Sistemas Penitenciarios y Derechos Humanos PDF
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durante los 10 aos transcurridos. La quinta columna indica el
porcentaje que este aumento representa, obtenido sobre el au-
mento total de personas presas al 2005. Las columnas sexta y sp-
tima indican la cifra y el porcentaje de personas presas en razn
del aumento de la tasa de encierro por cada cien mil habitantes, o
sea el aumento habido con respecto al mayor uso de la prisin.
Del Cuadro 3 se desprende que el gran aumento de la pobla-
cin penitenciaria se debe al creciente uso del encierro, sin tomar
en cuenta si ste se origina por un correlativo aumento del delito
o por polticas de mayor uso de la prisin.
El aumento del delito, la alarma social y la creciente utilizacin
de la justicia penal en tan gran nmero de pases, difcilmente
Cuadro 3. Poblaciones penitenciarias en Amrica
Latina 1995-2005. Crecimiento por aumento demogrco
y crecimiento por mayor uso de la prisin
Por aumento
demogrco
Por mayor uso
de la prisin
1995 2005 f % f %
Argentina 25 852 63 357 2 834 8 34 671 92
Bolivia
Brasil 173 104 420 544 27 332 11 220 108 89
Colombia 37 428 93 018 7 281
Costa Rica 4 200 8 453 1 063 25 3 190 75
Chile 22 023 2 984
Ecuador 9 646 12 081 1 968 81 467 19
El Salvador 7 013 12 766 1 492 26 4 261 74
Guatemala
a
6 387 11 066 1 537 33 3 142 67
Hait 1 617 325
Honduras 8 933 11 691 2 675 97 83 3
Mxico 92 623 203 686 15 245 14 95 818 86
Nicaragua 4 586 6 382 1 396 78 400 22
Panam 6 108 11 602 1 013 18 4 481 82
Paraguay
a
3 427 6 432 870 29 2 135 71
Per 21 057 33 478 3 631 29 8 790 71
R. Dominicana 12 663 13 182 2 294 -1 775
Uruguay 3 192 7 069 235 6 3 642 94
Venezuela
Fuente: elaboracin propia a partir de la informacin proporcionada por la autoridad
penitenciaria de cada pas y los datos del Celade en 2006.
a
Estos datos son de 1996-2006.
n 29
podra ser una coincidencia. La situacin exige una explicacin
estructural en la que incidan alguna o algunas variables comunes
en los diversos pases, prevalecientes o concomitantes con otras
posibles variables especcas en cada pas. A partir ello, se tratar
de avanzar en una explicacin de este tipo. Primero hay que tomar
en cuenta la incidencia de la inequidad en la distribucin de los
ingresos. Si sta se mide por medio del coeciente de Gini, se
evidencia su correlacin con las tasas de delito en Amrica Latina
y en pases de otras regiones del mundo.
Para comprender mejor la siguiente informacin, hay que te-
ner presentes algunas premisas sobre las que existe consenso en
la criminologa:
a) No todas las clases de delitos tienen la misma explicacin (v.
gr. delitos contra la vida, delitos contra la propiedad, delitos
sexuales, criminalidad econmica, etctera);
b) Aunque tengan caracteres comunes, no todas las subclases de
delitos tienen necesariamente una nica explicacin (v. gr.
dentro de la clase de los delitos contra la propiedad hay una
subclase de delitos de estafa, una de delitos de robo con vio-
lencia contra las personas, una de delitos de emisin de cheque
sin fondos, una de delitos de dao, entre otros);
c) Tampoco la explicacin de cada delito cometido se agota en la
explicacin criminolgica de la clase o subclase de delitos a
la que pertenece.
Esto quiere decir que la variable inequidad en la distribucin de
los ingresos no es una explicacin monocausal ni mecnica de la
criminalidad ni es la nica. Por el contrario, hay una correlacin
matemtica de variables en pases de diversas regiones del mundo,
que arroja bastante luz sobre el crecimiento del delito a partir de
la dcada de los ochenta y los noventa en los pases de medianos
y bajos ingresos de Amrica Latina y otras regiones del mundo.
Para una mejor sntesis se muestran a continuacin algunos
cuadros y grcas. Primero se presenta el caso de Costa Rica, que
investigamos personalmente para el Proyecto Estado de la Na-
30 n
cin.
19
Estudios similares se han hecho en pases de otras regiones
del mundo.
20
La hiptesis del personal del Ilanud, basado en la
informacin e interpretaciones que se presentan, es que lo que
ocurre en Costa Rica ocurre tambin, en general, en pases de
medianos y bajos ingresos de Amrica Latina y otras regiones del
mundo.
Las Grcas 1 y 2 muestran que a medida que aumenta la in-
equidad en la distribucin de los ingresos tambin lo hacen las
tasas de los delitos de homicidio, las de los delitos contra la pro-
piedad ms convencionales, las de otros delitos que no estn
ubicados en estas categoras pero que persiguen lucro, como el
19
Elas Carranza y Emilio Solana, Seguridad frente al delito en Costa Rica. Magnitud y mani-
festaciones de la violencia delictiva en las dos ltimas dcadas. Documento preparado para el
Programa Estado de la Nacin, San Jos, Costa Rica, 2004.
20
Algunas de esas investigaciones se resean en el captulo El delito como costo social
de la pobreza y la inequidad: un examen del tema focalizado en los pases en va de
desarrollo de F. Bourguignon, Crime as a Social Cost of Poverty and Inequality: A
Review Focusing on Developing Countries, en Facets of Globalization, World Bank Dis-
cussion Paper, nm. 415, 2001.
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= 0,62
Grfica 1. Relacin entre la inequidad en la distribucin del ingreso medida por el coeficiente de Gini
y las tasas de los delitos de homicidio, Costa Rica 1988-2003
Fuente: Elaboracin propia con base en informacin del sitio web: <www.poder-Judicial.go.cr/planificacion/
estadstico/policiales/Homicidios%20dolosos/index.htm> y Encuesta de Hogares de Propsitos Mltiples, INEC.
n 31
secuestro extorsivo.
21
stos fenmenos son denominados por
Joseph Stiglitz como malestares en la globalizacin.
22
En el Cuadro 4 se presenta una secuencia que esquemtica-
mente contribuira a explicar, para el caso de los pases de
Amrica Latina, que la globalizacin, tal como est siendo ges-
tionada,
23
distribuye inequitativamente, no solamente los ingre-
21
Se incluyeron en el ejercicio los delitos de hurto, hurto de ganado, robo con fuerza en
las cosas, robos y hurtos de medios de transporte, robo con violencia contra las perso-
nas, secuestro extorsivo, tentativa de robo con fuerza en las cosas, tentativa de robo o
hurto de medios de transporte, tentativa de hurto o robo, tentativa de robo con violen-
cia sobre las personas, tentativa de secuestro extorsivo, usurpacin. Se incluyeron
tambin otros delitos que los cdigos penales no categorizan como contra la propiedad,
pero que tienen como objetivo nal el lucro (secuestro extorsivo y tentativa de secuestro
extorsivo).
En contraste, el ejercicio result en una correlacin negativa en el caso de los delitos
contra la propiedad que la criminologa denomina de cuello blanco y guras prxi-
mas a ellos: administracin fraudulenta, apropiacin irregular, apropiacin o retencin
indebida, estafa, estafa con cheque, extorsin, fraude de simulacin, fraude de entrega
de cosas, usurpacin de aguas, usurpacin de dominio pblico, tentativa de estafa. Sera
interesante profundizar en las razones de esta correlacin inversa.
22
Stiglitz, Joseph, El malestar en la globalizacin, Madrid, Taurus, 2002.
23
Ibid.
Grfica 2. Costa Rica: Relacin entre la inequidad en la distribucin del ingreso medida por
el coeficiente Gini y las tasas de los delitos contra la propiedad ms convencionales, 1988-2002
550
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Gini
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Fuente: Elaboracin propia con base en informacin del sitio web: <www.poder-judicial.go.cr/planificacion/
estadstico/policiales/Homicidios%20dolosos/index.htm> y Encuesta de Hogares de Propsitos Mltiples, INEC.
= 0,60
32 n
sos y los benecios del desarrollo, sino tambin la criminalidad
y la criminalizacin.
24
Cuadro 4. Relacin entre la inequidad en los ingresos
y los ndices de criminalidad
1980: se establecen las directrices econmicas del Consenso de Wa-
shington y comienzan a instrumentarse en los pases de Amrica Latina
(planes de ajuste estructural, recortes de funcionarios estatales, venta de
activos del Estado, apertura de mercados nancieros);
2000: el Banco Mundial informa que a nivel mundial la inequidad en la
distribucin de los ingresos entre pases de altos y de bajos ingresos au-
menta rpidamente. El promedio del ingreso en los 20 pases ms ricos
es 37 veces ms alto que en los 20 ms pobres, brecha que se ha duplica-
do en los ltimos 40 aos, y que contina amplindose;
a
24
Para ms informacin sobre la evolucin y descenso de la criminalidad en los pases
citados de Europa Occidental y Amrica del Norte vase la publicacin del Home
Ofce de Gran Bretaa, donde Barclay y Tavares analizan en detalle la informacin de
los pases de la Unin Europea y exhiben que entre los aos 1996 y 2000 se produjeron
descensos en las tasas de criminalidad de los pases citados: <http://www.homeofce.
izov. uk/rds/pdfs2/hosb 502.pdf>. Vase tambin sobre esto el Boletn Estadstico del
Home Ofce de Gran Bretaa que explica que durante 2001 y 2002 se registraron
descensos en la criminalidad en Inglaterra y Gales. Para el caso de Estados Unidos
durante el curso del ltimo quinquenio vanse los anuarios del Sourcebook of Crimi-
nal Justice Statistics, Deparment of Justice.
Vase tambin sobre este tema, Elas Carranza, Distribucin del delito y la victimizacion en la
sociedad global, San Jos, Costa Rica, Ilanud, 2006. No obstante, cabe aclarar que en Eu-
ropa Occidental y Norteamrica tambin existe preocupacin por el delito, ya que una
persona de cada cinco mayores de 15 aos es victimizada al ao por delitos como hurto,
robo de auto o asalto.
Fuente: Elaboracin propia.
a
Banco Mundial, World Development Report 2000/2001: Attacking Poverty, Nueva
York, Oxford University Press, 2000.
n 33
2005: de manera similar, la Cepal informa que en Amrica Latina la
inequidad de la distribucin al interior de los pases creci, y los porcen-
tajes regionales de pobreza, pobreza crtica y pobreza urbana fueron ms
altos en 2002
b
que en 1980 (40.5% en promedio de pobreza en 1980;
44% en el 2002);
2005: la investigacin criminolgica verica en pases de medianos y
bajos ingresos de las diversas regiones del mundo la correlacin mayor
inequidad en la distribucin de los ingresos es igual a ms delito;
c
2005: en materia de criminalidad y justicia penal el panorama global
exhibe dos situaciones distintas:
a) En los pases de altos ingresos desde mediados de la dcada de los
noventa se registran descensos en las tasas globales de criminalidad;
esto ocurre al menos en Canad, Estados Unidos, Irlanda, Inglaterra
y Gales, Italia, Escocia, Alemania, Dinamarca, Espaa y Finlandia
(vanse las citas a pie de pgina).
b) Por contraste, en los pases de Amrica Latina (pases de medianos y
bajos ingresos) aumentan los delitos contra la propiedad y contra las
personas, la criminalidad econmica y otras formas de criminalidad
transnacional; aumenta tambin la alarma y la selectividad de la cri-
minalizacin, y como consecuencia aumenta la sobrecarga laboral en
la justicia penal. En el curso de diez aos (1992-2002); los pases
elevan sus tasas penitenciarias entre 50 y 100% y la mayora duplica
su nmero de personas presas, con lo que se ha producido gran
hacinamiento carcelario con explosiones de violencia y muchsimas
muertes en casi todos los pases.
d
b
Cepal, Notas de la Cepal. Boletn, nm. 43, noviembre, 2005.
c
Banco Mundial, Crime as a Social Cost of Poverty and Inequality: A Review Focusing
on Developing Countries por F. Bourgignon, en Facets of Globalization, World Bank
Discussion Paper, nm. 415, 2001; y Elas Carranza, y Emilio Solana, op. cit.
d
Ilanud, Informacin del Programa Sistemas Penitenciarios, 2006.
34 n
Si se analiza el cuadro anterior, surge una cuarta pregunta: qu
hacer ante la situacin presente? Dentro de los estrechos lmites
de este artculo se presenta un esquema de los puntos que se
deberan tener en cuenta en los pases de Amrica Latina no slo
para los programas de poltica penitenciaria, porque no sera
suciente, sino para los programas de poltica criminal, insertos
en los programas de polticas pblicas, o de los proyectos de so-
ciedad de los pases.
Lineamientos para polticas integrales de prevencin del
delito y justicia penal en los pases de Amrica Latina
a) Dosis prudentes de justicia penal de excelencia, realmente
justa, severa en los casos en que corresponda, transparente, y
distribuida sin impunidad. Esto incluye un uso prudente de
la prisin, y una prisin adecuada al modelo de derechos y
obligaciones de las Naciones Unidas;
b) Dosis prudentes de prevencin situacional del delito (con-
troles en los aeropuertos, adecuada iluminacin en determi-
nados lugares, mapeo del delito, adecuada distribucin de los
efectivos policiales, etctera);
c) Dosis prudentes de prevencin municipal del delito, con
participacin de las comunidades. Sobre esto hay valiosas ex-
periencias en pases de Amrica Latina y en los pases del Foro
Europeo para la Seguridad Urbana;
d) Control de variables especcas: armas de fuego, drogas;
e) Dosis inagotables de justicia social, hasta lograr una equitativa
distribucin de los ingresos y el bienestar en sociedades sin
exclusin social.
En cuanto a las y los menores de 18 aos poblacin que constituye
ms de 40% en Amrica Latina la poltica debe ser incorporarlos
en la escuela, como establece la Convencin sobre los Derechos del
Nio. Se debe hacer esto porque el acceso a la educacin es su de-
recho fundamental, adems, promoverlo trae el benecio colateral
de reducir el delito y la criminalizacin de las personas menores de
edad, como lo demuestra la investigacin criminolgica.
n 35
Si hubiera que sintetizar en un solo prrafo lo escrito hasta
aqu, habra que armar que para reducir la violencia y el delito
y construir buenos sistemas de justicia penal es necesario cons-
truir al mismo tiempo sociedades con justicia social. Y no ser
fcil ni demasiado rpida la tarea, porque la inequidad al interior
de nuestros pases est inserta en un sistema econmico global de
inequidad, dentro del cual se construyen sociedades de creciente
violencia. Pero es la tarea que queda por delante.
De los estudios de las Naciones Unidas sobre criminalidad y
funcionamiento de los sistemas de justicia penal y de las encuestas
de victimizacin de las Naciones Unidas se desprende que los
pases que fortalecen sus sistemas de justicia penal, pero no logran
desarrollar sociedades de equidad, construyen sociedades violen-
tas, y no logran reducir sus tasas de delito a pesar de la creciente
utilizacin de la justicia penal, que al abusar de ella se torna ileg-
tima, por la ausencia de defensa tcnica para el alto nmero de
casos de personas de escasos recursos, por el alto nmero de pre-
sos y presas sin condena, hacinamiento en las crceles y sinnme-
ro de otras violaciones a derechos fundamentales.
La tarea que queda ser entonces que los operadores de la
justicia se empeen en producir una justicia verdadera, y que los
ciudadanos y ciudadanas, como mujeres y hombres polticos,
elijan bien a los gobernantes y participen en la gestin de las de-
mocracias para lograr sociedades de equidad.
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n 37
Los derechos fundamentales de los reclusos:
la construccin jurdica de unos derechos devaluados
Iaki Rivera
El sector de la sociologa que se ha dedicado al estudio del con-
trol social y, particularmente, al del control penal, seala que un
anlisis de tal tipo ha de efectuarse distinguiendo dos momentos de
actuacin del derecho: 1) el de la creacin de las normas (penales y
penitenciarias, en este caso) y 2) el de la interpretacin y aplicacin
de las mismas.
1
Desde este enfoque puede examinarse la congu-
racin de los derechos fundamentales de los reclusos tanto en su
plasmacin normativa cuanto en su delimitacin jurispruden-
cial. El anlisis de tales momentos de actuacin del derecho en
el mbito penitenciario constituye el objeto de estudio central de
este trabajo, en el que se pretende demostrar que, pese a las de-
claraciones normativas que sealan que a los reclusos slo se les
ha de privar de su libertad, todos y cada uno de sus derechos
fundamentales (a la vida, a la salud y a la integridad fsica y ps-
quica, a la defensa, al trabajo remunerado, al respeto de su vida
privada, al secreto de su correspondencia, etc.) se encuentran
devaluados en comparacin con la tutela que poseen esos
mismos derechos cuando se aplican a quienes viven en libertad.
Con esa intencin se estudiarn tanto las normas de carcter
internacional y espaol como las principales decisiones jurisdic-
cionales europeas y espaolas que afectan los derechos funda-
mentales de quienes viven privados punitivamente de su libertad.
No se trata de armar que tales derechos no sean respetados por
el estado actual de las crceles por la situacin de facto. Se trata,
1
Roberto Bergalli, El control penal en el marco de la sociologa jurdica, en El derecho
y sus realidades, Barcelona, , 1989.
40 n
en cambio, de demostrar que ya en estadios anteriores se puede
apreciar que los derechos fundamentales de los reclusos han sido
concebidos en las normas y congurados por la jurispruden-
cia como derechos de segunda categora. Dicho de otro modo,
se intentar vericar cmo se ha ido construyendo jurdicamente
un ciudadano de segunda categora, en comparacin con quie-
nes viven en situacin de libertad.
Como este trabajo se inscribe en el gnero de las investigacio-
nes dedicadas al anlisis de los derechos humanos, se hace nece-
saria una presentacin sobre las perspectivas que se han ofrecido
en la fundamentacin de tal tipo de derechos. Ello puede contri-
buir a entender por qu se han vericado distintos procesos de
reconocimiento de aquellos derechos y qu sucedi cuando los
mismos se orientaron al intento de consagrar derechos funda-
mentales para las personas que viven privadas de su libertad.
Doctrinas de justicacin de los derechos humanos
Suele mencionarse que determinados acontecimientos histri-
cos, como la Declaracin de Derechos de Virginia (12 de junio
de 1776), la Declaracin de Independencia de los Estados Unidos de
Norteamrica (4 de julio de 1776), o la Declaracin de los Dere-
chos del Hombre y del Ciudadano francesa (26 de agosto de 1789),
supusieron el primer reconocimiento normativo de los derechos
humanos. A partir de estas declaraciones, y en los dos siglos
posteriores, se ha vericado un proceso de positivizacin de
estos derechos.
2
En efecto, este proceso que se inici con las de-
claraciones francesa y norteamericana y que continu en los
siglos y principios del con la introduccin de aquellos
derechos en los prembulos y artculos de las numerosas consti-
tuciones promulgadas en los pases democrticos culmin con
la Declaracin Universal de los Derechos del Hombre (1948).
2
Renato Treves, Diritti umani e sociologia dei diritti, en Renato Treves y Vincenzo
Ferrari (coords.), Sociologia dei diritti umani, Miln, Franco Angeli, 1989, pp. 7-14, en
particular p. 7.
n 41
A partir de esa fecha se inici otro proceso que Treves deno-
mina de internacionalizacin de los derechos humanos: el
Convenio Europeo para la Proteccin de los Derechos Funda-
mentales y de las Libertades Pblicas, el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Polticos, el Pacto Internacional de Derechos
Econmicos, Sociales y Culturales, entre otros, marcan importan-
tes hitos del citado proceso sobre el cual se volver ms adelante.
Ahora bien, ms all del reconocimiento normativo de los
derechos humanos, es necesario conocer aunque sea brevemen-
te, cmo se plante una doctrina acerca de ellos, puesto que sta
ha de ser necesariamente anterior al reconocimiento jurdico-
positivo de los derechos humanos.
3
En este sentido, es convenien-
te repasar las diversas fundamentaciones que se han presentado
en torno a este tema.
La fundamentacin iusnaturalista
Bobbio seala que la doctrina de los derechos del hombre naci
del pensamiento iusnaturalista: en efecto, segn esta escuela, para
poder justicar la existencia de derechos pertenecientes a los
hombres en cuanto tales, fue necesario ofrecer la hiptesis de un
estado de naturaleza donde aquellos derechos se referan esen-
cialmente a la vida y a la supervivencia, incluyndose en ellos los
derechos a la propiedad y a la libertad.
4
La explicacin iusnatura-
lista que ofrece Bobbio siguiendo a Locke para luego criticarla,
culmina con Kant en su concepcin acerca del nico derecho del
3
Para conocer cmo se plate una doctrina acerca de los derechos humanos es necesario
discutir el problema de la naturaleza de stos. Por ello, resulta imperioso efectuar ciertas
precisiones terminolgicas, para que no se produzcan confusiones posteriores. Como
seala Eusebio Fernndez, Teora de la justicia y derechos humanos, Madrid, Debate (Serie
Derecho), 1984, p. 77: la necesidad de contar con un lenguaje preciso, coherente y bien
construido es una exigencia de cualquier conocimiento cientco y, como tal, es de di-
recta aplicacin al problema de la elaboracin de una teora de los derechos humanos.
Para una completa lectura en torno al fundamento de estos derechos puede verse Javier
Muguerza et al., El fundamento de los derechos humanos, ed. Gregorio Peces Barba, Madrid,
Debate, 1989.
4
Norberto Bobbio, Diritti delluomo e societ, en Renato Treves y Vincenzo Ferrari
(coords.), op. cit., pp. 15-28, en particular p. 20.
42 n
cual es titular el hombre natural: el derecho a la libertad, en-
tendida como la independencia de toda constriccin impuesta
por la voluntad de otro. El goce de la libertad trae como conse-
cuencia, siguiendo a los iusnaturalistas, la igualdad de todos los
hombres, esto es, la imposibilidad de que unos individuos posean
ms libertad que otros. Esta losofa inspir las primeras decla-
raciones de derechos humanos, las cuales, por lo general, en sus
primeros artculos, consignaron frmulas en las que se proclama-
ba la igualdad de los seres humanos.
5
La fundamentacin tica
Una fundamentacin diferente es la llamada fundamentacin
tica, que parte de la tesis de que el origen y fundamento de estos
derechos no puede ser jurdico, sino previo a lo jurdico.
6
Para
esta visin, el derecho (positivo) no crea los derechos humanos:
su labor est en reconocerlos, convertirlos en normas jurdicas y
garantizarlos tambin jurdicamente.
7
La apelacin a la natura-
leza humana vuelve a aparecer como fundamento ltimo de los
derechos humanos. Ello puede apreciarse, por ejemplo, en la
explicacin de Truyol y Serra: decir que hay derechos humanos
o derechos del hombre en nuestro contexto histricoespiritual
equivale a armar que existen derechos fundamentales que el ser
humano posee por el hecho de serlo, por su propia naturaleza y
dignidad; derechos que le son inherentes y que, lejos de nacer de
5
Varias son las crticas que se han formulado a la doctrina iusnaturalista de los derechos
humanos. En primer lugar, la referencia a un estado de naturaleza supone recurrir a
una ccin doctrinal que, por lo tanto, carece de toda autoridad cientca, adems de
que la idea misma de naturaleza no es unvoca. Por otra parte, el hecho de que la
lista de los derechos humanos haya ido en continuo aumento a travs de los dos lti-
mos siglos, pero sobre todo en el presente, demuestra no slo que la explicacin iusna-
turalista ha perdido toda credibilidad (N. Bobbio, op. cit., p. 21), sino que es del mundo
de las complejas relaciones sociales de donde surge la demanda por el reconocimiento
de nuevos derechos fundamentales pues ya no basta con los tradicionales derechos a la
vida, a la libertad o a la propiedad.
6
Eusebio Fernndez, op. cit., p. 106.
7
Idem.
n 43
una concesin de la sociedad poltica, han de ser consagrados y
garantizados por sta.
8
Para otro de los partidarios de esta perspectiva, Gregorio Peces
Barba, el problema de la fundamentacin de los derechos huma-
nos se reere
a esta compleja actividad intelectual que lleva a integrar lo que llamo la lo-
sofa y el derecho positivo de los derechos humanos. Es un punto de en-
cuentro entre derecho y moral, quizs el ms relevante de todos, o dicho de
otra manera, el que se sita en el derecho al nivel superior del ordenamien-
to y en la moral plantea los problemas centrales.
9
Para abundar ms, Peces Barba seala que fundamentar los dere-
chos humanos hay que buscar la raz de un fenmeno que se
explica plenamente slo cuando est incorporado en el derecho
positivo, aunque su origen se encuentre en el plano de la moral.
Para este autor, moralidad y juridicidad o moralidad legalizada
forman el objeto integral de los derechos humanos y al funda-
mentarlos se debe tener presente, en toda su extensin, el conte-
nido integral.
10
En sntesis, para los partidarios de esta perspectiva el origen
de los derechos humanos es previo al derecho y, en consecuencia,
si no se acepta esa existencia moral anterior, no es posible criticar
a cualquier ordenamiento jurdico que no los reconozca o garan-
tice, ni defender la necesidad de su incorporacin al derecho
positivo.
11
8
Antonio Truyol y Serra, Los derechos humanos, Madrid, Tecnos, 1984, p. 11.
9
Gregorio Peces Barba, Sobre el fundamento de los derechos humanos, en Javier
Muguerza y Gregorio Peces Barba (coords.), El fundamento de los derechos humanos, Ma-
drid, Debate, pp. 265-278, en particular p. 267.
10
Idem. En cuanto a la distincin/separacin entre moral y derecho, el autor seala que
moralidad y derecho se distinguen, y es positiva la lnea que inici Tomasio, pero no se
separan: el punto de encuentro son los derechos humanos que se fundamentan en la tica
como forma de realizacin histrica de la autonoma moral del hombre, posible por su
inicial libertad de eleccin, ibid., p. 277.
11
Eusebio Fernndez, op. cit., p. 110.
44 n
La fundamentacin historicista
Segn Eusebio Fernndez, para esta corriente, los derechos hu-
manos maniestan los derechos variables y relativos a cada con-
texto histrico que el hombre tiene y mantiene de acuerdo con
el desarrollo de la sociedad.
12
Se tratara entonces de derechos
que se fundan, no en la naturaleza humana, sino en las necesi-
dades que los individuos van teniendo en las sociedades a medida
que stas evolucionan.
Esta tesis, como seala Eusebio Fernndez, fue la defendida
por el lsofo italiano Benedetto Croce en la investigacin lleva-
da a cabo por la en 1947 acerca de los fundamentos de
la Declaracin de Derechos del Hombre. Croce, tras armar que
los postulados iusnaturalistas en torno al fundamento de los dere-
chos humanos se haban convertido en algo losca e histrica-
mente insostenible, vino a armar que estos derechos eran:
a lo sumo, derechos del hombre en la historia. Esto equivale a decir que los
derechos son aceptados como tales para hombres de una poca particular.
No se trata, por consiguiente, de demandas eternas, sino slo de hechos
histricos, manifestaciones de las necesidades de tal o cual poca e intentos
de satisfacer dichas necesidades.
13
Lo ms importante de esta corriente es haber sealado una evo-
lucin en el reconocimiento de los derechos humanos.
14
En este
sentido, se sealan tres etapas que, a su vez, enfatizan tres aspec-
12
Ibid., pp. 100-101.
13
Benedetto Croce apud Eusebio Fernndez, op. cit., p. 103.
14
Otras tentativas se han efectuado para clasicar las diversas fases o generaciones de
los derechos humanos. Tal vez, una de las ms brillantes, sea la que B. Sousa present,
en 1989, en la Universidad Nacional de Educacin a Distancia (Ceuta), titulada Os
direitos humanos na ps-modernidade. En ella se distinguen las siguientes fases o ge-
neraciones:
Primera. Caracterizada por las luchas por los derechos civiles y polticos contra la opre-
sin.
Segunda. Denida por las reivindicaciones de los derechos sociales en contra de la ex-
plotacin.
Tercera. La poca de las luchas por la conquista de derechos en la esfera cultural y sim-
blica contra la alienacin.
n 45
tos: qu papel asume el Estado en cada periodo histrico, cmo
son contemplados los individuos y qu derechos les van siendo
reconocidos:
a) En el siglo , los derechos humanos suponan un simple
concepto poltico que englobaba una serie de libertades frente
al Estado. Este concepto, caracterstico de la forma-Estado liberal
y, por tanto, inspirado en una losofa individualista, se refe-
ra a los hombres en cuanto tales. De esta concepcin se deduca
la necesidad de garantizarles determinados derechos individuales.
b) El posterior proceso de positivizacin de los derechos huma-
nos que, fundamentalmente, ocupar el siglo y parte del
(hasta las guerras mundiales) provocar el establecimiento
en las constituciones de derechos cvicos y polticos que, obser-
vando ahora al hombre como ciudadano, contribuir a la conso-
lidacin de la forma-Estado de derecho.
c) El reconocimiento de derechos sociales, proceso que contempla-
r al hombre como trabajador y que, a su vez, provocar el surgi-
miento de la forma-Estado social, en la cual ha de ser el Estado
el promotor y el garante del bienestar econmico y social,
culmina el proceso histrico sealado.
La construccin social de los derechos humanos
como su fundamento sociolgico
Las anteriores explicaciones de los fundamentos de los derechos
humanos han tomado siempre en consideracin al hombre salvo
la corriente historicista como un ente abstracto, ms o menos
desligado de la sociedad en la cual ha de desenvolverse. En efecto,
si para los iusnaturalistas lo esencial es el recurso al estado de natu-
raleza (estadio preestatal), y para los partidarios de la fundamen-
tacin tica lo importante es resaltar que la existencia de los
derechos humanos es previa al derecho (puesto que el individuo
los posee por el hecho de ser hombre), la visin que ambas pers-
Cuarta. La poca actual, caracterizada por los problemas tpicos de la sociedad tecnol-
gica (por ejemplo, aqullos ligados a la revolucin informtica, a la bioingeniera, a la
defensa del medioambiente y otros).
46 n
pectivas reejan es que el hombre puede ser considerado separado
del contexto social en el cual vive y, asimismo, alejado de un de-
terminado espacio histrico y de unas concretas pautas culturales
y/o econmicas propias de su poca. En tales circunstancias, los
derechos humanos devienen invariables, universales y absolutos.
La llamada corriente historicista subrayar por primera vez
el aspecto variable o cambiante de los derechos humanos, de
acuerdo con la evolucin de la historia. A partir de aqu, precisa-
mente, estos derechos tendrn un tiempo histrico y dejarn de
ser absolutos. La evolucin y transformacin de los derechos hu-
manos (que sern paralelas a los cambios que se operarn en las
distintas formas-Estado), junto a su nueva fundamentacin en el
concepto de necesidades humanas, los harn ms terrenales.
El desarrollo de la teora sociolgica, y ms precisamente, de
la sociologa del derecho, ha aportado recientemente
15
otra
fundamentacin para la elaboracin de una teora de los dere-
chos humanos. Ya no se contempla al hombre en abstracto, al
hombre en cuanto hombre, sino al hombre en su manera de estar
y desenvolverse en la sociedad, al hombre segn la categora o
sector de la vida social de la cual forma parte.
15
Como seala Treves, los derechos humanos han sido durante mucho tiempo uno de los
problemas especcos de la losofa del derecho, de la moral y de la poltica. Ms recien-
temente, los constitucionalistas, penalistas y administrativistas se ocuparon del tema en
los aspectos jurdico-positivos; sin embargo, no sucedi lo mismo con los socilogos del
derecho sino hasta pocas muy recientes, y no porque estos no hayan sido sensibles a los
valores de la libertad y de la justicia social, sino porque i sociologi dei diritto non hanno
ritenuto di dover inserire i problemi relativi ai diritti stessi tra quelli specici della disci-
plina di cui si ocupano, Treves, op. cit., p. 7. Tras armar que un repaso por las obras de
los fundadores de la sociologa del derecho (Ehrlich, Weber o Gurvitch) demostrar que
los derechos humanos fueron en ellos siempre un tema marginal y no un objeto de estu-
dio especco de la materia, Treves seala las obras de Evan y Aubert como las primeras
que, a principios de la dcada pasada, marcaron el inicio de los estudios de los socilogos
del derecho especcamente dedicados al anlisis de los derechos humanos, op. cit., pp.
7-8. Como signo ms evidente de la tendencia a incluir esta problemtica entre
los temas a analizar por los socilogos del derecho, el citado autor seala las Conferen-
cias celebradas en mayo y junio de 1988 en Rvena y Bolonia, en el mbito de la celebra-
cin del noveno centenario de la Universidad de Bolonia, del Comit de Investigacin
en Sociologa del Derecho de la Asociacin Internacional de Sociologa. Las contribu-
ciones presentadas en las mesas redondas de ese encuentro fueron publicadas por la
Universit degli Studi di Bologna, Centro Nazionale di Prevenzione e Difesa Sociale, en
la obra Sociologia dei diritti umani bajo la direccin de Renato Treves y Vincenzo Ferrari.
n 47
Pensar en los derechos de la mujer, de los nios, de los ancia-
nos, de los incapaces, de las vctimas, de los refugiados, de los
extranjeros, de los grupos minoritarios tnicos o religiosos supo-
ne prestar atencin a toda una serie de nuevos derechos que slo
pueden ser valorados si se asume este nuevo paradigma: el pensa-
miento sociolgico.
El progresivo reconocimiento de estos nuevos derechos huma-
nos
16
constituye lo que se ha denominado proceso de multipli-
cacin y especicacin.
17
De acuerdo con la exposicin de
Bobbio, este proceso se ha vericado por tres razones:
a) Porque ha ido en aumento la cantidad de bienes considerados
merecedores de una tutela especca. En este sentido, se ha veri-
cado el paso de los derechos a la libertad, opinin, etc., a los dere-
chos sociales, que requieren una intervencin directa del Estado.
b) Porque la titularidad de algunos derechos tradicionales se
ha extendido a sujetos diversos del hombre (como la familia,
las minoras tnicas o religiosas, la humanidad entera).
c) Porque, nalmente, el hombre mismo ha dejado de ser conside-
rado como un ente genrico o abstracto para ser analizado segn
sus diversas formas de estar y desenvolverse en la sociedad: como
nio, como anciano, como enfermo, etc. Para ello, se han utiliza-
do diversas variables como el sexo, la edad, las condiciones fsicas
y otras que revelan diferencias especcas y, por tanto, resaltan la
necesidad de no consentir igual trato o proteccin.
Este planteamiento se halla muy distante de aqullos que consi-
deraban a los hombres como entes abstractos o alejados de su
espacio y de su tiempo histrico. Ahora se trata de reconocer
ms bienes, ms sujetos y ms estatus de un nico sujeto.
18
Como
16
Pinsese, por ejemplo, en la Convencin de los Derechos Polticos de la Mujer (1952); la
Declaracin de los Derechos del Nio (1959); la Declaracin de los Derechos de los De-
cientes Mentales (1971); la Declaracin de los Derechos de las Personas Incapaces (1975)
o la primera asamblea mundial celebrada en Viena sobre los derechos de los ancianos.
Estas declaraciones y convenciones, que han supuesto el reconocimiento normativo de
nuevos derechos fundamentales, se han vericado, como puede apreciarse, en los ltimos
cuarenta aos.
17
Renato Treves, op. cit., p. 9 y Norberto Bobbio, op. cit., p. 15.
18
Norberto Bobbio, op. cit., p. 16.
48 n
seala Ferrari, al constatar que los derechos humanos tienen
una autntica raz social, se puede avanzar en la hiptesis de una
cons-truccin social de los derechos del hombre. En efecto, no
se puede pensar que la autoridad poltica reconozca derechos
que la sociedad o ciertos movimientos sociales no hayan pre-
viamente reconocido y hayan luchado por su reconocimiento: he
ah el verdadero origen de los derechos humanos.
A partir de este ltimo marco terico o modelo de anlisis, se
estudiar a continuacin la problemtica de los derechos funda-
mentales de una cierta categora de personas, quienes viven o so-
breviven en las sociedades actuales o al margen de ellas: los
reclusos.
Los derechos fundamentales de los reclusos en el mbito
internacional y en Espaa
En esta seccin se analiza el reconocimiento normativo y la con-
guracin jurisprudencial de los derechos fundamentales de los
reclusos en Europa occidental y Espaa. Para una presentacin
ms clara, se ha optado por analizar separadamente algunos de
los ms relevantes derechos fundamentales que afectan a la po-
blacin reclusa.
El derecho a la vida y a la integridad fsica y moral
En el mbito internacional, pese a que numerosas disposiciones
reconocen como fundamental el derecho a la vida
19
para todas
las personas, semejante consagracin encuentra su lmite si se
trata de la ejecucin de una condena que imponga pena capital
dictada por un tribunal al reo de un delito para el que la ley esta-
blece esa pena.
20
Adems, estas normas destacan que las dispo-
19
Vanse el articulo 3 de la Declaracin Universal de los Derechos Humanos de 1948; el
artculo 6 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Polticos de 1966 o el artculo
2.1 del Convenio Europeo para la Proteccin de los Derechos Humanos y Libertades
Fundamentales de 1950.
20
Artculo 2 del Convenio Europeo de Derechos Humanos ( ).
n 49
siciones relativas a la consagracin del derecho a la vida no se
vulneran si la muerte se produce para detener a una persona
conforme a derecho o para impedir la evasin de un preso o de-
tenido legalmente.
21
Por lo que se reere a Espaa, el artculo 15 de la Constitucin
establece que todos tienen derecho a la vida y a la integridad fsica
y moral [...] Queda abolida la pena de muerte, salvo lo que puedan
disponer las leyes penales militares para tiempos de guerra.
En la conguracin jurisprudencial que el Tribunal Constitu-
cional ( ) ha dado a estos derechos fundamentales, la sentencia
del Tribunal Constitucional 89/1987, de 3 de junio, indic que
no se vulnera el derecho a la integridad fsica o moral por dene-
garse la pertinente autorizacin administrativa para que un re-
cluso pueda mantener comunicaciones ntimas (vis vis) con su
familia. En este caso, los recurrentes se haban apoyado en el ar-
tculo 15 de la Constitucin. Ante ello, el Tribunal Constitucio-
nal seal que, por importante que sea la sexualidad en la vida
de las personas,
de ello no se sigue en modo alguno, que la abstinencia sexual, aceptada por
decisin propia o resultado de la privacin legal de la libertad, ponga en
peligro la integridad fsica o moral del abstinente, tanto ms cuando se trata
de una abstinencia temporal como aqu es el caso.
Por su parte, las sentencias 120/1990, de 27 de junio, 137/1990
de 19 de julio y 67/1991, de 17 de enero dictadas con ocasin de
numerosas cuestiones que plante la prolongada huelga de ham-
bre de los reclusos de los autodenominados Grupos de Resistencia
Antifascista Primero de Octubre (grapo) tambin analizaron el
derecho a la vida y a la integridad fsica y moral en el mbito
penitenciario, en relacin con la prohibicin constitucional de
someter a nadie a torturas, ni a penas o tratos inhumanos o
degradantes.
En la primera de las resoluciones indicadas se seal que la
Constitucin espaola impone a los poderes pblicos, y en espe-
cial al legislador, la obligacin de adoptar las medidas necesarias
21
Artculo 2.2 del
50 n
para proteger la vida e integridad fsica y moral de las personas
(en este caso, los reclusos), frente a los ataques de terceros (en
referencia a quienes protagonizaban la huelga de hambre), sin
contar para ello con la voluntad de sus titulares e incluso cuando
ni siquiera quepa hablar, en rigor, de titulares de ese derecho.
22
A continuacin, se arma que tiene, por consiguiente, el
derecho a la vida un contenido de proteccin positiva que impide
congurarlo como un derecho de libertad que incluya el derecho
a la propia muerte. Ello no impide, sin embargo, reconocer que
siendo la vida un bien de la persona que se integra en el crculo
de su libertad, pueda aqulla fcticamente disponer sobre su
propia muerte,
pero esa disposicin constituye una manifestacin del agere licere, en cuanto
que la privacin de la vida propia o la aceptacin de la propia muerte es un
acto que la ley no prohbe y no, en ningn modo, un derecho subjetivo que
implique la posibilidad de movilizar el apoyo del poder pblico para vencer
la resistencia que se oponga a la voluntad de morir, ni, mucho menos, un
derecho subjetivo de carcter fundamental en el que esa posibilidad se ex-
tienda incluso frente a la resistencia del legislador, que no puede reducir el
contenido esencial del derecho [...] En virtud de ello, no es posible admitir
que la Constitucin garantice en su artculo 15 el derecho a la propia
muerte y, por consiguiente, carece de apoyo constitucional la pretensin de
que la asistencia mdica coactiva es contraria a ese derecho constitucional-
mente inexistente.
Parece importante destacar que estas situaciones pueden asumir
una distinta conguracin segn se trate de reclusos o de ciudada-
nos libres, como se puede ver en este sealamiento del Tribunal:
una cosa es la decisin de quien asume el riesgo de morir en un acto de
voluntad que slo a l le afecta, en cuyo caso podra sostenerse la ilicitud
de la asistencia mdica obligatoria o de cualquier otro impedimento a la
realizacin de esa voluntad y cosa bien distinta es la decisin de quienes,
hallndose en el seno de una relacin especial penitenciaria, arriesgan su
22
Sentencia del Tribunal Constitucional 53/1985.
n 51
vida con el n de conseguir que la administracin deje de ejercer o ejerza de
distinta forma potestades que le conere el ordenamiento jurdico.
23
Prohibicin de torturas, penas o tratos inhumanos o degradantes
Este derecho fundamental se regula en el artculo 3
del , y
est destinado a todas las personas, sin exclusin (de ah la utiliza-
cin de las palabras nadie podr ser sometido a...). La concrecin
de estos vocablos, en especial de la palabra tortura, se encuentra en
la Convencin contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanas o Degradantes. Mayores problemas se plantean cuan-
do se han de precisar las palabras penas o tratos inhumanos o degra-
dantes, especialmente, en el mbito de la ejecucin de las penas
privativas de libertad (pinsese, por ejemplo, en los llamados reg-
menes cerrados, celdas de castigo o aislamiento, etctera).
Al respecto cabe decir que una de las tareas emprendidas por
el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ( ), ha consisti-
do en concretar el alcance de cada uno de los trminos establecidos
en el artculo 3 del .
24
Como seala Balaguer Santamara:
23
Frente a esta opinin, mayoritaria en el , el magistrado Rodrguez-Piero y Bravo-
Ferrer formul un voto particular en el que seal:
la razn principal de mi discrepancia es la de que, segn la opinin mayoritaria del
Pleno, la relacin de sujecin especial del penado y, ms genricamente del interno,
frente a la Administracin penitenciaria, justicara la imposicin, que habra de ca-
licar de especial, de una limitacin de derechos fundamentales como la que supo-
ne la alimentacin forzosa, limitacin que se reconoce que no sera lcita si se
tratara de ciudadanos libres o incluso de internos que se encuentran en situaciones
distintas. A mi juicio, la obligacin de la Administracin penitenciaria de velar por
la vida y la salud de los internos no puede ser entendida como justicativa del esta-
blecimiento de un lmite adicional a los derechos fundamentales del penado, el cual
en relacin a su vida y salud, y como enfermo, goza de los mismos derechos y liberta-
des que cualquier otro ciudadano, y por ello ha de reconocrsele el mismo grado de
voluntariedad en relacin con la asistencia mdica y sanitaria.
24
El tuvo ocasin de pronunciarse en relacin con el artculo 3 del , en su
sentencia de 18 de junio de 1971/125 asunto De Wilde, Ooms y Versyp pero no de-
ni los conceptos de tortura, penas o tratos inhumanos o degradantes. La concrecin de tales
trminos no se efectu sino hasta el pronunciamiento de 18 de enero de 1978
asunto Irlanda contra Reino Unido, que se analizar en este apartado.
52 n
de las deniciones del Tribunal [sc. el ] se desprende que es la intensi-
dad de los sufrimientos que se producen, el elemento diferenciador entre
las torturas y los tratos comentados [sc. inhumanos o degradantes], pare-
ciendo exigir un nivel especial en el dolor que caracteriza a la tortura.
25
El , al delimitar el signicado preciso de tales conceptos,
seal en la sentencia de 25 de abril de 1978 asunto Tyrer,
26
que una persona puede ser humillada al ser condenada, pero que
lo que interesa para calicar una pena como degradante es
que la humillacin se produzca no por la mera existencia de la
condena sino por la forma en que se ejecuta.
27
En efecto:
sera absurdo sostener que cualquier pena judicial, debido al aspecto humi-
llante que ofrece de ordinario, casi inevitablemente tiene una naturaleza
degradante en el sentido del artculo 3. Hay que complementar la interpre-
tacin del texto de que se trata. Al prohibir expresamente las penas inhu-
manas y degradantes, el artculo 3 supone adems su distincin de las
penas en general. Entiende el Tribunal que para que una pena sea degra-
dante e infrinja el artculo 3, la humillacin o el envilecimiento que im-
plica tienen que alcanzar un nivel determinado y diferenciarse, en cualquier
caso, del elemento habitual de humillacin que se ha mencionado en el
prrafo anterior.
Por su parte, el artculo 15 de la Constitucin espaola dispone,
tras garantizar el derecho de todos a la vida y a la integridad
25
Xavier Balaguer Santamara, Derechos humanos y privacin de la libertad: en parti-
cular, dignidad, derecho a la vida y prohibicin de torturas, en Iaki Rivera Beiras
(coord.), Crcel y derechos humanos. Un enfoque relativo a la defensa de los derechos fundamen-
tales de los reclusos, Barcelona, Bosch, 1992, pp. 93-117, en particular, pp. 114-115.
26
Este caso fue motivado por el seor Anthony M. Tyrer, ciudadano del Reino Unido y
residente en la Isla de Man, quien al haber agredido a otro alumno de su escuela fue
condenado a tres azotes con vara de abedul, lo que fue ejecutado en presencia de su
padre y de un mdico mientras dos agentes de la polica le sujetaban y un tercero mate-
rializaba el castigo.
27
Analizando esta sentencia, Balaguer Santamara, op. cit., pp. 115-116, seala: para que
una pena sea degradante e infrinja el artculo 3
, la humillacin o el envilecimiento
que implica tienen que alcanzar un nivel determinado y diferenciarse en cualquier caso
del elemento normal de humillacin que contiene toda pena. Tal apreciacin, reconoce
el Tribunal, es forzosamente relativa y depende del conjunto de circunstancias del caso
y especialmente de la naturaleza y el contexto de la pena, as como de la manera en que
se ejecute.
n 53
fsica y moral, que en ningn caso puede alguien ser sometido
a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. La sen-
tencia 65/1986, de 22 de mayo, indic al respecto que la negativa
a permitir visitas ntimas a los reclusos no implica, por ello, la
sumisin a tratos inhumanos o degradantes, por no
acarrear sufrimientos de una especial intensidad, o provocar una humilla-
cin o sensacin de envilecimiento que alcance un nivel determinado, dis-
tinto y superior al que suele llevar aparejada la imposicin de la condena
[...] La privacin de libertad, como preso o como penado, es sin duda un
mal, pero de l forma parte, sin agravarlo de forma especial, la privacin
sexual.
En cuanto al debate de si las sanciones disciplinarias de aisla-
miento en celdas pueden constituir un trato inhumano o degra-
dante, la sentencia 2/1987, de 21 de enero, seal:
no cabe duda que cierto tipo de aislamientos en celdas negras, el conna-
miento absolutamente aislado o cerrado es una forma de sancin que en-
vuelve condiciones maniestamente inhumanas, atroces y degradantes, y
por ello han venido siendo vedados en los ms modernos sistemas peniten-
ciarios. De ah las restricciones que la Ley y el Reglamento Penitenciario
establecen para la aceptacin, residual, de este tipo de sancin.
Adems, el Tribunal tambin arm que:
la Comisin de Estrasburgo en bastantes casos ha tenido ocasin de exami-
nar quejas relativas a este tipo de connamiento aislado, y su posible colisin
con el artculo 3 del Convenio de Roma. De acuerdo a la Comisin el
connamiento solitario, debido a exigencias razonables, no constituye, de
por s, un tratamiento inhumano o degradante, slo cuando por las condi-
ciones (alimentacin, mobiliario, dimensiones de la celda), circunstancias
(de acceso a biblioteca, peridicos, comunicaciones, radio, control mdico)
y duracin, se llegue a un nivel inaceptable de severidad; y si ha dicho que
un connamiento prolongado solitario es indeseable, ello ha sido en su-
puestos en los que la extremada duracin de tal connamiento superaba,
mucho ms all, el mximo legal previsto de cuarenta y dos das en nuestra
legislacin penitenciaria. No es la sancin en s, sino el conjunto de circuns-
tancias y condiciones de su aplicacin, incluyendo su particular forma de
ejecucin, el carcter ms o menos estricto de la medida, su duracin, el
54 n
objeto perseguido y sus efectos en la persona en cuestin, los que podran
hacer en concreto de esa sancin una infraccin del artculo 3 del Conve-
nio de Roma.
28
Por otra parte, la sentencia 137/1990, de 19 de julio seal que,
no puede ponerse en duda que la reclusin en un centro peniten-
ciario origina una relacin jurdica especial, segn ha declarado la
sentencia 2/1987, y as se desprende directamente de la propia
Constitucin, cuyo artculo 25.2 establece: en atencin al estado
de reclusin en que se encuentran las personas que cumplen pe-
nas de privacin de libertad, admite que los derechos constitucio-
nales de estas personas puedan ser objeto de limitaciones que no
son de aplicacin a los ciudadanos comunes y, entre ellas, las
que se establezcan en la Ley Penitenciaria, que regula el estatuto
especial de los recluidos en centros penitenciarios.
Esta relacin de especial sujecin, que debe ser siempre entendida en un
sentido reductivo compatible con el valor preferente que corresponde a los
derechos fundamentales, cuya titularidad corresponde tambin a la pobla-
cin reclusa en los trminos del artculo 25.2 de la Constitucin, origina un
entramado de derechos y deberes recprocos de la Administracin y el re-
cluido, entre las que destaca el esencial deber de la primera de velar por la
vida, integridad y salud del segundo, valores que vienen constitucionalmen-
te consagrados y permiten, en determinadas situaciones, imponer limitacio-
nes a los derechos fundamentales de internos.
De vuelta a la sentencia 120/1990, de 27 de junio, cuando el
Tribunal Contitucional analiz el tema de las torturas y tratos
inhumanos o degradantes,
29
seal que el artculo 15 de la
Constitucin espaola la prohbe, pero esta prohibicin no
puede estimarse que haya sido quebrantada por la asistencia
mdica cuya autorizacin judicial se recurre. Tras reiterar la de-
nicin del trmino tortura en la Convencin contra la Tortura
y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanas o Degradantes y de
citar algunas sentencias del tedh (que se han analizado aqu en
pginas anteriores), la sentencia reitera su doctrina relativa a
28
Decisin Adm. Com. Ap. 8.395/1978, de 16 de diciembre de 1981.
29
Segn el Fundamento Jurdico nm. 9.
n 55
que, para apreciar si existen tratos inhumanos o degradantes, es
necesario que stos acarreen sufrimientos de una especial inten-
sidad o provoquen una humillacin o sensacin de envilecimien-
to que alcance un nivel determinado, distinto y superior al que
suele llevar aparejada la imposicin de condena.
Prohibicin de realizar un trabajo forzado u obligatorio en relacin
al derecho al trabajo penitenciario remunerado
El artculo 23 de la Declaracin Universal de los Derechos Hu-
manos ( ) establece que toda persona tiene derecho, sin
discriminacin alguna, a igual salario por trabajo igual, y luego
aade: toda persona que trabaja tiene derecho a una remunera-
cin equitativa y satisfactoria, que le asegure, as como a su fami-
lia, una existencia conforme a la dignidad humana y que ser
completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de
proteccin social (artculo 23.3). Por otra parte, es conocida la
prohibicin de que a nadie se le puede someter a esclavitud,
servidumbre, ni constrersele a realizar trabajos forzosos u
obligatorios.
30
Pese a tales estipulaciones, inmediatamente se dispone que no
se considerarn infringidas tales normas cuando se trate de los:
trabajos o servicios que [...] se exijan normalmente de una per-
sona presa en virtud de una decisin judicial legalmente dictada
o de una persona que habiendo sido presa [...] se encuentra en
libertad condicional (artculo 8.3 del Pacto Internacional), o de
todo trabajo exigido normalmente a una persona privada de li-
bertad (artculo 4.2 a del ).
En la regulacin de Espaa, el derecho al trabajo penitenciario
remunerado se encuentra reconocido en el artculo 25.2 de la
Constitucin (ah mismo se establece el derecho a disfrutar de
los benecios de la seguridad social). Pese al reconocimiento
normativo del derecho al trabajo penitenciario remunerado, el
Tribunal Constitucional lo ha congurado como un derecho de
30
Estas disposiciones pueden encontrarse en el artculo 8
a 8
) el procedimiento relativo a la
asistencia judicial ante el Tribunal Europeo. Asimismo, en el Addendum al Reglamento
Interno de la Comisin de Derechos Humanos (texto revisado adoptado el 7 de mayo de
58 n
A este respecto, el seal que, como puntualiza la
Comisin, las razones de seguridad podran justicar algunas
restricciones en las visitas de los abogados a los presos.
34
En Espaa, la Constitucin garantiza a toda persona detenida
el derecho fundamental a ser asistida por un abogado (artculo
17.3) y a una defensa jurdica sin que, en ningn caso, pueda
producirse indefensin (artculo 24.1 y 2).
En cuanto al ejercicio de estos derechos constitucionales en el
mbito penitenciario, el Tribunal Constitucional ha tenido oca-
sin de pronunciarse reiteradamente. En primer lugar, la senten-
cia 77/1983, de 3 de octubre, arma que el derecho de defensa
es tambin aplicable a los procedimientos administrativos san-
cionadores en forma y grado estimables como proporcionados
a la falta, a la sancin y al procedimiento.
En la sentencia 74/1985, de 18 de junio, tambin admiti la
vigencia de estos derechos fundamentales en el mbito peniten-
ciario en este caso, se trataba de analizar la potestad disciplinaria
de la administracin penitenciaria, en particular, cuando la
sancin implique una grave restriccin de la ya restringida liber-
tad inherente al cumplimiento de la pena. Seala esta resolucin
que es claro que el interno de un centro penitenciario est, res-
pecto de la administracin, en una relacin de sujecin especial
de la cual deriva para aquella una potestad sancionatoria discipli-
naria, cuyo ejercicio y lmites se regulan en los artculos 104 y
siguientes del Reglamento Penitenciario. Que la Junta de Rgi-
1983), tambin se establecen las normas para lograr el benecio de asistencia judicial
ante la Comisin Europea. Estos dos organismos, la Comisin y el Tribunal Europeo,
fueron instituidos en el Convenio para la tutela efectiva de los derechos y libertades fun-
damentales reconocidos en el mismo. En los Addenda citados, se estipula que la asistencia
judicial podr ser concedida si la Comisin, o en su caso, el presidente del Tribunal, la
estiman necesaria para la buena marcha del caso ante el organismo de que se trate (ade-
ms del requisito de que el demandante carezca de la asistencia, de medios nancieros
para sufragar los gastos de la misma). Se insiste, una vez ms, en la no obligatoriedad de
la asistencia letrada, aunque, en este caso, el supuesto es diferente al comentado antes. En
efecto, los Addenda regulan este benecio (que no, derecho) a la asistencia, slo para
los procedimientos que se sustancien ante la Comisin y Tribunal Europeo. En cambio,
el artculo 6.3 c del Convenio Europeo de 1950 se reere a un derecho (que no, bene-
cio) de todo acusado ante los tribunales ordinarios de justicia y no, por lo tanto, ante
los tribunales internacionales de justicia.
34
Sentencia de 28 de junio de 1984, asunto Campbell y Fell.
n 59
men y Administracin sea el rgano competente para imponer
sanciones, y que sea el Director del Centro o un miembro de la
Junta en quien aqul delegue, los encargados de incoar el expe-
diente y de decidir qu pruebas propuestas son convenientes, no
tiene nada de anmalo, segn el Tribunal Constitucional, ni de
lesivo, contra los derechos constitucionales del artculo 24.1. A
continuacin, aade:
la Junta no es un rgano jurisdiccional, sino administrativo, y es normal y
an necesario que cuando la Administracin, en este caso la penitenciaria,
acta en ejercicio de su potestad disciplinaria, sean rganos administrativos
los que la ejerzan, respecto a los cuales no es exigible esa neutralidad o im-
parcialidad en su composicin que el recurrente reclama.
Es importante destacar que en esta sentencia el Tribunal seal
algunos lmites al ejercicio del derecho constitucional a la defen-
sa. Al comienzo se arma:
el artculo 130.1 e del Reglamento Penitenciario exige que en el pliego de
cargos se le ha de hacer constar al interno la posibilidad de asesorarse du-
rante la tramitacin del expediente, como en efecto se le hizo saber. El
precepto transcrito no dice de modo expreso que tal asesoramiento pueda
ser el del Letrado elegido por el interno, pero as hay que entenderlo para
cumplir con el derecho de asistencia letrada del artculo 24, y as lo ha en-
tendido el Juez, quien reconoce en su Auto que, recibiendo el pliego de
cargos, si hubiese querido el interno comunicar con su Letrado para aseso-
rarse, nada hubiere impedido hacerlo.
El problema se suscita si se atiende a que el interno no solicit la
asistencia entendida como asesoramiento, sino la presencia de
mi abogado, que fue lo que se le deneg. Frente a ello, el Tribu-
nal seal que la limitacin del asesoramiento o asistencia del
abogado, implcita en la negacin de su presencia,
no puede considerarse contraria en este caso al artculo 24.2 de la Constitu-
cin, cuyo reconocimiento del derecho a la asistencia letrada, aun siendo
aplicable, como lo es sin duda, a los procedimientos sancionatorios del r-
gimen disciplinario penitenciario, admite esta regulacin [...] pues, en efec-
to, la ecacia de la asistencia tcnica no queda sustancialmente disminuida
60 n
por la falta de presencia fsica del Letrado, ya que su asesoramiento est
previsto que se produzca en un momento oportuno, puede versar tanto so-
bre el pliego de cargos como sobre la prueba, y puede dar lugar a una con-
testacin de descargo tcnicamente preparada.
Aadi esta resolucin que el asesoramiento y asistencia de letra-
do debe ser permitida en forma y grado estimables, como pro-
porcionados a la falta, a la sancin y al procedimiento:
no se trata de un derecho a la asistencia letrada, entendida como un derecho
pleno a la asistencia de Letrado, incluyendo el derecho a la asistencia jurdi-
ca gratuita en caso de necesidad si se carece de los medios sucientes para
ello, pues tal derecho, como resulta de los trminos del artculo 6.3 de la
, slo existe claramente en los procesos judiciales, y adems no en to-
dos los casos, sino cuando los intereses de la justicia lo requieren.
35
Derecho a un proceso equitativo o igualdad de armas
El concepto igualdad de armas ha sido acuado por la jurispru-
dencia de la Comisin Europea de Derechos Humanos. El dere-
cho a un proceso equitativo se halla reconocido en el artculo 6.1
del y de la interpretacin de esta norma surgi tal acep-
cin. El tuvo diversas ocasiones para pronunciarse en torno
a este derecho fundamental. As, las sentencias de 8 de junio de
1976 asunto Engel, 21 de febrero de 1984 asunto Oztrl y
35
Heriberto Asencio Cantisn, Rgimen disciplinario y procedimiento sancionador, en
Revista de Estudios Penitenciarios, extra, nm. 1, Madrid, 1989, p. 40, a propsito de esta
sentencia, manifest que a nuestro juicio, la postura adoptada por el Tribunal Consti-
tucional en esta materia es desde todo punto de vista censurable, puesto que con ella
permite la asistencia letrada slo a quien pueda acceder a un letrado con el que previa-
mente haya contratado sus servicios, pero no quien carezca de medios para ello y si bien
es cierto que en los procesos administrativos no es exigible la presencia de letrado, ni
tampoco la designacin de ocio, no lo es menos que la especialsima situacin en la
que todo interno se encuentra, con las claras limitaciones que ello implica, lo colocan
en una postura de clara inferioridad con respecto a la que se encuentran el resto de los
ciudadanos ante un proceso administrativo en lo que se reere a las posibilidades de
asesoramiento y de contratacin de letrados. Entiendo que estos argumentos podran
haber sido utilizados por el Tribunal Constitucional para exigir tambin la obligatorie-
dad de la designacin de letrado de ocio. La especial relacin de sujecin especial [...]
podra aqu haberse utilizado con los nes expuestos.
n 61
28 de junio de 1984 asunto Campbell y Fell, sealaron dos
importantes orientaciones de este derecho fundamental en el
mbito penitenciario:
a) el Convenio Europeo de Derechos Humanos no impide que
los Estados creen o mantengan la distincin entre derecho
penal y derecho disciplinario, y sealen la lnea divisoria entre
ellos, pero no se deduce de ello que esta delimitacin sea
vinculante para las nalidades del Convenio;
b) si los Estados contratantes pudieran, a su gusto, mediante la
calicacin de una infraccin como disciplinaria y no como
penal, evitar que se tuvieran en cuenta los preceptos funda-
mentales de los artculos 6
y 7
establece
una serie de excepciones al mismo: a) que la injerencia en la
correspondencia sea necesaria para la seguridad nacional; b) o
para la seguridad pblica; c) o para el bienestar econmico
del pas; d) o para la defensa del orden y la prevencin del
delito; e) o para la proteccin de la salud o de la moral; f) o
para la proteccin de los derechos y las libertades de los de-
ms.
El derecho al secreto de la correspondencia constituye un
tema de capital importancia en la vida de la poblacin reclusa.
Acerca de la conguracin del sobre este derecho, la sen-
tencia de 21 de febrero de 1975 asunto Golder seala:
la necesidad de interferir en el ejercicio del derecho de un condenado reclu-
so respecto a su correspondencia debe apreciarse en funcin de las exigen-
cias normales y razonables de la detencin. La defensa del orden y la
prevencin de infracciones penales, por ejemplo, puede justicar interfe-
rencias ms amplias en relacin con un recluso que con una persona en li-
bertad.
Al resolver la denuncia de unos reclusos sobre la interceptacin
o demora de sesenta y cuatro cartas, el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos arm que se deben tener en cuenta las
exigencias normales y razonables del encarcelamiento. Reconoce
el Tribunal que es aconsejable alguna scalizacin de la corres-
pondencia de los presos, la cual no se opone al Convenio, en la
sentencia de 25 de marzo de 1983, asunto Silver.
n 63
En el mbito de la normativa espaola, el Reglamento Peni-
tenciario arma que, en principio, no se establecern limitacio-
nes en el nmero de cartas que pueden recibir y remitir los
internos, salvo cuando deban ser intervenidas por las mismas
razones que las comunicaciones orales (artculo 98.1). Adems,
se permite que el funcionario abra la carta destinada a un reclu-
so, en presencia de ste y, en todo caso, la correspondencia entre
los internos de distintos Establecimientos se cursar a travs de
la Direccin y ser intervenida (artculo 98.5). En cuanto a la
interpretacin jurisprudencial de este derecho fundamental, el
tema se abordar en el siguiente apartado por la estrecha relacin
que guarda con los derechos que all se analizan.
Derecho a la intimidad personal y familiar en relacin con el derecho
al respeto de las comunicaciones de los reclusos
El artculo 51 de la Ley Orgnica General Penitenciaria reconoce
el derecho de los internos a tener comunicaciones con sus fami-
liares, amigos y representantes de organismos e instituciones de
cooperacin penitenciaria, salvo en caso de incomunicacin ju-
dicial. Tales comunicaciones, como seala el apartado 1, pueden
ser en su propia lengua y de forma oral y escrita. Aade el segun-
do prrafo, que este derecho se ejercer en armona con el respe-
to a la intimidad del recluso, no pudiendo tener ms restricciones
que las impuestas por razones de seguridad, de inters de trata-
miento y del buen orden del establecimiento. Por su parte, el
apartado 2 del mismo artculo consagra el derecho de los reclusos
a entrevistarse con el abogado defensor o con el letrado expresa-
mente llamado por el interno (y con el procurador que le repre-
sente). Esta disposicin establece que estas comunicaciones han
de tener lugar en departamentos apropiados, sin que puedan ser
suspendidas ni intervenidas salvo por orden judicial y en los
supuestos de terrorismo. Dispone este artculo en su apartado 5
que, no obstante lo sealado anteriormente, estas comunicacio-
nes orales y escritas podrn ser suspendidas o intervenidas moti-
vadamente por el director de la crcel dando cuenta a la autoridad
judicial competente.
64 n
El Tribunal Constitucional ha tenido ocasin de pronunciarse
acerca de las comunicaciones de los reclusos. En este sentido, la
sentencia 89/1987, de 3 de junio seal en un supuesto en el
cual se analizaban las comunicaciones ntimas o vis vis que,
pese al reconocimiento normativo expreso de tal derecho, no
existe un derecho fundamental a disfrutar de dichas comunica-
ciones: para quienes se encuentran en libertad, el mantenimien-
to de estas relaciones no es el ejercicio de un derecho, sino una
manifestacin ms de la multiplicidad de actividades y relaciones
vitales que la libertad hace posibles y las manifestaciones de la
libertad no constituyen otros tantos derechos fundamentales,
por importantes que sean en la vida del individuo, sino en los
casos expresamente previstos en la Constitucin. Bueno Ars
seala al respecto: por lo tanto, impedir las prcticas sexuales a
quienes estn privados de libertad tampoco implica restriccin o
limitacin de derecho fundamental alguno.
36
En sentido similar se ha pronunciado la jurisprudencia del
, al sealar que para precisar las obligaciones que el artculo
8
de diciembre.
Derecho a la libertad de reunin pacca y de asociacin
El reconocimiento de este derecho fundamental se establece en
el artculo 11.1 del Convenio Europeo cuando se dispone que
toda persona tiene derecho a la libertad de reunin pacca y a
la libertad de asociacin, incluido el derecho de fundar, con
otras, sindicatos y de aliarse a los mismos para la defensa de sus
n 67
intereses. Como puede observarse, este derecho fundamental
incluye, tambin, varias libertades individuales. El reconoci-
miento, pues, de estas libertades es amplio, para toda persona
sin exclusin, en consecuencia, de nadie.
Sin embargo, el numeral 2 del artculo 11 seala una serie de
lmites al ejercicio de esas libertades. Las restricciones que se se-
alan han de ser previstas por la ley excluyndose, por consi-
guiente, todo tipo de actuacin arbitraria de los poderes pblicos
y, a la vez, sin que sea ajustada a derecho la imposicin de otras
restricciones que las establecidas legalmente, por aplicacin del
principio de legalidad. Parece excluirse, asimismo, cualquier im-
posicin de restricciones por va reglamentaria si se observa el
tenor literal de esta disposicin. Con tales requisitos, los lmites
se reeren a los siguientes supuestos: la seguridad nacional; la
seguridad pblica; la defensa del orden y la prevencin del delito;
la proteccin de la salud o de la moral; la proteccin de los dere-
chos y libertades ajenas. Se permite, asimismo, la imposicin de
restricciones para los miembros de las fuerzas armadas, de la
polica o de la Administracin del Estado.
Dentro del mbito penitenciario, tanto la libertad de reunin
pacca, cuanto las de asociacin y sindicacin en defensa de los
intereses de los reclusos cobran una trascendental importancia.
Es muy ilustrativo, en consecuencia, analizar el posible reconoci-
miento de estas libertades en la situacin de privacin punitiva
de la libertad. En este sentido, conviene recordar la narracin de
Garca Valds sobre las discusiones en el Parlamento espaol
con ocasin de la sancin de la Ley Orgnica General Parlamen-
taria. Tras comentar la enmienda al artculo 24 del anteproyecto
de ley que intent introducir el Grupo Parlamentario Comunis-
ta, y que pretenda incluir este derecho fundamental para los re-
clusos, Garca Valds justica dicho rechazo al sealar que se
trata de un derecho desconocido e incompatible con la situa-
cin del sistema penitenciario en el que en aquel momento se
trabajaba.
40
40
Carlos Garca Valds, Escritos, Madrid, Ministerio de Justicia, 1989, pp. 256-257.
68 n
Prohibicin de discriminacin
La garanta fundamental de impedir que se produzcan situacio-
nes discriminatorias se contempla en el artculo 14 del Convenio
Europeo, donde se dispone que:
el goce de los derechos y libertades reconocidos en el presente Convenio ha
de ser asegurado sin distincin alguna, especialmente por razones de sexo,
raza, color, lengua, religin, opiniones polticas u otras, origen nacional o
social, pertenencia a una minora nacional, fortuna, nacimiento o cualquier
otra situacin.
En Espaa, semejante reconocimiento se halla en el artculo 14
de la Constitucin. Pese a ello, como se ha visto en los apartados
anteriores, tanto el Tribunal Europeo como el Tribunal Consti-
tucional han destacado que la situacin de sujecin en la cual se
encuentran los reclusos frente a la administracin penitenciaria
provoca una mayor restriccin en sus derechos en comparacin
con quienes viven en libertad, pero no por ello ha de pensarse
que se producen situaciones discriminatorias entre unas y otras
personas.
Conclusiones
Como se ha visto, pese al indudable avance que han trado consigo
la positivizacin, la internacionalizacin, la multiplicacin y la especica-
cin de los derechos humanos, tales procesos no han logrado toda-
va consolidar unos verdaderos derechos subjetivos para quienes
viven privados de su libertad. Como se haba mencionado antes, y
ahora puede comprobarse, la devaluacin de los derechos funda-
mentales de los reclusos se observa en los dos momentos de actua-
cin del derecho: en la creacin de la norma y en su interpretacin.
Adems de cuanto aqu se ha analizado, cabra analizar la penosa
situacin del derecho procesal penitenciario, cuya inexistencia
provoca graves problemas de seguridad y certeza jurdicas y que ha
sido reiteradamente denunciada en las reuniones de jueces de vigi-
lancia penitenciaria. Por su parte, las normas internacionales que
n 69
s han plasmado verdaderos derechos para los reclusos carecen de
vigencia efectiva en el derecho interno al ser simples recomenda-
ciones que los organismos internacionales dan a los Estados
miembro. Se alude aqu a las Reglas Mnimas Penitenciarias que,
tanto en el mbito de las Naciones Unidas cuanto en el del Con-
sejo de Europa, han intentado delimitar el estatus jurdico del in-
terno. Si aqu no se han analizado, es porque esa falta de vigencia
efectiva impide su invocacin ante la jurisdiccin.
Se ha visto, asimismo, que los argumentos esgrimidos por los
ms altos tribunales de justicia para justicar la devaluacin de
estos derechos, se reeren, unas veces, a razones de orden y seguridad
de los centros penitenciarios, otras, a la apelacin a la doctrina de la
relacin de sujecin especial en la cual se hallan los reclusos frente
a la administracin penitenciaria y, tambin en otras ocasiones, a
la mencin de la categora de los derechos de aplicacin progresiva.
A propsito de ello, Snchez Illeras, quien se desempeaba como
juez de vigilancia penitenciaria, seal que:
la elaboracin de las categoras de derechos de aplicacin progresiva y la
relacin de sujecin especial, traducen una doctrina que fundamenta
la limitacin de los derechos fundamentales [...] Para resolver un conicto
de bienes jurdicos [...] se rescata la vieja doctrina de la relacin especial de
supremaca que como guardiana aparece y desaparece como fundamenta-
dora del estatus jurdico del penado segn conviene [...] Esperemos nica-
mente que dichas resoluciones no tengan relacin alguna con la condicin
de penados de sus destinatarios porque ello sera reducir y supeditar su
mbito de libertades a la diligencia de la Administracin en cumplir los
mandatos constitucionales [...] Slo resta esperar que no hayamos iniciado
el descenso por un plano inclinado el que justica las limitaciones de dere-
chos por la relacin especial de sujecin cuyo nal es difcil adivinar, pero
que hace que el preso sea jurdicamente algo distinto a un ciudadano.
41
No parecen existir demasiadas dudas acerca de la hiptesis que
se plante: la devaluacin de los derechos fundamentales de
41
I. Snchez Illeras, Derecho a la tutela judicial efectiva de personas privadas de libertad:
especial referencia a la asistencia letrada, ponencia presentada en la mesa redonda
Crcel y Derechos Humanos, organizada por el Grup de Presons de la Comisi de
Defensa dels Drets de la Persona del Col
.
legi dAdvocats de Barcelona, el 22 de febrero
de 1992, pp. 16-17.
70 n
los reclusos, diseada en las normas y delimitada por la jurispru-
dencia, ha supuesto la construccin (jurdica) de un ciudadano
de segunda categora en comparacin con quien vive en libertad.
Todo ello, sin haber hablado todava de la situacin de facto en la
cual se encuentran las crceles. Pero, si tal devaluacin se observa
en niveles anteriores al anlisis emprico de la situacin peniten-
ciaria, parece que no hay inversin econmica suciente para
paliar un cuadro como el descrito, pues ste es precisamente an-
terior a dicha situacin fctica. Como siempre en el tema peni-
tenciario, cabe preguntarse: qu se puede hacer entonces?
Se ha visto antes que el pensamiento sociolgico otorg un
fundamento a la aparicin y transformacin de los derechos
humanos. Se avanz as hacia una construccin social de tales
derechos que ya no observaba al hombre como ente abstracto,
sino en su manera de actuar en la sociedad, segn su categora o
estatus (trabajador, anciano, extranjero, enfermo, joven, etc.).
Las luchas protagonizadas por los movimientos sociales (de tra-
bajadores, de la mujer, etc.) para lograr el reconocimiento de
mayores cuotas de derechos fundamentales, supone una expe-
riencia que puede aprovecharse para potenciar movimientos de
defensa de los derechos fundamentales de los reclusos. Ello su-
pone, en realidad, impulsar la construccin de una cultura de la
resistencia, que ha de partir del convencimiento de que la lucha
jurdica slo puede constituir un medio puramente instrumen-
tal para desarrollar una cultura as. Evidentemente, el anlisis
de algo semejante excede el marco de esta investigacin.
42
Mientras se siga empleando la privacin de la libertad y mien-
tras no se produzca un verdadero debate sobre qu polticas crimi-
nal y social ha de tener un Estado social y democrtico de derecho,
algo ha de hacerse con los miles de personas que padecen los ne-
gativos efectos de la crcel (se alude no solo a los reclusos, sino
tambin a sus familias). La resistencia tambin puede ser una
forma lcida de supervivencia que evite el riesgo de seguir produ-
ciendo discursos legitimadores de la crcel, como arma Pegoraro.
Por otra parte, supone que sean los propios afectados y sus en-
42
En torno a dicho tema puede consultarse Iaki Rivera Beiras, La cuestin carcelaria,
Buenos Aires, Editores del Puerto, 2006.
n 71
tornos comprometidos en dicha tarea quienes construyan su
propio camino emancipador. Las recientes iniciativas de diversos
movimientos sociales que estn promoviendo diversas platafor-
mas de integracin de colectivos afectados que luchan en el mbi-
to penitenciario suponen claros ejemplos de una forma de
resistencia que ha entendido aquel mensaje.
43
La lucha jurdi-
ca, social y poltica encaminada a la promocin de los derechos
fundamentales de los reclusos, aun cuando ha de partir de la im-
posibilidad de una efectiva tutela de aquellos derechos en el inte-
rior de la institucin de reclusin, puede suponer el trazado de
un escenario de trabajo y de representacin permanente de un
conicto que, cuando menos, no puede permanecer en silencio.
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43
Se alude aqu a la constitucin de la Coordinadora para la Prevencin de la Tortura
que tiene ya una proyeccin en todo el Estado espaol, donde se agrupa una cuarente-
na de organismos sociales, colegios de abogados y algunas universidades que trabajan
en denuncia de la tortura y abogan por la constitucin los llamados mecanismos nacio-
nales de prevencin de la tortura previstos en el Protocolo Facultativo a la Convencin
contra la Tortura de la rmado por el gobierno espaol.
72 n
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n 73
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El sistema penal y garantas penales y penitenciarias
Sergio Garca Ramrez
Sistema penal. Un espacio crtico en la relacin
entre el Estado y el individuo
El sistema penal, que abarca delito, delincuente, prevencin, con-
secuencias jurdicas, proceso y ejecucin, gobernados por ciertos
principios y atentos a determinados nes es la expresin ms seve-
ra y elocuente del encuentro entre el poder del Estado y el indivi-
duo: vasallo, gobernado o ciudadano. Por lo tanto, es piedra de
toque de los derechos humanos y espacio dramtico para la mani-
festacin de la democracia o el autoritarismo. En el escenario penal
entran en riesgo, siempre grave, los derechos fundamentales de la
persona enfrentada bajo los ttulos de una imputacin o una
sentencia, y en ocasiones a partir de una simple sospecha al poder
punitivo del Estado, que se despliega con mxima intensidad.
De ah se forja el concepto que ha existido sobre el sentido y
la importancia de la legislacin penal, esto es, del sistema penal
o de los instrumentos punitivos, como expresin de la justicia.
Entre nuestros clsicos, Manuel de Lardizbal expres en el Dis-
curso sobre las penas que:
nada interesa ms a una nacin que el tener buenas leyes criminales, porque
de ellas depende su libertad civil y en [gran] medida la buena constitucin y
seguridad del Estado. Pero acaso no hay una empresa tan difcil como llevar
a su entera perfeccin la legislacin criminal.
Un siglo despus, Mariano Otero advirti en sus aleccionadoras Indica-
ciones sobre la importancia y necesidad de la reforma de las leyes penales, que en la
legislacin penal, fundamento y la prueba de las instituciones sociales [se
76 n
acredita] ms que en alguna otra parte la combinacin de talento, el progre-
so de la ciencia.
Evolucin y actualidad
En el trnsito del siglo al se observa la presencia de una
mltiple herencia en el sistema penal, a saber: a) legado liberal
derivado de la Ilustracin, al nal del siglo ; b) aportacin
positivista alentada por el desarrollo de la criminologa; c) dato
autoritario correspondiente a los regmenes de este carcter ins-
talados en la primera mitad del siglo ; d) sntesis, que instituye
un derecho penal (en amplio sentido) democrtico, as llamado
en funcin de los valores y principios que acoge una sociedad de
este signo. Supone: a) mnima intervencin del Estado (raciona-
lidad y reduccin penal); b) garantismo: mayores y mejores dere-
chos; c) proceso acusatorio con amplios derechos del inculpado
y la vctima; d) ejecucin dirigida a la reinsercin social, sin alte-
racin de la personalidad ni invasin de la conciencia; e) sntesis
criminolgica: aportaciones de la criminologa clnica y la crimi-
nologa crtica, que pone el acento en los problemas del rgimen
social y poltico, y del sistema penal que es reejo de ste.
En el ltimo cuarto de siglo ha comenzado o se ha acentua-
do un retroceso inquietante. Con una expresin elocuente,
parfrasis de Zaffaroni sobre Merkl, aquel tratadista argentino
subraya: el Estado de razn no acab con el Estado de terror;
[slo] lo encapsul, de tal modo que el Estado de polica habita
en su interior y pulsa por emerger y dominar en cuanto la coraza
racional cede. Esta expresin, reejo de una realidad inquietan-
te, debiera poner en guardia a los defensores de los derechos
humanos y la democracia contra las tentaciones autoritarias que
abundan en normas penales y proyectos de reciente factura, pero
de antiguo cuo.
Los factores del retroceso son diversos y complejos. Han mili-
tado a favor de la severidad penal, como reaccin frente a diversos
fenmenos que inquietan o irritan a la sociedad. Cabe mencio-
nar, por ejemplo: a) permanencia y crecimiento de la delincuen-
cia tradicional y aparicin y desarrollo de la organizada (o mejor
n 77
dicho, de la delincuencia evolucionada, que se benecia con el
desenvolvimiento de la vida social y la tecnologa); b) crisis por
erosin y debilidad de los medios de control no jurdicos o no
punitivos (familia, escuela, iglesia, asociaciones, partidos, etcte-
ra); c) desactualizacin o envejecimiento de las tradicionales
instituciones preventivas y persecutorias, que pierden terreno
frente a la criminalidad; d) avance de la corrupcin, que diluye
o frustra la lucha legtima contra la delincuencia. Todo esto
provoca exasperacin y desesperacin, malas consejeras para la
poltica criminal.
El retroceso erosiona notoriamente lo conseguido en el enjui-
ciamiento penal durante la era liberal. Existe, en efecto, un
retraimiento del garantismo instalado en todo el horizonte del
proceso. Se procura, en cambio, la construccin de sistemas pa-
ralelos de enjuiciamiento: uno, el tradicional, oriundo de la era
liberal, con plenos derechos y garantas; otro, de la nueva era
(paradjicamente, una nueva era antigua) con derechos reduci-
dos y garantas suprimidas o enrarecidas. La idea de que el debido
proceso constituye un obstculo para la seguridad pblica y la
seguridad nacional impulsa la dispersin del enjuiciamiento. En
Mxico, sta inici a travs de la Ley Federal contra la Delincuen-
cia Organizada, que ha inuido en frmulas procesales reducto-
ras de garantas y cuyos datos caractersticos alcanzan las
propuestas ms recientes de reforma constitucional en materia
penal. Alguna legislacin europea y americana sobre crimen or-
ganizado y la guantanamizacin de la justicia penal son ejem-
plos del retroceso procesal.
El derecho internacional de los derechos humanos
Como el propsito de este ensayo es vincular algunos desarrollos
en el mbito de la justicia penal con las preocupaciones derivadas
de la preservacin de los derechos humanos, particularmente a
propsito del orden internacional de esta materia, me referir
brevemente al denominado derecho internacional de los derechos
humanos. El orden internacional de los derechos humanos, que
constituye una de las ms vigorosas y avanzadas aportaciones
78 n
para el amparo de la dignidad humana (considerando al ser hu-
mano como destinatario es decir, beneciario de la vida social,
del rgimen jurdico y, en general, del quehacer del Estado),
contiene un amplio catlogo de normas que suponen determina-
das selecciones en materia penal. Al signicado y contenido de
estas selecciones me referir ms adelante.
El mencionado orden internacional, construido sobre todo a
partir de la segunda mitad del siglo , se documenta en nume-
rosos instrumentos. Sobresalen las declaraciones de derechos
(Declaracin Universal de Derechos Humanos y Declaracin
Americana de Derechos y Deberes del Hombre, ambas de 1948)
y los tratados generales y especiales (entre ellos, los Pactos Inter-
nacionales de Derechos Civiles y Polticos y de Derechos Econ-
micos, Sociales y Culturales, de Naciones Unidas, de 1966, y la
Convencin Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de
San Jos, de 1969, con alcance en diversos pases del continente
americano y el Caribe).
En Mxico estn vigentes tanto los Pactos como la Conven-
cin. Contemplan obligaciones insoslayables para el Estado
mexicano que ste ha asumido en ejercicio de la soberana y
derechos precisos, inmediatos y exigibles por diversos medios
para los individuos que se hallan bajo la jurisdiccin del Estado
Mexicano. Hoy da es posible armar, con toda certeza, que el
rgimen jurdico penal particularmente el enjuiciamiento de
esta especialidad posee una doble fuente: la tradicin constitu-
cional interna, por una parte, y el derecho internacional de los
derechos humanos, por la otra.
Las selecciones penales
Vayamos ahora a lo que he denominado selecciones poltico-
jurdicas del sistema penal, con las que se construyen la legisla-
cin y la prctica punitiva. Entraan ciertos procesos o cuestiones
bsicas de la justicia. Son, en suma, decisiones polticas funda-
mentales en materia penal ncadas en ideas, experiencias y
circunstancias. En ellas concurren: a) tendencias universales, ge-
neralmente identicadas e impulsadas por la perspectiva occi-
n 79
dental dominante; b) realidades, y tendencias y soluciones
regionales; y c) realidades, y tendencias y soluciones nacionales.
Tales tendencias y realidades deben ser analizadas en una triple
dimensin: a) histrica, que sugiere las fuentes de las soluciones
adoptadas, sea que stas se hallen vigentes, sea que hayan sido
atenuadas o relevadas; b) actual, que recoge las realidades y los
intereses dominantes, y c) futura, que toma en cuenta la previsin
poltica, social y cultural y sugiere los desarrollos del porvenir
conforme a sus caractersticas previsibles.
En los siguientes prrafos me referir a esas selecciones y a al-
gunos pronunciamientos de la jurisprudencia sobre derechos
humanos (opiniones consultivas y sentencias en casos contencio-
sos, emitidas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos)
que se reeren a ciertos aspectos relevantes para el anlisis de
las selecciones, desde la perspectiva de la tutela internacional
de los derechos humanos. Los instrumentos que jan o reejan
esa tutela presentan los elevados estndares como se suele decir
que actualmente prevalecen como productos de una profunda
reexin valorativa y de una larga evolucin histrica.
Tipicacin de la conducta: el delito. Jurisprudencia
En primer trmino existe una seleccin de la transgresin o del
delito. Se responde a las preguntas: qu es delito?, a qu con-
ducta o intencin se debe calicar as? El derecho es el catlogo
de conductas incriminadas porque se consideran insoportables.
Son el extremo de la ilicitud, que afecta un bien superior a travs
de una lesin severa o un peligro muy grave. Este es el escena-
rio de la tipicacin y la destipicacin penal: incorporacin de
nuevos tipos (o modalidades de tipos bsicos preexistentes) y
desincorporacin de conductas antes consideradas punibles, que
un nuevo contexto social y cultural, seguido por una renovada
decisin poltica, excluye del catlogo de los hechos punibles.
Por lo que toca a la previsin de delitos en los ordenamientos
penales, es decir, a la seleccin de la transgresin o del delito a
travs del proceso de tipicacin la Corte Interamericana de
Derechos Humanos ha establecido que:
80 n
la elaboracin de los tipos penales supone una clara denicin de la conducta
incriminada, que je sus elementos y permita deslindarla de comportamien-
tos no punibles o conductas ilcitas sancionables con medidas no penales. La
ambigedad en la formulacin de los tipos penales genera dudas y abre el
campo al arbitrio de la autoridad
En un Estado de derecho seal la Corte, rerindose a lo que
se conoce como garanta de no retroactividad desfavorable,
los principios de legalidad e irretroactividad presiden la actua-
cin de todos los rganos del Estado, en sus respectivas compe-
tencias, particularmente cuando viene al caso el ejercicio de su
poder punitivo.
1
Es preciso que el legislador penal analice y tome en cuenta, a
la hora de formular los tipos penales y establecer las sanciones
respectivas, la diversa gravedad de las conductas delictuosas. Por
ejemplo:
La privacin intencional e ilcita de la vida de una persona (homicidio in-
tencional o doloso, en sentido amplio) puede y debe ser reconocida y con-
templada en la legislacin penal, si bien bajo diversas categoras (tipos
penales) que correspondan a la diversa gravedad de los hechos, tomando en
cuenta los distintos elementos que pueden concurrir en ellos: especiales
relaciones entre el delincuente y la vctima, mvil de la conducta, circuns-
tancias en las que sta se realiza, medios empleados por el sujeto pasivo, etc.
De esta forma se establecer una graduacin en la gravedad de los hechos,
a la que corresponder una graduacin de los niveles de severidad de la
pena aplicable.
2
Conforme a la tendencia dominante en el derecho penal demo-
crtico, que no acepta la incriminacin del supuesto infractor en
funcin de sus rasgos de personalidad o en atencin a determi-
nadas conjeturas o predicciones acerca de su comportamiento
futuro, la Corte ha reprobado la admisin de criterios de peli-
grosidad. La inclusin de sta en la ley penal como referencia
para la incriminacin y la condena
1
Caso Lori Berenson, prrs. 125 y 226.
2
Caso Hilaire, Constatine, Benjamin y otros, prr. 102.
n 81
constituye claramente una expresin del ejercicio del ius puniendi estatal
sobre la base de las caractersticas personales del agente y no del hecho co-
metido, es decir, sustituye el derecho penal de acto o de hecho, propio del
sistema penal de una sociedad democrtica, por el derecho penal de autor,
que abre la puerta al autoritarismo precisamente en una materia en la que
se hallan en juego los bienes jurdicos de mayor jerarqua.
3
Las consecuencias del delito: penas y medidas.
Jurisprudencia
Existe, adems, una seleccin de la recticacin o de la conse-
cuencia jurdico-poltico-social del delito. Es el mbito en el que
aparecen, prosperan, proliferan, se transforman y desaparecen
las penas y las medidas. Una amarga experiencia ensea en frase
de McConville, que la historia de las penas se nutre con prome-
sas incumplidas, esperanzas frustradas e instituciones desecha-
das. Al hacer la seleccin de las consecuencias del delito es
preciso optar, por lo que toca a la identidad de las sanciones,
entre las demoledoras (de la persona: muerte; diversas expresio-
nes de exclusin perpetua) y las recuperadoras. En el mbito de
esa seleccin es necesario hablar de la intensidad de las sancio-
nes: mxima o moderada.
Incluso las penas ms graves pueden ser previstas y ejecutadas
con diferente intensidad. Por ejemplo, considrese la diferencia
que media si contemplamos los hechos en la frontera entre dos
etapas de la historia, ambas distantes de la nuestra entre la pena
de muerte exacerbada a travs del suplicio del ajusticiado, y la
sancin capital fulminante, con la que se pretendi evitar sufri-
mientos muy graves o prolongados. As, durante la Revolucin
francesa se introdujo la ejecucin por medio de la guillotina. Esta
no slo relev el empleo del hacha o la espada, sino desplaz en
denitiva la tortura previa a la muerte, acostumbrada durante el
antiguo rgimen (ejemplo: la ejecucin del magnicida Damiens,
que narra Focault en el inicio de su Vigilar y castigar.
Tambin la prisin ofrece manifestaciones o modalidades de
muy diverso carcter. Tmese en cuenta la diferencia que existe
3
Caso Fermn Ramrez, prr. 94.
82 n
entre la pena mnima privativa de libertad tres das, como ha
previsto la legislacin penal mexicana en numerosos cdigos del
siglo y la cadena perpetua maniesta o disfrazada (esto ltimo,
a travs de acumulaciones penales o penas de reclusin muy pro-
longadas, previstas recientemente: 60 o 70 aos de prisin). En
muchos pases o pocas se ha empleado profusamente la prisin,
primero como sucedneo de la muerte y los castigos corporales
como a partir del Renacimiento y luego como panacea en la
lucha contra el crimen. De aqu derivan la irracionalidad en el uso
de esta sancin y, por supuesto, la sobrepoblacin penitenciaria.
En Estados Unidos, la poblacin penitenciaria ha alcanzado
un nmero muy elevado: 2.2 millones de personas, segn el in-
forme presentado el 8 de junio de 2006 por la Comisin de Se-
guridad y Abuso en las Prisiones. Durante un ao, 13.5 millones
de personas llegaron a prisin. Hay cinco mil crceles y prisio-
nes para adultos, en las que laboran 750 mil empleados. La ero-
gacin para sostener el sistema carcelario es de 60 mil millones
de dlares. Entre 1995 y 2000, la poblacin carcelaria creci
28% y 40% la connada en segregacin.
Evidentemente, las penas extremadas contraran la famosa
frmula penal con la que Beccaria, el ilustre reformador, conclu-
ye la obra De los delitos y de las penas: Para que toda pena no sea
violencia de uno o de muchos contra un particular ciudadano,
debe esencialmente ser pblica, pronta, necesaria, la ms peque-
a de las posibles en las circunstancias actuales, proporcionada a
los delitos, dictada por las leyes. Los excesos en la privacin de
la libertad y el fracaso generalizado de esta sancin han determi-
nado fuertes movimientos a favor de su sustitucin, la adopcin
de otras consecuencias penales de la conducta ilcita (en Alema-
nia la mayora de los delitos se sanciona con multa), e incluso la
peticin por ahora irrealizable de abolir la prisin.
En el debate sobre las consecuencias jurdicas del delito y la
forma de regularlas y ejecutarlas, es menester reexionar nueva-
mente sobre los nes de la previsin, imposicin y ejecucin de
sanciones. Las nalidades ms mencionadas son: retribuir, intimi-
dar, expiar, readaptar, contener, reparar. Desde luego, algunos de
estos objetivos pueden coexistir. La retribucin es inherente a la
idea misma de la pena como consecuencia del delito (efecto jurdi-
n 83
co formal de una hiptesis normativa: la conducta tpica, ilcita y
culpable). Tambin se quiere obtener, a travs de todas o casi todas
las sanciones, la prevencin general: disuasin. Por su parte, son
compatibles en gran medida la contencin y la readaptacin. La
reparacin puede coexistir con otros designios de la pena.
La Constitucin mexicana dispone que el sistema penal se
dirige a la readaptacin social del infractor. El artculo 56 de la
Convencin Americana sobre Derechos Humanos, raticada
por Mxico, seala: Las penas privativas de la libertad tendrn
como nalidad esencial la reforma y la readaptacin social de los
condenados. Estas son las reglas en el orden jurdico nacional e
internacional, que se inscriben en el espacio de los derechos
humanos. Existe hay que reconocerlo un vigoroso y constante
cuestionamiento de la doctrina de la readaptacin social. Segn
algunos crticos, la readaptacin es un objetivo irrealizable; otros
consideran que es indebido pretender la modicacin de la per-
sona a travs del tratamiento con el que se procura alcanzar la
readaptacin.
La Convencin Americana no suprime inmediatamente la
pena de muerte, cuya abolicin se halla prevista en un Protocolo
de 1990 a esa Convencin, suscrito hasta ahora por un reducido
nmero de Estados. Sin embargo, la propia Convencin restringe
las hiptesis de aplicacin de la pena capital. As se inscribe en una
etapa del movimiento abolicionista. La Corte Interamericana ha
destacado que el artculo 4 de la Convencin revela una inequ-
voca tendencia limitativa del mbito de dicha pena, sea en su im-
posicin, sea en su aplicacin.
4
La Corte tambin arm que las
normas de la Convencin Americana deben interpretarse en el
sentido de limitar denitivamente su aplicacin y su mbito, de
modo que ste se vaya reduciendo hasta su supresin nal.
5
Las penas corporales son inaceptables desde la perspectiva de los
derechos humanos. La Corte Interamericana seala que aqullas
tienen naturaleza intrnsecamente cruel, inhumana y degradante.
El Estado, en virtud de los artculos 1.1, 5.1 y 5.2 de la Conven-
cin Americana sobre Derechos Humanos, tiene una obligacin
4
Opinin Consultiva oc-3/83. Restricciones a la Pena de Muerte, prr. 52.
5
Caso Hilaire, Constantine, Benjamn y otros, prr. 57.
84 n
erga omnes de abstenerse de imponer penas corporales, as como
de prevenir su imposicin, por constituir en cualquier circuns-
tancia un trato o pena cruel, inhumano o degradante.
6
La age-
lacin, pese a ser permitida por la ley, ordenada por las
autoridades judiciales y ejecutada por las autoridades penitencia-
rias, constituye una sancin incompatible con la Convencin
[] estas sanciones constituyen una forma de tortura.
7
Tanto los instrumentos internacionales como la jurispruden-
cia de la Corte Interamericana se han ocupado en el examen de
las condiciones que debiera cumplir el Estado con respecto a las
personas privadas de libertad, sea en prisin preventiva tema al
que adelante me referir, sea en ejecucin de pena. Ese tribunal
ha sealado ante las instancias polticas de la Organizacin de
los Estados Americanos,
con nfasis especial, que en diversos casos se ha observado una verdadera
crisis en el sistema de reclusorios para adultos y menores de edad. Esta crisis
se traduce en extremada violencia y genera riesgos constantemente seala-
dos. La Corte ha dictado resoluciones sobre medidas provisionales en las
que se formulan diversas observaciones a este respecto y se urge a las autori-
dades a revisar a fondo el sistema de reclusorios.
Es preciso que la Organizacin y los Estados dediquen especial
atencin al examen de este problema y provean soluciones inme-
diatas y progresivas, segn las circunstancias.
La jurisprudencia destaca diversos principios sobre los derechos
humanos de los detenidos y los consecuentes deberes del Estado.
Enseguida mencionar algunos principios invocados a menudo,
que constituyen el marco normativo de la prisin: a) la privacin
de libertad como sancin penal deja a salvo los derechos cuya for-
mal restriccin no es inherente a la prisin; b) es preciso que los
detenidos cuenten con condiciones de vida dignas; c) el Estado es
garante de los derechos de las personas sujetas a cualquier forma
de detencin, y d) se debe reducir al mnimo estrictamente indis-
pensable los apremios que afectan a los detenidos.
El tribunal interamericano ha sealado que:
6
Caso Caesar, prr. 70.
7
Ibid., prr. 73.
n 85
la detencin en condiciones de hacinamiento, el aislamiento en celda redu-
cida, con falta de ventilacin y luz natural, sin cama para el reposo ni con-
diciones adecuadas de higiene, la incomunicacin o las restricciones
indebidas al rgimen de visitas constituyen una violacin a la integridad
personal.
En lo que respecta a la mencionada posicin de garante, la doc-
trina de la Corte se maniesta en los siguientes trminos: frente
a las personas privadas de libertad, el Estado se encuentra en
una posicin especial de garante, toda vez que las autoridades
penitenciarias ejercen un control o dominio total sobre las per-
sonas que se encuentran sujetas a su custodia. En este particu-
lar contexto de subordinacin del detenido frente al Estado, este
ltimo tiene una responsabilidad especial de asegurar a aquellas
personas bajo su control las condiciones que les permitan retener
un grado de dignidad consistente con sus derechos humanos
inherentes e inderogables (o que dejen a salvo sus derechos).
8
El procedimiento penal. Jurisprudencia
Una tercera seleccin indispensable para los propsitos del siste-
ma penal tiene que ver con el mtodo para investigar los hechos
delictuosos, acreditar la responsabilidad del inculpado y resolver
la pena o medida pertinentes en el caso concreto. Se trata, pues,
de seleccionar una forma de enjuiciamiento que permita al Estado
ejercer, en concreto, el denominado jus puniendi sobre determi-
nada persona a la que se atribuye una conducta delictuosa. Aqu
se plantean ciertas cuestiones: cmo se investiga?, cmo se juz-
ga?, cmo se resuelve? Nos hallamos ante los quehaceres del in-
vestigador, el acusador y el juzgador, personajes centrales de la
justicia penal en la trinchera del Estado o trincheras, porque
el juez y el acusador se instalan en posiciones diferentes e inde-
8
Caso Caesar, prr. 96; Caso Lori Berenson, prr. 102; Caso Tibi, prr. 150; Caso
Instituto de Reeducacin del Menor, prr. 151; Caso Hilaire, Constantine y Benja-
mn y otros, prr. 164; Caso Cantoral Benavides, prr. 89, y Caso Loayza Tamayo,
prr. 58.
86 n
pendientes entre s, frente a la cual se ubica el acusado, asistido
por el defensor. En el enjuiciamiento inquisitivo destaca el papel
de la autoridad; en el acusatorio cobran mayor dimensin los
derechos del individuo.
En cuanto a la indagacin de la verdad, la Convencin Ame-
ricana sobre Derechos Humanos, la Convencin Interamericana
para Prevenir y Sancionar la Tortura, de 1985 que es instrumen-
to especco sobre esta cuestin, y la jurisprudencia de la Corte
Interamericana han rechazado frontalmente la tortura, pues la
consideran ms grave de los apremios ilcitos de que se vale el
investigador. No importa cul sea su nalidad: lo mismo el sufri-
miento inigido como castigo (pena por el delito cometido) que
el aplicado como medio de indagacin (dentro del procedimien-
to penal) son rechazables. Se trata, pues, de un tema que se puede
examinar en el mbito de las sanciones o en el de los medios de
investigacin de los delitos. En todo caso, no hay concesin algu-
na al respecto.
La prohibicin de la tortura y las penas o tratos crueles, inhu-
manos o degradantes es absoluta e inderogable, aun en las circuns-
tancias ms difciles.
9
El Estado tiene el deber de iniciar de ocio
e inmediatamente una investigacin efectiva que permita identi-
car, juzgar y sancionar a los responsables, cuando existe denuncia
o razn fundada para creer que se ha cometido un acto de tortura
en violacin del artculo 5 de la Convencin Americana.
10
Un punto sobresaliente en la seleccin del mtodo en el
sentido en que utilizo esta expresin, es la privacin procesal de
la libertad, o sea, la detencin y la prisin preventiva. En el rgi-
men acusatorio evolucionado que preside diversos proyectos de
reforma o reformas consumadas, se utiliza moderadamente la
privacin cautelar de la libertad que pugna con la presuncin
de inocente. En cambio, en los regmenes procesales acentuada-
mente autoritarios se hace uso frecuente de esta lamentable
providencia, a la que un clsico llam castigo que se anticipa al
castigo: en todo caso, privacin de un derecho del presunta-
9
Caso Caesar, prr. 59; Caso Lori Berenson, prr. 100; Caso De la Cruz Flores, prr. 125;
Caso Tibi, prr. 143; Caso de los Hermanos Gmez Paquiyauri, prr. 111; Caso Marit-
za Urrutia, prr. 89; Caso Cantoral Benavides, prr. 95.
10
Caso Tibi, prr. 159; Caso Maritza Urrutia, prr. 95.
n 87
mente inocente, que se realiza antes de la declaratoria formal y
nal de responsabilidad.
La Corte Interamericana observa que el contenido esencial
del artculo 7 de la Convencin Americana sobre Derechos
Humanos es la proteccin de la libertad del individuo contra la
interferencia arbitraria o ilegal del Estado y, a su vez, la garanta
del derecho de defensa del individuo detenido.
11
Ese precepto
establece lmites al poder pblico y prohbe tanto las detenciones
ilegales como las arbitrarias.
12
La detencin (y cualquier otra restriccin legtima en el curso
del procedimiento) no debe impedir la defensa del inculpado,
que es el derecho principal de ste para los nes del enjuicia-
miento que se sigue en su contra. En este punto la informacin
sobre los motivos de la detencin que permite preparar a defen-
sa juega un papel central. El artculo 7.4 de la Convencin
contempla un mecanismo para evitar conductas ilegales o arbitrarias desde el
acto mismo de privacin de libertad y garantiza la defensa del detenido. Tanto
ste como quienes ejercen representacin o custodia legal de l tienen derecho
a ser informados de los motivos y razones de la detencin y acerca de los de-
rechos que tiene el detenido.
13
[El] detenido, al momento de ser privado de su libertad y antes de que rinda
su primera declaracin ante la autoridad, debe ser noticado de su derecho
de establecer contacto con una tercera persona, por ejemplo, un familiar,
un abogado o un funcionario consular, segn corresponda, para informarle
que se halla bajo custodia del Estado.
14
11
Caso Instituto de Reeducacin del Menor, prr. 223; Caso Maritza Urrutia, prr. 66;
Caso Bulacio, prr. 129; y Caso Juan Humberto Snchez, prrs. 82-83.
12
Caso Tibi, prr. 98; Caso Instituto de Reeducacin del Menor, prr. 224; Caso de
los Hermanos Gmez Paquiyauri, prr. 83; Caso Maritza Urrutia, prrs. 63 y 65; Caso
Juan Humberto Snchez, prr. 78; Caso Bulacio, prr. 125; Caso Bmaca Velsquez,
prr. 139; Caso Durand y Ugarte, prr. 85; Caso Villagrn Morales y otros (Caso de los
Nios de la Calle), prr. 131; Caso Cesti, prr. 140; Caso Surez Rosero, prr. 43; y
Caso Gangaram Panday, prr. 47.
13
Caso Tibi, prr. 109; Caso de los Hermanos Gmez Paquiyauri, prr. 92; Caso Marit-
za Urrutia, prr. 72; Caso Bulacio, prr. 128; y Caso Juan Humberto Snchez, prr.
82.
14
Caso Tibi, prr. 112; Caso de los Hermanos Gmez Paquiyauri, prr. 93; Caso Bulacio,
prr. 130; y El Derecho a la Informacin sobre la Asistencia Consular en el marco de
88 n
El detenido tiene derecho a que se verique, judicialmente, la
legalidad de la detencin que se le aplica
El control judicial inmediato es una medida tendiente a evitar la arbitrarie-
dad o ilegalidad de las detenciones, tomando en cuenta que en un Estado
de derecho corresponde al juzgador garantizar los derechos del detenido,
autorizar la adopcin de medidas cautelares o de coercin, cuando sea es-
trictamente necesario, y procurar, en general, que se trate al inculpado de
manera consecuente con la presuncin de inocencia.
15
Es importante destacar el carcter excepcional y restringido de la
prisin preventiva, ampliamente analizada y cuestionada por la
jurisprudencia internacional. La Corte Interamericana ha sea-
lado que
el principio de presuncin de inocencia constituye un fundamento de las
garantas judiciales. De lo dispuesto en el artculo 8.2 de la Convencin de-
riva la obligacin estatal de no restringir la libertad del detenido ms all de
los lmites estrictamente necesarios para asegurar que aqul no impedir el
desarrollo eciente de las investigaciones ni eludir la accin de la justicia.
En este sentido, la prisin preventiva es una medida cautelar, no punitiva.
16
En otros trminos,
la prisin preventiva es la medida ms severa que se le puede aplicar al im-
putado de un delito, motivo por el cual su aplicacin debe tener un carcter
excepcional, en virtud de que se encuentra limitada por los principios de
legalidad, presuncin de inocencia, necesidad y proporcionalidad, indis-
pensables en una sociedad democrtica.
17
Algunas leyes prevn la incomunicacin del detenido o el ais-
lamiento del sentenciado durante cierto tiempo. La Corte ha
las Garantas del Debido Proceso Legal. Opinin Consultiva -16/99 de 1 de octubre
de 1999, prr. 106.
15
Caso Tibi, prr. 114; Caso de los Hermanos Gmez Paquiyauri, prr. 96; Caso Maritza
Urrutia, prr. 66; Caso Bulacio, prr. 129; Caso Juan Humberto Snchez, prr. 84; Caso
Bmaca Velsquez, prr. 140; y Caso Castillo Petruzzi y otros, prr. 108.
16
Caso Tibi, prr. 180; y Caso Surez Rosero, prr. 77.
17
Caso Tibi, prr. 106; Caso Instituto de Reeducacin del Menor, prr. 228; y Caso
Surez Rosero, prr. 77.
n 89
examinado estas prcticas. En la materia, sostiene: La incomu-
nicacin es una medida de carcter excepcional que tiene como
propsito impedir que se entorpezca la investigacin de los he-
chos. Dicho aislamiento debe estar limitado al periodo [] deter-
minado expresamente por la ley.
18
En esta breve revisin de un tema descollante para la tutela de
los derechos humanos y crucial en la relacin entre el poder p-
blico y el ciudadano, me he limitado a invocar algunos temas de
la justicia penal y un reducido conjunto de criterios sustentados
por la Corte Interamericana en sentencias y opiniones consulti-
vas. Por supuesto, la materia requiere un examen ms amplio
que el de este trabajo. Muchas cuestiones han quedado fuera del
texto que aqu concluye, y otras merecen mayor anlisis. Tampo-
co he intentado abordar ahora los problemas que suscita la ac-
tuacin del Estado con respecto a menores de edad que infringen
la ley penal, supuesto en el que es menester concordar las exigen-
cias de la juridicidad, que no admite salvedades en la expresin
y proteccin a los derechos con las reclamaciones de la especi-
cidad, que demanda trato diferente (diverso, claro est, a la dis-
criminacin y a la exclusin de derechos) en lo que atae a
integrantes de grupos con caractersticas distintas de las que
concurren en la generalidad de los casos.
18
Caso Surez Rosero, prrs. 51-52. El aislamiento prolongado y la incomunicacin co-
activa son, por s mismos, tratamientos crueles e inhumanos, lesivos de la integridad
psquica y moral de la persona y del derecho al respeto de la dignidad inherente al ser
humano (Caso Velsquez Rodrguez, prrs. 156 y 187); Caso Fairn Garbi y Sols
Corrales, prr. 149; Caso Godnez Cruz, prrs. 164 y 197; Caso Hilaire, Constantine y
Benjamin y otros, prr. 164; Caso Bmaca Velsquez, prr. 150; Caso Cantoral Benavi-
des, prr. 83; Caso Lori Berenson, prr. 103; Caso De la Cruz Flores, prr. 128; Caso
Maritza Urrutia, prr. 87.
El panorama mundial de resultados
en materia de privatizacin penitenciaria
Stephen Nathan
Este artculo explicar brevemente cmo en los ltimos veinte
aos, la privatizacin de las prisiones no ha funcionado y cmo
el nanciamiento privado y el aprovisionamiento de las prisiones
y sus servicios desvan dinero pblico a los bolsillos de unos
cuantos, a costa de la sociedad como conjunto.
El artculo disipar algunos mitos sobre las asociaciones p-
blicas privadas conocidas como iniciativas de nanciamiento
privadas o concesiones. Tambin sealar la discrepancia entre
lo que la industria privada de prisiones arma de su xito opera-
cional y lo que los estudios independientes han encontrado.
Asimismo, mostrar que la decisin gubernamental de priva-
tizar las prisiones o sus servicios necesita un escrutinio minucio-
so y un debate pblico mayor. Sin embargo, las discusiones sobre
prisiones pblicas, privadas o semiprivadas no deben distraer la
atencin del debate fundamental acerca del futuro de los siste-
mas criminales de justicia como conjunto y acerca de cmo estar
seguros de que la prisin constituye el ltimo recurso.
Algunos incidentes recientes
Una autopsia revel que la prisionera Estelle Richardson fue
azotada, quiz contra una pared, con fuerza tal que su crneo se
fractur, cuatro costillas se le rompieron y su hgado result da-
ado, cuando estaba en una prisin manejada por la Corrections
Corporation of America (Corporacin de Correcciones de Esta-
dos Unidos) en Nashville, Tenessee. Ella muri el 7 de julio de
92 n
2004, por lo que se present una demanda de sesenta millones
de dlares por muerte violenta de manos de los guardias de la
prisin.
Ese incidente fue uno de los varios reportados en 2004. Pero,
informacin de los medios estadunidenses sobre prisiones priva-
das durante los ltimos meses incluye muertes de reos bajo cus-
todia, fugas, prisioneros golpeados por los guardias, motines,
reclusiones, demandas por negligencia mdica, funcionarios es-
tatales corruptos expuestos en los procesos de contratacin y
compaas que violan los derechos de sus empleados.
Algunos casos recientes de prisiones privadas en Estados Uni-
dos incluyen:
Group y el condado Val Verde, en Texas, acordaron pagar
una demanda de doscientos mil dlares a la familia de un
prisionero que muri ahorcado en la crcel del Condado de
Val Verde en julio de 2004. La demanda se alegaba que los
empleados de la prisin ignoraron la actividad sexual entre
los prisioneros y las prisioneras que ocupaban el mismo blo-
que de celdas.
, compaa privada de atencin mdica, supuestamente
operaba casi en secreto mientras provea servicios al depar-
tamento de correcciones de Michigan en los ltimos cuatro
aos. Una investigacin reciente encontr cientos de casos
de diagnsticos incorrectos o tardos, adems de negativas de
tratamiento, retencin de medicamentos contra el dolor y
alojamiento inadecuado de personas con discapacidad. Los
servicios de esta compaa le costaban al estado setenta millo-
nes de dlares.
La Corrections Corporation of Americas North East Ohio
Correctional Center (Centro Correccional en el Noroeste de
Ohio de la ) en Youngstown ha presentado la tasa de ata-
ques entre prisioneros ms elevada de todo el sistema estatal de
prisiones, conformado por 32 instalaciones, de 2005 a 2006.
Ms de mil inmigrantes detenidos sostuvieron una huelga de
hambre durante dos das de marzo en protesta por las pauprri-
mas condiciones del centro de detenciones de la en Lum-
pkin, Georgia. De acuerdo con los reportajes del consulado
n 93
salvadoreo, Georgia lleg a recibir seiscientas llamadas en un
da referentes a las malas condiciones de las instalaciones.
La American Civil Liberties Union (Unin Estadounidense
de Libertades Civiles) present 10 demandas de nios inmi-
grantes recluidos en el centro de detencin familiar de la
misma compaa en Texas. En las demandas se sostiene que el
centro encarcela nios y viola estndares humanitarios.
Hace un ao se descubri que la posesin de drogas de los prisio-
neros del centro correccional de Lawrenceville de Group
duplicaba la del resto de las otras prisiones de Virginia juntas.
Despus de una investigacin federal se averigu sobre la corrup-
cin que practicaba un guardia contratado por Cornell Compa-
nies Inc. en un centro comunitario correccional de Utah. Fue
sentenciado a 27 meses de prisin por falsicar los resultados de
un examen de orina en el expediente de un prisionero.
El estado de Arkansas dio por terminado el contrato con Cor-
nell despus de haber descubierto que los jvenes a su cargo
estaban siendo drogados para controlar su comportamiento.
El Disability Rights Center (Centro de Derechos de los Disca-
pacitados) en Arkansas aleg que un joven de 15 aos fue
vctima de abuso por parte del personal del Group4Securicor
del Centro Correccional Juvenil Alexander, y que los dems
empleados no lo ayudaron a pesar de haber escuchado gritos
detrs de una puerta de una ocina sin cmara de vigilancia.
Fuera de Estados Unidos, reportes recientes sobre prisiones priva-
das incluyen casos como los que se mencionan a continuacin:
El ombudsman de Nueva Gales del Sur, Australia, encontr
que en el periodo 2005-2006 su ocina lidi con ms quejas
de reos de una prisin privada que de cualquiera otra estatal.
En Inglaterra, el jefe inspector de prisiones report en febrero
de 2007 que en la prisin Devengate los empleados sin expe-
riencia no pudieron mantener el control de los prisioneros ni
lidiar con el mal comportamiento, y recurrieron con frecuencia
a la aplicacin de drogas y a la intimidacin. El jefe inspector
recomend entonces que la compaa operadora de la prisin,
Serco, tomara acciones urgentes para obtener mejoras.
94 n
En Downview, una prisin pblica del sur de Londres, monito-
res independientes sealaron: la introduccin de [la compaa
de servicios de alimentacin] Aramark para manejar la cafetera
de la prisin ha sido un desastre los precios han aumentado
drsticamente, las opciones se han limitado y la administracin
es deiciente. En contraste, la cafetera anterior administrada
por la prisin entenda las necesidades de los prisioneros y co-
braba precios que armonizaban con sus salarios.
El 16 de abril de 2007, la televisora present los resultados
de cinco meses de grabaciones de un reportero que, de incgni-
to, obtuvo un trabajo como guardia en la prisin privada Rye
Hill, administrada por . Se report que personal sin expe-
riencia fue intimidado y amenazado por prisioneros que admi-
nistraban las alas; altos directivos indicaron al personal que no
llevaran a cabo sus deberes formales por temor a enojar a los
prisioneros; debido en parte a la corrupcin de algunos emplea-
dos, los prisioneros tuvieron acceso a drogas y alcohol; se utili-
zaron telfonos celulares para organizar negocios de drogas de
gran escala, y la cantidad de personal era inadecuada.
Muchos ms reportes similares podran listarse aqu.
Por la situacin actual en las prisiones de Mxico, estos inci-
dentes pareceran comunes, pero puestos en contexto, indican
fallas sistmicas y prcticas turbias que demuestran que el sector
privado puede ser culpable de los excesos encontrados en las
peores prisiones gubernamentales.
Es importante considerar que el sistema de prisiones en Mxi-
co opera con nanzas muy limitadas, mientras las compaas de
prisiones privadas generalmente han acordado contratos con
precios que les resultan convenientes.
No obstante, se dice constantemente que el sector privado es
ms eciente e innovador y mejor rendidor de cuentas; que las
prisiones privadas son mejores o al menos tan buenas como las
prisiones pblicas, y que slo ellas pueden solventar la crisis de
instalaciones inadecuadas y sobrepoblacin que enfrenta el siste-
ma pblico de prisiones.
Nos han dicho que el sector privado est aqu para quedarse y
deberamos asegurarnos que funcionar correctamente. Por su
n 95
parte, los promotores de la privatizacin de las prisiones nos di-
cen que el debate sobre si el sector privado puede dirigir o no
prisiones se termin. A pesar de todo esto, la pregunta losca per-
manece: debera el sector privado estar autorizado para dirigir
prisiones o servicios de prisiones?
En muchos lugares alrededor del mundo, sin embargo, este
debate sigue vivo. Un solo ejemplo muy reciente est en el conda-
do Pike, Mississippi, donde miles de residentes votaron de mane-
ra abrumadora en rechazo a un plan de construccin de una
prisin privada en el rea.
En esta conferencia sobre los mritos de la privatizacin de las
prisiones hay una discusin que adquiere relevancia debido a
numerosas razones, entre ellas que Mxico necesita nueva infra-
estructura carcelaria; hay propuestas para dos nuevas prisiones
con participacin del sector privado en la ciudad de Mxico de-
bido a la falta de recursos del sector pblico; la industria de pri-
siones privadas quiere expandir sus mercados en Amrica Latina;
tres estados fronterizos de Estados Unidos han considerado
concesionar la construccin de prisiones privadas en Mxico
para que puedan enviar ah a miles de mexicanos detenidos ah
y evitar el alto costo del encarcelamiento en Estados Unidos.
En este evento, lo importante es encontrar soluciones renta-
bles, y que aumenten los estndares, mejoren la transparencia,
eliminen la corrupcin, aseguren los derechos humanos de los
reos y el personal de la prisin, se reduzca el uso de las crceles
y se prevenga que la poblacin caiga en el sistema de justicia
criminal.
En contraste, la bien documentada experiencia internacional
en los ltimos veinte aos muestra que, en general, la privatiza-
cin ha tenido el efecto opuesto al esperado. Adems, el sector
privado en las prisiones aplica las mismas polticas del Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial, las cuales han
contribuido al incremento de la poblacin en las crceles mexi-
canas y otras de la regin. (Este asunto se aborda en la presenta-
cin de Elas Carranza.)
Ms de nueve millones de personas en el mundo estn actual-
mente recluidas en instituciones penales. La vasta mayora perte-
nece a instituciones dirigidas por el Estado y, como se sabe, las
96 n
batallas por los derechos humanos y la reduccin de los niveles de
encarcelacin tienen un largo camino por recorrer. Pero mientras
el Estado tiene completa responsabilidad sobre esta funcin fun-
damental, permanece la posibilidad de reforma.
Sin embargo, la sociedad debe estar preparada para una reforma
que implique transferir a unas cuantas corporaciones multinacio-
nales los poderes fundamentales y las funciones que corresponden
al Estado, aun cuando los cumpla de manera imperfecta.
Varios ponentes en esta reunin ya han sugerido que Mxico
no debe seguir el ejemplo de la poltica de justicia criminal de
Estados Unidos. El funcionamiento de prisiones privadas traera
polticas y prcticas que resurgieron en Estados Unidos durante
la dcada de los ochenta, y las compaas que las ponen en
prctica no fueron fundadas por expertos en justicia criminal,
sino por empresarios ligados al Partido Republicano que vieron
aqu una lucrativa oportunidad de negocio.
El crecimiento de las prisiones privadas en Estados Unidos
fue lento al principio, y dos de las compaas pioneras (la y
Wackenhut Corporacin Correccional, , conocida ahora
como Group) pronto desarrollaron sus aspiraciones de ex-
pansin global, primero con el apoyo del gobiernos de su pas, y
luego gracias a gobiernos anes en el extranjero.
La se ha convertido en el mayor operador de prisiones
privadas en Estados Unidos, con 63 prisiones y ganancias de 71
millones de dlares durante 2005. Las acciones de esta empresa
y sus mayores competidores estadounidenses recientemente han
presentado cifras rcord.
Cabe mencionar que desde 1995, un analista de la industria
declar que la haba identicado a Mxico como uno de sus
primeros mercados internacionales; sin embargo, dicha compa-
a opera ahora exclusivamente en Estados Unidos, por lo que
Mxico ya no est considerado en sus planes.
Intencionalmente hoy existen varios grandes jugadores en el
llamado mercado de servicios para la justicia criminal. Entre
ellos estn Serco, Sodexho, , Group4Securicor, Group
y Management & Training Corporation ( ), todas ellas com-
paas estadounidenses y europeas, algunas de las cuales tienen
presencia en Latinoamrica.
n 97
Estados Unidos, llamado la tierra de las libertades, irnica-
mente contaba con casi 2.3 millones de prisioneros en el pas a
partir del 31 de diciembre de 2005; de ellos, 7% estaba en pri-
siones privadas. Desde 2000, el nmero de presos en crceles
privadas federales ha aumentado 74.2%, y en prisiones estatales,
7.2%. La mayora de estos nuevos reos es gente joven de color
que ha sido condenada por ofensas no violentas, adems de
inmigrantes aprehendidos debido a las nuevas y estrictas leyes
contra el terrorismo.
Un nuevo estudio publicado en febrero de 2007 predijo que si
los estados de Estados Unidos continan con sus polticas actuales
de sentencias ms rgidas y reducen la asignacin de libertad con-
dicional, en 2011, uno de cada 178 residentes estar en una prisin.
sta es la moda que Mxico est en peligro de seguir.
En cuanto a otros lugares, en Australia, aproximadamente 17%
de sus prisioneros est en crceles privadas; en Inglaterra, Gales y
Escocia, que administran sus prisiones de manera independiente
unos de otros, recluyen alrededor de 10% del total de presos, aun-
que los tres tienen planes para incrementar esta cifra.
Muchos pases toman al Reino Unido como un modelo. En
Inglaterra y Gales, desde 1992 las nuevas prisiones han sido -
nanciadas, diseadas, construidas y dirigidas por el sector priva-
do. Lo mismo ocurre con muchos centros de detencin para
inmigrantes, tutelares, residencias para personas en libertad bajo
caucin, programas de monitoreo electrnico, transportacin de
prisioneros y otros servicios. Muchos tribunales y estaciones po-
liciacas tambin son nanciados, diseados, construidos y dirigi-
dos con recursos privados, y el gobierno ha instaurado una ley
que permite abrir servicios de libertad provisional bajo caucin
a competidores del sector privado y a voluntarios. Finalmente,
muchas prisiones de Inglaterra y Gales reciben varios servicios
distintos de la custodia (como educacin y servicios de alimenta-
cin) contratados con proveedores privados.
Otros gobiernos han contratado ciertos servicios no custodia-
les, particularmente la alimentacin. La industria de monitoreo
electrnico, por su parte, est creciendo como resultado de la
cada vez mayor tendencia, si bien polmica, de usar brazaletes
electrnicos para mantener el control de los delincuentes.
98 n
En Amrica Latina, Chile, Honduras, Argentina y Per han
instaurado alguna forma de prisin privada, o estn considerando
hacerlo. Las propuestas chilenas sern discutidas ms adelante.
Brasil tiene algunas prisiones que administran compaas
privadas de seguridad y organizaciones religiosas. Ahora el estado
de Minas Gerais planea siete nuevas prisiones para quinientos
prisioneros cada una, de cuya custodia el gobierno se responsabili-
zar, pero el nanciamiento, diseo, construccin, mantenimiento
y provisin de servicios no custodiales provendr de la iniciativa
privada, a la que el Estado otorgar contratos por treinta aos.
En Honduras, Noa Group, una compaa israelita, quiere
que el gobierno le otorgue un contrato para nanciar, disear,
construir y administrar una nueva prisin. La compaa est di-
rigida por el antiguos agentes de servicios secretos, uno de los
cuales es el agente de distribucin en Honduras, Venezuela y
Guatemala de una metralleta que dispara alrededor de esquinas
de otra compaa.
Mientras tanto, Group es la segunda mayor compaa de
prisiones privadas en Estados Unidos, con contratos en prisiones
de Sudfrica, Reino Unido y Baha de Guantnamo. Por otra
parte, hace algunos aos un ejecutivo de otra compaa de pri-
siones de Estados Unidos, Management & Training Corporation
( ), fue llamado por el gobierno estadounidense para tener
funcionando las prisiones de Abu Ghraib, en Irak.
Esta informacin nos lleva a plantear la pregunta de si realmen-
te quienes deberan estar dirigiendo prisiones lo estn haciendo.
Francia tiene 27 prisiones semiprivadas, donde una compaa
construye la prisin y provee servicios que no incluyen la custodia,
pues sta la otorga el Estado. Este pas tiene ahora un nuevo pro-
grama para construir 18 prisiones ms, pero con nanciamiento
privado, mientras que otros gobiernos tambin consideran o ya
han adoptado alguna forma de privatizacin de la prisin.
Esta decisin no fue tomada debido al xito operacional de
las prisiones privadas, sino al impacto de la agenda neoliberal y a
la fuerza poltica de aquellos que promueven la privatizacin y
restan importancia a que el gobierno preste servicios pblicos.
Lo que esos pases tienen en comn es el poco o nulo debate
pblico sobre la privatizacin de prisiones. Decisiones polticas
n 99
relevantes se han tomado al mismo tiempo que se han ignorado
las preocupaciones morales, ticas e incluso constitucionales so-
bre el tema. Tambin se ha ignorado el peso de las investigaciones
independientes sobre los efectos adversos de las prisiones, en
general, y sobre la pobre operacin de las prisiones privadas,
en particular.
Fundamentalmente, debido a la necesidad de aparentar ser
estrictos frente al crimen y a la de construir una nueva infraes-
tructura, los polticos han fracasado en visualizar la naturaleza
del sistema de justicia criminal del siglo .
Un libro reciente de Eugene Price, de la Universidad de Rut-
gers, ha concluido que decisiones tomadas en diferentes estados
de Estados Unidos referentes a privatizar prisiones no han tenido
por motivacin el ahorro de gastos, sino razones polticas e
ideolgicas.
Por desgracia, este patrn se repite alrededor del mundo. Por
ejemplo, en el estado alemn de Hesse, el ministro de justicia
declar en 2006 por televisin: No estoy interesado en la inves-
tigacin cuando debi haberlo estado, pues luego del primer
ao de la primera prisin semiprivada en Hesse se encontr que
el declarado ahorro de gastos no haba funcionado y no haba
sido posible que los prisioneros obtuvieran un trabajo.
En Escocia, una decisin de privatizar dos nuevas prisiones
fue tomada conn base en una investigacin deciente. El gobier-
no de Per pag a una compaa estadounidense, con 31 aos de
experiencia en construccin y expansin de sistemas de prisio-
nes, por consejera sobre cmo resolver la sobrepoblacin en las
crceles. No sorprende que la compaa recomendara construir
una prisin ms grande. Siguiendo el desempeo de esa compa-
a, un instituto dentro del ministerio de educacin de Per ha
recomendado reemplazar las 80 prisiones existentes con 20
completamente privadas.
Las nuevas prisiones privadas de Brasil seguirn adelante sin
importar que no haya registros de que el sector privado realmen-
te disminuir las tasas de reincidencia. En Chile, el gobierno
slo ha considerado dos opciones para sus diez nuevas prisiones:
privadas o semiprivadas; ni siquiera se consider la participacin
pblica. Hay muchos ejemplos similares.
100 n
Chile y algunos otros gobiernos han copiado el modelo fran-
cs de prisiones semiprivadas, supuestamente exitoso. Pero, cerca
de veinte aos despus en Francia, este modelo no se ha someti-
do a evaluaciones independientes; unos aos atrs, este autor le
pregunt al ministro francs de Justicia si estas prisiones reducan
las tasas de reincidencia: la respuesta fue que nadie haba pedido
hasta entonces que se recabara esa informacin.
De entonces ahora, un colosal estudio fue publicado en 2006
por la ocina de auditora nacional de Francia y se encontr que
el gobierno nunca ha tenido un mtodo para cuanticar costos
ni valores monetarios ni para comparar las prisiones semipriva-
das y pblicas. Los clculos del auditor mostraron que las prisio-
nes semiprivadas eran mucho ms costosas, y hubo un rechazo
por que el gobierno hubiese usado este modelo en sus 18 nuevas
prisiones.
Por qu el de Chile y otros gobiernos entonces aceptan dicho
modelo? Una respuesta es que a los gobiernos se les advierte que
deben pedir prstamos para manejarse solas.
Por qu es importante que esta poltica se aplique de esta
manera? La respuesta corta es porque la privatizacin, en cual-
quier forma, no es neutral. Quienes la promueven estn funda-
mentalmente contra los valores y las aspiraciones planteadas en
esta conferencia.
La privatizacin es un arma ideolgica. En 1988, en una con-
ferencia internacional en Londres organizada por el instituto
Adam Smith, una agrupacin de expertos de mercado declar
que la privatizacin reformara la sociedad y que el desmantela-
miento del sector pblico hara que la oposicin permaneciera
como tal durante mucho tiempo.
Aplicar ese criterio a la justicia criminal se convierte en un
arma de encarcelamiento masivo. La razn de existir de las cor-
poraciones es la de expandir sus mercados para el benecio de
sus accionistas (tienen el deber legal de hacerlo). Para maximizar
las ganancias del sector de justicia penal, la industria necesita
que ms gente sea ingresada y mantenida en el sistema por ms
tiempo; ms adelante se explicar cmo la industria de prisiones
privadas lo logra.
n 101
Asociaciones pblico-privadas e inuencia
sobre la poltica de justicia
Uno de los representantes del gobierno de la ciudad de Mxico
ha declarado en esta conferencia que, dada la falta de recursos en
el sector pblico, se estn buscando ofertas del sector privado
para construir dos nuevas prisiones.
No hay duda de que Mxico necesita nueva infraestructura,
pero cuando se considera esta estrategia, las primeras preguntas
por formular son: qu clase de infraestructura?, para qu tipo
de prisioneros, cuntos, y por cunto tiempo?, dnde deben
construirse nuevas prisiones o espacios adicionales? Luego, hay
que cuestionarse: de dnde debe provenir el nanciamiento?, y
en qu trminos? No es claro si en este caso esas preguntas ya
han sido formuladas.
Algunos pases en la regin, como Costa Rica, Venezuela y
Repblica Dominicana, han comprometido las nanzas pblicas
y las soluciones que ofrece el sector pblico para la solucin de
sus problemas con las prisiones.
Esto va contra la tendencia global (encabezada por Reino
Unido y Estados Unidos) de promover la construccin de infra-
estructura nueva y de operar servicios mediante nanciamiento
privado y asociaciones pblico-privadas.
El trmino asociacin evoca la idea de equidad, pero los bancos
internacionales, las consultoras, los contratistas y grupos de
presin mantienen en silencio qu tan desiguales son realmente
estas asociaciones.
Hay numerosos ejemplos de cmo las asociaciones pblico-
privadas estn siendo promovidas en esta regin; aqu hay unos
cuantos:
En enero de 2007, en un exclusivo hotel de Londres, hubo un
seminario de negocios auspiciado por International Financial
Services London ( , Servicios Financieros Internacionales
de Londres, que representaba la industria de servicios nan-
cieros de Gran Bretaa) y organizado por la embajada mexica-
na y el (grupo de presin britnica de inuencia que
promueve de manera activa la privatizacin de las prisiones).
102 n
La reunin posibilit que los lderes de la industria de servi-
cios nancieros se encontrara con los ministros de Finanzas y
Economa de Mxico.
A esa reunin sigui una junta en abril de 2006, tambin
promovida en Londres por , entre nancieros del Reino
Unido, el doctor Pedro Aspe y Protego Financial Consultants
(Consultores Financieros Protege). El texto de la invitacin
declaraba:
El propsito es promover las experiencias del Reino Unido en asociaciones
pblico-privadas e iniciativas de nanciamiento privado que el gobierno
federal de Mxico est introduciendo. La compaa del doctor Aspe advier-
te a los gobiernos estatales y municipales, y a grandes corporaciones, respec-
to del nanciamiento de proyectos, la reestructuracin de deudas y bonos.
Protego ya est trabajando con los gobiernos estatales de Mxico para desa-
rrollar proyectos de asociaciones pblico-privadas [] Como anterior minis-
tro mexicano de Finanzas, el doctor Aspe es una gura inuyente en Mxico,
con conexiones polticas y corporativas importantes. Su visita lo presentar
ante servicios nancieros y legales de Gran Bretaa, lo que sin duda bene-
ciar a Gran Bretaa y las relaciones econmicas bilaterales.
La Organizacin de los Estados Americanos ( ) tiene una
estrategia para coadyuvar a desarrollar la participacin del
sector privado en la construccin y manutencin de prisiones
y su intervencin con las para proveerlas de bienes y
servicios. Vale la pena sealar que, en 2000, Mxico pidi a
la que averiguara los benecios de involucrar al sector
privado en la administracin de las prisiones.
En septiembre de 2006, el Primer Banco Internacional del
Caribe anunci que estaba emprendiendo iniciativas de pro-
yectos que incluan asociaciones pblico-privadas. El director
ejecutivo del banco dijo que con su establecimiento en 17
pases y con recursos internacionales, provenientes, por ejem-
plo, del Banco Barnclays, el Primer Banco Internacional del
Caribe est listo para asistir a los gobiernos regionales en el
impulso de la potencialidad y de los benecios de las asocia-
ciones pblico-privadas. Luego, declar que esta manera de
hacerse de recursos estaba bastante establecida en el Reino
n 103
Unido y con reportes de buen funcionamiento, permitiendo
al gobierno la realizacin de nuevas carreteras, prisiones, escue-
las y hospitales, sin tener que aumentar los impuestos.
Es cierto que las provisiones privadas estn bastante establecidas
en el Reino Unido; ms adelante, se mencionarn algunos de los
problemas sistemticos de las prisiones privadas de Gran Breta-
a, que el Primer Banco Internacional del Caribe ha ignorado
segn su conveniencia.
Otros numerosos hechos alrededor del mundo promueven las
asociaciones pblico-privadas entre los gobiernos. Algunos ejem-
plos recientes incluyen:
En abril de 2006, despus de organizar el seminario El Clima
para la Inversin del Sector Privado en la Infraestructura de
Latinoamrica y el Caribe, el Banco Interamericano de Desa-
rrollo, el banco declar que la regin necesita depender ms
de asociaciones pblico-privadas.
Washington D. C. fue el lugar de reunin para la 2 Cumbre
Anual de las Amricas de Asociaciones Pblico-Privadas en
diciembre de 2005. Los patrocinadores fueron The Reason
Foundation (Fundacin de la Razn, agrupacin estadouni-
dense de expertos en mercado libre), (la asociacin brit-
nica, que antes era una unidad gubernamental, privatizada y
establecida para promover la privatizacin), entre otros. Po-
niendo nfasis en el ejemplo de los proyectos de prisiones de
Chile, el paneto de la reunin declaraba: Este importante
evento multinacional ofrece un foro para que el gobierno y el
participantes del sector privado compartan ideas sobre el de-
sarrollo de las asociaciones pblico-privadas en Amrica.
La sexta Cumbre Anual Global para Asociaciones pblico-pri-
vadas tuvo lugar en Copenhague, del 15 a 17 de noviembre de
2005. Enfocado en lo que llam regiones globales clave (Eu-
ropa, Estados Unidos, Asia-Pacco y Latinoamrica), en el en-
cuentro se realiz un taller sobre las dicultades que enfrentan
las asociaciones pblico-privadas en el sector carcelario, con
discusiones sobre la inclusin de servicios operacionales para
104 n
proyectos de asociaciones pblico-privadas y el desarrollo de la
primera prisin pblico-privada de Francia.
Incluso el Consejo Econmico y Social de las Naciones Unidas
tiene una Alianza de Asociaciones Pblico-Privadas. Su cuarta re-
unin tuvo lugar el 25 de octubre de 2005 en Londres, e incluy
la conferencia Cmo los Gobiernos Convierten Servicios de Aso-
ciaciones Pblico-Privadas en una Realidad, que se basaba en el
xito de las asociaciones pblico-privadas de Gran Bretaa y en
el aprendizaje y la adopcin de la experiencia de Gran Bretaa.
Estos eventos generalmente excluyen la participacin de jue-
ces, defensores pblicos, defensores de personas encarceladas,
psiclogos de prisioneros, trabajadores sociales, directores de
penitenciarias, criminlogos, representantes de guardias de pri-
sin u organizaciones de guardias, grupos de derechos humanos
y otras de justicia criminal. La razn por la que no son invi-
tados es porque ninguno de estos expertos invita a privatizar las
prisiones, con o sin asociaciones pblico-privadas.
Para todos los gobiernos, las prisiones o cualquier otra infra-
estructura que se haya delegado a las asociaciones pblico-priva-
das aparentan ser nanciera y polticamente atractivas. Sin
embargo, esto es slo una conveniencia poltica de corto plazo.
Aunque se preera una variedad de modelos que operan en el
sector privado, las opciones ms rentables estn donde un go-
bierno transere a este sector las nanzas, el diseo y la construc-
cin de una instalacin, as como la provisin de los servicios
relacionados. Para una prisin, esto signica generalmente pedir
ayuda a los bancos, empresas de construccin y mantenimiento,
y a una operadora de la prisin. El gobierno rma un contrato
por 25 aos y acepta pagar honorarios mensualmente, una vez
que la prisin se construye y est lista para recibir prisioneros. El
punto de venta ms importante es que el gobierno no tiene cos-
tos iniciales porque el consorcio pide en prstamo las nanzas
del proyecto.
Sin embargo, las experiencias en Estados Unidos, Gran Breta-
a, Australia, Canad, Sudfrica y otros lugares revelan que estos
esquemas implican situaciones sociales, econmicas y polticas
negativas.
n 105
En los trminos de un contrato de asociaciones pblico-priva-
das e iniciativas de nanciamiento privado, si ocurriera una falla
operacional, quienes nancian el proyecto, y no el Estado, son
los que deciden si una nueva operadora privada debe ser incor-
porada o si el Estado puede comprar los contratos y tomar el
control.
Debido a que el argumento central sobre el nanciamiento pri-
vado es que representa la solucin para los gobiernos que no tienen
el capital, o que se ven forzados a recortar el gasto y los prstamos
pblicos, en caso de que no tengan recursos para construir una
nueva instalacin, probablemente no tendrn acceso al nancia-
miento que les permita tomar el mando sobre un contrato.
En Victoria, Australia, en el ao 2000, al entonces prspero
gobierno estatal se le permiti comprar los contratos fallidos de
un operador por 22 millones de dlares australianos. La prisin
femenil con 125 camas, administrada por la corporacin de co-
rreccionales de Australia, haba sufrido cuatro aos problemas
constantes. Pero, si problemas similares ocurrieran en una pri-
sin privada o semiprivada de Mxico, podran las autoridades
mexicanas costear la compra de un contrato, aun si tuviese la
voluntad poltica y si los bancos lo permitiesen?
La leccin de Sudfrica tambin ilustra. Con la gua del Reino
Unido, el gobierno sudafricano rm contratos por dos prisio-
nes con 3 000 camas (hasta ahora, las mayores prisiones privadas
del mundo), dotando a los prisioneros de espacios nuevos y bo-
nitos, comparados con la mayora en el sistema del Estado, y al-
gunas nuevas tecnologas y prcticas de gestin. Sin embargo,
estos contratos son demasiado caros: al departamento de correc-
cionales le ha costado aproximadamente 50% del presupuesto
de todo el sistema correctivo. El gobierno ha tratado de renegociar
los contratos a un precio ms asequible, pero las dos compaas
simplemente se han negado. Por qu deberan stas renegociar,
si estos contratos les permiten recuperar entre 25 y 30% de sus
inversiones?
Tambin se argumenta que el uso de nanciamiento privado
en infraestructura reduce los prstamos gubernamentales y re-
corta el dcit. Esto tambin se sostiene para el concepto de
arrendamiento, y se permite a una compaa privada nanciar y
106 n
luego construir una prisin que el gobierno alquilar por 20, 25
o 30 aos. Puede ponerse a Chile como referencia de esto: un
documento ocial chileno indica que el concepto de concesin
no implica formalmente una deuda pblica. Esto resulta clara-
mente absurdo, y en realidad se empeora la situacin econmica
de un gobierno. Cualquier gobierno que rma un contrato con
una compaa privada para pagarle millones de dlares cada mes
durante veinte o treinta aos est creando una deuda. Puede que
no aparezca en el balance del gobierno como un prstamo, pero
la sociedad mantiene la obligacin de pagar durante el periodo
del contrato.
Hay un absoluto acuerdo en que el nanciamiento privado
cuesta ms que las deudas gubernamentales, as que el costo de
largo plazo de la sociedad es mayor. Y, qu pasa si un gobierno
mexicano rma uno o varios contratos de 25 o 30 aos y luego
quiere reducir las penas de encarcelamiento? Aun si existe la vo-
luntad poltica, muchas restricciones legales y econmicas di-
cultaran extremadamente las negociaciones para encontrar una
solucin. Una vez contratadas, las prisiones deben llenarse.
Tambin hay ejemplos de ganancias inesperadas gracias al
renanciamiento de deudas. En los mercados ms maduros
para prisiones privadas, las compaas venden la deuda. En el
Reino Unido, por ejemplo, esto ya ha llegado a una segunda
ronda de obtencin de ganancias, pues el dinero se extrae de los
recursos pblicos para que las compaas ganen y no se reinvier-
te en servicios.
En abril de 2007, un estudio publicado en el Reino Unido
concluy que los mtodos usados como base de declaraciones de
las eciencias del costo del nanciamiento privado de la Tesore-
ra presentaban serias deciencias y sesgos en favor de un com-
promiso ideolgico. Las declaraciones de la Tesorera sobre la
superioridad de las iniciativas de nanciamiento privado est
basada en argumentos exagerados sobre el tiempo y el costo, de
los cuales no hay evidencia. Los autores agregaron que los datos
apoyan toda la poltica gubernamental de las asociaciones pbli-
co-privadas en el Reino Unido y el extranjero.
Hace unos cuantos meses, en Victoria, Australia, un comit
parlamentario de representantes report que despus de 15 aos,
n 107
todava no podan determinar si estas asociaciones valan la
pena; dijo que la mayor barrera para determinar los benecios
o los perjuicios de las asociaciones pblico-privadas ha sido la
falta de informacin pblica sobre tales proyectos.
No obstante, ellos debieron prever lo que iba a suceder, ya que
en 1998 un grupo de acadmicos concluy que como los actores
privados no estn sujetos a los mismos estatutos constitucionales ni
a la misma vigilancia que el gobierno [] la delegacin de funciones
que realice el gobierno cambia radicalmente las nociones de conta-
bilidad y diculta la obligacin del gobierno de controlarse.
Es til mencionar aqu los recientes desarrollos en Chile. Una
visin de la participacin del sector privado la brind Dante
Bacigalupo, del Consorcio , formado por la compaa france-
sa Sodexho, la italiana Ingenieras Torno y la empresa chilena de
construccin que ofreca contratos de operacin de prisiones
semiprivadas en Chile. En 2003, Bacigalupo dijo a la revista
Economist: Si un guardia le da una paliza a un prisionero, ten-
dremos que hacernos de la vista gorda, aunque seremos respon-
sables de los servicios de rehabilitacin.
Si esto indica lo que est ocurriendo en la prctica, por ms
que se haya reconocido la excelencia arquitectnica de las nuevas
prisiones semiprivadas de Chile, no van a mejorar las condicio-
nes de los prisioneros. De hecho, es ampliamente sabido que en
las tres nuevas prisiones de Chile, el costo por prisionero es ma-
yor que lo originalmente calculado, y la prctica no ha sido tan
buena como lo descrito en documentos ociales.
La Gendarmera no tiene idea de qu esperar o cmo proce-
der. Dada la falta de entrenamiento, los cambios en las prcticas
de trabajo y el choque entre la cultura de lo pblico y lo privado,
se han presentado problemas al transferir a los trabajadores a las
nuevas instalaciones. Los prisioneros tampoco han sido bene-
ciados: de hecho, el nmero de suicidios ha aumentado entre los
presos. Una carta suicida de un recluso culpaba directamente al
nuevo rgimen de la prisin por su decisin de morir.
La comida que suministraba una de las compaas lderes
mundiales era tan mala que el gobierno oblig a esta compaa
a mejorar. La Gendarmera tambin observ que ellos estaban
108 n
preocupados por el bienestar de los prisioneros, pero a la compa-
a slo le interesaban sus ganancias.
El gobierno an no ha determinado por completo cmo se
debe administrar el programa sin problemas; y todas las evalua-
ciones al respecto no se han hecho pblicas.
Sin embargo, tambin se debe sealar que s ha habido mejo-
ras signicativas en el nuevo sistema, en comparacin con las
viejas prisiones: las nuevas todava no estn sobrepobladas, si
bien se permite el hacinamiento, y algunas prcticas negativas
han cesado.
Pero de acuerdo con la Gendarmera, dados los mismos recur-
sos, no haba razn por la que ellos no pudieran ofrecer los ser-
vicios que el sector privado ahora provee.
Adems existe otra preocupacin: las compaas no tienen
experiencia local, as que deben contratar a la gente ms experi-
mentada de la Gendarmera para operar su negocio, por lo que
se ahorra la capacitacin del personal, a la vez que merma los
recursos del sector pblico.
Algunos ociales de otros pases latinoamericanos han expresado
su inters por las prisiones nuevas de Chile, lo que hace importante
el estudio cuidadoso de la exportacin del modelo chileno.
Debera ser motivo de verdadera preocupacin que los bancos
decidan quines deben operar las prisiones, pero la privatizacin
permite al sector privado moldear las polticas de justicia crimi-
nal de otras maneras.
As funciona en Estados Unidos: en 1990, el jefe ejecutivo de
la admiti: Nosotros literalmente gastamos millones de d-
lares educando a nuestros legisladores sobre los benecios de
contar con operadores privados de prisiones.
En abril de 2006, un reporte independiente mostr que du-
rante las elecciones de 2002 y 2004, las compaas operadoras de
prisiones privadas, sus ejecutivos y los grupos de presin contri-
buyeron con 3.3 millones de dlares a candidatos y partidos po-
lticos estatales. El reporte declaraba: una mirada cercana a sus
contribuciones demuestra una estrategia cuyo objetivo es darle
dinero a los candidatos que con mayor probabilidad modicarn
las leyes y presupuestos relacionados con las correccionales.
n 109
Tambin en Estados Unidos, a travs de una organizacin
llamada American Legislative Exchange Council (Consejo de
Intercambio Estadounidense Legislativo), la cual tiene unos dos
mil legisladores miembro, las compaas que administran prisio-
nes han ayudado a redactar, promover y aplicar leyes que permi-
ten la existencia de prisiones privadas y medidas de sentencia
ms severas, que llevan a que haya ms prisioneros encarcelados
durante ms tiempo.
La Asociacin de Correccionales Privadas y Organizaciones de
Tratamiento (grupo de presin para la industria de prisiones
privadas en Estados Unidos) tambin interviene en el mbito
internacional y ofrece un ejemplo de cmo se engaa a quienes
crean las polticas. En febrero de 2007, la Universidad de Lima
public los resultados de una encuesta a 578 adultos peruanos
de Lima y Callao, a quienes les preguntaron: Estaras de acuerdo
o en desacuerdo con la privatizacin de las prisiones en Per?
Los resultados fueron: 52.1% de los encuestados estuvo de acuer-
do; 35.4%, en desacuerdo, y 10.5% no estaba seguro.
Sin embargo, en los materiales publicitarios, el grupo de pre-
sin estadounidense slo report: Encuestas demuestran que
las prisiones privadas son bienvenidas en Per, y agregaba: la
mayor parte de la gente en el rea metropolitana de Per est en
favor del desarrollo de espacios de detencin privados.
Este tipo de reportes est diseado para allanar el camino a las
prisiones privadas en Per, porque cuando sean una realidad,
uno de los miembros del grupo de presin obtendr contratos.
En el resto del mundo, el sector privado se ha unido con una
organizacin internacional que busca reformar las prisiones, que
para su fortuna tiene compaas de prisiones, y auspicia con-
ferencias en que se promueve la participacin privada en las
correccionales. La International Corrections and Prisons Asso-
ciation (Asociacin Internacional de Correccionales y Prisiones,
) est particularmente interesada en ayudar a los llamados
pases en vas de desarrollo. En una conferencia reciente de la
, una compaa representante de Estados Unidos declar
que la estrategia de la industria debe ser la de ganar contratos,
sin aparentar apoyarlos directamente.
110 n
Otras cosas que el material mercadotcnico no menciona
Cuando las prisiones privadas empezaron en los aos ochenta, se
desconoca su efectividad. Veinte aos despus, la experiencia in-
ternacional demuestra que muchas prisiones privadas han fallado
individualmente en satisfacer las especicaciones contractuales y
han causado tragedias, como las mencionadas al principio. As
que, adems de construir prisiones rpidamente, en general el
sector privado no ha cumplido sus promesas.
Sin embargo, cuando los gobiernos consideran la privatizacin,
es porque han recibido los bien impresos folletos brillosos de las
compaas, y tal vez han realizado viajes para ver las instalaciones
modelo, limpias y con personal completo expresamente para la
visita. La mayor parte o toda la investigacin que se realiza (si es
que se hace alguna) ha sido producida por la misma industria, por
un grupo de expertos en mercado libre o por consultoras instala-
das y nanciadas especialmente para promover la privatizacin.
Por otra parte, la investigacin independiente, las inspecciones
y las auditorias muestran una historia diferente en cuanto a la
falta de pruebas sobre el benecio de costos y la obtencin de
ganancias; las ejecuciones son pobres, faltan programas, los con-
tratos tienen fallas, no hay vigilancia en la observacin del
contrato y falta innovacin. Tal vez, lo fundamental es que toda-
va no existe evidencia en ninguna parte del mundo de que las
prisiones que operan de manera privada o semiprivada contribu-
yan a alguna reduccin en la tasa de reincidencia.
Todos esos reportes, al igual que las opiniones legales de casos
constitucionales, son pblicos, para que cualquier persona en-
cargada de tomar decisiones los vea. No obstante, de algn modo
se los ignora.
Antes se mencion que el Primer Banco Internacional del
Caribe declar que las prisiones privadas del Reino Unido eran
un xito; por desgracia, no hay aqu espacio suciente para entrar
en detalle sobre la toda la evidencia que lo contradice. Baste por
ahora con decir que el jefe inspector de prisiones de Inglaterra y
Gales encontr que de 2005 a 2006, las cuatro prisiones privadas
que su equipo inspeccion tenan una amplia variedad de pro-
blemas fundamentales. La situacin queda mejor resumida por
n 111
el grupo del doctor David Wilson, destacado criminlogo, quien
escribi este mes que lo que ha pasado en el Reino Unido los
ltimos 15 aos, debera hacer que la gente parara y pensara
sobre el impacto general de la privatizacin sobre nuestro sistema
penal y la manera en que ha favorecido que Inglaterra y Gales se
conviertan en un gulag.
En contraparte, aunque Sudfrica est construyendo prisiones
nuevas, no promover que el sector privado las nancie u opere,
pues hace unos meses, el departamento de correccionales dijo a
los ministros que los centros de las asociaciones pblico-priva-
das no estn rindiendo mejor que nuestros nuevos centros co-
rreccionales, y que la gestin operacional debe darse dentro
del gobierno.
En Latinoamrica, la industria tambin ha sufrido algunos
contratiempos. El gobierno de Costa Rica deba otorgar un con-
trato por una prisin con 1 200 camas y valor de 73 millones de
dlares a la compaa estadounidense Management & Training
Corporation, Corporacin de Gestin y Entrenamiento ( ),
pero encontr que poda construir una prisin de 2 600 camas
por una fraccin del costo, as que el gobierno costarricense y la
compaa ahora discuten la compensacin por el retiro del con-
trato. Por un lado, sta quiere 20 millones de dlares, y por otro,
el gobierno ofrece 4 millones. De cualquier modo, el pueblo es
el que paga el proceso con dinero que se podra haber usado en
la provisin de servicios.
En 2002, el departamento de correccionales de Puerto Rico
termin tres contratos de gestin de prisiones con una compaa
estadounidense despus de encontrar que resultaba ms barato
operarlas directamente.
En el Reino Unido, Australia y Canad, algunas prisiones
privadas han tenido que regresar al sector pblico. Por ejemplo,
el gobierno provincial de Ontario decidi en abril de 2006 no
renovar un contrato con la , ya que no haba un benecio
signicativo, comparado con una prisin pblica idntica. La
prisin pblica funcion mejor en reas clave, como seguridad,
salud y reduccin de la tasa de reincidencia.
En Australia occidental, la nica prisin administrada con
recursos privados abri en mayo de 2001. Hasta mayo de 2006,
112 n
la prisin fue dirigida por la Corporacin , subsidiaria de
Sodexho. En julio de 2005, el ministro de Justicia de esa regin
de Australia anunci que la actuacin de haba sido irre-
gular y que haba sido multada con 600 000 dlares australianos
por no haber cumplido con medidas de ejecucin en los ltimos
cuatro aos. El gobierno originalmente busc un nuevo contra-
to con una compaa privada para establecer a Australia occiden-
tal como ejemplo de gestin y operacin correccional innovadora,
pero eso no ocurri.
En 2000, el entonces ministro de Justicia de Nueva Zelanda
declar: en el extranjero ha habido intentos, con bases ideolgi-
cas, por introducir prisiones privadas y no ha funcionado. En
2004, el gobierno legisl contra las prisiones privadas, y en julio
de 2005, el control de la nica prisin privada fue traspasado a
otro estado.
Y en cuanto a Estados Unidos, de donde todo esto proviene,
hay que mantener en mente lo que se ha dicho hasta aqu, y que
la industria y los promotores de la privatizacin no mencionan a
los gobiernos.
Aunque las comparaciones con Mxico se dicultan, sera
negligente que en este texto no se mencionaran tambin breve-
mente los problemas de los empleados de las prisiones privadas.
En las prisiones privadas hay un patrn ampliamente documen-
tado de entrenamiento deciente, salarios insucientes, largas jor-
nadas laborales, altas ganancias y una gran dependencia de la
tecnologa, en lugar del contacto personal con los prisioneros, gra-
cias al modo en el que las prisiones privadas estn organizadas.
Una investigacin reciente de un profesor de derecho de la
Universidad de California revel que la falta de inversin en re-
cursos humanos es la razn por la cual, cuando se compara la
poblacin en el mismo nivel de seguridad, las prisiones privadas
tienden a ser ms violentas que las prisiones pblicas.
En Illinois, los guardias de una prisin dirigida por
Group ganaban apenas ms de siete dlares la hora, sin un au-
mento durante cuatro aos. El ao pasado, emprendieron accio-
nes en busca de mejores condiciones, pues carecen de un
resplado en caso de ser despedidos. Por otro lado, si el director
de Group, George Zoley, fuese despedido, obtendra el do-
n 113
ble de su salario anual, de aproximadamente 3.8 millones de
dlares, y un bono de 1.8 millones de dlares (benecios por
haber sido empleado durante 10 aos); podra conservar el coche
de la compaa, y le pagara los impuestos federales que ge-
nerasen dichos benecios. Si se retira, recibira 2.9 millones de
dlares. En contraparte, un guardia de prisin de Illinois no
puede costear su retiro.
El salario y los benecios del seor Zoley, quien no es el nico,
por cierto, demuestran el tipo de ganancia generada por las com-
paas que manejan prisiones. Aqu aparecen las preguntas ob-
vias: Cmo se genera este excedente y a costa de quin?, es
correcto que el dinero pblico sea usado de esta manera cuando
podra ser usado para proveer servicios pblicos?
Conclusin
Aun cuando la idea de las prisiones privadas se ha expandido
alrededor del mundo, hay una fuerte oposicin de los gobiernos,
las , los grupos ciudadanos y todos aquellos preocupados
por las reformas en las prisiones.
En Estados Unidos, en abril de 2003, los obispos catlicos del
sur hicieron un llamado para terminar con las prisiones privadas,
y lo mismo ocurri en mayo de 2003 en la 215 Asamblea General
de la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos, y ambas hacen
campaas de apoyo a su postura.
Los abogados de derechos humanos en Israel mantienen una
batalla legal sobre si el gobierno tiene el derecho constitucional
de privatizar la gestin de las prisiones. Y en Canad, el gobierno
federal dej fuera el tema de las prisiones privadas para un
nuevo comit que revisa el sistema de prisiones del pas.
Aun as, en Mxico la gente puede preguntarse si la privatiza-
cin puede representar una peor opcin que la que ofrece ahora
o en el futuro el sector pblico de Mxico. Quiz la respuesta de
largo plazo sea s.
Mejorar el sistema de prisiones en Mxico requerir mucha
voluntad poltica y una visin clara de lo que la administracin
pblica debe ofrecer y cul es el mejor modo de nanciarlo.
114 n
Finalmente, es usual que las polticas referentes a las prisiones
privadas y los servicios correccionales las aplique el gobierno sin
que la poblacin tenga conciencia de lo que ocurre. A veces,
hasta el ministerio que dirige las prisiones es el ltimo en ente-
rarse sobre los planes de otros ministerios para privatizar los tra-
bajos pblicos o el nanciamiento.
Es importante estar conscientes de que mientras se discute el
futuro del sistema de prisiones de la ciudad de Mxico, la indus-
tria de las prisiones privadas y quienes apoyan la privatizacin de
las crceles en todos los niveles han estado buscando, al mismo
tiempo, un cambio en benecio de su propia agenda.
La privatizacin de las prisiones
Elas Carranza
Dejando de lado precedentes histricos de los siglos y ,
y de inicios del en los que el sector privado tuvo activa parti-
cipacin en la gestin de las prisiones en pases de Europa y
Amrica del Norte (en la mayora de los casos utilizando a las
personas presas como mano de obra barata o sin costo), el tema
se vuelve a plantear como negocio en Estados Unidos en la dca-
da de los ochenta, y se pone en el tapete primordialmente en
trminos econmicos, de costo-benecio y calidad de los servi-
cios. Estos son los argumentos principales que ahora promueven
tal privatizacin en Amrica Latina y el Caribe, a partir de las
necesidades de espacio por la sobrepoblacin, y la consecuen-
te necesidad de construccin carcelaria.
Se debe partir del hecho real de que en este momento estn
considerndose, y en algunos casos producindose, modalidades
de privatizacin en numerosos pases del mundo, y en varios de
Amrica Latina, a saber, Brasil, Chile, Colombia y Mxico. En el
Ilanud, despus de haber estudiado el tema e indagado la expe-
riencia de pases que han incursionado en el negocio de las
transnacionales penitenciarias, se ha llegado a la conclusin de
que las crceles privadas, lejos de ser una solucin para los
pases de Amrica Latina, agravaran la de por s grave situacin
penitenciaria. En este trabajo se explicar porqu.
Qu son las crceles privadas
Se denomina as a la situacin en la que el Estado delega a la
iniciativa privada su funcin de ejecutar la pena de prisin. En
116 n
este tema hay lmites que no han sido an analizados a profundi-
dad ni estn claramente denidos: en qu medida son delegables
las actividades que implican la ejecucin de la pena de prisin,
sin llegar a delegar la funcin misma?
El paquete completo que venden las transnacionales peniten-
ciarias y que preeren que sea aceptado ntegramente incluye
diseo, construccin, nanciamiento y administracin (opera-
cin y mantenimiento) de los centros penitenciarios. Hay que
analizar cada uno de estos cuatro segmentos por separado, pero
hay que tomar en cuenta que en el segmento de la administracin
de los centros en el que se plantea en concreto el tema de los lmi-
tes de lo delegable: es delegable la alimentacin?, la limpieza?, el
mantenimiento edilicio?, el vestido? Es delegable la seguridad?,
la guardia externa?, la guardia interna?, la disciplina? Hasta
dnde puede participar la empresa privada sin que el Estado
delegue la ejecucin de la pena misma?
La administracin de los centros que las empresas plantean
con una duracin de veinte aos es la parte ms importante del
negocio y la que produce mayores ganancias. Las empresas insisten
en que para ejecutar este componente deben tener a su cargo la
guardia interna; sin embargo, en la mayora de los pases esta fun-
cin es considerada indelegable por disposicin constitucional.
Puntos de vista para considerar el uso de las crceles privadas
Puntos de vista constitucional y legal
Qu es delegable y qu no lo es a una empresa privada y cules
no lo son? Planteados estos cuestionamientos, los juristas de
cada pas deben encontrar las respuestas a tales interrogantes.
Punto de vista poltico-criminal
Qu ventajas o desventajas podran traer las crceles privadas?
Desde este punto de vista son evidentes las consecuencias nega-
tivas de las crceles privadas:
n 117
Primera desventaja. Introducir una crcel privada en un sistema
penitenciario que tiene varias o muchas unidades sobrepobladas
y carencias materiales y de personal, crea una situacin de privi-
legio para un pequeo grupo, al tiempo que aumenta el deterio-
ro del resto del sistema.
Por ejemplo, pongamos que los pases X e Y hace tres aos
construyeron su ltima crcel. El pas X construy una crcel esta-
tal; el pas Y construy una crcel privada. Ambos pases tienen 10
crceles con capacidad para 10 000 personas presas, pero ambos
tienen 15 000 personas presas, o sea, a 150% de su capacidad. El
pas X tiene 10 crceles estatales; el pas Y tiene nueve estatales y
una privada. En los Cuadros 1 y 2 se describe esta situacin.
Cuadro 1. Pas con capacidad para 10 000, pero con 15 000 personas presas
Crceles de 1 000 cupos c/u Distribucin por unidad
0 crceles privadas 0
10 crceles pblicas 1 500
Cuadro 2. Pas con capacidad para 10 000, pero con 15 000 personas presas
Crceles de 1 000 cupos c/u Distribucin por unidad
1 crcel privada 1 000
9 crceles pblicas 1 555
Como se ve, en el pas X los limitados recursos penitenciarios
pueden distribuirse equitativamente con mejores resultados. En
el pas Y, en cambio, la sobrepoblacin se acumula progresiva-
mente en las crceles estatales, al tiempo que se establece una
distincin injusta y de dudosa constitucionalidad entre quienes
cumplen su pena en las crceles estatales y los pocos privilegiados
que la cumplen en la crcel privada.
En pases con alto crecimiento de poblacin penitenciaria,
como en los de Amrica Latina, a medida que pasa el tiempo la
sobrepoblacin aumenta, y se va acumulando inequitativamente,
hacinando a las personas de las crceles estatales, en contraste
con el privilegio de los pocos que estn, a un costo muy alto, en
la crcel privada.
118 n
Segunda desventaja. La empresa privada, por denicin, hace
negocios con nes de lucro. Ahora bien, si la ejecucin de la
pena se transforma en un negocio, se sustituirn los criterios que
hasta ahora han regido el uso de las penas (el derecho penal, la
poltica criminal, la tica), por los resultados del mercado y el
incentivo de lucro. Como resultado se tendra que vender y com-
prar cupos carcelarios y esto podra elevar las tasas penitenciarias.
Sobre esto no hay demasiada investigacin, pero es un hecho que
los pases que tienen ms tiempo en el negocio de la privatizacin
de prisiones y que tienen ms prisiones privadas poseen tambin
las tasas ms elevadas de presos. Estados Unidos tiene las tasas
ms altas del mundo; Escocia, Inglaterra y Gales cuentan entre
las tasas ms altas de Europa Occidental. Por contraste, las tasas
de la Repblica de Irlanda, que posee slo crceles estatales, son
mucho ms bajas que las de sus pases vecinos.
Tercera desventaja. Otras posibles consecuencias negativas de
las crceles privadas son cuestiones de diseo penitenciario y
tienen que ver con los costos de construccin y con una concep-
cin tecnocrtica (no tcnica) de la ejecucin de la pena que
deshumaniza las prisiones y lesiona derechos fundamentales de
las personas sancionadas con pena de prisin.
Si se hace una contratacin para el diseo y construccin de
una prisin es indispensable que participen criminlogos y peni-
tenciaristas del pas en la tarea asegurando su calidad desde el
punto de vista penitenciario y evitar innecesarias elevaciones de
costos. Se debe poner especial cuidado al controlar el tamao
de las crceles y sus caractersticas (mxima, mnima o media se-
guridad). Es comn que las empresas promuevan la construccin
de carsimos megacomplejos con el argumento de que permitirn
ahorrar costos en la ulterior administracin. Con este argumento
se construyen crceles inmensas contrarias a todo criterio peni-
tenciario o de derechos humanos, pues las investigaciones demues-
tran que existe una correlacin directa entre el tamao de las
crceles y la violencia y los conictos que ocurren en ellas.
De manera similar, las empresas son proclives a construir cr-
celes de mxima seguridad que son ms costosas y que, desde el
punto de vista criminolgico y penitenciario, deberan ser de uso
excepcional.
n 119
Hay que considerar tambin la introduccin de tecnologas
innecesarias y costosas con el argumento de que producirn ma-
yor seguridad. Por el contrario, un efecto de tales tecnologas es
que crean una dependencia tecnolgica que obliga a los pases de
bajos y medianos ingresos a importar repuestos electrnicos de
manera indenida para poder abrir o cerrar la puerta de una celda
que podra cerrarse con mayor seguridad por medio de una pa-
lanca y una barra de hierro. Lo mismo sucede en cada una de las
funciones elementales de los establecimientos penitenciarios.
Cuando los mecanismos se descomponen, no hay presupuesto
para reponerlos, y las crceles se transforman en un inerno en el
que no funcionan las cosas ms necesarias y elementales. Esta la-
mentable realidad se verica en varios pases de la regin.
Un argumento para utilizar tales tecnologas es que reducen
los costos de personal. Una promotora de esos negocios arma
que pronto se podr manejar un penal completo con una sola
persona y una computadora, y que ese sera el ideal, porque se
reducira el gasto de personal y por otra parte los presos y presas
no tendran ningn contacto humano con funcionarios, con lo
que se gana en seguridad.
Punto de vista econmico
Implica un ahorro para el Estado la delegacin de las actividades
punitivas a una empresa privada?
Un incentivo para contratar una empresa privada transnacio-
nal es el nanciamiento: en situacin de dcit scal, los gobier-
nos no tienen recursos para construir, y las empresas vienen con
un paquete que incluye nanciamiento.
En algunos casos, los organismos nancieros internacionales
no ofrecen lneas de crdito para prisiones y los pases que no
pueden acceder a crditos blandos para la construccin estatal se
ven tentados a tomar los paquetes con nanciamiento incluido
que les ofrecen las transnacionales penitenciarias. Estos paquetes
resuelven el problema del nanciamiento, pero a travs de costos
de construccin y ejecucin e intereses altsimos. Conclusin: el
negocio es malo y los pases aumentan su dcit y endeudamien-
to. En este error incurren los gobiernos que, en sus brevsimos
mandatos en muchos pases de slo cuatro aos de duracin
necesitan dar respuestas de corto plazo en el poco tiempo del
que disponen.
La mayora de las veces, la promesa de nanciamiento de la
empresa transnacional es una trampa. La empresa inicia o com-
promete la construccin, pero despus de lanzar el proyecto, lo
complementa con prstamos blandos que solicita de la banca
nacional, as el Estado termina nanciado con sus propios recur -
sos el negocio de la empresa privada.
Sin tomar en cuenta de los inconvenientes o posibles bonda-
des de las crceles privadas en los pases de altos ingresos de
Amrica del Norte y Europa,
1
no se puede trasladar su experien-
cia a los pases de ingresos medianos y bajos (o en vas de desa-
rrollo) entre los que estn los de Amrica Latina y el Caribe, y
suponer que la cosa funcionar de la misma manera.
En los pases de altos ingresos,
2
las crceles estatales y privadas
cuentan con recursos sucientes (todos pagados por el Estado
con dinero de los contribuyentes), y compiten para ver quin los
maneja con mayor eciencia. Las crceles estatales y las privadas
(en los pases que las tienen), cuentan con el presupuesto necesa-
rio. En cambio, en los pases de medianos y bajos ingresos con
grave dcit scal, abultada deuda externa, presupuestos raquti -
cos en materia de bienestar social y de administracin peniten-
ciaria, el problema fundamental son los recursos limitadsimos,
pues se carece de lo ms bsico en alimentacin, salud, espacio
fsico, etc. En tales condiciones, sera un grave error contratar el
bienestar de unos pocos a un costo per cpita mayor que el que
se asigna al resto de los presos y presas del sistema. En lo que se
debe pensar es en cmo mejorar, aunque sea en pequea medida,
las condiciones de los presos y presas del sistema.
1
Sobre el desarrollo de las crceles privadas en los pases de altos ingresos vase el infor-
me electrnico Prison Privatisation Report International <http://www.psiru.org/ppri.asp>
a cargo de Stephen Nathan de la Universidad de Greenwich.
2
Se ha utilizado la clasicacin del Banco Mundial en pases de altos, medianos y bajos
ingresos.
120
n 121
Se cita un ejemplo concreto: durante 1999 en un pas de
Amrica Latina la Direccin General de Adaptacin Social en
colaboracin con el Ilanud determinaron que el costo por perso-
na presa era de 15 dlares diarios. Esto representa un costo mo-
desto (aunque mucho ms alto que el de la mayora de los pases
de la regin) para un pas modesto, que debe atender tambin las
necesidades de salud, escuela, vivienda, infancia y ancianidad.
Luego, una transnacional penitenciaria contrat el diseo, cons-
truccin, nanciamiento y administracin de una crcel para
1 200 presos a 37 dlares diarios por persona (ms del doble del
costo real).
Si se multiplica en nmero de presos por el monto diario por
persona y esto se multiplica por 365 das del ao, se necesitarn
15 millones 984 mil dlares slo para sufragar el funcionamiento
anual de la crcel privada. Adems, la empresa j el diseo, -
nanciamiento y construccin en 73 millones de dlares. Los del
Ministerio de Justicia indican que si se ejecutara el contrato 7%
de las personas presas insumiran alrededor de 32% del presu-
puesto de todo el sistema penitenciario. El negocio resultara sin
ninguna duda muy benecioso para la empresa contratante, y es
probable que gastando ms del doble per cpita estos 1 200 presos
estaran atendidos de mejor manera. Pero es una solucin impo-
sible de extender a todo el sistema penitenciario, y causara un
grave quebranto econmico al sistema y al pas. En la actualidad,
como los dos gobiernos sucesivos al gobierno contratante detu-
vieron con buen criterio la ejecucin del contrato, la transnacio-
nal reclama una indemnizacin de 20 millones de dlares.
Este es un ejemplo real que se puede aplicar con pequeas
variantes a otros pases de la regin. Por eso no es posible trasla-
dar el negocio penitenciario de los pases de altos ingresos a
nuestros pases de medianos y bajos ingresos, porque los resulta-
dos son distintos, y pueden ser muy daosos. Ral Prebisch,
quien durante varios aos fue secretario general de la Comisin
Econmica para Amrica Latina de las Naciones Unidas (
, y el reciente premio Nobel de economa Joseph Stiglitz han ex-
plicado, con su gran autoridad, por qu esto funciona as.
Segn el ejemplo anterior, lo que nuestros pases deben hacer
no es mantener al grueso de las personas en crceles estatales por
122 n
15 dlares diarios, y a un grupo reducido en una crcel privada
por 37. Se debe tratar progresivamente de ir elevando el nivel de
bienestar de todas las personas presas.
Punto de vista tico
Es ticamente conveniente privatizar la ejecucin de las sancio-
nes penales que representan el poder punitivo estatal?
Aunque la Constitucin lo permitiera o aunque se pudiera
cambiar la Constitucin para permitir la privatizacin de la eje-
cucin de la pena, sera acertado hacerlo?, sera acertado entre-
gar la ejecucin del poder punitivo estatal a la empresa privada?
En este argumento no se consideran los costos o la mayor o
menor eciencia con que la empresa privada pueda ejecutar las
sanciones, sino la conveniencia de que la ejecucin del poder pu-
nitivo estatal se transforme en un negocio. No sera la primera vez
que esto ocurre en la historia, pero repetirlo sera abandonar el
rumbo que la humanidad ha venido siguiendo. Primero el Estado
reasumi la ejecucin de la sancin, luego se introdujo el control
judicial, y cada vez mayor transparencia y control pblico.
En conclusin, ni ticamente ni por razones econmicas ni
segn la poltica criminal es conveniente entregar la ejecucin de
la pena de prisin a la empresa privada.
La seguridad dinmica como modelo
de seguridad penitenciaria
Christer Isaksson
Deniciones de seguridad
Hay muchas formas de describir qu es y lo que signica real-
mente la seguridad en un contexto penitenciario. En Suecia y
otros pases de Europa, a menudo se usa el trmino seguridad di-
nmica o, en ocasiones, dinmica de la seguridad. El problema es
que hay varias deniciones de este concepto. Muchos dicen co-
nocer la mejor denicin y muchos otros sostienen que ellos in-
ventaron el trmino, pero en este trabajo slo se trata de explicar
cmo se pueden mezclar los diferentes componentes de la segu-
ridad, de la mejor forma, para formar un concepto dinmico que
pueda utilizarse para mejorar la seguridad y que pueda aplicarse
prcticamente.
Como antecedente del concepto, hay que decir que algunas
deniciones de seguridad distinguen dos tipos: una esttica y
otra dinmica. La primera tiene que ver con aspectos tcnicos
y fsicos como muros, vallas, alarmas, puertas, ventanas, celdas,
etc. Este concepto tambin abarca los garrotes cortos, las armas,
las esposas y otras.
Todo lo que tiene que ver con el personal, como la educacin
y la capacitacin, la forma en que los miembros del personal, los
funcionarios o los guardias se comportan con los reclusos, su
actitud y la forma en que realmente se encuentran y comunican
con ellos es la parte dinmica de la seguridad.
124 n
Seguridad dinmica
En este texto se recalcan las consecuencias de la seguridad din-
mica, las posibilidades que ofrece y qu problemas anes puede
tener. Al nal se habla de otro trmino usado comnmente, segu-
ridad inteligente.
Antes de profundizar en el tema se debe aclarar que no se expo-
ne nada revolucionario. Esta no es una invencin exclusiva, es slo
una forma de concebir la seguridad que se ajusta a propsitos
personales y ojal que tambin a los de muchas otras personas.
Componentes de la seguridad dinmica
Se habla de cuatro componentes distintos o aspectos bsicos de
seguridad dinmica, tambin se dice que crean la dinmica de la
seguridad, ellos son: la seguridad tcnica y fsica, la seguridad
procedimental, el papel del personal y su comportamiento, por
ltimo, la asignacin de personal.
La seguridad tcnica y fsica
Este componente se reere a todo lo que facilita el control del
permetro fsico que constituye la prisin. Las edicaciones mis-
mas constituyen un respaldo. La mayora de las prisiones se
construyeron para que sean estables, para reclusos plenamente
controlados.
En los edicios carcelarios hay celdas o dormitorios para al-
bergar a los reclusos durante la noche, pero algunas veces tambin
en ciertos momentos del da. Hay barrotes, puertas, ventanas y
todo lo necesario para mantener el control y conar en las con-
diciones de las edicaciones. Esto depende del grado de seguri-
dad de la prisin.
De acuerdo con este parmetro, muchas prisiones en Europa
algunas de ellas en Suecia cuentan con buena seguridad: tie-
nen muros altos de cinco a seis metros de altura y difciles de
escalar. Otras prisiones con menor grado de seguridad tienen
n 125
cercas que slo evitan que la gente trate de escapar en forma es-
pontnea. Todo depende del grado de seguridad del centro de
reclusin. Entre las prisiones suecas, dos fueron construidas
de manera que fuera muy difcil entrar en ellas y sacar reclusos.
Esto se convirti en todo un problema hace dos o tres aos.
En la dimensin de la seguridad tcnica y fsica tambin se
cuenta con otro tipo de instrumentos que permiten mantener el
control. La mayor parte del personal de seguridad lleva alarmas
para llamar a sus colegas. Algunos tienen otros equipos de comu-
nicacin como radiotransmisores. Tambin hay fuera y dentro
del penal. Se cuenta tambin con alarmas que se activan por ra-
dar cuando alguien cruza una determinada lnea o zona.
El equipo tcnico y fsico depende del grado de seguridad de
la prisin. En las prisiones de tipo abierto casi no hay instrumen-
tos de esta naturaleza. En este tipo de prisin se procura mantener
slo reclusos que funcionan bien sin estas cosas; reclusos de
buena conducta por motivacin o por temor a perder sus privile-
gios si no se portan bien.
Todas estas cosas son de inters para una prisin, su uso de-
pende del n que persigue o de su grado de seguridad. En Suecia
se procura mantener el menor nmero de reclusos en prisiones
de alta seguridad; slo se mandan a stos cuando hay buenas ra-
zones para ello. La seguridad cuesta dinero y es frustrante para
quienes tienen que permanecer ah.
Aqu interviene el asunto de las armas. En Suecia, el personal
penitenciario no est armado. Se intenta controlar la situacin
sin ellas. Esto sucede en la mayor parte de Europa septentrional
y en Inglaterra, mientras que en Europa central y oriental pasa
todo lo contrario: los guardias tienen armas.
Seguridad procedimental
La segunda dimensin de la seguridad dinmica es lo que se lla-
ma seguridad procedimental. Este concepto remite a todo lo que
tiene que ver con reglas, instrucciones, rdenes, rgimen y planes
de emergencia.
126 n
Seguridad procedimental es la forma en la que el personal de la
prisin acta de acuerdo con las reglas y los procedimientos: es
llevar el tiempo, ver que se mantengan los puntos de control y
ver que los reclusos se encuentren donde deben. Tiene que ver
con la transportacin de reclusos a otros sitios de manera segura,
con hacer rondas, revisar las celdas y registrar a quienes visitan
a los reclusos. Todas las prisiones tienen normas y reglamentos.
El problema ms usual es que casi todas las instrucciones y los
reglamentos no estn actualizados. Otro problema es que han
sido redactados durante distintos periodos; en algunas ocasio-
nes el problema es que pueden incluso contradecir otras ins-
trucciones.
A veces estas instrucciones y rutinas se encuentran en sitios
tan distintos que nadie est realmente actualizado y es difcil sa-
ber con exactitud cules son las instrucciones vigentes. En oca-
siones estas instrucciones son actuales y apropiadas pero, en
otras, a nadie le importan porque se han vuelto obsoletas.
Estas son algunas de las experiencias pasadas, y la nica forma
de corregirlas es revisar todo, modernizarlo. Hay que simplicar
los reglamentos y planes para que puedan ser asimilados y com-
prendidos por quienes tienen que observarlos.
La experiencia tambin indica que las reglas e instrucciones
deben redactarse muy cuidadosamente para que el personal de la
prisin pueda seguirlas. El personal sigue instrucciones si las co-
noce, si est de acuerdo con ellas y si puede seguirlas. Para lograr
esto es importante contar con cierto grado de colaboracin al
redactar las instrucciones. Se debe permitir que el personal par-
ticipe en esto y entonces actuar de conformidad.
La seguridad procedimental tiene que ver con planes de emer-
gencia acerca de cmo actuar ante cualquier incidente en la pri-
sin. En Suecia se han revisado la mayora de los antiguos planes:
qu hacer en caso de incendio, conatos de violencia, amenazas,
tentativas de escape, manifestaciones, huelgas y otras emergen-
cias. Hay planes acerca de cmo actuar cuando hay problemas
tcnicos, cortes de electricidad y muchas otras cosas. Idealmente
stos se revisan cada ao y cada prisin tiene que ensayarlos re-
gularmente con ejercicios para que las cosas funcionen como se
quiere. Los planes de emergencia y ejercicios han tenido gran
n 127
xito. Permiten que nuestras acciones sean ms predecibles.
Aprendemos de nuestros errores y a la mayor parte del personal
le gusta pasar por estas pequeas sesiones de prctica.
El papel del personal; capacitacin, conducta y actitud
El papel del personal de la prisin constituye la tercera dimen-
sin de la seguridad dinmica y es el aspecto ms destacable.
Tiene que ver con los aspectos blandos de la seguridad, est
relacionada con la calidad del personal, con su capacitacin, con
sus aptitudes interpersonales y con su capacidad para comuni-
carse. Tiene relacin con la actitud del personal con los reclusos,
cmo se relacionan con ellos y cmo los tratan.
La mayor parte de la seguridad en la prisin depende del
personal, de los funcionarios o guardias. Si estn bien capacita-
dos, motivados y dotados de aptitudes puede evitarse la mayor
parte de los problemas. Si los guardias de la prisin hacen bien
su trabajo se pueden evitar muchos problemas.
La idea es aprovechar las aptitudes de los funcionarios para ir
un paso adelante, para estar ah antes de que ocurran las cosas y
para saberlo antes de que ocurran. Si se sabe qu est pasando en
la prisin, si se reune suciente informacin, si se escucha con la
debida atencin y se buscan los signos, estaremos un paso ade-
lante y se conocer la situacin. Si hay cercana con los reclusos
se puede tener nocin de lo que est ocurriendo: se puede saber
si hay drogas en la prisin, si hay violencia, hostigamiento, asesi-
natos o amenazas, se puede estar enterado si algo grande est por
ocurrir en trminos de violencia, manifestaciones, planes para
escapar o simplemente para perturbar el orden en la prisin.
Si el personal penitenciario est cerca de los reclusos podr
obtener buena informacin, ganarse su conanza y con eso
puede medirse el ambiente de la institucin. Si los guardias tie-
nen una relacin buena y clara, van a recibir de vuelta lo mismo
de parte de los reclusos. Esto no quiere decir que se entablen
relaciones estrechas. Alentamos a nuestro personal a crear, cuan-
do sea posible, relaciones pero de carcter profesional, no priva-
das. Hay una diferencia, aunque a veces la lnea que las separa es
muy delgada.
128 n
Tomar una actitud equivocada hacia el trabajo y los reclusos
es arriesgar la seguridad. Si no se es justo se crea frustracin, ira
y potencial violencia. Tal vez algunas personas piensen que esta
posicin es en alguna medida ingenua, pero sigue siendo parte
del concepto sueco. Se debe estar tan cerca de los reclusos como
la seguridad lo permita. En la mayor parte de las prisiones de
Suecia esto es posible; en ellas es seguro estar cerca de los reclusos
y entre ellos todo el tiempo o la mayor parte del mismo. Por su-
puesto, esta era mi losofa cuando fui director de la prisin en
la que trabajaba.
Esto nos lleva a otro tema en el que se debe poner nfasis tener
un sistema para recolectar informacin sensible. La situacin en
las prisiones, con un nmero cada vez mayor de reclusos que
pertenecen a pandillas, a la delincuencia organizada y a la delin-
cuencia internacional, ha hecho que se instrumente un trabajo
profesional de recoleccin real de informacin sensible para po-
der tenerla con anticipacin y controlar y detener actividades de-
lictivas que se cometeran en las prisiones, as como otras que se
planicaran en la prisin y se realizaran fuera, en la sociedad.
Estos son los tres principales componentes de la seguridad
dinmica. En los ltimos aos se ha agregado un cuarto compo-
nente del que se hablar a continuacin.
La asignacin de personal
No importa cun bueno sea el personal, cun capacitado est,
cun dedicado sea si no est en el sitio adecuado; es decir, en la
prisin o en el sitio en que debera estar. Tal vez ste es un pro-
blema europeo o slo sueco, pero de alguna manera parece que
se coloca a la gente en el sitio en que debera estar cuando no se
pone atencin al asignarlos.
Hay muchas otras cosas que ocupan el tiempo disponible: se
hacen muchas reuniones, hay muchos quehaceres y asuntos im-
portantes que mantienen al personal fuera del sitio donde podra
ser ms til. Tambin es problemtico que cuanto ms tiempo se
trabaja ms se buscan otras cosas que hacer. Estar donde estn
ocurriendo las cosas, en torno a los prisioneros todo el tiempo es
n 129
agotador, pesado y de mucha responsabilidad, porque stos no
siempre son amables. En muchas ocasiones son acosadores, rega-
ones, molestos y a veces amenazantes. A menudo es mucho ms
cmodo hacer otra cosa, conversar con los otros guardias o estar
sentado en la ocina de algn funcionario de la prisin en vez de
estar donde podra uno ser ms til. En otros pases de Europa
en que se habla de la seguridad dinmica se omite este aspecto
pero es necesario recalcarlo.
La dinmica de la seguridad
Para hacer efectiva esta propuesta, se deben sopesar estos factores
juntos y en forma dinmica, esto signica que se haga un intercam-
bio de distintas fuerzas y poderes distintos. La dinmica de la segu-
ridad es equilibrar estos factores dependiendo de la necesidad, de
los recursos de la situacin real y del grado de seguridad.
En una prisin abierta no hay muchos mecanismos de restric-
cin tcnicos o fsicos, de manera que se tiene que tener mejor
calidad en los otros factores. En una prisin de mxima seguri-
dad normalmente se tienen muy buenos medios tcnicos y fsicos
para controlar el orden y hacerla segura, se tiene un rgimen es-
tricto y buena seguridad procedimental. Esto signica que las
aptitudes individuales de los funcionarios de la prisin tienen
que ser distintas, quizs no puedan estar tan cerca, probablemen-
te sera peligroso.
En una prisin normal se puede tener cierto rgimen, deter-
minada interaccin entre el personal y los reclusos. Si hay pro-
blemas podran agregarse algunas de las dimensiones de la
seguridad procedimental, cambiar las instrucciones e imponer
un rgimen que administre mejor la situacin. Es necesario co-
nocer bien la prisin en la que se trabaja para dar a estos aspectos
el peso correcto para mantener un buen control.
Posibilidades
Trabajar en seguridad de manera dinmica, ofrece muchas posi-
bilidades. Se pueden tener distintas instrucciones para prisiones
distintas dependiendo el grado de seguridad. Tener las mismas
instrucciones o regmenes sera un desperdicio de tiempo, dinero
y tambin implicara la imposicin de restricciones innecesarias
a prisioneros que probablemente no las requeriran.
Trabajar dinmicamente signica que se puede cambiar el r -
gimen segn se presente la situacin. Se pueden tener instruccio-
nes o seguridad ms laxas cuando las cosas estn funcionando
bien y la poblacin carcelaria no requiere de ms. Las restriccio-
nes se pueden hacer ms fuertes cuando sea necesario adquirir el
control de nuevo.
De acuerdo con esta forma de pensar, una buena seguridad
fsica permite mayor apertura dentro de la prisin y un trato ms
humanitario. Con un buen trabajo de recoleccin de informa-
cin sensible se garantiza un mayor control. Se sabe a quin hay
que vigilar y a quin se le puede tener ms conanza. Esta es la
base para la adopcin de medidas y acciones necesarias y ofrece
la oportunidad de evitar incidentes, violencia y el control de la
prisin por parte de pandillas.
La buena capacitacin del personal es indispensable para ad-
ministrar la prisin dinmicamente. Hay que ponderar las opi-
niones y la informacin que se obtienen con un buen personal.
Es tambin una forma de involucrar a ste. Siempre es ms grati-
cante que la administracin de la prisin confe en la opinin
del personal. Trabajando as, cualquier prisin puede adaptarse
constantemente a la situacin a partir de la interpretacin y se-
guimiento de lo que est ocurriendo y de los cuatro pilares de la
seguridad dinmica.
Problemas
Esta propuesta puede ser cara porque no funciona bien si hay
poco personal y si se est funcionando con presupuesto muy
bajo, pero esta no es una cuestin de blanco o negro; no es
todo o nada. Pueden usarse aspectos humanos y tcnicos de
la seguridad y mezclarlos sin importar cunto personal se tiene,
por supuesto que en una forma distinta.
130
n 131
Trabajar muy cerca de los reclusos puede acarrear una posicin
de peligro con posibles amenazas y violencia contra el personal. La
toma de rehenes es otro problema posible. Esto tiene que evitarse
mediante un juicio sensato y las precauciones del caso. De otro
modo, se acabar teniendo un personal con miedo y eso no es
signo de seguridad dinmica ni de ninguna buena seguridad.
Otro posible problema cuando se trabaja en proximidad de
los reclusos es la corrupcin. Es todo un tema en s y tiene que
abordarse por separado y de manera adecuada. Adems, en algu-
nos pases los sindicatos tienen sus ideas acerca del trabajo cerca
de los reclusos y es probable que planteen interrogantes e inten-
siquen los problemas.
En conclusin
La seguridad dinmica es una forma de equilibrar distintos as-
pectos de la seguridad de manera dinmica y exible. Su prop-
sito es lograr lo mejor a partir de los recursos disponibles; tener
un instrumento para que el director de una prisin sepa qu est
ocurriendo en ella, interpretarlo y crear una mezcla equilibrada
de medidas, una especie de coctel adecuado al nivel de seguridad
establecido y que pueda cambiarse con rapidez.
Por ltimo, van unas pocas palabras acerca de otro trmino de
la seguridad que se trata de ensear al personal sueco, a los direc-
tores de prisiones para que lo tengan presente: seguridad inteligen-
te. Y, qu es?, qu signica?, es algo distinto de la seguridad
dinmica? En cierto modo no es distinto pero s en otro sentido.
Esto se reere a pensar en trminos de procesos cuando se admi-
nistra una prisin, cuando se decide qu medidas tomar. La se-
guridad inteligente implica simplemente pensar antes y tratar de
imaginarse qu acciones en contra tomarn los reclusos cuando
se toman ciertas medidas.
Seguridad inteligente signica que antes de que se tome cual-
quier decisin activa que vaya a tener impacto en asuntos impor-
tantes o marcar una gran diferencia en la prisin, se debe analizar
cules sern las consecuencias: Si hacemos esto cmo reaccio-
narn y cmo reaccionaremos a sus reacciones? Seguridad inte-
132 n
ligente signica pensar por adelantado, prepararse para un
cambio, adelantarse y tener soluciones alternativas.
Si las consecuencias no son lo que se esperaba, entonces se
debe pensar en una forma distinta de alcanzar los resultados que
se queran al comenzar. Es esto algo sobre lo que se pueda con-
versar o escribir?, seguridad inteligente? Suena ms bien a simple
sentido comn. Es cierto, es sentido comn, pero el sentido co-
mn es algo que no puede menospreciarse. Varios problemas
que se producen en las prisiones han sido creados por no analizar
las opciones o las reacciones de antemano. El sentido comn no
ha sido tomado debidamente en cuenta.
El sistema penitenciario mexicano:
retos y perspectivas
Elena Azaola
Agradezco a quienes han tenido el acierto y han hecho grandes
esfuerzos para podernos reunir aqu en torno al tema de las
prisiones.
Quiero, en primer trmino, dirigirme a los ponentes que nos
acompaan y que han venido de distintos pases para decirles:
bienvenidos! Hace aos que los estamos esperando, aos que
miramos nuestras crceles que no nos satisfacen, y que no hemos
sido capaces de modicar esta dolorosa realidad. Hace aos que
estamos inconformes, como s que ustedes tambin lo estn.
Nada deseara ms que en este seminario pudiramos sacar pro-
vecho de nuestras inconformidades; que nuestros esfuerzos no se
agotaran en la crtica, la denuncia o el lamento, sino que pudie-
ran arribar a buen puerto con el diseo de propuestas.
Tambin me gustara dirigirme a las autoridades presentes, a
quienes tienen en sus manos la posibilidad de tomar decisiones
que produzcan cambios, para rogarles que escuchen, que atien-
dan las propuestas de los ponentes, porque no podemos confor-
marnos con la situacin en la que hoy se encuentran nuestras
prisiones como si fuera irremediable. Por el contrario, estoy
convencida de que podemos disear mejores soluciones e invito
a todos a que nos demos la oportunidad de aprovechar el espacio
que nos brinda este seminario para imaginarlas.
134 n
Quisiera comenzar con una cita de don Antonio Beristain:
La crcel del maana ser diferente o no ser,
1
a la que regresa-
r al nal de mi exposicin.
Estudios sobre la prisin
Ahora har un breve recuento de estudios que se han hecho so-
bre la prisin y que han dejado huella. En primer trmino po-
dramos mencionar el estudio de John Howard The State of
Prisons, que ya desde 1777 hizo el primer anlisis de las crceles
europeas y comprob su deplorable desempeo. Ello a pesar de
que, segn se deca, dichas instituciones haban nacido con el
propsito de humanizar los castigos y dejar atrs la tortura y la
pena de muerte, como ms tarde lo mostr de manera ejemplar
Michel Foucault en su ya clebre Vigilar y castigar.
2
Desde entonces hasta ahora, los diagnsticos se han sucedido
y tambin los intentos de reforma. Despus de Howard vendra
Bentham, con su conocido panptico, cuya propuesta resultaba
ciertamente ms prctica y econmica, aunque tambin ms in-
humana.
3
Ya en el siglo , en 1940, Clemmer publica en Nueva York
su tesis sobre la prisionizacin, en que muestra los efectos ne-
gativos y destructivos que la pena privativa de la libertad tena
sobre los internos, abriendo la interrogante que, desde entonces,
nunca nos ha abandonado. En efecto, Clemmer se pregunta:
Cmo podemos sostener la tesis de la readaptacin social ante
la evidencia de los daos irreparables que produce la prisin?
4
Ms tarde, Erving Goffman conrmara esta tesis en su famoso
texto Internados, donde postula el concepto de instituciones totales
1
Jos Luis Prez, La construccin social de la realidad carcelaria. Los alcances de la organizacin
informal en cinco crceles latinoamericanas (Per, Chile, Argentina, Brasil y Bolivia), Lima,
Ponticia Universidad Catlica del Per, 2000, p. 17.
2
Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisin, Mxico, Siglo XXI, 1984.
3
Jeremias Bentham, De la medida de las penas y de las cualidades que deben tener, en
Revista Mexicana de Prevencin y Readaptacin Social, nm. 16, pp. 161-173.
4
Jos Luis Prez, op. cit., p. 17.
n 135
y muestra con todo detalle y sin lugar a dudas la alienacin que se
produce en los sujetos internos en este tipo de instituciones.
5
Tambin en Amrica Latina han surgido obras cuestionado-
ras de la realidad carcelaria. Para nombrar unas cuantas, cabe
recordar las de Lola Aniyar de Castro, Rosa del Olmo, Elas
Carranza, Ral Zaffaroni, Elas Newman o las de Sergio Garca
Ramrez. Estos y otros especialistas no han dejado dudas de que
las prisiones son a menudo los rostros ms dolorosos y olvidados
de la accin del Estado, los rincones ms obscuros donde todo
tipo de desviaciones se hacen posibles, quiz precisamente, a
fuerza de intentar esquivar el dolor o, mejor dicho, los distintos
dolores con los que hay que lidiar en el encierro. No hay ms que
mirar el deterioro continuo y brutal que ha tenido lugar en las
condiciones de vida en nuestras prisiones, cada vez ms atiborra-
das, cada vez ms inhumanas y cada vez ms degradantes.
Otros estudios han enfocado el mundo propio de las relacio-
nes que se producen entre los internos y el rgimen especial que
se genera para sobrevivir en prisin. Rgimen que, sin duda,
alienta el desarrollo de conductas crimingenas, lo que contradi-
ce los propsitos maniestos de la pena privativa de libertad.
Otras crticas han calado ms hondo y han dejado en claro la
irracionalidad de un sistema que, con el encierro, no logra reparar
los daos inigidos a la vctima ni restaurar los desgarros del tejido
social ni mucho menos logra mostrar a los agresores las razones
por las que les resultara ms conveniente acogerse a las normas
que rigen la convivencia social. Dentro de estos aportes cabra
destacar los formulados bajo el paradigma abolicionista, as como
aquellos que siguen el modelo de la justicia restaurativa.
Asimismo, otros estudios han penetrado a las prisiones para
hacernos or las voces de los internos. Estos estudios han dejado
en claro que los internos tambin tienen algo que decir y que nos
conviene escucharlos siempre que queramos que no sigan produ-
ciendo mayores daos a la sociedad. Algunos de los trabajos que
he realizado han hecho uso de esta forma de aproximacin.
6
5
Erving Goffman, Internados, Buenos Aires, Amorrortu, 1981.
6
Elena Azaola y Cristina Jos, Las mujeres olvidadas. Un estudio acerca de las crceles para
mujeres en la repblica mexicana, Mxico, El Colegio de Mxico/ , 1996.
136 n
Por otro lado, y si bien a menudo se tiene la idea de que en las
crceles reina el pleno desorden la ley de la selva, otros estudios
han mostrado que, detrs de esta apariencia, lo que existe es un
rgimen especial, con sus propias reglas, sus cdigos de conducta
que, si los miramos bien, no expresan ms que la forma en que
los seres humanos se adaptan a las condiciones, muchas veces
aberrantes, impuestas por el encierro.
7
Ello a pesar de que tam-
poco podemos negar que los cdigos de conducta impuestos por
lo presos son a menudo muy crueles y se encarnizan con los ms
dbiles.
Pasar ahora a hacer una breve descripcin general de las pri-
siones en Mxico.
Las crceles mexicanas
Existen en la repblica mexicana un total de 447 establecimien-
tos penitenciarios que, de acuerdo con el tipo de autoridad que
los tiene a su cargo, se distribuyen de la siguiente manera: 5 pe-
nales federales, 330 estatales, 103 municipales y 10 del gobierno
del Distrito Federal.
8
La composicin de la poblacin penitenciaria por sexo es de
95% hombres y 5% mujeres, porcentaje similar al que existe en
otros pases.
9
Del total de la poblacin interna, 56% ha obtenido
sentencia, en tanto que 44% son reos sin condena, porcentaje
que se ha mantenido ms o menos constante a lo largo de la l-
tima dcada.
En cuanto al fuero, 26% de los internos en el mbito nacional
se encuentran acusados por delitos del fuero federal, principal-
mente trco de drogas; mientras que 74%, por delitos del fuero
comn, porcentaje que tampoco se ha alterado signicativamen-
te durante la ltima dcada.
7
Jos Luis Prez, op. cit.
8
Elena Azaola y Marcelo Bergman, The Penitenciary System, en Wayne A. Cornelius
y David A. Shirk (eds.), Reforming the Administration of Justice in Mexico, La Jolla y Notre
Dame, Center for U.S.-Mexican Studies/University of Notre Dame Press.
9
Elena Azaola y Cristina Jos, op. cit.
n 137
Sin embargo, lo que s ha ocurrido durante el ltimo decenio
es que la poblacin en prisin se ha incrementado a un ritmo sin
precedente. En efecto, en los ltimos diez aos la poblacin en
prisin se ha ms que duplicado, lo que nunca antes haba ocu-
rrido en un periodo tan corto. De hecho, Mxico tiene hoy
(2006) una tasa de 245 presos por 100 mil habitantes, una de las
ms elevadas en Amrica Latina, mientras que hace diez aos
(1996) tena una de 102 por 100 mil. Ello signica que cada no-
che un cuarto de milln de habitantes duermen hacinados en
nuestras prisiones.
10
Me referir ahora a los resultados de dos encuestas que un
grupo de acadmicos hemos tenido la oportunidad de levantar
en el Distrito Federal y el Estado de Mxico.
11
Encuestas en las prisiones del Distrito Federal
y el Estado de Mxico
Con base en dos encuestas que hemos levantado para recabar la
opinin de los internos en los establecimientos penitenciarios
ms importantes del centro del pas (Distrito Federal y Estado de
Mxico), hemos podido obtener datos que ponen en cuestin no
slo el desacierto que resulta incrementar en proporciones geo-
mtricas el nmero de personas en reclusin, sino tambin para
someter a juicio el desempeo de las instituciones que determi-
nan quines han de ir a prisin.
En efecto, los datos obtenidos permiten poner en cuestin las
polticas de seguridad pblica que se han impuesto como meta
llevar a ms personas a prisin, sin importar a quin y por qu; es
decir, sin importar que sea por delitos banales o que las crceles se
saturen de aquellos que estn ah bsicamente porque no han te-
nido una defensa apropiada. Y sin importar, tampoco, que nada
10
Informacin proporcionada por el rgano Desconcentrado de Prevencin y Readapta-
cin Social de la Secretara de Seguridad Pblica federal, 2006.
11
Marcelo Bergman, Elena Azaola y Ana Laura Magaloni, Delincuencia, marginalidad y de-
sempeo institucional. Resultados de la segunda encuesta a poblacin en reclusin en el Distrito
Federal y el Estado de Mxico, Mxico, , 2006.
138 n
de ello haga descender los ndices de criminalidad, en general, y de
violencia, en particular, que tanto preocupan a los ciudadanos.
12
Las encuestas que hemos tenido oportunidad de levantar en
centros penitenciarios en 2002 y 2006 se han propuesto interro-
gar a los internos para obtener informacin sobre cuatro rubros:
1) las caractersticas sociodemogrcas de los internos y del entor-
no familiar en que crecieron; 2) los delitos por los que se encuen-
tran recluidos y los que haban cometido con anterioridad; 3) la
evaluacin que hacen de las instituciones que intervinieron en su
detencin y juicio y, 4) las condiciones de vida en la prisin.
Levantar este tipo de encuestas de manera peridica permite
no slo obtener una radiografa de un conjunto de indicadores
en un momento determinado, sino tambin conocer cmo evo-
lucionan y se modican estos indicadores a lo largo del tiempo.
Otra razn para levantar estas encuestas tiene que ver con el he-
cho de que la informacin de la que se dispone para conocer los
distintos temas relacionados con la justicia proviene generalmen-
te de fuentes ociales: procuraduras, juzgados, policas y centros
penitenciarios. Esta informacin es valiosa pero incompleta ya
que proporciona solamente la versin ocial de los hechos con
los sesgos propios de la institucin que la provee.
Una encuesta levantada en prisin permite, en cambio, obte-
ner informacin desde el punto de vista del autor del delito.
Recolectar esta clase de informacin se constituye en una fuente
alternativa que permite contrastar y validar registros ociales
pero, fundamentalmente, permite detenerse y enfocar un tipo de
informacin que rara vez las instituciones de administracin de
justicia tienen inters en recabar.
La extensin de este trabajo no nos permitir abordar el con-
junto de temas sobre los que interrogamos a los internos. Nos
ocuparemos principalmente del deterioro que muestran las
condiciones de vida en prisin, y nos referiremos a las conclusio-
nes que nos fue posible extraer acerca del desempeo de las ins-
tituciones de justicia en Mxico.
12
Secretara de Seguridad Pblica, Programa Nacional de Seguridad Pblica 2001-2006,
en Diario Ocial de la Federacin, 14 de enero de 2003; Guillermo Zepeda, Los retos de la
ecacia y la eciencia en la seguridad ciudadana y la justicia penal en Mxico, Mxico,
, Fundacin Friedrich Naumann, 2006.
n 139
Entre los factores que han incidido en el incremento de ms de
ciento por ciento de la poblacin penitenciaria durante la ltima
dcada, cabe referir los siguientes: a) incremento en los ndices
delictivos, b) reformas a los cdigos que han endurecido las penas
y c) medidas administrativas que prolongan la estancia en pri-
sin.
La primera encuesta a establecimientos penitenciarios del
Distrito Federal y el Estado de Mxico se levant en 2002 y la se-
gunda en 2006. Estas dos entidades concentran 50 mil internos,
es decir, casi la cuarta parte del total de la poblacin en prisin
del pas. En ambas entidades se dise una muestra aleatoria y
representativa de la poblacin de sentenciados, lo que representa
poco ms de la mitad (56%) de quienes se hallan en prisin.
13
Se trata, al mismo tiempo, de las dos entidades que cuentan
con el mayor nivel de sobrecupo ya que renen a 40% de la po-
blacin excedente en prisin en escala nacional. Asimismo, son
las entidades que han tenido los mayores incrementos en pobla-
cin penitenciaria, ya que sta se duplica cada seis aos, lo que
da una idea de la magnitud de los problemas que enfrentan las
instituciones penitenciarias de estas dos entidades.
Por lo que se reere a las condiciones de vida, algunos de los datos
de la segunda encuesta que quisiera destacar, son los siguientes:
26% de los internos seal que no dispone de suciente agua
para beber.
63% considera que los alimentos que le proporcionan son
insucientes.
27% seal que no recibe atencin mdica cuando la re-
quiere.
Slo 23% de los internos dijo que la institucin le proporcio-
na los medicamentos que requiere.
La tercera parte de los internos opina que el trato que reciben
sus familiares cuando los visitan es malo o muy malo.
13
La muestra estuvo conformada, en la primera encuesta, por un total de 1 615 internos
e internas y, en la segunda, por 1 264. Los resultados completos de dichas encuestas
pueden consultarse en Marcelo Bergman, Elena Azaola, Ana Laura Magaloni y Layda
Negrete, Delincuencia, marginalidad y desempeo institucional, Mxico, , 2003; y
Marcelo Bergman, Elena Azaola y Ana Laura Magaloni, op. cit.
140 n
El apoyo que reciben los internos por parte de sus familiares
para proveerles de alimentos, material de trabajo, medicamen-
tos, ropa, etc., ha disminuido respecto de los datos que obtu-
vimos en la primera encuesta.
72% de los internos dijo que se siente menos seguro en la
prisin que en el lugar donde viva antes de ingresar.
57% dijo que no conoce el reglamento del centro penitencia-
rio donde se encuentra recluido.
El problema del hacinamiento es particularmente grave en los
dormitorios de las prisiones del Distrito Federal y los de la zona
metropolitana, donde existen establecimientos que cuentan con
ms de 9 mil internos.
14
Comparando los resultados de las dos encuestas, queda claro
que las instituciones penitenciarias estudiadas cada vez proveen
menos a los internos de bienes bsicos como ropa, cobijas y zapa-
tos. De hecho, en la segunda encuesta se obtuvieron, en todos
los renglones, porcentajes ms elevados para los artculos que la
familia provee a los internos; es decir, para los que la institucin
ha dejado de proveer.
Con respecto al trato que reciben sus familiares cuando los
visitan, 30% opina que es malo o muy malo, porcentaje simi-
lar al que se obtuvo en la primera encuesta. Uno de los motivos
14
Vale la pena sealar que el Conjunto de Principios de las Naciones Unidas para la
Proteccin de Todas las Personas Sometidas a Cualquier Forma de Detencin o Prisin,
as como el Comentario General 20 del Comit de Derechos Humanos sobre el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Polticos, han establecido que la obligacin de
tratar a los detenidos respetando su inherente dignidad es una regla bsica de aplicacin
universal. Los Estados no pueden alegar la falta de recursos materiales o dicultades
nancieras para justicar el trato inhumano. Los Estados estn obligados a proporcio-
nar a todos los detenidos y presos, servicios que satisfagan sus necesidades bsicas. El
hecho de no ofrecer comida o atencin mdica sucientes viola estos principios. De
igual modo, estos principios establecen que los detenidos o presos tienen derecho a
solicitar mejoras en el trato que reciben, o a quejarse del mismo. Las autoridades deben
responder con celeridad, y si la solicitud o reclamo son denegados, pueden ser presen-
tado ante una autoridad judicial o de otro tipo. Organizacin de las Naciones Unidas,
Conjunto de principios de las Naciones Unidas para la Proteccin de Todas las Perso-
nas Sometidas a Cualquier Forma de Detencin o Prisin, en <www.ohchr.org/spa-
nish/law/tratamiento_reclusos.htm>.
n 141
ms frecuentes de queja son los pagos que tienen que efectuar
sus familiares cuando los visitan, ya que les cobran, desde la en-
trada al penal, hasta por mandar llamar al interno o poderle en-
tregar ropa, alimentos o medicinas.
En cuanto a los niveles de seguridad, 72% de los internos dijo
sentirse menos seguro en la prisin que en el lugar donde viva
antes, porcentaje similar al que se obtuvo en la primera encuesta.
Asimismo, 57% dijo que, cuando menos en una ocasin, le ha-
ban robado sus pertenencias en la prisin y 12% dijo haber sido
golpeado, cuando menos en una ocasin, durante los ltimos
seis meses.
En la encuesta no obtuvimos cifras conables respecto del
porcentaje de internos que participan en actividades laborales o
educativas. Mientras que tres cuartas partes de los internos dicen
participar en estas actividades, las autoridades penitenciarias re-
conocen que slo cerca de una tercera parte tiene, en realidad, la
oportunidad de participar en actividades laborales o educativas.
De hecho, la mayora no participa porque la institucin no tiene
la capacidad para ofrecer a todos lo que, paradjicamente, les
exige para poder reducir sus tiempos de condena.
Conclusiones que se desprenden de las encuestas
En relacin con las condiciones de vida, los datos que arrojan las
dos encuestas levantadas en los centros penitenciarios ms den-
samente poblados de la repblica mexicana, nos permiten for-
mular las siguientes reexiones:
En trminos generales, casi todos los establecimientos peni-
tenciarios incluidos en el estudio muestran un deterioro y caren-
cias importantes en lo que se reere al acondicionamiento de sus
espacios, al estado de las instalaciones y del mobiliario, as como
en la disponibilidad y el acceso universal por parte de los internos
a bienes y servicios bsicos. Estas deciencias tienen un induda-
ble impacto negativo sobre la calidad de vida de los internos y,
consecuentemente, sobre el tipo de relaciones e intercambios
que se generan entre ellos y con el personal.
Una de las primeras conclusiones que esta situacin general
permite extraer, es que las prisiones no se consideran un rubro
sustantivo o relevante tanto dentro de la agenda poltica de
nuestro pas como de las polticas de asignacin de recursos. Las
prisiones no son vistas, en otros trminos, como un rengln en
el que merece la pena invertir sino, ms bien, como un gasto que
siempre sera deseable poder reducir, acortar.
Entre los temas que se debaten al interior del campo peniten-
ciario no parece haber una discusin que pondere seriamente los
costos y los benecios de esta poltica o que se centre en el anlisis
riguroso de los riesgos que entraa. Entre otros, los resultados de
las encuestas permiten sealar que no puede armarse que seguir
considerando la prisin como una institucin poco relevante o
marginal sea un hecho banal o que carezca de consecuencias.
Por otro lado, es preciso hacer notar que los familiares asumen
con frecuencia y de diferentes maneras una parte importante de
los costos de reclusin del interno dado que lo abastecen de bie-
nes y servicios bsicos que la institucin no les proporciona o lo
hace de manera insuciente. Esto signica que la institucin
impone o admite de facto que se impongan penas que incluyen a
la familia, que trascienden al interno. Adems de que esto es ju-
rdicamente inadmisible, coloca en una situacin de desventaja
a los internos que carecen de familia o cuyas familias no estn
dispuestas o no tienen la posibilidad de asumir dichos costos.
No obstante, tampoco encontramos que este tema est com-
prendido en el debate, cada vez ms necesario, en torno de los
lmites y los alcances de la funcin penitenciaria.
Varios de los datos que las encuestas mostraron en relacin
con el orden, la legalidad y la seguridad al interior de los estable-
cimientos penitenciarios, contribuyen a fortalecer la hiptesis de
que la institucin carcelaria tiende a conformar un universo
propio de relaciones que se caracteriza por el predominio de un
rgimen paralegal. Esto es que, como diversos estudios lo han
documentado, las crceles son espacios que propician la existen-
cia de una normatividad y una organizacin informal paralelas al
orden institucional formal.
15
15
Jos Luis Prez, op. cit.
142 n
El hecho de que los internos convivan durante cierto tiempo
en un rgimen con estas caractersticas, constituye un argumento
ms en favor de emprender una revisin a fondo y frontal acerca
del papel que, en la prctica, desempea hoy la institucin peni-
tenciaria.
Otro factor que aconseja la revisin del modelo que rige a las
prisiones, es el hecho de que stas no se encuentren en condicio-
nes de cumplir con los preceptos legales que tienen como funda-
mento; es decir, la doctrina de la readaptacin social mediante el
trabajo, la educacin y la capacitacin para el trabajo.
En este punto parece haberse centrado el debate que durante
muchos aos ha tenido lugar al interior del campo penitenciario,
sin que por ello pueda decirse que se hubiera logrado arribar a
una solucin satisfactoria. Esto ha conducido a considerar como
una de las salidas posibles la privatizacin de estas instituciones
lo que, por la experiencia que otros pases han tenido, sabemos
que tampoco constituye una respuesta a los problemas.
Por cuanto toca a la ecacia del conjunto de las instituciones
que intervienen en la procuracin de justicia, as como de las
polticas que sera aconsejable impulsar para poder mejorar su
desempeo, las encuestas sugieren otro conjunto de reexiones.
Por una parte, los datos sugieren que no slo importa conocer
quines son los sujetos que estn en prisin sino tambin cmo
puede explicarse que llegaran ellos y no otros, y qu puede esto
decirnos acerca de la calidad de los procedimientos judiciales y
de su apego a las normas.
Por otra, lo que hemos observado en las prisiones es que
buena parte de los bienes y servicios que requieren los internos
le son provistos por sus familiares, lo cual signica que la institu-
cin delega en ellos una parte de sus responsabilidades. Esto
pone de maniesto la ausencia de estndares explcitos respecto
de los bienes que las instituciones penitenciarias estn obligadas
a proveer, de acuerdo con las normas nacionales y con los trata-
dos internacionales que el pas ha suscrito sobre la materia. En
este caso, no parece que a la institucin le preocupe incurrir en
falta cuando, desde otra perspectiva, generar dichos estndares y
cumplir con las normas sera la forma ms efectiva para lograr
que los internos hicieran lo propio.
n 143
144 n
La ausencia de estndares o parmetros de calidad se percibe
tambin en otras fases de la procuracin de justicia. Tanto la ac-
tuacin de la polica, como la de los ministerios pblicos y los
jueces deja mucho qu desear en trminos de los estndares que
la ley establece y del respeto a garantas bsicas. Se puede decir
que cuando estos parmetros no existen, cualquier cosa puede
ocurrir, puesto que no hay normas claras a las que todos deban
sujetarse. A largo plazo, lo que situaciones como stas generan,
es una sociedad sin reglas claras en que todos saben que stas se
aplican slo parcialmente y con numerosas excepciones.
Es claro que una buena parte de los delitos no llega al conoci-
miento de las autoridades, por la desconanza que los ciudadanos
tienen por las represalias que pudieran sufrir por parte de los de-
lincuentes, y por el deciente desempeo de los rganos de procu-
racin de justicia. El reto consiste, entonces, en mejorar la calidad
de estos servicios y en incrementar la conanza de los ciudadanos.
La conanza no puede ser sino una consecuencia de la ecacia y de
la eliminacin de los abusos. Hoy en da, en cambio, quien denun-
cia, no slo teme enfrentarse a una autoridad que no cumplir ca-
balmente con su funcin, sino que tambin teme que el
delincuente pueda sobornar a la autoridad y perjudicarle an
ms.
Valdra tambin la pena preguntarse cmo nos imaginara-
mos instituciones de justicia que generaran ms conanza en los
ciudadanos?, qu tipo de resultados produciran estas institucio-
nes?, cules seran sus metas, sus prioridades?, de qu manera
tendran que operar para que pudieran contribuir a la recons-
truccin del tejido social en lugar de propiciar su debilitamiento?,
cules seran los estndares mnimos de calidad que podran
pedrseles?
Desde otra perspectiva cabra tambin formular la pregunta:
cul es el costo o los costos que paga el pas por las deciencias
de su sistema de procuracin de justicia? El principal es, sin duda,
el impacto que tiene sobre el Estado de derecho. En esta medida,
los objetivos primordiales del conjunto de las instituciones que
intervienen en la procuracin y administracin de justicia no
pueden reducirse al combate a la delincuencia, sino que tienen
que incorporar la necesidad de generar conanza en los ciudada-
n 145
nos, de reducir la arbitrariedad, de fortalecer la legalidad. Contri-
buir, en cambio, a reproducir la cultura de la ile-galidad, como en
buena medida ocurre ahora, implica una prdida para todos. Ello
no obstante que reconocemos la dicultad real que existe para
hacer visibles y convincentes las ganancias que se obtendran de,
por ejemplo, invertir para mejorar nuestras prisiones.
Invertir en mejorar el desempeo de las instituciones de pro-
curacin y administracin de justicia, en la ejecucin del debido
proceso, elevara los niveles de conanza de los ciudadanos al
tiempo que permitira arraigar la percepcin de que hay reglas
que nadie viola, que todos respetan. sta sera la mejor manera,
la ms slida y sustentable de reducir los ndices delictivos. Los
niveles de denuncia se incrementaran y la conanza tambin se
elevara como resultado de haber mejorado la habilidad para in-
vestigar y la disposicin para castigar a cualquiera que hubiera
violado las normas, con independencia de su posicin social.
Sin embargo, no se trata de invertir ms recursos, sino de
modicar prcticas, crear incentivos para las buenas prcticas y
disear procesos inteligentes. Sin un esquema claro de estndares
y parmetros de calidad o sin el establecimiento de prioridades y
estrategias podrn invertirse ms recursos, como se ha venido
haciendo, con los pobres resultados que hasta ahora se han obte-
nido. No se trata por tanto de un problema de falta de recursos,
sino de falta de diseo de polticas ms adecuadas.
Mientras este tipo de cuestionamientos no puedan formularse
y dar lugar al diseo de las polticas que orienten el quehacer de
las instituciones de procuracin y administracin de justicia, es
muy probable que stas continen contribuyendo a reproducir
una cultura de escaso apego a la legalidad.
Por otra parte, durante aos se ha discutido sobre la pertinen-
cia de sostener o no el paradigma de la readaptacin social, a
pesar de que numerosos estudios lo han puesto en cuestin.
Algunos de ellos han mostrado con toda nitidez que lejos de la
readaptacin, lo que prevalece en las prisiones es una subcultura
carcelaria donde predomina el rgimen informal, paralegal, que,
en todo caso, no hace otra cosa que prolongar la subcultura cri-
minal y llevarla adentro de la prisin, donde adems encuentra
las condiciones ideales para reproducirse. Baste sealar que los
146 n
valores y normas que sustentan la organizacin informal en las
prisiones, como lo han mostrado diversos estudios, no dieren
de los que rigen en las subculturas delincuenciales de los barrios:
son su prolongacin. La nica diferencia es que al interior de la
prisin involucran la participacin del personal penitenciario.
Para concluir
Quisiera retomar la idea de don Antonio Beristain que cit al
inicio de este trabajo, en que seala que las crceles del maana
deben ser otras. Efectivamente, pienso que las de hoy deben des-
aparecer para dar lugar a otras formas de justicia donde reparar
los daos a las vctimas ocupe el lugar principal en lugar de privi-
legiar, como hoy ocurre, el deseo de venganza, ms que de justicia,
sobre los agresores. Nada ganamos con denigrarlos; al contrario,
todos perdemos con ello. Debemos avanzar hacia una justicia ca-
paz de reparar los daos, restaar las heridas, en lugar de un siste-
ma que, como el que hoy tenemos, no hace sino producir nuevos
daos, magnicarlos. Avanzar hacia una justicia reparadora, hu-
manizante, que propicie la construccin de lazos sociales basados
en la solidaridad y no en la venganza. Es por ese camino que,
considero, debemos transitar.
Bibliografa
Comisin de Derechos Humanos del Distrito Federal, Informe
especial sobre la situacin de los centros de reclusin en el Distrito
Federal, 2005, Mxico, , 2006.
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sorios.df.gob.mx/reclusorios/index.html>.
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Retos y perspectivas del sistema penitenciario mexicano
Ana Laura Magaloni Kerpel
En este trabajo se exponen los resultados de un trabajo colectivo
que se ha desarrollado desde hace varios aos en la divisin de
estudios jurdicos del Centro de Investigacin y Docencia Eco-
nmicas ( ).
La investigacin denominada Delincuencia, marginalidad y desem-
peo institucional se ha elaborado en colaboracin con Elena
Azaola, Marcelo Berman y la autora de este trabajo. En ella se
intenta recolectar datos sobre cmo funcionan las instituciones
de procuracin y administracin de justicia en Mxico.
Los resultados presentados se obtuvieron de dos encuestas
con el mismo cuestionario, levantadas en los establecimientos
penitenciarios del Distrito Federal y el Estado de Mxico. La
primera encuesta se levant de mayo a junio de 2002, y la segun-
da entre septiembre de 2005 y enero de 2006. Ambas se constru-
yeron tomando en cuenta los estndares metodolgicos
necesarios para poder generalizar a partir de nuestros hallazgos.
Los temas que cubri la encuesta son cuatro:
1. Las caractersticas sociodemogrcas de las personas que estn
recluidas;
2. los patrones e historias delictivas;
3. el debido proceso, y
4. las condiciones de la vida en prisin.
Al respecto, esta ponencia abarca dos de estos temas. En el traba-
jo de Elena Azaola incluido en este volumen se presentan los
resultados de la encuesta con relacin a las condiciones de la
150 n
vida en prisin, mientras en este se abordan los patrones e histo-
rias delictivas y el debido proceso que debe tener todo recluso o
reclusa.
En el Distrito Federal, 50% de la poblacin en reclusin se
encuentra en tal situacin por robo simple sin violencia, con
montos menores a dos mil pesos. Esto contrasta un poco con el
Estado de Mxico, donde sobresalen los robos con violencia. Sin
embargo, en cualquiera de los dos casos, la mitad de la gente est
por robos simples, que en algunos pases democrticos ni siquiera
se sancionaran con crcel. Esta diferencia se va acentuando con
el tiempo y tiene que ver con la poltica criminal que ha seguido el
Distrito Federal en los ltimos cinco o seis aos. Adems, se debe
resaltar que a los elementos policiacos en el Distrito Federal se les
estn pagando bonos por puesta a disposicin ante el Ministerio
Pblico y por nmero de consignaciones ante el juez.
Este sistema de incentivos est causando estas polticas per-
versas, segn las cuales, se priorizan los casos ms fciles de re-
solver, los ms simples, esos que tienen que ver con el robo del
champ de la seora que estaba en el supermercado, y se hacen
a un lado los casos de investigacin criminal o los casos que re-
queriran mucho ms trabajo de los ministerios pblicos.
El segundo aspecto destacable es que, en vista de que los ndi-
ces delictivos son muy parecidos en las dos entidades federativas,
realmente no podran diferenciarse; en cambio, s hay diferencia
en lo que cada estado prepondera en su poltica criminal. En
todos los casos hay diferencias sustantivas entre el Estado de
Mxico y el Distrito Federal.
Quines son los reclusos?
La mitad de los robos son por montos menores a mil pesos y la
cuarta parte por robos menores a quinientos pesos, 50% de los
internos que estn por delitos contra la salud estn recluidos por
montos inferiores a mil pesos y la cuarta parte por montos infe-
riores a quinientos pesos; nalmente, una tercera parte de los
reclusos son reincidentes, o dicho de otra forma, dos terceras
partes no lo son.
n 151
Estos datos evidencian que el sistema penal mexicano est
atrapando posiblemente al eslabn ms dbil de la cadena delic-
tiva y todava no se pueden concentrar las fuerzas en las cabezas
o en las personas que se estn dedicando profesionalmente al
negocio de delinquir.
Qu pasa en trminos del debido proceso?
Las conclusiones ms importantes del estudio son que en estas dos
entidades federativas todas las autoridades que conforman el siste-
ma penal violan sistemticamente los estndares del debido proce-
so y dicha violacin no tiene ninguna consecuencia dentro del
proceso. Lo primero que revelan los datos es que 93% de los dete-
nidos fueron aprehendidos en agrancia o agrancia equiparada.
El primero de esos conceptos consiste en que atrapen a una
persona que est delinquiendo en ese momento y sea puesta a
disposicin del Ministerio Pblico. Por su parte, la agrancia
equiparada procede a travs de una investigacin criminal em-
prendida por la polica y el Ministerio Pblico contra un probable
responsable. En este caso, se tiene que pedir una orden de apre-
hensin al juez y cuando se detiene al delincuente, ya no va a la
agencia del Ministerio Pblico sino que se le pone inmediata-
mente a disposicin del juez.
En esta ciudad y en el Estado de Mxico, 93% de las detencio-
nes en agrancia no va acompaado de un proceso de investiga-
cin criminal sino que sucede en la calle, en los patrullajes, etc.
Es muy poco probable que se detenga a delincuentes despus de
cuatro horas de cometido el crimen.
Casi 70% de las detenciones suceden en las primeras cuatro
horas. La probabilidad va bajando signicativamente hasta llegar
a 15% de los que podran representar algn tipo de investigacin
un poco ms a fondo; sin embargo, si sucede despus de cuatro
das o ms, se est cerca del trmino agrancia equiparada. La a-
grancia equiparada son tres das.
La Constitucin seala que cuando la polica realiza una de-
tencin, tiene que dejar al detenido inmediatamente frente al
Ministerio Pblico o el juez. Qu signica inmediatamente?, pues
152 n
es algo que todava no denen bien los tribunales; su signica-
do es: sin demora.
Sin embargo, nosotros pensamos que ms de tres horas de
traslado en la patrulla no es un tiempo razonable. En este senti-
do, es fcil armar que 36% de las detenciones tardan ms del
tiempo razonable; hay todava un grupo importante de detencio-
nes que dura ms de 24 horas; y entre 7 y 24 horas est concen-
trado otro grupo que sera muy preocupante.
En la encuesta se pregunt si la persona detenida sufri alguna
amenaza, maltrato o tortura por parte de la autoridad. La res-
puesta vara segn el tipo de autoridad. Si se compara el 2002
con el 2005, el grueso de las agresiones amenazas, humillacio-
nes o golpes suceden en la fase de detencin, sea ante la polica
preventiva o ante la judicial. Esta ltima se percibe como la auto-
ridad ms agresiva y violenta.
Por lo tanto, mientras no se controle lo que sucede durante el
tiempo de detencin, es decir, la fase entre que el polica detiene
a una persona y la pone a disposicin de una autoridad, seguirn
sucediendo este tipo de conductas abusivas. La Suprema Corte
de Justicia de la Nacin ha decido que, cuando no se cumpla con
el derecho de poner a disposicin sin demora a la persona dete-
nida, el acusado puede proceder penalmente contra el polica, y
el juez podr evaluar o hacer las consideraciones pertinentes al
momento de evaluar las pruebas. Este es el ejemplo paradigmti-
co de que mientras esto no tenga consecuencias en el proceso, o
sea, mientras que a la polica o al Ministerio Pblico no le lleguen
casos por este tipo de arbitrariedades, seguirn sucediendo. No
hay sancin frente a este tipo de conductas.
Qu pasa durante la fase de la acusacin?
Al respecto, en la investigacin se est tratando de determinar
cunta informacin tiene el detenido para poderse defender, para
poder lidiar con las autoridades. La conclusin ms importante
es que la falta de informacin y la incomunicacin del detenido
siguen siendo conductas frecuentes. Por ejemplo, a 72% de la
muestra no se le explica la diferencia entre la fase de detencin y
n 153
la de juicio, no se le informa su derecho a no declarar y no se le
informa sobre su derecho a hacer una llamada telefnica. Los
detenidos pasan 48 horas o a veces ms tiempo con una autori-
dad y muchas veces integran el expediente a su criterio porque el
detenido no cuenta con un abogado, no pueden comunicarse
con sus familiares, entre otras circunstancias adversas.
En 70% de los casos no estuvo presente el abogado o una per-
sona de conanza cuando los inculpados rindieron su declaracin
y se declar culpable ante el Ministerio Pblico. Una tercera parte
de la poblacin en reclusin se declar culpable desde esa fase.
En cuanto al papel del juez, se trata de la gura ms desdi-
bujada y ausente, parece un simple funcionario que ratica algo
que ya hizo el Ministerio Pblico pero que no funciona realmen-
te como un rbitro entre las dos partes. De los sentenciados,
80% nunca pudo hablar personalmente con el juez; en 66% de
los casos, no estuvo presente el juez al rendir declaracin; y en
61%, no se le inform del derecho a no declarar. Como se puede
observar, siguen sucediendo claras violaciones a los derechos del
debido proceso sin ninguna consecuencia.
Cuando se pregunt a los acusados quin controlaba las au-
diencias, stos tenan la impresin de que ese es el papel bsico del
rbitro: un juez que est deniendo cmo participan las partes.
Segn los acusados, es mucho ms relevante la funcin de la secre-
taria mecangrafa que la del propio juez. No es sorprendente que
20% crea que la parte acusadora es la que est conociendo el pro-
ceso y nalmente, como cualquiera que haya tenido que ver con la
prctica de los tribunales, es en los secretarios de acuerdos donde
estn delegadas las ms importantes facultades jurisdiccionales.
Por ltimo hay que recalcar un tema, que es de los ms olvida-
dos en el debate sobre la reforma penal: la calidad de la defensa.
De los acusados, 73% tuvo un defensor de ocio. Este personaje,
por lo general, representa a personas que no tienen recursos para
contratar a un abogado privado.
En tales casos, slo 4% de la poblacin cree que su abogado
se esforz mucho en defenderlo, en contraste con los defensores
privados, que es de 32%. La diferencia entre ambos tipos de defensa
parece originarse en los problemas tpicos de nuestra sociedad,
entre ellos, una profunda inequidad frente a la ley.
154 n
Estas son algunas de las conclusiones ms importantes en
cuanto al debido proceso. Uno de los mayores retos del sistema
penal es elevar la calidad de las instituciones encargadas de perse-
guir y castigar al delincuente, as como recuperar la conanza de
la ciudadana a lo largo de todo el proceso penal, desde la deten-
cin hasta la sentencia. El acusado tiene que padecer un sistema
que no le garantiza en lo ms mnimo un juicio justo. Est amplia-
mente documentado que, en trminos de conanza ciudadana, el
proceso a travs del cual se priva de la libertad a un individuo es
tan o ms importante que el resultado mismo del juicio.
Por ejemplo, en una investigacin realizada en Estados Unidos
sobre los factores que inuyen en la conanza de las autoridades
judiciales, se detectaron los siguientes requerimientos centrales:
1. Que los traten dignamente;
2. que las autoridades estn dispuestas a escuchar la versin del
detenido, y
3. que puedan entender la secuencia lgica del proceso, y que
puedan tener algn control sobre l.
La muestra del revela que ninguna de esas tres condiciones
se da en el sistema penal mexicano. Por ello, no debe sorprender
la desconanza generalizada hacia todas estas instituciones, y no
debera sorprender a las propias instituciones. Para terminar, sera
bueno recordar una idea de Javier Solana respecto de la ecacia de
los derechos humanos en Mxico. Como habrn odo, este perso-
naje era un alto representante de la Unin Europea que vino a
evaluar la situacin de los derechos humanos y dijo: Mxico tiene
una situacin razonable de respeto a los derechos humanos, si
bien es cierto que an tiene que resolver problemas con el sistema
de justicia. Tambin sera bueno recordar una reexin de Robert
O. Varenik, director de Open Society Justice Initiative:
En la dcada de los ochenta y a principios de los noventa las grandes batallas
a favor de los derechos humanos estuvieron contra las dictaduras militares
y las intervenciones del ejrcito, sobre todo, en pases como Guatemala y El
Salvador, donde existieron masacres masivas de la poblacin civil. Todo fue
consecuencia de los enfrentamientos entre la guerrilla y los gobiernos dicta-
n 155
toriales. En cambio, ahora que estos pases han transitado a la democracia,
la agenda de derechos humanos es otra, y el grueso del problema dej de
estar en los dictadores o en los ejrcitos para ubicarse en los sistemas pena-
les. A diferencia de lo que ocurri en la dcada de los ochenta, cuando
Mxico tal vez no fue uno de los principales pases objeto del escrutinio
internacional, en esta dcada, nuestro pas est entre aquellos donde ocu-
rren los casos ms paradigmticos de abusos sistemticos en la operacin
del sistema de justicia.
Las instituciones del pas no han podido transformarse para recu-
perar su legitimidad democrtica. Tampoco el debate pblico ha
podido hacer algo en favor de los derechos humanos en este mbi-
to. Los datos presentados revelan cun importante es transformar
el sistema y qu tan urgente es, si se toma en serio la defensa de los
derechos humanos. Es necesario dejar de pensar que el juicio penal
es slo un nudo ms de los temas de la agenda nacional.
El sistema penitenciario y los derechos humanos en la ciudad
de Mxico. Una visin desde la
Emilio lvarez Icaza Longoria
La consolidacin de un Estado democrtico de derecho requiere
y exige que cada uno de sus ciudadanos ejerza de manera plena e
incondicional sus derechos fundamentales, los que debern estar
garantizados incluyendo a quienes son procesados por la presun-
ta comisin de un delito o los que estn compurgando una pena
privativa de la libertad.
En este sentido, el Estado tiene una obligacin positiva en
favor de quienes son especialmente vulnerables por su condicin
de estar privados de la libertad; as, los derechos humanos de las
y los reclusos son aquellos que se desprenden de los derechos
universales.
La dignidad humana de quienes se encuentran recluidos im-
plica que gocen de los mismos derechos que cualquier otra per-
sona, salvo los explcitamente afectados por la ley, por lo que el
sistema penitenciario no deber agravar los sufrimientos inhe-
rentes a la privacin de la libertad.
1
Por ello, en el diseo y aplicacin de las polticas pblicas de-
ber imperar la inclusin e igualdad de todas las personas, lo que
nos lleva a armar que si un sistema penitenciario carece de una
base fundamental en torno al respeto y ejercicio de los derechos
humanos no podr considerarse efectivo, lo que pondr en en-
tredicho el principio de readaptacin social.
Por tanto, proteger los derechos humanos dentro del sistema
penitenciario implica buscar los medios para evitar la limitacin de
1
Cartilla Derechos humanos y el sistema penitenciario, en <http://www.cdhdf.org.mx/pu-
blicaciones/cartillas/2004/05publipeni04.htm>.
158 n
los derechos que no hayan sido legalmente restringidos o la invasin
innecesaria del Estado en la esfera privada de los individuos.
2
En este sentido, en nuestro mbito los derechos de las perso-
nas en reclusin tienen su principal fundamento en el artculo
18 de la Constitucin mexicana; as como en los diversos instru-
mentos internacionales que en la materia han sido rmados y
raticados por nuestro pas, los que forman parte de nuestro
derecho interno.
Dentro de los principales documentos internacionales suscri-
tos por Mxico y vinculados con el mbito penitenciario estn la
Declaracin Universal de los Derechos Humanos,
3
el Pacto In-
ternacional de Derechos Civiles y Polticos,
4
las Reglas Mnimas
para el Tratamiento de los Reclusos,
5
las Reglas de las Naciones
Unidas sobre las Medidas No Privativas de la Libertad (Reglas de
Tokio),
6
Conjunto de Principios para la Proteccin de Todas las
Personas Sometidas a Cualquier Forma de Detencin o Prisin
7
y los Principios Bsicos para el Tratamiento de los Reclusos.
8
Actualmente existe una tendencia en Amrica y Europa, debido
a temas como democracia, seguridad, delincuencia, crimen orga-
nizado y terrorismo, a que los sistemas jurdicos y penales refuercen
medidas cada vez menos tolerantes, no slo hacia la poblacin que
2
Miguel ngel Contreras Nieto, 10 temas de derechos humanos, Comisin de Derechos
Humanos del Estado de Mxico, p. 19, en <http://www.bibliojuridica.org/libros/4/
1531/4.pdf>.
3
Fecha de adopcin, el 1 de diciembre de 1948. Jess Rodrguez y Rodrguez (comp.),
Instrumentos internacionales sobre derechos humanos , t. II, Mxico, , 1994,
p. 19.
4
Raticado por Mxico el 23 de marzo de 1981; publicado en el Diario Ocial de la Fede-
racin, 20 de mayo de 1981. Ibid., p. 42.
5
Fecha de adopcin, el 3 de agosto de 1955. Instrumento declarativo que, si bien no
impone obligaciones jurdicas, es un imperativo moral para los Estados miembro de la
. Ibid., p. 129.
6
Fecha de adopcin, el 14 de diciembre de 1990. Instrumento declarativo que, si bien
no impone obligaciones jurdicas, es un imperativo moral para los Estados miembro de
la . Ibid., p. 270.
7
Fecha de adopcin, el 9 de diciembre de 1988. Instrumento declarativo que, si bien no
impone obligaciones jurdicas, es un imperativo moral para los Estados miembro de la
. Ibid., p. 215.
8
Fecha de adopcin, el 14 de diciembre de 1990. Instrumento declarativo que, si bien
no impone obligaciones jurdicas, es un imperativo moral para los Estados miembro de
la . Ibid., p. 248.
n 159
delinque, sino tambin contra quien podra delinquir, de acuerdo
con la consideracin del Estado. As, hoy la prisin adquiere pre-
eminencia como un mtodo para castigar el delito.
9
Esto ha derivado en diversas consecuencias para el sistema pe-
nitenciario en general y en particular para los derechos humanos
de quienes se encuentran privados de la libertad. No ha sido ajeno
a esta problemtica nuestro pas, donde la situacin es bastante
desalentadora porque subsisten en gran medida el hacinamiento,
la corrupcin, los castigos ilegales, la falta de fuentes de trabajo, las
condiciones de vida subhumanas (en materia de comida, aloja-
mientos y servicios mnimos como agua o atencin mdica), la
violencia y la falta de trabajo, estudio y capacitacin.
10
En la actualidad, la capital del pas, una de las ciudades ms
grandes del mundo, alberga a 8 millones 605 mil 239 habitantes,
lo que equivale a 8.5% del total nacional.
11
Esto ha generado una
composicin demogrca heterognea, plural, con diversas ca-
rencias, necesidades, conictos y problemticas.
Dentro de este contexto, la ciudad de Mxico ha venido pade-
ciendo sus propias dicultades al existir un grave rezago en el
ejercicio ecaz de los derechos humanos de las y los internos,
muchos de los cuales se derivan de problemas estructurales que
deben ser atendidos con prontitud, a n de que el sistema peni-
tenciario pueda cumplir con su objetivo, que es la readaptacin
de los y las reclusas a la vida en libertad mediante su reinser-
cin al entorno comunitario.
12
De acuerdo con un informe de la de 2005, la
normatividad penitenciaria vigente para el Distrito Federal establece que los
centros de reclusin son aquellos establecimientos de carcter pblico desti-
nados a resguardar a las personas procesadas o sentenciadas que deban ser
9
Informe especial sobre la situacin de los centros de reclusin en el Distrito Federal 2005,
Mxico, , 2006, p. 40.
10
Diagnstico sobre la situacin de los derechos humanos en Mxico, Mxico, Ocina del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Mxico, 2004,
p. 19.
11
II Conteo de Poblacin y Vivienda 2005, sntesis de resultados, Mxico, , 2006, en
<www.inegi.gob.mx>.
12
Graves rezagos en los establecimientos penitenciarios, en DFensor, en <http://cdhdf.
org.mx/index.php?id=dfemar04edi>.
160 n
privadas de la libertad, por mandato de la autoridad judicial de acuerdo con
las diversas modalidades de privacin o restriccin de la libertad, prisin
preventiva o arresto administrativo.
13
Actualmente, en el Distrito Federal existen 11 centros de reclusin:
una penitenciara, tres reclusorios preventivos, dos centros de ejecu-
cin de sanciones penales, tres centros de readaptacin social (dos
de ellos para mujeres), un centro de rehabilitacin psicosocial y un
centro para sanciones administrativas (El Torito, no empleado para
la prisin preventiva ni para las sentencias de carcter penal).
14
La Secretara de Gobierno del Distrito Federal, a travs de la
Direccin General de Prevencin y Readaptacin Social, reporta
un total de 33 543 personas recluidas.
15
Este dato nos revela una
situacin acuciante que no debemos soslayar.
Al menos, 8 millones de personas en el mundo estn privadas
de la libertad legalmente; Mxico ocupa el dcimo lugar de la
poblacin mundial, y el sexto lugar de poblacin recluida con
212 mil personas.
16
En relacin con el total de la poblacin,
Mxico se encuentra entre los 32 pases con mayor tasa de perso-
nas recluidas por cada 100 mil habitantes.
17
Segn datos de la , la ciudad de Mxico, con una tasa
de reclusin de 384 por cada 100 mil habitantes, se ubica en el
lugar 11 mundial.
13
Informe especial sobre la situacin de los centros de reclusin en el Distrito Federal 2005, op. cit.,
p. 49.
14
Penitenciara del Distrito Federal, Reclusorio Preventivo Varonil Norte, Reclusorio
Preventivo Varonil Oriente, Reclusorio Preventivo Varonil Sur, Centro de Ejecucin
de Sanciones Penales Varonil Norte, Centro de Ejecucin de Sanciones Penales Varonil
Oriente, Centro de Readaptacin Social Varonil (Ceresova), Centro Femenil de Re-
adaptacin Social Santa Martha Acatitla, Centro Femenil de Readaptacin Social Te-
pepan, Centro Varonil de Rehabilitacin Psicosocial (Cevarepsi), Centro de Sanciones
Administrativas El Torito, en <http://www.reclusorios.df.gob.mx/reclusorios/index.
html>.
15
Secretara de Gobierno, Direccin General de Prevencin y Readaptacin Social, en
<http://www.reclusorios.df.gob.mx/estadisticas/index.html>.
16
Informe especial sobre la situacin de los centros de reclusin en el Distrito Federal 2005, op.
cit.
17
Ibid., p. 341.
n 161
Por s sola, su poblacin de alrededor de 33 543 personas re-
cluidas, ubica al Distrito Federal en el lugar 41 mundial. Son
slo cuatro los pases latinoamericanos que concentran mayor
poblacin recluida que la ciudad de Mxico: Brasil, Colombia,
Argentina y Cuba.
En el presente ao, el Distrito Federal ya cuenta con los dos
centros de reclusin ms poblados de Amrica Latina, cada uno
con ms de 10 mil internos, lo que, a su vez, los ubica como dos
de las crceles ms pobladas del mundo. Se trata del Reclusorio
Preventivo Varonil Oriente (con una capacidad para 4 870 perso-
nas) y el Reclusorio Preventivo Varonil Norte (con una capacidad
para 5 036 personas). Cada uno de stos tiene mayor nmero de
internos que el penal de Lurigancho, en Per, con 9 100 inter-
nos, para una capacidad de 2 000, y mucho mayor al ya clausura-
do penal de Carandiru, en Brasil, que al momento de ocurrir la
masacre en 1992 reclua 7 772 personas, ms del doble de la ca-
pacidad instalada.
En conjunto, los diez centros de reclusin de la ciudad de
Mxico cuentan con una capacidad instalada de 20 068 lugares. El
ndice de ocupacin alcanza un porcentaje equivalente a 167 por
ciento.
Lo anterior, tambin nos muestra un gran hacinamiento en
las centros de reclusin capitalinos, donde el ndice de ocupa-
cin pas de 142% en 2001, a 167% en 2007, y la capacidad
instalada aument en 6 488 plazas durante el mismo periodo;
en cambio, la poblacin se increment el equivalente a 11 000
personas.
Esto se ha visto reejado en las condiciones y la calidad de vida
de las personas privadas de su libertad; por ejemplo, en 2005, el
costo promedio diario por persona recluida era de aproximada-
mente 15 dlares, y para 2007 se redujo a alrededor de 10 dlares.
En ambos casos, 9 dlares estn destinados al pago de los sueldos
del personal que labora en el mbito penitenciario. De esa forma,
el gasto para alimentacin, mantenimiento y rehabilitacin de las
instalaciones, readaptacin y servicios generales se redujo de 6
dlares a uno diario en promedio.
Se trata de una situacin que no debemos soslayar, si partimos
del hecho de que la sobrepoblacin en los centros penitenciarios,
162 n
como lo ha sealado la Comisin Interamericana de Derechos
Humanos ( ), produce efectos perniciosos en las personas
recluidas e imposibilita una existencia digna, ya que se requiere
de condiciones elementales que hagan tolerable su cautiverio.
18
Pero las condiciones del sistema penitenciario del Distrito
Federal no slo las padecen las internas y los internos, sino que
van ms all al verse involucrada la sociedad en general, y los fa-
miliares de las reclusas y los reclusos en particular, quienes du-
rante las visitas llegan a sufrir un trato degradante e incluso
llegan a gastar de 100 a 200 pesos en cada da de visita, lo que
representa de dos a cuatro veces el salario diario mnimo vigente
en el Distrito Federal.
19
Es preocupante ver la situacin de las personas recluidas en
los centros penitenciarios de la ciudad capital, donde las cifras
nos reejan que existen violaciones sistemticas a sus derechos
humanos.
En 2001 se registraron en la Comisin de Derechos Humanos
del Distrito Federal ( ) 1 116 quejas presuntamente viola-
torias de derechos humanos en el sistema penitenciario de esta
ciudad, y para 2005 se incrementaron a 2 398, lo cual implic un
aumento de alrededor de 115 por ciento.
20
Cabe resaltar que la tambin ha registrado un incre-
mento de las menciones de autoridad en las quejas presuntamente
violatorias de derechos humanos en el mbito penitenciario.
En 2001 se registr un total de 1 135 menciones (de las cuales
1 040 fueron para la Secretara de Gobierno y 95 para la Secreta-
ra de Salud) y en 2005 hubo un total de 2 591 (2 010 para la
Secretara de Gobierno y 581 para la Secretara de Salud); esto
nos muestra que el incremento fue de aproximadamente 128 por
ciento.
21
18
Comisin Interamericana de Derechos Humanos, Informe sobre la situacin de los dere-
chos humanos en Mxico, Washington, D. C., 2 de septiembre de 1998, en <http://www.
cidh.org/countryrep/Mexico98sp/Capitulo-3.htm>.
19
Informe especial sobre la situacin de los centros de reclusin en el Distrito Federal 2005, op.
cit., p. 310.
20
Cifras reportadas por la Direccin General de Quejas y Orientacin de la .
21
Idem.
n 163
En relacin con el total de violaciones a derechos humanos en
las quejas presuntamente violatorias de derechos humanos refe-
rentes al sistema penitenciario, vemos que en 2001 fueron 1 198,
en tanto que para 2005 la cifra ascendi a 3 284; es decir, un
incremento de aproximadamente 174 por ciento.
22
En 2006 hubo un total de 1 859 quejas presuntamente viola-
torias de derechos humanos en el sistema penitenciario. Estas
quejas las presentaron 2 388 agraviadas y agraviados (482 perso-
nas del sexo femenino y 1 855 del masculino, y 51 grupos).
En relacin con las menciones de autoridad en las quejas
presuntamente violatorias de derechos humanos, la Secretara
de Gobierno tuvo un total de 1 592 y la Secretara de Salud 459.
Asimismo, el total de violaciones a derechos humanos en las
quejas presuntamente violatorias de derechos humanos fue de
2 658.
23
Sensible a esta problemtica y a sus consecuencias, as como
en el entendido de que toda persona sometida a cualquier forma
de detencin o prisin ser tratada humanamente y con el respe-
to debido a la dignidad inherente al ser humano,
24
la ,
desde el inicio de la presente administracin, se ha dado a la tarea
de ocuparse de la situacin de los centros de reclusin de la ciu-
dad de Mxico.
Por ello, en 2002 se dio inicio a un arduo trabajo de investiga-
cin y exigencia de rendicin de cuentas acerca de las condiciones
en que se administra la pena privativa de la libertad en los centros
de reclusin de la ciudad de Mxico.
25
En ese ao, la
elabor, junto con distintas instancias del gobierno local, el
Diagnstico interinstitucional del sistema penitenciario en el Distrito
Federal ( ). A partir de los principios de defensa y respeto a los
derechos fundamentales, el propsito de dicho documento no
22
Idem.
23
Idem.
24
Conjunto de Principios para la Proteccin de Todas las Personas Sometidas a Cualquier
Forma de Detencin o Prisin, adoptado por la Asamblea General en su Resolucin
43/143, el 9 de diciembre de 1988, Principio 1, en <http://www.ordenjuridico.gob.
mx/>.
25
Informe especial sobre la situacin de los centros de reclusin en el Distrito Federal 2005, op.
cit., p. 15.
164 n
fue slo sealar las condiciones del sistema penitenciario en
nuestra ciudad, sino impulsar las propuestas derivadas de los
trabajos, de acuerdo con las atribuciones y funciones de cada
una de las instituciones participantes.
Siguiendo esta lnea, en 2005 la present a la opinin
pblica y a los habitantes del Distrito Federal el Informe especial
sobre los centros de reclusin del Distrito Federal. 1 de enero de 2003 al
31 de diciembre de 2004, cuya informacin fue producto del anli-
sis y la sistematizacin de las quejas recibidas en la , del
seguimiento de las recomendaciones pendientes de cumplimien-
to, de las observaciones sobre la materializacin de las propuestas
contenidas en el y de la interlocucin con las autoridades y
los sectores involucrados.
26
Recientemente, el 14 de diciembre de 2006, la presen-
t el Informe especial sobre la situacin de los centros de reclusin en el
Distrito Federal 2005, el cual vino a ser el tercer informe que da
cuenta de la situacin de los derechos humanos de quienes estn
recluidos en las instalaciones penitenciarias de esta ciudad, as
como de las fortalezas y debilidades del sistema penitenciario.
En este documento se realiz un anlisis de los siguientes ru-
bros: espacios e instalaciones, alimentacin, servicios de salud,
seguridad y custodia, poblacin de reclusin bajo proceso penal,
readaptacin social, ejecucin de la sancin penal, grupos mayo-
ritariamente discriminados y visitantes.
De lo anterior deriv la necesidad de hacer mejoras a los ser-
vicios penitenciarios, a n de que incidan en un aumento de la
calidad de vida de quienes habitan los reclusorios, as como de
las personas que los visitan y de los que ah laboran.
Algunos resultados del ltimo informe de la son
contundentes, preocupantes y reveladores, lo que nos permite
reexionar y tomar conciencia tanto de las condiciones imperan-
tes al interior de los reclusorios, como de las implicaciones que
stas traen en materia de respeto a los derechos humanos de las
personas recluidas y sus familias. Cabe sealar que la principal
26
Informe especial sobre los centros de reclusin del Distrito Federal. 1 de enero de 2003 al 31 de
diciembre de 2004, Mxico, , 2005, p. 7.
n 165
recomendacin del informe 2005 fue la urgencia por erradicar la
sobrepoblacin penitenciaria.
Por otra parte, como resultado de las facultades que le han
sido encomendadas a la y de su actividad diaria, desde su
fundacin en 1993, ha emitido a la fecha 154 recomendaciones,
de las cuales 32 corresponden a violaciones a los derechos huma-
nos en el mbito penitenciario del Distrito Federal, y de stas,
cuatro se han emitido en el presente ao.
27
Lo anterior nos muestra que actualmente existe un dcit en
el ejercicio de los derechos humanos de quienes se encuentran
privados de su libertad en los centros de reclusin de la ciudad
de Mxico, aunque no debemos perder de vista que este proble-
ma es tan slo el ltimo eslabn de una cadena que forma parte
del sistema de justicia penal en su conjunto.
Por ello, en la actualidad es necesario poner de maniesto que
un sistema de justicia penal acorde con un Estado democrtico
de derecho, deber garantizar un efectivo acceso a la justicia, lo
que slo ser posible si existen las instituciones, las normas y las
prcticas que le den posibilidad a los derechos humanos.
Asimismo, es urgente que en el Distrito Federal contemos con
rganos de procuracin de justicia autnomos, en los que las
violaciones a los derechos humanos se investiguen y sancionen
con estricto e incondicional apego a la ley, y en los que se hagan
reparaciones justas que consideren los efectos de la violacin en
la dignidad de la vctima.
Hoy por hoy es urgente, imprescindible e impostergable una
reforma integral al sistema de justicia penal, en la que de manera
transversal impere la proteccin y la defensa irrestricta e incondi-
cional de los derechos humanos; dicha reforma deber incluir
no slo a todas las esferas de gobierno (ejecutiva, legislativa y ju-
dicial), sino tambin a la ciudadana.
En el mbito de la imparticin de justicia se requiere tomar
otras medidas que permitan atenuar la pena de prisin, por
ejemplo, por motivos culturales y econmicos, tales como la pro-
mocin y apoyo de las anzas de inters social para la poblacin
27
Informacin de la Direccin Ejecutiva de Seguimiento de la .
166 n
de bajos recursos y anteponer la reparacin del dao a las vcti-
mas frente al castigo del encarcelamiento.
Por ello, si bien es cierto en un Estado democrtico de derecho
es aplicable el ius puniendi (derecho a castigar), ste tambin debe
ser la ltima ratio; es decir, la imposicin de una pena privativa de
la libertad debe ser la excepcin y no la regla.
Por otra parte, hay que poner especial atencin a aquellos de-
litos que han sido dotados de gravedad, como el robo patrimonial
por cantidades mnimas de dinero, en donde se prioriza el castigo
antes que la reparacin del dao.
Otro elemento fundamental es dejar atrs la falacia de la incom-
patibilidad entre la seguridad pblica y los derechos humanos.
Slo ser posible resolver esta paradoja por medio de polticas
pblicas que tengan como sustento la dignidad de las personas,
y que no tengan a la privacin de la libertad como un recurso
para hacer frente a la inseguridad.
En este sentido, es importante generar en la ciudadana una
nueva actitud frente al delito, lo cual de ninguna manera deber
implicar que renuncie a sus derechos humanos frente al fenme-
no de la inseguridad pblica. Tambin se debe apoyar y no dis-
criminar a quienes se encuentran en situacin de crcel, para
contribuir a su readaptacin social.
La consolidacin de un Estado democrtico de derecho exige
que la readaptacin social se asuma como el ejercicio pleno,
irrestricto e incondicional de los derechos que le corresponden
a todas y todos los que han sufrido la privacin de su libertad.
En este sentido, la acompaa la posicin del actual
gobierno de la ciudad para llevar a cabo una reforma estructural
del sistema penitenciario.
Por lo anterior, consideramos que la creacin de nuevos cen-
tros penitenciarios difcilmente podr solucionar el problema de
la sobrepoblacin y las consecuencias que ello conlleva, si no son
resueltos previamente otros problemas vinculados tanto con la
prevencin del delito como con la procuracin e imparticin de
justicia.
En el lnforme especial sobre la situacin de los centros de reclusin
en el Distrito Federal 2005 subrayamos que la principal recomen-
dacin consiste en la necesidad de erradicar la sobrepoblacin
n 167
penitenciaria, ya que es un impedimento para la vida digna de
las reclusas y los reclusos.
De esta manera, en la proponemos la realizacin de
cuatro acciones que buscan hacer eco en el sistema penitenciario
del Distrito Federal, a n de contribuir a la solucin de las prin-
cipales problemticas que ya fueron sealadas.
1. La primera propuesta consiste en el tratamiento en externa-
cin para las personas en proceso; es decir, que puedan en-
frentar su proceso en libertad, ya que tan slo en 2005, una
tercera parte de la poblacin recluida en el Distrito Federal
an no haba sido sentenciada
28
y, siendo que los procesos se
llevan de un ao y medio a dos para la sentencia de primera
instancia y de dos aos a dos y medio para la sentencia de se-
gunda instancia, la lentitud de los procesos es una de las
principales causas de la sobrepoblacin.
2. La segunda propuesta de accin se reere al establecimiento
de penas alternativas para delitos no graves, porque considera-
mos que la solucin de fondo consiste en orientar las sancio-
nes de las faltas a la reparacin del dao y no a la reclusin
inmediata. Estamos convencidos de que a partir de la genera-
cin de sinergias y del trabajo corresponsable entre todos los
actores involucrados en el problema, tendremos la posibilidad
de transitar de un sistema de justicia que administra la ven-
ganza a uno que imparta una justicia estricta.
3. La tercera propuesta de accin se encamina hacia la aplicacin
de un programa orientado a iniciar de ocio los procedimientos
para la obtencin de los benecios de libertad anticipada, el
que se enfocara a la poblacin susceptible de dichas medidas.
4. La cuarta propuesta consiste en llevar a cabo las acciones ne-
cesarias para el traslado de la poblacin recluida por delitos
del fuero federal a penales de ese mbito.
Debemos ser objetivos y tener presente que tanto los problemas
de la delincuencia e inseguridad, as como los que aquejan al
28
Informe especial sobre la situacin de los centros de reclusin en el Distrito Federal 2005, op. cit.,
p. 45.
168 n
sistema penitenciario de la ciudad de Mxico son diversos y
complejos, ya que son consecuencia de la falta de empleo y edu-
cacin, de la pobreza, y de la escasez de recursos y oportunidades
equitativas, entre otros.
29
No obstante lo anterior, en la apostamos porque una
reforma que considere las propuestas que ya he sealado, contri-
buir al desarrollo de un sistema penitenciario ms justo y ms
eciente, en el que en realidad se ponga en el centro la defensa
de la dignidad de todas las reclusas y todos los reclusos.
29
Los rangos de edad que integran la poblacin penitenciaria del Distrito Federal son: de
18 a 20 aos (3 231); de 21 a 30 aos (14 108); de 31 a 40 aos (9 480), y de 41 en
adelante (6 724).
El personal penitenciario: su capacitacin y desarrollo
en un contexto de derechos humanos
Denia Nez
El aspecto ms importante de una prisin es la dimensin huma-
na, esencialmente referida a los dos grupos de personas que estn
en ella: las personas privadas de libertad y el personal penitencia-
rio. Sin embargo considero que el anlisis y las acciones se han
dirigido primordialmente a uno de estos dos grupos.
Un sistema penitenciario organizado, claro y transparente es
aquel que respeta a las personas en funcin de sus necesidades b-
sicas y posibilita formas de potenciar sus capacidades, previniendo
el deterioro penitenciario, y esto aplica para todas las personas que
estn en la prisin: las privadas de libertad y quienes trabajan ah.
En este sentido, la administracin penitenciaria es un servicio
pblico y como tal debe responder a la transparencia y a la tica.
Es decir, todo sistema penitenciario debe fundamentarse en
valores compartidos que constituyen un marco tico y moral
para la actividad pblica. Valores como respeto a la dignidad de
la persona, incluida la equidad entre gneros; respeto de la diver-
sidad de culturas, religiones y opiniones polticas y sociales; soli-
daridad; respeto de la ley; honradez y transparencia. Sin un
fuerte contexto tico, esa situacin en la que a un grupo de per-
sonas se le otorga una considerable autoridad sobre otro, puede
fcilmente devenir en un abuso de poder.
El personal penitenciario
Existe un Declogo del personal penitenciario escrito por An-
tonio Beristain, realmente hermoso y valioso, el cual tiene una
frase que siempre me llama la atencin: Nuestros funcionarios,
170 n
hombres y mujeres, necesariamente dotados de gran cabeza y
gran corazn. Creo que sta es la forma en que debe caracteri-
zarse al personal penitenciario.
Una de las labores ms difciles de la administracin pblica
es la relacionada con el trabajo penitenciario. Quienes hemos
tenido la valiosa experiencia de laborar en crceles sabemos lo
particular que resulta la institucin penitenciaria. Una institu-
cin en la cual las cosas se viven siempre al lmite (al menos en el
contexto latinoamericano) y hacemos intervenciones en situacio-
nes extremas, y donde el personal debe cada minuto resolver si-
tuaciones en las cuales la mayor parte de las veces est en juego
la vida de las personas: la vida en el sentido amplio de la palabra,
no slo en la proteccin de la integridad, sino porque tomamos
decisiones sobre las personas, decisiones que afectan su vida.
Para trabajar en una prisin, uno debe entender en qu con-
texto est realizando su trabajo, para poder as darle un sentido.
Entender la prisin como institucin total, como lo apuntaba
Goffman en su clsico libro Internados. Entender que la crcel es
una contradiccin y que la mejor prisin que consigamos ser
siempre una mala prisin.
Como le escuchara una vez a Pedro David, la crcel ha supera-
do los lmites de vigencia del fracaso. Es decir, la crcel ha fraca-
sado como institucin recuperadora, y tampoco ha funcionado
como medida ejemplar. El paradigma de la resocializacin entr
en crisis. Esto no signica que el personal deba resignarse a lo
irremediable de la situacin; el conformismo slo daa. Ah donde
las cosas son ms inhumanas tiene sentido un trabajo humano.
Lo que sucede es que ante la imposibilidad de cumplir la tarea
en los trminos en que la misma ha sido establecida, lo que viene
de afuera no siempre es apoyo y claridad, usualmente son crticas.
Ahora bien, cmo asumimos el personal penitenciario estas crti-
cas? Generalmente las sentimos como un ataque y lo vivimos en
nuestra persona, sentimos que no se valora nuestro aporte a la
sociedad. Algunos sectores de la sociedad consideran que los pre-
sos son personas de segunda categora y a veces los funcionarios
nos sentimos como funcionarios tambin de segunda. El trabajo
penitenciario no tiene un estatus alto. Mxime si consideramos
que en una sociedad regida por una economa de mercado, el es-
n 171
tatus de las personas se mide muchas veces por el lugar de trabajo
y el salario que se tenga. Y es que muchas veces la crcel, como
institucin, margina todo lo que se pone en contacto con ella, no
slo a la poblacin privada de libertad: tambin al personal.
Por tanto, es mucho tambin lo que debe trabajarse en el tema
de los derechos del funcionario penitenciario. Generalmente
cuando discuto con el personal el tema de los derechos de la po-
blacin privada de libertad, algunas veces me preguntan: Y
nuestros derechos? Esto al menos en el contexto latinoamericano,
porque si una crcel no rene las condiciones adecuadas para los
privados de libertad, tampoco la rene para los funcionarios.
Cuando un Estado decide no invertir en prisiones, ha decidido
implcitamente tambin no invertir en la salud de sus funciona-
rios, y hay que tomar en cuenta que como funcionarios pblicos
somos representantes del Estado. No es acaso sta una contradic-
cin?
En la actualidad, aun cuando hay una aceptacin retrica de
que los derechos laborales tambin son derechos humanos, es
mucho el camino que se debe recorrer para lograr una congruen-
cia entre los enunciados de los diferentes instrumentos interna-
cionales y su realizacin prctica. Incluso, a menudo falta tambin
voluntad poltica.
Es importante rescatar que la Organizacin Internacional del
Trabajo ha realizado una importante contribucin en la incorpo-
racin de los derechos laborales como derechos humanos, lo
cual puede verse en diversas declaraciones, resoluciones, infor-
mes, convenios y recomendaciones. Quiero rescatar aqu la Re-
comendacin 195 sobre el desarrollo de los recursos humanos:
educacin, formacin y aprendizaje permanente, adoptada en la
Conferencia 92 el 17 de junio de 2004.
En el instrumento se reconoce que la educacin y la formacin
son un derecho para todas las personas, y se reconoce tambin la
importancia de la inversin en la provisin de programas de
aprendizaje y formacin en el lugar de trabajo.
1
Pero no slo la
capacitacin es un derecho, lo son tambin:
1
Organizacin Internacional del Trabajo, Recomendacin sobre el desarrollo de los re-
cursos humanos: educacin, formacin y aprendizaje permanente, 2005, en <http://
172 n
Estabilidad
Condiciones de trabajo acordes a la dignidad humana
Igualdad de trato y no discriminacin
Derecho a una remuneracin justa
Igualdad salarial
Limitacin de la jornada laboral
Derecho al descanso
Derecho a la promocin laboral
Seguridad e higiene en el trabajo
Tratamiento de enfermedades profesionales
Derecho a la seguridad social
Derecho a la defensa
Vacaciones psicoprolcticas
Retomemos el tema de la capacitacin, podramos entonces
preguntarnos Para qu capacitar al personal penitenciario? Para
aumentar la competencia del personal en la atencin a los hom-
bres y las mujeres que han sido privados de su libertad; para que
hagan frente a los problemas y situaciones delicadas y urgentes
que fcilmente se presentan en los centros; para que sean genera-
dores de cambios cuando stos sean necesarios; para mantener
una experiencia colectiva que propicie la interaccin con miras
al logro de la misin que la sociedad encomienda.
Lo que marca la diferencia de cualquier institucin es su capital
humano, y la formacin es la clave en este proceso. La formacin
es la mejor estrategia para lograr los objetivos institucionales. Lo
cambiante de nuestra sociedad hace que ningn funcionario
pueda prescindir de la capacitacin continua como desarrollo de
sus potencialidades, facultades, aptitudes y caractersticas; en suma,
del incremento de sus posibilidades.
Una institucin con personal capacitado est en mejores
condiciones de solventar y hacer frente a los constantes retos que
se imponen en la actualidad. El personal debe ser el ms adecua-
do, capaz, formado y motivado; debe saber desempear su labor,
www.ilo.org/public/english/employment/skills/download/recom195sp.pdf#search=
Recomendacion%20sobre%20el%20desarrollo%20de%20los%20recursos%20huma
nos%3A%20educacion%2C%20formacion%20y%20aprendizaje%20permanente>.
n 173
y estar implicado y comprometido con la organizacin. Precisa-
mente por ello, la capacitacin debe ser entendida como una
inversin, no como un costo, y como tal debe planicarse y dise-
arse a la medida de la institucin. La capacitacin no es slo
transferencia de informacin o conocimiento sino desarrollo de
habilidades y aptitudes para el cambio.
Cmo debe ser esa capacitacin al personal penitenciario?
Las Reglas Mnimas de Naciones Unidas han cumplido ya sus
cincuenta aos de edad. Prcticamente es el nico instrumento
que dedica un espacio importante al tema de la seleccin y capa-
citacin del personal. Es el instrumento ms conocido y menos
aplicado.
En Europa tambin podemos encontrar la Recomendacin
R (97) 12 del Comit de Ministros sobre la responsabilidad del
personal penitenciario en cuanto a la aplicacin de sanciones y
medidas. Considero que esto es de mucha importancia, pues re-
toma el tema del reclutamiento, seleccin del personal, capacita-
cin y condiciones de trabajo, as como requerimientos ticos en
general.
A esta recomendacin podemos agregar una ms reciente, la
Rec (2006) 2, del 11 de enero de 2006, que constituye una revi-
sin de las Reglas Europeas para las prisiones, basadas en las
Reglas Mnimas. Esta ltima recomendacin subraya el concepto
de trabajo en una prisin como un servicio pblico, separado del
ejrcito y de la polica o servicios de investigacin criminal.
Quiero hacer aqu un poco de historia, para poder enmarcar lo
que sealar luego.
Como ustedes saben, las Reglas Mnimas fueron adoptadas el
30 de agosto de 1955 por el primer Congreso de las Naciones
Unidas sobre Prevencin del Delito y Tratamiento del Delin-
cuente, celebrado en Ginebra, y aprobadas por el Consejo Eco-
nmico y Social es sus resoluciones 663 (XXIV), del 31 de julio
de 1957, y 2076 (LXII), del 13 de mayo de 1977.
Las Reglas Mnimas tienen su origen en las Reglas Generales
para el Trato de los Reclusos, redactadas por la Comisin Inter-
174 n
nacional Penal y Penitenciaria en 1929 y revisadas por ese mismo
organismo en 1933. Estas reglas fueron raticadas en 1934 por la
Asamblea de la Sociedad de las Naciones.
El primer grupo internacional de expertos en materia de pre-
vencin del delito y tratamiento del delincuente en 1949 reco-
mend a la Comisin de Asuntos Sociales la revisin de dichas
reglas. Al mismo tiempo, la Comisin Internacional Penal trataba
de obtener la colaboracin de las Naciones Unidas para el mismo
n. Luego de varios aos de trabajo y consulta a los pases, por n
el Comit Asesor Especial de Expertos, reunido en 1953, incluy
en el programa del Congreso el tema de las Reglas Mnimas.
Tras fuertes deliberaciones durante el Congreso, se adopt
por unanimidad y sin abstenciones el texto de las Reglas Mnimas
para el Tratamiento de los Reclusos. En este valioso instrumento
podemos encontrar de la Regla 46 a la Regla 54, las recomenda-
ciones en materia de seleccin y formacin de personal.
El Primer Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevencin
del Delito y Tratamiento del Delincuente adopt tambin, el 1
de septiembre de 1955, una resolucin como Anexo de las Reglas
Mnimas: Recomendaciones sobre Seleccin y Formacin del
Personal Penitenciario. Son un total de 24 recomendaciones de
gran importancia que explicitan el nuevo concepto de la misin
que se le asigna al personal penitenciario, la cual los ha conver-
tido de simples guardianes, en miembros de un importante ser-
vicio social que exige competencia, una formacin apropiada y
una armoniosa cooperacin entre todos sus miembros.
Estas recomendaciones abordan los siguientes temas:
a) Concepto moderno del servicio penitenciario
b) Estatuto del personal y condiciones de servicio
c) Seleccin del personal
d) Formacin del personal
Es importante destacar que la Seccin I del Congreso dedic
cuatro sesiones para discutir este tema, el cual fue examinado
por el Congreso en su novena sesin plenaria y aprobado por
unanimidad. Asimismo, las aprobaron por unanimidad todas las
n 175
representadas en el Congreso y las personas participantes a
ttulo personal.
Quisiera especialmente destacar la importancia que estas re-
comendaciones expresan en cuanto al carcter social del servicio
penitenciario, el cual exige competencia y una formacin apro-
piada. Por otra parte, el punto d) del Ttulo seala que los
funcionarios penitenciarios disfrutarn de un estatuto perma-
nente que les dar derecho a gozar de los benecios de la carrera
administrativa como, por ejemplo, ascensos, seguridad social,
compensaciones y derecho a jubilarse o a recibir una pensin.
El artculo 2
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n 205
demuestran que la pobreza afecta de manera diferente a hombres
y a mujeres.
4
La desigualdad de oportunidades que afecta a las mujeres para
acceder al trabajo remunerado perjudica sus posibilidades de alcan-
zar la autonoma econmica. En 2002 se observ que, en el rea
urbana, casi 43% de las mujeres mayores de 15 aos carecan de in-
gresos propios, mientras que slo 22% de los hombres se encontra-
ban en esa situacin. Las mujeres rurales tenan una dependencia
econmica todava mayor en todos los grupos etarios.
5
Estos estudios de la sealan que la falta de autonoma
econmica, expresada en su capacidad de generar ingresos pro-
pios, coloca a las mujeres en una situacin ms vulnerable e in-
crementa la probabilidad de que importantes grupos de mujeres
caigan en la pobreza. Los datos disponibles muestran que las
mujeres contribuyen de manera signicativa a la reduccin de la
pobreza, pero sufren con mayor severidad sus efectos. Estos datos
ilustran cmo el control social afecta a los sectores ms vulnera-
bles econmica y socialmente. Por citar dos ejemplos externos a
Amrica Latina, una investigacin del Home Ofce en el Reino
Unido indica que para 2002, 20% de la poblacin femenina
presa era de extranjeras y 75% eran mujeres negras condenadas
por delitos de drogas, comparado con 41% del total.
6
En Estados Unidos un reporte especial de marzo de 2004
realizado por el Bureau of Justice Statistics sobre mujeres en
prisin seala que 46% corresponde a mujeres negras.
7
Del
mismo modo, el nmero de mujeres en las prisiones estatales
creci 75% de 1986 a 2001, constituyendo 5.2% de la poblacin
presa. El crecimiento de la poblacin de mujeres que descuentan
sentencia por delitos de drogas constituy ms de la mitad del
total del crecimiento.
4
, Panorama social de Amrica Latina 2002-2003, Santiago, Chile, 2004, en <http://
www.eclac.cl/cgi-bin/gctProd.asp?xml=/publicaciones/xml/012980/P12980.xml&xsl=/
dds/tpl/p9f.xsl&base=/prensa/tpl/top-bottom.xslt>.
5
L. Godoy, Entender la pobreza desde la perspectiva de gnero, / /Repblica de
Italia, Santiago, Chile, 2004, en <http://www.eclac,cl/publicaciones/UnidadMu-
jer/3/LCL2063/lcl2063c.pdf>.
6
Statistics on Women and the Criminal Justice System, Home Ofce, 2003, en <http://www.
homeofce.gov.uk/rds/pdfs2/s95women03.pdf>.
7
Vase <http://www.ojp.usdoj.gov/bjs/pub/pdf/wopris.pdf>.
206 n
Otros datos importantes en el contexto Latinoamericano indi-
can que ms de 85% de las mujeres presas tiene hijos, con el im-
pacto que tiene para ellos la privacin de la libertad de la madre.
En relacin con la edad, los porcentajes de mujeres a partir
de los 35 aos en adelante siempre son ms altos que en los va-
rones, lo que podra estar relacionado con el impacto diferencial
de la pobreza y el desempleo. Los estudios tambin evidencian
un alto porcentaje de mujeres presas sin condena que supera los
porcentajes de los hombres. Esta situacin coloca a la mujer en
una posicin de mayor vulnerabilidad, con el costo social que
esto representa, dadas las implicaciones para la familia, especial-
mente los nios y las nias. Evidencia, por otra parte, el abuso
en la regin de la prisin preventiva.
Condiciones de las mujeres en prisin
El incremento en la poblacin y la falta de una poltica planicada
para atender la situacin dio lugar a soluciones de emergencia tran-
sitorias que se consolidan y se convierten en la poltica a seguir.
Tenemos as, en muchos casos, centros con vieja infraestruc-
tura hacinados, y por tanto, la improvisacin de nuevos espacios
que en muchos casos gener los llamados anexos femeninos en
centros de varones. De nuevo, la situacin de la mujer en prisin
denida en funcin de la del hombre preso: como un anexo.
Muchas veces el permanecer en crceles mixtas podra impli-
car estar sujetas a las mismas medidas de seguridad de los hom-
bres. Algunas crceles de hombres han sido diseadas con altas
medidas de seguridad, siendo injusto ubicar una mujer en un
lugar como ste por su perl de riesgo. Al mismo tiempo, esto
obviamente afecta los programas de atencin.
La falta de presupuesto no debe ser excusa para la no satisfac-
cin de un derecho. Debemos tener presente el principio de cui-
dado que seala que cuando el Estado priva a una persona de su
libertad asume tambin el deber de cuidarla. El principal deber
del cuidado es mantener la seguridad de las personas privadas de
su libertad, como tambin proteger su bienestar. sta es una res-
ponsabilidad que el Estado no puede evadir. Proteger el bienes-
n 207
tar de hombres y mujeres reviste de diferencias signicativas, en
trminos de que las necesidades bsicas de ambos grupos pobla-
cionales son diferentes. No pueden por tanto ignorarse las dife-
rencias de gnero. Es decir, las cosas no han sido denidas en
trminos de atender las necesidades de las mujeres presas, sino
en trminos de lo ms cmodo y econmico para los siste-
mas penitenciarios. De nuevo la pobreza, en este caso de los
sistemas penitenciarios, afecta diferencialmente a hombres y a
mujeres reejando la discriminacin de que son objeto las mu-
jeres en la sociedad en general.
Si bien algunos pases han consolidado gradualmente un
modelo centrado en la atencin de las necesidades de las perso-
nas presas, en muchos casos an encontramos:
Limitado acceso a la educacin. La educacin se establece como
un derecho, as lo sealan los Principios Bsicos para el Trata-
miento de los Reclusos (Principio 6) y en las Reglas Mnimas
(Regla 77.1). Asimismo, la Convencin sobre la Eliminacin de
Todas las Formas de Discriminacin contra la Mujer ( ),
en su artculo 10 se reere al tema de la educacin y el acceso a
la misma, siendo que la mujer en su condicin de presa no debe
excluirse de estos derechos que le son inherentes.
Ausencia de atencin mdica continua y especializada, centra-
da en la prevencin y no slo en la atencin de emergencias.
Este derecho est consagrado en toda la normativa internacio-
nal, en las Reglas Mnimas de la 22 a la 26, en el artculo 6
del Cdigo de Conducta para Funcionarios Encargados de
Hacer Cumplir la Ley y en los Principios Bsicos para el Tra-
tamiento de los Reclusos (Principio 9). Asimismo en el artcu-
lo 12 de la .
Criterios moralistas para la concesin del derecho a la visita
ntima; para ampliar este tema puede revisarse lo sealado en
el artculo 16 de la en trminos de la libertad de la
mujer para decidir sobre su eleccin de pareja. Al mismo
tiempo es importante tomar en cuenta el principio de norma-
lidad que seala que aunque la vida en prisin nunca puede
ser normal, las condiciones en ella deberan ser tan cercanas a
la vida normal como sea posible.
208 n
Limitado acceso al trabajo y a la formacin para la capacita-
cin, la que reproduce los papeles tradicionales. Este derecho
est consagrado en toda la normativa internacional, en las
Reglas Mnimas de la 71 a la 76 y en los Principios Bsicos
para el Tratamiento de los Reclusos (Principio 8). Las regula-
ciones de la
8
y, por supuesto, el artculo 11 de la .
Falta de asistencia jurdica.
Limitados programas de atencin en el campo de la salud
mental.
Falta de atencin en el campo de la pediatra, la nutricin y la
psicologa, entre otros, para los nios y las nias que viven
con sus madres en prisin, obvindose la legislacin interna-
cional en esta materia, que establece que los Estados deben
velar por el inters superior del nio. El Estado tiene respon-
sabilidad con los nios y las nias en esta situacin en lo
concerniente a:
Servicio de guarderas mientras las madres trabajan.
Sistemas de proteccin contra cualquier forma de abuso
fsico, mental, descuido, trato negligente y malos tratos.
Servicios de salud adecuados.
Suministro de alimentos nutritivos.
Atencin prenatal y posnatal a las madres.
Condiciones adecuadas para el desarrollo fsico, mental,
espiritual, moral y social.
Espacios adecuados para el juego y el esparcimiento, es de-
cir, para las actividades recreativas propias de su edad.
Aunado a lo anterior las mujeres en prisin se encuentran ex-
puestas o vulnerables a sufrir situaciones de agresin fsica,
sexual y psicolgica, sumado a la experiencia de trauma de mu-
chas de ellas, debido a los abusos previos de que han sido objeto.
Por citar un ejemplo concreto, Amnista Internacional realiz un
estudio sobre el tema de la violacin de los derechos humanos de
8
C29 Convenio sobre el trabajo forzoso, C105 Convenio sobre la abolicin del trabajo
forzoso, Declaracin de la relativa a los principios y derechos fundamentales en el
trabajo y su seguimiento.
n 209
las mujeres en las crceles en Estados Unidos, sealndose en
algunos casos actos de agresin verbal, fsica y sexual por parte
del personal.
9
Debe tomarse en cuenta que conforme la norma-
tiva internacional, stos son actos de tortura que afectan la dignidad
humana. Esto ya fue sealado en un informe de la Comisin de
Derechos ( Commission on Human Rights, Doc E/
CN.4/1992/SR.21, 21 de febrero de 1992, prrafo 35).
Otro derecho que debe valorarse es el de votar. En principio,
las personas presas conservan todos sus derechos, salvo la liber-
tad de trnsito, como se seala en el artculo 7, inciso a), de la
, y las mujeres presas no deben ser la excepcin. Es im-
portante rescatar el caso de Costa Rica, pas donde todas las
personas privadas de libertad, hombres y mujeres pueden ejercer
su derecho al voto.
Veamos otro tema relevante y poco tratado, que tiene que ver
con la arquitectura penitenciaria. Nunca las crceles de mujeres han
sido diseadas pensando en sus necesidades especiales. En Amrica
Latina, buena parte de los penales estuvieron a cargo de las monjas
del Buen Pastor y el modelo arquitectnico es el de un convento,
modelo que tambin se reejaba en el trato y en las obligaciones
impuestas a las mujeres. Recientemente, con el aumento de la po-
blacin de mujeres presas, cuando se han construido nuevas crce-
les, se han realizado duplicando los modelos arquitectnicos de las
crceles de varones porque as es ms fcil y ms econmico.
La arquitectura de un lugar determina en mucho lo que all
ocurre. Debe pensarse en una arquitectura penitenciaria acorde
a los programas que van a ser desarrollados con las personas que
estn privadas de libertad, y no como ocurre generalmente: la
arquitectura responde a la seguridad y no a la atencin de las
necesidades de las personas presas.
9
Una versin abreviada de este reporte est en Not Part of My Sentence-Violations of the
Human Rights of Women in Custody, AI Index, 51/19/99, Estados Unidos.
210 n
Algunas consideraciones nales
Los aspectos desarrollados anteriormente no quedan agotados,
todo lo contrario son tan slo una provocacin a su desarrollo y
a una mayor investigacin en este campo con miras a mejorar la
situacin de las mujeres presas. Es necesario sealar que resulta
urgente la denicin por parte de los sistemas penitenciarios
de una poltica de gnero que garantice un modelo adecuado de
atencin de las necesidades de las mujeres presas.
Las diferencias entre ambas poblaciones pueden ser denidas
por los niveles de violencia y amenaza a la seguridad comunitaria,
tomando en cuenta el patrn de ofensa; la responsabilidad de ni-
os, nias y otros miembros de la familia; la vulnerabilidad a la
violencia sexual por parte del personal de prisiones; la necesidad
de programas especiales que atiendan la salud, la salud mental, las
adicciones, las situaciones de trauma, la formacin vocacional y la
reinsercin e integracin a la comunidad, entre otras cosas.
Debe, asimismo, desarrollarse una estrategia de capacitacin
para el personal que posibilite el logro de este modelo penitencia-
rio desde una perspectiva de gnero. Las Reglas Mnimas se ree-
ren a la importancia de la seleccin y capacitacin del personal
penitenciario (ver Regla 46.1, 47.2 y 47.3) para trabajar con la po-
blacin reclusa, siendo por tanto imprescindible que esta seleccin
y capacitacin no niegue que una parte de la poblacin presa est
conformada por mujeres; negarlo sera discriminatorio, y ya sabe-
mos que la discriminacin produce violencia. Por otra parte, debe
analizarse el tema de la clasicacin penitenciaria, incorporando
variables de gnero en el anlisis de la temtica.
Otro asunto de anlisis lo constituye la disciplina. General-
mente los reglamentos que abarcan esta materia fueron denidos
para los centros de varones y no siempre son aplicables a los
centros de mujeres, es decir, deben revisarse los medios discipli-
narios y de imposicin de castigos.
La atencin de las mujeres presas debe incluir proyectos diri-
gidos a prevenir el impacto deteriorante de la prisin, as como
la aplicacin de un servicio completo de salud fsica y mental. Es
imprescindible, asimismo, un programa de capacitacin en dere-
chos humanos de la mujer para las reclusas que, retomando las
n 211
palabras del artculo 3