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Francisco Jarauta - La Experiencia Barroca

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LA EXPERIENCIA BARROCA

Francisco Jarauta
Las alegoras son, en el reino del pensamiento, aquello que son las ruinas en el reino de las cosas. Walter Benjamin, El origen del drama barroco alemn

Al margen de una tradicin historiogrfica de orientacin ilustrada, que haba entendido la modernidad como la historia de una experiencia polarizada hacia la construccin de un modelo de razn, capaz de asegurar un progresivo domino del hombre sobre el mundo, escenario ste de la aventura humana y lugar de representacin de su destino e historia, Walter Benjamin haba hecho notar ya en los aos veinte el inters crtico que tena la experiencia barroca cara a una comprensin de la genealoga de lo moderno, inscrito ahora no tanto en la perspectiva de la poderosa y optimista razn ilustrada, sino en la experiencia del Trauerspiel o drama barroco. En el origen mismo de la experiencia moderna emerge esa forma del arte que es el Trauerspiel y cuyo alcance no es otro que el de representar la experiencia de una poca incapaz de establecer un sistema seguro y cierto, un saber verdadero sobre s misma. Y es esta dificultad, que acompaa a la primera experiencia moderna, para darse un nombre, la que constituye la dimensin dramtica de la misma, y la que alimenta un doloroso escepticismo. La duda recorre por igual todas las formas del conocimiento, teortico o moral, multiplicando as la lnea de sombra que atraviesa el nacimiento del mundo moderno. Tanto Blumenberg como Starobinski han observado el inters por recorrer esta lnea, a fin de evitar las simplificaciones ms frecuentes y optimistas por parte de cierta tradicin. La modernidad nace como dificultad, como experiencia dramtica -los romnticos haban una y otra vez subrayado la importancia excepcional de Shakespeare para la comprensin de la misma y Schopenhauer haba hecho lo mismo respecto de Caldern-, como tensin de luces y sombras, como voluntad de representacin. En esa lnea incierta del saber se construye un mundo de ficciones y simulaciones perfectas, regidas por la actitud dolorosa de quien se sita en el umbral de la duda, y apenas se atreve a ensayar ms all de aqulla los breves caminos del imaginario. Pero si, por una parte, la experiencia moderna se configura ya en su origen como experiencia dramtica, por otra, se ve atravesada y regida por un poderoso Kunstwollen, una inquietante y eficaz voluntad artstica que decidir la organizacin misma de la cultura. Como Riegl y Panofsky sealaron en su da, es esta voluntad artstica la que mejor expresa la actualidad del Barroco para nuestros das. En la medida en que el hombre contemporneo abdica de ciertas ilusiones epistemolgicas y recorre la lnea de sombra del escepticismo, se ve obligado a derivar una parte importante de su experiencia hacia esta nueva forma de representacin tan prxima de las formas barrocas. Esta recuperacin del Barroco como la de una poca en la que todo fluye, se diluye en un universo infinito e inconmensurable, en la que naufraga la medieval razn teolgica, arruinada por un descentramiento que da a cada ser su trayectoria y revela la imposibilidad de establecer un orden del mundo, es lo que nos ayuda y acerca a una comprensin de nuestra propia poca. Una nueva lnea de sombra recorre y atraviesa la experiencia de la cultura contempornea, exiliada de un mito desde el que era posible soar nuevos parasos. Le acompaa un severo y por qu no dramtico escepticismo, para el que no es

posible la restauracin de un orden de transparencias en el que los nombres tenan la eficacia de abrir y nombrar las cosas, dndosenos stas en su realidad. Lo nuestro es ms bien el Umweg benjaminiano, el rodeo, el camino oblicuo, la alegora. Si la experiencia se ordena de acuerdo a una lgica de fragmentos y ruinas, que no pueden recrear su unidad perdida, el discurso sobre la misma necesariamente debe hacerse alegrico. Y si tradicionalmente la estrategia alegrica miraba siempre hacia el tiempo de lo perdido, constituyndose en la verdad de su ausencia y alimentando la purificacin del alma, expuesta a la espera de una historia salutis, la alegora barroca, al no poderse apoyar sobre organizaciones de sentido claras y distintas, y al ver que el mismo eidos se oscurece, no tiene otra posibilidad que o descender al abismo de la caducidad de la naturaleza o sortear este abismo arrojndose al juego de los infinitos posibles. Estas matemticas barrocas configuran idealmente ese mundo de formas en el que se pierde el hombre del XVII, sin saber nunca si llegarn un da a constituir la arquitectura de un mundo real. Leibniz -y Deleuze ms tarde- caracterizarn ese esplndido momento, que es el Barroco, como el intento de responder a la miseria del mundo con un exceso de principios y formas. Estos se plegarn una y mil veces para dar lugar a la representacin lgica de los mundos posibles, ms all de los cuales seguir abierto el orden de la materia, sometida a un movimiento infinito. Pero, como Leibniz mismo indica, hay que distinguir entre la lnea de inflexin de curvatura infinita, que define el mundo como pura virtualidad, y la materia en la que se realiza. Comparable a un gabinete de lectura en el que se refleja la tensin de esos dos mundos, el hombre barroco se pierde -como viajero eterno e inmvil- y hasta olvida aquella frontera que separa lo imaginario de lo real, o lo lgico de lo fctico. Su extravo le lleva hacia un peregrinaje por el mundo de las formas, nueva naturaleza lgica en la que ya no importa preguntarse por las cosas, sino viajar o soar como el Segismundo calderoniano o el Teodoro que cierra la Theodicea leibniziana. Y es este mundo que se pierde en la infinitud de sus construcciones imaginarias, mundo de ruinas o de fragmentos, el que soporta melanclicamente la experiencia de la unidad perdida o de la transparencia del mundo. Y el objeto deviene alegrico bajo la mirada del hombre barroco. Ante el smbolo como paradoja teolgica de la unidad de sensible y suprasensible, est la alegora como expresin de aquella ausencia y unidad perdida. Todo lo que la historia tiene de intempestivo, de doloroso, de fallido, se plasma en su rostro. Es este tiempo de las cosas el que constituye la materia de la escritura alegrica. Representacin del dolor del mundo, el Trauerspiel es el juego de estos dolores inexorablemente enclavados en el tiempo. Para el Barroco, la finalidad de la naturaleza estaba en la expresin de su propio significado, en la representacin que, en tanto que alegrica, nunca puede coincidir con la realizacin histrica de tal sentido. O hay smbolo, unidad de sensible y suprasensible, o hay alegora, ro-escritura, representacin del devenir tiempo de las cosas. En efecto, si con el drama barroco la historia entra en escena, lo hace en cuanto escritura. La palabra historia est escrita en la faz de la naturaleza con los caracteres de la caducidad. Y ser la alegora la encargada de representar a aquella forma bajo la forma de ruina. Y bajo esta forma la historia no se plasma como un proceso de vida eterna, sino como el de una decadencia inarrestable. No por otra razn, las alegoras son en el reino del pensamiento lo que las ruinas en el reino de las cosas, como el mismo Benjamin afirma. La alegora es como el alma inaccesible de las cosas y rige la estrategia discursiva de lo moderno. Tout pour moi devient allgorie, confiesa Baudelaire ms all de toda retri-

ca. La dispersin y fragmentacin del sentido se traducen en gusto por el fragmento. Y la alegora produce justamente la lnea de superficie de lo fragmentario. La seduccin ejercida por el Barroco no es la de un esteticismo nostlgico en cuyo espejo pudiramos interpretar algunos de los comportamientos de la cultura contempornea, sino ms bien es el efecto que surge de la relectura de lo moderno para la que la experiencia barroca se constituye en el verdadero drama de la representacin. Si el Barroco naturaliza la historia y hace artificio la naturaleza, ah es donde el orden de la razn no consigue atravesar ni diferenciar el sistema complejo e irreducible de la experiencia, es sabiendo que todo saber se ve en su raz sometido a la misma dificultad, la del nombrar, de un nombre que nos d la esencia de las cosas. De ah, esa fuga y pasin representativas, ese gesto, delirio, invencin, de las formas infinitas, labernticas, retorizadas, de proporciones falsas, efectistas, que, en su conjunto, construyen un sistema otro, en el que -como si de una galera de espejos se tratara- se pierde la mirada sin esperar ningn reconocimiento verosmil. Es as como en el Barroco se produce la transfiguracin de la vida en teatro, del mundo en escenario, de la naturaleza en naturaleza muerta, del pensamiento en alegora. Las mltiples representaciones del ser afloran en una emblemtica de las pasiones y de los movimientos del alma. Los signos hablan de una totalidad abstracta, pero se presentan, como corresponde a su condicin dramtica y moderna, aislados y concretos, configurando verdaderos laberintos. La pasin barroca por construir, la libido del laberinto deviene escenificacin fantasmagrica del drama individual, melanclica alegora de la muerte. Los espejos de Versalles reflejaban la imagen repetida de la razn y la muerte que, ensalzadas, componen una vanitas en el templo mismo de la representacin. Porque quiz sea eso el Barroco: como el tormento de una finalidad en la profusin, comenta Barthes. El laberinto barroco no tiene centro y si la representacin del laberinto es inseparable de la idea de salvacin, este descentramiento agudiza la desesperanza. Si el espejo se ha roto, cmo sabr yo mismo quin soy? La alegora moderna multiplica los reflejos del ser; borra el centro del laberinto, destruye sus murallas y bifurca hasta el infinito sus corredores. Acaso nuestra mayor ilusin es creer que los recorremos por primera vez. En el viaje se pierde la perspectiva. Pero las rutas del universo se cierran sobre s mismas y el hombre barroco, arrastrado por esta corriente infinita, hundido en ella, no puede contemplar serenamente el periplo circular de la vida, su radiante estela. Jams alcanza una imagen de la plenitud que abarque la oscuridad de la caverna y la luz de las estrellas, la aurora y el ocaso. El mundo es un eclipse de la conciencia y el laberinto su imitacin eterna. Nadie como el hombre barroco se hace consciente de este destino. Y slo este dramtico riesgo har necesario instituir un principio de verdad que interprete y oriente la experiencia. Es el largo camino que va de los Ejercicios ignacianos a las Meditaciones cartesianas un camino en el que se citarn todas aquellas voluntades que porfan por salvar el alma y hacer luminoso y habitable el mundo.

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