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El Código Disciplinar, Raimundo Cuesta

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El Cdigo disciplinar: un marco interpretativo y algunas ideas para la explicacin de la evolucin de la Historia como materia escolar en Espaa

Raimundo Cuesta Fernndez (*) 1.-La Historia como disciplina escolar (1) No suele parecer de buen tono acadmico mezclar las razones con las pasiones, ni siquiera cuando stas alimentan el fuego que busca "poner fin a nuestra estrecha prisin" (Hlderlin). Pero, en realidad, unas y otras van siempre unidas y el conocimiento desinteresado, tan frecuentemente enarbolado como quintaesencia de la investigacin social, suele carecer del ms mnimo inters. De ah que nuestro trabajo tenga que ver con nuestras ocupaciones (como profesor de Historia) y nuestras preocupaciones (crtica de la ideologa dominante y transformacin social), es decir, con nuestros intereses y aspiraciones, y ello sin cortapisas y dejando constancia de nuestra invitacin a colocar el sapere aude! en el centro de toda actividad reflexiva. Razn crtica e inters emancipatorio se dan, pues, la mano y guan una indagacin social que se entrega a desentraar la trabazn genealgica de los problemas del presente ms que a la simple contemplacin y averiguacin arqueolgica de los estratos del pasado. As, el objetivo de nuestro esfuerzo ha consistido en ofrecer una explicacin de cmo se construye y distribuye, en el presente y en el pasado, el conocimiento histrico dentro del sistema escolar en Espaa. Esta indagacin se enmarca obligadamente en una tarea ms ambiciosa: escudriar, elucidar y criticar los mecanismos de reproduccin cultural de la escuela capitalista para aportar instrumentos intelectuales que sostengan la esperanza de su transformacin. De modo que, al tiempo que la historia de la enseanza de la Historia, se estudia la escuela como institucin de socializacin del mundo moderno, considerada en su bifronte naturaleza represiva y liberadora. Tales propsitos, de una manera u otra, han estado presentes en la mejores tradiciones de la historia del curriculum y de sociologa crtica de la educacin, campos disciplinares nutrientes de nuestro propio trabajo, donde confluye una mirada crtica, merced a la renovacin metodolgica acaecida en las tres ltimas dcadas. De una parte, una rejuvenecida sociologa del curriculum, recogiendo la excelente y ya clsica tradicin de sociologa del conocimiento, vena a "desnaturalizar" el tipo de saber propio de la institucin escolar; de otra, una nueva historia de la educacin, superando el caduco narrativismo historizante, planteaba nuevas claves interpretativas acerca de los mecanismos subyacentes de produccin del conocimiento escolar en el pasado y en el presente. De esta suerte, ambas disciplinas al preguntarse sobre el significado del conocimiento escolar, en tanto que construccin sociohistrica, desvelaban y cuestionaban las formas de produccin, distribucin y apropiacin social de la cultura en la era del capitalismo. La introduccin de la dimensin sociohistrica serva tambin para poner de relieve

la composicin clasista del capital cultural en la vida social y contribua poderosamente a derribar los mitos y fantasmagoras del pensamiento cosificado. Con tal bagaje metodolgico encaramos la investigacin de la gnesis de la Historia como disciplina escolar en Espaa, indagacin que nos gusta calificar como perteneciente al gnero de la historia social del curriculum, donde se reconcilian, en virtud de una premeditada destruccin de artificiales barreras acadmicas y corporativas, la crtica de las fuentes (el oficio del historiador como investigador de lo emprico) con las fuentes de la crtica (el oficio de historiador como terico de lo social). Pensar la sociedad como historia y la Historia como ciencia social es el lema de un programa de investigacin que convirti a esa disciplina escolar en principal objeto de conocimiento, y que, siguiendo el sabio consejo de Bourdieu (1995, 266), siempre consider la teora como el "aire que se respira" y no como un preexistente y tupido aparato lgico-conceptual susceptible de ser aplicado sin fisuras a la realidad. El estudio de las disciplinas escolares, pieza clave para una recomposicin del "mosaico curricular" de la escuela de la era del capitalismo, es todava, a pesar de sus innegables avances desde la dcada de los ochenta, una aspiracin no consumada, que requiere de un ms amplio estudio y de una perspectiva comparativa (Goodson, 1995, 95-107). Constituye una faceta determinante para la comprensin de las claves sociales e histricas que operan en la construccin del conocimiento escolar y en la difusin de los hbitos culturales dominantes. Las primeras constataciones que se infieren de un enfoque sociohistrico de las disciplinas escolares evocan la durabilidad de estos "artefactos sociales" (Goodson, 1995, 95) y su originalidad (Chervel, 1991). Durabilidad que obliga al investigador, si realmente quiere comprender y explicar el significado profundo del saber escolar, a internarse en los tiempos largos y adoptar, en consecuencia, una perspectiva sinptica, esto es, una visin capaz simultneamente de abarcar el conjunto sin apartar la mirada de lo principal. Y originalidad que lleva ineluctablemente a no confundir las disciplinas escolares con un simple epifenmeno de las ciencias acadmicas de referencia. Por ello la historia social de las disciplinas escolares no puede concebirse ni como

un subproducto o rama lateral de la historia de la ciencia y de las ideas cientficas, ni tampoco como un simple vestigio de universos ideolgicos observables a travs de los libros de texto u otros documentos, tal como ha venido siendo moneda corriente en los iniciales trabajos efectuados en Espaa y otros pases (2). Por ms que los textos visibles (los manuales escolares y los programas) nos ayuden a entender la recepcin de las ideas cientficas (el desfase, por ejemplo, entre historiografa y enseanza) o nos faculten para explorar algunas ideologas dominantes (por ejemplo, el nacionalismo), el esclarecimiento de la sociognesis de la Historia (o de cualquier disciplina escolar) precisa de otros marcos tericos ms complejos y de unas fuentes ms variadas y sutiles, que, en consecuencia, formulen y resuelvan problemas de diferente naturaleza.

Las disciplinas escolares constituyen conjuntos culturales originales que pugnan por ocupar, con diversos apoyos y estrategias sociales, nichos curriculares en donde asentarse y petrificarse en tradiciones discursivas y prcticas. Son, en efecto, construcciones sociohistricas, esto es, tradiciones sociales inventadas histricamente, que forman parte esencial del conocimiento escolar y que, por sus rasgos peculiares, propenden a durar en forma de estereotipos de pensamiento y de accin. Por estas razones, nuestra investigacin puso el acento en la idea de que la Historia que se imparte en los establecimientos de enseanza obedece a una lgica sui generis que se encuentra profundamente unida al carcter y funcin social que desempea la escuela dentro del modo de produccin capitalista en sus diversas fases. De esta manera, la Historia escolar, como tradicin social instaurada histricamente, posee sus propias reglas de transformacin dentro del mbito de la reproduccin de la cultura y del sistema social. Asimismo, las materias de enseanza, en tanto que entidades histricas portadoras de funciones sociales implcitas y explcitas, contienen dispositivos de coaccin y poder, de violencia simblica y fsica, evocados por el propio vocablo "disciplina". Se comportan como saberespoderes, como campos de conocimiento "cuyos cuerpos visibles no estn constituidos por el discurso terico o cientfico..., sino por la prctica cotidiana y reglamentada" (Foucault, 1992, p. 425). Lo que nos lleva a reclamar una indagacin de la Historia como materia de enseanza superadora de la casi exclusiva atencin a las dimensiones discursivas y jurdicas del conocimiento escolar, tal como viene haciendo ltimamente la renovacin metodolgica (del marco terico y de las fuentes) operada en la historia de la educacin.

A tal fin y para descifrar la enorme complejidad de la gnesis y evolucin de la enseanza de la Historia como materia escolar en los dos ltimos siglos, hemos dado en utilizar un instrumento heurstico que denominamos cdigo disciplinar. Se puede definir como el conjunto de ideas, valores, suposiciones,reglamentaciones y rutinas prcticas (de carcter expreso o tcito) que a menudo se traducen en discursos legitimadores y en lenguajes pblicos sobre el valor educativo de la Historia, y que orientan la prctica profesional de los docentes. En suma, el elenco de ideas, discursos y prctica dominantes en la enseanza de la historia dentro del marco escolar. El cdigo disciplinar de la Historia se configura como parte integrante de la cultura escolar (3), y plasma una larga y duradera tradicin social que cobija los discursos, los contenidos y las prcticas de la educacin histrica; es un producto social que, a su vez, produce realidades socioculturales especficas. Su uso nos permite una aproximacin ms rica y distinta (en los problemas que se plantean y en las fuentes que se utilizan) a la realidad sociohistrica (terica y prctica) de la enseanza de la Historia en el tiempo largo. De ah que la sociognesis del cdigo disciplinar nos ayude a comprender, con categoras explicativas de nuevo cuo (4), la genealoga de usos de la educacin histrica en Espaa, dando razn de las causas que explican la secuencia y la cadencia de su evolucin y, por tanto, desentraando el significado de las continuidades y

cambios habidos desde la constitucin de la Historia como disciplina escolar hasta el presente. Veamos, pues, ahora, los grandes trazos de esa sociognesis.

2.- Evolucin y rasgos del cdigo disciplinar de la Historia: fundacin y pervivencia de una tradicin social.

A fin de explicar el trayecto del cdigo didisciplinar de la Historia hemos establecido, dos grande momentos en la evolucin del sistema educativo en Espaa: el modo de educacin tradicional-elitista y el modo de educacin tecnocrtico de masas (5). Ambos se conciben, asimismo, como fases evolutivas del desarrollo del capitalismo y como distintas formas o modelos de produccin, reproduccin y legitimacin del conocimiento escolar, es decir, como sucesivas tipologas de racionalidad, lgica y sociolgicamente vinculadas a la esfera de la cultura y al resto de los niveles de la totalidad social.

Cuadro-resumen de la evolucin del cdigo disciplinar Como puede verse, el esquema nos proporciona una primera visin panormica de las grandes etapas de la gnesis del cdigo disciplinar. El momento inaugural y constituyente de la Historia como disciplina escolar (hasta entonces no haba posedo tal cualidad) coincide con la ereccin, mediados del siglo XIX, del sistema educativo liberal. All el nuevo edificio de la educacin histrica se levanta sobre el basamento de tradiciones discursivas y prcticas largamente sedimentadas en pocas anteriores. Posteriormente, se puede percibir una tercer momento de afianzamiento y pervivencia (lo que no excluye tambin la existencia de cambios) del cdigo disciplinar fundado en los orgenes del modo de educacin tradicional-elista; esta larga fase dura hasta la dcada de los sesenta del siglo XX, y va a ser seguida de un ltimo periodo de reformulacin del cdigo disciplinar, en el que, ya en el seno de la nueva pauta impuesta por el modo de educacin tecnocrtico de masas, y dentro de un marco de constantes reformas educativas, la pugna entre la continuidad y el cambio se resuelve de manera muy desigual segn atendamos a las dimensiones discursivas o prcticas de la educacin histrica. Por tanto, la "invencin" del cdigo disciplinar acontece en plena revolucin burguesa. Es una operacin de aburguesamiento de una larga y polimorfa tradicin anterior, constituida por los primigenios usos de la educacin histrica desde la Antigedad hasta el Antiguo Rgimen. Ah yacen los retazos arqueolgicos de una educacin histrica que lentamente va descendiendo de los palacios a las aulas. En efecto, concebida como ornato y disciplina en el adiestramiento de prncipes y los vstagos de otros estratos de las clases dirigentes, la poca Historia que circulaba en los intersticios de los limtadsimos espacios escolares del Antiguo Rgimen, permanece estrechamente adherida a la matriz literaria de la que haba nacido. Retrica, elocuencia y arte de la memoria; esta es la herencia de la paleohistoria escolar, a la que se suma la moderna invencin jesutica del colegio, nuevo espacio y tiempo para el sometimiento de cuerpos y almas.

La construccin de la Historia escolar puede explicarse como un parsimonioso desprendimiento y una progresiva diferenciacin disciplinar del cultivo de las bellas letras y del estudio de los autores latinos, eje sobre el que gir el universo cultural de la educacin de elites. Ya desde el siglo XVIII se aprecia, en los textos y contextos escolares, una tmida tendencia a la autonoma disciplinar que se materializa en la confeccin de los primeros manuales escolares. Por ejemplo, el Compendio de historia de Espaa escrito por el padre Duchesne, jesuita francs al servicio de Felipe V, para la educacin de los hijos de monarca, es traducido al castellano por el tambin jesuita padre Isla en 1754 (no es mera coincidencia su condicin de jesuitas, pues esta Orden forj y difundi un prstino acervo de educacin histrica), llegndose a convertir en uno de los libros de texto ms utilizados en el sistema escolar del siglo XIX y acuando un canon para la manualstica posterior. Pero el descendimiento de Clo desde las estancias palaciegas de la era del precapitalismo a las aulas del modo de educacin tradicional-elitista fue, en un principio, balbuciente e inseguro, condicin de todo saber a la bsqueda de reconocimiento. Todava en el Informe Quintana de 1813 se menciona a la Historia entre "aquellos estudios que sirven para el arte de escribir", y slo a partir de los aos treinta, y muy especialmente con el Plan Pidal de 1845, la Historia asegura una presencia independiente e irreversible en el sistema educativo. Pero esta conquista de territorio curricular en los planes de estudio fue muy incompleta en la educacin primaria (slo se generaliza legalmente, que no realmente, la imparticin de Historia en 1901), muy dbil y tarda en la universitaria (hasta la reforma de 1900 no se produce una autntica diversificacin y especializacin profesional) y ms continuada y segura en la segunda enseanza (siempre desde entonces habr historia en la multitud de planes que atraviesan este tipo de enseanza). A pesar de este lugar modesto, la Historia, a diferencia de otras materias objeto de reiterada polmica entre "antiguos" y "modernos", una vez asentada en una parcela del espacio escolar, no tuvo que hacer frente a intereses contrarios a su presencia y disfrut de una cierta estabilidad curricular durante todo el modo de educacin tradicional-elitista. Fue en los institutos de segunda enseanza, obra emblemtica del liberalismo decimonnico, que practicaban un tipo de educacin no muy diferente de la universitaria, donde Clo encontr ms tempranamente tranquilo acomodo; en sus recintos, que dan cobijo a una minoritaria y selecta grey de colegiales, se escenific, a mediados de siglo, la invencin de la Historia escolar. En efecto, entre el Plan Pidal de 1845 y la Ley Moyano de 1857 acontece la fase ms intensamente constituyente del cdigo disciplinar. Es entonces cuando "todo era preciso crearlo" (Gil de Zrate, 1855, II, 62) desde los programas hasta los profesores pasando por los centros. Pero nos equivocaramos gravemente si pensramos que la constitucin de la Historia escolar fue un acto de pura transferencia de un saber ya hecho (la historiografa como ciencia) a un espacio escolar en formacin. Nada hay de ello. La historiografa de la poca se encontraba en una fase preprofesional, y por lo tanto la Historia escolar se instituye antes de que existiera tal comunidad historiogrfica, al tiempo que se configura la propia historiografa como ciencia y profesin (6).

Es ms, una cierta especializacin profesional como profesor de Historia (y de Geografa), en el caso de los catedrticos de instituto, se presenta como anterior a la figura de historiador profesional vinculado a la docencia universitaria. Y es precisamente de ese cuerpo de docentes, cuyas primeras oposiciones datan de los aos inmediatamente posteriores al Plan Pidal, de donde principalmente emergen los discursos y los actos que contribuyen a la edificacin del cdigo disciplinar de la Historia. Pues bien, libros de texto, programas y cuestionarios de estudios y de acceso por oposicin a los cuerpos docentes, reglamentos donde se estipulan los usos del tiempo y el espacio y donde se fijan las competencias de profesor y alumno, usos de la educacin histrica a travs de las rutinas cotidianas y dentro de un contexto de cultura examinatoria, etc., han de ser improvisados a partir de lo existente: una magmtica y difusa creacin historiogrfica (filosofante, literaria y, muy frecuentemente, de importacin) y unos retazos pedaggicos de educacin histrica heredados del Antiguo Rgimen (jesuitas, escuelas pas, sobre todo). Sobre esa realidad proteica y muy inestable se levanta el cdigo disciplinar, es decir, se moldea una tradicin social de educacin histrica llamada a tener una larga vigencia. Si, como es el caso, tuviramos que resumir, y por tanto simplificar, los rasgos ms sobresalientes que resultan de este proceso constituyente, podramos decir que los discursos y prcticas propios del cdigo disciplinar se alimentan de las siguientes notas distintivas: arcasmo, nacionalismo, elitismo y memorismo. El arcasmo figura sobre todo en los niveles discursivos ms explcitos del cdigo disciplinar, es decir, en lo que denominamos los "textos visibles" de la educacin histrica (libros de texto y programas oficiales), y no expresa ms que una prolongacin de la hegemona cultural e ideolgica del moderantismo doctrinario, bajo cuya gida se efectuaron los grandes cambios educativos de mediados de siglo, que tejieron un largo matrimonio de conveniencia entre religin y liberalismo. De ah que, por ejemplo, los temas histricos de los libros y programas decimonnicos (7) alberguen, siguiendo la tpica vereda ciceroniana de la magistra vitae, una funcin educativa de la Historia de tipo moralizante: "escarmentar en cabeza ajena", (Dufrne, 1789, X). En ellos se sustituyen las categoras explicativas por rancios moldes morales convirtiendo el pasado en un campo de batalla donde pugnaban en singular combate el vicio y la virtud. Ya Durkheim (1982, 313) vino a sealar que la apropiacin de la cultura clsica por la enseanza jesutica resida en una petrificacin ahistrica del pasado en los valores o defectos de sus personajes ms notables. Algo parecido sucede en los libros de texto que inventan el cdigo disciplinar. All la religin y sus derivaciones moralizantes se impone, en general, al rigor historiogrfico o crtico. Es decir, impera un molde conservador de fuerte tinte religioso, donde no existe obstculo en fundir, dentro de un esquema cronolgico que sigue el "dogma de la continuidad histrica" (Citron, 1989, 170) bajo la forma del arbitario cultural de las edades (antigua, media y moderna), el vetusto providencialismo con la ms flamante idea de progreso. Y as, concebida la Historia como "la narracin ordenada de hechos verdaderos y memorables acaecidos bajo la direccin de la Providencia" (Snchez Casado, 1873, 5), es frecuente tambin, en los primeros textos escolares, iniciar la historia universal de esta guisa: "unos cuatro mil aos

antes del nacimiento de nuestro seor Jesucristo Dios cre el mundo..." (Verdejo Pez, 1846, 1). Este conservadurismo o "atraso" pervive como nota esencial de la enseanza de la Historia, porque estaramos sumamente engaados si pensramos que las diciplinas escolares tienen por objeto principal "poner al da" a sus potenciales aprendices. No obstante, este rasgo adquiere un carcter diferencial segn el tipo de enseanza: es ms acusado en la enseanza primaria, donde todava en 1911 se editan textos como ste:

"Quines fueron los primeros pobladores de Espaa?"ES opinin de algunos historiadores que Tbal, hijo de Jafet, nieto de No, vino Espaa (sobre 200 aos despus del Diluvio). Pero oculta la Historia de aquellos tiempos con el velo denso de la antigedad, nada se sabe de cierto acerca del punto que empez poblar. Slo por conjeturas puede deducirse que establecera el gobierno patriarcal, observara la religin de No, y que sus medios de subsistencia seran la agricultura, la ganadera y caza." A. M. Terradillos (1911): Prontuario de Historia de Espaa. 22 Edicin, Librera de Hernanado, Madrid, 1911, p. 7.

El segundo rasgo que da significado a la Historia escolar desde su fundacin, muy vinculado al anterior, es una obsesiva nacionalizacin del pasado, que se transparenta en el discurso historiogrfico y escolar como una predominante apologa del trono y del altar bajo el tenue manto protector de un liberalismo eclctico. Nacionalizacin legendaria que corre paralela a la verificada por la incipiente historiografa de la poca, que tiene en Modesto Lafuente a su ms preclaro representante. "Seores, en uno de estos grandes movimientos y oscilaciones con que de tiempo en tiempo se ve marchar la masa de la humanidad impulsada por la mano de Dios, el Oriente y el Medioda habian sido arrojados sobre el Occidente. Los hombres de Asia y los hombres de Africa se habian lanzado sobre la vanguardia de Europa, y la habian arrollado y ahogado como un torrente. Un quejido de dolor reson desde la confluencia de los dos mares hasta la cadena de los Pirineos. Era el lamento de la Espaa moribunda; porque las naciones sienten la muerte y se quejan como los individuos. Todos crean que la Espaa habia muerto, incluso los que se jactaban de haberla ahogado entre sus brazos vencedores. Pero la Espaa vivia, vivia sin saberlo ella misma, porque qued

aletargada. Era el principio del siglo VIII. Comenz volver en s, y el primer sntoma de su vitalidad se sinti en el fondo de unos riscos y en la concavidad de una gruta; de una gruta, el ltimo asilo de la religin perseguida; de unos riscos, el postrer atrincheramiento de la independencia de los pueblos. Religion y patria era lo que los hombres extraos habian venido a arrebatar los espaoles: fe y libertad eran los dos principios vitales de Espaa. El primer arranque de vida fue imponente y terrible. Sucedi el portento de Covadonga, y de la profundidad de un oscuro valle de la antigua Iberia sali una voz avisando al mundo que las soberbias huestes del Profeta de la Meca, que los orgullosos dominadores de Asia y Africa habian dejado de ser invencibles en un rincn de Espaa."

M. Lafuente (1858): "La fundacion y vicisitudes del Califato de Crdoba". En Discursos...de la Real Academia de la Historia, pp. 158 y 159.

Religin y patria es la siempre renovada cantinela que impregna la historiografa y la historia escolar de la fase constituyente del cdigo disciplinar y que, como larga tradicin social, se perpeta, con todos los matices que se quieran, durante el modo de educacin tradicionalelitista. Snchez Casado, profesor de instituto, prolfico y famoso autor de obras de texto, de talante conservador y observancia integrista, compendiaba as la quintaesencia de la historia hispana.

"Tres son los caracteres de nuestra Historia: la religin sin la cual Espaa hubiera dejado de ser nacion, como la Berbera, la Siria y el Egipto; el amor a la ptria, por cuya independencia peleamos ocho siglos contra los rabes; y la monarqua , introducida en la poca visigoda, y fortificada en la Reconquista, y rodeada de esplendor y grandeza en el siglo XVI. Guzman el Bueno sacrificando a su hijo en aras de la ptria, por no faltar al juramento prestado al rey de defender la plaza de Tarifa, podra ser el emblema y la genuina representacin del carcter nacional."

F. Snchez Casado: Historia de Espaa para uso de los alumnos de los institutos, colegios y seminarios". Madrid, 1872, p. 5

Ciertamente, en los libros de texto y otras fuentes pueden encontrarse versiones no tan procaces de retronacionalismo tnico-religioso, pero la tnica dominante no se aleja de sa. Desde luego, la tesis tan querida ltimamente por algunos historiadores sobre la supuesta debilidad del nacionalismo espaol, no se puede apoyar en los discursos y contenidos explcitos de la historia

escolar, plagados de una exaltacin patriotera a prueba de balas durante toda la larga duracin del modo de educacin tradicional-elitista. Tampoco parece del todo convincente acudir, como se hace en el muy interesante libro de Boyd (1997), a la falta de una interpretacin comn del pasado nacional por parte de las distintas fuerzas polticas (entre el nacionalismo integrista y el liberal progresista) para explicar la desvertebracin nacional u otras cuestiones por el estilo. La invencin de la nacin espaola y su sostenimiento como leyenda colectiva posee, en el nivel discursivo, tanto en el historiogrfico como en el escolar, ms de una semejanza entre autores de diversas ideologas. Y, desde luego, la fragilidad del nacionalismo espaol no se debe, en absoluto, a los contenidos de los libros de texto de Historia, porque el cdigo disciplinar se alimenta de un reiterada apelacin a un pasado legendario, que se expresa rotundamente desde el mismo acto del nacimiento y posterior consolidacin de una historia nacional (la muy duradera pareja Historia Universal/Historia de Espaa) dentro del abanico de asignaturas propias del Estado burgus.

Otra cosa es que la reducida escolarizacin popular en el nivel primario y el fuerte componente clasista del resto de los grados educativos durante la mayor parte del modo de educacin tradicional-elitista haga discutible la incidencia efectiva de los textos visibles (programas y manuales) sobre la mayora de la poblacin. Una percepcin poco sutil de esta realidad puede llevar a opiniones tan contrarias como las que defienden la importancia de la Historia en el siglo XIX como escuela de ciudadana (Peset et al., 1978; Cirujano et al., 1985) o quienes la atribuyen una modesta influencia real (Garca Garca, 1991) Hay, sin duda, otras vas de socializacin nacionalizadora de las clases populares, que estn por estudiar. Pero los lmites de la accin nacionalizadora del sistema escolar (8) residen en otro rasgo propio del cdigo disciplinar y del conjunto del sistema educativo: el elitismo. As se muestra, sin tapujos, en toda la normativa reguladora decimonnica:

"La intruccin secundaria comprende aquellos estudios que no alcanza la primaria superior, pero que son necesarios para completar la educacin general de las clases acomodadas, y seguir con fruto las facultades mayores y escuelas especiales". Art. 25, Plan de Instruccin Pblica de 1836, en Historia de la educacin es Espaa (1985), t. II, p. 129. La Historia como saber escolar posee ab origine la impronta de un saber al servicio de la "distincin" de las clases dirigentes, un conocimiento, que siguiendo a Veblen, calificaramos como propio de las clases ociosas, ostentoso, placentero y, de inmediato, poco prctico, de una utilidad diferida a los asuntos pblicos. Antonio Gil de Zrate, nclito hombre de letras y director de la trascedental reforma educativa del Plan Pidal tildaba de vergonzoso que "los pertenecientes a las clases distinguidas de la sociedad ignoren lo que esta sociedad ha sido y cmo se ha formado." (Gil de Zrate, 1855, III, 271), y aada en otra de sus obras:

"Actualmente el conocimiento ms o menos profundo de la historia, y sobre todo de los pueblos libres, no es ya solo un placer para los entendimientos cultivados, es tambin una necesidad para el ciudadano que quiere tener parte en los negocios de su patria, o cuando menos juzgar de ellos con acierto". Gil de Zrate, 1841, Introduccion la Historia Moderna examen de los diferentes elementos que han entrado constituir la civilizacion de los actuales pueblos europeos. Imprenta Repulls, Madrid, p. 7

Esta marca de identidad social ir largamente unida a la enseanza de la Historia en los niveles secundario y universitario. Hasta tal punto es as que hemos podido distinguir, en los textos, contextos y usos de la educacin histrica en Espaa, dos tipos de enseanza de la Historia segn fueren sus destinatarios sociales: la "Historia con pedagoga" y la "Historia sin pedagoga". En efecto, si leemos los libros de texto aprobados por la Administracin y los que fueron ms utilizados durante la era isabelina en las escuelas primarias y en los institutos de secundaria, podemos encontrar similitudes y diferencias: sobre una base comn que, con diferentes matices e intensidades, concibe la Historia como una narracin de hechos verdaderos, organizados cronolgicamente, de fuerte sabor moralizante y nacionalista, etc., se observan diferentes formatos, estilos, artificios e intenciones pedaggicos. La "Historia con pedagoga", cuyo paradigma podra ser el Prontuario de historia de Espaa de Terradillos (1846), sigue y reconduce la vieja tradicin del dilogo y la versificacin de los primitivos manuales escolares al estilo del Duchesne-Isla y otros precedentes de la manualstica protohistrica del cdigo diciplinar, mientras que como ejemplo de la "Historia sin pedagoga", propia de la educacin secundaria, podra mencionarse el Curso elemental de Historia (1847) de Rivera, que prescinde de todo aparato pedaggico explcito y da por supuesto un destinatario culto (un nio sabio) y una ciencia ya hecha (una historia "culta") que se sirve de forma lineal y resumida. Para algn lector de nuestra poca, acostumbrado a juzgar estos asuntos con los esquemas de la rgida jerarquizacin de edades impuesta en el sistema escolar moderno, nada sera ms natural: pedagoga para los ms pequeos, ciencia para los ms mayores. Pero no era una simple cuestin de edades (en los institutos se ingresaba entre los nueve y diez aos); era una cuestin de clases. En efecto, si sometemos los textos escolares de las "dos historias" a la prueba de su exgesis dentro de sus contextos reales (la rudimentaria y pobre escuela-aula de primaria de las clases populares frente a los institutos de segunda enseanza reductos de los estratos mesocrticos y de

las clases dirigentes) cobran nuevos significados los usos diversos y los distintos protagonistas (profesores y alumnos) de la educacin histrica. El ideal de educacin del "caballero espaol" del Bachillerato estaba reservado a un grupo muy reducido de la poblacin (y slo masculina durante mucho tiempo) y era, asimismo, encomendado a una selecta corporacin docente creada al mismo tiempo que los propios institutos: los catedrticos. La educacin catequstica de muy escaso o inexistente contenido histrico (frecuentemente la Historia sagrada fue su sucedneo) entregada a un subproletariado docente: el maestro. Las barreras sociales, que en muy buena porcin permanecieron sin alteraciones de fondo durante todo el modo de educacin tradicional-elitista, mantuvieron la separacin entre las "dos historias" escolares. As, pues, a tal clase, tal Historia. Finalmente, otra nota distintiva del cdigo disciplinar ser el memorismo como prctica de la enseanza y sobreentendido pedaggico duradero de las "dos historias". Precisamente la trabajosa y difcil recomposicin de los contextos escolares y la reconstruccin de la nica profesin especializada en la enseanza de la Historia (la de los catedrticos), nos ha facultado para comprobar que la presencia de Clo en las aulas del nuevo sistema escolar decimonnico se efectu con la comparecencia de Mnemsine. Las aejas vinculaciones entre la Retrica y la Historia, que de antiguo se materializaron en los teatros de la memoria y otros artilugios mnenotcnicos para que el orador no perdiera el hilo de su discurso (Yates, 1974; Rodrguez de la Flor, 1995), no dejaron de estar presentes en la fundacin del cdigo disciplinar. Y ello puede comprobarse incluso en el primerizo afn clasificatorio del conocimiento escolar, que pronto adjudic a la Historia un lugar entre aquellas disciplinas que "requieren el auxilio de la memoria" (Gil de Zrate, 1855, II, 19). La principal funcin de los manuales escolares, autnticos cerros testigo de algunas pautas de la educacin histrica en el pasado, estribaba en servir de "auxilio de la memoria", como bien nos describe en este texto Juan Cortada, uno de los insignes catedrticos de Historia fundadores del cdigo disciplinar:

"Un libro de texto no es un libro de lectura: cabe en l amenizar el estilo y adornar la esplicacion de los hechos; pero sus circunstancias capitales deben ser la claridad y el laconismo bien entendido: ya que sin esto no es posible que los sucesos se fijen en la mente del discpulo con la distincion que es de todo punto necesaria. Las galas del lenguage y las bellezas de la elocuencia tienen su lugar propio en la amplificacion oral, cuando abrumado el alumno por la multiplicidad de acontecimientos, por la complicacion de alguno de ellos ha menester que una pintura animada una reflexion del profesor le distraigan por un momento, y alivien su fatiga. En el libro de texto no pueden hallarse sino la base de las lecciones y los puntos mas sustanciales de ellas; pues tanto basta para que el alumno entienda la esplicacion del profesor y la recuerde. Mal comprende en mi

sentir sus deberes el catedrtico que, remedando en las aulas de 2 enseanza las escuelas primarias, consume la duracion de la clase en tomar la leccion y hacer preguntas".

J. Cortada (1852): Compendio de Historia Universal. Imprenta y Librera Politcnica de Toms Gorchs, Barcelona, p. II y III.

Este catedrtico de Historia del instituto de segunda enseanza de Barcelona, notable y prolfico autor de gneros muy diversos y famoso por sus dotes oratorias en aulas a las que a veces concurran hasta 150 alumnos (Vidal y Valenciano, 1873), seala, por va indirecta, el mtodo de enseanza ms recomendable: la exposicin verbal del profesor ("pintura animada") y el libro de texto ("para que el alumno entienda la esplicacion del profesor y la recuerde"). En congruencia con ello, el libro citado, como la mayora de los de su especie, permanece ayuno de todo artilugio pedaggico y se presenta como una apretada narracin de hechos para ser recordada. Obsrvese la diferencia que el propio autor establece con la educacin primaria, donde, en efecto, como afirma, los propios libros de texto, los textos de la "Historia con pedagoga", exhiban unos artificios pedaggicos (formas dialogadas, versificadas...) ms acomodados a las preguntas y respuestas y a la recitacin y canturreo de lecciones. Los catedrticos decimonnicos de Geografa e Historia de los institutos, autnticas notabilidades de la cultura de provincias y "textos vivos" de la educacin histrica, desempearon un protagonismo de primer magnitud en la elaboracin de las piezas maestras del cdigo discplinar. Tanto con sus prcticas cotidianas como en la confeccin de textos visibles (son los principales autores de manuales escolares) esculpieron una tradicin terico-prctica que vivi en simbiosis con las reglamentaciones oficiales y con los contextos espaciotemporales en que se desenvolvi su vida profesional. En torno a ellos fue gestndose un ethos que cifraba el objetivo de la enseanza de la Historia en la excelencia literaria y la declamacin verbal. La transmisin oral desde la ctedra, el libro de texto como "auxilio de la memoria" y la repeticin memorstica en el duro trance examinatorio final constituan el somero itinerario pedaggico del curso escolar de Historia en la segunda enseanza, que albergaba en sus aulas (cuyas formas arquitectnicas producan y acogan, a un tiempo, ese tipo de enseanza) a los aspirantes a hacer del conocimiento histrico un complemento ostentatorio de su futuro poder social. Incluso la intemperacia verbal mereci ser reconvenida en ms de una ocasin por la propia Administracin:

"Desgraciadamente la inexperiencia, y veces la vanidad de los profesores, les ha hecho dar esas materias en sus explicaciones una extension y profundidad incompatibles con la capacidad de los nios; pero cada dia se acercan mas las lecciones lo que exige la naturaleza de esta enseanza, y la publicacion de

programas que reduzcan las asignaturas sus verdaderos lmites, juntamente con la de libros de texto acomodados los mismos programas, acabar de allanar las dificultades que todava subsisten". Arreglo de los institutos, 4 de Septiembre de 1850. Gaceta de Madrid, de 6 de septiembre de 1850.

Los cuerpos docentes encarnan as la tradicin: crean y son creados a un tiempo por un mundo que los rebasa, porque "los "roles", como diran Berger-Luckman (1993, 99), represetan el orden institucional, de modo que el catedrtico de Historia acta qua catedrtico, es decir, como individuo que es portador de valores y normas incrustadas en la vida cotidiana. De ah la importancia del estudio de las "ideologas prcticas" y del habitus (9) caractersticos de los cuerpos docentes como elementos decisivos en la configuracin, reproduccin y transmisin del cdigo disciplinar de la Historia. Los catedrticos de los institutos, creados al mismo tiempo que la Historia escolar, representan durante el modo de educacin tradicional-elitista rituales acadmicos, las "reversiones animistas", que dira Veblen, y materializan prcticas cotidianas congruentes con su propia formacin inicial, que nada tena que ver con el mundo de la docencia. "Cada uno de nosotros, hemos salido de la Universidad donde nos habamos dedicado a trabajos de Qumica, de Matemticas, de Historia o de Filologa. Un da, despus de unos cuantos azarosos ejercicios de oposicin y de una leccin explicada a una clase imaginaria, se nos da un nombramiento de catedrtico y nos encargan de una clase de verdad. Puede seriamente suponerse que, sin otra preparacin, podamos conocer el valor relativo de nuestros conocimientos desde el punto de vista educativo, el papel social de la segunda enseanza, la psicologa de los alumnos y los mtodos adecuados al caso?".

M. Adellac Gonzlez de Agero (1915): "Estudio preliminar"de la obra de Jovellanos: Plan de Educacin de la Nobleza. Imprenta librera de Lino V. Sangens, Gijn, 1915, p. 77. (pp. 1-149).

La propia prctica docente, pomposa y oratoria, ritualizada en el habitus profesional envuelve una concepcin "aristocrtica" de la cultura como derroche y disfrute restrigido a unas determinadas clases sociales. El conocimiento histrico legtimo se contempla, dentro del campo profesional de los docentes, como una dato de la realidad, como una parte de la cultura "culta",

no sometido a discusin, y, de esta manera, el provebial y duradero desprecio hacia las modalidades de difusin masiva del conocimiento o de trasmutacin pedaggica (su "pedagogizacin") no son ms que el reflejo de la cotizacin social de la Historia en un determinado contexto escolar y profesional. De modo que la conservacin de una "Historia sin pedagoga", en el seno de las enseanzas medias, vino a ser una salvaguardia de la funcin social atribuida a estos estudios, pero tambin una lacerante expresin de la ambivalencia esencial de los cuerpos docentes encargados de difundir y restringir, a un tiempo, el conocimiento histrico dentro de la circulacin clasista del capital cultural que se opera en el seno del modo de educacin tradicional-elitista.

Como se ha dicho hasta aqu, el cdigo disciplinar, una vez fundado, prolonga sus notas diferenciales en un vasto periodo histrico que llega hasta los aos sesenta del siglo XX, momento en que empieza a cobrar fuerza el nuevo modo de educacin tecnocrtico de masas. Ello no significa que, en ese extenso lapso, no acontezcan mutaciones en la educacin histrica, ya que la dialctica entre cambio y continuidad es inherente a cualquier tradicin social; empero, en lo sustancial, los cuatro rasgos (arcasmo, nacionalismo, elitismo y memorismo) con los que hemos reunido y resumido algunas de las claves del cdigo disciplinar, subsisten junto a la diferenciacin entre las "dos historias" escolares (con y sin pedagoga). Si bien es cierto que el juego de distancias y aproximaciones entre ambas propende a hacerse progresivamente ms sutil y, al final, ms liviano. Y ni que decir tiene que el efecto de los distintos regmenes polticos deja su huella en los usos de educacin histrica: por ejemplo, durante la Restauracin, desde principios de siglo XX, se consolida la presencia de la Historia escolar en todos los niveles educativos, se afianza la profesionalizacin historiogrfica y se oyen voces que reclaman una profunda transformacin de la enseanza de la Historia, mientras que el franquismo acenta, hasta el disparate, las dimensiones ms retrgradas del cdigo disciplinar velando, que no sepultando del todo, los discursos y las prcticas ms innovadoras. No obstante, el ritmo temporal del cambio no sigue las pautas de la sucesin de los regmenes polticos, porque los elementos del cdigo disciplinar en tanto que componentes de una tradicin social sobreviven, en gran medida, al devenir de las instancias poltico-institucionales y, en cambio, se ven ms afectados y ceden ms fcilmente ante las variaciones estructurales de ms extensa duracin temporal.

3.-La revisin discursiva del cdigo disciplinar: continuidades y cambios de la enseanza de la Historia entre dos reformas (1970-1990) De lo anterior se deduce que el cdigo disciplinar, una vez fundado a mediados del siglo XIX, no entra en una acelerada dinmica de cambio y reformulacin hasta el desarrollo en Espaa del modo de educacin tecnocrtico de masas. Tal fenmeno comienza ya a esbozarse desde los aos

sesenta y acontece plenamente en el ltimo tercio del siglo XX . Es entonces cuando, bajo los requerimientos socioculturales de una nueva educacin de masas y la gua de una renovada y tecnicista racionalidad curricular, se procede a la realizacin de reformas de los sistemas educativos, que se extienden por todos los pases de capitalismo tardo tras la Segunda Guerra Mundial. En ellas triunfa, ms que nunca, la doble faz de la escuela capitalista: se ensancha la base social del alumnado (lo que implica un indudable progreso) al tiempo que se gestan los mecanismos de una reproduccin ampliada del capital cultural y de una nueva legitimacin democrtica del sistema de dominacin social. La educacin, de este modo, se convierte en una pieza clave del pacto keynesiano de un remozado capitalismo, que encuentra en las aulas un lugar privilegiado para la encarnacin y reproduccin de los dos goznes o principios de legitimidad sobre los que gira la ideologa dominante: la meritocracia (la ilusoria igualdad de oportunidades) y la tecnocracia (la engaosa superioridad de la razn instrumental sobre la razn crtica). Estas reformas, que llegaron a Espaa con un cierto retraso y no se abrieron camino hasta la Ley General de Educacin de 1970, no dejaron del todo inclume la "fortaleza inexpugnable" del currculo. En su mayor parte, las viejas disciplinas escolares han sobevivido, pero la nueva razn tecnocrtica y los modernos imperativos sociales de la educacin de masas han erosionado algunas de sus pautas culturales y pedaggicas ms tradicionales. La Historia no ha sido una excepcin; el viejo cedazo que filtraba el conocimiento histrico impartido en las aulas ha sido cuestionado, llegndose a manifestar una cierta sospecha sobre el valor educativo de una disciplina que tradicionalmente haba fundado su ser en la nacionalizacin del pasado y la retencin memorista de sucesos encabalgados en un orden cronolgico. Los debates corporativos y sociales acaecidos en varios pases de nuestro entorno, que enarbolaron como estandarte y consigna la idea de "la Historia en peligro" (se supone que ante los excesos de las reformas educativas de los aos sesenta y setenta), expresan una crisis de identidad, producto de una especie de duda ontolgica sobre la Historia escolar, que parece estar resolvindose, si se nos permite la licencia, con una avance sobre la retaguardia, esto es, con un atrincheramiento en posiciones cada vez ms conservadoras y esencialistas (10). Es el triunfo de la disciplina (del orden del discurso disciplinar) frente a otras opciones ms dbiles (el orden del discurso psicopedggico), lo que, siguiendo el marco analtico de Bernstein (1988) llamaramos el retorno al "curriculum tipo coleccin" frente al "tipo integrado" y el consiguiente regreso a formas de "pedagoga visible". En el caso de Espaa estos cambios de gran radio temporal se vieron amplificados y acelerados por la coyuntura de transformacin socioeconmica de los aos sesenta y por las mutaciones sociopolticas ocurridas con motivo del tardofranquismo, el fin de la dictadura y la llamada transicin democrtica.

Al explorar la dinmica del cambio y la continuidad en la enseanza de la Historia se percibe, de

inmediato, la importancia que ha adquirido la explosin cuantitativa de los agentes protagonistas de la educacin histrica, autntica "revolucin silenciosa". En efecto, el crecimiento espectacular del nmero de alumnos en las enseanzas medias (y especialmente de alumnas) rompe los moldes sociales de la enseanza elitista del pasado, mientras que el correlativo aumento de los profesores (y sobre todo de profesoras) dedicados a la enseanza de la Historia fractura de manera irreversible el armazn del campo profesional del vetusto y selecto cuerpo de catedrticos, que hasta la II Repblica se mantuvo en torno al medio centenar y que todava en 1959 se elevaba solamente a 100 (11). Ahora, de este modo, la vieja corporacin declina, vctima de un convergente proceso de "proletarizacin" y feminizacin, arrasando las identidades profesionales del pasado y sumiendo en un mar de dudas a los miles de profesores y profesoras que se ocupan de la enseanza de las artes de Clo en los centros de educacin secundaria. En estas circunstancias, sucede como si la separacin entre las "dos historias", con y sin pedagoga, empezara a rebajarse y diluirse. En efecto, si uno se fija en los textos visibles (programas y libros de texto) de la educacin primaria y de las enseanza medias, desde la Ley General de Educacin (LGE) hasta la Ley de Ordenacin del Sistema Educativo (LOGSE), se capta una nueva reciprocidad entre ambos: los primeros se "bachilleralizan" (se llenan de marcas y sobrentendidos propios de la "Historia sin pedagoga") y los segundos se "egebeizan" (se pueblan de intenciones y seales propias de la "Historia con pedagoga"). Este juego de distancias y aproximaciones, perceptible sobre todo en la borrosa frontera y el inseguro territorio social existente entre las ltima fase de la EGB y primeros aos del BUP (lo que hoy se ha dado en llamar Educacin Secundaria Obligatoria) deviene, as, en uno de los mecanismo que mejor pueden explicar los delicados matices del cambio y la continuidad en los usos de la educacin histrica en la Espaa del ltimo tercio del siglo XX (12). Para dar cuenta de la sutil y compleja trama de pervivencias y transformaciones del cdigo disciplinar, acaecidas entre dos reformas educativas (la LGE de 1970 y la LOGSE de 1990), se ha recurrido a una prospeccin analtica que hurga en tres capas o niveles de la Historia escolar: la Historia regulada (la que la Administracin defini en sus programas y textos como conocimiento valioso), la Historia soada (la que los grupos innovadores presentaron frente a la enseanza tradicional) y la Historia enseada (la que realmente se practicaba en las aulas).

Pues bien, la primera y la segunda son las historia ms proclives al cambio. La nueva racionalidad curricular se incorpora tempranamente (desde los aos cincuenta se atisban ya en los cuestionarios algunos signos), y aunque los contenidos de los libros de texto permanecen ms tiempo anclados en las fidelidades temticas fascistas del rgimen franquista, desde finales de los sesenta y comienzos de los setenta tambin all se adivina una ruptura irreversible, que se plasma, ya en los aos setenta, muy claramente tras la muerte de Franco, en un ntido distanciamiento del orden discursivo del tradicional nacionalismo espaolista del cdigo disciplinar y en un indudable remozamiento de las cuestiones historiogrficas, siguiendo, a cierta distancia, la estela de la renovacin ocurrida en el mundo profesional de los historiadores.

Esta sensibilidad hacia la transformacin se hace todava ms ostensible en los materiales didcticos y las actividades emprendidas por los grupos de renovacin, que a partir de los aos setenta retoman, sin demasiada conciencia de ello, el discurso de la Historia soada iniciado desde finales del siglo XIX por gentes como Rafael Altamira (13). En una primera fase espontanesta (1970-1983), los paradigmas dominantes fueron los grupos Rosa Sensat en primaria y Germana en secundaria (las diferencias entre ellos expresan muy bien la supervivencia del trecho entre las dos historia escolares), que dentro de una rudimentaria e ingenua asimilacin de teoras historiogrficas (el marxismo, sobre todo en versin vilariana) y psicopedaggicas (desde la pedagoga por objetivos hasta las "aplicaciones" de Piaget, pasando por la pedagoga del entorno), mezcladas con un indisputable afn poltico de lucha por la democracia, fueron referentes modlicos e insoslayables de toda una poca. Poco a poco, sin embargo, se observa una deriva de los discursos renovadores hacia el tecnicismo, que se hace ms prominente cuando la Historia soada (y una buena parte de sus ms conspicuos representantes de la poca anterior), en una segunda etapa (1983-1995), se oficializa y cae en los brazos de un aparato tecnoburocrtico al servicio de la reforma educativa emprendida de forma experimental en los aos ochenta. En la nueva Historia soada se dieron cita "tres pistas"que hemos rastreado: la inglesa, representada por el proyecto History 13-16 y las reflexiones epistemolgicas de los defensores, como Hirst (1977) de un currculo disciplinar basado en "formas de conocimiento"; la psicolgica, inicialmente alimentada sobre todo por los trabajos de Carretero, Pozo y Asensio, de la Univeridad Autnoma de Madrid; y la burocrtica constituida por el elenco de asesores tcnicos de las administraciones educativas que haban pasado de la investigacin y el mundo de la renovacin pedaggica al del diseo de los nuevos programas. Las tres pistas constituyen los nuevos saberes-poderes de un renacido discurso disciplinar, supuestamente superador del ingenuismo pedaggico y la "ideologizacin" de la fase anterior. Coincidieron en defender, por distintas razones, el valor del conocimiento histrico, relegitimando su posicin especfica en el curriculum a base de argumentos epistemolgicos y psicolgicos. As, se cre y difundi una nueva doxa sobre la Historia y su enseanza, sostenida y diseminada por las flamantes plataformas institucionales de investigacin didctica y las redes de formacin del profesorado, que alcanzan ahora un notable desarrollo y un contorno cada vez ms profesional-funcionarial. Los representantes de la Historia soada impugnaron reiteradamente, tanto en la fase espontanesta como en la ms oficializada e institucionalizada, la enseanza tradicional de la Historia, propia del viejo cdigo disciplinar inventado en el siglo XIX. Ello contribuy, sin duda, a una crisis de legitimacin de la Historia escolar, pero la razn crtica de la Historia soada se erigi sobre fundamentos poco consistentes, ya que, en el fondo la nueva reclamacin de la total autosufiencia de la disciplina como "forma de conocimiento" (14) condujo a una doble ilusin, epistemolgica y psicolgica, en virtud de la cual se redujo, en buena medida, la Historia escolar al problema de las relaciones entre un saber cientfico especfico ya hecho (la Historia) y las condiciones

individuales que permiten su aprendizaje. De esta suerte, se ignor la propia dimensin sociohistrica del conocimiento escolar y ello condujo a una inevitable reificacin de la Historia; ahora el formalismo epistemolgico, envuelto en el manto del reduccionismo psicologizante de raz constructivista, impregn la nueva doxa hegemnica en los espacios institucionales (despachos de la Administracin educativa, departamentos universitarios, instituciones de formacin de docentes), donde pugnaba por regenerarse el nuevo discurso de la Historia soada. Pero otros espacios eran, sin duda, las aulas, donde los cantos de sirena de la nueva Historia soada, en sus dos etapas, fueron escasamente atendidos. Porque, en efecto, todo lo que podemos saber de la estancia de Clo en las aulas durante este tiempo (15), nos viene a asegurar que la Historia enseada fue "otra" historia y que la diferencia entre lo que se regula y lo que se desea y "suea" resulta muy pronunciada. El predominio de una enseanza tradicional verbalista y memorista, con algunos matices no despreciables, parece, con todas las excepciones que se quiera, una evidencia incontrastable.

En efecto, como si un tramposo e inquietante demiurgo moviera los hilos de los usos reales de la educacin histrica, al mirar dentro de las aulas, nos topamos con una enseanza muy al viejo estilo, que se encuentra muy lejos de las promesas, nunca cumplidas, de la Historia regulada y de la Historia soada. Es aqu donde la perpetuacin del cdigo disciplinar se hace ms tangible. Los testimonios, observaciones e informes que traslucen la Historia enseada registran, una y otra vez, la existencia de un profunda discrepancia entre lo que los profesores y profesoras de Historia dicen hacer y lo que hacen realmente en su vida docente cotidiana. Hay quien, siguiendo la estela de una mirada crtica, explica tal abismo entre teora y prctica como resultado del ejercicio de una "enseanza defensiva", en la que la necesidad de controlar la disciplina en el aula impone el patrn de conocimiento y de enseanza que emplea el docente de Historia (Blanco, 1994, 345). Sin duda algo hay de esto, pero las rutinas que imperan y marcan el tic-tac cotidiano de la enseanza de la Historia tienen que ver con las caractarsticas de la escuela como espacio de socializacin, en el que las funciones explcitas de distribucin del conocimiento se ocultan tras otras ms escondidas y determinantes. En el marco de las formas escolares de socializacin del capitalismo tardo, la vida en las aulas transcurre bajo los complejos, poderosos y no siempre visibles designios de las constricciones espaciotemporales, el habitus de la funcin de profesor y el peso abrumador de una tradicin sociocultural adherida como una piel al cuerpo de la institucin escolar. En resumen, las transformaciones en la enseanza de la Historia en el modo de educacin tecnocrtico de masas han existido, especialmente a partir de los aos setenta. El ms que centenario cdigo disciplinar ha resultado impugnado en sus dimensiones ms declarativas y visibles, en los propios temas de la educacin histrica. Los discursos renovadores de la Historia soada , haciendo uso de viejas y nuevas ilusiones epistemolgicas y psicolgicas, han puesto, una y otra vez, en entredicho la enseanza tradicional de la Historia. Sin embargo, asomndonos

al interior de la aulas, el conocimiento histrico que se divisa no concuerda con el regulado y el soado. El vetusto cdigo disciplinar ha sido puesto en solfa, deslegitimado y erosionado mucho ms en el mbito de lo enunciativo que en el de los usos reales de la educacin histrica. As pues, en las prcticas discursivas predominan las ilusiones de diversa estirpe, desprovistas de fundamento slido; en las aulas, se dan cita las rutinas. Entre y contra ambas ha de situarse cualquier proyecto crtico de enseanza de la Historia.

Despus de este rpido e impresionista recorrido a travs de la larga sociognesis de la Historia escolar conviene aadir, aunque slo sea a modo de colofn, que de la visin sociohistrica se puede extraer alguna leccin provechosa. La principal es que una exploracin evolutiva de cmo se crea y transforma el conocimiento escolar nos permite eludir el error del pensamiento simplista y simplificador. Una encarnacin del mismo se plasma en la ingenuidad de los grupos y movimientos de renovacin pedaggica que han credo estar transformando la realidad de la enseanza de la Historia a base de elaborar discursos y materiales didcticos alternativos. Dieta muy menuda, al fin y al cabo, para pugnar con las convenciones y tradiciones tenazmente asentadas en la institucin escolar. Probablemente una didctica crtica de la Historia y otras ciencias sociales requiera, dentro de una censura profunda de las maneras de socializcin escolar del modo de educacin tencocrtico de masas, replantear y desplazar los objetos de atencin hasta ahora preferentes, rebuscando en los mecanismos sociales e histricos generadores del conocimiento escolar algunas de las claves que nos ayuden a transformar radicalmente los procedimientos de apropiacin y distribucin de la cultura. Todava ms simplistas y peligrosas resultan las recientes recetas contrarreformistas esbozadas por la Administracin educativa dirigida por la ministra Aguirre para combatir la crisis de la Historia escolar en Espaa. Tanto el diagnstico como la terapia prevista sirven nicamente para adular el odo de los sectores ms corporativos del gremio de historiadores y docentes, y para atizar los siempre vivos rescoldos del amor patrio entre polticos de distintas fidelidades nacionalistas. El debate sobre la Historia escolar en Espaa (16) no es ms que un episodio del intento, iniciado en los aos ochenta en los pases de capitalismo avanzado, de "redisciplinar" el currculo, de regresar al conocimiento verdadero y a los valores de siempre. Es, en suma, una operacin profundamente conservadora Y, de esta manera, la anunciada "restauracin" de la Historia (la vuelta a los arbitrarios culturales de siempre), que ya se ha producido en otros pases y que amenaza al nuestro (que va a volver sin casi haber ido a parte alguna) es, a la altura de nuestro tiempo, una modalidad mostrenca, equivocada y trasnochada de resucitar, a mayor gloria de la nacin espaola, la ms decrpita y fantasmal imagen del viejo cdigo disciplinar de la Historia.

-------------------(*) Profesor de Historia del IES Fray Luis de Salamanca. Miembro de Fedicaria y coordinador del Proyecto Nebraska .

NOTAS

(1) Este trabajo es una brevsima sntesis de una tesis de doctorado (Cuesta, 1997 a), que ha dado lugar a dos libros (Cuesta, 1997 b y 1998), donde se recoge la parte ms sustancial de su contenido. En ellos podr encontrar el lector o lectora una fundamentacin ms precisa de la ideas aqu slo apuntadas, adems, naturalmente, de la base emprico-documental y el aparato crtico de los que prescincidimos en este escrito, que inicialmente fue concebido como una conferencia-resumen de mi investigacin de doctorado. En esta versin hemos reducido al mximo las notas, las citas y otros modos habituales del quehacer acadmico. La bibliografa del final sirve para localizar las citas de notas y texto, pero tambin para sealar, sin nimo de exhaustividad, algunas de las fuentes intelectuales que inspiraron nuestro trabajo. Escrito en 1998 como texto difusor de la tesis, posteriormente sirvi de base a un artculo de ttulo parecido y contenido semejante: El cdigo disciplinar de la historia escolar en Espaa: Algunas ideas para la explicacin de la sociognesis de una materia de enseanza, Encounters on Education, vol. 3 (2002), 27-41. (2) Este horizonte terico es el que inspir en Espaa, por ejemplo, las valiosas obras realizadas, bajo la direccin del profesor Capel (1989), acerca de la historia de la Geografa como disciplina cientfica y escolar (Capel et al., 1983, 1984; Luis, 1985; Melcn, 1989), que tuvo ramificaciones incluso por el campo de la Historia (Garca Puchol, 1993). En esta materia, han empezado a realizarse, desde la investigacin pionera de Clemente Linuesa (1980), trabajos en esta misma lnea. En ellos se ha puesto el acento en el anlisis de los libros de texto, como autnticos testigos involuntarios de los estereotipos cientficos e ideolgicos del pasado. Por el contrario, nuestra investigacin, sin ignorar esa dimensin, ha desplazado el inters hacia el problema de la construccin social de la Historia como disciplina escolar, siguiendo ms la lnea de indagaciones emprendidas, durante la ltima dcada, en otros pases, como podran ser las de Goodson (1995).

(3) A. Viao, uno de nuestros ms acreditado seguidores de la nueva historia cultural define la cultura escolar como "conjunto de teoras, principios o criterios, normas y prcticas sedimentadas a lo largo del tiempo en el seno de las instituciones educativas" (Viao, 1998, 136). No importara integrar nuestra idea de cdigo disciplinar dentro de este concepto de cultura

siempre y cuando se hicieran explcitas las determinaciones sociales (tal como hacemos nostros con el cdigo disciplinar de la Historia) de lo perteneciente a la esfera cultural. (4) El trmino "cdigo" tiene ya una dilatada presencia entre los tericos, socilogos e historiadores de la educacin. No obstante, el uso que hacemos de cdigo disciplinar es original, aunque su fuente de inspiracin aparezca en quienes, como muy especialmente Lundgren (1992), hablan de "cdigo" para sealar los principios subyacentes de seleccin, organizacin y mtodos de trasmisin que inspiran todo curriculum.

(5) Para esta periodizacin tomamos como base algunas de las ideas expresadas en el excelente libro de Lerena (1976), despojndolas de cierta carga "sociologizante". (6) Para la reconstruccin de la historia de la historiografa disponemos y nos hemos valido de los muy slidos trabajos de los profesores Pasamar y Peir. Vanse, entre otros, Pasamar (1991), Pasamar-Peir (1987), Peir (1995), Peir-Pasamar (1996). (7) Programas y textos que hemos estudiado con algn detalle (Cuesta, 1997 a y b). Sobre manuales, vanse tambin los trabajos de Garca Puchol (1993), Garca Garca (1991), Peir (1990 y 1993), Valls (1995 y 1996) y Jover (1997). (8) La historia en el siglo XIX se encontraba muy lejos de ser una asignatura con la que tuviera algn trato la mayora de la poblacin. En 1855 la tasa de escolarizacin en primaria era del 40,5%. Adems, durante todo el siglo XIX, la Historia, como tal asignatura, no figuraba en la escuela elemental; s, en cambio, se deba impartir en las escuelas superiores, pero stas representaban en 1855 el 1,4% del total. Para estos datos y otros semejantes, vase Guerea (1994). (9) Para el estudio de los cuerpos profesionales hemos utilizado algunas de las ideas P. Bourdieu, tales como habitus o campo, que reorganizamos y sintetizamos en el concepto de campo profesional. Por tal entendemos un conjunto de normas y prcticas sociales reguladoras de la vida cotidiana de los docentes en tanto que agentes sociales. Tambin recurrimos al concepto de "ideologas prcticas" de A. Giddens (1995) y en general a las miradas sociolgicas "contruccionistas", que permiten pensar de una manera ms rica la relacin entre la accin de los sujetos y el mundo institucional donde se crea y recrea la vida social.

(10) Para una visin global y comparativa de tendencias en los planes y programas de estudio puede verse Gonzlez Muoz (1996) y Blas Zabaleta et al. (1996), libros de los que puede extraerse una interesante informacin sobre la Historia escolar, aunque no coincidimos con la interpretacin que en ellos se sugiere. (11) En mi tesis doctoral (Cuesta, 1997 a) he reconstruido diversos aspectos de la historia profesional de los catedrticos de Historia de los institutos a lo largo de ms de cien aos (entre 1847 y 1963). En ella pueden consultarse los escalafones profesionales y otros datos de inters. (12) El trmino "egebeizacin" naci como estigma denigrante de un supuesto descenso del "nivel" de enseanza con motivo de las ltimas reformas educativas. Aqu se usa, igual que su opuesto, el de "bachilleralizacin", que emplean tambin otros autores como Viao (1987) o Guijarro (1997), en un sentido muy diferente, como una imagen de los nuevos intercambios y distancias sociales y simblicos que establece el modo de educacin tecnocrtico de masas entre los viejos niveles educativos y en las recientes fronteras de la educacin obligatoria. (13) Recientemente se ha reeditado la obra La enseanza de la Historia (Akal, Madrid, 1997), de Rafael Altamira, que data de 1895 (hubo una primera versin ms incompleta de 1891). En plena celebracin del 98 y en mitad del debate sobre la Historia escolar esta obra, por tantas razones conveniente, ha sido ms bien ignorada por la mayora de la comunidad de historiadores y docentes. Slo la desidia o la ignorancia puede explicar que en la biblioteca de alguna facultad de Historia no pueda hallarse edicin ni antigua ni actual de esta obra. Como deca en otro sitio al estudiar la aportacin didctica de Altamira (Cuesta, 1998), todava "habita el olvido". (14) Quienes mejor representan esta lnea pensamiento de la Historia como "forma de conocimiento" son dos antiguos asesores tcnicos de la reforma educativa, J. Domnguez Castillo (1993) y P. Maestro (1991 y 1993). (15) El conocimiento de la Historia enseada implica dificultades de diversa ndole. Son muchas y variadas las fuentes que utizamos en nuestra investigacin (entrevistas, encuestas, informes, fotografas, testimonios, tesis de doctorado sobre el tema, nuestra propia experiencia, etc.), pero an as todava hoy la mirada hacia el interior de las aulas sigue siendo incompleta no slo por las carencias empricas, sino tambin por los marcos tericos al uso. Es cierto, no obstante, que se abre paso un tipo de investigacin etnogrfica, que en algn caso (Blanco, 1992 y 1994) puede resultar muy interesante. Por otra parte, las indagaciones sobre los que "piensan" los profesores,

como las de Guimer (1991), y los alumnos, como la de Gonzlez Mangran (1993), ofrecen tambin informacin pertinente pero imcompleta. Sin duda, el recurso a nuevas fuentes y mtodos, propios de la historia del curriculum, que quedan esbozados en nuestro trabajo (Cuesta, 1997 a y 1998), nos ayudaran a profundizar en el significado de la Historia enseada.

(16) Mi posicin sobre este asunto qued ampliamente reflejada en el editorial que, con el ttulo de "El debate de la Historia: de restauraciones y santas alianzas", coescrib para el n2 de ConCiencia Social. Anuario de didctica de la geografa, la historia y otras ciencias sociales (Akal, 1998). Esta revista anual es la plataforma de expresin de Fedicaria, federacin de grupos de renovacin pedaggica que propugnan una didctica crtica de las ciencias sociales.

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