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02 - La Adopción - Pardo Bazán

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La adopcin

Emilia Pardo Bazn


[Nota preliminar: edicin digital a partir de la de Blanco y Negro, nm. 978, 1910 y
cotejada con la edicin crtica de Juan Paredes Nez, Cuentos completos, La Corua,
Fundacin Pedro Barri de la Maza, Conde de Fenosa, 1990, T. IV, pp. 41-44.]
El hombre, sin ser redondo, rueda tanto, que no me admir or lo que sigue en boca de
un aragons que, despus de varias vicisitudes, haba llegado a ejercer su profesin de
mdico en el ejrcito ingls de Bengala. Dotado de un espritu de aventurero ardiente,
de una naturaleza propia de los siglos de conquistas y descubrimientos, el aragons se
encontr bien en las comarcas descritas por Kipling; pero las vio de otra manera que
Kipling, pues lejos de reconocer que los ingleses son sabios colonizadores, sac en
limpio que son crueles, vidos y aprovechados, y que si no hacen con los colonos
bengales lo que hicieron con los indgenas de la Tasmania, que fue no dejar uno a vida,
es porque de indios hay millones y el sistema resultaba inaplicable. Adems, aprendi
en la India el castizo espaol secretos que no quera comunicar, recetas y especficos
con que los indios logran curaciones sorprendentes, y al hablar de esto, arrollando la
manga de la americana y la camisa, me ense su brazo prolijamente picado a puntitos
muy menudos, y exclam:
-Aqu tiene usted el modo de no padecer de reuma... Tatuarse. All me hicieron la
operacin, muy delicadamente.
-Pero los indios no se tatan -objet.
-Los indios, los indios! Hay gran variedad de ellos, y se conservan todava las tribus
autctonas que los arianos encontraron cuando hicieron su irrupcin y que jams han
logrado vencer, lo oye usted?, porque los tales salvajes son... muy aragoneses. Se han
retirado los infelices a una meseta pantanosa, donde los mosquitos de la fiebre les
garantizan la independencia, y all se resisten como pueden a ser absorbidos, primero
por los adoradores de Brahma o Buda, y ahora por los luteranos. Ellos tienen sus
divinidades, sus creencias, sus ideas, y no se mezclan con los vencedores. Si viese
usted cmo los tratan stos! Qu muro, entre los Klondos y las castas superiores!
Cmo les han degradado! La idea corriente es que el contacto de los sometidos
mancha, corrompe, que su sombra impurifica el agua. Slo se les llama cerdos y
carroas. No se les permite ni aprender a leer, ni vestirse sino de andrajos, ni construir
una casa cmoda, ni beber en cacharro nuevo, sino que primero lo han de desportillar.
Qu ms? Lavarse les est prohibido!
-La humanidad -asent- parece la misma en todas partes... Sin embargo, nosotros los
espaoles nunca hemos degradado al vencido. No hemos hecho castas. Eso hay que
reconocrnoslo.
-Ah! Pues all, la nocin de raza superior y de casta superior es tremenda! Le contar
un caso... Usted sabe que, cuando se condena a una raza o a un ser a la ignominia,
involuntariamente se teme que esa raza o ese ser desarrollen una especie de fuerza
malfica, daando en la sombra por ocultas artes. As se ha supuesto de las brujas y aun
de los judos. Qu ha de hacer el paria, que casi est fuera de la humanidad? Vengarse:
transmitir contagios, lanzar ojeadas funestas y acaso, de noche, transformarse en tigre o
serpiente y salir al camino de brahmn o del guerrero para devorarle, quebrantar sus
huesos y destilar ponzoa en su venas. A los nios, a la esperanza de la raza opresora,
los parias envan la viruela o alguna de esas misteriosas enfermedades que se atribuyen
al aojamiento, pues no se explican por causa natural... Mi profesin, el crdito ganado

en ella, fue motivo de que visitase la residencia de una aristocrtica seora llamada
Kandyra, viuda de un raj, a la cual los ingleses salvaron del clebre sacrificio vidual,
ya casi cado en desuso. Kandyra era en su pas una rica hembra llena de orgullo; no
hubiese titubeado un punto ante la muerte, y hubiese subido a la hoguera con la frente
alta, rehusando el brebaje insensibilizador, de datura y opio. Pero era madre; tena tres
hijos cuando la conoc, y las madres no son nunca enteramente fuertes ni enteramente
altivas. Hay un punto por donde flaquean. Cierto da me avisaron para que viese al
mayor de los muchachos, de unos seis aos, y desde que entr comprend que no tena
remedio. Hice lo posible para consolar a la madre, y cuando el chiquillo exhal el
ltimo aliento, la seora, en vez de acusarme, me advirti que ya saba de antemano que
yo no poda curar a su hijo..., porque estaba hechizado.
-He tropezado -prosigui trmula de dolor- con una de esas mujeres de la casta
inmunda, habitantes de los charcos, una koregaresa... Me paseaba con mis nios al
borde del ro, aspirando el fresco del agua, cuando vi, entre unas caas, muy cerca, a la
maldita, que nos fijaba, que nos enviaba su ftido aliento... La cerda estaba criando; de
su seno, colgante y negruzco, penda su retoo, que lo chupaba ansiosamente. Mis
servidores la quisieron alejar: No sabes -la dijeron- que debes guardar siempre una
distancia de noventa varas cuando pasa un noble?. Y uno de ellos, con una prtiga,
desde lejos, la golpe. El mueco rompi a llorar... Qu amenaza en los ojos de la
impura, de la que come viandas sangrientas! En vez de huir, se acerc ms; lleg a tocar
a mi hijo con su mano infame... Al da siguiente, mi hijo enfermaba... Yo saba que tus
medicamentos no le salvaran!
En vano combat la supersticiosa idea. Pas una semana y me avisaron para el hijo
segundo de Kandyra. No pude menos de sentir alguna preocupacin al ver que se mora,
lo mismo que su hermano, de meningitis fulminante. La madre se retorca en el suelo; al
quererla auxiliar, sus lgrimas candentes abrasaban las manos donde caan.
-Lo ves, extranjero? -repeta-. Lo ves?
As que el enfermito no dio seales de vida, la madre, alzndose solemne y grave, me
suplic:
-No me queda ms que uno ya. Es preciso que no muera, y el nico medio es llamar a
esa carroa vil y que deshaga el conjuro; que adopte a mi hijo... Quieres encargarte de
traer aqu a la maldecida? No me atrevo a fiar esta comisin a los sirvientes. Sentiran
horror! El heredero del raj de Visapura adoptado por la koregaresa! Mamando de su
leche inficionada! Ah! Por qu no me habrn permitido subir a la hoguera, acompaar
a mi esposo? En fin, ve t, extranjero, t que no temes al contacto de ningn nacido.
-Claro que no lo temo -respond, aprovechando la ocasin para moralizar un poco-. Esa
koregaresa, y t, Kandyra, y yo, el cristiano, somos lo mismo: somos hijos de un mismo
Padre.
La respuesta a mi homila fue una mirada inexplicable de hondo, de terrible desprecio...
Al punto trat de corregirse, humilde, y me implor:
-Espero en ti... Salva a mi nio de pecho. Si l se muere, no vivir yo!...
Qu quera usted que hiciera? Cumpl el cargo y busqu a la mujer a quien tanto tema
Kandyra. No fue fcil al pronto dar con ella, porque se haba retirado hacia su montaa
natal, temerosa, sin duda, de las iras de la poderosa dama. Gracias a las noticias de
algunos pescadores ribereos pude descubrirla, y gracias a algunas ddivas, decidirla a
acompaarme.
No he visto jams cosa ms repugnante que aquella hembra. La higiene en los pases
clidos es el bao, y como a estos parias se les prohbe contaminar los ros, el hbito de
la suciedad ha venido a ser naturaleza en ellos. La maternidad, siempre tan hermosa,

pareca en ella repulsiva, y el nio que se agarraba a su pecho tena los ojitos llenos de
moscas, que la madre ni aun se cuidaba de apartar con la mano.
Sostuve una lucha para obligarla a asearse un poco y a limpiar a su cro, y despus de
varias fricciones, la humanidad reapareci en las dos caras semibestiales, de pmulos
salientes y prpados oblicuos, porque estos pueblos, anteriores a la llegada de los
arianos, son realmente mongoles. Despus de la toilette, nos dirigimos a casa de
Kandyra.
La altiva dama recibi a la koregaresa con una sumisin, una dulzura, que me
asombr... Es decir, no debiera asombrarme: era madre Kandyra! Colm de obsequios
a la salvaje; la regal arroz, aceite, rupias de oro, un collar de cobre, que estas tribus
estiman mucho, y hechas las paces, aplacado el numen, la tendi el nio de seis meses,
el nico que quedaba vivo!, para obtener el supremo favor, lo que haba de prevenir
toda desdicha y todo mal: la adopcin por medio de la leche... La cara de sufrimiento de
Kandyra cuando su hijo llev la boca al seno inmundo, al seno infecto, no puede
describirse: era un poema! En cambio, la salvaje se ufanaba, se engrea. Aquella
criatura haba dejado de pertenecer a la raza superior, a la de los amos y vencedores. Por
la leche y la adopcin, por una pulserilla de hierro que acababa de ceirle al puo, el
pequeuelo aristcrata, de dorada y fina piel, estaba bajo la proteccin de la diosa
tutelar de la tribu vencida -la gran Tari Loha, la sanguinaria-. Y la koregaresa,
dirigindose al hijo de Kandyra, repeta:
-Ya eres nuestro! Ya eres koregar...!
-Y vivi ese nio? -pregunt curiosamente.
-Vivi y vive... Es el raj de Visapura... Su madre s que no tard en morir, agobiada por
el horrible secreto de que el futuro raj era un paria...

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