Oraciones de Vida
Oraciones de Vida
Oraciones de Vida
ORACIONES
DE VIDA
Recopiladas por Albert Raffelt
Introduccin de Karl Lehmann
PUBLICACIONES CLARETIANAS
MADRID
NDICE
Traduccin castellana de la quinta edicin de la obra
de Karl RAHNER Gebete des Lebens.
II.
ANTE DIOS
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Ante Dios
Dios de mi vida
Dios del conocimiento
Dios de mis oraciones
Dios de la Ley
Dios de mi Seor Jesucristo
Alabanza de la creacin
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C O N CRISTO
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EN EL ESPRITU SANTO
Espritu Santo
Liberado por Dios
Dios de mi vida cotidiana
Vivir por la gracia
Oracin para pedir la esperanza
Oracin de mi apostolado
Dios de mis hermanos
Miseria y pecado
Por la Iglesia
Hacia el sacerdocio
Oracin de un candidato en la vspera de su
ordenacin sacerdotal
Oracin para implorar el verdadero espritu
del sacerdocio de Cristo
El Sacramento del altar
Eucarista y vida cotidiana
Oracin de un laico
Para pedir la justicia y la fraternidad
Oracin por la paz
Oracin por los que se dedican a una actividad
creadora en el campo del espritu
Mara
Oracin a Santo Toms de Aquino
Dios de los vivos
Dios que ha de venir
Entre la gracia y el juicio
Resurreccin de los muertos
Bendicin final
Oracin por la unidad de los cristianos
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Conclusin
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INTRODUCCIN
Un tema importante de la teologa actual es el distanciamiento que existe entre sus mtodos cientficos
y la espiritualidad de la fe cristiana. Hans Urs von
Balthasar, en un famoso artculo del ao 1948, que
conserva todava hoy todo su valor, puso de manifiesto la separacin que se inicia en la Alta Edad Media
y se pronunci a favor de una nueva unidad. La dogmtica tradicional apareca como huesos sin carne,
mientras que la literatura asctico-espiritual se les
antojaba a muchos como carne sin huesos. Una y otra
vez, sin embargo, se ha ensayado por diversas partes el superar esta escisin. Basta pensar en los programas de la teologa arrodillada, de la teologa
orante y de la teologa kerigmtica (o de la predicacin), tal como se proyect en los aos treinta y cuarenta.
Entretanto, han surgido nuevos desarrollos que han
conducido a otra forma de la teologa sistemtica.
El influjo, por ejemplo, del pensar dialgico-personalista y de la filosofa existencial, as como la visin bblica e histrico-salvfica, han llevado a la superacin
entre espritu y vida, razn terica y prctica. Naturalmente, entran tambin en juego una serie de razo7
das. Por eso este tercer volumen se ha podido concentrar en modelos de oraciones.
Ya sus primeros aos de escritor muestran que la
oracin nunca fue para K. Rahner un tema secundario. Por qu es necesario orar?, reza el ttulo de su
primer artculo, escrito hace sesenta aos, cuando l
no contaba ms de veinte. Junto con sus obras filosficas de altos vuelos Espritu en el mundo y Oyente
de la palabra estn las oraciones que proceden de su
profunda experiencia religiosa: Palabras al silencio, el
primero de todos sus libros. En 1949 public K. Rahner, bajo el pseudnimo de A. Trescher (el apellido
de su madre) una serie de meditaciones, Heilige Stunde und Passionsandacht, de marcado carcter personal, cuya segunda parte puede verse hoy en el opsculo Worte vom Kreuz. Es bien comprensible su miedo
a publicar oraciones compuestas por l mismo que revelan su interioridad. Pero, de hecho, una y otra vez
se publicaron algunos de estos testimonios. Con frecuencia los Ejercicios del Fundador son el origen de
otros textos posteriores: Oraciones para el retiro (junto
con su hermano Hugo), Meditaciones sobre el libro
de Ejercicios de San Ignacio y Siervos de Cristo. A stos hay que aadir retiros para estudiantes, predicaciones de adviento, charlas radiofnicas y meditaciones para diversos crculos de oyentes. As surgieron en
los aos setenta toda una serie de textos de oraciones
de K. Rahner difcilmente asequibles al gran pblico.
Karl Rahner tiene un concepto amplio de oracin.
Toda experiencia de lo alegre o de lo tremendo apunta ms all de s misma, hacia el pas de la esperanza
ilimitada, donde mora Dios. A uno que le pregunt:
Hace usted oracin?, contesta: Pienso que s. Mire
usted, cuando en mi vida, en las horas grandes y pequeas, siento cmo me acerco a la frontera del mis9
No debe extraarnos que en el espacio de casi cincuenta aos se haya cambiado el lenguaje religioso de
Rahner. Se podra mostrar sin dificultad cmo, por
ejemplo, los cambios de su pensamiento cristolgico
cristalizan en las diversas oraciones a Jesucristo. Los
contrastes ms extremados los puede descubrir el lector en la experiencia de la Iglesia de Rahner si compara el texto temprano de la oracin Dios de las leyes con la oracin casi colrica Por la Iglesia, que
procede de sus ltimos aos. De este modo las oraciones de Rahner marcan el camino seguido por l
como cristiano, jesuta y telogo. Tampoco debe olvidarse la variedad de su temtica. Siempre son gritos
desde lo profundo, a veces en voz baja y contenidos,
pero siempre apasionados y sinceros. El precio por tales oraciones es elevado: no pocas veces es el lenguaje
de un corazn herido. Quien publica oraciones sin
pulirlas literariamente se convierte en un ser indefenso y vulnerable.
Esta coleccin de oraciones debe abrir al lector el
corazn de la espiritualidad de K. Rahner, pero puede
tambin hacerle descubrir la interna cercana de la
piedad y la teologa segn su pensamiento. La inabarcable bibliografa sobre K. Rahner con pocas excepciones apenas lo ha advertido. Pero sin esta dimensin se desconocera radicalmente la figura teolgica
de K. Rahner, pues toda teologa abstracta caera finalmente en el vaco si ella misma no se elevara desde
las palabras sobre la realidad, para convertirse en oracin, en la que podra hacerse realidad aquello de lo
que slo se haba hablado. Este libro aspira, por consiguiente, a ser ante todo una gua para la oracin.
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COMIENZO
Karl Lehmann
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I
ANTE DIOS
ANTE DIOS
tu bondad, que con lgrimas de alegra acepta gustoso y humilde el inefable regalo de tu misericordia.
Mrame, Seor, mira mi miseria. A quin podra
huir sino a ti? Cmo podra soportarme si no supiera
que T me soportas, si no tuviera la experiencia de
que T eres bueno conmigo? Mira mi miseria; mira a
tu siervo, el perezoso, el rebelde, el superficial. Mira
mi mezquino corazn: slo te da lo ms necesario, no
quiere derrocharse en tu amor. Mira mis oraciones:
con qu desgana y mal humor te son tributadas. Y la
mayor parte de las veces mi corazn se alegra cuando
de hablar contigo puede pasar a otra cosa. Mira mi
trabajo: es bueno y malo, forzado por la obligacin
de cada da, raras veces inspirado por el amor fiel a ti.
Escucha mis palabras: rara vez son palabras de bondad y de amor desinteresado. Mira, oh Dios!: T no
ves un gran pecador, slo uno pequeo. Slo uno en
quien hasta los pecados son pequeos, mezquinos,
corrientes, cuyo corazn y voluntad, sentido y fuerza
son, bajo todos los aspectos, pequeos, incluso en sus
malas obras. Pero oh Dios mo!, cuando lo pienso
bien, siento un profundo espanto: esto que he tenido
que confesar de m, no es precisamente la caracterstica de los tibios? Y no nos has dicho T que prefieres el fro al tibio? (Apoc 3, 16). No es mi mediocridad una mscara tras la cual se oculta lo peor
para que as permanezca inadvertido el corazn cobarde y egosta, el corazn perezoso e insensible, el
corazn que no conoce la magnanimidad y la anchura?
Ten compansin de mi pobre corazn, T, Dios de
la magnanimidad, Dios del amor, Dios del feliz derroche. Concede a este pobre corazn marchito tu
Santo Espritu para que lo transforme. Arda tu Espritu en mi corazn muerto y suscite en m el temor
ante tu juicio: si al menos despertara! Que lo llene
de temor y de temblor: si al menos sacudiera la rigi20
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DIOS DE MI VIDA
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fue dirigida a mi corazn, requiere todava una explicacin mediante una palabra exterior, que se recoge
en la fe mediante el odo. Todava tu palabra viva me
es oscura, todava repercute desde las ltimas profundidades en mi corazn, a las que t la has dirigido.
Apenas quedamente y como en eco lejano va a los
planos superiores de mi vida consciente, donde mi saber se ensancha, ese saber que produce enfado y molestias espirituales, y nada ms que la amarga experiencia de que esa ciencia se olvidar y merece olvidarse, porque por s misma nunca ser unidad y vida.
Y, sin embargo, detrs de toda esta pena y molestia
espiritual, ya desde ahora otro conocimiento es una
realidad plena de gracia para m: tu palabra y tu eterna luz.
Crece en m. Irradate dentro de m siempre ms.
Ilumnate, luz eterna, dulce luz del alma. Resuena
en m siempre ms perceptiblemente, palabra del Padre, palabra del amor, Jess. Nos dijiste que nos revelaste todo lo que habas odo del Padre. Tu palabra
es verdad porque lo que oste del Padre eres T mismo. Y T eres mo, T, palabra que est por encima
de todas las palabras humanas; T, luz ante la cual
toda luz terrena se torna noche. Slo T debes alumbrarme. Slo T hablarme. Todo lo dems que s y
aprend no debe serme otra cosa que un gua hacia ti,
algo que debe madurarme por medio del dolor que
me prepara, segn la expresin de tu sabio para conocerte cada vez mejor.
Y cuando ha logrado esto, entonces ella misma
puede otra vez desvanecerse en el olvido. Entonces
T sers la ltima palabra, la nica que permanece
y que jams se olvida. Entonces, cuando todo calle en
la muerte y yo haya aprendido y sufrido todo, entonces comenzar el gran silencio, dentro del cual slo
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tuya la emocin que me llega cuando oro o la ocurrencia que me viene a propsito de la meditacin?
Dios mo, los devotos llegan aqu al instante. Pero se
me hace muy difcil creer esto.
Una y otra vez me vuelvo a encontrar a m mismo
en todas estas experiencias y solamente oigo el vaco
eco de mis propias llamadas. Y, sin embargo, yo
quiero tu palabra, te quiero a ti mismo. Yo mismo y
mis ocurrencias son a lo ms tiles para otros, incluso
cuando estas ocurrencias se refieren a ti, y las gentes
las tienen a lo mejor como profundas. Me estremezco
ante mis profundidades, que son solamente la superficialidad de un hombre, y, por aadidura, muy
vulgar. Una interioridad en la cual slo se encuentra uno a s mismo vaca el corazn mucho ms que
todas las disipaciones y perdiciones en el trajn del
mundo. nicamente me puedo soportar a m mismo
cuando me puedo olvidar mientras vivo en ti, habiendo salido de m mismo por la oracin. Pero cmo
he de poder hacer esto si T no te me muestras, si te
quedas tan lejos? Por qu guardas silencio? Por qu
me encargas hablarte si parece que no escuchas? Si
ests mudo, no es esto una seal de que no me haces caso?
O es que s escuchas atentamente mi palabra, escuchas quiz durante toda mi vida hasta que he logrado expresarte todo mi ser, hasta que he manifestado toda mi vida? Callas precisamente porque escuchas con tranquilidad y atencin hasta que de veras
he terminado, para decirme entonces tu palabra, la
palabra de tu eternidad? Entonces, finalmente, mediante la luminosa palabra de la vida eterna, con la
cual T mismo quieres hablar al penetrar en mi corazn, cortars el monlogo tan largo como la vida de
un pobre hombre agobiado por la oscuridad de este
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mundo? Es mi vida, en el fondo, una sola breve jaculatoria y todas mis oraciones son nicamente meras palabras humanas que sirven para expresarla, y
es tu eterna posesin tu eterna respuesta a ello? Tu
silencio, cuando oro, es acaso un hablar lleno de promesas infinitas? Una palabra que es inconcebiblemente ms trascendental que cualquier palabra hablada que T pudieras dirigir ahora a la finitud de mi
estrecho corazn, que por ese mismo hecho se volvera tan pobre y pequea como mi propio corazn?
Seor, seguramente es as. Pero si esto fuera tu respuesta a mi queja, en el caso de que quisieras hablar,
te tengo preparada, a ti, mi Dios lejano, una nueva
objecin que procede de un corazn mucho ms afligido que por mi queja sobre tu silencio.
Si mi vida ha de ser una sola oracin, y mi oracin
una parte de esa vida que orando se desliza ante tu
acatamiento, entonces tambin debo estar facultado
para llevar ante ti mi vida, y a m mismo. Pero, mira,
eso precisamente est ms all de mis fuerzas. Cuando oro es mi boca la que habla. Entonces mis pensamientos y mis resoluciones, si es que oro bien, representan gustosas su papel, previamente ordenado
y ensayado. Mas, en tal caso, sera yo el mismo que
ha orado?
Yo no debera orar palabras o pensamientos o resoluciones, sino a m mismo. Aun mi buena voluntad
pertenece todava a la superficie de mi alma y es demasiado dbil para penetrar en aquellos profundos
estratos de mi experiencia donde soy yo mismo, donde las aguas escondidas de mi vida surgen y caen segn ley peculiar. Cuan poco poder tengo sobre m
mismo! Te amo de veras cuando te quiero amar? El
amor es un perderse a s mismo dentro de ti, un
adherirse a ti hasta la ltima profundidad del propio
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No s si esta hora ya comenz en mi vida, solamente s que tendr su fin definitivo en mi muerte. En
esta hora bienaventurada y terrible de mi amor todava guardars silencio y me dejars hablar a m mismo. Los telogos llaman tu silencio en estas horas de
decisin noche del alma y aquellos que la han experimentado de ordinario son llamados msticos una
expresin bajo la cual las gentes se imaginan tantas
cosas ridiculas, aquellos que han vivido esta hora
de eterna decisin amorosa no como todos los hombres, sino que conjuntamente han podido contemplarse en ella a s mismos.
Y despus de la hora de mi amor, que est oculta
en tu silencio, vendr el da de tu amor: visin beatfica. De modo que ahora, como todava no s
cundo vendr mi hora y si no comenz ya, debo
aguardar en el vestbulo que est ante tu santuario
y el mo. Debo vaciarlo del ruido del mundo y debo
soportar, con ayuda de tu gracia y de una fe pura, el
amargo silencio y desolacin que as nacen. Ese es el
sentido ms profundo de mis oraciones cotidianas.
No lo que en ellas pienso, no lo que resuelvo y siento, no este hacer de mi pensar y querer superficiales, no es todo en s mismo lo que te agrada en mi
oracin. Todo esto es un mandamiento y gracia tuya
para que el alma se halle dispuesta para la hora en la
cual le d la posibilidad de orarse a s misma en ti.
Dame, Dios de mis oraciones, la gracia de aguardarte
orando!
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DIOS DE LA LEY
En tu palabra se dice de ti, Dios mo, que eres espritu . Y de tu santo Espritu se dice que es el Dios de
la libertad: El Seor es espritu, y donde est el Espritu del Seor est la libertad (2 Cor 3, 17). Y esta
palabra no se dijo de ti en cuanro dominas libremente las latitudes ilimitadas de tu propia vida, sino en
cuanto eres espritu y vida nuestra. Dios de la libertad, Dios nuestro! Mira, algunas veces casi podra parecerme que creemos esta palabra acerca de ti porque
sabemos que estamos atados por tu ley sobre la fe,
que te reconocemos como nuestro Dios de la libertad
porque debemos hacerlo, pero no tanto porque la
amplia y libre abundancia de tu vida llene nuestro
corazn y tu efervescente espritu, que sopla donde
quiere, nos haya hecho libres.
Eres T en mi vida el espritu de la libertad o el
Dios de las leyes? O eres ambas cosas? O eres el
Dios de la libertad a travs de la ley? Las leyes que T
mismo diste no son cadenas. Que tus mandamientos
sean mandamientos de la libertad, es cierto. En su
austera sobriedad e inapelabilidad me libran del torpe sumergirme en mi propia estrechez con su pobre
y cobarde concupiscencia. Despiertan la libertad del
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amor hacia ti. Son verdad porque ordenan poner arriba lo que est arriba y no levantar sobre el altar de la
vida propia lo bajo. Y, porque son verdad, libertan estas leyes que T mismo diste en la nueva alianza o
has dejado expresamente, puesto que abrogaste la ley
vieja cuando Cristo nos ha hecho libres (Gal 5,
1), y as no nos qued otra cosa que la ley de la libertad (Sant 2, 12). Tus propios mandamientos podrn ser pesados, pero liberan.
Pero, Seor, y las leyes que en tu nombre dieron
los hombres? Permteme, Dios de la libertad y de palabra verdadera, decir alguna vez francamente lo que
pasa por mi corazn en horas de mal humor y de fastidio. T bondadosamente escuchas tales pensamientos. Seor, T abrogaste la vieja ley, que ni nuestros
padres ni nosotros fuimos capaces de soportar (Hechos 15, 10). Pero pusiste autoridades en este mundo,
temporales y, sobre todo, espirituales: y algunas veces
se me figura que stas diligentemente volvieron a llenar los resquicios en las vallas de las constituciones y
disposiciones que tu espritu de la libertad, en el huracn de Pentecosts, haba arrancado.
Ah estn los 2.414 artculos del derecho cannico,
pero stos propiamente tampoco son suficientes. Para
alegra de los juristas, cuntas responsa no se han
agregado todava! Y aquel par de millares de decretos
litrgicos exigen tambin su observancia. Para alabarte en el breviario en salmos, himnos y cnticos espirituales,cantando y salmodiando al Seor en vuestros
corazones (Ef 5, 19), necesito tener una gua, un
directorio, que cada ao tiene que imprimirse de
nuevo, tan intrincado es este alabar a Dios! En el imperio del Espritu Santo tambin hay un diario oficial e innumerables colecciones de actas, preguntas,
respuestas, informes, decisiones, sentencias, citacio42
rindo obediencia a una ley de esa ndole. Por eso solamente a ti se dirige la adoracin. A ti slo, sin intermediario. No al objeto mismo que se me exige, ni
siquiera al objeto como necesario reflejo de tu ser.
Precisamente porque nada hay en tal objeto en que
pudiera regalarse mi corazn, puede una obediencia
como sa ser la expresin clara de que te busco a ti
mismo y slo a ti. Por eso, o te encuentro solamente
a ti, o no te encuentro de ningn modo en semejante
ley humana, segn la guarde por puro amor a ti o no.
Todava se te puede encontrar en tus propios mandamientos, aun cuando uno los guarde sin querer
amarte en ellos, porque su contenido es la expresin
necesaria de la santidad de tu ser. Al guardar las leyes
de la autoridad humana, nada se encuentra sino voluntad humana que quita la libertad, si en ello no te
ama uno a ti. Si las cumplo como prueba de adhesin
a tu amada voluntad libre, la cual dispone de m segn su beneplcito, entonces te encuentro a ti mismo
y todo mi ser fluye hacia ti dentro de ti, hacia tus latitudes llenas de libertad, y no ya a las estrecheces de
los mandatos humanos. T solamente eres mi Dios,
en cuanto Dios de las leyes humanas, si eres el Dios
de mi amor.
Dame un corazn dispuesto a llevar la carga de los
mandamientos de la autoridad de tal modo que este
trabajo sea ejercicio de renunciamiento de m mismo,
de paciencia y de fidelidad. Dame tu amor, el nico
que es libertad verdadera, amor sin el cual toda obediencia ante los hombres es exterioridad o servidumbre. Dame un corazn pleno de santo temor ante
toda disposicin legal y ante la libertad de tus hijos,
pues me redimiste para hacerme partcipe de ella.
Venga a m el reino de tu libertad, que es el reino
de tu amor! Solamente en j estoy libre de m y libre
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como saber infinito, que esta omnisciencia se convierte en omnipotencia, y la temible inflexibilidad de tu
omnipotencia se torna por s misma en la fuerza irresistible de tu bondad. Y as, todo lo que en la estrechez de mi limitacin se angustia, se atropella y lucha, se convierte, en ti, en una infinitud, que es a la
vez unidad e infinitud. Cada una de tus propiedades
es, desde luego, por s misma todo tu ser incomensurable. Lleva en su propio seno toda la realidad.
As hay al menos alguien a quien debe uno atenerse sin reservas e infinitamente, sin orden, y a quien
se puede amar todo cuanto uno quiere. Y se eres
T. En el amor de tu santa inconmensurabilidad se
vuelve soportable nuestra vida de disciplina, de medida y orden. En ti nuestro corazn puede dilatarse
en su nostalgia hacia lo infinito, sin perderse. En ti
puede uno desperdigar el corazn en cada cosa aislada y no por ello pierde el todo, porque cada cosa en
ti lo es todo. Si llegamos a hallarnos por el amor
dentro de ti, entonces desaparece, por decirlo as, la
estrechez de nuestra finitud, al menos durante la hora
de este amor, y otra vez quedaremos apaciguados de
la rutinaria limitacin de nuestra finitud.
As tu infinitud es la liberacin de nuestra finitud.
Y, sin embargo, Dios mo, debo concederte que cuanto ms pienso en ello tanto ms me atemoriza precisamente este ser tuyo. Me amenaza en mi seguridad; en
l pierdo toda orientacin. Se me quiere representar
de nuevo entre temor y temblor, como si tu infinitud,
en la cual todo se identifica, solamente fuera para ti
slo.
Ciertamente T siempre eres todo en cada una de
tus propiedades y de tus actos. T eres todo en cada
uno de ellos, incluso cuando vienes sobre m, cuando
irrumpes en mi vida. T no tienes que disponer ex52
bienhechor. Si este corazn humano nos ama, entonces mi corazn se apacigua. Si me ama, s que el amor
de este corazn humanado no puede ser otra cosa que
amor, y nada fuera de eso.
Y Jess realmente me dijo que me ama, y su palabra ha surgido de su corazn de hombre.
5S
ALABANZA DE LA CREACIN
Oh Dios!, debo confesarte y confesarme a m mismo algo que una vez ms me ha causado extraeza.
Me resulta difcil ver tu creacin tan hermosa como
sin duda lo es. La Sagrada Escritura halla admirable
tu creacin; todos los poetas la cantan, incluso San
Francisco en su cntico al sol, cuya ltima estrofa sobre la muerte es la que ms me llega al alma.
S, lo s, es culpa ma, es mi apata, el desgaste de
mis fuerzas espirituales lo que me impide dejarme
arrebatar ante la contemplacin del mar, de los montes nevados, de los bosques sombros, del cosmos con
sus millones de aos luz y su curso veloz. Aunque
tampoco me estremece el horror de un Reinhold
Schneider ante la recproca destruccin de la Naturaleza en la que unos seres se devoran a otros (aun
cuando Pablo me impide considerar este dolor de la
Naturaleza como evidente), confieso, no obstante,
que lamentablemente no siento como algo espontneo e inmediato la magnificencia de tu creacin, de
la Naturaleza. Hay bastante que ver, que or, que
oler en tu creacin, por lo que el corazn pudiera y
debiera alegrarse y dar gracias. Lo comprendo, pero
mi corazn no rompe en un grito de jbilo. Lo atri-
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Se puede tambin orar con un lenguaje que sobrepasa los propios sentimientos. Por esto tambin esta
oracin, que yo hago con palabras de San Francisco,
puede ser escuchada por ti, Creador de todas las cosas, Creador de este hermoso mundo. Amn.
58
II
CON CRISTO
CRISTO TODO
EN TODAS LAS COSAS
Seor Jesucristo, Palabra eterna del Padre y hombre verdadero, te adoramos. S T siempre el misterio vivo de nuestra fe y de nuestra vida, que se funda
en esta fe: Sacerdote eterno y oblacin perenne. S
T mismo nuestra adoracin del Padre en espritu y
en verdad. En ti y contigo sea nuestra vida el servicio
del Dios Infinito, T, sacramento del servicio de la
divina majestad.
Vida de los hombres, fuente de la gracia, s T
mismo la vida de nuestra alma, la vida que nos hace
partcipes del Dios Trino. En ti participamos de tu
vida, sacramento de la vida sobrenatural de nuestras
almas.
Salvador de los pecados, vencedor misericordioso
de nuestros pecados y debilidades. En ti quisiramos
vivir para que tu amor fuerte acte poderosamente en
nosotros, el nico amor que es poderoso contra todo
pecado ahora y siempre. Por ti y para ti presrvanos
de todo pecado, sacramento del vencimiento de todo
pecado.
Vnculo de caridad, smbolo de unidad. Djame
estar unido en ti con todos aquellos que T me has
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mandado amar. Haz que todos nosotros te pertenezcamos cada vez ms. As estaremos tambin cada vez
ms unidos unos con otros por ti, sacramento de
amor verdadero y de comunin.
ORACIN DE NOCHEBUENA
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MEDITACIN DE LA PASIN
m. Hazlas penetrar en mi corazn, en lo ms profundo, en lo ntimo. Que las comprenda. Que no las olvide jams, sino que vivan y prendan con fuerza en
mi corazn sin vida. Pronuncalas T mismo para m,
para que escuche el sonido de tu voz.
Llegar el da en que me hablars en la hora de mi
muerte y ms all de ella. Y estas palabras significarn un comienzo eterno o, tal vez, un fin sin fin.
Seor, haz que al morir pueda escuchar las palabras
de tu misericordia y amor; haz que no deje de escucharlas. Ahora, concdeme acoger con corazn dcil
tus ltimas palabras en la cruz. Amn.
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PRIMERA PALABRA
SEGUNDA PALABRA
Est ya prxima tu muerte, la hora en que tu Madre tena que estar cerca de ti. En esa hora, en la que
no se solicitaban ya ms milagros, slo la muerte, estaba all a quien dijiste: Qu tengo yo contigo, mujer? Todava no ha llegado mi hora (Jn 2, 4). Esta es
la hora que une al Hijo y a la Madre. La hora de la separacin y de la muerte. La hora que arranca a la madre viuda el hijo nico.
69
posa, la humanidad rescatada y purificada por tu sangre. Tu muerte no me habr sido intil si me acojo a
este materno corazn. Estar presente cuando llegue
el da de tus bodas eternas, en las que la creacin,
transfigurada para siempre, se unir a ti para siempre.
CUARTA PALABRA
cin, en el paroxismo del sufrimiento, no has querido rezar de distinto modo a como lo hicieron tantas
generaciones anteriores a ti. En cierto modo, en aquella Misa solemne que T mismo celebraste como sacrificio eterno has rezado con las frmulas litrgicas
consagradas, y as has podido decir todo. Ensame
a orar con las palabras de la Iglesia en tal manera que
se hagan las palabras de mi corazn.
QUINTA PALABRA
SEXTA PALABRA
Est cumplido. S, Seor, es el fin. El fin de tu vida, de tu honor, de las esperanzas humanas, de tu
lucha y de tus fatigas. Todo ha pasado y es el fin.
Todo se vaca y tu vida va desapareciendo. Desaparicin e impotencia... Pero el fin es el cumplimiento,
porque acabar con fidelidad y con amor es la apoteosis. Tu declinar es tu victoria.
Oh Seor!, cundo entender esta ley de tuvida
y de la ma? La ley que hace de la muerte, vida; de la
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SPTIMA PALABRA
EL PRESENTE DE JESS
Y DE SU VIDA
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Tu vida permanece no slo en Dios, sino para ti mismo. Lo que fuiste vive para siempre. Tu niez pas,
pero hoy eres ngel que fue nio como lo puede ser
cualquier hombre. Tus lgrimas se terminaron, pero
hoy eres como cualquiera que alguna vez haya llorado. El corazn no olvida las razones de su llanto. Tus
penas han cesado, pero en ti permanece la madurez
del hombre que las ha probado. Tu vida y tu muerte
transcurrieron, pero lo que maduraron se ha hecho
eterno y est presente entre nosotros. El herosmo de
tu vida es presencia de eternidad que supera cualquier obstculo con el amor que lo forma e ilumina.
Tu corazn es eterno porque respondi decididamente s a las disposiciones del Padre. El sometimiento, la
fidelidad, la dulzura, el amor a los pecadores, que
surgan en cada momento de tu vida, estn presentes
como los rasgos caractersticos de tu libertad y de tu
naturaleza humana. As te encuentras ahora en medio de nosotros. Est presente lo que fuiste, viviste
y sufriste.
Y as te queremos adorar:
Oh Jess! Te adoramos.
Oh Dios eterno! Te adoramos.
Redentor nuestro, presente en el Sacramento! Te
adoramos.
Vida y muerte de Jess, eternamente presentes en
el conocimiento y en la voluntad inmutable del Padre! Te adoramos.
Vida y pasin de Jess, que desde siempre acogisteis nuestra vida! Te adoramos.
Jess, que ests verdaderamente entre nosotros!
Te adoramos.
Pero hay otro motivo por el que tu vida est realmente presente. Cuando vivas, tu pensamiento y tu
amor no estaban slo cerca de tus contemporneos. El
amor de tu corazn humano y no slo de tu naturaleza divina se diriga a nosotros: yo estaba all, mi
vida, mi tiempo, mi ambiente, mis problemas, mis
horas grandes y mezquinas, lo que quiero ser ahora
con mi libertad... T, en la misteriosa intimidad de
tu ser profundo, ya lo sabas todo. Lo acogas todo y
lo llevabas en el corazn. Tu vida humana fue modelada por mi vida desde siempre. Ya entonces dirigas
mi vida, orabas por m, dabas gracias por mi Gracia.
Tu vida se ocup de la ma y formaba algo de mi existencia. Y ahora que tu vida se ha hecho presente, y
ests aqu presente en el Sacramento, eres el que con
su vida eterna envuelve mi conocimiento y mi amor.
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81
LA PRESENCIA DE LA AGONA
DE JESS EN GETSEMAN
87
LA PRESENCIA DE LA AGONA
DE JESS EN NOSOTROS
Seor Jesucristo, t ests aqu presente en el Santsimo Sacramento, pero no slo as ests entre nosotros:
t vives en nosotros.
Vives en nosotros por tu Espritu Santo, que nos
unge y consagra, incorporndonos por el Bautismo a
tu Cuerpo Mstico: la Iglesia. T eres la vida de nuestra vida, de nuestro espritu y de nuestro corazn. T
has tomado posesin del centro ms ntimo de nuestro ser con la fuerza vivificante de tu Espritu Santo.
Las profundidades escondidas de nuestra alma las has
transformado, iluminado, santificado y divinizado.
No vivimos nosotros, sino T en nosotros; ya no nos
pertenecemos a nosotros mismos, sino slo a ti. T
eres la ley de nuestra vida, el impulso ntimo de nuestro ser y de nuestras acciones, la luz secreta de nuestro
espritu, el ardor profundo de nuestros corazones, el
esplendor santo de nuestra naturaleza, que la hace semejante a la luz eterna de la misma divinidad.
Ests y vives en nosotros. Nos comunicas tu propio
ser y tu propia vida a travs de ti, que eres la misma
gracia increada, y nos haces capaces mediante la gracia creada de recibirte juntamente con el Dios trinitario. Poseemos y participamos vuestra vida, tu vida.
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ahorrarnos este cliz. Quien te pertenece debe beberlo como T lo bebiste. Pero aydanos en esa hora,
no para sentirnos fuertes, sino para que tu fuerza
triunfe en nuestra debilidad. Te imploramos: ten
piedad de nosotros! En tu tormento, en el monte de
los Olivos, viste a los hombres en estas horas de angustia y esa visin consol tu corazn. Haznos ser los
hombres de tu consuelo. Te gritamos: ten piedad de
nosotros.
Cuando nos hagas partcipes de tus horas de Getseman. Ten piedad de nosotros.
Cuando tengamos que reconocer en las horas de
afliccin una participacin en tus sufrimientos. Ten
piedad de nosotros.
Cuando a nosotros, como a ti, nos parezca dura e
incomprensible la voluntad de Dios. Ten piedad de
nosotros.
Cuando la tristeza, la turbacin, la angustia y el
miedo nos asalten como a ti. Ten piedad de nosotros.
Cuando nos remuerdan nuestras culpas. Ten piedad de nosotros.
Cuando nos llenen de espanto la santidad y la justicia divinas. Ten piedad de nosotros.
Cuando tengamos que pagar y expiar nuestros errores . Ten piedad de nosotros.
Cuando seamos llamados a compartir los sufrimientos de tu Cuerpo Mstico, la Iglesia. Ten piedad de
nosotros.
Cuando el egosmo nos tiente a sobrevolar y a quejarnos de nuestros sufrimientos. Ten piedad de nosotros.
Cuando los amigos nos traicionen como a ti. Ten
piedad de nosotros.
Cuando, en las horas de Getseman, la desesperacin amenace con abatir la esperanza. Ten piedad de
nosotros.
Cuando, en nuestras verdaderas horas santas, el
amor de Dios parezca desaparecer. Ten piedad de
nosotros.
Cuando no quede nada ms que nuestra miseria
ms profunda y nuestra impotencia extrema junto a
la incomprensibilidad de Dios. Ten piedad de nosotros.
Cuando nos asalte, como a ti, la ltima agona.
Ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que en Getseman has cargado
con todos nuestros dolores. Ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que en Getseman y en la Cruz
has redimido y santificado nuestros sufrimientos. Ten
piedad de nosotros.
Cordero de Dios, T que introduces en la gloria
del Padre a todos los que han padecido contigo y en
ti. Ten piedad de nosotros, oh, Jess! Amn.
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ASCENSIN Y PRESENCIA
DEL SEOR
Seor, cuando vuelvas, como te has marchado, como un verdadero hombre, te has de encontrar a ti en
nosotros como el sufrido, el paciente, el fiel, el bondadoso, el abnegado, como quien se mantiene unido
al Padre aun en las tinieblas de la muerte, como el
lleno de amor y de alegra. Seor, has de encontrarte
en nosotros como nosotros quisiramos ser y no somos. Pero tu gracia no slo se ha quedado, sino que
ha venido precisamente a nosotros porque T, al subir para sentarte a la derecha del Padre, has derramado tu Espritu en nuestros corazones. Por eso creemos
verdaderamente, contra todo lo que nos dice la experiencia, que T continas tu vida en nosotros, aun
cuando desgraciadamente encontramos en nosotros a
nosotros mismos y no a ti. Subiste al cielo y te sientas
a la derecha del Padre con nuestra vida. Vas a volver
con esa misma vida para encontrar la tuya en la nuestra. Y el que T la encuentres va a construir nuestra
eternidad, cuando mediante tu vuelta hayamos entrado en la gloria de tu Padre con todo lo que somos, lo
que vivimos, lo que tuvimos y lo que sufrimos.
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SEGUIMIENTO DE CRISTO
Seor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, verdaderamente Dios y hombre en una nica persona, Dios desde la
eternidad, hecho hombre en nuestro mundo, en el
cual ests con nosotros todos los das hasta el fin de
los tiempos: te adoramos.
T lo has compartido todo con nosotros. T mismo, glorioso y consustancial resplandor del Padre, has
vivido nuestra vida. T la conoces. La has experimentado y saboreado. T sabes cmo es. No podemos decir que T no sabes qu es eso de ser hombre, que T
no puedes sentir qu significa estar sometido a las
fuerzas y poderes de esta tierra. T has sentido qu
quiere decir tener un cuerpo, la carne del pecado y de
la muerte; qu quiere decir permanecer prisionero en
la finitud bajo los poderes de esta tierra: hambre,
muerte, poltica, ignorancia, miseria, procedencia, leyes que disponen de nosotros, necesidad de ganar el
pan, ser prisionero del ambiente y de las situaciones
de la vida que uno no puede elegir. T fuiste un
hombre. Ser un hombre debe constituir algo bello,
bueno y lleno de sentido. Gracias a ti y a tu vida lo
creemos.
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SEGUIMIENTO EN EL AMOR
AL PRJIMO
LA PALABRA DE DIOS,
COMO PROMESA PARA MI
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Jess, toda dogmtica sobre ti es buena, y gustosamente afirmo de la misma: Yo creo; Seor, ayuda mi
incredulidad. Pero esa dogmtica es buena solamente porque puede aclararme la propia imagen que de
ti llevo en mi interior, mas nunca me clarificar a ti
mismo tal como T mediante tu Espritu te manifiestas a mi corazn: silenciosamente sales a mi encuentro en el camino de mi vida, como experiencia
de tu gracia interior.
Sales a mi encuentro en el prjimo, al que debo
entregarme sin esperar nada a cambio; en la fidelidad
a la conciencia, a la que debo seguir sin percibir ganancia alguna; en el amor y en la alegra, que no son
ms que promesa y me cuestionan si merece la pena
creer en el amor y alegra eternos; en la oscura agua
de la muerte, que lentamente asciende desde el pozo
de mi corazn; en las tinieblas de la muerte, que se
muere a lo largo de la vida; en la monotona de los
pesados servicios de la agitacin diaria; sales a mi encuentro por doquier, T, el Intimo, el Innominado
o el Llamado por tu nombre. En todo busco a Dios
para huir de la nada asesina y no puedo abandonar el
hombre que soy, al que amo. Pues todo te confiesa a
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III
EN EL ESPRITU SANTO
ESPRITU SANTO
bien en el desconsuelo, sequedad e impotencia psquica debemos y podemos serte fieles; sin embargo,
nos es lcito pedirte el espritu de consuelo y fuerza, de
alegra y confianza, de crecimiento en fe, esperanza y
caridad, de generoso servicio y alabanza de tu Padre,
el espritu de tranquilidad y paz. Destierra de nuestro
corazn la desolacin espiritual, las tinieblas, la confusin, la inclinacin a las cosas bajas y terrenas, la desconfianza sin esperanza, la tibieza, tristeza y sentimiento de abandono, la disensin y el sofocante sentimiento de estar lejos de ti.
Pero si a ti te pluguiere llevarnos tambin por esos
caminos, djanos, te pedimos, por lo menos en esas horas y das, tu santo espritu de fidelidad, de firmeza y
constancia, a fin de que, con ciega confianza, prosigamos el camino, mantengamos la direccin y permanezcamos fieles a los propsitos que hicimos cuando tu
luz nos iluminaba y tu gozo dilataba nuestro corazn.
S, danos entonces, en medio de tal abandono, ms
bien el espritu de animoso ataque, de pertinaz a pesar de todo en la oracin, en el vencimiento propio y
en la penitencia. Danos entonces la incondicional confianza de que, ni aun en esos momentos de abandono,
somos abandonados de tu gracia; de que, sin sentirte,
entonces sobre todo ests con nosotros, como la fuerza
que saldr victoriosa en nuestra impotencia. Danos el
espritu del fiel recuerdo de tus amistosas visitas pasadas y del otear las pruebas sensibles de tu amor, que
vendrn. Haznos confesar en esas horas de desconsuelo nuestro pecado y miseria, sentir y reconocer humildemente nuestra flaqueza y que T slo eres la fuente fiel de todo bien y de todo consuelo celestial.
Cuando tu consuelo nos visite, haz que venga acompaado del espritu de humildad y del propsito de
servirte aun sin consuelo.
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Danos siempre el espritu de fortaleza y de resolucin animosa, para reconocer el ataque y la tentacin,
no disputar con ella ni entrar en componendas, sino
decir rotundamente que no, pues sta es la ms sencilla tctica de combate. Danos la humildad de pedir
consejo en las situaciones oscuras, sin falsa locuacidad
y espejismo roto, y tambin sin la necia soberbia que
nos dice debiramos arreglrnoslas siempre solos. Danos el don de la sabidura del cielo, para conocer los
puntos flacos de nuestro carcter y de nuestra vida
y velar y luchar con la mxima fidelidad all donde
somos ms vulnerables.
Danos, en una palabra, tu Espritu de Pentecosts,
los frutos del Espritu, que, segn tu apstol, son: caridad, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia. Si tenemos este
Espritu y sus frutos no somos ya siervos de la ley, sino
hijos libres de Dios. Entonces el Espritu grita en nosotros: Abba, Padre. Entonces intercede por nosotros
con gemidos inexpresables; entonces es uncin, sello
y arras de la vida eterna. Entonces es la fuente de
agua viva que brota en el corazn y salta hasta la vida
eterna y susurra blandamente: Ven al Padre.
Oh Jess, envanos tu Espritu! No te canses de
darnos tu don de Pentecosts. Aclara el ojo de nuestro espritu y afina nuestra capacidad espiritual para
que podamos discernir tu Espritu de todos los otros.
Danos tu Espritu para que de nosotros se pueda decir: Si mora en vosotros el Espritu de Aquel que resucit a Jess de entre los muertos, El resucitar tambin vuestro cuerpo moral para la vida por medio de
su Espritu que mora en vosotros. Es Pentecosts,
Seor: tus siervos y siervas te piden con la audacia
que T les mandas: Haz que tambin en nosotros sea
Pentecosts. Ahora y para siempre. Amn.
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Dios, eterno misterio de nuestro ser, T nos has liberado al convertir tu propia inmensidad en la anchura ilimitada de nuestra vida. Nos has salvado al
convertir todo en provisional, excepto tu propia inmensidad. Nos has hecho inmediatamente para ti cuando en nosotros y a nuestro derredor destruyes todos
los dolos a los que queremos adorar y en los que
quedamos petrificados. T slo eres nuestro fin sin
fin, por eso tenemos ante nosotros el infinito movimiento de la esperanza. Si realmente creyramos del
todo en ti como te nos has dado, seramos realmente
libres. Nos has prometido esta victoria porque Jess
en la muerte la ha conquistado para s y para sus hermanos, pues te encontr de nuevo como Padre en la
muerte del abandono. En Jess de Nazaret, el crucificado y resucitado, tenemos la certidumbre de que nada nos separar del amor: ni ideas ni poderes y potestades, ni el peso de la tradicin ni la utopa de nuestros futuros, ni los dioses de la razn ni los de nuestros propios abismos, ni dentro de nosotros ni fuera.
En ese amor el Dios inefable, en su libertad omnicomprensiva, se nos ha dado en Jesucristo nuestro
Seor. Amn.
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sino el ser que, insuficiente a s mismo, anhela tu infinitud y por ello comienza a correr al encuentro de
tus lejanas estrellas, y as recorre todas las calles del
mundo, y al fin de esos caminos sigue viendo refulgir
tus estrellas con serenidad y a la misma distancia?
Y mira, Dios mo, si yo quisiera huir de mi rutina,
si yo quisiera volverme cartujo para no tener que hacer otra cosa que permanecer en adoracin silenciosa
ante tu faz sagrada, estara yo entonces realmente a
salvo, encima de la rutina? Cuando pienso en las horas en las cuales estoy ante el altar o rezo el breviario
de tu Iglesia, entonces s que no son los negocios
mundanos los que hacen rutina de mis das, sino que
soy yo mismo el que soy capaz de transformar los
acontecimientos sagrados en horas de rutina gris. Yo
convierto mis das en rutina, no ellos a m.
Por eso, s que si en ltima instancia puede haber
un camino que vaya a ti, ir por en medio de mi rutina. Sin la rutina solamente podra huir hacia ti si en
esta santa fuga pudiera dejarme a m mismo atrs.
Pero, hay algn camino en medio de la rutina que
vaya hacia ti? Semejante camino no me aleja acaso
cada vez ms de ti, ms profundamente cada vez hacia el vaco ruidoso de las ocupaciones en el cual T,
Dios silencioso, no habitas? Yo bien s que el movimiento que le llena a uno vida y corazn llega a hastiar, que el taedium vitae mencionado por los filsofos, y la saciedad de la vida, de la cual habla tu
palabra como la ltima experiencia en la vida de tus
patriarcas, tambin se convierte cada vez ms en una
parte consustancial de mi ser.
S, finalmente la rutina se transforma por s misma
en la gran melancola de la vida. Acaso no experimentan tambin sta los paganos? Por ventura ya
est uno contigo cuando la rutina finalmente ensea
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ms justos que quienes con la apariencia de sus acciones y acaso tambin con el convencimiento de sus
corazones contradicen tus mandamientos. Sobre todos se cierne la palabra ltima, aquella palabra que
no osamos pronunciar por no ser palabra nuestra, sino
tuya: la palabra de tu gracia. Descienda sobre todos
el Espritu que confesamos, tu Espritu Santo. Con tu
Palabra y tu Espritu nos sabremos rebosantes de una
gracia que nos llevar a la eternidad. Amn.
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ORACIN DE MI APOSTOLADO
que debo ser: tu disfraz y tu siervo intil. Pero al menos ser cada vez ms parecido a tu Hijo, que tambin
tuvo que esconder la luz de su divinidad bajo forma
de siervo y que fue reconocido en sus vestidos como
hombre. Si llevo as tu peso, el peso de tu apostolado, cuando tu misin me oprime, tu dignidad me
abate y mi debilidad desaparece en la de tu Hijo,
puedo confiar en que el obstculo que soy para tu venida se volver, a pesar de todo, una bendicin para
mis hermanos. Entonces mi imagen de siervo por ti,
por ti slo, se hace invisible tanto para m como para
los dems, y se transforma en la figura sacramental
bajo cuya humildad T eres el pan de la vida para
mis hermanos. Mi vida se consumir, semejante a la
hostia, para que vivan en ti, y T eternamente en
ellos. Amn.
Me has enviado a los hombres. Has puesto las pesadas cargas de tus plenos poderes y de las fuerzas de tu
gracia sobre mis hombros y me ordenaste ir con palabras severas, casi speras. Me despediste de ti con
direccin a tus criaturas que quieres salvar, a los hombres. Ciertamente me haba movido siempre entre
ellos, aun antes de que tu palabra consagrante llegara
hasta m. Me gustaba amar y ser amado, ser buen
amigo y tener buenos amigos. Estar as con los hombres es una cosa fcil y agradable. Al fin y al cabo
uno se dirige solamente a aquellos que uno mismo
eligi y permanece entre ellos todo el tiempo que
quiere.
Pero ahora la cosa cambi: los hombres a los cuales
he sido enviado los elegiste T, no yo. No debo ser
amigo de ellos, sino siervo. Y cuando me canso de
ellos, no puedo considerar esta situacin como seal
de haber terminado con ellos, sino que debo aceptarla como una orden que T me das de quedarme.
Dios mo, qu hombres stos hacia los que me empujaste! La mayora de las veces ni siquiera me reciben
a m, tu mensajero, y no quieren los dones tu gracia
y tu verdad con que me mandaste a ellos. Y, sin
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migo mismo? Acaso mi corazn no es ya suficientemente miserable y dbil para que todava otros vengan a vaciar su corazn en el mo?
O acaso sana mi corazn de su propia miseria espiritual cuando en silencio y pacientemente se entrega sin queja, cuando valientemente mantiene su
sitio en el servicio de los hermanos y de este modo se
convierte en testimonio, para este mundo, de que tu
corazn es ms grande que el nuestro, de que eres
magnnimo y paciente, de que tu misericordia no
nos desprecia y de que tu amor no es superado por
nuestras miserias? He cuidado de m de la mejor forma cuando me olvido a m mismo, cuando cuido de
los dems desinteresadamente? Se aligera mi corazn
cuando lleva la carga de los dems, sin pesadumbre,
da a da, callada y pacientemente? Si la embajada
que me confiaste fue tu misericordia para conmigo
(y cmo podra dudarlo?), debe ser as. Porque sin
duda quieres que, por medio de esto, posea mi alma
en la paciencia, que soporte a mis hermanos con paciencia.
Pero mira, Dios mo, cuando con tu verdad y tu
gracia, algo as como en gira pastoral, llego a los humanos y llamo a la puerta de su hombre interior, y
cuando me dejan entrar, de ordinario solamente me
llevan a los aposentos en los cuales viven su vida de
rutina; platican de ellos mismos y de sus negocios
terrenos, muestran su mobiliario, hablan mucho para
callar de lo que se trata, para hacerme olvidar a m
y a ellos el propio objeto de mi visita: introducirte en
la ms recndita cmara de su corazn, a ti, mi Dios,
como lo ms sagrado, donde lo eterno de ellos se encuentra mortalmente enfermo, donde debera haber
un altar erigido a ti, sobre el cual ardieran los cirios
de la fe, de la esperanza y del amor.
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En lugar de eso, me reciben en las salas donde hacen su vida rutinaria. Fcilmente encuentro una puerta para stas; pero en vano busco el portn que vaya
a las ltimas profundidades, donde habr de decidirse el eterno destino de un hombre. A veces casi me
parece que hay hombres que viven su propia vida tan
exteriormente que ni ellos mismos jams han encontrado el camino y la puerta hacia aquella intimidad en la que cada uno est enfermo, a punto de
morir o en condiciones de seguir viviendo.
Cmo he de encontrar as el camino? O no hay
tal camino para m? As que slo soy un mensajero,
aquel que en la puerta de servicio entrega su mensaje y tus dones, sin poder alguna vez entrar en el
ms ntimo alczar de un alma ajena, para procurar
all que tu mensaje y tu don se conviertan realmente,
en este hombre, en vida eterna mediante su libre
amor? Quieres T, mediante esta nica y decisiva
gestin de un hombre, estar y tratar completamente
solo con l en lo ms ntimo de su corazn? Se ha
acabado ya mi ministerio pastoral cuando he cumplido mi deber, cuando he llenado mi comisin? No
puedo ni debo llevarte a lo ms recndito de otro
hombre, puesto que T ya siempre ests all, T, el
que lo llenas todo y en quien todos viven y son, T,
el que siempre ests ya all para salvacin o condenacin de cada hombre?
Pero, si me has ordenado cuidar yo mismo de las
almas y no solamente cumplir mi deber, entonces
mi preocupacin ha de poder penetrar en cada una
de las cmaras ms ocultas del prjimo, en su centro
ms ntimo, en su chispita del alma. Y puesto que
slo T has encontrado propiamente el camino hacia
all, T, con tu gracia a cuya suave omnipotencia
ningn corazn se cierra, cuando quiere compadecerse
de algn hombre, por eso s que slo T eres el ca135
MISERIA Y PECADO
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POR LA IGLESIA
cuan profundamente contradeca al Evangelio su propio comportamiento. Est la Iglesia de hoy inmunizada por principio contra tal atrocidad? Cmo podra yo saberlo? Cmo se podra demostrar tal inmunidad?
Dios mo, ten piedad de nosotros, pobres, estrechos y pecadores insensatos que formamos tu Iglesia.
Ten misericordia de los que se llaman tus representantes (sinceramente esta palabra no es buena, ya que
Dios no puede dejarse representar). Ten misericordia
de nosotros. Yo no quiero ser de aquellos que critican
a las autoridades en la Iglesia y, por su parte, contribuyen ms que ellas a la falta de credibilidad de la
Iglesia. Menos todava quiero ser de aquellos que meditan insensatamente si an quieren permanecer en
la Iglesia. Quiero esforzarme siempre en tener ojos
claros que puedan ver el milagro de tu gracia, que sigue aconteciendo hoy en la Iglesia. Admito que yo
veo ms claramente esos milagros en los pequeos de
la Iglesia (por ejemplo, en Andrs, que durante sus
estudios lav de forma gratuita un ao entero la ropa
de los jvenes recogidos en un hogar) que en los grandes de la Iglesia, a la mayora de los cuales les va muy
bien en su aburguesamiento. Pero tal vez mis ojos
estn pesados y estoy predispuesto contra el dominio y el poder.
Es legtimo cantar himnos en la santa Iglesia. A lo
largo de todos los tiempos ella confiesa tu gracia y
que T eres indeciblemente ms excelso que todo lo
que puede ser pensado fuera de ti. Y por eso existir
hasta el fin de los tiempos, aun cuando yo espero el
reino de Dios, que supera incluso a la Iglesia. Pero
tambin la lamentacin un poco amarga y la splica
por la misericordia de Dios para con la Iglesia constituyen un elogio de esta Iglesia y de tu misericordia.
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HACIA EL SACERDOCIO
Haznos hombres alegres y valientes. Danos un corazn lleno de bondad, entrega, humildad. Haznos
sobrios y vigilantes, sinceros y disciplinados, constantes y laboriosos, modestos y magnnimos. Danos el
amor a ti. Vive en nosotros. S T el centro de nuestro corazn y la nica ley de nuestra vida. Permtenos
orar en ti y contigo. Que nuestra fe est escondida
contigo en Dios, que los ojos de nuestra fe puedan
ver constantemente lo eterno a travs de todas las cosas. Danos amor a la oracin, tenaz persistencia en el
trabajo cientfico de cada da, la voluntad de una
completa formacin de nuestro espritu y de nuestro
corazn. Sobre todo, danos ya ahora tu espritu sacerdotal: espritu de sacrificio, espritu de valor para
proclamar tu verdad y tu gracia oportuna e inoportunamente. Concdenos el incansable espritu del amor
a los hombres, por los que T has muerto en la cruz.
Que vivamos ya ahora lo que vamos a predicar despus. Introdcenos en ti, pues te vamos a tener en
nuestras manos. Que nos dejemos llenar y conducir
por el Espritu que vamos a derramar.
Jess, sacerdote eterno, adorador del Padre, primognito entre muchos hermanos, amor encarnado y
verdad del Padre, corazn del mundo, misericordia
de Dios, juez y Seor de mi vida: T nos has llamado.
Tus dones son sin arrepentimiento, son un puro s.
Confiamos en ti, pues eres fiel. Nos mantenemos en
pie porque T nos has bendecido. Nos movemos porque nos has llamado. Caminamos tus caminos con co144
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ORACIN DE UN CANDIDATO
EN LA VSPERA
DE SU ORDENACIN
SACERDOTAL
tu gracia, de la luz y de la eterna claridad. Y ademe a esto la armadura de la luz (Rom 13, 12), para
que me cia con la verdad, me proteja con la coraza
de la justicia, calce mis pies con la prontitud para
anunciar la buena nueva de la paz, proteja con el escudo de la fe, con el yelmo de la salud y la espada de
la palabra de Dios (cf. Ef 7, 6).
4. Despus ungir el obispo y atar mis manos en forma de cruz.
Las manos, que deben bendecir,
las manos, que deben dispensar la paz de Dios a los pecadores,
las manos, que extender en oracin por el santo pueblo
de Dios,
las manos, que sostendrn el cuerpo y la sangre del Seor.
Llenar las manos es una expresin que ya en el
Antiguo Testamento indicaba la ordenacin como
sacerdote. Llena mis manos con tu bendicin! Haz
que sean siempre diligentes en tu servicio y atadas
a tu mandato. Haz que nunca se alarguen al mal.
Haz que tu cruz, smbolo de tu amor, me abrase
siempre como llaga en mis manos, para que tambin
yo merezca llevar los estigmas de Cristo en mi cuerpo.
Haz que est yo siempre ungido para tu real sacerdocio y para ser tu profeta, lo mismo que ungiste a
Aarn y a sus sacerdotes, a los reyes y a los profetas
Haz que sea yo ungido como tu Ungido, el Mesas,
nuestro Seor, con el aceite de la alegra ante todos
mis compaeros, con el aceite del vigor y de la santidad, con el aceite del Espritu Santo, el aceite de la
Divinidad. Con la uncin que permanece en nosotros
y nos instruye acerca de todas las cosas (1 Jn 2, 17).
5. Luego, el obispo confiar por primera vez la
patena y el cliz con las ofrendas a mis manos consagradas. Calicem salutaris accipiam et nomen Domini
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10. Una vez que haya sido llamado as y levantado por ti, ungido con la fuerza y enviado, me levantar y me retirar como sacerdote tuyo, como ungido tuyo, tu mensajero, tu testigo, tu sacerdote por
toda la eternidad. El ordenarme como sacerdote es
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convertido en signo actuante para aquellos que comparten su vida con nosotros, para aquellos a los que
tenemos que servir. Te adoramos y te recibimos como
primicia de la Vida eterna, Oh T, el Dios oculto,
silente, ofrecido a travs de nuestra vida y nuestra
muerte! Te adoramos y te acogemos, vida, verdad y
libertad sin fronteras! T eres para nosotros la beatitud gozosa de cuanto ahora nos resulta incomprensible de Dios. T eres plenitud eterna de aquella
bienaventurada entrega de toda criatura al Padre,
cuando Dios sea todo en todas las cosas.
Que cuanto celebramos en la liturgia de esta ofrenda eclesial, en la adoracin de este sacramento, en la
comunin de tu cuerpo y sangre se vaya haciendo culto vivo que eleve la monotona cotidiana y santifique
los momentos privilegiados del discurrir de la historia; que tu sacramento santifique nuestra vida y nuestra muerte. Que T mismo seas nuestro vitico cuando nos llegue el momento de salir de este mundo y ya
nadie nos pueda ayudar, cuando llegue la hora de
asemejarnos a ti en la muerte y la noche nos sorprenda, cuando todo nuestro ser se hunda en la indecible
majestad de la muerte. A cuantos hemos celebrado tu
muerte en el Sacrificio de la Misa da la gracia de poder proclamar tu muerte salvfica a travs de nuestra
propia muerte. De esta manera tu muerte llegar a
hacerse actual como potencia escondida y sentido final de nuestra misma muerte. Concdenos ahora el
don de creer ahora en tu sacramento, de celebrarlo en
la esperanza y el amor, de venerarlo con renovada
sencillez en medio de nuestra vida y de preguntar as
el da del Seor. Oh Seor!, que tu sacramento nos
acompae por todos los caminos del mundo; que l
nos conduzca al Reino del Padre, al cual sea todo honor y gloria, contigo y el Espritu Santo. Amn.
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ORACIN DE UN LAICO
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San Pablo hasta nuestros das, pasando por San Agustn; nuestra libertad, a veces corrompida, est como
envuelta en el poder de tu fuerza y de tu insondable
predestinacin; no queda limitada por nada, ni siquiera por nuestra libertad. Con todo, tu predestinacin no puede suprimir nuestra libertad a la hora de
realizar dentro de la tuya ilimitada cuanto te resulta
agradable.
Me lo digo a m mismo y no a ti. No lo hago para
estrechar la inmensidad inabarcable de tu sabidura,
ni para dar valor a tu majestad y quitrselo a la mediocridad de nuestra existencia cotidiana. Me revuelvo
contra quienes piensan que no debera existir un Dios
que desborda todas nuestras medidas. Incluso estas
afirmaciones, aun estando expuestas a una crtica implcita, se hallan realmente penetradas por la majestad de tu grandeza. Ahora mismo estoy hablando as
para hacerme ms consciente de que es preciso implorarte aquella justicia y fraternidad, que son, al mismo
tiempo, fruto de nuestro empeo existencial.
Lo s muy bien, Seor: tenemos que librar un rudo
combate contra nuestro egosmo, aun cuando ste se
halle oculto y pretendamos buscar para l bastardas
justificaciones. Hemos de hacerlo esperando contra
toda esperanza, a fin de arrancarle a nuestro enteco
corazn un poco de justicia y fraternidad. Es una certeza irrefutable que he de ser citado ante tu tribunal
para dejarme juzgar acerca de estas virtudes, y as alcanzar la salvacin eterna o la eterna condenacin.
Ser juzgado yo y no otro en mi lugar. La justicia y la
fraternidad nada tienen que ver hoy con una actitud
intimista o un compromiso deslizado hacia el puro
pietismo. Incluso en circunstancias de revolucin se
me exige que asuma los postulados de no violencia tal
y como se expresan en el Sermn de la Montaa. Aun
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Dios eterno, creador de todos los hombres y de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles, Dios de
toda la historia, seor y objeto, fuerza y luz de toda
cultura, te presentamos hoy nuestras splicas por todos los que crean esa cultura.
Seor, quin pide por ellos? Y, sin embargo, sabemos que T quieres ser su objeto y su fuerza creadora, su trabajo y su obra. Porque T quieres al hombre en el pleno y siempre nuevo desarrollo de su ser;
T quieres al hombre que es la propia obra de s mismo. T amas al hombre que en su obra realiza, encuentra y expresa su propio ser, el ser que es una imagen de tu propia grandeza. Los hombres slo pueden
ser con tu gracia lo que han de ser conforme a tu voluntad, padre de todo autor, eterno origen de toda
luz, espritu de toda verdadera inspiracin.
Por eso te rogamos e imploramos que descienda sobre ellos tu Espritu Santo: despierta entre nosotros
hombres de fuerza creadora, pensadores, poetas, artistas. Los necesitamos. Tambin se refieren a ellos las
palabras de que el hombre con slo el pan corporal
sigue hambriento si no se alimenta con la palabra de
tu boca. Da a esos hombres jvenes el valor de ser
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crean puede y debe ser una promesa de que tu reino eterno est viniendo, el reino de la verdad y del
amor, el reino de la glorificacin del hombre no dividido en alma y cuerpo, tierra y cielo. Por eso concdeles tambin que proclamen y fomenten ese reino,
en el que se salvarn eternamente, transformadas y
glorificadas, todas las cosas que ha creado el hombre
como partcipe de tu poder creador. Que venga sobre
ellos el Espritu de tu Hijo, para que tu nombre sea
alabado ya ahora en este tiempo y por los siglos de los
siglos en la eternidad. Amn.
MARA
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mismo tiempo Dios y hombre, creador y criatura, felicidad inmutable y que no conoce cambio y destino
amargo, consagrado a la muerte, destino de esta tierra,
Jesucristo, nuestro Seor.
Por nuestra salvacin has dicho el s; por nosotros
has pronunciado tu hgase: como mujer de-nuestra
raza has acogido para nosotros y cobijado en tu sene
y en tu amor a aquel en cuyo solo nombre hay salvacin en el cielo y en la tierra. Tu s ha permanecido
siempre y ya nunca ha vuelto atrs. Ni aun cuando se
hizo patente en la historia de la vida y de la muerte
de tu Hijo quin era en realidad aquel a quien t habas concebido; el cordero de Dios, que tom sobre s
los pecados del mundo; el hijo del hombre, a quien
el odio contra Dios de nuestra generacin pecadora
clav en la cruz y, siendo luz del mundo, arroj a las
tinieblas de la muerte, que era nuestro propio y merecido destino.
De ti, Virgen santa, que como segunda Eva y madre de los vivientes estabas de pie bajo la cruz del Salvador rbol verdadero del conocimiento del bien y
del mal, verdadero rbol de vida, se mantena en
pie la humanidad redimida, la Iglesia, bajo la cruz
del mundo y all conceba el fruto de la redencin
y de la salvacin eterna.
He aqu reunida, Virgen y Madre, esta comunidad
de redimidos y bautizados; aqu precisamente, en esta
comunidad, en donde se hace visible y palpable la comunidad de todos los santos, imploramos tu intercesin. Pues la comunin de los santos comprende a los
de la tierra y a los del cielo, y en ella nadie vive slo
para s. Ni siquiera t. Por eso ruegas por todos los
que en esta comunin estn unidos a ti como hermanos y hermanas en la redencin. Y por eso mismo
confiamos e imploramos tu poderosa intercesin, que
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Oh, Santo Toms de Aquino! Tengo que comenzar hacindote una confesin que valdra para otros
muchos santos. Me resulta difcil buscar con xito a
un solo santo en la infinita grandeza de Dios para tomarlo como interlocutor. Pero acaso lo ms difcil sea
justamente lo ms adecuado.
Voy a dirigirte una peticin en la frmula tradicional, sobre cuyo exacto sentido no voy a ponerme
a cavilar ahora: Otrgame ante Dios aquella intercesin por la cual unos santos se ocupan de otros, y hasta de los pecadores, entre los cuales yo me cuento. Intercede para que, al menos de lejos, me parezca a ti.
Que yo sea sensato y sobrio y tenga siempre coraje
para meditar sesudamente lo que voy a decir antes de
proferirlo con fogosa ligereza. Haz que yo posea un
espritu eclesial sin, por ello, ser clerical. T bien sabes qu quiero decir con esto.
Te pido adems que ejerzas tu intercesin por m
en dos asuntos. Al presente no haces otra cosa que
pronunciar tu Adoro te devote latens Deitas, puesto
que te encuentras ante la inabarcable inmensidad de
Dios. Tan inmensa divinidad no es ya para ti una palabra puramente terica, pronunciada por la grandeza
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Quiero recordar delante de ti a mis difuntos, Seor, a todos aquellos que alguna vez me pertenecieron y se han apartado de m. Son muchos; tantos
que de una mirada no puedo abarcarlos todos, sino
que otra vez debo recorrer el camino de mi vida con
el recuerdo, si mi dolor quiere volver a saludarlos a
todos.
Cuando as lo hago es como si en la calle de mi vida
pasara un desfile de hombres y, en cada momento,
alguno de ellos, calladamente y sin decir adis, se
desviara de este desfile, y apartndose del camino se
perdiera en la negrura de la noche. Mi comitiva se
vuelve ms y ms pequea porque slo aparentemente hombres nuevos aparecen en el camino de mi vida
para viajar conmigo. Ciertamente muchos van por la
misma calle, pero propiamente conmigo peregrinan
tan slo los que en otro tiempo comenzaron juntamente conmigo, los que ya estaban all cuando yo comenzaba mi ruta hacia ti, Dios mo, los que estaban
muy cerca de mi corazn y an lo estn. Los otros son
camaradas de viaje en el mismo camino, y de stos
hay muchos: nos saludamos y ayudamos mutuamente
y siempre vienen nuevos y se retiran. Pero propia181
186
187
fin.
Te llamamos porque desesperamos de nosotros mismos; sobre todo cuando, tranquilos y presos en nuestra fnitud, nos juzgamos sabios. Hemos llamado a tu
infinitud y hemos esperado una vida interminable
fiados en la venida de tu infinitud. Porque nosotros
los hombres, al menos aquellos a quienes T has regalado la ltima sabidura de esta vida, aprendimos que
fue en balde lo que intentbamos: huir por esfuerzo
propio, azuzados por la asfixiante angustia de nuestra
impotencia e inconstancia, por medios siempre nuevos, de nuestra propia existencia, y por mil caminos
ser poseedores de algo eterno. Porque no nos podemos ayudar, porque no podemos librarnos de nosotros
mismos, por eso hemos conjurado sobre nosotros la
plenitud de tu vida, tu realidad y tu verdad, por eso
hemos apelado a tu sabidura y justicia, tu bondad
y misericordia, para que T mismo vinieras, para que
arrancaras todas las cercas de nuestra limitacin, para
que hicieras riqueza de la pobreza, eternidad de nuestra temporalidad.
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Oh, Dios mo!, cuando presto atencin a la esperanza de eternidad que en m alienta me asalta una
extraa dificultad. Por una parte, rehuso hablar del
alma, que slo a travs del prtico puede acceder a
la vida. No me agrada hablar de la inmortalidad
exclusiva del alma, puesto que yo me experimento a
m mismo como un ser inexcusablemente corporal,
y esto sin hacer mencin de otras dificultades teolgicas que un tal lenguaje comportara. Por otra parte,
tiendo a imaginar aquel ms all en el que creo de
modo totalmente abstracto y desmitoligizado. Con
un tal pensamiento, qu hacer de las nubes del cielo, las trompetas del juicio, la reunin de los muertos
en el valle de Josafat, la sbita apertura de los sepulcros y dems cosas por el estilo? Las imgenes del ms
all que ahora poseo me estragan y llegan a empequeecerme cuando pienso que slo en la muerte me
adentrar en tu poder, en tu amor y en tu beatitud,
sin saber cmo ocurrir todo. Incluso estas frases que
acabo de proferir quedan como cautivas de la analoga o semejanza de aproximacin.
As pues, es mi fe en el ms all mi conviccin en
la resurreccin de los muertos todava demasiado poco
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pero en paciencia y esperanza. Espero como un ciego a quien se le ha prometido la irrupcin de una
luz. Espero en la resurreccin de los muertos y de la
carne.
BENDICIN FINAL
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cedido, pero su plenitud ser ante el mundo y la historia la prueba de que la Iglesia es sacramento verdadero y evidente de la salvacin.
La unidad de las iglesias es un quehacer nuestro.
Pero te queremos pedir que tu Espritu llene a todas
las iglesias de aquel sano temor de seguir infligiendo
al Cuerpo de tu Hijo, que es la Iglesia, aquellos perjuicios que provienen de nuestros pecados: de la bsqueda de dominio, de la arrogancia, de la pasin incontrolada por el propio criterio, del fanatismo inmisericorde, de la angostura de nuestro propio espritu,
incapaz de tolerar que tu verdad nica sea proclamada
por muchas lenguas y en modos muy diversos. Con
todo esto nosotros, hombres pecadores, nos colocamos en lugar de tu Verdad.
Danos prudencia y sabidura en nuestro pobre quehacer para que no caigamos en la tentacin de crear
ms desunin en la Iglesia por culpa de un celo desordenado por la misma unin. Da claridad de visin
a los pastores de las iglesias, concdeles valor, de modo que se preocupen ms por la unidad de sus iglesias
segn tu voluntad para el futuro que por las diferencias procedentes del pasado.
Haz que los que estn al frente de las iglesias tengan audacia para impulsar la Historia de la Iglesia hacia la novedad sin buscar legitimaciones absolutas
nicamente en el pasado. Concdeles la conviccin
gozosa de que en la nica Iglesia futura habrn de
tener cabida muchas ms cosas procedentes del pasado de cada Iglesia de cuanto una mentalidad miope
o timorata piensa, y que parte de la constatacin de
que estas mismas cosas originaron divisin en el pasado. Otorga a los responsables ltimos de las iglesias
la certeza de que la unidad no tiene nada que ver con
aquella uniformidad por la que una sola iglesia se
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hace norma de todas las dems, sino que sta comprenda que es la reconciliacin de la pluralidad en la
Iglesia.
Para alcanzar la unidad exigida por Jess a sus discpulos, cada uno ha de reconocer la buena voluntad
en el corazn de sus hermanos separados. Y, no obstante, nosotros, pecadores de todas las iglesias, hemos
de reconocer que tal voluntad no es ostensiblemente
ardiente, valerosa y creadora como tendra que ser. Si
no fuera por estos nuestros pecados, la unidad, que
es nuestro quehacer, sera ya una realidad. Te pedimos, oh, Dios santo y misericordioso!, la voluntad
decidida de la unidad que T nos exiges. Cuando
nuestro corazn nos acuse de estar demasiado poco
posedo por el omnipotente espritu de tu unidad, no
permitas que nos desanimemos. Que entonces seamos
todava capaces de confiar en que esta debilidad nuestra llena de pecado est como envuelta en tu perdn
y en aquella unidad de los cristianos que T ya nos
has concedido. Amn.
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CONCLUSIN
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209
San Ignacio2. Como tales fueron estas oraciones rezadas en diversas tandas de ejercicios predicadas por
el propio Rahner (cf., por ejemplo, Betrachtung zum
ignatianischen Exerzitien, de 1965). Aun cuando posteriormente a la fecha indicada Rahner no volvi a
preparar expresamente ninguna coleccin de textos
oracionales, stos se hallan ac y all en todos sus
escritos espirituales. En este sentido tales textos se encuentran en estrecha conexin con el conjunto de sus
trabajos teolgicos y cientficos. Particularmente hermoso resulta el ejemplo que nos brindan las tres oraciones Ge be te der Besinnung1. Ellas fueron concebidas originalmente como tres sermones de Adviento
pronunciados en la catedral de Mnster, en 1967, por
invitacin de la Asociacin de Estudiantes Catlicos.
Fueron publicadas dentro del pequeo volumen Ich
glaube an Jess Christus, en 1968. Con el paso del
tiempo esta obrita ha llegado a ser considerada como
una de las ms importantes e impresionantes contribuciones de Karl Rahner a la Cristologa.
Un rpido recorrido por la historia de las obras de
Rahner revela que las dems oraciones nacen en perodos de tiempo ms dilatados y dentro de los ms
variados contextos. El hecho de que su lenguaje religioso haya sufrido variaciones en el decurso de casi
medio siglo es algo que se explica por s mismo. No
hemos buscado ocultar tal evidencia sirvindonos de
retoques o manipulaciones de los textos.
Para aquellos lectores que se interesen por la teologa puede resultar excitante conocer la conexin
2
RAHNER, K., Vorwort zu K. Rahner und Hugo Rahner, en
Worte in Schweigen. Gebete der Einkehr. Freiburg, 1973, p. 7.
3
En este librito se hallan bajo el ttulo de Seguimiento en el
amor al prjimo, La Palabra de Dios, como promesa para m
y Encuentro con Jess.
210
entre estos textos oracionales de Karl Rahner y el conjunto de su obra teolgica. Resulta particularmente
evidente la comprobacin de que en los textos oracionales ms antiguos del autor se halla un paralelismo con respecto "a sus investigaciones filosficas en
torno a la trascendencia del conocimiento. Con tales
consideraciones puede llegarse a comprender cmo
los esfuerzos intelectuales de Rahner han encontrado
su propio lugar espiritual y un adecuado complemento en el conocimiento experiencial de Dios. En
esta lnea hay que afirmar que estos textos oracionales
son decisivos para el conocimiento del desarrollo de la
cristologa rahneriana4. Lo cual se logra, sobre todo,
confrontando las especulaciones cristolgicas de Rahner con las Gebete der Besinnung ya mencionadas.
Sin embargo, el objetivo primordial de esta coleccin no consiste en convertirse en puro subsidio para
el trabajo teolgico. Se trata, ms bien, de poner a
disposicin de cuantos deseen orar y meditar un conjunto de textos oracionales provenientes de un gran
maestro de la teologa y la espiritualidad. Vale tambin para este libro lo que Rahner escribi en 1972
como introduccin a la primera edicin de las Gebete
der Einkehr: Estas oraciones no desean contradecirse
en modo alguno con sus fuentes de inspiracin... Ellas
intentan traer a las mientes sobre todo las intenciones
y necesidades de los estudiantes. Sin embargo, a travs de ellas, se expresan aqu los gozos y esperanzas
de todos los cristianos. Incluso la plegaria de quien ya
es sacerdote o aspira a serlo puede tener algn valor
para cualquiera que se ponga en oracin, ya que todo
cristiano debe saber qu es lo que anida en el corazn
4
Para ello confrontar las breves anotaciones del propio K. Rahner, en Karl Rahner im Gespmch. Mnchen, 1982, vol. I, pginas 240-242.
211
Cf. la nota 2.
212
Karl Rahner pudo recibir todava en vida la primera edicin de este libro como regalo de su 80 cumpleaos. Su inesperada muerte, el 30 de marzo de
1984, hizo que este presente tuviera carcter de despedida. La ltima edicin que aqu ofrecemos est
enriquecida con el texto de la oracin de los enfermos
y con una plegaria por la unidad de los cristianos.
6
Este tomo ha aparecido por fin como volumen 647 de la Herderbcherei. Freiburg, 1980.
7
Cf. la nota 1.
8
RAHNER, K., Praxis des Glaubens, edit. por Karl Lehmann
y Albert Raffelt. Zrich, 1982, y Freiburg, 1984, pp. 137-161.
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INDICACIN DE FUENTES
PUBLICACIONES
CLARETIANAS agradece a las
editoriales Herder, de Freiburg; Benziger, de Zurich;
Kosel, de Munich; Otto Mller, de Salzburgo; Herder, de Barcelona; Verbo Divino, de Estella, y Taurus,
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