Simmel, G., Filosofia Del Dinero
Simmel, G., Filosofia Del Dinero
Simmel, G., Filosofia Del Dinero
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FILOSOFIA
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Ttulo original:
PHILOSOPHE DES GELDES
Sechste Auflage
Georg Simmel
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CAPITULO I
VALOR Y DINERO
I
El orden de las cosas, en el que stas se sitan como reali
dades naturales, descansa sobre el presupuesto de que toda la
diversidad de sus atributos se concentra en una unidad de la
esencia: la igualdad ante la ley natural, las cantidades constan
tes de materia y energa, la fungibilidad de las manifestaciones
ms diversas nivelan las diferencias que aparecen en la primera
impresin, reducindolas a un parentesco e igualdad generales.
Una observacin ms detallada, muestra que este concepto slo
significa que los productos del mecanismo natural, como ta
les, se hallan ms all de la cuestin del derecho: su concre
cin innegable no da lugar a ninguna prueba que pudiera
confirmar su ser o su parecer, o dudar de ellos. Sin embargo,
nosotros no nos damos por satisfechos con esta necesidad indi
ferente que caracteriza al cuadro cientfico-natural de las cosas,
sino que, sin preocuparnos del lugar que ocupan en tal orden,
aadimos a su imagen interna otra en la que la igualdad gene
ral aparece completamente quebrada, en la que la suprema exal
tacin de un aspecto coincide con la reduccin definitiva de
otro y cuya esencia ms profunda no es la igualdad, sino la dife
rencia: esto es, la ordenacin segn valores. Que los objetos,
los pensamientos y los acontecimientos sean valiosos no se podr
deducir nunca de su existencia y contenidos naturales; su orden,
si establecido de acuerdo con los valores, se distancia enorme
mente del natural. Son infinitas las veces que la naturaleza ha
destruido aquello que, desde el punto de vista de su valor, po
dra aspirar a una mayor duracin y ha conservado lo que
carece de valor, incluso aquello que consume a lo valioso el
mbito de existencia. Con esto no se postula un enfrentamiento
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haba demostrado que los contenidos que, por un lado, se realizan en el mundo objetivo, por otro, viven en nosotros como
representaciones subjetivas y, al margen de ellas, poseen una
dignidad ideal peculiar. El concepto del tringulo o el del or
ganismo, de la causalidad o de la ley de la gravedad, tienen
un sentido lgico y una validez de estructura interna/ por me
dio de las cuales determinan su realizacin en el espacio y en
la conciencia, pero que aunque nunca llegue a producirse
esta situacin se someten a las categoras ltimas de lo vlido
o lo significativo y se distinguen, sin duda alguna, de las cons
trucciones conceptuales fantsticas o contradictorias, frente a
las que son indiferentes en materia de irrealidad fsica o ps. quica. De modo similar a estas modificaciones, condicionadas
por la transformacin de su mbito, acta el valor que se adhiere
a los objetos del deseo subjetivo. As como calificamos de ver
daderas determinadas proposiciones, en la seguridad de que
su verdad es independiente del hecho de que sean pensadas, del
mismo modo, al hallarnos frente a ciertas cosas, personas o
acontecimientos, suponemos que no solamente nosotros las expe
rimentamos como valiosos, sino que seran valiosos, aun cuando
nadie los apreciara. El ejemplo ms sencillo es el valar que
atribuimos al sentimiento de los seres humanos, a lo moral,
elegante, poderoso y bello. Que estas cualidades interiores se
manifiesten o no en hechos, que permitan u obliguen el recono
cimiento de su valor e, incluso, que su mismo agente, provisto
del sentimiento de este valor peculiar, reflexione sobre ellas,
se nos antoja indiferente en lo relativo a los propios valores;
es ms, esta indiferencia frente al reconocimiento y la con
ciencia constituye, precisamente, la manifestacin caracterstica
de tales valores. Por todo esto, a pesar de la energa intelectual y
del hecho de que es ella la que eleva a la luz de la conciencia
las fuerzas y leyes ms secretas de la naturaleza, a pesar de que
el poder y el latido de los sentimientos en el angosto espacio
del alma individual son infinitamente superiores a todo el
mundo exterior, aun siendo correcta la afirmacin pesimista
de la preponderancia del sufrimiento, a pesar de que, ms all
de los seres humanos, la naturaleza slo se mueve con la reg
laxidad de leyes fijas, a pesar de que la multiplicidad de sus
manifestaciones cede el lugar a una profunda unidad de la
totalidad, a pesar de que su mecanismo no elude la interpreta
cin segn las ideas ni tampoco se niega a producir gracia y
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cosas a las que tambin pertenece nuestra propia esen ciaconstituyen una mezcla unitaria objetiva que se dispersa en una
multiplicidad de rdenes y motivos autnomos al introducirse
en ella nuestro inters y nuestra capacidad de transformacin.
As, tambin, cada ciencia investiga manifestaciones que nica
mente poseen una unidad cerrada y una delimitacin neta frente
a los problemas de las otras ciencias, gracias al punto de vista
aplicado por ella, mientras que la realidad no se preocupa por
estas demarcaciones, pues que cada partcula del mundo repre
senta en s un conjunto de tareas para las ciencias ms diversas.
Del mismo modo, nuestra prctica recorta y extrae rdenes unila
terales de la complejidad interna o externa de las cosas, consi
guiendo, as, crear los grandes sistemas de inters de la cultura.
Lo mismo sucede con las ocupaciones del sentimiento. Lo que
llamamos sentimientos religiosos o sociales o cuando decimos
que nuestro estado de nimo es melanclico o alegre, tratamos
siempre de abstracciones obtenidas de la totalidad de lo real,
que nos llenan como los objetos de nuestros sentimientos, ya
sea porque nuestra capacidad de reaccin nicamente acta
frente a aquellas impresiones que corresponden a uno u otro
concepto comn de inters, ya sea porque aquella provee a cada
objeto con un matiz cuya justificacin propia se entrelaza en
W W t^lidM ^o~l^justificaciones de otrs matices "p'aa^formar
una unidad objetiva inseparable. Esta es, pues, una de las formas
en que se puede entender la relacin del hombre con el mundo:
de la unidad absoluta y el entrelazamiento de las cosas, en el
que lo uno explica lo otro y todo se justifica del mismo modo,
nuestra prctica, al igual que nuestra teora, abstrae incesantemente elementos singulares a fin de unificarlos en unidades y
totalidades relativas. Sin embargo, y con excepcin de los senti
mientos ms generales, carecemos de toda relacin con la totali
dad del ser: solamente cuando a partir de las necesidades de
nuestro pensamiento y nuestra accin vamos obteniendo con
tinuas abstracciones de los fenmenos y proveemos a stos
con la autonoma relativa de una mera conexin interna que
niega la continuidad del movimiento del mundo al ser objetivo
de aqullas, solamente entonces obtenemos una relacin con el
mundo determinada en su peculiaridad. As, el sistema eco
nmico est fundamentado, en efecto, en una abstraccin, en
la relacin recproca del intercambio, en el equilibrio entre el
sacrificio y el beneficio, en tanto que en su proceso real, en el
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nita que nuestra vida tiene que agradecer a esta forma funda
mentaL El anhelo de reducir al mximo el sacrificio y la dolorosa sensacin que ste produce, nos hacen creer que solamente
su desaparicin absoluta elevara la vida a una extraordinaria
altura valorativa. Pero en este caso nos olvidamos de que el
sacrificio no es solamente una barrera exterior, sino tambin la
condicin interior de la meta misma y del camino hacia ella.
Dividimos la unidad misteriosa de nuestras relaciones prcticas
con las cosas en sacrificio y beneficio, impedimento y consecu
cin y, como quiera que la vida, en sus estadios diferenciados,
a menudo separa tambin a ambos temporalmente, tendemos
a olvidar que, si nos fuera dado alcanzar nuestra meta sin tener
que superar aquellos impedimentos, ya no sera la misma meta.
La resistencia que nuestra fuerza ha de superar concede a sta
la posibilidad de acreditarse como tal; los pecados, tras cuya
superacin el alma sube al cielo, aseguran a sta aquella alegra
celestial que no se promete a los que, desde el principio, fueron
justos; toda sntesis precisa al mismo tiempo del principio ana
ltico eficaz que ella misma niega (puesto que, sin l, no sera
sntesis de varios elementos, sino un uno absoluto) y, al mismo
tiempo, todo anlisis necesita de una sntesis, a la que pretende
superar (puesto que aquel requiere siempre una cierta interde
pendencia, sin la cual no pasara de ser mera falta de relacin:
la enemistad ms amarga supone una mayor conexin que la
simple indiferencia y la indiferencia mayor que la mera igno
rancia mutua). Dicho ms brevemente, la contraposicin obs
taculizante, cuya superacin es, precisamente, el sacrificio, sude
ser a menudo (quiz siempre, si se mira desde el punto de vista
de los procesos elementales) el presupuesto positivo de la misma
meta. El sacrificio no pertenece en absoluto a la categora de
lo que no-debiera-ser, como quieren hacernos creer la super
ficialidad y la codicia. El sacrificio no es solamente la condicin
de los valores aislados, sino, tambin, dentro de la economa con
la que nosotros tenemos que ver aqu, la condicin de todo
valor; no es solamente el precio que hay que pagar por valores
aislados que ya estn determinados, sino aquel precio por medio
del cual se producen estos valores.
El cambio se realiza, pues, en dos formas, que slo hemos de
mencionar en relacin con el valor del trabajo. En la medida en
que existe un deseo de ocio o de un mero juego interno de fuer
zas o de evitar un esfuerzo molesto en s, todo trabajo es, inne
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precisa de un absoluto desde un punto de vsta lgico, naturalmente no podremos prescindir del ltimo sin incurrir en con
tradiccin. La continuacin de nuestras observaciones, sin em
bargo, tratar de demostrar que no es necesario un absoluto
como suplemento conceptual de la relatividad de las cosas; esta
necesidad es, ms bien, una proyeccin de las circunstancias
empricas (donde, desde luego, se da una relacin entre ele
mentos, los cuales se encuentran, en y para s, ms all de
aqulla y, por lo tanto, son absolutos) en aquella que se en
cuentra en la base de todo lo emprico. Si admitimos que, en
alguna parte, nuestro conocimiento posee una norma absoluta,
una instancia ltima que se legitima por s misma, cuyo conte
nido, sin embargo, se mantiene en un flujo continuo debido al
progreso incesante de nuestro conocimiento y que todo lo que
se nos alcanza en un momento, remite a algo ms profundo y
ms adecuado a su tarea, todo ello no es escepticismo, sino lo
que se admite generalmente que todo acontecer natural obe
dece a leyes incondicionalmente y sin excepcin, que, stas, sin
embargo, en tanto que reconocidas, estn sometidas a correc
ciones continuas. y que los contenidos de estas leyes que ac
ceden hasta nosotros estn siempre condicionados histricamen
te y carecen del carcter absoluto de su concepto universal.
As como no podemos considerar los ltimos presupuestos de
un conocimiento terminado como condicionados, subjetivos o
relativos, s, en cambio, podemos y debemos hacerlo con cada
presupuesto aislado que se nos ofrece como la realizacin mo
mentnea de esta forma.
El hecho de que toda representacin solamente sea verdad
en relacin con otra, aun cuando el sistema ideal de conoci
miento que, para nosotros, reside en lo infinito, haya de con
tener una verdad separada de aquel condicionamiento, caracte
riza un relativismo de nuestro comportamiento que tambin se
aplica de modo anlogo en otras esferas. Si en las sociedades
humanas hubiera normas de la prctica, establecidas por un esp
ritu sobrehumano, stas seran el derecho absoluto y eterno. Tal
derecho habra de ser una causa sui jurdica, o sea, llevar en s
mismo su propia legitimacin, puesto que si la derivara de una
normatividad superior, sera sta y no aqul la que constituyera
el derecho absoluto, vigente en todas las circunstancias. De
hecho, sin embargo, no hay ninguna ley que aspire a la invariabilidad eterna, sino que cada una posee nicamente la vigencia
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CAPITULO II
EL VALOR SUBSTANCIAL
DEL DINERO
des de las partes. Si resulta posible, pues, considerar la medicin de los objetos en el dinero como un resultado de este esque
ma, se puede prescindir de la comparabilidad directa de ambos
y, con ello, tambin, de la exigencia lgica del carcter de valor
del mismo dinero, A fin de pasar de esta posibilidad lgica a la
realidad, presuponemos nicamente una relacin de medida gene
ral entre la cuanta de bienes y la cuanta de dinero, como la que
(a menudo ocultamente y repleta de excepciones) se da entre el
aumento de las existencias de dinero y la elevacin de los precios
y el aumento de existencias de bienes y el descenso de los precios.
En razn de eso, y haciendo la salvedad de posteriores determina
ciones, elaboramos los conceptos de una masa general de mer
cancas, una masa general de dinero y una relacin de dependen
cia m utua entre ellas.
Toda mercanca aislada es una parte de la masa general
de mercancas; si llamamos a sta a, aqulla ser 1/m a; el pre
cio que sta condiciona, por otro lado, es la parte correspon
diente de la m asa general de dinero, de form a que, si llamamos
a sta b, esta ltim a ser 1/m b, Si conocemos las cantidades
a y b, y tambin qu cantidad de valor vendible supone un cierto
objeto, sabremos, asimismo, su precio en dinero, y viceversa.
Por lo tanto, la cantidad concreta de dinero puede determinar o
_medir_el valor_del objeto, con completa independencia de si el
dinero y el objeto valioso poseen alguna igualdad cualitativa
y con independencia, tambin, de si el dinero en s es un valor
o no. En este sentido, conviene recordar siempre el carcter com
pletamente relativo de la medicin. Las cantidades absolutas,
entre las que se establecen equivalencias, se miden de una forma
completamente distinta a las cantidades que aqu se han men
cionado, Cuando se presupone que la suma general del dinero
bajo ciertas restricciones constituye el valor recproco de
la suma general de objetos de venta, ello no quiere decir que
haya de entenderse como una medicin del uno por el otro.
Lo que sita a ambos en una relacin de equivalencia es sola
mente la que tienen con el ser humano, que establece los valores,
y sus objetivos prcticos. Con qu fuerza se manifiesta la ten
dencia a entender el dinero en s y la mercanca en s, sin ms,
como m utuam ente correspondientes, se puede ver en un fenme
no como el siguiente, que se ha dado ms de una vez. Cuando
una tribu atrasada posee una unidad natural de cambio y, entra
en contacto con otra vecina, ms adelantada, que posee dinero
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pie entre todas las mercancas y todo el dinero, slo puede ser
pasajero, general y esquemtico. La exigencia de que la mercanca y su unidad de medida han de ser de la misma esencia, sera
correcta si hubiera que adscribir una sola mercanca a un solo
valor monetario. Sin embargo, a efectos del cambio y de la determinacin valorativa, tenemos que especificar la relacin mu
tua de varias (o de todas) las mercancas (o sea, el resultado
de la divisin de cada una entre todas las dems), para equipa
rarla con la cantidad de dinero, esto es, la parte correspondiente
de las existencias monetarias reales; y para ello precisamos de
alguna medida determinable numricamente. Si la mercanca
n est en una proporcin frente a la cantidad A de todas las
mercancas vendibles, igual a la de las unidades monetarias a,
frente a la cantidad B de todas las unidades dinerarias, el valor
econmico de n se expresa por medio de la frm ula a/B. El hecho
de que, muchas veces, no nos imaginemos que esto sea as se
debe a que tanto B como A se dan por supuestos ya que no
podemos percibir fcilmente sus cambios y, por ello, no se
hacen muy conscientes en su funcin como denominadores; lo
que realmente nos interesa, en los casos aislados, son los nme
ros n y a. De aqu podra originarse la idea de que n y a, en y
para s, se corresponden de modo inmediato y absoluto, para lo
que tendran que ser esencialmente iguales. Que aquel factor ge
neral que fundamenta toda la relacin caiga en olvido, o que
solamente acte de eco, pero no conscientemente, es un ejem
plo de uno de los rasgos ms radicales de la naturaleza humana.
La capacidad limitada de absorcin de nuestra conciencia y el
carcter ahorrativo y finalista de su empleo es causa de que, de
los infinitos aspectos y determinaciones de un objeto de inters,
solamente se considere realmente una pequea porcin. En conso
nancia con los diversos puntos de vista, de los que parte la elec
cin y ordenacin de los momentos conscientes, estos ltimos
se ordenan en na serie escalonada y sistemtica, la cual comien
za por el hecho de que, de una serie de manifestaciones, slo
se considere aquello que les es comn y de cada una de stas ni
camente penetre en la conciencia el fundamento que comparte con
las dems; el eslabn final y opuesto de la escala se da cuando,
en cada manifestacin, solamente accede a la conciencia aquello
que la distingue de los dems, lo absolutamente individual, en
tanto que lo general y fundamental desaparece por debajo de la
conciencia. Entre estos dos extremos, y en los escalonamientos
ms variados, se mueven los puntos en los cuales, como faceta
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favor de este reino de las ideas, del cual, sin embargo, irradiaba
algo hacia ella de modo que pudiera participar, aunque no fuera
ms que en la forma de meras sombras, del reino luminoso de
lo absoluto y de este modo ganara, por fin, una significacin que
le estaba negada en y para s. Esta relacin encuentra, de hecho,
una repeticin o confirmacin en el terreno de los valores. La
realidad de las cosas como sta se presenta al espritu mera
mente cognoscitivo as lo demostrbamos al comienzo de estas
investigaciones, no quiere saber nada de valores, sino que avan
za con aquella regularidad indiferente que, muy a menudo, des
troza lo ms noble y conserva lo de menos valor, precisamente
porque no procede segn rdenes de importancia, intereses o
valores. En este ser natural y objetivo establecemos una jerar
qua de valores, una diferenciacin, segn lo bueno y lo malo,
lo noble y lo nfimo, lo costoso y lo carente de valor, una je
rarqua que no influye para nada en el ser desde el punto de
vista de su realidad perceptible, de la cual, sin embargo, procede
toda la importancia que tiene para nosotros y a la que, aun vien
do claramente su origen humano, percibimos en completa opo
sicin a todo capricho y parecer subjetivos El valor de las cosas
el tico como el eudaimnico, el religioso como el e st tic o flota por encima de ellas como las ideas platnicas por encima
del mundo: ajenas a su esencia y, en realidad, intocables, consti
tuyendo un reino organizado segn normas propias pero que en
realidad atribuye al otro su autntico relieve y color. El valor
econmico surge como derivacin de aquellos otros valores pri
marios que se experimentan de modo inmediato, por cuanto los
objetos de los mismos, al ser intercambiables, se equilibran rec
procamente. Sin embargo, dentro de esta esfera y con indepen
dencia de cmo se haya constituido, el valor econmico adopta
la misma posicin peculiar respecto a los objetos aislados que
adoptan todos los valores: se trata de un mundo para s, que
divide y ordena la concrecin de las cosas de acuerdo con nor
mas propias, que no existen en ellas; las cosas, ordenadas y di
vididas segn sus valores econmicos, constituyen un cosmos
completamente distinto del que crea su realidad natural e inme
diata, Si el dinero fuera en verdad nada ms que la expresin
del valor de las cosas en su exterior, en tal caso se hallara
frente a ellas en la misma situacin que la idea de Platn, que
ste se imagina como esencia metafsica y sustancial frente a la
realidad emprica. Sus movimientos, es decir, igualaciones, acu
mulaciones y oscilaciones representaran de modo inmediato las
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gos constituyen una unidad por medio del concepto igual que el
sujeto y predicado lo hacen por medio del juicio, que carecen
de analoga en lo inmediato de lo observable En su calidad de
puente entre la materia y el espritu, el organismo constituye
un primer intento de alcanzar esta unidad; la accin recproca
hace que sus elementos se interpenetren; el cuerpo constituye
un afn continuo por conseguir una unidad perfecta que para
l es inalcanzable. Unicamente en el espritu la accin recproca
de los elementos resulta en una verdadera interpenetracin. La
accin recproca en el intercambio prepara la unidad espiritual
para los valores. Por este motivo, el dinero, que es la abstrac
cin de la accin recproca, nicamente puede hallar un smbolo
en todo lo espacial y sustancial, puesto que su exterioridad sen
sorial contradice su esencia. Unicamente en la medida en que
desaparece la sustancia el dinero se convierte en dinero real, esto
es, se convierte en aquella imbricacin real y punto de unin de
los elementos valorativos recprocos que nicamente puede ser
resultado del espritu.
La eficacia del dinero se puede realizar en parte a causa de
su sustancia, en parte independientemente de su cantidad, y si
debido a ello su valor ha de descender, esto no significa que
haya descendido el valor del dinero en s, sino solamente el de
la cantidad dineraria concreta y 'aislada. Estos dos factores se
encuentran en relacin inversa, de modo que puede decirse que
cuanto menor es el valor de la cantidad de dinero, ms valioso
es el dinero en s. Puesto que solamente por ser tan barato y
porque cada cantidad concreta del mismo tiene tan poco valor,
aqul puede alcanzar la extensin general, la rapidez de circula
cin y la aplicabilidad universal que le aseguran su funcin actual.
La misma relacin entre las cantidades concretas de dinero y la
totalidad de ste se refleja en cada individuo. Precisamente aque
llas personas que cuando se trata de un gasto singular se des
prenden del dinero de modo ms simple y derrochador son las
ms dependientes del dinero en s. Este es tambin uno de los
significados del dicho de que nicamente puede despreciarse el
dinero cuando se tiene mucho, En las pocas y lugares tranqui
los, con una velocidad vital econmica lenta, en que el dinero
se detiene largos perodos en un solo sitio, su cantidad singular
se suele apreciar mucho ms que en el vrtigo econmico de
las grandes ciudades contemporneas. La rapidez de la circula
cin origina la costumbre del gasto y la recuperacin y con
vierte a cada cantidad aislada en diferente desde un punto
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CAPITULO III
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en el sentido que aqu nos interesa, esto es, un valor que puede
emplear en la bolsa o en un seguro, pero sin estar obligado a
ello; mientras que aqullos no tienen ninguna posibilidad de elec
cin, sino que nicamente pueden emplearlo en una direccin
concreta, pues, que constituye su mercanca. Tal libertad de
empleo concede al dinero del cliente una preponderancia frente
a la cual la amabilidad de la otra parte constituye el equiva
lente. Cuando el que entrega el dinero da una sobrepaga, como
ciertas formas de la propina, en el caso del pago al camarero o al
cochero, la preponderancia del donador del dinero se manifiesta
en la preferencia social que es presupuesto de la propina. Como
todas las manifestaciones del dinero, sta no se encuentra ais
lada dentro del sistema vital, sino que, por el contrario, pone
ms claramente de manifiesto uno de los fundamentos del mis
mo; esto es, que en toda relacin, aqul a quien importa menos
el contenido de la misma es el que se halla en situacin de
ventaja. As manifestado, ello parece una paradoja ya que, cuanto ms intenso es el anhelo con que buscamos una propiedad
o una relacin, ms profundo y apasionado es su disfrute, pues
to que es precisamente su altura la que determina la intensidad
de la voluntad. Y ello justifica y explica, asimismo, la ventaja
de aquel que menos anhela, ya que evidentemente, al esperar
menos de la relacin que el otro, ser resarcido por medio de
cualesquiera concesiones por parte del ltimo, lo que tambin se
manifiesta en las relaciones ms finas y ms ntimas. Visto desde
el exterior, en toda relacin basada en el amor, el que menos
ama se encuentra en situacin de beneficio; ya que el otro re
nuncia desde el principio a la explotacin de la relacin, est
ms dispuesto al sacrificio, y a cambio de una mayor can
tidad de satisfaccin tambin es ms abnegado. De esta manera
se establece una forma de justicia: como quiera que la cantidad
del deseo corresponde a la cantidad de la felicidad, resulta justo
que la configuracin de la relacin atribuya algn tipo de ven
taja especial al que menos desea, que tambin l puede exigir,
pues que es el que espera, el reservado, el que impone sus con
diciones. As, la ventaja del que entrega el dinero no constituye
ninguna injusticia debido a que, al ser l quien generalmente
menos desea algo en la transaccin valor-dinero, la igualacin de
ambas partes se produce cuando la que desea ms intensamente
otorga al primero una ventaja por encima de la equivalencia
objetiva de los valores de cambio. Conviene, sin embargo, no
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En el captulo anterior hemos mencionado cmo, a pesar de
que, en la mayora de los casos, aparecen imidas, la codicia y la
avaricia se han de distinguir con sumo cuidado conceptual y psi
colgicamente, Y, de hecho, hay manifestaciones que las mues
tran por separado: la velocidad del acercamiento al dinero mues
tra, en muchos casos, una independencia completa frente a la
velocidad del alejamiento del mismo y no solamente cuando se
trata de la codicia y la avaricia, en sentido estricto, sino, tam
bin, en las etapas en las que los movimientos internos toda
va no han traspasado la barrera de la normalidad. Esto se
produce principalmente por medio de aquella elevacin ileg
tima del dinero en el orden final que, como carece de .toda
medida objetiva en s, cambia a menudo su significacin, de
modo tal que, cuando se trata de ganarlo, el dinero despierta
sentimientos de valor muy distintos que cuando se trata de
entregarlo a cambio de otros objetos. La tensin del senti
miento valorativo frente al dinero, que acompaa al camino
que lleva hasta l, se libera una vez que ste se ha alcanza
do, lo que se ha expresado diciendo que la mayora de los seres
humanos, como consumidores, no observa con la misma exacti
tud las leyes de la economa como lo hacen las gentes de nego
cios De esta experiencia que muestra cmo somos ms estrictos,
exactos y menos frvolos en los negocios que en los gastos, pro
cede, quiz, una determinacin del antiguo derecho judo. Segn
sta, en las disputas pecuniarias, el acusado suele estar obliga
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PARTE SINTETICA
CAPITULO IV
LA LIBERTAD INDIVIDUAL
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II
Se acostumbra a llamar movimientos vitales, especialmente
en cuanto se refieren a los objetos exteriores, a la consecucin
de las cosas (en cuyo sentido ms amplio se incluye aqu al tra
bajo) y al disfrute de ellas. La posesin, por el contrario, no apa
rece como un movimiento, sino como una situacin sustancial,
esttica que opera frente a los otros igual que el ser respecto
al devenir. Sin embargo, tambin es forzoso designar la posesin
como un hacer s se quiere comprender la profundidad y la am
plitud de su importancia. Es una costumbre errnea considerar
a la propiedad como algo que se admite pasivamente, como el
objeto inmediatamente dctil que, en la medida que es propie
dad, ya no requiere ninguna actividad ms d nuestra parte So
lamente en el reino de la tica, esto es, de los deseos piadosos,
ha encontrado refugio este hecho tan Ignorado en el reino del
ser, especialmente cuando omos, a modo de exhortacin, que
hemos de ganamos lo que queremos poseer, que toda propiedad,
al mismo tiempo, es un deber, que conviene aumentar las pro
pias riquezas, etc. Todo lo ms que se admite, pues, es que se
puede hacer algo con la propiedad pero que sta es algo esttico
en y para s, el punto final o el punto de origen de una accin,
pero no accin en s misma. Si se observa con ms detalle, puede
verse que esta concepcin pasiva de la propiedad es una ficcin,
lo que aparece especialmente claro en as condiciones ms pri
mitivas. En el antiguo Per septentrional, as como en Mxico,
el trabajo de los campos, divididos anualmente, era comn, pero
la produccin constitua una propiedad individual. No solamente
nadie estaba autorizado a vender o regalar su parte, sino que
si alguien viajaba voluntariamente y no regresaba a tiempo para
participar en las faenas en los campos, se quedaba sin su parte.
El mismo significado tena la posesin de un trozo de tierra en
la antigua marca alemana; esto es, la mera posesin no signifi
caba por s misma que el propietario fuera partcipe de la marca;
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desapareca. Uno de los lados de la situacin que estamos considerando, el del pagar, tiene que haber usurpado la totalidad de
la misma para el sentimiento de esta persona. Se puede conside
rar que aqu se da una satisfaccin perversa de la que reciente
mente suele hablarse bastante en la patologa sexual; el compor
tamiento de aquella persona resulta tan llamativo frente al afn
comn de despilfarro, que tambin se detiene en el umbral de
la posesin y el disfrute, del puro gasto en dinero, debido a que
los placeres, que aqu estn representados por su equivalente, le
resultan mucho ms prximos y- tentadores,. El distanciamiento
frente a la posesin y el consumo de las cosas por un lado y el
hecho, por el otro, de que su mera compra se experimente como
una proporcin entre ellas mismas-, y la personalidad, como una
satisfaccin personal, se explican por la expansin que la mera
funcin del gasto de dinero garantiza a la personalidad. El dine
ro construye un puente entre el ser humano sensitivo y las cosas,
pasando por encima del cual el alma tambin experimenta el
encanto de la posesin, aunque no alcance a sta de hecho.
Esta relacin constituye, adems, un lado del fenmeno muy
complejo e importante de la avaricia. Al encontrar la paz de es
pritu en la posesin del dinero, sin avanzar hacia la consecucin
y el disfrute' de los objetos aislados, el avaro ha de tener un
sentimiento de poder ms profundo y valioso del que pueda pro
porcionarle el dominio sobre cosas determinadas y cualificadas;
puesto que, como hemos visto, la propiedad de stas tiene sus
limitaciones. El alma inquieta, que busca una satisfaccin ilimi
tada y una identificacin con lo ltimo, lo ms ntimo y absoluto
de las cosas, experimenta un rechazo doloroso de parte de stas,
que son y continan siendo algo para s, que oponen resistencia
a su integracin completa en la esfera del Yo y, de este modo,
hacen desembocar la posesin ms apasionada en insatisfaccin*
La posesin del dinero est libre de esta contradiccin secreta de
las dems propiedades. A costa de no acercarse a las cosas y
de renunciar a todas las alegras especficas, relacionadas con lo
individual, el dinero puede garantizar un sentimiento de dominio
que, sin embargo, se encuentra suficientemente alejado de los
objetos sensibles para no tropezar con las limitaciones que oca
siona su posesin. Unicamente el dinero se puede poseer de modo
completo y sin reservas, nicamente el dinero se agota en la
funcin que con l se pretende. As, los placeres del avaro han
de ser parecidos a ios estticos, puesto que tambin stos se
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sitan ms all de la realidad impenetrable del mundo y se aferran a la apariencia y reflejo de ste, que son completamente
penetrables para el espritu en la medida en que se da a elios
sin vacilar. Por otro lado, las manifestaciones que estn vincu
ladas al dinero son los escalones ms puros y transparentes
de una serie que realiza el mismo principio tambin en otros
contenidos. En cierta ocasin conocimos a una persona, ya no
muy joven, padre de familia, en buena situacin econmica que
ocupaba todo su tiempo en aprender todas las cosas posibles: len
guas, sin aplicarlas prcticamente; baile, sin ejercitarlo; habili
dades de todo gnero, sin hacer uso de ellas o, incluso, sin querer
hacerlo. Este es el tipo ms perfecto del avaro, esto es, la satisfac
cin en la posesin completa de la potencialidad, que jams pien
sa en su actualizacin. Tambin aqu, sin embargo, tiene que
hallarse presente el encanto emparentado con el de carcter es
ttico: la dominacin de las formas y las ideas puras de las cosas
o los actos, frente a la cual, todo avance hacia la realidad, con
sus obstculos, contratiempos e insuficiencias, nicamente pue
de suponer un descenso y una limitacin del sentimiento de do
minar absolutamente a los objetos por medio del poder. La obser
vacin esttica que resulta posible como mera funcin respec
to a cada objeto concreto y especialmente fcil respecto a lo
bello supera, del modo ms fundamental, las limitaciones
entre el Yo y los objetos; aquella permite que la idea de estos
ltimos evolucione con sencillez y armona, como si no estuvie
ran determinados ms que por las leyes esenciales de la primera.
De aqu el sentimiento de liberacin que conlleva el nimo estti
co, la redencin de la presin sorda de las cosas, la expansin del
Yo, con toda su alegra y libertad, en las cosas cuya realidad es
la que le violenta. Esta ha de ser la coloracin psicolgica
de la alegra en la mera posesin del dinero. La condensacin,
abstraccin y anticipacin particulares de la propiedad objetiva
que implica la del dinero, permite a la conciencia aquel margen
libre de juego, aquella extensin llena de intuiciones, a travs
de un medio que no ofrece resistencia alguna, aquel apropiarse
de todas las posibilidades sin violencias y sin desengaos por par
te de la realidad, todo lo cual tambin caracteriza al placer estti
co. Al definir la belleza como une promes se de honheur (28), ello
seala la igualdad psicolgica formal entre el atractivo esttico
(28) Una promesa de felicidad.
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433
C a p t u l o
EL EQUIVALENTE MONETARIO
DE LOS VALORES PERSONALES
trarse ei fin ltimo que permite percibir la vida como una uni
dad, cuyo anhelo no tiene por qu consistir en una formulacin
consciente, pues tampoco es menos fuerte como un impulso,
un afn o un descontento sordo de las masas. En el comienzo
de nuestro cmputo histrico, evidentemente, la cultura greco*
rromana haba llegado a este punto. La vida se haba convertido
en un entramado finalista tan complejo y variado que su esencia
destilada y focus imaginarius estaba constituido por un senti
miento cada vez ms intenso que trataba de buscar el fin defi
nitivo de aquella totalidad, la ltima terminacin que no se des
cubre como mero medio, al igual que todo lo dems. El pesimis
mo resignado o encolerizado, propio de aquella poca, su tenden
cia a los placeres insensatos que, en realidad, eran incapaces de
encontrar un fin que trascendiera a la existencia del momento,
por un lado, y sus tendencias ascticas y msticas por el otro,
todo ello es expresin de aquella bsqueda turbia de un sentido
definitivo de la existencia y de aquel temor por el fin ltimo de
toda la multiplicidad y la fatiga ocasionada por su conjunto de
medios El cristianismo vino a traer a este anhelo una realizacin radiante. Por primera vez en la historia occidental se ofre
ca a las masas un valor absoluto del ser que trascenda todo lo
singular, .fragmentario y absurdo del mundo emprico: la salva
cin del alma y el reino .de Dios Ahora, cada alma tena un lugar
en la casa de Dios y como cada una de ellas era portadora de su
salvacin eterna, todas resultaban infinitamente valiosas, las de
las-personas menos decisivas e importantes, como las de los h
roes y sabios Por medio de la relacin del alma con Dios, toda
la importancia, la totalidad y la trascendencia de ste irradiaba
sobre aqulla De esta manera, por medio de un acto de poder
soberano, que conceda al alma un destino eterno y una impor
tancia ilimitada, aqulla se liberaba, de un golpep de todo lo me
ramente relativo de todo mero ms o menos de la apreciacin.
Y el.fin ltimo, con el que el cristianismo haba vinculado el
valor absoluto del alma, experimentaba una evolucin peculiar.
De igual modo que una necesidad no hace sino afirmarse a
travs de la costumbre de su satisfaccin, as, tambin, el cris
tianismo, por medio de una conciencia tan duradera de un fin
absoluto, no ha hecho ms que enraizar ms la necesidad de ste
de tal modo que, en el caso de aquellas almas frente a las cuales
ha fracasado, les ha dejado, como herencia, un anhelo vaco de en
contrar un fin ltimo a toda la existencia: la necesidad ha sobre
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do cuanto ms miserable e infeliz es sta y se va dulcificando a
medida que sube el precio de venta, hasta llegar a recibir en
sus salones a la actriz de la que todo el mundo sabe que es
una mantenida de un millonario* aunque esta mujer pued
ser ms interesada, ms falsa y ms depravada en su interior
que la prostituta callejera. Aqu influye ya el hecho general de
que se deja en libertad a los grandes ladrones y se cuelga a los
pequeos y que el triunfo, con independencia de su esfera y con
tenido, el triunfo como tal, ya inspira un cierto respeto. La razn
esencial y ms profunda de este fenmeno es que, a travs de la
cantidad exorbitante del precio de venta se ahorra al objeto la
depreciacin que se originara por el hecho de la venta. En una de
sus obras, en las que retrata al segundo Imperio, Zola cuenta de la
esposa de un hombre de elevada posicin, a la que se poda conseguir a cambio de 100.000 a 200.000 francos, Zola aade en este epi
sodio, sin duda reflejo de un hecho real, que esta mujer se mo
va entre los crculos ms elegantes y que, adems, en la sociedad, el hecho de ser conocido como su querido, produca un
renombre especiaL La cortesana que se vende por un precio muy
elevado recibe, as, el valor de lo escaso, puesto que no sola
mente se pagan muy alto las cosas que tienen valor de escasez,
sino que, por el contrario, ste se atribuye tambin a objetos
que, por alguna otra razn (por ejemplo, un capricho de la moda)
alcanzan un precio muy elevado. Como en muchos otros casos,
los favores de cierta cortesana resultan muy codiciados y muy
buscados precisamente porque sta ha tenido el coraje de exigir
precios desacostumbrados a cambio de ellos. Una base similar
se da en el caso del precedente ingls, que concede una compen
sacin en dinero al marido de una esposa seducida. Nada hay
que pueda contradecir ms a nuestros sentimientos eme esta acti
tud que rebaja al marido a la condicin de chulo de su propia
muier. Lo que sucede es que estas multas son extraordinariamen
te elevadas: se sabe de un caso en el que la mujer haba estableci
do relaciones con varios hombres y cada uno de stos fue conde
nado a una compensacin de 50.000 marcos, pagaderos al marido.
Parece como si tambin aqu se pretendiera equilibrar con la
elevacin de la cantidad el carcter nfimo del principio de
compensacin de este valor por medio del dinero, incluso como
si, de modo muy ingenuo, se pretendiera expresar el respe
to ante el marido, segn su posicin social, por medio de la
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ahora pasamos de la privaticidad y la intimidad que* por
medio de la economa monetaria, es propia de las relaciones eco
nmicas, en coincidencia con las tendencias culturales generales,
a la venta del ser humano, al soborno, que alcanza su forma ms
perfecta en la economa monetaria, debido a estas propiedades
de la misma. Un soborno por medio de un lote de terreno o unas
cabezas de ganado no solamente no se puede ocultar a los ojos
del entorno, sino que el mismo sobornado ya no puede ignorarlo,
o comportarse como s no hubiera pasado nada, como requiere
la dignidad caracterstica del soborno, que hemos explicado ms
arriba. Con dinero, por el contrario, se puede sobornar a alguien
sin que l mismo se d cuenta, por as decirlo. El sobornado no
tiene por qu darse por enterado, puesto que el dinero no afecta
a nada personal o especfico en l. La intimidad, la representa
cin ininterrumpida, el carcter intacto de las otras relaciones
vitales se mantienen de modo ms completo en el soborno por
dinero que incluso en el soborno por medio de los favores de
una mujer. Puesto que, a pesar de que stos pueden agotarse de
modo absoluto y total en un momento, de modo que, visto desde
fuera, queda menos de ellos vinculado a la personalidad que del
regalo en dinero, esta falta de huellas, especialmente en la faceta
de las consecuencias internas, no es la misma que en el caso del
soborno con dinero, ya que lo significativo en ste es que las re
laciones entre los actores finalizan con la entrega y la aceptacin
del dinero, mientras que, en el otro caso, la excitacin sensual
repentina deja lugar a la aversin, al arrepentimiento o el odio,
ms bien que a la indiferencia. Esta ventaja del soborno por dine
ro est compensada por la desventaja de que, cuando no se puede
conseguir ocultarlo, acarrea la degradacin ms evidente de a
persona en cuestin. Tambin aqu es significativa la correlacin
con el robo. Los criados roban dinero con mucha menos frecuen
cia esto es, tan slo cuando estn muy corrompidos moral
mente que artculos alimenticios o cualquier otra pequeez,
La experiencia, en muchos casos, demuestra que los criados re
troceden ante la idea de robar en dinero el mismo valor que se
apropian sin reparo cuando es una botella de vino o un objeto
de ornato femenino. Desde un punto de vista similar, nuestro
cdigo penal considera el hurto de pequeas cantidades de artcu
los alimenticios y provisiones como una falta leve, mientras que
castiga con rigor el robo de las cantidades equivalentes en dinero.
Evidentemente, se presupone que, en una situacin de necesidad
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487
nivel del ser humano inferior que del superior, pues siempre ser
ms .fcil que ste descienda, antes de que el otro ascienda. El
crculo de pensamientos, conocimientos, fuerza de voluntad y
matices del sentimiento que acarrea la personalidad ms incom
pleta, est cubierto por el crculo propio de la personalidad ms
completa, mientras que la situacin inversa no se produce; la pri
mera, por tanto, es comn a las dos, la segunda, no; y as, con cier
tas excepciones, el terreno de los intereses y acciones comunes
de los elementos mejores y de los inferiores, nicamente se puede
conservar a condicin de que los primeros renuncien a sus venta
jas individuales A este resultado conduce, tambin el hecho de
que incluso en el caso de personalidades muy elevadas, el nivel
de su comunidad no ser tan elevado como el de cada una de
ellas, puesto que, incluso las virtudes ms excelsas, que acostum
bran a ser propias de cada uno, suelen ser muy diferenciadas, se
gn sus distintas facetas y nicamente pueden coincidir en aquel
nivel ms bajo comn, por encima del cual, las potencias indi
viduales, igualmente significativas, divergeran hasta el extremo
de hacer imposible el entendimiento general. Lo que es comn
a todos los seres humanos desde el punto de vista biolgico,
los caracteres hereditarios ms antiguos y, por ello, los ms se
guros son, por lo general, los elementos ms rudos, indeferenciados y menos espirituales.
Esta circunstancia tpica, por medio de la cual los conteni
dos vitales han de pagar su comunidad y sus servicios al enten
dimiento y a la unidad con una relativa Inferioridad y por medio
de la cual, tambin, el individuo que se reduce a lo comn ha de
renunciar a su elevacin valorativa, ya porque el otro est ms
abajo que l, ya porque el otro, aunque igualmente desarrollado,
ha caminado en otra direccin, aparece en las cosas igualmente
que en las personas. La diferencia reside en que lo que, en este
caso, es un proceso en realidad, en aqul no es un proceso
en las cosas mismas, sino en representaciones de valor El he
cho de que el objeto ms fino y ms exquisito se pueda con
seguir por dinero, igual que el ms banal y el ms grosero,
determina una relacin entre ambos que est lejos de su con
tenido cualitativo y que puede suponer una trivializacin y
un achatamiento del primero, mientras que el segundo no tiene
nada que perder, aunque tampoco tiene nada que ganar. El hecho
de que el uno cueste mucho dinero y el otro poco no siempre pue
de compensar por esto o, al menos, no en el caso de valoraciones
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hay hoy una necesidad profunda de dar a las cosas una nue
va importancia, un sentido ms profundo, un valor propio. La
facilidad en la obtencin y prdida de la propiedad, la fuga
cidad de su permanencia, de su disfrute y su cambio, esto es,
las consecuencias y paralelismos del dinero, las han merma
do e igualado. Pero las corrientes vivas del arte, la bsqueda
de estilos nuevos, del estilo en general, el simbolismo, inclu
so la teosofa, son sntomas de una necesidad nueva de dar
a las cosas un significado ms profundo, ya porque cada una
obtiene una significacin ms valiosa y ms espiritual, ya por
que obtenga sta de la creacin de una conexin, o a travs de
la liberacin de su atomizacin. Precisamente porque el hombre
contemporneo es libre libre en el sentido de que puede vender
lo todo y libre en el sentido de que tambin puede comprarlo
todo, busca ahora, a menudo a travs de veleidades llenas de
problemas, aquella fuerza, firmeza y unidad espiritual en los
objetos que perdiera al cambiar su relacin con ellos gradas al
intermedio del dinero* Ms arriba veamos que, merced al dine
ro, el hombre se libera del aprisionamiento en las cosas; sin em
bargo, por otro lado, el contenido, la direccin y la determinacin
de su Yo son tan solidarlos con las posesiones concretas, que la
venta y cambio continuo de las mismas, incluso la mera posibi
lidad de la venta, a menudo implica una venta y una erradica
cin de valores personales.
La economa monetaria trata de confundimos en un asunto
fundamental: que su valor en dinero no puede sustituir de modo
absoluto en las cosas lo que con ellas mismas poseemos, es decir,
que las cosas tienen facetas que no se pueden expresar en diero. Aunque es evidente que el empleo del dinero y la entrega
a cambio de ste no pueden evitar la banalidad chata del trfico
cotidiano, a veces se busca una forma de dinero para ello que
se aleje de la de todos los das. La moneda italiana ms antigua
era la pieza de cobre que, por carecer de forma determinada, no
se contaba, sino que se pesaba; e, incluso durante el Imperio,
cuando ya haba un sistema monetario refinado, se utilizaba de
preferencia esta pieza de cobre para limosnas religiosas y como
smbolo jurdico. El hecho de que el valor de las cosas, paralelo
a su valor en dinero, encuentra reconocimiento, a pesar de todo,
se ve con especial claridad cuando lo que se vende no es una
sustancia, sino una funcin personal, y cuando sta contiene un
carcter individual, no slo en su realizacin exterior, sino, tam
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y de la organizacin histrico-tcnica. Para hacer posible al pianista ms mediocre, se precisa una tradicin tan antigua y tan
amplia y una cantidad tan invisible de productos supraindividuales de trabajo, tcnicos y artsticos que, en su apreciacin gene
ral, elevan el trabajo de aqul muy por encima de las habilidades
de los titiriteros o de los prestidigitadores, aunque, quiz, la de
stos sea superior desde un punto de vista subjetivo, Y as, en
general, lo que apreciamos como las realizaciones ms elevadas,
segn la categora de la profesin y sin que haya elementos per
sonales que determinen su magnitud, son las que tienen un ca
rcter ms definitivo en la configuracin de la cultura, las que
vienen siendo preparadas con mucha anterioridad y que implican
una cantidad mxima de trabajo de los antepasados y ios con
temporneos como condicin tcnica, por ms que resulte injusto
derivar unos emolumentos o apreciacin especialmente elevados
del realizador individual de una actividad laboral cuyo valor,
fundamentalmente, se origina en causas suprapersonales. Y esta
medida tampoco se puede mantener con toda exactitud: los valo
res de realizaciones y productos determinados por ella, se trans
fieren a otros elementos, que carecen de aquella justificacin, ya
porque se d un parecido formal exterior, ya porque hay alguna
relacin histrica con ellos, ya porque la persona en cuestin uti
liza la profesin con otros fines, como poder social o aumento
de su valoracin. Sin contar con estas contingencias, que surgen
del carcter complicado de la vida histrica, sin embargo, no se
puede averiguar ninguna conexin principal en asuntos sociales.
En conjunto, parece que se puede mantener la interpretacin
de que, en igualdad de esfuerzos subjetivos de trabajo, la diferen
te valoracin de las cualidades de las realizaciones corresponde
a la multiplicidad de las cantidades de trabajo que se hallan con
tenidas de forma mediata en las prestaciones en cuestin. Sola
mente as se asegurara la ventaja de la unificacin terica
de los valores econmicos, de la que parte la doctrina del trabajo.
De este modo, el concepto general de trabajo determina la me
dida y, en este sentido, la teora descansa sobre una abstraccin
artificial, a la que se podra criticar que se basa en el error tpico
de creer que, en principio, el trabajo fuera, fundamentalmente,
trabajo en s y, nicamente en este caso, aparecieran sus atri
butos especficos como determinaciones de segundo grado, a fin
de convertirlo en un trabajo concreto. Gomo si aquellas propie
dades que nos permiten reconocer la calidad de trabajo de deter520
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como la necesidad del segundo, esto es, hasta que haya desapare
cido por completo el ejrcito industrial de reserva. Unicamente
bajo esta condicin puede el trabajo expresar de modo adecua
do la medida de valor de los productos.
La esencia del dinero es su fungibilidad incondicional, la
igualdad interna, que hace sustituible cada pieza por otra, segn
proporciones cuantitativas. Para conseguir la existencia de los
bonos de trabajo, ste ha de obtener aquella fungibilidad, lo
que nicamente puede darse del modo que se ha explicado ms
arriba: que el trabajo tenga siempre el mismo grado de utilidad,
lo que solamente se puede conseguir reducindolo a aquella me
dida en la que su necesidad es igual que la de otro. Por supuesto,
en este caso, se podra valorar ms o menos la hora real de tra
bajo, pero ya se podr estar seguro de que el valor ms eleva
do, derivado de la utilidad superior del producto, muestra una
cantidad de trabajo por hora proporcionalmente concentrada;
o, por el contrario, de que en la medida en que, a partir de la
concentracin del trabajo, la hora recibe un valor superior, tam
bin contiene una cantidad ms elevada de utilidad. Evidente
mente, esto implica un orden econmico completamente racio
nalizado y providencial, en el que todo trabajo se produce de
modo planificado, con conocimiento absoluto de las necesidades
y exigencias de cada producto; es decir, un orden econmico
como el que pretende instaurar el socialismo. El acercamiento
a esta situacin completamente utpica slo parece posible desde
un punto de vista tcnico, siempre que nicamente se produzca
lo que es imprescindible, l que pertenece a la vida de modo
innegable, puesto que, cuando esto sucede, todo trabajo es tan
necesario y til como cualquier otro. Por el contrario, en cuanto
se asciende a esferas ms elevadas en las que, por un lado, las
necesidades y la valoracin de la utilidad son inevitablemente
individuales, mientras que, por otro lado, las intensidades del
trabajo son muy difciles de determinar, ninguna regulacin de
las cantidades de produccin podr conseguir que la proporcin
entre la necesidad y el trabajo empleado sea la misma en todas
partes. En estos puntos se entrecruzan todos los hilos de las
consideraciones sobre el socialismo; en ste se pone de manifies
to que el peligro para la cultura, incorporado en los bonos del
trabajo, no es, en modo alguno, de carcter inmediato, como se
ha dicho tantas veces; en realidad, tal peligro se origina en la
imposibilidad tcnica de mantener constante la utilidad de las
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C a f t u l o V I
EL ESTILO DE VIDA
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uno puede tomar tanto como puede o como quiere, sin que nin
gn individuo pueda agotarlo jams; entre la cantidad de este
tesoro y la cantidad de la parte que se sustrae se dan las reaciones ms diversas y accidentales y la pequeez o la irraciona
lidad de las participaciones individuales deja el contenido y la
dignidad de aquella posesin de la especie tan inmutables como
un ser corporal por el hecho de ser o no ser percibido. Igual que
el contenido y la significacin de un libro determinado, como tal,
es independiente de que su crculo de lectores sea grande o pe
queo, de que lo comprenda o no, asimismo, cualquier otro pro
ducto cultural se enfrenta a su propio crculo, dispuesto a incor
porarse a cualquier individuo y encontrando tan slo acogidas
espordicas para tal disposicin. Este trabajo espiritual condensado de-la comunidad cultural tiene la misma relacin con su
vida en los espritus individuales que la amplia multiplicidad
de lo posible para la limitacin de la realidad. La comprensin
de la forma de existencia de estos contenidos espirituales obje
tivos requiere su integracin en una organizacin peculiar de
nuestras categoras de comprensin del mundo. Dentro de stas
encontrar tambin su posicin la relacin discrepante entre la
cultura objetiva y la subjetiva, que constituye, en definitiva,
nuestro problema.
Si, como quiere el mito platnico, en su preexistencia el alma
atisba la esencia pura y la significacin absoluta de las cosas, de
modo que su saber posterior nicamente es un recuerdo de aque
lla verdad, que aflora en ella con ocasin de estmulos sensoria
les, el motivo siguiente ha de ser el desconcierto acerca de dnde
puedan originarse nuestros conocimientos si, como quiere Platn,
no es cierto que se originen en la experiencia. Por encima de la
cuestin de la causa de su origen, en aquella especulacin meta
fsica se apunta ya a un tipo profundo de comportamiento epis
temolgico de nuestro espritu. Tanto si consideramos nuestro
conocimiento como una influencia inmediata de objetos exterio-.
res, o como un proceso puramente interno, dentro del cual todo
lo exterior es una forma o relacin inmanente de los elementos
espirituales, siempre experimentamos nuestro pensamiento, en
la medida en que nos parece cierto, como el cumplimiento de una
exigencia objetiva y la copia de una seal ideal. Aunque nuestra
representacin estuviera constituida por un reflejo exacto de lo
que las cosas son en s, la unidad, correccin y entereza a las que
el conocimiento, conquistando una parte detrs de otra, se acer 565
cin estrecha y, por as decirlo, personal, con ellos: la personalidad puede asimilar con ms facilidad menos y ms simples
instrumentos, mientras, que una multitud de diferenciaciones es
fcil que constituya partido frente al Yo; tal cosa encuentra su
expresin en la queja de las amas de casa de que el cuidado de
la vivienda exige un servicio fetichista formal y en el odio que
surge, tanto en las naturalezas ms bajas como en las ms eleva
das, en contra de las infinitas peculiaridades con las que rodea
mos nuestra vida. El primer caso resulta tan importante desde
un punto de vista cultural porque, anteriormente, la labor del
ama de casa, como preservacin y mantenimiento, era mucho
ms amplia y ms fatigosa que ahora; y, sin embargo, no se pro
duca este sentimiento de falta de libertad frente a los objetos,
porque estaban ms estrechamente vinculados a la personalidad.
Esta poda penetrar los pocos objetos indiferenciados de que
dispona y que, a su vez, no manifestaban su independencia frente
a ella, como una serie de cosas especializadas. Si estamos conde
nados a servirlos, estos objetos son lo que experimentamos como
si fueran las fuerzas del enemigo As, como la libertad no es algo
negativo, sino la extensin positiva del Yo sobre los objetos que
ceden ante l, del mismo modo, por el contrario, nicamente es
objeto para nosotros aquello donde nuestra libertad tropieza, es
decir, aquello con lo que nos encontramos en relacin sin poder
asimilarlo a nuestro Yo. El sentimiento de estar oprimido por
las cosas exteriores, que nos asalta en la vida moderna, no es so
lamente la consecuencia, sino tambin la causa de que aqullas
aparezcan ante nosotros como objetos autnomos. Lo ms pe
noso en todo ello es que, en realidad, todas estas cosas, formando
grupos tan variados, nos son indiferentes, debido a las razones
propias de la economa de mercado, de la gnesis impersonal y
la fungibilidad simple. Si la gran industria se aproxima tan
notoriamente al pensamiento socialista, esto no se debe tan slo
a las relaciones entre sus obreros, sino, tambin, a las condicio
nes objetivas de sus productos: el hombre contemporneo est
tan rodeado de cosas impersonales que, cada vez, le ha de ser
ms prxima una concepcin del orden vital antiindividualista,
as como la idea de la oposicin a ste. Los objetos culturales
aumentan progresivamente, hasta constituir un mundo cada vez
ms coherente en s mismo, que, en algunos puntos cada vez
menos, alcanza el alma subjetiva, con su volicin y sus senti
mientos. Y esta cohesin est determinada por una cierta auto 579
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585
Por este motivo, una vez que se han iniciado, estas direccio
nes contrarias pueden aspirar a un ideal de separacin absoluta
mente pura: en la medida que los contenidos objetivos de la vida
se van haciendo ms objetivos y ms impersonales, aquello que
no se puede cosificar se hace progresivamente ms personal y
ms innegable propiedad del Yo, Un caso especialmente signifi
cativo de este movimiento es la mquina de escribir; el escribir,
que es un quehacer claramente objetivo y externo que, en cada
caso, sin embargo, lleva una forma individual y caracterstica,
prescinde de esta ltima a favor de la igualdad mecnica. Con
ello, no obstante, se alcanza el doble en su segunda perspectiva:
de un lado, lo escrito ejerce su influencia de acuerdo con su con
tenido puro, sin que la parte visible haya de influir como ayuda
u obstculo y, de otro, desaparece aquella traicin de la perso
nalidad a s misma lo que sucede muy a menudo con la escri
tura a mano y ello tanto a travs de las comunicaciones ms
externas e indiferentes como de las ms ntimas. De este modo,
cuanto ms socializadoras resultan ser estas mecanizaciones,
tanto mayor es la propiedad privada residual del Yo espiritual
y de carcter tanto ms excluyente* Este destierro de la espiri
tualidad subjetiva de toda exterioridad es tan enemigo del ideal
vital esttico como favorable para la interioridad pura, combina
cin sta que explica tanto la desesperacin de las personalida
des puramente estticas en la poca contempornea, como la sor
da tensin subterrnea que se da entre estas almas y aquellas
otras que nicamente estn orientadas hacia la salvacin interna,
muy al contrario de la poca de Savonarola, En su calidad simul
tnea de smbolo y causa de la igualacin y exteriorizacin de
todo aquello que se puede igualar y exteriorizar, el dinero se
convierte, tambin, en guardin de lo ms ntimo, que nicamen
te se puede elaborar dentro de los lmites ms estrechos.
En qu medida esto lleve a aquel refinamiento, peculiaridad
e interiorizacin del sujeto o si, por el contrario, merced a la
simplicidad en su consecucin, convierte a los objetos someti
dos en dominadores sobre los hombres, ello ya no depende del
dinero, sino de los propios seres humanos. La economa moneta
ria muestra aqu, tambin, su relacin formal con las circunstan
cias socialistas, puesto que precisamente lo que de stas se espe
ra, es decir, la redencin de la lucha individual por la existencia,
la seguridad de los valores econmicos inferiores y el fcil acce
so a los superiores, todo ello debiera dar como resultado diferen
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yor frecuencia* por otro lado, con aqul aparece tambin una
vergenza nueva, ms profunda y ms consciente, un cierto re
celo ante la idea de expresar lo ltimo o de dar a una relacin
la forma naturalista que hara visible, en todo momento, su fun
damento ms interno Y en otras esferas cientficas, como en las
reflexiones ticas, la utilidad llana cada vez aparece en menor
grado como la unidad de medida de la volicin; puede verse
cmo este carcter de la accin nicamente afecta a su relacin
con lo ms cercano y que, por lo tanto, su directiva propiamente
dicha, que lo eleva por encima de su mera tcnica como medio,/
ha de estar compuesta por principios profundos, a menudo reli
giosos y que apenas si estn relacionados con la inmediatez sen
sorial. Por ltimo, de todo el trabajo especializado de detalle su r
ge la necesidad de condensacin y generalizacin, as como de
una distancia suficiente para dominar todas las singularidades
concretas y de una imagen de referencia en la que desaparezca
toda la confusin de lo cercano y, lo que hasta ahora no era ms
que aprehensible se haga, tambin, comprensible
Esta tendencia no sera, quiz, tan influyente y manifiesta
si, paralela a ella, no apareciera su opuesta. La relacin espiritual
con el mundo, que procura la ciencia moderna, de hecho se pue
de interpretar en ambas direcciones. Cierto que, por medio del
microscopio y el telescopio, hemos salvado distancias enormes
entre las cosas y nosotros; pero, precisamente, nos hicimos cons
cientes de ellas en el momento en que las superbamos. S a ello
aadimos que todo misterio resuelto revela ms de uno, nuevo
y que el acercamos a las cosas es el primer paso para ver cun
lejos siguen estando de nosotros, hay que reconocer que los
tiempos de la mitologa, de los conocimientos completamente
generales y superficiales, del carcter antropomrfico de la na
turaleza, desde el punto de vista del sentimiento y de la creen
cia, aunque estn equivocadas, permiten una distancia menor
entre las cosas y los seres humanos de la que hoy se da. Todos
los mtodos refinados con los que penetramos en el interior de
la naturaleza nicamente sustituyen de modo muy lento y por
etapas aquella proximidad segura de s misma que el alma reci
ba por medio de los dioses de Grecia, de la interpretacin del
mundo segn impulsos y sentimientos humanos, de la orienta
cin de stos mediante la intervencin personal de un Dios y de
su aplicacin teleolgica al bien de los seres humanos. Se puede
interpretar esto en el sentido de que la evolucin se orientaba
merciante tiene, por as decirlo, un carcter esttico, es decir, la
forma de un tributo, de una oferta a un poderoso que ste acep
ta sin contraprestacin alguna, al menos por lo que se refiere a
los casos aislados. Por cuanto al final del perodo de crdito el
pago no se produce de persona a persona, sino a travs de un
papel de crdito, a travs de una orden a un depsito objetivo
en el banco, esta reserva del sujeto se prosigue y, adems, pone
de manifiesto, por todas partes, la distancia entre el caballero
y el tendero, a travs de la cual surge el concepto del primero y
que, adems, es la expresin adecuada para este tipo de circu
lacin.
Bastar, pues, con este ejemplo particular para explicar la
influencia distariciadora del crdito sobre el estilo de vida y con
referirse ahora a un rasgo muy general de este ltimo, que remite
a la importancia del dinero. En la poca moderna, especialmente,
al parecer, en la contempornea, se da un sentimiento de tensin,
esperanza y urgencia no resueltas, como s todava estuviera por
llegar lo fundamental, lo definitivo, el sentido y el centro de gra
vedad propiamente dichos de la vida y de las cosas. Esto depen
de, como es manifiesto, de la preponderancia, de la que ya he
mos hablado que, en la cultura evolucionada, alcanzan los me
dios sobre los fines de la vida. AI lado del dinero quiz el milita
rismo sea el ejemplo ms significativo. El ejrcito permanente es
mera preparacin, energa latente, eventualidad, cuyo momento
definitivo y final no solamente aparece en raras ocasiones, sino
que se trata de evitarlo a toda costa; la tensin suma de las fuer
zas militares se considera como el nico medio para evitar su
explosin. En esta red teleolgica, pues, hemos elevado a carc
ter absoluto la contradiccin que se encierra en el hecho de que
el medio supere al fin, en la medida en que al aumento de im
portancia de los medios corresponde un rechazo y negacin cre
cientes de sus fines. Y esta situacin impregna cada vez ms la
vida del pueblo, afecta a los crculos ms amplios de relaciones
personales, polticas y de produccin y da su carcter, en cierto
modo, a determinados grupos de edad y ciertos crculos socia
les. De modo menos palmario, pero ms peligroso y oculto,
aparece esta direccin en el carcter ilusorio de los fines lti
mos a travs de los progresos y la valoracin de la tcnica. Como
quiera que las realizaciones de la ltima nicamente tienen una
relacin de medio o instrumento (y, muy a menudo, ni siquiera
sta) con los asuntos que propiamente y, en definitiva, importan
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I
importante no es sta, sino aquello que hace ms visible; el de
lirio en que el triunfo de la telegrafa y la telefona ha sumergido
a los hombres hace que stos olviden a menudo que lo importante es lo que se ha de comunicar y que, frente a ello, la rapidez
o la lentitud de los medios de comunicacin suele ser una cues
tin cuyo rango actual nicamente puede ser alcanzado median
te usurpacin, Y esto sucede, tambin, en muchas otras esferas
Esta preponderancia de los medios sobre los fines encuentra
su resumen e intensificacin en el hecho de que la periferia de
la vida, las cosas fuera de su espiritualidad, se han convertido
en los dominantes sobre su propio centro, es decir, sobre nosotros
mismos. Parece correcto decir que dominamos la naturaleza en
la medida que la servimos, aunque solamente es correcto, en el
sentido habitual, para las obras exteriores de la vida, Pero si
consideramos la situacin desde el punto de vista de la totalidad
y la profundidad de sta, vemos que toda la posibilidad de domi
nio sobre la naturaleza exterior, que la tcnica nos proporciona,
se da al precio de quedar apresados en ella y de renunciar a
centrar la vida en la espiritualidad. Las ilusiones de esta esfera
se manifiestan ya claramente en las expresiones que la sirven y,
con las cuales, una forma de percepcin orgullosa de su objeti
vidad y su desmitificacin delata los rasgos contrarios a estas
tendencias. Que venzamos o dominemos a la naturaleza es un
concepto completamente infantil, ya que presupone la existencia
de alguna resistencia, de un elemento teleolgico en esa natura
leza, de una animadversin frente a nosotros, siendo as que, en
realidad, es indiferente, que su avasallamiento no puede hacer
cambiar sus leyes, cuando todas las ideas de dominio y obedien
cia, victoria y supeditacin nicamente tienen sentido s se quie
bra una voluntad contraria. Esta es la otra cara de la forma de
expresin de que la eficacia de las leyes naturales supone una
obligacin ineludible para las cosas; puesto que, en primer lugar,
las leyes de la naturaleza no son eficaces, ya que solamente
son las frmulas de lo que realmente tiene eficacia, es decir,
las materias y energas aisladas La ingenuidad de una cien
cia de la naturaleza mal entendida, como si las leyes de la na
turaleza operaran en la realidad cual poderes reales, al modo
como un gobernante lo hace con su reino, corre paralela con
la idea de la influencia en las cosas terrenas a travs de la
mano de Dios. Y no menos errneo es el concepto de la coaccin
el deber que, al parecer, ha de someter a la naturaleza. Estas
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I
rior, sin la cual las tcnicas concretas de nuestra cultura .no
se hubieran manifestado. Tambin en la direccin de esta in
fluencia se muestra la dualidad de sus funciones, a travs de
cuya unificacin repite la forma de las potencias vitales ms
elevadas y ms bajas, esto es, que, por. un lado* aparece como
igual o como un primus inter pares .de los rdenes de la
existencia y que, por otro lado, se encuentra por encima de ellos,
como un poder concentrador, que arrebata y penetra todas las
fuerzas singulares. As, la religin es una fuerza en la vida, uno
de los factores junto a los dems intereses y, a menudo, frente
a ellos, cuya conjugacin constituye la vida y, por otro lado,
al mismo tiempo, es la unidad y la portadora de la. totalidad de
la existencia, esto es, por un lado, un miembro del organismo de
la vida y, por otro, enfrentndose a ste en la medida en que lo
expresa en la autosuficiencia de su elevacin y de su in tim id a d o
Vamos a tratar ahora de otra determinacin del estilo de
vida, que no se puede especificar por medio de una analoga
espacial, como el distanciamiento, sino temporal, esto es, como
quiera que el tiempo comprende por igual al acontecer interior
vw al exterior,9 la realidad se caracteriza de un modo ms inxnedato y con una necesidad menor de simbolismo del que se precisa
en el-caso anterior. Se trata aqu del ritmo con que aparecen y
desaparecen los contenidos vitales, de la cuestin de en qu me
dida las diversas pocas culturales favorecen o impiden el ritmo
en la manifestacin de aqullos y de si el dinero participa sola
mente por razn de sus propios movimientos, o si tambin influ
ye en la existencia o desaparicin de la periodicidad de la vida.
Nuestra vida, en todos sus rdenes, depende del ritmo de eleva
cin y descenso; el movimiento de ondulacin, que reconocemos
en la naturaleza exterior, como la forma que reside en la base
de tantas manifestaciones, tambin domina el espritu en los
crculos ms amplios. El cambio del da y la noche, que determi
na toda nuestra forma de vida, nos muestra, tambin, el ritmo
como esquema general, puesto que no podemos expresar dos
conceptos, coordenados en su forma, sin que, desde un punto
de vista psicolgico, el uno adquiera la tonalidad de la elevacin
y el otro la del descenso; as, por ejemplo, verdad y poesa es
algo completamente distinto a poesa y verdad. Y cuando, en
tres elementos, el tercero est coordinado con el segundo, tal
cosa tampoco puede realizarse psicolgicamente de modo com
pleto, sino que la forma ondulada de lo espiritual busca dar al
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cuenta de las fiestas de los indios wintues: Luego vienen canclones, en las que cada indio expresa sus sentimientos persona**
les y que raramente guardan el ritmo las unas con las otras. Si
descendemos an ms, vemos que, ciertos insectos, a fin de con
quistar a la hembra, emiten un sonido que consiste en el mismo
tono repetido de modo pronunciadamente rtmico, a diferencia
de los pjaros ms evolucionados, en cuyo canto de amor, el
ritmo desaparece detrs de la meloda. En sus escalones ms
elevados, viene observndose ltimamente que la msica parece
evitar la evolucin de lo rtmico, no solamente en el caso de
Wagner, sino, tambin, en el de ciertos enemigos suyos que, en
sus textos, evitan el ritmo y componen la msica para la carta
a los Corintios o los Salmos de Salomn; la alternancia pronun
ciada entre la elevacin y la decadencia hace lugar a formas ms
igualadas o irregulares. Si, a partir de esta analoga, volvemos
a considerar la vida cultural econmica y general, sta parece
impregnada de una regularidad comparativa continua desde el
momento en que, en cualquier instante, puede comprarse todo
a cambio de dinero y, por lo tanto, los estmulos y excitaciones
del individuo no tienen por qu atenerse a ritmo alguno que,
en razn de la posibilidad de su satisfaccin, les sometiera a una
periodicidad transindividual. Y, cuando los crticos del orden
econmico contemporneo achacan precisamente a ste la alter
nancia regular entre superproduccin y crisis, con ello preten
den designar lo ms incompleto en tal orden, que se puede trans
ferir a una continuidad de la produccin y la venta. Cabe recor
dar aqu la expansin del transporte, que ha avanzado desde la
periodicidad del servicio de postas, hasta las vinculaciones que,
casi sin interrupcin, estn establecidas entre los puntos ms
importantes y hasta los telgrafos y los telfonos, que ya no vincu
lan la comunicacin con ninguna determinacin temporal; la
mejora de la iluminacin artificial, que cada vez ha neutralizado
ms el cambio del da a la noche, con sus consecuencias rtmi
cas para la organizacin de la vida; la literatura impresa, que
nos proporciona, en cada momento que as lo deseemos, pensa
mientos y estmulos, con independencia de los procesos orgni
cos de pensamiento, entre las tensiones y las pausas. En resu
men, cuando la cultura, como se suele decir, no solamente supe
ra el espacio, sino, tambin, el tiempo, ello implica que la deter
minacin de los aspectos temporales ya no constituye el esquema
forzoso para nuestra accin y nuestro disfrute, sino que stos
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I
i
635
639
NAPOLEON I, 199.
NAPOLEON III, 496.
NEWTON, Isaac, 568-569.
NIETZSCHE, Friedrich, 324, 330,
559, 612.
PARK, Mungo, 141.
PASION, 252.
PEDRO IV, 494.
PLATON, 21, 40, 106, 158-160, 222,
237, 257, 268-269, 565-566, 587, 588,
610.
POLO, Marco, 150.
PRAXITELES, 324.
PROUDHON, Pierre Joseph, 182.
PUFENDORF, Samuel von, 310-311.
RABELAIS, Francois, 618.
RANKE, Leopold von, 486.
REMBRANT, 324.
RIESECK, Conde de, 343.
ROBESPIERRE, Maximilien, 552,
ROTSCHILD, 284.
ROUSSEAU, Jean Jacques, 447.
656
657
659
INDICE GENERAL
Pgs.
PREFACIO.................................. ............ ............. ... ............................
C a p tu lo
15
II
121
III
225
333
Captulo IV
LA LIBERTAD INDIVIDUAL.......................................................... . ...
C a ptu lo
335
535
651
653
655
663
El camino de la libertad.
For A, Robert.
Un volumen en rstica 16,5 x 24
centmetros.
Pg'nas 194. Edicin 1962.
ISBN: 84-259-0476-5. Precio ......
Teoras de la economa
del bienestar*
Por H. L. Myint.
Traduccin de E. Fuentes Quintana.
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Pginas 430. Edicin 1962.
ISBN: 84-259-0247-9. Precio ......
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Hacienda pblica en Espaa,
Por E. Toledano.
Volmenes en rstica 17 x 24 cms.
Tomo I, pginas 1.116.
Tomo II, pginas 1.140.
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Una investigacin sobre la
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y teora de Grafos.
Por Alain Scharlig.
Traduccin de Rodolfo Argamentera.
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Pginas 188. Edicin 1973.
ISBN: 84-259-0389-0. Precio ......
Liberalismo y Socialismo.
La encrucijada intelectual
de Stuart Mili.
Por Dalmacio Negro Pavn.
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Pginas 292. Edicin 1976.
ISBN: 84-259-0577-X. Precio .......
(Sigue al dorso.)
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POLITICOS