Star Wars Aprendiz de Jedi 01 El Resurgir de La Fuerza
Star Wars Aprendiz de Jedi 01 El Resurgir de La Fuerza
Star Wars Aprendiz de Jedi 01 El Resurgir de La Fuerza
STAR WARS
Aprendiz de Jedi
Volumen 1
El Resurgir de la Fuerza
Dave Wolverton
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Dave Wolverton Star Wars El Resurgir de la Fuerza
CAPITULO 1
El filo del sable láser silbó en el aire. Obi-Wan Kenobi no pudo ver el destello
a través de la venda que le presionaba ojos. Él usaba la Fuerza para saber
exactamente cuándo agacharse.
Notó el calor abrasador del filo del sable láser de su oponente, que pasó casi
quemándole por encima de su cabeza.
— ¡Bien está! -le dijo Yoda desde el lateral de la habitación-. Vamos. Guiar a
tus sentimientos deja.
Las palabras de ánimo estimularon a Obi-Wan. Como era alto y fuerte para
tener doce años, muchos pensaban que eso le daría ventaja en la batalla.
Pero la fuerza y el tamaño no sirven para nada cuando se necesita agilidad y
velocidad. Ni tampoco tenían ningún efecto sobre la Fuerza, que él todavía no
dominaba.
Obi-Wan prestó especial atención al sonido del sable láser de su enemigo, al
de su respiración, al del rozamiento de un pie en el suelo. Estos sonidos hacían
eco en la habitación, pequeña y de techo alto.
Un montón de obstáculos distribuidos aleatoriamente por el suelo añadían
dificultad al ejercicio. Tenía también que utilizar la Fuerza para detectarlos. Con
un terreno así de accidentado, era fácil caerse al suelo.
Detrás de Obi-Wan, Yoda le advirtió:
—En guardia mantente.
El joven levantó su arma con obediencia y giró a su derecha cuando el filo
de su oponente cayó bruscamente hacia el suelo a su lado. Dio un pequeño
salto hacia atrás, sorteando una pila de obstáculos. Obi-Wan oyó el sonido del
sable láser cuando su enemigo trató de realizar un golpe apresurado motivado
por la irritación y el cansancio. Bien.
El sudor le goteaba por debajo de la venda y le provocaba picor los ojos.
Obi-Wan lo ignoró, así como su satisfacción por la torpeza de su oponente. Se
podía imaginar como un perfecto Caballero Jedi luchando contra un pirata
espacial.... contra un togoriano con los colmillos tan largos como los dedos de
Obi-Wan. En su mente, Obi-Wan veía la criatura armada mirándole con ojos
que eran meros hilos de luz. Sus uñas podrían rajar perfectamente a un
humano.
La visión le dio fuerzas y le ayudó a desprenderse de sus miedos. En
segundos, cada uno de sus músculos estaba preparado para la Fuerza. Ésta
fluía a través de él, dándole la velocidad y la agilidad que necesitaba.
Obi-Wan balanceó su arma destellante para protegerse del siguiente golpe.
El sable láser de su atacante zumbó y giró. Obi-Wan dio un gran salto, pasando
por encima de la cabeza de su enemigo, y clavó su arma justo donde estaría el
corazón del togoriano.
— ¡Aaaarg! —gritó el otro estudiante sorprendido, cuando el filo caliente del
arma de Obi-Wan le golpeó en el cuello.
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NOTA del T: juego de palabras intraducible entre "Obi" y "oaf', que significa torpe: "Obi-Wan" y
"Oafy-Wan".
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—Umm. Siempre en las señales el futuro está. Nunca seguro estar puedes.
Pero he sentido... el destino mejor para ti será.
Algo en el tono de Yoda hizo que Obi-Wan se sorprendiera.
— ¿Me elegirá? —preguntó.
—De Qui-Gon dependerá. Y tú —dijo Yoda —, mañana vuelve para él y con
la Fuerza como aliada pelea. Aceptarte él podría.
Yoda puso una mano sobre su brazo de manera reconfortante.
—De todas maneras, no importa. Pronto el Templo dejarás, lo harás. Pero
decirte debo, perder a un alumno como tú sentiré.
Sobrecogido y halagado. Obi-Wan miro a Yoda. Los ojos del Maestro
brillaban al empequeñecerse delante de Obi-Wan. Un cumplido de Yoda era
tan extraño como un reproche. Eso era lo que hacía que su opinión fuese tan
apreciada. En ese preciso instante. Obi-Wan fue consciente de que, aunque
nunca llegara a ser un Caballero, se había ganado el respeto de Yoda. Y eso
era un gran regalo.
Yoda se dio la vuelta y salió de la habitación de entrenamiento con el eco de
sus pequeños pies resonando sobre el suelo. Atravesó la salida hacia el pasillo
y se fue. Las luces se apagaron automáticamente y en la habitación creció la
oscuridad.
Detrás de Obi-Wan. Bruck comenzó a reírse.
—No tengas esperanzas. Torpe. Yoda sólo intentaba que te sintieras mejor.
Los Maestros no pueden presionar para que alguien sea el elegido. Hay
muchos candidatos mejores que tú.
Obi-Wan estaba lleno de ira. Estuvo a punto de señalar que Bruck no era
uno de esos candidatos mejores que él. En vez de eso, se dirigió a la salida.
Sólo había avanzado un paso cuando un objeto duro le golpeó en la parte de
atrás de la cabeza. El sonido del golpe sobre el cráneo de Obi-Wan resonó en
toda la habitación. Bruck había lanzado un envite de entrenamiento.
Cuando Obi-Wan se dio media vuelta para encarar a Bruck, el chico
encendió su sable láser. Su luz roja cortaba las tinieblas.
— ¿Listo para otro asalto? —preguntó Bruck.
Obi-Wan miró al pasillo vacío. Yoda se había ido. Nadie les vería si le daba a
Bruck la paliza que se merecía. Bruck era a veces cruel, pero no solía ser tan
descarado. Estaba provocando deliberadamente a Obi-Wan. intentando hacerle
perder la calma.
Pero, ¿por qué?, se preguntaba Obi-Wan.
¡Por supuesto!
—Sabías perfectamente que Qui-Gon Jinn iba a venir a buscar a un
padawan ¿no? —dijo Obi-Wan lentamente, a la vez que la sospecha iba
convirtiéndose en certeza.
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Como Obi-Wan era el aprendiz más antiguo del Templo, los Maestros Jedi
animarían a Qui-Gon a que le eligiera, como si fuese una causa perdida. Bruck
no quería que esto ocurriera.
Bruck se rió.
—Estaba seguro de que no te ibas a enterar. Si hubiese sido por mí, no lo
habrías sabido hasta que el Caballero se hubiese ido.
¡Bruck esperaba convertirse en el padawan de Qui-Gon! Y la única manera
de conseguirlo era asegurarse de que Obi-Wan fracasara. Había tratado de
alejarle del entrenamiento y ahora estaba intentando volverle loco. La ira y la
impaciencia de Obi-Wan habían sido el motivo de su fracaso en el pasado.
Bruck esperaba hacerle sentir rabia y desesperación para que no pudiese estar
receptivo a la Fuerza.
Obi-Wan había sido educado en el Templo Jedi desde que era un bebé. Él
no había conocido la avaricia, el odio o la verdadera maldad. Los Maestros
mantenían a los chicos al margen de eso para alejarlos del Lado Oscuro de la
Fuerza.
Sin embargo, ahora, Obi-Wan estaba llegando hasta el corazón de la
crueldad. Bruck conspiraba para robarle sus sueños.
No podía dejar que Bruck supiera lo importante que era para él la visita de
Qui-Gon. No podía dejar que supiera que había conseguido que el miedo
creciera en él, miedo de no llegar a ser nunca un padawan.
Obi-Wan sonrió.
—Bruck, cuando tengas trece años, dentro de tres meses, espero que
llegues a ser un buen granjero.
Aquél era el peor insulto que le podía haber dicho, sugerir que el aprendizaje
de la Fuerza sólo iba a servirle para trabajar en los Cuerpos Agrícolas.
Bruck se lanzó hacia él emitiendo un gruñido y con su sable láser levantado.
Obi-Wan, con un grito en sus labios, giró para encontrarse con él. Los filos
chocaron en un estallido de luz y de sonido zumbante al tiempo que los chicos
se dirigían al centro de la habitación.
Cansados como estaban, los dos muchachos lucharon hasta que apenas
podían moverse. Cuando salieron de la habitación, ambos iban malheridos y
quemados.
Ninguno había ganado, ambos habían perdido.
***
Cuando Obi-Wan subió a su habitación. Bruck cogió un ascensor que lo
condujo a las habitaciones más elevadas del Templo, donde estaban los
curanderos. Entró cojeando en la habitación de los médicos, simulando estar
mal herido. Sus ropas estaban hechas jirones y chamuscadas por el efecto de
los sables de entrenamiento, y le salía sangre por la nariz.
Cuando los médicos le vieron, su primera pregunta fue:
¿Qué ha pasado?
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Bruck balbuceó:
—Obi-Wan Kenobi... -y luego fingió desmayarse.
Uno de los curanderos le miró y luego dijo bruscamente a un androide:
— Ve a avisar a los Maestros.
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Era una frase que había escuchado muchas veces de los Maestros, cuando
se les pedía que hiciesen algunas tareas de las que no comprendían su
significado.
—De menos te echaré —dijo Bant imitando la extraña manera de hablar de
Yoda. Lloraba desconsoladamente.
—Lo mío un sentimiento es —contestó Obi-Wan. Trataba de sonreír, pero no
podía.
En respuesta. Bant le abrazó fuertemente y, después, se fue corriendo: para
esconder sus lágrimas.
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CAPITULO 3
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***
En una de las habitaciones superiores del Templo, el Maestro Yoda discutía
con los miembros más antiguos del Consejo Jedi. Meditaban en una enorme
estancia verde, la de las Mil Fuentes, donde los surtidores y las cascadas
discurrían a través de un bosque de esmeraldas.
En el exterior, la superficie de Coruscant estaba oculta tras negras nubes de
lluvia.
—Este día a Obi-Wan Kenobi se le debe permitir ante Qui-Gon Jinn luchar
—dijo el Maestro Yoda, justo cuando un destello de luz se colaba a través de
las nubes que tenían encima—. Lo presiento.
— ¿Qué? —preguntó el Consejero Mace Windu. Era un hombre fuerte, de
piel oscura y con la cabeza afeitada. Estudiaba a Yoda con una mirada que
podría atravesarlo como un rayo—. ¿Para qué? Obi-Wan ha demostrado una
vez más que no puede controlar ni su cólera ni su impaciencia. Y Qui-Gon Jinn
no está dispuesto a tener otro padawan impaciente.
—De acuerdo estoy —dijo Yoda —. Ni Obi-Wan ni Qui-Gon preparados
están, pero la Fuerza puede, sin embargo, al Maestro y al estudiante juntar.
Mace Windu preguntó:
—Y ¿qué hay de la última noche?, ¿qué pasa con la paliza que Obi-Wan le
dio a Bruck?
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CAPITULO 4
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Obi-Wan intentó alcanzar la Fuerza. Sentía que fluía alrededor de él, pero no
conseguía llenarse de ella. Frente a él tenía al chico que le separaba de su
sueño, burlándose y poniéndole trampas. Empujó a Bruck y vio sorpresa en los
ojos del muchacho cuando cayó hacia atrás.
Obi-Wan aprovechó la ventaja que le ofrecía la incertidumbre de Bruck y se
animó a lanzar una estocada hacia su cara. Bruck se agachó y lanzó su ataque
contra los pies de Obi-Wan, que dio un gran salto en el aire.
Cuando era más pequeño. Obi-Wan había luchado contra estudiantes
mayores que él y había aprendido a evitar ataques que desperdiciaran energía.
En vez de realizar estos ataques, había sido entrenado para luchar a la
defensiva, y para detener y esquivar envestidas con un movimiento simple.
Cuando Obi-Wan paraba los movimientos de Bruck, sentía los ojos de Qui-
Gon Jinn fijos en él. El Jedi era un rebelde y un ser solitario, y Obi-Wan quería
que le considerase un rebelde a él también.
En lugar de esperar para desbaratar la estrategia de ataque de Bruck. Obi-
Wan atacó furiosa y repentinamente. Bruck trató de rechazar los ataques, pero
el sable láser de Obi-Wan encontró poca resistencia. Bruck casi tiró su arma.
Obi-Wan blandió su sable láser con ambas manos, balanceándose
brutalmente. Bruck trató de defenderse por segunda vez y cayó hacia atrás,
tumbado boca arriba. Su sable se apagó y rodó por el suelo accidentado.
Obi-Wan apuntó hacia abajo; un golpe decisivo que le hubiese hecho ganar
la pelea. Pero Bruck se las apañó para rodar por el suelo y atrapar su sable
láser. Apenas tuvo tiempo para encenderlo antes de que el arma de Obi-Wan le
azotara otra vez.
Esta vez no pudo bloquear el golpe. El impacto empujó la espada de luz de
Bruck contra él mismo. Obi-Wan le alcanzó limpiamente entre los ojos,
quemando su pelo y chamuscando su piel.
Bruck gritó de dolor cuando ambos sables le quemaron. Yoda anunció: —
¡Suficiente es!
Alrededor de la arena, los estudiantes gritaban y lanzaban vítores. Los ojos
de Bant brillaban y la cara arrugada de Reeft tenía aún más grietas debido a su
amplia sonrisa.
Obi-Wan retrocedió jadeando. El sudor le corría por los brazos y por la cara,
y los músculos le dolían debido al esfuerzo. La cabeza le daba vueltas por el
vértigo.
Sin embargo, nunca había paladeado un triunfo tan dulce. Miró hacia las
sombras que rodeaban el escenario de la lucha y vio que Qui-Gon Jinn le
observaba. El Maestro Jedi le hizo un leve saludo con la cabeza y después
comenzó a hablar con Yoda.
He ganado, se dio cuenta Obi-Wan, sintiendo que un estremecimiento iba
creciendo dentro de él. He derrotado a Bruck completamente. Qui-Gon está
impresionado.
Trató de mantener su creciente emoción controlada. Hizo una reverencia a
Yoda y al resto de los Maestros. Después, no pudo evitar levantar su sable
láser en el aire hacia sus animadores y amigos. Obi-Wan sonreía abiertamente
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y movía su arma ante unos orgullosos Bant, Reeft y Garen Muln. Quizás había
ganado algo más que una batalla importante. Quizá se había ganado el
derecho a ser un padawan.
Los vítores todavía resonaban en sus oídos cuando se dirigí ó al vestuario.
Se duchó y se puso una túnica limpia. Mientras echaba la sucia al contenedor
de lavandería, Qui-Gon Jinn entró en la habitación. Era un hombre grande y
poderoso, pero sus pasos eran silenciosos.
— ¿Quién te enseñó a luchar así? —preguntó Qui-Gon.
El Jedi tenía los rasgos duros, pero su cara era sensible y pensativa.
— ¿Qué quiere decir?
—Los estudiantes del Templo no atacan tan violentamente. Aprenden a
defenderse, no se desgastan. Conservan su fuerza. Sin embargo, tú luchaste....
como un hombre peligroso. Atacabas una y otra vez y dejabas que el otro chico
adoptara una postura defensiva.
—Quería acabar rápidamente —dijo Obi-Wan —. La Fuerza me lo permitió.
Qui-Gon estudió a Obi-Wan durante un rato.
—No estoy tan seguro. No puedes confiar siempre en que el enemigo sólo
vaya a defenderse. Tu estilo de lucha es peligroso, demasiado arriesgado.
—Podría enseñarme a hacerlo mejor —dijo Obi-Wan abiertamente.
Esas palabras eran una invitación para que el Jedi pidiera a Obi-Wan que
fuera su padawan.
Pero Qui-Gon simplemente movió la cabeza pensativo.
—Quizá podría —dijo lentamente.
Esas palabras hicieron que la esperanza creciera en Obi-Wan. Pero, sólo un
instante después, sus ilusiones se desvanecieron.
—O quizá no —continuó Qui-Gon —. Estabas enfadado con el otro chico.
Ambos lo estabais.
—No quería ganar por eso.
Obi-Wan sostuvo la mirada de Qui-Gon para hacerle saber que había
luchado para impresionarle, para demostrar lo bien que podía servirle.
Qui-Gon observó a Obi-Wan intencionadamente durante un buen rato,
mirándole fijamente.... casi atravesándole con la mirada. La esperanza volvió a
surgir en Obi-Wan. Lo pedirá, pensó Obi-Wan. Me pedirá que sea su padawan.
Pero lo único que dijo Qui-Gon fue:
—En peleas futuras, controla tu cólera. Un Caballero Jedi, nunca se queda
exhausto tras haber luchado contra un enemigo más fuerte que él. Y nunca
esperes que un enemigo pierda la oportunidad de hacerte daño.
Qui-Gon se volvió y se dirigió la puerta.
Obi-Wan se quedó de pie, confundido. Qui-Gon no le había elegido para ser
su aprendiz. Simplemente le había dado un consejo, como hacían los
Maestros.
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Obi-Wan intentó sentarse, pero Clat'Ha le hizo tumbarse otra vez con un
movimiento enérgico.
—Continúa así. Todavía no estás bien para levantarte.
Obi-Wan se tumbó de espaldas y Clat'Ha comenzó a retirarse.
—Buena suerte, Obi-Wan Kenobi —dijo—. Cuídate. Te has metido en mitad
de una guerra. Tienes suerte de estar vivo. Puede que no tengas la misma
suerte la próxima vez.
Se volvió para marcharse, pero Obi-Wan le cogió una mano.
—Espera —dijo—. No entiendo. ¿Qué guerra? ¿Quién lucha?
—La guerra de Offworld —le respondió Clat'Ha—. Has tenido que oír algo
sobre ella.
Obi-Wan negó con la cabeza. ¿Cómo podía explicarle que había pasado
toda su vida en el Templo Jedi? Sabía más de todo lo relacionado con la
Fuerza que de lo que pasaba en la galaxia.
—Offworld es una de las compañías mineras más antiguas y ricas de la
galaxia —le contó Clat'Ha —. Y no han llegado hasta ahí dejando que otros
compitan con ella. Los mineros que se interponen en su camino terminan
muriendo.
— ¿Quién es su líder? —preguntó Obi-Wan.
—Nadie sabe quién es el propietario de Offworld —dijo Clat'Ha—. Alguien
que ha vivido durante siglos, probablemente. Ni siquiera estoy segura de que
se pueda probar que él o ella son los responsables de los asesinatos; pero, en
la nave, el líder, que se dirige a Bandomeer, es un hutt particularmente
despiadado llamado Jemba.
Obi-Wan repitió el nombre en su cabeza. Jemba. Debía haber sido Jemba
quien le había golpeado.
— ¿Despiadado? ¿En qué sentido?
Clat'Ha miró por encima de su hombro, preocupada porque alguien pudiese
oírles.
—Offworld usa la mano de obra más barata. En lugares como Bandomeer, la
mitad de los trabajadores de Jemba son esclavos whiphids. Pero esto no es lo
peor —dijo Clat'Ha. La joven dudaba.
— ¿Qué es lo peor? —preguntó Obi-Wan.
Los ojos oscuros de Clat'Ha brillaron.
—Hace unos cinco años, Jemba era el jefe de Offworld en el planeta
Varristad, donde otra compañía minera comenzaba también a trabajar.
Varristad es un planeta pequeño y sin aire, así que todos los obreros vivían en
una enorme cúpula subterránea. Alguien o algo agujereó la cúpula,
destruyendo inmediatamente su atmósfera artificial. Doscientas cincuenta mil
personas fueron asesinadas. Nadie pudo probar nunca que Jemba lo había
provocado, pero la otra compañía quebró y Jemba compró los derechos de
explotación del mineral de Varristad por muy poco dinero. Consiguió un gran
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CAPITULO 8
Obi-Wan soñó que estaba en el Templo Jedi, andando entre los mapas de
estrellas. Levantaba la mano y tocaba la estrella más cercana a Bandomeer,
una que tenía dos luces gigantes rojas poco brillantes. Aparecía un holograma,
y un Maestro que había muerto hacía mucho tiempo anunciaba:
—Bandomeer, el lugar donde morirás si no tienes cuidado.
Se despertó en la enfermería y vio que tenía tubos en los brazos y una
máscara de oxígeno en la boca y en la nariz. Durante un momento pensó que
estaba todavía soñando. Qui-Gon Jinn estaba de pie a su lado. Tenía la mano
grande y fría del Jedi sobre su frente. Entonces, Obi-Wan se dio cuenta de que
estaba despierto.
— ¿Có... cómo...? —susurró.
Qui-Gon retiró la mano y dio un paso hacia atrás.
—Trata de no hablar —dijo educadamente —. Has tenido mucha fiebre, pero
yo he cuidado de ti. Tus heridas resultaron ser bastante serias y los médicos no
sabían cómo curarlas.
— ¿Eres tú de verdad? —preguntó Obi-Wan, intentando poner un poco de
orden en su aturdida mente.
Qui-Gon sonrió. Era la primera vez que Obi-Wan le veía sonreír, y se dio
cuenta de que Qui-Gon no era todo frialdad y juicio.
—Sí, soy yo de verdad —dijo.
— ¿Has venido para cuidarme? —preguntó Obi-Wan esperanzado.
No debería haber hecho una pregunta tan directa, pero estaba demasiado
débil para intentar adivinar por qué el Jedi estaba ahí.
Qui-Gon negó con la cabeza.
—Yo también voy de camino a Bandomeer. Tengo que llevar a cabo una
misión para el Senado Galáctico. Tu misión y la mía no tienen nada que ver la
una con la otra.
—Todavía estamos juntos —dijo Obi-Wan —. Tú podrías enseñarme...
Pero Qui-Gon negó con la cabeza una vez más.
—No, Obi-Wan, no estoy aquí para eso. Nuestros destinos llevan caminos
diferentes. Ahora es el momento de que conozcas a la gente para la que vas a
trabajar. Debes olvidarte de mí. Debes servir a los Jedi de una forma diferente
a los Caballeros. Y eso también es un honor.
No lo dijo de una manera cruel, pero las palabras de Qui-Gon golpearon
duramente a Obi-Wan. Parecía que cada vez que sus esperanzas crecían, era
para volver a desvanecerse después.
Estaba claro para Obi-Wan que, aunque la casualidad les había situado en
la misma nave, Qui-Gon no quería tener nada que ver con él. Si los rumores
eran ciertos, Obi-Wan, o cualquier otro principiante de su edad, era sólo un
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recuerdo doloroso del padawan que Qui-Gon había perdido. Él no podía luchar
con el pasado de Qui-Gon.
Ocultó su decepción y, a pesar de su debilidad física, trató de mirarle con
firmeza.
—Entiendo —dijo Obi-Wan.
La puerta de la sala se abrió con un crujido. Apareció una cabeza triangular,
y unos ojos brillantes le miraron desde allí. En cuanto el recién llegado se
percató de que Obi-Wan le había visto, la puerta se cerró.
Obi-Wan se volvió hacia Qui-Gon.
—Tienes razón. Mi misión tiene que ser mi mayor preocupación. Yo... —Dejó
de hablar cuando la puerta se abrió de nuevo con otro chasquido.
Obi-Wan trató de levantarse apoyándose en los codos.
— ¡Vamos, entra! —gritó al intruso.
Un arcona traspasó el quicio de la puerta. Era ligeramente más pequeño que
la mayoría, y su piel era más verdosa que gris.
—No queríamos molestar...
—No pasa nada —dijo Obi-Wan amablemente.
—Nos dijeron que encontraríamos a Clat'Ha aquí. Hay una cuestión que
debería solucionar. Hemos oído que un joven se enfrentó con un hutt en una
gran pelea y ha sobrevivido —dijo el arcona lentamente —. Nosotros
queríamos ver al gran héroe. Sentimos molestar. Esperaremos fuera.
El ser empezó a retroceder.
Obi-Wan miró por encima del hombro del arcona antes de recordar que ellos
siempre se referían a sí mismos como "nosotros". No tenían noción de lo que
era el individuo y pasaban toda su vida en colonias.
—Creo que debería darte la versión correcta de los hechos —dijo Obi-Wan
—. En primer lugar, no fue una gran batalla. El hutt me cogió y me estranguló
hasta que perdí el conocimiento. No soy un héroe.
—Pero sobrevivir ya es todo un mérito —observó Qui-Gon.
—Exacto, —dijo el arcona, y avanzó algunos pasos —. Los hutts nos
inspiran un gran miedo. Tú has demostrado tener coraje y fuerza. Nosotros
admiramos eso. Eres un héroe.
Obi-Wan, indefenso, miró a Qui-Gon. Sabía que no podía convencer al
arcona para que cambiase la idea sobrevalorada que tenía de él. Qui-Gon se
dio la vuelta para ocultar una sonrisa.
—Bien, siéntate y dinos quién eres —dijo Obi-Wan—. En este lugar
necesitaré todos los amigos que pueda hacer.
—Nuestro nombre es Si Treemba —dijo el arcona tomando asiento—.
Sabemos que el tuyo es Obi-Wan Kenobi. Será un honor para nosotros ser tu
amigo.
La puerta de la enfermería se deslizó para abrirse. Clat'Ha cruzó el umbral
con una expresión de impaciencia.
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¡Nunca! Te lo juro, Jedi, no lo hice. ¿Tengo pinta de ser esa clase de criatura
que va a escondidas por ahí, saboteando el equipo de otras personas?
Evidentemente, Obi-Wan no creía al hutt, pero estuvo a punto de reírse
imaginando a Jemba merodeando "a escondidas".
—Por supuesto que no me creo que lo hicieras tú personalmente —dijo Qui-
Gon—, pero uno de los tuyos pudo hacerlo bajo tus órdenes.
— ¡Aaaargh! ¡Aaaargh! —Jemba se retorció hacia atrás como un gusano
gigante y volvió a poner su mano en el corazón superior—. ¡Esas acusaciones
me hieren! No sé nada de ese asunto. ¡Mira en mis corazones, Jedi, y verás
que no miento! ¿Por qué todo el mundo piensa que soy malo porque soy un
hutt? —preguntó Jemba—. Sólo soy un honesto hombre de negocios.
—Basta ya —dijo Clat'Ha molesta. La joven avanzó hasta situarse enfrente
de Jemba y colocó los brazos en jarras, justo encima de donde la pistola láser
colgaba de su pierna izquierda—. ¡Por supuesto que fue uno de los tuyos!
— ¡Juro que no sé nada de este asunto! —rugió Jemba. Clat'Ha intentó
coger su pistola.
Qui-Gon levantó una mano, protegiéndole la espalda.
—Quizá —dijo Jemba entrecerrando los ojos astutamente —, tu gente lo
hizo para dañarme. Tu odio irracional hacia mí es conocido por todos. Pediste a
las autoridades mineras que prohibieran a Offworld estar en Bandomeer.
Ahora, levantando sospechas sobre mí o mis trabajadores, confías en echarme
de allí legalmente.
—No me importa si te echan de allí legalmente o no —dijo
Clat'Ha furiosa—. ¡Lo que quiero es que te vayas!
— ¡Exactamente! —rugió Jemba. El enorme hutt miraba implorando a
Qui-Gon —. ¿Ves con lo que tengo que enfrentarme? ¿Cómo puede un hutt
luchar con un odio tan irracional?
—Perdóname, Jemba —dijo Clat'Ha haciendo burla de sus modales —, pero
no es irracional odiar a un asesino mentiroso, maquinador y cobarde.
El enorme cuerpo del hutt aumentó debido a la indignación.
—Ni siquiera hemos llegado a Bandomeer —dijo Jemba—, y esta mujer trata
de desacreditarme ante las autoridades mineras. ¡Ella trata de hacer trampas!
Mira cómo habla de mí. ¡No hay respeto en sus palabras!
—Puede que no te respete. Jemba —replicó Clat'Ha desde atrás —, pero lo
que está claro es que no te estoy acusando injustamente. Tus mentiras son tan
patéticas como tus negativas.
Jemba emitió un rugido de enfado y se lanzó hacia Clat'Ha. El hutt golpeó el
marco de la puerta, que empezó a crujir y a astillarse debido a la presión. Si
Treemba, aterrorizado, siseaba y se apretaba contra una pared. Obi-Wan lo
observaba todo fascinado. ¡El hutt podía derribar la enfermería completa!
Clat'Ha cogió su arma, pero Qui-Gon se adelantó unos pasos y le sujetó la
mano. Miraba fijamente a los ojos del hutt. Obi-Wan sentía cómo el poder de la
Fuerza llenaba la habitación.
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CAPITULO 10
Obi-Wan y Si Treemba gatearon por los conductos del aire hasta una rejilla
que daba a una habitación oscura. Un whiphid enorme estaba tumbado
durmiendo en una litera, como si fuera una bola de piel maloliente. El olor a
cerveza dresselliana barata llenaba la habitación.
La estancia, como el resto de las que Obi-Wan había visto ese día, parecía
un monumento a la suciedad. Las ropas del whiphid, pieles de mala calidad de
Toóla, su mundo de origen, estaban sucias. Había montones de calaveras de
animales coloreadas y apiladas en cada esquina, como trofeos de caza. Pero lo
peor que pudo ver Obi-Wan fue lo que los hutts habían ido amontonando en el
suelo de la habitación: partes peludas de animales a medio comer. El joven
aprendiz estudió la tenebrosa escena durante más de un minuto. El whiphid
estaba probablemente borracho. Si no. habría estado fuera jugando con sus
amigos al sabac o a cualquier otro juego de cartas.
Pero algo iba mal. Tal vez el whiphid fingía dormir. Podría ser una trampa.
Obi-Wan intentó mirar más a fondo la habitación y, aunque no podía ver bien
las esquinas de la estancia, a excepción del whiphid, parecía vacía.
Su incomodidad crecía. Podía sentir las ondas negativas que le llegaban
desde la Fuerza, pero, ¿qué significaban? La maldad se extendía por ese lado
de la nave como aire envenenado. Habían buscado ya en algunas habitaciones
y habían encontrado armas ilegales, pistolas antidisturbios y granadas
biológicas. Incluso habían hallado un pequeño cofre con chips de crédito que
debían haber sido robados en algún botín. Pero ni rastro de los termostatos.
Volvió a fijarse en el whiphid. Estaba tumbado en su compartimento. Debajo
de su cabeza, Obi-Wan pudo ver un arma medio oculta. Entre criaturas de ese
tipo, dormir con un arma era lo normal.
Obi-Wan prestó atención a la respiración del whiphid. Respiraba poco
profundamente y de una manera un poco incómoda para estar descansando. Si
estaba dormido, su sueño no era muy profundo.
En el pasado, y demasiado frecuentemente, la impaciencia de Obi-Wan le
había metido en problemas. Esta vez decidió confiar en sus instintos.
Con cuidado y en silencio. Obi-Wan cruzó por encima de la habitación y miró
hacia atrás por el estrecho conducto de aire. Si Treemba seguía agachado. El
pobre arcona apenas podía mover su enorme cabeza triangular a través del
hueco.
En ese momento. Si Treemba golpeó con su cabeza el conducto metálico,
produciendo un ligero ruido. Obi-Wan se encogió.
Como el pueblo de Si Treemba había sido criado en los túneles de Cona,
sus maravillosos ojos proyectaban una ligera luz bio-luminiscente. Obviamente,
los arconas no eran cazadores de animales. Obi-Wan sólo deseaba que,
cuando Si cruzara sobre la habitación, el whiphid no mirase hacia arriba y lo
descubriese.
Obi-Wan contuvo la respiración y se movió hacia delante, avanzando paso a
paso hacia la siguiente estancia.
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El olor que venía de la habitación era horrible, una mezcla de carne podrida
y pelo grasiento. Obi-Wan pudo escuchar voces, las estruendosas risas de los
hutts y los gruñidos animales de los whiphids.
Retiró un poco de suciedad y miró a través de la siguiente rejilla de
ventilación. La habitación estaba llena de hutts y de whiphids, agachados
alrededor del suelo y jugando a los dados.
Si Treemba no podía pasar sin ser visto por ellos. Tendrían que retroceder,
como habían hecho tantas veces hoy. Obi-Wan tuvo miedo de que estuvieran
completamente perdidos.
El joven aprendiz miró hacia atrás por el conducto de aire y vio a Si Treemba
que retrocedía poco a poco y con cuidado hacia el conducto anterior. Obi-Wan
hizo un gesto con la mano, intentando atraer la atención del arcona, cuando, de
repente, un chorro de luz cegador irrumpió a través del conducto y sonó una
explosión ensordecedora.
¡Alguien había lanzado un disparo a través de una rejilla!
El humo llenaba el aire.
¡Estaban atrapados! Frenéticamente y mediante señas. Obi-Wan indicó a Si
Treemba que corriera hacia él. Pero, a pesar de ello, una enorme garra peluda
atravesó el tubo metálico y agarró al arcona por la garganta.
Si Treemba, aterrorizado, abrió sus brillantes ojos y dejó escapar un sonido
ahogado que podría ser una llamada de socorro. Luego fue arrastrado hacia
abajo. Obi-Wan oyó el golpe de su cuerpo al caer al suelo.
A través de la rejilla que tenía detrás. Obi-Wan oyó a un hutt riéndose
cruelmente.
— ¡Y tú decías que había ratas en los conductos del aire! ¡Te dije que había
olido a arcona!
El corazón de Obi-Wan palpitaba aceleradamente. Sabía que, en un
instante, alguien podía sacar su cabeza a través de la rejilla, arma en mano, en
busca de otros como Si Treemba.
Moviéndose tan rápidamente como podía, el joven se arrastró en silencio
hacia una esquina que estaba veinte metros más adelante. Dio la vuelta al
recodo, con el sudor resbalándole por la cara. Desde detrás le llegaba el débil
sonido de los gritos de Si Treemba. Un whiphid rugía encolerizado. Obi-Wan se
mordió los labios. Le hubiese gustado no escuchar a Si Treemba gritar, pero se
lo merecía. El había metido al arcona en todo este lío.
A través del conducto del aire, oyó a alguien gruñir:
—Yo no veo a nadie más aquí arriba.
No se atrevía a volver a por Si Treemba. En vez de eso, Obi-Wan gateo a
ciegas, doblando varias esquinas y moviéndose deprisa a través de los
conductos. ¡Tenía que conseguir ayuda!
Al fin se detuvo con la respiración agitada. No había ayuda en este lado de
la nave.
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CAPITULO 11
***
El tiempo parecía avanzar muy despacio mientras Obi-Wan iba
desesperadamente en busca de Si Treemba. Tenía que arrastrarse por el suelo
a través del conducto de aire, pasar a hurtadillas sobre las habitaciones de los
mineros y conteniendo la respiración, mirar a través de sus rejillas. La mugre
cubría sus manos y. al remover la suciedad que llevaba años acumulándose
allí, la gravilla se le metía en los ojos y en la boca.
Por fin, cuatro pisos más abajo, cerca de la panza de la nave, encontró a Si
Treemba. Habían construido una habitación dentro de una improvisada celda.
En algunas circunstancias, durante alguno de los trayectos a bordo de la
Monument, surgía la necesidad de encarcelar a alguien. Considerando el
pasaje que llevaba esta vez, Obi-Wan no se sorprendió.
El joven aprendiz miró hacia abajo a través del respiradero. Si Treemba
había sido encadenado a la pared por un tobillo. Estaba tumbado en el suelo,
con los brazos abiertos. A una distancia fuera de su alcance, había tirados
algunos cristales amarillos de amoníaco. Sólo media docena de pasos más
allá, un hutt y dos whiphids guardianes jugaban a las cartas en una mesa de
metal sólidamente construida.
El chico arcona parecía haber sido golpeado y herido, pero había algo que
parecía peor que una simple paliza. Su color había pasado de un saludable gris
verdoso a un tono demacrado. Obi-Wan veía que la fuerza vital del arcona era
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***
Tan pronto como Obi-Wan y Si Treemba se fueron, Grelb se dirigió a Jemba
y le contó todo lo que había pasado.
El enorme hutt amenazaba a Grelb, jadeando de ira. Jemba era cientos de
años más viejo que Grelb, y también mucho más grande.
—Así que... —vociferó Jemba, mirando alrededor de su sala de estar con
rabia—. Lo sabía. ¡El Caballero Jedi y su joven pupilo se han unido a los
arconas para ir en mi contra!
—Era inevitable, oh, Gran Señor —dijo Grelb —. No les gustan los de
nuestra especie.
— ¡Es culpa tuya! —dijo Jemba —. Debería cortarte la cola y servirla como
cena.
El corazón de Grelb empezó a acelerarse por el miedo e inmediatamente
enrolló su cola junto a su cuerpo. Jemba continuó:
—Si ibas a sabotear las tuneladoras, deberías haber esperado a llegar a
Bandomeer.
Grelb intentó parecer herido por la acusación, pero Jemba no se dejó
engañar. El enorme hutt abofeteó a Grelb lo suficientemente fuerte como para
que éste pensara que su cerebro se había convertido en gelatina.
Después de levantarse del suelo, Grelb dijo:
— ¡Nunca te habías quejado antes de mis métodos!
El robo, el sabotaje y el asesinato eran los métodos utilizados por Grelb,
que, además, se aseguraba de que la Compañía Minera de Offworld sacara
beneficio de ellos.
— ¡Pero esta vez tenemos a los Jedi rondando por aquí! —rugió Jemba.
—No sabía que el chico era un Jedi cuando le di la primera paliza —se
disculpó Grelb—. Si lo hubiese sabido, ahora estaría muerto. Lo prometo, la
próxima vez...
Jemba apuntó con un inmenso dedo a Grelb.
—El chico ya no forma parte de tus planes. No habrá una próxima vez. ¡Deja
que yo me ocupe de esto!
—Como quieras —dijo Grelb. Se volvió y salió deslizándose de la habitación.
Cuando la puerta se cerró tras de él, Grelb apretó sus puños, imaginándose
que estaba retorciendo la garganta de Obi-Wan.
Por supuesto que habrá una próxima vez, se prometió a sí mismo.
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CAPITULO 12
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Detrás del pirata caído, más togorianos doblaban la esquina y corrían hacia
ellos. Clat'Ha, cegada por el terror, cogió su arma y abrió fuego. Un togoriano
gritó al ser alcanzado, enseñando sus colmillos y la sangre de sus heridas.
Todos los togorianos respondieron abriendo fuego con sus armas. Qui-Gon
esquivó dos rayos láser, y luego usó su sable para rechazar otros tres más.
Clat'Ha bajó la frecuencia de sus disparos, gritando de rabia. Era una buena
guerrera, pero luchaban en una proporción de uno contra veinte. Qui-Gon rezó
para que ella no perdiera la vida.
***
La puerta del puente de mando estaba sellada y ardía. Obi-Wan pudo sentir
el calor que irradiaba cuando intentó abrirla. Había fuego al otro lado. El joven
ignoró el dolor y trató de meter los dedos en una grieta para empujar y así abrir
la puerta.
—Es inútil —dijo Si Treemba—. Es una puerta contra incendios. Se cierra si
hay fuego en el puente.
Obi-Wan se echó hacia atrás. El puente debía haber recibido un impacto
directo de la nave togoriana, pero la descarga de un potente cañón láser, o de
un torpedo de protones, habría hecho algo más que causar un incendio.
Probablemente habría abierto un agujero en el casco.
Sería peligroso abrir la puerta. Puede que sólo hubiera fuego, pero podría
ser peor si el aire había escapado del puente.
Se acordó de la mirada de Qui-Gon cuando el Maestro Jedi le pidió ayuda.
No podía decepcionarle esta vez.
Con cuidado, Obi-Wan intentó calmarse para poder usar la Fuerza. Podía
adivinar el mecanismo de apertura y moverlo sólo le costaría un pequeño
esfuerzo.
Pero, después, qué. Si lo abría, podía ser arrastrado hacia el espacio; o el
humo tóxico podía extenderse por el pasillo, asfixiándoles; o el fuego podía
aumentar...
No tenía elección. Concentró su atención y la puerta comenzó a deslizarse.
Inmediatamente, un fuerte viento golpeó la espalda de Obi-Wan y el joven
aprendiz se quedó sin respiración. El aire del interior de la nave pasó a su
alrededor y lo succionó hacia el vacío del espacio. Obi-Wan se agarró al marco
de la puerta para evitar ser lanzado al exterior. Era todo lo que podía hacer
para resistir. Detrás de él. Si Treemba consiguió agarrarse a un panel de
control.
Estaba claro que el puente de mando había sido alcanzado. El aire se
escapaba a través de un pequeño y redondo agujero encima de la pantalla de
la nave.
— ¡Tengo que cerrar esa abertura! —gritó Obi-Wan a Si Treemba.
Pero antes de que Obi-Wan pudiera siquiera moverse. Si Treemba se tiró al
suelo y se arrastró de agarradera en agarradera. Lo único que podía hacer Obi-
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***
Los disparos de pistolas láser iluminaban los pasillos llenos de humo de la
Monument y cegaban a Qui-Gon, que los esquivaba y rechazaba las ráfagas.
Los togorianos muertos cubrían los pasillos que dejaban atrás, y los vivos
obstruían los que tenían delante. Sus rugidos resonaban a través de las
paredes. Durante un momento, el Maestro Jedi quedó atrapado detrás de los
cadáveres y deseó tener algún refuerzo, pero los de OffWorld estaban
luchando en otro frente.
— ¿Dónde están tus arconas? —le gritó a Clat'Ha—. Nos podrían ayudar.
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***
Un destello cegador, tan brillante como una llamarada solar, iluminó el
espacio cuando los torpedos de protones alcanzaron la nave togoriana. Obi-
Wan se protegió los ojos de la intensa luz y Si Treemba gritó.
La mitad de la nave se desintegró, arrojando con fuerza sus restos al
espacio. Una segunda detonación siguió a la primera y el arsenal de la nave
explotó.
Varios trozos de metal cayeron sobre la Monument, y una enorme sección
de la nave destruida impactó sobre otra togoriana.
Obi-Wan no podía esperar la respuesta de los piratas y. mientras
reaccionaban, apretó un botón para cargar más torpedos.
Con la consola de navegación estropeada sólo se podía pilotar
manualmente. Obi-Wan agarró los mandos de control y tiró de ellos hacia atrás
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con fuerza. Oyó el sonido chirriante del metal desgarrándose. ¿Habría roto los
motores?
Rápidamente, consultó las terminales y miró la fuente del sonido. Al disparar,
Obi-Wan se había deshecho de los dos cruceros togorianos acoplados a la
Monument y, al mismo tiempo, había destruido el cierre que sellaba las
compuertas que daban a los muelles. El aire del interior de la nave empezaba a
salir al espacio.
Qui-Gon se había dirigido a detener el abordaje de los piratas.
Obi-Wan apretó los dientes, rogando fervientemente para que lo único
lanzado al espacio junto con los restos fueran los piratas.
Delante de él, una nave de guerra togoriana abrió fuego.
***
El capitán pirata se acercaba y el suelo retumbaba bajo los pies de Qui-Gon.
El enorme togoriano pesaba cuatro veces más que un humano.
Incluso en circunstancias normales, Qui-Gon no hubiera podido hacer otra
cosa para rechazar el ataque del pirata. Trató de equilibrarse a la vez que
paraba los golpes del monstruo.
El pirata casi cayó, pero se recuperó a tiempo de levantar su hacha
vibratoria. El golpe del filo alcanzó de pleno el hombro derecho de Qui-Gon y lo
arrojó al suelo.
El Caballero Jedi lanzó un grito ahogado provocado por el dolor. Su hombro
le quemaba como si se estuviese ardiendo. Intentó levantar el brazo, pero fue
inútil.
Detrás del pirata, Qui-Gon oyó el sonido del metal rompiéndose. El cierre
que sellaba las compuertas estaba desprendiéndose. El viento aullaba por los
pasillos a medida que el aire de la nave se escapaba de ella. Qui-Gon vio cómo
gotas de su propia sangre salían despedidas como la lluvia en una tormenta.
Los trozos de metal llegaban silbando por el aire del pasillo, junto con las
armas y los cascos de los togorianos muertos, y volaban hacia el enorme
pirata, que levantó su escudo para rechazar el ataque.
Qui-Gon dejó que el viento le empujara y se deslizó por el pasillo hacia el
vacío del espacio, en dirección al capitán pirata.
Si tenía que morir, se llevaría al monstruo con él.
***
Los potentes disparos de los cañones láser desgarraban el casco de la
Monument. Una nave de guerra togoriana apuntaba al puente de mando, pero
sus repentinos movimientos indicaban que los disparos habían alcanzado la
parte de atrás de la corbeta.
Obi-Wan, que no quería pensar en quién había podido morir durante el
ataque, devolvió los disparos.
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***
Mientras era succionado hacia el vacío del espacio, Qui-Gon se pasó el
sable láser a la mano izquierda y dirigió un golpe hacia los pies del capitán
pirata. El togoriano se enganchó a una agarradera y, dando un gran salto, evitó
la estocada y aterrizó con sus botas justo encima del brazo izquierdo de Qui-
Gon.
Luchando contra el dolor, Qui-Gon trató de levantar su sable láser, pero el
enorme togoriano le tenía sujeto. El Maestro Jedi se retorcía
desesperadamente, pero no podía escapar. Con su brazo izquierdo atrapado y
el derecho gravemente herido, Qui-Gon poco podía hacer para luchar contra el
monstruo.
El capitán pirata rugió triunfal como un loco, y el viento, que corría por los
pasillos igual que un tornado, pareció rugir con él. Qui-Gon apenas podía
respirar.
De repente, la cabeza del pirata desapareció. El enorme togoriano fue
lanzado velozmente hacia el espacio, arrastrado por la furia del viento.
Qui-Gon miró al otro lado del pasillo. Clat'Ha estaba agachada en el suelo,
sujetándose desesperadamente con una mano al picaporte de una puerta
cerrada, y agarrando con la otra su pesada arma.
En el fragor de la batalla, el pirata togoriano se había olvidado por completo
de la mujer.
AI final del pasillo había una puerta interior que debería haberse cerrado
automáticamente con la presión del aire, pero, por los daños que presentaba la
nave, no era de extrañar que el mecanismo de cierre no hubiese funcionado.
Qui-Gon estaba sangrando abundantemente y apenas podía respirar.
Aunque estaba débil, hizo un esfuerzo supremo y, ayudado por la Fuerza,
alcanzó un trozo de metal para llegar a los controles de la puerta y lograr que
ésta se cerrara. Cuando el viento dejó de silbar a través de la nave, todo quedó
en un silencio sepulcral.
Qui-Gon sólo podía oír los latidos de su propio corazón y a Clat'Ha jadeando
para conseguir aire.
***
La nave de guerra togoriana explotó con un estallido de luz.
Si Treemba trabajaba en la consola de comunicaciones, enviando mensajes
de socorro. Una nave de la República Galáctica podía tardar días en
responder, o quizá segundos. Era imposible determinar el volumen del tráfico
en las rutas estelares.
De repente, las naves de guerra togorianas se alejaron. Dos de ellas habían
sido destruidas, y el crucero y una segunda barcaza de abordaje habían sido
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***
Grelb y sus hombres corrieron por los pasillos hacia la sección arcona de la
nave. Los mineros hutts de Jemba habían luchado bien contra los piratas en su
lado de la nave, pero docenas de corpulentos hutts y whiphids habían muerto.
Era una buena oportunidad para que también hubieran muerto numerosos
arconas. Grelb esperaba obtener un gran botín de las víctimas.
Pero cuando llegaron a las puertas del lado arcona, descubrieron que no
habían luchado. En vez de eso, habían dejado que su mascota Jedi les
protegiera.
Grelb miró detrás de una esquina y vio a su odiada Clat'Ha ayudando a Qui-
Gon a levantarse del suelo. El Jedi tenía una profunda herida en el brazo
derecho y el izquierdo estaba hinchado y magullado.
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El hutt sonrió y, para que nadie le viera, escondió su cabeza tras el recodo
del pasillo. Después susurró a los whiphids que tenía a sus espaldas:
—Id a decidle a Jemba que los arconas son todos unos cobardes que no se
han atrevido a salir de sus habitaciones para luchar. Y que su precioso Jedi
está vivo de milagro. ¡Es un buen momento para dar el golpe!
***
Obi-Wan sobrevoló la superficie de un mundo acuático y pasó de la luz del
día a la oscuridad, a una noche iluminada por cinco lunas brillantes que
colgaban en el cielo como piedras multicolores. Debajo de él, enormes
criaturas volaban en grandes bandadas. Parecían plateadas debido a la luz de
las lunas, con cuerpos largos en forma de proyectil y alas poderosas. Tenían el
aspecto de alguna especie extraña de pez volador cuyas alas hubieran
evolucionado hasta un tamaño destacable. Las criaturas abrían sus alas, medio
dormidas, cuando volaban mecidas por el viento. Algunos de ellos miraban
hacia la nave con curiosidad.
Sin soltar los controles manuales, y con la nave acelerando y haciendo
ruidos al moverse, Obi-Wan sólo veía océano por todas partes. Al fin pudo
entrever en el horizonte una isla rocosa, con las olas rompiendo en su costa.
Obi-Wan dirigió la nave hacia las rocas, agarrando fuertemente los controles,
y gruñó por el esfuerzo que le supuso intentar frenar la caída de la corbeta.
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CAPÍTULO 16
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más, tan malvados y ambiciosos como él. Si le matas, eso no parará sus
planes de expansión. Otro como él, o quizá peor, ocupará su lugar. Lo que
debemos hacer es enseñar a la gente que...
—Pero él es malvado, ¿no? —preguntó Obi-Wan.
—Lo que está intentando hacer Jemba está mal —contestó Qui-Gon
midiendo sus palabras.
— ¡No he visto nunca a nadie tan maligno como él! —estalló Obi-Wan.
Qui-Gon esbozó una sonrisa triste.
—Y tú has estado en muchos sitios ¿no?, joven Obi-Wan.
Obi-Wan calló. Tenía mucho que aprender. Su corazón le gritaba que Jemba
era malvado y que su maldad le había llevado a esclavizar a víctimas
inocentes. Si alguien se merecía tener un destino amargo, ése era el hutt. Pero
tenía que escuchar a Qui-Gon.
—Los he visto mucho peores —continuó Qui-Gon —. Si estás pensando en
matar movido por tu cólera, debes saber que esos sentimientos vienen del
Lado Oscuro.
—Entonces, ¿cómo haremos para conseguir que nos devuelva los dáctilos?
—preguntó Obi-Wan.
—No puedes hacer hada. No puedes forzar a la gente para que sea justa y
decente. Esas cualidades deben ser innatas y no se pueden forzar. Por ahora,
tendremos que esperar. Puede que Jemba cambie de opinión. O puede que le
espere algún destino oscuro. En cualquier caso, matar no es la solución.
—Pero... tú has matado alguna vez —añadió Obi-Wan con tono de duda.
—Lo he hecho cuando no había otra alternativa —admitió Qui-Gon—, pero
cuando mato, sólo gano una batalla. Es una victoria pequeña, muy pequeña.
Hay grandes batallas que ganar, las batallas del corazón. A veces, con
paciencia y razonamientos y dando un buen ejemplo, he ganado más que una
batalla. He convertido a mi adversario en un amigo.
Obi-Wan valoró todo esto. A pesar del dolor y la debilidad, Qui-Gon se
estaba tomando la molestia de explicarle sus ideas a Obi-Wan. Hasta ayer, lo
más probable hubiera sido que el Jedi le hubiese dado una orden severa y
luego le hubiera mandado marcharse. Algo había cambiado entre ellos.
—Me estás probando, ¿verdad? —adivinó Obi-Wan —. Has cambiado de
idea. Estás considerando elegirme como tu padawan.
Trató de evitar que se le notara la impaciencia en su voz. Qui-Gon negó con
la cabeza.
—No —dijo firmemente —. Yo no te estoy probando. ¡La vida te prueba!
Todos los días te ofrece nuevas oportunidades para triunfar o para fallar. Y si lo
consigues, eso no te convertirá en un Jedi. Te hará humano.
Obi-Wan dio un paso hacia atrás, como si Qui-Gon le hubiese abofeteado.
Con un arrebato de emoción, miró hacia su propio corazón. Se había estado
engañando a sí mismo, diciéndose que aceptaba las decisiones de Qui-Gon,
cuando todo lo que quería era ganarse su respeto. Pero algo en su interior le
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daba esperanza y le decía que, si actuaba con valentía y era capaz de resolver
bien su misión. Qui-Gon cambiaría de opinión.
Ahora veía la realidad.
Qui-Gon advirtió el cambio en los ojos de Obi-Wan. El chico entendió que su
decisión era definitiva. Debería haberse dado cuenta. La cólera había
desaparecido en el muchacho, pero algo más se había ido también. Las
esperanzas de Obi-Wan en el futuro también habían desaparecido.
Qui-Gon vio cómo Obi-Wan se daba la vuelta y se secaba la cara con la
manga. ¿Estaría el chico llorando? ¿Tanto daño le había hecho?
Cuando Obi-Wan se volvió, lo único había desaparecido de su cara era el
sudor. No había señales húmedas de lágrimas. La única señal que vio Qui-Gon
fue la de la peor de las derrotas.
Y eso le dolió. Después de su noble discurso sobre ganarse el corazón de
los enemigos, Qui-Gon se dio cuenta de que había roto el corazón de un chico
que lo único que quería era llegar a ser su aliado.
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Obi-Wan afirmó con la cabeza, mirando todavía al mar oscuro. Sentía una
profunda nostalgia de su casa y del Templo, quería volver allí, donde las cosas
eran claras y tenían un porqué. Aquí se sentía perdido.
—Habrá luz en unas pocas horas. Tú ya has hecho mucho por mí, Si
Treemba, pero, ¿me ayudarías una última vez?
—Por supuesto que lo haremos —dijo Si Treemba inmediatamente—. Pero,
¿cómo?
—Ayúdame a superar mi cólera —dijo Obi-Wan. Sus dedos se habían
curvado como si fuesen garras. Los miró y los estiró. Después se agarró al
marco de la ventana —. Siento una gran rabia en contra de Jemba. Él quiere
usar a otros seres en beneficio propio y yo quiero matarle por eso. Pero no me
gustan esas razones con las que me siento bien. Qui-Gon tiene razón. Si
intentara pararle los pies a Jemba, sería sólo para calmar mi ira.
—Pareces calmado —observó Si Treemba.
—Ha sucedido algo —explicó Obi-Wan tranquilamente —. Me he dado
cuenta de algo. Qui-Gon nunca me aceptará como su padawan. Cree que no
merezco la pena, y quizá tiene razón. Puede que no sea lo suficientemente
bueno para serlo.
— ¿Y no estás enfadado? —preguntó Si Treemba sorprendido.
—No —dijo Obi-Wan —. Me siento extraño, Si Treemba. Es como si me
hubiesen quitado una carga de encima. Quizá podría ser un buen granjero. Y
ser bueno..., ser una buena persona es más importante que ser un Jedi.
— ¿Y qué pasa con Jemba? —preguntó Si Treemba.
—Yoda me dijo una vez que hay trillones de seres en la galaxia y solamente
unos miles de Caballeros Jedi. Me dijo que no podíamos intentar arreglar todo
lo que está mal. Todas las criaturas deben luchar por lo que no está bien, y no
dejárselo todo a los Jedi. Puede que sea lo que los arconas deben hacer. No
sé lo que pasará en el futuro, pero hoy he decidido no luchar.
Obi-Wan se volvió hacia Si Treemba.
—Te pedí que abandonaras a tus compañeros arconas para darnos una
oportunidad para ayudarte. No me he echado atrás en lo que prometí. No
quiero verte enfermo otra vez por falta de dáctilos. Estaré a tu lado, Si
Treemba. De alguna manera, encontraremos la manera de conseguirlo.
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Vamos de mal en peor, pensó Qui-Gon. Habían sido atacados por piratas y,
después, mientras que Jemba los apuntaba a todos con un arma, habían hecho
un aterrizaje de emergencia en un mundo extraño. Y ahora, con las reservas de
alimentos limitadas, tenían que abandonar la nave para esconderse en unas
cuevas. Podía sentir un peligro creciente. Era posible que los piratas vinieran a
rematarlos, o que todos murieran de hambre o luchando unos contra otros. La
marea podía cubrir la isla entera.
Los arconas que pasaban corriendo parecían débiles y abatidos. No habían
tomado sus dáctilos la noche anterior y tampoco esa mañana. Qui-Gon se
preguntaba cuánto tiempo podrían aguantar sin ellos.
Anduvo hacia la habitación de Clat’Ha y encontró a la chica empaquetando
sus pertenencias a toda prisa. La puerta estaba abierta.
Miraba hacia arriba cuando Qui-Gon entró en la habitación.
—Deberías darte prisa y empaquetar tus cosas —dijo —. La marea está
subiendo deprisa y el sol saldrá pronto. Tenemos que abandonar la nave. —
Sonrió a la vez que se retiraba un mechón de pelo pelirrojo de los ojos, que
brillaban verdes y traviesos —. Jemba está furioso. Puede que tenga miedo de
no caber en una cueva.
— ¿Por qué está tan enfadado? —preguntó Qui-Gon con curiosidad.
Clat'Ha se encogió de hombros.
—Porque es algo que escapa a su control, supongo. Al principio pensó que
la tripulación estaba mintiendo, pero al final tuvo que reconocer que, si
continuábamos aquí, podíamos hundirnos. Casi merecería la pena verle perder
la calma.
Qui-Gon frunció el ceño.
— ¿Cuánto tardarán los arconas en necesitar dáctilos?
La alegría que había en los ojos de Clat'Ha se transformó instantáneamente
en preocupación.
—Algunos están empezando a desmayarse —dijo tranquilamente—. Si no
consiguen tomar dáctilos antes de esta noche, empezaran a enfermar y a
morir.
—Tan pronto —murmuró Qui-Gon. Algo le reconcomía, su instinto le decía
que había pasado algo por alto.
La cólera de Jemba. Un ruido de pasos suaves de animales. Un acantilado
sólido que se movía. Una neblina amarilla...
Pero no había más animales en la isla que los dragones. Poco antes de
aterrizar, la tripulación había investigado para comprobar si había
depredadores. Y la neblina no había aparecido delante de sus ojos. Una cueva
del propio acantilado había sido iluminada con una débil luz amarilla.
Entendió lo que estaba pasando.
—Dile a los arconas que no tengan miedo —le dijo a Clat'Ha nerviosamente
—. Creo que sé dónde están los dáctilos. Volveré tan pronto como pueda.
—Iré contigo —se ofreció Clat'Ha al instante —. O podríamos pedir ayuda...
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Qui-Gon consideró sus palabras. No había duda de que los dáctilos debían
estar escondidos, pero con los dragones hambrientos cazando en los cielos
diurnos, demasiada gente podría atraer su atención. Por no mencionar a
Jemba, que estaría observando. Era mejor un solo hombre, vestido con ropas
oscuras...
—Lo siento, Clat'Ha —dijo —. Sé que no te va a gustar lo que te voy a
pedirte que hagas.
—Haré cualquier cosa —declaró Clat'Ha con valentía—. ¡Tenemos que
encontrar los dáctilos!
—No, no lo entiendes —dijo Qui-Gon—. Te estoy pidiendo que esperes.
***
El hutt Grelb era bueno obedeciendo órdenes, y más si sabía que Jemba se
comería su cola si no lo hacía. Se sentó en una roca a media altura del
acantilado con su rifle láser preparado. Desde allí tenía una buena vista de la
nave. Jemba le había mandado a ese lugar por dos razones: para proteger a
los mineros y a los arconas mientras evacuaban la nave, y para asegurarse de
que nadie trepaba hasta las cuevas más altas.
No es que Jemba se preocupara por el bienestar de los arconas, pero ahora
eran de su propiedad y tenía que proteger su inversión.
A lo lejos, los dragones que volaban muy alto y los que colgaban de las
rocas de las montañas no habían advertido la presencia de los hutts, los
arconas o los whiphids. La niebla de las primeras horas de la mañana los
ocultaba de su vista. Sin embargo, Jemba mantenía la guardia alerta,
preparado para disparar a cualquier dragón que bajara desde el cielo, o a
cualquier arcona que le diese problemas.
La noche anterior, la oscuridad les había protegido y nadie les había visto
ascender con los dáctilos por los acantilados. Jemba había ordenado la mayor
parte del trabajo a los whiphids, que podían deslizarse sobre sus pies y no
hacían ruido mientras cargaban los dáctilos en paquetes y los sacaban fuera de
la nave. Grelb estaba seguro de que nadie les había visto. El resto de los
mineros de la nave estaban ocupados curándose las heridas después de la
lucha con los piratas, y los arconas tenían demasiado miedo para sacar sus
narices chatas fuera de sus habitaciones.
Había sido un contratiempo que la tripulación ordenara a todos abandonaran
la nave para dirigirse a las cuevas. Incluso Jemba se había preocupado porque
alguien pudiera encontrar por casualidad los dáctilos. Fue una suerte haber
obligado a los whiphids a trepar tan alto.
La niebla estaba empezando a despejarse, pero unas nubes grises se
acercaban desde el oeste. El aire olía a sal y a los distantes relámpagos. A
Grelb le preocupaba que la tormenta obligara a los dragones a bajar y a
posarse en la isla.
Mientras los arconas desalojaban la enorme nave oscura, un hombre captó
la atención de Grelb: el Caballero Jedi Qui-Gon Jinn. Vestía una capa y una
capucha, pero Grelb lo reconoció al instante por su tamaño y la manera de
moverse. Qui-Gon caminó velozmente entre los arconas como si estuviera
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ansioso por alcanzar las cuevas. Sin embargo, no tenía prisa por llegar a un
lugar seguro.
Grelb cogió un par de macrobinoculares de su bolsillo y los enfocó hacia el
Jedi. Qui-Gon subía la montaña tranquilamente, sin cansarse. Pero, en vez de
entrar en la primera cueva donde los arconas ya se amontonaban, siguió
escalando, avanzando paso a paso por un estrecho borde hasta alcanzar el
lado de la montaña desde el que no podía ser visto.
Grelb se hubiera deslizado encantado detrás del Jedi y le hubiera disparado,
pero no se atrevió a hacerlo sin el permiso de Jemba. Cogió su
intercomunicador y presionó un botón. Tras unos segundos, Jemba contestó.
—El Caballero Jedi está subiendo hacia la cima de la montaña —dijo Grelb.
— ¿Adonde se dirige? —ladró Jemba. Sonaba asustado y tenía razones
para estarlo.
—No lo sé, pero no me gusta —contestó Grelb. Jemba dudó por un
momento.
—Coge refuerzos y asegúrate de que no vuelva.
***
Si Treemba parecía estar enfermo. El saludable tono verdoso de su piel
había ido cambiando hasta el gris, y sus pequeñas escamas estaban
empezando a desprenderse. Hacía horas que Qui-Gon se había ido.
Obi-Wan había sentido una gran frustración cuando Clat'Ha le había dicho
que Qui-Gon se había marchado en busca de los dáctilos. Había aceptado que
no sería el padawan del Jedi, pero ¿no podía Qui-Gon pedirle que le ayudara,
aunque fuese por una vez?
Por supuesto que no lo había hecho. Por supuesto que se había marchado
solo.
En la desagradable cueva en la que estaban refugiados, Obi-Wan miraba a
su amigo con el ceño fruncido. Los hutts y los whiphids habían cogido las
únicas linternas que había en la enorme cueva, de manera que la única luz que
les llegaba era la de sus reflejos.
Los arconas se habían instalado en la caverna más lejana, aunque todas
eran muy extrañas. Cada cueva medía cuatro metros de ancho en su parte
más estrecha y diez de alto. Alrededor de una docena de pasadizos salían al
exterior, pero los túneles se ensanchaban en numerosos huecos. Varias
marcas de garras en el suelo mostraban que algún animal había pasado por
allí, aunque los arconas no encontraron nada en la guarida.
Los trabajadores de Offworld vigilaban la puerta para asegurarse de que
nadie se fugaba. Las estalactitas colgaban encima de sus cabezas como
lanzas brillantes, y no había ningún lugar donde sentarse a excepción de las
rocas desgastadas. En las sombras fantasmales, los ojos de los arconas
brillaban tenuemente.
Si Treemba canturreaba. Otros, cerca de él, le imitaron. Obi-Wan llegó
agachado cerca de donde estaba su amigo.
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CAPITULO 19
Con cuidado, Qui-Gon Jinn empezó a subir paso a paso por un sendero que
ningún humano había pisado antes. Mientras se agarraba a las pequeñas
grietas, y se sujetaba como podía con los dedos de las manos y de los pies, la
lluvia arreciaba.
Sabía que tenía que darse prisa. Había tardado más tiempo del previsto en
llegar a este lado de la montaña, y sabía que si subía por el otro flanco sería
descubierto inmediatamente. Pero, al final, era inevitable exponerse a ser visto.
De ahora en adelante su camino iba directo hacia arriba.
En ese instante estaba más preocupado por los dragones que por los hutts.
Las criaturas habían despertado. Algunos, para resguardarse de la lluvia, se
habían posado sobre los peñascos que tenía encima. Él permanecía en las
sombras y se movía entre las rocas, temiendo ser visto. A veces tenía que
esperar durante varios minutos hasta que un dragón volvía su cabeza de
escamas plateadas.
Paciencia, se decía a sí mismo una y otra vez. Debemos tener paciencia.
Era un lema no escrito del Código Jedi, sin embargo, era difícil ser paciente
cuando había tantas vidas pendientes de un hilo.
Sus dedos estaban heridos y sangraban. Cerca, los rayos desgarraban el
cielo y los truenos resonaban. El cielo tenía un color plomizo. El viento azotaba
y silbaba entre las rocas.
Estaba demasiado a la vista. Qui-Gon era un hombre grande, un gran blanco
para los dragones. El destello de un rayo podía descubrir su posición o incluso
matarle.
Qui-Gon se detuvo durante unos minutos, jadeando. La lluvia se escurría por
su frente y hacía que sus ropas le pesaran. Estaba medio helado y todavía
débil por las heridas que le había causado el pirata. Miró hacia el océano. No
muy lejos, un dragón reluciente se lanzó al mar como un rayo, con sus alas
recogidas.
Se zambulló en la superficie y después desplegó las alas. Cuando volvió a
surgir de entre las olas coronadas de espuma blanca, un enorme pez brillante
se retorcía en su boca.
Afortunadamente, el dragón no le había visto. O, si no era así, no estaba
interesado por la carne humana. Puede que los dragones no hubieran
encontrado nunca animales en tierra firme y no estuviesen acostumbrados a
cazar en ella.
Qui-Gon no se preocupó de mirar hacia abajo. Encima de él, a unos pocos
cientos de metros, podía ver una débil niebla que salía de una grieta y que el
viento agitaba con furia. Alguien que no supiera lo que estaba buscando no se
hubiera dado cuenta, pero el color amarillo de la niebla era bastante delator.
Los dáctilos debían estar allí.
El trayecto era difícil. No había caminos. Nadie había pisado anteriormente
ni una roca de ese planeta. Cuando caminaba, cualquier piedra podía
desprenderse. Además, podía sentir los pinchazos y el dolor de sus pies. Las
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únicas plantas que encontró eran pequeños líquenes grises que crecían sobre
casi cualquier superficie. Cuando estaban secos, andar sobre ellos era como
caminar sobre una alfombra: pero, una vez que las lluvias de la mañana habían
empezado a caer, los líquenes se volvían resbaladizos.
A pesar de que sentía la Fuerza guiándole hacia los dáctilos, todavía le
parecía una tarea imposible.
Los rayos seguían rasgando el aire. Los truenos hicieron moverse las rocas
que estaban entre las yemas de sus dedos. El viento soplaba a su espalda.
Qui-Gon se pegó a la pared de piedra, mientras su hombro le daba pinchazos.
No queda mucho, se dijo a sí mismo.
Una pequeña explosión encima de su cabeza hizo que trozos minúsculos de
roca chocaran contra su mejilla.
Por un momento pensó que un rayo había caído cerca, pero el impacto
había resultado demasiado pequeño.
Un láser, ¡alguien le había disparado!
Qui-Gon giró la cabeza, miró hacia abajo y los divisó inmediatamente en las
rocas de la pendiente. Para un hutt, resultaba difícil esconderse. Era Grelb, el
mensajero de Jemba, que se deslizaba hacia arriba flanqueado por varios
whiphids. Portaban pesados rifles láser y disparaban una y otra vez. El hutt reía
alegremente.
Los disparos láser impactaron alrededor de Qui-Gon.
Su sable láser no le servía de nada en esas circunstancias. No tenía ningún
sitio donde esconderse ni manera de luchar contra sus agresores.
Dolorosamente, Qui-Gon continuó subiendo.
***
El hutt Grelb reía encantado. Su plan había funcionado a la perfección.
Sabía que Qui-Gon aparecería por ese lado de la montaña y que subiría
directamente hacia los dáctilos. Todo lo que tenía que hacer era encontrar una
buena posición y esperar.
Al principio había tenido miedo de los dragones y había permanecido quieto,
con la intención de ser confundido con una roca; pero, gradualmente, Grelb se
había ido relajando. Seguramente los dragones sólo comían pescado.
No tenía miedo por su seguridad, pero las irregulares rocas de este mundo
amenazaban con desprenderse incluso en el escondite más seguro para Grelb.
El hutt sólo quería volver tranquilamente a la nave, pero justamente ahora tenía
un trabajo que hacer: matar al Jedi. E iba a ser un placer.
El Jedi estaba más arriba, atrapado contra la pared de un acantilado, y se
esforzaba por llegar a la plataforma donde estaban escondidos los dáctilos.
Qui-Gon no tenía ningún arma con la que dispararles y era un blanco perfecto.
Parecía un asesinato fácil.
Grelb dijo a sus compinches:
—Tomaos tiempo. Vamos a divertirnos un rato.
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***
Qui-Gon tiró de sí mismo hacia arriba en los últimos tres metros, y después
se metió en una pequeña cueva. Allí, descansó, jadeando durante un rato largo
y sujetándose su dolorido brazo derecho. El fuerte olor del sulfuro y del
amoníaco le inundó. Miró hacia el interior de la cueva. Los dáctilos habían sido
arrojados en el suelo y desprendían una suave luz amarillenta.
Los disparos eran más continuos que nunca y las armas causaban continuas
explosiones, pero, esta vez, los disparos no iban dirigidos a él. Los whiphids se
habían escondido entre las rocas y estaban abriendo fuego contra los
dragones. Los disparos láser atraían a las criaturas, que rugían en el cielo y
bajaban en bandadas desde los acantilados. Muchas de las enormes bestias
rodeaban a los whiphids, y otras, movidas por la necesidad de obtener comida,
descendían desde los cielos.
Qui-Gon miró hacia el acantilado y observó la lucha que se desarrollaba
abajo. A pesar de haber caminado durante toda la mañana, no había atraído la
atención de ningún dragón. Ahora, los disparos de los estúpidos whiphids
estaban atrayendo a toda la bandada.
Los dragones causaban un gran griterío, se lanzaban desde las nubes con
sus enormes alas plateadas y volaban sobre las rocas moviendo sus cabezas.
Los dientes relucían con los reflejos de los relámpagos.
Los whiphids se dispersaron, intentando esconderse tras las grandes rocas.
Uno de ellos gritó de terror cuando un dragón cayó desde el cielo y lo atrapó en
el lugar donde estaba escondido.
Qui-Gon aprovechó la distracción para guardar los dáctilos dentro del saco
de tela que había llevado con él. Durante varios minutos, los whiphids lucharon,
gritaron y murieron a medida que docenas y docenas de enormes dragones
caían sobre ellos.
De repente, una enorme sombra cubrió la luz que entraba en la cueva. Un
dragón chilló con un grito tan agudo que las rocas que rodeaban a Qui-Gon
temblaron. El Maestro Jedi se colocó junto a una pared de la cueva.
Fuera, en la entrada de la cueva, el dragón arañaba la roca con las garras
de sus alas. La criatura dejó escapar el agudo chillido otra vez, y Qui-Gon
comprendió que no podía hacer nada.
Le había visto.
***
Mientras los dragones se lanzaban desde el cielo, Grelb se alejó,
deslizándose sin hacer ruido. Los enormes y peludos whiphids se movían entre
las rocas, disparando sus armas, emitiendo gritos de guerra y distrayendo la
atención de los dragones.
Afortunadamente para Grelb, los jóvenes hutts, como ciertas clases de
gusanos y babosas, podían encogerse y aplastarse contra las rocas para
atravesar agujeros estrechos.
De esa manera, Grelb se alejó rápidamente de los enormes whiphids, y los
dejó solos frente a los dragones.
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Dave Wolverton Star Wars El Resurgir de la Fuerza
***
Los chillidos del dragón habían alertado a los demás. Una vez que el
primero había introducido su larga cabeza plateada dentro de la entrada de la
cueva, los otros competían para coger posición. Los relámpagos encendían el
cielo detrás de él. Unos dientes tan largos como cuchillos relucían cerca de la
cara de Qui-Gon, que podía reconocer el olor a pescado muerto en el aliento
del dragón.
De repente, en medio de su desesperación, Qui-Gon sintió algo extraño, una
débil oleada de la Fuerza. A medida que se concentraba, se hacía más fuerte.
Alguien le estaba llamando, un Jedi.
¡Obi-Wan me necesita!, se dio cuenta.
Sorprendido, se fue deslizando hacia el interior de la cueva. Necesitaba
calmarse y pensar. El chico no debería haber sido capaz de llamarle. Obi-Wan
no era su padawan. No estaban conectados.
Pero no tenía tiempo de preguntarse sobre el significado de la llamada. Era
urgente y debía ser obedecida. Con un movimiento instintivo, Qui-Gon miró
rápidamente hacia la entrada de la cueva. Durante un momento, el dragón
golpeaba sus alas contra las piedras y bloqueaba la salida, pero, de repente,
desapareció con torpes movimientos.
Hacía mucho tiempo que Qui-Gon seguía los dictados de la Fuerza. Ahora
sentía que le estaba llamando mediante señales. Date prisa, le ordenaba. Vete
a ayudar a Obi-Wan.
El corazón de Qui-Gon estaba acelerado. El Jedi cogió impulso y saltó desde
la entrada de la cueva, con la certeza de que doscientos metros más abajo
había rocas afiladas como cuchillas. Sin embargo, Qui-Gon confió en la Fuerza.
No llegó a caer ni siquiera una docena de metros. ¡Su salto le había hecho
aterrizar justo encima de un dragón!
Cayó sobre el cuello de la bestia con un golpe sordo. La criatura, mojada y
sucia, hizo resbalar a Qui-Gon, pero éste se agarró a las escamas con las
yemas de sus dedos. Los doloridos músculos de su hombro palpitaban y
ardían. Subió las piernas y acabó cabalgando sobre la espalda del dragón.
La criatura, aterrada, rugió. Había subido volando para devorar al Jedi, y
ahora lo tenía sobre el cuello. El dragón trató de deshacerse de él. Chilló una y
otra vez y, movido por el pánico, se dio la vuelta agitando las alas y empezó a
descender hacia el mar.
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Qui-Gon sujetó su preciosa bolsa de dáctilos con una mano, y se dobló para
acoplarse al cuello del dragón. Usando todo el poder que podía reunir, susurró
a la bestia:
—Amigo, ayúdame. Llévame abajo, a las cuevas. ¡Date prisa!
Los dragones que estaban cazando whiphids oyeron el chillido desesperado
del que llevaba encima a Qui-Gon. Miraron hacia arriba y vieron que tenía algo
en la espalda. Entonces subieron en bandada y empezaron a perseguirle.
El dragón sobre el que iba montado Qui-Gon desplegó sus alas y voló
rápidamente hacia las cuevas. El Maestro Jedi no estaba seguro de poder
controlar a la bestia durante mucho tiempo. Su pequeño cerebro tenía
pensamientos crueles y se movía porque estaba muy hambriento.
***
Grelb, que se lamentaba de la muerte de sus secuaces, volvió la mirada
hacia la montaña. Se acercaba una bandada de cientos de dragones.
Para su sorpresa, Grelb vio a Qui-Gon saltar hacia las cavernas desde la
espalda de un dragón cazador. El Jedi corrió en dirección a la nave.
El hutt abrió la boca sorprendido y corrió a esconderse detrás de una roca.
Allí, se sentó temblando. El Jedi estaba vivo y había regresado de la montaña.
Eso sólo podía significar una cosa.
Grelb estaba perdido. Jemba le mataría de un solo golpe cuando asomara la
cara. O puede que le matara lentamente, para que le sirviera de escarmiento.
Había escalado a una posición de poder secundando a Jemba y no iba a
dejar que un Jedi le derrotara. ¡Había trabajado mucho! Todos los asesinatos,
todas las torturas a inocentes y todo el esfuerzo no se iban a malgastar ahora.
Tendría que matar al Jedi con sus propias manos, antes de que llegara a las
cuevas y Jemba lo viera.
Tan rápido como pudo, Grelb se deslizó entre las rocas.
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CAPITULO 21
Allí, amigo mío —dijo Qui-Gon al dragón. Apuntó a las cavernas. La docena
de pasadizos que llevaban a la cueva daban al mismo lado de la montaña y,
desde el cielo, las entradas de las cuevas parecían agujeros de gusanos.
Qui-Gon se esforzó para controlar la mente del dragón y así obligarlo a bajar
a tierra sin peligro. Estaba preocupado. Hasta donde le alcanzaba la vista, veía
dragones que se dirigían en bandadas hacia las cuevas. Cuando se llamaban
unos a otros, sus gritos eran ensordecedores.
Qui-Gon había visto árboles gigantes en el Bosque Plateado de los Sueños,
en el planeta Kubindi. Algunas de sus enormes hojas podían medir veinte
metros de ancho, y cuando se caían en otoño, flotaban en el aire como balsas
gigantes. Eso era lo que le recordaban los dragones. Volaban por el cielo como
caían las hojas en el bosque de Kubindi.
Sin embargo, estas criaturas eran mortíferas, y como Qui-Gon, se
encaminaban hacia las cavernas.
Qui-Gon llamó mentalmente al joven Obi-Wan para advertirle del peligro.
Luego esperó a que el dragón volara hacia abajo, hasta situarse cerca del
estrecho borde que había fuera de las cuevas. Qui-Gon eligió ese momento
para saltar de la espalda de la bestia y aterrizó en el borde, sujetándose con
una mano en la pared interior de la cueva. El dragón se alejó volando,
emitiendo un chillido suave y confuso al quedar liberada su mente.
Qui-Gon había dado dos pasos hacia el interior de la cueva cuando vio a
Obi-Wan que salía corriendo hacia fuera, con su sable láser en alto.
***
Obi-Wan corrió fuera de la cueva, se paró en seco y miró al cielo
horrorizado. Al principio creyó estar viendo sólo nubes oscuras, pero luego se
dio cuenta de que bandadas de dragones ocultaban el sol, y de que todos
venían volando hacia las cavernas.
Nunca en su joven vida había experimentado tanto terror. Las piernas le
flaquearon y la mente se le quedó de repente en blanco. No sabía qué hacer.
Entonces vio a Qui-Gon que venía hacia él, y se sintió aliviado. El Jedi
parecía estar herido y sangraba, agarrándose un hombro. Pero estaba vivo.
— ¿Conseguiste los dáctilos? —preguntó Obi-Wan.
Qui-Gon afirmó con la cabeza.
— ¿Los arconas?
—Aún están vivos, pero agonizan. Vamos, Qui-Gon. Yo me ocuparé de la
entrada de la cueva.
Obi-Wan esperaba que Qui-Gon discutiera la orden y que le mandara a él de
vuelta con los dáctilos. El Caballero Jedi se limitó a mirarle durante una décima
de segundo. Obi-Wan vio respeto y aceptación en los ojos del Maestro.
—Volveré —prometió Qui-Gon, y corrió hacia las cavernas. Segundos
después, cientos de dragones se abalanzaron sobre Obi-Wan. Su sable láser
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***
Qui-Gon corrió con la bolsa de dáctilos a través de los pasadizos y entre los
guardias hutts y whiphids.
La determinación que se veía en sus ojos era tal, que nadie se atrevió a
pararle. Los guardias de Jemba se apartaron asustados hasta que. en medio
del túnel y a mitad de camino, el propio Jemba le salió al paso.
— ¡Alto! —ordenó el enorme hutt—. ¿Dónde vas? Qui-Gon miró fijamente a
Jemba.
—Será mejor que mandes a tus guardias a la salida de las cuevas —advirtió
Qui-Gon —. Tenemos problemas.
— ¡Ja, ja! —se rió Jemba—. ¡Tu loco pupilo ya intentó ese truco antes!
De repente, un dragón rugió cerca de la entrada de uno de los túneles. El
sonido era espeluznante. La cueva tembló y varios trozos de piedra cayeron del
techo.
—Ya han empezado —dijo Qui-Gon seriamente.
Luego, ladeó el hombro para pasar al lado del hutt y corrió a llevar los
dáctilos a los arconas.
***
Grelb se apretó entre dos rocas planas, tumbado durante un momento, con
su rifle láser en la mano y mirando abajo, hacia las cavernas. Había perdido su
oportunidad de matar a Qui-Gon Jinn. El Gran Jedi había llegado a las cuevas,
pero su pupilo guardaba la entrada de la caverna, sable láser en mano.
Prefería al Maestro, pero de momento tendría que conformarse con el
alumno.
Los dragones caían como rayos del cielo y enfilaban hacia el muchacho.
Incluso Grelb tuvo que reconocer las habilidades del joven Jedi. Su sable láser
golpeaba una y otra vez, y el chico no mostraba ningún signo de cansancio.
Casi iba a ser una pena matarlo.
Los rayos cruzaban el cielo. La lluvia arreciaba sobre las piedras que Grelb
tenía sobre su cabeza. Era la parte positiva de esconderse debajo de esas
piedras, por lo menos se mantenía seco.
Levantó el arma e intentó apuntar al joven Jedi. El sable láser del chico
relucía entre los dragones.
Todo lo que necesito, pensó Grelb, es un pequeño instante para disparar.
Sólo un...
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CAPITULO 22
***
Grelb estaba resguardado debajo de su roca. Los dragones caían a los pies
de Obi-Wan Kenobi. El chico estaba delante de la entrada abierta de la cueva.
El hutt rió entre dientes, vio su oportunidad y apretó el gatillo de su arma.
Disparó; pero, para sorpresa de Grelb, el joven Obi-Wan debía haber oído el
ruido y se movió hacia un lado. El disparo no le acertó.
82
Dave Wolverton Star Wars El Resurgir de la Fuerza
***
Obi-Wan estaba de pie, jadeando. Había sentido un movimiento en la
Fuerza cuando un disparo láser había surgido de no se sabía dónde y había
pasado silbando por encima de su cabeza. Pero posiblemente nadie se había
sorprendido tanto como el hutt Jemba.
El enorme ser había recibido el impacto en su pecho. Por un momento,
Jemba miró la herida con incredulidad.
— ¡Bien, ja! —se rió horrorizado.
Sus ojos, sorprendidos, se posaron durante un instante en Obi-Wan. Los
truenos retumbaban y los relámpagos relucían. Entonces, Jemba se derrumbó
sobre el mohoso suelo y murió.
El chillido de un dragón devolvió a Obi-Wan a la realidad. El muchacho
apenas tuvo tiempo de introducir su sable láser en la enorme boca que le
atacaba, para luego saltar hacia atrás.
—Yo diría que esta vez ha estado demasiado cerca —destacó Qui-Gon, que
estaba detrás de él. El Maestro Jedi tenía encendido su sable, que destelleaba
en color verde.
—Pensé que necesitarías ayuda.
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CAPITULO 23
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***
A causa de las órdenes de Jemba, más de trescientos mineros de Offworld
habían muerto y ochenta y siete arconas habían perdido la vida. Las cuevas se
llenaron con los lamentos de los arconas.
Obi-Wan tardó un poco en marcharse de la cueva. Miraba a su amigo, que
lloraba con sus compañeros arconas. En ese momento. Si Treemba debía
estar con su gente. Obi-Wan le puso una mano en el hombro y presionó
ligeramente. Después se marchó.
La fuerza de trabajo minera había sido reducida a la mitad. Mientras los
arconas se lamentaban, Clat’Ha hacía planes para su futuro. Fue a ver a uno
de los capataces de Jemba, un hutt llamado Aggaba y le dijo:
—Aggaba, quiero contratarte a ti y a tu gente.
— ¿A quiénes? —preguntó Aggaba suspicazmente.
—A todos vosotros —dijo—. Temporalmente, seguís al frente de estos
hombres, hasta que lleguemos a Bandomeer. Allí compraré vuestros contratos.
— ¿Y entonces, qué? —preguntó Aggaba.
Tenía una mirada astuta, como si se preguntase qué iba a sacar él de
beneficio con todo aquello.
—Ofreceré a todos una invitación para trabajar en nuestra compañía minera
—dijo Clat'Ha—. Compartiremos los beneficios, lo que supone para ti subir de
escalafón. Piénsatelo. Cuando llegues a Bandomeer, tus jefes te degradarán y
pondrán a alguien por encima de ti. Es tu oportunidad de escapar de la
Compañía Minera de Offworld, y de conseguir un trabajo decente que te durará
más tiempo y en el que cobrarás más dinero.
Aggaba lamió sus labios y miró alrededor como un jawa.
—Nuestros contratos no serán baratos —dijo—. Yo querría, digamos, dos
mil por obrero.
—Cualquier dinero que yo te diera —contrarrestó Clat'Ha—volvería a tu
cuartel general. Así que te voy a hacer una oferta mejor. Sólo por firmar
conmigo te daré veinte por cada obrero y una bonificación personal de veinte
mil para ti.
Los ojos de Aggaba se abrieron por la alegría. Pero Clat'Ha escondía la suya
propia. Aggaba iba a aceptar el trato movido por la codicia, pero el resto de los
trabajadores obtendrían su libertad.
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CAPITULO 24
Qui-Gon sabía cuándo tenía que admitir que se había equivocado. Había
infravalorado a Obi-Wan Kenobi. Las reparaciones casi estaban terminadas.
Podrían marcharse al amanecer. Qui-Gon salió de la nave para echar una
última mirada al enorme océano. Necesitaba un momento para pensar en todo
lo que había sucedido.
La superficie del mar golpeaba las rocas alrededor de él, mientras miraba las
cinco lunas multicolores del planeta, que empezaban a caer mientras iba
amaneciendo. Pensó en las palabras que Yoda le había dicho sólo tres días
antes:
—Sólo por casualidad nuestras vidas no vivimos. Si elegir a un aprendiz no
quieres, entonces, con el tiempo, puede que el destino elija.
Qui-Gon no estaba seguro de si había sido el destino el que había señalado
a Obi-Wan para que fuese su padawan, o si simplemente los había embarcado
juntos en una extraña aventura. Pensó que era una coincidencia que Obi-Wan
Kenobi y él hubieran coincidido en su viaje a Bandomeer. Después de todo.
Yoda había enviado al chico a Bandomeer, mientras que las órdenes de Qui-
Gon venían del Senado Galáctico, ¡del propio Canciller Supremo en persona!
Yoda y el Gran Consejero no podían haber planeado todo esto juntos.
Pero era lo que había.
Los dos iban de camino a Bandomeer, y Qui-Gon tenía un sentimiento
extraño acerca de su misión.
Y había algo más. No era fácil para un Jedi ponerse en contacto con la
mente de otro. Había algo íntimo, el típico entendimiento entre los amigos más
cercanos. O entre un Caballero y su padawan.
Por primera vez en mucho tiempo, Qui-Gon no sabía qué hacer.
—Cuando el camino inseguro es, mejor esperar debemos —le había dicho
Yoda muchas veces.
Haría caso de su consejo, incluso aunque sospechaba que Yoda hubiese
querido que él tomase la decisión contraria. No le pediría a Obi-Wan que fuese
su padawan. Esperaría.
Y observaría. Tenían misiones distintas en Bandomeer, pero podía observar
lo que hacía Obi-Wan. Una misión no era suficiente para probar al chico.
Habría más oportunidades. Sólo entonces Qui-Gon podría saber si la
resolución de Obi-Wan de ser un Jedi era verdadera. Bandomeer le pondría a
prueba, ya que Obi-Wan no estaba contento con la misión que había recibido.
Qui-Gon sonrió. Tenía que admitir que el chico no era un granjero. Valía
para otras cosas. Pero si su camino se iba a cruzar con el de Qui-Gon, eso
todavía no lo sabía.
Hasta que no lo tuviera claro, no le elegiría. El chico tendría que ser fuerte
para disipar la sombra del que había llegado antes. Y Xánatos proyectaba una
larga y profunda sombra.
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EPILOGO
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