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Los Okupas - Final

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los okupas

Vctor Soto Martnez

En la mitad del camino de mi vida me encontr en una selva oscura Y algo peor an: aquella selva era verde. Witold Gombrowicz, Ferdydurke

Un joven okupa va en su bicicleta, pedaleando tranquilamente. Es de madrugada, pero hay carrete, y no es raro que un joven est en la calle a esa hora. El joven llega a una esquina, se detiene. Entonces, por causas que se desconocen, una bomba, que el joven lleva en su mochila, estalla. Del joven slo quedar un cadver desmembrado. Lejos del cuerpo, su cabeza (su rostro) yacer irreconocible. Das despus, la polmica est instalada. Para la opinin pblica el joven no slo es culpable de su trgico destino, sino que lo tiene bien merecido. Y es que se trata de un sujeto peligroso, sospechoso de lanzar bombas molotov a La Moneda en protestas estudiantiles. Entonces, la prensa se empecina en buscar las causas de los efectos, desentraando una lnea de accin, un patrn lgico que una los puntos, que no deje nada sin explicar. Encuentran al movimiento okupa, al anarquismo. Los fiscales se apuran en allanar casas y edificios. Otros jvenes son fichados. Los socilogos aparecen en los medios de comunicacin, hablando sobre la marginalidad suburbana, sobre la alienacin juvenil. Pero todos estos hechos son misteriosos. Quin era ese joven? Cmo era? Por qu llevaba una bomba en la mochila? Quera agredir a un tercero? Y si es as, cmo fue posible que este experto en artefactos explosivos sufriera una detonacin accidental de su propio aparato? Los motivos siempre son difciles de esclarecer. Los motivos son aquello con lo que ms se especula, pero a la larga siempre se llega a meras hiptesis (imposibles de comprobar). Yo creo firmemente que ni siquiera podemos conocer los motivos profundos de las cosas que hacemos nosotros mismos. Eso me pasa con lo que voy a relatar ahora. No puedo decir que mi historia (ensayo autobiogrfico, novela o lo que sea) corresponda con los hechos puros.

Yo tambin fui okupa. Pero mi experiencia tuvo algo de irreal, algo de absurdo, algo de arbitrario. Y podra decir que no se pareci en nada a la experiencia del okupa desmembrado (ahora mismo podra inventar una alegora, podra interpretar un smbolo a partir de ese desmembramiento: ms adelante s que se vern smbolos, no siempre directos, pero por ahora ms vale no perder tiempo en estas cosas). Quiero creer, en todo caso, que ese joven okupa y yo tenemos algn parecido; l, con su pattico radicalismo, con toda su fe en la utopa, y yo con mi pequeez moral, con mis dudas permanentes. Dicho parecido no est oculto en la experiencia de la okupacin -que, como vern, llega a ser un poco balad, un pretexto- sino en esos motivos espurios que desconocemos, y que ahora slo podemos intentar reconstruir.

Advierto desde ya que no escribo desde el atroz conocimiento, desde la plena conciencia, ya que todo mi saber se reduce a unos cuantos eventos que nunca han sido esclarecidos, a mi limitada percepcin de los hechos, a mis propias lgrimas vertidas en un par de segundos por motivos contradictorios. Escribo desde ya- por y a travs de la ignorancia. Quizs poner todo sobre el papel me ayude a juntar las piezas o sacar algo en limpio: Regres a mi pueblo un da de marzo (el ao no nos importa). Sin embargo, este mnimo dato ha sido, tambin, controvertido. Segn Mateo todo se inici una noche de abril. Yo, sin embargo, no puedo quitar de mi memoria el (tal vez, falso) recuerdo de una plcida tarde de marzo, cuando el otoo recin empezaba a cubrir las avenidas del pueblo con su tono rojizo. An nos embargaba levemente el calor del verano, casi a contrapelo. Mateo lucha contra esta interpretacin, pero yo slo puedo entregarme a su inslita verdad. Ya lo estoy viendo: las hojas que caen y el viento suave que inunda el pueblo en una disposicin casi cinematogrfica. Un color revestido de amarillo inunda el aire del lugar. A lo lejos, la bruma se acerca. Pasan los minutos, cae el ocaso, y slo se ven las siluetas de los techos recortados contra el cielo gris. Alguien me habla pero no lo escucho. Digo en voz alta: me encanta la hora de penumbra, pero nadie me responde.

Estamos acostumbrados a los nombres: todo debe tener un nombre y ese nombre debe ser apropiado para la cosa que designamos. Alguien dijo que al nombrar una cosa estamos, en cierta forma, poseyndola. Nombrar sera una forma de apropiacin, acaso la forma ms bsica de propiedad privada. Pero el lenguaje tambin provee un espacio pblico y es, por lo mismo, una cosa dada, una imposicin. Como dice la sabidura popular: somos esclavos de nuestras palabras. Debido a estas y otras espurias razones, que no voy a desarrollar aqu, por mucho tiempo no me atrev a nombrar casi nada; evitaba toda forma de designacin (por sutil que fuera). Poda decir -con evidente disgusto- Ella, Nosotros, La mesa, El mar. Pero dudaba; mis palabras no eran sinceras. Digo esto a propsito de cierta conexin (ridcula, dirn algunos) entre la sinceridad y el lenguaje. Si uno lee los diarios de Kafka, notar una imagen que se repite cada cierto tiempo: el escritor debatindose frente a la pgina escrita, y luego la queja de haber usado las palabras incorrectas, de estar mintiendo. Porque, para Kafka, el escritor deba verse totalmente reflejado en cada palabra que conformara su escritura o de lo contrario se converta en un mentiroso, en un falseador no de los hechos sino de las emociones:
S, si solo se tratara de palabras, si bastara enunciar una palabra para que uno pudiera alejarse con la tranquila conviccin de haberla llenado enteramente de s mismo (28 de diciembre de 1910, Diarios).

La palabra cubrira aqu tica y esttica: la palabra realmente debe ser capaz de describir el mundo, tal como ste se piensa. Pero ah est la gran (e

insalvable) dificultad: como decamos antes, la palabra es una imposicin, el lenguaje est preconfigurado. Las palabras no son una expresin natural del ser humano. Las palabras no fluyen como fluye el agua del ro (de hecho, esta imagen es producto de una construccin social de varios miles de aos). Entonces, de qu verdad hablaba Kafka? Hablaba en serio o era todo una impostacin? Y suponiendo que hablara en serio, quiere decir esto que lo kafkiano no es otra cosa que un esbozo de una idea esquizofrnica, a saber, la idea de que las palabras y las cosas tienen que ir absolutamente unidas? Si nos tomramos en serio estos vericuetos analticos, deberamos detener inmediatamente este relato. Pero es necesario superar esta sensacin de paradoja, y por eso, para avanzar tenemos que nombrar: nombrar es nuestro gran imperativo. Hasta hace una semana yo no me atreva a darle un escenario concreto a mi locura: prefera decir simplemente el pueblo, ellos, la casa. Slo se salvaba Mateo (que no tiene nada de apstol, y por lo tanto, califica como un amigo, no un amigo demasiado cercano, sino uno de esos amigos de caf de centro, con los cuales aprendemos el arte de no entrar en detalles y evitar los puntos sobre las es, haciendo de este mundo un lugar menos insufrible, ms habitable). Poco a poco me fui soltando y empec a recordar, primero pequeos fragmentos que no lograban completar la madeja de hechos que haban tapizado mi vida, y ms tarde fluidamente, la historia de nuestra locura, nuestra locura comn. Ese nombre que se me escapaba y que igualmente me atormentaba era el nombre harto vulgar de Algarrobo. Un nombre desprovisto de todo ulterior significado potico. Un nombre que pasa casi desapercibido entre los nombres de los balnearios chilenos, un balneario de clase media, y por lo mismo, casi inexistente. Ms que inexistente: un lugar donde los adjetivos no pegaban con los sustantivos, un animal visto desde lejos, un animal pintado con un pincel tan fino como el pelo de la cola de un camello. Una heterotopa.

Por supuesto que no cabe aqu, en este animalejo que rompi el jarrn, la mencin de San Alfonso del Mar, un nombre que suena a liturgia y menarquia por partes iguales. Hecha esta aclaracin inicial, podramos desenvolver la madeja, ir tirando color sobre el lienzo expectante (o temeroso?) y acabar de una vez por todas la incertidumbre. La nica conclusin posible es que estoy cansado. Mi cansancio es absolutamente e irremediablemente vital. He llegado a la trabajosa conclusin de que un nombre es slo un nombre; no podemos vernos reflejados en l ms que en cualquier otro. Yo me llamo Vctor Soto, pero esto no es relevante o al menos no debera serlo. Llegu a tercer ao de filosofa y luego congel. He regresado a los estudios de forma intermitente, pero an no me he decidido a volver a las pistas de manera definitiva; tal vez mi tiempo haya pasado. Primero le a Nietzsche en el colegio y decid ser filsofo. Recin entonces me interes en los griegos. Entr a estudiar filosofa con La Repblica bajo el brazo. A esas alturas ya no era catlico, pero me apasionaron las Confesiones de San Agustn, casi tanto como las de Rousseau. Luego me salt impunemente a Santo Toms de Aquino. Le a Kant (que para mis profesores era un dios) con cierto tedio y a tambin le a Hegel (que para mis compaeros era un dios) con cierta repulsin. Un tiempo me hice marxista, pero pronto tend a hacerme marxiano (y luego post-moderno). Los franceses del siglo de las luces no llegaron a entusiasmarme. Le con pasin a la Escuela de Frankfurt y dej de creer en la vida. Por ese tiempo nos ensearon una interpretacin catlica de Heiddegger y de Hannah Arendt. Un da volv a leer a Nietzsche y decid que ya no quera ser filsofo. Le a Foucault y decid pensar que la vida era una locura, pero yo estaba cuerdo y ese conocimiento se me haca insoportable. Recin entonces conoc a los okupas.

La okupacin era una posible va de escape, una entre muchas, pero la nica que implicaba cierta potica no de la decadencia sino de la accin, una potica de la paradoja y de la desmesura. La primera vez que lo pens fue el da en que mi madre coloc un letrero en nuestra antigua casa (vivamos en Via del Mar). El letrero deca en letras blancas sobre un fondo rojo: SE VENDE No es que tenga problemas con la circulacin de los bienes, la transferencia de las propiedades o como quieran llamarlo. Pero an as ese letrero me pona los pelos de punta. Tena algo de definitivo y, por eso mismo, era una invitacin a la tragedia. Vender la casa de la infancia, desechar as como as sus derruidas paredes, sus atroces quejidos, los muertos que yacan bajo sus cimientos? Para m, comprendern, daba lo mismo venderla que regalarla. Y esa prematura nostalgia me hizo concebir una posibilidad desquiciada: y si uno de nosotros no se marchaba? Y si ese simple pedazo de papel que los ingenuos llaman contrato no eliminara el antiguo orden de cosas? Quizs hubiera podido, yo mismo, transformarme en un fantasma, ser el espritu que produca ese desalojo (un desalojo es tambin una okupacin). Pues bien, esta reticencia a regalar la casa, me llev desde un sentido de pertenencia infladsimo al otro extremo: perd toda nocin de propiedad. No ocurri de la noche a la maana, pero as fue. Y despus de hacerme anarquista, bakunista o bakuniano, y jugar con la idea de colonia tolstoyana, not que no me motivaba la idea de desechar la propiedad en un sentido altruista y absoluto. Era

todo lo contrario: era la nostalgia o el anhelo de un tipo de propiedad que habamos perdido, que no exista o que exista slo en nuestro recuerdo. As llegu a conocer a Mateo, al Jota, y a Perec. Tambin las conoc a ellas, que nombro aqu slo de manera reticente: Sabrina y Ana Karina. Y, claro, todo este conocimiento fue tan casual que no vale la pena urdir la trama sutil de los encuentros y desencuentros, de los ataques y las retiradas, ni siquiera narraremos aqu la eterna conversacin que nos fue atando en ideas cada vez ms ilusorias. Tuve la suerte o desdicha de conocerlos en la universidad (aunque no todos estudibamos lo mismo slo Mateo era mi compaero en la Facultad de Filosofa). Tampoco ramos todos de la misma universidad, pero la universidad era el arquetipo o, mejor an, la vieja arcadia que nos reuna y nos distanciaba a la vez. No podra decir quin fue el idelogo, pero un da surgi la idea de realizar una okupacin con todas las de la ley (esto es un decir ya que se trata de una accin ilegal). Analizamos, a fondo, el posible modus operandi: cubrimos desde la embestida violenta hasta la penetracin sutil. Un da nos emborrachamos en una plaza pblica. Despertamos mojados por el roco y con un dolor de cabeza agudo. Creo que yo fui el ms afectado. Sin embargo, ya no quedaba tiempo que perder. La vida, deca Perec, nos estaba amordazando y atando sutilmente, cualquier da podramos transformarnos en oficinistas cansados o en abogados, y sostendramos en el Metro conversaciones sobre la mejora de nuestro status social, y frecuentaramos los happy hours de Providencia o del Golf, y empezaramos a guardar fotos de nuestros hijos en la billetera, y conoceramos el orgullo desmedido de formar una familia y al diablo todos los dems, y seramos sobreprotectores y obligaramos a nuestros hijos a no consumir drogas ni emborracharse, por el amor de Dios. Pero todo esto lo dijo, en realidad, con una sola frase genial (la vida nos est amordazando) y no tuvimos tiempo de decir nada ms porque era demasiado tarde para detenerse en explicaciones y alguien par una micro y llegamos al terminal de buses y tomamos un bus con un destino casi incierto.

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Regres a mi pueblo un da de marzo. Decir mi pueblo es, en cierta forma, inexacto. En realidad, Algarrobo funciona como la proyeccin de un deseo (el smbolo visible de un deseo oculto). Regresar, acaso, a la infancia? Vivirla de nuevo? Dejando de lado estas legtimas interrogantes, lo importante es la substitucin que se haba producido en mi mente. Recordaba los veranos que pas en ese balneario (a los siete, a los ocho, a los quince y a los dieciocho aos) y reemplazaba con ellos los recuerdos ms relevantes- del colegio, la casa de Via, las calles de la ciudad real. Nadie sabe por qu recuerda lo que recuerda. No hay que ser Proust para darse cuenta de esto. Lo cierto es que me atribu una frgil pertenencia a esas playas y a esas casas antiguas, y con el tiempo esta conviccin me llev a borrar la verdadera casa, la casa de Via y con ello toda una identidad caa por el pozo de la indiferencia. Okupamos una casa abandonada, que segn el Jota era propiedad municipal. Esto era, en realidad, un invento, ya que la casa era evidentemente propiedad de una familia acomodada. El Jota me respondi con algn ardid legal, mencion algo relativo a la reforma agraria y un decreto ley de los aos ochenta. Algn tiempo despus supe que la casa efectivamente le perteneca a una familia antiqusima de la zona, que, de un da para otro, dej de habitar all. El problema -que an permanece- es el por qu de su huida, por qu el abandono. He intentado responder esto, entrevistando a familiares, haciendo conexiones genealgicas, pero an no he logrado convencerme de ninguna hiptesis. Quizs sea motivo de algn estudio futuro, no lo tengo claro.

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En todo caso, el origen de la propiedad no era relevante para nosotros. La casa era (en un principio) slo eso: una casa. No era muy grande, pero el terreno lo compensaba. Haba agua y no fue demasiado difcil colgarnos de la luz. Los primeros das fueron de una precariedad absoluta, pero esto no nos import. Quizs sea necesario proporcionar ciertos detalles. La fachada de la casa era de color naranja y tena un pequeo jardn totalmente seco. Esto es lo que ms recuerdo: la tristeza que me provoc dicho jardn. Ni siquiera se poda vislumbrar si haba sido hermoso alguna vez; ms bien, pareca haber sido siempre un poco de tierra dursima y plantas secas. Y esto precisamente fue lo que me llen de nostalgia, una nostalgia casi ficticia. Todo era feo y quebradizo, los contornos desafiaban las reglas de la perspectiva, el moho se apoderaba de la madera en estado de putrefaccin. Nada era lgico; adentro las cosas estaban desparramadas: junto a una pecera que nunca se utiliz se vea una bicicleta con las ruedas pinchadas, dentro de un refrigerador malo haba un game-boy que todava funcionaba, Perec encontr un lbum de fotos que mostraba slo objetos viejos y paisajes, haba unos lienzos en las paredes que contenan frases cursis como Al perderte yo a ti, t y yo hemos perdido, las puertas no cerraban y las ventanas no abran, las camas estaban desechas como si los habitantes de la casa hubieran tenido que salir huyendo, y un largo etctera (la palabra etctera es, tambin aqu, una licencia excesiva: si el mundo puede ser acotado en una frase entonces no vale la pena). Perec dijo algo sobre la fealdad y en ese momento exacto se baj los pantalones. Nunca entend el gesto, pero todava recuerdo cmo nos miraba a todos: con las manos en alto y una sonrisa de triunfo. Creo que mencion el nombre de Duchamp y se puso a correr por los pasillos labernticos de la casa. No ha vuelto a decir nada ms.

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En realidad, no hay nada tan terrible como una casa abandonada. Es como toparse con el vestigio de una batalla. Restos de armas, municiones en el piso, cadveres humanos que acaban confundindose con el paisaje. Todo precipitado, una imagen de la incomplitud, como si la imperiosa huida hubiera impedido cualquier mirada hacia atrs; todos estos restos inmviles sobre la arena para evidenciar que la batalla efectivamente existi, que la muerte est ah pero cubierta de sal, tapada por la erosin. Todos los lugares donde ha estado el hombre se llenan de ese asqueroso estupefaciente de la memorabilia, como si la basura nostlgica fuera lo nico que somos capaces de producir y que nos separa de la naturaleza. Tiene que ver con el artificio, con todo lo que ha sido atravesado por la conciencia humana; una conciencia triste, porque conoce su propio final insoslayable, pero ms an porque no se resigna a la hora tantos aos esperada, y, una vez que esta llega, en vez de dar un paso al costado, se aferra con dientes y uas a la cama, patticamente, luchando contra mdicos y enfermeras, contra enfermedades terribles y sueros e inyecciones. Se han sentido tristes por una montaa o un valle?... Quizs s, pero en un grado mnimo. Lo que realmente nos duele no es la belleza, sino esa plida fealdad que -sabemos- nos pertenece: las ropas apolilladas, los sillones antiguos, la absurda decoracin pasada de moda, los posters pegados a la pared. Lo que nos conmueve es la repeticin constante (y permanente a raz de la accin de la memoria) que reconstruye los aos inmviles en nuestro subconsciente, mientras todo lo que es (lo que est siendo) cae en el trfago de lo cotidiano, y ya no alcanza a ser, se ha perdido. Reconstruimos, reinterpretamos. Y creemos que el olor a polvo y encierro, y los olores en general, son manifestaciones casi metafsicas, apariciones, epifanas,

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pruebas, si se quiere, de esa permanencia. Como dira Proust, se trata de la costumbre, o el hbito, redescubiertos por un cerebro que prefiere indagar siempre en las capas inferiores de s mismo a elaborar experiencias nuevas. Es decir, el problema tambin es estructural. Rimbaud intent ser todos los hombres, pero se dio cuenta que esto no era posible; solo poda ser l mismo, y las acciones revolucionarias perdan lentamente su fuerza inicial. Al final, toda su locura acab convertida en un solo libro, en un objeto. La objetivacin de su experiencia, sin embargo, no lo hizo superar la propia subjetividad. En esto pensaba ese da en que okupamos la casa. Los pensamientos, sin embargo, no estaban hilvanados en mi cabeza. Todo flua en m como un ro, un torrente de palabras insignificantes en ese momento e imgenes contradictorias que se aglutinaban debajo de mis prpados, en mis tmpanos, en mi paladar, debajo de mi lengua. Y todo lo que poda articular eran frases sacadas del sentido comn, de la opinin dominante, del small talking. Consignas revolucionarias inventadas para los burros (y adornadas con la polera del Che Guevara). Porque los verdaderos pensamientos siempre son escurridizos; incluso ahora no puedo clavarlos en esta pgina como se clavara una fotografa en un diario mural. S que haba colores, sabores originales, nunca antes sentidos, shocks elctricos en mi cabeza, imgenes retorcidas, recuerdos. Y s que la baba intentaba salir de la boca, inundando los porqus y los cmos. Pero tambin esta sensacin pas y fue superada por el temor de Ana Karina a las araas, y por los comentarios irnicos de Mateo, o la voz imponente del Jota, que nos ordenaba barrer o abrir la llave de paso.

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La casa era un laberinto. Por fuera, a los ojos del lego, pareca apenas una suerte de cabaa. Por dentro, en cambio, la casa demostraba una capacidad interminable de plegarse y desplegarse, de ir y venir entre el tedio mortuorio y la cpula fugaz. Sus pasillos y recovecos le daban cierta amplitud y un poderoso espejo en el fondo del pasillo principal daba esa impresin de realidad invertida que todos apreciamos los primeros das (luego se transform en un motivo de miedo y, finalmente, de locura). Ana Karina -siempre dispuesta a encontrar explicaciones a las incongruencias de la realidad- dijo, poticamente, que el laberinto ramos nosotros. Pero esta opinin cae en el vaco porque no les he hablado an de Ana Karina. El problema que me produca y an me produce- el mero hecho de hablar sobre ella radica en la dificultad que entraa describir a una persona. Generalmente, cuando una persona produce un impacto demasiado profundo en nosotros, cuando esa persona empieza a formar parte integrante de nuestros pensamientos al punto que uno deja de notar su influencia, porque ya no es posible distinguir los pensamientos propios de los pensamientos ajenos, entonces ocurre que ya no podemos mirarla con el nivel de distancia que quisiramos (una distancia a todas luces necesaria). Incluso hoy, que claramente estamos lejos (nuestra lejana no es slo fsica, sino tambin, podramos decir, etaria) me cuesta mirarla con la distancia debida. Siento que su personalidad o gran parte de su personalidad se fundi con la ma, y que lo nico diverso que me queda de ella es una capa ms exterior. Por ejemplo, si quisiera describir a una mujer de la cual estuve enamorado hace aos, slo podra decirles que tena pelo castao y unos ojos oscuros, penetrantes. Los datos sobre su personalidad, en cambio, se

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derriten y caen como relojes; podr retener algn gesto pero su totalidad se pierde. Slo me queda ese conjunto inconexo de ademanes que tuvieron la virtud de ser demasiado vagos. Al mismo tiempo debo admitir cierta injusticia en toda descripcin: no hay forma de describir a una persona sin caer en la caricatura. Aunque, es justo decirlo, muchas personas suelen caer en la caricatura sin darse cuenta: tienen una conciencia tan grande de s mismos que ya no pueden romper ese molde que los racionalistas llamaron sujeto. Ahora bien, si quisiera decir algo de Ana Karina dira que naci un da de invierno y que parece sacada de una pelcula en blanco y negro. Sin embargo, un gesto s podra caracterizarla, al menos en mi mente, y es el gesto que hizo cuando nos conocimos. Yo caminaba (o corra, los detalles se me escapan) por la Alameda, atrasado para tomar la micro, cuando choqu con ella, que portaba un lienzo envuelto en un papel. Los insultos no se dejaron esperar. Para colmo de males, ese da haba protestas en el centro y pronto se hizo imperioso encontrar un lugar donde cobijarse, porque la honorabilsima poliza haba estimado que la participacin ciudadana haba propasado los lmites del orden pblico. Entonces, gentil y diligentemente, sacaron a la calle guanacos y zorrillos, lumas y pistolas, mientras la gente hua aterrorizada. Ambos corrimos juntos y nos metimos por unas callejuelas que parecan dejadas a su suerte. All ella me mir por fin; la rabia se haba empezado a desvanecer. Luego dijo algo sobre la desolacin de las calles por las que transitbamos y yo asent, aunque me pareca que aquellas calles no tenan nada de particular. Evit mirarme, como si estuviera enfrascada en pensamientos lejanos y mortecinos. Luego, casi en cmara lenta, gir hacia m con los ojos llorosos; yo tambin lloraba, el gas lacrimgeno haba hecho su efecto. Resulta que por mi culpa su obra se haba daado irreparablemente. Ofrec pagarle un nuevo lienzo o los materiales, pero ella se neg. Ambos habamos perdido algo: ella haba perdido su obra y yo haba perdido buena parte de mi dignidad.

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Ese da termin acompandola a su casa. Viva en un viejo departamento en la calle Namur que arrendaba con dos amigos: Perec y Sabrina (sobre quien hablar ms adelante). Justo ese da haba una especie de fiesta y nos quedamos hasta tarde tomando vino. En un punto pusieron a The Doors y Perec se ofreci a copiarme el disco. De pronto era como si furamos todos amigos y eso me llen de una sensacin de seguridad. Todos estudiaban carreras artsticas. Perec realmente se llamaba as: sus padres, obsesionados con el escritor francs, le pusieron Juan Perec Prez. Segn l, el nombre le haba servido como una especie de seguro en una carrera tan despiadada como arte. Sabrina estudiaba msica, pero pareca obsesionada, ms bien, con el silencio, el silencio como una forma de interaccin acaso ms civilizada, segn sus propias palabras, palabras que no discutir aqu pero que aquel da me dejaron bastante pensativo (fueron las nicas que pronunci o que yo alcanc a escuchar) y que luego termin olvidando y desechando, como casi todo lo que me parece verdadero. En un punto de la reunin, me escabull para ver el lienzo daado de Ana Karina. Cuando lo vi, la tela un poco rasgada, me pareci que constitua una perfecta invocacin a la muerte. No se lo dije, y no se lo dir nunca, pero en ese momento supe dos cosas: primero, que yo estaba prematuramente enamorado de ella, y, acto seguido, que nunca estaramos juntos. Era cosa de ver el cuadro: los rojos y los amarillos mezclados, un toque de granate y el negro. Una conjuncin de trazos hermosos, pero con una pequea salvedad: la tela estaba rasgada.

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Pasaron varias noches. Todava no nos acostumbrbamos a la casa, a sus sonidos nocturnos, a los crujidos del techo, o a los nudos de la madera que nos observaban a cada momento. Nos sentamos como de vacaciones: nuestro cambio de vida no pareca definitivo. Las cosas empezaron a cambiar el da que el Jota estaba sentado afuera, leyendo un libro del poeta argentino Csar Castaglia, titulado Vmitos y coprofagia. Mateo y Sabrina preparaban el almuerzo, yo limpiaba y Ana Karina se encargaba del huerto (economa de subsistencia). Perec haba salido. En un punto, fui a increpar al Jota, para que ayudara en algo. -Vas a colaborar con el grupo? le pregunt. l sigui leyendo sin inmutarse. Entonces me enoj y grit que si no ayudaba se iba a tener que ir. El Jota me daba la espalda, por lo que no pude ver su expresin, pero pronto se dio vuelta, muy lentamente. Tena puestos sus lentes de sol, por lo que no se vean sus ojos. Sus labios, eso s, estaban levemente torcidos. Sonrea, pero sonrea desde otra parte, un lugar lejano que ninguno de nosotros podra dilucidar nunca. -Voy a quemar la casa dijo con una tranquilidad envidiable. -Qu? -Todo esto es una mierda. Hay que dinamitarlo todo. -Qu vamos a quemar? le pregunt. -Todo lo que merece ser quemado. Pero para eso hay que quemar la casa primero, porque es el smbolo de la propiedad, de lo que significa la propiedad para nosotros. -Pero si la hemos convertido en una propiedad comn.

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-Comn a quin? Has visto ms gente que nosotros?... Es una perversin, como toda esta sociedad burguesa. Pero eso no importa, podemos quemarlo todo y salvarnos dijo, lanzando sus lentes de sol lejos. -Por qu? -Los por qu son intiles aqu. Aydame a hacer fuego, ven. Lo segu como un perro a su amo, aunque no entenda absolutamente nada. No saba entonces nada de l, y eso me alarm un poco. Se haba integrado al grupo por medio de Mateo. Estudiaba o haba estudiado alguna vez ciencias polticas. Tena el discurso propio de un activista universitario, pero se notaba que haba ledo ms que el comn de los activistas (que, por lo general, son vidos lectores de ttulos, contratapas y resmenes, anotadores marginales de frases clebres y sumisos acatadores del lder del respectivo partido o cualquier revolucionario que est de moda). El Jota era misterioso. Segn Ana Karina viva huyendo de algo y sus actos no respondan tanto a ideologas o a una consecuencia sistemtica con su forma de pensar, sino que tenan que ver con estados de nimo, cambios repentinos, intuiciones fugaces. Pero ya sabemos que Ana Karina es una explicadora compulsiva y su afn de sistema le quita cierto peso a estas declaraciones. No puedo describir al Jota, como no pude describir a Ana Karina. Lo cierto es que entre ellos exista cierta tensin, una tensin que en ese momento no supe vislumbrar. Pero lo importante es que yo estaba ah, acompaando al Jota a comprar parafina, mientras l no cesaba de lanzar imprecaciones notables en contra de lo que se le pasara por delante. En el negocio de la esquina que estaba realmente bien equipado (incluso se poda pagar con tarjeta)- compramos la parafina. -La casa es de madera as que va arder rpido. El Jota hablaba como un artista. Cre ver en sus ojos el fuego irrisorio de ese pintor que describe Juan Emar en Ayer, ese pintor que pintaba slo cuadros verdes, y viva en una casa-acuario, una casa-selva donde abundaba el verde, el verdor inevitable de una vida dedicada a un afn nico. Ante la pregunta de sus

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visitantes los protagonistas del libro de Emar- de si conoca una forma de compensar el verde de sus cuadros, el pintor responda enloquecido que lo compensara con el color rojo, el rojo de la sangre burguesa. Degollara a unos burgueses para obtener el debido equilibrio cromtico de su obra. El Jota es como ese pintor, pero me parece que el burgus degollado, en este caso, era l mismo. Entonces llegamos a la casa y el Jota empez a verter la parafina sobre las paredes, gritando consignas incoherentes, como La paz sea con vosotros, Justicia divina, Cogito ergo sum. Yo no saba qu hacer. Mateo fue a increpar al Jota, mientras Sabrina gritaba histricamente (lo cual no era coherente con su apologa del silencio). Ana Karina fue la nica que pudo hacer desistir al Jota de su idea de quemar la casa. Bast una palabra y l lanz el receptculo de parafina y se puso a llorar en sus faldas. Estaba de rodillas y lloraba como un nio, mientras ella le acariciaba la cabeza. Desde esa noche durmieron juntos. El libro de Csar Castaglia desapareci misteriosamente. Aparecieron otros libros y nuevas teoras. Teoras del amor y del sexo. El Jota se llamaba a s mismo un activista renovado. Pero era comn en l hablar con ironas y no nos hizo demasiada gracia. El precio de su cambio era demasiado alto.

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Cuando le pregunt a Ana Karina qu se senta tirar con un hombre desquiciado, ella no se disgust, pero empez a darme una lata sobre la esencia de la normalidad. Me dijo: la normalidad es un tringulo de cuatro lados, y otras cosas por el estilo. Si la normalidad era un porcentaje de la poblacin, una estadstica pero no una verdad cientfica, entonces la idea misma de locura cae como una imposicin de la mayora a una minora que slo ha cometido un nfimo pecado: ser diferente. Luego se puso a hablar de Foucault y yo slo poda morderme los labios y asentir. Tericamente tena razn, pero haba algo extrao en el Jota, algo que superaba cualquier intento de racionalizacin. En realidad, no puedo trazar con precisin un perfil del Jota. Era una persona interesante, porque siempre estaba dispuesto a inventar cosas nuevas: se pasaba el da pensando en temticas diversas, se interesaba por todo. Su sicologa, sin embargo, nunca me va a quedar del todo clara. Los motivos de lo que haca se me escapan tal como se me escapan los motivos del joven okupa desmembrado. En realidad, slo poseo de l los datos externos, sus acciones, y sus acciones precisamente no tienen mayor explicacin. Creo que lo atravesaba una especie de tedio vital, una suerte de nihilismo un poco grunge, que se entremezclaba siempre con consignas polticas y teoras filosficas. Por eso me interesaba la impresin que Ana Karina poda tener de l, porque me figuraba que ella s poda tener acceso real a sus motivaciones profundas. Sin embargo, todo apunta a que Ana Karina nunca lleg a conocer todo esto, y que el Jota se sigui mostrando con ella slo superficialmente (no creo que ella quisiera indagar mucho ms: me parece que la fascinacin que ella senta por el Jota estaba atravesada por una indagacin en su propia individualidad, y no era ms que un fragmento de su viaje inicitico, pero, una vez ms, estas son slo especulaciones).

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Reiter mi pregunta: cmo se siente tirar con un hombre desquiciado. -No est desquiciado! Y en todo caso, para qu quieres saberlo? -Estoy conversando no ms O sea, lo que pasa es que ustedes no parecen la tpica pareja. -Es que no nos sentimos como una pareja todava. No es que no me interese o que est en contra de las convenciones sociales, pero es que A ver S, en realidad es que estoy en contra de las convenciones sociales. Pero no es por eso. A qu iba? -No s. Cre que bamos a hablar de sexo. Del sexo con el Jota. -Y por qu quieres saber todo eso? -Mera curiosidad Adems, no me parecen compatibles, eso es todo. -Somos bastante compatibles. Mira, el sexo con el Jota es Es como hacer el amor con un terrorista islmico. -Ah est la razn de ser del mundo dije yo. -Tienes algn problema con eso? -No, para nada. Me parece un dato y nada ms, una estadstica. Y a ti? Se ri. Me dijo que el Jota era definitivamente mejor dotado que Perec. Yo arg que no era justa con Perec: el da de su performance haba hecho un fro horrible. En ese momento, mientras nos reamos del extrao cariz que haban tomado los acontecimientos, pens que parecamos dos ex esposos conversando y esta perspectiva del problema me entristeci. En realidad, todo era problemtico, pero estar all, conversando de esos temas era como lanzarse de cara contra un montn de piedras. -Todo es extrao le dije- Primero Perec hizo su performance artstica y comenz un voto de silencio. Por qu? Ha hablado contigo sobre eso? -Ya no habla con nadie. Se qued mudo de verdad. Te acuerdas de lo que dijo antes? -Era algo sobre arte Una cuestin medio esttica -No, era algo sobre la vida.

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-Bueno, pero lo interesante es que slo un par de das despus, el Jota tuvo esa crisis. -Segn l no lo recuerda. Slo sabe que quiere cambiar su forma de vida. A veces hablamos sobre el arte y l dice que es la nica forma de revolucin que nos va quedando. -Pero sigue hablando de revolucin -Es inevitable, porque la est viviendo. Lo s Las cosas que me dice al odo. Deberas escucharlo. -Preferira no estar ah. -Es como en ese cuento de Bolao, Putas asesinas. Hay que escuchar lo que dicen las mujeres cuando estn haciendo el amor te acuerdas? -S. -Bueno, el Jota es la mujer aqu. Es como si nuestros sexos se hubieran invertido ese da, cuando se puso a llorar en mis faldas. -Gesto tpicamente masculino, llorando a los pies de la madre. -No, no. Debiste haberlo visto despus. Yo no era su madre, ni su esposa, ni su novia. Era su amante. Pero era su amante homosexual. -Entonces los dos devinieron en hombres. -O los dos somos mujeres. Las amantes confundidas de Baudelaire. Las amigas de Proust. -Las Frins de Baudelaire, querrs decir. -El arquetipo de la mujer vampiro. La condesa Bthory. -Se lo voy a decir dije rindome. Entonces ella grit y yo sal corriendo por los laberintos de la casa. -Le voy a decir! Ella rea e intentaba agarrarme, pero yo me escabull por la infinidad de puertas especulares. Gritbamos y reamos. De pronto, entr a una habitacin cualquiera. Ah estaban: Perec y Sabrina hacan el amor. Me vieron, pero no podan abandonarlo. Era como una poesa hablada, una suave mezcla de olores y movimientos precarios. Les hice el signo del silencio. Estoy escapando. Ellos

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asintieron. Perec no hablaba, reprima cualquier expresin de su voz, pero ella gritaba y deca cosas de una intensidad que nunca haba odo. Entonces se me ocurri que Perec haba dejado de hablar para materializar el silencio que Sabrina siempre haba anhelado, liberndola as de su falta de palabras, liberndola y transformndola. Sabrina ocupaba el lugar de Perec y Perec se haba transformado en una especie de alegora. Y por ser una alegora, nunca podran separarse. l simbolizara su deseo y tambin su goce, su nica posibilidad de goce. Una vez yo le haba preguntado a Ana Karina si haba algo entre Perec y Sabrina y ella me haba dicho que no. Que se saba que Perec la deseaba, pero ese deseo era segn la gran explicadora- una especie de motor, un motor que mantena la relacin, una relacin que, gracias a ese deseo que no llegaba a consumarse, evolucionaba siempre en direcciones insospechadas. Perec habra descubierto el secreto del silencio slo para lograr entrar a una nueva etapa de la relacin, una etapa necesaria, pero a la vez inusualmente frgil. Cuando sal, Ana Karina ya se haba ido.

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Sobre la organizacin okupa, sobre las discusiones y comisiones que, sobre todo en esos primeros das, se formaban y se disgregaban con la misma rapidez, slo puedo decir que persista en nosotros el problema de la direccin, el timn. No s bien cmo explicarlo: era una especie de nihilismo no buscado, que haca que nuestras palabras se perdieran en direcciones circulares. Era el mismo problema que tiene el asamblesmo como forma de organizacin poltica, pero en una escala ms reducida (lo reducido no minimizaba los problemas; al contrario, era como si se le hubiera puesto una lupa a los problemas cotidianos de cualquier estructura politizada). Todo lo resolvera la palabra superestructura, pero es una evocacin ciega, desprovista de crtica, y, lo que es peor, de ansias de poder, lo que neutraliza cualquier atisbo de golpe de timn, y nos hace caminar en el desierto y bla bla bla. Ahorita mismo se habla de todo esto como de un movimiento criminal, volviendo sobre esa antigua frmula burguesa: Anarquista = delincuente Aunque Mateo probablemente le agregara nuevas frmulas que bien pueden actuar como catalizadores de la opinin pblica y la autoridad moral de los curas y las monjitas de la caridad: Delincuente = flaite Flaite = pobre Pobre = resignado Pobre = aspiracional Visto as, el problema es inconmensurable. Y eso que no hemos metido aqu problemas existenciales o la cuestin de la alienacin contempornea, concepto que a los niitos que componen los crculos artsticos nacionales, con

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toda razn, les parece heavy. Pero volvamos al diagnstico socio-poltico de nuestro Shile querido, patriarcal, agrcola y autoritario (y no contemos aqu con el proyecto liberalillo del Chile Bicentenario, lleno de mimos sobre zancos y otras pelotudeces inspidas). El movimiento okupa, con toda razn, provoca rechazo entre la vieja con plpito y la duea de casa. Implica el rechazo radical de todas las formas de propiedad que sostienen la prctica capitalista neoliberal. Y como el capitalismo es, en efecto, una prctica, la okupacin tambin toma la forma de prctica cotidiana, permanente y activa. Una propiedad no se usa, llegan los okupas: la propiedad se usa y se socializa. Un sitio baldo se transforma en un centro social o cultural y ms encima se termina con el problema de la marginalidad suburbana. Todo parece parte de una poltica social consistente y focalizada. Pero, claro, qu pas con la profilaxis del buen cliente burgus y el loteo incesante de las ciudades ultramodernas? Dejaremos que todo sea vertido en el cagadero? Entonces se concretan los nimos de contradiccin (reaccin) y los edificios tomados pasan a ser desalojados. Se erradica a las ratas y a los insectos en una accin varsoviana: todo limpio, y rpido. El problema con este diagnstico (el gran problema) era un problema doble. Por un lado deca relacin con la naturaleza de nuestro especfico idilio algarrobino. Nosotros no pertenecamos a la marginalidad suburbana. La sociologa establece, con rigor estadstico y probabilstico, la naturaleza estrictamente marginal del movimiento. Y en estas cosas el mdico-socilogo hace su diagnstico y el plpito no tiene ms que acatar de buena gana: ramos unos outsiders y por eso fuimos okupas solitarios, ermitaos en los acantilados mentales donde se escriba una novela y no un panfleto poltico. Como dira un amigo escritor: fuimos vctimas autoculpables de un abajismo pattico de carcter suburbano. El otro lado del problema era ms bien global. Era una cuestin de definicin de los mrgenes efectivos del movimiento poltico o socio-poltico, considerado como un todo, es decir, era una cuestin de pretensiones y

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estrategias de poder concretas. Hasta dnde se puede socializar una corriente ideolgica que, mal que mal, se basa en una inconformidad natural hacia los proyectos polticos conjugada con el ms rabioso individualismo? Eran los okupas hijos de su tiempo, o verdaderos interlocutores de un tiempo venidero?

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-No es fcil superar estas contradicciones dice Mateo. -Para construir un verdadero movimiento poltico alternativo, es necesario, sin embargo, que inventemos nuevos conceptos advierto. -Eso ya lo dijeron en los sesenta y terminaron haciendo puras estupideces. Dnde estn ellos ahora? En el gobierno, en los cargos pblicos. En las empresas. -O en comunidades ecolgicas acoto. -Dnde quedaron esas huevadas del hombre nuevo, las novelas para lectores-macho, la nueva ola francesa? Todos ellos intentaron la construccin de lenguajes nuevos. -Carla Cordua dice que la originalidad es imposible, porque el lenguaje de alguna manera siempre viene predeterminado. Al respetar el alfabeto en nuestras construcciones verbales estamos aplicando el fruto de una imposicin. -Barthes dira que todo lenguaje es fascista interrumpe Mateo. -Y yo dira que deberamos comer algo, son como las tres de la tarde. -Ni cagando entro en este momento: est ese huevn del Jota pontificando sobre la intimidad en la pareja. -Cul crees que es el rollo de ese huevn? pregunto. -No tiene rollo. Es un ser absolutamente inspido y vaco. Todo lo que hace es como una actuacin: est ejecutando el rol del activista poltico comprometido, el rol del huevn intachable, perfectito, moralista -O sea, no le crees ni una huev. -Exacto. Es un ser totalmente externo, pura forma sin contenido. -Yo creo que hay algo de l que se nos escapa. -Quiz un miedo a madurar.

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-Pero ah seramos todos culpables. En el fondo, ninguno est conforme con esta situacin. -Yo s. Siento placer en todo lo que no tiene forma dice Mateo. -Bullshit. Eres el ms estructurado. Por eso no crees en lo que estamos haciendo: sabes que nunca vamos a ser okupas. -Es que ser okupa me complica O sea, decirlo as, tan suelto de cuerpo -Por eso te digo: deberamos empezar a hablar como okupas. Hablar como okupas para empezar a ser como okupas. -La palabra clave es como. -En todo caso, en la cuestin de lenguaje okupa est lo ms importante del movimiento. -Ya te dije, el lenguaje es pura faxada. De qu me sirve decir poliza en vez de polica? -Es una cuestin libertaria respondo. -Livertaria? Eso no lo dijo tambin Unamuno hace ochocientos aos? -Kmo liberarse de las travas vurguesas si no empesamos a liberarnos de la escritura vurguesa? -Wen, t mismo citaste a la Karla Kordua. -Es ke zu vizin relativiza el problema. Porque del hecho de ke el lenguaje ziempre zea impuesto no se deduze ke no ze pueda innobar dentro del lenguaje. -Todo ez intil. -O zea, obio que no bai a kambiar el modelo neoliberal diziendo todo con zeta, pero por lo meno pod rebelarte kontra loz webones ke imponen laz reglaz en ezte paz. -No kreo muxo en la we kontracultural Al final ze konbierte en la mizma mierda. 1ero zurge komo una necezidad de una tribu urbana konkreta y de repente ze konbierte en una we ash artshtica -La berda no te toy kaxando ni una wea. -no inporta. si teni razon. igual el lenguage influlle, pero inzizto en ke zu inzidenzia ez marjinal.

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-puta podriamo zeguir dizkutiendo toda la tarde, pero zigue aziendo un ambre terrible. y zi bamo a komer mejor? -ezta el xanta del j adentro mejor bamo a komer afuera. LLo inbito.

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En el horizonte de mi mente se ha escondido el sol: Ella no existe no ms. Los Jaivas, La conquistada

De esos felices das iniciales me gusta recordar la excursin al Yeco que hicimos con Perec y Ana Karina. No s qu habr pasado con los otros, pero estoy seguro de la presencia de esos dos. Yo no perda la esperanza de estar con ella, y Perec, con su silencio, pareca respetar esa especie de vnculo. El Yeco es un balneario cercano a Algarrobo. Pero llegar al Yeco no es tan fcil como suena. Primero, es necesario desde donde estbamos- saltar los muros de piedra que protegen el sector de los acantilados. Por ah, es necesario caminar entre senderos establecidos precariamente entre la vegetacin, pasar el acantilado mayor, donde siempre hay gente que se tira en alas delta, y luego atravesar el pequeo pueblo de Mirasol (tambin se puede llegar por la carretera, pero esto no tiene ninguna gracia). Hacia el extremo de Mirasol hay una pequea pasada hacia las quebradas que forman un humedal que no tiene nombre. Hay que bajar por ah, enfrentndose a las altas hierbas, y atravesar un sendero muy poco transitado, puesto ah quin sabe cundo, tal vez por indgenas (esto es un decir, ya que siempre han existido lugareos que se preocupan por mantener la pasada, que es la nica forma sensata de llegar a la playa). Desde ah se llega a una playita muy ntima que en los tiempos de mi infancia siempre estaba vaca (ahora es comn ver varias familias que se juntan all). Despus de eso, hay que atravesar los roqueros (todo esto es preciso hacerlo en la maana, cuando la marea est baja). Despus de los roqueros viene una playa extensa, pero que no es muy buena para el bao y que siempre pasa (misteriosamente) vaca. Despus viene una subida espectacular hasta lo alto de un cerro que cae hacia el mar. Desde all se puede observar todo el litoral (al fondo, est el Yeco).

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Sin embargo, ah llegamos a una verdadera encrucijada: bajar o no bajar. Si viajar al Yeco haba constituido nuestro objetivo vital durante todo ese da, era natural que nos preguntramos si el viaje no se converta en un objetivo en s mismo. Tal vez ramos como Moiss, quien vio la tierra prometida, pero muri antes de alcanzarla. Ese es el paradigma del arte. Los artistas estn condenados a trabajar permanentemente sin ver los frutos de su trabajo. Los buenos artistas, al menos, luchan contra fuerzas indefinibles que los alejan de la vida pblica, que los arrojan fuera de la normalidad. El arte invoca el sufrimiento, y la nica alegra propia del arte est dentro de s misma: el goce no es posible fuera de esa rbita invisible. Porque si el arte estuviera slo en las obras terminadas y no en los procesos, entonces podramos reemplazar la labor de un artista por la labor de una mquina. Lo nico que es propio de los hombres es este proceso (dicho en lenguaje materialista, el trabajo). As, la vida del hombre tambin es un proceso que no est nunca acabado, no es una obra definitiva. Por eso yo siempre desconfi de esa idea tan griega de que slo podemos saber si un hombre fue feliz despus de su muerte. Bueno, en realidad, fue el Jota en uno de sus tantos desvaros el que me llev a esta reflexin: la muerte no constituye nada ni ordena nada. Por eso la vida es inexplicable, porque no tiene marco de comparacin. En fin, ah estbamos, debatindonos entre seguir o no seguir. Ah, en los acantilados de Algarrobo. -Me gustara ir hasta la punta misma del roquero- me dijo de pronto Ana Karina. -Vamos dije yo, aunque me mora de miedo. Una neblina inusitada haba empezado a cubrir parte del cerro, y el mar ruga furioso bajo nuestros pies. Las olas estallaban espumosamente contra las rocas. Un viento leve nos helaba la cara. -Es como Alturas de Macchu Picchu- dijo Ana Karina girando con los brazos abiertos.

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-Qu era el hombre? En qu parte de su conversacin abierta?- empec a recitar. -Ese poema es muy bueno me interrumpi Ana Karina- pero forma parte de un mal libro. -No es que el libro sea tan malo defend yo El problema es que despus de la pgina cien te aburres del tono nerudiano, se pone muy montono. En cambio, al principio ests abrumado. Alucinado. -Prefiero a Pablo de Rokha. -Ese es nuestro problema. -Qu cosa? -Todo lo miramos en pasado, y el pasado, el pasado, el pasado es el porvenir de los desengaados y los tmulos. Iba a seguir despilfarrando citas rokhianas, pero todo esto cay solo, sin necesidad de crtica, cay por su propia vacuidad evidente, ya que, mientras nosotros discutamos sobre nuestros gustos poticos, Perec caminaba por la cornisa del acantilado, y este hecho elimin toda poesa ulterior, toda cita (en definitiva, todo engao). -Perec! grit. l no se dio vuelta ni siquiera. Estaba asomado ante el abismo, en pose reflexiva. -No te molestes. Est haciendo una cita. Es de Friedrich. Caminante ante un mar de niebla me dijo Ana Karina al odo, en todo meloso. Al final, tomados de la mano (yo intentando ocultar mi nerviosismo), caminamos hacia donde estaba Perec. -Quiero retener este momento dijo Ana Karina. Todava recuerdo lo apretados que estbamos en la punta del precipicio para no caernos, el olor de su pelo, y sus manos agarrndome el brazo. Perec, con su mmica habitual, retrocedi unos pasos. Cre que se iba a lanzar, pero slo tom en sus manos una cmara imaginaria. Despus de mirarnos largamente apret el gatillo. Yo dije, entre risas, que la foto haba salido corrida.

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Porque sabido es que lo que realmente amamos nos es esquivo, difcil de recomponer en la memoria. Slo se puede recordar con nitidez lo que nos es indiferente. Son pruebas infalibles del odio y el amor. Adems, volverse una copia inanimada, fra y perfecta no haba sido el constante empeo de Camondo durante su vida? Adolfo Couve, La comedia del arte

Escribir desde cierto ngulo inesperado. Evitar el Centro, la ciudad donde estudiamos y nos desvivimos. Emigrar. Esto lo pienso mientras observo una cabeza de vaca, ensangrentada, en medio de una carnicera. -En todas las carniceras es as? le pregunto a Perec, pero l se encoge de hombros. -No olvides que es una carnicera de provincia me dice Mateo. -Es como para rechazar la carne apunto. -Es una performance artstica. Body Art para animales. -La vaca se automutil? -No, lamentablemente la vaca no tiene voluntad. -Esto es un nuevo arte: Cow Art. Arte Vaca. El arte de la tortura. -Para Coetzee se trata de una especie de canibalismo. Dice que la persona no acostumbrada a la cocina carnvora no establece automticamente la inferencia de que la carne exhibida procede de un cuerpo muerto (animal) y no de un cadver (humano). -Podra ser una estatua de cera. En ese caso sera arte. Perec entonces sufre un ataque de tos. Como si quisiera decirnos que no existe verdadera diferencia entre un pedazo de cera y un pedazo de carne. Despus de estas disquisiciones, caminamos de vuelta a casa. Los tres vamos en silencio. Escribir desde un extremo, con una mirada lateral.

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Cuando llegamos a la casa nos sorprendemos al ver a Sabrina completamente desnuda sobre el sof. Un par de metros ms all, Ana Karina dibuja en una croquera diminuta. En el comedor, el Jota escribe un libelo acusatorio en contra del tribunal constitucional. El retrato que Ana Karina est haciendo es, me digo, hermoso. Condensa las facciones y curvas del cuerpo de Sabrina (que es apenas un poco rellena, curvilnea, a diferencia de Ana Karina, que est formada por lneas rectas y ngulos agudos), en un espacio mnimo. Una miniatura de Sabrina, como si quisiera apoderarse de ella. Nadie quiere hablar. El espectculo tiene la hermosura de una pelcula muda. Entonces Perec abre la boca y Sabrina grita, todo a un mismo tiempo. Sabrina se cubre, como si acabara de despertar de un sueo demasiado largo y profundo, y corre hacia las habitaciones. Perec corre tras ella. Ana Karina, con rabia, lanza la croquera contra la pared. Grita una sarta de garabatos que nunca le haba escuchado. Dice que renuncia al arte (sus gritos parecen sacados de una novela de monstruos). Mientras ella y Mateo cocinan, yo me escabullo y robo de una vez y para siempre la pequea croquera. Nadie se entera de este hallazgo; todos actan como si la croquera nunca hubiera existido. Cuando la abro descubro que todas sus pginas estn en blanco. Lo que yo un poco antes vi como el retrato inequvoco de Sabrina no era ms que una proyeccin de mi mente. Pero era tan as? Yo estaba seguro de haber visto a Sabrina, o al menos de haber visto las manos finas de Ana Karina que la dibujaban, que lanzaban agitados trazos contra la hoja en blanco. Me parece que todo lo real tiene esa misma falencia. Cuando queremos decirlo se nos escurre de las manos. Una vez escrita, la descripcin nos parece insuficiente, como si la hubiramos dibujado con tinta invisible.

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Pasaban los das invernales de aquel ao con una rapidez incuestionable. Era como si el tiempo nos hubiera puesto bajo amenaza. A m a veces me daba una extraa angustia, me dola el estmago repentinamente y, por espacio de segundos, no pensaba en nada ms que ese inefable dolor, y las imgenes de mi familia protestando por la escapada del hijo, rogando a Dios por el regreso del hijo prdigo- se sucedan en forma vertiginosa. No hemos hablado aqu de las familias, de los incesantes problemas. En realidad, yo era el caso ms problemtico. Ana Karina, Perec y Sabrina haban sacado el ttulo el ao anterior (sus carreras duraban slo cuatro aos). El Jota tena veintiocho aos y su vida era un misterio. Mateo era de una familia de millonarios hippies que le aguantaban todo (su padre haba sido del MIR, pero luego se haba enriquecido con la minera en los aos noventa, mientras que su madre provena de una familia adinerada). Tenamos recursos limitados, que provenan de diversas fuentes: Ana Karina y Perec vendan artesanas, el Jota venda marihuana, pero en exiguas cantidades, Mateo tena algunos ahorros y yo tambin reciba una nfima cuota mensual (las llamadas telefnicas diarias a travs del telfono pblico del negocio eran el precio que deba pagar por dicha cuota; esto incluye, por supuesto, soportar los variados insultos, llantos y alharacas). Sabrina haba pasado a ser la encargada del huerto que haba iniciado Ana Karina, y a veces ayudaba en la fabricacin de las artesanas (pero nunca en su venta). Todos colaborbamos en la casa. Sentamos que nos estbamos liberando del capitalismo (las pensiones que nos enviaban a m y a Mateo eran ignoradas por nuestros compaeros). En realidad, el plan original se haca agua. La idea de establecer una comunidad abierta no tena correlato con la realidad. ramos slo

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nosotros. Si bien pegamos algunos carteles en Algarrobo sur (vivamos en Algarrobo norte, el sector ms desolado de la ciudad) nadie se haba acercado a la casa y el sendo cartel que anunciaba Centro Social Pablo de Rokha (nombre debido claramente a la influencia de Ana Karina) se enmoheca lentamente. A veces, el Jota invitaba a gente muy extraa, la mayora clientes con pinta de artistas visuales de cuneta, los cuales apenas se quedaban por una noche o dos. Pero en realidad, la casa ramos nosotros seis, lo cual me llev a entender las palabras del Jota el da en que tuvo ese acceso repentino de locura. Si queramos hacer un acto poltico debamos inmolarnos e inmolar, de paso, la casa. Pero ese era un paso que ninguno de nosotros estaba dispuesto a dar. A veces, sostenamos largas conversaciones sobre lo que estbamos haciendo. -Yo creo que podemos sacar algunas conclusiones dijo un da Mateo- En primer lugar, a pesar de ciertas reticencias iniciales la okupacin ha sido bastante fructfera. Creo que hemos sido parcialmente exitosos en desligarnos del sistema. En segundo lugar, como acto poltico nos ha faltado publicidad, pero no ganas. En tercer lugar -La okupacin no es un acto revolucionario interrumpi el Jota. -Qu? Te refieres a nuestra okupacin o a la idea de okupacin? -La okupacin es una utopa post-utpica. Es una idea perfecta para los seres cansados, para los misntropos y ermitaos. El otro da vi los titulares de un diario local. Hay homicidios todos los das, hay pobreza -Qu mierda puede hacer alguien contra los homicidios? Es la naturaleza humana! -Y la pobreza? -Eso es asunto del gobierno. Con esto me refiero a -El gobierno? Sabes lo que vi esta semana? En la seccin poltica vi cmo el gobierno se aliaba con la oposicin para no s qu nueva forma de privatizacin. Los imbciles del gobierno venderan hasta a sus madres por poder. El presidente se bajara los pantalones para conseguir un trato econmico

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con las transnacionales. Para ser juez de la Corte Suprema o del Tribunal Constitucional es condicin previa practicarse una lobotoma. Los polticos se dedican a la pederastia y al trfico de influencias con fondos ilimitados. T crees que a esta gente le interesa la pobreza? -Creo que estamos hablando de cosas distintas. -Todo apunta a la misma mierda. Vine aqu para liberarme de la mierda, para limpiarme, para purificarme. No, la okupacin no es un acto revolucionario. Es un acto libertario, que ojal se masificara. Pero nunca se va a masificar. -Por qu? pregunt Mateo, no s si con una expresin de derrota o cansado de hablar contra esa pared en que se haba transformado el Jota. La pregunta pendi entre ellos por un buen rato. A lo lejos, cre ver unas nubes muy negras, seal obvia de tormenta, demasiado obvia quizs, lo cual me indic que era una seal falsa, y que mis indagaciones poticas no servan en un momento como ese. El Jota respondi, con una sonrisa demediada, pronunciando todo muy correctamente: -Dale un poco de poder a un hombre, aunque est cubierto de mierda, y lo va a utilizar gustoso. Dale mucho poder a un hombre y lo podrs agarrar de las pelotas.

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Las cosas no pasaron a mayores, pero estaba claro que tenamos visiones distintas (incluso opuestas) sobre lo que significaba la okupacin. En fin, ya lo dije en un principio: nosotros no ramos marginales. Y an as, por eso mismo la idea calzaba perfectamente; es ms, no ramos suficientemente entregados al sistema como para que la idea funcionara a cabalidad. Imagino a un cura okupa, a un periodista okupa, a un conductor de televisin okupa. Una proliferacin necesaria. Un combo okupa, dos okupas por el precio de uno. Un reality show. Dispuestos a esa insensatez que las personas sensatas denominan hablar en serio, podemos decir que nuestras intenciones originales y los resultados de la experiencia caan por s solos en un remolino irracional, injustificado. No estbamos cambiando al mundo, pero queramos que el mundo no nos cambiara. Y puestas as las cosas, la experiencia ya era demasiado ambiciosa. Esos das, como dije, estuvieron marcados por los interminables debates, donde, segn recuerdo, Perec era una parte fundamental. Su silencio era siempre algo que motivaba reacciones, conversaciones, intentos desesperados por sacarle una palabra. Ya perdamos el recuerdo de su voz y cualquier cosa que dijera sera considerado como ajeno, como dicho por otra persona. Se haba convertido, a fuerza de un socratismo excesivo, en nuestro nuevo gur. El Jota, por otro lado, estaba irascible, pero al menos ahora matizaba las conversaciones con una que otra digresin. Estos lapsos siempre eran extraos. Le gustaba hablar de sexo. Un da dijo que ya no le interesaba hablar sobre la posible existencia de Dios ni sobre metafsica, poltica, arte o cualquier tema que implicara alejarse del mundo de los sentidos.

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-Me interesa la intimidad. Me interesa la intimidad como ese espacio de lucha cotidiana en que los deseos buscan su placer, pero tambin cierta conciliacin con el otro, que es el gran tema. -El infierno son los otros recit Mateo (una cita que no vena a cuento). -Entonces hay que quemarse respondi el Jota, mientras se acercaba a Ana Karina, la tomaba por la cintura (ella estaba de espaldas) y la abrazaba. Luego de los abrazos de rigor, ella se dio vuelta con una mirada increblemente coqueta y lo bes. Se besaron por casi un minuto. Todo esto se ve, ahora, como algo ridculo, pero en ese momento slo me pareci aterrador. -Las cosas que configuran la intimidad entre dos personas, y tambin lo que configura el mundo de los placeres y el amor, es el tema que ha sido menos tratado por la filosofa continu el Jota. -Y qu pasa con Freud? pregunt incoherentemente Mateo. Yo rogu para que al Jota no se le ocurriera desnudarse y tener sexo con Ana Karina en ese preciso momento diciendo esto no lo hizo Freud. El Jota era capaz de cualquier cosa para demostrar su punto de vista. -Freud encasilla todo en el sexo. Te comes una papa frita y ests pensando en el sexo, lees un libro y es sexo, ves la luna y es sexo. Todo es flico y la mujer que no tiene orgasmos vaginales es inmadura. Es una visin machista y plana del sexo. Adems, lo transforma en algo demasiado clnico, no crees? -Puede ser. -Yo hablo de los espacios ocultos, esos que nunca van a ser terreno de la filosofa, porque se trata de espacios que varan de pareja en pareja, de persona en persona. Apuesto que todos ustedes se masturban de formas muy distintas. Yo soy ambidiestro; Ana Karina es zurda, pero meticulosa; Vctor lo debe hacer compulsivamente; Perec con los labios muy cerrados; Sabrina, gritando. Mateo probablemente lo hace de una manera muy aburrida. Esto es como el ADN. -Interesante, pero a m no me conoces indic Sabrina. -Es un saber intuitivo. -No le hagas caso intervino Ana Karina- Est loco.

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Era el tpico comentario de Ana Karina: siempre optaba por bajarle el perfil a las cosas, o por parecer tolerante. Ya lo dije: estaba enamorado de Ana Karina. Pero eran estas conversaciones las que la mostraban como una Idea, ms que como una persona: una mujer que llora en un cine viendo una pelcula muda (un contorno, una silueta, pero no una figura corprea). En fin, si se pudiera poner todo esto por escrito, si se encontrara una especie de idioma clnico, desprovisto de poesa, desprovisto de eptetos (los eptetos terminan enlodando toda situacin, porque realzan, siempre acaban realzando lo que no necesita ser realzado, son una exageracin, una evidencia de lo que las palabras no pueden hacer), quizs podramos explicar las causas, los motivos (que ya advertimos seran siempre hipotticos, insatisfactorios). En la casa haba tres habitaciones. En una, que tena una cama de dos plazas, dorman Ana Karina y el Jota. En otra, compuesta por dos camarotes, dormamos yo y Mateo, cada vez ms lejos, como si la convivencia nos hubiera hecho ms huraos que antes. En la tercera pieza dorman Perec y Sabrina. El fro del invierno se haca sentir. Casi todas las noches me imaginaba al Dostoievski de Noches Blancas caminando por nuestro patio. En sueos hablaba con l y le preguntaba si el amor realmente exista. l me responda en ruso, idioma que no conozco, por lo cual sus palabras siguen siendo un misterio. Pero recuerdo que despus de hablar muy seriamente se echaba a rer y la expresin de su rostro se volva irnica. Tena una mirada dura, estoica, rusa. Una mirada que, a pesar de todo, pareca tranquila. Entonces me volva a sentir como a los quince aos. Esa noche, despus de dos horas de conversaciones sobre sexo (bajo el efecto del vino, Sabrina y Ana Karina eran capaces de las ms ntimas declaraciones), me acost particularmente atribulado. Intent dormir. A ratos soaba (o recordaba en sueos) el momento en que Ana Karina lloraba durante aquella manifestacin donde la conoc, y luego pensaba en el Jota, llorando en las faldas de Ana Karina, como si estuviera representando un papel en una mala teleserie. Todo pareca actuado (me vena a la mente la horrible palabra

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performtico). Me levant, me puse la ropa y sal a caminar. No s si alguien se despert en ese momento. Camin por las calles de tierra de Algarrobo norte, pensando en Ana Karina y en mi propia timidez, ese miedo incomprensible que (pensaba) me haba alejado de ella. Lo de Perec y Sabrina me pareca entendible. Era, incluso, demasiado obvio. Pero lo de Ana Karina era incomprensible. Record de pronto el final de Manhattan, cuando el personaje de Woody Allen intenta convencer a su amante (una joven de dieciocho aos) que desista de viajar a Europa. Le dice, tal vez con cierto egosmo (realismo dira yo) que no quiere que vaya porque cuando regrese ya no ser inocente. Lo mismo me ocurra con Ana Karina; senta que la perda, que ambos bamos perdiendo nuestra inocencia. Despus de caminar mucho llegu a un pub. Decid emborracharme. La noche era perfecta para ello. En el pub conoc a una mujer, pero slo recuerdo haberle dado un tmido beso. Recuerdo su nombre (nunca olvido un nombre) pero no recuerdo su rostro. Cuando me pregunt cmo me llamaba yo slo atin a responder Dostoievski, tras lo cual ella se ri. Su risa pareca sacada de una pelcula de horror.

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No conozco las fechas; todo sucedi con la rapidez de las cosas que no estn premeditadas, que escapan a nuestro control. Despus de la borrachera, dos cosas me quedaron claras. Primero, que la convivencia en la casa era prcticamente insostenible. No es que llegramos a odiarnos, pero todos estbamos irritables. El Jota y Ana Karina hicieron un escndalo cuando supieron que haba salido en la noche. Este hecho no dej de dolerme, porque sent que Ana Karina se pona en contra ma y, por lo tanto, su unin con el Jota era cada vez ms fuerte. Por otro lado, Perec y Sabrina no slo aparentaban indiferencia, sino que eran realmente indiferentes al resto de nosotros. Mateo odiaba al Jota y eso estaba claro. Sin embargo, se saba dbil para enfrentarlo. Slo puedo fingir que nada me importa demasiado, me dijo. Slo puedo encogerme de hombros y sonrer irnicamente. Yo tambin, le respond, para que no se sintiera mal, pero l saba que mis aflicciones eran de otra ndole, y que las luchas de poder me tenan sin cuidado. Lo segundo que me qued claro fue que la okupacin haba fracasado. Entend que era nuestro intento desesperado de pertenecer y, al mismo tiempo, de permanecer. Esto lo pens despus de la segunda vez que vomit en el viejo bao de la casa. Ya haba despertado, pero me senta igualmente borracho. Me sostena del WC con desesperacin. Senta que era lo nico que me ataba al mundo, que si me soltaba volara impulsado por la fuerza centrfuga a travs del universo, como chatarra espacial. Y como una prueba de que la vida imita al arte y no al revs, escuch la pelea entre Ana Karina y el Jota, y creo que pens en la muerte (pero esto fue despus) y me acerqu a hablar con ella, temeroso de que siguiera enojada

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conmigo, pero ya saben, la ley de las compensaciones lo establece: el Jota haba ocupado mi lugar. Su mirada era dura, como la mirada de Dostoievski. Pasaron varios minutos antes que la conversacin se estableciera. De repente, notamos que todos haban desaparecido y Ana Karina decidi que nos tocaba a nosotros desaparecer tambin. Salimos de la casa y enfilamos rumbo a la playa. -El Jota es una persona difcil me dijo de pronto. -Lo s. -Sabas que vivi con una mina por varios aos? -En serio? Quin? -No lo s. Se llama Beatriz. No me ha contado mucho de ella, pero me dijo que este viaje era una huida para l. -Considera esto un viaje? -No entiendes lo que implica hacer un viaje, Vctor. El viaje es lo contrario al turismo. El viaje es la bsqueda de cierta libertad. El viaje no es el exilio momentneo, o el exilio no es un simple intersticio. El viaje es la emigracin. Pero no todo el mundo est dispuesto a emigrar; por el contrario, la gente prefiere aferrarse a lo que tiene ms a mano, a lo que ha visto siempre. De ah surge esa peligrosa obsesin que algunos llaman patriotismo. El Jota, en cambio, lleva varios aos viajando. Toda su vida en realidad. Se escap de su casa cuando tena diecisis aos. En realidad, se trat de un viaje concertado: sus padres se opusieron, pero l insisti hasta que lo dejaron hacer lo que quisiera. Por supuesto, volvi a la casa familiar, pero slo para las festividades. -Por qu? -Tiene una extraa idea de lo que significa la independencia. Segn l, el hombre busca la libertad por sobre todas las cosas. Por eso no le gusta este sistema poltico: dice que al disfrazarse de liberalismo oculta la esclavitud en que la gente vive sumida. Qu me importa poder elegir entre dos productos en el mercado? La idea de lo que es la verdadera libertad se ha perdido. -Bueno, por eso estamos aqu.

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-S, pero l a veces es demasiado radical. Todo le parece una carga: formar una familia, tener una pareja estable, trabajar. Por eso vive huyendo de todo: no quiere que nada lo reprima. -Yo creo que su mente es asquerosamente represiva. -Tiene que aceptar esa forma de esclavitud. Ya sabes: ser un sujeto histrico y bla, bla bla. Ana Karina se ri. No me qued claro de qu se estaba riendo exactamente. -El otro da me dijo, medio en broma, que quera ser tan libre como el marqus de Sade aadi entre risitas. -Y t estaras preparada para ese tipo de libertad? le pregunt. -Oye! Ests cruzando nuestro lmite de intimidad. -Perdname, no escuch la alarma. -T sabes a lo que me refiero. -Ya s: nos conocemos demasiado dije yo, fingiendo indiferencia. Creo que solt una risa estrepitosa y extempornea. Pensar en estas pequeas conversaciones idiotas me da un poco de rabia. Me veo a m mismo como una persona en extremo terica, vctima de cierto romanticismo mal entendido. Demasiado joven, quizs, aunque ya superaba los 21 aos. Ella tambin era as, pero las manifestaciones de su inmadurez eran totalmente distintas. Era una especie de inocencia latente en todos sus actos, una fuerza irracional que la obligaba a estar buscando permanentemente experiencias vitales desconocidas, explorndose a s misma, su cuerpo y su individualidad, como se explora una adolescente. Las formas, los gestos, an no estaban definidos, por lo que todava poda ensayar nuevas maneras de sostener su cigarro, o de mirarme, poda inventar miradas que mezclaban ternura y coquetera, poda acercarse a una distancia irrisoria y luego alejarse de m con asco, poda poner sus manos sobre sus caderas o mover ligeramente su cabeza con ademn irritado (e irritante). Un adulto plenamente formado no es capaz de esta variabilidad, de esta gama infinita de posturas y gestos. Un adulto es

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incapaz de producir esta diversidad de personajes: ya es uno y la mscara de ese nico personaje se ha fijado sobre su rostro con un pegamento indisoluble. Entra en el cajn chino de la vejez y se queda ah, habitando en espacios cerrados, compuestos por lo que antes fueron gustos circunstanciales: una cancin, un peridico favorito, una vestimenta, un libro sobre el velador, una rutina, una mujer, una concepcin de la vida. Era un hecho de la causa que nosotros todava no estbamos plenamente formados, y si bien eso puede ser un punto en contra en cuanto a la virtud o en cuanto al carcter, era, en este caso, una ventaja evidente: estbamos libres de la erosin humana, de esas sales y parsitos que se adhieren a las personas y que otros llaman hipocresa. En fin, aquel da bajamos a la playa por unos senderos que alguien haba abierto en el cerro. Cruzamos entre medio de plantas y ortigas. El espectculo me conmovi. Los senderos se bifurcaban y se volvan a juntar. Estaban tan bien formados que empec a pensar que su estructura se deba a la obra de un militar, con fines estratgicos. Al fondo, el sol segua tan extrao como antes: una tenue naranja flotando en medio del espacio, y nosotros con ella. Pasamos una encrucijada. -La luz parece falsa dijo Ana Karina, quien miraba todas las cosas como se mira una obra de arte. Me re de esta frase. -Esto me recuerda a una estudiante de cine que conoc le dije- Estbamos filmando una pelcula de zombis en un bosque, pero ella no estaba contenta con los rboles. Le pareca que les faltaba realismo. -No se trata de eso: parece un atardecer, pero son las tres de la tarde. Era cierto. Todo estaba apacible y a la vez todo era extrao. Las cosas estaban desfasadas, el viento soplaba a destiempo, los pastizales formaban pequeos tirabuzones incompresibles. Pens que era perfecto para un final. Nosotros dos caminando en medio de esos senderos abiertos en la nada. Ella se adelantara un poco en la profundidad del cerro. Me mirara desde lejos, como dicindome algo, pero yo no entendera o me hara el desentendido. Finalmente, sin que nada lo provocase, ambos nos echaramos a rer.

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Caminbamos por la playa. Algarrobo es perfecto en esta poca del ao: una ciudad invernal que no sabe que es una ciudad invernal. Ese desconocimiento es lo mejor, lo que hace que la ciudad se mantenga en un estado de permanente placidez, que sea de un gris tan decididamente gris. -Estas olas son horribles coment Ana Karina. -Todos los veranos muere algn baista justo en este sector aad yo Lo s porque sola pasar mis veranos aqu. -Quizs por eso t no eres de los que se baan en el mar. -La playa es un lugar donde se va a tomar sol, jugar paletas, comer palmeras y temer al mar. Ana Karina sonri, pero no dijo nada. Entonces se me ocurri preguntarle algo que haba querido preguntarle desde haca varios das. -Es cierto que renunciaste al arte? Ana Karina me mir como sobresaltada. Mi pregunta no era pertinente, y por esto mismo insist en ella. Finalmente, habl. -No lo s. No s qu hacer con mi vida. Seguir o intentar otro ngulo me parece tan extenuante. Estuve mucho tiempo metida en Foto, hasta quisimos formar ese colectivo artstico con Perec y Sabrina, pero ahora estoy empezando a dudar. Qu voy a sacar con esto? Quise yo alguna vez ser artista realmente? -Eso no se decide. T eres una artista. Eres la persona ms artstica que conozco, hasta firmas los cheques artsticamente. -Idiota. -No, en serio. Siempre he envidiado esa mosca que haces. Yo soy tan cuadrado que escribo mi nombre y le pongo unas rayas encima.

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-Bueno, dejando de lado los cheques, no s si pertenezco a ese mundo. Todos se creen grandes artistas, pero no tienen idea de nada. En Chile el arte es la industria de lo snob Y tambin es la industria de la soberbia. Lo peor es que esa soberbia se manifiesta en provincianismo: los escritores escriben como si fueran los primeros, los ms originales, desconociendo descaradamente a sus predecesores. Tienen miedo de parecer eruditos, de la cita, del homenaje, del dilogo culto, de la inteligencia. Lo mismo ocurre con los artistas visuales. Y no hablemos de los cineastas, que son peores an. -Pero t siempre has sabido eso -Lo s respondi ella. -Entonces, por qu quisiste estudiar arte? -No lo s, ya te dije. Por la libertad que te da, puede ser?... Desde nia me he dicho que quiero tener el control de mi vida, que no quiero jefes, que quiero hacer algo, crear algo nuevo que slo me pertenezca a m Ser artista es una forma de lograr eso, creo. -Y por qu renuncias entonces? -Algo me pas mientras dibujaba a Sabrina. Senta que algo se me escapaba. Era como estar dibujando con agua sobre una piedra: tena que repetir el mismo acto una y otra vez para que no se desvaneciera el dibujo. -Y? -Y, no s, sent de repente que el dibujo era siempre lo mismo. No tena sentido. Asent porque no se me ocurri qu otra cosa hacer. Era evidente que la renuncia de Ana Karina al arte era momentnea. Sin embargo, me dio rabia. Sent que todo tena algo que ver con el Jota, o con la parodia que ellos dos estaban filmando. Pens en esa misteriosa Beatriz que Ana Karina haba nombrado. El Jota hua del sistema o realmente hua de esa extraa mujer? En eso pens que el nombre de Beatriz no era un detalle sin importancia (y lamentablemente despus supe que tena razn). Me qued un largo rato

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enfrascado en estas divagaciones. Ana Karina me hablaba de temas diversos, se rea, me contaba chistes, pero yo no escuchaba; slo asenta y me rea con ella. En un punto mientras caminbamos nuestras manos se rozaron. Ese pequeo roce era suficiente para ponerme nervioso y para que Ana Karina, notando ese nerviosismo, se pusiera extremadamente coqueta, como si olvidara sbitamente que nuestro papel en la comedia nos forzaba a evitar toda intimidad, que ramos amigos y que ella deba verme como tal, porque as lo disponan las convenciones sociales y el delicado equilibrio de la casa. La tom del brazo. Las olas reventaban con fuerza y las nubes ocultaban el sol anaranjado. Me puse a cantar en voz baja una cancin cebolla que sonaba en la radio local. Nos reamos atolondradamente, agarrados del brazo, en medio de la arena. En un punto el agua alcanz nuestros pies. Ana Karina se encaram sobre m para evitar seguir mojndose y ambos camos al agua. Seguimos caminando, empapados pero felices, hasta que pasamos junto a un hombre de unos cincuenta aos que se vesta como pescador y recoga conchitas. En realidad, me di cuenta que haca como que recoga conchitas; su inters estaba en otra parte. Despus de pasarlo, mir hacia atrs y not que su rostro tambin haba girado hacia nosotros. Bueno, para ser sinceros, not que le miraba el culo descaradamente a Ana Karina. Luego lo vi anotando algo en un pequesimo cuaderno, como la croquera que yo haba rescatado de la muerte. Entonces cre reconocer al poeta Claudio Bertoni. Le dije algo, creo que lo llam, pero l sali corriendo. -Quin es? me pregunt Ana Karina. -Creo que es Claudio Bertoni. -No puede ser l no vive en Concn? La pregunta me agarr de improviso. Era verdad. No poda tratarse del verdadero Claudio Bertoni. Mi imaginacin me jugaba una mala pasada. A medida que caminbamos, los contornos, las siluetas se iban poniendo ms confusas. -Estoy seguro que era Claudio Bertoni insist, para convencerme a m mismo de que no me estaba volviendo loco.

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-Sera demasiada coincidencia. l no vive por aqu. Entonces se me ocurri la respuesta: Bertoni viva en Concn, pero Concn y Algarrobo eran, en realidad, la misma ciudad. Conformaban la heterotopa. Tan as fue que de repente nos vimos caminando no por las calles hmedas de Algarrobo sur, sino por las calles desoladas de Concn. Recuerdo que pasamos por Las deliciosas, donde nos compramos dos empanadas de queso. Luego, tomamos una micro y atravesamos las dunas, acercndonos a Via del Mar, la ciudad de mi infancia. En un punto, la micro se empez a llenar de gente, la mayor parte personas cansadas despus de una larga jornada laboral. Haba tanta gente que habra sido casi imposible pararse en ese momento. Daba la sensacin de estar atrapados. -Y? me pregunt Ana Karina-. A dnde vamos? -No tengo idea. Al centro posiblemente. El centro de Via, pero de ninguna forma el Centro; por el contrario, un lugar sacado de una novela de ciencia ficcin, una casa repleta de engaos, un lugar laberntico y pesado. Ana Karina se qued dormida, apoyada en mi hombro. Tuve una sensacin de dja vu, y tambin el deseo de darle un beso en los labios apenas cerrados, estticos. La despert en el momento en que llegbamos a la plaza de Via. Aqu nos bajamos, le dije, y ella se incorpor. Tuvimos que luchar contra la masa de gente y salimos a empujones del vehculo que ya se pona de nuevo en movimiento. Lloviznaba. No s por qu, pero tengo la sensacin de que en Via siempre est lloviznando. Le dije esto a Ana Karina y ella se ri sin razn. Luego, enfilamos rumbo por la calle lvarez, pero para ello tuvimos que atravesar la lnea frrea (que estaba, en rigor, clausurada, ya que se construa un sendo metro que una casi toda la quinta regin). Era como estar en una guerra: trincheras, camiones, luces rojas, tierra, olor a podredumbre. La calle lvarez intervenida.

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Se haca de noche, pero nosotros no podamos evitar prolongar nuestra caminata, una caminata que en realidad era una sola y larga conversacin, apenas interrumpida por las evidencias de una ciudad eternamente destruyndose y deconstruyndose. Hablbamos, en realidad, como dos perfectos extraos que recin se conocen, curiosos por indagar datos de la vida del otro. Y t, qu quieres hacer en el futuro? Y t? Qu msica te gusta? Qu series de televisin te gustan? De pronto, llegamos a un lugar muy iluminado, uno de esos establecimientos comerciales que ayudan a los jvenes a sacar buenos resultados en las pruebas de ingreso a la universidad. ste, en particular, era como un mall colegial, donde se reuna lo que identifiqu como algo parecido a la lite local. -Parece que tengo clases ahora me dijo de sbito Ana Karina. -S, yo debera entrar tambin. Tengo lenguaje y es la prueba que requiere ms preparacin. Nos despedimos, pero quedamos de juntarnos pronto. Sin embargo, yo no quera entrar. Vea las formas desproporcionadas de esos cuerpos y esa vestimenta horrible, uniformada, que los una y desuna. Haba chaquetas rojas, amarillas, azules, grises, verdes. Y cada chaqueta tena su clan de chaquetas similares. Mir mi propia chaqueta: azul marino. Dnde se ha visto semejante absurdidad? En qu otra parte puede tener tanto peso una simple chaqueta? Sacarse la chaqueta sera, tal vez, una solucin. Pero entonces habra que sacarse tambin la camisa, el pantaln, todo lo que clama chaqueta, todo lo que clama azul marino y entonces darse cuenta que la desnudez total no existe, que nos podemos seguir sacando chaquetas, pero el cuerpo tambin habr adquirido esa asquerosa tonalidad azul. El fro, pens despus, el fro es el aliado primordial que tienen las chaquetas en su inters uniformador. En eso, not que se acercaban hacia m varios de mis compaeros de colegio. Venan haca m y sus ojos destilaban odio. Necesitaba un escape, salir de ah. Eso hice, corr por las calles viamarinas, como aos antes. Y mientras

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corra, pensaba en Ana Karina y en mi infancia, y senta que era el momento de ponerle fin a todo ello. Por qu les tema a mis compaeros? Ante sus miradas me senta siempre indefenso, desprovisto de algo, perdido. No era un temor fsico. Nunca fui golpeado; a lo ms me convert en el objeto de sus burlas. Pero el temor era ms sutil; no era ni siquiera un temor a la burla. An hoy no s identificar qu era lo que yo tema, pero s puedo asegurarles que me afectaba profundamente. Mi respiracin se alteraba, mis msculos se contraan. Me desdoblaba para vigilar mejor cada uno de mis actos; no era yo mismo. A lo mejor se era precisamente mi temor, el abandono de lo que significaba ser yo, una visin de m mismo en tercera persona. Pero no sabra asegurarlo: cuando pienso en ese perodo de mi vida todas las imgenes se superponen, las personas y las cosas pierden sus contornos, todo se convierte en una historia dentro de otra historia, en un sueo. Fue Ana Karina la que me despert. Corra junto al mar, en la zona imprecisa que delimitaba Algarrobo y Concn, Concn y Via del Mar, las ciudades que conformaban la heterotopa. Iba descalza. Y la naturalidad con que iba descalza sobre la arena me llen de seguridad. Pens en mis compaeros de curso, y por una vez, no tuve miedo. Sent en ese instante que haba dejado atrs al nio que se acurrucaba en el vientre de la madre, lleno de tensin y nerviosismo ante cualquier evento extrao. Era preciso actuar. -Ana Karina!- grit. -Qu ocurre? Por qu transpiras tanto? -Descubr una cosa, una cosa importante. -Qu descubriste? -No le tengo miedo a la humanidad. Soy una voluntad que no tiene sentido y quiero ser tu amante. Quiero ensearte cosas sobre el placer. Quiero que me ensees las formas ms elaboradas del placer. -Cllate, ests desvariando. Entonces me acerqu. Me acerqu a sus labios a pesar de que todo mi intelecto me deca que no me acercara.

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La bes y sus labios no se resistieron, pero s sus ojos que se abrieron al instante, y luego sus manos y su rostro y todos ellos giraron a destiempo y se alejaron de m. -No saba que te gustaba me dijo. -No quiero ser melodramtico ni cursi, pero creo que me estoy enamorando de ti. Ya se estaba ocultando el sol, ahora definitivamente. Claudio Bertoni era un punto a lo lejos. -Yo amo al Jota me dijo- S lo que esto implica, s que es una persona difcil, pero creo que lo nuestro puede durar. -Y por m, qu sientes? Existe una tensin, un deseo algo? Ana Karina mir el suelo, sus ojos repasaban algo hacia su interior, recorran sueos y recuerdos, calles y ciudades, caminatas y metforas, y estos entremeses de lo cotidiano se fusionaban con la realidad circundante. La respuesta fue una pequea lgrima inerte que caa por su mejilla, mientras sus labios los labios que previamente yo haba besado y haban querido ser besados- repetan una enigmtica palabra: -Nada.

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En el camino de vuelta no nos hablamos. Cuando al fin llegamos a la casa era de noche y nos esperaban. No nos hicieron preguntas. El Jota anunci que haba cocinado fideos con salsa y Ana Karina se arroj a sus brazos. Esa noche los escuch teniendo sexo. Culeando, como dira Claudio Bertoni. Los escuch deliberadamente, quizs castigndome por haber sido tan imbcil. Me haba desenmascarado demasiado pronto. Por unos das todo pareci volver a la normalidad. Pero haba una sensacin extraa en el trasfondo de todos nuestros gestos. Era como si jugramos, como si todo fuera una representacin. Mateo me dijo que a veces escuchaba el sonido de un piano: una sola tecla negra (sostenida) que se repeta incesantemente. Y esto le produca un malestar fsico. Le pregunt si hablaba metafricamente. -No lo s. Cada vez estoy ms seguro de escuchar realmente esa nota, me parece que es un Do sostenido. Es insoportable... Escucha! Ah est de nuevo. Un Do sostenido muy claro. -Yo no escucho nada. -Porque no ests escuchando realmente. Estos accesos de misticismo que le venan a Mateo cada cierto tiempo me importunaban bastante. Desconfo de todo misticismo y de toda metafsica. Sin embargo, con el pasar de los das yo tambin empec a notar, no una nota sostenida, pero s otras cosas, detalles si se quiere, pero que no podan soslayarse. Era la mirada del Jota, por ejemplo. Como si planeara dejarnos. Todo lo haca con una especie de indiferencia que no me cuadraba. Y su batalla a muerte contra el sistema? No era este, acaso, el fin del camino? Es que quera escapar tambin- del escape?

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Mi memoria haba retenido, no s por qu razn, el nombre de Beatriz, la ex del Jota, la mujer que haba provocado su huida. Cul era la verdad sobre aquello? Esta mujer era importante para su vida o era un simple nombre al pasar? Me parece que todo esto sucedi hacia fin de ao, pero una vez ms las fechas son escurridizas. En la casa no celebrbamos cumpleaos, ni pensbamos en nuestros futuros personales. Era un pecado empezar a elucubrar sobre cuestiones pueriles como el matrimonio, los hijos, el trabajo. Todas las cuestiones sobre el futuro se reducan a planes estratgicos, perspectivas de la lucha futura. Estbamos condenados a hacernos viejos a fuerza de no pensar en nuestra vejez. Y es que la omisin de este trmino difcil nos la acercaba ms y ms, ya que todas las cosas que hacamos al interior de la casa estaban conducidas a retardarla, y mediante esta operacin, nosotros no podamos dejar de pensar en ella. Senta que los muebles se hacan cada vez ms grandes, como si la casa hubiera querido tragarnos a todos. Los ruidos de la casa desentonaban, la soledad se empezaba a hacer presente. Tendamos, casi todos, al individualismo. Los nicos que creo- guardaban cierta compostura eran Sabrina y Perec. En cambio, la relacin de Ana Karina y el Jota se caa a pedazos frente a nosotros. Ellos se esforzaban en demostrar que el amor lo imbua todo, se rean ms fuerte, jugueteaban a cada momento, se miraban, hablaban en voz baja. En plena tarde se encerraban en su pieza a tener sexo y Ana Karina gritaba como loca. Los gritos de Ana Karina eran, me parece, un nuevo signo de exploracin gestual. Eran desmedidos, actuados. Escapaban de su conducta habitual, y demostraban que todava no se acoplaba a los esquemas rutinarios de la madurez. Y cuando hacan el amor los platos caan al piso, las ollas retumbaban, el espejo del fondo se trizaba, todo sonaba como en un concierto de Bela Bartok, los muebles crecan a una velocidad inusitada, con una msica de fondo apabullante, histrica.

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Esta locura me obligaba a salir de la casa sofocante. Caminaba por el barrio para quitarme la rabia. A veces lloraba como un nio mientras recorra las calles con nombres de poetas olvidados. Pensaba en las circunstancias que me haban alejado de Ana Karina. Pero, es que haba estado alguna vez cerca de ella? En el fondo, era una gran desconocida. A veces, me despertaba en la noche imaginando su cuerpo desnudo, pero no su cuerpo desnudo tal cual era fsicamente sino lo que su cuerpo conformaba para m. Trozos de canciones, recuerdos de otras mujeres, cuadros impresionistas, pelculas pornogrficas, poemas de Rimbaud, cnticos guturales. A veces, senta en su piel un olor a tierra mojada, a pasto, a eucaliptos. Y lama sus pezones erotizados, cubiertos de sal. Pero la rabia regresaba an en estos sueos a reclamar mi cabeza. Por qu me haba arrojado sobre ella? Cmo haba credo siquiera que ella poda estar interesada en m? Y, sin embargo, el beso haba sido real. Me pareca que ella se haba esforzado para permanecer dentro de su papel de polola perfecta, dentro de su papel de madre y esposa entregada prematuramente a los sufrimientos de la vida conyugal, una madre que no sabe que es madre, dispuesta a sacrificar su existencia artstica por la ilusin de un orden, la ilusin del hombre artista que yace en el suelo imaginando poemas o composiciones que nunca escribir, mientras ella cocina o lava los platos, suspirando para sus adentros y admirando un cuadro esttico del esposo, un invento que ha fabricado su imaginacin, todo convertido en resignacin cristiana y absurda, las palabras no dichas entre comida y comida, el tiempo agitndose temblorosamente entre ambos, opacando los movimientos, acelerando el proceso de descomposicin, en das largos y calurosos. Culeando, culeando sin mirarse. La imagin representando a Sara, la esposa de Abraham, o peor an, en el papel de Agar, exiliada en el desierto, con un hijo a cuestas, ignorada incluso por su dios absolutamente machista y patriarcal. A pesar de todo aquello, no perd la ilusin por completo. Por el contrario, intentaba acercarme a ella, hablarle, decirle cosas chistosas, llenarla de mis

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propias ideas, construyndome la imagen de un hombre sensible y apasionado, seguro de m mismo, valiente. Por ejemplo, me acercaba a ella cuando la vea en sus clsicas reflexiones, sentada en una silla de playa, en el patio. En esas ocasiones se vea ms hermosa que nunca, con el cuello completamente erguido, formando una figura de estilo griego. Me encantaba cuando el viento agitaba levemente su pelo (tena el pelo corto, pareca sintonizado con el viento, siempre se agitaba un poco, pero nunca pareca desordenado, todo aparentaba un vals sutil, bailado entre su pelo y el viento, una imagen vvida dibujada por un artista). A veces me descubro pensando que el fracaso de Ana Karina como artista ha sido no poder crear algo ms hermoso que ella misma. Ella me dira que la belleza no es uno de los objetivos (explcitos) del arte moderno. Sin embargo, no puedo evitar pensar que las respuestas a su vaco creativo radican en su propio cuerpo, en su tono de voz, en sus ideas que viajan por extraos caminos, a veces llenos de sensatez, y otras veces llenos de cabos sueltos, incitaciones a llenar los puntos, los vacos entre punto y punto que ella desconoce, pero que el lector avezado puede llegar a ver en cada palabra, en cada gesto (cada gesto que anhela la construccin de una forma). En estas ocasiones yo me acercaba sigilosamente y haca algn comentario pueril sobre la decadencia del arte. Ella fumaba su cigarro Viceroy, light- y me responda con la mirada fija en el horizonte. Hablbamos. De vez en cuando formaba una O con las volutas de humo. En un punto de la conversacin, yo le tiraba una indirecta relativa a lo que haba sucedido ese da en la playa. Ella no me responda, como si no hubiera odo. Luego, yo insista. Ella me deca (a veces violentamente) que la cortara, que las cosas tenan que mantenerse como estaban. Me sorprenda su uso del verbo tener para referirse a todo. Todo tena que ser de alguna manera. Y no estaba en nosotros la posibilidad de forzar las cosas. Entonces ella daba por terminada la conversacin y volva a entrar a la casa (a esas alturas ya era de noche). Ahora he llegado a creer que fueron estas conversaciones las que hicieron que su deseo por el Jota se acrecentara. Digo, que su deseo se acrecentara aparentemente, porque, ya lo

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saben, no era ms que una gran representacin. Tanto ella como el Jota saban que aquello no durara. Quizs esta es la razn de que Ana Karina forzara las cosas, que se doblegara ante el Jota como lo hizo. Pero estas son especulaciones.

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Mientras transcurran los das mi desesperacin se acrecentaba. Intentaba que no se notara, pero cuando pienso de nuevo en ese perodo de nuestra estancia en la casa, me parece una poca insufrible. Todos estbamos agotados. Mateo segua escuchando la tecla negra, negrsima, que se iba insuflando en sus tmpanos. -Yo creo que hemos llegado al final me dijo un da. -Cmo al final? -Al final de todo. No vamos a durar mucho ms en esta casa. -T crees que los pacos nos van a sacar? Mateo dud. Ese era ciertamente un problema, la cuestin legal. -No, no nos van a sacar. Ya nos habran sacado a estas alturas. -Entonces? Te aburriste? Te quieres ir? -Yo no Pero el proyecto fracas. Al menos fracas segn los parmetros que nos llevaron a venir aqu. -Y qu pas con las palabras de Perec? Te acuerdas: la vida nos est amordazando? -Primero que nada, la frase era la vida nos est acogotando. Segundo, no te das cuenta? Falta aire en la casa. Estamos paralizados. Me qued callado. Yo tambin haba pensado algo parecido, claro que sin tanto dramatismo. Pero si hubiera podido conocer el futuro le habra dado la razn al nfasis de Mateo. No nos dijimos nada ms esa tarde. Despus de esa breve conversacin, acompa a Perec a hacer las compras. Como siempre, era yo quien hablaba. Cuando estaba con l era capaz de hablar de cualquier cosa. Me haba autoconvencido de que mis monlogos eran no slo entretenidos sino que

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tambin denotaban erudicin, irona, agudeza. Y como l callaba, esta idea permaneca irrefutable. Siempre que bamos a hacer las compras, Perec sacaba una hoja de su cuaderno donde anotaba una lista improvisada. Muchas veces Sabrina lo haca aadir una que otra cosa, detalles femeninos, pruebas de nuestra ineptitud masculina. Pltanos, manzanas, tomates a Sabrina le encantaba el tomate-, leche semi-descremada (aunque el Jota insista en tomar leche entera, como si eso lo fuera a unir ms con lo autctono, con el eje primordial, con la vaca sagrada o algo por el estilo), mantequilla, lechuga, huevos, vienesas, ocho marraquetas, bebida cola (el sucedneo ms barato que existiera), cerveza. El huerto, como podrn notar, no era capaz de suplir an nuestras necesidades alimenticias. Mientras nos dedicbamos a estas labores, yo filosofaba. Pero lo que filosofaba era siempre un engao, un encubrimiento. En realidad, pensaba en otras cosas, Ana Karina principalmente, pero tambin en la extraa unin que haban configurado Perec y Sabrina. No poda ser tan simple como eso de que los opuestos se atraen. Haba algo que no calzaba. No era solamente la inversin de las afonas de la que habl en un principio, sino algo ms, una cualidad, por as decirlo, fsica. Perec tena el pelo ensortijado, y su rostro era muy flaco, quijotesco. Antes llevaba barba, para parecerse ms al escritor, pero haca un tiempo (poco despus de quedarse sin palabras) se la haba afeitado. Su tez era blanca. Siempre llevaba puesta alguna polera de un grupo musical, alternando entre grupos metaleros y Los Jaivas. Cuando todava hablaba, ejecutaba La conquistada a la perfeccin. Ahora tenamos que conformarnos con la voz de Sabrina (que no era mala, pero que no alcanzaba a llenar el vaco que dejaba la voz de Perec). Sabrina, por el contrario, era un poco rellenita, sus formas eran curvas, redondas, onduladas, erticas. Donde Perec era quebrada ella era la sutil enredadera, la flor abierta y roja, el calor abrasante, la excitacin sutilmente

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prpura, el incienso. Su pelo era ondulado, pero suave, no tena la fuerza elctrica que tena el pelo de Perec. Algo no cuajaba. Pens sbitamente que Perec se haba callado para poder hablar con ms elocuencia que antes. De hecho, ahora todo lo haca de forma ms explcita, sus gestos se haban hiperbolizado, sus rasgos alguna vez mviles, difusos- se haban quedado fijos en una especie de fotografa, su actitud haba adquirido tintes definitivos. Dira que era un smbolo de madurez, pero puede ser que esta atribucin sea excesiva. Por otro lado, la imagen de Sabrina se haba vuelto ms difusa que antes. Sus peroratas sobre compositores, sobre la quinta sinfona de Mahler, por ejemplo, o sobre el estilo ondulado de Schumann, o sobre la msica atonal, eran insufribles, porque tendan a ocultarla, a transformar sus propias palabras en un miasma purulento. Un ejemplo de este afn de ocultamiento est en la reunin que ella organiz con el Colectivo Lesbos, un grupo de minas lesbianas que haba rayado un par de murallas en el sector. Como era de esperar, el Jota se sum gustoso a la reunin, porque significaba politizar un nuevo espacio, entrar a conocer la lucha urbana, cotidiana, que este grupo representaba. Cmo esperar encontrarse con un colectivo de esta naturaleza en un pueblucho como ese? Mateo y yo hicimos algunas bromas estpidas antes de que llegaran las chicas, cosa que nos vali la desaprobacin inmediata de Sabrina, la que amenaz con expulsarnos. El Jota se puso a pontificar sobre la pornografa (la pornografa como comercializacin y humillacin de la mujer, etctera). Este exceso de seriedad me llev a tomar una determinacin que hoy juzgo estpida, pero que en aquel momento solo me pareci temeraria: les dije a las chicas, en plena reunin, que era fantico de las pelculas de lesbianas, o algo as. Las chicas se lo tomaron con humor, pero Sabrina me mir con odio. Durante el resto de la noche, y a medida que el alcohol empez a fluir, ella estuvo bastante agresiva conmigo, pero, desde luego, solo en un plano retrico: -El otro da me dijiste que no estabas de acuerdo con la idea de penalizar el femicidio

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-Cmo era el chiste que contaron antes que las chicas llegaran? -Has ledo a Susan Sontag? -Por qu citaste a Safo? Ests tratando de decirle algo a las chiquillas? -Quin era Gertrude Stein? -Qu te parece el trmino tortillera? Yo te he escuchado decirlo un par de veces. -Qu opinas de la pornografa? Porque t ves mucha pornografa, no?... Cosas as. Y luego hablaba, hablaba hasta por los codos, solo interrumpida por el Jota, quien haca acotaciones gramscianas, acotaciones que a Mateo le daban mucha rabia, tanto as que no poda evitar comentarme por lo bajo que el Jota no tena ni puta idea de quin era Gramsci. Esa noche me di cuenta de que todo era dar vueltas sobre lo mismo. El Jota y Sabrina se mimetizaban en un afn intelectual que difcilmente estaba conectado con nuestra permanencia en la okupacin. Sabrina hablaba porque no saba qu decir, porque en definitiva no saba qu chucha estaba haciendo en la casa. De ms est decir que no volvimos a juntarnos con el Colectivo Lesbos. Pero lo ms importante de la ancdota es que me demostr la naturaleza del nuevo lenguaje de Sabrina. Algo se haba perdido. Quizs, incluso haba perdido su amor por la msica. Y las palabras cubran esto, lo tapaban con barro y hojas secas, ingenuamente. En fin, esto era lo que pensaba realmente mientras filosofaba con Perec, o mientras esperbamos que nos atendieran, sin decir palabra. Y luego volvamos a la casa cargados de bolsas, y l, a veces, se pona a silbar, como dicindome que el sonido segua adentro suyo, que no lo haba abandonado en forma definitiva, que todo aquello era una fase, un experimento, una performance que haba durado, tal vez, demasiado tiempo. O quizs me deca que se poda vivir sin hablar, que las palabras eran, en el fondo, un lujo innecesario. Y ahora pienso que quizs me estaba tranquilizando. Que me estaba diciendo que l era el

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guardin de la msica de Sabrina, la msica que Sabrina haba perdido, y que todas esas melodas que antes pululaban en su cabeza, ahora vivan con l.

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Me gustara imaginar por un momento las causas. Imaginar al Jota en su adolescencia: un joven hipersensible que garabatea poemas en un cuaderno del colegio. A quin estn dedicados? A una Beatriz, a una Constanza o a una Josefina? El nombre ms recurrente es Beatriz, pero sus contornos son imprecisos. Las otras son de verdad, pero el joven no puede poseerlas. Se siente demasiado feo como para abordarlas: se mira en el espejo y ve un rostro en parte deforme, salpicado de espinillas, pero tambin de dudas, la duda permanente, el nerviosismo que intentar toda su vida de erradicar por completo. La verdad es que en esa poca fracasa una y otra vez en el acercamiento al otro sexo. Culpa en su momento a la educacin autoritaria y represiva que recibi en el liceo de hombres. Se siente demasiado femenino, teme al resto de los hombres. Juega con la idea del suicidio, pero se sabe demasiado cobarde para llevarla a cabo. Por esos das suea con emigrar, con el viaje. Lee a Bolao y se imbuye de un neoromanticismo visceral. A los diecisis aos llama a su madre desde un telfono pblico de Antofagasta. Est recorriendo, dice. Llama peridicamente, pero no regresa sino hasta varios meses despus, habiendo perdido el ao escolar. Termina estudiando en uno de esos institutos 2x1. Luego entra a estudiar ciencias polticas en una universidad pblica de Santiago. Lee mucho, quizs demasiado (se puede leer demasiado? Cervantes respondi esta pregunta afirmativamente). Una vez ms se harta de todo. Alcanza a terminar la carrera, pero decide no ejercerla jams. Le entrega el diploma a su padre y le dice ya no me huevees, por favor. A esas alturas, mantiene la frustracin de ser virgen, al punto que ha empezado a dudar de su propia sexualidad. Entonces conoce a una mujer y recuerda los nombres que escribi y tarj en sus cuadernos de la

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adolescencia. En el principio es igual de timorato que en sus experiencias anteriores. Sin embargo, pronto se van a vivir juntos, lo que choca con la opinin de su familia. Descubre el sexo, pero tambin la parte nefasta de toda relacin. Los momentos de felicidad duran poco, apenas un ao. En los aos sucesivos sus nuevas relaciones fracasan por culpa de su obsesin con esta mujer que representa el ideal de su adolescencia. O al menos, eso es lo que me parece. La mujer tambin lo busca, incesantemente. Parecen dos salvajes jugando en el barro, son egostas y enfermizos. Parece una relacin incestuosa. Beatriz, en realidad, es una fachada. Beatriz es un smbolo. Y lo peor de todo: no es un smbolo original, sino que se trata de una de las representaciones ms manidas de la literatura occidental. Beatriz es un pretexto para darle un sentido a la idiotez que son, en el fondo, las relaciones amorosas*. Beatriz obedece a una necesidad de sentido. Beatriz representa el sacrificio, la autoinmolacin, la necesidad de martirio. Esto por ahora.

Son una idiotez porque no van a ninguna parte ms que a la muerte. El problema no es el amor, sino la cantidad de expectativas que deposita la gente en las relaciones amorosas. Si bien estas pueden ser capaces de darle un sentido a la vida, es cuestin de que nos detengamos en ellas para que notemos que no tienen ms sentido que la apropiacin y el aburrimiento. Buscamos la asfixia voluntariamente. Un mundo de sexo sin compromiso es un mundo lnguido, aburrido. Pero un mundo de sexo comprometido es un mundo terrible: se pierden las proporciones y la realidad se contrae. Al final, queda la muerte.

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La okupacin, contra lo que sostena Mateo, agarraba cierto ritmo. Vena gente a preguntar por el proyecto, algunos colectivos (ciertamente no el Colectivo Lesbos) se nos unan en las tareas de difusin y kontrainformacin (empezamos a editar un pasqun semanal, La kultura de la basura, que slo dur dos meses), y una vez a la semana hacamos un pequeo recital. Lamentablemente, nunca asisti mucha gente a los recitales, porque no comulgbamos con la punkera adolescente. Por el contrario, lo nuestro pareca una ramada izquierdista con sabor a empanada y vino tinto, compaero. Totalmente desconectado de lo que -en trminos cultural propagandsticos- la llevaba. Las jornadas de debate, en cambio, empezaron a ser muy exitosas. El nico problema era que el Jota empez a acaparar las miradas, y pronto se troc la palabra debate por la palabra discurso. En las noches a veces se quedaba gente y nos emborrachbamos con ellos. Pero a la par con el xito (un xito relativo, ya que la tecla negra segua sonando detrs de los muebles en continua expansin) el proyecto nos empez a abandonar. Creo que todos lo sabamos, incluso el Jota, quien era el ms entusiasmado con el nuevo cariz que haban tomado los acontecimientos. Y es que durante el da apenas podamos hablar de los antiguos temas. La casa estaba llena de gente: atiborrada, saturada, aglutinada, colmada demencialmente, y haba que estar hablando todo el rato con los nuevos feligreses, informando las reglas de la okupacin con un tonito burocrtico o simplemente al estilo boy scout, respetando las formalidades contraculturales, la jerga dicotmica, y la pleitesa al dios Jota, ungido por los okupas algarrobinos. En la noche, sin embargo, la mayor parte de la gente sola irse (lo que denotaba

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cierta debilidad en nuestra convocatoria, o, lisa y llanamente, la falsedad de todo el asunto de la okupacin) y slo quedaban grupos aislados que se dedicaban principalmente a fumar pito y tomar cerveza. No s si ya corra el mes de febrero cuando nos encontramos, de pronto, y sin saber por qu, nuevamente solos. Entonces not que la soledad era un alivio, y me parece que todos pensbamos que aquella soledad haba que atesorarla y aprovecharla al mximo. Incluso he pensado que tal vez -no quisiera arriesgar mucho en esta elucubracin- todo lo que sucedi despus se debe a la alienacin en que nos haba sumergido el repentino xito de la casa okupa. -Parece que de verdad somos okupas- dijo Mateo, con irona. -Hay que trascender. La okupacin es un estado mental, compaerorespondi el Jota. -Trascender a qu? Qu pelotudez se te ocurri ahora? El Jota no le respondi. -No, si a este huevn hay que aterrizarlo me dijo Mateo por lo bajo. -Yo estoy de acuerdo con el Jota- intervino Ana Karina. -Explcate. -Hay que incluir al resto de la comunidad en la casa, hay que abrir ms el espacio comn. Y eso significa abrir el grupo. Estamos muy cerrados. Una prueba de esto es que nadie se ha quedado de forma permanente, y hoy nadie se qued a pasar la noche. -Pero es que estos pendejos estn haciendo turismo respondi Mateo. -No es eso. Tenemos que abrir el grupo. -Qu es abrir el grupo? Ana Karina empez a repetir, como un mantra, el verbo incluir, incluir, incluir. -Separarnos interrump Abrir el grupo implica separarnos. Todos me miraron, pero luego siguieron en lo suyo. Al debate ingres Sabrina con frases vehementes en apoyo a Ana Karina, y el Jota permaneci en silencio, pero asintiendo con la cabeza, gesto que a Mateo lo sacaba de quicio.

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En ese momento not que la verdadera desgracia nos concerna a todos. Y est claro que se trataba de una desgracia amorosa (la amistad y el amor no estn desvinculados, la amistad es una mera manifestacin del fenmeno amoroso). Hay gente que cree que la amistad escapa de los problemas de una relacin ertica. No es as. Una amiga o un amigo son capaces de producirnos un efecto muy parecido al que nos produce una amante. Si les pasa algo, es como si nos pasara a nosotros. Sus vidas corren junto con las nuestras. Y les hacemos preguntas, les pedimos detalles escabrosos, queremos saber todo sobre ellos, hasta las cosas ms ntimas. Pero a la vez sabemos que la imagen que nos entregan es falsa. Nos creamos imgenes ante los dems. Con Sabrina yo era el amigo sensible, comprensivo. Con Ana Karina actuaba como el perfecto esposo. Con Mateo era dependiente, necesitado de afecto. Con Perec era reflexivo, profundo, inteligente. El Jota no era mi amigo, pero lo respetaba. Estas palabras no quieren ser una justificacin. Todo lo que ocurri fue sacado de una pelcula surrealista; los smbolos de esa noche son imposibles de descifrar racionalmente. Lo nico cierto es que la discusin haba llegado a un punto lgido, un punto donde bien pueden ocurrir dos cosas: 1) La separacin definitiva del grupo, la guerra a muerte. 2) El soslayamiento del conflicto, la vista gorda. Como deben intuir, gan la segunda opcin, propiciada por Perec, quien, con la elocuencia que lo caracterizaba, hizo el nico gesto que podra salvarnos de la dicotoma: sac una botella de pisco. Todava no he logrado esclarecer quin sac las cartas, quin propuso jugar pker. Por mucho tiempo pens que haba sido el Jota, pero ahora he llegado a creer que fui yo mismo, quizs para sacarme la depresin de encima, o para tener una oportunidad ms con Ana Karina, como si el alcohol y el juego fueran a eliminar los eventos anteriores. No creo que sea necesario describir minuciosamente las situaciones que se fueron sucediendo a un paso vertiginoso aquella noche. Los detalles, por lo dems, siempre son escurridizos. Con el primer trago retienes todava alguna

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fraccin de lo que ves a tu alrededor. As, por ejemplo, contemplaba el rostro siempre recio del Jota, la mirada fastidiada de Mateo, el rostro risueo de Perec, la mirada maliciosa de Sabrina, el rostro inescrutable de Ana Karina. Al principio las risas, si aparecan, se sentan forzadas. Mateo segua mirando con odio al Jota, el que a su vez pareca rumiar para s los discursos que aquella noche no pudo pronunciar. Pero la noche se fue distendiendo poco a poco. Las teclas negras empezaron a alternar con fluidez, y la casa se empez a ensanchar a la par con los muebles. Todo flua: el alcohol, las cartas, las fichas. En un momento empezamos a apostar plata de verdad y sacamos una segunda botella. Creo que fue en ese momento en el que los nombres empezaron a difuminarse en mi mente, los lugares perdieron su vigencia; ebrio como estaba alcanc a vislumbrar la inutilidad de tanto dato suelto que nos obligan a retener, para reducirnos a nmeros y tarjetas, que nos controlan con una inactividad sutil. Es la filosofa del plstico, del bolsillo y la billetera. La economa del placebo, la falta de poesa. De esa noche estoy destinado a obtener en mi memoria slo flashbacks repentinos, lo mismo los das siguientes: una serie de hechos que nunca podr ser analizada en forma cronolgica. bamos en un mar mareado, directo hacia la noche que no tiene races, cantando desafinadamente, hablando (yo) sobre la evolucin de la izquierda desde la revolucin francesa en adelante, el Jota rebatiendo cada punto, ms lcido que nunca (tras la quinta piscola) y mis ojos de pronto enfocados en Sabrina, hermosa como nunca, todos sus movimientos que fluan con una armona que yo nunca haba visto (ella era, ms bien, torpe), y Perec, quien dio inmediatamente un paso al costado, como diciendo que no crea realmente en los celos, que Sabrina era una mujer libre y como intuyendo un plan que se gestaba en el subconsciente de todos nosotros, mientras ella y yo conversbamos, como si recin nos conociramos. Quizs nuestro descarado coqueteo fue lo que aceler las cosas, y as mientras alguien abra la tercera botella, y otros dos partan a comprar bebida a la botillera de la esquina (copete no nos faltaba), Ana Karina nos propuso enriquecer nuestro juego de pker.

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-Vctor ya perdi todas sus fichas le coment a Sabrina- Yo creo que tenemos dos opciones aadi, mirndome con malicia- O te vas, o sigues jugando sujeto a alguna condicin. -Qu condicin? -Te sacas alguna prenda. -Cmo una prenda? -Ropa, menso. Intent sostener la mirada de Ana Karina, pero Sabrina intervino: -Kari odiaba cuando le deca Kari; por lo general soy contrario a todo tipo de diminutivos -djalo tranquilo, el pobre es el ms pudoroso de todos. Esta afirmacin s que me exasper, as que, estimulado por el alcohol, me saqu los pantalones de una sola vez. -No tenas por qu partir con los pantalones me dijo riendo Sabrina. Ana Karina no se rea; ms bien, dira yo, denotaba cierto aire de suficiencia, era para ella como un (primer) round ganado. De pronto el juego se convirti en algo distinto. No s si todo esto ocurri en la misma noche. En efecto, creo que en mi memoria se han combinado hechos diversos, provenientes de diferentes pocas de mi vida. Pero esto, claro, no tiene importancia. El juego sera el smbolo de algo que se encuentra un poco ms all de los hechos puros, se me ocurren frases manidas como homo ludens, arte performtico, qu se yo. No tiene relevancia si es efectivamente el mismo momento; al final, todo es parte de la misma borrachera que se va gestando a lo largo y ancho de nuestras vidas, slo que se va gestando de manera descontinuada: Primero reanudamos el juego de pker, con las prendas que van formando un montoncito cada vez mayor en el suelo de madera, con el alcohol que fluye gilmente por los vasos sanguneos, la kultura chupstica, el farol que no alumbra y otras huevadas del mismo tenor, las confidencias sexuales, todo esto que va cubriendo con una cortina agujereada los instintos bsicos: la sed de ese mareo indefinible, del saborcillo a jarabe en la parte posterior de la lengua, y los labios

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de alguien, hombre o mujer, y las manos sobre la rodilla o el brazo alrededor de los hombros las amistades verdaderas siempre estn teidas por esta ambigedad-, las manos que no saben quedarse quietas, la lengua entumecida y la risa fcil, la cancin al borde de las lgrimas, y las voces que van elevando lentamente su intensidad, y Ana Karina creyndose no s qu, la emperatriz de la experiencia sexual, la gran puta de babilonia, predicando con el ejemplo, en calzones diminutos, los pechos no muy exuberantes pero como de diosa griega, y de repente los flashbacks de un pasado ms lejano, la botellita, las penitencias, la mixtura del aire en la pieza oscura, como si el cielorraso hubiera amenazado una vaga llovizna sangrienta, a pasos agigantados, desde la tmida proposicin de Ana Karina a sus pechos que rozan apenas (sin ser esto una consecuencia prevista) el pecho desnudo y lampio de Perec, quien la besa con los labios cerrados, pero a quien ella insiste, y la humedad del beso y las bocas expectantes, los hombres intentando ocultar una ereccin: El Jota empieza a jugar mal a propsito, apostndolo todo a una mano terrible (apenas un par) y aunque la trampa se nota, alguien se ha hecho la vista gorda, y ahora est mordiendo los pezones de Ana Karina, y el juego sigue, con la dcima piscola, y tengo mala suerte, me toca besar al Jota y nos damos un beso con la boca apretada al mximo, aunque luego el Jota me empieza a meter cuco con su etapa de experimentacin sexual en el liceo de hombres, no s si lo dice en serio o es una ms de sus bromas ahuevonadas, y luego les toca a Mateo y al Jota, pero Mateo declina y prefiere quedarse completamente desnudo, y el Jota hace un comentario sobre el tamao, y todos nos remos, menos el pobre de Mateo, y as avanza la noche sacada de cuajo desde lo profundo de los humedales, con un olor a algas y vegetacin sudorosa, con una sensacin vvida y alegre acaricindonos la piel y entonces -justo entonces- me toca besar a Ana Karina, por fin, a Ana Karina semidesnuda, pero pronto estoy odiando su beso sin lengua, sus labios duros, apretados duros como las rocas de los acantilados de Algarrobo, y como todo aquello que ya no existe; entonces, mientras el juego sigue y empiezo a comprender hacia dnde ha girado la comedia, siento

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nuevamente las olas que rompen, que rompen contra los acantilados mientras Perec hace una cita fotogrfica parado casi en la cornisa, como mirando el abismo, en un da nublado, siempre nublado, cuando Ana Karina era feliz y no se haba convertido an en las rocas, las duras rocas impenetrables: Me mira. Todo est framente calculado. Como en una pelcula de Godard, o como en una pelcula de Bertolucci. Nuestras ropas forman un montn en el piso. Ana Karina se saca el calzn diminuto. Sabrina la sigue (Sabrina, en el fondo, admira a Ana Karina, la imita, la sigue siempre como una devota). Podra saborear el cuerpo salado de Ana Karina, pero todo est framente calculado. Yo no estoy desnudo, pero s que lo estar pronto. El Jota es el nico que sigue con el pantaln puesto (pero segn amenaza no lleva slip). Perec slo tiene puesto un sombrero de huaso, y Mateo dem. Estudio minuciosamente a las Frins, y las aureolas de sus pechos, pequeas las de Sabrina, perdidas en un ocano blanco, mayores las de Ana Karina; la primera de un color casi clido -rojizo-, la segunda oscura, como una pelcula en blanco y negro. Las mujeres se besan; sus lenguas se tocan deliciosamente. Si me levanto de mi asiento, me caigo al precipicio. Todo est framente calculado. Ahora yo debo besar a Sabrina, debo besar a Sabrina y olvidarme de Ana Karina para siempre. Las piernas de ambas estn cruzadas, como viejas aristocrticas desarrollando una coreografa primitiva, aprendida en los colegios de monjas o en libros prohibidos para los hombres, en un orden perfecto, anterior a la sangre. El deseo queda detenido en una imagen confusa, y luego

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Las piernas, los brazos, las manos quedaron mezcladas esa noche. No s cmo llamar a lo que ocurri, no s cul sea la realidad fsica, fisiolgica, biolgica de nuestro encuentro nocturno. Qu ocurri a ciencia cierta? Quin toc a quin? Nos tocamos realmente, o se trat ms bien de un sueo alcoholizado? Estos hechos nos unan o nos separaban? Desde el principio cre que todo fue un plan de Ana Karina para iniciar el proceso de descomposicin del grupo. Sin embargo, ahora pienso que era algo que iba a pasar de todas formas y que para ese entonces nuestros das como grupo okupa ya estaban contados. Slo recuerdo realmente el da siguiente, abrazando a Sabrina, los dos desnudos, envueltos en un poncho de gaucho, en el living. Ms all, Mateo y Perec envolvan a Ana Karina, en el comedor, debajo de la mesa. El Jota haba salido. Me levant. Me vest provisoriamente y luego camin a tientas por la habitacin. Afuera haba un sol abrasante, pero yo senta fro. Sal, sin saber qu buscaba, si alejarme de una imagen espantosa (todos revueltos en el piso, como cadveres apilados) o encontrar al Jota, el nico que pareca inmune a la fiesta. Una vez afuera tuve una sensacin horrible, como si me fuera a morir en ese mismo momento. Vomit en el huerto, y luego ca sobre mi propio vmito, desvanecido. No era una caa cualquiera. Las palabras que haba pronunciado el da anterior, la respiracin de Sabrina en mi cuello, sus palabras en mi odo, todo esto se amontonaba sobre mi cabeza y me golpeaba con fuerza. Eran los Montescos y los Capuletos enfrentndose, entre violines y timbales desesperados, sin posibilidad de tregua, dentro de mi atormentado cerebro. Poco a poco me recompuse. Decid caminar lejos de la casa. Todava trastabillaba, como un barco ebrio, tropezndome patticamente cada cinco

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pasos. Todava tena en la retina el cuerpo desnudo de Ana Karina entre Mateo y Perec, como una evidencia de mi derrota: su cuerpo desnudo, totalmente expuesto, pero fuera de mi alcance, protegida por dos guardianes de piedra. Y yo, junto a Sabrina, como si las identidades hubieran sido cambiadas en la confusin de la noche. No s cunto rato camin. Una vez o a una profesora de filosofa decir que lo importante no era tanto saber quines somos, sino dnde estamos. Y yo no tena puta idea de dnde estaba. Todo pareca sacado de un sueo. Ahora que lo pienso no estaba demasiado lejos de la casa, probablemente dando vueltas en crculo por el pueblo. De pronto, me encontr ante un acantilado por el que se lanzaban personas en alas delta. Estuve all mucho rato, observando el procedimiento y los rostros de los hombres que se lanzaban, con una intrepidez impresionante, al vaco. Era como jugar a ser Ddalo e caro. Muchas veces me he preguntado si esos hombres estn conscientes de esto, si tienen un pacto con los dioses o simplemente depositan toda su confianza en la buena suerte. Entre toda la gente haba un grupo de espectadores que, igual que yo, observaban el espectculo fascinados (o aterrorizados). En ese grupo estaba el Jota. No me sorprendi encontrarme con l porque un par de veces nos haba contado sobre la belleza del espectculo de los alas delta. Me acerqu sigilosamente, pero l ya me haba visto. -Cmo est esa caa? me pregunt, sin dejar de mirar el espectculo. -Horrible. Creo que me voy a morir. -Todos nos vamos a morir, compaero. -Pero yo me voy a morir hoy da. El Jota se ri a carcajadas (reaccin que yo no esperaba). Pareca enajenado. -Yo no creo en la muerte me dijo. -Vas a ser inmortal, acaso? -No. No me interesa ser inmortal. La muerte es parte de un proceso natural, y por lo tanto, es inevitable. Y a m no me interesa lo inevitable.

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-Yo, por el contrario, no s cmo la gente puede pasarse la vida sin preguntarse por la muerte, sin desesperarse por la muerte la cabeza me daba vueltas mientras deca esto. No tena realmente las fuerzas necesarias para llevar a cabo un debate intelectual, ni menos con alguien como el Jota, pero cre en ese momento que deba estirar lo mximo posible la conversacin, quizs con la esperanza de llegar a alguna conclusin satisfactoria sobre el pensamiento del Jota, y ms an, sobre su vida, que para todos nosotros, y creo que incluso para Ana Karina, permanece an como un misterio. -La gente le teme a la vejez, pero no a la muerte. Imagnate una tribu de personas que nacen con el gen de la inmortalidad. Imagnate sus cuerpos a los 200 aos, totalmente envejecidos, decrpitos. Hombres sin memoria, pero sin posibilidad de morir. Es peor que la muerte, no? -Esa no es la idea arquetpica de la inmortalidad. -Pero es una forma de inmortalidad. -No me entiendes: lo que la gente quiere es mantener la vitalidad eternamente. -Bueno, entonces no quieren realmente ser inmortales, o no a cualquier costo. Lo que les importa es la juventud, o mejor dicho, no envejecer. -Entonces, no somos dueos de nuestra muerte? No es la muerte lo que define al hombre? -Tpico error de estudiante de filosofa. La muerte no define nada ms que el cese de nuestras funciones corporales. Lo que define al hombre es su conciencia sobre el inevitable cese de sus funciones corporales. -Es casi lo mismo. -Pens que para ustedes los filsofos no exista el casi. Pensaba que para ustedes las cosas son o no son. -Te equivocas en un cincuenta por ciento. -Bueno, da exactamente lo mismo Sabes lo que dice el Cdigo Civil sobre la muerte? -No.

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-La muerte es un plazo indefinido. Es un plazo porque sabemos que va a llegar, pero es indefinido porque no sabemos cundo. -Bonita idea. -Nuestro problema, compaero, es cmo vivir sabiendo que en cualquier momento podemos morir. Esta idea me dej helado. No es que no la hubiera pensado antes, pero me sorprendi la tranquilidad con la que el Jota hablaba sobre ella. -Cmo se puede vivir as? le pregunt. -No se puede. Tenemos que olvidarnos de todo. Ese es el problema de la filosofa: no se puede vivir pensando en estas cosas, porque el pensamiento eventualmente va a llegar a su conclusin lgica, y no se puede vivir teniendo la cabeza puesta en su conclusin lgica. Por un momento mis rodillas no me sostuvieron. Cre que me iba a caer, pero el Jota lo impidi. Mientras me levantaba sent una especie de vrtigo, como si fuera en alas delta, volando por los acantilados de Algarrobo, mis pies colgando en la nada sin forma, solo, solo en la inmensidad del mar (el mar fundido con el sol). De pronto, el Jota se suma, y ahora vamos los dos volando, volando sin rumbo fijo. l grita de felicidad, sintindose vivo, joven, solo frente al mundo. Yo, por el contrario, slo puedo gritar por mi vida. Acurdate de la posicin de los pies!, me grita. Los alas delta caen y vuelven a subir, a la velocidad de la luz, como arrojados por un viento insospechable, por una de esas corrientes de aire que slo existen en Algarrobo. Arrojados, arrojados. Perdidos. En eso, el Jota grita un nombre que me da escalofros: -Qu dira Beatriz ahora, compaero! Mira, ah viene precisamente, la ves? Yo busco a otra persona en alas delta, pero no hay nadie. -No veo a nadie! grito con fuerza para que el Jota me escuche. -Me viene siguiendo! No la ves? Cudate de ella, compaero!

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Pero no hay nadie, slo nuestras sombras recortadas sobre la superficie del mar, que es una especie de espejo gigante, donde se va dibujando invertidamente nuestra efmera vida, y donde todos iremos al morir. -Creo que Beatriz me alcanza, compaero!... Dile a Ana Karina que la amo! Entonces, como sacudido por un extrao afn de honestidad, le confieso que yo tambin estoy enamorado de Ana Karina. -Lo s! dice l- Lo s, compaero Espero que volvamos a vernos. El Jota hace un tirabuzn en el aire, y ya no lo veo ms.

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Me haba desmayado. El Jota estaba al lado mo, y me miraba con unos ojos que denotaban aparentemente comprensin (aunque ahora creo que no haba nada que comprender). Mientras caminbamos de vuelta a la casa, conversamos sobre filosofa. Al parecer, dichas divagaciones le apasionaban. Tanto as fue que, cuando llegamos a la casa, se qued parado antes de la entrada. Quera decir algo, algo ntimo, pero dudaba. Podra decirme algo a m, quien era amigo ntimo de Mateo (su mayor rival dentro de la casa)? Podra decrmelo a m, su virtual enemigo en lo que se refera a su relacin con Ana Karina? Tras mucho rato en silencio, se ri a carcajadas y me dijo algo muy extrao sobre las matemticas: -Cmo sacas t la raz cuadrada de menos uno? -No se puede me apur en responder, aunque en verdad slo hablaba por hablar. -Por qu? -Bueno, porque -intent recordar el colegio, las frmulas, los dogmasPorque no se puede no ms. -Utilizando nmeros reales, compaero. Yo no puedo tener un nmero negativo que, multiplicado por s mismo, me arroje otro nmero negativo. -Ah, claro- respond sin tener la menor idea de lo que me deca. -Entonces, cmo se resuelve? -Ah me cagaste -Con los nmeros imaginarios, obviamente. Pero aqu est la clave. Se llaman nmeros imaginarios, pero eso no significa que no existan. Existen, compaero, claramente existen. Pero existen en otra dimensin. Has pensado

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en eso? Los matemticos pueden ver esa dimensin; ellos manejan esos nmeros, trabajan con ellos. Pero, claro, lamentablemente los matemticos slo trabajan con nmeros. Y qu pasa con el lenguaje de esa otra dimensin? -No creo que los matemticos se refieran a eso con lo de otra dimensin. -A qu se refieren, entonces? -Quizs es un concepto que no pueden explicar de otra forma. -Sea lo que sea, se refieren a un campo de la realidad que est vedado para el resto de las personas O, mejor dicho, que no est vedado. Cuntas cosas existen que no tienen explicacin racional, o cuya explicacin no descansa en nada que exista corpreamente en la realidad. Es cosa de imaginrselo. Y si la imaginacin es el reflejo de esa otra dimensin? -La imaginacin al poder. Entiendo. -No, no entiendes nada El Jota hablaba y yo saba que era necesario retener cada una de sus palabras en mi memoria, porque en esas palabras se encerraba una confesin ntima, las claves para desentraar su pensamiento, pero su pensamiento iba, como siempre, mucho ms rpido que el mo, sus ideas se expresaban atolondradamente, con incmodos tartamudeos, pero sin solucin de continuidad, y yo me perda y divagaba, enfocado en el viento que agitaba su largo pelo castao. Qu era lo que me acercaba y a la vez me separaba del Jota? Por qu tena esa sensacin de ser una especie de doble? Poco a poco, volva a m la meloda que conformaban los violines y los timbales, y me iba envolviendo en sudor, un sudor fro y molesto. -Piensa en los nmeros imaginarios, Vctor. Yo slo pude asentir. Y despus creo que volv a vomitar.

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Fui hace unos das a ver la exposicin de Jan Fabre, un artista belga que hace dibujos acompandolos con sangre, semen y lgrimas. La sangre era caf, el semen tena un color amarillo intenso. Record cierta conversacin que tuve en la casa okupa con Ana Karina: ella crea que el semen era blanco, que una pintura hecha con semen adquirira una tonalidad blanquecina, a lo ms de un amarillo plido. Pues bien, lo cierto es que si uno aplica semen sobre una hoja blanca, a los pocos das se ver amarillo, o quizs, incluso, rojizo, dependiendo de la persona, y tambin, por supuesto, de factores externos. Al menos eso es lo que se ve en las obras de Jan Fabre. Ana Karina tena un compaero de arte que mezclaba semen con sus leos. Era un tipo extrao, muy alto, y de rostro sombro. A veces, al hablar con l, podas notar una locura incipiente. Este tipo estaba interesado en la poltica, por lo que se uni al grupo poltico de Ana Karina, conformado por ella, Perec y dos compaeras ms, con el objetivo de levantar una candidatura paralela a los gremialistas, que en la universidad de Ana Karina ganaban prcticamente todos los aos. El grupo se llam Cashual Art, y si bien obtuvieron mucho apoyo de los artistas visuales, al final perdieron contra el movimiento gremial por un par de votos. La experiencia, en todo caso, haba marcado un antes y un despus en la vida de los integrantes de Cashual Art. Como me dijo Ana Karina, marc el fin de algunas amistades, y el apogeo de otras. Lo interesante de la historia es que el tipo que pintaba con semen, al ao siguiente se lanz como candidato por los mentados gremialistas, que como todos sabemos tiene tintes poltico-religiosos, y es precisamente el gran negador del semen en la historia universal. Aparte del semen, me interes de la exposicin una sala en la que nadie entraba. Estaba un poco escondida y no posea la fuerza provocadora de las otras

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salitas, donde Fabre se debata entre el escndalo y la pelotudez. Esta fue la obra que ms me gust (y me horroriz). Era una sala oscura, llena de gatitos embalsamados. Estos eran gatos que Fabre haba encontrado muertos en las calles de Amberes. Los gatitos parecan, sin embargo, vivos. Se encaramaban a unas placas de vidrio que, erguidas, atravesaban la habitacin, como si emergieran del suelo. Intentaban arribar a unos platitos con leche que haba al otro lado de los vidrios. Cada cual estaba atrapado en su propia crcel de cristal. Pero lo peor no era eso. De la nada surga un ruido entre metlico y vidrioso, como si los gatos realmente intentaran araar los cristales que los cercaban. Era un ruido como de agona, de lucha. Y tambin se senta como un grito sordo, un alarido profundo, de fantasma o de cadver. Creo que fue en ese instante en que me puse a llorar. Slo entonces surgieron con fuerza los recuerdos de la casa okupa, slo entonces supe que deba escribir todo esto. Intent ver los ojos de los gatitos, pero estaba demasiado oscuro. El ruido de fondo haba cesado, y fue ah que not que ese ruido estaba puesto no para mostrar, sino para ocultar. Ocultaba el ruido verdadero de los gatitos agonizando, gimiendo tmidamente, pidiendo ayuda. El sonido de la muerte se parece al silencio, pero no es idntico. En ese momento, creo que pude pensarlo, notar la abismal diferencia entre uno y otro. Poco a poco, fueron apagando las luces en todo el museo. Alguien haba anunciado que se cerraba, pero yo no haba odo. De pronto, era la ltima persona all, y pas mucho rato antes de que uno de los guardias se diera cuenta de mi presencia.

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Aqu se acaba la irona. Poco a poco, los jvenes algarrobinos dejaron de frecuentar la casa. Mateo dice que la merma se debi a las extraas vibraciones que proyectbamos como grupo. Esto demostrara que el objetivo de Ana Karina de dividir el grupo para abrirlo a la comunidad caa por su propio peso. Pero como dije antes, el plan de Ana Karina slo le agreg celeridad a un proceso que nosotros no podamos evitar. Contra lo que Mateo anhelaba, espectculos como el del juego de pker no se repitieron en los das sucesivos. Ni siquiera podra precisar un nuevo carrete. La tensin, eso s, se senta de forma invariable. La tecla negra persista en su negrura, los cuerpos agitados revolvan la casa a travs de peleas permanentes, gritos, furias, un apasionamiento irracional por cada mnimo problema que se suscitaba entre nosotros. Cada comida era un combate. En esas circunstancias, trabajar era una especie de huida. Nos volvimos ms eficientes a fuerza de evitar las recurrentes peleas. Un da que trabajaba en el huerto, sin embargo, Sabrina rompi el hechizo que me someta a la repetitiva labor: -Vctor, quiero decirte algo. Me acerqu. Notoriamente no quera ser escuchada por los dems. -Qu pasa? -Quiero hablarte de la Kari. Me encog de hombros, como si el tema no me interesara. -El otro da la Kari estaba llorando desconsolada en su pieza. -As se pone cuando est sometida a mucho estrs. -No es slo eso. Convers con ella. Me dijo algo sobre el Jota. -Le hizo algo?

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-No, no. Es un problema del Jota, se la pasa desvariando sobre nmeros imaginarios y fsica cuntica. -Eso no tiene nada de raro. A m tambin me dio la lata hace unos das. -Tambin dijo algo muy extrao, sobre su ex. Volv a encogerme de hombros hipcritamente. En realidad, cualquier cosa relacionada con esa tal Beatriz me importaba muchsimo. -El Jota estaba casado. La msica volvi a resonar en mi cerebro. Los violines, el cello, los timbales, el director de orquesta moviendo su largo pelo canoso de un lado para otro. Por un momento pens que volvera a desmayarme. -Se cas como a los veintiuno con una mina mayor que l, una Beatriz no s cunto Vctor, es tan raro todo Llevamos un ao viviendo con este tipo y no sabemos nada de l. Asent, pero lo que ella deca con un vago tono de sorpresa a m ya no me importaba. Pensaba en la angustia de Ana Karina, quien deba competir contra un pasado, contra una historia repleta de fantasmas y cosas no dichas. Y tambin pens en la huida del Jota. Su huida real, concreta, y su huida figurada, metafsica o como quieran llamarla. Beatriz encarnaba, quizs, todo eso. Podramos ser capaces de describirla? Podramos decir algo sobre ella si su irrupcin en nuestras vidas fue tan arbitraria, tan repentina? Y aqu volvemos a los motivos. Yo creo que su presencia fantasmal slo es capaz de iluminar un poco la imagen que nos habamos hecho del Jota, pero no nos sirve para desentraar los motivos profundos de todo lo que ocurri despus. Pensaba en esto cuando Sabrina me abraz. Yo la apret fuerte con mis brazos, se podra decir que como un amante. Pero ya no saba en qu consista nuestra relacin. A veces era capaz de odiarla como en el evento del Colectivo Lesbos- pero otras veces me sorprenda a m mismo mirndola con una ternura empalagosa. En esos breves momentos rompa mi resistencia y toda ella, sus ojos caf, su pelo teido de un color rojizo, su olor a avellanas, todo se colaba en mi cerebro como una droga. Muchas noches antes haba querido besarla, empujado

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por el alcohol, ese gran catalizador del deseo. Ella tambin denotaba cierto inters, pero el deseo slo progresaba kafkianamente, y el goce se alejaba de nosotros da tras da. Era una especie de lenguaje tab. Sin embargo, la noche del pker no haba resuelto tampoco la ecuacin: ahora caminbamos a tientas por el tab, y creo que, en realidad, esa noche fue la causa principal de que nunca pasara nada mayor entre nosotros. Al final, nos besamos en los labios, pero fue un beso fraternal; nuestro momento ya haba pasado. En la noche no pude dormir. Senta dolor en el brazo derecho y una presin horrible en mi cuello. Me senta dividido por la mitad, como en la historia del vizconde demediado. No era slo la cuestin de Sabrina y Ana Karina, no era slo el problema ertico. Tambin estaba el nombre de Beatriz que no me dejaba tranquilo. As que el Jota haba estado casado. Contra lo que podran suponer, en aquel momento entend mucho mejor sus acciones; se podra decir que el hecho incluso lo reivindicaba. Comprend por fin su filosofa de vida, y tambin comprend que l era consecuente con esa filosofa, a diferencia de m mismo, que no tena una filosofa clara, y que, si bien poda hablar mucho desde un punto de vista terico, nunca sera capaz de ejecutar los actos necesarios para convertirme en un hombre completo. El Jota constitua ese hombre postmetafsico, ese ateo fatalista arrojado sobre la vida en el que yo aspiraba a convertirme. Como Rimbaud, haba querido ser todos los hombres, hacer todos los oficios, experimentarlo todo. Incluso el matrimonio. Pero, como Rimbaud, el Jota estaba condenado a no llegar a ninguna conclusin lgica. El intento, a pesar de todo, era vano. Y as el Jota tambin estaba obligado a soportar a una virgen loca, vivir su temporada en el infierno. Me levant sin hacer ruido. Mateo roncaba. La casa, a pesar de los ronquidos, los suspiros y los quejidos de la madera vieja, estaba ms silenciosa que nunca. Entonces me percat del amplio pasillo y el espejo al final. Tena algunas trizaduras, pero uno poda verse el rostro perfectamente. Demediado como me encontraba, slo pude ver al Jota.

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Sal de la casa. Haba luna creciente y viento fresco. Sent en el ambiente un raro olor a parafina, y record al Jota intentando quemarlo todo. Me re. De pronto, estaba solo, solo y con el cuerpo dividido por el deseo y el dolor, y el viento me golpeaba suavemente el rostro. La naturaleza pareca querer ocultar la vida nocturna, entregndome slo un fragmento, una imagen expresionista, llena de ondulaciones, una realidad hiperblica, de violines y timbales, y un cello precioso que lo sostena todo, una realidad fabricada de interpretaciones y contrainterpretaciones, una realidad construida en torno a un anlisis minucioso, pero que a la larga resultara poco certero, porque siempre existan fisuras, nmeros imaginarios, ideas que se sostenan en deseos vagos y motivos irreconocibles, y la vida slo era posible envueltos en esa inocencia en esa ignorancia- que pronto perderamos, porque en la vida real no existan verdaderas alternativas, lo que exista siempre exista realmente, esto es, fatalmente, y nada era, a la larga, un producto de nuestra imaginacin. Entonces vi la figura movindose en las sombras de la casa. Sent el disparo.

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-Jos Javier, Jos Javier repeta la mujer apuntndome con el arma. La mujer no acert el primer tiro, pero su torpeza hizo que todo el mundo se despertara: no slo mis amigos, sino que todo el barrio de Algarrobo Norte. -Baja el arma, por favor. No atin a decir nada ms que eso. Pronto la figura sali de las sombras y pude apreciar a una hermosa mujer de unos treinta y cinco aos, de pelo rojo otoal, vestida entera de blanco, como una novia que hubiera escapado de su propio matrimonio. -Me cagaste la vida me dijo, llorando. -Perdname -atin a decir. Sal a la luz, intentando que se diera cuenta que yo no era el Jota. Pero entonces pens en el espejo, el poderoso espejo en el fondo del pasillo. Si yo mismo no estaba seguro de mi identidad, cmo podra estarlo ella? -Eres muy poco hombre -dijo ahogndose en las palabras- Crees que esto es fcil? -No, claro que no. Pero resolvmoslo de manera racional, por favor Deja el arma, Beatriz. -Beatriz Dale con que me llamo Beatriz. Crees que soy una tonta, que no he ledo t huev de Dante?... Eres un enfermo, Jos Javier. Crees que la vida es una mentira, que todos estamos aqu para rendirte pleitesa, para seguirte el juego, para escucharte tus invenciones, tus cuestiones de filosofa, tus teoras sadomasoquistas En eso apareci el verdadero Jota, y esto me devolvi de sbito la personalidad (y me indic que haba pasado un enorme peligro innecesariamente).

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-Jos Javier!.. Estaba conversando con tu amiguito, el que mandaste a que te defendiera, maricn de mierda. -Beatriz Cmo est tu hija? No la trajiste, verdad? -Es tu hija tambin, cobarde, hijo de puta. -Te recuerdo que yo no soy el padre -respondi el Jota muy calmado- Te acuerdas? -T me dijiste que cuidaras a la nia como si fuera tu hija. -Lo ms difcil que hecho fue alejarme de ella, sobre todo porque ella necesita alguien estable. -Est con su pap. Me la quit el muy T eres lo nico la mujer tosi, un poco ahogada- Eres lo nico que tengo. -Ahora soy okupa. No puedo volver contigo. -Okupa! Para de huevear, crece un poquito. Eres un pendejo de mierda, un egosta Vengo de hablar con tu familia. Estn muy preocupados. Muy preocupados. Fueron ellos los que me dijeron que estabas aqu -Supongo que no les mostraste ninguna pistola. -No te hagas el inteligente ahora Qutate esa expresin calmada de la cara, huevn. Te voy a matar. Te voy a matar y despus voy a quemar tu puta casa. -No eres capaz. -Me acabo de tomar una dosis de cicuta Ya no me importa nada. Hubo un largo silencio y ambos se miraron. Nosotros estbamos alrededor, y no podamos hacer nada. La mujer manejaba la perspectiva de todo el lugar. De pronto, el Jota se lanz sobre ella y se escuch un disparo y luego los dos cayeron al piso. El Jota estaba ensangrentado. La bala le haba llegado en pleno pecho. Mateo y Perec lo ayudaron, inmovilizando de paso a la mujer, quien tambin haba cado aturdida. Los vecinos, alertados, al parecer se haban encargado de llamar a los carabineros.

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El Jota no se levantaba. Ana Karina se acerc con una venda que improvis con papel higinico. Pero la herida era terrible, y cualquier cosa que hiciramos podra infectarla. Sabrina corri a llamar a una ambulancia. Sentamos un extrao vrtigo. Los hechos no nos ocurran a nosotros, la vida era una pelcula psicodlica, absurda. Yo por mi parte estaba dentro de la casa, buscando el kit de emergencias que guardbamos. No se sabe a ciencia cierta cmo comenz el fuego, pero lo ms probable es que alguien, tras la confusin del primer disparo, haya botado accidentalmente una lmpara, o algo por el estilo. Adems, la extraa mujer haba arrojado parafina sobre las paredes, lo que aceler el proceso. No s cmo es que nadie not la parafina, pero lo cierto es que todo prendi rpido. Si no hubiramos estado en shock quizs habramos podido reaccionar antes, pero los hechos estaban consumados. Tuve que atravesar el fuego, el fuego terrible que invada la casa, penetrndolo todo. Tuve suerte, ya que alcanc a salir por una de las ventanas de atrs. El fuego era una imagen fascinante y terrible, el smbolo de la evolucin humana pero tambin de nuestro fracaso moral, de nuestra falta de tica. Cuando logr salir, me dijeron que la mujer ya haba muerto. El Jota segua vivo, divagando, recitando extraos versos (al parecer, La Divina Comedia, pero esto no me queda claro). La casa arda y con ella se completaba nuestro fracaso: las llamas decan ms que cualquier elucubracin filosfica o potica, las llamas que el Jota alguna vez haba invocado sepultaban la casa definitivamente. Yo detena a Ana Karina, quien lloraba desconsolada y deca que ahora todos debamos morir, que si el Jota mora todos debamos morir. -Djame entrar a la casa, Vctor. -Cllate! Ests en shock. La casa ya no existe. Mrame tome su rostro con mis manos, se senta tan pequea, tan vulnerable. Le volv a repetir que se calmara, que no haba nada ms que hacer.

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Y mientras deca eso renunciaba a ella definitivamente, intentando convencerme yo tambin de que las maderas se carbonizaban, que nuestra experiencia okupa tambin se haba carbonizado. Y as, abrazndola, detenindola, senta cmo ambos ahogbamos nuestras conversaciones, nuestros coqueteos, nuestras miradas furtivas, nuestros tmidos besos que no haban llegado a consumarse, porque no haba otra lectura posible en la sangre el semen, la sangre, las lgrimas no admiten otra lectura que no sea la tragedia, y si la casa haba simbolizado nuestra resistencia, ahora el sueo de la casa nos abandonaba, sin ganas de luchar ya, y sin redencin posible.

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Hoy me junt con Ana Karina. Nos contactamos un par de das atrs, por mail, y decidimos juntarnos en un lugar neutral, como es el Caf Delires del centro de Santiago. Por suerte para nosotros, hoy fue un tpico da invernal, brumoso, fro. No voy a transformarme en el cronista de nuestros mltiples saludos o de las partidas falsas de una conversacin incmoda. Slo dir que ella se vea igual de hermosa que antes (tal vez tena el pelo un poco ms largo). Fsicamente, al menos, no haba cambiado mucho, pero yo adverta una diferencia, una diferencia vital. Quizs haba adquirido algunas frases que antes no le eran usuales, pero me costara dilucidar cules son. Tal vez era el tonito profesoral que, despus de un ao entero trabajando en un colegio privado, le haba afectado. -Estoy escribiendo un libro sobre la casa okupa le dije en un punto de la conversacin. Ella se ri, y su risa me pareci, por un nanosegundo, idntica a la risa del Jota. -Ya s, entonces, por qu me llamaste. -Qu quieres decir con eso? -Quieres saber detalles, detalles para un eplogo. Detalles sobre el Jota o sobre Beatriz. -No Ya s demasiado -Ah s? -No porque haya investigado sobre el caso. No. Este libro se ha gestado a partir de la memoria, es una especie de biografa, nada ms. De hecho, no he investigado absolutamente nada. Surgi y va a morir desde la ignorancia. -Bien por ti.

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-Me refera a que no necesito ni deseo saber nada ms Qu me importa Beatriz? Vamos a cambiar las cosas por pensar en ella? -Y no quieres saber tampoco detalles escabrosos sobre el Jota? Nos miramos a los ojos por primera vez en la conversacin: ella saba lo que estaba haciendo con su hostilidad, pero yo estaba preparado para cualquier cosa. El libro, de hecho, me serva de escudo, me haca pensar que yo era un tercero imparcial, me ayudaba a objetivar la situacin. -Alguna vez odi al Jota, pero ya no. Ella abri la boca, queriendo decir algo, pero luego se arrepinti. -Bueno, supe que estabas pololeando me dijo, mientras sacaba su tercer cigarro de la tarde. Pero no lo sac de improviso, sino que se puso a juguetear con el cigarro entre sus dedos, sin mirarme. Haca eso cuando se pona nerviosa. -S, en una semana vamos a cumplir nueve meses. -Me dijeron que vivan juntos. -Ests muy bien informada le dije en tono irnico. -Pensaba que tenas problemas con las relaciones amorosas. -Slo me gusta evidenciar que no eliminan el problema de fondo Pero nunca me he negado a ellas. -Cmo va tu carrera? -No s si quiero volver Tuve que mandar una serie de solicitudes para que no me echaran El semestre pasado descongel, e inscrib un par de ramos por cumplir. La gracia es que en vez de prueba tena que hacer una tesis. Entregu dos ensayos que escrib alguna vez sobre la filosofa del arte contemporneo y me pasaron con cuatro. -Y qu vas a hacer? -Por ahora nada. O sea, escribir. -Quieres mostrarle tus escritos a alguien? -No lo s. Me gustara mandrtelos a ti Me odi a m mismo en ese momento, coqueteando descaradamente, ponindome en evidencia.

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-Y t, volviste al arte? le dije, un poco sonrojado, para desviar la conversacin. Pero pronto me di cuenta de que el nuevo tema de conversacin la perturbaba. Se enfoc, silenciosa, en las volutas de su cigarro, mirando a su alrededor, como si no estuviera conversando conmigo, midiendo su respuesta, intentando alargar el tiempo para as llegar a una conclusin satisfactoria. Este lapso que pas en silencio me horroriz: me hizo escuchar nuevamente los gemidos de los gatitos de Jan Fabre, y ver el rostro inmvil del Jota, acostado en la entrada de la casa. -De hecho, esa era una motivacin para hablar contigo comenz diciendo, con leves tartamudeos (cun parecida era al Jota en todos sus ademanes!)- Me voy a ir a Buenos Aires con mi hermana. -Bueno, ese siempre fue tu sueo. -S. Pero ahora lo voy a hacer Va a ir Sabrina, tambin, vamos a vivir en un departamento chiquito cerca del obelisco. Como cuando fui con mi hermana y su ex pololo. -El que era msico? -S Bueno, la cosa es que por fin me voy, me voy de Chile. -Pero, volviste a pintar? -S!... Eso fue lo que me dio la fuerza para tomar esta decisin. Hace un mes exacto volv a dibujar y pintar, y tambin se me ocurrieron ideas para instalaciones, e incluso grabamos un video experimental con Sabrina. -Qu bien. -S, quera decirte eso, que me acord de ti, porque t siempre me dijiste que la pintura era lo mo. -Y por cunto tiempo te vas? -No lo s. Para siempre, ojal dijo rindose. Yo tambin me re, pero en realidad tena ganas de salir corriendo. Me qued callado. No lo hice a propsito, no quera llamar su atencin ni que me dijera frases bonitas. Ni siquiera anhelaba ya que me propusiera salir a caminar por el centro y recordar viejos tiempos, como antiguos amantes que conversan sobre el amor y la muerte, ya de

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vuelta de todo. No quera que me dijera que siempre me iba a recordar, y saba, por lo dems, que ella nunca me iba a decir eso, porque no est en su personalidad decir frases melosas. Adems, para ella nada es definitivo, vive el da a da, y no concibe al menos no como yo- esa emocin propia de los sentimentalistas: la nostalgia. Quizs por eso sigui hablando, sin solucin de continuidad, para rellenar el vaco que haba provocado mi mirada melanclica. -Perec est bien me dijo sin que yo se lo preguntara (en realidad, me haba juntado varias veces con Perec en el ao, a espaldas de ella, por supuesto)- Sigue sin hablar Es tan raro Sabrina me ha dicho que ni siquiera cuando hacan el amor l hablaba. -Los hombres no hablan cuando hacen el amor, a lo ms gritan cosas sin sentido. Los ms expresivos, claro. Los dems slo emiten sonidos gorilescos. -Qu le habr pasado? Cul ser su motivacin para un silencio tan largo? -No s. Me lo he preguntado mucho estos das -Y te acuerdas que fue l el que empez todo? Nunca me voy a olvidar de su frase. La vida nos est mutilando. -Fue su ltima frase coherente No s, sera espectacular preguntarle a Susan Sontag. Ella escribi un ensayo que se llama La invencin del silencio, donde analiza el silencio en el arte moderno. -Me encanta Susan Sontag Llega a alguna conclusin satisfactoria? -No s Cmo decir algo satisfactorio sobre el silencio? Cmo describirlo con palabras? No se puede. Nos remos un buen rato elucubrando sobre el silencio. Nuestra relacin era as: siempre elucubrando sobre los temas ms anodinos. Por un momento llegu a olvidar el tema de su autoexilio. -Cmo est Mateo? me pregunt en un momento dado. -Bien Retom la carrera. No le hicieron ningn atado. -Y sus proyectos polticos? Siguen en pie? -S. De hecho, me dijo el otro da que estaba pensando irse a vivir a otra casa okupa. Dijo que quera experimentar realmente el movimiento okupa.

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Quera ir a una okupacin que tuviera un poco ms de realidad. Adems, con esto de la bomba que le explot a ese tipo Esta paranoia anti-okupa que hay ahora es, para Mateo, una especie de incentivo. Ana Karina se ri. Y es que pareca un chiste: nuestra gravedad, nuestros delirios de grandeza. Aprovechando ese momento de distensin, le pregunt si haba tenido alguna experiencia amorosa ese ao. -No. Todava estoy de luto Enfrascada en la pega no ms. -El Jota no crea en los lutos. -No lo hago por l. Lo hago por m respondi enojada. -Bueno Pero no puedes vivir enamorada de un recuerdo. -No estoy -comenz, interrumpindose de pronto, mirndome con odio primero, luego dando una ltima pitada a su cuarto cigarro, luego apagndolo sobre el cenicero con una fuerza desmedida- No estoy enamorada de un recuerdo T nunca entendiste mi relacin con el Jota Todava no te das cuenta? -De qu? De por qu me rechazaste ese da en la playa?... No, todava no lo s. -No te rechac a ti Mi vida no gira en torno a ti, o en torno al Jota Pero en ese momento yo lo quera a l, eso es todo. -No hay ms misterio que eso? No hay una motivacin inconsciente? -No lo s. Sicoanalzame. Me qued callado. De pronto not que el misterio en torno a Ana Karina no me preocupaba tanto. Algo haba ocurrido en el transcurso de ese ao, y ya no senta esa imperiosa necesidad de saber todo sobre ella. Retomamos la conversacin, hablando de cosas ms bien impersonales, como la poltica nacional o los nuevos movimientos urbanos. El da iba pasando junto con el sonido de nuestras voces. En un punto, pens que me iba a quedar sin habla, como Perec. Al mismo tiempo, empec a mirar por la ventana, intentando desentraar la realidad de la calle, esa esquiva realidad que est siempre afuera, al otro lado del vidrio.

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De repente, me di cuenta que estbamos mirando la boleta, para dividirnos el pago de la cuenta. Record que hace un par de aos, ambos en el mismo caf- habamos pedido la cuenta al unsono, diciendo en ingls: Check, please! Ahora hacamos clculos, sacbamos la chequera o la tarjeta de crdito (ella) o un fajo de billetes de luca (yo) que llevaban todo el da guardados en mis bolsillos, sudorosos. Ana Karina me hablaba, por mientras, de todos sus deberes, de unas notas que deba poner y de un libro de clases. Tambin me hablaba de todos los trmites que haba que hacer para irse a vivir a Buenos Aires. -Bueno, pero nos seguiremos viendo dije, como para convencerme de que su partida no era para siempre. -Obvio, es cosa de contactarse no ms dijo ella, y fue esa simple frase el uso del eufemismo- lo que me hizo terminar de comprender lo que ya al principio de la conversacin haba intuido, y que entonces (mientras se ajustaba el pelo con su expresin fina, de actriz antigua, en blanco y negro, como una trgica actriz de Pars o Buenos Aires) no pudo sino remecerme. Tena por fin la imagen completa, y comprenda no slo el luto, sino tambin por qu se haba aferrado del Jota con tanta pasin. Sus gestos se ajustaban por fin- con nitidez y su sentido profundo nos envolva. Ella me miraba con una pequea expresin de conformidad, con una expresin de conformidad, abriendo sus grandes ojos negros: Ya no era joven.

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