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Benedicto Xvi - Reflexiones Del Santo Padre Sobre Los Salmos

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Mircoles 15 de octubre de 2003

La estructura de las Vsperas


1. Gracias a numerosos testimonios sabemos que, a partir del siglo IV, las
Laudes y las Vsperas ya son una institucin estable en todas las grandes
Iglesias orientales y occidentales. As lo testimonia, por ejemplo, san
Ambrosio: "Como cada da, yendo a la iglesia o dedicndonos a la oracin
en casa, comenzamos desde Dios y en l concluimos, as tambin el da
entero de nuestra vida en la tierra y el curso de cada jornada ha de tener
siempre principio en l y terminar en l" (De Abraham, II, 5, 22).
As como las Laudes se colocan al amanecer, las Vsperas se sitan hacia el
ocaso, a la hora en que, en el templo de Jerusaln, se ofreca el holocausto
con el incienso. A aquella hora Jess, despus de su muerte en la cruz,
reposaba en el sepulcro, habindose entregado a s mismo al Padre por la
salvacin del mundo.
Las diversas Iglesias, siguiendo sus tradiciones respectivas, han organizado
segn sus propios ritos el Oficio divino. Aqu tomamos en consideracin el
rito romano.
2. Abre la plegaria la invocacin Deus in adiutorium, segundo versculo del
salmo 69, que san Benito prescribe para cada Hora. El versculo recuerda
que slo de Dios puede venirnos la gracia de alabarlo dignamente. Sigue el
Gloria al Padre, porque la glorificacin de la Trinidad expresa la orientacin
esencial de la oracin cristiana. Por ltimo, excepto en Cuaresma, se aade
el Aleluya, expresin juda que significa "Alabad al Seor", y que se ha
convertido, para los cristianos, en una gozosa manifestacin de confianza en
la proteccin que Dios reserva a su pueblo.
El canto del himno hace resonar los motivos de la alabanza de la Iglesia en
oracin, evocando con inspiracin potica los misterios realizados para la
salvacin del hombre en la hora vespertina, en particular, el sacrificio
consumado por Cristo en la cruz.
3. La salmodia de las Vsperas consta de dos salmos adecuados para esta
hora y de un cntico tomado del Nuevo Testamento. La tipologa de los
salmos destinados a las Vsperas presenta varios matices. Hay salmos
lucernarios, en los que es explcita la mencin de la noche, de la lmpara o
de la luz; salmos que manifiestan confianza en Dios, refugio seguro en la
precariedad de la vida humana; salmos de accin de gracias y de alabanza;

salmos en los que se transparenta el sentido escatolgico evocado por el


final del da, y otros de carcter sapiencial o de tono penitencial.
Encontramos, adems, los salmos del Hallel, con referencia a la ltima
Cena de Jess con los discpulos. En la Iglesia latina se han transmitido
elementos que favorecen la comprensin de los salmos y su interpretacin
cristiana, como los ttulos, las oraciones slmicas y, sobre todo, las
antfonas (cf. Ordenacin general de la liturgia de las Horas, 110-120).
Un lugar de relieve tiene la lectura breve, que en las Vsperas se toma del
Nuevo Testamento. Tiene la finalidad de proponer con fuerza y eficacia
alguna sentencia bblica y grabarla en el corazn, para que se traduzca en
vida (cf. ib., 45, 156 y 172). Para facilitar la interiorizacin de cuanto se ha
escuchado, a la lectura sigue un oportuno silencio y un responsorio, que
tiene la funcin de "responder", con el canto de algunos versculos, al
mensaje de la lectura, favoreciendo su acogida cordial por parte de los
participantes en la oracin.
4. Con gran honor, introducido por el signo de la cruz, se entona el cntico
evanglico de la bienaventurada Virgen Mara (cf. Lc 1, 46-55). Ya
atestiguado por la Regla de san Benito (cap. 12 y 17), el uso de cantar en las
Laudes el Benedictus y en las Vsperas el Magnficat, "que la Iglesia
romana ha empleado y ha popularizado a lo largo de los siglos"
(Ordenacin general de la liturgia de las Horas, 50). En efecto, estos
cnticos son ejemplares para expresar el sentido de alabanza y de accin de
gracias a Dios por el don de la redencin.
En la celebracin comunitaria del Oficio divino, el gesto de incensar el
altar, al sacerdote y al pueblo, mientras se entonan los cnticos evanglicos,
puede sugerir -a la luz de la tradicin juda de ofrecer el incienso da y
noche sobre el altar de los perfumes- el carcter oblativo del "sacrificio de
alabanza", expresado en la liturgia de las Horas. Unindonos a Cristo en la
oracin, podemos vivir personalmente lo que se afirma en la carta a los
Hebreos: "Ofrezcamos sin cesar, por medio de l, a Dios un sacrificio de
alabanza, es decir, el fruto de los labios que celebran su nombre" (Hb 13,
15; cf. Sal 49, 14. 23; Os 14, 3).
5. Despus del cntico, las preces dirigidas al Padre o, a veces, a Cristo,
expresan la voz suplicante de la Iglesia, que recuerda la solicitud divina por
la humanidad, obra de sus manos. En efecto, la caracterstica de las
intercesiones vespertinas consiste en pedir la ayuda divina para toda clase
de personas, para la comunidad cristiana y para la sociedad civil. Por
ltimo, se recuerda a los fieles difuntos.
La liturgia de las Vsperas tiene su coronamiento en la oracin de Jess, el
padrenuestro, sntesis de toda alabanza y de toda splica de los hijos de
Dios regenerados por el agua y el Espritu. Al final de la jornada, la
tradicin cristiana ha relacionado el perdn implorado a Dios en el
padrenuestro con la reconciliacin fraterna de los hombres entre s: el sol

no debe ponerse mientras alguien est airado (cf. Ef 4, 26).


La plegaria vespertina concluye con una oracin que, en sintona con Cristo
crucificado, expresa la entrega de nuestra existencia en las manos del Padre,
conscientes de que jams nos faltar su bendicin.

La riqueza humana no salva


1. La liturgia de Vsperas, en su desarrollo progresivo, nos vuelve a
presentar el salmo 48, de estilo sapiencial, cuya segunda parte (cf. vv. 1421) se acaba de proclamar. Al igual que la anterior (cf. vv. 1-13), que ya
hemos comentado, tambin esta seccin del salmo condena la falsa
esperanza engendrada por la idolatra de la riqueza. Se trata de una de las
tentaciones constantes de la humanidad: aferrndose al dinero, al que se
considera dotado de una fuerza invencible, los hombres se engaan
creyendo que pueden "comprar tambin la muerte", alejndola de s.
2. En realidad, la muerte irrumpe con su capacidad de demoler cualquier
ilusin, eliminando todos los obstculos, humillando toda confianza en s
mismo (cf. v. 14) y encaminando a ricos y pobres, soberanos y sbditos,
necios y sabios, al ms all. Es eficaz la imagen que el salmista utiliza,
presentando la muerte como un pastor que gua con mano firme al rebao
de las criaturas corruptibles (cf. v. 15). Por consiguiente, el salmo 48 nos
propone una meditacin realista y severa sobre la muerte, meta ineludible
fundamental de la existencia humana.
A menudo, de todos los modos posibles tratamos de ignorar esta realidad,
esforzndonos por no pensar en ella. Pero este esfuerzo, adems de intil, es
inoportuno. En efecto, la reflexin sobre la muerte resulta benfica, porque
relativiza muchas realidades secundarias a las que, por desgracia, hemos
atribuido un carcter absoluto, como la riqueza, el xito, el poder... Por eso,
un sabio del Antiguo Testamento, el Sircida, advierte: "En todas tus
acciones ten presente tu fin, y jams cometers pecado" (Si 7, 36).
3. Pero en nuestro salmo hay un viraje decisivo. El dinero no logra
"rescatarnos" de la muerte (cf. Sal 48, 8-9); sin embargo, alguien puede
redimirnos de ese horizonte oscuro y dramtico. En efecto, dice el
salmista: "Pero a m Dios me salva, me saca de las garras del abismo" (v.
16).
As se abre, para el justo, un horizonte de esperanza e inmortalidad. A la
pregunta planteada al inicio del salmo (Por qu habr de temer?: v. 6), se
le da respuesta ahora: "No te preocupes si se enriquece un hombre" (v. 17).

4. El justo, pobre y humillado en la historia, cuando llega a la ltima


frontera de la vida, carece de bienes, no tiene nada que ofrecer como
"rescate" para detener la muerte y evitar su glido abrazo. Pero he aqu la
gran sorpresa: Dios mismo paga el rescate y arranca de las manos de la
muerte a su fiel, porque l es el nico que puede derrotar a la muerte,
inexorable para las criaturas humanas.
Por eso, el salmista invita a "no temer" y a no envidiar al rico, cada vez ms
arrogante en su gloria (cf. ib.), porque, al llegar a la muerte, se ver
despojado de todo, no podr llevar consigo ni oro ni plata, ni fama ni xito
(cf. vv. 18-19). En cambio, el fiel no ser abandonado por el Seor, que le
sealar "el sendero de la vida, lo saciar de gozo en su presencia, de
alegra perpetua a su derecha" (cf. Sal 15, 11).
5. As, podramos poner, como conclusin de la meditacin sapiencial del
salmo 48, las palabras de Jess, que nos describe el autntico tesoro que
desafa a la muerte: "No amontonis tesoros en la tierra, donde hay polilla y
herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad ms
bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni
ladrones que socaven y roben. Porque donde est tu tesoro, all estar
tambin tu corazn" (Mt 6, 19-21).
6. En armona con las palabras de Cristo, san Ambrosio, en su Comentario
al salmo 48, reafirma de modo neto y firme la inconsistencia de las
riquezas: "Son cosas caducas y se van con ms rapidez de la que llegaron.
Un tesoro de este tipo no es ms que un sueo. Te despiertas y ya ha
desaparecido, porque el hombre que logra superar la borrachera de este
mundo y vivir la sobriedad de las virtudes, desprecia todas estas cosas y no
da valor alguno al dinero" (Commento a dodici salmi, n. 23: SAEMO
VIII, Miln-Roma 1980, p. 275).
7. El obispo de Miln invita, por consiguiente, a no dejarse atraer
ingenuamente por las riquezas y por la gloria humana: "No tengas miedo,
ni siquiera cuando veas que se ha agigantado la gloria de algn linaje
poderoso. Mirando a fondo con atencin, te parecer vaca si no tiene una
brizna de la plenitud de la fe". De hecho, antes de la venida de Cristo, el
hombre se encontraba arruinado y vaco: "La ruinosa cada del antiguo
Adn nos vaci, pero la gracia de Cristo nos llen. l se vaci a s mismo
para llenarnos a nosotros y para que en la carne del hombre habitara la
plenitud de la virtud". San Ambrosio concluye que, precisamente por eso,
ahora podemos exclamar, con san Juan: "De su plenitud hemos recibido
todos gracia sobre gracia" (Jn 1, 16) (cf. ib.).

Vanidad de las riquezas

1. Nuestra meditacin sobre el salmo 48 se articular en dos etapas,


precisamente como hace la liturgia de las Vsperas, que nos lo propone en
dos tiempos. Comentaremos ahora de modo esencial su primera parte, en la
que la reflexin se inspira en una situacin de malestar, como en el salmo
72. El justo debe afrontar "das aciagos", porque lo "cercan y lo acechan los
malvados", quienes "se jactan de sus inmensas riquezas" (cf. Sal 48, 6-7).
La conclusin a la que llega el justo se formula como una especie de
proverbio, que se encontrar tambin al final de todo el salmo. Sintetiza de
modo lmpido el mensaje dominante de la composicin potica: "El
hombre no comprende en la opulencia, sino que perece como los animales"
(v. 13). En otros trminos, las "inmensas riquezas" no son una ventaja, al
contrario! Es mejor ser pobre y estar unido a Dios.
2. En el proverbio parece resonar la voz austera de un antiguo sabio bblico,
el Eclesiasts o Qohlet, cuando describe el destino aparentemente igual de
toda criatura viviente, el de la muerte, que hace completamente vano el
aferrarse frenticamente a las cosas terrenas: "Como sali del vientre de su
madre, desnudo volver, como ha venido; y nada podr sacar de sus fatigas
que pueda llevar en la mano... Porque el hombre y la bestia tienen la misma
suerte: muere el uno como la otra... Todos caminan hacia una misma meta"
(Qo 5, 14; 3, 19. 20).
3. Una torpeza profunda se apodera del hombre cuando se ilusiona con
evitar la muerte afanndose en acumular bienes materiales: por ello el
salmista habla de un "no comprender" de ndole casi irracional.
Sea como fuere, todas las culturas y todas las espiritualidades han analizado
este tema, que Jess expone en su esencia de modo definitivo cuando
declara: "Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia,
la vida de uno no est asegurada por sus bienes" (Lc 12, 15). l narra
tambin la famosa parbola del rico necio, que acumula bienes en exceso,
sin imaginar que la muerte le est tendiendo una emboscada (cf. Lc 12, 1621).
4. La primera parte del salmo est centrada por completo precisamente en
esta ilusin que conquista el corazn del rico. Este est convencido de que
puede "comprarse" tambin la muerte, casi intentando corromperla, un poco
como ha hecho para obtener todas las dems cosas, o sea, el xito, el triunfo
sobre los dems en el mbito social y poltico, la prevaricacin impune, la
saciedad, las comodidades, los placeres.
Pero el salmista no duda en considerar necia esta pretensin. Recurre a un
vocablo que tiene un valor tambin financiero, "rescate": "Nadie puede
salvarse ni dar a Dios un rescate. Es tan caro el rescate de la vida, que nunca
les bastar para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa" (vv. 8-10).
5. El rico, aferrado a su inmensa fortuna, est convencido de lograr dominar

tambin la muerte, as como ha mandado en todo y a todos con el dinero.


Pero por ingente que sea la suma que est dispuesto a ofrecer, su destino
ltimo ser inexorable. En efecto, al igual que todos los hombres y mujeres,
ricos o pobres, sabios o ignorantes, deber encaminarse a la tumba, lo
mismo que les ha sucedido a los potentes, y deber dejar en la tierra el oro
tan amado, los bienes materiales tan idolatrados (cf. vv. 11-12).
Jess dirigir a sus oyentes esta pregunta inquietante: "Qu puede dar el
hombre a cambio de su vida?" (Mt 16, 26). Ningn cambio es posible,
porque la vida es don de Dios, que "tiene en su mano el alma de todo ser
viviente y el soplo de toda carne de hombre" (Jb 12, 10).
6. Entre los Padres que han comentado el salmo 48 merece una atencin
particular san Ambrosio, que ensancha su sentido segn una visin ms
amplia, en concreto, a partir de la invitacin inicial del salmista: "Od esto,
todas las naciones; escuchadlo, habitantes del orbe".
El antiguo obispo de Miln comenta: "Reconocemos aqu, precisamente al
inicio, la voz del Seor salvador que llama a los pueblos a la Iglesia, para
que renuncien al pecado, se conviertan en seguidores de la verdad y
reconozcan la ventaja de la fe". Por lo dems, "todos los corazones de las
diversas generaciones humanas estaban contaminados por el veneno de la
serpiente y la conciencia humana, esclava del pecado, no era capaz de
apartarse de l". Por eso el Seor, "por iniciativa suya, promete el perdn en
la generosidad de su misericordia, para que el culpable ya no tenga miedo,
sino que, con plena conciencia, se alegre de ofrecer ahora sus servicios de
siervo al Seor bueno, que ha sabido perdonar los pecados y premiar las
virtudes" (Commento a dodici Salmi, n. 1: SAEMO, VIII, Miln-Roma
1980, p. 253).
7. En estas palabras del salmo se siente resonar la invitacin
evanglica: "Venid a m todos los que estis fatigados y sobrecargados, y
yo os dar descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo" (Mt 11, 28-29). San
Ambrosio contina: "Como uno que vendr a visitar a los enfermos, como
un mdico que vendr a curar nuestras llagas dolorosas, as l nos ofrece la
curacin, para que los hombres lo sientan bien y todos corran con confiada
solicitud a recibir el remedio de la curacin... Llama a todos los pueblos al
manantial de la sabidura y del conocimiento, promete a todos la redencin,
para que nadie viva en la angustia, nadie viva en la desesperacin" (n.
2: ib., pp. 253-255).

"

Dios salvador
1. Estamos ante el solemne himno de bendicin que abre la carta a los
Efesios, una pgina de gran densidad teolgica y espiritual, expresin
admirable de la fe y quiz de la liturgia de la Iglesia de los tiempos
apostlicos.
Cuatro veces, en todas las semanas en las que se articula la liturgia de las
Vsperas, se propone el himno para que el fiel pueda contemplar y gustar
este grandioso icono de Cristo, centro de la espiritualidad y del culto
cristiano, pero tambin principio de unidad y de sentido del universo y de
toda la historia. La bendicin se eleva de la humanidad al Padre que est en
los cielos (cf. v. 3), a partir de la obra salvfica del Hijo.
2. Ella inicia en el eterno proyecto divino, que Cristo est llamado a
realizar. En este designio brilla ante todo nuestra eleccin para ser "santos e
irreprochables", no tanto en el mbito ritual -como pareceran sugerir estos
adjetivos utilizados en el Antiguo Testamento para el culto sacrificial-,
cuanto "por el amor" (cf. v. 4). Por tanto, se trata de una santidad y de una
pureza moral, existencial, interior.
Sin embargo, el Padre tiene en la mente una meta ulterior para nosotros: a
travs de Cristo nos destina a acoger el don de la dignidad filial,
convirtindonos en hijos en el Hijo y en hermanos de Jess (cf. Rm 8,
15. 23; 9, 4; Ga 4, 5). Este don de la gracia se infunde por medio de "su
querido Hijo", el Unignito por excelencia (cf. vv. 5-6).
3. Por este camino el Padre obra en nosotros una transformacin
radical: una liberacin plena del mal, "la redencin mediante la sangre" de
Cristo, "el perdn de los pecados" a travs del "tesoro de su gracia" (cf. v.
7). La inmolacin de Cristo en la cruz, acto supremo de amor y de
solidaridad, irradia sobre nosotros una onda sobreabundante de luz, de
"sabidura y prudencia" (cf. v. 8). Somos criaturas
transfiguradas: cancelado nuestro pecado, conocemos de modo pleno al
Seor. Y al ser el conocimiento, en el lenguaje bblico, expresin de amor,
nos introduce ms profundamente en el "misterio" de la voluntad divina (cf.
v. 9).
4. Un "misterio", o sea, un proyecto trascendente y perfecto, cuyo contenido
es un admirable plan salvfico: "recapitular en Cristo todas las cosas, del
cielo y de la tierra" (v. 10). El texto griego sugiere que Cristo se ha
convertido en keflaion, es decir, es el punto cardinal, el eje central en el
que converge y adquiere sentido todo el ser creado. El mismo vocablo

griego remite a otro, apreciado en las cartas a los Efesios y a los


Colosenses: kefal, "cabeza", que indica la funcin que cumple Cristo en el
cuerpo de la Iglesia.
Ahora la mirada es ms amplia y csmica, adems de incluir la dimensin
eclesial ms especfica de la obra de Cristo. l ha reconciliado "en s todas
las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra
y en los cielos" (Col 1, 20).
5. Concluyamos nuestra reflexin con una oracin de alabanza y de accin
de gracias por la redencin que Cristo ha obrado en nosotros. Lo hacemos
con las palabras de un texto conservado en un antiguo papiro del siglo IV.
"Nosotros te invocamos, Seor Dios. T lo sabes todo, nada se te escapa,
Maestro de verdad. Has creado el universo y velas sobre cada ser. T guas
por el camino de la verdad a aquellos que estaban en tinieblas y en sombras
de muerte. T quieres salvar a todos los hombres y darles a conocer la
verdad. Todos juntos te ofrecemos alabanzas e himnos de accin de
gracias". El orante prosigue: "Nos has redimido, con la sangre preciosa e
inmaculada de tu nico Hijo, de todo extravo y de la esclavitud. Nos has
liberado del demonio y nos has concedido gloria y libertad.
Estbamos muertos y nos has hecho renacer, alma y cuerpo, en el Espritu.
Estbamos manchados y nos has purificado. Te pedimos, pues, Padre de las
misericordias y Dios de todo consuelo: confrmanos en nuestra vocacin,
en la adoracin y en la fidelidad". La oracin concluye con la
invocacin: "Oh Seor benvolo, fortalcenos, con tu fuerza. Ilumina
nuestra alma con tu consuelo... Concdenos mirar, buscar y contemplar los
bienes del cielo y no los de la tierra. As, por la fuerza de tu gracia, se dar
gloria a la potestad omnipotente, santsima y digna de toda alabanza, en
Cristo Jess, el Hijo predilecto, con el Espritu Santo por los siglos de los
siglos. Amn" (A. Hamman, Preghiere dei primi cristiani, Miln 1955, pp.
92-94).

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La reina y esposa
1. El dulce retrato femenino que nos acaban de presentar constituye el
segundo cuadro del dptico del que se compone el salmo 44, un
canto nupcial sereno y gozoso, que leemos en la liturgia de las Vsperas.
As, despus de contemplar al rey que celebra sus bodas (cf. vv. 2-10),
ahora nuestros ojos se fijan en la figura de la reina esposa (cf. vv. 11-18).
Esta perspectiva nupcial nos permite dedicar el salmo a todas las parejas
que viven con intensidad y vitalidad interior su matrimonio, signo de un
"gran misterio", como sugiere san Pablo, el del amor del Padre a la

humanidad y de Cristo a su Iglesia (cf. Ef 5, 32). Sin embargo, el salmo abre


tambin otro horizonte.
En efecto, entra en escena el rey judo y, precisamente en esta perspectiva,
la tradicin juda sucesiva ha visto en l un perfil del Mesas davdico,
mientras que el cristianismo ha transformado el himno en un canto en honor
de Cristo.
2. Con todo, ahora, nuestra atencin se fija en el perfil de la reina que el
poeta de corte, autor del salmo (cf. Sal 44, 2), traza con gran delicadeza y
sentimiento. La indicacin de la ciudad fenicia de Tiro (cf. v. 13) hace
suponer que se trata de una princesa extranjera. As asume un significado
particular la invitacin a olvidar el pueblo y la casa paterna (cf. v. 11), de la
que la princesa se tuvo que alejar.
La vocacin nupcial es un acontecimiento trascendental en la vida y cambia
la existencia, como ya se constata en el libro del Gnesis: "Dejar el
hombre a su padre y a su madre y se unir a su mujer, y vendrn a ser una
sola carne" (Gn 2, 24). La reina esposa avanza ahora, con su squito nupcial
que lleva los dones, hacia el rey, prendado de su belleza (cf. Sal 44, 12-13).
3. Es notable la insistencia con que el salmista exalta a la mujer: est "llena
de esplendor" (v. 14), y esa magnificencia se manifiesta en su vestido
nupcial, recamado en oro y enriquecido con preciosos brocados (cf. vv. 1415).
La Biblia ama la belleza como reflejo del esplendor de Dios mismo; incluso
los vestidos pueden ser signo de una luz interior resplandeciente, del candor
del alma.
El pensamiento se remonta, por un lado, a las pginas admirables del
Cantar de los cantares (cf. captulos 4 y 5) y, por otro, a la pgina del
Apocalipsis donde se describen "las bodas del Cordero", es decir, de Cristo,
con la comunidad de los redimidos, destacando el valor simblico de los
vestidos nupciales: "Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha
engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura.
El lino son las buenas acciones de los santos" (Ap 19, 7-8).
4. Adems de la belleza, se exalta la alegra que reina en el jubiloso "squito
de vrgenes", o sea, las damas que acompaan a la esposa "entre alegra y
algazara" (cf. Sal 44, 15-16). La alegra genuina, mucho ms profunda que
la meramente externa, es expresin de amor, que participa en el bien de la
persona amada con serenidad de corazn.
Ahora bien, segn los augurios con que concluye el salmo, se vislumbra
otra realidad radicalmente intrnseca al matrimonio: la fecundidad. En
efecto, se habla de "hijos" y de "generaciones" (cf. vv. 17-18). El futuro, no

slo de la dinasta sino tambin de la humanidad, se realiza precisamente


porque la pareja ofrece al mundo nuevas criaturas.
Se trata de un tema importante en nuestros das, en el Occidente a menudo
incapaz de garantizar su futuro mediante la generacin y la tutela de nuevas
criaturas, que prosigan la civilizacin de los pueblos y realicen la historia de
la salvacin.
5. Muchos Padres de la Iglesia, como es sabido, han interpretado el retrato
de la reina aplicndolo a Mara, desde la exhortacin inicial: "Escucha,
hija, mira, inclina el odo..." (v. 11). As sucedi, por ejemplo, en la Homila
sobre la Madre de Dios de Crisipo de Jerusaln, un monje capadocio de los
fundadores del monasterio de San Eutimio, en Palestina, que, despus de su
ordenacin sacerdotal, fue guardin de la santa cruz en la baslica de la
Anstasis en Jerusaln.
"A ti se dirige mi discurso -dice, hablando a Mara-, a ti que debes
convertirte en esposa del gran rey; mi discurso se dirige a ti, que ests a
punto de concebir al Verbo de Dios, del modo que l conoce. (...) "Escucha,
hija, mira, inclina el odo". En efecto, se cumple el gozoso anuncio de la
redencin del mundo. Inclina el odo y lo que vas a escuchar te elevar el
corazn. (...) "Olvida tu pueblo y la casa paterna": no prestes atencin a tu
parentesco terreno, pues t te transformars en una reina celestial. Y
escucha -dice- cunto te ama el Creador y Seor de todo. En efecto, dice,
"prendado est el rey de tu belleza": el Padre mismo te tomar por esposa;
el Espritu dispondr todas las condiciones que sean necesarias para este
desposorio. (...) No creas que vas a dar a luz a un nio humano, "porque l
es tu Seor y t lo adorars". Tu Creador se ha hecho hijo tuyo; lo
concebirs y, juntamente con los dems, lo adorars como a tu Seor" (Testi
mariani del primo millennio, I, Roma 1998, pp. 605-606).

'

Las nupcias del Rey


1. "Recito mis versos a un rey". Estas palabras, con las que se abre el salmo
44, orientan al lector sobre el carcter fundamental de este himno. El escriba
de corte que lo compuso nos revela enseguida que se trata de un carmen en
honor del soberano israelita. Ms an, recorriendo los versculos de la
composicin, nos damos cuenta de estar en presencia de un epitalamio, o
sea, de un cntico nupcial.
Los estudiosos se han esforzado por identificar las coordenadas histricas
del salmo basndose en algunos indicios -como la relacin de la reina con la
ciudad fenicia de Tiro (cf. v. 13)-, pero sin llegar a una identificacin

precisa de la pareja real. Es relevante que en la escena haya un rey israelita,


porque esto ha permitido a la tradicin juda transformar el texto en canto al
rey Mesas, y a la tradicin cristiana releer el salmo en clave cristolgica y,
por la presencia de la reina, tambin en perspectiva mariolgica.
2. La liturgia de las Vsperas nos propone usar este salmo como oracin,
articulndolo en dos momentos. Ahora hemos escuchado la primera parte
(cf. vv. 2-10), que, despus de la introduccin ya evocada por el escriba
autor del texto (cf. v. 2), presenta un esplndido retrato del soberano que
est a punto de celebrar su boda.
Por eso, el judasmo ha reconocido en el salmo 44 un canto nupcial, que
exalta la belleza y la intensidad del don de amor entre los cnyuges. En
particular, la mujer puede repetir con el Cantar de los cantares: "Mi amado
es para m, y yo soy para mi amado" (Ct 2, 16). "Yo soy para mi amado y
mi amado es para m" (Ct 6, 3).
3. El perfil del esposo real est trazado de modo solemne, con el recurso a
todo el aparato de una escena de corte. Lleva las insignias militares (Sal 44,
4-6), a las que se aaden suntuosos vestidos perfumados, mientras en el
fondo brillan los palacios revestidos de marfil, con sus salas grandiosas en
las que suena msica (cf. vv. 9-10). En el centro se encuentra el trono, y se
menciona el cetro, dos signos del poder y de la investidura real (cf. vv. 7-8).
Al llegar aqu, quisiramos subrayar dos elementos. Ante todo, la belleza
del esposo, signo de un esplendor interior y de la bendicin divina: "Eres el
ms bello de los hombres" (v. 3). Precisamente apoyndose en este
versculo la tradicin cristiana represent a Cristo con forma de hombre
perfecto y fascinante. En un mundo caracterizado a menudo por la fealdad y
la descortesa, esta imagen es una invitacin a reencontrar la via
pulchritudinis en la fe, en la teologa y en la vida social para ascender a la
belleza divina.
4. Sin embargo, la belleza no es un fin en s misma. La segunda nota que
quisiramos proponer se refiere precisamente al encuentro entre la belleza y
la justicia. En efecto, el soberano "cabalga victorioso por la verdad y la
justicia" (v. 5); "ama la justicia y odia la impiedad" (v. 8), y su cetro es
"cetro de rectitud" (v. 7). La belleza debe conjugarse con la bondad y la
santidad de vida, de modo que haga resplandecer en el mundo el rostro
luminoso de Dios bueno, admirable y justo.
En el versculo 7, segn los estudiosos, el apelativo "Dios" podra dirigirse
al rey mismo, porque, habiendo sido consagrado por el Seor, pertenecera
en cierto modo al mbito divino: "Tu trono, oh Dios, permanece para
siempre". O podra ser una invocacin al nico rey supremo, el Seor, que
se inclina sobre el rey Mesas. Ciertamente, la carta a los Hebreos,
aplicando el salmo a Cristo, no duda en reconocer la divinidad plena, y no
meramente simblica, al Hijo que entr en su gloria (cf. Hb 1, 8-9).

5. Siguiendo esta lectura cristolgica, concluimos remitindonos a los


Padres de la Iglesia, que atribuyen a cada versculo ulteriores valores
espirituales. As, sobre la frase del salmo en la que se dice que "el Seor
bendice eternamente" al rey Mesas (cf. Sal 44, 3), san Juan Crisstomo
elabor esta aplicacin cristolgica: "El primer Adn fue colmado de una
grandsima maldicin; el segundo, en cambio, de larga bendicin. Aquel
haba odo: "Maldito en tus obras" (Gn 3, 17), y de nuevo: "Maldito quien
haga el trabajo del Seor con dejadez" (Jr 48, 10), y "Maldito quien no
mantenga las palabras de esta Ley" (Dt 27, 26) y "Maldito el que cuelga de
un rbol" (Dt 21, 23). Ves cuntas maldiciones? De todas estas
maldiciones te ha liberado Cristo, hacindose maldicin (cf. Ga 3, 13): en
efecto, as como se humill para elevarte y muri para hacerte inmortal, as
tambin se ha convertido en maldicin para colmarte de bendicin. Qu
puedes comparar con esta bendicin, cuando por medio de una maldicin te
concede una bendicin? En efecto, l no tena necesidad de bendicin, pero
te la dona a ti" (Expositio in Psalmum XLIV, 4: PG 55, 188-189).

(
Pasin voluntaria de Cristo
siervo de Dios
1. Hoy, al escuchar el himno tomado del captulo 2 de la primera carta de
san Pedro, se ha perfilado de un modo muy vivo ante nuestros ojos el rostro
de Cristo sufriente. Eso suceda a los lectores de aquella carta en los
primeros tiempos del cristianismo y eso mismo ha sucedido a lo largo de los
siglos durante la proclamacin litrgica de la palabra de Dios y en la
meditacin personal.
Este canto, insertado en la carta, presenta una tonalidad litrgica y parece
reflejar el espritu de oracin de la Iglesia de los orgenes (cf. Col 1, 15-20;
Flp 2, 6-11; 1 Tm 3, 16). Est marcado tambin por un dilogo ideal entre el
autor y los lectores, en el que se alternan los pronombres personales
"nosotros" y "vosotros": "Cristo padeci por vosotros, dejndoos ejemplo
para que sigis sus huellas... Llev nuestros pecados en su cuerpo (...) a fin
de que, muertos a nuestros pecados, vivamos para la justicia; con
sus llagas hemos sido curados" (1 P 2, 21. 24-25).
2. Pero el pronombre que ms se repite, en el original griego, es V, que
aparece al inicio de los principales versculos (cf. 1 P 2,
22. 23. 24): equivale a "l", el Cristo sufriente; l, que no cometi pecado;
l, que al ser insultado no responda con insultos; l, que al padecer no
amenazaba; l, que en la cruz carg con los pecados de la humanidad para
borrarlos.

El pensamiento de san Pedro, como tambin el de los fieles que rezan este
himno, sobre todo en la liturgia de las Vsperas del tiempo de Cuaresma, se
dirige al Siervo de Yahveh descrito en el clebre cuarto canto del libro del
profeta Isaas. Es un personaje misterioso, interpretado por el cristianismo
en clave mesinica y cristolgica, porque anticipa los detalles y el
significado de la pasin de Cristo: "l soport nuestros sufrimientos y
aguant nuestros dolores (...) Fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crmenes (...). Con sus llagas hemos sido curados. (...)
Fue maltratado, y l se humill y no abri la boca" (Is 53, 4. 5. 7).
Tambin el perfil de la humanidad pecadora trazado con la imagen de unas
ovejas descarriadas, en un versculo que no recoge la liturgia de las
Vsperas (cf. 1 P 2, 25), procede de aquel antiguo canto proftico: "Todos
nosotros ramos como ovejas descarriadas; cada uno segua su camino" (Is
53, 6).
3. As pues, son dos las figuras que se cruzan en el himno de la carta de san
Pedro. Ante todo, est l, Cristo, que emprende el arduo camino de la
pasin, sin oponerse a la injusticia y a la violencia, sin recriminaciones ni
protestas, sino ponindose a s mismo y poniendo su dolorosa situacin "en
manos del que juzga justamente" (1 P 2, 23). Un acto de confianza pura y
absoluta, que culminar en la cruz con las clebres ltimas
palabras, pronunciadas a voz en grito como extremo abandono a la obra del
Padre: "Padre, a tus manos encomiendo mi espritu" (Lc 23, 46; cf. Sal 30,
6).
Por tanto, no se trata de una resignacin ciega y pasiva, sino de una valiente
confianza, destinada a servir de ejemplo para todos los discpulos que
recorrern la senda oscura de la prueba y la persecucin.
4. Cristo se presenta como el Salvador, solidario con nosotros en su
"cuerpo" humano. Al nacer de la Virgen Mara, se hizo nuestro hermano.
Por ello, puede estar a nuestro lado, compartir nuestro dolor, cargar con
nuestras enfermedades, "con nuestros pecados" (1 P 2, 24). Pero l es
tambin y siempre el Hijo de Dios, y esta solidaridad suya con nosotros
resulta radicalmente transformadora, liberadora, expiatoria y salvfica (cf.
1 P 2, 24).
Y, as, nuestra pobre humanidad, apartada de los caminos desviados y
perversos del mal, es conducida de nuevo por las sendas de la "justicia", es
decir, del bello proyecto de Dios. La ltima frase del himno es
particularmente conmovedora. Reza as: "Con sus llagas hemos sido
curados" (1 P 2, 25). Manifiesta el alto precio que Cristo ha pagado para
conseguirnos la salvacin.
5. Para concluir, cedamos la palabra a los Padres de la Iglesia, es decir, a la

tradicin cristiana que ha meditado y rezado con este himno de san Pedro.
San Ireneo de Lyon, en un pasaje de su tratado Contra las herejas,
entrelazando una expresin de este himno con otras reminiscencias bblicas,
sintetiza as la figura de Cristo Salvador: "Uno y el mismo es Jesucristo el
Hijo de Dios, que por su pasin nos reconcili con Dios y resucit de entre
los muertos, est sentado a la derecha del Padre, y es perfecto en todas las
cosas; es el mismo que, golpeado no devolva los golpes, "mientras padeca
no profiri amenazas" (1 P 2, 23); el que, vctima de la tirana, mientras
sufra rogaba al Padre que perdonara a aquellos mismos que lo crucificaban
(cf. Lc 23, 34). l nos salv; l mismo es el Verbo de Dios, el Unignito del
Padre, Cristo Jess nuestro Seor" (III, 16, 9).

Las bodas del Cordero


1. El libro del Apocalipsis contiene numerosos cnticos a Dios, Seor del
universo y de la historia. Acabamos de escuchar uno, que se encuentra
constantemente en cada una de las cuatro semanas en que se articula la
liturgia de las Vsperas.
Este himno lleva intercalado el "aleluya", palabra de origen hebreo que
significa "alabad al Seor" y que curiosamente dentro del Nuevo
Testamento slo aparece en este pasaje del Apocalipsis, donde se repite
cinco veces. Del texto del captulo 19 la liturgia selecciona solamente
algunos versculos. En el marco narrativo del relato, son entonados en el
cielo por una "inmensa muchedumbre": es como el canto de un gran coro
que entonan todos los elegidos, celebrando al Seor con alegra y jbilo (cf.
Ap 19, 1).
2. Por eso, la Iglesia, en la tierra, armoniza su canto de alabanza con el de
los justos que ya contemplan la gloria de Dios. As se establece un canal de
comunicacin entre la historia y la eternidad: este canal tiene su punto de
partida en la liturgia terrena de la comunidad eclesial y su meta en la
celestial, a donde ya han llegado nuestros hermanos y hermanas que nos han
precedido en el camino de la fe.
En esta comunin de alabanza se celebran fundamentalmente tres temas.
Ante todo, las grandes propiedades de Dios, "la salvacin, la gloria y el
poder" (v. 1; cf. v. 7), es decir, la trascendencia y la omnipotencia salvfica.
La oracin es contemplacin de la gloria divina, del misterio inefable, del
ocano de luz y amor que es Dios.
En segundo lugar, el cntico exalta el "reino" del Seor, es decir, el

proyecto divino de redencin en favor del gnero humano. Recogiendo un


tema muy frecuente en los as llamados salmos del reino de Dios (cf. Sal 46;
95-98), aqu se proclama que "reina el Seor, nuestro Dios, Dueo de todo"
(Ap 19, 6), interviniendo con suma autoridad en la historia. Ciertamente, la
historia est encomendada a la libertad humana, que genera el bien y el mal,
pero tiene su sello ltimo en las decisiones de la divina Providencia. El libro
del Apocalipsis celebra precisamente la meta hacia la cual se dirige la
historia a travs de la obra eficaz de Dios, aun entre las tempestades, las
laceraciones y las devastaciones llevadas a cabo por el mal, por el hombre y
por Satans.
En otra pgina del Apocalipsis se canta: "Gracias te damos, Seor Dios
omnipotente, el que eres y el que eras, porque has asumido el gran poder y
comenzaste a reinar" (Ap 11, 17).
3. Por ltimo, el tercer tema del himno es tpico del libro del Apocalipsis y
de su simbologa: "Lleg la boda del Cordero; su esposa se ha
embellecido" (Ap 19, 7). Como veremos en otras meditaciones sobre este
cntico, la meta definitiva a la que nos conduce el ltimo libro de la Biblia
es la del encuentro nupcial entre el Cordero, que es Cristo, y la esposa
purificada y transfigurada, que es la humanidad redimida.
La expresin "lleg la boda del Cordero" se refiere al momento supremo como dice nuestro texto "nupcial"- de la intimidad entre la criatura y el
Creador, en la alegra y en la paz de la salvacin.
4. Concluyamos con las palabras de uno de los discursos de san Agustn,
que ilustra y exalta as el canto del Aleluya en su significado
espiritual: "Cantamos al unsono esta palabra y unidos en torno a ella, en
comunin de sentimientos, nos estimulamos unos a otros a alabar a Dios.
Sin embargo, a Dios slo puede alabarlo con tranquilidad de conciencia
quien no ha cometido ninguna accin que le desagrade. Adems, por lo que
atae al tiempo presente en que somos peregrinos en la tierra, cantamos el
Aleluya como consolacin para ser fortificados a lo largo del camino; el
Aleluya que entonamos ahora es como el canto del peregrino; con todo,
recorriendo este arduo itinerario, tendemos a la patria, donde habr
descanso; donde, pasados todos los afanes que nos agobian ahora, no
quedar ms que el Aleluya" (n. 255, 1: Discorsi, IV, 2, Roma 1984, p.
597).

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Himno al Dios verdadero

1. El Dios vivo y los dolos inertes se enfrentan en el salmo 113 B, que


acabamos de escuchar, y que forma parte de la serie de los salmos de las
Vsperas. La antigua traduccin griega de la Biblia llamada de los Setenta,
seguida por la versin latina de la antigua liturgia cristiana, uni este salmo
en honor del verdadero Seor al anterior. As se constituy una nica
composicin, la cual, sin embargo, est formada por dos textos
completamente diferentes (cf. Sal 113 A y 113 B).
Despus de unas palabras iniciales dirigidas al Seor para proclamar su
gloria, el pueblo elegido presenta a su Dios como el Creador todopoderoso:
"Nuestro Dios est en el cielo, lo que quiere lo hace" (Sal 113 B, 3).
"Fidelidad y gracia" son las virtudes tpicas del Dios de la alianza con
respecto al pueblo que eligi, Israel (cf. v. 1). As, el cosmos y la historia
estn bajo su dominio, que es poder de amor y de salvacin.
2. Al Dios verdadero, adorado por Israel, se contraponen inmediatamente
"los dolos de los gentiles" (v. 4). La idolatra es una tentacin de la
humanidad entera en toda la tierra y en todos los tiempos. El dolo es una
cosa inanimada, fabricada por las manos del hombre, una estatua fra, sin
vida. El salmista la presenta irnicamente con sus siete miembros
completamente intiles: boca muda, ojos ciegos, orejas sordas, nariz
insensible a los olores, manos inertes, pies paralizados, garganta que no
puede emitir sonidos (cf. vv. 5-7).
Despus de esta despiadada crtica de los dolos, el salmista expresa un
deseo sarcstico: "Que sean igual los que los hacen, cuantos confan en
ellos" (v. 8). Es un deseo expresado de forma muy eficaz para producir un
efecto de radical disuasin con respecto a la idolatra. Quien adora a los
dolos de la riqueza, del poder y del xito, pierde su dignidad de persona
humana. El profeta Isaas deca: "Escultores de dolos! Todos ellos son
vacuidad; de nada sirven sus obras ms estimadas; sus testigos nada ven y
nada saben, y por eso quedarn abochornados" (Is 44, 9).
3. Por el contrario, los fieles del Seor saben que tienen en el Dios vivo "su
auxilio" y "su escudo" (cf. Sal 113 B, 9-13). El salmo nos presenta a esos
fieles en tres categoras. Ante todo, "la casa de Israel", es decir, todo el
pueblo, la comunidad que se congrega en el templo para orar. All se
encuentra tambin la "casa de Aarn", que remite a los sacerdotes, custodios
y anunciadores de la Palabra divina, llamados a presidir el culto. Por ltimo,
se evoca a los que temen al Seor, o sea, a los fieles autnticos y constantes,
que en el judasmo posterior al destierro de Babilonia, y ms tarde, incluan
tambin a los paganos que se acercaban a la comunidad y a la fe de Israel
con corazn sincero y con una bsqueda genuina. Ese fue, por ejemplo, el
caso del centurin romano Cornelio (cf. Hch 10, 1-2. 22), que san Pedro
convirti al cristianismo.
Sobre estas tres categoras de autnticos creyentes desciende la bendicin

divina (cf. Sal 113 B, 12-15). Segn la concepcin bblica, esa bendicin es
fuente de fecundidad: "Que el Seor os acreciente, a vosotros y a vuestros
hijos" (v. 14). Por ltimo, los fieles, alegres por el don de la vida recibido
del Dios vivo y creador, entonan un breve himno de alabanza, respondiendo
a la bendicin eficaz de Dios con su bendicin agradecida y confiada (cf.
vv. 16-18).
4. De un modo muy vivo y sugestivo, un Padre de la Iglesia de Oriente, san
Gregorio de Nisa (siglo IV), en su quinta Homila sobre el Cantar de los
cantares utiliza este salmo para describir el paso de la humanidad desde el
"hielo de la idolatra" hasta la primavera de la salvacin. En efecto recuerda san Gregorio-, en cierto modo, la naturaleza humana se haba
transformado "en los seres inmviles" y sin vida "que fueron hechos objeto
de culto", precisamente como est escrito: "Que sean igual los que los
hacen, cuantos confan en ellos".
"Y era lgico que sucediese as, pues, del mismo modo que los que miran al
Dios vivo reciben en s mismos las peculiaridades de la naturaleza divina,
as el que se dirige a la vacuidad de los dolos lleg a ser como lo que
miraba y, de hombre que era, se transform en piedra. Por consiguiente,
dado que la naturaleza humana, convertida en piedra a causa de la idolatra,
fue inmvil con respecto a lo mejor, congelada en el hielo del culto a los
dolos, por ese motivo en este tremendo invierno surge el Sol de la justicia y
forma la primavera con el calor del medioda, que deshace ese hielo y
calienta, con los rayos del sol, todo lo que est debajo. As, el hombre, que
se haba convertido en piedra por obra del hielo, calentado por el Espritu y
caldeado por los rayos del Logos, volvi a ser agua que saltaba hasta la vida
eterna" (Omelie sul Cantico dei cantici, Roma 1988, pp. 133-134).

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El Mesas, rey y sacerdote


1. Siguiendo una antigua tradicin, el salmo 109, que se acaba de
proclamar, constituye el componente principal de las Vsperas dominicales.
Se repite en las cuatro semanas en las que se articula la liturgia de las
Horas. Su brevedad, ulteriormente acentuada por la exclusin, en el uso
litrgico cristiano, del versculo 6, con matiz imprecatorio, implica cierta
dificultad de exgesis e interpretacin. El texto se presenta como un salmo
regio, vinculado a la dinasta davdica, y probablemente remite al rito de
entronizacin del soberano. Sin embargo, la tradicin juda y cristiana ha
visto en el rey consagrado el perfil del Consagrado por excelencia, el
Mesas, el Cristo.
Precisamente desde esta perspectiva, el salmo se convierte en un canto
luminoso dirigido por la liturgia cristiana al Resucitado en el da festivo,

memoria de la Pascua del Seor.


2. Son dos las partes del salmo 109 y ambas se caracterizan por la presencia
de un orculo divino. El primer orculo (cf. vv. 1-3) es el que se dirige al
soberano en el da de su entronizacin solemne "a la diestra" de Dios, o sea,
junto al Arca de la alianza en el templo de Jerusaln. La memoria de la
"generacin" divina del rey formaba parte del protocolo oficial de su
coronacin y para Israel asuma un valor simblico de investidura y tutela,
dado que el rey era el lugarteniente de Dios en la defensa de la justicia (cf.
v. 3).
Naturalmente, en la interpretacin cristiana, esa "generacin" se hace real y
presenta a Jesucristo como verdadero Hijo de Dios. As haba sucedido en la
lectura cristiana de otro clebre salmo regio-mesinico, el segundo del
Salterio, donde se lee este orculo divino: "T eres mi hijo: yo te he
engendrado hoy" (Sal 2, 7).
3. El segundo orculo del salmo 109 tiene, en cambio, un contenido
sacerdotal (cf. v. 4). Antiguamente, el rey desempeaba tambin funciones
cultuales, no segn la tradicin del sacerdocio levtico, sino segn otra
conexin: la del sacerdocio de Melquisedec, el soberano-sacerdote de
Salem, la Jerusaln preisraelita (cf. Gn 14, 17-20).
Desde la perspectiva cristiana, el Mesas se convierte en el modelo de un
sacerdocio perfecto y supremo. La carta a los Hebreos, en su parte central,
exalta este ministerio sacerdotal "a semejanza de Melquisedec" (Hb 5, 10),
pues lo ve encarnado en plenitud en la persona de Cristo.
4. El Nuevo Testamento recoge, en repetidas ocasiones, el primer orculo
para celebrar el carcter mesinico de Jess (cf. Mt 22, 44; 26, 64; Hch 2,
34-35; 1 Co 15, 25-27; Hb 1, 13). El mismo Cristo, ante el sumo sacerdote
y ante el sanedrn judo, se referir explcitamente a este salmo,
proclamando que estar "sentado a la diestra del Poder" divino,
precisamente como se dice en el versculo 1 del salmo 109 (Mc 14, 62;
cf. 12, 36-37).
Volveremos a reflexionar sobre este salmo en nuestro comentario de los
textos de la liturgia de las Horas. Ahora, para concluir nuestra breve
presentacin de este himno mesinico, quisiramos reafirmar su
interpretacin cristolgica.
5. Lo hacemos con una sntesis que nos ofrece san Agustn. En la
Exposicin sobre el salmo 109, pronunciada en la Cuaresma del ao 412,
defina este salmo como una autntica profeca de las promesas divinas
relativas a Cristo. Deca el clebre Padre de la Iglesia: "Era necesario
conocer al nico Hijo de Dios, que estaba a punto de venir a los hombres
para asumir al hombre y para hacerse hombre a travs de la naturaleza

asumida: morira, resucitara, ascendera al cielo, se sentara a la diestra del


Padre y cumplira entre las gentes todo lo que haba prometido. (...) Todo
esto, por tanto, deba ser profetizado, deba ser anunciado con anterioridad,
deba ser sealado como algo que se iba a realizar, para que, al suceder de
improviso, no suscitara temor, sino que fuera aceptado con fe y esperado.
En el mbito de estas promesas se inserta este salmo, el cual profetiza con
palabras tan seguras y explcitas a nuestro Seor y Salvador Jesucristo, que
no podemos poner en duda que en este salmo se anuncia al Cristo"
(Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, pp. 951 y 953).
6. Dirijamos ahora nuestra invocacin al Padre de Jesucristo, nico rey y
sacerdote perfecto y eterno, para que haga de nosotros un pueblo de
sacerdotes y profetas de paz y amor, un pueblo que cante a Cristo, rey y
sacerdote, el cual se inmol para reconciliar en s mismo, en un solo cuerpo,
a toda la humanidad, creando al hombre nuevo (cf. Ef 2, 15-16).

0.

Cristo, siervo de Dios


1. En nuestro itinerario a travs de los salmos y cnticos que constituyen la
liturgia de las Horas nos encontramos con el cntico del captulo segundo
de la carta a los Filipenses, versculos 6-11, que se reza en las primeras
Vsperas de los cuatro domingos en que se articula la liturgia.
Lo meditamos por segunda vez, para seguir penetrando en su riqueza
teolgica. En estos versculos brilla la fe cristiana de los orgenes, centrada
en la figura de Jess, reconocido y proclamado hermano nuestro en la
humanidad, pero tambin Seor del universo. Por consiguiente, es una
autntica profesin de fe cristolgica, que refleja muy bien el pensamiento
de san Pablo, pero que tambin puede ser un eco de la voz de la comunidad
judeocristiana anterior al Apstol. \
2. El cntico comienza hablando de la divinidad, propia de Jesucristo. En
efecto, a l le corresponde la "naturaleza" y la condicin divina, la morph como se dice en griego-, o sea, la misma realidad ntima y trascendente de
Dios (cf. v. 6). Sin embargo, l no considera su identidad suprema y
gloriosa como un privilegio del cual hacer alarde, un signo de poder y de
mera supremaca.
El movimiento del himno avanza claramente hacia abajo, es decir, hacia la
humanidad. "Al despojarse" y casi "vaciarse" de aquella gloria, para asumir
la morph, o sea, la realidad y la condicin de esclavo, el Verbo entra por
esta senda en el horizonte de la historia humana. Ms an, se hace
semejante a los seres humanos (cf. v. 7) y se rebaja hasta someterse incluso
a la muerte, signo del lmite y de la finitud. Esta es la humillacin extrema,

porque acepta la muerte de cruz, que la sociedad de entonces consideraba la


ms infame (cf. v. 8).
3. Cristo elige rebajarse desde la gloria hasta la muerte de cruz: este es el
primer movimiento del cntico, sobre el que volveremos a reflexionar para
ponderar otros aspectos.
El segundo movimiento avanza en sentido inverso: desde abajo se eleva
hacia lo alto, desde la humillacin se asciende hacia la exaltacin. Ahora es
el Padre quien glorifica al Hijo, arrancndolo de la muerte y entronizndolo
como Seor del universo (cf. v. 9). Tambin san Pedro, en el discurso de
Pentecosts, declara que "al mismo Jess que vosotros crucificasteis Dios lo
ha constituido Seor y Mesas" (Hch 2, 36). As pues, la Pascua es la
epifana solemne de la divinidad de Cristo, antes velada por su condicin de
siervo y de hombre mortal.
4. Ante la grandiosa figura de Cristo glorificado y entronizado todos se
postran en adoracin. No slo en el horizonte de la historia humana, sino
tambin en los cielos y en los abismos (cf. Flp 2, 10) se eleva una intensa
profesin de fe: "Jesucristo es Seor" (v. 11). "Al que Dios haba hecho un
poco inferior a los ngeles, a Jess, lo vemos ahora coronado de gloria y
honor por su pasin y muerte. As, por la gracia de Dios, ha padecido la
muerte para bien de todos" (Hb 2, 9).
Concluyamos este breve anlisis del cntico de la carta a los Filipenses,
sobre el que hemos de volver, dando la palabra a san Agustn, el cual, en su
Comentario al evangelio de san Juan, remite al himno paulino para celebrar
el poder vivificador de Cristo que realiza nuestra resurreccin,
arrancndonos de nuestro lmite mortal.
5. He aqu las palabras del gran Padre de la Iglesia: "Cristo, "a pesar de su
condicin divina, no hizo alarde de su categora de Dios". Qu hubiera
sido de nosotros, aqu en el abismo, dbiles y apegados a la tierra, y por ello
imposibilitados de llegar a Dios? Podamos ser abandonados a nosotros
mismos? De ninguna manera. l "se despoj de su rango y tom la
condicin de esclavo", pero sin abandonar la forma de Dios. Por tanto, el
que era Dios se hizo hombre, asumiendo lo que no era sin perder lo que era;
as, Dios se hizo hombre. Por una parte, aqu encuentras la ayuda a tu
debilidad; y, por otra, todo lo que necesitas para alcanzar la perfeccin. Que
Cristo te eleve en virtud de su humanidad, te gue en virtud de su humana
divinidad y te conduzca a su divinidad. Queridos hermanos, toda la
predicacin cristiana y la economa de la salvacin, centrada en Cristo, se
resumen en esto y en nada ms: en la resurreccin de las almas y en la
resurreccin de los cuerpos. Ambos estaban muertos: el cuerpo, a causa de
la debilidad; y el alma, a causa de la iniquidad; ambos estaban muertos y era
necesario que ambos, el alma y el cuerpo, resucitaran. En virtud de quin
resucita el alma sino en virtud de Cristo Dios? En virtud de quin resucita

el cuerpo sino en virtud de Cristo hombre? (...) Que resucite tu alma de la


iniquidad en virtud de su divinidad y resucite tu cuerpo de la corrupcin en
virtud de su humanidad" (Commento al Vangelo di san Giovanni, 23, 6,
Roma 1968, p. 541).

,
El Seor es el lote de mi heredad
1. Tenemos la oportunidad de meditar en un salmo de intensa fuerza
espiritual, despus de escucharlo y transformarlo en oracin. A pesar de las
dificultades del texto, que el original hebreo pone de manifiesto sobre todo
en los primeros versculos, el salmo 15 es un cntico luminoso, con espritu
mstico, como sugiere ya la profesin de fe puesta al inicio: "Mi Seor eres
t; no hay dicha para m fuera de ti" (v. 2). As pues, Dios es considerado
como el nico bien. Por ello, el orante opta por situarse en el mbito de la
comunidad de todos los que son fieles al Seor: "Cuanto a los santos que
estn en la tierra, son mis prncipes, en los que tengo mi complacencia" (v.
3). Por eso, el salmista rechaza radicalmente la tentacin de la idolatra, con
sus ritos sanguinarios y sus invocaciones blasfemas (cf. v. 4).
Es una opcin neta y decisiva, que parece un eco de la del salmo 72, otro
canto de confianza en Dios, conquistada a travs de una fuerte y sufrida
opcin moral: "No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, qu me importa la
tierra? (...) Para m lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Seor mi
refugio" (Sal 72, 25. 28).
2. El salmo 15 desarrolla dos temas, expresados mediante tres smbolos.
Ante todo, el smbolo de la "heredad", trmino que domina los versculos 56. En efecto, se habla de "lote de mi heredad, copa, suerte". Estas palabras
se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel.
Ahora bien, sabemos que la nica tribu que no haba recibido un lote de
tierra era la de los levitas, porque el Seor mismo constitua su heredad. El
salmista declara precisamente: "El seor es el lote de mi heredad. (...) Me
encanta mi heredad" (Sal 15, 5-6). As pues, da la impresin de que es un
sacerdote que proclama la alegra de estar totalmente consagrado al servicio
de Dios.
San Agustn comenta: "El salmista no dice: "oh Dios, dame una heredad.
Qu me dars como heredad?", sino que dice: "todo lo que t puedes
darme fuera de ti, carece de valor. S t mismo mi heredad. A ti es a quien
amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. l te
basta, fuera de l nada te puede bastar" (Sermn 334, 3: PL 38, 1469).
3. El segundo tema es el de la comunin perfecta y continua con el Seor.
El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte,

para permanecer en la intimidad de Dios, la cual ya no es posible en la


muerte (cf. Sal 6, 6; 87, 6). Con todo, sus expresiones no ponen ningn
lmite a esta preservacin; ms an, pueden entenderse en la lnea de una
victoria sobre la muerte que asegura la intimidad eterna con Dios.
Son dos los smbolos que usa el orante. Ante todo, se evoca el cuerpo: los
exgetas nos dicen que en el original hebreo (cf. Sal 15, 7-10) se habla de
"riones", smbolo de las pasiones y de la interioridad ms profunda; de
"diestra", signo de fuerza; de "corazn", sede de la conciencia; incluso, de
"hgado", que expresa la emotividad; de "carne", que indica la existencia
frgil del hombre; y, por ltimo, de "soplo de vida".
Por consiguiente, se trata de la representacin de "todo el ser" de la persona,
que no es absorbido y aniquilado en la corrupcin del sepulcro (cf. v. 10),
sino que se mantiene en la vida plena y feliz con Dios.
4. El segundo smbolo del salmo 15 es el del "camino": "Me ensears el
sendero de la vida" (v. 11). Es el camino que lleva al "gozo pleno en la
presencia" divina, a "la alegra perpetua a la derecha" del Seor. Estas
palabras se adaptan perfectamente a una interpretacin que ensancha la
perspectiva a la esperanza de la comunin con Dios, ms all de la muerte,
en la vida eterna.
En este punto, es fcil intuir por qu el Nuevo Testamento asumi el salmo
15 refirindolo a la resurreccin de Cristo. San Pedro, en su discurso de
Pentecosts, cita precisamente la segunda parte de este himno con una
luminosa aplicacin pascual y cristolgica: "Dios resucit a Jess de
Nazaret, librndole de los dolores de la muerte, pues no era posible que
quedase bajo su dominio" (Hch 2, 24).
San Pablo, durante su discurso en la sinagoga de Antioqua de Pisidia, se
refiere al salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta
perspectiva, tambin nosotros lo proclamamos: "No permitirs que tu santo
experimente la corrupcin. Ahora bien, David, despus de haber servido en
sus das a los designios de Dios, muri, se reuni con sus padres y
experiment la corrupcin. En cambio, aquel a quien Dios resucit -o sea,
Jesucristo-, no experiment la corrupcin" (Hch 13, 35-37).

Promesa de cumplir
los mandamientos de Dios
1. Despus de la pausa con ocasin de mi estancia en el Valle de Aosta,
reanudamos ahora, en esta audiencia general, nuestro itinerario a lo largo de
los salmos que nos propone la liturgia de las Vsperas. Hoy reflexionamos

sobre la decimocuarta de las veintids estrofas que componen el salmo 118,


grandioso himno a la ley de Dios, expresin de su voluntad. El nmero de
las estrofas corresponde a las letras del alfabeto hebreo e indica plenitud;
cada una de ellas se compone de ocho versculos y de palabras que
comienzan con la correspondiente letra del alfabeto en sucesin.
En la estrofa que hemos escuchado, las palabras iniciales de los versculos
comienzan con la letra hebrea nun. Esta estrofa se encuentra iluminada por
la brillante imagen de su primer versculo: "Lmpara es tu palabra para mis
pasos, luz en mi sendero" (v. 105). El hombre se adentra en el itinerario a
menudo oscuro de la vida, pero repentinamente el esplendor de la palabra
de Dios disipa las tinieblas.
Tambin el salmo 18 compara la ley de Dios con el sol, cuando afirma que
"la norma del Seor es lmpida y da luz a los ojos" (v. 9). En el libro de los
Proverbios se reafirma que "el mandato es una lmpara y la leccin una luz"
(Pr 6, 23). Precisamente con esa imagen Cristo mismo presentar su
persona como revelacin definitiva: "Yo soy la luz del mundo. El que me
siga no caminar en la oscuridad, sino que tendr la luz de la vida" (Jn 8,
12).
2. El salmista contina su oracin evocando los sufrimientos y los peligros
de la vida que debe llevar y que necesita ser iluminada y sostenida: "Estoy
tan afligido, Seor! Dame vida segn tu promesa. (...) Mi vida est en
peligro; pero no olvido tu voluntad" (Sal 118, 107. 109).
Toda la estrofa est marcada por un sentimiento de angustia: "Los
malvados me tendieron un lazo" (v. 110), confiesa el orante, recurriendo a
una imagen del mbito de la caza, frecuente en el Salterio. El fiel sabe que
avanza por las sendas del mundo en medio de peligros, afanes y
persecuciones. Sabe que las pruebas siempre estn al acecho. El cristiano,
por su parte, sabe que cada da debe llevar la cruz a lo largo de la subida a
su Calvario (cf. Lc 9, 23).
3. A pesar de todo, el justo conserva intacta su fidelidad: "Lo juro y lo
cumplir: guardar tus justos mandamientos (...). No olvido tu voluntad
(...). No me desvi de tus decretos" (Sal 118, 106. 109. 110). La paz de la
conciencia es la fuerza del creyente; su constancia en cumplir los
mandamientos divinos es la fuente de la serenidad.
Por tanto, es coherente la declaracin final: "Tus preceptos son mi herencia
perpetua, la alegra de mi corazn" (v. 111). Esta es la realidad ms valiosa,
la "herencia", la "recompensa" (v. 112), que el salmista conserva con gran
esmero y amor ardiente: las enseanzas y los mandamientos del Seor.
Quiere ser totalmente fiel a la voluntad de su Dios. Por esta senda
encontrar la paz del alma y lograr atravesar el tnel oscuro de las pruebas,
llegando a la alegra verdadera.

4. A este respecto, son muy iluminadoras las palabras de san Agustn, el


cual, comentando precisamente el salmo 118, desarrolla al comienzo el
tema de la alegra que brota del cumplimiento de la ley del Seor. "Este
largusimo salmo, desde el inicio, nos invita a la felicidad, la cual, como es
sabido, constituye la esperanza de todo hombre. En efecto, puede haber
alguien que no desee ser feliz? ha habido o habr alguien que no lo desee?
Pero si esto es verdad, qu necesidad hay de invitaciones para alcanzar una
meta a la que el corazn humano tiende espontneamente? (...) No ser tal
vez porque, aunque todos aspiramos a la felicidad, la mayora ignora
el modo como se consigue? S, precisamente esta es la leccin de aquel que
dice: "Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del
Seor".
"Al parecer, quiere decir: S lo que quieres; s que buscas la felicidad. Pues
bien, si quieres ser feliz, lleva una vida intachable. Lo primero lo buscan
todos; pero son pocos los que se preocupan de lo segundo, sin lo cual no se
puede conseguir aquello que es la aspiracin comn. Cmo llevar una vida
intachable si no es caminando en la voluntad del Seor? Por tanto, dichosos
los que con vida intachable caminan en la voluntad del Seor. Esta
exhortacin no es superflua, sino necesaria para nuestro espritu"
(Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, p. 1113).
Hagamos nuestra la conclusin del gran obispo de Hipona, que reafirma la
permanente actualidad de la felicidad prometida a quienes se esfuerzan por
cumplir fielmente la voluntad de Dios.

Himno de adoracin y alabanza


1. La Liturgia de las Vsperas incluye, adems de los salmos, una serie de
cnticos tomados del Nuevo Testamento. Algunos, como el que acabamos
de escuchar, estn compuestos de pasajes del Apocalipsis, libro con el que
se concluye toda la Biblia, marcado a menudo por cantos y coros, por voces
solistas e himnos de la asamblea de los elegidos, por sonidos de trompetas,
de arpas y de ctaras.
Nuestro cntico, muy breve, se encuentra en el captulo 15 de ese libro. Est
a punto de comenzar una escena nueva y grandiosa: tras las siete trompetas
que introdujeron las plagas divinas vienen ahora siete copas tambin llenas
de plagas, en griego plegh, un trmino que de por s indica un golpe
violento capaz de provocar heridas y, a veces, incluso la muerte. Es
evidente que aqu se hace referencia a la narracin de las plagas de Egipto
(cf. Ex 7, 1411, 10).

En el Apocalipsis la "plaga" es smbolo de un juicio sobre el mal, sobre la


opresin y sobre la violencia del mundo. Por eso, tambin es signo de
esperanza para los justos. Las siete plagas -como es sabido, en la Biblia el
nmero siete es smbolo de plenitud- se definen como "las ltimas" (cf. Ap
15, 1), porque en ellas culmina la intervencin divina que detiene el mal.
2. El himno es entonado por los salvados, los justos de la tierra, que estn
"de pie", con la misma actitud del Cordero resucitado (cf. Ap 15, 2). Del
mismo modo que los judos en el xodo, despus de atravesar el mar,
cantaban el himno de Moiss (cf. Ex 15, 1-18), as los elegidos elevan a
Dios el "cntico de Moiss, siervo de Dios, y el cntico del Cordero" (Ap
15, 3), despus de vencer a la Bestia, enemiga de Dios (cf. Ap 15, 2).
Este himno refleja la liturgia de las Iglesias jonicas y est constituido por
un florilegio de citas del Antiguo Testamento, especialmente de los Salmos.
La comunidad cristiana primitiva consideraba la Biblia no slo como alma
de su fe y de su vida, sino tambin de su oracin y de su liturgia,
precisamente como sucede en las Vsperas que estamos comentando.
Asimismo, es significativo que el cntico vaya acompaado de instrumentos
musicales: los justos llevan en sus manos las ctaras (cf. Ap 15, 2),
testimonio de una liturgia embellecida con el esplendor de la msica sacra.
3. Con su himno, los salvados, ms que celebrar su constancia y su
sacrificio, exaltan las "grandes y maravillosas obras" del "Seor Dios
omnipotente", es decir, sus gestos salvficos en el gobierno del mundo y en
la historia. En efecto, la verdadera oracin, adems de peticin, es tambin
alabanza, accin de gracias, bendicin, celebracin y profesin de fe en el
Seor que salva.
En este himno es tambin significativa la dimensin universalista, que se
expresa con las palabras del salmo 85: "Todos los pueblos vendrn a
postrarse en tu presencia, Seor" (Sal 85, 9). La mirada se ensancha as
hacia todo el horizonte y se vislumbran multitudes de pueblos que se dirigen
hacia el Seor para reconocer que son "justos y verdaderos sus caminos"
(cf. Ap 15, 4), es decir, sus intervenciones en la historia para detener el mal
y elogiar el bien. La esperanza de justicia presente en todas las culturas, la
necesidad de verdad y de amor que sienten todas las espiritualidades,
indican nuestra tendencia hacia el Seor, la cual slo se satisface cuando
llegamos a l.
Es hermoso pensar en esta dimensin universal de religiosidad y esperanza,
asumida e interpretada por las palabras de los profetas: "Desde la salida del
sol hasta su ocaso es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar
ha de ofrecerse a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblacin
pura, pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el Seor de los
ejrcitos" (Ml 1, 11).

4. Concluimos uniendo nuestra voz al coro universal. Lo hacemos con las


palabras de un canto de san Gregorio Nacianceno, gran Padre de la Iglesia,
del siglo IV: "Gloria al Padre y al Hijo, rey del universo; gloria al Espritu
Santsimo, al que sea dada toda gloria. La Trinidad es un solo Dios. l ha
creado todas las cosas; y las ha colmado: colm el cielo de seres celestiales,
y la tierra de terrestres. Llen de seres acuticos el mar, los ros y las
fuentes, vivificndolo todo con su Espritu, para que toda la creacin
elevara himnos al sabio Creador. La vida y la permanencia en la vida lo
tienen a l como nica causa. Corresponde sobre todo a la criatura racional
cantar para siempre su alabanza como Rey poderoso y Padre bueno. Haz, oh
Padre, que yo tambin con pureza te glorifique en espritu, con el corazn,
con la lengua y con el pensamiento" (Poesie, 1, Coleccin de textos
patrsticos 115, Roma 1994, pp. 66-67).

,
Dios, refugio y fortaleza de su pueblo
1. Acabamos de escuchar el primero de los seis himnos a Sin que recoge el
Salterio (cf. Sal 47, 75, 83, 86 y 121). El salmo 45, como las otras
composiciones anlogas, celebra la ciudad santa de Jerusaln, "la ciudad de
Dios, la santa morada del Altsimo" (v. 5), pero sobre todo expresa una
confianza inquebrantable en Dios, que "es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro" (v. 2; cf. vv. 8 y 12). Este salmo evoca los
fenmenos ms tremendos para afirmar con mayor fuerza la intervencin
victoriosa de Dios, que da plena seguridad. Jerusaln, a causa de la
presencia de Dios en ella, "no vacila" (v. 6).
El pensamiento va al orculo del profeta Sofonas, que se dirige a Jerusaln
y le dice: "Algrate, hija de Sin; regocjate, Israel; algrate y exulta de
todo corazn, hija de Jerusaln. (...) El Seor, tu Dios, est en medio de ti,
como poderoso salvador. l exulta de gozo por ti; te renovar por su amor;
se regocijar por ti con gritos de jbilo, como en los das de fiesta" (Sof 3,
14. 17-18).
2. El salmo 45 se divide en dos grandes partes mediante una especie de
antfona, que se repite en los versculos 8 y 12: "El Seor de los Ejrcitos
est con nosotros, nuestro alczar es el Dios de Jacob". El ttulo "Seor de
los ejrcitos" es tpico del culto judo en el templo de Sin y, a pesar de su
connotacin marcial, vinculada al arca de la alianza, remite al seoro de
Dios sobre todo el cosmos y sobre la historia.
Por tanto, este ttulo es fuente de confianza, porque el mundo entero y todas
sus vicisitudes se encuentran bajo el gobierno supremo del Seor. As pues,

este Seor est "con nosotros", como lo confirma la antfona, con una
referencia implcita al Emmanuel, el "Dios con nosotros" (cf. Is 7, 14; Mt 1,
23).
3. La primera parte del himno (cf. Sal 45, 2-7) est centrada en el smbolo
del agua, que presenta dos significados opuestos. En efecto, por una parte,
braman las olas del mar, que en el lenguaje bblico son smbolo de
devastaciones, del caos y del mal. Esas olas hacen temblar las estructuras
del ser y del universo, simbolizadas por los montes, que se desploman por la
irrupcin de una especie de diluvio destructor (cf. vv. 3-4). Pero, por otra
parte, estn las aguas saludables de Sin, una ciudad construida sobre ridos
montes, pero a la que alegra "el correr de las acequias" (v. 5).
El salmista, aludiendo a las fuentes de Jerusaln, como la de Silo (cf. Is 8,
6-7), ve en ellas un signo de la vida que prospera en la ciudad santa, de su
fecundidad espiritual y de su fuerza regeneradora.
Por eso, a pesar de las convulsiones de la historia que hacen temblar a los
pueblos y vacilar a los reinos (cf. Sal 45, 7), el fiel encuentra en Sin la paz
y la serenidad que brotan de la comunin con Dios.
4. La segunda parte del salmo 45 (cf. vv. 9-11) puede describir as un
mundo transfigurado. El Seor mismo, desde su trono en Sin, interviene
con gran vigor contra las guerras y establece la paz que todos anhelan.
Cuando se lee el versculo 10 de nuestro himno: "Pone fin a la guerra hasta
el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los
escudos", el pensamiento va espontneamente a Isaas.
Tambin el profeta cant el fin de la carrera de armamentos y la
transformacin de los instrumentos blicos de muerte en medios para el
desarrollo de los pueblos: "De las espadas forjarn arados; de las lanzas,
podaderas. No alzar la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarn para
la guerra" (Is 2, 4).
5. La tradicin cristiana ha ensalzado con este salmo a Cristo "nuestra paz"
(cf. Ef 2, 14) y nuestro liberador del mal con su muerte y resurreccin. Es
sugestivo el comentario cristolgico que hace san Ambrosio partiendo del
versculo 6 del salmo 45, en el que se asegura que Dios "socorre" a la
ciudad "al despuntar la aurora". El clebre Padre de la Iglesia ve en ello una
alusin proftica a la resurreccin.
En efecto -explica-, "la resurreccin matutina nos proporciona el apoyo del
auxilio celestial; esa resurreccin, que ha vencido a la noche, nos ha trado
el da, como dice la Escritura: "Despirtate y levntate, resucita de entre los
muertos. Y brillar para ti la luz de Cristo". Advierte el sentido mstico. Al
atardecer se realiz la pasin de Cristo. (...) Al despuntar la aurora, la
resurreccin. (...) Muere al atardecer del mundo, cuando ya desaparece la
luz, porque este mundo yaca totalmente en tinieblas y estara inmerso en el

horror de tinieblas an ms negras si no hubiera venido del cielo Cristo,


luz de eternidad, a restablecer la edad de la inocencia al gnero humano.
Por tanto, el Seor Jess sufri y con su sangre perdon nuestros pecados,
ha resplandecido la luz de una conciencia ms limpia y ha brillado el da de
una gracia espiritual" (Commento a dodici Salmi, SAEMO, VIII, MilnRoma, 1980, p. 213).

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Oracin de un enfermo
1. Un motivo que nos impulsa a comprender y amar el salmo 40, que
acabamos de escuchar, es el hecho de que Jess mismo lo cit: No me
refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que
cumplirse la Escritura: "El que come mi pan ha alzado contra m su taln"
(Jn 13, 18).
Es la ltima noche de su vida terrena y Jess, en el Cenculo, est a punto
de ofrecer el bocado del husped a Judas, el traidor. Su pensamiento va a
esa frase del salmo, que en realidad es la splica de un enfermo,
abandonado por sus amigos. En esa antigua plegaria Cristo encuentra
sentimientos y palabras para expresar su profunda tristeza.
Nosotros, ahora, trataremos de seguir e iluminar toda la trama de este
salmo, que aflor a los labios de una persona que ciertamente sufra por su
enfermedad, pero sobre todo por la cruel irona de sus "enemigos" (cf. Sal
40, 6-9) e incluso por la traicin de un "amigo" (cf. v. 10).
2. El salmo 40 comienza con una bienaventuranza, que tiene como
destinatario al amigo verdadero, al que "cuida del pobre y desvalido": ser
recompensado por el Seor en el da de su sufrimiento, cuando est
postrado "en el lecho del dolor" (cf. vv. 2-4).
Sin embargo, el ncleo de la splica se encuentra en la parte sucesiva,
donde toma la palabra el enfermo (cf. vv. 5-10). Inicia su discurso pidiendo
perdn a Dios, de acuerdo con la tradicional concepcin del Antiguo
Testamento, segn la cual a todo dolor corresponda una culpa: "Seor, ten
misericordia, sname, porque he pecado contra ti" (v. 5; cf. Sal 37). Para el
antiguo judo la enfermedad era una llamada a la conciencia para impulsar a
la conversin.
Aunque se trate de una visin superada por Cristo, Revelador definitivo (cf.
Jn 9, 1-3), el sufrimiento en s mismo puede encerrar un valor secreto y
convertirse en senda de purificacin, de liberacin interior y de
enriquecimiento del alma. Invita a vencer la superficialidad, la vanidad, el

egosmo, el pecado, y a abandonarse ms intensamente a Dios y a su


voluntad salvadora.
3. En este momento entran en escena los malvados, los que han venido a
visitar al enfermo, no para consolarlo, sino para atacarlo (cf. vv. 6-9). Sus
palabras son duras y hieren el corazn del orante, que experimenta una
maldad despiadada. Esa misma situacin la experimentarn muchos pobres
humillados, condenados a estar solos y a sentirse una carga pesada incluso
para sus familiares. Y si de vez en cuando escuchan palabras de consuelo,
perciben inmediatamente en ellas un tono de falsedad e hipocresa.
Ms an, como decamos, el orante experimenta la indiferencia y la dureza
incluso de sus amigos (cf. v. 10), que se transforman en personajes hostiles
y odiosos. El salmista les aplica el gesto de "alzar contra l su taln", es
decir, el acto amenazador de quien est a punto de pisotear a un vencido o el
impulso del jinete que espolea a su caballo con el taln para que pisotee a su
adversario.
Es profunda la amargura cuando quien nos hiere es "el amigo" en quien
confibamos, llamado literalmente en hebreo "el hombre de la paz". El
pensamiento va espontneamente a los amigos de Job que, de compaeros
de vida, se transforman en presencias indiferentes y hostiles (cf. Jb 19, 1-6).
En nuestro orante resuena la voz de una multitud de personas olvidadas y
humilladas en su enfermedad y debilidad, incluso por parte de quienes
deberan sostenerlas.
4. Con todo, la plegaria del salmo 40 no concluye con este fondo oscuro. El
orante est seguro de que Dios se har presente, revelando una vez ms su
amor (cf. vv. 11-14). Ser l quien sostendr y tomar entre sus brazos al
enfermo, el cual volver a "estar en la presencia" de su Seor (v. 13), o sea,
segn el lenguaje bblico, a revivir la experiencia de la liturgia en el templo.
As pues, el salmo, marcado por el dolor, termina con un rayo de luz y
esperanza. Desde esta perspectiva se logra entender por qu san Ambrosio,
comentando la bienaventuranza inicial (cf. v. 2), vio profticamente en ella
una invitacin a meditar en la pasin salvadora de Cristo, que lleva a la
resurreccin. En efecto, ese Padre de la Iglesia, sugiere introducirse as en la
lectura del salmo: "Bienaventurado el que piensa en la miseria y en la
pobreza de Cristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Rico en
su reino, pobre en la carne, porque tom sobre s esta carne de pobres. (...)
As pues, no sufri en la riqueza, sino en nuestra pobreza. Por consiguiente,
no sufri la plenitud de la divinidad, (...) sino la carne. (...) Trata, pues, de
comprender el sentido de la pobreza de Cristo, si quieres ser rico. Trata de
comprender el sentido de su debilidad, si quieres obtener la salud. Trata de
comprender el sentido de su cruz, si no quieres avergonzarte de ella; el
sentido de su herida, si quieres curar las tuyas; el sentido de su muerte, si
quieres conseguir la vida eterna; el sentido de su sepultura, si quieres

encontrar la resurreccin" (Commento a dodici salmi: Saemo, VIII, MilnRoma 1980, pp. 39-41).

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Accin de gracias
de un pecador perdonado
1. "Dichoso el que est absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su
pecado". Esta bienaventuranza, con la que comienza el salmo 31, recin
proclamado, nos hace comprender inmediatamente por qu la tradicin
cristiana lo incluy en la serie de los siete salmos penitenciales. Despus de
la doble bienaventuranza inicial (cf. vv. 1-2), no encontramos una reflexin
genrica sobre el pecado y el perdn, sino el testimonio personal de un
convertido.
La composicin del Salmo es, ms bien, compleja: despus del testimonio
personal (cf. vv. 3-5) vienen dos versculos que hablan de peligro, de
oracin y de salvacin (cf. vv. 6-7); luego, una promesa divina de consejo
(cf. v. 8) y una advertencia (cf. v. 9); por ltimo, un dicho sapiencial
antittico (cf. v. 10) y una invitacin a alegrarse en el Seor (cf. v. 11).
2. Nos limitamos ahora a comentar algunos elementos de esta composicin.
Ante todo, el orante describe su dolorossima situacin de conciencia
cuando "callaba" (cf. v. 3): habiendo cometido culpas graves, no tena el
valor de confesar a Dios sus pecados. Era un tormento interior terrible,
descrito con imgenes impresionantes. Sus huesos casi se consuman por
una fiebre desecante, el ardor febril mermaba su vigor, disolvindolo; y l
gema sin cesar. El pecador senta que sobre l pesaba la mano de Dios,
consciente de que Dios no es indiferente ante el mal perpetrado por su
criatura, porque l es el custodio de la justicia y de la verdad.
3. El pecador, que ya no puede resistir, ha decidido confesar su culpa con
una declaracin valiente, que parece anticipar la del hijo prdigo de la
parbola de Jess (cf. Lc 15, 18). En efecto, ha dicho, con sinceridad de
corazn: "Confesar al Seor mi culpa". Son pocas palabras, pero que
brotan de la conciencia; Dios responde a ellas inmediatamente con un
perdn generoso (cf. Sal 31, 5).
El profeta Jeremas refera esta llamada de Dios: "Vuelve, Israel apstata,
dice el Seor; no estar airado mi semblante contra vosotros, porque soy
piadoso, dice el Seor. No guardo rencor para siempre. Tan slo reconoce
tu culpa, pues has sido infiel al Seor tu Dios" (Jr 3, 12-13).

!#

De este modo, delante de "todo fiel" arrepentido y perdonado se abre un


horizonte de seguridad, de confianza y de paz, a pesar de las pruebas de la
vida (cf. Sal 31, 6-7). Puede volver el tiempo de la angustia, pero la crecida
de las aguas caudalosas del miedo no prevalecer, porque el Seor llevar a
su fiel a un lugar seguro: "T eres mi refugio: me libras del peligro, me
rodeas de cantos de liberacin" (v. 7).
4. En ese momento, toma la palabra el Seor y promete guiar al pecador ya
convertido. En efecto, no basta haber sido purificados; es preciso, luego,
avanzar por el camino recto. Por eso, como en el libro de Isaas (cf. Is 30,
21), el Seor promete: "Te ensear el camino que has de seguir" (Sal 31,
8) e invita a la docilidad. La llamada se hace apremiante, sazonada con un
poco de irona mediante la llamativa imagen del caballo y del mulo,
smbolos de obstinacin (cf. v. 9). En efecto, la verdadera sabidura lleva a
la conversin, renunciando al vicio y venciendo su oscura fuerza de
atraccin. Pero lleva, sobre todo, a gozar de la paz que brota de haber sido
liberados y perdonados.
San Pablo, en la carta a los Romanos, se refiere explcitamente al inicio de
este salmo para celebrar la gracia liberadora de Cristo (cf. Rm 4, 6-8).
Podramos aplicarlo al sacramento de la reconciliacin. En l, a la luz del
Salmo, se experimenta la conciencia del pecado, a menudo ofuscada en
nuestros das, y a la vez la alegra del perdn. En vez del binomio "delitocastigo" tenemos el binomio "delito-perdn", porque el Seor es un Dios
"que perdona la iniquidad, la rebelda y el pecado" (Ex 34, 7).
5. San Cirilo de Jerusaln (siglo IV) utiliz el salmo 31 para ensear a los
catecmenos la profunda renovacin del bautismo, purificacin radical de
todo pecado (Procatequesis n. 15). Tambin l ensalz, a travs de las
palabras del salmista, la misericordia divina. Con sus palabras concluimos
nuestra catequesis: "Dios es misericordioso y no escatima su perdn. (...) El
cmulo de tus pecados no superar la grandeza de la misericordia de Dios;
la gravedad de tus heridas no superar la habilidad del supremo Mdico,
con tal de que te abandones a l con confianza.
Manifiesta al Mdico tu enfermedad, y hblale con las palabras que dijo
David: "Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado". As
obtendrs que se hagan realidad estas otras palabras: "T has perdonado la
maldad de mi corazn"" (Le catechesi, Roma 1993, pp. 52-53).

Accin de gracias por la curacin de un enfermo en peligro de muerte


1. El orante eleva a Dios, desde lo ms profundo de su corazn, una intensa
y ferviente accin de gracias porque lo ha librado del abismo de la muerte.

Ese sentimiento resalta con fuerza en el salmo 29, que acaba de resonar no
slo en nuestros odos, sino tambin, sin duda, en nuestro corazn.
Este himno de gratitud revela una notable finura literaria y se caracteriza
por una serie de contrastes que expresan de modo simblico la liberacin
alcanzada gracias al Seor. As, "sacar la vida del abismo" se opone a "bajar
a la fosa" (cf.v. 4); la "bondad de Dios de por vida" sustituye su "clera de
un instante" (cf. v. 6); el "jbilo de la maana" sucede al "llanto del
atardecer" (ib.); el "luto" se convierte en "danza" y el triste "sayal" se
transforma en "vestido de fiesta" (v. 12).
As pues, una vez que ha pasado la noche de la muerte, clarea el alba del
nuevo da. Por eso, la tradicin cristiana ha ledo este salmo como canto
pascual. Lo atestigua la cita inicial, que la edicin del texto litrgico de las
Vsperas toma de un gran escritor monstico del siglo IV, Juan
Casiano: "Cristo, despus de su gloriosa resurreccin, da gracias al Padre".
2. El orante se dirige repetidamente al "Seor" -por lo menos ocho vecespara anunciar que lo ensalzar (cf. vv. 2 y 13), para recordar el grito que ha
elevado hacia l en el tiempo de la prueba (cf. vv. 3 y 9) y su intervencin
liberadora (cf. vv. 2, 3, 4, 8 y 12), y para invocar de nuevo su misericordia
(cf. v. 11). En otro lugar, el orante invita a los fieles a cantar himnos al
Seor para darle gracias (cf. v. 5).
Las sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la
pesadilla vivida y la alegra de la liberacin. Ciertamente, el peligro pasado
es grave y todava causa escalofro; el recuerdo del sufrimiento vivido es
an ntido e intenso; hace muy poco que el llanto se ha enjugado. Pero ya ha
despuntado el alba de un nuevo da; en vez de la muerte se ha abierto la
perspectiva de la vida que contina.
3. De este modo, el Salmo demuestra que nunca debemos dejarnos arrastrar
por la oscura tentacin de la desesperacin, aunque parezca que todo est
perdido. Ciertamente, tampoco hemos de caer en la falsa esperanza de
salvarnos por nosotros mismos, con nuestros propios recursos. En efecto, al
salmista le asalta la tentacin de la soberbia y la autosuficiencia: "Yo
pensaba muy seguro: "No vacilar jams"" (v. 7).
Los Padres de la Iglesia comentaron tambin esta tentacin que asalta en los
tiempos de bienestar y vieron en la prueba una invitacin de Dios a la
humildad. Por ejemplo, san Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en su
Carta 3, dirigida a la religiosa Proba, comenta el pasaje del Salmo con estas
palabras: "El salmista confesaba que a veces se enorgulleca de estar sano,
como si fuese una virtud suya, y que en ello haba descubierto el peligro de
una gravsima enfermedad. En efecto, dice: "Yo pensaba muy seguro: No
vacilar jams". Y dado que al decir eso haba perdido el apoyo de la gracia
divina, y, desconcertado, haba cado en la enfermedad, prosigue
diciendo: "Tu bondad, Seor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero

escondiste tu rostro, y qued desconcertado". Asimismo, para mostrar que


se debe pedir sin cesar, con humildad, la ayuda de la gracia divina, aunque
ya se cuente con ella, aade: "A ti, Seor, llam; supliqu a mi Dios". Por
lo dems, nadie eleva oraciones y hace peticiones sin reconocer que tiene
necesidades, y sabe que no puede conservar lo que posee confiando slo en
su propia virtud" (Lettere di San Fulgenzio di Ruspe, Roma 1999, p. 113).
4. Despus de confesar la tentacin de soberbia que le asalt en el tiempo de
prosperidad, el salmista recuerda la prueba que sufri a continuacin,
diciendo al Seor: "Escondiste tu rostro, y qued desconcertado" (v. 8).
El orante recuerda entonces de qu manera implor al Seor (cf. vv. 911): grit, pidi ayuda, suplic que le librara de la muerte, aduciendo como
razn el hecho de que la muerte no produce ninguna ventaja a Dios, dado
que los muertos no pueden ensalzarlo y ya no tienen motivos para
proclamar su fidelidad, al haber sido abandonados por l.
Volvemos a encontrar esa misma argumentacin en el salmo 87, en el cual
el orante, que ve cerca la muerte, pregunta a Dios: "Se anuncia en el
sepulcro tu misericordia o tu fidelidad en el reino de la muerte?" (Sal 87,
12). De igual modo, el rey Ezequas, gravemente enfermo y luego curado,
deca a Dios: "Que el seol no te alaba ni la muerte te glorifica (...). El que
vive, el que vive, ese te alaba" (Is 38, 18-19).
As expresaba el Antiguo Testamento el intenso deseo humano de una
victoria de Dios sobre la muerte y refera diversos casos en los que se haba
obtenido esta victoria: gente que corra peligro de morir de hambre en el
desierto, prisioneros que se libraban de la condena a muerte, enfermos
curados, marineros salvados del naufragio (cf. Sal 106, 4-32). Sin embargo,
no se trataba de victorias definitivas. Tarde o temprano, la muerte lograba
prevalecer.
La aspiracin a la victoria, a pesar de todo, se ha mantenido siempre y al
final se ha convertido en una esperanza de resurreccin. La satisfaccin de
esta fuerte aspiracin ha quedado garantizada plenamente con la
resurreccin de Cristo, por la cual nunca daremos gracias a Dios
suficientemente.

. #

Cristo, primognito de toda criatura


y primer resucitado de entre los muertos
1. Hemos escuchado el admirable himno cristolgico de la carta a los
Colosenses. La liturgia de las Vsperas lo propone en las cuatro semanas -

!!

en las que dicha Carta se va desarrollando- y lo ofrece a los fieles como


cntico, reproducindolo en la forma que tena probablemente el texto desde
sus orgenes. En efecto, muchos estudiosos estn convencidos de que ese
himno podra ser la cita de un canto de las Iglesias de Asia menor, insertado
por san Pablo en la carta dirigida a la comunidad cristiana de Colosas, una
ciudad entonces floreciente y populosa.
Con todo, el Apstol no se dirigi nunca a esa localidad de la Frigia, una
regin de la actual Turqua. La Iglesia local haba sido fundada por Epafras,
un discpulo suyo, originario de esas tierras. Al final de la carta a los
Colosenses, se le nombra, juntamente con el evangelista Lucas, "el mdico
amado", como lo llama san Pablo (Col 4, 14), y con otro personaje, Marcos,
"primo de Bernab" (Col 4, 10), tal vez el homnimo compaero de
Bernab y Pablo (cf. Hch 12, 25; 13, 5.13), que luego escribira uno de los
Evangelios.
2. Dado que ms adelante tendremos ocasin de volver a reflexionar sobre
este cntico, ahora nos limitaremos a ofrecer una mirada de conjunto y a
evocar un comentario espiritual, elaborado por un famoso Padre de la
Iglesia, san Juan Crisstomo (siglo IV), clebre orador y obispo de
Constantinopla. En ese himno destaca la grandiosa figura de Cristo, Seor
del cosmos. Como la Sabidura divina creadora exaltada en el Antiguo
Testamento (cf., por ejemplo, Pr 8, 22-31), "l es anterior a todo y todo se
mantiene en l". Ms an, "todo fue creado por l y para l" (Col 1, 16-17).
As pues, en el universo se va cumpliendo un designio trascendente que
Dios realiza a travs de la obra de su Hijo. Lo proclama tambin el prlogo
del evangelio de san Juan, cuando afirma que "todo se hizo por el Verbo y
sin l no se hizo nada de cuanto existe" (Jn 1, 3). Tambin la materia, con
su energa, la vida y la luz llevan la huella del Verbo de Dios, "su Hijo
querido" (Col 1, 13). La revelacin del Nuevo Testamento arroja nueva luz
sobre las palabras del sabio del Antiguo Testamento, el cual declaraba que
"de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analoga, a
contemplar a su autor" (Sb 13, 5).
3. El cntico de la carta a los Colosenses presenta otra funcin de Cristo: l
es tambin el Seor de la historia de la salvacin, que se manifiesta en la
Iglesia (cf. Col 1, 18) y se realiza "por la sangre de su cruz" (v. 20), fuente
de paz y armona para la humanidad entera.
Por consiguiente, no slo el horizonte externo a nosotros est marcado por
la presencia eficaz de Cristo, sino tambin la realidad ms especfica de la
criatura humana, es decir, la historia. La historia no est a merced de fuerzas
ciegas e irracionales; a pesar del pecado y del mal, est sostenida y
orientada, por obra de Cristo, hacia la plenitud. De este modo, por medio de
la cruz de Cristo, toda la realidad es "reconciliada" con el Padre (cf. v. 20).

El himno dibuja, as, un estupendo cuadro del universo y de la historia,


invitndonos a la confianza. No somos una mota de polvo insignificante,
perdida en un espacio y en un tiempo sin sentido, sino que formamos parte
de un proyecto sabio que brota del amor del Padre.
4. Como hemos anticipado, damos ahora la palabra a san Juan Crisstomo,
para que sea l quien cierre con broche de oro esta reflexin. En su
Comentario a la carta a los Colosenses glosa ampliamente este cntico. Al
inicio, subraya la gratuidad del don de Dios "que nos ha hecho capaces de
compartir la suerte del pueblo santo en la luz" (v. 12). "Por qu la llama
"suerte"?", se pregunta el Crisstomo, y responde: "Para mostrar que nadie
puede conseguir el Reino con sus propias obras. Tambin aqu, como la
mayora de las veces, la "suerte" tiene el sentido de "fortuna".
Nadie realiza obras que merezcan el Reino, sino que todo es don del Seor.
Por eso, dice: "Cuando hayis hecho todo lo que os fue mandado,
decid: Somos siervos intiles; hemos hecho lo que debamos hacer"" (PG
62, 312).
Esta benvola y poderosa gratuidad vuelve a aparecer ms adelante, cuando
leemos que por medio de Cristo fueron creadas todas las cosas (cf. Col 1,
16). "De l depende la sustancia de todas las cosas -explica el Obispo-. No
slo hizo que pasaran del no ser al ser, sino que es tambin l quien las
sostiene, de forma que, si quedaran fuera de su providencia, pereceran y se
disolveran... Dependen de l. En efecto, incluso la inclinacin hacia l
basta para sostenerlas y afianzarlas" (PG 62, 319).
Con mayor razn es signo de amor gratuito lo que Cristo realiza en favor de
la Iglesia, de la que es Cabeza. En este punto (cf. v. 18), explica el
Crisstomo, "despus de hablar de la dignidad de Cristo, el Apstol habla
tambin de su amor a los hombres: "l es tambin la cabeza de su cuerpo,
que es la Iglesia"; as quiere mostrar su ntima comunin con nosotros.
Efectivamente, Cristo, que est tan elevado y es superior a todos, se uni a
los que estn abajo" (PG 62, 320).

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Mircoles 28 de abril de 2004

Oracin del inocente perseguido


1. La liturgia de las Vsperas ha subdividido en dos partes el salmo 26,
siguiendo la estructura misma del texto, que se asemeja a un dptico.
Acabamos de proclamar la segunda parte de este canto de confianza que se
eleva al Seor en el da tenebroso del asalto del mal. Son los versculos 7-14
del salmo, que comienzan con un grito dirigido al Seor: "Escchame,

!,

Seor, que te llamo" (v. 7); luego expresan una intensa bsqueda del Seor,
con el temor doloroso a ser abandonado por l (cf. vv. 8-9); y, por ltimo,
trazan ante nuestros ojos un horizonte dramtico donde fallan incluso los
afectos familiares (cf. v. 10), mientras actan "enemigos" (v. 11),
"adversarios" y "testigos falsos" (v. 12).
Pero tambin ahora, como en la primera parte del salmo, el elemento
decisivo es la confianza del orante en el Seor, que salva en la prueba y
sostiene durante la tempestad. Es muy bella, al respecto, la invitacin que el
salmista se dirige a s mismo al final: "Espera en el Seor, s valiente, ten
nimo, espera en el Seor" (v. 14; cf. Sal 41, 6. 12 y 42, 5).
Tambin en otros salmos era viva la certeza de que el Seor da fortaleza y
esperanza: "El Seor guarda a sus leales y paga con creces a los soberbios.
Sed fuertes y valientes de corazn, los que esperis en el Seor" (Sal 30, 2425). Y ya el profeta Oseas exhorta as a Israel: "Observa el amor y el
derecho, y espera en tu Dios siempre" (Os 12, 7).
2. Ahora nos limitamos a poner de relieve tres elementos simblicos de gran
intensidad espiritual. El primero es negativo: la pesadilla de los enemigos
(cf. Sal 26, 12). Son descritos como una fiera que "cerca" a su presa y luego,
de modo ms directo, como "testigos falsos" que parecen respirar violencia,
precisamente como las fieras ante sus vctimas.
As pues, en el mundo hay un mal agresivo, que tiene a Satans por gua e
inspirador, como recuerda san Pedro: "Vuestro adversario, el diablo, ronda
como len rugiente, buscando a quin devorar" (1 P 5, 8).
3. La segunda imagen ilustra claramente la confianza serena del fiel, a pesar
de verse abandonado hasta por sus padres: "Si mi padre y mi madre me
abandonan, el Seor me recoger" (Sal 26, 10).
Incluso en la soledad y en la prdida de los afectos ms entraables, el
orante nunca est totalmente solo, porque sobre l se inclina Dios
misericordioso. El pensamiento va a un clebre pasaje del profeta Isaas,
que atribuye a Dios sentimientos de mayor compasin y ternura que los de
una madre: "Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no
conmoverse por el hijo de sus entraas? Pues aunque ella se olvide, yo no te
olvidar" (Is 49, 15).
A todas las personas ancianas, enfermas, olvidadas por todos, a las que
nadie har nunca una caricia, recordmosles estas palabras del salmista y
del profeta, para que sientan cmo la mano paterna y materna del Seor toca
silenciosamente y con amor su rostro sufriente y tal vez baado en lgrimas.
4. As llegamos al tercer smbolo -y ltimo-, reiterado varias veces por el
salmo: "Tu rostro buscar, Seor; no me escondas tu rostro" (vv. 8-9). Por
tanto, el rostro de Dios es la meta de la bsqueda espiritual del orante. Al

!0

final emerge una certeza indiscutible: la de poder "gozar de la dicha del


Seor" (v. 13).
En el lenguaje de los salmos, a menudo "buscar el rostro del Seor" es
sinnimo de entrar en el templo para celebrar y experimentar la comunin
con el Dios de Sin. Pero la expresin incluye tambin la exigencia mstica
de la intimidad divina mediante la oracin. Por consiguiente, en la liturgia y
en la oracin personal se nos concede la gracia de intuir ese rostro, que
nunca podremos ver directamente durante nuestra existencia terrena (cf. Ex
33, 20). Pero Cristo nos ha revelado, de una forma accesible, el rostro
divino y ha prometido que en el encuentro definitivo de la eternidad -como
nos recuerda san Juan- "lo veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). Y san Pablo
aade: "Entonces lo veremos cara a cara" (1 Co 13, 12).
5. Comentando este salmo, Orgenes, el gran escritor cristiano del siglo III,
escribe: "Si un hombre busca el rostro del Seor, ver sin velos la gloria del
Seor y, hecho igual a los ngeles, ver siempre el rostro del Padre que est
en los cielos" (PG 12, 1281). Y san Agustn, en su comentario a los salmos,
contina as la oracin del salmista: "No he buscado de ti ningn premio
que est fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscar, Seor". Con
perseverancia insistir en esta bsqueda; en efecto, no buscar algo de poco
valor, sino tu rostro, Seor, para amarte gratuitamente, dado que no
encuentro nada ms valioso. (...) "No rechaces con ira a tu siervo", para que,
al buscarte, no encuentre otra cosa. Puede haber una tristeza ms grande
que esta para quien ama y busca la verdad de tu rostro?" (Esposizioni sui
Salmi, 26, 1, 8-9, Roma 1967, pp. 355. 357).

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Mircoles 21 de abril de 2004

Confianza en Dios ante el peligro


1. Nuestro itinerario a lo largo de las Vsperas se reanuda hoy con el salmo
26, que la liturgia distribuye en dos pasajes. Seguiremos ahora la primera
parte de este dptico potico y espiritual (cf. vv. 1-6), que tiene como fondo
el templo de Sin, sede del culto de Israel. En efecto, el salmista habla
explcitamente de "casa del Seor", de "santuario" (v. 4), de "refugio,
morada, casa" (cf. vv. 5-6). Ms an, en el original hebreo, estos trminos
indican ms precisamente el "tabernculo" y la "tienda", es decir, el corazn
mismo del templo, donde el Seor se revela con su presencia y su palabra.
Se evoca tambin la "roca" de Sin (cf. v. 5), lugar de seguridad y refugio, y
se alude a la celebracin de los sacrificios de accin de gracias (cf. v. 6).
As pues, si la liturgia es el clima espiritual en el que se encuentra inmerso

!$

el salmo, el hilo conductor de la oracin es la confianza en Dios, tanto en el


da de la alegra como en el tiempo del miedo.
2. La primera parte del salmo que estamos meditando se encuentra marcada
por una gran serenidad, fundada en la confianza en Dios en el da tenebroso
del asalto de los malvados. Las imgenes usadas para describir a esos
adversarios, los cuales constituyen el signo del mal que contamina la
historia, son de dos tipos. Por un lado, parece que hay una imagen de caza
feroz: los malvados son como fieras que avanzan para atrapar a su presa y
desgarrar su carne, pero tropiezan y caen (cf. v. 2). Por otro, est el smbolo
militar de un asalto, realizado por un ejrcito entero: es una batalla que se
libra con gran mpetu, sembrando terror y muerte (cf. v. 3).
La vida del creyente con frecuencia se encuentra sometida a tensiones y
contestaciones; a veces tambin a un rechazo e incluso a la persecucin. El
comportamiento del justo molesta, porque los prepotentes y los perversos lo
sienten como un reproche. Lo reconocen claramente los malvados
descritos en el libro de la Sabidura: el justo "es un reproche de nuestros
criterios; su sola presencia nos es insufrible; lleva una vida distinta de
todos y sus caminos son extraos" (Sb 2, 14-15).
3. El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca
incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que a menudo busca a toda
costa el beneficio personal, el xito exterior, la riqueza o el goce
desenfrenado. Sin embargo, no est solo y su corazn conserva una
sorprendente paz interior, porque, como dice la esplndida "antfona" inicial
del salmo, "el Seor es mi luz y mi salvacin (...); es la defensa de mi vida"
(Sal 26, 1). Continuamente repite: "A quin temer? (...) Quin me har
temblar? (...) Mi corazn no tiembla. (...) Me siento tranquilo" (vv. 1-3).
Casi nos parece estar escuchando la voz de san Pablo, el cual proclama: "Si
Dios est con nosotros, quin contra nosotros?" (Rm 8, 31). Pero la
serenidad interior, la fortaleza de espritu y la paz son un don que se obtiene
refugindose en el templo, es decir, recurriendo a la oracin personal y
comunitaria.
4. En efecto, el orante se encomienda a Dios, y su sueo se halla expresado
tambin en otro salmo: "Habitar en la casa del Seor por aos sin trmino"
(cf. Sal 22, 6). All podr "gozar de la dulzura del Seor" (Sal 26, 4),
contemplar y admirar el misterio divino, participar en la liturgia del
sacrificio y elevar su alabanza al Dios liberador (cf. v. 6). El Seor crea en
torno a sus fieles un horizonte de paz, que deja fuera el estrpito del mal. La
comunin con Dios es manantial de serenidad, de alegra, de tranquilidad;
es como entrar en un oasis de luz y amor.
5. Escuchemos ahora, para concluir nuestra reflexin, las palabras del
monje Isaas, originario de Siria, que vivi en el desierto egipcio y muri en

Gaza alrededor del ao 491. En su Asceticon aplica este salmo a la oracin


durante la tentacin: "Si vemos que los enemigos nos rodean con su
astucia, es decir, con la acidia, sea debilitando nuestra alma con los
placeres, sea haciendo que no reprimamos nuestra clera contra el prjimo
cuando no obra como debiera; si agravan nuestros ojos para que busquemos
la concupiscencia; si quieren inducirnos a gustar los placeres de la gula; si
hacen que la palabra del prjimo sea para nosotros como un veneno; si nos
impulsan a devaluar la palabra de los dems; si nos inducen a establecer
diferencias entre nuestros hermanos, diciendo: "Este es bueno; ese es
malo"; por tanto, si todas estas cosas nos rodean, no nos desanimemos; al
contrario, gritemos como David, con corazn firme, clamando: "Seor,
defensa de mi vida" (Sal 26, 1)" (Recueil asctique, Bellefontaine 1976, p.
211).

*, - #
Mircoles 31 de marzo de 2004

Himno de los redimidos


1. El cntico que acabamos de escuchar, y que meditaremos ahora, forma
parte de la liturgia de Vsperas, cuyos salmos estamos comentando
progresivamente en nuestras catequesis semanales. Como sucede con
frecuencia en la praxis litrgica, algunas composiciones orantes nacen de la
fusin de fragmentos bblicos pertenecientes a pginas ms amplias.
En nuestro caso se han tomado algunos versculos de los captulos 4 y 5 del
Apocalipsis, en los que se representa una gloriosa y grandiosa escena
celestial. En su centro se eleva un trono sobre el que est sentado Dios
mismo, cuyo nombre por veneracin no se pronuncia (cf. Ap 4, 2).
Sucesivamente, sobre ese trono se sienta un Cordero, smbolo de Cristo
resucitado. En efecto, se habla de un "Cordero degollado" pero "de pie",
vivo y glorioso (Ap 5, 6).
En torno a estas dos figuras divinas se encuentra el coro de la corte
celestial, representada por cuatro "vivientes" (Ap 4, 6), que tal vez evocan a
los ngeles de la presencia divina en los puntos cardinales del universo, y
por "veinticuatro ancianos" (Ap 4, 4), en griego presbyteroi, o sea, los jefes
de la comunidad cristiana, cuyo nmero alude tanto a las doce tribus de
Israel como a los doce Apstoles, es decir, la sntesis de
las dos alianzas: la primera y la nueva.
2. Esta asamblea del pueblo de Dios entona un himno al Seor exaltando su
"gloria, honor y poder", que se han manifestado en el acto de la creacin del
universo (cf. Ap 4, 11). En este momento se introduce un smbolo de gran

!-

importancia, en griego un biblon, es decir, un "libro", pero que es


totalmente inaccesible, pues siete sellos impiden su lectura (cf. Ap 5, 1).
As pues, se trata de una profeca oculta. Ese libro contiene toda la serie de
los decretos divinos que se deben cumplir en la historia humana para hacer
que reine en ella la justicia perfecta. Si el libro permanece sellado, esos
decretos no pueden conocerse ni cumplirse, y la maldad seguir
propagndose y oprimiendo a los creyentes. Entonces resulta necesaria una
intervencin autorizada: la realizar precisamente el Cordero degollado y
resucitado. l podr "tomar el libro y abrir sus sellos" (Ap 5, 9).
Cristo es el gran intrprete y seor de la historia,
el revelador del hilo secreto de la accin divina que gua su desarrollo.
3. El himno prosigue indicando cul es la base del poder de Cristo sobre la
historia. Esta base no es ms que su misterio pascual (cf. Ap 5, 9-10). Cristo
fue "degollado" y con su sangre "rescat" a toda la humanidad del poder del
mal. El verbo "rescatar" remite al xodo, a la liberacin de Israel de la
esclavitud de Egipto. Para la antigua legislacin, el deber de rescatar
corresponda al pariente ms cercano. En el caso del pueblo, este era Dios
mismo, que llamaba a Israel su "primognito" (Ex 4, 22).
Cristo es quien realiza esta obra en beneficio de toda la humanidad. La
redencin llevada a cabo por l no slo tiene la funcin de rescatarnos de
nuestro pasado de pecado, de curar nuestras heridas y sacarnos de nuestras
miserias. Cristo nos da un nuevo ser interior, nos hace sacerdotes y reyes,
partcipes de su misma dignidad.
Aludiendo a las palabras que Dios haba proclamado en el Sina (cf. Ex 19,
6; Ap 1, 6), el himno reafirma que el pueblo de Dios redimido est
constituido por reyes y sacerdotes que deben guiar y santificar toda la
creacin. Es una consagracin que tiene su raz en la Pascua de Cristo y se
realiza en el bautismo (cf. 1 P 2, 9). De all brota una llamada a la Iglesia
para que tome conciencia de su dignidad y de su misin.
4. La tradicin cristiana ha aplicado constantemente a Cristo la imagen del
Cordero pascual. Escuchemos las palabras de un obispo del siglo II, Melitn
de Sardes, una ciudad de Asia menor, el cual dice as en su Homila
pascual: "Cristo baj del cielo a la tierra por amor a la humanidad
sufriente, se revisti de nuestra humanidad en el seno de la Virgen y naci
como hombre... Como cordero fue llevado y como cordero fue degollado, y
as nos rescat de la esclavitud del mundo... l nos llev de la esclavitud a
la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la opresin a
una realeza eterna; e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo
elegido para siempre... l es el cordero mudo, el cordero degollado, el hijo
de Mara, cordera sin mancha. l fue tomado de la grey, llevado a la muerte,
inmolado al atardecer, sepultado al anochecer" (nn. 66-71: SC 123, pp. 96-

100).
Al final, el mismo Cristo, el Cordero inmolado, dirige su llamamiento a
todos los pueblos: "Venid, pues, todos vosotros, linajes de hombres que
estis sumergidos en pecados, y recibid el perdn de los pecados. En efecto,
yo soy vuestro perdn, yo soy la Pascua de salvacin, yo soy el cordero
inmolado por vosotros, yo soy vuestro rescate, yo soy vuestra vida, yo soy
vuestra resurreccin, yo soy vuestra luz, yo soy vuestra salvacin, yo soy
vuestro rey. Yo soy quien os llevo a la altura de los cielos, yo soy quien os
mostrar al Padre, el cual vive desde toda la eternidad; yo soy quien os
resucitar con mi diestra" (n. 103: ib., p. 122).

#
Mircoles 17 de marzo de 2004

Accin de gracias
por la victoria del Rey-Mesas
1. En el salmo 20 la liturgia de las Vsperas ha suprimido la parte que
hemos escuchado ahora, omitiendo otra de carcter imprecatorio (cf. vv. 913). La parte conservada habla en pasado y en presente de los favores
concedidos por Dios al rey, mientras que la parte omitida habla en futuro de
la victoria del rey sobre sus enemigos.
El texto que es objeto de nuestra meditacin (cf. vv. 2-8. 14) pertenece al
gnero de los salmos reales. Por tanto, en el centro se encuentra la obra de
Dios en favor del soberano del pueblo judo representado quiz en el da
solemne de su entronizacin. Al inicio (cf. v. 2) y al final (cf. v. 14) casi
parece resonar una aclamacin de toda la asamblea, mientras la parte central
del himno tiene la tonalidad de un canto de accin de gracias, que el
salmista dirige a Dios por los favores concedidos al rey: "Te adelantaste a
bendecirlo con el xito" (v. 4), "aos que se prolongan sin trmino" (v. 5),
"fama" (v. 6) y "gozo" (v. 7).
Es fcil intuir que a este canto -como ya haba sucedido con los dems
salmos reales del Salterio- se le atribuy una nueva interpretacin cuando
desapareci la monarqua en Israel. Ya en el judasmo se convirti en un
himno en honor del Rey-Mesas: as, se allanaba el camino a la
interpretacin cristolgica, que es, precisamente, la que adopta la liturgia.
2. Pero demos primero una mirada al texto en su sentido original. Se respira
una atmsfera gozosa y resuenan cantos, teniendo en cuenta la solemnidad
del acontecimiento: "Seor, el rey se alegra por tu fuerza, y cunto goza
con tu victoria! (...) Al son de instrumentos cantaremos tu poder" (vv.

2. 14). A continuacin, se refieren los dones de Dios al


soberano: Dios le ha concedido el deseo de su corazn (cf. v. 3) y ha
puesto en su cabeza una corona de oro (cf. v. 4). El esplendor del rey est
vinculado a la luz divina que lo envuelve como un manto protector: "Lo
has vestido de honor y majestad" (v. 6).
En el antiguo Oriente Prximo se consideraba que el rey estaba rodeado por
un halo luminoso, que atestiguaba su participacin en la esencia misma de
la divinidad. Ciertamente, para la Biblia el soberano es considerado "hijo"
de Dios (cf. Sal 2, 7), pero slo en sentido metafrico y adoptivo. l, pues,
debe ser el lugarteniente del Seor al tutelar la justicia. Precisamente con
vistas a esta misin, Dios lo rodea de su luz benfica y de su bendicin.
3. La bendicin es un tema relevante en este breve himno: "Te adelantaste a
bendecirlo con el xito... Le concedes bendiciones incesantes" (Sal 20, 4. 7).
La bendicin es signo de la presencia divina que obra en el rey, el cual se
transforma as en un reflejo de la luz de Dios en medio de la humanidad.
La bendicin, en la tradicin bblica, comprende tambin el don de la vida,
que se derrama precisamente sobre el consagrado: "Te pidi vida, y se la
has concedido, aos que se prolongan sin trmino" (v. 5). Tambin el
profeta Natn haba asegurado a David esta bendicin, fuente de estabilidad,
subsistencia y seguridad, y David haba rezado as: "Dgnate, pues,
bendecir la casa de tu siervo para que permanezca por siempre en tu
presencia, pues t, mi Seor, has hablado y con tu bendicin la casa de tu
siervo ser eternamente bendita" (2 S 7, 29).
4. Al rezar este salmo, vemos perfilarse detrs del retrato del rey judo el
rostro de Cristo, rey mesinico. l es "resplandor de la gloria" del Padre
(Hb 1, 3). l es el Hijo en sentido pleno y, por tanto, la presencia perfecta
de Dios en medio de la humanidad. l es luz y vida, como proclama san
Juan en el prlogo de su evangelio: "En l estaba la vida y la vida era la
luz de los hombres" (Jn 1, 4).
En esta lnea, san Ireneo, obispo de Lyon, comentando el salmo, aplicar el
tema de la vida (cf. Sal 20, 5) a la resurreccin de Cristo: "Por qu motivo
el salmista dice: "Te pidi vida", desde el momento en que Cristo estaba a
punto de morir? El salmista anuncia, pues, su resurreccin de entre los
muertos y que l, resucitado de entre los muertos, es inmortal. En efecto, ha
asumido la vida para resurgir, y largo espacio de tiempo en la eternidad para
ser incorruptible" (Esposizione della predicazione apostolica, 72, Miln
1979, p. 519).
Basndose en esta certeza, tambin el cristiano cultiva dentro de s la
esperanza en el don de la vida eterna.

Mircoles 10 de marzo de 2004

Oracin por la victoria del Rey-Mesas


1. La invocacin final: Seor, da la victoria al rey y escchanos cuando te
invocamos (Sal 19, 10), nos revela el origen del salmo 19, que acabamos
de escuchar y que meditaremos ahora. Por consiguiente, nos encontramos
ante un salmo real del antiguo Israel, proclamado en el templo de Sin
durante un rito solemne. En l se invoca la bendicin divina sobre el rey
principalmente en el da del peligro (v. 2), es decir, en el tiempo en que
toda la nacin es presa de una angustia profunda a causa de la pesadilla de
una guerra. En efecto, se evocan los carros y la caballera (cf. v. 8), que
parecen avanzar en el horizonte; a ellos el rey y el pueblo contraponen su
confianza en el Seor, que defiende a los dbiles, a los oprimidos, a las
vctimas de la arrogancia de los conquistadores.
Es fcil comprender por qu la tradicin cristiana transform este salmo en
un himno a Cristo rey, el consagrado por excelencia, el Mesas (cf. v.
7). Entra en el mundo sin ejrcitos, pero con la fuerza del Espritu, y lanza
el ataque definitivo contra el mal y la prevaricacin, contra la prepotencia y
el orgullo, contra la mentira y el egosmo. Resuenan en nuestros odos,
como fondo, las palabras que Cristo pronuncia dirigindose a Pilato,
emblema del poder imperial terreno: S (...), soy Rey. Yo para esto he
nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz (Jn 18, 37).
2. Examinando la trama de este salmo, nos percatamos de que revela en
filigrana una liturgia celebrada en el templo de Jerusaln. Se encuentra
congregada la asamblea de los hijos de Israel, que oran por el rey, jefe de la
nacin. Ms an, al inicio se vislumbra un rito sacrificial, segn el modelo
de los diversos sacrificios y holocaustos ofrecidos por el rey al Dios de
Jacob (Sal 19, 2), que no abandona a su ungido (v. 7), sino que lo
protege y sostiene.
La oracin est fuertemente marcada por la conviccin de que el Seor es la
fuente de la seguridad: realiza el deseo expresado con confianza por el rey y
toda la comunidad, a la que el rey est unido por el vnculo de la alianza.
Ciertamente, se percibe un clima de guerra, con todos los temores y peligros
que suscita. La palabra de Dios no se presenta entonces como un mensaje
abstracto, sino como una voz que se adapta a las pequeas y grandes
miserias de la humanidad. Por eso, el salmo refleja el lenguaje militar y el
clima que reina en Israel en tiempo de guerra (cf. v. 6), adaptndose as a
los sentimientos del hombre que atraviesa dificultades.

3. En el texto de este salmo, el versculo 7 marca un cambio. Mientras los


versculos anteriores expresan implcitamente peticiones dirigidas a Dios
(cf. vv. 2-5), el versculo 7 afirma la certeza de que el Seor ha escuchado
las oraciones: Ahora reconozco que el Seor da la victoria a su ungido, que
lo ha escuchado desde su santo cielo. El salmo no precisa en qu signo se
basa para llegar a esa conclusin.
En cualquier caso, expresa netamente un contraste entre la posicin de los
enemigos, que cuentan con la fuerza material de sus carros y su caballera, y
la posicin de los israelitas, que ponen su confianza en Dios y, por eso,
salen victoriosos. Se piensa espontneamente en la clebre escena de David
y Goliat: frente a las armas y a la prepotencia del guerrero filisteo, el joven
hebreo opone la invocacin del nombre del Seor, que protege a los dbiles
e inermes. En efecto, David dice a Goliat: T vienes contra m con espada,
lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre del Seor de los ejrcitos.
(...) El Seor no salva por la espada ni por la lanza, porque del Seor es el
combate (1 Sam 17, 45-47).
4. El salmo, a pesar de aludir a una circunstancia histrica concreta,
vinculada a la lgica de la guerra, puede convertirse en una invitacin a no
dejarse arrastrar nunca por la violencia. Tambin Isaas exclamaba: Ay de
los que se apoyan en la caballera, y confan en los carros porque abundan y
en los jinetes porque son muchos; mas no han puesto su mirada en el Santo
de Israel, ni han buscado al Seor (Is 31, 1).
A toda forma de maldad el justo opone la fe, la benevolencia, el perdn, el
ofrecimiento de paz. El apstol san Pablo exhortar a los cristianos: No
devolvis a nadie mal por mal; procurad hacer el bien ante todos los
hombres (Rm 12, 17). Y san Eusebio de Cesarea (siglos III-IV), historiador
de la Iglesia de los primeros siglos, comentando este salmo, ensanchar su
mirada tambin al mal de la muerte, que el cristiano sabe que puede vencer
por obra de Cristo: Todas las potencias adversas y los enemigos de Dios
ocultos e invisibles, puestos en fuga por el mismo Salvador, caern
derrotados. En cambio, todos los que hayan recibido la salvacin,
resucitarn de su antigua cada. Por eso, Simen deca: Este est puesto
para cada y resurreccin de muchos, es decir, para la derrota de sus
adversarios y enemigos, y para la resurreccin de los que haban cado pero
ahora han sido resucitados por l (PG 23, 197).

"

!. #
Mircoles 18 de febrero de 2004

El plan divino de la salvacin

1. El esplndido himno de "bendicin", con el que inicia la carta a los


Efesios y que se proclama todos los lunes en la liturgia de Vsperas, ser
objeto de una serie de meditaciones a lo largo de nuestro itinerario. Por
ahora nos limitarnos a una mirada de conjunto a este texto solemne y bien
estructurado, casi como una majestuosa construccin, destinada a exaltar la
admirable obra de Dios, realizada a nuestro favor en Cristo.
Se comienza con un "antes" que precede al tiempo y a la creacin: es la
eternidad divina, en la que ya se pone en marcha un proyecto que nos
supera, una "pre-destinacin", es decir, el plan amoroso y gratuito de un
destino de salvacin y de gloria.
2. En este proyecto trascendente, que abarca la creacin y la redencin, el
cosmos y la historia humana, Dios se propuso de antemano, "segn el
beneplcito de su voluntad", "recapitular en Cristo todas las cosas", es decir,
restablecer en l el orden y el sentido profundo de todas las realidades, tanto
las del cielo como las de la tierra (cf. Ef 1, 10). Ciertamente, l es "cabeza
de la Iglesia, que es su cuerpo" (Ef 1, 22-23), pero tambin es el principio
vital de referencia del universo.
Por tanto, el seoro de Cristo se extiende tanto al cosmos como al horizonte
ms especfico que es la Iglesia. Cristo desempea una funcin de
"plenitud", de forma que en l se revela el "misterio" (Ef 1, 9) oculto desde
los siglos y toda la realidad realiza -en su orden especfico y en su grado- el
plan concebido por el Padre desde toda la eternidad.
3. Como veremos ms tarde, esta especie de salmo neotestamentario centra
su atencin sobre todo en la historia de la salvacin, que es expresin y
signo vivo de la "benevolencia" (Ef 1, 9), del "beneplcito" (Ef 1, 6)
y del amor divino.
He aqu, entonces, la exaltacin de la "redencin por su sangre" derramada
en la cruz, "el perdn de los pecados", la abundante efusin "de la riqueza
de su gracia" (Ef 1, 7). He aqu la filiacin divina del cristiano (cf. Ef 1, 5) y
el "conocimiento del misterio de la voluntad" de Dios (Ef 1, 9), mediante la
cual se entra en lo ntimo de la misma vida trinitaria.
4. Despus de esta mirada de conjunto al himno con el que comienza la
carta a los Efesios, escuchemos ahora a san Juan Crisstomo, maestro y
orador extraordinario, fino intrprete de la sagrada Escritura, que vivi en el
siglo IV y fue tambin obispo de Constantinopla, en medio de dificultades
de todo tipo, y sometido incluso a la experiencia de un doble destierro.
En su Primera homila sobre la carta a los Efesios, comentando este
cntico, reflexiona con gratitud en la "bendicin" con que hemos sido
bendecidos "en Cristo": "Qu te falta? Eres inmortal, eres libre, eres hijo,
eres justo, eres hermano, eres coheredero, con l reinas, con l eres

glorificado. Te ha sido dado todo y, como est escrito, "cmo no


nos dar con l graciosamente todas las cosas?" (Rm 8, 32). Tu primicia
(cf. 1 Co 15, 20. 23) es adorada por los ngeles, por los querubines y por
los serafines. Entonces, qu te falta?" (PG 62, 11).
Dios hizo todo esto por nosotros -prosigue el Crisstomo- "segn el
beneplcito de su voluntad". Qu significa esto? Significa que Dios desea
apasionadamente y anhela ardientemente nuestra salvacin. "Y por qu nos
ama de este modo? Por qu motivo nos quiere tanto? nicamente por
bondad, pues la "gracia" es propia de la bondad" (ib., 13).
Precisamente por esto -concluye el antiguo Padre de la Iglesia-, san Pablo
afirma que todo se realiz "para que la gloria de su gracia, que tan
generosamente nos ha concedido en su querido hijo, redunde en alabanza
suya". En efecto, Dios "no slo nos ha liberado de nuestros pecados, sino
que tambin nos ha hecho amables...: ha adornado nuestra alma y la ha
vuelto bella, deseable y amable". Y cuando san Pablo declara que Dios lo ha
hecho por la sangre de su Hijo, san Juan Crisstomo exclama: "No hay
nada ms grande que todo esto: que la sangre de Dios haya sido derramada
por nosotros. Ms grande que la filiacin adoptiva y que los dems dones es
que no haya perdonado ni a su propio Hijo (cf. Rm 8, 32). En efecto, es
grande que nos hayan sido perdonados nuestros pecados, pero ms grande
an es que eso se haya realizado por la sangre del Seor" (ib., 14).

Mircoles 4 de febrero de 2004

Quin es justo ante el Seor?


1. Los estudiosos de la Biblia clasifican con frecuencia el salmo 14, objeto
de nuestra reflexin de hoy, como parte de una "liturgia de ingreso". Como
sucede en algunas otras composiciones del Salterio (cf., por ejemplo, los
salmos 23, 25 y 94), se puede pensar en una especie de procesin de fieles,
que llega a las puertas del templo de Sin para participar en el culto. En un
dilogo ideal entre los fieles y los levitas, se delinean las condiciones
indispensables para ser admitidos a la celebracin litrgica y, por
consiguiente, a la intimidad divina.
En efecto, por una parte, se plantea la pregunta: "Seor, quin puede
hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?" (Sal 14, 1). Por otra,
se enumeran las cualidades requeridas para cruzar el umbral que lleva a la
"tienda", es decir, al templo situado en el "monte santo" de Sin. Las

cualidades enumeradas son once y constituyen una sntesis ideal de los


compromisos morales fundamentales recogidos en la ley bblica (cf. vv. 25).
2. En las fachadas de los templos egipcios y babilnicos a veces se hallaban
grabadas las condiciones requeridas para el ingreso en el recinto sagrado.
Pero conviene notar una diferencia significativa con las que sugiere nuestro
salmo. En muchas culturas religiosas, para ser admitidos en presencia de la
divinidad, se requera sobre todo la pureza ritual exterior, que implicaba
abluciones, gestos y vestiduras particulares.
En cambio, el salmo 14 exige la purificacin de la conciencia, para que sus
opciones se inspiren en el amor a la justicia y al prjimo. Por ello, en estos
versculos se siente vibrar el espritu de los profetas, que con frecuencia
invitan a conjugar fe y vida, oracin y compromiso existencial, adoracin y
justicia social (cf. Is 1, 10-20; 33, 14-16; Os 6, 6; Mi 6, 6-8; Jr 6, 20).
Escuchemos, por ejemplo, la vehemente reprimenda del profeta Ams, que
denuncia en nombre de Dios un culto alejado de la vida diaria: "Yo detesto,
desprecio vuestras fiestas; no me gusta el olor de vuestras reuniones
solemnes. Si me ofrecis holocaustos, no me complazco en vuestras
oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunin de novillos cebados.
(...) Que fluya, s, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!"
(Am 5, 21-24).
3. Veamos ahora los once compromisos enumerados por el salmista, que
podrn constituir la base de un examen de conciencia personal cuando nos
preparemos para confesar nuestras culpas a fin de ser admitidos a la
comunin con el Seor en la celebracin litrgica.
Los tres primeros compromisos son de ndole general y expresan una
opcin tica: seguir el camino de la integridad moral, de la prctica de la
justicia y, por ltimo, de la sinceridad perfecta al hablar (cf. Sal 14, 2).
Siguen tres deberes que podramos definir de relacin con el
prjimo: eliminar la calumnia de nuestra lengua, evitar toda accin que
pueda causar dao a nuestro hermano, no difamar a los que viven a nuestro
lado cada da (cf. v. 3).
Viene luego la exigencia de una clara toma de posicin en el mbito
social: considerar despreciable al impo y honrar a los que temen al Seor.
Por ltimo, se enumeran los ltimos tres preceptos para examinar la
conciencia: ser fieles a la palabra dada, al juramento, incluso en el caso de
que se sigan consecuencias negativas para nosotros; no prestar dinero con
usura, delito que tambin en nuestros das es una infame realidad, capaz de
estrangular la vida de muchas personas; y, por ltimo, evitar cualquier tipo
de corrupcin en la vida pblica, otro compromiso que es preciso practicar

con rigor tambin en nuestro tiempo (cf. v. 5).


4. Seguir este camino de decisiones morales autnticas significa estar
preparados para el encuentro con el Seor. Tambin Jess, en el Sermn de
la montaa, propondr su propia "liturgia de ingreso" esencial: "Si, pues, al
presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo
tiene algo contra ti, deja tu ofrenda all, delante del altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda" (Mt 5,
23-24).
Como concluye nuestra plegaria, quien acta del modo que indica el
salmista "nunca fallar" (Sal 14, 5). San Hilario de Poitiers, Padre y Doctor
de la Iglesia del siglo IV, en su Tractatus super Psalmos, comenta as esta
afirmacin final del salmo, relacionndola con la imagen inicial de la tienda
del templo de Sin. "Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se hospeda
en la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los preceptos
y cumplir los mandamientos.
Debemos grabar este salmo en lo ms ntimo de nuestro ser, escribirlo en el
corazn, anotarlo en la memoria. Debemos confrontarnos de da y de noche
con el tesoro de su rica brevedad. Y as, adquirida esta riqueza en el camino
hacia la eternidad y habitando en la Iglesia, podremos finalmente descansar
en la gloria del cuerpo de Cristo" (PL 9, 308).

#
Mircoles 28 de enero de 2004

El Seor, esperanza del justo


1. Prosigue nuestra reflexin sobre los textos de los salmos, que constituyen
el elemento sustancial de la Liturgia de las Vsperas. El que hemos hecho
resonar en nuestros corazones es el salmo 10, una breve plegaria de
confianza que, en el original hebreo, est marcada por el nombre sagrado de
Dios: Adonai, el Seor. Este nombre aparece al inicio (cf. v. 1), se repite
tres veces en el centro del salmo (cf. vv. 4-5) y se encuentra de nuevo al
final (cf. v. 7).
La tonalidad espiritual de todo el canto queda muy bien reflejada en el
versculo conclusivo: "El Seor es justo y ama la justicia". Esta es la raz de
toda confianza y la fuente de toda esperanza en el da de la oscuridad y de la
prueba. Dios no es indiferente ante el bien y el mal; es un Dios bueno, y no
un hado oscuro, indescifrable y misterioso.
2. El salmo se desarrolla fundamentalmente en dos escenas. En la primera
(cf. vv. 1-3) se describe a los malvados en su triunfo aparente. Se presentan

con imgenes tomadas de la guerra y la caza: los perversos tensan su arco


de guerra o de caza para herir violentamente a sus vctimas, es decir, a los
fieles (cf. v. 2). Estos ltimos, por ello, se ven tentados por la idea de
escapar y librarse de una amenaza tan implacable. Quisieran huir "como un
pjaro al monte" (v. 1), lejos del remolino del mal, del asedio de los
malvados, de las flechas de las calumnias lanzadas a traicin por los
pecadores.
A los fieles, que se sienten solos e impotentes ante la irrupcin del mal, les
asalta la tentacin del desaliento. Les parece que han quedado alterados los
cimientos del orden social justo y minadas las bases mismas de la
convivencia humana (cf. v. 3).
3. Pero entonces se produce un vuelco, descrito en la segunda escena (cf.
vv. 4-7). El Seor, sentado en su trono celeste, abarca con su mirada
penetrante todo el horizonte humano. Desde ese mirador trascendente, signo
de la omnisciencia y la omnipotencia divina, Dios puede observar y
examinar a toda persona, distinguiendo el bien del mal y condenando con
vigor la injusticia (cf. vv. 4-5).
Es muy sugestiva y consoladora la imagen del ojo divino cuya pupila est
fija y atenta a nuestras acciones. El Seor no es un soberano lejano,
encerrado en su mundo dorado, sino una Presencia vigilante que est a favor
del bien y de la justicia. Ve y provee, interviniendo con su palabra y su
accin.
El justo prev que, como aconteci con Sodoma (cf. Gn 19, 24), el Seor
"har llover sobre los malvados ascuas y azufre" (Sal 10, 6), smbolos del
juicio de Dios que purifica la historia, condenando el mal. Los malvados,
heridos por esta lluvia ardiente, que prefigura su destino ltimo,
experimentan por fin que "hay un Dios que hace justicia en la tierra" (Sal
57, 12).
4. El salmo, sin embargo, no concluye con este cuadro trgico de castigo y
condena. El ltimo versculo abre el horizonte a la luz y a la paz destinadas
a los justos, que contemplarn a su Seor, juez justo, pero sobre todo
liberador misericordioso: "Los buenos vern su rostro" (Sal 10, 7). Se trata
de una experiencia de comunin gozosa y de confianza serena en Dios, que
libra del mal.
Innumerables justos, a lo largo de la historia, han hecho una experiencia
semejante. Muchas narraciones describen la confianza de los mrtires
cristianos ante los tormentos y su firmeza, que les daba fuerzas para resistir
la prueba.
En los Hechos de Euplo, dicono de Catania, que muri hacia el ao 304
bajo el emperador Diocleciano, el mrtir irrumpe espontneamente en esta
serie de plegarias: "Gracias, oh Cristo!, protgeme, porque sufro por ti...
Adoro al Padre y al Hijo y al Espritu Santo. Adoro a la santsima

Trinidad... Gracias, oh Cristo! Ven en mi ayuda, oh Cristo! Por ti sufro, oh


Cristo... Es grande tu gloria, oh Seor, en los siervos que te has dignado
llamar a ti... Te doy gracias, Seor Jesucristo, porque tu fuerza me ha
consolado; no has permitido que mi alma pereciera con los malvados, y me
has concedido la gracia de tu nombre. Ahora confirma lo que has hecho en
m, para que quede confundido el descaro del Adversario" (A. Hamman,
Preghiere dei primi cristiani, Miln 1955, pp. 72-73).

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Mircoles 14 de enero de 2004

Pasin voluntaria de Cristo, siervo de Dios


1. Despus de la pausa con ocasin de las festividades navideas,
reanudamos hoy nuestro itinerario de meditacin sobre la liturgia de las
Vsperas. El cntico que acabamos de proclamar, tomado de la primera
carta de san Pedro, se refiere a la pasin redentora de Cristo, anunciada ya
en el momento del bautismo en el Jordn.
Como escuchamos el domingo pasado, fiesta del Bautismo del Seor, Jess
se manifiesta desde el inicio de su actividad pblica como el "Hijo amado",
en el que el Padre tiene su complacencia (cf. Lc 3, 22), y el verdadero
"Siervo de Yahveh" (cf. Is 42, 1), que libra al hombre del pecado mediante
su pasin y la muerte en la cruz.
En la carta de san Pedro citada, en la que el pescador de Galilea se define
"testigo de los sufrimientos de Cristo" (1 P 5, 1), el recuerdo de la pasin es
muy frecuente. Jess es el cordero del sacrificio, sin mancha, cuya sangre
preciosa fue derramada para nuestra redencin (cf. 1 P 1, 18-19). l es la
piedra viva que desecharon los hombres, pero que fue escogida por Dios
como "piedra angular" que da cohesin a la "casa espiritual", es decir, a la
Iglesia (cf. 1 P 2, 6-8). l es el justo que se sacrifica por los injustos, a fin
de llevarlos a Dios (cf. 1 P 3, 18-22).
2. Nuestra atencin se concentra ahora en la figura de Cristo que nos
presenta el pasaje que acabamos de escuchar (cf. 1 P 2, 21-24). Aparece
como el modelo que debemos contemplar e imitar, el "programa", como se
dice en el original griego (cf. 1 P 2, 21), que debemos realizar, el ejemplo
que hemos de seguir con decisin, conformando nuestra vida a sus
opciones.
En efecto, se usa el verbo griego que indica el seguimiento, la actitud de
discpulos, el seguir las huellas mismas de Jess. Y los pasos del divino
Maestro van por una senda ardua y difcil, precisamente como se lee en el

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evangelio: "El que quiera venir en pos de m, (...) tome su cruz y sgame"
(Mc 8, 34).
En este punto, el himno de la carta de san Pedro traza una sntesis admirable
de la pasin de Cristo, a la luz de las palabras y las imgenes que el profeta
Isaas aplica a la figura del Siervo doliente (cf. Is 53), releda en clave
mesinica por la antigua tradicin cristiana.
3. Esta historia de la Pasin en el himno se formula mediante cuatro
declaraciones negativas (cf. 1 P 2, 22-23a) y tres positivas (1 P 2, 23b-24),
para describir la actitud de Jess en esa situacin terrible y grandiosa.
Comienza con la doble afirmacin de su absoluta inocencia, expresada con
las palabras de Isaas (cf. Is 53, 9): "l no cometi pecado ni encontraron
engao en su boca" (1 P 2, 22). Luego vienen dos consideraciones sobre su
comportamiento ejemplar, impregnado de mansedumbre y
dulzura: "Cuando le insultaban, no devolva el insulto; en su pasin no
profera amenazas" (1 P 2, 23). El silencio paciente del Seor no es slo un
acto de valenta y generosidad. Tambin es un gesto de confianza con
respecto al Padre, como sugiere la primera de las tres afirmaciones
positivas: "Se pona en manos del que juzga justamente" (1 P 2, 23). Tiene
una confianza total y perfecta en la justicia divina, que dirige la historia
hacia el triunfo del inocente.
4. As se llega a la cumbre del relato de la Pasin, que pone de relieve el
valor salvfico del acto supremo de entrega de Cristo: "Cargado con
nuestros pecados, subi al leo, para que, muertos al pecado, vivamos para
la justicia" (1 P 2, 24).
Esta segunda afirmacin positiva, formulada con las expresiones de la
profeca de Isaas (cf. Is 53, 12), precisa que Cristo carg "en su cuerpo" "en
el leo", o sea, en la cruz, "nuestros pecados", para poder aniquilarlos.
Por este camino, tambin nosotros, librados del hombre viejo, con su mal y
su miseria, podemos "vivir para la justicia", es decir, en santidad. El
pensamiento corresponde, aunque sea con trminos en gran parte diversos, a
la doctrina paulina sobre el bautismo, que nos regenera como nuevas
criaturas, sumergindonos en el misterio de la pasin, muerte y gloria de
Cristo (cf. Rm 6, 3-11).
La ltima frase -"sus heridas nos han curado" (1 P 2, 25)- indica el valor
salvfico del sufrimiento de Cristo, expresado con las mismas palabras que
usa Isaas para indicar la fecundidad salvadora del dolor sufrido por el
Siervo de Yahveh (cf. Is 53, 5).
5. Contemplando las llagas de Cristo por las cuales hemos sido salvados,
san Ambrosio se expresaba as: "En mis obras no tengo nada de lo que
pueda gloriarme, no tengo nada de lo que pueda enorgullecerme y, por

tanto, me gloriar en Cristo. No me gloriar de ser justo, sino de haber sido


redimido. No me gloriar de estar sin pecado, sino de que mis pecados han
sido perdonados. No me gloriar de haber ayudado a alguien ni de que
alguien me haya ayudado, sino de que Cristo es mi abogado ante el Padre,
de que Cristo derram su sangre por m. Mi pecado se ha transformado para
m en precio de la redencin, a travs del cual Cristo ha venido a m. Cristo
ha sufrido la muerte por m. Es ms ventajoso el pecado que la inocencia.
La inocencia me haba hecho arrogante, mientras que el pecado me ha
hecho humilde" (Giacobbe e la vita beata, I, 6, 21: SAEMO III, MilnRoma 1982, pp. 251-253).

,.$

Mircoles 10 de diciembre de 2003

Las bodas del Cordero


1. Siguiendo la serie de los salmos y los cnticos que constituyen la oracin
eclesial de las Vsperas, nos encontramos ante un himno, tomado del
captulo 19 del Apocalipsis y compuesto por una secuencia de aleluyas y de
aclamaciones.
Detrs de estas gozosas invocaciones se halla la lamentacin dramtica
entonada en el captulo anterior por los reyes, los mercaderes y los
navegantes ante la cada de la Babilonia imperial, la ciudad de la malicia y
la opresin, smbolo de la persecucin desencadenada contra la Iglesia.
2. En anttesis con ese grito que se eleva desde la tierra, resuena en el cielo
un coro alegre de mbito litrgico que, adems del aleluya, repite tambin
el amn. En realidad, las diferentes aclamaciones, semejantes a antfonas,
que ahora la Liturgia de las Vsperas une en un solo cntico, en el texto del
Apocalipsis se ponen en labios de personajes diversos. Ante todo,
encontramos una "multitud inmensa", constituida por la asamblea de los
ngeles y los santos (cf. vv. 1-3). Luego, se distingue la voz de los
"veinticuatro ancianos" y de los "cuatro vivientes", figuras simblicas que
parecen los sacerdotes de esta liturgia celestial de alabanza y accin de
gracias (cf. v. 4). Por ltimo, se eleva la voz de un solista (cf. v. 5), el cual,
a su vez, implica en el canto a la "multitud inmensa" de la que se haba
partido (cf. vv. 6-7).
3. En las futuras etapas de nuestro itinerario orante, tendremos ocasin de
ilustrar cada una de las antfonas de este grandioso y festivo himno de
alabanza entonado por muchas voces. Ahora nos contentamos con dos
anotaciones. La primera se refiere a la aclamacin de apertura, que reza
as: "La salvacin, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus

juicios son verdaderos y justos" (vv. 1-2).


En el centro de esta invocacin gozosa se encuentra el recuerdo de la
intervencin decisiva de Dios en la historia: el Seor no es indiferente,
como un emperador impasible y aislado, ante las vicisitudes humanas.
Como dice el salmista, "el Seor tiene su trono en el cielo: sus ojos estn
observando, sus pupilas examinan a los hombres" (Sal 10, 4).
4. Ms an, su mirada es fuente de accin, porque l interviene y destruye
los imperios prepotentes y opresores, abate a los orgullosos que lo desafan,
juzga a los que perpetran el mal. El salmista describe tambin con imgenes
pintorescas (cf. Sal 10, 7) esta irrupcin de Dios en la historia, como el
autor del Apocalipsis haba evocado en el captulo anterior (cf. Ap 18, 1-24)
la terrible intervencin divina con respecto a Babilonia, arrancada de su
sede y arrojada al mar. Nuestro himno alude a esa intervencin en un pasaje
que no se recoge en la celebracin de las Vsperas (cf. Ap 19, 2-3).
Nuestra oracin, entonces, sobre todo debe invocar y ensalzar la accin
divina, la justicia eficaz del Seor, su gloria, obtenida con el triunfo sobre el
mal. Dios se hace presente en la historia, ponindose de parte de los justos y
de las vctimas, precisamente como declara la breve y esencial aclamacin
del Apocalipsis, y como a menudo se repite en el canto de los salmos (cf.
Sal 145, 6-9).
5. Queremos poner de relieve otro tema de nuestro cntico. Se desarrolla en
la aclamacin final y es uno de los motivos dominantes del mismo
Apocalipsis: "Lleg la boda del Cordero; su Esposa se ha embellecido" (Ap
19, 7). Cristo y la Iglesia, el Cordero y la Esposa, estn en profunda
comunin de amor.
Trataremos de hacer que brille esta mstica unin esponsal a travs del
testimonio potico de un gran Padre de la Iglesia siria, san Efrn, que vivi
en el siglo IV. Usando simblicamente el signo de las bodas de Can (cf. Jn
2, 1-11), introduce a esa localidad, personificada, para alabar a Cristo por el
gran don recibido: "Juntamente con mis huspedes, dar gracias porque l
me ha considerado digna de invitarlo: l, que es el Esposo celestial, y que
descendi e invit a todos; y tambin yo he sido invitada a entrar a su fiesta
pura de bodas. Ante los pueblos lo reconocer como el Esposo. No hay otro
como l. Su cmara nupcial est preparada desde los siglos, abunda en
riquezas, y no le falta nada. No como la fiesta de Can, cuyas carencias l
ha colmado" (Himnos sobre la virginidad, 33, 3: L'arpa dello Spirito,
Roma 1999, pp. 73-74).
6. En otro himno, que tambin canta las bodas de Can, san Efrn subraya
que Cristo, invitado a las bodas de otros (precisamente los esposos de
Can), quiso celebrar la fiesta de sus bodas: las bodas con su esposa, que es
toda alma fiel. "Jess, fuiste invitado a una fiesta de bodas de otros, de los
esposos de Can. Aqu, en cambio, se trata de tu fiesta, pura y

,!

hermosa: alegra nuestros das, porque tambin tus huspedes, Seor,


necesitan tus cantos; deja que tu arpa lo llene todo. El alma es tu esposa; el
cuerpo es su cmara nupcial; tus invitados son los sentidos y los
pensamientos. Y si un solo cuerpo es para ti una fiesta de bodas, la Iglesia
entera es tu banquete nupcial" (Himnos sobre la fe, 14, 4-5: o.c., p. 27).

!)
Mircoles 3 de diciembre de 2003

Las maravillas del xodo de Egipto


1. El canto alegre y triunfal que acabamos de proclamar evoca el xodo de
Israel de la opresin de los egipcios. El salmo 113A forma parte de la
coleccin que la tradicin juda ha llamado el "Hallel egipcio". Se trata de
los salmos 112-117, una especie de fascculo de cantos, usados sobre todo
en la liturgia juda de la Pascua.
El cristianismo asumi el salmo 113A con la misma connotacin pascual,
pero abrindolo a la nueva lectura que deriva de la resurreccin de Cristo.
Por eso, el xodo que celebra el salmo se convierte en figura de otra
liberacin ms radical y universal. Dante, en la Divina Comedia, pone este
himno, segn la versin latina de la Vulgata, en labios de las almas del
Purgatorio: "In exitu Israel de Aegypto / cantaban todos juntos a una voz..."
(Purgatorio II, 46-47). O sea, ve en el salmo el canto de la espera y de la
esperanza de quienes, despus de la purificacin de todo pecado, se orientan
hacia la meta ltima de la comunin con Dios en el paraso.
2. Sigamos ahora la trama temtica y espiritual de esta breve composicin
orante. Al inicio (cf. vv. 1-2) se evoca el xodo de Israel desde la opresin
egipcia hasta el ingreso en la tierra prometida, que es el "santuario" de Dios,
o sea, el lugar de su presencia en medio del pueblo. Ms an, la tierra y el
pueblo se funden: Jud e Israel, trminos con los que se designaba tanto la
tierra santa como el pueblo elegido, se consideran como sede de la
presencia del Seor, su propiedad y heredad especial (cf. Ex 19, 5-6).
Despus de esta descripcin teolgica de uno de los elementos de fe
fundamentales del Antiguo Testamento, es decir, la proclamacin de las
maravillas de Dios en favor de su pueblo, el salmista profundiza espiritual
y simblicamente en los acontecimientos que las constituyen.
3. El Mar Rojo del xodo de Egipto y el Jordn del ingreso en la Tierra
santa estn personificados y transformados en testigos e instrumentos que
participan en la liberacin realizada por el Seor (cf. Sal 113A, 3. 5).

Al inicio, en el xodo, el mar se retira para permitir que Israel pase y, al


final de la marcha por el desierto, el Jordn remonta su curso, dejando seco
su lecho para permitir que pase la procesin de los hijos de Israel (cf. Jos 34). En el centro, se evoca la experiencia del Sina: ahora son los montes los
que participan en la gran revelacin divina, que se realiza en sus cimas.
Semejantes a criaturas vivas, como los carneros y los corderos, saltan de
gozo. Con una vivsima personificacin, el salmista pregunta entonces a los
montes y las colinas cul es el motivo de su conmocin: "Por qu
vosotros, montes, saltis como carneros, y vosotras, colinas, como
corderos?" (Sal 113A, 6).
No se refiere su respuesta; se da indirectamente por medio de una orden
dirigida en seguida a la tierra: "Tiembla, tierra, ante la faz del Seor" (v. 7).
La conmocin de los montes y las colinas era, por consiguiente, un
estremecimiento de adoracin ante el Seor, Dios de Israel, un acto de
exaltacin gloriosa del Dios trascendente y salvador.
4. Este es el tema de la parte final del salmo 113A (cf. vv. 7-8), que
introduce otro acontecimiento significativo de la marcha de Israel por el
desierto, el del agua que brot de la roca de Merib (cf. Ex 17, 1-7; Nm 20,
1-13). Dios transforma la roca en una fuente de agua, que llega a formar un
lago: en la raz de este prodigio se encuentra su solicitud paterna con
respecto a su pueblo.
El gesto asume, entonces, un significado simblico: es el signo del amor
salvfico del Seor, que sostiene y regenera a la humanidad mientras avanza
por el desierto de la historia.
Como es sabido, san Pablo utilizar tambin esta imagen y, sobre la base de
una tradicin juda segn la cual la roca acompaaba a Israel en su itinerario
por el desierto, interpretar el acontecimiento en clave cristolgica: "Todos
bebieron la misma bebida espiritual, pues beban de la roca espiritual que
les segua; y la roca era Cristo" (1 Co 10, 4).
5. En esta misma lnea, un gran maestro cristiano, Orgenes, comentando la
salida del pueblo de Israel de Egipto, piensa en el nuevo xodo realizado
por los cristianos. En efecto, dice as: "No pensis que slo entonces
Moiss sac de Egipto al pueblo; tambin ahora el Moiss que tenemos con
nosotros..., es decir, la ley de Dios, quiere sacarte de Egipto; si la escuchas,
quiere alejarte del faran... No quiere que permanezcas en las obras
tenebrosas de la carne, sino que salgas al desierto, que llegues al lugar
donde ya no existen las turbaciones y fluctuaciones del mundo, que llegues
a la paz y el silencio... As, cuando hayas llegado a ese lugar de paz, podrs
hacer ofrendas al Seor, podrs reconocer la ley de Dios y el poder de la
voz divina" (Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 71-72).
Usando la imagen paulina que evoca la travesa del Mar Rojo, Orgenes
prosigue: "El Apstol llama a esto un bautismo, realizado en Moiss en la
nube y en el mar, para que tambin t, que fuiste bautizado en Cristo, en el
agua y en el Espritu Santo, sepas que los egipcios te estn persiguiendo y

,,

quieren ponerte a su servicio, es decir, al servicio de los seores de este


mundo y de los espritus del mal, de los que antes fuiste esclavo. Estos,
ciertamente, tratarn de perseguirte, pero t baja al agua y saldrs inclume;
y, despus de lavar las manchas de los pecados, sube como hombre nuevo
dispuesto a cantar el cntico nuevo" (ib., p. 107).

Mircoles 26 de noviembre de 2003

El Mesas, rey y sacerdote


1. Hemos escuchado uno de los salmos ms clebres de la historia de la
cristiandad. En efecto, el salmo 109, que la liturgia de las Vsperas nos
propone cada domingo, se cita repetidamente en el Nuevo Testamento.
Sobre todo los versculos 1 y 4 se aplican a Cristo, siguiendo la antigua
tradicin juda, que haba transformado este himno de canto real davdico en
salmo mesinico.
La popularidad de esta oracin se debe tambin al uso constante que se hace
de ella en las Vsperas del domingo. Por este motivo, el salmo 109, en la
versin latina de la Vulgata, ha sido objeto de numerosas y esplndidas
composiciones musicales que han jalonado la historia de la cultura
occidental. La liturgia, segn la prctica elegida por el concilio Vaticano II,
ha recortado del texto original hebreo del salmo, que entre otras cosas tiene
slo 63 palabras, el violento versculo 6. Subraya la tonalidad de los as
llamados "salmos imprecatorios" y describe al rey judo mientras avanza en
una especie de campaa militar, aplastando a sus adversarios y juzgando a
las naciones.
2. Dado que tendremos ocasin de volver otras veces a este salmo,
considerando el uso que hace de l la liturgia, nos limitaremos ahora a
ofrecer slo una visin de conjunto.
Podemos distinguir claramente en l dos partes. La primera (cf. vv. 1-3)
contiene un orculo dirigido por Dios a aquel que el salmista llama "mi
Seor", es decir, el soberano de Jerusaln. El orculo proclama la
entronizacin del descendiente de David "a la derecha" de Dios. En efecto,
el Seor se dirige a l, diciendo: "Sintate a mi derecha" (v. 1).
Verosmilmente, se menciona aqu un ritual segn el cual se haca sentar al
elegido a la derecha del arca de la alianza, de modo que recibiera el poder
de gobierno del rey supremo de Israel, o sea, del Seor.
3. En el ambiente se intuyen fuerzas hostiles, neutralizadas, sin embargo,
por una conquista victoriosa: se representa a los enemigos a los pies del

,0

soberano, que camina solemnemente en medio de ellos, sosteniendo el cetro


de su autoridad (cf. vv. 1-2). Ciertamente, es el reflejo de una situacin
poltica concreta, que se verificaba en los momentos de paso del poder de
un rey a otro, con la rebelin de algunos sbditos o con intentos de
conquista. Ahora, en cambio, el texto alude a un contraste de ndole general
entre el proyecto de Dios, que obra a travs de su elegido, y los designios de
quienes querran afirmar su poder hostil y prevaricador. Por tanto, se da el
eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, que se desarrolla en los
acontecimientos histricos, mediante los cuales Dios se manifiesta y nos
habla.
4. La segunda parte del salmo, en cambio, contiene un orculo sacerdotal,
cuyo protagonista sigue siendo el rey davdico (cf. vv. 4-7). La dignidad
real, garantizada por un solemne juramento divino, une en s tambin la
sacerdotal. La referencia a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, es decir,
de la antigua Jerusaln (cf. Gn 14), es quiz un modo de justificar el
sacerdocio particular del rey junto al sacerdocio oficial levtico del templo
de Sin. Adems, es sabido que la carta a los Hebreos partir precisamente
de este orculo: "T eres sacerdote eterno segn el rito de Melquisedec"
(Sal 109, 4), para ilustrar el particular y perfecto sacerdocio de Jesucristo.
Examinaremos posteriormente ms a fondo el salmo 109, realizando un
anlisis esmerado de cada uno de sus versculos.
5. Como conclusin, sin embargo, quisiramos releer el versculo inicial del
salmo con el orculo divino: "Sintate a mi derecha, y har de tus enemigos
estrado de tus pies". Y lo haremos con san Mximo de Turn (siglo IV-V),
quien en su Sermn sobre Pentecosts lo comenta as: "Segn nuestra
costumbre, la participacin en el trono se ofrece a aquel que, realizada una
empresa, llegando vencedor merece sentarse como signo de honor. As
pues, tambin el hombre Jesucristo, venciendo con su pasin al diablo,
abriendo de par en par con su resurreccin el reino de la muerte, llegando
victorioso al cielo como despus de haber realizado una empresa, escucha
de Dios Padre esta invitacin: "Sintate a mi derecha". No debemos
maravillarnos de que el Padre ofrezca la participacin del trono al Hijo, que
por naturaleza es de la misma sustancia del Padre...
El Hijo est sentado a la derecha porque, segn el Evangelio, a la derecha
estarn las ovejas, mientras que a la izquierda estarn los cabritos. Por tanto,
es necesario que el primer Cordero ocupe la parte de las ovejas y la Cabeza
inmaculada tome posesin anticipadamente del lugar destinado a la grey
inmaculada que lo seguir" (40, 2: Scriptores circa Ambrosium, IV, MilnRoma 1991, p. 195).

0.
Mircoles 19 de noviembre de 2003

,$

Cristo, siervo de Dios


1. La liturgia de las Vsperas incluye, adems de los salmos, algunos
cnticos bblicos. El que se acaba de proclamar es, ciertamente, uno de los
ms significativos y de los que encierran mayor densidad teolgica. Se trata
de un himno insertado en el captulo segundo de la carta de san Pablo a los
cristianos de Filipos, la ciudad griega que fue la primera etapa del anuncio
misionero del Apstol en Europa. Se suele considerar que este cntico es
una expresin de la liturgia cristiana de los orgenes, y para nuestra
generacin es una alegra poderse asociar, despus de dos milenios, a la
oracin de la Iglesia apostlica.
Este cntico revela una doble trayectoria vertical, un movimiento, primero
en descenso y, luego, en ascenso. En efecto, por un lado, est el abajamiento
humillante del Hijo de Dios cuando, en la Encarnacin, se hace hombre por
amor a los hombres. Cae en la knosis, es decir, en el "vaciamiento" de su
gloria divina, llevado hasta la muerte en cruz, el suplicio de los esclavos,
que lo ha convertido en el ltimo de los hombres, hacindolo autntico
hermano de la humanidad sufriente, pecadora y repudiada.
2. Por otro lado, est la elevacin triunfal, que se realiza en la Pascua,
cuando Cristo es restablecido por el Padre en el esplendor de la divinidad y
es celebrado como Seor por todo el cosmos y por todos los hombres ya
redimidos. Nos encontramos ante una grandiosa relectura del misterio de
Cristo, sobre todo del Cristo pascual. San Pablo, adems de proclamar la
resurreccin (cf. 1 Co 15, 3-5), recurre tambin a la definicin de la
Pascua de Cristo como "exaltacin", "elevacin" y "glorificacin".
As pues, desde el horizonte luminoso de la trascendencia divina, el Hijo de
Dios cruz la distancia infinita que existe entre el Creador y la criatura. No
hizo alarde "de su categora de Dios", que le corresponde por naturaleza y
no por usurpacin: no quiso conservar celosamente esa prerrogativa como
un tesoro ni usarla en beneficio propio. Antes bien, Cristo "se despoj", "se
rebaj", tomando la condicin de esclavo, pobre, dbil, destinado a la
muerte infamante de la crucifixin. Precisamente de esta suprema
humillacin parte el gran movimiento de elevacin descrito en la segunda
parte del himno paulino (cf. Flp 2, 9-11).
3. Dios, ahora, "exalta" a su Hijo concedindole un "nombre" glorioso, que,
en el lenguaje bblico, indica la persona misma y su dignidad. Pues bien,
este "nombre" es Kyrios, "Seor", el nombre sagrado del Dios bblico,
aplicado ahora a Cristo resucitado. Este nombre pone en actitud de
adoracin a todo el universo, descrito segn la divisin tripartita: el cielo,
la tierra y el abismo.
De este modo, el Cristo glorioso se presenta, al final del himno, como el
Pantokrtor, es decir, el Seor omnipotente que destaca triunfante en los

bsides de las baslicas paleocristianas y bizantinas. Lleva an los signos de


la pasin, o sea, de su verdadera humanidad, pero ahora se manifiesta en el
esplendor de su divinidad. Cristo, cercano a nosotros en el sufrimiento y en
la muerte, ahora nos atrae hacia s en la gloria, bendicindonos y
hacindonos partcipes de su eternidad.
4. Concluyamos nuestra reflexin sobre el himno paulino con palabras de
san Ambrosio, que a menudo utiliza la imagen de Cristo que "se despoj de
su rango", humillndose y anonadndose (exinanivit semetipsum) en la
encarnacin y en la ofrenda de s mismo en la cruz.
En particular, en el Comentario al salmo 118, el obispo de Miln
afirma: "Cristo, colgado del rbol de la cruz... fue herido con la lanza, y de
su costado brot sangre y agua, ms dulces que cualquier ungento, vctima
agradable a Dios, que difunde por todo el mundo el perfume de la
santificacin... Entonces Jess, atravesado, esparci el perfume del perdn
de los pecados y de la redencin. En efecto, siendo el Verbo, al hacerse
hombre se rebaj; siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su
miseria (cf. 2 Co 8, 9); era poderoso, y se mostr tan dbil, que Herodes lo
despreciaba y se burlaba de l; tena poder para sacudir la tierra, y estaba
atado a aquel rbol; envolva el cielo en tinieblas, pona en cruz al mundo,
pero estaba clavado en la cruz; inclinaba la cabeza, y de ella sala el Verbo;
se haba anonadado, pero lo llenaba todo. Descendi Dios, ascendi el
hombre; el Verbo se hizo carne, para que la carne pudiera reivindicar para s
el trono del Verbo a la diestra de Dios; todo l era una llaga, pero de esa
llaga sala ungento; pareca innoble, pero en l se reconoca a Dios" (III, 8,
SAEMO IX, Miln-Roma 1987, pp. 131-133).

Mircoles 12 de noviembre de 2003

"T eres mi refugio"


1. La tarde del da 3 de octubre de 1226, san Francisco de Ass, a punto de
morir, rez como ltima oracin precisamente el salmo 141, que acabamos
de escuchar. San Buenaventura recuerda que san Francisco "prorrumpi en
la exclamacin del salmo: "A voz en grito, clamo al Seor; a voz en grito
suplico al Seor" y lo rez hasta el versculo final: "Me rodearn los justos,
cuando me devuelvas tu favor"" (Leyenda mayor, XIV, 5: Fuentes
Franciscanas, Padua-Ass, 1980, p. 958).
Este salmo es una splica intensa, marcada por una serie de verbos de
imploracin dirigidos al Seor: "clamo al Seor", "suplico al Seor",
"desahogo ante l mis afanes", "expongo ante l mi angustia" (vv. 2-3). La

,-

parte central del salmo est profundamente impregnada de confianza en


Dios, que no queda indiferente ante el sufrimiento del fiel (cf. vv. 4-8). Con
esta actitud san Francisco afront la muerte.
2. A Dios se le interpela hablndole de "t", como a una persona que da
seguridad: "T eres mi refugio" (v. 6). "T conoces mis senderos", es decir,
el itinerario de mi vida, un itinerario marcado por la opcin en favor de la
justicia. Sin embargo, por esa senda los impos le han tendido una trampa
(cf. v. 4): es la imagen tpica tomada del ambiente de caza; se usa
frecuentemente en las splicas de los salmos para indicar los peligros y las
asechanzas a los que est sometido el justo.
Ante ese peligro, el salmista lanza en cierto modo una seal de alarma para
que Dios vea su situacin e intervenga: "Mira a la derecha, fjate" (v. 5).
Ahora bien, en la tradicin oriental, a la derecha de una persona estaba el
defensor o el testigo favorable durante un proceso, y, en caso de guerra, el
guardaespaldas. As pues, el fiel se siente solo y abandonado: "Nadie me
hace caso". Por eso, expresa una constatacin angustiosa: "No tengo a
dnde huir; nadie mira por mi vida" (v. 5).
3. Inmediatamente despus, un grito pone de manifiesto la esperanza que
alberga el corazn del orante. Ya la nica proteccin y la nica cercana
eficaz es la de Dios: "T eres mi refugio y mi lote en el pas de la vida" (v.
6). En el lenguaje bblico, el "lote" o "porcin" es el don de la tierra
prometida, signo del amor divino con respecto a su pueblo. El Seor queda
ya como el fundamento ltimo, y nico, en el que puede basarse, la nica
posibilidad de vida, la esperanza suprema.
El salmista lo invoca con insistencia, porque est "agotado" (v. 7). Le
suplica que intervenga para romper las cadenas de su crcel de soledad y
hostilidad (cf. v. 8), y lo saque del abismo de la prueba.
4. Como en otros salmos de splica, la perspectiva final es una accin de
gracias, que ofrecer a Dios despus de ser escuchado: "Scame de la
prisin, y dar gracias a tu nombre" (v. 8). Cuando sea salvado, el fiel se ir
a dar gracias al Seor en medio de la asamblea litrgica (cf. ib.). Lo
rodearn los justos, que considerarn la salvacin de su hermano como un
don hecho tambin a ellos.
Este clima debera reinar tambin en las celebraciones cristianas. El dolor
de una persona debe encontrar eco en el corazn de todos; del mismo modo,
toda la comunidad orante debe vivir la alegra de cada uno: "Ved: qu
dulzura, qu delicia, convivir los hermanos unidos" (Sal 132, 1). Y el Seor
Jess dijo: "Donde estn dos o tres reunidos en mi nombre, all estoy yo en
medio de ellos" (Mt 18, 20).
5. La tradicin cristiana ha aplicado el salmo 141 a Cristo perseguido y
sufriente. Desde esta perspectiva, la meta luminosa de la splica del salmo
se transfigura en un signo pascual, sobre la base del desenlace glorioso de la

0#

vida de Cristo y de nuestro destino de resurreccin con l. Lo afirma san


Hilario de Poitiers, famoso doctor de la Iglesia del siglo IV, en su Tratado
sobre los salmos.
Comenta la traduccin latina del ltimo versculo de este salmo, la cual
habla de recompensa para el orante y de espera de los justos: "Me expectant
iusti, donec retribuas mihi". San Hilario explica: "El Apstol nos ensea
cul es la recompensa que ha dado el Padre a Cristo: "Dios lo exalt y le
otorg el Nombre que est sobre todo nombre. Para que, al nombre de
Jess, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda
lengua confiese que Cristo Jess es Seor para gloria de Dios Padre" (Flp 2,
9-11). Esta es la recompensa: al cuerpo, que asumi, se le concede la
eternidad de la gloria del Padre. El mismo Apstol nos ensea qu es la
espera de los justos, diciendo: "Nosotros somos ciudadanos del cielo, de
donde esperamos como Salvador al Seor Jesucristo, el cual transfigurar
este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3,
20-21). En efecto, los justos lo esperan para que los recompense,
transfigurndolos como su cuerpo glorioso, que es bendito por los siglos de
los siglos. Amn" (PL 9, 833-837).

#
Mircoles 5 de noviembre de 2003

Oracin en el peligro
1. En las anteriores catequesis hemos contemplado en su conjunto la
estructura y el valor de la Liturgia de las Vsperas, la gran oracin eclesial
de la tarde. Ahora queremos adentrarnos en ella. Ser como realizar una
peregrinacin a esa especie de "tierra santa", que constituyen los salmos y
los cnticos. Iremos reflexionando sucesivamente sobre cada una de esas
oraciones poticas, que Dios ha sellado con su inspiracin. Son las
invocaciones que el Seor mismo desea que se le dirijan. Por eso, le gusta
escucharlas, sintiendo vibrar en ellas el corazn de sus hijos amados.
Comenzaremos con el salmo 140, con el cual se inician las Vsperas
dominicales de la primera de las cuatro semanas en las que, despus del
Concilio, se ha articulado la plegaria vespertina de la Iglesia.
2. "Suba mi oracin como incienso en tu presencia; el alzar de mis manos
como ofrenda de la tarde". El versculo 2 de este salmo se puede considerar
como el signo distintivo de todo el canto y la evidente justificacin de que
haya sido situado dentro de la Liturgia de las Vsperas. La idea expresada
refleja el espritu de la teologa proftica, que une ntimamente el culto con

la vida, la oracin con la existencia.


La misma plegaria, hecha con corazn puro y sincero, se convierte en
sacrificio ofrecido a Dios. Todo el ser de la persona que ora se transforma
en una ofrenda de sacrificio, como sugerir ms tarde san Pablo cuando
invitar a los cristianos a ofrecer su cuerpo como vctima viva, santa,
agradable a Dios: este es el sacrificio espiritual que le complace (cf. Rm 12,
1).
Las manos elevadas en la oracin son un puente de comunicacin con Dios,
como lo es el humo que sube como suave olor de la vctima durante el rito
del sacrificio vespertino.
3. El salmo prosigue con un tono de splica, transmitido a nosotros por un
texto que en el original hebreo presenta numerosas dificultades y
oscuridades para su interpretacin (sobre todo en los versculos 4-7).
En cualquier caso, el sentido general se puede identificar y transformar en
meditacin y oracin. Ante todo, el orante suplica al Seor que impida que
sus labios (cf. v. 3) y los sentimientos de su corazn se vean atrados y
arrastrados por el mal y lo impulsen a realizar "acciones malas" (cf. v. 4).
En efecto, las palabras y las obras son expresin de la opcin moral de la
persona. Es fcil que el mal ejerza una atraccin tan grande que lleve
incluso al fiel a gustar los "manjares deliciosos" que pueden ofrecer los
pecadores, al sentarse a su mesa, es decir, participando en sus malas
acciones.
El salmo adquiere casi el matiz de un examen de conciencia, al que sigue el
compromiso de escoger siempre los caminos de Dios.
4. Con todo, al llegar a este punto, el orante siente un estremecimiento que
lo impulsa a una apasionada declaracin de rechazo de cualquier
complicidad con el impo: no quiere en absoluto ser husped del impo, ni
permitir que el ungento perfumado reservado a los comensales importantes
(cf. Sal 22, 5) atestige una connivencia con los que obran el mal (cf. Sal
140, 5). Para expresar con ms vehemencia su radical alejamiento del
malvado, el salmista lo condena con indignacin utilizando unas imgenes
muy vivas de juicio vehemente.
Se trata de una de las imprecaciones tpicas del Salterio (cf. Sal 57 y 108),
que tienen como finalidad afirmar de modo plstico e incluso pintoresco la
oposicin al mal, la opcin del bien y la certeza de que Dios interviene en la
historia con su juicio de severa condena de la injusticia (cf. vv. 6-7).
5. El salmo concluye con una ltima invocacin confiada (cf. vv. 8-9): es
un canto de fe, de gratitud y de alegra, con la certeza de que el fiel no se
ver implicado en el odio que los malvados le reservan y no caer en la
trampa que le tienden, despus de constatar su firme opcin por el bien. As,
el justo podr superar indemne cualquier engao, como se dice en otro

salmo: "Hemos salvado la vida como un pjaro de la trampa del cazador; la


trampa se rompi y escapamos" (Sal 123, 7).
Concluyamos nuestra lectura del salmo 140 volviendo a la imagen inicial, la
de la plegaria vespertina como sacrificio agradable a Dios. Un gran maestro
espiritual que vivi entre los siglos IV y V, Juan Casiano, el cual, aunque
proceda de Oriente, pas en la Galia meridional la ltima parte de su vida,
relea esas palabras en clave cristolgica: "En efecto, en ellas se puede
captar ms espiritualmente una alusin al sacrificio vespertino, realizado
por el Seor y Salvador durante su ltima cena y entregado a los Apstoles,
cuando dio inicio a los santos misterios de la Iglesia, o (se puede captar una
alusin) a aquel mismo sacrificio que l, al da siguiente, ofreci por la
tarde, en s mismo, con la elevacin de sus manos, sacrificio que se
prolongar hasta el final de los siglos para la salvacin del mundo entero"
(Le istituzioni cenobitiche, Abada de Praglia, Padua 1989, p. 92).

+
Mircoles 1 de octubre de 2003

El cntico del Benedictus


1. Habiendo llegado al final del largo itinerario de los salmos y de los
cnticos de la liturgia de Laudes, queremos detenernos en la oracin que,
cada maana, marca el momento orante de la alabanza. Se trata del
Benedictus, el cntico entonado por el padre de san Juan Bautista, Zacaras,
cuando el nacimiento de ese hijo cambi su vida, disipando la duda por la
que se haba quedado mudo, un castigo significativo por su falta de fe y de
alabanza.
Ahora, en cambio, Zacaras puede celebrar a Dios que salva, y lo hace con
este himno, recogido por el evangelista san Lucas en una forma que
ciertamente refleja su uso litrgico en el seno de la comunidad cristiana de
los orgenes (cf. Lc 1, 68-79).
El mismo evangelista lo define como un canto proftico, surgido del soplo
del Espritu Santo (cf. Lc 1, 67). En efecto, nos hallamos ante una bendicin
que proclama las acciones salvficas y la liberacin ofrecida por el Seor a
su pueblo. Es, pues, una lectura "proftica" de la historia, o sea, el
descubrimiento del sentido ntimo y profundo de todos los acontecimientos
humanos, guiados por la mano oculta pero operante del Seor, que se
entrelaza con la ms dbil e incierta del hombre.
2. El texto es solemne y, en el original griego, se compone de slo dos
frases (cf. vv. 68-75; 76-79). Despus de la introduccin, caracterizada por

0!

la bendicin de alabanza, podemos identificar en el cuerpo del cntico como


tres estrofas, que exaltan otros tantos temas, destinados a articular toda la
historia de la salvacin: la alianza con David (cf. vv. 68-71), la alianza con
Abraham (cf. vv. 72-76), y el Bautista, que nos introduce en la nueva
alianza en Cristo (cf. vv. 76-79). En efecto, toda la oracin tiende hacia la
meta que David y Abraham sealan con su presencia.
El pice es precisamente una frase casi conclusiva: "Nos visitar el sol que
nace de lo alto" (v. 78). La expresin, a primera vista paradjica porque une
"lo alto" con el "nacer", es, en realidad, significativa.
3. En efecto, en el original griego el "sol que nace" es anatol, un vocablo
que significa tanto la luz solar que brilla en nuestro planeta como el germen
que brota. En la tradicin bblica ambas imgenes tienen un valor
mesinico.
Por un lado, Isaas, hablando del Emmanuel, nos recuerda que "el pueblo
que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras,
y una luz les brill" (Is 9, 1). Por otro lado, refirindose tambin al rey
Emmanuel, lo representa como el "renuevo que brotar del tronco de Jes",
es decir, de la dinasta davdica, un vstago sobre el que se posar el
Espritu de Dios (cf. Is 11, 1-2).
Por tanto, con Cristo aparece la luz que ilumina a toda criatura (cf. Jn 1, 9)
y florece la vida, como dir el evangelista san Juan uniendo precisamente
estas dos realidades: "En l estaba la vida y la vida era la luz de los
hombres" (Jn 1, 4).
4. La humanidad, que est envuelta "en tinieblas y sombras de muerte", es
iluminada por este resplandor de revelacin (cf. Lc 1, 79). Como haba
anunciado el profeta Malaquas, "a los que honran mi nombre los iluminar
un sol de justicia que lleva la salud en sus rayos" (Ml 3, 20). Este sol "guiar
nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc 1, 79).
Por tanto, nos movemos teniendo como punto de referencia esa luz; y
nuestros pasos inciertos, que durante el da a menudo se desvan por
senderos oscuros y resbaladizos, estn sostenidos por la claridad de la
verdad que Cristo difunde en el mundo y en la historia.
Ahora damos la palabra a un maestro de la Iglesia, a uno de sus doctores, el
britnico Beda el Venerable (siglo VII-VIII), que en su Homila para el
nacimiento de san Juan Bautista, comentaba el Cntico de Zacaras
as: "El Seor (...) nos ha visitado como un mdico a los enfermos, porque
para sanar la arraigada enfermedad de nuestra soberbia, nos ha dado el
nuevo ejemplo de su humildad; ha redimido a su pueblo, porque nos ha
liberado al precio de su sangre a nosotros, que nos habamos convertido en
siervos del pecado y en esclavos del antiguo enemigo. (...) Cristo nos ha
encontrado mientras yacamos "en tinieblas y sombras de muerte", es decir,

oprimidos por la larga ceguera del pecado y de la ignorancia. (...) Nos ha


trado la verdadera luz de su conocimiento y, habiendo disipado las tinieblas
del error, nos ha mostrado el camino seguro hacia la patria celestial. Ha
dirigido los pasos de nuestras obras para hacernos caminar por la senda de
la verdad, que nos ha mostrado, y para hacernos entrar en la morada de la
paz eterna, que nos ha prometido".
5. Por ltimo, citando otros textos bblicos, Beda el Venerable conclua as,
dando gracias por los dones recibidos: "Dado que poseemos estos dones
de la bondad eterna, amadsimos hermanos, (...) bendigamos tambin
nosotros al Seor en todo tiempo (cf. Sal 33, 2), porque "ha visitado y
redimido a su pueblo". Que en nuestros labios est siempre su alabanza,
conservemos su recuerdo y, por nuestra parte, proclamemos la virtud de
aquel que "nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2, 9).
Pidamos continuamente su ayuda, para que conserve en nosotros la luz del
conocimiento que nos ha trado, y nos gue hasta el da de la perfeccin"
(Omelie sul Vangelo, Roma 1990, pp. 464-465).

Mircoles 24 de septiembre de 2003

La audiencia general del mircoles 24 de septiembre se celebr en la sala


Pablo VI a las diez y media de la maana. En nombre de Su Santidad
presidi la audiencia el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, el
cual introdujo el encuentro con estas palabras:
Venerados hermanos en el episcopado;
hermanos y hermanas en el Seor:
A causa de una indisposicin, el Santo Padre no podr estar presente en esta
audiencia general. Juntos vamos a orar por l, confiando en que se recupere
pronto. Por su parte, el Papa desea asegurar que nos est siguiendo mediante
la televisin, y, al terminar este encuentro, se conectar con nosotros para
dirigirnos unas palabras. Desde ahora le damos las gracias.
Ahora, por encargo suyo, voy a leer el texto que haba preparado para este
encuentro, comentando el salmo 8, que ensalza la grandeza del Seor y la
dignidad del hombre. He aqu el texto de la catequesis del Papa.

Majestad del Seor y dignidad del hombre

0,

1. Con la meditacin del salmo 8, un admirable himno de alabanza,


llegamos a la conclusin de nuestro largo itinerario a travs de los salmos y
cnticos que constituyen el alma orante de la Liturgia de Laudes. Durante
estas catequesis, nuestra reflexin se ha centrado en 84 oraciones bblicas,
de las cuales hemos tratado de poner de relieve sobre todo su intensidad
espiritual, sin descuidar su belleza potica.
En efecto, la Biblia nos invita a iniciar el camino de nuestra jornada con un
canto que no slo proclame las maravillas obradas por Dios y nuestra
respuesta de fe, sino que adems las celebre "con arte" (cf. Sal 46, 8), es
decir, de modo hermoso, luminoso, dulce y fuerte a la vez.
Esplndido entre todos es el salmo 8, en el que el hombre, inmerso en un
fondo nocturno, cuando en la inmensidad del cielo brillan la luna y las
estrellas (cf. v. 4), se siente como un granito en el infinito y en los espacios
ilimitados que lo superan.
2. En efecto, en el salmo 8 se refleja una doble experiencia. Por una parte, la
persona humana se siente atnita ante la grandiosidad de la creacin, "obra
de los dedos" divinos. Esa curiosa expresin sustituye la "obra de las
manos" de Dios (cf. v. 7), como para indicar que el Creador ha trazado un
plan o ha elaborado un bordado con los astros esplendorosos, situados en la
inmensidad del cosmos.
Sin embargo, por otra parte, Dios se inclina hacia el hombre y lo corona
como su virrey: "Lo coronaste de gloria y dignidad" (v. 6). Ms an, a esta
criatura tan frgil le encomienda todo el universo, para que lo conozca y
halle en l el sustento de su vida (cf. vv. 7-9).
El horizonte de la soberana del hombre sobre las dems criaturas se
especifica casi evocando la pgina inicial del Gnesis: rebaos de ovejas y
toros, bestias del campo, aves del cielo y peces del mar son encomendados
al hombre para que, ponindoles el nombre (cf. Gn 2, 19-20), descubra su
realidad profunda, la respete y la transforme mediante el trabajo, de forma
que sea para l fuente de belleza y de vida. El salmo nos impulsa a tomar
conciencia de nuestra grandeza, pero tambin de nuestra responsabilidad
con respecto a la creacin (cf. Sb 9, 3).
3. El autor de la carta a los Hebreos, al releer el salmo 8, descubri en l
una visin ms profunda del plan de Dios con respecto al hombre. La
vocacin del hombre no se puede limitar al actual mundo terreno. Cuando el
salmista afirma que Dios lo someti todo bajo los pies del hombre, quiere
decir que le quiere someter tambin "el mundo futuro" (Hb 2, 5), "un reino
inconmovible" (Hb 12, 28). En definitiva, la vocacin del hombre es una
"vocacin celestial" (Hb 3, 1). Dios quiere "llevar a la gloria" celestial a
"muchos hijos" (Hb 2, 10). Para que se cumpliera este designio divino, era
necesario que la vida fuera trazada por un "pionero" (cf. Hb 2, 10), en el que
la vocacin del hombre encontrara su primera realizacin perfecta. Ese

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pionero es Cristo.
El autor de la carta a los Hebreos observ, al respecto, que las expresiones
del salmo se aplican a Cristo de modo privilegiado, es decir, de un modo
ms preciso que a los dems hombres. En efecto, el salmista utiliza el verbo
"abajar", diciendo a Dios: "Abajaste al hombre un poco con respecto a los
ngeles, lo coronaste de gloria y dignidad" (Sal 8, 6; Hb 2, 7). Para los
hombres en general este verbo es impropio, pues no han sido "abajados"
con respecto a los ngeles, ya que nunca se han encontrado por encima de
ellos. En cambio, para Cristo el verbo es exacto, porque, en cuanto Hijo de
Dios, se encontraba por encima de los ngeles y fue abajado cuando se hizo
hombre, pero luego fue coronado de gloria en su resurreccin. As Cristo
cumpli plenamente la vocacin del hombre y la cumpli, precisa el autor,
"para bien de todos" (Hb 2, 9).
4. A esta luz, san Ambrosio comenta el salmo y lo aplica a nosotros. Toma
como punto de partida la frase en donde se describe la "coronacin" del
hombre: "Lo coronaste de gloria y dignidad" (v. 6). Sin embargo, en
aquella gloria ve el premio que el Seor nos reserva para cuando hayamos
superado la prueba de la tentacin.
He aqu las palabras del gran Padre de la Iglesia en su Exposicin del
evangelio segn san Lucas: "El Seor coron a su hijo predilecto tambin
de gloria y dignidad. El mismo Dios que desea conceder coronas,
proporciona las tentaciones; por eso, has de saber que, cuando eres tentado,
se te prepara una corona. Si se eliminan las pruebas de los mrtires, se
eliminan tambin sus coronas; si se eliminan sus suplicios, se elimina
tambin su bienaventuranza" (IV, 41: SAEMO 12, pp. 330-333).
Dios nos tiene preparada la "corona de la justicia" (2 Tm 4, 8), con la que
recompensar nuestra fidelidad a l, mantenida incluso en el tiempo de la
tempestad, que agita nuestro corazn y nuestra mente. Pero l est atento,
en todo tiempo, a su criatura predilecta y quisiera que en ella resplandeciera
siempre la "imagen" divina (cf. Gn 1, 26), para que sepa ser en el mundo
signo de armona, de luz y de paz.

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Mircoles 10 de septiembre de 2003

Dios renovar a su pueblo


1. El cntico que acaba de resonar en nuestros odos y en nuestro corazn
fue compuesto por uno de los profetas mayores de Israel. Se trata de
Ezequiel, testigo de una de las pocas ms trgicas que vivi el pueblo

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judo: la de la cada del reino de Jud y de su capital, Jerusaln, a la que


sigui el amargo destierro en Babilonia (siglo VI a.C.). Del captulo 36 de
Ezequiel est tomado el pasaje que entr a formar parte de la oracin
cristiana de Laudes.
El contexto de esta pgina, transformada en himno por la liturgia, quiere
captar el sentido profundo de la tragedia que vivi el pueblo en aquellos
aos. El pecado de idolatra haba contaminado la tierra que el Seor dio en
herencia a Israel. Ese pecado, ms que otras causas, es responsable, en
definitiva, de la prdida de la patria y de la dispersin entre las naciones. En
efecto, Dios no es indiferente ante el bien y el mal; entra misteriosamente en
escena en la historia de la humanidad con su juicio que, antes o despus,
desenmascara el mal, defiende a las vctimas y seala la senda de la justicia.
2. Pero la meta de la accin de Dios nunca es la ruina, la mera condena, el
aniquilamiento del pecador. El mismo profeta Ezequiel refiere estas
palabras divinas: "Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no
ms bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) Yo no me
complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere. Convertos y viviris" (Ez
18, 23. 32). A la luz de esas palabras se logra comprender el significado de
nuestro cntico, lleno de esperanza y salvacin.
Despus de la purificacin mediante la prueba y el sufrimiento, est a punto
de surgir el alba de una nueva era, que ya haba anunciado el profeta
Jeremas cuando habl de una "nueva alianza" entre el Seor e Israel (cf. Jr
31, 31-34). El mismo Ezequiel, en el captulo 11 de su libro proftico, haba
proclamado estas palabras divinas: "Yo les dar un corazn nuevo y pondr
en ellos un espritu nuevo: quitar de su carne el corazn de piedra y les
dar un corazn de carne, para que caminen segn mis preceptos, observen
mis normas y las pongan en prctica, y as sean mi pueblo y yo sea su Dios"
(Ez 11, 19-20).
En nuestro cntico (cf. Ez 36, 24-28), el profeta repite ese orculo y lo
completa con una precisin estupenda: el "espritu nuevo" que Dios dar a
los hijos de su pueblo ser su Espritu, el Espritu de Dios mismo (cf. v. 27).
3. As pues, no slo se anuncia una purificacin, expresada mediante el
signo del agua que lava las inmundicias de la conciencia. No slo est el
aspecto, aun necesario, de la liberacin del mal y del pecado (cf. v. 25). El
acento del mensaje de Ezequiel est puesto sobre todo en otro aspecto
mucho ms sorprendente. En efecto, la humanidad est destinada a nacer a
una nueva existencia. El primer smbolo es el del "corazn" que, en el
lenguaje bblico, remite a la interioridad, a la conciencia personal. De
nuestro pecho ser arrancado el "corazn de piedra", glido e insensible,
signo de la obstinacin en el mal. Dios nos infundir un "corazn de carne",
es decir, un manantial de vida y de amor (cf. v. 26). En la nueva economa
de gracia, en vez del espritu vital, que en la creacin nos haba convertido
en criaturas vivas (cf. Gn 2, 7), se nos infundir el Espritu Santo, que nos

sostiene, nos mueve y nos gua hacia la luz de la verdad y hacia "el amor de
Dios en nuestros corazones" (Rm 5, 5).
4. As aparece la "nueva creacin" que describe san Pablo (cf. 2 Co 5, 17;
Ga 6, 15), cuando afirma la muerte en nosotros del "hombre viejo", del
"cuerpo del pecado", porque "ya no somos esclavos del pecado", sino
criaturas nuevas, transformadas por el Espritu de Cristo
resucitado: "Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestos del
hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento
perfecto, segn la imagen de su Creador" (Col 3, 9-10; cf. Rm 6, 6). El
profeta Ezequiel anuncia un nuevo pueblo, que en el Nuevo Testamento
ser convocado por Dios mismo a travs de la obra de su Hijo. Esta
comunidad, cuyos miembros tienen "corazn de carne" y a los que se les ha
infundido el "Espritu", experimentar una presencia viva y operante de
Dios mismo, el cual animar a los creyentes actuando en ellos con su gracia
eficaz. "Quien guarda sus mandamientos -dice san Juan- permanece en Dios
y Dios en l; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espritu
que nos dio" (1 Jn 3, 24).
5. Concluyamos nuestra meditacin sobre el cntico de Ezequiel
escuchando a san Cirilo de Jerusaln, el cual, en su Tercera catequesis
bautismal, vislumbra en la pgina proftica al pueblo del bautismo cristiano.
En el bautismo -recuerda- se perdonan todos los pecados, incluidas las
transgresiones ms graves. Por eso, el obispo dice a sus oyentes: "Ten
confianza, Jerusaln, el Seor eliminar tus iniquidades (cf. Sof 3, 14-15).
El Seor lavar vuestras inmundicias (...); "derramar sobre vosotros un
agua pura que os purificar de todo pecado" (Ez 36, 25). Los ngeles os
rodean con jbilo y pronto cantarn: "Quin es la que sube inmaculada,
apoyada en su amado?" (Ct 8, 5). En efecto, se trata del alma que era
esclava y ahora, ya libre, puede llamar hermano adoptivo a su Seor, el
cual, acogiendo su propsito sincero, le dice: "Qu bella eres, amada ma!,
qu bella eres!" (Ct 4, 1). (...) As dice l, aludiendo a los frutos de una
confesin hecha con buena conciencia (...). Quiera Dios que todos (...)
mantengis vivo el recuerdo de estas palabras y saquis fruto de ellas
traducindolas en obras santas para presentaros irreprensibles al mstico
Esposo, obteniendo as del Padre el perdn de los pecados" (n. 16: Le
catechesi, Roma 1993, pp. 79-80).

Mircoles 3 de septiembre de 2003

Alabanza al Dios creador

0-

1. Se nos ha propuesto el cntico de un hombre fiel al Dios santo. Se trata


del salmo 91, que, como sugiere el antiguo ttulo de la composicin, se
usaba en la tradicin juda "para el da del sbado" (v. 1). El himno
comienza con una amplia invitacin a celebrar y alabar al Seor con el
canto y la msica (cf. vv. 2-4). Es un filn de oracin que parece no
interrumpirse nunca, porque el amor divino debe ser exaltado por la
maana, al comenzar la jornada, pero tambin debe proclamarse durante el
da y a lo largo de las horas de la noche (cf. v. 3). Precisamente la referencia
a los instrumentos musicales, que el salmista hace en la invitacin inicial,
impuls a san Agustn a esta meditacin dentro de la Exposicin sobre el
salmo 91: "En efecto, qu significa taer con el salterio? El salterio es un
instrumento musical de cuerda. Nuestro salterio son nuestras obras.
Cualquiera que realice con sus manos obras buenas, alaba a Dios con el
salterio. Cualquiera que confiese con la boca, canta a Dios. Canta con la
boca y salmodia con las obras. (...) Pero, entonces, quines son los que
cantan? Los que obran el bien con alegra. Efectivamente, el canto es signo
de alegra. Qu dice el Apstol? "Dios ama al que da con alegra" (2 Co 9,
7). Hagas lo que hagas, hazlo con alegra. Si obras con alegra, haces el bien
y lo haces bien. En cambio, si obras con tristeza, aunque por medio de ti se
haga el bien, no eres t quien lo hace: tienes en las manos el salterio, pero
no cantas" (Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, pp. 192-195).
2. Esas palabras de san Agustn nos ayudan a abordar el centro de nuestra
reflexin, y afrontar el tema fundamental del salmo: el del bien y el mal.
Uno y otro son evaluados por el Dios justo y santo, "el excelso por los
siglos" (v. 9), el que es eterno e infinito, al que no escapa nada de lo que
hace el hombre.
As se confrontan, de modo reiterado, dos comportamientos opuestos. La
conducta del fiel celebra las obras divinas, penetra en la profundidad de los
pensamientos del Seor y, por este camino, su vida se llena de luz y alegra
(cf. vv. 5-6). Al contrario, el malvado es descrito en su torpeza, incapaz de
comprender el sentido oculto de las vicisitudes humanas. El xito
momentneo lo hace arrogante, pero en realidad es ntimamente frgil y,
despus del xito efmero, est destinado al fracaso y a la ruina (cf. vv. 7-8).
El salmista, siguiendo un modelo de interpretacin tpico del Antiguo
Testamento, el de la retribucin, est convencido de que Dios recompensar
a los justos ya en esta vida, dndoles una vejez feliz (cf. v. 15) y pronto
castigar a los malvados.
En realidad, como afirmaba Job y ense Jess, la historia no se puede
interpretar de una forma tan uniforme. Por eso, la visin del salmista se
transforma en una splica al Dios justo y "excelso" (cf. v. 9) para que entre
en la serie de los acontecimientos humanos a fin de
juzgarlos, haciendo que resplandezca el bien.
3. El orante vuelve a presentar el contraste entre el justo y el malvado. Por
una parte, estn los "enemigos" del Seor, los "malvados", una vez ms

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destinados a la dispersin y al fracaso (cf. v. 10). Por otra, aparecen en todo


su esplendor los fieles, encarnados por el salmista, que se describe a s
mismo con imgenes pintorescas, tomadas de la simbologa oriental. El
justo tiene la fuerza irresistible de un bfalo y est dispuesto a afrontar
cualquier adversidad; su frente gloriosa est ungida con el aceite de la
proteccin divina, transformada casi en un escudo, que defiende al elegido
proporcionndole seguridad (cf. v. 11). Desde la altura de su poder y
seguridad, el orante ve cmo los malvados se precipitan en el abismo de su
ruina (cf. v. 12).
As pues, el salmo 91 rebosa felicidad, confianza y optimismo, dones que
hemos de pedir a Dios, especialmente en nuestro tiempo, en el que se
insina fcilmente la tentacin de desconfianza e, incluso, de desesperacin.
4. Nuestro himno, en la lnea de la profunda serenidad que lo impregna, al
final echa una mirada a los das de la vejez de los justos y los prev tambin
serenos. Incluso al llegar esos das, el espritu del orante seguir vivo, alegre
y activo (cf. v. 15). Se siente como las palmeras y los cedros plantados en
los patios del templo de Sin (cf. vv. 13-14).
El justo tiene sus races en Dios mismo, del que recibe la savia de la gracia
divina. La vida del Seor lo alimenta y lo transforma hacindolo florido y
frondoso, es decir, capaz de dar a los dems y testimoniar su fe. En efecto,
las ltimas palabras del salmista, en esta descripcin de una existencia justa
y laboriosa, y de una vejez intensa y activa, estn vinculadas al anuncio de
la fidelidad perenne del Seor (cf. v. 16). As pues, podramos concluir con
la proclamacin del canto que se eleva al Dios glorioso en el ltimo libro de
la Biblia, el Apocalipsis: un libro de terrible lucha entre el bien y el mal,
pero tambin de esperanza en la victoria final de Cristo: "Grandes y
maravillosas son tus obras, Seor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos
tus caminos, oh Rey de las naciones! (...) Porque slo t eres santo, y todas
las naciones vendrn y se postrarn ante ti, porque han quedado de
manifiesto tus justos designios. (...) Justo eres t, aquel que es y que era, el
Santo, pues has hecho as justicia. (...) S, Seor, Dios todopoderoso, tus
juicios son verdaderos y justos" (Ap 15, 3-4; 16, 5. 7).

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Mircoles 20 de agosto de 2003

Restauracin de Jerusaln
1. El salmo que ha sido propuesto ahora a nuestra meditacin constituye la
segunda parte del precedente salmo 146. En cambio, las antiguas
traducciones griega y latina, seguidas por la liturgia, lo han considerado

como un canto aparte, porque su inicio lo distingue netamente de la parte


anterior. Este comienzo se ha hecho clebre tambin porque a menudo se le
ha puesto msica en latn: Lauda, Jerusalem, Dominum. Estas palabras
iniciales constituyen la tpica invitacin de los himnos de la salmodia a
celebrar y alabar al Seor: ahora es Jerusaln, personificacin del pueblo, la
que es interpelada para alabar y glorificar a su Dios (cf. v. 12).
A continuacin, se hace mencin del motivo por el que la comunidad orante
debe elevar al Seor su alabanza. Es de ndole histrica: ha sido l, el
Libertador de Israel del exilio babilnico, el que ha dado seguridad a su
pueblo, "reforzando los cerrojos de sus puertas" (cf. v. 13).
Cuando Jerusaln cay ante el ataque del ejrcito del rey Nabucodonosor,
en el ao 586 antes de Cristo, el libro de las Lamentaciones present al
Seor mismo como juez del pecado de Israel, mientras destrua "la muralla
de la hija de Sin. (...) Sus puertas en tierra se han hundido, l ha deshecho
y roto sus cerrojos" (Lm 2, 8-9). Ahora, en cambio, el Seor vuelve a ser el
constructor de la ciudad santa; en el templo reconstruido bendice de nuevo a
sus hijos. As, se hace mencin de la obra realizada por Nehemas (cf. Ne 3,
1-38), que haba reconstruido las murallas de Jerusaln para que volviera a
ser un oasis de serenidad y paz.
2. En efecto, se evoca enseguida la paz (shalom), tambin porque se halla
contenida simblicamente en el mismo nombre de Jerusaln. El profeta
Isaas ya prometa a la ciudad: "Te pondr como gobernante la paz, y por
gobierno la justicia" (Is 60, 17).
Pero, adems de reconstruir las murallas de la ciudad, de bendecirla y
pacificarla en un clima de seguridad, Dios ofrece a Israel otros dones
fundamentales, como se describe al final del salmo. En efecto, all se
recuerdan los dones de la Revelacin, de la Ley y de las prescripciones
divinas: "Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel" (Sal
147, 19).
As, se celebra la eleccin de Israel y su misin nica entre los pueblos:
proclamar al mundo la palabra de Dios. Es una misin proftica y
sacerdotal, porque "cul es la gran nacin cuyos preceptos y normas sean
tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?" (Dt 4, 8). A travs
de Israel y, por tanto, tambin a travs de la comunidad cristiana, es decir, la
Iglesia, la palabra de Dios puede resonar en el mundo y convertirse en
norma y luz de vida para todos los pueblos (cf. Sal 147, 20).
3. Hasta este momento hemos descrito la primera razn de la alabanza que
se ha de elevar al Seor: es una motivacin histrica, es decir, vinculada a la
accin liberadora y reveladora de Dios con respecto a su pueblo.

Sin embargo, hay otra fuente de jbilo y alabanza: es de naturaleza csmica,


es decir, relacionada con la accin creadora de Dios. La Palabra divina
irrumpe para dar vida al ser. Semejante a un mensajero, corre por los
espacios inmensos de la tierra (cf. Sal 147, 15). Y al instante suceden cosas
maravillosas.
Llega el invierno, cuyos fenmenos atmosfricos se describen con un toque
de poesa: la nieve, por su pureza, se parece a la lana; la escarcha es como
ceniza (cf. v. 16); el hielo se asemeja a migas de pan arrojadas a tierra; el
fro congela las aguas y bloquea la vegetacin (cf. v. 17). Es un cuadro
invernal que invita a descubrir las maravillas de la creacin, y volver a
aparecer en una pgina muy pintoresca tambin de otro libro bblico, el del
Sircida (Si 43, 18-20).
4. Pero, siempre por la accin de la Palabra divina, reaparece la primavera:
el hielo se derrite, sopla su aliento y corren las aguas (cf. Sal 147, 18),
repitiendo as el ciclo perenne de las estaciones y, por consiguiente, la
misma posibilidad de vida para hombres y mujeres.
Naturalmente, no han faltado lecturas metafricas de estos dones divinos.
La "flor de trigo" ha hecho pensar en el gran don del pan eucarstico. Ms
an, Orgenes, el gran escritor cristiano del siglo III, identific ese trigo
como signo de Cristo mismo y, en particular, de la sagrada Escritura.
Este es su comentario: "Nuestro Seor es el grano de trigo que cay en la
tierra, y se multiplic por nosotros. Pero este grano de trigo es sumamente
abundante. (...) La palabra de Dios es sumamente abundante: encierra en s
misma todas las delicias. Todo lo que quieres, proviene de la palabra de
Dios, tal como narran los judos: cuando coman el man, este, en su boca,
tomaba el gusto de lo que cada uno deseaba. (...) As tambin en la carne de
Cristo, que es la palabra de la enseanza, es decir, la comprensin de las
sagradas Escrituras, cuanto mayor es el deseo que tenemos de ella, tanto
mayor es el alimento que recibimos. Si eres santo, encuentras refrigerio; si
eres pecador, encuentras tormento" (OrigeneGerolamo, 74 omelie sul libro
dei Salmi, Miln 1993, pp. 543-544).
5. As pues, el Seor acta con su palabra no slo en la creacin, sino
tambin en la historia. Se revela con el lenguaje mudo de la naturaleza (cf.
Sal 18, 2-7), pero se expresa de modo explcito a travs de la Biblia y su
comunicacin personal en los profetas, y plenamente a travs de su Hijo (cf.
Hb 1, 1-2). Son dos dones diversos, pero convergentes, de su amor.
Por eso, cada da debe subir al cielo nuestra alabanza. Es nuestra accin de
gracias, que florece al despuntar la aurora, en la oracin de Laudes, para
bendecir al Seor de la vida y la libertad, de la existencia y la fe, de la
creacin y la redencin.

$!

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Mircoles 13 de agosto de 2003

Accin de gracias por la liberacin del pueblo


1. La Liturgia de Laudes ha acogido entre sus cnticos un fragmento de un
himno, que corona la historia narrada por el libro bblico de Tobas;
acabamos de escucharlo. El himno, ms bien amplio y solemne, es una
tpica expresin de la oracin y la espiritualidad juda que se inspira en
otros textos ya presentes en la Biblia.
El cntico se desarrolla a travs de una doble invocacin. Aparece, ante
todo, una invitacin repetida a alabar a Dios (cf. vv. 3. 4. 7) por la
purificacin que est realizando por medio del exilio. Se exhorta a los "hijos
de Israel" a acoger esta purificacin con una conversin sincera (cf. vv.
6. 8). Si la conversin florece en el corazn, el Seor har surgir en el
horizonte la aurora de la liberacin. Precisamente en este clima espiritual se
sita el comienzo del cntico que la Liturgia ha recortado dentro del himno
ms amplio del captulo 13 de Tobas.
2. La segunda parte del texto, entonada por el anciano Tobit, protagonista
con su hijo Tobas de todo el libro, es una verdadera celebracin de Sin.
Refleja la apasionada nostalgia y el amor ardiente que el judo de la
dispora siente por la ciudad santa (cf. vv. 9-18). Tambin este aspecto
destaca dentro del pasaje que se ha elegido como oracin matutina de la
Liturgia de Laudes. Meditemos en estos dos temas, o sea, en la purificacin
del pecado a travs de la prueba y en la espera del encuentro con el Seor en
la luz de Sin y de su templo santo.
3. Tobit dirige un llamamiento apremiante a los pecadores para que se
conviertan y practiquen la justicia: este es el camino que se debe recorrer
para reencontrar el amor divino que da serenidad y esperanza (cf. v. 8).
La misma historia de Jerusaln es una parbola que ensea a todos la
eleccin que se tiene que realizar. Dios ha castigado la ciudad porque no
poda permanecer indiferente ante el mal realizado por sus hijos. Pero
ahora, al ver que muchos se han convertido y se han transformado en hijos
justos y fieles, manifestar an su amor misericordioso (cf. v. 10).
A lo largo de todo el cntico del captulo 13 de Tobas se repite a menudo
esta conviccin: el Seor "castiga y tiene compasin... os ha castigado por
vuestras injusticias, mas tiene compasin de todos vosotros... te castig por
las obras de tus hijos, pero volver a apiadarse del pueblo justo" (vv.
2. 5. 10). Dios recurre al castigo como medio para llamar al recto camino a

los pecadores sordos a otras llamadas. Sin embargo, la ltima palabra del
Dios justo sigue siendo la del amor y el perdn; su deseo profundo es poder
abrazar de nuevo a los hijos rebeldes que vuelven a l con corazn
arrepentido.
4. Ante el pueblo elegido, la misericordia divina se manifestar con la
reconstruccin del templo de Jerusaln, realizada por Dios
mismo: "Reconstruir con jbilo su templo" (v. 11). As, aparece el segundo
tema, es decir, el de Sin, como lugar espiritual en el que no slo debe
confluir el retorno de los hebreos, sino tambin la peregrinacin de los
pueblos que buscan a Dios. De este modo, se abre un horizonte
universal: el templo de Jerusaln reconstruido, signo de la palabra y la
presencia divina, resplandecer con una luz planetaria que disipar las
tinieblas, de modo que puedan ponerse en camino "muchos pueblos y los
habitantes del confn de la tierra" (cf. v. 13), llevando sus ofrendas y
cantando su alegra por participar de la salvacin que el Seor derrama en
Israel.
As pues, los israelitas y todos los pueblos caminan juntos hacia una nica
meta de fe y de verdad. Sobre ellos el cantor de este himno hace descender
una bendicin repetida, diciendo a Jerusaln: "Dichosos los que te aman,
dichosos los que te desean la paz" (v. 15). La felicidad es autntica cuando
se reencuentra la luz que brilla en el cielo de todos los que buscan al Seor
con el corazn purificado y con el deseo de la verdad.
5. A esa Jerusaln, libre y gloriosa, signo de la Iglesia en la meta ltima de
su esperanza, prefigurada por la Pascua de Cristo, san Agustn se dirige con
ardor en el libro de las Confesiones.
Refirindose a la oracin que quiere elevar en "lo ms secreto de su alma",
nos describe "cantos de amor, que exhale en mi peregrinacin terrestre
indecibles gemidos, lleno del recuerdo de Jerusaln, con el corazn
levantado hacia ella, Jerusaln, mi patria, Jerusaln, mi madre, y hacia
Vos, su rey, su iluminacin, su padre, su tutor, su esposo, sus castas y
apremiantes delicias, su slida alegra, su bien inefable". Y concluye con
una promesa: "Y no me alejar ya ms de Vos, hasta que,
unificndome despus de tantas disipaciones, reformndome despus de
tantas deformidades, me hayis recibido en la paz de esa madre querida, en
la que estn las primicias de mi espritu y de donde me han venido mis
certidumbres, para establecerme en ella para siempre, Dios mo,
misericordia ma" (Las Confesiones, XII, 16, 23, Roma 1965, pp. 424-425).

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Mircoles 30 de julio de 2003

$,

Misericordia, Dios mo
1. Esta es la cuarta vez que, durante nuestras reflexiones sobre la liturgia de
Laudes, escuchamos la proclamacin del salmo 50, el clebre Miserere,
pues se propone todos los viernes, para que se convierta en un oasis de
meditacin, donde se pueda descubrir el mal que anida en la conciencia e
implorar del Seor la purificacin y el perdn. En efecto, como confiesa el
salmista en otra splica, "ningn hombre vivo es inocente frente a ti" (Sal
142, 2). En el libro de Job se lee: "Cmo un hombre ser justo ante Dios?,
cmo ser puro el nacido de mujer? Si ni la luna misma tiene brillo, ni las
estrellas son puras a sus ojos, cunto menos un hombre, esa gusanera, un
hijo de hombre, ese gusano!" (Jb 25, 4-6).
Frases fuertes y dramticas, que quieren mostrar con toda su seriedad y
gravedad el lmite y la fragilidad de la criatura humana, su capacidad
perversa de sembrar mal y violencia, impureza y mentira. Sin embargo, el
mensaje de esperanza del Miserere, que el Salterio pone en labios de David,
pecador convertido, es este: Dios puede "borrar, lavar y limpiar" la culpa
confesada con corazn contrito (cf. Sal 50, 2-3). Dice el Seor por boca de
Isaas: "Aunque fueren vuestros pecados como la grana, como la nieve
blanquearn. Y aunque fueren rojos como la prpura, como la lana
quedarn" (Is 1, 18).
2. Esta vez reflexionaremos brevemente en el final del salmo 50, un final
lleno de esperanza, porque el orante es consciente de que ha sido perdonado
por Dios (cf. vv. 17-21). Sus labios ya estn a punto de proclamar al mundo
la alabanza del Seor, atestiguando de este modo la alegra que experimenta
el alma purificada del mal y, por eso, liberada del remordimiento (cf. v. 17).
El orante testimonia de modo claro otra conviccin, remitindose a la
enseanza constante de los profetas (cf. Is 1, 10-17; Am 5, 21-25; Os 6, 6):
el sacrificio ms agradable que sube al Seor como perfume y suave
fragancia (cf. Gn 8, 21) no es el holocausto de novillos y corderos, sino,
ms bien, el "corazn quebrantado y humillado" (Sal 50, 19).
La Imitacin de Cristo, libro tan apreciado por la tradicin espiritual
cristiana, repite la misma afirmacin del salmista: "La humilde contricin
de los pecados es para ti el sacrificio agradable, un perfume mucho ms
suave que el humo del incienso... All se purifica y se lava toda iniquidad"
(III, 52, 4).
3. El salmo concluye de modo inesperado con una perspectiva
completamente diversa, que parece incluso contradictoria (cf. vv. 20-21).
De la ltima splica de un pecador, se pasa a una oracin por la
reconstruccin de toda la ciudad de Jerusaln, lo cual nos hace remontarnos

$0

de la poca de David a la de la destruccin de la ciudad, varios siglos


despus. Por otra parte, tras expresar en el versculo 18 que a Dios no le
complacen las inmolaciones de animales, el salmo anuncia en el versculo
21 que el Seor aceptar esas inmolaciones.
Es evidente que este pasaje final es una aadidura posterior, hecha en el
tiempo del exilio, que, de alguna manera, quiere corregir o al menos
completar la perspectiva del salmo davdico. Y lo hace en dos puntos: por
una parte, no se quera que todo el salmo se limitara a una oracin
individual; era necesario pensar tambin en la triste situacin de toda la
ciudad. Por otra, se quera matizar el valor del rechazo divino de los
sacrificios rituales; ese rechazo no poda ser ni completo ni definitivo,
porque se trataba de un culto prescrito por Dios mismo en la Torah. Quien
complet el salmo tuvo una intuicin acertada: comprendi la necesidad en
que se encuentran los pecadores, la necesidad de una mediacin sacrificial.
Los pecadores no pueden purificarse por s mismos; no bastan los buenos
sentimientos. Hace falta una mediacin externa eficaz. El Nuevo
Testamento revelar el sentido pleno de esa intuicin, mostrando que, con la
ofrenda de su vida, Cristo llev a cabo una mediacin sacrificial perfecta.
4. En sus Homilas sobre Ezequiel, san Gregorio Magno capt muy bien la
diferencia de perspectiva que existe entre los versculos 19 y 21 del
Miserere. Propone una interpretacin que tambin nosotros podemos
aceptar, concluyendo as nuestra reflexin. San Gregorio aplica el versculo
19, que habla de espritu contrito, a la existencia terrena de la Iglesia, y el
versculo 21, que habla de holocausto, a la Iglesia en el cielo.
He aqu las palabras de ese gran Pontfice: "La santa Iglesia tiene dos vidas:
una que vive en el tiempo y la otra que recibe en la eternidad; una en la que
sufre en la tierra y la otra que recibe como recompensa en el cielo; una con
la que hace mritos y la otra en la que ya goza de los mritos obtenidos. Y
en ambas vidas ofrece el sacrificio: aqu, el sacrificio de la compuncin, y
en el cielo, el sacrificio de alabanza. Del primer sacrificio se dice: "Mi
sacrificio es un espritu quebrantado" (Sal 50, 19); del segundo est escrito:
"Entonces aceptars los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos" (Sal 50,
21). (...) En ambos se ofrece carne, porque aqu la oblacin de la carne es la
mortificacin del cuerpo, mientras que en el cielo la oblacin de la carne es
la gloria de la resurreccin en la alabanza a Dios. En el cielo se ofrecer la
carne como en holocausto, cuando, transformada en la incorruptibilidad
eterna, ya no habr ningn conflicto y nada mortal, porque perdurar
ntegra, encendida de amor a l, en la alabanza sin fin" (Omelie su Ezechiele
2, Roma 1993, p. 271).

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Mircoles 23 de julio de 2003

$$

Salmo 146, versculos 1-11


"Poder y bondad del Seor"
1. El salmo que se acaba de cantar es la primera parte de una composicin
que comprende tambin el salmo siguiente -el 147- y que en el original
hebreo ha conservado su unidad. En la antigua traduccin griega y en la
latina el canto fue dividido en dos salmos distintos.
El salmo comienza con una invitacin a alabar a Dios; luego enumera una
larga lista de motivos para la alabanza, todos ellos expresados en presente.
Se trata de actividades de Dios consideradas como caractersticas y siempre
actuales; sin embargo, son de muy diversos tipos: algunas ataen a las
intervenciones de Dios en la existencia humana (cf. Sal 146, 3. 6. 11) y en
particular en favor de Jerusaln y de Israel (cf. v. 2); otras se refieren a toda
la creacin (cf. v. 4) y ms especialmente a la tierra, con su vegetacin, y a
los animales (cf. vv. 8-9).
Cuando explica, al final, en quines se complace el Seor, el salmo nos
invita a una actitud doble: de temor religioso y de confianza (cf. v. 11). No
estamos abandonados a nosotros mismos o a las energas csmicas, sino que
nos encontramos siempre en las manos del Seor para su proyecto de
salvacin.
2. Despus de la festiva invitacin a la alabanza (cf. v. 1), el salmo se
desarrolla en dos movimientos poticos y espirituales. En el primero (cf. vv.
2-6) se introduce ante todo la accin histrica de Dios, con la imagen de un
constructor que est reconstruyendo Jerusaln, la cual ha recuperado la vida
tras el destierro de Babilonia (cf. v. 2). Pero este gran artfice, que es el
Seor, se muestra tambin como un padre que desea sanar las heridas
interiores y fsicas presentes en su pueblo humillado y oprimido (cf. v. 3).
Demos la palabra a san Agustn, el cual, en la Exposicin sobre el salmo
146, que pronunci en Cartago en el ao 412, comentando la frase: "El
Seor sana los corazones destrozados", explicaba: "El que no destroza el
corazn no es sanado... Quines son los que destrozan el corazn? Los
humildes. Y los que no lo destrozan? Los soberbios. En cualquier caso, el
corazn destrozado es sanado, y el corazn hinchado de orgullo es
humillado. Ms an, probablemente, si es humillado es precisamente para
que, una vez destrozado, pueda ser enderezado y as pueda ser curado. (...)
"l sana los corazones destrozados, venda sus heridas". (...) En otras
palabras, sana a los humildes de corazn, a los que confiesan sus culpas, a
los que hacen penitencia, a los que se juzgan con severidad para poder
experimentar su misericordia. Es a esos a quienes sana. Con todo, la salud
perfecta slo se lograr al final del actual estado mortal, cuando nuestro ser
corruptible se haya revestido de incorruptibilidad y nuestro ser mortal se

haya revestido de inmortalidad" (5-8: Esposizioni sui Salmi, IV, Roma


1977, pp. 772-779).
3. Ahora bien, la obra de Dios no se manifiesta solamente sanando a su
pueblo de sus sufrimientos. l, que rodea de ternura y solicitud a los pobres,
se presenta como juez severo con respecto a los malvados (cf. v. 6). El
Seor de la historia no es indiferente ante el atropello de los prepotentes,
que se creen los nicos rbitros de las vicisitudes humanas: Dios humilla
hasta el polvo a los que desafan al cielo con su soberbia (cf. 1 S 2, 7-8; Lc
1, 51-53).
Con todo, la accin de Dios no se agota en su seoro sobre la historia; l es
igualmente el rey de la creacin; el universo entero responde a su llamada
de Creador. l no slo puede contar el inmenso nmero de las estrellas;
tambin es capaz de dar a cada una de ellas un nombre, definiendo as su
naturaleza y sus caractersticas (cf. Sal 146, 4).
Ya el profeta Isaas cantaba: "Alzad a lo alto los ojos y ved: quin ha
creado los astros? El que hace salir por orden al ejrcito celeste, y a cada
estrella la llama por su nombre" (Is 40, 26). As pues, los "ejrcitos" del
Seor son las estrellas. El profeta Baruc prosegua as: "Brillan los astros en
su puesto de guardia llenos de alegra; los llama l y dicen: "Aqu
estamos!", y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3, 34-35).
4. Despus de una nueva invitacin, gozosa, a la alabanza (cf. Sal 146, 7),
comienza el segundo movimiento del salmo 146 (cf. vv. 7-11). Se refiere
tambin a la accin creadora de Dios en el cosmos. En un paisaje a menudo
rido como el oriental, el primer signo de amor divino es la lluvia, que
fecunda la tierra (cf. v. 8). De este modo el Creador prepara una mesa para
los animales. Ms an, se preocupa de dar alimento tambin a los pequeos
seres vivos, como las cras de cuervo que graznan de hambre (cf. v. 9).
Jess nos invitar a mirar "las aves del cielo: no siembran ni cosechan, ni
recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta" (Mt 6, 26; cf.
tambin Lc 12, 24, que alude explcitamente a los "cuervos").
Pero, una vez ms, la atencin se desplaza de la creacin a la existencia
humana. As, el salmo concluye mostrando al Seor que se inclina sobre los
justos y humildes (cf. Sal 146, 10-11), como ya se haba declarado en la
primera parte del himno (cf. v. 6). Mediante dos smbolos de poder, el
caballo y los jarretes del hombre, se delinea la actitud divina que no se deja
conquistar o atemorizar por la fuerza. Una vez ms, la lgica del Seor
ignora el orgullo y la arrogancia del poder, y se pone de parte de sus fieles,
de los que "confan en su misericordia" (v. 11), o sea, de los que abandonan
en manos de Dios sus obras y sus pensamientos, sus proyectos y su misma
vida diaria.

$-

Entre estos debe situarse tambin el orante, fundando su esperanza en la


misericordia del Seor, con la certeza de que se ver envuelto por el manto
del amor divino: "Los ojos del Seor estn puestos en sus fieles, en los que
esperan en su misericordia, para librar su vida de la muerte y reanimarlos en
tiempo de hambre. (...) Con l se alegra nuestro corazn; confiamos en su
santo nombre" (Sal 32, 18-19. 21).

00

#.

(
Mircoles 16 de julio de 2003

Consuelo y gozo para la ciudad santa


1. De la ltima pgina del libro de Isaas est tomado el himno que
acabamos de escuchar, un cntico de alegra en el que destaca la figura
materna de Jerusaln (cf. 66, 11) y luego la solicitud amorosa de Dios
mismo (cf. v. 13). Los estudiosos de la Biblia creen que esta seccin final,
abierta a un futuro esplndido y festivo, es el testimonio de una voz
posterior, la de un profeta que celebra el renacimiento de Israel tras el
parntesis oscuro del exilio babilnico. Por tanto, nos hallamos en el siglo
VI antes de Cristo, dos siglos despus de la misin de Isaas, el gran profeta,
bajo cuyo nombre est puesta toda la obra inspirada.
Ahora seguiremos el ritmo gozoso de este breve cntico, que comienza con
tres imperativos que son precisamente una invitacin a la
felicidad: "festejad", "gozad" y "alegraos de su alegra" (v. 10). Es un hilo
luminoso que recorre a menudo las ltimas pginas del libro de Isaas: los
afligidos de Sin sern consolados, coronados y ungidos con el "aceite de
gozo" (61, 3); el profeta mismo "se goza en el Seor, exulta su alma en
Dios" (v. 10); "como se alegra el esposo con la esposa, as se alegrar" Dios
con su pueblo (62, 5). En la pgina anterior a la que ahora es objeto de
nuestro canto y de nuestra oracin, el Seor mismo participa de la felicidad
de Israel, que est a punto de renacer como nacin: "Habr gozo y alegra
perpetua por lo que voy a crear. Mirad, voy a transformar a Jerusaln en
alegra, y a su pueblo en gozo; me regocijar por Jerusaln y me alegrar
por mi pueblo" (65, 18-19).
2. La fuente y la razn de este jbilo interior se hallan en la vitalidad
recobrada de Jerusaln, renacida de las cenizas de la ruina que se haba
abatido sobre ella cuando el ejrcito babilonio la destruy. En efecto, se
habla de su "luto" (66, 10), ya pasado.
Como sucede a menudo en diversas culturas, la ciudad se representa con
imgenes femeninas, ms an, maternas. Cuando una ciudad est en paz, es
semejante a un seno protegido y seguro; ms an, es como una madre que

amamanta a sus hijos con abundancia y ternura (cf. v. 11). Desde esta
perspectiva, la realidad que la Biblia llama, con una expresin femenina, "la
hija de Sin", es decir, Jerusaln, vuelve a ser una ciudad-madre que acoge,
sacia y deleita a sus hijos, es decir, a sus habitantes. Sobre esta escena de
vida y ternura desciende la palabra del Seor, que tiene el tono de una
bendicin (cf. vv. 12-14).
3. Dios recurre a otras imgenes vinculadas a la fertilidad. En efecto, habla
de ros y torrentes, es decir, de aguas que simbolizan la vida, la exuberancia
de la vegetacin, la prosperidad de la tierra y de sus habitantes (cf. v. 12).
La prosperidad de Jerusaln, su "paz" (shalom), don generoso de Dios,
asegurar a sus nios una existencia rodeada de ternura materna: "Llevarn
en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarn" (v. 12), y esta
ternura materna ser ternura de Dios mismo: "Como una madre consuela a
su nio, as os consolar yo" (v. 13). De este modo, el Seor
utiliza la metfora materna para describir su amor a sus criaturas.
Tambin antes, en el libro de Isaas, se lee un pasaje que atribuye a Dios
una actitud materna: "Acaso olvida una mujer a su nio de pecho, sin
compadecerse del hijo de sus entraas? Pues aunque ellas llegasen a olvidar,
yo no te olvido" (49, 15). En nuestro cntico, las palabras del Seor
dirigidas a Jerusaln terminan por retomar el tema de la vitalidad interior,
expresado con otra imagen de fertilidad y energa: la de un prado
florecido, imagen aplicada a los huesos, para indicar el vigor del cuerpo y
de la existencia (cf. 66, 14).
4. Al llegar a este punto, ante la ciudad-madre, es fcil extender nuestra
mirada para contemplar a la Iglesia, virgen y madre fecunda. Concluyamos
nuestra meditacin sobre la Jerusaln renacida con una reflexin de san
Ambrosio, tomada de su obra De virginibus: "La santa Iglesia es
inmaculada en su unin marital: fecunda por sus partos, es virgen por su
castidad, aunque sea madre por los hijos que engendra. Por tanto, nacemos
de una virgen, que no ha concebido por obra de hombre, sino por obra del
Espritu. As, nacemos de una virgen, que no da a luz en medio de dolores
fsicos, sino en medio del jbilo de los ngeles. Nos alimenta una virgen, no
con la leche del cuerpo, sino con la leche que el Apstol afirma haber dado
al pueblo de Dios porque no poda soportar alimento slido (cf. 1 Co 3, 2).
"Qu mujer casada tiene ms hijos que la santa Iglesia? Es virgen por la
santidad que recibe en los sacramentos y es madre de pueblos. La Escritura
atestigua tambin su fecundidad, al decir: "son ms los hijos de la
abandonada que los de la casada" (Is 54, 1; cf. Ga 4, 27); nuestra madre no
tiene marido, pero tiene esposo, porque tanto la Iglesia en los pueblos como
el alma en los individuos -libres de cualquier infidelidad, fecundas en la
vida del espritu-, sin faltar al pudor, se desposan con el Verbo de Dios
como con un esposo eterno" (I, 31: SAEMO 14/1, pp. 132-133).

Mircoles 9 de julio de 2003

Splica ante la angustia


1. Acaba de proclamarse el salmo 142, el ltimo de los llamados "salmos
penitenciales" en el septenario de splicas distribuidas en el Salterio (cf. Sal
6; 31; 37; 50; 101; 129 y 142). La tradicin cristiana los ha utilizado todos
para implorar del Seor el perdn de los pecados. El texto en el que hoy
queremos reflexionar era particularmente apreciado por san Pablo, que de l
dedujo la existencia de una pecaminosidad radical en toda criatura humana.
"Seor, ningn hombre vivo es inocente frente a ti" (v. 2). El Apstol toma
esta frase como base de su enseanza sobre el pecado y sobre la gracia (cf.
Ga 2, 16; Rm 3, 20).
La Liturgia de Laudes nos propone esta splica como propsito de fidelidad
e invocacin de ayuda divina al comienzo de la jornada. En efecto, el salmo
nos hace decirle a Dios: "En la maana hazme escuchar tu gracia, ya que
confo en ti" (Sal 142, 8).
2. El salmo inicia con una intensa e insistente invocacin dirigida a Dios,
fiel a las promesas de salvacin ofrecida al pueblo (cf. v. 1). El orante
reconoce que no tiene mritos en los que apoyarse y, por eso, pide
humildemente a Dios que no se comporte como juez (cf. v. 2).
Luego describe la situacin dramtica, semejante a una pesadilla mortal, en
la que se est debatiendo: el enemigo, que es la representacin del mal de la
historia y del mundo, lo ha empujado hasta el umbral de la muerte. En
efecto, se halla postrado en el polvo de la tierra, que ya es una imagen del
sepulcro; y lo rodean las tinieblas, que son la negacin de la luz, signo
divino de vida; por ltimo, se refiere a "los muertos ya olvidados" (v. 3), es
decir, los que han muerto para siempre, entre los cuales le parece que ya
est relegado.
3. La existencia misma del salmista est destruida: ya le falta el aliento, y
su corazn le parece un pedazo de hielo, incapaz de seguir latiendo (cf. v.
4). Al fiel, postrado en tierra y pisoteado, slo le quedan libres las manos,
que se elevan hacia el cielo en un gesto de invocacin de ayuda y, al mismo
tiempo, de bsqueda de apoyo (cf. v. 6). En efecto, su pensamiento vuelve
al pasado en que Dios haca prodigios (cf. v. 5).
Esta chispa de esperanza calienta el hielo del sufrimiento y de la prueba, en
la que el orante se siente inmerso y a punto de ser arrastrado (cf. v. 7). De
cualquier modo, la tensin sigue siendo fuerte; pero en el horizonte parece

vislumbrarse un rayo de luz. As, pasamos a la otra parte del salmo (cf. vv.
7-11).
4. Esta parte comienza con una nueva y apremiante invocacin. El fiel, al
sentir que casi se le escapa la vida, clama a Dios: "Escchame enseguida,
Seor, que me falta el aliento" (v. 7). Ms an, teme que Dios haya
escondido su rostro y se haya alejado, abandonando y dejando sola a su
criatura.
La desaparicin del rostro divino hace que el hombre caiga en la desolacin,
ms an, en la muerte misma, porque el Seor es la fuente de la vida.
Precisamente en esta especie de frontera extrema brota la confianza en el
Dios que no abandona. El orante multiplica sus invocaciones y las apoya
con declaraciones de confianza en el Seor: "Ya que confo en ti (...), pues
levanto mi alma a ti (...), me refugio en ti (...), t eres mi Dios". Le pide que
lo salve de sus enemigos (cf. vv. 8-10) y lo libre de la angustia (cf. v. 11),
pero hace varias veces otra splica, que manifiesta una profunda aspiracin
espiritual: "Ensame a cumplir tu voluntad, ya que t eres mi Dios" (v. 10;
cf. vv. 8 y 10). Debemos hacer nuestra esta admirable splica. Debemos
comprender que nuestro bien mayor es la unin de nuestra voluntad con la
voluntad de nuestro Padre celestial, porque slo as podemos recibir en
nosotros todo su amor, que nos lleva a la salvacin y a la plenitud de vida.
Si no va acompaada por un fuerte deseo de docilidad a Dios, la confianza
en l no es autntica.
El orante es consciente de ello y, por eso, expresa ese deseo. Su oracin es
una verdadera profesin de confianza en Dios salvador, que libera de la
angustia y devuelve el gusto de la vida, en nombre de su "justicia", o sea, de
su fidelidad amorosa y salvfica (cf. v. 11). La oracin, que parti de una
situacin muy angustiosa, desemboca en la esperanza, la alegra y la luz,
gracias a una sincera adhesin a Dios y a su voluntad, que es una voluntad
de amor. Esta es la fuerza de la oracin, generadora de vida y salvacin.
5. San Gregorio Magno, en su comentario a los siete salmos penitenciales,
contemplando la luz de la maana de la gracia (cf. v. 8), describe as esa
aurora de esperanza y de alegra: "Es el da iluminado por el sol verdadero
que no tiene ocaso, que las nubes no entenebrecen y la niebla no oscurece
(...). Cuando aparezca Cristo, nuestra vida, y comencemos a ver a Dios cara
a cara, entonces desaparecer la oscuridad de las tinieblas, se desvanecer el
humo de la ignorancia y se disipar la niebla de la tentacin (...). Aquel da
ser luminoso y esplndido, preparado para todos los elegidos por Aquel
que nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha conducido al reino de
su Hijo amado.
"La maana de aquel da es la resurreccin futura (...). En aquella
maana brillar la felicidad de los justos, aparecer la gloria, habr jbilo,
cuando Dios enjugue toda lgrima de los ojos de los santos, cuando la
muerte sea destruida por ltimo, y cuando los justos resplandezcan como el

sol en el reino del Padre.


"En aquella maana el Seor har experimentar su misericordia (...),
diciendo: "Venid, benditos de mi Padre" (Mt 25, 34). Entonces se
manifestar la misericordia de Dios, que la mente humana no puede
concebir en la vida presente. En efecto, para los que lo aman el Seor ha
preparado "lo que ni el ojo vio, ni el odo oy, ni al corazn del hombre
lleg"" (PL 79, coll. 649-650).

,
Mircoles 2 de julio de 2003

Felicidad de los que esperan en Dios


1. El salmo 145, que acabamos de escuchar, es un "aleluya", el primero de
los cinco con los que termina la coleccin del Salterio. Ya la tradicin
litrgica juda us este himno como canto de alabanza por la
maana: alcanza su culmen en la proclamacin de la soberana de Dios
sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara: "El Seor
reina eternamente" (v. 10).
De ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a
nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el
dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera
sucesin de actos sin sentido ni meta. A partir de esta conviccin se
desarrolla una autntica profesin de fe en Dios, celebrado con una especie
de letana, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 69).
2. Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo
vincula a su pueblo. l es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los
hambrientos y liberta a los cautivos. l es quien abre los ojos a los ciegos,
quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda
a los peregrinos, quien sustenta al hurfano y a la viuda. l es quien
trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y
de edad en edad.
Son doce afirmaciones teolgicas que, con su nmero perfecto, quieren
expresar la plenitud y la perfeccin de la accin divina. El Seor no es un
soberano alejado de sus criaturas, sino que est comprometido en su
historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los
ltimos, de las vctimas, de los oprimidos, de los infelices.
3. As, el hombre se encuentra ante

una opcin radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, est la
tentacin de "confiar en los poderosos" (cf. v. 3), adoptando sus criterios
inspirados en la maldad, en el egosmo y en el orgullo. En realidad, se trata
de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y
una senda llena de revueltas" (Pr 2, 15), que tiene como meta la
desesperacin.
En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frgil y mortal,
como dice el mismo vocablo 'adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la
materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio
que se resquebraja (cf. Qo 12, 1-7), como una telaraa que el viento puede
romper (cf. Jb 8, 14), como un hilo de hierba verde por la maana y seco
por la tarde (cf. Sal 89, 5-6; 102, 15-16). Cuando la muerte cae sobre l,
todos sus planes perecen y l vuelve a convertirse en polvo: "Exhala el
espritu y vuelve al polvo; ese da perecen sus planes" (Sal 145, 4).
4. Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el
salmista con una bienaventuranza: "Bienaventurado aquel a quien auxilia el
Dios de Jacob, el que espera en el Seor su Dios" (v. 5). Es el camino de la
confianza en el Dios eterno y fiel. El amn, que es el verbo hebreo de la fe,
significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Seor,
en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus
opciones, que la profesin de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de
relieve.
Es necesario vivir en la adhesin a la voluntad divina, dar pan a los
hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos,
defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los
miserables. En la prctica, es el mismo espritu de las Bienaventuranzas; es
optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que ms
tarde ser objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se
concluir la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisin de servir
a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en
el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos mos
ms pequeos, a m me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dir
entonces el Seor.
5. Concluyamos nuestra meditacin del salmo 145 con una reflexin que
nos ofrece la sucesiva tradicin cristiana.
El gran escritor del siglo III Orgenes, cuando llega al versculo 7 del salmo,
que dice: "El Seor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos",
descubre en l una referencia implcita a la Eucarista: "Tenemos hambre
de Cristo, y l mismo nos dar el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de
cada da". Los que hablan as, tienen hambre. Los que sienten necesidad de
pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el
Sacramento eucarstico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la

Sangre de Cristo (cf. Orgenes-Jernimo, 74 omelie sul libro dei Salmi,


Miln 1993, pp. 526-527).

#.0
Mircoles 18 de junio de 2003

Alegra del profeta ante la nueva Jerusaln


1. El admirable cntico que nos ha propuesto la Liturgia de Laudes, y que se
acaba de proclamar, comienza como un Magnficat: "Desbordo de gozo
con el Seor, y me alegro con mi Dios" (Is 61, 10). El texto se halla situado
en la tercera parte del libro del profeta Isaas, una seccin que segn los
estudiosos es de una poca ms tarda, cuando Israel, al volver del exilio en
Babilonia (siglo VI a.C.), reanud su vida de pueblo libre en la tierra de sus
padres y reconstruy Jerusaln y el templo. No por nada la ciudad santa,
como veremos, ocupa el centro del cntico, y el horizonte que se est
abriendo es luminoso y lleno de esperanza.
2. El profeta inicia su canto describiendo al pueblo renacido, vestido con
traje de gala, como una pareja de novios ataviada para el gran da de la
celebracin nupcial (cf. v. 10). Inmediatamente despus, se evoca otro
smbolo, expresin de vida, de alegra y de novedad: el brote de una planta
(cf. v. 11).
Los profetas recurren a la imagen del brote, con formas diversas, para
referirse al rey mesinico (cf. Is 11, 1; 53, 2; Jr 23, 5; Zc 3, 8; 6, 12). El
Mesas es un retoo fecundo que renueva al mundo, y el profeta explica el
sentido profundo de esta vitalidad: "El Seor har brotar la justicia" (v. 11),
por lo cual la ciudad santa se convertir en un jardn de justicia, es decir, de
fidelidad y verdad, de derecho y amor. Como deca poco antes el profeta,
"llamars a tus murallas "Salvacin" y a tus puertas "Alabanza"" (Is 60, 18).
3. El profeta sigue clamando con fuerza: el canto es incansable y quiere
aludir al renacimiento de Jerusaln, ante la cual est a punto de abrirse una
nueva era (cf. Is 62, 1). La ciudad se presenta como una novia a punto de
celebrar su boda.
En la Biblia, el simbolismo nupcial, que aparece con fuerza en este pasaje
(cf. vv. 4-5), es una de las imgenes ms intensas para exaltar el vnculo de
intimidad y el pacto de amor que existe entre el Seor y el pueblo elegido.
Su belleza, hecha de "salvacin", de "justicia" y de "gloria" (cf. vv. 1-2),
ser tan admirable que podr ser "una magnfica corona en la mano del
Seor" (cf. v. 3).

El elemento decisivo ser el cambio de nombre, como sucede tambin en


nuestros das cuando una joven se casa. Tomar un "nuevo nombre" (cf. v. 2)
significa casi asumir una nueva identidad, emprender una misin, cambiar
radicalmente de vida (cf. Gn 32, 25-33).
4. El nuevo nombre que tomar la esposa Jerusaln, destinada a representar
a todo el pueblo de Dios, se ilustra mediante el contraste que el profeta
especifica: "Ya no te llamarn "Abandonada", ni a tu tierra, "Devastada"; a
ti te llamarn "Mi favorita" y a tu tierra "Desposada"" (Is 62, 4). Los
nombres que indicaban la situacin anterior de abandono y desolacin, es
decir, la devastacin de la ciudad por obra de los babilonios y el drama del
exilio, son sustituidos ahora por nombres de renacimiento, y son trminos
de amor y ternura, de fiesta y felicidad.
En este punto toda la atencin se concentra en el esposo. Y he aqu la gran
sorpresa: el Seor mismo asigna a Sin el nuevo nombre nupcial. Es
estupenda, sobre todo, la declaracin final, que resume el hilo temtico del
canto de amor que el pueblo ha entonado: "Como un joven se casa con su
novia, as te desposa el que te construy; la alegra que encuentra el marido
con su esposa la encontrar tu Dios contigo" (v. 5).
5. El canto no se refiere ya a las bodas entre un rey y una reina, sino que
celebra el amor profundo que une para siempre a Dios con Jerusaln. En su
esposa terrena, que es la nacin santa, el Seor encuentra la misma felicidad
que el marido experimenta con su mujer amada. En vez del Dios distante y
trascendente, justo juez, tenemos al Dios cercano y enamorado. Este
simbolismo nupcial se encuentra tambin en el Nuevo Testamento (cf. Ef 5,
21-32) y luego lo recogen y desarrollan los Padres de la Iglesia. Por
ejemplo, san Ambrosio recuerda que, desde esta perspectiva, "el esposo es
Cristo, la esposa es la Iglesia, que es esposa por su amor y virgen por su
pureza inmaculada" (Esposizione del Vangelo secondo Luca: Opere
esegetiche X/II, Miln-Roma 1978, p. 289).
Y, en otra de sus obras, prosigue: "La Iglesia es hermosa. Por eso, el Verbo
de Dios le dice: "Toda hermosa eres, amada ma, no hay tacha en ti!" (Ct
4, 7), porque la culpa ha sido borrada... Por tanto, el Seor Jess -impulsado
por el deseo de un amor tan grande, por la belleza de sus atavos y por su
gracia, dado que en los que han sido purificados ya no hay ninguna mancha
de culpa- dice a la Iglesia: "Ponme cual sello sobre tu corazn, como un
sello en tu brazo" (Ct 8, 6), es decir: ests engalanada, alma ma, eres muy
bella, no te falta nada. "Ponme cual sello sobre tu corazn", para que por l
tu fe brille en la plenitud del sacramento. Tambin tus obras resplandezcan
y muestren la imagen de Dios, a imagen del cual has sido hecha" (I misteri,
nn. 49.41: Opere dogmatiche, III, Miln-Roma 1982, pp. 156-157).

#$
Mircoles 28 de mayo de 2003

Alabanza al Seor y peticin de auxilio


1. El salmo 107, que se nos ha propuesto ahora, forma parte de la secuencia
de los salmos de la Liturgia de Laudes, objeto de nuestras catequesis.
Presenta una caracterstica, a primera vista, sorprendente. La composicin
no es ms que la fusin de dos fragmentos de salmos anteriores: uno est
tomado del salmo 56 (vv. 8-12) y el otro, del salmo 59 (vv. 7-14). El primer
fragmento tiene forma de himno; el segundo, es una splica, pero con un
orculo divino que infunde en el orante serenidad y confianza.
Esta fusin da origen a una nueva plegaria y este hecho resulta ejemplar
para nosotros. En realidad, tambin la liturgia cristiana, a menudo, funde
pasajes bblicos diferentes, transformndolos en un texto nuevo, destinado a
iluminar situaciones inditas. Con todo, permanece el vnculo con la base
originaria. En la prctica, el salmo 107 -aunque no es el nico; basta ver,
por citar otro testimonio, el salmo 143- muestra que ya Israel en el Antiguo
Testamento utilizaba de nuevo y actualizaba la palabra de Dios revelada.
2. El salmo que resulta de esa combinacin es, por tanto, algo ms que la
simple suma o yuxtaposicin de los dos pasajes anteriores. En vez de
comenzar con una humilde splica, como el salmo 56, "Misericordia, Dios
mo, misericordia" (v. 2), el nuevo salmo comienza con un decidido anuncio
de alabanza a Dios: "Dios mo, mi corazn est firme; para ti cantar y
tocar" (Sal 107, 2). Esta alabanza ocupa el lugar de la lamentacin que
formaba el inicio del otro salmo (cf. Sal 59, 1-6), y se convierte as en la
base del orculo divino sucesivo (cf. Sal 59, 8-10 = Sal 107, 8-10) y de la
splica que lo rodea (cf. Sal 59, 7. 11-14 = Sal 107, 7. 11-14).
Esperanza y temor se funden y se transforman en el contenido de la nueva
oracin, totalmente orientada a infundir confianza tambin en el tiempo de
la prueba que vive toda la comunidad.
3. El salmo comienza, por consiguiente, con un himno gozoso de alabanza.
Es un canto matutino acompaado por el arpa y la ctara (cf. Sal 107, 3). El
mensaje es muy claro y se centra en la "bondad" y la "verdad" divinas (cf. v.
5): en hebreo, hsed y 'emt, son los trminos tpicos para definir la
fidelidad amorosa del Seor a la alianza con su pueblo. Sobre la base de
esta fidelidad, el pueblo est seguro de que no se ver abandonado por Dios
en el abismo de la nada y de la desesperacin.
La relectura cristiana interpreta este salmo de un modo particularmente

sugestivo. En el versculo 6, el salmista celebra la gloria trascendente de


Dios: "Elvate -es decir, s exaltado- sobre el cielo, Dios mo".
Comentando este salmo, Orgenes, el clebre escritor cristiano del siglo III,
remite a la frase de Jess: "Cuando ser exaltado de la tierra, atraer a
todos a m" (Jn 12, 32), que se refiere a su crucifixin. Tiene como
resultado lo que afirma el versculo sucesivo: "Para que se salven tus
predilectos" (Sal 107, 7). Por eso, concluye Orgenes: "Qu admirable
significado! El motivo por el cual el Seor es crucificado y exaltado es que
sus predilectos se salven. (...) Se ha realizado lo que hemos pedido: l ha
sido exaltado y nosotros hemos sido salvados" (Origene-Girolamo, 74
omelie sul libro dei Salmi, Milano 1993, p. 367).
4. Pasemos ahora a la segunda parte del salmo 107, cita parcial del salmo
59, como hemos dicho. En la angustia de Israel, que siente a Dios ausente y
distante ("T, oh Dios, nos has rechazado": v. 12), se eleva la voz del
orculo del Seor, que resuena en el templo (cf. vv. 8-10). En esta
revelacin, Dios se presenta como rbitro y seor de toda la Tierra Santa,
desde la ciudad de Siqun hasta el valle de Sucot, en Transjordania, desde
las regiones orientales de Galaad y Manass hasta las centro-meridionales
de Efran y Jud, llegando incluso a los territorios vasallos pero extranjeros
de Moab, Edom y Filistea.
Con imgenes coloridas de mbito militar o de tipo jurdico se proclama el
seoro divino sobre la Tierra prometida. Si el Seor reina, no tenemos nada
que temer: no estamos a merced de las fuerzas oscuras del hado o del caos.
Siempre, incluso en los momentos tenebrosos, hay un proyecto superior que
gobierna la historia.
5. Esta fe enciende la llama de la esperanza. De cualquier modo, Dios
sealar un camino de salida, es decir, una "plaza fuerte" puesta en la regin
de Idumea. Eso significa que, a pesar de la prueba y del silencio, Dios
volver a revelarse, a sostener y guiar a su pueblo. Slo de l puede venir la
ayuda decisiva y no de las alianzas militares externas, es decir, de la fuerza
de las armas (cf. v. 13). Y slo con l se conseguir la libertad y se harn
"proezas" (cf. v. 14).
Con san Jernimo, recordemos la ltima leccin del salmista, interpretada
en clave cristiana: "Nadie debe desesperarse en esta vida. Tienes a Cristo
y tienes miedo? l ser nuestra fuerza, l ser nuestro pan, l ser nuestro
gua" (Breviarium in Psalmos, Ps. CVII: PL 26, 1224).

!
Mircoles 21 de mayo de 2003

Oracin de un rey pidiendo la victoria


1. Acabamos de escuchar la primera parte del salmo 143. Tiene las
caractersticas de un himno real, entretejido con otros textos bblicos, para
dar vida a una nueva composicin de oracin (cf. Sal 8, 5; 17, 8-15; 32, 2-3;
38, 6-7). Quien habla, en primera persona, es el mismo rey davdico, que
reconoce el origen divino de sus xitos.
El Seor es presentado con imgenes marciales, segn la antigua tradicin
simblica. En efecto, aparece como un instructor militar (cf. Sal 143, 1), un
alczar inexpugnable, un escudo protector, un triunfador (cf. v. 2). De esta
forma, se quiere exaltar la personalidad de Dios, que se compromete contra
el mal de la historia: no es un poder oscuro o una especie de hado, ni un
soberano impasible e indiferente respecto de las vicisitudes humanas. Las
citas y el tono de esta celebracin divina guardan relacin con el himno de
David que se conserva en el salmo 17 y en el captulo 22 del segundo libro
de Samuel.
2. Frente al poder divino, el rey judo se reconoce frgil y dbil, como lo
son todas las criaturas humanas. Para expresar esta sensacin, el orante real
recurre a dos frases presentes en los salmos 8 y 38, y las une, confirindoles
una eficacia nueva y ms intensa: "Seor, qu es el hombre para que te
fijes en l?, qu los hijos de Adn para que pienses en ellos? El hombre es
igual que un soplo; sus das, una sombra que pasa" (vv. 3-4). Aqu resalta la
firme conviccin de que nosotros somos inconsistentes, semejantes a un
soplo de viento, si no nos conserva en la vida el Creador, el cual, como dice
Job, "tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne
de hombre" (Jb 12, 10).
Slo con el apoyo de Dios podemos superar los peligros y las dificultades
que encontramos diariamente en nuestra vida. Slo contando con la ayuda
del cielo podremos esforzarnos por caminar, como el antiguo rey de Israel,
hacia la liberacin de toda opresin.
3. La intervencin divina se describe con las tradicionales imgenes
csmicas e histricas, con el fin de ilustrar el seoro divino sobre el
universo y sobre las vicisitudes humanas: los montes, que echan humo en
repentinas erupciones volcnicas (cf. Sal 143, 5); los rayos, que parecen
saetas lanzadas por el Seor y dispuestas a destruir el mal (cf. v. 6); y, por
ltimo, las "aguas caudalosas", que, en el lenguaje bblico, son smbolo del
caos, del mal y de la nada, en una palabra, de las presencias negativas
dentro de la historia (cf. v. 7). A estas imgenes csmicas se aaden otras de
ndole histrica: son "los enemigos" (cf. v. 6), los "extranjeros" (cf. v. 7),
los que dicen falsedades y los que juran en falso, es decir, los idlatras (cf.
v. 8).
Se trata de un modo muy concreto, tpicamente oriental, de representar la

-#

maldad, las perversiones, la opresin y la injusticia: realidades tremendas


de las que el Seor nos libra, mientras vivimos en el mundo.
4. El salmo 143, que la Liturgia de las Horas nos propone, concluye con un
breve himno de accin de gracias (cf. vv. 9-10). Brota de la certeza de que
Dios no nos abandonar en la lucha contra el mal. Por eso, el orante entona
una meloda acompandola con su arpa de diez cuerdas, seguro de que el
Seor "da la victoria a los reyes y salva a David, su siervo" (cf. vv. 9-10).
La palabra "consagrado" en hebreo es "Mesas". Por eso, nos hallamos en
presencia de un salmo real, que se transforma, ya en el uso litrgico del
antiguo Israel, en un canto mesinico. Los cristianos lo repetimos teniendo
la mirada fija en Cristo, que nos libra de todo mal y nos sostiene en la lucha
contra las fuerzas ocultas del mal. En efecto, "nuestra lucha no es contra la
carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra
los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espritus del mal que
estn en las alturas" (Ef 6, 12).
5. Concluyamos, entonces, con una consideracin que nos sugiere san Juan
Casiano, monje de los siglos IV-V, que vivi en la Galia. En su obra La
encarnacin del Seor, tomando como punto de partida el versculo 5 de
nuestro salmo -"Seor, inclina tu cielo y desciende"-, ve en estas palabras la
espera del ingreso de Cristo en el mundo.
Y prosigue as: "El salmista suplicaba que (...) el Seor se manifestara en la
carne, que apareciera visiblemente en el mundo, que fuera elevado
visiblemente a la gloria (cf. 1 Tm 3, 16) y, finalmente, que los santos
pudieran ver, con los ojos del cuerpo, todo lo que haban previsto en el
espritu" (L'Incarnazione del Signore, V, 13, Roma 1991, pp. 208-209).
Precisamente esto es lo que todo bautizado testimonia con la alegra de la
fe.

0. Mircoles 14 de mayo de 2003

Oracin de Azaras en el horno


1. El cntico que se acaba de proclamar pertenece al texto griego del libro
de Daniel y se presenta como splica elevada al Seor con fervor y
sinceridad. Es la voz de Israel que est sufriendo la dura prueba del exilio y
de la dispora entre los pueblos. En efecto, quien entona el cntico es un
judo, Azaras, insertado en el horizonte babilnico en tiempos del exilio de
Israel, despus de la destruccin de Jerusaln por obra del rey
Nabucodonosor.

Azaras, con otros dos fieles judos, est "en medio del fuego" (Dn 3, 25),
como un mrtir dispuesto a afrontar la muerte con tal de no traicionar su
conciencia y su fe. Fue condenado a muerte por haberse negado a adorar la
estatua imperial.
2. Este cntico considera la persecucin como un castigo justo con el que
Dios purifica al pueblo pecador: "Con verdad y justicia has provocado todo
esto -confiesa Azaras- por nuestros pecados" (v. 28). Por tanto, se trata de
una oracin penitencial, que no desemboca en el desaliento o en el miedo,
sino en la esperanza.
Ciertamente, el punto de partida es amargo, la desolacin es grave, la
prueba es dura, el juicio divino sobre el pecado es severo: "En este
momento no tenemos prncipes ni profetas ni jefes; ni holocausto ni
sacrificios ni ofrendas ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias,
para alcanzar misericordia" (v. 38). El templo de Sin ha sido destruido y
parece que el Seor ya no habita en medio de su pueblo.
3. En la trgica situacin del presente, la esperanza busca su raz en el
pasado, o sea, en las promesas hechas a los padres. As, se remonta a
Abraham, Isaac y Jacob (cf. v. 35), a los cuales Dios haba asegurado
bendicin y fecundidad, tierra y grandeza, vida y paz. Dios es fiel y no
dejar de cumplir sus promesas. Aunque la justicia exige que Israel sea
castigado por sus culpas, permanece la certeza de que la misericordia y el
perdn constituirn la ltima palabra. Ya el profeta Ezequiel refera estas
palabras del Seor: "Acaso me complazco yo en la muerte del malvado
(...) y no ms bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) Yo no
me complazco en la muerte de nadie" (Ez 18, 23. 32). Ciertamente, Israel
est en un tiempo de humillacin: "Ahora somos los ms pequeos de
todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de
nuestros pecados" (Dn 3, 37). Sin embargo, lo que espera no es la muerte,
sino una nueva vida, despus de la purificacin.
4. El orante se acerca al Seor ofrecindole el sacrificio ms valioso y
agradable: el "corazn contrito" y el "espritu humillado" (v. 39; cf. Sal 50,
19). Es precisamente el centro de la existencia, el yo renovado por la
prueba, lo que se ofrece a Dios, para que lo acoja como signo de conversin
y consagracin al bien.
Con esta disposicin interior desaparece el miedo, se acaban la confusin y
la vergenza (cf. Dn 3, 40), y el espritu se abre a la confianza en un futuro
mejor, cuando se cumplan las promesas hechas a los padres.
La frase final de la splica de Azaras, tal como nos la propone la liturgia,
tiene una gran fuerza emotiva y una profunda intensidad espiritual: "Ahora
te seguimos de todo corazn, te respetamos y buscamos tu rostro" (v. 41).
Es un eco de otro salmo: "Oigo en mi corazn: "Buscad mi rostro". Tu

rostro buscar, Seor" (Sal 26, 8).


Ha llegado el momento en que nuestros pasos ya no siguen los caminos
perversos del mal, los senderos tortuosos y las sendas torcidas (cf. Pr 2, 15).
Ahora ya seguimos al Seor, impulsados por el deseo de encontrar su rostro.
Y su rostro no est airado, sino lleno de amor, como se ha revelado en el
padre misericordioso con respecto al hijo prdigo (cf. Lc 15, 11-32).
5. Concluyamos nuestra reflexin sobre el cntico de Azaras con la oracin
compuesta por san Mximo el Confesor en su Discurso asctico (37-39),
donde toma como punto de partida precisamente el texto del profeta Daniel.
"Por tu nombre, Seor, no nos abandones para siempre, no rompas tu
alianza y no alejes de nosotros tu misericordia (cf. Dn 3, 34-35) por tu
piedad, oh Padre nuestro que ests en los cielos, por la compasin de tu Hijo
unignito y por la misericordia de tu Santo Espritu... No desoigas nuestra
splica, oh Seor, y no nos abandones para siempre. No confiamos en
nuestras obras de justicia, sino en tu piedad, mediante la cual conservas
nuestro linaje... No mires nuestra indignidad; antes bien, ten compasin de
nosotros segn tu gran piedad, y segn la plenitud de tu misericordia
borra nuestros pecados, para que sin condena nos presentemos ante tu santa
gloria y seamos considerados dignos de la proteccin de tu Hijo unignito".
San Mximo concluye: "S, oh Seor, Dios todopoderoso, escucha nuestra
splica, pues no reconocemos a ningn otro fuera de ti" (Umanit e divinit
di Cristo, Roma 1979, pp. 51-52).

##
Mircoles 30 de abril de 2003

Propsitos de un prncipe justo


1. Despus de las dos catequesis dedicadas al significado de las
celebraciones pascuales, reanudamos nuestra reflexin sobre la liturgia de
las Laudes. Para el martes de la cuarta semana nos propone el salmo 100,
que acabamos de escuchar.
Es una meditacin que pinta el retrato del poltico ideal, cuyo modelo de
vida debera ser el actuar divino en el gobierno del mundo: un actuar regido
por una perfecta integridad moral y por un enrgico compromiso contra las
injusticias. Ese texto se vuelve a proponer ahora como programa de vida
para el fiel que comienza su da de trabajo y de relacin con el prjimo. Es
un programa de "amor y justicia" (cf. v. 1), que se articula en dos grandes
lneas morales.

-!

2. La primera se llama "senda de la inocencia" y est orientada a exaltar las


opciones personales de vida, realizadas "con rectitud de corazn", es decir,
con conciencia totalmente recta (cf. v. 2).
Por una parte, se habla de modo positivo de las grandes virtudes morales
que hacen luminosa la "casa", es decir, la familia del justo (cf. v. 2): la
sabidura, que ayuda a comprender y juzgar bien; la inocencia, que es
pureza de corazn y de vida; y, por ltimo, la integridad de la conciencia,
que no tolera componendas con el mal.
Por otra parte, el salmista introduce un compromiso negativo. Se trata de la
lucha contra toda forma de maldad e injusticia, para mantener lejos de su
casa y de sus opciones cualquier perversin del orden moral (cf. vv. 3-4).
Como escribe san Basilio, gran Padre de la Iglesia de Oriente, en su obra
El bautismo, "ni siquiera el placer de un instante que contamina el
pensamiento debe turbar a quien se ha configurado con Cristo en una
muerte semejante a la suya" (Opere ascetiche, Turn 1980, p. 548).
3. La segunda lnea se desarrolla en la parte final del salmo (cf. vv. 5-8) y
precisa la importancia de las cualidades ms tpicamente pblicas y
sociales. Tambin en este caso se enumeran los puntos esenciales de una
vida que quiere rechazar el mal con rigor y firmeza.
Ante todo, la lucha contra la calumnia y la difamacin secreta, un
compromiso fundamental en una sociedad de tradicin oral, que atribua
gran importancia a la funcin de la palabra en las relaciones interpersonales.
El rey, que ejerce tambin la funcin de juez, anuncia que en esta lucha
emplear la ms rigurosa severidad: har que perezca el calumniador (cf. v.
5). Asimismo, se rechaza toda arrogancia y soberbia; se evita la compaa y
el consejo de quienes actan siempre con engao y mentiras. Por ltimo, el
rey declara el modo como quiere elegir a sus "servidores" (cf. v. 6), es decir,
a sus ministros. Los escoge entre "los que son leales". Quiere rodearse de
gente ntegra y evitar el contacto con "quien comete fraudes" (cf. v. 7).
4. El ltimo versculo del salmo es particularmente enrgico. Puede resultar
chocante al lector cristiano, porque anuncia un exterminio: "Cada maana
har callar a los hombres malvados, para excluir de la ciudad del Seor a
todos los malhechores" (v. 8). Sin embargo, es importante recordar que
quien habla as no es una persona cualquiera, sino el rey, responsable
supremo de la justicia en el pas. Con esta frase expresa de modo
hiperblico su implacable compromiso de lucha contra la criminalidad, un
compromiso necesario, que comparte con todos los que tienen
responsabilidades en la gestin de la administracin pblica.
Evidentemente, esta tarea de justiciero no compete a cada ciudadano. Por

eso, si los fieles quieren aplicarse a s mismos la frase del salmo, lo deben
hacer en sentido analgico, es decir, decidiendo extirpar cada maana de su
propio corazn y de su propia conducta la hierba mala de la corrupcin y de
la violencia, de la perversin y de la maldad, as como cualquier forma de
egosmo e injusticia.
5. Concluyamos nuestra meditacin volviendo al versculo inicial del
salmo: "Voy a cantar el amor y la justicia..." (v. 1). Un antiguo escritor
cristiano, Eusebio de Cesarea, en sus Comentarios a los Salmos, subraya la
primaca del amor sobre la justicia, aunque esta sea tambin
necesaria: "Voy a cantar tu misericordia y tu juicio, mostrando cmo actas
habitualmente: no juzgas primero y luego tienes misericordia, sino que
primero tienes misericordia y luego juzgas, y con clemencia y misericordia
emites sentencia. Por eso, yo mismo, ejerciendo misericordia y juicio con
respecto a mi prjimo, me atrevo a cantar y entonar salmos en tu honor. As
pues, consciente de que es preciso actuar as, conservo inmaculadas e
inocentes mis sendas, convencido de que de este modo te agradarn mis
cantos y salmos por mis obras buenas" (PG 23, 1241).

!,
Mircoles 23 de abril de 2003

La paz de Cristo
1. En estos das de la octava de Pascua es grande el jbilo de la Iglesia por
la resurreccin de Cristo. Despus de sufrir la pasin y la muerte en cruz,
ahora vive para siempre, y la muerte ya no tiene ningn poder sobre l.
La comunidad de los fieles, en todas las partes del mundo, eleva al cielo un
cntico de alabanza y accin de gracias a Aquel que ha librado al hombre de
la esclavitud del mal y del pecado mediante la redencin realizada por el
Verbo encarnado. Es lo que expresa el salmo 135, que se acaba de
proclamar y que constituye un esplndido himno a la bondad del Seor. El
amor misericordioso de Dios se revela de forma plena y definitiva en el
Misterio pascual.
2. Despus de su resurreccin, el Seor se apareci en repetidas ocasiones a
los discpulos y se encontr muchas veces con ellos. Los evangelistas
refieren varios episodios, que ponen de manifiesto el asombro y la alegra
de los testigos de acontecimientos tan prodigiosos. San Juan, en particular,
destaca las primeras palabras dirigidas por el Maestro resucitado a los
discpulos.
"Paz a vosotros!", dice al entrar en el Cenculo, y repite tres veces este
saludo (cf. Jn 20, 19. 21. 26). Podemos decir que la expresin: "Paz a

-,

vosotros!", en hebreo shalom, contiene y sintetiza, en cierto modo, todo el


mensaje pascual. La paz es el don que el Seor resucitado ofrece a los
hombres, y es el fruto de la vida nueva inaugurada por su resurreccin.
Por consiguiente, la paz se identifica como "novedad" introducida en la
historia por la Pascua de Cristo. Nace de una profunda renovacin del
corazn del hombre. As pues, no es el resultado de esfuerzos humanos, ni
se puede conseguir slo gracias a acuerdos entre personas e instituciones.
Ms bien, es un don que hay que acoger con generosidad, conservar con
esmero y hacer fructificar con madurez y responsabilidad. Por ms
complicadas que sean las situaciones y por ms fuertes que sean las
tensiones y los conflictos, nada puede resistir a la eficaz renovacin trada
por Cristo resucitado. l es nuestra paz. Como leemos en la carta de san
Pablo a los Efesios, l con su cruz derrib la enemistad "haciendo las paces,
para crear, en l, un solo hombre nuevo" (Ef 2, 15).
3. La octava de Pascua, impregnada de luz y alegra, se concluir el
domingo prximo con el domingo in Albis, llamado tambin domingo de la
"Misericordia divina". La Pascua es manifestacin perfecta de esta
misericordia de Dios, "que se compadece de sus siervos" (Sal 135, 14).
Con la muerte en cruz, Cristo nos ha reconciliado con Dios y ha puesto en el
mundo las bases de una convivencia fraterna de todos. En Cristo el ser
humano frgil, y que anhela la felicidad, ha sido rescatado de la esclavitud
del maligno y de la muerte, que engendra tristeza y dolor. La sangre del
Redentor ha lavado nuestros pecados. As hemos experimentado la fuerza
renovadora de su perdn. La misericordia divina abre el corazn al perdn
de los hermanos, y con el perdn ofrecido y recibido es como se construye
la paz en las familias y en todos los dems ambientes de vida.
Renuevo de buen grado mi ms cordial felicitacin pascual a todos
vosotros, a la vez que os encomiendo, juntamente con vuestras familias y
vuestras comunidades, a la proteccin celestial de Mara, Madre de la
Misericordia y Reina de la paz.

'
Mircoles 9 de abril de 2003

Himno a Dios por sus maravillas


1. La liturgia de Laudes, que estamos siguiendo en su desarrollo a travs de
nuestras catequesis, nos propone la primera parte del salmo 134, que acaba

-0

de resonar en el canto de los solistas. El texto revela una notable serie de


alusiones a otros pasajes bblicos y parece estar envuelto en un clima
pascual. No por nada la tradicin judaica ha unido este salmo al sucesivo, el
135, considerando el conjunto como "el gran Hallel", es decir, la alabanza
solemne y festiva que es preciso elevar al Seor con ocasin de la Pascua.
En efecto, este salmo pone fuertemente de relieve el xodo, con la mencin
de las "plagas" de Egipto y con la evocacin del ingreso en la tierra
prometida. Pero sigamos ahora las etapas sucesivas, que el salmo 134 revela
en el desarrollo de los doce primeros versculos: es una reflexin que
queremos transformar en oracin.
2. Al inicio nos encontramos con la caracterstica invitacin a la alabanza,
un elemento tpico de los himnos dirigidos al Seor en el Salterio. La
invitacin a cantar el aleluya se dirige a los "siervos del Seor" (v. 1), que
en el original hebreo se presentan "erguidos" en el recinto sagrado del
templo (cf. v. 2), es decir, en la actitud ritual de la oracin (cf. Sal 133, 1-2).
Participan en la alabanza ante todo los ministros del culto, sacerdotes y
levitas, que viven y actan "en los atrios de la casa de nuestro Dios" (Sal
134, 2). Sin embargo, a estos "siervos del Seor" se asocian idealmente
todos los fieles. En efecto, inmediatamente despus se hace mencin de la
eleccin de todo Israel para ser aliado y testigo del amor del Seor: "l se
escogi a Jacob, a Israel en posesin suya" (v. 4). Desde esta perspectiva, se
celebran dos cualidades fundamentales de Dios: es "bueno" y es "amable"
(v. 3). El vnculo que existe entre nosotros y el Seor est marcado por el
amor, por la intimidad y por la adhesin gozosa.
3. Despus de la invitacin a la alabanza, el salmista prosigue con una
solemne profesin de fe, que comienza con la expresin tpica: "Yo s", es
decir, yo reconozco, yo creo (cf. v. 5). Son dos los artculos de fe que
proclama un solista en nombre de todo el pueblo, reunido en asamblea
litrgica. Ante todo se ensalza la accin de Dios en todo el universo: l es,
por excelencia, el Seor del cosmos: "El Seor todo lo que quiere lo
hace: en el cielo y en la tierra" (v. 6). Domina incluso los mares y los
abismos, que son el emblema del caos, de las energas negativas, del lmite
y de la nada.
El Seor es tambin quien forma las nubes, los rayos, la lluvia y los vientos,
recurriendo a sus "silos" (cf. v. 7). En efecto, los antiguos habitantes del
Oriente Prximo imaginaban que los agentes climticos se conservaban en
depsitos, semejantes a cofres celestiales de los que Dios tomaba para
esparcirlos por la tierra.
4. El otro componente de la profesin de fe se refiere a la historia de la
salvacin. Al Dios creador se le reconoce ahora como el Seor redentor,
evocando los acontecimientos fundamentales de la liberacin de Israel de la
esclavitud de Egipto. El salmista cita, ante todo, la "plaga" de los

-$

primognitos (cf. Ex 12, 29-30), que resume todos los "prodigios y signos"
realizados por Dios liberador durante la epopeya del xodo (cf. Sal 134, 89). Inmediatamente despus se recuerdan las clamorosas victorias que
permitieron a Israel superar las dificultades y los obstculos encontrados en
su camino (cf. vv. 10-11). Por ltimo, se perfila en el horizonte la tierra
prometida, que Israel recibe "en heredad" del Seor (v. 12).
Ahora bien, todos estos signos de alianza, que se profesarn ms
ampliamente en el salmo sucesivo, el 135, atestiguan la verdad fundamental
proclamada en el primer mandamiento del Declogo. Dios es nico y es
persona que obra y habla, ama y salva: "el Seor es grande, nuestro dueo
ms que todos los dioses" (v. 5; cf. Ex 20, 2-3; Sal 94, 3).
5. Siguiendo la lnea de esta profesin de fe, tambin nosotros elevamos
nuestra alabanza a Dios. El Papa san Clemente I, en su primera Carta a los
Corintios, nos dirige esta invitacin: "Fijemos nuestra mirada en el Padre y
Creador de todo el universo y adhirmonos a los magnficos y
sobreabundantes dones y beneficios de su paz. Mirmosle con nuestra
mente y contemplemos con los ojos del alma su magnnimo designio.
Consideremos cun blandamente se porta con toda la creacin. Los cielos,
movidos por su disposicin, le estn sometidos en paz. El da y la noche
recorren la carrera por l ordenada, sin que mutuamente se impidan. El sol y
la luna y los coros de las estrellas giran, conforme a su ordenacin, en
armona y sin transgresin alguna, en torno a los lmites por l sealados.
La tierra, germinando conforme a su voluntad, produce a sus debidos
tiempos copiossimo sustento para hombres y fieras, y para todos los
animales que se mueven sobre ella, sin que jams se rebele ni mude nada de
cuanto fue por l decretado" (19, 2-20, 4: Padres Apostlicos, BAC 1993,
pp. 196-197). San Clemente I concluye afirmando: "Todas estas cosas
orden el grande Artfice y Soberano de todo el universo que se
mantuvieran en paz y concordia, derramando sobre todas sus beneficios, y
ms copiosamente sobre nosotros, que nos hemos refugiado en sus
misericordias por medio de nuestro Seor Jesucristo. A l sea la gloria y la
grandeza por eternidad de eternidades. Amn" (ib., p. 198).

#. 0
Mircoles 2 de abril de 2003

Cntico al Dios vencedor y salvador


1. Dentro del libro que lleva el nombre del profeta Isaas los estudiosos han
descubierto la presencia de diversas voces, puestas todas bajo el patronato
del gran profeta que vivi en el siglo VIII a. C. Es el caso del vigoroso
himno de alegra y de victoria que se acaba de proclamar como parte de la

liturgia de Laudes de la cuarta semana. Los exegetas lo atribuyen al


"segundo Isaas", un profeta que vivi en el siglo VI a. C., en el tiempo del
regreso de los hebreos del exilio de Babilonia. El himno comienza con una
invitacin a "cantar al Seor un cntico nuevo" (cf. Is 42, 10), precisamente
como sucede en otros salmos (cf. Sal 95, 1 y 97, 1).
La "novedad" del cntico a que invita el profeta consiste ciertamente en que
se abre el horizonte de la libertad, como cambio radical en la historia de un
pueblo que ha experimentado la opresin y la permanencia en tierra
extranjera (cf. Sal 136).
2. A menudo, la "novedad" en la Biblia tiene el aspecto de una realidad
perfecta y definitiva. Es casi el signo de que comienza una era de plenitud
salvfica que sella la convulsa historia de la humanidad. El cntico de Isaas
presenta esta alta tonalidad, que se adapta muy bien a la oracin cristiana.
La invitacin a elevar al Seor un "cntico nuevo" se dirige al mundo en su
totalidad, que incluye la tierra, el mar, las islas, los desiertos y las ciudades
(cf. Is 42, 10-12). Todo el espacio se ve involucrado hasta sus ltimos
confines horizontales, que abarcan tambin lo desconocido, y con su
dimensin vertical, que, partiendo de la llanura desrtica, donde se
encuentran las tribus nmadas de Cadar (cf. Is 21, 16-17), sube hasta los
montes. All arriba se puede situar la ciudad de Sela, que muchos
identifican con Petra, en el territorio de los edomitas, una ciudad construida
entre los picos rocosos.
A todos los habitantes de la tierra se les invita a formar un inmenso coro
para aclamar al Seor con jbilo y darle gloria.
3. Despus de la solemne invitacin al canto (cf. vv. 10-12), el profeta
introduce en escena al Seor, representado como el Dios del xodo, que
liber a su pueblo de la esclavitud egipcia: "El Seor sale como un hroe,
(...) como un guerrero" (v. 13). Siembra el terror entre sus adversarios, que
oprimen a los dems y cometen injusticia.
Tambin el cntico de Moiss, al describir el paso del mar Rojo, presenta al
Seor como un "guerrero" dispuesto a extender su mano poderosa y
aterrorizar a los enemigos (cf. Ex 15, 3-8). Con el regreso de los hebreos de
la deportacin de Babilonia se va a realizar un nuevo xodo y los fieles
deben estar seguros de que la historia no est a merced del hado, del caos o
de las potencias opresoras: la ltima palabra la tiene el Dios justo y fuerte.
Ya cantaba el salmista: "Auxlianos contra el enemigo, que la ayuda del
hombre es intil" (Sal 59, 13).
4. Una vez que ha entrado en escena, el Seor habla y sus vehementes
palabras (cf. Is 42, 14-16) expresan juicio y salvacin. Comienza
recordando que "desde antiguo guard silencio", es decir, que no intervino.

--

El silencio divino a menudo es motivo de perplejidad e incluso de escndalo


para el justo, como lo atestigua la larga queja de Job (cf. Jb 3, 1-26). Sin
embargo, no se trata de un silencio que implique ausencia, como si la
historia hubiera quedado a merced de los perversos y el Seor permaneciera
indiferente e impasible. En realidad, ese silencio desemboca en una reaccin
semejante al dolor de una mujer que al dar a luz jadea, resuella y grita. Es el
juicio divino sobre el mal, representado con imgenes de aridez, destruccin
y desierto (cf. v. 15), que tiene como meta un desenlace vivo y fecundo.
En efecto, el Seor hace surgir un mundo nuevo, una era de libertad y
salvacin. A los ciegos se les abren los ojos, para que gocen de la luz que
brilla. El camino resulta gil y la esperanza florece (cf. v. 16), haciendo
posible seguir confiando en Dios y en su futuro de paz y felicidad.
5. Cada da el creyente debe saber descubrir los signos de la accin divina,
incluso cuando se oculta tras el fluir, aparentemente montono y sin meta,
del tiempo. Como escriba un estimado autor cristiano moderno, "la tierra
est impregnada de un xtasis csmico: hay en ella una realidad y una
presencia eterna que, sin embargo, normalmente duerme bajo el velo de lo
cotidiano. La realidad eterna debe revelarse ahora, como en una epifana de
Dios, a travs de todo lo que existe" (Romano Guardini, Sapienza
dei Salmi, Brescia 1976, p. 52).
Descubrir, con los ojos de la fe, esta presencia divina en el espacio y en el
tiempo, pero tambin en nosotros mismos, es fuente de esperanza y
confianza, incluso cuando nuestro corazn se halla turbado y sacudido,
"como se estremecen los rboles del bosque por el viento" (Is 7, 2). En
efecto, el Seor entra en escena para regir y juzgar "al orbe con justicia, a
los pueblos con fidelidad" (Sal 95, 13).

Mircoles 26 de marzo de 2003

Baje a nosotros la bondad del Seor


1. Los versculos que acaban de resonar en nuestros odos y en nuestro
corazn constituyen una meditacin sapiencial, que, sin embargo, tiene
tambin el tono de una splica. En efecto, el orante del salmo 89 pone en el
centro de su oracin uno de los temas ms estudiados por la filosofa, ms
cantados por la poesa, ms sentidos por la experiencia de la humanidad de
todos los tiempos y de todas las regiones de nuestro planeta: la caducidad
humana y el fluir del tiempo.
Pensemos en ciertas pginas inolvidables del libro de Job, en las que se

##

pondera nuestra fragilidad. En efecto, somos como "los que habitan casas de
arcilla, fundadas en el polvo. Se les aplasta como a una polilla. De la noche
a la maana quedan pulverizados. Para siempre perecen sin advertirlo
nadie" (Jb 4, 19-20). Nuestra vida en la tierra es "como una sombra" (Jb 8,
9). Job confiesa tambin: "Mis das han sido ms veloces que un correo, se
han ido sin ver la dicha. Se han deslizado lo mismo que canoas de junco,
como guila que cae sobre la presa" (Jb 9, 25-26).
2. Al inicio de su canto, que se asemeja a una elega (cf. Sal 89, 2-6), el
salmista opone con insistencia la eternidad de Dios al tiempo efmero del
hombre. He aqu la declaracin ms explcita: "Mil aos en tu presencia
son un ayer que pas, una vela nocturna" (v. 4).
Como consecuencia del pecado original, el hombre, por orden de Dios, cae
en el polvo del que haba sido sacado, como ya se afirma en el relato del
Gnesis: "Eres polvo y al polvo volvers" (Gn 3, 19; cf. 2, 7). El Creador,
que plasma en toda su belleza y complejidad a la criatura humana, es
tambin quien "reduce el hombre a polvo" (cf. Sal 89, 3). Y "polvo", en el
lenguaje bblico, es expresin simblica tambin de la muerte, de los
infiernos, del silencio del sepulcro.
3. En esta splica es fuerte el sentido del lmite humano. Nuestra existencia
tiene la fragilidad de la hierba que brota al alba; inmediatamente oye el
silbido de la hoz, que la reduce a un montn de heno. Muy pronto la lozana
de la vida deja paso a la aridez de la muerte (cf. Sal 89, 5-6; Is 40, 6-7; Jb
14, 1-2; Sal 102, 14-16).
Como acontece a menudo en el Antiguo Testamento, el salmista asocia el
pecado a esa radical debilidad: en nosotros hay finitud, pero tambin
culpabilidad. Por eso, sobre nuestra existencia parece que se ciernen
tambin la ira y el juicio del Seor: "Cmo nos ha consumido tu clera, y
nos ha trastornado tu indignacin! Pusiste nuestras culpas ante ti (...) y
todos nuestros das pasaron bajo tu clera" (Sal 89, 7-9).
4. Al alba del nuevo da, la liturgia de Laudes, con este salmo, disipa
nuestras ilusiones y nuestro orgullo. La vida humana es limitada: "los aos
de nuestra vida son setenta, ochenta para los ms robustos", afirma el
orante. Adems, el paso de las horas, de los das y de los meses est
marcado por "la fatiga y el dolor" (cf. v. 10) e incluso los aos son como
"un suspiro" (cf. v. 9).
He aqu, por tanto, la gran leccin: el Seor nos ensea a "contar nuestros
das" para que, aceptndolos con sano realismo, "adquiramos un corazn
sensato" (v. 12). Pero el orante pide a Dios algo ms: que su gracia
sostenga y alegre nuestros das, tan frgiles y marcados por la prueba; que
nos haga gustar el sabor de la esperanza, aunque la ola del tiempo parezca
arrastrarnos. Slo la gracia del Seor puede dar consistencia y perennidad a

nuestras acciones diarias: "Baje a nosotros la bondad del Seor, nuestro


Dios; haz prosperar la obra de nuestras manos, prospere la obra de nuestras
manos!" (v. 17).
Con la oracin pedimos a Dios que un rayo de la eternidad penetre en
nuestra breve vida y en nuestro obrar. Con la presencia de la gracia divina
en nosotros, una luz brillar en el fluir de los das, la miseria se transformar
en gloria y lo que parece sin sentido cobrar significado.
5. Concluyamos nuestra reflexin sobre el salmo 89 cediendo la palabra a la
antigua tradicin cristiana, que comenta el Salterio teniendo como teln de
forno la figura gloriosa de Cristo. As, para el escritor cristiano Orgenes, en
su Tratado sobre los Salmos, que nos ha llegado en la traduccin latina de
san Jernimo, la resurreccin de Cristo es la que nos da la posibilidad,
vislumbrada por el salmista, de que "toda nuestra vida sea alegra y jbilo"
(cf. v. 14). Y esto porque la Pascua de Cristo es la fuente de nuestra vida
ms all de la muerte: "Despus de alegrarnos por la resurreccin de
nuestro Seor, mediante la cual creemos que ya hemos sido redimidos y que
tambin nosotros resucitaremos un da, ahora, pasando con gozo los das
que nos queden de vida, nos alegramos de esta confianza, y con himnos y
cnticos espirituales alabamos a Dios por Jesucristo nuestro Seor"
(Orgenes-Jernimo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Miln 1993, p. 652).

,#
Mircoles 26 de febrero de 2003

Todo ser que alienta alabe al Seor


1. Resuena por segunda vez en la liturgia de Laudes el salmo 150, que
acabamos de proclamar: un himno festivo, un aleluya al ritmo de la msica.
Es el sello ideal de todo el Salterio, el libro de la alabanza, del canto y de la
liturgia de Israel.
El texto es de una sencillez y transparencia admirables. Slo debemos
dejarnos llevar por la insistente invitacin a alabar al Seor: "Alabad al
Seor (...), alabadlo (...), alabadlo". Al inicio, Dios se presenta en dos
aspectos fundamentales de su misterio. Es, sin duda, trascendente,
misterioso, distinto de nuestro horizonte: su morada real es el "templo"
celestial, su "fuerte firmamento", semejante a una fortaleza inaccesible al
hombre. Y, a pesar de eso, est cerca de nosotros: se halla presente en el
"templo" de Sin y acta en la historia a travs de sus "obras magnficas",
que revelan y hacen visible "su inmensa grandeza" (cf. vv. 1-2).
2. As, entre la tierra y el cielo se establece casi un canal de comunicacin,

en el que se encuentran la accin del Seor y el canto de alabanza de los


fieles. La liturgia une los dos santuarios, el templo terreno y el cielo infinito,
Dios y el hombre, el tiempo y la eternidad.
Durante la oracin realizamos una especie de ascensin hacia la luz divina
y, a la vez, experimentamos un descenso de Dios, que se adapta a nuestro
lmite para escucharnos y hablarnos, para encontrarse con nosotros y
salvarnos. El salmista nos impulsa inmediatamente a utilizar un subsidio
para nuestro encuentro de oracin: los instrumentos musicales de la
orquesta del templo de Jerusaln, como son las trompetas, las arpas, las
ctaras, los tambores, las flautas y los platillos sonoros. Tambin la
procesin formaba parte del ritual en Jerusaln (cf. Sal 117, 27). Esa misma
invitacin se encuentra en el Salmo 46, 8: "Tocad con maestra".
3. Por tanto, es necesario descubrir y vivir constantemente la belleza de la
oracin y de la liturgia.
Hay que orar a Dios no slo con frmulas teolgicamente exactas, sino
tambin de modo hermoso y digno.
A este respecto, la comunidad cristiana debe hacer un examen de conciencia
para que la liturgia recupere cada vez ms la belleza de la msica y del
canto. Es preciso purificar el culto de impropiedades de estilo, de formas de
expresin descuidadas, de msicas y textos desaliados, y poco acordes con
la grandeza del acto que se celebra.
Es significativa, a este propsito, la exhortacin de la carta a los Efesios a
evitar intemperancias y desenfrenos para dejar espacio a la pureza de los
himnos litrgicos: "No os embriaguis con vino, que es causa de
libertinaje; llenaos ms bien del Espritu. Recitad entre vosotros salmos,
himnos y cnticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazn al
Seor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de
nuestro Seor Jesucristo" (Ef 5, 18-20).
4. El salmista termina invitando a la alabanza a "todo ser vivo" (cf. Sal 150,
5), literalmente a "todo soplo", "todo respiro", expresin que en hebreo
designa a "todo ser que alienta", especialmente "todo hombre vivo" (cf. Dt
20, 16; Jos 10, 40; 11, 11. 14). Por consiguiente, en la alabanza divina est
implicada, ante todo, la criatura humana con su voz y su corazn.
Juntamente con ella son convocados idealmente todos los seres vivos, todas
las criaturas en las que hay un aliento de vida (cf. Gn 7, 22), para que eleven
su himno de gratitud al Creador por el don de la existencia.
En lnea con esta invitacin universal se pondr san Francisco con su
sugestivo Cntico del hermano sol, en el que invita a alabar y bendecir al
Seor por todas las criaturas, reflejo de su belleza y de su bondad (cf.
Fuentes Franciscanas, 263).
5. En este canto deben participar de modo especial todos los fieles, como
sugiere la carta a los Colosenses: "La palabra de Cristo habite en vosotros

#!

con toda su riqueza; instruos y amonestaos con toda sabidura; cantad


agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cnticos
inspirados" (Col 3, 16).
A este respecto, san Agustn, en sus Exposiciones sobre los salmos, ve
simbolizados en los instrumentos musicales a los santos que alaban a
Dios: "Vosotros, santos, sois la trompeta, el salterio, el arpa, la ctara, el
tambor, el coro, las cuerdas y el rgano, los platillos sonoros, que emiten
hermosos sonidos, es decir, que suenan armoniosamente. Vosotros sois
todas estas cosas. Al escuchar el salmo, no se ha de pensar en cosas de
escaso valor, en cosas transitorias, ni en instrumentos teatrales". En
realidad, "todo espritu que alaba al Seor" es voz de canto a Dios
(Esposizioni sui Salmi, IV, Roma 1977, pp. 934-935).
Por tanto, la msica ms sublime es la que se eleva desde nuestros
corazones. Y precisamente esta armona es la que Dios espera escuchar en
nuestras liturgias.

!,
Mircoles 19 de febrero de 2003

Que la creacin entera alabe al Seor


1. "Los tres jvenes, a coro, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo
a Dios dentro del horno" (Dn 3, 51). Esta frase introduce el clebre cntico
que acabamos de escuchar en uno de sus fragmentos fundamentales. Se
encuentra en el libro de Daniel, en la parte que nos ha llegado slo en
lengua griega, y lo entonan unos testigos valientes de la fe, que no quisieron
doblegarse a adorar la estatua del rey y prefirieron afrontar una muerte
trgica, el martirio en el horno ardiente.
Son tres jvenes judos, que el autor sagrado sita en el marco histrico del
reino de Nabucodonosor, el terrible soberano babilonio que aniquil la
ciudad santa de Jerusaln en el ao 586 a.C. y deport a los israelitas "junto
a los canales de Babilonia" (Sal 136, 1). En un momento de peligro
supremo, cuando ya las llamas laman su cuerpo, encuentran la fuerza para
"alabar, glorificar y bendecir a Dios", con la certeza de que el Seor del
cosmos y de la historia no los abandonar a la muerte y a la nada.
2. El autor bblico, que escriba algunos siglos ms tarde, evoca ese gesto
heroico para estimular a sus contemporneos a mantener en alto el
estandarte de la fe durante las persecuciones de los reyes siro-helensticos
del siglo II a.C. Precisamente entonces se produce la valiente reaccin de
los Macabeos, que combatieron por la libertad de la fe y de la tradicin

juda.
El cntico, tradicionalmente llamado "de los tres jvenes", se asemeja a una
antorcha que ilumina la oscuridad del tiempo de la opresin y de la
persecucin, un tiempo que se ha repetido con frecuencia en la historia de
Israel y tambin en la historia del cristianismo. Y nosotros sabemos que el
perseguidor no siempre asume el rostro violento y macabro del opresor, sino
que a menudo se complace en aislar al justo, con la burla y la irona,
preguntndole con sarcasmo: "Dnde est tu Dios?" (Sal 41, 4. 11).
3. En la bendicin que los tres jvenes elevan desde el crisol de su prueba al
Seor todopoderoso se ven implicadas todas las criaturas. Tejen una especie
de tapiz multicolor, en el que brillan los astros, se suceden las estaciones, se
mueven los animales, se asoman los ngeles y, sobre todo, cantan los
"siervos del Seor", los "santos" y los "humildes de corazn" (cf. Dn 3,
85. 87).
El pasaje que se acaba de proclamar precede a esta magnfica evocacin de
todas las criaturas. Constituye la primera parte del cntico, la cual evoca en
cambio la presencia gloriosa del Seor, trascendente pero cercana. S,
porque Dios est en los cielos, desde donde "sondea los abismos" (cf. Dn 3,
55), pero tambin "en el templo de su santa gloria" de Sin (cf. Dn 3, 53).
Se halla sentado "en el trono de su reino" eterno e infinito (cf. Dn 3, 54),
pero tambin "est sentado sobre querubines" (cf. Dn 3, 55), en el arca de la
alianza colocada en el Santo de los santos del templo de Jerusaln.
4. Un Dios por encima de nosotros, capaz de salvarnos con su poder; pero
tambin un Dios cercano a su pueblo, en medio del cual ha querido habitar
"en el templo de su santa gloria", manifestando as su amor. Un amor que
revelar en plenitud al hacer que su Hijo, Jesucristo, "habitara entre
nosotros, lleno de gracia y de verdad" (cf. Jn 1, 14). Dios revelar
plenamente su amor al mandar a su Hijo en medio de nosotros a compartir
en todo, menos en el pecado, nuestra condicin marcada por pruebas,
opresiones, soledad y muerte.
La alabanza de los tres jvenes al Dios salvador prosigue, de diversas
maneras, en la Iglesia. Por ejemplo, san Clemente Romano, al final de su
primera carta a los Corintios, inserta una larga oracin de alabanza y de
confianza, llena de reminiscencias bblicas, que tal vez es un eco de la
antigua liturgia romana. Se trata de una oracin de accin de gracias al
Seor que, a pesar del aparente triunfo del mal, dirige la historia hacia un
buen fin.
5. He aqu una parte de dicha oracin:
"Abriste los ojos de nuestro corazn (cf. Ef 1, 18),
para conocerte a ti (cf. Jn 17, 3),

#,

el solo Altsimo en las alturas,


el santo que reposa entre los santos.
A ti, que abates la altivez
de los soberbios (cf. Is 13, 11)
deshaces los pensamientos
de las naciones (cf. Sal 32, 10),
levantas a los humildes
y abates a los que se exaltan (cf. Jb 5, 11).
T enriqueces y t empobreces.
T matas y t das vida (cf. Dt 32, 39).
T solo eres bienhechor de los espritus
y Dios de toda carne.
T miras a los abismos (cf. Dn 3, 55)
y observas las obras de los hombres;
ayudador de los que peligran,
salvador de los que desesperan (cf. Jdt 9, 11),
criador y vigilante de todo espritu.
T multiplicas las naciones sobre la tierra,
y de entre todas escogiste a los que te aman,
por Jesucristo, tu siervo amado,
por el que nos enseaste,
santificaste y honraste"
(San Clemente Romano, Primera carta a los Corintios 59, 3: Padres
Apostlicos, BAC 1993, p. 232).

$
Mircoles 12 de febrero de 2003

Himno de accin de gracias


despus de la victoria
1. En todas las festividades ms significativas y alegres del antiguo
judasmo, especialmente en la celebracin de la Pascua, se cantaba la
secuencia de salmos que va del 112 al 117. Esta serie de himnos de
alabanza y de accin de gracias a Dios se llamaba el "Hallel egipcio",
porque en uno de ellos, el salmo 113 A, se evocaban de un modo potico,
muy grfico, el xodo de Israel de la tierra de la opresin, el Egipto
faranico, y el maravilloso don de la alianza divina. Pues bien, el salmo con
el que se concluye este "Hallel egipcio" es precisamente el salmo 117, que
se acaba de proclamar y que ya hemos meditado en un comentario anterior.
2. Este canto revela claramente un uso litrgico en el interior del templo de

#0

Jerusaln. En efecto, en su trama parece desarrollarse una procesin, que


comienza entre las "tiendas de los justos" (v. 15), es decir, en las casas de
los fieles. Estos exaltan la proteccin de la mano de Dios, capaz de tutelar a
los rectos, a los que confan en l incluso cuando irrumpen adversarios
crueles. La imagen que usa el salmista es expresiva: "Me rodeaban como
avispas, ardiendo como fuego en las zarzas; en el nombre del Seor los
rechac" (v. 12).
Al ser liberado de ese peligro, el pueblo de Dios prorrumpe en "cantos de
victoria" (v. 15) en honor de la "poderosa diestra del Seor" (cf. v. 16), que
ha obrado maravillas. Por consiguiente, los fieles son conscientes de que
nunca estn solos, a merced de la tempestad desencadenada por los
malvados. En verdad, Dios tiene siempre la ltima palabra; aunque permite
la prueba de su fiel, no lo entrega a la muerte (cf. v. 18).
3. En este momento parece que la procesin llega a la meta evocada por el
salmista mediante la imagen de la "puerta de la justicia" (v. 19), es decir, la
puerta santa del templo de Sin. La procesin acompaa al hroe al que
Dios ha dado la victoria. Pide que se le abran las puertas, para poder "dar
gracias al Seor" (v. 19). Con l "entran los justos" (v. 20). Para expresar la
dura prueba que ha superado y la glorificacin que ha tenido como
consecuencia, se compara a s mismo a la "piedra que desecharon los
arquitectos", transformada luego en "la piedra angular" (v. 22).
Cristo utilizar precisamente esta imagen y este versculo, al final de la
parbola de los viadores homicidas, para anunciar su pasin y su
glorificacin (cf. Mt 21, 42).
4. Aplicndose el salmo a s mismo, Cristo abre el camino a una
interpretacin cristiana de este himno de confianza y de accin de gracias al
Seor por su hesed, es decir, por su fidelidad amorosa, que se refleja en
todo el salmo (cf. Sal 117, 1. 2. 3. 4. 29).
Los smbolos adoptados por los Padres de la Iglesia son dos. Ante todo, el
de "puerta de la justicia", que san Clemente Romano, en su Carta a los
Corintios, comentaba as: "Siendo muchas las puertas que estn abiertas,
esta es la puerta de la justicia, a saber: la que se abre en Cristo.
Bienaventurados todos los que por ella entraren y enderezaren sus pasos en
santidad y justicia, cumpliendo todas las cosas sin perturbacin" (48,
4: Padres Apostlicos, BAC, Madrid 1993, p. 222).
5. El otro smbolo, unido al anterior, es precisamente el de la piedra. En
nuestra meditacin sobre este punto nos dejaremos guiar por san Ambrosio,
el cual, en su Exposicin sobre el evangelio segn san Lucas, comentando
la profesin de fe de Pedro en Cesarea de Filipo, recuerda que "Cristo es la
piedra" y que "tambin a su discpulo Cristo le otorg este hermoso nombre,
de modo que tambin l sea Pedro, para que de la piedra le venga la solidez

#$

de la perseverancia, la firmeza de la fe".


San Ambrosio introduce entonces la exhortacin: "Esfurzate por ser t
tambin piedra. Pero para ello no busques fuera de ti, sino en tu interior, la
piedra. Tu piedra son tus acciones; tu piedra es tu pensamiento. Sobre esta
piedra se construye tu casa, para que no sea zarandeada por ninguna
tempestad de los espritus del mal. Si eres piedra, estars dentro de la
Iglesia, porque la Iglesia est asentada sobre piedra. Si ests dentro de la
Iglesia, las puertas del infierno no prevalecern contra ti" (VI, 9799: Opere esegetiche IX/II, Miln-Roma 1978, SAEMO 12, p. 85).

0
Mircoles 5 de febrero de 2003

Invitacin universal a la alabanza divina


1. Prosiguiendo nuestra meditacin sobre los textos de la liturgia de Laudes,
volvemos a considerar un salmo ya propuesto, el ms breve de todos los que
componen el Salterio. Es el salmo 116, que acabamos de escuchar, una
especie de pequeo himno, semejante a una jaculatoria que se dilata en una
alabanza universal al Seor. El contenido del mensaje se expresa en dos
palabras fundamentales: amor y fidelidad (cf. v. 2).
Con estos trminos el salmista ilustra sintticamente la alianza entre Dios e
Israel, subrayando la relacin profunda, leal y confiada que existe entre el
Seor y su pueblo. Escuchamos aqu el eco de las palabras que Dios mismo
haba pronunciado en el Sina al presentarse ante Moiss. "Seor, Seor,
Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y
lealtad" (Ex 34, 6).
2. El salmo 116, a pesar de su brevedad y esencialidad, capta el ncleo
fundamental de la oracin, que consiste en el encuentro y en el dilogo vivo
y personal con Dios. En ese acontecimiento el misterio de la divinidad se
revela como fidelidad y amor.
El salmista aade un aspecto particular de la oracin: la experiencia orante
debe irradiarse al mundo, transformndose en testimonio ante quien no
comparte nuestra fe. En efecto, al inicio, el horizonte se ensancha a "todas
las naciones" y "a todos los pueblos" (cf. Sal 116, 1), para que ante la
belleza y la alegra de la fe tambin ellas sean conquistadas por el deseo de
conocer, encontrar y alabar a Dios.
3. En un mundo tecnolgico minado por un eclipse de lo sagrado, en una
sociedad que se complace en cierta autosuficiencia, el testimonio del orante

es como un rayo de luz en la oscuridad.


En un primer momento slo puede despertar curiosidad; luego puede llevar
a la persona reflexiva a preguntarse por el sentido de la oracin; y, por
ltimo, puede suscitar un creciente deseo de hacer esa misma experiencia.
Por eso, la oracin no es nunca un hecho solitario, sino que tiende a
dilatarse hasta implicar al mundo entero.
4. Comentando el salmo 116, nos servimos ahora de las palabras de un gran
Padre de la Iglesia de Oriente, san Efrn el Sirio, que vivi en el siglo IV.
En uno de sus Himnos sobre la fe, el decimocuarto, expresa el deseo de no
dejar nunca de alabar a Dios, implicando tambin "a todos los que
comprenden la verdad" divina. He aqu su testimonio:
"Cmo puede mi arpa, Seor, dejar de alabarte? Cmo podra ensear a
mi lengua la infidelidad? Tu amor me ha dado confianza en mi apuro, pero
mi voluntad sigue siendo ingrata (estrofa 9).
Es justo que el hombre reconozca tu divinidad; es justo que los seres
celestiales alaben tu humanidad; los seres celestiales quedaron asombrados
de ver hasta qu punto te anonadaste; y los de la tierra de ver cunto has
sido exaltado" (estrofa 10: L'Arpa dello Spirito, Roma 1999, pp. 26-28).
5. En otro himno (Himnos de Nisibi, 50), san Efrn confirma ese
compromiso de alabanza incesante, y explica que su motivo es el amor y la
compasin divina hacia nosotros, precisamente como sugiere nuestro salmo.
"Que en ti, Seor, mi boca rompa el silencio con la alabanza. Que nuestras
bocas expresen la alabanza; que nuestros labios la confiesen; que tu
alabanza vibre en nosotros (estrofa 2).
Dado que en nuestro Seor est injertada la raz de nuestra fe, aunque se
encuentre lejos, se halla cerca por la unin del amor. Que las races de
nuestro amor estn unidas a l; que la plena medida de su compasin se
derrame sobre nosotros" (estrofa 6: ib., pp. 77. 80).

0 Mircoles 29 de enero de 2003

Seor, dame la sabidura!


1. El cntico que se nos propone hoy nos presenta la mayor parte de una
amplia oracin puesta en labios de Salomn, al que la tradicin bblica
considera el rey justo y el sabio por excelencia. Se encuentra en el captulo
9 del libro de la Sabidura, un texto del Antiguo Testamento compuesto en

#-

griego, tal vez en Alejandra de Egipto, en los umbrales de la era cristiana.


En l se refleja el judasmo vivo y abierto de la dispora hebrea en el mundo
helenstico.
Son fundamentalmente tres las lneas de pensamiento teolgico que este
libro nos propone: la inmortalidad feliz, como meta final de la existencia
del justo (cf. cc. 1-5); la sabidura como don divino y gua de la vida y de
las opciones de los fieles (cf. cc. 6-9); la historia de la salvacin, sobre todo
el acontecimiento fundamental del xodo de la opresin egipcia, como
signo de la lucha entre el bien y el mal, que desemboca en una salvacin y
redencin plena (cf. cc. 10-19).
2. Salomn vivi aproximadamente diez siglos antes del autor inspirado del
libro de la Sabidura, pero ha sido considerado el fundador y el artfice
ideal de toda la reflexin sapiencial posterior. La oracin del himno puesto
en sus labios es una invocacin solemne dirigida al "Dios de los padres y
Seor de la misericordia" (Sb 9, 1), para que conceda el don valiossimo de
la sabidura.
Es evidente en nuestro texto la alusin a la escena narrada en el primer libro
de los Reyes, cuando Salomn, al inicio de su reinado, se dirige al alto de
Gaban, donde se alzaba un santuario, y, despus de celebrar un grandioso
sacrificio, durante la noche tiene un sueo-revelacin. A Dios, que lo invita
a pedirle un don, responde: "Concede, pues, a tu siervo, un corazn
prudente para gobernar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal" (1
R 3, 9).
3. La idea que sugiere esta invocacin de Salomn se desarrolla en nuestro
cntico mediante una serie de peticiones dirigidas al Seor, para que
conceda ese tesoro insustituible que es la sabidura.
En el pasaje, recortado por la liturgia de Laudes, encontramos estas dos
imploraciones: "Dame la sabidura. (...) Mndala de tus santos cielos, de tu
trono de gloria" (Sb 9, 4. 10). El fiel es consciente de que sin este don
carece de gua, de una estrella polar que le oriente en las opciones morales
de la existencia: "Soy hombre dbil y de pocos aos, demasiado pequeo
para conocer el juicio y las leyes. (...) Sin la sabidura, que procede de ti, (el
hombre) ser estimado en nada" (vv. 5-6).
Es fcil intuir que esta "sabidura" no es la simple inteligencia o habilidad
prctica, sino ms bien la participacin en la mente misma de Dios, que
"con su sabidura form al hombre" (cf. v. 2). Por consiguiente, es la
capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser, de la vida y de la
historia, traspasando la superficie de las cosas y de los acontecimientos para
descubrir en ellos el significado ltimo, querido por el Seor.
4. La sabidura es como una lmpara que ilumina nuestras opciones morales
de cada da y nos lleva por el camino recto, "para saber lo que es grato al
Seor y lo que es recto segn sus preceptos" (cf. v. 9). Por eso, la liturgia

nos hace orar con las palabras del libro de la Sabidura al inicio de una
jornada, precisamente para que Dios, con su sabidura, est a nuestro lado y
"nos asista en nuestros trabajos" de cada da (cf. v. 10), mostrndonos el
bien y el mal, lo justo y lo injusto.
Cuando la Sabidura divina nos lleva de la mano, nos adentramos con
confianza en el mundo. A ella nos asimos, amndola con un amor esponsal,
a ejemplo de Salomn, el cual, siempre segn el libro de la Sabidura,
confesaba: "Yo la am y la pretend desde mi juventud; me esforc por
hacerla esposa ma y llegu a ser un apasionado de su belleza" (Sb 8, 2).
5. Los Padres de la Iglesia identificaron a Cristo con la Sabidura de Dios,
siguiendo a san Pablo, que defini a Cristo "fuerza de Dios y sabidura de
Dios" (1 Co 1, 24).
Concluyamos con una oracin de san Ambrosio, que se dirige a Cristo
as: "Ensame las palabras llenas de sabidura, porque t eres la Sabidura.
Abre mi corazn, t que abriste el Libro. breme la puerta del cielo, porque
t eres la Puerta. Si entramos por ti, poseeremos el reino eterno; si entramos
por ti, no quedaremos defraudados, porque no puede equivocarse quien
entra en la morada de la Verdad" (Commento al Salmo 118, 1: SAEMO 9,
p. 377).

Mircoles 15 de enero de 2003

Promesa de cumplir la ley de Dios


1. En nuestro ya largo itinerario a la luz de los salmos que propone la
liturgia de las Laudes, llegamos a una estrofa -exactamente, la
decimonovena- de la oracin ms amplia del Salterio, el salmo 118. Se trata
de una parte del inmenso cntico alfabtico: a travs de un juego estilstico,
el salmista distribuye su obra en veintids estrofas, que corresponden a la
sucesin de las veintids letras del alfabeto hebreo. Cada estrofa consta de
ocho versos, cuyos inicios estn marcados por palabras hebreas, que
comienzan con una misma letra del alfabeto.
La estrofa que acabamos de escuchar va precedida por la letra hebrea qf,
y describe al orante que presenta a Dios su intensa vida de fe y oracin
(cf. vv. 145-152).
2. La invocacin al Seor no conoce descanso, porque es una respuesta
continua a la propuesta permanente de la palabra de Dios. En efecto, por
una parte, se multiplican los verbos de la oracin: Te invoco, te llamo, a ti

grito, escucha mi voz. Por otra, se exalta la palabra del Seor, que propone
los decretos, las leyes, la palabra, las promesas, el juicio, la voluntad, los
mandatos y los preceptos de Dios. Juntamente forman una constelacin que
es como la estrella polar de la fe y de la confianza del salmista. La oracin
se manifiesta, por tanto, como un dilogo, que comienza cuando ya es de
noche y an no ha despuntado el alba (cf. v. 147) y prosigue durante toda la
jornada, especialmente en las dificultades de la existencia. En efecto, el
horizonte a veces es oscuro y tormentoso: "Ya se acercan mis inicuos
perseguidores, estn lejos de tu voluntad" (v. 150). Pero el orante tiene una
certeza indiscutible, la cercana de Dios con su palabra y su gracia: "T,
Seor, ests cerca" (v. 151). Dios no abandona al justo en manos de sus
perseguidores.
3. En este punto, despus de haber delineado el mensaje sencillo pero
incisivo de la estrofa del salmo 118 -un mensaje apto para el inicio de una
jornada-, para nuestra meditacin recurriremos a un gran Padre de la Iglesia,
san Ambrosio, que en su Comentario al Salmo 118 dedica nada menos que
44 prrafos a explicar precisamente la estrofa que hemos escuchado.
Recogiendo la invitacin ideal a cantar la alabanza divina desde las
primeras horas de la maana, se detiene en particular en los versculos 147148: "Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, (...) mis ojos se adelantan a
las vigilias". En esta declaracin del salmista, san Ambrosio intuye la idea
de una oracin constante, que abarca todo tiempo: "Quien implora al Seor,
haga como si no conociera que existe un tiempo particular para dedicar a las
splicas a Dios; ha de estar siempre en actitud de splica. Sea que
comamos, sea que bebamos, anunciamos a Cristo, oramos a Cristo,
pensamos en Cristo, hablamos de Cristo. Cristo ha de estar siempre en
nuestro corazn y en nuestros labios" (Comentario al Salmo 118: SAEMO
10, p. 297).
Refiriendo luego los versculos al momento especfico de la maana y
aludiendo tambin a la expresin del libro de la Sabidura que prescribe
"adelantarse al sol para dar gracias" a Dios (Sb 16, 28), san Ambrosio
comenta: "En efecto, sera grave que los rayos del sol que sale te
sorprendieran acostado en la cama con descaro, y que una luz ms fuerte te
hiriera los ojos soolientos, an dominados por la pereza. Para nosotros, en
una noche ociosa, un espacio de tiempo tan largo sin hacer una pequea
prctica de piedad y sin ofrecer un sacrificio espiritual, es una acusacin"
(ib., p. 303).
4. Luego, san Ambrosio, contemplando el sol que sale -como haba hecho
en otro de sus clebres himnos "al canto del gallo", el Aeterne rerum
conditor, que ha sido incluido en la liturgia las Horas- nos interpela
as: "No sabes, hombre, que cada da adeudas a Dios las primicias de tu
corazn y de tu voz? La mies madura cada da; cada da madura su fruto.
Por eso, corre al encuentro del sol que sale... El sol de la justicia quiere ser
anticipado; no espera otra cosa... Si t te adelantas a este sol que va a salir,

recibirs como luz a Cristo. Ser precisamente l la primera luz que brille en
lo ms ntimo de tu corazn. Ser precisamente l quien (...) haga brillar
para ti la luz de la maana en las horas de la noche, si reflexionas en las
palabras de Dios. Mientras t reflexionas, se hace la luz... Muy de maana
apresrate a ir a la iglesia y lleva como ofrenda las primicias de tu
devocin. Y despus, si los compromisos del mundo te llaman, nada te
impedir decir: "mis ojos se adelantan a las vigilias meditando tu promesa",
y con la conciencia tranquila te dedicars a tus asuntos.Qu hermoso es
comenzar la jornada con himnos y cnticos, con las bienaventuranzas que
lees en el evangelio! Es muy saludable que venga sobre ti, para bendecirte,
el discurso del Seor; que t, mientras repites cantando las bendiciones
del Seor, tomes el compromiso de practicar alguna virtud, si quieres tener
tambin dentro de ti algo que te haga sentir merecedor de esa bendicin
divina" (ib., pp. 303, 309, 311 y 313).
Recojamos tambin nosotros la invitacin de san Ambrosio y cada maana
abramos la mirada a la vida diaria, a sus alegras y sus tristezas, invocando a
Dios para que est cerca de nosotros y nos gue con su palabra, que infunde
serenidad y gracia.

-Mircoles 8 de enero de 2003

Alegra de los que entran en el templo


1. En el clima de alegra y de fiesta que se prolonga durante esta ltima
semana del tiempo navideo, queremos reanudar nuestra meditacin sobre
la liturgia de las Laudes. Hoy reflexionamos sobre el salmo 99, que se
acaba de proclamar y que constituye una jubilosa invitacin a alabar al
Seor, pastor de su pueblo.
Siete imperativos marcan toda la composicin e impulsan a la comunidad
fiel a celebrar, en el culto, al Dios del amor y de la alianza: aclamad,
servid, entrad en su presencia, reconoced, entrad por sus puertas, dadle
gracias, bendecid su nombre. Se puede pensar en una procesin litrgica,
que est a punto de entrar en el templo de Sin para realizar un rito en honor
del Seor (cf. Sal 14; 23; 94).
En el Salmo se utilizan algunas palabras caractersticas para exaltar el
vnculo de alianza que existe entre Dios e Israel. Destaca ante todo la
afirmacin de una plena pertenencia a Dios: "somos suyos, su pueblo" (Sal
99, 3), una afirmacin impregnada de orgullo y a la vez de humildad, ya que
Israel se presenta como "ovejas de su rebao" (ib.). En otros textos
encontramos la expresin de la relacin correspondiente: "El Seor es

nuestro Dios" (cf. Sal 94, 7). Luego vienen las palabras que expresan la
relacin de amor, la "misericordia" y "fidelidad", unidas a la "bondad" (cf.
Sal 99, 5), que en el original hebreo se formulan precisamente con los
trminos tpicos del pacto que une a Israel con su Dios.
2. Aparecen tambin las coordenadas del espacio y del tiempo. En efecto,
por una parte, se presenta ante nosotros la tierra entera, con sus habitantes,
alabando a Dios (cf. v. 2); luego, el horizonte se reduce al rea sagrada del
templo de Jerusaln con sus atrios y sus puertas (cf. v. 4), donde se
congrega la comunidad orante. Por otra parte, se hace referencia al tiempo
en sus tres dimensiones fundamentales: el pasado de la creacin ("l nos
hizo", v. 3), el presente de la alianza y del culto ("somos suyos, su pueblo y
ovejas de su rebao", v. 3) y, por ltimo, el futuro, en el que la fidelidad
misericordiosa del Seor se extiende "por todas las edades", mostrndose
"eterna" (v. 5).
3. Consideremos ahora brevemente los siete imperativos que constituyen la
larga invitacin a alabar al Seor y ocupan casi todo el Salmo (cf. vv. 2-4),
antes de encontrar, en el ltimo versculo, su motivacin en la exaltacin de
Dios, contemplado en su identidad ntima y profunda.
La primera invitacin es a la aclamacin jubilosa, que implica a la tierra
entera en el canto de alabanza al Creador. Cuando oramos, debemos
sentirnos en sintona con todos los orantes que, en lenguas y formas
diversas, ensalzan al nico Seor. "Pues -como dice el profeta Malaquasdesde el sol levante hasta el poniente, grande es mi nombre entre las
naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y
una oblacin pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el
Seor de los ejrcitos" (Ml 1, 11).
4. Luego vienen algunas invitaciones de ndole litrgica y ritual: "servir",
"entrar en su presencia", "entrar por las puertas" del templo. Son verbos
que, aludiendo tambin a las audiencias reales, describen los diversos gestos
que los fieles realizan cuando entran en el santuario de Sin para participar
en la oracin comunitaria. Despus del canto csmico, el pueblo de Dios,
"las ovejas de su rebao", su "propiedad entre todos los pueblos" (Ex 19, 5),
celebra la liturgia.
La invitacin a "entrar por sus puertas con accin de gracias", "por sus
atrios con himnos", nos recuerda un pasaje del libro Los misterios, de san
Ambrosio, donde se describe a los bautizados que se acercan al altar: "El
pueblo purificado se acerca al altar de Cristo, diciendo: "Entrar al altar de
Dios, al Dios que alegra mi juventud" (Sal 42, 4). En efecto, abandonando
los despojos del error inveterado, el pueblo, renovado en su juventud como
guila, se apresura a participar en este banquete celestial. Por ello, viene y,
al ver el altar sacrosanto preparado convenientemente, exclama: "El Seor
es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me
conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas" (Sal 22, 1-2)" (Opere

dogmatiche III, SAEMO 17, pp. 158-159).


5. Los otros imperativos contenidos en el salmo proponen actitudes
religiosas fundamentales del orante: reconocer, dar gracias, bendecir. El
verbo reconocer expresa el contenido de la profesin de fe en el nico Dios.
En efecto, debemos proclamar que slo "el Seor es Dios" (Sal 99, 3),
luchando contra toda idolatra y contra toda soberbia y poder humanos
opuestos a l.
El trmino de los otros verbos, es decir, dar gracias y bendecir, es tambin
"el nombre" del Seor (cf. v. 4), o sea, su persona, su presencia eficaz y
salvadora.
A esta luz, el Salmo concluye con una solemne exaltacin de Dios, que es
una especie de profesin de fe: el Seor es bueno y su fidelidad no nos
abandona nunca, porque l est siempre dispuesto a sostenernos con su
amor misericordioso. Con esta confianza el orante se abandona al abrazo de
su Dios: "Gustad y ved qu bueno es el Seor -dice en otro lugar el
salmista-; dichoso el que se acoge a l" (Sal 33, 9; cf. 1 P 2, 3).

$.
Mircoles 11 de diciembre de 2002

Lamentacin del pueblo


en tiempo de hambre y guerra
1. El canto que el profeta Jeremas, desde su horizonte histrico, eleva al
cielo es amargo y lleno de sufrimiento (cf. Jr 14, 17-21). Lo hemos
escuchado ahora como invocacin, pues se reza en la liturgia de Laudes el
viernes, da en que se conmemora la muerte del Seor. El contexto del que
brota esta lamentacin es una calamidad que a menudo azota a la tierra de
Oriente Prximo: la sequa. Pero a este drama natural el profeta une otro no
menos terrible: la tragedia de la guerra: "Salgo al campo: muertos a
espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre" (v. 18). Por desgracia,
la descripcin es trgicamente actual en numerosas regiones de nuestro
planeta.
2. Jeremas entra en escena con el rostro baado en lgrimas: su llanto es
una lamentacin incesante por "la hija de su pueblo", es decir, por Jerusaln.
En efecto, segn un smbolo bblico muy conocido, la ciudad se representa
con una imagen femenina, "la hija de Sin". El profeta participa
ntimamente en la "terrible desgracia" y en la "herida de fuertes dolores" de
su pueblo (v. 17). A menudo sus palabras estn marcadas por el dolor y las

lgrimas, porque Israel no se deja penetrar del mensaje misterioso que el


sufrimiento implica. En otro pasaje, Jeremas exclama: "Si no lo oyereis, en
silencio llorar mi alma por ese orgullo, y dejarn caer mis ojos lgrimas, y
vertern copiosas lgrimas, porque va cautiva la grey del Seor" (Jr 13, 17).
3. El motivo de la desgarradora invocacin del profeta se ha de buscar,
como decamos, en dos acontecimientos trgicos: la espada y el hambre, es
decir, la guerra y la caresta (cf. Jr 14, 18). As pues, se trata de una
situacin histrica dolorosa y es significativo el retrato del profeta y del
sacerdote, los custodios de la palabra del Seor, los cuales "vagan sin
sentido por el pas" (ib.).
La segunda parte del cntico (cf. vv. 19-21) ya no es una lamentacin
individual, en primera persona singular, sino una splica colectiva dirigida a
Dios: "Por qu nos has herido sin remedio?" (v. 19). En efecto, adems de
la espada y del hambre, hay una tragedia mayor: la del silencio de Dios,
que ya no se revela y parece haberse encerrado en su cielo, como disgustado
por la conducta de la humanidad. Por eso, las preguntas dirigidas a l se
hacen tensas y explcitas en sentido tpicamente religioso: "Por qu has
rechazado del todo a Jud? Tiene asco tu garganta de Sin?" (v. 19). Ya se
sienten solos y abandonados, privados de paz, de salvacin y de esperanza.
El pueblo, abandonado a s mismo, se encuentra desconcertado e invadido
por el terror.
Esta soledad existencial, no es la fuente profunda de tanta insatisfaccin,
que captamos tambin en nuestros das? Tanta inseguridad y tantas
reacciones desconsideradas tienen su raz en el hecho de haberse alejado de
Dios, roca de salvacin.
4. En este momento se produce un cambio radical: el pueblo vuelve a Dios
y le dirige una intensa oracin. Ante todo, reconoce su pecado con una
breve pero sentida confesin de culpa: "Seor, reconocemos nuestra
impiedad (...), pecamos contra ti" (v. 20). Por consiguiente, el silencio de
Dios era provocado por el alejamiento del hombre. Si el pueblo se convierte
y vuelve al Seor, tambin Dios se mostrar dispuesto a salir a su encuentro
para abrazarlo.
Al final, el profeta usa dos palabras fundamentales: el "recuerdo" y la
"alianza" (v. 21). Dios es invitado por su pueblo a "recordar", es decir, a
reanudar el hilo de su benevolencia generosa, manifestada tantas veces en el
pasado con intervenciones decisivas para salvar a Israel. Dios es invitado a
recordar que se ha unido a su pueblo mediante una alianza de fidelidad y
amor.
Precisamente por esta alianza, el pueblo puede confiar en que el Seor
intervendr para liberarlo y salvarlo. El compromiso que ha asumido, el
honor de su "nombre", el hecho de su presencia en el templo, su "trono
glorioso", impulsan a Dios, despus del juicio por el pecado y el silencio, a

acercarse nuevamente a su pueblo para devolverle la vida, la paz y la


alegra.
Por consiguiente, al igual que los israelitas, tambin nosotros podemos tener
la certeza de que el Seor no nos abandona para siempre, sino que, despus
de cada prueba purificadora, vuelve a "iluminar su rostro sobre nosotros,
nos otorga su favor (...) y nos concede la paz", como reza la bendicin
sacerdotal recogida en el libro de los Nmeros (cf. Nm 6, 25-26).
5. En conclusin, la splica de Jeremas se podra comparar con una
conmovedora exhortacin dirigida a los cristianos de Cartago por san
Cipriano, obispo de esa ciudad en el siglo III. En tiempo de persecucin, san
Cipriano exhorta a sus fieles a invocar al Seor. Esta imploracin no es
idntica a la splica del profeta, porque no contiene una confesin de los
pecados, pues la persecucin no es un castigo por los pecados, sino una
participacin en la pasin de Cristo. A pesar de ello, se trata de una
invocacin tan apremiante como la de Jeremas. "Imploremos todos al
Seor -dice san Cipriano- con sinceridad, sin dejar de pedir, confiando en
obtener lo que pedimos.
Implormosle gimiendo y llorando, como es justo que imploren los que se
encuentran entre los desventurados que lloran y otros que temen desgracias,
entre los muchos que sufren por las matanzas y los pocos que quedan de
pie. Pidamos que pronto se nos devuelva la paz, que se nos preste ayuda en
nuestros escondrijos y en los peligros, que se cumpla lo que el Seor se
digna mostrar a sus siervos: la restauracin de su Iglesia, la seguridad de
nuestra salvacin eterna, el cielo despejado despus de la lluvia, la luz
despus de las tinieblas, la calma tras las tempestades y los torbellinos, la
ayuda compasiva de su amor de padre, las grandezas de la divina majestad,
que conocemos muy bien" (Epistula 11, 8, en: S. Pricoco-M Simonetti, La
preghiera dei cristiani, Miln 2000, pp. 138-139).

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Mircoles 4 de diciembre de 2002

Misericordia, Dios mo!


1. Todas las semanas, la liturgia de las Laudes nos propone nuevamente el
salmo 50, el clebre Miserere. Ya lo hemos meditado otras veces en algunas
de sus partes. Tambin ahora consideraremos en especial una seccin de
esta grandiosa imploracin de perdn: los versculos 12-16.
Es significativo, ante todo, notar que, en el original hebreo, resuena tres
veces la palabra "espritu", invocado de Dios como don y acogido por la
criatura arrepentida de su pecado: "Renuvame por dentro con espritu

firme; (...) no me quites tu santo espritu; (...) afinzame con espritu


generoso" (vv. 12. 13. 14). En cierto sentido, utilizando un trmino
litrgico, podramos hablar de una "epclesis", es decir, una triple
invocacin del Espritu que, como en la creacin aleteaba por encima de las
aguas (cf. Gn 1, 2), ahora penetra en el alma del fiel infundiendo una nueva
vida y elevndolo del reino del pecado al cielo de la gracia.
2. Los Padres de la Iglesia ven en el "espritu" invocado por el salmista la
presencia eficaz del Espritu Santo. As, san Ambrosio est convencido de
que se trata del nico Espritu Santo "que ardi con fervor en los profetas,
fue insuflado (por Cristo) a los Apstoles, y se uni al Padre y al Hijo en el
sacramento del bautismo" (El Espritu Santo I, 4, 55: SAEMO 16, p. 95).
Esa misma conviccin manifiestan otros Padres, como Ddimo el Ciego de
Alejandra de Egipto y Basilio de Cesarea en sus respectivos tratados sobre
el Espritu Santo (Ddimo el Ciego, Lo Spirito Santo, Roma 1990, p. 59;
Basilio de Cesarea, Lo Spirito Santo, IX, 22, Roma 1993, p. 117 s).
Tambin san Ambrosio, observando que el salmista habla de la alegra que
invade su alma una vez recibido el Espritu generoso y potente de Dios,
comenta: "La alegra y el gozo son frutos del Espritu y nosotros nos
fundamos sobre todo en el Espritu Soberano. Por eso, los que son
renovados con el Espritu Soberano no estn sujetos a la esclavitud, no son
esclavos del pecado, no son indecisos, no vagan de un lado a otro, no
titubean en sus opciones, sino que, cimentados sobre roca, estn firmes y no
vacilan" (Apologa del profeta David a Teodosio Augusto, 15, 72: SAEMO
5, p. 129).
3. Con esta triple mencin del "espritu", el salmo 50, despus de describir
en los versculos anteriores la prisin oscura de la culpa, se abre a la regin
luminosa de la gracia. Es un gran cambio, comparable a una nueva creacin:
del mismo modo que en los orgenes Dios insufl su espritu en la materia y
dio origen a la persona humana (cf. Gn 2, 7), as ahora el mismo Espritu
divino crea de nuevo (cf. Sal 50, 12), renueva, transfigura y transforma al
pecador arrepentido, lo vuelve a abrazar (cf. v. 13) y lo hace partcipe de la
alegra de la salvacin (cf. v. 14). El hombre, animado por el Espritu
divino, se encamina ya por la senda de la justicia y del amor, como reza otro
salmo: "Ensame a cumplir tu voluntad, ya que t eres mi Dios. Tu
espritu, que es bueno, me gue por tierra llana" (Sal 142, 10).
4. Despus de experimentar este nuevo nacimiento interior, el orante se
transforma en testigo; promete a Dios "ensear a los malvados los caminos"
del bien (cf. Sal 50, 15), de forma que, como el hijo prdigo, puedan
regresar a la casa del Padre. Del mismo modo, san Agustn, tras recorrer las
sendas tenebrosas del pecado, haba sentido la necesidad de atestiguar en
sus Confesiones la libertad y la alegra de la salvacin.
Los que han experimentado el amor misericordioso de Dios se convierten

en sus testigos ardientes, sobre todo con respecto a quienes an se hallan


atrapados en las redes del pecado. Pensamos en la figura de san Pablo, que,
deslumbrado por Cristo en el camino de Damasco, se transforma en un
misionero incansable de la gracia divina.
5. Por ltima vez, el orante mira hacia su pasado oscuro y clama a Dios:
"Lbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mo!" (v. 16). La "sangre",
a la que alude, se interpreta de diversas formas en la Escritura. La alusin,
puesta en boca del rey David, hace referencia al asesinato de Uras, el
marido de Betsab, la mujer que haba sido objeto de la pasin del
soberano. En sentido ms general, la invocacin indica el deseo de
purificacin del mal, de la violencia, del odio, siempre presentes en el
corazn humano con fuerza tenebrosa y malfica. Pero ahora los labios del
fiel, purificados del pecado, cantan al Seor.
Y el pasaje del salmo 50 que hemos comentado hoy concluye precisamente
con el compromiso de proclamar la "justicia" de Dios. El trmino "justicia"
aqu, como a menudo en el lenguaje bblico, no designa propiamente la
accin punitiva de Dios con respecto al mal; ms bien, indica la
rehabilitacin del pecador, porque Dios manifiesta su justicia haciendo
justos a los pecadores (cf. Rm 3, 26). Dios no se complace en la muerte del
malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva (cf. Ez 18, 23).

Mircoles 27 de noviembre de 2002

Santo es el Seor, nuestro Dios


1. "El Seor reina". Esta aclamacin, con la que se inicia el salmo 98, que
acabamos de escuchar, revela su tema fundamental y su gnero literario
caracterstico. Se trata de un canto elevado por el pueblo de Dios al Seor,
que gobierna el mundo y la historia como soberano trascendente y supremo.
Guarda relacin con otros himnos anlogos -los salmos 95-97, sobre los que
ya hemos reflexionado- que la liturgia de las Laudes presenta como la
oracin ideal de la maana.
En efecto, el fiel, al comenzar su jornada, sabe que no se halla abandonado
a merced de una casualidad ciega y oscura, ni sometido a la incertidumbre
de su libertad, ni supeditado a las decisiones de los dems, ni dominado por
las vicisitudes de la historia. Sabe que sobre cualquier realidad terrena se
eleva el Creador y Salvador en su grandeza, santidad y misericordia.
2. Son diversas las hiptesis sugeridas por los estudiosos sobre el uso de
este salmo en la liturgia del templo de Sin. En cualquier caso, tiene el

carcter de una alabanza contemplativa que se eleva al Seor, encumbrado


en la gloria celestial sobre todos los pueblos de la tierra (cf. v. 1). Y, a pesar
de eso, Dios se hace presente en un espacio y en medio de una comunidad,
es decir, en Jerusaln (cf. v. 2), mostrando que es "Dios con nosotros".
Son siete los ttulos solemnes que el salmista atribuye a Dios ya en los
primeros versculos: es rey, grande, encumbrado, terrible, santo, poderoso y
justo (cf. vv. 1-4). Ms adelante, Dios se presenta tambin como "paciente"
(v. 8). Se destaca sobre todo la santidad de Dios. En efecto, tres veces se
repite, casi en forma de antfona, que "l es santo" (vv. 3, 5 y 9). Ese
trmino, en el lenguaje bblico, indica sobre todo la trascendencia divina.
Dios es superior a nosotros, y se sita infinitamente por encima de
cualquiera de sus criaturas. Sin embargo, esta trascendencia no lo
transforma en soberano impasible y ajeno: cuando se le invoca, responde
(cf. v. 6). Dios es quien puede salvar, el nico que puede librar a la
humanidad del mal y de la muerte. En efecto, "ama la justicia" y
"administra la justicia y el derecho en Jacob" (cf. v. 4).
3. Sobre el tema de la santidad de Dios los Padres de la Iglesia hicieron
innumerables reflexiones, celebrando la inaccesibilidad divina. Sin
embargo, este Dios trascendente y santo se acerc al hombre. Ms an,
como dice san Ireneo, se "habitu" al hombre ya en el Antiguo Testamento,
manifestndose con apariciones y hablando por medio de los profetas,
mientras el hombre "se habituaba" a Dios aprendiendo a seguirlo y a
obedecerle. San Efrn, en uno de sus himnos, subraya incluso que por la
Encarnacin "el Santo tom como morada el seno (de Mara), de modo
corporal, y ahora toma como morada la mente, de modo espiritual" (Inni
sulla Nativit, IV, 130).
Adems, por el don de la Eucarista, en analoga con la Encarnacin, "la
Medicina de vida baj de lo alto, para habitar en los que son dignos de ella.
Despus de entrar, puso su morada entre nosotros, santificndonos as a
nosotros mismos dentro de l" (Inni conservati in armeno, XLVII, 27. 30).
4. Este vnculo profundo entre "santidad" y cercana de Dios se desarrolla
tambin en el salmo 98. En efecto, despus de contemplar la perfeccin
absoluta del Seor, el salmista recuerda que Dios se mantena en contacto
constante con su pueblo a travs de Moiss y Aarn, sus mediadores, as
como a travs de Samuel, su profeta. Hablaba y era escuchado, castigaba los
delitos, pero tambin perdonaba.
El "estrado de sus pies", es decir, el trono del arca del templo de Sin (cf.
vv. 5-8), era signo de su presencia en medio del pueblo. De esta forma, el
Dios santo e invisible se haca disponible a su pueblo a travs de Moiss, el
legislador, Aarn, el sacerdote, y Samuel, el profeta. Se revelaba con
palabras y obras de salvacin y de juicio, y estaba presente en Sin por el
culto celebrado en el templo.

5. As pues, podramos decir que el salmo 98 se realiza hoy en la Iglesia,


sede de la presencia del Dios santo y trascedente. El Seor no se ha retirado
al espacio inaccesible de su misterio, indiferente a nuestra historia y a
nuestras expectativas, sino que "llega para regir la tierra. Regir el orbe con
justicia y los pueblos con rectitud" (Sal 97, 9).
Dios ha venido a nosotros sobre todo en su Hijo, que se hizo uno de
nosotros para infundirnos su vida y su santidad. Por eso, ahora no nos
acercamos a Dios con terror, sino con confianza. En efecto, tenemos en
Cristo al Sumo sacerdote santo, inocente, sin mancha. "De ah que pueda
tambin salvar perfectamente a los que por l se llegan a Dios, ya que est
siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). As, nuestro canto se
llena de serenidad y alegra: ensalza al Seor rey, que habita entre nosotros,
enjugando toda lgrima de nuestros ojos (cf. Ap 21, 3-4).

#. $
Mircoles 20 de noviembre de 2002

El buen pastor es el Dios


altsimo y sapientsimo
1. En el libro del gran profeta Isaas, que vivi en el siglo VIII a.C., se
recogen tambin las voces de otros profetas, discpulos y continuadores
suyos. Es el caso del que los estudiosos de la Biblia han llamado "el
segundo Isaas", el profeta del regreso de Israel del exilio en Babilonia, que
tuvo lugar en el siglo VI a.C. Su obra constituye los captulos 40-55 del
libro de Isaas, y precisamente del primero de estos captulos est tomado el
cntico que ha entrado en la Liturgia de las Laudes y que se acaba de
proclamar.
Este cntico consta de dos partes: los dos primeros versculos provienen del
final de un hermossimo orculo de consolacin que anuncia el regreso de
los desterrados a Jerusaln, guiados por Dios mismo (cf. Is 40, 1-11). Los
versculos sucesivos forman el inicio de un discurso apologtico, que exalta
la omnisciencia y la omnipotencia de Dios y, por otra parte, somete a dura
crtica a los fabricantes de dolos.
2. As pues, al inicio del texto litrgico aparece la figura poderosa de Dios,
que vuelve a Jerusaln precedido de sus trofeos, como Jacob haba vuelto a
Tierra Santa precedido de sus rebaos (cf. Gn 31, 17; 32, 17). Los trofeos de
Dios son los hebreos desterrados, que l libr de las manos de sus
conquistadores. Por tanto, Dios se presenta "como pastor" (Is 40, 11). Esta
imagen, frecuente en la Biblia y en otras tradiciones antiguas, evoca la idea
de gua y de dominio, pero aqu los rasgos son sobre todo tiernos y

apasionados, porque el pastor es tambin el compaero de viaje de sus


ovejas (cf. Sal 22). Vela por su grey, no slo alimentndola y
preocupndose de que no se disperse, sino tambin cuidando con ternura de
los corderitos y de las ovejas que han dado a luz (cf. Is 40, 11).
3. Despus de la descripcin de la entrada en escena del Seor, rey y pastor,
viene la reflexin sobre su accin como Creador del universo. Nadie puede
equipararse a l en esta obra grandiosa y colosal: desde luego, no el
hombre, y mucho menos los dolos, seres muertos e impotentes. El profeta
recurre luego a una serie de preguntas retricas, es decir, preguntas en las
que se incluye ya la respuesta. Son pronunciadas en una especie de
proceso: nadie puede competir con Dios y arrogarse su inmenso poder o su
ilimitada sabidura.
Nadie es capaz de medir el inmenso universo creado por Dios. El profeta
destaca que los instrumentos humanos son ridculamente inadecuados para
esa tarea. Por otra parte, Dios actu en solitario; nadie pudo ayudarle o
aconsejarle en un proyecto tan inmenso como el de la creacin csmica (cf.
vv. 13-14).
En su 18 Catequesis bautismal, san Cirilo de Jerusaln, comentando este
cntico, invita a no medir a Dios con la vara de nuestra limitacin
humana: "Para ti, hombre tan pequeo y dbil, la distancia de la Gotia a la
India, de Espaa a Persia, es grande, pero para Dios, que tiene en su mano
el mundo entero, cualquier tierra est cerca" (Le Catechesi, Roma 1993, p.
408).
4. Despus de celebrar la omnipotencia de Dios en la creacin, el profeta
pondera su seoro sobre la historia, es decir, sobre las naciones, sobre la
humanidad que puebla la tierra. Los habitantes de los territorios conocidos,
pero tambin los de las regiones remotas, que la Biblia llama "islas" lejanas,
son una realidad microscpica comparada con la grandeza infinita del
Seor. Las imgenes son brillantes e intensas: los pueblos son como "gotas
de un cubo", "polvillo de balanza", "un grano" (Is 40, 15).
Nadie podra ofrecer un sacrificio digno de este grandioso Seor y rey: no
bastaran todas las vctimas de la tierra, ni todos los bosques de cedros del
Lbano para encender el fuego de este holocausto (cf. v. 16). El profeta
recuerda al hombre su lmite frente a la infinita grandeza y a la soberana
omnipotencia de Dios. La conclusin es lapidaria: "En su presencia, las
naciones todas, como si no existieran, valen para l nada y vaco" (v. 17).
5. Por consiguiente, el fiel es invitado, desde el inicio de la jornada, a adorar
al Seor omnipotente. San Gregorio de Nisa, Padre de la Iglesia de
Capadocia (siglo IV), meditaba as las palabras del cntico de
Isaas: "Cuando escuchamos la palabra "omnipotente", pensamos en el
hecho de que Dios mantiene todas las cosas en la existencia, tanto las

inteligibles como las que pertenecen a la creacin material. En efecto, por


este motivo, tiene el orbe de la tierra; por este motivo, tiene en su mano los
confines de la tierra; por este motivo, tiene en su puo el cielo; por este
motivo, mide con su mano el agua del mar; por este motivo, abarca en s
toda la creacin intelectual: para que todas las cosas permanezcan en la
existencia, mantenidas con poder por la potencia que las abraza" (Teologia
trinitaria, Miln 1994, p. 625).
San Jernimo, por su parte, se queda atnito ante otra verdad
sorprendente: la de Cristo, que, "a pesar de su condicin divina, (...) se
despoj de su rango, tom la condicin de esclavo, pasando por uno de
tantos" (Flp 2, 6-7). Ese Dios infinito y omnipotente -afirma- se hizo
pequeo y limitado. San Jernimo lo contempla en el establo de Beln y
exclama: "Aquel que encierra en un puo el universo, se halla aqu
encerrado en un estrecho pesebre" (Carta 22, 39, en: Opere scelte, I, Turn
1971, p. 379).

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Mircoles 13 de noviembre de 2002
Jerusaln, madre de todos los pueblos
1. El canto a Jerusaln, ciudad de la paz y madre universal, que acabamos
de escuchar, por desgracia est en contraste con la experiencia histrica que
la ciudad vive. Pero la oracin tiene como finalidad sembrar confianza e
infundir esperanza.
La perspectiva universal del salmo 86 puede hacer pensar en el himno del
libro de Isaas, en el cual confluyen hacia Sin todas las naciones para
escuchar la palabra del Seor y redescubrir la belleza de la paz, forjando "de
sus espadas arados", y "de sus lanzas podaderas" (cf. Is 2, 2-5). En realidad,
el salmo se sita en una perspectiva muy diversa, la de un movimiento que,
en vez de confluir hacia Sin, parte de Sin; el salmista considera a Sin
como el origen de todos los pueblos. Despus de declarar el primado de la
ciudad santa no por mritos histricos o culturales, sino slo por el amor
derramado por Dios sobre ella (cf. Sal 86, 1-3), el salmo celebra
precisamente este universalismo, que hermana a todos los pueblos.
2. Sin es aclamada como madre de toda la humanidad y no slo de Israel.
Esa afirmacin supone una audacia extraordinaria. El salmista es consciente
de ello y lo hace notar: "Qu pregn tan glorioso para ti, ciudad de Dios!"
(v. 3). Cmo puede la modesta capital de una pequea nacin presentarse
como el origen de pueblos mucho ms poderosos? Por qu Sin puede
tener esa inmensa pretensin? La respuesta se da en la misma frase: Sin es
madre de toda la humanidad porque es la "ciudad de Dios"; por eso est en
la base del proyecto de Dios.
Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relacin con esta
madre: Raab, es decir, Egipto, el gran Estado occidental; Babilonia, la
conocida potencia oriental; Tiro, que personifica el pueblo comercial del

norte; mientras Etiopa representa el sur lejano y Palestina la zona central,


tambin ella hija de Sin.
En el registro espiritual de Jerusaln se hallan incluidos todos los pueblos de
la tierra: tres veces se repite la frmula "han nacido all (...); todos han
nacido en ella" (vv. 4-6). Es la expresin jurdica oficial con la que se
declaraba que una persona haba nacido en una ciudad determinada y, como
tal, gozaba de la plenitud de los derechos civiles de aquel pueblo.
3. Es sugestivo observar que incluso las naciones consideradas hostiles a
Israel suben a Jerusaln y son acogidas no como extranjeras sino como
"familiares". Ms an, el salmista transforma la procesin de estos pueblos
hacia Sin en un canto coral y en una danza festiva: vuelven a encontrar
sus "fuentes" (cf. v. 7) en la ciudad de Dios, de la que brota una corriente de
agua viva que fecunda todo el mundo, siguiendo la lnea de lo que
proclamaban los profetas (cf. Ez 47, 1-12; Zc 13, 1; 14, 8; Ap 22, 1-2).
En Jerusaln todos deben descubrir sus races espirituales, sentirse en su
patria, reunirse como miembros de la misma familia, abrazarse como
hermanos que han vuelto a su casa.
4. El salmo 86, pgina de autntico dilogo interreligioso, recoge la
herencia universalista de los profetas (cf. Is 56, 6-7; 60, 6-7; 66, 21; Jl 4,
10-11; Ml 1, 11, etc.) y anticipa la tradicin cristiana que aplica este salmo a
la "Jerusaln de arriba", de la que san Pablo proclama que "es libre; es
nuestra madre" y tiene ms hijos que la Jerusaln terrena (cf. Ga 4, 26-27).
Lo mismo dice el Apocalipsis cuando canta a "la nueva Jerusaln, que baja
del cielo, de junto a Dios" (Ap 21, 2. 10).
En la misma lnea del salmo 86, tambin el concilio Vaticano II ve en la
Iglesia universal el lugar en donde se renen "todos los justos, desde Adn,
desde el justo Abel hasta el ltimo elegido". Esa Iglesia "llegar
gloriosamente a su plenitud al final de los siglos" (Lumen gentium, 2).
5. En la tradicin cristiana, esta lectura eclesial del salmo se abre a la
relectura del mismo en clave mariolgica. Jerusaln era para el salmista una
autntica "metrpoli", es decir, una "ciudad-madre", en cuyo interior se
hallaba presente el Seor mismo (cf. So 3, 14-18). Desde esta perspectiva, el
cristianismo canta a Mara como la Sin viva, en cuyo seno fue engendrado
el Verbo encarnado y, como consecuencia, han sido regenerados los hijos
de Dios. Las voces de los Padres de la Iglesia como, por ejemplo, Ambrosio
de Miln, Atanasio de Alejandra, Mximo el Confesor, Juan Damasceno,
Cromacio de Aquileya y Germano de Constantinopla, concuerdan en esta
relectura cristiana del salmo 86.
Citaremos ahora a un maestro de la tradicin armenia, Gregorio de Narek
(ca. 950-1010), el cual, en su Panegrico de la santsima Virgen Mara, se
dirige as a la Virgen: "Al refugiarnos bajo tu dignsima y poderosa
intercesin, encontramos amparo, oh santa Madre de Dios, consuelo y
descanso bajo la sombra de tu proteccin, como al abrigo de una muralla
bien fortificada: una muralla adornada, en la que se hallan engarzados
diamantes pursimos; una muralla envuelta en fuego y, por eso,
inexpugnable a los asaltos de los ladrones; una muralla que arroja pavesas,
inaccesible e inalcanzable para los crueles traidores; una muralla rodeada

por todas partes, segn David, cuyos cimientos fueron puestos por el
Altsimo (cf. Sal 86, 1. 5); una muralla fuerte de la ciudad de arriba, segn
san Pablo (cf. Ga 4, 26; Hb 12, 22), donde acogiste a todos como
habitantes, porque, mediante el nacimiento corporal de Dios, hiciste hijos de
la Jerusaln de arriba a los hijos de la Jerusaln terrena. Por eso, sus labios
bendicen tu seno virginal y todos te proclaman morada y templo de Aquel
que es de la misma naturaleza del Padre. As pues, con razn se te aplican
las palabras del profeta: "Fuiste nuestro refugio y nuestro defensor frente a
los torrentes en los das de angustia" (cf. Sal 45, 2)" (Testi mariani del
primo millennio, IV, Roma 1991, p. 589).

-$
Mircoles 6 de noviembre de 2002

El triunfo del Seor en su venida final


1. El salmo 97, que se acaba de proclamar, pertenece a una categora de
himnos que ya hemos encontrado durante el itinerario espiritual que
estamos realizando a la luz del Salterio.
Se trata de un himno al Seor rey del universo y de la historia (cf. v. 6). Se
define como "cntico nuevo" (v. 1), que en el lenguaje bblico significa un
canto perfecto, pleno, solemne, acompaado con msica de fiesta. En
efecto, adems del canto coral, se evocan "el son melodioso" de la ctara
(cf. v. 5), los clarines y las trompetas (cf. v. 6), pero tambin una
especie de aplauso csmico (cf. v. 8).
Luego, resuena repetidamente el nombre del "Seor" (seis veces), invocado
como "nuestro Dios" (v. 3). Por tanto, Dios est en el centro de la escena
con toda su majestad, mientras realiza la salvacin en la historia y se le
espera para "juzgar" al mundo y a los pueblos (cf. v. 9). El verbo hebreo que
indica el "juicio" significa tambin "regir": por eso, se espera la accin
eficaz del Soberano de toda la tierra, que traer paz y justicia.
2. El Salmo comienza con la proclamacin de la intervencin divina dentro
de la historia de Israel (cf. vv. 1-3). Las imgenes de la "diestra" y del
"santo brazo" remiten al xodo, a la liberacin de la esclavitud de Egipto
(cf. v. 1). En cambio, la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante
dos grandes perfecciones divinas: "misericordia" y "fidelidad" (cf. v. 3).
Estos signos de salvacin se revelan "a las naciones", hasta "los confines de
la tierra" (vv. 2 y 3), para que la humanidad entera sea atrada hacia Dios
salvador y se abra a su palabra y a su obra salvfica.

3. La acogida dispensada al Seor que interviene en la historia est marcada


por una alabanza coral: adems de la orquesta y de los cantos del templo de
Sin (cf. vv. 5-6), participa tambin el universo, que constituye una especie
de templo csmico.
Son cuatro los cantores de este inmenso coro de alabanza. El primero es el
mar, con su fragor, que parece actuar de contrabajo continuo en ese himno
grandioso (cf. v. 7). Lo siguen la tierra y el mundo entero (cf. vv. 4 y 7), con
todos sus habitantes, unidos en una armona solemne. La tercera
personificacin es la de los ros, que, al ser considerados como brazos del
mar, parecen aplaudir con su flujo rtmico (cf. v. 8). Por ltimo, vienen las
montaas, que parecen danzar de alegra ante el Seor, aun siendo las
criaturas ms slidas e imponentes (cf. v. 8; Sal 28, 6; 113, 6).
As pues, se trata de un coro colosal, que tiene como nica finalidad exaltar
al Seor, rey y juez justo. En su parte final, el Salmo, como decamos,
presenta a Dios "que llega para regir (juzgar) la tierra (...) con justicia y (...)
con rectitud" (Sal 97, 9).
Esta es la gran esperanza y nuestra invocacin: "Venga tu reino!", un reino
de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la armona originaria de
la creacin.
4. En este salmo, el apstol san Pablo reconoci con profunda alegra una
profeca de la obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvi del
versculo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el
Evangelio "se ha revelado la justicia de Dios" (cf. Rm 1, 17),
"se ha manifestado" (cf. Rm 3, 21).
La interpretacin que hace san Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud
de sentido. Ledo desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo
proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al
contemplarlo, se admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios
realiza la salvacin en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo
contemplan y son invitadas a beneficiarse de esa salvacin, ya que el
Evangelio "es fuerza de Dios para la salvacin de todo el que cree: del
judo primeramente y tambin del griego", es decir del pagano (Rm 1, 16).
Ahora "todos los confines de la tierra" no slo "han contemplado la
salvacin de nuestro Dios" (Sal 97, 3), sino que la han recibido.
5. Desde esta perspectiva, Orgenes, escritor cristiano del siglo III, en un
texto recogido despus por san Jernimo, interpreta el "cntico nuevo" del
Salmo como una celebracin anticipada de la novedad cristiana del
Redentor crucificado. Por eso, sigamos su comentario, que entrelaza el
cntico del salmista con el anuncio evanglico: "Cntico nuevo es el Hijo
de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad
nueva debe tener un cntico nuevo. "Cantad al Seor un cntico nuevo". En

realidad, el que sufri la pasin es un hombre; pero vosotros cantad al


Seor. Sufri la pasin como hombre, pero salv como Dios".
Prosigue Orgenes: Cristo "hizo milagros en medio de los judos: cur
paralticos, limpi leprosos, resucit muertos. Pero tambin otros profetas lo
hicieron. Multiplic unos pocos panes en un nmero enorme, y dio de
comer a un pueblo innumerable. Pero tambin Eliseo lo hizo. Entonces,
qu hizo de nuevo para merecer un cntico nuevo? Queris saber lo que
hizo de nuevo? Dios muri como hombre, para que los hombres tuvieran la
vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo" (74
omelie sul libro dei Salmi, Miln 1993, pp. 309-310).

!!

!. 0
Mircoles 30 de octubre de 2002

Dios juzgar con justicia


1. Entre los cnticos bblicos que acompaan a los salmos en la liturgia de
las Laudes encontramos el breve texto proclamado hoy. Est tomado de un
captulo del libro del profeta Isaas, el trigsimo tercero de su amplia y
admirable coleccin de orculos divinos.
El cntico comienza, en los versculos anteriores a los que se recogen en la
liturgia (cf. vv. 10-12), con el anuncio de un ingreso potente y glorioso de
Dios en el escenario de la historia humana: "Ahora me levanto, dice el
Seor, ahora me exalto, ahora me elevo" (v. 10). Las palabras de Dios se
dirigen a los "lejanos" y a los "cercanos", es decir, a todas las naciones de la
tierra, incluso a las ms remotas, y a Israel, el pueblo "cercano" al Seor por
la alianza (cf. v. 13).
En otro pasaje del libro de Isaas se afirma: "Yo pongo alabanza en los
labios: Paz, paz a los lejanos y a los cercanos! -dice el Seor-. Yo los
curar" (Is 57, 19). Sin embargo, ahora las palabras del Seor se vuelven
duras, asumen el tono del juicio sobre el mal de los "lejanos" y de los
"cercanos".
2. En efecto, inmediatamente despus, cunde el miedo entre los habitantes
de Sin, en los que reinan el pecado y la impiedad (cf. Is 33, 14). Son
conscientes de que viven cerca del Seor, que reside en el templo, ha
elegido caminar con ellos en la historia y se ha transformado en
"Emmanuel", "Dios con nosotros" (cf. Is 7, 14). Ahora bien, el Seor justo y
santo no puede tolerar la impiedad, la corrupcin y la injusticia. Como
"fuego devorador" y "hoguera perpetua" (cf. Is 33, 14), acomete el mal para
aniquilarlo.

Ya en el captulo 10, Isaas adverta: "La luz de Israel vendr a ser fuego, y
su Santo, llama; arder y devorar" (v. 17). Tambin el salmista
cantaba: "Como se derrite la cera ante el fuego, as perecen los impos ante
Dios" (Sal 67, 3). Se quiere decir, en el mbito de la economa del Antiguo
Testamento, que Dios no es indiferente ante el bien y el mal, sino que
muestra su indignacin y su clera contra la maldad.
3. Nuestro cntico no concluye con esta sombra escena de juicio. Ms an,
reserva la parte ms amplia e intensa a la santidad acogida y vivida como
signo de la conversin y reconciliacin con Dios, ya realizada. Siguiendo la
lnea de algunos salmos, como el 14 y el 23, que exponen las condiciones
exigidas por el Seor para vivir en comunin gozosa con l en la liturgia del
templo, Isaas enumera seis compromisos morales para el autntico
creyente, fiel y justo (cf. Is 33, 15), el cual puede habitar, sin sufrir dao, en
medio del fuego divino, para l fuente de beneficios.
El primer compromiso consiste en "proceder con justicia", es decir, en
considerar la ley divina como lmpara que ilumina el sendero de la vida. El
segundo coincide con el hablar leal y sincero, signo de relaciones sociales
correctas y autnticas. Como tercer compromiso, Isaas propone "rehusar el
lucro de la opresin" combatiendo as la violencia sobre los pobres y la
riqueza injusta. Luego, el creyente se compromete a condenar la corrupcin
poltica y judicial "sacudiendo la mano para rechazar el soborno", imagen
sugestiva que indica el rechazo de donativos hechos para desviar la
aplicacin de las leyes y el curso de la justicia.
4. El quinto compromiso se expresa con el gesto significativo de "taparse
los odos" cuando se hacen propuestas sanguinarias, invitaciones a cometer
actos de violencia. El sexto y ltimo compromiso se presenta con una
imagen que, a primera vista, desconcierta porque no corresponde a nuestro
modo de hablar. La expresin "cerrar un ojo" equivale a "hacer que no
vemos para no tener que intervenir"; en cambio, el profeta dice que el
hombre honrado "cierra los ojos para no ver la maldad", manifestando que
rechaza completamente cualquier contacto con el mal.
San Jernimo, en su comentario a Isaas, teniendo en cuenta el conjunto del
pasaje, desarrolla as el concepto: "Toda iniquidad, opresin e injusticia, es
un delito de sangre: y, aunque no mata con la espada, mata con la
intencin. "Cierra los ojos para no ver la maldad": Feliz conciencia, que no
escucha y no contempla el mal! Por eso, quien obra as, habitar "en lo
alto", es decir, en el reino de los cielos o en la altsima gruta de "un picacho
rocoso", o sea, en Jesucristo" (In Isaiam prophetam, 10, 33: PL 24, 367).
De esta forma, san Jernimo nos ayuda a comprender lo que significa
"cerrar los ojos" en la expresin del profeta: se trata de una invitacin a
rechazar totalmente cualquier complicidad con el mal. Como se puede notar
fcilmente, se citan los principales sentidos del cuerpo: en efecto, las

manos, los pies, los ojos, los odos y la lengua estn implicados en el obrar
moral humano.
5. Ahora bien, quien decide seguir esta conducta honrada y justa podr
acceder al templo del Seor, donde recibir la seguridad del bienestar
exterior e interior que Dios da a los que estn en comunin con l. El
profeta usa dos imgenes para describir este gozoso desenlace (cf. v. 16): la
seguridad en un alczar inexpugnable y la abundancia de pan y agua,
smbolo de vida prspera y feliz.
La tradicin ha interpretado espontneamente el signo del agua como
imagen del bautismo (cf., por ejemplo, la Carta de Bernab, XI, 5),
mientras que el pan se ha transfigurado para los cristianos en signo de la
Eucarista. Es lo que se lee, por ejemplo, en el comentario de san Justino
mrtir, el cual ve en las palabras de Isaas una profeca del "pan"
eucarstico, "memoria" de la muerte redentora de Cristo (cf. Dilogo con
Trifn, Paulinas 1988, p. 242).

,
Mircoles 23 de octubre de 2002

Oracin a Dios ante las dificultades


1. El salmo 85, que se acaba de proclamar y que ser objeto de nuestra
reflexin, nos brinda una sugestiva definicin del orante. Se presenta a Dios
con estas palabras: soy "tu siervo" e "hijo de tu esclava" (v. 16). Desde
luego, la expresin puede pertenecer al lenguaje de las ceremonias de corte,
pero tambin se usaba para indicar al siervo adoptado como hijo por el jefe
de una familia o de una tribu. Desde esta perspectiva, el salmista, que se
define tambin "fiel" del Seor (cf. v. 2), se siente unido a Dios por un
vnculo no slo de obediencia, sino tambin de familiaridad y comunin.
Por eso, su splica est totalmente impregnada de abandono confiado y
esperanza.
Sigamos ahora esta plegaria que la Liturgia de las Horas nos propone al
inicio de una jornada que probablemente implicar no slo compromisos y
esfuerzos, sino tambin incomprensiones y dificultades.
2. El Salmo comienza con una intensa invocacin, que el orante dirige al
Seor confiando en su amor (cf. vv. 1-7). Al final expresa nuevamente la
certeza de que el Seor es un "Dios clemente y misericordioso, lento a la
clera, rico en piedad y leal" (v. 15; cf. Ex 34, 6). Estos reiterados y
convencidos testimonios de confianza manifiestan una fe intacta y pura, que
se abandona al "Seor (...) bueno y clemente, rico en misericordia con los

que te invocan" (v. 5).


En el centro del Salmo se eleva un himno, en el que se mezclan
sentimientos de gratitud con una profesin de fe en las obras de salvacin
que Dios realiza delante de los pueblos (cf. vv. 8-13).
3. Contra toda tentacin de idolatra, el orante proclama la unicidad absoluta
de Dios (cf. v. 8). Luego se expresa la audaz esperanza de que un da "todos
los pueblos" adorarn al Dios de Israel (v. 9). Esta perspectiva maravillosa
encuentra su realizacin en la Iglesia de Cristo, porque l envi a sus
apstoles a ensear a "todas las gentes" (Mt 28, 19). Nadie puede ofrecer
una liberacin plena, salvo el Seor, del que todos dependen como criaturas
y al que debemos dirigirnos en actitud de adoracin (cf. Sal 85, v. 9). En
efecto, l manifiesta en el cosmos y en la historia sus obras admirables, que
testimonian su seoro absoluto (cf. v. 10).
En este contexto el salmista se presenta ante Dios con una peticin intensa y
pura: "Ensame, Seor, tu camino, para que siga tu verdad; mantn mi
corazn entero en el temor de tu nombre" (v. 11). Es hermosa esta peticin
de poder conocer la voluntad de Dios, as como esta invocacin para
obtener el don de un "corazn entero", como el de un nio, que sin doblez
ni clculos se abandona plenamente al Padre para avanzar por el camino de
la vida.
4. En este momento aflora a los labios del fiel la alabanza a Dios
misericordioso, que no permite que caiga en la desesperacin y en la
muerte, en el mal y en el pecado (cf. vv. 12-13; Sal 15, 10-11).
El salmo 85 es un texto muy apreciado por el judasmo, que lo ha incluido
en la liturgia de una de las solemnidades ms importantes, el Ym Kippur o
da de la expiacin. El libro del Apocalipsis, a su vez, tom un versculo (cf.
v. 9) para colocarlo en la gloriosa liturgia celeste dentro de "el cntico de
Moiss, siervo de Dios, y el cntico del Cordero": "todas las naciones
vendrn y se postrarn ante ti"; y el Apocalipsis aade: "porque tus juicios
se hicieron manifiestos" (Ap 15, 4).
San Agustn dedic a este salmo un largo y apasionado comentario en sus
Exposiciones sobre los Salmos, transformndolo en un canto de Cristo y del
cristiano. La traduccin latina, en el versculo 2, de acuerdo con la versin
griega de los Setenta, en vez de "fiel" usa el trmino "santo": "protege mi
vida, pues soy santo". En realidad, slo Cristo es santo, pero -explica san
Agustn- tambin el cristiano se puede aplicar a s mismo estas
palabras: "Soy santo, porque t me has santificado; porque lo he recibido
(este ttulo), no porque lo tuviera; porque t me lo has dado, no porque yo
me lo haya merecido". Por tanto, "diga todo cristiano, o mejor, diga todo el
cuerpo de Cristo; clame por doquier, mientras sufre las tribulaciones, las
diversas tentaciones, los innumerables escndalos: "protege mi vida, pues

!#

soy santo; salva a tu siervo que confa en ti". Este santo no es soberbio,
porque espera en el Seor" (Esposizioni sui Salmi, vol. II, Roma 1970, p.
1251).
5. El cristiano santo se abre a la universalidad de la Iglesia y ora con el
salmista: "Todos los pueblos vendrn a postrarse en tu presencia, Seor"
(Sal 85, 9). Y san Agustn comenta: "Todos los pueblos en el nico Seor
son un solo pueblo y forman una unidad. Del mismo modo que existen la
Iglesia y las Iglesias, y las Iglesias son la Iglesia, as ese "pueblo" es lo
mismo que los pueblos. Antes eran pueblos varios, gentes numerosas; ahora
forman un solo pueblo. Por qu un solo pueblo? Porque hay una sola fe,
una sola esperanza, una sola caridad, una sola espera. En definitiva, por
qu no debera haber un solo pueblo, si es una sola la patria? La patria es el
cielo; la patria es Jerusaln. Y este pueblo se extiende de oriente a
occidente, desde el norte hasta el sur, en las cuatro partes del mundo" (ib.,
p. 1269).
Desde esta perspectiva universal, nuestra oracin litrgica se transforma en
un himno de alabanza y un canto de gloria al Seor en nombre de todas las
criaturas.

00
Mircoles 9 de octubre de 2002

Todos los pueblos alaben a Dios


1. Acaba de resonar la voz del antiguo salmista, que ha elevado al Seor un
canto jubiloso de accin de gracias. Es un texto breve y esencial, pero que
se abre a un inmenso horizonte, hasta abarcar idealmente a todos los
pueblos de la tierra.
Esta apertura universalista refleja probablemente el espritu proftico de la
poca sucesiva al destierro babilnico, cuando se deseaba que incluso los
extranjeros fueran llevados por Dios al monte santo para ser colmados de
gozo. Sus sacrificios y holocaustos seran gratos, porque el templo del
Seor se convertira en "casa de oracin para todos los pueblos" (Is 56, 7).
Tambin en nuestro salmo, el nmero 66, el coro universal de las naciones
es invitado a unirse a la alabanza que Israel eleva en el templo de Sin. En
efecto, se repite dos veces esta antfona: "Oh Dios, que te alaben los
pueblos, que todos los pueblos te alaben" (vv. 4 y 6).
2. Incluso los que no pertenecen a la comunidad elegida por Dios reciben de
l una vocacin: en efecto, estn llamados a conocer el "camino" revelado a

Israel. El "camino" es el plan divino de salvacin, el reino de luz y de paz,


en cuya realizacin se ven implicados tambin los paganos, invitados a
escuchar la voz de Yahveh (cf. v. 3). Como resultado de esta escucha
obediente temen al Seor "hasta los confines del orbe" (v. 8), expresin que
no evoca el miedo, sino ms bien el respeto, impregnado de adoracin, del
misterio trascendente y glorioso de Dios.
3. Al inicio y en la parte final del Salmo se expresa el deseo insistente de la
bendicin divina: "El Seor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro
sobre nosotros (...). Nos bendice el Seor nuestro Dios. Que Dios nos
bendiga" (vv. 2. 7-8).
Es fcil percibir en estas palabras el eco de la famosa bendicin sacerdotal
que Moiss ense, en nombre de Dios, a Aarn y a los descendientes de la
tribu sacerdotal: "El Seor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor; el Seor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6, 2426).
Pues bien, segn el salmista, esta bendicin derramada sobre Israel ser
como una semilla de gracia y salvacin que se plantar en el terreno del
mundo entero y de la historia, dispuesta a brotar y a convertirse en un rbol
frondoso.
El pensamiento va tambin a la promesa hecha por el Seor a Abraham en
el da de su eleccin: "De ti har una nacin grande y te bendecir.
Engrandecer tu nombre; y sers t una bendicin. (...) Por ti se bendecirn
todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 2-3).
4. En la tradicin bblica uno de los efectos comprobables de la bendicin
divina es el don de la vida, de la fecundidad y de la fertilidad.
En nuestro salmo se alude explcitamente a esta realidad concreta, valiosa
para la existencia: "La tierra ha dado su fruto" (v. 7). Esta constatacin ha
impulsado a los estudiosos a unir el Salmo al rito de accin de gracias por
una cosecha abundante, signo del favor divino y testimonio ante los dems
pueblos de la cercana del Seor a Israel.
La misma frase llam la atencin de los Padres de la Iglesia, que partiendo
del mbito agrcola pasaron al plano simblico. As, Orgenes aplic ese
versculo a la Virgen Mara y a la Eucarista, es decir, a Cristo que procede
de la flor de la Virgen y se transforma en fruto que puede comerse. Desde
esta perspectiva "la tierra es santa Mara, la cual viene de nuestra tierra, de
nuestro linaje, de este barro, de este fango, de Adn". Esta tierra ha dado su
fruto: lo que perdi en el paraso, lo recuper en el Hijo. "La tierra ha dado
su fruto: primero produjo una flor (...); luego esa flor se convirti en fruto,
para que pudiramos comerlo, para que comiramos su carne. Queris
saber cul es ese fruto? Es el Virgen que procede de la Virgen; el Seor, de

la esclava; Dios, del hombre; el Hijo, de la Madre; el fruto, de la tierra" (74


Omelie sul libro dei Salmi, Miln 1993, p. 141).
5. Concluyamos con unas palabras de san Agustn en su comentario al
Salmo. Identifica el fruto que ha germinado en la tierra con la novedad que
se produce en los hombres gracias a la venida de Cristo, una novedad de
conversin y un fruto de alabanza a Dios.
En efecto, "la tierra estaba llena de espinas", explica. Pero "se ha acercado
la mano del escardador, se ha acercado la voz de su majestad y de su
misericordia; y la tierra ha comenzado a alabar. La tierra ya da su fruto".
Ciertamente, no dara su fruto "si antes no hubiera sido regada" por la
lluvia, "si no hubiera venido antes de lo alto la misericordia de Dios". Pero
ya tenemos un fruto maduro en la Iglesia gracias a la predicacin de los
Apstoles: "Al enviar luego la lluvia mediante sus nubes, es decir,
mediante los Apstoles, que anunciaron la verdad, "la tierra ha dado su
fruto" con ms abundancia; y esta mies ya ha llenado el mundo entero"
(Esposizioni sui Salmi, II, Roma 1970, p. 551).

$.Mircoles 2 de octubre de 2002

Himno despus de la victoria


1. En el libro del profeta Isaas convergen voces diversas, distribuidas en un
amplio arco de tiempo y todas puestas bajo el nombre y la inspiracin de
este grandioso testigo de la palabra de Dios, que vivi en el siglo VIII antes
de Cristo.
En este vasto libro de profecas que tambin Jess desenroll y ley en la
sinagoga de su pueblo, Nazaret (cf. Lc 4, 17-19), se halla una serie de
captulos, que va del 24 al 27, denominada habitualmente por los estudiosos
"el gran Apocalipsis de Isaas". En efecto, se encontrar en l una segunda y
menor en los captulos 34-35. En pginas a menudo ardientes y densas de
smbolos, se delinea una fuerte descripcin potica del juicio divino sobre la
historia y se exalta la espera de salvacin por parte de los justos.
2. Con frecuencia, como suceder con el Apocalipsis de san Juan, se oponen
dos ciudades contrapuestas entre s: la ciudad rebelde, encarnada en
algunos centros histricos de entonces, y la ciudad santa, donde se renen
los fieles.
Pues bien, el cntico que acaba de proclamarse, y que est tomado del
captulo 26 de Isaas, es precisamente la celebracin gozosa de la ciudad de

!!

la salvacin. Se eleva fuerte y gloriosa, porque el Seor mismo ha puesto


sus fundamentos y sus murallas de proteccin, transformndola en una
morada segura y tranquila (cf. v. 1). l abre ahora sus puertas de par en par,
para acoger al pueblo de los justos (cf. v. 2), que parece repetir las palabras
del salmista cuando, delante del templo de Sin, exclama: "Abridme las
puertas del triunfo y entrar para gracias al Seor. Esta es la puerta del
Seor: los vencedores entrarn por ella" (Sal 177, 19-20).
3. Quien entra en la ciudad de la salvacin debe cumplir un requisito
fundamental: "nimo firme, ... fiarse de ti, ... confiar" (cf. Is 26, 3-4). Es la
fe en Dios, una fe slida, basada en l, que es la "Roca eterna" (v. 4).
Es la confianza, ya expresada en la raz originaria hebrea de la palabra
"amn", profesin sinttica de fe en el Seor, que, como cantaba el rey
David, es "mi fortaleza, mi roca, mi alczar, mi libertador; mi Dios, pea
ma, refugio mo, mi escudo y baluarte, mi fuerza salvadora" (Sal 17, 2-3;
cf. 2 S 22, 2-3).
El don que Dios ofrece a los fieles es la paz (cf. Is 26, 3), el don mesinico
por excelencia, sntesis de vida en la justicia, en la libertad y en la alegra de
la comunin.
4. Es un don reafirmado con fuerza tambin en el versculo final del cntico
de Isaas: "Seor, t nos dars la paz, porque todas nuestras empresas nos
las realizas t" (v. 12). Este versculo atrajo la atencin de los Padres de la
Iglesia: en aquella promesa de paz vislumbraron las palabras de Cristo que
resonaran siglos ms tarde: "Os dejo la paz, mi paz os doy" (Jn 14, 27).
En su Comentario al evangelio de Juan, san Cirilo de Alejandra recuerda
que, al dar la paz, Jess da su mismo Espritu. Por tanto, no nos deja
hurfanos, sino que, mediante el Espritu, permanece con nosotros. Y san
Cirilo comenta: el profeta "pide que venga el Espritu divino, por el cual
hemos sido admitidos de nuevo en la amistad con Dios Padre, del que antes
estbamos alejados por el pecado que reinaba en nosotros". El comentario
se transforma luego en oracin: "Oh Seor, concdenos la paz. Entonces
admitiremos que tenemos todo, y nos parecer que no le falta nada a quien
ha recibido la plenitud de Cristo. En efecto, la plenitud de todo bien es que
Dios more en nosotros por el Espritu (cf. Col 1, 19)" (vol. III, Roma 1994,
p. 165).
5. Demos una ltima mirada al texto de Isaas. Presenta una reflexin sobre
la "senda recta del justo" (cf. v. 7) y una declaracin de adhesin a las
decisiones justas de Dios (cf. vv. 8-9). La imagen dominante es la de la
senda, clsica en la Biblia, como ya haba declarado Oseas, profeta poco
anterior a Isaas: "Quin es sabio para entender estas cosas, inteligente
para conocerlas?: Que rectos son los caminos del Seor, por ellos caminan
los justos, mas los rebeldes en ellos tropiezan" (Os 14, 10).

En el cntico de Isaas hay otro componente, que es muy sugestivo tambin


por el uso litrgico que hace de l la liturgia de Laudes. En efecto, se
menciona el alba, esperada despus de una noche dedicada a la bsqueda de
Dios: "Mi alma te ansa de noche, mi espritu en mi interior madruga por ti"
(Is 26, 9).
Precisamente a las puertas del da, cuando inicia el trabajo y bulle ya la vida
diaria en las calles de la ciudad, el fiel debe comprometerse nuevamente a
caminar "en la senda de tus juicios, Seor" (v. 8), esperando en l y en su
palabra, nica fuente de paz.
Afloran entonces en sus labios las palabras del salmista, que desde la aurora
profesa su fe: "Oh Dios, t eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma est
sedienta de ti. (...) Tu gracia vale ms que la vida" (Sal 62, 2. 4). As, con el
nimo fortalecido, puede afrontar la nueva jornada.

Mircoles 25 de septiembre de 2002

Nuestra salvacin est cerca


1. El salmo 84, que acabamos de proclamar, es un canto gozoso y lleno de
esperanza en el futuro de la salvacin. Refleja el momento entusiasmante
del regreso de Israel del exilio babilnico a la tierra de sus padres. La vida
nacional se reanuda en aquel amado hogar, que haba sido apagado y
destruido en la conquista de Jerusaln por obra del ejrcito del rey
Nabucodonosor en el ao 586 a.C.
En efecto, en el original hebreo del Salmo aparece varias veces el verbo
shb, que indica el regreso de los deportados, pero tambin significa un
"regreso" espiritual, es decir, la "conversin". Por eso, el renacimiento no
slo afecta a la nacin, sino tambin a la comunidad de los fieles, que
haban considerado el exilio como un castigo por los pecados cometidos y
que vean ahora el regreso y la nueva libertad como una bendicin divina
por la conversin realizada.
2. El Salmo se puede seguir en su desarrollo de acuerdo con dos etapas
fundamentales. La primera est marcada por el tema del "regreso", con
todos los matices a los que aludamos.
Ante todo se celebra el regreso fsico de Israel: "Seor (...), has restaurado
la suerte de Jacob" (v. 2); "resturanos, Dios salvador nuestro (...) No vas a
devolvernos la vida?" (vv. 5. 7). Se trata de un valioso don de Dios, el cual

!,

se preocupa de liberar a sus hijos de la opresin y se compromete en favor


de su prosperidad: "Amas a todos los seres (...). Con todas las cosas eres
indulgente, porque son tuyas, Seor que amas la vida" (Sb 11, 24. 26).
Ahora bien, adems de este "regreso", que unifica concretamente a los
dispersos, hay otro "regreso" ms interior y espiritual. El salmista le da gran
espacio, atribuyndole un relieve especial, que no slo vale para el antiguo
Israel, sino tambin para los fieles de todos los tiempos.
3. En este "regreso" acta de forma eficaz el Seor, revelando su amor al
perdonar la maldad de su pueblo, al borrar todos sus pecados, al reprimir
totalmente su clera, al frenar el incendio de su ira (cf. Sal 84, 3-4).
Precisamente la liberacin del mal, el perdn de las culpas y la purificacin
de los pecados crean el nuevo pueblo de Dios. Eso se pone de manifiesto a
travs de una invocacin que tambin ha llegado a formar parte de la
liturgia cristiana: "Mustranos, Seor, tu misericordia y danos tu salvacin"
(v. 8).
Pero a este "regreso" de Dios que perdona debe corresponder el "regreso",
es decir, la conversin del hombre que se arrepiente. En efecto, el Salmo
declara que la paz y la salvacin se ofrecen "a los que se convierten de
corazn" (v. 9). Los que avanzan con decisin por el camino de la santidad
reciben los dones de la alegra, la libertad y la paz.
Es sabido que a menudo los trminos bblicos relativos al pecado evocan un
equivocarse de camino, no alcanzar la meta, desviarse de la senda recta. La
conversin es, precisamente, un "regreso" al buen camino que lleva a la
casa del Padre, el cual nos espera para abrazarnos, perdonarnos y hacernos
felices (cf. Lc 15, 11-32).
4. As llegamos a la segunda parte del Salmo (cf. vv. 10-14), tan familiar
para la tradicin cristiana. All se describe un mundo nuevo, en el que el
amor de Dios y su fidelidad, como si fueran personas, se abrazan; del
mismo modo, tambin la justicia y la paz se besan al encontrarse. La verdad
brota como en una primavera renovada, y la justicia, que para la Biblia es
tambin salvacin y santidad, mira desde el cielo para iniciar su camino en
medio de la humanidad.
Todas las virtudes, antes expulsadas de la tierra a causa del pecado, ahora
vuelven a la historia y, al encontrarse, trazan el mapa de un mundo de paz.
La misericordia, la verdad, la justicia y la paz se transforman casi en los
cuatro puntos cardinales de esta geografa del espritu. Tambin Isaas
canta: "Destilad, cielos, como roco de lo alto; derramad, nubes, la victoria.
brase la tierra y produzca salvacin, y germine juntamente la justicia. Yo,
el Seor, lo he creado" (Is 45, 8).
5. Ya en el siglo II con san Ireneo de Lyon, las palabras del salmista se lean

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como anuncio de la "generacin de Cristo en el seno de la Virgen"


(Adversus haereses III, 5, 1). En efecto, la venida de Cristo es la fuente de
la misericordia, el brotar de la verdad, el florecimiento de la justicia, el
esplendor de la paz.
Por eso, la tradicin cristiana lee el Salmo, sobre todo en su parte final, en
clave navidea. San Agustn lo interpreta as en uno de sus discursos para la
Navidad. Dejemos que l concluya nuestra reflexin: ""La verdad ha
brotado de la tierra": Cristo, el cual dijo: "Yo soy la verdad" (Jn 14, 6)
naci de una Virgen. "La justicia ha mirado desde el cielo": quien cree en
el que naci no se justifica por s mismo, sino que es justificado por Dios.
"La verdad ha brotado de la tierra": porque "el Verbo se hizo carne" (Jn 1,
14). "Y la justicia ha mirado desde el cielo": porque "toda ddiva buena y
todo don perfecto viene de lo alto" (St 1, 17). "La verdad ha brotado de la
tierra", es decir, ha tomado un cuerpo de Mara. "Y la justicia ha mirado
desde el cielo": porque "nadie puede recibir nada si no se le ha dado del
cielo" (Jn 3, 27)" (Discorsi, IV/1, Roma 1984, p. 11).

-,
Mircoles 18 de septiembre de 2002

Dios, rey y juez del universo


1. "Decid a los pueblos: "El Seor es rey"". Esta exhortacin del salmo 95
(v. 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad en
que se modula todo el himno. En efecto, se sita entre los "salmos del Seor
rey", que abarcan los salmos 95-98, as como el 46 y el 92.
Ya hemos tenido anteriormente ocasin de presentar y comentar el salmo
92, y sabemos que en estos cnticos el centro est constituido por la figura
grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la
humanidad.
Tambin el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador
de los pueblos: Dios "afianz el orbe, y no se mover; l gobierna a los
pueblos rectamente" (v. 10). El verbo "gobernar" expresa la certeza de que
no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la
casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano
justo y misericordioso.
2. El salmo 95 comienza con una invitacin jubilosa a alabar a Dios, una
invitacin que abre inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al
Seor, toda la tierra" (v. 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios
"a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus
maravillas" (v. 3). Es ms, el salmista interpela directamente a las "familias

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de los pueblos" (v. 7) para invitarlas a glorificar al Seor. Por ltimo, pide a
los fieles que digan "a los pueblos: el Seor es rey" (v. 10), y precisa que el
Seor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos" (v. 13). Es muy
significativa esta apertura universal de parte de un pequeo pueblo
aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Seor es el Dios
del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia" (v. 5).
El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera
parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifana del Seor "en su
santuario" (v. 6), es decir, en el templo de Sin. La preceden y la siguen
cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente
la alabanza ante la majestad divina: "Cantad al Seor un cntico nuevo, (...)
cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su
gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Seor, aclamad
la gloria del nombre del Seor, entrad en sus atrios trayndole ofrendas,
postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9).
As pues, el gesto fundamental ante el Seor rey, que manifiesta su gloria en
la historia de la salvacin, es el canto de adoracin, alabanza y bendicin.
Estas actitudes deberan estar presentes tambin en nuestra liturgia diaria y
en nuestra oracin personal.
3. En el centro de este canto coral encontramos una declaracin contra los
dolos. As, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la
pureza de la fe, segn la conocida mxima: lex orandi, lex credendi, o sea,
la norma de la oracin verdadera es tambin norma de fe, es leccin sobre la
verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a travs de la
ntima comunin con Dios realizada en la oracin.
El salmista proclama: "Es grande el Seor, y muy digno de alabanza, ms
temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Seor ha hecho el cielo" (vv. 4-5). A travs de la liturgia y
la oracin la fe se purifica de toda degeneracin, se abandonan los dolos a
los que se sacrifica fcilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se
pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de
su amor.
4. Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamacin de la
realeza del Seor (cf. vv. 10-13). Quien canta aqu es el universo, incluso en
sus elementos ms misteriosos y oscuros, como el mar, segn la antigua
concepcin bblica: "Algrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y
cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los
rboles del bosque, delante del Seor, que ya llega, ya llega a regir la tierra"
(vv. 11-13).
Como dir san Pablo, tambin la naturaleza, juntamente con el hombre,
"espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupcin para

participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8, 19. 21).


Aqu quisiramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que
hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en l una prefiguracin de
la Encarnacin y de la crucifixin, signo de la paradjica realeza de Cristo.
5. As, san Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en
Constantinopla en la Navidad del ao 379 o del 380, recoge algunas
expresiones del salmo 95: "Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del
cielo: salid a su encuentro. Cristo est en la tierra: levantaos. "Cantad al
Seor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "algrese
el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que
luego se hizo terrestre" (Omelie sulla nativit, Discurso 38, 1, Roma 1983,
p. 44).
De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la
Encarnacin. Ms an, el que reina "hecho terrestre", reina precisamente en
la humillacin de la cruz. Es significativo que muchos antiguos leyeran el
versculo 10 de este salmo con una sugestiva integracin cristolgica: "El
Seor reina desde el rbol de la cruz".
Por esto, ya la Carta a Bernab enseaba que "el reino de Jess est en el
rbol de la cruz" (VIII, 5: I Padri apostolici, Roma 1984, p. 198) y el
mrtir san Justino, citando casi ntegramente el Salmo en su Primera
Apologa, conclua invitando a todos los pueblos a alegrarse porque "el
Seor rein desde el rbol de la cruz" (Gli apologeti greci, Roma 1986, p.
121).
En esta tierra floreci el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato,
Vexilla regis, en el que se exalta a Cristo que reina desde la altura de la
cruz, trono de amor y no de dominio: Regnavit a ligno Deus. En efecto,
Jess, ya durante su existencia terrena, haba afirmado: "El que quiera
llegar a ser grande entre vosotros, ser vuestro servidor; y el que quiera ser
el primero entre vosotros, ser esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del
hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate
por muchos" (Mc 10, 43-45).

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Mircoles 28 de agosto de 2002

Aoranza del templo del Seor


1. Contina nuestro itinerario a travs de los Salmos de la liturgia de
Laudes. Ahora hemos escuchado el Salmo 83, atribuido por la tradicin

!-

judaica a "los hijos de Cor", una familia sacerdotal que se ocupaba del
servicio litrgico y custodiaba el umbral de la tienda del arca de la Alianza
(cf. 1 Cro 9, 19).
Se trata de un canto dulcsimo, penetrado de un anhelo mstico hacia el
Seor de la vida, al que se celebra repetidamente (cf. Sal 83, 2. 4. 9. 13) con
el ttulo de "Seor de los ejrcitos", es decir, Seor de las multitudes
estelares y, por tanto, del cosmos. Por otra parte, este ttulo estaba
relacionado de modo especial con el arca conservada en el templo, llamada
"el arca del Seor de los ejrcitos, que est sobre los querubines" (1 S 4, 4;
cf. Sal 79, 2). En efecto, se la consideraba como el signo de la tutela divina
en los das de peligro y de guerra (cf. 1 S 4, 3-5; 2 S 11, 11).
El fondo de todo el Salmo est representado por el templo, hacia el que se
dirige la peregrinacin de los fieles. La estacin parece ser el otoo, porque
se habla de la "lluvia temprana" que aplaca el calor del verano (cf. Sal 83,
7). Por tanto, se podra pensar en la peregrinacin a Sin con ocasin de la
tercera fiesta principal del ao judo, la de las Tiendas, memoria de la
peregrinacin de Israel a travs del desierto.
2. El templo est presente con todo su encanto al inicio y al final del Salmo.
En la apertura (cf. vv. 2-4) encontramos la admirable y delicada imagen de
los pjaros que han hecho sus nidos en el santuario, privilegio envidiable.
Esta es una representacin de la felicidad de cuantos, como los sacerdotes
del templo, tienen una morada fija en la Casa de Dios, gozando de su
intimidad y de su paz. En efecto, todo el ser del creyente tiende al Seor,
impulsado por un deseo casi fsico e instintivo: "Mi alma se consume y
anhela los atrios del Seor, mi corazn y mi carne retozan por el Dios vivo"
(v. 3). El templo aparece nuevamente tambin al final del Salmo (cf. vv. 1113). El peregrino expresa su gran felicidad por estar un tiempo en los atrios
de la casa de Dios, y contrapone esta felicidad espiritual a la ilusin
idoltrica, que impulsa hacia "las tiendas del impo", o sea, hacia los
templos infames de la injusticia y la perversin.
3. Slo en el santuario del Dios vivo hay luz, vida y alegra, y es "dichoso el
que confa" en el Seor, eligiendo la senda de la rectitud (cf. vv. 12-13). La
imagen del camino nos lleva al ncleo del Salmo (cf. vv. 5-9), donde se
desarrolla otra peregrinacin ms significativa. Si es dichoso el que vive en
el templo de modo estable, ms dichoso an es quien decide emprender una
peregrinacin de fe a Jerusaln.
Tambin los Padres de la Iglesia, en sus comentarios al Salmo 83, dan
particular relieve al versculo 6: "Dichosos los que encuentran en ti su
fuerza al preparar su peregrinacin". Las antiguas traducciones del Salterio
hablaban de la decisin de realizar las "subidas" a la Ciudad santa. Por eso,
para los Padres la peregrinacin a Sin era el smbolo del avance continuo

de los justos hacia las "eternas moradas", donde Dios acoge a sus amigos en
la alegra plena (cf. Lc 16, 9).
Quisiramos reflexionar un momento sobre esta "subida" mstica, de la que
la peregrinacin terrena es imagen y signo. Y lo haremos con las palabras
de un escritor cristiano del siglo VII, abad del monasterio del Sina.
4. Se trata de san Juan Clmaco, que dedic un tratado entero -La escala del
Paraso- a ilustrar los innumerables peldaos por los que asciende la vida
espiritual. Al final de su obra, cede la palabra a la caridad, colocada en la
cima de la escala del progreso espiritual.
Ella invita y exhorta, proponiendo sentimientos y actitudes ya sugeridos por
nuestro Salmo: "Subid, hermanos, ascended. Cultivad, hermanos, en vuestro
corazn el ardiente deseo de subir siempre (cf. Sal 83, 6). Escuchad la
Escritura, que invita: "Venid, subamos al monte del Seor y a la casa de
nuestro Dios" (Is 2, 3), que ha hecho nuestros pies giles como los del
ciervo y nos ha dado como meta un lugar sublime, para que, siguiendo sus
caminos, venciramos (cf. Sal 17, 33). As pues, apresurmonos, como est
escrito, hasta que encontremos todos en la unidad de la fe el rostro de Dios
y, reconocindolo, lleguemos a ser el hombre perfecto en la madurez de la
plenitud de Cristo (cf. Ef 4, 13)" (La scala del Paradiso, Roma 1989, p.
355).
5. El salmista piensa, ante todo, en la peregrinacin concreta que conduce a
Sin desde las diferentes localidades de la Tierra Santa. La lluvia que est
cayendo le parece una anticipacin de las gozosas bendiciones que lo
cubrirn como un manto (cf. Sal 83, 7) cuando est delante del Seor en el
templo (cf. v. 8). La cansada peregrinacin a travs de "ridos valles" (cf. v.
7) se transfigura por la certeza de que la meta es Dios, el que da vigor (cf. v.
8), escucha la splica del fiel (cf. v. 9) y se convierte en su "escudo"
protector (cf. v. 10).
Precisamente desde esta perspectiva la peregrinacin concreta se
transforma, como haban intuido los Padres, en una parbola de la vida
entera, en tensin entre la lejana y la intimidad con Dios, entre el misterio y
la revelacin. Tambin en el desierto de la existencia diaria, los seis das
laborables son fecundados, iluminados y santificados por el encuentro con
Dios en el sptimo da, a travs de la liturgia y la oracin en el encuentro
dominical.
Caminemos, pues, tambin cuando estemos en "ridos valles", manteniendo
la mirada fija en esa meta luminosa de paz y comunin. Tambin nosotros
repetimos en nuestro corazn la bienaventuranza final, semejante a una
antfona que concluye el Salmo: "Seor de los ejrcitos, dichoso el hombre
que confa en ti!" (v. 13).

Mircoles 17 de julio de 2002

Glorificacin de Dios, Seor y Creador


1. El salmo 148, que ahora se ha elevado a Dios, constituye un verdadero
"cntico de las criaturas", una especie de Te Deum del Antiguo Testamento,
un aleluya csmico que implica todo y a todos en la alabanza divina.
Un exegeta contemporneo lo comenta as: "El salmista, llamndolos por
su nombre, pone en orden los seres: en el cielo, dos astros segn los
tiempos, y aparte las estrellas; por un lado, los rboles frutales, por el otro,
los cedros; en un plano, los reptiles, y en otro los pjaros; aqu los prncipes
y all los pueblos; en dos filas, quiz dndose la mano, jvenes y doncellas...
Dios los ha establecido, atribuyndoles un lugar y una funcin; el hombre
los acoge, dndoles un lugar en el lenguaje, y, as dispuestos, los conduce a
la celebracin litrgica. El hombre es "pastor del ser" o liturgo de la
creacin" (Luis Alonso Schkel, Trenta salmi: poesia e preghiera, Bolonia
1982, p. 499).
Sigamos tambin nosotros este coro universal, que resuena en el bside del
cielo y tiene como templo el cosmos entero. Dejmonos conquistar por la
alabanza que todas las criaturas elevan a su Creador.
2. En el cielo encontramos a los cantores del universo estelar: los astros
ms lejanos, los ejrcitos de ngeles, el sol y la luna, las estrellas lucientes,
los "cielos de los cielos" (cf. v. 4), es decir, los espacios celestes, las aguas
superiores, que el hombre de la Biblia imagina conservadas en cisternas
antes de derramarse como lluvias sobre la tierra.
El aleluya, o sea, la invitacin a "alabar al Seor", resuena al menos ocho
veces y tiene como meta final el orden y la armona de los seres
celestiales: "Les dio una ley que no pasar" (v. 6).
La mirada se dirige luego al horizonte terrestre, donde se desarrolla una
procesin de cantores, al menos veintids, es decir, una especie de alfabeto
de alabanza, esparcido por nuestro planeta. He aqu los monstruos marinos
y los abismos, smbolos del caos acutico en el que se funda la tierra (cf. Sal
23, 2), segn la concepcin cosmolgica de los antiguos semitas.
El Padre de la Iglesia san Basilio observaba: "Ni siquiera el abismo fue
juzgado despreciable por el salmista, que lo acogi en el coro general de la
creacin; es ms, con su lenguaje propio, completa tambin
l armoniosamente el himno al Creador" (Homiliae in hexaemeron, III,

9: PG 29, 75).
3. La procesin contina con las criaturas de la atmsfera: rayos, granizo,
nieve y bruma, viento huracanado, considerado un mensajero veloz de Dios
(cf. Sal 148, 8).
Vienen luego los montes y las sierras, consideradas popularmente como las
criaturas ms antiguas de la tierra (cf. v. 9). El reino vegetal est
representado por los rboles frutales y los cedros (cf. ib.). El mundo animal,
en cambio, est presente con las fieras, los animales domsticos, los reptiles
y los pjaros (cf. v. 10).
Por ltimo, est el hombre, que preside la liturgia de la creacin. Es
definido segn todas las edades y distinciones: nios, jvenes y viejos,
prncipes, reyes y pueblos (cf. vv. 11-12).
4. Encomendamos ahora a san Juan Crisstomo la tarea de proporcionarnos
una visin de conjunto de este inmenso coro. Lo hace con palabras que
remiten tambin al cntico de los tres jvenes en el horno ardiente, sobre el
que meditamos en la anterior catequesis.
El gran Padre de la Iglesia y patriarca de Constantinopla afirma: "Por su
gran rectitud de espritu, los santos, cuando se disponen a dar gracias a
Dios, suelen invitar a muchos a participar en su alabanza, exhortndolos a
celebrar juntamente con ellos esta hermosa liturgia. Es lo que hicieron
tambin los tres jvenes en el horno, cuando llamaron a toda la creacin a
alabar a Dios por el beneficio recibido y cantarle himnos (Dn 3).
"Lo mismo hace tambin este salmo, invitando a ambas partes del mundo,
la de arriba y la de abajo, la sensible y la inteligible. Lo mismo hizo el
profeta Isaas, cuando dijo: "Aclamad, cielos, y exulta, tierra! (...), pues
Dios ha consolado a su pueblo" (Is 49, 13). Y as tambin se expresa el
Salterio: "Cuando Israel sali de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo
balbuciente, (...) los montes saltaron como carneros, las colinas como
corderos" (Sal 113, 1. 4). Y en otro pasaje dice Isaas: "Las nubes destilen
la justicia" (Is 45, 8). En efecto, los santos, al considerar que no pueden
alabar ellos solos al Seor, se dirigen a todo el orbe, implicando a todos en
la salmodia comn" (Expositio in psalmum CXLVIII: PG 55, 484-485).
5. Tambin nosotros somos invitados a unirnos a este inmenso coro,
convirtindonos en portavoces explcitos de toda criatura y alabando a Dios
en las dos dimensiones fundamentales de su misterio. Por una parte,
debemos adorar su grandeza trascendente, "porque slo su nombre es
sublime, su majestad est sobre el cielo y la tierra" (v. 13), como dice
nuestro salmo. Por otra, reconocemos su bondad condescendiente, puesto
que Dios est cercano a sus criaturas y viene especialmente en ayuda de su
pueblo: "l acrece el vigor de su pueblo, (...) su pueblo escogido" (v. 14),
como afirma tambin el salmista.

Frente al Creador omnipotente y misericordioso aceptamos, entonces, la


invitacin de san Agustn a alabarlo, ensalzarlo y celebrarlo a travs de sus
obras: "Cuando t observas estas criaturas y disfrutas con ellas y te elevas
al Artfice de todo, y de las cosas creadas, gracias a la inteligencia,
contemplas sus atributos invisibles, entonces se eleva su confesin sobre la
tierra y en el cielo... Si las criaturas son hermosas, cunto ms hermoso
ser el Creador!" (Exposiciones sobre los Salmos, IV, Roma 1977, pp. 887889).

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Mircoles 10 de julio de 2002

:Toda la creacin alabe al Seor


1. En el captulo 3 del libro de Daniel se halla una hermosa oracin, en
forma de letana, un verdadero cntico de las criaturas, que la liturgia de
Laudes nos propone muchas veces, en fragmentos diversos.
Ahora hemos escuchado su parte fundamental, un grandioso coro csmico,
enmarcado por dos antfonas a modo de sntesis: "Criaturas todas del
Seor, bendecid al Seor, ensalzadlo con himnos por los siglos. (...) Bendito
el Seor en la bveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los
siglos" (vv. 56 y 57).
Entre estas dos aclamaciones se desarrolla un solemne himno de alabanza,
que se expresa con la repetida invitacin "bendecid": formalmente, se trata
slo de una invitacin a bendecir a Dios dirigida a toda la creacin; en
realidad, se trata de un canto de accin de gracias que los fieles elevan al
Seor por todas las maravillas del universo. El hombre se hace portavoz de
toda la creacin para alabar y dar gracias a Dios.
2. Este himno, cantado por tres jvenes judos que invitan a todas las
criaturas a alabar a Dios, desemboca en una situacin dramtica. Los tres
jvenes, perseguidos por el soberano babilonio, son arrojados a un horno de
fuego ardiente a causa de su fe. Y aunque estn a punto de sufrir el martirio,
se ponen a cantar, alegres, alabando a Dios. El dolor terrible y violento de la
prueba desaparece, se disuelve en presencia de la oracin y la
contemplacin. Es precisamente esta actitud de abandono confiado la que
suscita la intervencin divina.
En efecto, como atestigua sugestivamente el relato de Daniel: "El ngel del
Seor baj al horno junto a Azaras y sus compaeros, empuj fuera del
horno la llama de fuego, y les sopl, en medio del horno, como un frescor
de brisa y de roco, de suerte que el fuego no los toc siquiera ni les caus

dolor ni molestia" (vv. 49-50). Las pesadillas se disipan como la niebla ante
el sol, los miedos se disuelven y el sufrimiento desaparece cuando todo el
ser humano se convierte en alabanza y confianza, espera y esperanza. Esta
es la fuerza de la oracin cuando es pura, intensa, llena de abandono en
Dios, providente y redentor.
3. El cntico de los tres jvenes hace desfilar ante nuestros ojos una especie
de procesin csmica, que parte del cielo poblado de ngeles, donde brillan
tambin el sol, la luna y las estrellas. Desde all Dios derrama sobre la tierra
el don de las aguas que estn sobre los cielos (cf. v. 60), es decir, la lluvia y
el roco (cf. v. 64).
Pero he aqu que soplan los vientos, estallan los rayos e irrumpen las
estaciones con el calor y el fro, con el ardor del verano, pero tambin con la
escarcha, el hielo y la nieve (cf. vv. 65-70 y 73). El poeta incluye tambin
en el canto de alabanza al Creador el ritmo del tiempo, el da y la noche, la
luz y las tinieblas (cf. vv. 71-72). Por ltimo, la mirada se detiene tambin
en la tierra, partiendo de las cimas de los montes, realidades que parecen
unir el cielo y la tierra (cf. vv. 74-75).
Entonces se unen a la alabanza a Dios las criaturas vegetales que germinan
en la tierra (cf. v. 76), las fuentes, que dan vida y frescura, los mares y ros,
con sus aguas abundantes y misteriosas (cf. vv. 77-78). En efecto, el cantor
evoca tambin "los monstruos marinos" junto a los cetceos (cf. v. 79),
como signo del caos acutico primordial al que Dios impuso lmites que es
preciso respetar (cf. Sal 92, 3-4; Jb 38, 8-11; 40, 15-41, 26).
Viene luego el vasto y variado reino animal, que vive y se mueve en las
aguas, en la tierra y en los cielos (cf. Dn 3, 80-81).
4. El ltimo actor de la creacin que entra en escena es el hombre. En
primer lugar, la mirada se extiende a todos los "hijos del hombre" (cf. v.
82); despus, la atencin se concentra en Israel, el pueblo de Dios (cf. v.
83); a continuacin, vienen los que estn consagrados plenamente a Dios,
no slo como sacerdotes (cf. v. 84) sino tambin como testigos de fe, de
justicia y de verdad. Son los "siervos del Seor", las "almas y espritus
justos", los "santos y humildes de corazn" y, entre estos, sobresalen los tres
jvenes, Ananas, Azaras y Misael, portavoces de todas las criaturas en una
alabanza universal y perenne (cf. vv. 85-88).
Constantemente han resonado los tres verbos de la glorificacin divina,
como en una letana: "bendecid", "alabad" y "exaltad" al Seor. Esta es el
alma autntica de la oracin y del canto: celebrar al Seor sin cesar, con la
alegra de formar parte de un coro que comprende a todas las criaturas.
5. Quisiramos concluir nuestra meditacin citando a algunos santos Padres
de la Iglesia como Orgenes, Hiplito, Basilio de Cesarea y Ambrosio de

Miln, que comentaron el relato de los seis das de la creacin (cf. Gn 1, 12, 4), precisamente en relacin con el cntico de los tres jvenes.
Nos limitamos a recoger el comentario de san Ambrosio, el cual,
refirindose al cuarto da de la creacin (cf. Gn 1, 14-19), imagina que la
tierra habla y, discurriendo sobre el sol, encuentra unidas a todas las
criaturas en la alabanza a Dios: "En verdad, es bueno el sol, porque sirve,
ayuda a mi fecundidad y alimenta mis frutos. Me ha sido dado para mi bien
y sufre como yo la fatiga.
Gime conmigo, para que llegue la adopcin de los hijos y la redencin del
gnero humano, a fin de que tambin nosotros seamos liberados de la
esclavitud. A mi lado, conmigo alaba al Creador, conmigo canta un himno
al Seor, nuestro Dios. Donde el sol bendice, all bendice la tierra, bendicen
los rboles frutales, bendicen los animales, bendicen conmigo las aves" (I
sei giorni della creazione, SAEMO, I, Miln-Roma 1977-1994, pp. 192193).
Nadie est excluido de la bendicin del Seor, ni siquiera los monstruos
marinos (cf. Dn 3, 79). En efecto, san Ambrosio prosigue: "Tambin las
serpientes alaban al Seor, porque su naturaleza y su aspecto revelan a
nuestros ojos cierta belleza y muestran que tienen su justificacin" (ib., pp.
103-104).
Con mayor razn, nosotros, los seres humanos, debemos unir a este
concierto de alabanza nuestra voz alegre y confiada, acompaada por una
vida coherente y fiel.

Mircoles 3 de julio de 2002

Exaltacin de la potencia
de Dios creador
1. El contenido esencial del salmo 92, en el que vamos a reflexionar hoy, se
halla expresado sugestivamente en algunos versculos del himno que la
Liturgia de las Horas propone para las Vsperas del lunes: "Oh inmenso
creador, que al torbellino de las aguas marcaste un curso y un lmite en la
armona del cosmos, t a las speras soledades de la tierra sedienta le diste
el refrigerio de los torrentes y los mares".
Antes de abordar el contenido central del Salmo, dominado por la imagen
de las aguas, queremos captar la tonalidad de fondo, el gnero literario en
que est escrito. En efecto, los estudiosos de la Biblia definen este salmo, al
igual que los siguientes (95-98), como "canto del Seor rey". En l se exalta

el reino de Dios, fuente de paz, de verdad y de amor, que invocamos en el


"Padre nuestro" cuando pedimos: "Venga tu reino".
En efecto, el salmo 92 comienza precisamente con la siguiente exclamacin
de jbilo: "El Seor reina" (v. 1). El salmista celebra la realeza activa de
Dios, es decir, su accin eficaz y salvfica, creadora del mundo y redentora
del hombre. El Seor no es un emperador impasible, relegado en su cielo
lejano, sino que est presente en medio de su pueblo como Salvador
poderoso y grande en el amor.
2. En la primera parte del himno de alabanza domina el Seor rey. Como un
soberano, se halla sentado en su trono de gloria, un trono indestructible y
eterno (cf. v. 2). Su manto es el esplendor de la trascendencia, y el cinturn
de su vestido es la omnipotencia (cf. v. 1). Precisamente la soberana
omnipotente de Dios se revela en el centro del Salmo, caracterizado por una
imagen impresionante, la de las aguas caudalosas.
El salmista alude ms en particular a la "voz" de los ros, es decir, al
estruendo de sus aguas. Efectivamente, el fragor de grandes cascadas
produce, en quienes quedan aturdidos por el ruido y estremecidos, una
sensacin de fuerza tremenda. El salmo 41 evoca esta sensacin cuando
dice: "Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus
olas me han arrollado" (v. 8). Frente a esta fuerza de la naturaleza el ser
humano se siente pequeo. Sin embargo, el salmista la toma como
trampoln para exaltar la potencia, mucho ms grande an, del Seor. A la
triple repeticin de la expresin "levantan los ros su voz" (Sal 92, 3),
corresponde la triple afirmacin de la potencia superior de Dios.
3. Los Padres de la Iglesia suelen comentar este salmo aplicndolo a
Cristo: "Seor y Salvador". Orgenes, traducido por san Jernimo al latn,
afirma: "El Seor reina, vestido de esplendor. Es decir, el que antes haba
temblado en la miseria de la carne, ahora resplandece en la majestad de la
divinidad". Para Orgenes, los ros y las aguas que levantan su voz
representan a las "figuras autorizadas de los profetas y los apstoles", que
"proclaman la alabanza y la gloria del Seor, y anuncian sus juicios para
todo el mundo" (cf. 74 Omelie sul libro dei Salmi, Miln 1993, pp. 666669).
San Agustn desarrolla an ms ampliamente el smbolo de los torrentes y
los mares. Como ros llenos de aguas caudalosas, es decir, llenos de Espritu
Santo y fortalecidos, los Apstoles ya no tienen miedo y levantan
finalmente su voz. Pero "cuando Cristo comenz a ser anunciado por tantas
voces, el mar inici a agitarse". Al alterarse el mar del mundo -explica san
Agustn-, la barca de la Iglesia pareca fluctuar peligrosamente,
agitada por amenazas y persecuciones, pero "el Seor domina desde
las alturas": "camina sobre el mar y aplaca las olas" (Esposizioni sui
salmi, III, Roma 1976, p. 231).

4. Sin embargo, el Dios soberano de todo, omnipotente e invencible, est


siempre cerca de su pueblo, al que da sus enseanzas. Esta es la idea que el
salmo 92 ofrece en su ltimo versculo: al trono altsimo de los cielos
sucede el trono del arca del templo de Jerusaln; a la potencia de su voz
csmica sigue la dulzura de su palabra santa e infalible: "Tus mandatos son
fieles y seguros; la santidad es el adorno de tu casa, Seor, por das sin
trmino" (v. 5).
As concluye un himno breve pero profundamente impregnado de oracin.
Es una plegaria que engendra confianza y esperanza en los fieles, los cuales
a menudo se sienten agitados y temen ser arrollados por las tempestades de
la historia y golpeados por fuerzas oscuras y amenazadoras.
Un eco de este salmo puede verse en el Apocalipsis de san Juan, cuando el
autor inspirado, describiendo la gran asamblea celestial que celebra la
derrota de la Babilonia opresora, afirma: "O el ruido de muchedumbre
inmensa como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes
truenos. Y decan: "Aleluya!, porque reina el Seor, nuestro Dios, dueo
de todo"" (Ap 19, 6).
5. Concluimos nuestra reflexin sobre el salmo 92 dejando la palabra a san
Gregorio Nacianceno, el "telogo" por excelencia entre los santos Padres.
Lo hacemos con una de sus hermosas poesas, en la que la alabanza a Dios,
soberano y creador, asume una dimensin trinitaria: "T (Padre) has creado
el universo, dando a cada cosa el puesto que le compete y mantenindola en
virtud de tu providencia... Tu Palabra es Dios-Hijo: en efecto, es
consustancial al Padre, igual a l en honor.
l ha constituido armoniosamente el universo, para reinar sobre todo. Y,
abrazndolo todo, el Espritu Santo, Dios, lo cuida y protege todo. A ti,
Trinidad viva, te proclamar solo y nico monarca, (...) fuerza
inquebrantable que gobierna los cielos, mirada inaccesible a la vista pero
que contempla todo el universo y conoce todas las profundidades secretas
de la tierra hasta los abismos. Oh Padre, s benigno conmigo: que
encuentre misericordia y gracia, porque a ti corresponde la gloria y la gracia
por los siglos de los siglos" (Poesa 31, en: Poesie/1, Roma 1994, pp. 6566).

Mircoles 26 de junio de 2002

Grandeza del Seor


y dignidad del hombre

1. "El hombre (...) se nos revela como el centro de esta empresa. Se nos
revela gigante, se nos revela divino, no en s mismo, sino en su principio y
en su destino. Honremos al hombre, a su dignidad, su espritu, su vida"
(ngelus del 13 de julio de 1969: L'Osservatore Romano, edicin en lengua
espaola, 29 de julio de 1969, p. 2).
Con estas palabras, en julio de 1969, Pablo VI entregaba a los astronautas
norteamericanos a punto de partir hacia la luna el texto del salmo 8, que
acaba de resonar aqu, para que entrara en los espacios csmicos.
En efecto, este himno es una celebracin del hombre, una criatura
insignificante comparada con la inmensidad del universo, una "caa" frgil,
para usar una famosa imagen del gran filsofo Blas Pascal (Pensamientos,
n. 264). Y, sin embargo, se trata de una "caa pensante" que puede
comprender la creacin, en cuanto seor de todo lo creado, "coronado" por
Dios mismo (cf. Sal 8, 6). Como sucede a menudo en los himnos que
exaltan al Creador, el salmo 8 comienza y termina con una solemne antfona
dirigida al Seor, cuya magnificencia se manifiesta en todo el
universo: "Seor, dueo nuestro, qu admirable es tu nombre en toda la
tierra!" (vv. 2. 10).
2. El cuerpo del canto parece suponer una atmsfera nocturna, con la luna y
las estrellas encendidas en el cielo. La primera estrofa del himno (cf. vv. 25) est dominada por una confrontacin entre Dios, el hombre y el cosmos.
En la escena aparece ante todo el Seor, cuya gloria cantan los cielos, pero
tambin los labios de la humanidad. La alabanza que brota espontneamente
de la boca de los nios anula y confunde los discursos presuntuosos de los
que niegan a Dios (cf. v. 3). A estos se les califica de "adversarios",
"enemigos" y "rebeldes", porque creen errneamente que con su razn y
su accin pueden desafiar y enfrentarse al Creador (cf. Sal 13, 1).
Inmediatamente despus se abre el sugestivo escenario de una noche
estrellada. Ante ese horizonte infinito, surge la eterna pregunta: "Qu es el
hombre?" (Sal 8, 5). La respuesta primera e inmediata habla de nulidad,
tanto en relacin con la inmensidad de los cielos como, sobre todo, con
respecto a la majestad del Creador. En efecto, el cielo, dice el salmista, es
"tuyo", "has creado" la luna y las estrellas, que son "obra de tus dedos" (cf.
v. 4). Es hermosa esa expresin, que se usa en vez de la ms comn: "obra
de tus manos" (cf. v. 7): Dios ha creado estas realidades colosales con la
facilidad y la finura de un recamado o de un cincel, con el toque leve de un
arpista que desliza sus dedos entre las cuerdas.
3. Por eso, la primera reaccin es de asombro: cmo puede Dios
"acordarse" y "cuidar" (cf. v. 5) de esta criatura tan frgil y pequea? Pero
he aqu la gran sorpresa: al hombre, criatura dbil, Dios le ha dado una
dignidad estupenda: lo ha hecho poco inferior a los ngeles o, como puede
traducirse tambin el original hebreo, poco inferior a un dios (cf. v. 6).

Entramos, as, en la segunda estrofa del Salmo (cf. vv. 6-10). El hombre es
considerado como el lugarteniente regio del mismo Creador. En efecto,
Dios lo ha "coronado" como un virrey, destinndolo a un seoro
universal: "Todo lo sometiste bajo sus pies", y el adjetivo "todo" resuena
mientras desfilan las diversas criaturas (cf. vv. 7-9). Pero este dominio no se
conquista con la capacidad humana, realidad frgil y limitada, ni se obtiene
con una victoria sobre Dios, como pretenda el mito griego de Prometeo. Es
un dominio que Dios regala: a las manos frgiles y a menudo egostas del
hombre se confa todo el horizonte de las criaturas, para que conserve su
armona y su belleza, para que las use y no abuse de ellas, para que
descubra sus secretos y desarrolle sus potencialidades.
Como declara la constitucin pastoral Gaudium et spes del concilio
Vaticano II, "el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", capaz de
conocer y amar a su Creador, y ha sido constituido por l seor de todas las
criaturas terrenas, para regirlas y servirse de ellas glorificando a Dios" (n.
12).
4. Por desgracia, el dominio del hombre, afirmado en el salmo 8, puede ser
mal entendido y deformado por el hombre egosta, que con frecuencia ha
actuado ms como un tirano loco que como un gobernador sabio e
inteligente. El libro de la Sabidura pone en guardia contra este tipo de
desviaciones, cuando precisa que Dios "form al hombre para que dominase
sobre los seres creados (...) y administrase el mundo con santidad y justicia"
(Sb 9, 2-3). Tambin Job, aunque en un contexto diverso, recurre a este
salmo para recordar sobre todo la debilidad humana, que no merecera tanta
atencin por parte de Dios: "Qu es el hombre para que tanto de l te
ocupes, para que pongas en l tu corazn, para que lo escrutes todas las
maanas?" (Jb 7, 17-18). La historia documenta el mal que la libertad
humana esparce en el mundo con las devastaciones ambientales y con las
injusticias sociales ms clamorosas.
A diferencia de los seres humanos que humillan a sus semejantes y la
creacin, Cristo se presenta como el hombre perfecto, "coronado de gloria y
honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios
experiment la muerte para bien de todos" (Hb 2, 9). Reina sobre
el universo con el dominio de paz y de amor que prepara el nuevo mundo,
los nuevos cielos y la nueva tierra (cf. 2 P 3, 13). Ms an, su autoridad
regia -como sugiere el autor de la carta a los Hebreos aplicndole el
salmo 8- se ejerce a travs de la entrega suprema de s en la muerte "para
bien de todos".
Cristo no es un soberano que exige que le sirvan, sino que sirve y se
consagra a los dems: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino
a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45). De este
modo, recapitula en s "lo que est en los cielos y lo que est en la tierra"

,#

(Ef 1, 10). Desde esta perspectiva cristolgica, el salmo 8 revela toda la


fuerza de su mensaje y de su esperanza, invitndonos a ejercer nuestra
soberana sobre la creacin no con el dominio, sino con el amor.

Mircoles 19 de junio de 2002

Los beneficios de Dios


para con su pueblo
1. "Moiss, ante toda la asamblea de Israel, pronunci hasta el fin las
palabras de este cntico" (Dt 31, 30). As se introduce el cntico recin
proclamado, tomado de las ltimas pginas del libro del Deuteronomio,
precisamente del captulo 32. De l la liturgia de Laudes ha seleccionado
los primeros doce versculos, reconociendo en ellos un gozoso himno al
Seor que protege y cuida de su pueblo con amor en medio de los peligros y
de las dificultades de la jornada. El anlisis del cntico ha revelado que se
trata de un texto antiguo, pero posterior a Moiss, en cuyos labios fue
puesto para conferirle un carcter de solemnidad. Este canto litrgico se
remonta a los inicios de la historia del pueblo de Israel. No faltan en esa
pgina orante referencias o semejanzas con algunos salmos y con el
mensaje de los profetas. As, se convirti en una expresin sugestiva e
intensa de la fe de Israel.
2. El cntico de Moiss es ms amplio que el pasaje propuesto por la
liturgia de Laudes, que constituye slo su preludio. Algunos estudiosos han
credo detectar en esta composicin un gnero literario que se define
tcnicamente con el vocablo hebreo rb, es decir, "pleito", "litigio procesal".
La imagen de Dios que se nos presenta en la Biblia no es de ningn modo la
de un ser oscuro, una energa annima y violenta, o un hado
incomprensible. Es, por el contrario, una persona que tiene sentimientos,
acta y reacciona, ama y corrige, participa en la vida de sus criaturas y no es
indiferente a sus obras. As, en nuestro caso, el Seor convoca una especie
de tribunal, en presencia de testigos, denuncia los delitos del pueblo
acusado y exige una pena, pero su veredicto est impregnado de una
misericordia infinita. Sigamos ahora las etapas de esta historia,
considerando slo los versculos que nos propone la liturgia.
3. Se mencionan inmediatamente los espectadores, testigos
csmicos: "Escuchad, cielos; (...) oye, tierra..." (Dt 32, 1). En este proceso
simblico Moiss acta casi como un fiscal. Su palabra es eficaz y fecunda
como la de los profetas, expresin de la palabra divina. Notemos la
significativa serie de imgenes que se usa para definirla: se trata de signos
tomados de la naturaleza, como la lluvia, el roco, la llovizna, el chubasco y

el orvallo, gracias a los cuales la tierra verdea y se cubre de brotes (cf. v. 2).
La voz de Moiss, profeta e intrprete de la palabra divina, anuncia la
inminente entrada en escena del gran juez, el Seor, cuyo nombre santsimo
pronuncia, exaltando uno de sus numerosos atributos. En efecto, el Seor es
llamado la Roca (cf. v. 4), ttulo que aparece con frecuencia en nuestro
cntico (cf. vv. 15, 18, 30, 31 y 37); es una imagen que exalta la fidelidad
estable e inquebrantable de Dios, opuesta a la inestabilidad y a la infidelidad
de su pueblo. El tema se desarrolla mediante una serie de afirmaciones
sobre la justicia divina: "Sus obras son perfectas; sus caminos son justos; es
un Dios fiel, sin maldad; es justo y recto" (v. 4).
4. Despus de la solemne presentacin del Juez supremo, que es tambin la
parte agraviada, la atencin del cantor se dirige hacia el acusado. Para
definirlo recurre a una eficaz representacin de Dios como padre (cf. v. 6).
A sus criaturas, tan amadas, las llama hijos suyos, pero, desgraciadamente,
son "hijos degenerados" (cf. v. 5). En efecto, sabemos que ya el Antiguo
Testamento presenta una concepcin de Dios como padre solcito con sus
hijos, que a menudo lo defraudan (cf. Ex 4, 22; Dt 8, 5; Sal 102, 13; Si 51,
10; Is 1, 2; 63, 16; Os 11, 1-4). Por eso, la denuncia no es fra, sino
apasionada: "As le pagas al Seor, pueblo necio e insensato? No es l tu
padre y tu creador, el que te hizo y te constituy?" (Dt 32, 6).
Efectivamente, no es lo mismo rebelarse contra un soberano implacable que
contra un padre amoroso.
Para hacer concreta la acusacin y lograr que la conversin aflore de un
corazn sincero, Moiss apela a la memoria: "Acurdate de los das
remotos, considera las edades pretritas" (v. 7). En efecto, la fe bblica es un
"memorial", o sea, es redescubrir la accin eterna de Dios que se manifiesta
a lo largo del tiempo; es hacer presente y eficaz la salvacin que el Seor
don y sigue ofreciendo al hombre. El gran pecado de infidelidad coincide,
entonces, con la "falta de memoria", que borra el recuerdo de la presencia
divina en nosotros y en la historia.
5. El acontecimiento fundamental, que no se ha de olvidar, es el paso por el
desierto despus de la salida de Egipto, tema central del Deuteronomio y de
todo el Pentateuco. As se evoca el viaje terrible y dramtico en el desierto
del Sina, "en una soledad poblada de aullidos" (cf. v. 10), como se dice con
una imagen de fuerte impacto emotivo. Pero all Dios se inclina sobre su
pueblo con una ternura y una dulzura sorprendentes. Adems del smbolo
paterno, se alude al materno del guila: "Lo rode cuidando de l; lo
guard como a las nias de sus ojos. Como el guila incita a su nidada,
revolando sobre los polluelos, as extendi sus alas, los tom y los llev
sobre sus plumas" (vv. 10-11). El camino por la estepa desrtica se
transforma, entonces, en un itinerario tranquilo y sereno, porque est el
manto protector del amor divino.

El cntico evoca tambin el Sina, donde Israel se convirti en aliado del


Seor, su "porcin" y su "heredad", es decir, su realidad ms valiosa (cf. v.
9; Ex 19, 5). De este modo, el cntico de Moiss se transforma en un
examen de conciencia coral para que, por fin, a los beneficios divinos ya no
responda el pecado, sino la fidelidad.

Mircoles 12 de junio de 2002

Alabanza a Dios creador


1. La antigua tradicin hebrea reserva una situacin particular al salmo 91,
que acabamos de proclamar como el canto del hombre justo a Dios creador.
En efecto, el ttulo puesto al Salmo indica que est destinado al da de
sbado (cf. v. 1). Por consiguiente, es el himno que se eleva al Seor eterno
y excelso cuando, al ponerse el sol del viernes, se entra en la jornada santa
de la oracin, la contemplacin y el descanso sereno del cuerpo y del
espritu.
En el centro del Salmo se yergue, solemne y grandiosa, la figura del Dios
altsimo (cf. v. 9), en torno al cual se delinea un mundo armnico y
pacificado. Ante l se encuentra tambin la persona del justo que, segn una
concepcin tpica del Antiguo Testamento, es colmado de bienestar, alegra
y larga vida, como consecuencia natural de su existencia honrada y fiel. Se
trata de la llamada "teora de la retribucin", segn la cual todo delito tiene
ya un castigo en la tierra y todo acto bueno, una recompensa. Aunque en
esta concepcin hay un elemento de verdad, sin embargo -como dejar
intuir Job y como reafirmar Jess (cf. Jn 9, 2-3)- la realidad del dolor
humano es mucho ms compleja y no se puede simplificar tan fcilmente.
En efecto, el sufrimiento humano se debe ver desde la perspectiva de la
eternidad.
2. Pero examinemos ahora este himno sapiencial con matices litrgicos.
Est constituido por una intensa invitacin a la alabanza, al canto alegre de
accin de gracias, al jbilo de la msica, acompaada por el arpa de diez
cuerdas, el lad y la ctara (cf. vv. 2-4). El amor y la fidelidad del Seor se
deben celebrar con el canto litrgico, que se ha de entonar "con maestra"
(cf. Sal 46, 8). Esta invitacin vale tambin para nuestras celebraciones, a
fin de que recuperen su esplendor no slo en las palabras y en los ritos, sino
tambin en las melodas que las animan.
Despus de esta invitacin a no apagar nunca el hilo interior y exterior de la
oracin, verdadera respiracin constante de la humanidad fiel, el salmo 91
presenta, casi en dos retratos, el perfil del malvado (cf. vv. 7-10) y del justo

,!

(cf. vv. 13-16). Con todo, el malvado se halla ante el Seor, "el excelso por
los siglos" (v. 9), que har perecer a sus enemigos y dispersar a todos los
malhechores (cf. v. 10). En efecto, slo a la luz divina se logra comprender
a fondo el bien y el mal, la justicia y la perversin.
3. La figura del pecador se describe con una imagen tomada del mundo
vegetal: "Aunque germinen como hierba los malvados y florezcan los
malhechores..." (v. 8). Pero este florecimiento est destinado a secarse
y desaparecer. En efecto, el salmista multiplica los verbos y los trminos
que aluden a la destruccin: "Sern destruidos para siempre. (...) Tus
enemigos, Seor, perecern; los malhechores sern dispersados" (vv. 8. 10).
En el origen de este final catastrfico se encuentra el mal profundo que
embarga la mente y el corazn del malvado: "El ignorante no entiende, ni
el necio se da cuenta" (v. 7). Los adjetivos que se usan aqu pertenecen al
lenguaje sapiencial y denotan la brutalidad, la ceguera, la torpeza de quien
piensa que puede hacer lo que quiera sobre la faz de la tierra sin frenos
morales, creyendo errneamente que Dios est ausente o es indiferente. El
orante, en cambio, tiene la certeza de que, antes o despus, el Seor
aparecer en el horizonte para hacer justicia y doblegar la arrogancia del
insensato (cf. Sal 13).
4. Luego se nos presenta la figura del justo, dibujada como en una pintura
amplia y densa de colores. Tambin en este caso se recurre a una imagen
del mundo vegetal, fresca y verde (cf. vv. 13-16). A diferencia del malvado,
que es como la hierba del campo, lozana pero efmera, el justo se yergue
hacia el cielo, slido y majestuoso como palmera y cedro del Lbano. Por
otra parte, los justos estn "plantados en la casa del Seor" (v. 14), es decir,
tienen una relacin muy firme y estable con el templo y, por consiguiente,
con el Seor, que en l ha establecido su morada.
La tradicin cristiana jugar tambin con los dos significados de la palabra
griega fonij, usada para traducir el trmino hebreo que indica la palmera.
Fonij es el nombre griego de la palmera, pero tambin del ave que
llamamos "fnix". Ahora bien, ya se sabe que el fnix era smbolo de
inmortalidad, porque se imaginaba que esa ave renaca de sus cenizas. El
cristiano hace una experiencia semejante gracias a su participacin en la
muerte de Cristo, manantial de vida nueva (cf. Rm 6, 3-4). "Dios (...),
estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivific juntamente con
Cristo" -dice la carta a los Efesios- "y con l nos resucit" (Ef 2, 5-6).
5. Otra imagen, tomada esta vez del mundo animal, representa al justo y
est destinada a exaltar la fuerza que Dios otorga, incluso cuando llega la
vejez: "A m me das la fuerza de un bfalo y me unges con aceite nuevo"
(Sal 91, 11). Por una parte, el don de la potencia divina hace triunfar y da
seguridad (cf. v. 12); por otra, la frente gloriosa del justo es ungida con
aceite que irradia una energa y una bendicin protectora. As pues, el salmo
91 es un himno optimista, potenciado tambin por la msica y el canto.

Celebra la confianza en Dios, que es fuente de serenidad y paz, incluso


cuando se asiste al xito aparente del malvado. Una paz que se mantiene
intacta tambin en la vejez (cf. v. 15), edad vivida an con fecundidad y
seguridad.
Concluyamos con las palabras de Orgenes, traducidas por san Jernimo,
que toman como punto de partida la frase en la que el salmista dice a
Dios: "Me unges con aceite nuevo" (v. 11).
Orgenes comenta: "Nuestra vejez necesita el aceite de Dios. De la misma
manera que nuestro cuerpo, cuando est cansado, slo recobra su vigor si es
ungido con aceite, como la llamita de la lmpara se extingue si no se le
aade aceite, as tambin la llamita de mi vejez necesita, para crecer, el
aceite de la misericordia de Dios. Por lo dems, tambin los apstoles suben
al monte de los Olivos (cf. Hch 1, 12) para recibir luz del aceite del Seor,
puesto que estaban cansados y sus lmparas necesitaban el aceite del
Seor... Por eso, pidamos al Seor que nuestra vejez, todos nuestros trabajos
y todas nuestras tinieblas sean iluminadas por el aceite del Seor" (74
Omelie sul Libro del Salmi, Miln 1993, pp. 280-282, passim).

$
Mircoles 5 de junio de 2002

Un cntico en honor de la creacin y de la redencin


1. El Lauda Ierusalem, que acabamos de proclamar, es frecuente en la
liturgia cristiana. A menudo se entona el salmo 147 refirindolo a la palabra
de Dios, que "corre veloz" sobre la faz de la tierra, pero tambin a la
Eucarista, verdadera "flor de harina" otorgada por Dios para "saciar" el
hambre del hombre (cf. vv. 14-15).
Orgenes, en una de sus homilas, traducidas y difundidas en Occidente por
san Jernimo, comentando este salmo, relacionaba precisamente la palabra
de Dios y la Eucarista: "Leemos las sagradas Escrituras. Pienso que el
evangelio es el cuerpo de Cristo; pienso que las sagradas Escrituras son su
enseanza. Y cuando dice: el que no coma mi carne y no beba mi sangre
(Jn 6, 53), aunque estas palabras se puedan entender como referidas
tambin al Misterio (eucarstico), sin embargo, el cuerpo de Cristo y su
sangre es verdaderamente la palabra de la Escritura, es la enseanza de
Dios. Cuando acudimos al Misterio (eucarstico), si se nos cae una partcula,
nos sentimos perdidos. Y cuando escuchamos la palabra de Dios, y se
derrama en nuestros odos la palabra de Dios, la carne de Cristo y su sangre,
y nosotros pensamos en otra cosa, no caemos en un gran peligro?" (74
omelie sul libro dei Salmi, Miln 1993, pp. 543-544).

,,

Los estudiosos ponen de relieve que este salmo est vinculado al anterior,
constituyendo una nica composicin, como sucede precisamente en el
original hebreo. En efecto, se trata de un nico cntico, coherente, en honor
de la creacin y de la redencin realizadas por el Seor. Comienza con una
alegre invitacin a la alabanza: "Alabad al Seor, que la msica es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa" (Sal 146, 1).
2. Si fijamos nuestra atencin en el pasaje que acabamos de escuchar,
podemos descubrir tres momentos de alabanza, introducidos por una
invitacin dirigida a la ciudad santa, Jerusaln, para que glorifique y alabe a
su Seor (cf. Sal 147, 12).
En el primer momento (cf. vv. 13-14) entra en escena la accin histrica de
Dios. Se describe mediante una serie de smbolos que representan la obra de
proteccin y ayuda realizada por el Seor con respecto a la ciudad de Sin y
a sus hijos. Ante todo se hace referencia a los "cerrojos" que refuerzan y
hacen inviolables las puertas de Jerusaln. Tal vez el salmista se refiere a
Nehemas, que fortific la ciudad santa, reconstruida despus de la
experiencia amarga del destierro en Babilonia (cf. Ne 3, 3. 6. 13-15; 4, 1-9;
6, 15-16; 12, 27-43). La puerta, por lo dems, es un signo para indicar toda
la ciudad con su solidez y tranquilidad. En su interior, representado como
un seno seguro, los hijos de Sin, o sea los ciudadanos, gozan de paz y
serenidad, envueltos en el manto protector de la bendicin divina.
La imagen de la ciudad alegre y tranquila queda destacada por el don
altsimo y precioso de la paz, que hace seguros sus confines. Pero
precisamente porque para la Biblia la paz (shalm) no es un concepto
negativo, es decir, la ausencia de guerra, sino un dato positivo de bienestar y
prosperidad, el salmista introduce la saciedad con la "flor de harina", o sea,
con el trigo excelente, con las espigas colmadas de granos. As pues, el
Seor ha reforzado las defensas de Jerusaln (cf. Sal 87, 2); ha derramado
sobre ella su bendicin (cf. Sal 128, 5; 134, 3), extendindola a todo el pas;
ha dado la paz (cf. Sal 122, 6-8); y ha saciado a sus hijos (cf. Sal 132, 15).
3. En la segunda parte del salmo (cf. Sal 147, 15-18), Dios se presenta sobre
todo como creador. En efecto, dos veces se vincula la obra creadora a la
Palabra que haba dado inicio al ser: "Dijo Dios: "haya luz", y hubo luz.
(...) Enva su palabra a la tierra. (...) Enva su palabra" (cf. Gn 1, 3; Sal 147,
15. 18).
Con la Palabra divina irrumpen y se abren dos estaciones fundamentales.
Por un lado, la orden del Seor hace que descienda sobre la tierra el
invierno, representado de forma pintoresca por la nieve blanca como lana,
por la escarcha como ceniza, por el granizo comparado a migas de pan y por
el fro que congela las aguas (cf. vv. 16-17). Por otro, una segunda orden
divina hace soplar el viento caliente que trae el verano y derrite el
hielo: as, las aguas de lluvia y de los torrentes pueden correr libres para

,0

regar la tierra y fecundarla.


En efecto, la Palabra de Dios est en el origen del fro y del calor, del ciclo
de las estaciones y del fluir de la vida en la naturaleza. La humanidad es
invitada a reconocer al Creador y a darle gracias por el don fundamental del
universo, que la rodea, le permite respirar, la alimenta y la sostiene.
4. Entonces se pasa al tercer momento, el ltimo, de nuestro himno de
alabanza (cf. vv. 19-20). Se vuelve al Seor de la historia, del que se haba
partido. La Palabra divina trae a Israel un don an ms elevado y valioso, el
de la Ley, la Revelacin. Se trata de un don especfico: "Con ninguna
nacin obr as ni les dio a conocer sus mandatos" (v. 20).
Por consiguiente, la Biblia es el tesoro del pueblo elegido, al que debe
acudir con amor y adhesin fiel. Es lo que dice Moiss a los judos en el
Deuteronomio: "Cul es la gran nacin cuyos preceptos y normas sean tan
justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?" (Dt 4, 8).
5. Del mismo modo que hay dos acciones gloriosas de Dios, la creacin y la
historia, as existen dos revelaciones: una inscrita en la naturaleza misma y
abierta a todos; y la otra dada al pueblo elegido, que la deber testimoniar y
comunicar a la humanidad entera, y que se halla contenida en la sagrada
Escritura. Aunque son dos revelaciones distintas, Dios es nico, como es
nica su Palabra. Todo ha sido hecho por medio de la Palabra -dir el
Prlogo del evangelio de san Juan- y sin ella no se ha hecho nada de cuanto
existe. Sin embargo, la Palabra tambin se hizo "carne", es decir, entr en la
historia y puso su morada entre nosotros (cf. Jn 1, 3. 14).

!(

, -

Mircoles 15 de mayo de 2002

Dios interviene en la historia


1. La liturgia de las Laudes nos propone una serie de cnticos bblicos de
gran intensidad espiritual para acompaar la oracin fundamental de los
salmos. Hoy hemos escuchado un ejemplo tomado del captulo tercero y
ltimo del libro de Habacuc. Este profeta, que vivi a fines del siglo VII
a.C., cuando el reino de Jud se senta aplastado entre dos superpotencias en
expansin, por un lado Egipto y por otro Babilonia.
Con todo, muchos estudiosos consideran que este himno final es una cita.
As pues, en un apndice al breve escrito de Habacuc se habra insertado un
autntico canto litrgico, "en el tono de las lamentaciones", "para
acompaar con instrumentos de cuerda", como dicen las notas situadas al
inicio y al final del cntico (cf. Ha 3, 1. 19b). La liturgia de las Laudes,

,$

recogiendo el hilo de la antigua plegaria de Israel, nos invita a transformar


en canto cristiano esta composicin, escogiendo algunos de sus versculos
significativos (cf. vv. 2-4. 13a. 15-19a).
2. El himno, que entraa tambin una considerable fuerza potica, presenta
una grandiosa imagen del Seor (cf. vv. 3-4). Su figura se impone solemne
sobre todo el escenario del mundo, y el universo se estremece a su paso.
Avanza desde el sur, desde Temn y desde el monte Farn (cf. v. 3), es
decir, desde la regin del Sina, sede de la gran epifana reveladora para
Israel. De igual modo, en el salmo 67 se describa al "Seor que viene del
Sina al santuario" de Jerusaln (cf. v. 18). Su presencia, segn una
tradicin bblica constante, est llena de luz (cf. Ha 3, 4).
Es una irradiacin de su misterio trascendente, pero que se comunica a la
humanidad. En efecto, la luz est fuera de nosotros, no la podemos aferrar o
detener; sin embargo, nos envuelve, ilumina y calienta. As es Dios, lejano y
cercano, inasible pero est a nuestro lado, ms an, dispuesto a estar con
nosotros y en nosotros. Al revelarse su majestad, responde desde la tierra un
coro de alabanza: es la respuesta csmica, una especie de oracin a la que
el hombre da voz.
La tradicin cristiana ha vivido esta experiencia interior no slo dentro de la
espiritualidad personal, sino tambin en atrevidas creaciones artsticas. Por
no citar las majestuosas catedrales de la Edad Media, mencionamos sobre
todo el arte del Oriente cristiano con sus admirables iconos y con las
geniales arquitecturas de sus iglesias y sus monasterios.
La iglesia de Santa Sofa de Constantinopla es, a este respecto, una especie
de arquetipo por lo que atae a la delimitacin del espacio de la oracin
cristiana, en la que la presencia y la inasibilidad de la luz permiten captar
tanto la intimidad como la trascendencia de la realidad divina. Penetra en
toda la comunidad orante hasta la mdula de sus huesos y a la vez la invita a
superarse a s misma para sumergirse en la inefabilidad del misterio. Son
tambin significativas las propuestas artsticas y espirituales caractersticas
de los monasterios de esa tradicin cristiana. En aquellos autnticos
espacios sagrados -y el pensamiento va inmediatamente al monte Athos- el
tiempo contiene en s un signo de la eternidad. El misterio de Dios se
manifiesta y se oculta en esos espacios a travs de la oracin
continua de los monjes y de los ermitaos, que desde siempre han sido
considerados semejantes a los ngeles.
3. Pero volvamos al cntico del profeta Habacuc. Para el autor sagrado, el
ingreso del Seor en el mundo tiene un significado preciso. Quiere entrar en
la historia de la humanidad, "en medio de los aos", como se repite dos
veces en el versculo 2, para juzgar y mejorar esa historia, que nosotros
llevamos de modo tan confuso y a menudo perverso.

Entonces, Dios muestra su indignacin (cf. v. 2c) contra el mal. Y el canto


hace referencia a una serie de intervenciones divinas inexorables, aun sin
especificar si se trata de acciones directas o indirectas. Se evoca el xodo de
Israel, cuando la caballera del faran qued ahogada en el mar (cf. v. 15).
Pero tambin se vislumbra la perspectiva de la obra que el Seor est a
punto de realizar con respecto al nuevo opresor de su pueblo. La
intervencin divina se presenta de un modo casi "visible" mediante una
serie de imgenes agrcolas: "la higuera no echa yemas y las vias no
tienen fruto, el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, se
acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo" (cf. v. 17). Todo
lo que es signo de paz y fertilidad es eliminado y el mundo aparece como un
desierto. Se trata de un smbolo frecuente en otros profetas (cf. Jr 4, 19-26;
12, 7-13; 14, 1-10), para ilustrar el juicio del Seor, que no es indiferente
ante el mal, la opresin y la injusticia.
4. Ante la irrupcin divina el orante se estremece (cf. Ha 3, 16), un
escalofro le penetra por los huesos, tiemblan sus entraas y vacilan sus
piernas al andar, porque el Dios de la justicia es infalible, a diferencia de
los jueces terrenos.
Pero el ingreso del Seor tiene tambin otra funcin, que en nuestro canto
se ensalza con alegra. En efecto, en su indignacin no olvida su
misericordia (cf. v. 2). Sale del horizonte de su gloria no slo para destruir
la arrogancia del impo, sino tambin para salvar a su pueblo y a su ungido
(cf. v. 13), es decir, a Israel y a su rey. Quiere ser tambin liberador de los
oprimidos, suscitar la esperanza en el corazn de las vctimas, abrir una
nueva era de justicia.
5. Por eso, nuestro cntico, a pesar de estar marcado por el "tono de las
lamentaciones", se transforma en un himno de alegra. En efecto, las
calamidades anunciadas estn orientadas a la liberacin de los oprimidos
(cf. v. 15). Por consiguiente, provocan la alegra del justo, que
exclama: "Yo exultar con el Seor, me gloriar en Dios, mi salvador" (v.
18). Esa misma actitud la sugiere Jess a sus discpulos en el tiempo de los
cataclismos apocalpticos: "Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad
nimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberacin" (Lc 21,
28).
En el cntico de Habacuc es bellsimo el versculo final, que expresa la
serenidad recuperada. Al Seor se le define -como haba hecho David en el
salmo 17- no slo como "la fuerza" de su fiel, sino tambin como aquel que
le da agilidad, lozana y serenidad en los peligros. David cantaba: "Yo te
amo, Seor, t eres mi fortaleza, (...). l me da pies de ciervo y me coloca
en las alturas" (Sal 17, 2. 34). Ahora nuestro cantor exclama: "El Seor
soberano es mi fuerza, l me da piernas de gacela y me hace caminar por las
alturas" (Ha 3, 19). Cuando se tiene al Seor al lado, no se temen ni

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pesadillas ni obstculos, sino que se prosigue con paso ligero y con alegra
por el camino de la vida, aunque sea duro.

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Mircoles 8 de mayo de 2002

Conciencia del pecado


como ofensa de Dios
1. El viernes de cada semana en la liturgia de las Laudes se reza el salmo
50, el Miserere, el salmo penitencial ms amado, cantado y meditado; se
trata de un himno al Dios misericordioso, compuesto por un pecador
arrepentido. En una catequesis anterior ya hemos presentado el marco
general de esta gran plegaria. Ante todo se entra en la regin tenebrosa del
pecado para infundirle la luz del arrepentimiento humano y del perdn
divino (cf. vv. 3-11). Luego se pasa a exaltar el don de la gracia divina, que
transforma y renueva el espritu y el corazn del pecador arrepentido: es
una regin luminosa, llena de esperanza y confianza (cf. vv. 12-21).
En esta catequesis haremos algunas consideraciones sobre la primera parte
del salmo 50, profundizando en algunos aspectos. Sin embargo, al inicio
quisiramos proponer la estupenda proclamacin divina del Sina, que es
casi el retrato del Dios cantado por el Miserere: "Seor, Seor, Dios
misericordioso y clemente, tardo a la clera y rico en amor y fidelidad, que
mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la
rebelda y el pecado" (Ex 34, 6-7).
2. La invocacin inicial se eleva a Dios para obtener el don de la
purificacin que vuelva -como deca el profeta Isaas- "blancos como la
nieve" y "como la lana" los pecados, en s mismos "como la grana", "rojos
como la prpura" (cf. Is 1, 18). El salmista confiesa su pecado de modo neto
y sin vacilar: "Reconozco mi culpa (...). Contra ti, contra ti solo pequ;
comet la maldad que aborreces" (Sal 50, 5-6).
As pues, entra en escena la conciencia personal del pecador, dispuesto a
percibir claramente el mal cometido. Es una experiencia que implica
libertad y responsabilidad, y lo lleva a admitir que rompi un vnculo para
construir una opcin de vida alternativa respecto de la palabra de Dios. De
ah se sigue una decisin radical de cambio. Todo esto se halla incluido en
aquel "reconocer", un verbo que en hebreo no slo entraa una adhesin
intelectual, sino tambin una opcin vital.
Es lo que, por desgracia, muchos no realizan, como nos advierte
Orgenes: "Hay algunos que, despus de pecar, se quedan totalmente
tranquilos, no se preocupan para nada de su pecado y no toman conciencia

0#

de haber obrado mal, sino que viven como si no hubieran hecho nada malo.
Estos no pueden decir: "Tengo siempre presente mi pecado". En cambio,
una persona que, despus de pecar, se consume y aflige por su pecado, le
remuerde la conciencia, y se entabla en su interior una lucha continua,
puede decir con razn: "no tienen descanso mis huesos a causa de mis
pecados" (Sal 37, 4)... As, cuando ponemos ante los ojos de nuestro
corazn los pecados que hemos cometido, los repasamos uno a uno, los
reconocemos, nos avergonzamos y arrepentimos de ellos, entonces
desconcertados y aterrados podemos decir con razn: "no tienen descanso
mis huesos a causa de mis pecados"" (Homila sobre el Salmo 37). Por
consiguiente, el reconocimiento y la conciencia del pecado son fruto de una
sensibilidad adquirida gracias a la luz de la palabra de Dios.
3. En la confesin del Miserere se pone de relieve un aspecto muy
importante: el pecado no se ve slo en su dimensin personal y
"psicolgica", sino que se presenta sobre todo en su ndole teolgica.
"Contra ti, contra ti solo pequ" (Sal 50, 6), exclama el pecador, al que la
tradicin ha identificado con David, consciente de su adulterio cometido
con Betsab tras la denuncia del profeta Natn contra ese crimen y el del
asesinato del marido de ella, Uras (cf. v. 2; 2 Sm 11-12).
Por tanto, el pecado no es una mera cuestin psicolgica o social; es un
acontecimiento que afecta a la relacin con Dios, violando su ley,
rechazando su proyecto en la historia, alterando la escala de valores y
"confundiendo las tinieblas con la luz y la luz con las tinieblas", es decir,
"llamando bien al mal y mal al bien" (cf. Is 5, 20). El pecado, antes de ser
una posible injusticia contra el hombre, es una traicin a Dios. Son
emblemticas las palabras que el hijo prdigo de bienes pronuncia ante su
padre prdigo de amor: "Padre, he pecado contra el cielo -es decir, contra
Dios- y contra ti" (Lc 15, 21).
4. En este punto el salmista introduce otro aspecto, vinculado ms
directamente con la realidad humana. Es una frase que ha suscitado muchas
interpretaciones y que se ha relacionado tambin con la doctrina del pecado
original: "Mira, en la culpa nac; pecador me concibi mi madre" (Sal 50,
7). El orante quiere indicar la presencia del mal en todo nuestro ser, como es
evidente por la mencin de la concepcin y del nacimiento, un modo de
expresar toda la existencia partiendo de su fuente. Sin embargo, el salmista
no vincula formalmente esta situacin al pecado de Adn y Eva, es decir, no
habla de modo explcito de pecado original.
En cualquier caso, queda claro que, segn el texto del Salmo, el mal anida
en el corazn mismo del hombre, es inherente a su realidad histrica y por
esto es decisiva la peticin de la intervencin de la gracia divina. El poder
del amor de Dios es superior al del pecado, el ro impetuoso del mal tiene
menos fuerza que el agua fecunda del perdn. "Donde abund el pecado,
sobreabund la gracia" (Rm 5, 20).

5. Por este camino la teologa del pecado original y toda la visin bblica del
hombre pecador son evocadas indirectamente con palabras que permiten
vislumbrar al mismo tiempo la luz de la gracia y de la salvacin.
Como tendremos ocasin de descubrir ms adelante, al volver sobre este
salmo y sobre los versculos sucesivos, la confesin de la culpa y la
conciencia de la propia miseria no desembocan en el terror o en la pesadilla
del juicio, sino en la esperanza de la purificacin, de la liberacin y de la
nueva creacin.
En efecto, Dios nos salva "no por obras de justicia que hubisemos hecho
nosotros, sino segn su misericordia, por medio del bao de regeneracin y
de renovacin del Espritu Santo, que derram sobre nosotros con largueza
por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tt 3, 5-6).

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Mircoles 24 de abril de 2002

Invitacin solemne
a renovar la alianza
1. "Tocad la trompeta por la luna nueva, que es nuestra fiesta" (Sal 80, 4).
Estas palabras del salmo 80, que se acaba de proclamar, remiten a una
celebracin litrgica segn el calendario lunar del antiguo Israel. Es difcil
definir con precisin la festividad a la que alude el salmo; lo seguro es que
el calendario litrgico bblico, a pesar de regirse por el ciclo de las
estaciones y, en consecuencia, de la naturaleza, se presenta firmemente
arraigado en la historia de la salvacin y, en particular, en el acontecimiento
fundamental del xodo de la esclavitud de Egipto, vinculado a la luna nueva
del primer mes (cf. Ex 12, 2. 6; Lv 23, 5). En efecto, all se revel el Dios
liberador y salvador.
Como dice poticamente el versculo 7 de nuestro salmo, fue Dios mismo
quien quit de los hombros del hebreo esclavo en Egipto la cesta llena de
ladrillos necesarios para la construccin de las ciudades de Pitom y Ramss
(cf. Ex 1, 11. 14). Dios mismo se haba puesto al lado del pueblo oprimido y
con su poder haba eliminado y borrado el signo amargo de la esclavitud, la
cesta de los ladrillos cocidos al sol, expresin de los trabajos forzados que
deban realizar los hijos de Israel.
2. Sigamos ahora el desarrollo de este canto de la liturgia de Israel.
Comienza con una invitacin a la fiesta, al canto, a la msica: es la
convocacin oficial de la asamblea litrgica segn el antiguo precepto
del culto, establecido ya en tierra egipcia con la celebracin de la Pascua

(cf. Sal 80, 2-6a). Despus de esa llamada se alza la voz misma del Seor a
travs del orculo del sacerdote en el templo de Sin y estas palabras
divinas ocuparn todo el resto del salmo (cf. vv. 6b-17).
El discurso que se desarrolla es sencillo y gira en torno a dos polos ideales.
Por una parte, est el don divino de la libertad que se ofrece a Israel
oprimido e infeliz: "Clamaste en la afliccin, y te libr" (v. 8). Se alude
tambin a la ayuda que el Seor prest a Israel en su camino por el desierto,
es decir, al don del agua en Merib, en un marco de dificultad y prueba.
3. Sin embargo, por otra parte, adems del don divino, el salmista introduce
otro elemento significativo. La religin bblica no es un monlogo solitario
de Dios, una accin suya destinada a permanecer estril. Al contrario, es un
dilogo, una palabra a la que sigue una respuesta, un gesto de amor que
exige adhesin. Por eso, se reserva gran espacio a las invitaciones que Dios
dirige a Israel.
El Seor lo invita ante todo a la observancia fiel del primer mandamiento,
base de todo el Declogo, es decir, la fe en el nico Seor y Salvador, y la
renuncia a los dolos (cf. Ex 20, 3-5). En el discurso del sacerdote en
nombre de Dios se repite el verbo "escuchar", frecuente en el libro del
Deuteronomio, que expresa la adhesin obediente a la Ley del Sina y es
signo de la respuesta de Israel al don de la libertad. Efectivamente, en
nuestro salmo se repite: "Escucha, pueblo mo. (...) Ojal me escuchases,
Israel (...). Pero mi pueblo no escuch mi voz, Israel no quiso obedecer. (...)
Ojal me escuchase mi pueblo" (Sal 80, 9. 12. 14).
Slo con su fidelidad en la escucha y en la obediencia el pueblo puede
recibir plenamente los dones del Seor. Por desgracia, Dios debe constatar
con amargura las numerosas infidelidades de Israel. El camino por el
desierto, al que alude el salmo, est salpicado de estos actos de rebelin e
idolatra, que alcanzarn su culmen en la fabricacin del becerro de oro (cf.
Ex 32, 1-14).
4. La ltima parte del salmo (cf. vv. 14-17) tiene un tono melanclico. En
efecto, Dios expresa all un deseo que an no se ha cumplido: "Ojal me
escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino" (v. 14).
Con todo, esta melancola se inspira en el amor y va unida a un deseo de
colmar de bienes al pueblo elegido. Si Israel caminase por las sendas del
Seor, l podra darle inmediatamente la victoria sobre sus enemigos (cf. v.
15), y alimentarlo "con flor de harina" y saciarlo "con miel silvestre" (v.
17). Sera un alegre banquete de pan fresqusimo, acompaado de miel que
parece destilar de las rocas de la tierra prometida, representando la
prosperidad y el bienestar pleno, como a menudo se repite en la Biblia (cf.
Dt 6, 3; 11, 9; 26, 9. 15; 27, 3; 31, 20). Evidentemente, al abrir esta
perspectiva maravillosa, el Seor quiere obtener la conversin de su pueblo,
una respuesta de amor sincero y efectivo a su amor tan generoso.

0!

En la relectura cristiana, el ofrecimiento divino se manifiesta en toda su


amplitud. En efecto, Orgenes nos brinda esta interpretacin: el Seor "los
hizo entrar en la tierra de la promesa; no los aliment con el man como en
el desierto, sino con el grano de trigo cado en tierra (cf. Jn 12, 24-25), que
resucit... Cristo es el grano de trigo; tambin es la roca que en el desierto
saci con su agua al pueblo de Israel. En sentido espiritual, lo saci con
miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan
la miel en su boca" (Homila sobre el salmo 80, n. 17: Origene-Gerolamo,
74 Omelie sul Libro dei Salmi, Miln 1993, pp. 204-205).
5. Como siempre en la historia de la salvacin, la ltima palabra en el
contraste entre Dios y el pueblo pecador nunca es el juicio y el castigo, sino
el amor y el perdn. Dios no quiere juzgar y condenar, sino salvar y librar a
la humanidad del mal. Sigue repitiendo las palabras que leemos en el libro
del profeta Ezequiel: "Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y
no ms bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) Por qu habis
de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea
quien fuere, orculo del Seor. Convertos y vivid" (Ez 18, 23. 31-32).
La liturgia se transforma en el lugar privilegiado donde se escucha la
invitacin divina a la conversin, para volver al abrazo del Dios "compasivo
y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (Ex 34, 6).

.0
Mircoles 17 de abril de 2002

El jbilo del pueblo redimido


1. El himno que se acaba de proclamar entra como canto de alegra en la
Liturgia de las Laudes. Constituye una especie de culminacin de algunas
pginas del libro de Isaas que se han hecho clebres por su lectura
mesinica. Se trata de los captulos 6-12, que se suelen denominar "el libro
del Emmanuel". En efecto, en el centro de esos orculos profticos resalta la
figura de un soberano que, aun formando parte de la histrica dinasta
davdica, tiene perfiles transfigurados y recibe ttulos gloriosos: "Consejero
maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Prncipe de la paz" (Is 9, 5).
La figura concreta del rey de Jud que Isaas promete como hijo y sucesor
de Ajaz, el soberano de entonces, que estaba muy lejos de los ideales
davdicos, es el signo de una promesa ms elevada: la del rey Mesas que
realizar en plenitud el nombre de "Emmanuel", es decir, "Dios con
nosotros", convirtindose en la perfecta presencia divina en la historia
humana. As pues, es fcilmente comprensible que el Nuevo Testamento y

el cristianismo hayan intuido en esa figura regia la fisonoma de Jesucristo,


Hijo de Dios hecho hombre solidario con nosotros.
2. Los estudiosos consideran que el himno al que nos estamos refiriendo
(cf. Is 12, 1-6), tanto por su calidad literaria como por su tono general, es
una composicin posterior al profeta Isaas, que vivi en el siglo VIII antes
de Cristo. Casi es una cita, un texto de estilo slmico, tal vez para uso
litrgico, que se incrusta en este punto para servir de conclusin del "libro
del Emmanuel". En efecto, evoca algunos temas referentes a l: la
salvacin, la confianza, la alegra, la accin divina, la presencia entre el
pueblo del "Santo de Israel", expresin que indica tanto la trascendente
"santidad" de Dios como su cercana amorosa y activa, con la que el pueblo
de Israel puede contar.
El cantor es una persona que ha vivido una experiencia amarga, sentida
como un acto del juicio divino. Pero ahora la prueba ha pasado, la
purificacin ya se ha producido; la clera del Seor ha dado paso a la
sonrisa y a la disponibilidad para salvar y consolar.
3. Las dos estrofas del himno marcan casi dos momentos. En el primero
(cf. vv. 1-3), que comienza con la invitacin a orar: "Dirs aquel da",
domina la palabra "salvacin", repetida tres veces y aplicada al
Seor: "Dios es mi salvacin... l fue mi salvacin... las fuentes de la
salvacin". Recordemos, por lo dems, que el nombre de Isaas -como el de
Jess- contiene la raz del verbo hebreo ylsa", que alude a la "salvacin".
Por eso, nuestro orante tiene la certeza inquebrantable de que en la raz de la
liberacin y de la esperanza est la gracia divina.
Es significativo notar que hace referencia implcita al gran acontecimiento
salvfico del xodo de la esclavitud de Egipto, porque cita las palabras del
canto de liberacin entonado por Moiss: "Mi fuerza y mi canto es el
Seor" (Ex 15, 2).
4. La salvacin dada por Dios, capaz de suscitar la alegra y la confianza
incluso en el da oscuro de la prueba, se presenta con la imagen, clsica en
la Biblia, del agua: "Sacaris agua con gozo de las fuentes de la salvacin"
(Is 12, 3). El pensamiento se dirige idealmente a la escena de la mujer
samaritana, cuando
Jess le ofrece la posibilidad de tener en ella misma
una " uente de agua que salta para la vida eterna" (Jn 4, 14).
Al respecto, san Cirilo de Alejandra comenta de modo sugestivo: "Jess
llama agua viva al don vivificante del Espritu, por medio del cual slo la
humanidad, aunque abandonada completamente, como los troncos en los
montes, y seca, y privada por las insidias del diablo de toda especie de
virtud, es restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama
agua a la gracia del Espritu Santo, y si uno participa de l, tendr en s
mismo la fuente de las enseanzas divinas, de forma que ya no tendr

0,

necesidad de consejos de los dems, y podr exhortar a quienes tengan sed


de la palabra de Dios. Eso es lo que eran, mientras se encontraban en esta
vida y en la tierra, los santos profetas y los Apstoles y sus sucesores en su
ministerio. De ellos est escrito: Sacaris aguas con gozo de las fuentes de
la salvacin" (Comentario al Evangelio de san Juan II, 4, Roma 1994, pp.
272. 75).
Por desgracia, la humanidad con frecuencia abandona esta fuente que sacia
a todo el ser de la persona, como afirma con amargura el profeta
Jeremas: "Me abandonaron a m, manantial de aguas vivas, para hacerse
cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2, 13). Tambin
Isaas, pocas pginas antes, haba exaltado "las aguas de Silo, que corren
mansamente", smbolo del Seor presente en Sin, y haba amenazado el
castigo de la inundacin de "las aguas del ro -es decir, el ufratesimpetuosas y copiosas" (Is 8, 6-7), smbolo del poder militar y econmico,
as como de la idolatra, aguas que fascinaban entonces a Jud, pero que la
anegaran.
5. La segunda estrofa (cf. Is 12, 4-6) comienza con otra invitacin -"Aquel
da diris"-, que es una llamada continua a la alabanza gozosa en honor del
Seor. Se multiplican los imperativos para cantar: "dad gracias, invocad,
contad, proclamad, taed, anunciad, gritad".
En el centro de la alabanza hay una nica profesin de fe en Dios salvador,
que acta en la historia y est al lado de su criatura, compartiendo sus
vicisitudes: "El Seor hizo proezas... Qu grande es en medio de ti el
Santo de Israel!" (vv. 5-6). Esta profesin de fe tiene tambin una funcin
misionera: "Contad a los pueblos sus hazaas... Anunciadlas a toda la
tierra" (vv. 4-5). La salvacin obtenida debe ser testimoniada al mundo, de
forma que la humanidad entera acuda a esas fuentes de paz, de alegra y de
libertad.

$Mircoles 10 de abril de 2002

El Seor visita su via


1. El salmo que se acaba de proclamar tiene el tono de una lamentacin y de
una splica de todo el pueblo de Israel. La primera parte utiliza un clebre
smbolo bblico, el del pastor y su rebao. El Seor es invocado como
"pastor de Israel", el que "gua a Jos como un rebao" (Sal 79, 2). Desde lo
alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el Seor gua a su
rebao, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros.

00

As lo haba hecho cuando Israel atraves el desierto. Sin embargo, ahora


parece ausente, como adormilado o indiferente. Al rebao que deba guiar y
alimentar (cf. Sal 22) le da de comer llanto (cf. Sal 79, 6). Los enemigos se
burlan de este pueblo humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no
parece interesado, no "despierta" (v. 3), ni muestra su poder en defensa de
las vctimas de la violencia y de la opresin. La invocacin que se repite en
forma de antfona (cf. vv. 4. 8) trata de sacar a Dios de su actitud
indiferente, procurando que vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.
2. En la segunda parte de la oracin, llena de preocupacin y a la vez de
confianza, encontramos otro smbolo muy frecuente en la Biblia, el de la
via. Es una imagen fcil de comprender, porque pertenece al panorama de
la tierra prometida y es signo de fecundidad y de alegra.
Como ensea el profeta Isaas en una de sus ms elevadas pginas poticas
(cf. Is 5, 1-7), la via encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones
fundamentales: por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf. Is 5,
2; Sal 79, 9-10), la via representa el don, la gracia, el amor de Dios; por
otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce uvas que
pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el
compromiso personal y el fruto de obras justas.
3. A travs de la imagen de la via, el Salmo evoca de nuevo las etapas
principales de la historia juda: sus races, la experiencia del xodo de
Egipto y el ingreso en la tierra prometida. La via haba alcanzado su
mxima extensin en toda la regin palestina, y ms all, con el reino de
Salomn. En efecto, se extenda desde los montes septentrionales del
Lbano, con sus cedros, hasta el mar Mediterrneo y casi hasta el gran ro
ufrates (cf. vv. 11-12).
Pero el esplendor de este florecimiento haba pasado ya. El Salmo nos
recuerda que sobre la via de Dios se abati la tempestad, es decir, que
Israel sufri una dura prueba, una cruel invasin que devast la tierra
prometida. Dios mismo derrib, como si fuera un invasor, la cerca que
protega la via, permitiendo as que la saquearan los viandantes,
representados por los jabales, animales considerados violentos e impuros,
segn las antiguas costumbres. A la fuerza del jabal se asocian todas las
alimaas, smbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14).
4. Entonces se dirige a Dios una splica apremiante para que vuelva a
defender a las vctimas, rompiendo su silencio: "Dios de los Ejrcitos,
vulvete: mira desde el cielo, fjate, ven a visitar tu via" (v. 15). Dios
seguir siendo el protector del tronco vital de esta via sobre la que se ha
abatido una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que haban
intentado talarla y quemarla (cf. vv. 16-17).
En este punto el Salmo se abre a una esperanza con colores mesinicos. En

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efecto, en el versculo 18 reza as: "Que tu mano proteja a tu escogido, al


hijo del hombre que t fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante
todo, al rey davdico que, con la ayuda del Seor, encabezar la revuelta
para reconquistar la libertad. Sin embargo, est implcita la confianza en el
futuro Mesas, el "hijo del hombre" que cantar el profeta Daniel (cf. Dn 7,
13-14) y que Jess escoger como ttulo predilecto para definir su obra y su
persona mesinica. Ms an, los Padres de la Iglesia afirmarn de forma
unnime que la via evocada por el Salmo es una prefiguracin proftica de
Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15, 1) y de la Iglesia.
5. Ciertamente, para que el rostro del Seor brille nuevamente, es necesario
que Israel se convierta, con la fidelidad y la oracin, volviendo a Dios
salvador. Es lo que el salmista expresa, al afirmar: "No nos alejaremos de
ti" (Sal 79, 19).
As pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente por el sufrimiento,
pero tambin por una confianza inquebrantable. Dios siempre est dispuesto
a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que tambin su pueblo
"vuelva" a l con la fidelidad. Si nosotros nos convertimos del pecado, el
Seor se "convertir" de su intencin de castigar: esta es la conviccin del
salmista, que encuentra eco tambin en nuestro corazn, abrindolo a la
esperanza.

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Mircoles 3 de abril de 2002

La gloria del Seor en el juicio


1. La luz, la alegra y la paz, que en el tiempo pascual inundan a la
comunidad de los discpulos de Cristo y se difunden en la creacin entera,
impregnan este encuentro nuestro, que tiene lugar en el clima intenso de la
octava de Pascua. En estos das celebramos el triunfo de Cristo sobre el mal
y la muerte. Con su muerte y resurreccin se instaura definitivamente el
reino de justicia y amor querido por Dios.
Precisamente en torno al tema del reino de Dios gira esta catequesis,
dedicada a la reflexin sobre el salmo 96. El Salmo comienza con una
solemne proclamacin: "El Seor reina, la tierra goza, se alegran las islas
innumerables" y se puede definir una celebracin del Rey divino, Seor del
cosmos y de la historia. As pues, podramos decir que nos encontramos en
presencia de un salmo "pascual".
Sabemos la importancia que tena en la predicacin de Jess el anuncio del
reino de Dios. No slo es el reconocimiento de la dependencia del ser

creado con respecto al Creador; tambin es la conviccin de que dentro de


la historia se insertan un proyecto, un designio, una trama de armonas y de
bienes queridos por Dios. Todo ello se realiz plenamente en la Pascua de la
muerte y la resurreccin de Jess.
2. Recorramos ahora el texto de este salmo, que la liturgia nos propone en la
celebracin de las Laudes. Inmediatamente despus de la aclamacin al
Seor rey, que resuena como un toque de trompeta, se presenta ante el
orante una grandiosa epifana divina. Recurriendo al uso de citas o alusiones
a otros pasajes de los salmos o de los profetas, sobre todo de Isaas, el
salmista describe cmo irrumpe en la escena del mundo el gran Rey, que
aparece rodeado de una serie de ministros o asistentes csmicos: las nubes,
las tinieblas, el fuego, los relmpagos.
Adems de estos, otra serie de ministros personifica su accin histrica: la
justicia, el derecho, la gloria. Su entrada en escena hace que se estremezca
toda la creacin. La tierra exulta en todos los lugares, incluidas las islas,
consideradas como el rea ms remota (cf. Sal 96, 1). El mundo entero es
iluminado por fulgores de luz y es sacudido por un terremoto (cf. v. 4). Los
montes, que encarnan las realidades ms antiguas y slidas segn la
cosmologa bblica, se derriten como cera (cf. v. 5), como ya cantaba el
profeta Miqueas: "He aqu que el Seor sale de su morada (...).
Debajo de l los montes se derriten, y los valles se hienden, como la cera al
fuego" (Mi 1, 3-4). En los cielos resuenan himnos anglicos que exaltan la
justicia, es decir, la obra de salvacin realizada por el Seor en favor de los
justos. Por ltimo, la humanidad entera contempla la manifestacin de la
gloria divina, o sea, de la realidad misteriosa de Dios (cf. Sal 96, 6),
mientras los "enemigos", es decir, los malvados y los injustos, ceden ante la
fuerza irresistible del juicio del Seor (cf. v. 3).
3. Despus de la teofana del Seor del universo, este salmo describe dos
tipos de reaccin ante el gran Rey y su entrada en la historia. Por un lado,
los idlatras y los dolos caen por tierra, confundidos y derrotados; y, por
otro, los fieles, reunidos en Sin para la celebracin litrgica en honor del
Seor, cantan alegres un himno de alabanza. La escena de "los que adoran
estatuas" (cf. vv. 7-9) es esencial: los dolos se postran ante el nico Dios y
sus seguidores se cubren de vergenza. Los justos asisten jubilosos al juicio
divino que elimina la mentira y la falsa religiosidad, fuentes de miseria
moral y de esclavitud. Entonan una profesin de fe luminosa: "t eres,
Seor, altsimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses" (v.
9).
4. Al cuadro que describe la victoria sobre los dolos y sus adoradores se
opone una escena que podramos llamar la esplndida jornada de los fieles
(cf. vv. 10-12). En efecto, se habla de una luz que amanece para el justo
(cf. v. 11): es como si despuntara una aurora de alegra, de fiesta, de

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esperanza, entre otras razones porque, como se sabe, la luz es smbolo de


Dios (cf. 1 Jn 1, 5).
El profeta Malaquas declaraba: "Para vosotros, los que temis mi nombre,
brillar el sol de justicia" (Ml 3, 20). A la luz se asocia la
felicidad: "Amanece la luz para el justo, y la alegra para los rectos de
corazn. Alegraos, justos, con el Seor, celebrad su santo nombre" (Sal 96,
11-12).
El reino de Dios es fuente de paz y de serenidad, y destruye el imperio de
las tinieblas. Una comunidad juda contempornea de Jess cantaba: "La
impiedad retrocede ante la justicia, como las tinieblas retroceden ante la luz;
la impiedad se disipar para siempre, y la justicia, como el sol, se
manifestar principio de orden del mundo" (Libro de los misterios de
Qumrn: 1 Q 27, I, 5-7).
5. Antes de dejar el salmo 96, es importante volver a encontrar en l,
adems del rostro del Seor rey, tambin el del fiel. Est descrito con siete
rasgos, signo de perfeccin y plenitud. Los que esperan la venida del gran
Rey divino aborrecen el mal, aman al Seor, son los hasdm, es decir, los
fieles (cf. v. 10), caminan por la senda de la justicia, son rectos de corazn
(cf. v. 11), se alegran ante las obras de Dios y dan gracias al santo nombre
del Seor (cf. v. 12). Pidamos al Seor que estos rasgos espirituales brillen
tambin en nuestro rostro.

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Mircoles 20 de marzo de 2002

La alegra y la esperanza de los humildes est en Dios


1. Una voz de mujer nos gua hoy en la oracin de alabanza al Seor de la
vida. En efecto, en el relato del primer libro de Samuel, es Ana la persona
que entona el himno que acabamos de proclamar, despus de ofrecer al
Seor su nio, el pequeo Samuel. Este ser profeta en Israel y marcar con
su accin el paso del pueblo hebreo a una nueva forma de gobierno, la
monrquica, que tendr como protagonistas al desventurado rey Sal y al
glorioso rey David. La vida de Ana era una historia de sufrimientos porque,
como nos dice el relato, el Seor le haba "hecho estril el seno" (1 S 1, 5).
En el antiguo Israel la mujer estril era considerada como una rama seca,
una presencia muerta, entre otras cosas porque impeda al marido tener una
continuidad en el recuerdo de las generaciones sucesivas, un dato
importante en una visin an incierta y nebulosa del ms all.
2. Ana, sin embargo, haba puesto su confianza en el Dios de la vida y haba

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orado as: "Seor de los ejrcitos, si te dignas mirar la afliccin de tu sierva


y acordarte de m, no olvidarte de tu sierva y darle un hijo varn, yo lo
entregar al Seor por todos los das de su vida" (1 S 1, 11). Y Dios escuch
la plegaria de esta mujer humillada, precisamente dndole a Samuel: del
tronco seco brot un vstago vivo (cf. Is 11, 1); lo que resultaba imposible a
los ojos humanos, era una realidad palpitante en aquel nio que se deba
consagrar al Seor.
El canto de accin de gracias que eleva a Dios esta madre ser recogido y
refundido por otra madre, Mara, la cual, permaneciendo virgen, engendrar
por obra del Espritu de Dios. En efecto, en el Magnficat de la madre de
Jess se trasluce en filigrana el cntico de Ana que, precisamente por esto,
suele definirse "el Magnficat del Antiguo Testamento".
3. En realidad, los estudiosos observan que el autor sagrado puso en labios
de Ana una especie de salmo regio, tejido de citas o alusiones a otros
salmos.
Resalta en primer plano la imagen del rey hebreo atacado por adversarios
ms poderosos, pero que al final es salvado y triunfa porque a su lado el
Seor rompe los arcos de los valientes (cf. 1 S 2, 4). Es significativo el final
del canto, cuando, en una solemne epifana, entra Dios en escena: "El
Seor desbarata a sus contrarios, el Altsimo truena desde el cielo, el Seor
juzga hasta el confn de la tierra. l da fuerza a su rey, exalta el poder de su
Ungido" (v. 10). En hebreo, la ltima palabra es precisamente "mesas", es
decir, "consagrado", que permite transformar esta plegaria regia en canto de
esperanza mesinica.
4. Quiero subrayar dos temas en este himno de accin de gracias que
expresa los sentimientos de Ana. El primero dominar tambin en el
Magnficat de Mara y es el cambio radical de la situacin realizado por
Dios. Los poderosos son humillados, los dbiles "se cien de valor"; los
hartos se contratan por el pan, y los hambrientos engordan en un banquete
suntuoso; el pobre es levantado del polvo y recibe "un trono de gloria" (cf.
vv. 4. 8).
Es fcil percibir en esta antigua plegaria el hilo conductor de las siete
acciones que Mara ve realizadas en la historia de Dios Salvador: "l hace
proezas con su brazo, dispersa a los soberbios (...), derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacos. Auxilia a Israel, su siervo" (Lc 1, 51-54).
Es una profesin de fe pronunciada por estas dos madres con respecto al
Seor de la historia, que defiende a los ltimos, a los miserables e infelices,
a los ofendidos y humillados.
5. El otro tema que quiero poner de relieve se relaciona an ms con la

figura de Ana: "la mujer estril da a luz siete hijos, mientras la madre de
muchos queda balda" (1 S 2, 5). Dios, que cambia radicalmente la situacin
de las personas, es tambin el seor de la vida y de la muerte. El seno estril
de Ana era como una tumba; a pesar de ello, Dios pudo hacer que en l
brotara la vida, porque "l tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el
soplo de toda carne de hombre" (Jb 12, 10). En esta lnea, se canta
inmediatamente despus: "El Seor da la muerte y la vida, hunde en el
abismo y levanta" (1 S 2, 6).
La esperanza ya no atae slo a la vida del nio que nace, sino tambin a la
que Dios puede hacer brotar despus de la muerte. As se abre un horizonte
casi "pascual" de resurreccin. Isaas cantar: "Revivirn tus muertos, tus
cadveres resurgirn, despertarn y darn gritos de jbilo los moradores del
polvo; porque roco luminoso es tu roco y la tierra echar de su seno las
sombras" (Is 26, 19).

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Mircoles 13 de marzo de 2002

Dios renueva los prodigios de su amor


1. La liturgia, al poner en las Laudes de una maana el salmo 76, que
acabamos de proclamar, quiere recordarnos que el inicio de la jornada no
siempre es luminoso. Como llegan das tenebrosos, en los que el cielo se
cubre de nubes y amenaza tempestad, as en nuestra vida hay das densos de
lgrimas y temor. Por eso, ya al amanecer, la oracin se convierte en
lamento, splica e invocacin de ayuda.
Nuestro salmo es, precisamente, una imploracin que se eleva a Dios con
insistencia, profundamente impregnada de confianza, ms an, de certeza en
la intervencin divina. En efecto, para el salmista el Seor no es un
emperador impasible, reiterado en sus cielos luminosos, indiferente a
nuestras vicisitudes. De esta impresin, que a veces nos embarga el corazn,
surgen interrogantes tan amargos que constituyen una dura prueba para
nuestra fe: "Est Dios desmintiendo su amor y su eleccin? Ha olvidado
el pasado, cuando nos sostena y haca felices?". Como veremos, esas
preguntas sern disipadas por una renovada confianza en Dios, redentor y
salvador.
2. As pues, sigamos el desarrollo de esta oracin, que comienza con un
tono dramtico, en medio de la angustia, y luego, poco a poco, se abre a la
serenidad y a la esperanza. Encontramos, ante todo, la lamentacin sobre el
presente triste y sobre el silencio de Dios (cf. vv. 2-11). Un grito pidiendo
ayuda se eleva a un cielo aparentemente mudo; las manos se alzan en seal

de splica; el corazn desfallece por la desolacin. En la noche insomne,


entre lgrimas y plegarias, un canto "vuelve al corazn", como dice el
versculo 7, un estribillo triste resuena continuamente en lo ms ntimo del
alma.
Cuando el dolor llega al colmo y se quisiera alejar el cliz del sufrimiento
(cf. Mt 26, 39), las palabras explotan y se convierten en pregunta lacerante,
como ya se deca antes (cf. Sal 76, 8-11). Este grito interpela el misterio de
Dios y de su silencio.
3. El salmista se pregunta por qu el Seor lo rechaza, por qu ha cambiado
su rostro y su modo de actuar, olvidando su amor, la promesa de salvacin y
la ternura misericordiosa. "La diestra del Altsimo", que haba realizado los
prodigios salvficos del xodo, parece ya paralizada (cf. v. 11). Y se trata de
un autntico "tormento", que pone a dura prueba la fe del orante.
Si as fuese, Dios sera irreconocible, actuara como un ser cruel, o sera una
presencia como la de los dolos, que no saben salvar porque son incapaces,
indiferentes e impotentes. En estos versculos de la primera parte del salmo
76 se percibe todo el drama de la fe en el tiempo de la prueba y del silencio
de Dios.
4. Pero hay motivos de esperanza. Es lo que se puede comprobar en la
segunda parte de la splica (cf. vv. 12-21), que se asemeja a un himno
destinado a volver a proponer la confirmacin valiente de la propia fe
incluso en el da tenebroso del dolor. Se canta el pasado de salvacin, que
tuvo su epifana de luz en la creacin y en la liberacin de la esclavitud de
Egipto. El presente amargo es iluminado por la experiencia salvfica pasada,
que constituye una semilla sembrada en la historia: no est muerta, sino
slo sepultada, para brotar ms tarde (cf. Jn 12, 24).
Luego, el salmista recurre a un concepto bblico importante: el del
"memorial", que no es slo una vaga memoria consoladora, sino certeza de
una accin divina que no fallar nunca: "Recuerdo las proezas del Seor;
s, recuerdo tus antiguos portentos" (Sal 76, 12). Profesar la fe en las obras
de salvacin del pasado lleva a la fe en lo que es el Seor constantemente y,
por tanto, tambin en el tiempo presente. "Dios mo, tus caminos son
santos: (...) T eres el Dios que realiza maravillas" (vv. 14-15). As el
presente, que pareca un callejn sin salida y sin luz, queda iluminado por la
fe en Dios y abierto a la esperanza.
5. Para sostener esta fe, el salmista probablemente cita un himno ms
antiguo, que tal vez se cantaba en la liturgia del templo de Sin (cf. vv. 1720). Es una clamorosa teofana, en la que el Seor entra en escena en la
historia, trastornando la naturaleza y en particular las aguas, smbolo del
caos, del mal y del sufrimiento. Es bellsima la imagen de Dios caminando
sobre las aguas, signo de su triunfo sobre las fuerzas del mal: "T te abriste

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camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba rastro
de tus huellas" (v. 20). Y el pensamiento se dirige a Cristo que camina sobre
las aguas, smbolo elocuente de su victoria sobre el mal (cf. Jn 6, 16-20).
Al final, recordando que Dios gui "como un rebao" a su pueblo "por la
mano de Moiss y de Aarn" (Sal 76, 21), el Salmo lleva implcitamente a
una certeza: Dios volver a conducir hacia la salvacin. Su mano poderosa
e invisible estar con nosotros a travs de la mano visible de los pastores y
de los guas que l ha constituido. El Salmo, que se abre con un grito de
dolor, suscita al final sentimientos de fe y esperanza en el gran Pastor de
nuestras almas (cf. Hb 13, 20; 1 P 2, 25).

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Mircoles 6 de marzo de 2002

Alegra de las criaturas de Dios


por su providencia
1. Nuestro recorrido a travs de los salmos de la Liturgia de las Horas nos
conduce ahora a un himno que nos conquista sobre todo por el admirable
cuadro primaveral de la ltima parte (cf. Sal 64, 10-14), una escena llena de
lozana, esmaltada de colores, llena de voces de alegra.
En realidad, la estructura del salmo 64 es ms amplia, fruto de la mezcla de
dos tonalidades diferentes: ante todo, resalta el tema histrico del perdn de
los pecados y la acogida en Dios (cf. vv. 2-5); luego se alude al tema
csmico de la accin de Dios con respecto a los mares y los montes (cf. vv.
6-9a); por ltimo, se desarrolla la descripcin de la primavera (cf. vv. 9b14): en el soleado y rido panorama del Oriente Prximo, la lluvia que
fecunda es la expresin de la fidelidad del Seor hacia la creacin (cf. Sal
103, 13-16). Para la Biblia, la creacin es la sede de la humanidad y el
pecado es un atentado contra el orden y la perfeccin del mundo. Por
consiguiente, la conversin y el perdn devuelven integridad y armona al
cosmos.
2. En la primera parte del Salmo nos hallamos dentro del templo de Sin. A
l acude el pueblo con su cmulo de miserias morales, para invocar la
liberacin del mal (cf. Sal 64, 2-4a). Una vez obtenida la absolucin de las
culpas, los fieles se sienten huspedes de Dios, cercanos a l, listos para ser
admitidos a su mesa y a participar en la fiesta de la intimidad divina (cf. vv.
4b-5).
Luego al Seor que se yergue en el templo se le representa con un aspecto
glorioso y csmico. En efecto, se dice que l es la "esperanza de todos los

confines de la tierra y de los mares lejanos; (...) afianza los montes con su
fuerza (...); reprime el estruendo del mar, el estruendo de las olas (...); los
habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante sus signos", desde
oriente hasta occidente (vv. 6-9).
3. Dentro de esta celebracin de Dios creador encontramos un
acontecimiento que quisiramos subrayar: el Seor logra dominar y acallar
incluso el estruendo de las aguas del mar, que en la Biblia son el smbolo
del caos, opuesto al orden de la creacin (cf. Jb 38, 8-11). Se trata de un
modo de exaltar la victoria divina no slo sobre la nada, sino tambin sobre
el mal: por ese motivo al "estruendo del mar" y al "estruendo de las olas" se
asocia tambin "el tumulto de los pueblos" (cf. Sal 64, 8), es decir, la
rebelin de los soberbios.
San Agustn comenta acertadamente: "El mar es figura del mundo
presente: amargo por su salinidad, agitado por tempestades, donde los
hombres, con su avidez perversa y desordenada, son como peces que se
devoran los unos a los otros. Mirad este mar malvado, este mar amargo,
cruel con sus olas... No nos comportemos as, hermanos, porque el Seor es
la esperanza de todos los confines de la tierra" (Expositio in Psalmos II,
Roma 1990, p. 475).
La conclusin que el Salmo nos sugiere es fcil: el Dios que elimina el caos
y el mal del mundo y de la historia puede vencer y perdonar la maldad y el
pecado que el orante lleva dentro de s y presenta en el templo, con la
certeza de la purificacin divina.
4. En este punto entran en escena las dems aguas: las de la vida y de la
fecundidad, que en primavera riegan la tierra e idealmente representan la
vida nueva del fiel perdonado. Los versculos finales del Salmo (cf. Sal 64,
10-14), como decamos, son de gran belleza y significado. Dios colma la
sed de la tierra agrietada por la aridez y el hielo invernal, regndola con la
lluvia. El Seor es como un agricultor (cf. Jn 15, 1), que hace crecer el
grano y hace brotar la hierba con su trabajo. Prepara el terreno, riega los
surcos, iguala los terrones, ablanda todo su campo con el agua.
El Salmista usa diez verbos para describir esta accin amorosa del Creador
con respecto a la tierra, que se transfigura en una especie de criatura viva.
En efecto, todo "grita y canta de alegra" (cf. Sal 64, 14). A este propsito
son sugestivos tambin los tres verbos vinculados al smbolo del
vestido: "las colinas se orlan de alegra; las praderas se cubren de
rebaos, y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan" (vv. 1314). Es la imagen de una pradera salpicada con la blancura de las ovejas; las
colinas se orlan tal vez con las vias, signo de jbilo por su producto, el
vino, que "alegra el corazn del hombre" (Sal 103, 15); los valles se visten
con el manto dorado de las mieses. El versculo 12 evoca tambin la corona,
que podra inducir a pensar en las guirnaldas de los banquetes festivos,

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puestas en la cabeza de los convidados (cf. Is 28, 1. 5).


5. Todas las criaturas juntas, casi como en una procesin, se dirigen a su
Creador y soberano, danzando y cantando, alabando y orando. Una vez ms
la naturaleza se transforma en un signo elocuente de la accin divina; es una
pgina abierta a todos, dispuesta a manifestar el mensaje inscrito en ella por
el Creador, porque "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por
analoga, a contemplar a su Autor" (Sb 13, 5; cf. Rm 1, 20). Contemplacin
teolgica e inspiracin potica se funden en esta lrica y se convierten en
adoracin y alabanza.
Pero el encuentro ms intenso, al que mira el Salmista con todo su cntico,
es el que une creacin y redencin. Como la tierra en primavera resurge por
la accin del Creador, as el hombre renace de su pecado por la accin del
Redentor. Creacin e historia estn de ese modo bajo la mirada providente y
salvfica del Seor, que domina las aguas tumultuosas y destructoras, y da el
agua que purifica, fecunda y sacia la sed. En efecto, el Seor "sana los
corazones destrozados, venda sus heridas", pero tambin "cubre el cielo de
nubes, prepara la lluvia para la tierra y hace brotar hierba en los montes"
(Sal 146, 3.8).
El Salmo se convierte, as, en un canto a la gracia divina. Tambin san
Agustn, comentando nuestro salmo, recuerda este don trascendente y
nico: "El Seor Dios te dice en el corazn: Yo soy tu riqueza. No te
importe lo que promete el mundo, sino lo que promete el Creador del
mundo. Est atento a lo que Dios te promete, si observas la justicia; y
desprecia lo que te promete el hombre para alejarte de la justicia. As pues,
no te importe lo que el mundo promete. Ms bien, considera lo que promete
el Creador del mundo" (Expositio in Psalmos II, Roma 1990, p. 481).

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