Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Confesiones de Un Sicario

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 17

México, DF.

- Formó parte del brazo ejecutor del narcotráfico en la frontera


norte. En la habitación de un hotel, mientras huía de sus antiguos jefes, el
asesino de 250 hombres le hizo al periodista Charles Bowden un relato
estremecedor

Me encontraba en una ciudad lejana. Un tipo me habló de un asesino a sueldo


al que había escondido. Me dijo que al principio le daba miedo, pero que luego
había descubierto que era muy útil. Limpiaba todo, cocinaba siempre, e incluso
se hincaba para lustrarle los zapatos. “Le di asilo de favor”, explicó.

“Lo quiero”, contesté, “quiero escribir su historia”. Por eso vine aquí.

El hombre al que espero ha dicho: “No me conoces. Nadie puede perdonarme


por lo que he hecho”.

Se siente orgulloso de su trabajo. “Los buenos asesinos dibujan un patrón muy


preciso sobre la puerta del conductor. No rocían balas por todo el coche, no,
trazan un dibujo que va de la puerta al pecho de la víctima. El reportero recién
asesinado recibió una secuencia así: 10 balas de 9 mm. A su hija ni la rozaron”.

Nos vemos en un estacionamiento, nuestros coches lado a lado como cuando


se reúnen dos patrullas. Le paso unas fotografías. Él les echa un vistazo y me
dice que vaya a una pizzería. Una vez ahí, dice que debemos encontrar un
lugar tranquilo porque habla muy alto. Rentamos un cuarto de motel. Nada de
esto puede ser arreglado previamente porque eso me permitiría tenderle una
trampa.

Revisa las fotografías; son imágenes que nunca salieron en los periódicos.
Clava su dedo en un tipo que está parado junto a un cuerpo semienterrado:
“Esta fotografía puede costarte la vida”, dice.

Le muestro la foto de la mujer. Se ve hermosa, toda vestida de blanco y


perfectamente maquillada. Le escurre sangre por la boca y la luz del amanecer
acaricia su rostro. Ahora el hombre ve a la mujer y me cuenta que era la novia
del jefe de los sicarios de Juárez, y que los jefes del cártel pensaron que
hablaba demasiado. No es que hubiese mencionado la ubicación de algún
cargamento o algo por el estilo, simplemente hablaba demasiado. Así que le
dijeron a su novio que la matara y eso hizo. Porque si no, él tendría que morir.

Se inclina hacia mí. “Vicente —el jefe del cártel de Juárez— podría matarte si
tan sólo pensara que estás hablando por ahí”.

Estas fotografías pueden costarte la vida. Las palabras pueden costarte la vida.
Y todo esto sucederá, y morirás, y la oración jamás tendrá sujeto, será
simplemente un objeto que se desploma muerto en el piso.

Nunca lo distinguiríamos. Su estatura es promedio; se viste como obrero, con


botas de trabajo y gorra. Si estuviera parado junto a ti en un puesto de control,
no podrías dar una descripción física cinco minutos después. No tiene nada
que llame la atención. Nada.

Tiene dedos muy gruesos y manos muy grandes. Su cara no tiene expresión.
Su voz es fuerte pero plana.

Pasa inadvertido. Así es, en parte, como logra matar.

TERRITORIO DESCONOCIDO

“Juárez es un cementerio. Yo he cavado la tumba de 250 cuerpos”, dice.

“Todo lo que diga se queda en este cuarto”, advierte. Asiento y sigo tomando
notas.

Así empieza: nada puede salir del cuarto, aunque estoy tomando notas y a
pesar de que sabe que voy a publicar lo que me cuente porque se lo aviso.
Estamos entrando en un territorio que ninguno de los dos conoce. Yo no puedo
repetir nunca lo que él me cuente aunque le digo que lo voy a hacer. Nada
puede salir de este cuarto aunque él ve cómo escribo en una libreta negra. No
sé su nombre ni puedo verificar nada de lo que me diga. Pero este asesino
tiene pedigrí, se lo dio el hombre que nos puso en contacto: un hombre que
alguna vez usó sus servicios, un ex miembro de un cártel y mando de la Policía
Estatal al que ahora le debo un favor.

Me pide que le toque el tricep de su brazo derecho. Le cuelga como una llanta
desinflada. “Ahora”, dice, “siente mi brazo izquierdo”. Nada le cuelga ahí.

Se pone de pie y me hace una llave china. Podría romperme el cuello como si
fuera una rama. Se vuelve a sentar.

Le pregunto cuánto cobraría por matarme.

Me observa con una mirada tranquila y dice, “5 mil dólares cuando mucho,
probablemente menos. No tienes poder ni conexiones con el poder. Nadie me
perseguiría si te matara”.

ESTAMOS LISTOS PARA EMPEZAR

Le pregunto cómo se convirtió en asesino. Sonríe y me responde: “Me creció el


brazo”. Después agarra una hoja de papel, dibuja cinco líneas verticales, y
escribe con tinta negra: “infancia, policía, narco, Dios”. Las cuatro fases de su
vida. Luego comienza a tachar las palabras hasta que no queda nada en la
hoja salvo un bloque de tinta.

“Cuando creía en el Señor”, dice “huía de los muertos”.

“Mi infancia fue normal”, insiste. No va a tolerar la explicación facilona de que


es producto del abuso.
“Éramos muy pobres, estábamos muy necesitados”, continúa. “Llegamos del
sur a la frontera, para sobrevivir. Mi gente se metió a la maquila. Yo fui a la
escuela. Mi padre no me maltrataba. Mi padre trabajaba, era un hombre
trabajador. Entraba a las 6 de la tarde y salía a las 6 de la mañana, seis días a
la semana. El resto del tiempo dormía. Mi madre hacía las veces de madre y
padre. Limpiaba casas en El Paso tres veces a la semana. Había que alimentar
a 12 niños”.

“Una vez”, recuerda, “mi padre me llevó a mí y a tres de mis hermanos al circo.
Llevamos nuestro chili y nuestras galletas para no gastar. Ese fue el día más
feliz de mi vida. Y la única vez que mi padre me llevó a algún lado”.

TRABAJANDO PARA EL DIABLO

Está en la prepa cuando la Policía Estatal lo recluta junto con algunos de sus
amigos. Reciben 50 dólares por pasar coches por el puente de El Paso; luego
los estacionan y se van. Nunca saben qué hay en los coches y nunca
preguntan. Después de la entrega los llevan a un motel donde siempre hay
mujeres y coca disponibles.

Deja la escuela porque no tiene dinero. Y luego la policía echa mano de su


grupo de amigos que ha movido droga para ellos en El Paso y los manda a la
academia de policía. En su caso, como sólo tiene 17 años, el Alcalde de Juárez
interviene para que pueda entrar.

“Nos pagaban 150 dólares a la semana como cadetes”, dice, “pero de El Paso
nos mandaban un bono de mil dólares mensuales. Todos los días había droga
y alcohol para armar fiestas en la academia. Los fines de semana
sobornábamos a los guardias para ir a El Paso. A mí me mandaron a la
escuela del FBI; me enseñaron a detectar armas, drogas y vehículos robados.
El entrenamiento fue muy bueno”.

Después de la graduación, ningún departamento lo quería porque era


demasiado joven. Pero los agentes estadunidenses insistieron en que le dieran
un buen rango. Y se lo dieron.
Hay dos unidades de la Policía del Estado en Juárez especializadas en
secuestro, y la suya era una de ellas. La comisión oficial para ambas era
detener los secuestros. Pero, en realidad, una unidad secuestra a la persona y
se la da a la otra para que la mate, procedimiento más rápido que el de cuidarla
mientras esperan el rescate. A veces fingían descubrir el cuerpo días después
del secuestro.

Así era el Juárez disciplinado que alguna vez conoció. Después, en julio de
1997, muere Amado Carrillo Fuentes, líder del cártel de Juárez. Eso fue un
“terremoto”. El orden se derrumbó. Los pagos a la Policía del Estado
provenientes de una cuenta en Estados Unidos se terminaron. Y cada unidad
tuvo que arreglárselas por sí sola.

SIN CONOCER A LOS JEFES, SIN PREGUNTAS

Antes de la muerte de Carrillo, no era fácil meter coca en Juárez porque “si
abrías un kilo, te mataban”. Así que él y su tropa cruzaban el puente hacia El
Paso para hacer negocios. Para ese momento controla a una banda de
secuestradores y asesinos, trabaja para un cártel que almacena toneladas de
cocaína en bodegas clandestinas en Juárez, y tiene que entrar a Estados
Unidos para conseguir las suyas.

Eso cambió después de la muerte de Carrillo. Le entró duro a la coca, las


anfetaminas y el alcohol; podía estar despierto una semana. También fue en
esa época cuando adquirió sus habilidades: estrangulamiento, asesinato con
cuchillo y pistola, acribillamiento de coche a coche, tortura, secuestro, y
desaparición de personas, a las que simplemente enterraba en un hoyo.

Dice que Amado Carrillo Fuentes es una bestia. Ahora divaga, está regresando
a un tiempo y un lugar que ya abandonó, el coto de caza en el que masacraba
y derrochaba 5 mil dólares en una tarde. Recuerda cuando unos fuereños
trataron de llegar a Juárez para apoderarse de la plaza, de la frontera. Al
principio, la organización los mataba y los colgaba de cabeza. Después,
durante un tiempo, les hacían el nudo de corbata colombiano: la garganta
cortada, la lengua pendiendo por la raja. Luego hubo una avalancha de
“collares”: el cuerpo quemado era encontrado con un remate carbonizado en
lugar de la cabeza, los hilos metálicos de las llantas abrazaban a los cadáveres
como aros ennegrecidos.

DE CAZADOR... A PRESA

Su cara refleja miedo. No miedo de mí sino de algo que ninguno de los dos
puede definir, una máquina de muerte sin conductor a la vista. No existe un
cártel del que se tenga que escapar, no existe ningún jefe del que deba
cuidarse. Alguien dio luz verde y ahora cualquiera que conozca el contrato
puede matarlo y reclamar el dinero. El nombre de su asesino es legión.

Puede esconderse, pero eso sólo compra un poco de tiempo, y si comete un


error grave acabará muerto. Sus cazadores pueden ser pacientes. Es como un
billete de lotería que un día alguien cobrará. La máquina de matar corre
desbocada por las calles, las armas listas, siempre en el camino, sin dirección,
merodeando al azar en busca de sangre fresca. El día llega y se va, y matan a
10. O más. Ya nadie es capaz de llevar la cuenta, además, algunos cuerpos
simplemente desaparecen y es imposible rastrearlos.

Es un hombre que ríe, su cuerpo casi fluye, sus ojos ya no son dos carbones
negros, ahora están radiantes y bailan mientras habla.

“No somos monstruos” explica. “Tenemos educación, sentimientos. Yo podía


dejar de torturar a alguien, ir a cenar con mi familia y regresar. Desconectas
ciertas partes de tu mente. Es un trabajo, sigues órdenes”.

Durante algún tiempo su pasado estuvo muerto para él, lo desconectó. Pero
ahora está de regreso. Piensa que Dios me envió para que otros conozcan su
historia.

DOS VECES "MUERTO"

“Ya no hago cosas malas”, dice, “pero no puedo dejar de ser precavido. Es un
hábito. Así me siento seguro. Ya me han matado dos veces, ¿sabías?”.
Se levanta la camisa y me enseña las cicatrices de dos ráfagas de AK-47 que
recibió en distintos momentos.

“Estuve en coma durante un tiempo”, prosigue. “Pesaba 130 kilos cuando


llegué al hospital, a un narco-hospital, y salí pesando 60”.

Había sido un error. La organización pensó que había filtrado datos sobre el
asesinato de un columnista, pero resultó que el informante era el mismo al que
le habían pagado para intervenir los teléfonos. Así que lo mataron y luego “se
disculparon conmigo y me pagaron un mes de vacaciones en Mazatlán que
incluía mujeres, droga y alcohol. Tenía como 24 años”.

“La primera persona que maté… Bueno, éramos policías estatales y estábamos
patrullando”, dice. “Le hablaron a mi compañero al celular y le dijeron que el
hombre que buscábamos estaba en un centro comercial. Así que fuimos ahí, lo
agarramos y lo metimos en el coche”.

Él y su compañero utilizan el código policiaco para homicidio: cuando alguien


usa el número 39, quiere decir que hay que matar a la persona.

El tipo al que levantan había perdido 10 kilos de coca; la droga pertenecía a los
otros dos.

Su pareja conduce, mientras él se pasa a la parte de atrás con la víctima.

La presa asegura que le dio la droga a otra persona. En ese momento su


compañero dice “39” y él lo mata al instante.

“Era algo automático”, explica. Manejan durante horas con el cuerpo mientras
beben. Finalmente, se dirigen a un parque industrial, levantan una coladera y
arrojan el cadáver por la cloaca. Por este trabajo le pagaron 30 gramos de
coca, una botella de whisky y mil dólares.
“Me dijeron que había pasado la prueba. Tenía 18 años”.

SOLO SIGUIENDO ÓRDENES

Después de su bautizo, se mete al negocio del secuestro y entra en un mundo


nuevo. Pronto empieza a viajar por todo el país. Trabaja para la policía pero
cuando le asignan una misión simplemente pide licencia.

En algunos de los secuestros en los que participa sólo importa el dinero del
rescate. Pero cientos más tienen un propósito distinto.

“Te decían, ‘Levanta a ese tipo. Perdió 200 kilos de mariguana y no los pagó’.
Yo lo levantaba en mi carro de policía y lo aventaba en alguna casa de
seguridad. Horas después, alguien me llamaba porque había que deshacerse
del cuerpo”.

“Así fue el inicio de mi carrera después de pasar aquel examen. Durante unos
tres años viajé por todo México. Una vez hasta fui a Quintana Roo. Siempre
andaba en un carro oficial de la policía. A veces íbamos en avión pero casi
siempre manejábamos. Para pasar los retenes militares enseñábamos un
documento oficial que aseguraba que estábamos transportando a un
prisionero. El documento tenía un número de expediente falso”.

“Cuando ellos veían que era un carro oficial yo les decía: ‘No se preocupen,
todo va a salir bien. Van a regresar con su familia. Pero si no cooperan, los
vamos a drogar y a meter en la cajuela, y no les aseguro que lleguen al final del
viaje’”.

PODER Y OPULENCIA... SIN PREGUNTAS

Los elementos policiacos que están “metidos” en el crimen casi no hacen labor
policial; trabajan de tiempo completo para los narcos. Ese fue el verdadero
hogar de nuestro entrevistado durante 20 años, en un segundo México que
oficialmente no existe pero que cohabita sin cortapisas con el Gobierno. En sus
múltiples viajes para amordazar, torturar y matar, nunca ha sido interceptado
por las autoridades. Él es parte del Gobierno, de la policía, y tiene a ocho
agentes bajo su mando. Pero su verdadero jefe es la organización, él asume
que es el cártel de Juárez, aunque nunca pregunta porque sabe que las
preguntas pueden ser mortales. Le dieron un sueldo, una casa y un coche. Y
prestigio.

EN LAS MANOS DE DIOS

Como todos, quiere que su vida tenga un significado. Debe tener cuidado, por
supuesto. Cuando abandonó esa vida hace dos años, la organización le puso
precio a su cabeza: 250 mil dólares. No sabe si la cifra ha aumentado, pero no
cree que haya disminuido. Por ahora, sabe que Dios lo protege a él y a su
familia, pero aun así debe cuidarse.

México, DF.- El sicario retirado continúa su relato narrando sus funciones


dentro de los secuestros. Para darnos una idea de la magnitud de la red
criminal, calcula que el 85 por ciento de la policía trabaja para la organización.
Pero incluso en un día soleado apenas reconocería a alguien del cártel que lo
emplea. Forma parte de una célula, por encima de él hay un jefe, y arriba del
jefe una zona llena de poder que no visita ni conoce.

Estima también que de cada cien personas que transporta, (ya sea en calidad
de secuestrados o “ajusticiados”) dos recuperan su vida. El resto muere.
Despacio, muy despacio.

EL MUNDO DEL SECUESTRADO

En cada casa de seguridad puede haber entre cinco y 15 víctimas. Están


vendados todo el tiempo, y si por alguna razón se les cae la venda, los matan.
A veces los sientan en una silla frente a la televisión, los destapan por un
instante y les muestran videos de sus hijos en la escuela, de sus esposas
comprando, de la familia en la iglesia. Les muestran el mundo que han dejado
atrás y les hacen saber que si el dinero no llega ese mundo desaparecerá, será
destruido. Los vecinos nunca se quejan de las casas de seguridad. Ven que
están rodeadas por carros de policía y se quedan callados.

Puede que las víctimas tengan un millón de dólares, pero para cuando termina
el trabajo ya les quitaron todo; su fortuna entera, y tal vez, sólo tal vez, dejan
que la mujer se quede con la casa y el coche. Hay gente que vive secuestrada
dos o tres años. Después de darles de comer, los golpean, así empiezan a
asociar la comida con el dolor. Muy de vez en cuando llega la orden de soltar a
un prisionero. Los llevan vendados a algún parque y les dicen que cuenten
hasta 50 antes de quitarse la venda. Incluso en ese instante de libertad lloran,
porque no pueden creer que los vayan a soltar, sino que los van a matar.

“A veces”, dice “le quitaban la venda a los que llevaban meses secuestrados
para que limpiaran la casa de seguridad. Después de un tiempo, creían que
eran parte de la organización y se identificaban con los guardias que los
golpeaban. Componían canciones sobre sus días ahí, y nos hablaban de todas
las cosas buenas que nos darían cuando los soltáramos. A veces, después de
golpearlos mucho, les mandábamos videos a sus familias en los que rogaban,
desesperados: ‘Denles todo’. Y de pronto llegaba la orden y los matábamos”.

COMO SEA, LA VICTIMA MUERE

El pago siempre se hacía en una ciudad diferente de donde tenían al


prisionero. Todo en la organización estaba estructurado. A veces pasaban
semanas encerrados en una casa de seguridad sin hablarle al secuestrado, sin
saber quién era. No importaba. Ellos eran productos y él un empleado
siguiendo órdenes. Sin importar qué tanto pagaba la familia, la víctima casi
siempre moría. Cuando le chupaban todo el dinero a la familia, el prisionero ya
no tenía ningún valor. Y además podía traicionar a la organización. Así que su
muerte era lógica e inevitable.

Detiene su relato. Quiere dejar claro que ahora él se parece a los prisioneros
que torturó y mató. Está fuera de la organización, es un peligro para ella.
“Cualquiera que ya no le sirve al jefe, se muere”.
Ahora es un hombre a la deriva recordando la época en que estaba
fuertemente anclado al mundo.

“Quiero que quede claro”, dice, “que yo sentía cosas cuando estaba en las
casas de tortura, viendo a la gente tirada en el piso, encharcada en su propio
vómito y sangre. No me dejaban ayudarlos”.

LA MECANICA DE LAS TORTURAS

El trabajo, insiste, no es para amateurs. Por ejemplo la tortura: tienes que saber
hasta dónde llegar. Incluso si al final vas a matar al tipo, tienes que actuar con
cuidado para sacarle toda la información que necesitas.

“Tienen tanto miedo”, explica, “que generalmente cooperan mucho. A veces,


cuando se dan cuenta de lo que les va a pasar, se ponen agresivos. Entonces
les quitas los zapatos, les empapas la ropa, y les conectas un cable en cada
pie durante 15 segundos. Así entienden que tú mandas y que les vas a sacar
toda la información. No los puedes golpear mucho porque entonces se vuelven
inmunes al dolor. He visto gente a la que golpean tanto que puedes arrancarle
las uñas con pinzas sin que se inmuten”.

“Los esposas por la espalda, los sientas frente a un foco de 100 watts y les
haces preguntas sobre su trabajo, el número y la edad de sus hijos, todo lo que
ya sabes porque ya lo investigaste. Cada vez que mienten les das una
descarga. Una vez que saben que no pueden mentir, empiezas con las
preguntas serias —cuántos cargamentos han movido al otro lado, para quién
trabajan, por qué no le pagan al jefe”.

“Para ese momento te contestan todo. Después los golpeas y los dejas
descansar. Les enseñamos videos de sus familias. Entonces te dicen todo lo
que necesitas saber y a veces más. Ya tienes la ventaja, y usas la nueva
información para asaltar almacenes y robar cargamentos, acorralar a otros que
trabajan con él, grabar a sus familias, y empezar de nuevo. Sabes que las
familias no acudirán a la policía porque sospechan que su padre o su esposo
anda metido en negocios turbios. Pero si van a la policía nos enteramos de
inmediato, porque nosotros trabajamos ahí. Somos parte de la unidad
antisecuestro. A veces matamos a los secuestrados de inmediato porque,
después de quitarles el coche y las joyas, no valen nada. El botín se divide
entre los de la unidad, es decir, entre cinco u ocho personas. Lo peor de
matarlos es que luego tienes que cavar un agujero para enterrarlos. La mayoría
comete dos errores. No le pagan al que controla la plaza, la ciudad. O sueñan
que pueden ser mejores que el jefe”.

SIN LIMITES

Hay un segundo tipo de secuestros que considera casi vergonzosos. La esposa


de alguien tiene una aventura con su entrenador personal, así que levantas al
entrenador y lo matas. O un tipo tiene una mujer que está muy buena y otro
tipo la quiere, así que matas al novio para conseguirle la mujer.

“Recibía mis órdenes”, dice, “así que tenía que matarlos. Los jefes no conocen
límites. Si quieren una mujer, la consiguen. Si quieren un coche, lo consiguen.
No tienen límites”.

No le gusta la gente que mata por matar. No son profesionales. Los verdaderos
sicarios matan por dinero. Pero hay gente que lo hace por diversión.

“Hay quien dice: ‘No he matado a nadie en una semana’. Así que van a la calle
y matan a alguien. Esta gente no pertenece al mundo del crimen organizado.
Están locos. Si descubres que alguien de tu unidad es así, lo matas. A los que
realmente quieres reclutar son a policías o ex policías —asesinos entrenados”.

LA PLANEACION DE LA EJECUCION
Primero, los “Ojos” estudian a la víctima durante días, por lo menos una
semana. Anotan su horario, cuándo se levanta, a qué hora va al trabajo,
cuándo come en casa, toda su rutina doméstica es registrada por los “Ojos”.
Luego, la “Mente” se encarga. Estudia los hábitos del blanco en la ciudad: su
jornada laboral, dónde come, dónde bebe, qué tan seguido visita a su amante,
dónde vive ella y cuáles son sus hábitos. Entre los “Ojos” y la “Mente” esbozan
un horario. Después se reúne el resto del equipo, de seis a ocho personas. Dos
carros de policía con oficiales y dos coches con sicarios. Escogen una calle
que pueda ser bloqueada fácilmente. El timing será medido a la perfección y el
golpe se hará a no más de media docena de calles de la casa de seguridad —
eso es fácil porque hay muchas en la ciudad.

Agarra una pluma y empieza a dibujar. El coche líder será de la policía. Lo


seguirá otro lleno de sicarios. Luego el coche de la víctima, seguido de otro de
sicarios. Y al final, cubriendo la retaguardia, otro carro de policía.

Durante la ejecución, los “Ojos” observarán y la “Mente” hablará por radio.

Cuando el blanco entre en la calle seleccionada, el primer carro de policía


girará para bloquear la calle, el primer coche de sicarios bajará la velocidad, el
segundo coche de sicarios se emparejará junto al blanco y lo matará, y el
segundo carro de policía bloqueará el otro extremo de la calle.

Todo esto debe tomar menos de 30 segundos. Uno de los hombres deberá
salir de un coche para darle el “coup de grace” al blanco regado con balas.
Después todos se dispersan.

El coche de los asesinos se dirigirá a la casa de seguridad para esconderse en


el estacionamiento. Después, la organización se lo llevará a otro
estacionamiento, lo pintará y lo revenderá en uno de sus propios lotes. Los
asesinos abordarán un coche limpio en la casa de seguridad, y por lo general
regresarán a la escena del crimen para asegurarse de que todo haya salido
bien.

Dibuja todo esto con exactitud, cada rectángulo que representa a un coche está
perfectamente delineado, y el de la víctima tiene tantas marcas de tinta verde
que parece florecer de la hoja. Las flechas indican el movimiento de los
vehículos. Es como una ecuación en un pizarrón.

Se recarga en la silla; en su rostro se adivina la satisfacción de un encargo bien


hecho. Así es como un verdadero sicario hace su trabajo. En una ejecución
ideal ningún blanco sobrevive. Si alguien del grupo resulta herido lo llevan a
uno de los hospitales de la organización —“Si puedes comprar a un
gobernador, puedes comprar un hospital”.

“Nunca supe el nombre de la gente con la que me involucraba”, prosigue.


“Había alguien que comandaba a mi grupo, ése sabía todo. Pero si tu trabajo
consiste en ejecutar gente, eso es lo único que haces. No conoces la razón ni
sabes sus nombres. Podía pasar un mes en una casa de seguridad con una
víctima sin dirigirle la palabra. Si me decían que lo matara, lo hacía. Lo
llevábamos al lugar donde lo íbamos a ejecutar y lo desnudábamos. Lo
matábamos exactamente de la forma en que nos pedían —disparo en la nuca,
ácido en el cuerpo. Había veces en que estabas estrangulando a alguien y de
pronto recibías una llamada —‘No lo maten’— así que tenías que saber cómo
resucitarlo o si no nos mataban a nosotros, porque el de arriba nunca se
equivoca”.

NIÑOS QUE FALLAN TAMBIEN LA PAGAN

Todo está contenido, sellado. Durante un tiempo usaron niños para robar
coches, pero los niños, unos 40, se volvieron arrogantes, hablaban de más y
vendían droga en los antros. Eso violaba el pacto que había con el gobernador
de Chihuahua para mantener tranquila la ciudad. Así que una noche, hace
unos 10 años, 50 policías, y como 15 miembros de la organización que tenían
que asegurarse de que el trabajo se hiciera bien, rodearon a esos niños en
Avenida Juárez. No fueron torturados. Los mataron de un solo tiro y los
enterraron en un hoyo.

“No”, sonríe. “No te voy a decir dónde está ese hoyo”.


Me pregunta si sé algo de las casas de seguridad. “Se necesitaría un libro
entero para hablar de ellas. Después de todo, yo sé que hay 600 cuerpos
enterrados en las casas de seguridad de Juárez, y sé dónde están. Existe una
casa de la que nunca se ha hablado donde hay 56 cadáveres. Hay un rancho
en donde las autoridades encontraron dos cuerpos, pero yo sé que ahí hay 32
muertos. Si la policía realmente investigara los encontraría. Pero claro, no
puedes confiar en la policía”.

MORIR DE "MALA MANERA"

“Los narcos”, me explica, “tienen informantes en la DEA y el FBI. Trabajan para


los cárteles hasta que ya no sirven. Después los matan”.

Y los que informan a la DEA o al FBI “mueren de mala manera”.

“Los trajeron esposados por la espalda a la casa donde encontraron los 36


cuerpos. Mojaron unas camisetas en gasolina, se las pusieron en la espalda,
les prendieron fuego y, después de un rato, se las quitaron. La piel quedó
pegada a la ropa. Los dos gritaban como cerdos en el matadero. Les
inyectaron algo para que no perdieran la conciencia. Después les pusieron
alcohol en los testículos y se los prendieron. Brincaron tan alto… estaban
esposados y aún así nunca vi a nadie brincar tan alto.

“Sus espaldas parecían piel curtida, no sangraban. Les pusieron bolsas de


plástico en la cabeza para asfixiarlos y luego los revivían frotándoles alcohol en
la nariz”. “Todo lo que nos decían era: ‘Nos veremos en el infierno’ .

“La cosa siguió así durante tres días. Apestaban a carne quemada. Trajeron a
un doctor para que los mantuviera con vida. Querían que aguantaran otro día
más.

“Empezaron a defecar sangre. Les introdujeron un palo de escoba en el ano.


“Al segundo día llegó alguien que les dijo: ‘Les advertí que esto iba a suceder’.

“‘Mátanos’, contestaron.

“Aguantaron tres días. El doctor tuvo que emplearse a fondo, los inyectaba
para que no murieran. Finalmente fallecieron a causa de la tortura.

“Nunca le pidieron ayuda a Dios. Sólo gritaban: ‘Nos veremos en el infierno.


Recibía órdenes de dos personas. Ellos me manejaban. Nunca sabía para qué
cártel trabajaba. Entonces Vicente Carrillo estaba en guerra con El Chapo
Guzmán. Pero nunca conocí a ningún jefe, así que cuando empezó la guerra
en 2006, no supe para quién maté. Y las órdenes podían ser de uno o de otro.
Yo vivía en una célula y simplemente recibía órdenes. En Juárez bastan 30
minutos para que 60 tipos armados y entrenados se junten en 30 coches y
salgan a las calles para mostrar su poder.

“Luego, empezamos a recibir órdenes de matarnos entre nosotros”.

ENTRENADOS PARA SERVIR AL DIABLO

“La única razón por la que estoy aquí es porque Dios me salvó. Después de
todos estos años estoy hablando contigo. Estoy reviviendo cosas que estaban
muertas para mí. No quiero ser parte de esta vida. No quiero saber nada.
Tienes que escribir esto para que otros sicarios sepan que pueden salirse.
Deben saber que Dios los puede ayudar. No son monstruos. Han sido
entrenados como las fuerzas especiales del Ejército. Pero nunca se dieron
cuenta de que en realidad fueron entrenados para servir al Diablo”.

“Imagina que tienes 19 años y que puedes mandar llamar un avión. Me gustaba
ese poder. Hasta que Dios me habló, nunca pensé que podía salir de esto.
Pero aunque Dios me libere seguiré siendo un lobo. Seguiré siendo una
persona terrible, pero Dios estará de mi lado”.
“Nadie, salvo los que han vivido esta vida, entenderán esta historia. Dios te dirá
cómo escribirla”.

Luego nos abrazamos y rezamos. Puedo sentir su mano fuerte sobre mi


hombro, buscando el poder del Señor dentro de mí.

Luego cada quien emprende su camino.

También podría gustarte