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Maten Al Mensajero #2

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1

AO 1 / VOLUMEN 2
JUNIO- 2014
AR: $40
3 2
Lo hicimos de nuevo. Todava no lo pods creer, no? Nosotres
tampoco. Es que en todo esto hay una cuota grande de inconsciencia.
El herosmo y la edicin de revistas culturales no son homologables,
ya sabemos, aunque a veces nos cueste discernirlo. Pero, como
planteamos en el nmero inicial, quin poda imaginar que estaras
transpirando tus manos, pegadas al papel impreso, con la ansiedad
de dar vuelta la pgina y saber qu le depar a La Loreta? No
pensaste en los deseos que se te pueden hacer realidad en la mesa 3
del Bar de Chelo Candia? O, tal vez, te detuviste a mirar desde otra
mesa, tomando notas sobre los dems como Elas Montt?
Vinimos a echar por tierra el prejuicio: la gente ya no lee. Nos
remos juntos. Y, en una ronda imaginaria, la revista pas de mano
en mano, boca en boca, megusta y compartir. Podemos reconocernos
en todes les que se dieron el espacio para leer camino al trabajo,
de vuelta de la facultad o al salir de la escuela. De tirarse en una
plaza un domingo con el mate o leerla apretujades en el subte. Y es
que hay algo pecaminoso en esta lectura. Algo que se te pega en el
paladar, como un caramelo de esos de dulce de leche. Por eso, les
advertimos: hay emociones fuertes en este nmero y recomendamos
que no intenten leerlo de corrido.
Las pginas de esta segunda cita traen continuidades y rupturas:
Literatura Breve de la Regin Pampeana; un western de Kwaichang
Krneo; los segundos captulos de todos los folletines; ms de Hotel
de las Ideas; nuevas aguafuertes; mucha M.A.f.I.A.; Silvia Schujer
en Medianeras y ms.
Es tiempo de dejar los rodeos de lado y pasar a la accin, a la aven-
tura o al melodrama. Es menester dar la bienvenida a les lectores
que se suman a partir de este instante a este viaje. Y agradecer la
paciencia de quienes vienen apoyando el proyecto -fervorosa o
silenciosamente- desde meses antes de su salida a la calle. Porque la
misma palabra trae esa carga ancestral: el lanzarse hacia delante. De
cabeza, de palomita, de bomba. Abran paso y Maten al Mensajero.
PRLOGO
5 4
LA LORETA
ARISTIPO
RW PANTALLAZO M.A.f.I.A
NMADA
ROMANCE, MONS-
TRUOS Y MERCADO
INTRODUCCION
ACUMULANDO CPULAS
EL PAISAJE
06
34
FOLLETINES
REALIDAD
AUMENTADA
17 60 51
56
24
09
13
11
15
38
34
27
35
43
10
14
12
16
69
37
63
36
71
81
FELICIDAD
MANDATOS
EL BAR DE LA MESA 3
LA LLUVIA NO PARABA DESDE HACA DIEZ DAS
LOS VISITANTES DEL AGUJERO DEL COMEDOR
CELEBRACIONES
SIMULADORES DE VIDA
ORGA SUBTERRANEA
EL ESTUDIANTE
SATLITE DE AMOR
ACASO EL DIABLO
LOS OCOTES FRACTALES DE GANMEDES
DICIEMBRE DE 2011
HOTEL DE LAS IDEAS
WESTERN DE KRNEO
SUMARIO
2
COLABORAN EN ESTE NMERO STAFF DISTRIBUCIN
MATEN AL MENSAJERO
AGUAFUERTES HISTORIETA
FOTOGRAFA
AUTORES PAMPEANOS
LITERATURA BREVE
MEDIANERAS
ILUSTRACIN DE TAPA:
PABLO VIGO
HISTORIETA:
FEDERICO REGGIANI
ANGEL MOSQUITO
CHELO CANDIA
HOTEL DE LAS IDEAS
KWAICHANG KRNEO
GONZALO PENAS
CJ CAMBA
REALIDAD AUMENTADA:
ALEJO VALDEARENA
MAX PREZ FALLIK
MEDIANERAS:
SILVIA SCHUJER
CLARA MUSLERA
AGUAFUERTES:
MARIANA DAGOSTINO
AGUSTN ARGENTO
PABLO DAZ MARENGHI
ALEJANDRO DRAMIS
GUIDO COLL
JUAN MORETTI
LUJN TILLI
LITERATURA BREVE:
SERGIO DE MATTEO
CRISTIAN ACEVEDO
RODRIGO FERREIRO
DANIELA PASCUAL
FERNANDA LPEZ
FOLLETN:
SUSY SHOCK
FLORENCIA PASTORELLA
ELIZABETH LERNER
DIANA BENZECRY
FLORENCIA CASTELLANO
ERICA VILLAR
FEDERICO REGGIANI
FRAN LPEZ
KWAICHANG KRNEO
DIRECTOR:
SANTIAGO KAHN
CONSEJO EDITORIAL:
ELIZABETH LERNER
GINO CINGOLANI
LUJN TILLI
LAURA DI MARZO
EDITORES:
ELIZABETH LERNER (FOLLETN)
LUJN TILLI (AGUAFUERTES)
M.A.F.I.A. (FOTOGRAFA)
LAURA DI MARZO (MEDIANERAS)
JUAN MARTN BREGAZZI (LIT. BREVE)
CORRECTORA:
MARA C. SORIANO
MARICELEDICION1@YAHOO.COM.AR
PRENSA
DIEGO CABALLERO
PABLO DAZ MARENGHI
PRENSA@MATENALMENSAJERO.COM
WEB:
GINO CINGOLANI
DIRECTOR DE ARTE:
DAMIN MARTONE
WWW.DAMIANMARTONE.COM.AR
LAS FALACIAS DEL CAMPO
DISTRIBUCIN EN CAPITAL Y GBA:
DISTRILOBERTO
WWW.DISTRILOBERTO.COM.AR
DISTRIBUCIN EN EL INTERIOR:
EDICIONES LA PARTE MALDITA.
BOLIVIA 269 4TO A
(SOLO LIBRERIAS)
BADARACO DISTRIBUIDOR
WWW.BADARACOLIBROS.COM.AR
EDITOR RESPONSABLE:
SANTIAGO KAHN
BOLIVIA 269 4 A,
CP 1406 - BUENOS AIRES, ARGENTINA
REDACCION@MATENALMENSAJERO.COM
REDACCIN:
URUGUAY 239 8 B
PUBLICIDAD:
PUBLICIDADMATEN@GMAIL.COM
ISSN 2362-2253
77 SILVIA
Esta obra est bajo una
Licencia Creative Commons
Atribucin-NoComer-
cial-SinDerivar 4.0 Interna-
cional
7 6
Lo primero que La Loreta vio, al llegar
corriendo a la ruta, fue el auto Duna blanco
levantndose a la Vicky. Si le grito pidindole
ayuda seguro que se asusta y huye, pens, a la vez
que le haca seas a la Vicky para que se acercara. La
Vicky, que no solo la conoce sino que a fuerza de la
noche y sus telaraas de sobrevivir, haba aprendido
a descifrarla, a adivinarla inmediatamente, entonces
le hizo seas, a su vez, al chongo en el auto para que
doble hacia la calle muerta y ah la espere, todo en
la milsima de segundo que ocupa el divisar la presa
y el zarpazo que toda cazadora que quiere comer y
no asustar al futuro alimento tiene que dar, como la
rana con la mosca. No alcanz a acercrsele cuando
La Loreta le indic que no se vaya, que pida una
ambulancia y mientras gritaba eso, le arranc la
cartera a la Vicky y dio marcha atrs a sus pasos y
a sus palabras para volver a donde la Juana, pero
esta vez armada de la pistola, que tonta de mierda
que soy, se me ocurre justo hoy prestarle a la novata
esta para que empiece a cuidarse, justo hoy que era
tan necesaria tenerla, calzarla, dispararla, hundirle
de balas en la frente al porquera ese, se que ya
haba fugado seguramente, que ya ni rastros de
polvo de tierra haba dejado, tan rpida que es la
puerca y transfbica muerte.
LA LORETA
CAPTULO DOS
por
SUSY SHOCK
i l ustra
FLORENCI A PASTORELLA
Aos Atrs
La Loreta: Vos decs que yo no puedo laburar
ac? Quiero decir, tener un gran porvenir en Buenos
Aires.
La Juana: Vos quers que te conteste con la
verdad o quers que te mienta?
La Loreta: Necesito que lo que me digas suene
lindo, marica. No me vine de tan lejos, dejando todo
para que mi cuentito tenga un fnal infeliz.
La Juana: Pero qu dejaste vos all?
La Loreta: A mi vieja.
La Juana: La extras?
La Loreta: S.
La Juana: Y ella te extraar a vos?
La Loreta: A qu te refers?
La Juana: Digo si ella extraa a esta marica que
sos o a su nene que nunca fue.
La Loreta: No me serviste de chongo, al menos
haceme bien de amiga, mentime nena.
La Juana: Haceme caso, olvidate de todo lo que
fuiste. Si ac no nacs de nuevo, termins en un pozo.
C O N T I N U A R . . .
FOLLETINES
RESUMEN DE LO PUBLICADO.
La Loreta ha llegado a Buenos Aires, desde Tucumn. En la capital, se encuentra con Juan, quien luego ser
La Juana, siempre a su lado en trajines y recorridos. En un episodio confuso y violento, La Juana es atacada
y queda en el piso, en la calle, herida y ensangrentada.
9 8
UNA CIUDAD DE ESTUDIANTES ETERNOS. SUBTES REVEN-
TADOS DE PASAJEROS, FATI GA Y PUDOR. UN PASAJE
CASI SECRETO, PULMN Y TREGUA EN LA GRAN CIUDAD
PORTEA. UNA CELEBRACIN EXTRANJERA CONVERTIDA
EN TRADICIN CONURBANA. UNA VIDA SIMULADA. UN
VIAJE O VARIOS. ENTRE OTRAS COSAS.
MUCHAS COSAS, DETALLES QUE SE NOS ESCAPAN EN
EL VUELO A MEDIA MQUINA RUTINARIO PUEDEN SER
AGUAFUERTES, CASI TODOS.
LES PROPONGO EN ESTE NMERO 2 UNA LECTURA DIFE-
RENTE. EL MARCO DE ESTA SECCIN SE PARECE MS
AL DEL LENTE DE UNA CMARA FOTOGRFICA QUE A
LA DE CUALQUIER GNERO LITERARIO CERCANO A LAS
AGUAFUERTES. ES UNA CMARA QUE HABLA, QUE CUENTA
LO QUE VE CON LOS COLORES Y LAS RUGOSIDADES DE
LA IMAGEN: ESE RELIEVE, MATIZ, BASURA MINSCULA, IN
FRANGANTI, DESNUDO FRENTE A LAS PLUMAS DE NUESTROS
ESCRITORES QUE LO RENEN PARA NOSOTROS, CON EL
AGREGADO INCALCULABLE DE LA VOZ DEL QUE ESCRIBE,
SONORIDAD PRIVILEGIADA DE LA PALABRA, QUE DICE AC
HAY VIVENCIA, AC HAY MATERIA, ESTO NO EST QUIETO,
ESTO NO EST MUERTO.
por LUJN TILLI
ALGO
QUE QUIERAS COMUNICAR
P E Q U E O S A N U N C I A N T E S ,
G R A N D E S P R OY E C T O S
Escribinos a
publicidadmaten@gmail.com
para anunciar en nuestra revista.
11 10
LAS FALACIAS DEL CAMPO
por
AGUST N ARGENTO
n hombre de ciudad como quien
suscribe- suele buscar tranquilidad
en la naturaleza; rodeado de rboles,
pasto y animales; con el canto de
los pjaros y el sol matutino sobre
la hierba humedecida por el roco,
en cuyo refejo se espejan las nubes.
hospedaje, noto que no se trata de un par de fanti-
cos, sino de una carrera ofcial de rally, con no menos
de 30 automviles.
Imposible dormir la siesta. El estallido de los
motores slo es interrumpido por un locutor que,
a los gritos y cumbia de fondo, enuncia frases como
un aplauso para ste o aquel; hombres de verdad;
el esfuerzo de lo mecnicos. La sonora festa logra
romper el camino hacia la ansiada paz.
Fracasada mi siesta, con el sol ya puesto, regreso
a las calles empedradas del pueblo. Las parrillas estn
colapsadas y las calles silenciadas por el rugir de los
motores. Me hago lugar en una pulpera; casi con
despecho como a reventar y bebo (alcohol, obvio)
como si tuviera 18 aos.
Algunas horas ms tarde, acostado en la cama, es
posible que no logre conciliar el sueo. El estmago,
hinchado, pide una infusin. La msica de la festa
del rally no para de sonar. Los pequeos lapsos de
silencio, entre tema y tema, slo logran ensordecer los
sentidos; la acidez del vino sube hasta la garganta. Y yo,
en busca de paz, miro a mi pequeo bolso y recuerdo
que todava me queda una noche ms en el campo;
donde las fantasas, an, siguen vivas.
Siempre, adems, hay un caballo, a lo lejos, pastando.
No s por qu, la imagen maanera se impone por
sobre las del resto del da. Un clsico del escape de
la rutina.
Qu calma se siente cuando pisamos un pueblo,
por ejemplo, San Antonio de Areco, y, a su entrada,
ya se huele el agua del ro y el aroma de los pastiza-
les, junto al humo que se escapa, invasivo, desde las
parrillas. Un placer hasta para los turistas vegetarianos
que, cmara de foto en mano, se dejan llevar por ese
mundo de costillares y estaca.
Llegando a la estancia alquilada, caminando, con
el sol que marca el medioda, empezamos a escuchar
el ronco sonido de algunos coches preparados para
correr. Bueno pienso mientras contino mi andar-
est claro que esta gente tiene pasin por las tuer-
cas. Bien por ellos. Pero a medida que me acerco al
ACUMULANDO CPULAS
por
ALEJANDRO DRAMI S
ejor voy saliendo. Quiz algn da
pueda evitar llegar tarde, y hasta ese
da puede ser hoy; aunque lo dudo.
Nunca lo creo, y por eso llevo para-
guas y botas. Los das de lluvia en
Buenos Aires son como los de resaca:
mis sentidos se activan de manera
Volviendo. Optimismo es sinnimo de viajar en colec-
tivo antes o despus de que la gente entre o salga de sus
trabajos en el microcentro; con la lluvia tapando la vista y
con la vista atravesando la ventanilla y la mirada fja reco-
rriendo la lnea horizontal imaginaria sobre la que reposan
las cpulas de los edifcios.
Slo mirar las cpulas: arriba, bien arriba y lejos, y
despus de ellas slo el cielo azul (si no llueve) o gris (si
llueve o va a llover), y las cpulas nuevamente, todas en un
mismo cuadro fgura-fondo; o como las ideas platnicas,
inquilinas de un paraso remoto en el que no pasa nunca
nada, impoluto y silencioso: una extensin azul sin ascen-
sores o escaleras de acceso libre a un pblico desesperado
por la atencin del otro.
Otro parntesis: la verdad, detesto las cpulas de los
edifcios de las avenidas de esta ciudad. Las desprecio por
su belleza y por su sinceridad soberbia; o por su platonismo
inalcanzable. Por permitirme el sueo con la lejana, ausente
a estos pies que ahora ajan la tierra en su contacto con las
veredas de la avenida Santa Fe y Bulnes (Subte D, que no
tomo) antes de cenar algo recalentado y con el pensamiento
puesto en el trabajo atrasado. La imaginacin en la sucie-
dad de la lluvia de las calles de esta ciudad decora la suela
de los zapatos con los cuales todos los das me subo al 39
ramal-2, y durante diecisiete minutos exactos contemplo,
desde el ltimo asiento, aquel paisaje de ensueo mientras
llego tarde otra vez.
diferente a lo comn, y funcionan ms inteligentes y estpi-
dos a la vez; indecisos, tambin. Eso me gusta. Llueve poco
en esta ciudad.
Lo nico que realmente me gusta de vivir en Buenos
Aires es viajar en colectivo. Y lo nico que me interesa de
viajar en colectivo es mirar por la ventanilla, en la ltima
de todas, la del fondo, al lado de la puerta de atrs por
la que se baja, cuando uno llega a donde quera o deba
llegar. Y una vez sentado ah, y con las piernas cruzadas
una sobre la otra y las manos apretadas como para rezar,
dirigir la mirada hacia arriba, alzando la vista lo ms alto
posible y gradualmente, ignorando la copa de los rboles
y los helechos que cuelgan de los balcones y se cruzan en
esa epopeya visual, y focalizar los ojos en las cpulas de los
edifcios de las avenidas por las que transita el colectivo que
me tomo todos los das.
Parntesis: jams tomo el subterrneo. Pero jams.
All, los rostros; a donde quiera que dirija la mirada. All, la
soledad ajena y la propia, devolucin inevitable del refejo
en sus ventanas sin paisaje y sin cpulas, o en el cruce de
pupilas con un extrao atento. Jams el subte.
13 12
SIMULADORES DE VIDA
por
JUAN MORETTI
or algn motivo me encontraba
sentado en un deck muy cool,
en el penthouse de una famante
torre de nuevos ricos, rodeado
de hombres meticulosamente
casual y mujeres quirgicamente
pasteurizadas, aprovechando el
empezaba el simulador de vida. Y era aburridsimo,
porque ya tenas todos los objetos que queras. Inten-
tabas encontrar alguna gracia en interactuar con otros
sims, hacer una festa o voltearte a la mucama, pero
eran diversiones fugaces.
En una hora o dos, tu mini-yo se converta en tu
enemigo. Su tedio amenazaba tu sistema de valores, tu
limitada y frvola defnicin de libertad. Entonces empeza-
bas a atormentarlo. Y todos hacamos lo mismo: meterlo
en la pileta y borrar la escalera para que quede atrapado,
encerrarlo en una habitacin sin bao ni cama, poner una
chimenea en esa habitacin para que se produzca un incen-
dio. A m me gustaba poner cuadros de payasos y paredes
rojas en la Habitacin de la Muerte, pero cada cual poda
darle a la venganza tirnica de su orgullo el color que le
apeteciera.
Y quizs estoy high de sushi y tragos buenos, pero
miro la escalera de la pileta de este penthouse y sospecho
que han intentado arrancarla desde adentro, ms de
una vez.
La mayora de los hombres presentes llevan actividades
ms o menos lcitas, y pueden seguir jugando al Sims 1.
Siempre encontrarn nuevas cosas para desear, el mundo
ofrece un inventario ilimitado de necesidades.
La mayora de las mujeres presentes son esposas full
time, y cuando alcanzan cierta edad y la escalera no
cede, pasan al Sims 2. En esta edicin, y en vistas de
ahorrarle al jugador el choque frontal con su existencia
vaca, se incluy el factor Deseos y Aspiraciones. Podas
perseguir el sueo de ser escritora (veo taller de poesa,
novelas histricas), pintora (veo fotografas amateur
con cmaras de las buenas), atleta (veo tenis). El
Sims 2 tarda bastantes horas ms en volverse aburrido.
En el Sims 3 hay mejores grfcos y, con una expansin,
pods convertirte en vampiro. Nadie en este penthouse
parece haber llegado a eso an.
sushi del bueno (del caro) y la barra libre de la
buena (de la cara). Y no poda dejar de pensar en
el Sims.
El Sims es un juego, un simulador de vida en que se
crean personajes, se les hace una casa y se los controla en
su cotidianidad, procurando que coman, duerman, estudien
y trabajen. Sali en el 2000 y fue un xito arrasador, al
da de hoy tiene tres ediciones y docenas de expansiones.
Cada cambio introducido al juego original es producto del
feedback, de los problemas y sugerencias que los jugadores
aportaron despus del primero. Quizs usted ya lo conozca.
Quizs, seducido por la tendencia, tambin haya querido
probar jugar un rato. Si lo hizo, si se tent, lo instal y lo
prob, sin duda no le bast con un rato. No, usted puls
en Crear nueva casa, jug hasta el alba y se pidi el da
en el laburo para seguir.
El xito del Sims 1 se nutri de la riqusima veta de la
frustracin de consumo, comn a todos. El primer personaje
creado siempre era un avatar personal, al que mimbamos
para protegerlo de los males de no poseer un jacuzzi.
La moneda de los sims eran los simoleons (). Ganar
simoleons y progresar era el principal motor en el Sims
1. Pero si eras ansioso, y no queras trabajar y aho-
rrar para ir ampliando la humilde casa inicial, podas
tomar un atajo: el truco klapaucius te agregaba 1000
instantneos, y se poda usar cuantas veces quisieras.
Y ah si. Unos cuantos klapaucius y tu alegre homn-
culo virtual se despertaba en la casa de tus ms locos
sueos de opulencia. Disear la casa perfecta llevaba
entre 5 y 10 horas de obsesin infnita, y entonces
l llegar a una ciudad, algo nos
cautiva como rasgo distintivo.
El mar violceo y oscuro y una
sierra jorobada, fue lo que Arlt
entrevi en su llegada a Ro de
Janeiro.
Cuando puse un pie en Nueva Crdoba vi a un estudiante.
Luego a otro, y ms tarde a otro. Mir hacia atrs y vi ms
estudiantes. Ningn monumento, edifcio, geografa natural
que superara al estudiante. A la derecha: Estudiantes. A la
izquierda: Estudiantes. Tom mi bolso, fren un taxi y los
segu: - A plaza Espaa-, indiqu con voz tmida.
Me baj e inmediatamente entend cmo iba a ser mi
estada all: Como la de los estudiantes. En Nueva Crdoba
no hay opcin. La abrumadora presencia de estos jvenes
haca una correlacin directa entre el estudiante y la ciudad.
Pensar en qu invariante antropolgica corresponda a esa
tipologa urbana me iba a permitir descifrar la ciudad.
El genotipo del estudiante
Lo que hace a la especifcidad del estudiante es su
energa, su libido, su fuerza. Comienza a entender de qu
se trata la vida. Va masticando sus pesares pero tambin sus
placeres. No conoce, todava, las concesiones del destino.
No intuye, an, que los lmites del cuerpo son irremedia-
blemente- menores que los del deseo. Ignora cuan cara es
la libertad. Eso es ser estudiante.
Imaginen si a muchos de ellos los hacemos coincidir
en 5000 metros cuadrados, lejos de su familia. En una
ciudad donde se est solo. O con otros estudiantes. Eso es
Nueva Crdoba.
El fenotipo del estudiante
En la ciudad del estudiante uno camina y ve una gran
diversidad de formas. Pocos padres, pocos nios. Pocos o casi
ningn viejo. La diversidad est en la puesta en escena del
estudiante. Esa energa hay que acomodarla a una imagen.
Es por ello que la envoltura imaginaria de tamaa aura es
EL ESTUDIANTE
por
GUI DO COLL
de lo ms variado y complejo. Uno camina por Estrada y
ve las modas del 50 hasta las modas por venir.
As uno puede cruzarse con un guerrillero de los 70, un
hippie sesentoso, un tecno del 2020 y algunos que corres-
ponden exactamente a la moda pasajera del momento.
Pantalones anchos, chupines, cortos, deportivos, formales,
bermudas, pinzados, sin pinzar. Lo mismo con los pulveres,
remeras, abrigos o calzado.
La variedad es asombrosa, pero todos son estudiantes.
De eso no cabe duda.
El estudiante se divierte
Con este panorama, supondrn ustedes que las noches
son de cuidado. No se equivocan. Yo supuse lo mismo, por
eso en mi primer da ayer- decid conocerla. Me esperaba
algo grande, pero jams pude imaginar semejante magnitud.
La especie antropolgica que dominaba la ciudad
pareci multiplicarse. Los estudiantes pululaban por todos
lados. Rond era la carretera principal. Los bares llenos, los
boliches atiborrados, la msica se mezclaba de un local al
otro. Los olores nocturnos alcanzaban su mxima densidad.
Todas las opciones parecan ser las mejores. Todos los
cuerpos parecan ser los indicados.
Los estudiantes se miran, se estudian, se presumen unos
a otros. Y beben. Beben mucho. Luego se terminan los boli-
ches. Una caravana infnita de cuerpos tambaleando sale a
las calles. Gritos, peleas, piropos. Alguien propone un after
La poblacin total con presencia en la calle ya est
diezmada. Pues quien consigui pareja, se fue a coger. O al
menos a intentarlo. Los otros, vamos al after. All la memoria
no parece tener cabida.
Eso mismo, me incit a escribir mi primera jornada
en la ciudad; de lo contrario olvidara absolutamente todo.
An cuando estoy en un departamento que me es ajeno.
An cuando el escritorio sobre el que escribo no me perte-
nece. An, cuando a mi lado hay un cuerpo desnudo que
no reconozco, pero no tengo dudas de que horas antes
debo haber reconocido.
15 14
o voy a mentir ac con
ustedes: vivo para conocer.
Por eso, volver me agobia.
Qu t edi o; vol ver : l a
anulacin de la novedad. S
que me dirn que un lugar
nunca es el mismo, nosotros
no somos los mismos y
derivados de esas frases que, para m, son hechas.
Porque, cuando vuelvo al Pasaje Euclides, todo es
esttico, como si el tiempo fuera apenas un conteo
convencional.
En el libro Los ignorados pasajes de Buenos
Aires de Eduardo Luis Balbachn (Buenos Aires,
Corregidor, 2011) no fgura el Euclides. Una lstima
no verlo inmortalizado junto a palabras de funciona-
rios pblicos, tangos y poemas que hablan de Buenos
Aires, incluso desangeladas aguafuertes especialmente
dibujadas para la ocasin. El estatismo habra sido
supremo. Sin embargo, leo all, en el parche de citas
y referencias seguramente googleadas, un poema
de Alfonsina Storni que me hace volver al Euclides:
La selva de las casas:
una al lado de otra;
una detrs de otras,
una encima de otras,
todas lejos de todas.
La selva: las casas de los fondos, las que dan a
los pasajes, son desconocidas para el que vive del otro
lado, del lado de la manzana que parece normal.
En las casas suburbanas, como las de Villa Luro, solo
se ve una mata verde que sobresale de los patios;
EL PASAJE
por
MARI ANA DAGOSTI NO
a lo sumo, se puede or un loro hablador que, a
veces, insta a su duea a repetirlo, a repetirse, a
perpetuarse en el cielo del oeste.
Una al lado de la otra: mientras algunos pien-
san que un barrio de casas bajas es la libertad, otros
saben que, en la casa cuyo fondo da al fondo de otra
casa que da a un pasaje, all, se percibe claramente
el lmite de la propiedad privada y la desazn frente
la imposibilidad de un patio infinito.
Una al lado, atrs, encima: siendo Euclides
el padre de la geometra, tal vez peque de obvio
al decir que este pasaje es cbicamente perfecto.
Uno solo puede observarlo desde un punto de fuga
ubicado en la esquina (supongamos, Donizetti). Y
el punto de fuga, en cualquier imagen, nos ubica
la realidad como ensamble de rastis. Me preocupa
cmo vern el mundo aquellos que viven en el
pasaje, ya no en la casa que da el fondo de una
casa que da al pasaje. Cmo experimentan eso
que algunos llaman pasadizo, pequea calle, media
calle y que, para m, es una herida de la cuadrcula,
un murmullo del asfalto, la otra cara de una casa
que solo se puede prefigurar, el reverso del vecino
imaginado?
Todas lejos de todas: el pasaje pone en escena
la lejana. Nunca conoc a un pasajero, jams me
top con alguno, ni siquiera se me escap su imagen
a lo lejos. El pasaje Euclides parece zanjarnos en la
ignorancia. Sus casas son las ms lejanas de todas.
Quiero creer que debo a esa cicatriz que son estas
peculiares calles el vicio de espiar las ventanas de
los hogares, tan apacibles de afuera, tan lejanas, pero
siempre ah, como una acera de juguete, de utilera,
por la que pocos transitan porque para qu?
uego
Luces
Celebracin.
Cada febrero, la comunidad
japonesa de Jos C. Paz festeja
el Bon Odori, un espectculo
con tambores (los famosos y
acl amados tai kos), danzas,
kermese y comidas tpicas niponas, para salu-
dar a sus antepasados muertos. Festejan con
sus muertos estar vivos, o, estar bien vivos. Y
nos abren la puerta a los paceos, nosotros, los
oriundos de Jos C. Paz (inicial de qu cosa es
esa C, es tema para otra ocasin) y aledaos
para que celebremos con ellos, a 30 pesos la
entrada y 20 el estacionamiento.
Ah suelo estar cada febrero, clavados mis
pies en el pasto gris de roco de verano, con la
cara mirando al cielo. Ah arriba, los hongos de
humo despus de cada explosin. Ms arriba
an, un tendal de luces de todos colores planean
a ras del cielo. La msica de pelculas que emiten
los parlantes emana formol de mala calidad.
De un saque, esas melodas espeluznantes me
sientan en una de las butacas del cine Mayo, ese
que cerr hace ms de una humillante dcada y
media en Pern y Belgrano, pleno centro de San
Miguel. Estoy viendo Titanic, o si me pongo un
poco ms dramtica: Top Gun. Todo paceo y
sanmiguelino de ms de 25 aos ha hecho cola
alguna vez para sacar entradas en el cine Mayo.
CELEBRACIONES
por
LUJN TI LLI
Paraguas de fuegos l umi nosos cubren el
parque. Se i nterpone, entre mi vi sta y el l os,
un farolito chino apagado. Inmutable. Quieto.
Callado. Como yo. Las personas que me rodean
mant i enen l a cabeza quebrada haci a at rs,
l os oj os cl avados en el ci el o est ruendoso y
mul ti col or, l as bocas abi ertas no se esmeran
en exclamar nada nuevo: qu maravilla estos
ponjas, chinos, la misma cosa. Mir, mir all,
ah , t remendo, qu maravi l l a. Yo t ampoco
puedo evi t ar sorprenderme con l os f uegos
arti fi ci al es. Creo que no escucho ms de mi
odo izquierdo. El parlante est a un metro de
mi o do y si gue sonando corti na de pel cul a
hollywoodense.
Los hongos de humo i nsi sten. Nadi e l os
ve, a todos nos gustan ms las lucecitas que el
humito que deja cada explosin, es la basurita,
el residuo, lo que queda de la fiesta. Las perso-
nas que tenan las manos levantadas dirigidas al
cielo, ahora aplauden. Saludamos a los muertos
que vuelven al cielo como indica el ponja por
los parlantes.
Los japoneses insisten en celebrar con sus
muertos, nosotros los lloramos. Pero, podemos
asistir, sin remordimiento, a las celebraciones
con l os muertos de l os j aponeses, mi entras
comemos sushi, fideos con palitos, compramos
adornitos y bailamos al ritmo de los taikos.
17 16 17
ORGA SUBTERRNEA
por
PABLO D AZ MARENGHI
as ciudades son las hijas del
miedo, del miedo a la selva.
As comienza el monlogo de
Enrique Symns -escritor, peri-
odista y fundador de la revista
Cerdos y Peces - que abre la
cancin Mosca de bar, de
la banda punk argentina Dos
impura, genital, tendiente a lo carnavalesco, el desborde
y la embriaguez. Diversas maneras de plantear un
mismo encuadre: un continente humano que debe
ser encapsulado para nunca jams liberarse. No es
casual entonces que justamente en lo ms bajo de
la Ciudad literalmente bajo tierra sea donde
esta manifestacin caracterizada como orgistica
se lleve a cabo. All donde circulan los subtes y
se agolpan miles de seres annimos se produce
un contacto irrepetible. Nadie se queja, todos se
abrazan, se rosan, se apoyan, se respiran, se sienten,
se asquean, se presionan; una orga grecolatina pero
en el siglo XXI.
No es una orga en sus trminos literales, por
supuesto. En la Ciudad, el sexo est prohibido. Sin
embargo, el subte y en sus horas pico nos permite
establecer interesantes puntos en comn: todos son
annimos, estn enredados, y a nadie le importa. La
cuestin del anonimato en la Ciudad es un tema bien
explotado por Edgar Alan Poe en su cuento Hombre
en la multitud, cuando las grandes metrpolis comen-
zaban a sentar sus bases en el occidente capitalista.
El mismo anonimato que no preocupaba en lo ms
mnimo a griegos y romanos cuando, embebidos en
vino, practicaban sus orgas en sus palacios reales y
sus salones de festa.
El viaje en subte es, tal vez, la mayor variante
sexual que la Ciudad tolera. El mximo de tensin
corporal permitido, legitimado y estable. La ltima
oferta de la libertad, que Symns le atribuye al bar,
puede tranquilamente identifcarse con la orgia cotidia-
na en el interior de los maltrechos vagones del subte.
Con sus grafttis y sus miedos. Sus pesares y deseos.
minutos. Qu nos quiere decir Symns? Se refere a
toda aquella dimensin salvaje, carnal, baja, dionisaca,
nocturna, sexual, pulsional, ertica, que las ciudades
el capitalismo, la vida urbana, el american way of
life expulsan, reprimen, contienen para garantizar
su funcionamiento.
El subte en todas partes, y tambin en la Ciudad de
Buenos Aires, en las calles, las esquinas, las manzanas,
las veredas, ocupa una posicin predominante en el
esquema cotidiano de la mayor parte de sus habitantes
y del milln restante que irrumpe desde las profun-
didades ms escabrosas, del profundo conurbano,
extico, atemorizante para el ojo aporteizado- . Es
aqu donde se genera un hecho particular: esa selva, a
la que se refera Symns, parece emerger hecha carne en
el interior del subte. La dimensin orgistica explota
tierra abajo.
Diferentes cosmovisiones coinciden en ubicar a
la dimensin reprimida por la modernizacin con lo
inferior en relacin a los genitales. Friedrich Nietzsche
lo llama la dimensin dionisaca para pensar el
arte griego clsico y lo traslada hacia su tiempo para
criticar al cristianismo. Lo mismo piensa el lingista
Mijail Bajtin cuando problematiza a la Edad Media
y su Realismo Grotesco y diferencia una zona baja,
19 18
21 20
23 22
25 24
ROMANCE,
MONSTRUOS
Y MERCADO
Mi mujer dice que no soy romntico y tiene razn. No
lo soy. Caminar por la calle con un ramo de fores me
produce una vergenza intolerable. Y para invitarla a
desplegar nuestras sensualidades en pos de una sagrada
comunin de cuerpo y alma, le pego un chifido desde
el dormitorio.
Usted se preguntar: por qu esa pobre chica se cas
con semejante ordinario? La respuesta es muy sencilla:
porque cuando se cas conmigo yo no era la alimaa
que soy ahora. Por el contrario, era atento y gene-
roso. Escuchaba con atencin cada palabra que sala
de su boca con el fn de complacerla. Era capaz de
transportar fores en pblico, iba a bailar (a bailar!),
y hasta tena la delicadeza de ocultarle todo rastro de
mis funciones corporales. Era un ser hermoso. Era un
romntico.
Era todo mentira.
Pero no una mentira ma. En este turbio asunto me
declaro tan vctima como mi sufrida media naranja.
Es la misma Madre Naturaleza la que miente, en su
infnita sabidura, dotando a los hombres de la capaci-
dad de ser romnticos durante el noviazgo y retirn-
dola apenas frmado el contrato nupcial (o iniciado
el concubinato). Es un mecanismo cnico y cruel, es
verdad. Pero es la nica manera de conservar la especie.
En nuestro estado normal los hombres no podramos
seducir ni al Yeti. Somos seres desagradables: tenemos
un sentido subdesarrollado de la higiene y cultivamos
todo tipo de conductas repulsivas (como la de festejar
nuestras emanaciones de gas, por mencionar solo
una). Qu clase de criatura se dejara inseminar por
un animal as?
por
ALEJO VALDEARENA
i l ustra
MAX PREZ FALLI K
REALIDAD
AUMENTADA
27 26
Habr quien se pregunte: si la naturaleza es tan sabia
por qu no extiende hasta la muerte la capacidad
romntica del hombre con lo cual todos seramos
mucho ms felices? Ensayo una respuesta: porque el
mundo se quedara sin la mitad de su poblacin activa
y se derrumbara. El hombre en trance romntico
solo sirve para sonrer, articular frases zalameras y
negarse a ser el primero en abandonar una conver-
sacin telefnica. Solo piensa en reproducirse, es inca-
paz de fabricar acero, extraer petrleo o sembrar otra
cosa que no sea su semillita.
No culpo a mi compaera por sus reproches. Obra de
buena fe. Ella me conoci siendo romntico y ahora
no hay forma de hacerle entender que ese no era mi
verdadero yo. Sufre y se desespera. Vive soando con el
luminoso da en que recuperar al delicado ser que la
cortej. Cree que estoy enfermo y que puede curarme.
Y lo cree porque est, como todo el mundo, bajo la
infuencia de la omnipresente Corporacin Romntica.
Todo este drama es culpa de ese engendro del mil
cabezas compuesto por poetas cursis, productores de
Hollywood, foristas, escritores de novela rosa, fabri-
cantes de globos con forma de corazn, elencos enteros
de telenovelas y cantantes meldicos. La Corporacin
Romntica es la nica benefciaria de esta tragedia. Para
lucrar con la esperanza de criaturas desahuciadas, se
ha dedicado desde siempre a celebrar el romance como
un fenmeno perteneciente a la esfera espiritual. No
es as. El romance es una funcin fsiolgica del ser
humano. Ser romntico reviste el mismo mrito que
saber hacer pis o caca.
Estoy harto del dolor y la frustracin que causan los
mercachifes del amor prefabricado. Quiero patearles
el kiosquito. Quiero gritarles a la cara
Basta! Dejen de meterle pajaritos en la cabeza a la
gente! Dejen que la verdad prevalezca. Escriban sobre
el fn de la esperanza. Hagan una pelcula sobre la
muerte del galn de las fores. Que el prximo culebrn
cuente como fue asesinado, devorado y excretado con
alegra por una bestia peluda llamada marido. Canten
sobre ese victorioso monstruo asesino que (con un
poco de viento a favor) amar a su mujer, profunda y
parcamente, sin exabruptos forales, hasta el fn de su
repugnante existencia.
ROMANCE, MONSTRUOS
Y MERCADO
POR
ALEJO VALDEARENA
REALIDAD
AUMENTADA
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[Colectivo de comunicacin comunitaria y cultura libre
/ Capacitacin / Audiovisual / Bar ]
Casa: Lambar 873.
Ciudad de Buenos Aires. Argentina
Te. [05411] 4861 8928 / Fax [05411] 4865 7554
Correo:comunicacion@fmlatribu.com
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AUTORES
PAMPEANOS
LITERATURA BREVE
FERNANDA LOPEZ / CIUDAD DE BUENOS AIRES
Mandatos
A ella le ensearon que la mujer era el sexo dbil.
A l le inculcaron que los hombres no lloran.
Ella quiso escapar pero la retuvo la culpa.
l quiso rebelarse pero la fuerza de la ley golpeaba
ms duro.
Ella aprendi a callar sumisamente aunque doliera.
l debi gritar fuerte aunque tuviera miedo.
Ella, a veces, se siente asfixiada por gritos mudos
que se le anudan en la garganta.
l , a veces, ti ene ganas de l l orar pero respi ra
profundo para reprimir las lgrimas.
Ella suea con que un da hablar y su voz ser
escuchada.
l suea con que un da se quedar en silencio y
su decisin ser respetada.
Ella no duerme deseando ser l.
l no duerme deseando ser ella.
Ella, en realidad, no quiere ser l.
l, en realidad, no quiere ser ella.
Ellos, simplemente, quieren poder elegir quines ser
Aristipo
En opciones innumerables se agolpan las viven-
cias. Torbellino de ansias! Vastedad inclume!
Apegados a un remoto sueo, a la senda de frutos
prdigos, pretendemos despejar la bruma de lo que
se encuentra velado; y que se nos permita distender
la angustia que cohabitamos rabiosamente.
Brecha al sosiego! Ritmo y abandono entre
matices esplendorosos! Aceptarnos surcados por
el impetuoso vaivn de lo infinito, que nos vamos
hundiendo en la flgida fuente de voces vitales, para
permanecer suspendidos de gozo en el prvulo cenit.
Oh! ncubos tembladerales de uno mismo, desfalle-
cindonos magnos, cuando aparece con su rutilante
envergadura la efgie de la alegra.
SERGIO DE MATTEO / LA PAMPA
La Lluvia No Paraba Desde
Haca Diez Dias
La lluvia no paraba desde haca diez das. Nadie
se molestaba en cambiar los trapos debajo de las
puertas. Apenas comenz, mam corri los sillones
nuevos de frente al ventanal para que no se mojen.
Pronto nos acostumbramos a la nueva disposicin
de los muebles e inventbamos caminitos entre ellos.
Haca das que los padres haban dejado de
averiguar las tareas de los nios. Ya nadie peda
disculpas o recitaba increbles excusas. No pregunta-
ban, no se necesitaban ms explicaciones.
Nos sentamos ricos solo con un par de botas
de lluvia, no importaba si eran grandes o chicas o
gastadas. Abandonadas en un rincn del desvn,
ahora se convertan en fragantes tesoros.
La lluvia caa a baldazos con furia irrever-
ente. Se descontrolaron los parmetros y regis-
DANIELA PASCUAL / LA PAMPA
tros minuciosamente anotados por dcadas que
predecan una lluvia mansita, adaptada a las cose-
chas. El meteorlogo no daba a vasto sacando cuen-
tas. La lluvia de un ao entero en cinco das era
similar a una bandada de langostas que se coma
los trigales, cebadales o maizales. O igual a un
tornado furioso que levante en el aire techos de
casas o galpones y sobre la camioneta vieja deposite
estropeadas cabezas de girasoles decapitados.
Las gallinas tambin la pasaban mal, sus patas
haca das que estaban mojadas, cubiertas de barro
negro y pegajoso. Ya no ponan huevos ni canta-
ban por la tarde al sol, porque no lo vean.
Las cuadras del puebl o se convi rti eron en
grandes lodazales, las casas dejaron de abrir sus
puertas al visitante, el vecino no tomaba mate en
la vereda, ni los perros se vean desde haca das.
Las personas dejaron de ver los rostros queri-
dos o conocidos y los desconocidos tambin.
Los chicos ya no sabamos a que jugar y eso
que estbamos entrenados a jugar de todo, con
cualquier cosa o con cualquier ni siquiera cosa
sea. Ya no hacamos nada. Solo mirbamos la
lluvia por la ventana.
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AUTORES
PAMPEANOS
LITERATURA
BREVE
Acaso el Diablo
Norberto Lpez Uralde es un escritor que obtuvo
cierto reconocimiento a partir de El nio, relato funda-
mental para quienes como yo pretenden escribir
cuentos fantsticos.
En esa maravillosa historia, el narrador pierde a su
hijo en un accidente de trnsito. La muerte le llega al
nio el da en que cumple los once aos.
Y por alguna especie de horroroso sentido del
humor, la vida acaso el destino, acaso el mismo
diablo quiso que su propio hijo, Ariel Lpez Uralde,
muriera como Norberto lo haba escrito en su relato:
un choque del micro escolar en que viajaba, el da de
su cumpleaos nmero once.
Y no tardaron en cargar sobre l toda la culpa: sus
amigos, sus lectores, su familia. Para absolutamente
todos, el nio no haba muerto por la imprudencia de
un conductor ni por mera cuestin estadstica, no. Los
dedos acusadores apuntaban en una nica direccin: la
fatalidad haba sido causada por una mente retorcida y
su creacin perversa. Creacin nacida en la cabeza de
un enfermo capaz de vender el alma a cambio de una
buena historia.
l mismo lleg a creerse maldito.
Su vanidad vanidad de escritor lo haba llevado
a pensar que era cierto: todo haba sido culpa suya.
Un mes ms tarde, sin amenazas, su mujer dispuso
unos cables y una escalera bajo la parra del patio.
Y se ahorc.
Y, aun en el desastre, Norberto crey que podra
revertir su tragedia. Conservaba esa ilusin.
Un ao tard en ubicar las dos mil copias de El
nio: viajar, ofertar, rogar, explicar, agradecer. Pagar.
Y hoy se acaba todo. Ha reunido las dos mil copias, las
ha amontonado en el mismo patio donde su esposa se
quit la vida. Apil libro sobre libro sobre libro.
Los quemar. Aquella historia engendrada en dos
mil abominables ejemplares, hoy se convertir en cenizas.
En expiacin. En redencin.
Norberto termina de empapar en alcohol la pared
de libros malditos. Pronto las llamas azules, los libros
que arden uno sobre otro sobre otro. Y las cenizas y el
humo y el calor.
Y un eco agudo susurra y le llega, suave, a los odos.
Tan suave que Norberto cree imaginarlo.
Delante de l, se queman las dos mil copias, sus
pginas, sus tintas. A sus espaldas, el eco debe repetirse,
esta vez ms profundo, para que l lo juzgue posible
siquiera. Y fnalmente se convierte en sonido palpable,
deja de ser el eco de un eco de un eco: Norberto cree
haber odo algo.
Esta vez lo oye.
La voz del nio, milagrosamente, vuelve a sonar
a rer en la casa. Y Norberto duda: no quiere creer,
no quiere el desengao. No se da vuelta. Ni se mueve.
Insiste el eco, insiste la voz del nio. De su nio.
Y tambin oye la clida voz de su mujer. La oye
cantar. Cantar! Ella canta, el nio re!
Esas voces lo paralizan, un fragor ardiente lo
envuelve.
Y Norberto se da vuelta. Trmulo. Lento.
La casa est en llamas.
Arden las voces de su esposa y la del nio, arden
los muebles, arden las guirnaldas y los globos y la torta.
Y la vela azul con el nmero 11 tambin arde, sobre el
chocolate, sobre el mazapn. La cera se derrite.
Esa es mi maldicin.
Sobre la hoja en blanco, el absurdo no tiene lmites.
Como tampoco conoce de lmites la vanidad del escritor.
Esa es la culpa que me aplasta.
Porque no tuve yo la mejor idea, perversa ocurrencia
acaso propia, acaso del mismo diablo, de escribir
sobre un tipo, un tal Norberto Lpez Uralde. Un escritor
de literatura fantstica que acaba de provocar la muerte
de su esposa y de su nio. Que los ve morir de la misma
forma en que l lo ha escrito aos atrs. Mueren como
en su reconocido relato titulado El nio, el fuego.
CRISTIAN ACEVEDO / BUENOS AIRES
Diciembre de 2011
Se derreta el pavimento de Crdenas y Eva Pern
cuando el timbre del telfono despert del letargo al
negro Claudio. Cerveza en mano, cortos de Nueva
Chicago y un tatuaje desafante en la espalda, el negro.
Torito, bufando, en el hombro derecho. Del otro lado
del tubo, Marcelo. Claudio, al ritmo del calor, tom
el control remoto y encendi la televisin. La pantalla
escupi fuego, gases y personas con sus rostros tapa-
dos. Pens, el negro, en las pelculas del lejano oeste,
esas que se devoraba de pibe. Algo le llam la atencin.
Conoca las calles que ambientaban la batalla. Chivil-
coy. Avellaneda. Camisetas Blancas. Ribetes negros.
Claudio asinti en el telfono. Colg. Y busc las
zapatillas ms cmodas.
Meta piedra y bajo el rbol, el Gonzalo. Ojos achi-
nados, nariz protegida. De algunas puertas, aparecan
botellas de agua. Una mirada, nada ms, hacia esas
manos que ofrecan tregua. Ojos, que pedan justicia.
La casaca del Albo, jirones, sangre en los costados.
Desde la noche, el Gonzalo, resistiendo. Junto a l,
varios. Las calles de Floresta parecan Bagdad. Jur,
el Gonza, vengar a los tres. Un sorbo de agua. Un
pequeo respiro. Y los cabeza de tortuga, de nuevo, a
la vuelta, sobre Aranguren. Cerca, la 43. Dentro de ella,
detrs de los escudos, de los palos, l. Velaztiqui
1
. El
asesino. Protegido. Impune. Un brazo, de repente, en
el hombro ajado de Gonzalo. Del otro lado, el Turco.
Una sola palabra, rpida. Un verbo, casi imposible,
RODRIGO FERREIRO / BUENOS AIRES
salvo all. En ese instante. Dijo, el Turco, que haban
venido. Tres micros. Dijo, el Turco, que estaban en
la plaza. Ms de un centenar.
El cuadrado verde de la Vlez Sarsfeld, frente a la
Iglesia, a la vuelta de la comisara, era un hervidero.
All, entre el csped que cobijaba seres extasiados
y exhaustos, un pacto. De un lado, envuelto en una
destrozada insignia Albinegra, Gonzalo. Enfrente,
con la bandera verdinegra cual superhroe, Marcelo.
Se miraron. Un instante. Se vieron. Tras de s, cientos
de personas. Aguantando. Esperando. Un gesto. Un
apretn de manos. El milagro. All Boys y Chicago.
Floresta y Mataderos. Unidos. Como nunca. Hasta
siempre.
A las seis de la madrugada del 30 de diciembre,
la comisara 43 caa en manos del pueblo. El homi-
cida que all se esconda fue capturado, y su cabeza
colgada en la Plaza Vlez, corazn de Floresta. El
foco infeccioso se expandi con asombrosa rapidez.
A las siete, Mataderos confirmaba que la 42 se haba
rendido. Flores, Caballito, Villa Luro, el Oeste era
una hoguera revolucionaria. Hacia las tres de la
tarde, la Ciudad de Buenos Aires estaba tomada
por hordas enloquecidas, formidables. La comisa-
ra Primera, en el centro, arda. La informacin
flua entre la gente, que iba y vena confirmando
victorias. Hacia las doce de la noche del Primero
de enero, cien mil personas cruzaban el lmite de
la Ciudad, por Saavedra. Otros miles por Puente
Pueyrredn, hacia Avellaneda. Por el Oeste, llama
inicial, un milln de almas pateaban desde Liniers
hacia Ciudadela. Entre ellas, Gonzalo y Claudio
se descubrieron. Se pechearon. Se abrazaron. Y
corrieron hacia los cuarteles.
1. Juan de Dios Velaztiqui: Ex polica federal, de activa participacin durante la dictadura militar argentina entre 1976-
1983. El 29 de diciembre de 2001, trabajando de custodio, ejecut de varios balazos a tres adolescentes en una estacin de
servicio ubicada en Avenida Gaona y Baha Blanca, Floresta. El motivo fue una frase que uno de los jvenes dijo al televisor
del local. Fue condenado a prisin perpetua en 2003. En fagrante violacin al anterior fallo hoy goza del benefcio de la
prisin domiciliaria.
39 38
FELICIDAD
CAPTULO DOS: LA LISTITA
por
ELI ZABETH LERNER
i l ustra
DI ANA BENZECRY
FOLLETN
RESUMEN DE LO PUBLICADO.
Elas Montt, escritor, debe cumplir una tarea: escri-
bir sobre la felicidad, en formato de extrao libro
de autoayuda. Para ello, decide recorrer la ciudad en
busca de escenas que lo motiven, lo inspiren y justi-
fquen ese trabajo que debe entregar, pero detesta
profundamente. En las mesas de un bar en frente a
la Plaza Congreso comienza a observar a una pareja
y nota cmo las marcas en la piel de ella son, efecti-
vamente, los resultados de un golpe.
Haba sido un sueo de esos en los que el desper-
tar es desesperante y mitigador. Cuando el avin ate-
rriz, en el sueo, Elas Montt se irgui, en su cama.
Todava dormido pero en una fase ligeramente menos
densa que la anterior, erguido en la cama, Elas Montt
grit. En el sueo o en ese fragmento lbrego de su
psique en el que las imgenes se sucedan, el avin
ya carreteaba hacia el hangar. El sonido de la cabina
presurizada para su comodidad, el sonido lejano e
imposible de las cosas y el mundo por fuera de las
ventanillas, el murmullo de los pasajeros, el murmullo
como un mar tranquilo que va de a poco enfureciendo,
el murmullo de las cosas y de las minucias, de las
preguntas sobre migraciones y la abuela y el whisky
del free shop en itlica y el llanto de una beba y la
madre impune en su maternidad pegando codazos
a los otros pasajeros para huir de ese tubo increble
que los haba mantenido a fote durante 12 horas que
iban perdiendo solidez a medida que el avin ahora
s, ahora por fn, se detena. Elas Montt sudaba. En
el sueo sudaba la beba, en la cama, erguido, sudaba
Montt. Abri los ojos. Haba sido un sueo de esos
en los que el despertar es desesperante y mitigador.
41 40
[Del cuaderno de anotaciones de E. Montt]
Diciembre, Navidad, Buenos Aires, 1982
Llena el vaso. Dos dedos de hielo. Bebe el lquido
rojo y dorado, en un solo movimiento contundente.
Mira a un lado, mira a otro. Cierra el placard. Animal
furtivo. Animal de secretos, mi madre. El pelo tirante
en un rodete rubio, pintado de un amarillo extrao
e irreal. La frente brillosa, la seda del vestido rosado
tiene pliegues perfectos, rosa claro y bord y pince-
ladas de turquesa. Comprado en Roma, 1979.
Escucho el ruido en la habitacin de ellos. Lo
escucho claro, lo escucho ntido a pesar de la pared
gruesa que nos separa. Es un edifcio del ao 1936. Es
una mole griscea que se levanta escalonada sobre mis
sueos. La casa tiene un jardn propio, en la terraza
del piso 11. Miro la plaza forecida y calurosa. Ellos
hacen ruidos por la noche. Yo tengo siete aos y cubro
mi cabeza con un acolchado grueso, a pesar del calor.
Es una tela casi como una lanilla, es marrn y pesado.
Asordino el mascullar y los deslices de la piel sobre
las sbanas. No quiero escuchar pero escucho. No
quiero pensar pero pienso. Ellos estn del otro lado
y las horribles fantasas vuelven, como si yo no fuera
hijo y ella no fuera madre.
Montt dej el cuaderno a un lado. Lo apoy en
la mesita de luz, como siempre. Se sec el sudor de la
frente y las manos con la sbana. La listita o el infer-
no. El murmullo empez a subirle desde el estmago,
casi como los resquicios de un refujo cido. Me aman
y soy amor me aman y soy amor me aman y soy amor.
Afuera suena cumbia fuerte. Los vecinos del depar-
tamento de en frente ponen msica a todo volumen
y hablan. Montt escucha siempre. La mayora de las
veces comentan sobre la lmpara y qu tan alta debe
ser la intensidad de la luz para que las plantas crezcan
nutridas y sanas. Montt escucha como escuchaba los
ruidos de ellos itlica cuando tena siete. Y tambin
disfruta y cae en el horror, todo al mismo tiempo. La
cumbia va in crescendo itlica. Soy amor y me aman
soy amor y me aman soy amor y me aman. La chica
de al lado, que vive con el chico de al lado le pregunta
por la viandita del nene. Tienen un hijo, tendr unos
FELICIDAD
POR
ELIZABETH LERNER
FOLLETN
seis o siete aos. El tema de la viandita persiste por
minutos. Soy amor y todos me aman soy amor y todos
me aman soy amor. La viandita es una mochila que
por fuera presenta todas las caractersticas de un bolso
comn y corriente pero por dentro guarda el secreto
de un mecanismo simple y complejo de conservacin
del alimento. Por dentro la viandita es plateada. De un
material lunar o astronutico. Por dentro la viandita
es el espacio exterior, es lo que alberga el universo
y las naves espaciales de la infancia, por dentro, la
viandita es la puerta hacia otro mundo. Soy amor y
me aman. La viandita por fn aparece y Montt escucha,
ntidamente, que el nene comer bocados de acelga y
pur de papas. La listita no pasa de esas dos frases.
Ya habr ms. La listita es el inferno, conjurado en
la estructura de una oracin simple -el sujeto es tcito
(yo) y ese rasgo es la nica complicacin posible que
la frase ofrece-.
El caf lleg fro otra vez. El mozo habra tomado
esto como costumbre. Sin embargo era apresurado
hablar de hbitos. Era la segunda vez que se sentaba
en el bar de la plaza. El Congreso verdoso a continua-
cin de la plaza, el edifcio del Molino, vaco desde
haca aos, turistas en enero. La pareja del da ante-
rior regres a la misma mesa. Montt confirm la
hiptesis. Ese era su bar. Ese era el lugar en donde
diriman confictos. Las manos de ella, con lunares
y algunos bultos, las manos de l, serenas y rubias.
Las manos estaban entrelazadas. El mozo se acerc
con un vasito de agua y un tostado, fro tambin, y
slido, cristalizado tal vez en el escaparate de vidrio
del mostrador. La cabeza de l, inclinada hacia el piso,
su nariz pareca querer tocar el asfalto y abrir en l un
surco profundo. Ella miraba como queriendo posar
sus ojos en algo que valiera la pena o al menos la
distrajera del paisaje ya sabido de la basura, la plaza,
las palomas. Desde la mesa de Montt, ella pareca
poderosa. Se pregunt, mientras sacaba su libreta, si
los golpes la haran ms fuerte. Una trivialidad, claro,
pero al fn y al cabo no le haban encargado un ensayo
sobre la felicidad? No observaba a esta pareja en
busca de aquello que justifcara el mantra que haba
recitado durante la maana? Con la mano como una
vbora desesperada hurg en su morral y encontr la
lapicera de pluma. Empez a escribir y escribi que
la felicidad es el reverso del sufrimiento. Escribi qu
no hay alegra sin dolor. Escribi que el amor es un
estado de nimo, frgil como una burbuja de jabn,
de esas que su madre le haca en la baadera mientras
se rean ambos y el padre estaba lejos. Escribi qu
la vida no es lineal y que un golpe no es cada. Se
avergonz de lo espeluznante de todas esas mximas
y pens entonces que ahora s, ya tena en manos,
casi cincelado, el primer captulo del ensayo, para
entregarle a la editorial. Escribi ttulos posibles, todos
contenan las dos palabras clave: amor y sufrimiento.
En eso estaba cuando el hombre levant la vista del
surco oscuro que ya habra abierto en piso. Y apareci
un mentn tenso. Aparecieron los ojos celestes. La
mano serena y rubia cobr una fuerza inesperada y
Elas Montt vio como los dedos de l empezaban a
a apretar la mano de ella, como una boa constrictor,
lentamente. Las manos de la mujer se iban tornando
azules. Esa bsqueda que haba emprendido ella con
la mirada se torn urgente. Comenz a girar la cabeza
de un lado a otro: la plaza las palomas la basura los
hombres sentados en la calle la mole verde la plaza
las palomas la basura los hombres sentados en la calle
la mole verde. Par, de pronto. Se detuvo ese girar
urgente y ella mir a Elas Montt. Lo mir a los ojos,
directo y sin prolegmenos. Montt dej la lapicera
de pluma sobre el mantelito. El mozo se acerc pero
Montt hizo un gesto de ahora no con su mano, sin
dejar de mirar a la chica, a la mano azul de la chica
y al hematoma que asomaba, pero como luminoso
y brillante, entre los pliegues de la camisa y la piel.
El hombre dej de aprisionar la mano de la
mujer. Algo vibr en su pantaln, sac un celular del
bolsillo de su jean cuidadosamente roto y se alej de
la mesa, radiante, jocoso. Montt sinti esa previsible
ola de clera y calor que se gesta cuando ocurren
estas cosas. Dos hombres, una mujer. El bueno y el
malo. El villano y el hroe que maldice porque sabe
que es difcil escapar de la tentacin de hacer el bien.
El hombre y su telfono se alejaban cada vez ms.
Montt registraba el cambio de tono de la voz del
hombre. Se haba tornado casi dulce. Estara tal vez
preparando su prxima presa. En todo este tiempo,
ella no haba dejado de mirar a Montt a los ojos. El
hombre termin su conversacin. Sin mirar a la mujer,
entr al bar, y luego al bao.
Estaban solos.
C O N T I N U A R . . .
43 42
45 44
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49 48
51 50 51
M.A.f.I.A
53 52
MISS TRANS
Cmo no ser reinas si por un da las estrellas se aplastan en
su piel y brillan ms que el cielo en la noche; cmo elegir a la
ms bella para coronarla? Mirando a sus ojos que estallan de
anhelos por iluminar eternamente nuestros recuerdos.
Eleccin de la Reina Trans. Noche del 15 de febrero de 2012.
Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina.
53
M.A.f.I.A
55 54 54 55
M.A.f.I.A
57 56
Qu mejor manera de conocer el mundo, que con una cmara en mano?
La necesidad de moverse y tomar la calle como norma, han sido el motivo para reunirnos desde el
2008 y conformar el Colectivo Nmada, como una alternativa de fotografa documental en la regin
centroamericana.
+ NOMADA
Armando
Oscar
Gladys
M.A.f.I.A
59 58
DEJE QUE LE VAYAN CON CUENTOS
(SI SON COMO STOS)
PERO TAMBIN CON NARRATIVA DIBUJADA Y HUMOR GRFICO PARA CONTAR
Ediciones de la Flor
Gorriti 3695 (C1172ACE) Buenos Aires, Argentina
www.edicionesdelafor.com.ar
Cuentos completos. Rodolfo
Walsh. Edicin y prlogo: Ricardo
Piglia. (Tercera edicin). A los relatos
ya publicados en Un kilo de oro,
Los oficios terrestres, Variaciones en
rojo, Cuento para tahres y otros
relatos policiales y Zugzwang/Un
oscuro da de justicia, se suman
muchos textos que aparecieron en
revistas pero nunca en libros, dos
que se incluyeron en antologas de
varios autores y uno totalmente
indito: Quiromancia.
Perramus El piloto del olvido y El
alma de la ciudad. Alberto Breccia
y Juan Sasturain. Los tomos 1 y 2,
juntos, de la formidable novela
grfica: La primera obra cumbre
sobre la dictadura argentina est
aqu, en este libro de imgenes
inquietantes como las pesadillas del
amanecer. Todos aquellos temas que
los polticos y los intelectuales
eluden por arduos y compromete-
dores, aparecen descarnadamente
en la magistral pluma de Breccia y
en los sutiles, desbordantes textos
de Sasturain. (Osvaldo Soriano).
Simultneamente la reedicin del
tomo 4: Diente por diente.
Pip Cuc. Decur. Prlogo dibujado:
Alberto Montt Una nueva explosin
de humor surrealista, en delicadas
acuarelas, por el autor de Merci!,
esta vez, apto para menores.
Bife angosto 3. Gustavo Sala Tercer
volumen del humor sarcstico y
desafiante alrededor del mundo del
rock y anexos. Como siempre, no
apto para menores ni prejuiciosos.
Gaturro 22. Nik.La recopilacin de
las tiras ms recientes del gato ms
ledo de la historia de la historieta.
Negar todo y otros cuentos. R.
Fontanarrosa. (Cuarta edicin).El
ltimo volumen de relatos del autor
que se publica en forma pstuma.
Veinticuatro cuentos profundamente
fontanarrosianos en su estilo, sus
temas, su lenguaje y en el originalsi-
mo ingenio que ya ha hecho del
dibujante y escritor rosarino un
clsico del humor contemporneo en
lengua castellana.
Ofelia 2. Julieta Arroquy. El segun-
do volumen con las aventuras de un
personaje que lleg para quedarse:
una chica de hoy a golpes de chat
con el mundo y el amor. Ofelia es
para releer cuando estamos tristes o
desanimadas, para compartir con
una amigaante todo un libro feliz
(del prlogo de Carolina Aguirre al
tomo 1).
Mafalda. Todas las tiras. Quino.
Celebrando los 50 aos del eterno
personaje, una compilacin de las
tiras incluidas en los 10 tomitos de la
edicin argentina con algunos bonus
tracks en un imponente volumen: un
regalo que ser bien recibido.
Snoman 2. Oswal. Una nueva
recopilacin de las historietas a
restallante color del superhroe de
los poderes musicales, un clsico
siempre vigente.
Lucha peluche 2. Tensa calma! El
Nio Rodrguez. Otra recopilacin
de la cida tira del autor que
revolucion las redes sociales con
Ni una sola palabra de amor. Un
recuento de la absurda realidad
argentina, corrosivo y divertido a la vez.
Lisanias
Carlos Gonzales
VANGUARDIA POPULAR
Si somos lo que consumimos, Vanguardia Popular
es un ejrcito de sujetos que, en su condicin
de consumidores, existen poco. Sin embargo, al
mismo tiempo, son un batalln de autonomas
despojadas pero resistentes: son exclusivos pero
generosos; irrepetibles pero accesibles. Estn
agotados pero son vitales. Son los perdedores y
sin embargo no son clones. Sus retratos no son
reivindicativos, sino militantes.
Fotos: Jos Daz/colectivonmada
Texto: Mara Montero
M.A.f.I.A
61 60
PANTA-
LLAZO
Son las cinco de la tarde.
La pestilencia del domingo se distribuye equitativa-
mente en el barrio.
Mrilin abre su heladera. La examina.
Sobre una bandeja de acrlico acomoda un frasquito
de aceitunas.
Verdes.
Algunas rodajas de queso. Galletitas de agua. Papas
fritas de copetn.
Man.
En un vaso con dos cubos de hielo sirve un Gancia con
soda que tambin apoya sobre la bandeja.
Agrega un repasador para que nada haga falta cuando
al fn se haya instalado.
Un escarbadientes. Dos.
El sifn.
La botella.
Ahora va al bao. Vaca el contenido del inodoro. Abre
la canilla. Se lava las manos.
Con cuidado, traslada la bandeja en un breve trayecto
al comedor.
La abandona en el piso donde aguardan un par de
i l ustra
CLARA MUSLERA*
DE VI DEO CLI PS,
DE SI LVI A SCHUJER
MEDIANERAS
que separan la azotea del vaco. Cuando logra
acercarse al vrtice de la antena apunta el aerosol
y dispara sin piedad. Sin pausa.
La obsesiva descarga de veneno produce un caos
generalizado entre los insectos. Las hormigas
rompen filas. Algunas pierden el punto de apoyo
y transitan mareadas unos pocos centmetros ms.
Otras caen fulminadas en el acto.
Incapaces de registrar el desastre, las ms
rezagadas siguen llegando en fila india hasta la
antena letal.
Cuando todo hace pensar que la ltima
ya est muerta, Mrilin decide volver a su depar-
tamento y retomar la actividad postergada.
Abandona la terraza.
Desanda el rumbo en sentido descendente
sin que ninguna hormiga colorada se interponga
en su camino.
Abre la puerta.
Entra a su departamento.
Se pega un bao.
Traslada la bandeja de la cocina al comedor.
Coloca la bandeja en el piso.
Se sienta sobre los almohadones.
Mira la televisin.
La pantalla est oscurecida por un enjam-
bre de puntos negros.
El audio es un ronquido persistente apenas
interrumpido por alguna tos.
Se levanta.
Cambia.
En el otro canal es lo mismo.
Apaga.
Regresa a los almohadones.
Se sienta.
Pincha una aceituna.
Como una hora ms tarde escucha la noticia
por la radio.
Cable de ltimo momento: Descarga. Extraa
invasin de veneno penetra en plantas de transmis-
in televisiva. Asfixia. La muerte del personal es
instantnea. Inexplicable intoxicacin.
almohadones que minutos antes orden para sentarse.
Se acerca al televisor. Lo prende en un programa de
entretenimientos.
Cambia.
Pasan avisos. Cambia.
Busca una pelcula cualquiera. Cambia.
Apenas la encuentra vuelve hasta los almohadones
y se sienta.
No termina de instalarse cuando acontece el
hallazgo: muy cerca del lugar elegido para la
merienda, ms de media docena de hormigas colo-
radas se disputan el espacio.
Se para.
Levanta la bandeja y la regresa a la cocina.
De donde suele guardar el detergente, extrae un
aerosol insecticida y lo empua como un arma.
Se detiene frente al hormiguero.
Va a oprimir el pulsador cuando descubre que de
la multitud de bichos emerge una cadena de seres
idnticos cuyo rumbo decide seguir.
Las hormigas describen un circuito que Mrilin
acompaa con su paso y la mirada atenta.
Tras sus vctimas, atraviesa el comedor y llega a
la puerta del departamento.
La abre.
La persecucin contina en el pasillo. Las hormi-
gas ascienden en fila india por las escaleras hasta
el ltimo piso.
Sigilosa, con el pesticida en la mano derecha y el
cuerpo algo encorvado de mirar tanto el suelo,
Mrilin se encamina ahora a la terraza. Descorre el
pestillo de la puerta que la transportar al exterior.
Sale.
Las hormigas marchan en lnea recta por los
bordes de una hilera de baldosas que conducen a
la antena colectiva.
Ascienden por el cao metlico, se ramifican hacia
las puntas y en ellas se concentran como si hubie-
ran llegado a destino.
En su afn exterminador Mrilin escala paredones
*
Clara falleci el 12 de Diciembre de 2013, siendo sta su segunda contribucin a Maten Al Mensajero, y una de
sus ltimas ilustraciones.
Q.E.P.D.
63 62
No es que Marcela se volvi loca como cuando
uno le pregunta ests loca? a alguien que grita o
dice lo que no es. As tambin se volvi loca, pero
haba algo ms.
Se puso a gritar. Me dijo lo de siempre: que yo
DE GANMEDES
LOS OCOTES FRACTALES
CAPTULO TRES:
HOMBRE Y PICAPORTE
por
FEDERI CO REGGI ANI
i l ustran
FRAN LPEZ
KWAI CHANG KRNEO
era un c y un p Yo no soy p, es una acusacin
que no le tolero a nadie. A Marcela se la toler
por no contradecirla en plena locura, pero no se la
tolero a nadie.
La loca pasaba del insulto a la splica.
Por favor, Marquitos, por favor, no seas as.
Puede pagar ms. Te dejo mi parte! Para vos!
Las estrellas saben tentar, pero me contuve.
No, no, no, Marcela. No insistas, hay gente
esperando. Mir cmo miran.
FOLLETN
RESUMEN DE LO PUBLICADO.
Marcos es el administrador del Ganmedes, una casa de tolerancia. Vive entre la monotona y la resig-
nacin, como casi todos. Una noche, Marcela, la estrella del local, sale de su habitacin con el brillo del
amor en los ojos, y le pide a Marcos que le anote otro turno al hombre misterioso que la espera adentro.
Como los lentos y los empeosos son malos clientes para locales comerciales como el Ganmedes,
Marcos se niega, y Marcela se vuelve loca.
65 64
Mir cmo miran. Como la frase me sali
medio rara, no la vi venir. Me distraje. Estaba con
miracomomiran en la cabeza, y Marcela se me
trep en el mostrador. Me distraje bastante, la
verdad, porque no es que salt, sino que se trep,
y haciendo esfuerzos, se ve que estaba cansada. Se
qued en cuatro patas sobre el mostrador. Ah mir
de reojo a la clientela, que pareca contenta: por lo
menos le podan mirar un poco el c a Marcela,
lo iban paladeando. Pero tambin mir a las otras
chicas, que estaban calculando cmo resolva la
situacin, para ver despus hasta dnde podan ellas
tirar del hilo. Y Marcela segua loca o como loca:
Por favor, Marquitos, despus te atiendo a
vos, dijo, y me lami la cara.
Parece que se olvid que yo era p, segn
ella. Me dio bronca. Por suerte el cario le dur
poco y empez a los gritos otra vez. Pareca que
hablara desde la panza, la voz le sala como con
una carraspera.
Dale, hijo de p, dejame, si son quince minu-
tos, despus me los c a todos estos pelotudos (p)
y te limpi el saln.
La oferta no era mala, pero yo tena que
mantener la autoridad. Ya dos chicas charlaban
entre ellas en lugar de hablarle al cliente, y encima
se rean. As que no.
No, le dije.
Me peg un cachetazo. No s bien cmo hizo,
porque estaba en cuatro patas sobre el mostrador,
pero se las arregl. Tremendo cachetazo. Se escuch
un uh, largo y profundo: las chicas y los clientes
haban improvisado un coro. Pens: se la devuelvo.
Y se la iba a devolver. Conmigo no se jode. Adems,
la tena a tiro, no se poda tapar la cara ni defender-
se. Pero sali el tipo.
El tipo s sali como una estrella. Primero se
abri la puerta del fondo y se volvi a cerrar. As,
varias veces. Se abra, se cerraba, se abra, asomaba
un pie, se volva a cerrar. Lo primero que pens fue:
el tarado no sabe abrir una puerta. Uno tendra
que prestarle ms atencin a lo primero que piensa.
Despus de abrir y cerrar varias veces se asom.
La cara larga, marrn, dura. Miraba fjo. Pareca
concentrado en el mecanismo de la puerta. La mano
apretaba el picaporte como si tuviera miedo de que
se le escape. Entr en el saln con un movimiento
brusco, pero no solt el picaporte as que tuvo que
girar y qued de espaldas y medio enredado.
Largue la manija y sale, maestro, dijo el
Doctor Yaez, un abogado que siempre se liga por
abogado una copita gentileza de la casa, uno nunca
sabe cundo hace falta un abogado.
Sabias palabras. Los abogados siempre manejan
la situacin. El tipo larg el picaporte y creo que
hasta sonri, aunque puede haber sido una mueca,
o nada, porque la cara de cartn casi no se le mova.
Marcela lo mir. Era mi ocasin. Prepar el
cachetazo, y lo largu. Si le pego, la marco. Pero el
tipo me par el brazo. En el momento me pareci
que algo estaba mal, como si hubiera un error. Como
cuando se equivocan en una pelcula, o cuando en
el cine Roca se equivocaban de rollo y pasaban las
cosas en cualquier orden. Porque el tipo estaba en
la puerta y cuando yo arranqu el cachetazo, estaba
al lado mo. Y no es que fue idea ma, porque todos
los clientes que estaban mirando a la puerta los
que no le miraban el c a Marcela se quedaron
mirando a la puerta. Es como si el tipo no se hubiera
movido, simplemente antes estaba all, ahora estaba
ac. Despus me explicaron cmo hacen, pero no
entend bien.
El asunto es que el tipo me agarr el brazo. Hay
dos cosas que no se pueden permitir en un local
como el Ganmedes: que las chicas te levanten la
voz ni hablar del cachetazo de Marcela y que
los clientes te toquen. As que no le poda permitir
esa confanza al Cara de Cartn, y no se la hubiera
permitido de ninguna manera de no ser porque le
tom cario. As, de golpe: en cuanto me toc le
tom cario. No tanto como Marcela, que se baj
del mostrador y lo abraz y me parece que hasta se le
frotaba un poco en la pierna, pero cario como a un
hermano, aunque no es un buen ejemplo, porque mi
hermano se port bastante mal conmigo y hace como
quince aos que no lo veo, todo hay que decirlo,
pero es para que se entienda.
Cara de Cartn la mir a Marcela, y fue como
si la apagara. Dej de abrazarlo y se alej un poco,
como si le hiciera un examen. Yo lo quise un poco
ms. As que cuando me pregunt:
Usted sos el dueo?
Le contest que s. Como para que estuviera
contento, sobre todo.
CAPTULO CUATRO:
LA PROPIEDAD Y EL AMOR
Marcela me mir fjo cuando le dije a Cara de
Cartn que yo era el dueo del Ganmedes, pero no
abri la boca. Calculo que estaba todava un poco
confundido por el modo en que se le haba pasado
de golpe la locura amorosa por el tipo. Si un segundo
antes estaba dispuesta a pagar por un rato ms en el
cuartito con l, ahora lo miraba, me pareci, con un
poco de asco.
Igual, yo saba que lo iba a comentar con las
otras: con Micaela, o con Miriam, que siempre estaban
LOS OCOTES
DE GANMEDES
FRACTALES
POR
FEDERICO
REGGIANI
FOLLETN
67 66
LOS OCOTES FRACTALES
DE GANMEDES
POR
FEDERICO REGGIANI
FOLLETN
ms atentas a los chismes que a su trabajo. Aunque
todas son as, salvo Mora. Mora era distinta, por eso
la voy a ir a buscar.
As que un poco me preocup. Seguro que le iban
a ir al dueo con el cuento si lo vean por ah. Suerte
que el dueo viene poco y nada al Ganmedes, pero
igual me convena estar preparado. Le hice un gesto a
Marcela, como diciendo es para sacarme de encima
a este plomo, pero vaya a saber si lo entendi. Uno
nunca sabe qu le entienden y qu no cuando habla,
menos va a saber con gestos.
El asunto es que, de tanto preocuparme y hacer
gestos me distraje de nuevo, y no escuch bien qu me
deca Cara de Cartn, que haba seguido hablando
todo el tiempo. Parece que le daba honor conocerme.
Ya s qu me da honorno est bien dicho, yo
tambin tengo mi educacin, pero es que as hablaba
l:
Me da gran honor si vens conmigo al viaje.
Cosas as, deca, y tambin:
Ac tens Ganmedes pequeo, pero te puedo
mostrar Ganmedes grande con luna monstruo de
helio y de hidrgeno.
Se repeta mucho, adems, por eso me acuerdo,
pero no es que haya entendido nada.
En circunstancias normales, lo hubiera echado
a patadas. Primero me distrajo a la estrella, despus
me toc y ahora tena distrados a todos: clientela y
chicas. Se haba ganado una patada portentosa en
el medio del c Pero resulta que le haba tomado
cario. Me gustaba escuchar el run run de su voz,
sentir la presin de su mano en el antebrazo. Era
lindo. Me estir un poco sobre el mostrador y le di
un beso en la frente y se me escap una sonrisa. El
tipo me mir como calculndome.
Estbamos todos contentos. En otro momento,
tanta inmovilidad hubiera puesto loco a algn
cliente medio cocorito, pero ahora todos nos mira-
ban sonriendo. Las chicas tambin. Alguna estaba
sentada y le acariciaba la mano al cliente como
si fuera la novia: cariosa y distrada. Pens si no
sera mejor negocio tener eso en el Ganmedes: un
lugar donde la gente no fuera a c sino a ponerse
contenta y cariosa. Y si pona un negocio por mi
cuenta con el Cara de Cartn? Tena toda la pinta
de ser un socio confable.
Hasta me sent seguro de que podamos ser
amigos. Pensar que al fnal puse negocio con l o
con uno parecido, aunque no exactamente como
socio En fn, han pasado tantas cosas y todava
me emociona ese momento.
La nica que no estaba contenta era Marcela.
No estaba furiosa como al principio, ni con cara
de capricho de estrella como casi siempre. Estaba
como confundida. En eso Cara de Cartn me dijo
vamos? y yo agarr mi campera, saque la plata
de la cajita porque todos somos de confanza
pero mejor prevenir que curar y arranqu con l
aunque no tena la ms remota idea de a dnde me
estaba invitando.
Casi estbamos en la puerta cuando me acord
de mis obligaciones como encargado de comercio.
Pens un ratito, y no se me ocurri mejor idea que
elegir a Marcela. Al fnal, como estrella, era algo as
como la empleada de mayor jerarqua.
Yo me voy, Marcela. Ocupate vos.
A m me pareci que se iba a poner bien por la
confanza que le daba. Incluso me parece, todava,
que se tendra que haber puesto contenta. Al fnal,
era como un ascenso. Pero no. Se puso a gritar.
Yo me voy con vos! Hace un rato me mora
por tener la p de este p en la c, y ahora no
quiero nada y no me muero por nada.
No le di mucha pelota porque el Cara de
Cartn ya estaba en la puerta de calle y me dio
miedo que se me fuera solo, as que lo corr y sali-
mos a la calle: yo me ocup del picaporte. Detrs
nuestro sali Marcela, as como estaba, en batn de
seda falsa y pantufas, y se me colg del brazo.
Yo me quiero morir por algo, dijo, y
prestame la campera que hace fro.
Y nos fuimos.
C O N T I N U A R . . .
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SATLITE DE AMOR
por
FLORENCI A CASTELLANO
i l ustra
ERI CA VI LLAR
FOLLETN
RESUMEN DE LO PUBLICADO.
Julieta y Pablo intentan llevar una tpica vida de familia, sin embargo, los problemas se van sumando.
El clima de la casa es taciturno pero nadie parece percatarse. Lisandro, el hijo mayor, tiene confictos de
convivencia y la violencia se instala en sus jornadas escolares. Mientras esto sucede, Julieta conoce a un
chofer de remise que la lleva y trae todas las semanas. Este hombre desconocido se va perflando como una
ayuda impensada y bienvenida, en secreto.
Una herida. Julieta sala con Lisandro del hospi-
tal mientras conversaban sobre cmo haba sido el
accidente: un chico de tercero le haba tirado un
pelotazo, l se haba enojado, que te espero a la
salida, que no te anims, que se paran de manos y
ah estaban los tres puntos, casi suspensivos, en la
oreja izquierda. Julieta abraz a su hijo mayor en
las escaleras. Revis su celular cuando l le pregunt
por su padre. Pablo no haba llamado. Estaba por
subir a un avin con destino a Bariloche. Momento
de embarque, pens ella pero de repente al verse
sola con Lisio, todos los rboles de los Arrayanes
se le vinieron encima.
Caminaron unas cuadras y llegaron a la puerta
de un gimnasio, donde estaba la parada del colectivo.
Como maniques vivientes, en una vidriera, cinco
personas corran sobre una cinta al ritmo de Hung
up de Madonna. Con Lisio se miraron y sonrieron.
Ambos detestaban esos lugares. Al cabo de unos
segundos, el tema continuaba a todo volumen,
llenaba la vereda con su pop alegre pero el 59 no
vena. El tiempo pasa muy lento -dijo Lisio a tono
con la msica y Julieta se imagin en una cinta de
aeropuerto, girando en gris, rodeada de valijas, una
galaxia propia, hojas de un calendario interminable,
el alfa-omega y el tiempo no para.
Pablo no haba devuelto el llamado donde ella
le deca que estaban yendo para el hospital, que no
era grave pero ya salan. El tiempo, a veces, para.
Sin novedades del colectivo, pregunt en un
puesto de diarios y le dijeron que por unos arreglos
en la calle, el recorrido haba cambiado momen-
tneamente. No supieron decirle por dnde apare-
ca el 59. Expectativa blanda; los minutos se cierran
como cajas de embalaje.
Enseguida, Lisio se quej de que haban espera-
do para nada y Madonna acentu la frase cuando
el tic tac de la cancin se hace muy perceptible.
Julieta suspir profundo, mir al cielo y dese
que una nave espacial bajara para sacarlos de la
avenida. En eso, un Fiesta negro se acerc tanto
a la vereda que casi se asustan. Era Marcos, el
remisero de la agencia New Grand Prix, la de su
barrio. Se sac los anteojos de sol para saludar y
CAPTULO DOS
71 70 71
les pregunt adnde iban. No pasaron dos segundos
que ella y Lisio viajaban en ese auto de regreso a
su casa. El hombre se preocup por la herida del
adolescente y le cont que a su edad haba estado
en varias peleas callejeras. Me cri en zona oeste,
remarc con audacia. Detenidos por el semforo,
vieron pasar a dos nenes, de apenas tres aos, por
la avenida, con sus triciclos a todo vapor y atrs,
una pareja corrindolos hasta cruzar y llegar a la
vereda, a salvo.
Los tres rieron ante la escena que pareca sacada
de una comedia. Al cambiar el semforo, Marcos se
dio vuelta y dijo: Viste, cosas normales de varones,
y mir a Julieta con picarda pero tambin con la
intencin de llevar calma. Charlaba con su hijo
como si lo conociera desde siempre, con una natu-
ralidad tan espontnea que pareca irreal. Julieta,
en silencio, escuchaba las historias masculinas y
notaba que Lisio estaba atento. La sensacin era
la de estar en un fogn, en la noche, en la playa,
cuando todos sacan sus mejores cuentos y el tiempo
parece adensarse de forma perfecta como cuando
dos enamorados se encuentran despus de no verse
por das y se besan.
Una vez en casa, Lisio y su hermano jugaban a
la pelota en el jardn. Julieta cheque los mensajes
telefnicos. Eran tres. El primero de Pablo. Deca
que no tena crdito, que confaba en que hubiera
resuelto el asunto de Lisandro sin problemas, que
el trabajo vena bien, que estaba lloviendo mucho
en el sur y los chocolates estaban a buen precio.
Despus, la llamada se cortaba repentinamente como
si un rayo hubiera quemado el cable. Desconexin.
Desapego. Un pequeo humo en el costado de la
ruta, a la distancia.
El segundo mensaje era de New Grand Pr, la
voz de un locutor trepaba sobre el sonido de autos
acelerando, como cortina de fondo y no llegaba a
completar la oracin.
El tercero era del remisero. Deca que haba una
crema china para mejorar la cicatrizacin de los
puntos. Solo eso. Como una publicidad de telemar-
keting. Julieta le agradeci mentalmente el dato y
esper el agua para unos mates. No haba terminado
de llenar el termo cuando son el telfono y la sac
de la cinta de Moebius.
Era Pianetti, el dramaturgo. Pareca ebrio
aunque hablaba con una velocidad apabullante. En
el medio del acelere, ella entendi que haba quedado
en el papel de la mujer pulpo, para su nueva obra.
Aparentemente, el ensayo que haba escrito Julieta
para pelear por el papel le haba parecido sublime.
Pianetti le ley el pasaje que ms le haba impre-
sionado: -Ese, cuando decs que la mujer actual
debe lidiar con un sinfn de actividades elegidas y no
tanto, y que en el fondo, sigue esperando para expul-
sar su tinta azul y dejarse llevar por sus emociones,
ser libre y entablar un dilogo profundo con el
otro. Maana mismo la quera ver. Urgente. Iba a
presentarle a los otros actores seleccionados. No dio
nombres; slo enumer los personajes: el hombre
moto, la chica chucrut, el pibe pizza, la seora de los
escapularios que brillan y la voz de Pianetti qued
colapsada por el equipo de msica. Mateo, su hijo
menor, haba encendido la FM, jugando, en un dial
cualquiera pero bien sintonizado, a un volumen
exagerado, Satlite de amor de Lou Reed inund
la casa y los chicos explotaron de risa. Inmedia-
tamente, dej de percibir la voz de su nuevo jefe. Se
senta conmovida por la cancin y por las palabras
que acababa de escuchar. Volver a actuar la entu-
siasmaba mucho. La idea de envolverse en una
nube azul, en el fondo del mar y desde ah, en la
quietud del silencio, abrir sus emociones hasta
tocar con sus tentculos a otro ser vivo.
En eso, escuch que Pianetti le deca algo en
italiano y se despeda. Mir por la ventana. El
jazmn del pas empezaba a florecer, tan blanco y
perfumado, como ramilletes de pochoclos, apoya-
dos, sobre la parrilla. Ese olor le haca recordar
a su infancia y vol mentalmente hasta ah, hasta
casi acariciar los globos rojos de su cumpleaos
de siete, los ojos lindos de su madre y la parada
de costado, tan tpica de su padre. Extendi sus
brazos hacia ellos, hasta el pasado y despus, gir
hasta su presente al ver que Lisio se tocaba el parche
de la oreja. Pens en la pomada china que le haba
recomendado Marcos, dnde conseguirla. No tena
demasiada informacin al respecto pero en ese
instante sinti que podra conseguirla, que sera
como entrar al mar, nadar, salir y tocar la orilla, en
un esplndido da de sol.
SATLITE DE AMOR
POR
FLORENCIA CASTELLANO
FOLLETN
C O N T I N U A R . . .
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SILVIA
por
SANTI AGO KAHN
FOLLETN
Ests embarazada -le dijo Perizotti y Silvia
estremeci-.
Era de noche aquel 26 de mayo de 1977 cuando,
encapuchados, trasladaron a Silvia Suppo y a su
hermano Hugo a La Casita. Algunos testigos
sostienen que ese espacio de tormentos estaba cerca
del ro, por los olores que se perciban, y que tal
vez estuviera cerca de una ruta. La capucha no
le dejaba ver a Silvia el piso y al entrar tropez
con piernas de gente sentada. Se oan los gritos. A
Silvia la llevan aparte y le preguntan por Reinaldo
Hattemer, su compaero, secuestrado meses antes en
Rafaela. El interrogatorio gira entorno a l, a otras
personas de la ciudad tambin. Silvia haba termi-
nado el secundario haca poco. La hacen desvestirse.
La llevan a una habitacin. La atan de piernas y
brazos a una cama chica. Siempre con la capucha.
Le amordazan la boca. No hay forma de situarse en
ese momento sin estremecerse. Van entrando una,
dos, tres personas. Y la violan. No puede gritar ni
moverse. La desatan. La hacen vestirse. Pide para
ir al bao. Vuelve a pasar por ese pasillo, donde
estaban las piernas en el piso. Vuelve a tropezarse
con ellas. Y de ah, de vuelta a la Cuarta. A la
semana siguiente se repite el mecanismo.
***
Ests embarazada y a este error hay que
repararlo.
Lo que l llamaba un error era en real-
idad un crimen. Qu pas por la cabeza de esa
joven de apenas 18 aos al escuchar esas palabras
retumbar en las paredes grises de esa ofcina a la
que la haban llevado?
Ya est todo organizado -sigui diciendo
Perizotti, como si le hicieran un favor.
Juan Calixto Perizzotti era, en el 77, parte de
la Guardia de Infantera Reforzada de Santa F. En
ese despacho estaba tambin Mara Eva Aebi que
CAPTULO DOS : EL ERROR
79 78
luego acompa a Silvia Suppo, vestida de civil, a
un consultorio en la ciudad de Santa Fe. Iban con
ellas otros dos hombres. Al llegar, el mdico le puso
un suero sin siquiera dirigirle la palabra. No le
hablara en todo el procedimiento. Estaba llevando
adelante un aborto para encubrir las violaciones en
el marco de la tortura. Esos 15 tal vez 20 minu-
tos pueden haber durado un siglo sentada en esa
camilla ginecolgica. Durante los das posteriores
a la intervencin, Silvia estara custodiada por esos
dos hombres y su carcelera Aebi. Faltara todava un
tiempo para la aparicin de Monseor Casaretto,
un atadito de ropa y el blanqueo. Pero Silvia eso
no poda saberlo.
C O N T I N U A R . . .
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