Elsa Bornemann - El Niño Envuelto
Elsa Bornemann - El Niño Envuelto
Elsa Bornemann - El Niño Envuelto
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Elsa Bornemann
EL NIÑO ENVUELTO
(Cuentos sin cuento para chicos de 8 a 13 años)
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PRIMERA AVENTURA
Lustró su vehículo con una gamuza, pateó cada una de las gomas para
comprobar si no les faltaba aire, controló —¡tuuut, tuuut!— el sonido de la
bocina y se dispuso a conocer el mundo que se extendía más allá de su barrio.
Puso en marcha el rodado.
Mientras partía de la vereda de su casa miró a través del espejito retrovisor:
las baldosas familiares se alejaban cada vez más y él estaba contento.
No se escapaba de su casa, no. No tenía ningún motivo para hacerlo: Andrés
quería mucho y era muy querido. Simplemente, ese domingo se había
despertado con ganas de viajar y el impulso de las ganas le había hecho
olvidar de que lo correcto era avisarles a sus padres, pedirles permiso.
Aceleró. Ya estaba en territorio desconocido. No había visto antes esas
vidrieras, ni aquellas chimeneas, ni esas bocacalles, ni a aquel señor, que lo
miró con cierta inquietud cuando Andrés pasó a su lado. ¿Se habría dado
cuenta de que aún no tenía registro de conductor? Mejor no averiguarlo. Por
las dudas, Andrés imprimió más velocidad a su vehículo y se perdió en el
agitado mediodía.
A la media hora de no verlo —ocupada como estaba en la preparación del
almuerzo dominguero— su mamá se alarmó y comenzó a buscarlo por las
casas de algunos vecinos:
—¿No han visto a Andrés? ¿Dónde estará mi hijo? —y el llanto de la señora
Pilar conmovió el barrio.
Más tarde, fue a la seccional de policía próxima a su domicilio, acompañada
por su esposo.
—¡No fue un descuido, agente! ¡Andrés siempre me dice adonde va! ¡Lo
habrán raptado!
Dos patrulleros salieron, de inmediato, a recorrer la zona en su busca. Los
hombres se dividieron en grupos y revisaron cuidadosamente las obras en
construcción, el deshabitado jardín de la escuela, el terreno baldío, la playa de
estacionamiento clausurada por refacciones...
Entretanto, Andrés continuaba —alegremente— su viaje de descubrimiento.
Ese domingo era una ventana abierta sobre el mundo y él sentía un pequeño
sol ardiéndole dentro del pecho, un solcito tanto o más cálido que el que lo
iluminaba desde el cielo. Ese domingo era un río transparente que lo
arrastraba, produciéndole una alegría nueva, tan distinta...
—¡Eh, jovencito! ¿Adonde va usted? —Un vigilante lo detuvo resueltamente.
Andrés intentó seguir su marcha pero no pudo. Una mano del señor sujetó el
manubrio de su triciclo y la otra el tirador de su mameluco.
—Conque escapándose de casa, ¿eh?
La ventana de ese domingo se cerró de golpe.
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Andrés no pudo explicar por qué había recorrido tres kilómetros en su triciclo...
Fue devuelto a sus papás, que lo abrazaron lógicamente desesperados:
—¿Por qué, hijito, por qué te escapaste?
—No me escapé... —y besó con todo su afecto al papá y a la mamá, muy
compungido por haberlos hecho preocupar sin querer.
Y nada más.
Claro: Andrés no sabía cómo poner en palabras ese río de la libertad que lo
había arrastrado...
Claro: Andrés tenía solamente dos años...
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Andrés y yo
El niño envuelto
Nací de un repollo
—Tu papá y yo nos queremos mucho, Andi, por eso deseamos tenerte —me
explicó mi mamá—. Ya desde que éramos novios soñábamos con tu presencia
y hasta hacíamos listas con los nombres que preferíamos. Si es nena, se va a
llamar Bárbara, Camila o Mariana... decía papi. Si es varón le pondremos
Andrés, Guillermo o Juan Pablo... agregaba yo.
"Al año de casarnos, decidimos que ya estábamos preparados para ser papás.
¡Teníamos tantas ganas de tener a nuestro hijo!
"Te formaste adentro de mi cuerpo, con una especie de semillita líquida que
me plantó papá y otra mía. Esos dos pedacitos, más chiquitos que un punto, se
unieron y ahí empezó a formarse tu cuerpito. También, al principio, eras más
pequeño que un punto. Se necesitaron nueve meses para que llegaras a ser un
precioso bebé.
"Cuando ya estabas completamente formado, quisiste salir al mundo.
Entonces, empezaste a empujar para avisarme. ¡Me puse tan contenta! ¡Por fin
iba a tenerte entre mis brazos! Un médico ayudó a sacarte de mi cuerpo y tu
cabecita llena de pelusa morena fue lo primero que vi.
"¿Te das cuenta qué hermoso, Andi? ¡Estás hecho por mamá y papá!"
Más adelante, a medida que fui creciendo, mamá me explicó con más precisión
cada una de las etapas que son indispensables para tener un bebé. Y papá me
leyó algunos libros y me mostró ilustraciones muy claras. Pero nunca voy a
olvidar las palabras de aquella noche: me dijeron exactamente lo que yo
necesitaba saber en ese momento. ¡Y qué alivio sentí!
(¡Pero cuánto sufrí hasta que me dijeron la verdad!)
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La ventana encendida
1
N. del E.: Se hace referencia a un teleteatro que presentaba un jabón de tocador.
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Crispólo
1
Secrétaire: escritorio de reducidas dimensiones, destinado —por lo general— a
correspondencia privada. Palabra de origen francés.
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—Estás loco.
—¿Algún hámster?
—¡Repulsivo!
—¿Tal vez un lorito, mamá? ¿Ni siquiera una langosta, papi? ¿Una vaquita de
San Antonio? ¿Una hormiga? ¿Un mosquito? ¿Un microbio?
No. DOBLE NO Y TRIPLE NO.
En un lugar de mi noche
Algunos días después, sorprendí a mis padres conversando en voz baja junto a
la puerta de calle, antes de que mí papá se fuera para el trabajo. Alcancé a
escuchar algunas palabras sueltas:
—Andi... Su sueño... Ganas... Un gato... El nene... Podríamos...
Esa noche, papá regresó del laboratorio un ratito más tarde que de costumbre.
Estábamos cenando cuando entró al comedor, llevando una canasta.
—Aquí está, Andi —me dijo—. Un regalo que te hacemos mami y yo. Ojalá te
guste —y abrió la tapa. Una nubecita peluda saltó entonces sobre mi falda. Ni
celeste, ni verde, ni rayada, ni a cuadritos, ni violeta, ni a lunares, ni
fosforescente... Una gata totalmente blanca.
—¿Qué nombre le vas a poner? —me preguntaron.
Mamá sonreía. Papá también. A mí se me anudó la garganta como cuando
siento ganas de llorar. Entonces aprendí que, a veces, la alegría produce
sensaciones muy parecidas a la tristeza... Atragantado, apenas si logré
balbucear: —Nu.. .be... se va a llamar Nube... Parece un copito de nieve...
Cuando llegó el momento de ir a dormir, Nube se acomodó a los pies de mi
cama. Me pareció que me guiñaba los ojitos, antes de que mi mamá apagara la
luz.
Habrían pasado dos o tres horas cuando me desperté. No podía dudar de lo
que oía tan claramente: eran maullidos... ¡Y salían de abajo de mi cama!
Tanteé sobre la colcha, tratando de encontrar a Nube pero no la hallé.
Encendí un fósforo y miré debajo de la cama. Allí estaba ella, una madeja
blanca desovillándose juguetona entre ¿siete? ¿doce? ¿veintinueve? ¿treinta y
tres gatos?
Allí estaba Nube, maullando a coro con los gatos celestes, los verdes, los
rayados, los cuadriculados, los violetas, los a lunares, los fosforescentes...
Ahora podía estar seguro: un montón de gatos ocupaba el lugarcito de noche
que quedaba debajo de mi cama. ¡Nube también los veía!
Soplé el fósforo y me volví a acostar, tras un rato de mirarlos encantado. Eran
tan hermosos... (Gasté como dos docenas de fósforos.)
Lo último que escuché y vi antes de quedarme dormido fueron siete raros
maullidos pintando mechones de oscuridad: un maullido celeste... un maullido
verde... un maullido rayado... un maullido a cuadritos... un maullido violeta...
un maullido a lunares... y un maullido fosforescente.
¡Qué lástima no haber tenido una cámara para fotografiarlos!
Y aunque mi mamá me dijo más tarde que no había oído nada... y mi papá me
dijo más tarde que no había oído nada...
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Yo estoy seguro de que gatos y maullidos eran reales y que el mundo de los
sueños fue sacudido por ellos.
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¡Viva yo!
¡Viva yo! Acabo de inventar un idioma para comunicarme con mis amiguitos
sin que los demás —nadie, nadie— puedan enterarse de lo que les cuento.
Somos amigos, ¿no? Pues bien, necesito confiarte un secreto secretísimo, de
esos que tienen que quedar entre dos. Te voy a enseñar —entonces— la clave
para descifrar mis mensajes ultrasecretos, ya que la voy a usar cada vez que
la considere necesaria. Aquí va:
CLAVE:
En cada palabra de mis mensajes ultrasecretos voy a cambiar las letras A por
letras E, voy a sustituir las E por A, pondré una I donde encuentre una U y, al
revés, una U donde halle una I. Solamente la letra O permanecerá tal cual.
Al principio parece difícil, pero con un poco de práctica —y si te interesa—
también vas a poder escribir tus propios mensajes usando este sistema. Es
fantástico. ¡Y tan sonoro!
¿Probamos?
Por ejemplo, si quiero escribir: "Había una vez una niña que tenía un gato
maravilloso: ese gato sabía hablar"; usando mi clave quedaría así: "Hebúe ine
vaz ine nuñe qia tanúe in geto merevulloso: asa geto sebúe hebler".
¿Entendido? A memorizar entonces:
Cambiar A por E
E por A
I por U
U por I
y no olvidar que la O no se cambia (tampoco la Y).
Y ahora, te confío mi...
Mensaje ultrasecreto
Número uno
Asto no ma pesó, asto ma asté pesendo, ma pese. Y e mú, qia ma
rasilte ten fécul ascrubur ecarce da lo qia ma pesó, ma peraca
complucedo conferías lo qia ma pese. Saré porqia ma de vargianze
raconocar qia astoy anemoredo. An ciento elgín meyor sa antara,
¡ZES! sa birle. Paro los chucos tembuán nos anemoremos, ¿no as
cuarto?.
An fun, las danto: Tango novue; as dacur, madue novue (la dugo
madue novue porqia alie todevúe no seba qia le alagú y heste qia no
sa antara no piado dacur qia as mu novue antare...). Sa Heme PEILE
y vuva e le vialte da mu cese. Ma giste porqia —su no fiare por al
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domingo?
—Por supuesto, pibe. Dame con tu mamá que le pido permiso para ir a
buscarte.
Yo estaba muy intrigado. Tío Lucas acababa de mudarse a una vieja casona de
tres pisos, ubicada en pleno centro de Buenos Aires. Ahí sigue viviendo desde
hace dos años. La suya es una de las pocas casas que se salvó por un pelito de
la demolición para hacer la autopista y a la que él compró "por chauchas",
según comentó a mis padres. La refaccionó por completo, dejándola casi como
nueva. Me preguntaba a quién podría incomodarle que hubiera decidido
conservar un árbol. ¿Sería acaso un ejemplar venenoso?, ¿carnívoro?,
¿electrizado?
(Continuará)
(Breve intervalo)
Mensaje ultrasecreto
Número dos
Astoy e pinto da ravanter da contanto; le elagrúa ma Harte como al
eura. ¡Soy in globo! Peile ecaptó cesersa conmugo y ma jiro qia ma
ve e qiarar heste le miarta. Yo la duja qia corto meno corto fuarro
con todes les chuces dal gredo y qia solemanta le voy e murer e alie
direnta tode mu vude.
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Continúa el episodio de
Tuve que insistir durante buena parte de la tarde del sábado para que mi papá
me dejara acompañar al tío hasta su casa, al día siguiente. Claro, aunque no lo
reconozcan, los grandes son en las peleas como nosotros, los chicos: ninguno
quiere ser el primero en dar el brazo a torcer... Y ellos andaban medio
enojados. Por eso, al principio me dijo que NO, después que SNO... y
finalmente NSÍ. (Pocas veces me da el gusto de decirme un Sí abierto, como
esos que pronuncia cuando mamá le pregunta si quiere un mate. De todos
modos, el NSÍ de papá vale por un sí, de manera que me conformé sin
chistar.)
El domingo por la mañana partí con el tío Lucas rumbo a su casa.
Durante el trayecto en su auto, me contó que había sido un TRAC TRAC CHAC
CHAC BOOOOOM lo que lo había decidido a conservar la palmera del conflicto.
—¿Un ruido?
—Sí, Andi. El ruido que hizo el último paraíso de la cuadra al desplomarse
sobre la vereda, cuando lo hacharon los obreros de la Municipalidad... Fue ese
día cuando decidí que la palmera seguiría intacta, en el mismo sitio en el que
estaba cuando compré el viejo edificio. Así, si toda la gente de la ciudad olvida
un día de estos la forma de un árbol, yo tendré uno vivo en mi propia casa.
Llegamos. En cuanto abrió la puerta de entrada, lo que vi me maravilló: ¡mi tío
Lucas había dejado una palmera en el medio del living! ¡Su tronco áspero se
estiraba hasta ganar el techo y desaparecía hacia el piso superior a través de
una abertura! En la parte inferior del tronco, y rodeándolo, una tabla redonda
hacía las veces de práctica mesa junto a la cual se disponían cuatro banquetas.
—¿Qué te parece mi sala de recibo? —dijo el tío, orgulloso—. Vamos a ver la
continuación del árbol. Como te darás cuenta, sigue en el segundo piso.
Así era nomás: en la mitad de su dormitorio, el tronco cilíndrico —con varios
ganchos— se había convertido en un original perchero. Pero tampoco concluía
allí. Los siete metros restantes pasaban por otra abertura del cielorraso,
perdiéndose en la terraza. Corrí, emocionado, escaleras arriba. En la azotea, su
copa formada por larguísimas hojas mostraba al viento sus flores
amarillentas... Un racimo de dátiles se acababa de estrellar contra las
baldosas.
—No entiendo por qué están todos tan enojados, tío —le dije—. Es tan
hermoso tener una palmera dentro de la casa... Tan... Tan... —pero no
encontré otra palabra más justa que "hermoso".
—Ah... nene... —respondió, suspirando— tienen miedo de que los vecinos o
nuestras amistades me crean loco...
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—¿Y por lo que supongan los demás vas a sacrificar la palmera? ¿A quién le
molesta?
Más tarde, mientras regresábamos a mi casa, yo pensaba: ¿Por qué la gente
grande se meterá tanto en la vida de los demás grandes? ¿No les basta con
meterse con nosotros, los chicos?
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Número tres
Tango genes da llorer paro no la voy e der el gisto. ¿Giá sa craa ase
Peile? ¿Qia ma voy e errencer los palos porqia le ancontrá jigendo
con Arnasto y Omer? Todes les mijaras son ugielas, ines coqiates. La
padú qia ma davolvuare todes les ravustes y les puadrutes da Bresul
qia la hebúe rageledo. Yo, por mu perta, la voy e davolvar les
fugirutes da le colaccuón da los chuclats emarucenos, einqia ma de
bestenta rebue dasprandarma da les dufúculas.
Ma voy e qiader soltare.
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Cuatro ufas
Falta a la semana
el octavo día:
¡Qué bello domingo
yo le sumaría!
Un nuevo domingo
en cada almanaque
(porque al feo lunes
ya no hay quien lo saque).
Y así, endomingado,
podría —yo creo—
soportar los lunes
tal como deseo.
Lunes: a la escuela.
Lunes: al deber.
Mi alma dominguera
sueña sin querer.
Islas de fideo...
Nubes de fideo...
¡Lunas de fideo
a mi paso veo!
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Y cuando la mano
del alba me toca
despierto ensopado:
¡Ufa con la sopa!
Apenas la tarde
se dispone a abrir
sus alas de fiesta,
debo ir a dormir.
¡Ufa con la siesta!
Mensaje ultrasecreto
Número cuatro
¡Hucumos les pecas con Peile! Nos emugemos otre vaz y alie
promatuó no he—carma ponar caloso con asos zonzos. ¡Peile as le
ribue mes harmose dal mindo, dal inuvarso y da los elradadoras dal
inuvarso! Ye no ma peraca ten fao al dúa linas, nu ten horrubla le
sope, nu ma festudua tentó be—ñerma, y heste piado dormur le
suaste sun chuster.
¡Eh, racipará les fugirutes!
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Aunque sólo tendría cuatro o cinco años, bien que me había dado cuenta yo de
que algo muy raro pasaba en casa, algo que nunca había pasado antes; por lo
menos, desde que podía recordar. ¿Qué? No podía imaginarme la razón de
tantos llamados telefónicos ni explicarme las respuestas de la mucama:
—Sí. Lamentablemente... Esta madrugada. Se hizo todo lo posible... Mañana a
las diez y media.
Y enseguida dictaba un domicilio que yo desconocía.
Inútiles fueron mis deseos de saber qué pasaba. La mucama se limitaba a
repetirme que "tú mamá te lo va a explicar".
¿Mamá? ¿Dónde estaba mi mamá? No la veía desde la noche anterior, cuando
fugazmente había estado en la cocina para controlar si yo terminaba de una
buena vez con el puré. Se presentó sin pintura y con los ojos irritados,
hinchados. Hablaba poco. De papá, ni noticias. Como tampoco de los abuelos
ni de los tíos. Todos parecían haberme abandonado, dejándome con esa
angustiosa sensación de no entender nada. Recién después del mediodía del
día siguiente regresaron a casa. Llorosos.
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Faltaba el abuelo. Pregunté por él, extrañado porque hacía varios días que no
venía a visitarme ni me llevaban a su casa. Fue entonces cuando mamá,
abrazándome mientras me empapaba con sus lágrimas, me reveló la dolorosa
noticia. Este fue —más o menos— el diálogo que mantuvimos:
—Ay, querido, el abuelito se fue al cielo...
—¿Al cielo? ¿Como el año pasado, cuando viajó a Europa en avión?
—No, hijo, esta vez se fue al cielo sólo su alma.
—Ah... su alma... ¿Su alma?
—No lo vamos a ver más, pero él va a estar siempre con nosotros.
—¿Dónde?
—En todas partes.
—¿No me dijiste que solamente Dios está en todas partes?
—También nos acompañan los muertos queridos... Y al abuelo lo quisimos
muchísimo... ¿No es cierto?
—Yo lo quiero mucho al abuelito. ¿Cuándo vuelve?
—Ya no va a volver. Se murió. Estaba muy enfermo.
—¿Por eso ibas todos los días al hospital? ¿Para verlo a él?
—Sí.
—¿Y por qué no me llevaste a mí?
—No te llevé porque te ibas a poner muy triste, Andi, muy triste...
—¿Los chicos no nos podemos poner tristes, mami?
Y entonces, aunque ella había tratado de evitarlo, me puse triste, muy triste,
mil veces triste, porque no me habían permitido ver a mi abuelo por última
vez.
Nos habían separado de golpe, sin permitirnos el adiós.
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Allá, en el cielo
Cabeza en dificultades
Desde que perdí a mi abuelo me lo pasé —seguro sin darme demasiada cuenta
— tratando de encontrar en cuanto viejito conocía algún rasgo, cierto gesto,
una parecida manera de fumar el habano o de pelar la naranja... en fin... algo
que me permitiera la ilusión de que podía recuperarlo en otros abuelos,
siquiera en un detalle. Lo extrañaba (y lo extraño) mucho, "desabuelado" sin
remedio en un mundo donde —por suerte— cada vez existen más abuelos.
Acaso por eso empecé a apegarme cada vez más a don Bruno, un anciano que
vive al lado de la casa de mi abuelita, allá en Olivos.
Con la única compañía de Tobi, un perro ovejero, y apasionado por el cultivo
de las plantas, don Bruno fue conquistando mi cariño aunque —en honor a la
verdad— debo decir que —salvo por su amor a las plantas— no se parece casi
en nada a mi abuelo Antonio. Mi abuelo era alegre, chistoso, amigo de hacer
reuniones en su casa... Por el contrario, a don Bruno no se le conocen
parientes ni otras relaciones; es un verdadero solitario. Callado, siempre dando
la impresión de estar mirando para adentro, no sé todavía cómo pude
atravesar esa barrera invisible que nadie se anima a trasponer y hacerme su
amigo. Al principio, ni mi abuela ni mis padres aceptaban de buena gana que
me pasara gran parte de la tarde de los domingos en el patio de su casa.
—Es un hombre raro... —decían—. No es compañía aconsejable para Andrés...
Sin embargo, fuera de su galpón de "inventos" y de sus repentinos y
prolongados silencios, yo no le encuentro nada de raro. Claro que mi familia
aún no opina lo mismo. ¡Es más, ahora lo consideran más raro que antes! ¡Y
todo por esa idea que se le fijó en sus pensamientos como un chicle!
Sucedió durante las últimas vacaciones de verano. Fui a pasar un mes a la
casa de mi abuela y así tuve oportunidad de compartir muchos ratos con don
Bruno.
¿De qué hablábamos? Él me contaba cosas de su lejana infancia, transcurrida
en un pueblito del norte de Italia... de su largo viaje en el buque de vapor
Sierra Morena que lo trajo a la Argentina hace tantos años... de la cantidad de
inventos que patentó a lo largo de su vida (inventos que nunca llegaron a la
venta, es cierto, pero no por eso menos geniales, como el hormiguero de mesa
o el aparato automático para comer sin usar cuchillo ni tenedor...). Y hasta me
contó lindos cuentos, uno de los cuales me gustó tanto que, más adelante, te
lo voy a contar, una vez que finalice con el relato de lo que pasó el último
verano.
Todo comenzó una tarde. Yo jugaba con Tobi cuando, de repente, don Bruno
me silbó desde su reposera. Enseguida me le acerqué y entonces murmuró:
—Tengo miedo, nene... Tengo mucho miedo de que me caiga una maceta
sobre la cabeza...
—Pero don Bruno... —le dije—. Todas las macetas de su casa están ubicadas
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llamó:
—¡Nene! ¡Encontré la solución! ¡La más sencilla! ¿Cómo no se me ocurrió
antes? ¡A partir de ahora caminaré por las calles mirando hacia arriba y listo!
¡Ahora mismo probaré este método!
Entonces lo acompañé hasta la puerta de su casa y lo vi alejarse lentamente,
con la cabeza echada hacia atrás y los ojos controlando las alturas. Muy
preocupado, lo seguí sin que él lo notara, y... ¡menos mal!, ¡porque al doblar la
esquina se cayó en el pozo recién abierto en la vereda por los obreros de Gas
del Estado!1
Lo increíble de esta aventura es que al día siguiente, cuando mi abuela me
llevó a visitarlo al hospital donde —enyesado— se reponía de sus quebraduras,
don Bruno me guiñó un ojo y muy contento me dijo:
—¿Viste, Andrés? ¡Por lo menos no se me cayó ninguna maceta sobre la
cabeza!
1
N. del E.: Se hace referencia a la repartición estatal que administraba el gas antes de su
privatización.
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Número cinco
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Número seis
Ma pesa al fun da samene an le cerne, con ¡n rasfrúo tarrubla. No
pida ur e le asciale y var a Peile. Ma praocipe qia puansa qia ye no le
qiuaro mes, ¿paro cómo hego pere evuserla qia astoy anfarmo?
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Número siete
Dasda hoy, crao an los mulegros. ¡Peile vuno e cese e vusuterma!
Memé sa ancontró por cesieluded con le memé da alie an al
siparmarcedo y la contó qia yo astebe angrupedo.
Por le terda, mu novue eperacuó da rapanta, ma trejo in lubro da
ciantos y ine leíe da direznos el netirel. Le muró da raojo, cose da
qia nungino sa duare ciante da qia somos novuos, y duja ¡IFE!
ciendo ma enincueron si vusute.
Sa santo jinto e mu cerne y epanes hebló. Tanúe vargianze, como
yo.
Tembuán, le ebiale, le túe One y memé sa tirneron pere ambromer
todo al tuampo:
—¿Qiarás mesutes, ruce? ¿Esú qia son miy emugos?
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El coleccionista
De entre todos los que me contó, éste es mi preferido. Surgió a raíz de una
pregunta que yo le hice, extrañado por la escasísima cantidad de objetos que
don Bruno tiene en las habitaciones de su casa: apenas una mesa, dos largos
bancos, un aparador, una cama, un ropero y una lámpara de pie pegada a un
sillón, ubicado junto a uno de los ventanales que dan al jardín. Casi ningún
adorno. Paredes desnudas y blanqueadas a la cal.
Digo que es un cuento porque mi abuela opinó que "es otro de los disparates
que se le ocurren... También... a su edad..." (como si ella tuviera muchos
menos), aunque no puede negar que algo de duda tiene —también— acerca de
si todo el asunto del coleccionista sucedió en verdad o fue un producto de la
frondosa imaginación de su vecino.
Yo me inclino a creer que pasó en realidad, aunque desde lo ocurrido con las
macetas prefiero llamar "cuentos" a todos los recuerdos de mi querido "abuelo
postizo", así no tengo problemas con mi familia y me dejan continuar
visitándolo.
En fin, un día le pregunté:
—¿Por qué posee tan pocas cosas, don Bruno?
—Buena pregunta, Andrés —me contestó—, porque tengo una poderosa razón
para conservar solamente lo indispensable. No siempre fue así, ¿eh? Hubo una
época en la que yo también tenía mi casa atiborrada de objetos: un montón de
cuadros, estatuas, potiches y esas cosas... Hasta que me di cuenta de que
corría peligro de convertirme en un maniático de las cosas, y no quise que me
pasara lo mismo que a mi amigo Teodoro, que en paz descanse el pobre.
Entonces me despojé de todo lo que no necesitaba verdaderamente. Lo fui
regalando.
—¿Qué le pasó a su amigo Teodoro? —le pregunté intrigado.
Entonces me contó:
—Ambos éramos chicos y muy amigos, allá, en mi pueblo... Teodoro empezó
coleccionando mariposas. Fue su padrino el que le regaló una gran red para su
séptimo cumpleaños. Desde ese día, Teodoro se dedicó a correr tras las
mariposas mientras yo y sus otros amiguitos corríamos tras una pelota, un aro
o una rueda en desuso. Pronto completó un álbum y se sintió orgulloso.
—¿Tan chico y ya capaz de clasificar mariposas de acuerdo con sus especies?
¡Qué inteligente, Teodoro! —le decíamos.
A ese primer álbum siguieron muchísimos más. Y ya no sólo le interesó
aplastar mariposas entre finísimas páginas... no; su interés se extendió a las
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langostas, los abejorros, las libélulas, los escarabajos, las cigarras... Cuanto
bicho intentaba aproximarse a Teodoro —¡ZÁFATE.'— era apresado por éste
con asombrosa habilidad y pasaba a aumentar la colección que pronto ocupó
una habitación de la casa de sus padres.
De los insectos a las hojas de las plantas medió —únicamente— el tiempo
necesario para que Teodoro cumpliera unos años más y advirtiera cuánta
belleza había en los vegetales... No pudo resistir —entonces— la tentación de
poseer siquiera una hojita de los sauces, de las acacias, de los paraísos, de los
algarrobos... Porque... ¡vaya!, una cosa era contemplarlas pegadas a sus
respectivos árboles y otra, MUY otra, sentir el placer de separarlas de las
ramas, de saber que desde ese momento eran totalmente suyas y que bastaría
—después— abrir un libro para que la naturaleza se le entregara
mansamente...
Recuerdo que cuando vinimos a la Argentina, todo mi equipaje consistía en
una maleta... En cambio, él se trajo nueve baúles repletos con sus
colecciones...
Este afán de coleccionar creció a la par de los pantalones de Teodoro y fue así
como un día se transformó en todo un señor coleccionista.
Monedas, puntos, piedras, sonrisas, cerámicas, triángulos, cuadros, lápices,
miradas, copas, besos, caracoles, vinos, lámparas, caricias, estatuillas, gritos,
fotografías, estornudos, estampillas, parpadeos, postales, espejos, saludos,
caleidoscopios, gestos, pipas, xilofones, suspiros, muebles, cajitas de fósforos,
discos, libros, manteles... fueron apilándose en cada habitación de su vivienda
hasta cubrirla por completo. ¡Qué casa enorme la de Teodoro! Claro que en
vez de llenarla con hijos o con amigos... la llenó con cosas... Y todas fueron
cuidadosamente clasificadas y archivadas por él que —a esta altura de los
acontecimientos— ya era un coleccionista internacionalmente famoso.
Pero una mañana... Teodoro quiso salir de su casa y no pudo. Haciendo
extrañas contorsiones con sus piernas por encima de cajas, carpetas, ficheros,
armarios y mesas, logró colocar una escalera. Presuroso la subió, creyendo
que de ese modo llegaría a encontrar el camino hacia el picaporte de la puerta
de salida.
Pero no. Cayó de bruces sobre un gran archivo. Sin desanimarse, respiró
hondo, y mientras con la mano derecha evitaba que se desplomara la pila de
frascos conteniendo muestras de aguas marinas de todo el mundo, con la
izquierda tomó un banquito y se encaramó sobre él, tratando de otear el
horizonte.
Pero no. Una sólida y descomunal biblioteca le rozó las pestañas, impidiéndole
ver más allá. Sin desesperarse, se procuró otra escalera y así fue como pudo
atravesar la valiosa colección de escritorios franceses, haciendo malabarismos
para que no se derrumbaran los estantes repletos de porcelanas que cubrían
algunas paredes hasta el cielorraso. Gran equivocación: de los escritorios saltó
a los paquetes de revistas y de los paquetes de revistas al montón de
alfombras persas enrolladas en serie... ¡El miserable picaporte de la puerta de
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Mensaje ultrasecreto
Número ocho
Ma ancontrá con Peile an le cese da Omer, qia cimplúe eños. Alie
astebe mes harmose qia niñee, con ¡n vastudo ezil y madues ezilas.
Sun ambergo, treta da no ecarcérmala damesuedo: ¡sa piso inos
horrublas ziacos y ma pesebe como maduo matro!
¡Qiá tregadue su ma qiado ten patuso!
Da todos modos, fia al dúe mes faluz da mu vude: la-du-in-baso. Fia
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Número nueve
Ma marazco petedes por heregén y por zonzo. Por heregén, porqia
an vaz da cembuerla yo musmo al forro el ciedarno da clesa, sa lo
padú e mu túe One, qia suampra cea da vusute an al momanto mes
unoportino pere mú. Por zonzo, por hebar olvudedo qia an les tepes
hebúe ascruto al nombra da Peile con todo tupo da latres:
munísciles, meyísciles, cirsuves, da umprante...
Biano, ye umegunen lo qia pesó:
—¡Le novue da Endu as Peile! Esú qia ta gisten les ribues, ¿ah? —y
direnta todo al dúe tiva qia soporter sis bromes.
¡Qiá festuduo!
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UNA MAMÁ
Un viernes, justo dos días antes del "Día de la Madre", volví desde la escuela a
casa a todo lo que daban mis piernas. Necesitaba conversar con mamá
urgentemente. Un episodio que había sucedido durante la hora de dibujo exigía
una explicación que sólo mi mamá podía darme. Es que se trataba de un
asunto relacionado con las madres y —por lo tanto— ¿a quién sino a ella
preguntarle?
—¡Mami! ¡Mami! —la llamé a los gritos, apenas pisé el hall de casa.
Su voz me llegó confundida con el sonido del agua de la ducha:
—Me estoy bañando, nene; ¡ya voy!
Pocas veces los minutos de espera me parecieron tan largos. Estaba ansioso
por escuchar lo que ella iba a decirme en cuanto le contara lo que le habían
dicho a mi compañero Gerardo Fox.
—Gerardo se puso a llorar, mami. Resulta que estábamos haciendo el dibujo
para entregarles a ustedes el domingo próximo y Roberto Polimeni (que un
rato antes se había peleado con Gerardo en el recreo) le dijo en voz bien alta,
como para que lo oyera hasta la profesora: —¿Y para quién vas a dibujar, si tu
mamá no existe? Gerardo lo miró lanzando rayos, tragó saliva y sólo atinó a
decirle: ¿Estás loco? ¡Yo tengo madre! Enseguida, se largó a llorar.
"Todos nos quedamos mudos, porque a la mamá de Gerardo la conocemos
desde el jardín de infantes, ¿viste? Al principio tan muda como nosotros, la
señora de Blázquez abandonó de pronto el escritorio y se acercó a Polimeni
para retarlo. Se le notaban los nervios: ¿Qué le dijiste? ¿Qué es eso de que
Gerardo no tiene mamá?
"Sin que se le moviera un pelo, Polimeni aseguró: ¡Es la verdad! ¡Fox es hijo
adoptivo! ¡Mi mamá me lo contó!
"La señora de Blázquez no sabía qué hacer: si consolar a Gerardo, que seguía
llorando con la cara aplastada sobre el banco, o si continuar retando a Roberto.
"Una cosa era evidente: ella tampoco sabía nada acerca de eso de "adoptivo",
porque quiso solucionar el problema tomando a Fox de una mano y
llevándoselo con ella hacia la sala de profesores, sin agregar nada más.
"Los demás seguíamos mudos.
"Antes de que los dos salieran del aula, parece que Polimeni se arrepintió de lo
que había dicho, porque echándose a llorar él también, gritó: ¡Y bueno! ¡No me
miren como a un monstruo! ¡Se lo dije para hacerlo rabiar!
—Mami, ¿qué quiere decir "adoptivo"? ¿Es una mala palabra? —le pregunté a
mi mamá, apenas concluí con el relato de lo que había pasado en clase.
—No, Andi, todo lo contrario, es una hermosa palabra... Encierra puro amor en
sus ocho letras, aunque para entenderla tendrás que saber primero algunas
otras cosas.
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Entonces me explicó:
—Muchas mujeres desean tener un bebé (como yo también quise tenerte y,
por suerte, te tuve), pero no pueden formarlo dentro de su cuerpo. Entonces,
como existen en el mundo muchos chiquitos que se quedan sin mamá, o sin
mamá ni papá, adoptan a uno de ellos. Adoptar significa criar un niño
exactamente igual como si fuera el propio hijo.
"También hay mujeres que ya tienen sus hijos "biológicos" (que así se llaman
los que se forman dentro de sus cuerpos) y adoptan uno. Es que —
desgraciadamente— existen muchísimos bebés que perdieron a los padres...
Se les dice "huérfanos".
—¿Y dónde viven?
—Por lo general, en unos establecimientos conocidos como "orfanatos", hasta
que alguien, como la mamá de Gerardo, decide ir a buscarlos.
—Entonces... si cada familia adoptara a un bebé, ¡no existirían los orfanatos!
—exclamé, impresionado por lo que mi mamá me había contado.
—Es cierto... Claro que no toda la gente entiende —exactamente— lo que
significa una mamá... por eso Polimeni quiso ofender a Gerardo...
Seguramente, nadie le explicó esto que yo te estoy contando ahora.
Y ahí mismo agregó:
—La primera mujer que nos besa... la primera mujer que nos alimenta... la
primera mujer que nos cuida... la primera mujer que nos quiere... esa es una
mamá. Muchas veces, mamá es la misma mujer que nos tuvo dentro de su
cuerpo hasta que nacimos, como la abuela Mercedes a mí o yo a ti. Nuestro
rostro se le parece quizá, o copiamos su mismo color de ojos, la forma de sus
manos y hasta el tono de la voz. Pero otras veces, mamá es quien adopta a un
bebito o a un nene cuando ya está hecho, pero solo en el mundo, y se lo lleva
a vivir con ella como la señora de Fox se llevó a Gerardo. Entonces, también se
encuentra el parecido, aunque en ciertos rasgos que no se ven tan fácilmente:
acaso el hijo repite el gesto de su sonrisa, el modo en que come una manzana,
su mismo gusto por los pájaros o por los libros... ¡Y qué fortuna tener madre!,
ya sea ésta "biológica" o "adoptiva"... Porque no se puede ser un chico feliz, no
es posible sentirse completamente niño, si no se crece junto a una mamá.
¿Quién, si no, va a rodearnos con los brazos abiertos cuando damos los
primeros pasos? ¿Quién, si no, va a alcanzarnos un vaso de agua a la
medianoche? ¿Quién, si no, va a estrechar con ternura nuestra mano para
darnos ánimo antes de entrar al consultorio del médico? ¿Quién se alegra tanto
con nuestra alegría? ¿Quién se contagia de inmediato de nuestra tristeza?
Únicamente mamá. Claro que también protesta y se pone seria... Claro que
también se enoja y nos reta... No sería una mamá si nunca se preocupara por
nosotros. Una caricia y un ceño fruncido... Casi una niña como la mamá de
Gerardo, o de cabeza agrisada, como la abuela Mercedes... Excelente cocinera,
buena pintora o eficaz obrera... Simpática, enérgica, dulce, famosa,
conversadora, laboriosa, pensativa, anónima... pero siempre la primera mujer
que nos besa, que nos cuida, que nos quiere... Mamá."
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—Mami, ¿por qué no tengo hermanos? —le pregunté unos días después,
durante el almuerzo del sábado.
Papá me miró fugazmente, cruzó —también fugazmente— su mirada con la de
mamá y continuó comiendo como quien no quiere la cosa.
—Exquisito este pollo, Pilar. Te felicito —le dijo de repente.
Como mi mamá parecía no haberme oído, volví a la carga:
—¿Por qué no tengo hermanos? ¡Es aburrido ser hijo único!
—Lamentablemente no es posible, Andi. A papi y a mí nos hubiera encantado
tener, por lo menos, dos o tres hijos, pero yo tengo algunos problemas de
salud. Después de que naciste, el médico nos aconsejó no encargar más
bebés.
—¡Andi vale por tres! —dijo mi papá.
Ambos sonrieron. Papi me rozó el pelo:
—Siga comiendo, don Andrés. Se le enfría la patita de pollo.
Mastiqué un trozo y exclamé:
—¿Y por qué no adoptan un nene?
A mi mamá se le iluminó la mirada:
—¿Viste, Agustín? Yo tenía razón: ¡te dije mil veces que a Andi le encantaría
que le adoptáramos un hermanito!
Desde ese mediodía, el tema del hermanito ocupó —casi por completo— la
mayoría de las conversaciones entre nosotros tres. Hasta la abuela Mercedes
dio su opinión y —contra lo que yo suponía— se mostró muy feliz con la idea
de tener otro nieto. Ni qué decir la alegría de la tía Ona y del tío Lucas cuando
mis padres les comunicaron la noticia. Era como si la varita de un hada hubiera
tocado mi casa, haciéndola aparecer más hermosa.
Lo desagradable —para mí— fue que había que esperar como un año para que
se cumpliera mi deseo. Mis padres me explicaron que ya se habían anotado en
una lista de no sé qué lugar y que tenían que aguardar que les avisaran
cuándo podían ir a buscar al bebé. De todos modos, mamá tenía razón al
repetirme:
—¡Paciencia! ¡Si lo tuviera yo misma deberías esperar nueve meses!
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Número diez
No voy e comar mes, voy e hecar hialge da hembra. Peíle ve e felter
e le asciale tras dúes. Sa fia eí cempo, e le cese da sis ebialos. Sifro
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Número once
¡Peile ragrasó dal cempo! Eyar le vu an le asciale y nos ¡iremos emor atarno an
a prumar racrao. Ma dúo in machoncuto da si palo (no sá dónda ascondarlo).
Ma puduó qia yo hucuare lo musmo y —por epiredo— ma corta maduo
flaqiullo. Memé ma llovó con ¡rgancue e le paliqiarúe y —pere amperajer al
dasestra— cesu ma repen. ¡Perazco in conscrupto!
¡Les coses qia ¡no as cepez da hecar por emor!
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NO ME QUIERE
"No me quiere"; este es el título del cuento que me regaló Elsi.
A continuación, la copia textual:
El sol ya se había escondido detrás del monte. Faltaba poquito para que la
noche tapara los campos.
—¿Qué te pasa?—le preguntó la lechuza, al verla entrar llorando.
Entonces la nena le contó todo: que la vaca me recomendó esto y el gansito
me aconsejó eso y los conejos me dijeron estotro... ¡Pero el potrillito no me
quiere! ¡No me quiere! ¿Por qué no me quiere?
El abuelo —que había escuchado todo— se le aproximó. Sonreía dulce cuando
le dijo:
—Pero, María, ¿cómo puede quererte alguien que no sabe cómo eres, alguien
que no te conoce? Además, ¿qué sabes tú de caballos? ¿Conoces, acaso, qué
le gusta a ese potrillo?, ¿qué siente?, ¿cómo es?
María tragó saliva: el abuelo tenía razón. ¡Ella tampoco conocía al potrillo!
—Vamos, querida, ve a ponerte tu ropa de siempre y a lavarte la cara... Si el
potrillo se hace tu amigo es porque te quiere tal cual eres.
Esa noche, mientras comían, la nena le hizo muchas preguntas sobre caballos.
Después se durmió, soñando con el potrillo blanco.
Al día siguiente, con su pelo suelto, la cara lavada y el gastado mameluco azul,
María salió corriendo hacia la granja del vecino. Llevaba los brazos repletos de
alfalfa.
Al llegar al cerco, el potrillo la miró de reojo. Pero esta vez no se alejó al trote.
"Parece que esta nena quiere ser mi amiga... Me trae alfalfa", pensaba, como
buen caballito que era.
Y de la mano de María probó algunos bocados, aunque no tenía hambre...
Y desde la mano de María sintió caer un montón de caricias sobre su frente...
Y la mano de María lamió mansito, con su lengua áspera y húmeda...
A partir de esa mañana, la nena volvió todos los días a visitar al potrillito
blanco.
Poco a poco se fueron conociendo más y más, hasta que una tarde los dos
sintieron que se querían mucho, mucho...
¡Ya eran verdaderos amigos!
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Número doce
Peile y Endu. Endu y Peile. Peile y Endu. Endu y Peile. Peile. Peile.
Peile. Peile.
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LA MUDANZA
La última frase del cuento "No me quiere" dice: "¡ya eran verdaderos amigos!".
Amigos...
Esa palabra me trae siempre el recuerdo de Enrique, mi compañero de mesita
en el jardín de infantes donde nos conocimos... mi compañero de banco desde
el primer grado hasta principios del año pasado... mi compinche en las
travesuras que —invariablemente— hacíamos a dúo, como también a dúo
compartíamos los retos, las lágrimas, las carcajadas...
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Número catorce
No. No ma aqiuvoqiá da nímaro. Pesa e propósufo dal mansaja
nímaro doca el nímaro cetorca, seltaendo asa nímaro qía no qiuaro
mancuoner porqia le túe One du—ca qia trea yate. Mu pepe esagíre
qia si harmene as ine siparstucuose, qia craa an ton—tarúes. Paro...
como eqiú dasao ascrubur elgo miy umportenta pere mú, prafuaro
no tanter e asa nímaruto...
Por les dides, ¿no?
Astoy complatemanta dacududo: ciendo cimple los duacuocho y ye
sae todo in nombra, ma ceso con Peile.
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BÁRBARA
¡Viva! ¡Tengo una hermanita!
Se llama Bárbara y tiene el pelito medio colorado.
Por ahora, lo único que hace es dormir en el moisés que le preparó la tía Ona y
berrear cuando llega el momento de su mamadera.
Muy divertida que digamos no es, pero mamá dice que yo hacía exactamente
lo mismo cuando era recién nacido.
Cuando mis padres fueron a buscarla, ya estaba todo listo para recibirla.
Al principio, no me causó mucha gracia tener que cederle mi habitación y
mudarme a la que antes era la pieza para huéspedes, que es un poco más
chica. Pero mi papá me convenció al mostrarme la cantidad de cosas que hay
que colocar en el dormitorio de un bebé: cuna, moisés, cochecito de paseo,
batea, mesa acolchada para cambiar los pañales, corralito...
El fin de semana antes de que trajeran a Bárbara, ayudé a papá a trasladar
mis muebles y todos mis cachivaches. Después, ayudé al tío Lucas: entre los
dos empapelamos la habitación de mi hermana con unos papeles rosados
llenos de dibujitos. ¡Ah!, pero en mi nuevo dormitorio también hubo un
decorado distinto: la tía Ona me regaló dos posters que yo quería; la abuela
me trajo acolchado y almohadones y mis padres me dieron la gran sorpresa de
comprarme el escritorio que tanta falta me hacía, para no tener que estar
yendo y viniendo hasta la mesa del comedor diario con mis cuadernos y libros
de la escuela, cada vez que tengo que hacer los deberes.
—Para que no te pongas celoso... —me dijeron, sonriendo en complicidad.
¿Celoso yo?
(Y bueno..., la verdad es que estoy un poco celoso de mi hermanita... Ella
acapara todas las atenciones...
Pero como también acapara las mías, creo que ya se me pasará.)
En la escuela, se armó un revuelo en mi grado cuando yo llegué con la
hermosa noticia del nacimiento de Bárbara. La maestra me felicitó y al día
siguiente me trajo un par de escarpines. Mis compañeros me obsequiaron una
mantilla y Paula un paquete lleno de batitas y baberos que pertenecieron a su
hermanita Cecilia y que su mamá juntó especialmente para la mía.
¿"Me trajo", "me obsequiaron", dije?
¡Si todo es para ella!
Cuesta acostumbrarse a ser hermano mayor, ¿eh?
Ah... pero también tiene sus ventajas: mi familia ya no me está tanto encima,
dividido su tiempo entre Bárbara y yo. Me siento más libre...
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Ni FU NI FA
Con la alegría enorme que me produjo el nacimiento de mi hermana, ni me di
cuenta de que ni Fu ni Fa participaban del alboroto que hicieron los demás
compañeros del grado en cuanto les di la noticia.
Les decimos Fu y Fa como apodos de Fulvia y Fabiana. Son gemelas.
Ellas permanecieron calladitas, como si el nacimiento de Bárbara les hubiera
traído algún recuerdo triste. Y ni pizca de cuenta que me hubiese dado de esto
si no hubiera sido porque —de repente— la maestra se acercó a sus bancos y
le acarició la cabeza a Fa, que se tapaba los ojos con una mano, mientras Fu le
alcanzaba su pañuelito.
—Vamos, Fabiana... No llores... Tu mamá me dijo que el año que viene
encargará otro bebé... —la consoló la maestra—. Chicos, tengo algo que
contarles —y la señorita Inés se dirigió —entonces— a todos y volvió a su
escritorio, no sin antes haber palmeado con dulzura la espalda de una de las
mellizas.
De la algarabía general pasamos al silencio absoluto, extrañados y curiosos a
la vez.
Las chicas parecían haber estado muy serias durante toda la semana, algo
apartadas de los demás, pero lo cierto era que a ninguno le había llamado
tanto la atención como para preguntarles qué les pasaba. (Cuando digo
"ninguno" me refiero a mi barrita: Ernesto, Facundo, Darío y Marcos, porque
no sé si Paula, Rosario, Teresita o Débora —que son muy amigas de las
mellizas— sabían algo. Mi barra está exclusivamente formada por varones, por
supuesto; no andamos en chismes de mujeres...)
—No es que Fabiana y Fulvia estén tristes por el nacimiento de la hermana de
Domenech —continuó la maestra—. Nada de eso. Pero la semana pasada
perdieron un hermanito al que esperaban muy ilusionadas... y lo recordaron...
y... bueno... es lógico que se hayan puesto tristonas, ¿no?
Estas palabras me dejaron frito: ¡la mamá de las mellizas no parecía
embarazada! Yo la había visto unos días atrás y la señora estaba delgada como
siempre...
Como si hubiese adivinado mis pensamientos, la maestra prosiguió:
—Ustedes saben que un bebé se forma durante nueve meses, ¿no? A veces,
nace a los siete meses de espera e igualmente puede crecer fuerte y sanito,
tras algunos cuidados especiales después del nacimiento, porque es
doblemente frágil... Por ejemplo, Rosario es sietemesina y, como ven, ahora
no hay ninguna diferencia entre ella y las demás chicas, ¿no les parece?
Rosario se rió y exclamó (un poco sonrojada):
—Sí, señorita. ¡Soy la más gorda del grado!
Su buen humor nos contagió a todos y nos reímos con ella. Hasta Fu y Fa
festejaron su ocurrencia y eso sirvió para quebrar la tensión de momentos
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antes.
—Bueno —continuó entonces la señorita Inés—. Les decía que un bebé puede
vivir normalmente, por lo general, si nace tras siete meses de embarazo. En
cambio, si sale de la panza de la mamá antes de esos siete meses, no está aún
completamente formado y casi siempre se lo pierde. Es muy triste perder un
bebé. Y eso es lo que le pasó a la mamá de las mellizas la semana pasada.
Llevaba solamente tres meses y medio de embarazo; por eso, seguramente,
ninguno de ustedes se dio cuenta de que estaba esperando un nene. Pero
Fulvia y Fabiana sí que lo sabían y estaban muy ilusionadas con la llegada del
nuevo hermanito. Sin embargo, en cuanto se reponga, la mamá de las chicas
va a encargar otro bebé. Ella misma me lo dijo. Así que, muy probablemente,
el año que viene habrá otro Kandel en el mundo...
(Kandel es el apellido de las mellizas, quienes al escuchar las palabras de la
señorita se pusieron contentas, mientras todos nosotros aplaudimos y volvimos
—de ese modo— al clima de alegría que había creado la noticia del nacimiento
de Bárbara.)
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Un huevito blanco. Un huevito tan blanco como las plumas de doña Paloma y
de don Palomo, sus padres. Eso fue lo primero que vio Copete al despertarse
aquella mañana de otoño. Y el huevito estaba en el nido que su mamá y su
papá habían hecho juntos, apilando pajitas, hilos, papeles...
Y el nido estaba en el hueco de una pared, tan en lo alto como las antenas de
televisión.
Y en el hueco de la pared vivían ellos tres.
—¡Mami! ¡Mami! —gritó Copete—. ¡Hay un huevito en tu nido!
Doña Paloma lo acarició con su mirada más dulce:
—Ya lo sé, hijo. ¿Cómo no lo voy a saber si yo misma acabo de ponerlo?
Dentro del huevo está el hermanito que te prometimos.
—O la hermanita —corrigió el papá.
En los ojos colorados de Copete brilló la alegría:
—¡Por fin voy a tener un compañero con quien jugar! —y enseguida—: ¿Por
qué no lo abren, mami? ¡Ahora! ¡Ahora! ¡Quiero ver al pichón!
El papá le explicó —entonces— que había que esperar unos días. Mamá
Paloma debía abrigar el huevito con su cuerpo, hasta que el pichón terminara
de formarse dentro de la cáscara.
—¿Cómo? ¿Aún no está listo? —preguntó Copete, y las plumitas de la cabeza
le bailaron sorprendidas.
—No —dijo la mamá—. Necesita mi calor.
—¿Falta mucho para que salga? ¿Falta mucho?
—Unos días, Copete, unos días más... —Y, amorosa, se echó sobre el huevito
blanco.
El viento del otoño soplaba hojas y barriletes. Y nubes grises sobre las
terrazas.
—Va a llover —aseguró papá Palomo, asomando su pico al aire frío—. Tendré
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Pero lo vio enterito apenas un segundo porque —enseguida— ¡criquiti cric crac!
y la cáscara rota.
¡Otro criquiti cric crac! y entre los arrullos de felicidad de mamá Paloma, de
papá Palomo y de Copete, una pichona saltó a la vida.
Con las plumitas en la cabeza bailándole como a su hermano mayor. Por eso,
le pusieron de nombre, Copetita.
Soñé que las chicas estaban en su casa y su mamá no podía reconocerlas. Las
miraba atentamente. Medio desesperada, les preguntaba entonces:
—¿Cuál de las dos es Fabiana? ¿Quién es Fulvia?
Al principio, ellas se reían y no contestaban nada. Solamente se reían y sus
carcajadas saltaban al aire con la misma cantidad de ji, ji, ji, ji. De repente,
ambas se estiraban hasta el techo y eran dos señoras vestidas igual que
cuando eran niñas, porque la ropa también se les estiraba a la par.
Entonces, una la miraba a la otra y murmuraba:
—¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Fulvia o Fabiana? ¿Fabiana o Fulvia?
Es que —acostumbradas a vivir como dos copias— ellas terminaban por
confundirse también. Y por más que intentaban aclarar el equívoco,
sentándose hasta envejecer una frente a la otra, ya no les resultaba posible
diferenciarse...
Qué angustioso, ¿no? ¡Ninguna de las dos sabía quién era quién!
Me desperté medio transpirado, escuchando aún las palabras de las Fu y Fa
viejitas que me había traído mi sueño:
—¿Cuál de las dos es Fulvia? ¿Seré yo Fabiana?
Más tarde, cuando le conté a mi mamá esa pesadilla con pelos y señales, me
dijo que la mayoría de los padres de mellizos hacen con ellos lo mismo que la
señora de Kandel, que no tenía que preocuparme, que era un orgullo para
cualquier mamá tener dos, tres o más hijitos a la vez, que le hubiera
encantado tenerme a mí "repetido"...
Y buah, si ella lo dice...
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Ayer cobré. No, no se trata de dinero. Cobré una paliza, la primera en mucho
tiempo después del nacimiento de Bárbara. (Por suerte, mis padres no son de
esos que amenazan con la zapatilla cada dos por tres...)
Cuando le conté a mi tío Lucas lo que había pasado me dijo que no exagerara,
que mi papá anda un poco nervioso porque tiene problemas en el trabajo y
que... bueno... que no era para tanto unos sopapos que —encima— mis
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Número dieciséis
Aste as le prumare vaz q¡a ¡tuluzo mu langieja sacrato pere hebler
da lo qia suanto ecarce da otre mijar qia no sae Peile.
Ma rafuaro e Bérbere.
As qia ma ciaste Destenta ecapterlo: cede vaz ma tuana mes
ambobedo.
¡Qiá emorose qia as mu harmenute! ¡Astoy dasaendo qia crazce
répudo!
¡Ye sa pere an si cine, sostanuándosa da le berende y ma mure y sa
sonrúa ciendo ma ecarco e alie!
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PUBRECITU EL CUCUDRILU
Había una vez una selva que casi se viene abajo porque Garófalo —un mono
pesado como media pirámide de Egipto— se lanzó de liana en liana desoyendo
los pedidos de sus amigos, que le rogaban no desplazarse colgado...
Por suerte, la selva tambaleó unos instantes pero no se derrumbó, porque
Garófalo había comprendido que incluso a él mismo le convenía caminar
prudentemente si quería seguir vivito y moneando y se desprendió de la cuarta
liana justo a tiempo...
Con qué alivio respiraron todos los demás animales cuando sintieron que la
selva volvía a mantenerse en su lugar, después de tantos temblores de tierra y
sacudidas de árboles... Entonces, decidieron celebrarlo.
Espiridón —un oso hormiguero— fue el encargado de organizar la fiesta.
Envió invitaciones hasta a las hormigas, pues bien sabían que no correrían
peligro alguno con ese oso, alérgico a ellas al punto de que se le producía
sarpullido de sólo mirarlas...
Las invitaciones decían:
"TE ESPERO EL PRÓXIMO VIERNES, A LA HORA DE LA SIESTA, JUNTO A MI MADRIGUERA. VAMOS A REPARTIR
LAS TAREAS PREVIAS A LA REALIZACIÓN DEL ACTO CON MOTIVO DE CELEBRAR QUE AÚN ESTAMOS VIVOS.
Y así fue como ese viernes —a la hora de la siesta— casi todos los animales se
congregaron en las proximidades de la madriguera del oso... (faltaron sólo los
amargados de siempre... esos que prefieren reunirse en los velorios y no
entienden que estar vivo es un hermoso motivo para festejar...).
Una vez que los asistentes a su convocatoria se acomodaron alrededor,
Espiridón les anunció:
—AMIGOS, MAÑANA DAREMOS UNA GRAN FIESTA. LES COMUNICO QUE...
Sin esperar a que el oso concluyera la frase, el sapito González —que era uno
de los animales más sinceramente entusiasmados con el festejo (ya que no es
lo mismo que a uno se le caiga encima un árbol siendo sapo en vez de
elefante...)— exclamó:
—¡FAAANTAAÁSTIIICOOOOOO!
Además de alérgico a las hormigas, Espiridón lo era también a las pulgas; por
eso tenía pocas, tan pocas pulgas que no soportaba que nadie lo interrumpiera
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Apenas pronunció:
—¡EEESTOOOOOY DEEE AAACUEEEEERDOOO!
Trabajo en equipo
que —como votaron el mismo tema entre los varios que propuso la maestra—
les tocó integrarse a nuestro grupo. ¡Qué babalumba! ¡Justo los dos que nadie
soporta!
A Miguel, porque presume de saberlo todo y sólo es un verdadero "traga", de
esos que repiten las lecciones de memoria, como loros humanos, aunque no
entiendan lo que están diciendo; de esos que hacen una tragedia si se sacan
un nueve en vez de un diez...
A Teresita, porque... bueno... es una perfecta bobalicona, aunque Paula no
opine lo mismo porque es su amiga y la quiere mucho.
"¡Teresita! ¡Qué condena!", pensé, no bien la señorita Inés leyó la lista de
nuestro grupo incluyéndola a ella. Y en el recreo me enojé con Paula porque la
tontona votó por el tema: "Destacadas mujeres argentinas", en vez de elegir el
mismo que yo, que bien sabía ella cuál era y así hubiéramos tenido muchas
oportunidades de vernos después de las clases.
—¿Y por qué no votaste el que yo elegí? —me dijo indignada—. ¿Acaso el señor
cree que debo obedecerle por el simple hecho de que es un varón?
Puse punto en boca. Era obvio que el tema que había elegido le venía como
anillo al dedo. ¡La que me espera cuando me case con ella!
(Voy a empezar a mirar con más respeto a Teresita... Teresita siempre nos da
la razón a los varones...)
Volviendo al asunto del equipo, te cuento que ya nos reunimos cinco veces y
las cinco veces hubo peleas. No hay caso, Miguel y Facundo no saben trabajar
en grupo.
De Miguel podía esperarse, pero la actitud de Facundo fue una sorpresa fea
para mí. Sucede que los dos quieren hacer las cosas por su cuenta, creen que
ellos solos pueden hacer todo el informe; es más: casi ni prestan atención a las
opiniones mías ni a las de Darío, Marcos y Ernesto (las de Teresita no existen,
como supondrás...).
Miguel es un mezquino con su carpeta de recortes de diarios y revistas y
alardea de que se la va a presentar individualmente a la maestra. Facundo no
nos hace escuchar los reportajes que —sobre el tema—grabó en dos cassettes
y se pavonea asegurando que "no sé para qué me metí en este equipo si yo
solo puedo realizar una excelente investigación" y "ustedes me hacen perder el
tiempo" y "después la nota va a ser para todos la misma, qué injusticia" y "¡no
voy a trabajar en equipo nunca más!"
¡Ando con una babalumba imponente!
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Mensaje ultrasecreto
Número diecisiete
Mensaje ultrasecreto
Número dieciocho
Peile ma rageló ¡ne terjate. El púa da ine foto da pleye dasuarte,
tuana umprase aste orecuón: "Sa nacasuten dos golondrunes pere
hecar ¡n vareno".
¿Qiá ma hebré qiarudo dacur? No lo antuando buan.
¡Ej! ¿Y su as cuarto aso da q¡a les mijaras son ten untalugantas
como los hombras?
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FATONGA
(Este es el cuento que nos leyó la señorita Inés a propósito de los problemas
que se habían planteado en nuestro equipo.)
Todo estaba por hacerse en Villanueva. Por eso, cada animal tenía trabajo de
sobra. Y bien contentos que trabajaban todos en las fábricas, en las oficinas,
en las escuelas, en las cosechas...
Mejor dicho: "todos" no. Porque míster Ratón, la doña Jirafa y María Quelonia
—la tortuga—, querían trabajar, sí, pero solitos y solos, cada cual por su
cuenta y para su cuenta únicamente, para sí mismos y punto.
—Yo no necesito a nadie para construir veletas... —aseguraba míster Ratón—.
Solito y solo puedo hacerlas.
Claro, "hacerlas". Pero mientras pasaba las horas en su taller le faltaba tiempo
para buscar clientes, a pesar de que —para ganarlo— a la medianoche recorría
el pueblo empinado sobre un par de patines, a la par que anunciaba por un
altavoz:
—MÍSTER RATOOÓN... CONSTRUCTOR DE VELEETAS... ¡VISITE LA CUEVA
NÚMERO NUEEEVEEE!
A esa hora, los demás animales soñaban... ¿Quién iba a escucharlo? Y si —por
casualidad— alguien lo oía y más tarde le compraba una veleta para su casa,
tampoco podía colocarla: ¿cómo llegar hasta los tejados? Las paredes eran tan
lisitas... Su escalera era apenas más larga que él... Y él era tan petisito...
Las hermosas veletas se amontonaban en su taller, un taller tan cerrado que ni
siquiera el viento podía colarse para soplar sobre ellas, al menos allí...
¿Y la doña Jirafa? ¡Ah... la doña Jirafa...! ¡Había aprendido a conducir
automóviles por correspondencia y estaba empecinada en ser taxista! Pero en
cuanto auto había intentado meterse le pasaba lo mismo: para caber, debía
doblar su generoso cuello en cinco partes... ¡y su cogote no era plegadizo!
Además, ¿es posible manejar bien con semejante bandoneón de huesos sobre
el cuerpo? No, no es posible. De modo que la doña Jirafa resultaba demasiado
alta para la tarea que quería hacer...
¡Ni pensar en otra! Y así dejaba disparar los días, rumiando su rabia junto con
el chicle de hierbas que mascaba una y otra vez.
—Yo no necesito a nadie para trabajar —se decía—. Solita y sola puedo
hacerlo.
Entretanto, la tortuga María Quelonia también estaba desocupada. ¡Y eso que
se había cosido un regio uniforme para trabajar como cartera!
¡Ay! Nadie quería emplearla para tal fin... Era tan lerda...
Para colmo, usaba zapatos con plataformas, que eran la última moda en
Villanueva. (María Quelonia se desvivía por estar siempre "a la moda"...)
Entonces, entre lo lenta que era y el equilibrio que debía mantener para no
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caerse de sus zapatos, las cartas entre los animales tardarían años en llegar a
destino si ella era la mensajera... Sin duda, los pájaros cumplían esa labor con
más eficacia...
No. María Quelonia no lograba conseguir un puesto en el correo de Villanueva.
¿Elegir un oficio realmente de acuerdo con sus capacidades y sumarse a las
otras tortugas? Jamás. Por esa causa, se lamentaba día y noche:
—Yo no necesito a nadie para ser cartera. Solita y sola puedo hacerlo.
Y se escribía, entonces, largas cartas que ella misma se ocupaba en llevar
hasta su casa.
Como la casa la llevaba a cuestas —como toda tortuga— se las escribía en el
sur y se las entregaba en el norte; se las despachaba en el este y las leía en el
oeste...
Cosas de María Quelonia.
En Villanueva no era fácil vivir mucho tiempo sin trabajar. Pronto empezaron
las dificultades para míster Ratón, para la doña Jirafa y —por supuesto—
también para María Quelonia.
—Jijirijí… jijirijí… —lloraba la tortuga en una esquina de la medianoche, cuando
míster Ratón la dobló (afónico) luego de tanto ofrecer sus veletas al divino
botón.
Enseguida, ambos se contaron lo que les sucedía.
—Nos pasa lo mismo... —descubrió María Quelonia.
—En Villanueva no se puede trabajar solito y solo... —agregó míster Ratón— ...
cada cual por su cuenta y únicamente para su cuenta... cada uno para sí
mismo y punto... En Villanueva no se puede...
—¿Y si formamos un equipo? —propuso la tortuga—. Mientras usted fabrica
sus veletas, yo recorro el pueblo haciendo la propaganda.
—¡Magnífica idea! —exclamó el ratón—. Mañana empezamos a trabajar juntos.
Y al día siguiente empezaron.
Pero María Quelonia seguía siendo lerda y míster Ratón petisito.
Ella, apenas daba la vuelta a una manzana en todo el día... y él, no podía
colocar sobre los tejados las veletas vendidas.
Allí fue cuando se les ocurrió pedir ayuda a la doña Jirafa.
—¿Quiere trabajar junto con nosotros? —le preguntó míster Ratón no bien la
encontró, soplando un deshinchado globo de chicle de hierbas.
Al principio, la doña no quiso saber nada de juntarse con esas dos
miniaturas...
Ella se sentía demasiado alta como para ser socia de un ratoncito y de una
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tortuga.
Finalmente, entró en razones.
—¿Qué mejor escalera que usted para que yo alcance los tejados? —le dijo el
ratón—. ¡Podré colocar las veletas!
—Y a mí ya no me importa estar a la moda —aseguró la tortuga—. Voy a usar
los patines de míster Ratón, en vez de mis incómodos zapatos con
plataformas. ¡En cinco minutos recorreré Villanueva de punta a punta,
ofreciendo nuestro trabajo!
A la mañana siguiente, toda Villanueva se asombró al verlos: María Quelonia
patinaba velozmente por las calles, haciendo propaganda:
—¡ATENCIÓN, ATENCIÓN, CASA FATONGA COLOCA VELETAS EN EL ACTO! ¡VISITE LA CUEVA NÚMERO
NUEVE!¡CASA FATONGA!¡VELETAS!
Mensaje ultrasecreto
Número diecinueve
Los hombros somos mes untalugantas qia les mijaras. La ascrubú e
Peile le sugiuanta orecuón: "Qia píbaras cenáfores ta efrandan al
ecento". Le copuá da in lubro. Alie le layó dalenía da mú y no duju
nede.
Y cesu ta durúe qia ma muró con le musme murede bobelucone da
Tarasute. ¡Tembuán!
(Le varded, ta confuaso qia nu yo musmo antuando qiá sugnufuce,
paro le ciastuón are umprasuonerle.
¡Je! ¡Veye su le umprasuoná!)
Sun ambergo, pere qia no crayare qia la astebe tomendo al palo —
porqia sugo siparanemoredo—, dubijá ¡n montón de corezonas an le
musme hoje an le qia la ascrubú ases pelebres qia copuá da ¡no da
los lubros da Lices.
Orecuón axtreñe mes corezonas: dobla umprasuón, sagiro.
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PUEBLO DE AIRE
Con el primer soplido, el globo de Mariel dejó de ser ese pedacito de goma
chata para convertirse en una hermosa zanahoria anaranjada. Mariel apretó el
extremo con sus dedos y descansó. Ponía tanta fuerza en cada soplido que sus
mejillas parecían arrugarse, a la par que su globo tomaba forma.
Respiró hondo y volvió a soplar... y volvió a soplar... y volvió a soplar... La
zanahoria se estiraba hasta alcanzar la perfecta redondez de una enorme
naranja.
Entre la despareja cortina de su flequillo, Mariel miró su globo y suspiró
aliviada. ¡Por fin volvería a encontrarse con su pueblo de aire!
Con un hilo de coser rodeó el extremo libre del globo y sonrió: "Todos creen
que dentro de un globo inflado no hay más que aire..., pensó. Todos menos
yo... Aquí cabe un pueblo..."
Arrodillada junto a su globo —sujeto ahora del respaldo de su sillita de paja—
Mariel lo miró con atención.
Su nariz respingada rozaba apenas la tensa piel naranja cuando los vio: dos
hombrecitos transparentes —del tamaño de una uña— caminaban por la única
callecita del pueblo de aire empujando la carretilla. Desde lo alto de una torre,
diminutas campanas golpeaban la mañana señalando las ocho.
Los hombrecitos apuraron el paso. Dentro de la carretilla, la palabra GUERRA
—bien encadenada— se bamboleaba de aquí para allá.
—¡Eh! ¡Hombrecitos!¿A dónde van? ¿Qué piensan hacer con esa palabra?
El más transparente de los dos —sin detenerse— le contestó:
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Un pueblito de aire
—sin hadas ni lobos—
vive en cada globo.
A cada soplido
se forma una casa,
con patio y terraza.
Un pueblito de aire...
Un pueblo invisible...
Parece increíble.
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¡QUÉ SUSTO!
Mi papá me dijo que la culpa de la discusión la tuvo Lucas, que el tío siempre
se mete en lo que no le importa y que la educación de Bárbara no es asunto
suyo. Mi tío dijo que mi papá estaba nervioso por otras cosas y que por eso se
enojó, que él simplemente dio una opinión.
No sé exactamente por qué discutieron durante el almuerzo del sábado,
porque yo estaba en el baño cuando empezaron a alzar la voz hasta gritar. Sí
sé que se pelearon y que yo me asusté mucho. (¿No te asusta —también—
cuando los mayores se pelean frente a tus propios ojos?) No sabía qué hacer;
deseaba evaporarme; se me atragantaba el postre de gelatina y eso que es tan
blandito...
A upa de la abuela —que le estaba dando papilla— Bárbara se puso a llorar
como si se encontrara en medio de un terremoto. Entonces fue cuando
intervino mi mamá:
—¡No les da vergüenza, grandulones, asustar a los chicos! ¡Miren que discutir
de este modo por una pavada!
—Me voy a mi casa. ¡A Agustín se le volaron los pájaros y no estoy dispuesto a
soportarlo! —exclamó Lucas. De inmediato se fue nomás, como alma que se
lleva el diablo.
—¡Mejor! ¡Que se vaya a trepar por su palmera, así se le calman los nervios! —
dijo mi papá, y agregó—: ¡Pero que no se crea que voy a darle la razón! ¡No
pienso dirigirle la palabra hasta que no me pida disculpas! ¡De lo contrario,
Lucas será un extraño para mí!
—Agustín... No exagere... Reconozca que los dos se equivocaron... Y sería
bueno que dentro de un rato le telefoneara a Lucas... ¿Por qué no charlan
como personas civilizadas? —opinó la abuela—. Si ustedes se aprecian
mucho... ¿por qué no se reconcilian hoy mismo? Una discusión la tiene
cualquiera...
Bárbara ya no lloraba, pero mordía su chupete con fuerza.
—¿Reconciliarnos hoy? ¡Ni lo piense, señora! ¡Que sufra unos días, para que
aprenda! Y no me vuelva a repetir que nos apreciamos porque lo sé mejor que
usted, ¡pero mi silencio absoluto le va a servir para darse cuenta de su error!
Ya vendrán días de reconciliación: ¡el mundo no se acaba mañana! —y mi papá
se retiró a su pieza.
Yo seguía asustado.
Después —durante toda esa tarde— Bárbara estuvo irritable como nunca
antes. Por nada, hacía pucheros...
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(ACLARACIONES)
tu tío. Cuando lo lean, acaso les sirva para dar el primer paso hacia la
reconciliación, ¿no te parece?
2º. ¡Mi papá y Lucas se amigaron! ¡Qué poder tienen las palabras!
Ah... y como le conté a mi familia el verdadero origen del texto que escribió
Elsi —que fue la charla con don Bruno— ahora hablan de él con mucho respeto.
Estoy contento, muy contento.
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Mi río Lucas toca la guitarra desde que era chico. Le encanta. Y compone
melodías.
No; con esto no quiero decir que sea un extraterrestre, pero como él me
explicó muchas cosas acerca del Universo, de las estrellas y también de los
extraterrestres (opiniones que sumamos al informe que presentamos en la
escuela), le pedí que compusiera una melodía dedicada a los seres de otros
mundos.
La idea le pareció fantástica.
Y fantástica me pareció a mí la suya:
—Pibe, voy a componer una melodía y después le pedimos a Elsi que le ponga
letra. Porque a ella también la apasiona todo lo referido al Universo, ¿no?
Lucas me prometió que iba a telefonear a mi "tía postiza" para consultarle si
estaba de acuerdo. Cumplió su promesa y ella dijo que sí.
¡Qué lástima que solamente pueda enseñarte la letra de la canción que
crearon! (¡No me entiendo con los pentagramas, a pesar de que me enloquece
la música!)
Ayer a la noche nos reunimos en mi casa. Vinieron algunos amigos de mis
padres, más la abuelita, Ona, Lucas y Elsi.
Estrenaron la canción.
Pasamos unos momentos hermosos y —¡qué sorpresa!— fue mi tía Ona la que
cantó, acompañada por la guitarra de Lucas.
Entre los tres habían preparado en secreto el "mini-mini-show", dedicado al
aniversario de bodas de mi papá y mi mamá, que por eso se celebró la fiestita.
Y parece que Bárbara también cree en la existencia de los extraterrestres y en
que —tarde o temprano— se producirá nuestro encuentro con seres de otros
mundos, ya que sonrió durante las cinco veces que escuchamos la canción. ¡Y
eso que pasaba de brazos en brazos, cosa que no le gusta!
¡Ah! Yo aproveché que mi papá estaba tan satisfecho con la canción para
pedirle un telescopio, como regalo para mi próximo cumpleaños.
Al principio me dijo que no, porque "esos aparatos salen muy caros" y "en
nuestro departamento no hay un lugar adecuado para instalarlo". Entonces,
Lucas tuvo una idea brillante:
—¿Por qué no se lo regalamos entre todos? Además, podemos colocar el
telescopio en mi terraza... Así, de paso, Andi va a venir a visitarme más
seguido.
Toda la familia estuvo de acuerdo. ¡Qué emoción! ¡Voy a tener un telescopio!
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HERMANOS EXTRATERRESTRES
(Canción)
Letra: Elsi
Música: Lucas
Desde el infinito,
por la vía láctea1
hacia nuestro cielo
yo sé que vendrán...
Y la Tierra toda
se unirá en un grito,
miedo y bienvenida
de la humanidad...
El celeste encuentro
que los chicos sueñan
mañana o mañana
será realidad...
Espejeando luces
bajarán sus naves
y el polvo de estrellas
nos deslumbrará.
Almas siderales... 2
Soles en los ojos
Cósmicos3 hermanos
de la eternidad...
(estribillo)
Notas:
1
Vía láctea: ancha zona o faja de luz blanca y difusa que atraviesa en forma
oblicua casi toda la esfera celeste. Mirada con telescopio se la ve compuesta de
multitud de estrellas.
1
Siderales: pertenecientes a las estrellas o a los astros.
s
Cósmicos: pertenecientes al cosmos, o sea, al Universo.
Te anoté el significado de algunas palabras porque —como realicé ese informe
para la escuela— aprendí un montón de términos relacionados con el Universo
y es posible que ese no sea tu caso... Aunque... si hay otras que te resultan
desconocidas, pues a buscarlas en el diccionario, ¡tal como hice yo!
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EN LA LUNA
No; esta vez no voy a contarte nada acerca del Universo, si bien he comenzado
estas líneas escribiendo "en la luna"...
Sin embargo, de alguna manera también se trata de un universo, de uno
pequeñito e interior: de mi universo... compuesto por todas las cosas que
pienso... que siento... que imagino... que sueño...
La señorita Inés tuvo parte de razón al retarme de ese modo. Digo "parte de
razón" porque no es cierto que ya no me interesa nada de lo que ella nos
enseña, ni tampoco es cierto que le mienta con frecuencia cuando le digo: "Me
olvidé de hacer los deberes..." y mucho menos es cierto que "esté en la luna" a
propósito, para pasarla mejor...
Distraído. Distraído sí que estoy desde hace un tiempo. Olvidadizo.
Por suerte, parece que mi mamá trata de entenderme porque fue a la escuela
para conversar con la maestra. Le pidió que me tuviera un poquito de
paciencia, que ya se me va a pasar, que me harán falta unas vitaminas y que
en casa suelo estar —también— en la luna...
Y no. No ando "en la luna", pero muy a menudo "vuelo para adentro"
pensando en Paula —por ejemplo— de la que estoy cada día más enamorado...
o en los problemas que tiene mi papá en el laboratorio... o en mi hermanita,
que ya está cortando unos dientitos... o en lo incómodo que me siento
últimamente con mi propio cuerpo, que "pegó un estirón", como dice Ona...
En fin, que no sé lo que me pasa.
Ovillada sobre los pies de mi cama, Nube me mira como si entendiera lo que
supongo y quisiera maullarme: "Yo lo sé, Andrés, estás creciendo...".
Y lo mismo opinó mi tía postiza cuando le conté estas cosas.
No le dio demasiada importancia a mis distracciones. Me dijo que a ella le
pasaba lo mismo cuando tenía mi edad y que —de tanto en tanto— suele
sucederle ahora, cuando tiene dificultades serias, por ejemplo... y también
cuando imagina, ¡cuando sueña con los ojos abiertos!
—Claro que hay algunos distraídos que llegan al colmo —agregó sonriente—.
Espero que no te pase lo mismo que a mi amigo Manolo... Manolo es olvidadizo
hasta decir basta, pero eso no significa que no sea, también, igualmente bueno
hasta decir basta... Por eso, me inspiré en él para escribir un cuento que ahora
mismo te voy a dar, para que veas que tu "caso" no es nada grave...
El cuento lo tengo aquí sobre mi mesa de luz.
¿Lo leemos juntos?
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BUENA GENTE
Lustró sus botines, se cepilló los bigotes, se puso dos gotitas de perfume sobre
el hocico y partió rumbo al pueblo vecino.
¿Quién? Pues el ratoncito Manolo, el más bueno de cuantos ratones puedan
imaginarse. Tan bueno como olvidadizo, tan generoso como distraído. Tanto,
tanto, que no bien acabó de juntar —durante la marcha— aquel precioso
ramillete de flores silvestres se preguntó asombrado:
—¿Para qué habré recogido estas flores? ¿Hacia dónde se supone que voy?
Sin embargo, siguió caminando, porque una vez que se ponía en movimiento
no había fuerza capaz de detenerlo. Claro, de lo que estaba bien seguro era de
ser olvidadizo. Siempre recordaba que su memoria solía fallarle, hasta que —
en el momento menos pensado— ¡zácate!, volvía a recordar. Por eso, se tenía
paciencia y se dejaba llevar por sus botines en la dirección hacia la que éstos
lo orientaran.
Así fue como continuó su marcha. Ahora, sobre el desierto camino de asfalto
que comunicaba los dos pueblos.
Al rato —y de pronto— unos sollozos le salieron al paso desde atrás de unas
piedras dispersas a un costado de la ruta.
—¿Quién llora por aquí? —preguntó Manolo, acercándose hasta el lugar desde
donde provenían los gemidos.
—Uaaa... Yo... Uaaa... Uaaa... Yo... —"yo" era una vieja ratita. A Manolo le
pareció tan triste que, para alegrarla, le dio su ramo de flores.
—¡Esto es un milagro! —gritó la viejita—. Precisamente necesitaba flores...
¡Pero no brotan en el asfalto! —y hundió su trompita en el colorido conjunto.
Manolo no entendió por qué la ratita lo besó luego con tanto afecto, ni
tampoco por qué le regaló un oloroso pan flauta que extrajo de su bolsa antes
de partir —como flecha— con rumbo desconocido.
"¡Buena gente!", pensó, y prosiguió su marcha, llevándose el largo pan bajo la
pata.
Ah... El aroma que despedía era tan tentador que pronto le abrió el apetito.
"Pero... ¿qué es un sandwich sin una ración de queso?, se dijo Manolo. Pan con
pan, comida de zonzo... "
Y entonces se le ocurrió buscar a un pastorcito, para comprarle unas tajadas
de queso de cabra.
Lo encontró unos kilómetros más adelante, sentado sobre un tronco y
mirándose las ojotas a la par que lloraba desconsolado.
—¿Cómo es posible que todo el mundo esté triste en una mañana de sol? —
refunfuñó Manolo—. ¿Qué te pasa, pastorcito?
—Se me acaba de romper la flauta de caña —le respondió el muchacho—.
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—¡Por fin aparece alguien con un vehículo en este desierto! —exclamó el ave
no bien Manolo se le aproximó—. ¿Podría llevarme basta el pueblo? Tengo un
ala herida y no logro volar. Necesito llegar con urgencia: ¡soy el sacerdote de
una boda que debe efectuarse hoy mismo!
Manolo no se hizo repetir el pedido dos veces. Así fue como —con el mirlo
parado sobre el manubrio— el ratoncito resopló y resopló, pedaleando a todo
lo que daba hasta llegar al pueblo. ¡Esa boda debía realizarse!
Claro que —si hubiera recordado que él era el novio de la ratita Cleo, que lo
aguardaba muy nerviosa—. Manolo se hubiese detenido unos instantes para
volver a lustrar sus botines, cepillar sus bigotes y agregar otras dos gotitas de
perfume sobre su hocico...
"¡Demonios!, se dijo —de repente— al llegar a la plaza donde se celebraba la
fiesta de casamiento. ¡Ahora recuerdo que yo debía venir a este pueblo para
casarme con mi querida Cleo!¡Y bien, aquí estoy!"
—¡Por fin llegaste, Manolo! —gritó Cleo, mientras se perdía en el abrazo de su
olvidadizo novio.
En ese momento, una vieja ratita empezó a arrojarles florecitas silvestres.
Un pastorcito tocaba la marcha nupcial con su flauta de pan.
Dos liebres hermanas se pusieron a cortar en porciones la enorme torta de
queso de cabra.
Un grupo de lagartijas modistas rodeaban a Cleo, acomodándole su velo de
organza, mientras el mirlo-sacerdote —solemnemente— los declaraba marido
y mujer.
"Me parece haber visto antes a toda esta buena gente... ", murmuró Manolo
para sí, y estrechando a Cleo por la cintura recorrió la plaza al compás del vals
de los novios.
Se cuenta que la flauta de pan siguió desgranando sus encantadoras
musiquitas hasta el amanecer del día siguiente.
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Mensaje ultrasecreto
Número veinte
Por prumare vez pesaemos con Peile solos, solos... Fiumos el perqia
da duvarsuonas.
Ciendo ¡e ecompeñá heste si cese e les saus da le terda, la pisa ine
certute an al bolsullo da si cempare. Ehú !a dugo qia le qiuaro
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—¿Qué vas a ser cuando seas grande? —me pregunta todo el mundo. Y aparte
de contestarles: "Astrónomo" (o "colectivero del espacio"... porque nunca se
sabe), tengo ganas de agregar otra verdad: "Cuando sea grande voy a tratar
de no olvidarme de que una vez fui chico...".
Recuerdo que —cuando aún concurría al jardín de infantes— mi tía Ona me
contó un cuento de gigantes. Después, me mostró una lámina en la que
aparecían tres y me dijo:
—Los gigantes sólo existen en los libros de cuentos.
—¡No es cierto! —grité—. ¡El mundo está lleno de gigantes! ¡Para los nenes
como yo, todas las personas mayores son gigantes!
A mi papá le llego hasta las rodillas. Tiene que alzarme a upa para que yo
pueda ver el color de sus ojos... Mi mamá se agacha para que yo le dé un beso
en la mejilla... En un zapato de mi abuelo me caben los dos pies... ¡Y todavía
sobra lugar para los pies de mi hermanita!
Además, yo vivo en una casa hecha para gigantes: si me paro junto a la mesa
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SIETE CENTÍMETROS
Mensaje ultrasecreto
Número veintiuno
Peile ma rageló un lubro. Y an maduo da le fuaste —qia se huzo an
le cese da mu túo Lices, pere astraner al talascopuo— ma dúo in
baso franta da todos los unvutedos.
¡Qiá eidez!
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Digo "el fin sin fin", porque que hayamos arribado a la última página de este
libro no quiere decir que sea el fin de nuestra amistad. (Cuando yo soy amigo
de alguien no dejo de serlo nunca... nunca...)
Un abrazo... y hasta luego, entonces, hasta mañana, hasta el sol de todos los
años venideros que nos encuentren juntos.
Andi