Conversacion en El Golf-2
Conversacion en El Golf-2
Conversacion en El Golf-2
En este medioda radiante de febrero, unos amigos, damas y varones, me extraen de mis
ocupaciones habituales y me llevan al golf. Se trata de almorzar all, bajo el influjo
solar, entre las encinas, frente a la bruma azulada de la sierra.
Preocupa a la afectuosidad de estos amigos la escasa higiene de mi vida. A ellos, que
viven casi todo el da al aire libre, ocupados en maravillosos ritos musculares, les
angustia la idea de que yo pase la jornada encerrado en una habitacin, sumergido en la
niebla mgica del cigarro y sin ms comunicacin con la campia que la sutil y
metafrica existente entre las hojas de los libros y las hojas de los rboles. Yo me dejo
arrebatar con la deleitable inercia del cenobita que es sorprendido por un tropel
transente de ninfas y centauros. Siempre me ha complacido filtrarme un momento en
otros universos, con tal de poder luego, por el mismo poro, reintegrarme a mi mundo
natural. Y as, mientras el automvil ejercita su muelle mecnica y las casas huyen
vertiginosamente, como arrebatadas por un urgente destino contrario al nuestro, yo me
preparo a acoger en m, una vez ms, esta sobria delicia que es un almuerzo en el golf.
Ya me parece ver que surge del follaje, sbitamente, el fauno con jersey, tras del cual la
ninfa bruna agita su melena al viento mientras ajusta su falda precisa. No lejos emerge
el coboldo asalariado, arrastrando un vago carcaj, ltima manifestacin del viejo
smbolo ertico, donde las flechas venusinas han sido suplantadas por los palos de
juego. El bosque vibra bajo las rfagas serranas, y en los troncos de los pinos la resina
se volatiliza, impregnando el paisaje.
No hay duda; ste es un lugar encantado, sito en una dimensin extrarreal, donde se
conserva un extracto de todo lo mejor e imposible: un poco de Paraso injerto en un
poco de Olimpo. La aparicin, en efecto, de la pareja de jugadores en un claro de la
espesura guarda siempre una certera alusin a la imagen de Adn y Eva, antes del
pecado, aunque ya prximos a l. Otras veces es sola Diana, que ciega rpida el ngulo
visual, persiguiendo no se sabe qu insustituible pieza. De ella nos queda en el recuerdo
un tobillo elstico que empuja bajo s la tierra y la hace girar del revs. Todo esto flota
indeciso entre ensueo y realidad, sostenido sobre la existencia efectiva por mgicas
fuerzas de inverosimilitud. Tena razn el attach a la Embajada inglesa que,
apoyando indolentemente su impertinencia en toda la flota britnica, dijo el otro da:
Ha sido realmente una buena idea construir a Madrid junto al golf.
En el verandah del chalet est servida la mesa. Yo me encuentro sentado entre dos
ninfas mayores y enfrente de un fauno, amable entre todos los faunos. Pronto advierto
que pertenezco a una especie zoolgica evidentemente distinta, menos grcil, menos
afn con el paisaje, menos saludable. Estos seres son criaturas de la luz y del viento, casi
exentas de gravitacin, hechas para deslizarse sobre el planeta sin intervenir en sus
faenas oscuras. El sol busca la menuda oreja de la ninfa a mi siniestra y la traspasa
-Bromas a un lado, Alicia; yo confesar a usted que hasta ayer no he sabido por qu
renunciaba a buscar el sol. Desde ayer s que lo hago para acostumbrarme a su
desaparicin.
-Cmo a su desaparicin?
-Ayer me han hablado de un admirable trabajo que un fsico ingls, el doctor Jeans,
acaba de publicar, demostrando una nueva hiptesis sobre el origen de los sistemas
solares. Segn ella, es un error la idea de Laplace, que imagina cada sistema solar como
una pacfica nebulosa, poco a poco solidificada, de que se desprenden los planetas.
Jeans cree que todo sistema solar nace del choque gigantesco entre dos enormes cuerpos
siderales. Resultado de la colisin, arranca uno de otro cierto filamento o vrgula
incandescente que se pone a girar sola en el espacio. Esta vrgula se segmenta luego, y
sus trozos son el sol y los planetas. Ahora bien, esos choques entre estrellas se producen
inexorablemente cada dos billones de aos. Nos falta, pues, mucho para que vuelva a
efectuarse el choque contra nuestro sistema solar, y el golf de Madrid desaparezca.
Entonces todo ser tiniebla, y yo, precavido, me habito a ello con alguna anticipacin.
-Pero Cunto falta para ese choque? pregunta alguien.
-Exactamente un billn cien mil aos
Entre tanta han llegado a nosotros jugadores de ambos sexos. Todos se tutean, segn el
privilegio olmpico. Hablan de los partidos de la tarde que van a comenzar. Se advierte
que en esta latitud, en este universo mgico que es el golf, la operacin de empujar con
un palo una pelota adquiere un rango supremo, y basta para dar sentido a la existencia.
Entonces fue cuando el fauno benvolo que se hallaba frontero, lleno de simpata hacia
m, me hizo la esencial proposicin:
-Usted deba hacerse socio del club y jugar todos los das un partido.
-No, amigo mo; yo no puedo ser socio de este club ni jugar al golf. Semejante desliz
me acarreara castigos milenarios.
-Eso implica una grave acusacin contra nosotros repuso el fauno ejemplar.
-En modo alguno. Si usted no jugase al golf incurrira en el mismo pecado que si yo
jugase. Ambos habramos sido indciles a nuestro dharma.
-Bien por el dharma! dijo la ninfa agudsima, apoyando luego el rub de sus labios
en el gran rub del vaso donde el sol se dilua en borgoa. Detrs de ese dharma
sospecho toda una teora. Venga al punto, ahora mejor que despus! Con los
entremeses llegaron las ancdotas, con la entre se aventur usted a galantearme,
ahora se presenta el asado, lo fundamental; venga, pues, la teora. No me negarn
ustedes que la comida es perfecta!
-Tanto como una teora no es, Alicia incalculable; se trata no ms que de una sospecha y
un modo de sentir que tiene treinta siglos de existencia. En ella est resumida la