Guadalupe Nettel-El Encuentro
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Guadalupe Nettel
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Letras Libres junio 2011
El encuentro
espert sorprendido de sentirse mejor, con la sensacin apacible de quien ha dormido muchas horas. Por primera vez en varios meses no le dola la cabeza, tampoco tena nuseas. Lo primero que se le ocurri fue llamar a su esposa, quien llevaba de viaje casi una semana, para contarle que su salud estaba mejorando a pesar del resultado de los ltimos anlisis. Sin embargo, al estirar el brazo para alcanzar el telfono en la mesita de noche, not que no estaba solo. Junto a l, del otro lado de la cama, haba una mujer. La vio de espaldas, con la cara escondida bajo la almohada, pero el torso descubierto y el cabello desparramado sobre los hombros no permitan sospechar, ni por un instante, que se trataba de Luisa. Era definitivamente otra persona y lo nico que saba acerca de ella es que no la conoca. Sin detenerse a pensarlo, sali del cuarto alarmado. Con pasos an aligerados por el sueo, atraves el pasillo, recogi el peridico que lo esperaba debajo de la puerta, ley la fecha y el encabezado, para dejarlo despus sobre la mesa de la cocina, sin abrirlo siquiera. Una vez ah, las preguntas se le echaron encima como gatos enfurecidos. Lo mejor que poda hacer ahora era calmarse y preparar un caf; tomar algunas piezas de ese pan un poco duro que sobraba en la canasta desde el ltimo desayuno con Luisa y recordar sus acciones ms recientes, las ltimas llamadas por telfono, la sala donde le haban hecho la tercera tomografa y, finalmente, la merienda en casa de sus padres. No haba huecos: el da anterior era un hilo continuo, sin nudos inexplicables, una lnea anodina donde no tenan cabida ni su desconcierto ni los hombros vislumbrados en la penumbra del cuarto. Y sin embargo, sin que supiera explicar por qu, se senta responsable. Quiz lo ms natural habra sido despertarla, disculparse sobre todo, explicarle que desde haca
algn tiempo su cabeza lo traicionaba y despus pedirle que lo ayudara a reconstruir el encuentro. Pero no se atrevi. Sin terminar la tostada que haba puesto sobre el plato, encendi un cigarrillo y sigui dando sorbos a su caf, amargo como un pequeo castigo. No. Quizs esa no era la mejor estrategia, la sinceridad en ese momento hubiera rayado en el insulto, un discurso como aquel tendra sabor a mentira o a cinismo, sobre todo no a lo que espera una mujer que se despierta en una cama ajena. Se dijo que las cosas siempre tienen un orden y que tal vez era posible recuperarlo, restablecer una red de citas y llamadas por telfono que ahora no tena en mente pero que tarde o temprano iba a recordar con imgenes y deducciones. Por un instante volvi a ver los codos puntiagudos, los brazos finos alrededor de la almohada, el pelo lacio, negrsimo. Algo de ese cuerpo extrao le pareca familiar y esta circunstancia no hizo sino aumentar su desconcierto. Como a las diez y media, las nuseas volvieron y con ellas el cansancio y el dolor de cabeza. Llevaba un par de meses incubando un malestar en el que se negaba a creer, como si la realidad mostrara de repente un aspecto ficticio, una falsa cara, o como si l hubiera dejado de pertenecerle. Por la ventana de la cocina, mir la maana. Un gato caminaba sobre la barda de enfrente. El edificio, comenzado haca ms de cinco aos, segua en obras. La escena aument su mareo. Sin saber cundo exactamente, haba empezado a aorar un lugar distinto, con otro cielo, otros rboles, otra barda y otro gato. Esa impresin de desfase lo persegua incluso en el trabajo. Y ahora la mujer. Entonces comenz a tener la sospecha de que ella no dorma. Deba aguardar en el cuarto, saboreando su desconcierto. Sin hacer ruido, habra entrado a su casa como un ladrn y esperado toda la noche para sorprenderlo. Actuaba sola o haba sido enviada por alguien? Pens en sus compaeros de oficina. Los imagin borrachos, en el saln de baile, al final de esa fiesta de disfraces a la que se haba negado a asistir. Se levant de
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la mesa. Deba de haber alguna pista en la sala, una bolsa, algn saco, un disfraz, un estuche de llaves en la mesita de centro. Se puso a buscar por todas partes, sin resultado. Vencido por el cansancio, se dej caer sobre el silln. De algn lugar cercano, quizs un departamento vecino, le lleg el eco de un charleston, casi poda escucharlo. Cerr los ojos y se imagin bailando. La mujer que haba visto en su cama segua el ritmo perfectamente, como si en vez de acatarlo, dictara el comps a los instrumentos. Incapaz de hacer otra cosa, decidi volver a la cocina y esperarla en la mesa, atrincherado en ese falso desayuno. Cuando despertara, ella sabra qu hacer. De todos modos era la nica que conoca la situacin y sus antecedentes. Decidi que si no se marchaba pronto ojal lo hiciera le ofrecera un plato de cereal, seguramente menos rancio que su tostada. Iba a llamarla t hasta donde fuera posible, quizs empleara apelativos cariosos para ocultar la absoluta ignorancia de su nombre. Por qu tardaba tanto? Eran casi las once y la luz entraba franca por los ventanales de la sala. Aunque lo intent, no pudo explicar su tardanza sin algn dejo de tragedia o de culpa. Haba sido absurdo levantarse de esa manera, sin asegurarse primero de que ella estaba bien y
dorma sin problemas. De todas formas, era innegable que haban pasado la noche juntos. Por qu no haba aprovechado la intimidad matutina para saber si era necesario preocuparse? Not cmo su enojo se transformaba poco a poco en una suerte de lstima. Cmo deba de ser la vida de esa mujer, en qu estado de nimo o de salud todo era posible ahora deba de estar alguien para ir a dar a su cama? Se pregunt si al menos haban pasado un buen rato juntos y trat de averiguarlo olfateando los rastros de la noche sobre la yema de sus dedos, pero en vez de un olor a piel, reconoci el tufo a humedad con el que siempre comenzaban las nuseas. Cuando por fin entr a la habitacin, la oscuridad que produca la persiana aunada al revoltijo de sbanas y cojines le impidieron ver el cuerpo de la chica y, sin embargo, algo en el aire delataba su presencia. Con mucho cuidado, se recost un momento en la orilla de la cama, esperando que otra vez pasara la punzada en la cabeza y, sobre todo, ese dolor persistente que lo invada como una marea, como unos brazos delgados, voluptuosos y pacientes que lo hubieran esperado toda la vida, y ahora lo acogieran despacio, con dulzura, conducindolo a ese lugar no tan lejano como l haba credo siempre, sino increblemente cerca. ~