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Emociones de La Guerra

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Emociones de la guerra

Relato de la Guerra de Los Mil Das en El Gran Santander

Max Grillo

Emociones de la guerra
Relato de la Guerra de Los Mil Das en El Gran Santander

Coleccin Temas y Autores Regionales


Bucaramanga, 2008

Universidad Industrial de Santander Coleccin Autores y Temas Regionales Direccin Cultural Universidad Industrial de Santander Rector UIS: Jaime Alberto Camacho Pico Vicerrector Acadmico: lvaro Gmez Torrado Vicerrector Administrativo: Sergio Isnardo Muoz Vicerrector de Investigaciones: scar Gualdrn Director de Publicaciones: scar Roberto Gmez Molina Direccin Cultural: Luis lvaro Meja Argello Impresin: Divisin de Publicaciones UIS Armando Martnez Garnica Serafn Martnez Gonzlez Luis Alvaro Meja A.

Comit Editorial:

Imagen Cartula: leo: Maqueta iluminada, de la serie de esculturas tituladas Viacrucis de la guerra, de Pedro Villamizar Primera Edicin: septiembre de 2008 ISBN: Direccin Cultural UIS Ciudad Universitaria Cra. 27 calle 9. Tel. 6846730 - 6321349 Fax. 6321364 divcult@uis.edu.co Bucaramanga, Colombia Impreso en Colombia

Presentacin
De todos los libros que he ledo en torno de la Guerra de los Mil Das, ninguno como Emociones de la guerra, de Max Grillo. Es la vvida memoria de los ignorados y olvidados, dibujados por la pluma de un gran escritor modernista, quien vinculado al ejrcito Liberal, particip en la contienda en los escenarios montaosos del Gran Santander. Lecturas apasionantes como sta, desde la orilla de los annimos y el reclamo por los ignorados, son aleccionantes para nuestros jvenes inquietos por conocer las claves secretas de la historia colombiana y las cicatrices que perduran en la geografa de los sentimientos y los escenarios de las batallas: Palonegro, Peralonso, Cerro de Armas, Alto de la Cruz, Tern, Gramalote, la Cuchilla y Palo del Muerto: todos los nombres un nombre, cuando el vencedor y el vencido sufren la derrota de la frustracin colectiva. Diversa y dispersa es la literatura en torno de la Guerra de los Mil Das. La ltima guerra civil, si no fuera por el drama vivo que encarna, podra enmarcarse del todo en el gnero de las guerritas domsticas, sealadas as por Ricardo Silva, el padre del poeta Jos Asuncin. Guerra
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que entra en calor con la Campaa del Gran Santander en 1899. Una generacin de colombianos de espritu libre, habra de revelarse contra las ataduras del poder humano al poder divino, representadas en el fervor clerical por sostener desde los plpitos la tirana conservadora. Jvenes brillantes, espejos de la civilizacin y del progreso de la nacin, cayeron en los campos forestales de las batallas nombrados por sus propios nombres. Eran los hroes de una guerra sustentada en los valores temerarios del coraje que infunde en la peonada el levantamiento en armas de los hijos de sus patrones, los finqueros y los hacendados. Oleadas de peones se levantaban en armas abandonando el arado impulsados por pasiones ciegas hacia los ms inverosmiles escenarios del dolor y de la muerte. Una plyade de jvenes santandereanos se sacrific con la conviccin de que entre los abatares de la f y la razn, surga el concepto de libertad como el preciado argumento de progreso en ese mundo premoderno que los arrojaba al escenario de la guerra. Iluminados por las ideas civilistas, aquellos jvenes fueron descubriendo al fragor de la lucha sus afinidades electivas con el pensamiento y su concepcin de estado, del general Rafael Uribe Uribe, hroe y vctima de aquellas tormentosas jornadas de la Campaa en Santander, bellamente narradas en su complejidad humana en las Emociones de la guerra. Su contradictor y jefe, el octogenario generalsimo llanero Gabriel Vargas Santos, por sus quebrantos de salud diriga los
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batallones a distancia, dejando la suerte del ejrcito Liberal a merced de sus generales de confianza y a la diligencia de los postas de correo en la transmisin de los mensajes. Un deliberado propsito anima este libro: revelar la memoria de los ignorados u olvidados, los sin nombre. En criterio del poeta modernista nicaragense Rubn Daro, Los ignorados era el ttulo preciso del libro de Max Grillo para un lector europeo, y con ese nombre lo public la Casa Editorial de la Librera Ollendorf, de Pars, en 1912. Entre nosotros se llam y se seguir llamando con el sugestivo ttulo de Emociones de la guerra. En este teatro rural de la guerra, cayeron infinidad de combatientes sin nombre, los Higinios de las sementeras y oficios de labranza, con el annimo designio de la peonada fiel a los idearios sentimentales que animan la autoridad de su patrn. En l podemos palpar el alma elemental de los adversarios que murieron en el campo de batalla sin conocer a ciencia cierta el verdadero sentido de la causa por la que peleaban. T vas a la guerra, Juan? De la guerra pocos vuelven Y a la guerra muchos van! Versos del alma popular, en los que el poeta Max Grillo le lee las cartas de la suerte a la peonada que a cielo abierto escucha al corneta en el campo de batalla.
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La batalla de Palonegro, en los altos cerros de Girn, es el preludio del fin de un fracaso colectivo. Los campos desolados y el Club del Comercio con sus puertas cerradas, por el sobrecogimiento de los comerciantes de ambos bandos y el luto que los reduca a la impotencia. Los caminos poblados de cruces, los cielos plagados de gallinazos y los espritus en reducido aliento abandonados a la buena de Dios. El drama potico subyace en tono meldico al lenguaje modernista. El preciosismo modernista que se advierte en el relato y la aguda intencionalidad psicolgica, ahondan en las emociones y sentimientos plasmados en esa acuarela trgica de la Guerra de Los Mil Das en la Campaa del Gran Santander. Bienvenido, amigo lector, a los ms crudos escenarios del asombro, en los ms intensos pasajes de la campaa en el Gran Santander, recobrados por Max Grillo, el fogoso liberal de delicada pluma. Lus lvaro Meja Argello
Nota del editor: Hemos optado por modernizar la guionizacin de los dilogos, con el objeto de facilitar su lectura. Se trata de un trabajo meramente tcnico. De otro lado, hemos procurado identificar a los protagonistas con nombres y apellidos que habrn de perpetuar su imagen en el lector. En el original se los identifica de manera escueta por el primer apellido, con un tono de familiaridad que con el tiempo se diluye.

Lo que conmueve cuando se leen las acciones de esos hombres que fueron abnegados hasta la muerte, es la sublime impotencia de su valor, es la esterilidad inmerecida de su sacrificio. La abnegacin y el sacrificio son como las grandes obras de arte: tienen su objeto en s mismos. Se dira que su inutilidad constituye su grandeza. Anatole France

Iliaci cineris, et flamma extrema meorum.


Virgilio

Oh cenizas de llon! oh manes de mis compaeros!


Estas pginas han sido vividas por mi espritu y debieran contener los ingenuos comentarios de un alma que se interesa por el infortunio de los hombres. No las dict una vacua retrica, ni les prestar alas el deseo de hacer ruido alrededor de luchas estriles tan grandes en los pueblos suramericanos si se las juzga por los entusiasmos que se consumen en sus hogueras, y tan tristes y desoladoras a la postre. Este libro aspira a que se le considere la obra de un espritu sincero y ardiente, al cual no apasionaron prejuicios ni ambiciones sordas y amargas, y que dice su verdad al modo que la encontr en las parbolas de su sangre.

iente el autor de lo que va a leerse, inclinaciones generosas hacia las multitudes maltratadas por las injusticias de los amos y de una moral en que se hace intervenir a los dioses inocentes de pecado. Por esto dedica a los humildes la obra en que anhel dejar un soplo de sentimiento animador, de mentalidad en que se agitasen hojuelas de ideas compasivas, de arte sugestivo en que se contuviesen unas pocas imgenes dignas de quienes se sacrifican en nombre de la hermosa y pura inconsciencia de los instintos. Dedica las pginas de su libro escrito en das de desesperanza, a los hroes sin nombre, a los Higinios Cubides, a los personajes secundarios que, a manera de Kurwenal, mueren por sus amores inarticulados o por sus inciertos ideales, sin exhalar una queja y sin prevenir la actitud, para que as los contemplen las posteridades gloriosas y los ojos de las futuras gentes. Si una frase, si un perodo de los que en seguida estampo, mereciese ser conservado en memoria de hombres, y ese rengln o esa imagen no dejara arrastrar mi nombre en la ronda del olvido sino que lo hiciese perdurar en elogios agradables, los consagro a los vencidos ignorados, a los que van a las luchas heroicas
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impelidos hacia el dolor y la muerte por el alma oculta y misteriosa de la naturaleza. El tormento de las multitudes; la tristeza resignada de los esclavos (y todos lo somos en pocas desventuradas para las naciones); el grito de las tribus que van perseguidas al travs de los desiertos; las convulsiones de los pueblos que se ven asediados por la miseria y la tirana; el padecer de los que sucumben por un oscuro ideal entrevisto apenas en la anmula de la vida que asoma a los ojos de los humildes como se asomaran las luces errantes de la noche a iluminar el fondo de las cisternas profundas; la angustia de las turbas acosadas por un principio desconocido, superior y desptico, que las azota y selecciona con imperio inmisericorde; los que acaban silenciosos en sus tugurios; los que se rebelan y lanzan la imprecacin y el reto; los que combaten en las batallas y vencen para otros y mueren por otros; los que arrebatan a la tierra las primicias de sus jugos; los explotados por el despotismo del universo y por las pasiones educadas, todos, todos los vencidos, conmueven mi alma sedienta de una justicia nueva, de una nueva moral, que reformen en provecho de los rebaos las leyes crueles y ciegas que nos imponen el derecho del ms fuerte.

Concurr a la principal campaa de la guerra intestina de 1899, porque juzgu una obligacin hacer por mi parte ese esfuerzo, una vez que en la Prensa haba pedido con fogosidad las reivindicaciones del derecho
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y de las libertades individuales y pblicas, que en labor de quince aos no pudieron obtenerse pacficamente como concesiones arrancadas a la benevolencia de un poder tirnico por la predicacin de la doctrina. La generacin a la que yo pertenezco no haba conocido, ni quizs conozca, las ventajas y satisfacciones de vivir en una patria libre, protegido uno por leyes que se cumplen y respetan por magistrados y por ciudadanos. He participado del desasosiego y la ansiedad de una generacin que aspir a intervenir con nobles sentimientos e ideas modernas en el desarrollo del progreso y de la civilidad de Colombia. Pareca un deber impuesto a nuestra juventud por un imperativo absoluto el intentar un sacudimiento de animales fuertes para poner sus aspiraciones de acuerdo con la vida. Cuando se escriba la historia de estos tiempos, y los amigos de estudiar hasta las desventuras de los pueblos dbiles se enteren de las causas que nos llevaron a levantar las armas y a combatir en campos de dolor nos hallarn dignos de su respeto. El derecho no puede renunciarse en toda su extensin, de una vez y para siempre, sin que se declare antes la inanidad del espritu y se resigne el hombre a la permanencia del esclavo. Para obtener los derechos irrenunciables de la personalidad humana, los pueblos europeos que confiaron su conquista a la evolucin en centenares de aos, acudieron al cabo a los movimientos revolucionarios. Las generaciones que vengan en seguida de la que tan dolorosamente ha batallado, estimarn nuestro
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esfuerzo como noble y heroico. Y si este pas llegare a salvarse de la disolucin y del destino irremediable que se le espera a los pueblos que no logran salir de los despotismos vulgares, podemos contar los revolucionarios con la gratitud de las futuras gentes. Se rememorarn entonces nuestros sacrificios y nuestras amarguras, y las tumbas de los mrtires tendrn laureles y flores... Al presente slo nos queda la satisfaccin de decir con ngel Ganivet: Grave error es creer que los triunfos parciales conduzcan al triunfo final, porque es ley eterna que la victoria definitiva sea siempre de los vencidos. Cuando a una tirana se le intenta vencer por fuerza de armas y se fracasa en la empresa, slo se logra agravar la dolencia que sufren las naciones. Subsiste el despotismo recrudecido, y el alma nacional se agita en un cuerpo cada vez ms enfermo. Nada puede hallarse tan triste como los resultados de una guerra de libertad que se pierde. Los mismos que la iniciaron con generosos mviles y la conciencia de realizar un acto justo, se inclinan a renegar de la obra perdida, de la estril tarea que en vez de la salud produjo mayores probabilidades de muerte. Surgen entonces apstoles de paz, de mirficas intenciones, aun entre los mismos que fomentaron la lucha, tmida o audazmente, segn los momentos y alternativas de la contienda; se afanan por congraciarse con los vencedores; se cien las frentes de olivas rociadas de ceniza; vuelven la espalda a sus amigos de otros tiempos; hacen zalamas a los que prevalecen; reniegan de sus anteriores predilecciones; se defienden de la persecucin y del despojo con
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menoscabo de sus conciencias y con perjuicio de sus antiguos compaeros; alzan donde quiera tribuna para exponer sus virtudes cndidas, su amor por la paz y su discrepancia de siempre en ideas y aspiraciones con los vencidos; se desligan de todo vnculo que los uniera a stos y se baan en la piscina que les muestran los dueos de la victoria; ignoran el valor del sacrificio, y sin poder sobrepujarse a s mismos ofenden a las vctimas y no tienen suficiente magnanimidad para inclinarse ante los que perecieron y que ... Yacen En la llanura ensangrentada, muertos!... As pasa en todos los casos iguales o semejantes. Los relatos histricos nos lo dicen al referirse a las luchas sociales o polticas de los pueblos. El xito feliz o desgraciado en empresas de tal ndole, determina con frecuencia la actitud de los interesados en ellas. Es humano que las cosas sucedan de este modo, y que muchos no acepten las consecuencias del mal resultado en los acontecimientos trascendentales. Individuos pusilnimes y oportunistas han existido en todas las emergencias de los partidos y de las naciones, y segn sean su importancia y sus compromisos con los que caen, los azota o los olvida el comentador futuro. Suelen las multitudes castigarlos con desprecio agresivo. Para los cerebros medianamente cultivados aparecen esos falsos profetas predicadores del bien que se hundi en el desastre, como manifestaciones naturales de la vida. El hombre es espontneamente un ser interesado y miedoso, y lo que debera admirar es que por
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esfuerzo voluntario y por razones de educacin, guarde la mayora de la especie respeto a 1a integridad de la conciencia y prefiera la persecucin, y hasta la muerte, antes que abandonar una causa vencida que nada ofrece ms all de la perspectiva del martirio. Y no es que las causas polticas que laboran en el terreno de lo positivo necesiten de mrtires, a la manera que los requieren las religiones, porque, como dice Ernesto Renan, slo los han menester las causas dudosas. Tambin es natural que el vaho de la victoria despierte en los triunfadores, y ms si son providencialistas, el deseo de exterminar a su enemigo. Las pasiones sordas se agitan en sus cuevas; los sentimientos de la bestia se revienen y exasperan; la crueldad, primitiva forma de los impulsos ciegos; el odio exagerado entre el olor de la sangre, se tornan estados permanentes de alma. El fanatismo, la ms desastrosa de las pasiones modernas, recalentado por el inters de los bienes de la tierra, asume la predicacin y dicta fallos terribles contra los vencidos. Nadie es capaz de contener entonces al vencedor que, sintindose dueo del presente, con estremecimiento enfermizo, comprende que es efmera su victoria, anhela gozarla en una aspiracin suprema por hallarse destinado a desaparecer con la marcha del espritu humano. El mal hace parte de la armona del universo y es la comprobacin de la ley moral que rige y pondera las almas y las cosas.

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El mortal que lleva en su pecho oculto un dios entumecido es naturalmente cruel, es fiera que en ocasiones parece domesticada, a la cual basta ponerla en la va de los instintos desoladores y sombros para que se despierte con toda su furia troglodita, excitada, lo que es peor an, por una semicultura religiosa.

Estticamente considerada la guerra, tiene dos fases: una grande y hermosa, otra vulgar y mezquina. Es bello el momento en que los soldados se aprestan a seguir al combate, nerviosos e inquietos, con los ojos encendidos por un fuego que chispea y parece oscilar con las fuerzas del espritu. Descubre una solemne resonancia la voz de los que antes de marchar a la batalla saludan con un grito al jefe que los conduce, para demostrarle que sus corazones estn dispuestos a penetrar en el peligro. Es sublime la bandera que recibe el beso acariciante de sus compaeros y se la ve participar de su alborozo. Llega a los corazones el toque de atencin en el instante de avistarse los combatientes. La trompeta que suena all no es la misma que se escucha en los cuarteles o en las calles de la ciudad tranquila: en los campos de batalla y en los minutos que preceden a los primeros disparos, revela su prestigio, su poder animador, su alma elocuente; vive con el pecho que la anima, habla por los labios de un hombre que siente en ese minuto todo el poder de la vida y de la muerte, toda la locura y todo el desequilibrio del valor capaz de olvidarse a s mismo y de arrancar al instrumento blico una nota,
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una armona que vuela por cima de los cadveres y se impone a las descargas de los fusiles. Nunca la actitud del mrmol o del bronce de la estatua que cincela el artista, tendr la gallarda, el soplo inquietante, imposible de eternizar porque la vida es fugitiva, que tena un joven de musculatura acerada, cabeza hermosa y grandes, profundos ojos sonrientes, que tocaba a la carga! una tarde en la Cuchilla del Ramo, mientras de la prxima colina disparaban los muser sus fogonazos de un rojo de brasero y las balas restallaban en el suelo como fustas ardientes. Se difunde con reposo entreverado de misterioso el toque de silencio por las hondonadas o las sierras donde acampa el ejrcito victorioso. Las llamas de las hogueras encendidas en la paz de lo noche iluminan un vasto circuito, fuera del cual se aglomeran las sombras, y ascienden las luces errantes haca la bveda en que las estrellas en honda lejana sugieren visiones de olvido y de sosiego infinitos a los espritus curiosos que desean ver las moradas de la vida y de la muerte, y que suean cuando otros descansan de las fatigas. El valor resignado o reflexivo; la abnegacin del que muere satisfecho de su sacrificio sin haber pensado en fama ni en recompensa; la trgica grandeza de las pasiones que se desarrollan en la lucha; el desprecio de los peligros ms ciertos; las alegras que despierta el triunfo; la tristeza reconcentrada de la derrota; las exclamaciones de la desesperanza y de la clera, que hacen recordar los acentos de los hroes de la Ilada; la inutilidad del esfuerzo y el desinters de los corazones; la constancia que se sobrepone a las emboscadas de la
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fortuna, y la energa que domea las cosas rebeldes; las ambiciones gloriosas del que siente la conciencia de la accin y la noble pequeez de los que sucumben por un deber oscuro, esto, y mucho ms, evoca el recuerdo de la guerra. El paisaje del desasosiego, se recoge taciturno o se muestra airado. La vida se desequilibra; los ros nunca parecen serenar su corriente; los bosques no sugieren sensaciones apacibles; la tierra apaga la voz de sus armonas; no se encuentra en el cielo la expresin conocida, la luz habitual; las pasan perseguidas por la fatiga; el sol se inmuta durante las batallas y la luna presntase alucinada y enfermiza; las sombras de la noche adquieren un relieve fantstico y se dira que se condensan alrededor de los combatientes; las aves huyen; slo el cuervo, que lustra su plumaje con la grasa de los cadveres, sigue desde las alturas la marcha de los ejrcitos y se expone a los peligros; sus ojos diablicos escudrian los lugares vecinos al centro de los fuegos, y se regocija, saciada varias veces el hambre, al contemplar a los hombres que pelean con encarnizamiento. La guerra es de psicologa misteriosa. El alma de las multitudes es incomprensible; en vano tratar sin miras cientficas de buscar explicacin a sus movimientos generosos, a su sagrado abandono en aras de complicados ideales. Por qu las voluntades se combinan para el sacrificio? En qu consiste el lazo que las une y la fuerza que las gua? La guerra parece ser obra de destruccin divina como quiere De Maistre, impulso infundido a los mortales por un principio recndito e ignaro. Por ley natural se ama la vida y por la misma ley se despre19

cia y se ofrece en sangrienta palestra. Por honor, por deber, se dice comnmente, mueren los guerreros. La gloria los mueve a la conquista de la victoria; el honor les comunica firmeza para permanecer al pie de la bandera. En los torneos medioevales el valor y el peligro eran recompensados por el aplauso de las mujeres hermosas, el aprecio de los justadores y las ddivas de los reyes. En las batallas modernas el valor individual queda casi siempre ignorado; los hechos ms heroicos en el olvido; la destreza personal pasa en silencio. En la antigedad no suceda lo mismo: Aquiles pelea ante espectadores que celebran su pujanza, su habilidad y su bro; los contendores se distinguen en el combate, se increpan y se desafan; la brega adquiere apariencias de retos personales. La cobarda es demasiado vista; el valor, luminoso como los escudos de oro recamado de gemas que llevan los paladines. En nuestras luchas, nada recompensa la prdida de la vida; no se celebran fiestas en homenaje a los muertos: los hroes son annimos, y el que muere, el verdadero vencido.1 Y con todo irn siempre los hombres a la guerra y ser su morir en cruento campo, morir digno de corazones varoniles. Yo me inclino a juzgar que hay inconsciencia en los sacrificios supremos, y que lo inconsciente es lo ms hermoso de la vida, del mismo modo que en el arte lo ms ideal, lo ms puro desciende intuitivamente hasta el poeta. Yo no haba sabido penetrar en el estudio de mi
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La victoire nest pas une rcompense pour le mort: celui qui est tu est le vrai vaincu. E. Renan: Caliban, acto 2., escena I.

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yo, dice un escritor ilustre, ms all de mis cualidades: el pueblo me ha revelado la sustancia humana, y mejor que esto, la energa creatriz, la sabia del mundo, lo inconsciente. 2 Sin entrar en anlisis, muchas veces contra su propio querer, el hombre encamina todas sus acciones en favor de la especie, como sostiene Schopenhauer. Abona la tierra con su sangre y fecundiza con su dolor las ideas para que generaciones siguientes gocen de los jugos de la una y de la luz de las otras, recordando o no los esfuerzos y las penalidades que los antecesores pusieron en la tarea. Pero en la hora del sacrificio no se piensa en ideales, ni menos en que con nuestra muerte se han de enderezar los caminos por donde transiten ms tarde nuestros descendientes. Si se me permitiera, dira que el mvil del valor en la guerra es la voluptuosidad. Es un placer que, a semejanza del amor, lo experimentan los grandes como los humildes, los ignorantes como los intelectuales. El peligro tiene atracciones hermosas, y el presentimiento de la muerte que llega, de un golpe a herir un pecho en el vigor de la juventud o del arrojo, puede producir el xtasis. Vulgar es el otro aspecto de la guerra: por el predominio de la violencia y de los instintos insociables; por el encumbramiento de personas que suelen carecer de elevacin; por el contacto estrecho con las pasiones menos delicadas. Se encallecen hasta las almas suaves y pulcras que hacen esfuerzos imposibles por inadvertir
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Maurice Barrs.- Le jardin de Berenice. Pg. 188. 21

la vulgaridad ajena; se despiertan sentimientos bajos, desconocidos quizs de los mismos que los ven aparecer en su pecho; se vive en comunidad forzada que exaspera a los hombres educados en la escuela de la elegancia moral o exquisitos gustos, y pone en relieve sus discrepancias en ideas y emociones con la mayora de sus compaeros. Las penalidades y las miserias diarias embrutecen; la imaginacin se menoscaba con los excesos de la fatiga. Las palabras son groseras, los actos violentos. Sufren los sentidos y cualquiera distincin desaparece en una existencia precaria en que la mugre seorea los cuerpos y todo se confunde y se mezcla. Las pginas que siguen fueron compuestas al calor de un entusiasmo generoso por las ideas y los hombres representativos que las encarnan en cada momento de la vida colectiva. Aspiro a que se me considere sincero y justo. Mucho pedir es, porque uno no puede dar sino su justicia, nunca la justicia, ni considerarse exento de vanidades pueriles o de posturas estudiadas. Siento mis admiraciones: en este libro constan. Si uno no admira algo concreto, sera capaz de amar las ideas, smbolos que viven una vida extrapositiva? Escribo con el ardor de una sangre que todava es joven, pero me absuelvo a mi mismo del calificativo de apasionado. No deseo polmicas sobre la materia de este libro. Ojal que a pesar de referirse a acontecimientos recientes, se le hallase sereno.
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e dice interrumpi Luis, que la guerra estallar seguramente en el curso de tres das. Es un hecho que el ministerio de la guerra se halla impuesto de los preparativos de los liberales de Santander, y que el ministro, sabedor de las intenciones que tiene el jefe del partido en ese departamento, ha llamado a los generales Uribe Uribe y Figueredo para manifestarles que estn en la obligacin de contener a sus amigos en la calaverada que intentan. Qu hay de cierto en todo ello? pregunt, levantando los ojos para fijarlos en la persona que tena en frente de la mesa, donde les iba sirviendo un criado los sandwichs y los vasos de cerveza que al entrar al comedor reservado haba pedido uno de los presentes; pues eran tres los jvenes que se encontraban reunidos en aquel lugar en la noche de un da del mes de octubre de 1899. El interrogado era un mozo elegante. Al parecer de 22 aos, porte airoso, cabeza echada hacia atrs, como si las lneas quisiesen describir una parbola perfecta, color plido. algo terroso y boca de labios delgados que al sonrer comunicaban al conjunto de su fisonoma un reflejo de benevolencia que era rasgo definitivo de la gracia de su alma.
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Es verdad contest. La guerra debera estallar el 20 de este mes; y digo debera y no debe, porque el doctor Uribe Uribe ha seguido para Santander con el propsito de influir en el nimo del seor Villar y convencerlo de que es necesario contener la revolucin, entre otras muchas razones, porque al jefe del partido, designado recientemente, es a quien corresponde ordenar lo que convenga iniciar en estos momentos. Es posible que Uribe Uribe consiga convencer a Villar y a los jefes que lo animan a la guerra, y en ese caso la revolucin no estallar el 20. Ustedes conocen el telegrama que el periodista redact, con la aquiescencia del ministro, para comunicar al directorio santandereano que el gobierno y el pblico proclaman a voz en cuello que ha de levantarse el liberalismo el 20, y que para contrarrestar el efecto que la falsa noticia haya causado en el pas, pide autorizacin para desmentirla. Ustedes han ledo tambin que Villar contest con mucha frescura dando !a venia a Uribe para hacer lo que te peda, si bien la misma publicidad de la especie a las claras predicaba que era falsa. Sin embargo, objet el primero que haba hablado, ni el gobierno se muestra tranquilo puesto que persigue a Figueredo y a otros jefes, ni la parte del liberalismo que se opone a las revoluciones aparece satisfecha. Se ha apresurado a tener juntas, y de una de ellas sali el acuerdo, lanzado a los cuatro vientos, en que se aconseja a los liberales que se abstengan de todo movimiento que las autoridades puedan considerar subversivo. Si a pesar del alerta la liebre salta... no es demostrar mucha previsin decir que ese acuerdo o
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circular producir gran desconcierto en nuestras filas. Ustedes conocen mi manera de pensar en estos asuntos: soy por temperamento enemigo de la violencia elevada al cubo; vivo en sosiego alejado de las trifulcas de la poltica; pero s comprendo la desesperacin de los pueblos que sufren el yugo de un rgimen de gobierno que va consumiendo el bienestar y la vida del pas como el gusano que no da tregua a su voracidad y al cabo se consume a si mismo. Vivo tranquilo en mi cafetal, si es que puede existir la paz para quien est en espera de que la ola que todo lo arrasa llegue hasta su retiro y lo sumerja. Yo no he anhelado la guerra para barrer esto... le tengo como pereza; como miedo a lo desconocido; los males de la discordia civil me espantan del mismo modo que la operacin al paciente, mas no har nada por contener la borrasca. Me embarco en la nave de la revolucin, aunque temo se vaya a pique. Adems, parezca o no viceversa de mi carcter, yo el tmido y pacfico cafetero que no se comunica con el mundo de las agitaciones sino por medio de los peridicos, deseo sentir las emociones de la campaa. Vendr ahora la guerra? continu, dirigindose a Jorge Peralta. Sern estas nubes de verano o se siente la aproximacin de la tempestad? Considero casi imposible contest el interrogado, que las nubes no descarguen pronto sus rayos. Es verdad que no se considera oportuno el momento y que Uribe Uribe se dirige a Bucaramanga con la esperanza de hacer desistir de su empresa a los santandereanos. Confa en obtener una tregua, pero juzgo que no ten25

dr ocasin de conferenciar con los jefes de Santander, porque la guerra se precipita. As lo crees? As lo creo afirm, en tanto que levantaba el vaso de cerveza. Y Uribe Uribe qu conducta seguir en caso de que sin su consejo estallen los pronunciamientos? Estoy seguro de que entrar de lleno en la revolucin y que ser el alma y el brazo de ella. Lo conozco ms por adivinacin que por experiencia, y presiento que el guerrero va a ser superior al polemista. Hizo Jorge una pausa, y luego, con palabras que tenan caprichosas modulaciones, agreg: Yo no puedo querer la guerra por la guerra. Esto sera detestable en persona de mis inclinaciones espirituales; siento desvo invencible por el desorden; las revoluciones todo lo desequilibran: busco en mi rbita la armona, la belleza serena de las cosas. Slo la libertad y el arte me interesan suficientemente y slo sus manifestaciones han hecho que mi vida no se reconcentre en un silencio interior noble y saludable. Lo reduzco todo a la nocin de lo bello como el viejo Tarao de Amor etrusco. El arte me parece un reflejo del universo libre; la libertad es el supremo bien de los hombres; sin ella no pueden ser alegres y fuertes, no alcanzan a hermosearse en la amistad de las ideas y de las cosas. No puedo admitir que un pueblo renuncie a ser libre plenamente; ; que mientras otros gozan del ejercicio autntico de sus facultades, de todas las
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conquistas efectuadas por la especie, haya un pas que se someta al espritu de la muerte, que reniegue de la vida. La existencia es muy corta para que nos dejemos arrebatar, sin acudir a la defensa, lo que nos pertenece, y que una vez ido, nunca ha de volver a nuestra posesin. La libertad es para disfrutarla en la juventud, es don de los dioses alegres y buenos. Slo la merecen, ha dicho el poeta, los que saben conquistarla cada da. Si un individuo no debe dejarse despojar de su derecho sin oponer antes la fuerza al conculcador, qu se dir de una generacin, de un pueblo que con coordinar las voluntades y las inteligencias se hace invencible? Siendo el propio derecho un bien que no puede renunciarse en el sentido inmanente de la palabra, el hombre, los pueblos deben vigilar la permanencia de su propiedad, y al serles arrebatada, tienen la obligacin ante si mismos, ante los que ejecutaron su tarea y en seguida se durmieron en el sepulcro y ante los que han de nacer, de reconquistar lo perdido, que fue legado de unos y ser herencia de otros. Cada onda humana de estas que llamamos generaciones tiene que llenar su misin y trasmitir lo adquirido a las que vienen en pos de ella. Hizo Jorge Peralta una pausa y continu as: No les cause extraeza el calor con que me expreso, ni sonran al escucharme. Soy por temperamento un poco elocuente. A pesar de mis pesimismos, de mis vacilaciones, de m ansiedad, conservo el culto de los ideales que, bien s, han fallecido, en muchos de los hombres nuevos; an confio en el poder de la volun27

tad, en la virtud de la energa. Am las multitudes y me duelen sus infortunios; considero sentimiento egosta el que nos induce a aislarnos dentro de nuestra propia piel en la torre que fabrica la indiferencia. La palabra justicia puede encerrar una nocin positiva; a veces tal parece en las luchas de las sociedades. El mundo presencia actualmente un caso: al verbo de un hombre que ama a los oprimidos, de un artista que recibe hospitalariamente en el seno de su espritu el sollozo de los infortunados, una nacin se ha conmovido, una clase privilegiada, un ejrcito de un milln de soldados, levantaron los ojos para mirar con saa al que se atrevi a pedir justicia para un individuo aherrojado en prisin lejana por el voto de un tribunal tan respetable como la nacin que lo instituy. Un hombre alz la voz ante cuarenta millones de compatriotas para decirles: hay un francs que ha sido condenado sin acatar todas las frmulas tutelares del derecho, y gime entre hierros, en clima insalubre, siendo inocente. La mayora protesta encolerizada, los tribunales vacilan, las turbas insultan al reivindicador de los fueros de la justicia, le lapidan en las calles de la ciudad luz, la prensa se divide en la defensa y en el ataque; el honor de una potencia se halla en tela de juicio, porque si el condenado es inocente debe existir un delito todava mayor que aquel por el cual se le mand a la isla desierta, y la ms poderosa institucin de la Repblica queda sin prestigio ante propios y extraos. En Rusia, en Colombia, la mordaza y la crcel habran hecho callar al defensor del preso, el silencio de la muerte habra seguido el grito del poeta.
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En la nacin libre de todo se conmovi, las buenas y las malas pasiones, pero el defensor del desterrado tuvo que ser odo. Si por un caso, si por una injusticia ha sucedido todo esto, qu haremos nosotros diariamente expuestos a las persecuciones, a la violacin del domicilio, a la inseguridad de toda defensa? Qu deberemos hacer nosotros que tenemos tribunales permanentes de injusticia? Siento interrumpirte observ Luis, porque ests hablando con mucha elocuencia, tanta que nosotros hemos consumido tres vasos de Plsener y t apenas la mitad de uno. Quiero que me digas: no opinas que habiendo atemperado el sistema de gobierno que tenemos hace quince aos, el presidente de Anapoima, quin no se muestra ni tan cruel, ni tan dspota, ni tan panamista como otros de sus antecesores, convendra continuar la lucha pacfica hasta convertir a nuestros enemigos en amigos de las libertades? La ley de prensa de Fernando VII, ha sido reformada; las facultades extraordinarias y las rdenes verbales han cado al parecer en desuso. En apariencia, dices bien; pero ah estn en pie en la Constitucin, amenazantes siempre. La libertad no debe existir por la sola benevolencia del prncipe, sino por su propia virtud, fundada su permanencia en la base de la ley escrita. Quince aos, segn tu cuenta, hemos padecido la privacin casi absoluta de las garantas que corresponden a los ciudadanos. Hemos sido desterrados por capricho; por capricho se viola la correspondencia; por capricho la polica secreta nos insulta en nuestras
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casas. Quince aos hemos pedido en la prensa que se nos de lo nuestro. Los periodistas han ido al destierro, a la crcel, han cado unos y otros se han levantado. A veces se cansa el brazo de los gobernantes y deja de perseguir, de importunar a los adversarios. Admiro tu conviccin y la defensa que haces de la guerra. Tu tienes todava ideales polticos. Esa es una ingenuidad muy laudable, porque es virtud que produce hroes y mrtires, afortunadamente demasiado raros hoy; mas siempre es provechoso que haya uno que otro para que no falte la sal de la tierra. Deja tu amable irona para otra ocasin menos seria dijo Jorge, hoy te conviene saber que la trompeta de la revolucin ya suena y que es el momento de pensar en la actitud que uno debe observar en la lucha. Por mi parte estoy decidido a salir a campaa. Qu dicen ustedes? Te acompao respondi Carlos. Me embarco en la nave contest Luis.

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II
orge Peralta se levant aquel da ms temprano de lo que acostumbraba hacerlo. Compr el diario liberal que era entonces el vocero de los partidarios de la guerra y ley el editorial en que despus de juzgar el periodista la conducta de los opositores a la revolucin dejaba comprender en frases bastante claras que la lucha sera inevitable. Este artculo, pens, es una proclama por ms que su autor haya intentado valerse de hiptesis. El gobierno suspende hoy mismo el diario y aprisiona a sus redactores y a los que intenten salir de la ciudad. Es el momento de tomar el portante... Precisamente era la maana del 18 y Jorge haba citado para este da a sus amigos. Volvi con presteza a su habitacin; cambi de traje. Al examinar los bolsillos del vestido de pao fuerte con que iba a reemplazar el que llevaba puesto, encontr un par de guantes; vacil un instante cual si quisiera dejarlos all, mas con movimiento despectivo los arroj sobre una mesa. Para qu serviran tales adminculos en la dura campaa que se dispona a emprender? No le eran conocidas, por experiencia propia, las penalidades de semejante vida, y porque se las imaginaba duras y adversa la suerte del soldado, antes
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de sentirlas renunci a las comodidades de la ciudad y a cuanto pudiera indicar que en otras circunstancias las echara de menos. En la estacin del ferrocarril tom pasaje de segunda clase para disimular su presencia entre el mayor nmero de viajeros. Parece poco acertado que se valiese de un vehculo que deba hallarse bien vigilado por los agentes de la polica secreta, y as lo comprendi cuando ya era imposible enderezar su falta. Iba reflexionando en ello a medida que el tren avanzaba por la alegre sabana, cuyo aire perfumado por el olor de los maizales y el aliento de las greyes que miraban aleladas al monstruo de hierro, atenuaba en el futuro combatiente de delicada sombra de tristeza que le produca el recuerdo de los que amaba y la insistencia en su memoria de estos versos que ley en otro tiempo. T vas a la guerra, Juan? De la guerra pocos vuelven y a la guerra muchos van! Baj el vidrio de la ventanilla para que penetrase en abundancia el aire de los sembrados; variacin de postura que aprovech un individuo que estaba cerca del joven para trabar esta conversacin, a medias palabras: Permtame usted empez el desconocido, que le haga yo mismo mi presentacin. S que usted es el seor Peralta. Me llamo G Soy un copartidario, empleado en esta empresa. Supongo que usted se dirige a Zipaquir y me he tomado la libertad de acercarme
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a usted para manifestarle que ser reducido a prisin apenas baje del tren. Mire usted a su espalda al Prefecto cmo lo viene observando hace rato. Tengo aqu un telegrama en el cual me dicen que son detenidos los liberales que llegan a la poblacin. Quiere usted confiar en m para salvarlo de este contratiempo? Todo lo dijo tan rpidamente que Jorge no tuvo tiempo de interrumpirle. La fisonoma franca y la persuasin del seor G no engaaban. S, seor, agradezco a usted mucho sus ofrecimientos. Veamos de qu manera me libra de las manos del Prefecto. Oiga. Usted va a Zipaquir? S. El Prefecto lo sabe sin duda porque lo averigu en la estacin de Bogot. Exacto. Pues bien, vamos a dejarlo burlado. Cmo as? Usted, al parar el tren en la estacin de La Caro, se queda en el vagn hasta que vea descender al Prefecto; baja usted en seguida por la plataforma opuesta, de modo que los carros lo oculten de ser visto por los que han salido por donde es costumbre; recorre usted aprisa, bien contra los vagones, el trayecto que lo separa de la casita que usted tendr presente, situada ms all de los edificios del ferrocarril. All se entra usted. Pide
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a la mujer que la habita le prepare almuerzo y no se deje ver de nadie. Perfectamente. Ha sido para m una fortuna hallar a usted en estas circunstancias. Qu debo hacer luego? En seguida ir all. Dejamos marchar el tren. El Prefecto, al subir, buscar a usted en el mismo vagn. Creer, al no verlo en el puesto en que vena, que ha pasado a otro carro; observar los dems, y cuando se entere de que usted ha desaparecido, ya ir el tren por Cajic. Y de all puede ordenar por telfono A quin? Los empleados del ferrocarril no se hallan a sus rdenes y en el lugar no existe destacamento alguno. Pero, qu hago quedndome en el puente? No se afane. En marchando el tren, se dispone una mesita; lo acompao hasta el Portachuelo, y por ah sale usted con un gua que le proporciono. Es usted muy amable. Har cuanto me indica. Ahora me retiro a otro vagn para no despertar sospechas. El Prefecto contina en su puesto. Hasta luego. Hasta luego contest Jorge, estrechando la mano que le tenda su inesperado amigo. El tren avanzaba. Pronto se detuvo en la estacin de La Caro. El joven procedi de acuerdo con lo que le haba indicado el seor G... A los pocos momentos de haber emprendido el tren su marcha, lleg el experto
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empleado a la casuca donde se hallaba Jorge. Qu hizo el Prefecto al bajar? pregunt el joven. Dio algunas vueltas por el andn; se asom a la cantina y volvi al carro en el momento en que sonaba el silbato. La cosa va a maravilla. En seguida nos pondremos en marcha. Si acaso nos preguntan que adnde nos dirigimos, contestaremos que usted es pariente del seor Prez, ahogado hace tres das en el Funza, y que va a asistir a sus funerales. A propsito agreg, fijando la mirada en Jorge, son dos ms las vctimas; todo el pueblo busca con inters los cadveres en los remansos del ro. El acontecimiento es demasiado importante para que se preocupen de otro asunto los habitantes del vecino pueblo. El accidente reviste para ellos los caracteres de una catstrofe. Magnfico! Ser Prez, dijo Jorge, sonriente. Bien. Ya est aqu la mesita. (En ese momento sonaron sus carretillas en los rieles, que se hallaban a dos pasos de la puerta de la casuca). Al improvisado vehculo subieron Jorge, el seor G... y el individuo que deba servirle de gua, un antiguo revolucionario. Dos obreros empujaban la carretilla. Vamos! dijo el seor G.... a los conductores, si no se achajuanan doy a cada uno dos pesos fuera del salario. Nuestra presencia agreg, dirigindose a Jorge, no llamar la atencin de las gentes de la va,
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porque yo tengo la costumbre de recorrer la carrilera. Nada acaeci en el trnsito que interrumpiese el viaje. Los habitantes de Cajic se hallaban en extremo conmovidos con la noticia del descubrimiento del cadver del seor Prez. Menos potaje habra mantenido la crnica en la Saumour de Mr. Grandet. En el Portachuelo, Jorge se despidi con palabras cariosas del seor G... y, abriendo una puerta de cancilla, situada al frente de la carrilera, sigui con e! gua por las dehesas aledaas a la ciudad de los prodigiosos socavones de sal gema. Haba avanzado pocos pasos, cuando oy la voz del seor G... que le deca: Contemple usted aquellos potreros (sealaba a la izquierda), tan frtiles y hermosos. Son de... Ah! s exclam el joven. Desde Luego hago votos porque los fecunden las lluvias del cielo y el sudor de tres generaciones de ilotas.

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III

recedido del gua atraves las praderas sealadas por su amigo y los pantanos formados por un riachuelo que viene de montaas distantes. Sali al camino real, el que dej, despus de haberlo seguido en un largo trayecto, para tomar la senda que conduce a escarpadas rampas de la cordillera, conocidas con el nombre de Neusa. Las sombras de la noche fosforescente cayeron en la tierra para ser disipadas por el luar del astro que ascenda por cima de los riscos de Oriente, cuando llegaron los viajeros a un bosquecillo de chaparros cuyas speras hojas brillaban graciosamente a los besos luminosos del disco aperlado. Los perros de los labriegos ladraban con fuerza sin que lograsen con sus destemplanzas ahogar la armona concertada en tan suave hora por el rumor de los arroyos perdidos en lechos de grama, el canto de los insectos que peregrinaban por el bosquecillo y el balanceo de los rboles que se disponan al sueo. En uno de los extremos de una floresta de chaparros y alisos corra un ro de lecho pedregoso y abundantes aguas, que sorprendi a Jorge, porque nadie imagina fuente tan caudalosa al pie de la abrupta montaa.
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Con qu objeto se encaminaba a Neusa el futuro revolucionario? Vamos a decirlo. El da anterior el seor N..., apenas conocido de Jorge, lo detuvo en las calles de la ciudad para ofrecerle, por recomendacin de otra persona relacionada con ambas, una cabalgadura que se hallaba, segn afirm, en el lugar mencionado. Peralta acept la oferta hecha por N... con marcado inters; y como no exista razn para dudar de sus disposiciones serviciales, confi en su palabra. No tardara en arrepentirse de su ingenua confianza. En Neusa supo, de boca de una labriega que tena por ah su choza, que en el sitio buscado no se hallaban, desde mucho tiempo, caballo ni mula del antiguo arrendatario de las carboneras. El bruto soy yo! exclam Jorge en haber creido en promesas de N... En qu ratonera me ha metido el amigo oficioso! Habrse visto ...?, hacerme subir hasta semejante nido encaramado en los puros Andes.... Diga usted, pregunt a la mujer, siguiendo la falda de los picachos podr uno salir a Ubat? S, seor, pero hay que pasar por los pramos, que son muy bravos. Entonces no me aventuro por ellos. Permtame usted pasar la noche en su casa y dme algo contra el hambre. A pesar del cansancio, Jorge no logr dormir en el suelo desigual de la choza. Pensaba en lo que debera hacer a la siguiente maana. A las tres se incorpor en la estera que le haba proporcionado la campesina. Llam al gua y emprendi viaje de regreso por la misma sen38

da recorrida en la tarde, pero resuelto a encaminarse a Nemocn, pueblo que se divisaba a la luz de la luna. Quiero dijo al pen, que usted me conduzca a la casa de un liberal que habite a la entrada del pueblo. Es esto fcil? Cmo no. Cerca del molino vive don Jess Gonzlez que entr en la guerra de 1895 Vamos all. Caminando, pues, y en estico estaremos en casa de don Jess. El despertar del da era regio. Nubes de plido rosa, crisotopacios amortiguados por los jirones de un gris que se dir insomme, se despedazaban unos contra otros al soplo fro del ambiente. As las imgenes interiores del joven palidecan o se ensangrentaban, tornbanse grises o blancas a medida que en su pensamiento se mova el espectro de la guerra. El disco de oro lunar base trocando en el blanco de plata de los vasos en que beban agua helada nuestros abuelos, y el florecer de la luz engrandeca los horizontes. De las lagunillas de la sabana emergan ligeras nieblas. Una pareja de aves acuticas, sorprendida por la noche fuera del nido, volva a l aprovechando los primeros amagos de la aurora. Las vacas que se encontraban a la vera del sendero, al levantarse de mala gana bostezaban, con los ojos aun velados por el sueo. El paisaje tenia un alma bella. El sol dando un bote apareci por cima de los montes. y la tierra recibi con amorosa complacencia su beso luminoso. Doraban apenas sus rayos la torre del pueblo cuando entr Jorge a la casa de don Jess.
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En pocas palabras le expres el por qu de presentarse all, suplicndole le diera asilo mientras obtena noticias de los movimientos revolucionarios que esperaba tuviesen lugar en corto tiempo. Amigablemente le ofreci hospitalidad el dueo del cortijo, y despus de informarle de la situacin de los nimos en el pueblo, se resolvi, como la mejor, llamar por la noche a varios de los principales copartidarios residentes en Nemocn para que determinasen lo conveniente. Permaneci Peralta sin dejarse ver de los que por ah se acercaban. A la hora sealada recibi la visita de los seores Aristipo Latorre y Eduardo Santamara. Despus de los pormenores de estilo, uno de aqullos pregunt a Jorge: Est usted seguro de que la guerra es un hecho? Tal es mi conviccin afirm el joven, quien expuso largamente los fundamentos de su parecer. Nosotros observ Latorre, contamos con ochenta fusiles y con ms de doscientos hombres dispuestos a llevarlos. Nos hallamos vacilantes. Por una parte hemos adquirido compromisos con el jefe de Boyac, y por otra nos inclinamos a la abstencin, de acuerdo con lo que nos ha comunicado el directorio de la capital; pero si usted nos promete y nos asegura que el general Rafael Uribe Uribe toma participacin en la guerra, nos levantaremos en armas hoy mismo. A ejecutarlo, sin prdida de tiempo. Maana ser tarde, ustedes reducidos a prisin y los elementos quiz se pierdan. Vamos a Ubat, a Chiquinquir, en busca
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de las gentes que debe comandar el general Ramn Neira. Hombres del temperamento de Latorre, que haba de caer destrozadas las piernas en el combate de Bucaramanga, y corazones tan abnegados como el de Santamara, no son de los que mucho vacilan cuando se trata de lo que exige sacrificios. A las ocho de la noche, sin estrpito, se sacaron de su escondite las armas y los cartuchos, y qued Jorge Peralta pronunciado con los buenos nemocones. En la administracin de la salina exista una suma de pesos que iba a ser enviada al tesorero; los noveles revolucionarios no quisieron tocarla. Emprendise marcha bajo lluvia desapacible quo converta en lodazales el camino. A machetazos echronse por tierra los postes del telgrafo, medida que, no obstante ser necesaria, caus a Peralta disimulado disgusto por tratarse de la destruccin del nico signo de progreso moderno existente en aquellas veredas. La luna nimbosa asombase a veces a iluminar la anegada llanura. A poco andar se encontr la descubierta de los nemocones con una columna de bogotanos que encabezaba un fogoso periodista, las cuales, habindose reconocido, continuaron juntas la jornada. Esta primera noche de fatiga, pasada de claro en claro, fue para Jorge en extremo penosa; su cabalgadura cay varias veces al subir la resbaladiza cuesta del Blanquizcal; el sereno encarniz sus ojos; las penalidades de que ya empezaban a quejarse los primerizos no avezados a esas jornadas, le dolan como propias. Al levantarse el sol los expedicionarios llegaron al boquern de Tausa, clebre puesto militar
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desde la poca de la conquista. En este punto se detuvieron los revolucionarios para tomar descanso e inquirir datos precisos sobre lo que pasaba en Ubat. Se hallaban en el sitio en que la va se bifurca, cuando vieron avanzar hacia ellos a tres jinetes, que resultaron ser un general nacionalista, un conservador histrico y un liberal pacfico, en sendas lucias mulas. Disimulando el temor que el encuentro les produca por el riesgo de ser desmontados, saludaron a los insurgentes con sonrisa y expresiones atentas. Cuchicheaban algunos de los compaeros de Jorge acerca de si deban detener a los jinetes, a tiempo que el nacionalista llam aparte al seor N..., el mismo de Neusa, quien con la venia de Latorre y Santamara habase agregado a los nemocones en la hora del pronunciamiento. Nada supo Peralta de lo que parlasen, si bien supuso que ello sera relativo a lo que en seguida le expresaron despus de llamarlo uno de los recin llegados, el cual le dijo que era el grupo revolucionario all presente el nico en el Departamento; que las poblaciones vecinas se hallaban en paz, y el general Neira, desodo por sus amigos, se haba visto en la necesidad de refugiarse en Rquira, lejos del teatro donde hubiera debido suceder su levantamiento en armas. Desfalleci el nimo de algunos al or la noticia tan poco halagea, mas se repusieron pronto. Slo N..., que mangoneaba de coronel, lanz esta voz propia a producir desconcierto: Yo no sigo de aqu; el gobierno nos declarar cuadrilla de bandoleros para tratarnos como a tales; juzgo prudente que nos disolvamos. Los que conmigo opinen, sganme.
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Volvi la rienda a su cabalgadura, repitiendo el llamamiento. Seis hombres armados respondieron a l y lo acompaaron. Alto! grit Jorge, que en aquel momento tena la conciencia del acto que todos realizaban. N... continu sin darse por entendido. Hubiera quizs plantado si al volver la cara mira a dos voluntarios que le tendan los fusiles con intencin de atemorizarlo. Peralta propuso entonces a sus compaeros que aguardasen en Tausa mientras se enviaba a Ubat un posta para que les trajese nuevas de lo que all suceda. Para que la imaginacin suelta no diese campo al desaliento en sus camaradas, se ocup Jorge en pasar revista minuciosa de armas, lo cual les distrajo, as como reanim sus fuerzas el caldo que les hizo preparar por los moradores de las chozas vecinas al sitio donde acamparon. Rodean a ste, tierras de labranza y los trigales amarillean con regocijo de los ojos. A pocos pasos, separada por una zanja, araba el suelo hmedo una pareja de bueyes de color canela, sin que el gan que la diriga detuviese un minuto su tarea para observar a los revolucionarios. Ms lejos un grupo de mujeres abra surcos donde otros depositaban la semilla. Tambin aparecan indiferentes aquellos sembradores de! grano que iba a espigar entre tempestades de muerte. Jorge los contempl con cariosa mirada, y si alguien hubiera posedo la virtud de penetrar en su alma, habra sorprendido su pensamiento:
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Me ruborizo de imaginar que esos labriegos ignorantes de la libertad poltica, censuren en sus adentros nuestra conducta y maldigan quizs a los que vienen a distraernos de trabajo tan humilde y tan fecundo. Habr procedido contra divinidades inescrutables, contra las fuerzas pacificas y puras de la naturaleza, al lanzarme a la guerra? Qu es el mal, qu es el bien? Su espritu, con inquietud dolorosa, con el temor al misterio, se detuvo ante esas cuestiones como el nio ante el muro infranqueable; acabando por confesar a su propia conciencia, que su yo, lleno de elevaciones y de abismos, no era capaz de distinguir en casos complicados qu cosas eran el bien y el mal absolutos. Sin aguardar los informes del posta enviado a Ubat, se continu la jornada, atenidos a los que suministraron las gentes venidas del lugar; de los cuales apareca evidente que en la poblacin citada y en otras se haban levantado en armas los liberales. Entre vtores, a los rayos de la tarde que iluminaban magnficamente las sabanas de Ubat, entraron Jorge y sus compaeros a la plaza, satisfechos los semblantes y el alma que rebosaba de sueos victoriosos. Por la noche deba moverse el pequeo cuerpo, constante de unos quinientos inconformes, hacia Chiquinquir, donde se hallaba el general Neira. Por indicaciones de Peralta se apresur la marcha; de sus preparativos se trataba en el momento en que lleg N... con grande algazara a manifestarle que, debiendo estar en camino las gentes de Simijaca o algo parecido, deseosas de incorporarse a las all acampadas, peda que se les esperase hasta la siguiente maana.
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Los procedimientos de N... haban disgustado a Jorge, por lo que, de mal modo, le increp: Usted con que derecho viene a solicitar tal cosa? Ni existir Simijaca... Vulvase a su casa, porque esto va mal para los que se asustan pronto. Sin darle tiempo a replicar, espolo el caballo en que montaba y volvile a N.... la espalda. Interminable se le hizo a Jorge la jornada de toda la noche. La va se encontraba imposible; las lluvias haban formado lodazales en grandes trayectos. Al aparecer el sol hicieron alto en la serrana de Fquene, en frente de la laguna del mismo nombre, la cual se present a los ojos de Peralta como una perla de oriente caprichoso, sacada de los tesoros de Tisquesusa y puesta all, entre juncales, para que se mirase la plida Cha. El sueo asediaba con sus nieblas al joven, hacindole cabecear a la manera de los ebrios. Pasaron por Susa y Suta, pueblecillos de origen chibcha, rodeados de pramos al pie de los que corren riachuelos de aguas tranquilas que se detienen en las grutas formadas por colosales piedras de colores vistosos. En las orillas de las fuentes medran saucedales de un verde simptico, y se figura uno que en antiguos tiempos vagaran por all, bajo arbolados indgenas, los caciques de Ubat con sus lindas thiguyes. En la maana del 21 se juntaron las milicias de Ubat a las reunidas por Neira en Chiquinquir, que fue durante varios das cuartel general de los revolucionarios.
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IV

espertado el ardor blico con proclamas y comunicaciones enviadas desde Chiquinquir, empezaron a acudir a sta los pronunciados de los pueblos de Boyac y Cundinamarca. La actividad de los jefes fue extraordinaria: no se daba descanso a las tareas concernientes a la organizacin y disciplina de los voluntarios; se colectaban fondos entre amigos y desafectos; reunanse las armas que en distintos lugares se hallaban ocultas, y se trataba por todos los medios de aumentar el entusiasmo en las gentes que no parecan dispuestas a aceptar responsabilidades en la guerra. Ninguna alegra es ms intensa que la sentida por los soldados bizoos en el prlogo de su primera campaa. Se diran sus explosiones de contento y sus bravatas, preludios de un carnaval en que slo se han de recoger coronas y aplausos. Los soldados contemplan con amorosa deleitacin sus fusiles no siempre lucidos como la plata; los oficiales ostentan y acarician sus espadas o machetes y en sus palabras y en sus movimientos pregonan su valenta. Quin fuera osado a poner en duda que cada uno de ellos es capaz de batir a centenares de enemigos? Vanagloria es sta que hace irresistible el primer mpetu de las fuerzas as formadas, pero que no se aviene con la solidez permanente del
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soldado en el combate. Reunidos el ardor en la carga y la firmeza en resistir el ataque en unos mismos hombres, se puede contar con verdaderos soldados. La conviccin y la confianza de su propia superioridad les comunican a los voluntarios el arrojo suficiente para cargar con bravura en el encuentro; la firmeza y la constancia las adquieren en los combates cuando sus jefes las poseen en alto grado. Los conscriptos, por muchas maniobras que sepan ejecutar al toque de los clarines en las plazas pblicas, siempre sern inferiores a los voluntarios ya acostumbrados al peligro. Estando Peralta en uno de los balcones de la casa donde se encontraban alojados los oficiales de la Plana Mayor, vio venir por la calle principal de la poblacin a sus amigos Carlos Ros y Luis Olano, sus compaeros de la capital. Descendi aprisa Peralta las escaleras del edificio para salir al encuentro de sus camaradas. Llegaban stos a caballo, los vestidos salpicados de barro y los sombreros de fieltro con amplias divisas rojas. Se refirieron los percances sufridos y sus impresiones de guerreros que empiezan el oficio. Por qu no salieron por Zipaquir? pregunt Jorge. Como sabamos contest Carlos, que era peligroso pasar por esa poblacin, echamos por San Cayetano, donde nos reunimos a las gentes que manda Pedro Snchez y al moverse ste a Ubat resolvimos seguir hasta aqu para informarlo de lo que sucede. Adems, desebamos saber tu paradero. Gracias, son ustedes muy amables.
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Nos salen a recibir con msica exclam Luis. Somos personajes importantes! Cierto afirm Carlos, una banda se encuentra en la esquina. Se divierten ustedes! Tenernos msica dijo Jorge, y hasta gobierno municipal! Va a ser ledo un bando de nuestro Alcalde sobre medidas de seguridad. Medidas de seguridad, magnfico!, cada Alcalde ronda su ao. Vamos a or el decreto. En ese momento estallaron los msicos revolucionariamente, queremos decir que se oyeron los alegres acordes de la Marcha de Cdiz. Pronto se hicieron al patio, que suele decirse, los jvenes Olano y Ros, y se relacionaron con las familias de pro; en los salones donde se beba cerveza y se brindaba por la patria, cantaron bambucos acompaados por algunos de los mozos robustos y guapos que iban a verter en las prximas refriegas su sangre abundante en glbulos rojos. Visitaron el templo de la Virgen de afamados milagros; admiraron el candor de los romeros que van a dar gracias a la madona, llevando lienzos en que se ven pintados los prodigios que ha realizado al ser invocada en trances de peligro. Observaste con cuidado el asunto del cuadro que se halla a la izquierda, hacia la mitad del muro? pregunt Carlos. El que representa un orejn que acaba de ser desmontado por los corcovos de su rucio?
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El mismo. Admirable fe la del que admiti en lo sucedido la maravillosa intervencin de la Virgen. Un calentano pasaba por las orillas del Magdalena en un caballo sabanero que se supone bastante brioso. Un bicho cualquiera, un caimn al zabullir o una rana al caer, hizo encabritar al rucio; el jinete rod por la tupida grama quedando envuelta una de sus piernas en un rejo o lazo que llevaba consigo. El caballo, azorado por este accidente, emprendi precipitada fuga. El calentano u orejn se prende de la cuerda con ambas manos, pero al verse en inminente peligro de ser descuartizado invoca a la Virgen de Chiquinquir y el bruto se planta. Es este un milagro? Te parece poco sobrenatural que el caballo en vez de arrojarse al Magdalena, llevando tras si el jinete, prefiriera seguir por la orilla del ro? En sus ondas habra perecido el calentano o devorado por mandbula de caimanes. El hecho puede parecer insignificante a los escpticos; para nuestro pueblo es un milagro, un prodigio patente. Esas humildes multitudes, que ayer adoraron a Chibchacum y hoy adoran a la Virgen de Chiquinquir no siendo capaces de sentir y no estara bien que lo sintiesen el ritmo inagotable de las leyes del universo, se refugian en la consoladora poesa del milagro vulgar y corriente. Me anticipo a darles la razn; a lo menos no me inquieto por averiguarlo ni me enzarzo en arquitrabes de teologa. Apunta en tus tablillas, del mismo modo que el mdico de Lucio Cotta, esto: en los templos de Colombia los
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indgenas colocan lienzos en que se refieren con la paleta y a ms no poder con la palabra, los milagros realizados por los santos. Es costumbre que debe respetarse mientras puede la Repblica dedicar esos artistas a la cra del faisn en los inmensos llanos de Oriente. Queda anotado, dijo muy gravemente Ros. Bien. No te parece oportuno que vamos ahora a visitar las dos provocativas hermanas que tan amables se muestran con nosotros? Me encanta. Sobre la marcha. A propsito: sabes que he propuesto a Blanquita se venga conmigo? Debe ser delicioso llevar a la guerra una compaera de los atractivos de esa morena. Tengo a mi disposicin todo lo que se necesita para una amazona. Imagino que ser agradable verse envidiado por los camaradas que en la Tebaida de los campamentos Estupendo. Carga con ella si es tan inocente que se confe a tus cuidados. No te arriendo las ganancias, ni te compro los laureles que te permita cosechar tu amiga. Soberbia idea! Hazme el favor de anotar: en Colombia suelen llevar consigo los jefes y oficiales del ejrcito, daifas que, segn la fama, estorban la accin en la guerra y contribuyen a marchitar los lauros de muchos. Permteme observ el otro, sonriente, que prescinda de esta nota, o que la consigne luego; ms me interesa en este momento el recuerdo de Blanca que el mtodo del diletante romano. A poco andar llegaron a la casa habitada por las dos hermanas, Blanca y Julia, ambas morenas, de ojos
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de ciervo domesticado y bocas en que por admirar la dentadura igual y sana se poda prescindir de la sensualidad que derramaban los labios. A la casa se entraba por una tienda, una clase de tiendas comn en Chiquinquir: los tiples y las panderetas cuelgan al lado de los cirios de colores, y los juguetes de barro o de tagua se ven enracimados entre escapularios de la milagrosa madona. Mientras los jvenes se regocijan en compaa de las dos hermanas, volvamos a los asuntos de la guerra. Habindose reunido tropa en nmero de 1.500 hombres armados de rmingtons viejos, con 20.000 tiros por todo parque, segn nuestras cuentas alegres, el general Neira resolvi tener Consejos de oficiales para inquirir su opinin respecto de las operaciones que era urgente emprender. Se saba que fuerzas gobiernistas al mando de los generales Jorge Holgun e Isaas Lujn, de talentos militares an no revaluados, se acercaban a Ubat. Opinaba Neira que debase salir al encuentro del enemigo y batirlo en la serrana de Fquene, posicin llamada a igualar el nmero de los combatientes y el superior armamento de los contrarios. Algunos revolucionarios de inclinaciones ms civiles que militares, y otros de ndole completamente guerrera como Soler Martnez, opinaron era temerario comprometer en aquellas circunstancias combate al principio de una lucha que, ante todo, interesaba sostener en sus comienzos, sin exponerla a un desastre, que sera de fatal resonancia. Les pareca ms acertado emprender marcha hacia Santander a reforzar a los pronunciados
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all; los cuales, o eran ya dueos de Bucaramanga, y en tal caso disponan de valiosos elementos, o se hallaban cercndola, y entonces sera oportuno el auxilio de los hombres que se les llevaba. Vencedores en Santander, quedaban en actitud de tornar hacia los batallones de la guardia conducidos por los jefes nombrados. La experiencia no haba an demostrado cul era la solidez de las tropas llamadas veteranas, ni se conoca la dbil moral de stas. Neira tuvo quizs un pensamiento feliz. Pudo haber sido... Pero atendiendo la opinin de la mayora de los asistentes al Consejo, opt por la marcha hacia Bucaramanga. El 30 de octubre, hacia la mitad del da, emprendise camino. Se dej pronto atrs el casero de Saboy, edificado en un ribazo de la sabana, y continu la jornada hasta las doce de la noche. Fue sta lluviosa y oscura. Los jinetes caan y los infantes se atascaban en los baches. Los torrentes hinchados mugan en la soledad y los relmpagos prestaban su rpida llama para iluminar los precipicios. Los caballos se detenan temerosos en las orillas de los abismos. Las pendientes del Monte del Moro no eran de tierra sino de jabn que ceda al ser tocado por los cascos de los brutos y el pie de los hombres. En el interior de una choza de minsculas proporciones hallaron refugio Ros, Peralta y Olano, quienes procuraban ir unidos entre las sombras de la noche y los peligros del sendero. En la estrecha vivienda se haban detenido ya quince o veinte soldados. Soportando los olores de las ropas de stos, humedecidas por la lluvia
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y el barro, pasaron los jvenes las horas de reposo, sentados en una piedra, apoyadas las cabezas en el can de los fusiles de sus compaeros. Al trmino de la segunda jornada acamparon en Puente Nacional, prspera poblacin situada a inmediaciones del ro Sarabita. Fue la tercera a Gepsa; la cuarta a Suaita; la quinta a Guadalupe; la sexta a Palmas; la sptima al Socorro; la octava a Curit, Pinchote y San Gil; la novena a Los Santos, y la dcima a la quebrada La Honda y Lajita. Por primera vez recibi Peralta la desagradable impresin que causa en el nimo el pillaje o pecorea ejercida por los soldados en las aves domsticas pertenecientes a humildes moradores de las chozas del camino: los cuerpos que iban a vanguardia despojaban sin compasin a las gentes de las veredas; veanse en stas infinidad de plumas de gallina y de pavo; los gritos de las aves sorprendidas por la irrupcin de sus brbaros enemigos, aturdan, y las protestas de los dueos, entremezcladas de lgrimas, eran para ablandar corazones duros. Seor Coronel, seor Comandante decan los despojados, nosotros somos de los mismos. Hgame devolver mis gallinitas! Quin se las roba? Aquel del sombrero negro se lleva el gallo. Ah! mi gallo tan bonito, y el de ms all se cogi la amarilla... mire, seor, le acaba de torcer el pescuezo. (No puede continuar hablando porque se lo impiden los sollozos).
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Y ver que somos liberales; que nuestros maridos estn con los pronunciados y que luego pasarn los otros y tambin nos quitarn los animalitos... Los pobres somos los que sufrimos... Parece increble dice Peralta, que ustedes se complazcan en despojar infelices. Si tuvieran necesidad, pase; pero por el gusto de hacer dao, por destruir los escasos bienes de los campesinos. No consideran ustedes que estas gentes son carne de su carne y huesos de sus huesos? Por qu no se protegen unos a otros? Los fuertes, los ricos los hostilizan, los explotan, y cuando deba esperarse que los de una misma clase se ayudasen, prefieren hacerse la guerra. Estas homilas las repiti Jorge en la marcha sin conseguir otra cosa que fastidiarse y que los soldados lo mirasen con malos ojos. Usted sufre con esto le dijo una vez un viejo voluntario, ya se ir habituando a tales escenas. Al principio de mis campaas mi disgusto era como el suyo ahora. Un da, en artculo de orden general, dispuse que sera fusilado el que robase las aves de los campesinos. Pasaron tres das sin que la orden fuese violada, a lo menos yo no supe lo contrario; mas una tarde siento detrs de m los chillidos y aleteos de un ave que, segn todas las seales, deba ir atada a un morral. Furioso me vuelvo para averiguar quin era el culpable. Hago detener la marcha para efectuar una pesquisa. Los soldados rean maliciosamente y me miraban con insistencia; los gritos de las aves haban cesado: las aves no aparecan; de pronto me fijo en las ancas de mi caballo, y... bien
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atados a mis alforjas iban dos grandes pollos causa del escndalo. Las risas de los soldados estallaron en toda la fila Quin haba colocado all los pollos? Nunca intent averiguarlo. Entre seguir colrico y tomar parte en la risotada, opt por lo ltimo. Desde entonces les dej a mis soldados que pillaran gallinas. Pobres... sufren tanto, tienen tantas fatigas y son tan abnegados, que bien puede permitirseles esa falta. Dan ellos su sangre, que otros, aunque inocentes, den sus aves. La guerra es as! Una mujer blanca, casi joven y hermosa, contemplaba desde un recodo del camino las plumas de sus aves, y un hilo de lgrimas corra en silencio por sus mejillas. Un da de noviembre, al anochecer, acamparon los revolucionarios en Guadalupe, casero de aspecto mezquino. Doloroso recuerdo nos hace inolvidable aquel pueblo. Desde Chiquinquir nos acompaaba el seor P..., persona culta, estimada en la capital, que lleg a nuestro cuartel con el propsito de seguir adelante en cumplimiento de misin que le haba confiado una junta revolucionaria. El general S, demasiado suspicaz, crey conveniente detener al viajero, aduciendo en apoyo de su medida razones que no tenan fundamento en opinin de todos nosotros. El deseo del general Soler Martnez se cumpli, lo que produjo extraordinaria pena en Pereira. En vano, los dems Jefes le hicieron presente su confianza y le prometieron puesto de honor entre ellos. El seor Pereira pareca
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en las fronteras de la locura; por nada quera desechar sus acerbas reflexiones. Llova a cntaros. El trueno retumbaba y los relmpagos penetraban como muecas del cielo por las rendijas de las puertas, cuando en medio de sus compaeros, que dorman tendidos en el suelo, se descerraj Pereira un tiro en el corazn. No detuvo su brazo la consideracin de que el tiempo le dara oportunidad para demostrar la honradez de sus mviles, cortejando la muerte. A la maana siguiente sus amigos trasladamos su cuerpo al cementerio de la aldea, plantamos en su sepultura una cruz, y al galope de nuestros caballos fuimos al alcance de la tropa que ya iba camino de Las Palmas. Sol de fuego abrasaba la sangre al entrar los revolucionarios a la legendaria Socorro de los Comuneros. As como su pueblo se rebel antes que ninguno otro en 1781 contra la dominacin espaola, tambin alzse ahora primero que las dems ciudades de Colombia, el 16 de octubre de 1899 Le corresponde la gloria de la prelacin en el tiempo y puesto entre las ms heroicas. Qu cuesta deca Olano, al bajar el camino del Sube. El calor es insoportable ; las piedras mandan chispas a la cara: parece que el sol las golpease con diez mil eslabones y que el aire fuera la yesca. All abajo agreg su compaero, la arena hierve, Pero el ro es fresco. Pasa con tal mpetu su corriente que rechaza el fuego de las orillas. Las piedras se volatilizan o se mueven como tortugas.
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Por lo odo, usted es antioqueo dijo un oficial. Exageran de un modo sus paisanos que hace rer. as. Pues no lo soy, ni siquiera conozco las monta-

Llegada la gente al punto en que el Sube toma el nombre de Jordn, por ser sus aguas curativas de enfermedades de la piel, atraves el ro por el ms hermoso y slido puente, de estilo que se dira medioeval, que entonces contaba Santander. Cuando los revolucionarios estuvieron en La Mesa de los Santos se orden que fuese cortado el puente para impedir el paso de la fuerza enemiga. Tal fue el primer signo que manifest la guerra para que se juzgase de su terribleza en lo futuro. En otras contiendas el puente haba sido respetado. El 8 de noviembre se efectu la fusin de las tropas que comandaba Neira y las que se encontraban en La Mesa de Los Santos, acantonadas en La Lajita, a las rdenes de los generales Juan Francisco Gmez Pinzn y Francisco Albornoz. Desde el 15 se hallaba entre ellas Uribe Uribe, quien, despus de vagar por los pramos prximos a Piedecuesta, quebrantada la salud, guiado por un baquiano haba conseguido juntarse a los revolucionarios santandereanos. An permaneca en los yermos cuando supo los combates del llano de Don Andrs, donde moj con su sangre la tierra ingrata el generoso Prspero Pradilla Fraser, y el del 29 de octubre en Piedecuesta, librado por una parte de las fuerzas de Gmez Pinzn y las del Gobierno mandadas por el general Vicente Villamizar. En ese encuentro los voluntarios pelearon con bravura pasmosa, mas
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hubieron de retirarse, despus de haber posedo parte de la poblacin, porque el nmero de los contrarios los abrum y las trincheras que asaltaban eran formidables. El ataque fue impremeditado. Gmez Pinzn, joven de ardientes entusiasmos, de valor a toda prueba, careca de experiencia militar y se precipit confiado en su arrojo sobre poderosos muros de cal y canto con fusileros mal dotados de cartuchos, donde la ocasin requera caones de alcance moderno. Tanto puede el valor en corazones como aquellos, que a pesar de lo poco pensado del asalto, los liberales desalojaron de muchos puntos a sus contrarios, si bien cada paso costaba la vida de un hroe, muerto por las balas de los ocultos tiradores de los baluartes enemigos. En el desfile, algunos que no se apresuraron a abandonar las casas ya asaltadas, fueron sorprendidos por los vencedores. Se ha dicho que se les sacrific al hallarse rendidos. No podemos asegurarlo nosotros; qudenos la tarea de lamentar su muerte, causada por brbaros combatientes, y citar los nombres de Juan de Jess Ogliastri y Fernando Reyes, Flix Alfonso y Francisco Ruiz Garca, Timoteo Rueda y Antonio Martnez, de las vctimas del insuceso en que los jefes liberales debieron adquirir la certeza de que ciudades de piedra y ladrillo son intomables sin fuerte y experta artillera. De la misma manera se intent por el llano de Don Andrs la toma de Bucaramanga, obtenindose iguales resultados. Despus de los consecutivos fracasos que van referidos, quin habra pensado en que pronto volveran las armas liberales a quebrantarse locamente, con furor heroico pero intil, contra los edificios de una ciudad defendida por soldados arma59

dos de rifles modernos? Nadie ser osado creerlo si de sensato se precia, y con todo se repiti la hazaa. Ya diremos cmo y por qu. Ahora volvamos a La Lajita, en donde los revolucionarios de Santander, Boyac y Cundinamarca, acampados en nmero de tres mil, aproximadamente, reconocieron por Comandante General a Rafael Uribe Uribe y por segundo a Neira. El doctor Pablo E. Villar los design, y los oficiales del incipiente ejrcito acogieron sin contradiccin los nombramientos. A Villar, en su carcter de director del partido en el Departamento, y por ser hombre sin ambiciones de mando militar, se le concedi la facultad de sealar a los dos principales cabos de aquella tropa. No pareci haber emulaciones entre los generales all presentes. Desde el pueblo de Los Santos hasta el extremo de La Mesa de Jridas. que domina el valle de Piedecuesta, se extendan los campamentos de los voluntarios. En mitad de la lnea, alejada del camino y discretamente escondida, exista una casuca de paja, en la cual busc hospedaje el seor Villar, retirado as del bullicio de las toldas. Tres das haban transcurrido desde la llegada de las gentes de Boyac y Cundinamarca al campo de La Lajita, y an no conocan Peralta, Ros y Olano, al hombre, ya famoso en el pas que, con la entereza de un Catn, haba declarado la guerra y por cima de las cabezas de los patricios lanz los higos de la discordia. He averiguado dijo Olano, en dnde se encuentra el doctor Pablo Emilio Villar. El general me ha dado las seas de su alojamiento, y. me ha encar60

gado lleve este telegrama para que lo transmitan por la oficina colocada en la misma tienda de Villar. Debe tomarse a la derecha por una puerta de cancilla, cerca de un bosquecito; mas no doy ni con la puerta, ni con el bosque. Acompenme y volvamos atrs, el sitio est antes que esta quebrada. As lo hicieron, y a pocas revueltas del camino dieron con la puerta buscada. Como al arribar a la vivienda Peralta preguntase por el doctor al individuo que haca de telegrafista, le mostr ste el departamento inmediato, diciendo que all se encontraba nuestro director, reposando en la hamaca. Vacilaban los jvenes antes de seguir, por serles enojoso presentarse por s mismos, a tiempo que acercse un tercero, el cual los sac de apuros anuncindolos a Villar. Aparentaba ste de 50 a 55 aos de edad; es de regular estatura, pobre de carnes, de color ms bien moreno o tostado que blanco; de aspecto y maneras que no expresan energas; ojos negros de brillo reconcentrado; frente amplia; cabeza pequea y de escasos cabellos que van para ser blancos; manos delgadas, que al hablar levanta el doctor con cierta compostura de persona aristocrtica, y paso mesurado como de quien teme estropear el suelo o rinde cubo a la dulce pereza. Poco deja trascender sus pensamientos, y cualquier juicio que se forme respecto de sus facultades seria sujeto a rectificaciones. Qu concepto has formado de Villar en esta entrevista? pregunt Olano a Ros, al retornar a su campamento.
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No s qu responderte. Es posible que sea un gran talento... A ti cmo te pareci? Me pareci una especie de brujo, de gran reserva. Creo que al ponerle el cascabel al gato, acepta todas las consecuencias. Ello es bastante. Hay que tener en cuenta observ Olano, que la guerra no es obra de l nicamente. Fuera de que otros lo compelan y hasta le amenazaban, segn refieren, para poner fuego en la mecha, no olvidemos que las revoluciones del calibre de sta no las decreta un hombre: se incuban en la atmsfera moral de las agrupaciones sociales y son incontenibles. Me dicen agreg Peralta, que varios jefes han empezado a hacer cargos al doctor Villar. Por qu? interrumpi Ros. Porque se afirma que ofreci como base del buen xito de la guerra la toma de Bucaramanga y la de sus elementos. Nada de esto ha sucedido. Porque al brujo de La Lajita explic Olano, no le salieron bien sus planes. Es algo visionario dijo Ros, a la manera de los hombres realmente positivos. Exacto, es de los que dejan a lo imprevisto gran parte de la tarea que slo el esfuerzo humano debe realizar. Tratando de cosas semejantes llegaron al alojamiento del general. All supieron que a los tres los haba nombrado sus ayudantes con el grado de tenientes.
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Se apresur Uribe a convocar junta de oficiales generales para decidir sobre las medidas que deban tornarse. Expusieron los principales sus opiniones, y fueron discutidas. Tena la revolucin un enemigo de dos mil hombres que combatir en la plaza vecina. Esto al frente; a la espalda apresuraban su marcha dos mil quinientos infantes de la guardia colombiana. Es verdad que no podan los ltimos forzar el paso del Sube sin grandes prdidas y mayores peligros, mas siempre exista a retaguardia la amenaza para los revolucionarios. La necesidad urga a tomar la iniciativa. Odos en el consejo los pareceres de sus compaeros, Uribe Uribepresent por escrito un plan que, con pequeas modificaciones, fue adoptado por aqullos. Movironse los batallones por la vereda de San Javier, con Neira unos, por el agrio camino que conduce a Piedecuesta, los otros torciendo a la derecha de la va real, por enmalezado sendero, tom la divisin mandada por Gmez a ocupar los caaverales y colinas de El Caucho, dentro del circuito de la poblacin; por la cuesta de El Granadillo descendieron gentes de Tona, las cuales prepararon hogueras en diversos lugares como manifestacin de numerosa hueste, y los voluntarios a rdenes del coronel Rosario Daz, afamado guerrillero, deban situarse en Los Callejones, al norte de Piedecuesta, en el camino de Bucaramanga. A las postreras luces de la tarde lleg el general Uribe con su estado mayor al punto en que se bifurcaba
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la senda por donde haba desfilado la tropa de Gmez Pinzn. Se dominan desde all las arboledas que se extienden en la entrada de Piedecuesta hasta el ro y cerca de ste una casa grande en la cual momentos antes se hallaba la avanzada contraria. Aproximse al general en ese sitio un jefe de vanguardia, el coronel Emilio Matiz, y le particip que se haba permitido pasar el puente para desalojar la avanzada enemiga que ocupaba el edificio del lado opuesto. Est bien, coronel Matiz, gracias contest Uribe Uribe. Ms tarde observaba uno de sus ayudantes: Por qu el general aprob el proceder de Matiz, siendo as que no se haba ordenado ese avance? El exceso de celo del subalterno produjo un resultado insignificante que pudo ser desfavorable, y si entonces, en vez de pasar inadvertida esa falta contra la disciplina, el general la reprende, se hubiera quizs evitado que el mismo inferior hiciera algo parecido en caso diverso, lo que tuvo para las armas liberales trascendental importancia. Luego sabremos qu fue ello y cmo de pequeos detalles se tejen los ms renombrados acontecimientos. Empenachados los sombreros con ramos de verdes hojas, adelantaban los liberales a paso ligero hacia la poblacin por los distintos lugares sealados a cada cuerpo de combate. Somos los soldados de la esperanza! les deca Jorge a los voluntarios, mostrndoles, las divisas verdes,
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y los futuros hroes sonrean sin revelar inquietudes. A uno se le escap un tiro del fusil; la bala hiri el brazo del vecino. Se ech ste sobre los guijarros y con gritos lastimeros se quejaba; vertan sus ojos gruesas lgrimas. Un oficial se acerc al herido, y le dijo: Si as han de lamentarse todos los que reciban un balazo, el combate que se prepara ir a ser horrible. La quejumbre llenar el mundo. Los ms impacientes o los ms estoicos, agregaban: Que se calle, que se calle: retrenlo a una casa, que haga silencio! El desventurado miraba y remiraba su herida, e iba palideciendo su rostro. En verdad que en las batallas los pobres soldados no ululan de dolor a la manera del que all se estremeca de angustia y dejaba penetrar sus ayes por el arbolado. Avanzaban los revolucionarios hacia Piedecuesta por el sur, por el oriente, por detrs de las torres de la iglesia, por las calles, y el enemigo no apareca. Callaba como muerto; mudas estaban las bocas de sus fusiles. De pronto, los que iban ms distantes, vieron flotar la bandera roja en las ventanillas del templo. Piedecuesta haba sido desocupada por sus defensores, quienes en la noche alzaron sus tiendas y sus carros. La presencia de gentes contrarias, al vivaquear por los cuatro puntos cardinales, comunic temor a su arrogancia; la prudencia y el acierto tambin intervinieron en su determinacin, que al ocurrir a Bucararnanga acudan a la defensa de la capital, centro de sus principales intereses. Rehur el encuentro en una, era preparar mayor
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masa de resistencia en la otra. Ocupada la poblacin, el general dispuso que se continuase la marcha hasta Floridablanca y tom l adelante con una descubierta de caballera. Queda el pueblo nombrado a menos de dos leguas de Bucaramanga y parece mala posicin militar; en ella acamparon los liberales. A guisa de avanzada fueron colocados ochenta hombres en las colinas de la quebrada de La Iglesia. El jefe superior, no obstante desconocer el terreno, previno al encargado del destacamento no adelantarse de aquel punto, y que si llegaba a verse acometido, slo contestara el fuego en caso de arreciar y de ningn modo empease la refriega con provocacin de su parte. Quiso La suerte le tocara a Matiz, en la continuacin de la tarea, mandar la avanzada y que fuesen jefe y general de da, respectivamente, los coroneles Marco A. Arango y Alejandro Parra, deseosos de sealarse por actos de arrojo. No se supo entonces cul fue el principal autor de la falta que se cometi al hacer avanzar el destacamento hasta comprometerse en pelea con los del enemigo. Ms tarde se instaur un proceso en averiguacin de lo sucedido, proceso cuyo original se conserva. Nada supimos en esa ocasin con seguridad; lo nico que se puede decir es que la contravencin a la disciplina dio lugar al combate del siguiente da, que termin con descalabro para los liberales. En la noche nuestro general dict larga nota dirigida al comandante de las fuerzas enemigas, en la cual, despus de exponerle la justicia de 1a causa por nosotros defendida y lo pujante de sus elementos, lamentaba el que no hubiese el contrario aceptado la lucha en campo donde los estragos hiriesen intereses menos valiosos,
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indiferentes a la guerra misma, y conclua por intimar rendicin a los defensores de Bucaramanga. El seor N. Gonzlez, conocedor de los sitios que iba a transitar, llev el oficio. El gobernador de Santander recibi al parlamentario con las consideraciones de estilo en tales casos, y con Gonzlez contest tambin en larga nota rechazando las intimaciones del jefe revolucionario. Tal procedimiento del gobernador Alejandro Pea Solano fue clara muestra de que se reconoca la beligerancia de la revolucin incipiente. A una cuadrilla de bandoleros no se le contesta por las autoridades con la cortesa que gast el mundano gobernador de Santander. Siendo la beligerancia un hecho, all qued reconocida por primera vez en la guerra. En altas horas de la noche regres Gonzlez, y el general, bien porque considerase oportuno insistir en el propsito de obtener la rendicin de la plaza, con lo que se debilitaba la moral del jefe enemigo, siquiera respondiese de igual modo que la ocasin anterior, ya porque descubriese indicios de haber vacilado los defensores de la ciudad, torn a escribir nuevo oficio en el que insista en su demanda. Dict luego rdenes para ser transmitidas a jefes divisionarios. A las seis de la maana de aquel da sali acompaado de varios de sus ayudantes, encaminndose por la va que conduce a la capital del Departamento. Habra recorrido dos millas cuando encontrse con el jefe de da, quien le manifest haberse empeado combate entre las avanzadas y que la revolucionaria se hallaba en las propias calles comprometida contra fuerzas superiores. Se oan
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los disparos en el momento en que el general exclam, hacindole tascar el freno a su cabalgadura: Y quin les ha dado la orden de combatir a esos atrevidos? El coronel Matiz ha dicho que la recibi del general Da... Vienen en retirada y los persigue todo un batalln enemigo. Que se pierdan... siento los cartuchos que gastan. Hoy no vamos a combatir. Yo no comprometo un ejrcito por dar gusto a unos pocos indisciplinados! Vaya usted, coronel se diriga a Arango y comunquele al jefe de la Divisin Cundinamarca que debe ocupar las posiciones que le indiqu, sin provocar a los enemigos. En seguida le dict a uno de sus ayudantes, el cual escribi con lpiz, sobre su cartera, un resumen de las operaciones que deberan ejecutar los jefes subalternos, en que se indicaba la necesidad de alejarse en la marcha de Bucaramanga. El coronel Guillermo Jones recibi la orden para llevarla a donde encontrase al general Neira. Ms adelante, ya en las colinas de tierra rojiza que rodean la quebrada La Iglesia, las balas de los soldados contrarios empezaron a silbar y el jefe de los liberales se hallaba inesperadamente en peligro. All un proyectil le fractur una pierna al doctor Gratiniano Bueno. Vaya uno de ustedes mand el general, dirigindose a Samuel Prez, Manuel Pinzn y otro que le acompaaba, a decirle a Neira lo que ocurre y que hoy no se combate; que ordene los movimientos de manera
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conveniente para que se ocupen las alturas retiradas de Bucaramanga. Volvieron bridas los ayudantes y a pocas cuadras encontraron la Divisin Boyac, a la cabeza de la cual venan Neira, Andrs Mrquez, jefe del Garibaldi, y el doctor Felipe S. Escobar, joven fornido, de spero ceo y apuesto talante, quien exclam al or las rdenes transmitidas: Es una cobarda dejar perecer sin socorro a nuestros compaeros de las avanzadas! Lo que hemos expresado replic uno de los ayudantes, son los mandatos claros del general en jefe. l tiene derecho a que se le obedezca. Es verdad dijo Neira con sereno acento, pero ya no tiene esto remedio. Los escuadrones de Delgadillo pasan los barrancos y entran al llano. Miren... y seal hacia la izquierda. Desplegados en guerrilla los soldados boyacenses avanzaban por el llano. Las banderolas rojas se movan como en los primeros momentos de una fiesta, y una banda de msica, desde el camino opuesto a la llanada, tocaba marcha de triunfo. Tornaron los ayudantes a imponer al general de cuanto suceda; ste, sin retirar la vista del anteojo con que observaba la ciudad desconocida, murmur entre dientes, con profundo desagrado: Maldicin! Esto va mal...

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El fuego se encenda por instantes; los que por vez primera se hallaban en tales ocasiones de peligro, movan a un lado y a otro la cabeza al sentir el silbido de las balas, y Uribe Uribe espoleando la mula torda que montaba, guard el anteojo y dijo: Vamos!

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VI

quel ejrcito de voluntarios se compona de jvenes, en gran parte de nios. Los viejos son lobos experimentados que no salen a campaa en guerra civil sino a la postre, impelidos por sedimentos de alma nmada que se agitan mal de nuestro grado en cada uno de nosotros y por la tendencia comn en los hombres a repetir los actos menos fecundos y ms mortificantes. A los viejos les acomete tarde la fiebre del entusiasmo blico y con frecuencia llegan a los campamentos a la hora de las derrotas. No iban muchos ancianos; en cambio entre los que acometan a Bucaramanga abundaban los adolescentes. Unos desertaron de los colegios adonde fueron los ruidos de borrasca a perturbar inexpertos corazones; furtivamente se escaparon otros de sus hogares, impulsados por el deseo de realizar calaveradas, de conocer los peligros de una vida vagabunda y libre. Al empezar la refriega se encontr Peralta con Eduardo del Valle, uno de esos adolescentes, de diez y seis aos, blanco y hermoso como un relieve de mrmol de los que solan decorar los frisos de los templos paganos: enrgico en sus rasgos viriles como
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si lo hubiesen trasladado a la vida desde una medalla de bronce antiguo; en su rostro resplandecan los grandes e inocentes ojos que parecan preguntar con cierta inquietud: qu es la vida? A su boca de labios gruesos, de un rojo pletrico, se asomaba la ms graciosa e ingenua sonrisa que dejara trascender la pureza indemne del alma. Daba miedo mirarlo, porque dorma en su corazn, cual ave en el nido, la inconsciencia adorable propia de los animales humildes, resignados con el destino, de los rboles augustos en la gravedad de su vida y de las aguas profundas donde se hunden las pupilas de los poetas ansiosos de sorprender el misterio de las ondas silenciosas. Segua el adolescente en pos de los soldados sin darse cuenta del peligro. No llevaba ms arma que un machete tosco. En sus ratos de meditacin, cuando descansaba de las duras caminatas, haba querido pensar en la muerte, en las balas que atraviesan el pecho, que rompen los brazos, en la sangre que se vierte por las heridas; y entonces experimentaba miedo inarticulado y un ligero temblor nervioso se esparca por sus miembros; sus ojos negros brillaban como si hubiesen adivinado qu era la vida. Otras veces se regocijaba con el pensamiento de que las batallas eran agradables y senta el hormigueo de las cosas desconocidas. Cmo ser un combate? Pregunt en varias ocasiones a sus compaeros que crea adiestrados en las peleas. Da mucho miedo ver a los muertos? Bastante, bastante le contestaban los vetera72

nos. A todos nos coge el miedo a lo mejor de la furrusca, pero uno se engarrota en la pelea y no corre, porque los otros no corren. Yo quiero saber de qu color es el miedo agregaba Eduardo con infantil irona. Ya le vers la cara y tambin las patas, cachaqun delicado observ un obrero. Ahora iba con agitacin visible. El calor ensanchaba las venas en su cuello de una elegancia de Hemies pentlico donde el palpitar de la sangre pareca mover la camisa de algodn azul con listas blancas. Oigo hace rato dijo al salir al llano, abejas o moscardones que zumban, piss, piss, y no los veo pasar... Hombre inocente, si parece un santico exclam un soldado guarecido en ese momento por un barranco, son las balas que guerrean. De la que uno oye se ha escapado; la que mata no pone recadito. De dnde nos disparan? Yo quisiera ver a los enemigos! De aquella ceja de monte. Cuidado los ves muy cerquita. Cachifo sin experiencia anot un campesino vigoroso. Nos tiran de la orilla del monte. All deben estar atrincherados los godos; se alcanza a ver un humito, nos tiran con mauser.
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Los soldados que avanzaban con el adolescente buscaron un sitio menos expuesto, una cerca de piedra, y desde all rompieron los fuegos. Ah malhaya! prorrumpi uno al segundo disparo de su fusil, estos rmingtons mohosos se encascaran aprisa. Prstame tu rmington dijo Eduardo, que se mora por hacer un disparo, prstamelo, ya hago un tiro. Sin contestar, el soldado puso el arma en las manos del joven. Este se levant imprudentemente hasta sacar fuera del cercado el busto y los brazos; tendi el can hacia la ceja de bosque en donde de cundo en cundo se vean los pantalones rojos de los enemigos; sac un cartucho de su bolsillo y, antes de que sonase la detonacin de su fusil, retir el brazo derecho y volvise hacia atrs con movmiento rpido, diciendo a sus camaradas: Me han pegado con piedra en el brazo. Lo siento entumido. Estoy... No continu: sus grandes ojos contemplaban alelados la sangre que, desprendida de la mitad del brazo, corra burbujeante hasta derramarse ardiente por su mano plida. Estoy herido? Herido!... Quin quita!, pareso son las balas. Puedes mover el brazo?
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S dijo Eduardo, cada vez ms plido y haciendo el esfuerzo que su voluntad peda. Siquiera no te rompieron los gesos observ el soldado. Pongmosle una venda con su pauelo, continu, dirigindose a sus compaeros. Gracias! Se me sale toda la sangre! Ay, qu roja es mi sangre! A sus grandes e inocentes ojos, que parecan preguntar con cierta inquietud, qu es la vida?, se asomaba una dolorosa sonrisa.

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VII

l pensamiento de Uribe Uribe no era empear combate aquel da; y cmo puede concebirse lo hiciera sin haber estudiado antes, con la inteligencia de que luego dio muchas pruebas a los suyos, el terreno en donde iba a librarse el encuentro, y sin hacer concurrir al asedio de las trincheras enemigas todas sus fuerzas? Huestes formadas por voluntarios, en su mayor parte bizoos, arrogantes de su valor no medido an; oficiales llenos de bros juveniles, en quienes, todava el don de mando del caudillo y sus frreas virtudes no haban tenido oportunidad de sentar su imperio, nos precipitaron a accin desastrosa. La ciudad fue atacada en desconcierto por uno de sus costados, mientras los dems, por los cuales se hubiera precisamente dirigido lo principal de la acometida, se desatendieron. En semejantes circunstancias pareca poco menos que imposible poner remedio a ello. Al toque de carga, por sendas divergentes, los soldados adelantaban con furioso empuje. Los enemigos, que a los primeros fuegos haban salido en parte fuera de sus atrincheramientos, volvieron a sus inexpugnables puestos, y desde ellos, ocultos en cercas de piedra y muros de adobe, sombreados por rboles rollizos de retorcido ramaje, disparaban sus fusiles con
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certera puntera, mientras los liberales avanzaban por caminos descubiertos. A las siete se trab la lucha; recia era a las once cuando el general, despus de intentar paso por lugares de que no haba tenido ocasin de informarse, desandando algn espacio tom por el llano. La arrogancia de su cabalgadura y el ancho sombrero debieron servir de blanco a los tiradores enemigos, quienes, desde las torres de la catedral, en repuestos, en ingloriosos sitios, se complacan en descargar sus armas tranquilamente, sin peligro, sobre los jinetes que por su talante resaltaban en el campo. As fueron heridos o muertos los principales. Un joven, un nio apenas, semejante al Euralo celebrado en la Eneida, penetr inerme a la matanza y se agarr a las crines de la cola de la mula en que iba el general. Un balazo lo hiri de muerte. Gabriel Heredia se llamaba. Sus compaeros le decan el hroe, porque tena en sus facciones uno como reflejo del Mariscal Sucre. No se queden, muchachos! grit el general, al volver una curva del llano que le permiti ver el espacio ya recorrido. El que yaca en la grama era Heredia, destinado a exhalar el postrer aliento horas ms tarde. Por La Herradura, sendero que daba el frente a las trincheras enemigas, las huestes liberales padecan graves prdidas. Por all pas al galope de su caballo, con roja banderola, Alberto Daz. Iba radiante; quin hubiera previsto que tan bravo corazn quedara exange en la espesura de olvidado monte, vctima de sombra emboscada!
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Los voluntarios avanzaban siempre al toque de carga. Rpidamente se recorri el trayecto donde ninguna fortificacin resguardaba de los fuegos contrarios. Ardan los soldados porque siendo vistos por los enemigos y fusilados sobreseguro, a su vez no daban con stos. Con emocin, mezcla al parecer de encontradas pasiones, con odio, con rabia, se arrojaron a los primeros atrincheramientos. Aqu estn vociferaban, los infames, los canallas. Con razn que ni los viramos, si se esconden encaramados en los rboles. Ah! infames. La batalla se decida entre La Pedregosa y El siglo XX. Un combate cuerpo a cuerpo se libr en la Puerta del Sol. Fue horrible la matanza; veinticinco o treinta cadveres de hombres de alta talla yacan en las piezas y corredores de la casa conocida con aquel nombre; tomaron all los liberales sesenta prisioneros con sus armas. Al sitio lleg Peralta en el momento en que se les quitaban los fusiles a los ltimos. Los milicianos de la guardia, al entregar las armas, sonrean con sonrisa casi odiosa. Por el camino de La Herradura pas el joven al galope de su caballo. Las balas se enterraban colricas en los barrancos de greda rojiza. Un proyectil le roz el cuello, quemndole la piel. Sinti la impresin de una brasa que le hubiera tocado cerca de la aorta; ms todo haba sido un saludo del plomo. Se detuvo un instante para fijarse en un moribundo que brotaba sangre del pecho mientras desfalleca la cabeza como descoyuntada. El terror de Peralta era inexplicable; era un miedo que buscaba
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la muerte; y segua adelante, gritando palabras heroicas que disfrazaban sus emociones reales. La sangre aflua a sus sienes; lo asfixiaba el aire caldeado; experiment el cabrilleo de la insolacin; hubiera cado si no halla sombra y arrimo. Antes de llegar a la Puerta del Sol tom harte en el asalto de una casa, disparando su revlver contra enemigos que no se descubran. Ya en el reducto conquistado observ los muertos y los heridos. Olores ferrosos de sangre an no coagulada, de plvora, de telas consumidas por el fuego, infestaban el aire. Los cuerpos colocados uno en pos de otro, en fila, cual si hubieren sido muertos durante el sueo, conservaban gestos de espanto, hacan muecas de indecible tortura. Haba algunos agonizantes que levantaban las manos crispadas hasta tocar los rostros de los compaeros que ya guardaban entero silencio. Jorge, casi insolado, contempl por unos minutos la escena, sin que experimentase el horror, la angustia, las emociones dolorosas que se imaginaba habra de sentir en caso semejante. Su temperamento delicado, sus nervios, dorman en el apaciguamiento imbcil de la bestia... Sigui con los suyos, que ya asaltaban trincheras en los barrios de la ciudad ambicionada. Los impetuosos rompan vallas, escalaban muros. Los contrarios, al dejar un baluarte, invadan el siguiente: aquello era interminable, y la sangre liberal corra en desproporcin abrumadora. En uno de los edificios abatidos vio por ltima vez a Gmez Pinzn, al cual le oy decir:
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Hoy que me guardian es el da en que me van a matar. En el rostro del predestinado a morir le pareci notar una sombra de tristeza nacida en lo hondo de su espritu fuerte y atrevido. Tambin era cierto que Peralta estaba triste con la seguridad de la derrota, y que vea la estrella de los suyos hundirse en el horizonte sin haber iluminado un instante el cielo. Gmez Pinzn era de elegante presencia, blanco de cutis; ojos negros y vivos; frente despejada que provocara ver ceida por los laureles guerreros; de limpio origen; afortunado en bienes y, ante todo, un corazn generoso. La pelea dur todo el da 12 y continu al siguiente con igual encarnizamiento, mas los liberales cejaban. Entraron los toneros con bro de fiesta. Mozos valientes, abocados al combate sin blusas, con los brazos descubiertos y las camisas blancas y limpias, de trabajadores de la montaa. Jorge los vio marchar al peligro y casi se le escapa un hurra!; pero era ya tarde y su alma estaba vencida. Desde sus comienzos consider perdido el combate el general Uribe Uribe. Una esperanza le quedaba en la tarde del da 13: la aproximacin a Matanza de las fuerzas de Ocaa, organizadas por el general Justo L. Durn. Por inquirir noticias de ellas y quizs tambin con el propsito de estudiar un camino de retirada hacia Ccuta, se dirigi a Tona, y a las seis y media regres a Piedecuesta, en donde se encontraba ya la mayor parte
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del ejrcito liberal, quebrantado su coraje, sin nimo para empezar de nuevo la lucha. En vano trat de levantarlo con palabras ardientes. Los soldados vagaban por los campos, silenciosos y tristes. La bravura de la acometida haba sido pujante, y en la misma proporcin era el desaliento que invada sus corazones. Numerosas fueron las prdidas revolucionarias; como no hubo boletn en que se mencionasen, difcil sera hacer una lista de las ms significativas personas que all perecieron. Agustn Neira, gigante de hercleos brazos, cay al apoderarse de una trinchera; envuelto en una bandera roja busc fin a sus torturas Cndido Amzquita; Evaristo Cuervo espir diciendo: Nada importa que yo muera, si triunfamos, palabras antiguas y siempre nuevas en los labios de los hroes moribundos. Jvenes salidos del taller, del claustro, del estudio, de las labores agrcolas, cayeron all Cual por la hoz del rstico segadas En tiempo de cosecha las espigas. Incontable era el nmero de los heridos, y entre stos estaba Neira, quien al encontrarse con Peralta le dijo: Tengo dos balazos. Las heridas del mauser son elegantes. La retirada se impona. Todos debieron pensarlo as, pero nadie la ordenaba. Iba posesionndose de
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Peralta, en la tarde de la batalla, lo que podra llamarse el miedo reflexivo: Qu objeto tiene este empecinamiento? se preguntaba. Para m la lucha es intil. Si avanzo unos pasos ms, probablemente me toca una bala. Para qu? Todo se ha perdido! Voy a volver a Floridablanca. Ser, sin duda, el primero en abandonar el combate Con fingida calma se encamin hacia La Pedregosa. Le dola la vergenza de ser el nico que se alejaba del peligro. Su inquietud se aminor al encontrarse con un millar, por lo menos, de camaradas que haban hecho lo mismo antes que l. Goz al confundirse con el nmero, con el rebao En desquite experiment la amargura inmensa de la derrota; hubiera querido llorar, y no pudo verter una lgrima; al contrario, sonrea con un gesto que debi ser de idiota. Al llegar a la planicie, entre la dispersa hueste que no apresuraba el paso, cual si no temiera persecucin del contrario, se fij en un caballo que agonizaba en el camino, asediado por el pico de los gallinazos. El sol se haba escondido detrs de los montes lejanos y la luz del crepsculo doraba dbilmente el polvo estremecido por las plantas de los derrotados. La presencia del bruto moribundo era dolorosa; no se quejaba l como los hombres heridos, que por su propio querer buscaron la oportunidad de derramar su sangre; la agona de la bestia era silenciosa, solemne; slo mova las patas mientras brillaban los ojos glaucos muy abiertos, y las

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aves carnvoras con sus alas negras golpeaban su piel blanca y suave. Peralta experiment la tristeza que se apodera del hombre ante el esfuerzo estril.

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VIII

n la imposibilidad de organizar nueva resistencia, el general dispuso la retirada hacia Ccuta por la provincia de Garca Rovira. El enemigo le concedi el tiempo necesario para resolver las dificultades de la situacin y alejarse de su alcance. Los vencedores no intentaron perseguir a los liberales, bien por haber quedado en extremo fatigadas sus tropas, ora porque se contentaran con rechazar a los contrarios, dndose por felices con el xito conseguido. Segn parece slo se atrevieron a salir al campo tres das despus del combate. Mientras tanto Uribe Uribe, multiplicando sus energas, comunicaba bros a los flcidos espritus de sus compaeros para conducirlos, mal su grado, a la frontera. Por fortuna no exista el puente del Sube y los contrarios se presentaban por ese lado; a no contar con tales tropiezos, la mayor parte de los dispersos habra tomado por all y el movimiento hubiera sido baldo. El 14, dejando atrs el camino de la Mesa de Jridas, se torci en la marcha a la izquierda y fue la vanguardia a pernoctar en Bore y Umpal, pequeos caseros que demoran enclavados entre pramos ardientes, en un estrecho valle, donde espigaban las caas de azcar y florecan los mirtos aromosos. y Umpal a modo de oasis proporcionado por la naturaleza al viajero que se
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dispone a trepar en seguida la Loma de Buey Pelado, rido espinazo de tierra arenosa de varias leguas y escarpadsima pendiente. Tiene fama la cuesta en todo Santander. Los infantes acezaban devorados por la sed sin que se encontrase una gota de agua en las quebraduras de la loma; los jinetes se desmontaban para arrear por un momento sus caballos, que luego dejaban a orilla del sendero condenados a muerte por falta de alimento y bebida. En el extremo de la loma acamparon al segundo da de marcha. Por capricho natural, all las fuentes son numerosas y abundantes; en pos de la tierra reseca los arroyos y la frescura. Por entre sembrados de maz y trigo llegaron a San Andrs, poblacin de ricos moradores y entusiastas liberales, quienes se apresuraron a proporcionar vveres para la tropa. Con el propsito de facilitar la incorporacin de los retrasados, se detuvo la jornada por doce horas en el pueblo citado. Orden el general que los soldados se acuartelasen para impedir se desertaran con las armas; mandato no obedecido al punto por los que llegaban a la plaza y preferan echarse en la grama o iban a buscar refrigerios en las tiendas. Repiti el jefe lo mandado, y como no se le atendiese por algunos, desenvain el acero y reparti cin ta ra zos.Quin se atrevi a tanto? Se incorporan varios de los exasperados, calzan los fusiles y apuntan al pecho de Uribe Uribe, el cual se content con mirarlos fijamente como si pretendiese, con la sola fuerza de sus miradas, llenas de indignacin y de ira, hacer bajar los caones tendidos hacia l; precipitadamente ocurrieron sus ayudantes a arrebatar las armas de los sediciosos, que cedieron mohnos y sin duda avergonzados.
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En la noche se continu la marcha. Rendidos por el sueo y el cansancio se iban acogiendo oficiales y soldados al abrigo de las chozas del camino, abandonadas por sus dueos. Silenciosos, a veces cabeceando con fastidiosa trepidacin de las vrtebras, a veces con el pensamiento consagrado a la desoladora visin del desastre, seguan Peralta y Olano. Qu ser de Ros? pregunt el primero a su camarada, se habr adelantado?, caera prisionero?, muerto acaso? Era la segunda vez que haca la pregunta a su amigo. Lo vi, como te he dicho. Ya, durante el combate en punto de peligro. El desorden y la confusin me impidieron continuar a su lado; en un instante se alej de aquel sitio. Despus nada he sabido de su suerte. Malo, malo est eso, murmur Peralta, como si conversase consigo mismo. A los reflejos de la luna menguante, que vagaba tras nubes invernizas, descubrieron los jvenes un cortijo llamado Lisgaura, y traspasaron su puerta en busca de asilo; era un granero, las mazorcas a medio desgranar tapizaban el suelo. Dura fue la cama, infernales las pulgas y las cuescas, cobardes bichos parecidos a las chinches, que causan estragos en la piel y huyen al primer indicio de que se les pretende dar caza. Sus piquetes se hinchan en forma de cono puntiagudo; el escozor persiste durante meses, y se afirma que el venenoso insecto transmite el virus de la elefancia si por casualidad
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pica a un individuo sano despus de haberse saciado en un enfermo. Olano, que adquiri fama de valiente y arrojado, que no mova la cabeza al or el silbido de las balas, les tena a las cuescas horror y asco. De Lisgaura hacia el pramo de La Pica trat una guerrilla de pozanos de sorprender la retaguardia liberal, mas fueron los atacantes dispersados. Pas entonces por verdadera esta ancdota: yendo de los ltimos el doctor Luis Forero Rubio y dos soldados, los consideraron presa segura los guerrilleros y se apercibieron a rendirlos con fusiles y machetes. Los sorprendidos, que participaban del miedo que todos tenan de caer en manos de aquellas gentes, optaron por defenderse, si era necesario con herosmo; para ello contaban con dos rifles y un gran mapa de Santander que serva de bculo al doctor, pues iba a pie y sumamente estropeado. Al ser acometidos, el uno tendi hacia los guerrilleros su largo mapa y los otros dispararon sus armas. Eran dos contra diez, y sin embargo los ltimos pusieron pies en polvorosa, porque, segn se averigu, tomaron el mapa por can de dinamita de los que se valan los liberales en la pelea. Los guerrilleros no se expusieron a recibir los proyectiles de arma tan espantosa. Se designa con el nombre de pozanos a los habitantes de una vasta comarca, la cual no forma aglomeraciones suficientemente numerosas para llamarse pueblos; son estancias diseminadas entre las montaas y las ondulaciones de las colinas. En todos los grandes combates librados en Santander se encontraron ha pozanos y al fin de la campaa quedaban pocos.
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Son valientes, aunque se les da fama de crueles, quizs exagerada. En Concepcin reuni el general en casa del seor cura Garca a los jefes principales para imponerlos de las noticias que haba recibido de Ccuta y para exigirles la promesa de acatar sus rdenes en lo relativo a no desanimar a la tropa. Despus de leerles una larga nota del general Benjamn Herrera, la cual traa la firma puesta con sello de caucho, lo que no satisfizo, les habl con entusiasmo y termin con estas palabras: Espero que de ahora en adelante no habr Tomases. Continuaron, sin embargo, los desalentadores, que slo esperaban el momento oportuno para rezagarse en la jornada. Al acercarnos al Cerrito, casero edificado en las vecindades del pramo de Almorzadero, el seor X.... comunic al general que la retaguardia haba sido atacada por fuerza enemiga. Cmo puede ser eso exclam, si los informes y precauciones tomados nos aseguran contra tal accidente? He odo los disparos agreg X... Eso no puede ser torn a decir Uribe Uribe, y mand inme dia tamente a dos de sus ayudantes para que averiguasen lo sucedido. Volvieron stos a confirmar si era falso lo dicho por el alarmista. A pesar de ser el peor servicio que se presta a un ejrcito el de susurrarle tales especies, y antipticos quienes las
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propalan, el general se content con afear la conducta del asustadizo. La circunstancia de hallarnos en el lugar donde se divide el camino, tomando una de sus ramas hacia Boyac por Chiscas, daba carcter grave a los rumores esparcidos por X... Unido el temor del ataque por la espalda al deseo que a muchos aguijoneaba, de torcer en busca de su terruo en ocasin propicia, era natural que los compeliese a escaparse. As lo hicieron cerca de doscientos, y si bien el general destin a varios oficiales para que los hostigasen en la huida, disparando las carabinas, no se consigui por este medio que volviesen a sus banderas. El pramo de Almorzadero, una de esas regiones yermas y fras como existen tantas en Santander, fue recorrido en una jornada. En sus finales vimos a Chitag, sobre el ro de su mismo nombre. All nos aguardaba Reyes Carrillo, hbil en adquirir informes de los movimientos enemigos, por el ascendiente que posea entre los campesinos de la comarca, los cuales desafan los mayores peligros en su oficio de postas. Por la curva que ya se aleja o se aproxima a Chitag avanzamos al da siguiente hasta Las Cascadas. Detvose aqu el grueso de la gente y el Estado Mayor sigui conducido por un experto, quien aseguraba hallarse Incal sitio al que era interesante llegar pronto, a una legua de distancia. Vaya con la legua, que result triple. La noche nos sorprendi en un monte lleno do lodazales, y precipicios donde echaron pie a tierra algunos oficiales, otros encendan bujas, para alumbrar la senda, lo que desconcertaba el instinto de las mulas, y los ms gruan contra el gua.
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Adnde nos conducir este pisco? dijo un bogotano. Si ser un enemigo que lleva al general a una celada! El gua, que algo escuchaba, observ: Estos pepitos se quejan porque pasan un mal camino. Demuestran estar poco acostumbrados a la campaa; podan aprender del general, que no se afana! La verdad era que los oficiales se hallaban ignorantes de que en Incal exista un batalln de voluntarios, enviado por otra senda, con orden de apresurar la marcha, desfilando banderas desplegadas, frente a Pamplona, para dar a entender a los enemigos que se preparaba un ataque a esta ciudad, y mientras tanto el resto de las fuerzas liberales ocupara el paso de Incal, estrechura en la cual, sin hiprbole, un puado de tiradores es capaz de contener un ejrcito victorioso. Los enemigos, admirados de que se les buscase con alarde de bros en su amurallado recinto, se conservaron de dentro de l sin guardar los desfiladeros citados. En toda la retirada, especialmente en aquel da en que comenzaban los ms autnticos peligros, comprob el general sus talentos militares. Pareca poseer cien ojos para observarlo todo y en cada momento; su pericia nos salv de caer prisioneros en masa. Los azares de la atrevida empresa no haban terminado; eran an ms graves los peligros que debamos correr, y slo una actividad asombrosa y una inteligencia fuerte seran bastantes a conducirnos felizmente al fin del empeo.
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Pasamos el Chitag despus de atravesar las vegas que los historiadores designan con el nombre de Valle de mser Ambrosio, porque, tal se cree, fue all donde muri Ambrosio Alfinger, el cruel conquistador que hizo sufrir dolorosos martirios a los indgenas. En las alturas vecinas del ro est edificada Labateca, que celebra concurridas ferias y mira en frente, a corta distancia, a Toledo, su rival y perpetua enemiga. En la primera se hallaba pronunciado el coronel Carlos Olarte, quien dio informes precisos acerca del territorio que bamos a recorrer al siguiente da. Qued Uribe Uribe enterado, y se hubiera dicho al orlo explicar con entera exactitud la configuracin de la montaa de El Oso, con sus numerosos senderos, sus corrientes de agua, sus malos pasos, etc., que haba transitado ese hurao nudo de los Andes. Indic a sus subalternos las distancias, los sitios, los peligros, todo; pareca que tuviera el mapa grabado en el cerebro. Hemos observado que los hombres de intelecto e imaginacin, a la manera de Uribe Uribe, rara vez se dan cuenta del dibujo del terreno en los lagares accidentados y menos por indicaciones y datos de otras personas. Posee Uribe Uribe un instinto que los ingenieros educan y que puede llamarse instinto corogrfico. Adquirimos tambin la certeza de que sin esta virtud ser difcil encontrar un tctico que gane firme gloria. Napolen conoca ms exactamente, al echar una mirada, las ventajas o inconvenientes del terreno para la guerra, que sus contendores habituados a contemplarlo. El ojo del guerrero, como el del artista, debe abarcar detalles y conjuntos con la misma penetracin inteligente. Gustavo Flaubert y Napolen
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tuvieron un mismo talento, aunque diversas energas. En Austerlitz observ Bonaparte desde el primer momento los pantanos cubiertos de nieve que estaban dentro del campo; midi los peligros que ofrecan al enemigo y lo dej acercarse a los tremedales para luego romper con la artillera la sbana de hielo y producir la dgringolade de los regimientos austro-rusos. bamos a hacer las jornadas que anunciaban mayores contratiempos. Muchos de nosotros, enterados de la configuracin del terreno, de las facilidades que se presentaran a los de Pamplona para impedir el paso de los diezmados batallones, considerbamos como cosa segura que se nos estorbara y que en tales desfiladeros iba a fracasar nuestro intento. Entonces hubo quien asegurara que si se realizaba nuestra unin con las tropas de Ccuta, se perdera el enemigo. Antes de cumplirse un mes, sus numerosas huestes fueron deshechas en el campo de Peralonso. En tanto que destacamentos de ciento cincuenta o doscientos hombres salan a ocupar ciertos puntos (los mismos en que han debido situarse los dictatoriales), el resto de la fuerza descansaba por unas horas en Labateca. De los primeros que se movieron fue X con ciento sesenta soldados que deban situarse en importante eminencia en el camino de Pamplona. Grande fue la sorpresa de Carlos Olarte, quien haba escuchado la orden recibida por X, al verlo, dos horas ms tarde, regresar con su gente. Qu ha sucedido le pregunt, por qu se ha vuelto usted?
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Porque es muy peligroso ocupar el puesto que se me ha indicado. Pero, seor, no mide usted las consecuencias de su falta? Si usted no se posesiona de ese picacho se pierde! Vulvase usted y no se exponga a la clera del general Uribe Uribe. Supo ste lo acaecido, al regresar de una excursin por la va principal, e inmediatamente mand a un ayudante con una hoja de papel que deca: He ocupado con dos compaeros el punto que usted no se atrevi a ocupar con ciento sesenta. El ardid produjo buen efecto; los oficiales y soldados que llevaba X... se impusieron del contenido del papel, y sin prembulos manifestaron a su comandante que si l tema cumplir la orden, ellos estaban resueltos a obedecerla. Emprendieron camino, pero en vez de ascender hasta el extremo de la loma, se quedaron en la mitad de la pendiente; de lo cual result que al otro da los enemigos los atacaron de arriba para abajo, desbaratndolos de lo lindo. La retaguardia nuestra se vio en caso difcil; por fortuna el desfile casi haba terminado y slo se dispersaron de cincuenta a sesenta hombres. El general no infligi castigo alguno a X... No sabemos s ste se veng de la benevolencia de su jefe formando entre sus detractores. Apuntamos el hecho aqu, con salvedades, porque se repiti en todos los climas y es humano. En mitad de la montaa de El Oso queda Tapat, y en l una casa en donde se alojaron el general, sus
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ayudantes y el escuadrn Libres de Bogot, mandado por el coronel Manuel Molano B. Hacia media noche los de faccin condujeron a un individuo que traa noticia de la vanguardia, compuesta del cuerpo que se hallaba a rdenes de don Rodolfo Rueda, uno de los camaradas que menos satisfechos aparecan con el movimiento que se efectuaba. El general le advirti al enviado de vanguardia que de ningn modo pasase de Meju, tope culminante de El Oso. El fro, que era mucho; la falta de vveres, que era absoluta en la alta cima, y la contemplacin de la frtil llanada de Iscal. extendida al pie del pramo montuoso, con sus aguas claras y sus blancas habitaciones, decidieron, los unos por sus atractivos, los dems por sus rigores, al general Rueda a desatender las indicaciones de Uribe Uribe. Con el posta llegado a Tapat le comunicaba a su superior que, con las precauciones del caso haba seguido adelante. Apenas haba acabado de leer, exclam Uribe Uribe: Se perdi este seor... don Rodolfo. An no se haba perdido, puesto que descansaba con su gente bajo techo acariciado por las tibias brisas de Iscal, sin preocuparse de que pudiera acecharla el indio Conde, dragn armado de trabuco que guardaba la hermosa hacienda de don Ramn Gonzlez Valencia. Seis horas ms tarde, con el despertar de la aurora inocente, se realizara lo que auguraba Uribe Uribe.

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En Meju refiri al general el bondadoso don Temstocles del Busto, jefe del Vargas, que se haba sentido en Iscal un corto y recio tiroteo y que poco despus una tropa, sin duda la del doctor Rodolfo, haba entrado a la casa de la hacienda. Cerca de dos lunas permaneci Uribe Uribe examinando con el catalejo la regin que se extiende al pie del alto. La tropa se hallaba en las habitaciones, al decir de Busto, pero no era posible distinguir su divisa; ya se desesperaba de averiguarlo, cuando observ el general que se repartan en guerrillas, y como los que all estaban, si eran nuestros, slo podan aguardar al enemigo procedente de Pamplona, y por el camino, que bien se dominaba, nadie apareca, qued en evidencia era contraria la gente de Iscal y se dispona a la defensa por haber notado nuestra presencia o porque se acercaban fuerzas liberales por la va de Chincota. Aprisa salimos de la duda, siendo as que los desplegados hacan el alarde nicamente para proteger el desfile de los dems por la ruta de Pamplona. Vinieron a comprobar nuestras sospechas dos desertores del enemigo, quienes refirieron con sus detalles lo acaecido a Rueda, y dos oficiales, Dionisio Uribe G. y otro, enviados por el jefe de vanguardia del comando del general Benjamn Herrera. Los restos de los combatientes de Bucaramanga en nmero de 1.500, ms o menos, se daban ya la mano con los soldados del Norte: se vean salvos al travs de los contratiempos y les comunicaban bro las faltas de pericia y actividad de que dieron claras seales los contrarios.
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El eplogo de la estupenda retirada, fue fatal y sangriento. Nos referimos al desastre de Rueda. Descendi ste de Meju en tarde magnfica que convidbalo a gozar de sus tibiezas lejos de la fra montaa, y sin ningn accidente avanz hasta Buenos Aires, una legua adelante de Iscal, en las pobladas vecindades de Chincota. No encontr rastro de enemigo; todo iba a maravilla; acamp en el amplio edificio del lugar citado; puso retenes en algunos puntos y se recogi como Pedro en su casa. Al anochecer, recibi dos postas que le despach el general Rafael Leal, excitndolo a seguir a Chincota, para hacerle presentes los riesgos que corra al quedarse en Buenos Aires. Desoy don Rodolfo el consejo de quien bien sabra por qu lo daba. Los arrendatarios del seor Gonzlez Valencia espiaron su movimiento, contaron a los que pasaban y fueron a referirlo todo a las avanzadas de Pamplona. A las cinco de la maana, hora del alba inocente, hizo Rueda retirar sus retenes y cuando se dispona a salir con los suyos encuentra la casa rodeada de enemigos que, sin intimarles rendicin a los sitiados, los acometen, dan muerte a muchos miserablemente y a los dems los conducen a Pamplona. Uribe Uribe a su paso por aquel sitio entr a la casa de la matanza para hacer incinerar los cadveres. Ocho de stos mostraban, con las heridas de los proyectiles disparados a quemarropa, las anchas escisiones del machete. Entonces se dijo que el general Ramn Gonzlez Valencia haba autorizado semejante barbarie. No lo cremos: su cultura y su valor lo escudaban contra el cargo.
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Hombres oscuros, de salvajes impulsos, son los que en tales ocasiones deshonran el oficio de las armas, llamado noble en pasadas pocas, y mancillan el brillo de las victorias. El humo de la pira ascenda en nube pestilente al cielo luminoso

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IX

epuestos de las fatigas, rechazadas las incertidumbres con el trago de alegra que nos suministraban con su deseada presencia los amigos del Norte, apresuramos el paso para llegar cuanto antes a Chincota. Sali a encontrarnos el general Benjamn Herrera con su Estado Mayor y parte de sus tropas. El regocijo apareca en los semblantes, y vtores a Uribe y Herrera no cesaron de sonar en el trayecto recorrido por las fuerzas unidas; las de Ccuta lucan banderas tricolores de finas telas; las del Sur, rojos despedazados pendones; iban arrogantes los unos, decados de cuerpo y de nimo los otros; se vean stos a ochenta leguas de su terruo, derrotados y pobres; se movan aquellos en su propio solar, fieros de su valenta y con los recursos de una rica comarca. Mientras dur la jornada no ces el general Benjamn Herrera de hacer galantes manifestaciones a Uribe Uribe, de repetirle que las fuerzas de Ccuta estaban a sus rdenes. El conductor de las huestes rotas en Bucaramanga expresaba en iguales trminos su reconocimiento, pero sin ilusionarse con la idea de que el
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llamado a ser su mulo tuviese voluntad en aceptarlo por jefe de las dos fuerzas que all se haban juntado. Se propuso guiar las cosas de modo que nunca se presentase conflicto entre ellos. Por su parte el general Benjamn Herrera no desdeara las circunstancias que le prestaban ocasin de ser rival del orador y periodista a quien haba precedido la fama y que ahora, a pesar de la asombrosa retirada que acababa de realizar, cuyo mrito no todos vean suficientemente, se encontraba derrotado. Adems, las relaciones del general Benjamn Herrera con el extinto directorio, influyeron, en nuestra opinin, en sus determinaciones y prepararon su nimo an para el evento de que Uribe Uribe arribase con los prestigios del triunfo. No se achaque a recriminacin lo que decimos, sino al deseo de ser exactos y verdicos. Harto hemos unos y otros reconocido nuestros errores. Anocheca cuando llegamos a Chincota. Se acuartelaron las tropas, y oficiales y soldados buscaron reposo en sueo no perturbados por los azares de incierta situacin. La gente del Norte haca fatiga, o a lo menos tal creamos. Grande fue la sorpresa que experimentaron Uribe Uribe y sus tenientes al saber, media noche por filo, que alzaba el campo nuestro amigo y que, retirados los destacamentos que nos anunciaran el asalto de los no distantes contrarios, quedbamos los reinosos en grave peligro. Nunca supimos los motivos que urgiesen a emprender la desfilada. No era la causa solidaria?

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No merecamos ser cobijados por un mismo pabelln y correr una misma suerte? Pasemos un velo sobre las pequeeces que deslustran y veamos la compenetracin de miras en los batalladores de las etapas siguientes. Reemplazados los retenes, pudimos permanecer hasta el nuevo da en Chincota. El 28 de aquel mes de noviembre avanzamos a establecer campamento entre La Donjuana y La Regadera. Por el telfono instalado en sta, se puso el general en comunicacin con las autoridades de Ccuta. Desempeaba en la ciudad el cargo de jefe civil el seor Enrique Alejandro Isaza. Pidi por su conducto nuestro jefe algunos mantenimientos para su tropa, que le fueron ofrecidos con finas palabras, y escasamente suministrados. En La Donjuana y Las vueltas del Infierno acampamos dos das mientras los soldados lavaban sus ropas en las aguas del Pamplonita que pasa por un lado del camino; deban ejecutar la operacin durante el bao, permaneciendo desnudos al fuego de sol mientras se oreaban sobre las piedras los despedazados vestidos. Transcurrido el tiempo empleado en esos menesteres se hizo nueva jornada a Los Vados despus de esguazar el ro cerca de Moros por un sitio donde las aguas se recuestan en la orilla derecha haciendo difcil el paso. Finalmente se movieron los batallones a El Prtico, Los Colorados y San Rafael en las inmediaciones de Ccuta. En el Llano de Carrillo, situado entre La Honda y Moros, memorable en los fastos de la Independencia,
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nos encontramos con el general Pedro Rodrguez, personaje notable en la historia de los ltimos treinta aos. Inspira l respeto por sus infortunios, y sentimientos de simpata por su valor admirablemente sereno y su constancia ante los reveses de la fortuna. Aparenta por lo negro del cabello tener cuarenta aos de edad; es de talla mediana; ni robusto ni escaso de carnes; negros sus ojos, de mirar malicioso; color amarillento; la nariz casi aguilea; los labios contrados con cierta amargura, es reservado y modesto. Se comprende, despus de tratarlo con bastante frecuencia, que ha aprendido a dominar sus pasiones con voluntad de hierro y que sabe disimular como diplomtico experto. Es un zorro viejo que ha sufrido mucho y no le teme a la muerte. Iban Olano y Peralta frente a Los Patios, elegante mansin habitada por el buen caballero francs Eugenio Branger, cuando descubrieron a la ciudad extendida en su valle; con sus casas de blancos muros y la torre de la iglesia mayor cortando con su flecha el aire de reflejos metlicos. Si bien sentan temor en acercarse a ella por la fama de su fiebre amarilla, apresuraron el paso con deseo de hallar un sitio civilizado. Pasaron el Pamplonita por el puente de San Rafael y a poco andar estuvieron en la hermosa Ccuta, la amiga de las libertades, la abnegada nodriza de la Revolucin, la que ha ganado para el lema de su escudo limpios adjetivos. Admiraron Peralta y Olano las quintas de la entrada, con alumbrado elctrico en las habitaciones y en los arbolados de lujoso verdor y tropical florescencia.
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Celebraron la limpieza de los muros, lo espacioso de las aceras, la gloria de su cielo en un ardor de plenitud lumnea. Ms tarde, al penetrar a las moradas de los laboriosos cucuteos, aplaudieron el gusto y sobriedad de sus adornos, la elegancia y sencillez de sus muebles. Con regocijo vieron al pueblo de hombres delgados y nerviosos, de mujeres de tez plida, vestidas de muselinas, garbosas al andar, de modales discretos y espritu dispuesto a la alegra sana. Mujeres religiosas sin fanatismo, elegantes sin afectacin. La Ciudad, por el correcto trazado de sus calles, de proporciones modernas, es de las mejores de Colombia. En sus plazas y avenidas lozanean rboles cubiertos de flores amarillas o rojas: los guarupos con sus racimos nacarados dispuestos para una fiesta de hadas; los chirlovirlos rebosando el oro de sus canastillas; el ariz que saca por entre el verde de sus hojas el flamgero de su nica flor, parecida al rub del cetro de un rey asitico. En el centro de la plaza principal se alza la estatua en bronce del general Santander, el organizador de la victoria y de la Repblica. Quin les hubiera dicho, a aquellos jvenes admiradores del patricio que pronto los sitios recorridos por ellos serian teatro de feroz combate y que la efigie all presente recibira un balazo en la cabeza, calificado por un adversario de la libertad de balazo simblico! Despus del terremoto que destruy a San Jos de Ccuta, los edificios de la nueva ciudad son fbricas de madera menos fciles de derribarse en las conmocio103

nes terrqueas. Para trincheras carecen de la solidez y resistencia de las construcciones de cal y canto o tierra pisada; la ciudad en s misma como campo de defensa no ofrece ventajas, an contando sus guardadores nmero superior de fuerzas. Por esto sorprendi a militares expertos que, una escasa guarnicin en julio de 1900 esperase dentro de su recinto el ataque de 8.000 hombres conducidos al sitio desde Palonegro por los generales Prspero Pinzn y Gonzlez Valencia. La defensa heroica result intil y, por hallarse enfermo el generoso Rafael Camacho, dirigida por un jefe que, si hemos de creer al adversario, la desvirtu con actos ajenos a la guerra, por mas que no recibieran el asentimiento de valientes como Valero y Jos I. Vargas Vila. Slo en caso extremo debi someterse a Ccuta a los estragos de sangrienta lucha y sus consecuencias. Las desenfrenadas turbas del vencedor la saquearon sin misericordia. Felices quedaran los enemigos con haber destruido a la ms linda ciudad colombiana, con haber humillado el pueblo ms altivo al poner su bota de hierro sobre su cerviz y el casco de sus caballos en los jardines donde tejan guirnaldas para los batalladores de la libertad las cucuteas de cutis de jazmn y ojos negros y ardientes, como se figura uno de los de la personificacin de la noche. Diez mil habitantes tendra Ccuta y de ellos la tercera parte tom las armas por la revolucin, as los ancianos sexagenarios como los nios impberes. Y fueron hroes en el ms bello y noble sentido de la heroicidad guerrera. Su valor y constancia
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debern citarse siempre al hablar de hombres que saben morir y que vencen con la muerte. Nunca abandonan el puesto en la refriega, jams vuelven la espalda. No necesitan para avanzar hacia el contrario con el machete que centellea, ni para sostener un punto de estmulo de los jefes; poseen la conciencia de su personalidad y aman el deber; tienen la nocin de sus derechos. Por temor al flagelo, la tropa qued escalonada desde El Prtico hasta San Rafael. Se prohibi pernoctasen los oficiales en Ccuta, mas fue imposible evitarla. Afortunadamente la fiebre no se present con los caracteres de otras pocas y los casos fueron pocos, de ellos algunos de fatales resultados. Se citaron entre las vctimas a Roberto Bernal, Sebastin Amador, Hernn Vanegas, Rafael Prieto y a otros jvenes de mrito. Tambin muri el general Hermgenes Gaitn a consecuencia de las excesivas fatigas. Desde el 1 de diciembre de 1899 hasta el 5 del mismo mes permanecimos en la ciudad. En tal da lleg el general Justo L. Durn con 800 hombres a reforzar el ejrcito del Norte. Eran en su mayora ocaeros que hicieron gloriosa campaa en la Costa, aunque sus frutos se malograron en Gamarra, combate fluvial el ms desastroso sufrido por la revolucin en ese ao. Durn sali de Ocaa con el intento de asistir al asedio de Bucaramanga. El descalabro padecido en sta vari sus planes. Venciendo la guerrilla del presbtero Ordez que se le opuso, tom por Bagueche y se dirigi a unirse con Uribe, al cual se apresur a reconocer por jefe.
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Con el fin de poner en unas solas manos la autoridad militar, tratse de elegir por iniciativa de algunos jefes como Leal y Quintero, un comandante de todas las fuerzas. El propsito no pudo llevarse a cabo porque, segn se dijo, el general Benjamn Herrera deseaba se aguardase al general Vargas Santos; quien haba salido del Llano de Casanare, encaminndose a la frontera. Los momentos eran preciosos. El enemigo se acercaba. Uribe Uribe se apresur a estudiar las posiciones de los alrededores de Ccuta y design los cerros de Tasajero para hacerse fuerte en ellos. El 5 en la tarde movi sus batallones y los de Justo L. Durn por el ferrocarril hasta El Salado, mientras las milicias de Benjamn Herrera continuaban en san Rafael. Se propuso Uribe Uribe con ese movimiento demostrar al jefe de Ccuta la urgencia de proceder de comn acuerdo, pues cada uno por s solo se hallara en extremo dbil para resistir a los contrarios. Por telfono hizo transmitir a Benjamn Herrera lo siguiente: El movimiento de esta tarde no obedece al pensamiento de abandonar a Ccuta a los enemigos. Los generales Uribe Uribe y Justo L. Durn se hallan dispuestos a coadyuvar con sus mejores tropas a la defensa de aqulla, y slo se han dirigido aqu (El Salado) con el propsito de dedicar los desarmados a la construccin de trincheras en Tasajero. Estn listos para enviar los cuerpos que solicite el general Benjamn Herrera para reforzar su lnea de batalla. Se les contest aceptando la oferta y se disponan

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algunos batallones a marchar cuando se sintieron los trenes en que pasaban las tropas de Benjamn Herrera. Uribe Uribe no deseaba otra cosa mejor, dadas las circunstancias de los liberales. Ni quera combatir en Ccuta exponindola a la ruina, ni aparecer como que dejaba solos a sus defensores. Con su retirada determin la ocupacin de Tasajero.

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os cerros adonde nos dirigamos forman extica prominencia en el Valle del Tchira; sus vertientes terminan a orillas del ro y en el camino de hierro de Ccuta a Puerto Villamizar. Sus arrugas tienen selvas insalubres; el suelo es frtil en algunos sitios, en otros escaso de vegetacin y aguas; el clima, medio en las alturas y ardiente en las hondonadas. Las tropas acamparon as: en la va frrea de Agua Clara al Puerto, las de Benjamn Herrera; en el centro de Tasajero las mandadas por Soler Martnez y Pedro Rodrguez, y en Igual, La Venezolana y El Pen, a las mrgenes del Tchira, las conducidas por Justo L. Durn. La lnea era demasiado extensa, de cinco leguas. Slo la necesidad, no la eleccin libre, oblig a los liberales a permanecer all seis das que parecieron aos. Las posiciones deben de ser magnificas pero sostenidas por 10.000 hombres perfectamente armados, y peligrosas para ser guardadas por 3.000, desprovistos de municiones. Si el enemigo hubiera acometido con el grueso de su poderosa masa, habra desbaratado el centro de la lnea y la comunicacin entre las alas se hiciera imposible. Formaban los liberales la figura de
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un ave en que el cuerpo lo constituan los cerros, y las alas Igual y Agua Clara. Comprenderan lo precario de la situacin los generales Uribe Uribe y Benjamn Herrera cuando de una hora a otra decidieron moverse, atravesando selvas, y volviendo la espalda al contrario. Haba espirado la nica esperanza que los mantuvo en Tasajero: el arribo de un cuantioso parque trado por el seor Gabriel Galvis, quien nada pudo conseguir en Caracas. Los rifles y los cartuchos para los liberales an no estaban fabricados. Nuestra permanencia en la desolada regin fue de miseria fsica y de abatimiento en los espritus. Al ponernos a repasar la semana de Tasajero nos parecen los das meses y las horas das. La depresin moral lleg en los derrotados de Bucaramanga al ltimo grado. Muchos pasaron las fronteras convencidos de la inutilidad de todo esfuerzo que atrevieran las disueltas milicias. Cuando se espera vencer, el hombre puede con nimo desafiar la muerte. En la ciudad sitiada resisten los defensores la penuria y no ceden al solo instinto de conservacin porque cuentan con metralla para repeler los atacantes cada vez que se aproximen a los muros defendidos. La fe en el socorro los alienta. Nada infunda en Tasajero confianza para aguardar la lucha. Los que ninguna experiencia tenan de la guerra perdieron la fe en el triunfo. Se necesitan Peralonsos para que ms tarde, al ver unos centenares de hombres hambreados, desnudos, con malos fusiles, vencer en su bravura y en su desesperacin a huestes diez veces superiores, diga

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uno: esos descamisados, casi inermes, saben triunfar... El enemigo en nmero de 10.000 soldados, en su mayora de la guardia veterana, con tanto esmero disciplinada, se present al siguiente da de la marcha a El Salado. Equipados a la francesa los peones; orgullosos de su valor los oficiales de ureos uniformes; brillantes las armas; extraordinario el nmero de recursos y el alma con la seguridad de la victoria. Slo por exceso de previsin, porque nadie se resienta de haber sido privado de los laureles cosechados, se renen tantas huestes. Para vencer a los revolucionarios no se requiere un desarrollo tan superior de fuerza; es un lujo de poder, un derroche de grandeza anonadante para los mseros soldados de la esperanza, ya abatidos. Los jefes se disputan el mando: Villamizar lo tiene; Casabianca lo reclama; Lujn se juzga el primero por su ciencia; Holgun se titula concertador de las operaciones previas; Cuervo Mrquez muestra las facultades extraordinarias de que se halla investido; es un ministro que asiste de levita a las Novaras de la nueva Italia irredenta. Son 39 generales. Casabianca desea el combate en Tasajero; Villamizar se empea en obtener la rendicin de los liberales y en conseguir de don Juan P. Pealosa, gobernador de Tchira, nombrado por el presidente Andrade, la venia para cruzar por territorio venezolano con la mira de salir por la espalda a los revolucionarios. Para tener lo primero dirige oficios llenos de engreimiento al comandante de las fuerzas liberales. La primera nota la recibi Uribe Uribe en la casa de Los Verdes. Era un da triste; la lluvia y la niebla
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hacan ms desapacible la naturaleza a nuestros ojos reflejadores de desaliento. Ley el general la nota y en seguida la pas a uno de sus amigos leales para que formulase la respuesta. La prevencin empezaba con estas palabras: Por el favor de la Divina Providencia y el mandato del supremo gobierno de mi patria, me encuentro a la cabeza del ejrcito en operaciones sobre el Norte. Daba luego noticias de la situacin de la guerra en el resto del pas y conclua exigiendo la inmediata entrega de las armas, en cambio de lo cual prometa a los rendidos el tratamiento que en tales casos se estila para los vencidos. La respuesta redactada por el amigo de Uribe Uribe rechazaba la intimacin de Villamizar, aunque no se esconda el pensamiento de llegar a un arreglo honroso. Sentado en una silla recostada en la pared del corredor de la casa de Los Verdes, con la cabeza entre las manos, en actitud de profunda pena, como nunca antes ni despus lo vimos, se hallaba Uribe Uribe al entregarle la contestacin perjeada por el ayudante. Impsose de su contenido, guard la hoja de papel y, sin observar nada, porque su alma meditaba en la muerte y se recoga en augusto silencio, sac otra hoja en blanco y con lpiz consign la respuesta que deba darse. Era de quince lneas y empezaba: Por el querer del liberalismo colombiano me encuentro al frente de un ejrcito de voluntarios que prefieren la muerte a la ignominia. A hombres que tienen las armas en la mano no se les intima rendicin sin que antes hayan medido sus fuerzas en el campo de batalla. En los ltimos renglones dejaba entrever, con el recato debido, que los liberales
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se hallaban dispuestos a celebrar un tratado con el gobierno, mas no se insinuaba cul fuese la ndole del convenio que los satisficiera. La contestacin era hbil; en la expectativa del arribo del armamento convena dilatar la hora del combate. El Generalsimo Villamizar torn a insistir en su demanda sin ampliar sus trminos. El oficio se recibi en Igual, y como all no se encontrase Uribe Uribe, la respuesta fue a la tarde siguiente; del mismo modo se hizo con la tercera nota. La cuarta lleg el 12, y se qued sin respuesta porque el da 13 se movieron los liberales por la va de La Arenosa y El Astillero, movimiento decretado tan en reserva y ejecutado tan aprisa que no hubo tiempo de comunicarlo a Jorge Peralta, que se hallaba en territorio venezolano en cumplimiento de rdenes de jefes superiores. Hubo oficial sorprendido por la noticia de la marcha que al no serle posible, por hallarse interceptado el paso, la incorporacin a los suyos, cayese enfermo en Urea. Los liberales se proponan penetrar al interior de Santander, y en sitios de clima sano, provistos de mantenimientos para la tropa, aguardar al contrario, si no exista medio de evadir su poderoso encuentro. Salieron de Tasajero las siguientes fuerzas: 1.500 hombres a rdenes del general Herrera, con armas as: 600 de rifle llamado mauser venezolano, adquirido con dotacin de cien cartuchos, por compra a particulares de la repblica vecina; 700 de rmingtons deteriorados en su mayor parte y con dotacin de cuarenta cartuchos; los restantes iban inermes o con fusiles antiqusimos. Llevaba esta divisin artillera formada de caones he113

chos con tubos de acueducto, que an nos hacen sonrer al recordarlos. El general Justo L. Durn conduca 700 hombres provistos de rmingtons mohosos, con quince cartuchos por plaza. Finalmente, 1,400 mandados por los generales Rodrguez y Soler Martnez, macilentos. con el recuerdo de la derrota, armados los dos tercios de diversas armas y con veinte cartuchos por soldado. Sumaban las fuerzas liberales 3.600 descamisados. La Arenosa es una trocha que partiendo del ferrocarril atraviesa las selvas del valle del Zulia y va a salir por los cerros de La Alejandra a las mrgenes del Peralonso. La senda se hallaba cerrada por invasiones de la vegetacin. La marcha fue continua; no hubo reposo, y la noche medrosa entre los bosques poblados de serpientes y tarntulas, sorprendi a los voluntarios dispuestos a seguir infatigables su camino. Anegados los vestidos, con hambre y fro, descalzos y rotos, recorrieron la enmaraada ruta. El pensamiento de los jefes era alcanzar cuanto antes el puente de La Laja sobre el ro Peralonso y tomar el camino real de Santiago. Para realizarlo contaban con el tiempo que transcurriera entre el principio del movimiento y el imponerse de ste la tropa enemiga, mas como las avanzadas por el campo de Igual se avistaban a dos cuadras de distancia, casi al punto de levantarse en la noche el destacamento quedaron advertidas de la marcha. Sin vacilar, los contrarios se movieron tambin por la va expedita de Ccuta a Santiago. Les tocaba recorrer una recta a modo de cuerda de la curva seguida por los liberales.
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Al acercarse al ro la vanguardia capitaneada por Nieves Quintero, rompieron fuegos los enemigos estacionados en el puesto con varias horas de anticipacin para impedir el paso. Empez la gran batalla de Peralonso el 15 de diciembre entre las fuerzas de Benjamn Herrera que desalojaron con empuje soberbio a sus contendores en La Azulita, sobre las bandas del ro. Despus de Boyac ningn guerrero consigui en Colombia ms hermosa victoria. Insertamos en seguida la concisa y exacta relacin publicada en Ccuta. De cada hecho primordial, de cada incidente de los que en ella se refieren, qued un acta viva en la memoria de centenares de testigos. Si por emulaciones y disputas, en cierto modo naturales entre las fracciones del ejrcito, formadas unas de santandereanos nicamente y otras de cundina marqueses, boyacenses y santandereanos de las provincias del sur; si por rencillas propias de los que amenguan la nocin de patria, hubo quien negase el mrito de la heroica accin del puente, nadie contradijo el hecho en s mismo ni los detalles que se rememoran en lo transcrito: Cuando el general Uribe Uribe lleg a Ccuta, despus de su clebre retirada de Garca Rovira, lo primero de que se preocup fue de hallar una buena posicin militar donde resistir al enemigo, cosa que no poda hacerse en esa plaza abierta y casi indefendible. Despus de practicar en persona una inspeccin que dur dos das, escogi el cerro de Tasajero, al nordeste de la ciudad y como a cuatro leguas de distancia. Apoyado
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por el flanco izquierdo en el Tchira y la frontera con Venezuela, y por el derecho en el ferrocarril, quedaba reducida la lnea de defensa y cubierta la va hacia el exterior, fuente inmediata de recursos, y base de nuestras esperanzas de proveernos de los elementos de guerra que nos hacan falta, y en cuya busca vinieron a reconcentrarse las fuerzas en esta regin. Para aumentar las ventajas naturales de la posicin, el general Uribe Uribe mand construir fortificaciones de campaa en los puntos adecuados, a fin de equilibrar con ellas las ventajas que el enemigo nos llevaba en nmero, en armamento y en pertrechos. Y tal debi ser el crdito de inexpugnables que cobr la posicin de Tasajero, que en ocho das el enemigo no se atrevi a atacarla de frente; antes bien, tuvo el cinismo cobarde de proponer al general Pealosa, gobernador del Tchira, que permitiese el paso de tropas del gobierno por territorio venezolano, para poder flanquearnos. El general Pealosa merece aplauso como patriota de su pas y como liberal, por haber rechazado con indignacin esa tentativa de atropello de la soberana, en provecho de una causa odiosa allende como aquende la frontera. Dos razones decisivas obligaron, sin embargo, a evacuar la posicin de Tasajero: 1 la cada de Maracaibo en poder de los conservadores venezolanos, nuestros enemigos, lo cual dejaba sin objeto nuestra permanencia en un punto donde ya nada tenamos que aguardar; y 2. el casi total agotamiento de las vituallas para la subsistencia del ejrcito, as corno el desarrollo de psimas condiciones higinicas en nuestros campamentos.
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Una embestida audaz sobre el interior, con probabilidades de unirnos al general Vargas Santos y de coger desprevenida a Pamplona, fue el plan que se form, aunque con bien escasa seguridad de realizarlo. El ejrcito tom la pica de La Arenosa, que conduce de la estacin de este nombre, sobre el ferrocarril, al paraje de Limoncito en el Zulia; pas este ro a pie enjuto, por un vado buscado con antelacin, y sigui remontando por la orilla izquierda hasta La Colorada; de all torci hacia Chane y se encamin sobre Salazar. Comenzaba a bajar de las alturas, cuando la vanguardia, compuesta de tropas del general Benjamn Herrera, tropez de manos a boca con fuerzas enemigas que trepaban en direccin contraria. Acometidas con bro por las nuestras, fueron arreadas camino abajo y obligadas a repasar el ro Peralonso, afluente del Zulia, despus de una ligera resistencia en la casa y corralejas de piedra que quedan junto al puente de La Laja. Establecidos nosotros all, en las colinas prximas y en la orilla del ro, se provey, adems, al peligro de ser flanqueados hacia arriba por los puentes de Santiago y El Caimito, o hacia abajo por La Amarilla. Para ello se situaron fuerzas en el alto del Cacho, al mando del general Soler, y otras sobre La Amarilla, al mando del general Julio Gmez y el coronel Guerrero. El centro constituy, sin embargo, desde el principio, el punto de mayor atencin. El Peralonso es all un ro correntoso e invadeable; por toda su margen derecha, en poder del enemigo, va el camino real de Ccuta a Salazar; y a todo lo largo de ese camino, en extensin de trescientos metros, hacia arriba y hacia
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abajo del puente, existe un cerco de tapias, en que el enemigo hizo innumerables agujeros para colocar sus tiradores. El puente es una hamaca, de veinticuatro metros de larga, construida de alambres sobre machones de cal y canto. Atrs, en el frente, colinas montuosas; en el flanco derecho, formando ngulo agudo con la lnea de tapias, una loma por cuyo filo o vrtice corre un cerco de piedra, aprovechado como trinchera por el enemigo. As, pues, no obstante lo rpido de la marcha que hizo el ejrcito liberal, el enemigo le gan de mano, porque la distancia que tena que recorrer era ms corta y por mejor camino. Nos tocaba forzar el paso, retroceder, o buscarnos otro camino para cruzar el ro ms arriba. Al enemigo le cay en suerte una posicin soada, segn se ha visto, provista de trincheras ya construidas y con un ro al frente; es decir, para nosotros, el problema militar ms difcil de resolver, y que desde el Grnico hasta Arcola y El Alma, sobre Sebastopol, ha dado lugar a victorias insignes y costosas o a derrotas violentas. En vano se luch contra el obstculo durante todo el da 15; en vano se continu la brega hasta el medioda del 16. Desde temprano de ste, el enemigo, en nmero de 1.500 hombres, cruz el ro por La Amarilla, ponindose de nuestra banda, atacando nuestra izquierda y haciendo excesivamente peligrosa nuestra situacin. Momento hubo en que se apoder de un picacho que domina perfectamente La Azulita y las corralejas de La Laja, y a no haber sido prontamente desalojado, su presencia en tal punto y sus disparos habran determi118

nado nuestra derrota. Por arriba, el general Soler era seriamente cargado por 800 hombres al mando del general Manuel Casabianca. El problema continuaba sin solucin. Todo esfuerzo se estrellaba contra el obstculo invencible del ro y de los atrincheramientos enemigos; slo un nexo ligaba los dos campos: el angosto desfiladero del puente, y cuantas tentativas se hicieron por pasarlo, costaron la vida a quienes lo intentaron. Efectivamente, detrs de los machones de la banda derecha estaban apostados tiradores enemigos; de la tapia frontera zumbaba un continuo huracn de balas a lo largo del angosto pasadizo; y por aadidura, fuegos oblicuos lo hacan ms peligroso. La perspectiva del desenlace no poda ser ms triste: el agotamiento de los pertrechos y el desaliento del ejrcito imponan en un plazo perentorio de horas el fin de la jornada. De todas las posiciones llegaba al Estado Mayor una sola demanda: refuerzos y cpsulas, y ni una ni otra cosa haba de donde suministrarlas. El nmero de heridos y muertos era considerable; desde el 15 temprano, el general Benito Hernndez quedaba fuera de combate por un balazo en una pierna; el coronel Mendoza caa sin vida; el coronel Carlos Hernndez era sacado moribundo; el 16, por la maana, era retirado el general Benjamn Herrera, con el muslo destrozado por un proyectil; y numerosos jefes, oficiales y soldados quedaban tendidos en el campo o atestaban, en espectculo terrible, las salas y corredores de la ambulancia de La Azulita. Todo esto causaba impresin
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de profundo desaliento, que se vea pintado en todos los semblantes. Haba ya ms de cuatrocientos hombres nuestros hacia la cordillera, en calidad de derrotados; por las quebradas y rastrojos haba gran nmero de soldados ocultos; el espectculo en La Azulita era desconsolador: una multitud de mujeres y de hombres armados se mantena delante de hogueras continuamente atizadas, devorando sin descanso cuanto hallaban a la mano; si con infinitos esfuerzos se lograba formar cien hombres para llevarlos al combate, no se llegaba con veinte; de all se retiraban los dems poco a poco, fatigados, hambrientos, o con pretexto de comisiones imaginarias. La moral militar deprimida. Es lo cierto que si se hubiera pretendido prolongar el combate, el 17 no habra amanecido un solo hombre en su puesto. Hacia el medio da, el enemigo comunic a Ccuta la derrota del ejrcito revolucionario, y como tal fue celebrada por el gobierno en todo el pas. El general Uribe Uribe, que en ambos das haba andado recorriendo el campo, a pie y a caballo, colocando guerrillas de tiradores y estudiando un terreno para l desconocido, y que acab por darse cuenta completa del callejn sin salida en que el ejrcito estaba metido, fue a la una al lecho del general Benjamn Herrera, y le dijo poco ms o menos, lo siguiente, que nosotros, como testigos presenciales de la escena, pudimos escuchar: General: vengo del Picacho, desde donde acabo de observar el enemigo que nos carga por La Amarilla. Es en nmero considerable, y aunque los nuestros lo esperan en posicin ventajosa, acabarn por ceder,
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forzosamente. Del Cacho avisan que al general Soler lo atacan fuerzas superiores. Del cerro anuncian que dos batallones subieron del Zulia al alto de Alejandra, cayeron a Chane y vienen por la misma va que nosotros trajimos. Estamos, pues, en inminente riesgo de ser envueltos. Nos queda la salida hacia Gramalote, pero como apenas nos restan cpsulas para diez minutos ms de combate, y como la solidez de nuestra tropa no es tanta que permita esperar una retirada en orden, lo que se nos aguarda, si nos movemos, es una derrota pura y simple, por territorio poblado de enemigos, y sobre todo sin saber a donde vamos, ni qu hemos de seguir haciendo. Estamos tocando con la mano la disolucin del ejrcito y el fin de la guerra. Ahora, si cuando lo tenga a bien, me librare de toda culpa en el descalabro de Bucaramanga, en esta vez ni quiero, ni puedo rehur la responsabilidad, y lo que es la reputacin de general derrotado y de mal augurio, no estoy dispuesto a soportarla. En consecuencia, le anuncio que voy a pasar el puente, a la cabeza de los que quieran acompaarme. As, a lo menos, si siempre ha de acabar esto mal, la revolucin caer con honor, y nadie tendr derecho a mofarse del partido Liberal por la repeticin del Papayo, de Chumbamuy o de Capitanejo. Lo repito sin jactancia, antes bien con serenidad: voy a pasar el puente. Convino en todo este razonamiento el general Benjamn Herrera, y aplaudi la resolucin del general Uribe Uribe. En seguida, expidieron de acuerdo rdenes

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al general Soler y al coronel Guerrero, para que a las cuatro cargaran reciamente sobre el enemigo, porque a esa hora sera cruzado el puente a toda costa. Desde la baranda del corredor se dirigi luego el general Uribe Uribe a los innumerables dispersos de La Azulita, para anunciarles su propsito de ser el primero que pasara el puente, y ordenarles que lo secundaran. En seguida, mont a caballo y se dispuso a cumplir su promesa. Una vez ido, omos decir, refirindose a l, estas palabras al general Justo L. Durn: O este hombre ha querido meternos un caazo, o vamos a presenciar el acto ms solemne de la batalla. En la corraleja del puente comenz a tomar el general Uribe Uribe sus disposiciones. Hizo advertir a los tiradores distribuidos hacia arriba y hacia abajo, que suspendiesen el fuego en cuanto lo viesen cruzar el puente. Llam a los jefes de batalln y los excit a que buscasen entre sus oficiales y soldados, diez que quisiesen acompaarlo. Mientras tanto, no hubo exhortacin que no fuera dirigida al general Uribe Uribe para disuadirlo. Le argan unos que ese no era su deber de general en jefe; otros, que su sacrificio no slo sera estril, sino que acarreara la dispersin del ejrcito y la prdida de la revolucin, porque una vez muerto, nadie sera capaz de contener el pnico; otros le decan que lo indicado era mandar que sus soldados pasasen el puente, a lo cual el general Uribe Uribe contestaba: Si hay quienes lo hagan, est bien: que pase; pero si nadie se atreve, mi deber es ir primero y dar el ejemplo.
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Esprese usted a maana le suplicaban stos. Mire usted le observaban aqullos, que el puente est desentablado, o bien cruzado de alambres erizados. Amigos y compaeros suplicaban al general Uribe Uribe con lgrimas en los ojos, que desistiese de su resolucin y conservase su vida para su pas, su partido y su familia, en mejores das, que no dejaran de llegar. Finalmente, se form el proyecto de prender al general Uribe Uribe para impedirle, en bien del ejrcito, que se sacrificase. Nada, sin embargo, fue capaz de alterar la tenaz persistencia del general, ni doblegar su nimo. Sin impacientarse, con la sonrisa en los labios, daba por toda contestacin : A las cuatro pasar el puente. Mientras la hora llegaba, se ech en el suelo, y durmi algunos minutos. Lo despert una carga violenta del enemigo, sobre la derecha del puente. Cuando hubo cesado, alz la voz el general Uribe Uribe, preguntando cules eran los diez compaeros que queran ir con l, y disponiendo que formasen a su lado. El primero fue el mulato Sal Zuleta, sargento del Batalln Villar. Presentlo el general Uribe Uribe al ejrcito, diciendo: Soldados: este es el sargento Sal Zuleta, que va a pasar el puente de la mano conmigo. Por su hazaa, lo asciendo de un golpe a capitn, quede vivo o quede muerto. Indecible emocin produjeron estas palabras. Luego formaron silenciosamente al lado del general Uribe
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Uribe, el coronel Neftal Larreamendi, doctor Carlos Ordez Jaramillo, ayudante de campo; capitn Guillermo Pramo, corneta de rdenes del general; doctores Miguel de la Roche y Arturo Carreo, ayudantes de campo; capitn Alejandro Navas, Samuel Prez, Dionisio Uribe y los ayudantes Carlos Reyes y Joaqun Vanegas. Hecho esto, el general Uribe Uribe llam aparte al general Leal, y le entreg su cartera para hacerla llegar a manos de su familia, si mora, y advirtindole que all iba su testamento. El general Uribe Uribe se dirigi entonces a la tropa, en estos trminos: Lo que vamos a hacer es lo siguiente: los que alcancemos a pasar del otro lado, mataremos a quienes estn detrs de los machones, y en llegando a la tapia del frente, meteremos nuestros revlveres por entre las agujadas y troneras, y dispararemos. Despejado as el frente del principal peligro, todo mundo se lanza all y se distribuyen para arriba y para abajo, metiendo sus fusiles por donde mismo los tienen los enemigos. Tomada de ese modo la trinchera, el triunfo es nuestro. Estas previsiones se cumplieron matemticamente. El general Uribe Uribe salt a pie con el ya capitn Zuleta, el barranco que forma el callejn que conduce al puente, y a todo escape comenz a cruzarlo; por la mitad iran, cuando de detrs de los machones y paredes recibieron una descarga cerrada, de la cual correspondieron dos balazos al general Uribe Uribe: uno que le cruz el bolsillo del saco, sobre el corazn, y otro que lo hiri levemente en el costado izquierdo. Sus dems compaeros salieron ilesos. Lo inopinado del asalto
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produjo tan inmensa sorpresa, que no hubo tiempo a una segunda descarga. Los revlveres funcionaron por las agujadas, apagando los fuegos en la parte fronteriza del puente, y entonces el ejrcito comenz a pasarlo en torrente. Una carga furiosa se sigui, empleando para ella los mismos pertrechos del enemigo. En el acto comenzaron a caer en poder nuestro prisioneros y parque. De la loma transversal atrincherada, se haca mientras tanto un fuego mortfero sobre nuestros soldados; y cuando se lleg al ngulo de insercin de dicha loma con las tapias, donde el camino queda al descubierto, el paso hacia adelante se hizo imposible, y la noche vino a poner trmino al combate. Temeroso el general Uribe Uribe de que en la noche el enemigo reforzase la loma con dos o tres mil hombres, dispuso dar en la madrugada un asalto, y envi un escuadrn y un batalln hacia arriba por el camino de Santiago. Al amanecer del 17, mont a caballo y sigui sobre las casas de La Amarilla con los soldados que deban dar el asalto, pero la hall desguarnecida. Supo que las tropas que por ah haban cruzado el ro, lo haban recruzado a prima noche, salvo compaas sueltas que se haban quedado dispersas entre la montaa. Supuso entonces que el enemigo esperara en los formidables desfiladeros de Los Compadres, y sigui hacia all, pero hall libre el paso; continuando luego el camino, empez a notar los signos de la derrota, por los despojos tirados a la vera: fusiles, pertrechos, toldas, morrales, frazadas, menaje, y los pantalones rojos de los soldados de la guardia pretoriana, que haban preferido
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seguir desnudos, a trueque de que no se les conociera por el uniforme. Quince hombres destin el general Uribe Uribe a guardar esos despojos y sesenta prisioneros alcanzados en la persecucin; y con los treinta y cinco restantes, puestos al mando del general Pedro Rodrguez, no vacil en atacar el grueso del enemigo, ocupado en el paso del Zulia por el Urimaco. Esto produjo el ms espantoso desconcierto: sesenta cargas de parque fueron tiradas al ro, de donde ms tarde fueron buscadas; la tropa que an no lo haba cruzado, se dispers en parte, y en parte se ech al agua, ahogndose gran nmero; cargas que en la ribera derecha estaban ya sobre las mulas, fueron abandonadas; pero, con todo, el enemigo se despleg sobre las fuertes colinas de Urimaco, y con sus fuegos nos caus graves daos y nos impidi pasar el Zulia. El general Uribe Uribe dispuso entonces cruzar el ro por San Cayetano, con los escasos refuerzos que le iban llegando, a fin de salir a espaldas del enemigo; pero el retardo dio lugar a que ste escapara. A la media noche del 17, volva el general Uribe Uribe a mirar a Ccuta desde el cerro de la Columna; sin tardanza ocup la plaza, desamparada por sus orgullosos poseedores del da lunes y sigui en su persecucin incansable, del Prtico para arriba, no obstante estar rendido por la fatiga y la prdida de sangre. Las noticias adquiridas aqu confirman la vasta trascendencia de la batalla. Las fuerzas enemigas quedan reducidas a menos de la tercera parte, y sa, quebrantada profundamente en su moral y en su disciplina. Las
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disensiones entre sus jefes tienen trazas de haberse hecho incurables, pues eran anteriores al desastre. Siendo imposible que el gobierno pueda volver a oponerle a la revolucin un ejrcito tan numeroso y aguerrido como el derrotado en Peralonso, la causa liberal puede darse por victoriosa y a la regeneracin por muerta. Los que se mofaban de la frase: Armas, las del enemigo, pueden venir a ver en nuestras manos los rifles y los pertrechos de los dictatoriales, ganados a machete; y los que consideraban utpica toda esperanza de triunfo, sin igualar antes las probabilidades, pueden ver ahora cunto pesan en la balanza de los destinos humanos la fe y el valor. La victoria alcanzada pertenece en bloque a la causa liberal. Sera mezquino discriminar quin tiene en ella mayor parte. Todos nuestros soldados cumplieron su deber, as los hijos del Norte corno los valientes ocaeros y los patriotas de Boyac, Cundinamarca y Magdalena. La bandera triunfal de la repblica los cubre a todos en sus amplios pliegues, y nadie duda que, as unidos, marcharn por etapas de victorias hasta llegar al Capitolio. Nota: La contraprueba de la verdad de esta narracin se halla en el parte que de Pamplona dirigi el jefe del ejrcito enemigo, general Vicente Villamizar, al ministro de Guerra, al da siguiente de la batalla. Y como ni dicho jefe tuvo a la vista el relato publicado en Ccuta el 20, ni el escritor vino a conocer sino mucho ms tarde el informe del general Villamizar, la coincidencia entre los dos, desde puntos de vista enteramente opuestos, es la mejor garanta de que los sucesos pasaron como
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quedan referidos, y que el paso del puente tiene toda la decisiva importancia que algunos le han negado. Dice el general Villamizar: A las tres de la tarde llegu al campo de batalla. El puente de La Laja, punto disputado desde el principio, se hallaba en medio del ejrcito revolucionario y de la relativamente pequea fuerza nuestra que defenda la posicin haca ocho horas. De una y otra parte se hacan esfuerzos heroicos, muchas veces de cuerpo a cuerpo. A medida que nuestra fuerza llegaba, iba tomando parte, de suerte que el empuje del adversario empez a ceder a eso de las 8 p. m. Durante la noche extendi el enemigo su lnea de batalla sobre sus dos flancos, pretendiendo ocupar con el izquierdo el alto de Los Compadres para impedir el paso de nuestras divisiones que venan a retaguardia. Dispuse entonces hacer los movimientos que la situacin peda, y tuve la satisfaccin de ver que produjeran pronto el resultado previsto. La divisin enemiga, que amenazaba cortarnos, fue derrotada en una hora por nuestras fuerzas, que vadearon el ro bajo los fuegos enemigos. Tan recio fue el combate y tan irresistible la accin del famoso batalln Boyac! Qued pendiente otro movimiento nuestro, consistente en cortar la lnea del enemigo entre el cuartel de divisin y el puente, centro del combate. Los fuegos eran ahora menos fuertes, y pareca que pronto, al consumarse el ataque que preparamos por retaguardia, se decidira el combate a nuestro favor, cuando tras un vivo fuego de fusilera una columna numerossima del enemigo se lanz sobre el puente y
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sobre los lados de ste atravesando el ro, y atac con tal rapidez, con valor tan grande, que las fuerzas nuestras quedaron tendidas a los pocos minutos, y la columna enemiga avanz sobre el campamento. Otro de los cuerpos veteranos corresponda a este ataque y rechaz al enemigo hasta el puente, pero un nuevo acto de energa desesperada del enemigo, ech sobre se y otros batallones nuestros un cuerpo de soldados armados de machete, que arrollaron de nuevo las fuerzas legtimas y ocuparon gran parte de nuestras posiciones. Lo que en esos momentos ocurri es indescriptible; no obstante, recog a mi lado los batallones avanzados, algunos de los cuales no haban disparado un tiro, y atendiendo a las consideraciones que hice al principio, orden la retirada de las fuerzas por la va de Orimaco hacia Ccuta. En el paso del ro Zulia nos fue imposible evitar que una fuerza enemiga sorprendiera a la infantera que an no haba pasado. Su seora puede calcular la confusin que esto produjo y las prdidas que nos ocasion! El resto del ejrcito y el parque fueron recogidos con gran solicitud por todos sus jefes, y esta noche empieza a llegar a esta ciudad el total de las fuerzas que hay en ella, contando con la guarnicin de esta plaza que asciende a 2.200 hombres. En el parte detallado que dar a su seora en primera ocasin, le hablar de nuestras prdidas personales, que en verdad han sido de gran valor. 1

Documentos Militares, pgina. 5 a 22 - San Cristbal (Venezuela) 1901

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XI

oco agregaremos a este relato, si no es ampliar algunos detalles. En los momentos en que se redactaba el parte de la batalla aun no se haba recorrido minuciosaente el campo, ni se conocan la importancia y trascendencia del triunfo alcanzado. Sea lo primero rectificar el nmero de los combatientes enemigos, el cual se crey de 7.500, habiendo sido de 10.000 como lo comprob el dicho de prisioneros de categora y la situacin original de altas y bajas tomada en el equipaje de uno de los jefes vencidos. Segn este documento, las fuerzas comandadas por Villamizar ascendan el 16 de diciembre a 7.500 hombres, sin incluir las de Casabianca que constituan un cuerpo de 2.500. Todas estas legiones asistieron a Peralonso, y as lo demuestra el hecho de haber cado prisioneros jefes, oficiales y soldados antioqueos y caucanos, o sea, de los que salieron por Ocaa con Manuel Casabianca. En poder de los liberales qued Pedro Sicard Briceo1 de las gentes de Villamizar, como Laureano Garca Rojas y Jos Tenorio, de las divisiones de Antioquia y
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Sicard Briceo, el mismo que dispuso y ejecut el fusilamiento inicuo de Victoriano Lorenzo. Fue tratado con las mayores consideraciones por las fuerzas liberales, y en particular por Uribe Uribe.

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Cauca. Tambin apareci entre los rendidos el padre Pineda, sacerdote valerossimo que presta los auxilios de la religin a los moribundos y anima a las tropas en la refriega. Se le trat del mismo modo que a sus compaeros presbteros Ortega y Arenas, con suavidad y respeto; se les dio la ciudad por crcel y se les dej alojar en casas de personas piadosas, quienes les debieron prodigar cuidados, especialmente al cannigo Arenas, enfermo desde el primer momento de grave dolencia, de la cual muri como ha podido morir en Tunja. No fueron, absolutamente, no fueron ciertos los ultrajes que, segn escribi un periodista de mala ndole, haba sufrido de mano liberal el sacerdote mencionado. Tampoco fueron ciertas las ofensas que, en opinin del mismo periodista, se irrogaron a una imagen de la Virgen. En la casa de huspedes, sostenida con abnegacin por Casimira Vega, conoci Jorge al padre Pineda. Hombre jovial y de mundo, que no rehuye el trato con los liberales. En tal confianza le dijo un da: Me cuentan, padre, que usted se condujo en la batalla con muchsimo arrojo: por lo menos ser general Nada, hijo, yo no sirvo para eso. Cumplo mi misin evanglica sin meterme en esos dibujos. Y el padre Snchez y el padre Ordnez? Ellos si son guapos. Cargan sus carabinas y van a la cabeza de sus escuadrones. El padre Snchez es un valiente. Pero a ste sealaba con el dedo al padre Ortega, cura de San Cayetano, y varn de una apacible sonrisa, le da un miedo horroroso. Yo lo vi escondido.
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El padre Pineda se rea con sus ojitos de viejo ladino. Acostumbraban llevar machetes? volvi a preguntar Peralta. No; quedan muy deslucidos sobre las sotanas y se rea el irnico padre. A los catlicos fervientes insisti el espectculo de los sacerdotes armados deber causarles un mal efecto, algo semejante a lo que sentira uno si viera a la novia al frente de una banda de tambores tocando el redoblante. Quia! Eso es verso, purito verso. Los hombres somos hombres; a unos nos gusta el dinero; a otros el amor o la guerra; a algunos muchas cosas juntas. Al padre Ortega no le gusta sino decir su misita. Ambos sacerdotes se rean. As es, padre continu el joven, y para variar de tema, dijo: Qu opina de lo hecho por Uribe Uribe en Peralonso? Que es la mayor bestialidad ejecutada en Colombia. Rafael no estaba en la obligacin de sacrificarse como un capitn cualquiera. Si all lo tienden, se quedan sin general y sin triunfo. Fue una bestialidad. Es cierto; pero la Providencia se hallaba de nuestra parte, y triunf Uribe Uribe sin morir en la demanda. Qu va a estar Dios con ustedes. Djese de semejantes disparates. Dios est con nosotros, convnzase de ello. La naturaleza tambin se manifiesta en nuestro favor. No
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observ usted que los cmbulos de las orillas del Zulia se hallan cubiertos de flores iguales a llamas? Es que la bandera roja debe flotar muy alto. No se sorprendi usted con el eclipse de luna sucedido durante la batalla? Es que la Regeneracin, cuya imagen en el cielo es la luna, astro muerto, va a pasar para siempre3. S tambin tienen sus ageros estos rojos! All vern cmo el diablo no les ayuda de ahora en adelante. No se meta con el diablo, padre, porque a la fecha debe de estar triste Continu por el estilo el palique hasta terminar, bien en serio, con un brindis por la concordia entre los colombianos. Peralonso fue una verdadera derrota. Los soldados del gobierno, masa de hombres inocentes de pecado contra la libertad, llevados a combatir por la fuerza, se rendan de rodillas e imploraban con las ms compasivas palabras el perdn y la vida. A juzgar por lo precipitado de la fuga, nadie intent contenerlos en las recias posiciones del camino. Slo del otro lado del Zulia, en las colinas del Orinoco, el general Arboleda, segn informes, organiz mediana resistencia mientras se salvaba el Estado Mayor. En su terror se arrojaron al ro las deshechas columnas. Muchos perecieron, como el joven Cock Bayer, en las serenas aguas. Vertiendo sangre de su herida del costado, causada por bala de carabina, al trote de su mula iba el general
El mismo da 16 de diciembre se di la batalla de Colenso, en que los boers, en nmero de 3.000, derrotaron a 10.000 ingleses.
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Uribe Uribe. Ni el hambre, ni la fatiga de treinta y seis horas de lucha, ni el sol que lanzaba rayos de cobre derretido, ni lo spero de la senda, detenan su marcha. Cubierto de polvo y de sangre lleg a La Columna y contempl a Ccuta; sus habitantes desarmaban a los fugitivos, cuando el vencedor penetr en las calles de la ciudad ardiente. La multitud lo vitoreaba y tambin a sus dignos compaeros Herrera, Durn, Rodrguez, Hernndez, albornoz, Soler, Amaya, Ardila; las hermosas les ofrecan ramos de mirtos y de flores acabados de cortar por sus manos; las cigarreras, las vendedoras de frutas, al paso de Uribe Uribe rompan frascos con aguas olorosas; el regocijo atronaba el espacio. Y la ms hermosa sonre al ms fiero de los vencedores.

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XII

ribe Uribe no quiso dormir sobre los laureles conquistados ni perder un momento en el empeo de ensanchar los resultados de la victoria. Con sus tropas extenuadas, rendidas por el choque, lleg a la ciudad satisfecho del alcance del triunfo, gritando al pueblo que tomara las armas y continuase en la persecucin hasta la Donjuana. La multitud tena ms deseo de espaciarse en su alegra que de contribuir con su esfuerzo a la perfeccin del hecho realizado. Mientras Benjamn Herrera yaca en su camilla de herido, Uribe Uribe forma sus huestes y les dirige la palabra en frase sobria y exacta. No exagera la importancia de la victoria, ni desvirta la emocin sincera de las cosas con excesos retricos. Brillaba en su rostro una palidez extrema; tena los ojos velados por la sombra del cansancio; se adivinaba en su conjunto la tranquilidad de un alma que se encuentra a s misma merecedora del respeto; su brazo derecho al levantarse con la emocin de la palabra, pregonaba la serenidad de quien ha escalado una ardua cima. Por primera vez en su vida vesta el uniforme militar, levita de pao azul con bordados de oro.
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Efectuada la curacin de su herida, tres das despus tom Uribe la vanguardia con el pensamiento de acosar al contrario en la ruta de Garca Rovira, o con el de caer sobre las fuerzas estacionadas en Bucaramanga. Ms se acercaba el momento en que las virtudes nuevas deban ceder el paso a las virtudes antiguas. El 17 de diciembre haba concluido la brega de Peralonso, el 24 se hallaba la descubierta liberal en Pamplona y se reciba la misma noticia de encontrarse en camino hacia la misma poblacin el seor general don Gabriel Vargas Santos, a la cabeza de 1.200 voluntarios. El anuncio del arribo del patriarca llanero designado conductor del liberalismo, colm de regocijo. El joven vencedor, contento con el vaso de gloria que le haban servido los hados en una hora magnfica, se dirigi al encuentro del jefe a quien l haba sacado triunfante en los comicios del partido. El da fue solemne, el momento grandioso. A modo de un profeta que abandona su reino, la gruta donde todas las verdades lo visitaron y todas las contemplaciones interiores le ensearon su doctrina, el anciano Vargas Santos apareca con aureola de patriota prudente, de sabio sencillo, de corazn bueno, habituado a sentir con nobleza y a obrar con generoso impulso. El hombre que abarcaba las complicaciones de los actos realizados, sali con la compostura de un
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caballero, prevenido por la trascendencia del suceso, a recibir al patriarca. El cielo fulguraba graciosamente; la luz se dira contenta por modo espiritual y en colaboracin con los hombres. Un testigo presencial deca, refirindose al encuentro de los dos generales, que semej una misa, una misa primitiva oficiada al aire libre, entre la hermosura del cielo y el silencio de la tierra, en que iban a levantar sus clices, sus corazones, dos almas sinceras, dos espritus rectos. Hoy es pascua, general exclam Uribe Uribe en potico giro, la pascua florida del liberalismo que con su primera victoria y con la llegada de usted ve reverdecer el rbol de sus libertades y reventar en brote prodigioso todas las flores de sus esperanzas! All mismo lo proclamaba director supremo de la guerra, Generalsimo y presidente provisional de Colombia. Tocan las bandas; ondean las banderas rojas agujereadas por el plomo de gloriosas lides, y los soldados de Bucaramanga y Peralonso presentan las armas al pasar el hombre de la blanca cabellera, de la sonrisa papal y amable. El bienvenido era un smbolo y era una esperanza. En l veamos todos al compaero de Mosquera, de Gutirrez, de Salvador Camacho Roldn. Sus tradiciones, si no en los hechos, por haber sido un puesto secundario en otros das y otras contiendas, eran gloriosas por el espritu presente en nuestras luchas desde mediados del siglo. Apareca como lazo de concordia,
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cual conciliador sereno, como el llamado a suavizar las asperezas nacidas de la fogosidad y de las emulaciones naturales en los nuevos caudillos. Con su tacto, con su benevolencia, con su firmeza, con sus imparciales sentencias, con la autoridad y perspicacia que le dieron los aos, con todo esto reunido en el haz formado por sus buenas intenciones, iba a ser quin se atrevera a dudarlo? el coordinador de las voluntades, el que las empujara a un fin inteligente, el conductor de la hueste anhelosa del triunfo. Acompaaba al Generalsimo un ejrcito compuesto de hombres robustos, procedentes de comarcas sanas, los cuales hacan contraste con los soldados de las Divisiones de Uribe Uribe y Benjamn Herrera, azotadas por hlitos de muerte, bajo el cielo de las batallas y el cielo de los climas ardorosos. No asistimos al encuentro de los dos Generales. Llegamos a Pamplona cuando se dispona a salir Uribe Uribe, con la venia del Generalsimo, en la empresa de perseguir al enemigo de Bucaramanga, si era ya esto posible, estrechndolo en el paso de Sube. La columna continu su marcha el 26. Por qu no se efectu desde el mismo 24 y en seguimiento de los vencidos en Peralonso? Porque la llegada del Generalsimo vari el curso de los sucesos; porque l no opinaba por la persecucin, antes de que se juntaran las fracciones del ejrcito; porque la necesidad de organizarse y el cansancio obligaron a la estada en Pamplona. Es muy difcil que un triunfo tenga efecto definitivo en un
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pas montaoso y sin comunicaciones rpidas como Colombia. Siempre, en casos iguales o parecidos, se han hecho criticas a los jefes vencedores por no haber completado la victoria. En Poblar Grove, dice un escritor de la Revista de Ambos Mundos, donde el general French arroll el flanco derecho enemigo, hubiera podido apoderarse del presidente Kruger si con ms vigor persigue al contrario en la retirada. Se ha dado como excusa de esta falta el cansancio en hombres y caballos o la aproximacin de la noche. En realidad, el descuido se debi al agotamiento nervioso, a la tensin moral causada por el peligro que produce tal fatiga en ciertos hombres no relevados en todo un da, que han resistido durante largas horas el fuego, y por lo mismo se sienten incapaces de un esfuerzo ms. Con las armas modernas la tensin es mayor todava y causa depresiones mayores. Con todo, Uribe Uribe manifest el anhelo de perseguir sin descanso por Garca Rovira los deshechos batallones de Casabianca. No sabemos quin tuvo razn entonces, si el jefe de la indomable actividad o el prudente Generalsimo. Era grande el deseo que tenamos de conocer y tratar a Vargas Santos. Uribe Uribe nos lo present, a tiempo que nos exiga permaneciramos al lado del jefe supremo para prestarle nuestros servicios de escribas. En una silla de madera antigua, colocado en la mitad de un vasto saln atestado de muebles y adornos, vimos
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por primera vez al Generalsimo. Vesta de negro y se embozaba en capa espaola de visos rojos y broches de plata. Su aspecto era el de un hombre atediado por el fro de los vientos de Pamplona. El rostro rubicundo; la cabeza blanca por el soplo de los aos. cubierta con gorro de irnica borla; los ojos brillantes y expresivos y la boca sonriente. Nos recibi con amabilidad acentuando su sonrisa; habl con gracia de varios asuntos y nos dej la impresin de una persona culta que conversaba anecdticamente y con facilidad. Con intencin laudable nos propusimos desde el primer momento estudiar su carcter y darnos cuenta de los valores de su alma. Los datos nos los suministraran no slo el estudio propio y personal sino tambin los informes de los que venan desde Casanare. Entre estos se hallaban varios intelectuales, algunos conocedores ntimos de los mritos de su jefe, los cuales refirieron lo siguiente: La noticia del desastre del gobierno en Peralonso, haba llegado oportunamente al Generalsimo, establecido en Labateca. Los seores generales Rafael Camacho y Lucas Caballero, comisionados de paz, que se vieron en la necesidad de ocultarse en Pamplona al saber el resultado del combate del 16, comunicaron al Generalsimo la nueva con el aditamento de que las fuerzas enemigas iban llegando a la ciudad en completa desorganizacin hasta el punto de que su mayor grupo constaba de cinco a diez soldados. Le participaron de igual manera que el comandante de las tropas enemigas haba sido insultado y desconocida su autoridad, sin conseguir sus tenientes avenirse en la designacin de nuevo cabo. Es de creerse instasen desde Pamplona al
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Generalsimo a aprovechar las circunstancias presentndose en las inexpugnables posiciones de sus vecindades para dar un toque feliz y definitivo al triunfo de Peralonso. Los tenientes del Generalsimo, en particular Eugenio Sarmiento, reciben la nueva como un aviso de la fortuna; deliberan con su superior y se conviene en avanzar a ciertos puntos para impedir la salida de los que se veran por tal modo atacados de frente y por la espalda. Sarmiento adelanta con 600 hombres armados de rmington, con 25 cartuchos por plaza. Esto era suficiente, esto era providencial. Los soldados de Duitama, Sogamoso y Casanare venan frescos y vigorosos estaban en el momento psicolgico de la victoria. Casabianca y Lujn habranse visto en la urgencia de capitular, su prdida era inevitable. Unos pocos disparos y luego bandera blanca, haba dicho en Pamplona el primero de aquellos jefes, segn nos refiri uno de los comisionados de paz. Sin embargo el Generalsimo da contraorden; Sarmiento suspende operaciones y a su regreso al cuartel general le dice el director: Yo no soy guerrillero. Yo no he venido a presentar certamen de valor. El subalterno obedece mesndose los cabellos. Y queda perdida para siempre la inaudita oportunidad, se nubla el cielo acaso y la fortuna se retira de los liberales con gesto desdeoso. Vive Dios!, ella no teje coronas para quienes rehusan cortejarla.
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XIII

e dedic el tiempo de permanencia en Pamplona a organizar el gobierno en su provincia y en la de Ccuta; en comunicarnos con el doctor Focin Soto, a quien se le enviaron comisionados que deban comprometerlo a entrar en la guerra, y en participar a los presidentes de las repblicas amigas, e! triunfo de Peralonso y los sucesos posteriores. Por orden general nombr Gabriel Vargas Santos a Benjamn Herrera jefe de Estado Mayor, esto es, su segundo, y secretario a Uribe Uribe, quien como tal firm antes de seguir algunos de los documentos citados. Mas tarde, en Bucaramanga, el Generalsimo dispuso se formaran dos cuerpos de ejrcito de todas las fuerzas con los nombres del Norte y del Sur, los cuales quedaron a rdenes de Herrera y de Uribe, respectivamente. A1 primero fueron agregados los batallones mandados por Eugenio Sarmiento a pesar de que ste deseaba otra cosa. Cinco das haban transcurrido desde la partida de Uribe Uribe hacia la provincia de Soto y ya el Generalsimo manifestaba el temor de que su teniente le hubiera desobedecido avanzando del lugar sealado como
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trmino de sus operaciones. Varios sostenedores de la concordia se esmeraron en llevar al nimo del supremo la conviccin de que Uribe Uribe sera sinceramente su subalterno. Se tuvo entonces la vislumbre de una verdad dolorosa que haba de ser lentamente torturadora para muchos: el Generalsimo no confiaba en la buena fe de las manifestaciones de desprendimiento hechas por Uribe Uribe. Se supo tambin que el Generalsimo se expresaba en malos trminos al juzgar las ambiciones y carcter de su compaero, apoyado en esto por su primer ayudante, quien ejerca poderosa e incontrastable influencia sobre su jefe, hasta el extremo de no ejecutarse nada sin su venia. Nefastos augurios se esbozaban en los horizontes revolucionarios; y los que considerbamos a Uribe Uribe el brazo ms vigoroso y el cerebro de la revolucin, alcanzamos a entrever que sus dotes iran a ser reemplazadas en las futuras etapas por ms que mediocres facultades de otros. As lo dijimos al hombre en quien pusimos la confianza de que nos guiara al triunfo, y en caso de venir el desastre, no sera sin antes haber agotado su actividad y su talento. Su respuesta fue para calmar nuestros temores. Vargas Santos lo estimaba, tena que estimarlo, y nunca rechazara sus consejos. Pasando por Mutiscua. la Piuela, y Tona, lleg la vanguardia a la capital de Santander el 28 de diciembre. El Cuerpo de Herrera con el Director Supremo entr a la ciudad el 3 de enero. El gobierno haba abandonado el campo, dejando a los

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presos por delitos comunes custodiados por individuos de la colonia extranjera. Fue recibido Uribe Uribe en Bucaramanga con entusiasmo delirante. Lo coronaron a l y a Sal Zuleta con guirnaldas de laurel y rosas. No impidieron las ovaciones que cayese enfermo con fiebres ocasionadas por la herida que recibi en Peralonso. Los cuidados del doctor Olaya Laverde lo repusieron, y pronto se hall en disposicin de emprender operaciones, bien hacia Ocaa, donde, se deca, se encontraban fuerzas enemigas al mando de Domnguez o hacia San Gil, poblacin escogida por Alejandro Pea Solano para sede de su gobierno. La expedicin a Ocaa nos desembarazara de un contrario que, en caso de seguir nosotros al sur hubiera avanzado a Ccuta, base de operaciones, como en realidad lo efectu al tener noticias de la marcha por Suaque. Adelantar en busca de los ocupantes de San Gil o contra los acampados en Onzaga y Soat no pareci oportuno al Generalsimo, una vez que se aguardaba el armamento comprado en el exterior por los agentes del seor Villar. Se han hecho inculpaciones al director por no haber continuado en seguimiento de los restos del ejrcito enemigo. La censura, aceitada cuando la ocasin propicia se present en Pamplona, no tena razn en aquellas circunstancias. El Generalsimo observaba, con fundamento a nuestro parecer, que habindose juntado a los dispersos de Peralonso las reservas enviadas de Tunja y esperando, como esperbamos, armas, no deba jugarse
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entonces la suerte de la revolucin. Desaprovechado el momento de la audacia, se impona la prudencia. Durante veinte das permanecimos en Bucaramanga, con el espritu azorado los partidarios de que las revoluciones no deben perder en sus comienzos un solo instante; perfectamente bien avenidos a los dedicados a organizar el gobierno del Estado Soberano de Santander con su civilista jefe seor Usctegui y sus secretarios, doctores Delgado, Lleras y Montaa. Acondicionado un vestido de telas ordinarias para la tropa y preparada una emisin de papel moneda, para la cual se aprovecharon esqueletos del extinguido Banco de Santander, nos movimos por Piedecuesta hacia Garca Rovira. Pasamos por el camino de Suaque, tajado en desfiladeros medrosos donde pereci gran parte de la brigada, y nos detuvimos en Guaca y San Andrs. El enemigo del otro lado del Chicamocha, se desconcert no pudiendo adivinar claramente nuestro objetivo. Segn telegrama del general Prspero Pinzn a Alejandro Pea Solano, interceptado por liberales, aqul supona ambiguo nuestro avance, y que contramarcharamos haciendo un ngulo en busca de Domnguez. En realidad as lo dispuso el Generalsimo al tener nuevo aviso de la presencia de un cuerpo de ejrcito en la va de Ocaa a Ccuta. En veinticuatro horas recorri la vanguadia el inmenso y riguroso pramo de Mogorontoque, ganando enseguida rpidamente las jornadas de Silos, Mutiscua y Pamplona, donde aguard la retaguardia. Este movimiento fue celebrado por Uribe Uribe, y su confianza
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en las dotes del Generalsimo pareci acrecentarse. Por desgracia, el paso por el helado yermo afect la salud del anciano conductor. Quizs desde entonces hizo propsito de no desafiar en adelante inclemencias de tal laya, y eso haba de costarnos la victoria.

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XIV

l entrar los liberales a Bucaramanga salan a su encuentro, o se asomaban en ventanas y puertas, los compaeros levantados del campo de muerte despus de las infaustas jornadas de noviembre. Eran rostros exanges, cuerpos macerados. Saludaban a sus amigos, expresando sus ademanes el estado intermedio entre la alegra y la tristeza. Jorge Peralta y Luis Olano averiguaban con inters por sus camaradas, de quienes no volvieron a tener noticia, y con temor y esperanza se atrevieron a preguntar por Carlos Ros, su ntimo compaero de las primeras fatigas. Un pensamiento doloroso entumeca en sus labios las palabras y quebrantaba sus corazones hechos ya a la fraternidad con los infortunios y hasta a contemplarlos con desvo. No les fue difcil hallar quien les informara la suerte de su amigo. Pasen ustedes adelante les dijo la persona que los guiaba, esta es la casa de las seoritas Martnez Aqu hall asilo el seor Ros. Ellas les referirn sus padecimientos y...
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Pasen, seores dijo con acento gutural la voz de una mujer que sala del interior de las habitaciones, pasen ustedes. Se encontraban ya en el corredor de la casa, invadido por los follajes de las plantas trepadoras cultivadas en el patio. Rosales de flores aristocrticas por la suavidad de los matices; unas rosas del color de las heridas frescas en pechos blancos y vrgenes; acacias de un verde anmico; lirios vestidos episcopalmente sin haber hilado sus vestiduras como los sbditos de Salomn; bejucos de campnulas de un azul tenue, glorias de la maana, se condundan en amor inconsciente. La mujer, seora o duea an no lo saban los jvenes los gui a la sala de recibo donde se hallaban en indolente actitud una dama de ambigua edad y una doncella de hermosura ingenua que resaltaba entre lo blanco de su traje de muselina y el discreto verdor de los arbustos vidos de sol, separados de sus carias para vivir mezquinamente en la sombra. Los cabellos de la nia eran de un rubio de hoja marchita, y sus ojos negros y sus labios exanges expresaban ntima tortura. Con nerviosidad visible se entretena en retorcer los flecos de su abanico de plumas de pavo real, sedosas, de reflejo dorado y azules, como debieron ser los ojos de Juno, un abanico hiertico que simulaba entre las manos de su duea el smbolo de una princesa de Oriente. Al entrar los jvenes a la sala, la seora coloc en una silla cuidadosamente un falderillo bastante desagradable, al cual acariciaba en esos momentos. La
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conductora de los visitantes sonri con intencin al ver el perrillo de aguas, y la nia guard su postura de herona. Tengo el gusto de presentar a ustedes dijo el amigo, a los seores Peralta y Olano, compaeros del seor Ros. La del faldero se estremeci con un gesto que deca: El natural. La joven levant la mirada casi interrogante y conmovida. Antonia Martnez (la del perrillo). rsula Martnez. Ana Estrada (la seorita del abanico). Cesaron las frases cotidianas, las dichas en semejantes casos. Luego Olano pens: Ya es tiempo de preguntar por Ros. Se hubiera credo rehusaban todos descorrer el velo de una historia dolorosa. Ahora las miradas eran trgicas. Se comprenda que los presentes estaban enterados del asunto del drama. Slo Peralta y Olano ignoraban los detalles. No podan soportar el silencio: era agresivo, del mismo modo que lo es el de los combates cuando se suspenden los fuegos, mientras se atisban entre s los irreconciliables. El silencio silbaba como los proyectiles. Olano lo atac. Seora dijo dirigindose a rsula, hblenos de Carlos, cuntenos sus padecimientos. Su voz era vibrante y seca. Debo darles gusto, aunque me har dao revivir los recuerdos...
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Ana, Anita exclam la del perrillo, si no te sientes capaz de or nuevamente .... retrate. Puede causarte mal. No, ta. No me hace dao. Oir ( agreg con una sonrisa delicada). Bueno, bueno. Ven ac Rubi. (Todos miraron de reojo al perro de aguas que intentaba gruirle a Olano). Voy a referirles empez la seora rsula, la manera como lleg a nuestra casa el amigo de ustedes, nuestro amigo. A su madre, a sus hermanas, pueden ustedes referirles mis palabras. Hubo un silencio. Parecan los circunstantes respirar con angustia. rsula continu: Al tercer da del combate se atrevieron las gentes de la ciudad y de sus alrededores a recorrer con calma los sitios de la matanza. Quedaron tan aterrorizados los habitantes, que se olvidaron de los deberes de la caridad cristiana. Las virtudes se entorpecieron con los instintos; pero en seguida se despertaron. Una viejecita que vive por la quebrada de La Iglesia fue de los primeros visitantes del campo. Se desliz por los callejones, entre los rboles, y en la ceja del bosque oy un dbil lamento. Era un herido que con las piernas rotas se arrastraba trabajosamente en busca de lo desconocido. La anciana se acercaba a reconocer los cuerpos tendidos en el camino. Les quit a los muertos algunas prendas. El primer vivo a quien hall fue a Ros; estaba moribundo; su sangre haba brotado en abundancia; luego le llegaron los tormentos del hambre y la fiebre.
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Squeme de aqu, alcanz a decir a la viejecita. Corri sta a su choza: cont a su marido lo que acababa de ver, y con presteza ambos arreglaron una parihuela de varas y juncos, dirigindose al sitio donde permaneca el herido. Con dificultad lo trasladaban, y ya vean la choza, cuando se presenta una partida de soldados ebrios; lanzan palabrotas y groseramente empujan a los conductores de la camilla, la cual rueda martirizando al herido. Quieren rematarlo con las bayonetas. Los viejos, de rodillas, piden por la virgen la vida del agonizante. Los soldados acceden con la condicin de que, si se salva, presenten a Ros en el cuartel. En casa de los campesinos pas unos das. Los viejos le llevaron hilas y cido fnico. Despus fue trado a la ciudad. Lo recibimos en esta casa... Hizo otra pausa la seora rsula y prosigui luego: Era un joven interesante. Nuestros cuidados le volvieron a la vida. Cremos salvarlo. Lleg un da en que cantamos victoria; desapareci la fiebre, las heridas perdieron el color alarmante; pero si el cuerpo se repona, el espritu ansiaba la muerte. Lo invadi una tristeza desoladora. Sentbase en el lecho y peda una guitarra para entonar canciones de amor y de guerra que nos hacan llorar. Sus ojos brillaban con reflejos de acero y parecan enloquecidos; su voz penetraba los corazones. Un da nos cont los padecimientos que experiment despus de ser herido. Iba a cumplir una orden de su jefe. Las balas cru155

zaban el aire candente. De pronto sinti un golpe, un latigazo como con vara de hierro. Su sangre acuda al cerebro, y nada ms sinti... Al despertar reinaba el silencio de la noche. Las estrellas le parecieron muy turbias, muy fras, muy lejanas. Aullaban los perros con fatdico desasosiego y se oan dbiles lamentos. Pas un animal monts olfateando los despojos. Extendi la mano, toc un rostro fro, yerto. Quin sera ese compaero mudo? La luz llegara; la luz iba a presentrselo; pero el sol no tornaba nunca a los cielos negros, donde asomaban las estrellas indiferentes sus pupilas eternas. Los minutos eran aos. Horror, horror! Qu habr sucedido? Dnde se hallaban sus compaeros? Derrotados? Imposible! Su fe en la victoria era inquebrantable. Por qu senta aquel espantoso silencio, y por qu las cosas aparentaban aquel aire de eternidad y de reposo infinito? Grit, llam a sus amigos. Su voz no tuvo respuesta; slo el viento agitaba las hojas de los rboles y haca caer ramas muertas. Crey sentir el ruido del combate, el silbido de las balas al restallar en el viento: era el eco que an resonaba en sus odos; la sangre que volva a sus sienes como una culebra agitada por el insomnio y la fiebre. El sol al fin se levant por cima de los montes. Risuea era la maana, risuea e indecisa. El hambre lo morda, la sed lo devoraba. Mir con ojos de angustia el campo; se bebi los primeros fulgores. Dos cadveres, rgidos los miembros, hinchados los vientres, con las pupilas abiertas y vidriantes, le hacan cerco. Envidi su muerte: para ellos el destino se mostr compasivo;
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pero cmo sufra l todos los dolores! Si pudiera matarse, poner fin a sus amarguras. Se arrastr con grandes esfuerzos en busca de un herido que le acompaase, que muriese con l en un mismo instante. Se arrastr en busca de un manantial, de un charco. Se aproxim a una fuente, mas no pudo llegar a sus ondas, porque le fue imposible salvar un foso que lo separaba de su frescura. Con los ojos desmesuradamente abiertos, miraba las aguas, y en los remansos le pareca ver a su alma cabrillear y baarse, separada para siempre del cuerpo.... Se arrastr luego hacia los manglares de la ceja del bosque. As lo hall la viejecita. Las heridas tomaban mal aspecto; en opinin de los mdicos poda sanar porque la complexin del enfermo era robusta y la juventud es una fuerza reparadora, pero siempre que el espritu se preste a la labor de la naturaleza, y Carlos se empeaba en morir, en acabar a todo trance. Nos peda caf como otros pueden pedir morfina, y mi sistema nervioso se conmova demasiado. Sinti impulsos de locura .... No debo seguir. Ustedes saben el fin de Carlos. Reposa all...! Y la Seora rsula mostr el camposanto de Bucaramanga. A las palabras de la exaltada amiga, cuyo espritu haba recibido el contacto del alma ardiente del difunto y participado de sus alucinaciones, sigui largo silencio.
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Gracias, infinitas gracias dijo Peralta, damos a ustedes en nombre de la familia de Carlos y en el nuestro. Agregar algo sera mostrarnos inoportunos. Se levantaron los visitantes para despedirse. En su silla, en extremo plida, la doncella vestida de blanco agitaba entre sus pestaas los flecos sedosos de las plumas doradas y azules de su abanico que pareca el smbolo de una princesa de Oriente. Cuando estuvieron en su alojamiento, Olano inici as la conversacin: La seora Martnez no deba ciertamente referirnos los ltimos detalles de la muerte de Ros. Y cules fueron? pregunt maquinalmente Peralta. La criada de la casa los ha hecho pblicos en Bucaramanga. Se refiere que Ros en un acceso de fiebre se lanz del lecho a besar a la seorita Ana, creyndola la imagen de su novia que vena a despedirse de su amado. El esfuerzo fue tan grande y la conmocin nerviosa tan fuerte que, rotas las suturas de las heridas, se escap la sangre dbil y fue a salpicar el traje blanco de Ana. No te parece bien doloroso esto? Ah! s. Siempre el amor y la guerra sern los dos grandes juegos del hombre. Los ms peligrosos concluy Olano.

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XV

onaban los ltimos tiros de un combate librado en Pamplona, en el momento en que se present Uribe Uribe sobre las alturas dominantes de la ciudad. Habase dejado en sta una guarnicin de doscientos hombres para defensa de la plaza, que poda ser atacada por los guerrilleros de Mutiscua y Toledo. El doctor Julio Vanegas, estimable mdico que haba trocado el caduceo de Esculapio por la espada, era jefe del destacamento. Como pareciese fcil a los miembros del clero pamplons y a los conservadores, dar con xito laudable un asalto sobre los cuarteles ocupados por los dueos de la plaza, animaron a los guerrilleros de las cercanas que intentaran la sorpresa. Dirigieron las seoras a sus copartidarios una excitacin firmada por las principales, invitndolos a la acometida, y dispusieron algunos pamploneses el acarreo de mantenimientos en las iglesias, las cuales deban ser ocupadas en la noche por los libertadores, para servir en caso de sitio o prolongacin de la lucha. Las llaves de tales iglesias fueron suministradas oportunamente a los que iban a refugiarse en su sagrado recinto, donde se construyeron con materiales
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recogidos anticipadamente, trincheras de buena resistencia. Al abrigo de las sombras penetraron en silencio los guerrilleros hasta sus aderezados reductos, y en la maana an no presente el sol en las ridas serranas, arremetieron a los liberalitos, quienes no se hallaban por completo desapercibidos. Resguardndose dentro de las torres y muros de la catedral, no tanto por oponer baslica a iglesias parroquiales, como por defenderse de trinchera con trinchera. Eran ms o menos quinientos los asaltantes, buenas sus armas y regular su bro. Tras unas horas de fuego cerrado contra los baluartes de los sitiados, determinaron stos silenciar la boca de los fusiles en la esperanza de que los enemigos saliesen de sus parapetos. El ardid produjo el resultado apetecido. Los guerrilleros se abocaron al campo libre, y los liberales abrieron entonces las cerradas puertas, se precipitaron sobre los contrarios y los arrojaron fuera de los arrabales de Pamplona. Sea esta la ocasin de relatar algunos de los hechos realizados en la ciudad, que merece ser colocada entre las ms notables por sus servicios en la guerra. No es el menor haber proporcionado al parque revolucionario cuarenta y cuatro cargas de proyectiles que fueron enterradas por los fugitivos en los momentos que precedieron a su desfile. Por denuncio de particulares se supo que las cajas haban sido depositadas en el recinto de las iglesias y en casas de los desafectos. De la catedral se extrajeron tres cajas de municiones para fusiles Grass. Para efectuar la ronda se pidi la venia del padre Alarcn, encargado por la Curia de la vigilancia
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del templo, y a la pesquisa asisti en compaa del presbtero Gonzlez, a quien se le oy manifestar all mismo, que nos asista perfecto derecho para hacer la rebusca, una vez que no poda negarse la existencia de proyectiles escondidos o asilados en el santo circuito del templo. Afanse el padre Alarcn, protest no ser responsable ninguno de los miembros del clero de haber dado permiso para guardar elementos de guerra en la catedral y no tuvo empacho en atribuir la falta a un humilde carpintero que se hallaba refaccionando deterioros del edificio. Creca su azoramiento al recordar que en la sacrista se ocultaban bajo tierra los aderezos y joyas de ms estima, pertenecientes al culto. Con fe segura tema que los revolucionarios lo despojasen de clices y custodias. Le volvi como suele decirseel alma al cuerpo, al notar que las intenciones de los intrusos no iban hasta menoscabar el tesoro de la iglesia. Respetronse por los revolucionarios las personas y bienes de la clereca; qued en su poder la imprenta de la dicesis, aunque contaminados sus tipos con la publicacin de proclamas liberales, y a los sacerdotes ausentes se les hizo saber que gozaban de las mayores garantas. Los Hermanos Eudistas levantaron en su morada la bandera francesa para evitar que se buscasen pertrechos y armas en sus dependencias. Mas se les advirti no se reconoca la simblica extraterritorialidad, inaceptable a todas luces; acudieron los Eudistas, al tener noticia de lo resuelto, a la residencia del Generalsimo, y con muchas zalemas expusironle los motivos de sus procederes. Gracioso fue para los circunstantes oir a los Hermanos llamar Excelencia a nuestro director supremo.
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Dicho queda que al llegar por segunda vez a Pamplona se hall patente la animadversin hacia los liberales por parte de varios sacerdotes, que facilitaron las llaves de las iglesias a guerrilleros para que se fortificasen en ellas. Uno de aqullos fue retenido en un cuartel, y tanto se ama entre los alegres voluntarios lo decimos con entera certidumbre que manifest con instancia su deseo de seguirnos, sin que fuera posible satisfacerlo entonces. La tipografa de la dicesis imprimi durante nuestra ausencia algunas piezas entre las cuales recordamos ahora un folletito con este epgrafe: Deprecacin al gran poder de Dios, para tiempo de una calamidad. Es todo el escrito una proclama semejante a los cantos guerreros de los profetas judos. Oh Dios y seor de inmenso poder! dice desconcertad los inicuos proyectos de estos hombres impos que se han declarado vuestros implacables enemigos, y por vuestro Santo Nombre salvad a vuestros siervos. Librad con vuestro infinito poder y ayudad a los defensores de vuestra santa causa que confan en vuestro auxilio. Escuchad benigno, oh Padre amorossimo!, la humilde oracin de vuestros fieles hijos, y despachad favorables nuestros fervientes ruegos. Lase cul era la sustancia de la humilde oracin y en qu forma se peda fuesen despachados los ruegos de los creyentes: Y hoy que vuestros siervos, al amparo de vuestra proteccin soberana, quieren libertarnos del poder tirnico de la impiedad, socorredlos, Seor, con aquellos prodigios singulares con que protegsteis a los hijos de Israel, vuestro pueblo, cuando por ministerio de Moiss los sacsteis de la esclavitud de Faran y los llevsteis
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a la tierra prometida a sus padres. Entonces, Seor, extendsteis vuestras miradas sobre los campamentos de los egipcios que armados perseguan a vuestro pueblo, confiados en sus carros, en sus armas y en la multitud de sus guerreros. Los mirasteis, y las tinieblas los rodearon. Sujet el abismo sus pies y los cubrieron las aguas; y vuestro pueblo qued libre de sus perseguidores, por un designio de vuestra voluntad. Por tanto, Seor, hoy que se verifica entre nosotros aquella representacin del Egipto, repetid tambin los prodigios que obrsteis en el Mar Rojo y en la tierra de Canan. Mirad los campamentos: levantad vuestro brazo al frente de vuestro enemigo; estrellad su fuerza contra vuestra fuerza. Caiga al golpe de vuestro poder el furor de los que pretenden violar vuestro santuario, profanar el Tabernculo de vuestro nombre, derribar vuestros altares y apropiarse de vuestros templos. Refrenad sus designios, humillad su soberbia y levantad a vuestros hijos que esperan en vuestra proteccin. Este ser, oh Dios mo!, un monumento de vuestra gloria, porque no consiste vuestro poder en la multitud, sino en vuestra voluntad divina. Vos mandsteis, y cayeron los muros de Jeric; quisisteis, y un Sansn destruy a los filisteos, una Judith libert a Bethulia y quit el terror de Israel dando la muerte a Holofernes. La humilde oracin fue recibida en las alturas donde habita Jehov: en Palonegro las tinieblas nos rodearon; sujet el abismo de la Trocha nuestros pies y las aguas nos cubrieron. Slo que Faran, nuestro Faran, no pereci en el Mar Rojo, y por esta parte el prodigio apenas admite semejanza con el referido por Moiss, pues probado est no se escap un egipcio de la catstrofe, y en nuestro caso s se salvaron muchos, hasta formar hueste; Sansn muri bajo las ruinas del templo, mas an alientan innmeros filisteos, y no hubo
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gracias sean dadas a Marte y a Minerva una Judith para nuestro Holofernes. Con todo debemos confesar que el autor de la Deprecacin, al escribir fue un iluminado bastante respetable, posedo del espritu sombro de un Jeremas moderno. Vase un brote de sus divinos mpetus: Dios y Seor de las potestades, mandad a vuestra milicia anglica en auxilio de los fieles. Oh monarca esforzadsimo, ceid vuestro luciente acero! Revestos de vuestra inefable gloria y hermosura, salid al combate, venced, triunfad y subid a vuestro trono! Nos parece estar escuchando a un Napolen de los ejrcitos celestiales en momentos de anarqua cerebral. Quien as habla debe ser por lo menos abuelo de Jehov. As y todo el folleto lleva al pie de la ltima pgina la aprobacin del seor Obispo de Pamplona, quien concede cincuenta das de verdadera indulgencia por cada vez que se recen (las preces insertas) devotamente. Y como le fuesen ledas al Generalsimo, y existiese un decreto sobre prensa, expedido en Bucaramanga, en el cual se prohiban las publicaciones inconvenientes, hzole dirigir al seor Obispo un oficio en el cual le exhortaba a evitar en lo sucesivo que viesen la luz pblica escritos de ndole semejante a la censurada por la Direccin de la guerra. El seor Obispo contest del modo ms correcto y caballeresco, sin empearse en demostrar la inocencia del folleto, lo cual pareci inteligente y cristiano. Haba en Pamplona, segn nos refirieron varias seoras, una congregacin de Hijas de Mara, formada
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en su mayor parte de damas liberales y dirigida por un sacerdote tolerante y benvolo. El que fuesen hijas de Mara o de la Adoracin, bien estaba; mas el ser liberales las devotas, produjo mala espina en el nimo del cielo y de algunos fieles. Era posible que las Maritas o adoradoras implorasen en las misas que les deca su director espiritual el favor del Dios de los Ejrcitos en auxilio de sus copartidarios; y quin aseguraba que El no vacilaba entre los bandos contendores dado que fueran humildes las oraciones de las radicales? Para resolver dificultades se dispuso la dispersin de las Maras, y as se dej al Eterno en libertad para ceir su luciente acero. Tales muestras de fanatismo medioeval causan tristeza en los espritus que aman la patria y consideran necesario y eficaz el concurso del clero en la obra de civilizar las masas populares. Muchas veces se ha dicho que el sacerdocio colombiano debe elevarse en la prctica de su misin evanglica, ser una clase verdaderamente respetable en la sociedad por la alteza de sus miras y la educacin de sus instintos. La Repblica y las tendencias de la poca exigen de su parte labor muy diferente de la de fomentar las pasiones oscuras de las luchas religiosas. Entre nosotros su puesto es sealado y su tarea puede ser ms benfica que hasta el presente lo ha sido; goza del respeto que en otras sociedades ha venido perdiendo y a sus energas cristianas se abren terrenos apropiados al cultivo de todas las virtudes. En este pas no hay socialismo ni anarquismo; el pueblo escucha la voz del sacerdote, y la nacin entera lo considera y atiende. Nadie le pide al clero que renuncie a
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combatir las ideas o manifestaciones de la cultura moderna opuestas a sus enseanzas; nicamente se desea que no abuse de armas anticuadas y disonantes en el actual estado del mundo. Los liberales colombianos no somos enemigos de la Iglesia ni de sus sacerdotes. Ojal florezca como el rosal mstico: se llene de flores y de aromas; produzca Velascos y alcance todos los frutos de sus buenas siembras. Elemento civilizador por excelencia cuando se mantiene en las praderas evanglicas, anhelamos su ayuda en el empeo de sacar al pas de la postracin en que lo sumi un imbcil despotismo. Nuestro respeto por los ministros de la religin se ha hecho visible en los das de esta brava contienda. Dondequiera que los revolucionarios hallaron un cura en ejercicio de los deberes de su ministerio, le atendieron con manifiesta buena voluntad, le tuvieron las consideraciones debidas. Agradecidos quedamos de muchos sacerdotes que nos ofrecieron su techo y nos probaron que alientan en los humildes pastores de las aldeas generosas virtudes difciles de encontrar en los palacios. Ya sabamos que el prroco que abandonaba su grey al tener noticia de la aproximacin de los liberales, o era de los fomentadores de discordias en su rebao por asuntos polticos, o de los que empuan el trabuco al modo del carlista Santa Cruz, de clebre historia, y en la pelea, as salen de sus labios voces de mando como de sus fusiles bocan adas de fuego.

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XVI

e movieron los liberales hacia Cucutilla descendiendo la escarpada va de Los Callejones. Luego, por el camino que bordea el rumoroso y limpio Sulasquilla, avanzaron hasta Arboledas, un pueblo bonito, rodeado de cmbulos que erguan sus copas recamadas de rojas florescencias. En sus cercanas se confunden el ro de su mismo nombre y el antes mencionado, los cuales forman en seguida el Zulia. A Salazar entraron nuestros batallones pocas horas despus de haber abandonado el sitio las fuerzas enemigas, que fueron a ocupar las posiciones de Gramalote y Tern, cuidando de tener expedita la va de San Pedro a Ocaa, la vanguardia, que continuaba dirigida por Uribe Uribe, apresur la marcha hasta El Hato y las colinas aledaas desde las cuales se divisaban las toldas de Domnguez. Con laudable actividad el Generalsimo haba ordenado al general Rafael Leal que, dejando a Ccuta, se moviera hacia el alto de La Canal, eminencia que destaca sus picos abruptos encima de Gramalote. De un vistazo reconoci Uribe Uribe la posicin y estado del enemigo, y como comprendiese que su objetivo al acampar en aquellos puestos era rehuir el combate en caso de no acercarse en breve tiempo Casabianca, quien quedara
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a nuestra espalda, coloc dos cuerpos de tiradores en la loma de La Chuspa y en sus repliegues para inquietar al contrario con sus fuegos y evitar que, a lo menos durante el da, emprendiese la fuga. Corre al pie de los cerros citados el Peralonso, haciendo ngulo saliente sobre Gramalote, a distancia de cerca de tres leguas. En la casa de Tern y en las vegas del ro estaba situado el grueso de las fuerzas enemigas. No tard en observarse que su intento era evitar el choque, y para cumplir su deseo fue destruido el puente sobre el Peralonso, medida que haca imposible la disputa del paso. Era preciso empear el combate en forma prctica por Gramalote. Mas antes de continuar en el relato de este extraordinario hecho de armas, debe hablarse de un incidente que lo precedi y que, con apariencias de insignificante, fue decisivo en el triunfo. Cuarenta y ocho horas antes de empezar el ataque, Uribe Uribe insinu al Generalsimo la conveniencia de redactar un parte anticipado hacindolo imprimir en Salazar para repartirlo por Arboledas y Cucutilla, y desconcertar as a Casabianca, dndole a conocer la prdida de las fuerzas de Domnguez. Aprob el Generalsimo el ardid y dispuso fuese rotundo el sentido de las declaraciones de triunfo contenidas en el boletn. Se haba descubierto en la casa del seor Yez, rematador de aguardientes en Salazar, una imprentita que servira para el objeto apetecido. En una pieza de la granja de El Hato, donde acampaba el Estado Mayor, Uribe Uribe dict el parte de la futura victoria. Mandse a un cajista, Alejandro B. Garcs, acompaado de mi
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batalln, y en pocos minutos qued impresa la hoja, distribuida por la va en que marchaba Casabianca, llega a sus manos, la lee, y desconcertado, figurndose con justos motivos que los liberales de Domnguez volveran inmediatamente contra l sus armas, vacila, retrocede a tomar parapetos trocando de nuevo la ofensiva por el principio opuesto. La imaginacin se entorpece cual ninguna otra facultad entre las brutalidades de la guerra. Conservarla siempre viva es propio de verdaderos capitanes. Sin duda, la guerra tiene una parte divina. Entretanto, Leal sale de Ccuta con sus 600 soldados, y Uribe Uribe y Benjamn Herrera reciben orden de atacar a Gramalote, castillo inexpugnable, nido de hurones encaramado en los Andes. Deja su campamento de El Hato el Generalsimo, pero apenas haba caminado una legua se siente enfermo y sus compaeros se ven en la necesidad de trasladarlo a un boho de la ruta. Qu ha sucedido? Su vigor quebrantado a los 72 aos de edad por los rigores del pramo de Mogorontoque, experimenta grave desfallecimiento. Segn declara all el doctor Miguel de la Roche, padece un sncope alarmante. En tales aprietos llega el General Rogelio Lpez, vecino de Salazar, y le espeta al Generalsimo la noticia de hallarse en La Regadera, es decir, en Ccuta, la vanguardia enemiga. Cmo, acaso poseen alas, son hipogrifos que corren parejas con el viento los soldados salidos se Onzaga?
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Imposible! observan algunos de los presentes. Sin embargo, el Generalsimo da crdito a la nueva, y entre el sopor de su malestar fsico dispone se le enve contraorden a Leal y hace tocar alto y frente a los batallones que, pasado el puente de El Caimito, iban hacia Gramalote. No oyen el toque del clarn o no lo atienden. La marcha contina. Eran las doce del da 2 de febrero. A las cuatro le comunican sus tenientes haber sido tomada la formidable posicin defendida por los gramalotes y parte de las fuerzas de Domnguez al mando de Hoyos. La plaza es ocupada primero por Leal, en seguida por Benjamn Herrera, Camacho y Uribe Uribe. Saluda ste con un viva! a su bravo compaero y le dice: General, persiga usted a los desbandados por la va de San Pedro, yo voy a Tern. A Tern!, los que deseen seguirme agreg, dirigindose a sus Ayudantes de campo. Conoca sin previa inspeccin los diversos senderos de Gramalote. Sin ms demora por aqu!, grit, y espole su cabalgadura. Haba recorrido largo trecho cuando le manifest el general De la Roche que la tropa no los acompaaba, y le pidi permiso para hacer tocar pasitrote. No se necesita contest Uribe Uribe. Apresurmonos porque se fuga Domnguez. En las viviendas del trayecto averigua si ha pasado alguno de los defensores de Gramalote. La negativa de los campesinos lo afirma en el pensamiento de que el jefe enemigo ignoraba el abandono de la plaza. El ca170

mino es tortuoso y sombreado por bosques. Al divisar las tiendas de Tern se vuelve al grupo de oficiales que lo escoltan y les hace quitar las divisas, insinundoles al mismo tiempo: griten vivas! a Casabianca. As arriban a la casa en donde permanece el Estado Mayor de Domnguez. Uribe Uribe se aboca a la puerta y lanza como una bomba su nombre: Deme un abrazo, mi general, entrgueme usted su espada y rndase: yo soy Rafael Uribe Uribe. mande usted rendir a todos estos seores (los jefes, oficiales y tropa que estaban en Tern y que hacan cerco a Uribe Uribe). Nunca un hombre de temperamento sanguneo se ha puesto ms plido que Domnguez en aquella ocasin. Pasado el primer instante de sorpresa, los oficiales que se hallaban dentro del edificio tomaban sus carabinas; antes de darles tiempo de dispararlas, una descarga hecha por los compaeros de Uribe Uribe tiende a dos o tres de los asaltados. La situacin de los liberales era all de inminente peligro. Menos en nmero, aunque la audacia los conduca, bastaba se impusiesen los batallones enemigos de su presencia en la casa para que, avanzando pocas cuadras, trocaran el papel de prisioneros por el de vencedores. El momento fue de suprema inquietud para los liberales. Si no se apresuran a desarmar a los liberales, si no se distribuyen haciendo alarde de serenidad, al reaccionar los sorprendidos las cosas hubieran tomado un cariz nada halageo.
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Al fin llegaron las tropas revolucionarias, a menos de tres cuadras de las de Domnguez, colocadas en las riberas del Peralonso, sostenan intil combate con Gaitn y el Maceo, situados en La Chuspa y El Saladito. Todo su empeo tenda a enviar pasasen el ro e ignoraban la prisin de su cabo. El veterano Soto Ortega, Comandante del Gaitn, ajeno a cuanto estaba sucediendo, no desista de hacer fuego, y ahora ste rebotaba sobre sus amigos. En vano se le toca cesar los fuegos con la seal de su Divisin. Arrecian sus descargas, porque desconoce la voz de la trompeta y ya sus contrarios haban acudido a lo mismo en son de ardid. Gritan los oficiales de Uribe Uribe vivas a su jefe. Nada; Soto Ortega se enfurece por conocer las artes, gastadas por lo repetidas, de las tropas conservadoras. Las balas del Gaitn hieren a varios. Por desgracia no estaba all Guillermo Pramo, el corneta de Uribe Uribe, conocido de todos al tocar su vibrante requinto. Desafiando el ms doloroso peligro, el capitn Diego Mrquez atraviesa el ro para imponer a Soto Ortega y al Jefe del Maceo, coronel Varela, de lo acaecido en Tern. Viose obligado el general gobiernista a dirigirse a sus propios soldados para comunicarles la entrega, por hallarse l prisionero y el ejrcito revolucionario dueo del campo. Protestaron los subalternos con nimo de perecer en la ocasin, mas su jefe les observ los en-

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volva un ejrcito superior en nmero, el cual reclamaba los derechos de la victoria. Triste debi ser para los sometidos desarmar sus batallones. El coronel Ricardo Restrepo Uribe, quien mandaba el Medelln, derram lgrimas que honraron la sinceridad de sus convicciones. Se le dej en libertad plena. Mayor disgusto experimentaron al ver a sus soldados aclamar a su vencedor y seguir alegres bajo sus banderas. Espantosa es la guerra para los corazones buenos que asisten a sus matanzas entre hombres conducidos a ellas por su voluntad y con la conciencia del valor de su sacrificio; supremamente horrible para quien arrebata de sus hogares a los humildes y los empuja a la muerte contra su querer, contra sus hermanos y contra sus amigos. Para los que en la empresa de sostener intereses mezquinos, ambiciones sordas y odios seculares y tristes, arrastran a los combates a los hombres, no existen penas suficientemente graves en lo humano. A la contienda asistimos muchos animados de poderoso sentimiento de amor a las multitudes ignaras. La Revolucin en Santander nunca reclut por la fuerza sus soldados. Jams se castig un desertor. La certidumbre que tuvimos de esto aliger responsabilidades y reatos de conciencia en muchas almas. Volvamos a Tern. Recogidos los elementos proporcionados por la victoria, torn Uribe Uribe con sus legiones en busca del Generalsimo, alojado en el puente de El Caimito.
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En el cerebro del audaz vencedor germinaba un nuevo pensamiento: volver contra Casabianca, cuya tropa deba encontrarse debilitada en su moral, y obligarlo a combatir o a emprender marcha de regreso al Chicamocha. El Generalsimo no opinaba del mismo modo, y sin aguardar a Uribe Uribe, continu su camino con las Divisiones de Benjamn Herrera, Leal y Sarmiento. En Cornejo, orillas del Zulia, dbil y enfermo esper a su teniente. La escena del drama que all se represent parecise a la ocurrida en Pamplona el 25 de diciembre. Le entrega Uribe Uribe al Generalsimo Vargas Santos las espadas de los generales prisioneros y en explosin cariosa le manifiesta que el triunfo se debe a los esfuerzos, a la tenacidad y a los planes del Generalsimo. Conmovidos se abrazan los dos caudillos. Ah, si los sembradores de cizaa hubieran sido arrastrados en ese momento por las ondas de aquel ro que salpic nuestra sangre!... pero calle la musa de las recriminaciones estriles, y sanos dado decir con el poeta cantor de la fatalidad de los pueblos: No hay compasin ni tregua en el combate Con tu legin de inicuos, oh Fortuna! Llegar a Ccuta, estacionarse en Ccuta; slo esto apeteca el Generalsimo. Era una como obsesin de su cerebro. No tema los peligros de la propagacin de la fiebre amarilla entre sus soldados; Ccuta, costare lo que costare, Ccuta! Y nos entramos a Ccuta, la de los arizes de rojas floraciones, la de los guarupos
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semejantes a canastillas nupciales, a la ardiente sulamita del Zulia. El pueblo aguardaba a los jefes vencedores; a todos los quera recibir con alborozo, especialmente a su dolo, al de la audacia, al hroe que hablaba con timbre de proyectil al clavarse en la madera. Se dirigi a la multitud para convencerla de que l no era all el triunfador sino el benemrito patriarca, y rehusaba las coronas porque, en justicia, deban ser para la frente del anciano caudillo.

Hagamos otra digresin para conversar de las censuras que frecuentemente se le dirigen a Uribe Uribe. Quizs ningn hombre pblico ha sido en Colombia motivo de mayores ataques de amigos y de enemigos. Los grandes obstculos que dondequiera se le oponen estn en razn directa de sus mritos y de los entusiasmos que despierta. Su energa incansable precipita a veces la accin a muchos fines; su falta de pereza le impide dejar en reposo los pensamientos en su cerebro, siempre vibrante; tiene la terquedad de los vascos; casta de la cual quizs proceden la mayora de los pobladores de Antioquia; ama demasiado la lucha y se complace en derribar enemigos; se yergue con arrogancia sobre su yo, y esto no lo perdona el inmenso nmero de mediocridades que pululan en las democracias criollas; no puede permanecer con los msculos inactivos, que dice Nietszche al
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hablar de los hroes; lo desconcierta su gloria; no cree nada imposible; suele olvidar como Bolvar y Santander el valor del silencio; se inquieta por las crticas de pequeos malquerientes; parece soberbio, cuando es humilde; manda con dureza, y en la campaa perdonaba pocas faltas; combina con serenidad admirable el plan de batalla, y ya en la brega se exaspera su sangre; no conoce el miedo, no tiene la localizacin correspondiente a l en el cerebro, y esta cualidad sorprendente, apenas propia de los dioses, choca mal al comn de los hombres; no podemos soportarla en quien rene al valor una inteligencia poderosa. Refiere el general Marbot que entre los aplausos tributados por Napolen al Mariscal Lannes, observaba que tal vez no llegara a ser un gran Capitn, por la sola falta de permitirse disputar con sus subalternos. Supo Lannes lo dicho por su Emperador y corrigi su defecto. La muerte lo detuvo en el camino de triunfos, sembrado en plena juventud de los laureles guerreros. Si no existe, ni existir podra, paridad entre nosotros y Marbot, y entre las campaas y los ejrcitos de Napolen Bonaparte y las campaas y ejrcitos de nuestra humilde contienda de libertad, s existe semejanza entre Lannes y Uribe Uribe, aunque fuera slo por su bravura y porque de ambos se dir que disputaban con sus inferiores. Los adversarios han calificado la audacia de Uribe Uribe en Tern de felona impropia de un valiente y
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de contraria a las prcticas del derecho, permitidas a los beligerantes con el fin de obtener la victoria por medios lcitos. tos: A la censura, oponemos los siguientes argumen-

1. La sorpresa se efectu dentro de los accidentes de un combate, en el cual haba de esperarse la estratagema o malicia del enemigo. 2. Caba en lo posible que Gramalote fuese posedo por los liberales durante la lucha, y por consiguiente, el General Domnguez deba suponer que tomada la plaza sus expugnadores trataran de sorprenderlo por la espalda. 3. Por torpes que Uribe Uribe considerase al jefe de Tern y al defensor de Gramalote, siempre imaginaba que el uno aguardase el evento de la prdida del sitio y el otro tuviese precaucin de comunicarla a su compaero. 4. Las fuerzas enemigas haban usado en otros combates y en aquel mismo, de gritos falsos, de las ajenas seales de clarn y del uso de la bandera roja: su astucia debi prevenirlas contra las represalias. 5. Uribe Uribe al acercarse al campo enemigo en la sola compaa de treinta o cuarenta oficiales, desafiaba peligros ciertos. 6. Es evidente que Domnguez tuvo conocimiento de la toma de Gramalote por el telfono establecido entre el pueblo y su tienda de campaa. Por qu
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no se previno? Tal fue la inculpacin que le hizo su segundo, el seor Jos del Carmen Villa. La estratagema de Tern no puede considerarse igual a la ejecutada por Lannes otro de los Mariscales franceses cuando, deduciendo la celebracin de una tregua entre el general austraco y el Emperador, lograron hacerse ceder el paso del Danubio, porque en esto no exista peligro y era un autntico engao. Los censores de Laureano Garca, quien no retuvo a Uribe Uribe en un buque en el Magdalena cuando el jefe liberal pas a bordo a conferenciar por llamamiento de su contrario, ignoran la hidalgua del valor militar y se equivocan al establecer semejanza entre el ardid perfectamente permitido por el jus belli, y el desafuero que hubieran deseado se realizara en el otro caso. En nuestro diario se halla este prrafo, el cual ha de servirnos para dar fin a las impresiones sobre Tern: Febrero 2 -Ped la venia al general Vargas Santos para seguir a Gramalote con el batalln Casanare. A las siete de la noche llegamos al pueblo. Una que otra bala rebota en las piedras de las calles. Soldados ebrios circulan por ellas, y se ven puertas rotas y tiendas saqueadas. Los jefes no pudieron evitar que al verse libres sus tropas, despus de un violento empuje de bravura, bebieran aguardiente de inmensas cubas colocadas en el Estanco. La pugna contra Gramalote, las pasiones enardecidas con el triunfo y el fuego comunicado a las entraas por el licor alcohlico, los deseos de venganza en quienes sufrieron el saqueo de los gramalotes en
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otras guerras, excitan a los soldados al despojo brbaro de las casas de los vecinos. Por suerte no han cometido violencias contra las personas. Los jefes no saben qu medida tomar para contener el desorden. Echan maldiciones sobre los defensores de la poblacin por haber dejado esas grandes pipas de aguardiente. Ellos estaban borrachos tambin y se mataron unos con otros por rencillas caseras observa un extranjero. El Coronel Manuel Jos Nieto y yo hacemos salir del Estanco, auxiliados por el Casanare, a los ebrios. Vertemos por coyabradas el maldito aguardiente, y conducimos a sus cuarteles a los dispersos. Distribuimos el Casanare en patrullas. Qu noche! Dios mo! Me planto contra una ventana a mirar el horizonte de los cerros donde palpita el misterio; luces como cocuyos atraviesan los matorrales. Un tiro suena. El corneta del Casanare, borracho tambin, es herido; acudimos a recogerlo; la bala le rompi la corneta; el disparo sali del fusil de otro ebrio. A cada instante me figuro han de bajar los gramalotes a rematar en su sueo torpe a los incautos vencedores. Me refieren que hace precisamente tantos aos, en un 2 de febrero, fiesta de la Purificacin, los habitantes de este pueblo saquearon a San Andrs, en Garca Rovira. No observo nada. Para qu? Hay momentos en que las multitudes no oyen sino la voz de los instintos y sera intil recordarles las virtudes suaves y generosas. Y en otro lugar del mismo diario, bien adelante, se lee:
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Cchira, julio 20 Hemos sabido por desertores del enemigo, que Ccuta fue tomada a sangre y fuego. La ciudad sufri todas las torturas: la saquearon, rompieron las mesas de mrmol, los espejos biselados. Ni siquiera respetaron a las familias que aguardaron su entrada.

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XVII

os haba sorprendido la noche en la marcha, una noche de horizontes resplandecientes, acerados y firmes, surgidos de las reverberaciones del mar, extendido all, muy lejos, detrs de las selvas color de humo dorado por entre las cuales corren el Catatumbo y el Zulia. Los sorprendi la noche a orillas del Peralonso, que se precipita con rumor sordo y reconcentrada clera formando tumbos entre las piedras. Las lucirnagas, temblorosas chispas de luz verde, pululaban en el ambiente de olores de osario, o se detenan en las campnulas moradas florecidas en los grumos de follaje dispersos en las veredas amarillentas y solemnes. La luna apareci, y su lumbre sugestiva al iluminar los rboles y las ondulaciones del camino, prest al cuadro de la naturaleza ocre, de tierra caliente, un aspecto melanclico en que se senta transitar un alma taciturna. Pasaba la tropa por el campo teatro de batalla cincuenta das antes. Los soldados iban rememorando los detalles del formidable choque. Se acercaban al clebre puente que resplandeca con sus blancas paredes mordidas por los proyectiles.
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Y pisaron los despojos de los muertos en la lid. Albeaban los huesos insepultos; las calaveras blanqusimas, como de hombres jvenes, con los dientes intactos, brillantes y apretados; los fmures y las tibias limpios de todo nervio por el pico de las aves de rapia; los costillares encorvados, como de animales que no se han disuelto bajo la tierra en estrechos sepulcros donde los gusanos corroen las cales y fosfatos, donde nuestra madre silenciosa se asimila su pitanza; las manos con la piel convertida en pergamino, en guante, por entre cuyas costuras sacaron los cuervos la carne, dejando los dedos separados, distendidas sus cuerdas como amenazantes, como dolientes, como dispuestos a levantarse y a herir a sus profanadores. Aquello espeluznaba, produca en Jorge Peralta un escalofro inarticulado, una compasin infinita que le hacan creer era su alma el asilo piadoso de las almas de los muertos insepultos Los soldados rean sin leer en el cuadro otra lnea que la grotesca, sin que la poesa de la desesperanza, la rememoradora de los sacrificios intiles, de los esfuerzos estriles, les revelase una nota de su ntimo sentir, hondo y triste, sin que se escapase de sus labios la queja del desengao en presencia de la ingratitud de los hombres, de los dominadores, de los amos. Indudablemente, pens Peralta, las multitudes son extraas al dolor de lo pasado y slo en los rasgos permanentes de su fisonoma moral se reflejan en pueblos y en razas las tristezas, los infortunios de los rebaos sometidos a la sombra del despotismo, de la miseria y de la muerte.
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A quines pisaban? Bah!... los despojos de los enemigos, de los odiados, puestos all para manjar de gallinazas y gavilanes. Y se rean diciendo gracejos mientras colocaban los crneos vacos en estacas a la vera del camino. Las calaveras estupefactas, con sus ojos recnditos y sombros y sus maxilares sardnicos, movan a veces los dientes cual si masticasen una frase. Mordaz debera ser la palabra escapada de una boca de esqueleto. Peralta se estremeci al pensar en el apstrofe que poda surgir de repente en las bocas sin carne, sin vida. El ro agitaba sus olas espumosas sobre los peascos y las races de las ceibas y los psamos. Gema ahora con doloroso mugido de bestia prisionera. Peralta dejando libres los impulsos del ensueo, se imagin ver una fantstica ronda de esqueletos, una danza macabra urdida a la luz del astro color de perla hmeda, filtrada al travs de los rboles dormidos. Las calaveras animadas por voz inaudita buscaban su centro en el armazn de los huesos. Incorporbanse tibias y perons, vrtebras y omoplatos, fmures y cbitos, e iban en bailoteo sonoros a ocupar sus antiguos sitios. Chocaban las coyunturas con ruido de dados en manos de jugadores expertos; producan los huesos chasquidos de porcelanas que se rompen; gesticulaban las fauces escuetas, y las manos enguantadas en su propio pergamino, aristocrticas en su palidez muerta, finas, delgadas, como dolientes, le llamaban, le hacan signos para que se acercase. Iban a decir una palabra...
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Mas, de pronto reson en el bosque una msica brbara, una charanga armoniosa en su desarmona, cual compuesta por un Wagner alimentado con savia de los montes; una msica flexible y salvaje, airada y tierna. La procesin de esqueletos danzaba a los acordes de la orquesta escondida en las selvas. Eran instrumentos indgenas, gaitas y pfanos primitivos que expresaban en sus acentos, en sus voces ingenuas, la pesadumbre de una raza vencida, la amargura de la esclavitud y la ira de los que luchaban antes de someterse al yugo extranjero, antes de permitir la persecucin de sus dioses y el despojo de sus heredades. El bimburrio pareca absorber sus sonidos profundos en su nima, y las maracas le contestaban con notas secas y speras; los chimborrios, los tringulos, las guacharacas, los chuchos, las panderetas, atronaban el recinto selvtico con sus agrestes explosiones. El ro expela su vaho lento y su mugir sordo. Las gaitas, las castauelas, las ocarinas y los tamboriles daban las notas suaves, las que mejor decan la melancola de las razas extintas en el amanecer de su vida. All escapbase la queja de chibchas y taironas: de panches y chimilas; de chitareros y pijaos; la clera indomable de calarces y nutibaras; los mseros vagidos de las tribus errantes que van con el carcaj y la manta por las selvas indianas. Peralta senta llenarse su espritu de angustia sagrada, de temor semejante al causado por las enfermedades
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divinas. No era un sentimiento vulgar; era la poesa gris, ansiosa, atrayente; la senta penetrar en sus nervios habituados a vibraciones exticas. Sus imgenes angustiadas, sus pensamientos compasivos creaban a su alrededor fantasmas torturantes y visiones enloquecidas. Su espritu, bien lo comprenda l, estaba all solo, aislado, y no participaban los dems de sus emociones. Qu habran hecho los soldados si hubieran visto la escena del campo de batalla desde la ventanilla extraordinaria abierta por l, Jorge Peralta, a las vaguedades del ensueo? Tirar las armas y las banderas renegando de conquistar una libertad engaosa que nunca alegr las viviendas de los pobres con la luz de sus enseanzas, con el fruto de sus victorias. Para qu morir con el pecho erguido, disparando el fusil contra los otros? La libertad era una mentira. Cundo haban sido ellos libres? S... cundo! Vinieran los jefes a sostenerlo delante del montn de huesos hollados por sus plantas irreverentes, sin conmoverse en presencia del dolor que auguraban aquellos restos blancos, agresivos. Los pobres voluntarios ni siquiera merecan sepultura, dormir todos en una fosa. Los soldados eran bagazo, caas que despus de rendir su juego, su sangre, nada valan, nada significaban: pasto de los galembos (Chulos), despojos que iban a danzar a la luz de la luna en el campo del triunfo. Peralta pens: Si a estos hombres se les ocurrieran mis meditaciones, si no fuesen tan sanos para ignorar las cosas punzantes, se rebelaran furiosos. La desbandada de la Columna, eso nunca! Tambin era l de los amos y de los que van adelante por encima de los cadveres!
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Para desterrar cualquier asomo de disgusto en los voluntarios, le propuso su imaginacin un medio magnfico. Se acercaban a los estribos del puente por donde pas con palidez cesrea el general cuyo recuerdo haca chispear los ojos de sus soldados con el fuego de un herosmo latente. Descubrmonos al pasar, muchachos, y que los clarines saluden al puente con los honores de General en jefe. Los soldados rean con la risa cristalina de fuente limpia, propia de almas sin complicaciones. Slo lean la nota alegre, la caricaturesca, la ms exacta, la ms humana. tal. Realmente Peralta se hallaba demasiado sentimen-

Presentaron las armas y las trompetas tocaron la marcha de triunfo. Los voluntarios rean al marchar alborozados entre el ambiente tibio de la noche, y Peralta continuaba mirando las manos envueltas en su propio pergamino, las manos finas, aristocrticas, en su palidez muerta...

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XVIII
camp la mayor parte de las milicias en la ciudad. Y el resto en sus afueras; ms tarde en El Balconcito, Los Vados y otros puntos. A instancias de los jefes divisionarios, quienes no vean peligro en avanzar, dispuso el Generalsimo la ocupacin de las cercanas de Chincota y de Bochalema en una larga lnea de defensa. A medida que los liberales avanzaban, retrocedan los contrarios, al parecer nada dispuestos a la resistencia. Al enterarse de nuestra falta de accin optaron por construir atrincheramientos en Chopo, El Oso y los desfiladeros vecinos, en serie de posiciones afamadas. Nuestra permanencia en Ccuta, desde febrero hasta el 23 de abril, fue verdadera desgracia para la Revolucin, a pesar de que las apariencias engaasen por el momento con ventajas diferentes de las resultantes de la accin en la guerra. Ccuta fue Capua para los liberales; mas no porque las tropas se entregasen a la molicie, sino porque los enemigos aprovecharon el tiempo de nuestra inactividad emplendolo en sanar el nimo de sus soldados y
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en acarrear nuevas fuerzas enviadas desde las ms distantes comarcas de Colombia. As llegaron a circunvalar la regin ocupada por los liberales. Qu se propona el Generalsimo al reconcentar sus fuerzas en Ccuta despus del glorioso combate de Tern? Claramente manifest su pensamiento a los subalternos. Su plan consista en la expectativa de acontecimientos en gestacin en otros puntos de la Repblica y en la espera del armamento comprado por el seor Jones. Pasaban los das ocupados en la resolucin de pequeos incidentes, entre el sopor del ardoroso clima y la escasa inventiva de los personajes principales. El armamento no llegaba. Era aguardada la correspondencia de Maracaibo como el man del cielo. El armamento no asomaba por el horizonte. El doctor Focin Soto, quien se haba decidido a entrar en la revuelta, disputaba el precio de los cartuchos y el Rayo, el soado buque, el fantasma de los mares con su can de dinamita, se esfumaba en las lejanas de nuestros anhelos. Su compra en Inglaterra se hizo muy tarde, porque muy tarde en hora oportuna e inoportuna se decidieron los antiguos directores de la poltica a entrar en la aventura de la guerra. Los das pasaban en la tarea de organizar un gobierno de mentirijillas, un gobierno en el que era ministro universal el primer ayudante del Director Supremo, un caballero empleado antes de la guerra por el General Vicente Villamizar, en la apertura de un camino del
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Sarare. l firmaba los decretos, las notas, las cartas del Supremo, redactadas a veces por un Antonio Jos Restrepo o un Villamizar Gallardo. Siempre pona: El General, Primer Ayudante General, luego su nombre. Sus rdenes prevalecan sobre las de Uribe Uribe y Benjamn Herrera, Soler Mario, etc., y buen cuidado se daba en hacerlas sentir sobre sus inferiores. Era, por ltimo, el amigo intimo e indispensable del Generalsimo. Aquel simulacro de gobierno adoleca de inanidad y toques ingenuos, y por todo l trasegaba un espritu de mediocridad en auge, de campechana burguesa. Fue lamentable el ensayo, ciertamente lamentable. No alcanzaron a libertarlo de ser caricatura la grandeza de la causa defendida en las batallas, la elegancia y distincin de las mujeres de Ccuta y el destacarse de cuando en cuando en los esbozos grotescos una cabeza donde se adivinaba el pensamiento, o se vea la rama de laurel y encina. Tiene el Generalsimo la creencia de que haciendo las cosas trivialmente, sin comunicarles elevacin, aparece uno dechado de modestia. As se les daba a los asuntos en Ccuta un tinte de trivialidad desesperante, sin perjuicio de or sonar la suficiencia en quienes menos podan cultivarla. Situ su cuartel General en Las Lomitas, donde pasamos los mejores ratos de la campaa los a lateres de la Direccin Suprema. Quedan Las Lomitas en las inmediaciones de la ciudad, en la va frrea, a pocos pasos de la frontera.
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Cuntas veces desde el corredor de la posesin de la seora Villamizar de Serrano, mientras las brisas del Tchira se regocijaban en los quitasoles de los cocoteros y en la amplia copa de los mamoncillos; cuntas veces mientras el aroma embriagador de los mirtos saturaba el ambiente, nuestro espritu presinti desastres. El Generalsimo quiz soara en victorias desde su hamaca mecida por el soplo perfumado. All estaba el llanero en su elemento. Palmeras erguidas y flexibles decoraban el cielo con sus encajes de oro baado por un polvillo de azul dbil; madroos fornidos donde sentaban sus parlamentos los guacamayos y los loros, indianos insufribles; pasaba por el corral a tarde y a maana, camino de la dehesa de suculento pasto par, el toro con su vacada, un gigante de piel blanca lustrosa, con manchas negras, digna de un sultn de las llanuras sin trmino donde el sol surge con un bote de escudo sangriento, la tempestad agita las crines poderosas y cada jaguar es un contendor dispuesto a combatir contra las retorcidas astas. Pensaba el Generalsimo en sus fundaciones, en El Misms; en El Limbo, dos vastas haciendas recorridas por su imaginacin nostlgica. Acariciaba en sueos el lomo de sus greyes dispersas en el llano como pueblos de sencillas costumbres. Las vea dormir escampadas del sol irascible a la sombra de rboles solitarios y en el disfrute de la libertad indmita de la vida de los desiertos. Recalentaba en su mente el recuerdo de sus arrendajos y de sus turpiales que venan a picar la fruta en su mano y a prodigarle sus caricias. Oa la tralla
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de sus cazadores correr por la llanura husmeando las huellas del jaguar o del venado; y los vea tristes por la ausencia del amo, volver con los ojos bajos y la cola decada a echarse al pie del lecho. De repente murmuraba frases a media voz, sin sentido, o cantares de su Llano. Haba sido, pensbamos incalificable crueldad, sacar del regazo de sus hatos al buen patriarca para lanzarlo al torbellino de la discordia, a que sufriese las penalidades de la campaa. Pero tantas veces haba empuado la lanza o el fusil, que tambin las refriegas de la tierra y sus quebrantos formaban parte de sus remembranzas y de sus querencias. Las armas no venan, y del no venir se felicitaban los enemigos, que al paso iban juntando batallones a batallones en sus reductos de Chopo. Como no se dispona de tiempo, se prescindi de pedir ganado a Casanare, cartuchos de rmington a las Antillas y se olvid arreglar un vestido para las tropas. Cuando se hizo lo ltimo fue ello de prisa y con precarios medios. Se expropiaron los fondos del Lazareto en la seguridad de poderlos devolver con sus intereses. El dinero se necesitaba para enviarlo al general Siervo Sarmiento, con el objeto de pagar la artillera del Rayo. Se tomaron los rendimientos del Ferrocarril y los de la Aduana para proveer a las raciones del Ejrcito. Se trabaj en los trapiches por cuenta de la Revolucin. Se ocurra a todos los expedientes para suministrar comida a los cinco mil hombres del Ejrcito, el Grande y el temido.
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Slo se consegua racin de hambre. Los impacientes empezaban a murmurar de la prolongada estada en espera de un armamento dudoso; a lo menos iba siendo dudosa su venida. Oficiales y soldados se aburran de lo bueno en sus tiendas, en inaccin sin halagos. Esto va mal, decan; el general Vargas Santos nos conducir al desastre: La historia se repite. En 1885, caudillos jvenes entregaron triunfante la Revolucin a los mismos personajes de ahora, y stos la perdieron. Se echaron a dormir en Barranquilla, dando tiempo a Mateus y a Briceo para salir por Antioquia. En sus campamentos los subalternos disciplinaban las milicias; hacan estudios del terreno, y con sobresalto observaban el engrosamiento diario de las huestes enemigas. Los recursos suministrados a la tropa no bastaban, y los jefes los pedan ms abundantes, hacindole con frecuencia cargos al Generalsimo por la falta de actividad de sus agentes. A principios de marzo dirigile Uribe Uribe una carta fechada en Bochalema, en la cual le expona sus quejas por la mala distribucin de los vveres, y en representacin de sus soldados le peda la venia para ir a tomarlos de los almacenes bien abastecidos de sus contrarios. La carta, veladamente dejaba trascender el disgusto de su autor y la prdida de su fe en la victoria. En respetuosos trminos, era un desahogo natural de los bros de Uribe Uribe sometidos a la pasividad, y era toque de campana inteligente dado en los odos medio sordos del ilustre patricio. Convena recordarle que
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mientras l dormitaba otros practicaban la vigilancia. No lo entendi as el Generalsimo, quien entre sus valiosas cualidades de patriota abnegado, no tiene, por desgracia, la del don de recibir consejo y la virtud de examinar con calma la censura de sus tenientes. Irguise en clera y dej la carta abandonada para ser leda para cuantos la apetecieran en el Cuartel general. En presencia de varios dict respuesta desabrida, matizada de versalillas en donde aluda a las ambiciones de su subordinado y a la suficiencia de su carcter. La rplica de Uribe Uribe fue una visita a Las Lomitas. Al divisar al Generalsimo, le tendi las brazos dicindole: Usted no conseguir que peleemos. Al fin, en los tres ltimos das de marzo arrib el anhelado armamento en los pesados bongos y lanchas del Zulia. Constituanlo 1.500 fusiles malincher con suficiente dotacin y una pieza de artillera de mala clase. Vino con el parque el doctor Focin Soto, caballero de mucho renombre de honradez, temperamento nervioso, en extremo impresionable, y de los que ven un tirano en cada caudillo ambicioso de sobresalir con su esfuerzo. Le recibi el pueblo con entusiasmo y cario. Le acompaaba el doctor Antonio Jos Restrepo, quien en discurso animado y elocuente present a la multitud, desde el zcalo de la estatua de Santander, la nueva arma, aprovechando los resquemores de su frase irnica y sutil para punzar a los regenerativos.
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Nombrado el doctor Soto jefe del Estado Mayor, se dedic a sus tareas como hormiga acuciosa, hormiga de tierra Caliente. Form su Plana Mayor con Restrepo, Secretario, el cual fue designado en seguida para cumplir una misin en el Extranjero, don Luis E. Villar y dos Ayudantes de campo. Llev a efecto la expropiacin de telas para un msero vestuario que hicieron las costureras de Ccuta con amor de hermanas y casi sin recompensa. Pasaban los das y el Generalsimo no se decida a mover sus reales; an aguardaba. Como Napolen Bonaparte, quera emprender la gran campaa terrestre en combinacin con la escuadra. Qu lejos se hallaba la nuestra y cun inciertas, se vean sus operaciones! Se necesitaba otro cachorrito (con est amable diminutivo designa el general Generalsimo los caones); con otro cachorrito bamos a ser invencibles; era preciso adquirir uno ms, de lo contrario, la empresa se malograra. Pobres caones!, tragados a la postre por el barro y que, con perdn del General Vergara y Velasco, sirven escasamente para asustar a una infantera de coraje como la liberal, en combates donde se pelea siempre con los peones; que dira el politcnico citado, dispersos en guerrillas. Cientficamente manejada, la artillera ser otra cosa. Andaba abril por la primera quincena cuando Uribe Uribe escribi un oficio al Generalsimo proponiendo un plan para evadir el cerco mantenido por los enemigos. Acompa sus minuciosas proposiciones de los planos del terreno levantados por l y por los
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ingenieros Olimpo Gallo, de la Escuela de Troy, y Ramrez, prctico en Colombia. El Generalsimo despus de imponerse de sus particulares, exclam: El General Uribe Uribe como tiene tanto talento, nos niega a los dems el sentido comn. As acoga las indicaciones de sus tenientes; tal era la buena voluntad de aquel espritu llamado a conservar sereno criterio, altas y desapasionadas miras. Todos los militares de mrito han odo con serenidad los pareceres y conceptos de sus subalternos principales para ilustrar sus determinaciones, aunque, como en el caso de Ulises Grant, les sirvan slo para ver claros sus propios pensamientos. Las noticias llegadas del resto del pas eran poco halagadoras: el triunfo de Peralonso despert el ardor revolucionario, mas la escasez de elementos haca casi impotente el concurso prestado al Gran ejrcito. El Tolima realizaba prodigios con Aristbulo Ibez, los Snchez, Rosas (a ste se orden por la Direccin Suprema lo desconociesen), Pulido, Marn, Carriazo, Caicedo, Pedrosa, Herrn y mil ms; sus tenaces y sufridos soldados ponan en prctica el aforismo de los hroes: Armas, las del enemigo. Un extranjero, que acaba de recorrer gran extensin del pas, hizo en Ccuta este relato. en son de magnfica nueva: Los liberales. estn por lus cerrus, bien encaramadus, y los conservadores por lus llanos, porque lus liberales no tienen fusiles y los godus tienen bastantes, muchus, bastantes. Por all le decan al Generalsimo, barren a nuestros copartidarios.

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Terminada la operacin en una parte, envan a Pamplona las fuerzas desocupadas. Nos han tirado a la cara hasta los trastos responda el Supremo. Si no eran visibles los esfuerzos encaminados a sacarnos de Ccuta y tendientes a recuperar el prestigio perdido, en cambio las labores de ndole poltica se conducan con acierto y miras trascendentales. Los dos cuerpos de tropas designados del Sur y del Norte se convirtieron en cinco unidades, simples Divisiones de 800 a 1.500 plazas. De la mandada por Uribe Uribe se formaron dos: una de 1.200 soldados se puso a las rdenes del General Luis F. Ulloa, quedndole 1.300 a las de su primer organizador y jefe. Creyse entonces que ste no aceptara se mermase su autoridad y por grados se le fuesen disminuyendo los medios de que deba servirse en el logro de la final victoria. Se adivinaba, lo advirtieron los soldados, el objeto y la intencin de la medida: todo se encaminaba a reducir a Uribe Uribe a la categora de un modesto comandante de Brigada. Corrieron rumores sordos de protesta entre numerosos grupos y an se lleg a creer no aceptara el vencedor de Tern el nuevo arreglo, dirigido a incapacitarlo para empresas de mayor aliento. Ahora s exclamaban algunos, no podr el ambicioso alzarse con la Repblica, despus del triunfo. Ha sido una gran jugada la de los generales Gabriel Vargas Santos y Focin Soto.

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Un ingenio muy estimado hizo entonces sta redondilla, sntesis de la opinin general: No pasar, si Dios vive! La nueva organizacin, Porque tiene Uribe Uribe Mucha gente en El Balcn 1 Al imponerse el desposedo de las medidas del Mayor General, ocurri a sealar la inconveniencia del nuevo acomodo. Nada, o bien poco, logr de sus superiores jerrquicos, quienes experimentaron ntima fruicin, no disimulada, viendo al indisciplinado, al ambicioso, inclinarse ante sus rdenes, si desastrosas para los fines de la guerra, admirables para mortificar al caudillo y para precaver al liberalismo de los resultados de la preponderancia del seor Uribe Uribe. En el combate poda mandar las tropas entregadas a Ulloa, pero fuera de la accin no conservaba ninguna autoridad sobre ellas. Contrasentido sin antecedentes. Se le permita las condujese a la matanza, pero se le retiraba el derecho de disciplinarlas, de hacerse amar y temer de ellas. Todo con el fin de que no se desarrollase en las tropas afecto hacia su jefe, o mejor, para hacerlas olvidar el apasionado entusiasmo con que lo seguan, porque los soldados no aman a quien los adula sino a quien los lleva a la victoria. Cincuenta y cuatro das, desde el 2 de marzo hasta el 25 de abril en que se movi definitivamente el Ejrcito, permanecimos en la provincia de Ccuta despus del
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El doctor Ricardo Tirado Macas.

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arribo del armamento conducido por el seor Jones. En este tiempo no se aumentaron las tropas por estar ya dado el contingente que poda suministrar la comarca; no se consiguieron elementos de mayor vala, pero los enemigos reforzaron su lnea. Una feliz circunstancia se present en los mismos das, la cual, al ser aprovechada, hubiera definido la situacin quedando terminada la guerra de un solo golpe; en uno de los movimientos de inspeccin que efectuaban nuestras fuerzas para reconocer las posiciones de Chopo se vino a descubrir una senda que, partiendo de El Diamante, iba a terminar en las alturas desde donde se dominaban por detrs las trincheras de los contra. Nuestro jefe, quien profesa la mxima: todo general tiene el deber de resolver el problema militar que tiene delante, y slo debe esquivarlo cuando en ello haya evidente ventaja, se apresur a comunicar el descubrimiento al Director, y an ms, convencido de que lo aprovechara, dispuso los cuerpos para marchar al asalto, en combinacin con las milicias de !os restantes brigadieres. El resultado prometa ser brillante; era una sorpresa bien concertada; cuando menos lo esperase apareca el enemigo atacado de flanco, de frente y por fuegos oblicuos. No obstante, el Generalsimo desech la idea como un disparate que apenas la indisciplina de sus tenientes poda concebir y hallar provechosa. Al otro da el Jefe de Chopo advirti su descuido y con los batallones llegados, semana por semana, cubri la va. Quedamos literalmente encerrados. Emprender marcha por Bagueche, nico camino que el enemigo
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simulaba dejarnos libre, era exponernos a un fin triste. Basta, para apreciar el valor de este concepto, conocer el desfiladero de El Escorial, infranqueable, tajado en la roca viva, ruta obligada en tales circunstancias. El Generalsimo ignoraba en el momento de tomar la decisin, si el paso estara o no franco. Nos salvamos de terminar all la campaa, gracias a la imprevisin o al preconcebido intento del Jefe gobiernista. La ocasin se presentaba propicia para desbaratar a los revolucionarios, y las ventajas que al emprender la jornada le suministraba el Generalsimo era de las que no pasaba inadvertidas ni el ms lerdo. Tambin debi resolver en su hora el problema que tena delante y no dar largas al tiempo y facilidades a quienes con rehuir el encuentro iban demostrando su relativa debilidad. Bien estuvo el cerco, pero a qu dejarnos salir? No deba contar con la ineptitud del jefe liberal, y por lo mismo era el caso de prever que, si salvo de los peligros de Bagueche, con rpidas marchas lograba remontar el pramo y situarse en sus posiciones, todas las circunstancias para uno y otro contendor seran diversas, y en parte se trocaban los papeles. Quin, por analfabeta que se le califique, ira a suponer que era el propsito de los revolucionarios amenazar a Bucaramanga por detrs de Rionegro, despus de permitir la fusin de dos ejrcitos enemigos? Uno puede ignorar la matemtica, pero cualquiera sabe cuntos son dos ms dos. Se inclina el nimo a juzgar que las faltas de ambos jefes fueron igualmente graves.
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Las divisiones situadas en 1a frontera y en Chincota se movieron yendo a pasar por las regiones de la fiebre amarilla, lo cual era innecesario. Este detalle cost la vida a Nstor Ospina, Manuel Jos Reyes y otros distinguidos oficiales. En el paso del Zulia perecieron varios hombres arrastrados por las ondas, las cuales arrancaron de un bote el rbol por donde pasaban en el momento en que se present, sin preveerla, una crecida del ro. Fue un accidente que demostr cmo se acercaba la fatalidad, y dio motivo a un acto de herica abnegacin por parte de los soldados negros, de origen caucano, quienes al ver pereciendo a algunos de sus compaeros se arrojaron a la corriente y lucharon con ella entre las sombras de la noche, deseosos de salvarlos, logrando sacar a varios despus de repetidos esfuerzos. Bien merecera conservar los nombres de los nobles negros que all pusieron de relieve sus hermosos sentimientos Hroes sin nombre! No tuvieron ms recompensa que el abrazo de su general, conmovido ante las virtudes generosas de sus soldados. Vencida la resistencia que opuso una guerrilla en Salazar, se continu la marcha. La vanguardia mandada por Ardila subi la escarpada travesa a paso de vencedores; tal era el anhelo de los soldados por dejar el encierro de Ccuta. En el propio desfiladero de Bagueche aguardaba una guerrilla de 50 hombres, la cual, si cuenta con jefe valeroso, detiene a los 1.000 de la Revolucin y da tiempo a que desciendan de Cucutilla las tropas que, con mejor acuerdo, ha debido
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estacionar en ese punto el enemigo. Atacados as por la espalda, detenidos en el boquern, qu habramos hecho? Dios lo sabe. Cobardes o torpes, los guerrilleros abandonaron la fortaleza natural, satisfechos con haber muerto a muchos de los liberales, entre otros, al coronel Prudencio Duarte. Al relatar este captulo de las desgracias liberales, debemos abrir el folleto de la batalla de Palonegro escrito recin pasados los acontecimientos, y en presencia de las pruebas de lo afirmado en sus pginas. Nos compete decir que tuvimos en nuestras manos las cartas all reproducidas. 2 Consultadas esas pginas, de cuya autenticidad hay garanta, nada queda por establecer respecto de la previsin de que dio claras muestras el General Uribe Uribe. Estos documentos, la insistencia reveladora de una conviccin arraigada en su mente, salvan la responsabilidad del caudillo, dejan intactas su gloria y su reputacin militar, y merecen lo que nos dijo, al leerlos, el general Sergio Camargo, el ms importante e imparcial de los jueces: Hago justicia al General Uribe Uribe. Lo que l propuso es lo que ha debido hacerse. Antes de leer el folleto crea que no hubiera habido en Palonegro un hombre racional. El folleto comprueba que s lo hubo. El 27 de Abril fue ocupado El Escorial y el 30 estaba la vanguardia a rdenes del intrpido Polidoro Ardila en La Tronadora, fuerte posicin en el camino
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Vase Palonegro por Historiador, pgs. 4 a 10

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de Vetas. Como Uribe Uribe no desista de llevar al nimo del Generalsimo la idea hecha alma en el suyo, de que nuestro objetivo, al moverse el Ejrcito deba ser remontar el pramo extendido desde Tona hasta Mutiscua, por moda de inspeccin hizo ocupar a Vetas y mand el batalln Bolvar y dos compaas del Pradilla Fraser hasta Santurbn, o sea a uno como baluarte que se levanta en la planicie escueta del pramo. Las cosas empezaban a realizarse de la manera que las deseaba Uribe Uribe, y sus previsiones se cumplan. El encargado de la inspeccin envi sus atalayas hasta las extremidades del pramo, los cuales regresaron sin haber obtenido noticia del enemigo. A la gran masa de ste haba llegado tarde la noticia de nuestro movimiento, o levantaba con lentitud sus toldas. Durante la noche se hallaba en incapacidad de marchar por el peligro de las deserciones. La Fortuna estaba de nuestra parte; se dira que se iba a reconciliar con los liberales; contbamos con el tiempo y el espacio. Qu importaba el nmero? ramos la mitad en volumen de combate; fundidos los de Chopo con los de Bucaramanga nos reducan a la proporcin de uno contra tres. El 2 de Mayo ascendi a Santurbn la descubierta formada por los cuerpos citados, que se pasearon por l con entera libertad. Nadie los importun en su visita. Con nuevo bro, porque Uribe Uribe mismo debi dudar de la ocupacin del pramo antes que el enemigo, con el ltimo brote de entusiasmo, le pide al Generalsimo la ejecucin de su pensamiento, que ordene la marcha da todas las fuerzas hacia Santurbn,
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que no rehuse la ocasin de vencer; el Generalsimo vacila, se entretiene en detalles insignificantes, propios de su edad, y al fin, cuando los que nos encontramos cerca creemos adivinar su resolucin favorable, es demasiado tarde. En la guerra, como en el juego, en una hora se gana o se pierde todo. Los servidores de la Dictadura ocupaban ya las alturas del pramo. La 5 de sus Divisiones lleg, segn parte oficial, el da 3 a la serrana de Santurbn, que domina por Oriente la poblacin de Vetas, ya ocupada par ms de 400 revolucionarios. La Revolucin levant sus tiendas el 25 de Abril, y el 29, cuatro das ms tarde, sala de sus atrincheramientos la vanguardia del ejrcito llamado legitimista. El 2 de Mayo han podido encontrarse en las posiciones elegidas en el yermo 2.500 soldados liberales. Qu habra resultado entonces la famosa marcha paralela? En Pescadero, punto de fortificaciones naturales, la vanguardia liberal, compuesta de las Divisiones de Uribe Uribe y Ulloa, 2.500 soldados de aquellos que para Casabianca valan en la proporcin de uno por diez de sus contrarios, hubieran esperado para imponer a los primeros cuerpos que por all aparecieran, este dilema: o aceptar un combate en posiciones desventajosas en extremo, sin conseguir la fusin apetecida, o emprender retirada por Garca Rovira, evitando el encuentro, para repasar el Chicamocha a marchas forzadas, con la punta de las bayonetas liberales en los riones. Por qu el General Prspero Pinzn tard cuatro das en decidir su movimiento? Nadie lo ha explicado.
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E1 plan de Uribe Uribe pudo haber salido mal en la ejecucin de la batalla misma; pero era plan con lineamientos precisos, fundados en razones y en hechos; y si lo aplaudimos aqu es porque nos pareci inteligente, sin ser nosotros tcticos ni nada parecido, y porque luego han fortificado nuestra conviccin las opiniones de hombres de guerra como Camargo y Anbal Currea, ilustrados terica y prcticamente en la ciencia de vencer, los cuales sealaron el punto donde se decidira la batalla prxima, que no considerbamos pudiera ser otro distinto del pramo. Los expertos militares contemplaban de lejos la lucha, e ignoraban que el general Vargas Santos tuvo siempre por objetivo conservarse a la defensiva. Su empeo en ocupar a Rionegro se nutra con la esperanza de hallar ricas haciendas con suficientes vveres para dos o tres meses de permanencia en la comarca. Con razn deca uno de sus subalternos: Como se nos acab el pltano en Ccuta, vamos a la conquista de la yuca. En realidad bamos a la conquista de la yuca y no de la victoria. Nuestra imaginacin nos rememoraba situaciones de ejrcitos semejantes a la de los liberales. Dos guerreros se presentaban con obsesin en nuestro recuerdo: Sucre eligiendo tras penosas marchas el punto en el cual por las ventajas del terreno, igualara sus fuerzas en el combate, y Federico con su genio y su audacia impidiendo la fusin de dos cuerpos enemigos para batir primero a uno y despus al otro. Aparecer en Pescadero cuando suea el enemigo con el encierro de su contrario, era operacin tan bri204

llante, de efecto tan sorprendente, que slo pueden darse cuenta de l los actores en la contienda y los conocedores de la topografa. Evitar la fusin de las tropas de Pamplona y las de Bucaramanga, interceptndoles el camino de Bogot, era hacer algo de lo indicado por el sentido comn y las reglas ms triviales del arte de la guerra. Por vagas que sean las enseanzas de la psicologa aplicada al estudio de las multitudes, no dejan de presentarse casos en que se puede determinar el estado de alma de un ejrcito. Se presenta que los defensores del gobierno iban a flaquear al verse precisados a combatir sin el triple cerco de piedra, madera y alambre que los protegi durante varios meses; se meda la prdida de moral en los soldados, a quienes se les asegur por mucho tiempo que los revolucionarios estaban imposibilitados para moverse, y de un momento a otro los vean encima de sus cabezas. En cuanto a los liberales, era conocido su arrojo, su constancia, la solidez de su moral. Una carga con tres mil de esos hombres desbaratara la gran masa enemiga, y sin darle ocasin de reponerse la lanzaran por las vertientes del pramo. De los climas tibios de las honduras del valle nadie hubiera sido capaz de sacarlos para nueva pelea. Sealar con anticipacin de das o meses el punto donde se batir un ejrcito, siempre fue rasgo de militares de talento. Llevar al contendor al terreno deseado es el principio de la victoria, si se cuenta, como en nuestro caso, con los dems elementos para el triunfo.
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La descubierta liberal situada en Vetas, por la necesidad de prevenir lo que intentase el enemigo una vez dueo del pramo, pues poda cortarnos en la marcha de Surat a Rionegro, se retiraba cuando fue atacada a quemarropa por una divisin enemiga. La coincidencia lamentable de llamarse Bolvar su principal cuerpo, y Bolvar tambin uno en las fuerzas del Gobierno, dio lugar al descalabro de Vetas, el cual tuvo resultados morales desastrosos. La descubierta sorprendida constaba de 160 hombres mandados por los coroneles Manuel V. Gonzlez y Toms Lawson, quienes quedaron en sus puestos, muerto el primero y herido el segundo. Es, pues, del todo inexacto que se compusiese de ms de 400 revolucionarios, segn afirma en su libro Palonegro, el general Enrique Arboleda. El encuentro fue de consecuencias funestas para los liberales, especialmente porque los jefes enemigos explotaron, como era de esperarse, lo sucedido para hacer creer a sus soldados en la derrota de 1.500 revolucionarios, y que su valor y tenacidad no eran tan grandes como se deca. Los liberales no son invencibles, gritaban en Bucaramanga. De esto provino la reposicin del nimo en las tropas y la bravura de que dieron pruebas en el campo de batalla siguiente. El 6 de mayo levant su tienda el Cuartel general y se dirigi de Surat a Matanza. En sta permaneci los das 7 y 8, y al fin el 10 llegamos a Rionegro. Los cuerpos de Ejrcito se colocaron en obedecimiento de las disposiciones del Director, en abigarrada
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lnea de combate, en unidades dispersas, sin condensacin y sin frentes iguales. En realidad, no siendo el propsito del Generalsimo ni dar ni aceptar batalla, se explica aislase los distintos grupos de sus milicias de manera de dejarlos incomunicados o muy lejos unos de otros. As orden al general Rosario Daz que se situase en el Alto del Cacique, varias leguas atrs de la lnea principal, y al general Benjamn Herrera, que colocase la artillera en Los Cocos, muy a la espalda de Santa Rita, sealado como frente de batalla. La lnea qued abrazando desde el Alto de Guilln , Boquern y La Cuchilla, frente a Matanza, hasta Los Chuchizos y luego hasta el Alto de Girn; lnea largusima y como tal indefendible; poligonal o ms bien de ngulos entrantes y salientes, interrumpida a grandes trechos; de comunicaciones difciles o lentas; en una palabra, lnea absurda y disparatada hasta no ms. Adopt estas posiciones sin recorrer previamente el terreno y guiado por datos que le suministraron personas apenas iniciadas en la guerra. Dispuso el 10 que 400 hombres del comando de Leal se situasen en Los Chuchizos, masa de tierra rojiza, estril, terminada en bruscas pendientes, en los lechos de los ros Rionegro y de El Ora, quedando por otras partes encajonado entre selvas. Una vez en el sitio propiamente designado con el nombre de Chuchizos, Leal crey necesario seguir hasta el extremo de la eminencia porque se convenci que si permaneca en mitad del espinazo de tierra, sin imponerse de sus trminos, se vea expuesto a una sorpresa.
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Avanz a establecer sus toldas en la cabeza de la serrana donde con lentas o atrevidas ondulaciones se aparta de otros cerros y colinas. All. quedaba la casa de Palonegro en uno de tres montculos, de forma bastante regular, y all puso su campamento el jefe citado. El general Arboleda, suprimido del Escalafn y proscrito en octubre de 1901, dice en la pgina 7 de su obra: La Revolucin haba movido el grueso de sus fuerzas de Surat a Matanza y Rionegro, con intencin aparente de atacar a Bucaramanga, pero en nuestro concepto, con la de pasarse a todo trance a La Mesa de los Santos, dejarnos a retaguardia, detenernos, apoderarse de los pasos del ro y seguir engrosando sus filas, hasta llegar a sorprender a Bogot. As lo comprendi el Ejrcito ; y sigui su camino a marchas forzadas. Por lo visto, Arboleda consideraba al Director en capacidad de cometer las mayores faltas en la campaa. Es error juzgar demasiado inepto o demasiado inteligente al contrario. No seria el colmo de los errores pretender el paso del Can Chicamocha, destruidos sus puentes, cuando se tena avistado por el flanco un ejrcito poderoso? Mientras ms se reflexiona en la operacin menos realizable se halla. Pudo ejecutarse si se ocupa el pramo desde el 30 de abril con la ventaja de tres o cuatro das ganados al enemigo y las marchas durante la noche, fuera de la seguridad de encontrar intacto el puente de Capitanejo; pero en las circunstancias en que lo presume Arboleda, el movimiento era una locura. Es verdad que en agosto pasaron el ro por El Tablazo 500 hombres y un Estado Mayor, valindose de una simple canoa y bajo los fuegos de la artillera
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enemiga; mas este fue un acto de desesperacin, en cuyos resultados no se tenan fundadas ningunas esperanzas. Ya la Revolucin era en Santander un cuerpo fisiolgicamente impasible. Tampoco se propona el Generalsimo atacar a Bucaramanga, empresa descabellada si las hay, despus de realizarse la fusin de los ejrcitos contrarios. El nico plan del director era el de acomodarse en regiones sanas provistas de vveres, tal fue el objeto determinante del envo de Leal a colocarse en uno de los muchos caminos que conducen a las dehesas del Sogamoso, en las cuales era fama existan miles de novillos. Los ganados de Chucur fueron la causa de que se trabara la lucha, primero con carcter de encuentro parcial, luego en la forma de una batalla. Ni el general Vargas Santos, ni el general Prspero Pinzn se imaginaron que en aquellas colinas se iba a decidir la suerte de tan numerosos ejrcitos. La casualidad trajo a los combatientes al sitio; el destino facilit al jefe que pareca llevar en su nombre el mote de su fortuna, ventajas en que nunca so y ocasin propicia para hacer valer la gran masa de sus fuerzas. Una ciega fatalidad ha decidido tantas veces de la suerte de las naciones! Se refiere que citando al general Prspero Pinzn le llevaron hasta su tienda el posta portador de la orden del Generalsimo para Uribe Uribe, en la cual le mandaba descender inmediatamente del pramo, exclam el jefe del gobierno: Estamos salvados! Aqu no manda Uribe Uribe, quien manda es el viejo.
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El posta regres al campamento de Surat como azorado porque traa billetes del Banco Nacional con el retrato del doctor Sanclemente, los cuales veamos algunos por primera vez.

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XIX
Batalla de Palonegro

ll, a las tres de la tarde, se rompieron los fuegos entre las avanzadas liberales y las de la Divisin numero 13, en el Boquern, a pocos metros de la casa de Palonegro. Constaba de 400 hombres la fuerza revolucionaria, que solo recibi apoyo el da 12; por consiguiente se vio urgida a ceder, con prdida de elementos, ante el ataque de las Divisiones 13, 2, 4, 10 y medio batalln de Artillera llevado durante la noche. Formaban estas tropas un total de 2.196 hombres. La desproporcin entre los combatientes no poda ser mayor y los resultados del encuentro fueron adversos para los liberales. As comenz la gran batalla, grande por el nmero de los soldados, por la tenacidad de la lucha, por la duracin y el encarnizamiento, por el heroismo y constancia de los bandos, pero no por la pericia de los jefes contendores. Palonegro fue un pugilato bastante brutal en donde la ciencia y el arte de la guerra no intervinieron para nada. Se agotaron los ejrcitos en lucha de quince das
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sin aparecer por ningn lado la tctica, sin que se iniciara un movimiento inteligente dirigido a colaborar en la obra de la fuerza. El enemigo posea todas las ventajas y apenas en parte supo aprovecharlas. Colocado en lnea continua de batalla, en posiciones extendidas por las alturas de Rubn y Girn, dominantes en sus puntos principales, poda con rapidez concentrarse en Bucaramanga, base de la densa columna de sus tropas, donde las misas, las msicas estruendosas, los licores embriagantes repartidos entre los desalentados y los sermones de los jesuitas, reparaban el nimo en los que huan del campo medio vencidos. La proporcin numrica en los ejrcitos fue de uno contra tres. Al empezar el combate la Revolucin tena 6.500 hombres, contados desde el Generalsimo hasta el ltimo ordenanza, entre sanos y enfermos. Este nmero se aument con 500 a 600 soldados reunidos por el general Rosario Daz, pero se disminuy con las prdidas de Vetas. No era recluta uno solo; ah resida su mrito indiscutible. Se llamaban a s mismos los soldados de la libertad, los defensores de su derecho, y eran los valientes que moran sin dar un paso atrs. Con justos motivos los teman los defensores de la llamada Repblica cristiana. El seor Arboleda hace subir a 14.000 el total de los liberales. Su exageracin no carece de excusa. De otro modo, cmo podra l explicarse que 5.000, nmero aproximado de combatientes efectivos, pudiese resistir en campo abierto a 11.443 enemigos? Tal es la cantidad dada por el mismo jefe como monto de las fuerzas del Gobierno. Por lo visto, cuando la Revolucin deca
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tener 10.000 aumentaba cuatro, y cuando el enemigo propalaba en sus boletines que dispona de 22.000, aumentaba once. Si discutir este punto tuviese importancia, haramos un razonamiento ad homine, bastante fuerte. El Ejrcito revolucionario se compona de santandereanos, quizs la mitad, y de cundinamarqueses y boyacenses el resto. No eran reclutados, como queda dicho, ni de la hez de los tres pueblos, sino por el contrario, parte selecta por su robustez y por el trmino medio de su cultura. Es de suponerse que en tales circunstancias, y no habiendo dominado la Revolucin nunca un vasto territorio en Cundinamarca y Boyac, no alcanzase a reunir en sus filas a todos sus adeptos en los departamentos nombrados, fuera de no haber dispuesto de armas suficientes para darlas a sus voluntarios. El gobierno con el dominio, apenas interrumpido, del territorio de Pamplona a Pasto, con los medios para hacer servir en sus filas desde los nios hasta los ancianos, con cuantiosos armamentos y papel moneda a rodo, slo pudo juntar con los contingentes de Antioquia, Cauca, Cundinamarca, Tolima, Boyac y Santander, 11.443 defensores. Por inexplicable que parezca el hecho debemos tenerlo por cierto. Para negar las aseveraciones del general Arboleda no contamos con documentos. Trabado el combate, en vez de trasladarse el Generalsimo al campo, dispuso el envo de 303 hombres como refuerzo. El 12 mand la Divisin de Ardila; el
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13, cuatro batallones del comando de Uribe Uribe; un da despus a Benjamn Herrera; luego a Cortissoz; en seguida a Sarmiento, y as hasta agotar la masa de su Ejrcito. El enemigo cada vez que reforzaba su lnea movia de 3.000 a 5.000 hombres. La Revolucin se contentaba con enviar 300 500; la desproporcin era enorme. Sin este error, an en Palonegro ha podido conseguirse el triunfo. Hubiera bastado que los liberales divididos en dos masas, una para el choque y otra de reserva, cargasen sobre el contrario en lugar de mantenerse a la defensiva. Enviados a la batalla por trozos, por fragmentos, hicieron patente su heroicidad, pero no lograron sino ventajas parciales, no aprovechadas, precisamente por el sistema puesto en prctica desde primera hora. Una vez en Palonegro, el general Benjamn Herrera escribi al Supremo pidindole con urgencia el envo de todas las fuerzas existentes y prometiendo que si lo dejaban dar una carga con 3.000 soldados se apoderara del Alto de Girn. El error de los Generales del Gobierno en Peralonso, deca, consisti en mandar por fragmentos sus tropas al combate. Vimos la comunicacin aludida al llegar a manos del Director, quien se encontraba en el campamento de San Ignacio. En el mismo sentido le escribi Uribe Uribe, despus de apoderarse del Alto de Rubn. General, le deca, estamos triunfantes. Ocupo esta magnfica posicin, y en la maana, si me enva toda la gente que haya en esos campamentos, arrojaremos al enemigo ms all del ro. Esta comunicacin hizo tocar dianas de triunfo en toda la lnea. Sali en auxilio un pequeo contin214

gente, y como no bastase para engrosar lo necesario la onda que deba partir del Alto de Rubn rebotando a los enemigos ms all de Girn en el curso de tres leguas, el puesto conquistado se perdi al ser atacados los liberales varias veces por fuerzas superiores. Pero se haba detenido la persecucin, observa Arboleda. S, se haba detenido. Los errores cometidos por el Generalsimo fueron de los que no perdonan los dioses inmortales y mucho menos los dbiles humanos. Ni reconoci el terreno donde iba a empearse la lucha, ni coloc el parque en sitio conveniente ni dispuso la operacin de guerra desde el sitio donde se efectuaba. Cohibi las energas y apag las luces en sus mejores tenientes con sus rdenes indecisas y su falta de pensamiento claro. Los censur porque dieron cargas vigorosas con soldados que sufran conservndose siempre a la defensiva; los censur luego porque haban derramado sin provecho la sangre liberal. Los motej de indisciplinados despus de haberlos visto poner todo su empeo en la ejecucin de un plan anrquico. Mi error exclam un da delante de varios oficiales, fue no haber conocido las posiciones de Palonegro. Al or esta ingenua confesin se agrav la tristeza que sentamos. Qu pensara el orgulloso liberalismo? Su ejrcito formado por lo ms altivo de sus energas generosas, su gloria, su destino, su sangre, fueron jugados por un general que no estudia el terreno donde va a dar una
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gran batalla y no acostumbra programa en sus operaciones militares. No menoscabamos la probidad del Generalsimo, sus mritos de patriota, su constancia, sus virtudes nunca puestas en duda; pero que se nos perdone el juicio adverso respecto de sus cualidades en la guerra. No lo censuramos por hechos cuyos resultados fatales se vieron ms tarde; lo juzgamos de acuerdo con previsiones cumplidas al pie de la letra. En Ccuta nos propusimos, por todos los medios a nuestro alcance, sugerirle la influencia de un espritu contrario al seguido por l en sus determinaciones y en sus principios militares. Llegamos hasta a leerle biografas de grandes capitanes, donde se refieren actos de audacia, como escritos para la situacin en que entonces nos veamos los liberales. Le mostramos a Federico venciendo por un rpido movimiento dos cuerpos de ejrcito antes de que se fundieran en uno slo. Le trajimos a la vista a Peterborough, joven audaz, sorprendiendo con un puado de hombres una plaza y una escuadra, y le subraybamos las palabras de Macaulay al contar cmo los lores meditabundos y circunspectos del almirantazgo ingls creyeron un deber reemplazar al brillante general por un Jefe anciano, quien se apresur a perder 18.000 hombres en la llanura de Almansa, eso si con todas las reglas de la antigua prudencia. El Generalsimo nos hablaba de la modestia; pobre modestia que tantas veces no sirve para nada!
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Volvamos al infausto Palonegro. Los das pasaban en ansiedad imposible. Los combatientes desfallecan por momentos, ms a causa del cansancio fsico que por merma en su valor y constancia. Impetuosos oficiales listos a dar cargas briosas sentan laxitud, algo parecido a lo experimentado por quien si siendo capaz de levantar peso excesivo se le obligase a resistirlo en una misma posicin durante horas y an semanas. Los temperamentos delicados (y los hay en todas las clases sociales), sufran lo indecible entre cadveres desledos, cuyos infectos gases desequilibran, producen mareos insoportables. La mirada padece tortura en la contemplacin de decenas de cuerpos mutilados que se hinchan en breve y con expresiones amargas muestran la angustia de los postreros instantes en doloroso espasmo. Hay quien, en arranque de clera blica, se olvida de cuanto alienta y con bravura de fiera se arroja a los ms claros peligros; y hay quien, con tranquilidad estoica, se plante das en el sitio donde, sin rehuir la muerte, vive entre los despojos de la carnicera. Su olfato se acostumbra al aire envenenado, sus pulmones funcionan en un medio que en otras circunstancias matara irremisiblemente. Esta clase de valor es la ms extraordinaria. Slo puede considerarse su mrito colocado el observador desde un punto de metafsica sombra, algo as como si el alma del poeta florentino fuese capaz de infundir en sus lectores el deseo de visitar el infierno descrito por su numen trgico y dolorido.

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Al sexto da de la brega semejaba el camino de Palonegro a Las Bocas una procesin de espectros asediados por el insomnio, la fatiga y la desilusin suprema. El desengao, el horrible desengao se reflejaba ya en todos los oficiales, en los soldados. La victoria sera de los amigos de la libertad siempre que hubiese durado doce, veinticuatro o treinta y seis horas, el tiempo de las grandes contiendas libradas en la poca moderna. Pero aquello era sensiblemente estulto, era pugilato sin destreza, donde el vencedor saldra en definitiva tan quebrantado como el vencido. Estaban cansados los liberales de matar y matar infelices reclutas, quienes si al principio combatieron sin bro, obligados a hacerlo por temor a los cintarazos, con la duracin de la lucha y el embotamiento de los instintos acabaron por ser soldados que disputaban con ahnco la victoria y ponan esfuerzo ciego en su tarea. Los revolucionarios oyeron varias veces salir este grito de las trincheras enemigas: Empujen para que se acabe esto! Palabras de intencin demasiado expresiva. Los voluntarios, por su parte, quedaron aterrados un da al contemplar cuatro o cinco centenares de muertos que llenaban otros tantos hoyos cavados durante la noche por los defensores del gobierno para servirles de proteccin y de tumba. Qu hombres tan grandes tienen los godos!, decan en presencia de los cadveres de talla teutnica hallados en los huecos. Eran sin duda de los fornidos milicianos del batalln Artillera, desgraciado en sus encuentros con los liberales, encuentros de los que sala en pedazos, pero con gallarda arrogancia.
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Nuestras tropas se iban agotando en la porfa intil. Con tal furia se disputaban los contendores el terreno, que se dira era la colina estadio sagrado, los campos de Apolo en Delfos. En la pugna tenaz slo por momentos lo domin el enemigo. En los das 13, 15 y 16 encabezaron los generales Uribe Uribe y Benjamn Herrera las famosas cargas que, a haberlo sido con nmero suficiente de soldados frescos en la pelea, terminara favorablemente la batalla. Una de ellas fue dada con 800 soldados que combatieron por modo admirable, logrando con su valor inmenso arrollar las cerradas columnas y producir el espanto en sus filas. Hubo momentos en que Uribe Uribe tom la bandera y march adelante con la intuicin del triunfo. Los enemigos huan en torrente y se les vio bajar hacia Bucaramanga en busca de refugio. Los fuegos se suspenden; enmudecen las bocas de los fusiles del contrario y los liberales lanzan el grito de victoria. Mas oh!, infortunio sin ejemplo, los errores se haban encadenado en la marcha de la fatalidad y el valor para cumplir su obra necesitaba que el espritu llamado a tenerlo en cuenta hubiese pensado con acierto. Aquella soberbia carga era un accidente, era un verso feliz en un poema sin proporciones y sin mtodo. Las filas de !os imponderables lidiadores se hallan diezmadas. Las prdidas ascienden a ms de la mitad de la columna triunfadora; los claros abiertos por la muerte se ensanchan. Es cierto que al frente de los bravos, El bravo Cedeo va...
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Y sin embargo, la batalla presenta aspecto bien diverso de la de Carabobo: aqu no pueden 200 completar la victoria, se requieren mil. No se cuenta con ellos porque las unidades de combate fueron llevadas al campo por gotas, y la tierra se bebi pronto su sangre. Los batallones haban perdido sus Jefes, los restos de unas divisiones se incorporaban en otras. La anarqua imperaba, la disciplina era imposible. Los detalles del herosmo se suceden a cada momento. Ya son los ayudantes de campo Samuel Prez, Arturo Carreo, Germn Vlez, Bernardo Gonzlez, Ramn Rosales, Octavio Pea, Larroche, Alfredo Peralta, Zuleta, los que despliegan su arrojo; ya jefes de batalln como No Cadena, quien se pasea herido por la lnea mortfera en su blanco caballo; o Colmenares quien asciende solo con la bandera una colina cruzada por los fuegos; ora son los soldados sublimes y oscuros, los soldados de Palonegro... que se descubran los hombres ante sus sombras errantes por el campo desolado, que se descubran, pero no los mediocres incapaces de sentir la doble belleza del valor sin fortuna, sino quienes puedan decir con Rafael Pombo, soldado en el Puente de Bosa: No es en la paz donde el valor se prueba, Ni al firme abrigo de tenaz muralla, Es en el campo ardiente de batalla Do vale cada paso un corazn!

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En la carga del 13 sucedi esto: al ascender un montculo nota Rafael Uribe Uribe que varios soldados retroceden al parecer sin aliento. No se queden, muchachos les grita. No nos quedamos, general contesta uno de ellos. Es que estamos heridos. Y con lgrimas en los ojos, estrechando el vientre desgarrado, agreg: Nosotros moriremos con gusto, porque sabemos que donde va nuestro general no va ningn general. Uribe Uribe se detiene un momento a contemplar aquellos hroes moribundos, y sus ojos que se humedecieron al referirnos el incidente, tambin derramaron sobre el sitio del combate lgrimas ardientes que vinieron a empear por un minuto sus visiones de gloria. Esos soldados pertenecan al batalln Peralonso, comandado por Anbal Barbosa. En los partes rendidos en Ocaa por los jefes subalternos se refiere en el firmado por el valeroso Manuel Jos Nieto este detalle: Orden que subiera un soldado a apagar el fuego, prendido por un disparo de artillera en el caballete de la casa de paja donde se resguardaba parte de mi batalln de los tiros de la fusilera enemiga. Hiplito Cubides subi al techo y orin en las pajas encendidas, conteniendo el principio de incendio, pero fue muerto en seguida. Si en la batalla de Waterloo una palabra de Cambrone fue inmortalizada por Vctor Hugo, por qu no ha de existir entre nosotros el poeta capaz de hacer vivir en la memoria de la humilde Colombia el nombre de
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Hiplito Cubides? Cambronne fue hroe en la ltima lucha de aquel de quien dijo Taine: Era el genio empujado por el egosmo. Nuestra lucha fue oscura, pero tambin la lidiaron hombres.

Lase algo de lo dicho por Arboleda al contar los efectos de la carga del 13: Los batallones Bolvar y Cundinamarca, los de la onceava, el Palacio, de la treceava, fatigados con tres das de lucha sin mayor descanso, diezmados, la misma Artillera con su jefe, general Urdaneta, herido el segundo jefe del Bolvar, el valiente de la Horta, herido cerca de las trincheras enemigas y ultimado luego a machetazos como otros; muerto el primer jefe del Cundinamarca, coronel Alvarado, y ya escasos de municiones, se vieron rechazados, desbandados, y hubiera sido completa la derrota sin la disciplina y orgullo de la Artillera, batindose en retirada, agobiada por el nmero, el valor del general Garca Herreros, con sus batallones destrozados, y la presencia de nimo del General en Jefe, cuando alentando tropas dio la voz: De aqu ni un paso atrs; aqu muero hoy: los que quieran acompaarme, qudense! Apenas si haba llegado el batalln Canal a la izquierda de las casas de paja, por entonces abandonadas de amigos y enemigos, cuando oyeron a retaguardia los gritos Viva la Revolucin! Abajo Casabianca!
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En tal circunstancia, el jefe del Estado Mayor general Garca, dio la orden de contramarchar en silencio, y as se hizo con notable serenidad aunque perdiendo algunos soldados. A las nueve de la noche se reuni a los otros batallones de la sexta Divisin, que haban llegado por la derecha, en el momento supremo en que la Revolucin cargaba casi victoriosa sobre el batalln Artillera y sus compaeros de la derecha y de la izquierda. La derrota se haba hecho sentir, los macheteros de la Revolucin ultimaban a lo heridos, y !os fusileros a los desbandados, pero se haba detenido la persecucin. Sintise efectivamente la derrota, por el desorden y la confusin de muchos, acaso ms agobiados por el nmero, el cansancio, el hambre y la sed, que por el temor. Refiere luego las diversas emociones experimentadas por el General en jefe de los gobiernistas al darse cuenta del descalabro sufrido por sus tropas: En llegando a San Pablo me llam aparte con seco y habitual cario, y dijo: Enrique, venga a ver qu hacemos; estamos casi o completamente derrotados. Yo no era Desaix, ni eran las dos de la tarde, para haberle dicho: Mi General, an hay tiempo de librar otra batalla. Pero su misma confianza me inspir profunda calma para decirle: No nos afanemos, mi General; Dios est con nosotros; voy a montar. Mont y seguimos todos al Boquern. Eran las 7 p. m. Curiosos datos nos suministra el prrafo trascrito para estudiar el temperamento del general Prspero
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Pinzn, a quien no se ha discutido suficientemente por amigos y adversarios. Las palabras Enrique, venga a ver qu hacemos, son sugestivas, adems, y serviran a un psiclogo en la tarea de analizar el alma del caudillo. As no se expresa en circunstancias supremas sino un hroe sui gneris o un buen hombre. Qu sera el general Prspero Pinzn? Aparece humilde, modesto y discreto. Jams expresaba todo su pensamiento sobre una operacin militar; nunca se encolerizaba, siempre se vea sonrer, con maliciosa sonrisa. No inspiraba a sus soldados un gran entusiasmo ni por su gallarda fsica, pues era de escasa estatura y maneras sin garbo, ni por tener el ojo ardiente y franco de los guerreros, ni por su verbo al cual faltaba animacin y, segn refieren, jams se diriga a las tropas para infundirles en proclamas el entusiasmo, para darles su palabra vibrante que en los labios del General es como la empresa de los escudos. Era obedecido por respeto, por disciplina y por cario, pero no porque arrebatase las voluntades y se impusiera sobre sus subalternos por el dominio de su talento. Magnfico general para un ejrcito de catlicos organizado por un gobierno de derecho divino; magnfico para disponer de una masa de hombres impulsada por intereses seguros. General revolucionario, an entre conservadores habra pasado en silencio. Nada tena de Julio Arboleda, ni siquiera de Briceo. Era religioso hasta parecer su religiosidad excesiva a los menos piadosos de sus oficiales. Todos los das, en medio del combate, oy misa en la maana y comulg. Su fe pasaba por ser de las ms sinceras.
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Cuentan algunos de sus tenientes que en el terror y la confusin producidos el 13, se recogi por un cuarto de hora en una casita para rezar y que sgranava il suo rosario nellombra mormoraba dolcemente il pater noster. En lo recio de la lucha exhortaba a la oracin, y a la manera de San Luis peleaba con la cruz antes que con el filo del acero. Terminada la gran fatiga se dirige a Bucaramanga, y es recibido por el clero en la puerta de la Catedral donde resuenan luego las notas y preces del Te Deum. Despus de esto, dice Arboleda, expidi el siguiente certificado como un acto de fe y patriotismo: Hago cosntar que el seor General Luis Eusebio Gonzlez est para reunir entre los individuos del Ejrcito y los partidarios del Gobierno, la suma de tres mil pesos ($3.000), ofrecida por el infrascrito al pan de San Antonio, por el triunfo de la legitimidad. Bucaramanga, Mayo 26 de 1900 El jefe de Estado Mayor General del Ejrcito, encargado de la Comandancia en jefe, Prspero Pinzn En la guerra se olvidan y se apagan los sentimientos religiosos. En el combate se piensa en el triunfo o en la derrota, en vencer o en huir; el instinto de conservacin se afirma o se embota en el alma sin detenerse a considerar el juicio, las consecuencias ultraterrenas de la muerte. Ni el infierno ni el paraso acuden a sobreexcitar las pasiones de los guerreros. Para los cristianos autnticos, concurrir a la guerra an en el caso de la ms legtima defensa de sus
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derechos, es un pecado. As lo ha sostenido Tolstoi, pensador y apstol, y los catlicos en el Congreso celebrado en Pars. De modo que en conciencia de perfecto cristiano el acto de pedir a Dios, al Dios de la nueva ley, su intervencin en la suerte de las batallas, es blasfematorio. Los individuos que piden a la divinidad perdn del pecado que van a cometer en seguida, tambin violan la sentencia evanglica. Esta parece ser la genuina enseanza de Cristo; en cuanto a los arreglos hechos por la teologa, son bien distintos de la pura doctrina. Los paganos imploraban el auxilio de sus dioses porque stos compartan la dote de las pasiones humanas; se interesaban directamente en sus empresas y en veces participaban de la clera de los mortales. Jehov era asmismo el dios de los Ejrcitos. Pero Cristo abrog su ley de sangre y en nada se asemej a Juno ni a las dems deidades del Olimpo, las cuales bajaban a pelear al lado de los hombres. Con todo, debe ser hermoso combatir en nombre de nuestro Dios y tener la firme confianza de que El nos bendice entre la matanza. Es justo considerar las fruiciones experimentadas por el general Prspero Pinzn en medio de las explosiones de su fe en el Dios de los Ejrcitos. All resida la fuerza de su espritu y toda fuerza moral debe apreciarse. El fenmeno fue observado entre los carlistas espaoles. Nadie concibe a Moltke rezando en Sedn; a Roosevelt en Santiago, con el rosario o la Biblia, mientras se dispone el formidable can de dinamita. A los generales boers los pintan con
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su Biblia y su pipa, pero suponemos que a la hora de las batallas las dejaran en sus tiendas. La que mejor prob en Prspero Pinzn la conciencia delicada de creyente fue su vacilacin en los ltimas das de su vida. Cuando tom la espada para salir en defensa del Gobierno combatido en la prensa por l, empe su palabra de hombre leal a su superior jerrquico, que lo era en definitiva el jefe del Estado. Comprenda, sin lugar a duda, que la legitimidad en la Regeneracin estaba representada por la persona del seor Sanclemente. La lealtad es virtud profundamente estimable y religiosa. No aceptaba Prspero Pinzn, ni poda aceptar en su fuero interno, que se tuviese a Peralonso como la derrota de los nacionalistas y a Palonegro como el triunfo de los conservadores, pues en uno y otro campo haban combatido los regenerativos sin distincin de nombres. El golpe de cuartel ejecutado el 31 de julio de 1900 tena que ser para Prspero Pinzn un acto irreligioso. El triunfo haba sido conquistado por el esfuerzo de los nacionalistas y para el nacionalismo. Los laureles mismos se marchitaban, y la situacin del vencedor era la de un cnsul a quien impona lnea de conducta el nuevo Csar. Pinzn haba sido nacionalista de pura cepa cuando ese nombre representaba la mayor adhesin al clero y el rechazo en todo terreno de las aspiraciones liberales. Bastara recordar su viaje a Sop con el propsito de traer al seor Miguel Antonio Caro para posesionarlo nuevamente de la presidencia ejercida

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de paso por un histrico, quien prometa moderar el absolutismo imperante. Colocado entre sus deberes de militar que haba recibido la espada de Sanclemente, y los hechos cumplidos, se inclin ante stos no sin demostrar sus inquietudes de conciencia. Acudi al llamamiento del anciano depuesto de su alto empleo, prisionero en Villeta, el cual si no engaan las lenguas, lo recibi con estas o semejantes palabras: General, supongo que usted viene a darme cuenta del resultado de la campaa que confi a su lealtad y a su pericia. S, Excelentsimo seor contest don Prspero, con la eterna sonrisa de sus Libios. Pues est usted nombrado Ministro de Guerra. Vuelva usted a Bogot, siga consejo de guerra verbal a los traidores... y fuslelos. No rechaza el nombramiento. Regresa a la capital y le dirige a Sanclemente un telegrama indeciso. Lo redact su amigo don Miguel Abada Mndez, porque Pinzn no se sinti con fuerzas para dictarlo, si bien lo firm quizs con la perpetua sonrisa en los labios. Hay una intencin en su vida pblica merecedora de nuestro respeto, si el respeto no lo tuviera conquista conquistado en el liberalismo por haber sido su enemigo de siempre: quiso hacer la paz en el ao de 1900,

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fue suficientemente perspicuo para adivinar que el poderoso contendor de Palonegro prolongara la lucha en persecucin de sus derechos y que la guerra slo poda terminar con tratados. Tal fue, en pocos rasgos, el caudillo a quien llam un reverendo hermano terciario al referir que haba ceido el hbito de la orden mencionada, el cruzado cristiano de 1900 No habiendo aceptado el puesto que le seal el presidente, recibi el empleo de director de operaciones, otorgado por el nuevo poder, y en su desempeo, al conducir un parque de Honda, contrajo la fiebre amarilla y de ella muri al empezar el siglo XX Por decreto dispuso el seor Jos Manuel Marroqun se le entregasen a la viuda e hijos del General $ 200.000 en papel moneda por modo de recompensa, y el cuerpo, despus de recibir honores pomposos, fue depositado en un sepulcro de piedra, no lejos del sitio en donde reposan las cenizas de Francisco de Paula Santander.

Por ah al octavo da de combate resolvi el Generalsimo intentar un asalto a Bucaramanga con fuerzas que vadearan durante la noche el ro del Oro. Fue designado para realizar la atrevida empresa el coronel Arturo Carreo, quien, a pesar de su indiscutible valor y de haber aceptado la comisin, confiaba poco en los
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resultados de ella. Estuvo lista la gente y no se efectu el asalto por haberse trabado recio combate a la hora en que deba partir la expedicin. Los jefes de operaciones consideraron intil y descabellado el intento. Ya era tarde. Las tropas, los restos de los batallones arrogantes se hallaban rendidos por todas las adversidades. El enemigo relevaba constantemente su lnea, y los revolucionarios se vean obligados a permanecer das y das en unos mismos puestos, contndose casos como el del batalln Tern, mandado por Joaqun Venegas, que soport el ataque por espacio de trece jornadas con sus noches sin ser reemplazado por nadie. La flor de nuestros soldados haba cado en los surcos del desastroso campo y jefes distinguidsimos como Neftal Larreamendi, Eliseo Surez, un millonario que vino desde Nueva York a ser comandante del batalln Plata, Pedro Snchez, Francisco Hernndez y tantos otros cuyos nombres aparecen en los partes extraviados en las peripecias de las marchas. Heridos estaban Soto Ortega, Carlos Hernndez, Enrique Valencia, Ardila, Soler Mario, Zabala, etc. An presidan los tenientes principales: Uribe Uribe, silencioso ante el desastre; Benjamn Herrera, siempre sereno; Sarmiento, sonriente en los peligros; Leal, con su tranquilidad de sportman; mas la parte ptima de los voluntarios haba empapado con su sangre la ingrata tierra de Palonegro y Lebrija. Un da vimos encaminarse al combate el batalln Girardot. Era digno del hroe del Brbula. Muchachos de diez y seis a diez y ocho aos, nerviosos y alegres;
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los conduca su jefe Carlos Hernndez, imberbe, delgado, plido y sonriente. All estaba representada la raza suramericana, mezcla de aborgenes y espaoles, estremecida, inquieta, briosa y sin miedo. Eran la flor de canela de nuestros bosques tropicales, la flor nacida en los valles tostados por la llamarada de un sol encendido como masa de cmbulos sobre cielos azules.

El hospital establecido no lejos del campo de batalla, lo diriga el cirujano Juan de Jess Martnez. Una noche nos condujo a visitarlo. Era un edificio de vastas proporciones, cerrado por paredes blancas. Una vivienda de labrador tranquilo, convertida inesperadamente en hospital de sangre. Haba en la corraleja camillas humildes, de palos toscos y ramas; las mulas en que fueron trasladados algunos heridos tascaban con mansedumbre y resignacin los frenos, o miraban con ojos aletargados, como nices amortecidos por el rayo de la luna, los puados de yerba regada en los pesebres. Sala del recinto del hospital un cao oloroso a hierro y se atropellaba en las puertas una queja aguda y sorda escapada del interior del edificio, de lo profundo del dolor de los agonizantes. Era un ulular como de ondas marinas rotas en la soledad contra los escollos. Entramos: los corredores estaban iluminados por teas de caas exprimidas, y su resplandor vacilante
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engrandeca o menguaba las actitudes de los heridos acostados en el suelo. Unos se retorcan con angustiosas muecas, otros guardaban silencio valeroso. Los primeros a quienes nos dirigimos eran soldados del enemigo. Extendido el brazo, uno de ellos contemplaba con fijeza su mano izquierda desgarrada, semejante a una flor monstruosa. Sonri el herido, como diciendo: Yo soy un intruso. Perdonen ustedes. En las salas, sobre bancos y camas duras, doscientos heridos se desangraban. Unos con las piernas o los brazos rotos; otros atravesado un pulmn, abierto el vientre. Al notar la presencia del mdico varios se incorporaron; brill en todos una rfaga de febril alegra. Mas en seguida, cual si apenas hubiese aparecido en sus ojos la esperanza de morir aprisa y no la de curar y sentir aplacados sus dolores, cerraron los ojos y, por un momento, se les vio reconcentrarse en si mismos. Tengo sed. Balazo maldito Hemos triunfado? Triunfamos, doctor? Y al comprender la angustia reflejada en la sonrisa de Martnez, el que preguntaba se volvi hacia el rincn de su lecho, y murmur: Ms vale morir de una vez ! Las antorchas chispeaban con fuego mefistoflico y la luz de la luna penetrando hasta los ladrillos de la sala tenia algo de irnico y maligno.
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El cirujano multiplicaba sus fuerzas. Pona vendajes en un brazo, baaba una herida abierta en el pecho, de carnacin suave y rosada. Aqu palabras consoladoras, all el gesto de la desesperanza. Que no nos dejen, doctor, si se marchan. No, contest el cirujano, no se afanen. De pronto se oye, trado por la rfaga hmeda, en el silencio espantoso de la noche, el ruido de los batallones que desfilaban tratando de acallar los pasos. S van! exclaman cien bocas en la vasta sala. Es la marcha. Nos abandonan! Muchos se arrojan de sus lechos haciendo un esfuerzo de suprema energa. Los odos afinados por el dolor perciben la marcha nocturna. El instinto no las ha engaado, y los rumores insensibles llegan hasta ellos, los adivinan y los presienten. No dice el mdico, an no. Y de pie, en la puerta, iluminado por las antorchas, baja los ojos enardecidos como si tratara de contener en su alma la ola de impotencia que lo abruma.

En Rionegro tres hospitales se colmaron de heridos. All el doctor Jess Maya Laverde, con Valencia, Fernndez, Posada y otros amigos de !a humanidad no
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alcanzaban a hacer las primeras curaciones. Notamos que la mayora de los heridos recibieron el proyectil en el brazo izquierdo. De nuestros clculos dedujimos que la Revolucin haba tenido 1.700 heridos y 1.000 muertos. Los enemigos no tuvieron, segn Arboleda, sino 1.600 bajas, aunque confiesa que de 13.000, monto de su ejrcito el 26 de abril, aparecieron 8.000 el 3 de junio. La Revolucin hizo respecto de su enemigo cmputo bien diverso: en Palonegro pelearon 22.000, contando las reservas mandadas de Tunja, Sangil, etc. Por prdidas de sangre, desercin y enfermedades, qued despus de Palonegro y Ccuta reducido el ejrcito gobiernista a 12.000 combatientes. Indudablemente, el general Prspero Pinzn hizo derramar mucha sangre en defensa de un gobierno calificado por l de inicuo desde las columnas de un peridico de oposicin. Que sus veleidades le hayan sido perdonadas por el Dios a quien el general complicaba en sus empresas, y que la sangre de sus soldados, si derramada por causa odiosa para !a civilizacin, se convierta en germen de paz y sea fecunda para la libertad, que es la vida.

El 25 de mayo, protegidos por la noche, los revolucionarios abandonaron silenciosamente el campo, donde se haca ya imposible la perma nencia de seres humanos. Una fiebre rara, como producida por el estra234

gamiento de los sentidos y las enfermedades causadas por falta de agua o el consumo de lquidos infectos; la viruela, la tierra nauseabunda, los cadveres que pedan ya que no fosa, a lo menos calma; el cielo que vibraba relmpagos secos; la fatiga extraordinaria, todo impona al Ejrcito liberal la variacin de su lnea de batalla y le indicaba dar un paso atrs para situarse lejos de la horrible zona de Palonegro. As se ejecut. Lentamente y con orden levant sus toldas y fue a colocarse en los cerros de Las Pajas y en San Ignacio, punto an ms cerca de Bucaramanga que Palonegro. Los enemigos, al enterarse del cambio, avanzaron con cautela, poniendo fuego a los edificios hallados en su camino. Al encontrarse a tiro de fusil, se les contuvo en la marcha. El primer paso es el que cuesta, y el primer paso atrs de los liberales infundi nimo a los contrarios. Entonces, se le ocurri a su jefe o encontr oportuno, el nico movimiento estratgico efectuado durante la interminable batalla. Cuando en uno de los das de Palonegro alguien le pregunt a Rafael Uribe Uribe: Qu piensa usted de cuanto est sucediendo? Qu he de pensar! A su tiempo expuse mis opiniones y por desgracia se estn realizando al pie de la letra. No me explico por qu Prspero Pinzn ha preferido esto a envolvernos por Matanza. La operacin era clara. Desde el tercero o cuarto da la Revolucin retir las tropas colocadas en La Cuchilla en proteccin de la espalda de su ejrcito. El camino
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de Rionegro a Matanza qued desguarnecido y an sin vigilancia. El enemigo no quiso cerrarnos la salida; prefiri confiar su suerte a la pelea de toros empeada en las colinas de Palonegro, con las astas rotas y el testuz ensangrentado. Al imponerse de nuestra retirada resolvi enviar una Divisin a salir por la cortadura que, partiendo del Llano de Don Andrs, conduce a La Cuchilla. Llevada a cabo la operacin dos das antes hubiera cado la gente legitimista sobre Rionegro indefenso, y con avanzar a Las Bocas nos cortan toda retirada: Bucaramanga por un flanco; la lnea enemiga de Palonegro a Lebrija, al frente; las selvas inexploradas del Magdalena y sus afluentes, por el otro flanco. Tal hubiera sido la situacin de los liberales si Prspero Pinzn alcanza a tener iniciativa. Pero, ya porque pensase ms en sus oraciones que en la tctica; ora por falta de bro, o bien porque su buen corazn no anhelase retener los despojos de sus enemigos, los dej partir camino de El Playn, contentndose con interceptarles el de Ccuta, y esto lo puso en prctica a la luz meridiana, de modo que al observar nosotros con los catalejos el desfile de cerca de 1.500 hombres en direccin de La Cuchilla, levantamos las tiendas el 27 de mayo, no sin haber antes dado respuesta a la descorts nota del Comandante de las fuerzas legitimistas al Comandante de las fuerzas revolucionarias. Palonegro no fue para los liberales una derrota infligida en el campo; jams se aproxim el ejrcito de los reaccionarios, que no fuese rechazado. Palonegro fue el Beresina para sus huestes, desastre que pudo ser defini236

tivo si Prspero Pinzn no les tiende puente de plata... Slo que hay enemigos a quienes no se les deja huir, porque son ms peligrosos vencidos que vencedores.

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XX

l estruendo de la fusilera era formidable. Desde tres puntos salan los fogonazos aburelados de cinco mil armas disparadas sin intermitencias perceptibles. Simulaban brazos infatigables en cuyas manos se incendiaban haces de cerillas mojadas. Se oa un resoplar de monstruo fatigado y dolorido. La noche estaba de mal humor, profundamente atediada, y estragantes nubes se cernan en la bveda del cielo, mezclando sus rayos al furor de la batalla y su luz desequilibrada a los resplandores de la fusilera. Dirase que bajaban las chispas elctricas a interrogar a los hombres por mandato de las deidades, y que Prometeo, ya devuelto al Olimpo y perdonado por Jove, se arrepenta de haber robado el fuego para los mortales. Los enemigos se haban valido de la oscuridad para dar tenaces cargas en que prodigaban sus cartuchos. Nuestros soldados se iban habituando a estas acometidas furibundas, de las que poco se cuidaban en tanto no vieran aproximarse las sombras iluminadas diablicamente por la luz de sus propios disparos. Ms de una vez sucedi que los voluntarios se apercibiesen al grito de se nos vienen los godos! y, tendiendo los fusiles a la
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ventura, disparasen contra el invisible enemigo; y como no oyesen silbar los proyectiles del contrario, caan en la cuenta de que estaban apuntando al cielo, y que las detonaciones secas y rpidas de los truenos de la tempestad cercana, eran las descargas a que contestaban. La ilusin apareca completa, y las miradas se elevaban desde la tierra al cimborio sombro, interrogantes en su mudez triste... En una ondulacin del terreno, recostado en un rbol de copa desgarrada por los proyectiles, se hallaba Jorge Peralta acompaado de tres camaradas, en observacin de aquel espectculo que por momentos hallaba extraordinariamente hermoso. La tempestad combinaba sus fuegos con los de la batalla y sus manojos de rayos caan serpenteando con ira. La luna, a la cual abrieron trabajosamente el paso las nubes colricas, se asom como una flor cineraria, de mrmol, mordida por los rayos. Era una luna enfermiza, febricitante, con mareo, que se retorca, una pupila acuosa, un ojo doliente, medio turbio, semejante al nico que nos clavan ciertos mendigos cuando nos miran ironizando en sus reconditeces. La luz de la luna ba con infinita melancola los caminos de tierra amarilla, cubiertos de cadveres, los matorrales de hojas speras, las rocas de una impasibilidad odiosa. Peralta trataba de no asociar la naturaleza al pensamiento de los hombres. La vea participar de sus odios y de sus amarguras. Las cosas reflejaban el alma de los combatientes; y l analizaba en medio del cuadro espantoso en que la muerte pasaba como un vientecillo
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refrescante y la vida era un clido hervir de la sangre. Analizar en tales momentos era horrible estado del alma. No poder sumergir en un pozo de bestialidad todos los instintos generosos, es una desgracia, un contrasentido, es hallarse siempre desadaptado. Mientras la luna se retorca disputando a las nubes su punto de observacin, se acerc al grupo formado por Peralta y sus camaradas una mujer que traa una tea de bagazo de caa impregnado de aceite; la luz viva y el olor penetrante daban claros indicios de la mixtura. Era una pobre vieja vestida de harapos, con los cabellos entrecanos y la boca de expresin angustiosa. Caminaba encorvada; con la tea iba examinando el suelo, las ensenadas de las veredas, los huecos, los bultos y hasta las sombras indecisas que se esfumaban en los matorrales. Cuando encontraba un cadver se detena sobresaltada, alumbrando sus facciones y deca: Ser ste? .... Ser ste?... Otras veces examinaba con atencin los cadveres, volvalos para contemplarles el rostro; intentaba distinguir el color de las blusas entre la mugre y la sangre. Unos se encontraban desfigurados sobre toda ponderacin y era imposible reconocerlos. Qu instantes tan fros para el alma de la vieja! Vacilaba, se detena con los ojos fijos en el cielo, y gema con gemidos agotados, empobrecidos, de perro miserable que no halla asilo en ninguna morada. Este ser?... Este ser?... Y se alej en busca de su muerto, murmurando oraciones ininteligibles. La carga continuaba feroz. Los soldados de la libertad por no desperdiciar los cartuchos, contestaban
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apenas los millares de bocas de fuego que rociaban el aire de proyectiles, formando una tela de araa por encima de sus cabezas. Cuando Peralta lleg a su tienda an resonaban los disparos, pero l slo oa las palabras dolientes de la anciana: Este ser?... Este ser?... y, nicamente contemplaba esa luna bamboleante, borracha, que sonrea cual ojo turbio mientras disputaba lo infinito del cielo a las nubes de color de plomo.

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XXI

ntes de emprender la retirada, celebr Vargas Santos un Consejo de generales al cual asistieron Focin Soto, Benjamn Herrera, Sarmiento, Uribe Uribe, Leal y Rodrguez, para designar 1a va que conviniera tomarse. Quedaban tres: la de Ccuta, por donde vinimos al desastre, se hallaba interceptada; y dos para Ocaa, la de El Playn a La Cruz por el Palo del Cuento, transitable de buenos climas y abastecida de vveres, o la de Torcoroma, que parte de las orillas del ro Cchira y por montaas del Magdalena atraviesa treinta y dos leguas de selvas hasta salir a Los ngeles. Por la primera se decidi Benjamn Herrera, intrprete del querer de un grupo de fuerzas. Se hubiera tomado sta sin vacilacin a ser posible, porque conduca a la ciudad donde se encontraban 1.000 soldados patriotas con suficientes elementos. Por la marcha a Ocaa opinaron el Generalsimo y Uribe Uribe; mas ste se inclin al camino del Palo del Cuento atenido a sus ventajas y a que dejaba la opcin de seguir a una u otra de las citadas ciudades. Antes de emprender la jornada comision al coronel Marco Aurelio Lobo para dar informe al jefe Supremo acerca de los peligros e inconvenientes que
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ofreca Torcoroma. El Generalsimo se limit a manifestar, sin or la relacin de Lobo, su firme propsito de atravesar la montaa. As qued resuelto. Mientras Uribe Uribe haca recoger el armamento sobrante para hacerlo trasladar a lugares seguros y dejaba en libertad a los prisioneros despus de comprometerlos a obtener la liberacin de igual nmero de liberales, las quebrantadas huestes emprendan a las doce de la noche del 27 de mayo el deletreo camino de la montaa. La noche... en realidad no supimos cul era el aspecto de la noche, tan oscuro se mostraba el fondo de nuestro pensamiento como el de una cisterna abierta en las profundidades de la tierra, tan reconcentrada el alma en su propia tristeza, que a modo de autmatas seguimos la ruta elegida. Resonaban los ferrados cascos de las mulas en los empedrados de Rionegro, y se oan las quejas de los heridos, quienes exclamaban: Se van y nos dejan en poder del enemigo. Muchos intentaron, sin conseguirlo, incorporarse en el lecho, y dos o tres centenares prefirieron la viacrucis que empezaba a desprenderse de sus compaeros y de su bandera. Algunos de los ms graves espiaron all escuchando la marcha fnebre del cortejo de sombras que se meta en la selva, mar adentro. Fue fatigosa la primera jornada por una senda estrecha anegada por los arroyos y obstruida por altas malezas.

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En la tarde del 28 acampamos en El Playn. Las lluvias arreciaban en aquellos fines de mayo, y conducir los despojos del heroico Ejrcito por veredas abiertas en las selvas bravas para ganados camperos, era llevarlos a la tumba. Los inexpertos no medamos completamente las consecuencias de lo intentado, y quienes estaban en aptitud de conocerlas por haber conducido ganados por trochas semejantes, no tuvieron compasin de los hombres.

En el prtico de !as selvas que vamos a recorrer se encuentra el ro Cchira, abundoso y resonante, cubierto de espumas y hojarasca. Piedras de gran tamao descienden con bronco resonar de carros subterrneos, y rboles destrozados por las aguas golpean las rocas de las orillas, o con violento empuje desarraigan nuevos troncos, los cuales se apresuran a formar en la danza del ro. Mientras sosiega su ira el dios de las aguas, centinela en la portada de la soledad magdalnica, la vanguardia se detiene bajo los rboles de las riberas, majestuosos ejemplares de dindes, almendrones y nogales colocados ah para anunciar la magnitud de la montaa, la grandeza de la ciudad insidiosa y salvaje a donde penetraremos al da siguiente. La lluvia se cierne al travs de la copa de los cachimbos y las guaduas, y los soldados, medio desnudos, se ocupan en proteger con ramas de palmicha las hogueras
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donde se retuercen las lonjas de carne fresca y se asan las yucas. El ro contina irascible, convertido en un patn de las montaas; atruena los bosques y estremece la tierra; los pesados cuerpos arrastrados por l, golpean su lecho con sonidos de tambor misterioso; el cual no logran apagar con su rimbombo sepulcral los gritos de los soldados que derriban rboles gigantescos para construir un puente. Un oficial, hombre robusto, como de treinta y cinco aos, de hermosa barba rubia, est tomando en cuclillas un poco de caldo; de repente le da un acceso de tos; cae la vasija de sus manos, y por boca y narices arroja borbotones de sangre. Alcanza a decir algunas palabras y exhala la vida. Cunta sangre ha visto Peralta verter en la guerra, y sin embargo le impresiona cual ninguna la escapada all de los pulmones del tranquilo guerrero que sin temor a la muerte satisfaca el hambre. Est muerto Corts exclaman sus compaeros de fogata. Es toda la oracin fnebre que se pronuncia. Al punto se disponen a cavar con las armas blancas una fosa donde ser enterrado el camarada que termin su fatiga. Los primeros batallones logran vencer al ro y siguen con Uribe Uribe. Se internan por la selva oscura.

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El Generalsimo con su Estado Mayor pasa el obstculo y va a acampar en la margen opuesta. La montaa cerrada empieza en este sitio. Los ordenanzas levantan tiendas; otros se ponen a construir cobertizos de varas verdes y hojas de palma, queriendo en la noche reposar bajo su abrigo. Llega la sombra anticipadamente a las puertas de la ciudad salvaje. A uno se le ocurre entonar La Marsellesa al arrimo de los colosales ceibos que destilan agua y apenas por entre sus copas permiten ver tal cual estrella velada en un cielo fragmentario. Todos cantamos el himno blico de la Revolucin. Fue un capricho. Nadie pens en que las estrofas inmortales tuviesen all aliento pico no indigno de los revolucionarios que las repitieron un siglo antes. Nadie consider que nuestra lucha era mezquina escaramuza de un pueblo dbil y triste contra un despotismo raqutico, cuyo vencimiento ni gloria dejara, tan pequeos as aparecan los enemigos y tan humildes nosotros. La Marsellesa cantada en aquel escenario se volva ridcula. No bamos a degollar reyes sino a pelear contra criollos ambiciosos que ni cuenta se daban de su poder omnmodo. Acabamos el canto con una carcajada. La risa convena a nuestra situacin; era a modo de desquite cobrado a la naturaleza que nos maltrataba. Nos burlbamos del monte insondable, del ro retorcido en su lveo de rocas, del cielo gris y hurao, del techo que debiera librarnos del fro y de la fiebre, del Ejrcito
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vencedor, a esa hora contando el Pan de San Antonio, de nosotros mismos, nosotros los vencidos. Y la selva nos atraa con su misterio profundo. Quedamos a retaguardia. El paso de los primeros soldados y de centenares de mulas va convirtiendo la senda indeterminada en un lodazal, en olla podrida de cieno, races y troncos. A medida que avanzamos, la montaa desenvuelve su espesura y los baches van siendo ms hondos. rboles inmensos, cedros y dindes de troncos rectos y lisos que se levantan a manera de columnas para terminar en la bveda formada por sus propios ramajes; bcares y cauchos de cuerpo retorcido; guaduas y carrizos exuberantes tratan de romper la masa poderosa y al no conseguirlo inclinan y doblan las cabelleras de opulentas hojas; palmas de contextura elegante y florecido copete se yerguen con ligereza y arrogancia, separando a sus rivales; bejucos y lianas semejantes a cables marinos, potentes lazos con que los monstruos vegetativos se atraen y se encadenan; taguas de follaje regordete y espinoso: arbustos vivaces agrupados en torno de las especies superiores, como en busca de arrimo al verse perseguidos por la ambicin de los ms fuertes; todos los hijos espontneos de la tierra, sultana fecunda, todos, desde el roble hasta el mimbre y desde las trepadoras formidables hasta la vainilla aromosa oculta en los rincones, nacen, viven, combaten y mueren en el gran recinto de la selva; se disputan el aire con ansia de prisioneros aglomerados en estrecha crcel; se lanzan
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al cielo en la conquista de la luz, alma de su existencia; batallan sin tregua; se arrebatan el suelo, pulgada por pulgada; se hieren con sus armas, con sus espinas, con sus races tenaces; se transmiten sus enfermedades y sus venenos; se derriban con desnudos brazos; se odian o se aman; se acarician lascivamente o se azotan; sucumben los dbiles sin gozar de los rayos del sol; levantan sus copas orgullosas los fuertes, los dominadores; se confunden en himeneos estriles, o se fecundan en floraciones rojas, azules, blancas, grises; palpitan a los besos del viento y a los rumores del agua; se disputan los regocijos de las aves coloreadas por el prisma y, gigantes o pigmeos, pelean la batalla de la vida, tan triste, tan sorda, tan estrepitosa como en las selvas humanas. Caminamos durante el da y slo hacemos una jornada de dos leguas. Los soldados se atascan, se extravan por los simulados senderos de la selva. Las mulas con los ojos ensanchados y atentos tratan de evitar los hoyos que se abisman por momentos; tartamudean por salvar los peligros, los troncos cados en mitad de la va, las races intrincadas donde se aprisionan sus cabos y salen heridos. All cae un jinete en charco nauseabundo y su cabalgadura queda patas arriba intentando enderezarse con vanos esfuerzos; ms all un soldado rueda con la cara ensangrentada por las espinas de la tagua o de los helechos arborescentes. Se incorpora resignado o lanza una maldicin; recoge el fusil, grave como maza de granito de los guerreros antiguos. Se detienen los prudentes animales de carga y parecen preguntar: por dnde continuaremos?
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De cuando en cuando suena la detonacin de un arma disparada contra un ave de las que rara vez se presentan en la copa de !os rboles. Las detonaciones producen eco de misteriosa escala cromtica, las fieras, si las hay, han huido al sentir la irrupcin de los hombres perturbadores del silencio de aquellas soledades. Los que pasaron antes han debido sentir los jaguares y los sanos al escaparse en busca de su guarida, gruendo su desagrado. Muchas veces la imaginacin de Jorge Peralta, desesperado con la monotona, compuso el escenario para ver surgir de repente, escondido entre los matorrales, el cuerpo elegante y flexible de un jaguar que lo miraba con pupilas acechantes y bellas, de un verde luminoso y esmeraldino. Miraba sus ojos coruscantes, sus dientes de marfil ahumados por el calor de la sangre bebida, su piel de cobre manchada de estao, y luego, en el momento en que fuera a derribarlo con sus garras, un grito y un disparo lo detendran perplejo. Qu emocin tan buena para su alma sedienta de verlo todo, de sentirlo todo! Miedo? Quin poda tenerlo all en los pantanos infectos, bajo el dominio de las selvas crueles, abiertas como una bveda mortuoria? Los conquistadores recorrieron una va semejante en su marcha a la altiplanicie. Ahora podemos medir su constancia y hacerles justicia, sobre todo a los caballos sublimes que venan desde Espaa. Se ha dicho siempre que los castellanos slo buscaban oro. Oh no! nicamente por amor a la gloria, la libertad o a la
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ciencia se imagina tal empresa. Tambin en servicio de la fe sincera. Lo dems es vulgar. Nos detenemos en una llanada abierta por los conductores de ganados. Es un paraje donde crece con fertilidad el pasto par. Las lluvias han inundado el sitio. Las aguas de un cao, mansa y traidora corriente, sepulcro callado y hondo, rodean con dos brazos el lugar escogido para alzar la tienda. En apariencia ningn peligro ocasiona esguazar el cao. Mas no se aventuren los incautos porque guarda en sus ondas secretos y asechanzas. Varios hombres obligan a un caballo a pasar la corriente; despus de luchar con el abismo buen espacio, el animal sale al lado opuesto para dejarse caer desfallecido. El tronco por donde van pasando los soldados se rompe y tres son envueltos por las traidoras ondas. Dormimos a la intemperie sobre tendidos de hojas de pltano silvestre. Al ir a reclinarse uno de nosotros en el lecho, sale una serpiente de visos amarillos y rojos. Ms adelante, en otra abertura de la montaa donde acampan algunos batallones, el cao se desborda y anega los pastales. En alta noche, hombres, mulas y equipajes flotan en la llanura lquida. Al siguiente da nos detenemos cuatro horas en vadear el terrible cao de El Pescado. Como all se halla la tierra desmontada, un sol rabioso nos quema las carnes, y en tanto el vaho hmedo de la tierra nos produce malestar inexplicable. Un grupo de virolentos se detiene en la orilla del riachuelo, esperando su turno.
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Los enfermos con los prpados hinchados y los ojos reducidos, contemplan resignadamente sus pstulas como semillas gordas de malva ; otros van con el principio de la fiebre eruptiva, desasosegados, con el temor de que sus compaeros les digan: Ya te brota la virgela, eh! El contacto del agua apresura la erupcin. Estos hombres lastimosos conservan todava los fusiles. Es para su defensa, si bien no tienen ms de tres o cuatro cartuchos, o por la costumbre de llevarlos? Cada paso es ms penoso. Ya no se hacen jornadas de dos leguas. La montaa ensancha o estrecha sus calles silenciosas y grises. La monotona desespera; el olor despedido por el cieno y los vegetales descompuestos causa mareo, las hojas azotan los rostros y las hormigas clavan sus aguijones. La racin de sustento se merma: carne seca y hedionda, un trago de caf tinto, se entiende, pues no hemos podido agrovechar la leche del rbol que la destila entre los de la selva. Las cabalgaduras se rinden; no pueden continuar. Con las orejas lacias, los ojos insomnes fuera de las rbitas, los ojos de un glauco adolorido, los ijares jadeantes y las mandbulas contradas, las mulas y los caballos se quedan en los tremedales, resueltos a no seguir, a parecer definitivamente vencidos. Extienden los remos posteriores de modo que permanezca medio cuerpo fuera del barro, y aguardan su destino irremisible. sin exhalar un vagido, resignados en la melancola de la fatiga. As marchamos y marchamos. Los baches son pozos; la montaa no vara. A cada momento se presenta
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un detalle que impresiona: ora son los heridos con sus lceras regorgotando gusanos; ya un enfermo que mide con sus pasos la prxima tumba. Un soldado de a caballo lleva un nio en los brazos. No lo dudis. El hombre conduce un infante de dos o tres aos, blanca criatura que mira con ojos de una inocencia divina. Ser su hijo? Nadie se atrevera a preguntrselo. Hay cosas de una sencillez tan noble, tan pura, que se las profanara al analizarlas. Los soldados van abandonando sus fusiles. Los colocan contra los troncos para que los perciba el jefe y los haga recoger si puede. Un da, ya cercano el trmino de la Trocha, observa el Generalsimo unos cuantos hombres que an llevan fusiles, mientras devoran los frutos en cierne del marfil vegetal; y con el alborozo del patriota, del caudillo tenaz y constante, les dice: Ustedes son dignos de una recompensa, porque no han tirado las armas como otros Por pendejos! Exclama una mujer. El Generalsimo no puede contenerse y la increpa con dureza: Nosotros sonremos, quiz con amargura. Para qu seguir la peregrinacin da por da? Al cabo de trece salimos a lugares desmontados, desde donde se mira el cielo. Qu azul tan luminoso, qu azul tan amigo de las almas! Los pulmones se ensanchan, los ojos se deslumbran. Las pobres mulas se animan, participan del rego253

cijo de los hombres; y cuando descubrimos Los ngeles, nos aparece el miserable pueblo con sus edificios de barro, sombreados por cocoteros y manglares, ciudad encantada en donde debe empezar el paraso, y en todo caso donde termina la selva oscura.

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XXII

a aldea de Los ngeles se halla en el departamento del Magdalena, el cual penetra inusitadamente en territorio que cualquiera supondra parte de Santander, siendo un apndice en la lnea de los lmites naturales de uno y otro. Desde las colinas de los alrededores abarca la vista el esplndido horizonte de las montaas y de las selvas por donde se desliza el ro navegado por primera vez por Jernimo de Melo. A pesar de ser tan malsano el clima, hasta el punto que pocos nios nacidos all logran llegar a hombres, nos alegramos con el hallazgo del casero y le quedamos agradecidos; y tambin al jefe enemigo general Ignacio S. Hoyos, quien haca guarnicin en Ocaa, el cual se retir al tener conocimiento de nuestra salida. Si nos aguarda a la boca del monte se habra dado el lujo de hacernos capitular, porque el estado fisiolgico nuestro y la carencia de municiones apenas nos hubiera dejado caer con los honores del vencido moribundo. Gracias, general Hoyos. Cuando los peregrinos sean extranjeros no los deje escapar. All los asustamos con el cuero del tigre.
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En Los ngeles permaneci el Generalsimo en tanto Uribe Uribe ocup a Ocaa, donde fue recibido con entusiasmo por los liberales y por las mujeres patriotas que suean bajo un cielo adormecido en los recuerdos gloriosos dejados por la libertad de la guerra de Independencia. Es Ocaa ciudad de clima agradable, aunque no benigno para los forasteros. Est edificada sobre ondulaciones de tierra volcnica, que le dan aspecto de ruinas. Durante la permaneca en ella, se desarroll una desoladora epidemia de fiebre que caus la muerte de muchos compaeros, como Abraham Bernal y el mdico Juan de J. Martnez, quien fue a acabar en La Cruz su prometedora existencia. Los miembros del clero se mostraron satisfechos con nuestro arribo y felicitaron a los jefes liberales con palabras rebosantes de republicanismo.

Como el Generalsimo esperase en Los ngeles, los restos del ejrcito que luchaban por salir de la Trocha con dos intiles piezas de artillera, pidi Jorge Peralta su venia para seguir a Ocaa. En el camino le toc contemplar un espectculo sublime en las desequilibradas comarcas tropicales. La va va por el borde de la selva extendida sin interrupciones desde all hasta las riberas del Magdalena. De repente se present un viento huracanado, venido de
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las regiones desmontadas. La selva recibi el ataque de flanco encorvando sus grandes rboles; de la primera acometida cayeron las ramas secas que crujan entre los silbidos del viento; volvi ste con mayor coraje sobre su enemiga, y los inmensos individuos del bosque giraron un instante en sus bases y se desplomaron en seguida con estruendo aterrador y hermoso. La selva pareca un rebao de potros de largas crines, azotado por enemigo invisible. Las ramas al quebrarse restallaban cual centenares de ltigos manejados por un auriga misterioso. Los troncos de tres o ms metros de grosor y veinte o ms de altura, caan con inslito vencimiento, arrastrando en su remolino las plantas de menor resistencia. Una nube negra se retorca detrs del huracn como conductora del viento. Le lleg su hora de combate. Se acerc con mpetu a la selva y lanz andanada de rayos y trombas de agua sobre su indefensa enemiga. Guarecido Peralta en un rancho tejano, miraba con miedo y uncin el espantoso choque.

Del 8 al 12 de junio permaneci en Ocaa la Divisin mandada por Uribe Uribe. Al recibir orden de moverse, deseoso como estaba de no exponer sus soldados a los peligros de la epidemia reinante en la ciudad, se traslad a Las Rojas, cerro clebre para el Generalsimo, por haber rechazado all l a los conservadores en 1885. La ocupacin no tena objeto, por hallarse el sitio
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lejos del camino por donde pudiera pasar el enemigo, y porque desde sus peladuras no se vigilaba la va, ni era de suponerse ataque alguno. Insisti Uribe Uribe en la innecesaria ocupacin de Las Rojas, y al fin se le permiti establecer su campamento en Capitn largo y por ltimo en La Cruz, en avance sobre San Pedro, donde se encontraban las fuerzas de Hoyos. En la histrica ciudad de la Convencin vinimos a medir todas las trascendencias de nuestro gran descalabro. El disgusto en muchos se hizo notorio, y como a Napolen el pequeo, despus de Sedn, jefes y soldados iban perdiendo el respeto al Generalsimo y a su segundo. En Ccuta, por esa tendencia comn en el liberalismo a fiscalizar, se obtuvo la creacin de una Corte de Cuentas destinada a vigilar e1 manejo de fondos. Fue nombrado fiscal el honrado joven Rafael Caldern, quien cumpla satisfactoriamente sus funciones, y auditor general el no menos meritorio caballero, doctor Leovigildo Hernndez. En Ocaa se disolvi la Corte, y el auditor renunci, por un incidente desagradable, sus funciones. Se hizo nueva emisin de papel moneda, porque la anterior haba sido dejada, ignoramos por qu motivo, escondida en Pamplona a nuestro paso por all en enero. El Generalsimo no se movi de Ocaa. Completamente disgustado con su subalterno, se propuso impedir la incorporacin de todo contingente nuevo, en las milicias de Uribe Uribe. Este excitaba a su superior
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para que avanzase la mayor parte de sus fuerzas con el propsito de hacernos sentir por la espalda del enemigo, entonces empeado en la rendicin de Ccuta. Presinti claramente Uribe Uribe cuanto tena efecto en esa plaza, y crey un deber indicar al Generalsimo la operacin que hubiera consistido en aparecer sobre Arboledas y Salazar en la ruta de los contrarios. Debemos influir siquiera como fuerza moral, deca, en el combate que se libra en la frontera. Pero el Supremo, ms y ms rotos los lazos que le unan con Uribe Uribe, se deneg a seguirlo en sus advertencias. Su empeo se diriga ahora a exasperar al subalterno hacindole cargos detestables con la mira de inducirlo a declararse libre de toda sumisin al Generalsimo y as descargar responsabilidades diciendo a la colectividad que la guerra se haba perdido a causa de la indisciplina de Uribe Uribe. Hoy ms que nunca, contestaba ste, dependo de la Direccin suprema. El Mayor General lleg a dirigirle una nota, en la cual se le comunicaba que los seores Vargas Santos y Focin Soto, en la necesidad de ser leales al partido, se vean precisados a impedir el aumento de las tropas estacionadas en La Cruz. Y porque Uribe Uribe hizo alzar de seis a doce bultos de caf perteneciente a enemigos en armas, para con su producto hacerse a escasos fondos en papel del Gobierno, con destino a urgentes gastos de sus fuerzas, se le llam a cuentas y a pique estuvo de ser declarado indigno de la confianza del liberalismo. Desgraciado Partido Liberal! Tan grande y tan noble por su pueblo, y tan pequeo visto al travs de
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las envidias y soberbias de su parte directiva; si hay un consuelo para los tontos que hemos puesto toda nuestra vida a su servicio, sea el de decir con el doctor Teodoro Valenzuela: Qu tan malos sern los conservadores, cuando nos obligan a ser liberales! Convencidos los supremos de que Uribe Uribe iba a perecer si se le dejaba seguir por Cchira, a enzarzarse de nuevo en la desastrosa regin de Rionegro, le autorizaron a marchar por la va de Ramrez; y ellos, con las Divisiones de Benjamn Herrera, Leal y Sarmiento han tenido la insensatez la expresin es fuerte, pero es justa, con justicia que nuestra pluma debe hacerles a los heroicos soldados liberales la insensatez de endilgar en segunda ocasin por las selvas del Magdalena, remontando la insondable montaa por las mrgenes del Lebrija. Aquello fue cruel y no tuvo excusa. Los ltimos vencidos quedaron en los arenales africanos del Lebrija. La fiebre los extermin sobreseguro y hasta las fieras tuvieron su plato en el festn definitivo. Algunos, como el general Gaona, fueron devorados en Sabana de Torres por los jaguares que venan siguiendo la marcha de los peregrinos liberales. Qu pensamiento, qu plan, qu motivo indujeron a emprender semejante camino ? Sencillamente, la terquedad y el deseo de no recibir inspiraciones de Uribe Uribe.

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Las tropas de ste salieron por climas sanos y caminos reales, provistos de vveres, al mismo sitio adonde treparon al cabo de inauditos esfuerzos los despojos postreros de las gloriosas Divisiones de Palonegro. An haciendo demoras de tres das en lugares de temperatura benigna, llegamos sobre Rionegro los salidos de La Cruz antes que los de Lebrija. Al paso de la montaa de Cchira fuimos atacados por una guerrilla de treinta hombres oculta en ciertas ensenadas del bosque: Cogi entre dos fuegos la columna de 1.000 hombres y durante una hora la hizo retorcer como serpiente herida. No se vea a los tiradores que acechaban nuestros movimientos desde la cmara oscura de la floresta. Los proyectiles hirieron al general Severo Cruz y atravesaron el pecho a una mujer que llevaba en los brazos un nio. La madre cay boca arriba con el infante baado en su sangre amorosa; y el chiquillo, con el aspecto de un animalito inocente, miraba con susto y dolor el rostro lvido y la cabellera destrenzada de su madre, sin darse cuenta por qu brotaba del pecho, donde l beba la vida, esa fuente de sangre, y por qu su dulce protectora se quedaba muda, inerte, como dormida en mitad del camino. Con un quejido de miquito al cual se le desprende del seno de la madre, el nio infeliz fue retirado por otra mujer, mientras se apresuraba el pasitrote y los guerrilleros aseguraban la puntera detrs de los troncos. El General se encoleriz contra la guerrilla. Maldeca a los infames tiradores del bosque, asesinos, que estn matando mujeres, gritaba. Despleg tal rapidez
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en sus rdenes que pronto estuvo la tropa en actitud de hacer prisioneros a los Cchiras, cerrndoles la salida. Once cayeron en nuestro poder. Cualquiera hubiera asegurado su fusilamiento; tenan caretas para disfrazarse, y se tornaron humildes corderos. Se les condujo bien vigilados, lo cual no impidi se fugasen varios en el trayecto de Ramrez a Cchira. Al avanzar la columna, despus del tiroteo al pie de una cerca, se hall un soldado muerto por arma blanca. El cuerpo extendido cerca de una fuente, que surga de la tierra para abismarse en seguida por una boca negra abierta en los peascos, dejaba una impresin trgica de misterio, como para ser percibida por alma de poeta. Por el camino de Vega Grande bajamos a El Playn. Luego ascendimos a Santa Luca, La Aurora y Las Mercedes, y finalmente pusimos las toldas en Las Pajas y San Juan Nepomuceno sobre la poblacin de Rionegro. En tanto, el Generalsimo remontaba las alturas de El Naranjo, tras la inenarrable odisea del Lebrija. El 3 de agosto de 1900, una vez que nos particip Prspero Pinzn la toma de Ccuta de una manera oficial, y el haberse encargado del poder Ejecutivo el seor Jos Manuel Marroqun el 31 d julio, nos arroj con furia sus huestes numerosas y aguerridas. Cargaron con bravura, y si las posiciones escarpadas se defendieran por s solas, all los escarmientan los liberales; mas eran tan pocos y carecan de municiones. Del campamento de El Naranjo no se quiso enviar a San Juan Nepomuceno las mseras cajas de cartuchos recargados, pedidos con instancia.
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El General Uribe Uribe tuvo la firme conviccin de que se le dejaba intencionalmente expuesto al mayor peligro, y que en las tiendas de El Naranjo haba quienes celebraban su ineludible derrota. Estas son cosas para callarlas. Tienda el olvido su compasiva vestidura sobre ellas, y aprovechen las generaciones del porvenir las lecciones, profundas y tristes, desprendidas de lo expresado, como pginas negras donde se escribi con sangre. Dos horas resistan los liberales el empuje de los contrarios. Rechazados de la loma de Las Pajas, nos hacan ya prisioneros a los de San Juan Nepomuceno, cuando orden Uribe Uribe la retirada hacia Los Helechales. Dizque era Domnguez quien tomaba su desquite. Leamos El Moro Expsito, de don Jos Manuel Marroqun, en la quinta de Garcilvania, cuyos amables dueos siempre sern recordados con gratitud, en el momento en que sonaron los primeros tiros del combate. bamos en el Canto VIII. Horas de angustia rumiadas con cierto placer inconsciente! Quin terminara la lectura del poema?

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XXIII
ornada condenilla!, decan los soldados al hacer alto en los finales de las eminencias por donde bajaban a Cchira. Caa la tarde con placidez que desarmonizaba las ideas desoladoras, como luces intermitentes encendidas en el cerebro de Jorge Peralta. La hermosura de las montaas iluminadas por un sol de cobalto que pona a las cosas lejanas un toque ideal; la serena mansedumbre de los rboles y del viento; el verdor jugoso de los maizales espigados tiernamente a la vera del camino; la calma insoportable de la naturaleza. Todo le produca desagrado al joven, no por lo que expresara el paisaje en s mismo, sino por la discrepancia que notaba entre sus pensamientos y cuanto vean sus ojos. Qu hoscos, qu amargos eran los fantasmas que pasaban por su imaginacin cansada de la monotona sin lindes de aquella campaa, de aquella brega estulta y perversa. Siempre la fatiga excesiva, intil a la postre, siempre el dolor, la violencia, la sangre y la muerte... Los soldados se ocupaban en recoger leos secos para encender hogueras. La eterna tarea, despus de las grandes caminatas, de las derrotas o de las victorias, dedicar
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las horas del descanso a la pitanza, la miserable racin que los alimentara, el poco de calor que los protegiera del fro de la noche. Peralta, dejando atada a un arbusto la mula que tena la abnegacin de llevarlo en sus lomos durante los largos das de marcha, se extendi en la grama a la sombra de un naranjo lleno de flores. Cerca se alzaba, escueta y en desamparo, una casucha de la cual haban huido sus moradores mucho tiempo antes. Una frtil calabacera, de hojas estpidas y flores amarillas, desde un rincn del huerto se haba atrevido a avanzar hacia los muros de barro y, presintiendo el abandono de la vivienda, se colaba por la ventana, curiosa de averiguar por sus dueos. Los acuosos sarmientos se haban asomado por un hueco y regresaban por otros en busca de sol, amedrentados por la humedad de la choza sin habitantes humanos. Las fogatas de los soldados crecan rpidamente con el estmulo del aire oxigenado de la montaa. Pronto sinti Peralta que hervan los calderos y llegaron hasta l los olores de la carne asada en brasas. Algunos hombres devoraban ya su racin sanguinolenta mientras las mujeres atizaban el fuego destacndose sus bustos entre el rojo y negro de la candela con precisin obsediante. A Peralta le punzaba una manera o frmula de sus visiones interiores al fijarse en las mujeres que alimentaban las hogueras: siempre le haban parecido los seres humanos contemplados a la luz artificial de
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leos encendidos en la sombra del crepsculo o de la noche, imgenes vivas de los hombres de las pocas primitivas. Los rostros, observados de lejos, hacen gesticulaciones grotescas, los vestidos bien pudieran ser pieles, si es salvaje el conjunto, y ms cuando los hombres, medio desnudos, devoran con ansia un manjar que pasa de las llamas a los dientes. Por asociacin de pensamientos senta Peralta la humildad del origen del hombre en presencia de las candeladas semejantes a hogares antiguos. No necesitaba hacer esfuerzos para suponer a nuestros antepasados de la edad da piedra en sus grutas, calentando los miembros recios de pelaje hirsuto, mientras mordan con chasquido de fieras los trozos palpitantes de las carnes de sus enemigos sacrificados a sus dioses espantosos. El olor de la carne tena estragado el gusto de Peralta. Muchas veces al pasar cerca de los tizones donde el fuego contraa las lonjas frescas, volvise a mirar haca otros sitios para evitar un mareo. Ahora haba cerrado los ojos. Las flores del naranjo desprendidas por el soplo de los bosques, perfumaban el aire con delicia voluptuosa, y el joven sinti las enervaciones del aroma de los azahares; su cerebro dbil, su sistema nervioso agotado por ansiedades y fatigas, sentan la embriaguez derramada por la lluvia de flores; se sumergieron sus sentidos y su alma en inciertos limbos de ideas e inexplicables emociones; se figur iba a morir en aquel punto, bajo un sudario de ptalos blancos, en el reposo de la noche recamada de estrellas hondas. Pero no era una
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muerte como las muertes comunes, porque l senta su fuerza animadora, su espritu, irse compenetrando en el perfume de los naranjales, y su cuerpo se confunda lentamente con las sustancias de la tierra. Se realizaba con suavidad inefable la vuelta del tomo al todo. Y el pantesta que jams neg los lazos familiares entre su espritu y las cosas, gozaba interiormente con el deseo de disolverse en la naturaleza, sin trepidaciones dolorosas, sin angustia y sin miedo; se deleitaba pensando en confundir en la vanidad del todo la sustancia de su organismo y el hlito de su alma dbil. Aqu iba en sus sueos nirvnicos cuando crey percibir una voz misteriosa que sala de la tierra. La voz dijo: Cobarde, vive! Para qu? Para combatir. Qu importa el combate sin el triunfo? Todo. La frescura de los ideales es lo que importa. Quin eres, que as me increpas? La Vida. Soy la vida, que slo pide a los hombres que la amen. Yo no invent las palabras! Sinti Peralta una nueva rfaga aromada que mova sus cabellos. Caan azahares como estrellas de alabastro. Abri los ojos y crey contemplar a la vida que pasaba... pasaba no en el traje de lila con que la vio el poeta, sino
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vestida gravemente de su tnica gris bornada de astros y figuras hierticas. Abri los ojos, y, en la antelia que surga de sus pupilas fatigadas, descubri la imagen del soldado muerto en la maana anterior, con la herida profunda, el cabello erizado por el fro, la narz perfilada, como de cera, y los ojos abiertos en la suprema ansiedad de retener la luz que se extingue. Peralta se incorpor en su lecho de grama. Las flores del naranjo piadoso caan en la yerba cual pequeas nforas de perfume. La noche se extenda sobre los montes y los llanos con reposo patriarcal y solemne. Los leos consumidos por el fuego oxigenado, crepitaban. Peralta sinti que el universo se reconcentraba en su espritu.

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XXIV

l mismo da 3 de agosto hicimos alto, sobre las alturas de Helechales. El enemigo no se propuso perseguirnos; su plan era otro, bastante acertado: acometernos en el paso del ro Sogamoso. El 4 permanecimos en Las Cruces y el 5 en Urimante. E1 6 se juntaron los soldados de la divisin de Uribe Uribe con los conducidos por el Generalsimo. La marcha se apresur por ser el intento cruzar el ro Chicamocha rpidamente y ganar cuanto antes las jornadas del ro a Zapatoca. La operacin era desesperada, y ningn resultado favorable poda aguardarse de ella si el contrario tomaba resoluciones inteligentes. Ya era imposible vencerlo. Slo se pretenda buscar salida a la provincia del Socorro, diseminndose en guerrillas por territorio amigo la hueste ya deshecha. Para contener el avance del enemigo por el flanco izquierdo situ el general Benjamn Herrera, jefe de vanguardia, un batalln de 150 plazas en Altamira. All resisti el bravo Salcedo, como espartano en las Termpilas, hasta verse cubierto por la sombra del innumerable ejrcito gobiernista. Protegida por defensa tan gallarda la primera Divisin adelant hasta el ro.
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El 7, a las nueve de la noche, lleg la diezmada columna a las orillas del ro Sogamoso. La luna nimbosa, como en las noches de anteriores desastres, iluminaba las aguas revueltas y sucias del afluente del Magdalena. Se distinguan los tumbos formados por las impetuosas ondas, y se presenta lo indomable de su corriente. Una sola canoa se hallaba lista para trasladarnos a la banda opuesta, en el sitio de El Tablazo. Como una tribu derrotada en el desierto, se extendi la gente en la plenitud del cansancio y el vencimiento sobre e1 arenal de la playa: La canoa empez a funcionar entre la furia de las aguas, que ni para calmar la sed servan, llevando, como llevaban, toneladas de arena. La tarea era larga y difcil. A veces el ro azotaba con ira el msero trasto y los remeros, erguidos cual atletas, se sentan incapaces de dirigirla. Entre tanto la caravana, sin orden y a la intemperie, dormitaba en el lecho movedizo de la playa. La barqueta pas primero los equipajes; an no corresponda el turno a los hombres. All estaba Jorge Peralta; incapaz de someterse a dormir en semejantes condiciones y entre los cascos de !as mulas, prefiri aguardar en pie las luces del alba, recostado en el cuello de su mansa cabalgadura. Oa aproximarse los fuegos de Altamira. Indudablemente, el enemigo conquistaba terreno y el puado de hroes ceda ante la magnitud del ataque. Los disparos resonaban cada vez ms cerca, en lnea oblicua. Peralta meditaba en el fin del fin. Por momentos supona ya sobre la playa
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a los vencedores, y arreglada su composicin de lugar se iba a dejar hacer prisionero y hasta prefera morir antes que arrojarse al torrentoso Chicamocha. Siempre las aguas misteriosas e insondables le haban inspirado el miedo ms real y nervioso. Los contrarios rompieron el obstculo, pero vinieron a hallarlo en otra fortificacin del terreno. Las fuerzas de Benjamn Herrera y parte de las de Uribe Uribe con el general Juan de la C. Zabala, cuyo valor y serenidad dejaron huellas de admiracin en los jefes enemigos, combatan en Capitancitos con los ltimos cartuchos recargados en Ocaa. La columna de Prspero Pinzn era poderosa y quera terminar a toda costa la campaa. Acometi la empresa de apoderarse del desfiladero con bro extraordinario. Al transmitir una orden recibi en este encuentro un balazo el que quiz hubiera sido un caudillo de las milicias catlicas, un joven valeroso, Jos de Jess Casas Castaeda, convencido hasta la mdula del espritu de la bondad de su causa. Muri horas ms tarde, como hubiera podido morir San Luis Gonzaga, a ser hroe, pidiendo que le dejaran ver la imagen de la Virgen Mara, y sealando sus brazos como vehculo en el cual haba de ascender, casta y ardiente su alma al cielo. La luz del sol fue aprovechada por los tenaces enemigos para dirigir con bastante acierto la puntera de sus caones sobre el fragmento de ro por donde pasaban los liberales. Nos vimos en la necesidad de buscar otro paso, alejndonos de la mira de sus bronces.
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En el curso del da 8 quedaron en la opuesta banda quinientos hombres y el estado Mayor con Focin Soto y Uribe Uribe. Los defensores de Capitancitos o Lincoln cedieron y no sindoles posible ejecutar la operacin llevada a cabo por nosotros, tomaron por la orilla del Sogamoso hacia el Magdalena. Y otra vez volvieron a repasar el curso del Lebrija y a sentir el aliento inhumano de las selvas. Ciento cincuenta o doscientos de esos soldados fueron a vencer con Uribe Uribe en Corozal, rindiendo a seiscientos atrincherados en la plaza. Corrimos hacia Zapatoca, anhelosos de hallar libre el paso de aquella busaca. Pero el contrario no dorma. Ya en los bosques de Santa Helena sus guerrillas haban asesinado a Alberto Daz y en Betulia rechazaban a Jenaro Silva, dndole muerte. Ocurrimos a La Cuchilla del Ramo, en las puertas de Zapatoca. Los soldados enemigos nos esperaban; trabse un corto combate, en el cual pudo caer Uribe Uribe prisionero, y retrocedimos acorralados sobre Chucur. El 12 de agosto, perdida toda esperanza, sigui Uribe Uribe el consejo de sus ms adictos oficiales, y en la nica canoa existente en el Puerto de Las Infantas, del Oponcito, se embarc con diez compaeros: Sal Zuleta, Germn Vlez, Samuel Prez, Pablo E. Obregn, Ramn Rosales, Octavio Pea Silva, Carlos Reyes Patria, Daro Gaitn, Sergio Camacho, Juan N. Prada, Luis F. Torres y un boga.
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Al despedirse Uribe Uribe de Jorge Peralta en Mundo Nuevo, le dijo: Siquiera despus de Peralonso y Palonegro no se dir que el Partido Liberal cay ridculamente. El que no triunfa contest Peralta, con demasiada amargura, siempre quedar en ridculo. Los diez hroes con el hombre superior a quien todava discute el liberalismo en tono bizantino, se internaron por la selva tenebrosa En la Virginia capitul el segundo de Uribe Uribe, el general Albornoz, y la capitulacin apenas fue cumplida. En un vericueto de las nocivas montaas de Chucur vino Jorge Peralta a caer prisionero con varios de sus amigos. Se le condujo a la capital haciendo estaciones en las crceles del trnsito hasta traspasar las puertas del Panptico. En la ciudad impona su reinado de horror un individuo de cuyo nombre no queremos acordarnos. Nuestra fusta est muy alta para que baje a azotar lobos ciegos; y si es cierto que las sombras de sus vctimas lo asedian en la noche, a qu la venganza de los vivos?

El 4 de septiembre, mientras los vencedores pasaban bajo arcas triunfales de laureles y olivos, en donde no era raro ver caer: corderillos de algodn con cintas azules, Jorge Peralta iba por la calle paralela a la
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seguida por Prspero Pinzn y sus huestes, prisionero y como exornando la entrada del caudillo catlico; y pensaba, pensaba el vencido en las victorias definitivas de la libertad, en las gloriosas marchas de sus soldados, alegres y altivos; en los entusiasmos inmensos de los pueblos; en la elegancia triunfal de las banderas rojas; en la frescura de sus ideales abiertos entre rosas de vida y hlitos de juventud y de esperanza; y al ver las imgenes del Corazn de Jess en los corderillos engalanados de cintas, sinti toda la tristeza de los vencidos y toda la amargura de la derrota. A medida que su espritu y su pecho se iban sosegando, murmuraba entre dientes la palabra suprema: irona... irona... irona... Bogot, 1900 - 1903

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