LA Antropología Historica
LA Antropología Historica
LA Antropología Historica
; W s !<- G o fV o & r c W f f
5
f w
l-
L ll_ ( J ' r*
(CL Bfc* K f
'W
'
'
del acontecer. La historia de las costum bres no se expresa para
l a travs de un encadenamiento de fenm enos pintorescos e
innovaciones, sino p or una constante mezcla de com portam ien
tos heredados (por lo m ism o, de permanencias) y de fenm enos
de adaptacin o de invencin.
La antropologa
histrica
p or A n d r B u rg u i re
ANT
Los precursores
A mir Burguire.
N aci en 1938. Agregado
de historia, profesor
auxiliar en ia Escuela de
altos estudios en ciencias
sociales. M iem bro del
com it de redaccin de la
revista Les Anuales E.S.C.
Especialista en historia de
las estructuras y de los
com portam ientos
familiurcs. hu publicado
numerosos artculos en
diferentes revistas francesas
y extranjeras.
G abriel Bonnot de
M ably (1709-1785).
M . J. de Caritat,
marqus de C ondorcet
(1743-1794).
,0
La antropologa histrica
ANT
con den prcticamente a la otra a seguir p or las obscuras sen
das del ensayismo y el amateurismo, fue porque consigui m u
ch o mejor que su com petidora procurarse un estatuto cientfi
co . El desarrollo de las ciencias sociales ms jvenes, co m o la
sociolog a, incitaba a la historia a redefinir su identidad a par
tir de un territorio ms lim itado y p or tanto a replegarse en la
esfera estatal y poltica. El ideal dentista que dom inaba en los
medios intelectuales la impulsaba a dotarse de una m etodologa
rigurosa sobre el m od elo de las ciencias experimentales: ahora
bien, el elemento bsico de la realidad observable, el equivalen
te de la clula para el b i lo g o o del tom o para el fsico, era
para ella el hecho histrico, es decir, el acontecim iento que so
breviene en la vida pblica.
Pero esta m odificacin positivista no es del tod o independiente
de la presin poltica que entonces se ejerce sobre el saber his
trico. El positivism o ambiental m agnificaba el trabajo sobre
las fuentes, percibido c o m o la confrontacin necesaria con los
datos experimentales del saber histrico, tanto ms cuanto que
el Estado desarrollaba un esfuerzo enorm e de recogida y orga
nizacin de los fon d os de los archivos pblicos. Para obedecer
a los criterios de cientificidad que se propuso, la investigacin
histrica tiende a confu ndir la mem oria social con la memoria
nacional y la mem oria nacional con la m em oria estatal. T o d o
fenm eno que n o aparezca en la escena poltica, puede ser ig
norado por el historiador, no slo porque no corresponde a
una accin consciente y voluntaria, sino porque es razonable
escapar al m ovim iento histrico.
El caso M ichelet en el siglo xix
N o se debe simplificar exageradamente el itinerario historiogrfico del siglo XIX y descuidar, en particular, la inspiracin r o
mntica, subyacente a las magnas empresas histricas, que cu l
mina en la obra de M ichelet. Su proyecto de resurreccin nte
gra del pasado le impulsa a describir, p or encima de las
formas y las peripecias del ejercicio del poder, las condiciones
de existencia de los obscuros. C uando muestra los efectos de
una m oda alimentaria, c o m o el consum o del caf, sobre la sen
sibilidad y el com portam iento de las minoras selectas en la so
ciedad francesa del siglo XVIII, o cuando describe la atmsfera
trgica del siglo de Luis X IV , dom inado por las crisis alimen
tarias y la miseria popular, es que aborda y trata la realidad
histrica a travs de una perspectiva fundamentalmente etno
lgica.
N os sorprenderemos de que haya sido rechazado por la his
toria positivista y en cam bio reivindicado p or Lucien Lefebvre
c o m o un maestro de la historia de las sensibilidades y de las
mentalidades? La im portancia p or l otorgada a su intuicin
ANT
La antropologa histrica
C h. Seignobos.
historiador positivista.
nitor de obras de m todo:
M thode historique
applique aux sciences
sociales (P., 1901) y, con C.
V. Langrois: Introduction
aux tudes historiques (P..
1898).
En Francia se emplea la
palabra roturacin
( essartage) sobre tod o a
p ropsito de las grandes
roturaciones de los siglos
X II y X III .
A . Franklin: La Vie
prive autrefois, 12 vols.
(1890).
44
ANT
La antropologa histrica
ANT
La antropologa histrica
V
producto alimentario im portado recientemente de otro con ti
nente... o de otra clase social, transform ando la innovacin en
hbito.
Para remozar la antigua denom inacin historia de las c o s
tumbres, podram os definir la antropologa histrica c om o
una historia de los hbitos: hbitos fsicos, gestuales, alimenta
rios, afectivos, hbitos mentales. Pero qu hbito no es men
tal? Cabra indudablemente asignar a la historia y a la e co n o
ma el estudio de las relaciones de fuerza, escribe M arc A u g
en un ensayo de etnologa del poder, y a la antropologa el de
las relaciones de pod er. L o peculiar de la antropologa sera
estudiar los fenm enos a travs de los cuales se designan una
sociedad y una cultura; fenm enos no significantes para em
plear el lenguaje del tiem po sino significados, es decir, digeri
dos e interiorizados p or la sociedad.
N os guardaremos de concluir nuestra definicin. La an trop olo
ga histrica corresponde quizs m ucho ms a un m om ento que
a un sector de la investigacin histrica. H oy atrae hacia ella
los nuevos m todos y las nuevas problem ticas, co m o fue el
caso de la historia econm ica y social de los aos 50. La revista
de los Annales, si consideram os la evolucin de su contenido en
los ltimos treinta aos, refleja con singular nitidez este despla
zamiento terico. M s que trazar un cuadro de los logros re
cientes de la antropologa histrica, que no puede ser exhaus
tivo ni siquiera cindonos a los trabajos de los historiadores
franceses, desearamos indicar algunos puntos ejemplares de
concentracin de las investigaciones y del debate historiogrfico.
M . Auge: Pouvoir de
vie. Pouvoir de m ort (P.,
Flammarion, 1977).
J. J. Hmardinquer:
P ou r une histoire de
l'alim entation, en Cahier
des annales. n. 28 (1970).
E. Le R o y Ladurie:
Paysans du Languedoc (P.,
Flammarion, 1969).
ANT
La antropologa histrica
La antropologia histrica
ANT
alza de precios de los granos y el alza repentina de la mortali
dad. El mismo calendario de esta mortalidad, que siente sus
primeros accesos durante los meses de em palm e (es decir, los
dos o tres meses que preceden a la nueva cosecha), subraya la
unin de causa a efecto entre el aumento de los precios, consi
guiente a una mala cosecha, el rpido agotam iento de los
stocks, que condena a los ms pobres al hambre en los ltimos
meses de la cosech a anual y el incremento de la mortalidad.
t
Estimulada p or el hambre, esta ltima se prolonga, debido a
las epidemias que se abaten sobre una poblacin debilitada,
co m o lo atestiguan a la vez num erosos docum entos (por ejem
plo, la correspondencia de los intendentes) y la curva de falleci
mientos que se lanza a m enudo hacia nuevas cotas en los meses
de esto.
Los fenm enos epidm icos que al m enos para el siglo x v n
parecen integrarse bastante bien en el ritmo ciclico de las crisis
frumentarias, no haran por lo m ism o otra cosa que amplificar
las catstrofes socioeconm icas. El m edio m icrobiano se volve
ra agresivo y m ortfero tan pronto c om o la poblacin, debilita
da p or la subalim entacin, fuese incapaz de resistir su ataque.
Cierto que el prim um m ovens de estas crisis sigue siendo el
azar clim tico, mas la responsabilidad histrica recae en la so
ciedad que, a travs de las contradicciones y atolladeros de su
sistema econ m ico, teje su p ropio destino biolgico.
Este esquema ha parecido tan fijo para el antropocentrism o del
historiador que se ha querido hacerlo extensivo a toda clase de
epidemias. Pero, si es verdad, p or ejem plo, que la peste estalla
en 1348 co m o una explosin nuclear en una Europa en
plena saturacin dem ogrfica y p or tanto en situacin de enor
me vulnerabilidad biolgica; si es verdad asimismo que la peste
no abandon definitivamente Francia (la ltima epidemia es la
trgica peste de Marsella de 1720) sino despus de liberarse de
las grandes hambres cclicas (la ltima es la que sigui al terri
ble invierno de 1709), cuntas epidemias se han propagado sin
necesidad de una mala cosecha? A propsito de Francia, cabe
observar que, cuando parece haber vencido a la peste, contina
sufriendo los asaltos peridicos de la viruela, de la suette (o
sudada, nom bre da do a diversas enfermedades febriles) a lo lar
go del siglo XVIII, y del clera en pleno siglo XIX.
Una historia natural de las enferm edades
M . D. Grm ek ha propuesto recientemente la hiptesis de una
historia autnom a, puramente biolgica, de las enfermedades
infecciosas. Una enfermedad, que hubiera sido virulenta du- pI^ ll}^ rel'Jll;1111thl(l0
rante un determ inado perodo de la historia, habra remitido h i s l o r k |i i c d e m u ll id la ,
despus, no porque los hom bres hubieran conseguido vencerla,
c s c (I,M)
sino porque otro bacilo hubiera ocu pa do su lugar. N o circulan
ANT
La antropologa histrica
*
K
permanentemente ni desde siempre, sobre el conjunto del plane
ta, los grmenes de todas las enfermedades posibles. E. Le R oy
Ladurie ha p od id o dem ostrar que la unificacin biolgica del
mundo es un fenm eno tardo, muy posterior al descubrimien
to de Am rica*. En realidad, nuestras sociedades no habran
tenido que enfrentarse a todas la amenazas bacteriolgicas al
mismo tiempo, sino a grupos de enfermedades, a sistemas n osolgicos que evolucionan conform e a un mecanismo de in com
patibilidad. Un bacilo nuevo no podra insertarse en el sistema
sino despus de arrojar a la enfermedad de la que l es antdo
to. As habra incom patibilidad entre la lepra y la tuberculosis,
lo que explicara que el auge de la segunda en la poca contem
pornea haya coin cidido en Europa con la desaparicin de la
primera. Una oposicin del mismo tipo, segn M . D . G rm ek,
podra darse entre el bacilo de la peste y el de la seudotuberculosis.
A s com o existe una historia natural del clim a, sera absurdo
negar la posibilidad de una historia natural de las epidemias.
La gran peste de 1348, para recoger el m ism o ejem plo, resulta
al menos tanto de un cam bio en la p ob lacin de las ratas c o m o
de un cambio en la poblacin de Europa: la migracin de la rata
negra (rattus rattus) proporcion aba a la peste un substrato que,
aadido a la densidad de la poblacin humana, iba a ju gar el
papel de vivero y vector permanentes. N o basta anegar los fe
nmenos en un contexto socioecon m ico para conferirles una
dimensin histrica. Si aparece que obedecen a mecanismos f
sicos sobre los cuales n o ejerce ningn dom inio verdadero el
control social, no hay razn para ocultar esta autonoma.
Pero reconstruir la historia de un fenm eno epidm ico es igual
mente analizar la manera en que la organizacin y las norm as
culturales de una sociedad han p od id o digerir las exigencias del
medio natural y hacerles frente; es hacer resaltar el envite social
y las normas de relacin con el cuerpo que cada poca expresa
a travs de sus com portam ientos biolgicos. En este terreno, la
tarca especfica de la antropologa histrica consiste en deducir
aI misino tiempo los puntos y los mecanismos de articulacin
cutir las exigencias naturales y las norm as socioculturales. Se
lu |mh111111 observar, por ejem plo, que las conductas histricas,
ni el urnliclo psiquitrico del trmino, las que Charcot trataba
mui ii i........ ...... . <l<- '.uto en su servicio de la Salptrire, haban
'ililo mui muLii poi mu",tas .sociedades industriales, excepto en
tu iiiiiiin in n iniih mi un os v cu lina form a al mismo tiempo renlilmil y lii(i|lii|iii'iil(' rlliiiili/mlii: es el caso de los picados p or la
tiiiiiiiiiilii, i|t> Io Piinlin, r itiuliiuloN por el etn logo italiano D e
M u i I Un
E. Le R o y Ladurie:
L 'unification m icrobienne
du m ond e, en Revue
suisse d'histoire (1973) y Le
Territoire de l'historien, vol.
2 (P., G allim ard, 1975).
E. de M artino: La Terre
des remords (P ., Gallimard,
1966).
,
i
des moeurs (P-, C almanncion habra im puesto, primero a las clases dirigentes, luego, Lcvy, 1974).
progresivamente, al con ju n to de la sociedad, a travs de los
m odelos educativos (en particular, los num erosos tratados de
urbanidad del n i o), una actitud de pu dor y autodisciplina
respecto a las funciones fisiolgicas y de desconfianza respecto
a los contactos fsicos. La ocultacin y el distanciamiento de
los cuerpos seran expresin, en las conductas individuales, de
la presin organizadora, y p or tanto m odernizadora, que los
Estados burocrticos recientemente constituidos ejercen sobre
la sociedad; la separacin de las clases p or edad, el apartamien
to de los desviados, el encierro de los pobres y los locos, la de
cadencia de las solidaridades locales pertenecen al m ism o m ov i
miento global, difuso y ampliamente inconsciente de rem odela
cin del cuerpo social.
Nuevas investigaciones prolongan h oy ro arriba (es decir, has
ta el perodo m edieval) esta com pleja historia de la socializa
cin del cuerpo: aquella form a de rozam iento fsico familiar,
co m o el despioje, rito de sociabilidad practicado en tod os los
estratos sociales en el siglo XIII (co m o puede verse en M ontaillou), que se hizo estrictamente popular a principios del XVI,
supervivencia incongrua y despreciada en ambiente cam pesino
en el XVIII; o p or el contrario, aquel gesto del brazo para ex
presar la resignacin o el insulto que figura con asom brosa
ANT
La antropologa histrica
J. L. Flandrin:
C ontraception, mariage et
relations amoureuses dans
l'Occident chrtien, en
Annales E S C. (1969).
J. Depauw: A m o u r
lgitime et socit
N antes, en Annales E.S.C.
(1972).
ANT
La antropologa histrica
religioso a fines del siglo XVIII habra con du cido a las parejas
a emanciparse de las prohibiciones lanzadas por la Iglesia co n
tra las prcticas contraceptivas. La R evolu cin francesa y ms
en particular el reclutamiento, al arrancar a los m ozos del hori
zonte de su cam panario, habran contribuido ampliamente a la
difusin de las tcnicas contraceptivas no mgicas, co m o el
coitu s interruptus especialmente denunciado por los telogos.
El desarrollo de las investigaciones en dem ografa histrica nos
obliga hoy a remontar m ucho ms arriba en el tiempo la p ro
pagacin de las prcticas contraceptivas. Estas aparecen en la
cuenca parisina en los dos ltimos decenios del siglo XVIII entre
los campesinos, pero indudablemente desde m ediado el mismo
siglo en las ciudades. Louis Henry haba credo poder mostrar
que ciertos sectores de las clases dirigentes haban representado
en este terreno un papel de vanguardia: as, la aristocracia (y
algunas cartas de M adam e de Svign a su hija lo confirm an
explcitamente) o la burguesa ginebrina limitan los nacimientos
desde la segunda mitad del siglo X V II. M as un estudio reciente
de A . Perrenoud acaba de demostrar, en lo que atae a G ine
bra, que el fenm eno afecta desde esa poca al conjunto de la
sociedad. Finalmente, las tasas de fecundidad legtima obteni
das para ciertas parroquias rurales del sudoeste de Francia pa
recen indicar que en ellas se practicaba desde el siglo XVII una
contracepcin difusa.
Philippe Aris haba enunciado la idea de que las prohibiciones
de la Iglesia habran hecho durante m ucho tiempo impensa
ble la contracepcin. Interiorizando estas prohibiciones, la p o
blacin habra olvidado las groseras tcnicas conocidas y prac
ticadas en la antigedad. La reaparicin de las prcticas repre
sentara p or tanto una m utacin cultural irreversible. Esta
hiptesis parece que ha de ser puesta en entredicho. Desde fines
de la Edad M edia hasta com ienzos del siglo XVII, cierto nme
ro de obras religiosas aluden, para condenarlas, a la existencia
e incluso a la enorm e difusin de estas prcticas. Nada nos im
pide p or tanto pensar, co m o ciertas curvas dem ogrficas nos
invitan a hacerlo (para Italia, Inglaterra, etc.), que la limitacin
de la natalidad habra desaparecido previsiblemente a fines del
siglo XVII en ciertas regiones bajo el efecto de la propaganda y
de la represin religiosas, para resurgir en la segunda mitad del
siglo XVIII en el m om ento en que la Iglesia relajaba su in
fluencia.
Pero represent la Iglesia misma un papel decisivo en la mu
tacin de los com portam ientos? Un docum ento interesante,
aunque tardo, la carta que M ons. Bouvier, obispo de M ans,
enva en 1849 a la Sagrada Penitenciara, solicitando se defina
la postura de la Iglesia en relacin con la lim itacin de la nata-
L. Henry y C . Lvy:
D u cs et pairs de France
sous l'A ncien Rgim e, en
Population (I960).
L. Henry: Anciennes
Familles genevoises (P.,
PU F, 1956).
A . Perrenoud:
M althusianisme et
protestantisme, en
Annales E.S.C. (1974).
f|
ANT
La antropologa histrica
Mallhus W eber: le
mariage tardif et l'esprit
d'entreprise, en Annales
E.S.C. (1972).
G . Duby: La Socit
aux x f et XIIe dans la
rgions monnaise (P ., A .
Colin, 1954).
E. Le R oy Ladurie:
Paysans du Languedoc (P.,
Flammarion, 1969).
ANT
La antropologa histrica
M . Segalen: Nupcialit
et alliance: le ch oix du
conjoint dans une commune
de l'Eure (P., M aisonneuve
et Laisse, 1972).
F. Zonabend: Parler
Fam ille, en L'Hom m e
(1970).
PE R SPE C T IV A S D E LA A N T R O P O L O G IA H IS T O R IC A
Es en el estudio del universo mental donde la antropologa his
trica realiza hoy las investigaciones ms fecundas. El con cepto
de mentalidad introducido por Lucien Febvre en el bagaje de
los historiadores era suficientemente vago y suficientemente
abierto para digerir la aportacin de las dems disciplinas. El
peligro hubiera estado en encerrarlo, o bien dentro de un mar
co puramente psicolgico, rpidamente anacrnico, o bien en
una historia de las ideas siempre dispuesta a deducir los m eca
nismos mentales de una poca de las doctrinas y de las magnas
construcciones intelectuales por ella producidas.
Una vez ms la antropologa ha conquistado a la historia p or
abajo, es decir, por las expresiones ms anodinas, las m enos
formuladas, de la vida cultural: las creencias populares, los ri
tos que impregnan la vida cotidiana o se adhieren a la vida reli
giosa, las culturas minoritarias o clandestinas, en una palabra,
el folclore. C om entando una obra de Andr Varagnac, que de
fina el folclore c om o el conjunto de las creencias colectivas sin
doctrina y de las prcticas colectivas sin teora, Lucien Febvre
se preguntaba: Es tan fcil de trazar la frontera entre lo de
du cido y lo aceptado tal cual es sin deducciones? N o pone
ella en entredicho, prosigue, la gnesis misma de nuestras c o n
cepciones cientficas, las relaciones histricas de lo m gico y de
lo matemtico, la substitucin progresiva de las influencias cua
litativas e irracionales p or las relaciones lgicas y cuantitati
vas? Los com portam ientos menos discutidos de una sociedad,
com o los cuidados del cuerpo, las maneras de vestir, la organi
zacin del trabajo y el calendario de las actividades diarias, re
flejan un sistema de representacin del m undo que los vincula
en profundidad con las formulaciones intelectuales ms elabora-
La antropologa histrica
M . O zouf: La Fte
rvolutionnaire (P.,
Gallim ard, 1976).
M . Vovelle: Les
M tamorphoses de la f l e
en Provence (P.,
Flammarion, 1976).
F. Furet y J. O zou f:
Lire et crire. 2 vols. (P.,
Minuit, 1978).