Benedicto Xvi - Reflexiones Del Santo Padre Sobre Los Salmos
Benedicto Xvi - Reflexiones Del Santo Padre Sobre Los Salmos
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Dios salvador
1. Estamos ante el solemne himno de bendicin que abre la carta a los
Efesios, una pgina de gran densidad teolgica y espiritual, expresin
admirable de la fe y quiz de la liturgia de la Iglesia de los tiempos
apostlicos.
Cuatro veces, en todas las semanas en las que se articula la liturgia de las
Vsperas, se propone el himno para que el fiel pueda contemplar y gustar
este grandioso icono de Cristo, centro de la espiritualidad y del culto
cristiano, pero tambin principio de unidad y de sentido del universo y de
toda la historia. La bendicin se eleva de la humanidad al Padre que est en
los cielos (cf. v. 3), a partir de la obra salvfica del Hijo.
2. Ella inicia en el eterno proyecto divino, que Cristo est llamado a
realizar. En este designio brilla ante todo nuestra eleccin para ser "santos e
irreprochables", no tanto en el mbito ritual -como pareceran sugerir estos
adjetivos utilizados en el Antiguo Testamento para el culto sacrificial-,
cuanto "por el amor" (cf. v. 4). Por tanto, se trata de una santidad y de una
pureza moral, existencial, interior.
Sin embargo, el Padre tiene en la mente una meta ulterior para nosotros: a
travs de Cristo nos destina a acoger el don de la dignidad filial,
convirtindonos en hijos en el Hijo y en hermanos de Jess (cf. Rm 8,
15. 23; 9, 4; Ga 4, 5). Este don de la gracia se infunde por medio de "su
querido Hijo", el Unignito por excelencia (cf. vv. 5-6).
3. Por este camino el Padre obra en nosotros una transformacin
radical: una liberacin plena del mal, "la redencin mediante la sangre" de
Cristo, "el perdn de los pecados" a travs del "tesoro de su gracia" (cf. v.
7). La inmolacin de Cristo en la cruz, acto supremo de amor y de
solidaridad, irradia sobre nosotros una onda sobreabundante de luz, de
"sabidura y prudencia" (cf. v. 8). Somos criaturas
transfiguradas: cancelado nuestro pecado, conocemos de modo pleno al
Seor. Y al ser el conocimiento, en el lenguaje bblico, expresin de amor,
nos introduce ms profundamente en el "misterio" de la voluntad divina (cf.
v. 9).
4. Un "misterio", o sea, un proyecto trascendente y perfecto, cuyo contenido
es un admirable plan salvfico: "recapitular en Cristo todas las cosas, del
cielo y de la tierra" (v. 10). El texto griego sugiere que Cristo se ha
convertido en keflaion, es decir, es el punto cardinal, el eje central en el
que converge y adquiere sentido todo el ser creado. El mismo vocablo
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La reina y esposa
1. El dulce retrato femenino que nos acaban de presentar constituye el
segundo cuadro del dptico del que se compone el salmo 44, un
canto nupcial sereno y gozoso, que leemos en la liturgia de las Vsperas.
As, despus de contemplar al rey que celebra sus bodas (cf. vv. 2-10),
ahora nuestros ojos se fijan en la figura de la reina esposa (cf. vv. 11-18).
Esta perspectiva nupcial nos permite dedicar el salmo a todas las parejas
que viven con intensidad y vitalidad interior su matrimonio, signo de un
"gran misterio", como sugiere san Pablo, el del amor del Padre a la
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Pasin voluntaria de Cristo
siervo de Dios
1. Hoy, al escuchar el himno tomado del captulo 2 de la primera carta de
san Pedro, se ha perfilado de un modo muy vivo ante nuestros ojos el rostro
de Cristo sufriente. Eso suceda a los lectores de aquella carta en los
primeros tiempos del cristianismo y eso mismo ha sucedido a lo largo de los
siglos durante la proclamacin litrgica de la palabra de Dios y en la
meditacin personal.
Este canto, insertado en la carta, presenta una tonalidad litrgica y parece
reflejar el espritu de oracin de la Iglesia de los orgenes (cf. Col 1, 15-20;
Flp 2, 6-11; 1 Tm 3, 16). Est marcado tambin por un dilogo ideal entre el
autor y los lectores, en el que se alternan los pronombres personales
"nosotros" y "vosotros": "Cristo padeci por vosotros, dejndoos ejemplo
para que sigis sus huellas... Llev nuestros pecados en su cuerpo (...) a fin
de que, muertos a nuestros pecados, vivamos para la justicia; con
sus llagas hemos sido curados" (1 P 2, 21. 24-25).
2. Pero el pronombre que ms se repite, en el original griego, es V, que
aparece al inicio de los principales versculos (cf. 1 P 2,
22. 23. 24): equivale a "l", el Cristo sufriente; l, que no cometi pecado;
l, que al ser insultado no responda con insultos; l, que al padecer no
amenazaba; l, que en la cruz carg con los pecados de la humanidad para
borrarlos.
El pensamiento de san Pedro, como tambin el de los fieles que rezan este
himno, sobre todo en la liturgia de las Vsperas del tiempo de Cuaresma, se
dirige al Siervo de Yahveh descrito en el clebre cuarto canto del libro del
profeta Isaas. Es un personaje misterioso, interpretado por el cristianismo
en clave mesinica y cristolgica, porque anticipa los detalles y el
significado de la pasin de Cristo: "l soport nuestros sufrimientos y
aguant nuestros dolores (...) Fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crmenes (...). Con sus llagas hemos sido curados. (...)
Fue maltratado, y l se humill y no abri la boca" (Is 53, 4. 5. 7).
Tambin el perfil de la humanidad pecadora trazado con la imagen de unas
ovejas descarriadas, en un versculo que no recoge la liturgia de las
Vsperas (cf. 1 P 2, 25), procede de aquel antiguo canto proftico: "Todos
nosotros ramos como ovejas descarriadas; cada uno segua su camino" (Is
53, 6).
3. As pues, son dos las figuras que se cruzan en el himno de la carta de san
Pedro. Ante todo, est l, Cristo, que emprende el arduo camino de la
pasin, sin oponerse a la injusticia y a la violencia, sin recriminaciones ni
protestas, sino ponindose a s mismo y poniendo su dolorosa situacin "en
manos del que juzga justamente" (1 P 2, 23). Un acto de confianza pura y
absoluta, que culminar en la cruz con las clebres ltimas
palabras, pronunciadas a voz en grito como extremo abandono a la obra del
Padre: "Padre, a tus manos encomiendo mi espritu" (Lc 23, 46; cf. Sal 30,
6).
Por tanto, no se trata de una resignacin ciega y pasiva, sino de una valiente
confianza, destinada a servir de ejemplo para todos los discpulos que
recorrern la senda oscura de la prueba y la persecucin.
4. Cristo se presenta como el Salvador, solidario con nosotros en su
"cuerpo" humano. Al nacer de la Virgen Mara, se hizo nuestro hermano.
Por ello, puede estar a nuestro lado, compartir nuestro dolor, cargar con
nuestras enfermedades, "con nuestros pecados" (1 P 2, 24). Pero l es
tambin y siempre el Hijo de Dios, y esta solidaridad suya con nosotros
resulta radicalmente transformadora, liberadora, expiatoria y salvfica (cf.
1 P 2, 24).
Y, as, nuestra pobre humanidad, apartada de los caminos desviados y
perversos del mal, es conducida de nuevo por las sendas de la "justicia", es
decir, del bello proyecto de Dios. La ltima frase del himno es
particularmente conmovedora. Reza as: "Con sus llagas hemos sido
curados" (1 P 2, 25). Manifiesta el alto precio que Cristo ha pagado para
conseguirnos la salvacin.
5. Para concluir, cedamos la palabra a los Padres de la Iglesia, es decir, a la
tradicin cristiana que ha meditado y rezado con este himno de san Pedro.
San Ireneo de Lyon, en un pasaje de su tratado Contra las herejas,
entrelazando una expresin de este himno con otras reminiscencias bblicas,
sintetiza as la figura de Cristo Salvador: "Uno y el mismo es Jesucristo el
Hijo de Dios, que por su pasin nos reconcili con Dios y resucit de entre
los muertos, est sentado a la derecha del Padre, y es perfecto en todas las
cosas; es el mismo que, golpeado no devolva los golpes, "mientras padeca
no profiri amenazas" (1 P 2, 23); el que, vctima de la tirana, mientras
sufra rogaba al Padre que perdonara a aquellos mismos que lo crucificaban
(cf. Lc 23, 34). l nos salv; l mismo es el Verbo de Dios, el Unignito del
Padre, Cristo Jess nuestro Seor" (III, 16, 9).
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Himno al Dios verdadero
divina (cf. Sal 113 B, 12-15). Segn la concepcin bblica, esa bendicin es
fuente de fecundidad: "Que el Seor os acreciente, a vosotros y a vuestros
hijos" (v. 14). Por ltimo, los fieles, alegres por el don de la vida recibido
del Dios vivo y creador, entonan un breve himno de alabanza, respondiendo
a la bendicin eficaz de Dios con su bendicin agradecida y confiada (cf.
vv. 16-18).
4. De un modo muy vivo y sugestivo, un Padre de la Iglesia de Oriente, san
Gregorio de Nisa (siglo IV), en su quinta Homila sobre el Cantar de los
cantares utiliza este salmo para describir el paso de la humanidad desde el
"hielo de la idolatra" hasta la primavera de la salvacin. En efecto recuerda san Gregorio-, en cierto modo, la naturaleza humana se haba
transformado "en los seres inmviles" y sin vida "que fueron hechos objeto
de culto", precisamente como est escrito: "Que sean igual los que los
hacen, cuantos confan en ellos".
"Y era lgico que sucediese as, pues, del mismo modo que los que miran al
Dios vivo reciben en s mismos las peculiaridades de la naturaleza divina,
as el que se dirige a la vacuidad de los dolos lleg a ser como lo que
miraba y, de hombre que era, se transform en piedra. Por consiguiente,
dado que la naturaleza humana, convertida en piedra a causa de la idolatra,
fue inmvil con respecto a lo mejor, congelada en el hielo del culto a los
dolos, por ese motivo en este tremendo invierno surge el Sol de la justicia y
forma la primavera con el calor del medioda, que deshace ese hielo y
calienta, con los rayos del sol, todo lo que est debajo. As, el hombre, que
se haba convertido en piedra por obra del hielo, calentado por el Espritu y
caldeado por los rayos del Logos, volvi a ser agua que saltaba hasta la vida
eterna" (Omelie sul Cantico dei cantici, Roma 1988, pp. 133-134).
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El Seor es el lote de mi heredad
1. Tenemos la oportunidad de meditar en un salmo de intensa fuerza
espiritual, despus de escucharlo y transformarlo en oracin. A pesar de las
dificultades del texto, que el original hebreo pone de manifiesto sobre todo
en los primeros versculos, el salmo 15 es un cntico luminoso, con espritu
mstico, como sugiere ya la profesin de fe puesta al inicio: "Mi Seor eres
t; no hay dicha para m fuera de ti" (v. 2). As pues, Dios es considerado
como el nico bien. Por ello, el orante opta por situarse en el mbito de la
comunidad de todos los que son fieles al Seor: "Cuanto a los santos que
estn en la tierra, son mis prncipes, en los que tengo mi complacencia" (v.
3). Por eso, el salmista rechaza radicalmente la tentacin de la idolatra, con
sus ritos sanguinarios y sus invocaciones blasfemas (cf. v. 4).
Es una opcin neta y decisiva, que parece un eco de la del salmo 72, otro
canto de confianza en Dios, conquistada a travs de una fuerte y sufrida
opcin moral: "No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, qu me importa la
tierra? (...) Para m lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Seor mi
refugio" (Sal 72, 25. 28).
2. El salmo 15 desarrolla dos temas, expresados mediante tres smbolos.
Ante todo, el smbolo de la "heredad", trmino que domina los versculos 56. En efecto, se habla de "lote de mi heredad, copa, suerte". Estas palabras
se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel.
Ahora bien, sabemos que la nica tribu que no haba recibido un lote de
tierra era la de los levitas, porque el Seor mismo constitua su heredad. El
salmista declara precisamente: "El seor es el lote de mi heredad. (...) Me
encanta mi heredad" (Sal 15, 5-6). As pues, da la impresin de que es un
sacerdote que proclama la alegra de estar totalmente consagrado al servicio
de Dios.
San Agustn comenta: "El salmista no dice: "oh Dios, dame una heredad.
Qu me dars como heredad?", sino que dice: "todo lo que t puedes
darme fuera de ti, carece de valor. S t mismo mi heredad. A ti es a quien
amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. l te
basta, fuera de l nada te puede bastar" (Sermn 334, 3: PL 38, 1469).
3. El segundo tema es el de la comunin perfecta y continua con el Seor.
El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte,
Promesa de cumplir
los mandamientos de Dios
1. Despus de la pausa con ocasin de mi estancia en el Valle de Aosta,
reanudamos ahora, en esta audiencia general, nuestro itinerario a lo largo de
los salmos que nos propone la liturgia de las Vsperas. Hoy reflexionamos
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Dios, refugio y fortaleza de su pueblo
1. Acabamos de escuchar el primero de los seis himnos a Sin que recoge el
Salterio (cf. Sal 47, 75, 83, 86 y 121). El salmo 45, como las otras
composiciones anlogas, celebra la ciudad santa de Jerusaln, "la ciudad de
Dios, la santa morada del Altsimo" (v. 5), pero sobre todo expresa una
confianza inquebrantable en Dios, que "es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro" (v. 2; cf. vv. 8 y 12). Este salmo evoca los
fenmenos ms tremendos para afirmar con mayor fuerza la intervencin
victoriosa de Dios, que da plena seguridad. Jerusaln, a causa de la
presencia de Dios en ella, "no vacila" (v. 6).
El pensamiento va al orculo del profeta Sofonas, que se dirige a Jerusaln
y le dice: "Algrate, hija de Sin; regocjate, Israel; algrate y exulta de
todo corazn, hija de Jerusaln. (...) El Seor, tu Dios, est en medio de ti,
como poderoso salvador. l exulta de gozo por ti; te renovar por su amor;
se regocijar por ti con gritos de jbilo, como en los das de fiesta" (Sof 3,
14. 17-18).
2. El salmo 45 se divide en dos grandes partes mediante una especie de
antfona, que se repite en los versculos 8 y 12: "El Seor de los Ejrcitos
est con nosotros, nuestro alczar es el Dios de Jacob". El ttulo "Seor de
los ejrcitos" es tpico del culto judo en el templo de Sin y, a pesar de su
connotacin marcial, vinculada al arca de la alianza, remite al seoro de
Dios sobre todo el cosmos y sobre la historia.
Por tanto, este ttulo es fuente de confianza, porque el mundo entero y todas
sus vicisitudes se encuentran bajo el gobierno supremo del Seor. As pues,
este Seor est "con nosotros", como lo confirma la antfona, con una
referencia implcita al Emmanuel, el "Dios con nosotros" (cf. Is 7, 14; Mt 1,
23).
3. La primera parte del himno (cf. Sal 45, 2-7) est centrada en el smbolo
del agua, que presenta dos significados opuestos. En efecto, por una parte,
braman las olas del mar, que en el lenguaje bblico son smbolo de
devastaciones, del caos y del mal. Esas olas hacen temblar las estructuras
del ser y del universo, simbolizadas por los montes, que se desploman por la
irrupcin de una especie de diluvio destructor (cf. vv. 3-4). Pero, por otra
parte, estn las aguas saludables de Sin, una ciudad construida sobre ridos
montes, pero a la que alegra "el correr de las acequias" (v. 5).
El salmista, aludiendo a las fuentes de Jerusaln, como la de Silo (cf. Is 8,
6-7), ve en ellas un signo de la vida que prospera en la ciudad santa, de su
fecundidad espiritual y de su fuerza regeneradora.
Por eso, a pesar de las convulsiones de la historia que hacen temblar a los
pueblos y vacilar a los reinos (cf. Sal 45, 7), el fiel encuentra en Sin la paz
y la serenidad que brotan de la comunin con Dios.
4. La segunda parte del salmo 45 (cf. vv. 9-11) puede describir as un
mundo transfigurado. El Seor mismo, desde su trono en Sin, interviene
con gran vigor contra las guerras y establece la paz que todos anhelan.
Cuando se lee el versculo 10 de nuestro himno: "Pone fin a la guerra hasta
el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los
escudos", el pensamiento va espontneamente a Isaas.
Tambin el profeta cant el fin de la carrera de armamentos y la
transformacin de los instrumentos blicos de muerte en medios para el
desarrollo de los pueblos: "De las espadas forjarn arados; de las lanzas,
podaderas. No alzar la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarn para
la guerra" (Is 2, 4).
5. La tradicin cristiana ha ensalzado con este salmo a Cristo "nuestra paz"
(cf. Ef 2, 14) y nuestro liberador del mal con su muerte y resurreccin. Es
sugestivo el comentario cristolgico que hace san Ambrosio partiendo del
versculo 6 del salmo 45, en el que se asegura que Dios "socorre" a la
ciudad "al despuntar la aurora". El clebre Padre de la Iglesia ve en ello una
alusin proftica a la resurreccin.
En efecto -explica-, "la resurreccin matutina nos proporciona el apoyo del
auxilio celestial; esa resurreccin, que ha vencido a la noche, nos ha trado
el da, como dice la Escritura: "Despirtate y levntate, resucita de entre los
muertos. Y brillar para ti la luz de Cristo". Advierte el sentido mstico. Al
atardecer se realiz la pasin de Cristo. (...) Al despuntar la aurora, la
resurreccin. (...) Muere al atardecer del mundo, cuando ya desaparece la
luz, porque este mundo yaca totalmente en tinieblas y estara inmerso en el
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Oracin de un enfermo
1. Un motivo que nos impulsa a comprender y amar el salmo 40, que
acabamos de escuchar, es el hecho de que Jess mismo lo cit: No me
refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que
cumplirse la Escritura: "El que come mi pan ha alzado contra m su taln"
(Jn 13, 18).
Es la ltima noche de su vida terrena y Jess, en el Cenculo, est a punto
de ofrecer el bocado del husped a Judas, el traidor. Su pensamiento va a
esa frase del salmo, que en realidad es la splica de un enfermo,
abandonado por sus amigos. En esa antigua plegaria Cristo encuentra
sentimientos y palabras para expresar su profunda tristeza.
Nosotros, ahora, trataremos de seguir e iluminar toda la trama de este
salmo, que aflor a los labios de una persona que ciertamente sufra por su
enfermedad, pero sobre todo por la cruel irona de sus "enemigos" (cf. Sal
40, 6-9) e incluso por la traicin de un "amigo" (cf. v. 10).
2. El salmo 40 comienza con una bienaventuranza, que tiene como
destinatario al amigo verdadero, al que "cuida del pobre y desvalido": ser
recompensado por el Seor en el da de su sufrimiento, cuando est
postrado "en el lecho del dolor" (cf. vv. 2-4).
Sin embargo, el ncleo de la splica se encuentra en la parte sucesiva,
donde toma la palabra el enfermo (cf. vv. 5-10). Inicia su discurso pidiendo
perdn a Dios, de acuerdo con la tradicional concepcin del Antiguo
Testamento, segn la cual a todo dolor corresponda una culpa: "Seor, ten
misericordia, sname, porque he pecado contra ti" (v. 5; cf. Sal 37). Para el
antiguo judo la enfermedad era una llamada a la conciencia para impulsar a
la conversin.
Aunque se trate de una visin superada por Cristo, Revelador definitivo (cf.
Jn 9, 1-3), el sufrimiento en s mismo puede encerrar un valor secreto y
convertirse en senda de purificacin, de liberacin interior y de
enriquecimiento del alma. Invita a vencer la superficialidad, la vanidad, el
encontrar la resurreccin" (Commento a dodici salmi: Saemo, VIII, MilnRoma 1980, pp. 39-41).
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Accin de gracias
de un pecador perdonado
1. "Dichoso el que est absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su
pecado". Esta bienaventuranza, con la que comienza el salmo 31, recin
proclamado, nos hace comprender inmediatamente por qu la tradicin
cristiana lo incluy en la serie de los siete salmos penitenciales. Despus de
la doble bienaventuranza inicial (cf. vv. 1-2), no encontramos una reflexin
genrica sobre el pecado y el perdn, sino el testimonio personal de un
convertido.
La composicin del Salmo es, ms bien, compleja: despus del testimonio
personal (cf. vv. 3-5) vienen dos versculos que hablan de peligro, de
oracin y de salvacin (cf. vv. 6-7); luego, una promesa divina de consejo
(cf. v. 8) y una advertencia (cf. v. 9); por ltimo, un dicho sapiencial
antittico (cf. v. 10) y una invitacin a alegrarse en el Seor (cf. v. 11).
2. Nos limitamos ahora a comentar algunos elementos de esta composicin.
Ante todo, el orante describe su dolorossima situacin de conciencia
cuando "callaba" (cf. v. 3): habiendo cometido culpas graves, no tena el
valor de confesar a Dios sus pecados. Era un tormento interior terrible,
descrito con imgenes impresionantes. Sus huesos casi se consuman por
una fiebre desecante, el ardor febril mermaba su vigor, disolvindolo; y l
gema sin cesar. El pecador senta que sobre l pesaba la mano de Dios,
consciente de que Dios no es indiferente ante el mal perpetrado por su
criatura, porque l es el custodio de la justicia y de la verdad.
3. El pecador, que ya no puede resistir, ha decidido confesar su culpa con
una declaracin valiente, que parece anticipar la del hijo prdigo de la
parbola de Jess (cf. Lc 15, 18). En efecto, ha dicho, con sinceridad de
corazn: "Confesar al Seor mi culpa". Son pocas palabras, pero que
brotan de la conciencia; Dios responde a ellas inmediatamente con un
perdn generoso (cf. Sal 31, 5).
El profeta Jeremas refera esta llamada de Dios: "Vuelve, Israel apstata,
dice el Seor; no estar airado mi semblante contra vosotros, porque soy
piadoso, dice el Seor. No guardo rencor para siempre. Tan slo reconoce
tu culpa, pues has sido infiel al Seor tu Dios" (Jr 3, 12-13).
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Ese sentimiento resalta con fuerza en el salmo 29, que acaba de resonar no
slo en nuestros odos, sino tambin, sin duda, en nuestro corazn.
Este himno de gratitud revela una notable finura literaria y se caracteriza
por una serie de contrastes que expresan de modo simblico la liberacin
alcanzada gracias al Seor. As, "sacar la vida del abismo" se opone a "bajar
a la fosa" (cf.v. 4); la "bondad de Dios de por vida" sustituye su "clera de
un instante" (cf. v. 6); el "jbilo de la maana" sucede al "llanto del
atardecer" (ib.); el "luto" se convierte en "danza" y el triste "sayal" se
transforma en "vestido de fiesta" (v. 12).
As pues, una vez que ha pasado la noche de la muerte, clarea el alba del
nuevo da. Por eso, la tradicin cristiana ha ledo este salmo como canto
pascual. Lo atestigua la cita inicial, que la edicin del texto litrgico de las
Vsperas toma de un gran escritor monstico del siglo IV, Juan
Casiano: "Cristo, despus de su gloriosa resurreccin, da gracias al Padre".
2. El orante se dirige repetidamente al "Seor" -por lo menos ocho vecespara anunciar que lo ensalzar (cf. vv. 2 y 13), para recordar el grito que ha
elevado hacia l en el tiempo de la prueba (cf. vv. 3 y 9) y su intervencin
liberadora (cf. vv. 2, 3, 4, 8 y 12), y para invocar de nuevo su misericordia
(cf. v. 11). En otro lugar, el orante invita a los fieles a cantar himnos al
Seor para darle gracias (cf. v. 5).
Las sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la
pesadilla vivida y la alegra de la liberacin. Ciertamente, el peligro pasado
es grave y todava causa escalofro; el recuerdo del sufrimiento vivido es
an ntido e intenso; hace muy poco que el llanto se ha enjugado. Pero ya ha
despuntado el alba de un nuevo da; en vez de la muerte se ha abierto la
perspectiva de la vida que contina.
3. De este modo, el Salmo demuestra que nunca debemos dejarnos arrastrar
por la oscura tentacin de la desesperacin, aunque parezca que todo est
perdido. Ciertamente, tampoco hemos de caer en la falsa esperanza de
salvarnos por nosotros mismos, con nuestros propios recursos. En efecto, al
salmista le asalta la tentacin de la soberbia y la autosuficiencia: "Yo
pensaba muy seguro: "No vacilar jams"" (v. 7).
Los Padres de la Iglesia comentaron tambin esta tentacin que asalta en los
tiempos de bienestar y vieron en la prueba una invitacin de Dios a la
humildad. Por ejemplo, san Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en su
Carta 3, dirigida a la religiosa Proba, comenta el pasaje del Salmo con estas
palabras: "El salmista confesaba que a veces se enorgulleca de estar sano,
como si fuese una virtud suya, y que en ello haba descubierto el peligro de
una gravsima enfermedad. En efecto, dice: "Yo pensaba muy seguro: No
vacilar jams". Y dado que al decir eso haba perdido el apoyo de la gracia
divina, y, desconcertado, haba cado en la enfermedad, prosigue
diciendo: "Tu bondad, Seor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero
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Seor, que te llamo" (v. 7); luego expresan una intensa bsqueda del Seor,
con el temor doloroso a ser abandonado por l (cf. vv. 8-9); y, por ltimo,
trazan ante nuestros ojos un horizonte dramtico donde fallan incluso los
afectos familiares (cf. v. 10), mientras actan "enemigos" (v. 11),
"adversarios" y "testigos falsos" (v. 12).
Pero tambin ahora, como en la primera parte del salmo, el elemento
decisivo es la confianza del orante en el Seor, que salva en la prueba y
sostiene durante la tempestad. Es muy bella, al respecto, la invitacin que el
salmista se dirige a s mismo al final: "Espera en el Seor, s valiente, ten
nimo, espera en el Seor" (v. 14; cf. Sal 41, 6. 12 y 42, 5).
Tambin en otros salmos era viva la certeza de que el Seor da fortaleza y
esperanza: "El Seor guarda a sus leales y paga con creces a los soberbios.
Sed fuertes y valientes de corazn, los que esperis en el Seor" (Sal 30, 2425). Y ya el profeta Oseas exhorta as a Israel: "Observa el amor y el
derecho, y espera en tu Dios siempre" (Os 12, 7).
2. Ahora nos limitamos a poner de relieve tres elementos simblicos de gran
intensidad espiritual. El primero es negativo: la pesadilla de los enemigos
(cf. Sal 26, 12). Son descritos como una fiera que "cerca" a su presa y luego,
de modo ms directo, como "testigos falsos" que parecen respirar violencia,
precisamente como las fieras ante sus vctimas.
As pues, en el mundo hay un mal agresivo, que tiene a Satans por gua e
inspirador, como recuerda san Pedro: "Vuestro adversario, el diablo, ronda
como len rugiente, buscando a quin devorar" (1 P 5, 8).
3. La segunda imagen ilustra claramente la confianza serena del fiel, a pesar
de verse abandonado hasta por sus padres: "Si mi padre y mi madre me
abandonan, el Seor me recoger" (Sal 26, 10).
Incluso en la soledad y en la prdida de los afectos ms entraables, el
orante nunca est totalmente solo, porque sobre l se inclina Dios
misericordioso. El pensamiento va a un clebre pasaje del profeta Isaas,
que atribuye a Dios sentimientos de mayor compasin y ternura que los de
una madre: "Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no
conmoverse por el hijo de sus entraas? Pues aunque ella se olvide, yo no te
olvidar" (Is 49, 15).
A todas las personas ancianas, enfermas, olvidadas por todos, a las que
nadie har nunca una caricia, recordmosles estas palabras del salmista y
del profeta, para que sientan cmo la mano paterna y materna del Seor toca
silenciosamente y con amor su rostro sufriente y tal vez baado en lgrimas.
4. As llegamos al tercer smbolo -y ltimo-, reiterado varias veces por el
salmo: "Tu rostro buscar, Seor; no me escondas tu rostro" (vv. 8-9). Por
tanto, el rostro de Dios es la meta de la bsqueda espiritual del orante. Al
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Mircoles 21 de abril de 2004
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Mircoles 31 de marzo de 2004
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Al final, el mismo Cristo, el Cordero inmolado, dirige su llamamiento a
todos los pueblos: "Venid, pues, todos vosotros, linajes de hombres que
estis sumergidos en pecados, y recibid el perdn de los pecados. En efecto,
yo soy vuestro perdn, yo soy la Pascua de salvacin, yo soy el cordero
inmolado por vosotros, yo soy vuestro rescate, yo soy vuestra vida, yo soy
vuestra resurreccin, yo soy vuestra luz, yo soy vuestra salvacin, yo soy
vuestro rey. Yo soy quien os llevo a la altura de los cielos, yo soy quien os
mostrar al Padre, el cual vive desde toda la eternidad; yo soy quien os
resucitar con mi diestra" (n. 103: ib., p. 122).
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Mircoles 17 de marzo de 2004
Accin de gracias
por la victoria del Rey-Mesas
1. En el salmo 20 la liturgia de las Vsperas ha suprimido la parte que
hemos escuchado ahora, omitiendo otra de carcter imprecatorio (cf. vv. 913). La parte conservada habla en pasado y en presente de los favores
concedidos por Dios al rey, mientras que la parte omitida habla en futuro de
la victoria del rey sobre sus enemigos.
El texto que es objeto de nuestra meditacin (cf. vv. 2-8. 14) pertenece al
gnero de los salmos reales. Por tanto, en el centro se encuentra la obra de
Dios en favor del soberano del pueblo judo representado quiz en el da
solemne de su entronizacin. Al inicio (cf. v. 2) y al final (cf. v. 14) casi
parece resonar una aclamacin de toda la asamblea, mientras la parte central
del himno tiene la tonalidad de un canto de accin de gracias, que el
salmista dirige a Dios por los favores concedidos al rey: "Te adelantaste a
bendecirlo con el xito" (v. 4), "aos que se prolongan sin trmino" (v. 5),
"fama" (v. 6) y "gozo" (v. 7).
Es fcil intuir que a este canto -como ya haba sucedido con los dems
salmos reales del Salterio- se le atribuy una nueva interpretacin cuando
desapareci la monarqua en Israel. Ya en el judasmo se convirti en un
himno en honor del Rey-Mesas: as, se allanaba el camino a la
interpretacin cristolgica, que es, precisamente, la que adopta la liturgia.
2. Pero demos primero una mirada al texto en su sentido original. Se respira
una atmsfera gozosa y resuenan cantos, teniendo en cuenta la solemnidad
del acontecimiento: "Seor, el rey se alegra por tu fuerza, y cunto goza
con tu victoria! (...) Al son de instrumentos cantaremos tu poder" (vv.
"
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Mircoles 18 de febrero de 2004
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Mircoles 28 de enero de 2004
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Mircoles 14 de enero de 2004
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evangelio: "El que quiera venir en pos de m, (...) tome su cruz y sgame"
(Mc 8, 34).
En este punto, el himno de la carta de san Pedro traza una sntesis admirable
de la pasin de Cristo, a la luz de las palabras y las imgenes que el profeta
Isaas aplica a la figura del Siervo doliente (cf. Is 53), releda en clave
mesinica por la antigua tradicin cristiana.
3. Esta historia de la Pasin en el himno se formula mediante cuatro
declaraciones negativas (cf. 1 P 2, 22-23a) y tres positivas (1 P 2, 23b-24),
para describir la actitud de Jess en esa situacin terrible y grandiosa.
Comienza con la doble afirmacin de su absoluta inocencia, expresada con
las palabras de Isaas (cf. Is 53, 9): "l no cometi pecado ni encontraron
engao en su boca" (1 P 2, 22). Luego vienen dos consideraciones sobre su
comportamiento ejemplar, impregnado de mansedumbre y
dulzura: "Cuando le insultaban, no devolva el insulto; en su pasin no
profera amenazas" (1 P 2, 23). El silencio paciente del Seor no es slo un
acto de valenta y generosidad. Tambin es un gesto de confianza con
respecto al Padre, como sugiere la primera de las tres afirmaciones
positivas: "Se pona en manos del que juzga justamente" (1 P 2, 23). Tiene
una confianza total y perfecta en la justicia divina, que dirige la historia
hacia el triunfo del inocente.
4. As se llega a la cumbre del relato de la Pasin, que pone de relieve el
valor salvfico del acto supremo de entrega de Cristo: "Cargado con
nuestros pecados, subi al leo, para que, muertos al pecado, vivamos para
la justicia" (1 P 2, 24).
Esta segunda afirmacin positiva, formulada con las expresiones de la
profeca de Isaas (cf. Is 53, 12), precisa que Cristo carg "en su cuerpo" "en
el leo", o sea, en la cruz, "nuestros pecados", para poder aniquilarlos.
Por este camino, tambin nosotros, librados del hombre viejo, con su mal y
su miseria, podemos "vivir para la justicia", es decir, en santidad. El
pensamiento corresponde, aunque sea con trminos en gran parte diversos, a
la doctrina paulina sobre el bautismo, que nos regenera como nuevas
criaturas, sumergindonos en el misterio de la pasin, muerte y gloria de
Cristo (cf. Rm 6, 3-11).
La ltima frase -"sus heridas nos han curado" (1 P 2, 25)- indica el valor
salvfico del sufrimiento de Cristo, expresado con las mismas palabras que
usa Isaas para indicar la fecundidad salvadora del dolor sufrido por el
Siervo de Yahveh (cf. Is 53, 5).
5. Contemplando las llagas de Cristo por las cuales hemos sido salvados,
san Ambrosio se expresaba as: "En mis obras no tengo nada de lo que
pueda gloriarme, no tengo nada de lo que pueda enorgullecerme y, por
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Mircoles 3 de diciembre de 2003
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Mircoles 19 de noviembre de 2003
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Mircoles 5 de noviembre de 2003
Oracin en el peligro
1. En las anteriores catequesis hemos contemplado en su conjunto la
estructura y el valor de la Liturgia de las Vsperas, la gran oracin eclesial
de la tarde. Ahora queremos adentrarnos en ella. Ser como realizar una
peregrinacin a esa especie de "tierra santa", que constituyen los salmos y
los cnticos. Iremos reflexionando sucesivamente sobre cada una de esas
oraciones poticas, que Dios ha sellado con su inspiracin. Son las
invocaciones que el Seor mismo desea que se le dirijan. Por eso, le gusta
escucharlas, sintiendo vibrar en ellas el corazn de sus hijos amados.
Comenzaremos con el salmo 140, con el cual se inician las Vsperas
dominicales de la primera de las cuatro semanas en las que, despus del
Concilio, se ha articulado la plegaria vespertina de la Iglesia.
2. "Suba mi oracin como incienso en tu presencia; el alzar de mis manos
como ofrenda de la tarde". El versculo 2 de este salmo se puede considerar
como el signo distintivo de todo el canto y la evidente justificacin de que
haya sido situado dentro de la Liturgia de las Vsperas. La idea expresada
refleja el espritu de la teologa proftica, que une ntimamente el culto con
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Mircoles 1 de octubre de 2003
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pionero es Cristo.
El autor de la carta a los Hebreos observ, al respecto, que las expresiones
del salmo se aplican a Cristo de modo privilegiado, es decir, de un modo
ms preciso que a los dems hombres. En efecto, el salmista utiliza el verbo
"abajar", diciendo a Dios: "Abajaste al hombre un poco con respecto a los
ngeles, lo coronaste de gloria y dignidad" (Sal 8, 6; Hb 2, 7). Para los
hombres en general este verbo es impropio, pues no han sido "abajados"
con respecto a los ngeles, ya que nunca se han encontrado por encima de
ellos. En cambio, para Cristo el verbo es exacto, porque, en cuanto Hijo de
Dios, se encontraba por encima de los ngeles y fue abajado cuando se hizo
hombre, pero luego fue coronado de gloria en su resurreccin. As Cristo
cumpli plenamente la vocacin del hombre y la cumpli, precisa el autor,
"para bien de todos" (Hb 2, 9).
4. A esta luz, san Ambrosio comenta el salmo y lo aplica a nosotros. Toma
como punto de partida la frase en donde se describe la "coronacin" del
hombre: "Lo coronaste de gloria y dignidad" (v. 6). Sin embargo, en
aquella gloria ve el premio que el Seor nos reserva para cuando hayamos
superado la prueba de la tentacin.
He aqu las palabras del gran Padre de la Iglesia en su Exposicin del
evangelio segn san Lucas: "El Seor coron a su hijo predilecto tambin
de gloria y dignidad. El mismo Dios que desea conceder coronas,
proporciona las tentaciones; por eso, has de saber que, cuando eres tentado,
se te prepara una corona. Si se eliminan las pruebas de los mrtires, se
eliminan tambin sus coronas; si se eliminan sus suplicios, se elimina
tambin su bienaventuranza" (IV, 41: SAEMO 12, pp. 330-333).
Dios nos tiene preparada la "corona de la justicia" (2 Tm 4, 8), con la que
recompensar nuestra fidelidad a l, mantenida incluso en el tiempo de la
tempestad, que agita nuestro corazn y nuestra mente. Pero l est atento,
en todo tiempo, a su criatura predilecta y quisiera que en ella resplandeciera
siempre la "imagen" divina (cf. Gn 1, 26), para que sepa ser en el mundo
signo de armona, de luz y de paz.
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Mircoles 10 de septiembre de 2003
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sostiene, nos mueve y nos gua hacia la luz de la verdad y hacia "el amor de
Dios en nuestros corazones" (Rm 5, 5).
4. As aparece la "nueva creacin" que describe san Pablo (cf. 2 Co 5, 17;
Ga 6, 15), cuando afirma la muerte en nosotros del "hombre viejo", del
"cuerpo del pecado", porque "ya no somos esclavos del pecado", sino
criaturas nuevas, transformadas por el Espritu de Cristo
resucitado: "Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestos del
hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento
perfecto, segn la imagen de su Creador" (Col 3, 9-10; cf. Rm 6, 6). El
profeta Ezequiel anuncia un nuevo pueblo, que en el Nuevo Testamento
ser convocado por Dios mismo a travs de la obra de su Hijo. Esta
comunidad, cuyos miembros tienen "corazn de carne" y a los que se les ha
infundido el "Espritu", experimentar una presencia viva y operante de
Dios mismo, el cual animar a los creyentes actuando en ellos con su gracia
eficaz. "Quien guarda sus mandamientos -dice san Juan- permanece en Dios
y Dios en l; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espritu
que nos dio" (1 Jn 3, 24).
5. Concluyamos nuestra meditacin sobre el cntico de Ezequiel
escuchando a san Cirilo de Jerusaln, el cual, en su Tercera catequesis
bautismal, vislumbra en la pgina proftica al pueblo del bautismo cristiano.
En el bautismo -recuerda- se perdonan todos los pecados, incluidas las
transgresiones ms graves. Por eso, el obispo dice a sus oyentes: "Ten
confianza, Jerusaln, el Seor eliminar tus iniquidades (cf. Sof 3, 14-15).
El Seor lavar vuestras inmundicias (...); "derramar sobre vosotros un
agua pura que os purificar de todo pecado" (Ez 36, 25). Los ngeles os
rodean con jbilo y pronto cantarn: "Quin es la que sube inmaculada,
apoyada en su amado?" (Ct 8, 5). En efecto, se trata del alma que era
esclava y ahora, ya libre, puede llamar hermano adoptivo a su Seor, el
cual, acogiendo su propsito sincero, le dice: "Qu bella eres, amada ma!,
qu bella eres!" (Ct 4, 1). (...) As dice l, aludiendo a los frutos de una
confesin hecha con buena conciencia (...). Quiera Dios que todos (...)
mantengis vivo el recuerdo de estas palabras y saquis fruto de ellas
traducindolas en obras santas para presentaros irreprensibles al mstico
Esposo, obteniendo as del Padre el perdn de los pecados" (n. 16: Le
catechesi, Roma 1993, pp. 79-80).
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Mircoles 20 de agosto de 2003
Restauracin de Jerusaln
1. El salmo que ha sido propuesto ahora a nuestra meditacin constituye la
segunda parte del precedente salmo 146. En cambio, las antiguas
traducciones griega y latina, seguidas por la liturgia, lo han considerado
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Mircoles 13 de agosto de 2003
los pecadores sordos a otras llamadas. Sin embargo, la ltima palabra del
Dios justo sigue siendo la del amor y el perdn; su deseo profundo es poder
abrazar de nuevo a los hijos rebeldes que vuelven a l con corazn
arrepentido.
4. Ante el pueblo elegido, la misericordia divina se manifestar con la
reconstruccin del templo de Jerusaln, realizada por Dios
mismo: "Reconstruir con jbilo su templo" (v. 11). As, aparece el segundo
tema, es decir, el de Sin, como lugar espiritual en el que no slo debe
confluir el retorno de los hebreos, sino tambin la peregrinacin de los
pueblos que buscan a Dios. De este modo, se abre un horizonte
universal: el templo de Jerusaln reconstruido, signo de la palabra y la
presencia divina, resplandecer con una luz planetaria que disipar las
tinieblas, de modo que puedan ponerse en camino "muchos pueblos y los
habitantes del confn de la tierra" (cf. v. 13), llevando sus ofrendas y
cantando su alegra por participar de la salvacin que el Seor derrama en
Israel.
As pues, los israelitas y todos los pueblos caminan juntos hacia una nica
meta de fe y de verdad. Sobre ellos el cantor de este himno hace descender
una bendicin repetida, diciendo a Jerusaln: "Dichosos los que te aman,
dichosos los que te desean la paz" (v. 15). La felicidad es autntica cuando
se reencuentra la luz que brilla en el cielo de todos los que buscan al Seor
con el corazn purificado y con el deseo de la verdad.
5. A esa Jerusaln, libre y gloriosa, signo de la Iglesia en la meta ltima de
su esperanza, prefigurada por la Pascua de Cristo, san Agustn se dirige con
ardor en el libro de las Confesiones.
Refirindose a la oracin que quiere elevar en "lo ms secreto de su alma",
nos describe "cantos de amor, que exhale en mi peregrinacin terrestre
indecibles gemidos, lleno del recuerdo de Jerusaln, con el corazn
levantado hacia ella, Jerusaln, mi patria, Jerusaln, mi madre, y hacia
Vos, su rey, su iluminacin, su padre, su tutor, su esposo, sus castas y
apremiantes delicias, su slida alegra, su bien inefable". Y concluye con
una promesa: "Y no me alejar ya ms de Vos, hasta que,
unificndome despus de tantas disipaciones, reformndome despus de
tantas deformidades, me hayis recibido en la paz de esa madre querida, en
la que estn las primicias de mi espritu y de donde me han venido mis
certidumbres, para establecerme en ella para siempre, Dios mo,
misericordia ma" (Las Confesiones, XII, 16, 23, Roma 1965, pp. 424-425).
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Mircoles 30 de julio de 2003
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Misericordia, Dios mo
1. Esta es la cuarta vez que, durante nuestras reflexiones sobre la liturgia de
Laudes, escuchamos la proclamacin del salmo 50, el clebre Miserere,
pues se propone todos los viernes, para que se convierta en un oasis de
meditacin, donde se pueda descubrir el mal que anida en la conciencia e
implorar del Seor la purificacin y el perdn. En efecto, como confiesa el
salmista en otra splica, "ningn hombre vivo es inocente frente a ti" (Sal
142, 2). En el libro de Job se lee: "Cmo un hombre ser justo ante Dios?,
cmo ser puro el nacido de mujer? Si ni la luna misma tiene brillo, ni las
estrellas son puras a sus ojos, cunto menos un hombre, esa gusanera, un
hijo de hombre, ese gusano!" (Jb 25, 4-6).
Frases fuertes y dramticas, que quieren mostrar con toda su seriedad y
gravedad el lmite y la fragilidad de la criatura humana, su capacidad
perversa de sembrar mal y violencia, impureza y mentira. Sin embargo, el
mensaje de esperanza del Miserere, que el Salterio pone en labios de David,
pecador convertido, es este: Dios puede "borrar, lavar y limpiar" la culpa
confesada con corazn contrito (cf. Sal 50, 2-3). Dice el Seor por boca de
Isaas: "Aunque fueren vuestros pecados como la grana, como la nieve
blanquearn. Y aunque fueren rojos como la prpura, como la lana
quedarn" (Is 1, 18).
2. Esta vez reflexionaremos brevemente en el final del salmo 50, un final
lleno de esperanza, porque el orante es consciente de que ha sido perdonado
por Dios (cf. vv. 17-21). Sus labios ya estn a punto de proclamar al mundo
la alabanza del Seor, atestiguando de este modo la alegra que experimenta
el alma purificada del mal y, por eso, liberada del remordimiento (cf. v. 17).
El orante testimonia de modo claro otra conviccin, remitindose a la
enseanza constante de los profetas (cf. Is 1, 10-17; Am 5, 21-25; Os 6, 6):
el sacrificio ms agradable que sube al Seor como perfume y suave
fragancia (cf. Gn 8, 21) no es el holocausto de novillos y corderos, sino,
ms bien, el "corazn quebrantado y humillado" (Sal 50, 19).
La Imitacin de Cristo, libro tan apreciado por la tradicin espiritual
cristiana, repite la misma afirmacin del salmista: "La humilde contricin
de los pecados es para ti el sacrificio agradable, un perfume mucho ms
suave que el humo del incienso... All se purifica y se lava toda iniquidad"
(III, 52, 4).
3. El salmo concluye de modo inesperado con una perspectiva
completamente diversa, que parece incluso contradictoria (cf. vv. 20-21).
De la ltima splica de un pecador, se pasa a una oracin por la
reconstruccin de toda la ciudad de Jerusaln, lo cual nos hace remontarnos
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Mircoles 23 de julio de 2003
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Mircoles 16 de julio de 2003
amamanta a sus hijos con abundancia y ternura (cf. v. 11). Desde esta
perspectiva, la realidad que la Biblia llama, con una expresin femenina, "la
hija de Sin", es decir, Jerusaln, vuelve a ser una ciudad-madre que acoge,
sacia y deleita a sus hijos, es decir, a sus habitantes. Sobre esta escena de
vida y ternura desciende la palabra del Seor, que tiene el tono de una
bendicin (cf. vv. 12-14).
3. Dios recurre a otras imgenes vinculadas a la fertilidad. En efecto, habla
de ros y torrentes, es decir, de aguas que simbolizan la vida, la exuberancia
de la vegetacin, la prosperidad de la tierra y de sus habitantes (cf. v. 12).
La prosperidad de Jerusaln, su "paz" (shalom), don generoso de Dios,
asegurar a sus nios una existencia rodeada de ternura materna: "Llevarn
en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarn" (v. 12), y esta
ternura materna ser ternura de Dios mismo: "Como una madre consuela a
su nio, as os consolar yo" (v. 13). De este modo, el Seor
utiliza la metfora materna para describir su amor a sus criaturas.
Tambin antes, en el libro de Isaas, se lee un pasaje que atribuye a Dios
una actitud materna: "Acaso olvida una mujer a su nio de pecho, sin
compadecerse del hijo de sus entraas? Pues aunque ellas llegasen a olvidar,
yo no te olvido" (49, 15). En nuestro cntico, las palabras del Seor
dirigidas a Jerusaln terminan por retomar el tema de la vitalidad interior,
expresado con otra imagen de fertilidad y energa: la de un prado
florecido, imagen aplicada a los huesos, para indicar el vigor del cuerpo y
de la existencia (cf. 66, 14).
4. Al llegar a este punto, ante la ciudad-madre, es fcil extender nuestra
mirada para contemplar a la Iglesia, virgen y madre fecunda. Concluyamos
nuestra meditacin sobre la Jerusaln renacida con una reflexin de san
Ambrosio, tomada de su obra De virginibus: "La santa Iglesia es
inmaculada en su unin marital: fecunda por sus partos, es virgen por su
castidad, aunque sea madre por los hijos que engendra. Por tanto, nacemos
de una virgen, que no ha concebido por obra de hombre, sino por obra del
Espritu. As, nacemos de una virgen, que no da a luz en medio de dolores
fsicos, sino en medio del jbilo de los ngeles. Nos alimenta una virgen, no
con la leche del cuerpo, sino con la leche que el Apstol afirma haber dado
al pueblo de Dios porque no poda soportar alimento slido (cf. 1 Co 3, 2).
"Qu mujer casada tiene ms hijos que la santa Iglesia? Es virgen por la
santidad que recibe en los sacramentos y es madre de pueblos. La Escritura
atestigua tambin su fecundidad, al decir: "son ms los hijos de la
abandonada que los de la casada" (Is 54, 1; cf. Ga 4, 27); nuestra madre no
tiene marido, pero tiene esposo, porque tanto la Iglesia en los pueblos como
el alma en los individuos -libres de cualquier infidelidad, fecundas en la
vida del espritu-, sin faltar al pudor, se desposan con el Verbo de Dios
como con un esposo eterno" (I, 31: SAEMO 14/1, pp. 132-133).
vislumbrarse un rayo de luz. As, pasamos a la otra parte del salmo (cf. vv.
7-11).
4. Esta parte comienza con una nueva y apremiante invocacin. El fiel, al
sentir que casi se le escapa la vida, clama a Dios: "Escchame enseguida,
Seor, que me falta el aliento" (v. 7). Ms an, teme que Dios haya
escondido su rostro y se haya alejado, abandonando y dejando sola a su
criatura.
La desaparicin del rostro divino hace que el hombre caiga en la desolacin,
ms an, en la muerte misma, porque el Seor es la fuente de la vida.
Precisamente en esta especie de frontera extrema brota la confianza en el
Dios que no abandona. El orante multiplica sus invocaciones y las apoya
con declaraciones de confianza en el Seor: "Ya que confo en ti (...), pues
levanto mi alma a ti (...), me refugio en ti (...), t eres mi Dios". Le pide que
lo salve de sus enemigos (cf. vv. 8-10) y lo libre de la angustia (cf. v. 11),
pero hace varias veces otra splica, que manifiesta una profunda aspiracin
espiritual: "Ensame a cumplir tu voluntad, ya que t eres mi Dios" (v. 10;
cf. vv. 8 y 10). Debemos hacer nuestra esta admirable splica. Debemos
comprender que nuestro bien mayor es la unin de nuestra voluntad con la
voluntad de nuestro Padre celestial, porque slo as podemos recibir en
nosotros todo su amor, que nos lleva a la salvacin y a la plenitud de vida.
Si no va acompaada por un fuerte deseo de docilidad a Dios, la confianza
en l no es autntica.
El orante es consciente de ello y, por eso, expresa ese deseo. Su oracin es
una verdadera profesin de confianza en Dios salvador, que libera de la
angustia y devuelve el gusto de la vida, en nombre de su "justicia", o sea, de
su fidelidad amorosa y salvfica (cf. v. 11). La oracin, que parti de una
situacin muy angustiosa, desemboca en la esperanza, la alegra y la luz,
gracias a una sincera adhesin a Dios y a su voluntad, que es una voluntad
de amor. Esta es la fuerza de la oracin, generadora de vida y salvacin.
5. San Gregorio Magno, en su comentario a los siete salmos penitenciales,
contemplando la luz de la maana de la gracia (cf. v. 8), describe as esa
aurora de esperanza y de alegra: "Es el da iluminado por el sol verdadero
que no tiene ocaso, que las nubes no entenebrecen y la niebla no oscurece
(...). Cuando aparezca Cristo, nuestra vida, y comencemos a ver a Dios cara
a cara, entonces desaparecer la oscuridad de las tinieblas, se desvanecer el
humo de la ignorancia y se disipar la niebla de la tentacin (...). Aquel da
ser luminoso y esplndido, preparado para todos los elegidos por Aquel
que nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha conducido al reino de
su Hijo amado.
"La maana de aquel da es la resurreccin futura (...). En aquella
maana brillar la felicidad de los justos, aparecer la gloria, habr jbilo,
cuando Dios enjugue toda lgrima de los ojos de los santos, cuando la
muerte sea destruida por ltimo, y cuando los justos resplandezcan como el
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Mircoles 2 de julio de 2003
una opcin radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, est la
tentacin de "confiar en los poderosos" (cf. v. 3), adoptando sus criterios
inspirados en la maldad, en el egosmo y en el orgullo. En realidad, se trata
de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y
una senda llena de revueltas" (Pr 2, 15), que tiene como meta la
desesperacin.
En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frgil y mortal,
como dice el mismo vocablo 'adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la
materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio
que se resquebraja (cf. Qo 12, 1-7), como una telaraa que el viento puede
romper (cf. Jb 8, 14), como un hilo de hierba verde por la maana y seco
por la tarde (cf. Sal 89, 5-6; 102, 15-16). Cuando la muerte cae sobre l,
todos sus planes perecen y l vuelve a convertirse en polvo: "Exhala el
espritu y vuelve al polvo; ese da perecen sus planes" (Sal 145, 4).
4. Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el
salmista con una bienaventuranza: "Bienaventurado aquel a quien auxilia el
Dios de Jacob, el que espera en el Seor su Dios" (v. 5). Es el camino de la
confianza en el Dios eterno y fiel. El amn, que es el verbo hebreo de la fe,
significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Seor,
en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus
opciones, que la profesin de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de
relieve.
Es necesario vivir en la adhesin a la voluntad divina, dar pan a los
hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos,
defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los
miserables. En la prctica, es el mismo espritu de las Bienaventuranzas; es
optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que ms
tarde ser objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se
concluir la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisin de servir
a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en
el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos mos
ms pequeos, a m me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dir
entonces el Seor.
5. Concluyamos nuestra meditacin del salmo 145 con una reflexin que
nos ofrece la sucesiva tradicin cristiana.
El gran escritor del siglo III Orgenes, cuando llega al versculo 7 del salmo,
que dice: "El Seor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos",
descubre en l una referencia implcita a la Eucarista: "Tenemos hambre
de Cristo, y l mismo nos dar el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de
cada da". Los que hablan as, tienen hambre. Los que sienten necesidad de
pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el
Sacramento eucarstico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la
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Mircoles 18 de junio de 2003
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Mircoles 28 de mayo de 2003
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Mircoles 21 de mayo de 2003
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Azaras, con otros dos fieles judos, est "en medio del fuego" (Dn 3, 25),
como un mrtir dispuesto a afrontar la muerte con tal de no traicionar su
conciencia y su fe. Fue condenado a muerte por haberse negado a adorar la
estatua imperial.
2. Este cntico considera la persecucin como un castigo justo con el que
Dios purifica al pueblo pecador: "Con verdad y justicia has provocado todo
esto -confiesa Azaras- por nuestros pecados" (v. 28). Por tanto, se trata de
una oracin penitencial, que no desemboca en el desaliento o en el miedo,
sino en la esperanza.
Ciertamente, el punto de partida es amargo, la desolacin es grave, la
prueba es dura, el juicio divino sobre el pecado es severo: "En este
momento no tenemos prncipes ni profetas ni jefes; ni holocausto ni
sacrificios ni ofrendas ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias,
para alcanzar misericordia" (v. 38). El templo de Sin ha sido destruido y
parece que el Seor ya no habita en medio de su pueblo.
3. En la trgica situacin del presente, la esperanza busca su raz en el
pasado, o sea, en las promesas hechas a los padres. As, se remonta a
Abraham, Isaac y Jacob (cf. v. 35), a los cuales Dios haba asegurado
bendicin y fecundidad, tierra y grandeza, vida y paz. Dios es fiel y no
dejar de cumplir sus promesas. Aunque la justicia exige que Israel sea
castigado por sus culpas, permanece la certeza de que la misericordia y el
perdn constituirn la ltima palabra. Ya el profeta Ezequiel refera estas
palabras del Seor: "Acaso me complazco yo en la muerte del malvado
(...) y no ms bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) Yo no
me complazco en la muerte de nadie" (Ez 18, 23. 32). Ciertamente, Israel
est en un tiempo de humillacin: "Ahora somos los ms pequeos de
todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de
nuestros pecados" (Dn 3, 37). Sin embargo, lo que espera no es la muerte,
sino una nueva vida, despus de la purificacin.
4. El orante se acerca al Seor ofrecindole el sacrificio ms valioso y
agradable: el "corazn contrito" y el "espritu humillado" (v. 39; cf. Sal 50,
19). Es precisamente el centro de la existencia, el yo renovado por la
prueba, lo que se ofrece a Dios, para que lo acoja como signo de conversin
y consagracin al bien.
Con esta disposicin interior desaparece el miedo, se acaban la confusin y
la vergenza (cf. Dn 3, 40), y el espritu se abre a la confianza en un futuro
mejor, cuando se cumplan las promesas hechas a los padres.
La frase final de la splica de Azaras, tal como nos la propone la liturgia,
tiene una gran fuerza emotiva y una profunda intensidad espiritual: "Ahora
te seguimos de todo corazn, te respetamos y buscamos tu rostro" (v. 41).
Es un eco de otro salmo: "Oigo en mi corazn: "Buscad mi rostro". Tu
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Mircoles 30 de abril de 2003
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eso, si los fieles quieren aplicarse a s mismos la frase del salmo, lo deben
hacer en sentido analgico, es decir, decidiendo extirpar cada maana de su
propio corazn y de su propia conducta la hierba mala de la corrupcin y de
la violencia, de la perversin y de la maldad, as como cualquier forma de
egosmo e injusticia.
5. Concluyamos nuestra meditacin volviendo al versculo inicial del
salmo: "Voy a cantar el amor y la justicia..." (v. 1). Un antiguo escritor
cristiano, Eusebio de Cesarea, en sus Comentarios a los Salmos, subraya la
primaca del amor sobre la justicia, aunque esta sea tambin
necesaria: "Voy a cantar tu misericordia y tu juicio, mostrando cmo actas
habitualmente: no juzgas primero y luego tienes misericordia, sino que
primero tienes misericordia y luego juzgas, y con clemencia y misericordia
emites sentencia. Por eso, yo mismo, ejerciendo misericordia y juicio con
respecto a mi prjimo, me atrevo a cantar y entonar salmos en tu honor. As
pues, consciente de que es preciso actuar as, conservo inmaculadas e
inocentes mis sendas, convencido de que de este modo te agradarn mis
cantos y salmos por mis obras buenas" (PG 23, 1241).
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Mircoles 23 de abril de 2003
La paz de Cristo
1. En estos das de la octava de Pascua es grande el jbilo de la Iglesia por
la resurreccin de Cristo. Despus de sufrir la pasin y la muerte en cruz,
ahora vive para siempre, y la muerte ya no tiene ningn poder sobre l.
La comunidad de los fieles, en todas las partes del mundo, eleva al cielo un
cntico de alabanza y accin de gracias a Aquel que ha librado al hombre de
la esclavitud del mal y del pecado mediante la redencin realizada por el
Verbo encarnado. Es lo que expresa el salmo 135, que se acaba de
proclamar y que constituye un esplndido himno a la bondad del Seor. El
amor misericordioso de Dios se revela de forma plena y definitiva en el
Misterio pascual.
2. Despus de su resurreccin, el Seor se apareci en repetidas ocasiones a
los discpulos y se encontr muchas veces con ellos. Los evangelistas
refieren varios episodios, que ponen de manifiesto el asombro y la alegra
de los testigos de acontecimientos tan prodigiosos. San Juan, en particular,
destaca las primeras palabras dirigidas por el Maestro resucitado a los
discpulos.
"Paz a vosotros!", dice al entrar en el Cenculo, y repite tres veces este
saludo (cf. Jn 20, 19. 21. 26). Podemos decir que la expresin: "Paz a
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Mircoles 9 de abril de 2003
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primognitos (cf. Ex 12, 29-30), que resume todos los "prodigios y signos"
realizados por Dios liberador durante la epopeya del xodo (cf. Sal 134, 89). Inmediatamente despus se recuerdan las clamorosas victorias que
permitieron a Israel superar las dificultades y los obstculos encontrados en
su camino (cf. vv. 10-11). Por ltimo, se perfila en el horizonte la tierra
prometida, que Israel recibe "en heredad" del Seor (v. 12).
Ahora bien, todos estos signos de alianza, que se profesarn ms
ampliamente en el salmo sucesivo, el 135, atestiguan la verdad fundamental
proclamada en el primer mandamiento del Declogo. Dios es nico y es
persona que obra y habla, ama y salva: "el Seor es grande, nuestro dueo
ms que todos los dioses" (v. 5; cf. Ex 20, 2-3; Sal 94, 3).
5. Siguiendo la lnea de esta profesin de fe, tambin nosotros elevamos
nuestra alabanza a Dios. El Papa san Clemente I, en su primera Carta a los
Corintios, nos dirige esta invitacin: "Fijemos nuestra mirada en el Padre y
Creador de todo el universo y adhirmonos a los magnficos y
sobreabundantes dones y beneficios de su paz. Mirmosle con nuestra
mente y contemplemos con los ojos del alma su magnnimo designio.
Consideremos cun blandamente se porta con toda la creacin. Los cielos,
movidos por su disposicin, le estn sometidos en paz. El da y la noche
recorren la carrera por l ordenada, sin que mutuamente se impidan. El sol y
la luna y los coros de las estrellas giran, conforme a su ordenacin, en
armona y sin transgresin alguna, en torno a los lmites por l sealados.
La tierra, germinando conforme a su voluntad, produce a sus debidos
tiempos copiossimo sustento para hombres y fieras, y para todos los
animales que se mueven sobre ella, sin que jams se rebele ni mude nada de
cuanto fue por l decretado" (19, 2-20, 4: Padres Apostlicos, BAC 1993,
pp. 196-197). San Clemente I concluye afirmando: "Todas estas cosas
orden el grande Artfice y Soberano de todo el universo que se
mantuvieran en paz y concordia, derramando sobre todas sus beneficios, y
ms copiosamente sobre nosotros, que nos hemos refugiado en sus
misericordias por medio de nuestro Seor Jesucristo. A l sea la gloria y la
grandeza por eternidad de eternidades. Amn" (ib., p. 198).
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Mircoles 2 de abril de 2003
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pondera nuestra fragilidad. En efecto, somos como "los que habitan casas de
arcilla, fundadas en el polvo. Se les aplasta como a una polilla. De la noche
a la maana quedan pulverizados. Para siempre perecen sin advertirlo
nadie" (Jb 4, 19-20). Nuestra vida en la tierra es "como una sombra" (Jb 8,
9). Job confiesa tambin: "Mis das han sido ms veloces que un correo, se
han ido sin ver la dicha. Se han deslizado lo mismo que canoas de junco,
como guila que cae sobre la presa" (Jb 9, 25-26).
2. Al inicio de su canto, que se asemeja a una elega (cf. Sal 89, 2-6), el
salmista opone con insistencia la eternidad de Dios al tiempo efmero del
hombre. He aqu la declaracin ms explcita: "Mil aos en tu presencia
son un ayer que pas, una vela nocturna" (v. 4).
Como consecuencia del pecado original, el hombre, por orden de Dios, cae
en el polvo del que haba sido sacado, como ya se afirma en el relato del
Gnesis: "Eres polvo y al polvo volvers" (Gn 3, 19; cf. 2, 7). El Creador,
que plasma en toda su belleza y complejidad a la criatura humana, es
tambin quien "reduce el hombre a polvo" (cf. Sal 89, 3). Y "polvo", en el
lenguaje bblico, es expresin simblica tambin de la muerte, de los
infiernos, del silencio del sepulcro.
3. En esta splica es fuerte el sentido del lmite humano. Nuestra existencia
tiene la fragilidad de la hierba que brota al alba; inmediatamente oye el
silbido de la hoz, que la reduce a un montn de heno. Muy pronto la lozana
de la vida deja paso a la aridez de la muerte (cf. Sal 89, 5-6; Is 40, 6-7; Jb
14, 1-2; Sal 102, 14-16).
Como acontece a menudo en el Antiguo Testamento, el salmista asocia el
pecado a esa radical debilidad: en nosotros hay finitud, pero tambin
culpabilidad. Por eso, sobre nuestra existencia parece que se ciernen
tambin la ira y el juicio del Seor: "Cmo nos ha consumido tu clera, y
nos ha trastornado tu indignacin! Pusiste nuestras culpas ante ti (...) y
todos nuestros das pasaron bajo tu clera" (Sal 89, 7-9).
4. Al alba del nuevo da, la liturgia de Laudes, con este salmo, disipa
nuestras ilusiones y nuestro orgullo. La vida humana es limitada: "los aos
de nuestra vida son setenta, ochenta para los ms robustos", afirma el
orante. Adems, el paso de las horas, de los das y de los meses est
marcado por "la fatiga y el dolor" (cf. v. 10) e incluso los aos son como
"un suspiro" (cf. v. 9).
He aqu, por tanto, la gran leccin: el Seor nos ensea a "contar nuestros
das" para que, aceptndolos con sano realismo, "adquiramos un corazn
sensato" (v. 12). Pero el orante pide a Dios algo ms: que su gracia
sostenga y alegre nuestros das, tan frgiles y marcados por la prueba; que
nos haga gustar el sabor de la esperanza, aunque la ola del tiempo parezca
arrastrarnos. Slo la gracia del Seor puede dar consistencia y perennidad a
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Mircoles 26 de febrero de 2003
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Mircoles 19 de febrero de 2003
juda.
El cntico, tradicionalmente llamado "de los tres jvenes", se asemeja a una
antorcha que ilumina la oscuridad del tiempo de la opresin y de la
persecucin, un tiempo que se ha repetido con frecuencia en la historia de
Israel y tambin en la historia del cristianismo. Y nosotros sabemos que el
perseguidor no siempre asume el rostro violento y macabro del opresor, sino
que a menudo se complace en aislar al justo, con la burla y la irona,
preguntndole con sarcasmo: "Dnde est tu Dios?" (Sal 41, 4. 11).
3. En la bendicin que los tres jvenes elevan desde el crisol de su prueba al
Seor todopoderoso se ven implicadas todas las criaturas. Tejen una especie
de tapiz multicolor, en el que brillan los astros, se suceden las estaciones, se
mueven los animales, se asoman los ngeles y, sobre todo, cantan los
"siervos del Seor", los "santos" y los "humildes de corazn" (cf. Dn 3,
85. 87).
El pasaje que se acaba de proclamar precede a esta magnfica evocacin de
todas las criaturas. Constituye la primera parte del cntico, la cual evoca en
cambio la presencia gloriosa del Seor, trascendente pero cercana. S,
porque Dios est en los cielos, desde donde "sondea los abismos" (cf. Dn 3,
55), pero tambin "en el templo de su santa gloria" de Sin (cf. Dn 3, 53).
Se halla sentado "en el trono de su reino" eterno e infinito (cf. Dn 3, 54),
pero tambin "est sentado sobre querubines" (cf. Dn 3, 55), en el arca de la
alianza colocada en el Santo de los santos del templo de Jerusaln.
4. Un Dios por encima de nosotros, capaz de salvarnos con su poder; pero
tambin un Dios cercano a su pueblo, en medio del cual ha querido habitar
"en el templo de su santa gloria", manifestando as su amor. Un amor que
revelar en plenitud al hacer que su Hijo, Jesucristo, "habitara entre
nosotros, lleno de gracia y de verdad" (cf. Jn 1, 14). Dios revelar
plenamente su amor al mandar a su Hijo en medio de nosotros a compartir
en todo, menos en el pecado, nuestra condicin marcada por pruebas,
opresiones, soledad y muerte.
La alabanza de los tres jvenes al Dios salvador prosigue, de diversas
maneras, en la Iglesia. Por ejemplo, san Clemente Romano, al final de su
primera carta a los Corintios, inserta una larga oracin de alabanza y de
confianza, llena de reminiscencias bblicas, que tal vez es un eco de la
antigua liturgia romana. Se trata de una oracin de accin de gracias al
Seor que, a pesar del aparente triunfo del mal, dirige la historia hacia un
buen fin.
5. He aqu una parte de dicha oracin:
"Abriste los ojos de nuestro corazn (cf. Ef 1, 18),
para conocerte a ti (cf. Jn 17, 3),
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Mircoles 12 de febrero de 2003
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Mircoles 5 de febrero de 2003
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nos hace orar con las palabras del libro de la Sabidura al inicio de una
jornada, precisamente para que Dios, con su sabidura, est a nuestro lado y
"nos asista en nuestros trabajos" de cada da (cf. v. 10), mostrndonos el
bien y el mal, lo justo y lo injusto.
Cuando la Sabidura divina nos lleva de la mano, nos adentramos con
confianza en el mundo. A ella nos asimos, amndola con un amor esponsal,
a ejemplo de Salomn, el cual, siempre segn el libro de la Sabidura,
confesaba: "Yo la am y la pretend desde mi juventud; me esforc por
hacerla esposa ma y llegu a ser un apasionado de su belleza" (Sb 8, 2).
5. Los Padres de la Iglesia identificaron a Cristo con la Sabidura de Dios,
siguiendo a san Pablo, que defini a Cristo "fuerza de Dios y sabidura de
Dios" (1 Co 1, 24).
Concluyamos con una oracin de san Ambrosio, que se dirige a Cristo
as: "Ensame las palabras llenas de sabidura, porque t eres la Sabidura.
Abre mi corazn, t que abriste el Libro. breme la puerta del cielo, porque
t eres la Puerta. Si entramos por ti, poseeremos el reino eterno; si entramos
por ti, no quedaremos defraudados, porque no puede equivocarse quien
entra en la morada de la Verdad" (Commento al Salmo 118, 1: SAEMO 9,
p. 377).
grito, escucha mi voz. Por otra, se exalta la palabra del Seor, que propone
los decretos, las leyes, la palabra, las promesas, el juicio, la voluntad, los
mandatos y los preceptos de Dios. Juntamente forman una constelacin que
es como la estrella polar de la fe y de la confianza del salmista. La oracin
se manifiesta, por tanto, como un dilogo, que comienza cuando ya es de
noche y an no ha despuntado el alba (cf. v. 147) y prosigue durante toda la
jornada, especialmente en las dificultades de la existencia. En efecto, el
horizonte a veces es oscuro y tormentoso: "Ya se acercan mis inicuos
perseguidores, estn lejos de tu voluntad" (v. 150). Pero el orante tiene una
certeza indiscutible, la cercana de Dios con su palabra y su gracia: "T,
Seor, ests cerca" (v. 151). Dios no abandona al justo en manos de sus
perseguidores.
3. En este punto, despus de haber delineado el mensaje sencillo pero
incisivo de la estrofa del salmo 118 -un mensaje apto para el inicio de una
jornada-, para nuestra meditacin recurriremos a un gran Padre de la Iglesia,
san Ambrosio, que en su Comentario al Salmo 118 dedica nada menos que
44 prrafos a explicar precisamente la estrofa que hemos escuchado.
Recogiendo la invitacin ideal a cantar la alabanza divina desde las
primeras horas de la maana, se detiene en particular en los versculos 147148: "Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, (...) mis ojos se adelantan a
las vigilias". En esta declaracin del salmista, san Ambrosio intuye la idea
de una oracin constante, que abarca todo tiempo: "Quien implora al Seor,
haga como si no conociera que existe un tiempo particular para dedicar a las
splicas a Dios; ha de estar siempre en actitud de splica. Sea que
comamos, sea que bebamos, anunciamos a Cristo, oramos a Cristo,
pensamos en Cristo, hablamos de Cristo. Cristo ha de estar siempre en
nuestro corazn y en nuestros labios" (Comentario al Salmo 118: SAEMO
10, p. 297).
Refiriendo luego los versculos al momento especfico de la maana y
aludiendo tambin a la expresin del libro de la Sabidura que prescribe
"adelantarse al sol para dar gracias" a Dios (Sb 16, 28), san Ambrosio
comenta: "En efecto, sera grave que los rayos del sol que sale te
sorprendieran acostado en la cama con descaro, y que una luz ms fuerte te
hiriera los ojos soolientos, an dominados por la pereza. Para nosotros, en
una noche ociosa, un espacio de tiempo tan largo sin hacer una pequea
prctica de piedad y sin ofrecer un sacrificio espiritual, es una acusacin"
(ib., p. 303).
4. Luego, san Ambrosio, contemplando el sol que sale -como haba hecho
en otro de sus clebres himnos "al canto del gallo", el Aeterne rerum
conditor, que ha sido incluido en la liturgia las Horas- nos interpela
as: "No sabes, hombre, que cada da adeudas a Dios las primicias de tu
corazn y de tu voz? La mies madura cada da; cada da madura su fruto.
Por eso, corre al encuentro del sol que sale... El sol de la justicia quiere ser
anticipado; no espera otra cosa... Si t te adelantas a este sol que va a salir,
recibirs como luz a Cristo. Ser precisamente l la primera luz que brille en
lo ms ntimo de tu corazn. Ser precisamente l quien (...) haga brillar
para ti la luz de la maana en las horas de la noche, si reflexionas en las
palabras de Dios. Mientras t reflexionas, se hace la luz... Muy de maana
apresrate a ir a la iglesia y lleva como ofrenda las primicias de tu
devocin. Y despus, si los compromisos del mundo te llaman, nada te
impedir decir: "mis ojos se adelantan a las vigilias meditando tu promesa",
y con la conciencia tranquila te dedicars a tus asuntos.Qu hermoso es
comenzar la jornada con himnos y cnticos, con las bienaventuranzas que
lees en el evangelio! Es muy saludable que venga sobre ti, para bendecirte,
el discurso del Seor; que t, mientras repites cantando las bendiciones
del Seor, tomes el compromiso de practicar alguna virtud, si quieres tener
tambin dentro de ti algo que te haga sentir merecedor de esa bendicin
divina" (ib., pp. 303, 309, 311 y 313).
Recojamos tambin nosotros la invitacin de san Ambrosio y cada maana
abramos la mirada a la vida diaria, a sus alegras y sus tristezas, invocando a
Dios para que est cerca de nosotros y nos gue con su palabra, que infunde
serenidad y gracia.
nuestro Dios" (cf. Sal 94, 7). Luego vienen las palabras que expresan la
relacin de amor, la "misericordia" y "fidelidad", unidas a la "bondad" (cf.
Sal 99, 5), que en el original hebreo se formulan precisamente con los
trminos tpicos del pacto que une a Israel con su Dios.
2. Aparecen tambin las coordenadas del espacio y del tiempo. En efecto,
por una parte, se presenta ante nosotros la tierra entera, con sus habitantes,
alabando a Dios (cf. v. 2); luego, el horizonte se reduce al rea sagrada del
templo de Jerusaln con sus atrios y sus puertas (cf. v. 4), donde se
congrega la comunidad orante. Por otra parte, se hace referencia al tiempo
en sus tres dimensiones fundamentales: el pasado de la creacin ("l nos
hizo", v. 3), el presente de la alianza y del culto ("somos suyos, su pueblo y
ovejas de su rebao", v. 3) y, por ltimo, el futuro, en el que la fidelidad
misericordiosa del Seor se extiende "por todas las edades", mostrndose
"eterna" (v. 5).
3. Consideremos ahora brevemente los siete imperativos que constituyen la
larga invitacin a alabar al Seor y ocupan casi todo el Salmo (cf. vv. 2-4),
antes de encontrar, en el ltimo versculo, su motivacin en la exaltacin de
Dios, contemplado en su identidad ntima y profunda.
La primera invitacin es a la aclamacin jubilosa, que implica a la tierra
entera en el canto de alabanza al Creador. Cuando oramos, debemos
sentirnos en sintona con todos los orantes que, en lenguas y formas
diversas, ensalzan al nico Seor. "Pues -como dice el profeta Malaquasdesde el sol levante hasta el poniente, grande es mi nombre entre las
naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y
una oblacin pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el
Seor de los ejrcitos" (Ml 1, 11).
4. Luego vienen algunas invitaciones de ndole litrgica y ritual: "servir",
"entrar en su presencia", "entrar por las puertas" del templo. Son verbos
que, aludiendo tambin a las audiencias reales, describen los diversos gestos
que los fieles realizan cuando entran en el santuario de Sin para participar
en la oracin comunitaria. Despus del canto csmico, el pueblo de Dios,
"las ovejas de su rebao", su "propiedad entre todos los pueblos" (Ex 19, 5),
celebra la liturgia.
La invitacin a "entrar por sus puertas con accin de gracias", "por sus
atrios con himnos", nos recuerda un pasaje del libro Los misterios, de san
Ambrosio, donde se describe a los bautizados que se acercan al altar: "El
pueblo purificado se acerca al altar de Cristo, diciendo: "Entrar al altar de
Dios, al Dios que alegra mi juventud" (Sal 42, 4). En efecto, abandonando
los despojos del error inveterado, el pueblo, renovado en su juventud como
guila, se apresura a participar en este banquete celestial. Por ello, viene y,
al ver el altar sacrosanto preparado convenientemente, exclama: "El Seor
es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me
conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas" (Sal 22, 1-2)" (Opere
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Mircoles 11 de diciembre de 2002
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Mircoles 4 de diciembre de 2002
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Mircoles 20 de noviembre de 2002
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Mircoles 13 de noviembre de 2002
Jerusaln, madre de todos los pueblos
1. El canto a Jerusaln, ciudad de la paz y madre universal, que acabamos
de escuchar, por desgracia est en contraste con la experiencia histrica que
la ciudad vive. Pero la oracin tiene como finalidad sembrar confianza e
infundir esperanza.
La perspectiva universal del salmo 86 puede hacer pensar en el himno del
libro de Isaas, en el cual confluyen hacia Sin todas las naciones para
escuchar la palabra del Seor y redescubrir la belleza de la paz, forjando "de
sus espadas arados", y "de sus lanzas podaderas" (cf. Is 2, 2-5). En realidad,
el salmo se sita en una perspectiva muy diversa, la de un movimiento que,
en vez de confluir hacia Sin, parte de Sin; el salmista considera a Sin
como el origen de todos los pueblos. Despus de declarar el primado de la
ciudad santa no por mritos histricos o culturales, sino slo por el amor
derramado por Dios sobre ella (cf. Sal 86, 1-3), el salmo celebra
precisamente este universalismo, que hermana a todos los pueblos.
2. Sin es aclamada como madre de toda la humanidad y no slo de Israel.
Esa afirmacin supone una audacia extraordinaria. El salmista es consciente
de ello y lo hace notar: "Qu pregn tan glorioso para ti, ciudad de Dios!"
(v. 3). Cmo puede la modesta capital de una pequea nacin presentarse
como el origen de pueblos mucho ms poderosos? Por qu Sin puede
tener esa inmensa pretensin? La respuesta se da en la misma frase: Sin es
madre de toda la humanidad porque es la "ciudad de Dios"; por eso est en
la base del proyecto de Dios.
Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relacin con esta
madre: Raab, es decir, Egipto, el gran Estado occidental; Babilonia, la
conocida potencia oriental; Tiro, que personifica el pueblo comercial del
por todas partes, segn David, cuyos cimientos fueron puestos por el
Altsimo (cf. Sal 86, 1. 5); una muralla fuerte de la ciudad de arriba, segn
san Pablo (cf. Ga 4, 26; Hb 12, 22), donde acogiste a todos como
habitantes, porque, mediante el nacimiento corporal de Dios, hiciste hijos de
la Jerusaln de arriba a los hijos de la Jerusaln terrena. Por eso, sus labios
bendicen tu seno virginal y todos te proclaman morada y templo de Aquel
que es de la misma naturaleza del Padre. As pues, con razn se te aplican
las palabras del profeta: "Fuiste nuestro refugio y nuestro defensor frente a
los torrentes en los das de angustia" (cf. Sal 45, 2)" (Testi mariani del
primo millennio, IV, Roma 1991, p. 589).
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Mircoles 6 de noviembre de 2002
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Mircoles 30 de octubre de 2002
Ya en el captulo 10, Isaas adverta: "La luz de Israel vendr a ser fuego, y
su Santo, llama; arder y devorar" (v. 17). Tambin el salmista
cantaba: "Como se derrite la cera ante el fuego, as perecen los impos ante
Dios" (Sal 67, 3). Se quiere decir, en el mbito de la economa del Antiguo
Testamento, que Dios no es indiferente ante el bien y el mal, sino que
muestra su indignacin y su clera contra la maldad.
3. Nuestro cntico no concluye con esta sombra escena de juicio. Ms an,
reserva la parte ms amplia e intensa a la santidad acogida y vivida como
signo de la conversin y reconciliacin con Dios, ya realizada. Siguiendo la
lnea de algunos salmos, como el 14 y el 23, que exponen las condiciones
exigidas por el Seor para vivir en comunin gozosa con l en la liturgia del
templo, Isaas enumera seis compromisos morales para el autntico
creyente, fiel y justo (cf. Is 33, 15), el cual puede habitar, sin sufrir dao, en
medio del fuego divino, para l fuente de beneficios.
El primer compromiso consiste en "proceder con justicia", es decir, en
considerar la ley divina como lmpara que ilumina el sendero de la vida. El
segundo coincide con el hablar leal y sincero, signo de relaciones sociales
correctas y autnticas. Como tercer compromiso, Isaas propone "rehusar el
lucro de la opresin" combatiendo as la violencia sobre los pobres y la
riqueza injusta. Luego, el creyente se compromete a condenar la corrupcin
poltica y judicial "sacudiendo la mano para rechazar el soborno", imagen
sugestiva que indica el rechazo de donativos hechos para desviar la
aplicacin de las leyes y el curso de la justicia.
4. El quinto compromiso se expresa con el gesto significativo de "taparse
los odos" cuando se hacen propuestas sanguinarias, invitaciones a cometer
actos de violencia. El sexto y ltimo compromiso se presenta con una
imagen que, a primera vista, desconcierta porque no corresponde a nuestro
modo de hablar. La expresin "cerrar un ojo" equivale a "hacer que no
vemos para no tener que intervenir"; en cambio, el profeta dice que el
hombre honrado "cierra los ojos para no ver la maldad", manifestando que
rechaza completamente cualquier contacto con el mal.
San Jernimo, en su comentario a Isaas, teniendo en cuenta el conjunto del
pasaje, desarrolla as el concepto: "Toda iniquidad, opresin e injusticia, es
un delito de sangre: y, aunque no mata con la espada, mata con la
intencin. "Cierra los ojos para no ver la maldad": Feliz conciencia, que no
escucha y no contempla el mal! Por eso, quien obra as, habitar "en lo
alto", es decir, en el reino de los cielos o en la altsima gruta de "un picacho
rocoso", o sea, en Jesucristo" (In Isaiam prophetam, 10, 33: PL 24, 367).
De esta forma, san Jernimo nos ayuda a comprender lo que significa
"cerrar los ojos" en la expresin del profeta: se trata de una invitacin a
rechazar totalmente cualquier complicidad con el mal. Como se puede notar
fcilmente, se citan los principales sentidos del cuerpo: en efecto, las
manos, los pies, los ojos, los odos y la lengua estn implicados en el obrar
moral humano.
5. Ahora bien, quien decide seguir esta conducta honrada y justa podr
acceder al templo del Seor, donde recibir la seguridad del bienestar
exterior e interior que Dios da a los que estn en comunin con l. El
profeta usa dos imgenes para describir este gozoso desenlace (cf. v. 16): la
seguridad en un alczar inexpugnable y la abundancia de pan y agua,
smbolo de vida prspera y feliz.
La tradicin ha interpretado espontneamente el signo del agua como
imagen del bautismo (cf., por ejemplo, la Carta de Bernab, XI, 5),
mientras que el pan se ha transfigurado para los cristianos en signo de la
Eucarista. Es lo que se lee, por ejemplo, en el comentario de san Justino
mrtir, el cual ve en las palabras de Isaas una profeca del "pan"
eucarstico, "memoria" de la muerte redentora de Cristo (cf. Dilogo con
Trifn, Paulinas 1988, p. 242).
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Mircoles 23 de octubre de 2002
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soy santo; salva a tu siervo que confa en ti". Este santo no es soberbio,
porque espera en el Seor" (Esposizioni sui Salmi, vol. II, Roma 1970, p.
1251).
5. El cristiano santo se abre a la universalidad de la Iglesia y ora con el
salmista: "Todos los pueblos vendrn a postrarse en tu presencia, Seor"
(Sal 85, 9). Y san Agustn comenta: "Todos los pueblos en el nico Seor
son un solo pueblo y forman una unidad. Del mismo modo que existen la
Iglesia y las Iglesias, y las Iglesias son la Iglesia, as ese "pueblo" es lo
mismo que los pueblos. Antes eran pueblos varios, gentes numerosas; ahora
forman un solo pueblo. Por qu un solo pueblo? Porque hay una sola fe,
una sola esperanza, una sola caridad, una sola espera. En definitiva, por
qu no debera haber un solo pueblo, si es una sola la patria? La patria es el
cielo; la patria es Jerusaln. Y este pueblo se extiende de oriente a
occidente, desde el norte hasta el sur, en las cuatro partes del mundo" (ib.,
p. 1269).
Desde esta perspectiva universal, nuestra oracin litrgica se transforma en
un himno de alabanza y un canto de gloria al Seor en nombre de todas las
criaturas.
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Mircoles 9 de octubre de 2002
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Mircoles 18 de septiembre de 2002
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de los pueblos" (v. 7) para invitarlas a glorificar al Seor. Por ltimo, pide a
los fieles que digan "a los pueblos: el Seor es rey" (v. 10), y precisa que el
Seor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos" (v. 13). Es muy
significativa esta apertura universal de parte de un pequeo pueblo
aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Seor es el Dios
del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia" (v. 5).
El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera
parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifana del Seor "en su
santuario" (v. 6), es decir, en el templo de Sin. La preceden y la siguen
cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente
la alabanza ante la majestad divina: "Cantad al Seor un cntico nuevo, (...)
cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su
gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Seor, aclamad
la gloria del nombre del Seor, entrad en sus atrios trayndole ofrendas,
postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9).
As pues, el gesto fundamental ante el Seor rey, que manifiesta su gloria en
la historia de la salvacin, es el canto de adoracin, alabanza y bendicin.
Estas actitudes deberan estar presentes tambin en nuestra liturgia diaria y
en nuestra oracin personal.
3. En el centro de este canto coral encontramos una declaracin contra los
dolos. As, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la
pureza de la fe, segn la conocida mxima: lex orandi, lex credendi, o sea,
la norma de la oracin verdadera es tambin norma de fe, es leccin sobre la
verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a travs de la
ntima comunin con Dios realizada en la oracin.
El salmista proclama: "Es grande el Seor, y muy digno de alabanza, ms
temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Seor ha hecho el cielo" (vv. 4-5). A travs de la liturgia y
la oracin la fe se purifica de toda degeneracin, se abandonan los dolos a
los que se sacrifica fcilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se
pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de
su amor.
4. Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamacin de la
realeza del Seor (cf. vv. 10-13). Quien canta aqu es el universo, incluso en
sus elementos ms misteriosos y oscuros, como el mar, segn la antigua
concepcin bblica: "Algrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y
cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los
rboles del bosque, delante del Seor, que ya llega, ya llega a regir la tierra"
(vv. 11-13).
Como dir san Pablo, tambin la naturaleza, juntamente con el hombre,
"espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupcin para
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Mircoles 28 de agosto de 2002
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judaica a "los hijos de Cor", una familia sacerdotal que se ocupaba del
servicio litrgico y custodiaba el umbral de la tienda del arca de la Alianza
(cf. 1 Cro 9, 19).
Se trata de un canto dulcsimo, penetrado de un anhelo mstico hacia el
Seor de la vida, al que se celebra repetidamente (cf. Sal 83, 2. 4. 9. 13) con
el ttulo de "Seor de los ejrcitos", es decir, Seor de las multitudes
estelares y, por tanto, del cosmos. Por otra parte, este ttulo estaba
relacionado de modo especial con el arca conservada en el templo, llamada
"el arca del Seor de los ejrcitos, que est sobre los querubines" (1 S 4, 4;
cf. Sal 79, 2). En efecto, se la consideraba como el signo de la tutela divina
en los das de peligro y de guerra (cf. 1 S 4, 3-5; 2 S 11, 11).
El fondo de todo el Salmo est representado por el templo, hacia el que se
dirige la peregrinacin de los fieles. La estacin parece ser el otoo, porque
se habla de la "lluvia temprana" que aplaca el calor del verano (cf. Sal 83,
7). Por tanto, se podra pensar en la peregrinacin a Sin con ocasin de la
tercera fiesta principal del ao judo, la de las Tiendas, memoria de la
peregrinacin de Israel a travs del desierto.
2. El templo est presente con todo su encanto al inicio y al final del Salmo.
En la apertura (cf. vv. 2-4) encontramos la admirable y delicada imagen de
los pjaros que han hecho sus nidos en el santuario, privilegio envidiable.
Esta es una representacin de la felicidad de cuantos, como los sacerdotes
del templo, tienen una morada fija en la Casa de Dios, gozando de su
intimidad y de su paz. En efecto, todo el ser del creyente tiende al Seor,
impulsado por un deseo casi fsico e instintivo: "Mi alma se consume y
anhela los atrios del Seor, mi corazn y mi carne retozan por el Dios vivo"
(v. 3). El templo aparece nuevamente tambin al final del Salmo (cf. vv. 1113). El peregrino expresa su gran felicidad por estar un tiempo en los atrios
de la casa de Dios, y contrapone esta felicidad espiritual a la ilusin
idoltrica, que impulsa hacia "las tiendas del impo", o sea, hacia los
templos infames de la injusticia y la perversin.
3. Slo en el santuario del Dios vivo hay luz, vida y alegra, y es "dichoso el
que confa" en el Seor, eligiendo la senda de la rectitud (cf. vv. 12-13). La
imagen del camino nos lleva al ncleo del Salmo (cf. vv. 5-9), donde se
desarrolla otra peregrinacin ms significativa. Si es dichoso el que vive en
el templo de modo estable, ms dichoso an es quien decide emprender una
peregrinacin de fe a Jerusaln.
Tambin los Padres de la Iglesia, en sus comentarios al Salmo 83, dan
particular relieve al versculo 6: "Dichosos los que encuentran en ti su
fuerza al preparar su peregrinacin". Las antiguas traducciones del Salterio
hablaban de la decisin de realizar las "subidas" a la Ciudad santa. Por eso,
para los Padres la peregrinacin a Sin era el smbolo del avance continuo
de los justos hacia las "eternas moradas", donde Dios acoge a sus amigos en
la alegra plena (cf. Lc 16, 9).
Quisiramos reflexionar un momento sobre esta "subida" mstica, de la que
la peregrinacin terrena es imagen y signo. Y lo haremos con las palabras
de un escritor cristiano del siglo VII, abad del monasterio del Sina.
4. Se trata de san Juan Clmaco, que dedic un tratado entero -La escala del
Paraso- a ilustrar los innumerables peldaos por los que asciende la vida
espiritual. Al final de su obra, cede la palabra a la caridad, colocada en la
cima de la escala del progreso espiritual.
Ella invita y exhorta, proponiendo sentimientos y actitudes ya sugeridos por
nuestro Salmo: "Subid, hermanos, ascended. Cultivad, hermanos, en vuestro
corazn el ardiente deseo de subir siempre (cf. Sal 83, 6). Escuchad la
Escritura, que invita: "Venid, subamos al monte del Seor y a la casa de
nuestro Dios" (Is 2, 3), que ha hecho nuestros pies giles como los del
ciervo y nos ha dado como meta un lugar sublime, para que, siguiendo sus
caminos, venciramos (cf. Sal 17, 33). As pues, apresurmonos, como est
escrito, hasta que encontremos todos en la unidad de la fe el rostro de Dios
y, reconocindolo, lleguemos a ser el hombre perfecto en la madurez de la
plenitud de Cristo (cf. Ef 4, 13)" (La scala del Paradiso, Roma 1989, p.
355).
5. El salmista piensa, ante todo, en la peregrinacin concreta que conduce a
Sin desde las diferentes localidades de la Tierra Santa. La lluvia que est
cayendo le parece una anticipacin de las gozosas bendiciones que lo
cubrirn como un manto (cf. Sal 83, 7) cuando est delante del Seor en el
templo (cf. v. 8). La cansada peregrinacin a travs de "ridos valles" (cf. v.
7) se transfigura por la certeza de que la meta es Dios, el que da vigor (cf. v.
8), escucha la splica del fiel (cf. v. 9) y se convierte en su "escudo"
protector (cf. v. 10).
Precisamente desde esta perspectiva la peregrinacin concreta se
transforma, como haban intuido los Padres, en una parbola de la vida
entera, en tensin entre la lejana y la intimidad con Dios, entre el misterio y
la revelacin. Tambin en el desierto de la existencia diaria, los seis das
laborables son fecundados, iluminados y santificados por el encuentro con
Dios en el sptimo da, a travs de la liturgia y la oracin en el encuentro
dominical.
Caminemos, pues, tambin cuando estemos en "ridos valles", manteniendo
la mirada fija en esa meta luminosa de paz y comunin. Tambin nosotros
repetimos en nuestro corazn la bienaventuranza final, semejante a una
antfona que concluye el Salmo: "Seor de los ejrcitos, dichoso el hombre
que confa en ti!" (v. 13).
9: PG 29, 75).
3. La procesin contina con las criaturas de la atmsfera: rayos, granizo,
nieve y bruma, viento huracanado, considerado un mensajero veloz de Dios
(cf. Sal 148, 8).
Vienen luego los montes y las sierras, consideradas popularmente como las
criaturas ms antiguas de la tierra (cf. v. 9). El reino vegetal est
representado por los rboles frutales y los cedros (cf. ib.). El mundo animal,
en cambio, est presente con las fieras, los animales domsticos, los reptiles
y los pjaros (cf. v. 10).
Por ltimo, est el hombre, que preside la liturgia de la creacin. Es
definido segn todas las edades y distinciones: nios, jvenes y viejos,
prncipes, reyes y pueblos (cf. vv. 11-12).
4. Encomendamos ahora a san Juan Crisstomo la tarea de proporcionarnos
una visin de conjunto de este inmenso coro. Lo hace con palabras que
remiten tambin al cntico de los tres jvenes en el horno ardiente, sobre el
que meditamos en la anterior catequesis.
El gran Padre de la Iglesia y patriarca de Constantinopla afirma: "Por su
gran rectitud de espritu, los santos, cuando se disponen a dar gracias a
Dios, suelen invitar a muchos a participar en su alabanza, exhortndolos a
celebrar juntamente con ellos esta hermosa liturgia. Es lo que hicieron
tambin los tres jvenes en el horno, cuando llamaron a toda la creacin a
alabar a Dios por el beneficio recibido y cantarle himnos (Dn 3).
"Lo mismo hace tambin este salmo, invitando a ambas partes del mundo,
la de arriba y la de abajo, la sensible y la inteligible. Lo mismo hizo el
profeta Isaas, cuando dijo: "Aclamad, cielos, y exulta, tierra! (...), pues
Dios ha consolado a su pueblo" (Is 49, 13). Y as tambin se expresa el
Salterio: "Cuando Israel sali de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo
balbuciente, (...) los montes saltaron como carneros, las colinas como
corderos" (Sal 113, 1. 4). Y en otro pasaje dice Isaas: "Las nubes destilen
la justicia" (Is 45, 8). En efecto, los santos, al considerar que no pueden
alabar ellos solos al Seor, se dirigen a todo el orbe, implicando a todos en
la salmodia comn" (Expositio in psalmum CXLVIII: PG 55, 484-485).
5. Tambin nosotros somos invitados a unirnos a este inmenso coro,
convirtindonos en portavoces explcitos de toda criatura y alabando a Dios
en las dos dimensiones fundamentales de su misterio. Por una parte,
debemos adorar su grandeza trascendente, "porque slo su nombre es
sublime, su majestad est sobre el cielo y la tierra" (v. 13), como dice
nuestro salmo. Por otra, reconocemos su bondad condescendiente, puesto
que Dios est cercano a sus criaturas y viene especialmente en ayuda de su
pueblo: "l acrece el vigor de su pueblo, (...) su pueblo escogido" (v. 14),
como afirma tambin el salmista.
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Mircoles 10 de julio de 2002
dolor ni molestia" (vv. 49-50). Las pesadillas se disipan como la niebla ante
el sol, los miedos se disuelven y el sufrimiento desaparece cuando todo el
ser humano se convierte en alabanza y confianza, espera y esperanza. Esta
es la fuerza de la oracin cuando es pura, intensa, llena de abandono en
Dios, providente y redentor.
3. El cntico de los tres jvenes hace desfilar ante nuestros ojos una especie
de procesin csmica, que parte del cielo poblado de ngeles, donde brillan
tambin el sol, la luna y las estrellas. Desde all Dios derrama sobre la tierra
el don de las aguas que estn sobre los cielos (cf. v. 60), es decir, la lluvia y
el roco (cf. v. 64).
Pero he aqu que soplan los vientos, estallan los rayos e irrumpen las
estaciones con el calor y el fro, con el ardor del verano, pero tambin con la
escarcha, el hielo y la nieve (cf. vv. 65-70 y 73). El poeta incluye tambin
en el canto de alabanza al Creador el ritmo del tiempo, el da y la noche, la
luz y las tinieblas (cf. vv. 71-72). Por ltimo, la mirada se detiene tambin
en la tierra, partiendo de las cimas de los montes, realidades que parecen
unir el cielo y la tierra (cf. vv. 74-75).
Entonces se unen a la alabanza a Dios las criaturas vegetales que germinan
en la tierra (cf. v. 76), las fuentes, que dan vida y frescura, los mares y ros,
con sus aguas abundantes y misteriosas (cf. vv. 77-78). En efecto, el cantor
evoca tambin "los monstruos marinos" junto a los cetceos (cf. v. 79),
como signo del caos acutico primordial al que Dios impuso lmites que es
preciso respetar (cf. Sal 92, 3-4; Jb 38, 8-11; 40, 15-41, 26).
Viene luego el vasto y variado reino animal, que vive y se mueve en las
aguas, en la tierra y en los cielos (cf. Dn 3, 80-81).
4. El ltimo actor de la creacin que entra en escena es el hombre. En
primer lugar, la mirada se extiende a todos los "hijos del hombre" (cf. v.
82); despus, la atencin se concentra en Israel, el pueblo de Dios (cf. v.
83); a continuacin, vienen los que estn consagrados plenamente a Dios,
no slo como sacerdotes (cf. v. 84) sino tambin como testigos de fe, de
justicia y de verdad. Son los "siervos del Seor", las "almas y espritus
justos", los "santos y humildes de corazn" y, entre estos, sobresalen los tres
jvenes, Ananas, Azaras y Misael, portavoces de todas las criaturas en una
alabanza universal y perenne (cf. vv. 85-88).
Constantemente han resonado los tres verbos de la glorificacin divina,
como en una letana: "bendecid", "alabad" y "exaltad" al Seor. Esta es el
alma autntica de la oracin y del canto: celebrar al Seor sin cesar, con la
alegra de formar parte de un coro que comprende a todas las criaturas.
5. Quisiramos concluir nuestra meditacin citando a algunos santos Padres
de la Iglesia como Orgenes, Hiplito, Basilio de Cesarea y Ambrosio de
Miln, que comentaron el relato de los seis das de la creacin (cf. Gn 1, 12, 4), precisamente en relacin con el cntico de los tres jvenes.
Nos limitamos a recoger el comentario de san Ambrosio, el cual,
refirindose al cuarto da de la creacin (cf. Gn 1, 14-19), imagina que la
tierra habla y, discurriendo sobre el sol, encuentra unidas a todas las
criaturas en la alabanza a Dios: "En verdad, es bueno el sol, porque sirve,
ayuda a mi fecundidad y alimenta mis frutos. Me ha sido dado para mi bien
y sufre como yo la fatiga.
Gime conmigo, para que llegue la adopcin de los hijos y la redencin del
gnero humano, a fin de que tambin nosotros seamos liberados de la
esclavitud. A mi lado, conmigo alaba al Creador, conmigo canta un himno
al Seor, nuestro Dios. Donde el sol bendice, all bendice la tierra, bendicen
los rboles frutales, bendicen los animales, bendicen conmigo las aves" (I
sei giorni della creazione, SAEMO, I, Miln-Roma 1977-1994, pp. 192193).
Nadie est excluido de la bendicin del Seor, ni siquiera los monstruos
marinos (cf. Dn 3, 79). En efecto, san Ambrosio prosigue: "Tambin las
serpientes alaban al Seor, porque su naturaleza y su aspecto revelan a
nuestros ojos cierta belleza y muestran que tienen su justificacin" (ib., pp.
103-104).
Con mayor razn, nosotros, los seres humanos, debemos unir a este
concierto de alabanza nuestra voz alegre y confiada, acompaada por una
vida coherente y fiel.
Exaltacin de la potencia
de Dios creador
1. El contenido esencial del salmo 92, en el que vamos a reflexionar hoy, se
halla expresado sugestivamente en algunos versculos del himno que la
Liturgia de las Horas propone para las Vsperas del lunes: "Oh inmenso
creador, que al torbellino de las aguas marcaste un curso y un lmite en la
armona del cosmos, t a las speras soledades de la tierra sedienta le diste
el refrigerio de los torrentes y los mares".
Antes de abordar el contenido central del Salmo, dominado por la imagen
de las aguas, queremos captar la tonalidad de fondo, el gnero literario en
que est escrito. En efecto, los estudiosos de la Biblia definen este salmo, al
igual que los siguientes (95-98), como "canto del Seor rey". En l se exalta
1. "El hombre (...) se nos revela como el centro de esta empresa. Se nos
revela gigante, se nos revela divino, no en s mismo, sino en su principio y
en su destino. Honremos al hombre, a su dignidad, su espritu, su vida"
(ngelus del 13 de julio de 1969: L'Osservatore Romano, edicin en lengua
espaola, 29 de julio de 1969, p. 2).
Con estas palabras, en julio de 1969, Pablo VI entregaba a los astronautas
norteamericanos a punto de partir hacia la luna el texto del salmo 8, que
acaba de resonar aqu, para que entrara en los espacios csmicos.
En efecto, este himno es una celebracin del hombre, una criatura
insignificante comparada con la inmensidad del universo, una "caa" frgil,
para usar una famosa imagen del gran filsofo Blas Pascal (Pensamientos,
n. 264). Y, sin embargo, se trata de una "caa pensante" que puede
comprender la creacin, en cuanto seor de todo lo creado, "coronado" por
Dios mismo (cf. Sal 8, 6). Como sucede a menudo en los himnos que
exaltan al Creador, el salmo 8 comienza y termina con una solemne antfona
dirigida al Seor, cuya magnificencia se manifiesta en todo el
universo: "Seor, dueo nuestro, qu admirable es tu nombre en toda la
tierra!" (vv. 2. 10).
2. El cuerpo del canto parece suponer una atmsfera nocturna, con la luna y
las estrellas encendidas en el cielo. La primera estrofa del himno (cf. vv. 25) est dominada por una confrontacin entre Dios, el hombre y el cosmos.
En la escena aparece ante todo el Seor, cuya gloria cantan los cielos, pero
tambin los labios de la humanidad. La alabanza que brota espontneamente
de la boca de los nios anula y confunde los discursos presuntuosos de los
que niegan a Dios (cf. v. 3). A estos se les califica de "adversarios",
"enemigos" y "rebeldes", porque creen errneamente que con su razn y
su accin pueden desafiar y enfrentarse al Creador (cf. Sal 13, 1).
Inmediatamente despus se abre el sugestivo escenario de una noche
estrellada. Ante ese horizonte infinito, surge la eterna pregunta: "Qu es el
hombre?" (Sal 8, 5). La respuesta primera e inmediata habla de nulidad,
tanto en relacin con la inmensidad de los cielos como, sobre todo, con
respecto a la majestad del Creador. En efecto, el cielo, dice el salmista, es
"tuyo", "has creado" la luna y las estrellas, que son "obra de tus dedos" (cf.
v. 4). Es hermosa esa expresin, que se usa en vez de la ms comn: "obra
de tus manos" (cf. v. 7): Dios ha creado estas realidades colosales con la
facilidad y la finura de un recamado o de un cincel, con el toque leve de un
arpista que desliza sus dedos entre las cuerdas.
3. Por eso, la primera reaccin es de asombro: cmo puede Dios
"acordarse" y "cuidar" (cf. v. 5) de esta criatura tan frgil y pequea? Pero
he aqu la gran sorpresa: al hombre, criatura dbil, Dios le ha dado una
dignidad estupenda: lo ha hecho poco inferior a los ngeles o, como puede
traducirse tambin el original hebreo, poco inferior a un dios (cf. v. 6).
Entramos, as, en la segunda estrofa del Salmo (cf. vv. 6-10). El hombre es
considerado como el lugarteniente regio del mismo Creador. En efecto,
Dios lo ha "coronado" como un virrey, destinndolo a un seoro
universal: "Todo lo sometiste bajo sus pies", y el adjetivo "todo" resuena
mientras desfilan las diversas criaturas (cf. vv. 7-9). Pero este dominio no se
conquista con la capacidad humana, realidad frgil y limitada, ni se obtiene
con una victoria sobre Dios, como pretenda el mito griego de Prometeo. Es
un dominio que Dios regala: a las manos frgiles y a menudo egostas del
hombre se confa todo el horizonte de las criaturas, para que conserve su
armona y su belleza, para que las use y no abuse de ellas, para que
descubra sus secretos y desarrolle sus potencialidades.
Como declara la constitucin pastoral Gaudium et spes del concilio
Vaticano II, "el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", capaz de
conocer y amar a su Creador, y ha sido constituido por l seor de todas las
criaturas terrenas, para regirlas y servirse de ellas glorificando a Dios" (n.
12).
4. Por desgracia, el dominio del hombre, afirmado en el salmo 8, puede ser
mal entendido y deformado por el hombre egosta, que con frecuencia ha
actuado ms como un tirano loco que como un gobernador sabio e
inteligente. El libro de la Sabidura pone en guardia contra este tipo de
desviaciones, cuando precisa que Dios "form al hombre para que dominase
sobre los seres creados (...) y administrase el mundo con santidad y justicia"
(Sb 9, 2-3). Tambin Job, aunque en un contexto diverso, recurre a este
salmo para recordar sobre todo la debilidad humana, que no merecera tanta
atencin por parte de Dios: "Qu es el hombre para que tanto de l te
ocupes, para que pongas en l tu corazn, para que lo escrutes todas las
maanas?" (Jb 7, 17-18). La historia documenta el mal que la libertad
humana esparce en el mundo con las devastaciones ambientales y con las
injusticias sociales ms clamorosas.
A diferencia de los seres humanos que humillan a sus semejantes y la
creacin, Cristo se presenta como el hombre perfecto, "coronado de gloria y
honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios
experiment la muerte para bien de todos" (Hb 2, 9). Reina sobre
el universo con el dominio de paz y de amor que prepara el nuevo mundo,
los nuevos cielos y la nueva tierra (cf. 2 P 3, 13). Ms an, su autoridad
regia -como sugiere el autor de la carta a los Hebreos aplicndole el
salmo 8- se ejerce a travs de la entrega suprema de s en la muerte "para
bien de todos".
Cristo no es un soberano que exige que le sirvan, sino que sirve y se
consagra a los dems: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino
a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45). De este
modo, recapitula en s "lo que est en los cielos y lo que est en la tierra"
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el orvallo, gracias a los cuales la tierra verdea y se cubre de brotes (cf. v. 2).
La voz de Moiss, profeta e intrprete de la palabra divina, anuncia la
inminente entrada en escena del gran juez, el Seor, cuyo nombre santsimo
pronuncia, exaltando uno de sus numerosos atributos. En efecto, el Seor es
llamado la Roca (cf. v. 4), ttulo que aparece con frecuencia en nuestro
cntico (cf. vv. 15, 18, 30, 31 y 37); es una imagen que exalta la fidelidad
estable e inquebrantable de Dios, opuesta a la inestabilidad y a la infidelidad
de su pueblo. El tema se desarrolla mediante una serie de afirmaciones
sobre la justicia divina: "Sus obras son perfectas; sus caminos son justos; es
un Dios fiel, sin maldad; es justo y recto" (v. 4).
4. Despus de la solemne presentacin del Juez supremo, que es tambin la
parte agraviada, la atencin del cantor se dirige hacia el acusado. Para
definirlo recurre a una eficaz representacin de Dios como padre (cf. v. 6).
A sus criaturas, tan amadas, las llama hijos suyos, pero, desgraciadamente,
son "hijos degenerados" (cf. v. 5). En efecto, sabemos que ya el Antiguo
Testamento presenta una concepcin de Dios como padre solcito con sus
hijos, que a menudo lo defraudan (cf. Ex 4, 22; Dt 8, 5; Sal 102, 13; Si 51,
10; Is 1, 2; 63, 16; Os 11, 1-4). Por eso, la denuncia no es fra, sino
apasionada: "As le pagas al Seor, pueblo necio e insensato? No es l tu
padre y tu creador, el que te hizo y te constituy?" (Dt 32, 6).
Efectivamente, no es lo mismo rebelarse contra un soberano implacable que
contra un padre amoroso.
Para hacer concreta la acusacin y lograr que la conversin aflore de un
corazn sincero, Moiss apela a la memoria: "Acurdate de los das
remotos, considera las edades pretritas" (v. 7). En efecto, la fe bblica es un
"memorial", o sea, es redescubrir la accin eterna de Dios que se manifiesta
a lo largo del tiempo; es hacer presente y eficaz la salvacin que el Seor
don y sigue ofreciendo al hombre. El gran pecado de infidelidad coincide,
entonces, con la "falta de memoria", que borra el recuerdo de la presencia
divina en nosotros y en la historia.
5. El acontecimiento fundamental, que no se ha de olvidar, es el paso por el
desierto despus de la salida de Egipto, tema central del Deuteronomio y de
todo el Pentateuco. As se evoca el viaje terrible y dramtico en el desierto
del Sina, "en una soledad poblada de aullidos" (cf. v. 10), como se dice con
una imagen de fuerte impacto emotivo. Pero all Dios se inclina sobre su
pueblo con una ternura y una dulzura sorprendentes. Adems del smbolo
paterno, se alude al materno del guila: "Lo rode cuidando de l; lo
guard como a las nias de sus ojos. Como el guila incita a su nidada,
revolando sobre los polluelos, as extendi sus alas, los tom y los llev
sobre sus plumas" (vv. 10-11). El camino por la estepa desrtica se
transforma, entonces, en un itinerario tranquilo y sereno, porque est el
manto protector del amor divino.
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(cf. vv. 13-16). Con todo, el malvado se halla ante el Seor, "el excelso por
los siglos" (v. 9), que har perecer a sus enemigos y dispersar a todos los
malhechores (cf. v. 10). En efecto, slo a la luz divina se logra comprender
a fondo el bien y el mal, la justicia y la perversin.
3. La figura del pecador se describe con una imagen tomada del mundo
vegetal: "Aunque germinen como hierba los malvados y florezcan los
malhechores..." (v. 8). Pero este florecimiento est destinado a secarse
y desaparecer. En efecto, el salmista multiplica los verbos y los trminos
que aluden a la destruccin: "Sern destruidos para siempre. (...) Tus
enemigos, Seor, perecern; los malhechores sern dispersados" (vv. 8. 10).
En el origen de este final catastrfico se encuentra el mal profundo que
embarga la mente y el corazn del malvado: "El ignorante no entiende, ni
el necio se da cuenta" (v. 7). Los adjetivos que se usan aqu pertenecen al
lenguaje sapiencial y denotan la brutalidad, la ceguera, la torpeza de quien
piensa que puede hacer lo que quiera sobre la faz de la tierra sin frenos
morales, creyendo errneamente que Dios est ausente o es indiferente. El
orante, en cambio, tiene la certeza de que, antes o despus, el Seor
aparecer en el horizonte para hacer justicia y doblegar la arrogancia del
insensato (cf. Sal 13).
4. Luego se nos presenta la figura del justo, dibujada como en una pintura
amplia y densa de colores. Tambin en este caso se recurre a una imagen
del mundo vegetal, fresca y verde (cf. vv. 13-16). A diferencia del malvado,
que es como la hierba del campo, lozana pero efmera, el justo se yergue
hacia el cielo, slido y majestuoso como palmera y cedro del Lbano. Por
otra parte, los justos estn "plantados en la casa del Seor" (v. 14), es decir,
tienen una relacin muy firme y estable con el templo y, por consiguiente,
con el Seor, que en l ha establecido su morada.
La tradicin cristiana jugar tambin con los dos significados de la palabra
griega fonij, usada para traducir el trmino hebreo que indica la palmera.
Fonij es el nombre griego de la palmera, pero tambin del ave que
llamamos "fnix". Ahora bien, ya se sabe que el fnix era smbolo de
inmortalidad, porque se imaginaba que esa ave renaca de sus cenizas. El
cristiano hace una experiencia semejante gracias a su participacin en la
muerte de Cristo, manantial de vida nueva (cf. Rm 6, 3-4). "Dios (...),
estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivific juntamente con
Cristo" -dice la carta a los Efesios- "y con l nos resucit" (Ef 2, 5-6).
5. Otra imagen, tomada esta vez del mundo animal, representa al justo y
est destinada a exaltar la fuerza que Dios otorga, incluso cuando llega la
vejez: "A m me das la fuerza de un bfalo y me unges con aceite nuevo"
(Sal 91, 11). Por una parte, el don de la potencia divina hace triunfar y da
seguridad (cf. v. 12); por otra, la frente gloriosa del justo es ungida con
aceite que irradia una energa y una bendicin protectora. As pues, el salmo
91 es un himno optimista, potenciado tambin por la msica y el canto.
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Mircoles 5 de junio de 2002
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Los estudiosos ponen de relieve que este salmo est vinculado al anterior,
constituyendo una nica composicin, como sucede precisamente en el
original hebreo. En efecto, se trata de un nico cntico, coherente, en honor
de la creacin y de la redencin realizadas por el Seor. Comienza con una
alegre invitacin a la alabanza: "Alabad al Seor, que la msica es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa" (Sal 146, 1).
2. Si fijamos nuestra atencin en el pasaje que acabamos de escuchar,
podemos descubrir tres momentos de alabanza, introducidos por una
invitacin dirigida a la ciudad santa, Jerusaln, para que glorifique y alabe a
su Seor (cf. Sal 147, 12).
En el primer momento (cf. vv. 13-14) entra en escena la accin histrica de
Dios. Se describe mediante una serie de smbolos que representan la obra de
proteccin y ayuda realizada por el Seor con respecto a la ciudad de Sin y
a sus hijos. Ante todo se hace referencia a los "cerrojos" que refuerzan y
hacen inviolables las puertas de Jerusaln. Tal vez el salmista se refiere a
Nehemas, que fortific la ciudad santa, reconstruida despus de la
experiencia amarga del destierro en Babilonia (cf. Ne 3, 3. 6. 13-15; 4, 1-9;
6, 15-16; 12, 27-43). La puerta, por lo dems, es un signo para indicar toda
la ciudad con su solidez y tranquilidad. En su interior, representado como
un seno seguro, los hijos de Sin, o sea los ciudadanos, gozan de paz y
serenidad, envueltos en el manto protector de la bendicin divina.
La imagen de la ciudad alegre y tranquila queda destacada por el don
altsimo y precioso de la paz, que hace seguros sus confines. Pero
precisamente porque para la Biblia la paz (shalm) no es un concepto
negativo, es decir, la ausencia de guerra, sino un dato positivo de bienestar y
prosperidad, el salmista introduce la saciedad con la "flor de harina", o sea,
con el trigo excelente, con las espigas colmadas de granos. As pues, el
Seor ha reforzado las defensas de Jerusaln (cf. Sal 87, 2); ha derramado
sobre ella su bendicin (cf. Sal 128, 5; 134, 3), extendindola a todo el pas;
ha dado la paz (cf. Sal 122, 6-8); y ha saciado a sus hijos (cf. Sal 132, 15).
3. En la segunda parte del salmo (cf. Sal 147, 15-18), Dios se presenta sobre
todo como creador. En efecto, dos veces se vincula la obra creadora a la
Palabra que haba dado inicio al ser: "Dijo Dios: "haya luz", y hubo luz.
(...) Enva su palabra a la tierra. (...) Enva su palabra" (cf. Gn 1, 3; Sal 147,
15. 18).
Con la Palabra divina irrumpen y se abren dos estaciones fundamentales.
Por un lado, la orden del Seor hace que descienda sobre la tierra el
invierno, representado de forma pintoresca por la nieve blanca como lana,
por la escarcha como ceniza, por el granizo comparado a migas de pan y por
el fro que congela las aguas (cf. vv. 16-17). Por otro, una segunda orden
divina hace soplar el viento caliente que trae el verano y derrite el
hielo: as, las aguas de lluvia y de los torrentes pueden correr libres para
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pesadillas ni obstculos, sino que se prosigue con paso ligero y con alegra
por el camino de la vida, aunque sea duro.
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Mircoles 8 de mayo de 2002
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de haber obrado mal, sino que viven como si no hubieran hecho nada malo.
Estos no pueden decir: "Tengo siempre presente mi pecado". En cambio,
una persona que, despus de pecar, se consume y aflige por su pecado, le
remuerde la conciencia, y se entabla en su interior una lucha continua,
puede decir con razn: "no tienen descanso mis huesos a causa de mis
pecados" (Sal 37, 4)... As, cuando ponemos ante los ojos de nuestro
corazn los pecados que hemos cometido, los repasamos uno a uno, los
reconocemos, nos avergonzamos y arrepentimos de ellos, entonces
desconcertados y aterrados podemos decir con razn: "no tienen descanso
mis huesos a causa de mis pecados"" (Homila sobre el Salmo 37). Por
consiguiente, el reconocimiento y la conciencia del pecado son fruto de una
sensibilidad adquirida gracias a la luz de la palabra de Dios.
3. En la confesin del Miserere se pone de relieve un aspecto muy
importante: el pecado no se ve slo en su dimensin personal y
"psicolgica", sino que se presenta sobre todo en su ndole teolgica.
"Contra ti, contra ti solo pequ" (Sal 50, 6), exclama el pecador, al que la
tradicin ha identificado con David, consciente de su adulterio cometido
con Betsab tras la denuncia del profeta Natn contra ese crimen y el del
asesinato del marido de ella, Uras (cf. v. 2; 2 Sm 11-12).
Por tanto, el pecado no es una mera cuestin psicolgica o social; es un
acontecimiento que afecta a la relacin con Dios, violando su ley,
rechazando su proyecto en la historia, alterando la escala de valores y
"confundiendo las tinieblas con la luz y la luz con las tinieblas", es decir,
"llamando bien al mal y mal al bien" (cf. Is 5, 20). El pecado, antes de ser
una posible injusticia contra el hombre, es una traicin a Dios. Son
emblemticas las palabras que el hijo prdigo de bienes pronuncia ante su
padre prdigo de amor: "Padre, he pecado contra el cielo -es decir, contra
Dios- y contra ti" (Lc 15, 21).
4. En este punto el salmista introduce otro aspecto, vinculado ms
directamente con la realidad humana. Es una frase que ha suscitado muchas
interpretaciones y que se ha relacionado tambin con la doctrina del pecado
original: "Mira, en la culpa nac; pecador me concibi mi madre" (Sal 50,
7). El orante quiere indicar la presencia del mal en todo nuestro ser, como es
evidente por la mencin de la concepcin y del nacimiento, un modo de
expresar toda la existencia partiendo de su fuente. Sin embargo, el salmista
no vincula formalmente esta situacin al pecado de Adn y Eva, es decir, no
habla de modo explcito de pecado original.
En cualquier caso, queda claro que, segn el texto del Salmo, el mal anida
en el corazn mismo del hombre, es inherente a su realidad histrica y por
esto es decisiva la peticin de la intervencin de la gracia divina. El poder
del amor de Dios es superior al del pecado, el ro impetuoso del mal tiene
menos fuerza que el agua fecunda del perdn. "Donde abund el pecado,
sobreabund la gracia" (Rm 5, 20).
5. Por este camino la teologa del pecado original y toda la visin bblica del
hombre pecador son evocadas indirectamente con palabras que permiten
vislumbrar al mismo tiempo la luz de la gracia y de la salvacin.
Como tendremos ocasin de descubrir ms adelante, al volver sobre este
salmo y sobre los versculos sucesivos, la confesin de la culpa y la
conciencia de la propia miseria no desembocan en el terror o en la pesadilla
del juicio, sino en la esperanza de la purificacin, de la liberacin y de la
nueva creacin.
En efecto, Dios nos salva "no por obras de justicia que hubisemos hecho
nosotros, sino segn su misericordia, por medio del bao de regeneracin y
de renovacin del Espritu Santo, que derram sobre nosotros con largueza
por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tt 3, 5-6).
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Mircoles 24 de abril de 2002
Invitacin solemne
a renovar la alianza
1. "Tocad la trompeta por la luna nueva, que es nuestra fiesta" (Sal 80, 4).
Estas palabras del salmo 80, que se acaba de proclamar, remiten a una
celebracin litrgica segn el calendario lunar del antiguo Israel. Es difcil
definir con precisin la festividad a la que alude el salmo; lo seguro es que
el calendario litrgico bblico, a pesar de regirse por el ciclo de las
estaciones y, en consecuencia, de la naturaleza, se presenta firmemente
arraigado en la historia de la salvacin y, en particular, en el acontecimiento
fundamental del xodo de la esclavitud de Egipto, vinculado a la luna nueva
del primer mes (cf. Ex 12, 2. 6; Lv 23, 5). En efecto, all se revel el Dios
liberador y salvador.
Como dice poticamente el versculo 7 de nuestro salmo, fue Dios mismo
quien quit de los hombros del hebreo esclavo en Egipto la cesta llena de
ladrillos necesarios para la construccin de las ciudades de Pitom y Ramss
(cf. Ex 1, 11. 14). Dios mismo se haba puesto al lado del pueblo oprimido y
con su poder haba eliminado y borrado el signo amargo de la esclavitud, la
cesta de los ladrillos cocidos al sol, expresin de los trabajos forzados que
deban realizar los hijos de Israel.
2. Sigamos ahora el desarrollo de este canto de la liturgia de Israel.
Comienza con una invitacin a la fiesta, al canto, a la msica: es la
convocacin oficial de la asamblea litrgica segn el antiguo precepto
del culto, establecido ya en tierra egipcia con la celebracin de la Pascua
(cf. Sal 80, 2-6a). Despus de esa llamada se alza la voz misma del Seor a
travs del orculo del sacerdote en el templo de Sin y estas palabras
divinas ocuparn todo el resto del salmo (cf. vv. 6b-17).
El discurso que se desarrolla es sencillo y gira en torno a dos polos ideales.
Por una parte, est el don divino de la libertad que se ofrece a Israel
oprimido e infeliz: "Clamaste en la afliccin, y te libr" (v. 8). Se alude
tambin a la ayuda que el Seor prest a Israel en su camino por el desierto,
es decir, al don del agua en Merib, en un marco de dificultad y prueba.
3. Sin embargo, por otra parte, adems del don divino, el salmista introduce
otro elemento significativo. La religin bblica no es un monlogo solitario
de Dios, una accin suya destinada a permanecer estril. Al contrario, es un
dilogo, una palabra a la que sigue una respuesta, un gesto de amor que
exige adhesin. Por eso, se reserva gran espacio a las invitaciones que Dios
dirige a Israel.
El Seor lo invita ante todo a la observancia fiel del primer mandamiento,
base de todo el Declogo, es decir, la fe en el nico Seor y Salvador, y la
renuncia a los dolos (cf. Ex 20, 3-5). En el discurso del sacerdote en
nombre de Dios se repite el verbo "escuchar", frecuente en el libro del
Deuteronomio, que expresa la adhesin obediente a la Ley del Sina y es
signo de la respuesta de Israel al don de la libertad. Efectivamente, en
nuestro salmo se repite: "Escucha, pueblo mo. (...) Ojal me escuchases,
Israel (...). Pero mi pueblo no escuch mi voz, Israel no quiso obedecer. (...)
Ojal me escuchase mi pueblo" (Sal 80, 9. 12. 14).
Slo con su fidelidad en la escucha y en la obediencia el pueblo puede
recibir plenamente los dones del Seor. Por desgracia, Dios debe constatar
con amargura las numerosas infidelidades de Israel. El camino por el
desierto, al que alude el salmo, est salpicado de estos actos de rebelin e
idolatra, que alcanzarn su culmen en la fabricacin del becerro de oro (cf.
Ex 32, 1-14).
4. La ltima parte del salmo (cf. vv. 14-17) tiene un tono melanclico. En
efecto, Dios expresa all un deseo que an no se ha cumplido: "Ojal me
escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino" (v. 14).
Con todo, esta melancola se inspira en el amor y va unida a un deseo de
colmar de bienes al pueblo elegido. Si Israel caminase por las sendas del
Seor, l podra darle inmediatamente la victoria sobre sus enemigos (cf. v.
15), y alimentarlo "con flor de harina" y saciarlo "con miel silvestre" (v.
17). Sera un alegre banquete de pan fresqusimo, acompaado de miel que
parece destilar de las rocas de la tierra prometida, representando la
prosperidad y el bienestar pleno, como a menudo se repite en la Biblia (cf.
Dt 6, 3; 11, 9; 26, 9. 15; 27, 3; 31, 20). Evidentemente, al abrir esta
perspectiva maravillosa, el Seor quiere obtener la conversin de su pueblo,
una respuesta de amor sincero y efectivo a su amor tan generoso.
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Mircoles 17 de abril de 2002
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Mircoles 3 de abril de 2002
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Mircoles 20 de marzo de 2002
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figura de Ana: "la mujer estril da a luz siete hijos, mientras la madre de
muchos queda balda" (1 S 2, 5). Dios, que cambia radicalmente la situacin
de las personas, es tambin el seor de la vida y de la muerte. El seno estril
de Ana era como una tumba; a pesar de ello, Dios pudo hacer que en l
brotara la vida, porque "l tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el
soplo de toda carne de hombre" (Jb 12, 10). En esta lnea, se canta
inmediatamente despus: "El Seor da la muerte y la vida, hunde en el
abismo y levanta" (1 S 2, 6).
La esperanza ya no atae slo a la vida del nio que nace, sino tambin a la
que Dios puede hacer brotar despus de la muerte. As se abre un horizonte
casi "pascual" de resurreccin. Isaas cantar: "Revivirn tus muertos, tus
cadveres resurgirn, despertarn y darn gritos de jbilo los moradores del
polvo; porque roco luminoso es tu roco y la tierra echar de su seno las
sombras" (Is 26, 19).
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Mircoles 13 de marzo de 2002
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camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba rastro
de tus huellas" (v. 20). Y el pensamiento se dirige a Cristo que camina sobre
las aguas, smbolo elocuente de su victoria sobre el mal (cf. Jn 6, 16-20).
Al final, recordando que Dios gui "como un rebao" a su pueblo "por la
mano de Moiss y de Aarn" (Sal 76, 21), el Salmo lleva implcitamente a
una certeza: Dios volver a conducir hacia la salvacin. Su mano poderosa
e invisible estar con nosotros a travs de la mano visible de los pastores y
de los guas que l ha constituido. El Salmo, que se abre con un grito de
dolor, suscita al final sentimientos de fe y esperanza en el gran Pastor de
nuestras almas (cf. Hb 13, 20; 1 P 2, 25).
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Mircoles 6 de marzo de 2002
confines de la tierra y de los mares lejanos; (...) afianza los montes con su
fuerza (...); reprime el estruendo del mar, el estruendo de las olas (...); los
habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante sus signos", desde
oriente hasta occidente (vv. 6-9).
3. Dentro de esta celebracin de Dios creador encontramos un
acontecimiento que quisiramos subrayar: el Seor logra dominar y acallar
incluso el estruendo de las aguas del mar, que en la Biblia son el smbolo
del caos, opuesto al orden de la creacin (cf. Jb 38, 8-11). Se trata de un
modo de exaltar la victoria divina no slo sobre la nada, sino tambin sobre
el mal: por ese motivo al "estruendo del mar" y al "estruendo de las olas" se
asocia tambin "el tumulto de los pueblos" (cf. Sal 64, 8), es decir, la
rebelin de los soberbios.
San Agustn comenta acertadamente: "El mar es figura del mundo
presente: amargo por su salinidad, agitado por tempestades, donde los
hombres, con su avidez perversa y desordenada, son como peces que se
devoran los unos a los otros. Mirad este mar malvado, este mar amargo,
cruel con sus olas... No nos comportemos as, hermanos, porque el Seor es
la esperanza de todos los confines de la tierra" (Expositio in Psalmos II,
Roma 1990, p. 475).
La conclusin que el Salmo nos sugiere es fcil: el Dios que elimina el caos
y el mal del mundo y de la historia puede vencer y perdonar la maldad y el
pecado que el orante lleva dentro de s y presenta en el templo, con la
certeza de la purificacin divina.
4. En este punto entran en escena las dems aguas: las de la vida y de la
fecundidad, que en primavera riegan la tierra e idealmente representan la
vida nueva del fiel perdonado. Los versculos finales del Salmo (cf. Sal 64,
10-14), como decamos, son de gran belleza y significado. Dios colma la
sed de la tierra agrietada por la aridez y el hielo invernal, regndola con la
lluvia. El Seor es como un agricultor (cf. Jn 15, 1), que hace crecer el
grano y hace brotar la hierba con su trabajo. Prepara el terreno, riega los
surcos, iguala los terrones, ablanda todo su campo con el agua.
El Salmista usa diez verbos para describir esta accin amorosa del Creador
con respecto a la tierra, que se transfigura en una especie de criatura viva.
En efecto, todo "grita y canta de alegra" (cf. Sal 64, 14). A este propsito
son sugestivos tambin los tres verbos vinculados al smbolo del
vestido: "las colinas se orlan de alegra; las praderas se cubren de
rebaos, y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan" (vv. 1314). Es la imagen de una pradera salpicada con la blancura de las ovejas; las
colinas se orlan tal vez con las vias, signo de jbilo por su producto, el
vino, que "alegra el corazn del hombre" (Sal 103, 15); los valles se visten
con el manto dorado de las mieses. El versculo 12 evoca tambin la corona,
que podra inducir a pensar en las guirnaldas de los banquetes festivos,
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