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Conversacion en El Golf-2

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Conversacin en el Golf

Ortega y Gasset (1925, El Espectador)

En este medioda radiante de febrero, unos amigos, damas y varones, me extraen de mis
ocupaciones habituales y me llevan al golf. Se trata de almorzar all, bajo el influjo
solar, entre las encinas, frente a la bruma azulada de la sierra.
Preocupa a la afectuosidad de estos amigos la escasa higiene de mi vida. A ellos, que
viven casi todo el da al aire libre, ocupados en maravillosos ritos musculares, les
angustia la idea de que yo pase la jornada encerrado en una habitacin, sumergido en la
niebla mgica del cigarro y sin ms comunicacin con la campia que la sutil y
metafrica existente entre las hojas de los libros y las hojas de los rboles. Yo me dejo
arrebatar con la deleitable inercia del cenobita que es sorprendido por un tropel
transente de ninfas y centauros. Siempre me ha complacido filtrarme un momento en
otros universos, con tal de poder luego, por el mismo poro, reintegrarme a mi mundo
natural. Y as, mientras el automvil ejercita su muelle mecnica y las casas huyen
vertiginosamente, como arrebatadas por un urgente destino contrario al nuestro, yo me
preparo a acoger en m, una vez ms, esta sobria delicia que es un almuerzo en el golf.
Ya me parece ver que surge del follaje, sbitamente, el fauno con jersey, tras del cual la
ninfa bruna agita su melena al viento mientras ajusta su falda precisa. No lejos emerge
el coboldo asalariado, arrastrando un vago carcaj, ltima manifestacin del viejo
smbolo ertico, donde las flechas venusinas han sido suplantadas por los palos de
juego. El bosque vibra bajo las rfagas serranas, y en los troncos de los pinos la resina
se volatiliza, impregnando el paisaje.
No hay duda; ste es un lugar encantado, sito en una dimensin extrarreal, donde se
conserva un extracto de todo lo mejor e imposible: un poco de Paraso injerto en un
poco de Olimpo. La aparicin, en efecto, de la pareja de jugadores en un claro de la
espesura guarda siempre una certera alusin a la imagen de Adn y Eva, antes del
pecado, aunque ya prximos a l. Otras veces es sola Diana, que ciega rpida el ngulo
visual, persiguiendo no se sabe qu insustituible pieza. De ella nos queda en el recuerdo
un tobillo elstico que empuja bajo s la tierra y la hace girar del revs. Todo esto flota
indeciso entre ensueo y realidad, sostenido sobre la existencia efectiva por mgicas
fuerzas de inverosimilitud. Tena razn el attach a la Embajada inglesa que,
apoyando indolentemente su impertinencia en toda la flota britnica, dijo el otro da:
Ha sido realmente una buena idea construir a Madrid junto al golf.
En el verandah del chalet est servida la mesa. Yo me encuentro sentado entre dos
ninfas mayores y enfrente de un fauno, amable entre todos los faunos. Pronto advierto
que pertenezco a una especie zoolgica evidentemente distinta, menos grcil, menos
afn con el paisaje, menos saludable. Estos seres son criaturas de la luz y del viento, casi
exentas de gravitacin, hechas para deslizarse sobre el planeta sin intervenir en sus
faenas oscuras. El sol busca la menuda oreja de la ninfa a mi siniestra y la traspasa

voluptuoso, dejndola transparente. El enorme disco triunfa prodigiosamente y derrama


su lujo fantstico con tal seguridad y abundancia, que se advierte en l la conviccin de
su inagotabilidad. Bajo sus rayos, todo se transmuta en oro, especialmente la tortilla que
acaban de servir, tan autnticamente orificada que, al comerla, el apetito se vuelve casi
avaricia.
-Qu bonito es el sol! dice una de las ninfas, con el delicioso gesto con que podra
mostrar una joya familiar, legado de las ms viejas herencias.
-Yo no comprendo cmo puede usted vivir sin tomar el sol- me dice la otra.
-Es que yo no vivo, seora le respondo.
-Pues qu hace usted?
-Asisto a la vida de los dems.
-Pero eso es un martirio, verdad amigo mo? insina la ninfa ms sensible, rubia,
rubia como una cuerda de violn y, como ella, capaz de estremecimientos.
-No hay duda; el asistir a la vida de los dems es el martirio. Mrtir quiere decir testigo.
Yo atestiguo que usted existe, que es usted ahora, prisionera de los rayos solares, casi un
mito perfecto; que el cuello de leopardo en que culmina su abrigo es autntico, hasta el
punto que siento no haber trado el arco y las flechas, ya que ganas de cazar a nadie le
faltan, seora, por muy mrtir que sea...
Testigo soy, un testigo de la gran maravilla que es el mundo y los seres en el mundo. Y
no es misin despreciable, ninfa amiga! Si no existe alguien que atestige la existencia
de las dems cosas, sta sera como nula. Vea usted: en este instante, las gentes que nos
rodean, los comensales de estas mesas limtrofes, los jerseys que entran y salen, que se
juntan y se disocian rpidamente es esta galera, bajo el sol, se hallan ocupados sin resto
en vivir cada cual su vida. Nadie advierte que en el batiente de la sombra emanada de
esta pilastra acaba de ingresar el gentil rostro de usted; la radiacin en torno no permite
distinguir bien sus facciones oscurecidas; hija del sol, como pueda serlo una inca pura
sangre, acaba usted de naufragar y hundirse en el elemento sombro. Y como restos de
la catstrofe, la fluida tiniebla arroja hasta nosotros slo tres notas, que son una misma
repetida: el blanco de las perlas que lleva usted en el cuello, el blanco de sus dientes y el
blanco de sus ojos. Esta triple pulsacin de candidez, subrayndose mutuamente,
elabora en ste instante un ritmo pursimo, completamente superfluo; pero, sin duda, lo
ms valioso que en este rincn del planeta est ahora acaeciendo. Si yo fuese prisionero
de mi propia vida, no lo habra notado. Pero he cumplido mi alta misin de testigo, y
esta realidad, tan graciosa como fugaz, queda para siempre salvada. Todos
conservaremos un recuerdo inmortal de su naufragio en la sombra! Homero deca que
los hroes combaten y mueren no ms que para dar motivo a que luego el poeta los
cante. Parejamente, yo dira que usted existe, seora, gracias a que yo doy testimonio de
su existencia. Por otra parte, este vino, donde se ha cado un pedazo de sol, es excelente.
-Veo que es usted un mrtir agresivo y galante, con algunas condiciones para la
elocuencia. Casi me arrepiento de haber sentido hace un minuto cierta tristeza pensando
en su vida sin sol.

-Bromas a un lado, Alicia; yo confesar a usted que hasta ayer no he sabido por qu
renunciaba a buscar el sol. Desde ayer s que lo hago para acostumbrarme a su
desaparicin.
-Cmo a su desaparicin?
-Ayer me han hablado de un admirable trabajo que un fsico ingls, el doctor Jeans,
acaba de publicar, demostrando una nueva hiptesis sobre el origen de los sistemas
solares. Segn ella, es un error la idea de Laplace, que imagina cada sistema solar como
una pacfica nebulosa, poco a poco solidificada, de que se desprenden los planetas.
Jeans cree que todo sistema solar nace del choque gigantesco entre dos enormes cuerpos
siderales. Resultado de la colisin, arranca uno de otro cierto filamento o vrgula
incandescente que se pone a girar sola en el espacio. Esta vrgula se segmenta luego, y
sus trozos son el sol y los planetas. Ahora bien, esos choques entre estrellas se producen
inexorablemente cada dos billones de aos. Nos falta, pues, mucho para que vuelva a
efectuarse el choque contra nuestro sistema solar, y el golf de Madrid desaparezca.
Entonces todo ser tiniebla, y yo, precavido, me habito a ello con alguna anticipacin.
-Pero Cunto falta para ese choque? pregunta alguien.
-Exactamente un billn cien mil aos
Entre tanta han llegado a nosotros jugadores de ambos sexos. Todos se tutean, segn el
privilegio olmpico. Hablan de los partidos de la tarde que van a comenzar. Se advierte
que en esta latitud, en este universo mgico que es el golf, la operacin de empujar con
un palo una pelota adquiere un rango supremo, y basta para dar sentido a la existencia.
Entonces fue cuando el fauno benvolo que se hallaba frontero, lleno de simpata hacia
m, me hizo la esencial proposicin:
-Usted deba hacerse socio del club y jugar todos los das un partido.
-No, amigo mo; yo no puedo ser socio de este club ni jugar al golf. Semejante desliz
me acarreara castigos milenarios.
-Eso implica una grave acusacin contra nosotros repuso el fauno ejemplar.
-En modo alguno. Si usted no jugase al golf incurrira en el mismo pecado que si yo
jugase. Ambos habramos sido indciles a nuestro dharma.
-Bien por el dharma! dijo la ninfa agudsima, apoyando luego el rub de sus labios
en el gran rub del vaso donde el sol se dilua en borgoa. Detrs de ese dharma
sospecho toda una teora. Venga al punto, ahora mejor que despus! Con los
entremeses llegaron las ancdotas, con la entre se aventur usted a galantearme,
ahora se presenta el asado, lo fundamental; venga, pues, la teora. No me negarn
ustedes que la comida es perfecta!
-Tanto como una teora no es, Alicia incalculable; se trata no ms que de una sospecha y
un modo de sentir que tiene treinta siglos de existencia. En ella est resumida la

vetustsima sabidura de todo el continente asitico, su experiencia gigante del mundo y


de la vida.
-Ha dicho usted Asia? interrumpi la ninfa audaz. Yo me perezco por Asia entera; mi
entusiasmo es continental. En Biarritz suelo leer a Confucio, y mi corazn vacila
siempre entre Buda y Gengis-Khan.
-Prescindamos un momento de su corazn, Alicia, objeto tan maravilloso nos llevara
demasiado lejos, arrastrados por su genial oscilacin. Con la idea del dharma yo
quera tan slo insinuar que es un error considerar la moral como un sistema de
prohibiciones y deberes genricos, el mismo para todos los individuos. Eso es una
abstraccin. Son muy pocas, si hay algunas, las acciones que estn absolutamente mal o
absolutamente bien. La vida es tan rica en situaciones diferentes, que no cabe encerrarla
dentro de un nico perfil moral. En la Paradoja del comediante sugiere
paradjicamente Diderot que la moral consiste, ms bien, en una serie de inmoralidades
profesionales. El obispo vende sus bulas y hace muy bien. El comerciante engaa al
parroquiano, y hace tambin perfectamente. La inmoralidad comenzara cuando el
comerciante vendiese bulas y el obispo se corriese en el peso. Esta broma de Diderot
oculta bajo su exceso una gran verdad. Noten ustedes que a cada profesin le parecen
inmorales los usos de la vecina. Al intelectual, por ejemplo, le parece inmoral el
poltico, porque sus palabras son inexactas, insinceras y contradictorias. El intelectual
tiene su misin enunciativa, verbal: cuando ha escrito o pronunciado palabras que
expresan algo con precisin, con gracia y con lgica, ha hecho cuanto tena que hacer;
la realizacin no le interesa. En cambio, el poltico aspira nicamente a realizar sus
pensamientos, no a decirlos. Es, pues, su obligacin no decir lo que piensa, no dar al
viento su intimidad; su mandamiento no es lrico. La mentira, dentro, al menos, de
ciertos largos lmites, es para l un deber. La misma discrepancia existe entre las clases
sociales. Para una mujer de la pequea burguesa, son ustedes, las damas elegantes, una
representacin del demonio. La petite bourgeoise cree que la mujer ha venido al
mundo para estarse en casa y no fumar. Tiene una moral hecha casi por entero de
prohibiciones, y su gran virtud, consiste principalmente, en lo que no hace. Y as ha
acontecido siempre. Entre las tumbas de la vieja Roma republicana se conservan
muchas donde, bajo un nombre femenino, estn escritos estos vocablos de alabanza:
Domiseda, lanifica: Ha vivido sentada en su casa y ha hilado.
-No me saba tan escasamente romana! interrumpi la ninfa del naufragio. Porque, en
efecto, reducir a eso la vida es para m el colmo de la inmoralidad.
-Claro est! La misin csmica de usted es rigurosamente contraria. Siente usted dentro
de s, con idntica religiosidad, un mandamiento de inquietud, de ensayo y creacin.
Tampoco yo puedo tener simpata por la norma vital del burgus, que piensa obrar bien
cuando se limita a cuidar su pequeo negocio, conservar la paz de su espritu, regir toda
ampliacin de sus ideas, repetir hoy lo de ayer en torno a la camilla y
Voir autour de soi crotre dans la maison
sous les paisibles lois dune agrable mre
de petits citoyens dont on crot tre pre

-Ahora si que francamente inmoraliza usted, amigo mo.


-No; yo no pretendo que el burgus abandone su moral; slo pedira que me deje a m la
ma. Esta coexistencia de mandamientos diverssimos es la que expresa el hinduismo
con el dharma. Dentro de la religin hind caben todas las creencias, todas las doctrinas;
el hinduismo no es dogmtico. Slo hay una cosa cuya aceptacin exige: el
cumplimiento de los deberes rituales. Cada casta tiene un repertorio de acciones
permitidas y obligadas, un dharma, a que es forzoso ajustarse, porque constituye la
ley ltima del universo. Cada individuo puede llegar a la perfeccin dentro de su
dharma, y no puede llegar a ella por ningn otro camino. El brahmn tiene su moral
de meditacin y ascetismo, como el ksatriya o guerrero tiene la suya de fiereza y
combate. Los dioses mismos estn sometidos a un rigoroso rgimen, tienen que portarse
como dioses. Lo ilcito es cometer la trasgresin de un dharma y pasarse al ajeno,
como no sea por va de sacrificio. El acto indebido acarrea inexorablemente la
reencarnacin en una especie inferior. No se diga que no es sta una moral religiosa.
Desde el comienzo de los tiempos, como realidad ltima del universo, como lo nico
que da a ste consistencia indestructible, se hallan prescritos los deberes rituales de cada
tipo humano. El dios Brahma ense la gigantesca lista de normas vitales a los dems
dioses, y la expuso en cien mil captulos, segn se nos refiere en el Mahabarata. En vez
de instaurar un solo perfil de correccin moral, anulando la riqueza del cosmos, el hind
respeta y acepta la maravillosa pluralidad del mundo, y en principio, como indica
Weber, admite una moral para el ladrn y la prostituta. En cambio, no permite el menor
desliz dentro de cada estatuto moral. Uno de los hombres ms santos, el rey Vipashcit,
fue condenado a graves castigos infernales porque se olvid de dormir con una de sus
mujeres cierta noche en que se hubiera logrado concepcin. No hay escape posible. El
viejo poema lo dice bellamente: Como entre mil vacas el ternero encuentra a su madre,
as el pecado cometido una vez persigue eternamente a su autor. Pues bien, amigo mo:
el dharma de usted es jugar al golf, como el mo es un dharma de escritura y
conversacin. Cuando le veo a usted en su aspecto saludable y juvenil, vestido sin falla,
cimbrear el palo de golf, me parece usted un ser perfecto, que honra y decora el
Universo. Pero si yo me viera con el mismo atuendo y en idntica postura, me parecera
a m mismo una objecin contra el buen orden del cosmos.
-Es usted un doctrinario exclam entonces el fauno que acababa de recibir mis
alabanzas.
-Yo crea ser todo lo contrario. No significa la idea del dharma un sublime empirismo
de la moral? Lo que yo sostengo es que no hay acto alguno indiferente, y lo que es
bueno en un hombre es malo en otro. Tal vez fuera mejor contrarrestar el patetismo
contemporneo en que suele embotarse toda discusin sobre tica por la ms elegante
tibieza con que los antiguos en lugar de lo moral -palabra tremenda- solan decir lo
decente, quod decet, lo que va bien, lo correcto. Pues bien: yo creo que no slo cada
oficio, sino cada individuo, tiene su decencia intransferible y personal, su repertorio
ideal de acciones y gestos debidos.
Pero fue intil Mis amigos haban desaparecido. Mis palabras haban disuelto el
grupo afectuoso? No tanto. La razn de su fuga era otra. El golf es inexorable, como la
mecnica celeste, y a cierta hora los partidos se forman con ejemplar puntualidad. Ni la
amistad ni el entusiasmo bastan para retener a los jugadores. La galera se haba

quedado solitaria. nicamente Alicia, con su corazn de mximas oscilaciones, segua a


mi lado.
-Ah, ninfa sublime! Lo que ahora hace usted es ms sublime que todo. En vez de irse a
jugar prefiere usted mi compaa; es decir, sacrifica usted su dharma deportivo a mi
dharma de conversacin.
-S, sabe usted? Ayer, al bajar del automvil, me hice dao en un tobillo y no puedo
andar por el campo.
-Ah, vamos!

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