Erich Fromm - Psicoanalisis de La Sociedad Contemporanea
Erich Fromm - Psicoanalisis de La Sociedad Contemporanea
Erich Fromm - Psicoanalisis de La Sociedad Contemporanea
Psicoanálisis de la
sociedad contemporánea
Hacia una sociedad sana
La edición original de esta obra fue publicada por Rinehart & Co., Inc.,
Nueva York, con el título de The Sane Society.
ERICH FROMM
México, diciembre de 1956.
ADVERTENCIA PRELIMINAR
N o existe arte más difícil que el de vivir. Porque para las demás artes y
ciencias en todas partes se encuentran numerosos maestros. Hasta personas
jóvenes creen que las han aprendido de tal manera, que se las pueden en-
señar a otros. Y durante toda la vida tiene uno que seguir aprendiendo a
vivir, y, cosa que os sorprenderá más aún, durante toda la vida tiene uno
que aprender a morir.
SÉNECA
EMERSON
LÉON B L U M
10
I
¿ESTAMOS SANOS?
Nada es más común que la idea de que las gentes que viven en
el mundo occidental del siglo xx están eminentemente cuerdas.
Aun el hecho de que gran número de individuos de nuestro medio
sufra formas más o menos graves de enfermedades mentales sus-
cita muy pocas dudas en cuanto al nivel general de nuestra salud
mental. Estamos seguros de que practicando mejores métodos
de higiene mental mejoraremos más aún el estado de nuestra sa-
lud mental, y en lo que se refiere a las perturbaciones mentales
que sufren algunos individuos las consideramos estrictamente
como accidentes individuales, quizás un poco extrañados de que
ocurran tantos accidentes de esos en una cultura que se reputa
por tan equilibrada.
¿Estamos seguros de que no nos engañamos a nosotros mis-
mos? Muchos enfermos internados en asilos para dementes están
convencidos de que todo el mundo está loco, menos ellos. Mu-
chos neuróticos graves creen que sus ritos compulsivos o sus
manifestaciones histéricas son reacciones normales contra circuns-
tancias un tanto anormales. ¿Y qué es lo que sucede con nos-
otros?
Examinemos los hechos, siguiendo la buena manera psiquiá-
trica. En los cien años últimos creamos nosotros, en el mundo
occidental, una riqueza material mayor que la de ninguna otra
sociedad en la historia de la especie liumana. Pero hemos encon-
trado el modo de matar a millones de seres humanos por un pro-
cedimiento que llamamos "guerra". Además de otras muchas
guerras menores, hemos tenido guerras grandes en 1870, 1914
y 1939. Todos los participantes en estas guerras creían firme-
mente que luchaban en defensa propia, por su honor, o que con-
taban con la ayuda de Dios. A los grupos con quienes uno está
en guerra se los considera, muchas veces de un día para otro, de-
monios crueles e irracionales a quienes hay que vencer para salvar
del mal al mundo. Pero pocos años después vuelve la matanza
mutua, los enemigos de ayer son nuestros amigos de hoy y los
amigos de ayer nuestros enemigos de hoy, y otr" . ez empezamos
a pintarlos, con la mayor seriedad, del color blanco o negro que
il
12 ¿ESTAMOS SANOS?
les corresponde. En este momento, en el año 1955, estamos pre-
parados para una matanza en masa que, si sobreviene, sobrepasará
a todas fas matanzas que la especie humana haya realizado hasta
ahora. Está preparado para ese objeto uno de los mayores des-
cubrimientos que se han hecho en el campo de las ciencias na-
turales. Todo el mundo mira con una mezcla de confianza y rece-
lo a los "hombres de estado" de las diferentes naciones, dispuesto
a dedicarles todo género de alabanzas si "logran evitar una gue-
rra", ignorando que son sólo esos mismos hombres de estado los
que siempre producen la guerra, habitualmente no por sus malas
intenciones, sino por la irracional torpeza con que manejan los
asuntos que se les han confiado.
En esas manifestaciones de destructividad y de recelo para-
noide, no procedemos, a pesar de todo, de manera diferente a
como procedió la parte civilizada de la humanidad en los últimos
tres mil años de historia. Según Víctor Cherbuliez, desde 1500
a. c. hasta 1860 d. c. se han firmado no menos de unos ocho mil
tratados de paz, de cada uno de los cuales se esperaba que garan-
tizaría la paz perpetua, aunque, uno con otro, no duró más de
dos años cada uno de ellos.^
N o es mucho más alentadora nuestra gestión en los asuntos
económicos. Vivimos dentro de un régimen económico en el que
una cosecha excepcionalmente buena constituye muchas veces un
desastre económico, y restringimos la producción en algunos sec-
tores agrícolas para "estabilizar el mercado", aunque hay millo-
nes de personas que carecen de las mismas cosas cuya produc-
ción limitamos, y que las necesitan mucho. Precisamente ahora
nuestro sistema económico está funcionando muy bien, entre
otras razones porque gastamos miles de millones de dólares al
año en producir armamentos. Los economistas esperan con cierta
intranquilidad el momento en que detengamos esa producción,
y la idea de que el estado debiera producir casas y otras cosas
útiles y necesarias en vez de armas fácilmente provoca la acu-
sación de que se ponen trabas a la libertad y a la iniciativa indi-
vidual.
Más del 90 % de nuestra población sabe leer y escribir. T e -
nemos radio, televisión, cine, un periódico diario para todo el
mundo; pero en lugar de damos la mejor literatura y la mejor
música del pasado y del presente, esos medios de comunicación,
complementados con anuncios, llenan las cabezas de las gentes
de la hojarasca más barata, que carece de realidad en todos los
1 H . B. Stevens, The Recovery of Culture. Harper and Brothers. Nueva York,
1949, P- 2 ^ ' -
¿ESTAMOS SANOS? 13
sentidos, y con fantasías sádicas a las que ninguna persona semi-
culta debiera prestar ni un momento de atención. Y mientras se
envenenan así los espíritus de todos, jóvenes y viejos, ejercemos
una feliz vigilancia para que no suceda ninguna "inmoralidad"
en la pantalla. Cualquiera indicación de que el gobierno debiera
financiar la producción de películas y de programas de radio que
ilustrasen y cultivasen el espíritu de nuestras gentes provocaría
también gran indignación y acusaciones en nombre de la libertad
y del idealismo.
Hemos reducido la jornada media de trabajo a la mitad, aproxi-
madamente, de lo que era hace unos cien años. Hoy tenemos más
tiempo libre del que ni siquiera se atrevieron a soñar nuestros
abuelos. ¿Y qué ha sucedido? N o sabemos cómo emplear el tiem-
po libre que hemos ganado, intentamos matarlo de cualquier modo
y nos sentimos felices cuando ya ha terminado un día más.
¿Para qué seguir describiendo cosas que todo el mundo sabe?
Indudablemente, si un individuo obrase de esa manera, se pro-
ducirían serias dudas acerca de su cordura; pero si pretendiese
que no hay en ello nada malo, y que actúa de una manera per-
fectamente razonable, el diagnóstico entonces no podría ser du-
doso.
^ Pero muchos psiquiatras y psicólogos se resisten a sostener
la idea de que la sociedad en su conjunto pueda carecer de equi-
librio mental, y afirman que el problema de la salud mental de.
una sociedad no es sino el de los individuos "inadaptados", pero
no el de una p<isible inadaptación de la cultura misma. Este libro
trata de este último problema; no de la patología individual, sino
de la patolo^a de la 7iormalidad, y especialmente de la patolo-
gía de la sociedad occidental contemporánea. Pero antes de
entrar en el intrincado estudio del concepto de patología social,
examinemos algunos datos, reveladores y sugestivos por sí mis-
mos, relativos a la proporción de casos de patología mdJvidttal
en la cultura de Occidente.
¿Cuál es la proporción de enfermos mentales en los diversos
países del mundo occidental? Es cosa por demás sorprendente
que no haya datos para responder a esa pregunta. Mientras hay
estadísticas comparativas exactas de recursos materiales, desem-
pleo, nacimientos y muertes, no hay información suficiente sobre
enfermedades mentales. Todo lo más, tenemos algunos datos
exactos de ciertos países, como los Estados Unidos y Suecia, pero
se refieren únicamente a la admisión de pacientes en sanatorios
mentales, y no bastan para calcular la frecuencia relativa de las
enfermedades mentales. Esas cifras nos dicen acerca del progreso
14 ¿ESTAMOS SANOS?
de la asistencia psiquiátrica y de los centros médicos corres-
pondientes, lo mismo que del aumento de la frecuencia de las
enfermedades mentales.- El hecho de que la mitad de las camas
de los hospitales de los Estados Unidos estén ocupadas por pa-
cientes mentales, en los que gastamos anualmente más de mil mi-
llones de dólares, no es indicio del aumento de casos de enfer-
medades mentales, sino sólo del aumento de los cuidados que se
les prestan. Pero hay algunas otras cifras más expresivas de la
frecuencia de las perturbaciones mentales más graves. Si el 17.7 %
de todas las incapacidades para el servicio militar se debió, en la
última guerra, a enfermedades mentales, este hecho indica con
toda seguridad un gran número de perturbaciones mentales, aun-
que no tengamos cifras comparativas relativas al pasado o a otros
países.
Los únicos datos comparativos que pueden proporcionamos
una idea aproximada sobre la salud mental son los relativos a
suicidios, homicidios y alcoholismo. Es indudable que el proble-
ma del suicidio es sumamente complejo, y que no puede señalarse
como la causa del mismo un factor solo. Pero aun sin entrar
en este momento en el estudio del suicidio, me parece una su-
posición muy fundada que una proporción elevada de suicidios,
en una población dada, manifiesta una falta de estabilidad y de
salud mental. Que no es consecuencia de la pobreza material,
lo prueban claramente todas las cifras. Los países más pobres
tienen el índice más bajo de suicidios, y la creciente prosperidad
material de Europa fue acompañada de un número cada vez ma-
yor de suicidios.^ En cuanto al alcoholismo, no hay duda que es
también un síntoma de inestabilidad mental y emocional.
Los móviles del homicidio probablemente son menos expre-
sivos de causas patológicas que los del suicidio. N o obstante,
aunque países que tienen un elevado índice de homicidios mues-
tran un índice bajo de suicidios, ambos índices combinados nos
llevan a una conclusión interesante. Si clasificamos el homicidio
y el suicidio como "actos destructores", nuestros cuadros de-
muestran que su índice combinado no es constante, sino que
fluctúa entre los extremos de 35.76 y 4.24. Esto contradice la
suposición de Freud sobre la constancia relativa de las tendencias
destructoras, que sirve de base a su teoría del instinto de muerte;
V contradice el supuesto de que las tendencias destructoras man-
. .. 35.09 0.67
Suiza 33.72 1 42
23.35 6.45
19.74 1.01
Estados Unidos 15.52 8.50
14.83 1.53
14.24 2.79
13.43 0.63
Australia 13.03 1.57
Canadá 11.40 1.67
8.06 0.52
7.84 0.38
España . , 7.71 2.88
Italia 7.67 7.38
Irlanda del N o r t e 4.82 t>.13
Irlanda (República de) 3.70 0.54
CUADRO 11
Actus destructores ,
Países (homicidio y
suicidio unidos)
Dinamarca 35.76
Suiza 35.14
Finlandia 29.80
Estados Unidos 2*.02
Suecia 20.75
Portugal 17.03
Francia 16.36
Italia 15.05
Australia 14.60
Inglaterra y Gales 14.06
* Los datos de los cuadros I y II proceden de Annual epidemiological and vital
statistics, ig-^g-46, Part I. Vital statistics and causes of death, de la Organización
Mundial de la Salud (1951), Ginebra, pp. -iS-yi (las cifras de esta fuente se han
convertido, para mayor exactitud, de la población total a la población adulta); y df
Epidem. vital Statist. Rep. 5, 577, de la Organización Mundial de la Salud (1952)
Los del cuadro I I I , del Informe sobre el Primer Periodo de Sesiones de la Subcomi-
sión de Alcoholismo, de la Comisión de Técnicos en Salud Mental, Organización Mun-
dial de la Salud, Ginebra, 1951.
- E S T A M O S SANOS?
Actos destructores
Pmses [homicidio y
suicidio unidos)
Canadá 13.07
España 10 59
Escocia 8 58
Noruega 8 22
Irlanda del N o r t e 495
Irlanda (República de) 4 24
CUADRO III
Número aproximado
de alcohólicos^
Palies con 0 sin co?npltca-
ciones
(Por 100,000 adultos)
* S. Freud, Civilization and lis Discontent, trad, del alemán por J. Riviere. The
Hogarth Press, l,t., Londres, 1953, pp. 141-42. (El subrayado es mío.) Hay
traducción al español, con el título de Malestar en la cultura.
Ill
LA SITUACIÓN HUMANA ~ LA CLAVE
DEL PSICOANÁLISIS HUMANÍSTICO
LA SITUACIÓN HUA4ANA
^ Véase el estudio de Jean Piaget sobre este punto en The Child^s Conception
of the V/orld. Harcourt, Brace & Company, Inc., Nueva York, p. 151.
8 Véase H. S. Sullivan, The Interpersonal Theory of Psychiatry. Norton Co.,
Kueva York, 1953, pp. 49 J Í .
' Por lo general, el niño siente este amor primeramente hacia los niños de íu
CREATIVIDAD CONTRA DESTRUCTIVIDAD 37
El narcisismo primario es u n fenómeno normal, conforme con
el desarrollo normal, fisiológico y mental, del niño. P e r o también
existe narcisismo en etapas posteriores de la vida ("narcisismo se-
cundario", según Freud, si el niño en crecimiento n o desarrolla
la capacidad d e amar, o si la pierde. E l narcisismo es la esencia
de todas las enfermedades psíquicas graves. Para las personas
narcisistamente afectadas, n o hay más que una realidad, la de sus
propios pensamientos, sentimientos y necesidades. E l m u n d o ex-
terior n o es percibido como objetivamente existente, es decir,
c o m o existente en sus propias condiciones, circunstancias y n e -
cesidades. La forma más extremada de narcisismo se encuentra
en todas las formas de locura. La persona perturbada ha perdido
el contacto con el mundo, se ha recogido dentro de sí misma, n o
puede percibir la realidad física ni humana tal como es, sino úni-
camente tal como la forman y determinan sus propios procesos
interiores. N o reacciona al m u n d o exterior, y si reacciona no lo
hace de acuerdo c o n su reahdad (del m u n d o ) , sino de acuerdo
con sus propios procesos intelectuales y afectivos. E l narcisismo
es el polo opuesto de la objetividad, la razón y el amor.
El hecho de que el fracaso total en el intento de relacionarse
uno con el mundo sea la locura, pone en relieve otro hecho: que
la condición para cualquier tipo de vida equilibrada es alguna
forma de relación c o n el mundo. Pero entre las diversas formas
de relación, sólo la productiva, el amor, llena la condición de
permitir a u n o conservar su libertad e integridad mientras se
siente, al mismo tiempo, unido c o n el prójimo.
edad, y no hacia los padres. La grata idea de que los niños "aman" a sus padres
antes que a ninguna otra persona, debe considerarse como una de las muchas ilusiones
resultantes del pensamiento afectivo. A esa edad, el padre y la madre son para el
niño objetos de dependencia o temor más que de amor, el cual, por su misma natu-
raleza, se basa en la igualdad y la independencia. El amor a los padres, si lo di-
ferenciamos de un apego cariñoso pero pasivo, de la fijación incestuosa, de la sumisión
convencional o por miedo, aparece —si es que aparece—• en una edad más tardía y
no en la infancia, aunque sus comienzos puedan encontrarse —en circunstancias afor-
tunadas— en una edad temprana. (La misma observación ha hecho, en forma algo
más rigurosa, H . S. Sullivan en su In/erpersonal Theory of Psychiatry^) No obs-
tante, muchos padres se niegan a aceptar esta realidad y reaccionan contra ella recha-
zando los primeros sentimientos de verdadero amor del niño abiertamente o en la
forma aún más efectiva de burlaise de ellos. Sus celos conscientes o inconscientes
son uno de los obstáculos más poderosos para el desarrollo de la capacidad amorosü
del niSo.
38 LA SITUAQÓN HUMANA
criatura y su necesidad de trascender ese mismo estado de cria-
tura pasiva. El hombre es lanzado a este mundo sin su conoci-
miento, consentimiento ni voluntad, y es alejado de él también
sin su consentimiento ni voluntad. En este respecto, no se dife-
rencia del animal, de la planta o de la materia inorgánica. Pero,
estando dotado de razón e imaginación, no puede contentarse
con el papel pasivo de la criatura, con el papel de dado que se
arroja del cubilete. Se siente impulsado por el apremio de tras-
cender el papel de criatura y la accidentalidad y pasividad de su
existencia, haciéndose "creador".
El hombre puede crear vida. Ésta es la cualidad milagrosa que
comparte con todos los seres vivos, pero con la diferencia de
que es el único que tiene conciencia de ser creado y de ser crea-
dor. El hombre puede crear vida, o más bien, la mujer puede
crear vida, dando nacimiento a un niño y cuidándolo hasta que
sea bastante grande para poder atender por sí mismo a sus nece-
sidades. El hombre —el hombre y la mujer— pueden crear sem
brando semillas, produciendo objetos materiales, creando arte,
creando ideas, amándose el uno al otro. En el acto de la creación
el hombre se trasciende a sí mismo como criatura, se eleva por
encima de la pasividad y la accidentalidad de su existencia hasta
la esfera de la iniciativa y la libertad. En la necesidad de tras-
cendencia que tiene el hombre reside una de las raíces del amor,
así como del arte, la religión y la producción material.
Crear presupone actividad y solicitud. Presupone amor a lo
que se crea. ¿Cómo, pues, resuelve el hombre el problema de
trascenderse a sí mismo, si no es capaz de crear, si no puede
amar? Hay otra manera de satisfacer esa necesidad de trascen-
dencia: si no puedo crear vida, puedo destruirla. Destruir la vida
también es trascenderla. Realmente, que el hombre pueda des-
truir la vida es cosa tan milagrosa como que pueda crearla, porque
la vida es el milagro, lo inexplicable. En el acto de la destruc-
ción, el hombre se pone por encima de la vida, se trasciende a sí
mismo como criatura. Así, la elección definitiva para el hombre,
en cuanto se siente impulsado a trascenderse, es crear o destruir,
amar u odiar. El enonne poder de la voluntad de destruir que
vemos en la historia del hombre, y que tan espantosamente hemos
visto en nuestro propio tiempo, está enraizado en la naturaleza
del hombre, lo mismo que la tendencia a crear. Decir que el hom-
bre es capaz de desarrollar su potencialidad primaria para el amor
y la razón no implica la creencia ingenua en la bondad del hom-
bre. La destructividad es una potencialidad secundaria, enraizada
en la existencia misma del hombre, y tiene la misma intensidad
FRATERNIDAD CONTRA INCESTO 39
y fuerza que puede tener cualquiera otra pasión.* Pero —^y éste
es el punto esencial de mi argumentación— no es más que la
alternativa de la creatividad. Creación y destrucción, amor y
odio, no son dos instintos que existan independientemente. Los
dos son soluciones de la misma necesidad de trascendencia, y la
voluntad de destruir surge cuando no puede satisfacerse la volun-
tad de crear. Pero la satisfacción de la necesidad de crear condu-
ce a la felicidad, y la destructividad al sufrimiento, más que para
nadie para el destructor mismo.
^•^ En ninguna rarte están expresados con m.is claridad estos aspectos negativos
que en el Creon de la Antífona de Esquilo.
1** En Étícd y psicoanálisis examine el car'cter rcl-itivista del super-ego de Freud,
y diferencié la conciencia autoritaria de la conciencia hunnanística, que es la voz que
nos hace p e n d i m o s de no'^otros mismos. Vt'a-'e Etica V psicoanálisis, loe. cit.,
cap. IV, 2.
FRATERNIDAD CONTRA INCESTO 47
si hemos obrado bien nos alaba. Pero mientras el padre que lle-
vamos en nosotros nos habla así, la madre interior nos habla
un lenguaje muy diferente. Es como si dijera: "Tu padre tiene
mucha razón en reprenderte, pero no lo tomes demasiado en se-
rio; hagas lo que hagas, eres mi hijo, te amo y te perdono; nada
de lo que has hecho puede afectar tu derecho a la vida y a la
felicidad." Las voces del padre y de la madre hablan idiomas
diferentes; en realidad, parecen decir cosas contrarias. Pero la
contradicción entre el principio del deber y el principio del amor,
entre la conciencia paterna y la materna, es una contradicción
inherente a la existencia humana, y hay que aceptar los dos tér-
minos de la contradicción. La conciencia que sigue únicamente
las órdenes del deber es una conciencia tan falseada como la que
únicamente sigue las órdenes del amor. Las voces del padre y de
la madre, interiores, no sólo hablan de la actitud del hombre con-
sigo mismo, sino de su actitud hacia todos los hombres. Debe
juzgar a sus prójimos con su conciencia paterna, pero al mismo
tiempo debe escuchar en sí mismo la voz de la madre que ama a
todas las criaturas, a todo lo que vive, y que perdona todas las
transgresiones."
Antes de seguir estudiando las necesidades básicas del hombre,
deseo tratar brevemente de las diversas fases de arraigo que pue-
den observarse en la historia de la humanidad, aun cuando dicha
exposición interrumpa algo la continuidad de pensamiento de este
capítulo.
Mientras el niño está enraizado en la madre, el hombre en su
infancia histórica (que es, aun con mucho, la parte más larga de la
historia en cuanto a tiempo) está enraizado en la naturaleza.
Aunque ha salido de la naturaleza, el mundo natural sigue siendo
su patria; sus raíces todavía están allí. Intenta hallar seguridad
regresando al mundo de las plantas y los animales e identificán-
dose con él. Este intento de asirse a la naturaleza se ve clara-
mente en muchos mitos y ritos religiosos primitivos. Cuando el
hombre adora como ídolos árboles y animales, adora particulari-
zaciones de la naturaleza: ellos son las poderosas fuerzas protec-
^S Este ejemplo procede de Paul Radin, Goit und Mensch in der Primifiven
Welt. Rhein Verlag, Zürich, 1953, p. 30.
FRATERNIDAD (X)NTRA INCESTO 49
También sus dioses sufrieron los cambios correspondientes.
Mientras se sintió plenamente identificado con la naturaleza, sus
dioses formaron parte de la naturaleza. Cuando adquirió, como
artesano, una habilidad mayor, hizo ídolos de piedra, de madera
o de oro. Tras nuevos desarrollos, y después de haber adquirido
conciencia más clara de su propia fuerza, sus dioses tomaron la
forma de seres humanos. Al principio —y esto parece corres-
ponder a una etapa agrícola— Dios se le manifiesta en la forma
de una "Gran Madre" nutricia y protectora. Finalmente, empezó
a adorar a dioses paternales, representantes de la razón, los prin-
cipios y la ley. Este último y decisivo apartamiento del arraigo
en la naturaleza y de la dependencia de una madre amorosa pa-
rece haber comenzado con la aparición de las grandes rehgiones
racionales y patriarcales: en Egipto, con la revolución religiosa
de Akh-en-Aton en el siglo xiv a. c ; en Palestina con la forma-
ción de la religión mosaica hacia la misma época; y en la India
y en Grecia con la llegada, no mucho más tarde, de los invasores
del Norte. Muchos ritos expresaron esta idea nueva. En el sacri-
ficio de animales, el animal que hay en el hombre es sacrificado
a Dios. En el tabú bíblico que prohibe beber la sangre del animal
(porque "la sangre es su vida") se establece ya una línea estricta
de demarcación entre el hombre y el animal. En el concepto de
Dios —que representa el principio unificador de toda vida, que
es indivisible e ilimitada— se creó el polo opuesto al mundo
natural, finito y diversificado, al mundo de las cosas. El hombre,
creado a imagen de Dios, comparte las cualidades de Dios; sale
de la naturaleza y se esfuerza en nacer plenamente, en despertar
del todo.^* Este proceso alcanzó una nueva fase en China a me-
diados del primer milenio, con Confucio y Lao-tse; en la India
con Búda, en Grecia con los filósofos de la ilustración griega
y en Palestina con los profetas bíblicos, y más tarde llegó a una
nueva cima con el cristianismo y el estoicismo en el Imperio Ro-
mano, con Quetzalcóatl en México^ y, medio milenio después,
con Mahoma en África.
Nuestra cultura occidental está erigida sobre dos bases: la cul-
tura judía y la cultura griega. Al examinar la tradición judía, cu-
yos fundamentos se hallan en el Antiguo Testamento, vemos que
^^ Mientras revisaba este manuscrito, encontré en Der T>ritte oder der Vierte
Mensch, de Alfred Weber, R. Piper Co., Munich, 1953, pp. 9 JJ., un esquema del
proceso histórico que tiene alguna analogía con el que expongo en mi texto. Weber
supone un período "ctónico" de 4.000 a izoo a. c , caracterizado por la fijación a la
tierra en los pueblos agrícolas.
2*í Para esta referencia sigo los escritos y las comunicaciones personales de Lauret-
te Séjourné; véase "El Mensaje de Quet/alcóatl", Cuadernos Americanos, V, 1954*
50 LA SITUAQÓN HUMANA
constituye una forma relativamente pura de cultura patriarcal,
construida sobre el poder del padre en la familia, del sacerdote
y del rey en la sociedad, y de un Dios paternal en el cielo. Pero, a
pesar de esa forma extrema de patriarcalismo, aún pueden recono-
cerse los antiguos elementos matriarcales tal como existían en
las religiones basadas en vínculos con la tierra y la naturaleza,
en vínculos telúricos, que fueron vencidos por las religiones ra-
cionales y patriarcales durante el segundo milenio antes de Cristo.
En el relato de la creación vemos aún al hombre en estado
de unidad primitiva con el suelo, sin necesidad de trabajar y sin
conciencia de sí mismo. La mujer es más inteligente, activa y
osada que el hombre, y sólo después de la "caída" anuncia el Dios
patriarcal que el hombre mandará sobre la mujer. Todo el An-
tiguo Testamento es una elaboración, en diversas formas, del
principio patriarcal, mediante la creación de un tipo jerárquico
de estado teocrático y una organización familiar estrictamente
patriarcal. En la estructura de la familia, tal como la describe
el Antiguo Testamento, hallamos siempre la figura del hijo favo-
rito: Abel contra Caín, Jacob contra Esaú, José contra sus her-
manos; y en un sentido más amplio, el pueblo de Israel como hijo
favorito de Dios. En vez de la igualdad de todos los hijos a los
ojos de la madre, encontramos el hijo favorito, que se parece
más al padre y es preferido por éste para sucesor suyo y here-
dero de su riqueza. En la lucha por ganar la posición de hijo
favorito, y, en consecuencia, por la herencia, los hermanos se
convierten en enemigos y la igualdad cede el lugar a la jerarquía.
El Antiguo Testamento no sólo postula un tabú estricto del
incesto, sino también la prohibición de la fijación al suelo. La
historia humana comienza con la expulsión del hombre del paraí-
so, del suelo en que estaba enraizado y con el que se sentía
identificado. La historia judía empieza con la orden dada a Abra-
ham de abandonar el país en que ha nacido y de ir "al país que
no conoces". La tribu va de Palestina a Egipto, y desde aquí
regresa a Palestina. Pero el nuevo establecimiento no es defini-
tivo. Las enseñanzas de los profetas se dirigen contra la nueva
relación incestuosa con el suelo y la naturaleza, ral como se
manifestaba en la idolatría canaanita. Los profetas proclamaban
el principio de que un pueblo que de los principios de la razón
y la justicia ha vuelto a los del vínculo incestuoso con el suelo
será arrojado de su tierra v andará errabundo por el mundo sin
patria ni hogar, hasta que haya desarrollado plenamente los prin-
cipios de la razón, hasta que haya vencido el vínculo incestuoso
con el suelo y la naturaleza; sólo entonces puede el pueblo re-
FRATERNIDAD CONTRA INCESTO 51
gresar a su tierra natal, sólo entonces el suelo será una bendición,
una patria humana libre de la maldición del incesto. El concepto
del tiempo mesiánico es el de la victoria total sobre los vínculos
incestuosos y el establecimiento pleno de la realidad espiritual
de la conciencia moral e intelectual no sólo entre los judíos, sino
entre todos los pueblos de la tierra.
La coronación y el concepto central del sentido patriarcal
del Antiguo Testamento residen, como es natural, en el concepto
de Dios. Dios representa el principio unificador que está detrás de
la diversidad de los fenómenos. El hombre es creado a semejanza
de Dios, y, por lo tanto, todos los hombres son iguales: iguales en
sus cualidades espirituales comunes, en su razón común, y en su
capacidad de amor fraternal.
El cristianismo primitivo es un nuevo desarrollo de ese espí-
ritu, no tanto por la importancia concedida a la idea del amor,
que encontramos expresada en muchas partes del Antiguo Testa-
mento, sino por la insistencia en el carácter supranacional de la
religión. Así como los profetas negaban la validez de la existencia
de su propio estado, porque no satisfacía las exigencias de la
conciencia, así los primeros cristianos negaban la legitimidad mo-
ral del Imperio Romano, porque violaba los principios del amor
y la justicia.
Mientras la tradición judeo-cristiana destacaba el aspecto mo-
ral, el pensamiento griego encontró su expresión más fecunda en
el aspecto intelectual del espíritu patriarcal. En Grecia, como
en Palestina, encontramos un mundo patriarcal que, en sus as-
pectos sociales y religiosos, ha surgido victoriosamente de una
estructura matriarcal anterior. Así como Eva no nació de mujer,
sino que fue hecha con una costilla de Adán, así Atenea no fue
hija de mujer, sino que salió de la cabeza de Zeus. La persistencia
de un antiguo mundo matriarcal puede verse aún, como ha mos-
trado Bachofen, en las figuras de las diosas subordinadas al pa-
triarcal mundo olímpico. Los griegos echaron las bases del des-
envolvimiento intelectual del mundo occidental. Formularon los
"primeros principios" del pensamiento científico, fueron los pri-
meros en crear "teoría" como base de la ciencia, en desarrollar
una filosofía sistemática como no había existido antes en ninguna
cultura. Crearon una teoría del estado y de la sociedad basada
en su experiencia de la "polis" griega, que fue continuada en
Roma sobre la base social de un vasto imperio unificado.
A causa de la incapacidad del Imperio Romano para proseguir
una evolución social y política progresista, el proceso se estancó
hacia el siglo iv; pero no antes de que hubiera sido creada una
52 LA SITUAQÓN HUMANA
nueva y poderosa institución, la Iglesia Católica. Aunque el cris-
tianismo primitivo había sido un movimiento espiritualmente re-
volucionario de los pobres y los desheredados, que discutían la
legitimidad moral del estado existente, la creencia de una minoría
que aceptaba la persecución y la muerte como testimonios de
Dios se convirtió en un tiempo increíblemente corto en la religión
oficial del estado romano. Alientras la estructura social del Im-
perio Romano se iba solidificando lentamente en un régimen
feudal que sobrevivió en Europa durante mil años, la estructura
social de la religión católica empezó, por su parte, a cambiar. La
actitud profética, que estimulaba la discusión y la crítica del
poder secular por la violación de éste de los principios del amor
y la justicia, perdió importancia. La nueva actitud buscaba el
apoyo sin distinciones del poder de la Iglesia como institución.
Se dio a las masas esta satisfacción psicológica, para que aceptaran
su dependencia y su pobreza con resignación y no se esforzaran
por mejorar su condición social.^^
El cambio más importante desde el punto de vista de este
estudio, es el paso de un régimen puramente patriarcal a una
fusión de elementos matriarcales y patriarcales. El Dios judío
del Antiguo Testamento había sido un dios estrictamente patriar-
cal; en el catolicismo, volvió a introducirse la idea de la madre
que ama y perdona. La Iglesia Católica misma —madre que todo
lo abarca— y la Virgen Madre simbolizan el espíritu maternal
de amor y perdón, mientras que Dios, el padre, representaba en
el principio jerárquico la autoridad a que el hombre tiene que
someterse sin queja ni rebeldía. Indudablemente, esa mezcla de
elementos paternales y maternales fue uno de los principales fac-
tores a que debió la Iglesia su atracción e influencia enormes
2"* Para un estudio más extenso de este problema, véase mi Psychoanalysts and
Religion, Yale University Press, 1950. El estudio sobre la necesidad de un objeto
de devoción prosigue en el cap. viii de este libro.
IV
SALUD MENTAL Y SOCIEDAD
« IHd., p. 89.
70 SALUD MENTAL Y SOCIEDAD
Darwin dio expresión a este principio en la esfera de la biolo-
gía con su teoría de la "lucha por la supervivencia". Economistas
como Ricardo y los de la escuela manchesteriana lo trasladaron
a la esfera de la econoTma. Posteriormente, Freud, bajo la influen-
cia de la misma premisa antropológica, lo aplicó a la esfera de los
deseos sexuales. Su concepto fundamental es el de un homo se-
xualis, como el de los economistas fue el del homo economi-
cus. Tanto el hombre económico como el sexual son creaciones
útiles cuya supuesta naturaleza -^aislada, asocial, insaciable y com-
petidora— hace que el capitalismo parezca el régimen que co-
rresponde perfectamente a la naturaleza humana y lo pone fuera
del alcance de la crítica.
Ambas posiciones, el "punto de vista de la adaptación" y el
hobbes-freudiano del conflicto inevitable entre la naturaleza hu-
mana y la sociedad, implican la defensa de'la sociedad contem-
poránea, y ambas son deformaciones unilaterales. Además, las
dos ignoran el hecho de que la sociedad no sólo está en con-
flicto con los aspectos asociales del hombre, sino también muchas
veces con sus cualidades humanas más valiosas, que más bien
reprime que alienta.
Un examen objetivo de las relaciones entre la sociedad y la
naturaleza humana debe tomar en cuenta tanto el efecto repre-
sivo como el estimulante de la acción de la sociedad sobre el
hombre, teniendo presente la naturaleza humana y las necesida-
des que de ella nacen. Puesto que la mayor parte de los autores
han insistido en la influencia positiva de la sociedad moderna
sobre el hombre, yo, en este libro, prestaré menos atención a ese
aspecto y más a la función patogénica, un tanto olvidada, de
la sociedad contemporánea.
V
EL HOMBRE EN LA SOCIEDAD
CAPITALISTA
EL CARÁCIER SOCIAL
* Sigo aquí la exposición y cito los ejemplos que da W . Sombart, Der Bourgeois.
Munich y Leipzig, 1923, pp. 201 ss.
•* liid., p. 206.
CAPITALISMO DEL SIGLO XIX 77
B. CAPITALISMO JEL SIGLO XIX
^^ Estas cifras h<in sido tomadas de White Collar, por C. W . M!Us, Oxford
University Press, Nueva York, 1951, pp. 6 3 « .
IS Loe. cit., p. 63.
94 FX HOMBRE EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA
y 500,000.^* Sólo en las compañías pequeñas poseía la dirección
cantidades importantes de acciones, mientras que en las grandes,
lo cual equivale a decir que en las más importantes, hay una
separación casi absoluta entre la posesión de acciones y la direc-
ción. En 1929, en algunas de las mayores compañías ferroviarias
y de servicios públicos, la proporción mayor de acciones po-
seídas por un solo accionista no pasaba del 2.74 por ciento, y
esta situación existe también, según Berle y Means, en el campo
de la industria. "Al ordenar las industrias por el volumen me-
dio de las acciones poseídas por la dirección... la proporción
que representan los empleados y directores varía en razón casi
exactamente inversa a la magnitud de las compañías objeto de es-
tudio. Con sólo dos excepciones importantes, cuanto mayor es
la magnitud de la compañía, menor es la proporción de acciones
poseídas por la dirección. En los ferrocarriles, con acciones que
representan un promedio de $ 52.000,000 por compañía, las po-
seídas por la dirección ascendían al 1.4 %, y e n . . . minas v can-
teras diversas al 1.8 %. Únicamente cuando las compañías son
pequeñas, parecía la dirección poseer un número importante de
acciones. La propiedad en acciones de esta última ascendía a me-
nos del 20 %, excepto en industrias cuyas compañías tienen un
capital medio inferior a f 1.000,000; mientras que sólo tres gru-
pos industriales, compuesto cada uno de ellos por compañías con
un capital medio de menos de $ 200,000, tenían más de la mitad
de sus acciones en manos de los directores y los empleados." ^''
Teniendo presentes las dos tendencias, la del aumento relativo
de grandes empresas y al mismo tiempo la de la pequenez de las
cantidades de acciones poseídas por sus directores, resulta del
todo evidente que la tendencia general es separar cada vez más
al propietario de capital del director de empresa. Cómo con-
trola la empresa la dirección, a pesar de no poseer una parte im-
portante de ella, es un problema sociológico y psicológico que
examinaremos más adelante.
Otro cambio fundamental del capitalismo del siglo xix al ca-
pitalismo contemporáneo es el aumento en importancia del mer-
cado interior. Toda nuestra organización económica descansa
sobre e! principio de la producción y el consumo en masa. Mien-
tras en el siglo xix la tendencia general era a ahorrar, y no a per-
mitirse gastos que no pudieran pagarse inmediatamente, el sistema
contemporáneo es exactamente lo contrario. Todo e! nrindo es
^® Estas cifras y las que siguen han sido tomadas de Berle y Means,
^"^ Berle y Means, loe. cit., p. 52.
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XX 95
incitado a comprar todo lo que puede aún antes de haber aho-
rrado lo suficiente para pagar sus compras. La publicidad y todos
los demás medios de presión psicológica estimulan poderosa-
mente la necesidad de un consumo mayor. Este proceso va de
la mano con la mejora de la situación económica y social de la
clase trabajadora. Particularmente en los Estados Unidos, pero
también en Europa, la clase trabajadora ha participado del au-
mento de los rendimientos del sistema económico general. El
salario del trabajador y sus beneficios sociales le permiten un ni-
vel de consumo que habría parecido fantástico hace cien años.
Su capacidad social y económica ha aumentado en la misma pro-
porción, y esto no sólo en relación con el salario y los beneficios
sociales, sino también con su papel humano y social en la fábrica.
Echemos otra ojeada a los elementos más importantes del ca-
pitalismo del siglo XIX: la desaparición de los rasgos feudales, el
aumento revolucionario de la producción industrial, la creciente
concentración del capital y la dirección de las grandes empre-
sas, el número cada vez mayor de individuos que manipulan cifras
y personas, la separación de la propiedad y la dirección, el pro-
greso económico y político de la clase trabajadora, los nuevos
métodos de trabajo en la fábrica y la oficina, y describamos es-
tos cambios desde un punto de vista ligeramente distinto. La
desaparición de los factores feudales significa la desaparición de
la autoridad irracional. A nadie se le reconoce ser superior a su
vecino por nacimiento, por la voluntad de Dios o por ley natu-
ral. Todos los individuos son iguales y libres. Nadie puede
explotar a otro ni mandarlo por virtud de un derecho natural.
Si una persona es mandada por otra, se debe a que la que manda
ha comprado el trabajo o los servicios de la mandada en el mer-
cado de trabajo; aquélla manda por que las dos son libres e igua-
les y han podido entrar en una relación contractual. Pero, al
mismo tiempo que la autoridad irracional, también se ha hecho
anticuada la autoridad racional. Si el mercado y el contrato re-
gulan las relaciones, no es necesario saber qué es lo justo y qué
lo injusto, o qué es lo bueno y qué lo malo. Todo lo que se ne-
cesita es saber que las cosas son correctas: que el cambio es co-
rrecto y que las cosas "marchan" bien.
Otro hecho decisivo que conoce el hombre del siglo xx es el
milagro de la producción. Maneja fuerzas miles de veces más
poderosas que las que la naturaleza había puesto a su disposición:
el vapor, el petróleo, la electricidad se han convertido en servi-
dores suyos y en sus bestias de carga. Atraviesa los océanos y los
continentes, primero en semanas, después en días, ahora en ho-
96 EL HOMBRE EN LA SOQEDAD CAPITALISTA
ras. Parece vencer la ley de la gravedad, y vuela por el aire;
convierte los desiertos en tierras fértiles, y hace la lluvia en vez
de rezar para que se produzca. El milagro de la producción lleva
al milagro del consumo. Ya no hay barreras tradicionales que
impidan a nadie comprar lo que se le antoje. Todo lo que se ne-
cesita es dinero, y cada vez son más las personas que lo tienen,
no quizás para comprar perlas legítimas, sino perlas artificiales,
para comprar Fords que parecen Cadillacs, para ropas baratas que
se parecen a las caras, para cigarros que son los mismos para los
millonarios que para los obreros. Todo está al alcance de todos,
todo puede comprarse, todo puede consumirse. ¿Cuándo hubo
una sociedad en que ocurriera este milagro?
Los hombres trabajan juntos. Entran a miles en las fábricas
y las oficinas, y llegan en coches particulares, en trenes subte-
rráneos, en autobuses, en tranvías; trabajan juntos a un ritmo que
señalan los expertos, con métodos que formulan los expertos,
ni con demasiada rapidez, ni con demasiada lentitud, pero jun-
tos: cada uno forma parte del todo. Por la tarde la corriente
fluye en sentido inverso: todos leen los mismos periódicos, es-
cuchan la radio, ven películas, las mismas para los que están en
la cumbre que para los que están en el primer peldaño de la escala,
para el inteligente que para el estúpido, para el educado que para
el ineducado. Producen, consumen, gozan juntos, acordes, sin
suscitar problemas. Ése es el ritmo de su vida.
¿Que clase de hombres necesita, pues, nuestra sociedad.^ ¿Cuál
es el "carácter social" adecuado al capitalismo del siglo xx?
Necesita hombres que cooperen sin rozamientos en grandes
grupos, que deseen consumir cada vez más, y cuyos gustos estén
estandarizados y fácilmente puedan ser influidos y previstos.
Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no
sometidos a ninguna autoridad, a ningún principio, a ninguna
conciencia; pero que quieran ser mandados, hacer lo que se es-
pera de ellos v adaptarse sin fricciones al mecanismo social.
¿Cómo puede el hombre ser guiado sin recurrir a la fuerza, ser
conducido sin jefes, ser incitado sin meras, salvo la de tomar
parte en el movimiento, de actuar, de ir adelante...?
2. Cambios caracterológicos
a. Cuantificacián, abstractificación
AI analizar y describir el carácter social del hombre contem-
poráneo, pueden elegirse muchos puntos de vista, lo mismo que
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XX 97
para describir la estructura del carácter de un individuo. Esos
puntos de vista pueden diferir por la profundidad a que penetre
el análisis, o pueden centrarse en tomo de diferentes aspectos
igualmente "profundos", pero elegidos de acuerdo con el par-
ticular interés del investigador.
En el siguiente análisis, he elegido el concepto de ena]enación
como punto central desde el que voy a realizar el análisis del ca-
rácter social contemporáneo. Una razón que he tenido para ha-
cerlo, es que ese concepto me parece tocar el nivel más profundo
de la personalidad; otra razón es la de que es el más apropiado si a
uno le interesa la interacción entre la estructura socio-económica
y la estructura de carácter del individuo medio.^*
Podemos iniciar el estudio de la enajenación hablando de uno
de los rasgos económicos fundamentales del capitalismo: el pro-
ceso de cuantificación y abstractificación.
El artesano medieval producía artículos para un grupo de
clientes relativamente pequeño y conocido. Sus precios estaban
determinados por la necesidad de obtener una utilidad que le per-
mitiera vivir de un modo tradicionalmente adecuado a su posición
social. Conocía por experiencia los costos de producción, y, aun-
que empleara algunos oficiales y aprendices, no se necesitaba,
para el funcionamiento de su negocio, ningún sistema complicado
de teneduría de libros ni de balances. Lo mismo ocurría con la
producción del campesino, que requería aun menos métodos abs-
tractos de valoración. Por el contrario, la moderna empresa de
negocios descansa sobre sus balances. N o puede apoyarse sobre
la observación concreta y directa que le bastaba al artesano para
calcular sus utilidades. Materias primas, maquinaria, costos de
mano de obra y ganancia pueden expresarse en el mismo valor
moneda, haciendo así comparables todas esas cosas y aptas para
aparecer en la ecuación del balance. Todos los incidentes eco-
nómicos tienen que ser estrictamente cuantificables, y sólo el
balance, la confrontación exacta de los procesos económicos
cuantificados en cifras, dice al director si está dedicado, y en qué
medida, a una actividad provechosa, o sea, acertada.
Esta transformación de lo concreto en abstracto se ha des-
arrollado mucho más allá del balance y de la cuantificación de los
incidentes económicos en la esfera de la producción. El hombre
de negocios moderno no sólo trata con millones de dólares, sino
también con millones de clientes, miles de accionistas y miles
b. Enajenación
22 Voz hebrea que significa autómata, cosa sin alma. Según ciertas leyendas judías,
el golem es un hombre artificial que actúa como un monstruo. [T.]
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XX 109
inevitable, es la huida o la lucha por parte del trabajador, la
apatía o la destructividad, la regresión psíquica." ^*
El papel del director también es un papel enajenador. Es cierto
que maneja el todo y no una parte, pero también es enajenado
de su producto como cosa concreta y útil. Su finalidad consiste en
emplear provechosamente el capital invertido por otros, aunque
en comparación con el antiguo tipo de director-propietario, el
director moderno está mucho menos interesado en la cuantía
de la utilidad que ha de pagarse al accionista como dividendo,
que en el desarrollo y el funcionamiento eficaz de la empresa.
Es muy característico que, en la dirección, quienes tienen a su
cargo las relaciones de trabajo y las ventas —es decir, los encar-
gados de manipulaciones humanas—• adquieran, relativamente ha-
blando, una importancia cada vez mayor por relación con los
encargados de los aspectos técnicos de la producción.
El director, como el obrero, como todo el mundo, trata con
gigantes impersonales: con la empresa competidora gigantesca,
con el gigantesco mercado nacional y mundial, con un consu-
midor gigantesco, a quien hay que incitar y manejar, con sindica-
tos gigantescos y con un gobierno igualmente gigantesco. Todos
esos gigantes tienen su propia vida, por decirlo así, y son ellos
quienes determinan la actividad del director y orientan la del
trabajador y el empleado.
El problema del director suscita uno de los fenómenos más
significativos de una cultura enajenada: el de la burocratización.
Tanto la administración de los grandes negocios como la del
gobierno la realiza una burocracia. Los burócratas son especia-
listas en la administración de cosas y de hombres. Debido a la
grandeza del aparato que hay que administrar y a la consiguiente
abstractificación, la relación de los burócratas con las personas
es una relación de enajenación total. Éstas, las personas que hay
que administrar, son objetos a quienes los burócratas miran sin
amor y sin odio, sino de un modo totalmente impersonal; el
burócrata-director no debe sentir, en cuanto concierne a su acti-
vidad profesional: debe manipular a las personas como si fueran
cifras o cosas. Como la vastedad de la organización y la extre-
mada división del trabajo impiden a todo individuo singular ver
el conjunto, como no hay cooperación espontánea y orgánica
entre los diversos individuos o grupos de la industria, los buró-
cratas directores son inevitables: sin ellos la empresa caería en
^ J. J. Gillespie, Free Expression in- Industry. The Pilot Press Ltd., Londres,
19+8.
HO EL HOMBRE EN LA S O a E D A D CAPITALISTA
colapso al cabo de poco tiempo, ya que nadie conocería el secreto
que la hace funcionar. Los burócratas son tan indispensables
como las toneladas de papel que se consumen bajo su dirección.
Precisamente porque todo el mundo percibe, con un sentimiento
de impotencia, el papel vital de los burócratas, se les respeta casi
como a dioses. Todo el mundo se da cuenta de que si no fuera
por los burócratas todo se haría pedazos y nos moriríamos de
hambre. Mientras en el mundo medieval se creía a los jefes repre-
sentantes de un orden divino, en el capitalismo moderno el papel
del burócrata es poco menos que sagrado, ya que es necesario
para la supervivencia del conjunto.
Marx dio una profunda definición del burócrata cuando dijo:
"El burócrata se relaciona con el mundo como con un mero
objeto de su actividad." Es interesante advertir que el espíritu
burocrático ha entrado no sólo en la administración de los nego-
cios y del gobierno, sino también en los sindicatos y en los gran-
des partidos socialistas democráticos "de Inglaterra, Alemania y
Francia. También en Rusia los directores burocráticos y su es-
píritu enajenado han conquistado el país. Rusia quizás podría
existir sin un régimen de terror —si se dieran ciertas circunstan-
cias—, pero no podría existir sin un régimen de burocratización
total, es decir, de enajenación.^
¿Cuál es la actitud del propietario de la empresa, o sea del
capitalista? El pequeño hombre de negocios parece estar en la
misma situación que su predecesor de hace cien años: posee y
dirige su pequeña empresa, está en contacto con el conjunto de
la actividad comercial o industrial y en contacto personal con
sus empleados y trabajadores. Pero, viviendo en un mundo ena-
jenado en todos los demás aspectos económicos y sociales, y es-
tando además bajo la presión constante de competidores mayo-
res, de ningún modo es tan libre como lo fue su abuelo en el
mismo negocio.
Pero lo que cada vez adquiere mayor importancia en la eco-
nomía contemporánea es el gran negocio, la gran compañía. Como
dice Drucker, con notable concisión: "En fin, es la gran compa-
ñía —la forma específica en que se organizan los grandes negocios
en una economía de libre empresa—, que ha surgido como insti-
tución representativa y determinante socioeconómicamente, la
que marca el tipo y determina la conducta hasta del propietario
de la tabaquería de la esquina, que nunca poseyó una acción, y de
su mandadero, que nunca puso los pies en una fábrica de cigarros.
24 Véase el interesante artículo de W. Huhn, "Der Bolscheviamu» aU Manager
Ideologie", en Funken, Francfort, V, 8, 19 54
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XX 111
Y, de esa suerte, está determinado y tipificado el carácter de
nuestra sociedad por la organización estructural de los grandes
negocios, por la tecnología de la fábrica para producir en serie
y por el grado en que sean realizadas en y por las grandes em-
presas nuestras creencias y esperanzas sociales." ^^
¿Cuál es, pues, la actitud del "propietario" de la gran empresa
hacia "su" propiedad? Es una actitud de enajenación casi total.
Su propiedad consiste en un trozo de papel, que representa cierta
cantidad fluctuante de dinero; no tiene ninguna obligación con
la empresa ni ninguna relación concreta de ella. Esta actitud de
enajenación ha sido expresada con suma claridad en la descrip-
ción que Berle y Means han hecho de la actitud del accionista
hacia la empresa, que reproducimos a continuación:
"1) La situación del propietario ha cambiado de la de un
agente activo a la de un agente pasivo. En vez de propiedades
materiales reales sobre las cuales el propietario podía ejercer su
dirección y de las cuales era responsable, en la actualidad el pro-
pietario posee un trozo de papel que representa unos derechos y
expectativas respecto de una empresa. Pero sobre la empresa
y sobre la propiedad material —los instrumentos de producción—
en que tiene interés, el propietario ejerce muy poco control. Al
mismo tiempo, no tiene ninguna responsabilidad respecto de la
empresa o de su propiedad material. Se ha dicho muchas veces
que el dueño de un caballo tiene obligaciones. Si el caballo vive,
tiene que alimentarlo. Si el caballo muere, tiene que enterrarlo.
N o hay ninguna obligación semejante respecto del dueño de una
acción de una empresa. El propietario es, prácticamente, impo-
tente para afectar, no obstante sus esfuerzos, a la propiedad re-
presentada.
"2) Los valores espirituales que antiguamente acompañaban a
la propiedad se han separado de ella. La propiedad material apta
para ser moldeada por su propietario, podía producir a éste
una satisfacción directa, aparte del ingreso que le proporcionaba
en forma más concreta. Representaba una prolongación de su
propia personalidad. Con la revolución de la corporación por
acciones, esa cualidad se ha perdido para el dueño de la propiedad,
como se ha perdido en gran parte para el trabajador mediante la
revolución industrial.
"3) El valor de la riqueza de un individuo se está haciendo
dependiente de fuerzas totalmente exteriores a él y a sus esfuer-
2B Véase Peter F. Drucker, Concept of the Corporation. The John Day Company.
Nueva York, 1946, pp. 8-9.
112 EL HOMBRE EST LA SOOfDAD CAPITALISTA
zos. Además de lo anterior, está determinado, de una parte, por
los actos de los individuos que dirigen la empresa, sobre los cuales
el propietario típico no tiene ningún control, v, de otra parte,
por los actos de otras personas en un mercado sensible y muchas
veces caprichoso. Así, el valor está sujeto a los caprichos y ma-
nipulaciones características de la plaza del mercado. Además,
está sujeto a los grandes vaivenes de la estimación de la sociedad
en cuanto a su futuro inmediato, tal como se refleja en el nivel
general de valores del mercado organizado.
"•^j El valor de la riqueza del individuo no sólo fluctúa cons-
tantemente, cosa que puede decirse de casi toda la riqueza, sino
que está sujeto a un avalúo constante. El individuo puede advertir
el cambio del avalúo de su propiedad de un momento a otro,
hecho que puede afectar fuertemente tanto el gasto de su ingreso
como su goce del mismo.
"ü) La riqueza individual se ha hecho extremadamente líquida
mediante los mercados organizados. K\ propietario individual pue-
de convertirla en otras formas de riqueza en cualquier momento,
y, siempre que el mecanismo del mercado funcione normalmente,
puede hacerlo sin grandes pérdidas debidas a ventas forzosas.
"6) La riqueza reviste cada vez menos formas que puedan ser
directamente empleadas pwr su propietario. Cuando está en forma
de tierra, por ejemplo, puede ser usada por el propietario aun
cuando el valor de la tierra en el mercado sea desdeííablc. La
cualidad material de esa ri(|ueza hace posible un valor subjetivo
para el propietario, completamente aparte del valor que pueda
tener en el mercado. La forma nueva de riqueza es totalmente
incapaz de este uso directo. Ünicamente vendiéndola en el mer-
cado puede el propietario conseguir su uso directo. .\sí. pues,
está atado al mercado como no lo estuvo nunca antes.
"7) Finalmente, en el régimen de sociedades por acciones, al
propietario de la riqueza industrial le queda un mero símbolo
de propiedad, mientras que el poder, la responsabilidad y h ma-
teria, que en el pasado fueron parte integrante de la propiedad,
están siendo transferidos a un grupo independiente en cuyas ma-
nos está el control." ^'^
Otro aspecto importante de la situación enajenada del accio-
nista es su control sobre la empresa de que forma parte. Legal-
mente, los accionistas controlan la empresa, es decir, eligen a los
directores, lo mismo que en una democracia el pueblo elige a
sus representantes. Sin embargo, de hecho es muv poco el con-
27 Ibid., p. 70.
^ Ibid., ppi 94 y II+-7.
114 EL HOMBRE EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA
hacer un esfuerzo cualitativamente proporcionado con lo que
adquiero. La adquisición de pan y de ropa dependería únicamente
de la premisa de estar vivo; la adquisición de libros y cuadros, de
mi esfuerzo para entenderlos y mi capacidad para usarlos. Cómo
podría aplicarse prácticamente este principio, no es cosa que va-
yamos a examinar ahora. Lo que importa es que la manera como
adquiero cosas es independiente de la manera como las use.
La función enajenadora del dinero en el proceso de adquisi-
ción y de consumo ha sido bellamente descrita por Marx en las
siguientes palabras: "El dinero... transforma lo real humano y
las fuerzas naturales en ideas puramente abstractas, y por lo tanto
en imperfecciones, y, por otra parte, transforma las imperfec-
ciones reales y las fantasías, las fuerzas que sólo existen en la
imaginación del individuo, en fuerzas reales... Transforma la leal-
tad en un vicio, los vicios en virtudes, el esclavo en amo, el amo
en esclavo, la ignorancia en razón y la razón en ignorancia... El
que puede comprar valor es valiente, aunque sea un cobarde...
Considera al hombre como hombre, y su relación con el mundo
como una relación humana, y sólo podrás cambiar el amor por
amor, la confianza por confianza, etc. Si quieres gozar del arte,
debes ser persona artísticamente preparada; si quieres influir en
otras personas, tienes que ser una persona que ejerza sobre ellas
una influencia realmente estimulante y propulsora. Cada una
de tus relaciones con el hombre y con la naturaleza tiene que
ser una expresión definida de tu vida real, individual, correspon-
diente al objeto dé tu voluntad. Si amas sin despertar amor, esto
es, si tu amor como tal no produce amor, si mediante una expre-
sión de vida como persona amante no haces de ti mismo una
persona amada, entonces tu amor es impotente, es una des-
gracia." ^
Pero, aparte del método de adquisición, ¿cómo usamos las co-
sas, después de haberlas adquirido? Respecto de muchas cosas,
no hay ni siquiera una simulación de uso. Las adquirimos para
tenerlas. Nos contentamos con una posesión inútil. La vajilla
costosa o el vaso de cristal que no usamos nunca por miedo a que
se rompa, la mansión con muchas habitaciones desocupadas, los
autos y los criados innecesarios, lo mismo que las horribles ba-
ratijas de la familia de la clase media más modesta, son otros
tantos ejemplos del placer de la posesión, en vez del placer del
uso. Pero este gusto de la posesión per se fue más prominente en
3^ Cotnmanism, Conformity and Civil Liberties. Doubleday & Co. Inc., Garden
City, Nueva York, 1955.
122 EL HOMBRE EN LA S O a E D A D CAPITALISTA
¿Cuál es la relación del hombre consigo vúsmo? En otro lugar
he descrito esta relación como una "orientación mercantil".*^ En
esta orientación el hombre se siente a sí mismo como una cosa
para ser empleada con éxito en el mercado. N o se siente a sí
mismo como un agente activo, como el portador de las potencias
humanas. Está enajenado de sus potencias. Su finalidad es ven-
derse con buen éxito en el mercado. El sentimiento de su iden-
tidad no nace de su actividad como individuo viviente y pensante,
sino de su papel socioeconómico. Si las cosas hablaran, una
máquina de escribir contestaría a la pregunta "¿quién eres?"
diciendo: "Soy una máquina de escribir", y un automóvil diría:
"Soy un automóvil", o, más específicamente: "Soy un Ford", o
"un Buick", o "un Cadillac". Si preguntáis a un hombre "¿quién
eres?", responde: "Soy un fabricante", "soy un empleado", "soy
un médico", o "soy un hombre casado", "soy el padre de dos
niños", y su respuesta tiene un sentido muy parecido a la de la
cosa que habla. Ese es el modo como se siente a sí mismo, no como
un hombre con amor, miedo, convicciones, dudas, sino como una
abstracción, enajenada de su naturaleza real, que desempeña cierta
función en el sistema social. Su sentido del valor depende de su
éxito, de si puede venderse favorablemente, de si puede hacer de
sí mismo más de lo que era cuando empezó, de si es un éxito.
Su cuerpo, su mente y su alma son su capital, y su tarea en la
vida es invertirlo favorablemente, sacar utilidad de sí mismo.
Cualidades humanas como la amistad, la cortesía, la bondad, se
transforman en mercancías, en activos de la personalidad "ya en
su paquete", conducentes a un precio más elevado en el mer-
cado de personalidades. Si el individuo fracasa en hacer una
inversión favorable de sí mismo, cree que él es un fracaso; si lo
logra, él es un éxito. Evidentemente, su sentido de su propio
valor depende siempre de factores extraños a él mismo, de la
veleidosa valoración del mercado, que decide acerca de su valor
como decide acerca del de las mercancías. Él, como todas las
mercancías que no pueden venderse provechosamente, no vale
nada en cuanto a valor en cambio, aunque puede ser considerable
su valor de uso.
^ Tomado de Les Causes du Suicide, por Maurice Halbwachs. Félix Alean, Pa-
rís, 1930; pp. 92 y 4 8 1 .
38 Véase Émile Durkheim, Le Suicide. Félix Alean, París, 1897, p. 446.
3® £01;. cit., p. 448.
^ Todas las cifras revelan también que los países protestantes tienen un índice
de suicidios mucho más elevado que los países católicos. Puede deberse esto a muchos
factores inherentes a las diferencias entre la religión católica y la protestante, tales
como la mayor influencia que la religión católica ejerce sobre la vida de sus fieles,
los medios más adecuados para tratar el sentimiento de culpabilidad que emplea la
Iglesia Católica, etc. Pero también hay que tener en cuenta que los países protestantes
130 EL HOMBRE EN LA SCX3EDAD CAPITALISTA
desconocido Durkheim y otros investigadores del suicidio, y que
se relaciona con el concepto de "balance" de la vida como em-
presa comercial que puede fracasar. Muchos casos de suicidio
se deben al sentimiento de que "la vida ha sido un fracaso", de
que "no merece la pena seguir viviendo"; el individuo se suicida
exactamente como un hombre de negocios se declara en quie-
bra cuando las pérdidas exceden de las ganancias y cuando ha
perdido la última esperanza de recuperarlas.
•** véase el artículo de Warner Bloomberg, Jr., "The Monstrous Machine and
the Worried Workers", en The Reporter, 28 de septiembre de 19Í3, y sus conferen-
cias sobre "Modern Times in the Factory", Universidad de Chicago, 1934, una copia
de las cuales tuvo la bondad de hacer llegar a mis manos.
140 EL HOMBRE EN LA SOQEDAD CAPITALISTA
nuestro aparato cultural: anuncios, películas, televisión, periódi-
cos, exactamente como todo el mundo, y difícilmente puede
escapar a verse arrastrado a la conformidad, aunque quizás lo
sea más lentamente que otros sectores de la población.** Esto
que puede decirse del trabajador industrial es igualmente aplica-
ble al agricultor.
•*•* Más adelante se ofrece un análisis detallado del trabajo industrial moderno.
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XX 141
moderno por observadores tan profundos como Max Scheler y
Bergson, y Aldous Huxley le dio su expresión más aguda en Un
•mundo feliz. Entre los lemas que condicionan la conducta de los
adolescentes de ese Nuevo Mundo, uno de los más importantes
es el que dice: Nunca dejes para mañana la diversión que puedas
tener hoy. Se les remacha en la cabeza con "doscientas repeti-
ciones, dos veces a la semana, desde las cuatro hasta las seis y
media". Créese que es felicidad esa instantánea realización de los
deseos. "Todo el mundo es feliz hoy en día" es otro de los lemas
del Mundo feliz; las gentes "tienen lo que quieren, y nunca
quieren lo que no pueden tener". Esa necesidad de un consumo
inmediato de mercancías y la de una consumación inmediata de
los deseos sexuales se dan acopladas en el Mundo feliz, como en
el nuestro. Se considera inmoral conservar un copartícipe del
"amor" más allá de un tiempo relativamente corto. El "amor"
es deseo sexual fugaz, que debe ser satisfecho inmediatamente.
"Se toman las mayores precauciones para impedimos amar a
alguien demasiado tiempo. N o hay nada que se parezca a una
fidelidad mutua; uno está condicionado de tal manera, que no
puede dejar de hacer lo que debe hacer. Y lo que debe hacer
es tan agradable, en general, se deja expansionarse libremente a
tantos impulsos natmrales, que en realidad no se siente ninguna
tentación de resistirlos." *^
Esta falta de inhibición de los deseos conduce al mismo resul-
tado que la falta de autoridad manifiesta: la parálisis, y final-
mente la destrucción, de la personalidad o del yo. Si no aplazo
la satisfacción de mi deseo (y estoy condicionado para querer
sólo lo que puedo tener), no tengo conflictos ni dudas, no tengo
que tomar decisiones, nunca estoy a solas conmigo mismo, porque
siempre estoy ocupado, ya en trabajar, ya en divertirme. N o
tengo necesidad de conocerme a mí mismo como yo mismo,
porque estoy constantemente absorbido en la busca de placer.
Soy un sistema de deseos y de satisfacciones; tengo que trabajar
para satisfacer mis deseos, y esos mismos deseos son constante-
mente estimulados y dirigidos por la máquina económica. La
mayor parte de esos apetitos son artificiales; aun el apetito sexual
está lejos de ser tan "natural" como se le hace parecer. Es, hasta
cierto punto, estimulado artificialmente. Y necesita serlo, si que-
remos tener gentes como las que necesita el régimen contem-
poráneo: gentes que se sientan "felices", que no tengan dudas,
*5 Véase de Aldous Huxley, Brave New World, The Vanguard Library, p. 196.
I H a y traducción al español con el título de Un mundo jeliz.'\
142 EL HOMBRE EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA
que no tengan conflictos, que se dejen guiar sin necesidad de
recurrir a la fuerza.
Divertirse consiste principalmente en la satisfacción de con-
sumir Y de "tomar": mercancías, paisajes, alimentos, bebidas, ciga-
rrillos, personas, conferencias, libros, películas, todo es consumi-
do, tragado, engullido. El mundo es un gran objeto para nuestro
apetito: una gran manzana, una gran botella, un gran pecho; nos-
otros somos los lactantes, los eternamente expectantes, los espe-
ranzados, Y los eternamente desilusionados. ¿Cómo podemos de-
jar de ser desilusionados si nuestro nacimiento se detiene en el
pecho de la madre, si no somos destetados nunca, si seguimos
siendo bebés crecidos, si no vamos nunca más allá de la orienta-
ción receptiva?
Así, las gentes se sienten angustiadas, inferiores, insuficien-
tes, culpables. Se dan cuenta de que viven sin vivir, que la vida
se les va de las manos como arena. ¿Cómo tratan sus inquietudes,
que nacen de la pasividad de "tomar" constantemente? Con otra
forma de pasividad, con un constante verterse al exterior, por así
decirlo: hablando. Aquí, como en el caso de la autoridad y del
consumo, una idea que en otro tiempo fue productiva ha sido con-
vertida en lo contrario.
^ véase Peter F. Drucker, Concept of the Corporation. The John Day Company.
Nueva York, 1946, p. 179.
'*^ La palabra inglesa employed^ como la alemana angestellt, se refiere a cosas
y no a seres humanos.
LA SOQEDAD DEL SIGLO XX 155
cados. "Nuestros clientes serán mejor servidos si somos felices...
Va a remunerar a la dirección, en dólares y centavos, si de verdad
pudiéramos poner en práctica esos principios generales de los
valores y las relaciones humanas." Se habla de relaciones huma-
nas y se alude a las relaciones más inhumanas, a las que existen
entre autómatas enajenados; se habla de fehcidad y se alude a Ja
rutinización perfecta que ha eliminado todas las dudas y toda
espontaneidad.''^
El carácter enajenado y profundamente insatisfactorio del tra-
bajo produce dos reacciones: una, el ideal de la ociosidad total;
otra, una hostilidad hondamente arraigada, aunque inconsciente
muchas veces, hacia el trabajo y hacia todas las cosas y personas
relacionadas con él.
N o es difícil reconocer el general anhelo de un estado de hol-
ganza y pasividad completas. La publicidad apela a ese anhelo
más aún que al sexo. Hay, naturalmente, muchos artilugios útiles
y que ahorran trabajo; pero muchas veces esa utilidad sirve única-
mente para racionalizar el llamado a la pasividad y la receptividad
completas. Un cereal para el desayuno se anuncia diciendo que es
'•'nuevo y más fácil de comer". Un tostador eléctrico se anuncia
en los siguientes términos: "¡Indudablemente el tostador más
nuevo del mundo! Todo es hecho por usted en este nuevo tos-
tador. Ni siquiera tiene usted que molestarse en colocar el pan.
¡La fuerza motriz producida por un motor eléctrico único le
quita amablcmevte el pan de las ntanos!" Innumerables cursos
de idiomas y de otras materias se anuncian con el lema de "apren-
dizaje sin esfuerzo, sin nada de las antiguas penalidades". Todo
el mundo conoce el cuadro del matrimonio anciano en el anuncio
de una compañía de seguros de vida, matrimonio que se ha reti-
rado a los sesenta años y pasa la vida en la felicidad perfecta
de no tener nada que hacer como no sea viajar.
La radio y la televisión ofrecen otro elemento de ese anhelo
de holganza: la idea de "apretar el botón"; oprimiendo un botón,
o haciéndolo girar en mi aparato, puedo oír música, discursos,
juegos de pelota, y, con el aparato de televisión, hacer que des-
filen ante mí los acontecimientos del mundo. El placer de con-
ducir automóviles indudablemente radica, en parte, en la satis-
facción de este deseo de hacer algo sólo con oprimir un botón.
Por el acto de oprimir un botón sin esfuerzo alguno, se pone en
movimiento una máquina poderosa: se necesitan poco talento y
poco esfuerzo para convencer al conductor de que es el amo del
espacio.
^^ Trataremos más detenidamente del problema del trabajo en el capítulo v n i .
156 EL HOMBRE EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA
Pero hay una reacción mucho más grave y más hondamente
enraizada contra la falta de sentido y el tedio del trabajo, y es la
hostilidad hacia éste, mucho menos consciente que nuestro anhelo
de holganza e inactividad. Muchos hombres de empresa se sien-
ten prisioneros de sus negocios y de las mercancías que venden:
tienen ante su producto una sensación de fraude y sienten hacia
él un secreto desprecio. Odian a sus clientes, que les obligan a
exhibir su producto para vender. Odian a sus competidores por-
que son una amenaza, y a sus empleados y superiores porque
están en una incesante lucha de competencia con ellos. Pero,
cosa aún más importante, se odian a sí mismos, porque ven pasar
su vida sin más sentido que la momentánea embriaguez del éxito.
Desde luego, este odio y este desprecio por los demás y por uno
mismo, así como por las mismas cosas que produce, es casi siem-
pre inconsciente, y sólo de vez en cuando se hace consciente en
una idea momentánea, lo suficientemente perturbadora para de-
jarla a un lado lo antes posible.
65 Uid., p. 246.
^^ Ibíd,, p. 246. Otra definición del amor que da Sulh\an, según H cual el
amor empiera cuando una persona siente que las necesidades de otra persona son tan
importantes como las suyas, está menos teñida del aspecto mercantil que la citada
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XX 169
debe hacerle preguntas, o debe hacérselas, según lo que los au-
tores crean que es mejor para "lubricarlo". Y él diría palabras
laudatorias sobre la comida o sobre el nuevo vestido de ella, y
todo ello en nombre del amor. Ahora oye uno todos los días
que un niño necesita cariño para sentirse seguro, o que otro niño
"no tuvo bastante cariño de sus padres", y que por eso fue un
delincuente o un esquizofrénico. Amor y cariño han tomado el
mismo sentido que el de una receta para el bebé, o la educación
escolar que uno ha de recibir; o la última película de la que uno
debe impregnarse. ¡Alimente usted el amor, como alimenta usted
la seguridad, el conocimiento y todo lo demás y tendrá usted una
persona feliz!
La felicidad es otro de los conceptos, y uno de los más popu-
lares, por los que se define hoy la salud mental. Como dice la
consigna de UJI mundo feliz: "Hoy en día todo el mundo es feliz."
¿Qué quiere decirse con la palabra felicidad? Actualmente
la mayor parte de la gente es probable que respondería diciendo
que la felicidad es "divertirse", "pasar un buen rato". La res-
puesta a la pregunta: "¿Qué es divertirse^", depende un tanto
de la situación económica del individuo, y más de su educación
y de la estnictura de su personalidad. Pero las diferencias eco-
nómicas no son tan importantes como quizá parezcan. El "buen
rato" de las capas superiores de la sociedad es la diversión mo-
delo para quienes todavía no pueden pagarla, pero esperan ansio-
samente esa feliz eventualidad; y el "buen rato" de las clases
sociales más bajas es cada vez más una imitación barata del de
las clases superiores, del cual difiere en costo, pero no tanto en
cahdad.
¿En qué consiste esa diversión? En ir ai cine, a los eventos
sociales, a los partidos de pelota, en escuchar la radio y ver la te-
levisión, en dar los domingos un paseo en automóvil, en hacer el
amor, en dormir hasta tarde las mañanas de los domingos, y en
viajar para quienes pueden permitírselo. Si empleamos una pala-
bra más respetable, en vez de "diversión" y de "un buen rato",
podemos decir que el concepto de felicidad se identifica, en el
mejor caso, con el de placer. Teniendo en cuenta nuestro estudio
del problema del consumo, podemos definir el concepto un poco
más exactamente, como el placer del consumo ilimitado, de la
capacidad para oprimir un botón y de la holganza.
Desde este punto de vista, podría definirse la felicidad como
lo contrario de la tristeza o de la pena, y en realidad las personas
corrientes definen la felicidad como un estado espiritual libre de
tristeza o de pena. Pero esta definición revela que hay algo pro-
170 EL HOMBRE EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA
fundamente erróneo en ese concepto de la felicidad. U n a persona
vivaz y sensible no puede dejar de estar triste o de sentir pena
muchas veces en su vida. Ello es así no sólo a causa de la cantidad
de dolor innecesario producido p o r la imperfección de nuestros
dispositivos sociales, sino a causa del carácter de la existencia
humana, que hace imposible n o reaccionar ante la vida con una
buena dosis de pena y dolor. Como somos seres vivientes, tene-
mos que darnos cuenta con tristeza del abismo que media entre
nuestras aspiraciones y lo que puede conseguirse en nuestra breve
y accidentada vida. Dado que la muerte nos enfrenta con el
hecho inevitable de que o bien nosotros moriremos antes que
nuestros seres amados o ellos antes que nosotros, y dado que ve-
mos en torno nuestro el sufrimiento, tanto el inevitable, c o m o el
innecesario e inútil, ¿cómo podemos evitar el sentir dolor y pena?
El esfuerzo para evitarlo sólo es posible si reducimos nuestra
sensibilidad, nuestra simpatía y nuestro amor, si endurecemos
nuestros corazones y apartamos de los demás y de nosotros mis-
mos nuestra atención y nuestros sentimientos.
Si queremos definir la felicidad p o r su contrario, debemos de-
finirla n o en contraste con la tristeza, sino en contraste con la
depresión.
¿Qué es la depresión? Es la incapacidad para sentir, es la sen-
sación de estar m u e r t o , aunque este vivo nuestro cuerpo. Es la
incapacidad para sentir alegría lo mismo q u e para sentir tristeza.
U n a persona deprimida recibiría gran alivio si pudiera sentir
tristeza. El estado de depresión es tan insoportable, porque u n o
es incapaz de sentir nada, ni alegría ni tristeza. Si intentamos de-
finir la felicidad en contraste con la depresión, nos acercamos a
la definición que dio Spinoza de la alegría y Is fehcidad c o m o
aquel estado de vitalidad intensificada que penetra todos nues-
tros esfuerzos para comprender a nuestros semejantes e identi-
ficarnos con ellos. La felicidad resulta de la experiencia de una
vida productiva y del uso de las potencias de amor y de razón
que nos unen con el m u n d o . La felicidad consiste en nuestro
contacto con lo más hondo de la realidad, en el descubrimiento
de nuestro y o y de nuestra identidad con los demás, así como de
nuestras diferencias con ellos. La felicidad es u n estado de intensa
actividad interior y la sensación del aumento de energía vital que
tiene lugar en la relación productiva con el m u n d o y con nos-
otros mismos.
D e ahí se sigue que n o puede haber felicidad en el estado de
pasividad interior, ni en la actitud de consumidor que penetra
la vida del h o m b r e enajenado. La felicidad es u n sentimiento de
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XX 171
plenitud, no de un vacío que hay que colmar. El hombre co-
rriente de hoy puede tener una buena cantidad de diversión y de
placer, pero, a pesar de eso, está fundamentalmente deprimido.
Quizás se aclare la cuestión si en vez de usar la palabra "depri-
mido" usamos la palabra "aburrido". En realidad, hay poca
diferencia entre ambas, salvo la diferencia de grado, porque el
aburrimiento o tedio no es más que la sensación de la parálisis
de nuestras potencias productoras y de la falta de vida. Entre
todos los males de la existencia, hay pocos tan penosos como el
tedio y, en consecuencia, se hace todo lo posible por evitarlo.
Puede evitarse de dos maneras: ya fundamentalmente, siendo
productivo, sintiendo así felicidad; ya tratando de evitar sus ma-
nifestaciones. Este último intento parece caracterizar la carrera
tras la diversión y el placer del individuo ordinario de hoy. Sien-
te su depresión y aburrimiento, que se hace manifiesto cuando
está a solas consigo o con las personas más allegadas a él. Todas
nuestras diversiones sirven al propósito de facilitarle la huida de
sí mismo y del tedio amenazador, refugiándose en los muchos
caminos de escape que nuestra cultura le ofrece; pero el ocultar
un síntoma no pone fin a las condiciones que lo producen. Al
lado del temor a la enfermedad física o de verse humillado por
la pérdida de categoría y prestigio, el miedo al aburrimiento tiene
un lugar predominante entre los miedos del hombre moderno.
En un mundo de diversión y distracciones, tiene miedo al abu-
rrimiento y se siente contento cuando ha pasado un día más sin
percances, cuando ha matado otra hora sin haber sentido el abu-
rrimiento que acecha.
Desde el punto de vista del humanismo normativo, tenemos
que llegar a un concepto diferente de la salud mental; la misma
persona que se considera sana en las categorías de un mundo ena-
jenado, desde el punto de vista humanístico parece la más enfer-
ma, aunque no de una enfermedad individual, sino de un defecto
socialmente moldeado. La salud mental, en el sentido humanista,
se caracteriza por la capacidad para amar y para crear, por la
liberación de los vínculos incestuosos con la familia y la natu-
raleza, por un sentido de identidad basado en el sentimiento del
yo que uno tiene como sujeto y agente de sus potencias, por la
captación de la realidad interior y exterior a nosotros, es decir,
por el desarrollo de la objetividad v 'a razón. La finalidad de
la vida es vivirla intensamente, nacer plenamente, estar plena-
m.ente despierto. Libertarse de las ideas de grandiosidad infantil,
para adquirir el convencimiento de nuestras verdaderas aunque
limitadas fuerzas; ser capaz de admitir la paradoja de que cada
172 EL HOiMBRE EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA
uno de nosotros es la cosa más importante del universo, y al mis-
mo tiempo no más importante que una mosca o una hoja de
hierba. Ser capaz de amar la vida y, sin embargo, aceptar la muer-
te sin terror; tolerar la incertidumbre acerca de las cuestiones
más importantes con que nos enfrenta la vida, y no obstante
tener fe en nuestras ideas v nuestros sentimientos, en cuanto son
verdaderamente nuestros. Ser capaz de estar solo, y al mismo
tiempo sentirse identificado con una persona amada, con todos
los hermanos de este m u n d o , con todo lo que vive; seguir la voz
de la conciencia, esa voz que nos llama, pero no caer en el odio de
sí mismo cuando la voz de la Cijncicncia no sea suficientemente
fuerte para oírla y seguirla. La persona mentalmente sana es la
que vive por el amor, la razón y la fe, y que respeta la vida,
la suya propia y la de su semejante.
La persona enajenada, como hemos tratado de presentarla en
este capítulo, no puede ser sana. Puesto que se siente a sí misma
c o m o una cosa, como una inversión que puede ser manipulada
por él mismo y p o r otros, carece del sentido del y o , carencia que
crea honda ansiedad. La ansiedad producida por el confronta-
miento con el abismo de la nada es más terrible que las mismas
torturas del infierno. En la visión del infierno, " y o " soy casti-
gado y t o r t u r a d o ; en la visión de la nada, soy arrastrado al b o r d e
de la locura, porque ya no puedo decir " y o " . Si la edad contem-
poránea ha sido llamada con razón la época de la ansiedad, se
debe primordialmente a esta ansiedad engendrada por la falta de
sentimiento del " y o " . En la medida en que " y o soy coir.o usted
me desea", " y o " ?20 soy: estoy angustiado, dependo de la apro-
bación de los demás, p r o c u r o constantemente agradar. La persona
enajenada se siente inferior siempre que se cree en desacuerdo
con los demás. Como su sentido del valor se basa en la apro-
bación como recompensa de la conformidad, se siente natural-
mente amenazado en su apreciación del y o y en su autoesti-
mación, por cualquier sentimiento, idea o acto de que pudiera
sospecharse que es una desviación. Pero, p o r cuanto es humano,
y no u n autómata, n o puede evitar las desviaciones, y, por lo tanto,
constantemente se siente temeroso de ser desaprobado. En con-
secuencia, tiene que esforzarse hasta el extremo para adaptarse,
para ser aprobado, para tener éxito. N o es la voz de la conciencia
la que le comunica fuerza y seguridad, sino la sensación de no
haber perdido el íntimo contacto con el rebaño.
Otra consecuencia de la enajenación es la frecuencia del sen-
timiento de culpabilidad. Ciertamente es extraño que en una
cultura tan fundamentalmente irreligiosa como la nuestra, esté
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XX 173
tan generalizado y tenga tan hondas raíces el sentimiento de cul-
pabilidad. La principal diferencia entre una comunidad calvinis-
ta, pongamos por caso, y la nuestra, es que entre nosotros el
sentimiento de culpabilidad no es muy consciente ni se refiere a
un concepto religioso de pecado. Pero si rascamos la superficie,
encontramos que la gente se siente culpable por centenares de
cosas: por no haber trabajado con bastante tesón, por haber sido
—o no haber sido— bastante benévolo con sus hijos, por no haber
hecho bastante por la madre, o por haber sido demasiado bonda-
doso con un deudor. La gente se siente culpable de haber hecho
cosas buenas como de haberlas hecho malas. Es casi como si nece-
sitara tener algo de qué sentirse culpable.
¿Cuál puede ser la causa de tanto sentimiento de culpabili-
dad.' Parece haber dos fuentes principales que, aunque comple-
tamente diferentes entre sí, conducen al mismo resultado. Una
es la misma de donde brotan los sentimientos de inferioridad.
No ser como los demás, no estar totalmente adaptado, hace que
uno se sienta culpable hacia las órdenes del gran "Ello". La otra
es la conciencia de sí que tiene el hombre: siente sus dones o
talentos, su capacidad para amar, para pensar, para reír, para
llorar, y para admirarse y para crear; siente que la vida es la única
oportunidad que se le ha dado, y que si la pierde lo ha perdido
todo. Vive en un mundo más confortable y cómodo que el que
conocieron sus antepasados, pero se da cuenta de que, buscando
cada vez más comodidad, la vida se le escapa por entre los de-
dos como arena. No puede dejar de sentirse culpable de ese
derroche, de esa pérdida de su oportunidad. Este sentimiento de
culpabihdad es mucho menos consciente que el primero, pero el
uno refuerza al otro, y con frecuencia el uno sirve de racionali-
zación del otro. Así, el hombre enajenado se siente culpable de
ser él mismo y de no ser él mismo, de ser un ser vivo y de ser un
autómata, de ser una persona y de ser una cosa.
El hombre enajenado es desgraciado. El consumo de diver-
siones sirve para que no se dé cuenta de su infelicidad. Se es-
fuerza en ahorrar tiempo y, sin embargo, está ansioso de matar
el tiempo que ha ahorrado. Se siente alegre de haber acabado
otro día sin ningún fracaso ni ninguna humillación, y no saluda
el nuevo día con el entusiasmo que únicamente puede dar el sen-
timiento del "yo soy yo". Carece del fluir constante de energía
que nace de la relación productiva con el mundo.
Sin fe, sordo a la voz de la conciencia, con inteligencia ma-
nipuladora, pero con poca razón, se siente aturdido, inquieto e
174 EL HOMBRE EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA
inclinado a elevar a la categoría de líder a quienquiera que le
ofrezca una solución total.
¿Puede conectarse el cuadro de la enajenación con alguno de
los cuadros consagrados de desequilibrio mental? Al contestar a
esta pregunta, debemos recordar que el hombre tiene dos modos
de relacionarse con el mundo. En uno de ellos, ve el mundo como
necesita verlo para manipularlo o usarlo. En esencia, es experien-
cia de los sentidos y experiencia de sentido común. Nuestros
ojos ven lo que tenemos que ver, y nuestros oídos oyen lo que
tenemos que oír para seguir viviendo; nuestro sentido común
percibe las cosas de un modo que nos permite obrar. Tanto los
sentidos como el sentido común funcionan, en servicio de la su-
pervivencia. En lo que es objeto de los sentidos y del sentido
común, y para la lógica elaborada sobre ello, las cosas son las
mismas para todo el mundo, porque son las mismas las leyes de
su uso.
La otra facultad del hombre consiste en verlas cosas desde
adentro, por así decirlo, subjetivamente, y está constituida por mi
experiencia, nú sentimiento y mi humor interiores.*''' Diez pin-
tores pintan el mismo árbol en un sentido, pero en otro pintan
diez árboles diferentes. Cada árbol es expresión de las respecti-
vas personalidades, aunque es también el mismo árbol. En los
sueños vemos el mundo completamente desde adentro: pierde su
significado objetivo y se transforma en un símbolo de nuestra
experiencia puramente individual. La persona que sueña des-
pierta, es decir, la persona que sólo está en contacto con su
mundo interior y que es incapaz de percibir el mundo exterior
en su contexto objetivo y de acción, está loca. La persona que
sólo puede percibir el mundo exterior fotográficamente, pero
que no tiene contacto con su mundo interior, o sea consigo mis-
ma, es una persona enajenada. La esquizofrenia y la enajenación
son complementarias la una de la otra. En ambas formas de en-
fermedad falta uno de los polos de la experiencia humana. Si los
dos polos están presentes, podemos hablar de la persona produc-
tiva, cuya productividad misma es consecuencia de la polaridad
entre una forma de percepción interior y una forma de percep-
ción exterior.
Nuestra descripción del carácter enajenado del hombre con-
temporáneo es un tanto unilateral; hay muchos factores positivos
que yo no he mencionado. En primer lugar, todavía está viva
una tradición humanista, que no ha sido destruida por el inhu-
^'^ véase un eetudío más detaltado de csfe pi.nt i en F, Fromm, Thr Fe ¿r 'ttn
Language. Rinchart & Co'npany, Inc., Nueva Ycrk, E95:;-
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XX 175
mano proceso de enajenación. Pero además de eso, hay indicios
de que las gentes se sienten cada vez más disgustadas y desen-
gañadas con su modo de vivir y se esfuerzan por recuperar parte
de su personalidad y productividad perdidas. Millones de per-
sonas escuchan buena música en conciertos o por radio, un nú-
mero cada vez mayor de individuos hacen jardinería, construyen
sus casas o sus lanchas, se ocupan en muchas actividades del tipo
de "hágalo usted mismo". Se va generalizando la educación de
los adultos, y aun en los negocios va creciendo la convicción
de que un directivo debe tener razón y no sólo inteligencia."^
Pero aunque todas estas tendencias son prometedoras y efec-
tivas, no bastan para justificar una actitud que se advierte en
muchos escritores sofisticados que pretenden que las críticas de
nuestra sociedad, como la que se hace en este libro, son anticua-
das y han pasado de moda, y que ya hemos pasado la cima de la
enajenación y nos encaminamos ahora hacia un mundo mejor.
Por arráyente que sea este tipo de optnnismo, no es otra cosa,
sin embargo, que una forma más artificiosa de la defensa del
statu quo, una traducción de la alabanza del Modo de Vida
Norteamericano a los conceptos de una antropología cultural
que, enriquecida por Marx y por Freud, los ha sobrevivido, y
garantiza al hombre que no hay razón para preocuparse seria-
mente.
EL SIGLO XIX
EL SIGLO XX
15 litd., p. 132.
10 ¡HJ., pp. 169-70.
17 üiid., p. 138.
186 OTROS VARIOS DIAGNÓSTICOS
con ampliar el móvil económico. Si la compañía anónima ha de
sobrevivir, habrá que asignarle un papel moral en el mundo, no
sólo un papel económico. Desde este punto de vista el reto que
el sindicato lanza a los directores es saludable y prometedor. Es
un camino, quizá el único posible, para salvar los valores de nues-
tra sociedad democrática así como el sistema industrial contem-
poráneo. La sociedad anónima y su fuerza de trabajo tienen que
convertirse de algún modo en un grupo unificado y dejar de ser
una casa dividida y aparentemeTite en guerra." ^^
Lewis Mumford, con cuyos escritos tienen mis ideas muchos
puntos comunes, dice lo siguiente de nuestra civilización con-
temporánea: "La crítica más demoledora que podría hacerse de
la civilización moderna es que, aparte de sus crisis y catástrofes
fraguadas por el hombre, no es interescmte humanamente...
"Al final, esa civilización sólo puede producir un hombre
masa: incapaz de elegir, incapaz de actividades espontáneas y
autodirigidas; en el mejor caso, paciente, dócil, disciplinado para
el trabajo monótono en grado casi patético, pero cada vez más
irresponsable, porque cada vez tiene que elegir menos; en fin,
una criatura gobernada sobre todo por sus reflejos condicionados,
el tipo ideal deseado, aunque nunca totalmente conseguido, por la
agencia de publicidad y las organizaciones de ventas de los ne-
gocios modernos, o por las oficinas de propaganda y de plani-
ficación de los gobiernos totalitarios y semitotalitarios. El en-
comio más generoso de tales criaturas es: 'No molestan.' Su mayor
virtud: 'No se engríen.' En definitiva, esa sociedad sólo produce
dos grupos de hombres: los condicionadores y los condicionados,
bárbaros activos y bárbaros pasivos. El presentar este tejido de
falsedad, desengaño y vacío es quizás lo que hizo tan impresio-
nante, para los públicos norteamericanos de las grandes ciudades
que la vieron, la obra teatral titulada Death of a Salesman^
"Ahora bien, este caos mecánico evidentemente no puede per-
petuarse, porque afrenta v humilla al espíritu humano, y cuanto
más apretado v eficaz sea como sistema mecánico, más violenta
será la reacción humana contra él. Finalmente llevará al hombre
moderno a la rebelión ciega, al suicidio, o a renovarse, y hasta
ahora ha obrado en los dos primeros sentidos. A juzgar por este
análisis, la crisis que ahora presenciamos sería inherente a nuestra
cultura aun cuando no hubiera, por algún milagro, desencadenado
— hi sujravado es mío.
190 OTROS VARIOS DIAGNÓSTICOS
paganda tan eficaces como .' s negativos. El más importante de
los Proyectos de Manhattan parí el futuro consistirá en amplias
encuestas patrocinadas por el gobierno sobre lo qut los políticos
y los científicos participantes llaman 'el problema de la felicidad',
en otras palabras, el problema de hacer que las gentes amen su
servidumbre. Sin seguridad económica, probablemente no puede
existir el amor a la senádumbre; supongo, en atención a Li bre-
vedad, que el omnipotente ejecutivo y sus directores lograrán
resolver el problema de la seguridad permanente. Pero la segu-
ridad muestra una rápida tendencia a que se le tome por cosa
natural. Su logro no e's más que una revolución superficial, ex-
terna. El amor a la servidumbre no puede establecerse sino como
resultado de una profunda revolución personal en las mentes y
los cuerpos humanos. Paia hacer esa revolución requerimos, entre
otros, los siguientes descubrimientos e inventos. Primero, una
técnica muy perfeccionada de sugestión, mediante el condicio-
namiento del niño y, después, con ayuda de drogas como la es-
copolamina. Segundo, una ciencia plenamente desarrollada de las
diferencias humanas que permita a los agentes del gobierno asignar
a cada uno o una su lugar adecuado en la jerarquía social y eco-
nómica. (Los individuos colocados en puertos para los que no
son ¡dóneos tienden a tener ideas peligrosas sobre el sistema social
y a infectar a otros con su descontento.) Tercero (ya que la
realidad aunque sea utópica, es algo de que la gente siente la ne-
cesidad de tomar vocaciones frecuentemente), un sustitutivo del
alcohol y los demás narcóticos, algo al mismo tiempo menos dañi-
no y más agradable que la ginebra o la heroína. Y cuarto (pero
éste sería un proyecto a largo plazo, que exigiría generaciones
de control totalitario para llevarlo a feliz término), un sistema
eugénico a prueba de torpeza, destinado a estandarizar el pro-
ducto humano y facilitar así la tarea de los agentes del gobierno.
En Ufi mundo feliz esta estandarización del producto humano
ha sido llevada a extremos fantásticos, aunque quizás no imposi-
bles. Técnica e ideológicamente estamos aún muy lejos de los
bebés embotellados y de los grupos de semiimbéciles de Boka-
novsky. ¿Pero quién sabe lo que ocurrirá con el A. F. 600?
Entretanto, los otros rasgos característicos de ese mundo más
feliz y más estable —los equivalentes del sistema de somas, hip-
nopedias y castas científicas— probablemente no distan más de
tres o cuatro generaciones. Ni parece muy lejana la promiscuidad
sexual de Un rmmdo feliz. Ya hay ciertas ciudades norteameri-
canas en que el número de divorcios es igual al de matrimonios.
Sin duda alguna, dentro de pocos años se venderán las ucencias
EL SIGLO XX 191
de matrimonios como las de la tenencia de perros, con validez
para doce meses, sin que ninguna disposición se oponga a cambiar
de perro o a tener más de un animal a la vez. A medida que
disminuye la libertad política y económica, tiende a aumentar,
como compensación, la libertad sexual. Y el dictador (a menos
que necesite caine de cañón y familias con las que colonizar te-
rritorios desiertos o conquistados) hará bien en estimular esa
libertad. En conjunción con la libertad para soñar despierto, bajo
la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, ayudará a
reconciliar a los subditos con la servidumbre que es su destino.
"Tenidas en cuenta todas las cosas, parece como si Utopía
estuviera mucho más cerca de nosotros de lo que nadie se habría
imaginado hace sólo quince años. Por entonces, la proyecté seis-
cientos años en el futuro. Hoy, parece perfectamente posible que
el horror se cierna sobre nosotros dentro de no más de un siglo.
Es decir, si en el intervalo nos abstenemos de hacernos saltar en
añicos. Ciertamente, si no nos decidimos por descentralizar y usar
la ciencia aplicada, no como un fin para el que serán medios
los seres humanos, sino como medio para crear una especie de
seres libres, sólo tendremos dos alternativas entre que escoger:
o bien muchos totalitarismos nacionales militarizados, teniendo
por raíz el terror a la bomba atómica y, como consecuencia, la
destrucción de la civilización (o, si la guerra se limita, la perpe-
tuación del militarismo); o bien un totalitarismo supranacional,
producido por el caos social resultante del rápido progreso tec-
nológico en general y por la revolución atómica en particular, y
que se convertirá, bajo la necesidad de eficacia y estabilidad, en
la tiranía para el bienestar imperante en Utopía. Usted paga su
dinero y elige a su gusto," ^
Alberto Schweitzer y Alberto Einstein, que quizás represen-
tan el más alto desarrollo de las tradiciones intelectuales y mora-
les de la cultura universal en grado superior a cualquier persona
viviente, tienen que decir lo que sigue acerca de la cultura actual.
Alberto Schweitzer escribie: "Hay que crear una opinión pú-
blica nueva, privada y libremente. La existente está mantenida
por la prensa, la propaganda, la organización y las influencias
financieras y de otra clase que están a su disposición. Este modo
antinatural de propagar ideas tiene que ser contrarrestado por el
modo natural, que va de hombre a hombre y fía únicamente en
la verdad de nuestras ideas y en la receptividad del oyente para la
verdad nueva. Desarmada, y de acuerdo con el método de lucha
^ A. Huxiey, Brave New World. The Vanguard Library. Londres, 1952, pá-
ginas 11-5.
192 OTROS VARIOS DIAGNÓSTICOS
primitivo y natural del espíritu humano, tiene que atacar al otro,
que se le opone, como Goliat se oponía a David, armado con la
fuerte armadura de la época.
"Acerca de la lucha que inevitablemente ha de seguir, no
puede enseñamos mucho ninguna analogía histórica. El pasado
presenció, sin duda, la lucha del pensamiento libre individual con-
tra el espíritu aherrojado de toda una sociedad, pero el problema
no se ha presentado nunca en la escala en que se presenta hoy,
porque el aherrojamiento del espíritu colectivo, tal como lo en-
cadenan hoy las organizaciones, la irreflexividad y las pasiones
populares modernas, es un fenómeno sin precedente en la his-
toria.
"¿Tendrá el hombre de hoy fuerza para hacer lo que el
espíritu demanda de él y que la época probablemente querrá
impedir?
"En las sociedades superorganizadas que lo tienen en su poder
de cien maneras, él debe, de algún modo, convertirse otra vez en
una personaUdad independiente y ejercer, así, influencia sobre
ellas. Ellas emplearán todos los medios para mantenerlo en aque-
lla situación de impersonalidad que les conviene. Temen la per-
sonalidad porque el espíritu y la verdad, que querrían amorda-
zar, encuentran en ella un medio para expresarse. Y su poder
es, desgraciadamente, tan grande como su miedo.
"Hay una alianza trágica entre la sociedad en general y sus
condiciones económicas. Con torva tenacidad, esas condiciones
tienden a convertir al hombre actual en un ser sin libertad, sin
sosiego, sin independencia, en resumen, en un ser humano tan
lleno de deficiencias, que carece de cualidades humanas. Y son
ellas las últimas cosas que podemos cambiar. Aun cuando se nos
concediera que el espíritu comenzara a trabajar, sólo de una
manera lenta e incompleta adquiriríamos poder sobre aquellas
fuerzas. En realidad, se le pide a la voluntad lo que nuestras con-
diciones de vida se niegan a permitir.
"¡Y qué pesada la tarea que el espíritu tiene que tomar entre
manos! Tiene que crear el poder de comprender la verdad que
€s realmente verdadera, cuando en el presente sólo circula la ver-
dad propagandística. Tiene que abandonar el patriotismo innoble
y entronizar el noble género de patriotismo que tiende a fines
dignos de toda la humanidad, en esferas donde los desesperan-
zados resultados de las actividades políticas pasadas y presentes
mantienen vivas las pasiones nacionalistas aun entre quienes alien-
tan en su corazón el deseo de librarse de ellas. Tiene que darse
cuenta de que la civilización interesa a todos los hombres y a la
EL SIGLO XX 193
humanidad en general, según se admite hasta en lugares en que
la civilización nacional es adorada hoy como un ídolo, y donde la
idea de una humanidad con una civilización común está rota en
pedazos. Tiene que mantener nuestra fe en el estado civilizado,
aunque nuestros estados modernos, aruinados por la guerra espi-
ritual y económicamente, no tengan tiempo para pensar en las
tareas de la civilización y no osen dedicar su atención a nada que
no sea cómo emplear todos los medios posibles, aun los que minan
el concepto de la justicia, para reunir dinero con que prolon-
gar su existencia. Tiene que unirnos dándonos un solo ideal de
hombres civilizados, y esto en un mundo donde una nación ha
despojado a su vecina de toda fe en la humanidad, el idealismo,
la rectitud, la racionalidad y la veracidad, y todo ha caído igual-
mente bajo el dominio de fuerzas que nos hunden cada vez más
en la barbarie. Tiene que mantener la atención concentrada en la
civilización, mientras que la creciente dificultad de ganarse la vida
absorbe cada vez más a las masas en preocupaciones materiales
y hace que todas las otras cosas les parezcan meras sombras.
Tiene que darnos fe en la posibilidad del progreso, mientras que
la reacción de lo económico sobre lo espiritual se hace cada día
más dañina y contribuye a una desmoralización cada vez mayor.
Tiene que proporcionamos razones para conservar la esperanza
en una época en que no sólo las instituciones y asociaciones secu-
lares y religiosas, sino también los hombres a quienes se considera
guías, nos defraudan constantemente, en que los artistas y los
hombres cultos actúan como sostenes de la barbarie, y notabili-
dades que pasan por pensadores y que exteriormente obran como
tales, resultan, cuando llega la crisis, nada más que escritores e
individuos de academias.
"Todos estos obstáculos se levantan en la senda de la voluntad
hacia la civilización. Una sorda desesperación se cierne sobre
nosotros. ¡Qué bien comprendemos ahora a los hombres de la
decadencia grecorromana, que se encontraban ante los aconteci-
mientos y se sentían incapaces de resistirles y, abandonando el
mundo a su destino, se recogían en sí mismos! Como ellos, nos
sentimos aturdidos por nuestra experiencia de la vida. Como
ellos, oímos voces tentadoras que nos dicen que lo único que
aún puede hacer tolerable la vida es vivir pvara el momento. Se
nos dice que debemos renunciar a todo intento de pensar sobre
todo lo que rebasa nuestro propio destino y a esperar nada de
ello. Debemos buscar descanso en la resignación.
"El reconocimiento de que la civilización se funda en una
especie de teoría del universo sólo puede restaurarse mediante
194 OTROS VARIOS DIAGNÓSTICOS
un despertar espiritual; y la voluntad de un bien ético en la
masa de la humanidad nos impulsa a aclarar para nosotros mismos
esas dificultades que se presentan en el camino de la civilización
y que la reflexión corriente pasa por alto. Pero al mismo tiempo
nos eleva por encima de todas las consideraciones de posibilidad
o imposibilidad. Si el espíritu ético proporciona un terreno sufi-
cientemente firme en la esfera de los acontecimientos para hacer
de la civilización una realidad, volveremos a la civilización si
retornamos a una teoría adecuada del universo y a las convic-
ciones a que ella da nacimiento." ^*
En un breve artículo titulado "Why Socialism", dijo Einstein:
"He llegado ahora al punto en que puedo indicar qué constituye
para mi la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Afecta a las
relaciones del individuo con la sociedad. El individuo es más
consciente que nunca de su dependencia de la sociedad; pero
no considera esa dependencia como una partida positiva, como un
vínculo orgánico, como una fuerza protectora, sino más bien
como una amenaza a sus derechos naturales y aun a su existencia
económica. Además, su posición en la sociedad es tal, que cons-
tantemente se acentúan las tendencias egoístas de su carácter,
mientras sus tendencias sociales, que por naturaleza son más dé-
biles, se debilitan progresivamente. Todos los seres humanos,
cualquiera que sea su posición en la sociedad, sufren a causa de
ese proceso de debilitamiento. Prisioneros sin saberlo de su pro-
pio egoísmo, se sienten inseguros, solitarios y privados del inge-
nuo, sencillo y natural goce de la vida. El hombre puede encon-
trarle sentido a la vida, aun siendo como es corta y peligrosa,
únicamente consagrándose a la sociedad." ^^
IDOLATRÍA AUTORITARIA
SUPERCAPITALISMO
1^ No deja, sin embargo, de tener alguna relación, ya que los dividendos pagados
por acción aumentaron de $ 2.00 en J933 a $ 8.00 en 1941, y desde entonces bajaron
a un promedio de $ 6.00.
18 Hay un buen número de empresas organizadas en el Consejo de Distribución
de las Ganancias Industriales que siguen un plan más o menos radical de distribu-
ción de las utilidades de sus negocios. Sus principios se expresan en los párrafos
siguientes;
1. El Consejo define el reparto de utilidades como un procedimiento según el cual
el patrono paga a todos los empleados, además de buenos tipos de pagos re-
gulares, cantidades especiales corrientes o diferidas, basadas no sólo en las
realizaciones de cada individuo o grupo, sino en la prosperidad del negocio
en conjunto.
2. El Consejo considera la persona humana como factor esencial de la vida eco-
nómica. Una compañía libre debe basarse en la libertad de oportunidades para
que cada uno alcance su máximo desenvolvimiento personal.
3. El Consejo sostiene que la distribución de las utilidades ofrece un medio de la
mayoi importancia para conceder a los trabajadores la libre oportunidad de
participar en las recompensas de su cooperación con el capital y la dirección.
4. Aunque el Consejo cree que la distribución de las utilidades está plenamente
justificada por sí misma como principio, considera que una bien planeada dis-
tribución de utilidades es el mejor medio par.í desarrollar la cooperación y ¡a
eficacia del grupo.
5. El Consejo sostiene que la generalización del sistema de reparto de las utili-
SOQALISMO 205
El sistema del reparto de utilidades no difiere de las prácti-
cas capitalistas tradicionales tanto como él pretende. Es una
forma sublimada del sistema de destajo, combinada con cierto
desdén hacia la importancia de los tipos de utilidades que se pagan
a los accionistas. A pesar de lo que dice de la "persona humana",
todo, la valoración del trabajo, lo mismo que la gratificación del
trabajador y los dividendos, es determinado de un modo auto-
crático por la dirección. El principio esencial es "reparto de uti-
lidades", no "reparto de trabajo". No obstante, aunque los prin-
cipios no son nuevos, la idea del reparto de las utilidades es
interesante, porque es la finalidad más lógica de un supercapi-
talismo en que se vence el disgusto del trabajador haciéndole creer
que también él es un capitalista y un participante activo en el
sistema.
SOQALISMO
^* véase para este punto mi estudio "Zur Aufgabe einer Analytischen Sozial-
psycliologie'*, en Zisch, f. Sozialforsckung, Leipzig, 1932; y el estudio sobre el marxis-
mo, de J. A. Schumpetcr, op. cit.y pp. 11, 12.
35 Véase mi estudio de esa interacción en Miedo a la libertad.
SOCIALISMO 219
humano. Pero esas deficiencias son limitaciones de la unilatera-
lidad, como las encontramos en todo concepto científico fecundo,
y Marx y Engels mismos se dieron cuenta de esas limitaciones.
Engels lo manifestó así en una carta famosa en que dice que, a
causa de la novedad de su descubrimiento, Marx y él no habían
prestado atención bastante al hecho de que la historia no sólo era
determinada por condiciones económicas, sino que los factores
culturales a su vez influían en la base económica de la sociedad.
A Marx le preocupó cada vez más el análisis puramente eco-
nómico del capitalismo. La significación de su teoría económica
no se altera por el hecho de que sus supuestos básicos y sus pre-
dicciones sólo en parte eran acertados; y erróneos en grado con-
siderable, esto último especialmente en lo que se refiere a su
supuesto de la inevitabilidad de la degeneración (relativa) de la
clase trabajadora. También se equivocó en su idealización ro-
mántica de la clase obrera, resultado de una actitud puramente
teórica y no de la observación de la realidad humana de dicha
clase. Pero cualesquiera que sean sus defectos, su teoría eco-
nómica y su penetrante análisis de la estructura económica del
capitalismo constituyen un progreso definitivo sobre todas las
demás teorías socialistas desde un punto de vista científico.
Sin embargo, esa misma fuerza fue al mismo tiempo su debi-
lidad. Aunque Marx comenzó su análisis económico con la in-
tención de descubrir las condiciones que produjeron la enajena-
ción del hombre, y aunque creía que esto sólo requeriría un
estudio relativamente corro, gastó la mayor parte de su trabajo
científico casi exclusivamente en el análisis económico, y aunque
nunca perdió de vista el fin —la emancipación del hombre— tan-
to la crítica del capitalismo como la finalidad socialista en térmi-
nos htmtcmos, fueron rebasados cada vez más por las considera-
ciones económicas. N o reconoció las fuerzas irracionales que
actúan en el hombre y le hacen tener miedo a la libertad y
que producen un ansia de poder y destructividad. Antes al con-
trario, subyacente en su concepto del hombre estaba implícito
el supuesto de la bondad natural de éste, que se reafirmaría en
cuanto se librara de las mutiladoras cadenas económicas. La fa-
mosa frase del final del Manifiesto Comunista, según la cual los
trabajadores "no tienen nada que perder sino sus cadenas", con-
tiene un error psicológico profundo. Además de sus cadenas,
también tienen que perder todas esas necesidades y satisfacciones
irracionales que nacieron mientras llevaban las cadenas. En este
respecto, A4arx y Engels no trascendieron nunca el ingenuo opti-
mismo del siglo xviii.
220 SOLUaONES DIVERSAS
Esa subestimación de la complejidad de las pasiones humanas
llevó el pensamiento de Marx a tres errores sumamente peligrosos.
En primer lugar, lo llevó a olvidar el factor moral en el hom-
bre. Precisamente porque suponía que la bondad del hombre se
reafirmaría automáticamente cuando se hubieran realizado los
cambios económicos, no vio que gentes que no habían sufrido
un cambio moral en su vida interior no podían dar vida a una
sociedad mejor. N o prestó atención, por lo menos explícitamen-
te, a la necesidad de una orientación moral nueva, sin la cual
vendrían a ser inútiles todos los posibles cambios políticos y
económicos.
El segundo error, procedente de la misma fuente, fue la gro-
tesca equivocación de Marx en lo que se refiere a las probabi-
lidades de realización del socialismo. A diferencia de hombres
como Proudhon y Bakunin (y más tarde Jack London en su Iron
Heel), que previeron las tinieblas que envolverían al mundo oc-
cidental antes de que brillara una luz nueva, Marx y Engels cre-
yeron en el advenimiento inmediato de la "sociedad buena", y
no sospecharon la posibilidad de una nueva barbarie en la forma
del autoritarismo comunista y fascista, y de guerras de una des-
tructividad inaudita. Esta errónea aprehensión de la realidad fue
causa de muchos de los errores teóricos y políticos de Marx y
Engels, y fue la base de la destrucción del socialismo que empezó
con Lenin.
El tercer error fue la idea de Marx de que la socialización de
los medios de producción no sólo era condición necesaria, sino
condición sitficiente, para la transformación de la sociedad capi-
talista en una comunidad socialista cooperativa. En el fondo de
este error está, una vez más, su concepto, excesivamente simpli-
ficado, por demás optimista y racionalista, del hombre. Así como
Freud creyó que el liberar al hombre de los tabús sexuales anti-
naturales y demasiado rígidos produciría la salud mental, Marx
creyó que la emancipación de la explotación produciría auto-
máticamente seres libres y cooperativos. Fue tan optimista como
los enciclopedistas del siglo xviii en cuanto al efecto inmediato
de los cambios operados en los factores ambientales, y no estimó
suficientemente el poder de las pasiones irracionales y destructo-
ras que no podían transformarse de un día para otro por virtud
de cambios económicos. Tras la experiencia de la primera Gue-
rra Mundial, Freud se dio cuenta de esa fuerza de destructividad
y cambió radicalmente todo su sistema al aceptar que la tenden-
cia a la destrucción es tan fuerte e inextirpable como Eros. Marx
no llegó nunca a darse cuenta de ello, y no modificó su simple
SOQALISMO 221
fórmula de la socialización de los medios de producción como
el camino directo hacia la meta socialista.
La otra fuente de este error fue la sobrestimación en que Marx
tuvo los dispositivos políticos y económicos, de la cual ya hemos
hablado. Se mostró notablemente privado de espíritu realista al
ignorar el hecho de que, para la personalidad del trabajador, no
hay ninguna diferencia en que la empresa sea propiedad del "pue-
blo" —del estado—, de una burocracia gubernamental, o de una
burocracia privada contratada por los accionistas. N o vio, en
contraste total con su propio pensamiento teórico, que lo único
que importa son las condiciones reales y efectivas de trabajo, las
relaciones del trabajador con su trabajo, con sus compañeros y
con los directores de la empresa.
En los últimos años de su vida, Marx parecía dispuesto a in-
troducir ciertos cambios en su teoría. El más importante, proba-
blemente bajo la influencia de los estudios de Bachofen y de
Morgan, le llevó a creer que la primitiva comunidad agraria,
basada en la cooperación y en la propiedad común de la tierra,
era una forma poderosa de organización social que podía con-
ducir directamente a formas más elevadas de socialización, sin
tener que pasar por la fase de producción capitalista. Manifestó
esta creencia en su respuesta a Vera Zazulich, que le pregun-
tó cuál era su actitud respecto del "mir", vieja forma de comu-
nidad agrícola en Rusia. G. Fuchs ha señalado** la gran sig-
nificación de este cambio en la teoría de Marx, y también el
hecho de que Marx, en los últimos ocho años de su vida, se
mostraba desengañado y descorazonado al percibir el fracaso de
sus esperanzas revolucionarias. Como ya he dicho más arriba,
Engels reconoció no haber prestado atención bastante al poder
de las ideas en su teoría del materialismo histórico, pero no les
fue dado a él y a Marx hacer las necesarias revisiones a fondo
de su sistema.
A nosotros, a mediados del siglo xx, nos resulta fácil reconocer
la falacia de Marx. Hemos visto en Rusia la trágica ilustración
de esa falacia. Aunque el stalinismo demostró que una economía
socialista puede funcionar con buen éxito desde el punto de vista
económico, también demostró que de ningún modo está destina-
da en sí misma a crear un espíritu de igualdad y cooperación;
demostró que la propiedad de los medios de producción por "el
pueblo" puede convertirse en la capa ideológica de la explota-
ción del pueblo por una burocracia industrial, militar y política.
CONSIDERACIONES GENERALES
LA T R A N S F O R M A Q Ó N ECONÓMICA
C. OBJECIONES SOCIOPSICOLÓGICAS
» Ibid., p. 22.
238 CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL
los partidarios de este punto de vista, lo que espérennos es la auto-
matización total del trabajo: el hombre trabajará unas pocas ho-
ras, el trabajo no será incómodo ni exigirá mucha atención, sino
que más bien será una rutina inconsciente, como la de cepillarse
los dientes, y el centro de gravedad pasará a las horas de asueto
en la vida de todos los individuos.
El argumento parece convincente, y ¿quién puede decir que
la fábrica totalmente automatizada y la desaparición de todo
trabajo sucio e incómodo no sean las metas a las que se va apro-
ximando nuestra evolución industrial? Pero hay algunas consi-
deraciones que impiden que hagamos de la automatización del
trabajo nuestra principal esperanza para tener una sociedad men-
talmente sana.
En primer lugar, es por lo menos dudoso que la mecanización
del trabajo tenga las consecuencias que se suponen en la argu-
mentación citada. H a y muchas cosas que indican lo contrario.
Así, por ejemplo, un estudio reciente y muy concienzudo entre
los obreros de la industria del automóvil demuestra que les des-
agrada el trabajo en la medida en que encarna las características
de la producción en masa, tales como la monotonía y el ritmo
mecánico, u otras parecidas. Aunque a una gran mayoría le
gustaba el trabajo por razones económicas (147 contra 7), a una
mayoría todavía mayor (96 contra 1) le disgustaba por razón
del contenido inmediato de la tarea.* La misma reacción se
manifestaba también en la conducta de los obreros. "Los traba-
jadores cuyas tareas tienen una puntuación más alta como 'pro-
ducción en masa' —es decir, que presentan las características de
la producción en masa en una forma extrema— faltan al trabajo
con más frecuencia que los trabajadores cuyas tareas tienen una
puntuación más baja como producción en masa. Dejan el tra-
bajo más obreros cuyas tareas tienen una puntuación más alta
como producción en masa, que obreros cuyas tareas tienen una
puntuación más baja en ese sentido." ^ También hay que pregun-
tarse si la libertad para fantasear y soñar despierto que propor-
ciona el trabajo mecanizado es un factor tan positivo y saludable
como suponen la mayor parte de los psicólogos de la industria.
En realidad, el soñar despierto es un síntoma de falta de relación
* Ch. R. Walker y R. H. Guest, The Man on the Assembly Line. Harvard Uni-
versitv Press. Cambridge, Mass., 1952, pp. 142-^.
•* Ibid.i p. 144. Las experiencias sobre amp!I'í*.ón de la tarea hechas por la I B.M.
llevan a resultados análogos. Cuando un obreri ha- ¡a varias operaciones que antes
se distribuían entre varios obreros, de suerte que íuw'era ia sensación de hacer una
cosa completa y tener cierta relación con el product'^ del trabajo, la producción au-
mentaba y la fatig-a disminuía.
OBJECIONES SOCIOPSICOLÓGICAS 239
con la realidad. N o conforta ni descansa, es esencialmente una
huida con todas las consecuencias negativas que acompañan a
toda huida. Lo que los psicólogos de la industria describen con
tan brillantes colores es en esencia la misma falta de concentra-
ción tan característica del hombre moderno en general. Uno hace
tres cosas a la vez porque no hace ninguna de un modo concen-
trado. Es un gran error creer que es confortable hacer algo sin
concentrarse en ello. Por el contrario, toda actividad concentra-
da, ya sea trabajo, juego o descanso (el descanso también es
una actividad), es vigorizante, y toda actividad no concentrada
es fatigosa. Todo el mundo puede comprobar la verdad de esta
afirmación sólo con observarse un poco a sí mismo.
Pero aparte de todo eso, todavía pasarán muchas generaciones
antes de que se alcance ese grado de automatización y de reduc-
ción de la jornada de trabajo, especialmente si pensamos no sólo
en Europa y los Estados Unidos, sino también en Asia y África,
que apenas si han iniciado su revolución industrial. ¿Va el hom-
bre a seguir gastando, durante unos centenares de años todavía,
casi todas sus energías en un trabajo sin sentido, esperando el
tiempo en que el trabajo apenas si exigirá algún gasto de energía?
¿Qué será de él, entretanto? ¿No será cada vez más enajenado, y
esto tanto en sus horas de asueto como en sus horas de trabajo?
¿No es la esperanza de un trabajo sin esfuerzo un sueño basado
en la fantasía de la pereza y en la capacidad para oprimir un bo-
tón, fantasía más bien insana, sin más? ¿No es el trabajo una
parte tan fundamental de la existencia humana, que nunca podrá
reducirse, ni se reducirá, a una insignificancia casi total? ¿No
es el modo de trabajar en sí mismo un elemento esencial en la
formación del carácter de una persona? ¿No llevará el trabajo
totalmente automatizado a una vida totalmente automatizada?
Aunque todas esas preguntas son otras tantas dudas relativas
a la idealización del trabajo totalmente automatizado, debemos
tratar ahora do las opiniones que niegan la posibilidad de que
el trabajo pueda ser atrayente y tener un sentido, y en conse-
cuencia, que verdaderamente pueda humanizarse. La argumen-
tación es la siguiente: el trabajo en la fábrica moderna no produ-
ce, por su misma naturaleza, interés ni satisfacción; además, hay
trabpjos que no pueden dejar de hacerse y que son positiva-
mente desagradables o repelentes. La participación activa del
obrero en la dirección es incompatible con las exigencias de la
industria moderna y nos llevaría al caos. Para actuar apropia-
damente en este régimen, el hombre tiene que obedecer, que
adaptarse a una organización sometida a una rutina. El hombre
240 CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL
es holgazán por naturaleza y nada propicio a asumir obligaciones;
por lo tanto, hay que condicionarlo para que trabaje sin roza-
mientos y sin demasiada iniciativa ni espontaneidad.
Para tratar de estos argumentos convenientemente, hemos de
permitirnos algunas especulaciones sobre el problema de la indo-
lencia y el de las diversas ?notivaciones del trabajo.
Es sorprendente que psicólogos y profanos puedan sustentar
aún la opinión de la indolencia natural del hombre, cuando tantos
hechos observables la contradicen. La indolencia, lejos de ser
normal, es un síntovia de desarreglo me-ntal. En realidad, una de
las formas peores de sufrimiento mental es el tedio, el no saber
uno qué hacer de sí mismo, ni de su vida. Aunque no recibiera
remuneración monetaria o de otra clase, el hombre estaría ansioso
de emplear su energía en algo que tuviera sentido para él, por-
que no podría resistir el tedio que produce la inactividad.
Observemos a los niños: nunca están ociosos; con el estímulo
más ligero, o aun sin él, siempre están ocupados en jugar, en ha-
cer preguntas, en imaginar cuentos, sin otro incentivo que el
placer de la actividad por sí misma. En el campo de la psico-
patología vemos que la persona que no tiene interés en hacer
nada está gravemente enferma y anda lejos de presentar el es-
tado normal de la naturaleza humana. Hay información muy
numerosa sobre los trabajadores en tiempos de paro forzoso, que
sufren tanto o más por el obligado "descanso" como por las pri-
vaciones materiales. N o son menos los informes que demuestran
que para muchos individuos de más de sesenta y cinco años la
necesidad de dejar de trabajar les produce profunda infelicidad
y en muchos casos decaimiento y enfermedades.
Sin embargo, hay buenas razones para la creencia tan gene-
ralizada en la indolencia innata del hombre. La principal radica
en el hecho de que el trabajo enajenado es aburrido e insatisfac-
torio, que se producen una tensión y una hostilidad grandes, las
cuales conducen a la aversión al trabajo que uno hace y a todo lo
relacionado con él. En consecuencia, hallamos que el ideal de
muchas gentes es la holganza y el "no hacer nada". Así, la gente
cree que la holganza es el estado "natural" de la mente, y no el
síntoma de un estado patológico, resultante del trabajo sin sen-
tido y enajenado. Al examinar las opiniones corrientes sobre la
motivación del trabajo, se hace evidente que se basan en el con-
cepto del trabajo enajenado y que, por lo tanto, sus conclusiones
no tienen aplicación al trabajo atractivo y no enajenado.
La teoría convencional y más común es que el dinero cons-
tituye el principal incentivo para trabajar. Ésa solución puede
OBJECIONES SOCIOPSICOLÓGICAS 241
tener dos sentidos diferentes: primero, que el miedo a morirse
de hambre es el incentivo principal para trabajar; en este caso, el
argumento es indudablemente cierto. Muchos tipos de trabajo
no serían aceptados nunca a base del salario o de otras condi-
ciones de trabajo, si el obrero no se hallara ante la alternativa de
aceptar esas condiciones o morirse de hambre. En nuestra socie-
dad, el trabajo desagradable y humilde no se hace voluntaria-
mente, sino porque la necesidad de ganarse la vida obliga a mu-
chas personas a hacerlo.
Con la mayor frecuencia esta idea del incentivo del dinero
se refiere al deseo de ganar ?nás dinero como motivación para
esforzarse más en el trabajo. Si el hombre no fuera tentado por
la esperanza de una remuneración monetaria mayor —dice este
argumento—, no trabajaría, o por lo menos trabajaría sin interés.
Aún existe esta convicción en la mayoría de los industriales y
en muchos líderes de sindicatos. Así, por ejemplo, cincuenta
directores de fábricas contestaron del modo siguiente a la pre-
gunta relativa a lo más importante para aumentar la productividad
del trabajador:
"Sóio el dinero, es la respuesta" 44 %
"El dinero es con mucho la cosa principal, pero hay que
dar alguna importancia a cosas menos tangibles" . . . . 28 %
"El dinero es importante, pero más allá de cierto punto
no producirá resultados" 28 %
100 % 6
8 md pp. 49-So.
OBJEaONES SOCIOPSICOLÓGICAS 243
dustrial y comercial. La placa del mozo del coche Pullman, del
cajero del banco, etc., son cosas psicológicamente importantes
para su sensación de importancia, como lo son el teléfono per-
sonal y la oficina más amplia para las jerarquías superiores. Esos
factores de prestigio también juegan un papel entre Jos trabaja-
dores de la industria.®
Dinero, prestigio y fuerza son hoy los incentivos principa-
les para el sector más amplio de nuestra población: el sector em-
pleado. Pero hay otras motivaciones: la satisfacción de crearse
una existencia econóvñcainente independiente y la ejecución de
UTi ti'abajo bien hecho, cosas ambas que hacen el trabajo mucho
más significativo y atrayente que la motivación del dinero y de
la fuerza. Pero aunque en el siglo xix y principios del xx la in-
dependencia económica y la pericia eran satisfacciones impor-
tantes para el hombre de negocios independiente; para el artesano
y para el obrero muy especializado, el papel de tales motivacio-
nes disminuye ahora rápidamente.
En relación con el aumento de personas empleadas, en con-
traste con el número de personas independientes, advertimos que
a comienzos del siglo xix las cuatro quintas partes aproximada-
mente de la población ocupada trabajaba para sí misma; hacia
1870 sólo pertenecía a este grupo la tercera parte, y en 1940 esta
vieja clase media comprendía sólo la quinta parte de la población
ocupada.
Este paso de trabajadores independientes a trabajadores em-
pleados conduce por sí mismo a disminuir la satisfacción en el
trabajo por las razones que ya hemos expuesto. La persona em-
pleada trabaja, más que la independiente, en una posición enaje-
nada. Ya gane un salario alto o un salario bajo, es un mero
accesorio de la organización, y no un ser humano que hace algo
para sí mismo.
Pero hay un factor que podría mitigar la enajenación del tra-
bajo, y es la pericia que se necesita para hacerlo. Mas también
aquí las cosas evolucionan en el sentido de disminuir la habihdad
requerida y, por consiguiente, en el de aumentar la enajenación.
Entre los trabajadores de oficina se necesita cierto grado de
pericia, pero el factor de "una personalidad agradable"', hábil para
venderse a sí misma, va ganando importancia sin cesar. Entre
los trabajadores industriales, el viejo tipo de obrero hábil en mu-
chos oficios cada vez pierde más importancia, comparado con el
trabajador semiespecializado. En las fábricas Ford, a fines de
® véase W. Williams, Mainsprings of Men. Charles Scribner's Sons. Nueva York,
1925, p. 56; citado por M. S- Vitcles, loc. cit., pp. 65 js.
244 CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL
1948, el número de trabajadores que podía ser preparado en me-
nos de dos semanas era del 75 al 80 por ciento de todo el personal
obrero de la casa. De una escuela profesional de ésta, que tiene
cursos para aprendices, sólo salían al año trescientos graduados,
la mitad de los cuales entraban en otras fábricas. En una fábrica
de baterías de Chicago, entre un centenar de mecánicos conside-
rados como muy especializados, sólo hay quince que tengan
conocimientos técnicos extensos; otros cuarenta y cinco están
"especializados" sólo en el uso de una determinada máquina. En
una de las fábricas de la Western Electric de Chicago, la prepa-
ración media de los trabajadores requiere de tres a cuatro semanas,
y hasta seis meses para las tareas más delicadas y difíciles. El per-
sonal total de 6,400 empleados se componía en 1948 de unos 1,000
trabajadores de oficina, 5,000 trabajadores industriales y sólo
400 que pudieran considerarse especializados. En otras palabras,
está técnicamente especializado menos del 10 por ciento de todo
el personal. En una gran fábrica de dvilces de Chicago, el 90 por
ciento de los trabajadores sólo necesita un aprendizaje "sobre
la marcha" que no requiere más de 48 horas.i"
Hasta una industria como la relojera suiza, que se basaba en
el trabajo de hombres muy preparados y hábiles, ha experimen-
tado cambios radicales a este respecto. Aunque hay todavía mu-
chas fábricas que producen de acuerdo con el principio tradicional
de la artesanía, las grandes fábricas de relojes establecidas en el
cantón de Soleura sólo tienen un pequeño porcentaje de obreros
verdaderamente especiplizados.^^
En resumen, la inmensa mayoría de la población trabaja en
cosas que requieren poca pericia v casi sin oportunidades para
desarrollar algún talento especial o para hacer algo que se distinga.
A^Iientras los grupos directivos o profesionales tienen por lo me-
nos un interés grande en hacer algo que sea más o menos perso-
na!, la inmensa mayoría vende su capacidad física, o una parte
extraordin.iriariiente pequeña de su capacidad intelectual, a un
patrono que la emplea para tener ganancias que ella no comparte,
eii cosas en que no tiene interés, con el único objeto de 'ganarse
la vida v satisfacer por alguna casualidad su anhelo de consu-
midor.
Disgusto, apatía, tedio, falta de alegría v de felicidad, una
sensación de inutilidad v el vago sentimiento de que la vida no
tiene sentido, son los resultados inevitables de esa situación. Este
síndrome patológico socialmente modelado, puede no ser advcr-
^^ Estas cifras están tomaJas de G. Fríedmanii, loe. cit., pp. i^zss.
11 Véase G. Friedmann, loe. cií., pp. 319-zo.
OBJEaONES SOCIOPSICOLÓGICAS 245
tido por las gentes; se le puede ocultar con una huida frenética
hacia actividades evasivas, o con el ansia de tener más dinero,
fuerza y prestigio. Mas el peso de estas últimas motivaciones es
tan grande sólo porque la persona enajenada no puede dejar de
buscar esas compensaciones de su vacuidad interior, no porque
esos deseos sean los incentivos "naturales" o más importantes para
trabajar.
¿Hay algún indicio empírico de que la mayor parte de la
gente esté actualmente disgustada con su trabajo?
Al tratar de responder a esta pregunta, tenemos que distinguir
entre lo que las gentes piensan conscientemente y lo que sientejj
inconscienteniente acerca de su satisfacción. De la experiencia
psicoanalítica resulta evidente que el sentimiento de infelicidad
y disgusto puede ser profundamente reprimido; una persona pue-
de sentirse conscientemente satisfecha, y sólo los sueños, alguna
enfermedad psicosomática, los insomnios y otros muchos sínto-
mas pueden manifestar la infelicidad subyacente. La tendencia
a reprimir la insatisfacción v la infelicidad es vigorosamente apo-
yada por la idea, tan generalizada, de que el no sentirse satisfecho
significa ser "un fracaso", un inadaptado, un incapaz, etc. (iVsí,
por ejemplo, el número de personas que piensan conscientemente
que están felizmente casados, y expresan con sinceridad esa creen-
cia cuando responden a un cuestionario, es muchísimo mayor que
el de las personas que realmente son felices en su matrimonio.)
Pero aun los mismos datos sobre la satisfacción consciente
en el trabajo son expresivos.
En un estudio sobre la satisfacción en el trabajo realizado en
escala nacional, manifestaron estar satisfechos con su trabajo y
gozar con él el 85 % de los profesionales y los ejecutivos,
el 64 % de los trabajadores de oficina y el 41 % de los traba-
jadores de fábrica. En otro estudio encontramos cifras similares:
el 86 % de los profesionales, el 74 % de los directivos, el 42 %
de los empleados de comercio, el 56 % de los trabajadores espe-
cializados y el 48 % de los semiespeciaüzados, se manifestaron
satisfechos.1^
^^emos en esas cifras una discrepancia significativa entre los
profesionales y los ejecutivos, de un lado, y los trabajadores y
los oficinistas, de otro. Entre los primeros, sólo una minoría está
insatisfecha; entre los últimos, lo están luás de la mitad. Respecto
de la población total, esto significa, en términos generales, que
más de la mitad de la población total empleada está consciente-
^"^ Informe reseñado en el Public Opinion Index for Industry de 1947, tomado
de Motivation and Morale iti Industry, por M. S. Viteles, W . W . Norton &
Company. Nueva York, 1953, p. 134.
18 M. S. Viteles, Uc. cit., p. 138.
lö D. Hewitt y J. Parfit sobre Working Morale and Sixe of Group Occupational
Psychology, 1953.
20 M. S. Viteles, loc. cit., p. 139.
INTERÉS Y PARTICIPACIÓN COMO MOTIVACIONES 253
la segunda Guerra Mundial por Mayo y Lombard,^^ condujo a
resultados bastante parecidos.
G. Fricdmann ha subrayado de un modo especial el aspec-
to social de la situación de trabajo, en cuanto opuesta al aspecto
puramente técnico. Como ejemplo de la diferencia existente
entre esos dos aspectos, describe el "clima psicológico" que se
produce con frecuencia entre los hombres que trabajan juntos
en una correa de transporte. Entre el equipo de trabajo se crean
vínculos e intereses personales, y la situación de trabajo en su
aspecto total es mucho menos monótona de lo que le parece
al extraño, que sólo toma en cuenta el aspecto técnico.^^
Aunque los anteriores ejemplos de investigaciones en el campo
de la psicología industrial -^ nos revelan los resultados de un
grado aún pequeño de participación activa en la estructura de la
organización industrial moderna, nos proporcionan nociones que
son mucho más convincentes desde el punto de vista de las po-
sibilidades de la transformación de nuestra organización industrial
en relación con los informes sobre el Tnovi?niento comunitario,
uno de los movimientos más significativos e interesantes que hoy
tienen lugar en Europa.
Hay alrededor de unas cien Comunidades de Trabajo en Eu-
ropa, principalmente en Francia, pero también en Bélgica, Suiza
y Elolanda. Unas son industriales y otras agrarias. Difieren entre
sí en diversos aspectos; no obstante, los principios básicos son
^•^ sigo aquí una descripción de las Comunidades de Ti ahajo, hecha por Claire
Huchet Bishop en All Things Common, Harper and Brothcis, Nue\a York, 1950.
Considero este penetrante y meditado libro como uno de los más ilustrativos que
tratan de los problemas psicológicos de la organización industrial y de las posibi-
lidades para el futuro.
INTERÉS Y PARTICIPACIÓN COMO MOTIVACIONES 255
había enseñado de memoria o la convencionalmente aceptada, sino
la que, por sus propias experiencias e ideas, juzgaron necesaria.
"Descubrieron que sus éticas individuales tenían ciertos puntos
comunes. Tomaron esos puntos y los convirtieron en el míni-
mum común sobre ei que estaban de acuerdo unánimemente. No
era una declaración teórica y vaga. En su prefacio declararon:
" 'No hav peligro de que nuestro mínimum ético común" sea
una convención arbitraria, porque, para establecer sus puntos, nos
basamos en las experiencias de la vida. Todos nuestros principios
morales han sido practicados en la vida real, en la vida diaria, en
la vida de todos. . .'
"¡>o que liabían redescubierto por sí mismos y paso a paso era
la ética natural, el Decálogo,'"' que expresaron a su manera en los
siguientes términos:
'"Amarás a tu prójimo.
"No mataras.
"No tomarás los bienes de tu prójimo
"No mentirás.
"Cumplirás tus promesas.
"Te ganarás el pan con el sudor de tu írente.
"Respetarás a tu prójimo, a su persona, su libertad.
" Te respetarás a ti mismo.
"Lucharás ante todo contra ti mismo, contra todos los vicios
(]uc degradan al hombre, contra todas las pasiones av.c lo
esclavizan y son nocivas para la vida social: orgullo, ava-
ricia, lujuria, codicia, glotonería, ira, pereza.
"Mantendrás que hay bienes que valen más que la vida misma:
la libertad, la dignidad humana, la verdad, la justicia..."
" 1 . Para vivir una vida humana, uno debe gozar de todo el
fruto de su trabajo.
"2. Todo individuo debe poder instruirse.
"3. Todo individuo debe participar en un esfuerzo común
dentro de un grupo profesional proporcionado a la capa-
cidad del hombre (100 familias como máximum).
"4. Todo individuo ha de relacionarse activamente con el
mundo en general.
E. SUGESTIONES PRÁCTICAS
**" Ya hacen esto, como primer paso en esa däreccion, algunas de las grandes em-
presas industriales. Los comunitarios han hecho ver que durante las horas de trabajo
no sólo puede darse enseñanza técnica, sino enseñanza de otras muchas clases.
SUGESTIONES PRÁCTICAS 267
peligro de una situación anárquica, sin una planificación y una
dirección centrales; pero no es inevitable la alternativa entre
una dirección autoritaria centralizada y una dirección sin plan
ni coordinación ejercida por los trabajadores. La solución está en
combinar la centralización y la descentralización, en una síntesis
de decisiones adoptadas de arriba abajo y de abajo arriba.
El principio de la codirección y la participación de los obre-
ros'*' puede realizarse de tal manera, que la responsabilidad de la
dirección se divida entre la jefatura central y los hombres de
filas. Gnipos pequeños bien informados discuten asuntos de su
propia situación de trabajo y de toda la empresa; sus decisiones
se comunican a la dirección y deben ser la base de una codirec-
ción verdadera. Como tercer participante, el consumidor debiera
participar en alguna forma en la adopción de decisiones y en
la planificación. Una vez aceptado el principio de que el obje-
tivo pi'imordial de todo trabajo es servir al hombre, y no hacer
ganancias, los que son servidos tienen algo que decir de la actua-
ción de quienes les sirven. Tampoco ahora, como en el caso de
la descentralización política, es fácil encontrar esas formas, pero
no es, ciertamente, un problema irresoluble, siempre que se
acepte el principio general de la codirección. Hemos resuelto
problemas análogos en derecho constitucional, en relación con
los derechos respectivos de los diversos poderes del estado, y
en las leyes sobre sociedades hemos resuelto el mismo proble-
ma, en relación con los derechos de las diversas clases de accio-
nistas, de la dirección, etc.
P'l principio de la codirección v de la codcterminación su-
pone una seria restricción al derecho de propiedad. El propie-
t.irio o los prt)pietarios de una empresa tendrán derecho a perci-
bir un tipo lazoiuhlc de intereses por la inversión de su capital,
pero no al mando sin restricciones sobre los homI)res a quienes
ese capital puede ocupar. Por lo menos, tendrán que compar-
tir ese derecho con quienes trabajan en la empresa. Realmente,
por lo que respecta a las grandes sociedades anónimas, los accio-
nistas no ejercen en realidad sus derechos de propiedad adoptando
4T liid., p. 198.
*^ Véase A. AIbu: "The Organization of Industry", in Nea Fabian Essays,
loc. cii., p. 121, y también A. Sturmthal: "Nationalization and Workers Control in
Britain and France", The Journal of Pol. Economy, vol. 6 l , I, I9S3.
274 CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL
todos los medios a su alcance para excitar el apetito de com-
pras de la población, para crear y reforzar la orientación recep-
tiva, que tan dañosa es para la salud mental. Esto significa, como
hemos visto, que hay un ansia de cosas nuevas pero innecesarias,
un deseo insaciable de comprar más, aunque desde el punto de
vista humano, del uso no enajenado, no haya necesidad del pro-
ducto nuevo. (La industria del automóvil, por ejemplo, gasta
algunos miles de millones de dólares en los cambios que ha de ha-
cer para los nuevos modelos 1955, y Chevrolet por sí solo algunos
centenares de millones de dólares en competir con Ford. Es
indudable que el viejo Chevrolet era un buen auto, y la lucha
entre Ford y la General Motors no tiene primordialmente por
consecuencia dar al público un auto mejor, sino hacerle comprar
un auto nuevo, cuando el viejo aún duraría algunos años.)*"
Otro aspecto del mismo fenómeno es la tendencia al derroche,
impulsada por la necesidad económica de aumentar la produc-
ción en masa. Aparte de la pérdida económica que supone ese
derroche, tiene también un efecto psicológico importante: hace
al consumidor perder el respeto al trabajo y al esfuerzo huma-
nos, le hace olvidar las necesidades de gentes de su propio país
y de países más pobres para quienes lo que él derrocha sería una
riqueza considerable. En suma, nuestros hábitos de derroche re-
velan un olvido infantil de las realidades de la vida humana, de
la lucha económica por la existencia que nadie puede rehuir.
Es absolutamente obvio que, a la larga, no hay grado bas-
tante de fuerza espiritual que pueda triunfar, si nuestro sistema
económico está organizado de tal manera, que amenace una crisis
cuando las gentes no deseen comprar más y más cosas nuevas y
mejores. Por lo tanto, si nuestro objetivo es transformar el con-
sumo enajenado en consumo humano, es necesario operar ciertos
cambios en los procesos económicos que producen el consumo
enajenado.^" Incumbe a los economistas formular esas medidas.
Hablando en términos generales, eso significa dirigir la produc-
ción a campos en que existen necesidades reales que aún no han
sido satisfechas, y no a aquellos en que hay que crearlas artifi-
•^^ R. Moley expresó este punto con mucha lucidez cuando, escribiendo en
Nev-sueek sobre los gastos para los nuevos modelos de coches 1955, dijo que el
capitalismo desea hacer a las gentes sentirse desgraciadas con lo que tienen, mientras
que el socialismo desea hacer lo contrario.
50 Véase lo que dice Clark en Co-n-diíion of Economic Progress • "La misma can-
tidad de ingreso distribuida de un modo relativamente igual creará para la manufactura
una demanda relativamente mayor, que si es distribuida desigualmente" (tomado de
N . N . Foote y P. K. Hatt "Social Mobility and Economic Advancement", en
The American Econ. Rev., X L I I , mayo de 1953).
SUGESTIONES PRÁCTICAS 275
cialmente. Esto puede hacerse mediante créditos concedidos por
bancos del estado, mediante la socialización de ciertas empresas,
y mediante leyes severas que transformen la pubhcidad.
Estrechamente relacionado con este problema está el de la
ayuda económica de los países industrializados a las regiones del
mundo menos desarrolladas económicamente. Resulta del todo
claro que ha terminado el tiempo de la explotación colonial,
que las diferentes partes del mundo están ahora tan próximas
entre sí como lo estaban hace cien años las regiones de un con-
tinente, y que para la parte más rica del mundo la paz depende
del progreso económico de la parte más pobre. En el mundo
occidental no pueden coexistir, a la larga, la paz y la libertad
con el hambre y las enfermedades en África y en China. La re-
ducción del consumo innecesario en los países industrializados
es un deber, si quieren ayudar a los países no industrializados, y
deben querer ayudarlos si desean la paz. Examinemos algunos
hechos. Según H. Brown, un programa de fomento mundial que
cubriera cincuenta años aumentaría la producción industrial has-
ta tal punto, que todos los hombres podrían recibir alimentación
suficiente y conduciría a una industrialización de las regiones
ahora poco desarrolladas, análoga a la del Japón antes de la
guerra.^1 El desembolso anual de los Estados Unidos para reali-
zar ese programa ascendería a unos cuatro o cinco mil millones
de dólares durante los primeros treinta años, y después a menos.
"Cuando comparamos esto con nuestro ingreso nacional —dice
el autor—, con nuestro presupuesto federal actual, con los fondos
que se emplean en armamento y con el costo de los salarios de
guerra, aquella cantidad no parece excesiva. Cuando la compa-
ramos con las ganancias potenciales que pueden resultar de un
programa desarrollado con éxito, aún parece menor. Y cuando
comparamos ese costo con el de la inacción y con las conse-
cuencias de mantener el statu quo, es verdaderamente insignifi-
cante." -'^
El problema anterior no es sino una parte del problema más
general relativo a la medida en que se les puede permitir a los in-
tereses de un capital invertible provechosamente manipular las
necesidades públicas de un modo nocivo e insano. Los ejemplos
más obvios son nuestra industria cinematográfica, la industria
^1 Vcase ííarrison Brown, Tke Challenge of Man^s Future. The Viking Press,
Nueva York; pp. 245 ss. Conozco pocos libros que presenten con tanta claridad la
alternativa para la sociedad moderna entre salud y locura, progreso y destrucción,
bas.idi en un razonamiento que se impone y en hechos indiscutibles.
ß2 Ihid., pp. 247, 248.
276 CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL
de los libros cómicos y las páginas de crímenes de nuestros pe-
riódicos. Para ganar todo lo más posible, se estimulan artificial-
mente los instintos más bajos y se envenena el alma del público.
La Ley de Alimentos y Drogas ha reglamentado la producción
y la publicidad de alimentos y drogas perjudiciales; lo mismo
puede hacerse con todas las demás necesidades vitales. Si esas le-
yes resultaran ineficaces, ciertas industrias, tales como la cinema-
tográfica, deberían socializarse, o por lo menos debieran crearse,
financiadas con fondos públicos, industrias que les hicieran la
competencia. En una sociedad en que el único objetivo sea
el desenvolvimiento del hombre y en que las necesidades mate-
riales estén subordinadas a las necesidades espirituales, no será
difícil encontrar medios legales y económicos para conseguir los
cambios necesarios.
Por lo que respecta a la situación económica del ciudadano
individual, la idea de la igualdad del ingreso no ha sido nunca
un postulado socialista y no es, por muchas razones, ni práctica ni
deseable. Lo necesario es un ingreso que sirva de base a una exis-
tencia humana digna. Por lo que afecta a las desigualdades de
ingreso, parece que no deben rebasar el punto en que las dife-
rencias en el ingreso conducen a diferencias en la experiencia de
la vida. El individuo con un ingreso de millones, que puede sa-
tisfacer cualquier capricho sin ni siquiera detenerse a pensarlo,
siente la vida de un modo distinto al hombre que, para satisfacer
un deseo costoso, tiene que sacrificar otro. El individuo que no
puede viajar nunca más allá del término de su población, que
no puede permitirse nunca ningún lujo (es decir, algo que no sea
necesario), también siente la vida de un modo diferente a su ve-
cino, que puede hacerlo. Pero aun con ciertas diferencias de
ingreso, la experiencia básica de la vida puede ser la misma, siem-
pre que dichas diferencias no pasen de cierto límite. Lo que
importa no es tanto un ingreso mayor o menor como tal, sino
el punto en que las diferencias cuantitativas de ingreso se con-
vierten en diferencias cualitativas de experiencia de la vida.
Es innecesario decir que el sistema de seguros sociales, como
existe ahora en la Gran Bretaña, por ejemplo, debe ser conser-
vado. Pero eso no es bastante. El sistema existente de seguros
sociales debe extenderse hasta constituir una garantía universal
de subsistencia.
Todo individuo sólo puede obrar como agente libre y res-
ponsable si se suprime uno de los principales motivos de la actual
falta de libertad: la amenaza económica del hambre, que obliga a
las gentes a aceptar condiciones de trabajo que de otro modo no
SUGESTIONES PRÁCTICAS 277
aceptarían. No habrá libertad mientras el propietario de capital
pueda imponer su voluntad al hombre que no posee otra cosa
que su vida, porque este último, no teniendo capital, no tiene
más trabajo que el que le ofrece el capitalista.
Hace cien años era generalmente admitida la ¡dea de que na-
die tenía ninguna obligación con su vecino. Se suponía —y los
economistas lo "demostraban" científicamente— que las leyes de
la sociedad hacían necesaria la existencia de un gran ejército
de gentes pobres y sin trabajo, para que la economía pudiera
marchar. Hoy, difícilmente osará nadie sustentar ya este prin-
cipio. En general, se admite que nadie debe quedar excluido de
la riqueza de la nación, ya sea por las leyes de la naturaleza o
por las de la sociedad. Las racionalizaciones corrientes hace cien
años, de que el pobre debía su situación a su ignorancia, a la falta
de responsabilidad —en una palabra, a sus "pecados"—, están
anticuadas. En todos los países occidentales industrializados, se
ha implantado un sistema de seguros que garantiza a todo el
mundo un mínimum de subsistencia en caso de desempleo, en-
fermedad y vejez. N o es sino un paso más el postular que todo
el mundo tiene derecho a recibir los medios de subsistencia, aun-
que no se presenten aquellas situaciones. Hablando en términos
prácticos, eso significaría que todo ciudadano puede reclamar
una cantidad suficiente para tener el mínimum de subsistencias,
aunque no esté desempleado ni enfermo, ni sea un anciano. Puede
reclamar esa cantidad si ha dejado el trabajo voluntariamente, si
quiere prepararse para otro tipo de trabajo, o por cualquier razón
personal que le impida ganar dinero, sin caer en una de las cate-
gorías de beneficios del sistema vigente de seguros; en suma,
puede reclamar ese mínimum de subsistencia sin necesidad de ale-
gar ninguna "razón". Se limitaría a un período determinado de
tiempo, digamos dos años, para no fomentar una actitud neuró-
tica que rehuye todo género de obHgaciones sociales.
Quizás parezca esto una propuesta fantástica,^ pero lo mismo
le habría parecido a la gente hace cien años nuestro sistema de
seguros sociales. La principal objeción que puede formularse con-
tra esa idea es que si todo el mundo tuviera derecho a recibir una
ayuda mínima, las gentes no trabajarían. Este supuesto se apoya
en la falacia de la pereza inherente a la naturaleza humana; en
reahdad, aparte de personas neuróticamente holgazanas, serían
LA TRANSFORMACIÓN POLÍTICA
LA TRANSFORMACIÓN CULTURAL
^'* véase, para el problema de los grupos pequeños, Robert A. Nisbet, Tke Quest
for Community. Oxford University Press. Nueva York, 1953.
284 CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL
des sistemas éticos hayan luchado unos contra otros con tanta
frecuencia, y hayan subrayado sus diferencias y no sus analo-
gías, se debió a la influencia de quienes erigieron iglesias, jerar-
quías y organizaciones políticas sobre los sencillos cimientos de la
verdad puestos por los hombres de espíritu. Desde que la especie
humana rompió definitivamente con su enraizamiento en la na-
turaleza y en la existencia animal, para hallar un nuevo hogar en
la conciencia y en la solidaridad fraternal; desde que por primera
vez concibió la idea de la unidad de la especie humana y de su
destino para nacer plenamente, las ideas y los ideales han seguido
siendo los mismos. En todos los centros de cultura se han predi-
cado los mismos ideales y se han descubierto las mismas verda-
des, en gran parte sin ninguna influencia mutua. Hoy en día,
nosotros, que tenemos fácil acceso a todas esas ideas, que somos
todavía los herederos inmediatos de las grandes enseñanzas huma-
nísticas, no necesitamos conocimientos nuevos acerca de cómo
vivir cuerdamente, pero sí necesitamos mucho tomar en serio las
cosas en que creemos, las cosas que predicamos y enseñamos.
La revolución de nuestros corazones no exige una sabiduría nue-
va, sino una seriedad y una dedicación nuevas.
La tarea de imprimir en las gentes los ideales y las normas
que guían a nuestra civilización es, ante todo, tarea que incumbe
a la educación. ¡Pero qué miserablemente inadecuado es nuestro
sistema educativo para esa tarea! Su finalidad es, primordialmen-
te, proporcionar al individuo los conocimientos que necesita para
actuar en una civilización industrializada, y formar su carácter
denfro del molde que se necesita: ambicioso y competidor, pero
cooperativo dentro de ciertos límites; respetuoso de la autoridad,
pero "deseablemente independiente", como dicen algunos certi-
ficados escolares; cordial, pero no profundamente afecto a nadie
ni a nada. Nuestras escuelas y colegios superiores prosiguen la
tarea de dar a sus estudiantes los conocimientos que deben tener
para realizar sus tareas prácticas en la vida, y los rasgos de carácter
que se desean en el mercado de personalidades. Ciertamente que
han tenido poco éxito en inculcarles la facultad del pensamiento
crítico y los rasgos de carácter que corresponden a los ideales
que se reconocen como los de nuestra civilización.' Seguramente
no es necesario insistir en este punto y repetir las críticas que
con tanta competencia han formulado Robert Hutchins y otros.
Sólo hay un punto que quiero subrayar aquí: la necesidad de
acabar con la dañina separación entre el conocimiento teórico y
el conocimiento práctico. Esta separación por sí misma es parte
de la enajenación del trabajo y el pensamiento, y tiende a sepa-
LA TRANSFORMACIÓN CULTURAL 285
rar la teoría de la práctica, y a hacer más difícil, y no más fácil,
para el individuo, el participar con algún sentido en el trabajo
que ejecuta. Si el trabajo ha de ser una actividad basada en sus
conocimientos y en la comprensión de lo que hace, ciertamente
ha de haber un cambio radical en nuestros métodos de educa-
ción, en el sentido de que desde el comienzo mismo se combinen
la instrucción teórica v el trabajo práctico; para los jóvenes, el
trabajo práctico sería secundario respecto de la instrucción teó-
rica; para quienes hayan pasado de la edad escolar, sería al con-
trario; pero en ninguna edad del desarrollo se separarían una
de otra las dos esferas. N o se graduaría ningún jovencito en las
escuelas si no había aprendido un oficio de un modo satisfactorio
y con sentido; no se consideraría terminada la instrucción prima-
ria antes de que el estudiante hubiera comprendido los procedi-
mientos técnicos fundamentales de nuestra industria. Es indudable
que la escuela superior debe combinar el trabajo práctico de un
oficio y de la técnica industrial moderna con la instrucción
teórica.
El hecho de que tendemos primordialmente a la utilidad de
nuestros ciudadanos para los fines de la maquinaria social, y no a
su desenvolvimiento humano, se manifiesta en que consideramos
necesaria la instrucción únicamente hasta la edad de catorce,
dieciocho o, todo lo más, veinte años. ¿Por qué la sociedad ha
de sentirse responsable únicamente de la educación de los niños,
y no de la de todos los adultos de todas las edades? En realidad,
según ha dicho Alvin Johnson de manera tan convincente, la edad
comprendida entre los seis y los dieciocho años está lejos de ser
tan propicia para aprender como generalmente se supone. Es,
desde luego, la mejor edad para aprender a leer, escribir, cuentas
e idiomas, pero, indudablemente, la comprensión de la historia, la
filosofía, la religión, la literatura, la psicología, etc., es limitada
en esa edad temprana y, en realidad, no es completa ni aun a los
veinte años, que es la edad en que esas materias se estudian en
la Universidad. En muchos casos, para comprender realmente los
problemas de esas disciplinas, una persona necesita tener mucha
más experiencia de la vida de la que tenía en la edad en que
asistía a las aulas. Para muchas personas, la edad de treinta o cua-
renta años es mucho más apropiada para aprender que la edad
de la escuela o la Universidad, y en muchos casos el interés
general es también mayor en una edad más avanzada que en la
inquieta edad juvenil. Asimismo, es a esta edad cuando una per-
sona debía tener libertad para cambiar por completo de ocupa-
ción y tener, en consecuencia, una nueva oportunidad para es-
286 CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL
tudiar, la misma oportunidad que hoy concedemos sólo a nuestros
jóvenes.
Una sociedad sana debe ofrecer posibilidades para la edu-
cación de los adultos, lo mismo que hoy las ofrece para la esco-
laridad de los niños. Este principio encuentra expresión actual-
mente en el número cada vez mayor de cursos para la educación
de adultos, pero todas estas medidas privadas abarcan sólo un
pequeño eegmento de la población, y el principio debe aplicarse
a la población en general.
La enseñanza escolar, ya sea trasmisión de conocimientos o
formación del carácter, es sólo una parte, y quizás no la más
importante, de la educación, empleando la palabra "educación"
en su sentido literal y más fundamental de "e-ducere", "sacar" lo
que está dentro del hombre. Aunque el hombre posea conoci-
mientos, aunque ejecute bien su trabajo, aunque sea decente y
honrado y no tenga dificultades en lo que respecta a sus nece-
sidades materiales, no se siente satisfecho, ni puede sentirse.
Para sentirse a gusto en el mundo, el hombre debe percibirlo
no sólo con la cabeza, sino con todos sus sentidos, con los ojos
y los oídos, con todo su cuerpo. Debe realizar con su cuerpo
lo que piensa con su cerebro. El cuerpo y el alma no pueden
estar separados en éste, ni en ningún otro aspecto. Si el hombre
capta el mundo y de esa suerte se une con él por el pensamiento,
crea filosofía, teología, mito y ciencia. Si expresa su percepción
del mundo por medio de sus sentidos, crea arte y rito, crea la
canción, la danza, el drama, la pintura, la escultura. Al emplear
la palabra "arte", estamos influidos por su uso en el sentido mo-
derno, como un sector independiente de la vida. Tenemos, de un
lado, el artista, una profesión especializada y, del otro, el admira-
dor y consumidor de arte. Pero esta separación es un fenómeno
moderno. No es que no haya habido "artistas" en todas las gran-
des civilizaciones. La creación de las grandes esculturas egipcia,
griega o italiana, fue obra de artistas extraordinariamente dotados
que se especializaron en su arte; también lo fueron los creadores
del teatro griego o los de la música desde el siglo xvii.
Pero ¿qué sucede con una catedral gótica, con el ritual cató-
Hco, con una danza india de la lluvia, con un arreglo floral
japonés, con una danza popular, con un coro? ¿Son arte? ¿Arte
popular? N o tenemos palabra para designarlos, porque el arte
en sentido amplio y general, como parte de la vida cotidiana, ha
perdido su lugar en nuestro mundo. ¿Qué palabra usaremos,
pues? En el estudio de la enajenación usé el término "ritual". La
dificultad está aquí, naturalmente, en que comporta un sentido
LA TRANSFORMACIÓN CULTURAL 287
religioso, que lo sitúa también en una esfera separada. A falta
de un nombre mejor, diré "arte colectivo", que significa lo mismo
que ritual: responder al nmndo con nuestros sentidos de un modo
sifrnificativo, diestro, productivo, activo, compartido. En esta
definición es importante la palabra "compartido", y diferencia e!
concepto de "arte colectivo" del arte en el sentido moderno.
Este último es individualista, tanto en su producción como en su
consumo. El "arte colectivo" es un arte compartido: permite
al hombre sentirse identificado con los demás de un modo signi-
ficativo, rico, productivo. N o es una ocupación individual de
"ratos libres", añadida a la vida, es una parte integrante de la vida.
Corresponde a una necesidad humana fundamental, y si esa
necesidad no se satisface, el hombre se siente tan inseguro y an-
gustiado como si no se realizara la necesidad de una concepción
mental significativa del mundo. Para salir de la orientación re-
ceptiva y entrar en la productiva, el hombre debe relacionarse
con el mundo artísticamente, y no sólo filosófica o científica-
mente. Si una cultura no ofrece esa realización, la persona co-
rriente no se desarrolla más allá de su orientación receptiva o
mercantil.
¿Dónde estamos nosotros? Los rituales religiosos tienen poca
importancia, salvo para los católicos. N o existen rituales secu-
lares. Aparte de los intentos para imitar rituales en las logias, las
hermandades, etc., tenemos algunos rituales patrióticos y depor-
tivos que afectan sólo de un modo muy hmitado a las necesidades
de la personalidad total. Somos una cultura de consumidores.
"Absorbemos" las películas, los reportajes de crímenes, los licores,
las diversiones. No hay una participación activa productiva, una
experiencia común unificadora, una realización significativa de
respuestas importantes a la vida. ¿Qué esperamos de nuestra
generación joven? ¿Qué pueden hacer cuando no tienen opor-
tunidades para desarrollar actividades artísticas significativas, com-
partidas? ¿Qué otra cosa pueden hacer sino refugiarse en la
bebida, en los sueños del cine, en el delito, la neurosis y la locura?
¿De qué sirve no tener casi analfabetos, tener la educación supe-
rior más amplia que haya existido en cualquier tiempo, si no
tenemos una expresión colectiva de la totalidad de nuestras per-
sonalidades, ni un arte ni un ritual comunes? Indudablemente,
una aldea relativamente primitiva en que todavía hay verdaderas
fiestas, expresiones artísticas comunes compartidas, y en que nadie
sabe leer, está más adelantada culturalmente y más sana mental-
mente que nuestra cultura de enseñanza pública, de lectura de
periódicos y de escuchar la radio.
288 CAMINOS HAQA LA SALUD MENTAL
N o puede levantarse ninguna sociedad sana sobre la mezcla
de conocimientos meramente intelectuales y una ausencia casi
total de experiencia artística compartida, de Universidad y fútbol,
de historias de crímenes y fiestas del Cuatro de Julio, interca-
lando, por buena medida, el día de las madres y el de los padres
y los de Navidad. Al estudiar cómo podemos formar una sociedad
sana, debemos reconocer que la necesidad de crear un arte y un
ritual colectivos sobre bases no clericales es, por lo menos, tan
importante como el alfabetismo y la enseñanza superior. La trans-
formación de una sociedad atomística en una sociedad comuni-
taria depende de que se cree de nuevo la oportunidad para las
gentes de cantar juntas, de pasear, danzar y admirar juntas: jun-
tas, y no como individuos de una "muchedumbre solitaria", para
decirlo en los sucintos términos de Riesman.
Se han hecho muchos intentos para revivir el arte y el ritual
colectivos. La "Religión de la Razón", con sus días festivos y
sus rituales nuevos, fue la forma que creó la Revolución Fran-
cesa. Los sentimientos nacionales crearon algunos rituales nue-
vos, pero nunca adquirieron la importancia que habían tenido en
otro tiempo los rituales religiosos perdidos. El socialismo creó
su ritual con la fiesta del Primero de Mayo, y con el uso del
fraternal tratamiento de "camarada", etc., pero su importancia
nunca fue mayor que la del ritual patriótico. Quizás la expresión
más original y profunda de arte y de ritual colectivos haya que
buscarla en el movimiento de la Juventud Alemana, que floreció
en los años que precedieron y siguieron a la primera Guerra
Mundial. Pero ese movimiento era más bien esotérico y fue ane-
gado por la marea creciente del nacionalismo y el racismo.
En general, nuestro ritual moderno está empobrecido y no
satisface la necesidad humana de arte y ritual colectivos, ni aun
en el sentido más remoto, ni por su calidad ni por su importancia
cuantitativa en la vida.
¿Qué haremos? ¿Podemos inventar rituales.' ¿Puede crearse
artificialmente arte colectivo? ¡Naturalmente que no! Pero una
vez que se reconozca su necesidad, una vez que se empiece a
cultivarlos, las semillas germinarán, y aparecerán personas bien
dotadas que añadirán formas nuevas a las viejas, y se manifestarán
talentos nuevos, que hubieran permanecido desconocidos sin esta
nueva orientación.
El arte colectivo empezará con los juegos de los niños en el
kindergarten y proseguirá en la escuela y en la vida subsiguiente.
Tendremos danzas, coros, teatro, música y bandas en común, que
no reemplazarán por completo a los deportes contemporáneos.
LA TRANSFORMAQÓN CULTURAL 289
pero los reducirán al papel de una de las muchas actividades
desinteresadas.
También aquí, lo mismo que en la organización industrial y
política, el factor decisivo es la descentralización: grupos con-
cretos en que las personas se relacionen directamente, y partici-
pación activa y responsable. En la fábrica, en la escuela, en los
pequeños grupos de discusiones políticas, en la aldea, pueden
crearse formas diversas de actividades artísticas comunes; pue-
den ser estimuladas cuanto sea necesario por la ayuda y las su-
gestiones de corporaciones artísticas centrales, pero de ningún
modo "alimentadas" por éstas. Al mismo tiempo, las técnicas
modernas de la televisión y de la radio brindan posibilidades
maravillosas para llevar a grandes auditorios la música y la lite-
ratura mejores. N o es necesario decir que no puede confiarse
a empresas de negocios ofrecer esas posibilidades, sino que deben
incorporarse a nuestros recursos educativos, que no son una fuen-
te de utilidades para nadie.
Quizás se arguya que la idea de un renacimiento en gran
escala del ritual y el arte colectivos es una idea romántica, que
se acomoda a una época de artesanía, y no a una época de pro-
ducción mecánica. Si esta objeción fuera exacta, también ten-
dríamos que resignamos nosotros a que nuestra manera de vivir
no tardara en destruirse a sí misma, por su falta de equilibrio y
de salud mental. Pero, en realidad, la objeción no tiene mas
fuerza que las que se hicieron a la "posibilidad" de los ferro-
carriles y de máquinas de volar más pesadas que el aire. N o hay
en ella más que un punto válido: el modo en que estamos ato-
mizados, enajenados, sin el menor sentido de comunidad, no nos
permitirá crear formas nuevas de arte y ritual colectivos.
Pero eso es precisamente lo que yo he venido señalando cons-
tantemente. N o puede separarse el cambio de nuestra organiza-
ción industrial y política del de la estructura de nuestra vida
educativa y cultural. Ningún intento serio de cambio y recons-
trucción tendrá éxito si no se emprende en todas esas esferas
simultáneamente.
¿Puede hablarse de transformación espiritual de la sociedad
sin mencionar la religión? Evidentemente, las enseñanzas de las
grandes religiones monoteístas propugnan los objetivos humanís-
ticos que informan también la "orientación productiva". Los fi-
nes del cristianismo y del judaismo son los de la dignidad del
hombre como objetivo y fin en sí mismo, del amor fraternal, de
la razón y de la supremacía de los valores espirituales sobre los
mate'-'^lps. Esos fines éticos se relacionan con ciertas concepcio-
290 CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL
nes de Dios en que los creyentes de las diferentes religiones dis-
crepan entre sí, y que son inaceptables para millones de hom-
bres. Pero fue un error de los incrédulos enfocar sus ataques sobre
la idea de Dios; su verdadero objetivo debió consistir en exigir
a los creyentes que tomaran en serio su religión, y en especial el
concepto de Dios; esto significaría la práctica verdadera del es-
píritu del amor fraterno, de la verdad y de la justicia y, en
consecuencia, sería la crítica más radical de la sociedad presente.
Por otra parte, aun desde un punto de vista estrictamente
monoteísta, las discusiones acerca de Dios significan que se toma
el nombre de Dios en vano. Pero mientras no podemos decir lo
que es Dios, podemos afimiar io que no es. ¿No es hora de dejar
de discutir sobre Dios y de unirse, por el contrario, para des-
enmascarar las formas contemporáneas de idolatría? Hoy no es
Baal y Astarté, sino la deificación del estado y de la fuerza en
los países totalitarios, y la deificación de la máquina y del éxito
en nuestra propia cultura; es la invasora enajenación que ame-
naza a las cualidades espirituales del hombre. Seamos creyentes
o no, creamos en la necesidad de una religión nueva o en la con-
tinuidad de la tradición judeo-cristiana, en la medida en que nos
interesemos p i r la esencia y no por la corteza, por la experiencia
y no por la palabra, por el hombre y no por la institución, pode-
mos unimos en una firme negación de la idolatría y encontrar
quizá en esta negación más elementos de una fe común que en
cualesquiera aseveraciones acerca de Dios. Seguramente encon-
traremos más humildad y más amor fraterno.
Esto sigue siendo cierto aunque se crea, como creo vo, que
los conceptos teísticos están llanjados a desaparecer en el des-
envolvimiento futuro de la humanidad. En realidad, para quienes
ven en las religiones monoteístas sólo una de las estaciones de la
evolución de la especie humana, no es ninguna insensatez creer
que aparecerá una nueva religión en un término de pocos siglos,
religión que corresponda al desarrollo de la especie humana; la
característica más importante de esa religión será su carácter uni-
versalista, correspondiente a la unificación de la humanidad que
se está operando en esta época; comprenderá todas las enseñanzas
humanistas comunes a todas las grandes religiones de Oriente y
Occidente; sus doctrinas no contradirán las nociones racionales
que la humanidad posee hoy, y dará más importancia a la prác-
tica de la vida que a las creencias doctrinales.
Esa religión creará nuevos rituales y nuevas formas artísticas
de expresión, conducentes al espíritu de reverencia para la vida
y a k solidaridad de los hombres. Es evidente que la religión no
LA TRANSFORMACIÓN CULTURAL 291
puede inventarse. Tomará existencia con la aparición de un nue-
vo gran maestro, lo mismo que aparecieron en siglos pasados,
cuando los tiempos ya estaban maduros. E'ntretanto, quienes
creen en Dios expresarían su fe viviéndolo, y quienes no creen,
viviendo según los preceptos del amor y la justicia y esperando.^^
^^ Las inlsmas sugestiones relativas a una religión humanista han sido hechas por
Julian Huxley en "Evolutionary Humanism", en The Humanist^ vol. XII, 5, 1953,
p p . 201 55.
IX
SUMARIO - CONCLUSIÓN
I
¿ESTAMOS SANOS? 11
11
¿PUEDE ESTAR ENFERMA UNA SOCIEDAD? ~ PATOLOGÍA DE LA
NORMAI IDAD 18
III
LA SITUACIÓN HUMANA ~ LA CLAVE DEL PSICOANÁLISIS HUMA-
NÍSTICO 26
La situación humana 2ó
Las necesidades del hombre. Cómo nacen de las condiciones
de su existencia 30
A. Relación contra narcisismo 32
B. Trascendencia. Creatividad contra destructividad . . 37
C. Arraigo. Fraternidad contra incesto 39
D. Sentimiento de identidad. Individualidad contra con-
formidad gregaria 57
E. Necesidad de una estructura que oriente y vincule.
Razón contra irracionalidad 59
IV
SALUD MENTAL Y SOCIEDAD 62
V
E L HOMBRE EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA 71
El carácter social 71
La estructura del capitalismo y el carácter del hombre . . . . 75
A. Capitalismo de los siglos xvii y xviii 75
B. Capitalismo del siglo xix 77
C. La sociedad del siglo xx 90
307
308 ÍNDICE GENERAL
1. Cambios sociales y económicos 90
2. Cambios caracterológicos 96
a) Cuantificación, abstractificación 96
b) Enajenación 104
c) Otros varios aspectos 130
í^ Autoridad anónima-conformidad, 130.—ii) El prin-
cipio de la no-frustración, 140.—iii) Asociación libre
y charla libre, 142.—iv) Razón, conciencia, religión,
144.—v) Trabajo, 151.—vi) Democracia, 152.
3. Enajenación y salud mental 162
VI
OTROS VARIOS DIAGNÓSTICOS 176
El siglo XIX 176
El siglo XX 182
VII
SOLUCIONES DIVERSAS 195
Idolatría autoritaria 198
Supercapitalismo 200
Socialismo 205
VIII
CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL 224
Consideraciones generales 224
La transformación económica 229
A. El socialismo como problema 229
B. El principio del socialismo comunitario 234
C. Objeciones sociopsicológicas 237
D. El interés y la participación como motivaciones . . . 248
E. Sugestiones prácticas 265
La transformación política 279
La transformación cultural 283
IX
SUMARIO ^^ CONCLUSIÓN 292