. 237, discurso pronunciado
en Tabasco el da 20 de noviembre de 1976. Cursivas
nuestras.
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HISTORIA PARA HOY 155
opciones del pas subordinado a o segregado
por este proyecto dominante. Su eje agluti-
nador -la posibilidad de un movimiento
obrero independiente- sigue mayontaria-
mente uncido a las decisiones polticas del Es-
tado, y a los intereses de una burocracia sin-
dical cuyas vocaciones primeras son la propia
supervivencia como capa poltica profesional
y el lento reformismo que pueda granjearle
su apoyo abierto a los sucesivos gobiernos
de la Revolucin. Ahf se cocina ya, sin em-
bargo, en medio de la crisis econmica, la
alternativa gradualista de una divergencia de
fondo con el rgimen de la Revolucin en ma-
teria de poltica econmica, el esbozo de un
proyecto propio. En los mrgenes de esta
dominacin, se registra el ascenso de movi-
mientos sindicales independientes y la recu-
peracin de las consignas del nacionalismo
revolucionario duramente combatidas por la
burocracia obrera tradicional en los aos se-
tenta. Junto a la lenta mole obrera sacu-
dida por el impacto de la crisis econmica
y el empobrecimiento de sus miembros, se
alinea la herencia reproducida del 68: los
esfuenos polticos y de opinin de los secto-
res progresistas ilustrados, una prensa crti-
ca incipiente y la movilidad de unos cuantos
partidos de oposicin cuyo escenario funda-
mental siguen siendo las universidades v-
blicas, en rpido y desarreglado trnsito ha-
cia la masificacin. Con todo, el venero pro-
fundo de demandas y realidades frente al
que estos sectores definen el sentido final
de su accin poltica y crtica, es el del M&
xico marginado, el mundo a la vez arcaico
y nuevo de la descomposicin del campo,
la ruptura progresiva con el pas ~ r a l don-
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de la frrea lgica de la ganancia y la apro-
piacin privada encima despojos recientes
sobre expectativas largamente defraudadas,
deshace arraigos locales y acumula misera-
bles en las periferias urbanas, desbarata
estabilidades multiseculares 4t ni cas y pro-
ductivas- y reitera los mtodos del control
violento, el asesinato poltico, el caciquismo
de guardias blancas, la frecuente intervencin
final de la fuerza pblica.
Ninguno de los polos de esa creciente so-
ciedad civil - a q u esquemticamente perfi-
lados- tiene todava en Mdxico un camino
independiente de las decisiones del Estado.
El primero, que ratifica sus poderes en la re-
belin financiera de 1976, porque ha sido
construido sobre los ejes histricos que ese
Estado le facilit, porque no ha podido crecer
ni subsistira sin las inyecciones constituyen-
tes del proteccionismo industrial, los subsidios
y transferencias de recursos, las concesiones,
tolerancias y complicidades del Estado, cosas
todas sobre las cuales el mismo Estado re-
tiene an el dominio jurdico e institucional.
El segundo, que inicia su despegue en la re-
belin civil y juvenil de 1968, porque no hace
sino incorporar en su perspectiva, con nue-
vos ropajes e instrumentos, el repertorio de
demandas que la Revolucin de 1910 puso
sobre la mesa y que el Estado ha podido desde
entonces, en diferentes etapas, a la vez incor-
porar a su marco de reivindicaciones sociales
o nacionales y postergar sistemticamente
para mejor servir su alianza con las fueizas
del capitalismo dependiente mexicano.
La crisis, o si se prefiere la transici6n. que
sacude la conciencia histdrica de Mxico con-
siste acaso en que pese a su poder acumu-
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HISTORIA PARA HOY 157
lado, ese Estado omniabarcante de los lti-
mos cincuenta aos empieza a ser incapaz
tanto de patrocinar con eficacia el desarrollo
de las fuenas econmicas privadas como de
canalizar institucionalmente las demandas po-
pulares que emergen a borbotones de la base
de la sociedad. El Estado mexicano actual
no parece tener a la mano la propuesta na-
cional que reconcentre nuevamente bajo su
manto las fuerzas encontradas que va creando
la modernizacin capitalista: las necesidades
de una era de expansin econmica, fundada
en el petrleo, segn los requerimientos de la
nueva divisin internacional del trabajo y las
exigencias del conjunto de las clases popu-
lares que empiezan a vivir ese proceso desde
el otro lado del auge, en el cambio sin destino,
la pobreza sin identidad, la frustracin sin
expectativas.
La beligerante incertidumbre sobre el sen-
tido de esta transicin ha devuelto a la histo-
ria su prestigio de saber til y ha creado la
increble diversidad de preguntas y respues-
tas sobre el pasado mexicano a partir de los
aos setenta, que registran tambin un im-
presionante desarrollo paralelo de centros de
investigacin, opciones editoriales y un mul-
tiplicado mercado de lectores.
La revolucidn reniizada
Ninguna pregunta parece tan atractiva en el
surtidero historiogrfico de los aos setenta
como la que cuestiona y explora el sentido
de la Revolucin mexicana. Una larga lista de
obras da cuenta de la intensidad y el rigor
con que esas exploraciones se han planteado
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y resuelto: de John Womack Jr. (Zapata y la
Revolucin mexicana) a Arturo Warman (Y
venimos a contradecir.. .), de Arnaldo Cr-
dova (Ideologa de la Revolucin mexicana)
a Adolfo Gilly (La Revolucin interrumpida),
de Lorenzo Meyer (Mxico y Estados Unidos
en el conflicto petrolero) a Jean Meyer (La
cristiada): de la historia general sobre la Re-
volucin mexicana patrocinada por El Colegio
de Mxico a las riquezas de una frtil biblio-
grafa que podra sumar con facilidad otros
veinte o treinta ttulos indispensables.
La calidad reflexiva y crtica de estos pro-
ductos de la historiografa profesional, es en
s misma una respuesta prctica a la pregunta
de para qu la historia en el Mexico de hoy,
y parece responder a la pregunta fundamen-
tal que se formula la sociedad mexicana so-
bre su ms urgente pasado. La corriente est
lejos de ser casual. Esas obras son el fruto
de las destrezas intelectuales de una mino-
ra, de un sector ilustrado, pero responden
con claridad a las necesidades de conoci-
miento de una sociedad en transicin y, como
se apunta ms adelante. al horizonte i dee
lgico vigente entre los sectores mayoritarios
del pas. Ninguna de esas obras es ajena al
impulso de repensar un pasado cuyas versio-
nes anteriores parecen del todo insuficientes;
impera en ellas el nimo crtico de despojarse
de lo aprendido para encontrar vertientes ex-
plicativas a satisfaccin de las dudas vigentes,
el nimo posible slo en el contexto de una
crisis de conciencia, la compulsin de decir:
"No fue as como han dicho, porque si as
hubiera sido nuestro presente sena distinto."
En trminos generales, lo que la historia cr-
tica haba dicho hasta antes de 1968 sobre la
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HISTORIA P A ~ A HOY 159
Revolucin mexicana es que se trataba de una
gran revolucin popular traicionada; traiciona-
da por la corrupcin y por las pequeas ambi-
ciones, por la ignorancia y por la falta de
grandeza de sus dirigentes, por la inmorali-
dad y la barbarie, por la incapacidad cong-
nita del pueblo para gobernarse e imponerse
sobre sus explotadores. O bien, desde la his-
toria oficial, que las demandas fundamenta-
les de la Revolucin estaban vivas, cumplin-
dose paso a paso en el difcil equilibrio de
la libertad y la justicia, encarnando sin cesar
en instituciones y presidentes: la Revolucin
como un ente en perpetuo avance, dispuesto
cada sexenio a enmendar sus errores, volver
a sus orgenes y refrendar sus compromisos
con las mayoras que seguan esperndolo
todo de ella.
Pero mientras crecan las traiciones o se
ponan en marcha las rectificaciones defini-
tivas, lo evidente para actores y observadores
era que de las fuerzas objetivas entretejidas
en el trayecto de lo que llamamos Revolucin
mexicana, haba ido naciendo una sociedad
concreta, ni traicionada ni rectificable, sim-
plemente real. Por los ongenes de esa socie-
dad real y los eslabones que la han hecho
posible -ms que por sus culpables o sus
redentores- pregunta en ltima instancia la
oleada de trabajos sobre la Revolucin mexi-
cana de los aos setenta. Es a la vez un in-
tento de reconocer grandes fenmenos olvi-
dados o esquemticamente vistos hasta en-
tonces (el movimiento campesino zapatista,
la rebelin cristera) y de reintroducir la lec-
tura del fenmeno en trminos de su lgica
social, de la lucha de clases, as como de la
evolucin de los rganos de la sociedad
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-fundamentalmente el Estado- que pudie-
ron codificar, institucionalizar y someter esa
lucha, diferirla.
La perspectiva crtica construida por la
larga interrogacin de los setenta en tomo
a la Revolucin mexicana, empieza por adhe-
rirse a la conviccin de estar no ante una
revolucin fallida, desvirtuada, corrompida,
sino frente a una revolucin plenamente rea-
lizada: la conviccin de que la sociedad me-
xicana actual, tal como se presenta, con sus
gigantescas exclusiones y sus innobles pero
dinmicos privilegios, es la expresin cabal
y pormeno;izada del fenmeno -histrico que
llamamos Revolucin mexicana, no su pro-
ducto espurio o deleznable. Y la conviccin
paralela de que, como seala Amaldo Crdo-
va en otro ensayo de este volumen, la cons-
truccin de esa sociedad real no ha sido el
fruto slo de la coercin y la fuerza, sino
tambin del consenso y la participacin ac-
tiva de las masas, el ejercicio colectivo de un
destino posible, no democrtico, pero si na-
cional, en tanto tarea del conjunto de las
fuerzas de la sociedad y de los instrumentos
de control poltico y organizacin social que
su mismo movimiento profundo gener.
Las fogatas de Hidalgo
Parece claro hoy que la revisin de los lti-
mos setenta aos de historia mexicana no
conduce al espectculo de una revolucin p*
pular traicionada -por lo dems imposible:
nadie puede saltar sobre la sombra de su
tiempo- sino a la historia de una revolucin
capitalista y nacional nacida en el potente
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HISTORIA PARA HOY 161
oleaje de la violencia y la accin de las ma-
yoras. Este ltimo aspecto es el que marca
toda la diferencia: la idea de una revolucin
modernizadora nutrida sin embargo por una
incontenible rebelin popular de entraa anti-
capitalista y antioligrquica. La historia que
parece urgente para el Mxico de hoy - s a
en la que se han empeado los mejores es-
fuerzos de sus historiadores recientes- es la
que explica y documenta la carga profunda-
mente popular de un proyecto histrico cuyo
sentido sin embargo es excluir o postergar
justamente las demandas centrales de las ma-
yoras que lo han hecho posible; la historia
de una convincente dominacin poltica que
ha servido en lo fundamental los intereses
contrarios a los de las mayoras que domina
y en cuyo apoyo sustenta ese dominio su
hegemona nacional y su legitimidad histri-
ca. Quin ha calado a fondo en el terreno
de esta paradoja? El presidente Miguel Ale-
mn pudo ser ungido primer obrero de la Re-
pblica justamente en los aos en que se
dispona a convertirse en el primer empre-
sario del pas.
Es posible que la Revolucin mexicana sea,
entre otras cosas, la mayor hazaa ideolgica
de la historia de Mxico, "la gran cortina de
humo que ha ocultado, justificado, impugna-
do, enrarecido la percepcin y la prctica del
asunto fundamental: el desarrollo del capita-
lismo me~i cano". ~ Pero no es menos cierto
que en el fondo inerme de ese capitalismo, y
del Estado que lo ha procreado, hay un miedo
sabio a las masas de cuya violencia surgie-
Prlogo al volumen colectivo, Interpretaciones
de la Revolucin mexicana, Mxico, Nueva Imagen,
1979.
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162 HCIOR AGUILAR CAMfN
ron ambos y un verdugo que es a la vez aliado
y paradigma: el capitalismo estadunidense. De
modo que el "asunto fundamental: el desa-
rrollo del capitalismo mexicano". se da en
el extrao molde de una doble deformidad:
es una forma productiva incapaz de generar
una genuina vertebracin nacional, en tanto
que su lmite de origen es la dependencia, la
imitacin subordinada, transnacional; pero es
incapaz tambin de constituirse como tal en la
vanguardia poltica organizada de las masas
que lo liberaron, por la violencia, de sus trabas
feudales y su raquitismo oligrquico. El gran
administrador de esas inadecuaciones hist-
ricas y polticas del capitalismo mexicano ha
sido por ello el Estado posrevolucionario, in-
termediario a la vez de los intereses de la
nacin ante las presiones extranjeras y de los
intereses del proyecto modernizador frente a
las presiones sociales y polticas de las masas
populares. De ah la hegemona y el pluri-
clasismo del Estado, su continua superioridad
arbitral y su economa mixta, su acechante
populismo y su retrica equilibrista, su na-
cionalismo y sus reclamos de originalidad his-
trica, la propuesta discursiva de una tercera
va capaz de conciliar la libertad (capitalista)
con la justicia (socialista).
Por lo que hace a la historia de Mxico, no
hay nada novedoso en esa penetrante sensibi-
lidad de que la violencia y las insatisfacciones
populares estn siempre latiendo en el otro
lado de la estabilidad politica; es una sensi-
bilidad presente por igual en la certeza por-
firiana de que la insurreccin maderista haba
,'
soltado un tigre" y en la ms reciente alusin
de Jess Reyes Heroles (1978), a la persis-
tencia del Mxico bronco que en cualquier
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IIISTORIA I'ARA I ~ O Y 163
momento poda despertar. El hecho histrico
es que por lo menos desde la guerra de inde-
pendencia, los grandes movimientos polticos
de la nacin han crecido en la compaa de
profundas rebeliones populares, as sus desen-
laces hayan sido casi siempre el aplastamiento
o la negociacin de esas furias desatadas.
Persisten como signos fundadores de la
historia social moderna del pais, las fogatas
insomnes de las huestes de Hidalgo acampa-
das en las afueras de la ciudad de Mxico,
prestas a ejercer sus reivindicaciones en el
nico lenguaje a la mano de la destruccin
y el degello, como haban hecho ya en Gua-
najuato. No es menos aleccionadora. y se en-
cuentra en la misma lnea profunda de las
tradiciones insurreccionales mexicanas, la vi-
sin de los ejrcitos revolucionarios de 1910
ocupando el pais e imponindole su nuevo
cdigo de excesos y oportunidades. Deca Max
Weber que la desgracia poltica de Alemania
era que nunca hubiera rodado por su suelo la
cabeza sangrante de un Hohenzollern. Capa-
cidad de arrasar los smbolos concretos de su
opresin es lo que no ha faltado nunca en el
impulso histrico del pueblo mexicano. Y
pocos actos aislados han tenido tanto peso
en el azaroso camino de la construccin co-
lectiva de una nacionalidad. como el hecho de
que Benito Jurez haya decidido fusilar, en
Quertaro, a un Habsburgo.
Adis al Estado?
Lo nuevo en la Revolucin mexicana no es
la presencia ominosa y exigente de las masas
y sus demandas, sino el modo como esa
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presencia fue incorporada tanto a las leyes
constitutivas del nuevo orden poltico como
a la dinmica de un Estado cuya capacidad
de procesar y piramidar esas expectativas
fue tan notoria como su decisin estrat-
gica de prohijar el desarrollo del polo opues-
to, de las fuerzas antipopulares y al fin anti-
estatistas y antinacionales del capitalismo
mexicano. Apenas poda ser de otro modo si
se atiende a la historia reciente de Mxico
como una pieza vecina del ascenso imperial
estadunidense. Formulado esquemticamente
puede decirse que los grandes momentos po-
pulistas y nacionalistas posrevolucionarios
-de la beligerancia carrancista a la expro-
piacin del petrlec- se registran antes de
la soberbia expansin econmica y poltica
que convirti a Estados Unidos en la primera
potencia mundial, a raz de su revolucin pro-
ductiva y su ocupacin militar de la mitad
del mundo durante y despus de la segunda
guerra. Simtricamente, el momento del gran
viraje posrevolucionario de Mxico hacia la
conciliacin avilacamachista y la agresividad
industrializadora y antipopular del alemanis-
mo, coincide precisamente con las dcadas de
consolidacin internacional de los intereses
estadunidenses, la guerra fra, los planes
Marshall, el Fondo Monetario Internacional,
la universalizacin del dlar y el patrocinio de
tantos macartisrnos criollos.
Con todo, pese al viraje y los resultados
visiblemente ajenos al inters de las mayoras
del pas, el hecho es que durante las ltimas
dcadas esas mismas mayoras postergadas
han reconocido en el Estado a su represen-
tante y a su gestor, en tanto que dentro del
Estado ellas mismas han hallado un camino,
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HISTORIA PARA HOY 165
limitado pero real, de lucha por sus reivin-
dicaciones. Recprocamente, el Estado ha
encontrado a la vez legitimidad y apoyo reno-
vado en la adopcin de sucesivos compro-
misos y adecuaciones institucionales para res-
ponder y procesar las demandas de sus masas
organizadas: del partido mayoritario corpo-
rativo al reparto agrario y la poltica ejidal;
de la organizacin sindical a las diversas
legislaciones laborales y el rgimen de segu-
ridad social; de la politica educativa univer-
salista y alfabetizadora al reiterado compro-
miso nacionalista frente a los amagos supues-
tos o reales del exterior, as como las institu-
ciones, las leyes y los equilibrios polticos que
todo lo anterior requiere. En el aferrarse a
esas opciones dentro del establecimiento pos-
revolucionario -no importa cun limitada o
deformadamente- persiste en parte la conti-
nuidad popular de la Revolucin mexicana, as
el resultado final sea el triunfo de las fuerzas
materiales y polticas que tienden a diluirla.
Sin embargo, lo cierto es que ninguna de las
opciones reivindicativas construidas por el Es-
tado parece capaz hoy de responder o competir
con las nuevas realidades del capitalismo me-
xicano: el partido nico con la diversidad de
fuerzas urbanas renuentes a su control pira-
midal; el ejido con la agricultura comercial
de exportacin; el sindicalismo de rastro gre-
mialista con la monopolizaci6n y concentra-
cin de la industria y los servicios; la politica
educativa extensionista con las necesidades
de nuevos tcnicos y nuevos profesionistas
para la planta productiva instalada; el naciona-
lismo con las realidades de un pas tocado a
fondo por las transnacionales y regido por
su integracin progresiva a la economa es-
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166 HCTOR AGUILAR CAMfN
tadunidense. As, en el repertorio ideolgico
e instrumental de lo que Crdova llama la po.
ltica de masas del Estado mexicano, parece
haber un enorme retraso frente a las reaii-
dades dinmicas del Mxico moderno.
Y sin embargo todo est ah, pesando so-
bre las decisiones del Estado; un Estado que
pierde cada da fuerza y dominio sobre los
polos dominantes de la sociedad civil, que es
cada da menos capaz de someter por igual
a trabajadores y empresarios, que va dejando
en el camino las posibilidades prcticas del
pluriclasismo equilibrador y enfrenta sin
medios para paliarlo el ascenso irresistible
de la lucha de clases. Desde la cspide,
fincado ya ms en su dominio material y
administrativo sobre los grandes recursos na-
turales de la nacin que sobre la dimensin
histrica de un proyecto nacional, ese Esta-
do busca una salida racional hacia el manejo
de las realidades que han empezado a rebasar-
lo; parece explorar la posibilidad de volverse
una especie tercermundista de Estado bene-
factor, redistribuidor de bienes y servicios
en una economa de pas capitalista desarro-
llado, aunque siga siendo dependiente y haya
perdido su soada raigambre nacional. En
ese vasto padre omnipresente que ha sido por
cinco dcadas el Estado mexicano, parece in-
sinuarse la hora de un trnsito: ya no la
nocin ideolgica, y la posibilidad poltica. de
un Estado nacional, popular, pluriclasista y
revolucionario, sino la opcin tecnocrtica de
un Estado racionalizador y distributivo, pren-
dido a la ilusin de un pas modernizado,
que sea capaz en el ao 2000, de esparcir sus
beneficios y aminorar sus desigualdades.
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HISTORIA PARA HOY
El barro heredado
Lo paradjico en la perspectiva de esa posi-
bilidad modernizadora, es que las mismas
demandas populares incorporadas, adminis-
tradas y selladas en la conciencia de traba-
jadores y campesinos por las instituciones y
el discurso del Estado revolucionario, tienden
a volverse la vena central de las nuevas luchas
nacionales, la reserva ideolgica explosiva por
la que pasan las movilizaciones obreras y
campesinas, as como el debate sobre el pre-
sente y el futuro del pas, las potentes co-
rrientes del antimperialismo mexicano, el
horizonte de las luchas democratizadoras y
reivindicativas.
A cuenta de ese pasado inventado pero real
de las posibilidades populares implcitas en
el horizonte de la Revolucin mexicana, se
propagan hoy con inmenso retraso pero con
intensa realidad las luchas sociales bsicas de
la sociedad mexicana. Los expedientes de su
mediatizacin son hoy las espuelas de su mo-
vimiento. Si sus hbitos ideolgicos vienen
de atrs -del almacn de ideas y tradicio-
nes incorporadas al Estado justamente para
frenar el ascenso de opciones ms radicales-
su ejercicio expresa conflictos por exigencias
actuales. Resumiendo el zapatismo. Womack
escribi: "Esta es la historia de unos campe-
sinos que no queran cambiar y que para
lograrlo hicieron una revolucin." Una de las
paradojas cruciales del Mxico actual acaso
sea la historia de una enorme masa de tra-
bajadores, campesinos, funcionarios e intelcc-
tuales que no quisieron dar por muerta a la
Revolucin mexicana y para lograrlo se
apoyaron en lo que ella empezaba a descap
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tar para mejor oponerse a la organizacin
poltica y a la realidad econmica que ella
haba producido. Qu, sino esta paradoja,
habra que leer en el trayecto de la ltima
gran movilizacin obrera del pais, conducida
por la Tendencia Democrtica de los electri-
cistas, cuya plataforma ideolgica bsica, ten-
dida sobre el bastidor cardenista del nacio-
nalismo revolucionario, ocupa hoy con leves
maquillajes las pginas del proyecto nacional
esbozado por el movimiento obren, organi-
zado?
Parece intil sealar en el rumbo de esa
perspectiva lo que es obvio: sus limitaciones
tericas, su subordinacin final al Estado, su
ingenuidad ideolgica e incluso su vaguedad
programtica. Lo imposible es negar su vi-
gencia, su larga penetracin en la conciencia
y las expectativas de los trabajadores y los
campesinos, as como su potencial explosivo
justamente en los momentos en que el Es-
tado tiende a despojarse de ella. En todo
caso, ser perder el tiempo proponerse la
construccin de una alternativa popular que
no pase por esa zona de convicciones, creen-
cias y aspiraciones largamente sedimentadas.
La historia de esa larga sedimentacin y
de los instrumentos, acciones y luchas que la
hicieron posible, sigue siendo el enigma ma-
yor del presente y el futuro inmediato de
Mxico; a interrogarlo obsesivamente dedica
sus mejores esfuerzos una generacin atra-
pada en la incertidumbre sobre el destino de
un pais que no ha sabido deshacerse de su
pasado ni apoyarse coherentemente en l para
construir su futuro.
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?c,
LA PASION DE LA HISTORIA
In rnernoriarn Rafael Galvn
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Estoy de acuerdo con casi todas las respues-
tas que se han dado a una pregunta (la his-
toria, para qu?) que, capciosamente, incita
al consumismo ideolgico o a la justificacin
del quehacer propio. La historia, para agre-
garle al presente la inteligibilidad del pasado,
para alentar la disidencia y favorecer la co-
hesin de grupos o naciones, para crear y
leer gozosamente, para contribuir a la inser-
cin del individuo en la comunidad (o a la
desercin, si ste es el caso). Tambin, v a
esta posibilidad dedicar mi ponencia, la his-
toria para fortalecer y ampliar la conciencia
colectiva; para hacer de la recuperacin y
el olvido selectivo del pasado un instrumento
de identidad critica.
Hoy, en Mxico, lo que suele calificarse
de sentido histrico (si vale una definicin
instantnea, la nocin de pertenecer orgni-
camente a un proceso de pas o de clase, del
que desprendemos nuestra visin de poca, al
que incorporamos nuestra responsabilidad
ante el futuro) es actitud precaria o muy
debilitada. Persiste, s -al lado de la crecien-
te labor de los historiadores cnticos-, la
mana por atesorar datos y cumplimentar
aniversarios, se prodigan los gestos rituales
y se acepta a la historia como el testigo dili-
gente y/o implacable de todo lo quekucede,
pero entre esas vivencias y las sociedades de
masas se yergue una aguda sensacin de "tiem-
po autnomo", sin antecedentes ni consecuen-
tes, que participa tanto de un "rencor del
11711
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172 CARWS MONSIVAIS
pasado" como de un miedo programado al
8' .
un tiempo autnomo" que, en con-
secuencia, multiplica y sostiene la incapaci-
dad de identificarse con ancestros precurso-
res, hroes, mrtires, antihroes, tendencias,
movimientos. Todo sentido histrico langui-
dece cuando ya casi ningn protagonista del
pasado es entendido genuinamente como nues-
tro contemporneo. Es ms fcil ver en la
historia a esa telenovela borrosa y caprichosa
donde el fin casi exclusivo de los episodios
fragmentarios y aislados es justificar las no-
menclaturas en pueblos y ciudades. "Esta ave-
nida lleva el nombre del pursimo anciano
que. . ." De acuerdo, es el razonamiento no
dicho pero no por eso menos implacable, el
Estado controla el pasado y la interpreta-
cin del pasado; que al Estado tambin le
correspondan todas las funciones mnemotc-
nicas.
Al respecto, una hiptesis de trabajo: bajo
el capitalismo se ha identificado en exceso
Historia con Progreso, Historia con el desa-
rrollo de las fuerzas productivas, con los acon-
tecimientos que han solidificado a la clase en
el poder. Historia ha sido, en una forma u
otra, eternidad de la burguesa (y de all sus
maysculas). Al no ser ya tan evidente la
invicta perduracin del capitalismo, la histo-
ria conocida (el belicoso apogeo de un siste-
ma) se va desdibujando, se pone entre pa-
rntesis. Si la historia no es ya el registro
del ascenso interminable de una minora, la
historia no tiene mucho sentido. En un orden
no muy distinto de cosas, la historia ha resul.
tado sinnimo de lo venidero, de la catstrofe
que acecha desde la primera plana de los pe-
ridicos (Historia es, cada maana, lo que no
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LA PASI6N DE LA HISTORIA 173
nos deja escapatoria) o del inexorable arribo
del socialismo. En cualquier caso, se trata de
consignarle al porvenir las novedades inaugu-
rales ("La histrica manifestacin", "El his-
trico discurso", "La histrica reunin") que
afirman la importancia registrada y registra-
ble de nuestro devenir colectivo. Este calle-
joneo entre el apocalipsis y el debut univer-
sal, entre el fin de la especie y la mencin
de honor de la eternidad, falsifica claramente
el sentido de la historia y pospone las viven-
cias comunitarias.
Centenarios, cincuentenarios, sesquicente-
narios, simples aniversarios, conmemoracio-
nes obligatorias. Quiz sea la declinacin de
un genuino sentido de la historia la que pm-
diga esas manifestaciones seudohistricas.
Puede ser tambin que influya la multiplica-
cin de "lo histrico", en el sentido de rela-
tos que fascinan porque no nos conciernen en
lo absoluto (la Historia, turismo sin riesgos;
la biografa, deleitoso voyeurismo) . Como
sea, la combinacin de la hegemona de las
ciencias sociales, el culto de lo nuevo en arte,
comercio, tecnologa y ciencias, y las mlti-
ples ansiedades que expresa la "futurologa"
(planeacin, prospectiva, "educacin para el
ao 2000". puntualizaciones del desastre ine-
vitable y otras formas de astrologa compara-
da y desmovilizacin psicolgica) han creado
la impresin de que la Historia no tiene ya
nada importante que decirnos, as todava sea
capaz de entretenemos narrativamente. i A
ver, cuntame cmo era Napolen!
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Historia y nacin y viceversa
En los pases latinoamericanos, la nocin de
vida autnoma (de independencia poltica) se
asocia ntidamente a lo largo del siglo XIX
con la instalacin, el advenimiento de otro
modo de ver el pasado, distinto ya que no
opuesto al concepto que identifica Historia
con Occidente europeo. El razonamiento es
casi amoroso: tenemos Historia porque es
nuestra la Nacin y la prueba de que tene-
mos Nacin es que ya es nuestra la Historia.
Tal circularidad probatoria se anexa una sim-
bologa evidente y la Historia (de gorro fri-
gio) es el pblico predilecto, con frecuencia
nico. de los distintos sectores progresistas
convencidos de que, al dar una sola versin
del pasado. conjuran la fragmentacin del
presente. La Historia en el XIX represent
el progreso de la Nacin (algo distinto al
pueblo, la colectividad de donde surgen los
lderes), de la justicia, de la humanidad. A
esta visin entre las lites, dramtica y ardua-
mente teatralizada, correspondi otra entre
una porcin considerable de las masas, ca-
rente de vibraciones oratorias pero no menos
intensa, la actitud de quien acepta con avidez
la enseanza histrica para adquirir identidad
y captar a su manera y con palabras propias
o prestadas el lento y doloroso proceso que
tampoco lo ha tomado en cuenta. En las
crnicas de Guillermo Prieto, por ejemplo,
se advierte cmo durante las guerras de Re-
forma la Historia fue ese espacio entre la vo-
luntad de unos cuantos y el pasmo colectivo;
cmo los hroes resultaban la trama sin la
cual la Patria se afantasmaba, perda sustan-
cia. La celebracin del Grito de Dolores no
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LI PASION DE LA HISTORIA
175
fue as, a lo largo de estas luchas, un rito
nostlgico sino un rito gensico, un acto in-
cesante de fundacin de la nueva especie.
Para las masas indgenas o mestiias, en los
campamentos juaristas o en los barrios urba-
nos, la historia fue -de algn modo- parte
ms de la naturaleza que de la sociedad, algo
relacionado con la geografa y la hidrografa,
fenmeno avasallador que al descubrir la
emocin pica notificaba la existencia de la co-
lectividad.
La epopeya. Hoy, en nuestra sociedad des-
politizada, el trmino puede intimidarnos,
aburrirnos, hacernos evocar el cinerama o los
mil rostros iguales de Charlton Heston. Pero
una nacin, de acuerdo con sus propias ver-
siones, slo puede constituirse y consolidarse
picamente y por eso los hroes, antes de
derrumbarse en la desierta placidez de las
estatuas. fueron elementos de la vida coti-
diana, leyendas congregantes alrededor del
fuego de los cuenteros. En diversas novelas
y en testimonios de la cultura campesina, se
observa cmo los relatos de Historia Patria,
al tiempo que cumplan su funcin program-
tica de imbuir los sentimientos de nacin, se
asimilaban al tejido entraable e impercep-
tible de los mitos, y junto a relatos de na-
huales o de vrgenes que sostenan en el aire
a bandas de asesinos despavoridos, circularon
las hazaas del Esforzado Indito que lleg a
Presidente o el Humilde Arriero cuya sangre
fue absorbida por un ro admirativo.
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La visin de los vencidos en la versin
de los vencedores
En el siglo XIX -y la tendencia se prolonga
con las deformaciones consecuentes hasta
hoy- la tendencia fue identificar Historia
con pica, y sentimiento histrico con la
cauda de reacciones que desatan los enfren-
tamiento~, los mrtires, la construccin y el
crecimiento de las ciudades, las grandes trai-
ciones y los grandes sacrificios. las batallas y
las conspiraciones, las sublevaciones y las ma-
tanzas. Poetas y novelistas le cantaron el siglo
pasado a la Historia, sinnimo de edificacin
cruenta y gloriosa de la Patria, y quienes se
oponan a la dictadura o a la intetvencin
extranjera se sentan viviendo de modo lite-
ral (lanse los escritos de Ignacio Ramirez,
Prieto, Zarco, Altamirano o las novelas de
Juan A. Mateos) en esa zona privilegiada del
perdn o el encumbramiento de los pueblos,
la Historia. Que esto no requeria de teori-
zacin alguna, que se entrelazaba entre las
convenciones indiscutibles de la poca, lo
probaron despus villistas y zapatistas, que
en proclamas, manifiestos, frente a la silla
presidencial, o ante los fotgrafos, actuaron
su fe en la Historia como el futuro que desde
ese momento los entiende y alaba. Con en-
tusiasmo Adolfo Gilly ha descrito en La Re-
volucin interrumpida esa voluntad de perte-
nencia a la historia que en los hombres de
Villa alent las pasiones revanchistas que
eran la utopa fundada por el rencor que era
la conciencia de clase a su alcance. Esa terca
confianza en una Historia que concluye en la
justicia anim a los anarcosindicalistas en
las mazmorras de San Juan de Ula y a los
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LA PASI ~N DE U HISTORIA 177
revolucionarios frente a los pelotones de fu-
silamiento. Sin verbalizarlo, tambin ellos
dijeron "La historia me absolver". Gilly
apunta cmo en el Plan de Ayala, en la lista
de reconocimientos e inspiraciones, figura en
primer trmino Jurez, el mismo Jurez que
orden confiscar los temtorios indgenas en
donde crecera el zapatismo. No hay en esto
maniobra alguna sino un sentido de pertenen-
cia que se desentiende de las injusticias para
acceder a la Historia. El triunfo es la medida
de la historia, dice Sartre, pero en la larga
bsqueda de la Nacin, muchos creyeron
triunfar muriendo o sacrificndose para con-
vertir episodios aislados o derrotas ciertas en
la entidad inquebrantable y redentora, la His-
toria de Mxico.
Para el caso no import demasiado la su-
presin oficial del proceso de los derrotados
ni que entre los vencidos cundiera el pesimis-
mo ante un pueblo irredento (pesimismo que
expresa la escritura histrica y, ms notable-
mente, la creacin literaria. En gran parte,
la novela mexicana, de fines del XIX a nuestros
das, ha sido implacable versin de los ven-
cidos que atraviesa una historia que detes-
tan para resignarse las ms de las veces ante
una sociedad que los ignora). No imyort de-
masiado esta objetividad del vencedor y esta
sacralizada subjetividad del vencido, porque
comnmente se sigui concibiendo a la His-
toria como el instante de excepcin, la lumi-
nosa y sangrienta marcha de la Independen-
cia, la Reforma o la Revolucin. Casi axio-
mticamente, para esta mentalidad popular
lo que no era kpico no fue histrico. La his-
toria no remplaz completamente al mito (se
hizo ms bien mitica para entronizarse), pero
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s fue -advierte Luis Villoro- "factor cultu-
ral de unidad del pueblo e instrumento de
justificacin de sus proyectos frente a otros",
y para lograrlo acept ser sinnimo de gesta
admirable donde unos cuantos hacan posible
la nacionalidad (la identidad clasificatoria en
el orden mundial) de los dems. Una prueba
interminable de lo anterior: el comdo, que,
como demostr antolgicamente Vicente T.
Mendoza, es el ms ntido registro de la His-
toria como relato de semidioses, contacto en-
tre la veneracin popular y la batalla que no
permite imposturas ni cobardas. El mismo
pueblo que cant en las guerras de interven-
cin "Cangrejos al comps" y "Adis Mam
Carlota" memoriz las proezas de Pancho Vi-
lla, se mof de los carrancistas, elogi la
muerte rpida, exhibi su machismo, recupe-
r los elementos todava vivos de la poesa
colectiva y - e n funcin de la vitalidad y las
leyes de la cultura campesina- convirti en
relatos ancestrales los episodios de la guerra
apenas transcurrida.
(Dos ejemplos extremos prueban esta per-
durabilidad entre las masas de la Revolucin
mexicana como poderosa emocin histrica:
la respuesta a la expropiacin petrolera en
1938 y los movimientos populares de oposi-
cin, al almazanismo y el henriquismo. En el
primer caso, las multitudes apoyaron del
modo ms emotivo y concreto al presidente
Crdenas. Las fotos conmovedoras donde la
gente del pueblo deposita indistintamente,
anillos, gallinas, ropa [contribuciones propor-
cionalmente esplndidas] dan idea del arrai-
go de esa idea -al recobrar el subsuelo.
recuperamos nuestra Historia y nuestra vo-
luntad- que hace hoy posible, en torno al
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LA PASI ~N DE LA HISTORIA
179
mismo petrleo, un resurgimiento nacionalis-
ta de Mxico. Por lo que toca a la oposicin
es claro que no fueron las muy discutibles
personalidades de Juan Andrew Almazn y
Miguel Hennquez Guzmn las que indujero~?
a la entrega, al desinters, al sacrificio de
almazanistas y henriquistas, sino el impulso
de masas campesinas que -finalmente edu-
cadas en la Revolucin mexicana- intenta-
ron por otros medios hacerse de esa historia
arrebatada, conculcada, corrompida.)
Los propietarios de los hroes
Eso no significa que el espritu del corrido
se trasladase a la historia escrita o a lo que
ya venia siendo la versin dominante, en don-
de, ms que el espritu de hazaa, se prefiri
el cuadro de las traiciones circulares, quin
enga a quin y quin fusil a cul. Debi
transcurrir la descarga del 68 - ot r a pica
de masas- para que se iniciase una histo-
ria de la Revolucin mexicana en donde las
querellas entre caudillos no ocultasen el for-
midable despliegue de los ejrcitos campe-
sinos.
Qu papel le correspondi a las masas en
esta distribucin de heroicidades cuya pues-
ta en escena fue responsabilidad compartida
de la historia clsica y de idelogos como
Carlyle y su culto al individualismo porten-
toso? En la historia oficial, as se les elogie,
las masas rodean las agonas trgicas, son
paisaje fervoroso, la dcil o rencorosa mate-
ria que el hroe gua, o que el hroe con-
templa con vil indiferencia. Slo en tanto vo-
luntades inflamables las masas ingresan a una
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historia que es, en lo bsico, el dominio de
los elegidos, el pasmo ante el puado que
va forjando el destino comn. De all la
brusca sensacin de abandono o de orfandad
histrica que sobreviene en el porfiriato cuan-
do el entusiasmo por la Historia de los libe-
rales de su propia experiencia
y de la sensacin de revivir la Revolucin
francesa- se congela y se deshace en una
acstica adulatoria (las proezas devienen
guardias florales). En la Repblica Restaura-
da, Altamirano exhort a diseminar estatuas
como refrendos visuales del costo humano de
la libertad. El porfiriato, y en su turno
la revolucin institucional, cosecha sitios de
adulacin anual al gobernante en donde
sembr constancias ptreas o broncineas del
peso del poder. (Los monumentos existen
para recordarle a la historia lo que tiene que
pensar). Pero la intimidacin estatuaria es lo
secundario, lo principal es el mensaje desmo-
vilizador: para un pueblo que tan dificulto-
samente trata de convertirse en nacin, la
Historia es tanto lo vivido como las efem-
rides que despojan de riesgos a lo que se va
a vivir. Desde el presente se vigilan las buenas
intenciones del pasado y el ritmo previsible
del porvenir. Los hroes nos dieron patria
para que ya no tuvidsemos necesidad de h-
roes; ellos acumularon triunfos y derrotas
para que nosotros, al interpretarlos agrade-
cidamente, prescindisemos de la historia
como hazaa y aceptsemos a la historia en
su Funcin terminal de memoria enaltecedora.
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LA PASI ~ N DE LA HISTORIA
La historia por decreto (Se imprime)
A un dictador, Porfirio Daz digamos, no le
es difcil aislar el impulso -la conciencia
histrica- del pueblo. Daz obliga a la mu-
seificacin de ese impulso en la mitologa
oral mientras en tomo a la columna de la
Independencia sus oradores lo desdibujan
melodiosamente. Aprovechando la experien-
cia, quienes le suceden, los revolucionarios
trunfantes, eligen un sistema celebratorio que
no se presta a equvocos, una versin de la
historia como piedra de sacrificios de donde
manan instituciones. Surge por decreto un
informe del pasado que no se presta a debates
o conjeturas. El programa est fijado: una
consecucin dramtica de la independencia,
una interrupcin lamentable (el porfirismo) ,
un villano a quien da gusto odiar (Huerta),
unos caudillos cuyos enfrentamientos epis-
dicos se disuelven en el largo abrazo de la
Patria. El Estado asume la representacin
general de la Historia y le deja a los historia-
dores profesionales la carga de ratificar o
contradecir pero siempre respetando su sitio
de eje implcito o explcito de los procesos.
A quin le interesa querellarse contra la his-
toria poltica porque su atencin a las figuras
principales falsifica la verdad? El impacto
abrumador de la Revolucin mexicana se tra-
dujo durante dcadas en una historia oficial
y/o popular centrada en las Figuras Culmi-
nantes. en su elogio o vilipendio (en un pas
de caciques lo ms fcil de entender es un
pasado donde slo cuentan los caudillos). La
historia, pasin reconocida de Mxico, se pre-
tende hacer y rehacer en diarios y revistas,
entre acusaciones y "versiones exactas de lo
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182
CARLOS MONSIVAIS
que pas el da de la muerte del general fu-
lano". Y el final equilibrio del panorama
depende de los profesores de enseanza pri-
maria cuyo fervor nacionalista le es indis-
pensable a la cultura de la Revolucin me-
xicana y cuya despolitizacin o burocratizacin
har cada vez ms abstracta, ms cerrada-
mente anecdtica la enseanza histrica como
experiencia comunal.
De modo casi imperceptible, las visiones
histricas mayoritarias se deciden en otros
lados. El Estado, seguro de su control de lo
fundamental (del "alma de los nios" a las
instituciones represivas) le cede a la iniciativa
privada el cine, juzgado pasatiempo inocuo.
para que all "reproduzca a escala" a la Re.
volucin mexicana, con trasuntos del western
y vaga inspiracin en las fotos del Archivo
Casasola (ya en la dcada de los cuarenta en
vas de convertirse en estampitas piadosas).
Vmonos con Pancho Villa (1936, de Fer-
nando de Fuentes) ser ejemplo aislado de
cine que recrea la epopeya revolucionaria.
Casi todo el resto es pintoresquismo en tomo
a Villa, el Buen Salvaje que llora como los
hombres, o a la Real Hembra que toma To-
rren con tal de no fallarle a su amado (Mana
Flix). Y esta banalidad polvorienta se vuelve
cada vez ms la imaginera histrica dispo-
nible, al grado de que masivamente lo pri-
mero que hoy convoca el trmino Revolucin
mexicana es un poster de Zapata (en su r e
encarnacin de Cristo) y el recuerdo de Pedro
Armendriz exhortando a la tropa.
As de elemental y de efectivo. Estoy de
acuerdo con Arnaldo Crdova cuando afirma
que "un pueblo que ha hecho una revolucin
de masas.. . se siente, inclusive en medio de
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LA PASI ~N DE LA HISTORIA 183
la ms terrible miseria, capaz de dictar el
rumbo de su destino". Tambin, Hctor Agui-
lar Camn tiene razn al sealar la perma-
nencia del antimperialismo popular, senti-
miento histrico por excelencia. Pero a lo
largo de la "institucionalidad revolucionaria"
ese doble sentimiento (hacer una revolucin,
resistir a un imperio) ha padecido todas las
mediaciones y mediatizaciones. Para empezar
fue el Estado, "rbitro de clases", quien diri-
gi y estableci la primera versin masiva
de una Historia de Mxico desde el punto de
vista -declamado- de las clases oprimidas,
ligando su famoso pluriclasismo con la inter-
pretacin proletaria. Para continuar, el mis-
mo Estado que protegi con denuedo su
panten cvico ("No dejemos que la reaccin
toque a los hroes.. ." anota en su diario el
presidente Crdenas) y que no le perdon a
los sinarquistas su miserable encapuchamien-
to de Jurez, fue aletargando la difusin de
la historia hasta el punto de la cabal irrele-
vancia. El Estado que pulveriza al sinarquis-
mo por hacerle a una estatua lo-que-el-viento,
en 1972, el Ao de Jurez, acude al recurso
de patrocinar una pelcula de dibujos ani-
mados sobre don Benito, que, ante la rechifla
de un pblico harto de manipulaciones, es
retirada para siempre en la segunda funcin
del da del estreno.
No digo ni insino que el Estado de la Re-
volucin mexicana acta contra la historia.
Al revs, el Estado aprovecha el recuerdo
histrico y lo incluye en su consenso. Las
instituciones, de la reforma agraria al seguro
social, de la enseanza primaria obligatoria
a la CTM y el artculo 123, estn all para mos-
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184 CARLOS MONSIVLIS
trarse como historia vivida y corporizada,
para centrar el orgullo patrio en el diario
apaciguamiento de quien sabe que todo po-
dna ser mucho peor. Las instituciones se in-
terponen entre la vivencia de la historia (sen-
timiento, conciencia, mentalidad) y la ape-
tencia del cambio, y le proporcionan a las
masas la identidad inaplazable, la de la sobre-
vivencia, la racionalidad del empleo o de la
promesa del empleo. La historia pica todava
presente en los murales, se difumina para
que la historia se internalice en el consenso
(apacible, apaciguado) de las mayoras. Por
eso, pese al esfuerzo de vanas generaciones
de radicales, los hroes han permanecido
"inexpropiables", garanta de continuidad de
quien ms pblicamente puede honrarlos. Al
margen de sus trayectorias especficas, los
hroes en tanto "hroes" le corresponden a
un Estado que los lig con bno a su idea
del lmite. Zapata es realidad polftica y
mito de pureza pero es tambin el lmite
adonde ha llegado la accin rebelde de los
campesinos.
En donde la Historia se nos aparece
sobre una tilma
Casi todo lo que hoy llamamos "sentimiento
histrico" o "conciencia histrica" en M-
xico deriva con claridad de la experiencia
de la Revolucin mexicana. Dos excepciones:
al los indgenas cuyo concepto de la historia
es radicalmente distinto (como lo ha probado
Guillermo Bonfil), y bl la extrema derecha
que, vencida en las guerras de Reforma y en
la sublevacin cristera, ha mantenido ante la
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LA PASIN DE LA HISTORIA
185
historia un repertorio de sensaciones y pro-
yectos apocalipticos.
A las profecas de Lucas Alamn en el xix.
las siguen melodramticamente las quejas
pendencieras de otro profeta desoido. Jos
Vasconcelos quien, en su Breve historia de
Mxico intenta redimir a su tendencia de la
penosa subjetividad de vencido. Para ello
debe hacerse de un proyecto pico, en el deseo
de conjurar el dictum de la amnesia hist-
rica: quien no alcanza reconocimiento oficial,
terminar disolvindose en la memoria pri-
vada. Al insistir en la traicin y la perversidad
como signos dominantes de nuestra Historia,
Vasconcelos le clarifica a la derecha la con-
ciencia de su doble identidad: deudos del
hroe y vctimas del villano. Tan descomunal
como la pureza traicionada de Iturbide, Mi-
ramn, Madero y los cristeros, es la canallez
de Jos Mara Luis Mora, Benito Jurez y
Calles. Vasconcelos es tajante: Historia es
escatologa en ambos sentidos, el campo de
batalla de lo divino y lo excrementicio. His-
toria es la pica desplazada cuya vindicacin
redimir el pueblo infeliz y l, ms que Uli-
ses, es el anti Hornero. Condena, oh dioses, la
abyeccin del peleida Calles.
Es siempre preciso distinguir entre la dere-
cha ilustrada y las masas guadalupanas. Se-
gn los primeros, la Historia es la desola-
cin, el pramo donde una raza al alejarse
de la tradicin se pierde eternamtnte. Para
las masas guadalupanas, ,la Historia slo en
los estallidos -la bola, la revolufia, el mo-
tn- dispone de una realidad comprensible.
Si a estos marginales perennes el sentimien-
to religioso los capacita para soportar el
oprobio cotidiano, nada ms entendible que
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186 CARLOS MONSIVLIS
su Historia sea, casi literalmente, teoigica
(vivir al morir. no es aqu en la Tierra donde
ser feliz), y eso explica la conducta de los
campesinos que con tal de proteger sus creen-
cias (su historia perdurable, la fe como el
espacio y el tiempo donde habitarn por de-
recho propio) se sublevan, resisten al ejrcito
de la Revolucin, mueren gritando "iViva
Cristo Rey!" o van a poblar, sinarquistamen-
te, la Baja Califomia. La otra Historia (que
elimina lo cotidiano, que relega y manipula
los procesos populares, que desconfa acerba-
mente de los "momentos muertos" pero que
instala a los vencidos en el panten de los
vencedores) afecta slo a los pensadores y
representantes de la derecha. A las masas gua-
dalupanas, inmersas en la creencia en su his-
toria futura, las tiene finalmente sin cuidado.
Antes del 68
En qu etapa se encuentra el "sentimiento
histrico" en el momento del estallido del
movimiento del 68? Un breve recorrido pa-
normico hallara lo siguiente: una historia
oficial intimidatoria y tediosa que procede
a modo de la doctrina que exige sumisin.
Una conciencia histrica de las mayoras ale-
targada y colmada de imgenes publicitarias
donde la Revolucin mexicana fue la pausa
armada que refresca. Una idea comn de
historia nacional como los grandes esfuerzos
que desembocaron en la parlisis. Un antim-
perialismo dirigido desde arriba que enva
granaderos cada que el antimperialismo se
manifiesta desde abajo. Un nacionalismo ofi-
cial incapaz de sincronizar gestos y acciones.
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LA PAS16N DE U HISTORIA
187
Una historia profesional centrada en la "ob-
jetividad" y la "neutralidad". con los hi st e
riadores en el papel no de intrpretes sino
de notarios pblicos. Un sentimiento difuso
pero insistente en las minoras ilustradas se-
guras de que la historia las ha dejado atrs,
ya no acontece en nuestro medio sino por
reflejo y a travs de la Revolucin cubana
o de los avances y retrocesos del socialismo.
Una izquierda que acept y difundi primero.
a travs del muralismo, toda la heroicidad
cannica para ya, en la dcada de los cincuen-
ta, abandonarla en los susurros catequistas
del libro de texto; una izquierda que us los
juicios de valor como estallidos del resenti-
miento y que, durante la intensificacin
stalinista, aprendi a mentir, a suprimir, a
falsificar en nombre de la "verdad revolucio-
naria" y que pudo -ej empl o inmejorable en
la mejor escuela sovitica- llegar al lmite
de Jos Mancisidor quien edit Los diez das
que conmovieron al mundo de John Reed
aboliendo los captulos donde se mencionaba
a Trotski. Un movimiento obrero cuya his-
toria parece arrancar de la fecha nebulosa (el
Primero de Mayo inicitico) y de la fecha
concreta (el ms reciente desfile oficial del
Primero de Mayo).
Conclusin general de esos aos, explcita
en las minoras ilustradas y difusa pero ac-
tuante en los dems: tuvimos Historia, nos
la convirtieron en guardia fnebre. De all el
entusiasmo, la insistencia comn durante 1968
en lo histrico de cada manifestacin, de
cada acto de resistencia. La Historia regresa
a nosotros. Incluso la matanza de Tlatelolco
activa esa nocin de Historia como expe-
diente de la dinmica independiente de un
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pueblo. Sintindose pr6xima de nuevo a la
Historia, una comunidad exige la reconside-
racin general de su pasado.
Hoy, esta reconsideracin en distintos sec-
tores democrticos y de izquierda no slo in-
tenta serlo de clase; busca incluir tambin a
mayoras y minoras oprimidas (casos destaca-
dos: los indgenas, las mujeres, los chicanos)
en su afn de una racionalidad en la historia
(en este sentido, sinnimo de sociedad y siste-
ma) colonizada, sexista, racista. En esta bs-
queda todava no importa demasiado el secta-
rismo de muchos; lo que impera es el deseo de
ya no ver en la historia un catlogo de proezas
y desastres que el gobierno en turno le ense-
a aleccionadoramente a sus pupilos y cuenta-
habientes. ahora se insiste en un conocimien-
to detallado de la opresin y de los oprimi-
dos, de la realidad que el mito encubre y de
los mitos que le dan forma a las realidades,
de la mentalidad que la explotacin y la re-
presin han creado y de los mrgenes de
libertad en donde se ha vivido. Esta demanda
de saber histrico se cruza pero no se con-
funde, con el ms amplio mercado consu-
mista de biografias, los panoramas entrete-
nidos del pasado, la historia como la ms
apasionante de las novelas, lo real maravilloso
es lo que en efecto sucedi. Y esta demanda
le es imprescindible a un proceso crtico re-
querido de precisar la tradicin democrtica
a la que pertenece, que le da legitimidad na-
cional y que lo desliga de la mana pequeo-
burguesa de la culpa.
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U PASI ~N DE LA HISTORIA
La corrupcin y sus pertenencias
{Qu es en Mxico la corrupcin? Una exten-
dida y casi obligatoria prctica social, una
empresa de despojo que es tcnica de susten-
tacin capitalista, una tradicin impuesta que
se vuelve mtodo para trascender las diferen-
cias ideolgicas. El avasallamiento progresivo
de la corrupcin desplaza a un mito prefe-
rencial: las virtudes picas de nuestra his-
toria. La ambicin pica se traslada del
campo de batalla a la confeccin de fortunas.
de la ostentacin del sacrificio a la ostenta-
cin de la ostentacin. El alemanismo (el
desarrollismo) no es ancdota sexenal, es una
proposicin moral y una estructura del com-
portamiento. La campaa que agrega la c&
rrupcin a la "esencia nacional" obtiene re-
sultados casi teolgicos: si el pecado original
de la Revolucin mexicana es su incapaci-
dad de forjar hombres honrados, la Cada
tendr una consecuencia: sobre un milln de
muertos slo se puede edificar la opulencia.
ltem ms: si todos somos corruptos, todos
somos ahistricos y pertenecemos a ese tiem-
po sin tiempo en el que cada uno tiene su
precie, el gobierno de hoy es la iniciativa
privada de maana y el contexto perfecto de
la honestidad es la estupidez.
Quienes insisten en la corrupcin como sm-
bolo patrio le allegan una gran victoria se-
creta y pblica a la racionalidad capitalista
que reprime la disidencia y desalienta la cr-
tica moral, que niega a la voluntad colec-
tiva y prefiere el recuento circular de la
fatalidad. Nueva creencia masiva: el sentido
histrico que nos corresponde es el despren-
dido de la acumulacin del capital. A esto se
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aade otra caractenstica: en el XIX o durante
la etapa armada de la revolucin, historia
fue lo inmediato, lo tangible, el caudillo O
los mrtires, aquello que nos rodea y deter-
mina abrumadoramente (tambin, en el or-
den de las impresiones, historia fue, casi
siempre, la agitacin, el motn, la revuelta, la
guerra. La paz fue lo no histrico).
Algunas enseanzas del 68
Al movilizar vastos contingentes sobre de-
mandas muy concretas de solidaridad, al in-
sistir en la poltica como un derecho politi-
co y un deber moral, el movimiento del 68
recobra ampliamente la emocin y la pasin
histricas. Las movilizaciones sindicales de
la dcada anterior (ferrocarrileros, maestros,
telegrafistas, etc.) se enfrentan a una historia
oficial que negaba la conciencia de clases;
los contingentes de una pequea burguesa
inesperadamente democrtica actan en fun-
cin de una historia que, al registrar su
accin, la legitima y la disemina. Otra vez,
historia es lo que nos cohesiona y lo que, de
algn modo, nos instala en el porvenir. Los
estudiantes y quienes comparten su lucha se
sienten inmersos en una dinmica que les
da sentido a sus vidas y les permite entender
la falta de sentido de otras conductas. Cuando
se insiste tanto en el Mxico antes y despus
del 68 se est diciendo, entre otras cosas, el
Mxico antes y despus de un acceso masivo
a la conciencia histrica.
Un signo de lo anterior es el nmero cre-
ciente de quienes extraen del pasado elemen-
tos profundamente contemporneos y hallan
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LA PAS16N DE LA HISTORIA 191
all los compaeros ms estimulantes o los
adversarios ms enconados. Una generacin
que se crea involucrada en algo parecido al
"exilio interno" contempla desde una perspec-
tiva muy distinta a quienes, por el tiempo que
fuese, transitaron -como Jurez, Flores Ma-
gn, Villa, o los zapatistas- de las mrgenes
de la sociedad al centro de la historia. Esta
"contemporaneidad" de la historia ampla
puntos de vista y hace comprensible la apre-
ciacin de Marx: "La historia del mundo
sera una cosa sencillsima por hacer si toda
lucha debiera ser llevada slo con posibili-
dades favorables de modo infalible. Sera una
historia mstica si los 'azares' no jugaran
ningn papel. Estos casos fortuitos entran
naturalmente en la marcha general de la
evolucin y son compensados por otros casos
fortuitos. La aceleracin o el retraso de los
acontecimientos depende en gran parte de
tales 'azares' entre los que tambin figuran
el carcter de las personas que estn a la
cabeza del movimiento."
Contra el antiguo fatalismo que haba nor-
mado considerablemente a la izquierda, se
levanta una perspectiva ms amplia, decidida
a tomar en cuenta lo real y lo aparentemente
imposible, el peso del poder y las alternativas
y modos de vida de quienes viven la falta de
poder. Se est ya lejos de las exigencias de
virtud instantnea que "redimen" a la his-
toria de las enseanzas que molestan o con-
tradicen, y que borran, a nombre del ejemplo.
cualquier enseanza.
(En La arqueologa del saber, Foucault ex-
plica cmo la vieja historia busc mostrar
"cmo una estructura nica forma y se pre-
serva, cmo para tantas mentes distintas exis-
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te un horizonte unificado". El problema de
la nueva historia "ya no es la tradicin. el
trazo de una lnea, sino uno de divisin, de
lmites. Ya no es ms un problema de funda-
ciones eternas, sino uno de transfomaciones
que sirven como nuevas fundaciones.")
La internacionalizacin del sentido histrico
En los aos recientes, a la suma de experien-
cias nacionales (las consecuencias del 68, la
experiencia de Echeverna, el auge petrolero,
el avance de la derecha empresarial, la mo-
dernizacin del pas) se agregan las crisis y
movimientos internacionales, las polmicas
sobre el socialismo real, la difusin instan-
tnea del conocimiento cientfico y cultural,
la guerra fra, el fascismo en Amrica del Sur,
las guerras de liberacin en Centroamrica.
Sin que sea fcil precisar las formas del cam-
bio. el anterior sentimiento histrico (perte-
necemos a una colectividad con pasado trd-
gico y glorioso, presente incierto o lamentable
y destino que rehzye nuestra posibilidad de
intervencin) va siendo sustituido por otro,
ms internacional, atento a las experiencias
de clases, ya no tan confinado en lo poltico
y capaz de incluir tambin a lo cotidiano
como criterio normativo. Por razones de toda
ndole, el nacionalismo sigue funcionando
como punto de vista central. dique ante la
penetracin imperialista y criterio de unidad
que rechaza el fatalismo. Un ejemplo de la
fusin de emocin nacionalista y nueva con-
ciencia histrica es, durante los setenta, la
Tendencia Democrtica del SUTERM que, diri-
gida por Rafael Galvn, ala profundamente
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LA PASI ~N DE LA HISTORIA
193
la causa del movimiento obrero independiente
con la vigorizacin de la sociedad civil.
Esta ampliacin se opone a los intereses
adquiridos, al proyecto estatal de remodela-
cin histrica (que incorporar a un anar-
quista como Flores Magn a las letras de oro
de la Cmara de Diputados, si logra previa-
mente hacerlo pasar como inspirador de la
m ~ ) , la inversin de un culto al progreso que
ha devenido candor apocalptico. A esta de-
cisin de recobrar y ampliar internacionalis-
tamente el sentido histrico se enfrentan
tambin los medios masivos de difusin con
su "revolucin cultural" (la Historia empieza
y termina en el noticiero de esta noche) y la
nueva inercia acadmica que, negando el vi-
goroso y brillante impulso de numerosos his-
toriadores, aade a los criterios cuantificado-
res y a la partenogknesis monogrfica, su
"redescubrimiento de la mentalidad colecti-
va" que le permite explicarlo y definirlo todo
de acuerdo con la mentalidad de esta o aque-
lla clase, poca o institucin, la mente del
latifundista, el reaccionario, el pequeobur-
gus. Esta bsqueda de una mentalidad co-
lectiva uniforme, desea identificar - e s t o es,
volver idnticos- los elementos que le
permitan unir. sin problemas y negando u
ocultando sus cargas especficas, a una histo-
ria multiforme, contradictoria y de clase.
Hoy, el sentido histrico en Mxico est
ligado a las reivindicaciones obreras y cam-
pesinas, a las demandas nacionalistas, al cre-
cimiento democrtico de la sociedad y a las
exigencias del cambio permanente. Tiene ra-
zn Lezama Lima: "Un pas frustrado en lo
esencial poltico puede hallar virtudes y ex-
presiones Dor otros cotos de mayor realeza."
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AWLFO GILLY
LA HISTORIA COMO CRITICA O COMO
DISCURSO DEL PODER
Para el abuelo Attilio, en arte Mesrneris,
actor, vagabundo, saltimbanqui
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Si la construccin del futuro y el resultado final
de todos los tiempos no es asunto nuestro, es
todava ms claro lo que debemos lograr en el
presente: me refiero a la crtica despiadada de
todo lo que existe, despiadada en el sentido
de que la crtica no retrocede ante sus propios
resultados ni teme entrar en conflicto con los
poderes establecidos.
KARL MARX, carta a Amold Ruge.
Kr emach, septiembre de 1843
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Premisa
La pregunta me pareci, de entrada, restric-
tiva: la historia, para qu? Para los nitios,
el para qu suele ser obvio o subordinado.
El gran problema es el porqu. Y si transfor-
mo la pregunta en: historia. por qu?, me
encuentro con la respuesta al porqu de toda
ciencia y de todo conocimiento: por la ne-
cesidad de obrar especfica del ser humano,
eso que Mam llama "el comportamiento ac-
tivo del hombre frente a la naturaleza, el
proceso de produccin inmediato de su exis-
tencia".
Pero si esto es as, debo llegar enseguida a
la comprobacin, muy conocida, de que mien-
tras en las ciencias de la naturaleza, en la
historia natural, el conocimiento en cada mo-
mento dado tiende a ser uno, en las ciencias
de la sociedad, en la historia de los seres
humanos, ese mismo conocimiento es mlti-
ple, tiene varias versiones y vertientes (o, en
otros trminos, mientras el primero es univo-
co, el segundo es multvoco o, si se quiere,
incluso equivoco). La diferencia, tambin
muchas veces explicada, puede buscarse en lo
que el mismo Mam, citando a Vico, recor-
daba: "la historia de la humanidad se dife-
rencia de la historia natural en que la prime-
ra la hemos hecho nosotros y la otra no".
Entra entonces la distincin entre lo ob-
jetivo y lo subjetivo. Y si la condicin del
conocimiento cientfico es la capacidad cr-
11971
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tica, se aceptar sin dificultad que es mucho
ms fcil la critica de lo que hizo la natura-
leza y de nuestro conocimiento sobre ella,
que la critica de lo que nosotros hicimos y
de nuestrp conocimienio sobre nosotros
mismos.
Porque la critica, y su producto el conoci-
miento, disminuye o destruye la dependen-
cia de poderes ajenos, y mientras ante el
poder de la naturaleza sobre los seres huma-
nos el inters de stos se presenta unificado
precisamente por su comportamiento activo
frente a ella (su comportamiento de sujeto,
y no de mero objeto), ante el poder de la
sociedad sobre los individuos el inters de
stos se presenta dividido, segn que lo ejer-
zan o lo sufran, o ms precisamente, segn
que de l se beneficien unos ms que otros
O unos sobre otros.
Esto determina, para la historia, una situa-
cin contradictoria con la de otras ciencias:
existen, en determinado momento, varias his-
torias, no una, diversas versiones e interpre-
taciones divergentes y a menudo antagnicas.
Lo cual nos lleva, a su vez, a una nueva trans-
formacin de la pregunta: las historias, (por
qu? Las divemas versiones suponen que al-
gunas (o todas) son falsas o menos verda-
deras (o, si se quiere, ideolgicas, lo cual plan-
tea la cuestin del limite entre ciencia e
ideologa en la historia). Si el conocimiento
conduce a la accin, un conocimiento falso
extraviar el pensamiento y desviar la accin
de quien por l se gue. Sin embargo, la per-
sistencia a travs de las pocas de las vanas
versiones simultneas de la historia indica
que el conocimiento histrico es tambikn, y
antes que nada. un discurso adaptado no a
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LA IIISTORIA: CRfTlCA O DISCURSO DEL PODER 199
una accin nica de la humanidad sobre la
naturaleza, sino a diversas acciones de diver-
sos grupos humanos sobre si mismos y en-
tre si.
Esto porque la historia trata, obviamente,
de relaciones sociales: guerra, comercio, tc-
nica, ciencia, religin. Estado, familia.. . Esas
relaciones sociales, mientras el ser humano
siga dependiendo estrechamente de la natu-
raleza (independizarse totalmente de ella, por
elementales razones biolgicas, como es na-
tural nunca podr), y ms todava en la
sociedad de clases, son inevitable e invaria-
blemente relaciones de fuerza: padreslhijos,
hombrelmujer, adultosljvenes, adultoslan-
cianos, dominadores/dominados segn castas,
clases, comunidades o naciones.
La historia, cuyo objeto privilegiado es la
descripcin y el conocimiento de esas relacio-
nes y de sus transformaciones, puede adoptar
frente a ellas dos actitudes que no les son
permitidas a las ciencias naturales frente a
su objeto: justificarlas explicndolas como
inmutables y naturales, o criticarlas explicn-
dolas como cambiantes y transitorias.
La primera actitud parte de quien tiene in-
ters en conservar las actuales relaciones so-
ciales (o, en otras palabras, las actuales re-
laciones de fuerza dentro de la sociedad); la
segunda, de quien pretende transformarlas.
Las diversas historias surgen pues, como es
demasiado sabido, de diversos intereses so-
ciales, uno conservador de las relaciones de
fueiza i.
de poder existentes (aunque pueda
ser crit co de las de1 pasado, presentadas en-
tonces como mero trnsito hacia el orden de
cosas existente), otro crtico de los poderes
establecidos (critico, entonces, tambikn ha-
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200 ADOLFO GILLY
cia el pasado. y critico hacia si mismo y hacia
el porvenir, si no quiere caer en la inmovi-
lidad de la utopa o del milenarismo, forma
invertida de la conservacin tendida hacia el
futuro).
El grupo o la clase social cuyo inters coin-
cida con la crtica radical de los poderes es-
tablecidos podr aproximarse ms, en su in-
terpretacin de la historia. a los criterios del
conocimiento cientfico. Aquel cuyo inters
sea la conservacin de esos poderes y del
orden que de ellos se desprende se orientar
en cambio a hacer de la historia una ideolo-
ga justificadora del estado de cosas presen-
te y a convertirla, en consecuencia, en un
discurso del poder.
Entre la critica radical y el discurso del
poder establecido oscila el porqu de todas
las historias y, en consecuencia, su para qu.
Limites y tensiones
La historia comienza donde termina la me-
moria de las generaciones vivas: en los abue-
los. Ms ac, es crnica, relato. narracin de
testigos presenciales. Todavia no alcanza a
cristalizarse del todo en historia la Revolu-
cin mexicana para Mxico ni la Revolucin
rusa para la Unin Sovitica, aunque ya la
mexicana lo sea para los soviticos y la rusa
para los mexicanos. Todavia es ms fcil ha-
cer un film sobre los procesos de Mosc que
sobre Huitzilac en Mxico, y ms fcil en
Mosc investigar y publicar sobre las purgas
de Obregn que sobre las de Stalin.
Por eso mismo, son diferentes los intereses
que guan (o desvan) la crnica, de aquellos
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LA HISTORIA: CR~TICA O DISCURSO DEL PODER 201
que producen los mismos efectos en la his-
toria. Rnshomn es un ejemplo clsico de los
primeros, las diversas versiones escolares de
las historias de cada Estado, de los segundos.
En el primer caso, se trata de individuos; en
el ltimo, de grupos sociales o naciones.
Esto dice que sera ilusorio esperar una
historia imparcial: el punto de vista del ob-
servador, individuo en sociedad, produce un
efecto de "indeterminacin". Ese efecto es
tanto menor cuanto ms conscientemente el
historiador -o su antecesor, el narrador-
asume su propia parcialidad ante los hechos
que relata y las narraciones que interpreta.
La parcialidad no significa mentira: significa
tomar partido o, tambin, apasionarse. Si las
relaciones sociales son relaciones de fuerza y
si la historia es historia de la lucha entre las
clases y los grupos sociales, tomar partido no
exige faltar a la objetividad. La parcialidad
ms desinteresada por alguno de los intereses
en lucha, requiere al contrario buscar la ve-
racidad de los hechos y rechazar la falsedad
con la misma severidad con que el investiga-
dor de la naturaleza toma en cuenta tanto
los resultados experimentales que confirman
sus hiptesis como aquellos que las des-
mienten.
Pero aqu, nuevamente, el grado de obje-
tividad estar fuertemente determinado segn
que el inters que gua a la inevitable toma
de partido (la supuesta "imparcialidad" es
una toma de partido subrepticia) sea un in-
ters conservador o un inters critico hacia
el orden de cosas existente.
Dicho esto, la historia, como la crnica, no
es justificacin, condena, juicio de valor. Es
ante todo narracin e interpretacin, combi-
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202 AOLFO GILLY
nadas pero no confundidas. Significa reconi
t mi r intelectualmente el curso de los hechos
y explicar por qu fueron as y no de otro
modo. La historia, como es sabido, no se
construye con los si, y la obra del historiador
que se dedica a especular acerca de lo que
habra sucedido si . . . (o cuyo mtodo de in-
terpretacin tiene como fondo dicha actitud),
no tiene ms valor cientfico que las teoriza-
ciones sobre lo que ocurrira si nuestras abue-
las tuvieran medas. . .
El historiador, para reconstruir con los ma-
teriales dados (aparte de saber y poder reu-
nir los materiales), necesita relacionar su tarea
con dos niveles: al un mtodo de interpreta-
cin general; bl su propia experiencia (vivida,
aprendida o heredada). El primer punto se
relaciona con el rigor cientfico en su oficio.
El segundo, tiene que ver con su calidad de
conocedor de seres humanos en tanto indi-
viduos y en tanto grupos, con su capacidad
de acumulacin de experiencia vivida (por
l o por otros, porque la edad no siempre
es garanta de experiencia y muchas veces
lo es de incapacidad de nueva asimilacin).
La reconstmccin histrica debe reprodu-
cir el movimiento, la multitensin (el "multi-
tenso coajuste, como el del arco, como el de
la lira", que deca Herclito) que caracteriza
al proceso de la historia. La intensidad de lo
vivido y lo ledo, de lo experimentado y
lo aprendido, esa tensin entre vida y co-
nocimiento (emprico o terico, aqu no im-
porta) cuyo nombre es pasin; es un ingre-
diente sin el cual la obra del historiador no
pasar de ser un emdito pan sin levadura.
Esa tensin peculiar de la historia obedece,
en gran medida. al cruce y la contraposicin
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de sus historias. Quiero decir al cruce entre
la historia individual y la colectiva; la fami-
liar y la local; la local y la regional; la regio-
nal y la nacional; la nacional y la mundial.
En cada uno de esos puntos de interseccin
y en sus mltiples combinaciones se determi-
nan focos de tensin sin cuya comprensin
es imposible dar cuenta del movimiento inte-
rior que anima al proceso histrico.
Los cruces no tienen un orden preestable-
cid0 y sera arbitrario establecer una jerar-
qua universal entre ellos. Su resultado es
ms bien aquel "multitenso coajuste", lo que
otros llaman la lgica de la historia.
Por otra parte la historia universal, que se-
ra el resumen, la combinacin y la culmina-
cin de todas esas historias entrecruzadas a
diversos niveles, es un hecho moderno hacia
el cual ellas parecen converger como los mer-
cados locales hacia el mercado mundial, cuna
y escenario de aquella historia universal.
Pero al mismo tiempo historia universal
y mercado mundial son realidades nuevas, in-
concebibles sin sus predecesores pero no re-
ductibles a la suma de stos, realidades con
su dinmica propia que subsume todas las
parcialidades anteriores y las somete a su im-
perio y a su lgica. Es un todo que engendra
y explica a sus partes. y no la inversa. As
como el mercado mundial a partir de su for-
macin definitiva en el siglo XIX (tres siglos
despus de su primer bosquejo en el siglo
XVI) no es la suma de los mercados nacio-
nales. sino que stos son expresiones nacio-
nales especficas de aqul, as las historias
nacionales, a partir de la constitucidn de la
historia universal. son expresiones peculiares,
y nicas en cada caso, subordinadas a esa
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204 AOLFO GILLY
realidad superior que las abarca y las explica
y a la cual, en adelante, no pueden escapar,
como no pudieron hacerlo los pueblos de Me-
soamrica cuando el joven torrente de Ia his-
toria universal, entonces apenas en forma-
cin, irrurnpi en sus temtorios; ni tampoco
mucho despus afganos o vietnamitas; ni mu.
cho menos hoy las poblaciones indgenas de
la Arnazonia, en cuyas vidas dicha historia
arrasadora penetra disolvindolas: la extin-
cin es su forma terrible de entrar en la
historia y salir, de un mismo golpe, de ella.
De la aproximacin no mediada de algunos
de aquellos cruces surge como una chispa el
encanto peculiar de los cantastorie, los jugla-
res, los payadores, los corridistas, esos arte-
sanos errantes que unen lugares, tiempos y
relatos, predecesores y contemporneos de la
crnica y la historia, ellos mismos un punto
de cruce de las dos.
En sus narraciones. la precisin (real o
ficticia) de sus pormenores ("voy a dar un
pormenor. . . " dice el corrido de Cananea)
trasluce a la vez el modo de referir campe-
sino y la preocupacin por la veracidad y la
fidelidad de lo contado. Pero ellos no se limi-
tan a narrar. Intercalan o agregan su propia
explicacin e interpretacin de los hechos
("donde yo fui procesado / por causa de mi
torpeza", dice tambin el relator de Cananea).
Crtica o edificante, ella intenta trasmitir una
valoracin de las conductas. Y aqu se pone
a pmeba la verdad del canto, tanto ms au-
tntico, por regla general, cuanto ms abierto
sea su ngulo de divergencia con la versin
oficial de la historia.
La historia oficial, por definicin, es la que
elaboran las instituciones del Estado o sus
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LA I1ISTORIA: CRfTICA O DISCURSO DEL PODER 205
idelogos. Siendo todo Estado, tambin por
definicin, una forma de dominacin, el para
qu de esa historia es la justificacin y la pro-
longacin de esa dominacin.
Si la historia del canto es autntica, viene
de abajo, y abajo estn los dominados. No
quiere decir que hay que creer sin ms ni
ms lo que el juglar nos cuenta, pero s que
hay que comprenderlo: el narrador refiere
lo que su pblico quiere or y no puede ha-
cerlo en las ceremonias y las instituciones
amparadas por la Iglesia y el Estado. Es
cierto que en su canto tambin penetran p r e
fundamente la ideologa y la moral domi-
nantes, que son las de toda su poca, pero
curiosamente distorsionadas por el punto de
vista de los de abajo o de los sometidos.
Los trovadores vagabundos. los minstrels,
los juglares lindan entonces con los proscri-
tos y son por siglos o por pases un oficio
maldito y peligroso ejercido slo en los mr-
genes o en los intersticios de la sociedad ofi-
cial. Un ejemplo clsico. en los tenues albo-
res de los imperios modernos, aparece en la
conquista anglo-normanda de Irlanda a par-
tir de 1169. Los conquistadores deban termi-
nar con el orden social, la estructura clnica,
la lengua y la cultura de la sociedad galica,
para imponer su propia dominacin. Pero
la antigua sociedad resista -resiste todava,
bajo formas diversas y modernas. Uno de los
instmmentos de esa resistencia eran sus can-
tores, que con su arpa iban de comarca en
comarca cantando en galico la historia pro-
hibida del pueblo irlands. Tan tenaz era esa
resistencia y tan slida la trama que las ar-
pas tejan, que dos siglos ms tarde (1367) el
duque de Clarence, virrey, hijo de Eduardo
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206 m L F O GILLY
111, tuvo que incluir entre los delitos severa-
mente castigados por su estatuto de Kilkenny,
el de dar albergue, proteccin o estimulo a
los poetas (minstrels) , los versificadores
(rhymers) y los contadores de historias (ta-
letellers) irlandeses. Cinco siglos despus el
arpa -no la espada, el fusil o la pica- pas
a ser el emblema nacional irlands.
Se opera en otros casos el fenmeno opues-
to: el arte del cantastorie es asimilado por
la versin oficial de la historia, y entonces la
critica popular del poder existente se invierte
en un discurso del poder "populista". La Re-
volucin mexicana da uno de los ejemplos
ms cumplidos de esa trasmutacin.
Agrego al final las letras de dos canciones
que relatan acciones de obreros ferroviarios:
una, edificante, ejemplifica en ltimo anlisis
la moral del sacrificio en el trabajo; la otra,
gratuita, trata de comprender y de explicar
los motivos profundos de un atentado apa-
rentemente sin objeto. En el primer caso la
interpretacin oficial y la popular de la histo-
ria concuerdan y Jess Garcia, el maquinista
de Nacozari, es un hroe para todos. En el
segundo, ambas interpretaciones se distan-
cian en un amplio ngulo de divergencia y
el annimo maquinista italiano es "un loco"
para unos y un "vengador" para los otros.
Creo que este segundo relato muestra, con la
sencillez elemental de una balada, cmo es
posible coincidir hasta en los detalles en la
informacin de los hechos y contar, sin em-
bargo, dos historias diferentes y antagnicas.
De estos ejemplos, claro, la serie es infinita,
porque as son las historias de la histo-ia.
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LA HISTORIA: CR~TICA O DISCURSO DEL PWER 207
Niveles
Los de abajo y los de arriba en cuanto a las
clases, los vencedores y los vencidos en cuan-
to a las guerras, esa multiplicidad de histo-
rias tiene niveles. El desnivel, deca, no impi-
de la coincidencia en los hechos, pero s en
la carga emotiva. La prueba inmediata la da
Alejandra Moreno Toscano en El siglo de la
conquista, cuando construye ese contrapunto
singular entre las voces de los defensores de
Tenochtitlan y las de sus atacantes.
Podemos imaginar una situacin, cuando
an la divisin del trabajo es embrionaria y
no ha alcanzado a escindir a la sociedad y a
subordinar a los individuos, en que el grupo
social es uno y, como tal, recuerda, transmite,
mitifica y cuenta su pasado. Est, en el prin-
cipio, el afn y el placer de contar, de
comunicar, de escuchar, de vivir juntos inte-
lectualmente, de ejercitar las fuerzas del in-
telecto en el relato nocturno como en el dia
se ejercitaron las de los msculos en la caza
del tigre o del venado. Esta relacin es gra-
tuita, es decir, no est mediada por un co-
mercio que an no ha nacido dentro del grupo
social. Es un don que no espera correspon-
dencia, que se satisface en el acto de dar al
grupo del cual el relator es parte indivisa e
indivisible. En el arcaico oficio de poeta, en
la poesa que sigue siendo don y nunca valor
de cambio en una sociedad regida por la mer-
canca, en la fascinacin del fuego que incita
por la noche a contar y a recordar, ha que-
dado impresa esa huella fugitiva de los primi-
tivos: sensaciones y afectos, persistencia del
mito, eterno retorno de la utopa.
Cuando divisin del trabajo y tbcnica N-
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208 AOLFO GILLY
dimentarias se desarrollan y se impulsan mu-
tuamente, entonces aumenta la productivi-
dad y aparece el producto excedente y con
l la posibilidad de que una parte del grupo
social produzca. con sus manos y herramien-
tas, lo necesario para todos, y otra parte viva
de ese producto y pueda dedicarse a pensar
y a generalizar. El conocimiento, as, se con-
centra, se desarrolla y se transmite en unos,
el trabajo directo, manual, en otros. Como
aqul no es nada ms -ni nada menos-
que la generalizacin de la prctica de ste, lo
coloca bajo su dominacin. Ha nacido la di-
visin entre trabajo manual y trabajo i nt e
lectual y con ella la escisin social de los seres
humanos y de su historia.
A partir de aqu se constituyen - e n un tra-
bajo de milenios- lo que Marx y Engels
llaman tempranamente, en La ideologa ale-
mana, una comunidad superior y una comu-
nidad inferior, cada una con su historia, sus
oficios, sus tradiciones, sus costumbres, sus se-
cretos, pero ambas unidas en una comuni-
dad ilusoria por la idea de la comn perte-
nencia a un grupo social nico e indiviso
-ciudad-Estado, comunidad, pueblo, nacin-
frente a los otros grupos sociales existentes.
Se han formado las clases y, en consecuencia,
el Estado.
A partir de aqu, la historia pasa a ser pro-
piedad de quienes pueden hacer la historia, de
los que ya son propietarios del conocimiento.
Todo el mtodo histrico queda impregnado
de su punto de vista, el de quien mira desde
lo alto de una pirmide y no el de quienes
a la pirmide, como al sol, slo pueden con-
templarla desde abajo aunque la hayan al-
zado con sus brazos.
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LA HISTORIA: C R ~ I C A O DISCURSO DEL PODER 209
La comunidad inferior es pura fuerza de
trabajo y, como tal, no tiene historia. Escla-
vos, siervos o proletarios, hacen el trabaio de
la paz o el trabajo de la guerra, que los seo-
res de la paz o de la guerra dirigen y usu-
fructuan. Son trabajos sin gloria y sin histo-
ria, pero sobre ellos se alza todo el resto.
Desde las pirmides mayas hasta las compu-
todoras japonesas, desde las murallas incai-
cas hasta los muros del Pentgono. la his-
toria incluye a unos y excluye a otros: es
la historia como discurso del poder. Una his-
toria critica, al contrario, es una historia tam-
bin y ante todo de los excluidos y del tejido
social de sus vidas, pensamientos y senti-
mientos.
Ahora bien, esta historia es dificil de hacer,
porque la fuerza de trabajo, reducida a tal,
no escribe su historia sino que sta es con-
tada e interpretada - cuando lo es- por los
otros. Su huella queda sobre todo en las
obras en las cuales su trabajo se.cristaliza:
sin acudir a esa base material es imposible
descifrarla. Este es el mtodo que Mam p r e
pone en una de las notas de El capital.'
'"Una historia critica de la fecnologa demostra-
ra en qu escasa medida cualquier invento del
siglo XVIII se debe a un solo individuo. Hasta el
presente no existe esa obra. Darwin ha despertado
el inters por la historia de la tecnologa natural,
esto es, por la formacin de los rganos vegetales
y animales como instrumentos de produccin para
la vida de plantas y animales. No merece la misma
atencin la historia concerniemte a la formacin de
los rganos productivos del hombre en la sociedad.
a la base material de toda organizacin particular
de la sociedad? Y esa historia no sera mucho ms
fcil de exponer, ya que. como dice Vico. la
historia de la humanidad se diferencia de la histo-
ria natural en que la primera la hemos hecho
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210 ADOLFO CILLY
La comuni dad superior acumula el conoci-
mi ent o, se apropia de l a hi st ori a y comienza
a regi st rarl a en estelas, t empl os y pirmides.
Los egipcios exponan ingenuamente un m-
t odo que no ha vari ado desde entonces, cuan-
do di buj aban ms grande la fi gura del faran.
La hi st ori a se convierte en su historia, como
una de las primeras formas de propi edad an-
tes de que l a propiedad haya cristalizado ple-
namente. La ot r a hi st ori a hay que desente-
rrarl a de abajo de st a, en un verdadero
t r abaj o de arqueologa de segundo grado.'
nosotros y la otra no? La tecnologia pone al descu-
bierto el comportamiento activo del hombre con
respecto a la naturaleza, el proceso de produccin
inmediato de su existencia, y con esto, asimismo, sus
relaciones sociales de vida y las representaciones
intelectuales que surgen de ellas. Y hasta toda la
historia de las religiones que se abstraiga de esa
base material. ser acritica. Es. en realidad, mucho
ms fcil hallar por el anlisis el ncleo terrenal
de las brumosas apariencias de la religin que, a
la inversa, partiendo de las condiciones reales de
vida imperantes en cada epoca. desarrollar las for.
mas divinizadas correspondientes a esas condicio-
nes. Este ltimo es el nico mtodo materialista, y
por consiguiente cientfico. Las fallas del materia-
lismo abstracto de las ciencias naturales, un mate-
rialismo que hace caso omiso del proceso histrico,
se ponen de manifiesto en las representaciones
abstractas e ideolgicas de sus corifeos tan pronto
como se aventuran fuera de los limites de su esve-
cialidad." (Karl Marx, El capital, t. 1, vol. 2, 1. Pri-
mero, sec. 4, cap. XIII, "Maquinaria y gran indus-
tria", Mtxico. Siglo XXI, 1975, p. 453.)
ZAndrea Carandini abre su libro Archeologia e
crlltura materiale (Bari, Italia, De Donato, 1975)
con esta reflexi6n: "Visitando un museo arquwl&
gico se tiene la impresin de que los antiguos no
hicieran otra cosa que esculpir estatuas. componer
mosaicos, dibujar paredes y vasos. En cambio, si-
guiendo una excavacin es fcil observar cun raro
es el descubrimiento de objetos de arte, y cmo
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1. A ilISTOR1A: CRhiCA O DISCURSO DBL PODER 21 1
La historia se convierte, en este punto. en
un instrumento privilegiado para la legitima-
cin y la conservacin de la comunidad iluso-
ria entre los de arriba y los de abajo. Es la
historia del Estado, la historia de todos, na-
rrada por los idelogos de la comunidad su-
perior, que se apodera incluso de los hroes
de los otros (cuando no puede suprimirlos
del todo) y les expropia su historia. La racio-
nalidad de la comunidad superior, que es la
de su dominacin, se convierte en la razn
universal e intemporal (tanto que sus inte-
grantes llegan a considerarse la gente de ra-
zn y los dems. los naturales). Sus motiva-
ciones de grupo o de clase se vuelven los
fines de la comunidad o de la nacin. El
Estado, el poder existente, es el punto hacia
el cual converge la historia desde el principio
de los tiempos, que no ha sido entonces ms
que una larga transicin hacia el presente
equilibrio. Hay, por supuesto, muchas formas
sutiles, eruditas, neutrales, "dialcticas" y
hasta "populares" de presentar esta visin de
la historia, mucho ms cuando quienes las
hasta el hallazgo de un fragmento cermico par-
ticular o de una moneda puede despertar el inters
de los excavadores. En este sentido el museo tra-
dicional es antipedaggico, porque ofrece una
imagen unilateralmente selectiva y por lo tante
distorsionada de la vida de las sociedades pasadas.
mientras que el almacn de excavacin, por poco
que est ordenado, permite hacerse una idea de la
historia real de la regi6n habitada, de una porcin
del territorio. Especialmente en Italia tenemos mu-
seos de arte. no museos de historia. La razn de
esta situacin est en el modo en que se aborda
el estudio del pasado y en que se conservan sus
testimonios." En la misma introduccin Carandini
menciona la nota de Marx antes referida, como "el
programa de un trabajo que en los estudios clsicos
todava est ntegramente por realizarse".
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212 ADOLFO GILLY
formulan estn firmemente convencidos de
que as es porque, desde el punto de obser-
vacin en que se colocan, es precisamente
eso lo que ven.
Entonces la historia es un discurso de2 po-
der, quienquiera que lo haga, en el cual creen
quienes ejercen ese poder y, en la medida en
que la ilusin de la seudocomunidad (cuyas
races son materiales) es estable y no ha
sido rota por una crisis histrica, tambin
quienes a ese poder estn sometidos.
Horizontal y vertical
Si el objeto de la historia como ciencia es,
como recuerda Pierre Vilar, "las relaciones
sociales entre los hombres y las modalidades
de sus cambios", es preciso identificar si exis-
te una relacin que rige a todas las dems y,
en tal caso, cul es ella.
A primera vista esa relacin sera la de
intercambio (trabajo por dinero, dinero por
mercancia, mercancia por mercanca, idea por
idea, afecto por afecto y odio por odio). Pero
sta, se sabe, es la ilusin de un mundo do-
minado por el valor de cambio y cuyas cate-
gonas de pensamiento se han formado a
partir del intercambio.
Ese intercambio comienza con la aparicin
de un producto excedente estable, de un plus-
producto en el cual se materializa el trabajo
excedente o plustrabajo. Desde entonces, las
relaciones entre los seres humanos estn do-
minadas por esa relacin de fuerza que es la
lucha por la apropiacin de ese plusproducto,
por su extraccin y su reparto. Si este crite-
rio es vlido, entonces la relacin dominante
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LA HISTORIA: CR~TI CA O DISCURSO DEL PODER 213
ser la relacin de dominacinlsubordinacin
(o de soberanialdependencia) que es la que
asegura (en ltima y no siempre visible ins-
tancia mediante la violencia) la extraccin y
el apoderamiento por unos del plustrabajo de
otros. Las formas de esa relacin cambian
segn las pocas y las relaciones de produc-
cin, estrechamente relacionadas con la base
tcnica de la sociedad, pero en cada una de
estas pocas y sociedades es ella, la relacin
de dominacin/subordinacin, la que tie con
su color a todas las otras relaciones socia le^.^
Ella hunde sus races profundsimas en la
ms antigua y tenaz de las formas de domi-
nacin social, la de los hombres sobre las
mujeres.
Es lo que puede llamarse la relacin verti-
cal entre ambas comunidades, entre la parte
superior y la parte inferior del grupo social.
(Esta divisin, intil decirlo, se presenta me-
J"La forma econmica especifica en la que se le
extrae el plustrabajo impago al productor directo
determina la relacin de dominacin y servidumbre,
tal como sta surge directamente de la propia p m
duccin y a su vez reacciona en forma determinante
sobre ella. Pero en esto se funda toda la configura-
cin de la entidad comunitaria econmica, emanada
de las propias relaciones de produccin, y por ende,
al mismo tiempo. su figura poltica especfica. . .
Esto no impide que la misma base econmica -la
misma con arreglo a las condiciones principales-,
en virtud de incontables diferentes circunstancias
empricas, condiciones naturales. relaciones raciales.
influencias histricas operantes desde el exterior,
etc., pueda presentar infinitas variaciones y mati-
ces en sus manifestaciones, las que slo resultan
comprensibles mediante el analisis de estas circuns-
tancias empricamente dadas." (Karl Marx, El ca-
pital, t. III, vol. 8, l. tercero, sec. 6r. cap. XLVII, "G-
nesis de la renta capitalista de la tierra", Mxico,
Siglo XXI, en preparacin, p. 1007.)
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214 AWLW GILLY
diada por mltiples estratos intermedios en
cada formacin social que contribuyen a ha-
cerla menos ntida, pero no menos real.)
Pero a su vez, esta relacin vertical de do-
minacin/subordinacin slo existe combina-
da con (y sostenida en) relaciones interiores
propias de cada una de las comunidades com-
ponentes de la comunidad ilusoria. Son lo
que puede denominarse las relaciones hori-
zontales dentro de cada una de las grandes
partes en que se divide el grupo social.
Existe una relacin horizontal en la comu-
nidad superior, que se expresa en las normas
del derecho de propiedad (y su correlato, las
normas penales), pero tambin en hbitos,
costumbres, reglas de cortesa, gustos y nor-
mas de competencia interior para que sta no
llegue nunca a lesionar la solidaridad esen-
cial del grupo social dominante frente a los
dominados. Este conjunto de normas, cam-
biantes segn las pocas, las tradiciones, las
tcnicas, las relaciones de produccin y, por
lo tanto. los modos de dominacin, estn su-
bordinadas evidentemente a la relacin verti-
cal e, incluso, son engendradas por ella (a la
cual, a su vez, influyen).
Del mismo modo, existe una relacin hori-
zontal en la comunidad inferior que, partien-
do de su relacin especfica con los medios
de produccin, abarca los mismos campos
que la anterior pero tiene normas en parte
diferentes, no oficiales, regidas por una racio-
nalidad distinta a la que rige las de la comu-
nidad superior.
A travs de la relacin vertical, empero, las
normas de la relacin horizontal superior se
presentan como la norma general, ideal, a la
cual debe ajustarse todo el grupo social. Es
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LA HISTORIA: CR~TICA O DISCURSO DEL PODER 215
lo que constituye, en otros trminos, la ideo-
loga dominante.
Por debajo de esa ideologa, que todos
aceptan mientras funciona la relacin de do-
minacin/subordinacin dada, sigue corrien-
do el ro subterrneo, caudaloso, no reconoci-
do, a veces hasta invisible para los de arri-
ba, de los lazos horizontales que unen a los
dominados. Esos lazos, que pueden tomar la
forma de creencias, supersticiones, prohibi-
ciones, obligaciones, se cargan de un conte-
nido de solidaridad entre quienes deben, por
fuerza, resistir de un modo u otro porque
sobre sus hombros cae todo el peso de la re-
lacin vertical.
En cada ideologa dominante la forma pre-
sente de dominacin aparece como un hecho
de la naturaleza y la tarea asignada al histo-
nador es, cuando ms, explicar su gnesis en
el pasado y mostrar las formas anteriores (o
presentes en otras formaciones sociales) co-
mo imperfectas, inmaduras o, si contempor-
neas, "primitivas" o "atrasadas" (como pri-
mitivas y atrasadas seran tambin las nor-
mas de relacin horizontal de los dominados).
De este punto de vista, ms difundido de lo
que se piensa aun entre los "marxistas" y
los "crticos" de la historia, nacen muchas
de las curiosas apreciaciones occidentales so-
bre Iran y su revolucin, segn las cuales
Jomeini, su repblica islamica y sus ayato-
llahs serian mucho ms irracionales que Gis-
card, su repblica burguesa y su bomba de
neutrones. . .
Es conocido, y a veces inevitable, el ana-
cronismo del historiador que mide el pensa-
miento y las relaciones sociales del pasado
por las de su epoca o su civilizacin, aquellas
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que constituyen su naturaleza social. No siem-
pre este anacronismo se presenta tan trans-
parente e ingenuo como en las pinturas pre-
rrenacentistas o renacentistas.
Con esta ilusin ptica se combina, a ve-
ces en forma ms sutil, otra que con un tr-
mino hechizo podramos denominar "anacla-
sismo", es decir, la trasposicin de los jui-
cios, los valores y las relaciones internas de
una clase o grupo social, aquella de la cual
proviene la educacin del historiador, a otros.
En ambos casos. el efecto de trasposi-
cin tender un velo entre el historiador y
las reales relaciones sociales entre seres hu-
manos, objeto de su estudio, y lo llevar no
slo a dar respuestas equivocadas sino, lo
que es peor, a plantearse problemas inexis-
tentes.
La relacin vertical de soberana y depen-
dencia supone dos direcciones: una hacia aba-
jo, de dominacin; otra hacia amba, de re-
sistencia, porque la fuerza de trabajo, por
definicin activa frente a la naturaleza, no
puede ser simplemente pasiva, mera materia
inerte subordinada, ante la sociedad. Como se
trata de una relacin de dos sentidos, ambos
polos se determinan entre s e interactan
constantemente. La violencia y el consenso,
deca Gramsci, son sus reguladores.
Las revoluciones son la crtica prctica que
la sociedad (los dominados) hace de sus re-
laciones verticales. La historia como discurso
del poder las concibe como momentos irra-
cionales, o cuando ms como crisis indesea-
bles pero inevitables que deben ser superadas
y clausuradas lo ms pronto posible para dar
lugar a un restablecimiento, bajo nuevas for-
mas, de la relacin "natural" de soberana y
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U HISTORIA: CR~TI CA O DISCURSO DEL WDER 217
dependencia entre los seres humanos. La his-
toria como crtica del poder las considera
como las rupturas hacia las cuales tiende toda
la acumulacin realizada durante el equilibrio
precedente, de modo que cada equilibrio es
una transicin entre la ruptura que lo en-
gendra y aquella que lo destruye. El primer
criterio privilegia la inmovilidad y la con-
servacin, el segundo, el movimiento y la
transformacin.
Las revoluciones son los momentos cuando
la direccin de abajo hacia arriba (resis-
tencia) en la relacin vertical, estalla y se
vuelve dominante sobre la relacin de domi-
nacin establecida. Entonces su irrupcin
violenta desde abajo inunda y baa todo con
su luz peculiar, que es la que ilumina la
apariencia de desorden y de ruptura de
la lgica social comnmente aceptada que
presentan todas las revoluciones, rebeliones y
revueltas.
Pero la forma de la rebelin, el color de
su luz (y de su sombra), no depende slo
del tipo de relacin vertical contra el cual
estalla, sino tambin de las relaciones hori-
zontales preexistentes dentro de la comuni-
dad inferior, aquella que entra con violencia
al primer plano de la historia. Entonces, mien-
tras la revolucin est en su apogeo, esas
relaciones se presentan como la norma domi-
nante, se sobreponen a las de la vieja domi-
nacin de clase (aunque no las supriman
del todo), imponen su dictadura revoliicio-
naria en gustos, modos y costumbres. sos
que no se determinan por los aparatos de
propaganda sino que se forman en el pro-
fundo laboratorio histrico de la sociedad.
El historiador de las revoluciones pasadas,
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218
ADOLFO Gl LLY
cronista de las presentes (nunca como en
la revolucin estn tan cerca, hasta casi con-
fundirse en uno, ambos oficios) necesita
comprender, sentir o intuir estas relaciones
en su tarea. Sin ello, slo puede verse la su-
perficie de la revolucin de independencia o
de la zapatista, de la Revolucin rusa o de la
china. Alcanz a entreverlo, en su tiempo,
Marte R. Gmez, en su pequeo libro sobre
Las comisiones agrarias del sur. Lo vio es-
plndidamente, siempre, John Reed, en la
huelga de Paterson, en la Revolucin mexi-
cana, en la Revolucin rusa. Lo vieron y vivie-
ron tambin, cronistas e historiadores, Vctor
Serge, Agnes Smedley, Jack Belden. No se
dio cuenta de lo que pasaba, aunque registr
muchos eventos, Jos Vasconcelos. Y en un
extrao juego de espejos, dio un magnfico re-
flejo invertido por la visin de los seoritos
de la vieja y la nueva clase dominante, Mar-
tn Luis Guzmn en El guila y la serpiente.
Pero, en general, ninguna historia y nin-
guna crnica, se ocupen de las pocas de
ruptura o de aquellas de equilibrio, pueden
abstraerse de la relacin vertical y de las rela-
ciones horizontales especificas que forman el
tejido de cada poca y cada sociedad; ni pue-
den ser, tampoco, neutrales entre ellas.
La relacin vertical slo puede explicarse
mirndola desde abajo, desde su raz mate-
rial, y no desde arriba, desde su reflejo ideo-
lgico: lo mismo todas las otras. Nadie ex-
plicar a una poca y una sociedad y a
quienes, al dominar en ellas, las marcan con
el sello de sus ideas v sus actos, si no explican
antes cmo stos dominan (y cmo creen
hacerlo) y cmo se relacionan entre s, se
subordinan y a la vez resisten los dominados.
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LA HISTORIA: CRITICA O DISCURSO DEL PODER 219
Aqu se llega a una dificultad aparentemen-
te insalvable, porque para hacer or la voz
de los dominados hay que escucharla. Y
stos no hablan en la historia, sino slo entre
ellos, y eso no queda escrito. Y aun cuando
llegan a hacerlo, es slo su capa superior la
que habla y esciibe por todos: sus dirigentes,
sus intelectuales. El historiador, el cronista
mismo, tiene que afrontar entonces la em-
presa insoluble de transmitir la voz, los sen-
timientos, la comunicacin interior de aquella
vasta capa inferior subordinada de la cual
l no proviene o se ha separado, si no tam-
poco l tendra su voz de historiador o de
cronista.
La aporia se resuelve comprendiendo la
accin, porque los de abajo, siendo fuerza
de trabajo, hablan con sus actos y explican
sus parcas palabras por sus hechos y sus
obras, no a la inversa. Entonces hay que leer
en sus acciones, colectivas e individuales, y
comprender o intuir por qu un maquinista
ferroviario de Bologna, a principios de este
siglo, lanz contra un tren de lujo una mquina
loca: "forse una rabbia antica, generazioni
senza nome cke urlarono vendetta, gli ac-
cecarono il cuore.. .", para tocar la misma
racionalidad de fondo, la misma fuerza an-
tigua que levant y puso en camino a los
ejrcitos de Espartaco, a la Divisin del Norte
o a la insurreccin salvadorea.
Ser posible as interpretar y reproducir
de cerca, en la pasin que mueve lo escrito
o lo narrado, el movimiento interior de las
relaciones entre los seres humanos y sus in-
finitas variantes y transformaciones. Porque
el secreto de la historia no hay que buscarlo
en la fijeza de las obras en que se cristaliza
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220 AWLFU GILLY
el trabajo pasado, sino en el incesante movi-
miento donde fluye y existe el trabajo vi-
viente.
Mquina 501
Mquina quinientos uno,
la que corri por Sonora,
por eso los garroteros
el que no suspira, llora.
Era un domingo, sefiores,
como a las tres de la tarde,
estaba Jess Garca
acariciando a su madre.
Dentro de pocos momentos:
"Madre tengo que partir,
del tren se escucha el silbato,
se acerca mi porvenir."
Cuando lleg a la estacin
un tren ya estaba silbando
y un carro de dinamita
ya se le estaba quemando.
El fogonero le dice:
"Jess, vmonos apeando,
mira que el carro de atrs
ya se nos viene quemando."
Jess Garca le contesta:
"Yo pienso muy diferente,
yo no quiero ser la causa
de que muera tanta gente."
Le dio vuelta a su vapor,
porque era de cuesta arriba,
y antes de llegar al seis
all termin su vida.
Desde ese da inolvidable
t te has ganado la cmz,
t te has ganado las palmas,
eres un hroe, Jess.
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La locomotiva *
Non so che viso avesse
neppure come si chiamava;
con che voce parlasse,
con quale voce poi cantava;
quanti anni avesse visto allora,
di che colore i suoi capelli;
ma nella fantasia
ho l'immagine sua:
gli eroi son tutti giovani e belli.
Conosco invece I'epoca dei fatti,
quale era il suo mestiere:
i primi anni del secolo,
macchinista ferroviere.
1 tempi in cui si cominciava
la guerra santa dei pezzenti.
Sembrava il treno stesso
un mito di progresso
lanciato sopra i continenti.
E la locomotiva sembrava
fosse un mostro strano
che I'uomo dominava
con il pensiero e con la mano.
* La locontotora
No s cmo era su rostro/ ni cmo se llamaba;/
con qu voz hablaba./ ni con cul voz cantaba;//
cuntos aos haba visto entonces./ de qu color
era su cabello;/ pero en mi fantasa/ guardo una
imagen suya:/ Los hroes siempre son jvenes y
hermosos.// Conozco en cambio la poca del he
cho/ y cual era su oficio:/ los inicios del siglo,/
maquinista ferrocarrilero.// Eran los tiempos cuan-
do comenzaba/ la guerra santa de los harapientos./
El tren mismo pareca/ un mito del progreso/ lan-
zado por los continentes.// La locomotora semeja-
ba: como un monstruo extrao/ que el hombre
dominaba/ con el pensamiento y con la mano.//
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Ruggendo si lasciava indietro
distanze che sembravano infinite.
Sembrava avesse dentro
un potere tremendo,
la stessa forza della dinamite.
Ma un altra grande forza
spiegava allora le sue ali,
parole che dicevano:
"gli uomini son tutti uguali".
E contro ai re e ai tiranni
scoppiava nella via
la bomba proletaria;
e illuminava l'aria
la fiaccola dell'anarchia.
Un treno tutti i giorni
passava per la sua stazione,
un treno di lusso,
lontana destinazione.
Vedeva gente riverita,
pensava a quei velluti e agli ori.
Pensava al magro giorno
della sua gente at t omo
Pensava a un treno pieno di signon
Non so che cosa accade,
perch prese la decisione;
Ru.eiendo dejaba atrs/ distancias que parecian
infinitas./ Pareca tener dentro/ un tremendo po
der./ la fuerza misma de la dinamita.// Pero otra
gran fuerza/ desplegaba entonces sus alas,/ pala-
bras que decan:/ "los hombres son todos igualesn.//
Y contra reyes y tiranos/ estallaba en las calles/
la bomba proletaria;/ e iluminaba el aire/ la antor-
cha de la anarqua.// Un tren, todos los das,/
pasaba por su estacin,/ un, tren de lujo./ con des-
tino lejano.// Vea gente respetada./ pensaba en
los terciopelos y los oros./ Pensaba en la magra
jornada/ de la gente en su entorno./ Pensaba en
el tren lleno de seores.// No s lo que ocurri6.l
por qu tom la decisin;/ quiz una rabia antigua./
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forse una rabbia antica,
generazioni senza nome
che urlarono vendetta,
gli accecarono il cuore.
Dimentic pieta,
scordo la sua honta:
la bomba sua. la macchina a vapore.
E su1 binario stava
la locomotiva,
la n~acchina pulsante
sembrava fosse cosa viva.
Sembrava un niovane puledro
che appena liberato il freno
mordesse la rotaia
con muscoli d'acciaio,
con forza cieca di baleno.
E un giorni come gli altri,
ma forse con pih rabbia in corpo,
penso che aveva modo
di riparare a qualche torto.
Sal su1 mostro che dormiva,
cerco di mandar via la sua paura,
e prima di pensare
a que1 che stava a fare
il mostro divorava la pianura.
generaciones sin nombre// que gritaron venganza/
cegaron su corazn./ Olvid la piedad./ Olvid la
bondad:/ su bomba fue la mquina de vapor.//
Y sobre el riel estaba/ la locomotora,/ la mquina
pulsante/ pareca ser algo vivo.// Parecia un potro
yoven/ que apenas libre del freno/ morda los rie-
les/ con msculos de acero,/ con la fuerza ciega
de un rayo.// Y un dia como los otros,/ pero tal
vez con ms rabia en el cuerpo,/ pens que tena
el modo/ de reparar los males.// Subi al mons-
truo dormido,/ trat d e dominar su miedo,/ y
antes de pensar/ en lo que estaba haciendo el
monstruo devoraba la llanura.// Corra el otro tren/
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Correva l'altro treno
ignaro e quasi senza fretta.
Nessuno immaginava
di andare contro la vendetta.
Ma alla stazione di Bologna
arrivb la notizia in un baleno:
"Notizia di emergenza:
agite con urgenza,
un pazzo si e lanciato contro al treno."
Ma in tanto corre, corre,
corre la locomotiva,
e sibila il vapore,
sembra quasi cosa viva.
E sembra dire ai contadini curvi
il fischio che si spande in aria:
"Fratello, non temere,
che corro al mio dovere.
Trionfi la giustizia proletaria!"
Intanto corre, corre,
corre, sempre piu forte,
e corre, corre, corre,
corre verso la morte.
E niente ormai pub trattenere
I'inmensa forza distruttnce.
Aspetta sol lo schianto
ignorante y casi sin apuro./ Nadie imaginaba/ que
iba hacia la venganza.// Pero en la estacin de
Bolonia/ lleg6 la noticia como un rayo:/ "Noticia
de emergencia:/ acten wn urgencia./ un loco se
ha lanzado contra el tren."// Mientras tanto corre,
corre./ corre la locomotora,/ y silba el vapor,/
como una cosa viva./ Y parece decir a los campe-
sinos encorvados/ el silbido que se expande pof
los aires:/ "Hermano. no temas,/ que corro a mi
deber./ Triunfe la justicia proletaria!// Mientras
tanto corre, corre./ corre cada vez ms fuerte./
Y corre, corre, corre,/ corre hacia la muerte.// Ya
nada puede 6etener/ la inmensa fue~za destruc-
tora./ Espera s61o el choque/ y que caiga luego el
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LA HISTORIA: C ~ T I C A o DISCURSO DEL PODE. 225
e poi che giunga il manto
della Grande Consolatrice.
La storia racconta
come fin1 la corsa,
la macchina deviata
lungo una linea morta.
Con l'ultimo suo grido di animale
la macchina eruttb lapilli e lava;
esplose contro il cielo,
poi il fumo sparse il velo.
Lo raccolsero che ancora respirava. . .
Ma a noi piace pensarlo ancora
dietro al motore,
mentre fa correr via
la macchina a vapore.
E che ci giunga un giorno
ancora la notizia
di una locomotiva
como una cosa viva
lanciata a bomba contro la ingiustizia.
FRANCESCO GUCCINI
manto/ de la Gran Consoladora.// La historia
cuenta/ cmo acab la carrera,/ la mquina des-
viada! hacia una va muerta.// Con su ltimo grito
de animal/ la mhquina emct piedras y lava;/
explot contra el cielo/ y el humo esparci un velo./
Cuando lo recogieron. todava respiraba. . . // Pero
nos gusta pensarlo todava/ tras el motor,/ mien-
tras hace correr/ la mhquina de vapor.// Y que
nos llegue un da/ otra vez la noticia/ de una
locomotoral que como cosa viva/ lanza una bomba
contra la injusticia.
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GUILLERMO BONFIL BATALLA
HISTORIAS QUE NO SON TODAVfA
HISTORIA
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En un sentido doble las historias de los pue-
blos indios de Mxico no son todava historia.
No lo son, en primer lugar, porque estan por
escribirse; lo que hasta ahora se ha escrito
sobre esas historias es ante todo un discurso
del poder a partir de la visin del coloniza-
dor, para justificar su dominacin y raciona-
lizarla. No son todava historias, en otro
sentido. porque no son historias concluidas,
ciclos terminados de pueblos que cumplieron
su destino y "pasaron a la historia", sino his-
torias abiertas, en proceso, que reclaman un
futuro propio.
Una historia colonizada
La primera mirada europea sobre la realidad
de lo que hoy es Amrica, a fines del siglo xv,
no fue la mirada virgen que se asoma a lo
ignoto. Fue una visin filtrada -cul no?-
a travs de preconcepciones, convicciones y
prejuicios de un mundo que sala apenas de
la Edad Media e iniciaba la aventura de su
expansin ms all de los limites conocidos.
Pero no slo haba ignorancia y descubri-
miento; tambin necesidad histrica de en-
cuadrar las nuevas realidades en el marco de
un proyecto de dominacin colonial. Cuales
quiera que fuesen los pueblos por descubrir,
estaban ya de alguna manera ubicados en el
contexto de la historia europea: ingresaran
como marginales, excntricos, paganos e in-
m91
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230 GUILLEPMO BONFIL BATALLA
trnsecamente inferiores. Otra previsin no
hubiera sido compatible con el impulso ex-
pansionista del desarrollo econmico europeo
ni con el "espritu de la poca" que lo ex-
presaba. En Espaa, la reconquista y la uni-
ficacin aportaban, adems, los antecedentes
inmediatos para consolidar la conviccin de
que al nuevo Estado le haba sido asignada
una misin redentora, reservada slo a los
pueblos elegidos y, en consecuencia, supe-
riores.
Toda empresa colonial requiere una justi-
ficacin ideolgica, por precaria y endeble
que sea. La dominacin pasa siempre por
una razn de superioridad que la transforma
en una obligacin moral, tanto para el domi-
nado como para el dominante. No basta la
coercin ni el predominio de la fuerza: es
necesaria la hegemona, la conviccin de que
los respectivos papeles no podran ser otros
ni estar a cargo de otros protagonistas.
Es bien sabido que la invasin y conquista
europea de Amrica se racionaliz a partir
de una definicin del indio como inferior,
como naturalmente destinado a ser redimido
y elevado gracias a la accin del colonizador,
su superior -tambin por definicin- en
todos los rdenes de la vida. Su propia huma-
nidad estuvo formalmente en entredicho cuan-
do se cuestion la existencia de su alma, el
atributo distintivo del hombre en la concep-
cin cristiana. Esta naturaleza subalterna ads-
crita al indio exiga una historia que explicara
convincentemente y sin fracturas su trayec-
toria anterior, hasta el momento de su arribo
a la verdadera y nica historia, es decir, la
del Occidente europeo. La visin de la histo-
ria india, m8s all o al margen de cualquier
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evidencia, deba ser comprensible y conse-
cuente en trminos de la ideologa del con-
quistador, que expresaba las premisas nece.
sarias del orden colonial. Tales premisas
fueron, entre otras:
al Los antiguos habitantes del continente
forman una sola categona social (humana.
tal vez), por encima de sus especificidades y
diferencias concretas. Son los indios, cuya ca-
racterstica esencial es no ser europeos. No
ser europeo significa no ser cristiano ni civi-
lizado, es decir, no poseer la verdad y, en
consecuencia, no disponer de las capacidades
para guiarse y realizarse por s mismos. La
unicidad de los indios se establece por con-
traste, por oposicin global con el coloniza-
dor: ustedes son todo lo que no soy yo, por
eso son lo mismo. Las historias de los diver-
sos pueblos sern, en consecuencia, la histo-
ria del indio: una sola historia en su carcter
esencial (el error), cuyos pormenores, por
divergentes que sean, nunca alcanzan a con-
tradecir su unidad bsica. A los ojos del con-
quistador la historia india es una sola, porque
los indios, finalmente, tienen un solo destino:
ser o llegar a ser colonizados. A igual destino
ineludible corresponde igual historia que lo
justifica?
1 Esta premisa no implica que los europeos no
hayan reconocido las diferencias entre los pueblos
indios. La thctica de la colonizacin ech mano
constantemente de esas diferencias y las acentu
en su propio beneficio. estimulando pugnas y riva-
lidades entre los pueblos para impedir su unin y
facilitar su control y explotacin. Sin embargo, este
nivel de reconocimiento de la diversidad no niega
la conceptualizacin global de los indios como una
categora nica por contraste wn los coloniza.
dores.
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232 CUILLERMO BONFIL BATALLA
bl La historia india anterior a la invasin
europea es la historia del mal, del imperio
idoltrico y pagano que abriga todas las per-
versiones. Las diferencias slo son compren-
si bl e~ como herejas.
cl La irracionalidad de la historia india se
pmeba por su comparacin con la historia
occidental, a la que no se ajusta. Las nicas
categonas que pueden hacerla inteligible son
las categoras del mundo europeo. Cuando los
tercos hechos eluden su inscripcin forzada
en esas categorias, slo pueden ser "especie
de" o "parecidos a", pero siempre imper-
fectos?
dl La historia india culmina y se realiza
plenamente por la conquista. La redencin
es el fin ltimo del pecado original y lo ex-
plica.
el La historia india termina con la invasin
europea. Es un capitulo definitivamente ce-
rrado. Comienza una nueva historia, otra
historia.
La historia precolonial fue recuperada por
el criollo y despus por el mestizo, desde el
siglo XVIII, como un argumento de legitima-
cin. El pasado indio se convirti en pasado
comn al que todos los americanos tenan
derecho. Ms an: ese pasado expropiado al
indio se transform en razn fundamental
para la independencia de los pases latino-
americanos, como ms tarde habra de em-
plearse para simbolizar los anhelos y los fun-
2Entre los estudios recientes que se han ocupa-
do de la forma en que se aplicaron las categorias
de la historia europea para la descripcin y el an-
lisis de las sociedades precoloniales, puede consul-
tarse: Josd Mara Muri, Sociedad prehispdnica y
pensamiento europeo, Mdxico, SepSetentas, nm. 76.
1973.
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HISTORIAS.OUE NO SON TODAVTA HISTORIA
233
damentos de la Revolucin mexicana de 1910.
Ideolgicamente, sin embargo, siempre se rea-
liz un proceso de separacin entre el pasado
precolonial y los indios vivos. Los constructo-
res de Teotihuacan y de Chichn Itz devinie-
ron ancestros ilustres de los no indios, y los
indios, una vez ms, quedaron al margen de
la historia. Hasta llegar a la paradoja entre
el nacionalismo y el indigenismo en la cual
todos los mexicanos somos descendientes de
Cuauhtmoc, menos los indios, que tienen que
"integrarse" (es decir, dejar de ser indios)
para ser tambin, legtimamente. hijos de
Cuauhtmoc. Las tesis evolucionistas del si-
glo XIX fueron un recurso estupendo para
justificar esta nueva exclusin: los pueblos
indios resultaban rezagados en el proceso his-
trico y requeran la redencin del progreso,
ya que no la de la fe cristiana.
As pues, la colonizacin de la historia in-
dia no termin con la independencia pol-
tica del pas, como tampoco termin la "si-
tuacin colonial" a la que est sujeta la
poblacin india. La historia de Mxico, con
rarsimas excepciones, sigue siendo escrit?
desde el punto de vista y segn los intereses
de las clases dominantes; en el contexto dr
la situacin colonial, las clases dominantes
actan frente al indio apoyndose en la dife-
rencia tnica. La historia de los pueblos in-
dios, o se mantiene ignorada, o se distorsiona
en funcin de los requisitos de la historia de
los gnipos dominantes que crearon la idea
de la nacin mexicana y restringieron el ac-
ceso para incluir en ella slo a quienes com-
partan caracteristicas econmicas, lingisti-
cas, sociales e ideolgicas por ellos definidas.
Se admite un componente indio en la nacio-
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234 GUILLU(MO BONPIL BATALLA
nalidad mexicana, pero no se admite al indio
como una entidad diferenciada y especfica;
de manera concomitante, se acepta la historia
india como un antecedente comn, pero no
como la historia propia y exclusiva de los
pueblos indios. No se la ve como una historia
en s misma sino como un complemento de
otra historia central: la historia patria, es de-
cir, la de los verdaderos y nicos mexicanos.
A fin de cuentas, en esta perspectiva se busca
que la historia explique el devenir de la na-
cin mexicana, no la existencia de los pueblos
indios.
Conciencia histrica y liberacin india
Todos los pueblos colonizados tienen concien-
cia de que su verdadera historia ha sido pros-
crita por el colonizador. Saben que la suya
es una historia oculta, clandestina, negada.
Saben tambin que, pese a todo, esa historia
existe y que su prueba evidente es la presen-
cia misma de cada pueblo.
Una historia propia no es slo necesaria
para explicar el presente sino tambin para
fundamentar el futuro. El futuro, en estos
casos, es ante todo la liberacin, la recupera-
cin del derecho a conducir el propio des-
tino. Una historia expropiada es la cancela-
cin de la esperanza y la sumisa renuncia a
cualquier forma de autenticidad.
Para qu es necesaria la historia india de
los pueblos indios?
En tanto relacin de agravios, la historia
de los pueblos indios es sustento de reivin-
dicaciones. Lo usual es encontrar, en cual-
quier minsculo poblado indio, un legajo ce-
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HISTORIAS OUE NO SON TODAVfA HISTORIA 235
losamente guardado que contiene los ttulos
primordiales y los mapas y planos antiguos
que documentan la extensin de las tierras
comunales adjudicadas por el rey de Espaa,
ms la serie interminable de oficios que dan
constancia de todas las gestiones encamina-
das a recuperarlas. En la tradicin oral se
tiene memoria de los asentamientos anterio-
res, de las migraciones y de todas las instan-
cias y pormenores del incesante proceso de
despojo. De todo ello se echa mano una y
ot ra =vez para seguir argumentando y recla-
mando. Los archivos son fuente obligada para
reforzar los argumentos; ms que los histo-
riadores, son los comuneros indios los usua-
rios ms interesados y constantes de esos
acervos documentales.
En un plano ms general, la conciencia de
un pasado previo a la dominacin colonial
ofrece un recurso inapreciable a toda ideo-
loga de liberacin. El retorno al edn perdido
es un motivo recurrente en los movimientos
mesinicos y muchas de las sublevaciones
indias, desde el siglo XVI hasta el presente,
han apelado a la historia precolonial para
legitimar la lucha.
Al conservar memoria de una edad preco-
lonial como parte de la historia propia que
llega hasta el presente, se relativiza la colo-
nizacin: se la asume como un momento de
esa historia, que tuvo principio y tendr fin.
La colonizacin adquiere una dimensin hist-
rica (transitoria, por tanto) y deja de ser
una fatalidad natural irreversible y eterna.
Es un capitulo ms, que deber culminar para
dar vuelta a la hoja y seguir adelante.'
"'Corno consecuencia de la sidacin actual de
nuestro pueblo y con el objeto de trazar una pri-
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236 GUILLERMO BONFIL BATALLA
En los textos de la nueva historia india,
que comienzan a conocerse, se presenta con
frecuencia una imagen de la sociedad preco-
lonial que fcilmente puede calificarse de
,,.
idealizada" y, en consecuencia, "falsa". Se la
reivindica como una sociedad perfecta, mu-
cho mi s avanzada y justa de lo que la historia
oficial (la que escribe el dominador) ha que-
rido jams admitir. Esta "idealizacin", que
abarca tanto los aspectos tecnolgicos y cien-
tficos, como los sociales, polticos y ticos,
cumple al menos tres funciones importantes
para los pueblos de hoy:
a3 Establece un punto de oposicin a par-
tir del cual se debe realizar la crtica de las
concepciones oficiales, pretendidamente "cien-
tficas", acerca de la historia y la sociedad
precolonial.
bl Profundiza la crtica de la colonizacin
al afirmar que su verdadera esencia fue la
destruccin de una historia del bien, perfecta,
y no una historia del mal, errada, como lo
sostiene la visin del colonizador.
cl Introduce, bajo la frmula de una vuel-
ta al pasado, un nuevo proyecto de sociedad
futura. En este sentido la visin idealizada
y acntica de la sociedad precolonial, que con
mera lnea de orientacin para su lucha de libe-
racin se plantea el siguiente gran objetivo: conse-
guir la unidad de la poblacin india, considerando
que para alcanzar esta unidad el elemento bsico
es la ubicacin histrica y territorial en relacin
con las estructuras sociales y el rgimen de los
estados nacionales. en tanto se est participando
total o parcialmente en estas estructuras. A travs
de esta unidad, retomar el proceso histrico y tra-
t ar de dar culminacin al capitulo de colonizacin."
"Declaracin de Barbados 11". en Indianidad y des-
colonizacin en Amrica Lutina, Mxico, Nueva Ima-
gen. 1979.
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HISTORIAS QUE NO SON TODAVlA HISTORIA 237
frecuencia se aduce como argumento para
descalificar a los autores indios que escriben
sobre estos temas, cobra otro significado:
no se trata de reconstruir el pasado tal cual
fue, sino de proponer un futuro que se arro-
pa como discurso restaurador de una edad
de oro. Restaurar no seria entonces dar mar-
cha atrs a la historia, sino una manera de
postular una sociedad ideal para el futuro, en
la que se realizarn las utopas germinales
de la historia precolonial. Esta recomposi-
cin de la historia tiene que ver con el futuro,
no con el pasado.
Una funcin ms que cumplen el saber y
la conciencia histricos en los pueblos indios
tiene que ver con el mantenimiento y el re-
forzamiento de la identidad tnica. Aqu se
entra en un problema complejo que apenas
es posible delinear dentro de los limites de
este breve ensayo. Hay una relacin estrecha
entre identidad tnica y conciencia histrica;
la primera siempre se fundamenta en la se-
gunda. La continuidad histrica de un pueblo
es el argumento sustancial para legitimar su
derecho a un futuro propio; en este punto
radica una de las diferencias principales entre
"pueblo" (sinnimo en este caso de "etnia")
y otras categoras sociales como la de "cla-
se": la clase no necesita aducir ~rofundidad
histrica alguna para legitimar su proyecto
poltico, porque ste se deriva de su posi-
cin en la estructura socioeconmica vigente,
actual. En canibio, el pueblo se reclama como
una categora social que ha existido (no sin
modificaciones, por supuesto) desde un
tiempo antiguo, frecuentemente inmemorial
y mtico, pero en todo caso anterior a la colo-
nizacin y, en consecuencia, al modo de pro-
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238 GUILLERMO BONFIL BATALLA
duccin que rige a la sociedad en el presente.
(Los zapotecas no son, como el proletariado,
un producto necesario del capitalismo.)
La memoria histrica es consustancial a la
identidad tnica y a su expresin politica: la
etnicidad. La conciencia tnica es conciencia
de la diferencia: nosotros, los huaves, somos
diferentes (en lengua, creencias, costumbres,
etc.) de los mixtecos y de los mestizos. La
memoria histrica explica esa diferencia, re-
mitindola frecuentemente a mitos de origen.
La etnicidad es conciencia de desigualdad, de
opresin que pretende justificarse en la dife-
rencia: es un pi-oyecto poltico que reclama
el derecho a la diferencia.^ la supresin de
la desigualdad. La conciencia histrica, en-
tonces, no slo debe dar cuenta del origen
de la diferencia sino tambin del origen y el
desarrollo de la desigualdad.
En el momento actual, la indianidad (O
panindianismo) es la expresin mas belige-
rante de la etnicidad de los pueblos indios de
Amrica. Se asume una identidad india supra-
tnica, por encima de las identidades particu-
lares de los diversos grupos, y con base en
ella se busca articular un proyecto poltico
comn que demanda una fundamentacin his-
trica consecuente.
Finalmente, la historia tiene para los pue-
blos indios el valor de un gran arsenal de
experiencias de lucha acumuladas. Estas ex-
periencias histricas, que han hecho posible
la persistencia del grupo, permiten sustentar
valores y Formas de conducta que son consi-
derados como ingredientes necesarios de la
resistencia india. La historia de esa lucha/re-
sistencia ha probado, con sus xitos y sus
fracasos, cuales son las actitudes, acciones y
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HISTORIAS OUE NO SON TODAVfA HISTORIA
239
estrategias "buenas", en trminos de los in-
tereses del grupo, y cules las "malas". En
este sentido la historia es ejemplo y gua para
la accin, bien sea de manera directa y ex-
plcita, o ms frecuentemente en forma in-
directa, mediante la traduccin de la txpe-
riencia histrica en datos que refuerzan o
debilitan un determinado cdigo normativo.
Problemas tericos
y metodolgicos
Segn los proyectos ms elaborados de la
historia india de los pueblos indios, se plan-
tean algunas diferencias sustanciales entre
la concepcin india de la historia y la occi-
dental. Un punto clave tiene que ver con el
sentido del devenir histrico: frente a la con-
cepcin occidental "rectilinea" (la evolucin
ascendente, el progreso incesante) se afirma
el carcter "cclico" de la historia. No es una
historia circular, que vuelva una y otra vez
al mismo punto de partida, sino una suce-
sin de ciclos que se cumplen, en los cuales
un momento cualquiera no es necesariamente
un "avance" en relacin con otros momentos
anteriores, aunque al culminar el ciclo se in-
grese en una etapa "superior". Esta percep
cin de la historia, que tiene relacin obvia
con muchas cosmogonas precoloniales,' des-
empea - como hemos visto- un papel ideo-
'La concepcin cclica de la historia en el pen-
samiento cosmognico mesoamencano ha sido des-
crita y analizada por muchos autores. Vase. por
ejemplo, Miguel Le6n Portilla, La filosofa nahuatl
estudiada en sus fuentes, Mxico, edicin especial
del Instituto Indigenista Interamericano. 1956.
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240 CUlLLERMO BONFIL BATALLA
lgico muy importante en los movimientos
de liberacin.
En la relacin espacio/tiempo se plantea
tambin una diferencia significativa. Vine De-
loria, por ejemplo, senala que, para los indios
(de los Estados Unidos, en este caso) no
cuenta de manera central el orden de suce-
sin de los acontecimientos del pasado ni,
mucho menos, las fechas exactas en que ocu-
rrieron; lo que importa es que tales hechos
acontecieron y que tienen relacin con deter-
minado es paci ~. ~ Por el contrario, en los pue-
blos mesoamericanos hubo una acuciosa
preocupacin por la cronologa, pero el sen-
tido del espacio como un elemento dinmico
de la historia tambin estuvo presente? La
vinculacin con un espacio concreto estana
relacionada, por una parte, con la memoria
del territorio tnico que histricamente per-
teneci a cada pueblo y cuya recuperacin
es una constante de las reivindicaciones in-
dias; por otra parte, tendra que ver con la
concepcin del hombre como parte de la na-
turaleza, y no como su amo y enemigo. El
sentido csmico de la visin india del hom-
bre (cada hombre es un momento de sntesis
viva y total de la historia del cosmos y de
todos los hombres que le .precedieron, y per-
durar, en consecuencia, en todos los hom-
bres futuros) estara en la base de esta con-
cepcin y sera el fundamento mismo del
proyecto civilizatorio indio, en el cual la ar-
Vine Deloria, Jr., God is red, Nueva York, Delta
Book, 1973. Cf. especialmente los captulos 5. 7 y 8.
Sobre la concepcin de la relacin espacio/tiem-
po entre los aztecas, vase Jacques Soustelle, La
vida cotidiana de los aztecas en vsperas de la
conquista, Mxico, Fondo de Cultura Econmica,
1956. especialmente el cap. 111.
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HISTORIAS QUE NO SON TODAHA HISTORIA
241
monia con la naturaleza sustituira a su ex-
plotacin creciente por el hombre.'
En trminos ms concretos y particulares,
a la historia india de los pueblos indios se le
reclaman respuestas a preguntas que estn
determinadas por las necesidades polticas
actuales. Ante todo: un punto de vista indio,
es decir. un compromiso de tomar como pro-
blema principal del quehacer histrico, la
historia del pueblo indio. Es un cambio de
ptica que permite hacer central lo que hasta
ahora ha sido excntrico y marginal; importa
asumir al pueblo indio como la entidad his-
toriable y echar mano de las otras historias
(las historias de "los otros", los no indios)
en tanto sean pertinentes para ayudar a ex-
plicar la historia india. En esa perspectiva.
y puesto que los pueblos indios existen hoy,
corresponde a la historia india documentar
su continuidad desde el ms remoto origen;
esta tarea mostrar que no hubo rompimien-
to ni cancelacin de la historia india como
resultado de la invasin europea - e n contra
de tesis sostenidas a lo largo del tiempo por
los colonizadores.
En la perspectiva de la indianidad, la his-
toria india habr de probar que hay una uni-
dad bsica, en trminos de civilizacin, de
todos los pueblos indios; habr de mostrar
cmo el sistema colonial acentu y cre dife-
rencias en su esfuerzo por dividir para mejor
vencer. A mayor profundidad histrica, ms
claramente se har visible la unidad india.
fundamento ltimo de su futuro comn.
'He tratado con mayor amplitud el conceptp
indio de la relacin hombre-naturaleza y su inci-
dencia en la ideologa poltica de la indianidad, en
Utopa y revolticin, Mxico. Nueva Imagen, 1980.
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242 CUILLERMO BONFIL BATALLA
Con qu materiales se construye la histo-
ria india? Casi cinco siglos de dominacin
significan, entre muchas otras cosas, un
cmulo de historias y fuentes para la historia
escrita por otros, segn puntos de vista e
intereses que no han sido los indios. Los
historiadores indios (que en su inmensa ma-
yora no son "profesionales" en el sentido
convencional y universitario del trmino) es-
tn obligados a echar mano de esa informa-
cin producida "desde arriba", pero, al mis-
mo tiempo, han recurrido tambin a fuentes
directas, no convencionales y con frecuencia
heterodoxas. Junto. pues, a los archivos y la
bibliografa comnmente aceptada, se encon-
trar constantemente la referencia a la his-
toria oral, a la memoria social que se conser-
va en cada pueblo y se transmite de boca en
boca, de generacin a generacin. En ella no
slo se encuentra el dato preciso y compro-
bable, sino tambin la leyenda, la visin
mitificada del pasado, de los orgenes. Esa
memoria histrica no pretende nicamente
dar cuenta de lo que sucedi sino, ante todo,
explicarlo, hacerlo comprensible y juzgarlo.
Con los datos particulares se construye una
historia coloquial (parroquia], diran algu-
nos) anclada constantemente en testimonios
materiales: accidentes topogrficos. edificios,
rumbos y senderos. Aqu tambidn espacio y
tiempo interactan constantemente y el en-
torno natural no permanece como un mero
escenario sino como un elemento dinmico
del proceso histrico. De todos estos datos
que constituyen la memoria colectiva de los
pueblos indios se echa mano para estructurar
la nueva historia india.
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HISTORIAS 0L.L NO SON TODAV~A HISTORIA
243
Tambin se da el rescate de los autores
excluidos, de los historiadores sin crdito
acadmico, marginales e ignorados; gente que
escribi libros de historia que nunca se citan
en una obra "seria" pero en los que los inte-
lectuales e historiadores indios encuentran
datos e interpretaciones que coinciden con
su proyecto de revalorar su propio pasado.
Al aceptarlos, cuenta ms su punto de vista
y su intencin que la usual critica historio-
grfica, ante la que se mantiene una des-
confianza casi instintiva por tnto como ha
servido para reforzar la visin colonizadora
de la historia india.
En resumen, el historiador indio ejerce su
oficio en condiciones que es necesario tomar
en cuenta al valuar su obra: 11 dentro de un
proyecto poltico de liberacin/descoloniza-
cin que conduce al intento de crear "otra
historia", con premisas y criterios propios,
diferentes; 21 con datos que han sido tami-
zados por la visin y los intereses de los
grupos no indios dominantes; 31 con datos
de diferente naturaleza y origen que no siem-
pre renen los requisitos establecidos para
considerarlos datos histricos legtimos; 41
en condiciones de aislamiento y marginacin
del quehacer histrico acadmico, ya que CO-
mnmente se trata de historiadores que no
han tenido la formacin escolar que se pre-
supone en el historiador profesional. Ser
fcil, entonces, encontrar en algunas obras
(si se juzgan slo con criterios acadmicos)
ejemplos de falta de rigor, inconsistencias me-
todolgicas. escaso discernimiento crtico en
el uso de los datos, fundamentacin insufi-
ciente en las conclusiones y muchas debili-
dades ms. Slo es posible apreciar la impor-
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244 GUILLERMO BONFIL BATALLA
-tancia de esta nueva historia indiae si se
toman en cuenta las condiciones de su pro-
duccin y el papel social y politico que est
cumpliendo - c omo en cualquier obra de
historia, finalmente.
El tono apologtico de muchos textos re-
fleja un moment o en el proceso de descubrir
la verdadera historia india; es de suponer que
paulatinamente se abandonar la adjetiva-
cin, en la medida en que se gane el espacio
legtimo para esta historia, tanto en el m-
bit0 acadmico como en el politico.
Una razn hi st ri ca en busca de
hi st ori adores
No hay conclusiones; si acaso unos comen-
tarios finales para intentar la sntesis del
problema principal.
Los pueblos indios necesitan conocer su
propia historia. Esto es imperativo dentro de
sus luchas del presente, porque sus reivindi-
caciones se basan precisamente en la afirrna-
cin de su legitimidad histrica como pue-
blos: son y reclaman el derecho a seguir sien-
aLas obras de lo que a lo largo de este ensayo
he llamado la nueva historia india estn dispersas
y circulan frecuentemente de manera restringida.
El lector interesado podra leer: de Fausto Reinaga,
Ln revolucidn india, 1969; Amrica india y Occiden-
te, 1974; El pensamiento amdutico, 1978, todos ellos
publicados en La Paz bajo el pie de imprenta del
Partido Indio de Bolivia. De Wankar, Tawantin-
suyo. Cinco siglos de lucha contra Espaa, M6xico.
Nueva Imagen (en prensa). De Virgilio Roel, "Los
sabios y grandiosos fundamentos de la indianidad",
y de Ral Camero, "Los dioses comunistas", ambos
ensayos publicados en Lima por Cuadernos Indios,
en 1979.
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do, porque tienen esa historia. En un plano
ms general, que no depende de la motiva-
cin poltica inmediata, los pueblos indios,
como todos los pueblos, conservan una memo-
ria histrica que est ntimamente asociada
con su identidad; saben, cada vez con mayor
claridad, que esa memoria puede enrique-
cerse con una recuperacin sistemtica del
conocimiento de su pasado que, en conse-
cuencia, vendra a reafirmar su identidad so-
cial. Esta necesidad general es particularmen-
te aguda en pueblos que han padecido la
experiencia de la colonizacin, que les amputa
posibilidades para el incremento de su saber
histrico.
La respuesta a esta necesidad de conocer
la historia propia no la ha ofrecido la pro-
duccin historiogrfica profesional y estable-
cida: al menos, no en la cuanta y con la ac-
cesibilidad que satisfaean la demanda de los
pueblos indios. Este silencio est siendo po-
blado con las voces de los propios histona-
dores indios. Son voces aisladas, todava; pero
contumaces en su empeo de documentar una
historia necesaria y seguras de que la razn
histrica est ah, en espera de ms y cada
vez mejores historiadores.
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Para qu la historia? Para atender las urgen-
cias y preguntas del presente. para afianzar,
construir o inventar una identidad, para recom-
poner la certeza de un sentido colectivo, para
fundar las legitimidades del poder. para imponer
o negar la versin de los vencedores. para resca-
tar la de los vencidos. En estos ensayos se reco-
gen diversas reflexiones a.cerca de las cualida-
des tericas del discurso histdrico y su utilidad
ideolgico-poltica y se contesta a la pregunta de
par qu y para qu se rescata, se ordena y se
busca explicar el pasado en el Mxico contempo-
rneo.
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