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LA Antropología Historica

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del acontecer. La historia de las costum bres no se expresa para
l a travs de un encadenamiento de fenm enos pintorescos e
innovaciones, sino p or una constante mezcla de com portam ien
tos heredados (por lo m ism o, de permanencias) y de fenm enos
de adaptacin o de invencin.

La antropologa
histrica
p or A n d r B u rg u i re

O bligado, por los grandes acontecim ientos que debe narrar, a


escuchar cuanto carece para l de determinada im portancia, no
admite en escena ms que a los reyes, los ministros, los genera
les de los ejrcitos y a toda clase de hombres fam osos cuyos ta
lentos y defectos, em pleos o intrigas han causado la desgracia
o la prosperidad del Estado. Pero al burgus en su ciudad, al
campesino en su choza, al gentilhombre en su castillo, al francs, en fin, en m edio de sus trabajos, de sus placeres, en el seno
de su familia y de sus hijos, eso es lo que nunca nos puede re
presentar. Quien as se expresa acerca de las deficiencias del
historiador no es Lucien Febvre, sino Legrand d Aussy, c o n
temporneo casi d escon ocido de las Luces, en la advertencia a
su Historia de la vida privada de los franceses (3 vols.), pu
blicada en 1782. Estas lneas sealan bastante bien el cam po
abandonado por la historia del acontecer, y cuya investigacin
histrica se ha vuelto a poner en marcha recientemente. Asis
timos en efecto, gracias a la constitucin de la escuela de los
A m ales, no al nacimiento sino al renacimiento de una historia
antropolgica.
H ISTO RIA D E UN C O N C E P T O
La empresa de Legrand d Aussy es significativa a este respecto:
de una historia social de las costumbres de los franceses que te
nia en proyecto lo prueban las lneas citadas slo pu do
realizar la primera parte, una historia de la alimentacin (en
tres volmenes), por otra parte muy inform ada y m oderna; es
al mismo tiempo una historia de los productos, de las tcnicas
y de los com portam ientos alimentarios. El autor sigue un plan
temtico, indicando co n ello un enfoque ms estructural que

ANT

Los precursores

A mir Burguire.
N aci en 1938. Agregado
de historia, profesor
auxiliar en ia Escuela de
altos estudios en ciencias
sociales. M iem bro del
com it de redaccin de la
revista Les Anuales E.S.C.
Especialista en historia de
las estructuras y de los
com portam ientos
familiurcs. hu publicado
numerosos artculos en
diferentes revistas francesas
y extranjeras.

En tiempo de Legrand d Aussy, esta clase de temas estaba ya


desapareciendo del cam po histrico o por lo menos pasando a
segundo plano. D esde finales del siglo XVII, l sabia erudicin,
sobre tod o la de los benedictinos de San M auro y de los bolandistas#, abandona el com entario de las fuentes escriturarias p or
la edicin de las fuentes o docum entos pblicos. La administra
cin real alienta y facilita este desarrollo de una investigacin
cientfica sobre la historia del Estado. M aridaje duradero: el
Estado constituye fon dos de archivos pblicos que ofrecen a
los historiadores los m edios de una investigacin positiva (fun
dada en las fuentes); los historiadores concentran su atencin
en los acontecim ientos y engranajes de la vida pblica. Final
mente, el m ovim iento filosfico, en su inmensa mayora, desa
rrolla una con cepcin idealista y poltica de la sociedad: el
hom bre es un animal social cuyas determinaciones estn guia
das por una necesidad de libertad, equidad y racionalidad. La
historia de las sociedades debe limitarse a la historia de la vida
pblica (historia poltica, historia del Estado, historia de las di
ferentes instituciones) y de las form aciones culturales (arte y li;
teratura) en la medida en que el hom bre slo adquiere dim en
sin social en la vida pblica.
Esta concepcin es la que inspira lo m ism o El espritu de las
leyes, El discurso sobre grandeza y decadencia de los rom a
n os que El siglo de Luis X IV , los trabajos de la E n ciclop e
dia o ms adelante la obra de un M a b ly o de un C on d orcet*. Rousseau constituye un caso aparte. Aunque lo esencial
de su reflexin histrica la que se expresa en el C on trato
social se aplica al universo poltico, considera a la sociedad
co m o un producto, y un producto desgraciado, de la historia,
no co m o la sustancia misma de la historia. Y as co m o supone
una historia original, presocial, de la humanidad, concibe la
posibilidad de una historia antropolgica. Pero, lo m ism o que
para Buffon, esta historia antropolgica slo es localizable en
tre los pueblos sin historia, es decir, entre los salvajes.
Si estos pueblos sin escritura y sin m onum entos (la expresin
designa en el siglo XVIII tod o lo que atestigua un pasado) tie
nen una historia y^gi esta historia puede conferir un sentido a
su civilizacin, es preciso encontrarla en sus maneras de vestir

M iem bros de una


sociedad, en su m ayor
parte jesutas, que desdo el
siglo X V I I trabajan en la
publicacin y depuracin
critica de los textos
originales de las vidas de
los santos, denominada
Acta sanctoriini.

G abriel Bonnot de
M ably (1709-1785).
M . J. de Caritat,
marqus de C ondorcet
(1743-1794).

,0

La antropologa histrica

y alimentarse, en la organizacin de su vida familiar, en las re


laciones entre sexos, en sus creencias y en sus ceremonias. Las
costumbres son aqu portadoras de historia, porque reemplazan
a las instituciones
A la sombra de la Ilustracin algunos viajeros, m dicos erudi
tos o administradores echan, a fines del siglo x v m , una mirada
etnolgica sobre las sociedades histricas y en concreto sobre
su propia sociedad. Legrand d Aussy pertenece a este m edio.
La corriente se propagar bajo la R evolu cin y el Imperio en
la empresa de la O ficina de Estadstica de Chaptal y de Fran
ois de Neufchteau, que intenta, entre otras cosas, un inven
tario de los m odos de vida en Francia. Arrastrndole hacia el
estudio de las supervivencias y de lo esotrico, la A cadem ia cl
tica le arrebatar cualquier oportunidad de m odificar la orien
tacin de la investigacin histrica.
D entro de esta corriente, subproducto de la Ilustracin, sobre
vive no obstante una tradicin antiqusima, ilustrada en pleno
siglo XVIII por numerosas obras que se titulan C u adro histri
c o o Historia natural de tal provincia o nacin, tradicin se
gn la cual definir la identidad de una sociedad o de una re
gin es reconstruir la historia de sus costumbres y de sus m o
dos de vida.
Esta preocupacin es tan antigua co m o el espritu histrico.
Demasiado hemos olvidado que H er d o to , padre de la H is
toria, en la bsqueda que emprendi para que el tiem po no
aboliese los trabajos de los hom bres, senta la necesidad de
describir detalladamente las costumbres de los lidios, persas,
masagetas o egipcios, para explicar el conflicto entre los griegos
y los brbaros. L o que el historiador retiene del pasado corres
ponde estrechamente a lo que quiere com prender o justificar
dentro de la sociedad que le circunda. El estudio de las form as
de la vida cotidiana form parte del pensamiento histrico
mientras ste tuvo co m o preocupacin principal describir el iti
nerario y los progresos de la civilizacin. Y se volvi superfluo
tan pronto co m o los Estados-N aciones nuevamente constitui
dos se enrolaron en la m em oria colectiva para justificar por el
pasado su dom inio sobre un territorio y su manera de organi
zar la sociedad.
El positivismo y una historia del acontecimiento
En realidad, dos escuelas histricas coexisten en Francia hasta
el com ienzo de la III Repblica: una, ms narrativa, prxim a a
las minoras dirigentes y al debate poltico, heredera de los c r o
nistas y atenta a reconstruir la gnesis de las instituciones o de
los conflictos; la otra, ms analtica, heredera de la filosofa de
la Ilustracin, atenta a describir las costum bres y los com p orta
mientos sociales. Si, en vsperas de 1914, la primera escuela

ANT
con den prcticamente a la otra a seguir p or las obscuras sen
das del ensayismo y el amateurismo, fue porque consigui m u
ch o mejor que su com petidora procurarse un estatuto cientfi
co . El desarrollo de las ciencias sociales ms jvenes, co m o la
sociolog a, incitaba a la historia a redefinir su identidad a par
tir de un territorio ms lim itado y p or tanto a replegarse en la
esfera estatal y poltica. El ideal dentista que dom inaba en los
medios intelectuales la impulsaba a dotarse de una m etodologa
rigurosa sobre el m od elo de las ciencias experimentales: ahora
bien, el elemento bsico de la realidad observable, el equivalen
te de la clula para el b i lo g o o del tom o para el fsico, era
para ella el hecho histrico, es decir, el acontecim iento que so
breviene en la vida pblica.
Pero esta m odificacin positivista no es del tod o independiente
de la presin poltica que entonces se ejerce sobre el saber his
trico. El positivism o ambiental m agnificaba el trabajo sobre
las fuentes, percibido c o m o la confrontacin necesaria con los
datos experimentales del saber histrico, tanto ms cuanto que
el Estado desarrollaba un esfuerzo enorm e de recogida y orga
nizacin de los fon d os de los archivos pblicos. Para obedecer
a los criterios de cientificidad que se propuso, la investigacin
histrica tiende a confu ndir la mem oria social con la memoria
nacional y la mem oria nacional con la m em oria estatal. T o d o
fenm eno que n o aparezca en la escena poltica, puede ser ig
norado por el historiador, no slo porque no corresponde a
una accin consciente y voluntaria, sino porque es razonable
escapar al m ovim iento histrico.
El caso M ichelet en el siglo xix
N o se debe simplificar exageradamente el itinerario historiogrfico del siglo XIX y descuidar, en particular, la inspiracin r o
mntica, subyacente a las magnas empresas histricas, que cu l
mina en la obra de M ichelet. Su proyecto de resurreccin nte
gra del pasado le impulsa a describir, p or encima de las
formas y las peripecias del ejercicio del poder, las condiciones
de existencia de los obscuros. C uando muestra los efectos de
una m oda alimentaria, c o m o el consum o del caf, sobre la sen
sibilidad y el com portam iento de las minoras selectas en la so
ciedad francesa del siglo XVIII, o cuando describe la atmsfera
trgica del siglo de Luis X IV , dom inado por las crisis alimen
tarias y la miseria popular, es que aborda y trata la realidad
histrica a travs de una perspectiva fundamentalmente etno
lgica.
N os sorprenderemos de que haya sido rechazado por la his
toria positivista y en cam bio reivindicado p or Lucien Lefebvre
c o m o un maestro de la historia de las sensibilidades y de las
mentalidades? La im portancia p or l otorgada a su intuicin

ANT

La antropologa histrica

(pues las fuentes slo suministran los sntomas de una realidad


que hay que reconstruir) y a su poder de empatia para entrar
en los m odos de ver y sentir de una poca proceso que ser
propio del etn log o no puede p or m enos de desagradar a
una corriente que pretende fundamentar el saber histrico so
bre un tratamiento objetivo y cientfico de la realidad.
M as es sobre tod o p or su populism o casi m stico, por el papel
esencial que atribuye en la historia a los grandes m ovim ientos
colectivos parcialmente inconscientes y por su tendencia a su
bestimar la accin de los grandes y de las instituciones, p or lo
que Michelet result inaceptable a la escuela positivista y sedu
jo en cam bio a los fundadores de los A m ales.

un agente histrico tan importante co m o un general que gana


una batalla. Pero, ms profundam ente, se basa en una con cep
cin multidimensional de la realidad social, pues cada dim en
sin o, m ejor, cada nivel tiene al m ism o tiem po vocacin para
dibujar su propia historia y encontrar un m o d o de articulacin
con los dems para fabricar el m ovim iento de una sociedad.
Para los fundadores de los Annales, la historia de la vida coti
diana no era sino una manera de abordar la historia econm ica
y social. Es por simple deseo de modernizar su caracterstica
p or lo que se ha rebautizado h oy co m o antropologa histrica?
Si intentamos definirla p or su cam po, es decir, c om o el estudio
de lo habitual en oposicin a lo excepcional o al acontecer, nos
exponem os a encontrarnos en el m ism o punto. Si concebim os
este estudio c om o la descripcin del m arco de vida de una p o
ca, nos vem os reducidos a la historia ms tradicional de la vida
cotidiana. Desde la im ponente com pilacin de A . Franklin*,
L a vida privada antao. Costum bres, m odas, usos de los pari
sinos, del siglo x ii al x v m , publicada a fines del pasado siglo,
hasta ciertos volm enes de la recentsima coleccin H istoria
de la vida cotidiana, se mantiene el m ism o tipo de erudicin
sonriente y anodina que con cibe las form as de la vida cotidiana
c o m o decoracin de la historia magna, la que se hace a travs
del enfrentamiento de las voluntades dirigentes y de las institu
ciones.

La escuela de los Anuales


Porque, con la reduccin del cam po histrico al dom inio de la
vida pblica, se expresa a buen seguro una concepcin reductora y centralizada no slo del devenir histrico, sino de la socie
dad misma. Contra semejante concepcin se constituy la es
cuela de los Annales. A l igual que los impresionistas haban
lanzado la consigna de abandonar los talleres por el aire libre,
saliendo a pintar la naturaleza en directo, los fundadores de
los Annales incitaron a los historiadores a salir de los gabinetes
ministeriales y de las cmaras parlamentarias y observar en di
recto los grupos sociales, las estructuras econm icas, en una
palabra, a abordar cada sociedad en el sentido de su m ayor
profundidad.
Fueron los historiadores de los perodos ms rem otos quienes
recibieron la consigna con el m ayor entusiasmo. Las reticencias
de los especialistas de la historia contem pornea no pueden
atribuirse, hablando en propiedad, a un conservadurism o p ol
tico: muchos de ellos (com enzando p or S eign obos*, enemigo
oficial de los A m ales) representan ideas izquierdistas y tienden
en su prctica de historiadores a valorizar los m ovim ientos re
volucionarios. Pero tras ellas se oculta una con cepcin jerrqui
ca del devenir histrico, forzosamente encarnado p or los diri
gentes hombres de gobierno o lderes revolucionarios y
por las instituciones (el aparato estatal, el Parlamento, los par
tidos polticos, etc.). Esta concepcin se reduce a no conceder
dimensin histrica sino a lo que justifica de cerca o de lejos a
los detentadores del poder y su visin de la sociedad.
La postura de los Annales lleva consigo cierto populism o: hay
que conceder derecho de ciudadana a la historia de los humil
des junto a la historia de los poderosos; el obscu ro cam pesino,
que mejora una tcnica de roturacin* dentro de un sistema de
gestos heredados y de un paisaje aparentemente inmutable, es

El campo de la historia antropolgica

C h. Seignobos.
historiador positivista.
nitor de obras de m todo:
M thode historique
applique aux sciences
sociales (P., 1901) y, con C.
V. Langrois: Introduction
aux tudes historiques (P..
1898).

En Francia se emplea la
palabra roturacin
( essartage) sobre tod o a
p ropsito de las grandes
roturaciones de los siglos
X II y X III .

Si el estudio de lo habitual implica el anlisis de los grandes


equilibrios econ m icos y sociales que subyacen a las decisiones
o a los conflictos polticos, no es otra cosa que la historia e c o
nm ica y social. Una definicin p or el tipo de fuentes que utili
za este sector de la historia, apenas sera ms pertinente. La
historia de la vida cotidiana no se convierte en antropolgica,
pasando de las fuentes narrativas y exteriores a las fuentes se
riadas. D esem boca sencillamente en la historia econm ica y so
cial. Esto es lo que deseaban los fundadores de los Annales al
postular el recurso a las mercuriales de precios o a los arrenda
mientos de diezm os para el estudio de las fluctuaciones de la
produccin agrcola, a los archivos notariales para el abanico
de las fortunas y la evolucin de los patrim onios familiares y a
los registros parroquiales (antepasados del m oderno estado ci
vil) para fa reconstruccin del m ovim iento dem ogrfico. M as
en la medida en que estas fuentes registran datos brutos, que
no implican ningn punto de vista, ninguna representacin ela
borada de la realidad, invitan al historiador a reconstruir c o n
juntos, p or ejem plo, mediante un tratamiento estadstico, que
revelarn la tendencia y la lgica de una evolucion

A . Franklin: La Vie
prive autrefois, 12 vols.
(1890).

44

ANT

La antropologa histrica

Este proceso puede desem bocar en una reflexin antropolgica.


C om o el etn logo, que utiliza la distancia que percibe entre su
propia cultura y la de su terreno de observacin, para desem ba
razarse de sus propias categoras y reconstruir el sistema lgico
de la sociedad que estudia, el historiador puede aprovechar el
carcter parcelario, no elaborado, de estas fuentes brutas, para
dar, por encima de la realidad manifiesta, con los mecanismos
y la lgica que explican tal coyuntura lo que se llama una
p oca o tal evolucin. El mismo proceso cabe aplicar a las
fuentes cualitativas o literarias, en la medida en que condu ce a
interesarse sistemticamente por lo que los discursos dom inan
tes de una sociedad disimulan o descuidan. M u ch o me temo
que las personas a las que confiaba mis intenciones, escribe
M arc Bloch, en la introduccin a los Reyes taumaturgos , no
me hayan considerado ms de una vez co m o vctima de una cu
riosidad rara y a fin de cuentas bastantes ftil... This curious
by-path* o f yours. As calificaba un am igo ingls su empresa. By-path: cam ino
Si L os reyes taum aturgos son todava un libre ejemplar para desviado o indirecto.
la antropologa histrica#, lo deben, ms que al problem a es M . Bloch: L es Rois
lliaunialurges (P ., A . Colin.
tudiado, a la manera en que M arc Bloch ab ord el problem a, 1961).
a su arte de by-path , sendero desviado para alcanzar directa
mente un sistema de representacin enterrado.
El poder nunca est del todo all donde se anuncia
Nada ms clsico ni ms trillado que el estudio de la institu
cin monrquica francesa o inglesa. Pero los especialistas, in
cluso los interesados p or la teora del absolutism o, p or la reale
za de derecho divino, dejaron a un lado la secuencia cerem onial
en general, al final de la consagracin durante la cual el
soberano ejerca un poder curandero: vestigios rituales, a los
cuales incluso los testimonios ms tardos slo conceden un va
lor anecdtico ms o m enos folclrico. A h ora bien, esta singu
laridad, que se aferra prcticamente hasta la edad industrial al
ceremonial de las m onarquas francesa o inglesa, n o slo las
distingue de la m ayora de las otras monarquas europeas, sino
que revela la dim ensin mgica de la realeza, tal co m o sobrevi
ve en las representaciones colectivas. E n m uchos puntos,
anota M arc Bloch, tod o este folclore nos dice m ucho ms que
cualquier tratado doctrinal. A l m ism o tiempo, se encuentra in
dicada la va que conduce del estudio de folclore a una verda
dera antropologa histrica. Largo tiem po abandonado a los
aficionados a lo pintoresco y al esoterismo, el folclore es porta
d or de sentido para el historiador, precisamente a causa de su
marginalidad. Su aparente insignificancia dentro del ju eg o so
cial es seal de que encierra y conserva un sentido importante.
L o caracterstico del poder est en no hallarse nunca exacta
mente all don de se anuncia; por eso, la historia de las institu

ciones da a m enudo la impresin de acumular citas frustradas.


Sera absurdo, a buen seguro, querer dem ostrar que la funcin
esencial del rey de Francia o del rey de Inglaterra es ser brujo
curandero. Pero la evocacin obstinada de esta funcin original
o mtica en el cerem onial prueba que contina teniendo un sen
tido en la poca m oderna: sta fundamenta sim blica y al mis
m o tiempo corporalm ente, el carcter sagrado (por tanto, leg
tim o) del poder real que las instituciones y los juristas se c o n
tentan con afirmar.
T o d o sucede c om o si cada sociedad necesitase anular su trans
parencia para existir y confundir las pistas tanto para ella mis
ma co m o para el m undo exterior. El an troplogo est desde
hace m ucho fam iliarizado con este principio de opacidad que
caracteriza a toda realidad social. Sabe que es menester siempre
deform ar lo que una sociedad declara de s misma, para co m
prenderla. Los historiadores, por el contrario, tienen tanta m a
y or dificultad en apartarse de la m itologa oficial cuanto que
ellos mismos han contribuido con frecuencia a construirla y
transmitirla. Estudiar la historia de un ritual aferrado a la ins
titucin monrquica, la historia de una tcnica agrcola co m o el
arado o la prctica del barbecho, seguir la evolucin del consu
m o de carne o el uso de tal o cual fo n d o de cocin a, tratar de
datar y explicar la aparicin de las prcticas anticonceptivas en
la Francia del A ntiguo Rgimen: no hay un solo tema de stos
que no pueda ser com petencia de otro sector de la historia, ya
sea la historia de las instituciones, la historia de las tcnicas, la
historia de la econom a o la historia dem ogrfica. La an tropo
loga histrica no tiene, pues, dom inio propio. Ella corresponde
a un proceso que vincula siempre la evolucin considerada a su
resonancia especial y a los com portam ientos que ha engendra
d o o m odificado.
E L PR O C E S O D E LA A N T R O P O L O G IA H IST O R IC A
La vieja obra de A . Franklin, L a vida privada antao, y el
libro de Fernand Braudel, V ida material y capitalism o, tra- f uramici: Mitan los mismos tems: el hbitat, el traje, la alimentacin, etc.,
cStn'"K
en Francia (en el prim ero), y en el m undo preindustrial (en el
segundo). A. Franklin no nos p ropon e sino una especie de re
pertorio histrico de la vida cotidiana, al paso que Fernand
Braudel ha escrito un libro de antropologa histrica. N o se ha
contentado con enumerar los objetos que poblaban el universo
cotidiano, sino que ha m ostrado c m o los grandes equilibrios
econm icos, los circuitos de intercambios fabricaban y trans
form aban la trama de la vida biolgica y social; c m o los co m
portam ientos integraban en el gusto, en los gestos repetidos tal

ANT

La antropologa histrica

V
producto alimentario im portado recientemente de otro con ti
nente... o de otra clase social, transform ando la innovacin en
hbito.
Para remozar la antigua denom inacin historia de las c o s
tumbres, podram os definir la antropologa histrica c om o
una historia de los hbitos: hbitos fsicos, gestuales, alimenta
rios, afectivos, hbitos mentales. Pero qu hbito no es men
tal? Cabra indudablemente asignar a la historia y a la e co n o
ma el estudio de las relaciones de fuerza, escribe M arc A u g
en un ensayo de etnologa del poder, y a la antropologa el de
las relaciones de pod er. L o peculiar de la antropologa sera
estudiar los fenm enos a travs de los cuales se designan una
sociedad y una cultura; fenm enos no significantes para em
plear el lenguaje del tiem po sino significados, es decir, digeri
dos e interiorizados p or la sociedad.
N os guardaremos de concluir nuestra definicin. La an trop olo
ga histrica corresponde quizs m ucho ms a un m om ento que
a un sector de la investigacin histrica. H oy atrae hacia ella
los nuevos m todos y las nuevas problem ticas, co m o fue el
caso de la historia econm ica y social de los aos 50. La revista
de los Annales, si consideram os la evolucin de su contenido en
los ltimos treinta aos, refleja con singular nitidez este despla
zamiento terico. M s que trazar un cuadro de los logros re
cientes de la antropologa histrica, que no puede ser exhaus
tivo ni siquiera cindonos a los trabajos de los historiadores
franceses, desearamos indicar algunos puntos ejemplares de
concentracin de las investigaciones y del debate historiogrfico.

M . Auge: Pouvoir de
vie. Pouvoir de m ort (P.,
Flammarion, 1977).

Historia ele la alimentacin


Las primeras encuestas publicadas con este nom bre en los A n
nales a finales de los aos cincuenta y reagrupadas reciente
mente p or J. J. Hmardinquer con el ttulo: Para una historia
de la alim entacin , tenan esencialmente por objeto recons
tituir una historia del consum o: las raciones asignadas a las d o
taciones de los barcos, a los m iem bros de tal com unidad reli
giosa o a los pensionistas de un hospital, docum entos que indi
can a la vez las cantidades y la naturaleza de los alimentos,
contratos en fin salariales (com o los que Emmanuel Le R oy
Ladurie ha p od id o estudiar para el L a n gu edoc*), que fijan la
parte en especie que el patrono se com prom ete a suministrar al
jornalero o al com paero en form a de racin alimentaria, dibu
jan a largo plazo una curva contrastada del consum o popular,
reflejo indirecto de las fluctuaciones econm icas y dem ogrfi
cas: aumento de la racin de carne en el siglo XV y hasta prin
cipios del XVI, en la poca del h om bre escaso y del pasto

J. J. Hmardinquer:
P ou r une histoire de
l'alim entation, en Cahier
des annales. n. 28 (1970).

E. Le R o y Ladurie:
Paysans du Languedoc (P.,
Flammarion, 1969).

abundante, luego reduccin progresiva hasta la casi desapari


cin de la parte de carne en el rgimen alimentario de las clases
populares, de m ediados del siglo XVI a m ediados del x v m . La
presin dem ogrfica y la inelasticidad de la produccin agrcola
com portan un cultivo general de las tierras, que extiende hasta
el extremo las superficies sembradas y reduce los rebaos. La
cada en picado de los salarios y de la renta de los pequeos
arrendatarios corre parejas con el em pobrecim iento del rgimen
alimenticio de la mayora.
La alim entacin, fenmeno cultural y econmico
Un sencillo mecanismo casi dem asiado sencillo somete el
rgimen alimenticio a las tijeras malthusianas, es decir, a las
variaciones inversas de la carga dem ogrfica y de los recursos
disponibles. Pero a travs de una evolucin directamente dirigi
da por la fluctuacin de los equilibrios econm icos y sociales,
aparecen resistencias o itinerarios aberrantes: as el curioso iti
nerario del maz, trado de Am rica desde los primeros viajes y
acog id o con reticencia por el consum idor espaol. H ace una
breve aparicin localizada en Francia, mientras se extiende am
pliamente p or los Balcanes. Vuelve a Francia un siglo ms tar
de con el nom bre de trigo tu rco, para insertarse en el despro
visto sistema agrcola del sudoeste y librar a la poblacin de las
hambres peridicas. O tro tanto ocurri con la subida del olivo
hacia el norte en el siglo XVI que coloniza Languedoc y Provenza, aportando a la alimentacin popular un apreciable sustituto
de las grasas animales que no llegan a la mesa del pobre. Para
d oja de la cron ologa y de los intercambios culturales: es en el
m om ento mismo en que expulsan a los ju dos y a los m oriscos
y persiguen a los con versos, cuando adoptan los espaoles
co m o elemento fundamental de su cocin a el aceite de oliva, que
fue durante m ucho tiem po el signo m ism o de la cultura infiel.
E n resumidas cuentas, escribe M arc Bloch, en un artculo de
la Enciclopedia francesa , la historia de la alimentacin es
c o m o un aparato registrador en el que se inscriben, con retra
sos debidos a las resistencias psicolgicas, todas las vicisitudes
de la econ om a # .
m. Bioch:
Pero ni siquiera cuando sufre la presin de la penuria o del S ' "'
hambre, puede arraigar una innovacin alimenticia, si no res- Lemfciopm
pon de a los criterios de gusto de la regin. N o son las regiones
de Francia, donde el estado de los terrenos mejor se prestaba a
ello, las que primero recogieron el cultivo de la patata, por
ejem plo, sino aquellas (Lim ousin y Auvergne) en donde poda
servir de sustituto al alimento bsico tradicional, es decir, la
castaa. D e aqu la extraa permanencia del gusto y de las
com partim entaciones regionales, en los hbitos alimentarios de
la Francia contem pornea, que revela el mapa de las grasas y

ANT

La antropologa histrica

de los fondos de cocin a trazado a partir de una encuesta de Lu


d en Febvre: preferencias en las que se observa la huella de m i
graciones vegetales, corno la subida del oliv o hacia el norte; de
sistemas agrcolas antiguos, c om o la conservacin del uso de la
manteca de cerdo en ciertas regiones del oeste, convertidas en
herbajeros y productoras de leche, o de fronteras culturales,
c om o la lnea divisoria entre el sur del Jura, consum idor de
aceite, y el norte, consum idor de mantequilla.
La segregacin y la permanencia de los hbitos alimenticios, su
relativa insensibilidad a las m utaciones del medio econ m ico
no se explican p or un mecanismo de fidelidad a las normas
aprendidas? Las preferencias alimenticias son uno de los m a yo
res soportes de la identidad cultural. Pero son igualmente p ro
ducto de la segregacin social. El inters de los recientes traba
jo s sobre la historia de la alimentacin, en particular, los que se
refieren a la encuesta sobre la vida material, lanzada por los
Annales, estriba en no haber utilizado ms que las fuentes cuyo
contorn o social estaba claramente m arcado: la introduccin del
caf, del tabaco o de los alcoholes de destilacin apenas signifi
ca nada para el historiador, mientras no cuente con los medios
que determinen el im pacto o el periplo social de estos nuevos
productos.
La alimentacin es un ndice dom inante del nivel de vida
N o slo los recursos alimenticios disponibles en tal estado de la
produccin agrcola y de los intercambios se distribuyen de m a
nera tan desigual co m o los dems recursos, respetando los des
niveles sociales, sino que cabe afirmar que, dado que hasta la
primera edad industrial constitua la alimentacin un ndice d o
minante del nivel de vida, el gusto tena que designar en form a
ostensible la desigualdad social, ya p or abuso (signo de dom i
nio), ya por la abstencin respecto de ciertos productos (signo
de dependencia): as el gusto por las salsas y los platos muy pi
cantes, que fue hasta el siglo XVIII tpico de la gastronom a
aristocrtica. As, a la inversa, el lugar ocu pa do por la man
tequilla en la vida campesina bretona hasta com ienzos del si
glo XX, fuente fundamental y a veces nica de numerario para
los campesinos m odestos, vendida en su totalidad y desterrada
de su propio consum o. El folclore, en particular a travs de las
leyendas sobre las brujas ladronas de mantequilla, da fe de esta
exclusin.
La segregacin, as co m o tambin el enfrentamiento social se
expresan en los hbitos alimenticios, co m o lo demuestra la his
toria del pan.
En la Francia del A ntiguo Rgimen, cada capa social consum e
un tipo particular de pan, hasta el punto de que Olivier de Serres haca corresponder estos tipos diferentes con los tres rde

nes de la sociedad. M aloin declara en 1766: Se ha dejado el


pan de centeno para el pueblo, para que n o adquiera hbitos
de abundancia. En efecto, las clases populares consum en ora
el pan bazo o m oren o, ora el pan de brod e a base de c o
mua (trigo m ezclado con centeno), que es a la vez el ms ne
gro y el ms nutritivo. Las clases elevadas consum en o bien el
pan de captulo, blanqusim o, hecho de harina de trigo fina
mente cernido (equivalente al actual pan de m olde o francs), o
<
bien el pan de G onesse), buen pan de trigo (equivalente al pan
actual de consum o corriente).
La provocadora respuesta (sin duda apcrifa) de M ara A n tonieta: si no tienen pan, que com an bollos de leche, ilustra
bien la sim blica social que se atribua bajo el Antiguo R gi
men al consum o de pan; y adems posee un carcter proftico,
porque la R evolu cin decret el b ollo para todos. M s exacta
mente, im puso norm as estrictas para la com posicin del pan y
orient al pueblo de las ciudades hacia el consum o de pan
blan co; conquista social, regresin diettica, porque este pan rej
finado pero pobre en caloras, que representaba para los ricos
un alimento de acom paam iento, se convirti en el alimente?
bsico del consum o popular en las grandes ciudades. La patatai
sigui un cam ino inverso: despreciada p or la aristocracia hasta
la R evolucin francesa, experiment en el siglo XIX, segn la
expresin de M are Bloch, una verdadera ascensin social.
A travs de varias obras consagradas a la sensibilidad alimenta^
ra del siglo XIX, Jean Paul A ron ha p od id o demostrar c m o el
arte de la mesa se convierte entonces en un lugar de inversin
privilegiado
de la cultura
burguesa*.
Una vez adquiridas
su.
j . p . A ro n : e i u r i a
K
. .
.
D
,
, .
sensibiluc alimcniaire a
cartas de nobleza en las mesas anstocraticas y tras padecer 13 paris au xix' im. i
influencia racionalizadora del gusto italiano, que im pone a l;i
sucesin de los platos una marcada progresin de lo salado a le)
<p . Dei, im>azucarado, la gastronom a se nstala b a jo la R evolu cin en los
restaurantes de lujo abiertos p or los antiguos criados de las ca
sas principescas. Ella se convierte en el siglo XIX en ocasin de
una sociabilidad de hom bres, en la que la burguesa invierte sti
necesidad de placer y de consum o ostentoso. Frente a la indi
gencia alimenticia del proletario urbano, afirma su rango por efl
refinamiento y el exceso. P or consiguiente, en la evolucin de
los com portam ientos alimenticios, se cruzan la historia e c o n
mica, la historia social y la historia de los sistemas culturalesLa antropologa histrica tiene co m o tarea concreta y precisa
dar cuenta de estos cruzamientos.
Una historia del cuerpo
Hasta poca muy reciente, la antropologa designaba en Fran
cia (es el sentido que tena en el siglo XVIII) el estudio de los cal-

La antropologia histrica

i acteres fsicos de las diferentes poblaciones y de su evolucin.


Por co n ta g io del sentido anglosajn, abarca ahora el cam po de
la etn ologa . Pero por un espritu de contradiccin caracters
tico, es en el primer cam po de la antropologa donde los his
toriadores han tardado ms tiempo en asentarse. Sus indaga> iones se vean frenadas por un interrogante previo: Es el cuer|io o b je to de historia? Cabe localizar, entre la evolucin de la
especie y el ciclo biolg ico, formas de cam bio ms com plejas,
debidas tanto al m edio histrico com o al m edio cultural?
Debem os considerar co m o una form a de cam bio social las
transformaciones del aspecto fsico de las poblaciones? Las in
vestigaciones realizadas p or el d octor Sutter, a partir de las m e
didas de los candidatos a la Escuela politcnica, desde media
dos del siglo x ix , y las recientemente publicadas p or Emmanuel
l.e R oy Ladurie y un grupo de investigadores del Centro de in
vestigaciones histricas, a partir de los datos antropom tricos
de los reclutas, han puesto de manifiesto un aumento regular
de la talla media de los franceses desde hace un siglo. Esta
E. Le R oy Ladurie, J.
P. A ron y otros:
elevacin, obtenida principalmente por la regresin del nm ero L Aniliropologie du conscrit
(P.-La Haya,
de gente de talla pequea, parece ligada al progreso econ m ico frunzis
M outon. 1972).
y al mejoramiento de las condiciones de vida: la talla media de
los hombres es claramente ms elevada desde el siglo XIX, en la
Francia del norte y del este, es decir, en la Francia ms desa
rrollada. Aumenta lo m ism o con el nivel social que con el nivel
de instruccin.
El rgimen alimenticio de la primera infancia y de la adolescen
cia, pero tambin todos los elementos del estilo de vida que un
individuo ha experimentado durante sus aos de crecimiento
incluida su edu cacin pueden haber inhibido o estimulado
su desarrollo fsico. Las correlaciones estadsticas confirm an f
cilmente una evolucin conjunta de la talla y del bienestar, qui
zs demasiado fcilmente. La orientacin actual de la biologa,
que niega toda influencia del m edio sobre la transmisin de los
caracteres hereditarios es com patible con las explicaciones del J. M euvret: R coltes et
Populations, en la revista
historiador, que hace al m edio socioecon m ico responsable de Population
(I.N .E .D .,
1946).
todos los cam bios en el aspecto fsico de las poblaciones?
Hay alguna relacin entre la historia de las enferm edades y las crisis
socioeconmicas?
Los recientes trabajos sobre la historia de las enfermedades y
P. G oubert: Beauvais et
de las epidemias invitan a desconfiar de las interpretaciones le Dca iivasis (P.,
S .E .V.P.E.N ., I960),
meramente biolgicas lo mismo que de las interpretaciones es reeditado con el titulo:
trictamente socioeconm icas. As, a propsito de las grandes Cent mille Provinciaux au
X V If sicle (P.,
m ortandades de la Europa preindustrial: los historiadores-de Flammarion. 1968).
m grafos (en particular, M euvret , G ou b ert, Baehrel; este A . Baehrel: Une
la Basseltimo propone p or lo dems un punto de vista bastante dife croissance:
P rovence rurale (P.,
rente) han descubierto una estrecha relacin en la crisis entre el S.E .V.P.E.N ., 1961).

ANT
alza de precios de los granos y el alza repentina de la mortali
dad. El mismo calendario de esta mortalidad, que siente sus
primeros accesos durante los meses de em palm e (es decir, los
dos o tres meses que preceden a la nueva cosecha), subraya la
unin de causa a efecto entre el aumento de los precios, consi
guiente a una mala cosecha, el rpido agotam iento de los
stocks, que condena a los ms pobres al hambre en los ltimos
meses de la cosech a anual y el incremento de la mortalidad.
t
Estimulada p or el hambre, esta ltima se prolonga, debido a
las epidemias que se abaten sobre una poblacin debilitada,
co m o lo atestiguan a la vez num erosos docum entos (por ejem
plo, la correspondencia de los intendentes) y la curva de falleci
mientos que se lanza a m enudo hacia nuevas cotas en los meses
de esto.
Los fenm enos epidm icos que al m enos para el siglo x v n
parecen integrarse bastante bien en el ritmo ciclico de las crisis
frumentarias, no haran por lo m ism o otra cosa que amplificar
las catstrofes socioeconm icas. El m edio m icrobiano se volve
ra agresivo y m ortfero tan pronto c om o la poblacin, debilita
da p or la subalim entacin, fuese incapaz de resistir su ataque.
Cierto que el prim um m ovens de estas crisis sigue siendo el
azar clim tico, mas la responsabilidad histrica recae en la so
ciedad que, a travs de las contradicciones y atolladeros de su
sistema econ m ico, teje su p ropio destino biolgico.
Este esquema ha parecido tan fijo para el antropocentrism o del
historiador que se ha querido hacerlo extensivo a toda clase de
epidemias. Pero, si es verdad, p or ejem plo, que la peste estalla
en 1348 co m o una explosin nuclear en una Europa en
plena saturacin dem ogrfica y p or tanto en situacin de enor
me vulnerabilidad biolgica; si es verdad asimismo que la peste
no abandon definitivamente Francia (la ltima epidemia es la
trgica peste de Marsella de 1720) sino despus de liberarse de
las grandes hambres cclicas (la ltima es la que sigui al terri
ble invierno de 1709), cuntas epidemias se han propagado sin
necesidad de una mala cosecha? A propsito de Francia, cabe
observar que, cuando parece haber vencido a la peste, contina
sufriendo los asaltos peridicos de la viruela, de la suette (o
sudada, nom bre da do a diversas enfermedades febriles) a lo lar
go del siglo XVIII, y del clera en pleno siglo XIX.
Una historia natural de las enferm edades
M . D. Grm ek ha propuesto recientemente la hiptesis de una
historia autnom a, puramente biolgica, de las enfermedades
infecciosas. Una enfermedad, que hubiera sido virulenta du- pI^ ll}^ rel'Jll;1111thl(l0
rante un determ inado perodo de la historia, habra remitido h i s l o r k |i i c d e m u ll id la ,
despus, no porque los hom bres hubieran conseguido vencerla,
c s c (I,M)
sino porque otro bacilo hubiera ocu pa do su lugar. N o circulan

ANT

La antropologa histrica

*
K
permanentemente ni desde siempre, sobre el conjunto del plane
ta, los grmenes de todas las enfermedades posibles. E. Le R oy
Ladurie ha p od id o dem ostrar que la unificacin biolgica del
mundo es un fenm eno tardo, muy posterior al descubrimien
to de Am rica*. En realidad, nuestras sociedades no habran
tenido que enfrentarse a todas la amenazas bacteriolgicas al
mismo tiempo, sino a grupos de enfermedades, a sistemas n osolgicos que evolucionan conform e a un mecanismo de in com
patibilidad. Un bacilo nuevo no podra insertarse en el sistema
sino despus de arrojar a la enfermedad de la que l es antdo
to. As habra incom patibilidad entre la lepra y la tuberculosis,
lo que explicara que el auge de la segunda en la poca contem
pornea haya coin cidido en Europa con la desaparicin de la
primera. Una oposicin del mismo tipo, segn M . D . G rm ek,
podra darse entre el bacilo de la peste y el de la seudotuberculosis.
A s com o existe una historia natural del clim a, sera absurdo
negar la posibilidad de una historia natural de las epidemias.
La gran peste de 1348, para recoger el m ism o ejem plo, resulta
al menos tanto de un cam bio en la p ob lacin de las ratas c o m o
de un cambio en la poblacin de Europa: la migracin de la rata
negra (rattus rattus) proporcion aba a la peste un substrato que,
aadido a la densidad de la poblacin humana, iba a ju gar el
papel de vivero y vector permanentes. N o basta anegar los fe
nmenos en un contexto socioecon m ico para conferirles una
dimensin histrica. Si aparece que obedecen a mecanismos f
sicos sobre los cuales n o ejerce ningn dom inio verdadero el
control social, no hay razn para ocultar esta autonoma.
Pero reconstruir la historia de un fenm eno epidm ico es igual
mente analizar la manera en que la organizacin y las norm as
culturales de una sociedad han p od id o digerir las exigencias del
medio natural y hacerles frente; es hacer resaltar el envite social
y las normas de relacin con el cuerpo que cada poca expresa
a travs de sus com portam ientos biolgicos. En este terreno, la
tarca especfica de la antropologa histrica consiste en deducir
aI misino tiempo los puntos y los mecanismos de articulacin
cutir las exigencias naturales y las norm as socioculturales. Se
lu |mh111111 observar, por ejem plo, que las conductas histricas,
ni el urnliclo psiquitrico del trmino, las que Charcot trataba
mui ii i........ ...... . <l<- '.uto en su servicio de la Salptrire, haban
'ililo mui muLii poi mu",tas .sociedades industriales, excepto en
tu iiiiiiin in n iniih mi un os v cu lina form a al mismo tiempo renlilmil y lii(i|lii|iii'iil(' rlliiiili/mlii: es el caso de los picados p or la
tiiiiiiiiiilii, i|t> Io Piinlin, r itiuliiuloN por el etn logo italiano D e
M u i I Un

....................... ................ni i)nnuil

iii ilinln a una transform acin

E. Le R o y Ladurie:
L 'unification m icrobienne
du m ond e, en Revue
suisse d'histoire (1973) y Le
Territoire de l'historien, vol.
2 (P., G allim ard, 1975).

E. de M artino: La Terre
des remords (P ., Gallimard,
1966).

de los m od os de expresin de la afectividad y, en concreto, de


la expresin corporal. En un sistema econ m ico que valora la
organizacin, el ahorro y el rendimiento, los com portam ientos
se ven incitados a practicar una m ayor disciplina o ms bien
una m ejor econom a del cuerpo, a buscar el conform ism o y la
neutralidad para preservar la hom ogeneidad y la flexibilidad
del tejido social. En cam bio, en la Francia del A ntiguo Rgi
men, solicitada p or un m od elo religioso asctico y represivo,
sobrevive todava, lo m ism o entre los campesinos que en las
clases populares urbanas, el recurso a un lenguaje som tico, a
la expresin p or el cuerpo de las pulsiones reprimidas cuando
se trata de resolver una situacin de angustia o de conflicto.
Emmanuel Le R o y Ladurie lo ha analizado perfectamente a
propsito de los cam isards, dejndose guiar p or los primeros
escritos de Freud; un estudio del m ism o tipo podra intentarse
para otros fenm enos de trances, co m o los convulsionarios
del cementerio de Saint-M dard, avatar del jansenism o popular
parisiense.
Com portam iento y organizacin de la sociedad
N orbert Elias ha propuesto en un libro ejemplar una hiptesis n eihs, n acido en im
general sobre la evolucin de los m odelos de com portam iento en Inglaterra.
y, en particu lar, d e las rela cion es c o n el cu e rp o en la civiliza
c i n e u r o p e a . A partir del siglo XVI, un p r o c e s o d e civiliza - n . e i k : l u c m i i m o i i


,
i

des moeurs (P-, C almanncion habra im puesto, primero a las clases dirigentes, luego, Lcvy, 1974).
progresivamente, al con ju n to de la sociedad, a travs de los
m odelos educativos (en particular, los num erosos tratados de
urbanidad del n i o), una actitud de pu dor y autodisciplina
respecto a las funciones fisiolgicas y de desconfianza respecto
a los contactos fsicos. La ocultacin y el distanciamiento de
los cuerpos seran expresin, en las conductas individuales, de
la presin organizadora, y p or tanto m odernizadora, que los
Estados burocrticos recientemente constituidos ejercen sobre
la sociedad; la separacin de las clases p or edad, el apartamien
to de los desviados, el encierro de los pobres y los locos, la de
cadencia de las solidaridades locales pertenecen al m ism o m ov i
miento global, difuso y ampliamente inconsciente de rem odela
cin del cuerpo social.
Nuevas investigaciones prolongan h oy ro arriba (es decir, has
ta el perodo m edieval) esta com pleja historia de la socializa
cin del cuerpo: aquella form a de rozam iento fsico familiar,
co m o el despioje, rito de sociabilidad practicado en tod os los
estratos sociales en el siglo XIII (co m o puede verse en M ontaillou), que se hizo estrictamente popular a principios del XVI,
supervivencia incongrua y despreciada en ambiente cam pesino
en el XVIII; o p or el contrario, aquel gesto del brazo para ex
presar la resignacin o el insulto que figura con asom brosa

ANT

La antropologa histrica

constancia del siglo x i h al XX en el repertorio sem iolgico del


cuerpo. La investigacin emprendida p or Jacques Le G o f f s o
bre la historia de los gestos debera permitir deducir, a travs
de la evolucin de los estilos de actitud, de tcnicas de uso y de
lenguaje del cuerpo, los mecanismos de persistencia e inflexin,
de concurrencia, de resistencia o de imitacin que caracterizan
la historia social del cuerpo.
Historia de los comportamientos sexuales
Ningn problem a ilustra m ejor que la historia de los com porta
mientos sexuales la dificultad en designar a la antropologa his
trica un cam po y unos objetos especficos. Ninguna otra in
vestigacin puede esperar tanto de este tipo de enfoque. C m o
inscribir a la sexualidad en el cam po del historiador? C om o
una prctica? Las fuentes dem ogrficas o judiciales nos sumi
nistran cierto nmero de pistas a partir de las cuales podem os
reconstruir la evolucin de las prcticas sexuales: el registro sis
temtico de los nacim ientos, en Francia, a base de los registros
parroquiales a partir de m ediado el siglo XVII, nos permite
construir a escala de una parroquia, de una m icrorregin o de
una ciudad la curva de los nacimientos ilegtimos y de las c o n
cepciones prenupciales hasta el final del Antiguo Rgimen y se
guir as las fluctuaciones de la sexualidad extraconyugal. Preci
sin muy relativa: J. L. Flandrin ha em itido la hiptesis, a de
cir verdad difcilmente verificable por testimonios ms directos
que los sutiles distingos de los casuistas del siglo XVII, de que
probablemente coexistieron dos tipos de com portam ientos se
xuales, incluso en los tiempos ms rigoristas del A ntiguo Rgi
men: un com portam iento conyugal, que observa la prohibicin
que condenaba las prcticas contraceptivas y un com p orta
miento extraconyugal (sea antes o fuera del m atrim onio), que
utiliza la contracepcin. Las distinciones de casuistas co m o
Snchez, que atribua m ayor gravedad al pecado de Onn (es
decir, a las prcticas contraceptivas) cuando se com eta dentro
del matrimonio, habran fom entado implcitamente este dim or
fismo. Aunque pon gam os entre parntesis la posibilidad de un
com portam iento p ropio de la sexualidad extraconyugal, es cla
ro que el registro de los nacimientos ilegtimos nunca ha sido
tan fiable co m o el de los legtimos: abortos, infanticidios, pero
sobre tod o alumbramientos clandestinos y, en el caso de adulte
rios, falsas paternidades ocultan en cada poca, cualquiera que
sea la vigilancia de la justicia o de la com unidad, una parte im
portante de estos nacimientos.
Investigaciones c o m o la que J. Depauvv ha llevado a cabo
para la ciudad de Nantes, a base de las declaraciones de em ba-

J. L. Flandrin:
C ontraception, mariage et
relations amoureuses dans
l'Occident chrtien, en
Annales E S C. (1969).

J. Depauw: A m o u r
lgitime et socit
N antes, en Annales E.S.C.
(1972).

razo, permiten una aproxim acin ms precisa del fenm eno y


autorizan un anlisis ms depurado: si asistimos en la segunda
mitad del siglo XVIII a una expansin de la sexualidad extraconyugal, visible en los registros parroquiales por una evidente
elevacin de la tasa de nacimientos ilegtimos, conviene ante
tod o anotar las nuevas tendencias de esta ilegitimidad que re
presentan un nuevo clima afectivo y moral: estos nacimientos
son cada vez menos fruto de amores con criados o aventuras al
t
margen de las conveniencias sociales que no tenan la menor
probabilidad de acabar en matrim onio. Corresponden cada da
ms a relaciones am orosas entre com paeros de medios sociales .
com patibles, relaciones que hubieran p od id o sellarse con el m a
trim onio.
Transform acin de los comportam ientos sexuales a fines del siglo xvm
N o subestimemos el valor de nuestras curvas dem ogrficas.
A unque los nacimientos ilegtimos n o proporcion an p or s solos
ms que una indicacin de tendencia incierta, cobra en cam bio
un sentido evidente una evolucin paralela de la tasa de ilegiti
m idad y de la tasa de concepciones prematrimoniales. A h ora
bien, casi la totalidad de las curvas procedentes de las mltiples
m onografas de parroquias rurales o urbanas que ahora posee
m os, sobre las diferentes regiones de la Francia del A ntiguo
Rgim en, indican con matices, entre un boscaje o un litoral
norm ando, p or ejem plo, ms permisivos y una cuenca parisina
ms conform ista, porcentajes de nacimientos ilegtimos y c o n
cepciones prenupciales extraordinariamente dbiles en la segun
da mitad del siglo XVII y al com ienzo del siglo XVIII; casi todas
registran, en cam bio, a partir de la mitad del siglo XVIII, un
crecim iento conjun to de la ilegitimidad y de las concepciones
prenupciales. Signo evidente de una transformacin incontesta
ble de los com portam ientos y de la m oral sexual.
M as cm o interpretar esta evolucin? Asistimos al nacimien
to de una nueva tica sexual y de una nueva sensibilidad, o a
un simple relajamiento de las obligaciones tras la norm alizacin
asctica deseada y realizada p or la reform a catlica? La inexis
tencia o ms bien el carcter lagunar de los registros parroquia
les para el siglo x v i y la primera mitad del siglo XVII nos im pi
de prolongar las curvas hacia arriba. Otras fuentes p o c o cuantificables, com o las judiciales (reales, religiosas o municipales) o
los testimonios, pueden hacernos aprehender el clima m oral y
el estilo de los com portam ientos. Las investigaciones de J. Rossiaud sobre la delincuencia sexual en las ciudades del R d a n o, j. RossUmd:
Prosti tuti on, jeunesse el
,
. .
,
-7-------
en los siglos XV y XVI en particular, presentan la imagen de una socci dans ic* viu du
sociedad permisiva respecto de la sexualidad adolescente y mas- -e r s x .Y iw
culina: la prostitucin, muy extendida, no slo no es condenada
co m o infamia, sino que con frecuencia se halla instalada en es-

ANT

La antropologa histrica

tablecimientos oficiales, lugares relevantes de sociabilidad mas


culina, dirigidos o cuando menos controlados p or las autorida
des municipales. En ellos las violaciones son frecuentes, mas
blandamente reprimidas.
Finalmente, no cabe tener por nulo el ton o atrevido co n que
los textos de la poca se expresan en asuntos de am or. La bas
tarda es una tara benigna y extendida. T o d o indica que en el
conjunto de la sociedad reina cierta libertad de costumbres. El
progresivo cierre de los burdeles en la segunda mitad del si
glo XVI, la aparicin de una legislacin ms represiva con res
pecto a los nacimientos ilegtimos son, entre otros, signos de un
endurecimiento m oral y de un repliegue forzado de la sexuali
dad sobre la vida conyugal. La prctica, en verdad, no tiene
sentido sino en relacin con el cd ig o que se piensa la inspira.
Pero en qu medida dependa de la copiosa literatura teolgi
ca, encargada de definir la moral conyugal y de indicar ms en
general cules eran las prcticas sexuales permitidas y cules las
prohibidas?
En un brillante ensayo sobre la historia de la sexualidad, ha de
m ostrado recientemente M ichel Foucault hasta qu punto la ci
vilizacin occidental haba encerrado y reabsorbido la sexuali
dad en un discurso interminable. C on esto queremos decir que m. Foucauit: u
no slo ha sepultado las prcticas bajo una balumba de com en - sTgi^xxt^cd.jraj!1'
tarios religiosos, jurdicos, m dicos, polticos, sino que ha he
cho de la necesidad de hablar de ella, es decir, de disimular y
a la vez reconocer la sexualidad, una form a de placer, una m a
nera de vivir la sexualidad. L o que no significa que tod os los ti
pos de discurso sobre este problem a se com uniquen entre s.
Nada prueba, p o r e je m p lo , q u e las discu sion es entre te lo g o s
casuistas y rigoristas del siglo XVII o ni siquiera q u e los ru d i
m en tos de teo lo g a del m a trim on io q u e se en se aban al b a jo
clero, hayan ten ido la m e n o r a u d iencia en la m asa de la p o b la
c i n in docta.

La contracepcin es una antigua prctica


Sera ilusorio querer explicar cualquier cam bio en los co m p o r
tamientos sexuales p or una m odificacin de la mentalidad reli
giosa. Tenemos el ejem plo de la aparicin de los com p orta
mientos malthusianos: Philippe Aris, en su libro sobre la H is
toria de las poblaciones francesas y su actitud ante la vida,
haba insistido antes que nadie en esta m utacin im portante de
los com portam ientos dem ogrficos que situaba a fines del si
glo x v in . Los prim eros estudios m inuciosos sobre la evolu P. Aris: L'H istoire des
franaises (P.,
cin de la fecundidad legtima indicaron una ruptura en las populations
Seuil, col. L e point,
proximidades de la R evolu cin francesa, p or lo que ciertos his 1948, 1971).
toriadores no vacilaron en hacer del birth con trol francs un
producto de la R evolu cin. El descenso general del sentimiento

religioso a fines del siglo XVIII habra con du cido a las parejas
a emanciparse de las prohibiciones lanzadas por la Iglesia co n
tra las prcticas contraceptivas. La R evolu cin francesa y ms
en particular el reclutamiento, al arrancar a los m ozos del hori
zonte de su cam panario, habran contribuido ampliamente a la
difusin de las tcnicas contraceptivas no mgicas, co m o el
coitu s interruptus especialmente denunciado por los telogos.
El desarrollo de las investigaciones en dem ografa histrica nos
obliga hoy a remontar m ucho ms arriba en el tiempo la p ro
pagacin de las prcticas contraceptivas. Estas aparecen en la
cuenca parisina en los dos ltimos decenios del siglo XVIII entre
los campesinos, pero indudablemente desde m ediado el mismo
siglo en las ciudades. Louis Henry haba credo poder mostrar
que ciertos sectores de las clases dirigentes haban representado
en este terreno un papel de vanguardia: as, la aristocracia (y
algunas cartas de M adam e de Svign a su hija lo confirm an
explcitamente) o la burguesa ginebrina limitan los nacimientos
desde la segunda mitad del siglo X V II. M as un estudio reciente
de A . Perrenoud acaba de demostrar, en lo que atae a G ine
bra, que el fenm eno afecta desde esa poca al conjunto de la
sociedad. Finalmente, las tasas de fecundidad legtima obteni
das para ciertas parroquias rurales del sudoeste de Francia pa
recen indicar que en ellas se practicaba desde el siglo XVII una
contracepcin difusa.
Philippe Aris haba enunciado la idea de que las prohibiciones
de la Iglesia habran hecho durante m ucho tiempo impensa
ble la contracepcin. Interiorizando estas prohibiciones, la p o
blacin habra olvidado las groseras tcnicas conocidas y prac
ticadas en la antigedad. La reaparicin de las prcticas repre
sentara p or tanto una m utacin cultural irreversible. Esta
hiptesis parece que ha de ser puesta en entredicho. Desde fines
de la Edad M edia hasta com ienzos del siglo XVII, cierto nme
ro de obras religiosas aluden, para condenarlas, a la existencia
e incluso a la enorm e difusin de estas prcticas. Nada nos im
pide p or tanto pensar, co m o ciertas curvas dem ogrficas nos
invitan a hacerlo (para Italia, Inglaterra, etc.), que la limitacin
de la natalidad habra desaparecido previsiblemente a fines del
siglo XVII en ciertas regiones bajo el efecto de la propaganda y
de la represin religiosas, para resurgir en la segunda mitad del
siglo XVIII en el m om ento en que la Iglesia relajaba su in
fluencia.
Pero represent la Iglesia misma un papel decisivo en la mu
tacin de los com portam ientos? Un docum ento interesante,
aunque tardo, la carta que M ons. Bouvier, obispo de M ans,
enva en 1849 a la Sagrada Penitenciara, solicitando se defina
la postura de la Iglesia en relacin con la lim itacin de la nata-

L. Henry y C . Lvy:
D u cs et pairs de France
sous l'A ncien Rgim e, en
Population (I960).
L. Henry: Anciennes
Familles genevoises (P.,
PU F, 1956).
A . Perrenoud:
M althusianisme et
protestantisme, en
Annales E.S.C. (1974).

f|

ANT

La antropologa histrica

lidad, nos ensea que en esta dicesis en que la masa de la p o


blacin se ha hecho malthusiana, los fieles se declaran extraa
dos y sorprendidos de que se les pregunte en confesin sobre
sus prcticas contraceptivas. N o es la descristianizacin la que
ha fom entado la difusin de la contracepcin, sino al contrario
es la adopcin de un com portam iento malthusiano la que en
m uchos casos ha creado un problem a de conciencia y alejado
de la Iglesia a ciertas capas de la poblacin.
Las prohibiciones religiosas pesan poco en la difusin de la contracepcin
Las numerosas investigaciones realizadas p or los dem grafos y
los socilogos sobre la introduccin del birth con trol en cier
tas poblaciones del tercer m undo han dem ostrado que las p ro
hibiciones religiosas contaban en este punto m ucho m enos que
la estructura familiar, o que las relaciones afectivas y la com u
nicacin en el seno de la pareja. La poblacin negra cristianiza
da de Puerto R ico, p or ejem plo, a d opt el birth con trol con
mucha m ayor facilidad que la poblacin de la India, cuya ideologia religiosa n o castiga con ninguna sancin las prcticas
contraceptivas. En lo que concierne a Europa y singularmente
a Francia, se ha exagerado al relacionar la aparicin de la
contracepcin con las actitudes religiosas, y no tanto con las
actitudes familiares. C on anterioridad a este malthusianismo a
nivel de la sexualidad, se instal en la sociedad del A ntiguo R
gimen un malthusianismo a nivel de la nupcialidad: es el matri
m onio tardo, en particular con relacin a las jvenes, el que
desde el siglo XVI tiende a limitar el tiempo de fertilidad de las
parejas. El retraso de los matrim onios (y el mantenimiento de
un celibato importante), la vuelta a la contracepcin, la apari
cin de una nueva idea de la infancia y de una nueva sensibili
dad conyugal com ponen un sistema cultural de transicin que
la organizacin econm ica (por espritu de ahorro) y social
(por la consolidacin de la familia nuclear) prom ovieron y p ro
A . Burguire: D e
longaron al mismo tiem po.
Historia de la clula familiar
El inters consagrado desde hace una quincena de aos a la
historia de la estructura y de la sensibilidad familiar, expresa la
misma necesidad de analizar conjuntamente los com portam ien
tos biolgicos, las form aciones sociales y las representaciones
mentales que las inspiran. I'l universo del parentesco, p o lo pri
vilegiado de la antropologa histrica, constituye precisamente
el nivel de articulacin de la reproduccin biolgica y de la re
produccin social. G eorgos Dutiy a propsito de la regin de
M acn en la alta Edad Media y Lminanuel Le R oy Ladurie
a propsito del Languedoc del sijilo vv lian m ostrado no hace

Mallhus W eber: le
mariage tardif et l'esprit
d'entreprise, en Annales
E.S.C. (1972).

G . Duby: La Socit
aux x f et XIIe dans la
rgions monnaise (P ., A .
Colin, 1954).
E. Le R oy Ladurie:
Paysans du Languedoc (P.,
Flammarion, 1969).

m ucho c m o el derrum bam iento del Estado y la disolucin del


tejido social haban reactivado y estrechado los lazos de paren
tesco: constitucin de poderosos linajes en la aristocracia de la
regin de M con , reagrupamiento en familias ampliadas, las
frrches, y aun a veces creacin notariada de seudofamilias
en Languedoc. El vnculo familiar parece desempear el papel
de instancia de recurso, en la Francia de la Edad M edia y ms
generalmente en la sociedad del A n tigu o Rgimen, cuya organi,
zacin estatal ha desgastado ampliamente todas las form as de
solidaridad locales o infrasociales. Tan pronto co m o la depre
sin dem ogrfica impulsa a la reagrupacin d los patrim onios
y el Estado no ofrece una proteccin suficiente, la familia reco
bra sus derechos, vuelve a encastillarse y el universo del paren
tesco absorbe la vida social.
Perm anencia de las estructuras del parentesco en las sociedades histricas
Instancia de recurso u organizacin subyacente? En unas pgi
nas admirables de L a sociedad feudal, consagradas a los
vnculos de la sangre, dem ostr M arc Bloch cm o el sistema
feudal haba regulado las relaciones sociales y la circulacin del
poder sobre el m od elo de la relacin carnal. En M ontaillou, a M . Bloch: La Socit
fod a le (P., Albin Michel,
fines del siglo x ill, lejos del aparato del Estado y no tan lejos 1939), segunda parte, libro
del aparato religioso, los cam pesinos occitanos no pueden c o n I.
cebir lazo social que no est legitimado y materializado p or un
vnculo carnal. Pertenecen a una casa que en cierto m od o es el
cuerpo permanente del linaje y se dedican por m atrim onio o
padrinazgo a extender el clan fam iliar. Las numerosas inves- ^ E.^Le R oy Ladurie:
^
Montaillou. aldea occitana
tigaciones sobre la familia, emprendidas h oy c om o aval de los
8i).
libros pioneros de N orbert Elias y de Philippe A rs, revelan ' N. Elias: La Civilisation
moeurs (P., Calmannque, si bien el Estado, desde el siglo XVI, reemplaza progresiva des
Lvy, 1974).
mente a la familia en Francia en todas sus funciones jurdicas
i P. Aris: L Enfant et la
y sociales, es por el grupo familiar c o m o contina durante tod o Vie fam iliale sous la Fronce
el A ntiguo Rgimen actuando sobre los com portam ientos econ m icos, afectivos, morales y religiosos. Cabe por tanto pre- 1 9 73 ! 19 75).
guntarse a propsito de la Francia del A ntiguo Rgimen si, de
trs de las instituciones oficiales, no continan las estructuras
elementales del parentesco organizando la sociedad igual que
lo hacen en las sociedades sin E stado. En lo que atae a los
matrim onios, las nicas reglas manifiestas son las prohibiciones
1 J. Gouesse: Parent,
cannicas: el estudio de la literatura y de las prcticas jurdicas im
iiiiBci _...
lamille et mariage en
de la Iglesia a partir de los fon d os de archivo de los provisora- N7numdc'ux'vir
tos (lo que Jean M arie G ouesse para N orm anda, y o m ism o Jj3!c. o ?
para el centro de la cuenca parisina y otros igualmente estn A . Burguiere:
realizando hace unos aos) revela un sistema de clasificacin E ndogam ie et
com m unaut villageoise; la
que no deja de estar relacionado con los que Claude Lvi- pratique matrimoniale:
R om ainville au X V I I I e
Strauss ha identificado en ciertas sociedades primitivas. El an sicle
en Quaderni s tor ici
lisis de las form as de alianza, tal co m o y o lo he realizado, p or (197 .

ANT

La antropologa histrica

ejemplo, para una parroquia de la regin parisina en el si


glo XVIII, donde se mantena una tasa de consanguinidad par
ticularmente elevada, muestra asimismo, p or encima de las es
trategias sociales que tienden a preservar el patrim onio, a m an
tener el rango o incluso a m ejorarlo, procedim ientos de
reencadenamientos de alianza; los mismos que los que M arti
ne Segalen y Franoise Z on a b en d , sobre tod o, han descrito
a propsito de com unidades rurales de la Francia contem por
nea. Tras haber credo durante m ucho tiempo que, en nuestras
sociedades complejas e histricas, la organizacin social deter
minaba la alianza, descubrimos hoy, a base de m onografas
precisas, que ciertos conceptos de la antropologa estructural
relativos al parentesco pueden tener aplicacin en ella.

M . Segalen: Nupcialit
et alliance: le ch oix du
conjoint dans une commune
de l'Eure (P., M aisonneuve
et Laisse, 1972).
F. Zonabend: Parler
Fam ille, en L'Hom m e
(1970).

PE R SPE C T IV A S D E LA A N T R O P O L O G IA H IS T O R IC A
Es en el estudio del universo mental donde la antropologa his
trica realiza hoy las investigaciones ms fecundas. El con cepto
de mentalidad introducido por Lucien Febvre en el bagaje de
los historiadores era suficientemente vago y suficientemente
abierto para digerir la aportacin de las dems disciplinas. El
peligro hubiera estado en encerrarlo, o bien dentro de un mar
co puramente psicolgico, rpidamente anacrnico, o bien en
una historia de las ideas siempre dispuesta a deducir los m eca
nismos mentales de una poca de las doctrinas y de las magnas
construcciones intelectuales por ella producidas.
Una vez ms la antropologa ha conquistado a la historia p or
abajo, es decir, por las expresiones ms anodinas, las m enos
formuladas, de la vida cultural: las creencias populares, los ri
tos que impregnan la vida cotidiana o se adhieren a la vida reli
giosa, las culturas minoritarias o clandestinas, en una palabra,
el folclore. C om entando una obra de Andr Varagnac, que de
fina el folclore c om o el conjunto de las creencias colectivas sin
doctrina y de las prcticas colectivas sin teora, Lucien Febvre
se preguntaba: Es tan fcil de trazar la frontera entre lo de
du cido y lo aceptado tal cual es sin deducciones? N o pone
ella en entredicho, prosigue, la gnesis misma de nuestras c o n
cepciones cientficas, las relaciones histricas de lo m gico y de
lo matemtico, la substitucin progresiva de las influencias cua
litativas e irracionales p or las relaciones lgicas y cuantitati
vas? Los com portam ientos menos discutidos de una sociedad,
com o los cuidados del cuerpo, las maneras de vestir, la organi
zacin del trabajo y el calendario de las actividades diarias, re
flejan un sistema de representacin del m undo que los vincula
en profundidad con las formulaciones intelectuales ms elabora-

L. Febvre: F olk lore et


folkloristes, en Annales
(1939).

das, co m o el derecho, las concepciones religiosas, el pensamien


to filosfico o cientfico.
D ar con este vnculo mediante un inventario de las significacio
nes y la descripcin de las categoras que organizan un discurso
m tico, determinar la sim blica de los gestos, constituye el cen
tro de inters, para la sociedad medieval, de las investigaciones
pioneras de Jacques Le G o f f sobre las representaciones del
tiem p o, del trab ajo, y el folklore religioso, o de los anlisis i J. Le G o ff: T em ps de
('Eglise et temps du
de G eorges D u b y sobre el sentido del d on y del gasto ostento m archand, en Annales
E.S.C. (1960), reproducido
so en la sociedad de la A lta Edad M edia. El libro de Y ves Cas- en
Pour un autre M oyen
tan, H onradez y Relaciones sociales en L a n g u ed oc, describe A ge (P., G allim ard, 1978).
a partir de los archivos judiciales, cu yo inters an tropolgico ' J. Le G o ff: Tem ps du
travail dans la crise du
no precisa dem ostracin, la pregnancia de la n ocin de honor, XIVe sicle, en Le M oyen
Age. L X IX , 1963,
c o m o valor de intercam bio y com unicacin, en la Francia meri reproducido en Pour un
dional del siglo XVIII. Las tentativas de anlisis estructural lle autre M oyen A g e ( o .c .) .
J. Le G o ff: Culture
vadas a cabo p or J. Le G o f f y E. Le R o y Ladurie a propsito clricale
et traditions
del tema de M elusina o del guerrero en el bosque por J. Le folkloriques dans la
civilisation m rovingienne,
ngienne
G o f f y P. V idal-N aqu et nos han m ostrado que era posible,
(1967).
p or el anlisis de los sistemas de representacin, no slo vincu G . D uby: Guerreros y
lar entre s los distintos niveles de expresin de una poca y de campesinos, 3." cd.
(M adrid, Siglo X X I, 1978).
finir su m odelo, sino encontrar en estas crceles de la larga
Y. Castan: H onntet et
duracin el hilo del tiem po y la lenta mutacin de las catego Relations
sociales en
Languedoc (P., Pion, 1975).
ras que inspiran el m ovim iento de la historia.
El historiador extrae los mecanism os de la evolucin
M uy cerca de n osotros, a las puertas de la sociedad industrial, j . u G o i r y e . Le R o y
Ladurie: M lusine
descubrim os un m undo extrao: la Francia del A ntiguo Rgi maternelle et dfricheuse,
men. Su extraeza es evidente, porque en lugar de explicar en Annales E.S.C. (1971).
c m o se hundi o c m o preparaba su porvenir, los historiado J. Le G o f f y P. VidalM aquet: Lvy-Strauss en
res intentan com prender h oy c m o se m antuvo, cm o se repro Brocliande, en Critique.
75, a p ropsito de
duce y c m o sobrevive todava en los poros de la sociedad ac Yvain,
de Chrtien de
tual. L os trabajos de M aurice A g u lh on sobre la insercin de Troyes.
En particular en M.
la cultura poltica en la sociedad meridional representan a este
A gulhon: Pnitents et
respecto el esfuerzo ms logrado p or antropologizar el anlisis francs-m aons de l'ancienne
(P., Fayard,
poltico y describir, pero no en trminos de advenimiento o de Provence
1968), y en La Rpublique
mutacin espontnea, la form acin de la Francia contem por au village (P., Pion, 1970).
nea. La poltica n o es un m ero stock de ideas programticas
producidas p or las m inoras conscientes y los partidos naci
dos de la crisis revolucionaria, y que se habra propagado p r o
gresivamente al con ju n to del cuerpo social p or su propia capa
cidad de convencer y m ovilizar. Para impregnar la vida social,
la poltica tuvo que convertirse en otra cosa que ella misma, di
ram os que en ms que ella misma; n o slo en un proyecto so
bre la disposicin y organizacin del poder, sino en una mane
ra de com unicarse co n los dems y de com prender al m undo.
T u vo que asimilar las form as tradicionales de la vida de rela
cin .y en particular esta sociabilidad en la que se afianza,

La antropologa histrica

com o lo muestra M . A gulhon, el particularismo cultural de la


Francia meridional. D e la arlesiana a la m ajorette, este
autor esboza un anlisis de los aspectos formales de la vida y
de los mecanismos polticos.
M ona O zou f y M ichel V ov elle, han reanudado recientemen
te, a propsito de las fiestas revolucionarias, el mismo proceso
y designado las form as simblicas, las prcticas rituales en las
que ha tenido que instalarse el discurso ideolgico para fabricar
los com portam ientos polticos de la Francia actual. M s am
pliamente, la constitucin a partir de la R evolu cin francesa de
una inform acin estadstica regular proporcion a a los historia
dores la manera de descender lentamente hacia el tiem po pre
sente, siguiendo las resistencias y los desplazamientos de todos
los com ponentes an tropolgicos de Francia. La encuesta de
Franois Furet y Jacques O z o u f sobre L a alfabetizacin de
la Francia contem pornea y la que ahora realizan sobre El
fenm eno rojos y blancos, es decir, el sistema bipartido que
preside la geografa electoral de Francia, se proponen poner de
relieve la persistencia de m odelos culturales antiguos, com partimentados (por regiones, clases sociales, etc.), bajo la aparente
homogeneidad de nuestra unidad nacional. Se proponen ante
tod o indicar, no la evolucin misma en su evidencia lineal, sino
los mecanismos de la evolucin, las form as que debe adoptar el
cam bio para ser aceptado.
Pertenecemos al espritu del tiempo. A fuerza de observar el
m ovim iento de la historia, sucede que nos olvidam os de que
nosotros mismos form am os parte de l. Hay una coyuntura del
saber histrico, c om o hay una historia de la coyuntura. C om o
ciencia p oco teorizada, aplicada en su principio al anlisis del
cam bio, la historia, tal vez ms que las otras ciencias sociales,
est condenada a sufrir el cam bio. Si la antropologa ejerce hoy
tal influencia sobre los historiadores de las sociedades europeas,
si stos propenden a rehusar toda con cepcin lineal del desa
rrollo histrico, es porque los bloqueos, las fases de equilibrio
e incluso de regresin que han identificado en la sociedad del
Antiguo Rgimen, ponan en tela de ju icio la n ocin de progre
so; pero tambin porque la nocin de progreso y la mstica del
desarrollo estn en tela de ju icio en torno a nosotros, p or la s o
ciedad por la que interrogam os al pasado. Por tanto, la antro
pologa es quizs para el historiador un pasajero in cm odo.
Corresponde para nosotros a la necesidad de encontrar las dife
rentes ramificaciones del cam bio, establecer su inventario, c o m
prender sus mecanismos y afirmar su pluralidad.
Andr Burguire

M . O zouf: La Fte
rvolutionnaire (P.,
Gallim ard, 1976).
M . Vovelle: Les
M tamorphoses de la f l e
en Provence (P.,
Flammarion, 1976).

F. Furet y J. O zou f:
Lire et crire. 2 vols. (P.,
Minuit, 1978).

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