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La Legion Caribe

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CARLOS MARIA JIMENEZ G.

- LA -

LEGION CARIBE
(Gloria y Hazaas)

SAN JOSE, COSTA RICA


1948

http://www.editorialpln.info

http://www.elespiritudel48.org

CONTENIDO
PRLOGO

As llegamos a Santa Mara de Dota,


Cuartel General del Ejrcito de Liberacin Nacional

Como naci la Legin Caribe

17

La Legin Caribe en San Isidro del General


La Batalla de Altamira

. 27

. 35

La Legin Caribe toma por asalto la Ciudad de Limn


Eplogo

. 42

. 67

Los hombres que integraban la Legin Caribe

. 69

PRLOGO
La sencillez y la sinceridad de un relato cautivan siempre a
los lectores. La primera condicin, con ser a simple vista de fcil
alcance, es precisamente la cumbre de toda expresin literaria y el
ms difcil estado a que se puede llegar. La lnea clsica, limpia
y esbelta, que nos parece tan asequible, tiene su gracia -gracia de
su propio ser, gracia inmanente- en su sencillez, que le da un
hlito con sentido perenne, ms all de interpretaciones personales
o de aplicacin a su gracia de la metafsica humana.
La sinceridad, que es la expresin ms sencilla del alma, es
en el fondo de toda cuestin, lo que nos hace reconocer, palpar,
sentir o sintonizar, que se dice ahora, cuanto hay de inmediato, de
humano y por lo tanto de valioso en lo que creemos, escuchamos o
aprendemos. Solamente las cosas muy llenas de sinceridad, que es
decir muy llenas de cosa humana, me interesan ya deca una
brillante escritora, que se mostraba cansada de su poca juvenil de
admirar el talento, el ingenio, la elegancia, el cinismo y la
crueldad de los seres humanos. Solamente lo humano es en realidad
un valor perenne en el arte, podramos decir, pero no nos
atreveramos a tanto, aun cuando creemos que solamente las cosas
escritas, -esculpidas, pintadas o cantadas con sencillez y con
sinceridad, van hacia el valor de permanecer en el corazn de las
gentes con sentido de prolongacin.
Dickens y Galds son, en estos dos aspectos, quienes como
relatadores de hechos lograron unir con ms acierto en la gloria de
su literatura la sencillez de su expresin a la par de la
sinceridad de los tipos humanos, de sus hechos sucedidos y contados
y de las reacciones de esos seres y esos ambientes. Ellos fueron,
por tales caractersticas, dos de los cuatro ms grandes novelistas
del siglo pasado.
Cuando el hecho que se relata, como pn este caso, tiene
proporciones de epopeya, y en ese suceso quedaron boca arriba y
entiesados en la muerte seres humanos que fueron antes compaeros y
amigos, y cuando como ahora estaba en juego la condenacin o
salvacin eterna de un pueblo entero, quien cuenta la hazaa, si en
ella pone la sencillez de su escribir y la sinceridad de su sentir,
da de la propia obra escrita, en lneas solas, puras, limpias, una
idea slida. Y el hecho toma proporciones y ngulos de belleza pura
porque no necesita que el adjetivo la agrande ni la hojarasca la
ensucie, ni la retrica la prostituya. El hecho en s, por su vigor
y lozana, por su propio tamao y nervio se sostiene en perspectiva
de la historia.

Carlos Mara Jimnez logr, en este relato de "LA LEGION


CARIBE", darnos una impresin inmediata y ponernos en tan ntimo
contacto con la gloria y hazaas de la Legin, que leyendo el libro
se viven sus aventuras y congojas, y se sienten sus glorias y
duelos en contacto puro, como si la hazaa fuera realizada mientras
le estuviramos tomando el pulso a los guerreros.
Ha logrado, pues, Jimnez, en esta su primera intentona, la
que muchos no consiguieron en aos de bregar con versos, novelas,
cuentos y otros trabajos literarios. La sencillez en la forma de
contarlo, y la sinceridad que puso en lo relatado.
En el acervo de valores literarios que actualmente tiene el
pas, solamente hemos encontrado este mismo contacto ntimo en los
admirables libros de Fallas, y nos alegra ver cmo este muchacho
nuevo, cuando por primera vez emprende el camino por los difciles
y laderosos campos de la narracin, lo consigue con soltura, con
apasionante realismo y da a su cuento una emocin de cosa viva, que
nos lleva a prisa leyendo, sin cansarnos, embebidos en la hazaa y
tan jubilosos y curiosos como leyramos las aventuras de Gabriel
Araceli o los acontecimientos gratos que tanto esperaba el
protector de Cooperfield.
Jimnez se expresa claro. Va recto a lo que tiene que decir, y
lo dice en breve tiempo y en forma tan limpia que en la mente, al
correr de las pginas, las imgenes de los hechos van desfilando en
proyeccin iluminada, sin que queden rincones turbios, ni dudas
sobre los movimientos ni suspicacias en los caracteres. Su
narracin es vigorosa porque es inmediata, es ordenada, porque es
sincera y es bella porque es sencilla. De estos elementos ha sacado
pues, el xito que ha logrado en la construccin de este pequeo
libro, del cual echarn mano las generaciones futuras para leer con
complacencia, con verdadera fruicin este admirable relato, cuyo
suceso central se yergue vigoroso y tallado en escueta lnea con
mamo firme y corazn de artista.
Hoy la patria monta sobre su cachucha un penacho de gloria y
de duelo. En las cresteras del sur, en las playas del Atlntico y
del Pacfico, en las calles de las ciudades aterrorizadas, quedaron
con la mirada fija y el aliento detenido para siempre, hombres de
valor ciudadano, honorables costarricenses apegados a la patria, al
respeto, al trabajo y al hogar. Ya la patria los enterr y puso su
tricolor con la ensea acongojada de aquel sacrificio. Pero esta
gesta no puede quedar desvertebrada en el corazn de los
costarricenses. Debe ser recogida y guardada en la memoria de
todos, porque la herida fu honda y el dolor fue largo. No es que
se cante ni se festine. Es que la patria debe recoger los hechos y
guardar los nombres y aprender las fechas, porque todo ello

signific sacrificio y angustia de un pueblo, que es en el fondo,


vida gastada, energa heroica, temple y espritu que son latentes,
vivos, eternos. Es, en el fondo, la garanta de que la patria esta
vigilante en el corazn de todos.
El libro de Jimnez, con admirable belleza, recoge una parte
de aquel todo de sacrificio, de muerte y de gloria que fueron los
40 das de batalla y de milagro en que termin de salvarse a Costa
Rica.

Jos Marn Caas

A la mujer costarricense,
paradigma de amor,
virtud y sacrificio.

As llegamos a Santa Mara de Dota,


Cuartel General del Ejrcito de
Liberacin Nacional
Yo no me acuerdo cundo ni cmo fu; mentira si lo dijera,
pero la verdad es que un buen da, cuando las cosas estaban ms
feas que nunca, tom la decisin de llegar al poder de los poderes
hasta donde Pepe El Patriota, sin reparar en que las entradas que
en un tiempo estuvieron abiertas, haban sido localizadas por los
hombres al servicio de Ren Picado, y estaban totalmente
bloqueadas. En San Jos no se vea un alma en la calle cuando
llegu de la zona del Pacfico donde estaba trabajando. Estaba
totalmente desligado de los dirigentes del partido de la oposicin,
pero saba que se trabajaba en forma subterrnea para ayudar a los
hombres que salan para el frente. La cuestin era dar con uno de
esos seores y saber quin era. Sin mucha dificultad pude llegar
hasta la casa de mi pariente el Dr. Fernando Ortiz Borbn con la
certeza de que no iba a encontrarlo, pero mi sorpresa fu
monumental cuando lo vi postrado en su cama luchando contra una
difteria que por poco lo manda al otro lado. La haba contrado a
consecuencia de las mojadas que se llev en compaa de Aguiluz y
su gente que andaban por barriales y cafetales destrozando cuanta
cosa poda ser de utilidad para el Gobierno. Con el natural temor
de contraer la enfermedad, me sent a su lado para preguntarle a
dnde y cmo poda lograr contacto con "alguien" que me diera el
santo y sea para llegar hasta donde Pepe. Mi decepcin fu grande
cuando me dijo que no saba de la misa la media, y que lo nico que
esperaba era restablecerse para poder marcharse conmigo o con
cualquier hijo de vecino que fuera al frente.
Sin saber cmo, pude establecer contacto con Alvaro Herrera
Mata, que estaba en comunicacin con un agente de enlace en
Cartago. Al mismo tiempo, ese da logr dar con un seor que saba
el escondite donde estaba Carlos Monge Alfaro; desgraciadamente no
lo pude ver y me tuve que conformar con saludar a su seora esposa
que a la sazn se encontraba en la casa. El seor que me puso en
contacto, saba cules eran la personas que me podan llevar al
lugar a donde me envi Alvaro Herrera Mata. Este buen amigo se
llama Ral Mata y dos de los ms valiosos; agentes que tuvo la
revolucin en Cartago lo fueron su hermana y una amiga de ella. Por
fin lo arregl todo para salir al da siguiente. Me advirtieron que
no llevara nada encima pues en la menor de bastos me echaban el
guante encima y zas! se acab todo. Muy temprano pas a donde
Fernando Ortiz y con gran alborozo de mi parte a pesar suyo, le
dije que estaba todo listo y que pensaba poder llegar al anochecer

del da siguiente al cuartel general de la revolucin. Me desped a


la ligera, pues no estaba seguro de poder pasar el Alto de
Ochomogo. Le hice saber que si a las seis de la tarde no llegaba,
enviara a su mam a mi casa para que informara a mis padres de lo
que haba sucedido. Pas a la casa de Herrera Mata para recibir las
ltimas instrucciones, me di el santo y sea, que era "Beto Mora
me mand", y nos despedimos efusivamente. A las ocho de la maana
marchaba yo, como el ms pacfico de los mortales, rumbo a la Muy
Noble y Leal Ciudad de Cartago a bordo de una cazadora ms incmoda
que moderna. Casi me desmayo de la sorpresa cuando vi sentado mi
lado a Ral Mata; nos saludamos as como quien no quiere la cosa,
pero bien sabamos lo que tenamos que hacer. Al llegar a la
estacin de radio de los comunistas situada en San Pedro, tuvimos
que detenernos pues el primer retn mariachi tena que registrar el
pasaje. El que haca las veces de jefe era un tipo mediocre y
malcriado, el prototipo del matn, cuando le toc registrarme dijo
a quemarropa: "Esto lo hacemos porque nos da la gana y para que a
Figueres no le llegue ni agua". Muy lejos estaba de adivinar que mi
humanidad no era precisamente "agua". Como a la media hora de estar
detenidos se le di permiso a la cazadora para continuar su camino.
No fu sino hasta Taras, a la entrada de Cartago, que fuimos
ligeramente inspeccionados por otro pequeo grupo de mariachis. Por
fin entramos en la ciudad que se vea muerta y desolada.
Rpidamente me condujo Ral a la casa de su hermana para que
"ellas", esas valientas mujercitas de Cartago, fueran mis guas
hasta la casa del Toro Echeverra -quiero decir de don Rodolfo
Echeverra- que era el agente de enlace entre Figueres y nosotros.
Llegamos a la casa del Toro como a las diez de la maana.
Fu presentado a la seora de Rodolfo Echeverra por las
muchachas que me sirvieron de guas. Tuvo frases de aliento para
conmigo y me manifest que Rodolfo llegara de un momento a otro,
pues andaba tratando de localizar un grupo de muchachos que tenan
planeado salir esa misma noche. Esto me llen de alegra, pues yo
no contaba con nadie para hacer la caminata. Como a las once y
media nos fu servido un delicioso almuerzo y poco despus las
muchachas se despedan de m, desendome suerte y entregndome como
reliquia maravillosa, para que me acompaara durante el viaje, un
escapulario de la Virgen del Carmen. Confieso que yo nunca fu dado
a creer en esas cosas, pero fu tanta la fe con que mi amiga me lo
entreg, que deposit en l toda mi esperanza y me lo colgu al
cuello, y desde ese momento me acompao siempre.
Como a las dos y media, uno de los chiquitos de Rodolfo lleg
alarmado diciendo que vena un grupo de mariachis en mi busca, la
seora de Rodolfo me suplic que me refugiara en el automvil que
estaba escondido en un charral cercano a la casa. Estuve all hasta
que pas la alarma pues los mariachis llegaron y se fueron

enseguida. Toda la tarde transcurri sin ninguna novedad y el


"Toro" no apareca por ninguna parte. Como a las cinco y media
lleg en compaa de un muchacho de Cartago que se llama Antonio
Mata y quien a partir de ese momento fu mi compaero hasta la toma
de Limn. Me presentaron al famoso "Toro", pues yo no lo lo
conoca. Es un hombrn enorme, parece sobrino o pariente de Sansn,
habla pausadamente y trabaja en su finca en faenas agrcolas a las
que ha dedicado toda su vida; fu un elemento de valor para la
revolucin, pues por su medio Figueres recibi mucha gente. Al
principio lo not un poco desconfiado pues ninguno de los dos nos
conocamos, me hizo algunas preguntas y como para tratar de
probarme me advirti que la jornada era larga y peligrosa. Cuando
la confianza rein entre los dos, me mostr un mensaje enviado por
Figueres a Alfredo Volio en el que le peda con urgencia toda la
gente que pudiera enviarle. En ese momento apareci en escena otro
ciudadano que tambin abundaba en deseos de marcharse para donde
Figueres a como hubiera lugar: Juan Bautista Solano Vquez. Acord
Rodolfo que Antonio Mata se fuera a tratar de convencer a otros
muchachos para que nos acompaaran en la jira. Solano tambin se
fu para traer de su casa el equipo y una pistola. Me qued solo
con Rodolfo y durante ese tiempo hablamos de todo. Una y otra vez
me deca que aunque l tena hijos y mujer a quienes adoraba por
sobre todas las cosas, arda en deseos de venirse con nosotros,
pero que haba recibido instrucciones de Pepe de permanecer en
Cartago, pues su labor era ms til all que en el frente.
Como a las seis, aparecieron Mata y Solano ya dispuestos para
el viaje y en compaa de otros compaeros que eran: Arnoldo
Guzmn, Simn Solano y Fernando Jimnez. Todos venan armados y ms
o menos bien equipados; slo yo estaba en condiciones
catastrficas: con unas zapatillas nuevas que me martirizaban
horrorosamente los pies, sin sombrero, con una chamarra de cuero y
pantaln de casimir y sin arma de ninguna clase. Como sobraba una
pistola vieja y herrumbrada me la dieron para que por lo menos me
sirviera para asustar a un conejo. El amigo Echeverra me entreg
un "casco" para taparme la cabeza, y su seora unos mecates para
amarrarme los pantalones. En tales condiciones y con la fe puesta
en la patria, emprendimos la caminata a eso de las siete y media
protegidos por las sombras de la noche. Dimos la vuelta para pasar
por la finca de Manuel Francisco Solano en la espera de recoger ms
gente. Llegamos como a los quince minutos y fuimos recibidos por
Manuel Francisco y su esposa que nos atendieron a las mil
maravillas y nos entregaron unos sacos de gangoche y una regular
cantidad de dulce para que nos sirviera de alimento durante el
viaje. El Toro nos acompa hasta ese lugar y a los pocos minutos
emprendimos la jornada, no sin antes despedirnos cordialmente de
todos los all presentes que nos desearon buena suerte.

Juan Bautista Solano se constituy en jefe del grupo, pues era


buen conocedor del terreno que pisbamos. Marchbamos en silencio y
en direccin a Cach para recoger en ese lugar a otro compaero que
all nos esperaba. Al salir a la carretera que va hacia Turrialba,
por poco nos sorprende un carro que vena de Cartago. Con la
velocidad del rayo nos tiramos debajo de una cerca, pero con tan
mala suerte para m que al caer, el foco que llevaba se prendi con
gran peligro para todos, pues el haz de luz de su reflector casi
nos delata. Por fortuna no pas a ms la cosa, y cuando el carro se
hubo alejado, continuamos nuestra marcha nocturna hasta llegar a
Cach en donde recogimos a Isidro Brenes que era el que nos
esperaba. En cuanto estuvo con nosotros nos areng en la siguiente
forma: "Bueno, la cosa ahora es caminar a ms no poder, o llegamos
todos o no llega nadie; si falla alguno lo llevaremos arrastrado,
pero lo llevaremos". Despus, sintindose mosquetero, sentenci:
"Todos para uno y uno para todos..."
Poco antes de llegar a Palomo, que era el lugar donde segn
Alfredo Volio nos esperaba el baquiano, Juan Solano sufri un
fuerte ataque de reumatismo que por poco lo deja en ese lugar. Su
pierna derecha estaba inutilizada y nosotros desesperados. En
silencio llam en su auxilio a la Virgen de los Angeles.
Solano se qued un poco atrs en espera de que su pierna
reaccionara mientras el resto del grupo se lleg hasta las afueras
del pueblo. A los pocos minutos lo vimos aparecer quejndose de
fuertes dolores pero un poco ms aliviado del ataque. En silencio
nos deslizamos hasta llegar a una casa en la que nos esperaba otro
grupo; todo este sigilo obedeca a que en Palomo se encontraba un
destacamento de mariachis, pues ya el gobierno sospechaba que por
ese lado le estaba llegando gente a Figueres. Por fin entramos a la
casa y all fu Troya, pues en un cuarto minsculo tuvimos que
acomodarnos, los que bamos, y los que all se encontraban y que
eran: Vctor Alberto Quirs Sasso, Jorge Mora Monge, Manuel Gmez
Granados, Olman Obando, Jos Joaqun Barquero, Alfredo Rojas,
Efrain Meneses y Eugenio Corrales. En la penumbra pude distinguir
la horrible cara de Beto Quirs que me salud con entusiasmo
revolucionario. Me cont la aventura que tuvo que pasar para
poderse evadir del hospital Max Peralta de Cartago en donde estaba
recluido a consecuencia de la refriega que tuvieron Pepino Delcore
y l, en Cartago, con el resguardo fiscal. Quirs estaba todava
dbil como resultado de la herida que sufri en la mueca derecha
de un balazo. Andaba casi descalzo, y no digo completamente, pues
ofendera los pedazos de cuero que medio defendan sus pies.

Como eran las diez de la noche y la salida estaba fijada para


la una de la maana, los que pudimos nos tiramos en el suelo para
descansar un rato de la caminada que para m haba sido una tortura
sin igual, pues mis zapatos me apretaban salvajemente. A las doce y
media de la noche nos levantamos para tomar sin mucha ceremonia, y
en una lata de avena vaca, un poco de aguadulce y prepararnos para
el viaje por la montaa, Juan Solano, que a estas alturas ya estaba
completamente aliviado de su reumatismo, me prest unas botas que
traa de repuesto y que me quedaron como hechas a la medida; el que
no pudo conseguir zapatos fu el sufrido de Quirs, que no se
cansaba de maldecir su mala suerte. Nos despedimos de Zacaras
Mora, dueo de la casa en donde nos refugiamos, y a la una de la
maana emprendimos la jornada. En Cartago nos haban dicho que "al
otro lado del puente nos esperaba el gua", pero la verdad es que
el famoso gua no apareca por ningn lado y esperarlo era muy
peligroso. Nos pusimos de acuerdo y continuamos la marcha a la
buena ventura y guiados nicamente por Juan y Simn Solano, que
conocan un poco esos lugares. Al poco rato llegamos a la finca el
Sitio, en la que tambin se encontraban algunos mariachis sumidos
en un profundo sueo que aprovechamos para cruzar la finca como
alma que lleva el diablo.
En ese lugar daba principio una cuesta larga y empinada que
tenamos que salvar antes de que amaneciera para que no nos
cogieran asando elotes. A la cabeza de la columna marchaban Quirs,
Juan Solano, Isidro Brenes y otros; a la cola marchaba... bueno
marchaba yo, sacando fuerzas de donde no tena para no quedarme
rezagado. Caminbamos por horas y horas, y la maldita cuesta no
terminaba; slo se escuchaba el jadeo angustioso de los pulmones
que pedan ms aire, y el golpe seco de los zapatos en la dura
tierra.
El Toro Echeverra nos haba asegurado que a las diez horas
como mximo estaramos en los dominios de Figueres, esto era lo
nico que nos alentaba en aquella noche de sudor, fro, y pies
reventados. Los que venamos de Cartago llevbamos nueve horas de
caminar, no as los otros que tenan veinticuatro horas de estar
esperndonos en Palomo. A las cuatro de la maana llegamos al punto
donde segn nuestros clculos poda estar esperndonos el gua
salvador, pero la desilusin fue grande cuando encontramos vacas y
bueyes, no as el gua.
Con mucha prudencia nos acercamos a unas casitas para tratar
de averiguar si exista en ese lugar algn ser viviente. A nuestras
voces se despert el mandador de la finca y nos asegur que por
all no haba pasado ningn gua ni cosa por el estilo, pero que l
nos poda acompaar hasta las faldas de la cordillera y darnos las
seas para llegar hasta un lugar que se llama Beln para all

esperar al gua, pues l tena que pasar por ese lugar al da


siguiente, para "meter" otro grupo de hombres. Sin reparar en nada
aceptamos de buena gana el ofrecimiento de este buen hombre y
continuamos nuestra caminata. Como a las cinco y media de la maana
llegamos a un lugar que nos pareci "civilizado", pues haba vacas
y una casita a lo lejos. Ese era el punto hasta el cual nos
acompaara el improvisado baquiano que traamos. Se despidi de
nosotros dndonos las ltimas indicaciones para que no nos
perdiramos. Los ms optimistas del grupo sentamos que el corazn
se nos sala de contento, pues jurbamos que en la casita nos
podan dar por lo menos un calientita taza de caf, y apuramos el
paso para llegar lo ms pronto posible; pero oh triste despertar!,
la casa estaba abandonada; as como suena: completa y totalmente
abandonada, ni siquiera un petate en donde recostarse, mucho menos
una taza -bueno, no digo de caf- por lo menos de aguachacha...
Para reponernos de la brutal caminada de la noche, se acord que
descansaramos hasta las siete de la maana "para llegar donde Pepe
por lo menos a las cuatro de la tarde. El fro era horrible,
inmisericorde, cruel, nos calaba hasta la mdula de los huesos, el
estmago peda a gritos algo caliente, pero lo nico que le dbamos
eran pedazos de dulce y nada ms. Apretados unos contra otros
pretendamos defendernos del fro, pero lo nico que logrbamos era
rernos de los chistes de Beto Quirs.
Termin nuestro corto descanso, y a la hora y media
emprendimos de nuevo la jornada. A estas alturas muchos estbamos
completamente extenuados por el hambre, el fro y el agotamiento
muscular; la montaa que tenamos por delante era hosca, y no
ofreca la probabilidad de un llano sino la irremediable
alternativa de cuestas y ms cuestas que haba que salvar a todo
trance para que la noche no nos tomara de sorpresa, Subamos
agarrndonos a las ramas y bejucos para no resbalar en la
pendiente. Cuando alguien se quedaba atrs -que en la mayora de
las veces era yo- el resto de la columna esperaba, y para dar su
posicin silbaban a todo pulmn. Tan terrible era la interminable
cuesta que cada cuatro kilmetros descansbamos un rato para
tragarnos un pedazo de dulce que en algo contribua a darnos un
poco de resistencia. A nuestro alrededor no haba nada que comer;
esa horrible cordillera de Talamanca slo ofrece espinas y frutos
venenosos, ni rastros de animales ni de humanos, slo un paraje
desolador; tupido de espesas arboledas que le niegan a la tierra el
derecho de recibir un poco de sol.
Cuando alguien resbalaba, el de atrs estaba atento para
prestarle ayuda, pues era peligroso no hacerlo por los profundos
barrancos; pasado el trance, nos complacimos en hacer chistes que
incuestionablemente eran descargados sobre el incauto que haba
sufrido el resbaln.

Los ms fuertes nos daban nimos a los ms dbiles, los ms


optimistas les dbamos nimos a los ms derrotistas. De vez en
cuando se escuchaba en voz de alguno algo como esto: "de aqu no
salimos ni dentro de tres aos" o algo ms macabro como esto: "los
zopilotes sern los que van a dar informes de nosotros".
Fuera por llegar a donde Pepe o fuera porque el coraje nos
acompa, la cosa era que estbamos dispuestos a todo, inclusive a
comer tierra si era necesario; Quirs caminaba paso a paso con la
sangre hirviendo por treinta y ocho grados de calentura; Juan
Solano por su pierna reumtica; Jorge Mora con el pensamiento
puesto en la novia que haba dejado en Cartago, y Manuel Gmez
luchando a brazo partido contra una "goma" que se cargaba, y que
era resultado de una terrible tomada de tragos que se di en Palomo
la misma noche de nuestra llegada a ese lugar. En lo ms hondo de
nuestro ser sabamos que estbamos perdidos, pero nadie osaba
decirlo. Como a las diez de la maana decidimos hacer un alto en el
camino para comernos un "par" de frijoles y un pedazo de dulce de
una racin que por casualidad haba podido traer Jorge Mora. Los
frijoles estaban ms duros que la conciencia de un prestamista y el
dulce derretido como alma de enamorado; misteriosamente aparecieron
en el saco de Solano unos huevos duros que no era posible comerlos
pues estaban ftidos; sin embargo, no falt un valiente que se
hiciera cargo de enviarlos al estmago como mejor pudo. Al poco
rato continuamos la marcha atravesando riachuelos, cortando bejucos
espinosos y rezando en silencio por nuestra suerte.
Como a las cuatro de la tarde llegamos a las orillas de un ro
caudaloso. Unos decan que era el Reventazn y que estbamos
perdidos sin remedio, otros aseguraban que estbamos cerca de
Turrialba; haciendo a un lado los comentarios lo atravesamos con la
esperanza de encontrar al otro lado algo que nos sacara de la duda.
Nos repartimos en grupos para investigar: unos por un lado y los
otros por el lado opuesto; al rato alguien lleg diciendo a grandes
voces que haba encontrado la "picada"; nos internamos por ella,
pero a los cinco minutos de caminar salimos al mismo lugar de
partida; la cosa se pona fea con efe mayscula. Al poco rato del
estar discutiendo lo que tenamos que hacer, Jorge Mora en compaa
de otros, descubri las seas de un rancho "hechizo" que a todas
luces indicaba que en ese lugar haba estado algn hombre. Nuestra
alegra justificada fu interrumpida por un quejido: Fernando
Jimnez haba resbalado en una piedra y se haba torcido la mueca
desmayndose instantneamente por el dolor y la debilidad. Sin
esperar segundo aviso, Beto Quirs lo tom por su cuenta y de un
tirn le volvi la mueca a su lugar, pero el hombre continuaba

desmayado. Por fin reaccion y nosotros dimos gracias a Dios por


habernos salvado de aquel trance.
Despus de investigar durante una hora y no encontrar rastros
de ninguna especie, un monstruo horrible se irgui ante nosotros:
estbamos perdidos, sin la menor esperanza de salir de aquella
tenebrosa montaa, y sin pizca de alimentos. Resolvimos, antes de
emprender la jornada a la buena ventura, esperar un rato. Se hizo
un silencio completo, slo se escuchaba la respiracin de quince
narices y treinta pulmones. Rezamos con todo fervor pidiendo un
poco de clemencia a los poderes celestiales. Yo que nunca tuve fe,
sent en ese momento que slo algo superior a las fuerzas humanas
poda salvarnos y tambin rec. Cuando ms abatidos estbamos,
cuando todo estaba en nuestra contra, cuando la ms remota
esperanza ya estaba descartada por imposible, sucedi el milagro.
Cmo describir la emocin que sentimos cuando las palabras son
punto menos que ridculas para hacerlo! Cmo explicarnos aquella
aparicin milagrosa y providencial! Fu milagro, casualidad? No
sabra decirlo ni tampoco explicarlo; lo cierto del caso es que
entre unos charrales son una voz que dijo: Hola, hombres...!
Volvimos las caras como autmatas y vimos la silueta cordial,
sencilla, amable y bondadosa, de ese hroe annimo de la revolucin
a quien slo conocimos por Varelita.
Este clebre personaje, Varelita, fu un factor muy importante
para la Revolucin, pues por medio de l, Figueres recibi mucha
gente. Atravesaba esa hrrida montaa siempre que fuera necesario
sin reparar en las enormes caminadas y en los grandes riesgos a que
estaba expuesto de continuo.
Cuando se nos apareci en plena montaa, vena armado de un
rifle 22 y de una escopeta vieja de cacera que, segn l, era ms
efectiva que cualquier arma moderna. Le estrechamos las manos con
efusin y lo colmamos de alabanzas, pues su aparicin la
considerbamos milagrosa. Sin entrar en rodeos nos pregunt si
llevbamos vveres; no tuvimos ms remedio que meterle una mentira
garrafal: "S, Varelita, no se preocupe por alimentos, pues traemos
suficientes provisiones que nos alcanzan para dos das y son
bastantes para veinte hombres..." La verdad era que no traamos
nada mas que una tapa de dulce a medio comenzar, pero decirle la
"verdad" hubera sido un lo maysculo, pues Varelita se hubiera
"desinflado" del todo. Seran como las cuatro y media de la tarde
cuando guiados por este buen hombre emprendimos la jornada ya
seguros de llegar a un lugar que para nosotros era la tierra de
promisin. Tuvimos que caminar como cuatro kilmetros dentro del
ro, que result ser el Macho. El agua estaba fra y nos llegaba en
muchas partes a la altura de la cintura, pero quin sabe si sera
por la alegra que nos infundi la presencia en nuestro grupo de

Varelita, o por la desesperacin de llegar lo ms pronto posible


hasta donde Pepe, lo cierto es que por una u otra razn caminbamos
sin quejarnos con agua arriba y abajo: abajo el ro Macho y arriba
un torrencial aguacero que se nos vino encima sin pedir permiso a
nuestra sufrida humanidad. Por fin lleg el momento en que dejamos
de caminar por el ro para hacerlo por una alfombra de charcos y
barro. Fu en esos momentos cuando comenzaron los apuros para m
que ya no aguantaba: la pierna derecha se me acalambr debido a la
mojada y me causaba terribles dolores que tena que aguantrmelos,
pues no haba ms remedio. Al pasar por un puente colgante -si as
se le puede llamar a un rbol tirado a lo ancho de un ro- los
dolores se hicieron insoportables y ya no pude seguir caminando.
Resignado con mi maldita suerte me qued atrs con otro compaero
que tambin iba "algo" dolorido, pero que por lo menos poda
caminar. Olman Obando que as se llama este compaero de
sacrificios, se adelant para pedir auxilio, pues yo estaba ms
intil que un Cadillac 48 sin llantas. El resto de los compaeros
nos llevaban una enorme delantera; Obando se adelant y yo lo segu
ayudndome con un palo y haciendo de tripas corazn.
Despus de arrastrarme un pequeo trecho, me encontr con
Obando y con Jorge Mora que estaba dispuesto a llevarme encima de
sus espaldas si era necesario. Me colocaron en medio de los dos,
les ech los brazos en sus hombros y de esta manera continuamos la
marcha ms lentos que una tortuga vieja. Como a las dos horas de
caminar aterridos de fro, mojados hasta los huesos, muertos de
hambre y con mi pierna inutilizada, llegamos a un lugar que se
llama Beln y en el que encontramos albergue en un rancho a medio
caerse. El primero en hablar fu Varelita para pedir algo de la
"abundante provisin de alimentos que traamos"; nadie se animaba a
decirle que no haba nada, absolutamente nada, con excepcin de un
pedazo de dulce. En nuestro silencio encontr la verdad de nuestra
mentira y para ponerse a tono con el hambre que nos devoraba las
entraas, solt una monumental carcajada Por unanimidad se acord
hacer aguadulce en unas latas vacas de avena que encontramos;
hicimos fuego dentro del rancho y mandamos a dos "valientes" por
agua, con tan mala suerte que se cayeron dentro del arroyo que por
all pasaba, perdiendo una de las latas y dentro de ella un
precioso pedazo de dulce. Todos mohinos llegaron informando de su
desventura y tuvimos que conformarnos con un sorbo de aguadulce
hecha con el pedazo de dulce que se pudo salvar de la tragedia. El
fro aumentaba en escandalosas proporciones y no tenamos nada que
ponernos encima. Dentro del rancho exista un tabanco en el que se
acomodaron apretados unos contra los otros catorce compaeros, los
zapatos y los pantalones estaban secndose a la orilla del fuego
que soltaba una humareda asfixiante. Como yo no tena donde pasar
la noche y el fro me estaba congelando, resolv como mejor pude,

subirme al tabanco de marras, con tan mala suerte que apenas estaba
arriba, se vino abajo con, estrpito y en medio de las maldiciones
de todos. Como camos nos quedamos, pues la cosa no tena remedio.
Despus de este desastre se nos present una disyuntiva: o nos
moramos asfixiados por el humo o nos aguantbamos el fro. Nos
resolvimos por el segundo y despus de una velada en la que nadie
pudo pegar los ojos, nos levantamos a las cuatro de la maana para
proseguir la jornada.
Varelita nos encamin un rato y luego se despidi de nosotros,
pues l tena que llegar a Cartago y la carretera Panamericana ya
estaba cerca, segn nos aseguro. Continuamos la marcha solos,
siguiendo los consejos que nos diera Varelita. Como a las siete de
la maana pudimos ver no muy lejos, una cinta plateada que se
dibujaba en el horizonte: era la carretera Panamericana. La alegra
fu enorme, indescriptible, la pierna dej de dolerme como por
encanto, saltbamos locos de contentos. Quirs haca como si ya
tuviera en las manos una ametralladora y se senta general.
Apuramos el paso y al rato salimos a la carretera para encontrarnos
con un retn figuerista que nos di el alto: eran ocho campesinos
armados de fusiles que cuidaban la entrada de la carretera a Santa
Mara, en el lugar denominado Macho Gap. Como no sabamos el santo
y sea tuvimos que gritarles desde la montaa que no dispararan
pues venamos a incorporarnos al ejrcito de Pepe. Apuntndonos con
sus fusiles se acercaron poco a poco, y cuando reconocieron entre
aquel grupo de pordioseros a unos amigos, nos abrazaron con
entusiasmo y alegra de ver que habamos llegado sanos y salvos.
Esperamos en Macho Gap como quince minutos, y al ver que no pasaba
ningn camin que nos recogiera, decidimos continuar la marcha
hasta una casita en la que nos esperaba un suculento banquete:
cubaces calientitos y deliciosos, arroz, tortillas, verduras y una
maravillosa taza de caf caliente y vaporoso; caf de campo...
A los pocos minutos vimos venir un jeep conducido por el Macho
Nez quien se diriga a San Isidro del General. Cambiamos saludos
y nos prometi que dentro de algunos minutos vendra un camin a
recogernos. En efecto, no se hizo esperar el camin: al poco rato
baj uno en direccin a Santa Mara y en el que vena el Capitn
Morazn que se present a nosotros con muy corteses razones y
buenos modales. Nos subimos al camin alborotados y felices, y
despus de dos horas de camino apareci ante nuestros ojos la
serena belleza de ese pueblo acogedor y hospitalario: Santa Mara
de Dota!!

Como naci la Legin Caribe


El Gobierno de Picado estaba desesperado respecto a los planes
militares del alto mando del Ejrcito de Liberacin Nacional, y
junto con los militares mediocres y pusilnimes que tuvieron a su
cargo la conduccin de las "derrotas" militares y morales de
Picado, Caldern y Mora, se equivocaron desde un principio creyendo
que el Cuartel General de los Revolucionarios estaba ubicado en San
Isidro del General. Cierto es que San Isidro fu uno de los
baluartes ms fuertes de la Revolucin, pero el Cuartel General de
los Revolucionarios deba estar en un lugar que, por su condicin
topogrfica, no ofreciera vulnerabilidad para un ataque fuerte que
era de esperarse en cualquier momento, dadas las condiciones de
debilidad que tuvo en un principio la fuerza de la Revolucin.
Siguiendo el consejo de los militares discretos y capacitados que
en todo momento rodearon a nuestro Comandante en Jefe, se dispuso
que el Cuartel General se instalara en la quieta y apacible villa
de Santa Mara de Dota, rodeada por colinas que defendan el lugar
de un posible ataque por tierra y la cubran de ataques areos. En
la Escuela del lugar estaba instalado el Cuartel General del
Ejrcito de Liberacin Nacional, en un galern situado al lado de
la Iglesia parroquial la cocina militar, y al frente del Cuartel,
precisamente donde estuviera la Jefatura Poltica, el pequeo campo
de concentracin donde tenamos bajo prisin y vigilados por
celosos guardianes, algunos de los mariachis tomados prisioneros en
las batallas anteriores, entre los que figuraba el hijo de Luis
Quinto Vaglio. En una pulpera situada frente a la Unidad Sanitaria
del lugar, tenamos instalada la estacin de radio que trasmita a
diario los boletines informativos del Ejrcito que mantenan al
tanto al pueblo de Costa Rica de las victoriosas operaciones
llevadas a cabo por las huestes de nuestro invencible ejrcito. El
ingeniero jefe de la trasmisora era el valiente luchador Arnold
Mller, quien no se separaba da y noche de los auriculares y el
manipulador que reciban y enviaban con angustia de segundo y
desesperacin de instante, las rdenes cifradas a los diferentes
campos de batalla.

La Legin Caribe presenta armas en Puerto Limn al Comandante


en Jefe del Ejrcito de Liberacin Nacional Jos Figueres Ferrer,
durante la visita realizada por el seor Figueres, pocos das
despus de la toma definitiva de Limn.

Todas las callejas, la plaza y las casas, rebosaban de


figueristas barbudos, pertenecientes a los diferentes batallones
que esperaban con ansiedad la hora de enfrentarse con los
mariachis. En todas las casas se reflejaba la satisfaccin ntima
que da el orgullo de servir a una causa noble y justa como era la
nuestra. Entre ellos haba veteranos de muchos combates. Unos
contaban las angustias de la batalla de San Cristbal, otros la
masacre de nicas y linieros que hicieron nuestras tropas,
inferiores en nmero, a los forajidos capitaneados por Tijerino,
que dej pudrindose sus huesos en la frtil tierra de San Isidro;
los de ms all hablaban del fro atroz de El Empalme y de las
catastrficas derrotas que sufra el Gobierno de Picado cada vez
que pretenda perforar aquella muralla que capitaneaba Cardona,
Corts, Marshall y Rivas, alma y vida de la punta de lanza que
signific siempre El Empalme.
Los novatos se quedaban pasmados de or tanto acto de herosmo
y audacia, muchas veces exagerados por sus autores. Mi llegada a
Santa Mara de Dota fu saludada por estrechos abrazos que me
prodigaron con esplendidez mis amigos de San Jos cuya presencia en
Santa Mara obedeca a razones de patriotismo y de vergenza. Me
sent feliz y contento de saberme rodeado de aquella tropa de gente
joven y amable que haca chiste aun de las cosas ms graves y
solemnes. Con la primer cara conocida que tropec fu con la de
Carlos Steinvorth que luca en su cabeza la clsica cachucha de los
revolucionarios y en su brazo derecho una poderosa ametralladora
Thompson. Al verme con cara de hambriento de tres das, me recet
la cocina militar en el acto; pero antes de proceder a calmar la
rabia justa de mi estmago, corr a saludar con alegra loca y

espontnea a Pepe Figueres que en ese momento sala de almorzar de


una casita que haca las veces del hotel en Santa Mara. Nos salud
a todos can satisfaccin y contento de ver que habamos llegado
sanos y salvos despus de una jornada de tres das y dos noches.
Por fin almorzamos. El men no era muy variado que digamos: un buen
puo de frijoles negros y otro de arroz con un jarro de aguadulce
que nos supo a manjar de reyes. Aplacada el hambre, uno de los
barbudos figueristas nos condujo al Cuartel General donde fuimos
presentados a los jefes y amigos que all se encontraban. Nos
indicaron una aula de la Escuela como dormitorio y nos dieron una
hora de descanso para que disimulramos las 72 de fatiga sufridas
en el camino. Los que pudimos nos dimos un bao y descansamos unos
minutos entre aquella batahola de fusiles, ametralladoras, caones
y oficiales que iban de aqu para all con ligereza de gamos y
actividad de hormigas. Al poco rato fuimos llamados a formar. En
una mesita estaban instalados Hernn Rossi y el Mayor Horacio Ornes
que por aquel entonces era Capitn. Fu en ese lugar donde por
primera vez escuch estas dos palabras: "Legin Caribe"; esto son
extrao y misterioso a mis odos, pues no acababa de asociar el
nombre de ese inquieto mar a los fines de la revolucin. Lo olvid
de momento, pues era ms importante poner atencin a las
instrucciones que nos daban Rossi y Ornes. Nos tomaron el nombre
nuestro y la direccin de nuestra familia y se nos dijo que a la
maana siguiente tenamos que estar en pie a las seis de la maana.
Los compaeros de cerebro e imaginacin inquieta, juraron una y mil
veces que al da siguiente bamos a la lnea de fuego; yo me
concret a orlos, pues en verdad no crea lo que afirmaban. Nos
dieron unos sacos de gangoche, dos a cada uno para ser ms exactos,
y nos aconsejaron que despus de comida durmiramos bastante para
estar frescos al da siguiente.
A la hora de acostarse fueron los lamentos y las protestas de
todo gnero, pues creamos que como justa recompensa a nuestras
noches de dormir a la intemperie y en la pura tierra, nos iban a
dar por lo menos un colchn o petate en donde echar nuestra
humanidad dolorida y magullada. Dormimos en el suelo ingrato y
duro, sin ms cobija que los dos gangoches que fueron intiles para
protegernos del fro cruel de la madrugada que nos oblig a
despertarnos antes de lo que pensbamos.
Muy de maana pasamos a la cocina militar a tragarnos con
deleite supremo, una vaporosa taza de aguadulce con unos cuantos
frijoles y un pedazo de tortilla.

General de Brigada
JOSE FIGUERES F.
Comandante en Jefe del
Ejrcito de Liberacin Nacional

De la cocina pasamos a la plaza a formar en dos filas, y de


all al lugar que nos tenan destinado. Los que afortunadamente
tenan algo de equipaje tuvieron que dejarlo en la Escuela donde
habamos dormido la noche anterior, pues la velocidad con que nos
llevaron al campamento militar fu de segundos. El lugar en donde
nos alojaron estaba situado a escasos quince minutos de la plaza de
Santa Mara. Todava a esas horas, y ya en el campamento, no
sabamos qu diablos iban a hacer con nosotros. El campamento era
una lechera a la que se llega pasando por el cementerio de la
localidad; en la parte superior del edificio, o sea precisamente
encima del lugar para hacer lo que nosotros llambamos "nuestro
dormitorio", que tena ms cara de gallinero que de saln para
donde todas las maanas ordeaban a las tranquilas y mansas vacas
que all haba, colocaron unas toscas tablas para dormir.
Nunca se me olvidar la emocin y la alegra que sent al
llegar a la famosa lechera que nos sirvi de Campamento Militar.
Todas las caras amigas de San Jos se encontraban all en cordial
camaradera. Al primero que salud fu a Julio Caballero; detrs de
l comenzaron a aparecer Carlos de la Espriella, Carlos Steinvorth,
Benjamn Piza, Rodolfo Quirs, Alvaro Rossi, Vico Starke y una

porcin de amigos a los cuales estrechaba las manos con


satisfaccin plena de dicha y contento. De inmediato nos fu
presentado en forma oficial el Capitn Horacio Ornes y nuestro
grupo fu formado en un pelotn compuesto de tres escuadras. En un
principio asignaron a Rodolfo Quirs como instructor nuestro, pero
debido a las muchas ocupaciones que l tena con su pelotn,
designaron a Benjamn Piza Carranza como Teniente instructor de los
nuevos reclutas, entre los que se destacaba con su gran cuerpo de
atleta y con su buen humor siempre a flor de labio, un viejo
luchador de la oposicin: Vctor Alberto Quirs Sasso. Benjamn
Piza fu para m una sorpresa mayscula lo mismo que para todos los
amigos de San Jos que compartieron con nosotros el entrenamiento y
despus la campaa que realiz la Legin Caribe. A Piza se lo poda
imaginar uno en cualquier cosa pero nunca metido a revolucionario
figuerista. Trabajaba en las oficinas de la Pan American en San
Jos y para nosotros fu siempre un nio bien que nos lo podamos
representar bailando con una linda chiquilla de San Jos en el
Country Club, pero nunca con una ametralladora en la mano dispuesto
a liquidar al primer mariachi que asomara la cabeza donde no deba.
Piza fu el instructor de nuestro pelotn, integrado en su mayora
por muchachos de Cartago, Paraso y Cach, entre los que
figurbamos slo cuatro josefinos.
Como a los quince minutos de tenernos de pie nos fueron
presentados sin mucha ceremonia los fusiles que habran de ser, a
partir de aquel instante, nuestros compaeros fieles e
inseparables. Lo primero que aprendimos fu el manejo de ellos:
sencillos en su mecanismo y rpidos y certeros en la accin.
Justamente estbamos oyendo con atencin las instrucciones que nos
daba el ya Teniente Piza, cuando o por vez primera el tableteo de
una de las ametralladoras livianas que tan tiles nos fueron para
liquidar mariachis y para bajarle los humos a Manuel Mora y al
irresponsable de Ren Picado. Probaba la "mquina" Vico Starke para
cerciorarse de que estaba en perfectas condiciones.
Esa maana nos ensearon el mecanismo de los fusiles y despus
pasamos a recibir instruccin militar propiamente dicha. Piza como
egresado que es de un colegio militar de los Estados Unidos, tena
conocimientos que lo capacitaban para entrenar a los reclutas con
dominio y rapidez.
Despus de la rutina de las primeras lecciones que a mi se me
hacan tediosas en extremo, nos enviaron al campo a hacer prcticas
de ataque y defensa. Santo Dios y los apuros que all pas! La
pierna izquierda me dola horrorosamente pues la tena entumecida
desde el da anterior, y cada vez que el Teniente daba la orden de
avanzar y echarse al suelo, yo maldeca mi pierna y la milicia;
pero a pesar del fuerte dolor, me olvid de l pensando en que

tarde que temprano tenamos que entrar en accin y que aquellas


prcticas nos habran de servir de mucho -como en efecto sucedipara poder aniquilar el poder del gobierno usurpador.
A las once y media de la maana y despus de practicar
intensamente, nos enviaron al comedor que estaba instalado en la
parte alta de la lechera-campamento. Era nuestro primer almuerzo
en ese lugar y estbamos ansiosos por saborear lo que para nosotros
fu el primer banquete de la campaa: una sustanciosa sopa de
verduras, unos ricos frijoles con arroz, un pedazo de carne que si
no estaba suave por lo menos se dejaba hincar el diente, una jarra
de leche fresca y recin ordeada, y una monumental taza de
aguadulce bien caliente. No haba lugar para quejas, pues en verdad
el almuerzo estuvo delicioso. En la tarde se nos ense la manera
de limpiar los fusiles para mantenerlos siempre en buenas
condiciones. Luego nos dieron una pequea licencia para ir "al
pueblo" que aprovech para obtener la clsica cachucha figuerista
que era nuestro distintivo inconfundible.
Esa tarde fu cuando vi por primera vez al Padre Benjamn
Nez en vestido de campaa. Sin mucho prembulo ni mucha ceremonia
nos dimos un caluroso abrazo y de ambas partes brotaron palabras
emocionadas saturadas del patriotismo que siempre ha sido el
galardn ms preciado del Padre Nez. Debo reconocer que a primera
vista no pude reconocer de inmediato a nuestro Jefe Espiritual,
pero cuando lo tuve a pocos pasos, su franca sonrisa y la bondad de
su rostro me dijeron muy a las claras que estaba delante de un
paladn de la justicia y de la libertad. Charlamos por espacio de
quince minutos, y como yo era de los "nuevos" el Padre Nez me
pic la lengua para que le contara las ltimas bolas que haban
circulado en San Jos y Cartago. No es necesario decir que el Padre
gozaba en extremo con las bolas -unas cuadradas y otras redondasque yo le estaba contando.
Como el tiempo pas sin darnos cuenta, me desped del Padre
para correr al campamento, pues ya haca rato que haba
transcurrido el tiempo concedido para la "pequea licencia".
Apresur el paso y en mi carrera pude ver un barbudo ms: Alfonso
Goicoechea que haca pocos das haba llegado con otro grupo y que
paseaba por la plaza de Santa Mara feliz y contento de aspirar el
aire puro y libre de aquella tranquila villa.

Esos son los hombres que tripularon el primer avin que aterrizo en Limn con la
Legin Caribe. Son ellos de izquierda a derecha, el Capitn Fernando Cruz y el
Teniente Coronel Guillermo Nez

Llegamos al campamento con el tiempo justo para formar y


disponernos a practicar en campo abierto. Nos hacan saltar varias
veces, una burra de madera de dos metros de alto. Nosotros no
sabamos a qu obedeca tanto aparato y nos concretbamos a cumplir
las rdenes. Era cmico ver a Jorge Arrea, largo como un cocotero,
saltar aquella burra con una ametralladora de 50 libras. Todos
realizamos las prcticas a la perfeccin y la oficialidad se mostr
complacida de la facilidad con que asimilbamos las instrucciones.
Lleg la noche y con ella un fro de seis grados centgrados
bajo cero y nosotros con ralos gangoches que eran impotentes para
defendernos de aquella temperatura glacial.
Como el grupo nuestro era el ms nuevo de los tres pelotones
que ya estaban alojados en la lechera-campamento, se nos encomend
la guardia por la noche.
A m me enviaron, junto con un compaero, a hacer las dos
horas de guardia reglamentaria a un puente que est situado a pocos
metros de la Unidad Sanitaria del lugar, por ser ese punto una
salida de carretera.
El fro me hel hasta la mdula de los huesos y las dos horas
se convirtieron en dos siglos de desesperacin, pues no tenamos
nada para cubrirnos. Por fin lleg el relevo y termin mi primera
noche de guardia; nos dirigimos al campamento y -oh desgracia
infinita!- no tenamos campo para echarnos a dormir un rato pues la
madrugada ya aruaba las sombras de la noche.

Nos acomodamos como pudimos en medio de piernas, fusiles,


ametralladoras y brazos, y con paciencia y fro esperamos los
primeros rayos del sol.
Han pasado seis das durante los cuales se someti a los tres
cuerpos de la Legin Caribe al entrenamiento ms tenaz y metdico:
triangulacin, tiro al blanco, prcticas con las ametralladoras,
simulacros de asalto en campo abierto, despliegues en masa, sin
olvidar los ms mnimos detalles que nos es dable imaginar. A
nuestro campamento no se les permita la entrada ni a los mismos
hombres que integraban los dems batallones que estaban acampados
en Santa Mara de Dota. Se vigilaba da y noche todas las entradas
que conducan a la lechera donde estbamos alojados, a fin de
evitar que nadie pudiera darse cuenta del nmero, cantidad y
condiciones de los hombres que all se entrenaban.
Ninguno de nosotros saba a dnde diablos nos iban a mandar;
eso era- asunto del Alto Mando. La Legin estaba formada
originalmente por tres pelotones de dieciocho hombres cada uno sin
contar la oficialidad. El primero no tena nombre hasta el momento,
el segundo se llam Alvaro Pars en honor al mrtir de la ciudad de
Puntarenas, y el tercero se llam Los Angeles en honor a la
Virgencita patrona de Costa Rica y debido al hecho de que la
mayora de sus componentes eran muchachos de Cartago. A m se me
asign desde un principio al pelotn Los Angeles. Nuestro oficial
era el Teniente Benjamn Piza, que se empe en todo momento porque
ese grupo fuera el mejor entrenado de todos, logrando en verdad,
sacar partido de todos los hombres, con excepcin de un muchacho de
Cartago que le costaba marcar el pasa equivocndose siempre que nos
tocaba marchar. Pareca que este chico, de 18 aos no ms,
estuviera peleado con el tambor que era la voz de Piza que fuerte y
enrgica, repeta incesantemente: un, dos; un, dos; un, dos; un,
dos... El ms selecto de todos los pelotones era el No. 1, que
capitaneaba el Teniente Hernn Rossi y que estaba integrado por
hombres en su mayora fogueados en los frentes de batalla y
expertos ya en las artes de la guerra de guerrillas. El pelotn No.
2, el "Alvaro Pars", estaba capitaneado por el Teniente Rodolfo
Quirs, ms tico que la fuente de Ojo de Agua y un experto militar,
pues fu educado en la Escuela Politcnica de Guatemala. Este
pelotn estaba formado en su mayora por muchachos de San Jos muy
conocidos, como el abogado Julio Caballero, los hermanos Daniel y
Jos Antonio Calvo Asta, Carlos de la Espriella y muchos ms que
se comportaron brillantemente durante toda la campaa.
Por fin lleg el da de la partida; lo adivinamos por la
actividad de la oficialidad y la visible emocin del Capitn Ornes
que imparta rdenes a derecha e izquierda. Era el nueve de abril y
despus de almuerzo nos dieron dos horas de descanso para que

furamos los que queramos al pueblo, y para limpiar los fusiles y


las ametralladoras. A las tres y media de la tarde nos ordenaron
que alistramos todo el equipo, pues de un momento a otro tenamos
que salir. Aqu fu donde se arm la gorda! Todos corramos de
aqu para all en diversas ocupaciones: unos iban a que se les
entregara el parque, otros a baarse, el de ms all a robarle el
saco al compaero, el otro a tomarse la ltima taza de caf en la
clebre lechera, uno por all reclamando a gritos su cepillo de
dientes, muchos quejndose de ampollas en los pies y otros
discutiendo el nombre que habra de llevar la ametralladora de su
pelotn. Quirs Sasso, que era el ametralladorista de nuestro
pelotn, resolvi por su cuenta y riesgo, bautizar a nuestra
ametralladora con el nombre de "Rosita", diciendo a grandes voces
que fusilara al que no la llamara por su nombre a partir de aquel
momento. "Rosita" se llam entonces la ametralladora Lewis que nos
acompa fiel y constantemente en toda la campaa. Carlos
Steinvorth Jimnez era el asistente primero de Quirs Sasso y
aunque no estaba de acuerdo con el nombre que Quirs le puso a
nuestra ametralladora, lo acept a regaadientes.
Bueno es hacer notar aqu que cada pelotn de la Legin Caribe
tena una ametralladora de la clase mencionada y cada oficial tena
adems una ametralladora liviana del tipo Thompson, lo mismo que
los miembros de la Plana Mayor de la Legin, que adems tenan
granadas de mano al igual que los sargentos primeros de cada
escuadra.
Por fin nos dieron la orden de formar y a seguido marchamos en
silencio hacia la plaza de Santa Mara.
Eran las cinco y quince minutos de la tarde y el sol pareca
decir "hasta maana" por las hermosas colinas que rodeaban el
pueblo. En la plaza nos esperaba Pepe Figueres con su Estado Mayor,
el padre Benjamn Nez en traje de campaa y toda la gente del
lugar que miraba llena de asombro a aquellos muchachos sucios y
jvenes, armados hasta los dientes y reflejando en su rostro la
decisin inquebrantable que siempre fu nuestra inseparable
compaera.
El primero en hablar fu el Padre Nez. Jams olvidar
aquella tarde y las palabras penetrantes y sabias que nos dirigi
el Padre Nez. Conforme avanzaba en su discurso, se iba acentuando
ms y ms la emocin en todos los rostros; las mujeres que frente a
nosotros estaban, no pudieron contener las lgrimas y dejaron que
stas corrieran libremente por sus mejillas. Muchos de mis
compaeros -inclusive yo, no me da pena decirlo- sentimos en los
labios el sabor a sal de dos gruesos lagrimones que saltaron de
nuestros ojos no por cobarda, sino por el amor a nuestra Patria

maltratada, que las palabras del Padre Nez nos trajeran -a la


mente en esos sublimes instantes en que el pabelln tricolor
flotaba al viento y nuestras frentes permanecan en alto para
recibir con devocin la bendicin del Sacerdote.
Luego nos dirigi unas breves palabras Pepe Figueres para
presentarnos la oficialidad y darnos las ltimas instrucciones sin
mencionar, claro est, el lugar para el que ya habamos sido
destinados. Cuando termin Pepe, un estruendoso viva Figueres!
sali de todas las gargantas y corri libre hasta las colinas para
convertirse en eco de redencin y sacrificio. Despus entonamos a
todo pulmn las estrofas del Himno Nacional y a seguido procedimos
a acomodarnos en dos camiones que ya estaban preparados. Los
muchachos de las fuerzas que estaban acantonadas en Santa Mara lo
mismo que las mujeres y los nios, nos despidieron con vtores y
vivas que repercutieron en lo ms recndito de nuestros corazones,
convirtindose en promesa de triunfo y redencin para nuestra
Patria escarnecida y pisoteada.
Por fin abordamos los dos camiones. Haba que ver la cantidad
del barullo que se form para acomodar en dos camiones no muy
grandes, a 65 hombres con equipo, zalbeque, fusil, ametralladoras y
gran cantidad de municiones! Nos empujbamos para tratar de
posesionarnos de los mejores lugares, pues la jornada iba a ser
larga. Se nos advirti que llevramos los clsicos sacos de
gangoche, pues el fro que tenamos que soportar no era como para
disimularlo con un cigarrillo. Todos tenamos dos sacos y
procedimos a meternos en ellos como embutidos, pues ya la noche
haba cado y las punzadas del fro se hacan sentir coma preludio
de la helada que habramos de sufrir ms adelante. A pesar de los
empujones, los pellizcos, los majonazos, las maldiciones y las
carcajadas, nos pudimos acomodar en los dos vehculos que iniciaron
la marcha rodeados de la gente y la tropa que continuaba
aclamndonos y vivando a Figueres y al Padre Nez, que no se
cansaban de despedirnos con la mano derecha. Supimos en ese
momento, de boca de uno de los oficiales, que nos dirigamos a San
Isidro del General y nada ms que eso. San Isidro del General!
todava resuenan en mis odos esas palabras que fueron smbolo de
lucha, coraje y sacrificio.

La Legin Caribe en San


Isidro del General
La carretera que conduce de Santa Mara de Dota hasta el
entronque con la carretera Panamericana, es sinuosa y grosera. Son
aproximadamente treinta kilmetros de curvas infernales y cuestas
empinadsimas. Los dos camiones que conducan la Legin Caribe eran
un Dodge y un Ford, ambos nuevos y de ltimo modelo, pero iban con
tanta carga que en cada cuesta haba que bajarse para ayudarlos,
por medio de calzas y empujones, a salvar las gradientes. Habamos
salido de Santa Mara como a las seis y media de la tarde, y
pudimos llegar a un lugar que le llaman "Macho Gap" a las nueve
pasadas. Precisamente en este lugar es donde se encuentra uno con
la carretera Panamericana propiamente dicha, Nos detuvimos all
unos breves minutos para saludar al Capitn Tercero que vena de
Villa Mills con un cargador para una de las ametralladoras que se
haba descompuesto; nos salud con su cordialidad habitual y se
despidi de nosotros desendonos buena suerte en nuestra misin.
Los camiones emprendieron de nuevo la marcha sobre la hermosa
carretera bordeada de bosques y de sombras.
Hasta ese momento no habamos sentido fro, pero todos bamos
metidos en nuestros sacos de gangoche preparndonos para la pasada
por el Cerro de la Muerte. Nuestro camin era la Meca de las
maldiciones y de los pleitos que se originaban en la espantosa
apretazn en que bamos. En la parte delantera, junto a la
casetilla del chofer, venan sentados Vctor A. Quirs y Carlos
Steinvorth con las ametralladoras pesadas y muchas cajas de parque.
Como a "Rosita" haba que cuidarla mucho para que no se fuera a
mojar con las tenues gotitas que ya comenzaban a salpicar nuestras
caras, Quirs encontr muy fcil acomodar la boca del can de
nuestra ametralladora en mis flacas espaldas. Intiles fueron mis
protestas, pues Quirs no escuchaba nada ms que el ronquido del
motor del camin. Para completar mi martirio y hacer ms dolorosa
la noche que pasamos en el Cerro de la Muerte, la gordura slida de
Alfredo Chacn, sargento del pelotn Alvaro Pars, empujaba mis
doloridos huesos hacia el can de la ametralladora y ste hacia la
gordura de Chacn que pretenda que en un espacio de un cuarto de
metro cuadrado acomodara yo el fusil, el zalbeque, el parque y mi
humanidad que ya no soportaba ms.
Carlos Steinvorth, que hasta el momento se haba concretado a
escuchar nuestras maldiciones y estirar como mejor poda sus
piernas, decidi pasarse al lugar de los verdugos de esa noche y
principi en su tarea de estrujar a las pobres vctimas que venan
delante de l.

Un muchacho Solano de Cartago amenaz a Steinvorth con


degollarlo si no quitaba sus enormes zapatos del estmago de l.
Steinvorth ante tales razones, opt por trasladar sus extremidades
inferiores a otro lugar; mi sufrida espalda, que ya no soportaba el
can de la ametralladora y los kilos de grasa y msculo del
Sargento Chacn que se rea a mandbula batiente de aquella
sinfona de lamentos y maldiciones. Agotados de tanta lucha y tanto
grito, nos quedamos tranquilos pues el cansancio nos rindi. Algo
parecido al sueo nos invadi a todos. Yo me qued dormido en la
posicin en que vena, esto es, con el can de la ametralladora en
mi espalda, con la gordura de Chacn en mi estmago y con las
piernas de Carlos Steinvorth en mis hombros. El resto de mis
compaeros durmi como mejor pudo: de pie, encima del fusil, encima
de un compaero o sentado en una caja de municiones que por cierto
no se parece mucho a un almohadn oriental.
Sin sentirlo nos fuimos acercando poco a poco al Cerro de la
Muerte.
Su proximidad nos fu anunciada por un aguacero terrible que
nos cal hasta los huesos y por un fro salvaje contra el cual no
exista ninguna defensa, Slo Dios sabe la noche cruel y amarga
que all pasamos!
El camin avanzaba rpidamente cortando con los haces
luminosos de sus dos faroles la cortina negra de la noche. Beto
Quirs inici de inmediato la segunda parte de las maldiciones y
los lamentos. Fu coreado por todos nosotros que pensamos, no sin
razn, que aquel fro atroz iba a acabar con nuestra existencia.
La lluvia continuaba ms fuerte y terca que nunca y todava
faltaba mucho, pero mucho, para que llegramos a San Isidro del
General.
Alguien dentro del camin dijo en voz queda, que pronto
llegaramos a Villa Mills. Esa voz contribuy a darnos fuerza y a
maldecir con ms vigor a los que se empeaban en incomodarnos y
maltratarnos con sus piernas o sus fusiles.
El camin segua rodeando el Cerro de la Muerte y el fro
rodendonos a nosotros con sus tenazas.
Se me olvidaba decir que abriendo la marcha de nuestro convoy,
vena un jeep en el que se acomodaron el Capitn Ornes, Alvaro
Rossi y otros oficiales de la Plana Mayor de la Legin, contra los
que enderezbamos con toda sabrosera, nuestras ms selectas
protestas por venir tan bien instalados sin importarles un comino
nuestras congojas y nuestro fro.

Casi sin sentirlo nos dimos cuenta de que habamos dejado


atrs el Cerro de la Muerte y que el camin iba en compresin,
bajando la pendiente que se extiende por kilmetros y kilmetros
hasta llegar al Valle del General.
Por fin hemos llegado, despus de mucho desearlo al campamento
de Villa Mills. Lo primero que vemos, a pesar de la oscuridad, es
la bandera de los Estados Unidos que nos advierte que estamos en
terrenos propiedad del To Sam.
La oficialidad, como de costumbre, es la primera en saborear
una caliente taza de caf negro que con gentileza nos obsequian los
simpticos gringos que estn destacados en Villa Mills. A nosotros
nos toca chuparnos unas cuantas gotas de caf fro y "sin nada".
Nos resignamos pues sabemos que dentro de algunas horas estaremos
en San Isidro del General. Piza, el jefe de nuestro pelotn no se
cansa de dar rdenes como un mariscal prusiano urgindonos a
tragarnos el caf de marras para darle campo a los dems. Por
desgracia para los "dems", cuando les llega el turno de tomar caf
se tienen que resignar con mirar la olla vaca y a comerse unos
cuantos frijoles fros y tiesos que lograron escapar de las
mandbulas de los primeros pero que llegaron seguritos al estmago
de los segundos.
Ha terminado nuestra corta visita a Villa Mills y todo el
mundo est en sus puestos para seguir la marcha.
Previniendo un ataque de sorpresa, el Capitn Ornes ha
ordenado que los vehculos marchen a una distancia de cincuenta
metros cada uno, pues estamos en la zona de peligro.
El ltimo camin es el nuestro; en la casetilla del chofer van
Hernn Rossi y Vico Starke; el primero con un fusil como los
nuestros y el segundo con una ametralladora liviana calibre 45,
Beto Quirs monta y carga la ametralladora pesada sobre el techo de
la casetilla. Steinvorth es su ayudante. Todos cargamos los fusiles
en el acto y nos consideramos listos para entrar en accin si la
cosa se pone fea.
Como a la hora de caminar lentamente viendo para ambos lados
de la carretera, notamos que el jeep que marcha a la cabeza se
detiene bruscamente: en sentido contrario avanza hacia nosotros un
jeep con sus dos focos encendidos. Ambos se dan alto antes de
identificarse; despus de reconocernos la sorpresa es mayscula: en
el jeep viene la plana mayor de El Empalme: Cardona, Pepino
Delcore, Tuta Corts y Frank Marshall. Todos nos saludamos a
grandes voces, pero sobresale la de Tuta Corts que a manera de
advertencia nos dice que en San Isidro nos espera nuestro bautizo
de fuego, pues los mariachis estn aproximndose peligrosamente por

el lado de Buenos Aires. Aquello nos suena extrao y feo, pues


todos nosotros tenamos la idea de que San Isidro no volvera a ser
atacado por el Gobierno dadas las derrotas que haban sufrido sus
fuerzas en diversas ocasiones, a manos de nuestras aguerridas
tropas all destacadas. Cardona, Delcore, Corts y Marshall
continuaron la marcha rumbo a El Empalme acompaados por
ametralladoras livianas, pero no niego que a todos se nos puso la
carne de gallina con la advertencia de Tuta Corts. Yo me senta
cadver...!
Continuamos nuestra marcha con mucha mayor lentitud y con los
ojos abiertos como los de una lechuza.
En voz baja hacamos comentarios en torno a las palabras de
Corts y cada uno deca y hablaba como mejor poda, tratando de
disimular torpemente el nerviosismo que se apoder de todos
nosotros.
A los pocos minutos de caminar se detiene nuevamente el jeep
que marcha a la cabeza, pues desde un promontorio le han dado el
alto: es una patrulla nuestra de las que estn destacadas en todas
las entradas que conducen a San Isidro. La alegra es unnime, pues
nos damos cuenta de que Tuta Corts lo que pretendi era meternos
miedo con la leyenda de los comunistas de Fallas.
Por fin divisamos las luces de las primeras casas de San
Isidro y a los pocos minutos estamos entrando en nuestro cuartel de
esa plaza. La alegra de encontrarnos en uno de nuestros ms
gloriosos baluartes, nos hace olvidarnos momentneamente de las
fatigas y sufrimientos del viaje. Mis ojos no se cansan de urgar
por todos lados, en la oscuridad de un patio veo destacarse la
silueta enorme de nuestro poderoso tanque de combate. Nos ordenan
entrar al saln que sirve de dormitorio y comedor, y mis ojos se
tropiezan con revolucionarios natos: Valdeperas que est armado
hasta los dientes, Roberto Fernndez al que la revolucin no lo ha
hecho olvidar sus buenos modales y su clsica sonrisa, al Coronel
M. A. Ramrez imponente y majestuoso y a muchos ms a los que no me
canso de saludarlos y hacerles preguntas relacionadas con las
acciones que han tenido lugar en San Isidro.
Despus de platicar con Roberto Fernndez unos minutos, me
llevan a la cocina donde me espera una garrafal taza de caf y un
plato de arroz y frijoles con dos trozos del ms delicioso pan. Nos
ordenan descansar, pues al da siguiente tenemos que continuar la
marcha muy de maana. Nos acostamos en el puro suelo con todo el
equipo y con las armas listas para cualquier emergencia. Son en ese
instante las dos y media de la maana. Sentimos que el sueo bueno
y amable nos invade lentamente, pero oh desilusin! se escucha en

el saln como retumbo de trueno la voz del Coronel Ramrez que


dice: Capitn Ornes necesito un pelotn suyo para una misin
importante! Y luego la voz del Capitn Ornes que contesta de
inmediato: Piza, levanta tu gente en el acto! y despus la voz de
Piza que dice: Pelotn Los Angeles: arriba! Como movidos por un
resorte nos levantamos todos y formamos en el patio. La orden es
terminante: hay que detener a todo trance un grupo de mariachis que
se acerca por el campo de aterrizaje.
Estbamos formados en el patio del cuartel general de San
Isidro y todos esperbamos lo peor, pues ramos solamente dieciocho
hombres y dos oficiales: Piza y Starke. No sabamos a ciencia
cierta cul era el nmero de los mariachis a los que tenamos que
hacerles frente. Beto Quirs estaba feliz pues por primera vez la
ametralladora "Rosita" iba a entrar en accin para enviar a mejor
parte a los foragidos que el desgobierno de Picado y Mora tuvo como
soldados. Vico Starke nos di las ltimas instrucciones: ponerle un
candado a la boca, no fumar en la marcha, caminar separados a una
distancia de seis metros cada hombre y llevar el fusil en posicin
de fuego. La escuadra de la ametralladora marchaba adelante
enseguida de Starke y Piza que iban a la cabeza. Todos bamos
despabilados por completo y dispuestos a jugarnos el pellejo ya
fuera con mariachis o comunistas de Fallas. Atravesamos el campo de
aterrizaje cubiertos por las sombras de la noche para tomar
posiciones en una colina que est al fondo del campo y que podra
ser la boca de entrada del enemigo. Cuando alguno se quedaba atrs
la columna se detena de inmediato para darle la posicin correcta.
Nadie hablaba, slo se escuchaba de vez en cuando el crujido de una
rama o la respiracin jadeante de los que venamos atrs. Por fin
nos adentramos en la montaa sin encontrar ni rastros del enemigo.
Nos parapetamos detrs de troncos y esperamos las rdenes. A los
pocos minutos de estar en aquella posicin escuch la voz de
alguien que a mi espalda deca: Se perdieron, seguro tomaron otra
vereda! Se me hel la sangre en las venas, pues de inmediato supe
lo que pasaba: Beto Quirs acompaado por la ametralladora pero sin
municiones, se haba extraviado en la oscuridad de la noche con dos
compaeros ms. Si en aquel momento los hubieran atacado los
mariachis nos hubieran hecho chicharrn, pues nosotros no podamos
disparar sabiendo que Quirs y los dos ms, estaban en cualquier
parte menos con nosotros. Los minutos eran de angustia y
desesperacin pues estbamos sin ametralladora y a merced del
enemigo; no podamos gritar llamndolos, pues nuestras voces nos
podan descubrir. Vico Starke estaba que trinaba de la clera lo
mismo que Piza que maldeca hasta el da en que naci. Nosotros
estbamos principiando a sentir el miedo, pues la cosa no era para
menos. Resolvimos jugarnos un albur y se enviaron dos hombres

conocedores de la montaa a buscar a los perdidos. Como a la media


hora regresaron sin el menor rastro de ellos.
Temblando de pies a cabeza volv a ver mi reloj que marcaba en
ese momento las tres de la maana; faltaban dos largas horas para
que aclarara y haba que esperarlas con resignacin y paciencia. La
tensin del momento nos haca ver mariachis en los arbustos y en
las ramazones...
Las cuatro de la maana y an no aparecan Quirs y sus
compaeros...; las cuatro y media y nada... Por fin llegaron las
primeras luces de la maana y con ellas un rayo de esperanza para
nosotros.
A las cinco y quince aparecieron Quirs y sus hombres. Este
ms furioso que nunca y aquellos felices y contentos de ver que
nada haba sucedido.
Starke, Piza y Quirs se dijeron hasta del mal que iban a
morir: los dos primeros le echaban la culpa de lo sucedido a la
falta de tacto de Beto que no se anduvo con pies de plomo durante
la marcha; y ste a su vez reclamaba el que no se considerara que
l vena con la ametralladora al hombro y que por lo tanto no poda
caminar muy ligero. La cosa no pas a ms y slo en ese entonces
nos sentimos seguros de nuestra fuerza y capaces de hacerle frente
a un ejrcito napolenico si se nos pona por delante.
Con el amanecer, lleg implacable y fuerte el sueo y el
hambre, placeres esos que no estaban reservados para nosotros hasta
no saber el paradero de los mariachis que salimos a buscar... Como
a las seis de la maana omos el ronquido de un avin y supusimos
lo que tenamos que suponer: que nos venan a bombardear. El
Douglas describi dos crculos encima de nosotros y desapareci.
Respiramos hondamente pues el peligro haba pasado. Despus
logramos averiguar que el avin era de los nuestros y que volaba
piloteado por el corajudo y valiente macho Nez. Por fin lleg la
orden de cesar en la bsqueda de los mariachis que seguramente
salieran corriendo como era muy natural en ellos cuando saban que
les bamos a hacer frente. En formacin de combate comenzamos a
desfilar por la montaa para dirigirnos al campo de aterrizaje
donde nos esperaba el resto de nuestras fuerzas que ya estaban
listas para abordar los aviones. Cuando llegamos nos encontramos
con una actividad insospechada: unos cargaban las bombas areas,
otros traan las cajas de parque y las granadas y los dems
ayudaban en la preparacin de los aviones para tenerlos listos para
emprender el vuelo.
Creyendo que nuestra misin de la noche anterior nos haca
merecedores de una calientita taza de caf, pedimos permiso para ir

al cuartel a tomarla, pero para desgracia nuestra nos fu negado,


alegando una serie de razones de ndole militar que le negaron a
nuestro estmago el derecho de entibiarse con una pequea taza de
caf. Estbamos furiosos del ms chico al ms grande.
Como el gobierno de Picado tena la mala costumbre de
bombardear San Isidro en la maana y en la tarde, nos dieron otra
orden: escalonarnos en la montaa que rodea el campo de aterrizaje
para evitar ser vistos por los aviones enemigos; se cumpli la
orden al pie de la letra. Al llegar all tenamos 24 horas de no
dormir, estbamos llenos de barro, muertos de sueo y con atroces
deseos de "tomar caf". A la media hora de estar en la montaa, una
alma piadosa se acord de nosotros y nos llev una enorme olla de
caf caliente con unos mendrugos de pan. Ingerido que fu el caf,
cada uno pas a ocupar el puesto que le corresponda. Fu en este
lugar y donde por primera y nica vez -lo confieso con sinceridadhice caso omiso de una orden militar. Se nos haba ordenado
permanecer en grupos de tres, a diez metros de distancia cada grupo
y con los ojos abiertos, pero era tan inmenso el cansancio que me
ech en un montn de tierra y me qued dormido por espacio de media
hora...
Me despert la gritera de mis compaeros alborotados por la
orden que se di a fin de que nos furamos al avin para abordarlo.
El primero haba salido piloteado por el Mayor Nez y Fernando
Cruz llevando en su vientre el Pelotn No. 1 y la mitad del No. 2
con la plana mayor de la oficialidad y suficiente parque. Nadie
saba cul era el rumbo de los aviones...
Nos acercamos rpidamente al avin que ya estaba siendo
preparado para despegar, por el Capitn Manuel Enrique Guerra. Se
nos dieron las instrucciones finales pero continubamos sin saber
cul era nuestro destino. Estos aviones Douglas D. C. 3 que nos
transportaron, no tenan distintivo de ninguna clase hasta mucho
tiempo despus que se resolvi ponerles un enorme crculo azul en
las alas y el fuselaje.
Nos instalamos en el aparato a mitad del Pelotn No. 2, el
"Alvaro Pars", y la totalidad del pelotn No. 3 "Los Angeles"
acompaados por una caja de bombas areas, por nuestra
ametralladora Lewis con suficiente parque y piloteado por Guerra y
Otto Escalante. Estuvo a punto de ocurrir una tragedia en el
momento que despegaba, que a Dios gracias no pas de un susto
fenomenal. En la parte trasera del aparato venan dos estaones de
gasolina colocados cerca de la puerta de entrada; y frente a ellos
Rodrigo Carranza con otro compaero; cuando el avin despeg los
estaones rodaron por el piso pasando a pocos milmetros de donde

se encontraban Carranza y su compaero que afortunadamente no


sufrieron nada ms que el susto.

La Batalla de Altamira
Como los aviones en que se nos transport durante la guerra
estaban acondicionados para el servicio militar, no tenan ni
asientos ni ninguna de las comodidades que ofrecen los aviones de
pasajeros. Nos acomodamos en el piso del avin como mejor pudimos,
procurando tener mucho cuidado con las armas y el parque asindonos
en donde primero podamos cuando el aparato sufra golpes de
viento. Describimos un crculo sobre San Isidro y el avin tom
altura para evitar ser vistos por los aviones del Gobierno que era
probable que aparecieran de un momento a otro. Como volamos
demasiado alto, ms o menos a 15.000 pies de altura, era muy
difcil saber por dnde nos llevaban. En nuestro avin iban
muchachos que por primera vez sentan la sensacin del vuelo y
permanecan absortos y en silencio escuchando el ronquido de los
motores y asomndose de vez en cuando para contemplar los campos y
las casitas que abajo se dibujaban como adornos de un portal
maravilloso.
Como a los tres cuartos de hora de volar aterrizamos en un
lugar que para m no era del todo desconocido. Me extrao y conmigo
a todos mis compaeros, que no se nos diera orden de ninguna clase
para el desembarco, solamente que tuviramos cuidado de que los
fusiles estuvieran con el seguro en buena posicin. Soplaba un
fuerte viento y Manuel Enrique Guerra tuvo que poner en juego toda
su pericia de piloto para lograr un aterrizaje sin contratiempos.
Nos estaban esperando nuestros compaeros que haca media hora
haban llegado sin contratiempos de ningn gnero. Cuando bajamos
del avin volv los ojos para todas partes tratando de adivinar el
lugar donde nos encontrbamos. La vegetacin me era familiar y el
lugar tambin. Sin mucha dificultad averig que nos encontrbamos
en la zona de San Carlos pero no pude precisar por el momento el
lugar exacto. No se nos dijo nada. Recurr a uno de los campesinos
que con curiosidad miraba a tan extraos seres armados hasta los
dientes y con los trajes rodos y sucios. Me dijo sin mayores
rodeos que estbamos en Altamira, en la finca de Gastn y Manuel
Peralta. Mi sorpresa fue enorme pues no me imaginaba todava cul
era la misin de la Legin Caribe en aquellos lugares.
El campo de Altamira est bien acondicionado para el
aterrizaje de los aviones Douglas DC-3; es en forma rectangular con
cercas a ambos lados. De largo tiene aproximadamente mil metros y
de ancho unos sesenta metros.
Se nos orden que permaneciramos cerca de los aviones que se
colocaron en cada extremo del campo a lo ancho para evitar el
aterrizaje de cualquier otro aparato. Cuando llegamos seran

aproximadamente las diez de la maana; unos se dedicaron a limpiar


los fusiles, otros a conversar con los campesinos del lugar que
estaban en pie de guerra, pues haban tenido un encuentro con las
fuerzas del resguardo de Villa Quesada; y los dems, entre los que
me contaba yo, nos echamos sobre el mullido zacate a dormir
mientras podamos. Me despert la grata noticia de que estaban
preparando algo de comer en una de las casas de la localidad. Esta
era siempre la noticia que haca desaparecer de nosotros el
cansancio y el pesimismo. Como ya saba en esos momentos cul era
la casa en donde nos tenan preparada la comida, llame por aparte a
Carlos Steinvorth y a Beto Quirs y nos fuimos sin que nadie se
diera cuenta de nuestras intenciones de ser los primeros en devorar
los frijoles y el ame que nos tenan de banquete; cumplida nuestra
importante misin, regresamos a los aviones a anunciar al resto de
nuestros compaeros el festn que los estaba esperando. No fu
necesario repetrselos dos veces, pues a la primera, ya corran
como gamos buscando la casa o las casas en donde estaba la comida.
Despus de almuerzo, se procedi a distribuir los muchachos para
organizar las guardias en previsin de un posible ataque de los
mariachis que estaban destacados en Villa Quesada. El Pelotn No. 1
al mando del Teniente Hernn Rossi, tuvo a su cargo la vigilancia
de los caminos que conducan a Villa Quesada; el Pelotn No. 2,
"Alvaro Pars", se destac en un cerro que dominaba el campo;
estaba comandado por el Teniente Rodolfo Quirs; el Pelotn No. 3
"Los Angeles", tuvo a su cargo la vigilancia del campo y los
aviones y estaba al mando del Teniente Benjamn Piza. Durante el
resto del da no tuvimos actividad de ninguna clase. La Plana Mayor
se reuni en la casa del seor Peralta, propietario de la finca
lechera donde nos encontrbamos, a planear el ataque y darle los
ltimos toques al lugar de nuestra "misin". El plan se llam desde
un principio el "Plan Clavel", que para nosotros era chino pues no
sabamos de la misa la media. Lleg la noche y se cambiaron los
guardias del campo para ejercer una mayor vigilancia. A fin de que
la gente no se cansara demasiado, las guardias fueron hechas de dos
en dos en los lugares ms importantes, relevndolas cada dos horas.
Dormimos debajo de las alas de los aviones los que estbamos en el
campo, y en la montaa los que vigilaban las entradas a Villa
Quesada. Muy de maana nos levantamos para desayunarnos. Antes del
desayuno, los ms atrevidos pasamos por la lechera donde ya
estaban ordeando, para solicitar en nombre de la revolucin un
tarro de leche caliente al "pie de la vaca"; el muchacho que tena
a su cuidado el ordeo, nos obsequi muy complacido la leche.
Despus de desayunar nos dirigimos al comisariato de la localidad:
unos compraron jabones, una lata de frutas, un tarrito de jamn del
diablo; a m se me ocurri comprar un cepillo de dientes, pues el
mo lo haba dejado, junto con el resto de mis pertenencias, en el
campamento de San Isidro del General. Vlgame Dios y la clase de

cepillo que compre! Cuando trat de limpiarme los dientes se me


deshizo en la boca completamente y por poco me ahogo con las
cerdas. Lo curioso de todas estas compras realizadas en Altamira,
fu el hecho de que todos los muchachos de la Legin alegaban que
no tenan un cinco, pero a la hora llegada los prstamos a largo
plazo se sucedieron con rapidez vertiginosa, pues un muchacho de
Cartago andaba con una pequea cantidad de dinero que se haba
trado de su casa.
Unos pocos, en cuenta los miembros de la Fuerza Area, pedimos
permiso para tomar un bao en un riachuelo que pasaba por all
cerca. Nos intimidaron para que no nos baramos, pues el da
anterior haban matado un cocodrilo de regular tamao en ese ro.
Lo suciedad y la mugre de nosotros fu ms fuerte que el miedo al
cocodrilo y nos metimos al ro sin darle importancia a los
cocodrilos habidos y por haber. Como las vacas tomaban agua un poco
ms arriba de donde nosotros estbamos, nuestro bao no fu
precisamente de agua cristalina sino de serrn mojado y barro. A
los pocos minutos nos salimos del agua y cada uno ocup el puesto
que le corresponda. Se lleg la hora del almuerzo casi sin
sentirla. Piza nos orden que regresramos inmediatamente pues se
nos iba a decir el lugar de nuestro destino y se iban a impartir
las ltimas instrucciones para el desarrollo del "Plan Clavel". La
emocin en esos momentos fu indescriptible, pues slo entonces
bamos a saber cul era la misin de la Legin y cul era el lugar
de nuestro destino. Por fin se corri ante nosotros el velo de
misterio en que nos tuvieron durante ocho das. Almorzamos a toda
prisa, pues queramos saber lo ms pronto posible cul era la
"peligrosa aventura" que nos tenan reservada desde haca mucho
tiempo. No fu sino hasta las dos de la tarde que Piza nos llam
aparte para comenzar a explicarnos cul era el "Plan Clavel".
Extendi ante nuestros asombrados ojos un plano que para la mayora
de los muchachos era una confusin de trazos y puntos, pero que
unos pocos descubrimos en el acto: el plano era el de la ciudad de
Limn.
Como el pelotn estaba incompleto, pues algunos muchachos
andaban en servicio de guardia, Piza resolvi explicarnos el plan
de ataque en las horas de la noche en un momento en que estbamos
todos los del pelotn No. 3. Unos pocos preguntamos algunas cosas
que nos fueron contestadas de inmediato con claridad y rapidez.
Como a las tres y media de la tarde me enviaron con un grupo de
cinco a relevar la guardia que vigilaba el avin del Capitn
Guerra; a las cuatro y cinco minutos lleg al avin Alfonso
Goicoechea acompaado del Capitn Guerra para tratar de comunicarse
por medio de la estacin del avin, con el cuartel general en Santa
Mara de Dota. Estaban los dos en la cabina del aparato llamando a
la estacin de Santa Mara y yo con unos compaeros debajo de las

alas de la nave, cuando lleg hasta nuestros odos un sonido que


segundo a segundo aumentaba: eran tres aviones del gobierno que
venan a atacarnos.
El ataque areo que el gobierno desat sobre nosotros en
Altamira; no nos tom de sorpresa, pues esperbamos algo parecido.
El primer avin, un Douglas DC-3, inici el ataque a las cuatro y
unos minutos de la tarde del 10 de abril. La posicin nuestra le
fu dada al Gobierno de Picado por el Jefe del Resguardo destacado
en Villa Quesada, que ya saba el lugar en donde estbamos
acampados. Fu ese bombardeo el ms tenaz y salvaje que sufri el
Ejrcito de Liberacin Nacional durante toda la guerra. Ni los
desatados sobre San Isidro del General y El Empalme, se igualaron
en furia y duracin al que sufri la Legin Caribe en Altamira. Por
un momento cremos que el bombardeo nos iba a aniquilar por
completo y desde luego a estropear el "Plan Clavel"' y con l la
ofensiva general contra las fuerzas del gobierno. El bombardeo lo
llevaron a cabo con dos aviones Douglas DC-3 y un avin de caza
monoplano modelo viejo que haca las veces de escolta de los dos
aviones grandes. Nos atacaron con bombas de las que fueron
fabricadas por el mercenario Julio Lpez Masegosa y con
ametralladoras Browning y Breda que disparaban balas direccionales
para poder localizar los puntos desde los cuales les hacamos
fuego. Estas balas fueron la ltima innovacin del gobierno, pues
fu la primera y nica vez que las usaron.
El ataque se realiz de la siguiente manera: el primer avin
lanz sobre nosotros, en direccin al avin en que se encontraban
perifoneando Guerra y Alfonso Goicoechea, una bomba de alto poder
explosivo y rfagas de ametralladora. Cuando esto suceda ya mi
grupo haba tomado posiciones a ambos lados del campo y Manuel
Enrique Guerra con Alfonso Goicoechea corran a refugiarse en la
montaa cuando vieron venir la enorme bomba que lanz el aparato
enemigo. Con serenidad y sangre fra corrieron con toda la fuerza
de sus piernas en direccin contraria, con el tiempo medido para
que la bomba estallara con ruido infernal a pocos pasos de donde se
tumbaron. Unos fragmentos de la bomba cayeron en los pies de
Alfonso Goicoechea sin causarle ningn dao. Los que estbamos
cerca de ellos pero a mayor distancia de donde cay la bomba,
supusimos que los haba alcanzado pues pudimos observar el efecto
devastador de la misma en el enorme crter que abri.
A todo esto el avin ya vena en picada disparando sus
ametralladoras y dispuesto a dejar caer su cargamento de muerte
sobre los aviones y sobre nosotros que estbamos en el campo
defendiendo los aparatos. Cuando vena a poca altura, el malogrado
Rolando Aguirre que estaba con su Lewis en el cerro ms cercano al
campo, abri nutrido fuego que logr alcanzar al avin enemigo en

la parte inferior del fuselaje: la ametralladora nuestra que estaba


en el campo tambin vomit fuego al unsono con las mquinas
manejadas por Arrea y Rodolfo Quirs destacadas en la salida del
campo. El tableteo ensordecedor de nuestras ametralladoras nos
infundi nimos. El aparato enemigo no pudo bajar mucho debido al
fuego nuestro y se tuvo que conformar con dejar caer la bomba a la
loca, destrozando un ranchito cercano que por fortuna estaba
desocupado. Nuevamente volvi al ataque pero esta vez fueron
sesenta fusiles y seis ametralladoras los que le dieron una
calurosa recepcin; dej caer otra bomba que fu a estallar cerca
del ro y en la desesperacin de su fracaso nos propin una fuerte
rfaga que no nos haca nada, pues estbamos muy bien defendidos
por unas trincheras naturales que rodeaban el campo. Todos
seguamos disparando contra el avin hasta que ste se colocaba
fuera de nuestro alcance, Fu entonces cuando nos atac el avin de
caza con el fuego de sus ametralladoras. El ataque fu estril,
pues el avioncito fu muy bien recibido por nuestras mquinas que
se encargaron de propinarle al piloto el mayor susto de su vida,
pues lo tocamos en las alas y en el fuselaje.

Fotografa del primer avin que


tom tierra en Limn el memorable
11 de abril de 1948, y que fuera
piloteado por Nez y Cruz.

Mientras tanto el segundo avin Douglas no haba entrado en


accin. El fuego ces por unos minutos, pues los aviones se
retiraron momentneamente. Pudimos observar que la nave que segn
supimos despus iba piloteada por el clebre Wilson, volaba con
dificultad y a baja altura. Este avin no volvi a atacarnos, pues
por efecto del fuerte ataque nuestro, se estrell pereciendo sus
ocupantes entre los que iban el conocido Arqumedes Alvarez, alias
"Quintales", Sherman Wilson, Alfredo Chamorro, Jorge Surez, Ramn
Muoz, Antonio Carmona, Alejo Poveda, Juan Bta. Montero, Vctor

Manuel Chacn y otros ms cuyos nombres nunca supimos. La labor


haba sido fructfera, la Legin Caribe logr derribar ese da un
avin del gobierno de los que ametrallaron sin piedad, la poblacin
de San Isidro del General. Eran las cuatro y cuarenta y cinco
minutos de la tarde cuando sufrimos el segundo ataque. Esta vez el
avin vol a mucha altura tratando de esquivar el fuego nuestro.
Iba piloteado por Jerry de Larm y llevaba como tripulantes a varios
sicarios del Gobierno en cuenta a un tal capitn Mndez, quien
durante toda su vida ha sido un pillo de marca mayor. Este avin
nos bombarde con ms tenacidad y pericia que el anterior, pues las
bombas nos cayeron ms cerca que las anteriores; sin embargo no nos
causaron ningn dao. Para engaarlo y atraerlo hacia los caones
de nuestras mquinas, suspendimos el fuego durante algunos minutos.
Se trag el anzuelo y crey que nos haba silenciado con las
rfagas de sus ametralladoras, describi un crculo sobre el campo
y vol en picada para tratar de dejar caer sus bombas sobre
nuestros aviones. Cuando lo tuvimos cerca, todas nuestras mquinas
lo recibieron con una cortina infernal de metralla que lo oblig a
enderezar y a desaparecer. Volvi a la carga pero esta vez a mayor
altura. Las bombas que dej caer, no surtieron ningn efecto, pues
todas cayeron en la montaa, Despus de luchar infructuosamente por
romper la cortina de fuego de nuestras mquinas, el avin se retir
en direccin hacia San Ramn a las seis y quince minutos, tratando
de localizar el lugar donde cay el primer avin que derribamos.
Estbamos agotados con dos horas de batalla antiarea y la
noche ya se nos vena encima. Como el gobierno ya saba la exacta
posicin de nuestro grupo, se doblaron las guardias para evitar un
ataque de sorpresa que poda venir de Villa Quesada. Fuimos a comer
rpidamente y luego procedimos a cargar los aviones con las
municiones y el equipo pesado, pues al da siguiente nos esperaba
una gran tarea: poner en prctica el "Plan Clavel".
El mayor Ornes orden se le entregara al jefe de las
guerrillas que operaban en esa zona, un fusil de los nuestros y
suficiente parque, yo me desprend de un revlver viejo que llevaba
y se lo obsequi a uno de esos valientes luchadores annimos. Esa
noche tuvimos una grata sorpresa: la seorita Thais Peralta que se
encontraba en compaa de su familia en esa finca, segn nos dijo
ella "huyendo de la quema" rez en la noche un Rosario que sirvi
de lenitivo para nuestro espritu y que le agradecimos en el alma,
pues hasta los menos creyentes lo seguimos con devocin y respeto,
pues sabamos que al da siguiente tenamos que ocupar, costara lo
que costara, la ciudad y puerto de Limn. La seorita Peralta se
despidi de nosotros con palabras cariosas y llenas de fe y slo
despus de nuestra triunfal entrada a la capital, la pudimos ver
confundida entre la multitud que ovacion con delirio a la Legin
Caribe. Toda la oficialidad y la plana mayor durmi esa noche

debajo de las alas de los aviones, envueltos en gangoches y


teniendo por cama el hmedo y "bombardeado" zacate. Habamos
capturado en el da dos espas que el jefe poltico de Villa
Quesada envi con la misin de investigar la cantidad y el nmero
de nosotros. Fueron esos los dos primeros prisioneros que captur
la Legin. Los encerramos en el cuarto que la Taca tena como
oficinas en Altamira, y los dejamos bajo la custodia de nuestros
aliados los guerrilleros del lugar. A las nueve de la noche se nos
dieron las ltimas instrucciones para el ataque a Limn y a las
nueve y media todos dormamos profundamente esperando confiados las
primeras luces de la maana del 11 de abril de 1948.

La Legin Caribe toma por asalto


la ciudad de Limn
A las cuatro de la maana nos levantamos. En la casa de la
familia Peralta prepararon una enorme olla de caf y cada uno de
nosotros tom una taza "sin pan", como desayuno de aquel memorable
da. El capitn Ornes orden a los oficiales que nos formaran de
dos en fondo; as lo hicieron para leernos la orden del da. Le
correspondi a Alvaro Rossi dar lectura a aquella orden que nos
inflam el pecho de patriotismo y decisin; con voz emocionada y
ronca y alumbrado el papel con un foco de campaa, Rossi nos ley
la famosa orden que dice textualmente lo siguiente:
Ejrcito de Liberacin Nacional. -Legin CaribeOrden Especial:
Nmero 1.- Dentro de algunos minutos la Legin Caribe dar comienzo
a la importante misin que le ha confiado el Alto Mando del
Ejrcito de Liberacin Nacional. El pueblo costarricense est
ansioso de ver las fuerzas de la Liberacin Nacional marchar
adelante hacia el objetivo final que habr de devolver a Costa Rica
su democracia y paz tradicionales. La Comandancia de la Legin
Caribe tiene confianza absoluta en el xito de la misin que se les
ha encargado as como la firme conviccin que todos y cada uno de
los hombres que la forman sabrn cumplir y asumir las
responsabilidades que la propia operacin requiere.
Nmero 2.- Se recomienda a todos los oficiales, clases y soldados,
que a pesar de ser nuestro objetivo un baluarte poltico del
rgimen usurpador que combatimos, deben observar en todo momento
una conducta digna del movimiento de Liberacin Nacional. Es por
eso conveniente que slo en casos extremos se tomen medidas
violentas contra la poblacin civil. Recomiendo al propio tiempo
que se tomen las mayores precauciones para evitar el asesinato a
mansalva de los hombres de la Legin y de nuestros amigos de la
poblacin civil.
Nmero 3.- Para la perfecta ejecucin del plan y el xito de la
misin, es imprescindible que todos los oficiales, clases y
soldados cumplan y hagan cumplir las rdenes que reciban de sus
superiores.
Nmero 4.- Se prohibe terminantemente a todos los miembros de la
Legin abusar de su autoridad, as como apropiarse de cualquier
mueble o inmueble sin la previa autorizacin de los superiores.
Todo el equipo blico que le sea capturado al enemigo debe ser

depositado en la Comandancia de la Legin, para su posterior


distribucin de acuerdo con las necesidades militares.
Nmero 5.- Por ltimo deseo advertir a todos los miembros de la
Legin que la misin que vamos a cumplir es arriesgada y sumamente
importante para el triunfo definitivo de las fuerzas de la
Liberacin Nacional. Por eso espero que todos cumplamos con nuestro
deber teniendo presente que luchamos por una causa noble y digna,
la cual significa la salvacin de Costa Rica y la felicidad, la paz
y el progreso del pueblo costarricense.
Con el pensamiento puesto en la alta misin de redencin
democrtica en que estamos empeados, y deseando a todos y cada uno
de los miembros de la Legin la mejor buena suerte, los abraza a
todos cordialmente en nombre de la Revolucin, - Capitn Oracio
Ornes C., Comandante de la Legin Caribe.-Altamira, San Carlos, 11
de abril de 1948.
Un silencio impresionante sucedi a las palabras de Rossi. En
nuestros corazones brillaba en aquel instante supremo la chispa del
sacrificio que era promesa para la patria que sufra la tirana
comunista de los Caldern y los Picado. Todos pensamos en nuestros
seres queridos que eran llama votiva que nos daba valor para
emprender la peligrossima aventura que tenamos por delante y de
la cual se esperaban dos cosas: o el triunfo definitivo de la
Revolucin o el aniquilamiento completo de la Legin Caribe que fu
la que le abri el camino a las fuerzas que atacaron Cartago un da
despus de nuestro asalto a la ciudad de Limn. El Plan Clavel
contemplaba tres puntos importantes: si la Legin no poda
desembarcar en Limn por el fuego enemigo o por una resistencia
obstinada que bien podra haber existido en el campo de aterrizaje,
tenamos instrucciones de aterrizar en Batn (25 millas) para de
all proseguir a marchas forzadas hacia la ciudad de Limn, que
hubiera sido sometida a un sitio de sangre y fuego hasta obtener su
rendicin incondicional; si el asalto en Batn tambin se
dificultaba porque el gobierno tuviera fuerzas superiores a las
nuestras destacadas en ese lugar, tenamos que aterrizar en el
campo viejo de Sixaola para desde all lanzar un ataque fulminante
y suicida sobre la ciudad de Limn vinindonos por La Estrella. Por
suerte para nosotros, el gobierno estaba completamente ignorante de
los planes que contemplaba la ofensiva general que inici, con el
asalto a Limn hecho por la Legin Caribe, el Ejrcito de
Liberacin Nacional.
Volvamos al campo de Altamira donde todava se encuentra la
Legin Caribe. Luego de leda la Orden Especial, el Capitn Ornes,
con voz firme y segura nos di las instrucciones finales. Como
esperbamos un ataque areo del Gobierno de un momento a otro, el

Mayor Guillermo Nez indic la conveniencia de salir lo ms


temprano posible de Altamira para evitar un bombardeo que hubiera
sido fatal para la Legin, pues todo el parque y las bombas areas
nuestras estaban en el interior de los dos aviones que nos
condujeron a Limn. Desgraciadamente el campo estaba con
visibilidad cero, pues una fuerte niebla lo cubra todo por
completo y era muy arriesgado levantar los aviones en tales
condiciones. Faltando pocos minutos para las seis de la maana. los
primeros rayos del sol disiparon la niebla y pudimos despegar. El
primer avin en salir llevaba en sus entraas el Pelotn No. 1 y la
mitad del No. 2, iba piloteado por el Mayor Guillermo Nez y
tambin viajaba en l, el delegado poltico del Ejrcito, Alfonso
Goicoechea; poco despus le sigui el segundo avin que iba
piloteado por el Capitn Manuel Enrique Guerra, transportaba en su
interior la mitad del pelotn No. 2 que no cupo en el avin del
Macho Nez, y la totalidad del pelotn No. 3 del cual era miembro
yo. Salimos de Altamira sin ningn contratiempo digno de mencin.
Como a los quince minutos de volar en direccin a las playas de
Limn, se di la voz de alarma: avin enemigo a la vista! Sentimos
miedo todos pero nadie perdi la serenidad y la sangre fra. En un
principio creamos que la Legin iba a ser aniquilada en el aire,
pues las posibilidades de defensa eran casi nulas, pues los aviones
que nos transportaban eran muy vulnerables para cualquier ataque
debido a su lentitud para maniobrar. Rompimos las ventanas del
avin para poder sacar por ellas las bocas de nuestras
ametralladoras y los caones de los fusiles para propinarle al
moscn que nos persegua, una lluvia de balas. El avioncito era uno
de caza tipo Kittyhawk de dos plazas; no se atrevi a atacarnos de
costado ni de frente pues saba lo que le esperaba, de modo que el
fuego de sus ametralladoras lo diriga contra la parte inferior del
fuselaje y contra la cola del pesado Douglas. Al primero que atac
fu al avin que piloteaba el Macho Nez. Las rfagas que le
dispar no lo alcanzaron en ninguna parte, luego di una vuelta y
nos atac a nosotros sin tocarle a nuestra nave ni la punta de un
ala. La situacin se pona color de hormiga pues el caza no
desmayaba en su ataque y volva a la carga con ms fuerza. Lo
curioso de todo esto -una experiencia ms de la guerra area que
nos qued- es que los disparos no se oyen en pleno vuelo por el
ruido de los motores, de manera que todos nosotros esperbamos ser
pasto de la metralla de un momento a otro. Pero una vez ms la
Providencia nos salv como de milagro: apareci una nube gruesa y
alta en la cual nos escondimos del avioncito; que no pudo subir tan
alto como nosotros, por la fragilidad del aparato. Respiramos
hondo, pues el peligro haba pasado. El susto -justo es confesarlofu monumental, tal vez el ms grande que sufrimos durante toda la
guerra. Nos persignamos y le dimos gracias a la Virgen de los
Angeles por habernos salvado de tan peligroso trance. Luego, como

era costumbre despus de una batalla, brotaron los chistes a


granel. El avin enemigo no volvi a aparecer durante toda la
travesa. A los pocos minutos de volar a gran altura, divisamos a
lo lejos, las playas de Limn; la emocin fu grande para todos,
preparamos las armas y se cargaron las ametralladoras. El mar
estaba borrascoso y el tiempo lluvioso y horrible. Los aviones
evitaron volar encima de la ciudad para no despertar sospechas y el
primero en tomar tierra fu el del Macho Nez.
Describimos varios crculos antes de aterrizar esperando que
Nez despejara el campo. Por fin tom tierra nuestro avin y se
desliz por el campo suavemente hasta quedar cerca del otro avin
que ya haba desembarcado toda la gente que traa a bordo. Se abri
la portezuela y saltamos a tierra con ligereza y con los fusiles
dispuestos a disparar sobre el primer mariachi negro que se pusiera
delante de nosotros. La ciudad continuaba dormida sin sospechar
nada de lo que estaba por pasar. Tenamos por delante una
disyuntiva: el xito de nuestra misin o la muerte para todos.
Fuimos sesenta y cinco solamente los que entramos a Limn; la
Legin estaba integrada por tres pelotones de dieciocho hombres
cada uno con dos oficiales como jefes; el resto lo compona la
Plana Mayor.
Cuando saltamos de los aviones no haba por fortuna ninguna
guarnicin en el campo de aterrizaje, solamente un negro que estaba
con un viejo fusil Remington que al ver aquel despliegue de fuerza,
crey que todos los demonios haban salido de los infiernos y no
tuvo ms voluntad que la de lanzar a un lado el fusil y salir
corriendo por entre los pantanos. Los legionarios nos dividimos en
dos columnas: una avanz por la carretera que conduce a la ciudad y
la otra avanz por la playa para estar lista a repeler cualquier
ataque que se intentara lanzar por el mar. La distancia que separa
el campo de la ciudad propiamente dicha, es de siete kilmetros
aproximadamente, que los recorrimos a pie con los fusiles en
posicin de fuego y cargando sobre los hombros las pesadas cajas
que contenan el parque y las tres ametralladoras Lewis.
Avanzbamos lentamente separados por diez metros de distancia cada
hombre para no ofrecer blanco a una ametralladora que bien poda
estar escondida en cualquier parte. Los negros que viven en esos
lugares miraban con ojos de espanto a los fieros legionarios, y se
escondan en sus casas cerrando puertas y ventanas. Todos bamos
con el corazn hecho un puo, pues no sabamos qu nos esperaba.
Por fin llegamos al puente de Cieneguita sin disparar un tiro; a
todo esto, Manuel Enrique Guerra ya volaba por encima de la ciudad
con el avin Douglas repleto de bombas areas dispuesto a convertir
el cuartel en un montn de escombros si nos ofreca ms resistencia
de la que podamos esperar. Como anuncio de nuestra presencia en la

ciudad, dej caer una bomba que fu a estallar en la esquina


Noroeste del cuartel con gran ruido y potencia. Esta era la seal
para tomar posiciones que ya estaban estudiadas de antemano.
Rodolfo Quirs al frente de su pelotn "Alvaro Pars", con el cual
marchaba tambin el Comandante de la Legin, el Mayor Ornes, se
escurri por unas callejas estrechas hasta llegar a unas lomas que
estn situadas al lado izquierdo del cuartel y que ofrecan
condiciones especiales para vomitar sobre l una lluvia de metralla
sin ser vistos por el enemigo. El Pelotn No. 3, comandado por
Hernn Rossi Chavarra se escurri por los patios del ferrocarril
para tomar posiciones dentro de la ciudad a fin de hacerle frente a
los comunistas de la Aduana. A todo esto ya nuestro pelotn, el
"Los Angeles", haba llegado hasta las plantas de la Texaco guiado
por Vico Starke y Piza. Yo permanec con seis hombres en el puente
de Cieneguita en espera de un posible ataque que poda venir por
ese lado. Estbamos atrincherados cuando se escuch el tableteo de
la primera ametralladora: era la de Starke que convenci a uno de
los guardas destacados en la Texaco de lo mal que le poda ir si
llegaba hasta el telfono que estaba a pocos pasos de l. El hombre
sali como un gamo pero yo me qued fro: a pocas pulgadas de mi
oreja derecha haba silbado una bala; me volv de inmediato para
ver qu pasaba y me di cuenta de que el tiro lo haba disparado uno
de mis compaeros que vena a pocos metros; le pregunt la causa
del disparo y me contest:
-No me lo pregunte, estoy con muchas ganas de liquidar
comunistas y como escuch la ametralladora me pareci conveniente
ensayar el fusil.
Yo estaba furioso, pues por poco me manda al otro mundo con
pasaje de primera. Avanzamos un poco ms hasta ponernos a regular
distancia de Starke que ya estaba dispuesto a cruzar los patios del
ferrocarril para colocar nuestra ametralladora en la famosa Casa de
la Roca, que estaba ocupada por la familia de uno de nuestros
partidarios de Limn.
Corriendo llegamos hasta la calle en la cual est ubicada la
casa donde Beto Quirs y Benjamn Piza tenan que hacerse fuertes
con la ametralladora "Rosita" de nuestro pelotn. Yo continuaba a
la zaga junto con mis compaeros y esperando las rdenes de Vico
Starke y de Eladio Alvarez que a la sazn comandaba la columna ma.
La ciudad, que todava permaneca dormida, pues era domingo, saba
que algo raro pasaba, ya que la ametralladora del pelotn "Alvaro
Pars" y los dieciocho fusiles restantes de ese grupo en armona
con la mquina pequea que llevaba Rodolfo Quirs, vomitaban fuego
nutrido y mortfero sobre el costado izquierdo del cuartel de donde
sali el primer intento de resistencia de los sitiados. Alfonso
Goicoechea permaneci con Vico Starke en la esquina que da a la

puerta central del cuartel en espera de que salieran a la calle a


ofrecernos batalla. Beto Quirs y Piza suban las empinadas
escaleras de la Casa de la Roca para que "Rosita" pudiera darse el
gusto de machacarle el seso a los calderonianos y comunistas que
como soldadesca tena el comandante del Cuartel de Limn "coronel"
Rafael Angel Calvo.
Nuestro grupo de seis hombres, jefeado por Eladio Alvarez, los
protega mientras escalaban la casa, atrincherados en las paredes
de las viejas casas que estaban al frente. Cuando yo en compaa de
un muchacho Gmez de Cartago me dispona a atravesar la calle para
protegernos del fuego enemigo en las casas del frente, Juan Jos
Monge, que ya estaba protegido, me grit con angustia que corriera
con todas mis fuerzas; cuando lo hice, las balas ya silbaban muy
cerca de nuestras cabezas con ruido macabro: un comunista estaba
escondido en una de las casas y nos descarg las cinco balas de su
Colt 38 largo, protegido por la esquina. Eladio Alvarez que estaba
a poco menos de cinco metros de l, lo intimid para que se
rindiera y recibi de respuesta otro chorro de balas que por
milagro no lo tocaron. Ya yo estaba con Monge en posicin de
liquidarlo; cuando lo tuvimos cerca, le dejamos ir una lluvia de
balas de las que se salv gracias a la vertiginosa velocidad con
que corri por entre las casas de atrs. De milagro no lo tocamos y
volvi a la carga nuevamente. Apareci por la esquina y nos dej ir
cuatro balazos a boca de jarro; Eladio Alvarez que lo tena ms
cerca le dispar de primero y lo peg en el hombro derecho, cuando
se sinti herido sali a estampida por solares y patios y no volvi
a aparecer ms: una cama del hospital lo recibi con gusto. Ya
habamos entrado en calor y estbamos ansiosos de ver aparecer otro
comunista emboscado para dejarlo hecho chicharrn. Se me olvidaba
decir que desde nuestra llegada al campo de aterrizaje, caa con
necedad una lluvia finita que nos haba mojado bastante como para
poder sentar nuestra ms enrgica protesta ante el cielo, que
siempre nos cubri con su proteccin. Starke nos orden que
cruzramos la calle que daba a la puerta del cuartel: la carne se
nos puso de gallina, pues estaba barrida por la metralla que como
saludo nos enviaba la guarnicin. Cuando ces un poco, los primeros
la atravesaron a estampida, pues tenamos que rodear el cuartel por
detrs para evitar que por esa parte se nos salieran con la suya
los ilusos bellacos de Caldern y Mora. Yo cruc la calle, no digo
corriendo sino como una exhalacin. Cuando llegamos a la otra
esquina me di cuenta de que en esa parte y mirando hacia el cuartel
por detrs, exista una casa de alto con una azotea que nos serva
de maravilla para poner a tiro de fusil a cualquier hijo de vecino
que asomara la cabeza por las tapias. Le hice ver a Starke la
conveniencia de ocupar la casa y luego que la vi me orden la
tomara con un compaero de apellido Jimnez. Sin esperar me la

repitieran, me dispuse a ejecutar la orden: llegue hasta la puerta


y entr como Pedro por su casa; cuando llegu al comedor estaba la
familia tomando el desayuno, apenas me vieron el fusil en la mano y
con una horrible barba de un mes, iniciaron una sinfona de
lamentos y splicas, pues la buena gente crey que los iba a
fusilar. Los chiquillos gritaban y las seoras y las muchachas
lloraban y ya yo no saba qu hacer para convencerlos de que lo
nico que quera era la azotea. Las infames mentiras que Efrain
Monge Bermdez estamp en la letrina que se llam "La Tribuna" las
vi surtir efecto por vez primera: estas gentes estaban en la
creencia de que nosotros los del Ejrcito de Liberacin Nacional,
fusilbamos y matbamos sin misericordia a cualquier ser viviente
que se nos pusiera por delante. Despus de calmarlos y darles las
explicaciones del caso, ocup la azotea. El jefe de la familia, un
seor de buenos modales. me confes que ellos eran
"oposicionistas", pero que en un principio crey que nosotros
ramos "comunistas". No pude contener la risa, pues la cosa no era
para menos. Los pelotones "Alvaro Pars" y "Los Angeles"
continuaban descargando metralla sobre los embotellados del
cuartel. Casi al principio de la pelea, un pequeo grupo trat de
salir para infiltrarse por detrs del cuartel y tomar por sorpresa
al grupo de Rodolfo Quirs. Este piquete iba con una ametralladora
Breda bpode; los del "Alvaro Pars" que estaban apostados en el
cerro, los vieron venir y esperaron tenerlos ms cerca para
liquidarlos. La ametralladora no sirvi para nada pues se les
encasquill sin poder disparar un solo tiro; Julio Caballero que
los vi venir descarg su fusil sobre el grupo y envi al otro
mundo a un mariachi; sus disparos sirvieron de alarma para que
otros compaeros hicieran tambin lo mismo y dejaran tumbado a un
comunista y a los otros con las manos en alto. Como a las diez de
la maana, los sitiados sacaron bandera blanca pidiendo parlamento.
Se mand llamar al Vicario Apostlico de Limn, que gustoso acept
el cargo de mediador. Un sujeto Crespi que figuraba como "capitn"
en el cuartel, llev la palabra en nombre de los sitiados, La
condicin que les pusimos fu una y nica; con las manos en alto y
la entrega incondicional. En un alarde de altanera estril, pues
ya los tenamos por el cuello, los sitiados no quisieron aceptar
nuestras condiciones pues las consideraban "insultantes". Se le
agradeci al Obispo de Limn su amable intervencin y le rogamos se
retirara a su casa pues el sitio iba a continuar ms fuerte que
nunca; l se despidi de nosotros con palabras corteses y amables y
nosotros se las agradecimos. La ametralladora manejada por Jorge
Arrea en el cerro, y la manejada por Beto Quirs en la Casa de la
Roca, iniciaron el fuego en forma intensa y seguida, acompaadas
por fusilera y las ametralladoras livianas de pecho. Fu una
lluvia infernal de plomo la que recibieron los del cuartel por no
haber querido aceptar los trminos de la rendicin. Suspendamos el

fuego por unos instantes y se volva a la carga con ms vigor. El


viejo edificio del cuartel estaba materialmente acribillado a balas
y los de adentro ya casi no contestaban nuestro fuego. Como a las
10 y media volvieron a enarbolar la bandera blanca solicitando
nuevamente la intervencin del obispo de Limn para concertar la
rendicin. Vico Starke les advirti que no lo llamaramos
nuevamente pues su presencia ya era intil. Tenan que rendirse
incondicionalmente o si no los consumiramos en un infierno de
balas. Rafael Angel Calvo no tuvo ms remedio que echar por tierra
su altanera y entregarse con sus hombres con las manos en alto;
dispuesto a aceptar la derrota como cosa definitiva y total.
Los primeros en penetrar al cuartel fueron los hombres del
pelotn "Alvaro Pars". Nosotros que permanecamos en las calles
vecinas a la caza de francotiradores, no fu sino hasta las dos
horas que nos enteramos de que el cuartel se haba entregado.
Lo primero que vieron los que entraron a la guarnicin fu un
descomunal retrato de Manuel Mora que figuraba en lugar prominente.
La "Macha" Calvo, que as le decan al comandante, estaba plido y
demacrado por la rabia y la impotencia de ver que haban sido
veinticuatro hombres solamente los que lo obligaron a rendirse,
pues el resto de la Legin andaba en las calles de la ciudad
limpindola de los comunistas que nos tiraban de todas partes.
Entre los detenidos polticos que estaban en el cuartel, nos
encontramos con un sujeto que le decan "Batidora" y que arda en
deseos de despellejar vivos a todos los calderonistas y comunistas
que se entregaron a nosotros. Hubo que calmarlo, pues por poco
lleva a la prctica sus deseos.
Como dato curioso para la historia, que pone de relieve la
cobarda de esa espernible casta de los caldero-comunistas, voy a
insertar en esta narracin una ancdota del clebre coronel Calvo.
El sbado anterior a nuestra llegada haba estado en el cuartel en
son de visita, el que fuera agente de las ametralladoras Breda en
Costa Rica. Este buen seor salud con los melindres del caso al
entonces poderoso coronel Calvo. Calvo, que en ese momento
terminaba de leer la letrina de La Tribuna y sus garrafales
mentiras, dijo a voz en cuello: "Los figueristas estn condenados a
la muerte por el fracaso de su revuelta; yo creo que esa gente no
puede salir de donde est, pues el gobierno est en condiciones de
liquidarlos a la menor intentona de avance. Le puedo asegurar continu diciendo la Macha Calvo- que este puerto de Limn no ser
nunca teatro de operaciones militares de esta guerra, pues es
materialmente imposible la entrada a este lugar; pero en el caso
remoto de que eso pudiera suceder, voy a explicarle a usted lo que
pasara. Mire usted esta ametralladora, que bien conoce pues fu el

agente de ellas; pues bien, al lado de esta mquina estar yo, en


el lado opuesto el parque. Los figueristas pueden entrar a Limn
pero encontrarn esta misma mquina con los cascarones vacos a un
lado y mi cadaver al otro..." Las cosas que predijo el coronel
Calvo salieron al revs: ni la ametralladora sirvi ni encontramos
su cadver al lado, pues su "valor" pudo ms que el amor que le
tena a Caldern y a Picado.
Este detalle curioso nos fu contado por nuestro buen amigo
Tommy Beck que se encontraba en Limn por esa fecha y que fu
testigo presencial de esa conversacin que sostuviera el "valeroso"
coronel Calvo y el agente de las Breda.
Cuando penetramos al cuartel nos dimos cuenta de que nuestros
tiros haban sido disparados con precisin inigualable pues todos
estaban muy bien colocados en los lugares donde poda haber algn
parapeto.
Pusimos en libertad a los primeros prisioneros oposicionistas
que se libertaron en la pasada guerra civil, y ellos se alistaron
como voluntarios para ayudarnos en la tarea de limpiar a los
comunistas emboscados. El Mayor Ornes permaneci en el cuartel con
la Plana Mayor y el Pelotn "Alvaro Pars" como guarnicin y di
principio a su tarea de impartir las rdenes para que la ciudad se
diera cuenta de que estaba en manos de las fuerzas revolucionarias.
Se estableci la censura inmediata de telfonos, de radio y de
cable y ocupamos militarmente sus locales para evitar cualquier
engao o sorpresa. En nuestra entrada a Limn hubo un error que nos
pudo haber costado la vida a todos. Se le haba ordenado a dos
hombres que se separaran del grueso de la tropa y corrieran para
cortar las lneas del telfono. Estos muchachos quin sabe por que
motivo se olvidaron de su misin y durante todo el sitio, que dur
de las siete y media hasta las once de la maana, las
comunicaciones telegrficas y telefnicas estuvieron funcionando
perfectamente al extremo de que el Gobernador de Limn, Abel
Robles, pudo llamar por telfono a Teodoro Picado a la Casa
Presidencial y decirle con todas las letras, que la ciudad haba
cado en manos de Figueres. Teodoro Picado -es de suponer que
brincara en su silla de la sorpresa- le dijo que si quera
refuerzos se los poda enviar, pues la lnea estaba libre hasta San
Jos, debido a que nuestros compaeros no atacaron Cartago sino
hasta el da siguiente. Abel Robles le contest que todo estaba
consumado, pues ya nos habamos hecho fuertes en la ciudad y la
cosa no tena remedio.
A Hernn Rossi, al frente de sus hombres, le toc una de las
tareas ms arduas de la toma de Limn: limpiar de comunistas la
Aduana.

El cuartel estaba en nuestro poder ms no as la ciudad, que


gema bajo el terror comunista que puso de relieve en esa vez, su
asesina actuacin de tirarnos por la espalda y liquidar a tres de
nuestros hombres y herir de gravedad a uno. La lucha dur
exactamente veinticuatro horas durante las cuales no cesaron las
descargas de la fusilera y las rfagas de las ametralladoras que
acabaron por fulminar la cfila de bandoleros comunistas que en la
desesperacin de su incuestionable derrota, recurrieron a la
alevosa cobarde y ruin para tratar, en un intil esfuerzo de
asesinar a los hombres de la Legin Caribe. Dejo que el Capitn
Hernn Rossi Chavarra, que fu un valiente entre los valientes y
amigo afable y cordial, relate l mismo esa pgina inmarcesible,
trgica y gloriosa, que se escribi con herosmo y se rubric con
sangre de bravos.
"Aprovechando el desconcierto de nuestros enemigos por la
bomba lanzada por el avin que piloteaba Manuel Enrique Guerra, y
como mi pelotn fu el primero en desembarcar, me infiltr con mis
hombres por una hilera de casitas hasta llegar a la voluminosa
planta de cacao; pasados unos minutos de observacin, continuamos
nuestro avance protegidos por unos carros del ferrocarril que nos
ofrecieron su proteccin de acero y madera para llegar hasta el
edificio donde estn instaladas las oficinas de la Compaa
Bananera de Costa Rica, desde donde podamos dominar la Aduana y la
casa del resguardo. Ah nos enfrentamos con un hecho que tenamos
previsto en nuestros planes: debido al tiroteo que se vena
sucediendo desde el momento que cruzamos el puente de Cieneguita,
quince hombres del resguardo fiscal nos recibieron con una lluvia
de balas, parapetados en los carros del ferrocarril. De acuerdo con
mi hermano Alvaro, decidimos atravesar hacia el centro del puerto
una cuadra antes de llegar a la Central de Telfonos. Encabezaban
el avance Alvaro Rossi, el malogrado Rolando Aguirre, cargando
nuestra ametralladora Lewis, y sus ayudantes Abel Hernndez, Vctor
Manuel Hidalgo y No Camacho, quienes cargaban los discos de la
mquina y los sacos que contenan el parque; los seguan el cabo
Jorge Garca y los rasos Carlos Coronel, Jos A. Leiva, Ramn
Solano y Guillermo Molina; cincuenta varas atrs y cubrindoles la
retaguardia avanzaba yo con el sargento Jos Venizelos Rivera y
Arturo Martnez. Al llegar nosotros a un callejn situado al lado
de las Compaas Elctricas, Rolando Aguirre haba localizado un
grupo de guardas fiscales que le hacan fuego desde una distancia
de cien yardas; en aquel momento se escuch su voz excitada pero
firme que llamaba: "mis ayudantes, uno que sostenga las patas de
la ametralladora que resbalan mucho en la acera!" Mientras los
muchachos depositaban en el suelo los sacos de parque para ayudar a
Aguirre, avanzaron Alvaro Rossi y Abel Hernndez quienes parados en
el centro de la acera y sin proteccin alguna, sujetaron el tubo de

enfriamiento de la mquina mientras Rolando Aguirre, sentado en el


suelo y con serenidad que pasmaba, limpiaba sistemticamente los
focos de resistencia en medio de los gritos de jbilo de sus
compaeros. El tiroteo arreciaba y el panorama se descubra cada
vez ms claro ante nuestros ojos: por un lado el resguardo se
retiraba para ocupar posiciones en el slido edificio de la Aduana
y por el otro lado un grupo de comunistas armados avanzaba por
nuestra retaguardia con procedencia aparente del Club de Vanguardia
Popular. En nuestros planes exista la alternativa de ocupar el
edificio que ocupa la Pensin Costa Rica en caso de no poder tomar
el edificio de la Compaa Bananera. Yo llam a Rolando Aguirre
para que subiramos el primer piso de la Pensin, mientras Alvaro
Rossi se apoderaba de la casa que ocupa el segundo piso de la
sucursal del Banco de Costa Rica, acompaado por el cabo Jorge
Garca y los rasos No Camacho, Carlos Coronel, Jos Angel Leiva,
Ramn Solano y Guillermo Molina. Al subir nosotros a la Pensin
Costa Rica hubo un breve instante de desconcierto entre los
ocupantes, que se calmaron mediante las rpidas explicaciones
nuestras. Proced a distribuir la gente en esta forma: a la entrada
estaban Jos Venizelos Rivera y Arturo Martnez; vigilando el
flanco oeste del edificio Vctor Manuel Hidalgo; cubriendo las
entradas del edificio contiguo montaba guardia Abel Hernndez y en
un balcn del tercer piso emplazamos la ametralladora Lewis.
Rolando Aguirre como operador y yo como ayudante y cargador de los
discos En esos momentos la pelea estaba en su punto culminante y
escuchamos claramente los disparos de los francotiradores dirigidos
hacia nosotros. Un proyectil se incrusto en el borde del balcn que
ocupbamos acusando la presencia de un comunista que fu localizado
rpidamente y desalojado con un solo disparo de fusil. Alvaro Rossi
nos llam en ese instante del Banco de Costa Rica; Rolando Aguirre
y yo nos aventuramos a contestar la llamada asomados al balcn,
cuando vimos salir un individuo que amparado a la esquina del
Caballo Blanco, enfocaba hacia nosotros el fuego mal dirigido de
dos revlveres Colt 38, uno en cada mano; este bicho, que responde
al nombre de Octavio Senz, era el secretario de Vanguardia Popular
en Limn y quien sali a estampida cuando Jorge Garca le dejo ir
un certero tiro de fusil que le pic a pocos centmetros de la
cabeza. Habamos puesto en fuga dos tiradores comunistas cuando
nuestros ojos descubrieron un grupo de unos cinco hombres armados
que corran sobre la terraza del edificio de la Aduana buscando
posiciones para disparar sobre nosotros; de los cinco, tres se
haban ocultado tras la cortina de concreto que bordea la terraza y
los otros dos, tal vez un poco ms curiosos, se colocaron juntos
detrs de una de las numerosas copas de concreto que orlan la
terraza. Aguirre tom posicin tendido sobre el estmago y con
calma y pericia apret el gatillo de la mquina que escupi cuatro
proyectiles: tres de ellos hicieron impacto en la cortina de

concreto y el cuarto acab con la vida de los dos comunistas que


estaban juntos. Fu algo inslito, una bala de ametralladora
fulmin al mismo instante a dos tipos. Con el frente de la Aduana
ya en calma, dejamos transcurrir unos minutos de observacin que
fueron interrumpidos por un impacto en la pared que delataba la
presencia de un tirador oculto. Deseoso de controlar aquello lo ms
pronto posible, convine con Rolando en que l se quedara
debidamente protegido en el balcn mientras yo suba a la terraza
del edificio en parte ocupada por la Logia Masnica y desde all
dominar un flanco que hasta el momento no habamos tenido tiempo de
cubrir; trat de salir a un balcn pero me hizo cambiar de opinin
un disparo del tirador oculto. Decid entonces avanzar por la misma
ala del local de la Logia y unas quince varas ms al Norte pude
localizar bien al individuo ya mencionado que nos haca fuego con
un fusil Remington; desde una ventana de rejillas en estado
decadente pude apostarme con cierta dificultad debido a la
interferencia de los gruesos cables de alta tensin y de un poste
de hierro. Apret el gato de mi fusil que rugi vomitando un
proyectil cuya trayectoria fu levemente desviada por el grueso
poste de hierro en el cual dej un agujero que todava existe como
recuerdo de aquella jornada del once de abril de 1948. La vida de
aquel forajido fu salvada por una desviacin de centmetros pero
su sentido comn le aconsej emprender la retirada.
Volv a donde se encontraba Rolando Aguirre quien me report
la presencia de otro tirador que desde el balcn del "Caballo
Blanco" disparaba contra nosotros. Aguirre se encontraba recostado
contra la pared y con el ala izquierda de la ventana abierta. A los
pies de Aguirre me encontraba yo cargando un disco para la
ametralladora.
Mientras tanto el tirador oculto en el balcn estudiaba la
manera ms propicia de dispararnos sin ser visto. Los instantes se
deslizaban sin presentir yo la tragedia dolorosa y cruel que se
aproximaba como eplogo de aquella gesta gigante y sublime.
Son en aquel instante un estruendoso tiro de fusil Remington
que abri un agujero en la portezuela entreabierta en un punto
equidistante entre Rolando y yo. Pasado el estrpito, o la voz de
Rolando aconsejndome medidas de proteccin, cuando son un segundo
disparo que seg la vida del inolvidable y heroico compaero
Rolando Aguirre. Haba cado el primer hombre de la Legin Caribe,
luchando por darle a su patria la honra y la dignidad, ultrajada y
pisoteada por el miserable pillo de Caldern Guardia y su corte de
bandidos. De aquel cuerpo exnime pareca levantarse un clamor de
venganza y redencin que corra por valles, colinas y pueblos
anunciando para muy pronto la liquidacin total y definitiva de la
amoralidad y la mugre que signific para Costa Rica Caldern

Guardia, el cero de podredumbre moral ms grande que registra


nuestra historia. El Seor haba recogido en su regazo el alma
grande y pura de Rolando Aguirre para premiar sus virtudes y su
sacrificio, y la patria se abonaba una vez ms, con la sangre viril
y altiva de uno de sus hijos. Siguieron momentos de una amargura
que no podra describir con palabras pero que en forma intensa
encendi en el corazn de los compaeros que le vimos morir, una
candente llama que se acrecentaba con nuestra resolucin de
triunfar, y una profunda conviccin de que la sangre preciosa de
aquel inmortal Hroe de la Segunda Repblica, no haba sido
derramada en vano. Rolando Aguirre Lobo ofrend su vida en altar de
la patria en el holocausto ms sublime y grandioso de nuestra
historia. Su recuerdo ser llama votiva que vivir perennemente
encendida en el corazn de todos los Legionarios y en el seno de la
patria agradecida. Disimulando hasta donde poda la tristeza que
nos embargaba, comuniqu la tragedia a mi hermano Alvaro y l
procedi a llamar la Cruz Roja que minutos despus parta llevando
los restos de nuestro infortunado compaero.
La accin enemiga se concretaba ahora a la resistencia que un
grupo de obcecados ofreca desde el local que el Resguardo haba
abandonado al rendirse, y que ellos en un acto de felona y
traicin, ocuparon amparados a la bandera blanca que en seal de
rendicin haban enarbolado los guardas fiscales. Como pus hedionda
sala a flote una vez ms el comunismo que sembr en nuestro pas
Manuel Mora y el traidor Rafael Angel Caldern Guardia. Se
cobijaron bajo la bandera blanca de la rendicin, pues saban muy
bien que nosotros, aun en la guerra, respetbamos los sagrados
derechos del cado que pide clemencia.
Proced por medio de una escalera que estaba atada al balcn
del comedor de la Pensin Costa Rica, a pasar a los muchachos que
estaban conmigo para reunirlos con los que tena Alvaro Rossi en el
edificio de la sucursal del Banco de Costa Rica. Mientras estos
muchachos nos protegan valientemente con una nutrida cortina de
fusilera, nosotros nos trasladamos con todo el equipo pesado sin
sufrir una baja ms. Desde el slido edificio que nos serva ahora
de fortaleza, pusimos de nuevo en uso la ametralladora Lewis que
con sus convincentes argumentos fu silenciando uno a uno los focos
de resistencia enemiga y embotell en forma angustiosa al grupo de
traidores que se haba refugiado en el local del resguardo de la
Aduana. Casi sin sentirlo se nos vino la noche encima, que tuvo
como caracterstica el fuego graneado de los fusiles nuestros y el
canto de muerte de nuestras ametralladoras: la Lewis y la Thompson
que tena Alvaro Rossi. El agotamiento casi nos renda y muchos nos
sentimos desfallecer de debilidad, pues no habamos probado bocado
en treinta y seis horas. Fu esa noche de tragedia y bala cuando
cay atravesado por dos salvajes tiros de Remington, un voluntario

de Limn que ofrend su vida a la Patria que en aquel momento


sollozaba de angustia y dolor. Antonio Mora se llam aquel valiente
soldado que con nimo y coraje se incorpor a las huestes de la
Legin Caribe, pues vi en ella el ltigo de la justicia redentora
y el salivazo de desprecio para los que pretendieron sepultar a
Costa Rica en el chiquero de sus ambiciones desenfrenadas. Antonio
Mora muri de cara a la verdad y con la certeza de que su
sacrificio no iba a ser olvidado nunca; corri a reunirse con el
alma de Aguirre all donde la Verdad es luz deslumbradora.
El Teniente Marcos Ortega, jefe de ametralladoras de la Legin
Caribe, andaba esa noche del 11 de abril de 1948, limpiando las
calles donde todava permanecan grupos de comunistas que
disparaban amparados en la sombra y protegidos en casas ocupadas
por mujeres y nios. Lo acompaaba en su misin un grupo de
voluntarios limonenses que se comportaron con arrojo y valenta y
cay herido de gravedad con un balazo de Remington en cada pierna.
En un principio se crey que para salvarle la vida haba qua
amputarle las dos piernas, pues la gangrena y el ttano amenazaban
con la muerte, pero gracias a los esfuerzos de los doctores Urcuyo
y Argello del hospital de la Compaa Bananera de Costa Rica, le
fueron salvadas las piernas, teiendo que permanecer encamado en el
Hospital durante varias semanas. Gracias a la actitud valiente del
voluntario Lpiz, pudimos a eso de las siete de la noche hacer
contacto con nuestro querido compaero el Mayor Ornes, Comandante
de la Legin, quien nos inform que la situacin haba sido
definitivamente controlada por la Legin Caribe y que la ciudad de
Limn era ya una ciudad libre -la primera que libert el Ejrcito
de Liberacin Nacional- rescatada a las garras de la ms execrable
tirana puesta como ley brutal por la canalla comunista de Caldern
y Mora. El pelotn mo que no tena nombre hasta el momento de
desembarcar en Limn, se llam, desde ese momento, y como homenaje
de admiracin y cario, el "Rolando Aguirre". Los comunistas se
haban rendido incondicionalmente a la Legin Caribe y la poblacin
civil nos envi los primeros bocados para apagar el hambre que ya
devoraba nuestras entraas. Durante toda la noche estuvimos alerta,
pues no sabamos a ciencia cierta qu sorpresa nos poda llegar de
un momento a otro. Por fin ray el alba del doce de abril y
corrimos presurosos a abrazar a nuestros compaeros y escuchar de
sus labios los momentos intensos que ellos haban vivido en otros
campos de lucha. Slo de un grupo no supimos nada y nos angusti un
poco: el Pelotn "Los Angeles" haba salido en misin especial y no
se tenan noticias de ellos".
Tal fue la hazaa del pelotn "Rolando Aguirre", contada a
nosotros das despus por su jefe el Capitn Hernn Rossi. Hemos
conservado la forma de sus expresiones, pues as habla l, sin
rodeos y con franqueza.

Hecho el resumen de la labor de la Legin Caribe durante el


da 11 de abril de 1948, arroj el siguiente saldo: habamos
sufrido tres bajas: Rolando Aguirre, miembro de la Legin; Antonio
Mora, voluntario limonense, y Abel Cruz, asesinado proditoria y
cobardemente por la espalda, cuando abra su negocio a los pocos
momentos de desembarcar la Legin en el campo de aterrizaje. Este
asesinato fu quiz el ltimo que cometieron los comunistas despus
de ocho aos de terror rojo. Don Abel Cruz, encontr la muerte a
manos de un miserable sin nombre que lo asesin por el nico delito
de querer para su patria ms decencia y ms dignidad. El asesino de
don Abel Cruz es un tipo Arroyo que pretendi robarle el dinero de
su negocio amparado a la impudicia de las autoridades que a la
sazn gobernaban con la cincha y el palo el puerto de Limn.
A los pocos minutos de haber entrado en la ciudad la Legin
Caribe, el pelotn "Los Angeles", que vena de ltimo, tropez con
un tren que sala en esos momentos con rumbo para nosotros
desconocido. Se le di el alto pero el maquinista hizo mangas y
capirotes de nuestra advertencia para que detuviera el tren y lo
puso en marcha. Viendo que se nos escapaba y oyendo los primeros
disparos que ya salan del cuartel, tratamos de detenerlo por la
fuerza, descargndole una lluvia de balas que rebotaban en el acero
de la locomotora sin hacerle el menor dao a los que irrespetaron
nuestras rdenes. Nuestro esfuerzo por detenerlo result intil y
el tren sigui su marcha. Luego de tomada la ciudad, logramos
averiguar que el mencionado tren se diriga hacia la Estrella en
viaje regular para el transporte de carga. A las doce del da del
11 de abril, pocos minutos despus de la rendicin incondicional de
los sitiados del cuartel, el Mayor Ornes gir instrucciones para
que saliera el pelotn "Los Angeles" con la misin de detener ese y
cualquier otro tren que intentara entrar a Limn. Con la velocidad
del caso, Vico Starke nos encaram en un camin a los dieciocho
hombres con los dos oficiales que integraban el pelotn "Los
Angeles" y nos dirigimos a ocupar posiciones que nos permitieran
dominar las dos lneas de entrada a Limn: la que vena de San Jos
y la de la Estrella. Starke, buen conocedor de la regin, le orden
a Piza que nos distribuyera en grupos a los lados de la va cerca
del cementerio de la ciudad. Nos metimos como latas en medio de una
maleza casi africana que bordea la lnea, para esperar el tren de
marras. Estuvimos en ese lugar, separados cada uno por siete metros
por espacio de media hora; al cabo de la cual se nos orden que nos
trasladramos a otro lugar, pues las posiciones que ocupbamos no
ofrecan la seguridad del caso.
Beto Quirs y su escuadra de seis hombres instalaron la
mquina Lewis en una loma situada en medio del cementerio y que
dominaba a las mil maravillas las dos entradas; otra escuadra,
tambin con seis hombres, se situ cerca de la va que viene de San

Jos o sea a la entrada del cementerio, y nosotros, en compaa de


Starke y de Eladio Alvarez, nos parapetamos detrs de unos rboles
a diez metros de distancia cada uno y en la parte del cementerio
que da a la va que viene de la Estrella. El lugar no era del todo
romntico que digamos: unas fosas recien abiertas a pocas pulgadas
de nuestros pies estaban esperando los restos de los que haban
muerto en la toma del cuartel de la ciudad, y otras a medio abrir
eran fosas viejas en las cuales se vean restos humanos de haca
bastante tiempo. Eladio Alvarez maldeca el momento en que nos
haban enviado a aquella misin, pues me aseguraba que le tena ms
miedo a los difuntos que a un regimiento entero de mariachis; Vico
Starke rea a mandbula batiente de los temores de Alvarez y mos,
pues tambin estaba contagiado de los nervios de Eladio, que ya
estaba viendo fantasmas y difuntos negros por todos lados.
Eran las dos de la tarde y todava no habamos comido nada
cuando nos enviaron de la ciudad una enorme olla con fresco de
limn y unos bollos de pan francs que nos supieron a caviar. Como
estbamos en harapos y sin nada para cubrirnos, les suplicamos a
los muchachos que nos trajeron el rfresco, de que hicieran lo
humanamente posible por conseguirnos aunque fueran unos sacos de
gangoche con que defendernos de la voracidad asesina de los
zancudos y del fro de la noche, que no sabamos las sorpresas que
nos iba a reservar. Nos prometieron hacer todo lo posible por
ayudarnos y lo nico que pudieron obtener fueron nueve sacos malos
con los que tuvimos que cobijarnos veintin hombres.
Estbamos todos alerta en espera de los acontecimientos cuando
lleg hasta nosotros el sonido caracterstico de un avin;
esperamos unos segundos para poder identificarlo y pudimos ver que
era un Douglas del gobierno que vena de San Jos y no con
intenciones de dejarnos caer cobijas y confites. Pas volando muy
bajo cerca de nosotros y Vico Starke di orden de no hacerle fuego
para no indicarle nuestra posicin, pues hubiera sido fatal, ya que
tenamos slo una ametralladora de largo alcance. Beto Quirs
estaba encendido en clera, pues se le haba negado el derecho de
poner a trabajar a "Rosita". La orden fu cumplida al pi de la
letra y lo nico que hicimos fu ocultarnos como mejor pudimos para
que no nos vieran los de la nave. Dej caer la primera bomba que
fu a estallar cerca de una casa humilde en el empalme Mon; las
intenciones de los atacantes eran, en un principio, destrozarnos
los aviones que tenamos en el campo. Pas volando muy bajo y dej
caer la segunda bomba que retumb con gran estrpito y que cay
cerca del cuartel en la ciudad; tampoco caus ningn dao. A todo
esto ya nuestras ametralladoras de la ciudad estaban repeliendo el
ataque con un fuego nutrido que lo oblig a volar bastante alto.
Para amedrentarnos ametrall a la ciudad sin causar daos ni bajas
y volvi a dejar caer otro racimo de bombas que fueron a estallar

en el mar cerca de la isla Uvita. Positivamente los necios del


avin estaban o borrachos o locos, pues su puntera era desastrosa.
Los nuestros que estaban en la ciudad, continuaron en su tarea de
obsequiarle al avin enemigo bala sin misericordia y ste a dejar
caer ms bombas en la ciudad con la intencin de desalojarnos de
ella sin ningn resultado. Por fin, y despus de un ataque que dur
como media hora, la nave enemiga se retir con el rabo entre las
piernas y con un cadver en su vientre: poco tiempo despus
logramos saber que ese avin haba sido piloteado por el mercenario
Jerry de Larm y que las balas de nuestras ametralladoras le haban
perforado el fuselaje matando a un sujeto que vena como artillero
del avin, de apellido Mayo, uno de los cubanos compinches de
Tavo.
Una vez ms Jerry de Larm haba llegado por lana y sali
trasquilado.
Pasado el susto volvimos a ocupar nuestras posiciones
originales al lado de las tumbas recin abiertas. A los pocos
minutos observamos que por media lnea venan pequeos grupos de
gentes que a todas luces procedan de la Estrella. Les dimos el
alto y las interrogamos. Todos ellos nos daban los mismos informes:
que los comunistas de la lnea estaban reclutando gente para tratar
de reconquistar Limn entrando en el tren que se nos haba escapado
en la maana. Entre esos famosos comunistas figuraba un turco
mariachi que a la hora de las verdades result del mismo calibre de
todos los comunistas: cobarde elevado a la quinta potencia. Vico
nos orden que pelramos los ojos, pues los fanticos de Manuel
Mora podan llegar de un momento a otro. Eladio Alvarez continuaba
en su rosario de lamentos, pues la noche se nos vena a paso de
camello y tenamos que hacer guardia a la par de tumbas y de fuegos
fatuos que salan de ellas.
Por fin apareci algo en la lnea y cargamos los fusiles y las
mquinas; esperamos a que se aproximara un poco ms y cuando lo
tuvimos cerca le dimos el alto ordenndole a los ocupantes que
salieran con las manos en alto pero no hicieron caso a nuestras
rdenes y les gritamos por segunda... tercera... y a la cuarta vez,
les dejamos ir una pequesima dosis de balas para darles a
entender que la cosa no era jugando. Salieron despavoridos por el
potrero, pero pudimos observar que alguno de ellos estaba herido,
pues otro se inclin para recogerlo del suelo. Dejamos pasar unos
minutos al cabo de los cuales lleg un muchacho empleado de la
Northern que poda identificar a los ocupantes del motorcar. Con
mucha cautela se fu aproximando hasta el vehculo y pudo or que
alguien se quejaba en voz alta. Con nuestra autorizacin subi al
herido y al resto de los ocupantes y vinieron a nuestro encuentro.
Con gran pesar de nuestra parte nos dimos cuenta de que los

ocupantes eran empleados de una compaa que opera en esos lugares


y que se dirigan a Limn a sus casas, despus de cumplir con sus
labores. Afortunadamente slo hubo un herido que se quejaba
lastimosamente. Les dimos las excusas del caso explicndoles lo que
pasaba y trasladaron al herido al hospital donde al cabo de varios
das san de sus heridas.
Lleg la noche y el tren comunista no apareci por ningn
lado. Starke orden que todo el pelotn estuviera de guardia
durante toda la noche en grupos de dos. Cada dos horas nos
turnbamos para estar alerta contra cualquier sorpresa.
Instalamos nuestro "dormitorio" debajo de un frondoso rbol
que por igual nos cobijaba a nosotros y a varias tumbas. Cerca de
donde estbamos existe un pequeo puente que fu el lugar escogido
para destacar los retenes de guardia, pues se dominaba muy bien la
lnea. La ofensiva que iniciaron los zancudos y los bichos de todas
clases no la pudimos detener y nos atacaron sin misericordia a
partir de las seis de la tarde. La mayora estbamos con los brazos
desnudos, pues las camisas o estaban rotas o del todo eran de manga
corta.

ROLANDO AGUIRRE LOBO


Mrtir de la Legin Caribe cado
gloriosamente en la toma de Limn
el 11 de abril de 1948

La noche era negra como la boca de un lobo y contribua a


darle un aspecto macabro al cementerio que nos sirvi de lnea
defensiva. Los pocos gangoches que nos fueron enviados de Limn
apenas si servan para cubrirnos la cara en defensa de los
ejrcitos zancuderiles que nos atacaban con furia salvaje. Esa
noche no sucedi nada de importancia; slo un episodio cmico que
ahora paso a relatar ajustndome estrictamente a los hechos tal y
como sucedieron.
Como a las dos de la maana fuimos despertados un compaero
Gmez que le decamos Cantinflas, y yo, pues nos tocaba nuestra
guardia. Los dos estbamos muertos de hambre y de miedo a los
"difuntos" y picados por los zancudos hasta por debajo de las uas.
Gmez renegaba sin cesar de su suerte y de los comunistas que tales
aflicciones nos hacan pasar. Yo lo coreaba en sus lamentos y
miraba el reloj con necedad esperando el relevo. Los fusiles los
tenamos en posicin de fuego listos para vomitar bala al primer
comunista que asomara las narices por la lnea. Nos apostamos en el
puente mencionado ms arriba, sentados uno a cada lado de la va.
Como el ataque de los zancudos iba aumentando del "piano" al
"fortsimo", tuvimos que cubrirnos la cabeza con unos mugrientos
pauelos que todava nos acompaaban desde nuestra salida de Santa
Mara de Dota. No podamos fumar pues la brasa del cigarrillo poda
delatarnos. Como a la media hora de estar en aquellas
tribulaciones, Manuel Gmez, mi compaero de guardia me llam la
atencin pues se escuchaba un ruido debajo del puente. Abr las
orejas lo ms que pude y me di cuenta en efecto, que "alguien"
andaba debajo del puente. Sin esperar segundo aviso dimos el alto
de reglamento, y como no "contestaran" mi amigo puso a trabajar su
fusil a pocas pulgadas de mi cara disparando hacia abajo. El tiro
no me tom de sorpresa pues lo esperaba, lo que s me tom de
sorpresa fu un descomunal chorro de agua que me di en mitad de la
cara y me cal hasta los huesos. Sin hacerle caso a la mojada y
creyendo que nos atacaba todo un ejrcito, dimos los dos disparos
de alarma y a seguido descargamos una lluvia de balas sobre el
supuesto enemigo que andaba a esas horas de la noche debajo del
puente. A los disparos acudieron varios compaeros a preguntar cul
era el motivo de aquella feroz balacera que habamos desatado, a lo
que mi compaero contest diciendo que una columna de comunistas se
haba infiltrado debajo del puente y nos dispararon a quemarropa
perforando con sus proyectiles el tubo de la caera que surte de
agua la ciudad de Limn y que viene del ro Bananito. Procedimos a
efectuar una investigacin minuciosa del lugar para tratar de
localizar los "cadveres" de nuestros enemigos, y con sonoras
carcajadas de nuestros compaeros y clera nuestra, nos dimos
cuenta de que la "columna" de comunistas era un burro que andaba
pastando por all y el nico cadver que pudimos encontrar fu el

de un armadillo al que perforamos a tiros. El sainete nos alegr un


momento y nos hizo olvidar por instantes la mala noche que
estbamos pasando en compaa de difuntos y de zancudos. Lleg la
alborada del 12 de abril y con ella la alegra nuestra, pues nos
dimos cuenta de que los comunistas no se atrevieron a salir de la
Estrella y de que bamos a ser relevados. Toda esa maana estuvimos
en el cementerio pero por dicha nos haban enviado una taza de
caf, unos pedazos de pan, avena, galletas y jalea que comimos con
alegra y satisfaccin. Como a las diez de la maana se nos dieron
rdenes para salir del cementerio y al llegar a la puerta de
entrada del mismo, nos encontramos con el atad que contena los
restos del infortunado don Abel Cruz, que pereci asesinado por
Arroyo.
Nos esperaba un tren que adelante llevaba un carro abierto con
unos sacos de arena com trincheras, enseguida un carro de carga, y
despus la locomotora No. 57 que tena la misin de empujarlo. No
fu sino como hasta la una y media de la tarde que el tren sali
rumbo a Mon. Marchaba lentamente en previsin de un posible
ataque. Llegamos sin ninguna dificultad hasta el puente del
ferrocarril sobre el ro Moin. Levantamos varios rieles de la va
para impedir que el gobierno pudiera enviar la tropa expedicionaria
por ese lugar y despus de terminada la operacin procedimos a
bebernos varias sabrosas pipas que Starke bajaba de los cocoteros a
punta de tiros.
Como a las cuatro y media de la tarde nos devolvimos hasta el
empalme Mon para establecer all nuestra lnea defensiva, pues ya
se nos haba informado que el tren expedicionario del gobierno
poda llegar de un momento a otro.
Piza en compaa de unos compaeros, fu a Limn por comida en
un motorcar que vena como parte de nuestro convoy. Regres como a
las siete y media con unas enormes ollas que contenan arroz con
bacalao, frijoles, carne, sopa, caf y suficiente pan. Se
distribuyeron las guardias y los dems dormimos en los carros. El
hogar de la locomotora se apag totalmente para evitar de esa
manera que el enemigo descubriera nuestra posicin. La noche
transcurri sin ninguna novedad y como a las cinco de la maana
emprendimos la marcha.
Todos bamos alerta pues no sabamos donde podan estar los
mariachis que el gobierno haba reclutado en la lnea, con el fin
de "reconquistar Limn". Al paso de la tortuga llegamos hasta Zent
sin encontrar nada. Lo nico que se hizo fu desarmar al Agente de
Polica y traerlo con nosotros en calidad de prisionero de guerra.
Continuamos la marcha hasta Estrada pero el Agente haba puesto los
pies en polvorosa y slo logramos capturar a uno de sus policas.

Se registr la casa y se decomisaron varias crucetas y unos pocos


tiros "22". En ese lugar se nos inform con ms detalles que la
expedicin del gobierno andaba muy cerca, pues varios negros haban
visto el tren.
Avanzando lentamente llegamos hasta el puente de Matina y nos
detuvimos antes de llegar a la estructura de acero del mismo. Slo
se escuchaba el jadeo de la bomba de aire de la locomotora, cuando
Vico Starke di la voz de alarma: al otro lado del puente estaba el
tren expedicionario del gobierno y podamos ver las caras y los
cuerpos de los mariachis. Arriesgando ser acribillados a tiros por
las ametralladoras del enemigo, varios de nuestros hombres
levantaron rieles del puente para detener hasta donde fuera posible
el avance de los mariachis. Ellos tambin nos observaron a nosotros
pero no se atrevieron a disparar, Cumplida la misin de quitar los
rieles emprendimos la marcha de regreso para buscar mejores
posiciones donde poderle hacer frente al ejrcito expedicionario
del gobierno que era comandado por el coronel Juan Jos Arias Durn
y por el teniente-coronel Jos Mara Meza, autor este ltimo de la
trgica matanza de campesinos de Llano Grande de Cartago en 1944.
Los efectivos del gobierno eran ciento ochenta mariachis bien
armados y nosotros ramos slo veinticinco hombres. Retrocediendo
con cautela llegamos hasta el empalme Mon, que ofreca muy buenas
condiciones para una resistcncia larga y para detenerlos mientras
recibamos refuerzos de Limn. Emplazamos la ametralladora en el
centro de la va parapetada detrs de los sacos de arena, y el
resto del pelotn nos distribumos en los dos cerritos que estn a
los lados. En un cerro estaban seis hombres al mando del Sargento
Camacho y en el otro habamos otros seis al mando del Teniente
Eladio Alvarez. Vico Starke se fu para Limn a recibir
instrucciones del Alto Mando de la Legin.
No hubo novedad digna de mencin ese da y el pelotn "Los
Angeles" fu relevado a las tres de la tarde por el "Alvaro Pars".
Ni Meza ni Durn se atrevieron a atacarnos, pues suponan que
nuestros efectivos eran numerosos y nuestro armamento superior en
calidad y lo ms importante: en "cantidad".
El Teniente Rodolfo Quirs G. era el jefe del pelotn "Alvaro
Pars" que nos relev ese da, y tena como segundo al Subteniente
Daniel Calvo A.; como primer ametralladorista al Subteniente Jorge
Arrea y como asistente de la mquina al Subteniente Carlos de la
Espriella.
Cuando llegaron los recibimos con manifestaciones de alegra y
de contento, pues desde la cada de la ciudad de Limn no los
habamos vuelto a ver.

Julio Caballero vena furioso, pues se quejaba de lo mal que


lo trataron en el cuartel, pues l hubiera deseado -segn nos dijoque le dieran una mullida cama de plumas con un ventilador
elctrico, para sentirse como un raj, pero las cosas le salieron a
la inversa, pues tuvo que dormir en el mismito suelo y cobijarse
con su propio pellejo y soar que un ventilador le acariciaba el
rostro.
A las cuatro de la tarde del 13 de abril, el "Los Angeles"
abandon el frente de Mon para dejar en su lugar a los heroicos
muchachos del "Alvaro Pars". Rodolfo Quirs recibi las ltimas
instrucciones que le di Piza en la inteligencia de que le seran
enviados refuerzos si la cosa "se le pona fea"; se le indic el
lugar donde estaba el telfono para en caso de emergencia llamar
inmediatamente al Cuartel General de la Legin que estaba instalado
en el edificio de la Limon Trading Co.
Termin el da y el pelotn "Alvaro Pars" no sufri ningn
ataque. Rodolfo dobl las guardias en la noche pues la cosa no era
para menos. Amaneci el 14 de abril y nada haba sucedido. La gente
de Quirs estaba distribuida en la siguiente forma: en el centro de
la va estaban Jorge Arrrea con la ametralladora y con sus
ayudantes, entre los que figuraban Carlos de la Espriella y Alfredo
Chacn como asistente. En el cerrito de la derecha estaba Rodolfo
Quirs, con una ametralladora liviana y con seis muchachos. En el
otro cerro de la derecha se encontraban los hermanos Calvo con
cuatro hombres.
Eran en total dieciocho legionarios con buenos fusiles y dos
mquinas y acompaados por el coraje y la valenta que les daba la
fe en el triunfo final.
Rodolfo Quirs fu a Limn por comida y regres temprano. Un
negrito que vena por la lnea fu interrogado por Quirs y asegur
a pies juntillas que la fuerza que vena a nuestro encuentro era
numerosa y bien armada y que no tardara en llegar para verificar
con correccin los datos del negro. Quirs envi a dos muchachos a
practicar un reconocimiento por un guayabal que est en las faldas
del cerro de la izquierda viniendo de Limn para San Jos. Esos
muchachos eran Fernando Rey e Israel Castro. Las instrucciones que
se les dieron fueron las siguientes: caso de ver el enemigo,
retirarse prudencialmente para avisar al grueso de la tropa y caso
de encontrarse en aprietos disparar dos tiros en seal de alarma.
Salieron como a la una y media en su misin. Transcurrieron dos
horas y no se saba nada de los dos y la inquietud comenzaba a
molestar a los dems miembros del "Alvaro Pars". Como a las cinco
de la tarde se escucharon claramente dos detonaciones: eran Rey y
Castro que daban la seal de alarma. Se llam a rebato y se

prepararon las armas en espera de los sucesos. A los pocos minutos


llegaron corriendo y alarmados gritando que los "hijos de tal por
cual comunistas estaban rodeando los cerros". Rodolfo Qurs con la
velocidad del rayo dispuso la gente suya para el ataque que en un
principio se crey fatal para ellos, pues eran muy pocos. El
teniente-coronel Meza, que comandaba las fuerzas calderocomunistas, dispuso el ataque en la siguiente forma: l tom a su
cargo el grueso de la tropa que trat de rodear el cerro de la
izquierda, eran en total setenta mariachis armados con fusiles
Remington; una ametralladora Niehaussen de las pequeas y dos
fusiles-ametralladoras Breda de los llamados vulgarmente
"mosquetones"; en el centro de la va, por el ramal de Zent y en
direccin al carro donde estaba instalada nuestra mquina pesada
Lewis, dispuSo Jose Mara Meza el carro con sacos de arena en el
que haba cuarenta hombres con una monumental ametralladora Alemana
de tipo "Maxim" con mucho parque, y dos ametralladoras Breda de
pecho; por el cerro de la derecha, precisamente donde estaba el
Capitn Quirs y sus muchachos, atacaron treinta hombres con dos
fusiles ametralladoras Breda y veintiocho rifles Remington. El
ataque lo inici Jos Mara Meza por el cerro de la izquierda con
una nutrida descarga de fusilera y ametralladoras. Esto sucedi
como a las cuatro y cuarenta y cinco minutos de la tarde. Fernando
Rey e Israel Castro fueron los que dispararon de primeros a pocos
metros de los mariachis que estaban distribuidos por todo el campo.
Los nuestros repelieron el ataque descargando los fusiles en serie
para dar la idea de que tenan una ametralladora: eran slo seis
legionarios que valan por cincuenta comunistas. La gente de Meza
no se atrevi a lanzar un ataque en forma esperando que la otra
columna cerrara el cerco. A los pocos segundos la batalla estaba
empeada en los tres sectores pues los mariachis dispararon como
locos por todas partes: contra cerros y contra el carro que estaba
en la lnea.
Rodolfo Quirs hizo intentona de bajar para impartir
instrucciones y tratar de pedir refuerzos a Limn pero lo detuvo
una lluvia de balas que picaban a pocos metros de su cabeza; carg
su ametralladora Thompson y solt una rfaga para tratar de alejar
a los comunistas, pero stos continuaban en su ataque con ganas de
escalar el cerrito y hacer chicharrn a los que en l estaban. Al
rato se escuch el ruido sordo y macabro de la ametralladora
"Maxim" que pretendi avanzar consiguiendo nicamente que se
atascara al disparar el tiro nmero veinte. La providencia ayud en
ese instante supremo a los valientes del "Alvaro Pars" pues cuando
los comunistas se dieron cuenta de que nuestras mquinas vomitaban
fuego y la pesada de ellos estaba inutilizada, emprendieron la
retirada creyendo que los revolucionarios tenan una ametralladora
en cada mano. Los primeros en emprender la fuga fueron los que

acompaaban a Meza. La razn no era para menos: el jefe de la


expedicin, el clebre teniente-coronel Jos Mara Meza, haba
cado por un certero balazo que le di en mitad de la cara.
Aprovechando la confusin que reinaba en las filas gobiernistas,
los nuestras atacaron con furia y tenacidad poniendo al resto de la
fuerza expedicionaria que el gobierno haba enviado a reconquistar
Limn, en huda que se convirti en una carrera desordenada y loca
por llegar cuanto antes al tren para salir a estampida. La derrota
haba sido tan catastrfica, que el tren sali a toda velocidad
dejando regados a varios hombres que no tuvieron ms remedio que
entregarse prisioneros. El "Alvaro Pars" haba ganado la batalla
de Mon y salv con su victoria el honor de la Legin y la causa de
la Liberacin Nacional. La expedicin fu derrotada siendo muerto
su jefe Jos Mara Meza y quince hombres que perecieron a
consecuencia de las heridas inferidas en el combate y que murieron
en los pantanos cercanos al lugar. Entre los documentos encontrados
a Meza haba una carta cuyo facsmil reproducimos y que dice
textualmente lo siguiente: "Abril 11 de 1948.-Sr. Coronel don Jos
Mara Meza, Comandante Expedicionario Va a Limn.-Seor Coronel:
El portador de la presente, coronel Juan Jos Arias Durn se har
cargo por su experiencia y conocimiento de la zona donde van a
operar, del comando de esa expedicin. Usted quedar como segundo
del coronel Arias para ayudarlo y cooperarle en todo. Lo primero
que hay que hacer es, despus de reclutar la gente, ocupar las
alturas de Mon que dominan el puerto. Ya mandamos destruir la
planta elctrica y la caera de acuerdo con su dueo el Seor
Saxe. Esa gente tendr por fuerza que salir de Limn y entonces
ustedes los reciben como se debe.
Dios guarde a usted.-Mario Fernndez Piza, capitn y Jefe del
Estado Mayor".
La ignorancia que en asuntos militares tuvo el farsante
Fernndez Piza, se puso de relieve en esa estpida orden que fu
hija del caos que acompa a Picado en los postreros das de su
gobierno; y la actuacin de Saxe queda al descubierto en ese
documento que captur la Legin para que sirva de prueba para
acusar a ese extranjero que traicion la hospitalidad que le brind
Costa Rica.

Facsmil de la carta encontrada al Teniente Coronel Meza,


cuando fue muerto en la Batalla de Mon.

Eplogo
Me toca ahora terminar esta narracin en la cual he tratado
por todos los medios a mi alcance, de describir aunque fuera con
pobreza de estilo y con sencillez en las formas, la obra que en
beneficio de la patria realiz la Legin Caribe. Despus de la
batalla de Mon, la Legin se concret a ocupar militarmente la
Provincia de Limn; en ese puerto los atendi la sociedad con
muestras de aprecio y simpata, y estuvimos en ella hasta que el
Alto Mando del Ejrcito orden nuestro traslado a San Jos.
Pocos das despus de la cada de Limn, el Mayor Horacio
Julio Ornes, Comandante de la Legin, pronunci unas elocuentes
palabras por la Radio Casino de ese puerto, refirindose a la labor
de la Legin y en las cuales exalt el valor y el coraje de los
muchachos de la Legin que pudieron realizar con precisin
cronomtrica la primera operacin area que se realiz en el
Continente Americano. Pido a todos los que hasta este momento han
sido mis amables lectores, disimulen las faltas en que haya
incurrido, pues lo nico que he perseguido con esta narracin ha
sido dar a conocer la gesta de la Legin Caribe que pasm a todo el
Continente y contribuy con sacrificio y herosmo a libertar a mi
adorada Patria de las cadenas que la ataron durante largos ocho
aos, a la ms execrable tirana.
El recibimiento que nos tribut la ciudad de San Jos quedar
grabado en nuestros corazones con letras de oro pues fu la
demostracin de gratitud de un pueblo agradecido: y altivo.
Termino esta narracin con la orden especial que nos fu leda
el 17 de abril de 1948 con la cual se di por terminada nuestra
misin, dice as:
EJERCITO DE LIBERACION NACIONAL
LEGION CARIBE
Orden Especial:
1- La misin encomendada a la Legin Caribe por el Alto Mando del
Ejrcito de Liberacin Nacional, fu cumplida con todo xito
gracias a la valenta de la Oficialidad, clases y soldados que la
componen, cubrindose de gloria con esta memorable hazaa del 11 de
abril de 1948. La ciudad de Limn fu tomada en una operacin, que
en su clase, es la primera que se realiza en el Continente
Americano.

2- Con esta operacin, la Legin Caribe logr consolidar una


posicin que era de capital importancia en el desarrollo de la
ofensiva fulminante que el Ejrcito de Liberacin Nacional desat
sobre el Gobierno usurpador.
3- Como resultado de nuestra operacin, nos pesa anunciar la
irreparable prdida de un querido compaero de armas: el Sargento
Rolando Aguirre Lobo, magnfico ametralladorista, que ofrend su
joven y preciosa vida en un sublime gesto de valor y sacrificio.
Que Dios recoja el alma grande y libre del Sargento Aguirre.
Tambin fu herido por francotiradores comunistas emboscados en los
edificios de la parte cntrica de la ciudad, nuestro querido
compaero el Teniente Marcos Ortega, quien gracias a Dios est ya
en vas de completo restablecimiento.
4- La Legin Caribe quiere hacer pblica manifestacin de
felicitacin a los miembros de nuestras Fuerzas Areas, los
valientes Pilotos sin cuya pericia y valor la misin no hubiere
sido posible realizarla con el xito con que se hizo. Bajo el fuego
de ametralladora de un avin de caza enemigo lograron conducir a
los hombres de la Legin hasta el sitio de ataque. Especialmente
nos es grato citar al Mayor Guillermo Nez y al Capitn Manuel
Enrique Guerra, quienes una vez ms han dado prueba de su alto
espritu de patriotismo y de su coraje de valientes.
5- Por este medio queremos tambin destacar la brillante labor
desplegada por la Oficialidad de la Legin, tanto en la Plana Mayor
como los Jefes de Pelotones, quienes planearon y dirigieron la
operacin con serenidad y certeza y supieron actuar en los momentos
de combate como verdaderos valientes. Se distinguieron por su
arrojo y combatividad los siguientes Oficiales: Capitn Mario L.
Starke, los Tenientes Alvaro Rossi Umaa, Marcos Ortega, Carlos Ma.
Jimnez G. y los Jefes de Pelotn Tenientes Juan Jos Monge, Eladio
Alvarez, Daniel Calvo, Benjamn Piza, Hernn Rossi, Rodolfo Quirs,
Jorge Arrea, Victor A. Quirs S.
6- Es con verdadero orgullo que felicito calurosamente a todos mis
compaeros de la Legin Caribe por la brillantsima actuacin en la
toma del Puerto Limn, gesto que reconoce plenamente el Ejrcito de
Liberacin Nacional y agradece el Pueblo de Costa Rica.
Mayor Horacio Ornes C.,
Comandante de la Legin Caribe.
Limn, 17 de abril de 1948.

Los hombres que integraban


la Legin Caribe
Horacio Julio Ornes
Mario L. Starke
Alvaro Umaa
Marcos Ortega
Alvaro Rossi Ch.
Alfonso Goicoechea
Hernn Rossi Ch.
Rolando Aguierre Lobo, caido en
la toma de Limn
Carlos Mara Jimnez G.
Julio Caballero
Carlos de Espriella
Jorge Garca
Juan Jos Monge
Jos Venizelos R.
Carlos Jos Gutirrez
Abel Hernndez
Guillermo Molina
Ramn Solano
Carlos Coronel
Jorge Salazar
Rodrigo Acua
No Camacho
Jos J. Gamboa
Jaime Oreamuno
Arturo Martnez
Jos A. Leiva
Rdolfo Quirs
Daniel Calvo Asta
Jos Antonio Calvo Asta
Jess Carranza
Israel Castro
Rodrigo Herrera

Fernando Rey
Guillermo Molina
Hctor Julio Vquez
Roberto Madriz
Rodrigo Carranza
Jos J. Herrera
Alfredo Chacn
Gonzalo Madrigal
Rudy Venegas
Vctor Manuel Hidalgo
Alfonso Leitn
Alfonso Jimnez Muoz
Rodrigo Badilla
Benjamn Piza C.
Vctor A. Quirs S.
Carlos Steinvorth J.
Eladio Alvarez Urbina
Olman Obando
Jos J. Barquero
Jorge Mora
Manuel Gmez
Hctor Solano
Marcial Camacho
Fernando Jimnez
Alfredo Rojas
Isidro Brenes
Arnoldo Guzmn
Juan B. Solano
Antonio Mata
Abelardo Mass
Ramn Cordero
Jorge Arrea

Capitn RODOLFO QUIROS


Primer Oficial del Pelotn
"Alvaro Pars"

Teniente ELADIO ALVAREZ


Segundo Oficial del
Pelotn
"Los Angeles"

Teniente DANIEL CALVO


ASTUA
Sub-Teniente del
Alvaro Pars

Teniente JUAN J. MONGE


Segundo Oficial del Pelotn
"Rolando Aguirre"

Mayor HORACIO ORNES


Comandante de la Legin
del
Caribe

Mayor MARIO L. STARKE


Ejecutivo Militar y
Segundo
Comandante de la
Legin del
Caribe

Capitn ALVARO ROSSI CH.


Jefe de Personal y Ordenes
de la
Legin. Miembro de la Plana
Mayor

Teniente JULIO CABALLERO


Segundo Oficial del
Pelotn "Alvaro Pars"

Capitn BENJAMIN PIZA


Primer Oficial del
Pelotn
Los Angeles

Teniente ALVARO UMAA


Miembro de la Plana Mayor
de
la Legin

CARLOS MARIA JIMENEZ G.


Cabo de la Legin Caribe

Sub-Teniente
CARLOS STEINVORTH
Jefe del Cuerpo
de Ametralladoras

Teniente VICTOR A. QUIROS


Ametralladorista del
Pelotn
Los Angeles

JOSE ANTONIO CALVO ASTUA


Sargento del Pelotn
Alvaro Pars

Sub-Teniente JORGE
GARCIA
Cabo del Pelotn No.
1

Teniente CARLOS DE LA
ESPRIELLA
ametralladorista del
Pelotn No. 1
que luego se llam "Rolando
Aguierre"

Capitn HERNAN ROSSI CH.


Primer Oficial del Pelotn
No. 1 el
"Rolando Aguirre", de la
Legin Caribe

Teniente JORGE ARREA


Pelotn "Alvaro
Pars"

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