Jurgen Moltmann - TEOLOGÍA DE LA ESPERANZA X
Jurgen Moltmann - TEOLOGÍA DE LA ESPERANZA X
Jurgen Moltmann - TEOLOGÍA DE LA ESPERANZA X
Teología de la esperanza
CONTENIDO
Introducción: Meditación sobre la esperanza
1. ¿Cuál es el logos propio de la escatología cristiana?
2. La esperanza de la fe
3. El pecado de la desesperación
4. ¿La esperanza arrebata engañosamente al hombre la felicidad del presente?
5. Esperar y pensar
1. ESCATOLOGÍA Y REVELACIÓN.
1. Descubrimiento de la escatología e ineficacia de ese descubrimiento
2. Promesa y revelación de Dios
3. Escatología trascendental
4. La teología de la subjetividad trascendental de Dios
5. La teología de la subjetividad trascendental del hombre
6. "Revelación progresiva" y escatología basada en la historia de la salvación
7. La "historia" como revelación indirecta de sí mismo por Dios
8. La escatología de la revelación
2. PROMESA E HISTORIA (falta)
1. Religión de epifanía y fe fundada en la promesa..
2. La palabra de promesa
3. La experiencia de la historia
4. Revelación y conocimiento de Dios
5. Promesa y ley
6. Promesa en escatología profética
7. La historificación del cosmos en escatología apocalíptica
3. RESURRECCIÓN Y FUTURO DE JESUCRISTO
1. Evangelio y promesa
2. El Dios de la promesa
3. Pablo y Abrahán
4. La eschatologia crucis y el primitivo entusiasmo cristiano del cumplimiento
5. La "muerte de Dios" y la resurrección de Cristo
6. La pregunta de la ciencia histórica por la resurrección de Cristo y el carácter de pregunta del trato
científico-histórico con la historia
7. La pregunta histórico-formal por los relatos pascuales y el carácter de pregunta de su interpretación
existencial
8. La pregunta escatológica por el horizonte de futuro en la predicación del resucitado
9. La identidad entre el que apareció como resucitado y el Cristo crucificado
10. El futuro de Jesucristo.
11. El futuro de la justicia
12. El futuro de la vida
13. El futuro del reino de Dios y de la libertad del hombre
14. Resumen y balance
4. ESCATOLOGÍA E HISTORIA
1. Crítica y crisis
2.El "enigma resuelto de la historia": El método de la ciencia histórica
3. Heurística de la ciencia histórica
4. Historiología
5. Escatología de la historia - Quiliasmo dé la filosofía de la historia
6. Muerte y culpa como resortes de la ciencia histórica
7. La peculiaridad de los conceptos universales de la ciencia histórica
8. Hermenéutica de la misión cristiana
1. Las pruebas de Dios y la hermenéutica
2. Misión y hermenéutica
a) Hermenéutica del apostolado
b) La humanación del hombre en la esperanza de la misión
c) La historificación del mundo en la misión
d) La tradición de la esperanza escatológica
5. COMUNIDAD EN ÉXODO. Observaciones sobre la concepción escatológica de la cristiandad en la
sociedad moderna
1. El culto de lo absoluto y la sociedad moderna
2. La religión como culto de la nueva subjetividad
3. La religión como culto de la projimidad
4. La religión como culto de la institución
5. La cristiandad en el horizonte de expectación del reino de Dios
6. El oficio de la cristiandad para la sociedad
Apéndice: El principio esperanza y Teología de la esperanza (falta)
Un diálogo con Ernst Bloch
1. La "meta-religión" de Ernst Bloch
2. Homo absconditits y Deus absconditus.
3. La patria de la identidad y el reino de Dios
4. Extraterritorialidad frente a la muerte y resurrección de los muertos
5. Esperanza y confianza
Introducción
Meditación sobre la esperanza
(Págs. 19-44)
2. La esperanza de la fe
En esa contradicción con que la palabra de promesa se opone a la realidad perceptible
del sufrimiento y de la muerte,; la fe se apoya en la esperanza y "se apresura a ir más allá de
este mundo", decía Calvino. Con ello no quería afirmar que la fe cristiana huya del mundo,
pero sí, desde luego, que anhela el futuro. Creer significa de hecho superar las barreras,
trascender, encontrarse en éxodo. Pero de tal modo que no por ello quede suprimida o pasada
por alto la realidad opresora. La muerte es muerte verdadera, y la podredumbre, podredumbre
hedionda. La culpa sigue siendo culpa, y el sufrimiento continúa siendo, también para la fe,
un grito que carece de una respuesta ya lista. La fe sobrepasa estas realidades, pero no para
refugiarse en el ámbito celestial, en lo utópico; no se pierde, soñando, en una realidad
diferente. Sólo puede sobrepasar las barreras de la vida construidas por el sufrimiento, la
culpa y la muerte, allí donde tales barreras están realmente derribadas. Sólo siguiendo al
Cristo resucitado de la pasión, al Cristo resucitado de la muerte en abandono de Dios y del
sepulcro, llega la fe a tener una mirada despejada hacia el horizonte en que no existe ya
tribulación alguna, hacia la libertad y la alegría.
La fe puede y debe dilatarse hasta la esperanza allí, sólo allí donde, con la resurrección
del crucificado, están derribadas las barreras contra las que se estrellan todas las esperanzas
humanas. Allí la esperanza de la fe se transforma en "apasionamiento por lo posible"
(Kierkegaard), porque puede ser apasionamiento por lo posibilitado. Allí acontece, en la
esperanza, la extensio animi ad magna, como se decía en la edad media. La fe ve el inicio de
este futuro de amplitud y de libertad en el acontecimiento de Cristo. La esperanza que brota
de él examina los horizontes que de esta manera se abren por encima de una existencia
cerrada. La fe vincula al hombre a Cristo. La esperanza abre esta fe al futuro amplísimo de
Cristo. La esperanza es, por ello, el "acompañante inseparable" de la fe.
“Si falta esta esperanza, entonces ya podemos hablar con mucho ingenio y con 'mucha
afectación de la fe; podemos estar seguros de que no la tenemos. La esperanza no es sino . la
expectación de aquellas cosas que, según el convencimiento de la fe, están verdaderamente
prometidas por Dios. Por ello la fe está segura de que Dios es veraz, y la esperanza aguarda
que Dios, a su debido tiempo, revele su verdad; la fe está segura de que Dios es nuestro
Padre, y la esperanza aguarda que se comportará siempre con nosotros como tal; la fe está
cierta de que se nos ha dado la vida eterna, y la esperanza aguarda que esa vida se desvelará
alguna vez: la fe es el fundamento en que descansa la esperanza, y ésta alimenta y sostiene a
la fe. Nadie puede aguardar algo de Dios si no cree antes a sus promesas; pero, de la misma
manera, nuestra débil fe, para no desfallecer, tiene que ser apoyada y sostenida por nuestro
paciente esperar y por nuestro aguardar. La esperanza renueva y reanima constantemente a
la fe y se cuida de que se levante cada vez más fuerte, para perseverar hasta el final”
(CALVINO, Institutio III, 2,42).
De esta manera, en la vida cristiana la fe posee el prius, pero la esperanza tiene la
primacía. Sin el conocimiento de la fe, fundado en Cristo, la esperanza se convierte en utopía
que se pierde en el vacío. Pero sin la esperanza, la fe decae, se transforma en pusilanimidad y,
por fin, en fe muerta. Mediante la fe encuentra el hombre la senda de la verdadera vida, pero
sólo la esperanza le mantiene en esa senda. Así, la fe en Cristo transforma la esperanza en
confianza. Y la esperanza dilata la fe en Cristo y la introduce en la vida.
Creer significa rebasar, en una esperanza que se adelanta, las barreras que han sido
derribadas por la resurrección del crucificado. Si reflexionamos sobre esto, entonces esa fe no
puede tener nada que ver con la huida del mundo, con la resignación y los subterfugios. En
esta esperanza, el alma no se evade de este valle de lágrimas hacia un mundo imaginario de
gentes bienaventuradas, ni tampoco se desliga de la tierra. Pues, para decirlo con palabras de
Ludwig Feuerbach, la esperanza "sustituye el más allá sobre nuestro sepulcro en el cielo por
el más allá sobre nuestro sepulcro en la tierra, lo reemplaza por el futuro histórico, por el
futuro de la humanidad" (Das Wesen der Religión, 1840) En la resurrección de Cristo la
esperanza no ve la eternidad del cielo, sino precisamente el futuro de la tierra sobre le que se
yergue su cruz. Ve en la cruz precisamente el futuro de la humanidad por la que Cristo murió.
Por ello para la esperanza es la cruz la esperanza de la tierra. Esta esperanza lucha por la
obediencia corporal porque aguarda una resurrección corporal. Y se hace cargo, con dulzura,
de la tierra destruida y de los hombres maltratados, porque le está prometido el reino de la
tierra. Ave crux - unica spes.
Pero, a la inversa, esto no significa otra cosa sino que el que así espera no podrá
conformarse jamás con las leyes y los sucesos inevitables de esta tierra, ni con la fatalidad de
la muerte, ni con el mal que engendra constantemente otros males. Para ella la resurrección de
Cristo no es sólo un alivio en una vida llena de asechanzas y condenas a morir, sino también
la contradicción de Dios al sufrimiento y la muerte, a la humillación y la injuria, a la maldad
del mal. Para la esperanza, Cristo no es sólo consuelo en el sufrimiento, sino también la
protesta de la promesa de Dios contra el sufrimiento. Si Pablo llama a la muerte el "último
enemigo" (1 Cor 15, 26), también hay que proclamar, a la inversa, que el Cristo resucitado —
y, con él, la esperanza de la resurrección— es el enemigo de la muerte y de un. mundo que se
conforma con ella. La fe se introduce en esta contradicción, y con ello se convierte a sí misma
en una contradicción contra el mundo de la muerte. Por esto la fe, cuando se dilata hasta
llegar a la esperanza, no aquieta sino que inquieta, no pacifica sino que impacienta. La fe no
aplaca el cor inquietum, sino que ella misma es ese cor inquietum en el hombre. El que espera
en Cristo no puede conformarse ya con la realidad dada, sino que comienza a sufrir a causa de
ella, a contradecirla. Paz con Dios significa discordia con el mundo, pues el aguijón del futuro
prometido punza implacablemente en la carne de todo presente no cumplido.
Si tuviéramos ante los ojos tan sólo aquello que vemos, entonces nos contentaríamos,
alegres o tristes, con las cosas tal como son. Pero el que no nos conformemos, el que no se
llegue a una armonía amistosa entre nosotros y la realidad, se debe a la esperanza
inextingible. Esta mantiene disconforme al hombre, hasta que llegue el gran cumplimiento de
todas las promesas de Dios. Le mantiene in statu viatoris, en aquella abertura al mundo que,
por estar abierta por la promesa de Dios en la resurrección de Cristo, no puede ser abolida por
ninguna otra cosa más que por el cumplimiento precisamente de ese Dios. Está esperanza
transforma a la comunidad cristiana en una constante inquietud dentro de aquellas sociedades
humanas que quisieran estabilizarse, convirtiéndose en la "ciudad permanente". Transforma a
la comunidad cristiana en fuente de impulsos siempre nuevos que incitan a realizar aquí el
derecho, la libertad y la humanidad, a la luz del futuro anunciado que debe venir. Esta
comunidad cristiana está obligada a la "responsabilidad de la esperanza" que hay en ella (1 Pe
3, 15). Es acusada "a causa de la esperanza y la resurrección de los muertos" (Hech 23, 6).
Siempre que esto ocurre, la cristiandad accede a su verdad y se convierte en testigo del futuro
de Cristo.
3. El pecado de la desesperación
Así, pues, si la fe, para poder vivir, tiene que estar remitida a la esperanza, el pecado de
la incredulidad se funda entonces, evidentemente, en la falta de esperanza. Es verdad que de
ordinario se afirma que el pecado consiste, en su origen, en que el hombre quiere ser como
Dios. Pero esto representa tan sólo una cara del pecado. La otra cara de tal arrogancia es la
falta de esperanza, la resignación, la pereza, la tristeza. De ella brotan la tristesse y la
frustración, que impregnan todo lo viviente con los gérmenes de una dulce putrefacción. El
Apocalipsis de Juan 21, 8, menciona, entre los pecadores cuyo futuro es la muerte eterna, a
los "cobardes" antes que a los incrédulos, que a los impíos, que a los asesinos y que a otros.
Para la carta a los hebreos, la apostasía de la esperanza viva, en cuanto constituye
desobediencia a la promesa en medio de la tribulación, en cuanto significa quedar alejado del
pueblo peregrino de Dios, es el pecado que amenaza en su camino al que espera. La tentación
no consiste tanto en querer ser, titánicamente, como Dios, sino en la debilidad, en el
desaliento, en el cansancio de no querer ser aquello que Dios nos propone.
Dios ha elevado al hombre y le ha otorgado un horizonte despejado hacia lo libre, hacia
lo abierto, pero el hombre queda rezagado, el hombre falla. Dios promete una nueva creación
de todas las cosas en justicia y en paz, pero el hombre actúa como si todo permaneciese en lo
antiguo. Dios juzga al hombre digno de sus promesas, pero éste no se atreve a aquello que se
le propone. Este es el pecado que más hondamente amenaza al creyente. No el mal que hace,
sino el bien que deja de hacer; no sus delitos, sino sus omisiones son las que le acusan. Le
acusan de falta de esperanza. Pues los llamados pecados de omisión se fundan siempre en la
falta de esperanza y en la pusilanimidad. "No es tanto el pecado, cuanto la desesperación la
que nos arroja en la condenación", dijo Juan Crisóstomo. Por ello la edad media consideraba
la acedía o tristitia como uno de los pecados contra el Espíritu Santo, que llevan a la muerte.
En su libro titulado Sobre la esperanza (1949), Joseph Pieper ha mostrado muy
bellamente cómo esta falta de esperanza puede adoptar dos formas: puede ser presunción
(praesumptio), y puede ser desesperación (desperatio). Ambas son formas del pecado contra
la esperanza. La presunción es una anticipación inoportuna, arbitraria, del cumplimiento de lo
que esperamos de Dios. La desesperación es la anticipación inoportuna, arbitraria, del no
cumplimiento de lo que esperamos de Dios. Ambas formas de falta de esperanza, basadas en
el cumplimiento anticipado o en el abandono de la esperanza, eliminan el carácter itinerante
de ésta. Se rebelan contra la paciencia de la esperanza, que confía en el Dios de la promesa.
Quieren, impacientes, el cumplimiento "ya ahora", o no quieren "en absoluto" esperanza.
“Tanto en la desesperación como en la presunción se petrifica y congela lo verdaderamente
humano, eso que únicamente la esperanza consigue mantener en una movilidad fluida” (p.
691).
De esta manera también la desesperación presupone la esperanza. “Aquello que no
anhelamos no puede ser objeto ni de nuestra esperanza ni de nuestra desesperación”
(Agustín).
El dolor de la desesperación consiste sin duda en que existe una esperanza, pero no
aparece ningún camino que lleve hacia su cumplimiento. Y así la esperanza, excitada, se
vuelve contra el que espera y le devora. "Vivir significa enterrar esperanza", se dice en una
novela de Fontane, en la cual lo que se describe son las "esperanzas muertas". Piérdense la fe
y la confianza en las esperanzas. Por ello la desesperación quisiera evitarle al alma los
desengaños. "Esperar y aguardar vuelven locos a muchos". Por ello se intenta permanecer en
el terreno de la realidad, "pensar con lucidez y no esperar ya" (A. Camus). Sin embargo, con
este llamado realismo se cae en la peor de todas las utopías: la utopía del status quo, como lo
denominó R. Musil.
El desesperar de la esperanza no necesita siquiera presentar un semblante desesperado.
Puede ser también la simple y silenciosa ausencia de sentido, de perspectiva, de futuro y de
objetivos. Puede mostrar el aspecto de la renuncia sonriente: Bonjour tristesse. Lo que queda
es una cierta sonrisa de aquéllos que han repasado sus posibilidades y no han encontrado en
ellas nada que pudiera proporcionar motivo de esperanza. Lo que queda es un taedium vitae,
una vida que se acompaña a sí misma ya tan sólo un poco. Seguramente no existe ningún otro
comportamiento cuya existencia pueda señalarse de un modo tan general entre los productos
de descomposición de una cristiandad no-escatológica, aburguesada y, consecuentemente, de
un mundo que ya no es cristiano, como la acedia, la tristesse, el cultivo y la frívola
manipulación de la esperanza muerta. Mas cuando la esperanza no se transforma en fuente de
posibilidades nuevas, desconocidas, entonces el juego intrascendente e irónico con las
posibilidades que se tienen desemboca en el aburrimiento o en evasiones al absurdo.
A comienzos del siglo XIX encontramos en muchos lugares, en el idealismo alemán, la
figura de la presunción. Para Goethe, Schiller, Ranke, Karl Marx y otros muchos, Prometeo
convirtióse en el santo de la edad moderna. Prometeo, que robó el fuego a los dioses, era
contrapuesto a la figura del obediente siervo de Dios. También Cristo podía ser transformado
en una figura prometeica. Con esto iba unido, de múltiples modos, un quiliasmo filosófico,
revolucionario, que se disponía a construir por fin aquel reino de la libertad y de la dignidad
humana que en vano se había esperado del Dios de aquel siervo divino.
A mediados del siglo xx encontramos, en la literatura existencialista, la otra figura de la
apostasía de la esperanza. Por esto el santo Prometeo se ha transformado en la figura de
Sísifo, el cual conoce, sin duda, el camino, la lucha y la decisión, y también la paciencia del
trabajo, pero carece de un horizonte de cumplimiento. Aquí el obediente siervo de Dios puede
ser transformado en la figura del fracasado sincero. No hay ya ni esperanza ni Dios. Tan sólo
resta aquel "pensar con lucidez y no esperar", y el amor y la solidaridad sincera con el
hombre, como en Jesucristo. ¡Como si el pensamiento adquiriese lucidez sin la esperanza!
¡Como si hubiese amor sin esperanza para lo amado!
Ni en la presunción ni en la desesperación, sino sólo en la esperanza perseverante y
cierta, reside la fuerza de la renovación de la vida. La presunción y la desesperación comen de
esa esperanza y beben a cuenta de ella. "Pero el que no espera lo inesperado, no lo
encontrará", dice una sentencia de Heráclito. “El uniforme del día es la paciencia, y la
condecoración es la pobre estrella de la esperanza puesta sobre sus corazones” (I. Bachmann).
Sólo la esperanza merece ser calificada de "realista", pues sólo ella toma en serio las
posibilidades que atraviesan todo lo real. La esperanza no toma las cosas exactamente tal
como se encuentran ahí, sino tal como caminan, tal como se mueven y pueden modificarse en
sus posibilidades. Las esperanzas terrenas tienen sentido tan sólo mientras el mundo y los
hombres que viven en él se encuentran en un estado inacabado, en un estado de fragmento y
experimentación. Ellas anticipan lo posible de la realidad histórica y móvil, y son las que, con
su intervención, deciden los procesos históricos. Por ello, las esperanzas y las anticipaciones
del futuro no son una aureola resplandeciente colocada sobre una existencia que se ha vuelto
gris, sino que son percepciones realistas del horizonte de lo real posible, que ponen todo en
movimiento y lo mantienen en variabilidad.
Ni la esperanza ni el modo de pensar que a ella corresponde pueden aceptar, por tanto,
la acusación de que son utópicos, pues no se extienden hacia lo que no tiene "ningún lugar",
sino hacia lo que "todavía" no lo tiene, pero puede llegar a tenerlo. Es ese realismo de los
hechos desnudos, de los datos y las reglas ciertos y decididos, es ese aferrarse —por
desesperación de sus posibilidades— a la realidad que está así, el que debe merecer mucho
más, por el contrario, el reproche de utópico, pues para él no tiene: "ningún lugar" lo posible,
lo nuevo futuro, ni, por tanto, la historicidad de la realidad. De este modo la desesperación
que imagina estar al final, aparece como ilusoria, pues nada está ya al final, sino que todo se
encuentra aún lleno de posibilidades. Y así, también el realismo positivista demuestra ser
ilusorio, en tanto el mundo no sea un fixum de hechos, sino una encrucijada de procesos; en
tanto el mundo no se mueva sólo conforme a leyes, sino que también ésta sean
extraordinariamente móviles; en tanto lo necesario de mundo sea lo posible, pero no lo
invariable.
También los enunciados de esperanza de la escatología cristiana deben triunfar sobre la
petrificada utopía del realismo, si quieren mantener viva la fe y conducir la obediencia en el
amor al camino que lleva hacia la realidad terrens corporal, social. Para ellos el mundo está
lleno de todo lo posible, es decir de todas las posibilidades del Dios de la esperanza. Esta ve la
realidad y los hombres puestos en manos de aquél que, desde el final, dice a la historia: "Mira,
hago todo nuevo", y de esa palabra escuchada de promessa de la libertad para renovar la vida
de aquí abajo y par transformar la figura de este mundo.
5. Esperar y pensar
Ahora bien, podría ocurrir que todo lo dicho hasta aquí sobre la esperanza fuera sólo un
elogio exagerado a un buen sentimiento del corazón. Podría la escatología cristiana recuperar
su papel predominante en el conjunto de la teología, y seguiría siendo, sin embargo, un
theologumenon estéril si no se lograse extraer de ella las consecuencias precisas para un
pensar y un actuar nuevos en el trato con las cosas y con la circunstancia de este mundo.
Mientras la esperanza no influya sobre el pensar y el obrar del hombre, transformándolos,
permanece como invertida y sin eficacia. Por ello la escatología cristiana tiene que intentar
llevar esperanza al pensar profano, y llevar pensar a la esperanza de la fe.
En la edad media Anselmo de Canterbury formuló para la teología este principio que
desde entonces sigue siendo determinante: fides quaerens intellectum - credo ut intelligam.
Este principio vale también para la escatología, y pudiera ocurrir que, para la teología
cristiana de hoy, tuviese una importancia decisiva el prolongar aquel principio del modo
siguiente: spes quaerens intellectum - spero ut intelligam. Si es la esperanza la que mantiene,
sostiene e impulsa hacia adelante a la fe, si es la esperanza la que introduce al creyente en la
vida del amor, entonces será también ella la que moviliza e impulsa el pensar de la fe, el
conocimiento y la reflexión de ésta sobre el ser humano, sobre la historia y la sociedad. Por
ello todo el conocimiento de fe, en cuanto conocimiento anticipador, fragmentario, que
preludia el futuro prometido, estará sustentado por la esperanza. Y por ello, a la inversa, la
esperanza abierta por la fe en la promesa de Dios se convertirá en el litigante del pensar, se
convertirá en el resorte, en la inquietud y el tormento del pensar. La esperanza, ampliada cada
vez más por la promesa de Dios, es la que pone de manifiesto la orientación escatológica y la
provisionalidad escatológica de todo pensamiento en la historia. Si la esperanza introduce a la
fe en el pensamiento y en la vida, entonces esa esperanza no puede, en cuanto esperanza
escatológica, seguir distanciándose de las esperanzas pequeñas, orientadas a metas
conquistables y a cambios visibles en la vida humana, relegando tales esperanzas a un reino
distinto y considerando que su propio futuro es sobrenatural y de una naturaleza puramente
espiritual.
La esperanza cristiana se dirige a un novum ultimum, a la nueva creación de todas las
cosas por el Dios de la resurrección de Cristo. Abre con ello un amplísimo horizonte de
futuro, que abarca también la muerte, un horizonte en el cual puede y debe integrar también,
suscitándolas, relativizándolas y orientándolas, las esperanzas limitadas puestas en la
renovación de la vida. Destruirá la presunción que hay en estas esperanzas de una mejor
libertad del hombre, de una vida lograda, del derecho y la dignidad de los prójimos, del
dominio de las posibilidades de la naturaleza, pues no encuentra, en esos movimientos, la
salvación aguardada por ella, y no se deja reconciliar con la existencia en virtud de esa utopía
y de su realización. Dejará atrás, pues, en virtud de sus "esperanzas mejores" (Heb 8, 6), esas
visiones futuristas de un mundo mejor, más humano, más pacífico, pues sabe que, entretanto,
nada es todavía "muy bueno", de igual modo que no todo se hace "nuevo". Pero no intentará
destruir, en nombre de una "desesperación resignada", la presunción existente en esos
movimientos de esperanza, pues en tales presunciones se esconde todavía más esperanza
verdadera, y también más verdad, que en el realismo escéptico. Contra la presunción, de nada
sirve la desesperación, que dice: todo sigue igual que antes; lo único que vale es la esperanza
perseverante, restauradora, que se articula en el pensar y en el obrar. Ni el realismo, ni menos
el cinismo, fueron nunca buenos aliados de la fe cristiana.
Pero si la esperanza cristiana destruye la presunción existente en los movimientos de
futuro, lo hace no por razón de estos mismos, sino para destruir los gérmenes de resignación
que hay en esas esperanzas, gérmenes que aparecen, lo más tarde, en el terrorismo ideológico
de las utopías, con las cuales la esperada reconciliación con la existencia se convierte en una
reconciliación lograda a la fuerza. Pero con ello los movimientos que propugnan el cambio
histórico caen en el horizonte del novum ultimum de la esperanza. Tales movimientos son
asumidos y proseguidos por la esperanza cristiana. Se convierten en movimientos precursores
y, por lo mismo, también provisionales. Sus metas pierden su rigidez utópica, convirtiéndose
en metas provisionales, penúltimas y, por ello, móviles. Para combatir tales bandazos en la
historia de la humanidad, la esperanza cristiana no puede aferrarse a lo pasado y a lo dado,
aliándose con la utopía del status quo. Antes bien, está llamada y autorizada a transformar
creadoramente la realidad, pues tiene esperanza para la realidad entera. Finalmente, la
esperanza de la fe se convertirá en la fuente inagotable de la fantasía creadora e inventiva del
amor. Provoca y produce constantemente un pensar anticipador del amor al hombre y a la
tierra, para configurar las nacientes posibilidades a la luz del futuro prometido, para crear
aquí, en lo posible, lo mejor posible, pues lo prometido se encuentra en posibilidad. Así, pues,
suscitará constantemente la "pasión por lo posible", la capacidad inventiva y la elasticidad en
el cambiarse a sí mismo, en el salir de lo antiguo e instalarse en lo nuevo. En este sentido la
esperanza cristiana ha tenido siempre una actuación revolucionaria dentro de la historia
intelectual de las sociedades afectadas por ella. Con frecuencia, sin embargo, no era dentro de
la cristiandad oficial donde sus impulsos actuaban, sino en la cristiandad exaltada y fanática.
Esto produjo daños a ambas.
Mas ¿cómo puede la esperanza escatológica estimular el conocimiento y la reflexión
acerca de la realidad? Sobre esto tuvo Lutero en una ocasión una iluminación súbita, la cual,
sin embargo, no fue llevada a la práctica ni por él ni tampoco por la filosofía protestante. En
1516, a propósito de la "espera de las criaturas", de que habla Pablo en Rom 8, 19, escribe lo
siguiente: “El apóstol filosofa y piensa sobre las cosas de modo diferente a como lo hacen los
filósofos y metafísicos. Pues los filósofos dirigen su mirada al presente de las cosas y
reflexionan sólo sobre las propiedades y esencias. Pero el apóstol aparta nuestros ojos de la
visión del presente de las cosas, de su esencia y propiedades, y los dirige a su futuro. No habla
de la esencia o del obrar de las criaturas, de actio, passio o movimiento, sino que habla, con
un nuevo y extraño vocablo teológico, de la expectatio creaturae”.
Dentro de nuestro tema resulta importante el que, basándose en la "expectación de las
criaturas" y en su espera, entendidas teológicamente, Lutero postule un pensar nuevo y, por
ello, un pensar expectativo sobre el mundo, que corresponda a la esperanza cristiana. Por ello,
partiendo del horizonte prometido a toda criatura en la resurrección de Cristo, la teología
deberá llegar a una reflexión propia y nueva sobre la historia de los hombres y de las cosas.
En el campo del mundo, de la historia y de la realidad entera, la escatología cristiana no puede
renunciar al intellectus fidei et spei. Resulta imposible un obrar creador basado en la fe, sin un
nuevo pensar y proyectar desde la esperanza.
Para el conocimiento, la comprensión y la reflexión sobre la realidad, esto significa,
cuando menos, que, en el ámbito de la esperanza, los conceptos teológicos no se convierten en
juicios que fijan la realidad en aquello que existe, sino en anticipaciones que le ponen al
descubierto a la realidad su horizonte y sus posibilidades futuras. Los conceptos teológicos no
fijan la realidad, sino que son dilatados por la esperanza y anticipan el ser futuro. No van a la
zaga de la realidad, ni tampoco la miran con los ojos nictálopes de la lechuza de Minerva,
sino que la iluminan al mostrarle anticipadamente su futuro. Su conocimiento no se basa en la
voluntad de dominar, sino en el amor al futuro. "Tantum cognoscitur quantum diligitur"
(Agustín). Son, pues, conceptos que se ponen en movimiento y que suscitan movimientos y
cambios prácticos.
Spes quaerens intellectum es el punto de arranque de la escatología; y donde ésta se
logra, aquélla se convierte en docta spes.
1. Escatología y revelación
(Págs. 45-122)
3. Escatología trascendental
¿Cuál es la idea de escatología que se esconde, dirigiéndolo y dominándolo, en el
concepto de "revelación de sí mismo por Dios", tal como lo encontramos en Barth, y en la
idea de la revelación como "manifestación del auténtico sí-mismo" del hombre, tal como lo
encontramos en Bultmann?
Veremos que, tanto en su forma teológica como en su forma antropológica, la idea de la
revelación de sí mismo se halla formulada dentro del ámbito de influencia de una "escatología
trascendental". Elijo la expresión "escatología trascendental", que Jakob Taubes y Hans Urs
von Balthasar han empleado para designar la doctrina de Kant sobre las cosas últimas, porque
expresa, mejor que la calificación corriente de "escatología presentista", las categorías de
pensamiento con las que aquí se formula la correspondiente manera de entender la revelación.
En el marco de una escatología trascendental, la pregunta por el futuro y por la meta de
la revelación es contestada con una reflexión: el hacia-dónde es el desde-dónde, la meta es
idéntica al origen de la revelación. Si Dios no revela otra cosa que a "sí mismo", entonces la
meta y el futuro de la revelación de Dios están en él. Si la revelación se realiza por razón del
hombre, entonces su meta consiste en que éste alcance su propia autenticidad y originariedad,
es decir que llegue a ser él mismo. Con ello, revelación y eschaton coinciden en aquel punto
que calificamos de "sí mismo" de Dios o del hombre. Entonces la revelación no manifiesta ya,
en promesa, un futuro, y no tiene tampoco un futuro que sea algo más que ella misma; la
revelación de Dios es entonces la venida de lo eterno al hombre o el acceso del hombre a sí
mismo. Precisamente con esta reflexión sobre el "sí mismo" trascendente, la escatología se
transforma en escatología trascendental. A consecuencia de esa reflexión, la "revelación" pasa
a ser apocalipsis de la subjetividad trascendente de Dios o del hombre. La figura filosófica
clásica de la escatología trascendental la tenemos en Kant. Sus rasgos fundamentales
volvemos a verlos en todos los lugares en que, en la edad moderna, la teología de la
revelación piensa de acuerdo con el módulo kantiano. En su breve y casi olvidado escrito
titulado El final de todas las cosas, de 1794, Kant sometió la escatología cosmológica e
histórico-salvífica del siglo XVIII a una crítica que se corresponde con las grandes críticas
que hizo a la metafísica teológica [12]. No puede haber un saber intelectivo de las "cosas
últimas", porque "estos objetos... se encuentran absolutamente fuera de nuestro campo de
visión" [13]. Por ello, resulta vano el "cavilar sobre lo que esas cosas son en sí mismas y
según su naturaleza" [14].
Si se las toma como objetos particulares, accesibles al entendimiento, entonces son
"completamente vacías" [15]. No es posible alcanzar un saber demostrable y concluyente
acerca de ellas. Sin embargo, no por ello se las ha de considerar como vacías en todos los
aspectos. Pues lo que el entendimiento cree con seguridad tener que rechazar como vano,
adquiere, merced a la razón práctica, un significado propio, un significado sumamente
existencial, pues es un significado ético. Por ello, las ideas sobre las cosas últimas deben ser
examinadas en la ética y deben ser actualizadas en el ámbito de la razón práctica, en la esfera
de la posibilidad de ser prácticamente "sí mismo". Desde un punto de vista metódico, habrá
que partir de considerar que "nosotros tenemos que habérnoslas aquí meramente con ideas...
que la razón se crea a sí misma", como si "jugásemos" con esas ideas, que "la misma razón
legisladora nos ha proporcionado con una intención práctica", a fin de que "pensemos sobre
ellas según principios morales, dirigidos hacia el fin último de todas las cosas" [16].
Al apropiarse de esta manera crítica las ideas de la escatología tradicional, Kant llevó a
cabo no sólo una reducción ética de la escatología. El primer efecto de esa reducción consiste,
más bien, en que, al quedar excluidas las categorías escatológicas de esperanza, la realidad
que se le presenta a la razón teórica y que ésta puede percibir se torna racionalizable a partir
de condiciones eternas de experiencia posible [17]. Si de los eschata, entendidos como lo
suprasensible, no es posible ningún conocimiento, entonces tampoco las perspectivas
escatológicas tienen, por su lado, ninguna relevancia para el conocimiento del mundo
experimentable. “Y como nuestra intuición es siempre sensible, nunca puede sernos dado en
la experiencia un objeto que no se encuentre bajo la condición del tiempo” [18].
Mientras todavía para Herder la escatología significaba el impulso interno y el horizonte
de futuro para un cosmos, dinámicamente abierto, de todo lo vivo, surge para Kant la
impresión sensible de la "máquina de este mundo" y del "mecanismo de la naturaleza" [19].
Por ello, las res gestae de la historia son para el entendimiento radicalmente idénticas a las res
extensas de la naturaleza. Y así, junto con la escatología cosmológica, también cae bajo la
crítica toda escatología histórica o histórico-salvífica que pueda pensarse. En su lugar no
aparece sencillamente una escatología ética de fines últimos morales. Esto es sólo una
consecuencia. Ocurre, más bien, que los eschata se transforman en condiciones eternas,
trascendentales, de una posible experiencia de sí mismo por el hombre en el aspecto práctico.
El hombre, que “en cuanto pertenece al mundo sensible, se reconoce sometido necesariamente
al mundo de la causalidad..., en lo práctico, en cambio, y simultáneamente, cobra conciencia
de sí mismo por la otra cara a saber, como ser en sí mismo, cobra conciencia de su existencia
determinable en un orden inteligible de cosas” [20].
El que obra moralmente, llega, "por encima del mecanismo de las causas que actúan de
manera ciega" [21], "a un orden de las cosas completamente distinto del orden de un mero
mecanismo de la naturaleza" [22]. Llega a aquel reino inobjetivo, inobjetivable, de la libertad
y del poder ser "sí mismo". Y así, como señala con acierto Hans Urs von Balthasar, "la
filosofía trascendental se convierte en la metódica del apocalipsis interno" [23]. En lugar de
las escatologías cosmológicas e históricas aparece la realización práctica de la existencia
escatológica. En su escrito juvenil, titulado Creer y saber, cuyo subtítulo es el siguiente "o la
filosofía de la reflexión de la subjetividad", de 1802, Hegel describió de manera
impresionante la insatisfacción por los resultados de esta filosofía de la reflexión.
“La gran forma del espíritu universal que se ha reconocido en estas filosofías es el
principio del norte, y, visto desde una perspectiva religiosa, el principio del protestantismo, la
subjetividad, en la cual la belleza y la verdad se presentan en sentimientos y reflexiones, en
amor y entendimiento. La religión construye sus templos y altares en el corazón del individuo,
y suspiros y oraciones buscan al Dios cuya contemplación se deniega, porque está presente el
peligro del entendimiento, el cual consideraría lo contemplado como si fuera una cosa, el
bosque como si fuera unos troncos. Es verdad que también lo interno tiene que exteriorizarse,
y la intención debe hacerse real en la acción, y la sensación religiosa inmediata debe
expresarse en el movimiento exterior, y la fe, que huye de la objetividad del conocimiento,
tiene que objetivarse en pensamientos, conceptos y palabras. Pero el entendimiento separa
netamente lo objetivo de lo subjetivo y resulta aquello que no tiene ningún valor, y es mera
nada, así como lo lucha de la belleza subjetiva tiene que tender precisamente a defenderse
adecuadamente de la necesidad según la cual se objetiva lo subjetivo... Precisamente por su
huida de lo finito y por la firmeza de la subjetividad es por lo que, para ella, lo bello se reduce
a cosas en general; el bosque, a troncos; las imágenes, a cosas que tienen ojos y no ven, oídos
y no oyen; y si los ideales no pueden ser considerados, en la realidad completamente
inteligible, como leñas y piedras, se reducen a fantasías, y toda relación con ellos aparece
como juego inesencial o como dependencia de objetos y como superstición” [24].
Hegel amplió luego, en su crítica del romanticismo, esta crítica de la filosofía de la
reflexión de la subjetividad trascendental de Kant [25]. Al hacer esto, tenía en cuenta lo que se
ha llamado la "doble vía de la historia moderna del espíritu" (J. Ritter), en la cual, por
necesidad dialéctica, a la metodización de la experiencia del mundo, realizada por Descartes,
tiene que contraponerse la logique du coeur de Pascal; al sistema racional de la Ilustración, la
subjetividad estética; al escepticismo científico-histórico, la mística no científico-histórica del
alma solitaria; al positivismo de la ciencia sin valores (Max Weber), el pensar apelativo de la
filosofía de la existencia (Karl Jaspers). Para la teología surgió de aquí el dilema de que, en la
medida en que la historia de Cristo se convirtió para el entendimiento en una "verdad histórica
contingente", la fe pasó a ser una visión inmediata de "eternas verdades de la razón": el
dilema de que, en la medida en que la predicación histórica quedó rebajada a la categoría de
"fe simplemente científico-histórica de la iglesia", la fe se elevó a la categoría de "fe racional
pura, inmediata a Dios". Hegel se dio cuenta aquí de que ambas cosas —la cosificación y la
subjetividad— son en este proceso productos de abstracción propios de la filosofía de la
reflexión, y de que, por ello, se condicionan mutuamente de manera dialéctica. En ambas se
realiza una negación y una evasión de la historia: “El mundo está como congelado; no el mar
del ser, sino el ser se ha convertido en un reloj mecánico” [26].
Un nuevo concepto científico-natural del cosmos encubre la experiencia de la realidad
como historia. Por el otro lado, la existencia del hombre se reduce a la subjetividad solitaria,
inexpresable, que tiene que huir de todos los contactos y extrañamientos en la realidad, para
permanecer cabe sí misma. No es posible escapar a esta dicotomía de cosificación y
subjetividad —tampoco es posible teológicamente en la transmisión del evangelio al mundo
moderno—, si se declara que una de las caras de ese pensar es nula, deficiente, distante y
pasajera.
La teología deberá esforzarse, antes bien, por devolver su fluidez a las contraposiciones
solidificadas, por introducir mediaciones y reconciliaciones en su contradicción. Pero esto
sólo resulta posible si la categoría de la historia —que desaparece en ese dualismo— es
redescubierta de tal manera que no niegue aquella contraposición, sino que la envuelva y la
conciba como momento de un proceso que sigue adelante. La revelación de Dios no puede ser
expuesta en el marco de la filosofía de la reflexión de la subjetividad trascendental —para la
cual la historia se convierte en algo vacío, reducida al "mecanismo" de un nexo causal cerrado
en sí mismo—, ni tampoco puede serlo en el anacronismo de una teología histórico-salvífica
para la cual el "bosque" no se ha transformado todavía en troncos, y la "historia sagrada" no
ha sido aclarada y despejada por la crítica de la ciencia histórica. Lo que importará será, más
bien, devolver su fluidez a estos productos de abstracción de la moderna negación de la
historia, y concebirlos como formas históricas del espíritu en un proceso escatológico, el cual
es mantenido en marcha y en esperanza por la promesa que brota de la cruz y la resurrección
de Cristo. Las condiciones de la experiencia posible, concebidas por Kant de manera
trascendental, deben ser concebidas como condiciones históricas móviles. No es el tiempo
inmóvil la categoría propia de la historia; es la historia, que es experimentada a base del
futuro escatológico de la verdad, la que constituye la categoría del tiempo.
Este referir a la existencia humana y al sí mismo todas las afirmaciones sobre Dios y
sobre su obrar constituye algo exclusivo. También esto es herencia de Herrmann. La citada
referencia incluye en sí el rechazo de todas las afirmaciones objetivas sobre Dios, de todas las
afirmaciones tío verificables de manera existencial, de todas las afirmaciones basadas en
mitologías o en una imagen del mundo, pero prescindiendo de la propia existencia. Más aún,
se torna auténtica merced tan sólo a la antítesis —que hay que restablecer una y otra vez—
entre visión del mundo y comprensión de sí mismo, entre enunciados objetivados y la no-
objetivabilidad de Dios y de la existencia humana. Aquí reside, desde su recensión del libro
de Barth Romerbrief (Carta a los romanos), 1922, el punto capital de su crítica de la evolución
teológica de Barth.59
Examinemos en primer lugar la tesis de Buitmann de la correlación oculta, no intuible,
existente entre el "sí mismo" de Dios y el del hombre. Para él, lo mismo que para W.
Herrmann, Dios y el "sí mismo" del hombre se encuentran relacionados entre sí de una
manera fija. El hombre está destinado, por su creación, a ser él mismo. Por ello su carácter de
pregunta es la estructura propia de la existencia humana. El hombre se encuentra implantado
esencialmente en la pregunta por sí mismo. En y con su pregunta por su existencia aparece la
pregunta por Dios.
Nosotros no podemos hablar sobre nuestra existencia porque no podemos hablar sobre
Dios; y no podemos hablar sobre Dios porque no podemos hablar sobre nuestra existencia.
Nosotros sólo podríamos hacer una cosa junto con la otra...; si se pregunta cómo puede ser
posible un hablar acerca de Dios, hay que responder: sólo como un hablar acerca de nosotros
mismos. 60
Por ello, sólo en Dios se conquista el hombre a sí mismo, y sólo donde el hombre se
conquista a sí mismo, gana a Dios. Característica de ambos —de Dios y del sí mismo
humano, o de la existencia propia de cada uno— es la no objetivabilidad. Por ello el nexo
causal cerrado del mundo de las cosas, que es un mundo cognoscible, explicable, mostrable
objetivamente, queda abolido: a) cuando yo hablo acerca del obrar de Dios, y b) cuando yo
hablo acerca de mí mismo.
En la fe, el nexo cerrado que el pensar objetivante presenta (o establece) queda
abolido... cuando yo hablo acerca del obrar de Dios. En el fondo, suprimo ese nexo ya cuando
hablo acerca de mí mismo. 61
Los enunciados de la Escritura hablan desde la existencia humana y a ella están
orientados. No tienen que justificarse ante el tribunal de una ciencia objetivante sobre la
naturaleza y la historia, pues esta ciencia no alcanza a ver en absoluto la existencia no-
objetivable del hombre 62. Con ello queda expuesto el programa de la interpretación
existencial y de la desmitologización. Esta interpretación está guiada por la pregunta acerca
de Dios (pregunta que está dada conjuntamente con el carácter de pregunta propio de la
existencia humana), y por ello no se orienta ni a un comprender de objetividad mítica, ni a un
comprender de objetividad científica, sino que tiende hacia la apropiación personal, en la
espontaneidad de aquella subjetividad que no es objetivable porque es trascendental. 63
Mientras que Barth se separó de W. Herrmann porque, como hemos mostrado,
estableció una división entre subjetividad no-objetivable de Dios en el acto del Deus dixit y
subjetividad del hombre, entre el "sí mismo" de Dios y el "sí mismo del hombre", Buitmann
permanece dentro del ámbito de influencia de la correlación oculta entre Dios y el sí-mismo.
Por ello, para él no es la doctrina de la trinidad la que se convierte en la medida y el
despliegue de la revelación por Dios de sí mismo; en su lugar aparece la manifestación de la
autenticidad o de la mismidad del hombre. Es verdad que el obrar de Dios, el revelar de Dios
y el futuro de Dios son indemostrables, pero esto no significa en modo alguno que los
enunciados que hablan de ello sean arbitrarios, sino que todas las afirmaciones
correspondientes son verificadas —sin objetivarlas, por así decirlo— en el acceso del hombre
a sí mismo.
En lugar de las pruebas de Dios basadas en el mundo y en la historia aparece, no una
indemostrabilidad de Dios que dé lugar a la arbitrariedad, sino una demostración existencial
de Dios, un hablar y pensar de Dios como lo Interrogado en la pregunta que es la existencia
humana. Esto constituye una prolongación, una profundización y una versión nueva de la
única prueba moral de la razón práctica. Objetivamente Dios es indemostrable; asimismo lo
son su obrar y su revelar. Pero Dios se demuestra al "sí mismo" que cree. Esta no es una
demostración de la existencia de Dios, sino una demostración de Dios por el existir humano
en autenticidad. Es verdad que, en esta interpretación, la esperanza cristiana deja "vacío" el
futuro en cuanto futuro de Dios ("vacío" en lo que respecta a imágenes mitológicas y
pronósticos del futuro) y que renuncia a todos los sueños e ilusiones. Pero, sin embargo,
existe un criterio muy riguroso para saber qué es "futuro" de Dios, a saber: "el cumplimiento
de la vida humana" 64, por el cual se pregunta en la interrogación que es la existencia humana.
La escatología ha perdido íntegramente su sentido como meta de la historia, y es
concebida en el fondo como meta del ser individual. 65
Por ello la escatología no puede ofrecer al proceso del mundo —como tampoco podía
ofrecerlo para Kant— una doctrina de las "cosas últimas", sino que el logos del eschaton se
transforma en el poder que libera de la historia, en el poder que desmundaniza la existencia
humana en el sentido de liberarla de entenderse a sí misma a partir del mundo y de las obras.
Esta demostración de Dios a base de la existencia humana, dentro de cuyo marco se
pregunta y se habla aquí teológicamente, posee una dilatada prehistoria en la historia de los
dogmas. La observación de Karl Jaspers de que "existencia y trascendencia" en el lenguaje
filosófico son la traducción del lenguaje mítico de "alma y Dios", y de que tanto en un
lenguaje como en otro las definiciones se hacen a base de "no mundo" 66, nos remite —lo
mismo que también algunas citas ocasionales que se encuentran en Bultmann 67— a Agustín.
Desde Agustín, a través de la mística de la edad media, y pasando por la Reforma protestante,
hasta el racionalismo de la Ilustración y hasta W. Herrmann, esta demostración de Dios
basada en la existencia humana ha impreso su huella en la conciencia occidental.
El identificar la ocultación de Dios y la ocultación del sí-mismo del hombre, o de su
alma (entendida no como sustancia en el sentido aristotélico, sino como sujeto), presupone, ya
en Agustín, que el hombre está dado directamente a sí mismo y que, por ello, puede adquirir
certidumbre inmediata de sí mismo, mientras que para él el mundo, las cosas de la naturaleza
y los acontecimientos de la historia sólo resultan accesibles a través de la mediación de los
sentidos.
Entre todas las cosas que podemos conocer, saber y amar, ninguna nos es tan cierta
como que nosotros somos. Aquí no nos inquieta ningún engaño basado en la mera apariencia
de verdad. Pues no aprehendemos esas cosas como las que están fuera de nosotros, y con
sentidos corporales, sino que, sin que pueda intervenir de ninguna manera una imagen
engañosa de la fantasía, me es totalmente seguro que yo soy, que yo conozco y que yo amo. 68
En esta inmediatez, tiene primacía sobre otras demostraciones de Dios —por ejemplo, la
estético-cosmológica, conocida por Agustín— la siguiente: "Noli foras iré, in te ipsum redi, in
interiore homine habitat veritas". Este camino que lleva al conocimiento de Dios desde el
conocimiento de sí mismo hizo escuela en la mística agustiniana de la edad media,
especialmente en Bernardo de Claraval. Las frases siguientes de Calvino hay que entenderlas
a base del renacimiento agustiniano propio de los reformadores:
Toda nuestra sabiduría —en la medida en que merece realmente tal nombre, y es
verdadera y de fiar— abarca en el fondo propiamente estas dos cosas: el conocimiento de
Dios y el conocimiento de nosotros mismos. Pero estos dos conocimientos se encuentran
relacionados de múltiples maneras, y por ello no resulta fácil en modo alguno el decir cuál se
encuentra en primer lugar y, con ello, origina al otro desde sí mismo. 69
Calvino explica de una manera completamente dialéctica la relación existente entre
ambos conocimientos: sin conocimiento de Dios no hay conocimiento de sí mismo, y sin
conocimiento de sí mismo no hay conocimiento de Dios. También la siguiente fórmula
lapidaria de Lutero se encuentra dentro del ámbito de influencia de la tradición agustiniana:
Cognitio Dei et hominis est sapientia divina et proprie theologica. Et ita cognitio Dei et
hominis, ut referatur tándem ad deum justificantem et hominem peccatorem, ut proprie sit
subjectum theologiae homo reus et perditus et deus justificans vel salvator. Quicquid extra
istud argumentum vel subjectum quaeritur, hoc plane est error et vanitas in theologia. 70
Sin embargo, mientras en la mística agustiniana la correlación entre el conocimiento de
Dios y el conocimiento de sí mismo podía ser concebida como inmediata e inmediada, para
los reformadores —y todavía para Pascal— esos dos conocimientos estaban mediados por el
conocimiento de Cristo: el Cristo crucificado es el espejo de la divinidad y el espejo de
nosotros mismos. Con todo, también en los reformadores, como ya en Agustín, esta
concentración de la teología en el conocimiento de Dios y en el conocimiento de sí mismo
hace que no quede ya lugar alguno para una reflexión sobre el mundo de Dios. Es más, esta
reflexión corre peligro de ser expulsada de la teología. En Descartes desaparecen todas las
pruebas de Dios a base del mundo.
Semper existímavi duas quaestiones, de Deo et Anima, praecipuas esse ex iis quae
philosophiae potius quam theologiae ope sunt demonstrandae.71
La tercera meditación cartesiana sobre la conciencia inmediata de sí mismo, y sobre la
conciencia inmediata —puesta con aquella— de Dios, recoge, a través del renacimiento
agustiniano francés del siglo XVII, la citada reflexión de Agustín. Pero mientras la
demostración de Dios se lleva a cabo en la conciencia inmediata de sí mismo, y el que
reflexiona se conoce a sí mismo y conoce a Dios "per eandem facultatem" y "simul", el
campo de las res extensae queda abandonado a la calculabilidad atea, olvidada del ser. A
partir de la Ilustración, que fue la época de las ciencias naturales y de la ciencia histórica, la
teología se ha ido orientando cada vez con mayor fuerza, en su hablar y pensar y en su
predicar acerca del obrar de Dios, hacia aquella subjetividad del hombre que había quedado
franca precisamente por la mundanización del mundo en la Ilustración. También G. Ebeling
se expresa de manera semejante a como se expresaba Buitmann en los pasajes mencionados:
Y así, en el carácter de pregunta de la identidad del hombre se anuncia el carácter de
pregunta de Dios. 72
Esta demostración de Dios a base de la existencia humana, en forma de pregunta por
Dios basada en el carácter de pregunta de la existencia del hombre, tiene el mismo
presupuesto que las demostraciones de Dios a base del mundo y de la historia. Presupone una
previa vinculación del alma, del sí-mismo, o de la existencia humana, a Dios, aun cuando esa
vinculación no pueda ser demostrada objetivamente, sino sólo subjetivamente vivida en la
experiencia de la certeza. En el cor inquietum por naturaleza, el hombre, lo sepa o no lo sepa,
se encuentra implantado en la pregunta por Dios.
Esta demostración de Dios ha adquirido su radicalidad peculiar en la existencia humana,
entendida a partir de la forma moderna de la subjetividad como producto de la filosofía de la
reflexión. En la medida en que esa subjetividad se concibe a sí misma como la inaprensible
inmediatez del existir, esa subjetividad se conquista a sí misma mediante el delimitarse frente
al no-yo, frente al mundo de las cosas abarcables con la mirada, calculables, disponibles, y
frente al mundo de las propias objetivaciones. Para poder ser persona en sentido auténtico, el
hombre tiene que diferenciarse radicalmente de su mundo. Todos los enunciados que hablan
de la relación de la persona con Dios son definibles tan sólo por su contrario, por la relación
con el mundo. El hombre diferencia así constantemente su "ser mundo" de su propio "ser sí
mismo", y de este modo transforma al mundo en mundo secularizado y se convierte a sí
mismo en la pura concepción personal fundada en Dios. Este proceso para conquistar la
propia subjetividad a base de la reflexión infinita, arrancándola de todas las referencias al
mundo, es algo moderno.
Ni en Agustín ni en los reformadores aparecía todavía en esa antítesis la demostración
de Dios a base de la existencia humana. Aquéllos conocían, por el contrario, un obrar —bien
que oculto— de Dios en el mundo, en la naturaleza y en la historia, y explicaban ese obrar
mediante la doctrina de los órdenes de la creación. En cambio, el concepto kantiano de
ciencia, recogido por W. Herrmann y por R. Buitmann, no consiente ya esto. Para ellos el
conocer científico es pensar objetivante y tiende categorialmente a un "nexo causal cerrado" y
a un orden legal del mundo, tanto en la ciencia natural como en la ciencia histórica. Para la
experiencia de la realidad hecha a base de estas categorías, Dios y su obrar permanecen
ocultos por principio. Por ello se llega, como ocurre en Kierkegaard, a una alianza de ateísmo
teórico e interioridad creyente. Este esfuerzo científico en cuanto tal puede tener importancia
en teología tan sólo en lo que respecta al sujeto existente del conocer. Si este modo de pensar
y de tratar científicamente con la realidad se basa en el pensamiento del trabajo y en la
voluntad de dominio del hombre, en su anhelo de disponer, de abarcar con la mirada, de
calcular, de afirmarse y asegurarse, entonces este adueñarse del mundo se aproxima
teológicamente al cercioramiento de sí mismo por el hombre en virtud de sus obras. Esto
significa que ahora, para el hombre afectado por la predicación de la gracia, la dimensión del
"mundo" sólo tiene ya relevancia en el marco del problema de la justificación; en el problema
de si el hombre quiere entenderse a sí mismo "desde el mundo", que es lo disponible de sus
obras, o "desde Dios", que es lo indisponible.
Ello hace que, para el sujeto que interroga por sí mismo, "mundo" y "Dios" se enfrenten
en una alternativa radical. El hombre viene a estar "entre Dios y el mundo" (Gogarten). No
hace falta decir que esta situación de alternativa de "Dios" y "mundo" tiene una prehistoria en
la gnosis y en la mística. Mayor importancia tiene el señalar que esa manera de entender
teológicamente el "mundo" inserta tanto el trato científico como el trato práctico del hombre
con la realidad, lo inserta, decimos, en una legalidad que no corresponde a esa realidad. ¿El
conocimiento objetivo del mundo y de la historia cae teológicamente por necesidad bajo "la
ley"? ¿Es pensable en absoluto una comprensión de sí mismo por el hombre que no esté
determinada por la relación con el mundo, con la historia y con la sociedad? ¿Puede el vivir
humano adquirir consistencia y duración sin exteriorizarse y objetivarse, y no se desvanece
ese vivir, sin esto, en la nada de la reflexión infinita? Es misión de la teología el exponer el
conocimiento de Dios basándolo en una correlación entre comprensión del mundo y
comprensión de sí mismo.
El marco categorial de una subjetividad trascendental domina también el modo como
Buitmann entiende la revelación. Según esto, de lo que se trata, en la revelación de Dios, es
de llegar a sí mismo, del verdadero entenderse el hombre a sí mismo.
La revelación es... designada como aquella manifestación de lo oculto que resulta
sencillamente necesaria y decisiva para el hombre, si es que éste ha de llegar a la "salvación",
a su autenticidad. 73
Con ello se presupone, por un lado, que el hombre no puede llegar a su autenticidad a
partir de sí mismo, sino que tiene que preguntar por la revelación; y por otro, que está
necesariamente destinado a llegar a su autenticidad. Si su autenticidad le es mostrada por
revelación, entonces en ello se le muestra la divinidad de Dios. La predicación cristiana y la fe
cristiana responden a esta presupuesta pregunta del hombre por sí mismo —pregunta que él es
con su propia existencia—, no con lo que ellas dicen y comunican, sino con lo que son.
La revelación no transmite un saber de visión del mundo, sino que interpela. Que en ella
el hombre aprende a entenderse a sí mismo significa que aprende a entender cada "ahora"
suyo, el instante, como un instante cualificado por la predicación. Pues el ser en el instante es
su auténtico ser.74
La revelación es, en este sentido, el acontecer de predicación y fe. La revelación es el
acontecimiento de la α χ ο η τ ε ζ π ι σ τ ε ο ζ .
La predicación es, ella misma, revelación; no es sólo que hable de revelación 75. Sólo en
la fe se manifiesta el objeto de la fe; por ello la fe pertenece a la revelación misma.76
El acontecimiento de la revelación consiste, no en aquello que la palabra de la
revelación dice y a lo que remite, sino en que "acontece" apostrofando, interpelando,
prometiendo.
¿Qué es, pues, lo que ha sido revelado? Nada, mientras la pregunta por la revelación
interrogue por doctrinas... Pero todo, en la medida en que al hombre le son abiertos los ojos
sobre sí mismo, y puede de nuevo entenderse a sí mismo.77
Así, pues, aquí la revelación es el acontecimiento mismo de la predicación, que
interpela, y de la decisión de fe, que comprende y asimila. Como la pregunta rectora por la
revelación es el carácter de pregunta de la existencia humana, la revelación manifiesta una
comprensión de sí misma en autenticidad, certidumbre e identidad consigo. El mismo
acontecer actual de la revelación es el presente del eschaton, pues el "ser en el instante"
propio de la predicación y de la fe es "ser auténtico" del hombre. Pero ser auténtico significa
el restablecimiento de la originariedad humana en el sentido de la creaturalidad, y la conquista
de la definitividad en el sentido de la escatología. Ambas cosas se cumplen en la historicidad
determinada por palabra y fe. Creación y redención coinciden en el "instante" de la revelación
78. Aquello que es revelado es idéntico con el acontecer de que acontece revelación.
6. "REVELACIÓN PROGRESIVA"
Y ESCATOLOGÍA BASADA EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
La vieja idea de concebir la revelación de Dios como una "revelación progresiva" iba
guiada por el propósito de concebir la revelación históricamente, y la historia del mundo
como revelación. Tales ideas proceden de la teología federal tardía (J. Coccejus), así como de
la teología de la historia cultivada por el pietismo primitivo, es decir provienen de la llamada
teología "profética" y "económica" de los siglos XVI y XVII 84. Frente a la concepción
ortodoxa —supranaturalista y doctrinaria— de la revelación, la Biblia es leída aquí como un
libro histórico, como el comentario divino a las acciones divinas aparecidas en la historia del
mundo. Esta nueva concepción histórica de la revelación se hallaba fundamentada en un
renacimiento del quiliasmo escatológico, que se dio en la época posterior a la Reforma. Era el
comienzo de un pensamiento nuevo, escatológico, que dio vida al sentido de la historia. Por
ello, la revelación en Cristo fue percibida históricamente como estadio de transición de un
proceso del "reino de Dios", que seguía hacia adelante, y se entendió como un datum del
futuro, como un datum último, pero que apuntaba más allá de sí mismo. La revelación de
Dios no es, según esto, un "instante eterno", y el eschaton que en ella aparece no es un
futurum aeternum, sino que la revelación en Cristo es el momento último, decisivo, en el
proceso de una historia del reino, cuya prehistoria comienza con el pecado original, pero
también ya con la creación —bien con el protoevangelio, Gen 3, 15, o con la promesa de la
semejanza divina, Gen 1, 28—, y cuya historia final va, tanto histórica como noéticamente,
más allá de la revelación en Cristo.
Esta revelación en Cristo queda integrada así en una historia superior de revelación,
cuya progresividad se expresa en la idea del despliegue escalonado y graduado de la
salvación, de acuerdo con un plan salvífico trazado de antemano. Esta teología histórico-
salvífica del "plan" posee muchos paralelismos sorprendentes con el deísmo científico-natural
de los siglos XVII y XVIII y es, en su totalidad, un piadoso retoño de la época ilustrada. Por
ello puede presentarse tanto de un modo pietista como de un modo racionalista, tanto con
categorías tomadas de la historia de la salvación como con categorías tomadas de la historia
del progreso 85. Su auténtico pathos reside, sin embargo, no tanto en la aclaración del plan
salvífico de Dios en la historia, sino más bien en el hecho de desarrollar un "sistema de
esperanza" (J. A. Bengel) basado en los testimonios de la Escritura acerca de la historia —
testimonios que históricamente se remiten unos a otros y apuntan por encima de sí mismos—,
y en dar respuesta con ese sistema a la pregunta por el futuro y por la meta de la revelación de
Cristo para los pueblos, para la corporeidad, para la naturaleza y para Israel.
Esta teología de una progresiva revelación histórico-salvífica de Dios en la historia —
pensada como saber esotérico propio de círculos iniciados—, es "económica" en el sentido de
que hace conocer las "economías", los actos salvíficos de Dios en el pasado, y de esta manera
absorbe, en historia aprehendida, la historia pasada, y por otro lado deduce, de los caminos de
Dios en el pasado, conclusiones para su obrar futuro. Esa teología es, en este último sentido,
"profética", porque intenta proyectar y desvelar el futuro a base de las profecías y de los
acontecimientos del pasado, que apuntan hacia más allá del presente.
La verdad de esa teología reside seguramente en que se decidió a preguntar por la
tendencia interna y por el horizonte escatológico de futuro que se dan en la revelación
histórica de Dios. Pero su tentación hay que verla en el hecho de que intentó experimentar la
progresividad escatológica de la historia de la salvación a base de "signos de los tiempos"
distintos de la cruz y de la resurrección: a base de una decadencia-interpretada de manera
apocalíptica —de la iglesia y de un envejecimiento del mundo, o a base de un progreso-
interpretado de manera optimista— de la cultura y del conocimiento; es decir su tentación
estuvo en el hecho de que la revelación se convirtió en un predicado de la historia, y la
"historia" pasó a ser, a la manera deísta, un sustituto de Dios.
La condición de posibilidad de esta teología histórico-salvífica se encuentra en el
renacimiento del esperar y el pensar apocalípticos, renacimiento que tanto desde un punto de
vista teológico como desde una perspectiva profana se encuentra asociado con el nacimiento
de la "edad moderna".
Se trata, sin embargo, de una apocalíptica en sentido cosmológico e histórico-mundial,
que descansa en una demostración histórico-teológica de Dios hecha a base de la historia. Esa
apocalíptica no ha pasado por el fuego de la crítica kantiana y no se ha expuesto nunca a esa
crítica, ni siquiera en sus representantes del siglo xix; y, a su vez, apenas ha criticado tampoco
a esa crítica. Cuando aparece en la teología romántica de la historia de la salvación propia del
siglo xix, mantiene totalmente ese carácter aerifico. Pero ello hizo que no se aviniese jamás
realmente con el espíritu de la edad moderna y que cayese en el alejamiento propio de una
esotérica doctrina eclesiástica. Con todo, el contenido de verdad de este pensar teológico no
queda ya liquidado por esto. Su polémica oculta contra un materialismo abstracto y contra un
historismo ahistórico debe ser tenida en cuenta, aun cuando, vista en su conjunto, esa
polémica no tuviera éxito.
En el pietismo de Wurttemberg, en J. A. Bengel y en Fr. Oetinger, la historia fue
entendida como un "organismo" viviente. La Theologia ex idea vitae deducía, 1765, de
Oetinger, introdujo en la teología el concepto de vida, y con ello intentó hacer sitio a un
pensamiento integral 86. Este concepto de vida y de organismo no tenía tanto una orientación
naturalista, sino, más bien, una orientación escatológica, dirigida hacia la aguardada aparición
de la gloria celestial de la vida en la resurrección. El concepto citado tenía su frente polémico
en la imagen mecanicista del mundo, propia de la ciencia natural de la Ilustración, y en el
subjetivismo idealista vinculado con aquella imagen. Lo histórico no debía ser sometido a
cálculo, como si fuese una colección de hechos que se encuentran fuera del hombre, sino que
debía ser entendido como una "corriente vital" que abarcaba "orgánicamente" al hombre. Aun
cuando las expresiones utilizadas procedían de la vida de la naturaleza y parecían poco aptas
para aprehender la historia, la crítica expresada en ellas a L'homme machine de Lamettrie y al
ahistórico materialismo científico-natural de la Ilustración de Europa occidental es una crítica
que merece consideración.
La impresión de la "máquina del mundo" y del "bosque" que se ha convertido en
"troncos" es impugnada con la teología vitalista de estos cultivadores de la historia de la
salvación. Con ello los nuevos conceptos centrales —es decir "historia" y "vida"— adquieren
importancia en orden a superar la escisión moderna en "subjetividad y cosificación". Puede
suponerse que Hegel tomó tales conceptos, también en este sentido, de la tradición
württemburgense. En todo caso, está de acuerdo con las intenciones de Oetinger lo que Karl
Marx dice al afirmar en su crítica al materialismo abstracto de las ciencias naturales y a
Ludwig Feuerbach, lo siguiente:
Tan pronto como se expone este proceso vital activo, la historia deja de ser una
colección de hechos muertos, como ocurre en los empiristas, que son todavía muy abstractos,
o una acción imaginada de sujetos imaginados, como ocurre en los idealistas. 87
Ambas abstracciones —la subjetividad y la cosificación— adquieren realidad y pierden
su carácter abstracto y ahistórico en el proceso dialéctico. El problema está tan sólo en saber
en qué consiste ese proceso, de qué es proceso, y hacia dónde camina.
Por otro lado, la idea de la historia de la salvación encierra un matiz acentuadamente
antihistoricista. Auberlen declaraba:
La tarea actual de la teología consiste en superar el ahistórico historicismo racionalista...
mediante el conocimiento de la historia sagrada. 88
En esta frase es notable tan sólo la afirmación de que el historicismo es "ahistórico". Su
superación por un conocimiento —evidentemente no racional— de la "historia sagrada" no
pasa de ser algo ilusorio, en tanto no se pueda alcanzar una nueva comprensión de la ratio. La
teología histórico-salvífica no logró jamás modificar con su crítica los principios mismos del
entender histórico, y por ello, en la época de las investigaciones histórico-críticas, aparece
siempre como un anacrónico encubrimiento de la crisis en que había caído, en la edad
moderna, la teología de la revelación. El "desencantamiento" de la historia por la ciencia
histórica no puede ser abolido de nuevo por un encantamiento romántico, metahistórico,
creyente, de la historia. Sólo cuando a la ciencia histórico-crítica se la muestra que su
presupuesto y su principio metódico están constituidos por su propia historicidad, puede
realizarse en ella la posibilidad de entender "históricamente" la historia y de superar un
"historicismo ahistórico". La teología histórico-salvífica tradicional se relaciona con la crítica
de la ciencia histórica de modo semejante a como la doctrina de Goethe sobre los colores se
relaciona con el análisis de la luz por Newton. Tiene en su favor categorías poéticas y
estéticas, pero no categorías con las cuales sea posible aprehender y modificar la realidad de
la historia actual.
Mas el auténtico propósito de la teología histórico-salvífica estaba no tanto en la
aprehensión metahistórica de la "historia sagrada", sino, más bien, en la mostración de que el
horizonte de la revelación es un horizonte escatológico e histórico-universal. Este propósito es
el que se encuentra a la base del concepto de "revelación progresiva".
Como hemos mostrado, cuando se halla bajo la influencia de una escatología
trascendental la revelación se vuelve indiferente con respecto a los tiempos de la historia.
Todos los tiempos se tornan igualmente inmediatos a la eternidad, y la historia transfórmase
en la síntesis de lo efímero y pasajero. Con razón dice R. Rothe, en su famoso artículo sobre
la revelación:
Esta (la Escritura) nos muestra una revelación estructurada de un modo completamente
distinto. La Escritura describe la revelación sobre todo como una serie —como una serie
siempre coherente— de hechos históricos y de actos históricos prodigiosos, a los que se
asocian luego de múltiples formas, en una determinada conexión pragmática con ellos, las
inspiraciones sobrenaturales dadas a los profetas, las cuales son como visiones y como
interpelaciones internas hechas por el Espíritu de Dios, no tanto para comunicar nuevos
conocimientos religiosos doctrinales, cuanto para aludir a futuros acontecimientos
históricos.89
Ambas formas de revelación, la "manifestación externa" y la "inspiración interna" —a
las que frecuentemente se califica de "revelación por los hechos" y "revelación por la
palabra"—, están condicionadas históricamente; de ello se sigue que la revelación divina se
realiza poco a poco —mediante la dialéctica de acontecimientos que son anunciados de
antemano y que ocurren— y tiende hacia un final en el cumplimiento de sí misma.
El desarrollo progresivo del reino del redentor es a la vez una revelación constantemente
progresiva de la verdad y de la perfección absolutas del mismo. 90
Tenemos, pues, que R. Rothe —como luego, con modificaciones, también Biedermann
y E. Troeltsch— entiende sin duda la revelación de Dios como revelación de sí mismo, pero
vinculándola, sin embargo, con la idea —de orientación histórico-salvífica— de una
realización progresivo-escatológica, dialécticamente progresiva, del sí-mismo del revelador.
Pero esto significa que la historia actual, la historia de la edad moderna en su progresividad de
cultura, ciencia y técnica, debe ser presentada como un momento en el proceso de la
revelación —que se realiza a sí misma— de Dios y de su reino. La teología de la revelación
progresiva, propia de la cultura protestante, tuvo por ello que responder a la pregunta
apologética que un cristianismo superado y anticuado hacía por su propia actualidad, diciendo
que ella mostraba el oculto cristianismo, o la oculta historicidad del reino, propios de la edad
moderna, que supera el cristianismo tradicional. "¿Por qué la iglesia se niega al desarrollo
actual?", preguntaba R. Rothe, y respondía:
Oh, lo escribo con sonrojo: por miedo de que peligre la fe en Cristo. Para mí esto no es
fe, sino pusilanimidad. Pero ésta es precisamente la consecuencia de aquella falta de fe en el
dominio real, en el dominio efectivo del salvador sobre el mundo.91
E. Troeltsch formulaba así la pregunta:
¿Podemos situarnos todavía en la continuidad del cristianismo, o avanzamos hacia un
futuro religioso que no es ya cristiano? 92
Su respuesta era la idea de una revelación progresiva, que en cada época reduce a
síntesis, de manera nueva, el espíritu del tiempo y el mensaje cristiano tradicional. Preguntas
y respuestas similares estaban vivas en los círculos que rodeaban a los Blumhardts y entre los
"religioso-sociales".
Aun cuando la teología de la revelación progresiva no ha conseguido realizar nunca una
"superación de la edad moderna" (Rosenstock-Huessy), sin embargo en ella se encuentran
ciertos factores que no quedan liquidados ya por el hecho de que una escatología
trascendental vuelva indiferentes todos los tiempos de la historia. Aun cuando la idea de la
historia de la salvación es anacrónica en filosofía y deísta en teología, en ella se ha
conservado, sin embargo, la pregunta por el horizonte escatológico de futuro que la revelación
de Cristo tiene para el mundo que se encuentra en historia. Es decir, los temas de la teología
de la historia de la salvación —el envío a los pueblos, el diálogo sobre el futuro de Israel, el
futuro de la historia universal, de la criatura y del cuerpo— son los auténticos temas de la
escatología cristiana en cuanto tal; lo que ocurre es que esos temas no pueden ser pensados de
manera histórico-salvífica en el sentido tradicional. La pregunta decisiva es la de si la
"revelación" es la interpretación iluminadora de un oscuro proceso vital actual en la historia, o
si es la revelación misma la que implanta, impulsa y dirige el proceso de la historia; es decir
la cuestión, como Barth preguntaba, es si la revelación debe ser entendida experimentada,
aguardada y querida —en obediencia— como un predicado de la historia, o la historia como
un predicado, de la revelación escatológica.
8. LA ESCATOLOGÍA DE LA REVELACIÓN
El que la revelación de Dios, que es atestiguada en las Escrituras bíblicas, sea entendida
como una "epifanía del presente eterno", representa siempre, en última instancia, un influjo de
la forma griega de pensar y de preguntar. Esta epifanía alude más bien al Dios de Parménides
que al Dios del éxodo y de la resurrección. La revelación del Cristo resucitado no es una
forma de esta epifanía del presente eterno, sino que obliga a entender la revelación como
apocalipsis del prometido futuro de la verdad. En este futuro de la verdad, manifiesto en la
promesa, el hombre experimenta la realidad como historia en sus posibilidades y en sus
peligros, y en ese momento se le desmorona la idea fija de la realidad como imagen de la
divinidad.
La teología cristiana habla de la "revelación" cuando conoce y predica, en virtud de las
apariciones pascuales del resucitado, la identidad del resucitado con el crucificado. Jesús es
percibido en las apariciones pascuales como aquél que realmente fue. Esto es lo que sirve de
fundamento al recuerdo "científico-histórico" de la fe, que rememora la vida, la obra, las
pretensiones y la pasión de Jesús de Nazaret. Pero los títulos aplicados a Cristo, con los cuales
se -expresa y se designa esa identidad de Jesús en cruz y en" resurrección, se adelantan todos,
a la vez, hacia el futuro del resucitado, futuro que aún no ha aparecido. Así, pues, las
apariciones pascuales y las revelaciones del resucitado son entendidas evidentemente como
anticipo y promesa de su todavía futura gloria y de su todavía futuro dominio. En las
apariciones pascuales Jesús es visto como el que realmente será. El punctum saliens de una
comprensión cristiana de la revelación no se encuentra, por esto, ni en lo "que se dejó oír en el
hombre Jesús" (Ebeling), ni tampoco en el "destino de Jesús" (Pannenberg), sino, uniendo
ambas cosas, en la identidad de Jesús en la diferencia cualitativa de cruz y resurrección. Esta
identidad en la contradicción infinita es entendida teológicamente como un acontecimiento de
identificación, como un acto de la fidelidad de Dios. En esto se basa la promesa del futuro, no
llegado aún, de Jesucristo. En esto se basa la esperanza que conduce a la fe a través de la
asechanza de la muerte y del mundo abandonado por Dios.
La "revelación" dada en este acontecer no tiene el carácter de un esclarecimiento,
mediante un logos, de la realidad actual del hombre y del mundo, sino que aquí tiene, de
manera constitutiva, básica, el carácter de la promesa, siendo por ello de naturaleza
escatológica. La "promesa" es, por principio, algo distinto de un "acontecer verbal", que
reduce a verdad y a armonía al hombre y a la realidad que afecta a éste. La "promesa" es
también, por lo pronto, algo distinto de una visión —orientada escatológicamente— de la
realidad como historia universal. La promesa anuncia una realidad en virtud del futuro de la
verdad que todavía no está ahí. La promesa mantiene una específica inodaequatio reí et
intellectus con respecto a la realidad presente y dada. Por otro lado, no sólo se adentra
anticipadamente en el vestíbulo histórico de lo real-posible y lo ilumina. Más bien, es "lo
posible" —y con ello "lo futuro"— lo que surge completamente de la palabra divina de
promesa, yendo con ello más allá de lo real-posible y de lo real-imposible. La promesa no
sólo ilumina un futuro que de alguna manera es ya inherente siempre a la realidad. Más bien,
el "futuro" es aquella realidad en la que la promesa se cumple y se sosiega, porque
corresponde del todo y es íntegramente adecuado a ella.
En el acontecimiento al que se califica de "nueva creación de la nada", de "resurrección
de los muertos", de "reino" y de "justicia" de Dios, es donde aquella promesa que hay en la
resurrección de Jesús encuentra una realidad que es adecuada a ella y que le corresponde del
todo. Por ello, la manifestación de la divinidad de Dios depende íntegramente del
cumplimiento efectivo de la promesa, de igual modo que, a la inversa, el cumplimiento de la
promesa tiene su fundamento de realidad y de posibilidad en la fidelidad y en la divinidad de
Dios. En este aspecto, la "promesa" no tiene como función primera y principal la de iluminar
la realidad existente del mundo o del ser humano, la de interpretarla, reducirla a verdad y, en
una intelección adecuada, conseguir la concordancia del hombre con ella, sino que más bien,
en la contradicción a la realidad presente, la promesa abre su propio proceso en torno al futuro
de Cristo para el mundo y para el hombre. La revelación, conocida como promesa y
aprehendida en esperanza, fundamenta e inaugura con ello un espacio libre de la historia, el
cual queda lleno por la misión, por la responsabilidad de la esperanza, por la aceptación del
sufrimiento en la contradicción a la realidad y por la partida hacia el futuro prometido.
No por ello se torna superflua, sin embargo, la necesidad de alcanzar una intelección
apropiada del existir humano y una orientación en la historia universal. Sólo que ambas cosas
—el esclarecimiento de la historicidad de la existencia humana, y la aclaración anticipadora
de los nexos y perspectivas de la historia universal— tienen que ser ordenadas al proceso
histórico apostólico, al que da vida, en promesa, la revelación de Dios. El acontecimiento de
promesa de la revelación de Dios sólo puede ser articulado en y a base del carácter de
pregunta propio de la realidad del mundo en su conjunto y propio también del ser humano,
pero no se agota en esto ni tampoco se identifica con ello.- Asume a ambos en su propio
círculo de problemas, en el cual el saber de la verdad se presenta en la forma de la pregunta
abierta hacia el cumplimiento de la promesa.
Si es acertado decir que las apariciones del resucitado deben ser entendidas como
anticipo de su propio futuro, entonces hay que concebirlas dentro del contexto de la historia
de promesa del antiguo testamento, pero no en analogía con la epifanía —entendida a la
manera griega— de la verdad. Los testigos de pascua no perciben al resucitado en el
resplandor de la eternidad celestial, supraterrena, sino en el anticipo y el comienzo de su
futuro escatológico para el mundo. No es para ellos el "Eternizado", sino el "Venidero". No le
vieron como alguien que se encuentra en una eternidad intemporal, sino como a aquél que
será en su dominio venidero. Por ello se puede decir que el resucitado aparece como el
viviente, en la medida en que se encuentra en movimiento, en marcha hacia su meta 114. "El es
todavía futuro para sí mismo" 115. Con la resurrección su obra "no está ya terminada, no está
aún concluida" 116. Estas frases proceden de la obra tardía de K. Barth, y muestran claramente
cuál es la dimensión que debe seguir la revisión de su escatología de eternidad. Las
apariciones del resucitado fueron percibidas como promesas y anticipaciones de un futuro que
está realmente por llegar. Como en esas apariciones se hizo perceptible manifiestamente un
proceso, ellas dieron lugar a un testimonio y a una misión. El futuro del resucitado se hace,
pues, presente aquí en la promesa, y es aceptado por la esperanza dispuesta al sufrimiento, y
es concebido en un esperanzado pensar crítico sobre los hombres y sobre las cosas.
¿Pero qué significa que el resucitado sea en su revelación la promesa de su propio
futuro? Tendría que significar que Jesús se revela y se identifica, en cuanto el Cristo, en
identidad y diferencia consigo mismo. Se revela y se identifica como el crucificado y, en esa
medida, en identidad consigo mismo. Se revela como el Señor que está en camino hacia su
dominio venidero y, en esa medida, en diferencia con lo que será. Por ello, la revelación de su
futuro es, en sus apariciones, una revelación "oculta". El es el Señor oculto y el salvador
oculto. Gracias a la esperanza, la vida de los creyentes está escondida con él en Dios; sin
embargo, lo está en una ocultación que se orienta hacia un desvelamiento futuro, que tiende y
empuja hacia éste. El futuro de Jesucristo es, en este contexto, la revelación y manifestación
de lo llegado. La fe se dirige, en esperanza y en espera, hacia la revelación de aquello que ha
encontrado ya escondido en Cristo, Y, sin embargo, con el futuro del resucitado, con aquello
que se promete, se pretende y se ofrece, con su resurrección, va aparejada no sólo una
expectación noética.
El futuro del resucitado no es sólo el desvelamiento de algo oculto, sino también el
cumplimiento de algo prometido. La revelación hecha en las apariciones de Cristo resucitado
debe ser calificada por ello no sólo de "oculta", sino también de "inconclusa", y hay que
referirla a una realidad que todavía no está ahí. El final de la muerte y la nueva creación en la
cual Dios será todo en todo, en la vida y en la justicia de todas las cosas, no han llegado aún,
no han ocurrido ni aparecido todavía, pero están prometidos y garantizados en su
resurrección, más aún, están puestos como una consecuencia necesaria justamente con ella. Y
así, con el futuro del resucitado va ligada también una expectación creatural.
La palabra en que esto se expresa es, por ello, a la vez evangelium y epangelia. Si, en el
contexto de las apariciones pascuales, la "revelación" no se refiere a un proceso concluso en
sí, o a la presencia de la eternidad, entonces esa revelación tiene que ser entendida como una
revelación abierta, que señala y conduce hacia adelante. De todas maneras, esta apertura
escatológica suya no es llenada, continuada y consumada por la iglesia subsiguiente y por su
historia. Si la revelación del resucitado está abierta hacia el propio futuro y hacia la propia
promesa de éste, entonces la apertura de la revelación al futuro supera toda la posterior
historia de la iglesia y es sencillamente superior a ella. El recuerdo de la promesa hecha —de
la promesa en su haber sido hecha, no en su haber ocurrido— barrena, como un taladro, en la
carne de todo presente, abriéndolo al futuro. En este sentido la revelación del resucitado no es
hecha "histórica" por la historia que nolens volens sigue hacia adelante, sino que se encuentra,
por así decirlo, como primum movens en la cúspide del proceso histórico. La realidad del
hombre y de su mundo se hace "histórica" en ella, y la esperanza puesta en ella se torna
pasajera y supera toda realidad, en cuanto ésta es insuficiente. Es la promissio inquieta, de la
cual brota en verdad el cor inquietum agustiniano. Es la promissio inquieta que no tolera que
la experiencia humana del mundo se convierta en una cerrada imagen cósmica de la
divinidad, sino que mantiene abierta la experiencia del mundo hecha en la historia.
Si la revelación es, en este sentido, promesa, hay que referirla al proceso que la misión
entabla. El proceso de los testigos de la esperanza escatológica, que tienen que justificar su
esperanza ante cada presente; el apostolado, que implica en este proceso al mundo de los
pueblos; y el salir desde el presente de un existir humano cerrado hacia el futuro prometido:
esta es aquella historia que "corresponde" aquí a aquel tipo de revelación, pues es esta
revelación la que le da vida a ella. Conciencia de historia es conciencia de misión, y el saber
acerca de la historia es un saber acerca del cambio y la modificación.
Ahora bien, esta revelación de Dios en el acontecer de la promesa sólo puede expresarse
con referencia a y en polémica con la concreta experiencia del mundo y de la existencia
humana que el hombre hace. En esto reside la justificación de las concepciones antes
expuestas de la revelación en el marco de la demostración de Dios a base de la existencia
humana o a base de la totalidad de la realidad. Si Dios no es expresado con referencia a la
experiencia que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, entonces la teología se encierra en
el ghetto, y la realidad con la que el hombre trata es abandonada al ateísmo. Desde la época de
los primitivos apologetas cristianos, la promissio Dei de que hablan las Escrituras bíblicas es
pensada siempre en la forma del logos griego. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, entre
las dos posibilidades extremas del ghetto y de la asimilación, la promissio Dei ha actuado
siempre como un fermento de disolución del logos griego, haciendo que la esclarecedora
verdad de ese logos fuese escatologizada y, con ello, historificada.
En este proceso la teología puede mostrar también hoy su verdad, de un modo polémico
y liberador. Sin embargo, precisamente cuando se pregunta —basándose en la percepción de
la revelación de Dios en la promesa— cuál es la luz en que aparecen el ser humano del
hombre y la realidad del mundo, se cae en la proximidad de los intentos de las demostraciones
de Dios y de la "teología natural".
Según una vieja definición, entiéndese por "teología natural" una theologia naturalis,
generalis et inmediata, es decir un conocimiento de Dios puesto conjuntamente con la
realidad, un conocimiento accesible a todos, un conocimiento inmediato, no mediado. De él
formaban parte el conocimiento de que el mundo es mundo de Dios, o de que lo interrogado
al preguntar por el origen o la totalidad de la realidad, es Dios; y, por otro lado, el
conocimiento de la especial posición del hombre en el cosmos, un concepto general del ser
humano como un ser sometido a la ley de Dios, y el conocimiento de que lo que se busca en
esa pregunta que es el existir humano, es Dios. Cualquiera que sea el modo como la teología
cristiana presentó las demostraciones de Dios o las mostraciones de la pregunta por Dios,
como accesibles a todos, siempre eran presentadas de tal manera que establecían una alusiva y
adecuada correspondencia con el conocimiento de Dios "sobrenatural, especial y mediado
históricamente".
Fuera lo que fuera lo que la teología occidental tomó y presentó de ese modo como
"teología natural", lo cierto es que eso nunca fue "natural", ni "universal-humano" ni tampoco
"inmediato". Observando las cosas con mayor rigor, se ve que la "teología natural" contenía
siempre conocimientos mediados por la historia, basados en particulares tradiciones
espirituales: la Estoa, Platón, Aristóteles, etc. El sano entendimiento humano al que se
recurría, aparece siempre como un entendimiento humano que lleva la marca de occidente y
que ha tenido un desarrollo histórico. Así, pues, lo "natural" en la "teología natural" no era en
modo alguno natural "por naturaleza", sino siempre por historia, y representaba una
asimilación de aquello que, en sentido social, se consideraba como natural, es decir como
obvio. El Aristóteles al que se consideraba como "santo padre" de la teología natural, no era
idéntico en modo alguno al Aristóteles histórico, sino que era una herencia aristotélica
elaborada por la teología cristiana. Lo que el cristianismo calificó de "naturaleza" y de
"conciencia universal" de Dios, estaba determinado ya desde siempre por aquel contenido
hacia el que, como marco universal, debía apuntar. Y así la "teología natural" es de hecho un
presupuesto de la teología revelada, en el sentido de que la revelación la presupone para sí, la
crea y la traza en su forma especial.
El asunto de la teología natural no por ello queda ya liquidado en modo alguno. Es más,
la teología natural forma parte de manera necesaria, de la reflexión sobre la naturaleza y sobre
el ser humano a partir de la revelación. Por ello pertenece también, necesariamente, a la
teología en general, si ésta quiere expresar la amplitud universal de la revelación de Dios.
Mas como presuposición de la teología, forma parte de la exposición del horizonte universal,
escatológico, de expectación propio de la revelación. En este sentido tiene razón H. J. Iwand
cuando dice:
La revelación natural no es aquello de que venimos, sino la luz hacia lo que caminamos.
El lumen naturae es el reflejo del lumen gloriae... La inversión que hoy se exige de la teología
consiste en referir la revelación a nuestro eón, y, en cambio, la teología natural al eón
venidero.117
En este sentido la "teología natural", la teología de la existencia humana y la teología de
la historia, es una aureola, un resplandor de la futura luz divina, que aparece en el material
insuficiente de la realidad actual, es un anticipo y un preanuncio de la prometida gloria
universal de Dios, el cual se mostrará como Señor a todos y en todo. Lo que se califica de
"teología natural" es, en verdad, theologia viatorum, anticipación del futuro prometido,
anticipación en la historia a través del pensar obediente. Por ello es siempre histórica,
provisional, mudable y abierta. Es un conocer y un reflexionar —basados en la fe y en la
esperanza— sobre la realidad en la que cada hombre se encuentra, pero no por ello tiene
tampoco en sí el pathos de que sus afirmaciones "se entiendan por sí mismas", sino que es
esencialmente polémica o "erística", como dijo A. Brunner. Será preciso invertir las pruebas
de Dios, y demostrar, no a Dios a base del mundo, sino el mundo a base de Dios, no a Dios a
base de la existencia humana, sino ésta a base de aquél, realizando esto además en una
permanente polémica con otras afirmaciones de verdad y otras mostraciones de sentido. En
este aspecto la labor de la "teología natural" pertenece, no a los preámbulo, fidei, sino a la
fides quaerens intellectum.
El hombre que es tocado por esa revelación divina en promesa, queda identificado —
como lo que es—, y a la vez queda diferenciado —como lo que será. Llega a "sí mismo", pero
llega en esperanza, pues no ha sido substraído aún a la contradicción y a la muerte. Encuentra
el camino hacia la vida, pero oculto en el futuro prometido, no aparecido aún, de Cristo. De
esta manera, el que cree se convierte, por su propia esencia, en alguien que espera. Es todavía
futuro "para sí mismo", y se está prometido. Su futuro depende íntegramente del final del
proceso del resucitado, pues ha apostado su futuro al futuro de Cristo. De esta manera se
vuelve acorde consigo mismo in spe, pero desacorde consigo mismo in re. Precisamente el
que se confía a la promesa se convierte para sí mismo en enigma y en pregunta abierta, se
convierte para sí mismo en homo absconditus. Siguiendo la huella de la esperanza, cae en la
búsqueda de sí mismo, se convierte para sí mismo en una pregunta abierta hacia el futuro de
Dios. Por ello, el que espera no se encuentra acorde y centrado en sí mismo, sino que es
excéntrico a sí, en aquella facultas standi extra se coram Deo, de que hablaba Lutero. Se
precede a sí mismo en la esperanza de la promesa de Dios. El acontecimiento de la promesa
no le introduce todavía en la patria de la identidad, sino que le inserta en las tensiones y
diferencias de la esperanza, de la misión y del extrañamiento. Si la revelación le sale al
encuentro como promesa, no le identifica, sin embargo, prescindiendo para ello de lo
negativo, sino que le abre al dolor, a la paciencia y al "tremendo poder de lo negativo", como
decía Hegel. La revelación le prepara para tomar sobre sí el dolor del amor y el extrañamiento
en el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos y que da vida a lo muerto.
Pero la vida del espíritu no es la vida que se asusta ante la muerte y que se mantiene
pura de la desolación, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella... La fuerza del, espíritu
es sólo tan grande como la exteriorización de esa fuerza, su profundidad es sólo tan profunda
como la medida en que el espíritu se atreve en su interpretación a extenderse y a perderse. 118
De esta manera la prometida identidad del hombre le introduce en la diferencia del
extrañamiento. El hombre se conquista a sí mismo en la medida en que se abandona.
Encuentra la vida en la medida en que toma la muerte sobre sí. Llega a la libertad en la
medida en que asume figura de esclavo. Así llega a él la verdad que señala anticipadamente
hacia la resurrección de los muertos.
Pero si el acontecimiento de promesa de la resurrección identifica al hombre en la
medida en que le conduce al extrañamiento de sí mismo, esta experiencia de sí mismo se
encuentra directamente asociada con una correspondiente experiencia del mundo. El hombre
no se conquista a sí mismo por la distinción de "el mundo", sino por el extrañamiento en él.
Mas ¿de qué manera debe ser experimentado entonces el "mundo"? El mundo no puede
ser concebido como un rígido cosmos de hechos acabados y de leyes eternas. Pues allí donde
no puede ocurrir ya nada nuevo, la esperanza termina, perdiendo toda probabilidad de que lo
esperado se realice. Sólo allí donde el mundo mismo está "lleno de todo lo posible" puede la
esperanza actuar en el amor. De la esperanza forma parte el saber que, fuera, la vida está tan
poco lista y acabada como dentro, en el yo que trabaja en ese fuera 119. De esta manera la
esperanza sólo tiene probabilidad de llevar una existencia llena de sentido cuando la realidad
misma se encuentra históricamente en flujo y la realidad histórica muestra un vestíbulo
abierto de lo posible. La esperanza cristiana sólo tiene sentido cuando el mundo es
modificable para aquél en el cual esa esperanza espera y, por tanto, está abierto para aquello
en lo que la esperanza espera: cuando la esperanza está llena de todo lo posible (para Dios) y
está abierta a la resurrección de los muertos. Si el mundo fuera un nexo causal cerrado en sí
mismo, entonces la esperanza no podría considerarle como el cumplimiento de sí misma, ni
tampoco trascenderse o reflexionar sobre sí en lo supramundano. Pero entonces renunciaría a
sí misma.
En virtud del futuro prometido de la verdad, el mundo se vuelve experimentable como
historia. El sentido escatológico del acontecimiento de promesa de la resurrección de Cristo
abre, en recuerdo y expectación, el sentido para la historia. Por ello, todo pensamiento de
entender el mundo como un cosmos cerrado en sí mismo, o de concebir la historia como un
universum que la verdad divina oculta en sí misma y muestra a partir de sí, se resquebraja y es
traspuesto al "todavía no" escatológico. El carácter —determinado por la promesa y por la
espera— del trascender y de la provisionalidad de nuestro saber como un saber de esperanza,
percibe el abierto horizonte del futuro de la realidad y de esta manera salvaguarda la finitud
de la experiencia humana. Pensar conjuntamente a Dios y la historia, •» en base al
acontecimiento de promesa de la resurrección de Cristo, no significa demostrar a Dios a base
del mundo o a' base de la historia, sino, al revés, mostrar el mundo como historia abierta al
futuro y a Dios.
Por ello la teología cristiana no podrá llegar a un acuerdo, sino que tendrá que disociarse
del modo de pensar cos-mológico-mecanicista, tal como lo encontramos en las ciencias
positivistas, tal como lo encontramos en el positivismo del desencantamiento científico del
mundo (por el cual éste no sólo se vuelve "ateo", como decía Max Weber, sino que se
convierte también en un mundo sin alternativa, sin posibilidades y sin futuro) y tal como lo
encontramos en las realidades cosificadas e institucionalizadas de la civilización científica de
la edad moderna, la cual, asimismo, al perder el futuro, corre peligro de perder también su
propia historicidad.
Pero la teología sólo podrá desligarse y disociarse de ello disolviendo ese pensamiento y
esas realidades y esforzándose en situarlas en el movimiento escatológico de la historia. No
podrá liberarse retrocediendo a una glorificación romántica de la realidad. El "tronco" no se
convierte de nuevo en "bosque", la "ciencia histórica" no se transforma otra vez en "historia
sagrada", y las tradiciones de occidente no se convierten de nuevo en contextos inequívocos
en la historia de las tradiciones. La experiencia del mundo como historia apenas resulta
posible reflexionando otra vez sobre la experiencia de la historia como destino con la misma
pasividad con que se sufre el nacimiento y la muerte, o reflexionando sobre la experiencia de
la historia como azar. "El anhelo universal de la razón humana se orienta a aniquilar el azar",
decía acertadamente W. von Humboldt. Los esfuerzos científicos y técnicos de la edad
moderna tienden, al menos a partir de la revolución francesa, a provocar el final de esta
historia, el final de la historia del azar, de la contingencia, de las sorpresas, las crisis y las
catástrofes. Mostrar su propia historicidad a este cosmos científico-técnico que se redondea en
sí mismo no significa mostrarle su propia condición crítica, sino mostrarle, a él y a los
hombres que en él viven, aquella historia que es experimentada en virtud del futuro prometido
de la verdad.
Ambas formas del espíritu —la cosificación del mundo y la subjetividad de la existencia
humana— están fuera de la historia que es experimentada en virtud del futuro de la verdad.
Por ello, para la teología cristiana "historia" no puede significar que ella anuncie de nuevo la
verdad de Dios, en alianza con viejas experiencias de destino y de azar, sino en instalar a ese
mismo mundo en el proceso de la promesa y de la esperanza que empuja hacia adelante. El
problema de la historia se presenta en la "edad moderna" no tanto como diferencia entre la
explicación griega del cosmos y la esperanza histórica de la Biblia, sino como diferencia entre
un quiliasmo científico y técnico, que intenta terminar la historia en la historia, y una
escatología de la historia, que brota del acontecimiento de promesa de la resurrección y para
la cual el "final de la historia" en la "edad moderna" no representa el final prometido y
aguardado, de igual modo que tampoco la "edad moderna" puede ser para ella el "tiempo
nuevo" en el sentido apocalíptico, que es como se entendía esta expresión. El positivismo al
cual Augusto Comte dio originariamente un sentido quiliástico, no puede ser historificado, en
consecuencia, más que trascendiéndolo y superándolo escatológicamente por un nuevo
horizonte de expectación. Entonces quedarán puestas al descubierto su figura y su
significación, así como la finitud de su horizonte de conocimiento.
La teología cristiana puede mostrar su verdad en la realidad del hombre y en la realidad
del mundo que afecta al hombre, aceptando la condición de pregunta propia tanto de la
existencia humana como de la realidad en su totalidad, e introduciéndola en la condición
escatológica de pregunta propia del ser humano y del mundo, abierta por el acontecimiento de
la promesa. "Amenazado por la muerte" y "sometido a la nulidad": ésta es la expresión de la
experiencia universal de la existencia humana y del mundo. "Remitido a la esperanza": ésta es
evidentemente la manera como la teología cristiana asume esas preguntas y las dirige al futuro
prometido de Cristo.
Notas:
1. J. Weiss
2. Weiss pretende ciertamente eliminar de la teología neotestamentaria el pensamiento ritschleano del Reino de
Dios; mas ese pensamiento permanece todavía con firmeza en la teología sistemática y práctica"; 71: "Por
tanto, para el cristianismo actual lo que tiene significado normativo no es la figura escatológica de Jesús,
sino la imagen ideal propia de la tradición liberal, que lo concebía como maestro de sabiduría moral". "La
limitación «histórico-temporal» en la concepción de J. Weiss acerca del significado del motivo escatológico
consiste, pues, en que Weiss reconoce a ese motivo, en la predicación propia de Jesús, tan sólo el signifi-
cado de ser una limitación histórico-temporal".
3. A. SCHWEITZER, Von Reimarus zu Wrede. Eme Geschichte der Leben-Jesu-Forschung, 1906, 322.
4. Ibid., 367. Este pasaje fue eliminado en las ediciones posteriores.
5. Der Romerbrief, 21922, 298.
6. G. Picar, Die Erfahrung der Geschichte, 1958, 42.
7. Así se expresa también G. GLOBGE, en R.G.G. 3 IV, 1611: "Bl concepto de revelación pertenece a la
escatología".
8. Gldllben wid Verstehen, 3, 1960, 1.
9. Gundiagen der Dogmatifc, 1, 1955, 188.
10. Das christiiche Verstdndnis der Offenbarung, nueva serie 12, 1948, Véase también 5: "En su sentido
cristiano, el concepto de revelación signifa manifestación; descubrimiento de una realidad que al hombre le
está oculta no sólo de hecho, sino por principio".
11. Glauben und Verstehen, 3, 1960, 2.
12. Cito por la siguiente edición: I. KAMT, Zur Geschichtsphilosophie (1784-1798), ed. por A. Buchenau, Berlín
1947, 31 s. Para su análisis y critica véase: HANS UBS VON BALTASAR, Prometheus. Stud. zur Geschichte des
deut-schen Idealismus, 1947, 91 s.; J. TAUBES, Abendiandische Eschatologie, 1947, 139 s.; H. A. SALMONY,
Kants Schrift: Das Ende aller Dinge, 1962.
13. L. c., 40.
14. Ibid.
16. L. c., 44. El párrafo completo dice así: "Aquí tenemos que habérnoslas (o que jugar) meramente con ideas
que la razón se crea a sí misma. Ideas cuyos objetos, si los tienen, se encuentran absolutamente fuera de
nuestro campo de visión. Mas aunque son inaccesibles al conocimiento especulativo, no por ello debemos
considerarlas como vacías en todos los aspectos. Pues. es la razón legisladora misma la que nos las
proporciona con una intención y práctica, no para que cavilemos sobre sus objetos, sobre lo que éstos son en
v si mismos y según su naturaleza, sino porque tenemos que pensar sobre ellas a propósito de los principios
morales dirigidos al fin último de todas las cosas, con lo cual tales ideas, que de otro modo serían
completamente vacías, adquieren una realidad práctica, objetiva. De esta manera se abre ante nosotros un
campo libre para dividir este producto de nuestra propia razón, es decir el concepto general de un fin de
todas las cosas, según la relación que guarda con nuestra facultad de conocer y para clasificar las ideas que
le están subordinadas" (los subrayados son míos).
17. Kant: "El yo fijo y permanente (de la apercepción pura) constituye el correlato de todas nuestras
representaciones" (Kr. d. r. Vemunft A 123) (trad. esp.: Crítica de la razón pura 1 y 2. Losada, Buenos Aires
<1961 y '1965). "Así, pues, el tiempo, en el que debe ser pensado todo cambio de los fenómenos, permanece
y no cambia" (Kr. d. r. Vemunft B 225). "El tiempo no es nada más que la forma del sentido interno, es decir
de la intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interno" (ibid., B 49). Sobre esto dice G. PICHT, 1. c.,
40: "El presente constante de la eternidad es el fundamento del concepto de tiempo en Kant... Es la
experiencia religiosa de la teología transmitida en la metafísica, la cual concibe a Dios como lo absoluto, es
decir, como la sustancia inmutable en su presencia eterna".
18. Kritik der reinen Vemunft, B 52.
19. Krítik der praktischen Vemunft, A 174 (trad. española: Crítica de la razón práctica).
20. Ibid., A 72.
21. Ibid., A 191.
22. Ibid., A 74.
23. H. URS VON BALTHASAR, 1. c., 92.
24. Cito por la edición de la "Phllos. Bibttothek", F. Meiner, 62 b, 1962, 3. Obsérvese la referencia polémica,
casi textual, al pasaje de Kant citado en la nota 15.
25. Sobre esto véase G. Rohrmoser, Subjektivitiit und Verdinglichung. Theologie und Geselischaft im Denken
des jungen Hegel, 1961, 75 s.; O. Poc-GELER, Hegeis Kritik der Romantik, Phil. Diss. Bonn 1956; 3. BÍTER,
Hegel und die franzosische Revolution. AGF des Landes Nordrhein-Westfalen 63, 1956.
26. K. JASPERS, Descartes und die Philosophie, 1948, 85.
27. Der Romerbrief, 21922, prólogo VI.
28. IMd., 484.
29. Die Auferstehung der Toten, 1192S, 60.
30. Ibíd., 59.
31. Compárese Der Rümerbrief, '1922, 483, con B. Bultmann, Geschichte und Eschatologie, 1958, 183 s.
32. En Díe Theologie und dte Kirche, Ges. Vortrage, 2, 1928, 240 s.
33. Sobre esto véase, últimamente, th. mahlmann, Das Axiom des Erieb-nisses bei Wllheim Herrmann: NZSTh 4
(1962) 11 s.
34. Gottes Oífentiarung an uns, 1908, 76.
35. Estos son pensamientos y paralelismos que Herrmann sacó de su con tacto con la naciente filosofía de la vida
de Bergson, Simmel y Driesch. Veas th. mahlmanm, 1. c., 29: "La vida se crea su propia justificación
mediante s' acto (ZThK 12 [1912] 75). Que la vida está fundada en sí misma, que tiene su origen sólo en sí
misma, significa, por tanto, que la vida es autoafirmación que realiza continuamente la imposición de si
misma, sin que para ello se posible aducir razones".
36. K. babih, 1. c., 262.
37. Ibid., 264.
38. Ibid., 267.
39. Ibid., 267.
40. BE 16, 592. Citado por th. maiomann, 1. c., 21.
41. ZThK 22 (1912) 73. Citado por th. mahlmamn, 1. c., 35.
42. kabl Barth, 1. c., 269.
43. Das christiiche Verstíindnis der Offenbarung, I,
44. Ibid., 9.
45. Ibid., 13.
46. Christiiche Dogmatifc, 1, 1927, 127, 154 s., 140.
47. KirchKche Dogmatifc, 1. 1, 1932, 323.
48. G. gloege, art. "Offenbarung dogm.", en RGG, 'IV, columna 1611. W. pannenberg, Offenbarung ais
Geschichte, 1961, 14.
49. En Antwort. Festschr. fiir Karl Barth, 1956, 285.
50. Kirchitche Dogmatik, 2, 1, 716; véase también 1, 2, 55 s.
51. Ibid., 2, 1, 716.
52. Ibid., 1, 2, 125 s. También en Kirchiiche Dogmatik, 1, 1, 488 s., "escatológico" puede significar "la relación
con la realidad eterna", y "futuro" significar lo "que viene de Dios a nosotros".
53. O. SCHNÜBBE, Der Existenzbegriff in der Theologie R. Buitmanns, 1959, 82..
54. E. FUCHS, Hermeneutik, 1954, 30.
55. K. BARTH, Rudolf Buitmann. Ein Versuch ihn zu verstehen: ThSt 34 (1952) 47: "¿Se le puede hacer justicia si
no se ve que —mucho antes de que se apropiase el método y los conceptos de Heidegger— él (Buitmann)
pudo aprender, y probablemente aprendió de Herrmann la simplificación, concentración y eticización que le
caracterizan, la antropologización del mensaje y de la fe cristianos, pero también su santo respeto a la
autonomía "profana" del mundo y de su ciencia, y también su repulsa de una justificación por las obras
consistente en considerar como verdaderas cosas que, en realidad, no es posible considerar como tales?"
56. Gteuben und Verstehen, 1, 1933, 2.
57. Ibid., 25.
58. Ibid., 28.
59. Christiiche Weit, 1922, n. 18-22. Ahora en Anfange dialektischer Theologie. 1, ThB 17, 2, 1962, 119 s.
60. Glauben und Verstehen, 1, 1933, 33.
61. Kerigma und Mythos, 2, 1952, 198.
62. Ibid., 187.
63. Sobre la equiparación que Buitmann establece entre la antropología teológica y la antropología de la
subjetividad trascendental véase W. ANZ, Verkiindigung und theologische Reflexión; ZThK 58 (1961) supl.
2, 47 s., especialmente 68 s.
64. Glauben und Verstehen, 3, 1960, 90.
65. Ibid., 3, 102.
66. Philosophie, 2, 1932, 1.
67. Por ejemplo, Kerigma und Mythos, 2, 1952, 192.
68. De civitate Dei, XI, 26. De modo parecido se expresa también en De Kb. arb. II, 3, y en De trinitate, X, 10.
69. Institutio I, 1, 1.
70. WA 40, II, 327 s.
71. DESCARTES, Meditationes de prima philosophia (ed. alemana en Ta-schenausgaben der philos. Bibllothek, 21,
ed. A. Buchenau, 1947, III). Sobre la demostración de la existencia de Dios a base de la conciencia
inmediata de sí, véase la meditación tercera, 27 s.
72. Wort und Glaube, 1960, 441 s. En 366 se ofrece una argumentación detallada de hasta qué punto el
análisis integral de la realidad que hoy aboca al resultado de la percepción del "radical carácter de
pregunta propio de la realidad", coincide con la empresa de las denominadas pruebas de la existencia de
Dios. Pero Ebeling restringe inmediatamente esa analogía: "A nosotros nos parece que el problema de la
verdadera trascendencia aflora en un lugar completamente distinto de aquel en que lo han fijado las
llamadas pruebas tradicionales de la existencia de Dios: no en la cuestión del primum movens, o de cosas
parecidas, sino en los problemas referentes al ser personal, tales como el problema del sentido, el
problema de la culpa, el problema de la comunicación, etc." Pero estos problemas que afloran en el ser
personal no son "completamente distintos" de los que plantea la experiencia del mundo.
73. Glauben und Verstehen, 3, 1960, 2.
74. Ibid., 30.
75. Ibid., 21.
76. Ibid., 23.
77. Ibid., 29.
78. Ibid., 29: "En Jesús no apareció una luz distinta de la que resplandecía ya desde siempre en la creación. A la
luz de la revelación de redención el hombre no aprende a entenderse de manera distinta a como debía
entenderse ya desde siempre a la vista de la revelación dada en la creación y la ley. a saber, corno criatura de
Dios".
79. Ibid., 26: "Por tanto, existe una «revelación natural»... Pero... el saber acerca de ella no es saber acerca del
mundo, una intuición teísta de Dios, sino que es un saber del hombre acerca de sí mismo".
80. Ibid., 26. Véase también Das Evangelium des Johannes, "1952, 27 s.
81. Glauben und Verstehen, 3, 121: "...su permanente futuricidad es su ultramundanidad"; 3, 165: "...el Dios de
la historia... el Dios que está viniendo siempre". Das Urchristentum im Rahmen der antiken Religionen,
WSi, 228: "La apertura de la existencia cristiana no acaba nunca".
82. Ya J. Schnlewind vio esto y lo criticó. KuM, I, 100 s., 103: "Cuando se entiende por «actitud escatológica»
una vida que se alimenta de lo invisible, de lo indisponible, se concibe con demasiada amplitud el concepto
de lo escatológtco, pues entonces coincide con el concepto de la religión en cuanto tal"; 105: "La escatologia
pregunta por el eis tí, pregunta por el telos, por el sentido y la meta de este transcurso temporal, pero no por
un presente eterno".
83. G. EBELING, Das Wesen des christiichen Glaubens, 1959, 68, 72; Wort und Glaube, 1960, 311. Esto no le
impide entender la fe como "fe referida esencialmente al futuro" (248) y decir: "...la fe es futuro" (Wesen
des christi. Glaubens, 231). Mas este futuro de la fe que aparece sólo en la reflexión sobre la dimensión de
la te misma, es entendido como "futuro puro" (es decir no mediado), o como "futuricídad". Con ello, sin
embargo, la fe como esperanza se eterniza. Futuro en cuanto futuricidad y esperanza en cuanto esperar se
convierten asi en dimensiones o en dilataciones ex-státicas del "ahora de lo eterno". Véase Theologie und
Verkündigung, 1962, 89 s., y la crítica de H. SCHMIDT, Das Verhaltnis von neuzeitlichen
WirkUchTceítsverstandnIs und christiichem Glauben in der Theologie G. Ebelings: KuD 9 (1963) 71 s.
84. G. SCBBENK, Gottesreich und Bund im alteren Protestantismus, vor-nehmiich bei J. Coccejus, 1923; GR.
MOLLEB, Foderalismus und Geschichtsbe-trachtung im 17 und 18 Jh.: ZKG, serie tercera, 1, volumen L
(1931) 397 s.; J. MOLTMANN, J. Brocard ais Vorlaufer der Reich-Gottes-Theologie: ZKG, serie cuarta, IX,
volumen LXXI (1960) 110 s.; G. WETH, Die Heilsgeschichte, 1931; F. W. KANTZENBACH, Vom
Lehensgedanken zum Entwickiungsdenken vn der Theologie der Neuzeit: ZRGG 15 (1963) 55 s.; E. FÜLLING,
Geschichte ais Offenbarung, 1956. Para una recensión crítica véase K. G. STECK, Die Idee der
Heilsgeschichte. Von Hofmann-SchIatter-Cullmann: ThSt 56 (1959). La observación final de Steck, que
dice que hoy debemos repensar la afirmación de Fichte: "Sólo lo metafísico, y no, en modo alguno, lo
científico-histórico nos hace felices; esto último noe hace únicamente razonables", me parece que no apunta
ninguna solución si tenemos en cuenta el contexto en que se encuentra esa frase en Fichte.
85. Recordemos tan sólo el sorprendente paralelismo existente entre qut-Uasmo pietista y quiliasmo ilustrado;
recordemos a Bengel y Lessing, Chr. Crusius y Oetinger, Herder y Menken, Hegel y von Hofmann, Rothe y
Blum-hardt. Sobre esto véase FB. GEBLICH, Der Kommunismus ais Lehre von Tau-fendjUhligen Reich, 1921.
86. W. A. HAUCK, Das Geheimnis des Leben. Naturanschauung und Gottes-auffassung F. Chr. Oetinger, 1947.
87. Frühschriften, ed. por Landshut, 1953, 350. Véase también 330: "Entre las propiedades innatas de la materia,
el movimiento es la primera y la más destacada, no sólo como movimiento mecánico y matemático, sino aún
más como impulso, espíritu vital, fuerza expansiva, como tormento de la materia —para emplear la
expresión de BBhme—. ...En su ulterior evolución, el materialismo se vuelve unilateral... La sensibilidad
pierde su flor y se convierte en la abstracta sensibilidad del geómetra. El movimiento físico es sacrificado al
movimiento mecánico o matemático. El materialismo se vuelve hostil al hombre", porque, como se dice en
otros lugares (338, 346, 354), "se excluye a sí mismo de la historia". Esta lucha romántica de Marx contra el
materialismo sensible de Feuerbach y contra el materialismo abstracto de las ciencias naturales se repitió
prácticamente, durante la revolución rusa, en el conflicto entre Trotzki y Stalin. Trotzkl no concebía al
revolucionario como "ingeniero del poder", sino como "médico" en el proceso vital del organismo social.
Este conflicto se repitió teóricamente en la discusión entre G. Lukács, K. Korsch y Lenin.
88. Citado por G. WBIH, 1. c., 97.
89. R. ROTHE, Zur Dogmatik, 1863, 59.
90. Ethifc, 1867, 570. Véase también A. E. BIEDERMANN, ChristKche Dogma.-tifc, 1884, 987.
91. R. ROTHE, Vortrdge, 1886, 21.
92. Glaubenslehre, 1925, 49.
93. Véase además: W. PANNENBEBG, Heilsgescbehen und Geschichte: KuD 5 (1959) 218-237, 259-288; R.
RENDTORFF, "Offenbarung" im Alten Testament: ThLZ 85 (1960) 833-838; KL. KOCH, S-patisraelitisches
Geschichtsdenken: HistZ (agosto 1961); W. PANNENBEBG, Hermeneutik und Universalgeschichte: ZThK 60
(1963) 90 s.; R. RENDTOBFF, Geschichte und Wort im Alten Testament: Ev. Th 22 (1962) 621 s.
94. Offenbarung ais Geschichte, 1. c; 15.
95. IMd., 17.
96. R. RENDTORFF: ThLZ, 1. e., 836.
97. Offenbarung ais Geschichte, 95.
98. Ibid., 104.
99. Ibid., 98, 104 s.
100. Sobre la utilización del método regresivo, del método de conducir hacia atrás, véase W. PANNENBERG, Die
Aufnahme des philos. Gottesbegriffs ais dogmatisches Problem: ZKG 70, 1959, 11; ID., Heilsgeschehen und
Geschichte, 1. c., 129; ID., Offenbarung ais Geschichte, 104. Este procedimiento regresivo presupone una
vinculación fija de Dios con la historia, sobre cuya base se puede concluir de ésta a aquél. Como éste es
también el fundamento de la prueba cosmológica de la existencia de Dios, la "historia" es entendida aquí
como teofanía indirecta, de igual modo que lo fue, en su tiempo, el cosmos en la cosmología griega. Pero
puede preguntarse si la historia, entendida en este sentido, es entendida bíblicamente.
101. Heilsgeschehen und Geschichte, 1. c., 222.
102. G. W. F. HEGEL, Grundiinien der Philosophie des Rechtes, ed. por J. Hoffmeister, Berlin «1956, prólogo 17.
103. J. ROBINSOK, Heilsgeschichte llltd Ltchtungsgeschtchte: EvTh 22 (1962) 116, habla hecho ya una
observación critica sobre el tema.
104. En esto tiene razón H. G. GEYEB, Geschichte ais tíleologisches PTO-Mem: EvTh 22 (1962) 103, cuando dice:
"Un factum, en cuanto factum ya acabado, ha tenido su tiempo, y la conciencia correspondiente a él es el
recuerdo y la forma metódicamente desarrollada de saber científico-histórico propia de éste; en cambio, la
promesa tiene todavía su tiempo ante si". De todas maneras, también se da esperanza en el modus del
recuerdo y como acontecer histórico que aún tiene ante si su futuro. Sólo que esto tendría que ser formulado
con un concepto nuevo de recuerdo y de saber científico-histórico. Véase J. MOLTMANN, Verkilndigung ais
Problem der Escógese: MPTh 52 (1963) 24 s.; K. BAHTH, Rcirnerbrief, 21922, 298: "Lo que no es esperanza
es cepo, trampa, traba, algo pesado y esquinado como la palabra realidad; no libera, sino que aprisiona". E.
BLOCH, Das Prinztp Hoffnung, 1, 1959, 242: "El factum es una materia leñosa, ajena a la historia".
105. W. PAKNENBERG, Heilsgeschehen und Geschichte, 1. c., 287.
106. Este giro lo subrayan de manera especial W. Pannenberg y R. Bend-torff en sus artículos publicados en
Studien zur Theologie der alttestamentli-chen Vberlieferungen, 1961.
107. W. PANMENBERG, Offenbarung ais Geschtchte, 1. c., 112.
108. Offenbarung ais Geschichte, 1. c., 112.
109. W. PANNEMBEBG, Studien ZUT Theologie der alttestamentlichen Ober-Ueferungen, 1961, 139. ,
110. Theologie und Verkündigung, 1962, 55.
111. Véase el voto dado por J. Ritter en la discusión sobre la coníerencia de J. PIEPER, über den Begriff der
Tradition: AGF NRW 72 (1958) 45 s.
112. Offenbarung ais Geschichte. 1. c., 104, nota 17.
113. G. W. F. HEGEL, Glauben und Wissen, Philos. Bibl., 62 b. F. Meiner, 1962, 123 s.
114. K. BARTH, Kirchiiche Dognzatilc, 4, 3, 377: "El mismo sale aquí a nuestro encuentro como el Viviente,
también en el sentido concreto, de que... está, precisamente aquí, en movimiento, está en el camino que le
corresponde como mediador humano-divino, está yendo desde su comienzo hacia la meta que ha sido ya
acordada y señalada... Como revelador de su obra, él mismo no está todavía en su meta, sino que, más bien,
se adelanta hacia ella: va desde su comienzo en la revelación de su vida, hacia la meta de su revelación —no
acontecida todavía— de la vida —incluida en la suya— de todos los hombres, de toda criatura, de su vida
como nueva creación en una nueva tierra y bajo un nuevo cielo". Mientras que, en la doctrina barthiana de la
revelación el acontecimiento de la resurrección se encuentra bajo el signo del "puro presente de Dios", en su
doctrina de la reconciliación viene a estar bajo el signo de la "anticipación" de la revelación y consumación
universales.
115. Ibid., 378.
116. Ibid., 385.
117. H. J. IWAND, Nachgelassene Werfce, 1, Glauben und Wissen, 1962, 290 s.
118. G. W. F. HJSGBL, Phiinomenologie des Geistes, ed. por J. Hoffmelster, PhB, 114, 1949, 29 y 15 (trad. esp.:
Fenomenología del espíritu. Fondo de cultura económica. México - Buenos Aires 1966).
119. E. BLOCH, Das Prinzip Hoffnung, 1, 1959, 225.
1. EVANGELIO Y PROMESA
Al preguntar por el modo como el nuevo testamento entiende la revelación de Dios,
tropezamos con el hecho —que ya conocemos por el antiguo testamento— de que falta un
concepto inequívoco de revelación. Por ello, también en este caso lo que en el nuevo
testamento se entiende por revelación no debemos entenderlo nosotros a base del
contenido y del sentido originario de las palabras utilizadas, sino tan sólo a base del
acontecimiento a que tales términos se aplican aquí. El acontecimiento al que en el nuevo
testamento se aplican las expresiones que significan "revelar" es el que nos transmite ese
dinamismo único y peculiar propio del mesías y de una historia de promesa. En un primer
momento podemos expresar la impresión general diciendo que con la cruz y con la
resurrección de Cristo comienza a moverse hacia la humanidad la revelación única de
Dios, la gloria de su dominio, que encierra justicia, vida y libertad [1]. En el evangelio del
acontecer de Cristo, ese futuro es ya un presente en las promesas de Cristo. El evangelio
anuncia la irrupción actual de ese futuro; y así, a la inversa, ese futuro se anuncia en las
promesas del evangelio. La predicación de Cristo nos sitúa, por tanto, en un acontecer de
revelación, que contiene la cercanía del Señor que ha de venir. Con ello vuelve "histórica"
la realidad del hombre y pone históricamente en juego esa realidad.
La tendencia escatológica de la revelación de Cristo se pone de relieve en el hecho de
que la palabra de revelación es a la vez evangelion y epangelia. J. Schniewind tiene razón
al afirmar que la epangelia es en la teología paulina el "complemento del evangelio" 2. El
evangelio de la revelación de Dios en Cristo corre, por ello, peligro de resultar incompleto
y de quedar pervertido en absoluto, si no se tiene en cuenta en él la dimensión de la
promesa. También la cristología se corrompe cuando no se ve que en ella la dimensión del
"futuro de Cristo" es uno de sus elementos constitutivos.
Mas ¿de qué modo es anunciada en el nuevo testamento la "promesa", en
contraposición a la historia veterotestamentaria, que es una historia de promesa? ¿De qué
modo se hace valer, en el nuevo testamento, el horizonte de futuro de la promesa, en
contraste con las ideas propias de las religiones mistéricas del helenismo?
En la dogmática cristiana se ha intentado acceder a la cristología por distintos
caminos. Aquí vamos a destacar dos de los proyectos fundamentales que se han hecho,
para mostrar mediante ellos en qué consiste el problema.
A partir de la formación griega de la dogmática cristiana, se ha accedido de ordinario
al misterio de Jesús desde la idea general de Dios propia de la metafísica griega: el Dios
único, al que todos los hombres buscan en base a su experiencia de la realidad, ha
aparecido en Jesús de Nazaret; ya sea que la Idea eterna, suprema, de lo bueno y de lo
verdadero ha encontrado en él su más perfecto maestro, ya sea que el Ser eterno, el origen
de todas las cosas, se ha encarnado en él y ha aparecido en el mundo de lo caduco, de lo
mortal, de lo que está disperso en lo múltiple. El misterio de Jesús es así la encarnación del
Ser único, eterno, originario, verdadero e inmutable, divino. En la cristología de la vieja
iglesia, este camino fue recorrido de múltiples maneras. Por ello sus problemas se
derivaban del hecho de que se identificaba al Padre de Jesucristo con el Dios único de la
metafísica griega, adjudicando a aquél los atributos de este Dios. Pero si se considera que
la divinidad de Dios consiste en su inmutabilidad, en su inalterabilidad, en su incapacidad
J. Moltmann, Teología de la esperanza 56
2. EL DIOS DE LA PROMESA
Si tenemos en cuenta este acceso a la cristología, entonces posee una importancia
especial el hecho de que en el nuevo testamento Dios sea conocido y designado como el
"Dios que hace la promesa".
La esencia de Dios no consiste en que sea absoluto en sí, sino en su fidelidad, con la
cual se identifica y se revela como "el mismo" en la historia de su promesa. Su divinidad
reside en la constancia de su fidelidad, que se torna digna de fe en la contradicción de
juicio y gracia. Así, pues, la palabra que revela a Dios tiene fundamentalmente el carácter
de promesa, siendo, por ello, de naturaleza escatológica. Se encuentra asentada y está
abierta al acontecimiento de la fidelidad de Dios. Esa palabra nos coloca en un camino
cuya meta nos muestra y nos garantiza con su promesa. Esa palabra sitúa al que la recibe
en una diferencia y en una enemistad insalvables con respecto a la realidad actual de este
mundo. Justifica la esperanza y la crítica y aguarda la perseverancia en la esperanza.
De aquí se deduce un conocimiento de Dios radicalmente distinto del conocimiento
del Zeos epifanes, que aparece en el ámbito de las religiones de epifanía, de las religiones
mistéricas del helenismo y, finalmente, de la metafísica griega, aunque de facto en el
nuevo testamento aparezcan sincretismos por todas partes. En consecuencia, la vida,
actuación, muerte y resurrección de Jesús son narradas no según el criterio de la aparición
de los dioses de epifanía, sino con las categorías de expectación propias del Dios que hace
J. Moltmann, Teología de la esperanza 58
promesas. Jesús no es un Zeios anep, aunque nociones de ese tipo sean utilizadas en
múltiples capas de la tradición. Los evangelios no son leyendas cultuales, sino que ofrecen
un recuerdo histórico bajo los auspicios de una esperanza escatológica, aunque también en
ellos sea posible encontrar rasgos propios de las leyendas cultuales. El lenguaje cristiano
acerca de la misión no es el lenguaje de una revelación gnóstica [4], aunque también en
ocasiones se utilice ese modelo.
Así, pues, aunque el cristianismo se encuentra en medio de la vida religiosa de su
tiempo, la fe de epifanía puede influir en él, por lo pronto, sólo como elemento formal de
la expresión. Pues se encuentra bajo la protección de la idea veterotestamentaria de Dios,
la cual aguarda la acción única y total de Dios en el mundo [5].
La palabra Epavelia procede del vocabulario helenístico . En él se emplea de manera
general para designar promesas, votos, compromisos que los hombres contraen con sus
dioses. Evidentemente aquí no se conoce que Dios es el "Dios que hace la promesa". En lo
referente al vocabulario parece faltar una pre-historia del mismo en el antiguo testamento,
aunque propiamente esa prehistoria está anticipada únicamente en las tradiciones
veterotestamentarias.
Del judaísmo recibió Epavelia su peculiaridad como palabra de revelación de Dios en
la historia de la salvación.
Desarrollóse aquí una teología de las promesas de Dios, y ello tanto en la teología de
la Thorá rabínica como en las tradiciones apocalípticas. Si en la primera la promesa
designa la suerte prometida del justo y está ligada a la justicia de la Thorá, en las segundas
designa, dentro del contexto de elección y ley, el "mundo futuro" en contraposición a este
mundo, que no puede ser la base de lo que le está prometido al justo. En ambas tradiciones
se conoce a Dios como el Dios que hace la promesa y cuya fidelidad garantiza su
cumplimiento.
De igual manera que, para los rabinos y para la apocalíptica, en el foco de su interés
por la promesa, la ley y la justicia de Dios se encuentra la figura de Abraham, en cuanto él
es el modelo del justo, también Pablo coloca esa misma figura en el centro de su
interpretación del evangelio y la promesa 8. Sin embargo, su recurso a Abraham como
"padre de la promesa", frente a Moisés y la ley, se encuentra basado en el hecho de que
para él el acontecimiento de Cristo no es una renovación del pueblo de Dios, sino que da
vida a un "nuevo pueblo de Dios", compuesto de judíos y gentiles. La disputa de Pablo con
el cristianismo judaico trata, sin duda, de la ley y el evangelio, pero propiamente gira en
torno a la promesa. Para Pablo Cristo es, sí, el "final de la ley" (Rom 10, 4), pero no es el
final de la promesa; antes bien, es el renacimiento de ésta, su liberación y puesta en vigor.
Pablo fusiona las promesas tradicionales de Abraham con la promesa de la vida, e,
indudablemente, no entiende ya "vida" en el contexto de tierra, fecundidad y
multiplicación, sino como "vida salida de la muerte" (Rom 4, 15. 17). Al igual que para el
judaísmo, también para Pablo es seguro que Dios mantiene sus promesas. Sin embargo, es
nueva la justificación de esta confianza: el cumplimiento de la promesa de Dios es posible
porque Dios tiene el poder de resucitar a los muertos y de llamar al ser a lo que no existe;
el cumplimiento de la promesa de Dios es seguro porque Dios resucitó a Cristo de entre los
muertos. Por ello, la falta de confianza y la duda de que Dios tiene voluntad de cumplir su
promesa, es un ataque al honor de Dios. La incredulidad es duda de la veracidad de Dios,
duda de su omnipotencia y su fidelidad (Rom 4, 20). La incredulidad no permite que Dios
sea Dios, pues duda de su fiabilidad, que garantiza sus promesas. Pablo ve evidentemente
la figura concreta de semejante incredulidad en la teología de la justicia propia de la Thorá,
en la cual la fuerza de la promesa para ser cumplida está ligada al cumplimiento de la ley.
Mas si la promesa de Dios está ligada a la ley, entonces la promesa queda desvalorizada:
no se apoya ya en la fuerza del Dios que la hace, sino en la fuerza del hombre que obedece.
Pero la cólera de Dios se manifiesta sobre todos aquellos que no cumplen la ley o que la
infringen.
Por ello ley y promesa se excluyen, lo mismo que se excluyen la gloria basada en las
obras de la ley y la gloria de Dios, que justifica a los pecadores y resucita a los muertos. La
ley no tiene en sí la fuerza de la vida prometida ni la fuerza de la resurrección, sino que
pone al descubierto la vida para la muerte, llevando aquélla a ésta. La ley no tiene en sí la
fuerza de la justificación, sino la fuerza de descubrir los pecados y de exagerarlos. Pues, en
la figura de la ley, la promesa ha quedado sin vigor. Así como para Pablo la justificación
del impío y la vida basada en la resurrección de entre los muertos son dos cosas que van
unidas, así también van juntas para él la justicia de la ley y la puesta en vigor —en la
resurrección de Cristo— de la promesa. "Pues si son herederos los de la ley, se ha vaciado
la fe y se ha desvalorado la promesa" (Rom 4, 14). Si, a la inversa, es Dios quien pone en
vigor la promesa, entonces la promesa otorga justicia por fe.
Por ello se dice "por fe", para que sea según gracia, y a fin de que la promesa sea
firme (pepaíav) a toda la posteridad, no solamente a la que está bajo la ley, sino también a
aquella que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (Rom 4, 16).
La promesa no sería ya la promesa de Dios, que da vida a los muertos y que hace ser
lo que no existe, si tuviera algo que ver con la ley. "Si la herencia viene de la ley, entonces
no viene ya de la promesa" (Gál 3, 18). Si se quisiera alcanzar la herencia de la promesa
mediante el cumplimiento de la ley, se perdería esa herencia, pues Dios concedió su gracia
a Abraham por medio de la promesa (Gál 3, 18). Por ello, los herederos de la promesa y los
hijos de Abraham son en verdad aquéllos que, en la fe en Cristo, son hechos partícipes de
la promesa (Gál 3, 29). Pues por medio del evangelio son hechos los pueblos partícipes de
la promesa en Cristo (Ef 3,6).
Resulta fácil ver cómo aquí el evangelio, en su antítesis respecto a la ley, es referido
a la promesa. Pablo no utiliza a Abraham como una figura modelo de su nueva manera de
entender la justicia por fe; cuando el evangelio de la resurrección del Cristo crucificado y
la Thorá se disputan la herencia de Abraham, lo que está en juego es "la fuerza de la
promesa". Cristo es el "final de la Thorá" (Rom 10, 4) ; mas para Israel Cristo está ahí "por
razón de la veracidad de Dios, para poner en vigor las promesas de los padres" (Rom 15,
8). Si los verdaderos herederos de Abraham, padre de la promesa, son aquéllos a propósito
de los cuales la promesa de Abraham se manifiesta —en el acontecimiento de Cristo— en
la fuerza del Dios que justifica y que crea la vida sacándola de la muerte, entonces la
primacía histórico-" salvífica de los judíos sobre los gentiles desaparece. Lo que se
prometió a Israel, está prometido ahora a todos los que creen, tanto judíos como gentiles.
La promesa no es ya exclusiva, sino que se vuelve inclusiva. Se torna universal.
Esta universalización de la promesa se debe a que deja de estar envuelta y abrazada
por la ley y la elección de Israel. Si en la fuerza de Dios, tal como ésta se manifiesta en la
resurrección del crucificado y, consiguientemente, en la justificación y llamada de los
impíos, la promesa se ha liberado de todo presupuesto —por gracia, y no por la ley—,
entonces se ha liberado también de sus límites y, por ello, vale "sin diferencia". Así, pues,
si en el acontecimiento de Cristo ocurre la puesta en vigor de la promesa, .esto significa
nada menos que en Cristo la promesa ha sido hecha verdadera merced a la fidelidad y la
veracidad de Dios; ha sido hecha verdadera de un modo total, inviolable, para siempre y
para todos. Nada se opone a su cumplimiento, pues los pecados están perdonados en Cristo
(Heb 9, 15). Entre esta puesta en vigor de la promesa —que ha ocurrido de una vez por
J. Moltmann, Teología de la esperanza 60
3. PABLO Y ABRAHAM
¿Cómo debemos imaginar la conexión existente entre evangelio y promesa, y, con
ello, en un sentido más amplio, la relación del nuevo testamento con el antiguo? Dos
concepciones se ofrecen aquí, dos concepciones que se contradicen de un modo radical. Se
puede entender la continuidad en el marco de una concepción de la historia concebida
como historia de salvación [11]. Y se puede entender la discontinuidad en el marco de una
interpretación existencial del evangelio [12]. Ambas concepciones utilizan unos conceptos
de historia con los cuales resulta muy difícil aprehender las múltiples perspectivas desde
las cuales aclara Pablo la relación existente entre el evangelio, por un lado, y la ley y la
promesa, por otro.
Para una concepción de la continuidad basada en una historia de salvación o de
elección —entiéndanse éstas del modo que se quiera—, el evangelio es concebido como
cumplimiento o consumación de la historia anterior. Por ello no es lícito tomar el
acontecimiento de Cristo como un hecho aislado en sí. Para resultar inteligible en su
sentido de salvación escatológico-universal, el evangelio necesita del testimonio de aquella
historia de la cual es consumación. Sólo mediante el testimonio de la "Escritura" del
antiguo testamento manifiesta el evangelio que el acontecimiento de Cristo es el
cumplimiento de la historia de elección de Dios. Esto se realiza no sólo convirtiendo el
acontecimiento salvífico del nuevo testamento en hilo conductor de la interpretación del
antiguo, sino también, a la inversa, haciendo del acontecimiento salvífico
veterotestamentario el criterio para entender el acontecimiento de Cristo. Es verdad que
Pablo situó la promesa hecha a Abraham en el antiguo testamento dentro de un horizonte
escatológico-universal; el "país" quedó convertido en mundo, y la "semilla" o
descendencia de Abraham pasó a ser todos los pueblos [13]. Pero esta interpretación nueva
debe mostrar que ella constituye la verdad de la cosa que se pretende interpretar. La
interpretación cristiana de Abraham tiene necesariamente que reclamar que "este comienzo
de la historia de elección, iniciado con la promesa de Dios y la fe de Abraham, apunta
esencialmente hacia su final como a su cumplimiento" [14]. De aquí se sigue, por un lado,
una intelección, basada en la "historia de la elección", del cumplimiento que se da en el
acontecimiento de Cristo y, por otro lado, una intelección "esencial" del sentido de esa
historia, es decir una intelección que desde el final de la historia resulta evidente y que se
encuentra "en verdad" a la base del acontecimiento de Abraham. Con ello el
acontecimiento de Cristo se encuentra situado dentro de una historia determinada, cuya
esencia y cuya verdad lo revelan como su cumplimiento. La fe cristiana se basa en la
historia; ella misma está en la historia y se fía de ella. Fe e historia son dos realidades que
van juntas. La fe no es una posibilidad de cada individuo y, por lo mismo, una posibilidad
universal, sino que se siente obligada a una determinada historia de elección y es una
confianza concreta en el futuro obrar de Dios.
Lo que aquí se afirma como continuidad —basada en la historia de salvación o de
elección— desde Abraham hasta Cristo, es, sin ninguna duda, algo que noéticamente sólo
resulta accesible desde el acontecimiento de Cristo. La explicación y apropiación de la
promesa de Abraham en la fe cristiana no puede presentarse, sin embargo, como visión de
una conexión "esencial" de Abraham con Cristo. La fe cristiana no es una visión esencial
de la historia, una visión que penetra con su mirada más allá de las expresiones temporales
y concretas de la tradición veterotestamentaria. Lo "nuevo" del nuevo testamento no
resulta inteligible ya por el mero hecho de mostrar la esencia y la verdad del antiguo
testamento. La continuidad no se deja determinar ya por una esencia de la historia, que se
hace evidente a partir del final.
En cambio, para una interpretación existencial de la discontinuidad, la "historia" es
trasladada desde el horizonte de aclaración de la promesa al horizonte de la ley. La historia
se convierte aquí en la síntesis de la existencia sometida a la ley, del hecho de tener el
hombre que entenderse a sí mismo a partir de sus obras, y, en analogía con esto, a partir de
conexiones aseguradas, comprobables, de la historia. La "historia" es entendida aquí como
un poder de generación. Se convierte en la síntesis de la caducidad y de la degeneración.
Se transforma en el ámbito propio de las cosas que el hombre tiene a mano, de las cosas
que se pueden calcular, comprobar de manera objetiva, de las cosas de que se puede
disponer. Todas las concepciones de la historia que nos proporcionan conexiones
abarcables con la mirada, pertenecen, pues, por principio, al ámbito del pensar deficiente,
del pensar objetivante. Por ello, entenderse el hombre a sí mismo a partir de la historia
equivale a entenderse a partir del mundo.
Si la historia es entendida así desde la ley, entonces la fe y la historia no marchan
J. Moltmann, Teología de la esperanza 62
promesa hecha antes interroga por el futuro existente en el pasado. Está dominado por
aquella expectación que es inaugurada por la puesta en vigor y la liberación escatológicas
de la promesa. Se recuerda la promesa de Abraham para predicar el evangelio de Cristo a
judíos y gentiles, y para llamarlos a formar el nuevo pueblo de Dios. Por ello, ese recuerdo
pertenece necesariamente a la predicación del evangelio. A este modo de recordar las
promesas hechas, y a esta esperanza que aparece en el modus del recuerdo, no se les
plantea ya la alternativa de una conexión histórico-salvífica testificada por la historia, y de
indemostrables proyectos de fe, orientados hacia adelante y engendrados por la fe
subjetiva. Las promesas hechas son asumidas en el propio futuro escatológico, abierto por
el evangelio, y son así introducidas en un espacio lleno de amplitud. No se interpreta la
historia pasada. No nos emancipamos de la historia en general, sino que nos introducimos
en la historia definida desde el es-chaton prometido y garantizado, y de ella esperamos no
sólo el futuro del presente, sino también el futuro del pasado.
4. LA ESCHATOLOGIA CRUCIS
Y EL PRIMITIVO ENTUSIASMO CRISTIANO DEL CUMPLIMIENTO
El carácter de promesa propio del evangelio es algo que puede ponerse de manifiesto
no sólo a base del vocabulario usado principalmente por Pablo y por la carta a los hebreos.
Con mayor claridad se muestra incluso en los conflictos en que Pablo se vio implicado con
diferentes tendencias del cristianismo primitivo. Mientras el cristianismo permaneció en el
ámbito del judaísmo apocalíptico, que aguardaba al mesías, le resultaba obvio y natural el
entender en sentido escatológico tanto el acontecimiento de Cristo como el evangelio. Sólo
que precisamente también aquí el cristianismo permanecía dentro de los límites de las
expectaciones judías y se concebía a sí mismo como el "pueblo de Dios renovado",
afirmándose que el evangelio era la "alianza renovada" de Israel.
Fue el paso dado hacia los gentiles el que forzó a entender el evangelio de un modo
nuevo. El evangelio muestra su eficacia en la medida en que justifica a los impíos y llama
a los gentiles al Dios de la esperanza. La iglesia, que se compone aquí de judíos y de
gentiles, no puede ser ya concebida como el "renovado pueblo de Dios", sino tan sólo
como el "nuevo pueblo de Dios". Mas esta transición a un terreno extraisraelita, al terreno
helenístico, hizo surgir problemas nada pequeños. Ya no se podía entender a la iglesia
como sinagoga cristiana; mas por otro lado acechaba el peligro de entenderla erróneamente
como una religión mistérica cristiana. Se plantea la cuestión de qué es lo que impide al
cristianismo presentarse a sí mismo como religión mistérica cristiana dentro del helenismo.
¿Qué fue lo que, en su herencia, se opuso y resistió a semejante asimilación?
La intelección de la fe cristiana como una religión mistérica la encontramos de
manera palpable en aquel entusiasmo helenístico al cual se enfrenta Pablo en Corinto [18].
Sin embargo, también los diferentes himnos y fragmentos de confesiones que aparecen en
las cartas paulinas y deuteropaulinas muestran que ideas semejantes constituyeron
presumiblemente nociones básicas de toda la cristiandad que vivía en el ámbito de
influencia de las religiones mistéricas helenísticas. Trátase aquí del influjo que sobre el
cristiano ejerció la piedad de epifanía de aquella época, piedad de la que puede decirse lo
siguiente:
Como el hombre mítico vive tan sólo para el presente, la epifanía es para él ya
cumplimiento. A ese hombre le es ajeno un pensamiento escatológico [19].
El influjo de esa piedad aparece no sólo como elemento formal en el modo de
presentarse el cristiano a sí mismo en el ámbito helenístico, sino que penetra totalmente en
el modo de entender el acontecimiento de Cristo. Este puede ser entendido aquí, de una
manera completamente a-escatológica, como epifanía del presente eterno en la figura del
Kyrios cultual que muere y resucita. Pero entonces la manifestación de verdad
χα τ α τ α ζ γ ρ α ρ α ζ es sustituida por la epifanía cultual como
manifestación de sí misma en un sentido intemporal. Al ser el hombre bautizado en la
muerte y la resurrección de Cristo, se ha alcanzado ya la meta de la redención, pues en el
bautismo la eternidad es presente sacramental. El que, en la fe, participa de esto es sacado
del reino de la muerte, de los poderes y del viejo eón de la caducidad, y trasladado al reino
eterno-presente de la libertad, de la vida celestial y de la resurrección. Ese hombre no tiene
que hacer ya otra cosa que representar en la tierra su nuevo ser, su ser celeste en libertad.
En el presente sacramental y pneumático de Cristo se les ha otorgado ya, a los que reciben
al sacramento, la resurrección de entre los muertos, la cual es para ellos presente eterno. El
cuerpo terreno y las circunstancias mundanas se desvanecen para ellos, convirtiéndose en
una apariencia inesencial; la libertad celestial hay que demostrarla no prestando atención a
esa apariencia [20].
Como muestra perfectamente 1 Cor, entre estos cristianos paganos está en boga una
intelección integral de la tradición, cuyo marco de ideas no es —como en Pablo mismo—
la primitiva escatología cristiana de la antigua tradición judía, sino, evidentemente, la idea
helenística de epifanía. Partiendo de aquí, todas las vivencias y todos los pensamientos
religiosos están de tal manera orientados al suceso presente y actual del espíritu como
actualización epifánica del Kyrios exaltado, que los contenidos de la tradición que tenía
una orientación escatológica quedan incluidos en este aspecto total [21].
¿Cuál es la relación existente entre esta religión mistérica cristiana que aquí hemos
brevemente delineado y las expectaciones apocalípticas del primitivo cristianismo, las
cuales nacían del enigma y de la pregunta abierta que eran las apariciones de Jesús en
pascua? ¿Existían ya en la apocalíptica originaria condiciones de posibilidad de
transformarse en la piedad de epifanía propia de las religiones mistéricas helenísticas?
¿Continuó siendo la religión mistérica helenística, al cristianizarse, aquello mismo que
había sido en su origen?
No cabe duda de que el entusiasmo de la religión mistérica cristiana tiene su
presupuesto en un entusiasmo apocalíptico propio de la cristiandad primitiva, entusiasmo
que creía poder conocer, en la experiencia del espíritu, el cumplimiento de promesas
largamente aguardadas. Este entusiasmo apocalíptico, no helenístico, que surgió en la
conciencia de vivir en la época de cumplimiento de las promesas divinas, se encontró de
todos modos en condiciones de identificar posteriormente este cumplimiento con la
epifanía intemporal del presente eterno de Dios. Se encontraba teológicamente en
condiciones de traducir las originarias expresiones teleológico-temporales del
cumplimiento de promesas, a lo típico intemporal de la presencia de lo eterno. Con ello se
encontraba, a la inversa, en condiciones de ofrecer al presente eterno, buscado por los
griegos en los cultos mistéricos, el culto cristiano como el presente verdadero de lo eterno.
Se trata, pues, de un proceso recíproco, que, de un lado, podía presentar su resultado como
"escatología presentista", pero, por otro lado, también, como "presencia de la eternidad".
La escatología entusiástica del cumplimiento se podía presentar a la manera griega, y a su
vez la idea griega de la presencia de la eternidad se pudo ofrecer como cumplimiento de
expectaciones escatológicas.
Por ello también en la religión mistérica cristiana se mantuvo el pathos de lo
J. Moltmann, Teología de la esperanza 66
definitivo y de lo irrepetible, aun cuando se perdió la conexión expresa con las antiguas
esperanzas escatológicas de futuro. Sin embargo, lo último en el tiempo se convirtió en
definitivo, y lo definitivo, en lo eterno 22. Desde este proceso de reconversión resulta
inteligible el pathos de absoluto propio de la antigua iglesia; la cual, al quedar suprimidas
las categorías escatológicas de expectación, no por ello se relativizó en absoluto,
integrándose en las religiones y cultos existentes, sino que unió perfectamente la confesión
del Dios único —que entonces se puede formular con los medios de la metafísica griega—
con el pathos de la revelación escatológica e irrepetible del Dios único en Cristo. Este
proceso de reconversión, que ha sido expuesto con frecuencia, no se llevó a cabo tanto en
el marco de una escatología abandonada por razón del desengaño sufrido por la
expectación próxima y la no llegada de la parusía de Cristo, sino más bien, y con más
fuerza, en el marco de un entusiasmo de cumplimiento, el cual transforma el eschaton que
debemos aguardar en el presente de la eternidad, tal como es experimentado en culto y en
espíritu. La aguda helenización del cristianismo y la igualmente aguda cristianización del
helenismo acontecieron no tanto en virtud del desengaño de una expectación próxima,
cuanto más bien en virtud del presunto cumplimiento de todas las expectaciones.
La expectación próxima y la parusía han dejado de tener sentido aquí, porque todo lo
esperado por la apocalíptica aparece ya realizado [23].
¿Qué consecuencias se derivan de este modo de entender la escatología presentista
como presencia de la eternidad? El acontecimiento de promesa, que fue el modo como se
entendieron las palabras y las obras, la muerte y la resurrección de Jesús, se convierte
ahora en un acontecimiento de redención, que puede ser repetido cultualmente a la manera
de un drama mistérico. El acontecimiento sacramental nos hace participar en la muerte y la
resurrección de la divinidad. La representación solemne consideró como ya realizada la
resurrección de Jesús entendida como su entronización como Kyrios exaltado y, por ello,
como algo que sólo debe ser representado.
En lugar del Señor del mundo, Señor oculto y, en verdad, únicamente designado,
cuya venida en gloria a tomar posesión del mundo aguarda todavía la comunidad, aparece
el Señor que reina ya ahora sobre los poderes y las potencias y, de este modo, sobre el
mundo gobernado hasta ahora por aquéllos [24].
Con este cambio de la apocalíptica del dominio de Cristo —prometido, pero aún no
llegado— a la presencia cultual de su dominio eterno, celestial, la percepción teológica de
la cruz de Cristo pasa a un segundo plano. La resurrección de Cristo es entendida como su
exaltación y entronización, y es puesta en relación con su encarnación. Es verdad que su
rebajamiento hasta la cruz puede ser entendido como consumación de su encarnación, por
la cual atrae todo a su dominio; mas con ello la cruz se convierte en un estadio de paso en
su camino hacia el dominio celestial. La cruz no es ya la signatura —que permanece hasta
el eschaton que trae cumplimiento— de su dominio en el mundo. Al ser entendida su
resurrección, en este sentido, como su entronización celestial, el acontecimiento
sacramental-cultual que la representa queda puesto en paralelo con su encarnación y es
concebido como reflejo y victoria terrena de su dominio celestial, de su vida celestial, en el
ámbito de lo terreno, caduco y desgarrado en la multitud de los poderes.
La historia pierde con ello su orientación escatológica. No es el campo del
sufrimiento y de la esperanza, en la mirada sollozante hacia el futuro de Cristo para el
mundo, sino que se convierte en el campo de la manifestación eclesial y sacramental del
dominio celeste de Cristo. En lugar del escatológico "todavía no", aparece un "aún"
cultual, que se convierte en la signatura de la historia post Christum. Es comprensible el
que esta desvelación del dominio eterno, celestial, de Cristo pueda ser concebida entonces
como prolongación de su encarnación. En ella lo perecedero está iluminado continuamente
por la luz de lo imperecedero-celestial; lo mortal, por la luz de lo inmortal-eterno; y lo
desgarrado en la pluralidad queda esclarecido en el dominio de lo uno-divino. Una
expectación histórico-salvífica y sacramental de futuro sustituye entonces a la expectación
escatológico-terrena: la iglesia impregna el mundo, de manera sucesiva, con verdad
celestial, con fuerzas vitales celestiales y con salvación celestial. A través de la iglesia una,
el mundo es conducido al Cristo unido con el Dios único, y de esta manera es llevado a la
unidad y a la salvación. La espera escatológica de aquello que "todavía no" ha sucedido se
convierte en una espera noética de la desvelación y transfiguración universales de aquello
que ha ocurrido ya en el cielo. El viejo dualismo apocalíptico, que establecía una
diferencia entre el eón que pasa y el eón que viene, se transforma en un dualismo
metafísico, que entiende lo venidero como lo eterno, y lo pasajero como lo caduco. Los
ciudadanos del reino venidero se transforman en los redimidos desde el cielo. Los
ciudadanos del eón que pasa se convierten en los hombres terrenales, que son del mundo.
La cruz, en fin, se convierte en un intemporal sacramento del martirio, que perfecciona al
mártir y lo une con el Cristo celestial.
Podemos cortar aquí, contentándonos con estas pocas indicaciones. Es bien visible la
tendencia que existe hoy hacia el catolicismo primitivo y hacia la vida y el pensamiento de
la antigua iglesia. El entusiasmo de cumplimiento escatológico en el acontecimiento de
Cristo es el presupuesto de este proceso de conversión del cristianismo en una forma
entusiástica de la religión mistérica helenística y en una iglesia ecuménica universal.
Podemos calificar de eschatologia gloriae —en la medida en que, en general, todavía es
posible aprehenderla con categorías escatológicas— a esta forma de la "escatología
presentista", o a una religión —determinada escatológicamente ya tan sólo de manera
inconsciente— de la presencia de lo eterno.
En este contexto la apasionada polémica de Pablo contra el entusiasmo helenístico de
Corinto, así como la corrección que hizo a aquella teología helenística de la cristiandad,
que desde entonces se volvió predominante, tienen un significado permanente. La crítica
de Pablo tiene, sin duda alguna, dos puntos importantes: representa, por un lado, una
"reserva escatológica"25 que él contrapone a ese entusiasmo de cumplimiento. Estos son los
llamados "residuos de teología apocalíptica", que influyen en su concepción de la
resurrección de Cristo, del sacramento de la presencia del Espíritu, de la obediencia terrena
del creyente y, naturalmente, en su expectación de futuro. Pero está, por otro lado, su
teología de la cruz, con la cual se opone a aquel entusiasmo que deja abandonada la tierra
en la cual se yergue esa cruz. Ambos puntos de arranque de la crítica mantienen entre sí
una conexión profunda y real. Por ello denominamos eschatologia crucis al fundamento de
la crítica de Pablo y con ello nos referimos a la vez a las dos objeciones que él puso.
La interpretación que R. Buitmann ofrece de Pablo coloca en el centro de la teología
paulina la interpretación antropológica y existencial que éste hace de la peculiaridad de la
escatología presentista. No cabe duda de que con ello se pone al descubierto una
importante modificación de la teología del presente eterno, pero propiamente no se ofrece
ninguna alternativa fundamental frente a ella. La escatología presentista puede aparecer
tanto con el ropaje mitológico como en una interpretación existencial. El "presente de la
eternidad" puede ser expresado en un lenguaje mitológico, propio de una imagen del
mundo, y puede también ser expresado, de manera paradójica, como un nunc aeternum
histórico-existencial.
Si la crítica paulina consistiera sólo en esta transformación, tendríamos en ella,
ciertamente, una importante modificación de la teología de la comunidad helenística, pero
J. Moltmann, Teología de la esperanza 68
no una corrección que introdujera un verdadero cambio. Ahora bien, ocurre que la
polémica con que Pablo se enfrenta al helenismo se encuentra tanto bajo el signo de un
nuevo conocimiento del significado de la cruz de Cristo, como también bajo el signo de un
nuevo conocimiento de verdadera escatología futurista, convirtiéndose con ello en crítica
de la escatología presentista en cuanto tal [26].
La lucha del apóstol contra el entusiasmo es llevada a cabo en última instancia, y en
lo más profundo, bajo el signo de la apocalíptica [27].
Con ello no se quiere decir que en Pablo tengamos nuevas repeticiones o simples
residuos de la apocalíptica del judaísmo tardío; con ello se apunta a su propia apocalíptica,
la cual se alimenta de una escatología de la cruz y, por ello, se opone a todo entusiasmo
escatológico de cumplimiento.
Frente a la unificación mistérica del creyente con el Señor cultual, que muere y
resucita, Pablo afirma una diferencia escatológica: el bautismo hace participar en el
acontecimiento de la crucifixión y de la muerte de Cristo. La comunión con Cristo es
comunión con el sufrimiento del crucificado. Los bautizados mueren con Cristo, al ser
bautizados en su muerte. Pero no han resucitado ya con él, ni han sido trasladados ya al
cielo con él, en un perfecto cultual. Se hacen partícipes de la resurrección de Cristo
mediante nueva obediencia que se despliega en el ámbito de la esperanza en la
resurrección. En la fuerza del Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos, los
bautizados pueden tomar sobre sí, en obediencia, el sufrimiento de la imitación, y aguardar
precisamente en ello la gloria futura.
De la participación de la resurrección no se habla en pretérito, sino en futuro [28].
Cristo resucitó y fue arrebatado a la muerte, pero los suyos no han sido aún sacados
de ésta; únicamente a través de su esperanza obtienen aquí participación en la vida de
resurrección. Y así la resurrección está presente para ellos en la esperanza y como
promesa. Esto constituye una presencia escatológica de lo futuro, y no un presente cultual
de lo eterno. El creyente no encuentra ya, en el culto y en el espíritu, participación plena en
el dominio de Cristo, sino que es introducido por la esperanza en las tensiones y
diferencias de la obediencia y del sufrimiento en el mundo. Por ello la vida diaria se
convierte, según Rom 12, 1 s., en la esfera de la verdadera liturgia. En la medida en que la
llamada y la promesa remiten al creyente a la obediencia corporal y terrena, el cuerpo y la
tierra quedan situados dentro del horizonte de expectación del dominio venidero de Cristo.
La realidad de la nueva vida depende de la promissio, depende de que Dios
permanezca fiel y no abandone su obra [29].
Por ello, la tentación del cuerpo y la contradicción del mundo no son entendidas
como signo de un paradójico presente de lo eterno, sino que son aceptadas como pregunta
y como llamada por la libertad venidera en el reino de Cristo. La esfera de la caducidad no
es ya la esfera en que el creyente debe demostrar su libertad celestial, sino que es la
realidad en la cual la comunidad, juntamente con toda la creación, solloza por ser redimida
de los poderes de la nada en el futuro de Cristo, y aguarda expectante esa redención (Rom
8, 18 s.). El imperativo paulino de la nueva obediencia debe ser entendido, por tanto, no
sólo como exhortación a demostrar el indicativo del nuevo ser en Cristo; ese imperativo
tiene también su presupuesto escatológico en el futuro prometido y aguardado del Señor en
juicio y reino. Por ello, no deberíamos traducir ese imperativo sólo con esta frase: ¡llega a
ser lo que eres!, sino preponderantemente con esta otra: ¡llega a ser lo que serás!
Lo que al creyente le ha sido dado no es el espíritu eterno del cielo, sino las
escatológicas "arras del espíritu"; entiéndase: del Espíritu que resucitó a Cristo de entre los
muertos y que dará vida a los cuerpos mortales (Rom 8, 11). Pues la palabra que introduce
al creyente en la verdad es promissio de la vida eterna, pero no es todavía esa vida misma.
La percepción de esta diferencia escatológica se pone de manifiesto también en la
cristología del apóstol. En 1 Cor 15, 3-5, Pablo recoge una primitiva tradición cristiana del
kerigma de la resurrección, pero sus interpretaciones, en los versículos siguientes, son
originales. Pablo subraya las líneas que llevan al futuro y presenta lo que hay que aguardar,
porque fue dejado entrever en la resurrección de Cristo y se convirtió así en confianza (1
Cor 15, 25):
Pues es preciso que él reine hasta que ponga a todos sus .enemigos bajo sus pies [30].
Con ello se señala, en lo posible-futuro, algo necesario, en el sentido de algo en que
se puede confiar y que debemos aguardar. Se subrayan las líneas de tendencia y las
latencias del acontecimiento de la resurrección que llevan hacia el futuro inaugurado por
ese acontecimiento. No todo ha ocurrido ya al resucitar Jesús. Falta todavía que acabe el
dominio de la muerte. Falta aún que la contradicción contra Dios sea superada en aquella
realidad futura de la que Pablo dice que "Dios será todo en todo" (1 Cor 15, 28).
Finalmente, también el venidero dominio universal de Cristo sobre todos los enemigos
puede quedar superado una vez más de manera escatológica, pues tampoco su dominio es
ya en sí mismo el eterno presente de Dios, sino que, en provisionalidad escatológica, sirve
al dominio único y universal de Dios.
Si tenemos en cuenta estas perspectivas, resulta claro que las apariciones pascuales
del Señor resucitado hacen saltar por los aires la respuesta teológica que dice que él es el
presente de lo eterno, y obligan a desarrollar una nueva escatología. La resurrección del
Señor ha puesto en marcha un proceso histórico, definido escatológicamente, el cual tiende
a la aniquilación de la muerte en el dominio de la vida basada en la resurrección y apunta
hacia aquella justicia en la cual Dios conquista su derecho en todo, y la criatura recibe así
su salvación. Sólo desde el ángulo de visión de una escatología presentista o de una
teología del presente eterno se puede entender el pensamiento anticipador-escatológico que
Pablo muestra en 1 Cor 15 como una recaída en una mitología apocalíptica ya superada.
Sin embargo, no es una interpretación existencial de la religión del presente eterno la que
supera la mitología de ésta. Únicamente una escatología de promesa puede superar la
consideración mística e ilusionista del mundo y de la existencia humana dentro de él, pues
sólo ella toma en serio, de una manera llena de sentido, la tentación, la contradicción y el
ateísmo de este mundo, porque ella hace posible la fe y la obediencia en el mundo no
dejando para ello desatendidas las contradicciones, sino en virtud de la esperanza de que
Dios superará esas contradicciones.
La fe no se gana a sí misma en una desmundanización radical, sino que se convierte
en una ganancia para el mundo mediante un extrañamiento —lleno de esperanza— en el
mismo. Al asumir la cruz, el sufrimiento y la muerte con Cristo, al asumir la tentación y la
lucha por la obediencia corporal, y entregarse al dolor del amor, la fe proclama el futuro de
la resurrección, de la vida y de la justicia de Dios en la vida diaria del mundo. El futuro de
la resurrección adviene a la fe al tomar ésta la cruz sobre sí. De esta manera se entrelazan
la escatología futurista y la teología de la cruz. Ni la cristología futurista queda aislada,
como ocurría en la apocalíptica del judaísmo tardío, ni la cruz se convierte en la signatura
del presente paradójico de la eternidad en cada momento, como ocurre en Kierkegaard. La
espera escatológica del dominio universal de Cristo para el mundo corporal, para el mundo
terreno, engendra la percepción y la aceptación de la diferencia existente entre cruz y
resurrección.
Finalmente hay que tener en cuenta que Pablo no se esfuerza tanto por lograr un
J. Moltmann, Teología de la esperanza 70
derivan, sitúe al mundo —que se asienta sobre el cadáver de Dios— en el proceso histórico
del futuro de la verdad. Entonces el mundo no se hunde en el abismo de la nada, sino que
su elemento negativo será absorbido en el "todavía no" de la esperanza. El mundo no es
estabilizado en el ser eterno, sino "mantenido" en el no-ser-todavía de una historia abierta
al futuro.
Los relatos pascuales del nuevo testamento predican narrando, y narran historias
predicando. La alternativa moderna de si hay que leerlos como una fuente científico-
histórica o como una llamada kerigmática a adoptar una decisión, les resulta tan extraña,
como les resulta extraña la separación moderna de verdad de cosas y verdad de existencia.
Por ello habría que preguntarse si no sería necesario unir otra vez, de una manera nueva,
los conocimientos de la investigación histórico-formal, que dicen en resumen que no
fueron archiveros, sino misioneros, los que dieron forma a esa tradición, unir esos
conocimientos, decimos, con la intención de la pregunta científico-histórica, que interroga
por los sucesos que esa predicación proclama con sus palabras. Si la realidad de la
resurrección nos ha sido transmitida y comunicada tan sólo en el modo de la predicación
misionera, y esa forma de tradición y de comunicación pertenece evidentemente a la
realidad de la resurrección misma, hay que plantearse el problema de si la forzosidad
interna de adoptar ese modo de expresión y de comunicación no se encuentra fundada en la
peculiaridad del acontecimiento mismo. Pues, propiamente, no resulta explicable ni como
añadido ni como casualidad.
La realidad que se encuentra detrás de los relatos kerigmáticos tiene que ser
evidentemente una realidad tal, que forzó a la predicación a todos los pueblos y a
concepciones cristológicas siempre nuevas. El encargo y la autorización para esa misión
universal deben ser entonces un elemento constitutivo del acontecimiento mismo de que
esa misión habla. Si no se pregunta ya tan sólo cómo predicó la comunidad y a qué cambio
de formas estuvo expuesta su predicación, sino que se pregunta por qué se habló así y qué
fue lo que llevó a la predicación, entonces nos encontraremos en una nueva vía para
plantear la cuestión científico-histórica y para ver la verdad existencial de la fe como
fundada en la verdad objetiva de lo que hay que creer. Entonces el problema no es ya si esa
predicación es cierta, en el sentido de la "ciencia histórica", sino si y cómo la predicación
es legitimada y necesariamente engendrada por el acontecimiento de que habla. Entonces
no se puede preguntar ya sólo, en el sentido de la ciencia histórica, por lo que ocurrió en
aquel tiempo pasado, y tampoco se puede interpretar la interpretación actual únicamente de
manera existencial, sino que hay que preguntar por lo abierto, por lo no concluso, por lo
todavía no liquidado, por lo que falta y, en consecuencia, por el futuro que ese
acontecimiento anuncia.
Si en ese acontecimiento hay algo que todavía no se ha realizado, sino que está
referido a un futuro determinado, entonces se vuelve inteligible el que no se pueda hablar
de ese acontecimiento con la distancia propia de la ciencia histórica, a la manera de un
relato que se refiere a un suceso concluso en sí mismo, sino sólo a la manera de una
esperanza en recuerdo. Si este acontecimiento de la resurrección de Cristo sólo puede ser
bien entendido tomándolo conjuntamente con su futuro escatológico-universal, esto
significa que la única forma de comunicación que corresponde a este acontecimiento es
necesariamente la predicación misionera a todos los pueblos sin distinción; una misión que
se sabe a sí misma puesta al servicio del futuro prometido de ese acontecimiento. Sólo la
predicación misionera hace justicia al carácter científico-histórico y al carácter
escatológico de ese acontecimiento. Ella representa la forma correspondiente a este
acontecimiento de la experiencia de la historia, de la existencia histórica y de la
expectación histórica.
Lo que enlaza el tiempo de hoy con tiempos pretéritos de la historia no es —en la
medida en que se trata de una relación "histórica"— el núcleo de homogeneidad común, y
tampoco una historicidad general del existir humano en cuanto tal, sino el problema del
futuro. El sentido de cada presente se torna claro tan sólo a la luz de las esperanzas de
futuro. Por ello, una relación "histórica" con la historia no pretenderá aclarar tan sólo
posibilidades sidas de existencia, para repetirlas en lo posible, sino que preguntará, en la
realidad pasada, por las posibilidades que en ella están ocultas. En el pasado yace un futuro
no devenido. Del futuro se puede esperar un pasado cumplido. El historicismo positivista
reduce la historia a realidades datables y localizables, pero no presta atención al vestíbulo
de lo posible, que rodea a esas realidades en tanto se trate de realidades "históricas". El
historicismo representa un procedimiento de distracción y de abstracción que el historiador
puede y debe utilizar para llegar a resultados inequívocos; pero también debe tener siempre
clara conciencia de la perspectividad de su esquema.
La interpretación existencial busca, en cambio, la posibilidad existencial de la
existencia ya sida, para repetirla y replicarla, pero no presta atención, sin embargo, a su
posibilitación por sucesos que fundan historia y que inauguran la historicidad de la
existencia humana. También éste es un procedimiento de distracción y de abstracción, que
el hermeneuta tiene que utilizar para obtener resultados, pero también él debe tener
siempre clara conciencia de la perspectividad que es aneja precisamente a este esquema.
Más allá del historicismo y del existencialismo se encuentra el intento de no fundamentar
los fenómenos históricos ni en una legalidad positivista, ni en la historicidad del existir
humano, sino el percibirlos en su significación para su futuro [66]. Esto no quiere decir que
la significación futurista e incluso escatológica de los fenómenos históricos quede
prisionera dentro de una teleología histórico-universal. Tampoco quiere decir que el futuro
de los acontecimientos históricos se agote en el presente llamado a responsabilidad por el
futuro. "Significar" es algo que atrae y que se reproyecta hacia aquello que pretende
significar, anunciar y anticipar, y que, por lo mismo, no está todavía ahí plenamente.
Conocemos los fenómenos históricos en la historicidad que les es propia tan sólo cuando
percibimos su significado para su futuro, para el futuro de esos fenómenos. Sólo de aquí se
deduce luego una percepción de su significado para nuestro futuro, así como la percepción
de nuestro significado para el futuro de ellos mismos.
En este sentido el acontecimiento de la resurrección de Cristo de entre los muertos es
un acontecimiento que sólo se entiende en el modus de la promesa. Tiene su tiempo
todavía delante de sí, es concebido como "fenómeno histórico" tan sólo en su referencia a
su futuro, y notifica al que lo conoce un futuro al cual éste debe marchar históricamente.
Por ello habrá que leer siempre también escatológicamente los relatos de la resurrección en
el horizonte de esta pregunta clave: ¿qué me es lícito esperar? Sólo con esta tercera
pregunta penetran el recuerdo, así como el saber científico-histórico que le corresponde, en
un horizonte adecuado a la cosa que se trata de recordar. Sólo desde esta pregunta penetran
la historicidad de la existencia humana, y la comprensión de sí mismo correspondiente a
ella, en un horizonte apropiado a la historia que fundamenta e inaugura la historicidad del
existir humano.
que han ocurrido, y pueden también ser puestos por nuestros propios esquemas, con los
cuales reducimos conscientemente la historia a experiencia. Sin un horizonte de ese tipo, o
si se abstrae de él, ningún suceso puede ser experimentado ni expresado.
En los relatos de la resurrección la experiencia y el juicio se encuentran, sin duda, en
un horizonte decididamente escatológico de expectaciones, experiencias y preguntas
dirigidas al futuro prometido. Ya las mismas expresiones "resucitar", "despertar", etc.,
encierran en sí todo un mundo de recuerdos y de esperanza. Tenemos, pues, que los relatos
de la resurrección no están directamente dentro de un horizonte cosmológico de las
preguntas por el origen, el sentido y la esencia del mundo. Tampoco se encuentran
directamente dentro de un horizonte existencial en el que se pregunte por el origen, el
sentido y la esencia del existir humano. Por fin, tampoco se hallan directamente dentro de
un horizonte teológico general de la pregunta por la esencia y la aparición de la divinidad.
Esos relatos se encuentran directamente dentro del horizonte especial de las expectaciones
proféticas y apocalípticas, de las esperanzas y de las preguntas dirigidas a aquello que,
según las promesas de ese Dios, debe venir.
Lo que se manifiesta en las apariciones de la resurrección es explicado, por tanto, a
base de lo prometido antes, y esta explicación se lleva a cabo, a su vez, al modo de la
predicación profética y de la mirada escatológica hacia el futuro de Cristo, que fue
vislumbrado en aquellas apariciones. La escatología cristiana nació de la experiencia
pascual, y la profecía cristiana determinó la fe pascual. Pero la escatología cristiana explicó
y expresó en palabras las experiencias de pascua, recordando y asumiendo lo prometido
antes, lo predicado antes, con referencia a Jesús mismo. Las apariciones pascuales van
unidas con este horizonte escatológico tanto en aquello que presuponen y recuerdan, como
en aquello que ellas mismas proyectan y suscitan de antemano para sí mismas. La pregunta
por la divinidad de Dios, la pregunta por la mundanidad del mundo y la pregunta por la
humanidad del hombre no son por ello irrelevantes; pero, a la luz de las apariciones
pascuales, quedan situadas en un horizonte especial, tanto en lo que respecta a los
planteamientos del problema como en lo que se refiere al lugar en el que se busca la
respuesta. En la medida en que lo prometido antes se vuelve universal y general en el
acontecimiento de la resurrección, esas preguntas referentes a lo general adquieren
relevancia. Pero en la medida en que, en el acontecimiento de pascua, esa universalidad y
esa generalidad aparecen escatológicamente, es decir en esperanza y en perspectiva hacia
adelante, esos planteamientos del problema quedan modificados; ya no se les da respuesta
desde la experiencia del mundo, desde la experiencia humana de sí mismo o desde el
concepto de Dios, sino desde el acontecimiento de la resurrección y dentro del horizonte
escatológico de ese acontecimiento.
La escatología cristiana se distingue tanto de la fe de promesa del antiguo testamento,
como de la escatología profética y apocalíptica, por el hecho de ser escatología cristiana y
hablar de "Cristo y de su futuro" 68. Está referida objetivamente a la persona de Jesús de
Nazaret y al suceso de su resurrección, y habla del futuro que se halla establecido en esta
persona y en ese acontecimiento. La escatología cristiana no investiga las posibilidades
generales de futuro de la historia. Tampoco despliega las posibilidades generales del ser
humano, orientado hacia lo futuro. Por ello hay que subrayar bien que la escatología
cristiana es, en su núcleo, cristología en perspectiva escatológica.69
Aun cuando los modos de experiencia y las formas de comunicación de la
"revelación de Jesucristo" en las apariciones pascuales recogen en sí ideas y esperanzas
apocalípticas procedentes de la tradición judía tardía, el contenido de esa revelación hace
desbordar, sin embargo, el marco de la apocalíptica del judaísmo tardío. Pues, según la
expresión de los relatos pascuales. Dios no dejó ver el decurso de la historia, ni los
misterios del mundo celestial superior, ni el resultado del futuro juicio universal, sino el
futuro del Cristo crucificado para el mundo 70. La escatología cristiana, o cristología
escatológica, no debe entenderse, por ello, como un caso especial de la apocalíptica
general. La escatología cristiana no es apocalíptica cristianizada. El entronque con el
material de ideas apocalípticas y con esperanzas apocalípticas acontece de un modo
evidentemente ecléptico en los relatos pascuales y en la teología pascual del cristianismo
primitivo. Determinados recuerdos se despiertan a propósito de este acontecimiento y son
recordados en la predicación acerca de pascua; otros, en cambio, se hunden en el olvido.
Se emplean determinadas imágenes de la revelación de Dios al final de los tiempos, pero
no se restaura la entera visión del mundo ni la entera actitud ante la vida propias de la
apocalíptica del judaísmo tardío. La "resurrección de entre los muertos" forma parte
también, sin duda, de las expectaciones apocalípticas de la revelación de Dios al final de
los tiempos, pero no pertenece a ellas de manera necesaria y ni siquiera ocupa en ellas un
puesto central. Cuando Jesús es designado como "la primicia de lo sacado del sueño", esto
rebasa el marco de la apocalíptica en la medida en que con ello se afirma que, en esta única
persona, se ha realizado ya para todos los resurrección de los muertos, y que esa
resurrección no ha tenido lugar en alguien fiel a la ley, sino en el crucificado, y que por
ello la resurrección futura no hay que esperarla de la obediencia a la ley, sino de la
justificación del pecador y de la fe en Cristo.
El lugar central que la Thorá tenía en la apocalíptica del judaísmo tardío lo ocupan
ahora la persona y la cruz de Cristo. En lugar de la vida en la ley aparece la comunidad con
Cristo en el seguimiento del crucificado. En lugar de la autopreservación del justo ante el
mundo aparece la misión o envío del creyente al mundo. En lugar de la Thorá, que aparece
con el resplandor de la plenitud divina del Kabod, tenemos la apokalypsis kiriou, el
tribunal de Jesucristo, ante el cual todo se hará manifiesto. No se desvelan
anticipadamente, según el plan divino, los misterios cósmicos e histórico-universales de los
últimos tiempos —"lo que acaecerá a tu pueblo al final de los días" (Dan 10, 14)—, sino
que lo que se vislumbra en las apariciones pascuales es el futuro universal del dominio del
Cristo crucificado sobre todas las cosas. Pero se mantiene la expectación
veterotestamentaria, profética y apocalíptica de una revelación y glorificación universales
de Dios en todas las cosas. Así, pues, la asunción y el recuerdo de material de ideas
apocalípticas y de expectaciones apocalípticas no nivela y aplana en modo alguno la
unicidad e irrepetibilidad del acontecimiento de Cristo, sino que el escatológico "de una
vez para todas" puede ser expresado mediante el recuerdo de lo prometido antes.
La esperanza cristiana de futuro surge de la percepción de la resurrección y aparición
de Jesucristo. Sin embargo, el saber teológico de esperanza sólo puede percibir este
acontecimiento en la medida en que intenta imaginar el horizonte de futuro que ese
acontecimiento delinea. Conocer la resurrección de Jesús significa, por ello, conocer en
este acontecimiento el futuro de Dios para el mundo, así como el futuro del hombre, futuro
que el hombre encuentra en este Dios y en su obrar. Allí donde se realiza ese
conocimiento, tiene lugar también el recuerdo de la historia de promesa del antiguo
testamento en una actualización crítica y transformadora. La escatología cristiana, que
intenta imaginar el futuro inagotable de Cristo, no coloca el acontecimiento de la
resurrección en un marco apocalíptico, histórico-universal. Pregunta, más bien, por la
tendencia interna del acontecimiento de la resurrección, pregunta por aquello que, en
justicia, puede y debe ser esperado del resucitado y exaltado. Pregunta por la misión o
envío de Cristo y por la intención de Dios, que le resucitó de entre los muertos. Conoce
como tendencia interna de este acontecimiento el dominio futuro de Cristo sobre todos sus
J. Moltmann, Teología de la esperanza 90
enemigos, también sobre la muerte. "Pero él tiene que dominar..." (1 Cor 15, 28). Conoce
como tendencia externa o como consecuencia el propio envío o misión. "El evangelio tiene
que ser predicado a todos los pueblos" (Me 13, 10).71
La escatología cristiana habla del futuro de Cristo, que saca a luz al hombre y al
mundo. No habla, a la inversa, de una historia universal y de un tiempo que saquen a luz a
Cristo, y tampoco habla de un hombre cuya buena voluntad sea la que saque a luz a Cristo.
Por ello queda excluido el insertar el acontecimiento de la resurrección en la historia
universal o en lo apocalíptico, así como el poner una fecha a su futuro o a su retorno. No es
"el tiempo" el que saca a luz a Cristo, y no es la historia la que le otorga su derecho, sino
que es él el que saca a luz a los tiempos. El retorno de Cristo no viene "por sí mismo",
como el año 1969, sino que viene de Cristo mismo, viene cuando Dios quiere y como él,
de acuerdo con su promesa, quiere. Por ello está excluida la eternización de la apertura al
horizonte de la esperanza cristiana. La apertura de la existencia cristiana tiene un final,
pues no es apertura para un futuro que permanece vacío, sino que tiene como presupuesto
el futuro de Cristo, y en ese futuro encuentra su cumplimiento.
Podría decirse que la escatología cristiana es el conocimiento de la tendencia de la
resurrección y del futuro de Cristo, y por ello pasa inmediatamente al saber práctico de la
misión. En este caso es falsa la alternativa: o cálculo apocalíptico del tiempo y fe
apocalíptica en el destino final, o ética de la esperanza. La interpretación especulativa de la
historia, propia de la apocalíptica cósmica, no es sustituida simplemente por una
escatología moral. Es verdad que alternativas de ese tipo aparecen en muchas frases: no
conocéis el futuro; por ello vigilad y orad. Sin embargo, las experiencias históricas son
relevantes para la escatología cristiana. Son las experiencias que fueron hechas con Jesús y
con el envío o misión, a saber: persecuciones, acusaciones, sufrimientos y martirio. El
Apocalipsis de Juan y también el breve Apocalipsis que hay en Me 13 muestran que aquí
no se trata, en modo alguno, de especulaciones apocalípticas o de apelaciones morales
solamente, sino de una aprehensión apocalíptica de aquella historia que debemos aguardar
y que es experimentada en el envío de Cristo en el martirio.
El contenido de experiencia de la escatología Cristian, no es, por tanto, aquella
"historia universal" que surge di la averiguación, de la comparación y de la enumeración
temporal de grandes sucesos de la historia universal, que quedan así convertidos en un
sistema apocalíptico histórico universal, sino que son experiencias que son hechas en e
horizonte del envío histórico-universal "a todos los pueblos". La conciencia cristiana de la
historia no es la con ciencia de los siglos del universo histórico en el saber misterioso
acerca de un plan divino para la historia, sino que es una conciencia de misión en el saber
acerca del encargo divino, y es, por ello, la conciencia de la contradicción d este mundo
irredento y la conciencia del signo de la cruz, en el cual se apoyan la misión cristiana y la
esperanza cristiana.
Las apariciones pascuales de Jesús son, evidentemente apariciones en que se hace
una llamada. Por esto coincide en ellas el conocimiento de Jesucristo y el conocimiento c
su misión y de su futuro. Y por esto coinciden también conocimiento de sí mismo y el
conocimiento de la propia llamada y del propio envío o misión a su futuro, al futuro de
Cristo. El horizonte dentro del cual se hace conocible resurrección de Cristo como
"resurrección" es el horizonte de promesa y de envío hacia adelante, hacia su futuro y hacia
el futuro de su dominio. Sólo en este contexto, desde y hacia él, surgen aquellas preguntas
que se refieren al futuro de la historia universal. Y por ello aparecen en la forma de la
pregunta por el destino de "Israel y de los pueblos", y obtienen respuesta en aquel punto
eje de la historia de la crucifixión de Cristo por judíos y gentiles y de su resurrección para
judíos y gentiles. Reciben respuesta en horizonte de la misión de Cristo y de la misión de
la comunidad, compuesta de judíos y gentiles.
Sólo en este contexto aparece también la pregunta por la "verdadera humanidad", por
aquello que hace hombre al hombre, y se la contesta con la manifestación de un camino, de
una promesa y de un futuro, en los cuales "la verdad" viene al hombre y éste mismo llega a
la verdad. La comunidad con Cristo, el nuevo ser en Cristo, se muestran como el camino
hacia la humanización del hombre. En ellos se anuncia el verdadero ser humano, y en ellos
podemos buscar el futuro todavía oculto y no cumplido de la humanidad. Esta apertura al
mundo y esta apertura al futuro de la existencia humana son fundamentadas, inauguradas y
mantenidas en vida por la apertura de la revelación de Dios que se anuncia en el
acontecimiento de la resurrección de Cristo, en la cual este acontecimiento apunta, por
encima de sí mismo, hacia un eschaton de la plenitud de todas las cosas.
La apertura de la existencia cristiana no es un caso especial de la apertura humana
general. No es una forma especial del cor inquietum de la criatura. Más bien el cor
inquietum del hombre, que es histórico e impulsa a la historia, surge de la promissío
inquieta y pende de ella, está remitido a ella. La resurrección de Cristo es promissio
inquieta hasta que encuentre reposo en la resurrección de los muertos y en una totalidad
del nuevo ser. El conocimiento de la resurrección del crucificado introduce la
contradicción de un mundo irredento, percibida continuamente y en todas partes, introduce
el duelo y el sufrimiento que ese mundo produce, en la confianza de la esperanza; y por
otro lado, la confianza de la esperanza se vuelve terrena y universal. Todo docetismo en la
esperanza que deje invalidarse las circunstancias terrenas o la corporeidad en su
contradicción, y se reduzca a la iglesia, al culto o a la interioridad creyente, representa por
ello una negación de la cruz. La esperanza nacida de la cruz y de la resurrección
transforma lo nulo, lo contradictorio y doloroso del mundo en su "todavía no", y no
permite que acabe en la "nada".
y poder, y de que la comunidad de fe con Cristo sea tanto el "morir con Cristo al pecado"
como el vivir bajo su dominio en perspectiva hacia su futuro, es el que hace que el
acontecimiento de la justificación sea prenda y sea promesa de que Dios pondrá todas las
cosas en su derecho. Si en la justificación del pecador Dios conquista su propio derecho,
esta justificación es comienzo y preludio de su dominio único. La justicia de Dios latente
en el acontecer de Cristo posee una tendencia interna hacia una totalidad del nuevo ser. En
su obediencia corporal el justificado sigue esa tendencia. Su lucha por la obediencia y su
sufrir a causa de la impiedad del mundo tienden al futuro de la justicia del universo. Y así,
esta lucha es fragmento y es preludio de la justicia venidera de Dios, pues ya ella da su
derecho a Dios y ya en ella Dios conquista su derecho sobre su mundo.
Por este motivo, también en el nuevo testamento deberemos entender la justicia de
Dios como promesa. En ella se nos hace presente lo prometido y, sin embargo, lo
aprehendemos en la esperanza de la fe, esperanza que dispone a los hombres a servir al
futuro de la justicia de Dios en el todo.
mesías enviado por Dios; ello incluye también en sí la "muerte de Dios". De este modo la
muerte de Cristo es sentida y predicada como abandono divino, como juicio, como
maldición, como exclusión de la vida prometida y ensalzada, como rechazo y condena.
En el contexto de estas expectaciones de vida, la resurrección de Jesucristo hay que
entenderla no como retorno a la vida en general, sino como superación del carácter mortal
de esta muerte; como superación del abandono divino, como superación del juicio, de la
maldición, como comienzo del cumplimiento de la vida prometida y ensalzada, es decir
como superación de aquello que está muerto en la muerte, como negación de lo negativo
(Hegel), como negación de la negación de Dios.
Así se hace inteligible además el que en la resurrección de Jesús no se viese una
pascua privada de su viernes santo particular, sino el comienzo y el origen de la abolición
del viernes santo universal, de la desaparición de aquel abandono del mundo por Dios,
aparecido en el carácter mortal de la muerte en la cruz. Por ello la resurrección de Cristo
fue entendida no sólo como el primer caso de la universal resurrección de los muertos y
como principio de la revelación, en el no ser, de la divinidad de Dios, sino también como
origen de la vida de resurrección de todos los creyentes y como promesa confirmada, que
se cumplirá en todos y que, a propósito del carácter mortal de la muerte misma, se
mostrará como irresistible.
La percepción del acontecimiento de la resurrección de Cristo es, por ello, un
conocimiento esperanzado y expectante del mismo. Ese conocimiento percibe en él la
latencia de la vida eterna, de esta vida que, en la alabanza de Dios, surge de la negación de
lo negativo, de la resurrección del crucificado y de la exaltación del abandonado. Acepta la
tendencia a la resurrección de los muertos que hay en este acontecimiento de la
resurrección de uno. Obedece a la intención de Dios, en la medida en que se entrega a la
dialéctica de la pasión y de la muerte, en la expectación de la vida eterna y de la
resurrección. Esto es descrito como la obra del Espíritu Santo. El "Espíritu" es, según san
Pablo, el "Espíritu viviente", el Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos, y que
"habita en aquéllos" que perciben a Cristo y su futuro, y que "vivificará sus cuerpos
mortales" (Rom 8, 11).
Lo que aquí se califica de "Espíritu" no es algo que caiga del cielo ni que lleve
entusiásticamente a él, sino algo que brota del acontecimiento de la resurrección de Cristo,
siendo un anticipo y una prenda de su futuro, del futuro de la resurrección universal y de la
vida.
Y así como el poder de la sarx se manifiesta en que ese poder vincula al hombre a lo
pasajero, a lo que, en el fondo, ha pasado para siempre, a la muerte, así el poder del
pneuma se muestra en que da la libertad al creyente, le abre el futuro, lo que no pasa, la
vida. La libertad no es otra cosa, en efecto, que el estar abierto al auténtico futuro, el
dejarse determinar por él. Y así podemos decir que el pneuma es el poder de la
futuricidad.81
Sin embargo, en el espíritu de la fe el pasado y el futuro no son diferenciados a base
del punctum mathematicum del presente, y tampoco a base de un nunc aeternum colgado
en el vacío, sino a base del acontecimiento histórico de la resurrección del Cristo
crucificado, en el cual son vencidos el poder de la caducidad y el carácter mortal de la
muerte, abriéndose de una vez por todas el futuro de la vida. Cristo no resucitó al espíritu o
al kerigma, sino a aquel vestíbulo, no abierto todavía, del futuro, hacia el cual apuntan las
tendencias del espíritu y los anuncios del kerigma. Este vestíbulo del futuro no permite que
se reflexione sobre su simple referencia a la existencia en "futuricidad", sino que es el
futuro de Jesucristo, y por ello sólo puede ser juzgado en la percepción y el conocimiento
del acontecimiento histórico de la resurrección de Cristo, que es un acontecimiento que
funda y que inaugura historia. El "Espíritu" que "mata los asuntos de la carne" y que otorga
la libertad para el futuro, no es un suceso eterno, sino que brota de un acontecer histórico y
abre posibilidades y peligros escatológicos. En cuanto recuerdo de Cristo, es promesa de su
futuro, y a la inversa. Por ello introduce en la "comunidad de los sufrimientos de Cristo",
en la homomorfidad de su muerte, en el amor que se expone a morir porque está sostenido
por la esperanza. Por ello ese Espíritu nos introduce en el futuro de aquella glorificación de
Jesucristo de la cual penden el futuro y la glorificación del ser humano y de las cosas.
Y así como él fue crucificado por debilidad, pero vive por la fuerza de Dios, así
también nosotros somos débiles en él, pero viviremos en él por la fuerza de Dios para con
nosotros (2 Cor 13, 4).
El Espíritu es, de este modo, la fuerza del sufrimiento en la participación en la misión
y en el amor de Jesucristo, y es, dentro de ese sufrimiento, la pasión por lo posible, por lo
venidero y prometido del futuro de la vida, de la libertad y de la resurrección. El Espíritu
sitúa al hombre dentro de la tendencia de aquello que está latente en la resurrección de
Jesús y a lo que se tiende con el futuro del resucitado. Resurrección y vida eterna son el
futuro prometido y, por tanto, la posibilitación de la obediencia corporal. Cada acto es
sembradura que apunta a la esperanza. Y así, el amor y la obediencia son sembradura que
apunta al futuro de una. resurrección corporal. En la obediencia, los vivificados en el
espíritu se encuentran en cambio hacia la vivificación del cuerpo mortal.
Así como la promesa aspira hacia el cumplimiento, y la fe hacia la obediencia y hacia
la visión, y la esperanza hacia la vida ensalzada y finalmente lograda, así la resurrección de
Cristo aspira hacia la vida en el Espíritu y hacia la vida eterna, que plenifica todo. Esta
vida eterna se halla aquí oculta bajo su contrario, bajo la asechanza, el sufrimiento, la
muerte y el duelo. Sin embargo, esta ocultación suya no es una paradoja eterna, sino que es
latencia en tendencia, que empuja hacia adelante y hacia fuera, hacia el vestíbulo abierto,
atravesado por promesas, de lo posible. En la oscuridad del dolor del amor, el que espera
descubre la escisión de yo y cuerpo 82. En la lucha, desarrollada en el cuerpo, por la
obediencia y por el derecho de Dios, descubre la contradicción de la carne y su
sometimiento a la hostilidad de la nulidad y de la muerte. Al comenzar a esperar en la
victoria de la vida y a»aguardar la resurrección, el que espera percibe el carácter mortal de
la muerte y no es ya capaz de contentarse con ella.
La corporeidad, que aparece así a propósito de la esperanza, es, evidentemente, el
punto de apoyo para la solidaridad de los creyentes con la creación entera, que, lo mismo
que ellos, está sometida a la nulidad, pero tiende a la esperanza. La corporeidad, cuya
redención aguarda todavía el que espera, pues no ha acontecido aún, es el punto de apoyo
existencial para la universalidad de la fe cristiana y para la parte no realizada todavía de lo
esperado. La esperanza de que el cuerpo y la esperanza de que toda criatura serán
redimidos de la nulidad son una misma cosa. Por ello la universalidad de la esperanza
cristiana depende de esta esperanza en la redención del cuerpo. Por otra parte, el que
espera percibe en las contradicciones del cuerpo, en la dolorosa diferencia entre lo que él
espera y aquello que experimenta, percibe, decimos, la ausencia del futuro que aguarda.
Por esto, la apertura dilatante y el futuro de la esperanza cristiana dependen de la
diferencia existente entre esperanza y realidad corporal. Las imágenes cósmicas de la
escatología cristiana no son, pues, mitológicas en modo alguno, sino que penetran en el
abierto vestíbulo de lo posible antes de toda realidad, formulan la "expectación de la
criatura" en la nova creatio, y preludian la vida eterna, la paz y la patria de la
reconciliación de todas las cosas. No sólo muestran anticipadamente lo que el futuro
J. Moltmann, Teología de la esperanza 102
significa en la "apertura al mundo" propia del hombre, sino también lo que significa en la
"apertura al hombre" propia del mundo (compárese la "expectación de la criatura" y la
"libertad de los hijos de Dios", en su relación de correspondencia, tal como aparece en
Rom 8, 20 s.).
Aquello que la esperanza de la resurrección y de la vida lograda, reconciliada,
distingue en la realidad presente y experimentada del hombre y del mundo, manifestándolo
como lo negativo, es lo que permite expresar por vez primera, como negación de lo
negativo, lo positivo del futuro aguardado para el hombre y para el mundo, para el espíritu
y para el cuerpo, para Israel y para los pueblos. El "nuevo cielo y la nueva tierra, en que
habita la justicia" (2 Pe 3, 13), el hecho de que "Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y
la muerte no existirá ya más, ni habrá ya más duelo, ni grito, ni trabajo" (Apoc 21, 3 s.), el
rostro desvelado en la claridad de Dios y la corporeidad transfigurada por el Espíritu de la
resurrección (1 Cor 15, 33 s.): estas son las imágenes previas y las figuras en que se
representa y se "predice", como antes se decía, el futuro, a base de las experiencias hechas
en un presente negativo. Estas representaciones e imágenes son fragmentos de una vida
descubierta y por ello padecida en su deterioro por la esperanza. El libro del Apocalipsis es
el libro de los mártires, y aunque esas representaciones y esas imágenes estén
condicionadas por la época —lo están, y tienen que estarlo, si quieren hacer crítica de ella
—, con ellas se tiende, sin embargo, a algo que supera en todo instante y pone en
movimiento al status quo.
Mientras "todo" no sea "bueno", subsiste la diferencia de la esperanza con respecto a
la realidad, la fe continúa estando insatisfecha, y tiene que tender, en esperanza y en
sufrimiento, hacia el futuro. Y de este modo también la promesa de la vida nos saca de la
resurrección de Cristo para introducirnos en la tendencia del Espíritu, el cual da vida en el
sufrimiento y tiende hacia la alabanza de la nueva creación. Esto es algo así como una
"revelación progresiva", o como una "escatología que se realiza"; la única diferencia es que
aquí se trata del mismo progressus gratiae. No es el tiempo objetivo el que hace el
progreso. No es la actividad humana la que hace el futuro. Es la necesidad interna del
acontecimiento mismo de Cristo, cuya tendencia se dirige a hacer patente en todo la vida y
el derecho de Dios que están latentes en aquel acontecimiento.
Lo peculiar del mensaje del reino predicado por Jesús consistiría, en este caso, en la
eticización existencial de ese mensaje, en beneficio de la cual se desvanecen todas las
imágenes apocalíptico-cosmológicas. Pero de ella sola no se deriva todavía, para la
primitiva comunidad cristiana, ningún fundamento y tampoco apenas un derecho a
continuar su predicación. El fundamento y el derecho de la comunidad cristiana a
proseguir la predicación de Jesús y también a transformarla a su vez, se basan en el suceso
en virtud del cual aquella comunidad recordaba las palabras y el obrar de Jesús y
anunciaba que este mismo es el Señor de todo el mundo, es decir se funda en las
apariciones pascuales del resucitado. Mas esas apariciones fueron percibidas y anunciadas
en un horizonte apocalíptico de expectación: resurrección como suceso escatológico —
Jesús, la primicia de la resurrección—. La comunidad tuvo que vincular la comprensión de
Jesús que se deriva del acontecimiento de la resurrección del crucificado por Dios con el
recuerdo de la comprensión de Dios y de su reino que se deriva de las palabras y las
acciones de Jesús. 86
El carácter escatológico de decisión que tiene la predicación por Jesús del cercano
dominio divino tuvo que ser trasladado, en consecuencia, al carácter de decisión que tiene
el mensaje que habla del Señor crucificado y resucitado. Pero con ello la predicación del
dominio divino adquirió un nuevo carácter apocalíptico y pudo ser enlazada con los títulos
apocalíptico-mesiánicos de Cristo, tales como hijo del hombre. Hay ahí una discontinuidad
entre el mensaje del reino predicado por Jesús y el mensaje cristológico del reino
predicado por la comunidad, como se pone palpablemente de manifiesto en la frase de A.
Schweitzer que dice que Jesús predicó el reino y que la iglesia le predicó a él. Esta
discontinuidad está, sin embargo, justificada. La comunidad no tiene que continuar la
conciencia de sí o la comprensión de sí que tuvo Jesús, sino que tiene que predicar quién es
éste. Mas esto es algo que sólo se evidencia desde el final, es decir desde la cruz y las
apariciones pascuales, que son un anticipo de su meta y de su final, los cuales todavía están
escatológicamente pendientes. La base de las afirmaciones cristológicas de la comunidad
no es la conciencia de sí que Jesús tenía, sino aquello que aconteció en la cruz y en la
resurrección. Su muerte y su resurrección marcan la discontinuidad entre el Jesús histórico
y la cristología del cristianismo primitivo. Pero su identidad —que consiste en que el
aparecido como resucitado es el crucificado, y no otro alguno— es, a la vez, el puente que
lleva al Jesús histórico, es el motivo y la ocasión para recordar históricamente la
predicación y el obrar de Jesús.
Es posible que, en la tradición evangélica de la cristiandad primitiva, ese recuerdo se
encuentre enturbiado por más de un entusiasmo referente a la resurrección y al espíritu; sin
embargo, las cristofanías pascuales son la única razón suficiente para reactualizar
memorativamente su predicación, de igual manera que es su cruz el único fundamento
suficiente para no olvidar su promesa del reino, por encima del retraso de la parusía del
reino. Los relatos evangélicos no necesitan caer por ello bajo la acusación de ser una re-
proyección fantástica de la fe en la resurrección. Esos relatos recuerdan a Jesús a base de
las expectaciones de su futuro suscitadas por las apariciones de resurrección, y hablan del
Jesús histórico, del Jesús llegado, viéndole a la luz de su futuro, que podemos aguardar
merced a la pascua. Estas esperanzas son evidentemente un poderoso motivo del recuerdo
histórico y también de descubrimientos históricos. No es la comprensión de sí que Jesús
tenía, cualquiera que fuese el modo como estuviese constituida, sino la comprensión de su
futuro, que nosotros podemos creer y aguardar merced a la pascua, lo que manifiesta quién
fue y quién es Jesús "en realidad". No es el recuerdo del maestro muerto, rememorado a la
luz de su muerte, sino la experiencia de pascua la que fuerza a identificar a Jesús. Sólo la
enigmática identidad dialéctica del resucitado con el crucificado fuerza a admitir una
continuidad entre la cristología del cristianismo primitivo y el mensaje de Jesús mismo. La
"conciencia de sí de Jesús" no fuerza a conservarle en nuestra conciencia; pero la
conciencia acerca de Jesús, forjada por las apariciones de resurrección, sí fuerza a
preguntar por la propia continuidad de esta conciencia con la conciencia misma de Jesús.
Ahora bien, si la resurrección de Jesús de entre los muertos forma parte de este modo
del mensaje cristiano del reino, entonces esa resurrección difícilmente consiente que se la
siga concentrando por más tiempo en su "sentido para la existencia" y se la continúe
eticizando existencialmente; entonces nos vemos forzados a desplegar el horizonte
universal de esperanza y de promesa sobre todas las cosas, con la misma amplitud con que
lo había desplegado la apocalíptica; no de la misma manera, pero sí con la misma amplitud
cósmica. Por esto no se debería hablar sólo del dominio divino, queriendo significar con
ello que la existencia del hombre está afectada escatológicamente por la exigencia
absoluta, sino que tendríamos que volver a hablar del reino de Dios, y desarrollar con ello
la amplitud escatológica del futuro del reino para todas las cosas, futuro en el cual le
introducen, al que espera, el envío y el amor de Cristo.
Si las apariciones pascuales de Jesús percibidas en el horizonte escatológico de
expectación constituyen el motivo para recordar y recoger el mensaje de Jesús acerca del
reino, esto significa que esas apariciones son también a la vez el motivo para transformar
ese mensaje sobre el reino. El futuro que el mensaje de Jesús acerca del reino había dejado
abierto, queda confirmado por sus apariciones de resurrección, es asegurado
anticipadamente como llegada de su parusía, y así nos es posible denominarle su futuro, el
futuro de Jesús. En las capas tardías de la tradición sinóptica hace su aparición una
concepción cristológica del reino de Dios, en la cual, mediante un entronque con la idea
judía del reino mesiánico, se desarrolla la idea del reino de Cristo o del hijo del hombre.
Pero también la idea del reino mismo de Dios se transforma entonces. Es verdad que se
mantiene la orientación hacia la decisión presente por una nueva obediencia; pero esta
llamada, que en la obediencia nos llama a la nueva vida, adquiere apoyo y perspectiva en
la acción divina de resurrección. El Señor del reino es únicamente el Dios "que resucitó a
Jesús de entre los muertos", demostrando con ello ser el creator ex nihilo. Su reino no
puede ser visto ya, en este caso, en una modificación histórica de las situaciones impías del
mundo y de los hombres. Su futuro no se deriva de las tendencias de la historia universal.
Su dominar es su resucitar de entre los muertos, y consiste en que Dios hace ser a lo que no
es nada, y elige a lo que no es nada, y aniquila a lo que es algo (1 Cor 1, 28). Con esto se
hace imposible el imaginar el reino, de una manera deísta e histórico-salvífica, como
resultado de la historia del mundo o de un plan divino sobre éste. Pero también se hace
imposible el imaginar el reino de Dios "sin Dios", y el disolver a "Dios" mismo,
imaginándole como el "bien supremo", en el ideal del reino.
Finalmente, el enigma de las apariciones pascuales —entendido en la comunidad
helenística como "elevación" o "exaltación"— ha llevado también a concebir a Jesús como
el Kyrios exaltado del culto, y a ensalzar su reino como su oculto dominio celestial. Y así,
la interpretación de la resurrección del crucificado se volvió decisiva para la comprensión
de la promesa del reino de Dios, cualquiera que fuera el horizonte de ideas en que aquella
interpretación se presentase.
De las diversas concepciones que así resultan vamos a retener los siguientes rasgos:
1. Las experiencias de la cruz y de las apariciones de resurrección de Jesús imprimen
una nueva forma al mensaje del reino de Dios. Su cruz y su resurrección "deforman" en
cierta manera el futuro y la llegada del reino de Dios, que él mismo dejó abiertos. Pero a la
vez el dominio de Dios adquiere así la figura concreta de este acontecimiento de la
J. Moltmann, Teología de la esperanza 106
del antiguo testamento, hemos percibido a la vez las tendencias del espíritu que brotan de
esas percepciones. La promissio del futuro universal lleva necesariamente a la missio
universal de la comunidad a todos los pueblos. La promesa de la justicia divina en el
acontecimiento de la justificación de los impíos lleva inmediatamente al hambre de
derecho divino que hay en el mundo sin Dios y, por tanto, introduce en la lucha de la
obediencia pública y corporal. La promesa de la resurrección de los muertos conduce
inmediatamente al amor de la creación entera a la verdadera vida.
En la medida en que hemos presentado las promesas que hay en el acontecimiento de
Cristo como latencia y como tendencia, hemos tropezado con una mediación histórica
sujeto-objeto, que no permite, insertar el futuro de Cristo en un sistema histórico-salvífico
o histórico universal (relativizando con ello este acontecimiento al entenderlo como algo
ajeno a él, algo conquistado a base de otras experiencias e impuesto a él desde fuera), ni
permite tampoco entender reflejamente el futuro de Cristo como la futuricidad existencial
del hombre. La historia del futuro de Cristo y la historicidad de los testigos y enviados se
condicionan recíprocamente y se encuentran en la correlación de promissio y missio. La
conciencia histórica cristiana es conciencia de misión, y sólo en esa medida es también
conciencia de la historia universal y conciencia de la historicidad de la existencia humana.
2. Hemos utilizado diversamente el concepto de "revelación progresiva". Según
Richard Rothe ese concepto procede de Ernst Troeltsch, y en ambos autores significa que
el impulso del espíritu cristiano se asocia en la historia occidental una y otra vez con el
espíritu de la modernidad y produce progresivamente mejores concepciones del mundo y
de la vida. El desarrollo progresivo del reino del redentor es la revelación siempre
progresiva de la verdad y la perfección absolutas del mismo. "Revelación progresiva"
significa aquí que la revelación se vuelve progresiva en el progreso del espíritu humano,
que el progreso del espíritu humano puede ser interpretado como automovimiento del
espíritu absoluto. A resultados similares se llega cuando se cree poder seguir la orientación
y el futuro del acontecimiento de Cristo desde un contexto total de sucesos históricos
anteriores y posteriores a ese acontecimiento. El acontecimiento de Cristo es integrado en
este caso en un contexto histórico, el cual se deduce del destino o de la providencia, así
como de la secuencia de los hechos de la historia universal.
Pero si la promesa del futuro de Cristo nace de la resurrección del crucificado, esto
significa que la promesa entra en una contradicción tal como la realidad, que no es posible
insertar esa contradicción en una dialéctica histórica universal, tal como podemos
deducirla de otros sucesos. Insertar esa contradicción en la historia de salvación y en la
historia del mundo resulta posible tan sólo si la empequeñecemos. Sólo entonces es
reconciliable en una dialéctica histórico-universal. Pero si en el acontecimiento de la
resurrección del crucificado vemos una creatio ex nihilo, lo que aquí está en juego no es
entonces un posible cambio de lo existente, sino nada y todo. Entonces se ve que este
mundo "no puede soportar" ni la resurrección ni el nuevo mundo creado a partir de aquélla.
La dialéctica que quiere soportar esa contradicción tiene que convertirse en una dialéctica
apocalíptica. La síntesis reconciliadora de cruz y resurrección sólo puede ser aguardada y
esperada en una totalidad del nuevo ser. La teología histórico-salvífica percibe sin duda el
decurso de promesas y acontecimientos, pero no la contradicción de la promesa frente a la
realidad, y por ello no percibe el desvelamiento del mundo ateo en la cruz de Cristo.
Los verdaderos problemas se plantean tan sólo si nosotros vemos los momentos
progresivos, escatológicamente impulsores, en el acontecimiento contradictorio de cruz y
resurrección. La revelación —es decir las apariciones del resucitado— adquiere el carácter
de lo progresivo, no en virtud de una realidad extraña a ella, es decir en virtud de la
historia, que sigue avanzando enigmáticamente después de pascua; es esa revelación la que
produce el progreso mismo en su proceso y en su contradicción contra la realidad impía de
culpa y de muerte. La revelación no se vuelve progresiva por su "introducción" en la
historia humana, sino que vuelve histórica y progresiva la realidad del hombre mediante
promesa, esperanza y crítica. La revelación de la posibilidad y potencialidad de Dios en la
resurrección del crucificado, y la tendencia y la intención de Dios, cognoscibles en ella,
constituyen el horizonte de lo que debemos llamar historia y debemos aguardar como
historia. La revelación de Dios en cruz y resurrección se convierte así en el campo de juego
de la historia, en el cual aparecen como posibles el hundimiento de todas las cosas en la
nada y la nueva creación. El enviar a los que esperan a este vestíbulo de lo posible de todas
las cosas sigue la dirección de la tendencia del obrar de Dios, pues sigue su fidelidad y su
promesa en su omnipotencia. El esperanzado que abandona la realidad mala y se dirige
hacia el mar de las posibilidades de Dios, pone con ello en juego, de una manera radical,
esta realidad suya, es decir la apuesta al juego en el cual espera ganar la promesa de Dios.
3. Cuando nosotros hablamos del "futuro de Jesucristo", nos referimos a lo que otros
denominan "parusía de Cristo" o "retorno de Cristo". La parusía no significa propiamente
el retorno de alguien que se ha ido, sino la "llegada inminente" 87. Parusía puede significar
también presente, pero no un presente que mañana ha pasado ya, sino un presente que está
necesariamente presente hoy y mañana. Es el "presente de lo que viene hacia nosotros, es,
por así decirlo, el futuro que llega" 88. La parusía de Cristo es algo distinto de la realidad
experimentable ahora, de la realidad dada ahora. Trae algo nuevo con respecto a lo que
ahora puede experimentarse. Por ello no está totaliter separada de la realidad que ahora
puede experimentarse y vivirse, sino que, como futuro realmente ausente, actúa en el
presente mediante las esperanzas despertadas y la resistencia suscitada. Mediante su
promesa escatológica, el es-chaton de la parusía de Cristo vuelve histórico el presente
concreto, experimentable, en la interrupción del pasado y en la partida hacia lo que viene.
Esta parusía de Cristo es calificada también de revelación de Cristo. ¿Cómo hay que
entender entonces el futuro de Cristo? ¿Su futuro aguardado puede ser pensado todavía con
la categoría de expectación llamada nomim? ¿Tiene entonces su futuro algo nuevo, o sólo
trae una repetición universal de algo que ha sucedido ya en la historia de Jesucristo? ¿Es
entonces el futuro de Cristo tan sólo un desvelamiento de aquello que sucedió ya en Jesús
de una vez por todas? ¿O hay en ese futuro algo que todavía no ha acontecido?
Según Karl Barth el futuro de Cristo representa preponderantemente tan sólo un
desvelamiento:
La vuelta de Cristo... es denominada en el nuevo testamento la revelación. No sólo a
la comunidad, sino a todos se revelará como el que es... Con toda claridad y publicidad se
presentará el "Se ha consumado"... ¿Qué trae el futuro? No, una vez más, un giro histórico,
sino la revelación de aquello que es. Es futuro, pero es el futuro de aquello que la iglesia
recuerda: de aquello que, de una vez por todas, ha acontecido ya. El alfa y la omega son lo
mismo. 89
De manera parecida se expresa Walter Kreck:
(Es aguardada) la llegada de el Señor, de aquél cuyo haber-llegado se predica y se
cree. Ciertamente, el cumplimiento no puede ser en el fondo otra cosa que la desvelación
de aquello que ya es realidad en Jesucristo, pero precisamente ese desvelamiento se espera
y se aguarda como algo todavía futuro.90
Aquí la revelación es entendida como promesa con un poco más de claridad que en el
caso de Karl Barth, y la revelación de Cristo es entendida también como cumplimiento de
J. Moltmann, Teología de la esperanza 110
la promesa de Cristo. Pero si sacamos las consecuencias de esto, tenemos que abandonar la
palabra "desvelamiento" para referirnos a la revelación, y en su lugar debemos entender la
revelación como acontecimiento en promesa y cumplimiento. La revelación de Cristo no
puede consistir entonces tan sólo en el desvelamiento para el conocimiento de lo
ocultamente ya acontecido, sino que debe ser aguardada en sucesos que cumplirán aquello
que está prometido con el acontecimiento de Cristo. Este mismo no puede ser entendido
entonces como cumplimiento de todas las promesas, de tal manera que, después de este
acontecimiento, sólo quede ya el postludio del desvelamiento para el conocer universal.
"En Cristo todas las promesas de Dios son sí y son amén" (2 Cor 1, 20), es decir en él están
confirmadas y puestas en vigencia, pero todavía no cumplidas. Por ello la esperanza
cristiana aguarda del futuro de Cristo no sólo desvelamiento, sino también cumplimiento
definitivo. Lo que con la cruz y la resurrección de Cristo fue prometido para los suyos y
para el mundo, debe ser pagado. ¿Qué es, pues, lo que el futuro de Cristo trae? No simple
repetición, y no sólo desvelamiento de su historia, sino algo que hasta ahora no ha
acontecido todavía mediante Cristo. La expectación cristiana no se dirige a nadie más que
al Cristo llegado, pero aguarda de él algo nuevo, algo no acontecido hasta ahora: aguarda
el cumplimiento de la prometida justicia divina en todo, el cumplimiento de la resurrección
de los muertos prometida en su resurrección, el cumplimiento del dominio del crucificado
sobre todo, prometido en su exaltación.
Esta irredención del mundo, visible y experimentable en el sufrimiento, no es para la
expectación cristiana, como era para los judíos, un argumento contra la fe de que el mesías
ha venido ya, sino la opresora pregunta de sus oraciones, que imploran el futuro del
redentor llegado. No porque sea dudoso que Jesús es el Cristo, sino porque con él fue
puesta en vigencia la redención, gimen los creyentes, junto con toda criatura, bajo la
irredención del mundo, y quieren contemplar el cumplimiento universal de su obrar
redentor y restaurador. Conocen al redentor y en su nombre aguardan el futuro de la
redención, pero esto significa que, para ellos, la irredención de este mundo de muerte no se
convierte tampoco, de manera platónica, en el mundo inesencial de la apariencia, en el cual
lo que importa ya es tan sólo la demostración y el desvelamiento de la redención. El alfa y
la omega son ciertamente lo mismo en lo que se refiere a la persona: "Yo soy el alfa y la
omega" (Apoc 1, 8). Pero no son lo mismo en lo que se refiere a la realidad del acontecer,
"pues todavía no ha aparecido lo que seremos" (1 Jn 3, 2), y "lo primero" no ha pasado
todavía, y tampoco "todo" se ha hecho nuevo. Así, pues, hay que aguardar algo nuevo del
futuro. Pero si ese futuro se aguarda como el "futuro de Cristo", entonces no se le aguarda
de algo nuevo o distinto. Lo que el futuro trae, eso se ha vuelto confiadamente esperable
"de una vez por todas" en virtud del acontecimiento de la resurrección del crucificado. La
fe en Jesús como el Cristo no es el final de la esperanza, sino la confianza en la esperanza
(Heb 11, 1). La fe en Cristo es el prius, pero la esperanza tiene la primacía en esa fe.
NOTAS:
1. H. SCHULTE, Der Begriff der Offenbarung im Neuen Testament: Beitr. zur Evang. Theol. 13 (1949)
23.
2. ThWNT 2, 575. art. "epangelia" de Schiüewind/Friedrich.
3. En el nuevo testamento este giro lo encontramos en el smcntci?, en el cual están fundidas una en
otra la unicidad histórica y la vinculatividad escatológica universal. Cf. E. KASEMANN, Das Problem
des historischen Jesús, en Exegetische Versuche und Besinnungen 1, 1960, 200 s.
4. V. G. BORNKAMM, Studien zu Antike und Urchristentum, 1959, 128 s, Hay que distinguir entre la
predicación paulina y los discursos de revelación , los cuales se presentan como comisionados o
representantes de una divinidad, dan noticias del cielo, exhortan a la conversión y prometen
salvación. Su distintivo es el "estilo hierofántlco" de su mensaje. El estilo de la predicación paulina
se asemeja, en cambio, más bien al estilo de la diatriba cínico-estoica, aunque evidentemente Pablo
no se concebía a sí mismo y a su predicación como alocución estoica acerca de la sabiduría, sino
que, en expectación apocalíptica, hablaba como "precursor del fin del mundo" (cf. E. KASEMANM:
ZThK 60 [1963] 80).
5. H. SCHULTE, 1. c., 66. A. un resultado semejante llega la Investigación de ELPIDIUS PAX, Epiphaneia.
Ein religionsgeschicntlicher Beitrag zur biblischen Theologie. Münchener Theol. Studien, 1955.
6. Sigo aquí el artículo "epangelia" de ThWNT.
7. ThWNT, II, 578.
8. Sobre esto véase CH. DIETZFELBINGER, Paulus und das Alte Testament: ThEx NF 95 (1961); E. SCHLINK,
Gesetz und Parakíese, en Antwort. Festschr. für K. Barth, 1956, 323 s.; U. WILCKENS, Die
Rechtfertigung Abrahams nach Rom 4, en Studien zur alttestamentlichen überlieferung, 1961, 111
s.; G. KLEIN, Rom 4 und die Idee der Heilsgeschichte: EvTh 23 (1963) 424 s.; E. JÜNGEL, Das Gesetz
zwischen Adam und Christus: ZThK 60 (1963) 42 s.
9. Contra G. KLBN, 1. c., 436.
10. E. KASEMANN, Das wandemde Gottesvolk, «1861, 12 s.
11. El artículo de U. WILCKENS, Die Rechtfertigung Abrahams nach RSm 4, 1. c. muestra óptimamente
esta concepción.
12. Esta concepción aparece de modo clarísimo en el articulo de G. KLEIN, Rtírn 4 und die Idee der
Heilsgschichte, 1. c., dirigido contra Wiickens.
13. U. Wlickens habla de una ampliación de la promesa de Abraham en la exégesis paulina, 1. c., 124;
pero en general se tiende a hablar de una "reducción paulina" de las promesas de Abraham al factum
de la promesa en Abraham, pasando a un segundo plano la atención prestada a su contenido. Cf.
CHK. DIETZFELBINGER, I. C., 7 S.
14. U. WH.CKENS. 1. c., 125.
15. Véase G. KLEIN, l.c., 440.
16. Así E. JÜNGEL: ZThK 60 (1963) 46.
17. E. JÜNGEL, L. c., 45. "Frente al evangelio, pertenecen al pasado por un lado la promesa, y por otro la
ley. La promesa pertenece al pasado en cuanto presupuesto histórico del evangelio, y ello en el
sentido de que éste presupone para sí la promesa (cf. Rom 1, 2). Y puesto que la promesa posee su
futuro en el evangelio y recibe su tiempo propio de ese futuro, yo denomino lo antes (Zuvor) del
evangelio al modo como la promesa pertenece al pasado si la comparamos con el evangelio. Y
puesto que la ley tiene su final en el evangelio, y ese final es el que la convierte en pasado, llamo lo
precedente (Vorher) del evangelio al modo como la ley pertenece al pasado comparándola con el
evangelio.
18. Sigo aquí los trabajos teológlco-exegéticos de E. Ktisemann.
19. E. PAX, 1. c., 266.
20. J. SCHNIEWIND, Die Leugner der Auferstehung in Korinfh, en: Nachge-lassene Reden und Aufsatze,
1952, 110 s.; E. KASEMANN, Zum Thema der ur-christiichen Apokalyptík: ZThK 59 (1962) 277.
21. U. WILCKENS, Der Ursprung der überUeferung der Erscheinung des Auferstandenen, en: Dogma und
Denkstruktur, 1963, 61.
22. Este cambio lo ha visto muy acertadamente H. VON SODEN. Véase Urch-ristentum und Geschichte 1,
1951, 29: "Como es sabido, el cristianismo fue, en su aparición originaria, un mensaje sobre el fin
del mundo, sobre el nuevo eón, el eón celeste, y en esa medida adoptaba una actitud crítica contra
toda cultura. Sin embargo, estaba fundamentado precisamente en la concepción rigurosamente
trascendental del nuevo eón como renovación que Dios produciría milagrosamente, de tal manera
que la actitud crítica frente al eón antiguo, el eón existente, era muy conservadora en la práctica. El
orden existente, en cuanto orden históricamente definitivo, aparecía como el orden del tiempo
último de las cosas... Es muy importante ver con claridad esta intelección sumamente peculiar del
tiempo último como definitividad o, respectivamente, la conversión del tiempo último en
deflnitividad, de la caducidad en Inmutabilidad, en la antigüedad cristiana; y con ello ver con
claridad que la resolución escatológlca tenía que influir como el poder más conservador...".
23. E. KASEMANN: ZThK 59 (1962) 278.
24. E. KASEMANN: ibid., 274.
25. E. KASEMANN: ibidm 279,
26. E. KASEMANN: ZThK 54 (1957) 14.
27. E. KASEMANN: ZThK 59 (1962) 279.
28. E. KASEMANN: ibid.
29. E. KABEMANN, Paulus und der FrilhkathoU.tísmut: ZThK 60 (1993) 83
30. El pensamiento escatológlco de Pablo une siempre el perfecto de la resurrección de Jesús con el
J. Moltmann, Teología de la esperanza 112
futuro del futuro escatológico. Ambos son vistog en una conexión de fundamentación recíproca. El
credo cristiano primitivo, que dice que "Jesús murió y resucitó", alcanza así una interpretación
completamente distinta que en el culto mistérico de la divinidad que muere y resucita. El
acontecimiento de Cristo es presentado en el marco de la expectación escatológica de lo que vendrá;
y a su vez la expectación de futuro se basa en el acontecimiento de Cristo. La frase de 1 Tes 4, 14
("Pues si nosotros creemos que Jesús murió y resucitó, asi también Dios por Jesús tomará consigo a
los que se durmieron en él...") es típica de esto, lo mismo que lo es la interpretación paulina de la
fórmula confesional de 1 Cor 15, 3-5 en 1 Cor 15, 20 s. La conexión entre la resurrección de Jesús y
el futuro esperado no es aquí ni unillnealmente apocalíptica, ni unilinealmente cristológlca, sino
recíproca: si no hay resurrección de los muertos, entonces tampoco Cristo resucitó. Si Cristo
resucitó, entonces los muertos resucitarán, y así Jesús tiene que dominar sobre todos los enemigos,
incluida la muerte. No es un ge7 histórico-salvífico, sino un gef tal, que revela la interna necesidad
de futuro y la tendencia al futuro que se dan en el acontecimiento de la resurrección. Por ello, no se
vincula esto a la expectación de destino de la apocalíptica, sino al título de Kyrios de Jesús. Sobre
esto véase U. WILCKENS, Der ürsprung der ütierlieferung..., en: Dogma una Denkstruktur, 1963, 57 s.
31. Véase el texto en G. BOKNKAMM, Studien zu Antíke und Urchristentum, 1959, 245 s.
32. W. REHM, Experimentum medietatis. Studien zur Gelstes-und Litera-turgeschichte des 19.
Jahrunderts, 1947. Ahora reimpreso parcialmente en: Jean Paúl - Dostojewski. Zur dichterischen
Gestaltung des Unglaubens, 1962.
33. Glauben und Wtssen, 1. c., 123 s,
34. Para la exégesis de esto v. G. ROHRMOSER, Subjefctiuitfft und Verdín' glichung, 1961, 83 s.; K.
LOWITH, Hegeis Aufhebung der chritílichen Religión, en: Einsichten. Festschr. für G. Krüger, 1962,
156 s.
35. F. NIETZSCHE, La gaya ciencia, n.125.
36. M. HEIDEGGER, Holzweg, 1957, 236s.
37. Grundsätze der Philosophíe der Zukunft, 1843, § 21.
38. D. BONHOEFFER, Resistencia y sumisión. Ariel, Barcelona 1969, 209-210.
39. Sobre esta expresión cí. H. G. GADAMER, Zur Problematik des Selbst-verstdndnisses, en: Einsichten,
I. c., 84.
40. Sobre esto cf. R. BULTMANN, Das Verhaltnis der urchristiichen Chris-tenbotschaft zum historischen
Jesús, SBA Heildelberg 1960, 27; H. CONZELMANN, Jesús von Nazareth und der Glaube an den
Auferstandenen, en Der histori-sche Jesús und der kerygmatische Christus, 1961, 191: "Se entiende,
obviamente, que las apariciones del resucitado tienen lugar en el espacio y en el tiempo, es decir en
el mundo. Mas la cuestión está en saber qué es lo que constituye el sentido de las apariciones y, con
ello, del seguir hablando de las mismas... Pero el sentido del enunciado es sencillo: hacer constar
que la salvación de Dios es el final del ser del mundo".
41. Esto lo han subrayado, con razón, entre otros, v. Campenhausen, Grass, Pannenberg, Wilekens.
42. K. LOWITH, Weltgeschichte und Heilsgeschehen, 1953.
43. HANS FRH. VON CAMPENHAUSEN, Der Ablauf der Osterereignisse und das leeré Grab, 1952, 7.
44. E. TROELTSCH, über histon-sche und dogmatische Methode, 1898, Ge-sammelte Schriften 2, 729 s.
(especialmente 731).
45. Citado en C. HINRICHS, Ranke und die GescMchtstheologie der Goethe-zeit, 1954, 168.
46. über die Gesetze historischen Wissens, 1864, 16.
47. Verke 8, 6; véase también 7, 278, y sobre ello, O. FB. BOLLNOW, Die Lebensphilosophie, 1958, 41.
48. D. FR. STRAUSS, Das Leben Jesu 2, 1835, 734.
49. Véase O. WEBEB, Grundiagen der Dogmatik 2, 1962, 83.
50. Véase mi artículo Exegese wd Eschatologie der Geschichte: EvTh 22 (1962) 40 s.
51. B. BULTMANN: ThLZ 65 (1940) col. 246.
52. K. BARTH, Die Auferstehung der Voten, 1924, 79 s.
53. R. RENDTORFF, Geschichte und überlieferung, en: Studien zur Theol. d. alttest. überlieferungen, o. c.,
94, nota 39.
54. W. PANNENBERG, HeUsgeschehen und Geschichte, o. c., 266.
55. Ibid. 277. Sobre esto véase la critica de H. G. GEYER: EvTh 22 (1962) 97.
56. R. R. NIEBUHR, Auferstehung und geschichtiiches Denken, 1960. Sobre esto véase L. LANDGREBE,
Philosophie und Theologie: NZSTh 23 (1963) 3 s.
57. L. LANCGREBE, 1. c., 10 s.
58. Esta es la objeción de Fu. MILDENBERGEH : EvTh 23 (1963) 5, 274,
59. Ibid;, 275.
60. V. E. FASCHER, Die formgeschichtiiche Methode, 1924.
61. Véase H. CONZELMANN, I. c., 196.
62. R. BULTMANN: KuM 1, 50.
63. 63. B. BULTMANN: ThLZ 65 (1940) col. 245. Sobre esto véase H. GRASS, Os-tergeschehen und
Osterberichte, 21962, 268 s.
64. Sobre esto v. los principios hermenéuticos desarrollados por R. BULTMANN. Giauben und Verstehen 2.
232.
65. R. BULTMANN: KuM 1, 47.
66. El mismo R. BULTMANN, Glauben und Verstehen 3, 1960, 113 s-, 148 s., Insinúa esta tercera
posibilidad.
67. Seguimos aquí el concepto de "horizonte", tal como fue elaborado en la fenomenología de Edmund
Husserl. Véase E. HUSSEBL, Erfahrung und Vr-teil, 1939, 26 s., L. LANDGREBE, Der Weg der
Pänomenologte, 1963, 181 s.; H. G. GADAMER, Wahrheit und Mefhode, 1960, 286 s., 356 s.
68. Véase la afortunada formulación de E. THUBNEYSEN, Christus und geíne Zukunft: Zwischen den Zeiten 9
(1931) 187 s.
69. W. KRECK, Die Zukunft des Gekommenen. Grundprobleme der Escha-tologie, 1961, 120 s.
70. Sobre esto cf. U. WILCKENS, Der Ursprung der überlieferung der Er-scheinung des Auferstandenen, 1963,
63 8.
71. Véase también la nvawn correspondiente —determinada de modo escatológico— de la predicación en
Pablo 1 Cor 9, 16. Sobre esto E. KASEMAMN:
ZThK 56 (1959) 138-154, especialmente 152 s.
72. G. von Rad ha mostrado cómo la justicia de Dios se convierte para Israel en la síntesis de la relación justa
entre Dios y el hombre, entre el hombre y su prójimo y entre el hombre y el mundo. Cf. Teología del
antiguo testamento, 1. Sigúeme, Salamanca 1972, 438 s.
73. Véase E. KASEMANN, GottesgerechUgkeit bei Paulw. ZThK 58 (1961) 368.
74. M. LUTHER, Vorlesung über den Romerbrief 1515/16, ed. por J. Ftcker, 1908, II, 65. Sobre esto véase H. J.
IWAMD, Glaubensgerechtigifeit nach Luthers Lehre, 1964, 11 s. Este giro de Lulero, de ver en el
4
acontecimiento de la justificación no sólo la remisión de los pecados y el derecho de vida de los impíos
ante Dios, sino también, a la Inversa, la realización legal del derecho de Dios como Señor, ha sido
recuperado hoy para la teología neotestamenta-ria por E, KASEMANN. Véase Neutestamentliche Fragen
heute: ZThK 54 (1957) 13 s., Gottesgerechtigkeit bei Paulus: ZThK 58 (1961) 367 s. Sólo con este giro
puede la individualización del acontecimiento de la justificación ser absorbida en la revelación de la
divinidad de Dios, y sólo donde esto acontece, penetra la fustificatio impii en el horizonte escatológico
de la resurrectio mortuorufn y de la creatio ex nihilo.
75. G. VON RAD, Teología del antiguo testamento I, 347.
76. E. BLOCH, Das Prinzip Hoffnung 2, 1959, 1323.
77. G. VON RAD, Teología del antiguo testamento I. 457.
78. Ibid., 1, 367: "Alabar y no alabar se contraponen como vida y muerte. La alabanza se convierte en el más
elemental «signo de vitalidad» sin más
79. W. ZIMMBRLI, "Lebero" und "Tod" im Buch des Propheten Ezechiel, en:
Gottes Offenbarung: ThB 19 (1963) 191. Zimmerli señala cómo Ez 37 se acerca al relato de la creación que
aparece en el código sacerdotal, y cómo las condicionales promesas de vida de los profetas
—"convertios, y así viviréis"— se hallan fundadas en la promesa de vida de Dios, la cual abarca
incondicionalmente el comienzo (creación) y el fin (resurrección de los muertos) de la historia del
pueblo de Dios. Véase también CHR. BAKTH, Die Errettung vom Tode in den individuellen Klage - und
Dankiiedem des Alten Testamentes, 1947; R. MARIIN-ACHARD, De la mort á la resurrection d'aprés
"Ancien Testa-ment", 1956, y la recensión de KL. KOCH: VuF 1960/2 1/2, 57-60.
80. G. VON RAD, o. c., 2, 362.
81. R. BUI.TMANN, Theologle des Neuen Testamentes, 1953, 331.
82. La interpretación del oñli.a V de la corporalidad en R. BÜLTMAKK (Theologie des Neuen Testamentes, 191
s.) parece ser demasiado umiateral-mente personalista. Para él es el hombre, "la persona como totalidad".
"Se llama gioy.a en cuanto que él mismo puede convertirse en el objeto de su obrar, o se experimenta a
si mismo como sujeto de un acontecer, de un sufrir. Puede ser, por tanto, llamado yiov-a en cuanto que
tiene una relación consigo mismo" (192). "El hombre no tiene un amu.ct, sino que es un OtUU.a " (191)
• La Primera írase reproduce acertadamente, sin duda alguna, lo que la moderna antropología filosófica
califica de "posición excéntrica" del hombre. Pero la segunda frase elimina la dialéctica de la posición
excéntrica del ser humano. "El hombre ni es sólo cuerpo si tiene sólo cuerpo". Todo requerimiento de la
existencia física postula un equilibrio entre ser y tener, entre fuera y dentro" (H. PLISSMER, Lachen und
Weinen, 31961, 48). En aquel "tener el hombre una relación consigo mismo" Buitmann ve dada la
posibilidad de "ser uno consigo mismo, o de ser extraño a sí mismo, escindido consigo mismo" (192).
Por ello el o(uu.a icveof.ctTtitov puede ser entendido como reconciliación de la escisión existente en el
hombre entre yo y yo (195). Con este modo de concebir la corporeidad como relación del hombre
J. Moltmann, Teología de la esperanza 114
consigo mismo está de acuerdo la frase de G. Ebeling, que dice que, en la fe, llega el hombre "a sí
mismo" y alcanza la unanimidad consigo mismo (Theologie und Verkündigung, 1962, 84 s.). Ahora bien,
la relación del hombre consigo mismo no es Idéntica a su relación con su cuerpo. Su existencia corporal,
tísica y social, no es idéntica a "existencia" en cuanto relación consigo mismo. Ambas se encuentran tan
estrechamente vinculadas, que en la medida en que en la reflexión alcanza el hombre conciencia de si
mismo y de su subjetividad, logra también una conciencia objetiva del mundo, y aleja de sí su "entorno"
corporal, social y cósmico, convirtiéndolo en mundo objetivo. "Encamación es elevación a la apertura al
mundo en virtud del espíritu" (M. SCHELEB, Die Stellung des Menschen im Kosmos, 21949, 41).
Lo que al hombre se le hace consciente como su corporalidad, no es precisamente en "sí mismo", sino
aquello de que el hombre entiende diferenciarse a sí mismo. El hecho de que, en virtud del espíritu, de la
conciencia y de la reflexión, pueda el hombre diferenciarse a sí mismo de sí mismo, sea capaz de
objetivarse a sí mismo, constituye la dualidad de su existir; ni es capaz de ser él mismo sin tenerse a si
mismo, ni es capaz de tenerse a si mismo sin ser él mismo; no consigue total diferencia y objetividad, ni
tampoco total identidad respecto de sí. Si la promesa de la justificación le permite entrever una
reconciliación y una identidad, entonces esa promesa no puede significar únicamente reconciliación del
hombre consigo mismo, sino que tiene que significar también redención de su corporalidad y del mundo
que se le ha vuelto objetivo. Por ello, en virtud de la promesa y del Espíritu Santo percibe no sólo su
reconciliación, sino a la vez, junto con esto, la irreconci-liación, e irredención del cuerpo sometido a la
muerte y del mundo sometido a los poderes impíos. La reconciliación en el espíritu no le reconcilia
todavía con su cuerpo y con su mundo, de tal manera que éstos se convirtiesen en su "contorno", y él
pudiera llegar, lo mismo que el animal (o que los ángeles), a la armonía con su contorno en el ente.
Por ello tiene razón E. Kasemann cuando afirma, contra Buitmann, que, para Pablo, "cuerpo" no es
precisamente la relación del hombre consigo mismo, sino aquel fragmento de mundo que somos
nosotros mismos, y del cual tenemos, como don del creador, la responsabilidad. "Es, para el apóstol, el
hombre en su mundanidad, es decir en su capacidad de comunicación" (ZThK 59 [1962] 282). Si la
percepción de su corporalidad se funda, para el hombre, en su elevación a la abertura al mundo, en virtud
del espíritu, si su corporalidad no es el "sí mismo", sino aquello de que él mismo es capaz de
diferenciarse, entonces la percepción de la corporalidad, de la socialidad y de la mundanidad se
aproximan. Entonces la percepción de la corporalidad no redimida es el punto de arranque de la
percepción de la solidaridad del mundo con la entera criatura no redimida. Entonces se manifiesta por
fin, en este contexto, también el carácter existencial de todos los enunciados objetivos del hombre. Los
enunciados objetivos no son, en modo alguno, enunciados olvidados del "sí mismo" y de la existencia
humana, sino que se apoyan en la elevación existencial del hombre a la apertura al mundo en virtud del
espíritu. Desde aquí habría que someter a examen la desmitologización y la interpretación existencial.
83. Véase M. BUBEB, Komgtuní Gottes, 21936.
84. H. CONZELMANN, art. "Heich Gottes", en: RGG 'V, col. 915.
85. R. BÜLTMANM, Theologie des Neuen Testamentes, 20.
86. Para lo que sigue véase la discusión en torno al reino de Dios y al hijo del hombre: PH. VIELHAUSER,
Gottesreich und Menschensohn in der Ver-kündigung Jesu, Festschr. f. G. Dehn 1957, 51 s.; H. E. TODT,
Der Menschensohn in der synoptischen Utierlieferung. 1959; E. SCHWEIZER, Der Menschensohn: ZNW 50
(1959) 185 s.; PH. VIELHAUER, Jesús und der Menschensohn:
ZThK 60 (1963) 133 s. Nosotros seguirnos aquí las observaciones sismáticas de éste acerca del problema de
hasta qué punto Jesús no se entendía a sí mismo como el esperado hijo del hombre, pero la comunidad sí
le entendía, con razón, de ese modo (ahora también: Aufsatze z. NT: ThB 31 [1965] 135 s.).
87. Así A. OEPKE en: ThWNT V, 863.
88. P. SCHÜTZ, Parusie - Hoffnung und Prophetie, 1960, 78.
89. K. BARTH, Dogmatik im Gmndriss, 1947, 158 s.
90. W. KRECK, Die Zukunft des Gekommenen. 1961, 100.
4. ESCATOLOGÍA E HISTORIA 1
1. CRÍTICA Y CRISIS
LA conciencia histórica moderna es una conciencia de crisis, y toda moderna filosofía
de la historia es en el fondo filosofía de la crisis.2
La vivencia histórica epocal del hombre moderno se basa en la experiencia de
posibilidades nuevas, opresoras, imposibles de dominar con los medios heredados de las
tradiciones. Son posibilidades nuevas para el bien y para el mal, para el progreso y para el
hundimiento definitivo. Sin embargo, estas nuevas posibilidades de un nuevo futuro son
experimentadas siempre, en primer lugar, como crisis y como ruptura de las instituciones
heredadas, de las formas de vida y formas de dominación propias de las posibilidades
conocidas y corrientes hasta el momento. La historia desborda, por así decirlo, la ribera de
la tradición. Los diques de las tradiciones y de los órdenes heredados comienzan a
derrumbarse en todos los terrenos. No pueden competir ya con las nuevas experiencias
históricas, y por ello no se pueden presentar ya como obvios y naturales. Se vuelven
anticuados, o sólo con mucho esfuerzo pueden ser mantenidos ya, de manera conservadora.
No ofrecen ya al hombre aquella inconcusa naturalidad que tenían los modos
institucionalizados de comportamiento. Por ello se convierten en objeto de reflexión y de
crítica, y el hombre es despedido desde ellos hacia lo desconocido, hacia lo terrible y
oscilante. El hombre se encuentra en una crisis que le pone en riesgo y que le agobia con el
peso de una decisión actual. La historia se le hace experimentable así como crisis, y la
crítica científico-histórica ejercida sobre las tradiciones es un producto de esta conciencia
de crisis.
Todas las reflexiones sobre la "historia" hechas por historiadores, sociólogos y
filósofos de la historia en el continente europeo tienen a sus espaldas, en el siglo xix, el
terremoto de la revolución francesa, y ante sí las inabarcables consecuencias de ese
terremoto 3. En esta revolución cayó por tierra el edificio de las antiguas instituciones, y
juntamente con él se hundió también su estabilización metafísica.
En ella se perdieron los elementos de la cultura y del espíritu que se consideraban
como obvios y como algo común a todos, y dentro de los cuales el hombre podía vivir
protegido. Con ella se cobró conciencia de la historicidad total como criticismo total del
mundo humano. Desde entonces la "crisis" pasa a ser el tema propio de la reflexión
científico-histórica, y la síntesis de la reflexión filosófico-histórica. Hegel trasladó el nuevo
concepto de "crisis", juntamente con su nuevo contenido de experiencia, a todo el pasado.
El sabía esto:
Así prosigue el movimiento y la inquietud. En esta colisión, en este nudo, en este
problema se encuentra la historia, y esto es lo que ella ha de solucionar en tiempos
futuros.4
Ranke creía en una posible sujeción conservadora de esta crisis revolucionaria
mediante el restaurado equilibrio de las grandes potencias europeas, y creía también en la
reconciliación con las antiguas tradiciones 5. En la preocupación por el futuro occidental,
Jakob Burckhardt buscaba en las crisis progresivas el "criterio de la velocidad y de las
fuerzas del movimiento en el cual nosotros mismos vivimos" 6. Johann Gustav Droysen se
preguntaba por la "dirección del movimiento fluyente", en el cual se encuentra todo para la
J. Moltmann, Teología de la esperanza 116
consideración histórica 7. La "vocación" del siglo xix para el estudio de la historia y para la
absoluta necesidad vital de ese estudio tiene su año de nacimiento en la revolución
francesa. La "historia" es experimentada desde entonces como la crisis en permanencia o
como revolución permanente, incontenible e imposible de sujetar. Por ello los historiadores
y los filósofos de la historia se concentran, bien con un talante conservador, o bien con un
talante revolucionario, en la dominación espiritual, política y social de esta crisis
permanente. La ciencia de la historia y la filosofía de la historia se ven forzadas a hacer
comprensible la "historia", para así volver dominables el caos, la catástrofe y las crisis, y
con ello, la historia en cuanto tal. La orientación metafísico-cosmológica del mundo es
sustituida desde entonces por una orientación filosófico-histórica del presente. Justamente
el derrumbamiento de la continuidad histórica ha provocado aquella apoteosis de la
"historia" que llevó a la religión de la historia en los movimientos mesiánicos del siglo xix.
Ahora bien, el sentido para la historia, el interés por la historia y la necesidad de
entender la historia surgen siempre en tiempos críticos, en tiempos inquietos, en que
emergen en el horizonte posibilidades nuevas, no conocidas ni sospechadas hasta ahora.
Para entender el nuevo presente y para poder vivir en él, es preciso trabajar sobre el
pasado, bien para establecer una concordancia entre las nuevas experiencias y la tradición
del pretérito, bien para quedar libres, para el nuevo presente, del peso del pasado. En el
trasfondo de todos los grandes pensadores históricos se encuentra, a partir de La ciudad de
Dios, de Agustín, la experiencia de esas crisis. Pero a partir de la revolución francesa la
historia es entendida totalmente como crisis. La crisis no se deja reducir ya a lo político o a
lo social, sino que lleva en sí la tendencia a hacerse total y a introducir inseguridad en
todos los ámbitos de la vida. La crisis se vuelve universal, afecta a la historia del mundo y
a la entera existencia del hombre y de su mundo. Por ello las interpretaciones del sentido
de esa crisis son a su vez totales y totalitarias.8
Se ha vuelto, por tanto, indispensable una consideración histórico-universal de todos
los campos inmersos en esta crisis de la historia; y ello, aun cuando se vea que todos los
trazados de un sentido de la historia universal fracasaron hasta ahora en esta crisis, por
razón de que no la hicieron abarcable con la mirada, desde arriba, sino que ellos mismos
eran inmanentes a esa crisis, y por ello lo único que hacían era fomentarla y ayudarla a
extenderse. Pues en la crisis de todo lo existente hácese manifiesto que el futuro no se
deduce ya sin más del pasado, que el futuro no puede ser ya la repetición y la prosecución
naturales de éste, sino que en él hay que encontrar algo nuevo. Con ello este presente se ve
abocado a tomar una decisión que no conoce antecedentes en el pasado y cuya procedencia
no constituye ya para él una ventaja. De esta decisión depende la figura del futuro, y esta
decisión encuentra su figura desde una visión del futuro esperado o temido, que hay que
completar o que hay que evitar. Pero esto significa que la decisión a que el presente se ve
forzado, tiene que derivarse del sueño del futuro. La crítica de lo existente convierte a esto
en pasado y libera para la crisis de la decisión presente.
Esa crítica va siempre unida en la historia con la utopía, la cual investiga y anticipa
las posibilidades y tendencias de lo venidero y las recoge en la decisión presente 9. Así
como la crítica nace de la crisis, también la utopía nace de ésta. Esta conexión entre utopía
y crítica aparece en un modo especialmente claro en el siglo que preparó la crisis. Por
todas partes, en el siglo XVIII, la crítica al absolutismo, la crítica a las iglesias y a las
ortodoxias aparecidas en la historia, la crítica a la sociedad estamental va unida con
poderosas utopías que hablan de la ciudad de la humanidad, del reino de Dios y de un
nuevo estado natural de los hombres, y se encuentra al servicio de esas utopías. La
autoconciencia filosófico-histórica de la Ilustración no asocia ya la crítica de manera
expresa —como hicieron movimientos históricos anteriores— con un sueño orientado
hacia atrás, con la regeneración, la reforma o el renacimiento del presente caído en ruinas,
sino que la asocia con la categoría novum: nueva época, nuevo mundo, novum organon,
scientia nuova, progreso, tiempo último. La crítica del presente no se realiza ya en nombre
del origen y en nombre de la primitiva época áurea, que hay que restablecer, sino en
nombre de un futuro que todavía no ha existido nunca.
Desde 1789 el país "Utopía" no se encuentra ya en algún lugar situado más allá de los
mares, sino que, sobre el vehículo de la fe en la historia o de la idea en el progreso, se ha
desplazado al futuro posible que hay que aguardar o que consumar. La utopía ha pasado así
a la filosofía de la historia y ha caído en la filosofía práctica. Por vez primera se tornan
históricamente eficaces un quiliasmo apocalíptico y un entusiasmo apocalíptico del
espíritu, para los cuales el final es algo distinto del origen, y la meta es mayor que el
comienzo, y el futuro es más que el pasado. Mas una crítica que tiene esas raíces da lugar a
una crisis que coloca "a la sombra" de la decadencia todo lo anterior y todo lo actual. La
crisis desencadenada no puede significar ya sólo el hundimiento del anden régimen, no
puede querer decir tan sólo fin de cicle, sino que pone en juego todo lo que para el hombre
significa humanidad en la patria, en la polis, en el mundo y en la naturaleza. La
identificación de esta crisis, que comenzó con la revolución francesa y con la revolución
industrial, íntimamente emparentada con aquélla, ha echado mano por ello en todas partes
de imágenes apocalípticas. Esta especie de historia universal es el juicio universal. Con
este tipo de libertad se encuentra ante la humanidad la "furia del desaparecer". Los
pensadores revolucionarios opinan que, con esta crisis, el reino de Dios o el reino de la
libertad y del humanismo se tornan próximos y palpables. Un mesianismo político se
apodera, en este sentido, de las nuevas posibilidades. En cambio, los pensadores
conservadores, como De Bonaid, De Maistre, y más tarde Tocqueville y Jakob Burckhardt,
piensan que en esta crisis resuena ya la trompeta del juicio final. Ambos consideran la
crisis como preludio de la última escaramuza.
Para Saint-Simon "revolución" significa "crisis". La especie humana, escribió en
1813, está comprometida en una de las crisis más fuertes que ha sufrido desde el origen de
su existencia, 10
Este concepto de crisis aparece también ya en Rousseau, pero en Saint-Simon y en
Auguste Comte es nuevo.
Este concepto significa la revolución, mas en la medida en que perfora la superficie
política de ésta, abre la mirada a la realidad social-histórica en su totalidad. Con otras
palabras: cuando Saint Simón habla de crisis, se refiere —y es el primero en hacerlo—, en
un sentido completamente moderno, a la historia,11 .
El objetivo de la comprensión científico-histórica, política y sociológica de la
revolución es, para Saint-Simon y para Comte, éste: "Terminer la révolution".
Una vez que hayamos dado fin a la gran empresa que comenzaron Bacon, Descartes
y Galileo, habrán terminado las conmociones revolucionarias. 12
Si la revolución se vuelve comprensible en sus circunstancias, en sus leyes de
movimiento y en sus causas, entonces se vuelve calculable y, por lo mismo, también
evitable. Las conmociones revolucionarias de la sociedad son calculables y comprensibles
en su legalidad mediante la "física social", de igual manera que lo son los fenómenos de la
naturaleza mediante la nueva ciencia natural. Mirada sobre este trasfondo, la philosophie
positivo de Comte tiene un tono completamente mesiánico. El conocimiento científico del
mundo y de la historia reemplazará a la época metafísica, que se ha vuelto inservible, y
también a la época teológica, más antigua todavía. Los fenómenos del mundo se vuelven
J. Moltmann, Teología de la esperanza 118
4. HISTORIOLOGÍA
La heurística de la ciencia histórica lleva por sí misma al problema de la filosofía de
la historia. "En la crítica la historia se convierte por sí misma en filosofía de la historia" (F.
C. Baur) 29. Mas ¿cómo puede ser posible una filosofía de la historia con el concepto
griego de saber y de ciencia? Si "la esencia de la historia es el cambio" (J. Burckhardt) 30,
ocurre que "cambio" es exactamente lo contrario de "esencia". Por ello a J. Burckhardt la
"filosofía de la historia" le parecía un centauro, una contradictio in adjecto, "pues historia
J. Moltmann, Teología de la esperanza 124
perspectivas más elevadas, mediante las cuales adquiere su puesto fijo en el todo, a
penetrar, decimos, también en lo que todavía se encuentra ante ella como una sólida masa
cerrada, para diluirlo y hacerlo fluido, y sumergirlo en el flujo universal del acontecer
histórico, en el cual, en un encadenamiento infinito de causas y efectos, lo uno es siempre
el presupuesto de lo otro, y todo junto se sostiene y se mantiene a sí mismo, y sólo tendría
que permanecer incomprendido para siempre aquello que de antemano pudiera pretender
hallarse, en medio de la historia, fuera de la conexión histórica. 41
Mas si se concibe así la "conexión histórica", entonces tiene que quedar eliminado,
por razones filosófico-históricas —no por razones historiográficas— el "milagro" o el
"salto” Pues "al final sólo puede triunfar aquella visión que introduce unidad, conexión y
consecuencia racional en nuestra visión del mundo, en nuestra concepción de la historia
evangélica, en nuestra entera conciencia".
Una verdad de la ciencia histórica adquiere siempre su firme consistencia tan sólo en
la conexión del todo, en el cual se le puede señalar su puesto determinado. 42
De esta manera la crítica científico-histórica lleva irremisiblemente, para F. C. Baur,
a la especulación histórica 43 pues no puede ni debe llevar, como en la Ilustración, a
atomizar los hechos; para Baur, la crítica científico-histórica tiene que ser idéntica a
comprensión de lo particular en el todo.
Hacer "crítica científico-histórica" significa no absolutizar ni negar ningún momento
particular, sino entender a cada uno como miembro de transición en el contexto del
progreso histórico inmanente y, precisamente así, como miembro de la revelación del
espíritu, o de la idea, que s realiza en su totalidad.44
La crítica científico-histórica es así tan sólo el reverso de la especulación científico-
histórica. Mas en semejante visión total de la especulación científico-histórica ¿qué se hace
de la "historia"?
1. La historia se convierte en un "objeto dado, que yace ante nosotros".
2. Los "sucesos" históricos particulares son entendidos como "fenómenos" históricos
de un todo envolvente.
3. Los "instantes" históricos son concebidos como "momentos"" en los movimientos
de la conexión histórica total.
4. La conexión de la historia es reducida a "consecuencia racional como
encadenamiento infinito de causas y efectos".
5. La "historia" se convierte en la síntesis de la realidad en totalidad; de un todo
universal, móvil en sí mismo, en el cual "todo junto se sostiene y se mantiene a sí mismo".
6. La historia se transforma así en el campo de aparición de un todo espiritual. Se
convierte en el "espejo eternamente nítido, en el cual el espíritu se contempla a sí mismo,
contempla su propia imagen". En la historia se realiza y se manifiesta el espíritu. En la
ciencia histórica se lo percibe retrospectivamente. De esta manera, a la concepción
histórica especulativa de la historia como mundo de aparición del espíritu corresponde el
principio de la subjetividad del espíritu, que cobra conciencia de sí mismo en la ciencia
histórica. El método crítico de la ciencia histórica, la especulación científico-histórica del
todo de la historia, y la re-subjetivización del espíritu en el conocimiento histórico son
cosas que van unidas y que se condicionan recíprocamente.
Mas con ello se plantea el problema de si con ese método crítico de la ciencia
histórica y con esa especulación científico-histórica se entiende todavía "históricamente"
en absoluto la "historia", o de si la historicidad de la historia no queda diluida, en este
proceso del conocimiento y de la conceptuación de la historia, en un histórico logos griego.
La historia se convierte en un cosmos que se sostiene a sí mismo. El enigma de la historia
es disuelto con los medios de la filosofía platónica, de la dialéctica hegeliana y de ideas
panteístas. La historia se transforma en el universum de epifanías cambiantes y variables
del presente eterno. No es fácil ver cómo, por esta vía, "se ha repetido aquí, en el empleo
sin consideraciones de la crítica de la ciencia histórica en una situación distinta, la decisión
reformadora del sola fide".45
c. Para Johann Gustav Droysen el "ámbito del método científico-histórico" es "el
cosmos del mundo moral” 46 Aprehender este mundo moral en su nacimiento, significa
aprehenderlo históricamente. Con ello, para Droysen, la sustancia, cuyas manifestaciones
históricas hay que investigar históricamente, está ya completa en el punto de partida. Su
"cosmos del mundo moral" se despliega en una historia universal de teleología moral. El
principio de causalidad es sustituido por el principio de la entelequia moral. El misterio de
los movimientos históricos es iluminado desde sus fines.
Al observar la aprehensión histórica, en el movimiento del mundo moral, el progresar
de ese mundo, al conocer su dirección, al ver cumplirse y desvelarse fin tras fin, concluye a
un fin de los fines, en el cual el movimiento se consuma, en el cual aquello que mueve a
este mundo humano, aquello que le impulsa y le hace apresurarse cada vez más, sin
descanso alguno, es quietud, consumación, presente eterno 41. Todo nacer y crecer es
movimiento hacia un fin, el cual aspira a llegar a sí mismo cumpliéndose en el movimiento
48. El fin supremo, el fin incondicionalmente condicionante, el fin que mueve, que abarca,
que explica todos los demás, el fin de los fines no se puede investigar empíricamente 49.
Para el ojo finito, el comienzo y el final se hallan velados. Pero, al investigar, puede
conocer la dirección del movimiento que fluye. Encerrado en los estrechos límites del aquí
y el ahora, vislumbra el origen y la meta 50. De esta manera se deduce de la autocerteza de
nuestra mismidad, del impulso de nuestro deber y querer morales, del anhelo de lo
perfecto, de lo uno, de lo eterno... la más concluyente para nosotros de las "pruebas" de la
existencia de Dios. 51
A esta certeza, así obtenida, del fin supremo de todos los fines, que otorga sentido a
todo, la denomina Droysen "teodicea de la historia", sin la cual la historia caería en el
absurdo de un movimiento circular que no haría más que repetirse a sí mismo. De esta
manera Droysen se atiene formalmente, para la "historia", a una fe en un sabio orden
cósmico de Dios, orden que abarca al género humano entero; y "en el hecho de conquistar
esta fe —«esta es una confianza de la que no se puede dudar por razón de aquello que no
se ve»— en lucha con el conocimiento..., en eso y sólo en eso sabe la historia que es
ciencia".52.
La relación entre historia y filosofía de la historia es particularmente interesante en
Droysen. Los movimientos históricos son movimientos en el marco del "cosmos" del
mundo moral. El cosmos de causalidad de las ciencias naturales es sustituido por un
cosmos teleológico, que tiene su cúspide metafísica de unidad en el fin último y supremo,
en el fin de los fines. Este es evidentemente el cosmos de entelequia de la metafísica
aristotélica. Este cosmos es asociado con los postulados de la razón práctica de Kant, con
la fe, que hay que presuponer, en "Dios y en un mundo futuro". La escatología de la
esperanza cristiana es transformada en la teleología de la razón moral. El eschaton se
transforma en el telos de todos los tele: quietud, perfección, un pastor y un rebaño, estado
de la humanidad, libertad plena y soberana del hombre moral, nuevo cielo y nueva tierra,
reconducción de la creación entera a Dios 53. La especulación neoplatónica sobre el logos y
J. Moltmann, Teología de la esperanza 128
Esto significa que el origen y la esencia de la historia hay que buscarlos en la finitud,
en la temporalidad y en la historicidad de la existencia del hombre. La existencia humana
es finita, pues se extiende entre el nacimiento y la muerte. De la extensión temporal de la
existencia humana forma parte la muerte.
El "relativamente a la muerte" propio, es decir la finitud de la temporalidad, es el
oculto fundamento de la historicidad de "ser ahí". 83
La existencia humana es "ser para la muerte" como posibilidad insuperable de la
existencia.
Sólo el ser en libertad para la muerte da al "ser ahí" su meta pura y simplemente tal y
empuja a la existencia hacia su finitud. La bien asida finitud de la existencia arranca a la
multiplicidad sin fin de las primeras posibilidades que se ofrecen... y trae al "ser ahí" la
simplicidad de su destino individual. 64
Al ver la esencia de la historia en la historicidad así analizada de la existencia
humana en cuanto tal, se prescinde de la pluralidad de las cosas y sucesos, y no se
interroga ya por la sucesión histórica y por su realidad en cuanto tal, sino por su esencial
posibilitación.
A qué se resuelve en cada caso tácticamente el "ser ahí", no puede, por principio,
dilucidarlo el análisis existenciario. 85
Este presenta tan sólo una conexión estructural formal, la cual otorga las condiciones
para los sucesos concretos.
¿Qué concepción de la historia se deriva de este fundamentar la historia en la
historicidad radical del existir humano? Lo mismo que hacía Dilthey, en su interpretación
filosófico-vital de la ciencia histórica como ciencia del espíritu y ciencia de la vida,
también la interpretación existenciaria de la ciencia histórica como ciencia por Heidegger
tiende a mostrar su procedencia ontológica de la historicidad del existir mismo y significa
delinear la idea de la ciencia histórica a partir de la historicidad del existir humano. Mas
con ello está dada no sólo la historicidad del sujeto de la ciencia histórica, sino también
una nueva descripción del objeto de esa ciencia. Heidegger distingue muy rigurosamente
entre lo "primariamente histórico" y lo "secundariamente histórico". 66
El objeto primario y propio de la ciencia histórica no reside en los datos individuales,
o en "leyes" de la sucesión de los sucesos, sino en la "posibilidad hecha fácticamente
existente". "...El tema central de la historiografía (es) en cada caso la posibilidad de la
existencia «sida ahí»" 67. Así, pues, la auténtica historicidad entiende la historia en la
ciencia histórica "como el «retorno» de lo posible, y sabe que la posibilidad sólo retorna
cuando la existencia es en franquía para ella en la reiteración resuelta, en el modo de la
«mirada» y bajo la forma de destino individual"68. La ciencia histórica se convierte con ello
en el regreso a la posibilidad (que ha existido), se convierte en la repetición de la
posibilidad y en la réplica de la posibilidad. La ciencia histórica "abrirá... la silenciosa
fuerza de lo posible tanto más a fondo cuanto más simple y concretamente comprenda y
«se limite» a exponer el «ser sido en el mundo» partiendo de su posibilidad". 69
La "reiteración" es la "tradición" expresa, es decir el retroceso a posibilidades del
"ser ahí" "sido así". La reiteración propia de una "posibilidad de existencia" "sida" —al
elegirse el "ser ahí" su héroe— se funda existencialmente en el "estado de resueto
corriendo al encuentro". 70
Así la ciencia histórica interrogará a la historia pasada en orden a las comprensiones
de existencia que se encuentran a su base, y extraerá de ellas la posibilidad de la existencia,
y las actualizará como posibilidades de poder ser hoy: a fin de que la existencia se elija su
héroe. La ciencia histórica se convierte con ello de nuevo en "tradición"; en tradición de
posibilidades sidas de existencia.
En cambio, lo secundariamente histórico tiene su raíz en la historicidad inauténtica
de la existencia humana. Al huir de la muerte, la existencia se pierde en el "se" y en lo
histórico-mundano, y está disipada en la multiplicidad de aquello que pasa cada día.
Entiende el ser indiferentemente como algo que está ante los ojos, y se vuelve ciega, en la
ciencia histórica, para las posibilidades 71. Por ello conserva y mantiene tan sólo lo "real"
que queda de lo histórico-mundial, sólo los residuos y la noticia actual sobre aquello. Evita
la elección. Cargada con la herencia del "pasado", que se le ha vuelto irreconocible a ella
misma, busca lo moderno. En ese sentido, esta ciencia histórica se propone enajenar a la
existencia humana de su auténtica historicidad.
Sólo con la distinción heideggeriana entre ciencia histórica auténtica e inauténtica ha
aparecido aquel dualismo que escinde la relación del hombre con la historia en un mirar
objetivante y en un contacto inmediato, en un positivismo de los hechos y en una
interpretación existencial de las posibilidades sidas de existencia, para luego "interpretar
los fenómenos de la historia pasada desde las posibilidades de la comprensión humana de
la existencia y con ello hacerlos conscientes como las posibilidades también de una
comprensión actual de la existencia".72
Ahora bien, al fundamentar la historia real en la estructura formal de la historicidad
de la existencia humana, ocurre que los movimientos realmente ocurridos, las
individualidades y las conexiones de aquella historia, se desvanecen 73. El relativismo de la
ciencia histórica es superado ciertamente con la posibilitación ontológica de la historia en
la historicidad de la existencia humana. Esta historicidad misma no está sometida a la
historia, sino que se conquista a sí misma en la eterna tematización y problematización de
la existencia humana por la muerte. Con ello se pierde también la mirada dirigida a la
historia en general.
La superación intentada del historicismo se convierte en la superación no intentada
de la historia. 74
De nuevo tiene lugar una aniquilación de la historia en nombre de la "historicidad" y
en la labor de la interpretación existencial de la historia. El enigma de la historie es la
historicidad de la existencia humana, y el hombre se sabe, en su historicidad, como su
solución. En su "resolución" corta el nudo gordiano. Pero el que supera el historicismo de
esa manera, pierde a la historia misma.
f. Al intentar resumir el resultado de este breve re corrido por la filosofía de la
historia que se deriva de la heurística de la ciencia histórica, encontramos que al nombrar,
conceptuar y comprender a la historia se realiza a la vez, inevitablemente, una abolición,
una negación y u) aniquilamiento de la historia. La pregunta básica por el origen, la
sustancia y la esencia de la historia remite los movimientos, cambios, crisis y revoluciones
concretos que constituyen la historia, a lo inmutable, a lo que es siempre, a lo que es
indiferente e igualmente válido para todo tiempo La ciencia y la filosofía de la historia se
esfuerzan por introducir el logos griego en las experiencias modernas de la realidad, y en
introducir las experiencias modernas, las experiencias de crisis, en el logos griego.
Con razón se ha subrayado varias veces que la "historia” fue extraña y ajena de raíz
al pensamiento griego. Este preguntó ante todo por lo que es siempre, por lo inmutable, por
lo siempre verdadero, lo siempre bueno y lo siempre bello. La "historia", en cambio, en
cuanto representa el nacer y el morir, lo inconsistente y fluente, no muestra nada que sea
J. Moltmann, Teología de la esperanza 132
siempre y que permanezca. Por ello no se pudo encontrar en los pragmata casuales de la
historia ningún logos del ser eterno, verdadero. No se pudo "saber" la historia. Y además,
en el fondo, no había en ella nada que mereciera saberse. Este concepto de Logos y de
saber, de verdad y de esencia, se funda evidentemente en la religión de la vieja fe griega en
los dioses y en el cosmos. Tucídides el historiógrafo de la guerra del Peloponeso, muestra
intuiciones profundas en la historia y en lo típico de los hombres y de las potencias; pero
también él busca lo permanente, lo inmutable en esta guerra. "Es un hombre sin esperanza
y, por tanto, sin perspectivas amplias" 75. Tucídides traza una imagen cerrada en sí misma
de "una historia", pero no se pregunta por "la historia". Falta el sentido del cambio y de lo
nuevo, porque en lo mudable y en lo súbitamente nuevo no puede haber ningún sentido
divino. Este debería poseer la dignidad de lo consistente y permanente.
Por otra parte se ha destacado el hecho de que el concepto de historia es una creación
del profetismo de Israel.
La ciencia histórica tiene en la conciencia griega el mismo significado que el saber
sin más. Así, para los griegos la historia está y permanece referida sencillamente al pasado.
El profeta, en cambio, es el vidente. Su profetismo ha engendrado el concepto de la
historia como concepto del ser del futuro... El tiempo se vuelve futuro... y el futuro es el
contenido principal de este recuerdo de la historia... En lugar de una edad de oro situada en
el pasado mitológico, el futuro escatológico implanta en la tierra una verdadera existencia
histórica. 76
Esto tiene su razón en el hecho de que, para judíos y cristianos, historia significa
historia de la salvación e historia divina de promesas. Lo "divino" no es contemplado como
lo que es siempre en los órdenes permanentes y constantes, y en las estructuras que se
repiten, sino que es aguardado del Dios de las promesas en el futuro. Los cambios de la
historia no son, por ello, "lo mudable", medido con el criterio de lo permanente, sino que
encierran lo posible, medido con el criterio de la promesa de Dios. La "historia" no es un
caos en el cual el espectador haya de introducir orden divino y logos eterno; la historia es
percibida y buscada aquí en las categorías de lo nuevo y de lo prometido. La
contemplación, o la visión, o la sobrevisión desapasionadas son sustituidas por la
expectación apasionada y por la misión compartida hacia adelante. La pregunta por la
esencia permanente y por el origen eterno en los tiempos idos es sustituida por la pregunta
histórica por el futuro y por sus preparaciones y anuncios en el pasado. La auténtica
categoría de la historia no es ya el pasado y lo pasajero, sino el futuro. La percepción e
interpretación de la historia pasada no son ya una percepción y una interpretación
arqueológicas, sino futuristas y escatológicas. Las narraciones históricas pertenecen al
genus de la profecía, de la profecía vuelta hacia atrás, pero que tiende hacia el futuro. Si el
sentido de la historia es esperado del futuro y es concebido como misión del presente,
entonces la historia no es una trama de necesidades y legalidades, ni la palestra de un
capricho absurdo. El futuro como misión sirve de mediador entre el encargo presente y la
decisión de hoy y lo real-posible; remite, en lo real, a posibilidades abiertas y, en lo
posible, a las tendencias que hay que aprehender.
Si, como hemos expuesto al comienzo, la ciencia histórica moderna y la filosofía
moderna de la historia son "filosofía de crisis", al llamar "crisis" a la "historia" se aplica ya
propiamente el logos griego para una "filosofía" de h historia. Pues la palabra "crisis" mide
el acontecer nuevo no entendido, con el criterio del orden heredado de la vida humana; este
orden ha entrado ahora en crisis, se halla amenazado en ella, y por lo mismo debe ser
salvado, acrisolado o renovado. La "crisis" pone en cuestión el orden y por ello, sólo puede
ser dominada por un nuevo orden. Que en este acontecer que es percibido como "crisis"
haya también, por otro lado, la "nuevo", eso es algo que permanece desconocido en este
caso. Por ello, la filosofía de la historie como filosofía de crisis tiene siempre un carácter
conservador. Por ello, la ciencia de la historia como ciencia dela anticrisis ha recaído en el
logos griego, conjuntamente cor sus implicaciones cosmológicas, y en el concepto romane
del ordo, junto con sus implicaciones políticas y jurídicas Pero si en la crisis se percibe lo
nuevo, y no se toma la "historia" como crisis de lo existente, sino que se le aguarda en la
categoría "futuro", entonces habría que conquistar un horizonte totalmente distinto de
esclarecimiento y de expectación. La filosofía de la historia como filosofía de la crisis
tiende a aniquilar la historia. Pero una escatología de la historia que gire en torno a los
conceptos nuevo, futuro, misión y línea fronteriza del presente, estaría en condiciones de
tomar, recordar y aguardar históricamente la historia, es decir de no aniquilar la historia,
sino mantenerla abierta.
5. ESCATOLOGÍA DE LA HISTORIA.
QUILIASMO DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
Únicamente la valoración teológica del "tiempo" mediante la expectación —
procedente del mesianismo cristiano-judío— de la llegada y del futuro prometido de Dios,
abrió el pensamiento griego al problema de la historia y a la idea filosófico-histórica de un
proceso histórico orientado a una meta, de un proceso irreversible e irrepetible.
Así como el espacio cerrado, lleno de figuras, es la esfera griega de la verdad, así la
de Israel es el tiempo abierto, que fluye informe. Allí, el círculo del cosmos, que retorna a
sí mismo; aquí, la línea de la creación, que impulsa hacia el infinito. Allí, el mundo del
ver, del contemplar; aquí, el mundo del oír, del escuchar; allí, imagen y semejanza; aquí,
decisión y acción... En el espacio hay presente y recuerdo; en el tiempo, peligro y
esperanza... A la meta espacial de la consumación se opone la meta de la redención, que
hay que conquistar en el tiempo.77
Mediante la unión de ambas esferas de verdad y de ambos modos de pensar, ocurrida
en los múltiples contactos habidos en la historia cristiana entre el mesianismo cristiano-
judío y el pensamiento griego, este último realizó aquel giro decisivo desde lo estático a lo
dinámico, desde la sustancia a la función, desde el presente eterno del ser a las abiertas
posibilidades del futuro, aquel giro desde la glorificación metafísica del cosmos a la
transformación, consciente de su misión, del mundo. Este cambio, que se originó en los
citados contactos, puede verse con especial claridad en la filosofía de la historia del siglo
XIX. En el capítulo anterior hemos entendido la historiografía y la filosofía de la historia
de la edad moderna a partir del logos griego, y hemos observado en ellas un subterráneo
aniquilamiento de la historia; pero también podemos leer esa historiografía y esa filosofía
de la historia desde el ángulo de visión de la escatología histórica.
A partir de las Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad, de Herder, de
las Ideas para una historia universal en sentido cosmopolita, de Kant, de ¿Qué significa y
con qué fin se estudia la historia universal?, de Schiller, y, finalmente, de la Filosofía de
la historia universal, de Hegel, todos los historiadores y pensadores de la historia poseen
una conciencia de misión y creen en una historia llena de sentido y en la gran tarea de la
humanidad. Ya ocurra que esa meta esté determinada por la "visión de la paz perpetua" en
un estado de la humanidad, o que lo esté como sucede en la historiografía nacional, por la
"misión de Prusia" (Treitschke), la "misión de Francia" (Jules Michelet) o la misión del
paneslavismo, por todas partes un mesianismo político se convierte en la idea directiva
político-filosófica de la concepción de la historia. La historiografía y la filosofía de la
J. Moltmann, Teología de la esperanza 134
6. MUERTE Y CULPA
COMO RESORTES DE LA CIENCIA HISTÓRICA
Un esfuerzo cognoscitivo en tomo a la historia que tomase en serio esa historicidad
de la historia, comenzará con la protesta de Nietzsche contra el historicismo en nombre de
la vida.
Todo lo vivo puede hacerse sano, fuerte y fecundo tan sólo dentro de un horizonte. 82
El historicismo, cuyo exceso asfixia y sofoca a la vida, se basa para Nietzsche en el
memento morí medieval y en la "falta de esperanza que el cristianismo lleva en su corazón
contra todos los tiempos venideros de la existencia terrena" 83. Por ello, cuando el sentido
J. Moltmann, Teología de la esperanza 136
2. Misión y hermenéutica
Todas las pruebas de Dios son en el fondo anticipaciones hacia aquella realidad
escatológica en la cual Dios es manifiestamente todo en todo. Suponen esta realidad como
ya presente y como inmediatamente visible a todo hombre. Los principios hermenéuticos
que se deducen de ellas hacen del presente de Dios —presente demostrable, visible o
perceptible a base del mundo, de la existencia humana o del nombre predicado de Dios,
aun cuando sea sólo en la pregunta necesaria por él— el punto de partida de la explicación
y de la apropiación de los testimonios históricos, bíblicos.
Pero semejante "teología natural", en la cual Dios es manifiesto y demostrable a todo
hombre, no es el presupuesto de la fe cristiana, sino la meta de futuro de la esperanza
cristiana. Ese presente universal e inmediato de Dios no es aquello de que la fe viene, sino
aquello hacia lo que la fe camina. No es aquello en que la fe está, sino aquello que la fe
busca. Sólo en virtud de la revelación de Dios ocurrida en el acontecimiento de promesa de
la resurrección del Cristo crucificado tiene la fe que inquirir y buscar la revelación
universal e inmediata de Dios en todo y para todos. Aquel mundo que demuestra la
divinidad de Dios, y aquella existencia humana que es movida necesariamente por Dios,
son aquí proyectos de futuro de la esperanza cristiana. Son anticipaciones hacia aquel país,
no alcanzado todavía, del futuro, en el cual Dios es todo en todo. Son proyectos
antropológicos y cosmológicos de la fe cristiana, en los cuales el Dios de Jesucristo es
"supuesto" o dado a todos los hombres y a toda la realidad como el Dios de todos los
hombres o de toda la realidad. Esto es posible en tanto la realidad, y los hombres en ella, se
encuentren históricamente en movimiento. Y es necesario para proyectar el horizonte
universal de futuro de la misión cristiana. Sin tales proyectos, que se refieren al todo y que
esclarecen a todos los hombres la existencia y el destino humanos, el cristianismo se
convertiría en una secta, y la fe, en una religión privada.
Mas esas interpretaciones de la realidad total y del auténtico ser humano no pasan,
sin embargo, de ser "proyectos" que están dirigidos al universo y a la humanidad futuros y
prometidos. Son históricos y modificables, y son sostenidos siempre por el movimiento de
la misión cristiana. La theologia naturalis es en el fondo theologia viatorum, y la
theologia viatorum se esforzará siempre por conocer, en proyectos fragmentarios, la futura
theologia gloriae.
mundo se sitúe, se enajene, revele sus fisuras y sus grietas, de manera semejante a como
aparecerá alguna vez, indigente y desfigurado, a la luz mesiánica. Sin arbitrariedad ni
violencia, únicamente desde el contacto con los objetos, habrá que conquistar aquellas
perspectivas: esto es lo único que le interesa al pensamiento. 114
En el campo de la investigación y de la exposición de la historia pasada, esto
significaría sin duda alguna que la meta para la ciencia histórica no puede consistir ni en
una teodicea de la historia, ni en una autojustificación de la historia pasada o presente. El
esplendor y la miseria de los tiempos pasados no necesitan de la justificación de Dios o de
la razón en ellos. Tampoco soportan la dictadura positivista de la subjetividad actual. La
"expectación de la criatura" en ellos se podrá expresar y vislumbrar en la mirada hacia la
libertad de los poderes de la nada. A la luz mesiánica de la razón esperanzada, la ciencia
histórica tiene que hacer manifiesto algo de las "fisuras y grietas" en las cuales los tiempos
pasados aguardan su justificación y su redención. Entonces existe solidaridad del presente
con los tiempos pasados, y una cierta simultaneidad tanto en la enajenación histórica como
en la esperanza escatológica. Esta solidaridad es el verdadero núcleo de la homogeneidad,
y sobre su base se torna posible una comprensión analógica por encima de los tiempos.
Únicamente esta solidaridad de la expectación que solloza bajo la violencia de la nada y
que espera la verdad liberadora, toma históricamente conocimiento de la historia y realiza,
en los campos de muertos de ésta, el servicio de la reconciliación.
Caeríamos así en una época a la que "la pérdida de la tradición en cuanto tal le
sobreviene como un destino siniestro, como un perder apoyo y cobijo, como un escaparse
de las manos lo permanente, como un vaciamiento y una aniquilación angustiosos del
espacio espiritual de la vida" 121. Esta justificación nihilístico-romántica de la necesidad de
reasumir las tradiciones no se encuentra, sin embargo, en condiciones de integrar la "edad
moderna" en las tradiciones de la historia, porque no entiende la nueva progresividad del
pensar y el trabajar modernos. Únicamente se presta atención a la pérdida del pasado, pero
no a la ganancia de posible futuro que se da en el inicio de la edad moderna. Se dice que
hay que limitar de nuevo el vestíbulo de la historia, abierto visionariamente por la edad
moderna, mediante diques que contengan el peligro de quedar desbordados e inundados
por los encantos de la historicidad. Mas con ello las tradiciones quedan formalizadas. No
se sabe, en efecto, qué tradiciones pueden competir con la ruptura con la tradición
provocada por la edad moderna, pero se recomienda el tradicionalismo en el pensamiento y
en el obrar en general.
El auténtico motivo impulsor de la emancipación de la razón y de la sociedad frente a
la tutela y la hegemonía de las tradiciones se encuentra, sin embargo, en el pathos
mesiánico escatológico de la "edad moderna". Lo "antiguo" quedó superado porque lo
"nuevo" pareció adquirir una cercanía y unas perspectivas palpables. Las esperanzas
sujetas en las viejas y antiguas tradiciones se tornaron virulentas y surtieron efecto en
orden al futuro de la historia. La "secularización" no fue una apostasía de las tradiciones y
órdenes cristianos, sino una realización —por lo pronto en la historia del mundo— de las
expectaciones cristianas. En esa medida constituyó una renovación quiliástica de las
esperanzas cristianas. Lo que ocurrió no fue que los "terrores de la historia" desbordasen
los diques de las antiguas tradiciones y de sus ataduras; lo que ocurrió fue que la esperanza
domesticada en ellas se escapó de ellas. El lugar de las tradiciones heredadas lo ocupó un
mesianismo históricamente eficaz, con contenidos cambiantes. Por ello no se podrá tomar
como punto de partida la idea de que la "edad moderna", es tan sólo un edad más, y de que
la conciencia científico-histórica moderna no es algo radicalmente nuevo, sino que
constituye tan sólo un nuevo momento dentro de aquello que desde siempre ha constituido
el comportamiento humano con respecto al pasado.122
En el pensamiento científico-histórico se descubrirá el momento de la tradición tan
sólo si se toman en serio los elementos revolucionarios e incluso quiliásticos que hay en él.
Por ello habrá que preguntar: ¿qué tradiciones quedan derribadas en la revolución de la
edad moderna? ¿Contra qué concepto de tradición consigue imponerse la ratio
revolucionaria? ¿Qué es y qué exige al hombre la tradición de predicación cristiana? Para
ello será preciso distinguir con todo rigor los conceptos antiguo-arcaicos de tradición y el
concepto cristiano de la misma, en lo que respecta a sus diferentes contenidos y a sus
distintos modos de proceder.
El concepto antirrevolucionario, antirracionalista, de tradición propio del
romanticismo aparece en todas partes como una restauración del pensamiento tradicional
antiguo y arcaico. Aquí la religión y la participación de lo divino están vinculadas a la
tradición que subsiste ininterrumpida desde siempre.
En el pensamiento tradicional arcaico 123 el tiempo perecedero se regenera en las
festividades sagradas. Cada festividad y cada tiempo litúrgico nos trae de nuevo el tiempo
tal como éste era al comienzo en el origen, in principio. El tiempo profano del pasar y
transcurrir de la vida queda detenido, por así decirlo, en las festividades. El tiempo del
mundo se renueva cada año. Iniciase de nuevo, con cada nuevo año, su santidad originaria.
En las festividades los hombres se transforman de nuevo, periódicamente, en
contemporáneos de los dioses, y otra vez viven con ellos lo mismo que al principio. La
historia significa aquí decadencia del origen y degeneración del comienzo santo. La
tradición significa la devolución de la vida decaída al tiempo primigenio y al origen. Un
acontecimiento mítico originario se reactualiza en ellas. Para este pensamiento de la
tradición la "verdad" va siempre unida con "lo antiguo". La prerrogativa de la tradición se
expresa en la fórmula "desde antiguo".
De igual manera se dice, en el pensamiento antiguo de la tradición, que los antiqui,
los antepasados, los mayores, son "los próximos al origen, los primeros, los del comienzo".
Tienen autoridad aquéllos "que habitan mejor que nosotros y más cerca de los dioses".124
Los antiguos conocen lo verdadero; si nosotros lo encontrásemos, no necesitaríamos
preocuparnos por las opiniones humanas 125. Un regalo de los dioses ha sido traído por un
cierto Prometeo en el luminoso resplandor del fuego; y los antiguos, que habitan mejor que
nosotros y más cerca de los dioses, nos han transmitido esa noticia, 128
Por los antiguos y los primitivos nos ha sido transmitido que lo divino circunda la
naturaleza entera. 127
Así, en este pensamiento de la tradición la revelación se encuentra al comienzo. Los
antiguos, que existieron antes que nosotros y vivieron cerca del comienzo, reciben de aquí
su autoridad. Por ello lo antiguo se transforma en lo acreditado y en lo que hay que
conservar. La anamnesis nos hace conocer de nuevo la esencia verdadera, inicial, de las
cosas. La tradición es entonces mnemosyne, conservación en el recuerdo. De ella forma
parte la imagen mítica del thesaurus, del tesoro de la verdad antigua que hay que guardar,
y del depositum, de la riqueza confiada.
A propósito de la anterior cita platónica del Filebo observa Joseph Pieper:
Pero lo más importante en su noticia... es que esta noticia platónica es en gran parte
idéntica a la respuesta que la teología cristiana apresta por su lado a la misma pregunta.
Cuando se reflexiona sobre los elementos de la caracterización platónica de los antiguos...,
hay que preguntar si existe una diferencia esencial entre esta descripción platónica de los
antiguos, por un lado, y, por otro, la definición mediante la cual la teología cristiana
califica al autor "inspirado", en el sentido riguroso de esta palabra, es decir al autor de un
libro sagrado. El elemento común decisivo es, evidentemente, éste: ambos son concebidos
como los receptores primeros de un Dios logos, de una palabra divina. 128
¿Pero es esto realmente así? ¿Se asemeja el contenido de la tradición griega "desde
antiguo" al contenido de la predicación cristiana? ¿Podemos equiparar a los apóstoles con
los "antiguos" de Platón? ¿Es posible predicar al Cristo resucitado con el concepto antiguo
de tradición?
Qué es la tradición y cómo acontece, eso es algo que se deduce siempre de la cosa
que se trata de transmitir. La cosa determina la tradición hasta en su modo de realizarse. En
Israel no se transmitía un acontecimiento mítico originario, y no se lo reactualizaba in
principio. Lo que se transmitía era un acontecimiento histórico, que determinaba la
esencia, la vida, el camino y la historia de Israel. Cuando en éste se recordaban los "días de
la antigüedad" y los "años de generaciones pasadas", no se pensaba en una antigüedad
mítica, sino en una antigüedad histórica, es decir en el acontecimiento yavista del éxodo y
de la conquista del país. Los antiguos no son los primeros de todos, sino aquella
generación que recibió las promesas de Yavé y experimentó históricamente sus actos de
fidelidad. "Dios" no es aquí el "antiguo", sino el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob.
El contenido de la tradición constitutiva de Israel lo formaban las grandes acciones y
J. Moltmann, Teología de la esperanza 156
promesas de Yavé, que son únicas e irrepetibles y que por ello determinan a la vez el
futuro de Israel. Las acciones de promesa de Yavé en el pasado abren a Israel un futuro, y,
desde luego, un futuro histórico; por ello no es posible interpretar el pensamiento israelita
de la tradición tan sólo como una pregunta retrospectiva, pues mira a la vez hacia adelante.
La fidelidad de Yavé en el pasado se les cuenta y se les recuerda a los "hijos del futuro"
(Sal 78, 6), a fin de que el "pueblo recreado" alabe a Yavé y conozca su dominio para el
propio presente y futuro (Sal 71, 18). Así, pues, con el fin de despertar confianza en la
fidelidad de Yavé en el futuro se cuentan las experiencias históricas del tiempo primitivo.
La fidelidad de Yavé no es una doctrina que se haya heredado de los antiguos desde una
antigüedad mítica, sino una historia que se tiene que contar y que se puede aguardar. Esta
tradición viene, por tanto, de la historia y tiende hacia la meta de una historia futura. Ahora
bien, esta meta puede variar en la misma historia de Israel. Se orienta ante todo a la
confianza basada en el conocimiento: así es Yavé. Como fue, así será. Hay en esto el
momento de la repetición, pero no la vuelta al comienzo mítico, sino la repetición en
fidelidad y en constancia históricas. Cuando tiene lugar en los grandes profetas aquel
cambio que ha sido denominado la "escatologización del pensamiento histórico" (G. von
Rad), podemos encontrar en él también una escatologización del pensamiento de la
tradición. También en la profecía se llega a la formación de una tradición. Pero es una
formación de tradición de una manera nueva. Como precursora de la historia, la palabra
profética suscita un esperar historia:
Voy a atar la revelación y a sellar la enseñanza entre mis discípulos, y aguardaré al
Señor, quien oculta su rostro a la casa de Jacob, y esperaré en él (Is 8, 16 s.).
La palabra profética es custodiada y puesta por escrito, "a fin de que sea eternamente
testigo para un día futuro" (Is 30, 8). 129
Si resumimos esta evolución del pensamiento sobre la tradición en Israel, sorprende,
frente al concepto antiguo de la misma, la referencia firme, no mitológica, a la historia
ocurrida y a la historia futura. Se transmiten promesas, se narran actos de fidelidad de
Dios, los cuales apuntan hacia un futuro no acontecido aún. En este pensamiento sobre la
tradición, el futuro anunciado, prometido, predomina cada vez más sobre el presente. Esta
tradición de promesa no dirige su mirada hacia un acontecimiento originario ocurrido en el
primer principio; la dirige al futuro y, por fin, a un eschaton de los cumplimientos. No se
avanza a través de la historia de espaldas al futuro, con la mirada dirigida una y otra vez
hacia el origen, sino que se sale confiadamente al encuentro del futuro prometido. No son
los más antiguos de todos los que están próximos a la verdad y habitan más cerca de los
dioses, sino las generaciones futuras, a las cuales se les transmiten las promesas para que
contemplen el cumplimiento.
Frente al pensamiento antiguo sobre la tradición, la tradición cristiana de la
predicación cristiana tiene en común, por lo pronto, con el concepto veterotestamentario de
tradición lo siguiente: 1. La tradición se encuentra aquí unida, y a la vez une, a un suceso
histórico único, irrepetible: a la resurrección del Cristo crucificado. 2. El proceso de
tradición es forzado y motivado por el horizonte de futuro trazado de antemano, "de una
vez por todas", por este acontecimiento. Ni el suceso ephapax de la resurrección de Cristo,
ni el horizonte escatológico de futuro de la misión cristiana pueden ser captados con el
concepto arcaico o antiguo de tradición. Por ello resulta falsa toda formulación de la
tradición cristiana hecha según el criterio de la tradición antigua, como lo ha realizado con
frecuencia el catolicismo, y a veces el protestantismo, a partir del romanticismo
antirrevolucionario. Tanto el tradendum cristiano como el proceso de tradición de la
predicación pagana rompen y desbordan ese marco.
a) La predicación cristiana comienza con la resurrección del Cristo crucificado y con
su exaltación a Señor del mundo venidero de Dios.
Existe tradición cristiana desde pascua; desde que, con la adhesión de fe al
resucitado, existe iglesia. 130
Podremos decir, por ello, que la tradición cristiana fue predicación y fue transmitida
en la predicación. En esto hay una diferencia muy esencial con el concepto de la tradición
existente tanto en la vida antigua como en la rabínica. ¿Qué es lo que distingue a la
predicación del evangelio de la tradición entendida en aquel sentido? La predicación del
evangelio no es transmisión de sabiduría y de verdad en doctrinas. Tampoco es tradición
de caminos y cambios de vida según la ley. Es anuncio, revelación y proclamación de un
acontecimiento escatológico m. Revela el dominio del resucitado sobre el mundo y libera al
hombre, en la fe y en la esperanza, para la salvación venidera. Como proclamación, el
evangelio está remitido a la llegada del dominio venidero de Cristo, e incluso él mismo es
un momento de esa llegada. Revela el presente del Señor que ha de venir. Por ello en Pablo
la predicación del evangelio y la misión a los gentiles de todo el mundo no son deducidas
de los que existieron al comienzo y vivieron temporalmente más cerca de lo divino, es
decir de los apóstoles primitivos, sino que son derivadas directamente del Señor exaltado
(Gál 1, 2 s.; 1 Cor 9, 1; 1 Cor 15, 8), a cuyo servicio se sabe puesto por esta razón. Por esto
su evangelio no quiere transmitir doctrinas de o sobre Jesús, sino descubrir el presente del
Señor exaltado y que ha de venir. El proceso de la predicación del evangelio o de la
revelación de ese mysterion no es expuesto, por ello, con la terminología rabínica de la
tradición, sino con vocablos nuevos.
Pablo no es un rabino cristiano, que se distinga de los maestros del judaísmo tardío
simplemente por lo que respecta al contenido de su tradición. Su manera de entender ésta
no resulta tampoco de una mera fractura pneumática del principio judío de tradición, sino
que es algo específicamente nuevo en el campo del pensamiento sobre la tradición en el
siglo I después del nacimiento de Cristo. 132
Al entender su evangelio como la revelación escatológica del Señor exaltado, Pablo
conquista aquella libertad, tantas veces subrayada, frente a las tradiciones cristianas
primitivas que se transmitían en enunciados doctrinales, parenéticos y de confesión. Esta
libertad no significa, sin embargo, indiferencia basada en una inspiración personal. El
evangelio que revela el presente del Señor que ha de venir necesita, antes bien, de una
continuidad —que hay que encontrar siempre de nuevo— con el Jesús terreno, porque de
lo contrario se corre el riesgo de que un mito acerca de un nuevo ser celeste ocupe el lugar
de Jesús de Nazaret, y el evangelio se convierta en un discurso de revelación gnóstica. Por
ello la narración de la historia de Jesús tiene que ser un elemento constitutivo de la fe, la
cual aguarda el presente y el futuro de Dios en nombre de Jesús.
Tanto en el evangelio como en el proceso de su predicación, esta identidad del
exaltado con el Jesús terreno une lo escatológico con lo perteneciente a la ciencia histórica,
une el apocalipsis del futuro con el recuerdo. Por ello para su evangelio —que, como él
mismo dice, no ha recibido de hombres, sino del Señor— Pablo necesita la corroboración,
más aún, la identificación por la tradición jerosolomitana acerca de Jesús y de pascua
(véase 1 Cor 15, 3 s.). Tampoco esta admisión de tradición histórica en Pablo justifica la
sospecha de que él entendió su evangelio, de uno u otro modo, como tradición en un
sentido tradicional; esta tradición tiene razones evidentemente cristológicas, es decir
significa algo nuevo frente al pensamiento de tradición heredado o procedente de cualquier
otro lugar. La continuidad del resucitado con el Jesús terreno, crucificado, fuerza a admitir
testimonios históricos acerca de él y del acontecimiento que en él sobrevino. Las
J. Moltmann, Teología de la esperanza 158
Notas
1. Sobre este capítulo véanse mis artículos Exegese und Eschatologie aer Geschichte: EvTh 22 (1962) 31 s.,
y Verkündigung ais Problem der Exegese: MPTh 52 (1963) 24 s.
2. G. MANM, Grundprobleme der Geschichtsphilosophie von Plato bis He-gel, en Der Sinn der Geschichte,
1961, 13 s.; H. HEIMPEL, Geschichte und Ge-schichtswissenschaft: Vierteijahrshefte für Zeitgeschichte 1
(1957) 15: "El sentido científico-histórico es, a partir de Herder, reflexión sobre el orden amenazado";
R. KOSELLECK, Kritifc und Krise. Ein Beitrag zur Pathogenese der bürgerlichen Weit, 1959; E. ROSENSTOCK-
HCESSY, Die europaischen Revolutionen, 1931.
3. KANT (Der Streit der Fakultdten, 1798, Phil. Bibl. 252, 87): "Semejante fenómeno no se oluida nunca más,
pues ha descubierto una disposición y una capacidad en la naturaleza humana para lo mejor; ningún
político hubiera excogitado algo semejante derivándolo del curso anterior de las cosas". Fu. SCHILLER
(über die asthetische Erziehung de Menschen. 1793/4): "Una pregunta que en los demás sitios fue
contestada sólo por el ciego derecho del más fuerte, ha pasado a plantearse ahora, según parece, ante el
tribunal de la razón pura, y todo el que es capaz de situarse en el centro del todo, y elevar su individuum
a la altura del género, puede considerarse como asesor en ese juicio de la razón, así como, en cuanto
hombre y ciudadano del mundo, es, a la vez, partido, y se ve complicado, de más cerca o de más lejos,
en el éxito". F. W. F. HEGEL (Vorlesungen uber die Philosophie der Weltge-schichte, Werke XI, 557):
"Desde que el sol se encuentra en el firmamento y los planetas giran en tomo a él, no se había visto que
el hombre se pusiera cabeza abajo, es decir pensamiento abajo, y construyese la realidad de acuerdo con
éste. Anaxágoras fue el primero en decir que el nous gobierna el mundo, pero sólo ahora ha llegado el
hombre a conocer que el pensamiento debe gobernar la realidad espiritual. Esto fue una gloriosa
amanecida". J. G. FICHTE {Briefwechsel 1, 349 s., ed. H. Schuiz, 1925): "Mi sistema (es decir, la doctrina
J. Moltmann, Teología de la esperanza 160
de la ciencia) es el primer sistema de la libertad. Así como aquella nación (es decir, Francia) liberó al
hombre de las cadenas externas, así mi sistema le libera de las cadenas de la cosa en sí, del influjo
extremo, y le implanta, en su primer axioma, como ser independiente". FB. SCHLEGEL (Athenaumsfrage, n.
222): "El deseo revolucionario de realizar el reino de Dios es el punto elástico de toda formación
progresiva y el comienzo de la historia moderna" (citado por K. LOWITH, Abhandiungen, 1960, 157).
4. Werke XI, 563, J. RIITEB, Hegel und die franzosische Revolution: AGFNRW 63 (1957) 15 s. H. MARCUSE,
Razón y revolución. Instituto de estudios políticos. Caracas 1967, 7 s.
5. C. HINRICHS, Ranke und die Geschichtstheologie der Goethezeit, 1954.
6. J. BURCKHARDT, Weltgeschichtiiche Betrachtungen, ed. W. Kaegi, 1947, 59, 250 s.
7. J. G. DROYSEN, Historik, <1960, 358: "Comienzo y final le están ocultos al ojo finito. Pero, investigando,
puede conocer la dirección del movimiento de la corriente".
8. J. L. TALMOM, Die Ursprünge der totalitüren Demokratie, 1961; Politi-scher Messianismus. Die romantische
Phase, 1963,
9. Esto lo muestra de un modo especialmente claro R. KOSELLECK, 1. c. La crítica lluminista a lo existente va
unida con las esperanzas de la "belle ré-volution" (Voltaire), de la "révolution totale" (Mercler) y de una
revolución permanente (Rousseau). (133 s., 208 s.) "Nous approchons de 1'état de crise et du siécle des
révolutlons", dijo Voltaire. Los lluministas, francmasones e ilustrados justifican esta crítica y su
expectación de la gran crisis a base de las utopías de la armonía del universo, de la eliminación del
estado y de los estamentos, y de la desaparición de las Iglesias en el reino humano de la creencia moral
en Dios. Si, como se dice con razón, el idealismo alemán es la teoría de la revolución francesa, o al
menos la respuesta filosófica al reto lanzado por esa crisis, entonces se vuelve comprensible que el
idealismo alemán empiece como "teoría de la época presente", y se esfuerce por aprehender en
pensamiento su tiempo, la crisis de la revolución, y esto significa: la historia. Y así resulta también
comprensible por qué en Herder, Schiller, Kant, Fíente, Novalis, E. M. Amdt y Hegel, la crítica al
espíritu del tiempo va unida con utopias sobre el reino de Dios, sobre el estado de los ciudadanos del
mundo y el estado de la razón, la Iglesia invisible, etcétera.
10. N. SOMBART, St.-Simon und A. Comte, en: A. WEBEB, Einführung in 'die Soziologie, 1955, 87. Véase
también J. L. TALMON, Politischer Messianis-CTIUS, 1963, 21 s. sobre Saint-Simon.
11. J. L. TALMON, I. c., 88.
12. A. COMTE, Die Soziologie, 1933, 15.
13. W. DILTHEY, Gesammelte Schriften, VIII, 225.
14. FR. NIETZSCBE, Vom Nutzen md Nachteíl der Historie für das Leben: KrSner 37 (1924) 12.
15. W. HERBMANN, Verkehr des Christen mit Gott, '1896, 42. De modo semejante se expresa A. EICHHORN:
ZThK 18 (1908) 156: A la Investigación crítico-histórica le interesa especialmente "que, mediante la
historia, el sujeto se convierta en un hombre libre con respecto a la tradición".
16. L. c., 60.
17. Esta inversión la vio principalmente Max Weber. El "desencantamiento" y la racionalización del mundo y
de su historia por la ciencia moderna provocan una absurda irracionalidad de "relaciones"
independientes y autónomas, que ahora dominan sobre el comportamiento humano. Véase K. LOWITH,
Moa; Weber und Kart Marx, en: Gesammelte Atihandiugen xur Kritifc der geschichtiichen Existenz,
1960, 26.
18. Geschichte, Fischer-Lexikon 24, 1961. ed. W. Besson, 78 8.
19. Ibid., 80.
20. Véase E. ROTHACKEB, Díe dogmatische Denkform in den Getsteswissen-schaften und das Problem des
Historismus: Abh. der geistes - und sozial-wissenschaftiichen Klasse dar Akademie der Wissenschaíten
6, Mainz (1954) 55.
21. R. WITIRAM, Das Interesse an der Geschichte, 1958, 33 s.
22. "Geschichte". Fischerlexikon, 1. c., 83.
23. G. LUKÁCS, Geschichte und Klassenbewusstsein, 1923; E. BLOCH, Das Prinzip Hoffnung, 1959.
24. R. WITIRAM, l. c., 44.
25. L. c., 23.
26. F. Brandel, según R. WITTBAM, i. c., 44,
27. M. HEIDEGGER, El ser y el tiempo. Fondo de cultura económico, México-Buenos Aires 1951, 383 s.
28. B. WITIRAM, 1. c., 43.
29. F. C. BATO, citado por KOSELLECK, i. c., 6.
30. WeltgeschichtUche Betrachtungen, 1. c., 72.
31. Ibid., 43. Sin embargo, el punto de partida propio de J. Burckhardt revela un concepto típicamente griego
del logos: "Nuestro punto de partida es el que arranca del único centro permanente —y, para nosotros,
único posible—, el del hombre que espera, ansia y actúa, tal como es, fue y será siempre; por esto
nuestra consideración será, por así decirlo, patológica. Los filósofos de la historia consideran lo pasado
como contraposición y etapa previa de nosotros, en cuanto somos los desarrollados; nosotros
consideramos io que se repite, lo constante, lo típico como algo que resuena en nosotros y que es
inteligible" (45).
32. C. HINRICHS, Ranfce und dte Geschichtttheologie der Goethezeit, 161 s.
33. Citado tbtd., 162.
34. Ibid., 164.
35. Ibid., 168.
36. Ibid., 174. Citas sacadas de Die grossen Machte.
37. Ibid., 165.
38. Citado ibid., 165. Véase también Die grossera MUchte, 1955, 3 s. y 43 "Sin duda la visión del momento
individual en su verdad, del desarrollo es pecial en sí y para si, tiene en la ciencia histórica un valor
inapreciable; 1( particular lleva en sí lo universal..." Pero lleva lo universal en sí de ta manera que "de la
particularización y del puro desarrollo saldrá la verda dera armonía".
39. Fu. MEINECKE, Deutung eines Rankewortes, en Zur Theorie und Phi losophie der Geschicfate, 1959, 117 s.
40. Véase la introducción de E. Kasemann a la nueva edición de Histo-risch-Kritische Untersuchungen zum
Neuen Testament. F. C. BAUR, Ausge-wcihite Werfce, ed. por Kl. Scholder 1, 1963, y la introducción de
E. WoU a F. C, BAUB, Ausgewahite Werfce, ed. Kl. Scholder 2, 1963.
41. Epochen der kirchiichen Geschichtsschreiliung, 1852. Citado por 1 Wolt, 1. c., IX.
42. A. Dr. K. Hase. Beantwortung des Sendschreibens der Tübinger Schv le, 1855, citado por E. WOLF, 1. c.,
XI.
43. E. KASEMANN, í. c., XIX.
44. E. KASEMAMN, ibid.
45. Contra G. EBELING, Die Bedeutung der historisch-fcritischen Methc en Wort und Glaube, 1960, 45, y F.
GOGABTEN, Verhangnis und Hoffnung Neuzeit, 1958, 154. En el prólogo a la mencionada reedición de las
obras F. C. Baur, Kl. Scholder subraya las tesis de éstos como pregunta dirig a la obra de F. C. Baur.
46. J. G. DRQYSEM, Historik, «1960, 345.
47. Ibid., 345.
48. Jbid., 356.
49. Ibid., 356.
50. Ibid., 358.
51. Ibid., 356.
52. Ibid., 373.
53, JTMd., 357, nota 11.
54. Gesammelte Schriften, 1921 s., 7, 131. Sobre la obra de Dilthey véase G. MISCH, Lebensphilosophie und
Phanomenologie, 119Sl•, E. ROTHACKEB, Ein-leitung in die Geisteswissenschaften, 1920; H. PLESSNER,
Zwischen Philosophie und Geselischaft, 1953, 262 s.; O. F. BOLLNOW, Dilthey, 11955•, ID., Die
Lebensphilosophie, 1958.
55. Ges. Schriften 7, 146.
56. 7, 147. "Sólo mediante la idea de la objetivación de la vida obtenemos una visión de la esencia de lo
histórico... Lo que de su carácter introduce boy el espíritu en su manifestación vital, es mañana, cuando
ya está ahí, historia".
57. 7, 276.
58. 7, 278.
59. 8, 140. Sobre esto M. LANDMANN, Der Mensch ais Schopfer und I schiipf der Kultur, 1961. Landmann hace
de la "anarquía del pensar" y "relativismo de los valores", temidos en el historicismo, lo positivo de
inagotable plenitud de la fuerza creadora: "Saber de la multiplicidad ce liberación de la fuerza creadora",
72 s.
60. H. Nohl, epilogo a W. DILTHEY, Die Philosophie des Lebens, Philoso-phische Texte, ed. H. G. Gadamer,
1946, 98.
61. Véase W. MÜLLER-LAUTER, Konsequenzen des Historismus in der Philosophie der Gegenwart: ZThK 59,
1962, 226 s.
62. M. HEIDEGGER, Ser y tiempo, 3 B.
63. Ibid., 444.
64. Ibid., 441.
65. Jbtd., 440.
66. íbid., 438: "Primariamente histórico... es el «ser ahí». Pero secundariamente histórico, lo que hace
frente dentro del mundo, no sólo el útil «a la mano» en el sentido más amplio, sino también la naturaleza
que forma parte del mundo circundante, en cuanto «suelo de la historia». Llamamos a los entes que no
tienen la forma de ser del «ser ahí», pero que son históricos en razón de su pertenencia a un mundo, lo
«histérico-mundano»".
J. Moltmann, Teología de la esperanza 162
5. COMUNIDAD EN ÉXODO
fundada en un suelo orgánico, sino que flota en el vacío. Ninguna savia corre en ella como
su propia racionalidad. Es un perpetuum mobile de valores mercantiles, cuantos de trabajo,
medios de intercambio y necesidades de las masas. La revolución de izquierdas se ha
agotado completamente en los sindicatos, y ha sido ya integrada en este mundo industrial.
Pero ¿dónde puede el hombre, en cuanto hombre, rebelarse contra este sistema?
El pueblo es el contrapolo de la sociedad industrial. El principio pueblo contra el
principio sociedad industrial.
Esta historia no nacida se acumula en la aldea contra la ciudad industrial. Fuerzas
primigenias de la historia, decretos de lo absoluto afluyen de nuevo al hombre desde el
pueblo. La "tierra" se yergue, por así decirlo, en lo popular, en el hombre del pueblo y en el
estado popular, contra el sistema abstracto, laxo e inhumano de la sociedad industrial. El
hombre y la tierra se encuentran de nuevo. El principio de la sociedad industrial se ha
vuelto inválido, porque hay hombres que no están definidos ya por sus intereses sociales.
La "emancipación humana del hombre", que Marx aguardaba de la revolución del
proletariado, es aquí esperada de lo popular.
Libre es el hombre cuando es libre en su pueblo, y éste lo es en su espacio vital. Libre
es el hombre cuando se encuentra en una concreta voluntad común, que guía su historia en
propia responsabilidad.
Pero también en la doctrina social católica se encuentra el pensamiento de la
comunidad con una finalidad de crítica y de terapéutica sociales. Según la encíclica Mater
et magistra, es necesario "que las formaciones sociales tengan la figura y el carácter de
auténticas comunidades, es decir que consideren realmente a sus miembros como personas
humanas, y estimulen a la colaboración activa". Por ello la meta consiste en "convertir las
empresas privadas y públicas en una auténtica comunidad humana".
Una vez que se haya conseguido esto, contribuirá no poco a reunir a todos los estados
en una comunidad, cuyos miembros particulares, teniendo conciencia de sus derechos y de
sus deberes, contribuyan concordantemente al bienestar de todos. 36
Sin embargo, también este ideal de la comunidad en la sociedad industrial ha perdido
su fuerza revolucionaria y ha sido integrado en el sistema industrial. Sociólogos y críticos
de la cultura han expuesto en repetidas ocasiones que la sociedad moderna no se encamina
en modo alguno hacia un hormiguero totalitario, en el cual estén reglamentadas todas y
cada una de las cosas, sino que esta época del conformismo y de la igualación, de las
grandes organizaciones y los entrelazamientos económicos, es a la vez la época de las
pequeñas agrupaciones especiales, de las relaciones de confianza en un círculo pequeño. A
las superestructuras y macroestructuras de la economía corresponden las microestructuras
de los grupos informales, de las comunidades, asociaciones, etcétera.
Aquí es apresado el aislamiento del hombre, y estas instituciones informales, no
públicas, adquieren evidentemente una importancia cada vez mayor. 37
Ya Alexis de Tocqueville había observado esto mismo en la democracia americana
del siglo anterior:
Veo una multitud inabarcable de hombres semejantes e iguales, que giran sin
descanso en torno a sí mismo para procurarse placeres pequeños y corrientes, que colman
su corazón. Cada uno de ellos, retraído sobre sí mismo, está totalmente desinteresado por
el destino de los demás. Pero sus hijos y sus amigos particulares son para él la humanidad.
En lo que afecta a sus conciudadanos, él vive ciertamente junto a ellos, pero no los ve, no
los toca, no los siente; únicamente vive en sí y para sí.38
Objetividad e inhumanidad del hombre están como olvidadas en el círculo de los
amigos, de los colegas íntimos, de los vecinos e hijos, en la casa, en la asociación de canto,
y en la comunidad. Aquí es "hombre", aquí puede él ser hombre. Tal vez, como insinúa A.
Gehlen39, todos estos pequeños vínculos de los grupos íntimos constituyen algo así como el
cemento del edificio total de la sociedad.
Las grandes organizaciones utilitarias y los individuos amontonados en ellas, eso no
representa en modo alguno toda la verdad.
En esos grupos pequeños y entre ellos, también la iglesia puede tener su lugar y
ejercer su función. Aquí puede convertirse en el refugio de la interioridad, cuando se huye
de las industrias consideradas como "desalmadas". Las relaciones que se dan en los
grandes entrelazamientos industriales se vuelven inabarcables para el intelecto, y ya no es
posible dominarlas de manera moral. La responsabilidad por "el mundo moderno" en
cuanto tal, es algo que ya no se le puede exigir a nadie. Las objetivaciones de la
civilización técnico-científica se han hecho tan grandes y autónomas, que ya no es posible
re-subjetivizarlas. A cambio de esto, liberan un mundo en pequeño, en el cual se puede
asumir responsabilidades en comunidades delimitadas. Aquí las comunidades cristianas
pueden ofrecer calor y cercanía humanos, vecindad y hogar, "comunidad" libre de fines y,
sin embargo, llena de sentido, y por ello, comunidad a la que gusta calificar de "auténtica".
Lo "auténticamente" vivo en la relación de hombre a hombre no se encuentra aquí
aprisionado y pre-formado en modelos de comportamiento racionales y utilitarios. Aquí lo
vivo puede ser ejecutado todavía desde la libertad; escapa a la conformación y no puede
ser impuesto ni controlado. Aquí, frente a la acomodación a las reglas técnicamente
necesarias del comportamiento en la sociedad, y a base de la espontaneidad humana,
pueden producirse soluciones siempre nuevas en constelaciones de situaciones siempre
nuevas.
En este espacio hueco no preformado, no organizado y no público, de la sociedad
industrial, se generalizan las asociaciones, sectas y comunidades de todo género. Aquí
también las comunidades y círculos cristianos pueden convertirse en una especie de arca de
Noé para los hombres socialmente alienados. Se transforman en islas de auténtica
projimidad y de vida auténtica en el hosco mar de las relaciones en las que el pequeño
hombre no puede cambiar, desde luego, nada. La cristiandad puede convertirse en foco de
integración, y con ello habría cumplido evidentemente un fin social. Pues la existencia
subterránea de esas comunidades libres es extraordinariamente benéfica para la sociedad
moderna, ya que consigue ofrecer, en la economía anímica del hombre, una cierta
compensación a las fuerzas económicas y técnicas de destrucción. Sin embargo, nada se
cambia con ello en la dura realidad de la enajenación de lo humano en la "sociedad". Se
ofrece únicamente la compensación dialéctica y la exoneración anímica, de tal manera que
el hombre pueda resistir su existencia pública actual, escindida en el cambio de vida
privada y vida pública, de comunidad y sociedad.
Con esta significación social de la "comunidad" se halla en perfecta concordancia el
hecho de que la teología cristiana de varias orientaciones contraponga, a la iglesia
estructurada de manera pública y jurídica, la "verdadera comunidad" como "auténtica
comunidad", como una "iglesia espiritual" (R. Sohm), como "comunidad pneumática
personal" (E. Brunner), como "comunidad de la fe" y "comunidad en lo trascendente" (R.
Buitmann), y se presente su existencia como "acontecimiento puro" y "suceso inesperado"
en encuentro y decisiones espontáneas. La iglesia es entonces una realidad completamente
ajena al mundo, y es descrita con las categorías propias de la "comunidad" en
contraposición a la sociedad planificada, racionalizada, utilitaria. Entonces se puede hablar
J. Moltmann, Teología de la esperanza 174
considerar sus papeles sociales como una nueva cautividad babilónica. Sólo cuando
aparece socialmente como un grupo incapaz de acomodarse del todo, y la moderna
integración de todos con todos no cuaja en ella, inicia un diálogo lleno de conflictos, pero
fecundo, con esa sociedad. Sólo allí donde su resistencia la muestra como un grupo no
asimilable y no conquistable, puede la cristiandad comunicar a esta sociedad su propia
esperanza.
Conviértese entonces en un desasosiego permanente en esta sociedad, en una
inquietud que no puede ser apaciguada por nada ni ser reducida al sosiego de la
acomodación. Por ello hoy su tarea no consiste tanto en oponerse a la glorificación
ideológica de las circunstancias, cuanto en oponerse a la estabilización institucional de las
mismas; en volverlas inseguras, "planteando el problema del sentido", en hacerlas ágiles y
elásticas en el proceso de la historia. Este fin —formulado aquí de un modo muy general—
no puede ser cumplido ya mediante el simple despertar la historicidad, la vitalidad y la
movilidad en los ámbitos de las exoneraciones sociales, en una inmovilización social
general, sino precisamente en perforar esa inmovilización social. Únicamente la esperanza
mantiene la vida —también la vida pública, social— en una laxitud fluyente.
esperanza del evangelio afecta al hombre, son, ciertamente, el concreto terminus a quo,
pero no son el terminus ad quem de la vocación. Sólo una cristiandad que no entienda ya
su misión escatológica como una misión para el futuro de la tierra y del hombre, puede
identificar su vocación con las circunstancias efectivas de los papeles sociales
profesionales y avenirse a la acomodación. Mas donde la vocación se torna visible en el
propio horizonte de expectación, la obediencia de fe, el seguimiento y el amor tienen que
ser entendidos como "seguimiento creador"58 y como "amor creador".59
El "seguimiento creador" no puede consistir en la acomodación y en la conservación
de los órdenes jurídicos y sociales existentes, ni mucho menos en producir fenómenos que
respalden lo dado y hecho. Tiene que consistir en la percepción teórica y práctica de que lo
que debe ser ordenado y, por tanto, lo posible y futuro en ello, posee una estructura
histórica procesual y sucesiva. También Lulero pudo reivindicar esta libertad creadora para
la fe cristiana.
Habito enim Christo facile condemus leges, et omnia recte judicabimus, imo novos
Decálogos faciemus, sicut Paulus facit per omnes Epístolas, et Petrus, máxime Christus in
evangelio,60
Semejante "seguimiento creador", en un amor que engendra orden y comunidad y
derecho, es posibilitado escatológicamente por la perspectiva de la esperanza cristiana
hacia el futuro del reino de Dios y del hombre. Únicamente él constituye la adecuación con
lo prometido y lo venidero, en la historia abierta de ahora. "Escatología presentista" no
quiere decir otra cosa que justamente "expectación creadora" 61, esperanza que, por abrirse
al futuro universal de] reino, incita a la crítica y a la modificación del presente.
Al problema —hoy más difícil cada vez— "hombre y sociedad", o "libertad y
enajenación", u "hombre y obra" debe dársele desde aquí una respuesta distinta a la que
resulta posible sobre la base de un humanismo de la subjetividad trascendental. El
idealismo alemán y, en seguimiento suyo, el romanticismo europeo fueron reacciones
primeras a las nuevas circunstancias creadas por la revolución industrial. De esa época y de
ese pensamiento procede la idea de que el hombre debe ser idéntico consigo mismo,
porque lo fue y lo es en su comienzo y su origen. Mas para llegar a ser idéntico consigo
mismo y vivir "en constante unión consigo” (Fichte), el hombre tiene que recuperarse una
y otra vez de sus enajenaciones, retirarse de la perdición de la entrega, apartarse de la
disipación mediante la reflexión sobre sí mismo y sobre su verdadero sí-mismo. Todas las
acciones que el hombre hace surgir de sí adquieren un sentido propio y una autonomía que
le quitan al hombre su libertad. Sus productos se emancipan de él, de tal manera que el
creador tiene que inclinarse ante sus criaturas. Sus relaciones personales se transforman en
relaciones objetivas que desarrollan su propia lógica y que se independizan. Con ello
enajenan al hombre de su verdadera esencia, y éste no puede reencontrarse ya a sí mismo
en ellas.
En consecuencia, los individuos tienen que subsumir de nuevo bajo sí esos poderes
cosificados, independizados y convertidos en complejos obsesivos, tienen que apropiarse
de nuevo de ellos y poder reintegrarlos a sí, penetrarlos y cobrar conciencia de ellos 62. Este
retorno de la enajenación es posible hacerlo, evidentemente, por dos vías: por el camino de
la utopía, y por el camino de la ironía. Al joven Marx le parece posible —en razón de su
patología social de las circunstancias del industrialismo primitivo— realizar aquel ideal
formativo del clasicismo alemán del "hombre completo y profundo" mediante la
eliminación revolucionaria de la explotación capitalista, de la sociedad de clases y de la
división del trabajo, en una futura "asociación de individuos libres". En cambio, en la
actual filosofía social del oeste aparecen una y otra vez intentos de recobrar la humanidad
del hombre a través de la reflexión trascendental, conservando la idea de la enajenación.
Yo no coincido ya con mi yo social, aun cuando también, en cada momento, soy
simultáneo con él. Ahora puedo tener, por así decirlo, en mi existencia social, la conciencia
del papel que acepto o soporto. Yo y mi papel se separan para mí. 63
De esta manera, en la reflexión, la autoconciencia del hombre escapa a la realidad
comprometedora, restrictiva, social. En la reflexión permanente, en la ironía y en la crítica
a la caducidad de las circunstancias, la autoconciencia recobra aquella distancia en la que
cree encontrar sus posibilidades infinitas, su libertad y su superioridad. Esta subjetividad
que reflexiona de esta manera sobre sí misma, que no se enajena en ninguna tarea social,
sino que se cierne sobre la realidad degradada en "juego de papeles", y esta fe que no se
siente atada a ninguna realidad, tampoco a la suya propia, hacen del hombre un "hombre
sin propiedades" en un "mundo de propiedades sin hombre" (R. Musil). Salvan la
humanidad del hombre en una emigración interna, en la cual el hombre ya sólo "asiste" a
su vida externa, y con ello entregan las circunstancias a su ruina definitiva.
En la medida en que la subjetividad es recobrada de sus realidades sociales por medio
de la reflexión, pierde el contacto con la realidad social y priva a esas circunstancias
precisamente de las fuerzas que la primera necesita para configurarlas humanamente y para
salir fiadora del futuro.64
El que, en su esfuerzo por liberarse de la antinomia, desprecia y excomulga el mundo
organizado del trabajo, considerándolo como fruto de una equivocación, y recomienda
como única posibilidad de salvarse de las consecuencias di ese error, la retirada a la
interioridad, ése entrega aquel mundo a un desamparo que, más pronto o más tarde, se
apoderará también de su reino espiritual, artificiosamente delimitado, 65
Algo está vivo tan sólo cuando contiene en sí la contradicción; y, ciertamente, esta
fuerza consiste en albergar en sí y en resistir la contradicción 66. No es la reflexión, que
saca a la propia subjetividad de su realización social, la que devuelve al hombre sus
posibilidades y con ello su libertad, sino únicamente la esperanza, la cual le introduce en la
enajenación y, a la vez, desde el futuro aguardado, le hace aprehender posibilidades
siempre nuevas. La vida humana tiene que estar comprometida si quiere ser ganada. Tiene
que enajenarse si quiere conquistar consistencia y futuro. Mas para ese compromiso de la
enajenación se necesita, por ello, un horizonte de expectación que llene de sentido a la
enajenación, se necesita un horizonte de expectación que abarque aquellos campos y
ámbitos en los cuales y para los cuales tiene que llevarse a cabo el trabajo en la
enajenación.
La expectación del futuro prometido del reino de Dios, el cual viene a la tierra y a los
hombres trayendo justicia y creando vida, dispone para enajenarse, sin condiciones y sin
reservas, en el amor y en el trabajo de la reconciliación del mundo con Dios y con su
futuro. Las instituciones, papeles y funciones sociales son medios en el camino de esa
enajenación. Por ello deben ser configurados creadoramente por el amor, a fin de que la
convivencia humana se vuelva en ellos más justa, más humana, más pacífica, y exista un
reconocimiento recíproco de la dignidad y de la libertad del hombre. Por ello no hay que
tomarlos como "exoneraciones" (A. Gehien), ni como caída en la alienación, ni como
petrificación de la vida, sino como caminos y como formas históricas de la enajenación y,
por lo mismo, también como sucesos y procesos que están abiertos al futuro de Dios. La
esperanza creadora historifica estas relaciones y se opone, con ello, a sus tendencias
inmanentes a la estabilización, y mucho más a la "benéfica aproblematicidad" de la vida en
ellos. La fe puede enajenarse en el dolor del amor; puede convertirse en "cosa" y asumir
figura de siervo, porque está sostenida por la certeza de esperanza de la resurrección de la
J. Moltmann, Teología de la esperanza 184
muerte. Para el amor se necesitan siempre esperanza y certeza de futuro, pues el amor
dirige su mirada a las posibilidades no captadas todavía del otro hombre, y por ello le dona
libertad y le garantiza futuro, al reconocer sus posibilidades. En el reconocimiento y la
otorgación de aquella dignidad humana de que el hombre se hace digno en la resurrección
de los muertos, el amor creador encuentra el futuro total, en dirección al cual ama.
Mediante esta esperanza en el futuro de Dios, este mundo de aquí queda libre, para la
fe, de todas las tentaciones de la autorredención o de la autoproducción por el trabajo, y se
vuelve abierto para la enajenación amante, servidora, en favor de una humanización de las
circunstancias, en favor de la realización del derecho a la luz del derecho divino venidero.
Pero esto significa que la esperanza de resurrección tiene que provocar una nueva manera
de entender el mundo. Este mundo no es el cielo de la realización de sí mismo, como se
afirmaba en el idealismo. Este mundo no es el infierno de la alienación de sí mismo, como
se dice en la literatura romántica y existencialista. El mundo no está todavía listo, sino que
es concebido como situado en la historia. Por ello es el mundo de lo posible, en el cual se
puede servir a la verdad, a la justicia y a la paz futuras prometidas. Es el tiempo de la
diáspora, de la siembra para la esperanza, de la entrega y del sacrificio, pues este tiempo se
encuentra en el horizonte de un nuevo futuro. De esta manera se hace posible la
enajenación en este mundo, el diario amor esperanzado, y se vuelve humano en aquel
horizonte de expectación que trasciende a este mundo. La alabanza de la autorrealización y
el lamento de la autoalienación nacen igualmente de la falta de esperanza en un mundo que
ha perdido su horizonte. Abrir a este mundo el horizonte del futuro del Cristo crucificado
es la tarea de la comunidad cristiana.
NOTAS
1. Die Bekenntnisschriften der evangelisch-lutherischen Kirche, 21952, 411.
2. Sobre esto véase K. G. SIECK, Kirche und Oeffentlichkeit: ThEx 76 (1960).
3. W. KAMLAH, Christentum und Geschichtiichkeit, 21951, 134.
4. R. NÜKNBERGER, Kirche und weitliche Obrigkeit bei Ph. Melanchthor, 1937.
5. Así, Pío XII: "Como principio vital de la sociedad humana, la iglesia, nutriéndose de las fuentes profundas
de sus riquezas interiores, debe extender su influjo a todos los sectores del existir humano". La encíclica
social del papa Juan XXIII: Water et magistra, ed. E. Welty, Herder-Bücherei, 110, 1961, 42.
6. Rechtsphilosophie § 188 s. Véase sobre esto J. RIITER, Hegel und die framosische Revolution, 1957, 36 s.
7. Rechtsphilosophie § 188.
8. J. RITTEB, 1. c., 41.
9. Jenenser Realphilosophie, ed. J. Hoffmelster, 1931, 239.
10. Rechtsphilosophie § 238.
11. Rechtsphilosophie § 187.
12. Rechtsphilosophie § 238.
13. J. RITTER, I, c., 43.
14. Rechtsphiiosophie § 190.
15. Rechtsphilosophie § 209.
16. A. GEHLEN, Mensch trotz Masse. Der Einzeine in der Umwálzung de Gesellsehatt, en: Wort und Wahrheit
7 (1952) 579 s.
17. H. SCHELSKY, Die sfceptische Generation (1957) 1963, 297.
18. H. FBEYER, Theorie des gegenwUrtigen Zettalters, 1958, 243.
19. G. MACKENRODI, Sinn und Ausdrucfc der sozialen Formenweit, 1952, 200.
20. H. FWIYEB, 1. c., 244.
21. M. HBIDEGGEB, Holzwege, 1957, 237.
22. H. SCHELSKY, Der Mensch ín der wissenschaftiichen ZivW.sa.tion, 1961, 45. De modo semejante se
expresó ya en Ist Dauerreflexión institutionalisier-bar?: ZTSE 1 (1957) 153 s. y en Ortsbestimniunfif
der deutschen Sozioiogie, 1959, 105: "Habría que preguntar: ¿cuál es la posición universal del hombre
en nuestra sociedad, la cual le coloca más allá de la coacción social y, con ello, frente a la sociedad? A
esto habría que responder: la subjetividad reflexiva, que no se aliena definitivamente en ninguna
realización social, o no se deja determinar definitivamente por ninguna fuerza social; la conciencia
moral, que no encuentra en la realidad social ningún criterio definitivo de su confirmación o de su
refutación; la fe religiosa, que no se siente ligada, en última instancia, a ninguna realidad social, tampoco
a la suya propia".
23. G. GUNTHEB, Seele und Maschine: Augenblick 3/1, 16, citado por H. SCHELSKY, Der Mensch in der
wissenscha/tlichen Ziuilisation, 45.
24. F. GOGABTEN, Der Mensch zwíschen Gott und Weit, 1952, 181 s.: "La personalidad. Fe cristiana como
reflexión", especialmente 187 s. Aquí no debemos olvidar la distinción que Gogarten hace entre la
subjetividad idealista y la personalidad de la fe.
25. H. SCHELSKY, Jst Dauerreflexion institutionalisierbar? 1. c.
26. R. BULTMANN, Der Gottesgedarake und der moderna Mensch: ZThK 60 (1963) 335 s. 346 s.: "Sólo el
pensamiento de Dios, que puede encontrar —buscar y encontrar— lo incondicionado en lo
condicionado, lo ultraterreno en lo terreno, lo trascendente en lo actual, como posibilidad del encuentro,
es posible para el hombre moderno".
27. R. BULTMANN, Glauben und Verstehen 3, 1960, 196.
28. E. ToprrscH, Zur Soziologie des Existentialismus, en Sozialphilosophie zwischen Ideologie und
Wissenschaft, 1962, 86.
29. K. LOGSTBUP, Díe ethische Forderung, 1959, 232: "No existen exigencias absolutas, reveladas, sino sólo la
única exigencia radical". Véase W.-D. MARSCH, Glauben und Handein in der "technisch-
organisatorischen Dasein-sverfassung": MPTh 52 (1963) 289 s.
30. Th. W. ADORNO, Sociológica 2, 1962, 100.
31. A. GEHLEN, Die Seele im technischen Zeitalter, 1957, 118.
32. Véase el estudio sociográfico estimativo de H. O. WOLBER, EeHgio' ohne Entscheidung, 1959; además, E.
STAMMLER, Protestcmten ohne Kirchí 1960. H. J. Iwand aludió ya en 1929 (Deutsche Uteraturzeitung
1929, col. 1228 a esta autoeliminación de la decisión en el pathos de decisión; "Para que e hombre sea
colocado ante la decisión, es arrebatado precisamente a ella, pue gracias a esta manipulación teórica
la decisión a favor o la decisión en con tra de Dios aparecen como dos posibilidades ante el hombre, y
en últim instancia hay que acudir de nuevo al estímulo de los imperativos o a lo atractivos de los juicios
de valor, para sacar al hombre de la neutralidad ei la que se le había colocado artificialmente".
33. Así dice la muy acertada definición de H. BULTMANN, Formen mensch-licher Gemeinschaft, en Glauben
und Verstehen 2, 263, que, en este artículo, recoge evidentemente el pensamiento de F. Tonnies acerca
de la comunidad.
34. Véase la poesía de Rilke citada por BULTMANN, 1. c., 266: "Las grandes ciudades no son verdaderas... En
ellas no ocurre nada del amplio acontecimiento real que se mueve en tomo a tí, que te estás haciendo".
Para la critica de la crítica romántica a la gran ciudad véase H. P. BAHRDT, Díe modeme Grosstadt, 127,
1961.
35. F. T6NKHS, Gemeinschaft und Geselischaft, 1935, '1963.
36. Mater et magistra, ed. E. Welty, 1. c. § 65, § 91, § 174.
37. A. GEHLEN, 1. c., 74.
38. Die Demokratie in Amerika, 1956, 206.
39. A. GEHLEN, 1. c., 74.
40. A. GEHUSN, 1. c., 43.
41. A. GEHLEN, ürmensch und Spiitkultur, 1956, 69.
42. Ibid., 289.
43. C. AMERY, Die Kapitulation oder der deutsche Katholizismus heute, 1063, exige (117) el "alejarse del
milieu": "Sentiré cum Ecciesia puede exigir de nosotros la ruptura con el catolicismo existente",
44. Para lo siguiente véase O. WKSER, Grundiagen der Dogmatik 2, 1962, 564 s.
45. O. WEBEB, 1. c., 570.
46. De modo semejante se expresa H. D. WENDLAND, Ontologíe und Escha-tologie in der christUchen
Soziallehre, en Botschaft an die soziale Weit, 1959, 141 ••
47. Esto es destacado de manera especialmente clara en los Fundamenten en Perspektiven van Belijden, de
la Hervormde Kerk holandesa de 1949, en los artículos 8 y 13, así como en la correspondiente
Kerkorde art. VIII: "Van het apostolaat der Kerk".
48. J. C. HOEKENDIJK, MÍSSÍOTO - heute, 1954, 12.
49. W. DIRKS: Frankfurter Hefte (1963) 92. Sobre esto véase W. D. MARSCH, Gtouben und Handein: MPTh 52
(1963) 281 s.
50. P. ALTHAUS: EKL III, col. 1931.
51. Melanchton, Apolooie IV, 189. E. Wolf ha subrayado en muchos escritos el significado y la lógica de
esta frase. Sobre esto véase H. WEBER, Der sozialethische Ansatz bei Emst Wolf: EvTh 22 (1962) 580 s.
52. D. BONHOEFFER, Etica. Estela, Barcelona 1968, 177 s.
53. E. WOLF, Schopferische Nachfolge, en Spannungsfelder der evangell-schen Soziallehre, 1960, 36.
J. Moltmann, Teología de la esperanza 186
54. K. Hou., Die Geichichte des Wortes Beruf. Gesammelte Auísatze III, 1928, 219.
55. E, BRUNNER, Das Gebot und die Ordnungen, 1932, 184.
56. Rom 8, 29; 11, 29; 1 Cor 1, 9. 26; FÍ1 3. 14; Ef 4, 11 s.; Heb 6, 4 s., etc. 430
57. Esta pregunta humanística no puede ser recogida por la teología identificando el ser-persona del
hombre con su ser en cuanto criatura de Dios, de tal manera que luego, con su ser-persona, también su
ser-criatura quede fuera del marco de la moderna sociedad funcionalizada, y se intente salvar la
personalidad del hombre frente a su cosificación mediante una teología de la creación.
58. Esta fórmula es de E. WOLF, i. c.
59. Sobre esto véase el articulo de W. PAMNENBEHG, Zur Theologie de$ Rechtes: ZEE 7 (1963) 1 s.
especialmente 20 s.
60. W. A. 39, I, 47, citado por E. WOLF, i. c., 35.
61. E. BLOCH, Tiibinger Einleituns tn die Philosophie 2, 1964, 176.
62. Sobre la importancia que el pensamiento de la identidad de Fichte tiene para la teoría de Marx sobre la
enajenación y para la teoría de Freud sobre los complejos, véase A. GEHLEM, Über die Geburt der Freiheit
aus der Entfremdung: Archiv für Rechts-und Sozialphilosophte (1952) 350. Para este apartado
remitimos también a H. PLESSNEB, Das Problem der Oeffentlichic.eit una die Idee der Entfremdung, 1960
und TH. LITT, Das Bildungsideal der deut-schen Klassik und die moderno Arbeitsweit, 1955.
63. K. JASPERS, Philosophie II, 1932, 30. A consecuencias parecidas llega también R. DAHBENDOBF, Homo
Sociologicus. Ein Versuch zur Gesehichte, Be-deutung und Kritlk der Kategorie der sozialen Rolle,
1960, y Soziologíe: 1. Der Mensch ais Rollenspieler, en Wege zur padagogíscften Anthropologie, 1963,
donde Dahrendorf intenta discutir las objeciones, justificadas a mi parecer, de Tenbruck, Plessner, H. P.
Bahrdt, A. Gehien y Janoska-BendI.
64. H. PLESSNER, l. c., 20.
65. TH. LITT, l. c., 123.
66. G. W. F. HEGEL, Werke 4, 87.