RUMAZO GONZALEZ A - Simón Rodríguez. Maestro de América
RUMAZO GONZALEZ A - Simón Rodríguez. Maestro de América
RUMAZO GONZALEZ A - Simón Rodríguez. Maestro de América
2da Edición
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Alfonzo Rumazo González
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Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
PRIMERA PARTE
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Alfonzo Rumazo González
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FEDERICO BRITO FIGUEROA: Historia Económica y Social de Venezuela. Ediciones de la Biblio-
teca de la Universidad Central de Venezuela. Caracas, 1973. T. I, pág. 151. Textualmente dice: “En
1766 una epidemia de viruela diezmó la población de Caracas y sus alrededores. La mortalidad se
elevó en la ciudad a seis u ocho mil”; sin embargo, en 1772 la población de la ciudad se mantenía
en 24.187 habitantes.
4
Ibid., pág. 160.
6
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
Advierte el historiador José Gil Fortoul que las páginas de Oviedo y Ba-
ños olvidaron las sombras del cuadro: higiene pública primitiva -“como en la
Metrópoli”- desdén del baño y jabón, epidemias frecuentes y mortalidad de hasta
el cuarenta por mil. Existían aun otras sombras mayores:
5
JOSÉ OVIEDO Y BAÑOS: Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela. T. II,
pp. 36 a 42. Edición de 1885. La primera edición circuló en 1723, o sea medio siglo antes del
nacimiento de Simón Rodríguez.
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Alfonzo Rumazo González
ejercida sobre ellos, los equiparaba, en la minusvalía, a los negros que por
casualidad no fueran esclavos. España trajo los prejuicios de su heterogénea
composición religiosa y racial, reeditó aquí sus exigencias de “limpieza de
sangre”, y entronizó sus privilegios para unos y sus cargas o tributos para
los más, es decir para los sectores populares que soportaban todo el peso
de un agobiante aparato colonialista y explotador.6
A este ambiente, que achica y agranda los ojos del niño Simón Narciso, requiérese
añadir lo relativo a la moral, las costumbres, los fanatismos e injusticias. No hubo en
Venezuela, tal vez, la misma corrupción desaforada que hallaron en el Perú, la Nueva
Granada, el Ecuador, los comisionados regios Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en el
dieciocho; ni se produjeron, quizás, las comprobaciones del obispo Federico González
Suárez en el Archivo de Indias de Sevilla, relativas a la bajísima moral social en esas
regiones, durante la colonia. Pero tampoco Venezuela pudo constituir excepción. La
obra en varios volúmenes de Monseñor Martí -Relación de la visita general que en la diócesis
de Caracas y Venezuela hizo el Ilmo. Sr. Dn. Mariano Martí (duró doce años, entre 1771 y
1783)- trae abundante información relativa a la conducta de las gentes de los diversos
niveles sociales.
En todo caso, frente a esta problemática moral, ideológica y sociológica, y
desde el altozano de la educación, actuará Simón Rodríguez, ya para denunciarla,
ya para enrumbarla. Forjado él mismo por un sacerdote de principios, severo -
que también los hubo entonces- puede hablar con claro conocimiento de lo posi-
tivo y de lo negativo. Sin perder la sistematización típica del clero y el férreo
enrumbamiento, desembocará no obstante en la mar de lo innovador ideológico,
de lo aglutinador sociológico, de lo educativo puro. Quizás obraron para ello las
muchas condiciones negativas aquí señaladas, y a las que hubo de retar.
El germen inicial de conocimientos para Simón Narciso debió de provenir
de la escuela pública. Todo cuanto diga más tarde sobre las formas educativas
vigentes, se fundará en la experiencia personal.7 Tres escuelas tenía entonces la
ciudad: la adscrita a la Universidad, regida por un religioso capuchino; la del
6
J. L. SALCEDO BASTARDO: El Primer Deber. Ediciones de la Universidad Simón Bolívar,
Caracas, 1973. Págs. 17 a 20.
7
En uno de sus trabajos, Extracto sucinto de mi obra sobre Educaci6n Republicana, el educador dice, al
poner un ejemplo: “Cuando yo estaba en la escuela. . .”
8
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
Muy pobre programa, apto sólo para colonias, de parte de una España que
ya había mostrado ante el mundo europeo la Literatura del Siglo de Oro español!
El criterio educativo procedente de la Metrópoli para América era de carácter
rudimentario, quizás para que los hombres de la colonia ni aprendiesen ni se
ilustraran. La cultura siembra, da y exige libertad. Se frenaba por precaución, en
la raíz o sea en la mente del niño. A la Universidad no podía ingresar sino una
escasísima minoría, poseedora de pureza de sangre. Fundado ese centro menos
de cincuenta años antes del nacimiento de Rodríguez, no se lo destinaba sino
para los hijos de la aristocracia criolla, aptos para satisfacer las muy elevadas
matrículas que se cobraban.
Se instrumentan en Venezuela en el dieciocho no pocas innovaciones de
entidad político-económica, que hacen en cierto modo contraste con la congela-
da marcha de la educación pública. “Formalmente, Venezuela surge entera y
unitaria en el demorado curso de unos tres cuartos de siglo -1728 a 1804-, dentro
de los cuales hay un decenio fundamental: 1776-1786. Primero se crea la Inten-
dencia, luego la unidad gubernativa y militar -extendiendo el mando del gober-
nador y capitán general de Caracas a las seis provincias-; seguidamente se aprue-
ba y ordena establecer el Consulado con predominio de criollos-, y después fún-
dase la Audiencia. Para 1804 se sanciona la integración religiosa”. 8 Se cambia y
progresa, en busca de cohesiones; se plasman fundamentos para la estructura de
8
J. L. SALCEDO BASTARDO: Historia fundamental. . . , pág. 137.
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9
Cf. HÉCTOR GARCÍA CHUECOS: Siglo dieciocho venezolano.Edime, Madrid, pág. 213.
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Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
social; el pueblo acataba ese saber, otorgándole reverencia; los clérigos llevaban
el título de doctores. El niño, así, fue amoldando su carácter en la severidad y la
disciplina, sometido a horas exactas y ejercicios rutinarios inevitables. Esa inci-
piente vida empezó a sentirse “con destino”. Los dos expósitos, en casa del
sacerdote, tomarán derrotero de precisión, cada cual según su personal tenden-
cia. Cayetano será el católico ejemplar hasta su muerte en 1836. Simón tomará
otras calles, por el mundo.10
Todos los valores de entonces, universitarios o no, hicieron su ruta
erudita por personal esfuerzo, autoeducándose, leyendo. Rodríguez debió de
andar entre libros desde temprano, como su amigo Andrés Bello y su discí-
pulo Simón Bolívar algunos años más tarde. Cuando Bello salió para Lon-
dres en 1810 portaba inmensa cultura intelectual, más el conocimiento de los
idiomas francés e inglés; Bolívar llegó a ser el mayor autoilustrado de su
tiempo. Lo que no daba el medio ni otorgaban los regímenes, había que su-
plirlo, acumulando saberes y rompiendo vallas. Todo cerebro poderoso halla
maneras de nutrirse!
Puede suponerse, por deducción, que Rodríguez, tal vez entrado apenas
en la pubertad, haya sido admitido como ayudante del educador Guillermo Pelgrón,
maestro principal de primeras letras, latinidad y elocuencia. Su natural tendencia
era enseñar; su pobreza exigíale trabajar, las lecturas le habían enrumbado. Algo
más tarde el propio Pelgrón le avalará ante el Cabildo para que se le dé la direc-
ción de la Escuela Municipal. Una ayudantía era un aprendizaje, una marcha
necesaria de primeros pasos, en una ciudad donde nadie preparaba educadores.
Rodríguez va formándose aceradamente en una ciudad de estamentos y clases,
de algunos escándalos, de muy contrastadas divisiones políticas, invadida subte-
rráneamente por los principios de la Enciclopedia y de educación dañosamente
estancada.
10
Carece de fundamento la suposición de que Simón Rodríguez, en ejercicio de aventura, hubie-
se viajado a Europa a la edad de catorce años, para retomar a Venezuela a los diecinueve. Han
hablado de ese supuesto viaje los autores: Marius André, Rufino Blanco Fombona, J. A. Cova,
Augusto Orrego Lugo, Vicente Terán y algún otro, en sus respectivos estudios sobre el maestro
caraqueño. Ninguno de estos escritores aporta referencia documental alguna. Y en las obras de
Rodríguez, donde hay reiteradamente la presencia de lo autobiográfico, y en sus cartas, no apare-
ce ninguna indicación ni directa ni indirecta de ese lance que, de haber sido real, habría grabado
huella profunda en el futuro escritor, cuyo nexo con Francia fue después tan potente y tan
esclarecedor. Los libros del maestro hablan expresamente de una única permanencia larga suya
en el Viejo Mundo.
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Expediente Nº 10 en el Archivo del Ayuntamiento de Caracas (1791). Rodríguez se juramentó
el 31 de mayo, en la Sala Capitular del Cabildo, ante el escribano Domingo Antonio Mota y el
regidor Francisco García de Quintana. Prometió “desempeñar a cabalidad el empleo de maestro
y defender la pureza de la Virgen”.
12
La Escuela quedó localizada en el piso alto de la casa de doña Juana Aristeguieta (entre las
esquinas de Veroes y Jesuitas); la parte baja estaba destinada a los cursos del maestro Pelgrón.
12
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
año 1792 fue llamado por el Alférez Real de Caracas, Feliciano Palacios Sojo, para
que se ocupara con la educación del niño Simón Bolívar y, al mismo tiempo, sirviera
de amanuense. ¡Gran placer, educar a alguien en totalidad! Fue aquella vez una pre-
sencia del destino. El destino es el conjunto de fuerzas extrañas que operan sobre el
hombre, sin que éste lo busque; actúa con el imperio de lo irrevocable.13 El amanuen-
se habrá de entenderse con cuentas de los muchos negocios que se movilizan en esa
casa y con la correspondencia. Hay ventas de cacao, leche, añil, ganados, azúcar,
diferentes productos agrícolas; están presentes, con sus problemas, muchos negros y
algunos indígenas. El abuelo Palacios, además, atiende al manejo de la inmensa fortu-
na heredada por el párvulo y sus hermanos María Antonia, Juana y Juan Vicente:
haciendas de cacao y caña, hatos, minas, casas en la capital, dinero a réditos.
13
El padre de Simón Bolívar, coronel Juan Vicente Bolívar, murió siete años atrás, y la madre, Concep-
ción Palacios, en julio de aquel 1792.
14
DANIEL FLORENCIO O’LEARY: Memorias..., edición de 1883. T. I, págs. 5 y 6. Bolívar, en carta
al general Santander desde Arequipa, el 20 de mayo de 1825, declara: «Robinson (Rodríguez), que
usted conoce, fue mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas artes y geografía, nuestro
famoso Bello». Por tanto, Bolívar comenzó con las primeras letras a la edad de nueve años.
Los tres hermanos Bolívar tuvieron este proceso vital: María Antonia murió de sesenta y cinco años
y dejó cuatro hijos: Juana llegó a los sesenta y ocho, con dos hijos: Juan Vicente pereció en un
naufragio en el Caribe a los veintinueve; había engendrado tres hijos: Fernando, Felicia y Juan. A este
Fernando le quiso Bolívar como a hijo, y le educó en los Estados Unidos. María Antonia manejaba los
intereses económicos de su hermano Simón, cuando éste se ausentaba de Venezuela. Ella fue quien
recibió órdenes de dinero para la esposa de Rodríguez, cuando éste se hallaba en el Perú.
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¿De dónde podía conocer el edecán de Bolívar, O’Leary, estos detalles relati-
vos al educador y al educando sino de los propios labios de uno y otro? El general
irlandés no le conoció a Rodríguez sino en 1825, o sea cuando éste había vivido ya
más de cinco décadas.
No fueron Rodríguez y Bello los únicos ocupados en la docencia de Bolívar.
“Se citan los nombres de Carrasco y de Fernando Vides, quienes le dieron lecciones
de escritura y aritmética; del presbítero José Antonio Negrete, quien se las dio de
historia y religión, y de Guillermo Pelgrón, quien le había enseñado latín”.15 Bolívar
mismo, después de citar a Rodríguez y Bello, declara: “Se puso una academia de
matemáticas sólo para mí por el padre Andújar, que estimó mucho el barón de
Humboldt”. Pero ninguno grabó en profundo, engendrando. Y tatuando; ni Bello,
que era entonces casi de la misma edad que el alumno y que practicó con éste una
suerte de sistema lancasteriano -aun no conocido-, enseñándole a Simón lo poco que
ya sabía Andrés. Sólo Rodríguez infundió sus saberes, sus normas, su yo, en el espíritu
del niño, actuando con intensidad creadora y fecunda y cumpliendo un plan
certeramente elaborado. El discípulo confesará más tarde: “Usted, mi maestro, no
habrá dejado de decirse: yo sembré esa planta, yo la regué, yo la enderecé tierna”.
Rodríguez sembrador, enderezador, penetró en el cariño y la confianza del
niño “aparentando grande interés por sus entretenimientos infantiles”. Bolívar mos-
tró “poca aplicación y poco adelanto en sus estudios”. Lo uno y lo otro, contado por
O’Leary, son cuestiones rousseaunianas; provienen directamente de las teorías educa-
tivas de Jean Jacques Rousseau, constantes en su obra Emilio, o De la Educación, apare-
cida en París en 1762.
Pero el educador caraqueño, de veinte años, no le toma al pensador ginebrino
sino con timidez, en las doctrinas que no sean educativas; tiene que vivir y operar en
un ámbito colonial superabundante en prejuicios y casi pétreo en costumbres; le será
vedado, por fuerza, hablar de libertad e igualdad; no podrá, siquiera, referirse a la
Revolución Francesa, acabada de producirse; la mayoría de los padres que le han
encomendado sus hijos no lo toleraría. Pero aprovecha, en cambio, las formulaciones
del Emilio, en dos rumbos: para educar con ellas como patrón y guía, a su discípulo
Bolívar, niño en el cual se cumplen, por extraña casualidad, las condiciones exigidas
por el teorizador europeo para el logro de una formación nueva destinada a excepcio-
15
MANUEL PÉREZ VILA: La formación intelectual del Libertador. Edición del Ministerio de Edu-
cación, Caracas, 1971, pág. 30.
14
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15
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dad. Abundan el cariño, las delicadezas y cuidados, los mimos de las negras encarga-
das de él; pero está desprovisto de esa sustentación segura que son el padre y la
madre; fáltale ese acentuado calor único precisamente en los años de las fijaciones.
No tiene un hermano de edad próxima a la suya, un amigo, alguien que le aliente
subterráneamente con suficiente comprensión y amengüe esa creciente soledad.
Aparece entonces Simón Rodríguez, joven entusiasta, precoz en muchos saberes,
carente de dudas, fuerte y enérgico, certero en los rumbos. La realidad psíquica del
niño empieza a mortificarse, y crece la confianza; ha aparecido algo así como un
hermano mayor. El encuentro fue salvador y oportuno. Y la grabación de la nueva
ruta tomó raíces profundas, de garfio y platino, en un lapso creador e ininterrumpido
de cinco años, hasta que el maestro vióse forzado a expatriarse. ¿Cuánta savia genera-
dora cabe inyectar en un lustro completo? Rodríguez, fundamentado en las clarivi-
dencias rousseaunianas, moldea a su pupilo con sabiduría, sin pausa y hasta sin es-
fuerzo valido de la inmensa capacidad de influjo y dominio que posee. Una de sus
características es la seguridad de procedimientos; lo mostrará en todo su largo ir vital.
La aplicación de los consejos del ginebrino se hace sistemática, empezando por “no
enseñar nada”, para situar a salvo el “estado natural” del niño. Enseñar significa
inocular saberes, lo cual no se hace necesario todavía. Importa llevarle al educando al
ámbito de las espontaneidades, mediante un diálogo constante. La palabra sirve de
mucho; en la palabra hay base para innumerables ciencias -hasta para el actual psicoa-
nálisis-, anota Foucault. Al echar fundamentos, se tatúan convicciones simultánea-
mente. Estatuye Rousseau: “Emilio posee pocos conocimientos; pero aquellos que
posee son verdaderamente suyos. Y nada sabe a medias. En el escaso número de
cosas que sabe bien, la más importante es que hállase seguro de que hay muchas
cosas que ignora”. Cuando Bolívar llega a España a los dieciséis años, su tío Esteban
Palacios escribirá desde Madrid: “Llegó Simoncito, tan guapo. Aunque no tiene ins-
trucción ninguna, tiene disposición para adquirirla”. Instrucción significa posesión
de conocimientos; el no tenerlos a esa edad, sino los básicos, corresponde a doctrina
rousseauniana.
Más aplicaciones del sistema: “¿Para qué sirve esto?, será la palabra sagrada.
No se trata de saberlo todo, sino de saber únicamente lo que es útil”. El Libertador, ya
en ejercicio de autodidacto, no leerá sino aquello que, aconsejado por Rodríguez, le
lleve a una estructuración mental muy bien nutrida de lo indispensable para el rumbo
de una vida política plena. Rodríguez le aconsejará los libros necesarios, en Francia y
en Italia. ¿No gira todo, ya, en torno al juramento en el Monte Sacro de Roma, en el
espíritu del futuro Libertador? Un adoctrinamiento más: “En lugar de que se apoltrone
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Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
en el aire viciado de una habitación, hay que llevarle en medio del prado (la quinta del
Guaire) a que corra, juegue y se caiga cien veces. Con eso aprenderá a levantarse y a sufrir
los golpes que habrá de soportar más tarde; se hará intrépido en todo”. Bolívar llegará a ser
más peligroso vencido que vencedor. “Lejos de evitar que Emilio se haga daño, sentiría
mucho que no se lo hiciese nunca. Sufrir es lo primero que debe aprender y lo que más
necesita saber. Si se equivoca, no corrijáis sus errores; esperad, sin decir palabra, que se halle
en estado de verlos y de enmendarlos por sí mismo”. Bolívar fue, por lo que atañe a primera
educación, un efecto de estos procesos. Por muy genial que naciera, habría quizás encontrado
más difícil su empeño libertario de no contar con un carácter orgánicamente acerado en la
niñez. El hombre de gran voluntad y de magna claridad de su inteligencia, nunca es producto
de un dejar ir, de un dejar correr. Bolívar, llegado el momento, agradeció públicamente y
para la historia, lo que Rodríguez había hecho con él y en él desde las primeras letras. La
carta de la gratitud escrita en Pativilca y que dice: “¡Oh, mi maestro! ¡Oh, mi amigo! -Usted
formó mi corazón para la libertad. Usted fue mi piloto. . .” se publicó en Bogotá en 1849,
para que la conociesen todos.
Rodríguez y Bolívar estuvieron constantemente juntos en tres lapsos, que se
señalan así: cinco años en Caracas, de 1792 a 1797; tres años en Francia e Italia,
durante 1804, 1805 y 1806; y uno en el Perú y Bolivia, en 1825. El primero fue el
sorprendentemente grabador y creador, por sustancial.
Rodríguez enrumbó a su juvenil discípulo, tanto en la casa de los Bolívar,
como en la escuela pública y en su propio hogar donde abrió una suerte de internado
para pocos niños. Importaba tenerle muy cerca al discípulo de excepcional calidad.
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El Acta, copiada del Libro Primero de Matrimonios de Blancos 1790-1805, de la iglesia de Altagracia, dice:
“En la ciudad mariana de Caracas, en veinticinco días del mes de junio de mil setecientos noventa y tres, yo
el infrascrito cura teniente de esta parroquia de Nuestra Señora de Altagracia, habiendo precedido todo lo
prescrito por el ritual romano, pragmática sanción y licencia del señor gobernador don Pedro Carbonell,
presencié el matrimonio que por palabra de presente contrajeron in facie ecclesiae don Simón Rodríguez,
expósito de esta feligresía, y doña María de los Santos Ronco, hija legítima de don Juan Ronco y de doña
María Ignacia Pulido de la misma feligresía. Fueron testigos don Antonio Aleado y doña Juana Nuevo; para
que conste firmo, Br. José Nicolás Fajardo”. El especial permiso del gobernador se debió probablemente a
la situación de expósito del contrayente.
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Escritos de Sim6n Rodríguez, 3 vols. Compilación y estudio bibliográfico por Pedro Grases: Pró-
logo de Arturo Uslar Pietri. Imprenta Nacional, Caracas, 1954. Págs. 5 a 27, T. I.
19
Desde el comienzo, Rodríguez va más allá de la mera actividad pedagógica que, según el educa-
dor Félix Adam, es “una mediación entre una generación adulta y otra en formación”; así, “La
educación es albacea de lo que deja la vieja generación y hereda la nueva”. (FÉLIX ADAM:
Andragogía, ciencia de la educación de adultos, Editorial Grafarte, Caracas, 1970).
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ensamblaje, analiza lo vigente con acre franqueza; afirma, teoriza, amputa, apli-
cando incluso el bisturí cáustico. Escribe una amplia requisitoria de la sociedad,
y trata duramente a los falsos maestros, en buena parte peluqueros o barberos de
profesión. “Muchos en actual ejercicio -denuncia- forman sus escuelas públicas
de leer y peinar, o de escribir y afeitar.” También ejercen docencia los artesanos.
Asimismo las escuelas regentadas por religiosos reciben de este joven crí-
tico su dosis de ácido. Sucede algo más grave: se cree que la escuela de primeras
letras -¡tan cuidada hoy por la pedagogía actual!- es de poca utilidad; que la
caligrafía, entonces tan valorada, y la aritmética la requieren únicamente los de-
pendientes. A tanto alcanza la ignorancia, que “hay quien sea del parecer que los
artesanos, los labradores y la gente común tienen bastante con saber firmar; que
los que han de emprender la carrera de las letras no necesitan de la aritmética y
les es suficiente saber formar caracteres de cualquier modo para hacerse enten-
der, porque no han de buscar la vida con la pluma; que todo lo que aprenden los
niños en la escuela, lo olvidan luego”. “De modo que -concluye Rodríguez des-
concertado-, en su concepto, era menester dar al desprecio todo lo que hay escri-
to sobre el asunto, considerando a sus autores preocupados por ideas falsas:
suprimir las escuelas por inútiles y dejar los niños en ociosidad”.
Por otra parte, ¿por qué se han de educar solamente los blancos? Lo recha-
za. “Las artes mecánicas, explica, están en esta ciudad y aun en la provincia como
vinculadas a los pardos y morenos. Ellos no tienen quién los instruya; a la escue-
la de los niños blancos no pueden concurrir; la pobreza les hace aplicar desde sus
tiernos años al trabajo, y en él adquieren práctica pero no técnica (ya se vislum-
bran las escuelas de docencia y de aprendizaje de oficios a la vez), unos se hacen
maestros de otros -condena desde ahora esa especie de lancasterismo, a pesar de
que esta fórmula pedagógica no ha aparecido aún- y todos no han sido aun
discípulos. Yo no creo que sean menos acreedores a la instrucción que los niños
blancos. Lo primero, porque no están privados de la sociedad. Y lo segundo
porque no habiendo en la Iglesia distinción de calidades para la observancia de la
religión, tampoco debe haberla en enseñarla”.
Se atreve Rodríguez a este lenguaje valeroso en pleno régimen colonial, y
en un documento que irá a autoridades de mente defensora de las estructuras
llegadas del pasado. ¡Cuántas resistencias no debieron de alzarse contra el audaz
denunciador! Al acusar sin titubeo y con palabra franca, el maestro, no sólo se
denuncia como rebelde, sino que parece un anticipador de lo que se hará en
América una vez independiente. Son términos por entero desconocidos en el
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No admite María Antonia esta solución, y el estudiante tiene que ser lleva-
do a la fuerza, en brazos de un esclavo, para que la disposición judicial se cum-
pla. Como la hermana del educando hubiese alegado la presencia de condiciones
poco propicias en la casa de Rodríguez, el Cabildo ordena una inspección ocular
a esa residencia que sirve de hogar y de escuela para cinco niños internos. Actúa
el Escribano de Cámara, acompañado del Tutor y de Pablo Clemente, marido de
María Antonia Bolívar. Los inspectores encuentran diecinueve personas, habi-
tantes en una casa inmensa de dos patios: Rodríguez y su esposa, con tres domés-
ticos a su servicio -y también de los otros, seguramente-; su hermano Cayetano
Carreño, la mujer de éste, María de Jesús Muñoz y un niño recién nacido; Pedro
Piñero y un sobrino de éste; cinco niños pupilos entregados por sus padres para
educación y asistencia; además, las respectivas suegras de los dos hermanos y
dos cuñados de ocho y trece años. Rodríguez atendía tanto a este internado como
a la escuela municipal; será siempre hombre de trabajo ingente y de gran tenaci-
dad en él. Importa señalar que en la habitación destinada al niño Bolívar se puso
también al niño José Félix Navas, hijo de Gervasio Navas, que ocupábase en
importar libros de España. El nexo hubo de ser provechoso para el maestro.20
Una noche, a las dos semanas del encierro, se fuga el estudiante Bolívar;
pero mientras lo buscan en calles y casas, retorna llevado por el confesor del
obispo. ¡Un suceso carente de importancia! Pero la Audiencia lleva muy a serio el
caso y envíanle al maestro una comunicación firmada por el Presidente, el Re-
gente y los Oidores, ¡más el Escribano de Cámara! (Es el ¡“O tempora, O mores”
20
Según el texto del Litigio, la casa hogareña de Rodríguez estaba situada entre las actuales esqui-
nas de Cují a Romualda. La escuela pública, a pocas cuadras de allí, hacia occidente, hallábase
entre las esquinas de Veroes y Jesuitas de la Caracas actual.
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J. L. SALCEDO BASTARDO: Historia Fundamental.... págs. 238-239.
23
SANTOS RODULFO CORTÉS: Antología Documental de Venezuela 1492-1900. Roto-Lito C. A.,
Caracas, 1960. Págs. 207 a 210, con el texto completo de las Ordenanzas Constitucionales.
24
SANTOS RODULFO CORTÉS: Ibid., págs. 211 y 212.
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ARTURO USLAR PIETRI: Letras y hombres de Venezuela. Edime, Madrid, 1974. Tercera
edición, pág. 73.
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Sale, en efecto, del país. “Yo era presidente -escribía el maestro- de una
Junta secreta de conspiradores. Denunciados por un traidor y hechos blanco de
las iras del Capitán General, logré sustraerme a las persecuciones y a la muerte,
porque ya embarcado en el puerto La Guaira en un buque norteamericano, y
antes de darnos a la vela, supe que muchos de mis compañeros habían sido
pasados por las armas sin juicio previo y sin capilla”.27 Complementa O’Leary la
información de la salida del maestro al exterior: “Mal avenido Rodríguez con la
tiranía que lo agobiaba bajo el régimen colonial, resolvió buscar en otra parte la
libertad de pensamiento y de acción que no se toleraba en su país”.28 Como
consecuencia, no pasará por España nunca: será el país vedado, en sus correrías
por Europa. Su criterio respecto de la Península era el mismo que el del Liberta-
dor: “Bolívar no vio en la dependencia de España oprobio ni vergüenza, como
veía el vulgo; sino un obstáculo a los progresos de la sociedad de su país”,
escribía Rodríguez en la defensa que hizo de su discípulo.29 A Fernando VII lo
llamaba Satanás. Y ya constructivamente, con muy americano sentir expresaba:
“En América se habla, se pleitea, se reza y se tañe, a la española; pero no como en
España. La América no ha de imitar servilmente sino ser original”.30
27
GONZALO PICÓN FEBRES: Don Simón Rodríguez, Caracas, edición de 1935.
28
DANIEL FLORENCIO O’LEARY: Memorias, T. I, pág. 17.
29
SIMÓN RODRÍGUEZ: El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por
un amigo de la causa social. Cromotip, Caracas, 1971, pág. 3. (Edición facsimilar de la original apareci-
da en Arequipa, en la Imprenta Pública, en enero de 1830).
30
Escritos de Simón... , T. III, pág. 15.
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31
La palabra “Independencia” no figura con el sentido de liberación política, en la “Enciclopedia”
que inspiró a los libertadores. Tomó esa significación en 1776, en el texto de la “Declaración de
Independencia” de los Estados Unidos, tan conocida en el Nuevo Mundo de entonces como el
propio texto de la Declaración de los Derechos del Hombre, de la Revolución Francesa, inmedia-
tamente posterior. El Diccionario de la Academia Española de la Lengua clasificó el término, por
mucho tiempo como “americanismo”. ¡Y americanismo auténtico fue y continúa siéndolo!
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SEGUNDA PARTE
Para Rodríguez como para muchos, para tantos, partir no significa morir un poco -
“Partir c’est mourir un peu”-, sino descargarse del inmenso fardo del medio colonial hispa-
no que lo agobiaba y entrar, sin nostalgias, en la gran cámara del mundo. Autodesarraigado,
vuélvese hombre fluente que busca la riqueza de las mutaciones sin acelerar el ritmo,
clavado el ojo en la meta. No se detendrá en ningún sitio largo lapso -tres años, a lo sumo,
durante las casi seis décadas que ha de durar todavía su existencia. Teme echar moho, odia
los muros. Su natural rebeldía impídele adaptarse a ninguna ciudad, a ningunas gentes; el
sentido de rígida firmeza en sus convicciones agita sus aguas íntimas violentamente cada
vez que tropieza con los contrarios, con los mutantes, con los retorcidos y malévolos; en
especial, con los de conciencia amaestrada, hipócritas. Su reacción es siempre la del orgullo:
“Mi venganza es el silencio”. Andariego inatajable, llegará a la casa de la muerte todavía
hechizado.
“Sin ser alto de cuerpo, tenía aspecto atlético; sus espaldas eran anchas y su
pecho desenvuelto; sus facciones angulosas eran protuberantes; su mirada y su risa
un tanto socarronas -¡el volteriano esencial!-; sus piernas algo separadas, como las de
un marinero”.32 Mira siempre de frente (usará anteojos hacia los cuarenta años, por
miopía, y tomará la costumbre de echarlos sobre la frente cuando no lee); a veces,
emplea el desplante. Nada pide, sino en caso extremo de hambre o miseria: fue pobre
siempre, con frecuencia paupérrimo, “de la cuna a la tumba”. No tolera que se le
contradiga en sus opiniones, discute, refuta, apabulla con argumentos; pero, como
varón culto que es, respeta el criterio de los demás; tolera sin ceder, sonríe a veces con
mordacidad. Ni enfático, ni obseso, sábese muy seguro de sí. “Aunque nacido en
humilde esfera -atestigua O’Leary-, tenía el alma orgullosa”. Nada talará ese roble,
sino la vejez; será derrotado por el tiempo, que mata a todos. “No nos morimos:
nos matan”, dice el filósofo Juan David García Bacca.
32
Trazo de Manuel Uribe Angel, que lo conoció en Quito en 1850. Cf. FABIO LOZANO: El
maestro del Libertador, París, 1913.
29
Alfonzo Rumazo González
33
Antonio José de Sucre también salió de Venezuela a los veintiséis años; y, del mismo modo que
Rodríguez, no volvió nunca a ella.
30
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
pleó en algo de que no quiso hablar nunca. Toma allí conciencia de que aprende
idiomas con excepcional facilidad; ha descubierto, por lo mismo, que porta una
palanca de bien cargada eficacia. La docencia y la posesión de lenguas le bastarán
para vivir en cualquier punto. Corridos los años, sabrá perfectamente, además
del francés y el inglés, alemán, italiano, portugués, polaco y tal vez ruso (abrió
una escuela en Rusia). Fue un polígloto, como otro caraqueño eminente: Francis-
co de Miranda, veinte años anterior al maestro.
Navegó luego hacia Baltimore, en los Estados Unidos. “En Baltimore
trabajé como cajista de imprenta y gané simplemente el pan. Permanecí en aquel
destino durante tres años, y al cuarto me embarqué con dirección a Europa”.34
Un cajista debe haber llegado al dominio de la lengua que copia y maneja. Pero
un cajista inteligente y original, puede producir innovaciones en el arte tipográfi-
co. De ese oficio de entonces procederá, más tarde, el empeño de Rodríguez de
elaborar las páginas de sus libros y folletos en forma aparentemente caprichosa -
en realidad, estrictamente lógica-, poniendo palabras y frases en mayúsculas o
bastardillas para enlazar y fijar la atención del lector; utilizando combinaciones
de letras (redondilla, cursiva, bodoni de modo de ir separando conceptos, por
destacar unos sobre otros, y aprovechándose de esas diferencias sobre todo para
la estructura de una especie de cuadros sinópticos). Se anticipó con ello al siglo
veinte, en su segunda mitad: hoy se publican obras con esas características de
acentuación de lo formal, especialmente a partir de ciertas obras de Mac Luhan.35
Trabajó de obrero u operario, o sea en un menester humilde. Pero, en el taller y
fuera de él, conoció un pueblo de muy diferentes características y de cultura
extensamente desarrollada ya. Se encontró con la primera nación independizada
en el Nuevo Mundo, y con un país que, organizado en República, comenzaba,
con libertades reales, a penetrar en el futuro firmemente, organizado y vigilante,
sin contorsiones. Habían puesto en vigencia los Estados Unidos el sistema repu-
blicano, con la división de Poderes estatuida por Montesquieu y el sistema de
34
Este detalle se lo contó Rodríguez a Manuel Uribe Angel, en Quito. Cf. FABIO LOZANO Y
LOZANO: El Maestro...
35
ERNESTO SÁBATO anota, en Abaddón el exterminador, que “páginas calculadamente en blan-
co ya fueron utilizadas por Sterne en el siglo XVIII, y los juegos gráficos por Apollinaire”. Pero
la significación y utilización integrales de lo formal alcanzaron plenitud en el veinte con Mac
Luhan y sus seguidores. La teoría-fundamento de Mac Luhan puede condensarse así: “La pala-
bra es visual; la lengua es acústica”. En consecuencia, lo visual tiene que imprimirse de modo
estudiado y muy calculado. ¡Simón Rodríguez lo hizo en 1830!
31
Alfonzo Rumazo González
32
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
33
Alfonzo Rumazo González
ceses son creadores, porque tienen imaginación; son los griegos de nuestros tiem-
pos, aunque tienen malas pulgas”. Y deja pronto a Bayona. Porque quien arriba
a Francia, quiere llegar a París. El personaje con quien ha concertado el traslado
a la capital francesa es el fraile dominicano Fernando Teresa de Mier, mexicano,
quien se adelanta a preparar la instalación. Mier, mayor que Robinson en seis
años, traía una historia de audaces rebeldías; más tarde, cooperará con ardor en
las luchas por la independencia de su patria. No vestía como fraile. “En todas
partes se hacía notable, con sus rubias guedejas, su color blanco y sus penetran-
tes ojos pardos; lleno de vivacidad y de inquietud recorría todos los lugares
prodigando bendiciones. Se cubría de los rayos solares con un amplio paraguas
verde, usaba solideo, levita, pantalones, medias de seda, guantes y zapatos, todos
de color morado; en una de sus manos refulgía enorme tubagón de oro con gran
topacio de color encendido, y en su pecho una gran cruz pendiente de una gruesa
cadena de oro”.38
En suma, una figura de abigarrado pintoresquismo; un pseudo-obispo
con levita; un caso de originalidad exterior sin duda muy grata al venezolano, en
cuyo espíritu había también alguna tendencia al exotismo. Mier debió parecer un
barroco, de cepa muy americana, como ha de juzgarlo Lezama Lima, tomado y
enfervorizado por contrastes y policromías.
La escuela fue abierta, según lo relata el propio mexicano: “A poco de
estar yo en París llegó Simón Rodríguez, un caraqueño que, con el nombre de
Samuel Robinson, enseñaba en Bayona, cuando yo estaba, inglés, francés y espa-
ñol. Robinson se fue a vivir conmigo a París y me indujo a que pusiéramos una
escuela de lengua española que estaba muy en boga”.39 Requeríase justificar ante
las familias parisienses la posesión integral del idioma francés. Acude el caraque-
ño al hábil recurso de traducir al español la novela Atala de Chateaubriand, re-
cién aparecida y de válido e inmenso eco.40 La publica, con este texto en la porta-
da. “Atala, o los amores de dos salvajes en el desierto; escrita en francés por
Francisco Augusto Chateaubriand y traducida de la tercera edición nuevamente
corregida, por S. Robinson, Profesor de Lengua Española, en París. Se hallará en
38
ARTURO GUEVARA: Espejo de.... pág. 158.
39
SERVANDO TERESA MIER Y NORIEGA: Memorias autobiográficas. Apología V.
40
Sobre Rodríguez y fray Servando en París escribió un ágil capítulo José Lezama Lima en La
expresión americana y otros ensayos. Arca Editorial, Montevideo, 1969: pág. 62 y siguientes.
34
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
casa del traductor, calle St. Honoré cerca de la de Poulies, N. 165. Año de 1801
(Xmo. de la República Francesa)”. Importa la Dedicatoria, firmada por Robinson
e impresa al comienzo del libro:
35
Alfonzo Rumazo González
36
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
*********
37
Alfonzo Rumazo González
los otros haceres de la cultura. Lavoisier acaba de publicar un Tratado sobre los
fundamentos de la química moderna, que apasiona a Robinson. Laplace expone su
teoría sobre el sistema del Universo. Monge da su Tratado de geometría descriptiva.
Las artes, con David y otros, plasman un retorno al clasicismo, tratando de interrum-
pir el gran movimiento romántico en que tan soberbiamente se expresa la literatura.
Lamarque inaugura el transformismo y Cuvier da sus lecciones de anatomía compa-
rada. En música, los cantos patrióticos circulan creados por artistas de mucha enti-
dad: Méhul, Grétry; el “Canto a la Patria” de Méhul se corea tanto como la Marsellesa.
Y se exhibe y se despliega ya, en centros de inquietudes especializadas, lo que medio
siglo más tarde se denominará “socialismo utópico”, en contraposición al socialis-
mo “científico” de Marx y Engels.
¿Hasta qué punto absorbió Robinson las teorías del socialismo utópico? Cuando
fue visitado en Valparaíso (1840) por el viajero Luis Antonio Vendel-Heyl, le habló
éste de la analogía que había “entre sus ideas y las de Fourier y Saint-Simon y le hice
el cumplimiento de observarle que en su nombre se encontraban reunidos el de Saint-
Simon y el de los primeros discípulos del reformador, Eugenio y Olindo Rodríguez.
Me puse entonces a hablarle de los dogmas religiosos del saint-simonismo. Me escu-
chó sin asombro, pero me manifestó que sus creencias a ese respecto (la de los dog-
mas religiosos) eran diversas”. (Diario de Vendel-Heyl ).42 El escritor chileno Miguel
Luis de Amunátegui advierte que sus contemporáneos, en Chile y otros lugares,
llamábanle a Samuel Robinson: “el socialista”. 43
Las teorías del pensar socialista -las únicas de esa laya, vigentes en Europa
en el lapso de estada de Robinson allí (1801 a 1823)- fueron, en parte, utópicas:
“Se limitan a delinear la imagen de un mundo perfecto, sin determinar con preci-
sión los procedimientos que, en la práctica, habrán de materializarlo. Se deposita
una fe excesiva e ingenua en el simple deseo de progreso y renovación del hom-
bre”44. El socialismo francés, que es el conocido directamente por Robinson,
tiene una estructura humanista y racionalista. Tanto Saint-Simon como Fourier
se ocupan con todos los hombres y no únicamente con los obreros.
42
SIMÓN RODRÍGUEZ: Escritos sobre su vida y su obra, recopilados por Pedro Grases. Concejo
Municipal de Caracas, 1954. Pág. 14. “Vendel-Hayl era un sabio muy distinguido, que tenía un cono-
cimiento profundo en los idiomas clásicos, que había desempeñado varios años una clase en el Cole-
gio “Luis el Grande” de París, y a quien un naufragio arrojó a las costas nuestras”, dice Amunátegui.
43
MIGUEL LUZ DE AMUNÁTEGUI: Ensayos biográficos, Santiago, 1876. Habla ampliamente de
Simón Rodríguez en el T. IV, págs. 227 a 303.
44
JOSÉ VICTORIANO LASTARRIA: Recuerdos Literarios. Santiago, Segunda edición, 1885. Págs. 44 a 49.
38
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
45
El alegado parentesco entre Fanny y Simón Bolívar provenía de que el padre de Fanny, barón Denis
Throbriand, se había casado -viudo ya- con Ana Massa Leuda y Aristeguieta.
39
Alfonzo Rumazo González
47
Carta de Bolívar a Santander, desde Arequipa, el 20 de mayo de 1825.
40
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
*********
48
Cf. DANIEL FLORENCIO O’LEARY: Memorias, T. .I.
41
Alfonzo Rumazo González
Napoleón a velar durante la noche, en la iglesia, una Corona que dicen ser la de
Constantino, con el mismo clavo de la pasión que le hizo poner santa Helena y
que por rareza guardan en la ciudad de Mons para coronar a sus reyes. ¡Napoleón
velando las armas como Don Quijote! ¡Un general republicano, que pasó el puente
de Arcola atravesando una lluvia de balas, para ganar un puesto a los soldados
del rey, ¡arrodillándose ante las insignias reales! Qué ejemplo tan grande de la
pequeñez del hombre. ¡Y Bolívar lo presenció!”.49
Arriban a Venecia -el nombre Venezuela significa pequeña Venecia- y muy
poco les gusta la ciudad. Continúan por Ferrara, Padua y Bolonia, hasta Florencia,
donde se quedan semanas, para “ver lo suficiente, que es el estado de naturale-
za”, según Pascal, es decir ver hasta satisfacerse. Aquí los dos caraqueños leen
juntos El Príncipe de Maquiavelo -Bolívar dirá que se formó de la obra “un con-
cepto vulgar”-, y La Nueva Eloísa de Rousseau. Florencia es el renacentismo
inmóvil ya en su pleamar clásica.
Las palabras se anillan y se sueltan en la Roma que estremece siempre.
Pero ambos turistas no pueden hablar ahora todo cuanto quisieran, desde
que Bolívar tomó nexo con la embajada de España.50 Este contacto significa
vida social para el futuro Libertador, quien hasta es recibido en audiencia
especial por el Papa Pío VII -el despreciado por Bonaparte-; pero en ella, el
embajador Antonio Vargas Llaguno sufre, de pronto, la grave contrariedad -
que lo deja en muy ambigua situación- de que Bolívar se niega a besar la
sandalia del Pontífice. En esta escena adviértese la presencia de la mente de
Robinson, que ha entrado ya en el criterio racionalista europeo, contrario al
predominio religioso.
¿Fue creyente Simón Rodríguez? Mientras estuvo en Caracas de maestro
de la escuela oficial, escribió en su proyecto de Reforma varios puntos que toca-
ban con la enseñanza de la doctrina católica. Al conspirar con Picornell ya su
criterio debió ser diferente, en acuerdo con los fundamentos doctrinarios de
carácter racionalista de aquella fracasada revolución. Después, careció de pre-
ocupaciones religiosas por completo; nada se halla en su obras que muestre al-
gún interés suyo por dogmas o ritos; sólo aparece tal cual mordacidad. También
las recomendaciones, normas y fijaciones de Rodríguez sobre educación, señala-
das sobre todo en sus dos trabajos últimos -cuando el escritor arribaba a los
49
SIMÓN RODRÍGUEZ: El Libertador del Mediodía... , pág. 114.
50
Daniel Florencio O’Leary dice que los viajeros se alojaron a un costado de la Plaza España.
42
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
43
Alfonzo Rumazo González
hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder
español”.51 Narra Bolívar: “Abrazándonos, juramos libertar a nuestra patria o
morir en la demanda”. No juró únicamente Bolívar; fueron ambos los de la
trascendente determinación que hoy lleva página muy especial en la historia. El
propio Bolívar lo aclaró en una carta a su maestro: “¿Se acuerda usted cuando
fuimos juntos al Monte Sacro a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la
patria? Ciertamente no habrá olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros”.52
Los dos cumplirán lo que juraron: esa la grandeza de aquel acto, sin más testigos
que Roma y el Espacio. Bolívar operará con la guerra; Robinson, con su hacer
educativo y sus libros. !También la palabra liberta! Hacen revolución las armas y
la cultura.
Poco después del juramento, Bolívar fue invitado por Humboldt para una
visita de pocos días a la ciudad de Nápoles. Al regresar a Roma Bolívar, él y su
maestro volviéronse a París; allí se quedarán un año casi completo, dados sin
fatiga a la sobreabundancia de la lectura.
Por ese tiempo, en París, la amistad mayor de Bolívar es el matrimonio del
coronel peruano Mariano Tristán y Teresa Laisney, a quienes conoció años antes
en Bilbao. Tiene el matrimonio una hija, Flora Tristán, entonces de un año de
edad. Esta mujer se volverá una de las lideresas del socialismo utópico; escribirá
varios libros; rescatará la correspondencia de Bolívar con su madre. En una pági-
na de Flora se anota: “La metamorfosis de Bolívar era completa. Su espíritu, su
corazón, sus gustos, su carácter, todo había cambiado. Su incredulidad llegaba
hasta el ateísmo”.53 Es el impacto de Robinson, de las lecturas, del estudio. Cara-
cas no hubiese podido darle al futuro Libertador ni esa mentalidad ni esa con-
ciencia. El año 1806 significa para los dos un gran ordenamiento de saberes.
Quizás lo de mayor significación sea el arraigo de las doctrinas liberales, que ya
rigen en Francia en pleno y que se expanden por Europa entera, en la bandera de
las guerras napoleónicas, a pesar de algunas fórmulas despóticas del Corso. Se
introduce el derecho moderno; se crean Estados con administración centraliza-
da, en perfeccionamiento del sistema republicano, y se postula, sin aplicarla, la
obligatoriedad de la enseñanza por parte del gobierno. Las estructuras anterio-
51
Conversación de Rodríguez con Uribe Angel, en Quito, en 1850.
52
Carta desde Pativilca, el 19 de enero de 1824.
53
Cf. Marcos Falcón Briceño: Teresa la confidente...
44
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
45
Alfonzo Rumazo González
Este pasaje de O’Leary revela que Bolívar hallábase enterado del ayer conflic-
tivo de su maestro, conspirador con Picornell; admitió que la decisión de Robinson
tenía fundamento.
Se despidieron el uno del otro, y no volverán a encontrarse sino diecisiete años
más tarde, en el Perú. El destino atrae y aleja a estos dos personajes arbitrariamente;
una vez más mediante el despotismo tiranizador de las circunstancias, imponiéndose
en acción de viento que aparta, ya a un lado, ya al otro.
Robinson se queda en París, probablemente con algo de dinero que le dejó
Bolívar. ¿Y después?
46
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
Hay muy pocos hombres que nacieron para educar, y estos empiezan
por sí mismos: el mundo es su colegio, su curiosidad les da libros y su discerni-
miento les sirve de maestro.
55
En páginas anteriores quedó ya definido el socialismo de Rodríguez. Debe anotarse que la asistencia
suya a las juntas socialistas pudo ser tanto en los días de permanencia suya en París con fray Servando,
como en los de compañía con Bolívar, o más bien más tarde (1820-1821), a su regreso de Rusia y antes
del viaje a Londres.
56
SIMÓN RODRÍGUEZ. Escritos sobre... , pág. 187. DANIEL FLORENCIO O’LEARY: Memorias.
Según Fanny, la despedida fue en noviembre. Bolívar pasó por Bélgica y Holanda a Hamburgo, donde
se embarcó rumbo a los Estados Unidos. (De este país tomó alto concepto: al diplomático norteame-
ricano Beaufort J. Watts le dijo: “Durante mi corta visita a los Estados Unidos, por vez primera vi en
mi vida la libertad nacional”).
57
Esas regiones europeas se denominaban entonces: Imperio Francés, Reino de Italia (la parte norte),
Confederación del Rin, Reino de Prusia, Gran Ducado de Varsovia, Imperio Ruso, e Inglaterra. Se
supone que Robinson visitó a Portugal, pues hablaba bien portugués, pero no existen datos que
confirmen ese viaje.
47
Alfonzo Rumazo González
48
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
49
Alfonzo Rumazo González
extraño en una vida como la suya, que no tuvo nunca expresión pragmática.
Entre sus observaciones londinenses, aparece la relativa al “Negocio de
Monarcas para América”. Muchos americanos, por ese tiempo, y dentro mismo
de América y no fuera de ella, consideraban que no podían avanzar el Nuevo
Mundo sino regido por reyes o emperadores. Eran los muchos que no lograron
despojarse de costumbres y moldes. Eran los hombres antirrevolucionarios.
El reencuentro de Simón Rodríguez y Andrés Bello en Londres, a los
veinticuatro años, debió de ser desfile de paisajes de vida, más algunos recuer-
dos; quizás también desprendimiento de tristezas y paradojas. Dialogan dos des-
terrados, que hace tiempo alcanzaron la madurez y el dolor de toda maduración;
Rodríguez de cincuenta y Bello de cuarenta, simplemente conversan, porque nada
tienen que ofrecerse. Ambos van por una etapa de pobreza y de estudio -larguísima
etapa, casi sin término-; son maestros; su destino es enseñar. ¿Cuál de los dos
tiene menos? Bello se queja a Revenga: “Carezco de los medios necesarios aun
para dar una educación decente a mis hijos: mi constitución, por otra parte, se
debilita, me lleno de arrugas y canas, y veo delate de mí, no digo la pobreza que
ni a mí ni a mi familia nos espantaría, pues ya estamos hechos a tolerarla, sino la
mendicidad”.
Los dos comparten ocupaciones. Dan clases, para subsistir. Aprenden,
para enseñar; estudian y crean, a fin de trasmitir conocimientos y volverlos cada
vez más eficaces. A uno y otro les respetará la muerte por largo lapso: Robinson
vivirá hasta los ochenta y tres años; Bello, hasta los ochenta y cuatro. Ninguno de
los dos, una vez salidos de Venezuela, volverá a ella nunca.
¿Se entendieron plenamente? En punto a cultura, sin duda que sí. Pero no en
política. Robinson iba muy lejos ya en sus convicciones liberales; hasta había asistido,
por ánimo de ensanche ideológico, -como ya se señaló- a sesiones del naciente socia-
lismo en París. Bello, en contraste, creía en los métodos de lenta transición. Fue
revolucionario sólo en literatura: la “Alocución a la poesía”, poema que publicará en
1823 -muy poco antes había partido ya Robinson- fue, en el decir de Pedro Henríquez
Ureña, “el primero en que se hace explícito el deseo de independencia intelectual de
Hispanoamérica”. Había servido Bello en la Secretaría de la Legación de Colombia
en Londres; pero, hacia 1821, entró en dificultades.
Dentro de las clasificaciones políticas de la época, Robinson era liberal y
Bello conservador. Tal la distancia entre ambos. Pero eran amigos, y Bello le
presentó a la sociedad de emigrados españoles y a refugiados o enviados políti-
cos hispanoamericanos.
50
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
58
MERCEDES ALVAREZ FREITES: Sim6n Rodríguez tal cual fue. Cromotip, Caracas, 1966, págs.
145 y 325. Walton le escribió a Bolívar el 1 de agosto de 1827: “Como el último servicio que
puede hacer a un amigo de V. E., presté 50 libras al señor Rodríguez, y ni siquiera éstas han vuelto
a entrar en mi poder”.
51
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52
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
TERCERA PARTE
53
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54
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
61
¿Viajaba Rodríguez con dinero? En la obra Simón Rodríguez - Escritos sobre su vida y su obra,
pág. 187, se informa: “Refiriéndose a esos tiempos decía don Simón: Yo he sido el único america-
no del Sur que haya ido a Europa no con el fin de derrochar fortuna, sino con el de adquirirla. A
mi regreso registré en Cartagena, como de mi legítima propiedad, 64.000 duros. Trabajé, observé
y creo saber alguna cosa”. Este dato o aserto no está respaldado con la indicación, necesaria, de la
fuente del documento. Hay, entre esto, supuestamente dicho por Rodríguez, y el préstamo de 50
libras de William Walton al viajero, evidente contradicción.
55
Alfonzo Rumazo González
No conservo esta carta por el honor que me hace, sino por el que
hace a Bolívar. Confesar que me debía unas ideas que lo distinguían
tanto, era probar que nada perdía en que lo supieran, porque su orgullo
era el amor a la justicia.62
62
Archivo de Bolívar en Caracas.
56
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
63
Este “valía infinito”, dicho por Bolívar, se refiere al Simón Rodríguez de veinte años: ¡hay que
subrayarlo!
57
Alfonzo Rumazo González
Dénseme los muchachos pobres, o dénseme los que los hacendados decla-
ran libres al nacer, o que no pueden enseñar, o que abandonan por rudos.
Dénseme los que la Inclusa bota porque ya están grandes, o porque no puede
mantenerlos, o porque son hijos ilegítimos.64
Los niños pobres, a los que se suman los huérfanos, ilegítimos y mengua-
dos, hacen gigantesca mayoría en América. Ese volumen ingente, ese tropel de
desposeídos le interesa, para trabajar con él. Porque no lo ve como masa, sino
como serie de individualidades dignas de la talla y cincel. Varón de visión orbital,
aspira a repartir su don con eficacia, por saberse preparado y por aquello, mayor,
de destinarlo a lo realmente requerido de siembra. Sus personales capacidades se
describen en otro de sus libros: Luces y virtudes sociales:
64
SIMÓN RODRÍGUEZ: Sociedades Americanas .... pág. 17.
58
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
Tiene más derecho para ser oído con atención discurriendo sobre su
materia el que, por profesión y con gusto, piensa continuamente en ella, que el
que se pone a pensar cuando la cuestión le sorprende; el que ha pensado tanto
que para cada caso tiene una solución preparada, que el que remite todo a
respuestas ajenas; el que tiene tanto que decir, que apenas puede impedir que
sus ideas se le atropellen en la boca, que el que titubea esperando que le ocurran
las que no ha formado.65
66
JEAN JACQUES ROUSSEAU: Emilio, T. I, pág. 238.
67
SIMÓN RODRÍGUEZ: El Libertador del Mediodía .... nota final. Aquello de las “mujeres
prostituídas por necesidad” o llegadas al matrimonio “para asegurar su subsistencia”, temas serán,
en el siglo veinte, de “El Segundo Sexo” de Simone de Beauvoir.
59
Alfonzo Rumazo González
Varron, en el siglo primero antes de Cristo, ya había señalado tres rumbos para el
niño: educación, institución e instrucción;68 en cuanto conjunto, fueron olvida-
dos durante siglos, y no se dejó vigente sino la instrucción. Rodríguez retoma la
antiquísima norma, la complementa y la perfecciona inmensamente, modificán-
dola. Y mira a la mujer con criterio distinto, considerándola como ser existencial
requerido de realización.
Era un clarividente el maestro caraqueño; “Sólo usted sabe -decíale a Bo-
lívar-, porque lo ve como yo, que para hacer República es menester gente nueva,
y que de la que se llama decente lo más que se puede conseguir es el que no
ofenda...”.69 Duda de que las gentes de costra ya formada puedan cambiar; las
halla impermeables en mucho: la tradición monárquica colonial durará todavía
largo en las conciencias y mentalidades. En alteración de esto, forjar lo nuevo en
la inteligencia de los niños, dará por resultado la República que se busca. “El
fundamento del sistema republicano -advierte- está en la opinión del pueblo, y
esta no se forma sino instruyéndolo. Nadie hace bien lo que no sabe; por consi-
guiente, nunca se hará República con gente ignorante”.70
Los establecimientos mixtos ideados por Rodríguez, por su conjun-
ción de actividad intelectual y aprendizaje manual, han generado en el mun-
do, después del maestro, la estructuración de una sociedad distinta. Dejó é1
señalados los lineamientos en “Consejos de amigo dados al Colegio de
Latacunga” -uno de sus trabajos más importantes sobre educación-, especifi-
cándolos con precisión:
68
Marco Terencio Varron decía: “Educar nutrix, instituit poedagogus, docet magíster”: educa la
nodriza, instruye el ayo o pedagogo, enseña el maestro.
69
Desde Oruro, el 30 de septiembre de 1827.
70
SIMÓN RODRÍGUEZ: El Libertador del Mediodía .... pág. 141.
60
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
Lo mismo que del quichua o quechua, pudo decir de los otros idiomas
precolombinos en América, que son numerosos: uno, para cada región.
71
SIMÓN RODRÍGUEZ: “Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga”, en Escritos de ..., T.
III, pág. 33.
61
Alfonzo Rumazo González
Su línea de partida está en la distancia radical que advierte entre los procederes
tradicionales monárquicos y el brote diferenciador de la República: “En la monarquía
las costumbres reposan sobre la austeridad; en la república reposan sobre las costum-
bres”. Los hombres, según el maestro, no se hallan en sociedad para decirse que
tienen necesidades, ni para aconsejarse que busquen cómo remediarlas, ni para
exhortarse a tener paciencia; sino para consultarse sobre los medios de satisfacer sus
deseos, porque no satisfacerlos es padecer. El objeto de la instrucción es la sociabili-
dad, y el de la sociabilidad es hacer menos penosa la vida: así piensa en “Consejos de
amigo”. Y encuentra esta estupenda conclusión: “Para todo hay escuelas en Europa;
en ninguna parte se oye hablar de Escuela Social”. ¡Brillante defensa de su originali-
dad!. Se atribuye, con justicia entera, una creación que no se encuentra ni en Europa.
En la Escuela Social ya no se le toma a la docencia solamente en el sentido de instruir
y enseñar, otorgar conocimientos, aprendizaje de un oficio, apertura de las rutas inte-
lectuales y las iniciativas en punto a habilidades. Importa ir más lejos; Rodríguez no se
detiene ni se detendrá nunca. Quiere hacer del hombre un ente social a conciencia,
desde el comienzo, a partir de la niñez. Hay que impedir la presencia de la persona
solitaria, hosca, en apartamiento infecundo; requiérese orientar por ese cauce de mutuo
entrabamiento al individualismo que forjó la Revolución Francesa, y dar vigencia de
cada cual en el medio, integrándolo a él. Con este criterio, desconocido en América
por aquellos tiempos, el maestro se adelanta a las lecciones de filosofía positiva y de
sociología de Augusto Comte, publicadas en Francia entre 1830 y 1842; el texto del
venezolano figura en el libro Sociedades Americanas en 1828. Hacia este 1828 expresaba:
De esta tesis extrae una consecuencia sabia, muy audaz para la América de
entonces:
62
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
63
Alfonzo Rumazo González
73
Carta del 21 de marzo de 1824.
74
Escritos de Simón Rodríguez..., T. II., pág. 359.
64
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
75
Carta desde Guayaquil, el 7 de enero de 1825.
65
Alfonzo Rumazo González
66
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
CUARTA PARTE
76
DANIEL FLORENCIO O’LEARY: Memorias, T. II.
67
Alfonzo Rumazo González
77
J. L. SALCEDO BASTARDO: El Primer Deber, pág. 310.
78
Decreto del 31 de enero de 1825.
79
SIMÓN RODRÍGUEZ: Luces y Virtudes .... Introducción.
68
Simón Rodríguez, Maestro de América. Biografía Breve
80
Alusión a uno de los métodos del protestantismo, al que tal vez perteneció Lancaster.
81
SIMÓN RODRÍGUEZ: Consejos de amigo ... pág. 24.
69
Alfonzo Rumazo González
*********
82
Willen van der Eyken, en su último libro Los años preescolares (Monte Avila, Caracas, 1974),
expresa: «Las investigaciones muestran claramente que los primeros cuatro o cinco años de la vida
de un niño son el período de más rápido crecimiento en características físicas y mentales y de
mayor susceptibilidad a las influencias ambientales» (pág. 192). Propicia la creación de «nursery
schools», para niños mayores de dos años y menores de cinco: «su asistencia a estos establecimien-
tos es necesaria para un desarrollo saludable tanto físico como mental».
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Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina.
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Chuquisaca, 12 de noviembre de 1825. (Archivo de la Casa Natal del Libertador, Sección Juan
Francisco Martín, T. XLI, Caracas).
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Estos informes de Sucre no llegaron tal vez nunca a manos del Libertador, que ya había partido
hacia la Nueva Granada y Venezuela.
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Carta desde Chuquisaca, el 4 de Septiembre de 1826. Como el Libertador dejó el Perú un día
antes, el 3, esta carta debió de recibirla en Bogotá, si es que se la enviaron.
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parece que no hay disciplina, la disciplina en que Sucre fue siempre tan exi-
gente y enérgico, y de la que dio ejemplo a todos. Pero, ¿puede ser metódico
algo que nace; puede eso ser sometido a planeamientos exactos, nítidamente
regulados? No se estaba continuando, manteniendo un status, sino forjando
una novedad integral. Por lo que hace a gastos, no parecen exagerados esos
tres mil pesos en seis meses, si el Decreto de Bolívar le asignó al Director
precisamente esa suma: quinientos pesos por mes (seis mil por año), que
Rodríguez los gastó íntegros en aquello que plasmaba, sin retener nada para
sí, a pesar de que ese era justamente su sueldo.
Ninguno de los dos cedió, en el lapso de discusiones y cruzamien-
to de palabras: Sucre exigió mucho; Rodríguez no pudo abarcarlo todo
porque no era hombre para esa laya de actividades complejas, él un edu-
cador, él un pensador, él un ideólogo y ¡nunca un administrador u orga-
nizador estatal!.
Lo que Sucre calificaba de capricho, Rodríguez lo tomaba por fir-
meza. Las acciones y las actitudes, cuando se sitúan en puntos extremos,
cierran toda posible solución. Los puntos extremos no son el Sí y el No,
sino la interpretación de un mismo hecho en dos sentidos contrapuestos:
la insolubilidad proviene no del actuar sino del entender. La herida co-
rrosiva y de hueco profundo en el maestro muéstrase en estas palabras
suyas, en carta a Bolívar desde Oruro el 30 de septiembre de 1827:
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Tal vez no se hubiera conocido nunca el Plan Educativo que preparó para
Bolivia Simón Rodríguez, si el propio autor no lo hubiese publicado como Nota
final de su obra “El Libertador del Mediodía de América”, aparecido en Arequipa
en 1830. Interesa sin duda el Plan en sí; pero mucho más importa advertir que en
ese texto, subtitulado “Sobre el Proyecto de Educación Popular” hállase la médula
esencial del pensamiento del maestro, hasta ese año. Más tarde, según vayan
apareciendo sus varios libros, esas ideas crecerán, ensanchándose y modificándose,
insertadas al fin en la política y en los destinos de América. Se desarrollará una
espiral de vigoroso desenvolvimiento que llegará a tomar en su impulso el
continente latinoamericano entero, con las doctrinas que asiente, aunque no con
los hechos, que tardarán mucho en plasmarse. Continúa Rodríguez,
sistemáticamente, pensando en la fusión de instrucción y manualidades; es su
gran hallazgo, dado a conocer primitivamente en Bogotá. Pero añade el factor
nuevo del niño pobre de uno y otro sexos. En toda nación latinoamericana los
pobres son los más, y a ese sector inmenso quiere otorgarle decidida preferencia.
La colonia educó a los hijos de aristócratas y de adinerados, principalmente y, en
algunos casos, exclusivamente.
Y junto con eso, algo más, muy importante, muy nuevo, estrictamente creativo:
¿El objetivo sustancial? “La intención no era, como se pensó, llenar el país
de artesanos rivales o miserables, sino hacer hombres útiles, asignarles tierras y
auxiliarlos en su establecimiento; era colonizar el país con sus propios hijos”.88
¡Esta era su Escuela Social; una Escuela socio-económica!. El niño despo-
seído, mediante adecuada preparación en conocimientos, oficio y moral -tres
potencias fundamentales- llega, con sus padres, a propietario de tierras y coloni-
88
El Proyecto de Ley de Colonización lo publicó Rodríguez al final de su libro Sociedades Ameri-
canas en 1828.
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zan lo suyo lo de su propio país. Superabundan los terrenos baldíos en las repú-
blicas latinoamericanas, tan poco pobladas entonces y hasta ahora. ¿Utópico el
proyecto? Al contrario, muy realizable, pero mediante una vasta y celular organi-
zación, que no podía depender de un solo hombre, de Rodríguez; requeríanse
muchos elementos auxiliares, dinero suficiente y una eficacísima cooperación del
Estado. Nadie captó en profundo y en esencia ni el fondo ni la forma de este
soberbio proyecto de transformación; no lo comprendieron. A su creador le ca-
lificaron torpemente de loco.
Le subestimaron, despreciaron y hasta odiaron con refinada malevolencia.
De ese ánimo pérfido debieron de proceder los malos chistes que circularon por
ese tiempo -y después- acerca de su persona y actos. Que tuvo hijos, a los cuales
puso nombres de hortalizas: Lechuga, Zanahoria, Rábano. Que enseñaba anato-
mía desnudándose.
¿Qué hizo el Libertador para esta situación de Rodríguez? La primera queja
del maestro fue del 15 de julio de ese año; Bolívar abandonó el Perú el día 3 de
septiembre. O sea que hubo más de un mes entero de por medio, en que el Libertador
pudo opinar, tomar alguna determinación, ocuparse en suma de la crisis que había
surgido en Chuquisaca. Revisadas las comunicaciones de Bolívar a Sucre, una a una,
desde el comienzo de ese año 26 en que el Libertador se dirigió al Mariscal desde
Oruro el 22 de enero, de paso para Lima, hasta el 15 de agosto de 1827, en que
Bolívar está ya de regreso de su visita a Caracas y le escribió a Sucre desde Mompox,
no hay la más mínima referencia a Rodríguez.89 Surgen entonces las preguntas: ¿reci-
bió el Libertador las cartas en que Sucre le trataba el problema?; ¿llegó a sus manos la
carta de Rodríguez?; si quedó informado de la cuestión de alguna manera -no por el
general Salom, a quien háblale por escrito Rodríguez cuando ya Bolívar había partido
a Guayaquil- ¿por qué calló y no asumió decisiones, en auxilio de su maestro?; ¿por
qué no preguntó alguna vez por el hombre a quien había confiado la Dirección de la
Educación de la sociedad boliviana?
Queda en pie un solo hecho: culpable o no Bolívar de haberse olvidado de
su maestro, por falta de información,90 por haber sido sustraída la corresponden-
cia o por las graves presiones políticas del momento que le impidieron ocuparse
89
Pueden consultarse las Obras Completas de Bolívar, Editorial Lex, La Habana, 1950. Vol. II,
de la pág. 296 a la 667.
90
Las cartas de Sucre a Bolívar sobre Rodríguez no pudieron llegar a tiempo a Lima: son de
agosto y septiembre.
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QUINTA PARTE
EL ESCRITOR
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En una carta de Rodríguez a Bernardino Segundo Pradel, desde Trilaleubu, el 19 de agosto de
1836, se lee: “Empéñese usted con el señor Jarpa o con su coadjutor tenga ya una recomendación,
que es tener mujer moza y un muchachito que poner a cuidar la puerta mientras yo esté en la torre
del campanario”. Más tarde escribirá: “Mi familia se compone de 2, una mujer y un niño”. En la
partida de defunción del maestro se establece que tuvo dos matrimonios; que la segunda esposa se
llamaba Manuela Gómez, natural de Bolivia, y que dejaba un hijo: José Rodríguez. Manuela murió
antes que su marido, y el hijo les sobrevivió a los dos. No dejó huella.
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pleto! Estampa, ante todo, su fe política, que viene a ser su presentación: “El
autor es republicano, y tanto que no piensa en ninguna especie de rey ni de jefe
que se le parezca”. Habla de la República según la Revolución Francesa, con los
tres poderes y el sistema representativo.
Estatuye, luego, este principio:
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Parte el autor de este aserto: “La causa del general Bolívar es la causa de los
pueblos americanos. No es Bolívar el defendido (en el libro), porque no lo
necesita; se defiende la causa de los pueblos, justificando las intenciones y la
conducta de sus jefes”. Se va entonces a mensurar la órbita que, generada en
el hombre Bolívar, crece y se ensancha en la obra.
El “cuerpo del delito” queda determinado en tres puntos generales: “Ata-
can su carácter, llamándole tirano. Delatan su conducta: actos de arbitrariedad,
violencia, venganza, despotismo, crueldad, injusticias. Denuncian sus intencio-
nes: esclavizar a los pueblos y coronarse”. Toma enseguida las acusaciones una a
una, sin esquivar nada; y las refuta, las destroza, las pulveriza con pruebas y
argumentos irrebatibles.
Esta Defensa de Bolívar, más el Pródromo, crearon el nombre de un gran
escritor, para la historia y para lo vivencial humano, fijándolo en su enorme
originalidad. Los libros y folletos posteriores, confirmarán ese valer preeminen-
te. En Rodríguez no hubo, en ninguna de sus producciones, señal de decadencia;
tomó la cima, y se quedó en ella.
La historia otorga siempre excepcional honor a quien haya sido el primero
en algo importante para el avance del hombre. Simón Rodríguez, en esta Defen-
sa, fue el primero en hablar de la Independencia Económica que requería la
América libertada por Bolívar: “La América española -¡lo dice en 1830!- pedía
dos revoluciones a un tiempo: la Pública (o Política) y la Económica. Las dificul-
tades que presentaba la primera eran grandes: el general Bolívar las ha vencido,
ha enseñado o excitado a otros a vencerlas. Las dificultades que oponen las pre-
ocupaciones a la segunda, son enormes; el general Bolívar emprende removerlas,
y algunos sujetos, a nombre de los pueblos, le hacen resistencia en lugar de
ayudarlo”. Deja fijado que “la revolución económica” fue iniciada por el propio
Libertador, quien, en efecto, determinó los cambios iniciales en ese rumbo, ya
con las leyes agrarias, ya con las regulaciones sobre indígenas principalmente;
aparte de que al menos las rentas de los cuantiosos bienes eclesiásticos en Bolivia
y el Perú quedaron destinadas a la educación pública. ¡Al héroe magno faltáronle
al menos treinta años más de vida!
Para complementar su aserto de poderosa captación futurista, el maestro
escribió esta frase de consistencia capital: “¡La guerra de Independencia no ha
tocado a su fin!”. ¡No ha tocado a su fin ni entonces, ni hoy!
En otro de sus trabajos -El Extracto de la Educación Republicana- Rodríguez
insiste, posteriormente, en la Independencia Económica:
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Ellos harán lo que les parezca; para ellos, tal vez, será cuerdo el loco, o
ni de locos ni de cuerdos harán caso y harán, como nosotros estamos
haciendo, lo que les dé su muy sobrada gana. (Página 58).
¡Este loco Rodríguez razona muy por encima de tantos y tantos cuerdos!
Discurre como pensador que perfora, asocia y disocia, empleando la lógica es-
tricta de los filósofos y los científicos; su argumentar severo y aprovechador de
cien recursos -hasta de los ejemplos, que de por sí son poca razón- se gobierna
preferentemente por los cánones aristotélicos de fijar premisa, penetrar y extraer
la conclusión. Con frecuencia, sin embargo, avanza con deducciones en serie,
según el método socrático -Bolívar le llamó “el Sócrates de Caracas!”-; y las más
de las veces, volterianamente y con especialísima delectación, decora sus exposi-
ciones con sutilísimos puntazos o burlas no poco corrosivos. Este hacer, de entre
serio y broma, aplicado a lo escrito y aun a lo vivido, desconcertaba a los inge-
nuos, a los serios y a los suspicaces; también a los malintencionados. Había que
romper -el maestro lo hizo con abierto desenvolvimiento- las marcas, los recuadros
y los cercos en que se encajonan y tapian gentes e ideas!
*********
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Escritos de Simón Rodríguez . . . , T. II, págs. 9 a 68.
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na vez lloró este varón ascético, tuvo que ser la hora en que supo que ya nadie
suficientemente válido le quedaba en la existencia. Todo llanto de hombre verda-
dero no es de dolor solamente sino también de protesta.
Pasados doce años, cuando Venezuela trasladó a Caracas los restos del
Libertador, Rodríguez escribió patéticamente en su libro Sociedades Americanas
que estaba en prensa en Lima:
94
SIMÓN RODRÍGUEZ. Sociedades Americanas en 1828, págs. 15 y 16.
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95
SIMÓN RODRÍGUEZ. Escritos sobre..., pág. 194. La “familia” de que habla pudieron ser su
esposa Manuela Gómez y su hijo José.
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ese sorpresivo moverse de todo, de traquear todo, que hace gritar a las gentes
y correr, aullar a los perros, volar despavoridos a los pájaros, el hombre sin
defensa y sin protección, por impávido y fuerte que se sepa, testimonia, sin
querer, su fragilidad.
Rodríguez va a saber cómo es un mundo que puede morir. Ante lo agóni-
co, sin embargo, le tocó recorrer toda la zona destruida, para estudiarla e infor-
mar; con el fundamento en sus opiniones técnicas, se procedería a reconstruir.
¿Cómo siente un científico un terremoto? Su ciencia aparecerá posterior al hecho
grave; antes, operan el terror, el miedo o la serenidad fatalista. Rodríguez y dos
más -Ambrosio Lozier y Juan José Arteaga- presentan el Informe, redactado por
el maestro venezolano.
También en los científicos aparece la bestia acosante. Pero el Informe es
un estudio geofísico integral y puede sostenerse, por lo mismo. Como ya antes,
en el proyecto de desviación del río Vincocaya, en Arequipa, el maestro caraque-
ño demuestra que posee muy en amplitud conocimientos de física, planimetría,
mecánica, geología, geografía y varios de los ramos de ingeniería.
Con esta producción de carácter técnico se cierra la estada de Simón
Rodríguez en Concepción. En junio de 1836 aparece enfermo en la población
chilena de Trilaleubu. En una de sus cartas a Bernardino Segundo Pradel, le dice:
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JOSÉ VICTORIANO LASTARRIA. Recuerdos literarios, Santiago de Chile, 1878, págs. 51 a 75.
97
MIGUEL LUIS DE AMUNÁTEGUI: Ensayos biográficos, Santiago, 1876.
98
J. A. COVA: Don Simón Rodríguez .... pág. 118.
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Texto desconcertante para las sencillas gentes del puerto, que debieron
pensar en la llegada de un desequilibrado. Dejada aparte la malicia popular, fácil
era comprender el sentido del texto del letrero: la luz, es una vela de sebo (la
iluminación eléctrica se inventó en el siglo veinte); las virtudes americanas son la
paciencia, la resignación y el amor al trabajo; en la tienda se vendían también
jabón y cola fuerte para carpinteros. Como todo estaba junto, ¡había que presen-
tarlo revuelto! ¡Las inteligencias diferentes, deben ser comprendidas!
Como Arequipa, como Concepción, Valparaíso se muestra ciudad propi-
cia; se quedará en ella más de tres años. Allí llegará a los setenta de su vida, sin
redimiese de pobrezas. A una década de la muerte de su discípulo, ya se empina
como un vibrante escritor que adoctrina y enrumba desde la estructura de una
poderosa originalidad. Rodríguez es ya el pensador de “matiz caleidoscópico”.
Mientras labora la imprenta, en el nuevo libro de Rodríguez, con la pausa
inconmovible de entonces, en labor de cajistas que ponen letra por letra en el
componedor de líneas, Rodríguez es admitido como colaborador del diario El
Mercurio; en sus páginas se publican once artículos, de tema político preferente-
mente.99
Ese mismo año se publica el nuevo trabajo del venezolano: Luces y Virtu-
des Sociales, y en la misma imprenta del periódico El Mercurio.100 Ha sido escrito
con un fin específico; “El objeto del autor, tratando de las sociedades america-
nas, es la educación popular, y por popular entiende general”. Sujeto de la obra:
el hombre social; no el individual, como hubiese preconizado un adoctrinador de
liberalismo puro, sino el social; ¡hay un gran avance! ¿El propósito de la instruc-
ción? La sociabilidad; y el fin de la sociabilidad, hacer menos penosa la vida. Hay
que instruir por métodos y modos nuevos; hay que propagar la educación me-
diante una alta multiplicación de las escuelas. Sólo con la esperanza de conseguir
que se piense en la educación del pueblo -que hasta entonces no se educaba sino
99
Los artículos aparecieron en los días 11, 12, 13, 14, 18, 20, 21, 22, 24, 26 y 28 de febrero de 1840.
100
Hay que anotar que para esta segunda edición el autor suprimió las 36 páginas del prólogo
Galeato, más tres de la Introducción. Pero añadió 52 páginas nuevas. Sumados lo uno y lo otro, el
libro completo alcanza las ciento veinte páginas.
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altura, sucederse los valles, los bosques y los montes más allá de los hori-
zontes sin fin. Ideas, sin duda, y nada más que ideas; pero la vida espiri-
tual se sostiene con éllas; son obra de la imaginación, como lo eran el
néctar, la ambrosía y el humo de que se alimentaban los dioses del paga-
nismo.
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Cf. SIMÓN RODRÍGUEZ: Escritos sobre . . . , págs. 14 a 17.
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caer en la miseria” -en lenguaje de hoy: los desocupados-; los que se negaren a
ser colonos, pasarían a la milicia. Se preferirán las tierras fronterizas con las
agrupaciones indígenas; el tiempo daría vigencia al principio de los vasos comu-
nicantes. Podrán integrar el grupo de asentamientos en el campo los artesanos
extranjeros que quieran seguir la condición de los nativos; o sea, nacionalizarse,
en lenguaje actual.
Cada provincia o departamento establecerá su colonia, y cada una de éstas
organizará su milicia urbana, para el respeto de los linderos. El poder de creativi-
dad del plan se muestra aún mejor en esta ampliación forjada por el autor:
¿Qué hizo sino esto último América, en el siglo veinte, después de las dos
guerras mundiales? Rodríguez logró llevar su barco a hontanares que estaban a
ochenta años de distancia!
En presencia de este libro, más que frente a los otros, puede advertirse el
suficiente fundamento que había en Simón Rodríguez para haberle dicho a Ma-
nuel Uribe Angel en Quito: “Fuera del título de maestro del Libertador, tengo
algunos títulos para pasar con honra a la posteridad”. Fue Maestro de Bolívar y
su defensor; y fue y sigue siendo ¡Maestro de América!
La política, tema céntrico de sus preocupaciones por ese tiempo, llévale al
educador venezolano a discurrir públicamente sobre el tema, en seis trabajos
cortos titulados: Crítica de las Providencias del Gobierno, que aparecen en 1843, en la
misma Imprenta del Comercio. Sus artículos publicados tres años antes en
Valparaíso sobre idéntica materia, hicieron únicamente dilucidación del asunto.
Ahora, no hay exposición sino cuestionamiento, crítica. “Criticar es juzgar”, fija
como premisa. Y adoctrina: obrar según las circunstancias es aceptar el principio
regulador de la naturaleza; dentro de ellas, importa conocer ante todo qué signi-
fica política. La define, en términos que podrían aplicarse al tiempo presente:
“La política es la teoría de la economía; ésta ha de descubrir lo que conviene a
todos, o sea que ha de enclavarse en la cuestión social”.
Con estas premisas, traza un abigarrado retablo que parte de esta concepción
audaz: “Administración de la ciencia del mundo”. Esta Administración se divide en
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SEXTA PARTE
EL PEREGRINO AGÓNICO
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Es probable que su otro hijo -Vendel Heyl conoció a dos en Valparaíso - haya muerto ya. A
Latacunga llegó sólo con el uno.
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Hay que atravesar, paso a paso, la jungla enloquecedora por el calor, los
mosquitos y el mal olor de los detritus por descomposiciones de las hojas y
ramas caídas de los árboles. Tal cual pueblo, con su presionante ración de
pobreza, da el humilde albergue que puede, y en la posada se cuida más de
las bestias que de los humanos, a fin de poder proseguir al otro día. A los dos
días empieza el ascenso a la cordillera, pausado, difícil, por caminos estre-
chos de zig-zags interminables: de un lado las rocas altísimas y del otro el
abismo de abierta o encuchillada boca: un mal paso, un resbalón, y el animal
y el hombre rodarán mil metros; el río que brama en lo profundo cargará tal
vez con los cadáveres. Eran los tiempos en que las personas, antes de viajar,
hacían ante notario su testamento. En la cumbre andina el frío y la rarefac-
ción del aire pueden producir soroche.
Ascender, descender, pasar torrentes, volver a subir la dura cuesta; pasar
por entre indios herméticos en su tristeza y conversar con los rebaños de ovejas
y con los asnos; llegar a un pueblo, pedir comida o lecho, y seguir, seguir por
varios días hasta que asomen las torres de los templos de Quito: eso hicieron los
tres viajantes y el arriero que les acompañaba. Rodríguez, vigoroso en sus setenta
y tres años, lleva en la faz la impavidez del que reta.
La desilusión empieza a morder pronto. Flores, casado con una aristócrata
preséntale a la sociedad distinguida de la capital ecuatoriana; se abre así, a la
amistad con Roberto Ascázubi y familia, José Modesto Larrea y familia; el canó-
nigo Pedro Antonio Torres, -a quien conoció en Lima- y varios otros, que están
bien informados de la personalidad del huésped. El Ecuador fue siempre el país
más bolivarista, entre todos. Flores no le ofrece sino un trabajo “científico”: el
manejo y explotación. de unas minas de sal de su propiedad; anda muy corto en
las generosidades el Presidente. “¡Si Bolívar lo supiera!”. . . En aquél trabajo no
resiste el maestro sino medio año.
Hacia mayo (1843), se ha acogido ya al sentido hospitalario de la ciudad
de Latacunga, al sur de Quito. Población pequeña y fría, de muy antigua raíz,
parece hechizada en su ir silente; sus moradores, de índole amable y dadivosa,
han conservado las austeridades de las gentes de Castilla; resguardan sus tradi-
ciones y van. Tratando de avanzar mediante la cultura. Su suelo, volcánico en
amplios trechos, es parte de la inmensa cauda del Cotopaxi; su naturaleza circun-
dante alterna lugares preciosamente eglógicos con anchas superficies de piedra y
salitre, piedra pómez y “cangagua”.
Desde Latacunga se dirige a su amigo Torres:
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Mayo 11 de 1843.
Saludo.
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Empiezan las clases el día 1º de febrero de 1844. A los dos meses se cierra
esa actividad, porque los vecinos no han cumplido con los términos de la sus-
cripción económica voluntaria. El maestro apresó una ruta y se le desbarató el
puente. ¿Qué hacer, de qué vivir? La pobreza estruja y muele persistentemente a
este hombre condenado a crear sin tener los medios materiales más indispensa-
bles. La pobreza, como el sol, como la noche, aparece y nada más; nada sabe de
anhelos profundos, creencias, sentimientos; mira con una inmensa impavidez.
105
Pedro Grases, en la colección “Virgilia” de Investigaciones Bibliográficas del Ministerio de Educa-
ción de Venezuela, publicó en el Nº 13 - febrero de 1968- un bien fundamentado estudio (7
páginas) sobre Las Andanzas de Simón Rodríguez por Latacunga (Ecuador).
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Carta a Roberto Ascázubi, desde Latacunga, el 28 de julio de 1845. Debe anotarse que la familia
Ascázubi era inmensamente adinerada, y tanto social como políticamente muy poderosa. En 1859,
Roberto Ascázubi integrará un Gobierno Provisorio.
109
Carta del 12 de agosto de 1845.
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a José Ignacio París que arribaría a Bogotá a principios de marzo. Sin embargo, más
de dos años se quedó Rodríguez en Túquerres! Falaz vuelta de tuerca de la vida que
así le desvió el trazo y le impidió culminar su mayor propósito: editar lo mucho suyo.
Quizás, Túquerres fue obligada pausa: o se trataba de alcanzar alguna seguridad
económica, o el dinero enviado por París no alcanzó sino hasta allí.
El final de la carta es ubérrimo, erguido y amargo:
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En sentido íntimo y personal para Rodríguez, esta carta trae un dato muy
significativo; la esposa del maestro, Manuela Gómez -Manuelita- hállase enfer-
ma; le ha dado algunos remedios un médico suizo que estaba de paso. ¿Pudo
mejorar y salvarse la enferma? No se conoce referencia especial al caso; pero
puede presumirse que la señora falleció en Túquerres, o en el camino de retorno
del educador, poco después, al Ecuador; cuando llega a Latacunga, en 1850, ya
no le acompaña sino su hijo José. Esa boliviana Manuela Gómez fue extraordi-
nariamente valerosa: sufrió con intrepidez junto a su esposo la adversidad, la
miseria, la desesperada angustia. Batalló con él en acto de sombra que se desdo-
bla y protege; que busca todas las posibles salidas; que compite con él en auste-
ridad y desinterés, situándose así a la altura del hombre noble que la había esco-
gido. No decae, sino que triunfa sobre todo acoso y sobre todas las innumerables
presiones negativas.
Túquerres se fija en la historia, en lo relativo a Rodríguez, no por el hacer
115
El General Tomás Cipriano Mosquera gobernó a Colombia de 1845 a 1849; posteriormente, de
1861 a 1864 y de 1866 a 1867.
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docente, que fue ocasional, sino por el Extracto sucinto de mi Obra sobre la Educación
Republicana, que publicó el Neo-Granadino de Bogotá, en los meses de abril y mayo
de 1849 (números 39, 40 y 42).
En este trabajo cumple el maestro con la gratitud -¿acaso no existe un
velado mandato ético?-, considerada por él la expresión mayor de la calidad hu-
mana. Dedica esas páginas al hombre que le apoyó con entusiasmo: el coronel
Anselmo Pineda.
Apenas aparecido el primer artículo, una persona que no dio su nombre,
escribióle al periódico una carta (5 de mayo de 1849) que dice entre mucho lo
siguiente: “He visto con agrado la publicación que ha empezado usted a hacer
del Extracto sucinto sobre la educación republicana, por el señor Simón Rodríguez,
maestro del Libertador:
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116
Cf. SIMÓN RODRÍGUEZ: Escritos sobre..., págs. 207 a 209.
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nuel Uribe Angel,117 a quien le narra la escena del Juramento en el Monte Sacro.
Cuenta Uribe:
117
FABIO LOZANO Y LOZANO: El maestro del Libertador...
125
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Desea enseñar a dos jóvenes sus métodos, asunto que había quedado sin
decidirse cuatro años atrás (julio de 1846). Así era la pausa del hacer y del vivir
en aquellos tiempos! La Junta Administradora opera con el “Decíamos ayer” de
Fray Luis de León y pide dictamen al Inspector de Estudios, quien expresa:
126
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118
Escritos de Simón Rodríguez ... T. III, pág. 152.
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la. Le daré ideas, para que las combine con las suyas, y lo forme. No haga
usted imprimir mi manuscrito, ni lo muestre sino a personas de talento e
instrucción. Si los tontos lo ven impreso, tendrán que reír para muchos
días, y si usted les da lectura, pensarán que los consulta; los más, dormi-
rán en lugar de oír.119
*********
En esos dos trabajos -el de 1849 y el de 1851-, en los cuales hay una
vibrante correlación de originalidad, empínase el maestro a pensar muy en
grande, partiendo de las concepciones estrictamente educadoras, que ya le
han llevado más allá de Rousseau. Habla de la República, es decir de todos,
dentro de una nación republicana. Y complementa arrogantemente sus ante-
riores plasmaciones con este estupendo señalamiento válido, par de la inde-
pendencia política ya realizada: “¡La educación ha de volverse republicana!”.
Vale decir: hay que educar para crear en el niño, en el estudiante en general,
una conciencia de República, erradicando la concepción monárquica defini-
tivamente y señalándola como enemiga del pensamiento americano. Se hace
necesario orientar a los propios gobiernos: “No habrá autoridad razonable,
sin costumbres liberales. No habrá jamás verdadera sociedad sin educación
social. Las costumbres que forma la educación social producen una autori-
dad pública, no una autoridad personal”.
¿En qué han de pensar, básicamente, los gobiernos? En una fórmula de
cultura: “sólo la educación impone obligaciones a la voluntad”. Por tanto: “En el
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No se conoció este manuscrito sino en 1954; lo publicó el religioso jesuita Aurelio Espinoza
Pólit en el Nº 83 del Boletín de la Academia Nacional de Historia, de Quito. Se supone que fue escrito
por Rodríguez entre 1851 y 1852.
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ROBERT H. BECK: Historia social de la educación. Uthea, México, 1965, pág. 125.
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Relato de Camilo Gómez para el diario El Grito del Pueblo, Guayaquil, el 4 de agosto de 1898. Con
el título de “Dos retratos al natural”, lo publicó el corresponsal del periódico en aquella fecha.
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“Trabé relaciones de amistad con este joven (José) que era de mi misma edad
y con él visitaba la casa de don Simón, el que pronto me consagró especial cariño. Al
poco tiempo de conocernos, se dirigió don Simón a Guayaquil con su hijo (a quien
llamaba Cocho), y los seguí dos meses después”. De nuevo Simón Rodríguez a lomo
de mula -es decir a columna vertebral y caderas golpeadas-, por varios días, en muy
peligroso ascenso y descenso de los Andes, pasando por cerca de las nieves del
Chimborazo. El anciano tiene ya ochenta y dos años.
Su resistencia de hombre padece la vejez, pero con lucha. No se dirige al
puerto ecuatoriano para encontrar allí descanso; buscará trabajo, a su edad. ¡Qué
joven es este gran viejo! “En Guayaquil celebró un contrato con un señor Zegarra,
para refinar esperma; empresa que fracasó”, dice Gómez. No son las clases sino la
ciencia el recurso puesto en ejecución por el viajero, para no sufrir miseria. Pero, ya no
hay solución para esta vida valerosa, titánica. “Acosado por las exigencias de Zegarra
para que le devolviera el dinero con que lo habilitara, don Simón resolvió dirigirse al
departamento de Lambayeque, en el Perú, llamado por un caballero para que implan-
tara no sé qué negocio”. El gobierno liberal del general José María Urbina, que bien
pudo atender de alguna manera al maestro del Libertador, nada hizo; lo ignoró.122
Antes de partir, se dirige el maestro a su viejo amigo el general José Trinidad Morán:
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ALFREDO PAREJA DIEZCANSECO: Historia de la República .... T. I, pág. 65, dice de Urbina:
“Fue un caudillo militar formado en las fila de Juan José Flores, pero con una cierta ideología, que
el fundador del Estado (Flores) no poseía, y con algunas dotes de administrador, de las que Flores
careció totalmente”.
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Carta del 26 de noviembre de 1853.
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Los tres viajeros tienen prisa de abandonar el puerto; utilizan, por eso, una
miserable balsa: hay que evadir los asedios de Zegarra; hay que pensar en solu-
ciones desde otra parte. “Sin esperar embarcación a propósito -atestigua Gómez-
nos embarcamos en una balsa de sechuras que se hallaban en la vía”. ¡Huyen,
como perseguidos, en lo primero que encuentran! “Fuimos arrastrados por co-
rrientes contrarias a causa de un temporal, y sólo mes y medio después pudimos
arribar a una caleta de pescadores, que creo se llamaba Cabo Blanco habiendo
sufrido hambre y sed, pues se nos acabaron los víveres y el agua”. Hasta la
naturaleza contra el anciano, en esa inagotable suma de signos menos que impli-
ca el ir a morir! La presencia de lo agónico parecía correlación necesaria con una
vida que había sido permanentemente agónica. Pero ¡qué anillo redondo, cerrado
en esa última hora!
El mar, su sol y su viento, sus lunas y celajes pardos; el hambre, la angustia
y la sed son montañas encima del viejo caraqueño. “Don Simón se encontraba
grave”. Falta un detalle para echar más amargura mas sombra, en ese ir final.
“José se trasbordó a una chata y sin decimos nada nos dejó abandonados”. Huir
es traicionar; hacerlo, ante un enfermo grave, es ofender; desaparecer el hijo
cuando el padre está frente a la muerte, ¡es ruindad suma! ¡Qué calidad de hijo
tenía el maestro! Valía más, muchísimo más, el amigo, el extraño Gómez, que
ayudó a saltar a tierra al educador vencido.
Unos indígenas pescadores les acogen a los náufragos y les dan albergue
en su choza. Permanecen éstos allí tres semanas, sin medicinas, en ambiente de
pescado, aguardiente y palabras gruesas, burdas; requeríase lo contrario: silencio,
comodidad. Gómez -espíritu del buen samaritano de que hablaba Jesús- le cuida,
soporta, quizás consuela y alienta, aun sabedor de que toda esperanza de super-
vivencia había muerto ya. “Al fin los indios me dijeron que no podían continuar
manteniéndonos, y que don Simón tenía una enfermedad que podía contagiar-
los”. El maestro quejábase de intensos dolores intestinales, que le curaban con
aguas de hierbas; no había en ese mal peligro de contagio. La caridad o conmise-
ración si se prolonga, termina en dureza, hasta en las gentes simples y siempre
generosas del pueblo: la dureza del “no más”. ¿Qué hacer? “Logré convencerlos
de que era hombre importante aquel viejo enfermo y que podría reportarles
alguna utilidad, si me acompañaban hasta algún pueblo cercano. Accedieron y
me llevaron a Amotape, cerca de Paita”.
Amotape, un pueblecillo muy pequeño, muy pobre, cercado de tierras ama-
rillentas y de polvo, va a ser el escenario del desenlace para esa vida grande.
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Quien gobierna ahí despóticamente es el párroco. “Me dirigí a casa del cura y le
impuse de lo que pasaba. Después de algunas dificultades me proporcionó dos
caballos y diez pesos. Regresé con los indios a Cabo Blanco; hice montar a don
Simón y lo conduje a Amotape”. Era el último viaje del cosmopolita, el sin
patria, sin familia, sin hogar; americano y nada más que americano. Fuese como
Martí a caballo a encontrarse con la muerte, casi retándola.
Asume, en su sencillez sincera, un patetismo creciente el relato de Ca-
milo Gómez:
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plorable, increíble, era que toda una población se sometiera a su criterio. A Amotape
no había llegado el espíritu de la independencia; regía allí lo colonial, ¡intacto!
¡Sólo una mujer contravino las torpes órdenes de párroco!
No recordaba Gómez un episodio del camino de Cabo Blanco a Amotape.
Se lo contó Gabriel García Moreno, desde Paita, a su cuñado Roberto Ascázubi:
Se hizo la suscripción, que produjo tres onzas. “Sé que las han entregado
a Panchita Larrea, que está ya en Amotape”, dice García Moreno. Simón Rodríguez
va cayendo en el agobio lentamente, en un largo agonizar de desmadejamiento;
se marchita, entre lánguidos quejidos; la gran luz ha entrado en crepúsculo, hacia
la noche. “La muerte -definirá Vallejo- es un ser sido a la fuerza”.
El varón recio, ¡recio hasta el fin! ¡El auténtico “palo de hombre” del decir
venezolano! No quería testigos de su dolor, ni actos que le fueran impuestos, o
por lo menos sugeridos. Las decisiones habrían de emerger de él y no de otros.
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Cf. Escritos de Simón Rodríguez ... T. III, pág. 155. Carta del 15 de febrero de 1854.
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Don Simón tan luego lo vio se incorporó en la cámara, hizo que el cura
se acomodara en la única silla que había y comenzó a hablar algo así como una
disertación materialista. El cura quedó estupefacto, y apenas tenía ánimo para
pronunciar algunas palabras, tratando de interrumpirlo.
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siguió la noche, y lo mismo el otro día, 28 de febrero. El día y la noche, tal vez sin
tomar conciencia de nada, excepto de los dolores intestinales, crueles, tenaces.
¡Qué tremenda prolongación de martirio para el hombre que se va en qué horri-
ble soledad! ¡Ninguna persona se hizo presente, ni por curiosidad! ¡El expósito
moría como expósito!
Murió como había vivido, casi sin nadie junto a él, excepto -también en vida-
algún amigo leal. Inmensa lealtad de Camilo Gómez; al lado del maestro significó él
mucho más que José, el hijo de la carne, el de las alas ruines.
En esa destartalada habitación no hay, esa media noche del 28 de febrero de
1854, sino un cadáver, un acompañante que llora -Camilo Gómez ha llegado al llan-
to- y dos cajones con manuscritos y libros.
“Me dirigí al pueblo a participar lo ocurrido al cura, el que me trató rudamente
por despertarlo tan temprano”. ¡Increíble! “Una señora que me vio salir llorando, se
acercó a consolarme y me aconsejó que escribiera al Cónsul de Colombia en Paita; lo
que hice inmediatamente. Recibí al día siguiente la contestación firmada por el señor
Emilio Escobar -¡debe recordarse este nombre!-, que encargaba se hiciera el entierro
a su costa”. ¡Casi dos días estuvo insepulto el cuerpo del maestro! “El cura entonces
sufragó los gastos y aun ordenó que se colocara el cadáver en un nicho que existía en
el cementerio. Además, tal vez por orden del cónsul, me proporcionó un vestido de
paño y diez pesos”. ¡Colombia tenía en Paita un funcionario digno!
¿Qué era Paita entonces? La misma de diez, de cuarenta años antes. Un puerto
de pescadores, triste y de pocos miles de habitantes; pero de significación política
especial; allá iban a refugiarse los perseguidos o desterrados por los regímenes
despóticos del Ecuador.
Pero además continuaba residiendo en Paita, tullida ya por el reumatismo y en
silla de ruedas -morirá dos años más tarde- Manuela Sáenz, la quiteña a quien había
visitado el maestro diez años antes. Tal vez esperaba Rodríguez llegar hasta esta
población para reencontrarse con Manuela.
La partida de defunción del maestro se halla en el Archivo parroquial de
Amotape. Dice:
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En Paita se separaron los dos amigos, Gómez y el muy ruin José. ¿Qué se
hizo éste, después? Ni se sabe, ni interesa. Camilo Gómez viajó a Panamá:
El hijo verdadero por sangre de lealtad, fue él, sin duda; ¡y mereció serlo!
(Murió, anciano, en la ciudad de Latacunga).
Al pasar por Guayaquil, los dos cajones de papeles y libros de Simón
Rodríguez fueron dejados probablemente al cuidado de las autoridades locales.
Esa debió haber sido la voluntad del maestro, expresada verbalmente a Gómez.
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PEDRO GRASES: Estudio Bibliográfico, en Escritos de Simón Rodríguez ...
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1846 Quito.
1847 Túquerres. Enferma de gravedad su esposa.
1849 Aparece en el Neo-Granadino de Bogotá: Extracto sucinto de mi
obra sobre la educación Republicana.
1850 Quito.
Latacunga.
1851 Entrega al Colegio de San Vicente su trabajo Consejos de amigo
dados al Colegio de Latacunga.
1853 Guayaquil. Le acompañan su hijo José, y un amigo de éste, Ca
milo Gómez.
1854 Cabo Blanco. Enfermo de gravedad.
Amotape. Muere el 28 de febrero, asistido por Camilo Gómez.
1924 Traslado de los restos al Panteón de los Próceres, en Lima.
1954 Apoteósico entierro de los restos en el Panteón Nacional de
Caracas, junto al sarcófago de su discípulo Simón Bolívar.
1958 Edición, en tres volúmenes de los Escritos de Simón Rodríguez,
por la Sociedad Bolivariana de Venezuela.
1975 Edición de las Obras Completas de Simón Rodríguez, en dos to
mos, por la “Universidad Simón Rodríguez”, de Caracas.
1999 Edición en dos volúmenes de las Obras Completas del Maestro de
Bolívar, bajo los auspicios de la Presidencia de la República
Bolivariana de Venezuela.
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