Proyecto Áulico
Proyecto Áulico
Proyecto Áulico
Escuela Normal Superior nmero 15, Domingo Faustino Sarmiento. Concordia, Entre Ros, Argentina. Edgar Grek
PROYECTO ULICO
Profesor: Dina Yanovsky. Taller de lectura contempornea. Cuarto de Lengua.
Proyecto ulico
Fundamentacin
La literatura constituye un amplio y mltiple discurso que integra la industria cultural y que se compone de innumerables textos que circulan socialmente. Por tal motivo, la escuela, en su rol de mediadora, aplica estrategias pedaggicas que acercan al estudiante a lo literario. Todo texto tiene una funcin esttica-cultural particular en la que intervienen la lengua natural y el lenguaje artstico. En este sentido, es importante que el educando aprenda significativamente los rasgos de ficcionalidad y su codificacin mltiple que a su vez permite la conjuncin de lo cognitivo con lo emocional y lleva al distanciamiento en cuanto a la creacin imaginativa. De este modo, el alumno llenar los espacios vacos haciendo inferencias y tambin crear interiormente un nuevo texto diferente del ledo. El resultado ser un estudiante que piense crticamente y que pueda expresar sus ideas. Centrada en la creacin de sentidos, la enseanza de la literatura argentina permite a las nuevas generaciones pensar respecto al mundo en el que viven y tambin brinda acceso a formas discursivas ms complejas. As pues, considero que la importancia de su enseanza es muy valiosa dado a que a veces percibe cosas que no estn dichas en la historia y son vivencias de las cuales estn hechos los textos.
Marco terico
Es muy pertinente lo que plantea Bombini: Qu se lee?1 Esta pregunta puede referirse a si se leen metforas, sintaxis, argumentos, mensajes o tema, y, por otro lado, este interrogante habla del sentido que se le otorga a lo ledo, por ejemplo, un sentido social, poltico, mtico, filosfico o ningn sentido ms
Gustavo Bombini. La trama de los textos. Editorial Lugar. Buenos Aires, 2005. Pg. 79.
all de lo escrito. Bombini tambin pregunta: Desde dnde se lee?2 Esto est relacionado con la posicin del lector frente a cierta obra o autor. Es un tem importante porque esto marcar cmo se va a juzgar, evaluar, pensar, problematizar e interpretar un texto. Nadie puede negar el efecto de la literatura en la creacin de los sentidos, la imaginacin de mundos pasados, presentes y posibles. Es decir, es una herramienta que, muchas veces, nos permite entendernos a nosotros mismos como humanos.
Objetivos
Que los alumnos puedan: Interpretar y contextualizar las obras literarias propuestas. Participar con una actitud comprometida y crtica. Reconocer algunos autores contemporneos de Argentina. La literatura no es solo la antigua o medieval.
Evaluacin
Se evaluarn todas las actividades durante todas las clases. Esto incluye la participacin en clase y la realizacin de las tareas escritas en el aula y en la casa. Por otro lado, en la ltima clase se realizar un trabajo prctico integrador.
Secuencia didctica
Mortal ciudad
"La ciudad es un tmpano del cual las nueve dcimas partes
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estn escondidas. Y la parte visible es diferente para cada viajero...". Eduardo Abel Gimnez. Quiramir: Seguramente existen varias formas de entrar, varias puertas de acceso. Yo solamente conozco una, la puerta por la que entr hace ya varios aos. La eleccin fue casual o causal, no lo s; cuando llegu a los bordes de la muralla descubr la puerta en ella, una pesada y gigantesca puerta de madera con refuerzos de bronce. La sombra de las murallas se extenda tras de m muchos cientos de metros, hasta las rocas y los primeros vestigios del desierto. Tuve que golpear la puerta varias veces, durante muchos das. El sonido no llegaba fcilmente al interior de la Ciudad o, si llegaba, en el mejor de los casos, se perda o confunda con los sonidos cotidianos, los ruidos de las calles, los mugidos de los animales o la msica misma de la Ciudad. Por ello, luego supe, son pocos los extranjeros que acceden a la Ciudad. Menos an los que logran entrar, atravesando los muros de piedra que la enmarcan y que, en cierta medida, le dan ese preciado aire de misterio que generacin tras generacin ha embelesado nuestros odos en las reuniones junto al fuego. Muchas son las historias de la Ciudad, muchas son las que se cuentan, las que se tejen y destejen una y otra vez, todas igualmente vlidas, reales y ficticias, depende del narrador o del oyente o de ambos a la vez. Tambin son muchos los narradores y los oyentes, por lo que se hace difcil en ocasiones determinar el grado de verismo o falsedad que hay en cada aseveracin. Tambin son muchos los lugares en donde se ubica, en esos interminables concilibulos junto al fuego, a la Ciudad. Por ello es que, sin duda alguna, tan pocos viajeros la encuentran. Algunos la sealan como el Centro del Mundo, materializado en los blancos minaretes; ortos, en medio de impenetrables selvas vrgenes, en lugares confusos e insospechados; muchos (los menos), en un vuelo de apasionada filosofa pretenden convencer a los oyentes de que la Ciudad es el ncleo del Universo; algunos pocos (menos que los anteriores), la sealan, sin especificar qu clase de vida, como el punto de partida y de llegada de la vida, y por lo mismo no se ocupan demasiado en buscarla: tarde o temprano llegarn a ella por la puerta grande. Tambin existen otros supongo que como yo la encuentran en medio de un desierto de sal y arena, erigindose como una montaa blanca a la luz del sol. Muchos otros dudan de su existencia y hasta tratan de desmitificar lo que, evidentemente, ellos mismos mistifican.
Con tantas posturas y variantes se hace difcil buscar la Ciudad. Yo mismo, que errante y vagabundo la ansi durante aos, sondola a cada instante de las formas ms dispares, la descubr porque s cuando ya abandonaba toda esperanza y me entregaba al candente desierto de sal y arena en el que me haba perdido. Sin duda son muchas las historias, tantas como aventureros, narradores y oyentes hay por all, tantas como la imaginacin pueda elaborar. Como son todas igualmente ciertas y ficticias (he odo decir por all que algunos la encontraron buscando la causa primera, otros que buscndose a s mismos) no puedo asegurar qu rama primera en mi historia, en mi particular visin de la historia de la Ciudad, pero s puedo asegurar que la he hallado, solitaria y blanca, en medio de la planicie salitrosa de un desierto de arena y viento. La primera imagen que tuve al llegar a las murallas (es decir, antes, pues las murallas que rodean a la Ciudad son muy altas e infranqueables y no dejan ver todo lo que la Ciudad es), es la de un gigantesco helado de crema, extraamente rgido ante los continuos y desgastantes embates de los rayos solares. Es cierto tambin que no puede ser vista con detenimiento, pues el brillo excesivo daa los ojos de los no avezados. Lentamente, a travs de sinuosidades en espiral (luego supe que eran las calles de la Ciudad), la vista iba subiendo, subiendo, ascendiendo en esa pirmide de espuma, subiendo hasta una altura difcil de calcular, una altura alucinante sobre la que se alza, majestuoso e imponente, el Torren Mayor, desde el cual, seguramente, se abarca la totalidad de la Ciudad y el vasto panorama del desierto sin lmites que la rodea. Digo seguramente porque nunca, an, he llegado hasta l. En realidad creo que nadie ha podido llegar y, si lo han hecho, no han regresado para contarlo, o regresaron y no saben describirlo. Adems, todo lo que cuento es puramente experiencia personal, por lo que no debe creerse mucho. Junto con la msica, en la Ciudad se escuchan el rumiar o el mugir de los animales que, libremente, se pasean por las calles y plazas. Tambin se escuchan voces humanas o cnticos entre los edificios, y por momentos es tan perfecta la armona reinante que pienso que todo es una gran meloda csmica, desde los mugidos las voces y a las tormentas. La Ciudad es compleja en su arquitectura. Compleja y blanca, sus dos caractersticas principales, saltan a la vista del extranjero cuando llega. De una blancura exquisita, propia de las construcciones que enmarcan al Mediterrneo, de una complejidad total, propia de los laberintos ms arduos de recorrer, ms arduos de comprender. En realidad, tratar de comprender a la Ciudad es como querer descubrir de un plumazo la Causa Eficiente o el porqu del Universo; una utopa en otras palabras. Si algo he aprendido en estos aos de vida en la Ciudad
ha sido justamente que la Ciudad no se comprende, no solamente por su complejidad, sino tambin porque es literalmente incomprensible: la Ciudad simplemente es, nada ms. Es, como muchos quisieron probar en su momento, existencia pura y, al parecer, sin causa primera ni ltima. Es presente, aunque otros muchos se hayan empecinado en hablar de su nebuloso pasado y de su promisorio futuro. Para m, un tanto alejado y ajeno a los vericuetos metafsicos, la Ciudad es lo que es porque s, sin ms explicaciones o dudas extraas. No podra, por lo dems, buscar otra verdad que esa, pues me es imposible hallar algo ms que lo que mis sentidos me dicen. Ellos me muestran el blanco de los muros, la piedra de las callejuelas, la madera de las aberturas. Con ello me basta para comprender lo indispensable de la Ciudad. Su geometra es exasperante; arduamente exasperante. Detrs de cada puerta me dijeron hay una plazoleta con una fuente en su centro. La plazoleta, informe, no reviste complejidad alguna en s misma, pero sirve de antesala a una complejidad creciente, que comienza en cuanto el caminante penetra en alguna de las numerosas callejas que dan a la plazoleta y la fuente. En la fuente hay permanentemente un chorrito de agua que sube, vertical, y cae en forma de lluvia. En ella pueden beber los hombres y los animales. Las mujeres, a las que he visto en poca cantidad, no tienen acceso a las fuentes y solamente pueden beber de los cntaros que llevan algunos hombres. No s por qu esto es as, pero es una de las realidades de la Ciudad, a las que el recin llegado se ve confrontado: los estamentos sociales, las castas, las clases dentro de la Ciudad, son tan complejas y tan rgidas o fluctuantes como la Ciudad misma. Un "desorden organizado" al decir de un caminante al que encontr, hace algunos aos, mientras beba de una fuente para refrescarme. Al tiempo de haber ingresado a la Ciudad descubr, por suerte, que las fuentes no solamente se ubicaban detrs de las puertas de acceso, como me contaron, sino que tambin haba en otras plazas, pequeas e irregulares como las anteriores, que manchaban cada tanto la fisonoma laberntica y blanca de la Ciudad, como para descansar la vista y el cuerpo despus de los arduos caminos por los que se vagabundeaba. Muchos de los que llegan a la Ciudad lo hacen buscando su centro: el Torren Mayor. Dicen que all est todo lo que se busca, todo lo que cada uno desea, todas las cosas y todas las imgenes del Universo. Dicen tambin que all est el nacimiento y la muerte, el bien y el mal, el blanco y el negro, y as sucesivamente, todos los antagonismos, todos los opuestos posibles, que significan, en otras palabras, todas las coincidencias, fusionadas en una gran sntesis. (Despus de todo, tal vez no estn tan errados aquellos que en las noches de fro junto al fuego relatan que la Ciudad es el principio y fin de todas las cosas).
Digo esto con dudas, puesto que nunca he llegado al Torren Mayor, y ni tan siquiera a sus cercanas. A pesar de llevar varios aos en la Ciudad, en continua bsqueda del centro luminoso y refulgente en donde se halla hoy que en verdad eso el Torren, no he podido an alcanzarlo. Sin duda las callejas constituyen por su nmero y configuracin un laberinto blanco, por el que se deslizan, presurosos o lentos, los habitantes y animales de la Ciudad, en su eterna peregrinacin hacia el centro. No s de nadie que haya llegado a . Y si alguno lo ha logrado, seguramente no ha vuelto: cuentan por all que las delicias que se brindan en el Torren Mayor son tantas que el visitante enloquece de improviso e irremediablemente, y que luego es devuelto a la Ciudad en ese estado de euforia y resignada concentracin que los caracteriza. No s si esto es verdad, puesto que cuando paro a alguno de estos curiosos personajes que no abundan no sale de su mutismo y, si lo hace, es para tararear canciones incomprensibles para el odo humano. Queda, pues, la duda en pi. Muchos otros no saben por qu han ido a la Ciudad. Algunos balbucean que "fueron atrados por el poder mgico de las murallas", otros que encontraron "la puerta abierta" y que por ello entraron. Tan cierto y tan falso lo uno como lo otro, yo tampoco s a ciencia cierta por qu busqu la Ciudad durante aos. Ya hora que estoy en ella, dentro del damero laberntico de sus calles, comprendo que no puedo salir. Solamente tengo la posibilidad, remota, vana, de llegar hasta el Torren Mayor algn da y ver desde all la forma o el camino ms corto para huir, pero si, como dicen por all, enloquezco de gozo y satisfaccin antes, seguramente pasar a engrosar las filas de esculidos alucinados por el resto de mis das. Decir que la Ciudad es un laberinto, que es blanca, que es infinitamente grande como el Universo o infinitamente pequea como un tomo es tan cierto como falso. La Ciudad, como todas las contradicciones latentes que posee, es para cada individuo de una forma particular, es lo que cada uno quiere ver en ella. No s cmo ocurre esto, pero he advertido que cuando, por ejemplo, quiero llevar a alguien a beber en una de las fuentes, huye despavorido entre las callejas gritando que he querido romperle la cabeza contra un muro. Seguramente esto es cierto, porque yo mismo he visto a algunos que beben que hacen como que beben de muros y pasillos, donde con toda seguridad no existe fuente alguna. Es por lo tanto una Ciudad subjetiva: cada uno ve lo que desea, totalmente al margen de lo que ve el otro. Tal vez por ello sea tan difcil llegar al Torren Mayor a travs de las indicaciones de los dems: cada uno lo ve en distintos lugares, en distintos puntos de la Ciudad al mismo tiempo. Y tal vez por lo mismo es que se han visto varias puertas de acceso, aunque no s con seguridad si el extrao poder alucinatorio de la Ciudad llega al
exterior de sus murallas. Tampoco s si la Ciudad comienza recin all o si en realidad es infinita como dicen y todos estamos, de alguna u otra manera, inmersos en ella. Cuando tengo hambre basta con que desee hallar alguna fonda y, luego, con que encuentre previamente deseadas tambin algunas rupias entre mis ropas. De esta sutil y rpida manera logro saciar mis necesidades primarias. Con las mujeres no es tan fcil, porque se deben desear muchos pequeos detalles, desde las uas de los pies hasta el largo y color del cabello. He descubierto que los a priori que cada uno de nosotros tiene, que los conceptos, no tienen razn de ser en la Ciudad: si el deseo de uno no es precisado con exactitud, se corre el serio riesgo de engendrar aunque momentneamente alimentos incomibles o monstruosos seres de sexo femenino que nos persiguen por las callejas, hasta que el deseo de que desaparezcan es superior al apetito sexual. Conviene siempre para estos casos desear rpidamente otra cosa, poner la mente en blanco o, lo que tal vez es ms fcil y lucrativo, desear siempre la misma mujer y los mismos alimentos: con el correr del tiempo de los aos se har tan perfecta la imagen que de ellos tengamos que no ser problema desearlos en cualquier momento y lugar. Como deca, es peligroso desear las cosas solamente a travs de conceptos, como si fueran abstracciones. La palabra "comida" o la palabra "mujer", si bien para m tienen un significado relativamente preciso, con claras connotaciones, para la Ciudad puede significar muchas otras cosas, que difieren substancialmente de mis pensamientos. A pesar de todo, esto no deja de tener cierto gusto artesanal por parte de m, ya que con toda meticulosidad y precisin debo pensar qu es lo que realmente deseo en el momento justo. A veces me pierdo entre las callejas todas iguales en su estructura, todas turbadoramente iguales y vago observando la mole sempiternamente blanca del Torren Mayor, que entonces hace las veces de imn y de oasis para los que, como yo, no encuentran el significado de su vagabundear por la Ciudad. Al mirarlo desde diferentes ngulos pierdo en ocasiones el sentido real de la distancia, y no s entonces si me acerco o si me alejo. Permanece como un turbador espejismo, siempre en el horizonte y arriba, casi por sobre la Ciudad, a metros o a kilmetros de distancia. (Por lo dems nunca he distinguido con precisin su en mis caminatas, a lo largo de todos estos aos, ha aumentado o disminuido su tamao). Creo en ocasiones, cuando la claustrofobia me acecha interiormente, que el Torren Mayor es una especie de Meca de Nuestros Sueos Mortales, una especie de Ideal Supremo al que todos queremos llegar pero donde con toda seguridad nunca pondremos pi. Y este pensamiento, como todas las cosas de la Ciudad, es tan cierto y tan falso que no puede tener ms valor
que para m. Caminar por la Ciudad es recorrer callejas empedradas a las que se asoman ventanas y plantas en macetas de tanto en tanto. Es recorrer los vericuetos de paredes blancas, arribar a fuentes de vez en cuando, descubrir otras personas, ms de vez en cuando an. Fundamentalmente, la Ciudad, adems de otras muchas cosas, inevitables y turbadoramente subjetivas, es camino, es recorrido, es tiempo: la Ciudad va cobrando sentido en la medida en que el observador la transita por sus torturadas callejuelas, por sus plazoletas, por sus fondas y fuentes. Yo, que hace aos que vago por la Ciudad, poco a poco creo descubrir un sentido oculto, algo subyacente al devenir continuo del tiempo. La Ciudad tambin es como un inmenso espejo, que refleja nuestros pensamientos ms profundos y contradictorios; tal vez por ello sus callejas tortuosas, tal vez por eso lo estpido y laberntico de su conformacin. Existen en ella las cosas ms inverosmiles y las ms naturales; todo en un gran y difuso manchn de intrincadas callejuelas, algunas que llevan a ninguna parte (muros de piedra), otras que conducen seguramente al infinito (durante meses segu una de ellas, pero temiendo no poder regresar jams si continuaba en mi utpica pesquisa, volv sobre mis pasos; an no s con certeza si he retornado, pues los paisajes de la Ciudad son cambiantes como los sueos, y el camino por el que regresaba era diferente del anterior). "Nadie se baa dos veces en el mismo ro", nunca se puede pasar en la Ciudad por el mismo lugar: todo cambia. Slo se mantiene obsesivamente constante el blanco de los muros y minaretes, el blanco pursimo del Torren Mayor. En ocasiones creo entrever un sentido, algo misteriosamente oculto a los ojos de los dems y que se me insina provocativamente a m, solamente a m. Es como la msica que se escucha de tanto en tanto por all, y que sin embargo nunca alcanzo: siempre permanece un poco ms all, como a la misma distancia. Creo que la msica es la arquitectura misma de la Ciudad que se ha diluido en violines y chirridos, truenos y percusin. Es la voz de la Ciudad. Cuando a veces me pongo a pensar (no siempre se puede en la Ciudad) creo que ella es en realidad el reflejo vivo de nuestros sueos, que misteriosamente se materializan entre sus callejas. Creo que es la ruptura del lmite entre los reales y lo imaginario para ser una sola cosa, ambas a la vez, coexistiendo fusionadas en un nico y portentoso organismo: la Ciudad. Creo que a pesar de estar confinada entre murallas, internamente no posee lmites, y que por lo tanto es tan vasta y tan pequea como el Universo. Creo que la Ciudad es la suma de todas las perspectivas posibles, de todos los objetos vistos desde sus ms variados ngulos, pero percibidos solamente a travs de un ojo nico: el del caminante que recorre ao tras ao las callejuelas de la Ciudad. (Esto es
imposible, pero en la aceptacin de esa imposibilidad radica curiosamente lo real y trascendental de la Ciudad). Creo que, de alguna manera, todos estamos en ella inmersos. T, Lector, t tambin ests aqu, lo quieras o no. Y si, como yo, te preguntas algn da cmo salir de aqu, cmo escapar al torturado damero de intrincadas callejuelas blancas por el que quemamos nuestras vidas, te podra decir que slo llegando al Torren Mayor; pero tambin te dira, en caso de que pretendas llegar a l, que yo lo deseo desde hace aos y que no he podido alcanzarlo, y tambin te dira que intuyo otros Torreones Mayores, tantos como Ciudades o esperanzas existan. Creo finalmente, Lector, que la Ciudad es muchas cosas, ms de lo que mi imaginacin pueda elaborar, todas igualmente vlidas, reales y ficticias, y que tambin, de tanto ser cosas, es ninguna. Pero a pesar de ello, si persistes en tu intento, yo te acompao. No pierdo la esperanza de arribar algn da al Torren Mayor, y comprender entonces, de una vez y para siempre, la vastedad sin lmites de la Ciudad.
Consignas
1. Elaborar un campo semntico que incluya cmo el autor impregna la ciudad de misterio. 2. Dnde estaba el protagonista inicialmente y dnde finalmente? 3. Por qu crees que el escritor opt por usar el tipo de narrador protagonista en primera persona? 4. Describir los aspectos fsicos y estables de la ciudad. 5. Segn tu opinin, qu es la ciudad? Fundamentar. . Juan Jacobo Bajarla, Ms que la luz de las estrellas, 1970
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quedaba, en cuya mueca poda verse un pequesimo receptor de microcircuitos. - Oyes algo? - pregunt la madre. Cuando Ddalus quiso contestar, un meteorito, al chocar contra la madre, le cercen la cabeza que qued, sin embargo, en rbita sobre la elipse a pocos metros de l. Quiso gritar. La voz se le coagul en la garganta, mientras su mano derecha segua aferrada a la otra mano de la madre decapitada. Minutos despus, un segundo meteorito se llev todo el cuerpo. Desapareci totalmente como si se hubiera fusionado con una masa incandescente diluida, a su vez, en el espacio. Ddalus qued confuso, lleno de signos vacos. Ahora estaba solo mientas la cabeza de su madre le segua como un satlite en la elipse. En la escuela le haban enseado a enfrentar situaciones y a no llorar. Pero sinti una angustia que no pudo reprimir. Y ya era tarde para lamentarse. Los meteoritos que cruzaban el espacio, tambin podran mutilarlo o cercenarle la cabeza como a su madre. De pronto observ a lo lejos cierta estrella plida, cruzada por una recta. Pero a medida que avanzaba vio que la recta se converta en un anillo luminoso en cuyo interior giraba la supuesta estrella. Despus pudo ver con ms claridad y crey contar hasta diez lunas. Record algunos de sus nombres: Themis, Tetis, Titn, Hiperin. Ahora todo estaba claro. No era una estrella. Era Saturno hacia donde lo llevaba la elipse! Sus conocimientos del planeta no eran profundos. Recordaba, sin embargo, que el da en Saturno (incluida la noche) era de diez horas, y que el planeta estaba cerca de 85 minutos-luz del Sol, razn por la cual se necesitaban doce aos para circunvolarlo. En ese momento se llev el receptor al odo. Oy por extraas voces de tono apagado que pugnaban por expresarse. Eran los saturninos. Pero su receptor era completo. Oprimi la llave de control que conectaba el microcircuito de la versin idiomtica y pudo entender que los saturninos estaban espantados. Que su proximidad en el cielo de Saturno era interpretada como signo de mal agero. Uno de esos habitantes deca que se trataba de un daimn, un espritu del mal. Otro aseguraba que era una seal que presagiaba el fin del mundo. (No nos olvidemos que ellos hablaban de su planeta.) De todas esas voces aplastadas, slo una dijo que era necesario esperar el saturnizaje. "Si es como ustedes dicen -agreg-, lo mataremos. Si no, lo dejaremos en libertad". Ddalus sigui impasible. Le interesaba saber de qu manera saturnizara. La cabeza de su madre permaneca en rbita junto a l. Mientras pensaba as, se ajust el cinturn de propulsin. Ya estaba a veinte mil metros de Saturno, y caa vertiginosamente. Si le fallaba el cinturn se hara aicos sobre la escarcha del planeta. Pero el cinturn funcion cuando ya se hallaban a dos mil metros. Ddalus comenz a descender lentamente, precedido por la cabeza de su madre.
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Abajo, ciertos seres esferoides, erguidos sobre dos pequeas extremidades, tambin circulares, esperaban su presencia. Ya en la superficie, un tanto asfixiante, pudo observarlos mejor. Sus extremidades eran cortas. Sus ojos, diminutos, pero no alargados como los suyos, sino redondos, con dos anillos en derredor de los mismos, que crecan a modo de cejas circulares. Sus vientres eran amplsimos, sobre marcados por dos anillos cartilaginosos (esto es lo que crey). Los dedos eran esferoides y rugosos. Calzaban zapatos esfricos. Todos estaban desnudos a pesar de la baja temperatura, cubiertos con pieles que slo les cubran los hombros. Las mujeres llevaban aros en forma de media luna, que se repetan en los dijes de sus pulseras. Cuando Ddalus pis la superficie de Saturno, crey hallarse ante una "civilizacin india", pero no primitiva, con edificios circulares que se extendan tambin en los pisos circulares. Uno de esos seres que esperaban su descenso, se le acerc entonces tratando no pisar la cabeza de la madre que le haba precedido. Le habl lentamente, con voz aplastada. Para entenderlo mejor, Ddalus extrajo de su bolsillo una pequea antena que conect al receptorpulsera que llevaba, y puso en funcionamiento el microcircuito de la versin idiomtica. El saturnino fue breve. Le dijo con voz pausada que se lo consideraba un espritu del mal. Ddalus respondi, pero como el saturnino no lo entendiera, le acerc el receptor. Entonces, lleno de asombro, ste pudo entender su extrao lenguaje. Los que contemplaban la escena quedaron paralizados. Comprendieron que ese aparato diminuto era capaz de traducir cualquier especie de sonido, y que el recin llegado era realmente un daimn. Ddalus repiti su explicacin. Dijo que era el nico sobreviviente de la cosmonave que se haba salvado en la guerra interplanetaria. Que su padre y un hermano haban perecido, posiblemente, en el mar Cimmerium, y que su madre era esa cabeza ensangrentada que yaca a su lado y lo haba acompaado en la rbita espacial. El saturnino transmiti a los dems el discurso de Ddalus. Hubo un murmullo. Movieron las cabezas circularmente en seal dubitativa, y se reunieron en crculo para deliberar. El que haba hablado con Ddalus, que era el jefe, qued en el centro. Diez minutos despus rompi el crculo, devolvi el receptor y se expres en estos trminos: - Eres de una raza monstruosa. En tu cuerpo gemina la semilla de la destruccin. Si te dejamos con vida, Saturno podra ser otro de los planetas donde crecera la discordia, como ya sucedi cuando el hombre, segn lo llamas t, pis los otros mundos. Por eso, despus de deliberar, se ha resuelto que debes morir. Vamos a extraerte el cerebro, para pulverizarlo y evitar de esta manera que ni an tus cenizas, ms terribles que los rayos csmicos, puedan daarnos algn da. Ddalus explic que era un nio y que llevaba el germen de la juventud. Les dijo que poda trasmitirles la sabidura del hombre y la felicidad. Pero los saturninos, inconmovibles, interpretaron que estas palabras ya haban
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comenzado a corromperlos. Entonces, para evitar la tentacin, hicieron sonar una trompeta y todos se arrodillaron. Era la seal de la muerte. El verdugo se adelant con una mquina circular, a modo de yelmo, que puso en la cabeza de Ddalus, y antes de cubrirle el rostro, murmur: - No sentirs nada. Dentro de un instante tu cerebro ser arrastrado por el polvillo csmico, hecho polvo tambin como lo fue en el origen cuando el fuego retrajo sus llamas. El verdugo accion una palanca, y Ddalus se convirti en polvo. Pero antes de que esto sucediera, alcanz a ver la cabeza sangrante, pero an con vida, de su madre en cuyos ojos advirti, por primera vez, dos lgrimas que brillaban con ms intensidad que la luz de las estrellas.
Consignas
1. 2. 3. 4. 5. Qu tipo de cuento es? Fundamentar. Cul es la crtica que hace el autor a la sociedad humana? Dnde suceden las acciones? Cul es la caracterstica repetitiva en los habitantes de Saturno? Escribir un final diferente para el cuento: qu hubiera pasado de Ddalus era aceptado en Saturno?
Un da despus
Mir una vez ms la foto: un rostro juvenil, de ojos grandes, labios sensuales y pelo agresivamente negro. Era una belleza insolente, a mitad de camino entre la inocencia y la perversidad. Se llama Mercedes Gasset y va a estar en el hotel Los Faraones, el sbado, al medioda. Asent con un movimiento de cabeza. Me entregaron el cincuenta por ciento de lo pactado y el pasaje de ida y vuelta. Dijeron que confiaban en mi, que el resto lo recibira al final del trabajo. Asent otra vez y pregunt si haban pensado en un sitio en especial. Uno de ellos dijo que la Cueva de los Verdes podra ser el lugar adecuado y agreg que no me costara mucho llevarla hasta ah. Realmente me tenan confianza. Supe que era hora de despedirse. En un par de das tendra que volar a Lanzarote para encontrarme con Mercedes Gasset. El vuelo fue tranquilo, deb soportar un compaero de asiento que haba
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resuelto mitigar su soledad, o el miedo a las alturas, contndome el encanto de las Islas Canarias. Le conced un par de aprobaciones y simul un sueo reparador. No me interesaban las islas y jams haba estado en Lanzarote, slo tena una vaga referencia por un cuento, o cierto captulo de novela, en donde un hombre se encontraba con una mujer joven, para disfrutar del fin de semana. Tambin yo iba a encontrarme con una mujer joven, pero no iba a disfrutar del fin de semana; iba a matarla. La vi en el lobby del hotel. Se paseaba de un lado a otro, indecisa; aunque no pareca buscar a nadie. Finalmente se acerc a la barra y pidi un vaso de leche fra. El azabache de su pelo resultaba ms inquietante que en la fotografa. No es el mejor modo de combatir la ansiedad dije. Me mir; sonri levemente. Quin le ha dicho que estoy ansiosa? No hay ms que verte. Psiclogo? Curioso. Habamos roto las barreras. Dijo que se llamaba Patricia; por alguna razn ocultaba su nombre, deba cuidarme. Dijo que era madrilea. Uruguayo ment. Establecidas las reglas del juego, entretuvimos la tarde hablando tonteras. Si me prometes cambiar la leche por un Rioja digno de nosotros, esta noche cenamos juntos. Y si no? pregunt. Nos encontraramos para el caf. Ya no tengo ansiedad dijo y volvi a sonrer. A las nueve, aqu mismo. La vi marcharse. Esa muchacha me gustaba ms de la cuenta; mi oficio prohbe ese tipo de gustos. Pens que un whisky doble expulsara el mal sentimiento, lo beb de un trago, pero la muchacha me segua gustando. Mir la hora, faltaban unos minutos para las siete. Acaso dormir ayudara. Ped la llave de mi habitacin y orden que me llamaran a las ocho y media. Fue puntual, virtud infrecuente en las mujeres jvenes y bonitas. Caminaba con estudiada despreocupacin, usaba un vestido de tela liviana que le acentuaba las formas. Tuve la fantasa de que algunas horas despus se lo iba a quitar. Magnfica dije por todo saludo y llam al barman. Dijo que no iba a beber. Le record la promesa; agreg que slo bebera vino, durante la comida. Pareca una nia obediente; fuimos hacia la mesa. Elegimos una exquisita carne de ternera, rociada con salsa de championes y acompaada de arroz blanco. Supe que en la bodega del hotel haba Vega Sicilia y no vacil: iba a ser su ltima cena; mereca el mejor de los vinos. Lo gozamos hasta la ltima gota y sirvi para recrear nuestras mentiras. Dijo que estaba en la isla con el propsito de recoger material para un futuro trabajo acerca de la identidad canaria. Quiso saber de m. Me invent una profesin liberal y un desengao amoroso, dije que no quera hablar ni de una cosa ni de la otra. A la hora del caf y el coac, le confes que me gustaba ms de la cuenta y por primera vez, a lo largo de la noche, estaba diciendo la verdad. Decidimos que fuese en mi cuarto. Estbamos de pie, junto a la cama y slo
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nos iluminaba la luna; se oa el ruido del mar, pero ni la luna ni el mar me importaron: toda mi atencin estaba en ese cuerpo magnfico, sin una sola mentira. La comenc a desnudar, con la devocin que se pone en los grandes ritos. Me detuve en sus pechos, pequeos y armoniosos, y los bes lentamente; un imperceptible quejido y el minsculo vibrar de su piel me hicieron comprender que no haba errado el camino. Ah me qued. Busc mi sexo y al rato estbamos desnudos sobre la cama. Cada vez me gustaba ms y ella se encargaba de fomentarlo: se acost sobre m y me cubri con una ternura indescriptible, hasta que lleg el momento de las palabras entrecortadas y los pequeos gritos. Era una pena quitar al mundo a una muchacha as; la abrac casi con cario. Se qued dormida de inmediato. Estuve mucho tiempo mirando el techo y pensando en esas desarmonas, ajenas a uno, que lamentablemente no tienen arreglo. Record a De Quincey: "Si alguien empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del da del Seor, y acaba por faltar a la buena educacin y por dejar las cosas para el da siguiente". Un par de horas ms tarde ella abri los ojos y me dijo algunas cosas que ahora prefiero olvidar. Le pregunt si conoca la Cueva de los Verdes y le propuse una excursin a la maana siguiente. Dijo que s. No saba que estaba firmando su sentencia de muerte. Un simple estuche de mquina fotogrfica fue el refugio ideal para la Beretta 7,65, con silenciador incluido. Tom un caf sin azcar, de camino a la cueva de los verdes. Habamos decidido encontrarnos ah a las diez de la maana. La descubr mezclada con un contingente turstico. Seguimos al gua y nos enteramos de que estbamos ingresando en una cueva que, trescientos aos atrs, haba construido la lava volcnica. Era un tnel que se prolongaba por kilmetros y kilmetros y del que apenas se haban explorado algunos miles de metros. Alguna vez fue refugio de los guanches dijo a media voz. Los guanches? Los primeros habitantes de la isla complet. "Y ahora ser tu tumba", pens, con dolor. Consegu que cerrsemos la marcha de los entusiasmados turistas y as anduvimos entre las tinieblas. Algunos temas de Pink Floyd y unas pocas luces de colores, astutamente distribuidas, le daban el toque fantasmagrico que el sitio precisaba. Los hijos de puta de mis clientes haban sabido elegir el lugar: un cadver podra permanecer ah por largo tiempo, hasta que el mal olor de su putrefaccin lo delatase. Pens que ese cadver iba a ser el de Mercedes y sent un ligero malestar. Decid terminar el trabajo de una vez por todas y me detuve, con la excusa de ver algo. El contingente sigui su marcha, ignorndonos. Abr el estuche fotogrfico. Aqu no se pueden sacar fotos brome. No pienso sacar fotos dije. La Beretta en mi mano obvi cualquier otro comentario. No entiendo dijo y haba sorpresa en su espanto. No es necesario que entiendas dije. Hay un error dijo, casi suplicante. Tiene que haber un error. Dije que en estos casos nunca hay errores y apret el gatillo. Se oy un
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sonido corto y seco. Mercedes intent decir algo, pero todo qued reducido a un gesto de dolor y desconcierto. En mitad de su frente, casi a la altura de sus cejas, comenz a bajar un hilo de sangre. Di un paso atrs y vi cmo su bello cuerpo se derrumbaba para siempre. Con ternura la llev hasta el rincn ms escondido de la cueva y la cubr con cenizas de lava. Me sacud las manos y la ropa, comprob que no haba seales delatoras y camin rpido hacia donde estaba el contingente. Haban pasado menos de diez minutos. Nadie repar en su ausencia: estaban encantados jugando con el eco, una de las maravillas de esa cueva de la muerte. Los pasos siguientes seran de pura rutina: deba desprenderme del arma y de la documentacin fraguada. En Barcelona tendra tiempo de afeitar mi barba tirar a la basura los anteojos de falso documento. Entr en el hotel pensando en una ducha fra. Iba a pedir la llave de mi cuarto, cuando una voz femenina, sus palabras, me enmudecieron. Me llamo Mercedes Gasset o. Hay una reserva a mi nombre. Tena que haber llegado ayer. Gir la cabeza y la vi. Ojos grandes, labios sensuales y pelo agresivamente negro: era mi vctima, la real, que llegaba con un da de atraso. Pidi un whisky. Pens en Patricia, sola en la Cueva de los Verdes, cubierta de ceniza de lava; sent un odio feroz por esta impostora e imagin para ella un final innoble e inmediato. Diga lo que diga De Quincey, no hay que dejar las cosas para el da siguiente. Me acerqu y le dije que se no era el mejor modo de combatir la ansiedad. Sonri.
Consignas
1. 2. 3. 4. 5. Explicar la presencia del tiempo cclico en el cuento. Dnde se desarrollan los hechos? Quin era Patricia? Menta? Describir la personalidad del asesino. Escribir un final diferente para el cuento: qu hubiera pasado si el asesino se enamoraba de Patricia?
Borges, La intrusa, 1970 La intrusa 2 Reyes, I, 26 Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristin, el mayor, que falleci de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Morn. Lo cierto es que alguien la oy de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repiti a Santiago Dabove, por quien la supe. Aos despus, volvieron a contrmela en Turdera, donde haba acontecido. La segunda versin, algo ms prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo
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ahora porque en ella se cifra, si no me engao, un breve y trgico cristal de la ndole de los orilleros antiguos. Lo har con probidad, pero ya preveo que ceder a la tentacin literaria de acentuar o agregar algn pormenor. En Turdera los llamaban los Nilsen. El prroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres gticos; en las ltimas pginas entrevi nombres y fechas manuscritas. Era el nico libro que haba en la casa. La azarosa crnica de los Nilsen, perdida como todo se perder. El casern, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zagun se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo dems, entraron ah; los Nilsen defendan su soledad. En las habitaciones desmanteladas dorman en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hoja corta, el atuendo rumboso de los sbados y el alcohol pendenciero. S que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oiran hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los tema a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la polica. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llev la peor parte, lo cual, segn los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahres. Tenan fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvan generosos. De sus deudos nada se sabe ni de dnde vinieron. Eran dueos de una carreta y una yunta de bueyes. Fsicamente diferan del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Malquistarse con uno era contar con dos enemigos. Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos haban sido hasta entonces de zagun o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristin llev a vivir con l a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba as una sirvienta, pero no es menos cierto que la colm de horrendas baratijas y que la luca en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todava, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados; bastaba que alguien la mirara para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida. Eduardo los acompaaba al principio. Despus emprendi un viaje a Arrecifes por no s qu negocio; a su vuelta llev a la casa una muchacha, que haba levantado por el camino, y a los pocos das la ech. Se hizo ms hosco; se emborrachaba solo en el almacn y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristin. El barrio, que tal vez lo supo antes que l, previ con alevosa alegra la rivalidad latente de los hermanos. Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristin atado al palenque. En el patio, el mayor estaba esperndolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y vena con el mate en la mano. Cristin le dijo a Eduardo: Yo me voy a una farra en lo de Faras. Ah la tens a la Juliana; si la quers, usala. El tono era entre mandn y cordial. Eduardo se qued un tiempo mirndolo; no saba qu hacer. Cristin se levant, se despidi de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, mont a caballo y se fue al trote, sin apuro. Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabr los pormenores de esa srdida unin, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no poda durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban, razones para no estar de acuerdo. Discutan la venta de unos cueros, pero lo que discutan era otra cosa. Cristin sola alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celndose. En el duro suburbio, un hombre no deca, ni se deca, que una mujer pudiera importarle, ms all del deseo y la posesin, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algn modo, los humillaba.
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Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruz con Juan Iberra, que lo felicit por ese primor que se haba agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injuri. Nadie, delante de l, iba a hacer burla de Cristin. La mujer atenda a los dos con sumisin bestial; pero no poda ocultar alguna preferencia por el menor, que no haba rechazado la participacin, pero que no la haba dispuesto. Un da, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ah, porque tenan que hablar. Ella esperaba un dilogo largo y se acost a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tena, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le haba dejado su madre. Sin explicar nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Haba llovido; los caminos estaban muy pesados y seran las tres de la maana cuando llegaron a Morn. Ah la vendieron a la patrona del prostbulo. El trato ya estaba hecho; Cristin cobr la suma y la dividi despus con el otro. En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraa (que tambin era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solan incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de ao el menor dijo que tena que hacer en la Capital. Cristin se fue a Morn; en el palenque de la casa que sabemos reconoci al overo de Eduardo. Entr; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristin le dijo: De seguir as, los vamos a cansar a los pingos. Ms vale que la tengamos a mano. Habl con la patrona, sac unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristin; Eduardo espole al overo para no verlos. Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solucin haba fracasado; los dos haban cedido a la tentacin de hacer trampa. Can andaba por ah, pero el cario entre los Nilsen era muy grande quin sabe qu rigores y qu peligros haban compartido! y prefirieron desahogar su exasperacin con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que haba trado la discordia. El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volva del almacn, vio que Cristin unca los bueyes. Cristin le dijo: Ven; tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo. Ya los cargu; aprovechemos la fresca. El comercio del Pardo quedaba, creo, ms al sur; tomaron por el Camino de las Tropas; despus, por un desvo. El campo iba agrandndose con la noche. Orillaron un pajonal; Cristin tir el cigarro que haba encendido y dijo sin apuro: A trabajar, hermano. Despus nos ayudarn los caranchos. Hoy la mat. Que se quede aqu con sus pilchas. Ya no har ms perjuicios. Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vnculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligacin de olvidarla.
Consignas
1. Explicar la siguiente frase: el atuendo rumboso de los sbados y el alcohol pendenciero. Qu figura retrica se utiliza? 2. Por qu mataron a Juliana? 3. Quin de los dos la am ms? 4. A quin amaba ms Cristian, a su hermano o a Juliana? Fundamentar. 5. Cul es el trato que se percibe de la mujer en general?
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