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Inst, Fernando El Católico, "Archivo de Filología Aragonesa",Zaragoza, 2013, Vol. 63

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ARCHIVO

de

Filologa Aragonesa
Z A R A G O Z A 2013 | volumen 69 | issn 0210-5624

institucin fernando el catlico


excma. diputacin de zaragoza

ARCHIVO DE FILOLOGA ARAGONESA

69
2013

Publicacin nm. 3313


de la Institucin Fernando el Catlico
Organismo autnomo de la
Excma. Diputacin de Zaragoza
Plaza de Espaa, 2
50071 Zaragoza
Tels.: [34] 976 28 88 78/79 - Fax: [34] 976 28 88 69
E-mail: ifc@dpz.es
http://ifc.dpz.es

FICHA CATALOGRFICA
ARCHIVO de Filologa Aragonesa / Institucin Fernando el
Catlico .- V. 1 (1945)- .- Zaragoza: Institucin Fernando
el Catlico, 1945- .- 24 cm.
ISSN 0210-5624
I. Institucin Fernando el Catlico, ed.
80 (460.22)

ISSN: 0210-5624
IMPRESO EN ESPAA-UNIN EUROPEA
Cometa, S. A. Ctra. Castelln, km 3,400 Zaragoza
Depsito Legal: Z 480-1958

fernando el catlico (c.s.i.c.)


excma. diputacin de zaragoza

institucin

ARCHIVO
de

Filologa Aragonesa

69
ZARAGOZA
2013

ARCHIVO DE FILOLOGA ARAGONESA (AFA)


Revista fundada por la Institucin Fernando el Catlico en 1945. Ha sido dirigida por Francisco Yndurin, Jos Manuel Blecua, Manuel Alvar y Toms Buesa.
Se publica anualmente en texto impreso y en versin digital (ifc.dpz.es) y acoge
trabajos sobre temas lingsticos y literarios vinculados directa o indirectamente
con Aragn.
CONSEJO DE REDACCIN
Director:
Jos Mara Enguita Utrilla (Universidad de Zaragoza)
Secretaria
Rosa Mara Castaer Martn (Universidad de Zaragoza)
Vocales
Aurora Egido (Universidad de Zaragoza)
Jos-Carlos Mainer (Universidad de Zaragoza)
Mara Antonia Martn Zorraquino (Universidad de Zaragoza)
Consejo asesor
Manuel Alvar Ezquerra (Universidad Complutense)
Jos Manuel Blecua (Real Academia Espaola)
Alberto Blecua (Universidad Autnoma de Barcelona)
Germ Coln Domnech (Universidad de Basilea)
Federico Corriente Crdoba (Universidad de Zaragoza)
Fernando Gonzlez-Oll (Universidad de Navarra)
Gerold Hilty (Universidad de Zrich)
Sagrario Lpez Poza (Universidad de A Corua)
La Schwartz (Universidad de la Ciudad de Nueva York. CUNY)
Bernard Pottier (Institut de France)
Las opiniones expuestas en cada artculo son
de exclusiva responsabilidad de los autores
El Archivo de Filologa Aragonesa figura en las siguientes bases de datos: IN-RECH,
Latindex (catlogo), RESH, ISOC, Dialnet, MIAR, PIO, Regesta Imperii, MLA,
DICE, ERIH

La correspondencia, as como las peticiones de envo e intercambio, deben dirigirse


a la Institucin Fernando el Catlico. Excma. Diputacin Provincial, Plaza de
Espaa, 2, 50071 Zaragoza. E-mail: ifc@dpz.es.

Sumario
Presentacin.........................................................................................

DEDICATORIA
Aurora Egido: Entre Zaragoza y Buenos Aires: cartas de Jos Manuel
Blecua y Guillermo de la Torre.......................................................
Jos-Carlos Mainer: Aprendiendo de Jos Manuel Blecua................
Mara Antonia Martn Zorraquino: Jos Manuel Blecua, amigo y
maestro: triple evocacin................................................................

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Estudios
LA IMAGEN DE ARAGN EN ALGUNOS TEXTOS
CONTEMPORNEOS
Mara-Dolores Albiac Blanco: A pie, a caballo, en coche. Aragn
visto desde la Ilustracin................................................................. 33
Ignacio Peir Martn: Paisaje con figuras de la tierra aragonesa:
hombres clebres, varones ilustres y hroes de un antiguo pas...... 69
Jess Rubio Jimnez: Eduardo Valdivia y el paisaje aragons........... 95
Jos Luis Calvo Carilla: Visiones literarias de Los Monegros (imgenes contemporneas de un mito literario).................................... 117
Fernando Sanz Ferreruela: De paisajes y baturros. La imagen de
Aragn y los aragoneses en el audiovisual espaol......................... 141
OTROS ARTCULOS
Antonio Snchez Portero: El poeta latino de Calatayud Antonio
Sern y la Leyenda de los Amantes de Teruel................................. 171
Mara Coduras Bruna: Influjo de la antroponimia artrica. La presencia del nombre Tristn en un fogaje aragons de 1495.............. 197
Marcelino Corts Valenciano: El sistema de apodos de Ejea de los
Caballeros....................................................................................... 215
Notas bibliogrficas
Mara Jos Ayerbe Betrn: Ecos aragoneses en la literatura medieval
espaola.......................................................................................... 255
Adrin Izquierdo: La stira en Bartolom Leonardo de Argensola... 269

AFA-69

sumario

Reseas
Aurora Egido y Jos Enrique Laplana (eds.): Saberes humansticos y
formas de vida. Usos y abusos. Actas del Coloquio Hispano-alemn
(Paloma Pueyo Sahn).....................................................................
Concepcin Martnez Pasamar y Cristina Tabernero Sala: Hablar
en Navarra. Las lenguas de un reino (1212-1512) (Mateo Montes
Fano)...............................................................................................
ngela Madrid Medina: El Maestre Juan Fernndez de Heredia y
el Cartulario Magno de la Castellana de Amposta (tomo II, vol. 1)
(Francisco Sangorrn Guallar).........................................................
Javier Giralt Latorre: La llengua catalana en documentaci notarial
del segle XVI d'Albelda (Osca) (Rosa Castaer Martn)..................
Touria Boumehdi Tomasi: Una miscelnea aljamiada narrativa y doctrinal. Edicin y estudio del manuscrito Junta 57 del CSIC (Beatriz
Arce Sanjun)..................................................................................
Francisco Foz: Mis memorias. Andanzas de un veterinario rural (18181896). Ed. de Rosa M. Castaer Martn (Elena Albesa).................
Manuel Daz Rozas: Apuntes en lengua chesa. Ed. de Xos Ramn
Garca Soto y Jos Ignacio Lpez Susn (Elena Albesa Pedrola)....
Jos Luis Aliaga Jimnez: Refranes del Aragn que se fue. Fraseologa
popular aragonesa de tradicin oral (Demelsa Ortiz Cruz)............

279

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archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 9-11, ISSN: 0210-5624

Presentacin

Fue hace ya casi 70 aos cuando, gracias al entusiasmo de don


Francisco Yndurin y don Jos Manuel Blecua, naci dentro de la
Institucin Fernando el Catlico el Archivo de Filologa Aragonesa.
Ambos fueron reconocidos maestros de la Universidad de Zaragoza y
siempre han estado presentes en la vida cultural aragonesa, aunque las
circunstancias los empujaron a ejercer su docencia y sus labores de
investigacin en Barcelona y Madrid respectivamente. Blecua fue adems, durante muchos veranos, presencia constante y grata para quienes,
como l, colaborbamos en los Cursos de Espaol para Extranjeros
que en Jaca vienen organizndose desde 1927. Se cumple este ao
2013 el centenario de su nacimiento y, en tal efemride, el Archivo
de Filologa Aragonesa se une de manera entusiasta a los actos de
homenaje que se han organizado para recordar su humana y cercana
personalidad y, asimismo, sus importantes contribuciones al estudio de
la Literatura espaola, particularmente a los autores y a las obras de la
Edad de Oro. Ese es el motivo por el que este volumen se inicia con
una Dedicatoria, en la que colaboran con emotivas palabras Aurora
Egido y Jos-Carlos Mainer, discpulos suyos, y M. Antonia Martn
Zorraquino, amiga desde la infancia del maestro Blecua.
La revista se nutre en esta ocasin de un buen nmero de contribuciones que fueron expuestas en noviembre de 2012 en unas Jornadas
que, sobre la imagen de Aragn en algunos textos contemporneos,
contaron con el patrocinio de la Institucin Fernando el Catlico
y que, ahora, para provecho de los suscriptores y del pblico interesado adaptadas a las exigencias editoriales podrn ser consultadas
cmodamente en formato escrito o en versin digital. La publicacin
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Jos M. Enguita Utrilla

se inicia con un trabajo de Mara-Dolores Albiac Blanco titulado A


pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin, que constituye un completo recorrido por los diarios en los que, durante esa
poca, numerosos viajeros plasmaron sus impresiones sobre la regin
aragonesa. Con ms vinculacin a las disciplinas histricas, Ignacio
Peir Martn escribe sobre Paisaje con figuras de la tierra aragonesa:
hombres clebres, varones ilustres y hroes de un antiguo pas. La
percepcin de Aragn desde la Literatura se desarrolla en dos aportaciones: Eduardo Valdivia y el paisaje aragons, de la que es autor
Jess Rubio Jimnez; y Visiones literarias de Los Monegros (imgenes
contemporneas de un mito literario), preparada por Jos Luis Calvo
Carilla. Para completar el panorama se incluye la cinematografa
tambin ha buscado escenarios y guiones aragoneses desde los primeros momentos de su desarrollo en Espaa el artculo De paisajes
y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses en el audiovisual
espaol, aportado por Fernando Sanz Ferreruela.
Adems de esos trabajos, se publican en este volumen otras tres
investigaciones inditas sobre temas filolgicos aragoneses: El poeta
latino de Calatayud Antonio Sern y la Leyenda de los Amantes de Teruel, de Antonio Snchez Portero; Influjo de la antroponimia artrica.
La presencia del nombre Tristn en un fogaje aragons de 1495, de
Mara Coduras Bruna; y El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros, de Marcelino Corts Valenciano.
La revista, atenta a las novedades editoriales que directa o indirectamente relacionadas con la Filologa aragonesa han visto la luz
en fechas recientes, destaca en Notas bibliogrficas dos monografas:
Entre oralidad y escritura: la Edad Media, que constituye el vol. I de
la Historia de la literatura espaola dirigida por Jos-Carlos Mainer y
que han preparado Mara Jess Lacarra y Juan Manuel Cacho Blecua,
de cuyas pginas M. Jos Ayerbe Betrn extrae los ecos aragoneses
que afloran en los textos hispnicos medievales; por otra parte, Adrin
Izquierdo dedica su atencin, con abundantes notas complementarias,
al libro en el que La Schwartz rene varios trabajos suyos acerca de
Lo ingenioso y lo prudente. Bartolom Leonardo de Argensola y la
stira, pginas que complementan la edicin de las Stiras en prosa
de este escritor aragons llevada a cabo por la autora en colaboracin
con Isabel Prez Cuenca.
Adems, las pginas del Archivo de Filologa Aragonesa acogen
en esta nueva entrega ocho reseas sobre otras tantas publicaciones
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AFA-69

presentacin

de temtica aragonesa: desde la perspectiva lingstica, se examinan


Refranes del Aragn que se fue. Fraseologa popular aragonesa de
tradicin oral, de Jos Luis Aliaga Jimnez (Demelsa Ortiz Cruz), La
llengua catalana en documentaci notarial del segle XVI dAlbelda
(Osca), de Javier Giralt Latorre (Rosa M. Castaer Martn) y, por sus
afinidades con el rea aragonesa, Hablar en Navarra. Las lenguas de
un Reino (1212-1512), de Concepcin Martnez Pasamar y Cristina
Tabernero Sala (Mateo Montes Fano). La investigacin literaria est
representada a travs de los estudios se editan tambin los textos
analizados referidos a El Maestre Juan Fernndez de Heredia y el
Cartulario Magno de la Castellana de Amposta, de ngela Madrid
Medina (Francisco Sangorrn Guallar), a Una miscelnea aljamiada
narrativa y doctrinal. Edicin y estudio del manuscrito Junta 57 del
CSIC, de Touria Boumehdi Tomasi (Beatriz Arce Sanjun) y, asimismo,
a las Actas que dan cumplida cuenta de un Coloquio sobre Saberes humansticos y formas de vida. Usos y abusos que, coordinado
por Aurora Egido y Jos Enrique Laplana, se celebr en Zaragoza en
septiembre del ao 2010 (Paloma Pueyo Sahn). La recuperacin de
textos aragoneses inditos proporciona al lector informacin sobre las
Memorias de Francisco Foz, veterinario rural que bosqueja una personal historia social y poltica del Aragn de la segunda mitad del siglo
XIX, segn explican en varios estudios preliminares Rosa M. Castaer,
editora del libro, y otros especialistas (Elena Albesa); y, adems, sobre
unos Apuntes en lengua chesa que el pedagogo gallego Manuel Daz
Rozas recopil durante una estancia en el Valle de Hecho a mediados
del siglo XX (Elena Albesa).
El 23 de mayo de este ao 2013 nos ha trado una noticia que, a
quienes hacemos que el Archivo de Filologa Aragonesa llegue puntualmente a los lectores, nos ha llenado de alegra: Aurora Egido,
directora de la ctedra Baltasar Gracin de la Institucin Fernando
el Catlico y partcipe en el Consejo de Redaccin de esta revista,
ha sido designada miembro de nmero de la Real Academia Espaola.
Con palabras sencillas, pero tambin sentidas, quede constancia en esta
Presentacin de nuestra ms cordial enhorabuena.
Jos M. Enguita Utrilla
Director del Archivo de Filologa Aragonesa

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Dedicatoria
Jos Manuel Blecua (1913-2013)

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 15-17, ISSN: 0210-5624

Entre Zaragoza y Buenos Aires: cartas de


Jos Manuel Blecua y Guillermo de Torre

Muchos son los recuerdos y numerossimas las cosas que se pueden


decir de Jos Manuel Blecua Teijeiro en el primer centenario de su
nacimiento. Sobre todo cuando quien suscribe aprendi en sus libros
de texto la Historia de la Literatura Espaola durante el Bachillerato,
lo tuvo como profesor en la Universidad de Barcelona, luego como
director de su tesis doctoral y siempre como maestro.
Su buen nombre no necesita panegricos, sostenido como est por
una larga labor conocida y avalada internacionalmente. Al conmemorar
la efemrides de su primer siglo en el Archivo de Filologa Aragonesa,
donde tanto public, he querido rescatar un manuscrito que contiene
el archivo personal de Guillermo de Torre, comprado en Buenos Aires
a Alberto Casares en 2006 por la Biblioteca Nacional de Espaa, que
ofrece un perfil de los muchos que componen la figura de Blecua, con
el nico objeto de darlo a conocer para que algn joven investigador
lo analice con el detalle que merece y edite las cartas cruzadas entre
ambos. Sobre todo ahora que el fillogo aragons cuenta con un portal
a su nombre en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que se ir
enriqueciendo con otros documentos suyos.
Me refiero al ms. 22843 de la BNE, que guarda, entre otras muchas
perlas, la correspondencia entre el impulsor y biblilogo de las vanguardias Guillermo de Torre (1900-1971) y el entonces profesor de
Literatura Espaola en el Instituto Goya de Zaragoza Jos Manuel
Blecua Teijeiro (1913-2003). Se trata de un amplio corpus donde aparecen 17 cartas y 3 postales de Blecua (autgrafas o mecanografiadas y
firmadas, en su caso), y 2 de Guillermo de Torre (copiadas a mquina
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aurora egido

con papel carbn). Una de ellas lleva, al pie de una nota, la firma del
poeta amigo de Blecua, Ildefonso Manuel Gil.
El conjunto del manuscrito se compone de casi cuatrocientas
entradas, entre cartas y tarjetas postales guardadas por Guillermo de
Torre junto a otros escritos suyos de diversa ndole, incluidas notas y
recortes de prensa. Toda una preciosa muestra de hasta qu punto este
se carte con medio mundo durante su largusima estancia en Buenos
Aires, sirviendo de puente cultural entre Europa y Amrica. Esa amplia
correspondencia, en el caso de la mantenida con espaoles (Blecua,
Enrique Tierno Galvn, Jos Mara Valderde y otros), es adems un buen
ejemplo de cuanto supuso el gnero epistolar, pese a los lmites de la
censura, como ventana abierta durante los aos oscuros de la dictadura.
Cartas de unos y otros que son tambin un modelo de resistencia para
mantener desde dentro, contra viento y marea, la cultura espaola al
nivel tico y esttico que mereca.
Conocido en parte por la crtica, el mencionado manuscrito, cuyo
contenido reflejamos recientemente en Luces Argentinas (nsula, 793-4,
2013), es una curiosa prueba del Blecua catedrtico del Instituto Goya
de Zaragoza, que, aparte de atender a sus alumnos y preparar las clases,
mantena un altsimo nivel como fillogo y como lector incansable
y vido de novedades. Guillermo de Torre fue para l faro y gua
de numerosas lecturas, adems de servirle de noticiero y mensajero
sobre publicaciones que por aquel entonces resultaban inusitadas en el
pramo cultural espaol. Blecua form parte de la abrumadora estela
de destinatarios con los que el abanderado de las vanguardias se carteaba. Bastar recordar los nombres de Jorge Guilln, Ernesto Sbato,
Amrico Castro, Camilo Jos Cela, Alfonso Reyes, Jean Cassou, Mara
Zambrano, Max Aub, Victoria Ocampo, Dal, Buero Vallejo, Bergamn,
Nabokov o Tristan Zsara. Dicha correspondencia ha sido publicada
en parte, como es el caso de la mantenida con Juan Ramn Jimnez,
Gmez de la Serna, Cansinos Assens o Garca Lorca, entre otros, pero
merecera ser conocida y analizada en su totalidad.
En Guillermo de Torre, que public en las Actas del I Congreso
de la Asociacin Internacional de Hispanistas, celebrado en Oxford
(1962), un artculo sobre La difcil universalidad espaola, luego
ttulo de un libro suyo (1965), vemos, al igual que en Blecua y otros
muchos, la obsesin por salir de los predios patrios y asentar a los
autores seeros de la Historia de la Literatura Espaola en el canon
universal. Blecua lo hizo, desde la ladera docente e investigadora, y
Guillermo de Torre, aparte otras muchas labores editoriales y culturales,
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Entre Zaragoza y Buenos Aires: cartas de J. M. Blecua y G. de Torre

a travs de su visin de las vanguardias, que, como dijo Benjamn Jarns, haba obrado el prodigio de crear un perodo, unos movimientos
literarios que de otro modo no hubieran existido.
A ese universalismo cultural sin fronteras corresponde el contenido
de unas cartas que, como decimos, mereceran atencin ms detenida y
en las que se vislumbra el amor por la literatura y el afn de ambos por
estar al da, sobre todo en el caso de Blecua, que no contaba con las
posibilidades que tena Guillermo de Torre en Buenos Aires entre 1947
y 1965. En ellas aparece desde la noticia sobre un libro o las dificultades que comportaba su envo, hasta la clsica felicitacin navidea,
dibujada con gracia por la pluma del joven Alberto Blecua Perdices en
finsimos y graciosos trazos. Esas cartas de Blecua son adems, como
tantas otras suyas, un precioso ejemplo de letra recta y correcta, en
perfeccin de forma y contenido de fondo. Tambin nos ofrecen un
modelo de superacin de las dificultades y de impulso hacia adelante.
De ellas se desprende tambin su ya mencionada amistad con Ildefonso
Manuel Gil, sus gustos literarios, su entrega a la enseanza y su obsesin
por traspasar los lmites de Zaragoza, que era decir los de Espaa, para
paliar, como tantos otros de su generacin, el inmenso y doloroso hiato
que supusiera en todos los planos, incluido el cultural, la Guerra Civil.
El curioso lector encontrar adems en una de esas cartas mensajeras
el regalo de toda una teora literaria de Jos Manuel Blecua, que tanto
hizo por dar a conocer los autores y las obras de la Literatura Espaola
con la inteligencia y la discrecin que le eran propios.
A la altura de 2013, Blecua nos sigue hablando desde sus grafas
manuscritas e impresas con total frescura y con la claridad de un fray
Luis de Len, al que tanto amaba, y al que edit con el rigor y la pulcritud merecidos: los mismos que empleara hasta en el dorso de una
postal mnima. Toda una leccin de estilo y elegancia sin nfasis, pues,
como dice el verso de Pndaro, traducido por el agustino, cada uno
en uno se seala, aadiendo otros que suenan ahora como un deseo
de futuro para el profesor aragons y para la Filologa:
No busques mayor cosa,
y el cielo, que en lo alto de la escala
te puso, te sustente
all continuamente.
Aurora Egido
Directora de la Ctedra Baltasar Gracin
(Institucin Fernando el Catlico)
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archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 19-22, ISSN: 0210-5624

Aprendiendo de Jos Manuel Blecua

Ms de una vez me contaba que lo tuvo muy claro desde un


comienzo, cuando tena veinte aos y toda una vida por delante: quera
ser medievalista y contemporanesta. Trabajara en los textos de don Juan
Manuel, que haba conocido mejor a travs de la conspicua monografa
de su maestro Andrs Gimnez Soler, pero tambin escribira sobre los
poetas de la esplndida floracin de la que era contemporneo.
La idea de simultanear lo clsico y lo actual tiene un ADN que
viene de la tradicin intelectual del Centro de Estudios Histricos
que, en 1910, haba creado Ramn Menndez Pidal en el marco de
la benemrita Junta para Ampliacin de Estudios. Lengua y literatura
estrechamente unidas, como lo estaban engarzadas en una guirnalda
de belleza las letras de ayer y de hoy; aquello fue una premisa cientfica (herencia de la concepcin idealista del lenguaje) y tambin una
forma de vida: no estudiar nada que no nos concerniera de un modo
personal y vivo. As lo hizo Dmaso Alonso, que hall tiempo para
estudiar a Gngora, traducir el Retrato del artista adolescente de Joyce
(aunque el antiguo discpulo de los jesuitas lo hiciera bajo el seudnimo
picaresco de Alonso Donado), escribir poemas y leer los que escriban sus amigos. Y el arabista Emilio Garca Gmez, que encontraba
joyas de la poesa arbigo-andaluza en el manuscrito de Ibn-Saud, de
El Cairo, y se pona enseguida a buscar sus ecos en la poesa de Lorca
o en las gregueras de Ramn Gmez de la Serna. Aquel fue el arte
de no renunciar a nada, como escribi Fernando Lzaro Carreter a
propsito de Jos Fernndez Montesinos, cuando lo recordaba yendo
de los hermanos Valds y del teatro menos conocido de Lope de Vega
a la historia de la novela espaola del siglo XIX. O como hara Pedro
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jos-carlos mainer

Salinas al fundar su ndice literario, en el marco de los Archivos de


Literatura Contempornea, que codirigi con Guillermo de Torre: una
revista filolgica y seria, como cualquier otra del Centro, pero que se
haca cargo con solvencia y entusiasmo de las letras vivas.
La guerra civil quebrant muchas cosas, aunque no la fidelidad de
Blecua a una idea. Simplemente se ampli, al cruzarse en su destino
el Siglo de Oro. En 1948 haba publicado las Rimas inditas de Fernando de Herrera y en 1950-1951, la poesa de los Argensola (de los
Leonardos, correga l), a la vez que dictaba sus clases en el Instituto y
se afanaba en escribir para el recin nacido AFA, que ahora le recuerda,
y buscaba colaboradores o rellenaba huecos en la Biblioteca Clsica
Ebro, que diriga desde su aparicin. Pero su deseo de trabajar en los
modernos no se limitaba a las reseas que alguna vez publicaba en el
Heraldo de Aragn De las fechas mismas de aquellas hazaas filolgicas, de 1949, fue un libro que public al alimn con su amigo, el
fiscal y crtico Ricardo Gulln, titulado La poesa de Jorge Guilln (dos
estudios). Se imprimi por cuenta de Librera General como segunda
entrega de la efmera coleccin de Estudios Literarios, fue ilustrado
por Santiago Lagunas, Fermn Aguayo y Eloy Laguardia (recientes
hroes de la primera exposicin de arte abstracto en Espaa) y fue
dedicado por ambos autores a Ildefonso Manuel Gil, poeta y amigo
verdadero: el volumen reuna as la mejor constelacin de referencias
intelectuales y estticas de la Zaragoza del momento.
De aquel tiempo son tambin las primeras cartas que intercambi
con Ramn J. Sender. Componen un testimonio precioso de sus lecturas
y de sus aficiones, y tuve la fortuna de publicarlas el ao 2001 con
ocasin del centenario senderiano y gracias a la amistosa disposicin
del Instituto de Estudios Altoaragoneses, que guardaba las cartas de
Blecua, y de Jos Manuel Blecua Perdices, que localiz las de su
corresponsal. La primera es de 1947, sin ms referencia, y la cuartilla
lleva como exergo la vieta de un velero y los versos de un romance,
Quin hubiera tal ventura. Blecua pide informacin sobre las obras
de Diego de Fuentes, en la Biblioteca de la Hispanic Society, y sobre la
localizacin de la Hispanic Rewiew, que no llega a menudo a Espaa,
pero tambin recuerda a Sender que le haba gustado mucho leer Proclamacin de la sonrisa, su libro de evocaciones de paisaje aragons
y de tiempos revolucionarios, publicado en 1935. En misivas del ao
siguiente, le pide que le adquiera y le haga llegar la magna edicin
de la Propalladia que Joseph Gillet acaba de publicar. Y en 1949 le
cuenta que quiz vaya a Estados Unidos, y previniendo un encuentro
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AFA-69

Aprendiendo de Jos Manuel Blecua

de los dos paisanos, le proporciona un autorretrato: Tampoco llevamos


mal nuestros treinta y cinco. Yo an puedo cruzarme el Ebro nadando,
aunque soy un peso pluma o de vilano, y tengo un aspecto bastante
juvenil. Si un da ve entrar en su casa una mezcla de banderillero con
tocador de guitarra o vendedor de burriquillos [sic] teidos, ese soy yo.
Hay opiniones distintas entre los amigos. Yo espero que me vea llegar
pronto, llevando debajo del brazo los dos tomos argensolistas.
Nunca dej de ocuparse de la literatura espaola de su siglo. ValleIncln en la revista Espaa fue un importante artculo de 1966, publicado en Cuadernos Hispanoamericanos con motivo del centenario
del escritor, que se sita justo entre su excelente edicin de la poesa
completa de Quevedo (1963) y el primer volumen de su edicin crtica
monumental que Castalia empez a publicar en 1969. El artculo sobre
Valle dio a conocer una ficha de primera magnitud para la historia del
esperpento: el breve paso dramtico Para cundo son las reivindicaciones diplomticas, publicado en julio de 1922. Y en 1970, abri la
coleccin Textos Hispnicos Modernos, de su discpulo Francisco
Rico, con una edicin del Cntico de Jorge Guilln, que desde entonces es pauta para el estudio del taller potico de la generacin del 27,
al reconstruir los pasos que van de las publicaciones en revistas del
momento hasta llegar a la versin definitiva de Aire nuestro, que haba
salido de prensas milanesas en 1968.
En el mismo ao 1970, la consideracin de los modernos tuvo
parte importantsima en el estudio sobre el rigor potico en Espaa,
que fue materia de su discurso de ingreso en la barcelonesa Acadmia
de Bones Lletres. Y reparo, porque me parece significativo, en que
su trabajo remite su utilidad al campo de una posible sociologa de
la literatura, que tena sus valedores entre algunos de sus discpulos
de entonces y que a l mismo no dejaba de interesarle. En 1971 el
C.S.I.C. publicaba, con notable retraso, unos coloquios sobre Historia y
estructura de la obra literaria, mantenidos en 1967, donde su contribucin vers sobre La estructura de la crtica literaria en la Edad de
Oro, llena de sagaces observaciones sobre lo que en los aos setenta
llamamos recepcin de la literatura, para seguir a Jauss, y ahora
campo literario, si recordamos a Bourdieu.
Para Blecua lo que prevaleca, a fin de cuentas y al margen de las
nomenclaturas, era la idea de la literatura como misteriosa continuidad
de un oficio, de una tradicin y de una tambin misteriosa comunicacin
de bienes estticos. Conceba la filologa como un entusiasmo puesto
AFA-69

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jos-carlos mainer

en obra y no como una diseccin de laboratorio, como una pasin que


se acerca al misterio y no como un interrogatorio que acosa a un sospechoso. Eso es lo que aprendimos, o deberamos haber aprendido, de
Jos Manuel Blecua aquellos que seguimos habitando esta otra ladera,
la de los estudios contemporneos, que jams le fue ajena.
Jos-Carlos Mainer
Director de la Ctedra Benjamn Jarns
Institucin Fernando el Catlico

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AFA-69

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 23-29, ISSN: 0210-5624

Jos Manuel Blecua, amigo y


maestro: triple evocacin

El Archivo de Filologa Aragonesa tributa homenaje en estas pginas


al centenario del nacimiento de Jos Manuel Blecua, una de las firmas
que contribuyeron ms decisivamente a darle prestigio internacional
desde su aparicin en 1944. Cunto le debemos los fillogos, aragoneses y no aragoneses, a Jos Manuel Blecua! S: cunto le debemos
a su magisterio, a su obra y, de modo muy especial, al ejemplo de su
vida.
Jos Manuel Blecua Teijeiro (o Jos Manuel Blecua, padre) forma
parte de la ma desde que tengo conciencia de ella. Y lo evoco ahora
en tres etapas diferentes. La primera, la de mi niez. Lo recuerdo en
la Gran Va de mi infancia, cuando iba de paseo o me diriga, de la
mano de mi padre, al colegio (mi primer colegio: el Instituto Mdico
Infantil, contiguo a la Clnica Prez Serrano en la calle de Cervantes).
Acompaado normalmente por su encantadora mujer inolvidable,
querida Irene Perdices!, los dos constituan una pareja que me inspiraba una enorme simpata. En Jos Manuel destacaban su elegante
figura y su atractiva cabeza: el pelo rizado, negro; la mirada penetrante
y risuea; una sonrisa que fcilmente se transformaba en risa franca
y que descubra una dentadura perfecta, preciosa; una voz gutural y
quebrada, inconfundible, determinada por su sordera, al descubierto
en seguida por el sonotone (hoy, audfono) algo ruidoso, que siempre
llevaba consigo. Jos Manuel e Irene, Irene y Jos Manuel: para m,
una mocosilla de cinco aos, una de las parejas ms clidas, ms cordiales, entre las amistades de mis padres.
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Mara Antonia Martn Zorraquino

En aquella etapa que evoco (los aos zaragozanos de la dcada


del cincuenta), Jos Manuel era, por supuesto, don Jos Manuel,
o Blecua (a secas, como Ortega o como Menndez Pidal).
As lo nombraban las religiosas del Colegio del Sagrado Corazn,
donde estudi desde el preparatorio para el ingreso del Bachillerato.
Jos Manuel habra de referirse con cierta guasa a esa etapa de mi
educacin (La mam te llev a las monjitas, ya, ya), por lo
que supona de traicin a la educacin pblica en la que profesaba
mi padre, en la Facultad de Ciencias. Pues hay que subrayar que
aquellas monjitas veneraban a don Jos Manuel! Ser joven es
algo que se aprende con los aos (Blecua): nos lo citaban como un
adagio o una sentencia que haba que apuntar y retener Y, sobre
todo, Blecua nos guiaba en las clases de Lengua Espaola, a travs
de sus libros de primero y de segundo de Bachillerato, editados en
los talleres de la Librera General de Zaragoza (reflejo de su larga
colaboracin con Luis Boya).
Tengo ante mis ojos y entre mis manos, el manual del segundo
curso, y revivo, en esta tarde que presagia la primavera, el conjunto
de sus treinta lecciones, en las que se combinan, con sabia armona,
la teora gramatical (las clases de palabras, la sintaxis de la oracin
simple y compuesta y la fontica) con la prctica de la lectura y de la
declamacin (y sus correspondientes preguntas sobre el contenido y
el resumen de lo ledo), la aplicacin de las reglas de ortografa con
eficaces dictados, la prctica de la composicin, los ejercicios para
confirmar lo enseado y reforzar lo aprendido (anlisis sintcticos, preguntas sobre sinnimos o antnimos, formacin de derivados nominales
y verbales, etc., etc.) Lo que me conmueve ms es comprobar, ahora,
tantos aos despus, la huella el poso que aquellos fragmentos
literarios que Blecua seleccion para su libro han dejado en mi alma.
El miedo y la angustia que provocaba el relato del jinete despeado
(de la Pardo Bazn) que, egosta, no haba atendido a un pobre ciego;
el aliento pico de muchos romances, paladines de la hidalgua, de
la dignidad y de la libertad de los condes castellanos; el misterio y
la nostalgia que exhalaba la lrica tradicional; el inters (combinado
con ciertas dosis de perplejidad) con los que nos introducamos en las
pginas de los escritores de los siglos de Oro: el Lazarillo, fray Luis de
Len, Lope de Vega, Cervantes; y s, muy especialmente, el asombro
que nos produjo Araceli: el protagonista del episodio galdosiano que
no era una chica, sino un muchacho! Y, sobre todo, algo que le he
agradecido mucho a Blecua es que incluyera en sus libros la letra y
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Jos Manuel Blecua, amigo y maestro: triple evocacin

la msica de varias canciones populares (Si la nieve resbala por el


sendero; Ya se van los pastores a Extremadura, etc.).
Vistos con los ojos de hoy, aquellos eran sobrios libros escolares,
en blanco y negro, pero qu llenos de buen sentido para ensear a leer
bien, a escribir con precisin, a penetrar en el maravilloso mundo de
la literatura y de la msica, a identificar las unidades de la lengua y
a definirlas con rigor, a aplicar la lgica en su anlisis, a ir despacito y buena letra, / que el hacer las cosas bien, / importa ms que el
hacerlas, divisa machadiana muy repetida por Jos Manuel Blecua
Libros para ayudar a formar la personalidad del nio en contacto con
el patrimonio cultural que representa una lengua, con su intensa variacin en el espacio geogrfico, en los niveles sociales, en los estilos o
registros comunicativos y, especialmente, en la continuidad, cambiante
y permanente, de su historia. Libros humanos
Jos Manuel me ape el don algunos aos despus de lo que
he contado: cuando yo acababa de licenciarme en Filologa Romnica
y coincid con l en los Cursos de Verano de la Universidad de Zaragoza en Jaca. Y ah se sita la segunda, larga, etapa que evoco ahora.
Habramos de convivir en Jaca casi veinticinco veranos. Y me cupo
el privilegio de ser alumna suya en las clases que imparta; de ser
tambin compaera suya de paseos, de tertulias, de guiotes, guiotes
inocentes y divertidos en la sobremesa de comidas y cenas (algunos
avezados jugadores nos reprochaban nuestra falta de dominio del juego:
no controlbamos todas las cartas conforme avanzaba la partida, pero
nosotros nos sentamos los mejores guiotistas del mundo). Sobre todo,
me cupo el honor de ser su amiga: me distingui con su amistad, amistad compartida con el director de los Cursos, Serafn Agud, y con los
profesores ms habitualmente presentes en ellos: Flix Monge, Toms
Buesa, Gaudioso Gimnez, Rosendo Tello, Jos Mari Enguita, Pepe
Laguna, Antonio Muniesa Cunto he conversado con Jos Manuel,
cunto me ha enseado, de la historia de la literatura espaola, pero,
sobre todo, de los valores que hacen al hombre persona. En directo, de
t a t, ms all de los libros escolares y de los artculos magistrales
publicados en conspicuas revistas filolgicas, en sus libros o en sus
ejemplares ediciones crticas.
Jos Manuel Blecua es, para m, lo ser siempre, un ejemplo de
vida. El nico sordo que conozco me dijo una vez en Soria su
amigo Heliodoro Carpintero que no es receloso. Esa condicin,
esa sordera, no obstaculiz nunca la labor de Jos Manuel tal vez
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Mara Antonia Martn Zorraquino

incluso le ayud a desarrollarla y no le impidi, en modo alguno,


disfrutar, con felicidad y con entusiasmo, de la familia, de la amistad y
de la vida: Jos Manuel supo revestir o transformar su sordera en pura
coquetera. Blecua fue un hombre consagrado a una tarea que l mismo
consideraba un deber de patriotismo (son palabras textuales suyas):
recuperar los textos fundamentales de los grandes poetas espaoles,
sobre todo de los Siglos de Oro. Una labor profundamente generosa,
discreta, sacrificada y necesaria, al tiempo que, como l mismo recalcaba, humilde: Es indispensable, me deca, pero pocos tenemos el
valor, la paciencia (la paciencia, s, para l como para mi padre, la
gran virtud: La vida es cuestin de paciencia, solan decir los dos),
el sentido del deber y la sencillez requeridos para llevarla a trmino.
Jos Manuel nos ha dejado, as, los textos de don Juan Manuel, de los
Argensola, de Quevedo, de Herrera, de Fray Luis, de tantos otros,
editados y anotados primorosamente: listos para ser estudiados, analizados, investigados..., como l mismo, por supuesto, hizo tambin. Su
sueo era realizar una historia de la literatura espaola de los siglos
XVI y XVII. Y ha dejado una obra seera, que los historiadores y los
crticos literarios valoran con justeza y con admiracin, con mucha
ms autoridad que yo.
En aquellos aos de Jaca, Jos Manuel me estimul y me ayud en
momentos fundamentales de mi vida: durante la elaboracin de la tesis
doctoral, y en la preparacin de las sucesivas oposiciones o concursos
a los que me present. Fue especialmente en el verano previo a los
ejercicios de la Agregacin de Lengua Espaola de Zaragoza (otoo de
1979) cuando ms me apoy, porque, a veces, me senta agotada. Hasta
el punto de que mi maestro, Flix Monge, me reproch (cordialmente
y con sentido del humor), en una ocasin en la que estuve a punto de
tirar la toalla, que Blecua ejerca ms autoridad en m que l mismo,
pues, como se dice castizamente, me sac del hoyo, simplemente
con sus palabras, llenas de cordialidad y de afecto. S, haca habitable,
acogedor, el mundo que lo rodeaba y, al mismo tiempo, te enseaba a
conocerte mejor, a base de pinceladas certeras: No eres curiosa o
Pero qu aragonesica que eres!.
Finalmente, quiero evocar mi ltimo encuentro con Jos Manuel
Blecua. Fue en Barcelona, en su casa de Folgarolas, 18, desde la que
tantas veces me haba escrito y a la que tantas veces le haba escrito
yo. Un par de aos antes de su muerte. Lo compart con mi marido,
Juan Rivero Lamas, y con su hijo, el otro Jos Manuel Blecua. Fue
una visita breve, pues no queramos fatigarlo. Y, curiosamente, solo
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Jos Manuel Blecua, amigo y maestro: triple evocacin

hablamos de Zaragoza, y de los aos en los que l vivi aqu. Record


cmo nos veamos en la calle, cuando mi padre me llevaba al colegio.
Y yo recuper la intensidad de su mirada, sus ojos risueos, el pelo
rizado negro (aunque ya completamente blanco, segua siendo precioso),
y su mgica sonrisa Habamos cerrado el crculo. Pero no quiero
cerrar as estas lneas.
Quiero declarar, una vez ms (lo he dejado escrito ya en otro lugar),
que, para la historia de Aragn en el siglo XX y, particularmente, para
la de la Zaragoza de esa centuria, Jos Manuel Blecua representa una
de las figuras ms positivas, ms fecundas, ms importantes y, al mismo
tiempo, ms serenas, ms armnicas. Me alegra, por ello, pensar que
el presente nmero del Archivo de Filologa Aragonesa contribuye a
mantener viva su memoria y destaca la deuda de gratitud que tenemos
contrada con l. Afortunadamente, quienes no conocieron personalmente
a Blecua pueden recuperarlo a travs de sus obras e incluso es posible
que transiten por las aulas del Instituto que lleva su nombre (l sola
bromear con aquello de que habra estudiantes que diran Estudi con
Blecua y con los libros de Blecua o Estudio con los libros de Blecua
en el Blecua), pero, adems, considero un deber recalcar que el nombre,
la figura y la obra de Jos Manuel Blecua deben quedar a salvo, sobre el
tiempo, para cualquier humanista espaol, y, ms importante an, para
cualquier espaol que pase conscientemente por la escuela. Quienes lean
estas pginas deben tener presente que le debemos muchsimo. Blecua
fue determinante en la formacin de miles de muchachos a travs de
su ctedra de Lengua y Literatura Espaolas en el Instituto Goya de
Zaragoza, durante los casi veinte aos que transcurren entre 1940 y
1959. All despert vocaciones para estudiar y comprender las humanidades, no solo en los estudiantes de Letras (por ejemplo, la llamada
promocin de oro del Goya del 41, que dio insignes fillogos, filsofos e historiadores: Manuel Alvar, Gustavo Bueno, Fernando Lzaro,
Flix Monge, Antonio Ubieto), sino tambin en estupendos mdicos,
matemticos, fsicos, qumicos, abogados, veterinarios, arquitectos,
ingenieros, militares Y quiz l se senta particularmente orgulloso
de este gran segundo grupo de antiguos alumnos (por aquello de que
haba conseguido atraerlos hacia la gramtica y la literatura desde preferencias ms bien cientficas o tcnicas): de hecho, sola manifestarme
a menudo su cario y admiracin por Gabriel Guilln, catedrtico de
Patologa Mdica de la Universidad de Zaragoza.
La labor de Jos Manuel Blecua trascendi ampliamente los muros
del Goya. Fue profesor tambin en la Universidad. Y, adems, realiz
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Mara Antonia Martn Zorraquino

una labor cultural extraordinaria a travs de su presencia en diversas


tertulias literarias, por medio de sus conferencias, de sus artculos
en el peridico (el Heraldo de Aragn, sobre todo), de la edicin de
libros, como la coleccin de Clsicos Ebro, que cre con apoyo de Luis
Boya, y, muy especialmente, en el marco de la Institucin Fernando el
Catlico, en particular desde las pginas de este Archivo de Filologa
Aragonesa que ahora lo recuerda. Combin la capacidad para trabajar
intensamente, calladamente, permanente y constantemente, con aliento
de largo alcance (con proyectos colosales que llevaba inexorablemente a
trmino) y, al mismo tiempo, la habilidad para colaborar con los dems,
dando prueba de independencia ideolgica y de sentido de la amistad,
de la caballerosidad y del seoro, por encima de las diferencias de
posicin poltica. De hecho, comparti y realiz proyectos y trabajos
o estudios con Luis Horno Liria, con Jess Manuel Alda Tesn, con
Eugenio Frutos, con Francisco Yndurin, con Ildefonso-Manuel Gil,
con Rafael Gastn Burillo, con ngel Canellas, con Antonio Beltrn,
con Fernando Solano (estos tres ltimos, protagonistas esenciales en
la Institucin Fernando el Catlico)
Y, sobre todo, estuvo conectado, diariamente, a travs del correo
(cunto le gustaba escribir cartas y qu preciosamente las redactaba),
con los hispanistas ms importantes del mundo: Dmaso Alonso, pero
tambin Espinosa o Hill o Wilson. Se carte con Jorge Guilln o con
Pedro Salinas. Lleg a reunir una biblioteca absolutamente preciosa.
Fue, pues, un faro de modernidad, de cosmopolitismo (viaj a varias
universidades de los Estados Unidos a comienzos de los aos cincuenta) en la Zaragoza de posguerra, que abandon solo parcialmente
cuando gan la ctedra de Literatura Espaola en la Universidad de
Barcelona, en 1959. En dicha Universidad sera el maestro de maestros
verdaderamente brillantes en el mbito de la Filologa Hispnica: sus
dos hijos (Jos Manuel Blecua Perdices, actual director de la Real
Academia Espaola, y Alberto Blecua Perdices, catedrtico de Literatura Espaola de la Universidd Autnoma de Barcelona), Francisco
Rico, Aurora Egido, Jos-Carlos Mainer, Rosa Navarro Durn, Raquel
Asun, prematuramente fallecida, Mara Teresa Cacho Palomar, sobrina
suya, y tantos otros.
Jos Manuel fue, adems, un hombre entraablemente unido a
su familia: en cierto modo, ejerca una cierta funcin patriarcal en
su seno, especialmente para con su hermana Lola y sus estupendos
sobrinos Cacho-Blecua, de los cuales, Juan Manuel Cacho Blecua es
tambin discpulo suyo ejemplar. Blecua era asimismo el mejor y ms
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Jos Manuel Blecua, amigo y maestro: triple evocacin

fiel de los amigos. Y, en fin, quiero subrayar tambin que he visto a


pocos padres tan orgullosos de sus hijos: hablaba de su mayor y de
su pequeo con verdadera devocin.
Tengo para m que fue esa rara combinacin de dones lo que
ms nos sedujo de su personalidad a cuantos lo conocimos y, estoy
convencida de que fue eso lo que lo mantuvo joven, guapo, atractivo,
elegante, hasta el final de su vida.
Mara Antonia Martn Zorraquino
Ctedra Mara Moliner
(Institucin Fernando el Catlico)

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Estudios
La imagen de Aragn en algunos
textos contemporneos

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 33-67, ISSN: 0210-5624

A pie, a caballo, en coche. Aragn


visto desde la Ilustracin
Mara-Dolores Albiac Blanco
Universidad de Zaragoza

Para Maribel Snchez y Rosendo Tello,


con quienes he corrido Cortes y llegado
ms all de la Sublime Puerta.

Resumen: La autora de este trabajo parte del concepto clsico ya expuesto


por Herodoto de Halicarnaso (Arin viajaba oreontai para ver), y se centra
en relatos de viajes por Aragn del siglo XVIII. Tras explicar los motivos por los
que estos se emprendan, su finalidad instructiva, as como las circunstancias y
las condiciones en que se desarrollaban, se detiene particularmente en las noticias
e impresiones que los diarios y la correspondencia de los viajeros aportan sobre
esa regin, describiendo los paisajes, el urbanismo y arquitectura de algunas de
sus ciudades, su historia, formas de comportamiento social y el desarrollo de la
vida cotidiana. Interesan, especialmente, los testimonios de viajeros ilustrados
que rechazaban, y zaheran, las supersticiones, milagreras y las falsas tradiciones
pas. A estos testimonios no suelen prestar atencin tan inmediata y directa ni la
historia ni otros escritos coetneos.
Palabras clave: relatos de viajes, diarios, correspondencia, Aragn, templo del
Pilar, la Seo, luces, siglo XVIII, supersticin, racionalismo, procesiones, riqueza
eclesistica.
Abstract: The author of this work begins with the classical basis that was
already expounded by Herodotus of Halicarnassus (Arion travelled oreontai
to see), and centres around travellers tales of Aragon of the 18th Century. After
explaining the reasons why these journeys were undertaken, their educational
purpose, as well as the circumstances and the conditions in which they were carried
out, it pays particular attention to the news and views that the diaries and travellers
correspondence expound about the region, describing the scenery, the urban planning
and architecture of some cities; their history, the forms social behaviour and the
development of daily life. The testimonials of illustrated travellers are of special
interest because they rejected and attacked superstitions, miracle-working and
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Mara-Dolores Albiac Blanco

other false religious traditions. Both History and other contemporary documents
do not usually pay particular attention to these testimonials.
Key words: travel accounts, diaries, correspondence, Aragn, temple of the
Pillar, the Seo, lights, 18th Century, superstition, rationalism, processions, ecclesiastical wealth.
Caminar en coche es ciertamente una cosa muy regalada, pero
no muy a propsito para conocer un pas. Adems de que la celeridad
de las marchas ofrece los objetos a la vista en una sucesin demasiado rpida para poderlos examinar, el horizonte que se descubre es
muy ceido, muy indeterminado, variado de momento en momento,
y nunca bien expuesto a la observacin analtica. Por otra parte, la
conversacin de cuatro personas embanastadas en un forln, y jams
bien unidas en la idea de observar ni en el modo y objetos de la observacin, el ruido fastidioso de las campanillas y el continuo clamoreo
de mayorales y zagales, con su bandolera, su capitana y su tordilla,
son otras tantas distracciones que disipan el nimo y no le permiten
aplicar su atencin a los objetos que se le presentan1.

Carreteras, paradas y fondas


Es interesante recordar que Herodoto de Halicarnaso escribi que
Arin viajaba (oreontai) para ver; es decir, para contemplar lo que cotidianamente no vea, para encontrarse con cosas nuevas, para conocer
y hacerse cabal idea de lo distinto a lo habitual. Ver lo que hay fuera
es el mejor camino para entender y penetrarse del modo de ser y vivir
de los otros; y es, en definitiva, un buen prembulo para la tolerancia,
una de las virtudes capitales del pensamiento ilustrado. Los relatos de
viaje del siglo XVIII, salvo que se trate de misiones concebidas con
una finalidad exclusiva y concreta, suelen tratar de todo y los viajeros
ilustrados, en especial, se interesaban lo mismo por el arte que por la
poltica, por los ingenios, las costumbres y modos de vida, el estado de
la cultura, las ciencias, el arte, la legislacin, la industria o los fenmenos geogrficos, porque los suyos eran viajes instructivos. He hecho
la salvedad de los viajes planificados para misiones especficas, pero,
en puridad, hay que confesar que incluso los viajeros que realizaban
misiones comerciales, cientficas, de evangelizacin, etc., tampoco
dejaban de interesarse por cuanto encontraban al paso y relatarlo.
1. Carta de Gaspar Melchor de Jovellanos a Antonio Ponz, Obras escogidas, III. Ed. de ngel
del Ro, Madrid, Espasa-Calpe, 1956, pp. 158-159.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

Sin pretender hacer una taxonoma del viaje, no estar de ms


recordar que haba viajeros llevados por razones profesionales; eran los
que realizaban desempeos comerciales, formaban parte de expediciones
cientficas, iban a ocupar un destino o recorran un territorio para realizar
estudios o informes. Cabra incluir en este apartado profesional a los
eclesisticos: los misioneros, los clrigos que acudan a Roma a presentar las preces (peticiones de los fieles que solo pueden concederse
en el Vaticano), los que transitoriamente eran llamados para formar
parte de la curia vaticana y procedan de lugares remotos, tambin los
obispos que, con su squito, deban cumplir ante el Papa las preceptivas
visitas ad limina. La salud fue otro aspecto que influy en la moda de
desplazarse para tomar aguas balnearias (Spa en la actual Blgica, los
balnearios centroeuropeos o los franceses de la zona pirenaica)2 o
para cumplir estancias en climas ms benignos para el cuerpo y el espritu. Y no se debe olvidar que la devocin religiosa vena patrocinando
desde antiguo rutas de peregrinacin, que persistieron durante el siglo
XVIII, como las que llevaban a Compostela, a Montserrat, al Pilar y a
las Capillas Anglicas, a Roma o a los lugares donde se conservaban
y se renda culto a determinadas reliquias.
Para la mayora de ilustrados europeos el viaje tena un objetivo
inmediatamente didctico, y viajar fue muy habitual en un siglo en
que la nobleza ilustrada y las familias acomodadas enviaban a sus
hijos a educarse a reputados centros extranjeros y programaban periplos en los que, adems de conocer lugares nuevos y tratar gentes de
calidad, pudieran ampliar conocimientos siguiendo los cursos sobre la
moderna ciencia que se impartan en las grandes capitales europeas.
Se impona estar al tanto de las novedades y adelantos de otros pases,
de sus normas, leyes y usos, y era ya un rito social y cultural entrar
en conversacin con los naturales y tambin con los visitantes de
otras naciones porque allegaban noticias del pas propio y de cuantos
hubieran conocido; as se fueron tejiendo redes internacionales de
buenas relaciones sociales. Tampoco faltaron quienes viajaban por
afn de aventura, para vivir trances nuevos y disfrutar el placer de lo
desconocido, o porque deseaban conquistar territorios, incluso durante
el siglo XVIII.
Los ilustrados que disponan de medios llevaban a cabo, por lo
menos una vez en su vida, un viaje por los pases cultos de Europa; ese
2. Rafael Olaechea Albistur, Viajeros espaoles del XVIII en los balnearios del Alto Pirineo
francs, Logroo, Colegio Universitario de La Rioja, 1985.
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Mara-Dolores Albiac Blanco

periplo era denominado correr Cortes3 y uno de los destinos obligados


era Pars. El dominio de lenguas, imprescindible para relacionarse
en una sociedad cosmopolita como la de las Luces y para viajar con
utilidad, marcaba una forma de superioridad personal que se ampliaba
si se posean buenos conocimientos, a ser posible en aquellos dominios en los que los dems estaban menos informados. Quienes pertenecan a ese grupo selecto y por lo comn progresista, podan
considerarse personas respetables y modernas. La precisin de correr
Cortes, la curiosidad por conocer y experimentar, fue la propia del
espritu ilustrado, pero tambin se explica, en buena medida, por la
dificultad que haba para obtener noticias fiables de otras naciones,
ya que no abundaba la literatura informativa acerca de la situacin,
los progresos y adelantamientos de pases extranjeros y la que haba
circulaba con dificultad o no era fiable; unas veces porque el autor no
era muy ducho en la materia, otras porque responda a necesidades de
propaganda interior o, tambin, porque la escriban vecinos parciales
y envidiosos.
Durante el siglo XVIII los libros con reproducciones de lugares
y monumentos del extranjero no solan tratar de las ciudades y lugares de a pie, sino de las grandes culturas y restos del pasado, lo que
fue asimismo una excelente fuente de informacin. Gracias a ellos
los europeos cultos se tornaron sensibles al influjo del arte griego
y romano, fundamentalmente a partir de grabados y reproducciones;
y no es ocioso recordar la importancia que tuvieron los trabajos del
arquelogo brandemburgus Winckelmann especialmente con sus
Reflexiones sobre la imitacin del arte griego para consagrar la
escultura griega como el ideal de la belleza. En 1753 Robert Wood
public Las ruinas de Palmira, cuyos grabados de ruinas tanto contribuyeron a consolidar la moda europea de construirse casas de estilo
pompeyano o etrusco y jardines con templetes y falsas ruinas; pero lo
cierto es que la curiosidad por conocer el estado de las ciudades del
siglo XVIII, sus gentes y comportamiento no lo resolvan satisfactoriamente los libros. Hay que llegar al periodo costumbrista para que
cobren carta de naturaleza, en el caso espaol, las reproducciones de
rincones tpicos o pintorescos (dignos de ser pintados), o cuadros que representaban escenas de costumbres populares, retrataban
a gentes del comn y edificios ajenos al gran arte de estilo. Pero esta
es cuestin que aqu no corresponde tratar.
3. Gaspar Gmez de la Serna, Los viajeros de la Ilustracin, Madrid, Alianza Editorial, 1974.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

En el siglo XVIII para pertenecer a la verdadera bonne socit era


menester haber viajado y poder hablar con opinin propia de los palacios,
monumentos, de los vestigios del pasado4, de las grandes catedrales y
las ciudades famosas. Fue comn la idea de que no se conoca lo que
no se vea personalmente, y tambin lo fue el prurito de ver las cosas
de las que no trataban los libros: el curso de los ros, el trfago de las
calles, las modas suntuarias, el interior de los domicilios, las tertulias,
las brillantes paradas militares, los teatros, museos y bibliotecas, en
una palabra, el desarrollo cotidiano de la vida social. Se buscaba ser
recibido en las tertulias tambin llamadas conversaciones de prestigio, en el saln de alguna dama de mundo y codearse con personajes
influyentes o conocidos escritores y cientficos. De este modo, el viaje
aportaba una reserva de vivencias que deberan servir para organizar
mejor la vida personal y de relacin.
Los desplazamientos europeos en el siglo XVIII tropezaban con
importantes obstculos materiales, que aumentaban en pases con mala
infraestructura vial y hostelera, como era Espaa5; no todos los trayectos
disponan de trazado carreteril y era usual que personas, caballeras
y coches hubieran de atravesar tierras y bosques, sortear accidentes
del terreno, lugares enfangados o encontrarse con que una riada, o
una tormenta, se haba llevado un puente o borrado una senda. No era
fcil disponer del transporte adecuado, de hospedaje en condiciones
ni superar sin estorbos los trmites de fronteras; a estas dificultades
se aadan las de los cambios de moneda, la validacin de documentos bancarios o encontrar un intrprete fiable en los pases de idioma
desconocido6. Otra cuestin importante para el xito del viaje era la de
poder disponer de una red de personas y recomendaciones que dieran
seguridad al viajero de ser recibido en los lugares, pblicos y privados,
que deban garantizarle ver y ser visto. Para los nobles, por lo comn
emparentados con aristcratas y personas influyentes de toda Europa,
este era el menor de sus problemas y muchos de ellos lograban ser

4. Estefana lvarez, Antigedades romanas que se recogen y comentan en los Diarios de Jovellanos, Zephyrus, XIII (1962), pp. 107-110.
5. David Ringrose, Los transportes y el estancamiento econmico de Espaa (1750-1850), Madrid,
Tecnos, 1972. Asimismo siguen siendo utilsimas las notas de Jean-Ren Aymes, La route espagnole
sous le regard des Ilustrados: dsolation et esprance, en Les voies des Lumires. Le monde ibrique
au XVIII sicle, en Ibrica (Nouvelle Srie), nm. 19, Paris, Presses de lUniversit de Paris-Sorbonne,
1998, pp. 45-66.
6. Sobre estas cuestiones, referidas a los viajes de Viera con la familia del marqus de Santa Cruz
y los duques del Infantado, se trata en el artculo de Mara-Dolores Albiac Blanco, Correr Cortes. Los
viajes europeos de Viera y Clavijo, en Relato de viaje y literaturas hispnicas, Madrid, Visor, 2004,
pp. 133-172.
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Mara-Dolores Albiac Blanco

recibidos en las Cortes extranjeras. Adems de los que salan de las


fronteras de la patria, tambin haba viajeros domsticos que recorran
Espaa para conocerla o para cumplir estudios tcnicos, cientficos o
sociolgicos, ya fueran oficiales o privados7.
En 1790 Goya pint El viaje, de la serie Las estaciones, ms conocido como El invierno. La pintura da cuenta de las duras condiciones
en que viajaban los pobres, incluso aquellos que disponan, como en el
cuadro, de un jumento. Sobre el nico asno va un cerdo muerto y los
viajeros, apretados en simblica unin para luchar contra la ventisca y
el fro, van mal vestidos pisando la nieve. El trabuco de uno de ellos
nos recuerda el constante riesgo de los viandantes ante los ataques de
fieras o salteadores. El anlisis que hizo del cuadro Starobinsky en su
libro 1789, los emblemas de la Razn, vindolo como una alegora
de los sucesos de la Francia que empezaba a hacer trizas el Ancien
Rgime, me exime de entrar en ms consideraciones. El pueblo llano
viajaba as; las personas de calidad, las familias abastadas y de alcurnia, no recorran largos trayectos a pie, ya que disponan de caballo,
de carruajes, de vehculos de alquiler o acudan a las compaas de
transporte que realizaban recorridos fijos8. No obstante lo cual, ni los
ms encopetados viajeros del siglo XVIII y menos an si andaban
en trnsito por Espaa se libraban de vivir experiencias inslitas y
curiosas y de padecer incomodidades y peligros. La duracin de los
traslados daba lugar a que las gentes de calidad se entregaran a uno de
los placeres preferidos por los reformistas ilustrados: la buena conversacin, como cuenta el propio Jovellanos en carta a Ponz, a propsito
del viaje que hizo de Madrid a Len en marzo de 1752:
En medio de aquel aire circunspecto y aquella severidad de mximas
que usted tanto celebra, [nuestro Comendador9] tiene el mejor humor del
mundo y el trato ms franco y agradable que puede imaginarse. As que
sus conversaciones nos han entretenido continuamente, y sus ocurrencias
sobre el carcter grosero y remoln de los carruajeros, la estrechez y
desalio de las posadas, la aridez y monotona del pas que atravesamos y
otros objetos semejantes, fueron sobremanera oportunas y chistosas. Nadie
mejor que l sabe sostener en la conversacin aquel tono zumbn y ligero
que tanto la sazona, y hace tan dulces y agradables las compaas10.

7. Carlos Garca-Romeral Prez, Bio-bibliografa de viajeros por Espaa y Portugal (siglo XVIII),
Madrid, Ollero y Ramos, 2000.
8. El conde de Aranda invirti 14 das del 10 de diciembre de 1783 al 24 del mismo mes en
ir de Pars a Jadraque con el roulier, que era el servicio de diligencias de gran velocidad.
9. Se refiere al hermano del propio Jovellanos.
10. Gaspar Melchor de Jovellanos, ob. cit., pp. 153-154.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

Era lgico que en un tiempo de curiosos y viajeros, en el que se


ampliaban los intercambios cientficos y se intensificaban las relaciones comerciales, preocupara el estado de las infraestructuras que
deban facilitar los recorridos de las personas, los transportes de las
mercancas y de los correos que llevaban correspondencia y documentos. Las quejas en los escritos de los ilustrados espaoles son
constantes y en ellos, junto a la protesta, aparece la sensacin de
vergenza que les produce comparar el estado de su patria con el de
las naciones cultas de Europa11. Sin embargo, y aunque pueda parecer
que una de las primeras exigencias deba ser la de poder viajar con
rapidez, hay ms de un lamento acerca de los inconvenientes que la
celeridad de los medios de locomocin del siglo XVIII opona a
una marcha ms demorada, que permitiera observar mejor los detalles
de los recorridos. Algunos pensaban que, sin tiempo para mirar, era
imposible hacerse idea cabal de gentes y lugares. La cita del texto
que abre este trabajo pone de relieve cmo una persona tan eficaz y
ahorrativa como Jovellanos, tan vida de que las reformas avanzaran
con rapidez, deplora la velocidad de los coches de caballos. Clavijo y
Fajardo, en El Pensador, busca en ejemplos del libro V del Emilio de
Rousseau apoyo para sus tesis utilitaristas sobre el modo de viajar con
provecho; una de ellas es que, mientras Platn y Pitgoras viajaban a
pie y despacio y podan observar con detalle los lugares y aprender, los
viajeros contemporneos se fijan menos porque van corriendo la posta
y embutidos en un coche. Acerca de la importancia que se conceda
a conocer bien y en profundidad y a aprovechar correctamente los
viajes es ejemplar el consejo que daba El Pensador cuando planteaba
la necesidad de reflexionar sobre lo visto y de no sacar conclusiones
precipitadas a propsito de las novedades y, de paso, adverta a sus
connacionales de la importancia de conducirse debidamente, ya que el
comportamiento de los viajeros incida en la opinin que los extranjeros tendran luego sobre Espaa. Como muchos espaoles cultos,
Clavijo conoca la recin publicada obra del ginebrino; sin embargo,
la idea fundamentalmente utilitaria y prctica que el espaol tiene
acerca de cmo observar y aprovechar las enseanzas del itinerario,
difiere notablemente de la sensibilidad esttica que predomina en la
novela de Rousseau.

11. Santos Madrazo, El sistema de comunicaciones en Espaa (1750-1850), Madrid, Ediciones


Turner, 1984. Sobre los testimonios de los usuarios sigue siendo muy til el estudio de Edith Heman,
Viajes de espaoles por la Espaa del siglo XVIII, Nueva Revista de Filologa Hispnica, VII (1953),
pp. 618-629.
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Y ya que de utilitarismo se trata, bueno ser recordar que no era


infrecuente que papeles peridicos de talante filosfico y moralizador
aconsejaran sobre cuanto era preciso para viajar con aprovechamiento,
como veremos. Ahora, por no apartarme del ejemplo, anoto que en
el Pensamiento XIX de El Pensador (1762), Clavijo y Fajardo se
queja de los seoritos que viajaban por mera ostentacin y volvan
desdeando a su patria. El viaje haba que prepararlo bien, se repeta,
tanto en el arreglo de cuanto materialmente se precisara como en la
disposicin intelectual, de modo que quienes disponan su periplo no
tardaron mucho en contar con guas geogrficas y folletos con recomendaciones para el equipaje oportuno, que informaban del cambio de
monedas y daban noticias prcticas para manejarse por otros pases,
con los coches de camino, las postas, las ubicaciones y caractersticas de las ventas, posadas y fondas, orientaban sobre los precios y,
tambin, sobre la actitud que convena tener. Los participantes en el
grand tour contaban en 1727 con la Gua de caminos para ir y venir
por todas las provincias ms afamadas de Espaa, Francia, Italia y
Alemania, y con el Itinerario o mtodo apodmico de viajar (1759),
del benedictino Olivier Legipont, traducido por Joaqun Marn. Pedro
Rodrguez de Campomanes, cuando era Administrador de la Renta
de Correos, public un Itinerario de las carreras de postas de dentro
y fuera del Reino (1761), con noticia de precios, informacin sobre
monedas de los distintos pases y el mapa de Toms Lpez (1760). El
Discurso sobre la utilidad de los viajes a los pases extraos fue una
nueva prueba del inters que conceda Campomanes a conocer otras
naciones. Otro folletito muy conocido por los viajeros espaoles fue
el Itinerario espaol o Gua de caminos para ir de Madrid a todas
las Cortes que imprimi Jos Matas Escribano. Como he adelantado,
la prensa, cada vez ms interesada por la actualidad y por atender las
tensiones del momento, sigui ocupndose de los viajes y en 1770 el
turolense Francisco Mariano Nifo public en el Diario Noticioso una
Historia general de los viajes con explicaciones sobre China, Tartaria, la India Otros peridicos dieron tambin itinerarios de viajes y
noticias de utilidad, como el Diario curioso de Barcelona (1772), el
Diario de las musas, el Espritu de los mejores diarios, o el Diario
de Madrid, que inclua un Modo de viajar para sacar partido de los
viajes (1787)12.
12. De las cuestiones relacionadas con los viajes y de los recorridos hechos por espaoles por
Espaa y el extranjero tratan los captulos correspondientes de mi estudio Razn y sentimiento. El siglo
de las Luces, Barcelona, Crtica, 2011, pp. 255-306.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

Los epistolarios y notas de viaje que nos han llegado resultan testimonios valiossimos para el fillogo y el historiador porque por ellos
sabemos del verdadero aspecto fsico de personajes importantes, de
cmo eran las formas de comportamiento social reales, tenemos noticia
del urbanismo y arquitectura de las ciudades, nos informamos de cmo
se desarrollaba el da a da cotidiano de la vida urbana o rural, enterndonos, as, de cosas que no consignan ni la historia ni los escritos
contemporneos. Tambin gracias a ellos nos ponemos al da de los cotilleos que corran sobre tal cientfico, cual filsofo, o la correspondiente
madamita. El diario personal y la carta nos dicen ms de los rumores
polticos, las conspiraciones y algunos sucesos histricos13 que muchas
crnicas (frecuentemente sometidas a interesados controles o servidoras
de intereses concretos). Sin ir ms lejos y por poner un ejemplo que me
gusta citar, Espaa hubiera vivido ignorante de la toma de la Bastilla
si no fuera por las cartas y noticias de los viajeros, ya que la prensa
espaola y las instancias oficiales no dieron cuenta del asunto.
Sin lugar a dudas, si no dispusiramos de estos testimonios personales, hoy ignoraramos muchos aspectos de la fisonoma que tuvieron
nuestras ciudades o aldeas, de las ermitas o monumentos que existieron y fueron abatidos por el tiempo o por la piqueta; sabramos
poco de costumbres y usos sociales y hasta del paisaje geogrfico,
que ha llegado a nosotros frecuentemente modificado por la accin
de los elementos y por la del hombre. Una de las razones por las que
disponemos de estos testimonios impagables por ms que haya que
manejarlos con el debido cuidado es porque la gente ha viajado y
ha escrito sus impresiones.
Miradas sobre Aragn
En todos los gneros de la literatura ilustrada encontramos opiniones
sobre Aragn y sus gentes. Estn en el teatro, en la literatura ensaystica,
13. Por la narracin del viaje de Jos de Viera y Clavijo, presente en el acto, sabemos del encuentro
de Voltaire con Franklin el 29 de abril de 1778, en la Academia de las Ciencias de Pars; nos enteramos
de cmo vestan, de su aspecto, y hasta de que Voltaire se haba quedado dormido desde el principio
de la sesin y de que el Secretario Condorcet tena la voz ms atiplada que el Presidente. Vid. Jos
de Viera y Clavijo, Apuntes del Diario e itinerario de mi viage a Francia y Flandes en compaa de
mi alumno el Exmo. Sr. D. Francisco de Silva y Bazn de la Cueva, Marqus del Viso, primognito del
Exmo. Sr. Marqus de Santa Cruz, de su esposa Exma. Sra. Da. Mara Leopolda; de los padres de
esta seora, Exmos. Duques del Infantado, y de toda su familia y comitiva en los aos de 1777 y 1778,
Santa Cruz de Tenerife, Imprenta, Litografa y Librera Islea, 1849, p. 115. En adelante citar Viaje
a Francia y Flandes.
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en los informes, en los diarios, narraciones y en las cartas que enviaban


los viajeros de paso por Aragn a los amigos y familiares para contarles sus impresiones sobre lo que vean. La presencia de unos u otros
lugares aragoneses en los relatos de espaoles y extranjeros depende,
en gran medida, de que estn situados en los trazados de los caminos
y carreteras aragoneses de cierta importancia o en sus inmediaciones;
pero tambin aparecen, en ocasiones, sitios apartados cuando el viajero
ha necesitado dirigirse a ellos o cuando ha ido llevado por su propia
curiosidad. De hecho lo ms frecuente es encontrar descripciones de
lugares del eje de comunicaciones que une Barcelona con Madrid; del
que a partir de Zaragoza se dirige hacia el norte de Espaa y tambin
de sitios que se encuentran en la ruta que, partiendo del Somport,
conduce a Zaragoza y desciende hacia el sur y levante. El camino
pirenaico seguido por los peregrinos a Compostela desde Canfranc y
Jaca es otra fuente de informacin sobre lugares aragoneses.
Los diarios y la correspondencia de los viajeros lo que traslucen
tambin es su carcter e intereses, de manera que esos textos son como
alguna vez he escrito un espejo de papel14 que refleja la personalidad
del que escribe y dice mucho de la forma en que mira. En este sentido
las descripciones de paisaje modernas suelen tener mucho que ver con
el modo en que lo percibe el narrador, ya que, por lo comn, llevan
aparejada una importante carga afectiva. La sensibilidad de cada viajero
selecciona determinados paisajes y los presenta desde la ptica que sus
preferencias o su estado de nimo le dictan en el momento de escribir;
sin embargo, hay que reconocer que la percepcin del paisaje, y hasta
la misma nocin de paisaje, ha evolucionado con el tiempo. En textos
espaoles anteriores al siglo XIX y previos a la sensibilidad romntica,
no encontramos descripciones de paisaje entendidas al modo actual. La
mirada del viajero sobre lo que ahora llamamos paisaje era ms parecida
a la de un agrimensor, un hortelano, un socilogo o un historiador del
arte o la geografa, que una vivencia esttica o emocional.
El Diccionario de Autoridades de 1737 define la voz paisage [sic]:
Pedazo de pas en la pintura, lo que indica claramente que los ilustrados al pedazo de horizonte, a la parte de naturaleza real que alcanzaba
la vista, an no la denominaban as. Y es un hecho que no he hallado
en la literatura ilustrada que conozco ese trmino aplicado en el sentido
moderno. Lo usual era aludir al accidente concreto: la baha, la cuesta,
14. En mi artculo Recado de escribir. La correspondencia del conde de Aranda, en Homenaje
a Manuel Alvar. Archivo de Filologa Aragonesa, LIX-LX (2003-2004), pp. 1773-1801.

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la sierra, el mar, el cabo, la ensenada lo ms parecido a nuestro


concepto que puedo anotar es perspectiva: Rato de entretenimiento
en ver varias perspectivas por el lente ptico; y, pues no hay otra cosa
que hacer, voy a ver una nueva panera u horrio, recin construido, con
el carpintero que me dar razn de las partes, anota Jovellanos en su
Diario el 24 de julio de 179215.
Por ms que hubo un importante auge de la cultura urbana durante
el siglo XVIII, la mayor parte de la poblacin segua viviendo en el
campo; la vida discurra en frecuente contacto con una naturaleza que,
durante los viajes, se observaba tanto yendo a pie, como a caballo o
desde la relativa comodidad de un carruaje. Pero la manera de observar
y el modo de mirar la naturaleza es, indudablemente, un hecho cultural
e histrico. Para la antigedad clsica Aristteles, Platn, los estoicos
o Epicuro, el cosmos entero era un estallido de armona y belleza;
nuestra Edad Media propendi a ocultarla bajo la capa de la alegora
para representarla en lecturas simblicas; el Renacimiento la desnud
de significados esotricos y dej al descubierto una naturaleza material
y hermosa que, no obstante, habra de seguir conviviendo con las
clsicas lecturas simblicas presentes en los textos de la gente culta: la
rosa seguira siendo smbolo de la brevedad de la vida, la azucena de
la pureza y no aparecer un pavn sin que la mente de un lector culto
vuele a Juno, et sic de coeteris. El peculiar sentimiento del paisaje en
la literatura ilustrada espaola es otro de los muchos temas que esperan su estudio definitivo. De hecho, lo ms parecido a una descripcin
geogrficamente impregnada ya de una sensibilidad observadora la he
encontrado, por vez primera y en fecha tarda, leyendo el viaje que
hizo a Espaa Gustave dAlaux en 1838. l, que era natural del valle
de Aspe, establece una curiosa comparacin entre el paisaje de una y
otra vertiente del Pirineo en el Somport; en ella, adems de explicar
cientficamente la diferencia de vegetacin y luminosidad, introduce
elementos emocionales claramente personales:
LAragon, du cot de la France nest gure accessible que par deux
points, la valle dAure, dans les Hautes-Pyrnes, el la valle barnaise
dAspe, do je partis par une matine de juin []. Quand on a franchi
le dernier sommet du port de Paillette, limite des deux royaumes, dun
pas on croirait avoir saut cinq cent lieues, tant est brusque, saisissant
le changement vue qui sopre dans le sol et dans le ciel. Un inmense

15. Diario. Ed. de Jos Miguel Caso Gonzlez, Barcelona, Planeta, 1992, p. 113. En adelante
citar Diario.
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horizon se droule: aux gorges humides et norirtres du versant franais


succdent des masses nues dune blouissante blancheur. Le contraste
nest pas moins rapide dans latmosphre que dans les paysages. Les
brumes pluvieuses que le vent douest refoule sur le versant franais y sont
retenues par la rarfaction de lair suprieur, de sorte quen dpassant la
dernire crte, on se sent comme inond de clart. Cest le ciel dOrient
a deux pas du ciel de Hollande []. mesure quon descend [] il ny
a plus se tromper: cette lumire, cette solitude, ces ruines, ce silence,
tout dit que lon est bien en Espagne16.

Pero este tipo de visiones, decididamente influidas por la mentalidad romntica, me aleja del tiempo de mi estudio, si bien no conviene
olvidar que el romanticismo fue mucho ms temprano en Francia que
en Espaa, donde no se puede considerar asentado de forma fehaciente
y decidida antes de 1825 o 1830.
Como se deduce de lo ya dicho, las narraciones de viajes tienen
mucho que ver con la finalidad de los mismos, con el mayor o menor
margen de estilo que desee imprimir el autor a sus escritos segn se
trate de diarios, cartas o una narracin continuada y con el gnero
en el que se inscribe el viaje, como dir con el ejemplo de Cadalso.
El viajero particular suele hablar de su viaje con libertad, sin curarse
de mantener equilibrios descriptivos ni de jerarquizar sus visitas y
opiniones a propsito de lugares, gentes y edificios. Para el cientfico
o el poltico que, como Jovellanos en sus periplos por Asturias y la
zona norte, va tomando notas para elaborar ulteriormente estudios e
informes, la norma de recopilacin de datos y de reflexionar sobre
los mismos suele circunscribirse, de manera fundamental aunque no
nica, al objeto del viaje, y est sometida a protocolos especficos.
Caso distinto es el de un escritor como Cadalso que, cuando escribe
su ensaystico dilogo epistolar de las Cartas marruecas en puridad un viaje literario, se puede permitir compatibilizar la voluntad
distanciadora y analtica con la intencionalidad de marcar un sesgo
ideolgico a su escrito. As, por ejemplo, cuando en la carta XXVI revisa
los caracteres de los distintos habitantes de Espaa y las peculiaridades
de las diversas regiones, procura mostrarse ecunime en los elogios y
dedicar un espacio similar a cada una de ellas: si los castellanos son
primeros en fidelidad, los catalanes son los pueblos ms industriosos
de Espaa [...]. Pero sus genios son poco tratables, nicamente dedica16. Le voyage en Espagne. Anthologie des voyageurs franais et francophones du XVI au XIX
sicle. Ed. de Bartolom y Lucile Bennassar, Pars, Robert Lafont, 1998, p. 603. No actualizo la ortografa;
la reproduzco tal y como aparece en la antologa. En adelante citar como Le voyage en Espagne.

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dos a su propia ganancia e inters. Algunos los llaman los holandeses


de Espaa; y, segn l,
Los aragoneses son hombres de valor y espritu, honrados, tenaces
en su dictamen, amantes de su provincia y notablemente preocupados en
favor de sus paisanos. En otros tiempos cultivaron con suceso las ciencias
y manejaron con mucha gloria las armas contra los franceses en Npoles
y contra nuestros abuelos [escribe Gazel a Ben Beley, y se refiere a los
moros] en Espaa. Su pas, como todo lo restante de la pennsula, fue
sumamente poblado en la antigedad, y tanto, que es comn tradicin
entre ellos, y aun lo creo punto de su historia, que en las bodas de uno
de sus reyes entraron en Zaragoza diez mil infanzones con un criado cada
uno, montando los veinte mil otros tantos caballos de la tierra.

En varios puntos elogia la grandeza poltica de Fernando de Aragn,


manteniendo el punto de vista fijo en los testimonios de la historia...
Sin embargo, el mismo Cadalso, tan apegado a las fuentes documentales y a no apoyarse sino en opiniones razonablemente comprobables,
cuando cumple su exilio en Aragn en 1769 y comienza su excelente
trayectoria como poeta y reformador de la poesa espaola, se abandona
a la licencia potica y logra ver ninfas bandose en el ro Ebro. As
lo cuenta en el poema dedicado A los das del Excmo. Seor conde
de Ricla:
Salid, Ninfas del Ebro,
a mis voces juntad vuestra harmona,
cantad al que celebro
en su dichoso, y deseado da:
salid, ninfas cantando...17.

Los relatos de viajeros por Aragn trufan, como todos los dems,
las descripciones de lo que estos ven con su biografa personal y con
lo que les impresiona y les sugiere conocer a los aragoneses, su territorio y las ciudades, pueblos y edificios. Con frecuencia los relatos se
enriquecen con recuerdos histricos o con la fama y las tradiciones que
rodean la vida del lugar visitado. Como las rutas de los viajeros siguen
los trazados de carreteras, es lgico que todos hablen de Zaragoza,
capital bien comunicada y en el punto medio de las rutas que, como
he recordado, van hacia Barcelona y Madrid, hacia el norte cantbrico,
el Somport o levante. Otras villas y ciudades se benefician tambin de
su situacin geogrfica como sucede con Alcaiz, de la que se pondera
17. Ocios de mi juventud o poesas lricas de D. Josef Vzquez, Madrid, Isidoro de Hernndez
Pacheco, 1781, p. 33.
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la grandeza de su castillo calatravo y la fertilidad de una bien regada


vega, gracias al cercano ro y al ingenio de los habitantes que han
sabido transformar en rico un pas que es, al decir de Joly que viaj
en el siglo XVII, de suelo extremadamente seco y rido. Tambin
es punto de parada Escatrn, de la que no solo se elogia la abada y
la ingeniosa noria que irriga los huertos del convento, sino tambin
su malvasa18.
En las relaciones aparece Velilla unida a la leyenda de su campana,
aquella que sonaba sola cuando sobrevenan grandes acontecimientos
y catstrofes y en cuyo crucero se guardaba un diente del Seor. De la
conocida leyenda trataron tambin, con nimo crtico, Nicols Antonio
y el padre Feijoo, aunque estos no lo hicieran con motivo de ningn
viaje. Otro aliciente, esta vez gastronmico, que repiten los viajeros,
era poder saborear las truchas del monasterio de Piedra y admirar su
rico convento y la belleza del parque y las cascadas. Hay menciones
que, pese a parecernos hoy poticas, demuestran la realidad de un
territorio pobre y de difcil cultivo: el terreno que Joly encuentra a la
salida de La Muela le recuerda las arenas del desierto de Libia. Como
es lgico, hay coincidencia en sealar que Aragn es tierra montaosa,
seca y con malas carreteras. Zaragoza es, casi siempre, la harta, la
ciudad de las torres y en ella como para el resto de Espaa, los
viajeros anotan que hay muchos conventos.
Rozando los albores del siglo XVIII lleg a Espaa Franois de
Tours, quien retom la imagen de un Aragn montaoso y difcil,
donde abundan las cimas con nieves perpetuas y muchos restos rabes,
visibles en las atalayas defensivas, en el estilo de la construccin y en
la decoracin de edificios. Calatayud le pareci lugar pequeo y con
buenas construcciones, pero le sorprendi, por la desproporcin que
supona con respecto a la poblacin civil, que hubiera ms de veinte
conventos de religiosos y religiosas. Otro de los puntos de coincidencia entre sus observaciones y las de otros viajeros es que el camino le
parece mal trazado y lo ejemplifica con la cantidad de subidas y bajadas
del que lleva hasta La Almunia para conducir luego a Zaragoza. De
la capital dice que es grande y hermosa ciudad a orillas del Ebro y la

18. En 1771 Voltaire regal al conde de Aranda, entonces Presidente del Consejo de Castilla, un
reloj con su efigie en esmalte para que el Conde favoreciera su fbrica de relojes y su distribucin por
Espaa. El Conde, en agradecimiento, le envi algunas lozas finas de Alcora, algunos textiles y vinos
de garnacha, de moscatel y malvasa canarios. La calidad de los protagonistas de este ejemplo y las
frecuentes referencias que encontramos a la malvasa, demuestran que debi ser un caldo especialmente
apreciado en el siglo XVIII.

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considera la ms limpia de toda Espaa. Otra caracterstica que admira


a los viajeros extranjeros es la riqueza de la Iglesia zaragozana y el
boato de sus altas jerarquas. Franois de Tours anota que el arzobispo
tiene unas rentas de ms de 50000 escudos y prosigue dando detalles
de la belleza arquitectnica y decorativa de la Seo para insistir en el
derroche de plata, oro y riqueza que observa en las custodias, viriles,
lmparas y bustos de plata. Le llama la atencin de modo especial la
custodia que se expone en Corpus y Jueves Santo
qui a bien cinquante pieds de circonfrence, les rayons du soleil ont prs
dune demie aulne [], il faudrait plus de cinquante hommes pour le
porter et on dit quil y a seulement dargent pesant vingt deux arobes
et larobe peze trente six livres en sorte quil y a sept cent vingt livres
dargent. Tambin le asombra en la Seo la gran custodia dargent massif
qui peze dix sept arobes; cette piramide ou custode, quils appellent, sert
pour la procession du saint sacrement. Si je navais pas vues ces deux
pices jaurais de la peine le croire aussi bien que plusieurs qui ne les
ont pas vues mais comme je les ai vues, jen rend temoignage19.

A de Tours le gusta la iglesia (como l la denomina) del Pilar,


pero se refiere con escepticismo a la leyenda del origen de la Virgen:
On dit avoir t porte par un ange sur le pilier du tems que sainct
Jacques vivait et on ne scait point de quelle matire cette notre dame
est faite20. El mito de que la imagen no fue hecha por mano humana
se debi repetir a cuantos queran orla, porque tambin se lo haban
dicho a Joly casi un siglo antes. Cuenta las setenta y ocho lmparas que
arden en la capilla de esta notre Dame tan venerada y las riquezas que
guardan las dos sacristas del templo. Insiste mucho en el despilfarro
de orfebrera de las muchas iglesias de Zaragoza y explica que para la
fiesta de Corpus salen en procesin ms de ochenta imgenes de plata,
la mayor parte de ellas de cuerpo entero. Aprecia mucho la iglesia de
San Jernimo (la de Santa Engracia), que se levanta donde estuvo el
palacio de Dacio, y se hace eco de la historia de los mrtires cristianos
que cayeron bajo la persecucin de los emperadores Diocleciano y
Maximiano. Cuenta que, para evitar el escndalo que provocaba martirizarlos en la va pblica, se pas a sacrificarlos en una cripta que
haba bajo el palacio y que an se conserva llena de restos humanos.
Es, aunque no le da ese nombre, la cripta que ahora se conoce como
de las Santas Masas. Describe Zaragoza como la ciudad ms rica de

19. Le voyage en Espagne, ed. cit. p. 599.


20. Ibd.
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Espaa, bien abastada con muy buen comercio y en la que se conserva


el hermoso palacio de los reyes de Aragn (la Aljafera, cuyo nombre
no cita), donde se guardan hasta 42 retratos de los mismos.
Tambin David-Franois de Merveilleux, que viaj por Espaa
entre 1720 y 1726, insiste en la sequedad del territorio aragons, si bien
en los alrededores de Zaragoza y a lo largo del curso del Ebro, halla
una tierra frtil y bien trabajada: Saragosse est une grande et belle
ville, qui a un air dopulence dont on est charm. Cest l o je vis le
premier Espagnol en gonille, manteau et rapire; il ny a gure que les
gens de loi qui se produisent dans cet quipage21. Esta apostilla sobre
el atuendo se completa con la observacin de que hay buenos edificios
y las calles son hermosas, pero sucias y descuidadas.
El gobernador del castillo (la Aljafera), en tiempos del viaje de
Merveilleux, era un Picolomini, un italiano al que siguiendo una
costumbre usual en toda Europa la Corona pagaba con el nombramiento un favor que, en este caso, era el apoyo que prest en la guerra
de 1701. En el castillo ve una sala tapizada en gruesos paneles del
primer oro que lleg de Amrica, sobre los que cuenta la historia de
que fueron parcialmente raspados por un general francs (obviamente
durante la guerra de sucesin), cuyo nombre oculta. El hecho de que
el palacio de Ferdinand le Catholique hubiera acabado siendo un
fuerte le lleva a reflexionar sobre el curioso fin que la vida reserva a
los palacios reales: el de Tournelles, que sirvi de recreo a Luis XI,
haba pasado a ser crcel donde los condenados a galeras esperaban
ser llevados al cumplimiento de su condena final.
A l tambin le merece el Pilar captulo aparte. Dice, equivocndose, que la capilla de la Virgen no tiene abertura al exterior22 y que
en ella la atmsfera es irrespirable a causa del tufo de las muchas
lmparas de cera que arden y, asimismo, por el pestilente aliento de los
aragoneses, con su hedor a ajo. Arremete contra las leyendas pas, en
esta ocasin por cuenta de la historia de que quien entraba a la Santa
Capilla en pecado mortal no poda ver a la Virgen. El nico modo de
ser perdonado era pronunciar el acto de contriccin con su peccavit,
dndose golpes en el pecho. De Merveilleux describe con bastante
humor los fuertes golpes de pecho que se daban los fieles:

21. Ibd, p. 600.


22. El error es lgico si pensamos que el lucernario que se abre al tejado del templo, por encima
de la Santa Capilla, no deba verse fcilmente con la iluminacin que daban las velas y por entre el
humo que ascenda.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

Cest un bruit continuel et fort incommode que celui quon entend


dans cette Chapelle; car les Aragonais et en gnral tous les espagnols
ne cessent de se donner de grands cops de poing sur la poitrine en rptant leur mea culpa. Il est vrai que la plupart sont munis de trs bons
buffles, et les femmes de corps de balleine bien fourrs, sans lesquels
les uns et les autres ne sauraient rsister aux coups violents et ritrs
quils se donnent sur la rgion du coeur, quelque accoutums quils
soient ce mange23.

Con racionalista mentalidad da una explicacin cientfica a la dificultad en ver la imagen. Segn su opinin, el hecho de no verla se deba
a causas perfectamente explicables y demostrables y no a intervencin
ultraterrena alguna. En primer lugar seala la negrura de la imagen y
su pequeo tamao, aade el hecho de que estaba envuelta en grandes
mantos, situada en posicin elevada y rodeada de una multitud tal de
cirios encendidos que deslumbraban porque, al proyectarse la luz sobre
los dorados de la capilla y las piedras preciosas engarzadas en las estrellas del altar, se provocaba una cegadora y fuerte reverberacin. Todo
contribuye, pues, a que falle la vista de los fieles y solo se pueda ver
la imagen adoptando una muy concreta perspectiva para mirarla. Otra
parte importante de su visita al Pilar y del rechazo que le provocan los
ritos devocionales que tenan lugar en el templo es la descripcin que
hace de la antihiginica costumbre de besar la columna, que la mayora
de fieles, dice, lame. l, concretamente, rez sus oraciones et je ne
fus pas curieux de lecher le pilier. Pero su sarcasmo sigue:
Je ne conseille mme aucun voyageur sens de porter la dvotion
jusques-l, de peur quil ne lui en cote quelques dents, ou peut tre la
perte de la manchoire entire par ladquisition de quelque chancre quil
pourrait y gagner []. Il se pourrait que la Sainte Vierge ne permet pas
que ce sacr pilier puisse tre infect par tous ces lechements. Mais si la
frayeur est capable de faire mourir de la peste, je ne crois pas impossible
quon puisse de la mme manire gagner un chancre la langue; car les
gents de petite foi sont assez communs dans le monde24.

El escepticismo del racionalista viajero pone en tela de juicio que la


fe y la intercesin de la Virgen sean suficientes para evitar contagiarse
de un chancro y hasta cree que se puede llegar a perder la mandbula,
mxime, insiste, porque hay mucha gente con escasa fe y, al parecer,
en esa coyuntura, la proteccin celestial pierde eficacia.

23. Le voyage en Espagne, ed. cit., p. 602.


24. Ibd, pp. 602-603.
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Un inteligente y divertido abate canario, Jos de Viera y Clavijo25,


capelln del marqus de Santa Cruz y preceptor de su hijo y heredero, el
marqus del Viso, ha dejado dos impagables relatos de los viajes en que
acompa a sus seores por Europa. El primero es un viaje por Francia
y hasta la actual Blgica para asistir a los cursos de qumica y fsica
que se programaban en Pars y, luego, seguir una cura en el balneario
de Spa (1777-1779)26. A la ida salieron por Burgos e Irn y no pasaron
por Aragn, pero s lo hicieron a la vuelta. Regresaron por la parte de
Tarazona y su obispo, Jos Laplana Castilln, acudi a esperarlos a la
ermita de Nuestra Seora del Camino, desde donde los acompa a su
palacio episcopal y les dio alojamiento. Tarazona le parece fundada sobre
un terreno desigual y la catedral le resulta un templo gtico de poca
recomendacin. El obispo les ense la biblioteca episcopal, detenindose especialmente en los manuscritos curiosos y en los papeles de la
causa de la beatificacin del venerable Palafox, la de la clebre Mlle.
de greda [] y lo del juicio imparcial con motivo del Monitorio de
Parma27. La conversacin con el obispo, como puede deducirse, gir en
torno a asuntos que estaban muy de actualidad y se referan a las difciles
relaciones que, a la sazn, mantenan los Estados borbnicos con la Santa
Sede. En efecto, la cuestin del famoso Monitorio de Parma, nombre
que se dio al breve pontificio de 1768 Alias ad Apostolatus, era una de
las secuelas provocadas por las medidas regalistas y desamortizadoras
de Du Tillot, ministro de Fernando I de Parma28.
Otra de las posadas del trayecto la hacen en el palacio de Piedrola
[sic]29 perteneciente al duque de Villahermosa; en l pueden ver la
urna que guarda los restos de la llamada santa duquesa. Encuentran
el camino hasta Alagn bueno aunque inculto, pero ya en los alrededores del pueblo la aparicin de vias y olivares alegra el panorama.
25. Enrique Romeu Palazuelos, Biografa de Viera y Clavijo a travs de sus obras, Santa Cruz
de Tenerife, Aula de Cultura de Tenerife, 1981. Hay una sucinta biografa en Victoria Galvn Gonzlez,
La obra literaria de Jos de Viera y Clavijo, Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo de
Gran Canaria, 1999.
26. El ya citado Viage a Francia y Flandes.
27. Ibd. Todo en p. 141. La tal Mlle. de greda es la madre Mara de greda.
28. En 1767 se expuls de los dominios de los Borbn-Parma a la Compaa de Jess, como se
hizo en Espaa; Du Tillot aboli la Inquisicin y, entre otras medidas regalistas tendentes a disminuir las
prerrogativas y privilegios de la Iglesia, traslad el poder de censura de libros al poder civil. Clemente
XIII emiti un breve conocido como Monitorio de Parma en que declaraba que Parma era ducado
del Pontfice y no reconoci ninguna de las reformas llevadas a cabo en la poltica de Parma, Piacenza y
Guastalla. Los Estados gobernados por la familia Borbn respondieron a la resolucin papal con invasiones
territoriales y Carlos III rechaz al inspirador del Monitorio, el cardenal Torregiani, como interlocutor
pontificio en Espaa. En 1771, la intervencin de la esposa de Fernando I de Parma, la reina consorte
Mara Amalia de Habsburgo-Lorena, cambi esta situacin.
29. Obviamente se trata del palacio ducal de la localidad de Pedrola.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

En Zaragoza, nada ms llegar, se dirigen al Pilar, que le parece un


templo grandioso. La capilla de la santa imagen, sobresale por su
pabelln de preciosos mrmoles. Vimos el coro con excelente sillera,
etc. Despus pasamos a la otra catedral llamada de la Seo, igualmente
magnfica con un trascoro de figuras tambin de mrmol blanco, la
bella capilla de san Pedro de Arbus, etc. 30. Como es palmario, el
sacerdote Viera no se detiene a tratar de las devociones pilaristas ni
alude, siquiera, a las leyendas que relacionan la mtica fundacin del
templo con la tradicin jacobea que, a la sazn, vena siendo tema de
agrias polmicas entre los ilustrados defensores de la historiografa
crtica (Mart, Mayans, Martn Sarmiento, Cadalso) y sus oponentes
reaccionarios. Conviene tener en cuenta que Viera no estaba escribiendo un relato para explicar cmo es Espaa ni tena como objetivo
desarrollar opiniones crticas acerca de cuanto observaba Y todava
deseaba menos entrar en polmica. El abate llevaba un diario de viaje
para conservar memoria de sitios y gentes y para consignar cuanto en
el viaje vieron e hicieron los aristocrticos expedicionarios; ahora bien,
fiel a sus convicciones, tampoco olvida deslizar un cierto tono de estilo
que le permite dejar entrever su mayor o menor proximidad intelectual
o afectiva a las cosas que ve. Lgicamente a un ilustrado racionalista
como l le resultaba fcil evitar meterse en terrenos resbaladizos y
opinables; pero su cristianismo crtico en este concreto caso
asoma, precisamente, en la deliberada ocultacin de los aspectos ms
llamativos y espinosos, que son los que observaba y aprenda todo aquel
que visitaba el Pilar, como se ha visto. Este modo educado de rechazar
soslayando las leyendas religiosas lo lleva tan a rajatabla que cuando
visita en Turn la catedral donde la tradicin pretende que se guarda la
Sindone, Viera no hace la menor referencia comprometida a la misma;
se limita a dar una descripcin topogrfica, eliminando cualquier asomo
de devocin o piedad: La capilla donde se venera el Santo Sudario
est toda revestida de mrmol negro, y muestra magnificencia. Tiene
un crecido nmero de lmparas, cuyos vasos todos de cristal estriado,
hacen a la vista con las luces un raro efecto31. Y eso es todo cuanto
30. Viage a Francia y Flandes, ed. cit., pp.141-142.
31. Estracto de los apuntes del Diario de mi viaje desde Madrid a Italia y Alemania, en compaa
del Exmo. Sr. D. Jos de Silva Bazn, Marqus de Santa Cruz, Grande de Espaa de 1 clase, Caballero
de la insigne Orden del Toison de Oro, Gentil Hombre de Cmara de S. M. con egercicio, Mayordomo
Mayor del Rey, Ayo del Prncipe de Asturias, Director Perpetuo de la Real Academia espaola, etc., y
de su hermano el Sr. Don Pedro de Silva Presbtero Comendador de Eljas en la Orden de Alcntara,
Capelln mayor del Convento Real de la Encarnacin, por los aos de 1780 y 1781, Santa Cruz de
Tenerife, Imprenta, Litografa y Librera Islea, 1849, p. 26. En lo sucesivo citar como Viage desde
Madrid a Italia y Alemania.
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Mara-Dolores Albiac Blanco

un ilustrado sacerdote catlico espaol quiso anotar acerca de la que


se consideraba la mayor reliquia de la cristiandad.
Pero, volviendo al primer contacto de Viera con Zaragoza, tambin
hay que destacar que el canario coincide con los viajeros extranjeros al
considerar que la ciudad es hermosa, tiene buenos templos y hermosos
edificios, pero las calles estn mal empedradas, y la gente comn
muestra una traza villana y miserable. Los caminos que los llevan
hasta la Muela son ridos, andan llenos de piedras peladillas y todo
ello, junto al fro cierzo que corre en aquel 29 de septiembre de 1778,
acaba por destemplar el viaje, que se remata con el arribo a una mala
posada donde han de comer con luz artificial porque es tan fuerte
el viento que sopla que las ventanas, como carecen de cristales, han
de permanecer cerradas. Cariena le resulta buen lugar con regular
posada y, a partir de ah, los malos caminos y alguna posada muy
infeliz se suceden hasta Calamocha. Tampoco mejoran las cosas en
las tierras turolenses y as escribe que en Monreal la posada es miserable y la de Caudete muy fatal32. En cambio la arribada a Teruel
ofrece a la vista de los viajeros una buena ciudad aunque pequea,
situada en una altura sobre el ro Turia, con un paseo agradable y
amenas huertas 33. Interesaron de forma especial a los visitantes la
gran custodia de la catedral, la fuente de obra arabesca de la plaza,
los cuerpos incorruptos de los amantes y el acueducto que cumpla,
adems, funcin de paseo pblico.
Si algo hemos aprendido los lectores habituales es que nada de lo
que se escribe es inocuo y, como recordaba Chejov, cuando un escritor
dice que en la pared hay un clavo, es porque al final se ahorca de l
el protagonista. Siguiendo esta lgica, cabe considerar que las menciones que hace Viera en el Diario apuntan, mucho ms que a resear
una lista exhaustiva de cosas vistas, a resaltar aquello que le parece
digno de recuerdo y de conservar constancia. Su escasa atencin a las
devociones pilaristas o de la Sindone y, en cambio, la insistencia con
que repite que los caminos y posadas son malos, su preocupacin por
cmo est de aprovechada o desatendida la tierra, por el aspecto y
mantenimiento de las ciudades, por sus servicios y utilidades, revela
al ilustrado que observa y escribe sus diarios. En el caso de Teruel
la alusin que hace a la fuente ornamental y al paseo responden a

32. Viage a Francia y Flandes, ed. cit., todo en pp. 141-142. El nombre de Caudete es, sin duda,
un error de Viera porque se trata de Caud.
33. Ibd., p. 142.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

la satisfaccin que debi tener al contemplarlos, ya que una de las


preocupaciones ilustradas fue la de crear en las ciudades lugares para
practicar la sociabilidad y la convivencia. La apertura de paseos, la
creacin de jardines y plazas responden a esa voluntad. La presencia
de fuentes ornamentales, adems, supuso ver y considerar el agua de
un modo nuevo, toda vez que esta pas de ser un recurso meramente
utilitario agua de boca, para los lavaderos, para abrevar a las bestias,
para regado, de navegacin, etc. a ser un elemento esttico y de
adorno, no exento de una simbologa muy cara a las Luces. La fuente
cobr importancia en el urbanismo ilustrado porque en ellas se aunaba el
arte escultrico de las figuras y formas que la decoraban con el sonido
y formas de los surtidores y con la luminosidad cristalina del agua.
Esos conjuntos que regalaban la vista y el odo pasaron a simbolizar
ideas de buen gusto, de galantera, de amor, de abundancia, de poder,
de limpieza y fertilidad, y no hubo villa ni ciudad que se preciase que
no tuviera una fuente con motivos alusivos a ideas relacionadas con
cuanto he sealado. La mitologa suministraba frecuentemente soporte
adecuado a esas ideas, que solan verse alegorizadas en las figuras de
Ceres, Neptuno, Cibeles, ninfas, cupidos juguetones, cuernos de la
abundancia o de animales de humanista o herldica tradicin, como
delfines o leones.
La mencin que hace de que el entonces Seminario de Teruel fue,
antes de serlo, colegio de los jesuitas y que en l se conserva una estatua de su inicial fundador, el jesuita P. Prez de Prado, vuelve a ser un
guio a la expulsin de la Compaa y recuerdo de los subsiguientes
cambios que sufrieron sus terrenalidades, habitualmente entregadas
al clero secular o a la gestin estatal, ya como hospitales, ya como
centros docentes o para uso administrativo o pblico.
Si nos paramos a pensar que la comitiva del marqus del Viso
y los duques del Infantado la componan 30 personas, 3 coches, 20
mulas y 3 caballos34, concluiremos que no deba ser habitual encontrar
por las incmodas carreteras aragonesas una cohorte de semejantes
proporciones; pero as, con ese tren, viajaban los grandes. Con todo,
conviene recordar que ni el apoyo de la servidumbre, ni el relativo
confort de los coches les evitaban sufrir las incomodidades de los
malos caminos, de las malas posadas, o encontrarse con que en ellas
se coma psimamente o no haba nada que comer.

34. Ibd., p. 143.


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La comitiva dej Aragn y entr en Valencia por Barracas; antes


hicieron noche y oyeron misa en Sarrin por ser da de San Francisco y onomstica del Marqus. El viaje prosigui camino a Madrid
y, aunque el triste desenlace del mismo ya no ocurri en Aragn, s
quiero anotar que al marqus apenas le quedaba vida ya que, al poco
de llegar a Valencia, enferm de tanta gravedad que nada se pudo hacer
por salvarlo. Durante tres meses los mdicos de la ciudad de Levante
aplicaron con nulo xito sus remedios al doliente. Mientras el
joven se debilitaba, el resto de la comitiva visitaba los lugares curiosos
de la ciudad y alrededores, sus factoras, y asista a las tertulias que
se organizaban en casa de los nobles, de los eruditos y de las gentes
notables valencianas. El da 5 de enero de 1779 falleci el pupilo de
Viera y Clavijo sin haber podido concluir aquel viaje tan minuciosamente preparado y bien narrado por el abate canario.
El segundo viaje de Viera por Aragn lo realiz un ao despus.
Acompaaba al marqus de Santa Cruz, padre del joven fallecido, que,
viudo y sin descendencia, acudi a Viena a contraer matrimonio con
Mariana de Waldstein, primera condesa de Santa Cruz que retrat Goya.
Viajaron por Italia y Alemania entre 1780 y 1781. Esta vez salieron por
Aragn y, como era casi inevitable, al anotar los lugares recorridos, las
personas y conversaciones, Viera suele repetir cosas ya escritas en el
Diario del viaje anterior. Lo primero que sorprende al lector moderno
es que, antes de llegar a Tarazona, dice que se cruzaron con un brazo
de lava volcnica que baja del famoso pico Moncayo de Aragn35, ya
petrificado, una afirmacin que deja presumir que en el siglo XVIII el
monte era tenido por un volcn inactivo.
Dada la altsima calidad de los viajeros, no es de extraar que en
todos los lugares del recorrido los recibieran y agasajaran las ms altas
jerarquas civiles y eclesisticas. En Tarazona fueron como la vez
anterior invitados del obispo y de los miembros del Cabildo, lo que
le permiti a Viera comprobar, una vez ms, que no haba disminuido
el inters por lograr la beatificacin de la madre Mara de greda y,
de paso tambin, que los nimos seguan revueltos y empeados en
obstaculizar, mediante toda suerte de alegatos fiscales, la beatificacin
de Palafox, el obispo de Puebla de los ngeles, cuyo enfrentamiento
con los jesuitas fue una de las causas que, a la postre, frenaron un ya
iniciado proceso de beatificacin. En Tarazona vuelve a admirar con

35. Viaje desde Madrid a Italia y Alemania, ed. cit., p. 5.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

agrado el palacio episcopal, cuya situacin en lo alto de un cerro lo


dotaba de una evidente magnificencia y de solemnes perspectivas, pero
en esta segunda visita el abate observ mejor las rutinas clericales y
lleg a la conclusin de que no era til tener el edificio en ubicacin
tan elevada porque impona a los cannigos la incomodidad de tener
que bajar, por unas pinas escaleras, desde la ciudad hasta la apartada
catedral, cada vez que deban cumplir con las horas cannicas. Sigue
sin valorar en demasa la catedral, de la que esta vez escribe que no
muestra mucha magnificencia, est extramuros y casi solitaria. El
censo de edificios religiosos de Tarazona es de tres parroquias, un
convento y anota que tambin hay un hospital.
Tras abandonar la ciudad, la campia turiasonense le pareci
amena y bien cultivada, pero no guard tan favorable impresin
de su paso por Malln, lugar del que solo menciona que es pequeo
y la posada mala. En Pedrola volvieron a alojarse en el palacio de
los duques de Villahermosa y, en esta ocasin, califica el edificio de
grande y amodernado, pero observa que la ausencia de los duques,
que vivan como tantos nobles de provincias en Madrid, favoreca
que los criados lo tuvieran muy descuidado y ni siquiera cultivaran la
huerta. No faltan las referencias a los dos orgullos de la casa: uno, ya
lo citaba en su primera estancia en el palacio, es la urna que conserva
la momia de la llamada santa duquesa; el otro es la inscripcin que
conmemora que el Papa Adriano VI haba bautizado a un hijo de la
misma antes de pasar a Roma36. Los viajeros visitaron la ermita del
Puig de Francia y en Alagn la presencia de viedos y olivares alegr
ese paisaje inculto que sola resultar desolador a quienes atravesaban
Aragn. En Zaragoza se hospedaron en la posada del Pilar que no es
mala y acudieron a los templos del Pilar, la Seo y Santa Engracia.
Ve el de Nuestra Seora
magnfico, cuya capilla en forma de pabelln adornada de columnas,
estatuas y bajos relieves de mrmol, es muy hermosa. El altar de la
Santa imagen est en el lado de la epstola y no se dice misa en l sino
en los otros dos del centro y del lado del evangelio. El pilar queda muy
bajo y por detrs de la capilla hay un agujero por donde lo besan los
devotos. El coro de los cannigos y el altar mayor se hallan al otro
extremo de la iglesia, la cual es espaciosa y tiene muchas lmparas
ardiendo 37.

36. Ibd., p. 6.
37. Ibd.
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Mara-Dolores Albiac Blanco

Una descripcin escueta que confirma el talante crtico de un


sacerdote distanciado de leyendas ahistricas y de los mitos fundacionales constantinianos. Admira la magnificencia del interior de la
Seo y en la cripta de Santa Engracia visita los pozos con las mazas
cndidas (es decir, la cripta de las ya citadas masas de los mrtires
inocentes, blancas o cndidas) y alude a la leyenda: Se dice que
las lmparas que arden continuamente no ahuman el cielo raso de la
dicha capilla38 Se dice.
Como tantos viajeros antes y despus de l, considera que Zaragoza es una de las ciudades ms majestuosas y bien plantadas de
Espaa, situada en una llanura frtil a la margen del Ebro [], tiene
buenos edificios con muchas parroquias y conventos. Su hospital general es de los ms famosos del mundo. Las Casas de la Inquisicin
sirven de Ciudadela, pero este pueblo parece silencioso y solitario a
los que venimos de la Corte y la gente ordinaria tiene un aire villano
y de miseria 39. Su buena opinin sobre el Canal Imperial y sobre su
director y protector, Ramn de Pignatelli, es la misma que manifiestan
cuantos admiran la gran obra hidrulica, que conoca desde su viaje
precedente.
Acerca del talante desenfadado de Viera hay un testimonio curioso,
que no deja lugar a dudas sobre su personal y racionalista vivencia
de la religin: antes de marchar de Zaragoza visita las libreras de la
ciudad, que son muy pobres, para comprar un rezo de la Concepcin in sabato de lo que hago aqu memoria porque lo conservo en mi
poder, escritos en el blanco de la ltima hoja, los graciosos apuntes
que con lpiz hicimos en el coche el seor D. Pedro de Silva y yo.
Don Pedro de Silva, hermano del Marqus, era, como Viera y Clavijo,
sacerdote y los dos debieron encontrar algn que otro motivo de chacota en el tal rezo, toda vez que entretuvieron el aburrimiento del viaje
escribiendo, o dibujando, con lpiz, en la ltima pgina no impresa,
esos graciosos apuntes.
Al dejar Zaragoza vuelve la aridez a ser protagonista del paisaje y,
tras pasar por Cuchalera, donde tampoco se privan de tener una mala
posada, llegan a Fraga; all contempla su famoso puente de madera
sobre el Cinca y la maza donde se afianzan los palos en su madre; de
donde segn Viera el dicho: La maza de Fraga, que saca polvo
38. Ibd., pp. 6 y 7.
39. Ibd., p. 7.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

debajo del agua40. El camino hasta Lrida, provincia en la que dejan


atrs Aragn, los lleva por zonas ya ms frtiles y bien cultivadas.
Zaragoza aparece en las descripciones de viajes del siglo XVIII
como gran ciudad con empaque, con excelentes edificios, con calles
no muy bien empedradas (ni siquiera los caminos urbanos se salvaban
en Aragn!), con muchas iglesias y conventos y algo tristona. Cuando
en 1786 el mdico y rector calvinista Joseph Townsed, en su viaje por
Espaa, lleg a Zaragoza la defini, asimismo, como ciudad grande
y rica capaz de hacer olvidar las fatigas del viajero, hasta tal punto,
asegura, que, por verla, no le hubiera importado viajar a pie41. El turins Giuseppe Baretti elogiaba la excelencia del vino de Cariena 42, un
gusto en el que coincida con Townsed, quien auguraba a ese caldo de
la uva garnacha un excelente futuro en Inglaterra cuando se abriera la
comunicacin por mar. En los escritos de viajes por Aragn, adems de
las usuales descripciones sobre Zaragoza, suelen aparecer citados como
curiosidades admirables los alfares de Muel, las imponentes fortificaciones de Daroca, las tradiciones pas en torno a los corporales de la
Colegiata de Santa Mara y tambin su riqueza en fsiles marinos. Las
nicas iglesias rococ aragonesas que se citan con clara admiracin en
estos escritos de viajeros son la de San Antonio de Alagn y la de San
Juan de Calatayud. De esta ciudad dice Ponz en su famoso Viaje de
Espaa43 que cuenta con 1500 almas y que en su frtil vega se cultiva
camo, lino, hortalizas, grano, fruta y unas notables judas; los melocotones los prob dice en Embiz [sic] de Santos y en Campiel,
y qued maravillado por su excelencia. Excelencia que extiende a la
fruta que comi en San Mateo de Gllego y al aceite aragons que le
dieron en Caspe. Dos especialidades que han llegado a nuestros das.
Aragn ida y vuelta. La mirada del condenado;
la ciudad insurrecta
El paso de Jovellanos por Aragn y el relato de sus experiencias
en esta tierra fue bastante especial, dadas las peculiares circunstancias
40. Ibd.
41. Joseph Townsed, Viaje por Espaa en la poca de Carlos III (1786-1787), Madrid, Turner,
1988.
42. Giuseppe Baretti, Lettere famigliari ai suoi tre fratelli Filippo, Giovanni e Amedeo. A cura
di Luigi Piccioni, Torino, Societ Subalpina Editrice, 1941.
43. Antonio Ponz, Viaje de Espaa y Viaje fuera de Espaa. Ed. de Casto Mar del Rivero,
5 vols., Madrid, Aguilar, 1988-1989.
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Mara-Dolores Albiac Blanco

en que hubo de atravesar el antiguo Reino. En efecto, dos veces pas


por Aragn en el plazo de ocho aos: una, camino a Barcelona, donde
deba tomar el barco que lo conducira a su destierro en Mallorca44; la
siguiente, en el viaje de regreso, ya liberado. En sus diarios45 ha dejado
testimonio de cmo vivi los viajes, tanto a la ida como a la vuelta, y
hay que reconocer que el relato, aun ms que para entender cmo vea
Jovellanos la tierra por la que viajaba, sirve para calibrar los estados de
nimo del viajero forzoso. La entereza y estoicismo con que march,
condenado por el ministro Caballero con apoyo de las nada inocentes
maniobras de Godoy, contrasta con el cansancio y la amargura con los
que realiz el trayecto de vuelta, ocho aos despus, cuando era ya
un anciano de salud quebrantada y cuando, por aadidura, se encontr
con su patria invadida por las tropas napolenicas y a sus compatriotas
conmocionados y divididos.
El 5 de abril de 1801, domingo de Resurreccin, despus de or
misa en la iglesia de Santiago de Calahorra, lleg Jovellanos con el
squito que lo conduca y el regente Lasaca (ya rendido amigo suyo)
a las Fontellas; all, todava en tierra navarra, dejaron el coche para
dirigirse a pie a ver el bocal por el que parte del agua del Ebro se
desva hacia la casa con puertas y se inicia el Canal Imperial de
Aragn y Real de Tauste. La fonda en que se alojaron era limpia y
cmoda, los cuartos espaciosos, pero las condiciones acsticas resultaban tan excelentes que todos los ruidos de carromateros, soldados,
huspedes, mujeres y criadas que hablaban o rean, llegaban al piso
superior como un incmodo eco. La descripcin de la cena retrata
bien el talante y gustos del prisionero: Huevos y esprragos, buenas
alcachofas, borraja cocida, lechuga cruda, hicieron una excelente cena
para los que no somos carnvoros; mas de tal modo haban cargado de
pimienta las alcachofas, que nos abrasaron; pero hubo buenas camas y
buena noche 46. Jovellanos saba que el progreso generalizado era la
llave del bienestar, de la buena convivencia, de la riqueza del Estado
y un antdoto contra el vicio y la barbarie. Le dola ver que no se
cultivaba bien el suelo, que los agricultores no conocan su oficio y
que fuera ms caro importar maquinaria agrcola que textiles de seda
44. Jovellanos sali desterrado de su casa de Gijn el 13 de marzo de 1801. La orden regia se la
entreg al amanecer el regente de la Audiencia Andrs de Lasaca. Arrestado y escoltado por soldados,
inici la marcha pocas horas despus; iba acompaado por Lasaca, al que Jovellanos llama mi compaero. El viaje hasta Barcelona dur un mes.
45. La parte correspondiente a estos dos viajes por Aragn se encuentra en los cuadernos que
escribi durante el destierro, que son los numerados del X al XIII.
46. Diario, p. 421.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

y productos de lujo. La carencia de infraestructuras tiles de que


adoleca Espaa lo llev a interesarse e implicarse seriamente en las
obras pblicas y, de hecho, colabor en el trazado de caminos y carreteras, mejora y apertura de puentes y puertos, y sigui muy de cerca
la ampliacin y creacin de embalses y de canales para regado, agua
de boca y transporte. Jovellanos, durante sus viajes, siempre observ
cmo vivan las gentes, la organizacin de los lugares, el estado de
las tierras y sus adelantamientos. En este trayecto hacia la prisin, a
pesar de la tristeza que deba sentir, lo que vio en las Fontellas hubo
de ser un excelente paliativo. Ante sus ojos se ofreca la obra de un
canal que se haba hecho justamente famoso, en cuya construccin
se haban empleado siglos y que Jovellanos vio cumplida gracias a la
inteligencia y tenacidad del cannigo Ramn de Pignatelli, hermano
de su buen amigo el conde de Fuentes 47. La imponente vista del ro
partiendo las aguas y derivando una parte de ellas hacia las compuertas le sedujo:
Qu vista tan magnfica la de la gran presa, que nivelando el ro
en la parte ms ancha de l y hacindole descender en una gran curva,
presenta el espectculo ms majestuoso! Cerca de la casa, colocada sobre
ella, a la derecha del ro, est la embocadura [] y debajo de ella, pues
que est paralela al ro, los robustsimos arcos del bocal48.

Para el trayecto hasta Zaragoza reservaron camarote en el barco


San Valero, un velero tirado por sirgas desde el camino carreteril
que bordea el canal. La pormenorizada descripcin de la nave da
idea del cuidado con que Pignatelli dispuso que el transporte fluvial
de personas y mercancas fuera posible y se realizara en las mejores
condiciones:
Este barco tiene una sala comn de 36 pies de largo sobre 15 de
ancho, con asientos de firme entorno; y un camarote de 15 con 10, con
colchoncillos en el asiento y respaldo, todo bien cubierto y pintado al
leo, con vidrieras y contraventanas corredizas. Entre la sala y la puerta
del camarote hay, a la izquierda, un comn estrecho pero bien limpio y
no puede dejar de serlo pues que va a dar al agua. Los carruajes tienen
tambin su camarote en el extremo de la popa49.

47. Sobre el Canal puede consultarse el estudio de Guillermo Prez Sarrin, El Canal Imperial
de Aragn y la navegacin hasta 1812, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 1975. Tambin,
Conde de Sstago, Elogio del Mui Ilustre D. Ramn Pignatelli. Ed. y estudio de Mara-Dolores Albiac
Blanco, Zaragoza, Diputacin General de Aragn, 1988.
48. Ibd.
49. Ibd., p. 422. El comn es el retrete.
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Mara-Dolores Albiac Blanco

El mareo no impidi a Jovellanos observar la cantidad de puentes


construidos para salvar el canal en los pueblos y lugares en que era
necesario unir sus orillas. En Gallur haba parada y fonda buena
en lo material; en lo dems ni bien aseada ni servida y Jovellanos, descompuesto del mareo y sin poder vomitar casi nada com,
explica. La llamada a los pasajeros del barco se haca mediante un
cuerno o caracola, que es la campana o lengua de estos avisos nuticos. Explica con pormenor los desniveles del canal, el sistema de
paredones de canalizacin y da cuenta de lo impresionante que es
ver el canal pasando sobre el ro Jaln: [fuimos] a la orilla del ro
Jaln y observamos el estupendo puente de cinco arcos, por donde
atraviesa, cruzndole, el canal a grande altura, y es obra digna del
espritu de Agripa.
El relato que hace de la noche que hizo en la posada, es el mejor
testimonio de su carcter escrupuloso y de lo mucho que le incomodaban el barullo, los excesos de confianza y el comportamiento desordenado. En efecto, Jovellanos hubo de aguantar la compaa de un
jesuita que tuvo que abandonar Tudela en obedecimiento de la orden
de segunda expulsin 50; el cura le resulta hombre bueno, sencillo
y franco, hasta ms de lo que el carcter jesutico permite, pero
habla, habla, habla, de todo lo divino y lo humano. A la chchara
difusa e incansable del jesuita y al hecho de andar an mareado y no
haber comido en todo el da se junt que nuestros criados hacan tro
de bulla y risa con una francesa fesima, pero fresca y rechonchuda,
hija de la gordsima madama posadera, a quienes se debe hacer el
honor de habernos servido con mucho celo y limpieza. Se levantaron
de madrugada para or misa y encaminarse al barco viendo entrar
en l nueva gente de refresco que vino de Alagn51. Cruzaron a la
sirga el canal y pasaron por los puentes de la Ribera, de La Muela
y de la Ribera de Medio y, al poco, mientras el barco bajaba las dos
esclusas,
reconocimos la Casa blanca y la de los Molinos y Batn, que estn en ella
y donde es muy digno de observar la salida de las aguas que habiendo
prestado su ministerio a estas oficinas vuelven otra vez al canal; pero
sobre todo, la de las restantes aguas de este que rompen impetuosamente por cuatro grandes brazos todo el tiempo que estn cerradas las
exclusas, y abastecen de agua el cauce inferior, para que nunca falten
50. Por iniciativa de Jovellanos, se permiti el regreso de jesuitas expulsos, pero Godoy volvi
a decretar la expulsin de los que haban vuelto a Espaa.
51. Todo en Diario, ed. cit., p. 424.

60

AFA-69

A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

a la navegacin y al riego. Psanse despus los puentes de Madrid, que


es de comunicacin para la carretera de este nombre, y salvando el de
la Huerva, que da paso por debajo del ro as llamado, el de Amrica,
nombrado as por haber trabajado en l la tropa del regimiento de este
ttulo, al fin se llega al Monte-Torrero52.

La toponimia citada por Jovellanos es perfectamente reconocible,


pues se mantiene hasta nuestros das, incluso llega en su exactitud a
citar al ro Huerva en femenino, como es uso en Aragn. No cabe duda
de que el canal impresion al progresista asturiano y no hay sino ver
que es la obra pblica a la que ms pginas y comentarios dedica en
los cuadernos del destierro. Da cuenta puntual de las acequias que se
originan en el Canal por los puentes de Figueruelas, de Formigales, de
la Canaleta, de Pamplona llamado as porque va en la carretera de
esta ciudad, con dos acequias embebidas en sus lados53 y el de la
Muela; asimismo nombra los puentes y acueductos, casas de riego y
obras menores que sirven a distribuir el riego por la margen izquierda,
no por la derecha porque, al quedar ms alta, no le llega el agua. En
el Monte-Torrero descubre un mundo fascinante con el astillero, con
un muy gracioso frontispicio, el arsenal, los almacenes de trigo, de
vino, las oficinas y construcciones necesarias para los usos del canal
y con una incipiente poblacin que empieza a habitarlo y levanta ya
buenos edificios. Agrada mucho a Jovellanos la iglesia de San Fernando,
un edificio simple, cuadrado, rematado por una hermosa cpula, con
habitaciones a los lados y sin esas torres de las que siempre abomin
el asturiano54. El templo responda a los principios del llamado estilo
neojansenista que tanto gustaba a los cristianos crticos porque, de
acuerdo con sus normas, se evitaba el despilfarro de mrmoles, de
dorados, de costosos retablos, de tallas, y no se incurra en una anticristiana ostentacin de grandeza y derroche. En su lugar se usaban
materiales ms econmicos, de las cercanas (ladrillo, piedra local)
y el templo se decoraba con yeso pintado, con cuadros y con imgenes sencillas La iglesia de San Fernando es, an hoy, un ejemplo
de templo sobrio y claro que invita a una espiritualidad confiada e
ntima, como la que practicaba Jovellanos. La descripcin que hace

52. Ibd., p. 425.


53. Ibd.
54. Le parece que levantarlas supone un despilfarro econmico, cree que la cada de materiales
puede suponer un riesgo para la poblacin y, por aadidura, las considera una herencia de las fortificaciones blicas de los brbaros orientales y sus fortalezas y, en consecuencia, contrarias al carcter
caritativo y de paz que deben ofrecer las iglesias Llega a afirmar: Yo quisiera derribarlas todas
(Diario, ed. cit., p. 55).
AFA-69

61

Mara-Dolores Albiac Blanco

el ilustrado de las pinturas, que se perdieron durante la francesada, en


180855, merece reproducirse:
Hay tres altares con tres bellsimos cuadros originales de don Francisco de Goya. El mayor representa a San [sic], pndulo en el aire,
con vestiduras pontificales, como protegiendo al rey don Jaime para la
conquista de Valencia. El monarca le contempla admirado, mientras un
mancebo le ofrece una corona, y en torno de este estn algunos de sus
soldados, que juegan admirablemente en la escena. Al lado del evangelio,
Santa Isabel, curando la llaga de una enferma pobre; y al de la epstola
San Hermenegildo en la crcel, recibiendo las prisiones. Obras admirables, no tanto por su composicin, cuanto por la fuerza del claroscuro,
la belleza inimitable del colorido y una cierta magia de luces y tintas, a
donde parece que no puede llegar otro pincel56.

A Goya se le encargaron tres pinturas para la iglesia: una aparicin


de San Isidoro a San Fernando III titular del templo, otra de Santa
Isabel, infanta de Aragn y reina de Portugal, curando a una enferma, y
una tercera de San Hermenegildo en la prisin. Para 1800 los cuadros
estaban en sus respectivas ubicaciones y ah los vio Jovellanos quien,
a pesar de su gran cultura, no interpret correctamente el del altar
mayor. Confundi la aparicin de San Isidoro de Sevilla a Fernando III
previa a la conquista de su ciudad cuya Giralda aparece al fondo,
con una aparicin al rey aragons Jaime I, que conquist Valencia, la
erigi en Reino y lo adscribi a la Corona de Aragn57. Si Jovellanos
ignoraba el ttulo del cuadro, era lgico que buscara el protagonismo
de la trama en la persona del Rey aragons sobre el que exista una
leyenda de aparicin celestial, como dir; contribua a la confusin
la imagen del mancebo que ofrece una corona real al Monarca y la
presencia de la torre del fondo, que resultaba fcilmente interpretable
como la del Miguelete valenciano, en cuya base hay una leyenda que
recuerda que la catedral se erigi por mandato del rey Jaime de Aragn,
cosa que Jovellanos saba perfectamente. Sin lugar a dudas a Jovellanos
se le superpuso el recuerdo de un Jaime I recibiendo favores celestes
que, en puridad, hay que remitir a la tradicin muy reproducida en
55. De su desaparicin tras la llegada de los soldados napolenicos da cuenta el Informe de
Tiburcio del Caso, en 1813 (ACIA, caja, 16, mss. 182 a 251), que mantuvo fuertes lazos de colaboracin
con Ramn de Pignatelli, las obras del Canal, la RSEAAP y la Academia de San Luis. Quedaron los
bocetos que Goya regal a su amigo Martn Zapater. El correspondiente al del altar mayor, tras sucesivas
ventas, hoy est en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires.
56. Ibd., p. 426.
57. La fundacin de Valencia como nuevo reino cristiano, en lugar de hacer del territorio conquistado
parte del familiar reino de Aragn, responda a la decisin del Rey de evitar que los levantiscos y vidos
nobles aragoneses trataran de prolongar e imponer su poder en los recin incorporados dominios.

62

AFA-69

A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

cuadros y retablos de la aparicin de la Virgen de la Merced al rey


Jaime I de Aragn y a Pedro Nolasco, instndolos a fundar la orden
mercedaria para redimir cautivos58.
A Jovellanos lo esperaban su madre y hermana con Germanita en
la posada de los Reyes. El encuentro, de cuya emotividad nada dice
el pudoroso Jovellanos, dur pocas horas pues a las tres y media el
prisionero y su compaero volvan a ponerse en marcha con la escolta.
De los sentimientos que lo embargaron solo podemos imaginar lo que
se deduce de la sutil delicadeza con que describe que hallamos a mi
buena madre, cuya bella figura, fino trato y agradables maneras llenaron
el gusto de mi compaero [Lasaca]. Acompabala mi hermana Rita
y con ellas vena mi Germanita, tan medrada, tan robusta y preciosa.
Esta visita que nunca pudiera parecer larga, fue brevsima para nuestro
deseo, aunque llena de gusto para m59. De la honda impresin que
le haba producido la visita a Zaragoza dan cuenta las reflexiones que
cierran esta etapa del viaje:
De la magnfica vista de Zaragoza que observamos desde el canal,
desde el monte, a la entrada y a la salida, y de que mi compaero no
poda separar los ojos, nada diremos. El objeto para m es demasiado
familiar y conocido, y para l, grande y nuevo, para que podamos pasar a
un diario, escrito a trozos, de priesa, a malas horas y entre las molestias
de la posada, cuanto concebimos y sentimos de l60.

El paso por la tierra estril y sin cultivar lo templa recitando la


cantilena
Perdiguera, Leriena, San Mateo y Peaflor,
Alfajarn y La Puebla, Pastriz y Villamayor,
Nuez, Villafranca, Osera y Aguilar,
Pina, Quinto y Xelsa, Belchite y Montalbn.

En Pina, villa del conde de Sstago, recuerda una ancdota y otra


coplita. Muri un hijo de uno de los condes de Sstago, de resultas
de atravesrsele la espina de una saboga que coma, y al punto esta
copla: Diera el conde a Sstago y a Pina, porque la saboga no tuviera
espina61.

58. A la fundacin, el 10 de agosto de 1218, por Pedro Nolasco en la catedral de Barcelona asisti
el rey Jaime I, quin don sus armas familiares (las barras de Aragn) para el escudo de la Orden, que
siempre estuvo muy unida a la Corona.
59. Diario, ed. cit., p. 427.
60. Ibd., p. 427.
61. Ibd.
AFA-69

63

Mara-Dolores Albiac Blanco

Considera que la tierra de Monegros es ms desaprovechada que


estril: Con poblacin pudiera haber mucho cultivo. Contempla los
tomillos, sabinas, los olivares y cultivos de secano que rodean Bujaraloz y seala que el pueblo bebe agua de charcas, tan grandes como
inmundas y que la que sale de excavar pozos no se puede aprovechar porque es salada; a cambio encontraron un pozo comn de agua
muy fresca y cristalina a la salida del pueblo, con su cigeal para
sacarla, y grande alberca inmediata, que nos dijeron ser para abrevar
las mulas 62. No poda faltar la crtica al poder de la iglesia ni su
rechazo al sistema de monopolio; ve con desagrado que se construya
una iglesia grande junto al hospital a costa del pueblo, que no dispone
de grandes recursos, pero:
Hay cabildo eclesistico, compuesto de cura y ocho beneficiados.
Diezmo y primicias pertenece a las monjas de Sijena []. Los beneficiados
viven de varios aniversarios y fundaciones, amn del pie de altar. Todo
aqu est monopolizado: una tienda, una taberna, carnicera, panadera,
posada Cada una de estas oficinas est en una sola persona, y todos
estos objetos, negados a la industria y libertad particular. Pero sobre todo
nos escandaliz la posada, arrendada actualmente en 1105 escudos []
y otro tanto paga a los propios del pueblo, a quien tambin pertenecen
las dems citadas oficinas, y ya se ve por aqu que debe ser rico63.

Dicho lo cual aclara que el pueblo es de seoro de las monjas.


La parada en Lrida le recuerda experiencias repetidas: La posada
puerca, como de catalanes, y mal asistida, segn costumbre64.
El 5 de abril de 1808 lleg a Bellver la orden de libertad para
Jovellanos, quien entr en Aragn por Candasnos el jueves 26. La
situacin ya poco tiene que ver con lo que vio en su viaje anterior; todo
lo que otrora fue contemplar el triunfo de la tcnica, de los adelantos
y poner su esperanza en las mejoras que haban de llegar, ahora se
encuentra con un pueblo sumido en miedo y confusin: los franceses
han entrado en Espaa y los espaoles andan revueltos y se enfrentan
entre s. En Candasnos admira el retablo de principios del XVI, que
le recuerda el modo de Berruguete, y despus de or misa, contina
viaje por unos Monegros que siguen faltos de cultivo hasta llegar a
Bujaraloz. La gente que encuentra all vive la situacin de guerra con
gran inquietud y, al pasar por los pueblos, se asoman los moradores

62. Ibd. Todo en p. 429.


63. Ibd.
64. Ibd., p. 430.

64

AFA-69

A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

espantados, mostrando su sobresalto y expectacin de algunas grandes


novedades65. De Alfajarn a La Puebla, dice, hallamos los labradores
con cucarda encarnada, extendida la voz de que el pueblo de Zaragoza estaba insurgido66. Cruzan el Gllego por el puente de madera
y se dirigen, con recelo, a la quinta La Puyada, donde les esperaba
el conde de Cabarrs; pero la quinta haba sido cerrada y los dueos
hechos prisioneros por el pueblo en el castillo Puyada. Los viajeros,
desconociendo la situacin, llamaron intilmente a la puerta hasta que
un caballero con su cucarda, como todo el mundo, sin detenerse ni
volver la cara nos dijo: Tirar adelante. Puestos en cuidado resolvimos
quedar a comer en la fonda de Los Milaneses, fuera de la ciudad67.
Decididos a entrar en Zaragoza cruzaron el Ebro y, al poco, vieron
cmo el coche era rodeado por una turba de mozallones con cucardas, que unos preguntaban quines ramos, otros trataban de registrar
nuestras personas y efectos, por si llevbamos pliegos o comisiones, y
otros clamaban por llevarnos a casa del general. Se impuso la cordura
y fueron conducidos a casa del general, que no era otro que el marqus
de Lazn, Palafox; y para mayor alivio de los viajeros, cuando se supo
que uno de ellos era Jovellanos mostraron las muchas gentes que nos
rodeaban claras seales de consideracin y aun de aplauso. La fama
de Jovellanos se avena bien con el espritu resistente de quienes los
conducan. Al fin estos recibieron orden de Lazn de guiar a los recin
llegados a casa de Hermida, donde estaba acogido en secreto Cabarrs.
La llegada se seal con abrazos y lgrimas y lamentaciones sobre
la triste suerte de la patria. All, luego, don Felipe Gil de Taboada, la
baronesa de Spes [sic], madre de Paco Snchez, el regente, y mil otras
gentes que llenaron la maana, hasta mucho despus de medioda, que
comimos68. Es curioso observar que el mismo Jovellanos que, cuando
se diriga a su prisin en Mallorca, no perdi el continente al encontrar
a su madre y hermana, a pesar de que haca mucho que no las vea
e ignoraba cundo podra volver a verlas ni si tendra ocasin de
hacerlo, curiosamente, en esta ocasin, ante el peligro de la patria y la
situacin de descontrol, se desata en emociones y lamentos.
El panorama de la ciudad, tal como lo describe Jovellanos, resulta
catico:

65. Ibd., p. 475.


66. Ibd.
67. Ibd., pp. 475-476.
68. Ibd., p. 476.
AFA-69

65

Mara-Dolores Albiac Blanco

arrestado en el castillo el general Guillelmi por sospechoso al pueblo,


depuesto el segundo general Mori por lo mismo y nombrado general
por el pueblo el brigadier don Jos Palafox, antes exento de Guardias,
que sigui al nuevo rey a Bayona y que pudo escapar de all. El pueblo
hizo aprobar uno y otro por el Acuerdo. Esto lo hecho: nada organizado;
frecuentes juntas en que se habla mucho y resuelve poco.

Se detena o se promova a un brigadier a general con la misma


facilidad con que se aprobaban las decisiones asambleariamente o se
hablaba para no llegar a solucionar cosa de sustancia Una mentalidad ordenada y jurdica como la de Jovellanos debi vivir aquellas
circunstancias y confusin como una pesadilla que le asaltaba a sus
64 aos de edad, tras muchos de fatiga, de soledad, de incertidumbre
y de enfermedad; pero adems, el hecho de que se tomasen decisiones importantes a barullo, por parte de la gente en general y con ese
espontanesmo (que hoy, dicho sea entre parntesis, forma parte de la
mitologa heroica de la defensa de Zaragoza), no poda resultarle sino
sospechoso, toda vez que el carcter ilustrado siempre fue partidario del
orden y muy receloso de cuanto pudiera favorecer la revuelta y el descontrol. Jovellanos, como veremos, acab advirtindoselo a Palafox.
Hermida y Jovellanos recorrieron los templos del Pilar, la Seo
y Santa Engracia, sobre los que no hace comentario, y van a ver el
ambiente de la ciudad. Comprueban que el pueblo ocupa la Aljafera
l la llama el castillo, o ms bien, antiguo palacio de los reyes
aragoneses, que tambin tiene en su poder toda la artillera de
campaa, ubicada ante el palacio, y que se ha apoderado de la tesorera y vigila con guardias la defensa de la ciudad69. Cuando decide
seguir el paseo con Hermida a pie, los defensores se informan de la
identidad del visitante:
Fui objeto de observacin y notando que, entre otras seales de
aprecio y muchos vivas, se advertan las voces de: No dejarle salir, que
a ste necesitamos, volvimos de prisa a tomar el coche, que fue seguido
de muchos mozallones, que indicaban querer desenganchar las mulas y
tirar de l70.

Jovellanos no estaba ya para ponerse en primera lnea de fuego,


como pretendan sus devotos, y logr convencer a los resistentes de
que deban dejarlo ir. Ms le cost convencer a Palafox, deseoso de
que Jovellanos se quedara en Zaragoza para ayudarlo con sus consejos;
69. Ibd. Todo, desde la cita anterior.
70. Ibd., p. 477.

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A pie, a caballo, en coche. Aragn visto desde la Ilustracin

finalmente el general le dio un pasaporte y proteccin para el trayecto


porque comprendi las razones del excautivo: Contest excusndome
con el dbil estado de mi salud y manifestndole los peligros que
podan resultar de la turbacin y falta de orden que se adverta en el
movimiento del pueblo [], nombr a un sujeto del mismo pueblo
para que me acompaase y pusiese en salvo. Jovellanos fue a despedirse de las gentes que haba en casa de Hermida, donde, a esa hora,
se encontraban la baronesa de Spes, la seora de Elola, el cannigo
Prez Izquierdo y el poeta Mor de Fuentes. Tambin Gil de Taboada
[], que parte luego a Madrid; recuerda la enorme armona que ha
sentido con Hermida y la alegra de haberse encontrado con Cornel
cuando este sala de una junta con Palafox. A Antonio Cornel Ferraz
Doz y Ferraz lo haba conocido en Madrid, donde fue ayudante de
campo del conde de Aranda y uno de sus apoyos en la tramitacin de
la expulsin de los jesuitas.
Jovellanos cen y durmi fuera de la ciudad, de nuevo en la posada
de Los Milaneses (en este viaje ya no comenta si las posadas son buenas o no) con el cadete de Guardias de Corps, Butrn, y en vez de
un escopetero nos hallamos con cinco, que se quedaron a dormir en
la fonda. Indudablemente Palafox se tom en serio la proteccin del
ilustrado. Jovellanos se dej escoltar hasta ms de una legua, donde
bien gratificados fueron despedidos mis valentones y seguimos libres
por camino llano, rico y bien cultivado en las vetas de riego, estril e
inculto sin l. Desde el carruaje contempla las grandes extensiones
sembradas de camo y lino y observa que los olivos estn talados del
mismo modo que los de Mallorca; los de nueva plantacin, advierte,
son de chueca y son aparrados, y con cuatro o ms troncos71. Durmi
ya en Malln y sigui su camino por greda y Almazn.
Jovellanos, pese a sus protestas de debilidad y cansancio, vivi
todas las zozobras de la situacin espaola hasta su fallecimiento en
1811; pero esa etapa, tambin dura y amarga por dems, ya no sucedi
en Aragn.

71. Ibd. Todo, desde la cita anterior.


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67

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 69-94, ISSN: 0210-5624

Paisaje con figuras de la tierra


aragonesa: hombres clebres, varones
ilustres y hroes de un antiguo pas*
Ignacio Peir Martn
Departamento de Historia Moderna y Contempornea
Universidad de Zaragoza

No trato de pintar para la posteridad las


acciones de un solo hombre, sino el espritu de
los hombres en el siglo ms ilustrado que haya
habido jams (Voltaire, El siglo de Luis XIV).
Resumen: A lo largo del XIX, los hombres de letras pasaron a ser considerados los verdaderos hroes de la edad moderna. El artculo utiliza la memoria
autobiogrfica del historiador zaragozano Eduardo Ibarra para reconstruir el paisaje
de figuras literarias y grandes hombres que se consolidaron como modelos de la
comunidad aragonesa y espaola en el periodo de la Restauracin. A diferencia
de lo ocurrido en Europa tras la experiencia de la Gran Guerra, en la Espaa del
primer tercio del siglo XX no se renov el sentimiento nacional basado en el culto
poltico a los muertos, y las polticas de heroizacin mantuvieron los esquemas
decimonnicos hasta 1936.
Palabras clave: historiografa, historia cultural, hombres de letras, escritores,
historiadores, hroes, Eduardo Ibarra, Aragn, Espaa, siglo XIX, siglo XX.
Abstract: Although the Nineteenth Century, men of letters became the real
heroes of the Modern Age. This article visits the autobiographical reminiscences
of Eduardo Ibarra (historian from Zaragoza), in order to depict the landscape of
literary characters and great men who merged themselves as community models,
even in Aragon and the entire Spain, during the Bourbon Restoration. Differently
to what happened in Europe after the Great War, during the first third of the

* Este artculo se integra dentro del Proyecto de Investigacin HAR2012-31926, Representaciones


de la Historia en la Espaa Contempornea: Polticas del pasado y narrativas de la nacin (1808-2012),
del Ministerio de Economa y Competitividad.
AFA-69

69

Ignacio Peir Martn

Twentieth Century Spain, the national sentiment based upon the cult of the death
great men was not renewed. In contrast, the politics of heroization according to
the Nineteenth-Century schemes remained until 1936.
Key words: historiography, cultural history, men of letters, writers, historians,
heroes, Eduardo Ibarra, Aragn, Spain, XIXth century, XXth century.

Ernst Kantorowicz comenz uno de sus artculos ms conocidos


con el comentario de la carta pastoral del cardenal Mercier Patriotisme
et Endurance, leda en las navidades de 1914 en una Blgica ocupada
por los alemanes1. El trabajo formaba parte del corpus historiogrfico
dedicado a la teologa poltica medieval que el historiador prusiano,
antiguo soldado en el bosque de Argonne, cerca de Verdn y, por
entonces, profesor en Berkeley, haba iniciado con la biografa del
Kaiser Friedrich der Zweite (1927) y completara, seis aos despus,
al editar The Kings Two Bodies2.
Recin estrenado 2014, huelga decir que esta referencia inicial no
responde, simplemente, a la propensin caracterstica de los historiadores a celebrar efemrides (en este caso, el centenario del comienzo
de la Gran Guerra). Antes bien, obedece a la original interpretacin
histrica de la antigua idea pro patria e mori que contiene el texto de
Kantorowicz. En sus pginas, rastrea la imbricacin del concepto con
la nocin cristiana del martirio, de cmo se fue llenando de contenidos a travs de las estrechas relaciones establecidas entre la religin
y el patriotismo, de los mecanismos de penetracin sentimental en
los combatientes y, en ltimo trmino, de la extensin temporal del
atractivo imperecedero de los hroes de guerra del pas (desde las
Cruzadas hasta el conflicto de 1914-1917, continuada, por supuesto,
durante la Segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra de 1945)3.
Esta intensa revalorizacin emocional se vio acentuada, sin duda, por
la modernidad que trajo consigo la consolidacin de los Estados y de
las naciones. Percibidos los Estados nacionales como los nuevos corpus mysticum de la poltica, el sacrificio voluntario de los guerrerosciudadanos se elev a la condicin de ejemplo supremo del patriotismo.
1. Ernst H. Kantorowicz, Pro Patria Mori in Medieval Political Thought, The American Historical
Review, 56, 3 (April 1951), pp.472-492.
2. Ernst H. Kantorowicz, Los dos cuerpos del Rey. Un estudio de teologa poltica medieval,
Madrid, Akal, 2012 (estudio preliminar de Jos Manuel Nieto Soria, pp.5-20).
3. Un apunte en Keith Lowe, Continente salvaje. Europa despus de la Segunda Guerra Mundial,
Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2012, pp.86-88.

70

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Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

Y se constituy, a la vez, en un componente venerable de la pedagoga


de la solidaridad, considerada entre las virtudes ms tradicionales del
hroe en el nuevo espacio histrico de la nacin.
En 1836, Wilhelm von Humboldt, al principio de su libro Sobre la
diversidad del lenguaje humano y su influencia en el desarrollo espiritual de la humanidad, escribi que el lenguaje, adems de ser el nico
patrimonio de los individuos, es para la nacin lo que infaliblemente
har que nazcan y se desarrollen en ella las grandes personalidades4.
Ciento cincuenta aos despus, en el anlisis comparado que William
Johnston consagr al culto de los aniversarios en la cultura contempornea, seal, entre otras cuestiones, los diferentes contenidos de las
celebraciones en pases vencedores en los grandes conflictos blicos
del siglo XX como Francia o Gran Bretaa (con gran predominio de
los acontecimientos y los hombres polticos y/o militares) frente a los
vencidos Alemania o Italia donde la poltica se rebaja ante la exaltacin de la cultura y las efemrides de los grandes artistas5. En 1988,
el antroplogo especialista en santos y msticos cristianos, Jean-Pierre
Albert, estableci una completa tipologa de las glorias locales, de los
hroes y las heronas nacionales que crecieron durante el siglo XIX en
funcin de una lectura identitaria de la historia6. Y ms recientemente,
el historiador italiano Alberto Mario Banti ha escrito con acierto que,
al lado del sacrificio y del honor/virtud, el parentesco aparece como
una tercera figura profunda que se coloca en la constelacin funcional
del nacionalismo. En su opinin, a travs de una imagen tan obvia y
fcilmente accesible, se estructura una de las matrices que construyen
el lenguaje nacional. Para l, imaginar la nacin como un sistema
de parentesco, es decir, como una red de relaciones que se extienden
hacia atrs, hacia las generaciones precedentes, que acta en el presente con los contemporneos y que se proyecta hacia el futuro de
las generaciones venideras, adems de dar una enorme importancia
al nexo biolgico entre las generaciones y los individuos (a trminos
como raza o sangre), significa, antes de nada, pensarla:

4. Cit. por Emilio Lled, Los libros y la libertad, Barcelona, RBA, 2013, pp. 36-37. La cita en
Wilhem von Humbolt, Sobre la diversidad del lenguaje humano y su influencia sobre el desarrollo
espiritual de la humanidad. Traduccin y prlogo de Ana Agud, Barcelona-Madrid, Anthropos-Ministerio
de Educacin y Ciencia, 1990, p.24.
5. William Johnston, Post-modernisme et bimillnaire. Le culte des anniversaires dans la culture
contemporaine, Paris, PUF, 1992.
6. Jean-Pierre Albert, Du martyr la star. Les mtamorphoses des hros nationaux, en Pierre
Centlivres, Daniel Fabre y Franois Zonabend (dirs.), La fabrique des hros, Paris, ditions de la Maison
des sciences de lhomme, 1998, p.15.
AFA-69

71

Ignacio Peir Martn

como una comunidad de descendencia, dotada de una genealoga propia


o, si se prefiere, de una historicidad especfica propia. A partir de este
tipo de concepcin, la reflexin sobre la historia y sobre los grandes
hombres de la comunidad (Dante, Petrarca, Machiavelli, Parini) adquiere
significado. Lo que vincula las acciones realizadas por las generaciones
pasadas (la batalla de Legnano, las vsperas sicilianas, el duelo de Barletta,
la defensa de Florencia, la revuelta de Gnova, entre otras) al presente de
la nacin es tanto una concepcin figural de la historia, como el hecho
de que los grandes hombres o los combatientes del pasado pertenecen
por naturaleza a la comunidad cuya historia han ilustrado7.

De esta manera, porque el Diecinueve fue, entre otras muchas cosas


ms, la centuria de la historia y de los superhombres, de los territorios
nacionales y de sus confines locales, en las siguientes pginas me
servir de la condicin heroica con la que fueron investidos algunos
actores del Aragn finisecular para abocetar un paisaje con figuras,
de personajes clebres, descendientes y continuadores de las glorias
literarias del Viejo Reino. Una tierra unificada y monoltica, segn
comenzaron a escribir los escritores de historia de aquel entonces, que
los movimientos tectnicos de la poltica, las presiones de la sociedad
y los cambiantes escenarios de la cultura, haban transformado en una
regin de la contempornea nacin espaola8.
Por lo dems, sin entrar en los debates ms actuales sobre la
grandeza o la excepcionalidad de los individuos y la negacin de su
importancia en el desarrollo de la historia9, quiero advertir, de entrada,
que los aragoneses mencionados en el texto no son reyes, ni santos, ni
tan siquiera guerreros. Y sealar, despus, que nuestra seleccin est
filtrada por la memoria autobiogrfica del historiador Eduardo Ibarra.
La mirada lectora de este personaje de la cultura local zaragozana le
permiti dejar el testimonio de quienes se constituyeron en los hroes
7. Alberto Mario Banti, El discurso nacional italiano y sus implicaciones polticas (1800-1922),
en Ferrn Archils, Marta Garca Carrin e Ismael Saz (eds.), Nacin y nacionalizacin. Una perspectiva
europea comparada, Valncia, Universitat de Valncia, 2013, pp. 51-52. Algunos vectores de reflexin
que plantea la relacin entre las biografas de los individuos y las identidades nacionales, en Xos M.
Nez Seixas y Fernando Molina Aparicio, Identidad nacional, heterodoxia y biografa, en el libro
colectivo editado por los dos autores citados, Los heterodoxos de la patria: biografas de nacionalistas
atpicos en la Espaa del siglo XX, Granada, Comares, 2011, pp.11-17.
8. Sobre la construccin de la historia provincial aragonesa, vase mi libro Luces de la Historia.
Estudios de historiografa aragonesa, Teruel, Instituto de Estudios Turolenses, 2014, pp.169-253. Una
completa relacin bibliogrfica en ngel Artal Burriel, Historias municipales aragonesas, Zaragoza,
Institucin Fernando el Catlico, 2010.
9. Vase mi artculo, En el taller del historiador: la(s) biografa(s) como prctica histrica e
historiogrfica, Gernimo Uztariz, 28-29 (2012-2013), pp.8-27. En cualquier caso, no hace falta decir
que la centuria decimonnica fue, tambin, el siglo de las clases y del pueblo, de los movimientos
sociales y de las revoluciones.

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AFA-69

Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

literarios de su juventud. Y eso, antes de dar el salto a la lite de


los catedrticos espaoles destinados en la Universidad Central de
Madrid.

Hombres de letras: verdaderos hroes de la edad moderna


Para esta ocasin, pues, los elegidos pertenecen a la saga de Zurita,
los Argensola o Gracin y encajan dentro de la amplia categora de los
hombres de letras, de los profetas del pensamiento y de los sabios que
pusieron su trabajo cientfico e intelectual al servicio de la patria. Los
nombres de todos ellos estn trados hasta aqu como manifestacin
esencial del tipo de hroe moderno que, avanzado en el siglo XVII por el
famoso jesuita aragons10, deba mucho a Johann Wolfgang von Goethe.
Y, especialmente, a la trascendencia alcanzada por el Goethezeit en el
universo de la cultura europea decimonnica y, an mundial, durante
las primeras cuatro dcadas del siglo XX (No seramos hoy lo que
somos, sin Goethe, confes el ltimo mandarn del historicismo alemn, Friedrich Meinecke; Goethe el libertador, Goethe el educador,
dijo Ortega y Gasset)11.
En ese orden, no estar de ms empezar recordando aqu que la
recepcin en nuestro pas del maestro alemn vino de la mano del
montisonense Jos Mor de Fuentes. Polglota y cosmopolita, este escritor que bebi del venero de la Ilustracin y se impregn del moderno
espritu del siglo diecinueve (de los romnticos y de los liberales),
fue el traductor y autor de la primera edicin crtica de Las cuitas
del joven Werther (1835)12. Mientras tanto, en el mercado europeo e
internacional, la enorme difusin de las ideas del consejero ulico de
Weimar fue responsabilidad de Thomas Carlyle que, en 1824, verti
al ingls los cuatro volmenes de Los aos de aprendizaje de Wilhelm

10. Aurora Egido seala que Gracin concibe la grandeza del hroe no como puro trasunto blico
e incluso poltico, sino vinculando tambin a ella la grandeza que se puede alcanzar con el ejercicio de
las letras. No en vano ya en el primor XII (f. 46) El Hroe cifra la excelencia heroica no solo en las
hazaas, sino en las plumas que las celebran (cf. Estudio preliminar a Baltasar Gracin, El Hroe,
Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico p.LXI). Una contextualizacin de la obra, en Jess Prez
Magalln, Construyendo la modernidad: la cultura espaola en el Tiempo de los Novatores (1675-1725),
Madrid, CSIC, 2002, pp.239-255.
11. Friedrich Meinecke, El historicismo y su gnesis, Madrid, F.C.E., 1983, p. 379. La frase de
Ortega en Mercedes Martn Cinto, Recepcin de Werther en Espaa, en Juan Jess Zaro (ed.), Traductores y traducciones de literatura y ensayo (1835-1919), Granada, Editorial Comares, 2007, p.84.
12. Vase M. Martn Cinto, op.cit., pp. 86-89; y Jess Caseda Teresa, Vida y obra de Jos Mor
de Fuentes, Monzn, CEHIMO, 1994.
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Ignacio Peir Martn

Meister (1824)13. Este entusiasta admirador de Goethe public Sartor


Resartus, autntica novela de formacin cuyo primer libro es plenamente
autobiogrfico14. Y, poco despus, se hizo historiador contemporneo al
editar en tres volmenes una Historia de la Revolucin Francesa15. Sin
embargo, frente al derecho de las masas invocado por el patriarca Voltaire
y, fundamentalmente, porque las masas desbocadas de la Revolucin
le dieron miedo, en las siguientes dcadas la filosofa de la historia y
de la vida del fugaz rector de la Universidad de Edimburgo le condujo
a resaltar el papel de los hroes individuales, ejemplarizados en sus
obras sobre Oliver Crommwell (1845) y la biografa de Federico II
de Prusia (1858-1865). De todos modos, el plan de estos libros lo
haba esbozado en la media docena de conferencias reunidas bajo el
ttulo de Los Hroes, en las que, superando las ideas de su admirado
Goethe, estableci las seis categoras fundamentales de su evolucin
histrica y la aparicin de una teora de culto al hroe y del herosmo
en la historia16. En su conocida quinta lectura, dictada el 19 de mayo
de 1840, otorgaba presencia a los literatos (Men of Letters), juzgados
como la ms novedosa y principal forma de herosmo17.
Para el sabio de Chelsea (que ante la cuestin social y las reivindicaciones del Chartism, reclam la actuacin de una verdadera
aristocracia, fundada en el mrito), se trataba de una Repblica literaria
liderada por las figuras de Fichte y Goethe, entre cuyos representantes
ms sobresalientes contaba a Samuel Johnson, Jean-Jacques Rosseau
o su paisano Robert Burns. Un senado acadmico de notables, verdaderos hroes de la edad moderna, para quienes:
Su vida es un fragmento del sempiterno corazn de la Naturaleza,
sindolo todos, ms los dbiles desconocen la realidad, sindole infieles
las ms de las veces, mientras los fuertes son heroicos, perennes, porque

13. Su consideracin como la novela de formacin por antonomasia en Miguel Salmern, La


novela de formacin y peripecia, Madrid, A. Machado Libros, 2002, pp.107-119.
14. Thomas Carlyle, Sartor Resartus: The Life and Opinions of Herr Teufelsdrckh, London,
Chapman and Hall, 1831, pp.1-142.
15. Th. Carlyle, The French Revolution: a history, 3 vols., London, Chapman and Hall, 1837. En
1900, Miguel de Unamuno tradujo la obra para la editorial La Espaa Moderna (el libro cont con tres
ediciones consecutivas hasta 1902); vid. Juan Antonio Yeves Andrs (con la colaboracin de F.J.Martnez
Rodrguez y M. Tostn Olalla), La Espaa Moderna. Catlogo de la Editorial. ndice de las revistas,
Madrid, Libris (Asociacin de Libreros de Viejo), 2002, pp.123, 132 y 136.
16. Carlyle presentaba a los hroes como los guas benevolentes de las masas, modelos fundadores
del orden social, investidos de los smbolos del poder (poltico y cultural) en quienes cristalizaban las
acciones y emociones de la poca, vase Sabina Loriga, Le Petit X. De la biographie lhistoire, Paris,
ditions du Seuil, 2010, pp.62-92.
17. Th. Carlyle, Heroes, Hero-Worship and the Heroic in History, London, Chapman and Hall,
1840, pp. 143-180.

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Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

la verdad no puede ocultrseles. El literato, como todos los hroes, existe


para proclamarla como le sea posible. Interiormente realiza la misma funcin que aquellos a quienes las remotas generaciones llamaron profetas,
sacerdotes, divinidades, debido a que todos ellos vinieron al mundo para
lo mismo: para expresar o llevar a cabo lo que haba que hacer18.

En todo caso, como suceder con el resto de padres de la patria


y figuras emblemticas que pueblan los panteones de las naciones,
la muerte como culminacin de unas trayectorias singulares unida a
los azares histricos de la posteridad, se sitan entre las condiciones
necesarias para la consolidacin del discurso heroico de los hombres
de letras19. Una fortuna postrera elaborada en los cambiantes entornos
de las polticas del pasado, teatralizadas siguiendo la terminologa
charteriana en una variable sucesin de rituales y ceremonias civiles,
fiestas polticas y conmemoraciones culturales.
Por lo dems, dentro de estos ritos de interaccin que, en tanto
en cuanto representaciones de las relaciones entre los individuos y
la comunidad otorgan sentido a la realidad que les ha tocado vivir,
los funerales oficiales abran las puertas de los afectos colectivos del
pblico, contribuyendo, de manera especial, al despertar de las emociones y los sentimientos de pertenencia de los ms jvenes20. Ahora
bien, antes de los smbolos sociales y las identidades polticas, en el
espritu de la poca estaba la familia (importante no solo por el capital
cultural heredado, sealado hace aos por Bourdieu; sino, tambin,
por haberse convertido en sinnimo de la comunidad nacional en su
conjunto, o en un trmino que indica su ncleo fundacional mnimo)21.
Y, a su lado, se encontraba el individualismo posesivo como fomento
del ansia por la educacin, el autodidactismo y el deseo de querer
ser a travs de la imitacin creativa de los modelos22.

18. Ibdem, pp.144-145. [La traduccin pertenece a la edicin al cuidado de Francisco L. Cardona
Castro de Los Hroes, Barcelona, Bruguera, 1967, pp.224-225].
19. Un recorrido histrico sobre las construcciones heroicas en Daniel Fabre, Latelier des hros,
en P. Centlivres, D. Fabre y F. Zonabend (dirs.), La fabrique des hros, pp.233-318.
20. Vase Emmanuel Fureix, La France des larmes. Deuils politiques l`ge romantique (18141840), Paris, Champ Vallon, 2009 (especialmente pp. 13-21); y Sensibilits et politique. Lexemple
du culte des morts lge romantique, en Anne-Emmanuelle Demartini y Dominique Kalifa (dirs.),
Imaginaire et sensibilits aux XIXe sicle. tudes pour Alain Corbin, Paris, ditions Crphis, 2005,
pp. 137-146. Por su parte, el tratamiento que el tema de la muerte reciba en la prensa de la poca
en Antonio Belmonte, Muertos de papel. La muerte en la historia, la prensa y las esquelas, Albacete,
Antonio Belmonte, 1998.
21. A. M. Banti, El discurso nacional italiano y sus implicaciones polticas (1800-1922),
p. 53.
22. Vese el amplio ensayo de Javier Gom Lanzn, Imitacin y experiencia, Barcelona, Crttica,
2005; y Richard Posner, El pequeo libro del plagio, Madrid, El Hombre del Tres, 2013, pp.54-66.
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Ignacio Peir Martn

Duelos, ritos y cenizas ilustres


Por esos caminos, los recuerdos autobiogrficos de Eduardo Ibarra
y Rodrguez registran la estrecha relacin sentimental que le uni a
su padre Clemente hasta la muerte de este, acaecida en Calatayud a
finales de julio de 1899. Esta coherente sublimacin de la memoria del
padre-profesor (catedrtico de Disciplina Eclesistica, decano de la
Facultad de Derecho y vicerrector de la Universidad de Zaragoza) sirve,
antes de nada, para corroborar cmo el curso de la vida profesional
del futuro titular de la ctedra de Historia Universal de Zaragoza y
de la Central madrilea estuvo determinado por los azares de la vida
familiar (en 1888, con apenas veintids aos ingres en el escalafn
oficial de catedrticos y se jubil en 1940)23. De hecho, convertido el
hogar en una extensin de la universidad y la cultura en una relacin
ritualizada dentro de la misma casa, no tiene nada de sorprendente
que el estudiante asumiera con naturalidad el hbito de la lectura y
manifestara desde su edad ms temprana una gran curiosidad por el
entorno cultural que le rodeaba.
Pasados los aos, en 1902, con motivo del homenaje a la primera
Revista de Aragn creada en 1878, rescatara uno de sus escasos recuerdos juveniles para celebrar el estmulo que signific la publicacin en el
despertar de su apetito intelectual. Recuerdo que entonces, al abrirse
mi entendimiento los placeres de la ciencia y del arte (estudiaba en el
Instituto), lea con avidez los nmeros de la Revista, que slo medias,
y muy a medias, lograba entender24. Situado el acontecimiento en el
segmento de su vida comprendido entre los doce y catorce aos, tal
vez se trate de un recuerdo distorsionado, una experiencia adaptada

23. Las ideas que siguen y los datos biogrficos de los Ibarra en mis trabajos, La circunstancia
universitaria del catedrtico Eduardo Ibarra y Rodrguez, en Ignacio Peir Martn y Guillermo Vicente y Guerrero (coords.), Estudios histricos sobre la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, Institucin
Fernando el Catlico, 2010, pp. 141-168; el prlogo a la reedicin del libro de Eduardo Ibarra,
El problema cerealista en Espaa durante el reinado de los Reyes Catlicos (1475-1516), Pamplona,
Urgoiti Editores, 2014 (en prensa); y en el libro que lo contina, Los maestros de la Historia: Eduardo
Ibarra y la profesin de historiador en Espaa (en preparacin).
24. Eduardo Ibarra y Rodrguez, Homenaje, Revista de Aragn (enero 1902), p.1. Ibarra fue el
fundador-director, junto a Julin Ribera y Miguel Asn, de la segunda Revista de Aragn (continuada en
Madrid, a partir de 1906, como Cultura Espaola); vase Jos-Carlos Mainer, Regionalismo, burguesa
y cultura: Revista de Aragn (1900-1905) y Hermes (1917-1922), Zaragoza, Guara Editorial, 1982; y
los artculos de Mara Dolores Albiac, En torno al regeneracionismo: de Revista de Aragn a Cultura
Espaola, en Mara ngeles Naval (coord.), Cultura burguesa y letras provincianas (Estudios sobre
el periodismo en Aragn entre 1834 y 1936), Zaragoza, Mira Editores, 1993, pp. 301-335; y Regeneracionismo y literatura en la revista Cultura Espaola (1906-1909), en Jos Luis Garca Delgado
(dir.), La Espaa de la Restauracin: poltica, economa, legislacin y cultura, Madrid, Siglo XXI,
1985, pp. 489-532.

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Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

al momento y el contexto de la rememoracin. Sin embargo, no deja


de ser menos revelador del tipo de lecturas e ideas que moldearon el
pensamiento del joven Ibarra.
De ese modo, aunque no es posible determinar con seguridad las
obras y autores que ley por entonces y cules apreci en particular,
cabe pensar que su conocimiento de los literatos y grandes sabios de
la regin comenz, al menos en parte, con los trabajos que vieron la
luz en aquel empeo voluntarioso y provinciano que fue la Revista
de Aragn. Hermana menor de las tres mayores publicaciones de alta
cultura de la Espaa del momento (la Revista de Espaa, la Europea
y la Contempornea), como escribi Jos-Carlos Mainer,
la publicacin de 1878 ocupa un destacado lugar en la secuencia regionalista que arranca de la segunda mitad del siglo XVIII , elabora sus
referencias prestigiosas en la poca romntica (a la vez que la atencin
a lo pintoresco, a lo costumbrista, siembra las futuras cosechas de un
folclorismo elemental y cazurro) y se prepara a desplegar al calor del
regeneracionismo finisecular25.

Por primera vez, respondiendo al llamamiento de la redaccin


una entusiasta juventud26, el aventajado estudiante de bachillerato traspas las puertas de la cultura local y empez a descubrir, por s mismo,
los perfiles del espacio cultural aragons. Un paisaje de horizontes
limitados, henchido de tradicin y sociabilidad erudita, que construa
su singularidad emergente en su correspondencia con la realidad de
la cultura nacional espaola y cuyos aspectos mundanos con sus
catedrticos y abogados, eruditos, literatos y periodistas, ancdotas
profesionales y ambientes sociales le eran familiares desde nio.
Con la avidez propia de los recin llegados, la mirada lectora de
Ibarra pudo detenerse ante la galera de hombres clebres del antiguo
pas, entusiasmarse con las campaas en defensa de los monumentos
locales, embeberse de la especificidad de un pasado proyectado en
las pinturas de historia y el derecho foral o compartir con sus contemporneos la fascinacin por la trayectoria cvica y erudito-literaria
de Jernimo Borao, fallecido a las 9 de la maana del sbado 23 de

25. J.-C. Mainer, Sobre la Revista de Aragn (1878-1880), prlogo a la edicin microfotogrfica de la Revista de Aragn (1878-1880), Teruel, IET, 1991, reproducido en M. . Naval (coord.),
Cultura burguesa y letras provincianas, pp.147-148. La consulta de la revista en red <http://ifc.dpz.es/
publicaciones/ver/id/3108>.
26. La Redaccin, A nuestros lectores, Revista de Aragn, I, 1 (domingo 6 de octubre de
1878), p. 1.
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Ignacio Peir Martn

noviembre de 187827. A fin de cuentas, se trataba de un respetado profesor cuyo libro de lectura haba estudiado en la escuela y a quin,
sin duda, haba conocido en las salas de la Universidad zaragozana 28. Y
un eximio escritor al que, ahora, vea convertido en el icono colectivo
que encarnaba la dimensin localista de cuanto admiraban aquel
grupo de aficionados a las letras de la alta Restauracin que, a primera
hora de la tarde del domingo, asistieron a su funeral en la iglesia de
San Pedro Nolasco29. Mezclado entre la gente, el joven Ibarra debi
de contemplar el espectculo pblico de la muerte: el pequeo atad
cubierto con un birrete de flecos todo negro, una banda de gran cruz
de Carlos III [], y un bastn de mando30, acompaado por la marcha
vacilante del terno y la cruz alzada, la gran corona costeada por los
estudiantes universitarios y la procesin compuesta por lo que de ms
notable, en ciencias y letras, encierra la capital de Aragn31.
En un mundo de mayores donde la juventud no representaba un valor
por s mismo, los catedrticos y dignatarios locales eran discretamente
sealados por los padres de los otros muchachos que participaban en
las exequias del prohombre de la patria aragonesa:
Ese que preside, con rojo, es Mosn Pedro Berroy; ese que no se quita
el birrete amarillo es Don Genaro Casas, el mdico; ya lo conocas; ese
de azul claro y barba gris es Don Pablo Gil y Gil, mi condiscpulo de la
escuela; ese otro de azul oscuro, gran barba negra y cabellera ensortijada
es Don Bruno Solano, un sabio; ese otro de birrete rojo y blanco es Don
Clemente Ibarra; rojo es Derecho, blanco es Teologa; ese otro viejo de
azul claro y barba blanca es Don Jos Puente y Villana, otro sabio, y
27. Una aproximacin biogrfica reciente en Jos Eugenio Borao Mateo, Jernimo Borao y Clemente (1821-1878). Escritor romntico, catedrtico y poltico aragons, Zaragoza, Institucin Fernando
el Catlico, 2014.
28. Con el seudnimo de Tiburcio Clemente, Borao escribi, en colaboracin con Leandro Bescs,
El Tesoro de la Infancia. Mtodo de lectura, Zaragoza, 1856.
29. J.-C. Mainer, Sobre la Revista de Aragn (1878-1880), p.144.
30. Juan Moneva y Puyol (1871-1951), futuro catedrtico de Derecho Cannico de la Facultad de
Zaragoza (ingres en 1903 y se jubil en 1941), tena siete aos cuando, despus de comer y vestido casi
de gala, acompa a su padre al entierro de Borao (Memorias, Zaragoza, Talleres de Artes Grficas de
El Noticiero, 1952, p.50). Ferviente catlico, conservador, maurista y franquista tras la guerra civil,
este prolfico escritor, anticostista declarado y controvertido publicista, fue desde su juventud uno de los
grandes amigos de Eduardo Ibarra, siendo auxiliar de la ctedra durante los ltimos aos de docencia de
su padre. Moneva dedic a los dos Ibarra numerosas referencias en sus Memorias escritas en 1947.
31. Baldomero Mediano y Ruiz, Crnica semanal, Revista de Aragn, I, 9 (domingo 1 de
diciembre de 1878), p. 66. Adems de la noticia del fallecimiento del Rector publicada en la Revista
de Aragn, I (domingo 24 de diciembre de 1878), p. 64, y la breve descripcin del sepelio, en los
siguientes nmeros, junto a la biografa escrita por Cosme Blasco citada ms adelante y la noticia del
retrato que, en breves momentos, hizo del finado, D. Joaqun Pallars, pintor zaragozano, aparecern
otras informaciones como el homenaje que le tribut la sociedad zaragozana la noche del sbado 7 de
diciembre en el Teatro Principal (Crnica semanal, Revista de Aragn, I, 11 (domingo 15 de diciembre
de 1878), p. 83).

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Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

tan sabio como en su Facultad, en msica; ese completamente calvo es


Don Roberto Casajs, de Derecho; ese es Ros, uno de los boticarios del
Coso; el que va de morado; ese de blanco y azul celeste, Don Manuel
Jos de Lama y Castro Fernndez, Rector del Seminario de San Valero,
donde aprenden los que van para curas; gallego; muy querido del Seor
Arzobispo []. Ese de amarillo es Arpal; ese de rojo es Brualla32.

Convertida la ceremonia del entierro en un rito de iniciacin social


y heroizacin ciudadana, el comentario final del padre de Juan Moneva,
Recurdate de este da y de este hombre que ha muerto, resume la
poltica pedaggica dirigida a fijar en la memoria de las nuevas generaciones los modelos de actuacin y conducta de los hombres clebres
desaparecidos33.
De todos modos, porque el hecho fue muy comentado cuando
sucedi, desde principios de 1860 en adelante, los estudiantes de Zaragoza que se dirigan a las Facultades de Letras y Derecho saban que
el rostro del Diablo cado en la portada de San Miguel de los Navarros
era el de Borao, representado por Flix Oroz (un escultor que quiso
embromar a su correligionario poltico y amigo desde sus tiempos de
los Escolapios)34. El tres veces Rector de la Universidad zaragozana
que, adems de luchar en aquella memorable jornada del 5 de marzo
de 1838 y pasar por la crcel en 1848, dej testimonio de su acendrado
liberalismo esparterista al escribir la Historia del alzamiento de Zaragoza en 1854 (acontecimientos revolucionarios en los que particip
activamente, siendo el secretario de la Junta y el autor de las leyendas
e inscripciones que ilustraban el arco del triunfo levantado para recibir
al Duque de la Victoria en Zaragoza)35. Desde las alturas de la piedra,
Jernimo Borao fue la representacin permanente de la generacin
precursora de ingenios, hombres clebres de la ciudad, literatos y artistas, romnticos y costumbristas, conspiradores, liberales histricos y
patriotas, foralistas y fueristas aragoneses cuyas lpidas comenzaban
a poblar el cementerio de Torrero. Un grupo constituido, entre otros
muchos, por Braulio Foz, ngel Gallifa, Mariano Gil y Alcaide, Manuel
32. J. Moneva, Memorias, p.50.
33. Ibdem, p.51.
34. Wifredo Rincn Garca, Un siglo de escultura en Zaragoza (1808-1908), Zaragoza, Caja de
Ahorros de Zaragoza, Aragn y Rioja, 1984, pp.83-88.
35. La participacin de Borao en los acontecimientos de 1838 se narra en el excelente libro de
Ral Mayoral Trigo, El 5 de marzo de 1838. Aquella memorable jornada (1838-1844), Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2014, pp. 16, 87, 179, 208, 211-212, 215, 218, 255-256. La noticia y
la entrada de Espartero el 20 de julio de 1854 por la puerta de Santa Engracia la cuenta Mariano Gracia
Albacar, Memorias de un zaragozano (1850-1861), Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2013,
pp. 69-73 (la segunda visita en mayo de 1856 en pp.94-99).
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Ignacio Peir Martn

Lasala, Javier de Quinto, Jos Mara Huici, Miguel Agustn Prncipe,


Ponciano Ponzano o Mara del Pilar Sines36.

Hombres clebres, varones ilustres y hroes de la regin


Pero no todo debi de ser culto a las cenizas ilustres y al patrimonio histrico. Parece posible que el Ibarra catorceaero se dejara
arrastrar por el deseo de emular las trayectorias de los vivos y, en un
despliegue de independencia intelectual, iniciara el proceso que le llevara a transformar la voluntad de saber en una necesidad individual.
Aguijoneado por los nombres impresos de la catarata de rostros que
formaban parte de su vida cotidiana, muy bien pudo identificarse con
las imgenes triunfantes de un rosario de paisanos que haban fabricado
sus glorias literarias en la Villa y Corte.
Una amplia galera de personajes en la que se daban cita, entre
otros, los nombres de Valentn Carderera, Vicente de la Fuente o Mariano
Viscasillas y que, muy bien, pudo empezar con la noticia del nuevo
acadmico de la Historia, el sabio catlico Francisco Codera 37. De
hecho, en el momento de su fallecimiento, a este padre de la escuela
de arabistas espaoles (la tribu de los Banu Codera), cuyo ncleo
fundador lo formaron un puado de figuras de la regin (Mariano de
Pano, Ramn Garca Linares, Miguel Asn y Palacios, Mariano Snchez
Bruil, Alberto Gmez Izquierdo o Mariano Gaspar Remiro)38, Ibarra lo

36. Junto a los apuntes biogrficos de alguno de estos autores redactados por Carlos Forcadell
lvarez en Rutas del cementerio de Torrero. Ruta de personas ilustres, Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza, 2013, vanse, entre otros, el libro de Guillermo Vicente y Guerrero, Las ideas jurdicas de Braulio
Foz y su proyeccin poltica en la construccin del Estado liberal espaol, Zaragoza, Rolde de Estudios
Aragoneses-Prensas Universitarias de Zaragoza, 2008; y las colaboraciones reunidas por Jos-Carlos
Mainer y Jos M. Enguita (eds.), Localismo, costumbrismo y literatura popular en Aragn. V Curso
sobre lengua y literatura en Aragn, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 1999.
37. Reseado por Germn Salinas, El Nuevo Acadmico de la Historia, Revista de Aragn, II,
19 (domingo 18 de mayo de 1879), pp. 146-149. El discurso de ingreso de Codera, que vers sobre la
Dominacin arbiga en la Frontera Superior, ms o menos, en la cuenca del Ebro y Galicia meridional
desde el ao 711 al 815, fue contestado por Vicente de la Fuente, Discursos ledos ante la RAH, en la
recepcin pblica del Sr. D. ---, el da 20 de abril de 1879, Madrid, Imp.de los Sres. Rojas, 1879.
38. La personalidad de Codera (Fonz [Huesca], 28-06-1836 Fonz [Huesca], 6-11-1917), en Mara
Jess Viguera, Al-ndalus prioritario. El positivismo de Francisco Codera, prlogo a la reedicin
de Francisco Codera y Zaidn, Decadencia y desaparicin de los almorvides en Espaa, Pamplona,
Urgoiti Editores, 2004, pp. IX-CXXXVII. Una nota sobre la escuela de los arabistas fundada por este
altoaragons de Fonz (Huesca) en mi trabajo, Los aragoneses en el Centro de Estudios Histricos:
historia de una amistad, historia de una escuela, historia de una profesin, en J.-C. Mainer (ed.),
El Centro de Estudios Histricos (1910) y sus vinculaciones aragonesas (con un homenaje a Rafael
Lapesa), Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2010, pp. 135-171.

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Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

situ en el espacio elevado de los aragoneses ilustres39. En la base


de esta condicin ciudadana se encontraba el apego filial a la patria
chica de quienes por naturaleza pertenecan a la comunidad. Nuevos
hroes contemporneos de las letras aragonesas capaces de compaginar
la vocacin intelectual con el compromiso con la tierra que les vio
nacer. Y esto era algo que cumpla sobradamente el buen amigo de
mi padre, Francisco Codera:
no fue solo el cientfico absorto en sus librotes de especialista, enrevesados e ininteligibles para los profanos, no iba los veranos a las playas
de moda a formar en la tertulia de un prohombre poltico: marchaba a
Fonz, a su casa solariega, a ver los olivos y los frutales y los terrenos del
patrimonio familiar y all en contacto con los labriegos rudos y atrasados,
su amor al terruo patrio y sus amores se exaltaba; los escasos ahorros
del modesto sueldo que dejaban en su bolsillo las facturas de los libros,
se empleaban en probatinas agrarias para traer mquinas, mejorar los
cultivos, levantar, en suma, la situacin moral y material de aquellos
baturros; no era un hombre que viviera en las nubes de la ideologa,
miraba a la tierra, a la madre tierra, base y sustento de todos, engendradora de frutos y caracteres, de hombres y de cosas, y as viva feliz
y dichoso, querido y respetado, catlico ferviente y prctico, caritativo,
desinteresado y sin miedo, afn ni deseo perturbador40.

De igual manera, estaba entroncado con el campo aragons el


apologista catlico, escritor y erudito historiador bilbilitano Vicente
la Fuente. Un catedrtico de Derecho Cannico, acadmico de la Historia y Rector de la Universidad Central a quien frecuentar durante
su poca de doctorado madrileo:
Recuerdo mi entrada, acompaado de mi padre, su buen amigo,
compaero y paisano, en el modesto piso de la calle de Valverde, y la
franca y cordial acogida que aquel seor afable, locuaz, con su habla
ceceosa, el acento dulce, el rostro expresivo, encuadrado por las patillas
canosas; la amabilidad y el afecto con que recibi a aquel provinciano,
estudiante de Doctorado, recin llegado a la Corte, y que en ella qued
a los pocos das, sumergido en el mareante trfago de la vida madrilea.
Sucesivas visitas me fueron descubriendo poco a poco las cualidades
intelectuales de aquel varn alegre, socarrn, graciossimo y acertado
39. E. Ibarra, Aragoneses ilustres. Don Francisco Codera, El Noticiero. Diario poltico independiente, 5487 (martes 13 de noviembre de 1917), p. 3, recogido, junto a un extracto del catlogo de
sus obras, en las 14 pginas del cuadernillo necrolgico firmado por Eduardo Ibarra en nombre de sus
discpulos y amigos y que estos le dedicaron a su muerte, citado por M. J. Viguera en Al-ndalus
prioritario. El positivismo de Francisco Codera, p.XXXIX nota 120.
40. Ibdem. El entrecomillado sobre la amistad con su padre en E. Ibarra, Prlogo a Por qu
inici Castilla la colonizacin espaola en Amrica? ltima leccin expuesta en ctedra por D. --- al ser
jubilado, por edad, en 30 de enero de 1936, Revista de la Universidad de Madrid, II, I (1942), p.7.
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Ignacio Peir Martn

en los juicios de personas, doctrinas, libros y tendencias en boga; su


casa fue en aquellos primeros meses de adaptacin madrilea mi puerto
de refugio espiritual, el lugar de consulta y de informacin cientfica, y
pude apreciar entonces la extraordinaria y variadsima cultura de aquel
hombre, que, con la mayor sencillez, bondad y llaneza, citaba libros y
libros, sirviendo de gua y conductor al principiante; slo he conocido
en mi vida que ya no es corta, dos eruditos de su mismo tipo, que se
llamaron Menndez Pelayo y don Eduardo de Hinojosa41.

Una trama de paisanos sobresalientes en los medios acadmicos


capitalinos, muchos de ellos neocatlicos (al lado de los citados, baste
recordar al sacerdote Jos Salamero Martnez, acadmico de la de
Morales y Polticas, to y valedor de Joaqun Costa) entre los que
destacaba, tambin, el darocense Toribio del Campillo 42. Recordado
por Ibarra, junto a Ignacio Andrs, Julio Monreal, Francisco Zapater
y Severino Alderete, en el grupo de los eruditos de buena ley43, el
catedrtico de Bibliografa e Historia Literaria en la Escuela Superior
de Diplomtica, fue uno de los prebostes del Cuerpo Facultativo de
Archiveros, Bibliotecarios y Arquelogos44.
En el orden local, debi de sentirse impresionado por las palabras
del orador incomparable, Faustino Sancho y Gil45. El gran propietario
agrcola de Calatayud (como su padre Clemente y l mismo), krausista
polifactico, republicano posibilista, promotor del Ateneo de Zaragoza
y prohombre de la comunidad que falleci de manera repetina a finales
de agosto de 189646. Y, sin duda, pudo reconocerse en la prosa arqueo-

41. E. Ibarra, Palabras ledas en la velada necrolgica en su honor, celebrada el da 27 de octubre


en el Teatro Principal de Calatayud, reproducidas en Homenaje a la buena memoria de D.Vicente
de la Fuente y Bueno (q.s.g.h.), acadmico de nmero, Boletn de la Real Academia de la Historia,
t. LXXXI-Cuaderno VI (diciembre de 1922), pp. 497-498. La bio-bibliografa de Vicente de la Fuente
en I. Peir y G. Pasamar, Diccionario Akal de Historiadores Espaoles Contemporneos, Madrid, Akal,
2002, pp. 263-265.
42. Toribio del Campillo envi dos breves colaboraciones a la Revista de Aragn, Los esmaltes aragoneses, II, 8-9 (domingo 9 de marzo de 1879), pp. 62-65, y La biblioteca del Doctor don
Gabriel Sora, II, 27 (domingo 13 de julio de 1879), pp. 212-213; 28 (domingo 20 de julio de 1879),
pp. 219-220.
43. E. Ibarra, Homenaje, p.1.
44. Sobre este catedrtico nacido en Daroca (1824-1900), adems de la necrolgica de Vicente
Vignau, D. Toribio del Campillo y Casamor, Revista de Aragn, I, 3 (marzo de 1900), pp. 65-66,
vase su voz en I. Peir y G. Pasamar, Diccionario Akal de Historiadores Espaoles Contemporneos,
p. 155; y, de los mismos autores, Escuela Superior de Diplomtica (los archiveros en la historiografa
espaola contempornea), Madrid, ANABAD, 1996, pp.161-163.
45. E. Ibarra, Homenaje, p. 1. La importancia y las colaboraciones de este personaje en la
revista en J.-C. Mainer, Sobre la Revista de Aragn (1878-1880), pp.144-145 y 173-174.
46. Sobre Faustino Sancho y Gil (Mors [Zaragoza], 10-02-1850 pila [Zaragoza] 29-08-1896),
vanse las pginas que le dedica Francisca Soria Andreu en El Ateneo de Zaragoza (1864-1908), Zaragoza, IFC, 1993 (su muerte y velada necrolgica que le dedic el Ateneo y en la que particip Ibarra
en pp. 204-208); y Las fiestas del Gay Saber. El caso aragons, Zaragoza, IFC, 1995.

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Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

lgica de Vctor Balaguer, el vate cataln estrechamente ligado a la


tierra aragonesa. To del poeta barcelons pero criado en la ciudad y
miembro de la redaccin de la revista, Valentn Marn y Carbonell, el
cronista de Barcelona que dedic una triloga a Los Pirineos y un libro
a El Monasterio de Piedra, fue honrado con el ttulo y timbre de hijo
adoptivo de Zaragoza47, adems de ser recibido como miembro de la
Econmica y que el Crculo Mercantil estrenar la luz elctrica en
la (sic) Salon la noche de sus lecturas 48. Del predicamento adquirido por este hombre de letras cataln naturalizado zaragozano en los
crculos regionalistas de la ciudad resulta indicativo que, en 1880, la
revista que lea el primerizo Eduardo Ibarra se hiciera eco del ingreso
de Balaguer en la asociacin Lo Rat Penat49.
Por lo dems, las relaciones del escritor vilanovs con los literatos
de la regin venan de largo, cuando menos, desde los tiempos en los
que Jernimo Borao ejerci de corresponsal aragons del peridico
poltico progresista La Corona de Aragn, que haba fundado y dirigido
en Barcelona entre 1854-1856. Actu como mantenedor en los Juegos
Florales de Zaragoza (1894) y Calatayud (1896) y, hasta el final de sus
das, mantuvo la correspondencia con los principales hombres de letras
locales (desde su gran amigo Borao y el poeta Vctor Iranzo Simn, hasta
Faustino Sancho, Mariano Baselga, Cosme Blasco, Mara Pilar Sines
o Mariano de Pano y Ruata). En uno de los ltimos actos pblicos a
los que acudi Balaguer, el poltico de largo recorrido montisonense
con aficiones literarias e historiogrficas lo coron como prncipe
de las letras espaolas y cantor egregio de la tradicin aragonesa50.
Apenas unos meses ms tarde, el 16 de enero de 1901 por la noche,
el tren que transportaba su fretro desde Madrid hasta el cementerio
de Vilanova i la Geltr, par en la estacin de Zaragoza donde una

47. El entrecomillado en Vctor Balaguer, Discurso ledo en la fiesta inaugural de los Juegos
Florales de la ciudad de Zaragoza por el Excmo. Sr. D. ---, y contestacin al mismo por el Sr. D. Mariano
de Pano y Ruata. Presidente del Cuerpo de Mantenedores, Zaragoza, Imp.del Hospicio, 1900, p.5.
48. Carta de Faustino Sancho y Gil a Vctor Balaguer, Zaragoza, 8 mayo, 1896, en Enrique
Miralles, Cartas Vctor Balaguer, Barcelona, Puvill Libros, 1995, p.512.
49. V. Balaguer, Del renacimiento del lemosn, Revista de Aragn, III, 6 (25-8-1880), p. 172,
citado por Jos-Carlos Mainer, Sobre la Revista de Aragn (1878-1880), pp.154 y 158.
50. Mariano de Pano y Ruata, Discurso del Presidente del Cuerpo de Mantenedores Sr. D. --- en
contestacin al anterior, en Vctor Balaguer, Discurso ledo en la fiesta inaugural de los Juegos Florales
de la ciudad de Zaragoza, p. 32. Sobre este personaje que alcanzar el galardn de patriarca de las
letras aragonesas, vase mi estudio introductorio, La Condesa de Bureta o la arbitraria oportunidad de
un Centenario, a la reedicin de Mariano de Pano, La Condesa de Bureta y el Regente Ric, Zaragoza,
Editorial Comuniter, 2006, pp.I-XLVI; y el apunte Mariano de Pano y la historiografa espaola, en
Alberto Sabio Alcutn (coord.), De la Guerra de la Independencia a Joaqun Costa. Monzn en la tinta
del siglo XIX, Huesca, Ayuntamiento de Monzn, 2011, pp.353-366.
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Ignacio Peir Martn

comisin de condolencia, presidida por el alcalde y representantes de


las principales entidades culturales ciudadanas, rindieron homenaje a
sus restos51. El 24 de ese mismo mes, Eduardo Ibarra fue el primer
orador de la velada necrolgica que le dedic el Ateneo zaragozano,
glosando su figura de historiador y sealando la influencia que Balaguer
haba ejercido entre los cultivadores de las ciencias histricas52. Y,
en 1902, en su particular ofrenda literaria aparecida en la Revista de
Aragn, lo situ, al lado de Borao, en el pedestal de los dos ilustres
padres de nuestro renacimiento literario53.
En todo caso, si volvemos una vez ms a los comienzos, a los
primeros atisbos culturales de Ibarra, tambin cabe suponer que se reconociera con los pruritos de escritor del aspirante a catedrtico Manuel
Zabala y Urdaniz. Por aquel entonces, se trataba de un licenciado en
Letras y Derecho muy conocido en la ciudad (su padre era el director
del Colegio Politcnico de Ntra. Sra. del Pilar de Zaragoza) que daba sus
primeros pasos en la profesin docente en la que alcanzara la ctedra
de Geografa e Historia del Instituto de San Isidro de Madrid54. Un
literato novel que, antes de iniciarse en la carrera poltica en las filas
de los demcratas martistas (ser concejal y alcalde de Valencia en
1893, diputado a Cortes por Liria en 1898 y consejero de Instruccin
Pblica en 1904), trataba de hacerse un nombre en los crculos eruditos
de su ciudad publicando en la Revista de Aragn55.

Catedrticos y eruditos: prceres de la historia aragonesa


En aquel tiempo donde no existan las fronteras profesionales y
los lmites entre la historia y la literatura eran borrosos, este ncleo
primario de escritores y figuras relevantes de la comunidad aragonesa
51. Vctor Balaguer muri en Madrid el 14 de enero de 1901. Tena 76 aos, y el da 16, una
formidable comitiva recorri las calles de la capital hasta la estacin de Atocha; vase Joan Palomas i
Moncholi, Vctor Balaguer. Renaixena, revoluci i progrs, Vilanova i la Geltr, Ajuntament de Vilanova
i la Geltr, 2004, p.591.
52. E. Ibarra, Balaguer historiador, Discurso ledo en el Ateneo de Zaragoza en el mes de enero
de 1901, citado por Francisca Soria Andreu, El Ateneo de Zaragoza (1864-1908), pp.210-211.
53. E. Ibarra, Homenaje, p.1.
54. Una primera aproximacin a la trayectoria de Manuel Zabala y Urdaniz (Zaragoza, 14-091852 Madrid, 8-03-1927), cuyo hijo Po Zabala y Lera ser catedrtico de Historia Contempornea
de Espaa y primer Rector de la Universidad Central franquista, en la voz que le dedican I. Peir y
G. Pasamar en el Diccionario Akal de Historiadores Espaoles Contemporneos, pp.681-682.
55. Manuel Zabala, adems de una poesa y un artculo de prosa erudita, public la primera parte
del Discurso pronunciado por su autor en las oposiciones las plazas de Auxiliares en la Seccin de
Letras, vacantes en el Instituto de Zaragoza, Revista de Aragn, III, 10 (30-5-1880), pp.143-149.

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Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

se completaba con los catedrticos de Historia universitarios, los acadmicos y los eruditos, aficionados a las cosas del pasado aragons. Y
en esta relacin, la mirada lectora de Ibarra muy bien pudo identificarse
con la erudicin peregrina del prolfico Cosme Blasco y Val que, junto
a otros escritos, haba publicado en la Revista de Aragn una amplia
Biografa del erudito insigne literato zaragozano. Don Jernimo
Borao56. Antes de escucharlo en las clases de Historia Universal durante
su poca de estudiante universitario, resulta difcil excluir el tipo de
sentimientos que pudo suscitar en Ibarra la personalidad deslumbrante
del popular catedrtico57. Al fin y al cabo, el celebrado escritor era
compaero de su padre Clemente Ibarra y de su to Pablo Gil y Gil
en el viejo casern de la plaza de la Magdalena donde todos lo conocan desde los seis o siete aos cuando pasaba el tiempo jugando
con porteros y bedeles 58. Pero no solo eso. Junto a sus cuadros de
costumbres aragonesas que tanto estaban ayudando a la invencin
del baturrismo59, las historias locales de Teruel, Daroca, Jaca, Huesca
o Zaragoza escritas por el catedrtico de Espaa que ms obras ha
publicado60, eran muy celebradas por la juventud zaragozana.
En este punto, s es cierto que solo tenemos el recuerdo de Eduardo
Ibarra de la primera Revista de Aragn para sustentar la suposicin
de que tena un conocimiento extenso de la cultura histrica local. Lo
que s se podra demostrar, sin embargo, es que como otros chicos de
su generacin, aprendices de exploradores intelectuales que echaban
races por todas partes y lean La Derecha, y las noticias del Diario de
Avisos de Zaragoza (El Diarico) 61, debi de nutrirse con las lecturas

56. Cosme Blasco, Biografa del erudito insigne literato zaragozano. Don Jernimo Borao,
Revista de Aragn, I, 10 (8-12-1878), pp.76-77; 11 (15-12-1878), pp.84-85; 12 (22-12-1878), pp.92-94;
13 (29-12-1878), pp. 100-101; II, 1 (12-1-1879), pp. 3-5; 2 (19-1-1879), pp. 10-12; 3 (26-1-1879),
pp. 18-19; 5 (9-2-1879), pp.34-35; y 6 (16-2-1879), pp.42-44.
57. Sobre Cosme Blasco y Val (Zaragoza, 27-09-1838 Zaragoza, 5-12-1900), vase su voz en
I.Peir y G. Pasamar en el Diccionario Akal de Historiadores Espaoles Contemporneos, pp.130-131;
y la investigacin de Jos Luis Flores Pomar, Cosme Blasco Val. Aproximacin a la biografa de un historiador, Diploma de Estudios Avanzados (DEA), Departamento de Historia Moderna y Contempornea,
defendido el 24 de septiembre de 2012.
58. E. Ibarra, Prlogo a Por qu inici Castilla la colonizacin espaola en Amrica? ltima
leccin expuesta en ctedra por D. --- al ser jubilado, por edad, en 30 de enero de 1936, p.3.
59. Bajo el seudnimo de Crispn Botana, escribi varias series de costumbres aragonesas, incidiendo especialmente en los aspectos ms chuscos de la iconografa regional. Una panormica en Jos Luis
Acn y Jos Luis Melero en Cuentos aragoneses, Palma de Mallorca, Jos J. Olaeta, editor, 19973.
60. Felix Latassa, Blasco y Val (D. Cosme), en Biblioteca antigua y nueva de escritores aragoneses de Latassa. Aumentadas y refundidas en forma de Diccionario bibliogrfico-biogrfico, por
Miguel Gmez Uriel, Zaragoza, Impr. de Calixto Ario, 1884, I, p.220.
61. J. Moneva, Memorias, p. 254. Las fichas descriptivas del peridico posibilista La Derecha.
Diario democrtico (1881-1901), fundado y dirigido por el catedrtico de Medicina, concejal y poltico
seguidor de Castelar, Joaqun Gimeno-Fernndez Vizarra; y el Diario de Avisos de Zaragoza. Noticias,
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Ignacio Peir Martn

de la historia que tena a su alcance, y que esta pas a formar parte del
sedimento de su personalidad. Desde los das de su infancia en adelante,
su fondo sentimental pudo verse impresionado con las estampas del
pasado aragons recogidas en los manuales libritos de vulgarizacin
para las escuelas62. A continuacin, con las representaciones almacenadas en las pginas de la popular Historia de Aragn de Antonio Sas,
compuesta, ilustrada y adicionada por Braulio Foz:
cuyos cinco tomos los de la Historia haba comprado mi padre por
un duro en la librera de viejo de Comas Hermanos; de viejo por su mercanca y de viejos por sus dueos, lo mismo el alto y de bigote cenizoso
que el de mezquina estatura, gesto triste y bigote artificialmente negro.
Catalanes ambos, grat ne sia Deu63.

Y, como se ha dicho, con el caudal de imgenes vertidas en las


historias municipales de la provincia, entre las que destacaban las
obras numerosas de D. Cosme Blasco64.
Conforme pasaban los aos, sus cdigos de adolescente pudieron
encontrar mucho de admirable en la encendida defensa de la primitiva
historia del viejo Reino realizada por el erudito, menos apreciado de
lo que merece, D. Toms Ximnez de Embn65, editor de la Crnica de
San Juan de la Pea que iniciaba la Biblioteca de Escritores Aragoneses,
patrocinada por la Diputacin provincial e impulsada por una junta en la
que su padre actuaba de vocal66. Lo que es ms, viviendo como viva en
una sociedad de viejos abogados foralistas aragoneses67, su curiosidad
decretos y anuncios. Peridico de la tarde (1870-1937), en Lola Hernndez Ara et alii, Repertorio de
publicaciones peridicas zaragozanas anteriores a 1940, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico,
Universidad de Zaragoza, 1998, pp.124-125 y 131-134.
62. E. Ibarra, Estado actual de los estudios histricos en Aragn, en Meditemos. Cuestiones
pedaggicas, Zaragoza, Cecilio Gasca, Librero, 1908, p.33. Sobre estos libritos, vase Eloy Fernndez
Clemente, El aragonesismo didctico: manuales y catecismos de Historia de Aragn, en la Restauracin (1875-1931), Rolde. Revista de Cultura Aragonesa, 69 (julio-septiembre de 1994), pp.4-17; y mi
introduccin, El Aragn de los nios de Rafael Fuster a Rafael Fuster, Compendio de la Historia de
Aragn y Zaragoza para el uso de las Escuelas de Primera Enseanza, Zaragoza, Edizions de lAstral,
1997, pp.VII-XXII (reedicin facsmil de la edicin de Zaragoza, Imp.y Lit. de F. Villagrasa, 1884).
63. Historia de Aragn, compuesta por A. S. y corregida, ilustrada y adicionada por Braulio
Foz. Estudio preliminar de Antonio Peir, Zaragoza, Diputacin Provincial de Zaragoza, 2003, 6 vols.
(reproduccin facsmil de la edicin de Zaragoza, Imp. de Roque Gallifa, 1848-1850, 5 vols.). La cita
pertenece a J. Moneva, Memorias, p.61.
64. E. Ibarra, Estado actual de los estudios histricos en Aragn, p.33.
65. Ibdem, p. 32. Una aproximacin a la trayectoria del literato, erudito, historiador, archivero
del Ayuntamiento y cronista de Zaragoza Toms Ximnez de Embn y Val (Zaragoza, 1843 Zaragoza,
9-04-1924), en Fernando Castn Palomar, Aragoneses Contemporneos. Diccionario biogrfico, Zaragoza,
Ediciones Herrein, 1934, pp.551-552; y Gran Enciclopedia Aragonesa, XII, pp.3371.
66. E. Ibarra, Estado actual de los estudios histricos en Aragn, pp.32-33.
67. E. Ibarra, Prlogo a Por qu inici Castilla la colonizacin espaola en Amrica?, p.5.
Un apunte sobre los foralistas aragoneses decimonnicos en Jos Ignacio Lpez Susn, Gente de leyes.
El Derecho aragons y sus protagonistas, Zaragoza, IberCaja, 2004, pp.102-129.

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Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

estudiantil le pudo llevar a leer las pginas de la Resea histrico-poltica


del antiguo Reino de Aragn y ojear, cuando menos, el largo estudio
Del feudalismo y de los seores territoriales de Aragn, publicado en
la revista de los abogados, la General de Legislacin y Jurisprudencia,
por el famoso escritor y jurisconsulto zaragozano, fallecido en 1874,
Manuel Lasala68. Y por la familiaridad de los nombres de sus autores
y porque, segn escribi a principios de siglo, lo ms interesante que
acerca de Aragn se public en esta poca, vi la luz fuera de l69, no
cabe duda de que Ibarra tuvo noticias de los Estudios crticos acerca
de la Historia y el Derecho de Aragn, de D. Vicente de la Fuente, y
las obras de D. Vctor Balaguer, Codera y [Manuel] Danvila70.
En cualquier caso, el hecho de que en sus escritos autobiogrficos
solo encontrara un pequeo lugar para el nombre de Blasco y Val, es
significativo de cmo su admiracin por las formas de pensar la historia
de aquel laborioso publicista fue pasajera71, trocndose con el tiempo
en cierto malestar, consigo mismo no menos que con sus profesores
y colegas de Facultad. Pero hasta que eso ocurriera deberan de suceder muchas cosas. Por ahora, gran parte de la admiracin que pudo
sentir por los catedrticos de Historia debi encontrarla en el recin
nombrado decano de la Facultad de Letras, Pablo Gil y Gil72. Hijo de
una familia de propietarios rurales de la provincia, apasionado por la
viticultura y antiguo profesor transente por la geografa universitaria
espaola, posea la inteligencia verstil del amateur, la perseverancia
del coleccionista rescatador de documentos y las aspiraciones del sabio,
aficionado a la arqueologa, la numismtica o el arabismo. Pasiones
que le permitieron ostentar con energa sus pretensiones eruditas en el
espacio pblico de la ctedra, la cultura y la vida poltica ciudadana,
pues, la Historia lo abarca todo, [y] a l se lo consultaban todo;
confirindole la identidad que le convertira, en las ltimas dcadas del
XIX, en la figura ms representativa de la Universidad de Zaragoza73.
68. Manuel Lasala, Resea histrico-poltica del Antiguo Reino de Aragn, Zaragoza, Edizions de
lAstral, 1993 (edicin facsmil de la edicin de Zaragoza, Imp.y Libr. de Roque Gallifa, 1865); y Del
feudalismo y de los seores territoriales de Aragn, Revista General de Legislacin y Jurisprudencia,
tomos XIII a XVIII (1858-1867).
69. E. Ibarra, Estado actual de los estudios histricos en Aragn, p.33.
70. Ibdem, pp.33-34.
71. As lo calific E. Ibarra en Homenaje, p.1.
72. Natural de Alpartir, pueblo de la provincia de Zaragoza perteneciente al partido judicial
de La Almunia y prximo a Calatayud, naci el 26 de enero de 1833, en el seno de una familia de
propietarios rurales, y muri en Zaragoza el 10 de abril de 1905. La trayectoria acadmica de Pablo
Gil y Gil en la voz que le dedican I. Peir y G. Pasamar, Diccionario Akal de Historiadores Espaoles
Contemporneos, pp.297-298.
73. Los entrecomillados en J. Moneva, Don Pablo Gil y Gil, pp.111 y 105, respectivamente.
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Ignacio Peir Martn

Un personaje tpicamente decimonnico, el de catedrtico universitario de provincias, fue lo que quiso representar en la vida y, como tal,
hasta resulta natural que Eduardo Ibarra se sintiera ms ligado a este
to paterno, vecino de la calle Alfonso (viva en el 3. izquierda del
nmero 13), que a cualquier otro de sus profesores de Historia.
Lo que es ms, retrospectivamente resulta claro que el joven Ibarra
hall en l un mentor acadmico y un maestro amigo que, de alguna
manera, actu como trasunto fiel de la imagen del padre. Y justamente
porque, sin llegar a producirse la transferencia de sentimientos anunciada por Freud 74, muchas acciones de uno y muchas opiniones del
otro parecen dictadas por las convicciones del catedrtico y revelan la
influencia ejercida sobre su discpulo. La fuerza de Gil y Gil resida
en la inmediatez de la palabra. A travs de ella y en forma de rotundas
afirmaciones, proyectaba su naturaleza de libro de texto oral sobre el
auditorio atnito de estudiantes que tomaban apuntes de la asignatura
Historia crtica de Espaa.
Aplicado a su tarea de explicar con firmeza la genealoga histrica
del Estado nacional liberal y burgus, Pablo Gil le ense a utilizar la
erudicin provinciana para fundamentar y llenar de contenidos locales las
imgenes de la historia de Espaa75. Dictadas en claves ideolgicas las
lecciones dedicadas por Gil y Gil al antiguo Reino medieval aragons
le debieron de confirmar en la idea tan absolutamente extendida entre
los historiadores y los pblicos de las regiones de que los pasados de
sus localidades eran partes complementarias y nunca representaciones
alternativas y separadas, distintas o antagnicas, de la cultura nacional
espaola76. Y es que, cuantas veces pudo y, en cada una, lo ms que
pudo77, Pablo Gil fue un esforzado defensor de

74. Peter Gay, Freud. Una vida de nuestro tiempo, Barcelona, Ediciones Paids, 1989, p.57.
75. Frente a las opiniones que entienden la presencia o construccin de las identidades locales o
los provincialismos como un fenmeno de signo opuesto al proceso de creacin de la cultura nacional
espaola a lo largo del siglo XIX, Virginia Maza explic cmo, desde la aparicin del libro de Josep
Mara Fradera (Cultura nacional en una societat dividida. Patriotisme i cultura a Catalunya (1838-1868),
Barcelona, Curial, 1992), se estn desarrollando unas lneas de investigacin que, adems de plantear
la necesidad de profundizar en la historicidad de la identidad nacional espaola en el XIX, destacan
los nexos entre liberalismo, identidad regional y nacional, afirmando la importancia de lo local y la
construccin de las regiones en la aceptacin del nuevo marco nacional (El pasado de los territorios.
El recurso a las tradiciones institucionales territoriales en la legitimacin del Estado constitucional. La
obra de Braulio Foz, en Carlos Forcadell et alii (eds.), Usos de la historia y polticas de la memoria,
Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004, pp.228-230, notas 1-8).
76. Vase I. Peir, Los guardianes de la Historia. La historiografa acadmica de la Restauracin,
Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2006 (19961), pp.89 y 138-143.
77. J. Moneva, Don Pablo Gil y Gil, p.125.

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Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

ese pueblo que ya desde los primeros das de su aparicin en la Historia


se muestra como instrumento penetrado de su fin histrico, el primero
en Europa en perseverancia y valor, hasta hoy inquebrantable, y s solo
aherrojado por los excesos brutales de una fuerza extraa, pero adormecido por el peso de largos infortunios, ha seguido arrastrando una vida
lnguida, aislada, siendo por cierto digno de mejor suerte, pueblo en
suma, cuyo buen sentido y libertades polticas son aun en nuestros das
la admiracion del mundo78.

Un catedrtico que, ni dudaba en indignarse pblicamente al or


o leer que alguien llamaba Coronilla a la gloriosa Confederacin;
llamada, por antonomasia injusta, como lo son todas las antonomasias,
Monarqua Aragonesa! Coronaza!!!, deca con voz terrible 79. Ni
menos an, en utilizar las ideas popularizadas por Thierry, Guizot o
Savigni treinta aos antes, para reclamar, como parte de la memoria
propia de las clases medias, el papel histrico del llamado Tercer
Estado, porque:
Aragn se adelanta casi todos los pueblos de Europa en los resultados de esa lucha tenaz de las clases de la sociedad, que es por decirlo
as, la lucha del hombre con el hombre fin de rescatar su dignidad, tan
ultrajada en los pueblos antiguos.
Los Comunes son el primer elemento de las naciones; el movimiento
comunal que se manifiesta en Europa en el siglo XII, abre la era de las
nacionalidades; de ellos nace bien pronto el Tercer Estado, y el Tercer
Estado es toda la nacin menos algunos privilegiados80.

Ms adelante, Eduardo Ibarra se dara cuenta de que los sentimientos son una materia sospechosa para el profesional de la historia y que
solo puede emplear algunos detalles, seleccionados con mucho cuidado
y expresamente relacionados con sus categoras de trabajo, dado que
lo que importa es acercarse a la verdad 81. Pero en aquellos momentos

78. Pablo Gil y Gil, Las libertades polticas de Aragn fueron la causa principal de su grandeza
en la edad media. Discurso ledo el 31 de mayo de 1863, por el catedrtico de Historia Universal en
el acto solemne de su recibimiento en la Universidad de Oviedo, Oviedo, Imp.y Lit. de Brid, Regadera
y Comp., 1863, pp.8-9.
79. J. Moneva, Don Pablo Gil y Gil, p.125.
80. P. Gil, Las libertades polticas de Aragn, p.19. La Edad Media como una reivindicacin militante de la burguesa, divulgada por los historiadores franceses de la monarqua de Julio, en
Juan Jos Carreras, Edad Media, instrucciones de uso, en Encarna Nicols y Jos A. Gmez (coords.),
Miradas a la historia. Reflexiones historiogrficas en recuerdo de Miguel Rodrguez Llopis, Murcia,
Universidad de Murcia, 2004, pp.18-19.
81. Como explic Juan Jos Carreras, en un historiador lo grave no es aquello que resulta de
sus sentimientos, de su eleccin poltica personal, sino lo que se le impone como consecuencia de las
categoras con que trabaja (Categoras histricas y polticas: el caso de Weimar, Mientras Tanto, 44
(enero-febrero 1991), pp.99-110).
AFA-69

89

Ignacio Peir Martn

de su juventud no era capaz de ver tales dificultades. Despus de todo,


acomodados a los dictados de su corazn aragons y las convecciones
comunales, su profesor de Historia de Espaa le proporcion nuevos
objetos de admiracin al explicarle las razones histricas del proyecto
nacional como una sincdoque de su percepcin del mundo. Un mundo
cuya realidad, guiada por las impresiones del hombre de letras y las
ideas polticas del liberalismo conservador, presentaba un contraste
sumamente alentador con el moderantismo clerical y el tradicionalismo
que se respiraba en la casa familiar.

Final: el sentido del paisaje de los aragoneses


Sea como fuere, lo cierto es que en una poca donde lectura y
vida corran paralelas82, casi de inmediato el estudiante Eduardo Ibarra
entrara en el juego de la competencia literaria y, con el tiempo, tanto
los profesores como tambin la mayora de los poetas y publicistas
que constituyeron el amplio repertorio de colaboradores de la primera
Revista de Aragn, acabaron por ser compaeros de un viaje hacia la
lite de la inteligencia literaria regional. Por todo ello, existen motivos
para creerle y suponer que los ideales de regeneracin artstico-literaria
y legitimidad histrica aragonesa se grabaron en su conciencia desde
los tiempos de lector adolescente.
Y es que, cuando escriba esto en 1902, para el codirector de
la nueva Revista de Aragn se trataba de responder a las exigencias
del entorno de principios del siglo XX, estableciendo una continuidad
narrativa entre el pasado y el futuro de su actividad intelectual. Ms
precisamente, la asuncin a posteriori del legado especfico de la revista
nos ayuda a distinguir una caracterstica objetiva del itinerario seguido
por Ibarra hasta alcanzar su segunda naturaleza y convertirse en
lo que era a principios de siglo: un historiador profesional definido
originalmente por su posicin en el espacio de lo local que acepta la
herencia inevitable que le proporcion la comunidad de descendencia
aragonesa como una manera de inventar su propia libertad (su espacio
de libertad profesional, podramos decir)83. Y ello tanto ms cuanto
82. Robert Darnton, Historia de la lectura, en Peter Burke, Formas de hacer Historia, Madrid,
Alianza Universidad, 1993, p.179.
83. La caracterizacin de los escritores en relacin con la situacin que ocupan en el espacio
literario nacional y la invencin de su libertad, es decir, la forma que cada uno tiene de perpetuar,
transformar, rechazar, aumentar, negar, olvidar o traicionar su legado literario (y lingstico) nacional, en

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AFA-69

Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

que, reactualizado segn los criterios de la modernidad concreta del


presente contemporneo84, la percepcin temporal de este acervo regional
(genealgico y parental) le estaba suponiendo la consagracin de su
protagonismo en la vida zaragozana. As se comprende tanto la mscara
de seudnimos bajo la que no dudar en ocultar su personalidad de
intelectual pblico (Anacleto Rodrguez, Dr. Alqueces, Z o Paulino)
como sus constantes transmutaciones en periodista, literato, crtico o
terico que se sabe con la suficiente autoridad y poder para emitir,
por ejemplo, veredictos de legitimidad esttica y otorgar valores literarios. Esto sucedi con su texto, significativamente titulado Los nuevos
novelistas aragoneses, en el que descubrir esta imagen al presentar al
pblico nacional el nuevo paisaje de figuras aragonesas que formaba
la moderna literatura local que sigue cultivando preferentemente
el baturrismo estudio de los baturros, esto es, de los campesinos
aragoneses85. Tras describir las tramas pintorescas de las novelas y el
naturalismo sin pizca de idealismo o la seriedad de la raza de sus
autores (considerado un valor propio y una peculiaridad natural de la
comunidad regional)86, en las ltimas pginas del artculo reflexionaba
sobre las expectativas de futuro de una escuela provinciana cuyo desfase temporal y esttico con respecto a la cronologa literaria nacional
le resultaban tan evidentes como a los propios escritores87.
En cualquier caso, ni todo seran impresiones negativas, ni mucho
menos haba acabado el tiempo de los modernos hroes aragoneses.
El 12 de febrero de 1911, Joaqun Costa y Martnez fue incorporado
a la galera de varones ilustres construida durante el ltimo cuarto del
Diecinueve. Y, una vez ms, Eduardo Ibarra fue un testigo privilegiado
de la ceremonia de las cenizas ilustres y consagracin comunitaria de
un personaje de quien haba odo hablar desde nio. Tanto en su casa

Pascale Casanova, La Repblica mundial de las Letras, Barcelona, Editorial Anagrama, 2001, pp.62-66.
Y una nota acerca de los espacios de libertad disciplinar de los historiadores en mi libro, Historiadores
en Espaa. Historia de la Historia y memoria de la profesin, Zaragoza, Prensas Universitarias, 2013,
p. 143, nota 63.
84. Sobre las premisas de la modernidad del grupo de burgueses aragoneses de principios de siglo
y la relacin metonmica que establecen entre el moderno Aragn y la moderna cultura, vase Jos
Luis Calvo Carilla, El modernismo literario en Aragn, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico,
1989, pp. 76-77.
85. Eduardo Ibarra, Los nuevos novelistas aragoneses, Helios, XIV (1904), p. 41.
86. Ibdem, pp.52-53.
87. Ibdem, pp. 53-54. Sobre la relacin entre modernidad y los diferentes tiempos literarios,
vase P. Casanova, La Repblica mundial de las letras, pp. 122-142. La contextualizacin literaria de
los novelistas aragoneses a los que se refiere Ibarra, en Jos-Carlos Mainer, La invencin esttica
de las periferias, pp.30-32; y Jos Luis Calvo Carilla, El modernismo literario en Aragn, y los captulos
centrales de su libro Escritores aragoneses de los siglos XIX y XX, pp.123-237.
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91

Ignacio Peir Martn

como en la Universidad, haba escuchado los comentarios de sus obras


y de su avasalladora existencia incluida la vehemente historia de sus
fracasos universitarios88. Pronto tuvo la ocasin de cultivar su amistad,
de disfrutar con sus trabajos que partan del Derecho para llegar a la
historia, la antropologa o la sociologa, y recibir la influencia de su
agrarismo y populismo poltico. Y poco a poco percibi la transformacin
del Len de Graus en una representacin viva del tipo de los individuos
heroicos a quienes era posible imitar. Despus de todo, se trataba de
un intenso luchador nacido en las tierras altas aragonesas, admirador
de Franklin, de Emerson y de Carlyle, de Julio Verne y Goethe. Un
personaje orgulloso de su patria chica cuyas imgenes construy desde
la claridad de su propio ser, mientras de manera incansable, recorra
con su mirada el solar ribagorzano.
Por lo dems, exista el convencimiento de que Joaqun Costa posea
el espritu eminentemente apostlico y profeta de los que entienden
la existencia en tanto que agona, en tanto que lucha constante por ser
y progresar. Y ni siguiera sus detractores ms acrrimos cuestionaban
que era un sabio virtuoso al cual solo le importaba el studium en s,
el viejo afn latino por aprender algo, sin distincin de disciplina
alguna y que entenda la interminable tarea del conocimiento []
como placer y como maldicin, pero al cabo ah es donde el autor de
La vida del derecho se sentir a gusto hasta el resto de sus das 89.
Una figura eminente que tras experimentar el sacrificio y la enfermedad, los fracasos personales, el rechazo universitario y las decepciones
polticas, se haba tallado a s mismo con la madera de los hroes de
la negacin. Sin llegar a adoptar la lgica de los anti-hroes, lo hizo
tomando distancia respecto al gran hombre real, humanista y cvico
(a la manera de Voltaire o de Benjamin Constant)90. Para hacerlo as,
se situ en el plano de quienes, alejados del disimulo, del necio narcisismo y del deseo de la reputacin (de inspiracin gracianesca) 91, se
identifican con las acciones patriticas que realizan, con las batallas

88. Vase I. Peir, Luces de la Historia. Estudios de historiografa aragonesa, pp.15-121. Diferentes aproximaciones a su vida y su obra en las distintas colaboraciones reunidas en el libro editado
por I. Peir, Joaqun Costa. El fabricante de ideas. Memoria de un centenario, Zaragoza, Institucin
Fernando el Catlico, 2012.
89. Los entrecomillados en Juan Carlos Ara Torralba, La minuta de un proyecto vital. Introduccin a J. Costa, Memorias, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza Institucin Fernando
el Catlico, 2011, p.XXX.
90. Vase D. Fabre, Latelier des hros, en P. Centlivres, D. Fabre y F. Zonabend (dirs.), La
fabrique des hros, pp.238-241 y 261-265.
91. Ibdem, p.235. La reputacin en Gracin en A. Egido, Estudio preliminar a Baltasar Gracin, El Hroe, p.LXVIII.

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AFA-69

Paisaje con figuras de la tierra aragonesa

civiles que emprenden y con la implacable observancia de las reglas


de sus particulares cdigos de comportamiento. Y todo eso, desde un
sentimiento de la vanidad de todo (de desesperacin, de derrota y de
muerte) 92. No fue un hombre prctico y, menos an, sera un hroe
discreto.
Treinta y tres aos despus de haber asistido al entierro de Jernimo Borao, el ahora respetado catedrtico de Historia Universal
moderna y contempornea Eduardo Ibarra tuvo la ocasin de contemplar
desde el balcn de su casa en el piso 3. del nmero 10 de la calle
Alfonso, la inmensa manifestacin de duelo del pueblo zaragozano por
el fallecimiento de Joaqun Costa (recogida en la instantnea tomada
por el fotgrafo Luis Gand Mercadal)93. El cadver del gran tribuno
comenzaba a diluirse como celebridad conforme su fretro avanzaba
por las calles de la capital del Ebro hasta el cementerio de Torrero. Y
entre tantas lgrimas, su naturaleza humana dignificada por la muerte
se fue impregnando de las virtudes fraternales que otorga el sentido
del paisaje de los aragoneses (que han llevado en su alma, hasta la
muerte, la esencia de esa tierra, de ese paisaje y de esa raza, escribi
Azorn con palabras de la poca)94. Una metamorfosis que los discursos
del presente, la fama y la posteridad conmemorativa le haran resucitar
en una multiplicidad de representaciones heroicas.
De manera inmediata se desencaden la Primera Guerra Mundial y el gobierno del conservador Dato declar la neutralidad de la
Monarqua espaola. En las siguientes dos dcadas, la catstrofe blica
de las naciones en guerra europeas convirti la experiencia de la
pena y la prctica masiva del luto en dos aspectos fundamentales para
el renacimiento del culto poltico a los muertos, la renovacin de
la fbrica de los hroes-soldados y el auge del sentimiento nacional
(el pro patria e mori de Kantorowicz) 95. Mientras tanto, en Espaa
92. Recojo la idea de Italo Calvino, Hemingway y nosotros, en Porqu leer los clsicos, Barcelona, Tusquets, 1992, p.229.
93. La fotografa de Gand y la razones de los otros que convirtieron a Costa en una personalidad
inalcanzable, en I. Peir (dir.), Joaqun Costa. El fabricante de ideas, catlogo de la exposicin celebrada en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Del 22 de marzo al 5 de junio de 2011, Zaragoza,
Gobierno de Aragn-Direccin General de Cultura, 2011, pp.210-304.
94. Azorn, En tierra aragonesa, ABC (viernes, 10 de febrero de 1911), p. 5, reproducido en
I.Peir, Perfiles, memoria e historia de Joaqun Costa. Una seleccin, en I. Peir (ed.), Joaqun Costa.
El fabricante de ideas. Memoria de un centenario, p.146.
95. De la abundante bibliografa sobre el tema, vase Jay Winter, Sites of memory, sites of mourning. The Great War in European cultural history, New York, Cambridge University Press, 1995; y las
pginas que dedican Antoine Prost y Jay Winter a la historiografa cultural, la religin y el duelo, el
sentimiento nacional y la memoria de la guerra, en Penser la Gran Guerre. Un essai dhistoriographie,
Paris, ditions du Seuil, 2004, pp.42-50, 227-233 y 241-245. Para la utilizacin nacionalista del culto
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Ignacio Peir Martn

las polticas de heroizacin mantuvieron los parmetros decimonnicos que encontraban su vivero fundamental en los prohombres de
la poltica, las glorias literarias y, como mucho, en los mrtires de la
religin y la patria centenarios (la Guerra de la Independencia)96. Es
decir, aparentemente, todo segua igual. Y, de ese modo, los lugares de
la memoria ciudadana de la capital aragonesa se siguieron poblando
con las figuras de los literatos, los artistas y los sabios (Mariano de
Cavia, Santiago Ramn y Cajal, Marcos Zapata, Eusebio Blasco o
Goya). Pero, como sabemos, solo era una apariencia. Las cosas de
la iconologa y la sensibilidad poltica estaban cambiando a marchas
forzadas97. En los aos treinta, el paisaje con figuras de la tierra aragonesa comenz a resquebrajarse ante los embates de los hombres sin
cualidades que reclamaban su protagonismo en el nuevo horizonte de
expectativas de la sociedad y la cultura nacional espaola. Luego vino
la guerra de 1936-1939 y la poltica oficial de la memoria franquista
neg el recuerdo de aquellos hombres, eludi el pasado liberal y, sin
alternativa, ech al olvido la democracia.

poltico a los muertos y cmo, con sus peculiaridades, servir de motivo para la estatuaria pblica en
los diferentes Estados nacionales, vase el captulo firmado por Michael Jeismann y Rolf Westheider,
Wofr stirbt der Brger? Nationaler Totenkult und Staatsbrgertum in Deutschland und Frankreich
seit der Franzsischen Revolution, en Reinhart Koselleck y Michael Jeismann (Hrsg.), Der politische
Totenkult. Kriegerdenkmler in der Moderne, Mnchen, Wilhelm Fink Verlag, 1994, pp.23-50; y Reinhart
Koselleck, Modernidad, culto a la muerte y memoria nacional, Madrid, Centro de Estudios Polticos y
Constitucionales, 2011, pp.65-101 y 103-128.
96. Vase I. Peir, La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008).
Un estudio sobre las polticas del pasado, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2008.
97. Vase Faustino Oncina, Introduccin, a R. Koselleck, Modernidad, culto a la muerte y
memoria nacional, pp.XXIII-XXVIII.

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AFA-69

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 95-115, ISSN: 0210-5624

Eduardo Valdivia y el paisaje aragons


Jess Rubio Jimnez
Universidad de Zaragoza

Resumen: En este estudio se analizan las obras narrativas del escritor aragons
Eduardo Valdivia (1929-1972) donde el paisaje aragons adquiere una especial
relevancia. Sobre todo las colecciones de cuentos Las cuatro estaciones (1967),
Cuentos de navidad (1968) y la novela Arre, Moiss!
Familiarizado desde nio con este paisaje, Valdivia lo describe prestando
atencin a los seres minsculos que lo pueblan, a los cambios que experimenta
con los cambios estacionales, pero sobre todo como morada difcil para los hombres por su dureza y por la devastacin creada por la guerra. Una visin entre
testimonial y lrica.
Palabras clave: Aragn, paisaje, narrativa aragonesa, Eduardo Valdivia.
Abstract: In this article the narrative work of the aragonese writer Eduardo
Valdivia (1929-1972) is analyzed. Aragonese landscape acquires great relevance
on it, specially in the story collection Las cuatro estaciones (1967), Cuentos de
navidad (1968) and the novel Arre, Moiss!
Being familiar with this scenery since he was a child, Valdivia describes it
focusing on the minuscule livings that inhabit it, and the shifts they experiment
with the change of season. It is however the main theme his vision of the land as
a harsh abode for men due to its stiffness and the devastation inflicted by the war,
a vision in between testimonial and lyric.
Key words: Aragn, landscape, Aragonese Narrative literature, Eduardo
Valdivia.

Eduardo Valdivia Snchez (1929-1972), aunque naci el 10 de


diciembre de 1929 en cija (Sevilla), donde su padre estaba destinado,
siempre se sinti aragons porque tras vivir algunos aos de su infancia
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jess rubio jimnez

en Salamanca realiz sus estudios universitarios en Zaragoza, licencindose en Historia y Geografa en 1953 y posteriormente en Derecho.
Fueron aos decisivos en su formacin como escritor, participando
en la tertulia del caf Nik, sede de la O.P.I. Oficina Potica Internacional, fundada y comandada por Miguel Labordeta. No voy aqu a
referirme a aquel grupo de poetas, narradores y artistas plsticos que
cuenta ya con bibliografa propia, sino a sus escritos narrativos y en
particular al tratamiento del paisaje aragons en ellos. No est de ms
recordar, con todo, que impuls con Julio Antonio Gmez la Editorial
Javalambre, que public el primer lbum-homenaje ofrecido a Miguel
Labordeta tras su fallecimiento en 1969, edit su ltimo libro, Los soliloquios (1969) y el primer intento de sus Obras completas en 19721.
Como tantos otros, Valdivia comenz escribiendo cuentos y pequeos dramas, que dieron a conocer revistas institucionales como El
Pilar y las promovidas en el entorno de Miguel Labordeta (Orejudn,
Samprasarana), antes de ser recogidos en volmenes como El espantapjaros y otros cuentos (1960) y en Ediciones Javalambre, conocida sobre todo por su coleccin de poesa Fuendetodos, una de las
colecciones poticas ms cuidadas de aquellos aos. All aparecieron
los primeros volmenes que interesan para nuestro tema: Las cuatro
estaciones (1967), Cuentos de navidad (1968).
Entretanto trataba de abrirse camino profesionalmente y lo hallamos
como profesor interino en el instituto de Calatayud en 1957, trabajando
como abogado o en academias zaragozanas hasta que en 1960 gan
plaza de profesor adjunto numerario de enseanza media de Geografa e
Historia, siendo destinado a Ceuta. Al ao siguiente, obtuvo la ctedra
de la misma materia en Teruel donde pas algunos aos ocupando tambin diferentes cargos: miembro de la Junta de Informacin y Turismo,
de la Comisin Provincial de Monumentos, de la seccin de Historia
del Instituto de Estudios Turolenses, etc. A finales de aquella dcada,
sin embargo, solicit traslado a Tenerife y poco despus a Soria en
cuyo Instituto Castilla ejerci un breve tiempo ya que falleci en 1972,
cuando acababa de quedar finalista en el premio Alfaguara de novela
de 1971 con Arre, Moiss!, que apareci ya pstuma2.

1. lbum-homenaje a Miguel Labordeta (1969). Separata de la coleccin Fuendetodos. Se editaron 100 ejemplares numerados, que fueron repartidos entre los amigos de Miguel Labordeta. Eduardo
Valdivia public all su monlogo La puerta, perteneciente a Los dramas azules donde aparece titulado
como Los muros blancos.
2. Eduardo Valdivia (1972). Vase ahora, Arre, Moiss! (2003).

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Eduardo Valdivia y el paisaje aragons

Inditas quedaron varias novelas, algunas colecciones de cuentos,


entre otras su obra ms ambiciosa, Noches de velatorio, organizada al
modo de un moderno decamern. Y sus trabajos de historiador sobre
el mudjar de Teruel, una recopilacin de leyendas y una inacabada
tesis doctoral sobre la narrativa de Po Baroja (El tiempo en la obra
de Po Baroja)3.
En ningn momento abandon la escritura siendo tambin lector
constante de autores como Unamuno, Azorn o Baroja, modelo este de
sus relatos sobre personajes insignificantes, Azorn de su atencin al
paisaje o Unamuno en las preocupaciones filosficas de sus personajes
novelescos. Pero lea tambin narradores de otras literaturas como el
norteamericano William Saroyan, de gran predicamento en aquellos
aos, o el inigualable cuentista ruso Anton Chejov cuyos cuentos frecuentaba una y otra vez.
De sus contemporneos espaoles, adems de sus compaeros
de viaje, mostr preferencia por Cela, Aldecoa, Delibes, Casona y
sobre todo por Antonio Buero Vallejo, a quien le une la eleccin como
protagonistas para sus obras de seres humildes, con frecuencia con
defectos fsicos, pero con gran riqueza interior.
Aunque hoy en las libreras lo nico que se puede encontrar es su
novela Arre, Moiss!, quienes le conocieron recuerdan sobre todo a
Eduardo Valdivia por su estruendosa jovialidad y como autor de cuentos,
alguno de los cuales alcanz cierta popularidad, como El pisador de
sombras, filmado en un brillante corto por Jos Luis Pomarn.
Valdivia fue ante todo autor de cuentos. Hasta 160 pude inventariar
en 1976 entre publicados e inditos. Valdivia arrancaba del cuento de
tradicin oral en un intento de romper la barrera formada entre los
lectores y el autor, exigiendo que el cuento pudiera ser contado
y por tanto que mantuviera vivas las marcas de la oralidad (Valdivia,
1969: 245). Reclamaba tambin la colaboracin del lector:
El lector debe cooperar con el escritor, imaginar lo que se le va
diciendo, hasta conseguir penetrar en el ambiente o, mejor, crear l mismo
el ambiente propio a base de las sugerencias del escritor y distinto al
imaginado por ste. En una novela el esfuerzo es nico, al principio de
la lectura, luego una de dos: o se aburre y deja la obra, o se abandona
a la inercia para que la pluma del escritor tire de l. Pero un libro de

3. De todo ello di cuenta en mi tesis de licenciatura, Estudios sobre Eduardo Valdivia, Universidad
de Zaragoza, 1976. Indita.
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jess rubio jimnez

cuentos exige un esfuerzo en cada uno de ellos, lo que es pedir demasiado


al lector medio. El hombre est perdiendo la imaginacin. El cine y la
televisin le dan a diario una visin real plstica, sin esfuerzo imaginativo por su parte. No tiene que crear un paisaje en su mente, lo ve en la
pantalla y lo mismo puede decirse de una carga de caballera, un beso
o una pualada.
[] La palabra que encierra mucho ms que un simple concepto y
permite a quien la escucha vestirlo a su modo, con el ropaje ms acomodo
a sus gustos, est perdiendo se valor, y por este camino la lengua viva
llegar a ser una clave para entendernos, pero carecer de su particular
belleza. Lo mismo dar emplear el esperanto a hablar por seas. Nada
importante podremos decir (Valdivia, 1969: 243).

Hoy en parte los planteamientos cuentsticos van por otro lado,


pero entonces se valoraba esta voluntad de mantener viva la oralidad y la imaginacin como elementos interesantes. Para Valdivia era
imprescindible enriquecer la visin de lo real con una buena dosis
de fantasa. Refutaba el realismo fotogrfico y buscaba un realismo
integrador:
El campo propio de la literatura es precisamente el imaginativo
y ahora, ms que a reproducir, me refiero a crear paisajes, ambientes,
personajes, escenas y tramas. Debe moverse el escritor, no contra la
ciencia, sino al margen de ella, cuyos avances podrn servirle como
punto de partida de la misma manera que alguna fantasa, observacin
o intuicin literaria ha sido objeto de investigacin por parte de los
cientficos (Valdivia, sin fecha: 7).

Y aada:
No estoy divorciado de la realidad, pero selecciono a mi gusto.
Tomo de la vida los personajes que quiero y desprecio olmpicamente
los que no me ofrecen inters. Hecha la seleccin, los hago aparecer en
un ambiente que me agrade, por lo que supongo, con razn o sin ella,
que tambin agradar a los lectores. Una vez nacidos, los abandono para
que se muevan a su aire. Que el resultado sea una pirueta burlesca, una
aventura estrambtica, un sueo macabro, un idilio sentimental o cualquier otra cosa es algo que no me preocupa. All ellos! Yo me limito a
seguirlos por donde quieran (Valdivia, sin fecha: 7).

Parta de la realidad cotidiana y cercana contemplada, eso s, con


imaginacin, que le llevaba a descubrir lo imprevisible y lo ilgico
que encierra la vida (Valdivia, sin fecha: 9-10). Consideraba fundamental que sus lectores aadieran tambin sus fantasas. Los relatos
y el gusto por escucharlos quita monotona a la vida, la ampla y la
enriquece y no es extrao por ello, que sus propios personajes en las
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Eduardo Valdivia y el paisaje aragons

narraciones extensas propendan tambin a contar casos y cosas apenas


pueden. El elemento ms comn que tienen los protagonistas de El
espantapjaros y otros cuentos es que todos sus vulgares personajes
tienen la mana de pensar que son distintos a los otros y se refugian
en sus peculiares mundos para compensar las carencias de la vida
cotidiana. El pisador de sombras, pongo por caso, lo protagoniza el
Gafas, un mendigo que se dedica a pisar la sombra de los que pasan
hasta que choca con un seorn que lo abofetea, pero no renuncia a
su sueo.
O el punto de partida puede ser una situacin de por s extravagante como sucede en sus inditas Noches de velatorio donde un grupo
de personajes crean la Sociedad del Dolor Humano, que se reunir a
velar difuntos pasando la noche contando historias, lo que da lugar
a una coleccin de cien cuentos narrados en sucesivos velatorios. Un
moderno y peculiar Decamern.
Eduardo Valdivia era un gran creador de situaciones ingeniosas,
que se encadenaban llegando a alcanzar proporciones absurdas, que
despus se resolvan con habilidad. Un buen ejemplo es el relato El
ilustrsimo seor: durante su velatorio, tras una irnica glosa de su
brillante carrera cuyo principal mrito fue ser experto lector del BOE,
una cuada, mirndolo amortajado, se da cuenta de que tiene la bragueta abierta; al intentar cerrrsela, aprovechando un momento en que
se queda a solas con l, es vista por la viuda que reacciona airada y se
crea un malentendido que no har sino crecer con nuevas situaciones.
Ahora es la viuda quien repite la accin y al ser descubierta suscita
los comentarios de dos caballeros. Luego es un cura quien advierte
extraado la situacin, etc., hasta que todo se resuelve con un ramo
de claveles:
Alguien con clara inteligencia repar el dao, colocando un ramo
de claveles blancos en la abertura, que pareca de perlas para servir de
tiesto.
Y con ello se arregl todo, y el Ilustrsimo Seor baj a la tierra
con un adorno inesperado, un honor que haca juego con la elegancia de
su condecoracin y su banda de concejal.
Un premio pstumo y justo a la grandeza de su alma4.

Sin embargo, para el asunto que aqu importa el paisaje los


cuentos no son de lo ms propicio por su oralidad poco apropiada

4. Eduardo Valdivia, El Ilustrsimo Seor, copia mecanografiada.


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jess rubio jimnez

para la descripcin morosa. Ms bien, el cuento es apropiado para la


pincelada rpida.
Una de las colecciones que public, sin embargo, rompe esta tnica,
Las cuatro estaciones (1967), libro de larga gestacin, reescrito varias
veces y que agrupa cuatro relatos precedidos de un Prlogo donde
evoca un Aragn arcdico roto por la civilizacin y por la insensibilidad de los hombres. Es un libro cuyo protagonista fundamental es
la estepa del centro de Aragn seca y asolada durante el verano, de
inviernos fros y tristes, donde apenas re la primavera y donde escasamente humedecen el aire las nubes otoales. Un espacio maldito en
cierto modo:
Son estriles labrantos para hombres duros como la vida misma.
Hombres que miran al cielo y esperan casi siempre en vano; hombres
resignados con la suerte, porque ignoran la causa de su desdicha y han
perdido hasta el recuerdo de otras pocas de mayor ventura. Pero son
los hijos de los hijos de otros hombres, que tal vez si pudiesen hablar,
contaran el origen de tanta miseria (Valdivia, 1967: 11).

El libro fue el resultado de su contacto con el mundo rural aragons,


particularmente durante sus aos de profesor en Teruel, y consciente
como historiador y como gegrafo de los profundos cambios que estaba
experimentado en los aos sesenta con la transformacin del mundo rural
y el desmantelamiento de la agricultura tradicional, con ecos, adems,
todava de la guerra civil. Y operando en su memoria relatos familiares
que le cont su padre sobre aos de terribles sequas en aquellos lugares
segn se recuerda en la presentacin editorial del libro:
LAS CUATRO ESTACIONES forman un conjunto de narraciones cuyo
principal personaje es el campo, en particular los secanos aragoneses del
sur de Huesca, en la poca inmediatamente anterior a la llegada de los
canales. La sequa, la lucha contra la adversidad y la fuerza de sus personajes, nos presentan un mundo alucinante de estas tierras agostadas y
sedientas, donde los hombres, en lucha constante con la vida, se debaten
en un esfuerzo titnico por subsistir5.

El primer relato, El fruto del hombre, dividido en doce pequeos


captulos, comienza describiendo la estepa aragonesa por donde se
mueve un grupo de hombres y una mujer, camino de la ciudad, donde
vendern sus mulas y harn abortar a la mujer contra su voluntad. La

5. En las solapas de la edicin firmado por Javier Climent, director de Ediciones Javalambre. Es
un seudnimo que oculta al propio Eduardo Valdivia.

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mujer, en un acto de rebelda contra su destino, tira de las riendas de


su mula y se vuelve hacia el pueblo con la mala fortuna de que acaba
despendose.
En el segundo relato, La defensa del caballo muerto, se cuenta
la defensa que un muchacho hace de su caballo muerto, arrojado al
fondo de un barranco, de los buitres que acuden a devorarlo.
El ltimo viaje narra el viaje de un viejo coche funerario a las
trincheras para recoger el cadver de un soldado. Al llegar, se comprueba que el soldado est vivo y que el telegrama estaba equivocado.
Sin embargo, el coche cumplir con su cometido, ya que en un ataque
de esa misma noche, muere el joven soldado.
Finalmente, en Bajo las estrellas, un hombre y sus hijos cruzan
en plena noche la estepa aragonesa con un carro de lea robada. En
un descuido, vuelca el carro atrapando el padre que morir abrasado,
cuando al hacer fuego para calentarse mientras llega alguna ayuda, se
incendia toda la carga.
Cada uno de los relatos est situado en una estacin del ao,
desde la primavera al invierno y cada relato se construye a partir de
una oposicin fundamental: vida/muerte. La fatalidad preside las vidas
de estos seres, que se esfuerzan por vivir a pesar de todo: Vivir es el
anhelo de todos los seres y el amor a la vida es grande entre todos los
seres (Valdivia, 1967: 29).
El deseo de vivir y no destruir la vida que lleva en sus entraas
impulsa a la mujer del primer relato a volver las riendas; la negativa a
aceptar la muerte de su caballo enardece a Andrs en su enfrentamiento
contra los buitres; la lucha por la vida anima al hombre y a sus hijos
mientras atraviesan la estepa: el hombre luchador se arriesga siempre
(Valdivia, 1967: 107). O en otro momento: La vida es solo vida para
los hombres de verdad (Valdivia, 1967: 109). Incluso atrapado por
las ruedas del carro sigue insistiendo: Hay que seguir el camino,
siempre, siempre! (Valdivia, 1967: 115).
La muerte hace intiles con su presencia fatal todos estos esfuerzos. Se hace patente sobre todo en el tercer relato en el que la guerra
invierte por completo el orden natural: un coche funerario va hacia
las trincheras a por un cadver su conductor es paradjicamente un
hombre que vive de la muerte. La tierra, en lugar de dar frutos, sirve
para excavar trincheras. La tragedia desencadenada por el hombre lo
supera y lo aterra. Por el cielo pasan nubes Si llueve, lo pasarn mal
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los soldados, mientras que en el primer relato era la nica esperanza


de evitar la emigracin del secano:
Nubes blancas, culpables de su desdicha, porque no haban trado
la lluvia, porque no haban regado la tierra y esta no daba sus frutos y
los hombres pasaran hambre un ao entero (Valdivia, 1967: 24).

Otra dualidad se va haciendo evidente, la contraposicin entre el


campo y la ciudad, entre la naturaleza y la civilizacin. Los cuatro
relatos se originan en buena parte por la destruccin del orden natural
cclico de la vida, que en caso de Aragn habra creado un espacio
lleno de rboles donde los animales vivan libres y se sucedan con
calma las estaciones. Un territorio arcdico. La mano del hombre no
es respetuosa con la armona natural y como anticipa el escritor en el
Prlogo, all:
Todo era natural y sencillo, segua un plan perfecto. Hasta que
lleg el hombre.
Lleg para luchar con la naturaleza y dominarla; para poner en
esclavitud los animales; para talar los rboles, quemar sus troncos y
destruir cuanto hubiera a su alcance. Entonces cant su victoria y se
admir a s mismo, pues el orgullo le impeda comprender el resultado
verdadero de su obra.
La tierra estaba indefensa contra el sol del verano y el hielo invernal;
las nubes de la lluvia se alejaron; el suelo desnudo se deshizo en polvo
y el color verde de la vida fue sustituido por el amarillo, por el terroso,
por el color ceniza de la muerte.
El hombre con todo su poder, haba logrado un desierto (Valdivia,
1967: 12).

Hay en Valdivia una vena utpica no solo en este libro sino en su


obra en general, una necesidad de volver a la naturaleza y a sus ciclos.
Una apelacin a que las insuficiencias de la vida cotidiana sean suplidas
con la imaginacin y la ensoacin. Podramos extractar numerosos
prrafos de estos cuatro relatos y el resultado sera una descripcin
cuidadosa del devenir temporal en la estepa aragonesa durante las
cuatro estaciones. Apenas unos fragmentos. Primavera:
Tras una madrugada fresca, ya el sol calentaba el aire y su temperatura tibia anunciaba que la primavera haba llegado a la estepa.
[] La estepa era inmensa, desolada, de colores de secano; desde el
gris blanquecino del polvo, al verde oscuro y sucio de las aliagas, pasando
por toda una gama de pardos. La primavera produce tonos tristes en estas
comarcas sin lluvia, en esta zona donde los hombres imploran y trabajan,

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Eduardo Valdivia y el paisaje aragons

para esperar todo el ao unas nubes que pasarn de largo, sin acordarse
de que los hombres de la estepa tambin necesitan el pan.
El trigal no nacido, negaba su tonalidad verde a las oscuras tierras
de labor y la sucesin de campos era de una monotona desoladora.
En algn rincn, de cuando en cuando surga una florecilla blanca,
nacida por un milagro de la primavera, sin que nadie hubiese podido
decir de dnde tomaba la savia para sus vidas. Solamente en polvo era
fecunda esta llanada, que la recua iba dejando atrs en su camino hacia
la sierra; pasada esta, entraran en las comarcas ricas de la huerta y all,
la capital les esperaba (Valdivia, 1967: 16-17).

Despus:
El sendero que ascenda a la sierra era tortuoso y angosto. Los
animales resoplaban con frecuencia. De trecho en trecho deban descabalgar algunos hombres para extremar las precauciones, pues un mal
paso podra ocasionar una catstrofe.
El aire era ms puro, pero el suelo verdeaba. Aqu, la humedad
mayor del invierno haca brotar tmidamente la hierba, aumentaba el
nmero de florecillas blancas, aparecan otras coloreadas como las alas
de las mariposas que revoloteaban al paso de la recua; margaritas y
campnulas iban siendo abundantes y la ontina amarilla coronaba sus
ramas, mientras verdecan entre sus flores rosadas los botones de los
almendros silvestres.
El camino era empinado y pedregoso. Junto a l se hundan profundos barrancos, excavados por las aguas torrenciales de las tormentas,
en cuyo fondo seco aumentaba la frescura y la vegetacin. A veces,
las laderas estaban cubiertas de pinos; otras, sin rboles, lucan al sol
el rojo de las amapolas que pareca un ro de sangre que se despease
(Valdivia, 1967: 19).

El paisaje se carga de dramatismo y el narrador se mete dentro


del marido de la mujer a quien llevan a abortar. Los recuerdos tristes
y la evocacin de la guerra civil se hacen patentes:
El rojo de las amapolas le record el color de la sangre, y sangre
recuerda siempre el rojo a los hijos del secano. Aos atrs, aquellas
lomas se haban ensangrentado en una guerra. Hijos como el suyo, pero
ya hombres, haban entregado sus vidas a cambio de ideales que no
podran ya realizar nunca.
All haba muerto su hermano mayor, a quien apenas recordaba,
mozo fuerte que fue la esperanza de su padre. All haba quedado con el
vientre abierto por una bayoneta y los ojos tambin abiertos, mirando
el cielo, sin que le importase ya si las nubes blancas que pasaban por l,
descargaran o no la lluvia (Valdivia, 1967: 21).
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El clima es trgico, de tragedia rural lorquiana. Y no est de ms


evocar a Yerma, pero aqu llevada a la paradoja: la mujer fecunda no
puede cumplir su misin reproductora por la hostilidad del medio fsico,
reforzado por el medio social. El narrador se mete en los captulos
siguientes en la protagonista y con ella va describiendo el paisaje por
el que avanzan. Y como el modesto campo revive y se agarra a la vida,
tambin ella lo hace intentado volver atrs hacia su pueblo, hacia la
estepa, hacia la vida (Valdivia, 1967: 33).
El verano es el teln de fondo de La defensa del caballo muerto.
De maana, Andrs se dirige al barranco donde ha sido arrojado el
caballo muerto:
El sol iniciaba su ascenso y amagaba un da abrasador de verano; el
verano que haba secado el monte y granado antes de tiempo las espigas,
que una primavera estril apenas hizo brotar.
El pueblo estaba ya distante, el camino pareca no tener fin, a
su alrededor, ni un rbol ofreca sombra en aquellas tierras agostadas.
Ontinas polvorientas y alguna mata de aliaga eran las nicas plantas que
se destacaban del suelo.
Lejos, de cuando en cuando, haca su aparicin la vid y los campos
de labor, que en su mayor parte, como tantos aos, quedaran sin segar
por falta de mies.
Mir el cielo sin nubes y adivin que el sol iba a ser su mayor
enemigo: ni una brizna de viento suavizaba el calor estival. Solamente
al norte, sobre Guara, una neblina, tenue, envolva las cumbres y se
estremeci al mirarla, porque detrs de Guara estaba el Pirineo y de all
precisamente saldran los buitres para ensaarse con su pobre caballo
indefenso (Valdivia, 1967: 43).

Una vez en el barranco, el narrador describe este con minucia


metindose en el personaje. A la descripcin general del capitulillo
tercero siguen otras donde cobran relevancia pequeos seres que viven
en ese lugar apartado donde vive su singular experiencia inicitica de
pasar de la inocencia a la experiencia: su lucha con los buitres en los
ltimos captulos y su derrota comprendida y asimilada son la de un
guerrero batallador por su ideal, que acaba vencido pero no derrotado.
Las anotaciones del devenir de la vida en el barranco segn las horas
da lugar a descripciones impresionistas:
Una lagartija gris pas muy cerca. Llevaba la cabeza erguida. Sacaba
y meta la lengua con rapidez mientras se detuvo un momento vigilando
al muchacho (Valdivia, 1967: 49).

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Eduardo Valdivia y el paisaje aragons

Pasaban las horas con lentitud y el sol, poco a poco, fue descendiendo. Disminuy el calor. Por dos veces una mariposa blanca revolote
muy cerca de Andrs. Un pjaro pardo, una cardelina, se pos a corta
distancia. Dos pjaros verdes, dos abejarucos, juguetearon entre las paredes de can (Valdivia, 1967: 50).

Tras pasar la noche en el barranco, al despertar vuelve a ir descubriendo los elementos que conforman el austero paisaje:
Las estrellas desaparecieron, sumergidas en el profundo lago del
cielo. La claridad del horizonte fue tomando tonos amarillentos, luego
anaranjados, ms tarde rojizos y finalmente despunt el da.
Al instante un nmero infinito de cigarras rompi a cantar entre la
hierba seca y empez la vida como por encanto.
Y otra vez la cardelina estuvo picoteando el suelo muy cerca y de
nuevo los abejarucos lucieron sus plumas con los primeros rayos del sol
y la mariposa blanca revolote juguetona (Valdivia, 1967: 52).

La leccin de Valdivia en su personaje es la de siempre. El triunfo


en la derrota porque Andrs acaba comprendiendo que quien defiende
un ideal muerto, un amor muerto o un caballo muerto, es destrozado
por todos los buitres de la tierra (Valdivia, 1967: 71).
En El ltimo viaje, el otoo, la estacin de los frutos, el orden
natural es presentado de tal manera pervertido que en lugar de estos,
la cosecha son los hombres muertos por la guerra. El viaje a travs del
paisaje otoal es una contemplacin reflexiva de las vias donde se
pudren los racimos sin ser cosechados, comidos por los perros (captulo III). El otoo es tambin el tiempo de la duda y de la esperanza,
cuando el labrador siembra, pero todo est sometido a la incertidumbre
de la lluvia (captulo V). Es un relato inferior a los anteriores desde
el punto de vista que aqu importa. No se nos da el paisaje interiorizado por los personajes, sino que el narrador se permite demasiadas
digresiones reflexivas. La presentacin del paisaje corresponde ms
a este dominio que a su vivencia por los personajes como sucede en
el captulo VII, perfectamente prescindible en la dinmica del relato,
aunque sea una atractiva descripcin de cmo cambia la situacin de
los animales del campo al llegar el otoo.
Finalmente, Bajo las estrellas presenta el trgico final de Juan,
honrado ladrn de rboles de ello depende su supervivencia en
un clima invernal, acentuado su patetismo por el protagonismo de la
noche:
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Haca das que soplaba el cierzo. La tierra era barrida sin contemplacin por el viento aragons, que azotaba la estepa y mantena un cielo
despejado de nubes, en el que brillaban las estrellas y desde donde la
luna, en menguante, enviaba un suave bao de luz azulada (Valdivia,
1967: 103).

Un tiempo apropiado para trasladar durante la noche el carro cargado de troncos por veredas peligrosas, llevndolo hasta la casa antes del
amanecer. El desarrollo del cuento es este viaje fatdico y las anotaciones
de paisaje son bsicamente variaciones sobre los elementos enunciados
en el prrafo inicial citado. No hay espacio para la descripcin morosa,
sino una sucesin de acciones cada vez ms frenticas y truculentas
con la muerte del padre quemado, quizs tambin de alguno de los
hermanos pequeos y un final pattico con el hijo mayor en mitad de
la noche solo y desamparado.
En Las cuatro estaciones Valdivia hall su manera de describir el paisaje aragons, vivido por sus personajes, incorporado a sus
vidas hasta el punto de ser completamente interdependientes. Esto se
advierte bien en la docena de cuentos que public como Cuentos de
Navidad donde el tema que aqu me ocupa el paisaje aragons
se atena o si se prefiere no se concreta con claridad porque faltan
referencias explcitas a la ubicacin de los cuentos en poblaciones
aragonesas. Ciertamente la frialdad invernal turolense est latente en
esos cuentos: en El mueco de nieve donde un mdico y su familia
pasan las vacaciones en la sierra. Hacen un mueco de nieve, pero
cunde la sospecha de que oculta el cadver de un mendigo cuando
lo rompen, no sale nada, pero los nios quedan llorando viendo su
mueco roto.
O en El ciervo blanco donde Juanito ve al asomarse a su ventana
un ciervo an ms blanco que la nieve que cubre todo el paisaje. Se
repite la visin y se da una batida para cazarlo, que no se produce,
pero se constata que no es blanco, sino un ciervo vulgar y corriente,
con lo que la ilusin de Juanito se quiebra.
O Espejismo en la nieve donde la guardia civil atrapa a un delincuente negro que en nochevieja, estando borracho mat a su mujer. Los
nios lo interpretan de otro modo. Creen que es el rey mago Baltasar,
piden su liberacin, suean con los juguetes que les podr traer La
presencia constante de la nieve crea un clima propicio para la agrupacin familiar y le permite adems ambientar los cuentos con cuidados
cuadros descriptivos. En El ciervo blanco:
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Eduardo Valdivia y el paisaje aragons

A su vista quedaba el pueblo silencioso, baado por los rayos azulados de la luna, y como fondo, se recortaba un cielo oscurecido, las
montaas puntiagudas que cerraban el horizonte.
El nico rumor que llegaba del arroyo semihelado que bordeaba
el pueblecillo, y una sola luz, la del reloj de la torre de la iglesia, se
proyectaba sobre la nieve almacenada en la plaza que se extenda ante su
puerta; nieve cada por la tarde e inmaculada an de las pisadas sucias
de los hombres; nieve virgen que cuajara al amanecer y con la que los
muchachos jugaran al da siguiente (Valdivia, 1968: 61).

O en El viejo loco donde la estrella de Beln cruza sobre un


huerto y un almendro florece creyendo que ha llegado la primavera. El
abuelo habla de que es un milagro de la navidad. Le toman por loco.
Al da siguiente se ha congelado el almendro, pero los pjaros siguen
acudiendo a sus ramas. Da lugar a descripciones como esta:
Horas ms tarde rayaba el alba entre las cimas nevadas de los montes
y el almendro apareca cubierto de ptalos rosados, como si la aurora los
hubiese teido con las tonalidades del horizonte. Y los pjaros, enteleridos
por el fro, al ver las ramas reverdecidas y las florecillas alegres, volaron
hacia el rbol y cantaron gozosos para despertar al sol.
Y naci el da. Los primeros rayos se deshicieron en colores al
atravesar el cristal de los carmbanos que pendan de las ramas y todo
el almendro era un fanal entre la nieve que desde haca das arropaba
los campos (Valdivia, 1968: 67).

Si por un lado, estas descripciones evocan un territorio que podemos


identificar con el Teruel invernal, por otro, conociendo sus lecturas frecuentes de autores como Chejov, no es insensato pensar en la influencia
del gran cuentista ruso en su manera de ver el paisaje helado.
En Noches de velatorio siguen apareciendo cuentos con descripciones de este estilo. Pero hablo desde el recuerdo y a travs de mis
notas de lectura de hace muchos aos. No he tenido ocasin de volver
a ver aquel gran libro indito donde los relatos puestos en boca de los
miembros de la Sociedad del Dolor Humano mantienen siempre un
registro oral notable.
Las novelas le permitan un desarrollo mayor del aspecto que aqu
interesa. Valdivia cultiv la novela con el mismo criterio de libertad
creativa y huida del realismo testimonial. Las suyas son novelas de
personajes estrafalarios e imaginativos. Tuve ocasin en su da de leer
hasta nueve novelas suyas, alguna inacabada, de las que solo Arre,
Moiss! fue publicada en 1972, y a la que me voy a referir porque es
la nica asequible y sin lugar a dudas la mejor de todas ellas.
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No hay que olvidar que se public en un momento en que se trataba


de salir de la novela social y testimonial. Valdivia eligi no el camino
de la novela experimental sino el de la irona y la deformacin grotesca
para tratar un tema que hasta entonces bsicamente haba sido tratado
en clave realista testimonial: la guerra civil. Y an aada otro registro,
el del realismo mgico, que hoy percibimos mejor cuando andamos
celebrando el cincuentenario del boom de la novela hispanoamericana.
Sin olvidar genuinos narradores espaoles como lvaro Cunqueiro.
El tema de la guerra civil en Aragn, eligiendo como protagonista de la novela a un cura no era nuevo: al menos contaba con dos
antecedentes notables: Rquiem por un campesino espaol primero
titulada Mosn Milln de Ramn J. Sender y El cura de Almunacied, de Jos Ramn Arana. Lo que va a cambiar es el punto de vista.
En el relato de Sender, un mosn, mientras espera en la sacrista la
llegada de los familiares de Paco el del Molino para celebrar una misa
por este, recuerda su asesinato el ao anterior porque haba intentado
cambiar las condiciones de arrendamiento de las tierras de un duque.
Aos de la repblica. l medi hacindole salir de su escondite y fue
asesinado. Van llegando los ricos los mismos que lo mataron y el
relato concluye con la misa de rquiem.
El cura de Almuniaced narra la historia de un cura rural en los
primeros das de la guerra civil con la presencia en su pueblo de tropas
primero anarquistas y luego de los sublevados. Finalmente morir el
cura asesinado por un soldado magreb.
En Arre, Moiss!, Valdivia elige a un cura como protagonista, pero
el punto de vista es muy diferente: mosn Alberto ha sido condenado a
muerte y est a la espera de su ejecucin, prisionero en un castillo de
Albaate. Se le ha concedido, sin embargo, escribir sus memorias con la
condicin de que cuente todo lo que sepa de su Regimiento. La novela
en s son las memorias que el mosn escribe durante los siete meses
siguientes, sobreviniendo poco despus el final de la guerra, quedando
el manuscrito en manos de los vencedores y sin que se sepa con certeza
el paradero del cura. Estn por tanto escritas en primera persona, con
sus limitaciones y con sus posibilidades de verosimilitud.
La estructura resultante es cerrada, con una construccin articulada e internamente progresiva como en todo relato autobiogrfico. La
amenaza de fusilamiento, como el caso en el Lazarillo, es un elemento
fundamental en el punto de vista elegido; impulsa la escritura de las
memorias de mosn Alberto donde habla de su historia y de la del regi108

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Eduardo Valdivia y el paisaje aragons

miento de San Martiniano condicionado por una amenaza: dependiendo


de los datos que aporte ser indultado o fusilado. Y en funcin de ello
las redacta, con xito pues salva el pellejo6. Con su ingenio dilata el
proceso de su ejecucin, un viejo procedimiento narrativo como es
sabido y con l se construye nada menos que Las mil y una noches.
La capacidad de contar puede detener en cierto modo el tiempo.
Las peculiaridades personales del mosn tien el relato: es un
clrigo rural de origen humilde, alistado a la fuerza por cumplir un
requisito indispensable en el regimiento: tener un defecto fsico. l
es cojo. Bronco de carcter y como clrigo tendente a la digresin y
a la moralizacin. Acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo en
su aldea y que ahora ha debido someterse a la disciplina de un peculiar regimiento militar, ya que est formado por lisiados que han sido
reclutados por un iluminado comandante.
El arranque de la novela en s mismo es tan imaginativo y hasta
extravagante como el de muchos cuentos de Valdivia: Emilio Gonzlez,
El Cojo de Leceitera, se las apaa para sorber el seso de una serie de
lisiados y con ellos forma el Regimiento de San Martiniano con el que
marcha al frente donde morirn inmolados al haberse metido por una
mala maniobra entre el fuego de los dos bandos. La novela es fundamentalmente la narracin de su viaje desde sus annimas vidas de lisiados
a su inmolacin final arrastrados por el verbo fogoso e idealista del
baboso comandante, como lo llamar el mosn con reiteracin dejando
sealada su clara oposicin a su alistamiento forzoso y al mando.
Valdivia escribe una fbula grotesca donde importa ms la leccin
de coraje moral y personal que los disparatados sucesos. El alma del
descabellado proyecto militar es El Cojo de Leceitera, un estrellero
soador y a la vez un estoico de un rigor extremo7. Se cumple en la
6. Eludo otros aspectos interesantes en la organizacin del texto. La intervencin del Comisario
retocando estilsticamente el relato, lo que relativiza el punto de vista autobiogrfico anunciado; los
largos dilogos insertos sin ningn otro filtro narrativo lo que choca con el punto de vista elegido
o la ruptura del realismo: los prodigios que ocurren ante los ojos de mosn Alberto y los cantos de la
naturaleza a los que me refiero despus como uno de los elementos del tratamiento del paisaje.
7. En sus cuentos se pueden rastrear antecedentes de este tipo de personaje. En Cuentos de navidad
se incluye La estrella, protagonizado por un organista ciego obsesionado en componer una partitura
as titulada. En los Reyes magos, Melchor regala al nio una estrella Pero acaso el precedente ms
claro es el relato Bajo las estrellas de Las cuatro estaciones, ya mencionado, donde un hombre y
sus tres hijos cruzan la noche con un carro de lea robada, rigindose por la contemplacin del cielo
y aferrndose a sus ideales de supervivencia. El comandante habla de estrellas desde el momento de
emprender la marcha y seguirn Siempre al frente de sus hombres mirando las estrellas o bajando la
cabeza para consultar su aparato. La idealizacin ser contrastada por los comentarios irnicos del
mosn: Luego aquel baboso comandante haba consultado las estrellas y la brjula para hacernos dar
un rodeo, dejarnos molidos y avanzar 3 km en la noche.
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novela la conocida afirmacin de Hemingway de que el valor no es


sino una huida hacia delante y los lisiados reclutados avanzan hacia
su inmolacin en nombre de su afirmacin personal. El territorio recorrido es el del Bajo Aragn, lo que da lugar a la descripcin de su
paisaje visto a travs de los ojos del mosn e incorporado al sucederse
de las acciones salvo en los cantos de la naturaleza donde esta cobra
vida propia y a travs de sus criaturas entona una serie de cantos que
analizar despus.
Mosn Alberto elige hasta donde puede siempre la perspectiva que
ms le conviene, en general aquella que le aleja del peligro. Se aleja y
desde la distancia narra las situaciones cuando y desde donde le conviene:
desde un altozano o desde dentro y de aqu la diversidad de sus apreciaciones. Las descripciones que mosn Alberto inserta en sus memorias no
son nunca prolijas, morosas, sino en general pinceladas rpidas, notas
impresionistas desde la peculiar perspectiva del recuerdo:
Pocos recuerdos guardo de aquel amanecer. Supongo que los pjaros
y las cigarras saludaran la aparicin del sol en el horizonte y que los
tonos del cielo pasaran por una gama de rojos, naranjas y amarillos hasta
tomar, al fin, el color azul tradicional. Supongo tambin que ocurriran
cosas maravillosas dignas de la mente de Dios. Solo recuerdo que el aire
segua hmedo, haca mucho fro y la sotana no pudo librarme de la rosada
que me cay encima dejndome aterido (Valdivia, 1972: 283).

Es un paisaje recordado, contrastando lo vivido y su recuerdo.


Esto da su singular textura a esta manera de enfrentar la presentacin
del paisaje aragons en esta novela:
Despunt el alba. El horizonte fue tindose de rosa. Cant la
primera alondra. Despertaron miles de pjaros alborotadores. Chirriaron
cigarras. Y el disco de la maana apareci en el horizonte tiendo los
campos de luz amarilla. Contempl entonces el paisaje. Atravesbamos
una zona de viedos, interrumpida por bosquecillos de almendros y alguna
higuera. A lo lejos, una planicie de huertas anunciaba el ro. Contempl
tambin el aspecto de nuestros hombres. Qu desastre! Hombres semidesnudos, desmelenados y con barbas crecidas. Ojeras de insomnio y
agotamiento. Ojos de locos, que se miraban unos a otros con asombro
(Valdivia, 1972: 399).

El amanecer y la puesta del sol son los momentos que mejor se


prestan para sus apreciaciones impresionistas y estas descripciones son
las que predominan en la novela. En los primeros captulos predominan
las descripciones de atardeceres ya que el regimiento avanza sobre
todo en marchas nocturnas para evitar ser descubiertos. Sus sucesos
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Eduardo Valdivia y el paisaje aragons

suelen culminar al amanecer tras penosos movimientos con lo que la


luz naciente corona a los soldados del regimiento cada da, pero para
mostrar su decrepitud como en el prrafo citado hace unas lneas. La
excepcin la constituye la descripcin de la tormenta (Valdivia, 1972:
221-222). La observacin es minuciosa, de gegrafo dira yo, y se
repasan los elementos con precisin:
Las nubes del horizonte haban avanzado y se tieron de arrebol
que reflejaba la superficie del ro. Unas ranas croaban ocultas en el
juncar. Salt un pez en pos de un mosquito que volaba a flor de agua.
Ante nosotros cruzaba un sapo, arrastrndose perezoso. Era un animal
deforme, grande y fofo.
Al notar que nos acercbamos, inici unos saltos a panzada limpia.
Pedrito lo alcanz de una patada. Hizo croc en el aire y plaf al caer.
Pero no estaba muerto. Volvi a arrastrarse y lo dejamos ir (Valdivia,
1972: 212).

Casi de manual de geografa es esta otra descripcin:


Acampamos en una zona resguardada de los cuatro vientos principales y erosionada por los mordiscos de la lluvia. Una garganta trazada
por los torrentes, cuyas paredes de arcilla caan, a veces, en desplomes
verticales. All una vegetacin de matorrales, cardos, aliagas y ontinas
constituan un pasto spero, al que se aplicaron las cabras con todo afn
(Valdivia, 1972: 284).

Salen hacia Levante con cambio de paisaje:


Era un pueblecillo tpico de Levante. Sus edificios blancos contrastaban con los caserones sucios de nuestra tierra. Un pueblo limpio y
agradable para pocas de paz, en el que se acusaba cierto abandono.
Por muchos muros trepaban enredaderas de parra, hiedra o jazmn y los balcones lucan macetas de geranios. Entre las casas, varios
huertecillos aparecan repletos de melones, sandas, calabazas y pinos
(Valdivia, 1972: 349).

En todo caso, la novela no pretende hacer un recorrido turolense


a golpe de gua. La toponimia resulta de difcil localizacin: Alcorcn
(Valdivia, 1972: 5), los ros Zurio y Alfamn (Valdivia, 1972: 187)
poco ms. Como la novela es un sucederse de anocheceres y amaneceres se produce cierta monotona y reiteraciones:
En los ribazos chirriaban los grillos (Valdivia, 1972: 459)
Entre las hierbas agostadas cantaban grillos (Valdivia, 1972:499)
Cantaron grillos y florecieron estrellas (Valdivia, 1972: 399).
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Hay trminos que resultan abusivos, ya que no chirriaban solo


los grillos sino las cigarras y otras veces se acude al ms genrico
cantar para unos y otros. Estas recurrencias a unos pocos elementos
son caractersticos de la novela que transcurre en un montono paisaje,
pero otras veces salpican su prosa descriptiva unas brillantes imgenes
poticas:
El viento llevaba en sus plumas olores de hoguera (Valdivia,
1972:31)
El viento al acariciar los olivos arrancaba murmullos de las hojas
plateadas (Valdivia, 1972: 53)
La tarde se fue peinando con lentitud entre los pinos (Valdivia,
1972: 132)
Volvieron a encenderse las linternas de las lucirnagas que reclamaban amores entre las hierbas (Valdivia, 1972:185)
Y as, con mil dificultades, seguimos bordeando el ro, hasta que
la aurora levant el teln y apunt el sol por el horizonte (Valdivia,
1972: 219)
Abundaban las palmeras, elegantes y desmelenadas. Plumeros que
limpiaban el cielo de impurezas (Valdivia, 1972: 311).

Pero quizs lo ms conmovedor desde el punto de vista que aqu


importa son los cantos de la naturaleza donde pone en pie ese mundo
y lo anima dndole otra dimensin a la novela. Es lo ms difcil de
encajar en un realismo de va estrecha estos cantos de la naturaleza,
estos prodigios que ocurren ante los ojos de mosn Alberto. Son una
puerta abierta al realismo mgico. En un momento dado, el mosn para
hacerse or y valer, convencido de que Dios y la verdad estn con l, y
debilitado por el hambre no lo olvidemos comienza a ver prodigios:
florece un zarzal (Valdivia, 1972: 170), ve un cuervo verde volando
entre las carrascas (Valdivia, 1972:181), una abubilla con cresta roja
(Valdivia, 1972: 181), una paloma persiguiendo a un halcn (Valdivia,
1972: 181). Son en realidad motivos de la tradicin.
Pero sobre todo a lo largo de la novela escuchar los cantos de la
naturaleza, hacindose para l cada vez ms inteligibles (o as lo finge
y ordena en su escritura). Alude a ellos en varias ocasiones:
1. Mosn Alberto acaba de ser alistado a la fuerza y ha tenido
su primer contacto con el regimiento. Escribe: Mil voces diferentes
tena la noche que de momento no poda entender (Valdivia, 1972:
49). Poco despus, tras haber escuchado la arenga del comandante
diciendo que irn siempre adelante y que les guiarn las estrellas, el
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AFA-69

Eduardo Valdivia y el paisaje aragons

cura transcribe las voces del campo; esta vez s entiende su significado.
Quienes van a la guerra sern hroes pero a costa de su vida, dejando
viudas y hurfanos (Valdivia, 1972: 85-86). Los grillos, las ranas y las
hojas, humanizados, le transmiten sus emociones.
2. Ms adelante, comenzada ya su rivalidad con el comandante,
el estallido de las voces del campo, le viene como un consuelo:
Algrate de ser incomprendido decan las nubes porque eso
prueba la altura de tu alma. Algrate, algrate de que alguien te castigue sin razn deca un grillo porque eso prueba su mezquindad.
Prueba su envidia y su impotencia grit una lechuza que volaba en
torno a un olivo. Pero la cancin de las nubes se impuso a las dems.
Agradece a Dios que te haga vctima, porque con ello te demuestra su
afecto. Slo los seres vulgares viven en paz y son bien considerados. Pero
los vulgares persiguen al excelso porque son incapaces de comprender
su grandeza. Algrate, mil veces de ser incomprendido porque eso indica
que tu alama es sublime (Valdivia, 1972: 96).

Es un mosn de aldea, acostumbrado a hacer y deshacer a su gusto,


acostumbrado en sus plticas a estas fabulaciones. Encuentra un consuelo
en el mundo natural, que es una manifestacin de la Providencia.
3. La siguiente ocasin en que el mosn escucha las voces del campo
es tras el bautismo de fuego del regimiento al que sigue la conquista
de un pueblo, con la consiguiente entrada victoriosa y la confiscacin
de un viejo caballo, un mulo y cuatro escopetas. Se trata del himno
de las nubes y el viento que el mosn califica al fin como extrao
cntico, ya que habla del enemigo que se aleja y de que mientras que
el odio los mantena unidos, ahora se levantarn el hermano contra el
hermano, el hijo contra el padre (Valdivia, 1972: 117-118). Con lo que
se estaba refiriendo a la guerra civil espaola.
4. El cntico de los rboles va precedido de estas palabras: Las
personas inocentes que vivimos siempre en gracia de Dios podemos
entender a los seres de la naturaleza (Valdivia, 1972: 191). El contenido
del cntico es una reflexin sobre el poder del hombre para dominar
la naturaleza, pero tambin sobre cmo de l surgen los gusanos que
lo devorarn.
5. Mientras se queda adormecido tras una discusin con el comandante, escucha la cancin de las hojas (Valdivia, 1972: 199-200), que
al mosn le parece de nuevo extraa: habla del viento como un loco
que no obedece a la lgica. No es un ser normal porque el loco no
se limita a soar sino que, puesto en pie, pretende vivir el sueo y
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jess rubio jimnez

arrasa cuanto hay a su paso. El ser normal, el pobre cuerdo, suea y


re de placer, luego sonre con pena y finalmente prosigue llorando
a escondidas su vida triste el loco en cambio, se niega a la vida y
vive su sueo. Y soporta el dolor y la burla, la prisin, la derrota y la
muerte, porque vive y vivir siempre en sus ideales
6. Tras la fuerte lluvia, transcribe en las pginas 236-237 las voces
del campo nuevamente: por una parte los pjaros, los rboles, los caracoles, la hierba y la tierra bendicen la lluvia y los dones que traen.
Por otra, el mulo y el caballo maldicen la lluvia de la cual no pueden
guarecerse. Le lleva a mosn Alberto a contraponer una vez ms naturaleza y civilizacin: Es curioso que los seres salvajes bendigan a Dios
y la creacin, de la que reniegan los envilecidos, los productos de la
sociedad humana, los que estn dominados, domados por el hombre
(Valdivia, 1972: 237).
7. Entre sueos, dialoga con algunos elementos naturales acerca de
la muerte de un perro, planteando otra vez la tensin entre naturaleza
y civilizacin (Valdivia, 1972: 281-282), para refugiarse en el sueo
como escapatoria a estas tensiones segn sugiere un bho. Nuestra
nica esperanza radica en ensueo! (Valdivia, 1972: 282).
8. Y finalmente se escuchan las voces del campo en las pginas
340-341 en una sntesis de todos los cantos anteriores, con un elogio
del hombre como dominador de la naturaleza, pero presentando tambin
a un conejo pidiendo compasin para el hombre, el Gran Animal de
la naturaleza que no teme a ningn otro y por falta de rivales dignos,
se ataca a s mismo (Valdivia, 1972: 340). Y el mosn concluye: El
campo chillaba demasiado (341).
Mosn Alberto articula as su discurso providencialista, que a la
vez que exalta al hombre como rey de la creacin, lo censura cuando la
destruye y se deja llevar por su voluntad de dominio. Indudablemente
con estos cantos de la naturaleza, Valdivia daba mayor elasticidad a su
relato, abra su procedimiento autobiogrfico sin perder verosimilitud,
que refuerza mediante otros procedimientos que acentan el carcter
aragons del relato. Salpica el habla de los personajes y del narrador
con aragonesismos, con locuciones populares utilizadas con desenfado.
Todo ello da su peculiar tono aragons a la novela, pero sin despearse
ni por la va del vulgarismo ni por un afn de reproducir el habla rural
con pasin de arquelogo.
En definitiva, Eduardo Valdivia constituye un caso singular entre
quienes han elegido este territorio como escenario de sus ficciones, a
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Eduardo Valdivia y el paisaje aragons

primera vista extravagantes y hasta disparatadas, pero no tanto cuando


se leen con ms detalle. Sus relatos son fbulas en las que se evita el
costumbrismo fcil, la descripcin superficial, introduciendo siempre
niveles simblicos muy personales.

Bibliografa
lbum-homenaje a Miguel Labordeta, Zaragoza, Ediciones Javalambre. Separata
de la coleccin Fuendetodos, 1969.
Labordeta, Miguel (1969): Los soliloquios, Zaragoza, Ediciones Javalambre.
Labordeta, Miguel (1972): Obras completas. Prlogo de Ricardo Senabre, Zaragoza, Ediciones Javalambre.
Rubio Jimnez, Jess (1976): Estudios sobre Eduardo Valdivia, Universidad de
Zaragoza. Tesis de licenciatura indita.
Valdivia, Eduardo (1960): El espantapjaros y otros cuentos, Zaragoza, Coso
Aragons del Ingenio.
Valdivia, Eduardo (1967): Las cuatro estaciones, Zaragoza, Ediciones Javalambre.
Valdivia, Eduardo (1968): Cuentos de Navidad, Zaragoza, Ediciones Javalambre.
Valdivia, Eduardo (1969): Autocrtica de un escritor de cuentos, en Prosa novelesca actual. Segunda reunin, Santander, Universidad Internacional Marcelino
Menndez Pelayo, pp.231-248.
Valdivia, Eduardo (1972): Arre, Moiss!, Madrid, Alfaguara, 1972.
Valdivia, Eduardo (2003): Arre, Moiss! Edicin, introduccin y notas de Jess
Rubio Jimnez, Zaragoza, Prensas Universitarias, col. Larumbe nm. 22.
Valdivia, Eduardo (sin fecha): Prlogo a Noches de velatorio, coleccin de
cuentos indita. Copia mecanografiada.

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archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 117-140, ISSN: 0210-5624

Visiones literarias de Los Monegros


(imgenes contemporneas
de un mito literario)
Jos Luis Calvo Carilla
Universidad de Zaragoza

Aprendemos a llegar a cada sitio con el nimo adecuado


y, como viajeros, introduciremos sin duda un poco de todo lo
que vemos y padecemos en los espacios contemplados, y stos
adquieren en gran medida el tono del carcter cambiante
del paisaje: una subida pronunciada inspira pensamientos
distintos que un camino llano, y las ensoaciones del hombre
son ms livianas cuando sale a un claro del bosque.
Nosotros somos un trmino de la ecuacin, una nota
del acorde, y sembramos la disonancia o la armona casi
a voluntad.
(Robert Louis Stevenson)

Resumen: La presente exposicin se propone de una parte constatar la existencia de un mito de contornos definidos, el del territorio aragons conocido
como Los Monegros, y delimitar su significacin geogrfica y sociolgica; y de
otra, estudiar las imgenes literarias a l asociadas. La doble significacin de Los
Monegros, como locus amoenus y como locus horribilis, ha generado una sucesin
de recreaciones literarias a lo largo de la historia, las cuales tienen su punto de
mayor intensidad en los siglos XX y XXI, con autores como Baroja, Sender, Arana
y otros muchos de trayectoria ms reciente.
Palabras clave: Los Monegros, Aragn, paisaje, desierto, literatura, mito,
locus amoenus, locus horribilis.
Abstract: The present exhibition proposes on one hand to contrast the existence
of a myth with defined contours: the Aragonese territory known as The Monegros
and to define its sociological and geographical significance; and on the other to
study the literary images that are associated to it. The double significance of the
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Jos Luis Calvo Carilla

Monegros as a locus amoenus (pleasant place) and as locus horribilis (terrible


place) has generated a succession of literary creations throughout history, with
its peak during the 20th and 21st Centuries, with authors such as Baroja, Sender,
Arana and many others who are more recent.
Key words: The Monegros, Aragon, Scenery, desert, literatura, myth, locus
amoenus (pleasant place), locus horribilis (terrible place).

1. Un espacio mtico
En Los Monegros se revela un espacio mtico de doble significacin, positiva y negativa: un espacio idlico y paradisiaco, refugio de
los juegos, amores adolescentes y ensoaciones infantiles, y un espacio
desrtico, inhspito y hostil. Tanto estas mismas imgenes idlicas como
su reverso degradado (locus hostil, infernal, horribilis o terribilis) se
dan cita en la creacin literaria contempornea. Pero debe aadirse a
continuacin que esta vertiente del mito, la que descubre su hostilidad
geotpica, ha logrado desplazar en buena parte a la primera hasta apoderarse de ella. Es as como, gracias a una metonimia de resonancias
existenciales, sociolgicas, patriticas e incluso csmicas, la extensin
geogrfica conocida como Los Monegros variada, diferenciada en
sus cultivos y en su hbitat ha pasado a restringir su mbito de
representacin literaria para quedar caracterizada como un espacio
desrtico, pobre y alejado de la civilizacin, como una tierra de nadie o
tierra quemada intransitable 1, si bien haciendo buena la observacin
del autor de La isla del tesoro, segn la cual incluso los paisajes ms
inhspitos que podamos contemplar acaban descubrindole al viajero
su visin ms placentera con sobrados alicientes para visitarla.
El mito de Los Monegros estaba ya consolidado desde los tiempos
de las campaas romanas. Tal mitificacin comienza con las ambiguas
fabulaciones sobre el origen del trmino, por lo que el primer vector
para comprenderla pasa por el conocimiento de la toponimia. En este
sentido, cabe recordar con Vallv Bermejo (1989: 28-30) que la voz
negro se encuentra formando parte de varios pueblos y de accidentes
geogrficos hispanomagrebes. Entre ellos figura el trmino que nos
ocupa, Los Monegros, topnimo que ha venido siendo objeto de diversas
1. Aunque lejos de representar una anomala topogrfica estas mismas visiones idlicas (locus
amoenus) y sus reversos degradados (locus hostil, infernal, horribilis o terribilis) son compartidos por
una parte de la creacin literaria europea del siglo XX (Bermejo, 2012).

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Visiones literarias de los Monegros

filiaciones genticas fabulosas fundadas nicamente en asumir a pie


juntillas la popular hiprbole de Catulo.
Pero, al parecer, ni abundaron las ardillas viajeras que pudieran
saltar de rama en rama desde Jaca a Gibraltar, ni hubo talas masivas
de encinas para construir la Armada Invencible o para exportar la
madera a pases remotos. Beltrn Martnez situ en torno al ao 10000
a. C. una brusca tendencia a la desertizacin, con una etapa inicial de
alternancia entre las fases de aridez y las de humedad. Estas ltimas
fueron cada vez ms escasas, fenmeno que ha podido constatarse
tambin en el norte sahariano de frica, donde el creciente estado de
desertizacin responde a las mismas causas y al mismo proceso de
evolucin que Los Monegros y aboca a un estado de sequa generalizada, con las consiguientes mutaciones en los vegetales y la huida o
adaptacin al nuevo medio de los animales que constituan la fauna
habitual del entorno2.
Tradicionalmente se ha venido trasmitiendo una visin unitaria del
enorme territorio que ya los gegrafos rabes consideraban limitado
por los ros Gllego, Ebro, Cinca y Alcanadre y que localizaban desde
Pina de Ebro y Sariena hasta cerca de Fraga (Vallv Bermejo, 1989) 3.
En la actualidad, los lmites de Los Monegros han quedado fijados
por la reciente comarcalizacin de Aragn, la cual tiene su versin
poltico-administrativa ltima en el Decreto Legislativo del Gobierno
de Aragn 1/2006, de 27 de diciembre4. Pero, como he anticipado al
2. El recuerdo de la prematura aridez de Los Monegros permanece vivo en las balsas que bordeaban la antigua va romana conocida en el pas, algunas de cuyas huellas se conservan todava hoy
como el camino de los Fierros, que una la antigua Ilerda (Lrida) con Celsa (Velilla de Ebro), con
restos arqueolgicos en Candasnos, Bujaraloz y la val de Velilla. Se trata de un ramal de la antigua
va Augusta [...], aunque no se nombre en el Itinerario de Antonino, de tiempo de Caracalla. Pero fue
importante. Se conocen piedras miliares o mojones que medan el recorrido y restos de mansiones o
mutaciones para descanso de los viandantes y cambios de tiro de los carruajes o de cabalgaduras, equivalentes a las ventas de la carretera real de tiempos modernos. Conocemos muchos datos que recogi el
cosmgrafo portugus Juan Bautista Lavanha (apellido castellanizado en Labaa) cuando recorri Los
Monegros en el siglo XVII para levantar el mapa de Aragn por encargo de la Diputacin del Reino
(Beltrn Martnez, 2005: 85).
3. Vanse algunos testimonios de viajeros, prensa, etc., en Blasco Zumeta (2005: 273-282).
4. Por dicho Decreto Legislativo 1/2006, de 27 de diciembre, del Gobierno de Aragn, por el que
se aprueba el texto refundido de la Ley de Comarcalizacin de Aragn: Artculo 4. Territorio. 1. El
territorio de cada comarca, constituido por el conjunto de los trminos de los municipios que la integren,
deber coincidir con los espacios geogrficos en que se estructuren las relaciones bsicas de la actividad
econmica y cuya poblacin est vinculada por caractersticas sociales, historia y tradicin comunes
que definan bases peculiares de convivencia.. En virtud de dicha Ley de Comarcalizacin, la Comarca
de Los Monegros est constituida por los pueblos siguientes: Barbus, Sangarrn, Torres de Barbus,
Sens de Alcubierre, Tardienta, Torralba de Aragn, Robres, Leciena, Alcubierre, Perdiguera, Farlete,
Lanaja, Monegrillo, La Almolda, Castejn de Monegros, Bujaraloz, Albero Bajo, Gran, Poleino,
Lalueza, Alberuela de Tubo, Capdesaso, Huerto, Almuniente, Castelflorite, Albalatillo, Sariena, Sena,
Villanueva de Sigena, Valfarta y Pealba.
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Jos Luis Calvo Carilla

comienzo, antes de abordar las imgenes literarias de Los Monegros


en el siglo XX se impone como tarea previa sealar que este territorio
no es tan homogneo como parece deducirse de su toponimia y de su
organizacin poltica, ya que ofrece una rica variedad paisajstica y
de cultivos, y lo mismo puede decirse de su flora y de su fauna. Las
recreaciones literarias del paisaje monegrino reflejarn con fidelidad
estos rasgos extremos, y en muchas ocasiones contradictorios, que han
venido percibiendo antroplogos, naturalistas y viajeros. Sirva como
ejemplo la sntesis perceptiva de Pedrocchi (2000):
Las estepas son escasas en Los Monegros, ya que con excepcin
de las totalmente improductivas, las dems han sido labradas. Constituyen un paisaje con elevada heterogeneidad, muy spero pero de gran
personalidad y belleza. En las primaveras lluviosas, cuando florecen en
todo su esplendor, presentan un colorido que, unido a su perfume y a
la transparencia de la atmsfera, forma un conjunto de belleza difcil
de encontrar.

Los componentes del paisaje son elementales: Domina el horizonte,


a una distancia indefinida; encima, la bveda del cielo, ocupndolo
todo, con un color azul intenso, del cielo mediterrneo:
Si el da es tormentoso, la bveda es amenazadora y se acerca al
suelo hasta casi tocarlo.
Bajo la bveda, el relieve casi inexistente, una llanura brevemente
ondulada. A lo lejos, siempre alguna muela, testigo de antiguos relieves,
sirve de brjula al experto; el que no lo es no sabe verlas.
Segn los lugares, alguna sabina o incluso algn grupo de ellas
rompe la monotona y hace el paisaje ms amable.
Los colores del suelo varan.
En invierno, pero sobre todo en primavera, el tapiz verde del cereal,
que llega hasta donde se pierde la vista, carece de personalidad o tiene
la de un campo de golf.
Es en verano cuando el paisaje recoge todos los ocres, entre el
amarillo y el rojo, a veces casi negro. La calima se encarga de darles
un tono pastel y es entonces cuando el paisaje monegrino se muestra en
su ptima riqueza.

Es ms: para los actuales estudiosos del paisaje, Los Monegros


ofrecen una riqueza tal de alicientes para los sentidos que sus testimonios de admiracin disean una especie de locus amoenus apartado y
envidiable: Para nosotros, los que durante toda nuestra vida hemos
sido cegados por el azul del cielo mediterrneo, el paisaje deseado es
el alpino, con prados verdes alternados con bosques Pero para los
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Visiones literarias de los Monegros

habitantes de pases nrdicos, un paisaje mediterrneo, deforestado


y soleado es lugar adecuado para establecer el paraso (Pedrocchi,
1998: 29).

2. El reverso del paraso


Desde los testimonios romanos y rabes hasta hoy, esta visin
paradisiaca del espacio monegrino ha quedado erosionada por la presin de una serie de imgenes hostiles. As aparece, por ejemplo, en
un pasaje de la Chanson de Roland:
De otro lado se encuentra
Chernubles de Monegro.
Sus cabellos son tan largos
que le llegan hasta el suelo.
[] Se dice que en su pas
ni hay sol, ni trigo creciendo,
ni llueve, escarcha o roca,
que suelo y piedras son negros.
All moran, segn dicen,
los demonios ms perversos5.

Como record en su da Beltrn Martnez, tanto el camino Real (va


lata romana, antecesora de la actual carretera nacional entre Zaragoza
y Barcelona) como el camino de los Fierros romano o el de Santiago en
Sariena, cuyo trazado, desde el siglo XII, sigue una calzada anterior,
son fuente de informacin de mucho inters al respecto, debido a la
existencia de relatos que dejaron escritos algunos viajeros, coincidentes
todos ellos en su visin de un paisaje desrtico y miserable6.
Los Monegros han llegado a nuestros das como un espacio mtico
de caractersticas encontradas, tal vez tan complejo y contradictorio como
la naturaleza y los pueblos que lo habitan. Lo confirman numerosos
ejemplos, desde la iconografa popular hasta los tpicos ms apegados

5. Cito por El Cantar de Roldn. Transcripcin de Redoli Morales (2006: LXXVIII, vv. 17731786).
6. Beltrn Martnez (2003) defendi en varios trabajos la unidad sustancial de las tierras monegrinas
independientemente de la diversidad y contradictorias caractersticas consideradas en su conjunto pues,
si bien es cierto que, en ltima instancia, la tierra y las gentes que la han ocupado a travs de milenios
constituyen una unidad geogrfica y humana basada en contradicciones casi irreconciliables que a la
postre resultan complementarias, desde los ms remotos tiempos existe una constante en la historia de
Los Monegros marcada por el agua o por la falta de ella, junto con la lucha por conseguirla y sobrevivir
en una zona estratgica de cruce de caminos y restos arqueolgicos que lo demuestran.
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Jos Luis Calvo Carilla

al terruo. El secano, expresin de la sed de Aragn, resucita peridicamente en ttulos que aluden a necesidades individuales y colectivas,
tanto materiales como metafsicas. Valga como ilustracin ejemplar
de fechas recientes el breve ensayo de Jos Bada Panillo aparecido en
2008 con el expresivo ttulo de La sed (Los Monegros y otra escala de
valores), bandera no muy lejana a la cancin Aragn tambin tiene sed
(1910), del grupo musical pop ndice de Cuba (http://www.myspace.
com/indicedecuba00). Por no hablar de los escenarios saharianos de
La marcha verde (2002), film de Jos Luis Garca Snchez y Rafael
Azcona rodado en una Tardienta en cuyos alrededores no sorprende
encontrar desde hace aos solitarias jaimas y taciturnos camellos recorriendo parsimoniosos los polvorientos secarrales prximos a la sierra
de Alcubierre7. O de los carteles que ao a ao anuncian el multitudinario encuentro technopop Monegros Desert Festival, con infinidad
de tiendas de campaa plantadas en un desierto de pelcula americana
donde no faltan los vacos crneos de vaca enterrados en la arena y el
revoloteo de negros zopilotes en los atardeceres rojizos8.
Desde el sueo costista de un vergel paradisiaco nacido sobre la
infernal aridez monegrina hasta los planes de colonizacin (y de reorganizacin de los regados), pasando por la recin estrenada sed de
autonoma regional o las campaas antitrasvasistas, el mito ha pervivido hasta constituir en nuestros das uno de los ms firmes bastiones
del imaginario colectivo aragons. En este sentido, Ortiz-Oss (1993:
190-205) ha podido insertar la aridez del secano monegrino (alguno
de cuyos pueblos solitarios ha trado a su memoria ecos del oeste
americano) en un adusto sistema patriarcal-consciente de referencias
simblicas (totmicas), junto con los mallos de Riglos, el castillo
de Loarre, el monasterio de Piedra o la piedra fundacional de la Virgen del Pilar, como contrapunto y nostalgia de lo maternal femenino,
infraconsciente y vital, hmedo, envolvente9.

7. Ya Isidro Comas Macarulla, Almogvar, haba experimentado esa misma sed metafsica al
escribir desde Barcelona a sus paisanos: Pedimos libros aragoneses, porque padecemos hambre y sed
de Aragn (El Ebro, 12, 20 de diciembre de 1919).
8. Por no referirme a los jardines y estanques previstos en el fallido macroproyecto artificial de
oasis monegrino conocido como Gran Scala (http://ild-plc.com/es/project.html).
9. Este apartado (Antropologa e identidad cultural) rene el pensamiento en marcha del autor,
ya formulado con anterioridad en diversas publicaciones. En l se ofrecen lcidas pginas sobre la realidad simblica monegrina, cuya belleza debe medirse frente al monte sagrado o frente a la mar-madre
sin fin. Interpreta la nostalgia acutica de la tierra como la verdadera alma en pena de Aragn y llega
a asociar el desierto monegrino con el Mar Muerto bblico, con su exudacin desrtica, su salinidad y
la experiencia mstica de Qumrn al lado (Ortiz-Oss, 1993: 203-204).

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Visiones literarias de los Monegros

Retngase, pues, esta doble dimensin mtica de Los Monegros:


como locus amoenus y como locus horribilis. Como se lee tambin
en el poemario labordetiano Monegros (1994), en el que la aoranza
de un mar utpico por lejano se conjuga con visiones del irredento
secano monegrino:
Largo resulta
el interminable silencio
del sentido. Los ganados
apenas si interpretan
el polvo milenario del camino.
Azotadas las balsas
y el crepsculo quedo todo,
como en el mar,
est vencido (Atardecer)10.

Esa imagen del desierto reseco y agrietado puede llegar a generar


visiones de oasis, estancas o lagunas reparadoras que suspenden utpicamente los sentidos del viajero:
Cuando llegaba, a medioda, en agosto, desde lejos la vi [la salina
conocida como la Playa], llena, grande e impresionante. Al menos, la
escasa vegetacin de las orillas se reflejaba en un gran espejo de agua
que cabrilleaba al sol. En sus bordes, visto y no visto, se levantaban
torbellinos de polvo, que tal como nacan desaparecan mansamente. Ya
ms cerca, el agua desapareci. Estaba seca y lo que vea no era ms que
un espejismo. Pequeos torbellinos, debidos a diferencias trmicas, se
burlaban de mi corriendo por las orillas (Pedrocchi, 1998: 16)11.

Tal vez sea el impacto perceptivo del paisaje desrtico el que


induzca al contemplador a reincidir en este esguince o hiato interpretativo. As, por ejemplo, un reciente trabajo de Souny sobre la potica
del desierto parte de la premisa de que, por su propia definicin (al
menos en su etimologa francesa), el concepto de desierto posee una
vinculacin consustancial al concepto de deseo, lo que implica que
mantiene una articulacin dialctica entre el vaco y el todo, entre la
carencia y la plenitud; entre la prdida y la intensidad de la pose-

10. Sirva como otro de los ejemplos el siguiente: Ni el rbol ni la piedra / sienten piedad / de
un cielo despiadado. / rbol y piedras / contra el eterno entorno desgarrado, / hacia no saber nunca /
dnde renace el mar, / muere la tierra.
11. O el de Daro Vidal (1971): Antes de llegar a Bujaraloz, una superficie brillante delata a lo
lejos la presencia de agua. El sol se ha ocultado. Silba el viento, ruge, se encrespa, cede, se humilla,
sube con un aullido temeroso, porfa, crece, se tiende sobre la agitada sbana pardigrs. La laguna, desde
lejos, espejea azul y malva, pero cuando llegamos a mojarnos las manos, los pies se hunden en el barro
blanco, viscoso y engaador. La laguna era solo un espejismo.
AFA-69

123

Jos Luis Calvo Carilla

sin; entre la insaciabilidad y el xtasis contemplativo; entre la muerte


y el eros (Souny, 1999: 329-339). Es decir: el concepto de desierto
encierra una constelacin simblica negativa, mientras el concepto de
deseo contiene en s la aspiracin a la posesin imaginaria preada de
positividad, de ilimitada culminacin en todas sus diversas variantes
conjugables. Tal bipolaridad simblica viene reflejada en rabe por
un mismo trmino alfaydh, un doble movimiento de sequedad y desbordamiento propio del espacio real del desierto, que solo in situ y
en situacin puede ser aprehendido en su totalidad: desde una actitud
profundamente mstica, acunado por el rtmico y dual balanceo de una
travesa a lomos de camello.

3. Costa, el profeta
Tambin, pues, en literatura, nos encontramos con la frecuente
convivencia de un tpico espacial, el locus amoenus y de su reverso
horribilis o terribilis, el cual entrara de lleno dentro de las manifestaciones literarias de los espacios hostiles. Pero, como se ha anticipado
al comienzo, lo llamativo es que, como si se tratara de una mancha que
se extiende ms y ms, ese espacio horribilis ha ido ocupando semnticamente el concepto comarcal de Los Monegros, sin que haya hecho
mella en este desplazamiento semntico ni siquiera la red de canales
que dieron vida al paisaje al convertir el secano en regado.
Esta imagen del desierto irredento qued magnificada a finales del
siglo XIX gracias a la labor poltica y publicista de Joaqun Costa. El
Grande Hombre o superhombre de Graus fue un pensador utpico
inspirado en las doctrinas krausistas y en un socialismo de orientacin fourierista bautizado con la doctrina social de la encclica Rerum
Novarum. En sus proyectos narrativos, Costa fue el ms contumaz
soador de huertos, almunias, arcadias y parasos frtiles por regables
(Snchez Vidal, 1981 y 1984). Su atronadora voz proftica recurri
al rico arsenal mtico-religioso de la Biblia y el Corn para lanzar a
favor del cierzo toda una imaginera sagrada de Los Monegros que,
desde Poltica hidrulica (Costa, 1911) y otros muchos escritos, qued
asociada al hambre y a la pobreza monegrinas, objeto de travesas del
desierto, maldiciones y anuncios de plagas bblicas.
Ms all de un sentimiento generacional prematuramente ecologista
(Tzitsikas, 1977), el autor de Oligarqua y caciquismo se erigi en un
nuevo mesas salvador y se remont a sus pasajes bblicos favoritos
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Visiones literarias de los Monegros

en busca de un pautado fraseolgico apocalptico con el que mover


de forma efectista los insensibles corazones de los polticos de su
tiempo. Poltica hidrulica, en concreto, brinda ejemplos elocuentes de
la identificacin de la tierra balda de Los Monegros con el conjunto
de Aragn:
Yo soy el camino por donde han de volver los tristes emigrantes de
la Litera a sus despoblados hogares, pero corro de espaldas a ella, y por
eso los emigrantes, cuanto ms caminan, creyendo llegar, se encuentran
ms lejos; yo soy la libertad y la independencia de la Litera, pero no tengo
voz en sus hogares ni en sus comicios, y por eso la Litera es esclava;
yo soy las siete vacas gordas de la Litera, pero no se apacientan en sus
campos, y por eso la Litera no bebe de su leche ni come de su carne,
y se muere de hambre, se muere de sed, se muere de desesperacin,
arrojando a millares por el mundo sus hijos demacrados y harapientos
que la maldicen, porque no supo abstenerse siquiera de engendrarlos, ya
que no haba de saber administrarles el rico patrimonio y procurarles el
mezquino sustento con que se contentan

Como es bien sabido, esa habilidad costista para quintaesenciar su


pensamiento en sntesis doctrinales, e incluso en eslganes que todava
hoy siguen sorprendiendo por su eficacia publicitaria, luego aprovechada por la propaganda hidrulica de Primo de Rivera e incluso de la
dictadura franquista, puede verse en muchos de sus escritos.
Se equivoc el visionario superhombre de Graus? Autores como
Jimnez Blanco (1986) han planteado con rotundidad una crtica global al sueo de Costa, por su ingenuidad al suponer que se daban en
Espaa las condiciones econmicas favorables para afrontar su reforma
hidrulica. En cualquier caso, el Len de Graus perge una constelacin simblica positiva que sacralizaba el agua (como vida, progreso,
civilizacin, vergel, arcadia) y demonizaba su carencia (desierto,
sed, pobreza, atraso, espejismos), con obligadas proyecciones hacia
la existencia individual y hacia la colectiva (las clases neutras, el
pueblo, Aragn, Espaa).

4. Po Baroja
Po Baroja no ocult nunca su escasa simpata por la figura y por
el pensamiento poltico de Costa, y ni siquiera su efmera aventura
radical en tierras aragonesas le hizo cambiar la mala opinin que tena
hacia quien haba sido uno de sus ms ilustres contemporneos. Buena
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Jos Luis Calvo Carilla

prueba de ello es que ni siquiera cita a Costa en Las horas solitarias.


Notas de un aprendiz de psiclogo (1918), cuyo libro segundo (Una
excursin electoral) contiene el anecdotario poltico invernal que el
escritor vivi en tierras oscenses, donde llev a cabo su efmera y
desganada campaa electoral como candidato cunero por el distrito
de Fraga.
En su viaje a travs de Los Monegros estuvo acompaado por el
tambin escritor Felipe Aliz, por el erudito y profesor zaragozano
Rafael Snchez Ventura, por el pintor fragatino Viladrich y por un
jovencsimo y voluntarioso periodista apellidado Goi. El itinerario
comenz en Tardienta, donde Baroja sufri los rigores del cierzo implacable de su entonces desvencijada estacin de ferrocarril. Despus de
su desplazamiento a Sariena, el camino en carruaje hasta Castejn
de Monegros le proporciona la oportunidad de observar por primera
vez los rasgos paisajsticos de Los Monegros: una zona rida, entre
arcillosa y caliza, sin rboles, nicamente con matorrales de romero
grandes como arbustos, que sita entre los ros Alcanadre, Ebro y
Cinca y que percibe de forma visionaria: [] un terreno de margas
[rocas grisceas, salinas y arcillosas] que, en otro tiempo, probablemente, sera un gran lago.
Este segundo apunte quedar pginas ms adelante neutralizado
por una rotunda sntesis conceptualizadora: despus de una docena
de jornadas, ve en los parajes monegrinos una desolacin trgica,
imagen que no haban logrado mejorar sus estancias en La Almolda,
Bujaraloz, Pealba o Candasnos (Baroja, 1999: 514-515 y 517).
Pero hubo quien super a Baroja en la hosquedad trgica de sus
visiones de Los Monegros. Fue el oscense Jos Sampriz Jann en la
novela Candasnos (1933). Ambientado en el pueblo que le da ttulo,
Sampriz convirti su relato en una bronca pesadilla expresionista en
la que el primitivismo del paisaje y de los seres que lo habitaban se
enmarcaba en una atmsfera misteriosa y telrica, animada de rituales,
brujas y consejas.

5. Ramn J. Sender
En el polo opuesto, tal vez el ejemplo de idealizacin de Los
Monegros ms conocido se encuentra en la obra de Ramn Sender, en
especial en novelas como Crnica del Alba, Los cinco libros de Ariadna,
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Visiones literarias de los Monegros

Rquiem por un campesino espaol, El verdugo afable o El lugar de


un hombre, o en recuperaciones memorialistas como Monte Odina,
por lo que no me extender en sealar sus caractersticas. nicamente
recordar que la novela ms representativa de la visin monegrina de
Sender es El lugar de un hombre (1939), la cual puede considerarse
en este aspecto como cifra y resumen de todas las dems. En ella, los
espacios narrativos se sitan en los lmites orientales de Los Monegros, en un paraso regado por el Orna (sntesis de los ros Cinca y
Alcanadre). Se trata del paraso de la infancia, un espacio de correras
y aventuras, suma de Chalamera y Alcolea de Cinca, pueblos donde
transcurri la infancia del escritor. En una ribera frtil y placentera,
evocada en sus novelas con una toponimia real o inventada (Enguita
Utrilla, 1994).
Pero es un locus amoenus cercado por el desierto. Ms all del
Saso se extiende un inmenso e interminable desierto gris oscuro:
En aquel desierto gris oscuro raramente se encontraban cultivos de
cebada o trigo raquticos. El verde plomizo de la maleza (matas ralas)
estaba cubierto de polvo una parte del da y de escarcha la otra. As
tomaba las tonalidades ms raras. El viento que vena de Catalua o de
los Pirineos la helaba o la abrasaba a menudo. El saso se perda en el
horizonte sin dejar sospechar su fin.

De todos modos, el desierto de esta novela todava no representa


la amenaza que s ser en Imn el desierto marroqu visto desde la
inmediatez del blocao: el de su infancia sigue siendo todava un cordn
profilctico que preserva su paraso ribereo del Cinca.

6. Testimonios y recuerdos de la Guerra Civil


Si unos registros similares haba utilizado el periodista y poltico
castellonense Alardo Prats y Beltrn (Culla, 1903-Mxico D.F., 1984)
en los inslitos reportajes recogidos en su libro Tres das con los
endemoniados. La Espaa desconocida y tenebrosa (1930), las crnicas periodsticas de Vanguardia y retaguardia de Aragn. La guerra
y la revolucin en las comarcas aragonesas (1937) logran neutralizan
la visin de Los Monegros como lugar infernal achicharrado por las
bombas del ejrcito rebelde (de sus quemadas estepas sin un rbol ni
insinuacin de sombra) en nombre de la resistencia contra el golpe
militar.
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Jos Luis Calvo Carilla

En virtud de este esperanzador prisma, Prats presenta las imgenes de un secano redimido y transfigurado: las llanuras de Tardienta
y Almudvar, e incluso sus cumbres y laderas, se transforman gracias
al espritu de lucha y al instinto de supervivencia de los pequeos
campesinos encuadrados en las colectividades: Su esfuerzo, puesto
al servicio de la libertad en los trgicos das del 36, prepar y sembr
tierras donde jams haba sido lanzada la semilla, donde solo creca
la maleza, las matas de tomillo o de espliego y los cardos vilaneros.
Ahora todo es mies. Y mies bien cuidada. Unas doradas y otras con el
color auriverde de la entrada en sazn para la siega. Hasta encima de
las pequeas mesetas que de pronto se acusan en el horizonte, arrastres
de remotos corrimientos geolgicos desde el Pirineo hasta aqu, con
sus conformaciones de mdanos desrticos de caprichosas formas, se
ha sembrado, si se encontr un palmo de tierra aprovechable.
En el plano de pocos meses, esta nueva gergica de nuestro
tiempo (sic) haba terminado lo que hasta entonces haba sido una
estampa rifea en llanuras erizadas de mieses y en huertas pobladas
de rboles frutales en las vegas de los ros (p.131). En la pluma de
Prats, la nueva visin del paisaje de Los Monegros responde a una
concepcin futurista, hecha de arados mecnicos, ruidosos tractores
en formacin casi militar o deportiva y trilladoras que navegan en
los mares de mieses dejando una estela de gavillas bajo la metralla
de los aviones enemigos:
Centenares de segadoras modernsimas cierran los puntos de referencia del paisaje, del campo, en todas las direcciones de los puntos
cardinales. Las trilladoras modernas, tambin cantan junto a las viejas
eras intiles la cancin de sus motores a toda marcha. Unas mquinas
segadoras van arrastradas por caballeras, otras por tractores poderosos,
los mismos que mediante otros dispositivos con los garfios frreos de
sus rejas remueven la entraa fecunda de la tierra, en sus ms hondas y
recnditas zonas de energa inexplorada.
Ah est, en tierras aragonesas, la nueva y modernsima gergica de
nuestros tiempos. En sus centenares de mquinas que zumban sobre los
predios, sobre los rastrojos de los predios su cntico de victoria (Prats
y Beltrn, 2006: 128-131).

El mismo subjetivismo impresionista se puede apreciar a travs de


los ojos de Jos Ramn Arana (seudnimo de Jos Ruiz Borau, Garrapinillos, 1905-Zaragoza, 1973) en El cura de Almuniaced (1950) y en
otros pasajes de su obra narrativa. Arana ambient en el pueblecito de
Monegrillo algunos de los cuentos recogidos en Viva Cristo Ray!, pero
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Visiones literarias de los Monegros

ser en su obra ms conocida, El cura de Almuniaced, donde queden


confrontadas de forma difana tres visiones del paisaje bien diferentes.
En sus primeras pginas la novela presenta la visin que posee el mosn
Jacinto joven, con evocaciones de ingenuo esquematismo, caminos
blancos, sabinas, carrascas y tomillos, con su cromatismo risueo de
azules intensos y con el polvo dorado de las eras suspendido en el aire
y lomas de maternales perfiles en la lejana. Sin embargo, el presente
de la llegada de un puado de milicianos enmantados a Monegrillo
ensombrece el idlico primitivismo inicial para percibir el paisaje que
tiene ante sus ojos, ya contagiado por el simbolismo cainita espaol
de que forma parte (Se acongoj pensando la Espaa de ms tarde.
Veala yerma, desolada, deshacindose como un terrn seco y maldito
al peso de aquella locura de canes. Imaginaba el ojo en sangre de los
hombres, semioculto bajo el prpado hipcrita; mujeres enlutadas, duras,
con algo de lobas y de sombras; nios amargos, sin infancia). En
vsperas de su asesinato por las fuerzas sublevadas que han reconquistado
Almuniaced, la tercera imagen que acompaa al cura de Almuniaced
viene asociada a interminables noches de pesadilla, a las patrullas de
aviones que sobrevuelan San Caprasio 12 para sembrar la llanura de
pequeas humaredas y a un delgado hormiguero humano ametrallado
tendido sobre el polvo o huyendo en todas direcciones

7. Tres instantneas del franquismo


Pueblonuevo (1960), de Ildefonso Manuel Gil,se inscribe en unos
aos en los que, especialmente desde la Ley de Colonizacin y Distribucin de la Propiedad de las Zonas Regables, de abril de 1949, el
Instituto Nacional de Colonizacin (INC), de iniciativa estatal, comenz
a llevar a cabo la parcelacin y distribucin de pequeas extensiones
regables entre colonos procedentes de pueblos rurales pirenaicos en
proceso de abandono, de expropiaciones para la construccin de nuevos
pantanos (la Tranquera, Yesa) o de diferentes partes de Espaa13.

12. Elevacin de la sierra de Alcubierre (812 m), donde existe una ermita dedicada a este
santo.
13. Tres fueron las zonas en las que se construyeron nuevos pueblos por parte del Instituto Nacional
de Colonizacin, reconocible en la novela bajo las siglas SANUR (Servicio Agrario de Nuevos Regados):
Bajo Aragn, Bardenas, Alto Aragn (Monegros), estos ltimos construidos en su mayor parte en Los
Monegros oscenses: Valsalada, Artasona del Llano, San Jorge y El Temple, mientras Ontinar de Salz y
el derruido Puilatos se levantaron dentro de los lmites del trmino municipal de Zuera (Zaragoza).
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129

Jos Luis Calvo Carilla

Pueblonuevo est inspirada en la vida cotidiana de los primeros


aos de cualquiera de estas pequeas babeles monegrinas. La experiencia colonizadora, magnificada por la propaganda oficial, dejaba
bastante que desear, tanto en el rendimiento econmico de estos proyectos oficiales como en la propia existencia cotidiana de los pioneros,
resignados a una nueva vida desde el desarraigo y las estrecheces, y
sabiendo que sus hijos pronto se veran obligados a abandonarla. Y
son estos flancos dbiles de los denominados genricamente pueblos
nuevos o pueblos de colonizacin los que aparecen en esta tercera
novela de Ildefonso Manuel Gil.
Pueblonuevo es una novela coral. Gil no introduce elementos
topogrficos diferenciadores. Tan solo escuetos apuntes sobre el canal
prximo a la colonia o a las pequeas plantaciones de pinos. Podra
ser, por lo tanto, uno de los pueblos monegrinos recin construidos, tan
idnticos unos de otros, no solo en su planificacin urbanstica, sino en
la psicologa colectiva ahormada y condicionada por el nuevo espacio
de convivencia. Pero bajo esa obligada unanimidad de las biografas y
de los comportamientos de los colonos se ocultan las ntimas desazones
de quienes, sin poder volver sobre sus pasos, llevaban el fracaso y la
resignacin pintados en el rostro. Gil los concibi como reencarnaciones del trasunto autobiogrfico del autor que haba protagonizado
sus novelas anteriores (en particular en La moneda en el suelo, 1951).
Porque, en ltima instancia, la novela pretende reproducir el paradigma
de la novela social a partir de una identificacin implcita de los eternos
forasteros que pueblan la colonia con el narrador (y, ms all de la
ficcin, con la errancia y desasosiego existencial del propio autor en
aquellos oscuros aos del franquismo). El paisaje y la propia colonia
son nicamente abstracciones, pretextos para el camuflaje existencial de
quien se siente, como los colonos de Pueblonuevo, un eterno forastero
en una realidad prestada que no acaba de pertenecerle.
Tampoco el Jos Vicente Torrente Secorn (Huesca, 1920-Madrid,
2006) de El pas de Garca (1973) se detiene demasiado en pormenorizar
los paisajes monegrinos. Su novela posee mucho de crnica de viajes
por la provincia de Huesca de la mano de la inmortal pareja cervantina,
de Lzaro de Tormes y, sobre todo, de Pedro Saputo pcaro redimido
por la sensatez gracianesca, algunos de cuyos episodios recrea tal
como han circulado en el boca a boca de la tradicin oral. Almudvar
es el punto de partida de las andanzas del hroe de Torrente por tierras monegrinas, comienzo de un viaje de iniciacin que, despus del
captulo III, en el que visita Fraga, Zaidn y Altorricn, continuar por
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Visiones literarias de los Monegros

diversos lugares del Somontano y del Pirineo oscense. Coincido con


la opinin de su ms reciente editor (Barreiro, 2004) en el sentido de
que Torrente consider suficiente ambientar las aventuras en tierras
oscenses y mostrar, con tanto orgullo como humor y ponderacin, la
importancia histrica, antropolgica y casi legendaria del territorio.
De ah el ttulo de la novela que, como reza la cita inicial, alude a
Garca, hijo de Sancho, rey del incipiente reino de Aragn. Pero si El
pas de Garca cumple los requisitos de una gua turstica artsticomonumental y etnolgica, el autor muestra sus limitaciones a la hora
de describir el paisaje que atravesaba su hroe. Su parquedad en recreaciones paisajsticas entre ellas, las de la tierra monegrina es tal
vez la carencia ms destacada de quien pretendi reconstruir desde
su despacho madrileo unos espacios de la niez idealizados con el
paso de los aos.
Marin Arcal (Bujaraloz, 1919-Zaragoza, 1999) atendi al paisaje
de su tierra en sus celebrados Veinte relatos monegrinos (1969), objeto
veintitrs aos despus de una reedicin ampliada con siete cuentos
ms14. La asidua dedicacin a la plstica de la escritora debi de influir
en esta coleccin de relatos, tanto en el trazado de semblanzas y breves
retratos de las gentes de Bujaraloz como en los apuntes costumbristas
de sus rasgos estilizados con paleta azoriniana, y en la captacin de
escenas y en apuntes en los que no falta un nimbado ternurismo. En
su conjunto conforman una galera de figuras exentas. El espacio (el
pueblo y, sobre todo, el paisaje) quizs por excesivamente familiar a
la autora, desaparece detrs de esta serie bocetos costumbristas.

8. L
 as nuevas miradas sobre Los Monegros: de la novela de
carretera al viajero alcarreo
Carreteras secundarias (1996), de Ignacio Martnez de Pisn ofrece
a los lectores una amena odisea ambientada en la Espaa de 1974, en
la que unos nuevos hroes quijotescos de un Quijote pasado por On
the Road, de Kerouak viven una serie de aventuras picarescas. Los
dos protagonistas, el adolescente Felipe, aprendiz de pcaro, y su
padre, pcaro redomado, viajan de urbanizacin en urbanizacin en un
viejo Citren Tiburn y se instalan en apartamentos playeros desiertos
14. Uno de estos relatos de Arcal se recoge tambin en la Antologa de narradores aragoneses
contemporneos de Ana Mara Navales (Zaragoza, Heraldo de Aragn, 1980).
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131

Jos Luis Calvo Carilla

que abandonan al poco tiempo. Al dejar Catalua, el padre de Felipe


hace parada y ltimos desaguisados en Almacellas, pueblo leridano en
los lmites de la provincia de Huesca. La alocada huida con la caja del
bar en el coche le lleva a atravesar Los Monegros siguiendo la Nacional II. Pero ser en Zaragoza donde Felipe aprenda la dura carrera del
sobrevivir, mientras su progenitor da con sus huesos en la crcel y,
despus, en el fondo del Canal. La seduccin de la espacialidad urbana
implcita en la cosmovisin de esta novela reduce a silencio la travesa
del desierto de Los Monegros, verdadero lugar hostil que no le merece
al narrador ni una sola lnea de reconocimiento.
En cambio, Discothque (2001), de Flix Romeo somete su visin
del paisaje monegrino a una peculiar parbola elptica. Los Monegros estn y no estn al mismo tiempo: no se mencionan, pero estn
presentes siempre en estado de latencia. La razn estriba en que esta
novela representa una fusin de territorios desrticos en la que Los
Monegros compiten de igual a igual con los grandes desiertos del
cine y de la literatura. Sin que tampoco falte el esplendor virtual de la
gran ciudad norteamericana del juego cuyos turbios ambientes haba
visto frecuentar a Nicholas Cage en Leaving Las Vegas. Los Monegros
aparecen mencionados pocas veces en Discothque. Pero no era necesario recordarlos, pues las andanzas de Torosantos, Alquzar, Dalila
Love y la multitud de achatados comparsas que conforman el catico
lumpen de esta novela viven en el espacio artificial y sinttico de un
plat a medias real y a medias imaginario. Las frenticas situaciones
se suceden a velocidad de vrtigo en los que podramos etiquetar con
Aug como unos nuevos no lugares monegrinos: Hostal las Vegas, The
Baile Discothque, moteles, gasolineras solitarias, burdeles, carreteras
interminables entre kilmetros de desierto, camioneros violentos, Djs,
macarras y chaperos No lugares malditos que hacen de Los Monegros
la primera planta del infierno (sic).
El viaje a pie por Los Monegros emprendido por el periodista
Daro Vidal y el pintor Julin Grau Santos en A mitad de camino,
Los Monegros (1971), presenta a los dos caminantes recrendose en
la impresin paisajstica y en el apunte antropolgico. Apuntalan con
datos histrico-culturales y artsticos los lugares que atraviesan, en
un afn testimonial que no olvida ni siquiera los nombres propios y
circunstancias de la poblacin con la que se relacionan en su camino.
A su vez, los dibujos de Grau Santos complementan de forma inmejorable una visin del espacio monegrino que pretende ser total y
diferenciada.
132

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Visiones literarias de los Monegros

Despus de recorrer los lmites del desierto Velilla de Cinca,


Ballobar, Sena y de comprobar cmo la contemplacin del lomo
gatuno de Los Monegros comprendido entre la confluencia del Cinca
y del Alcanadre produce intranquilidad en los habitantes de las localidades prximas, que sienten cmo las lenguas del desierto monegrino van
penetrando en sus tierras, los dos viajeros inequvocos admiradores
del Cela del Viaje a la Alcarria llegan a Sariena, que consideran la
puerta de Los Monegros. De Sariena a Candasnos, punto final del viaje,
visitan Pallaruelo de Monegros, Lanaja, Alcubierre, Leciena, Monegrillo,
Castejn de Monegros, La Almolda, Bujaraloz, Valfarta y Pealba.
Con un lenguaje rico, preciso y ajustado a los objetos que nombra,
a la flora y fauna y a los utensilios agrcolas tradicionales (aperos,
bodegas, etc.), Vidal consigue un animado cuadro de la vida rural casi
irredenta de los monegrinos: la sed como obsesin, pese a la proximidad del canal, el abandono de los proyectos gubernamentales, el
escepticismo ante las mejoras prometidas, la pobreza y las injusticias
sociales que trae incluso la misma llegada del agua, las alusiones a
una Guerra Civil todava viva en la memoria La misma hostilidad
del espacio queda corroborada al final del viaje:
En los secanos ha quedado el espectro de la sed, la feroz alimaa
de la injusticia, la epidemia que diezma los ganados, los pueblos que
se despueblan, el odio que desciende de la sierra como un ro, por una
lucha pasada.

Todos estos ingredientes configuran los perfiles de unos seres


que apenas si se distinguen del medio en que habitan. Las casas de
los pueblos reproducen el lienzo del paisaje en sus tonos desledos y
terrosos, y los hombres y mujeres parecen agazapados camalenicamente
en l, fundidos con la fauna y la flora en un todo casi amorfo e inerte.
El conjunto sociolgico rural, por el que no haba pasado todava la
Transicin, ni mucho menos el ingreso en la Unin Europea, se presenta
como detenido en el tiempo. Esta imagen del locus infernal monegrino planea en muchas de las pginas de este diario. As, la primera
impresin del viaje recoge la desazn de los vecinos de Velilla ante
el adusto paredn rido y pardo que tienen a la vista: es la amenaza
de Los Monegros vergonzantes, la sombra de Los Monegros que no
quieren serlo. Y en el vecino pueblo de Ballobar,
Las gentes de la ribera temen a Los Monegros como a la miseria,
y aun cuando los secarrales se adentran en buena parte en sus trminos,
los niegan como si se tratase de un estigma [].
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Jos Luis Calvo Carilla

Del mismo modo que los marinos hacen a la mar mujer, los monegrinos se reconocen porque castran a Los Monegros. Los monegrinos
suprimen el artculo orientador y prudente: para ellos Los Monegros son
sencillamente Monegros.

Condicionado por la imagen de locus horribilis recibida, el viajero


anota en su cuaderno: Los Monegros, por lo menos antes de entrar,
son el rubor de la pobreza y la aprensin de la pena. El miedo a Los
Monegros es el pavor al desierto y a la nada. El viajero se sirve en
varias ocasiones del sintagma tierra trgica para caracterizar con
gruesos trazos a unas poblaciones tristes, aturdidas y detenidas en el
tiempo como estatuas de sal. Tierras que, en palabras del vendedor
de tractores y filsofo de caf Antonio Galn, simbolizan la parte
maldita de Aragn y de los aragoneses, cuyos rasgos caracteriolgicos colectivos pueden constatarse al contemplar el paisaje monegrino
(pp.130-131).
El paisaje cambia con el paso de las horas, pero su naturaleza
hostil es constante en cualquier momento del da:
La tierra blanca y la luz intensa que obliga a llevar los ojos entornados para no quemarse las pupilas; con altas torres esquelticas del
tendido de alta tensin que cruzan de poniente a levante con su temible
estela de tibias y calaveras, con los cuervos revoloteando como un mal
presagio (p.171).
Son las llanuras de Bujaraloz, a menudo bajo el ulular del cierzo,
donde el paisaje es desolado y trgico, y la laguna no es ms que una
larga superficie, pulida, lisa y brillante, de tierra salobre, de la que el
viento arranca a veces penachos de sal. Se cuentan historias terribles de
estos lagos fsiles, de estos lagos bordes que no pueden brindar un sorbo
de agua al caminante (p.175).
Por la noche, sus accidentes orogrficos semejan paisajes lunares
hechos de crteres, enigmticos laberintos y piedras solitarias de figuras
caprichosas (p.172).

El paisaje ofrece las mismas connotaciones hostiles aun cuando


el viajero lo reduzca en su cuaderno a la ingenua estilizacin de un
primitivo:
Hay espartales tristes como cilicios y grises matas de sosa y romero
trgico y tomillo oloroso (p.30).
La sierra [de Alcubierre] es spera y la tierra pobre. En la vertiente sur no crecen ms que tomillos encanijados y romeros del color
de la ceniza. Al llegar a arriba no se ven ms que algunos espaciados
bosquecillos de pinos sedientos y raquticos cabalgando la ladera norte
(p.107).

134

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Visiones literarias de los Monegros

Varios objetos cotidianos, elevados a la categora de smbolos,


pretenden contribuir a consolidar en su conjunto la visin hostil de Los
Monegros. As, al margen de una reiterada asociacin de Los Monegros
con el Shara, el botijo (Un botijo redondo y fatuo preside la estancia
desde lo alto del mostrador [del bar]; es la peana del don divino del
agua, el sagrario de ese dios caprichoso de Los Monegros); la deslumbrante reverberacin de la luz (El sol est en lo alto. La llanura
parece cocerse al sol. De entre el mar de espigas sale como un humo
transparente que quiebra los contornos de las cosas; es la imagen del
calor); el rbol seco del patio de las escuelas que evoca la crispada
mano de un condenado (En el patio de las escuelas nacionales un
rbol descarnado, sin hojas, acaso muerto, parece amenazar al cielo
sangriento con su garra crispada); la maldicin de los gatos (Todos
los gatos de Los Monegros, si no se han recogido al anochecer, se
vuelven locos del cierzo. Hace muchos aos ese accidente los haba
dado ms de un quebranto, porque los piadosos labriegos pensaban que
eran brujas en hbito felino que iban a hacerle dao a algn cristiano);
o la imagen del zorro ahorcado en un rbol, apestoso y rodeado de
moscas, vctima propiciatoria de la tragedia monegrina (En el zorro
ahorcado caben la miseria y la sed, la injusticia y el odio, el tiempo
que defraud y el futuro incierto. El zorro ahorcado ha pagado con su
muerte muchas culpas).
En el Pas de los Cucutes: un viaje a pie por Los Monegros (2010),
de Javier Arruga, el narrador comienza su itinerario a pie por Los Monegros de una forma deshilvanada y vacilante, con excesivas apelaciones al
humor fcil. Pero logra interesar al lector en pginas que van ganando en
reflexin y en fuerza descriptiva. El viajero cuya austeridad narrativa
recuerda demasiado al Cela del Viaje a la Alcarria, al Julio Llamazares de
El ro del olvido y al Labordeta caminando con la mochila al hombro
recorre a pie una buena parte de los pueblos monegrinos. Comienza su
viaje en Sariena y lo termina en Bujaraloz. Entre una y otra poblacin
discurrir un itinerario al albur de las ocurrencias del momento y la
ocasin. Sus pasos vienen orientados por una gua histrico-cultural,
por las indicaciones de los aldeanos con que el viajero se encuentra en
el camino y por sus propios impulsos e intuiciones.
En total, suman catorce las estaciones rurales de este casi va crucis llevado con tanta paciencia y resignacin como ilusin y espritu
pico. El ttulo de una de las jornadas del camino, Leaving Lanaja, nos
remite a un contrapunto aventurero que no es el del inevitable Nicholas
Cage, por supuesto, pero que se le parece mucho, por cuanto Javier
AFA-69

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Jos Luis Calvo Carilla

Arruga activa el trasfondo visual y mtico de la conocida pelcula de


1995 dirigida por Mike Figgis para presentar una galera de seres
grises, abducidos, humillados o, como el Cureta, secuestrados vivos en
esta tierra por ella misma para ser despus trasladados a un nivel de
asociacin superior con todo lo que ella supone. Estos hombres, tras
un tiempo indeterminado en un lugar remoto, son devueltos a su vida
original sin ningn tipo de secuela aparente y sin que ellos mismos
recuerden nada. Del extrao fenmeno se sabe poco, pero una de sus
caractersticas es que las manifestaciones de su transformacin son
inconscientes, por lo que los propios abducidos ignoran que lo son
(p.55). El mismo paisaje que habitan tiene mucho de lunar, con torollones de las ms extraas formas aqu y all, con una superficie rala
donde menudean a modo de crteres las charcas, las balsas resecas y
la antiguas salinas.
La imagen de Los Monegros que proporciona Arruga tiene mucho
que ver con esa imaginaria fusin de seres y de elementos procedentes de
una extraterritorialidad casi desconocida. El locus hostil est configurado
por los infiernos menores originados en los inhspitos microespacios
que visita el viajero: fondas incmodas, bares bulliciosos en extremo,
clubes sociales, costumbres y recelos ancestrales Muertes pequeas,
a la postre, inhspitos lugares con los que se propone recomponer, tal
vez con un punto de prejuicios originados por la tradicin literaria,
el rompecabezas antropolgico del atraso y la desidia endmicos de
la zona. Sin que tampoco estn ausentes apuntes sobre el cromatismo
diferente de Los Monegros, necesitados de una paleta exclusiva para
pintar su elementalidad terrquea que tal vez pudo descubrir en los
tonos suaves (paisajes lunares, masas de ocres, azules y grises) de las
pinturas de Beulas (1991) o en los luminosos ocreamarillos de algunas
estampas de siega del monegrino Marn Bags:
En realidad, Los Monegros tienen un color que les es tan propio que
debera tener su propio nombre; un nombre que no sera adems variedad
de ninguno. No sera gris monegros o marrn monegros, sino que sera
monegros, como rojo, ail, marengo o burdeos: monegros.

9. F
 inal: Los Monegros como espacio accidental y con
frecuencia invisible
Podra decirse que, con el nuevo siglo, Los Monegros han comenzado
a perder el simbolismo trascendente que le haban venido confiriendo
136

AFA-69

Visiones literarias de los Monegros

gegrafos, viajeros y escritores. Contemplado desde el parabrisas del


coche o desde la ventanilla del tren o de un avin, el espacio monegrino
ha seguido siendo el espacio accidental para una revelacin inesperada.
Es el caso del poema Desierto de Los Monegros de Jordi Doce (como
antes para el Santos Torroella de Aeropramo. Poema volando por Los
Monegros). De estos versos estn ausentes, sin embargo, el simbolismo
y la utopa colectiva que presiden las letras de cantautores como ngel
Petisme (Trae contigo la lluvia / a Los Monegros), del llorado Jos
Antonio Labordeta o del Joaqun Carbonell de Cancin de cuna para
el nio del campo (Todas las palomas llevan / menta y escarcha en
las alas / por soar Los Monegros / cubiertos de pinos y agua)15.
Un simple repaso a las doce convocatorias del Certamen de Cuentos
Los Monegros o al volumen colectivo Los Monegros 16 confirma la
misma accidentalidad del espacio monegrino en la narrativa ms reciente,
reducido, salvo excepciones, a pie ambiental forzado y sembrado en no
pocos casos de algn que otro manido guio topogrfico. Los Monegros
pueden ser en otras ocasiones el inslito escenario de una novela, sea
esta realista, negra o de subido erotismo, aunque la ausencia de notas
espaciales concretas denuncia que podra haber estado ambientada en
cualquier otra parte del planeta.
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15. Una sobresignificacin simblica que s se llega a percibir en la pelcula de escenarios aragoneses Jamn, jamn, de Bigas Luna (Angulo Barturen, 2007).
16. Cf. Castn et al. (2006), que incluye los siguientes trabajos: La baba y el carmn, de Carlos
Castn; El espejo de Sariena, de Francisco Javier Prez; Das de agosto, de ngela Labordeta;
Todos los fieles difuntos, de Damin Torrijos; Contrabando demogrfico, de Begoa Plaza; Verano
del 82, de Miguel Carcasota; De lo siniestro y sus alrededores, de Mara Frisa; Capitn Pueyo
Lastanosa, de Amadeo Cobas; Volanderas, de Cristina Grande; El sonido de matar y el sonido de
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AFA-69

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AFA-69

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 141-167, ISSN: 0210-5624

De paisajes y baturros. La imagen


de Aragn y los aragoneses en
el audiovisual espaol
Fernando Sanz Ferreruela
Universidad de Zaragoza

Resumen: El propsito de este trabajo es el de estudiar, a modo de panorama,


las diversas formas mediante las que los textos audiovisuales han mostrado Aragn y a los aragoneses a lo largo del poco ms de un siglo transcurrido desde la
aparicin del cine, a finales del siglo XIX, hasta nuestros das. Para ello, vamos
a centrarnos en el caso del cine espaol aunque con referencias puntuales a
pelculas extranjeras y a la TV, e intentaremos hacer un recorrido de carcter
diacrnico, temtico y analtico, profundizando en los motivos relacionados con
Aragn que han merecido la atencin del cine, indagando tanto en los medios
como en los objetivos empleados para ello.
Palabras clave: textos audiovisuales, historia del cine, cine espaol, Televisin
espaola, Aragn en el cine, baturrismo.
Abstract: This work aims to show as the cinema has showed Aragon and
Aragonese people along cinemas history, from the end of the 19th century, to
the present day. For it, we are going to study Spanish cinema with punctual
references to foreign movies and TV, and we will try to do a tour of character
historical, thematic and analytical, looking for the reasons that have led to the
cinema to being fixed in Aragon, investigating both in the means and in the aims
used for it.
Key words: movie text, cinemas history, spanish cinema, spanish TV, Aragon
in film, baturrismo.

Tal y como pretende sealar el ttulo de este estudio, podemos


afirmar que la produccin audiovisual espaola, muy en particular el
AFA-69

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Fernando Sanz Ferreruela

cine, pero tambin la televisin, ha centrado su atencin en dos grandes


bloques de temas y motivos vinculados con Aragn1: por un lado los
paisajes, tanto naturales como construidos/humanos, bien sean estos
de mbito rural o urbano; y por el otro las personas, la figura de los
aragoneses: hombres y mujeres nacidos en este territorio, que han
habitado en el mismo a lo largo de la historia y que unos ms que
otros han dejado su huella en el solar aragons.

1. Aragn, escenario de cine: los paisajes de Aragn


Aragn es una tierra de marcados contrastes geogrficos y paisajsticos, que ha ofrecido una variedad casi infinita de oportunidades
al cine para ambientar sus pelculas. Paisajes que generalmente han
actuado solo como marco fsico imprescindible para localizar las historias narradas, de forma asptica y sin mayores connotaciones, pero que
en otros casos se han cargado de un simbolismo extraordinariamente
rico, como tendremos ocasin de comprobar2.
1.1. El Pirineo
Llevando a cabo una seleccin que no aspira a la prolijidad catalogrfica, hay que atender en primer lugar a las pelculas espaolas
que han sido rodadas en las principales cadenas montaosas de nuestra
regin.
No son demasiados los films espaoles que, ms all de cuestiones puntuales, han dedicado una atencin relevante al Pirineo. As,
la presencia de la cordillera pirenaica, de sus paisajes, poblaciones y
monumentos, en el cine espaol, no comienza a ser destacable hasta
la dcada de los cincuenta, en el contexto del auge del gnero del
documental turstico que vena teniendo lugar desde la dcada anterior
y que seguira en boga en las tres posteriores. Periodo en el que aparecieron productoras especializadas en este gnero que lleg a alcanzar
una repercusin extraordinaria. Se trata en general de cortometrajes
1. Como punto de partida, puede resultar til Sanz Ferreruela, Fernando (2009); asimismo, una
gua clave para cualquier consulta es VVAA, Historia del cine espaol.
2. Muy recientemente (mayo de 2014) la realizadora aragonesa Vicky Calavia, ha estrenado su
documental de entrevistas Aragn rodado, en el que se hace un recorrido por mltiples escenarios
aragoneses que han servido de marco a algunos de los rodajes cinematogrficos que abordamos en el
presente estudio.

142

AFA-69

De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

que se utilizaban como complemento a la proyeccin de pelculas de


ficcin en los cines, que debemos entender en un momento de eclosin
del fenmeno turstico y que hay que comprender en el contexto del
desarrollismo poltico, social, econmico y cultural, impulsado por el
rgimen franquista en ese momento. Pues bien, entre la amplia nmina
de documentales de este tipo que prestaron su atencin a Aragn, algunos de ellos se dedicaron por supuesto al Pirineo. As, podemos citar
pelculas como Alto Pirineo, de Alberto Carles (1957), producida para
No-Do, que plasma en imgenes los paisajes de los Valles de Ordesa y
Benasque o el clebre Salto de Roldn, entre otros enclaves naturales.
La presencia de los imponentes paisajes del Pirineo es habitual en
ttulos como A travs del Pirineo, del zaragozano Jos Antonio Duce
(1963), o en cintas en las que, adems de la riqueza natural de la
cordillera, se muestran las ms destacadas ciudades y pueblos de ese
territorio, aludiendo a su patrimonio histrico y artstico es el caso
de El romnico en el Alto Aragn, tambin de Duce (1963), o a sus
tradiciones, costumbres y folclore, como se advierte en los ya tardos
documentales Danzas del mundo en el Pirineo (Jaca), de Amando de
Ossorio (1980) o Carnaval en el Pirineo, de Eugenio Monesma (1984),
entre otros muchos. De la mano de la idea de promocin estrictamente
turstica de la oferta de ocio aragonesa, debemos entender algunas otras
cintas como Pirineo de Huesca, de Juan Manuel de la Chica (1973),
producida tambin por No-Do, en la que se ensalza la modernidad de
las infraestructuras y servicios destinados a la prctica del esqu en el
alto Pirineo aragons, as como a las diversas instalaciones termales a
disposicin del turista en esta rea.
En el terreno de la ficcin pueden sealarse tambin algunas pelculas que se han rodado en el Pirineo aprovechando su riqueza y variedad
paisajstica, entre las que podemos destacar algunas bastante recientes
y de gran xito como Que se mueran los feos, de Nacho Garca Velilla
(2010), filmada en buena parte en el Valle de Ans; Kamikaze, pera
prima del realizador lex Pina, una parte de cuyas imgenes fueron
tomadas en el Valle de Benasque en los primeros meses de 2013, o
Muchos pedazos de algo, de David Yez (2013), que se ha rodado
parcialmente en Zaragoza en el verano de 2013.
En otro orden de cosas, debemos hacer referencia a algunas cintas que abordan la problemtica de la Guerra Civil y la posguerra y
que muestran el Pirineo como algo agreste, como una frontera dura e
insalvable entre Espaa y Francia, como un trnsito triste para aquellos
que hubieron de exiliarse atravesando la cordillera, pero tambin como
AFA-69

143

Fernando Sanz Ferreruela

una va abierta a la esperanza de la huida o del regreso. As sucede en


algunas pelculas dedicadas el fenmeno del maquis, como Dos caminos,
de Arturo Ruiz Castillo (1954) que fue la primera, Torrepartida,
de Pedro Lazaga (1956), o La paz empieza nunca, de Len Klimovsky
(1960). Un ejemplo muy reciente lo tenemos en la ltima pelcula de
Fernando Trueba, El artista y la modelo (2012) donde, aunque de forma
muy tangencial, tambin se aborda este asunto.
Una variante muy particular de esta concepcin del Pirineo como
una frontera, podemos encontrarla en el cine espaol de ficcin de los
ltimos aos del franquismo. Concretamente en la clebre cinta Lo
verde empieza en los Pirineos, de Vicente Escriv (1973), en la que en
tono de comedia ibrica del periodo del destape, se ironiza sobre
la costumbre de muchos espaoles, muy frecuente desde finales de
los aos sesenta, de cruzar la frontera de La Junquera para trasladarse
a la ciudad gala de Perpignan con el fin de asistir a la proyeccin de
algunas pelculas, marcadas por su contenido ertico, y vetadas en
Espaa por la censura cinematogrfica tardofranquista. Un film que
incide en esa concepcin del Pirineo, no solo como frontera poltica,
sino tambin como barrera cultural y moral, que separaba dos pases
como Espaa y Francia, contiguos geogrficamente pero tan distantes
desde el punto de vista poltico e ideolgico.
De cualquier forma, sin ningn gnero de dudas, mucho ms destacado que todos los analizados hasta el momento es el caso de Orosia,
dirigida por Florin Rey en 1943 y probablemente la ltima de las
grandes pelculas que nos ofreci el director nacido en La Almunia de
Doa Godina, antes de que su carrera flmica entrase en una espiral
de indefinicin y crisis. Orosia es una cinta peculiar, rodada en Ans,
Echo y la Selva de Oza, ideada por alguien que denota conocer y sentir el Pirineo, y en la que el paisaje no es un mero marco geogrfico,
tal y como hemos visto hasta ahora, sino que acta prcticamente
como un personaje ms. Se trata de un drama rural, ambientado hacia
comienzos del siglo XX, que transcurre en los valles pirenaicos aragoneses y que est protagonizada por Orosia (Blanca de Silos), una
mujer que ve cmo asesinan a su prometido y cuya nica aspiracin,
cargada de pragmatismo, es descubrir al responsable de ese crimen. Y
para ello utilizar todos los recursos a su alcance aun a pesar de que
estos puedan ser considerados poco lcitos o hasta inmorales dentro
del ambiente cerrado que impregna la accin de la pelcula, como
casarse con un hombre al que no ama, pero de quien ella sospecha que
puede haber sido el responsable del asesinato, con el nico objetivo
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De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

de poder vigilarlo ms de cerca y extraerle la confesin3. Sin duda


se trata de una pelcula inhabitual, que rompe con muchos tpicos y
arquetipos de gnero, como el de la mujer inactiva, abnegada, esposa
y madre amantsima y preocupada tan solo por mantener su virtud y
su honra nota habitual en el drama rural, y muy coincidente con
el estricto cdigo moral predominante en la Espaa franquista que
establece en torno de s un rgimen casi matriarcal en un contexto
en el que el dominio masculino era la tnica dominante, ya que es
a ella a quien sus trabajadores y pastores van a rendir cuenta casi con
pleitesa regia.
Pues bien, en esta tesitura, el paisaje pirenaico, casi mitificado,
contribuye a dotar a los personajes, sobre todo a la protagonista, de
un aura de grandeza. Secuencias como la famosa Misa de los pastores en las cumbres nos presentan un paisaje grandioso, sublime, al
que se rinde un respeto y una veneracin absoluta, y que dota de una
entidad y una gran dignidad por asociacin a Orosia. Es como
si esa veneracin al Pirineo, que se mima con planos llenos de luz
y armona, calara en sus habitantes, confirindoles esa misma dignidad, y siendo un ejemplo, de incalculable valor, de utilizacin del
paisaje aragons con una finalidad claramente narrativa y expresiva
(vid. fotografa 1).
1.2. El Moncayo
La presencia de la otra gran cumbre montaosa de Aragn en el
cine espaol es mucho menor, tanto cuantitativa como cualitativamente.
Ms all de algunas referencias tempranas muy puntuales, como la cinta
Gloria del Moncayo, de Juan Parellada (1940), que adapta la zarzuela
Los de Aragn, de Juan Jos Lorente, la presencia del Moncayo se
restringe a alusiones muy parciales al hilo de producciones relativas a
la ciudad de Tarazona, el Monasterio de Veruela o la figura de Gustavo
Adolfo Bcquer, como por ejemplo el documental Bcquer, de Jess
Fernndez Santos (1966).
En las ltimas fechas, tal vez podamos destacar La ltima cima,
el documental de Juan Manuel Cotelo (2010) sobre el sacerdote Pablo
Domnguez quien, junto con una amiga, falleci en el transcurso de

3. Sobre esta pelcula, puede consultarse, entre otros estudios, Sanz Ferreruela, Fernando
(2005).
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145

Fernando Sanz Ferreruela

una excursin al Moncayo, a causa de las inclemencias meteorolgicas.


Una cinta que, al tiempo que glosa la figura del sacerdote, dedica una
pequea atencin a la tan bella como peligrosa cima aragonesa.
1.3. Los Monegros y el Aragn desrtico
La presencia de Los Monegros en el cine espaol puede rastrearse
ya a finales de los aos cincuenta, de nuevo en el terreno del documental de promocin poltica y econmica auspiciado por el rgimen
franquista en ese momento. Tal vez el mejor ejemplo de ello sea la
cinta Agua en Monegros, de Ramn Siz de la Hoya (1959), promovida
por el Ministerio de Agricultura, y en la que se ensalza el esfuerzo del
Estado para desarrollar infraestructuras destinadas al regado agrcola,
particularmente, la construccin de presas y canales.
Mucho ms interesante que el anterior es el documental Monegros,
de Antonio Artero (1968)4, una obra clave en el desarrollo de este gnero
en el cine espaol, en el que se profundiza sobre este territorio y las
duras condiciones de vida de la poblacin que lo habita, estableciendo
un claro paralelismo con una obra clave como es Las Hurdes, tierra
sin pan, de Luis Buuel (1933).
Asimismo hay que citar que Bigas Luna eligi este mismo desrtico
escenario para el rodaje de la apasionada Jamn, jamn (1992).
Dejando a un lado Los Monegros, debemos atender a otro escenario otrora desrtico y hoy habitado que es el actual barrio de
Valdespartera, que adems de ser campo de maniobras militares durante
dcadas, fue el escenario del rodaje de algunas escenas, como aquella
famosa y multitudinaria batalla con dos mil extras de Salomn y la
Reina de Saba, de King Vidor (1958), quien con su equipo y con las
estrellas Gina Lollobrigida y Tyrone Power quien morira prematuramente muy pocos das despus de abandonar Zaragoza se traslad
a nuestra ciudad a finales del verano de 1958, evento que alcanz una
repercusin meditica sin precedentes5.

4. Prez, Pablo y Hernndez, Javier (1995), 100 aos en 25 pelculas. Las huellas de Aragn en
el cine, Teruel, Animateruel, pp.59-61.
5. Sirva como dato, la importante trascendencia que los hechos que rodearon este rodaje alcanzaron
en las pginas de Heraldo de Aragn, que public diversas crnicas, noticias e incluso fotografas del
mismo a lo largo del mes de septiembre de 1958.

146

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De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

1.4. El Monasterio de Piedra


Otro enclave natural paradigmtico de nuestra geografa que ha
adquirido enorme presencia en el cine es sin duda el Monasterio de
Piedra. Un conjunto formado por el hermoso y singular paraje natural y el edificio monstico medieval que, desde comienzos del siglo
XX, el cine ha explotado con una finalidad turstica en el terreno del
documental. As lo demuestran ejemplos tan tempranos como Alhama
de Aragn y el Monasterio de Piedra, del pionero cataln Fructuoso
Gelabert (1905), o Monasterio de Piedra, del zaragozano Antonio de
Padua Tramullas, rodado en la dcada de 1910, u otros posteriores
como El ro de Piedra, de Santos Nez (1946), mientras que en la
ficcin se ha mostrado normalmente con una visin romntica y buclica, para enmarcar historias melodramticas o de cualquier otro tipo,
como sucede ya en la primera versin de Nobleza baturra, de Juan
Vila Vilamala (1925), desgraciadamente perdida, pero de cuyo rodaje
conservamos valiosas fotografas (vid. fotografa 2).
En otras ocasiones este singular enclave ha sido escenario de
rodajes de pelculas de lo ms heterodoxas, en las que el espacio real
se oculta y se instrumentaliza con finalidades narrativas. As sucede
en Obsesin, de Arturo Ruiz Castillo, una historia ambientada en las
selvas de Guinea, que se intentaron simular en el espectacular parque
natural del Monasterio de Piedra6; en El rostro del asesino, de Pedro
Lazaga (1965), en la que el Monasterio es el escenario de una trama
policiaca con suspense y asesinatos; en la descabellada coproduccin
Eva en la selva, de Jeremy Summers (1968); en la cinta de ciencia
ficcin Misterio en la isla de los monstruos, de Juan Piquer Simn
(1981), o en tantas otras hasta nuestros das como El hombre que mat
a Don Quijote, de Terry Gilliam (2012)7.

6. Una asimilacin del parque del Monasterio de Piedra con las selvas africanas de la que
todava hoy en da queda un testimonio de primera mano y que es una choza de planta circular
supuestamente indgena construida hace casi setenta aos, pero que ha resistido el embate del
tiempo.
7. El papel jugado por el Monasterio de Piedra en el cine fue objeto de un trabajo de investigacin,
realizado en 2012 por Eugenia Prez de Mezqua Zatarain, con el ttulo de El cine en el Monasterio
de Piedra, en el marco del Master de Estudios Avanzados en Historia del Arte de la Universidad de
Zaragoza. Agradezco a su autora la gentileza de permitirme citarlo a pesar de que desafortunadamente
su trabajo todava no ha sido publicado.
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147

Fernando Sanz Ferreruela

1.5. Los monumentos aragoneses como marco para el cine


Del mismo modo que hemos visto para el caso del paisaje aragons,
tambin son muchas las pelculas espaolas y extranjeras que han
aprovechado la imponente variedad y riqueza del patrimonio arquitectnico de nuestra comunidad para ambientar argumentos flmicos desarrollados en el pasado. Pelculas de reconstruccin histrica en muchos
casos que, a pesar de recaer en notables incoherencias cronolgicas o
geogrficas derivadas de hechos como rodar asuntos medievales en
edificios ms tardos, que no presentaban ese aspecto en la poca a la
que se refiere la pelcula, o que hacen referencia a mbitos geogrficos
que nada tienen que ver con lo aragons se beneficiaron de las no
pocas posibilidades que, sin recurrir apenas a decorados o ambientaciones construidas, ofrecan dichos monumentos, algo que ha tenido
lugar con particular intensidad en las ltimas dcadas.
As sucede por ejemplo con el castillo de Loarre, que podemos
contemplar en pelculas como Valentina, de Antonio Betancor (1982),
basada en Crnica del alba, de Ramn J. Sender, en la que el castillo
se convierte en una residencia veraniega de una familia acomodada
en la dcada de 1910; El nio invisible, de Rafael Molen (1995); La
noche oscura, de Carlos Saura (1989), en la que la fortaleza oscense se
convierte en la crcel toledana en la que fue recluido y de la que se
fug San Juan de la Cruz, o El reino de los cielos, de Ridley Scott
(2005), la superproduccin de Hollywood en la que el castillo de Loarre
tiene una fugaz aparicin presidiendo el skyline de una aldea francesa
del siglo XII, en tiempos de las Cruzadas (vid. fotografa 3).
Algo muy similar podramos sealar con el caso del Monasterio
de Veruela, en el que se rodaron escenas de tantas pelculas, como la
ya citada La noche oscura, de Carlos Saura, El fraile, de Francisco
Lara Palop (1990), La marrana, de Jos Luis Cuerda (1992), o Los
fantasmas de Goya, de Milos Forman (2006), entre otras muchas.
Similar circunstancia podramos resear al respecto de la presencia
de tantos otros monumentos aragoneses en el cine, como el Monasterio
de San Juan de la Pea en donde se han rodado ms de medio centenar de cintas documentales y de ficcin, el Palacio de la Aljafera
de Zaragoza, el conjunto amurallado de Albarracn, y un largo etctera
de edificios singulares de nuestro patrimonio.

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AFA-69

De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

1.7. Las capitales aragonesas


Dando un salto desde el medio rural al urbano, conviene sealar
que las tres capitales de provincia aragonesas han tenido una amplia
aunque desde luego, desigual, a favor de Zaragoza presencia en
el cine espaol.
Teruel
Por lo que se refiere a Teruel, cabe realizarse una primera mencin testimonial a una cinta como Los amantes de Teruel, de Ramn
de Baos (1912), que traslad a las pantallas, constituyendo uno de
los ms claros exponentes del Film dArt a la espaola que tuvieron
lugar en esas tempranas fechas, el drama homnimo de Juan Eugenio
Hartzenbusch. Pelcula que no se conserva, de la que apenas conocemos
datos y que con toda seguridad no se rod en Teruel sino en decorados
de estudio en Barcelona.
Mucho ms interesante sin duda es el papel jugado por Teruel en el
marco del documental blico producido por ambos bandos contendientes
durante el transcurso de la Guerra Civil Espaola8, en el que tanto la
ciudad, como las maniobras militares en virtud de las cuales cambi de
bando en dos ocasiones, as como su patrimonio muy particularmente
la arquitectura mudjar que sufri en sus carnes los devastadores
efectos de la guerra y que fue instrumentalizado ideolgicamente por
las dos facciones beligerantes, alcanzan una interesante y muy destacada
presencia9. As se advierte en cintas tan opuestas polticamente, como
similares desde el punto de vista visual, como son La gran columna de
hierro (hacia Teruel), producida en 1937 por la muy activa productora
anarquista SIE Films, o La gran victoria de Teruel, dirigida al ao
siguiente por Alfredo Fraile para la productora franquista CIFESA. En
ese mismo panorama, es imprescindible la referencia a la que sin duda
fue una de las ms clebres y destacadas producciones, en este caso
de ficcin, realizadas durante la contienda, que fue la mtica Sierra de
Teruel, de Andre Malraux (1938), la produccin anarquista, rodada en
parte en la provincia de Teruel, encaminada a recabar la cooperacin
internacional para la causa republicana durante el conflicto.

8. Acerca de este panorama, vase sobre todo Amo, Alfonso del (1996), Claver Esteban, Jos
Mara (1997) y Villalba Sebastin, Juan (2009), entre otros muchos.
9. Sobre la instrumentalizacin del patrimonio mudjar, particularmente de Belchite y Teruel en
el cine espaol de la Guerra Civil, vase Lzaro Sebastin, Francisco Javier, Amparo Martnez Herranz
y Fernando Sanz Ferreruela (2010).
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Fernando Sanz Ferreruela

Dando un paso ms y de nuevo en el terreno del documental de


promocin y propaganda turstica de los sesenta, que prest una atencin muy destacada al desarrollo de las ciudades espaolas, intentando
plantear la difcil dicotoma entre el culto a la tradicin, al pasado y al
patrimonio cultural de las ciudades, y el ensalzamiento de la modernidad y el desarrollo urbano, industrial y turstico de las mismas10,
hemos de citar sin duda la cinta Teruel, ciudad de los amantes, de
Jos Luis Pomarn (1963), en la que la citada ecuacin se resuelve
con apreciable solvencia.
Aunque ya posteriores, y en la lnea del documental etnogrfico,
pueden citarse todava la serie de cintas rodadas por Manuel Cao
en la dcada de los ochenta (Vivir Teruel, Sierras altas de Teruel o
Desde Teruel, entre otros ttulos) u otras como Naturales de Teruel,
acerca de la cermica turolense, producida para su marca Aro Films
por el destacado documentalista en esa poca Csar Fernndez
Ardavn (1982).
Huesca
Ms all del terreno del documental, tanto relativo a la Guerra
Civil como al desarrollismo del tardofranquismo, que hemos visto
para el caso de Teruel, y en el que podran citarse no pocos ttulos11,
la ciudad de Huesca ha sido marco de la accin de no demasiadas
pelculas, entre las que se puede citar alguna excepcin como por
ejemplo la poco conocida del cineasta tambin oscense Antonio
Artero, Cartas desde Huesca (1993), en la que una pareja de editores
britnicos se traslada a la capital oscense en busca de la pista de unos
manuscritos del poeta Benton, fallecido durante la Guerra Civil, y que
obran en poder de un viejo y crispado anarquista, interpretado por
Fernando Fernn Gmez.
Zaragoza
La presencia de la ciudad de Zaragoza en el cine data prcticamente de los mismos orgenes del cine en Espaa. Como es sabido la
capital aragonesa se convirti desde los primeros aos del siglo XX

10. Algunas claves sobre este tipo de cine pueden encontrarse en Lzaro Sebastin, Francisco
Javier y Fernando Sanz Ferreruela (en prensa a) y en Lzaro Sebastin, Francisco Javier y Fernando
Sanz Ferreruela (en prensa b).
11. Entre ellos se encuentran Divisin heroica (en el frente de Huesca), o El cerco de Huesca,
producidos por SIE Films en 1937; Huesca, de Jos Antonio Duce para Intercine (1963), o Huesca en
desarrollo, de Jos Joaqun Canals (1974).

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De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

en un centro de produccin cinematogrfica, tan solo comparable a


ciudades como Valencia y Barcelona y muy superior en aquel momento
a Madrid.
En ese contexto tenemos que aludir a un nutrido grupo de pioneros
cinematogrficos que realizaron su trabajo en Zaragoza y que, como fue
habitual en la primera dcada y media de historia del cine en Espaa
(1896-1910), se dedicaron al campo del reportaje, del documental o de
la toma de vistas. Entre ellas, como es lgico, prestaron una atencin
muy especial a la ciudad de Zaragoza, sus calles, sus gentes y sus
fiestas. Solo en este contexto podemos entender cintas como la Salida
de Misa de 12 del Pilar de Zaragoza, rodada por Eduardo Jimeno en
noviembre de 1899 aunque durante aos datada errneamente en
1896, que todava hoy pasa por ser una de las pelculas ms antiguas
conservadas del cine espaol. De cualquier modo, hay que sealar que
existieron rodajes zaragozanos anteriores a la Salida de Misa de 12,
como el Desfile del Regimiento de Castillejos, de Francisco Iranzo
(1897), que por desgracia no se conservan.
En esta misma lnea hemos de contemplar los numerosos reportajes documentales tomados por Ignacio Coyne, el clebre fotgrafo,
cineasta y empresario cinematogrfico zaragozano quien, en torno a
1905, tom vistas como Desde el Coso a la Calle Cerdn, Torrero y
la ribera, Plaza de la Magdalena o Coso y Paseo de Santa Engracia
(vid. fotografa 4). Asimismo, y sin nimo de prolijidad, podemos citar
a otros pioneros que tomaron vistas semejantes como Antonio de Padua
Tramullas12 Incendio en el Barrio de Montemoln o Fiesta de la flor
(1913), Eduardo Jimnez Seisdedos, Manuel Reverter, etc.
Pero ms all de estas vistas, en los primeros aos de cine en
Zaragoza, se advierte tambin un inters por mostrar el desarrollo
econmico e industrial de la ciudad y no en vano la Filmoteca de
Zaragoza conserva un buen nmero de documentales que muestran
algunas de las principales industrias zaragozanas de principios de siglo,
las harineras y azucareras del Arrabal y el Gllego, las estaciones de
Ferrocarril, etc.
Asimismo, en un terreno ms ldico conocemos tambin la existencia en la dcada de 1910 de algunas productoras zaragozanas especializadas en exclusiva en el rodaje de corridas de toros que a posteriori

12. Cineasta que fue autor adems, entre otras, de la curiosa cinta de ficcin El diablo est en
Zaragoza (1921), lamentablemente tambin desaparecida.
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Fernando Sanz Ferreruela

se exhiban entre el pblico y que tuvieron gran xito, como es el caso


de la empresa Zaragoza Films, activa desde 1913 hasta la dcada de
1930.
Todava en el terreno del documental, ya en poca sonora, cabe
aludir a otras cintas como Zaragoza 1941, Zaragoza moderna, de Julin
Calleja (1943); Pasado y presente de Zaragoza (1957), producida por
No-Do; Zaragoza, ayer y hoy, de Francisco Centol (1959) con guion
del profesor Antonio Beltrn; Fiestas del Pilar, de Julin de la Flor
(1957); Zaragoza 1962, de Jos Luis Pomarn (1962); o Zaragoza es
algo ms, de Jos Luis Borau (1966).
Un caso paradigmtico dentro de este gnero documental lo representa Zaragoza, ciudad inmortal, de Jos Antonio Duce (1961), una
cinta que, siguiendo estrictamente los propsitos del cine documental
durante los aos sesenta, trata de ofrecer una dicotoma, que oscila
entre el culto al pasado de la ciudad, con especial incidencia en la
valoracin de los aspectos histricos y artsticos, culturales, tradiciones
y folclore, figuras histricas relevantes y acontecimientos gloriosos; y,
en segundo lugar, la consideracin del desarrollo que haba alcanzado
la urbe en los aos inmediatos infraestructuras, servicios, comunicaciones, desarrollo urbano, cultura de ocio, en una inequvoca accin
de propaganda ideolgica, que hemos de entender en el contexto de la
Espaa del desarrollismo.
Ms cercanos ya en el tiempo a nuestros das, un captulo aparte
merecen los documentales de Alejo Lorn sobre el casco histrico de
Zaragoza, realizados en la dcada de los ochenta, como por ejemplo
Zaragoza casco viejo (1982), en el que se explora la Zaragoza profunda, las calles del barrio de San Pablo, sus solares y ruinas, sus
comercios y sobre todo sus gentes que nos hablan de un modo de vida
anclado en el pasado, poco concordante con la imagen de una ciudad
moderna y en desarrollo como era la de Zaragoza en la dcada de los
ochenta. De similares caractersticas es Plata, plata, plata (1980), que
reflexiona sobre el papel social y cultural del tan conocido local de
ocio zaragozano.
Finalmente debe hacerse referencia al sinfn de documentales
sobre la ciudad realizados desde finales de los aos noventa hasta
nuestros das, que reflejan visiones, bien genricas, o bien concretas, sobre aspectos de la ciudad, como Zaragoza punto de encuentro,
producido por el Patronato de Turismo de Zaragoza (1989), Zaragoza
Semana Santa, de Jos Miguel Iranzo (1998), o Zaragoza antigua, de
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De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

Flix Zapatero, producido por El Peridico de Aragn y Filmoteca


de Zaragoza. Del mismo modo, pueden citarse Zaragoza panormica
de medio siglo, Semana Santa en Aragn (Hjar, Alcaiz, Zaragoza.
Aos 1920-1930), Primer tercio. Toros 1910-1930 o Secuencias para
un proceso de modernizacin. Hacia el Aragn urbano e industrial,
editados todos ellos por el Ayuntamiento de Zaragoza y la Filmoteca
de Zaragoza, entre otros muchos. Ms recientemente cabe aludir muy
particularmente a las diversas producciones documentales llevadas a
cabo por las instituciones aragonesas y otras entidades, tanto pblicas
como privadas, ya sean televisiones, peridicos o cajas de ahorros
con motivo de la celebracin de la Exposicin Internacional de 2008,
en las que la ciudad de Zaragoza se pondera tambin como baluarte
de la cultura, la tradicin y el patrimonio, al tiempo que como urbe
abierta, cosmopolita, moderna y en desarrollo. As se advierte en Tres
meses para la historia, de Alejandra Gil (2008), La comparsa recuperada. Gigantes y cabezudos de Zaragoza, de Domingo Moreno (2008),
Ibernostrum, de Alberto Esteban (2008), Zaragoza. La Provincia, o
la magnfica Sinfona de Aragn (2008), del universalmente conocido
cineasta de origen oscense, Carlos Saura.
Ya en el campo de la ficcin, la presencia de Zaragoza en el cine
comenz desde muy pronto a experimentar un fenmeno que la profesora Amparo Martnez Herranz (2009) ha definido como una autntica
sincdoque. Zaragoza va a estar presente en el cine pero de forma
extremadamente reduccionista, ya que todas las pelculas que aqu se
ambientan van a mostrar recurrentemente la famosa postal de Zaragoza
que constituye la vista del Pilar, La Seo, La Lonja y el Puente de Piedra
desde la orilla izquierda del Ebro. Hasta tal punto es as, que la ciudad
de Zaragoza se identificar casi en exclusiva con esa imagen o, dicho
de otro modo, siempre que el cine muestre a Zaragoza, repetir una y
otra vez la misma imagen, que constituir esa parte por el todo que se
ofrece de nuestra ciudad.
As sucede en las diversas versiones de Nobleza baturra (vid.
fotografa 5) Juan Vil Vilamala (1925), Florin Rey (1935) y Juan
de Ordua (1965) y en otras de ambiente aragons, como Gigantes
y cabezudos, de Florin Rey (1925). Una circunstancia que curiosamente se ha seguido manteniendo hasta casi un siglo despus, como
se aprecia en una imagen de Mataharis, de Iciar Bollan (2007), en
la que, cuando el protagonista viaja a Zaragoza, la nica imagen que
contemplamos es la vista del Pilar desde la entrada de la Autova de
Huesca.
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Fernando Sanz Ferreruela

En esa misma lnea, junto con la panormica exterior, otra imagen


muy recurrente es la de la Virgen del Pilar, tomada desde el interior
de su templo, presente en muchas de las cintas recin mencionadas, o
en otras como por ejemplo La Dolores, de Florin Rey (1940) o Con
los ojos del alma, de Adolfo Aznar (1942)13.
Todava en el cine del periodo franquista, hay que hablar del fenmeno de la ciudad reconstruida/recreada, como se advierte en Agustina de Aragn, de Juan de Ordua (1950), en la que la ciudad no se
muestra como es, sino que se recrea por medio de decorados que no
tienen ninguna pretensin de rigor histrico.
En los aos sesenta hemos de aludir a un caso excepcional que
fue Culpable para un delito (Jos Antonio Duce, 1966). Un ejemplo
que sirve muy bien para comprender el deseo de infundir un aura de
cosmopolitismo e internacionalismo a la ciudad de Zaragoza, en la
que ntegramente fue rodada la cinta. En ella no hay ningn propsito
de mostrar una Zaragoza reconocible como pasaba en el documental sino que, antes bien, la pelcula desea enmascarar literalmente
la ciudad bajo la apariencia de una urbe indeterminada aunque la
ambientacin nos recuerda ciudades como Marsella, con metro y
puerto martimo. Unos rasgos que se sitan en sintona con las tramas
desarrolladas en el cine negro de buena parte de las cinematografas
europeas del momento (vid. fotografas 6 y 7).
En los ltimos aos se ha venido reproduciendo esta misma situacin que venimos trazando, pudiendo sealarse el caso de algunos
cineastas aragoneses, como Miguel ngel Lamata quien, en 2003, rod
algunas imgenes de su cinta Una de zombies en el populoso Paseo de
la Independencia de Zaragoza, con el mismo objetivo de enmascarar
la ciudad que propusiera Duce cuarenta aos antes en Culpable
para un delito, querindose hacer referencia a la Quinta Avenida
neoyorkina14.
13. Sobre esta y otras circunstancias, vase nuestra Tesis Doctoral Catolicismo y cine en Espaa:
1936-1957, defendida en la Universidad de Zaragoza en 2010 y publicada parcialmente en Sanz Ferreruela,
Fernando (2013).
14. Ms all de las capitales de provincia aragonesas, son innumerables las localidades aragonesas
que han servido de escenario para rodajes cinematogrficos, como por ejemplo Tarazona Vaya par de
gemelos, de Pedro Lazaga (1978), Daroca La ley de una raza, de Jos Luis Gonzalvo (1968) con
Antonio el bailarn y La Chunga, Albarracn Alma aragonesa, de Jos Ochoa (1961) y la ya citada
Valentina, Borja y Bisimbre Nobleza baturra, de Florin Rey (1935), Calatayud, Chodes, Arndiga
y Embid de la Ribera Rquiem por un campesino espaol, de Francisco Betri (1985), Sos del Rey
Catlico La vaquilla, de Luis G. Berlanga (1985), el Maestrazgo turolense Tierra y Libertad,
de Ken Loach (1995), Calaceite, La Fresneda, Alcaiz, Mas de Labrador y Albalate del Arzobispo
Libertarias, de Vicente Aranda (1996), diversos paisajes de la provincia de Huesca Al otro lado

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De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

Pero, ms all de la mera enumeracin y para concluir este apartado, resulta de gran inters la reciente De tu ventana a la ma, de la
zaragozana Paula Ortiz (2011), una notable pelcula que transcurre,
y que fue rodada, casi ntegramente en Aragn. La accin del film se
sita en tres momentos histricos diferentes y muy relevantes (aos
veinte, aos cuarenta en la temprana posguerra y aos setenta en plena
transicin democrtica) y combina las vivencias de otras tantas mujeres
a las que les une su espritu de lucha y de supervivencia.
En esta pelcula, los paisajes en los que transcurren cada una de las
tres historias juegan un papel extraordinario, y adems estn cargados
de un simbolismo mucho ms rico de lo que suele ser habitual a la hora
de retratar el territorio aragons. En la primera de las tres historias que
acaban entrelazndose Violeta (Leticia Dolera) es una muchacha joven,
casi adolescente, una chica sensible y un tanto melanclica que vive su
fragilidad en su refugio de montaa en Canfranc, en el que su to tiene
un invernadero en el que cuida plantas y mariposas, tan quebradizas
como ella, hasta el punto de que, cuando sale de su jaula de cristal,
se topar con la dureza de la vida. Por su parte, la historia de Ins
(Maribel Verd) transcurre en los campos de trigo en el fecundo verano
de 1940, en la que descubrimos a una mujer embarazada cuya vida se
convertir en un pramo de lucha y soledad, al igual que el paisaje de
las Cinco Villas y las Bardenas en el que se desarrolla la trama (vid.
fotografa 8). Finalmente Luisa (Luisa Gavasa) vive las grises calles
de la ciudad de Zaragoza en el invierno de 1975, justo cuando acaba
de finalizar el gris periodo de la dictadura, y que es marco del drama
de una mujer enferma de cncer, que no ha conocido el amor de un
hombre ms all de su enamoramiento platnico de Alfredo Kraus.

2. Los aragoneses en el cine


En este captulo debemos contemplar por separado la gran abundancia de referencias que el cine y tambin la televisin han llevado a
cabo acerca de los aragoneses ms ilustres, as como el fenmeno del

del tnel, de Jaime de Armin (1994), Riglos Tata ma, de Jos Luis Borau (1986), Belchite
Las aventuras del barn Mnchausen, de Terry Gilliam (1988), Calatayud y lugares prximos como
el Pantano de la Tranquera El aire de un crimen, del zaragozano Antonio Isasi-Isasmendi (1987),
Cariena Tierra, de Julio Medem (1996) Cantavieja, Villafranca y La Iglesuela del Cid En brazos
de la mujer madura, de Manuel Lombardero (1996), o la Base Americana y Alfajarn Carreteras
secundarias, de Emilio Martnez Lzaro (1997), entre otras localizaciones.
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Fernando Sanz Ferreruela

baturrismo, que desde el siglo XIX afect a tantas manifestaciones


artsticas. Una imagen global que, por suerte o por desgracia, ha servido
para caracterizar en bloque, como si de un saco sin fondo se tratara,
a los aragoneses a lo largo de tantas dcadas, y que por supuesto ha
dejado tambin su huella en el cine.
2.1. El baturrismo
De todos es sabido que a lo largo del ltimo siglo y medio de historia se ha venido alimentado el tpico de una imagen muy determinada
de los pobladores de la regin aragonesa, tendindose a englobarlos
a todos bajo el concepto del baturro. As, a la hora de mostrar a
los aragoneses, el cine se ha servido en muchas ocasiones de fuentes
tan lejanas como la literatura de fines del siglo XIX, que fue el caldo
de cultivo de una cuestin tan espinosa como es el baturrismo. Una
concepcin arquetpica, poblada de tipismos, que normalmente se ha
explotado con una finalidad cmica, satrica y a veces crtica, con el
nico propsito de hacer rer, adoptando formas y mecanismos no
siempre demasiado respetuosos ni bienintencionados, para definir y
caracterizar a toda una comunidad. Una visin de cualquier manera
reduccionista, que aliment la tradicin teatral finisecular del siglo
XIX en la que pueden englobarse autores como Joaqun Dicenta,
o su hijo Manuel que no en vano fue autor del argumento de una de
las pelculas de baturros ms clebres, la ya tan nombrada Nobleza
baturra, que en el terreno literario dej por ejemplo su huella en
los Cuentos baturros de Casaal, y de la que son herederos en el
teatro, las variedades, el cine y la televisin muchos cmicos desde
la segunda mitad del siglo XX, como Paco Martnez Soria, Fernando
Esteso o Marianico el Corto.
Siguiendo este arquetipo/prototipo, y en cualquiera de las manifestaciones artsticas citadas y desde luego tambin en el cine
podemos definir al baturro como un hombre bruto, tozudo, impulsivo,
vehemente e irracional, que se deja llevar por su intuicin de forma
exclusiva sin atender a la razn; se caracteriza por su sentido del humor
simple y convencional, ya que siempre protagoniza bromas, chascarrillos
y actos jocosos; el baturro es bonachn, calmado, se caracteriza por
sus movimientos lentos y pausados, rozando la inaccin, estado que
sbitamente se quiebra cuando su paciencia o aguante llega al lmite
de lo tolerable, desatndose un torrente apasionado y vehemente que
suele ser ms verbal que de accin. El baturro tiene un comportamiento
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De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

bastante plano y previsible, se esfuerza lo mnimo, pero es noble y


normalmente le mueven buenos sentimientos, y cuando acta, eso s,
lo hace siempre con la habitual picarda, que puede llevarle a dar
ms de una leccin se sabidura popular a cualquier congnere, por
muy cultivado que este sea.
As, en el cine espaol podemos citar pelculas de baturros desde
casi sus mismos orgenes, como la serie titulada Cuentos baturros, de
Domingo Ceret (1917), que fue un serial en episodios, desgraciadamente
o no tanto hoy perdido.
Por supuesto, este arquetipo es al que se adaptan muchos personajes de las ya citadas versiones de Nobleza baturra Perico (Miguel
Ligero) en la versin de Florin Rey sera un caso paradigmtico,
y al que tambin se hace referencia en cintas como La Dolores, cuya
ms destacada adaptacin flmica realiz Florin Rey en 1940, con
Concha Piquer, rehuyendo en parte esa imagen tpica, tpica y facilona
del baturro; Lo que fue de la Dolores, de Benito Perojo (1947), con
Imperio Argentina, y en tantas otras como Alma baturra, de Antonio
Sau (1947), director tambin de origen aragons, o Alma aragonesa,
de Jos Ochoa (1961), que es una versin libre del clsico tema de
la Dolores.
Pero sin ningn gnero de dudas el autor que ms contribuy a
extender esta imagen prototpica del baturro en el cine fue el inefable
Paco Martnez Soria. Cmico y empresario teatral, actor de cine nacido
en Tarazona, responsable de algunos de los ms rutilantes xitos del cine
espaol de los cincuenta, sesenta y setenta, como La ciudad no es para
m, de Pedro Lazaga (1965), fundament buena parte de su quehacer
en la sobreexplotacin del tipismo baturro aplicndolo a algunos de los
personajes que encarn a lo largo su carrera flmica (vid. fotografa9).
Hay que advertir que esto no sucedi ni mucho menos en todas sus
pelculas, ya que tambin explot con xito el arquetipo del madrileo
castizo; pero s en algunas de las ms clebres, particularmente en la
referida La ciudad no es para m, El turismo es un gran invento, de
Pedro Lazaga (1968), Abuelo made in Spain, tambin de Lazaga (1969)
y sobre todo en Vaya par de gemelos, de Lazaga (1978), rodada en su
Tarazona natal y una obra impagable como repertorio de todos los
tpicos baturros por excelencia.
Una imagen la del baturro que, siendo muy frecuente en el cine
de ficcin del franquismo, no fue tan habitual en el terreno del cine
documental, tal y como por ejemplo se advierte en No-Do. As, entre
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Fernando Sanz Ferreruela

1942 y 1981 el noticiario espaol por excelencia, que durante dcadas


monopoliz el terreno de la informacin en nuestro pas, presto su
atencin no pocas veces a Aragn y a los aragoneses. Y curiosamente
lo hizo huyendo de ese paradigma del baturrismo, empleando una
importante nmina de temas de cierta trascendencia, todos ellos por
supuesto en consonancia con la ideologa del rgimen.
Ms all de mostrar el paisaje aragons, sobre todo el montaoso
son frecuentes los relatos de la colocacin de imgenes de la Virgen del Pilar en las principales cumbres como el Aneto, el Moncayo
o la Pea Oroel, el habitante de Aragn se destaca particularmente
por su modlico sentimiento religioso, por su fervor que hunde sus
races en la devocin a la Virgen del Pilar a la que el propio Franco
acostumbrara a venerar de vez en cuando. Adems del fervor pilarista,
en No-Do podemos rastrear numerosos reportajes de la Semana Santa
aragonesa (priman las imgenes de Calanda), romeras, procesiones,
actos multitudinarios de reafirmacin catolicista y muestras de fe de lo
ms diverso. Otro captulo de lo aragons habitual en No-Do tiene que
ver con el desarrollo de las infraestructuras, sobre todo de las hidrulicas, y por eso suele aludirse a los planes de regado impulsados en
los cincuenta y sesenta en las Bardenas y Cinco Villas, a la construccin de pantanos y canales (Mediano, la Sotonera, Yesa, Mequinenza,
etc.), al establecimiento de los pueblos de colonizacin, al desarrollo
deportivo (los escasos xitos del ftbol o del boxeo aragons) y turstico (los balnearios, el esqu, etc.). Muy presente en No-Do est la
jota15, el canto y el baile aragons por excelencia, que se vincula a un
concepto tan propio de la ideologa franquista como es el de la raza.
Dos motivos que van muy unidos ya que cualquier mencin a la jota,
se asocia siempre a conceptos como lo bravo, lo recio y tradicional de
la raza aragonesa, y por extensin, espaola. Y como no poda ser de
otra forma, el recuerdo de la Guerra Civil en No-Do aparece muchas
veces indisolublemente unido a Belchite y a Teruel. Ciudades que se
tratan siempre con una concepcin casi mtica, de forma muy maniquea,
como poblaciones mrtires de la barbarie republicana que a su vez
dieron lugar a gestas heroicas del ejrcito sublevado.
15. La presencia de la jota aragonesa en el cine ha sido objeto de algunas investigaciones parciales. As, por ejemplo, en 2009 el Grupo Folklrico Aragons DAragn edit un doble CD, titulado
La jota de cine, en el que se recopilaron una cuarentena de piezas musicales tradicionales aragonesas
que han aparecido en el cine. Adems de las all recogidas, hay que sealar algunas otras cintas como
la argentina Un novio para Laura, de Julio Saraceni (1955), en la que Lolita Torres interpreta varias
coplas de jota, algo que aos antes tambin hiciera el mismsimo Carlos Gardel en su ltima pelcula,
Tango bar, de John Reinhardt (1935).

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De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

2.2. Los aragoneses clebres


Por supuesto, ms all de esa concepcin del aragons siguiendo
el arquetipo del baturro, podemos encontrar excepciones que a veces
no lo son del todo en aquellas pelculas que se refieren a aragoneses
ilustres de nuestro pasado, donde el objetivo de ensalzar sus figuras
sin ocultar las problemticas que les acuciaron y sus, a veces, conflictivos discursos vitales motivaron que se trascendieran los lmites
unificadores del baturrismo.
Una primera referencia incuestionable del cine son los hroes de
los Sitios de Zaragoza, sobre todo Agustina de Aragn, que pese a
no ser nacida en nuestra comunidad protagoniz la clebre y mtica
hazaa del can, la cual junto con Palafox y tantos otros personajes,
protagoniz no pocas pelculas, como las dos versiones de Agustina
de Aragn (Florin Rey, 1928, y Juan de Ordua, 1950), en las que
estos personajes encarnan el arquetipo del hroe clsico. Son por tanto
hombres y mujeres de una conducta intachable, caracterizados por su
valor, su generosidad, su sentido de la justicia, su espritu de sacrificio
y de entrega abnegada por la causa que defienden16.
Dentro de este apartado, un captulo muy interesante nos lo proporciona el terreno de las series de televisin de formato histricobiogrfico, que tanto xito tuvo en la dcada de los ochenta. Por lo
que a nuestro estudio atae, debemos destacar series como Ramn
y Cajal: historia de una voluntad, dirigida por el tambin aragons
Jos Mara Forqu, en 1982 y protagonizada por Adolfo Marsillach, y
Miguel Servet, la sangre y la ceniza, dirigida por el mismo Forqu en
1988 y protagonizada en aquel caso por Juanjo Puigcorb, y que trazan
en 10 y 7 captulos respectivamente sendos y excelentes recorridos
biogrficos de dichos personajes.
En esa misma lnea cabe sealar que el cine ha sido en general
bastante injusto con un personaje histrico de la envergadura de Fernando el Catlico. En ese sentido, se da la particular circunstancia de
que son bastantes las pelculas que lo muestran, pero en la mayora
de los casos sustrayndosele una buena parte de la entidad histrica que
represent, casi siempre ensombrecido por la figura de Isabel la Catlica
16. Las alusiones a Zaragoza y sus hroes son habituales en casi todas las pelculas ambientadas
en la Guerra de la Independencia, tanto en el terreno del documental caso por ejemplo de Los sitiados, de Jos Graena (1958), como sobre todo de la ficcin, tal y como se aprecia en diversas cintas
espaolas e incluso extranjeras, como la clebre El manuscrito encontrado en Zaragoza, del realizador
polaco Wojciech Has (1965), sobre la obra homnima de Jan Potocki.
AFA-69

159

Fernando Sanz Ferreruela

como consecuencia de haberse arrastrado toda una serie de tpicos


historiogrficos escasamente fundamentados originados a lo largo del
siglo XX, y que en ocasiones se convierte en una mera comparsa,
en una suerte de convidado de piedra, de las acciones histricas en las
que jug un decisivo papel. Conviene tambin sealar que el cine no
ha sido demasiado original y variado a la hora de construir ficciones
ambientadas en poca de los Reyes Catlicos, de modo que la mayora
de ocasiones en las que podemos encontrar al rey Fernando II de Aragn en las pantallas, suele ser en las pelculas que giran en torno a la
figura de Cristbal Coln y el descubrimiento de Amrica. As podemos
observarlo ya en la ms temprana biografa flmica del descubridor,
que fue La vida de Cristbal Coln y su descubrimiento de Amrica,
realizada por el francs Emile Bourgueois (1916) aunque con capital
espaol. La misma irrelevancia de la figura de Fernando el Catlico
que encontramos ya en esa cinta se revalida en otras posteriores17 como
Locura de amor, de Juan de Ordua (1948), o la britnica Christopher Columbus, de David MacDonald (1949). Pelcula esta ltima que
desat agrias polmicas en Espaa por la mala imagen ofrecida de la
obra colonizadora espaola y que incluso alent la realizacin de una
pelcula espaola en contestacin a la misma e intentando defender las
tesis hispanas ante tan espinosa cuestin, que fue Alba de Amrica, de
Juan de Ordua (1951). Un film que sin embargo tampoco content y
que incluso desat las iras de la historiografa aragonesa debido a la
psima imagen ofrecida en la misma, precisamente, del rey Fernando
de Aragn18.
17. Ms all de los ttulos citados, puede hacerse referencia a otros como La carabela de la ilusin,
una produccin argentina de Benito Perojo (1945), La espada negra, de Francisco Rovira Beleta (1976)
sobre el conflicto de Juana La Beltraneja, o La reina Isabel en persona, de Rafael Gordon (2006).
Asimismo hay que contemplar algunas series de televisin como la magnfica Rquiem por Granada, de
Vicente Escriv (1990) (vid. fotografa 10), Isabel of Castille: The Royal Diaries, de William Freud (2000),
o Memoria de Espaa: la monarqua de los Reyes Catlicos, documental producido por RTVE (2004).
18. Tal y como obra en el expediente de produccin y censura de la pelcula, custodiado en el
Archivo General de la Administracin, sito en Alcal de Henares, el 30 de enero de 1952, Fernando Solano,
Presidente de la Institucin Fernando el Catlico de Zaragoza mand una carta al Director General
de Cinematografa reivindicando el verdadero alcance histrico de la figura de Fernando el Catlico y
su decisiva intervencin en el descubrimiento muy superior a la de la reina, denunciando la visin
histrica desviada de la pelcula y pidiendo que no fuese exportada al extranjero: ni el guionista ni el
director de pelcula de tal responsabilidad estudiaron en historiadores solventes la gesta magnfica del
descubrimiento. Todos los viejos y desacreditados tpicos de novelistas historiadores se amontonan en la
pelcula sin respeto a la figura del Monarca [] nos ofende en nuestros ms caros sentimientos patriticos. En ese mismo sentido, el diario madrileo Pueblo publicaba, el 8 de enero de 1952, un titular que
rezaba: Enrgica protesta aragonesa por el guin de Alba de Amrica, insistiendo a continuacin en
que fue el Reino de Aragn el que adelant el dinero para la expedicin colombina. Dicho peridico
inclua tambin una entrevista a Gascn de Gotor, quien afirmaba: el cine histrico debe hacerse con
un poco ms de seriedad [] los aragoneses estamos indignados, aportando todo lujo de detalles y
referencias documentales concretas. Vase A.G.A. (03) 121, Sign. 36/03416 y Sign. 36/04724.

160

AFA-69

De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

Mencin aparte merecen las, del todo prescindibles, parodias


flmicas de estos hechos y personajes histricos que fueron Cristbal
Coln, de oficio descubridor, de Mariano Ozores (1982) y Juana la
loca de vez en cuando, de Jos Ramn Larraz (1983).
Una imagen del todo injusta que, lamentablemente, se prolong
en las dos superproducciones flmicas con las que la industria del
cine quiso contribuir a los fastos del V Centenario del descubrimiento
de Amrica, que fueron la coproduccin hispanofrancesa 1492: La
conquista del paraso, de Ridley Scott (1992) y Cristbal Coln: el
descubrimiento, de John Glen (1992), e incluso en las ms recientes
revisiones de este personaje, presentes por ejemplo en Juana la Loca,
de Vicente Aranda (2001).
Tal vez una mencin aparte merece la muy reciente serie de TVE,
Isabel, de Jordi Frades (2012), en cuya primera temporada se incide
en el importante peso histrico del, todava prncipe, Fernando de
Aragn, que se muestra mucho ms ponderado y ajustado al rigor
histrico que, por desgracia, el cine ha arrebatado a esta incuestionable
figura histrica.
Finalmente, y sin ningn gnero de dudas, Francisco de Goya
es la personalidad aragonesa que mayor atencin ha suscitado en el
cine de todos los tiempos. La nmina de pelculas referidas a Goya
y su obra, en el campo de la ficcin y el documental y en todos los
tiempos y cinematografas supera el centenar de ttulos, ms all de
las influencias estticas que la obra de Goya ha ejercido en algunos
cineastas de la talla de Luis Buuel o Carlos Saura. Pelculas, adems,
de lo ms variado, que suelen destacar la brillante carrera artstica
de Goya, su evolucin vital y artstica, sus temas y preocupaciones,
su pensamiento ilustrado, su talante de compromiso poltico, su sordera y su espritu atormentado, su concepcin del lenguaje artstico,
de la figura del artista y del proceso creativo, y un largo etctera de
implicaciones19, que demuestran, una vez ms, el riqusimo abanico
de intereses que la regin aragonesa, sus paisajes y pobladores, han
ofrecido al cine espaol.

19. Algunas conclusiones a este respecto pueden encontrarse en Lzaro Sebastin, Francisco
Javier y Fernando Sanz Ferreruela (2010). Ambos autores recibieron en septiembre de 2011 una ayuda
de investigacin de la Fundacin Goya en Aragn para la realizacin del proyecto La obra y figura de
Francisco de Goya en el mbito cinematogrfico y televisivo, actualmente en proceso de edicin.
AFA-69

161

Fernando Sanz Ferreruela

Bibliografa
Amo, Alfonso del, ed. (1996): Catlogo General del Cine de la Guerra civil,
Madrid, Ctedra/Filmoteca Espaola, Serie Mayor.
Claver Esteban, Jos Mara (1997): El cine en Aragn durante la Guerra civil,
Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza.
Lzaro Sebastin, Francisco Javier, Amparo Martnez Herranz y Fernando Sanz
Ferreruela (2010): Arte mudjar y creacin audiovisual, en Gonzalo M.Borrs
Gualis (coord.), Mudjar. El legado andalus en la cultura espaola, Zaragoza,
Universidad de Zaragoza-Gobierno de Aragn, 392-407.
Lzaro Sebastin, Francisco Javier y Fernando Sanz Ferreruela (2010): Goya en
el cine documental espaol entre las dcadas de los cuarenta y los ochenta:
tratamientos sociolgicos, ideolgicos y estticos, Artigrama, 25, Departamento
de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza, 185-208.
(en prensa a): La imagen y simbolismo de la ciudad a travs del cine: el documental turstico en la Espaa de los cincuenta y los sesenta (tradicin versus
modernidad), en Actas del Seminario sobre Arte y ciudades: arquitecturas,
arte pblico, cuestiones sociolgicas e iconogrficas, Zaragoza, Universidad
de Zaragoza-Universidad San Jorge, octubre de 2012.
(en prensa b): El desarrollo urbanstico como expresin de modernidad en el
gnero documental del tardofranquismo, en Actas de las V Jornadas Internacionales Arte y Ciudad (II Encuentros Internacionales), Madrid, Universidad
Complutense de Madrid, noviembre de 2012.
Martnez Herranz, Amparo (2009): Zaragoza y el cine, en Manuel Garca Guatas, Jess Pedro Lorente Lorente e Isabel Yeste Navarro (coords.), La ciudad
de Zaragoza 1908-2008. Actas del XIII Coloquio de Arte Aragons, Zaragoza,
Institucin Fernando el Catlico (C.S.I.C.) Departamento de Historia del
Arte de la Universidad de Zaragoza, 239-241.
Prez, Pablo y Javier Hernndez (1995): 100 aos en 25 pelculas. Las huellas de
Aragn en el cine, Teruel, Animateruel.
Sanz Ferreruela, Fernando (2005): Florin Rey y los oficios del cine espaol
entre 1920 y 1950, en Luis Antonio Alarcn Sierra (coord.), Actas de las
II Jornadas sobre Historia del Cine en Zaragoza. Directores zaragozanos,
Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza, 53-66.
(2009): El arte aragons del siglo XX: estado de la cuestin. Cine y fotografa,
en Cristina Gimnez Navarro y Concepcin Lomba Serrano (coords.), El arte
del siglo XX. Actas del XII Coloquio de Arte Aragons, Zaragoza, Institucin
Fernando el Catlico, 40-45.
(2013): Catolicismo y cine en Espaa: 1936-1945, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico.
Villalba Sebastin, Juan (2009): Teruel. Un escenario de cine, Cabiria. Cuadernos
turolenses de cine, 6, 40-66.
VVAA (2009): Historia del cine espaol [1995], Madrid, Ctedra, 6. ed. ampliada).

162

AFA-69

De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

Fotografa 1. Orosia, de Florin Rey (1943).

Fotografa 2. Nobleza baturra, de Juan Vila Vilamala (1925).


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Fernando Sanz Ferreruela

Fotografa 3. El reino de los cielos, de Ridley Scott (2005).

Fotografa 4. Gigantes y cabezudos, de Ignacio Coyne (hacia 1905?).

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De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

Fotografa 5. Nobleza baturra, de Florin Rey (1935).

Fotografa 6. Culpable para un delito, de Jos Antonio Duce (1966).


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Fernando Sanz Ferreruela

Fotografa 7. Culpable para un delito, de Jos Antonio Duce (1966).

Fotografa 8. De tu ventana a la ma, de Paula Ortiz (2011).

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De paisajes y baturros. La imagen de Aragn y los aragoneses

Fotografa 9. La ciudad no es para m, de Pedro Lazaga (1965).

Fotografa 10. Rquiem por Granada, de Vicente Escriv (1990).

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Otros artculos

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 171-195, ISSN: 0210-5624

El poeta latino de Calatayud Antonio Sern


y la Leyenda de los Amantes de Teruel
Antonio Snchez Portero
Centro de Estudios Bilbilitanos
de la Institucin Fernando el Catlico (C.S.I.C.)

Resumen: La popular Leyenda de los Amantes de Teruel est tomando cada vez
mayor popularidad y universalidad gracias a las multitudinarias representaciones
festivas que se celebran en esta capital aragonesa. Segn la tradicin, apoyada en
hechos histricos, la leyenda se remonta a principios del siglo XIII. Fue en 1555
cuando se descubrieron las supuestas momias de los amantes; y a partir de esta
fecha existen referencias y algunos documentos y protocolos sobre la misma, pero
no se puede descartar que hayan podido ser manipulados en algn momento. Antes
de la fecha citada, el poeta latino de Calatayud Antonio Sern escribi una Silva
de 478 versos que narra la historia de los Amantes. Esta silva, como los legajos
del poeta, ha estado depositada en los archivos de la Biblioteca Nacional y vio la
luz en las Obras completas de Antonio Sern, publicadas en 1982.
Incomprensiblemente, los investigadores y estudiosos de este tema, salvo
alguna ligera cita, se han olvidado de este capital testimonio, quizs el documento
impreso ms antiguo que existe sobre la leyenda. En este artculo se transcriben
versos y casi estrofas de la Silva, su estudio y una amplia biografa de su autor,
poco conocido, aunque es un notable poeta laureado por Felipe II. Tambin la
versin conocida de la Leyenda en la actualidad.
Palabras clave: literatura aragonesa, la Leyenda de los Amantes de Teruel,
el poeta bilbilitano Antonio Sern.
Abstract: The popular Legend of the Teruel Lovers is becoming increasingly
popular and universal thanks to festive representation for large numbers of people
that are celebrated in the Aragonese capital city. According to tradition, based on
historical facts, the legend dates back to the beginning of the 13th Century. It was
in the year 1555 when they discovered the alleged mummies of the lovers. From
that moment onwards there are references and some documents and protocols
regarding them, but it cannot be ruled out that they may have been manipulated at
AFA-69

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Antonio Snchez Portero

some moment in time. Before the date mentioned, the Spanish poet of Calatayud
Antonio Sern wrote a Silva of 478 verses that narrates the history of the lovers.
This silva, like other writs of the poet, have been deposited in the archives of
the National Library and came to light in the Complete works of Antonio Sern,
published in 1982.
It is incomprehensible, that investigators and scholars of this matter, except
some light citations, have forgotten this important testimonial, perhaps the most
ancient printed document that exists of the legent. This article transcribes verses
and stanzas of the Silva, its study and an extensive biography of the little known
author, even though he is a prominent poet laureate by Felipe II, as well as the
current known version of the Legend.
Key words: Aragonese literatura, the Legend of the Teruel Lovers, the poet
from Calatayud Antonio Sern.

I. Introduccin
En Internet1 se encuentra una amplia informacin sobre la Leyenda
de los Amantes de Teruel, cuyas versiones difieren en algunos puntos,
aunque todas ellas coinciden en lo, digamos, esencial. Por otra parte, son
muy numerosos los estudios y ensayos recogidos, as como la relacin
de obras literarias, dramticas y musicales que ha generado. Pero, en
ocasiones, los datos aportados difieren, no son concretos, y suscitan
muchas dudas, por exceso o carencia de informacin. Al menos, sobre
algo tan importante como determinar cul es el testimonio escrito ms
antiguo que se conserva.
En este artculo, utilizando las fuentes de informacin citadas y
las mas propias, pretendo aclarar o, al menos, arrojar luz sobre este
asunto, recogiendo los documentos ms antiguos que citan la Leyenda
y se conservan.
En su blog El fondo del asunto2, Fernando Fras apunta que:
las referencias ms primitivas a los Amantes de Teruel ya identifican al
chico como Marzilla (en la Triste deleytain, datada entre 1458 y 1467)
o Marcilla (en el Cancionero Herberay des Essarts, de 1463). Y lo cierto
es que la documentacin histrica de Teruel identifica a las familias de
los Marcilla y los Segura como presentes precisamente en la poca en la
que supuestamente se desarrolla la historia, los primeros aos del siglo

1. Wikipedia, web <terueltirwal.es>, en un reportaje de P. Argenter. Y en otras webs y blogs.


2. <http://yamatos1.blogspot.com.es/2010/02/los-amantes-de-teruel> El fondo del asunto, por
Fernando Fras.

172

AFA-69

El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

XIII. Existe tambin un documento de 1402, conocido por una transcripcin notarial de 1795, mediante el cual el rey Martn I de Aragn otorga

declaracin de nobleza a favor de Martn Martnez de Marcilla, vecino


de Teruel y descendiente de los Marcilla de dicha localidad.

El mismo Fras, en este blog, expone que:


Yage de Salas, que adems de notario, era un gran aficionado a la
leyenda de los Amantes, hasta el punto de que haba publicado recientemente Epopeya trgica en la que narraba la historia, cont en su Protocolo
que: en el Archivo pequeo de dicha ciudad [Teruel], de que tengo yo la
llave, donde hay diversas escripturas y papeles a que se les da entera fe y
crdito, he hallado un papel escrito de letra antigua del tenor siguiente, a
saber, es una copia engrudada. El Papel de letra antigua era otra acta
notarial, fechada en 1555, que contena una transcripcin de la Historia
de los amores de Juan Martnez de Marcilla y Isabel Segura y narra a
continuacin que

En el momento adecuado ofrecer los datos ms destacados y


diferentes a otras versiones de este relato que Yage de Salas aclara
que lo encontr el 13 de abril de 1609.
Por su parte, Jos Luis Sotoca, experto en historia y bibliografa
de los Amantes, en su Bibliografa Bsica recoge:
ALVENTOSA , Pedro de: Historia lastimosa y sentida de los dos
tiernos amantes Marcilla y Segura, naturales de Teruel, ahora nuevamente
compilada y dada a luz por Pedro de Alventosa, vecino de dicha ciudad.
s.l.n.a. (ca. 1555). Citado por Pascual Gayancos (sic), quien lo vio en
Inglaterra en el ao 1838, en las notas a la traduccin de la Historia de la
Literatura Espaola de M. G. Ticknor. No se conoce ningn ejemplar.

Esta fecha de ca. 1555 no s exactamente a qu se refiere (al


ao en que fue nuevamente compilada?; al ao en que fue escrita?),
confusin aumentada por las letras s.l.n.a. si, como sospecho, quieren
decir sin lugar ni ao. En cualquier caso, no se conoce (no existe)
ningn ejemplar de esta obra.
Y en esta Bibliografa, cuando corresponde por orden alfabtico
cita a:
SERN, Antonio: Silva III a Cintia. Edicin de Domingo Gascn en
Antonio Sern y su Silva a Cintia. Madrid, 1908. Manuscrito original en
la Biblioteca Nacional de Madrid, encuadernado con la obra de Enrique
Coquo titulada Hispania heroice descripta.

Esta silva, un largo poema dedicado especficamente en su mayor


parte a los Amantes, puede ser, como veremos enseguida, el testimonio
AFA-69

173

Antonio Snchez Portero

ms antiguo y completo de la Leyenda de los Amantes. Lo que no termino de explicarme es por qu esta pieza tan importante, fundamental
podra decirse, ha sido olvidada, o se ha dejado de lado y no se contempla en el panorama actual: pues si bien, antes de la publicacin
de las Obras Completas de Sern en 1982, era difcil acceder a los
manuscritos de este poeta, depositados en la Biblioteca Nacional de
Madrid, despus de la fecha citada estn al alcance de los estudiosos
interesados por este asunto.
Un hecho trascendente para la consolidacin de esta Leyenda fue
el hallazgo en 1555 en la iglesia de San Pedro de la ciudad de Teruel,
dentro de la capilla de San Cosme y San Damin, de dos cuerpos momificados pertenecientes a un hombre y a una mujer en dos atades en
la misma sepultura. Estas momias permanecieron expuestas al pblico
hasta el ao 1578, en el que el obispo de Teruel orden que fuesen
sepultadas de nuevo. En 1616, Juan Yage de Salas, que desempeaba
en la ciudad las funciones de notario, escribano, secretario y archivero
del Concejo de Teruel, public el libro Los Amantes de Teruel, epopeya
trgica, con la restauracin del Sobrarbe y conquista del reyno de
Valencia, obra escrita en magnficos versos (ms de 20000), que fue
elogiada por Guilln de Castro, Cervantes y Lope de Vega.
Tres aos despus de esta publicacin, el 13 de abril de 1619, Yage
descubri en uno de los archivos municipales un documento conocido
como Papel de letra antigua, que contena la historia de los Amantes. Y
cinco das despus, los racioneros de la Iglesia (el presbtero Juan Ortiz,
los diconos Miguel Sanz y Juan Mateo Pobo y el sacristn Francisco
Hernndez, evidentemente convencidos por Yage, aunque sin permiso
de sus superiores)3 procedieron a desmontar la capilla de San Cosme
y San Damin, en la cual encontraron los cadveres, atribuibles a Juan
Martnez de Marcilla e Isabel de Segura. Junto con otros dos notarios,
Juan Hernndez y Bartolom de Rueda, Yage suscribi un documento
notarial en el que transcribi el Papel de letra antigua y una minuciosa
descripcin de los cadveres momificados que se encontraban en un
estado que el Protocolo de Yage describe de forma bastante prolija y
no s si macabra o cmica o ambas cosas. Y aade Fernando Fras, en
el blog citado, que el Protocolo contiene tres partes cronolgicamente

3. PROCESO JUDICIAL ECLESISTICO contra tres racioneros y el sacristn de San Pedro por
desenterrar los cadveres de los Amantes. Manuscrito original en el Archivo Histrico Diocesano de
Teruel. Serie Procesos, nm. 495. Edicin facsmil, introduccin y transcripcin de Pedro Hernndez
y Samuel Valero, Fundacin Amantes de Teruel, 2004 (Bibliografa Bsica de Sotoca).

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AFA-69

El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

diferenciadas: una en la que Yage cuenta el hallazgo del Papel de


letra antigua y de la exhumacin de 1619; otra en la que transcribe
el acta notarial de 1555 que cuenta la primera exhumacin; y otra en
la que transcribe la Historia de los amores, transcrita a su vez en el
acta de 1555, pero muy probablemente anterior.
Historia que dice as:
Ao mil ducientos y diez y siete. Fue Juez de Teruel don Domingo
Zeladas. He pues dezimos de males y guerras, bueno es digamos de
amores, no fictos, ms verdaderos.
En Teruel era un joven clamado Juan Martnez de Marcilla, de tenor
vent dos aos. Enamorosse de Sigura, fija de P. Sigura. El padre non
tena otra, he era muy rico. Los jvenes se amaban muy mucho, en tanto
que vinieron a faula. E dixo el joven como la desseaua tomar por muller,
he ella repusso que, ciertamente l era muy bien pagado del joven e que
vena bien [rasgado] empero que l no tena valientes riquezas, e que su
padre tena otros fijos, que ms no le pora heredar, e que l dara a su
fija treinta sueldos, e que aprs tena toda la su cassa, as que no lo fara.
E al joven fue bien contado, al cual dixo la doncella que pues su padre
no lo menospreciaba, sino por los dineros, que si ella lo quera esperar
cinco aos, que l ira a traballar agora por mar, agora por tierra, en do
huuis dineros. En fin, de nueuas ella se lo prometi. Porque la historia
es larga de contar, revolvindose contra moros

Ms adelante resumir los detalles de esta historia y otros de la


silva de Sern que difieren de los comnmente expuestos en la Leyenda
conocida en la actualidad, cuyo resumen viene a continuacin.

II. La Leyenda
A principios del siglo XIII, vivan en Teruel la familia de los Marcilla, de noble abolengo, y la de los Segura, poseedora de riquezas.
La heredera de esta y un segundn de la primera, Isabel y Diego, se
sintieron atrados desde la niez y cuando mayores se enamoraron,
contrariando a los padres de la joven, que deseaban para su hija un
novio acaudalado. Diego se vio obligado a partir en busca de fortuna,
pactando los enamorados que Isabel esperara durante cinco aos el
regreso de Diego.
Transcurri el tiempo. No se tenan noticias de Diego, y el padre
de Isabel comprometi la boda de su hija con un rico pretendiente, que
suele identificarse con Pedro Fernndez de Azagra, hermano bastardo
AFA-69

175

Antonio Snchez Portero

del seor de Albarracn. Se resisti Isabel a esta boda cuanto pudo


hasta que, no teniendo noticias de su amado, se vio forzada a claudicar,
y se celebr el enlace, coincidiendo con el regreso de Diego, quien
con la fortuna adquirida acuda a reclamar la palabra de su querida
Isabel. Al enterarse de que estaba casada y entrevistarse con ella, le
pidi un beso que Isabel le neg, y Diego muri repentinamente; y
al da siguiente, cuando el cadver de Diego reposaba en el fretro,
en el atrio del templo, antes de ser sepultado, una seora enlutada,
cubierta la cabeza con un crespn negro, le dio un beso en la boca y
cay muerta sobre l. Era Isabel. El suceso conmocion al pueblo de
Teruel, y ambas familias decidieron enterrarlos juntos.

III. Antonio Sern


A este culto y elegantsimo poeta latino se le tena completamente
olvidado, hasta que una feliz casualidad permiti a D. Ignacio de Asso
sacar copia de todas sus poesas, que componen un cdice manuscrito
en folio, bastante abultado, con el nmero 3663, actualmente en la
Biblioteca Nacional de Madrid. El Sr. De Asso, encargado de negocios
en Amsterdam, public en esta ciudad, en 1781, en la casa C. Sommer,
et socios, parte de la obra de Sern en un libro titulado Carmina, en
latn, con prefacio y notas, que consta de 175 pginas. En dicho prefacio incluye algunos datos biogrficos entresacados de la propia obra
del poeta. Esta informacin proviene de Latassa, de cuyas Bibliotecas
Antigua y Nueva, as como de la Historia de Calatayud, de Vicente de
la Fuente, me serv para redactar el captulo sobre este poeta en Noticia
y antologa de poetas bilbilitanos (1969)4. Tambin us el propio libro
Carmina, al que acced de una manera curiosa y singular.
Este libro perteneca a Jos Mara Lpez Landa, fundador y director de la Biblioteca Gracin. Supongo que este volumen tan valioso
lo tendra en su biblioteca particular, porque si no, se hubiese perdido
cuando una riada inund y destruy en 1956 dicha Biblioteca. Un
ao antes haba fallecido Lpez Landa y sus pertenencias pasaron a
sus herederos, la familia de su hijo adoptivo Salomn Urgel, casado
con una prima hermana de mi padre. El parentesco facilit que me

4. Noticia y antologa de poetas bilbilitanos (1969). Seleccin y notas de Antonio Snchez


Portero. Portada y sobrecubierta de Mariano Rubio Martnez, Zaragoza, Imp. Tipo-Lnea, S.A., 1969,
422 pgs.

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El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

prestasen el libro. Ni corto ni perezoso, en el verano de 1966, durante


las madrugadas, comenc la tarea de mecanografiarlo con una Pluma
Olivetti. Hice tres copias con papel de calco. La labor result penosa,
porque mis conocimientos del latn se limitaban al primer curso del
bachillerato (me pas a Comercio) y tena que ir copiando, ms que
palabra por palabra, letra por letra, respetando el contenido de cada
pgina. Recuerdo que fueron muchos meses de pesado trabajo. Termin
de hacer las citadas copias el 3 de noviembre de 1966. El original
fue para m, que lo guardo encuadernado; una copia fue para el padre
claretiano Mariano Molina Prez, director de la Revista Helmntica
de Salamanca, latinista y poeta; otra para Germn Lpez Sampedro,
profesor de Enseanza Media y latinista. Ambos, junto con el catedrtico Gonzalo Borrs, tradujeron algunos poemas que se incluyeron
en la citada Antologa.
Pues bien, en 1982, Jos Guilln, sacerdote y catedrtico, public
las Obras Completas de Antonio Sern, en dos tomos. En la nota sobre
esta edicin, dice, refirindose al libro Carmina:
que contiene una pequea coleccin de la obra lrica de nuestro poeta,
y que yo pude ver en cierta ocasin hace muchos aos, pero al volver
sobre ella, para utilizarla en mi trabajo, no me ha sido posible localizarla de nuevo, debido a un traslado de la biblioteca donde la le. Es
una obra tan rara que no se encuentra en ninguna de nuestras bibliotecas
principales, por tanto para nuestro caso desgraciadamente ha sido como
si no existiera.

Le estas Obras (tomo I, 557 pgs.; tomo II, 301 pgs.) con verdadera delectacin. Lo que no poda figurarme entonces es que pocos aos
despus iba a coincidir con su autor en unas curiosas circunstancias.
Fue en el Yacimiento Arqueolgico de Blbilis, en una visita organizada
por la UNED, durante la celebracin de un Simposio sobre Marcial, a
principios de un mes de mayo excesivamente caluroso. Por aquellas
cumbres del cerro de Bmbola, donde se asent la ciudad romana, el
radiante sol, a las doce de la maana, era insoportable, al menos para
m, que me haba olvidado de llevar una gorra. Su falta la pali con
el pauelo al que hice tres nudos en las puntas y me cubr con l la
cabeza. Con lo que no contaba es con que se me acercase el propio
Jos Guilln, rogndome que le hiciese un cubrecabezas como el que
yo llevaba. Le ped el pauelo y en un periquete se lo fabriqu. No
s lo que pensaran los profesores y autoridades al vernos por aquellos riscos de semejante guisa. Pero ande yo caliente Cuando, poco
ms adelante, tuve la oportunidad de decirle que poda facilitarle una
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Antonio Snchez Portero

copia mecanografiada de Carmina no daba crdito y, luego, ante mis


explicaciones, simplemente se qued alucinado.
No recuerdo exactamente cuanto tard desde este momento en
enviarle fotocopiado el libro. No sera mucho. El caso es que en una
carta, fechada el 15 de mayo de 1986, me agradeca el esplndido
regalo de los poemas de Sern. Y aada: Pronto empezar a cotejarlos con mi edicin, algo tendr que corregir, y adems para el aparato
crtico me vendr de perlas la autoridad de D. Ignacio de Asso, por
si se hace una segunda edicin. Tambin me comentaba la presentacin del libro Epigramas, de Marco Valerio Marcial, en la Institucin
Fernando el Catlico, en Zaragoza, el da 13, que result muy bien,
gracias a Dios. Posteriormente, nos vimos y se exceda en mostrarme
su agradecimiento, no sabiendo cmo recompensarme. Hasta que, de
repente, encontr la manera: Mira te voy a dar una copia de los
poemas ms obscenos de Marcial en versin original; esos que antes
no se publicaban y ahora se retocan y dulcifican. Y, efectivamente, me
envi una treintena de folios, con el poema original y la traduccin. Lo
malo es que, en este momento, no s dnde se encuentran entre miles
de papeles que guardo. Tras este prembulo, aado que la Introduccin
de estas Obras Completas, con el ttulo Un gran poeta latino aragons
del siglo XVI (Antonio Sern, bilbilitano 1512-1569) fue publicada
en 1971, en el nmero 68, pgs. 209-272, de la revista Helmntica,
de la Universidad Pontificia de Salamanca. Esta informacin, unida
a la que he recabado de las citadas Obras Completas, la he utilizado
para componer el captulo que dedico a Sern en Segunda noticia y
antologa de poetas bilbilitanos (2005) 5, cuyo resumen del mismo
transcribo a continuacin.
Antonio Sern naci en Calatayud, en 1512, en las casas de D.Fernando Lpez, que lo haba sido del Sr. De Maella, donde se hospedaba
el Rey cuando iba a Calatayud. Su padre fue el sacerdote Antonio Sern,
vicario de Calatayud desde 1516 hasta 1530, segn confirma el propio
poeta en la silva VI; pero Vicente de la Fuente puntualiza: Esto dice
D. Ignacio de Asso, fundndose en el respetabilsimo testimonio del
prior Monterde; pero ello es indudable que en 1518 era vicario general
D. Garca Forcn, segn consta en la jura del rey D. Carlos. De su
madre nada nos dice el poeta. Se preocup su padre porque recibiera
educacin en alguna de las escuelas de Calatayud. l recuerda la de
5. Antonio Snchez Portero, Segunda noticia y antologa de poetas bilbilitanos, Zaragoza, Centro
de Estudios Bilbilitanos de la Institucin Fernando el Catlico, 2005, 500 pgs.

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AFA-69

El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

Juan Prez y otra donde enseaba el mdico y maestro Torralva. Fue


tambin discpulo de Juan Francisco, segn averigu D. Miguel Monterde, prior del Sepulcro de Calatayud; y segn Latassa, del maestro
Juan Franco.
En 1517, cuando Sern tena 5 aos, se desencaden la llamada
guerra civil de Calatayud (segn Vicente de la Fuente comenz en
1519), que dur hasta 1522. Los acontecimientos de esta contienda
impresionaron vivamente al nio, quien posteriormente compuso una
de sus mejores obras, la silva II, sobre esta guerra civil entre el pueblo
y la nobleza. Crea Sern que esta lucha fue motivada por una hermossima doncella, hermana de Martn Sayas (haba sido asesinado en el
interior de la iglesia del Carmen, mientras oficiaba misa Fr. N. Martnez, a quien tambin hirieron). A este respecto, describe Sern que
un da en que fueron a probar unos toros en el prado, acudi all con
otras muchachas la hermosa Sayas. Al regreso, sobre el puente del
Jaln, se encontr con ella cara a cara un joven que se prend de tal
forma de ella que cay fascinado, y no pudiendo recuperarse, muri
sin remedio.
Cuando Sern adolescente se entusiasmaba por la poesa en la
academia de la iglesia del Salvador, tambin l se sinti enamorado;
y su padre, quizs para alejar al joven de este amor prematuro, lo
envi a la Universidad de Valencia, donde adems de dedicarse a su
formacin humanstica y perfeccionarse en la poesa, podra estudiar
Teologa. Entre los maestros que tuvo Sern en Valencia nos recuerda
al poeta Juan Falcn, a Juan ngel Gonzlez, a quien concepta como
su padre, su maestro y su mentor, y a quien dedic un poema cuando
se enter de su muerte. En Valencia conoci a Diego Ramrez Pagn,
de Murcia, poeta laureado, por quien sinti notable admiracin, y fue
su amigo.
En la obra de Ramrez Pagn Floresta de divina poesa, impresa
en Valencia en 1562 por Juan Navarro, hay un retrato de este poeta y,
al pie, un dstico de nuestro Sern con este epgrafe: Antonii eronis
Bilbilice eximii poetae, et sacerdotis Dystichon in lauream coronam
Complutemsem Iacobi Ramiri. Esta noticia la transcribe Guilln de
Latassa, y aade: El que Ramrez ponga en lugar tan destacado el
dstico de Sern en su propia obra, y el que lo recomiende con elogios
tan subidos de eximio poeta indica que vivieron unidos en estrecha
amistad de compaeros, quizs de discpulos. Creo que el dstico no
es de Sern, porque no es lgico que se elogie a s mismo. Ms bien
AFA-69

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Antonio Snchez Portero

opino que el dstico es de Ramrez Pagn y est dedicado a Sern. En


cuanto al titular del retrato tengo mis dudas. Lo lgico es que el retrato
sea del personaje al que se alude en el pie. Y tambin lo ilgico que
si solo hay un retrato en el libro, no sea el de su autor. En la anterior
Antologa digo que el retrato es de Sern. Merece destacarse que en
el dstico se cita a Sern como sacerdote, porque en su obra aparece
ante todo como poeta, y si no lo indicara en el epgrafe de varios de
sus poemas, difcilmente podra deducirse que era sacerdote.
Estando en Valencia, en 1530, falleci su padre y, posiblemente
porque le avisaron tarde y ya estaba enterrado, no acudi a Calatayud. El padre, al no poder legalmente dejar sus bienes a un hijo
natural, nombr herederos fideocomisarios a los clrigos Antonio
Prez y Antonio Calvo, jurisconsulto. La promesa de Calvo de que le
guardaban los bienes, dejara a Sern tranquilo en medio de su dolor.
Pero cuando al terminar sus estudios, ya mayor de edad, volvi a su
tierra a hacerse cargo de su casa y de los bienes paternos, se encontr
con que el tal Calvo, faltando a la palabra dada al amigo moribundo,
le haba desposedo de todo el patrimonio, que haba dejado a un
tal Romero y a su hermana Francisca, y Sern no pudo ni entrar en
su casa. Acudi Sern a los representantes de la justicia, quienes no
pudieron ayudarle legalmente, porque no haba ningn documento
sobre la entrega del depsito. No obstante, puso el asunto en mano
de los abogados, quienes demoraron la causa. Por ltimo, recurri
a los buenos amigos de su padre, a los vecinos y a los hombres de
bien de Calatayud; pero nadie le ech una mano y se sinti asqueado
de su ciudad. No le qued otro recurso sino marcharse, no solo de
Calatayud, sino tambin de Espaa.
Seguramente se embarc en 1541 en la flota que Carlos V envi
contra Argel, que fue destrozada por tempestades; la nave en la que iba
Sern fue capturada por el pirata Dragut y este fue hecho prisionero
y trasladado a Constantinopla. Esto suceda cuando tena 29 aos. El
relato que el propio Sern hace de los episodios vividos durante su
esclavitud parecen arrancados de las pginas de los cuentos de las mil y
una noches. Ser realidad todo esto?, se pregunta Guilln. Y aade:
Todo no, pero en el fondo debe de haber mucho de verdad, aunque se
novelen escenas y situaciones. A Sern lo compra Arabelo, le pone
el nombre de Pirro y lo destina al servicio de Anarja, una de sus siete
mujeres. Anarja se enamora de Sern. Ms adelante, visitando el templo
de Santa Sofa se encontr con un veneciano, que regresaba de Alejandra, a quien cont su historia y le pidi que lo llevara a occidente.
180

AFA-69

El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

Enterada Anarja, le rog como amante que se quedara, pero Sern la


enga y el da convenido se escap de Constantinopla. Despus visit
en Roma la corte pontificia y regres a Espaa.
Pas rpidamente por su ciudad natal antes de establecerse en Borja,
posiblemente desempeando su ministerio sacerdotal. Fue denunciado
al obispo de Tarazona como impo, hechicero y disoluto. La denuncia
la present un sacerdote, impulsado por el infiel tutor Calvo y apoyada
por los envidiosos del ingenio de Sern y de la fama que iba consiguiendo. El resultado fue que estuvo en la crcel, y luego desterrado
de la dicesis. Comienza Sern en Tortosa sus largas peregrinaciones
por muchas ciudades de Espaa, donde se ganara el pan del destierro,
durante 20 aos, enseando literatura, retrica y poesa. Vuelve a Valencia y emprende despus un largo viaje pasando por Pamplona, Burgos,
Len, El Bierzo, hasta Orense, Compostela y Tuy. En esta ciudad
gallega compuso varias de sus elegas y alguna de sus silvas, y como
fruto del constante pensar en su ciudad natal, compuso la Elega VII,
donde va recorriendo mentalmente calles, edificios, rincones y, sobre
todo, recordando a sus convecinos de Calatayud. Estando en Tuy, fue
requerido en Jerez de la Frontera y all que se fue, emprendiendo una
larga peregrinacin hacia el sur. No se sabe el tiempo que permaneci
en Jerez, ni en Sevilla, ni en Toledo, ni si acept la invitacin para
desempear una ctedra en Alcal de Henares. Pas por Granada, por
Crdoba, y probablemente lleg a explicar alguna leccin en la
famossima Universidad de Alcal.
Cerca de Calatayud, su patria, por la que tan hondamente suspiraba, no pudo resistir su atraccin. Durante su ausencia ha muerto su
hermano Juan, quince aos ms joven que l. Tambin ha fallecido su
infiel tutor y enconado perseguidor, el Dr. Calvo. Ahora nadie le molesta
en su ciudad. No se sabe cundo dice Guilln; pero lo cierto es
que por estos aos, alguien ha presentado a las autoridades literarias
algunos poemas de Antonio Sern, pidiendo para l la mxima gloria,
la corona potica de laurel. Y el rey de Espaa, Felipe II, accede a que
se le otorgue este galardn y pueda denominarse poeta laureado.
Despus de recibido este honor, sale de nuevo de Calatayud. Ahora
invitado por otras ciudades, quizs Zaragoza, quizs Huesca, o quizs
Lrida, porque en estas tres ciudades ejerci su magisterio despus de
su consagracin potica.
Los sufrimientos, las angustias y los trabajos hacen que Sern se
sienta viejo. Su cabeza est blanca, le tiemblan las rodillas; le molestan
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181

Antonio Snchez Portero

la luz, los libros y no tiene humor para hacer versos. Pretende terminar
su poema Aragonia, pero no lo consigue. No se sabe donde muri.
Es posible que en Barbastro o Tarazona, o incluso en Calatayud, la
ciudad donde naci y que tanto am. Tampoco se conoce el ao en
que ocurri su fallecimiento, aunque segn Vicente de la Fuente se
supone que fue hacia 1570, pues viva an en 1568, en que dedicaba a
Felipe II su poema de los Reyes de Aragn [Aragonia], que al parecer
qued incompleto.
Concluye Guilln las NOTAS sobre la accidentada vida de Sern
diciendo:
Ha conseguido un puesto entre los poetas oficialmente laureados,
galardn que supona, sobre todo en su caso de hombre pobre, perseguido y sin valimiento ni apoyo alguno, un mrito singular. Reconoce
l mismo que trabaja bien sus versos y que ciertamente merece alguna
consideracin, por lo cual tiene la esperanza de que inmortalizar a las
personas que canta [buen ejemplo lo tenemos en los Amantes de Teruel],
y tambin l tendr algn renombre en la posteridad [].
Evidentemente Sern no puede competir con Virgilio, su gran modelo,
quin puede hacerlo!; le faltan sus grandes ideas, sus magnficas concepciones, pero es un estilista consumado, un versificador pulcro, con
momentos de verdaderos logros poticos.
De ordinario su diccin es clsica, sus versos de factura acabada,
y concebidos muchos como joyas de pedrera. No es raro que al leer
por primera vez sus versos se perciba el regusto y la impresin de que
aquello suena a altsima poesa. Su modelo inmediato es Virgilio, conoce
a las mil maravillas a Horacio, a Ovidio, a Propercio, a Estacio, a Silio
Itlico, a Plauto y a Terencio. Engarza algunos hemistiquios de estos
poetas en sus versos, cosa que hemos notado con especial atencin en
nuestros comentarios, pero eso no mengua su valor de buen poeta y de
gran humanista.
Salamanca, 5 enero de 1982
Jos Guilln (Obras Completas, pgs. 64-65)

Los poemas de que consta el cdice que se conserva en la Biblioteca Nacional son los siguientes, en el orden en que los coloca Jos
Guilln en Obras Completas:
LIBRO DE ELEGAS (Finalizado en 1564)
ELEGA I. A Pedro Loarri, mdico de Borja.
ELEGA II. A Mora, que es Aglaie y es Cintia.
ELEGA III. A Francisco Borja.
ELEGA IV. A Aglaie o Cintia.

182

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El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

ELEGA
ELEGA
ELEGA
ELEGA
ELEGA

V. A Pascual Delgado.
VI. Titulada Morfeo. Al doctsimo Andrs Bricio, Cnsul de Borja.
VII. A Cintia. En ella se describe la ciudad de Calatayud.
VIII. Epstola de Cintia a Antonio Sern.
IX. (Apenas lleg tu carta ante mis ojos).

POEMA LRICO A DIANA

A Cintia. Se describen los diversos viajes y sueos del autor, el descenso


con el carro tirado por dragones y el viaje a Calatayud.
SILVA II.
En la que se describe la guerra civil de Calatayud desde el ao 1517
a 1522.
SILVA III. A Cintia, en que describe el desgraciado fin de los amores de Marcilla
Snchez y la hermossima Segura, vecinos de Teruel.
SILVA IV. A Cintia. En ella se cantan las alabanzas de Valencia.
SILVA V.
A Cintia. En ella se cantan las alabanzas a Miguel Petreyo de An, de
Coloma, de Calvillo y de Juan Franco y de Isabel, y se conmemoran
el Cinca, el Segre, Huesca, Pamplona, Expeleta, Numancia, el Cid,
Compostela, Santiago y Tuy, progenie griega y su senado.
SILVA VI. En que se cantan las alabanzas de Antonio Nebrija, y se habla de
Liciano, de Jerez de la Frontera, de Santaf, de Granada, de la Puerta
Elvira, del Grande, de Crdoba, de Lucano, de Juan Mena, de Toledo,
de Petreyo, de Cedillo, de Vanegas, de Vergara, de Serna, de Virgilio
intrprete de Virgilio, de Gaspar Fernndez y se recogen los lamentos
de Sern a la muerte de Cintia.
SILVA VII. Al dicono Pedro Valsorga, en la que se describe la bajada a las sombras, el encuentro y el coloquio con Virgilio.
SILVA VIII. A Armillas, presbtero de Borja, en ella se describen los siete pecados
capitales. Queda todo sometido a la censura de la Iglesia.
SILVA IX. A los doctsimos Pedro Suera, Pedro Loarri, mdico, y Carlos Obanos,
farmacutico celebrsimo. Todo lo que en ella se describe queremos
que quede sometido y lo sometemos al juicio y censura de la Santsima
Madre Iglesia.
SILVA X.
Al doctsimo Pagn Ramrez, segundo Ovidio Nasn, poeta laureado,
coronado de Mirto. En ella se cuentan los amores del Siervo Pirro y
de la hermossima Anarja en Constantinopla.
SILVA XI. A Pedro Valsorga, subdicono, y a Pedro Alcaiz, Borgienses. En ella se
describe la elega del siervo, el sueo de Sern, Febo, Apolo, Cupido,
Cintia y el templo de Santa Sofa.
SILVA XII. En la que se describen el gemido, la querella y la imprecacin de
Anarja, la salida de Constantinopla, y la muerte de los dragones en la
Escitia. A Carlos Muoz Serrano, doctor en ambos derechos y cannigo de Tarazona.
SILVA I.

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Antonio Snchez Portero

Endecha de Antonio Sern, bilbilitano, presbtero, poeta laureado, a Carlos Munmio, doctor en ambos derechos, cannigo
de Tarazona.
POEMA-LRICO Al mismo, poema lrico por el mismo autor. Detractor de todos
CONTRA
los poetas y de Virgilio. Por Antonio Sern.
QUERELA

ARBOLNCHEZ
ARAGONIA

Libro primero Al nclito rey Felipe II, por Antonio Sern, presbtero, bilbilitano,
poeta laureado.
I. Introduccin; II. Tiresias descubre la historia de Aragn.
Libro segundo I. Prosiguen las gestas del Rey don Sancho; II. Asedio y conquista
de Huesca; III. La conquista de Huesca.
Libro tercero I. La conquista de Zaragoza; II. Conquista de la Celtiberia (incluye
la conquista de Calatayud, pgs. 229 -253); III. Batalla de Fraga;
IV. Eleccin de Ramiro el Monje.
Poemas que incluye Ignacio de Asso en Carmina:
Los tres libros de ARAGONIA, pgs. 10 a 80.
Las nueve ELEGAS, pgs. 81 a 123.
Cuatro SILVAS: I, II, III y IV, pgs. 124 a 172.
QUERELA. Endecha a Carlos Mumnio Serrano, pgs. 173 a 175.

Debo advertir que la numeracin otorgada a las Elegas por Ignacio de Asso no se corresponde con la que les asigna Jos Guilln. La
Elega I, segn Asso, es la VI segn Guilln; la II, es la I; la III, es la
II; la IV, es la III; la V (de Asso) es la IV (de Guilln); la VI, es la V;
la VII, es la VIII; la VIII, es la IX; y la IX, es la VII.
A juicio de Vicente de la Fuente,
deben distinguirse dos pocas en la vida de Sern, que caracterizan
tambin sus escritos y hasta su metro latino. De joven, y durante su vida
andariega por Valencia, Galicia, Andaluca y Castilla, escribi al estilo
ovidiano sus elegas, como desahogos de su vena [faciles musae], lozana juvenil y exuberante fantasa. Pero vuelto a Calatayud, en edad ms
provecta, vctima de amargos desengaos y quizs recordando su estado
clerical, y a lo que este obligaba, dej el gnero ovidiano y las elegas
y hasta los hexmetros y pentmetros para tomar el gnero pico y el
virgiliano, a fin de dar vuelo a los conceptos de su imaginacin lozana
escribiendo en el gnero heroico la historia de Aragn, y lo dems de
su gnero histrico.

Pocos han sido los penegiristas de este insigne poeta, casi desconocido. Don Nicols Antonio lo record en las notas manuscritas
al ejemplar de su obra que se conserva en la Biblioteca Nacional de
184

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El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

Madrid; y habiendo llegado a conocerlo el cronista Andrs por un


ejemplar de las silvas que tuvo el doctor D. Bartolom Morlanes, le
dedic en su Aganipe de los Cisnes Aragoneses en el clamor de la
fama los siguientes versos:
En las selvas amenas
de Antonio Sern, de las Camemas
se admira la dulzura cabalina
que su musa latina
renov de Marcial y Liciniano
aquel noble esplendor bilbilitano,
y en la docta contextura
puso la amenidad y la frescura
de Blbilis Augusta y los raudales
que de Nectuno y Palas
las campaas floridas fertilizan
y en verduras perpetuas se eternizan,
y al fin de sus agudos epigramas
le ofrece Apolo del laurel sus ramas.

Sern fue, quizs, quien ms contribuy a que Calatayud tomase


el nombre de Blbilis, desusado en aquellos tiempos, pues en reales
privilegios, bulas y documentos eclesisticos, y seculares pblicos y
privados, siempre se haba llamado Calatayub, Calatayut, y ltimamente con su nombre actual. Hasta el mismo Sern vacilaba en esta
denominacin, pues a veces, en sus versos, llama a su ciudad natal
Calaiuba; pero no deba de sonarle muy bien y en el gentilicio usa a
veces bilbilicus, ms bien que bilbilitanos.
En la primera Noticia y antologa transcribo la Elega III (que en
realidad es la nmero II), traducida por Gonzalo Borrs; Elega VII (que
es la VIII), traducida por Germn Lpez Sampedro; varios fragmentos
de la Elega IX (es la VII) y de la Silva IV (que es la II), vertidos al
espaol por el padre claretiano Mariano Molina Prez. En la Segunda
noticia y antologa incluyo la traduccin, debida a Jos Guilln, de la
Elega III, un fragmento de la VII, un fragmento de la segunda parte de
la Silva II, Epicedum (canto fnebre), y de Aragonia, libro segundo,
el II. Conquista de la Celtiberia.

IV. La Leyenda

de los

Amantes segn Sern

El poeta dedica la Silva III A Cintia, en que describe el desgraciado fin de los amores de Marcilla Snchez y de la hermossima
AFA-69

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Antonio Snchez Portero

Segura, vecinos de Teruel. Sern compuso doce silvas en hexmetros


dactlicos, y estn fechadas despus de su ttulo. En cuanto al tiempo
en que compone cada una de sus obras Sern, segn Guilln:
es bastante problemtico. Ciertamente algunas estn compuestas en Tuy,
otras en Huesca, otras en Borja, ciertamente no faltarn las que escribiera
en Calatayud o en Jerez de la Frontera. El pensar que las elegas estn
todas compuestas en el ao 1564, aunque marca esta fecha al fin del libro
de las Elegas; y las silvas en 1566, creo que no es acertado. Estas fechas
indican el ao en que rene estas obras en su cdice [].
Algunas silvas son correlativas y su puesto indica tambin el tiempo
de su composicin con relacin entre s, por ejemplo, 5 a 9, y 10 a 12,
respectivamente [].
Es curioso que cuando toca el tema de una ciudad, o alude a una
persona o a un acontecimiento, promete que cuando haya vagar, escribir
detenidamente sobre ella. As, por ejemplo, en la Silva 3, 162-165, al
pasar con su carro volador por encima de Daroca: [].
En este caso particular est pensando cantar ampliamente a Daroca
en su poema Aragonia en donde leemos la conquista de esta ciudad por
Alfonso I el Batallador

Teniendo en cuenta lo dicho en estos prrafos, y que en la Silva II


describe la muerte de su padre y su vuelta a Calatayud ya mayor de edad,
en 1530, y que en la Silva IV Cintia est con el poeta en la mazmorra,
cuando se ve encarcelado y engrillado, lo que sucedi poco despus
de 1541, puede conjeturarse con muchos visos de posibilidad, que la
Silva III sobre los Amantes la escribiera entre estas fechas, algunos aos
antes del descubrimiento de los cuerpos momificados y del hallazgo del
denominado Papel de letra antigua e Historia de los amores, citados
por Yage de Salas en 1550, siendo ese el periodo (1530 a 1541) en
el que se document el origen de la Leyenda.
Hasta bien entrada la composicin, no se refiere explcitamente a
la Leyenda. En los primeros versos recrimina a Cintia que sea ingrata
con l y que no escuche sus lamentos (verso 15); se declara su siervo
y le pide que sea amable con su poeta; porque si no levanta el arco que
le tiene tendido (verso 45) es capaz de matarse. Entonces se compadece
Cintia del que quera entregarse a la muerte, y le confiesa que es lo
ms dulce de su vida y le pide que deje las lgrimas y las palabras
tristes para los nios, y se esfuerza en consolar sus lamentos (verso
80). Reconoce Sern que Siempre fue triste la condicin de la vida
de los poetas, mxime cuando se opone al hado o a las leyes eternas.
Pero a Sern solo le abrasa el amor, y la dulce llama de su doncella
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AFA-69

El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

ingrata (verso 90) que lo consume y no puede soportar su negativa,


que suscita nuevos reproches: pero, en definitiva desea que viva Cintia
querida, mil aos en su compaa, y que el cielo te consiga el desear
morir conmigo y acabar mis sufrimientos (verso 125):
Mustrate con rostro plido y con voz acariciante y recibe ya cariosa entre tus brazos, oh Cintia, a tu poeta bilbilitano abismado en
preocupaciones, que baado mil veces por el Jaln te fue consagrado
para siempre desde su tierna infancia (verso 140).
Oh, concdaseme que cuando t refieras todo esto yo contemple
tu dulcsimo rostro desde una nube elevada. Si veo que lo cuentas llorando de emocin me llegar hasta ti, si no percibo ms que palabras
me alejar (verso 155).
Quin creer mis aventuras? Nosotros seremos los nicos testigos
de nuestras cosas; pero nos creern y nos escucharn todos (verso 155)
los amantes que recibirn con emocin lo verdadero y lo fingido.
DAROCA. Reconozcamos entre tanto desde esta alta nube y areo
carro las tierras y las ciudades que contemplamos all abajo. Esta es
Daroca, soberbia por sus altas murallas torreadas, recostada (verso 160)
en un declive. Antes tena un blanco cisne en las valvas de sus puertas
y ahora cuelgan escudos en sus dinteles. Si un da tengo oportunidad
y si Dios me concede tiempo para ello, si Cintia (verso 165) escucha
placentera mis deseos, cantar las viejas glorias de esta ciudad.
TERUEL. Mira ah la ciudad de Teruel, tan prspera como t, hermosa, insigne por sus varones y celebrada por sus mujeres. Sobre ella
lanza sus flechas encendidas la diosa madre de las Enadas y alcanz con
una misma saeta a Snchez Marcilla y a la hermosa (verso 170) Segura,
si es verdad lo que refiere una vieja tradicin.

Vemos, pues, que esta silva est inspirada en una vieja tradicin,
por lo que, sin precisin histrica, pues se trata de una recreacin
lrica, nos cuenta que:
Una vez pues que el ciego Amor contempl desde el alto empreo
a los incautos jvenes, acomoda a tu costado la aljaba que supera las
perlas orientales y empua el arco con su izquierda, y (verso 175) aunque
quiere, cruel, lanzar dos saetas no halla ms que una en el carcaj, y con
ella furibundo, brbaro, cruel y atroz, traspas a ambos.

Marcilla declara vehementemente su amor a Segura: Oh Segura


ms amada por tu Marcilla (verso 195) que la luz y que el aura que
respiramos, ven y oye mis cuitas, y le confiesa que por ella tiene
enojados a sus padres, y le pide que no atormente a su fiel amante, y
que no lo rechace. Vencida por fin, responde Segura:
AFA-69

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Antonio Snchez Portero

Nunca negar que t mereces todo bien, Marcilla, t que eres capaz
de atesorar tantas cosas en tus versos, ni yo sentir vergenza de un (verso
240) amor tan grande. Antes dejar el mar de mezclar sus arenas con
el bermelln, antes el ureo Jaln secar sus aguas bronceantes, antes
apacentarn los venados en el mar y los peces en el ter, que desaparezca
tu imagen en mi corazn. /Oh dulce amor mo vive (verso 245), mi tesoro
Snchez, vive feliz, te lo suplico y olvida todas tus cuitas. Yo soy parte
de ti, tu Segura, una joven tan grata, como t, Marcilla, dulcsimo, lo
eres para tu amada. Cundo, infeliz de m, podr verte, vida ma, unido
conmigo en matrimonio indisoluble? Cundo, oh Marcilla, jugar ante
nuestros ojos una pareja (verso 250) de nios nuestros?

En una noche de insomnio, Segura se ve asaltada por tristes


presagios, se le hiela la sangre en las venas cuando angustiada ve
el tronchado cuerpo de su amante; Vuelta, por fin, en m dice
Segura palpaba mis miembros ms fros que las escarchas de la
Escitia, y qued (verso 280) pensando qu me querran anunciar,
desgraciada de m, aquellas visiones en los insomnios de la noche.
Segura le pide: Ahora t, vida ma, mrchate. He aqu Marcilla, lo
que te doy como prenda de mi amor (y me entreg el anillo de oro
que se haba sacado del dedo). / Retrate enseguida, mira (verso 285)
que se aproxima la luz de nuestra enemiga, y la lcida aurora viste
sus rosados colores
Y ya el sol recorra las tierras con su esplendoroso disco, y dispersaba las estrellas con su brillante carro, cuando imprudentemente el
padre, desconocedor del amor de Segura, entrega en mala (verso 290)
hora a la desgraciada en matrimonio inseguro a uno del pueblo, que en
forma alguna era digno de una virgen tan bella.
El cielo se cubri de un lgubre tul al ver el matrimonio, palideci
el rostro de la luna. / Sin una nube en el cielo el Etna reson (verso 295)
antes con tres o cuatro truenos, lo sintieron los Penates y los Lares de
Teruel. Plaeron las Ninfas en la cima del monte, y el nocturno bho
omin tristemente en el alfizar de las ventanas. Lloraron todas las mozas
de la ciudad, y por fin lleg la noticia a la sorprendida (verso 300) joven.
Qu gemidos daba entonces? Qu angustias te opriman y te hacan
desgraciada, arrancarte los cabellos, sucios por el polvo? Segura, gimes,
bramas, te abrasas, solamente llevas en tu corazn a Marcilla, / solo
Marcilla est en tu corazn (verso 305) y en tu corazn y en tus labios,
y llamas furiosa continuamente a Marcilla. Oh hados crueles! Oh padre,
oh madre, oh tiempos terribles exclama, oh joven indigno de mi
lecho, retrate, mrchate!

Promete Segura que se traspasar con una espada las entraas


antes de que otro toque su cuerpo y ocupe el lugar de Marcilla. Y
188

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El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

pide a sus padres que rompan las nupcias y ve a su marido como un


ser repugnante:
Tiznados de negro (verso 325) color sus miembros (aunque ese color
no es del todo despreciable, puesto que negro es el hijo de la Aurora,
y las Ninfas recogen las plidas violetas). Tiene los dientes ralos y le
apesta el aliento. Si le miras los ojos los tiene de cabrito, los cabellos de
oso, (verso 330) las orejas de burro, la cerviz abultada, la frente ancha,
habla con la garganta comprimida, su nariz es descomunal, cargado de
espaldas, y enmaraado de cerdas su pecho como un Olimpo. Huele a
choto (verso 325), lo invade un halo de fetidez, es ms negro que un
cuervo y ms repugnante que un murcilago asqueroso.

En cambio su Marcilla es:


delicado, honesto, hermoso, blanco como la nieve y de rostro resplandeciente, buen tipo, amoroso conmigo, valeroso en las armas. Apenas
me ve se le llenan los ojos de (verso 340) lgrimas, no busca tanto su
felicidad como la ma; se entristece cuando estoy ausente y me prefiere a
todo. Aquel, me da vergenza decirlo, ronca toda la noche: este permanece
vigilante. Venga Marcilla y goce, mi vida, de sus delicias. Aprtese lejos
ese loco (verso 345) atontado y fatuo./ Trgueme la tierra y arrjeme
Dios a las tinieblas infernales antes de que mi querido Marcilla salga
de mi corazn.

Se esfuerza la joven en alejar a su marido; pero sus padres se


oponen y, despus de muchos ruegos:
Segura cede a disgusto, difiriendo su entrega (verso 365) hasta la
prxima noche, esperando no s qu. Ojal te presentaras, Marcilla, y
traspasaras con tu aguda espada ese negro pecho, y taparas con estircol
y con murdago viscoso esa boca apestosa, corta con tu espada esas
negras manos, para que ese zurrador no (verso 370) toque con sus uas,
oh Marcilla, a tu Segura, e infeccionndolos con el simple contacto
contamine los hermosos miembros!
Quisiera saber, oh Marcilla, cules eran tus sentimientos, qu fuego
exhalaba tu furor, cun grande era el enfurecido mpetu de tu nimo al
contemplar esa escena, al ver yacer a Segura (verso 375) con el Etope
y verle acariciar ampliamente su cuerpo y estrechar sus miembros en
ntimos abrazos, darle mil besos encendidos, no es verdad que t estaras enloquecido de ardiente ira? Dice y furioso desenvaina la espada y
se dispuso a morir.

El sentido de estos ltimos versos a mi entender es confuso, porque


explcitamente no se dice que Marcilla ha regresado. Sin embargo, un
grupo de amigos (verso 380) contuvo al que estaba fuera de s y le
sujet la mano. Entonces habl como un loco sin saber lo que deca:
AFA-69

189

Antonio Snchez Portero

Oh Segura, tutela fidelsima de mi vida, psima, cruel Qu furia fatal


te ha engaado? Es posible que t, brbara, desees tal unin y celebrar
tales himeneos? Y eres tan fiera que no tienes (verso 385) compasin de
m? Eras t aquel dechado de pudor inviolado? Es posible que abraces
t ese cuerpo? Vas t, oh negro bho, a acariciar esos miembros tan
delicados? Acariciaras t, oh Segura, a ese murcilago Etope?
Es cierto s, oh ingrata Segura, que yo te am a ti y a tu dulce (verso
390) vida ms que a mis propios ojos. Pero, es que yo te am? Acaso
yo pronunci tu nombre? Y eres capaz, oh necio, loco, de entrelazar
con ella tus brazos? Tal marido te buscaste, oh doncella? Oh cielos,
cabe en vosotros un odio tan inicuo? Es posible en (verso 395) los
cielos una ira tan cruel contra los tristes mortales? Oh Dios mo, si
has determinado aniquilar al mundo entero, lnzanos a nosotros con un
rpido rayo a las tinieblas y a las lagunas del Trtaro, con tal de que
nos sea dado el perecer con una muerte tan justa y sufrir los castigos
tan merecidos (verso 400).

Marcilla continu diciendo:


Pero, qu digo y qu pienso, loco de m? Oh Segura, joven gratsima
para mi alma, te quiero, te deseo, pero los cielos se oponen a mi voluntad
y a mi amor. No a ti, vida ma, es a quien puede acusar el amante, sino
a tu padre y a tu madre que te nutri con (verso 405) sus pechos.

Cuando termin de hablar:


mirando fijamente a la amada, y sintiendo que el cielo se retiraba,
Marcilla se sinti inflamado de furia y de terrible ira. Es posible dice
que t poseas mi gozo, y t, Segura, puedas abrazar a ese? Y como un
torbellino cae exnime (verso 410) y deja en la sala la dulce vida.

La tierra retumb y palpit el corazn anhelante bajo los estertores del pecho. Sus amigos depositan su cuerpo en el fretro. Sus
padres, sus amigos y toda la ciudad lloran su muerte. Se organiza la
fnebre comitiva y llega al atrio del templo y los portadores depositan
el fretro en el suelo.
He aqu que llega furiosa y loca (quin lo iba a creer?) la infeliz
joven y se presenta velada con un crespn negro su cabeza desgreada.
Segura qued inmvil junto a su querido Marcilla, y (verso 425), apenas
toc el cuerpo y el rostro helado del amante con sus trmulas palmas,
se arroj encima y dice a grandes voces:
Dulce amor, vida ma, as abandonas, cruel Marcilla, a tu Segura,
dejndola hurfana de tan preciado amor? As me rechazas? (verso
430) Y no tienes, amigo mo, compasin de m que me deshago en
lgrimas? Eres t aquella flor galana de la juventud? T, t ests
muerto? Volvers de nuevo a respirar la vida vivo por el (verso 435)

190

AFA-69

El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

favor de los hados? / Oh Parcas crueles y feroces, habis privado de


la vida a mi amor?

Permaneci inmvil junto a su querido Marcilla dirigindole dulces


y amorosas palabras; y aadi:
Ahora comprendo lo que significaban aquellos miembros exanges
y aquel cadver, y los carros cansados, y por qu t, Diana (verso 450)
te mostraste tan triste, y lloraban tan agriamente las Ninfas de las selvas.
Oh padre, oh madre que engendrasteis a Marcilla, a los amantes que uni
un mismo amor y una misma voluntad y la palabra empeada de ser un
mismo cuerpo, aun sin llegar a conseguirlo (verso 455), si sabis lo que
es amor, si tenis un poco de piedad, os suplico que no les impidis yacer
en una misma urna. As, depostense as nuestros huesos en un mismo
sepulcro, para que reposemos en un mismo tmulo. Oh feliz de m, si
en tu presencia, Marcilla, pudiera morir ahora mismo! Ven, amado mo,
ven y llvame contigo! (verso 460).
Ya tiemblan mis miembros, ya se paraliza mi sangre, ya desfallezco
y se me desvanece el cielo. Perdn, padres crueles que impedisteis a estos
dos amantes vivir felices en un dulce matrimonio, y que Dios os guarde.
/ Ya est Marcilla conmigo, os ruego que (verso 465) abris nuestros
dos corazones. Si hay alguien capaz de contar nuestros tristes hados, le
suplico que relate nuestros amores.
Dijo, y pegando su boca a la boca de Marcilla, y abrazando fuertemente su cadver, exhal su alma con sus ltimas palabras.

Y finaliza Sern la silva6 con la siguiente estrofa:


Oh almas felices, oh feliz y concorde voluntad, oh amor afortunado
(verso 470), si mis versos son capaces de algo, ruego que descansen sus
huesos en paz. Si el favor del cielo, si mis hados me lo conceden, quiero,
Cintia, descansar contigo abrazados en un mismo sepulcro, (verso 475)
o privarme con la espada de la vida aqu, delante de tus ojos que me
arrastran a la perdicin, con tal de que t llores sobre mi cadver, como
Segura a Marcilla, y te compadezcas con la misma piedad de tu poeta.

IV. Coincidencias y divergencias argumentales en las fuentes


En su versin de la leyenda, Sern, siempre cita a los amantes con
los apellidos Snchez Marcilla, Snchez y Segura, nunca con
sus nombres. Segura pide a Marcilla que se marche, y no cita ningn
plazo de espera; y no se especifica cundo regresa; aunque retrasa el
6. Antonio Sern, Obras Completas, Parte I, pgs. 322 y 335-359.
AFA-69

191

Antonio Snchez Portero

momento de entregarse a su marido, ansiando y esperando la vuelta


del amado. Y no est clara la entrevista que mantienen, y Marcilla no
le pide el beso que Isabel le niega, y se dice que muere inflamado por
la furia y la ira.
Por otra parte, en la Historia lastimosa y sentida de los tiernos
amantes Marcilla y Segura, naturales de Teruel, de la que no se conoce
ningn ejemplar, los Amantes, por el ttulo, sabemos que son Marcilla y Segura.
Y en la versin de la Historia de los amores, fechada en 1555 y
transcrita por Yage de Salas en su Protocolo, cita a un joven llamado
Juan Martnez de Marcilla, que se enamora de Sigura; pero como
su padre lo menosprecia por carecer de fortuna, le pide a ella que si
quiere esperar cinco aos, l se ir a conseguir dineros. Y eso hace.
A continuacin viene la transcripcin literal del citado documento:
Cumplidos los cinco aos, el padre le dixo: fixa, mi deseo es que
tomes tu conpana. Ella, vidiendo que el tiempo de los cinco aos era
passado he no saba res del enamorado, dixo que le placa. Tantost el
padre la desposs, e a poco tiempo fizieron las bodas, el otro [] arriba
[] [Y aqu puntualiza Fernando Fras en su blog citado, que deca el
documento de 1555:] falta, por haberse perdido, una hoja del libro donde
estaba esto escrito, y es contar el modo que l tuvo para entrar en casa
de ella y ponerse tras el lecho para hablalle y dezille lo que sigue, y
prosigue [Dato, de nuevo, muy interesante contina Fernando Fras,
porque parece acreditar que, en efecto, lo transcrito es un documento
anterior a aquella acta de 1555, cosa por otra parte bastante evidente
por el estilo del texto.]

Marcilla le pide un beso y Segura no se lo da por no faltar a su


marido: Bsame que me muero, dijo. No quiero, repuso ella. Y
Marcilla cay muerto. Despert Segura a su marido, y para evitar que
la gente creyera que haba matado a Juan Martnez, que agora ha
venido tan rico, lo llevaron a casa de su padre: Ellos lo finieron con
gran affn, que no fueron sentidos. El cuitado del padre, que no saba
su fijo do era, toda aquella noche no durmi ni se spuj. Como fue el
alua, abri la finestra he vido a su fijo tendido a la puerta. Hechados
grandes chillidos [], buscauanle cmo lo hauan muerto [] (los
puntos entre los corchetes indican que ha desaparecido el texto en el
original. Voy a continuar el relato resumindolo y traducindolo): la
joven Segura pens cunto la quera Marcilla y cunto haba hecho por
ella y que, por no quererlo besar, muri; y resolvi ir a besarlo antes de
192

AFA-69

El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

que lo enterrasen. Se fue a la Iglesia de San Pedro donde lo tenan y,


apartndole la mortaja, besolo tan preto que all esclat (se cay?, se
desmay?). Y las gentes que vean que no era parienta y que estaba as
sobre el muerto, le pidieron que se retirase y vieron que estaba muerta
(en esta parte del relato se han perdido muchas palabras, y concluye
diciendo que): Acordaron enterrarlos juntos en una sepultura, y que
los actos que se ficieron fueron muchos.
Transcribe Fernando Fras en el citado blog que:
Este es, en fin, el relato ms antiguo que se conoce de la leyenda,
que por su estilo (bueno, y quiz tambin por el deseo de remontarla lo
ms posible en el tiempo) los estudiosos datan como alrededor del siglo
XIV, lo que la pondra en competencia con el cuento de Bocaccio.
Otros, en cambio, son mucho ms escpticos, hasta el punto de
que se ha llegado a afirmar que probablemente se tratase de un falso
inventado por el propio Yage. Su principal argumento es que en 1616 (o
sea, tres aos antes de la redaccin de su Protocolo) el propio Yage
public en Barcelona Epopeya trgica de los Amantes de Teruel, versin
teatralizada de la Leyenda. La historia del Protocolo sera, segn estos
crticos, un invento para promocionar su obra. En realidad, esta tesis se
apoyaba sobre todo en la inexistencia de fuentes que confirmasen que
la realidad de lo narrado 7 en el Protocolo no era conocido directamente,
sino solo a travs de copias o menciones posteriores. Sin embargo, la
aparicin del Protocolo original en 1958, y la de las mencionadas actas
del proceso a los racioneros de San Pedro en 2004, restan fuerza a estas
objeciones. Por otro lado, si bien es cierto que Yage haba publicado
su Epopeya Trgica poco antes de la redaccin de su Protocolo, tambin
es cierto que en el Papel de letra antigua que transcribi en 1619
aparecen bastantes detalles contradictorios con su propia versin teatral
de la leyenda.
Como sin ir ms lejos, los nombres de los Amantes, que es a lo
que bamos. Como hemos visto en la narracin ms antigua, el chico
se llama Juan Martnez de Marcilla, no Diego ni Juan Diego, y mucho
menos Diego Garcs de Marcilla, como lo llam Salas en la Epopeya
Trgica; y en la Relacin annima de 1586, por otra parte, lo llama Ju.
De Marcilla []. En cuanto al nombre de Isabel que tambin utiliza
Yage, aparece en el acta de 1555 transcrita por el notario, la relacin
se limita a llamarla Sigura, fija de Pedro Segura
A pesar de ello, sin embargo, la tradicin literaria sigui llamndoles
preferentemente Diego e Isabel, llegando incluso a extremos tan
estrafalarios como el de Hartzenbusch que, en su drama Los Amantes de
Teruel, bautiza al muchacho nada menos que como Juan Diego Martnez
7. Esto no es cierto, pues en esas fechas estaba la Silva de Sern.
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Antonio Snchez Portero

Garcs de Marcilla. Segn parece, Hartzenbusch se document a fondo


para elaborar su obra, pero no se preocup demasiado en determinar las
fuentes fiables de las que no lo eran tanto, y simplemente cogi un poco
de cada una de ellas. De hecho parece que una de las que ms emple
fue la Memoria Genealgica de 1780, con la que el caballero Joseph
Thoms Garcs de Marcilla, con ms desparpajo que rigor, emparenta
a su linaje con reyes, nobles y con el amante, al que llama Diego
Garcs de Marcilla.

* * *
Algunos investigadores han apuntado la posibilidad de que la
Leyenda de los amantes est inspirada en el cuento VIII de la cuarta
jornada del Decamern de Bocaccio. Pero como la Leyenda de los
Amantes, si es verdad lo que refiere una vieja tradicin, se remonta
a principios del siglo XIII, podra ser que sea el cuento de Bocaccio
el que se inspir en la Leyenda de los Amantes, pues el Decamern se
dio a conocer entre 1350-55. A grandes rasgos, este cuento relata que
Salvestra es amada por Girolamo, quien empujado por los ruegos de su
madre va a Pars. Cuando vuelve la encuentra casada, y a escondidas
entra en su casa y queda muerto junto a ella. Lo llevan a una iglesia
a enterrarlo y Salvestra muere de pena a su lado.
Hay otra leyenda, al menos, en la que los amantes mueren al creer
o ver muerto a su compaero. Es la que se refiere a Pramo y Tisbe.
Estos jvenes vivan en la antigua Babilonia en casas contiguas, y se
enamoraron. Se hubieran casado, pero se oponan sus padres y no les
dejaban verse. No obstante, se comunicaban a travs de una pequea
grieta que exista en la pared medianera. Un da tomaron la decisin
de escaparse por la noche y se citaron en una fuente. Lleg primero
Tisbe y cuando esperaba, se acerc a beber una leona con las fauces
ensangrentadas porque acababa de matar a una presa. Tisbe se asust
y se refugi en una cueva, pero en su huida se le cay el velo y lo
destroz la leona, manchndolo de sangre. Cuando lleg Pramo y vio
en el suelo las huellas de la leona y los restos ensangrentados del velo,
crey que la leona haba matado a su amada y se quit la vida con
su pual. Cuando estim que haba pasado el peligro y volvi Tisbe
al lugar de la cita, vio a Pramo muerto, y colocando sobre su pecho
la punta del pual, que an estaba con la sangre de Pramo, se arroj
sobre l, clavndosele el pual y muriendo tambin.

194

AFA-69

El poeta latino de Calatayud Antonio Sern

VII. Colofn
Hemos visto que los testimonios ms antiguos que se conocen
sobre la Leyenda, salvo las referencias, o no existen documentalmente
o, si estn documentados, no se puede precisar con exactitud la fecha
de su creacin; y, hasta es posible, como apunta Fras (refirindose a
Yage de Salas) que hayan podido ser manipulados. Por estos motivos
cobra excepcional trascendencia la Silva de Antonio Sern, inspirada
por una antigua tradicin que, a su vez, puede estar basada en hechos
histricos, cuya veracidad es corroborada por la existencia real de
los personajes que intervienen en la leyenda, por el hallazgo de las
momias, por los documentos que las acompaan, y por los anlisis y
datacin de los cuerpos. Y algo muy importante que merece ser resaltado: este documento potico, desde el momento en que fue creado, ha
permanecido olvidado, guardado, sin posibilidad de contaminarse,
hasta el momento de su divulgacin actual, y recoge el meollo, la parte
sustancial de la Leyenda.
Cierto que la Leyenda que conocemos ahora difiere en algunos
puntos con los datos que se consideran histricos y que existen algunos anacronismos. Es normal y lgico que esto suceda, pues una vez
que el pueblo se apropia de una leyenda, con el devenir del tiempo,
la aportacin popular y la colaboracin de escritores, dramaturgos
y poetas, contribuyen a que la trama de la leyenda se acreciente, se
modifique y se consolide.
Teruel puede presumir, aparte de muchas otras cosas, de una Leyenda
extraordinaria, la de los Amantes de Teruel, que se ha convertido en una
fiesta donde se reivindica y exalta algo tan preciado como es el AMOR,
una fiesta que cada da que pasa es ms subyugante y universal.
Calatayud, 15 de julio de 2013

AFA-69

195

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 197-213, ISSN: 0210-5624

Influjos de la antroponimia artrica.


La presencia del nombre Tristn en
un fogaje aragons de 1495*
Mara Coduras Bruna
Universidad de Zaragoza

Resumen: Los textos artricos dejaron su huella en la antroponimia peninsular


medieval y urea. Nombres como Arturo, Galvn, Ginebra o Tristn sirvieron
para bautizar a un pequeo porcentaje de la poblacin. El caso de Tristn es el
ms llamativo y numeroso en el periodo comprendido entre 1300 y 1570. En esta
ocasin, ofrecemos el reparto de dicho antropnimo en Aragn tomando como
base los datos aportados por un fogaje de 1495.
Palabras clave: Tristn, Aragn, nombre propio, fogaje.
Abstract: Arthurian texts left their mark on the Medieval and Golden Age
anthroponymy of the Iberian Peninsula. Names like Arthur, Gawain, Tristan or
Geneva served to baptize a small percentage of the population. Tristans case is
the most remarkable and numerous in the period between 1300 and 1570. On this
occasion, we offer the distribution of the name Tristan in Aragon based on the
data provided by a fogaje of 1495.
Key words: Tristan, Aragon, proper name, fogaje.

El influjo y la recepcin de los textos artricos en la Pennsula


durante los siglos XV y XVI fue incuestionable, desde la transmisin de
la Vulgata y el Pseudo-Boron hasta la produccin en territorio nacional
* Este trabajo se inscribe en el grupo investigador Clarisel (H34) de la Universidad de Zaragoza,
con la participacin econmica del Departamento de Ciencia, Tecnologa y Universidad del Gobierno
de Aragn y del Fondo Social Europeo, y en el Proyecto I+D Reescrituras y relecturas: hacia un catlogo de obras medievales impresas en castellano hasta 1600 (FFI2012-32259), subvencionado por el
Ministerio de Economa y Competitividad.
AFA-69

197

Mara Coduras Bruna

de aquellos aos (Tristn de Leons, Demanda del Santo Grial, Baladro


del sabio Merln). De este modo, obras como el Tristn de Leons o
el Lanzarote del Lago, entre otras, explicaran cierta acumulacin de
los antropnimos artricos Tristn, Galvn o Iseo, por mencionar los
casos ms numerosos, entre personas de carne y hueso que nacieron
y vivieron en dicho periodo.
Dicho fenmeno era habitual en la Europa occidental de la Edad
Media. Pensemos, por ejemplo, en la costumbre de diversos monarcas
de la Europa medieval de adoptar personalidades artricas. As, en
la dcada que va de 1240 a 1250 tienen lugar en diversos territorios
de Alemania, Inglaterra y el norte de Francia torneos y espectculos
artricos en los que realeza y nobleza se ocultan bajo la personalidad
del rey Arturo y sus caballeros apropindose de sus nombres propios
y de sus armas (Pastoureau, 2006). Esta moda antroponmica fue paralela, en determinados momentos, a la propia del universo amadisiano
en territorio peninsular. En numerosas ocasiones se trataba de casos
de literatura aplicada (Ro Nogueras, 2000 y 2008) asociados a las
justas o torneos o incluso a la correspondencia cortesana (Trujillo
Maza, 2010); recordemos las organizadas para el bautismo del infante
Felipe que remitan de forma evidente al Amads (aunque no llegaron a
celebrarse), o los torneos y diversiones celebrados en 1549 en Binche,
organizados por su ta Mara de Hungra, en los que el propio Felipe
particip baj el sobrenombre de Beltenebros. Sin embargo, a la luz de
los datos obtenidos, esta moda se extendi a todas las capas sociales,
como pude constatar en mi tesis doctoral (2013).
Esta moda antroponmica no desapareci hasta mediados del siglo
XVII o comienzos del XVIII e incluso lleg a reactivarse en el siglo XIX

con los poemas de Tennyson y prerrafaelistas como Morris y BurneJones1. Todava hoy podemos hallar su eco entre la poblacin del siglo
XXI, reactivado por un boom de la novela fantstica de corte medieval
producido a finales del siglo XX, si bien dicha prctica se observa de
modo ms evidente en la repercusin antroponmica de ciertos personajes clebres, como actores, futbolistas, miembros de la realeza, o
protagonistas de los bestsellers del momento que pueden llegar a copar,
puntualmente, un lugar significativo en el ranking de los nombres ms
frecuentes de un pas en una franja temporal determinada.

1. Para la recuperacin caballeresca de los siglos XVIII al XX consltese la obra colectiva Mmoire
des chevaliers. dition, diffusion et reception des romans de chevalerie du XVIIe au XXe sicle (2007),
dedicada al territorio francs, consignada en la bibliografa.

198

AFA-69

Influjos de la antroponimia artrica

Entre todos los nombres artricos empleados en el periodo que nos


interesa en esta ocasin, es decir, el comprendido entre los siglos XV
y XVI fundamentalmente, destaca el antropnimo Tristn, localizable
a lo largo de toda la Pennsula. Pasemos a ocuparnos de l con mayor
detenimiento en las lneas que siguen.

1. L
 os antropnimos artricos y la presencia de Tristn en la
Pennsula. Un estado de la cuestin
Numerosos son los investigadores que se han ocupado del rastreo
de la presencia de antropnimos artricos entre la poblacin europea
durante la Edad Media. Es en Jugar al rey Arturo. Antroponimia literaria
e ideologa caballeresca (2006) donde Pastoureau se sumerge de lleno
en este asunto y propone la idea de enromancement o ficcionalizacin
de la vida real al analizar los nombres propios inscritos en las leyendas
de, aproximadamente, cuarenta mil sellos franceses2. De entre todos
ellos, cuatrocientos treinta y uno emplean un nombre artrico para un
personaje real entre los siglos XIII y XV, atribuidos especialmente a
la pequea nobleza y a la rica burguesa, con una predominancia clara
de Tristn (seguido de Lancelot y Arthur)3.
Varios son tambin los estudios consagrados a la recepcin de la
literatura artrica y su antroponimia en la Pennsula. Ya Menndez
Pelayo, a comienzos del siglo XX, haba apuntado en sus Orgenes
de la novela cmo era moda cortesana en Portugal, el tomar por
dechados a los paladines del rey Arts y hasta el adoptar sus nombres (Menndez Pelayo, 1905: 176). As, por ejemplo, el condestable
Nuo lvarez Pereira haba escogido por modelo a Galaaz. Tambin
eran abundantes los nombres artricos entre los hidalgos portugueses,
especialmente tras 1385:
Se encuentran una doa Iseo Perestrello, otra doa Iseo Pacheco de
Lima. No faltan los nombres de Ginebra y Viviana, y hay, sobre todo,
gran cosecha de Tristanes y Lanzarotes: Tristn Teixeira, Tristn Fogaa,
Tristn de Silva, Lanzarote Teixeira, Lanzarote de Mello, Lanzarote de
2. Entendido el sello como documento datado y localizado por el acta de la cual pende, casi
siempre indica el nombre de pila de su dueo (Pastoureau, 2006: 332-333). Pastoureau utiliza catlogos e inventarios de sellos publicados que completa con algunas series de moldes de sellos inditos del
Departamento de Sellos de los Archivos Nacionales de Pars.
3. El resultado computacional es el siguiente: Tristan (120), Lancelot (79), Arthur (72), Gawain
(46), Perceval (44), Yvain (19), Galehaut (12), Bohort (11), Lionel (7), Sagremor (5), Palamde (5),
otros (11); cf. Pastoureau (2006).
AFA-69

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Mara Coduras Bruna

Seixas, Lanzarote Fuas, sin que falte un Percival Machado y varios Arturos, de Brito, de Acua, etc. (Menndez Pelayo, 1905: 176).

Estas muestras, as como la presencia de diversos elementos del


Tristn en la leyenda histrica de doa Ins de Castro, son solo algunos
ejemplos sealados por Menndez Pelayo de la gran influencia social
ejercida por la novela artrica en la Pennsula.
Sin embargo, una de las figuras ms relevantes en cuanto al rastreo de antropnimos artricos en la sociedad peninsular medieval es
Hook. En Esbozo de un catlogo cumulativo de los nombres artricos
peninsulares anteriores a 1300 (1996) recoge una nmina de personas
que, antes de 1300, recibieron el nombre de personajes artricos, como
Arturo, Galvn y Merln, tratando de mostrar cmo estos antropnimos
inspirados en la materia artrica de la Europa occidental se introdujeron medio siglo antes de la datacin de los primeros textos artricos
peninsulares conservados. Este artculo culmina una serie de trabajos y
notas como Further Early Arthurian Names from Spain (1992-1993)
en el que a los individuos previamente documentados (Pedro Galvanez,
ao 1238; Artus, 1251; Galvn de Nivela, 1262-1313) aade nuevos
descubrimientos (Domingo Galvn, 1193; Don Galvn, 1195 y 1202;
Martinus Galvn, 1210; Juan Galvn, 1216-1231; Pelayo Galvn, 1240;
Mara Galvnez de Astorga, 1264; Miguel Galvn, 1264; Galvn, 1269;
Pedro Galvn, 1280; Guillen Galvn, c. 1295) que atienden a la presencia del nombre Galvn en la Pennsula; The Earliest Arthurian Names in
Spain and Portugal (1991); o Domnus Artux: Arthurian Nomenclature
in 13th-c. Burgos (1990-1991), en el que dat en tres documentos de
la catedral de Burgos, de entre 1206 y 1209, un Artux como testigo de
varias transacciones de la Catedral. Finalmente, en Transilluminating
Tristan (1993), Hook encuentra cincuenta y tres individuos llamados
Tristn, adems de otros veintiuno con ese patronmico en fuentes
documentales del periodo comprendido entre 1475 a 1513, un empleo
muy superior al de cualquier otro nombre de origen literario.
Por su parte, Avalle-Arce, en Onomstica pico-caballeresca en
la Vasconia medieval (1977), registra ciertos nombres de procedencia
pico-caballeresca que recibieron diversas personas en la Vasconia
medieval documentados por Lope Garca de Salazar en sus Bienandanzas y fortunas (recopilacin de carcter histrico-genealgico que da
muestra de su conocimiento del ciclo del Pseudo-Boron), tales como
Florestn (este del Amads), Gals, Oger, Perceval, Tristn e Iseo.
Un ejemplo muy representativo es la mencin de tres hermanos del
linaje de Leguizamn, radicado en la ra del Nervin desde antes de la
200

AFA-69

Influjos de la antroponimia artrica

poblacin de Bilbao, hijos de Martn Snchez de Leguizamn y doa


Catalina Snchez, que recibieron los nombres de Florestn (hermano de
Amads), Gals (Galaad, hijo de Lanzarote) y Tristn (caballero de la
Mesa Redonda) y que, en 1413, participaron en el cantn de la Tendera
de Bilbao contra los del linaje de los Zurbarn (p.43). El propio Gals
tuvo, entre sus hijos, un Tristn de Gals de Leguizamn y un Gals a
secas, y seis son los tristanes que aparecen en un esquema genelogico
de la familia de Leguizamn (p. 51), hasta el punto de que viviendo
un Tristn padre y un Tristn hijo, al primero se le identific como el
Viejo y al segundo como el Mozo. Observando estos datos uno cae en
la cuenta de que la antroponimia artrica se mezcla con la amadisiana;
es ms, con aquella que proceda del Amads primitivo.
De otro lado, Aylln, en Lectura de caballeras y usos familiares
en el siglo XV (2005-2006), nos informa acerca de una tendencia en
la Espaa bajomedieval de llamar a los esclavos o hijos ilegtimos con
nombres relacionados con la novela artrica y los libros de caballeras;
tal es el caso de Diego de Sotomayor, caballero de Alcaraz, que llam
a los suyos Ginebra, Lanzarote, Carlos y Conquista. En la misma
direccin haba avanzado, tambin, Beceiro Pita en Modas estticas y
relaciones exteriores: la difusin de los mitos artricos en la Corona de
Castilla (siglo XIII-comienzos del siglo XVI) (1993), estudio de gran
utilidad para el anlisis de esta ficcionalizacin en el Amads. Beceiro
Pita seala la preeminencia de Tristn, pero aporta otros datos como el
hallazgo del nombre de Percival casi exclusivamente en el Pas Vasco,
as como la gran importancia que adquirieron los antropnimos del
Amads en Galicia: Olinda, Ouroanna y sobre todo Galaor, uno de los
que mayor xito tuvieron entre los seores de tipo medio, ya que llegan
a siete las menciones encontradas de 1430 a 1550 (p.161). Tambin
hace referencia a otros territorios peninsulares, y a la recapitulacin
de los hallazgos de otros autores fruto de la consulta de nobiliarios,
crnicas de reinados y de personajes privados, testamentos, colecciones
diplomticas y catlogos documentales del periodo transcurrido entre
mediados del siglo XIII y los comienzos de la Edad Moderna, situando
la dcada de 1540 como fecha tope (p. 142), as como de fuentes
narrativas como los repertorios de linajes de Lope Garca de Salazar
y Vasco de Aponte en las dcadas de 1470 y 1530 respectivamente, y
de las genealogas de eruditos de los siglos XVII y XVIII o las escritas
por Luis de Salazar y Castro sobre las casas de Silva, Lara y Haro. A
modo representativo, reproduzco la tabla de reparticin de nombres
artricos que incluye Beceiro al final de su trabajo:
AFA-69

201

2
3

2
4

1
1

1
1
1

2
1

2 15

4 12

Total

S/clasificacin

Andaluca

Murcia

Castilla

Meseta Sur

Len

Extremadura

Pas Vasco

Rioja

Cantabria

Tristn
10
Iseo
2
Galaor
7
Ginebra
7
Lionel/Leoncllo/Liondes 3
Percival
Leons
Viviana
3
Oriana/Ouriana
1
Galvn
Galaz
Florestn
Lanzarote
1
Sagramor
1
Olinda
2
37

Asturias

Galicia

Mara Coduras Bruna

58
9
9
7
5
1
6
5
3
2
2
3
2
1
1
2
4 115

Figura 1. Reparticin peninsular de los nombres artricos (Beceiro, 1993: 166).

Sin embargo, el trabajo de Beceiro necesita una revisin dado que


aporta conclusiones sesgadas y, por tanto, parciales, en cuanto al reparto
peninsular de los nombres de procedencia artrica y amadisiana a causa
del corpus utilizado. La autora sostiene una presencia mayoritaria de
los mismos en Galicia; sin embargo, un rastreo exhaustivo realizado
por todos los inventarios que contiene el Portal de Archivos Espaoles
(PARES), ofrece una visin muy diferente4. Estos, si bien no abarcan
en la misma medida de representacin todo el territorio peninsular,
s incluyen un buen nmero de documentos, muchos de los cuales se
encuentran digitalizados, en los que aparecen numerosas personas con
nombre artrico o amadisiano en la franja comprendida entre 1300
4. Los inventarios disponibles para consulta en la web del PARES, y de los que me he nutrido, son
los siguientes: Archivo de la Corona de Aragn, Archivo de la Real Chancillera de Valladolid, Archivo
General de Indias, Archivo General de Simancas, Archivo Histrico Nacional, Seccin de Nobleza del
Archivo Histrico Nacional, Archivo Histrico Provincial de lava, Archivo Histrico Provincial de
Vizcaya, Archivo Histrico Provincial de Guipzcoa.

202

AFA-69

Influjos de la antroponimia artrica

y 1570, intervalo con el que he decidido trabajar. La mayora de las


ocurrencias documentadas se aglutinan a finales del siglo XV y en el
siglo XVI, periodo que coincide con el auge editorial y de lectura de
los libros de caballeras espaoles, en la primera mitad del siglo XVI,
hecho que explicara dicha acumulacin.
Adems, una simple mirada al mapa incluido por Beceiro en su
estudio (1993: 167) manifiesta el olvido absoluto de la Corona de
Aragn. A este respecto ofrecer una visin del fenmeno de esta ficcionalizacin en Aragn a travs de la presencia del nombre Tristn en
un fogaje realizado en 1495. Sin embargo, antes, a la luz de los datos
obtenidos, conviene ofrecer otro panorama que complete o modifique
el aportado por Beceiro, siempre considerando que este nunca podr
ser total ni exhaustivo, pero quiz s algo ms equitativo y cercano a
la realidad del momento. En esta ocasin me circunscribir al antropnimo Tristn.

2. U
 na reformulacin del panorama de la antroponimia
artrica peninsular de 1300 a 1570. El caso de Tristn
Como suceda en el resto de pases europeos y seala Beceiro
(1993), de entre los antropnimos artricos, Tristn era el nombre
ms frecuente, a gran distancia del resto. Este, tal y como indica Pastoureau (2006), iba seguido de Lanzarote y Arturo en toda Europa. Sin
embargo, este orden no parece reproducirse en la Pennsula para estos
dos ltimos, ya que solo logro localizar en el PARES tres arturos (y sus
variantes grficas) para el periodo comprendido entre 1300 y 1570, a
pesar de que Hook ha documentado la existencia de ms casos, como
prueba la bibliografa aportada. Adems, los tres muestran una clara
procedencia extranjera: el mercader bretn Artur Lili (1483); Tierre
Artus, hijo de Maestre Juan Alemn, y natural de Colonia (1535); y
el flamenco Artus Pierres, natural de Amberes5.
Volviendo a Tristn, se documenta un gran nmero de ellos a lo
largo de todo el territorio peninsular, ms de ciento veinticinco casos que
constatan, por tanto, su preeminencia. Un ejemplo ilustrativo lo constituir el anunciado anlisis del antropnimo Tristn en un fogaje aragons
de finales del siglo XV, en el que encuentro diecinueve casos.
5. En el fogaje de Aragn de 1495 encuentro un Pedro Artus, fornero en la Parroquia del Pilar
de Zaragoza (Serrano Montalvo, 1997, I: 111).
AFA-69

203

Mara Coduras Bruna

As, la mayor parte de los testimonios se registran en Len, un total


de cuarenta y dos tristanes6, pero tambin son numerosos los tristanes
en Andaluca (Catalina Tristn, Gonzalo Tristn, Juan Tristn, Tristn
Ortiz, Tristn de Quesada, Tristn de Acua, Tristn Garca, Francisca
Tristn, Pedro Tristn, Tristn de Merlo, Tristn de Aranzo y Tristn
de las Casas), en Castilla (Tristn Redondo, Tristn Cruzado, Pedro
de Tristn, Rodrigo Tristn, Luis Tristn, Tristn de Vinuesa y Tristn de Ucedo), Aragn (Tristn de Calasanz, Tristn Doz Ballesteros,
Tristn de Monfort, Tristn de la Porta, Tristn Dualde y Tristn de
Urrea)7, Pas Vasco (Tristn de Leguizamn, Tristn Daz de Leguizamn, Tristn de Uribe, Tristn Gonzlez de Pilagos, Tristn de
Salvatierra y Tristn de la Guena), Valencia (Isabel Tristn, Francesc
Tristn, Tristn de Llanos, Tristn Bataller y Luis Tristn), Galicia
(Tristn Francs, Tristn de Montenegro, Tristn Snchez y Tristn
Vzquez), Extremadura (Tristn del Castillo, Tristn Enrquez, Tristn
de Castillejo), Cantabria (Tristn de Quevedo, Tristn de Ceballos y
Tristn de Bustamante), Amrica (Tristn Holgun y Pedro Hernndez
Tristn), Navarra (Tristn de Machilen y Tristn de Ursa), Asturias
(Tristn de Valds), La Rioja (Tristn de Montoya), y Barcelona (Tristn
Serita). A estos se aaden otros que no logro ubicar en una localidad
concreta, unas veces como nombre propio y otras como apellido, tanto
en el caso masculino como en el femenino8.
En cuanto al locativo Leons, que acompaa a Tristn en la mencionada obra homnima (Tristn de Leons), y que incluso lleg a
dar nombre a un santo, es el tercer nombre ms frecuente, con un
total de treinta y ocho casos localizados especialmente en Andaluca,
con diecisiete ocurrencias (Leons de Urea, Leons de Torres, Leons
Hernndez de Len, Leons, Beatriz Leons, Leons de Huvar, Leons
6. Tristn de Silva, Tristn Palomeque, Tristn Barma, Tristn, Tristn de Villareal, Tristn de
Noreo, Tristn de Cepeda, Tristn de Sandoval, Tristn Sahagn, Tristn de vila, Juana Tristn, Tristn
del Castillo, Tristn de Len, Tristn Ordez, Tristn lvarez, Tristn de Acevedo, Tristn Guzmn,
Tristn Calvete, Tristn Conejo, Tristn de Celada, Juan Tristn de Olaso, Tristn de Collantes, Tristn
de Vega, Tristn de Gante, Tristn de Guvera, Tristn de Vinuesa, Tristn de Espinosa, Tristn Llorente,
Luis Tristn, Tristn Lorenzo, Tristn de Grajal, Tristn de Camargo, Tristn Ortiz de Rueda, Tristn
de Valderas, Tristn Ortiz, Tristn de Villaroel, Tristn de Riero, Tristn Hernndez, Tristn Angulo,
Tristn Daza, Martn Tristn, Tristn.
7. A estos hay que aadir los que aparecen en el fogaje de Aragn de 1495 en los que me
detendr ms adelante.
8. Tristn de Salazar, Francisco Tristn, Tristn de Medina, Tristn de Molina, Pedro Tristn,
Tristn Daza, Tristn Bataller, Tristn de Merlo, Tristn Avendao, Diego Tristn, Tristn, Tristn
de San Jorge, Tristn de Cuguuela, Tristn de Arellano, Tristn de Veguer, Tristn, Tristn Lpez,
Tristn de Trueba, Tristn de la China, Tristn de Castaeda, Tristn de Porras, Tristn de la Dehesa,
Tristn de Sosa, Gaspar Tristn, Tristn de Luna y Arellano, Tristn Gmez, Francisco Snchez Tristn, Tristn de Pallars, Tristn.

204

AFA-69

Influjos de la antroponimia artrica

Catacochino, Leons Nez, Leons Adornio, Leons de Santano, Leons Muriento, Leons de Noroa, Leons de Narvez, Leons Mndez
de Sotomayor, Leons de Valds, Leons Lorca, Leons y Leons de
Ribera), pero tambin en Len (Leons Rodrguez, Maestre Leons,
Leons de Herrera, Leons de Castro, Leons de Galicia y Pedro Leons), Castilla (Leons de Villanueva, Leons Hernndez y Alonso de
Leons), La Rioja (Leons de Arizcun y Leons), Madrid (Leons de
Len y Leons Corsino), Extremadura (Francisco de Leons y Leons
Gonzlez), Valencia (Leons de Villanueva), tres sin clasificacin explcita (Leons de Figueredo, Jernimo de Leons y Francesc de Leons)
y dos procedentes de las Indias: un vecino de Quito (Leons Delgado)
y un indio de Guatemala (Leons)9.
Leons ocupa muchas veces la posicin de apellido, por lo que ha
perdido su carga semntica y su propagacin es mayor por su carcter
hereditario, como tambin suceder con Galvn10. Los dos casos ms
llamativos son el de Leons Hernndez, esposa de Antonio Carlos y
madre de Diego Carlos, vecino de Corral de Almaguer y pasajero a
Nueva Espaa a 12 de octubre de 1563, ya que se trata de una mujer
(Archivo General de Indias, Pasajeros, L. 4, E. 3048), y el de los hermanos sevillanos Leonel y Leons de Ribera, ambos de nombre artrico,
que se registran en un seguro del pescador Ruy Snchez por temor a
ambos a fecha de 28 de mayo de 1492 (RGS, LEG, 149205, 117)11.
Estos datos, tambin parciales, puesto que proceden de la consulta
de los documentos disponibles en el PARES y, por tanto, irn aumentando constantemente, nos proporcionan una imagen ms realista de esa
ficcionalizacin que parece evidenciar un reparto bastante equitativo
de la antroponimia artrica y, en concreto, del antropnimo Tristn,
por todo el territorio peninsular. Pero pasemos ahora a analizar el caso
concreto en Aragn.

9. Conviene sealar aqu que he ubicado a las personas en el lugar del que eran vecinos, de estar
consignado, la localidad en la que se produce el pleito o asunto tratado en la documentacin, o aquel que
consta en la fecha del registro, de tal forma que, dada la movilidad y migracin de la poca, es posible
que estos hayan nacido en otro lugar, como dan muestra algunos de los gentilicios asociados que, por
otro lado, podran hacer referencia al nombre propio paterno. En cualquier caso, lo que nos interesa es
la ubicacin de los mismos en el momento del registro.
10. Galvn tambin es muy frecuente en la Pennsula pero, puesto que ocupa mayoritariamente
la posicin de apellido, hemos considerado de mayor relevancia por su carga semntica el antropnimo
Tristn.
11. En el fogaje de Aragn de 1495 se registra un sugerente Tristn de Leons en la calle Predicadores de Zaragoza (Serrano Montalvo, 1997, I: 85).
AFA-69

205

Mara Coduras Bruna

3. Varios tristanes en un fogaje de Aragn de 1495


Las fuentes documentales disponibles de las que podramos obtener datos interesantes sobre onomstica caballeresca en la vida real
son numerosas, como hemos visto, pero querra detenerme en ltimo
lugar, por cercana territorial, en el nombre Tristn y su repercusin
concreta en Aragn a finales del siglo XV. Ya Pedraza Gracia con su
libro Documentos para el estudio de la historia del libro en Zaragoza
entre 1501 y 1521 (1993) contribuy al estudio del caso zaragozano.
En dicha obra, he podido rastrear la presencia de un Arts (Arts), dos
Tristanes y dos hombres con apellido Roldn en la capital zaragozana,
lo que demuestra cmo el Romancero y la materia artrica estaban
muy presentes en la sociedad aragonesa del siglo XVI, ms todava
considerando que todos los registros guardan relacin con el mbito
de la imprenta:
En un documento del 3 de agosto de 1502, Juan Vellido y Mara
Ribera otorgan, entre otros bienes, que luego cancelan, a los infanzones
Artos de Cantavilla y Bernaldino Jimnez varios instrumentos para
hacer papel (Pedraza, 1993: 50, doc. 86-88).
En otro documento del 26 de noviembre de 1503 aparece un
Tristn Guallart, vecino de Zaragoza, como testigo (Pedraza, 1993:
70, doc. 190).
Otro Tristn, en este caso jurista, aparece en un documento
del 19 de noviembre de 1508: Tristn de la Porta, jurista, ciudadano
de Zaragoza, reconoce tener en comanda los libros contenidos en una
cdula adjunta de Gracia de la Porta, su hermana, viuda (Pedraza,
1993: 128, doc. 556), el mismo que lega testamento el 24 de julio de
1517 (Pedraza, 1997: 270, doc. 1197).
Por ltimo, y en el caso de Roldn, encontramos un Juan Roldn,
escolar de la capilla de la Seo de Zaragoza en 1505 (Pedraza, 1997:
95, doc. 347), y un Martn Roldn, pelaire, en 1510 (Pedraza, 1997:
169, doc. 692; y 175, doc. 726).
Sin embargo, la consulta de La poblacin de Aragn segn el
fogaje de 1495 de Serrano Montalvo (1995 y 1997) aporta nuevos e
interesantes datos al respecto12. Al Tristn de Guallart y al Tristn
de la Porta que recoga Pedraza Gracia, hay que aadir los siguientes
12. Los fogajes eran evaluaciones de fuegos (hogares, unidades familiares) establecidas por las
Cortes, ciertos tributos o contribuciones que pagaban los habitantes de las casas.

206

AFA-69

Influjos de la antroponimia artrica

casos13: en la provincia de Zaragoza encontramos a cuatro tristanes


en la propia ciudad (Micer Tristn de la Porta, Tristn de Leons,
Tristn Dualde y Tristn de Calasanz), otro en Montaana (Tristas
Segaleras, probablemente una variante grfica o mala lectura), otro
en Zuera (Tristn de Jasa) y uno ms en Piedratajada (Tristn de
Requax) 14 . En Huesca, aparecen tres en Ansa (Casa de Tristant
de Solanas, Casa de Tristant de Lisa y Casa de Tristant Perells), uno
en Torres del Obispo (Tristn Moncal), otro en Lascellas (Mossen
Tristant de Campo), otro en Barbastro (Tristn Doz), otro en Belver
(Tristn de Belver), otro en Escan (Tristant Gil) y uno ms en Fraga
(Pere Tristant). Por ltimo, en Teruel localizo uno en Albalate del
Arzobispo (Tristn dAyuda), otro en Alcaiz (Tristn de Mofort) y
otro en Valderrobres (Tristn Moragrega). Como puede observarse,
salvo en una ocasin (Pere Tristant), en todos los casos Tristn ocupa
la posicin de nombre de pila.
A continuacin, reproduzco los datos proporcionados por el fogaje,
as como su localizacin geogrfica y otra informacin de inters15:
Zaragoza
Zaragoza capital (3.983 fuegos, 27 de mayo de 1496, ciudad, realengo):
Micer Tristn de la Porta (p.79): en San Johan el Viello (32 fuegos,
a da 22 de junio de 1496).
Tristn de la Porta es justicia de Aragn y aparece en una sentencia
pronunciada contra los concejos y aljamas de Letux, Pertusa, La Almunia
[de San Juan], Cuadrada, La Perdiguera, La Luenga y Barbuales en relacin con el censo de mil sueldos jaqueses que Berenguer de Bardaj haba
vendido a Francisco de Cuevas en 1482 (12 de mayo de 1484, Seccin
Nobleza del Archivo Histrico Nacional, Bardaj, CP.533, D.13).

Tristn de Leons (p. 85): en la parroquia de San Pablo, calle


Predicadores (104 fuegos, a da 25 de junio de 1496).
Tristn Dualde, zapatero (p.102): en la parroquia de Santa Cruz
(99 fuegos, a da 30 de junio de 1496).
13. Encuentro registrado en el fogaje aragons a Tristn de la Porta; sin embargo no a Tristn
Guallart, aunque s a varias personas de tal apellido sin constar el nombre, por lo que muy probablemente
se tratar de alguno de ellos.
14. A pesar de que el fogaje funciona por sobrecullidas (de Zaragoza, Alcaiz, Montalbn, Teruel
y Albarracn, Daroca, Calatayud, Tarazona, Huesca, Jaca, Ansa, Barbastro, Ribagorza), prefiero trabajar
con las provincias actuales con el fin de facilitar la comprensin de la localizacin.
15. Junto a la localidad indico entre parntesis y por este orden: nmero de fuegos, fecha en la
que se realiz el fogaje y consideracin del lugar (villa, ciudad, etc.).
AFA-69

207

Mara Coduras Bruna

Tristn Dualde es zapatero y aparece en una venta como procurador


de Juan Rolde; vende a Pedro Juan Bonet unas casa con dos cubas, una de
diez metros de capacidad y la otra de cinco, situadas en el barrio de San
Lorenzo por precio de 1.400 sueldos jaqueses (9 de diciembre de 1507,
Archivo Histrico Nacional, Clero-Secula_Regular, car.3585, n.12).

Tristn de Calasanz (p. 106): en la parroquia de San Gil (285


fuegos, a da 1 de julio de 1496).
Tristn de Calasanz es notario; lo registro en dos documentos ejerciendo su cargo: una venta del lugar de San Valero, en Ribagorza, otorgada
por el seor del lugar, Berneguer de Esps, escudero, a favor de Guerau
de Esps, seor de la Millera y de Esps (9 de abril de 1440, Archivo de
la Corona de Aragn, Diversos, Sstago, carpeta 04, pergamino nm. 176
(LIG 027/009), y una investidura de las castellanas de Calbera, Bonansa
y Castillo de Sos otorgada por el procurador del infante Juan, Gobernador
General del reino de Aragn, a favor de Guerau de Esps (13 de agosto
de 1443, Archivo de la Corona de Aragn, Diversos, Sstago, carpeta
04, pergamino nm. 178 (LIG 011/003). Sin embargo, por las fechas de
estos documentos y la del fogaje dudo que se trate de la misma persona
que, en tal caso, debera ser ya anciana; ms bien, podra tratarse de un
descendiente homnimo.

Montaana (28 fuegos, 19 de noviembre de 1495, lugar, realengo):


Tristas Segaleras (p.374).
Zuera (151 fuegos, 25 de octubre de 1495, villa, realengo):
Tristan de Jasa (p.3).
Piedratajada (28 de noviembre de 1495, aldea de Murillo de Gllego,
realengo):
Tristan de Requax (p.56).
Huesca
Ansa (106 fuegos, 8 de noviembre de 1495, villa, realengo):
Casa de Tristant de Solanas (p.248).
Casa de Tristant de Lisa (p.249).
Casa de Tristant de Perells (p.249).
Torres del Obispo (18 fuegos, 19 de noviembre de 1495, lugar, monasterio de San Victorin):
Tristan Moncal, miserable (p.378).
Lascellas (27 fuegos, 7 de noviembre de 1495, lugar, seoro):
208

AFA-69

Influjos de la antroponimia artrica

Mossen Tristant de Campo, clrigo, lugarteniente de Rector


(p.126).
Barbastro (455 fuegos, 7 de noviembre de 1495, ciudad, realengo):
La seora de Tristan Doz (p.261).
Tristan Doz aparece en un treudo de un patio en Huesca: Guilln
Jaime de Figarola, baile de la ciudad de Huesca, en nombre del Rey da
a treudo perpetuo a Tristn Doz Ballestero un patio de trnsito situado
en el Campo del Toro de la ciudad de Huesca por el pago de 8 sueldos
jaqueses anuales (Archivo Histrico Nacional, CLERO-SECULAR_REGULAR, Car. 612, N.1).

Belver (40 fuegos, 30 de noviembre de 1495, lugar, OM de San Juan


de Jerusaln):
Tristan de Belver (p.297).
Escan (6 fuegos, 9 de noviembre de 1495, lugar, seoro):
Tristant Gil (p.351).
Fraga (307 fuegos, 5 de agosto de 1495, villa, realengo):
Pere Tristant (p.316).
Teruel
Albalate del Arzobispo (238 fuegos, 5 de noviembre de 1495, villa,
arzobispado de Zaragoza):
Tristan dAyuda (p.35).
Alcaiz (705 fuegos, 13 de noviembre de 1495, ciudad, OM de
Calatrava):
Tristan de Mofort (p.170).
Este Tristn de Mo[n]fort aparece en varios albaranes por el pago
de censales, como escudero, regidor y administrador de los bienes de
su esposa Simona Guilln de Romanos (Archivo Histrico Nacional,
DIVERSOS-COMUNIDADES, Car.102, N.29, DIVERSOS-COMUNIDADES,
Car.53, N.341, DIVERSOS-COMUNIDADES , Car.116, N.6, DIVERSOSCOMUNIDADES, Car.55, N.271, DIVERSOS-COMUNIDADES, Car.58, N.308,
DIVERSOS-COMUNIDADES, Car.47, N.329, DIVERSOS-COMUNIDADES,
Car.62, N.277, etc).

Valderrobres (135 fuegos, 10 de noviembre de 1495, ciudad, OM de


Calatrava):
Tristan Moragrega (p.152).
AFA-69

209

Mara Coduras Bruna

Estos son los diecinueve tristanes recogidos en el fogaje aragons


de 1495. De tal forma que quedaran situados en un mapa de Aragn
como sigue:

Figura 2. Reparto del antropnimo Tristn en Aragn segn un fogaje de 1495.

Como puede observarse, los nombres se acumulan en dos ncleos


fundamentales, uno perteneciente a la ribera del Ebro y los alrededores de Zaragoza capital (Zaragoza, Montaana, Zuera y Piedratajada),
y otro correspondiente a la zona lindante con Catalua, si bien en
esta se distinguen dos sectores diferentes: uno constituido por el rea
210

AFA-69

Influjos de la antroponimia artrica

cercana a Francia (Ansa, Torres del Obispo, Lascellas y Barbastro)


y otro localizado ms al sur (Belver, Fraga, Albalate del Arzobispo,
Alcaiz y Valderrobres).
Sin embargo, aunque no los he rastreado de forma tan exhaustiva,
tambin aparecen otros antropnimos relacionados con el universo
artrico o literario. Es el caso de Arturo (encuentro un Pedro Artus,
fornero en la Parroquia del Pilar de Zaragoza, p.111), Galvn (haba
una casa de Galvn en Boltaa, 2, p.250), pero muy especialmente de
Leons. Aparece un Leons el de Exea en Zaragoza (p.77), y tambin
el mencionado Tristn de Leons en dicha localidad; un Leons de Oliet
en Alcaiz (p.169); un Leons titiritero en Calatayud (p.331); un Leons de Ponz en Borja (2, p. 59); y un Leons Folquet en Mequinenza
(2, p. 311). Muy probablemente se aprecia en el nombre de Tristn
o Leons una influencia francesa, como testimonian otros nombres
atestiguados en el fogaje como Fortn (Fortn el Gascn en Zaragoza,
p.69; Francisco Fortn en Teruel, p.257; Fortn Munyoz en Bijuesca,
p.415; Fortn de Vera en Piedratajada, 2, p.56, entre otros), Gastn
(Gastn de Sus de Ardisa, 2, p. 56) o Galaian (Galaian de Belvis
en Castelflorite, 2, p.303). As, se mantienen las proporciones observadas en el resto de la Pennsula ya que Tristn es el antropnimo
ms numeroso, y Galvn queda registrado en varias ocasiones, como
tambin sucede con Leons. Los tres forman un fuerte triunvirato. Por
su parte, es difcil obtener informacin de la realidad antroponmica
femenina ya que solo se consignan los cabezas de familia y, en muy
contadas ocasiones, estos son mujeres.
Por ltimo, queda tambin patente la influencia del Romancero
en el antropnimo Roldn. Localizamos un Roldn en la Parroquia del
Pilar de Zaragoza (p.113), un Roldn en Ateca (p.362), y un llamativo
Roldn dOliver registrado en Cariena siguiendo el binomio sealado
por Aebischer (1953).

Conclusiones
En definitiva, quiere esto decir que las historias y leyendas artricas, por va oral o escrita, se conocan en todo el territorio peninsular
y haban dejado su impronta en los nombres aplicados a hombres de
muy distinta condicin social. Esta moda inclua al territorio aragons, bastante desatendido por los especialistas en este aspecto hasta el
momento. Sin embargo, conviene recordar que los casos consignados
AFA-69

211

Mara Coduras Bruna

constituyen un porcentaje insignificante de la poblacin tanto aragonesa


como peninsular que, mayoritariamente, reciba los nombres de Juan,
Pedro y Mara, llegando esta ltima en algunos momentos a constituir prcticamente la mitad de la poblacin femenina16. Sin embargo,
no por ello estos tristanes, galvanes, iseos o ginebras se revisten de
menor importancia, y deben ser igualmente atendidos puesto que nos
proporcionan interesante informacin acerca de los gustos literarios
de una poca.
Bibliografa
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Cugat del Valls, Boletn de la Real Academia de Barcelona, 25, 165-170.
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Aylln Gutirrez, Carlos (2005-2006): Lectura de caballeras y usos familiares
en el siglo XV, Miscelnea Medieval Murciana, 29-30, 39-56.
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16. Para ms informacin, remito al Apndice I de mi tesis doctoral (2013) dedicado a realizar
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212

AFA-69

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Recursos en lnea
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213

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 215-252, ISSN: 0210-5624

El sistema de apodos de
Ejea de los Caballeros
Marcelino Corts Valenciano
IES Las Llamas (Santander)

Resumen: El trabajo plantea el estudio de los apodos de Ejea de los Caballeros,


villa zaragozana en la que desde 1860 se han sucedido unas profundas transformaciones econmicas y demogrficas. Para abordar este estudio se toma como
referencia el corpus de 446 apodos que a mediados de los aos 60 del siglo XX
compil Octavio Sierra en su obra Vocabulario general de las Cinco Villas, publicada finalmente en el ao 2003. Procedemos, en primer lugar, al anlisis semntico
del corpus con el objeto de determinar cules son los principales elementos de
referencia utilizados por la comunidad para designar a sus miembros; a continuacin se analizan estos apodos morfolgicamente. El tratamiento estadstico y
comparativo de los datos obtenidos en el anlisis muestra la desarticulacin del
tradicional sistema de nombres de casa y su sustitucin por un sistema de apodos
de carcter implcito, creativo y fuertemente connotativo.
Palabras clave: antroponimia, apodos, Ejea de los Caballeros, Cinco
Villas.
Abstract: This work raises the study of the nicknames in Ejea de los Caballeros,
a small town in Saragossa in which a series of deep economic and demographic
transformations have followed one another since 1860. To undertake this study we
use as a reference the corpus of 446 nicknames that Octavio Sierra compiled in the
mid 1960s in his work Vocabulario general de las Cinco Villas, finally published
in 2003. Firstly, we proceed to the semantic analysis of the corpus in order to
determine which are the main elements of reference used by the community to
designate its members and secondly we analyze these nicknames morphologically.
The statistical and comparative treatment of the data obtained in the analysis shows
the breaking up of the traditional system of house names and its substitution for a
system of nicknames of an implicit, creative and strongly connotative kind.
Key words: anthroponomy, nicknames, Ejea de los Caballeros, Cinco
Villas.
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Marcelino Corts Valenciano

1. Introduccin
Los estudios sobre onomstica en Aragn cuentan con una larga
tradicin, especialmente en el Alto Aragn pero, ms all de los repertorios compilados en algunos municipios, son prcticamente inexistentes
en las Cinco Villas de Aragn.
En este artculo nos disponemos a analizar los apodos o motes de
una de esas villas zaragozanas, la de Ejea de los Caballeros. Desdeados por muchos por su rusticidad, estigmatizados como antiguallas de
un mundo periclitado definitivamente con la llegada de la televisin
y los Planes de Desarrollo, el estudio de los apodos posibilita obtener
una valiosa informacin sobre la organizacin sociolingstica de una
determinada comunidad.
Pero antes de adentrarnos en la materia de anlisis, es necesario
que expongamos una serie de cuestiones que nos ayudarn a situar el
trabajo en sus parmetros adecuados y nos permitirn tambin justificar
la metodologa y los objetivos perseguidos.
1.1. Una villa en cambio constante
La caracterstica que mejor define el devenir de Ejea de los Caballeros a lo largo de los ltimos ciento cincuenta aos es la transformacin
constante que se ha producido en sus estructuras econmicas y, por
ende, en el plano demogrfico.
Si tuviramos que situar el origen de ese incesante proceso de
transformacin, nos tendramos que retrotraer hasta 1860, ao en que
se produjo la desamortizacin de una parte importante de los montes y
dehesas las llamadas corralizas que eran propiedad del municipio1.
Como consecuencia de ese proceso, miles de hectreas dedicadas desde
antiguo al pastoreo fueron desfondadas y se reconvirtieron en tierra
cultivable dedicada casi exclusivamente al cereal de secano.
Este proceso de roturaciones masivas de terrenos en muchos
casos ilegales se multiplic de manera exponencial en el primer
tercio del siglo XX con una serie de innovaciones tcnicas la intro-

1. En este proceso desamortizador de 1860 la villa de Ejea de los Caballeros ocup el primer
lugar dentro de la provincia de Zaragoza en cuanto a la superficie de corralizas enajenadas con un total
de 10 655 hectreas, lo que supuso el 15% de la superficie total del municipio (Moreno del Rincn,
1993: 490 y sigs.).

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El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

duccin del bravante o arado de vertedera, el uso de abonos, una incipiente mecanizacin de la produccin agraria que hicieron decantar
definitivamente la economa del municipio hacia la agricultura, hasta
entonces una actividad complementaria, despus de siglos y siglos
mayoritariamente dedicada a la ganadera2.
Esta actividad cerealstica precisaba de abundante mano de obra
durante una serie de meses al ao, lo que propici la llegada de un
gran contingente de poblacin que, si bien al principio tuvo un carcter
estacional, poco a poco se fue convirtiendo en estable. De esta manera,
Ejea de los Caballeros pas de tener en 1900 una poblacin de 4627
habitantes a alcanzar los 7800 treinta aos despus. Ni siquiera la
Guerra Civil (1936-39) y los aos de posguerra conocidos en la
villa como los aos de la farineta pusieron freno a este crecimiento
demogrfico: en 1940 se censaban en la villa un total de 8599 habitantes; en 1950, 8729 habitantes.
La segunda transformacin se inici a finales de los aos 50 del
siglo XX y tuvo su origen en la puesta en servicio del Canal de las
Bardenas, lo que permiti el incremento del nmero de hectreas cultivables, as como su puesta en regado. Juntamente con el Canal de las
Bardenas, y de acuerdo al diseo efectuado por el Instituto Nacional de
Colonizacin, se crearon seis pueblos de colonizacin: en 1959 fueron
poblados Bardenas del Caudillo, El Bayo repoblado ntegramente
con habitantes de Tiermas, localidad que qued sumergida bajo las
aguas del Pantano de Yesa y Santa Anastasia. En 1962 se poblaron
Valarea, El Sabinar y Pinsoro, el pueblo ms alejado de Ejea, a veinte
kilmetros, que acogi un nuevo contingente de colonos en 1970. En
ese mismo ao la localidad de Farasdus pasaba a integrarse en la
estructura municipal de Ejea.
Como puede verse en la grfica, el Plan Bardenas juntamente
con las polticas populacionistas de la poca provocaron un rpido
incremento demogrfico durante la dcada de los 60. Este aumento de
poblacin solo se estabiliz en las dos dcadas siguientes y volvi a
repuntar con el cambio de siglo merced al fenmeno de la inmigracin
de origen extranjero3, lo que ha elevado el nmero de habitantes por
encima de los 17000 con que cuenta en la actualidad.

2. Vid. un estudio minucioso de todos estos cambios en el trabajo de Alberto Sabio Alcutn
(2002).
3. En el Padrn municipal del ao 2005 en torno al 8% de la poblacin ejeana (1360 habitantes)
era de origen extranjero y proceda de cuarenta y cinco pases distintos.
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217

Marcelino Corts Valenciano

[Fuente: Jeric Lambn, 1995: 18; Instituto Nacional de Estadstica (aos 2000 y 2010)]

1.2. El corpus de anlisis


Los datos anteriores nos sealan cmo el estudio de una comunidad
tan amplia puede resultar absolutamente inabarcable y poco operativo.
El corpus onomstico en estudios de esta naturaleza suele ser cuantitativamente mucho ms reducido y la poblacin objeto de estudio
se caracteriza ms bien por haber sufrido prdidas de poblacin y no
tanto por el aumento constante de los individuos que componen dicha
comunidad.
Afortunadamente contamos con un valiossimo testimonio que nos
va a facilitar enormemente el estudio y la toma de decisiones. Este
valioso testimonio al que nos referimos es el Vocabulario general de
las Cinco Villas, obra de quien durante muchos aos ejerci la docencia
en la villa, Octavio Sierra Sangesa4.

4. Aunque desigual en el estudio de las localidades, el Vocabulario general de las Cinco Villas
(2003) es el principal trabajo lexicogrfico de referencia para esta comarca. La primera edicin estaba realizada en ciclostil y data de 1965. Desde entonces la obra fue objeto de consulta por parte de
muchos investigadores en el Centro de Estudios de las Cinco Villas. Contamos tambin con otras dos
monografas de este tipo, aunque de carcter ms local. La primera se titula Lxico aragons de Sos
del Rey Catlico a cargo de A. Chus Gil Ereza (1999); la segunda es el Diccionario de Uncastillo de
Jos Olano Pemn (2007), versin ampliada del Diccionario de palabras, voces y dichos de Uncastillo
publicado en 1994.

218

AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

Aunque se public en el ao 2003, el Vocabulario general de las


Cinco Villas es el fruto de miles de horas de conversacin y entrevistas que Octavio Sierra mantuvo en los aos 60 del siglo pasado
con los componentes de aquella generacin que asisti como testigo
privilegiado a todas esas transformaciones de las que hemos hablado.
Nacidos entre 1890 y 1910, esta fue la ltima generacin que us con
naturalidad, propiedad y conciencia idiomtica la mayor parte de las
voces incluidas en el Vocabulario5.
A pesar de su dispersin y de cierta falta de sistematizacin de los
contenidos6, la obra de Octavio Sierra cuenta con la ventaja de que no
es nicamente un repertorio de voces que antao se usaban en el lugar
o en la zona, sino que el trabajo incluye adems una serie de captulos
previos entre los que se encuentra uno dedicado a los Apodos. De
los municipios de las Cinco Villas solo aparecen registrados en la obra
los de Ejea de los Caballeros, Uncastillo y Sierra de Luna7.
El listado de apodos de Ejea de los Caballeros compilado por
Octavio Sierra asciende a un total de 446 apodos8 (vid. Apndice I).
Viene precedido por una serie de informaciones complementarias muy
dispersas en las que, con mayor o menor fortuna, se explican algunos
de estos apodos en concreto, 25 de ellos, apostillndose al final:
Como puede advertirse, el origen del apodo es muy diverso; de la
mayora no se conoce el origen9.
El listado puede resultar incompleto, dada la naturaleza de los
apodos; debemos considerar tambin el riesgo que comporta la informacin oral obtenida sobre un fenmeno a su vez completamente oral
y desprovisto de cualquier soporte documental10. Sin embargo, creemos
5. Otro fruto de esas conversaciones se encuentra en la Historia oral de Ejea de los Caballeros
desde 1900 hasta nuestros das, publicada en 1982, obra impagable desde muchos puntos de vista, ya
que es el principal testimonio de una serie de tradiciones antiguas que en Ejea desaparecieron con una
rapidez mayor que en otros lugares.
6. Los contenidos de la obra estn sin indexar. Despus de los prlogos, la obra dispone de un
primer gran bloque sin titular (pp. 13-23) que contiene elementos muy heterogneos (Mtodo de trabajo, Lmites, Acentuacin, Fontica, Conjugacin verbal y Otras irregularidades). El segundo bloque
recoge Dichos y Frases (pp. 25-86); el tercer bloque es el dedicado a Apodos (pp. 89-97). De la
pgina 99 en adelante se dispone el Vocabulario ordenado alfabticamente. La obra se cierra con una
Bibliografa segmentada en dos apartados.
7. Sierra Sangesa, 2003: 89-97. Los apodos de Ejea de los Caballeros en pp.89-93.
8. En realidad son 447, pero uno de ellos (Barica/Varica) aparece por duplicado.
9. Sierra Sangesa, 2003: 90.
10. Lgicamente, y al igual que ocurre en nuestros das, muchos de los nuevos vecinos que se
asentaron en la villa procedentes de otros lugares quedaron al margen de ese sistema onomstico, bien
porque constituyeron uno propio, como sucedi en algunos pueblos de colonizacin, bien porque fueron
conocidos por su nombre y apellidos. Puede decirse que este listado, a pesar de sus omisiones, recoge
el corpus de los apodos ms tradicionales de la villa.
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Marcelino Corts Valenciano

que la relacin de 446 apodos recogida por Octavio Sierra es el corpus


ms completo y elaborado del que disponemos para analizar los apodos
de Ejea de los Caballeros y cuenta con la ventaja adicional de que, a
modo de una foto fija, nos ofrece cul era el estado los apodos ejeanos hacia 196511. Es decir, el repertorio sobre el que vamos a trabajar
refleja el impacto de las dos principales transformaciones producidas
hasta esa fecha y deja fuera todos aquellos cambios sobrevenidos desde
entonces.
1.3. Cuestiones metodolgicas
Llegados a este punto, creemos necesario establecer una precisin
terminolgica que a menudo se obvia en este tipo de estudios. Consiste
en delimitar lo que en el seno de una comunidad son dos sistemas
antroponmicos diferentes y, en algunos aspectos, antagnicos12.
Contamos, por un lado, con el sistema de nombres de casa (oiconimia) que es habitual en toda la zona pirenaica y prepirenaica aragonesa
(del tipo Casa Juana, Casa Adolfo, Casa Ferrero)13. Este sistema se
caracteriza por presentar un repertorio de nombres estable y cerrado.
Es, adems, un sistema hereditario (se transmite de padres a hijos) y
colectivo (constituye una unidad socioeconmica y de residencia). Lingsticamente el sistema de nombres de casa es un recurso bsicamente
designativo y neutro, aunque en su origen pudiera estar un apodo o mote,
y constituye un sistema onomstico explcito, es decir, de nombres que
pueden ser utilizados en cualquier situacin comunicativa.
Por otro lado, se encuentra el sistema de apodos, que es un sistema
fundamentalmente creativo que permite la incorporacin constante
de nuevas unidades a un inventario siempre abierto. Como sealan
J.J.Pujadas y D. Comas, los apodos, de igual forma que los rumores
y los comentarios, son mecanismos de control social, que surgen de
la convivencia y la comunicacin entre vecinos, ya sea en la tertulia
del casino, en la charla improvisada en una tienda o en el mercado,

11. Antes de comenzar la relacin el autor advierte: Se mantienen los siguientes (Sierra Sangesa, 2003: 90).
12. Vid. sobre la cuestin el trabajo de Moreu-Rey (1981) y especialmente el de Pujadas Muoz
y Comas DArgemir (1989) aplicado a dos localidades de la Jacetania como Echo y Ans.
13. Lo mismo cabe decir para las casas del Pas Vasco y de gran parte de Navarra. Vid. J. Caro
Baroja (1982) y L. Michelena (2011, ix). Como seala A. I. Ariztegi (2000: 139) la casa vasca ha
constituido una unidad sicolgico-afectiva hasta el punto de formar una parte de la identidad de la
persona, de modo que la referencia a la casa es, a su vez, referencia a la familia.

220

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El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

en la plaza, en la puerta de la casa entre vecinas o en los lavaderos


pblicos, como suceda antao []. Apodar presupone un proceso
recursivo de invencin annima de nuevos sobrenombres, as como la
aceptacin y uso colectivo de los mismos14. Frente a los oicnimos,
los apodos tienen un carcter individual y efmero, aunque pueden
llegar a constituirse en hereditarios. Por ltimo, forman un sistema
onomstico implcito y fuertemente connotativo, ya que a menudo su
carcter irnico, crtico o abiertamente ofensivo impone su evitacin
en determinadas situaciones de comunicacin.
Como es lgico, las transformaciones anteriormente comentadas
y los vertiginosos flujos migratorios generados acabaron conformando
en Ejea de los Caballeros un sistema de apodos que reemplaz al
tradicional y antiguo sistema de casas hasta el punto de convertirlo
en residual15.
Y en este punto arranca nuestro trabajo. Nuestro objetivo principal es averiguar cules son los mecanismos lingsticos generados
por una comunidad aragonesa sometida a constantes transformaciones
demogrficas para la identificacin de sus individuos adems de o
en sustitucin de los binomios patronmicos cognaticios que figuran
en las partidas de nacimiento.
Para ello, hemos establecido un anlisis que se bifurca en una doble
direccin. Primeramente abordamos un estudio semntico del corpus
y, en segundo trmino, procedemos a analizar los procedimientos morfolgicos que intervienen en la creacin de los apodos. Los resultados
obtenidos, despus de cruzarlos y de someterlos a tratamiento estadstico, nos permitirn inferir cules son los elementos que vertebran
el sistema de apodos que se utilizaba en Ejea de los Caballeros en la
dcada de los 60 del siglo pasado.

2. Anlisis semntico
El estudio de los apodos puede abordarse desde distintas perspectivas, pero una de las ms productivas es, sin duda, la semntica. Los
14. Pujadas Muoz y Comas DArgemir, 1989: 374-375.
15. Como veremos ms adelante, de los 446 apodos del corpus analizado solo seis constan como
oicnimos: Casa Ca, Casa Gil, Casa Grande, Casa Jordn, Casa Julito, Casa Morea, Casa Nueva, Casa
Valenciano. Bien es verdad que algunos de los apodos recogidos en el corpus alternan en su uso las dos
formas (Benjamina/Casa la Benjamina) y podran entrar en este sistema denominativo; esta alternancia
concierne nicamente a las casas de siempre.
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221

Marcelino Corts Valenciano

estudios sobre la materia principalmente los de Moreu-Rey (1981),


Daz Barrio (1995), Carrera de la Red (1998) o Ramrez Martnez y
Ramrez Garca (2005) han propuesto diversas clasificaciones que
presentan un mayor o menor grado de atomizacin en la categorizacin
de los apodos, pero que comparten una serie de criterios comunes.
Para nuestro estudio hemos establecido ocho grandes categoras,
algunas de las cuales contemplan a su vez otros criterios subcategorizadores, que iremos presentando a medida que vayamos efectuando
el anlisis.
No escondemos la dificultad que entraa la clasificacin de alguno
de los apodos, ni tampoco el hecho de que su adscripcin a una o a otra
categora pueda resultar discutible, sobre todo cuando muchos apodos
se fundamentan en voces no utilizadas en su sentido recto, sino en el
figurado, y cuando en muchas ocasiones la tradicin oral ni siquiera
ha sido capaz de identificar el motivo que dio origen a un determinado
mote. En todo caso, estas dudas no desvirtan el anlisis que nos va a
permitir identificar los principales motivos elegidos por la comunidad
para designar a sus convecinos.
2.1. A
 podos que refieren origen o lugar de procedencia y
topnimos
2.1.1. De origen forneo
Ambelero (de Ambel), Bujaraloz, Cambrona (de Cambrn, trmino
de Sdaba), Fragolinero (de El Frago), Frescanero (de Frscano), Habanero (indiano), Malpicano (de Malpica de Arba), Marruesta (de la Val
de Ruesta, trmino de Sos del Rey Catlico), Modorro (de Sdaba)16,
Pasiego (Cantabria), Pertusano (de Pertusa), Pradillano (de Pradilla
de Ebro) y Sers (Lrida).
Aunque no denotan propiamente el lugar de origen, otros apodos
como Cartagena, Charche (de Charches, Granada) y Zaragocica toman
los respectivos lugares como referencia designativa. Carcter figurado
tiene el apodo Babilonio17.

16. Por haber trabajado en Sdaba, a los cuales se les da ese apelativo (Sierra Sangesa,
2003: 89).
17. A don Pepe Bentura le llamaban Babilonio por haber trado unas gallinas Leghorn, que aqu
no se sabe por qu se les llam babilonias (Sierra Sangesa, 1982: 222).

222

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El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

2.1.2. De origen local


Aqu se incluyen los escasos oicnimos ejeanos (Casa Ca, Casa
Gil, Casa Grande, Casa Jordn, Casa Julito, Casa Morea, Casa Nueva,
Casa Valenciano), juntamente con los apodos referidos al ncleo urbano
como Seorita El Cuco (en referencia al barrio de El Cuco)18, o a enclaves o partidas del municipio como Aesa, Escoronero (de Escorn)19,
Fillera (del Molino de Fillera)20 y Huerto las Monjas21.
2.2. Apodos que refieren oficio u ocupacin habitual
Como hemos comentado en el primer apartado del trabajo (vid.
punto 1.1), las transformaciones agrarias que dieron comienzo en 1860
alumbraron una importante masa de poblacin que se empleaba como
braceros en aquellas tareas relacionadas con el cereal y en menor
medida, con la vid, pero quedaba desocupada el resto del ao, especialmente en invierno y primavera.
Como seala A. Sabio, con pocas tierras y sin salarios fijos, el
remedio estaba entonces en actividades peridicas aadidas, regulares,
pero limitadas en el tiempo, que respondieran a una alternancia temporal
o geogrfica, y varias ocupaciones temporales para poder subsistir 22.
Durante unos meses al ao el campesino se reconverta laboralmente
y ejerca profesiones de lo ms variopinto que servan para satisfacer
el consumo local en la industria rural artesana, en los servicios y en
el transporte de productos agrarios.
Octavio Sierra recogi en la tradicin oral de Ejea de los Caballeros
una copla que revela la pluriactividad del campesinado de la villa, as
como las penurias a las que peridicamente se vea expuesto23:

18. Sobre el barrio de El Cuco y su etimologa, vid. Corts Valenciano, 2005: 198.
19. Sobre los lugares de Aesa y Escorn, vid. Corts Valenciano, 2010: 85-86 y 123-124,
respectivamente.
20. El lugar se corresponde con el llamado Molino de Fillera situado junto al ro Arba, y no con
el descampado de Sos del Rey Catlico.
21. El Huerto de las Monjas est situado en el antiguo Barrio de San Pedro, en la margen derecha
del ro Arba de Luesia. Los terrenos as llamados fueron desde 1235 el lugar en donde se emplaz el
convento de los Padres Claustrales de San Francisco. Posteriormente pasaran a ser propiedad de las
Religiosas de la Tercera Orden de San Francisco, tambin llamadas Religiosas de Santa Isabel, que se
asentaron en la villa en 1631, segn noticia proporcionada a finales del siglo XVIII por el cronista oficial
de la villa Jos Felipe Ferrer y Racaj en su Idea de Exea (1790: 159-160).
22. Sabio Alcutn, 2002: 234.
23. Sierra Sangesa, 2003: 116.
AFA-69

223

Marcelino Corts Valenciano

Arbail, medio arbail,


medio paleta, paleta y gaitero,
teniendo tantos oficios,
paso mucho hambre en enero.

Esta pluriactividad encuentra su reflejo en la diversidad de actividades artesanales que, juntamente con desempeos estrictamente
agrcolas, se refleja en los apodos ejeanos relativos a oficios: Adobero,
Aguador, Ajero, Armero, Avalojero 24, Baratillero, Besuguero, Borreguero, Botero, Calero, Caminero, Campanero, Cantarero, Cebadero,
Cebollero, Cestero, Cholo 25, Chuponero, Churrero, Cubero, Estanquero, Guindillero, Haciendas, Hospitalero, Lanero, Mediqun, Militar,
Molinero, Munidor 26, Obrero, Ordinarios 27, Patatero, Pelanas, Pellejero, Peretero, Porgadoras, Pregonero, Regidor, Sembrador, Serero 28,
Sillero, Soguero, Tabloneros, Talamontes, Tejero, Tocinero, Torreros,
Trajinero y Vajillero.
Incluimos tambin en este apartado aquellos apodos que reflejan
una ocupacin pretrita o meramente episdica como Estudiante 29,
Fraile 30, Tamborero 31 o Torero 32.
2.3. Apodos que se refieren a rasgos fsicos
Establecemos dentro de este grupo dos grupos en funcin de que
los apodos se refieran al conjunto del aspecto exterior de la persona
o a una de sus partes.

24. Apodo de etimologa incierta que incluimos con reservas en este apartado.
25. Creemos que es una deformacin por asimilacin voclica de la voz chulo ([o] > [o])
en la acepcin propiamente aragonesa que recoge J. Borao: muchacho asalariado que se tiene en las
casas de labranza para las faenas ms nfimas (cito a partir de dcech, s.v.).
26. Munidor: muidor. En la zona la nica acepcin es la de comisario de aguas. Jefe de guardas
y regadores (Sierra Sangesa, 2003: 226, s.v.), palabra que reemplaz en las ordinaciones de la Edad
Moderna a la voz medieval zavacequia.
27. Arriero o carretero que habitualmente conduca personas, gneros u otras cosas de un pueblo
a otro (drae, 11. acepcin, desusado).
28. A partir de sera espuerta grande, regularmente sin asas (drae, s.v.): el que hace o fabrica
seras. El nombre del oficio se forma a partir del apelativo base sera y no sobre la forma derivada ms
habitual sern (de donde seronero).
29. En tiempos [en los] que era difcil que los muchachos salieran de la Villa para estudiar, este
lo hizo. Fue tanta la novedad que se le qued como apodo (Sierra Sangesa, 2003: 89).
30. Por haber sido durante un tiempo hermano lego en un convento de los Padres Capuchinos.
31. Sobrenombre adquirido del hecho de haber tocado el redoble cuando estaba en el servicio
militar (Lambn Montas y Sarra Contn, 2001: 124).
32. Por haber mostrado en su juventud cierta inclinacin por el arte de Cchares.

224

AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

2.3.1. Apodos referidos al conjunto del aspecto exterior


De entre este grupo de apodos destacan los que se refieren a la
constitucin fsica como son los casos de Corto, Gordo Macizo, Gordo
la Rusa, Macizo, Seco, o bien a la apariencia como Chicuelo o Mozocota. La cargazn de espaldas dio lugar al apodo Hombrn.
Una de las nociones ms relevantes es la que expresa el color exterior del individuo. Destacan, sin duda, aquellos apodos que se refieren
al color atezado y oscuro de la piel, bien de modo directo (Negro,
Negro la Cabaesa, Negros), o bien de manera figurada (Mascarada,
Socarru, Turru). Por su parte, la coloracin sonrosada de la tez da
lugar a Rufo y Rusio 33.
Por ltimo, una serie de nombres expresan nociones relativas a la
apostura del individuo: Pocholo es un adjetivo encarecedor de buena
presencia; Pincho y Tieso se refieren a la buena planta.
2.3.2. Apodos referidos a partes del cuerpo
En cuanto a la cabeza, se distinguen los que se refieren a la cara
(Cara y Caballo, Cara y Perro); a la nariz (Chato y Corts, Chato la
Curra); a los dientes (Dentarrn, Diente de Oro, Esdientu); al cabello (Moos, Peloblanco, Pelofresco, Peln, Pelucas), singularmente a
la coloracin rubia (Royo Ardiles, Royo de Luca, Royo Pelaire, Royo
Puteta); a los ojos (Ojo Caracola, Tuerto Cativiela); a la boca (Morretes, Morritos); al cuello (Cuellicorto); o a la morfologa de la propia
cabeza (Cabeza Cuadrada, Cabeza Larga, Cabeza y Mixto, Cocote).
En cuanto al tronco, la mayor parte de los apodos se centran en las
nalgas (Culera, Culete, Culofino, Culopelu, Culudo) y en las funciones fisiolgicas asociadas (Caga Andando, Cagas, Cagasebo). Otros
apodos focalizan otros rganos como Coludo, Pichasanta, Picholda,
Pijes, Tetuda y Tripanegra.
En cuanto a las extremidades, destacan los referidos a la constitucin de las piernas (Garra, Garricas y Caparra, Mediapata, Patn,
Pernacn) y a la inclinacin natural de estas extremidades (Zurdo de
Erla).

33. Rusio: por tener la cara rojiza (Sierra Sangesa, 2003: 90).
AFA-69

225

Marcelino Corts Valenciano

2.4. A
 podos que se refieren a estados, rasgos morales y
conductuales
En este apartado se incluye un grupo heterogneo de apodos que
tienen el carcter de etopeya. En muchos casos, ms que de un descriptor del carcter de las personas, el apodo parece motivado por sucesos,
ancdotas o incidentes que desconocemos, habindose producido un
desplazamiento metonmico entre dicho suceso y el individuo que lo
protagoniz.
Pertenecen a este grupo apodos como Aguu, Arreglaprocesiones,
Camorra, Cantores, Carlista, Carcunda 34, Cazoludo, Chaviscoso 35,
Comemierda, Corridica, Costera 36, Currutaco 37, Escachacoventos,
Espantachicos, Fandanguero, Folas 38, Forofn, Forota 39, Galano, Gangas, Gitano, Geco, Malajo, Malao, Malcasada, Malojo, Mallu,
Matn, Mocera 40, Muermas, Pajaro, Panarro 41, Parejo 42, Pispajo, Presico, Querido, Rallu, Refulido 43, Remedios, Repblica 44, Requinto,
Rodeos 45, Roscu, Rufin, Tirable, Tozolones, Trafusca 46, Tragaldabas,
Tropezn, Truquillo o Volada.
Entre los apodos que integran este apartado hay que destacar un
subgrupo de apodos que incorporan un cuantificador con el objeto de
rebajar o minusvalorar la cualidad: Medioduro, Mediomundo, Medio34. Carcunda: reaccionario (dcech, s.v.); de actitudes retrgradas (drae, s.v.). Su derivacin jergal es carca.
35. Sobre chavisque: `lodazal, y por ampliacin se aplica a cualquiera condimento mal pergeado
y a lo que est rebosando en agua u otro lquido (Borao, 1908, s. v.). En el drae figura como chabisque
lodo, fango (s. v.), voz aragonesa de origen onomatopyico.
36. Costera: cuesta (Sierra Sangesa, 2003: 156, s. v.).
37. Muy afectado en el uso riguroso de las modas (drae, s. v.).
38. El primero de este sobrenombre, relativamente reciente, sirvi en Canarias y, cuando volvi,
por las noches, acompaado de guitarra, amenizaba las veladas, cantando canciones tpicas de aquellas
tierras (Sierra Sangesa, 2003: 89).
39. Asimilacin voclica sobre farota mujer descarada y sin juicio (drae, s. v. farota). No
encaja la voz dialectal del Bierzo leons foroto (o forn): se dice de los frutos cuando estn coscosos
(dcech, s. v. orondo).
40. Que busca el roce o la compaa de los mozos o mocs.
41. Que come mucho pan (Andolz Canela, 1992, s. v. panarra).
42. Derivado de par con el sentido que aparece en las expresiones Ser un parejo ser desordenado
o A todo parejo de cualquier manera (Sierra Sangesa, 2003: 237, s. v. parejo).
43. Sobre repulido acicalado.
44. Fue el apodo que recibi Mariano Jimnez Sierra, presidente del Partido Republicano
Radical Socialista en Ejea de los Caballeros: Su identificacin con el rgimen republicano fue tal
que sus convecinos le apodaron precisamente as, Repblica (Lambn Montas y Sarra Contn,
2001: 121).
45. Un tanto anticlerical y cuando vea al sacerdote, daba un rodeo para no saludarle (Sierra
Sangesa, 2003: 90).
46. Sobre trafulcar en el sentido de folln, jaleo. Sierra Sangesa (2003: 274) recoge trafucar
con el significado de equivocar, equivocarse y cambiar el orden o sentido de las palabras.

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AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

kilo, Mediops, Milhombres. Quizs en este mismo apartado debamos


incluir Cuartete; por su parte, la descendencia gemelar origina la cognominacin de Medio 47.
Otros apodos estn basados en nombres propios (Can, Cristo Viejo,
Cupido, Dios, Niito Jess, Salmern 48) o en desempeos religiosos o
civiles (Curica, Duque, Obispa).
2.5. Apodos referidos a animales
Uno de los mtodos ms productivos en la elaboracin de apodos
consiste en identificar a un individuo con un animal.
Este proceso de animalizacin, bajo el que se incluyen caracterizaciones tanto fsicas como conductuales, se muestra en apodos como
Cachurro, Calandrin (en referencia al pjaro), Capn, Cucaln 49,
Gato, Loba, Lobo de la Pedrera, Mosquito, Perrinchn 50, Piojito, Pollo,
Rabosas, Rabosera 51, Rano, Ratn, Sardina y Ternero.
2.6. Apodos referidos a objetos
Los apodos que se relacionan a continuacin toman un objeto
como referencia caracterizadora, producindose un desplazamiento
metonmico entre el objeto y el individuo. La mayora de estos apodos suelen tener su origen en lo que Moreu-Rey (1981) incluy en su
sistema de clasificacin dentro del descriptor una relacin episdica
o anecdtica, no constante, aunque algunos de ellos hayan podido
servir tambin como caracterizadores tanto del aspecto fsico como
del conductual.

47. Por ser gemelo (a los gemelos se les suele llamar medios) (Sierra Sangesa, 2003: 90).
48. Fue un hombre preocupado por la poltica y gran orador. De all le vino el apodo de Salmern, en referencia al Presidente de la I Repblica as llamado. Su taberna era lugar de encuentro de
los socialistas. l les lea el peridico y, en cuanto reuna auditorio en los porches de la Plaza o en el
bar, enseguida les diriga la palabra (Lambn Montas y Sarra Contn, 2001: 113). Vid. tambin una
semblanza de este personaje en Sierra Sangesa (1982: 258).
49. Cucala corneja, grajo (Andolz Canela, 1992, s. v.). El apodo podra tener tambin una base
antroponmica Cucalo (vid. Apndice II).
50. Apodo de adscripcin dudosa. En principio lo tomamos como un derivado de perro. En
mbitos lingsticos muy alejados del aragons como el gallego, perrincho es una denominacin del
jurel o chicharro.
51. Tal vez en uso toponmico y no solo apelativo. La Rabosera es un macrotopnimo de la villa
de Tauste (vid. Corts Valenciano, 2008: 216).
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Marcelino Corts Valenciano

En el caso de Ejea de los Caballeros son los apodos Albarcas 52, Bombones, Borrajas, Borrascas, Cabaas, Cagarrias 53, Campanillas, Capaza,
Carajillo, Carguillas, Carretas, Cascos, Cascos y Teja, Cera, Chaparro 54,
Chavo 55, Chirn 56, Chorros, Clavel, Coleto 57, Corneta 58, Coqueta, Coscarana 59, Estambreras 60, Faroles, Fonas 61, Garitn, Gorra, Jergn, Judas,
Levadas 62, Ligarzas 63, Mango Ajada, Mandulfa 64, Manguera, Mantecn,
Maraca, Marragn 65, Meln, Miojera 66, Molla 67, Moquitera, Pan Colgu 68, Panimedio, Panipansa 69, Pantalones, Pantalones y Hanega, Paredes,
Pataticas, Perdign, Pigelas 70, Piln, Pionicos 71, Pirulo, Porcelanas,
Porrn, Puchero, Rajolas 72, Rin, Rodajos, Roca, Rocas, Rodacha 73, San-

52. En la relacin de Octavio Sierra (2003: 90) este apodo figura como Barcas, aunque la forma
tradicional y tambin la registrada en el habla es Albarcas o Albarquicas.
53. En referencia al hongo parecido al rebolln. El drae remite a la voz colmenilla.
54. El drae recoge tambin la acepcin persona rechoncha (3. acepcin) utilizada como adjetivo.
Es la misma nocin que expresan el derivado chaparrudo y el parasinttico achaparrado.
55. Afresis de ochavo en expresiones del tipo No llevar un chavo.
56. Chirn fruto del espino, desgarrn de la carne (Andolz Canela, 1992, s. v.). Corominas lo
ofrece simplemente como resultado aragons de jirn (dcech, s. v.).
57. Un coleto es una vestidura de piel que cie el cuerpo hasta la cintura. Como seala Corominas, de ser una prenda militar en su origen pas a convertirse en el atuendo prototpico de los arrieros,
de ah la metonimia (dcech, s. v.).
58. Por haberlo sido en el ejrcito (Sierra Sangesa, 2003: 90).
59. Torta muy delgada y seca que cruje al mascarla (drae, s. v.).
60. En referencia a las hebras alargadas de los vellones de lana.
61. Fonas hondas (Andolz Canela, 1992, s. v.).
62. Ninguna de las acepciones contenidas en el drae se corresponde con el valor apelativo que
tiene esta voz en la zona. La levada de llevar el agua es una unidad del sistema de riego: cantidad de agua que necesita un agricultor para regar un da completo (Sierra Sangesa, 2003: 209, s. v.).
Castaer Martn (1983: 21) recoge para levada otros valores distintos al anterior en los diccionarios
aragoneses y riojanos.
63. En su acepcin recta la ligarza era el atadijo de los haces de trigo hecho con la misma mies,
aunque en sentido figurado se aplicaba tambin a la ropa que va suelta. Ir con las ligarzas sueltas es
ir descamisado (Octavio Sierra, 2003: 210, s. v.).
64. Creemos que por deformacin de galdrufa trompo. Peonza que tiene la parte superior llana.
/ De buena madera viene la galdrufa para que no refine: equivale a De tal palo, tal astilla. / Persona
que vive despreocupadamente (Sierra Sangesa, 2003: 189, s. v.). dem en el drae: trompo, peonza
(s. v.), que la seala como voz propia de Aragn.
65. Jergn. Aumentativo de mrraga tela o jerga de sacos y jergones (drae, s. v.).
66. Derivado de mioja miga de pan (Sierra Sangesa, 2003: 222, s. v.).
67. Molla parte carnosa de los frutos o de los animales (Sierra Sangesa, 2003: 223, s. v.) Andolz
distingue entre molla1 prado hmedo y molla2 con tres acepciones: nada / migas / musgo (Andolz
Canela, 1992, s. vv.). En el drae (s. v.) la nica acepcin es la de parte magra de la carne.
68. Por tener la costumbre de colgar la alforja de la rama de un rbol (Sierra Sangesa,
2003: 90).
69. Literalmente, pan y pansa. Pansa uva seca (Andolz Canela, 1992, s. v.).
70. Pihuela: 1. Correa con que se guarnecen y aseguran los pies de los halcones y otras aves.
2.Dificultad o estorbo que impide la ejecucin de algo. 3. Grillos con que se aprisiona a los reos (drae,
s. v.). J. Borao la recoge nicamente como echadita, indirecta (Borao, 1908: s. v.).
71. Pionicos. (1920). Era muy corto de estatura (Sierra Sangesa, 1982: 257).
72. Diminutivo de rajo cntaro de barro cocido y tambin teja (Andolz Canela, 1992, s. v.).
Cf. en cataln, rajola ladrillo.
tam) con
73. Tanto Rodajos como Rodacha comparten etimologa a partir de rueda (del latn rO
sufijaciones distintas (-ajo, -acha) igualmente despectivas.

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El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

gre, Setas, Sopeto 74, Tano 75, Tirante, Trabuco, Varica 76, Vinacha, Virutas,
Zamarricas, Zarandas 77, Zuruto.
2.7. A
 podos formados sobre frases hechas, modismos,
onomatopeyas
En los apodos de Ejea de los Caballeros encontramos apodos que
se han formado sobre onomatopeyas, expresiones y giros lingsticos
caracterizadores del individuo, algunos de los cuales estn muy bien
documentados.
En este grupo se encuentran apodos como Amante 78, Apuntat 79,
Chonchona, Jiji, Maquinica de hacer miedo, Masiu 80, Noy, Noya 81,
No llevo suelto 82, Quirriri, Taratachinda, Tato, Todava, Treinta y una,
Trespongo.
2.8. Apodos procedentes de antropnimos
La antroponimia es una de las formas ms tradicionales para la
creacin de apodos. A diferencia de los que hemos analizado anteriormente, los apodos procedentes de antropnimos constituyen un
sistema designativo explcito, desprovisto de las cargas connotativas
que pueden albergar otro tipo de motes. En este sentido, los apodos
de origen antroponmico se vinculan ms con la neutralidad expresiva
del sistema de nombres de casa.
Al igual que ocurre en este sistema, los apodos pueden proceder
tanto del nombre de pila como del apellido patrilineal o primer apellido.

74. Derivado de sopa. Cf. sopetn `pan tostado mojado en aceite (dcech, s. v. sopa).
75. Apodo de difcil adscripcin, pudiendo referirse al apelativo tano nudo pequeo de tronco
(Andolz Canela, 1992, s. v.) o tal vez ser una creacin idiomtica por acortamiento.
76. El apodo podra tener tambin base antroponmica en el cognomen Varica (vid. Apndice II).
77. Zaranda criba, cedazo (drae, s. v.).
78. Octavio Sierra explica el origen de este apodo de la siguiente manera: Por ser una familia
originaria de Tauste donde esta voz, de significacin cariosa, es muy frecuente (Sierra Sangesa,
2003: 89).
79. Alejo Miana fue guardia municipal; como no saba escribir, cuando iba a extender una multa,
daba el taco y deca: Apntate, que te denuncio (Sierra Sangesa, 1982: 246, y 2003: 89).
80. Masiu: afresis del adverbio demasiado utilizado como marcador discursivo de afirmacin
y ratificacin de lo dicho en expresiones como Masiu que s.
81. Por haber vivido en Catalua (Sierra Sangesa, 2003: 90). A partir de los apelativos catalanes
noi, noia chico, chica, utilizados habitualmente como muletilla.
82. Por andar siempre en las ltimas (Sierra Sangesa, 2003: 90).
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Marcelino Corts Valenciano

En algunos casos ha prevalecido el nombre femenino sobre el masculino,


ya que no siempre la mujer casada perda el apodo de soltera83.
2.8.1. P
 rocedentes de antropnimos en uso (o fcilmente
reconocibles como nombres propios o apellidos)
Como nombres propios, incluidos hipocorsticos: Andresico,
Antn, Avelina, Baldomero, Benjamina, Benitn, Blanquito 84, Candidn, Casiano, Casimiro, Chan 85, Chela 86, Crispn, Curro, Dominguito
de Chile 87, Francha, Franchico 88, Galinda, Graciano, Juan Morena,
Juan Pablis, Juanicas, Juan Pablo, Juliana, Julieto, Liborio, Macareno, Manolaz, Mariann, Moniqueta 89, Pablitas, Pacho, Pascualico,
Pascualillo, Pascualones 90 , Pa, Revesindo, Tadeos, Santiaguesa,
Sinforoso.
Como apellidos: Barru, Berdor, Berln, Bolu, Bolea, Bon, Bonetas, Buchinaga, Castrico, Cerremundo, Chauri 91, Chiln 92, Chuf, Clavijo, Condn, Diezas, Escags, Escolas, Gascn, Gilitos 93, Geber,
Jeroma, Lambaneta 94, Lamperales, Lacn, Manero, Marcuello, Martn,
Mora, Morln, Murillo, Muro, Ocaa, Peir 95, Pitinta, Quinqun, Rigor,
Ripamiln, Rivera, Riverica, Tarranco, Ungino.

83. No obstante lo dicho, lo ms habitual en el caso de las mujeres es feminizar el apodo masculino (cf. Benitn/Benitina; Chan/Chana; Clavel/Clavela; Mann/Manina).
84. Blanquito: por su madre, que se llamaba Blanca (Sierra Sangesa, 2003: 90).
85. Reduccin del diptongo del antropnimo aragons Chuan [Juan] > Chan.
86. Afresis del antropnimo aragons nchela [ngela] > Chela. Era el nombre que reciba una
de las ventas existentes antiguamente en Ejea: la Venta de Chela.
87. Chile: nombre procedente del antropnimo aragons Chil. Hasta mediados del siglo XX
existi el lavadero de Los Chiles, otra de las formas de cognominacin que reciba esta familia. Cf.
nombres de casas del Alto Aragn como Casa Chil (Ans), Casa Chila (Ysero) o Chilica, Chilico y
Childpez en Echo.
88. Francha, Franchico: forma feminizada y diminutiva respectivamente del antropnimo aragons
Francho [Francisco].
89. Tal vez de moniquet despacio, variante de bonico o abonico, y no como antropnimo.
90. Pascualicos y Pascualones: Ramas de una misma familia, en que unos eran de estatura normal
y los otros, muy altos (Sierra Sangesa, 2003: 90).
91. Afresis de Echauri.
92. Diminutivo de Chil.
93. Gilitos: porque su padre era de apellido Gil (Sierra Sangesa, 2003: 90).
94. Diminutivo del apellido Lambn.
95. Peir: actualmente como apellido, aunque en su origen fuera un nombre propio derivado de
Pedro (< PEtru).

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El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

2.8.2. Procedentes de antropnimos antiguos


Resulta llamativo que, junto a los antropnimos actualmente en
uso analizados en el apartado anterior, sobrevivan antropnimos que
hunden sus races en los antiguos cognomina latinos.
A continuacin se ofrece una relacin de los apodos que tienen este
origen distribuyndolos en dos grupos formales, segn sean antropnimos
no adjetivados o antropnimos adjetivados mediante distintas sufijaciones;
entre parntesis anotamos el antropnimo latino de donde proceden. En
el Apndice II ofrecemos la justificacin onomstica de todos estos antropnimos latinos a partir de los principales repertorios de referencia.
a) Antropnimos no adjetivados
Bao (Banio), Caco (Cacus), Cacuri (Cacurius), Campis (Campius), Capo ( Capo), Cato ( Catto), Chimelo ( Similio), Cloti ( Clotus ), Cludo ( Cludus ) 96, Cocollo ( Cucullus ), Gilo ( Gillo ), Golo
(Gulus)97, Lecina (Licinia), Leona (Leona), Leonaz (Leonas), Millori
(Melioris), Mina (Minna), Perena (Perennus), Pino (Pinus), Piriro
( Pirinus, Pirurus) 98, Pirrio ( Perrius), Polito ( Pollitius), Presidias (Praesidius, Praesidia), Puteta (Potita), Ram (Ramus), Rapas
(Rapax), Sun (Sunus), Tiesto (Testo), Toto (Toto), Tren (Trenus)99,
Vielo (VIelUs), Zaba (Zabbius).
b) Antropnimos adjetivados100
b.1) Sufijo -anus/na: Carpintana (Carpinius > Carpinana)101,
Samatn (Samatius > Samatanus).
b.2) Sufijo -inus/na: Burina (Burius > Burina), Canino (Canius
> Caninus), Causn (Causo > Causinus), Gatio (Cattius > Cattinius), Mann (Manius > Maninus), Mon (Monnius > Monninus),
Motn (Motius > Motinus).
b.3) Sufijo -icus/ca: Poico (Poio > Poicus).
96. Ntese cmo se distinguen con nitidez tres apodos parnimos: Coludo, Culudo y Cludo.
97. Una prueba de la pregnancia social de los apodos la encontramos en este sobrenombre que
cuenta con una entrada propia como apelativo en el Vocabulario general de las Cinco Villas, en donde se
comenta lo siguiente: Golo: enterrador. Lo que no se sabe si la familia Golo tiene este sobrenombre por
haber sido durante muchos aos sepultureros, o son ellos por apodo los que han dado este sobrenombre
al enterrador (Sierra Sangesa, 2003: 192, s. v.).
98. Los dos antropnimos propuestos pueden ofrecer el resultado Piriro. En el caso de Pirinus,
por equivalencia acstica -n- > -r-. En el caso de Pirurus, por asimilacin voclica [i] > [i].
99. El plural de este apodo es Los Trenos.
100. Sobre los sufijos utilizados en la formacin de los antropnimos que se relacionan a continuacin, vid. Kajanto (1982: 100 y sigs.).
101. Resultado final del apodo por epntesis de -t-, tal vez por asociacin etimolgica con apelativos como carpintero o carpintera.
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3. Anlisis morfolgico
En este tercer apartado del trabajo, y como complemento del anlisis anterior, procedemos a analizar los procedimientos morfolgicos
sobre los que se han formado los apodos ejeanos.
3.1. Lexemas simples
3.1.1. Flexin nominal: Albarcas, Antn, Aesa, Babilonio, Baldomero, Bao, Berdor, Berln, Bolea, Bombones, Bon, Borrajas,
Borrascas, Buchinaga, Bujaraloz, Cabaas, Caco, Cacuri, Cachurro,
Cagarrias, Can, Camorra, Campis, Capaza, Capo, Carcunda, Carlista,
Cartagena, Cascos, Casimiro, Cato, Cera, Cerremundo, Chan, Charche,
Chaparro, Chavo, Chauri, Chela, Chimelo, Chirn, Cholo, Chorros,
Chuf, Clavel, Cloti, Cludo, Cocollo, Coleto, Condn, Coqueta, Corneta,
Corto, Coscarana, Crispn, Curro, Currutaco, Cupido, Diezas, Dios,
Duque, Escags, Escolas, Estudiante, Faroles, Folas, Fonas, Forota,
Fraile, Francha, Galano, Galinda, Gangas, Garra, Gascn, Gatios,
Gato, Gilo, Gitano, Golo, Geber, Geco, Haciendas, Jeroma, Jergn, Jiji, Juan Morena, Juan Pablis, Juan Pablo, Judas, Lamperales,
Lacn, Lecina, Levadas, Leona, Liborio, Ligarzas, Loba, Macareno,
Macizo, Mandulfa, Maraca, Marruesta, Marcuello, Masiu, Medio,
Meln, Militar, Millori, Mina, Modorro, Molla, Moos, Mora, Morln,
Muermas, Muro, Negro, Negros, Noya, Noy, Obispa, Ocaa, Ordinarios,
Pacho, Pajaro, Panarro, Pantalones, Paredes, Parejo, Pasiego, Pelanas,
Pelucas, Peir, Perena, Pa, Picholda, Pigelas, Pijes, Pincho, Pino,
Piriro, Pirulo, Pirrio, Pispajo, Pitinta, Pocholo, Poico, Poli, Pollo, Porcelanas, Presidias, Puchero, Querido, Quirrirri, Rajolas, Ram, Rano,
Rapas, Ratn, Refulido, Remedios, Repblica, Requinto, Revesindo,
Rigor, Rin, Ripamiln, Rivera, Roca, Rocas, Rodeos, Roto, Rufin,
Rufo, Rusio, Salmern, Samatn, Sangre, Sardina, Seco, Sers, Setas,
Sinforoso, Sopeto, Sun, Tadeos, Tano, Taratachinda, Tarranco, Tato, Ternero, Tieso, Tiesto, Tirable, Tirante, Todava, Toto, Tozolones, Trabuco,
Trafusca, Tren, Ungino, Vielo, Virutas, Zaba, Zaranda, Zuruto.
3.1.2. Flexin verbal: Amante, Apuntat, Cagas, Trespongo,
Volada.
3.2. Derivacin
3.2.1. Sufijo -acho, -acha: Rodacha, Vinacha.
3.2.2. Sufijo -ajo, -aja: Rodajos.
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El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

3.2.3. Sufijo -ano, -ana: Casiano, Carpintana, Graciano, Juliana,


Malpicano, Pertusano, Pradillano.
3.2.4. Sufijo -u (-ado), -ada: Aguu, Barru, Bolu, Esdientu,
Mallu, Mascarada, Rallu, Roscu, Socarru, Turru.
3.2.5. Sufijo -az(o), -aza: Leonaz, Manolaz102.
3.2.6. Sufijo -dor, -dora: Aguador, Munidor, Porgadoras, Regidor,
Sembrador.
3.2.7. Sufijo -ero, -era: Adobero, Ajero, Ambelero, Armero, Avalojero, Baratillero, Besuguero, Borreguero, Botero, Calero, Caminero,
Campanero, Cantarero, Cebadero, Cebollero, Cestero, Chuponero,
Churrero, Costera, Cubero, Culera, Escoronero, Estanquero, Estambreras, Fandanguero, Fillera, Fragolinero, Frescanero, Guindillero,
Habanero, Hospitalero, Lanero, Manero, Manguera, Miojera, Mocera,
Moquitera, Molinero, Obrero, Patatero, Pellejero, Peretero, Pregonero,
Rabosera, Serero, Sillero, Soguero, Tabloneros, Tamborero, Tejero,
Tocinero, Torero, Torreros, Trajinero, Vajillero.
3.2.8. Sufijo -s, -esa: Santiaguesa.
3.2.9. Sufijo -et(e, o), -eta: Bonetas, Carretas, Cuartete, Culete,
Julieto, Lambaneta, Moniqueta, Morretes, Puteta.
3.2.10. Sufijo -ico, -ica: Andresico, Castrico, Corridica, Curica,
Franchico, Juanicas, Pascualico, Pataticas, Pionicos, Presico, Riverica, Varica, Zamarricas, Zaragocica.
3.2.11. Sufijo -ijo, -ija: Clavijo.
3.2.12. Sufijo -illo, -illa: Campanillas, Carajillo, Carguillas, Murillo, Pascualillo, Truquillo.
3.2.13. Sufijo -in(o), -ina: Avelina, Benitn, Benjamina, Burina,
Candidn, Canino, Chiln, Causn, Mann, Mariann, Mediqun, Mon,
Motn, Peln, Perrinchn, Quinqun.
3.2.14. Sufijo -ito, -ita: Blanquito, Dominguito de Chile, Gilitos,
Morritos, Mosquito, Pablitas, Piojito.
3.2.15. Sufijo -n, -ona: Calandrin, Cambrona, Capn, Chonchona, Cucaln, Dentarrn, Forofn, Garitn, Hombrn, Mantecn,

102. Manolaz: Hace referencia no a la estatura, sino a la voz que la tena muy profunda (Sierra
Sangesa, 2003: 89).
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233

Marcelino Corts Valenciano

Matn, Marragn, Martn, Pascualones, Patn, Perdign, Pernacn,


Piln, Porrn, Tropezn.
3.2.16. Sufijo -oso, -osa: Chaviscoso, Rabosas.
3.2.17. Sufijo -ote, -ota: Cocote, Mozocota.
3.2.18. Sufijo -tor, -tora: Cantores.
3.2.19. Sufijo -udo, -uda: Cazoludo, Coludo, Culudo, Tetuda.
3.2.19. Sufijo -uelo, -uela: Chicuelo.
3.3. Composicin
3.3.1. Adjetivo + adyacente preposicional (de > y, ): Chato y
Corts, Chato la Curra, Negro la Cabaesa, Gordo Macizo, Gordo la
Rusa, Tuerto Cativiela, Zurdo de Erla.
3.3.2. Adjetivo + sustantivo: Malajo, Malao, Malcasada,
Malojo.
3.3.3. Determinante + determinante: Treinta y una.
3.3.4 Determinante + sustantivo (o viceversa): Medioduro, Mediomondo, Mediokilo, Mediapata, Mediops, Milhombres, Pan y medio.
3.3.5. Sustantivo + adjetivo: Cabeza Cuadrada, Cabeza Larga, Casa
Grande, Casa Nueva, Cristo Viejo, Cuellicorto, Culofino, Culopelu,
Pan Colgu, Peloblanco, Pelofresco, Pichasanta, Tripanegra.
3.3.6. Sustantivo + adyacente preposicional (de > y, ): Cabeza y
Mixto, Cara y Caballo, Cara y Perro, Casa Ca, Casa Gil, Casa Jordn, Casa Julito, Casa Morea, Casa Valenciano, Cascos y Teja, Diente
de Oro, Garricas y Caparra, Huerto las Monjas, Lobo de la Pedrera,
Mango Ajada, Ojo Caracola, Pantalones y Hanega, Royo Ardiles, Royo
de Luca, Royo Pelaire, Royo Puteta, Seorita el Cuco.
3.3.7. Sustantivo + sustantivo: Niito Jess, Panipansa.
3.3.8. Verbo + sustantivo: Arreglaprocesiones, Cagasebo, Comemierda, Escachacoventos, Espantachicos, Talamontes, Tragaldabas.
3.3.9. Verbo + verbo: Caga Andando.
3.4. Lexas textuales
Maquinica de hacer miedo, No llevo suelto.
234

AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

4. Conclusiones
Desde el punto de vista semntico, y considerando un pequeo
margen de error de 2% procedente de aquellos apodos de adscripcin dudosa o que cuentan con varias vas interpretativas, el sistema
de apodos de Ejea de los Caballeros en el ltimo tercio del siglo XX
ofrece el siguiente reparto porcentual:

Como se puede observar en la grfica, porcentualmente el mayor


nmero de apodos tiene una base antroponmica, bien sea a partir de
nombres propios o de apellidos, con un 28% sobre el total. Le siguen,
en segundo lugar, los apodos referidos a objetos (17%), seguidos muy
de cerca por los apodos referidos a rasgos morales (15%) y los que
expresan rasgos fsicos de los individuos (14%). Estos cuatro categorizadores suman el 74% sobre el total, quedando muy repartidas las
restantes nociones semnticas.
La primera conclusin que se extrae de estos resultados confirma,
efectivamente, que nos encontramos ante un sistema de apodos, caracterstico de una comunidad que se ha visto sometida a constantes transformaciones demogrficas en su seno y en donde el sistema de nombres de
AFA-69

235

Marcelino Corts Valenciano

casa tradicional, propio de sociedades cerradas y estables, ha quedado


notablemente desarticulado por la dinmica de los cambios sociales.
Un dato comparativo nos permitir confirmar este aserto. Mientras
que en Ejea de los Caballeros el 28% del corpus proviene de nombres
y apellidos, este porcentaje se eleva al 44,6% en el caso de Ans y
asciende hasta un 48,8% en Echo, dos comunidades altamente representativas del sistema de nombres de casa103.
Si tomamos en consideracin el carcter neutro de los apodos, es
decir, aquellos apodos bsicamente designativos, informativos y desprovistos de elementos connotativos (antropnimos + apodos de ocupacin
y oficio + gentilicios y topnimos), el porcentaje de este tipo de apodos
en Ejea de los Caballeros suma un 47%, mientras que en Ans es del
59,2% y se eleva hasta el 67,3% en el caso de Echo104.
Es decir, nos encontramos ante un sistema de apodamiento basado
en aquellas nociones ms connotativas y creativas irnicas, pardicas,
cuando no hirientes ideadas por la comunidad para proceder al reconocimiento colectivo de los miembros por parte de dicha comunidad,
como son los rasgos fsicos y morales, ya sea directamente expresados, ya sea por medio de desplazamientos significativos metafricos
o metonmicos a partir de objetos o a travs de la animalizacin del
individuo.
El carcter fundamentalmente connotativo del sistema de apodamiento ejeano se demuestra tambin por el escaso relieve que tienen
aquellos apodos que ms informacin podran reportar a la comunidad
y que tericamente permitiran un reconocimiento ms objetivo de sus
componentes. Nos referimos fundamentalmente a los apodos gentilicios
y toponmicos y a los apodos de oficios y ocupaciones. En este sentido,
no deja de ser paradjico que en una comunidad caracterizada por la
constante incorporacin de nuevos miembros los apodos que refieren
origen o lugar de procedencia apenas alcancen el 7% sobre el total
(en puridad, y descontando los apodos toponmicos usados en sentido
figurado, el porcentaje sera del 3,81%).
En definitiva, el apodo en Ejea de los Caballeros sirve, pues,
como crnica o testimonio de una sociedad, de sus personajes, de sus
caractersticas personales y de sus circunstancias sociales, as como de

103. A partir de los datos del estudio antroponmico de estas dos comunidades de la Jacetania
efectuado por Pujadas Muoz y Comas DArgemir (1989: 375-376).
104. Ibd.

236

AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

la irona, del sentido crtico y hasta de la crueldad con los que unos
vecinos ven a otros y les designan105.
Desde un punto de vista formal, los datos semnticos correlacionan
con los resultados directos que se obtienen del anlisis morfolgico.

La mayor parte de los apodos estn constituidos por lexemas simples


(48%), en su mayora procedentes de la flexin nominal, seguido de
cerca por la derivacin (37%) y, en menor medida, por la composicin
(15%), siendo residual aquellos apodos formados por lexas textuales
(0,45%).
La mayor parte de los apodos antroponmicos, as como aquellos basados en objetos y animales, son fundamentalmente palabras
simples.
La derivacin, por su parte, es el procedimiento mediante el
cual se construyen los apodos gentilicios y los relativos a oficios y
ocupaciones.
La composicin y las lexas textuales son las herramientas utilizadas para la generacin de los apodos ms originales e irnicos,
aquellos en los que la libertad creadora de una comunidad encuentra
su mxima expresin.

105. Ibd., p.371.


AFA-69

237

Marcelino Corts Valenciano

Por ltimo, solo nos resta anotar una ltima conclusin. El anlisis
del sistema de apodos de Ejea de los Caballeros nos ha deparado la
sorpresa de encontrar autnticos fsiles antroponmicos. Nos referimos
a los que hemos denominado antropnimos antiguos. All donde no
llega la interpretacin apelativa, ni la toponmica, ni tampoco la va
antroponmica reconocible como tal en nombres y apellidos, hemos
localizado un reducto de apodos que han perpetuado antiguos cognomina latinos, as como sus mecanismos derivativos.

5. Eplogo
Cincuenta aos despus, el corpus de apodos de Ejea de los Caballeros que hemos analizado en este trabajo, tal y como lo compil Octavio
Sierra en la dcada de los 60 del siglo pasado, todava mantiene su
vigencia a pesar de las transformaciones que desde entonces no han
parado de sucederse. Como es lgico, este sistema denominativo sigue
vigente entre las generaciones de ms edad que todava mantienen el
hbito de preguntar a ese cmo le dicen?.
La manifestacin ms preclara de esta vigencia la encontramos
en el hecho de que, en una poblacin de ms de 17000 habitantes,
los apodos que se anotan entre parntesis en las esquelas funerarias
aportan para muchos de los vecinos ms informacin que el nombre
de pila y los dos apellidos cognaticios.
Es cierto que buena parte de estos sobrenombres, por el carcter
fundamentalmente individual y efmero del apodo, se han perdido, pero
no deja de sorprender el carcter hereditario que muchos de ellos han
mantenido, al tiempo que se han ido creando otros, inspirados ms
en personajes pblicos de la televisin o del mundo del deporte que en
la vida cotidiana, pero que han ido formando una tasa de reposicin
que sigue posibilitando el reconocimiento de los individuos dentro de
la comunidad.

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AFA-69

241

Marcelino Corts Valenciano

Apndice I
Relacin de apodos de Ejea de los Caballeros
A
Adobero
Aguador
Aguu
Ajero
Amante
Ambelero
Andresico
Antn
Aesa
Apuntat
Armero
Arreglaprocesiones
Avalojero
Avelina
B
Babilonio
Baldomero
Bao
Baratillero
Barcas
Barru
Benitn
Benjamina
Berdor
Berln
Besuguero
Blanquito
Bolu
Bolea
Bombones
Bon
Bonetas
Borrajas
Borrascas
Borreguero
Botero
Buchinaga
Bujaraloz
Burina

242

C
Cabaas
Cabeza Cuadrada
Cabeza Larga
Cabeza y Mixto
Cachurro
Caco
Cacuri
Caga Andando
Cagarrias
Cagas
Cagasebo
Can
Calandrin
Calero
Cambrona
Caminero
Camorra
Campanero
Campanillas
Campis
Candidn
Canino
Cantarero
Cantores
Capaza
Capo
Capn
Carajillo
Cara y Caballo
Cara y Perro
Carcunda
Carguillas
Carlista
Carpintana
Carretas
Cartagena
Casa Ca
Casa Gil
Casa Grande
Casa Jordn
Casa Julito

Casa Morea
Casa Nueva
Casa Valenciano
Cascos
Cascos y Teja
Casiano
Casimiro
Castrico
Cato
Causn
Cazoludo
Cebadero
Cebollero
Cera
Cerremundo
Cestero
Chan
Chaparro
Charche
Chato la Curra
Chato y Corts
Chaviscoso
Chavo
Chauri
Chela
Chicuelo
Chiln
Chimelo
Chirn
Cholo
Chonchona
Chorros
Chuf
Chuponero
Churrero
Clavel
Clavijo
Cloti
Cludo
Cocollo
Cocote
Coleto
AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

Coludo
Comemierda
Condn
Coqueta
Corneta
Corridica
Corto
Coscarana
Costera
Crispn
Cristo Viejo
Cuartete
Cubero
Cucaln
Cuellicorto
Culera
Culete
Culofino
Culopelu
Culudo
Cupido
Curica
Curro
Currutaco
D
Dentarrn
Diente de oro
Diezas
Dios
Dominguito de Chile
Duque
E
Escachacoventos
Escags
Escolas
Escoronero
Esdientu
Espantachicos
Estambreras
Estanquero
Estudiante
F
Fandanguero
Faroles
AFA-69

Fillera
Folas
Fonas
Forofn
Forota
Fraile
Fragolinero
Francha
Franchico
Frescanero
G
Galano
Galinda
Gangas
Garitn
Garra
Garricas y Caparra
Gascn
Gatio
Gato
Gilitos
Gilo
Gitano
Golo
Gordo la Rusa
Gordo Macizo
Gorra
Graciano
Geber
Geco
Guindillero
H
Habanero
Haciendas
Hombrn
Hospitalero
Huerto las Monjas
J
Jergn
Jeroma
Jiji
Juan Morena
Juan Pablis

Juanicas
Juan Pablo
Judas
Juliana
Julieto
L
Lacn
Lambaneta
Lamperales
Lanero
Lecina
Leona
Leonaz
Levadas
Liborio
Ligarzas
Loba
Lobo de la Pedrera
M
Macareno
Macizo
Malajo
Malao
Malcasada
Mallu
Malojo
Malpicano
Mandulfa
Manero
Mango Ajada
Manguera
Mann
Manolaz
Mantecn
Maquinica de hacer
miedo
Maraca
Mariann
Marragn
Marruesta
Marcuello
Martn
Mascarada
Masiu

243

Marcelino Corts Valenciano

Matn
Mediapata
Medio
Medioduro
Mediokilo
Mediomundo
Mediops
Mediqun
Meln
Milhombres
Militar
Millori
Mina
Miojera
Mocera
Modorro
Molinero
Molla
Moniqueta
Mon
Moos
Moquitera
Mora
Morln
Morretes
Morritos
Mosquito
Motn
Mozocota
Muermas
Munidor
Murillo
Muro
N
Negro
Negro la Cabaesa
Negros
Niito Jess
No llevo suelto
Noy
Noya
O
Obispa
Obrero

244

Ocaa
Ojo Caracola
Ordinarios
P
Pablitas
Pacho
Pajaro
Panarro
Pan Colgu
Panimedio
Panipansa
Pantalones
Pantalones y Hanega
Paredes
Parejo
Pascualico
Pascualillo
Pascualones
Pasiego
Patatero
Pataticas
Patn
Peir
Pelanas
Peloblanco
Pelofresco
Peln
Pelucas
Pellejero
Perdign
Perena
Peretero
Pernacn
Perrinchn
Pertusano
Pa
Pichasanta
Picholda
Pigelas
Pijes
Piln
Pincho
Pino
Pionicos
Piojito

Piriro
Pirrio
Pirulo
Pispajo
Pitinta
Pocholo
Poico
Polito
Pollo
Porcelanas
Porgadoras
Porrn
Pradillano
Pregonero
Presico
Presidias
Puchero
Puteta
Q
Querido
Quinqun
Quirrirri
R
Rabosas
Rabosera
Rajolas
Rallu
Ram
Rano
Rapas
Ratn
Refulido
Regidor
Remedios
Repblica
Requinto
Revesindo
Rigor
Rin
Ripamiln
Rivera
Riverica
Roca
Rocas
AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

Rodacha
Rodajos
Rodeos
Roscu
Roto
Royo Ardiles
Royo de Luca
Royo Pelaire
Royo Puteta
Rufin
Rufo
Rusio
S
Salmern
Samatn
Sangre
Santiaguesa
Sardina
Seco
Sembrador
Seorita el Cuco
Serero
Sers
Setas
Sillero
Sinforoso
Socarru
Soguero

AFA-69

Sopeto
Sun

Treinta y una
Tren
Trespongo
Tripanegra
Tropezn
Truquillo
Tuerto Cativiela
Turru

T
Tabloneros
Tadeos
Talamontes
Tamborero
Tano
Taratachinda
Tarranco
Tato
Tejero
Ternero
Tetuda
Tieso
Tiesto
Tirable
Tirante
Tocinero
Todava
Torero
Torreros
Toto
Tozolones
Trabuco
Trafusca
Tragaldabas
Trajinero

U
Ungino
V
Vajillero
Varica
Vielo
Vinacha
Virutas
Volada
Z
Zaba
Zamarricas
Zaragocica
Zarandas
Zurdo de Erla
Zuruto

245

Marcelino Corts Valenciano

Apndice II
Bases onomsticas de los apodos antroponmicos de Ejea
En este apndice se relacionan por orden alfabtico todos los apodos ejeanos
que tienen su origen en antropnimos antiguos. Se trata de una tabla de mximos
que incluye tanto los antropnimos recogidos en el apartado 2.8.2, como aquellos
que a lo largo del trabajo se han sealado como susceptibles de ser interpretados
por esta va.
En la tabla siguiente se anota en la columna de la izquierda el apodo en cursiva;
en la columna del centro se seala el antropnimo del que procede en maysculas;
por ltimo, se anotan en la columna de la derecha las fuentes onomsticas que lo
atestiguan, precisando si se trata de un nomen, cognomen o un gentilicio.
Los repertorios onomsticos manejados son los siguientes:
Kajanto, Iiro (1982): The Latin Cognomina, Roma, Giorgio Bretschneider
Editore.
Solin, Heikki & Salomies, Olli (1988): Repertorium hominum gentilium et
cognominum Latinorum, Hildesheim, Olms-Weidmann.
Lrincz, Barbans (1999-2005): Onomastique Provinciarum Europae Latinarum, cuatro vols., Wien, Forschungsgesellschaft Wiener Stadtarchologie. Estos
cuatro volmenes estn referenciados en la tabla siguiente mediante la abreviatura
OPEL seguido del volumen y la pgina correspondientes.
Apodo
Bao

Antropnimo
latino

Fuentes onomsticas

Banius

Solin & Salomies (1988: 31)


Gentilicio

Banio

OPEL (I: 110)

Cognomen
Burina

Burius

Solin & Salomies (1988: 38)


Gentilicio

Burius

OPEL (I: 132)

Cognomen

Caco

246

Burius

Kajanto (1982: 142)


Cognomen
Cognomina obtained from Gentilicia
I. Common suffixes

Cacus

Solin & Salomies (1988: 305)


Cognomen

AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

Cacuri

Cacus

Kajanto (1982: 216)


Cognomen
Theophoric Cognomina
Christian theophoric names

Cacurius

Solin & Salomies (1988: 39)


Gentilicio

Cacurius

OPEL (II: 15)

Nomen
Campis

Campius

Solin & Salomies (1988: 44)


Gentilicio

Canino

Caninus

Solin & Salomies (1988: 308)


Cognomen

Caninus

OPEL (II:15)

Nomen

Capo

Caninus

Kajanto (1982: 326)


Cognomen
Cognomina obtained from Fauna and Flora
I. Fauna. Mammals

Capo

Solin & Salomies (1988: 309)


Cognomen

Capo

Kajanto (1982: 330)


Cognomen
Cognomina obtained from Fauna and Flora
I. Fauna. Birds

Carpintana Carpinianus

Solin & Salomies (1988: 48 y 309)


Gentilicio y cognomen

Carpinianus

Kajanto (1982: 143)


Cognomen
Cognomina derived from gentilicia
Common suffixes

Cato

Solin & Salomies (1988: 44)


Gentilicio

Cato

OPEL (II: 44)

Cato

Nomen y cognomen
Cato

AFA-69

Kajanto (1982: 250)


Cognomen
Cognomina relating to human body and mind.
VI Mental qualities
1. Intellect. Skilful, prudent, experienced

247

Marcelino Corts Valenciano

Causn

Causo

OPEL (II: 46)

Cognomen
Chimelo

Similio

Solin & Salomies (1988: 404)


Cognomen

Similius

OPEL (IV: 53)

Cognomen

Cloti

Similio

Kajanto (1982: 289)


Cognomen
Cognomina relating to circunstances
III. Diverse

Clotus

OPEL (II: 65)

Cognomen
Cludus

Solin & Salomies (1988: 315)


Cognomen

Cludus

Kajanto (1982: 241)


Cognomen
Cognomina relating to human body and mind
II. Physical peculiarities, pejorative names
2. Feet. Lame, hobbling, halting

Cocollo

Cuculla

Kajanto (1982: 345)


Cognomen
Cognomina obtained from inanimate nature and
from objects
3. Objects. Dress

Cucaln

Cucalo

OPEL (II: 86)

Cludo

Cognomen
Gatio

Catinius

Solin & Salomies (1988: 50)


Gentilicio

Cattius

OPEL (II: 44)

Nomen y cognomen

Gilo

Cattio

Kajanto (1982: 327)


Cognomen
Cognomina obtained from Fauna and Flora
I. Fauna. Mammals

Gillo

Solin & Salomies (1988: 339)


Cognomen

Gilo

OPEL (II: 167)

Cognomen

248

AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

Gillo

Kajanto (1982: 344)


Cognomen
Cognomina obtained from inanimate nature and
from objects
3. Objects. Post and boxes

Golo

Gulus

Kajanto (1982: 208)


Cognomen
Geographical cognomina. B. Provinces
V. Africa
3. Cognomina through metonimy. Rivers

Lecina

Licinia

Solin & Salomies (1988: 104)


Gentilicio

Licinius

OPEL (III: 26-28)

Nomen y cognomen.

Leona

Licinus

Kajanto (1982: 236)


Cognomen
Cognomina relating to human body and mind
III. Physical peculiarities, pejorative names
1. Head. Shaggy, bristling hair

Leona

OPEL (III: 22)

Cognomen
Leonaz

Leonas

OPEL (III: 22)

Cognomen
Mann

Manninus

Solin & Salomies (1988: 357)


Cognomen

Manus

OPEL (III: 23)

Nomen y cognomen

Millori

Manius

Kajanto (1982: 173)


Cognomen
Cognomina obtained from praenomina
1. Common praenomina

Meliorus

Solin & Salomies (1988: 36 y 116)


Gentilicio y cognomen

Melioris

OPEL (III: 74)

Cognomen
Mina

AFA-69

Minnus

Solin & Salomies (1988: 120)


Gentilicio

249

Marcelino Corts Valenciano

Minna

OPEL (III: 82)

Cognomen

Mon

Minus

Kajanto (1982: 236)


Cognomen
Cognomina relating to human body and mind
II. Physical peculiarities, pejorative names
1. Head. Bald-headed, hairless

Monnius

Solin & Salomies (1988: 121)


Gentilicio

Monninus

Solin & Salomies (1988: 121)


Gentilicio

Monnius

OPEL (III: 86)

Nomen y cognomen
Motn

Motus

Solin & Salomies (1988: 365)


Cognomen

Motius

OPEL (III: 88)

Cognomen

Perena

Motus

Kajanto (1982: 353)


Cognomen
Formal groups
I. Participles. Past participles

Perennius

Solin & Salomies (1988: 137 y 374)


Gentilicio y cognomen

Perennius

OPEL (III: 132)

Cognomen

Pino

Piriro

250

Perennus

Kajanto (1982: 274)


Cognomen
Cognomina relating to circumstances
I. Laudatory
1. Wish-names. Lasting, immortal

Pinus

Solin & Salomies (1988: 378)


Cognomen

Pinus

Kajanto, 1982: 335


Cognomen
Cognomina obtained from inanimate nature and
from objects. 2. Flora. Trees and bushes

Pirinus

Solin & Salomies (1988: 143)


Gentilicio

AFA-69

El sistema de apodos de Ejea de los Caballeros

Pirinus

OPEL (III: 142)

Nomen
Pirurus

OPEL (III: 142)

Cognomen
Pirrio

Perrius

Solin & Salomies (1988: 141)


Gentilicio

Perrius

OPEL (III: 133)

Nomen
Poico

Poio

OPEL (III: 147)

Cognomen
Polito

Pollitius

Solin & Salomies (1988: 145)


Gentilicio

Presidias

Praesidius

Solin & Salomies (1988: 148 y 382)


Gentilicio y cognomen

Praesidius

OPEL (III: 157)

Cognomen

Puteta

Praesidia

Kajanto (1982: 317)


Cognomen
Cognomina obtained from occupations
Higher magistrates

Potita

OPEL (III: 156)

Cognomen

Ram

Potita

Kajanto (1982: 354)


Cognomen
Formal groups
I. Participles. Past participles

Ramus

Solin & Salomies (1988: 389)


Cognomen

Ramus

OPEL (IV: 22)

Cognomen

Rapas

AFA-69

Ramus

Kajanto (1982: 337)


Cognomen
Cognomina obtained from inanimate nature and
from objects
2. Flora. Fruits, parts of plants

Rapax

Solin & Salomies (1988: 389)


Cognomen

251

Marcelino Corts Valenciano

Samatn

Rapax

Kajanto (1982: 267)


Cognomen
Cognomina relating to human body and mind
VII. Mental qualities, pejorative names
Moral and social defects. Rapacious, thieving

Samatius

OPEL (IV: 46)

Cognomen
Sun

Sunus

Solin & Salomies (1988: 179)


Gentilicio

Sunus

OPEL (IV: 100)

Nomen y cognomen
Tiesto

Testius

Solin & Salomies (1988: 184)


Gentilicio

Testo

OPEL (IV: 117)

Cognomen

Toto

Testa

Kajanto (1982: 344)


Cognomen
Cognomina obtained from inanimate nature and
from objects
2. Objects. Pots and boxes

Toto

OPEL (IV: 127)

Cognomen
Tren

Trenus

OPEL (IV: 129)

Cognomen
Varica

Vielo

Varica

Solin & Salomies (1988: 417)


Cognomen

Varica

Kajanto (1982: 242)


Cognomen
Cognomina relating to human body and mind
II. Physical peculiarities, pejorative names
2. Feet. Bow-legged, knock-kneed

Velius

OPEL (IV: 129)

Nomen
Zaba

252

Zabbius

Solin & Salomies (1988: 214)


Gentilicio

AFA-69

notas bibliogrficas

archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 255-268, ISSN: 0210-5624

Ecos aragoneses en la literatura


medieval espaola
Mara Jos Ayerbe Betrn
Universidad de Zaragoza

1. Introduccin
El volumen Entre oralidad y escritura: la Edad Media (Madrid,
Crtica, 2012, vol. I, 792 pginas) forma parte de la Historia de la
literatura espaola dirigida por Jos-Carlos Mainer, concebida con el
propsito de indagar nuevos modos de leer y de interpretar los textos.
El prlogo recoge con precisin los preceptos que inspiran la obra, en
esencia el antidogmatismo, el pluralismo crtico y el manejo del texto
como objeto y medio sobre el cual se vierte un continuo revisionismo
cientfico. La tradicin y el cambio tienen cabida en su estructura
flexible y fluida, alejada de toda rigidez taxonmica. Literatura y paraliteratura se tienen en cuenta en igual medida, a la luz de una amplia
serie de textos de apoyo trados mediante una labor interdisciplinaria
y arqueolgica, que aportan un alto grado de erudicin en un examen
paralelo de historia externa e historia literaria: Por tal cosa se entiende
aquellos documentos significativos de valor sociolgico, ideolgico
o esttico que ayuden a la comprensin de las constantes de la poca
de referencia, aunque tambin al entendimiento de autores de primera
magnitud (p. XII). Coherente con estas pautas metodolgicas es la
declaracin de intenciones de los autores, Mara Jess Lacarra y Juan
Manuel Cacho Blecua, concebida desde un claro enfoque sociolgico:
Las distinciones francesas entre la historia literaria, entendida como
el anlisis y la explicacin de todos los componentes de la peculiar
institucin denominada literatura, frente a la historia de la literatura,
AFA-69

255

Mara Jos Ayerbe Betrn

considerada como el estudio de las obras maestras, nos permitirn


aclarar nuestro punto de partida. Entre ambas opciones, nos inclinamos
por la primera (p.1).
En la introduccin se exponen los factores extratextuales bsicos
en el estudio de la literatura medieval, conformada sobre concepciones
diferentes a las actuales. La produccin escrita se hallaba vinculada
al saber general y al entorno eclesistico, regio o caballeresco, sin
que hubiera lmites claros entre dichos mbitos, con la consiguiente
multiformidad de los textos. La recurrencia al legado de los siglos
anteriores como fuente de sabidura y verdad no dejaba lugar para la
exhibicin de la individualidad. En una sociedad teocntrica que giraba
en torno a la bsqueda de la salvacin eterna, el texto literario posea
un carcter eminentemente pragmtico: en general, toda manifestacin
que se apartara de la ejemplaridad y se aproximara a lo ldico per se
escapaba a cualquier valoracin esttica.
La delimitacin cronolgica del periodo medieval presenta algunos
problemas. Por un lado, las dataciones de buena parte de las obras, sobre
todo de la etapa inicial, no son seguras. Por otro, la integracin en los
textos de fuentes precedentes y la pervivencia de algunos gneros en
pocas posteriores determinan unos contornos difusos en el tiempo. La
solucin pasa por combinar criterios cronolgicos y genricos: Dejando
a un lado las polmicas jarchas y la dudosa datacin de la Representacin de los Reyes Magos, se atestigua la presencia de obras literarias
hispanolatinas en el siglo XI, pero el uso sistemtico de la literatura en
lengua romance se produce en el siglo XIII, sin que su generalizacin
sea ajena a las transformaciones que surgen en torno al 1200. El final
puede establecerse en el lmite del siglo XV, sin olvidar la prolongacin
gracias a la imprenta de obras escritas antes (p.12).

2. Estructura del volumen


La obra se estructura en tres partes. Los ejes argumentales de La
produccin literaria medieval en sus contextos (pp. 23-208) son la
escasez de textos conservados en Espaa en comparacin con otros
pases prximos, la deficiente calidad de las copias conservadas en
buena parte, tardas, la abundante anonimia y la multiculturalidad.
Estas circunstancias han condicionado los estudios filolgicos tradicionales: creaciones sin antecedentes ni consecuentes han podido ser
calificadas de singulares sin fundamentos slidos, y la valoracin de
256

AFA-69

Ecos aragoneses en la literatura medieval espaola

las obras conservadas ha podido configurarse segn criterios estticos


modernos, desconociendo la repercusin social real que tuvieron en la
poca. A causa de la dificultad que le es inherente, la crtica textual
se ha postergado hasta el siglo XX, en el que los estudios medievales
se han revitalizado tras un lento proceso de rescate de su produccin
y un acercamiento ms matizado, desprovisto de ciertos apriorismos
que condicionaban los estudios anteriores, sin que ello implique que
ahora no tengamos otros (p.34).
En Los escritores y su mundo (pp.209-309) se analizan las relaciones entre la educacin y la sociedad medievales. El autor se perfila
como compilador, adaptador, comentarista y traductor de obras precedentes. Se constata, salvo excepciones, una total ausencia de reflexiones
del escritor sobre su proceso creativo. Todava a finales del siglo XV
el cultivo de las letras suscitaba muchos recelos, lo cual justifica la
existencia de autoras falsas en todos los gneros literarios.
La esencia del curso evolutivo mostrado en el desarrollo del libro
se recoge en el ttulo dado a la tercera parte (De la anonimia a la
conciencia autorial, pp.311-610). En ella, los textos de los distintos
subgneros se relacionan a travs de series de materia que permiten nuevas y mltiples conexiones: La combinacin de un criterio cronolgico
con el genrico, aunque comporta crear unidades de desigual extensin,
muestra la similitud entre mesteres tradicionalmente estudiados por
separado o sirve para recorrer conjuntamente la poesa cortesana, la
lrica tradicional y el romancero, pues estas dos ltimas formas no
hubieran sobrevivido sin haber sido adoptadas por las minoras cultas
cortesanas (p.20).

3. Aragn en las literaturas hispnicas


Entre todas las cuestiones examinadas en el volumen pueden descubrirse varios hilos conductores temticos que remiten a Aragn, segn
veremos a continuacin.
3.1. Las huellas lingsticas
Aunque en el centro de la produccin tomada en consideracin
se sitan los textos romances de base castellana, no se desatienden
ni la coexistencia de literaturas en otras lenguas ni las consiguientes
AFA-69

257

Mara Jos Ayerbe Betrn

influencias mutuas y mixtura cultural. La extraordinaria sensibilidad


lingstica de los autores asoma desde la expresin oralidad y escritura, que simboliza una convivencia omnipresente en todo el periodo
medieval y requiere una revisin de la relacin entre las lenguas de
uso y las lenguas literarias (p. XI). Los escritores no siempre componan en su lengua materna, sino que la elegan en virtud de motivos
estticos y culturales ligados a los distintos gneros literarios. Los
discursos eran fruto de tradiciones y tcnicas aprendidas y estaban
determinados fundamentalmente, no por la materia ni la intencin del
autor, sino por su tratamiento.
A la pluriformidad poltica de la Espaa medieval, formada a finales
del siglo XV por las coronas de Castilla y de Aragn, con sus respectivos
territorios, ms el reino nazar, conquistado en 1492, y el de Navarra,
anexionado por Fernando el Catlico en 1512 (p. 13), corresponda
un consecuente multilingismo, aunque el latn, la lengua eclesistica
y cultural por excelencia del mundo cristiano, fue considerado siempre
superior a las lenguas romances. Lo mismo puede afirmarse del rabe
clsico y el hebreo en sus respectivos mbitos. Las variedades dialectales del latn (el gallego-portugus, el asturiano, el leons, el castellano,
el navarro, el aragons y el cataln) y el vasco se usaban en la lengua
oral, pero no todas sirvieron de cauce para la expresin literaria escrita
ni han llegado hasta nuestros das. Las diferencias entre las lenguas
vulgares latinas no eran muy acusadas. De hecho, hay rasgos que solo
permiten distinguir una zona norte peninsular y conectar variedades
occidentales y orientales. Algunas obras esenciales en los orgenes de
la poesa narrativa castellana y en la conformacin de la lengua literaria
presentan peculiaridades del antiguo dialecto navarro-aragons, como
las de Gonzalo de Berceo (h.1197-h. 1264) o los annimos Poema de
Roncesvalles, Vida de Santa Mara Egipciaca y Libro de Apolonio, de
la primera mitad del siglo XIII (el ltimo de ellos se conoce adems por
la transcripcin de un escribano aragons de mediados del siglo XIV).
En ocasiones, las distintas versiones conservadas de una misma obra
presentan rasgos dialectales divergentes originados en su transmisin,
como ocurre con el Libro de Alexandre, de la misma poca, uno de los
casos que ms problemas ecdticos plantea. Algunos de sus testimonios abundan tambin en rasgos navarro-aragoneses, incluso el final del
manuscrito P permitira atribuir su autora a Berceo. Por su parte, el Auto
de los Reyes Magos, a pesar de su arraigo toledano, ha sido relacionado
con muy diversas procedencias (gascn, mozrabe, aragons o riojano),
en coherencia con la encrucijada cultural de la ciudad.
258

AFA-69

Ecos aragoneses en la literatura medieval espaola

3.2. La produccin de Juan Fernndez de Heredia


De todo este panorama multilinge la escuela filolgica espaola
tradicional esboz una visin castellanista. De Ramn Menndez Pidal
(1869-1968) se dice: La prioridad de la literatura castellana sobre las
incipientes literaturas romances le lleva a obviar ciertos testimonios o
a atribuir solo a los copistas los rasgos lingsticos no castellanos de
otros, como ocurre con la Razn de amor. Qu hubiera sucedido con
la figura del aragons Fernndez de Heredia si hubiera escrito en castellano? Sus patrocinios literarios y sus mecenazgos artsticos no estn
a la altura de Alfonso X, pero su extraordinaria labor de traduccin y
compilacin ha quedado postergada hasta fechas recientes, o valorada
sobre todo desde el extranjero (p. 64). Esta reivindicacin no obsta
para precisar que el maestro dot a la filologa espaola de madurez
y carcter cientfico y para defender su labor frente a las crticas descontextualizadas: La ideologa de los romnticos alemanes le lleva
a buscar las seas de identidad nacional en la cultura del pasado y el
contexto finisecular explica su castellanismo lingstico y literario
(p.63). No hay que olvidar que uno de sus ms destacados discpulos,
Toms Navarro Toms (1884-1979), realiz su tesis doctoral sobre el
Libro de los emperadores del Gran Maestre, a la par que desarrollaba
su investigacin dialectal por el Alto Aragn.
La produccin de Juan Fernndez de Heredia (h. 1310-1396), Gran
Maestre de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusaln, se presenta
como uno de los mximos exponentes del contacto de lenguas existente
en el Aragn medieval: Las obras transmitidas en el scriptorium del
aragons Fernndez de Heredia muestran diferentes sustratos lingsticos, procedentes de los originales remotos que traduce, de las versiones intermedias, de los trasladadores y de los copistas, por lo que
en unas obras de base aragonesa persisten huellas griegas, catalanas,
provenzales, italianas, castellanas, etc., en funcin del texto y de los
intervinientes (p.16). Se recurre a l en numerosas ocasiones como
modelo representativo del compilador-comentarista medieval. Adems
de las citas anteriormente referidas, su nombre aparece en relacin con
el empleo que hace de la denominacin de Espaa, en singular, en su
Grant crnica de Espanya, frente a las Espaas a las que se refiere
multitud de obras a lo largo de toda la Edad Media, con insistencia
desde Berceo, [] hasta el Diario de Cristbal Coln (p.13); tambin
al tratar de la ausencia de textos autgrafos conservados y obras surgidas
en los scriptoria, especialmente de borradores, siendo excepcional la
AFA-69

259

Mara Jos Ayerbe Betrn

conservacin de un cdice fragmentario de una redaccin previa de la


Crnica: el manuscrito B de la Biblioteca de Catalua1.
3.3. La tradicin oral
Aparte de las cuestiones de ndole lingstica, el binomio oralidadescritura posee tambin una dimensin literaria y estilstica. Solo se
puede acceder a la literatura medieval de tradicin oral a travs de
los textos escritos, que a veces reproducen relatos que han perdurado
en la lengua hablada. La interaccin entre oralidad y escritura fue
especialmente complicada, e incluso perdura en el romancero, por
ejemplo hasta nuestros das. En los textos pueden detectarse elementos discursivos que remiten a su procedencia oral o, por lo menos, a
unos modos de difusin en los que la voz era determinante, como los
verbos de diccin o de audicin, las interpelaciones a la audiencia o las
frmulas de visualizacin. En el mester de clereca todava se hallaban
muy presentes las huellas de la oralidad juglaresca, ya que la lectura
en voz alta era la forma habitual de difusin de las obras literarias.
El redescubrimiento del espectculo como objeto de estudio de la
filologa lleva a los autores a dedicar una parte significativa del volumen
al denominado discurso carnavalesco (p.171), esencial en la cultura
popular y en estrecha relacin con la realidad histrica y cotidiana. En
Espaa, la documentacin descubierta sobre las celebraciones cclicas
asociadas a las fiestas sealadas en el calendario por la Iglesia o la
relativa a festejos de ndole personal, como nacimientos, bodas o defunciones, es mucho ms escasa que en otros pases cercanos, a excepcin
de la Corona de Aragn, cuyos archivos se han conservado en mejores
condiciones que los castellanos. Como especialmente relevantes se sealan las procesiones de Daroca (Zaragoza), poblacin elegida, segn la
tradicin, por designio divino el 7 de marzo de 1239 como lugar donde
se deban custodiar los Santos Corporales, mientras que en la capital
del reino alcanzaron gran espectacularidad a mediados del siglo XV
1. En lo relativo a la ornamentacin codicolgica medieval, hay que destacar que las imgenes
de Heredia que aparecen en sus cdices, con sus emblemas, barba bifurcada y rasgos orientalizantes,
constituyen una singularidad junto con las de Alfonso X, teniendo en cuenta el misterio asociado a la
figura del autor sin rostro medieval. En la parte central del volumen se reproduce un catlogo de ilustraciones entre las que se incluyen imgenes del Gran Maestre. Asimismo, puede verse la reproduccin
de la portada del Cancionero del poeta aragons del siglo XV Pedro Marcuello, en la que este aparece
entregando su obra a los Reyes Catlicos, junto a las de otros autores castellanos como don Juan Manuel
o el marqus de Santillana, ya que fue a partir del siglo XIV cuando la imagen individualizada del
escritor comenz a configurarse.

260

AFA-69

Ecos aragoneses en la literatura medieval espaola

(p.183). Dichas celebraciones se acompaaban de msica y cantos de


juglares. Tambin en el Libro de Alexandre aparecen referencias que
atestiguan la existencia de canciones asociadas a la celebracin de la
llegada de la primavera en el mes de mayo, as como datos sobre la
duracin de los festejos organizados con motivo de los matrimonios,
en los que tambin haba bailes y cnticos.
3.4. La literatura aljamiada
Tambin es preferente el lugar dedicado a la literatura aljamiada,
escrita por musulmanes, mudjares, moriscos o judos, en romance
pero con grafa rabe o hebrea por razones ampliamente conocidas de
naturaleza poltica y cultural. Su estudio se ha revalorizado en tiempos recientes en la bsqueda de una visin social ms completa de la
Espaa medieval. El fenmeno fue propio de Castilla y Aragn, ya que
en otras zonas se sigui usando el rabe hasta el siglo XVII. Por su
importancia, sus temas y su forma, se le han otorgado denominaciones
como clereca rabnica o clereca de los alfaques (p.119).
La recuperacin de muchos de estos textos ha sido fruto del azar. En
la provincia de Zaragoza se han producido varios hallazgos fundamentales: un manuscrito del Poema de Ysuf, del siglo XIV, fue encontrado
en una cueva de Mors, junto a armas de fuego; en Almonacid de la
Sierra se descubrieron los fondos de lo que pudo ser el almacn de
un librero morisco; y el Sermn de Ramadn fue hallado en Borja.
Tambin el Poema en alabanza del profeta Mahoma pudo haber
sido escrito por mudjares aragoneses, ya que se localiz en greda,
localidad limtrofe entre Castilla y Aragn.
La desaparicin del califato cordobs y su disgregacin en reinos
de taifas propiciaron la translatio studii a otras cortes (p.68), como las
de Sevilla o Zaragoza, con la consecuente afluencia hacia dichas zonas
de cientficos, filsofos y poetas de la sobresaliente cultura andalus.
A pesar de la anonimia de muchos de estos textos, destacan algunos
nombres de la taifa de Zaragoza (1018-1110), como Ibn Gabirol, Ibn
Paquda o Ibn Ezra. Al converso Pedro Alfonso (bautizado en Huesca
en 1106) se debe la Disciplina clericalis, coleccin de cuentos orientales compilada en el siglo XII. Sus conocimientos fueron valorados en
Francia e Inglaterra, a donde se desplaz. Su Dilogo contra los judos
fue el referente esencial de la prctica eclesistica de recurrir a obras
de conversos para atraer a los judos al cristianismo. Desde el punto de
AFA-69

261

Mara Jos Ayerbe Betrn

vista discursivo, consolid la estructura dialogada como instrumento


didctico. Tambin sus reflexiones sobre las artes liberales tuvieron
una amplia repercusin: La ley XI del Setenario ordena la sabidura
de forma prxima a la Disciplina clericalis de Pedro Alfonso, obra
conocida en el scriptorium alfons (p.216).
3.5. Las traducciones
Constituyen uno de los mbitos primordiales en la literatura
medieval. Los judos y los mozrabes, conocedores de varias lenguas,
desempearon un importante papel de intermediarios en la transmisin intercultural de conocimientos, desarrollando una significativa
labor traductora, impulsada por el mecenazgo de algunos arzobispos.
Las traducciones del rabe tuvieron su apogeo durante el reinado de
Alfonso X (1252-1284), fueron frenadas en poca de su sucesor Sancho
IV (1284-1295), quien tuvo como referentes modelos ms occidentales,
y se desplazaron a la Corona de Aragn en el siglo XIV, siendo el Valle
del Ebro un eslabn esencial entre la cultura islmica y la latina. Se
diversificaron los temas traducidos, hasta entonces limitados a textos
sagrados y a materias cientficas o histricas, extendindose su patrocinio
a la nobleza y a la universidad. Las tcnicas tambin se modernizaron
y, en determinados entornos como el Avin papal, donde estuvieron
los aragoneses Juan Fernndez de Heredia y Pedro Martnez de Luna,
ms conocido como el Papa Luna (1394-1415), se potenci la circulacin de textos traducidos. En la Corona de Aragn, orientada hacia
el Mediterrneo por la situacin geogrfica de sus territorios, Heredia
contribuy notablemente a la revitalizacin de la materia troyana y al
surgimiento del inters por los espacios lejanos con sus traducciones
del griego al aragons.
3.6. La corte
El anlisis de la corte como espacio prioritario para la creacin
y difusin literarias conforma otro de los ejes argumentales del libro,
especialmente en referencia a los reinados de Jaime I (1213-1276), cuya
corte fue un centro de literatura romance comparable al de Alfonso X,
Jaime II (1291-1327), Pedro IV (1336-1387), Juan I (1387-1396), MartnI (1396-1410), Alfonso V (1416-1458) el Cancionero de Estiga,
recopilado despus de su muerte, recoge gran parte de su actividad
potica y Juan II (1458-1479). A travs de la Corona de Aragn
262

AFA-69

Ecos aragoneses en la literatura medieval espaola

llegaran a Castilla novedades como la materia artrica las Crnicas


navarras o Anales navarro-aragoneses, de finales del siglo XII, ya
recogen referencias librescas sobre el tema o la poesa provenzal.
Posteriormente, la moda popularizante impulsada en tiempos de
los Reyes Catlicos favoreci la penetracin de la cultura oral medieval
en los entornos cortesanos (cuentos, romances, canciones, etc.), dando
continuidad a la tradicin precedente. La lrica corts daba forma a
una actividad social que cumpla con una funcin interpersonal a la
par que ldica, y en cierto modo propagandstica tambin, ya que con
ella se intentaba mantener la imagen pblica de la monarqua en medio
de la profunda crisis bajomedieval, aunque poco se sabe del papel
desempeado por poetas, msicos y bufones.
El inters por la elocuencia de los clsicos alcanz a la burocracia.
Las influencias italianas llegaron primero al mbito catalano-aragons
y despus al castellano. Se cultivaron subgneros como las actas de
cortes, epstolas, orationes, proposiciones, arengas, etc., dando lugar a
toda una serie de textos paraliterarios de corte funcionarial (p.236).
La creciente complejidad administrativa propici una embrionaria Funcin Pblica. Desde finales del siglo XIV se produjo un aumento de la
actividad epistologrfica, de nuevo antes en la Corona de Aragn que
en Castilla, como testimonio de las prcticas administrativas y cancillerescas. Es interesante el legado epistolar de Jaime II, por ejemplo.
La figura de Pedro IV el Ceremonioso es especialmente relevante.
La particular situacin plurilinge en la que se desenvuelve su reinado
deriva en un interesante bilingismo en la cancillera real, reflejado en
la Crnica de San Juan de la Pea o el Ceremonial de consagracin
y coronacin de los reyes de Aragn. Junto con el latn, el aragons y
el cataln se utilizaran en funcin del lugar y de los destinatarios del
discurso, como herramientas propagandsticas y de cohesin. La coronacin de los reyes de Aragn deja traslucir la evolucin y complejidad
de sus ceremonias y rituales festivos. El cronista zaragozano Jernimo
de Blancas (?-1590) detallar, en sus Coronaciones de los serensimos
reyes de Aragn, basadas en crnicas anteriores, el despliegue escnico
que con este fin se llevaba a cabo en el palacio de la Aljafera.
La instauracin del cargo de cronista real en el siglo XV servir a
la labor propagandstica del reinado. El cargo poda ser desempeado
por humanistas, costumbre asentada en la Corona de Aragn desde
Alfonso V (1416-1458) y proseguida por Fernando el Catlico (14791516). La labor historiogrfica cobr as especial importancia y prestigio.
AFA-69

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Mara Jos Ayerbe Betrn

Los discursos cronsticos imitaban los de los clsicos en especial


los de Salustio y Tito Livio como si se hubieran pronunciado. Un
siglo antes, Heredia ya haba otorgado un espacio preferente para los
discursos directos en sus obras. Todava anterior es el Liber Regum
(h.1194-1211), redactado en aragons, una de las crnicas histricas
ms antiguas en lengua vulgar, que pudo ser seguida muy de cerca por
el monje autor del Poema de Fernn Gonzlez.
En este apartado de produccin literaria impulsada desde mbitos
eclesisticos o regios puede insertarse la mencin a los Estudios Generales, instituciones que comenzaron a crearse en Espaa a finales del
siglo XII, precedentes de las universidades medievales. Entre los ms
significativos se citan los de Huesca (1354) y Zaragoza (1474).
Tambin fue en el entorno cortesano donde se dieron excepciones
a la deficiente educacin femenina medieval, heredera de tradiciones
anteriores. En el ltimo tercio del siglo XV aument notablemente el
nmero de libros destinados a mujeres lectoras, pertenecientes sobre
todo a subgneros como la ficcin sentimental o la poesa cancioneril.
Se trata de damas nobles, como Isabel de Portugal, a quien su hermano
dedica la Stira de infelice y felice vida, las damas de la reina Isabel,
a quienes va dirigida Arnalte y Lucenda, la condesa de Aranda, su
madre, para quien Pedro Manuel de Urrea escribe la Penitencia de
amor, o un inconcreto pblico de enamoradas dueas, a quienes
Juan de Flores brinda su Triunfo de amor (p. 253). Precisamente la
obra del aragons Pedro Manuel de Urrea (1485-1524) fue uno de los
pilares fundamentales en la pervivencia de la ficcin sentimental hasta
mediados del siglo XVI.
Merece la pena, finalmente, dedicar un prrafo en este apartado a
algunos autores castellanos que desarrollaron gran parte de su actividad
en la Corona de Aragn. igo Lpez de Mendoza, marqus de Santillana
(1398-1458), se form en la corte aragonesa. De su Prohemio e carta
se reproduce el siguiente fragmento referido a la poesa de origen provenzal: Los catalanes, valencianos e aun algunos del reino de Aragn
fueron e son grandes oficiales desta arte (p.429). La figura de Enrique
de Villena (1382-1434) tambin fue decisiva: La reforma potica no
habra sido posible, sin embargo, sin una suma de circunstancias, entre
las cuales convendr recordar la labor de mediador cultural ejercida
por don Enrique de Villena, a quien Santillana haba conocido en la
Corona de Aragn (p.453). Don Juan Manuel (1282-1348), uno de los
autores ms propensos a incluir detalles personales en su obra, mantuvo
264

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Ecos aragoneses en la literatura medieval espaola

tambin una estrecha relacin con la nobleza aragonesa. Sus textos


sobre la educacin caballeresca fueron esenciales. Alfonso Martnez de
Toledo (1398-h. 1470), arcipreste de Talavera, fue encargado de autos
escenificados y otros festejos teatrales por la catedral toledana debido
a su conocimiento de prcticas habituales en la Corona de Aragn,
donde el arcipreste haba residido y haba arraigado la tradicin teatral
del drama litrgico previamente a Castilla2.
3.7. La imprenta
La aparicin de la imprenta constituy un avance decisivo en la
difusin de los textos y la estabilidad lingstica. Permiti la pervivencia ms all del siglo XV, con el consiguiente aumento del nmero
de lectores, de textos escritos antes, como el Amads de Gaula, una de
las obras ms significativas en los orgenes de la ficcin literaria. La
edicin ms antigua que se conoce de dicho texto es la de Zaragoza, de
1508, proveniente de una de las imprentas ms importantes de Espaa
en la poca, la de Jorge Coci (?-1546), alemn afincado en la ciudad.
Hay que precisar que en 1954 fueron encontrados por un coleccionista
de Almera cuatro fragmentos copiados hacia 1420, importantsimos
por constituir el nico testimonio conservado de un Amads anterior
al de Garca Rodrguez de Montalvo. A la imprenta zaragozana de
Pablo Hurus, tambin de origen alemn, se debe una edicin ignorada
de la Crcel de amor de Diego de San Pedro (h. 1437-h. 1498) y la
impresin de la coleccin de cuentos de origen hind Calila e Dimna,
cuyo ttulo en castellano fue Exemplario contra los engaos y peligros
del mundo desde su traduccin en la corte alfons y que fue reeditada
varias veces en el siglo XVI. Asesor de Hurus fue el jurista, historiador
y traductor zaragozano Gonzalo Garca de Santa Mara (1447-1521).
Uno de los tres incunables de 1499 de la Coronacin del Marqus de
Santillana de Juan de Mena (1411-1456), considerada un anticipo de
su obra mayor el Laberinto, fue impreso tambin en Zaragoza.

2. En ocasiones, la relacin de las obras citadas con Aragn es puramente anecdtica. Es el caso
de las Memorias de doa Leonor Lpez de Crdoba (h. 1362-1430), que naci de paso en Calatayud
(Zaragoza). El texto escapa a cualquier intento de clasificacin, puesto que, aunque est cargado de tintes
autobiogrficos, el relato, que habra sido dictado en primera persona a un escribano, se encamina hacia
otros subgneros con predominio de los componentes notariales, pero manipulando los hechos con el fin
de adecuarlo a un modelo moral idealizado.
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265

Mara Jos Ayerbe Betrn

3.8. La labor bibliogrfica


La conservacin y recuperacin de textos medievales a lo largo
de la historia ha sido producto de una intensa actividad bibliogrfica.
Aparte de las bibliotecas de Villena, don Juan Manuel y Santillana a
esta ltima fueron a parar varios manuscritos heredianos, los reyes
aragoneses anteriormente mencionados concretaron sus afanes coleccionistas como signo de distincin. A notarios zaragozanos de mediados
del siglo XV con aficiones literarias, como Garca Gavn o Pascual
Contn, se debe la recuperacin de algunos romances histricos.
Ms all de la Edad Media, a mediados del siglo XVI, es reseable la figura del historiador zaragozano Jernimo Zurita (1512-1580),
cuyos fondos pasaron en gran parte a la Cartuja de Aula Dei, y de ah
salieron en 1626 por peticin del conde-duque de Olivares, con gran
escndalo, para ir a parar finalmente a la Real Biblioteca de San Lorenzo
de El Escorial (p.29). Con Zurita se relacionaron otros bibligrafos
sealados de la poca como Gonzalo Argote de Molina (1548-1596)
uno de los tres manuscritos del Conde Lucanor que este manej
fue el de su amigo Zurita o Ambrosio de Morales (1513-1591). Los
cdices cronsticos medievales que posey fueron anotados y subrayados por l mismo, en un minucioso cotejo de copias y originales.
De su biblioteca provena el manuscrito del siglo XV del Libro del
Conoscimiento que fue subastado en Londres en 1978 para pasar a la
Biblioteca Estatal de Baviera, y que tras la muerte de Zurita se haba
integrado en la biblioteca del conde de San Clemente, perdindose
despus su rastro hasta su reaparicin. Tambin abundan las referencias
a otros bibligrafos zaragozanos posteriores, como Jos y Juan Antonio
Pellicer (1602-1679 y 1738-1806 respectivamente) o Flix de Latassa
(1733-1805), que contribuyeron notablemente en la cadena de rescate
de textos medievales.
No faltan tampoco las alusiones a un autor aragons posterior
que mantuvo viva en su poca la esencia de las obras medievales:
Baltasar Gracin (1601-1658), en cuya Agudeza y arte de ingenio,
don Juan Manuel es el autor medieval ms citado junto con Hernando
del Castillo.
3.9. Los temas
Puede establecerse una ltima ruta de fondo en torno a la comparecencia de Aragn en los temas de la literatura castellana. Estuvo
266

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Ecos aragoneses en la literatura medieval espaola

presente en el origen de una historia patritica diseada por parte de


la bibliografa hispanista, simbolizada por los autores en las palabras
de George Ticknor (1791-1871): Aquella civilizacin que se engendra al grito de patria y religin en las montaas de Asturias, Aragn
y Navarra, se desarrolla y crece alimentada por el santo fuego de
la fe y de la libertad, y sometiendo a su imperio cuantos elementos
de vida se le acercan, llega triunfante a los muros de Granada y se
derrama despus por el frica, el Asia y la Amrica con verdadero
asombro de Europa (p. 55). En los asuntos caballerescos, Martn
de Riquer rememora el voto caballeresco de mosn Bernat de Coscn, quien durante seis aos consecutivos estuvo exhibindose por
Zaragoza cada da de San Sebastin con una flecha que le atravesaba
el muslo (p. 202). A dicha ciudad se hace referencia tambin en la
Nota emilianense, breve texto latino sobre la derrota de Roncesvalles
descubierto por Dmaso Alonso (1898-1990) y en el exilio del Cid
al servicio del emir Mutamn. Personajes histricos aragoneses protagonizan algunas tramas. La derrota naval de la casa de Aragn se
canta en la Comedieta de Ponza de Santillana, mientras que don Juan
Manuel incorpora en su Libro de las tres razones el dstico del Rimado
de palacio de Pero Lpez de Ayala (1332-1407) que maldice a Jaime
I por incumplir su compromiso matrimonial con la hija de Enrique de
Castilla. El Romance por la seora Reina de Aragn del Cancionero de Estiga recoge las quejas de la esposa de AlfonsoV por su
ausencia. Fortunado, en una obrita de ocasin (p.574) escrita por
Francisco Ramrez de Madrid, secretario real, representa a Fernando
el Catlico. E inversamente, el primer asesinato ritual localizado en
Espaa, el del nio Dominguito de Val, cantor del coro de la Seo de
Zaragoza, muerto a manos de los judos en 1250, pudo estar inspirado
en textos medievales hispnicos.

4. Consideracin final
El volumen se cierra con un apndice de textos de apoyo, un breve
apartado sobre los estudios medievales actuales que precede a la extensa
bibliografa, un ndice de nombres, un listado con la procedencia de
las ilustraciones y un ndice general.
En fin, la obra de Mara Jess Lacarra y Juan Manuel Cacho Blecua
podra definirse como una socio-historia literaria medieval proyectada
sobre y desde los textos que, por el tratamiento holstico de la materia,
AFA-69

267

Mara Jos Ayerbe Betrn

se torna historia cultural y, por ende, historia de la humanidad. Trabajo


ciertamente granado de dos grandes medievalistas, con una direccin
de lujo, en el que la presencia de Aragn, aunque muchas veces desde
los mrgenes (p.117), es constante.

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archivo de filologa aragonesa (afa)


69, 2013, pp. 269-276, ISSN: 0210-5624

La stira en
Bartolom Leonardo de Argensola
Adrin Izquierdo
The Graduate Center. The City University of New York

Apenas dos aos despus de que La Schwartz e Isabel Prez Cuenca


publicaran la edicin crtica de las Stiras menipeas de Bartolom Leonardo de Argensola1, ve la luz Lo ingenioso y lo prudente. Bartolom
Leonardo de Argensola y la stira de La Schwartz, recopilacin de
cinco estudios sobre las stiras en prosa y en verso del mismo autor
aragons que, adems de facilitar la consulta a los interesados en la
literatura urea, vuelve a romper lanzas por un gnero dilecto en el XVI
y XVII, pero mal entendido en el XX2. Un libro que incentiva el inters
por la obra del humanista, y que se suma, junto a la citada edicin,
a los frutos del congreso Dos soles de poesa. 450 aos. Lupercio y
Bartolom Leonardo de Argensola, celebrado en Barbastro en 2009,
en cuyas actas apareci la contribucin de nuestra autora, Stiras y
discursos de los Argensola3.
1. Bartolom Leonardo de Argensola, Stiras menipeas. Edicin de La Schwartz e Isabel Prez
Cuenca, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011.
2. Ediciones Universidad de Salamanca, 2013, 138 pginas. Previamente, poco se haba publicado
sobre las stiras en verso de Bartolom Leonardo, ms all de las ediciones de las Rimas de los dos
hermanos que llevara a cabo Jos Manuel Blecua en los aos cincuenta del siglo pasado, cuya trayectoria
fue ms tarde completada por Trevor J. Dadson en Historia de la impresin de las Rimas de Lupercio y
Bartolom Leonardo de Argensola, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2010. En cuanto a los
dilogos en prosa, cabe mencionar el ineludible estudio de Otis H. Green, Notes on the Lucianesque
dialogues of Bartolom Leonardo de Argensola, Hispanic Review, III (1935), pp.275-294.
3. Aurora Egido y Jos Enrique Laplana (coords.), Dos soles de poesa. 450 aos. Lupercio y
Bartolom Leonardo de Argensola. Actas del congreso realizado en Huesca y Barbastro (18, 19 y 20
de noviembre de 2009), en Argensola. Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, 119 (2009), 321 pp.
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Adrin Izquierdo

Dos grandes hilos temticos, que se anuncian ya desde el ttulo del


primer estudio de Lo ingenioso y lo prudente, articulan la coleccin:
Modelos clsicos y modelos del mundo en la stira urea: el prototipo de Luciano4. Hibridez, instruccin y deleite, en autntica estela
horaciana, las recreaciones de la menipea de Bartolom Leonardo de
Argensola se caracterizan por combinar motivos literarios tradicionales
con referencias a sucesos histricos del momento, mezclando universales
poticos con particulares histricos. As, a grandes rasgos, Schwartz
examina los modelos clsicos tanto en este primer trabajo como en los
titulados Las voces satricas de un humanista aragons y Fbula
mitolgica y stira: el Menipo litigante; mientras que los modelos del
mundo los explora en los dos estudios intermedios, Las alteraciones
aragonesas y los Argensola y La representacin del poder: del rey
y sus ministros en el Ddalo y en los Sueos de Quevedo.
Cinco trabajos que dialogan entre s, y que, como una fuga barroca,
van reanudando y trenzando los hilos y temas que, por la naturaleza
breve de su primera factura, no pudieron ser profundizados, ofreciendo
al lector de la compilacin una visin de conjunto de la stira culta
que Bartolom Leonardo de Argensola recre a partir de los modelos
clsicos. Tomando las menipeas de Luciano por un lado y las stiras
de Horacio, Persio y Juvenal por otro, la autora va deshilvanando las
interpretaciones sucesivas que se fueron aadiendo, ya fuese gracias
a las difundidas ediciones y comentarios de humanistas de la talla de
Erasmo, Juan Luis Vives y Justo Lipsio o a las nuevas formas satricas
populares incorporadas, que permitan representar en clave una visin
crtica de la realidad poltica y social con el fin de enmendarla.
Tanto en el Prlogo como en las breves pginas liminares tituladas
Un gnero dilecto de Bartolom Leonardo de Argensola, La Schwartz
establece la necesaria filiacin de la stira argensolista con la temtica
y los elementos semnticos (pero no genricos) de la satura romana
culta. Como nos ha revelado ya desde la perspectiva de la produccin
satrica de Quevedo, la estudiosa vuelve sobre uno de los puntos esenciales de su postura: rescatar la pertenencia genrica de la menipea
de Argensola a un gnero culto que se rega por preceptos temticos
y ticos de races clsicas, aunque incorporara un comn acervo de
motivos jocosos o de temas socio-polticos de un periodo particular. Si,
en ocasin de la edicin citada de las tres stiras Menipo litigante,
4. La autora se refiere a ttulos ineludibles como el de Antonio Vives Coll, Luciano de Samosata
en Espaa, 1500-1700, Sever Cuesta, 1959.

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La stira en Bartolom Leonardo de Argensola

Demcrito y Ddalo, ms la inclusin y estudio de la reveladora Carta


al conde de Lemos [Discurso sobre la stira], pudimos justipreciar
las dotes humansticas y la postura tica neoestoica que definieron la
obra de Argensola, en estos estudios se insertan dichas stiras en su
contexto de produccin, relacionndolas con otros autores del gnero
y con corrientes literarias afines, pero siempre respaldadas algo cada
vez menos frecuente en los estudios literarios y a lo que La Schwartz
nos tiene acostumbrados por la minuciosa indagacin de las fuentes
primarias y la recuperacin de testimonios metaliterarios de poca que
corroboran sus argumentos.
Desde la perspectiva de los modelos clsicos del primer estudio,
la autora demuestra que, aunque el sustrato de imitacin de modelos
se mantuviera ms o menos estable, poetas como Argensola supieron
distinguir y aprovechar las sucesivas capas de elementos literarios,
ticos y culturales que lo fueron modificando. Para ilustrarlo recurre
a las declaraciones mismas del humanista en su carta sobre el estilo
de la stira, la cual confirma una conciencia de gnero en la poca
(p.45). A partir de los significativos comentarios de la epstola y otros
localizados en la correspondencia de Bartolom Leonardo, junto con
lo prescrito en tratados poticos y retricos (De Satirica Graecorum
Poesi, et Romanorum satura), Schwartz establece un dilogo con otros
textos satricos del XVI y del XVII para corroborar semejanzas o acusar
cambios en el aprovechamiento de los modelos clsicos o del mundo,
desgranando ejemplos de las stiras de Quevedo y del autor de El
Crotaln, estudiado en varios trabajos por Ana Vian5.
Para sustentar su tesis, adems de ofrecer ejemplos puntuales como
el topos de la huida de Astrea, o el motivo de la herencia y el testamento
para denunciar la corrupcin de magistrados y jueces, se centra en el
anlisis de otras composiciones de corte satrico de las que se nutra
la menipea culta. A pesar de la permeabilidad de fronteras entre los
temas y semas de las stiras cultas y las populares, estas ltimas no
tienen cabida en la designacin que defiende la autora, quien sustenta
su postura a partir de la distincin jerrquica impuesta por el mismo
Argensola, y que relaciona con acierto, adems, con teoras modernas
sobre la conformacin de la cultura, la semitica y la recepcin.
5. Vase, entre otros estudios de Ana Vian, El Crotaln: el texto y sus sentidos, en Nueva revista
de filologa hispnica, 33, nm. 2 (1984), pp.451-482; El ritual satrico en El Crotaln: el planto y la
fiesta, en Cuadernos Hispanoamericanos, nm. 448 (1987), pp.55-71; y Elaboracin satrica de una
relacin de sucesos renacentista: el entierro del Marqus del Vasto en El Crotaln, en Littrature et
politique en Espagne aux Sicles dOr, Colloque International, Pars, Klincksieck, 1998, pp.53-89.
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Adrin Izquierdo

En Las alteraciones aragonesas y los Argensola y La representacin del poder: del rey y sus ministros en el Ddalo y en los Sueos
de Quevedo, La Schwartz rastrea lo particular histrico centrndose
en las claves de las que se vale el aragons para cifrar las cuestiones
filosficas y polticas de actualidad en sus recreaciones de la menipea.
Ambos estudios son ejemplos de cmo Argensola, mediante la manipulacin de los resortes de la imitacin compuesta, recrea un universo
poblado tanto por tipos socio-morales de consagrada tradicin como por
figuras histricas antiguas y modernas, con el fin de difundir cuestiones
filosficas o ideolgicas de actualidad.
En Las alteraciones aragonesas y los Argensola, tras recordar los
conocidos hechos histricos relacionados con la huida del exsecretario
real Antonio Prez, Schwartz postula que si en toda su obra potica e
historiogrfica Bartolom Leonardo (y su hermano Lupercio) se presenta como defensor del reino de Aragn (cronista de Aragn y luego
cronista del rey en el Reino de Aragn), otras son las perspectivas que
ofrece en sus menipeas (p.58). En el Ddalo, Argensola cifra alegricamente a Felipe II en la figura de Minos, a Antonio Prez en la de
Ddalo, y a la princesa de boli en la de la reina Pasifae. Construida
en su enunciacin en forma de dilogo a la manera de las stiras en
dilogo de Luciano 6, en el que alternan dos opiniones contrastantes,
Ddalo y Polites conversan sobre cuestiones actuales en clave satrica
refirindose a la huida del exsecretario a Aragn para ampararse en
los fueros de ese reino. A partir de la descodificacin de la intriga,
Schwartz nos convence de la correlacin de la misma con las polmicas
de la razn de estado en las que se critica a Felipe II por no respetar
la prudencia que ha de caracterizar a un rey, segn el neoestoicismo
lipsiano: si un rey no acta con justicia, se vuelve tirano, y las voces
satricas de la menipea elogian o castigan estas posturas regias.
Otro de los empeos de La Schwartz en estos dos estudios sobre
los modelos del mundo ha sido el de filiar la produccin urea espaola con las corrientes y polmicas desatadas en toda Europa a raz
de las nuevas interpretaciones de las teoras sobre la conservacin del
poder y la monarqua. Los escritos satricos, que se multiplicaron en
el periodo de produccin intelectual de Argensola y de Quevedo, se
6. En 1992, Schwartz coordin el monogrfico de la revista nsula, nm. 542, ao XLVII (febrero
1992): El dilogo en la cultura urea: de los textos al gnero, en cuyo Estado de la cuestin traza un
abarcador panorama del gnero, que se suma a los trabajos y ediciones de Ana Vian (que contribuye con
el estudio El dilogo como gnero literario argumentativo: imitacin potica e imitacin dialgica), y
abre el camino a estudios crticos como los de Jess Gmez Gmez y Asuncin Rallo, entre otros.

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La stira en Bartolom Leonardo de Argensola

suman a la ingente produccin de textos y panfletos que exponan ciertas posturas ideolgicas. El cotejo de las stiras menipeas de estos dos
autores en La representacin del poder: del rey y sus ministros en el
Ddalo y en los Sueos de Quevedo sirve para demostrar que ambos
se hicieron eco de doctrinas como las de Botero, Lipsio o Maquiavelo
para defenderlas o rechazarlas. Al examinar las representaciones de
reyes y ministros en el Ddalo y los Sueos en conexin con dichas
doctrinas expone cmo la menipea mantiene un provechoso dilogo
intertextual e ideolgico con los tratados espaoles y extranjeros que
pulularon en torno a la polmica razn de estado.
Despus de pasar concentrada revista a las claves satricas del
Ddalo, la autora describe en este estudio (La representacin del
poder) los mecanismos de que se vale Quevedo para proyectar la
imagen de buenos y malos reyes, privados o gobernantes en los Sueos
y el Discurso de todos los diablos. Sin duda, las imgenes satricas de
los reyes y ministros de Quevedo y Argensola estn basadas en lugares
comunes del pensamiento poltico sobre el poder, ya que, reflejo de
sus circunstancias histricas, recogen el pensamiento neoestoico de
las Polticas de Lipsio, a diferencia de las proyectadas por Alfonso de
Valds o los autores del Dilogo de las transformaciones de Pitgoras7
o El Crotaln unas dcadas antes. Aunque pudiera parecer paradjico,
la stira, conectada a la reforma de las costumbres, constituy en el
XVII un importante vehculo de difusin de ideologas y de crtica
poltica que permita ejercer otro tipo de poder: el de consejero regio,
dispuesto a conformar las mentalidades de los grupos dominantes en
la poca barroca (p.85).
Los aportes de la profesora Schwartz al estudio de la stira en
Quevedo desde la publicacin en 1984 de su libro Metfora y stira
en la obra de Quevedo8, donde examina las caractersticas y el funcionamiento de la metfora como figura imprescindible del innovador
discurso satrico quevediano fueron apareciendo en diversas colaboraciones y monografas a lo largo de los ltimos aos. Destaca su
labor de recopilacin para la Antologa crtica virtual Las stiras de
7. Ver al respecto, los monogrficos de Ana Vian, Una obra maestra del dilogo lucianesco
renacentista: el annimo Dilogo de las Transformaciones de Pitgoras, Bulletin Hispanique 94, 1
(1992), pp. 5-36; y El Dilogo de las Transformaciones de Pitgoras, la tradicin satrica menipea y
los orgenes de la picaresca: confluencia de estmulos narrativos en la Espaa renacentista, en Jean
Canavaggio (ed.), La invencin de la novela, Coleccin de la Casa de Velzquez, 60, Madrid, Casa de
Velzquez, 1999, pp.107-128.
8. Metfora y stira en la obra de Quevedo, Madrid, Taurus, 1984; y Quevedo: discurso y representacin, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1986.
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Adrin Izquierdo

Quevedo y su recepcin 9, que rene varios de los estudios ms importantes sobre la recepcin de las obras satricas del autor publicadas
desde el primer cuarto del siglo XX, y en el que, adems de trazar un
panorama del gnero en la introduccin a su cargo, contribuye con un
artculo titulado El letrado en la stira de Quevedo10. No se puede
pasar por alto su imprescindible edicin crtica y anotada de la stira
de Quevedo La Fortuna con seso y la hora de todos 11, a partir del
manuscrito nico procedente de la biblioteca del duque de Fras. En
otros trabajos sobre el tema Schwartz recorre los caminos que van
de la satura a la stira12, subraya las deudas de Quevedo con Juvenal
y Persio 13, estudia la cuestin de la enunciacin en El Crotaln y
los Sueos14, analiza la construccin satrica de los personajes femeninos15, examina la relacin del gnero con la poltica y la corriente
neoestoica16, y estudia la pervivencia del discurso satrico en los siglos
XVI y XVII17, insistiendo en todas estas publicaciones en la visin que
conforma el libro que nos ocupa: presentar un anlisis historicista del
gnero en el marco de la produccin literaria del XVII.
As, el aporte fundamental del penltimo estudio de la colectnea,
Las voces satricas de un humanista aragons, es la reconstruccin
de lo que la autora denomina una potica de la stira. Surge a partir
del discurso en prosa que, en forma de epstola, Argensola dirigi al
conde de Lemos, y que se incluye en la edicin de las Stiras menipeas
de 2011. Adems de la carta, Bartolom Leonardo incluye comentarios sobre el gnero en varios pasajes metapoticos que La Schwartz

9. Las stiras de Quevedo y su recepcin. Antologa crtica virtual. Edicin y prlogo, en http://
cvc.cervantes.es/literatura/quevedo_critica/satiras/indice.htm.
10. La figura del letrado en la stira de Quevedo, Hispanic Review, 54 (1986), pp.27-46.
11. La Hora de todos y la Fortuna con seso, Madrid, Clsicos Castalia, 2009.
12. El tribunal del Hades: de la satura clsica a las stiras de Quevedo, en Jos M. Maestre
et al. (coords.), Humanismo y pervivencia del mundo clsico. Homenaje al profesor Antonio Prieto,
Alcaiz-Madrid, 2008, IV/1, pp.211-224.
13. Las diatribas satricas de Persio y Juvenal en las stiras en verso de Quevedo, en C.Vallo y R. Valds (eds.), Estudios sobre la stira espaola en el siglo de oro, Madrid, Castalia, 2006,
pp. 129-150.
14. En torno a la enunciacin en la stira: los casos de El Crotaln y los Sueos de Quevedo,
Lexis, IX (1985), pp.209-227.
15. Mulier milvinum genus: la construccin de personajes femeninos en la stira y en la ficcin
ureas, Homenaje a Antonio Vilanova, Barcelona, PPU, 1989, pp.629-647; y La mujer toma la palabra:
voces femeninas en la stira del siglo XVII, en Agustn Redondo (ed.), Images de la femme en Espagne
au XVIe et XVIIe sicles, Pars, Presses de la Sorbonne Nouvelle, 1994, pp.381-390.
16. Justo Lipsio en Quevedo: neoestoicismo, poltica y stira, en Werner Thomas y Robert A. Verdonk (eds.), Encuentros en Flandes, Lovaina, Presses Universitaires de Louvain, 2000, pp.227-274.
17. Satura y stira en los siglos XVI y XVII. Teora y praxis, en Antonio Gargano et al. (coords.)
Difcil cosa el no escribir stiras: la stira en verso en la Espaa de los Siglos de Oro, Academia del
Hispanismo, 2012, pp.21-48.

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AFA-69

La stira en Bartolom Leonardo de Argensola

localiza en sus stiras y epstolas en verso. Para su reconstitucin


examina los modelos clsicos que nutren la obra potica del aragons
(en particular las saturae horacianas), destacando la traduccin como
etapa imprescindible en la formacin escolar humanista y la funcin
propedutica de esta prctica. As, se recrean en la menipea argensolista la irona elegante de los sermones horacianos, las hiprboles
dramticas de Juvenal y las iuncturae del estilo de Persio (p.88),
combinadas con las situaciones imaginarias de Luciano y los epigramas
satricos de la Antologa griega, subgneros poticos muy utilizados en
las traducciones, y asimilados por la stira, ya que describan defectos
y tipos humanos risibles. Con esta combinacin de discursos morales
y jocosos se consegua despertar el inters de los lectores, dada la
comicidad de tipos y situaciones.
Reevaluando los planteamientos de crticos modernos que amalgaman los epigramas o modalidades satricas con la stira como gnero,
Schwartz demuestra que si esta literatura de burlas dej su impronta
en la satura romana (en sus dos variantes, la diatriba en verso y la
menipea en prosa), un poeta clasicista como Argensola, buen conocedor
del gnero culto que practic, saba distinguirla de los epigramas de
Marcial o de los de la Antologa (p.90).
El ltimo estudio del libro, Fabula mitolgica y stira: el Menipo
litigante, pasa por el tamiz esta menipea a la luz de varios tratados mitogrficos, con el fin de reparar cambios en la utilizacin de
las fbulas mitolgicas en la produccin del siglo XVII. Recuerda la
autora que los ttulos mismos de las menipeas de Argensola indican
cules podran haber sido los modelos que guiaron su composicin.
Resalta as la marcada (y poco estudiada) filiacin con la menipea de
Luciano18, teniendo en cuenta que la importante difusin de los originales griegos y las traducciones latinas de este autor, tan ledo en las
escuelas ureas, haban impuesto una visin secular de la mitologa
clsica (p.115).
El aprovechamiento de Luciano por Argensola se haca desde una
realidad muy distinta, en la que ya se haba afianzado el proceso de
conciliacin de las religiones antiguas con el cristianismo. Bartolom
Leonardo ley y se sirvi de los tratados renacentistas (Giraldo, Natale
Conti, Prez de Moya o Baltasar de Vitoria) que recogan las interpre18. Poca atencin al respecto haban prestado hacia Argensola A. Vives Coll en el libro antes
mencionado, pp.137 y sigs., y Christopher Robinson, Lucian and His Influence in Europe, Chapel Hill,
University of North Carolina, 1979, pp.128 y sigs.
AFA-69

275

Adrin Izquierdo

taciones mitogrficas tradicionales. Sin embargo, al estudiar su obra,


la autora revela variaciones que no se cien a la lectura alegrica que
prescriben dichos tratados. En humanistas como Quevedo o Bartolom
Leonardo, afirma, los dioses funcionan como trminos de comparacin
de personajes humanos o sus nombres como predicados metafricos y
como metonimias (p.114). La stira en prosa de Argensola se aparta
de la lectura alegrica al desechar el contenido moral de los relatos
mitolgicos, y Schwartz lo demuestra con ejemplos del Menipo litigante,
que revelan la incorporacin de ideas neoestoicas y otros contextos
ideolgicos en la stira del humanista aragons.
En conjunto, estos estudios, junto con sus notas exhaustivas, son
una convincente ampliacin de la edicin de las Stiras menipeas. Al
destacar el clasicismo conservador del autor aragons como continuador de un gnero de prestigio, Schwartz inserta su obra en una
corriente de realizaciones europeas de este gnero culto, recuperado
por humanistas renacentistas y barrocos. De ah la importancia, para
no restringirse al marco aragons ni peninsular, del apndice bibliogrfico de recientes publicaciones de las literaturas clsicas y europeas
(italiana, francesa y espaola), que refrendan los planteamientos y el
minucioso trabajo de recuperacin de las pautas de produccin de este
gnero que aglutina el libro.
Un volumen necesario que revisa y matiza cuestiones esenciales
sobre la imitatio, la contextualizacin histrica, el valor intrnseco de
las obras, su categorizacin genrica, el aprovechamiento del legado
greco-romano y renacentista, y que lleva por ttulo el conocido juicio
que del autor hiciera Baltasar Gracin aquel gran filsofo en el
verso, Bartolom Leonardo, nuestro aragons, en quien se compitieron
lo ingenioso y lo prudente.
Un libro que, cifrando en lo poco lo mucho, va discretamente
dedicado al siempre presente Isaas (Lerner).

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AFA-69

Reseas

Aurora Egido y Jos Enrique Laplana (eds.): Saberes humansticos y formas de


vida. Usos y abusos. Actas del Coloquio Hispano-alemn, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2012, 247 pginas.
Aurora Egido y Jos Enrique Laplana editaron recientemente las Actas del
Coloquio Hispano-Alemn celebrado en Zaragoza entre los das 15 y 17 de diciembre
de 2010, organizado por la ctedra Baltasar Gracin de la Institucin Fernando
el Catlico. El proyecto en el que este coloquio se inscribe, Saberes humansticos
y formas de vida en la Edad Moderna europea/Humanistenwissen und Lebenspraxis in der Frhen Neuzeit, trabaja sobre un amplio mapa temtico y cronolgico
con el objetivo de analizar no solo cul fue el impacto de los principios tericos
humansticos, sino tambin su eventual transgresin en el mbito de la filologa,
la ciencia y el arte. Los saberes del humanismo, desde su propio origen, vienen
acompaados por el sentido prctico, por lo que estos estudios se encuentran en
relacin con las formas de vida de la Europa altomoderna, vnculo que da nombre
a dicho proyecto de investigacin. En este volumen se recogen, en primer lugar,
las conferencias presentadas y, en segundo, el acta constituyente del Proyecto
Hispano-Alemn, una red de investigacin sobre el humanismo, y los proyectos
que se vienen desarrollando en las distintas universidades participantes.
En Desde los mrgenes: transgresin de saberes humansticos y de formas de
vida en la Espaa del siglo XVI, Agustn Redondo recorre el transgresor panorama
humanista que, alimentado por la autonoma, la libertad y el espritu crtico, es
capaz de cuestionar la centralidad del conocimiento y los saberes. As, demuestra
cmo, desde los mrgenes de lo codificado, se avanza hacia un humanismo que
trata de regenerar y dignificar al ser humano gracias al estudio de las autnticas
Buenas Letras. Lo ilustra el autor recorriendo ejemplos de mltiple naturaleza, como
los comentarios marginales, literalmente, realizados en las Introductiones latinae
nebrijenses, la oposicin al sistema ciceroniano apoyada en la necesidad de adaptar
el mensaje a un mundo diferente o el cuestionamiento filolgico de Arias Montano
sobre la autoridad eclesistica en su aspiracin a trabajar con documentos originales.
Sorprendentemente, este mismo humanismo que lucha por la autenticidad de textos
deslumbra por sus invenciones: las Antigedades de Viterbo o los plomos del
Sacromonte de Granada tambin son mrgenes del sistema humanstico.
Repara Redondo, adems, en las transgresiones de los debates intelectuales y
cientficos de la poca. As, Juan de Vergara o Domingo de Valtans defendieron
la igualdad del hombre y Bartolom de las Casas la de los indios. Por otro lado,
se cuestion la belleza neoplatnica, donde todo se une por flujo vital y donde el
monstruo desplaza las fronteras del conocimiento. A su vez, Giordiano Bruno y
Andrs Laguna contravinieron, tambin desde los mrgenes, las ideas eclesisticas
y las de sus propios maestros. Finalmente, el autor comenta las formas de vida
de dos tipos de mujeres, las brujas y las beatas, que chocaron con los saberes
religiosos: las primeras, por pactar con el diablo, y las segundas, por alejarse de
la centralidad eclesistica.
En el segundo trabajo del volumen, Elogio y vituperio de los clsicos:
el canon de autores grecolatinos en el Humanismo espaol, ngel Escobar
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reseas

aborda la suerte de los clsicos en el humanismo espaol para averiguar si el


canon puede ser una herramienta eficaz para estudiar la estima humanstica de
los Antiguos. Parte de las primeras listas espordicas alejandrinas y romanas que,
a diferencia del canon, eran abiertas, para proseguir con las selecciones tardas
de autores en la Antigedad, que solan tener una intencin pedaggica. Este fin
escolar tambin lo compartieron las listas de autores que, paulatinamente, aparecieron en la Edad Media. En la transmisin hispnica de los autores grecolatinos,
Escobar aduce tres factores potenciales: el escaso dominio del latn y, sobre todo,
del griego; la particular atencin a los autores cristianos, si bien se transigi con
los autores paganos que aportaban valores, y, en tercer lugar, la presencia de los
escritores hispanorromanos como Quintiliano o Sneca. Entiende el autor que el
trmino canon no es propio de la Antigedad ni del humanismo. As, las listas
grecorromanas de clsicos tenan un carcter ms didctico que universal y las
abundantes nminas humansticas de autores grecolatinos no compartan la finalidad
del concepto canon sino el puramente pedaggico.
Diferente es la preocupacin de Federico Corriente en el breve, pero intenso
artculo Humanismo semtico en Espaa: relato de un desencuentro, donde
denuncia el nefasto trato que se ha dado histricamente a los estudios semticos
en Occidente y les presagia un futuro poco afortunado. Este arabista recorre la
trayectoria del semitismo espaol, desde la curiosidad medieval por los adelantos
cientficos semticos y el inters humanista por los originales hebreos y arameos
bajo el arduo control de la Inquisicin, hasta alcanzar dichos estudios su primer
resquicio gracias a las ideas ilustradas. Corriente dibuja el oscuro panorama de las
ctedras de rabe en Espaa que, a diferencia de las europeas, fueron inexistentes
hasta el ltimo cuarto del siglo XX. Y peor augurio todava es el que ofrece la
universidad de Bolonia, donde, en su opinin, se suprime todo conocimiento de
races culturales e histricas sacrificando el conocimiento serio y profundo del
hombre. El captulo concluye, sin embargo, con un llamamiento a la esperanza y
apela a continuar trabajando en los estudios semticos y las humanidades frente
a quienes pretenden devaluar estos saberes para, as, seguir concienciando a la
sociedad del peligro que supone la deshumanizacin.
Vacilando entre Edad Media y Renacimiento: Castilla y el humanismo del
siglo XV es el ttulo de la aportacin de Stefan Schelelein, que plantea los lmites
cronolgicos de la recepcin del humanismo italiano en la Pennsula Ibrica. El
autor admite que el humanismo peninsular es un fenmeno aragons introducido
en Castilla a travs de notables figuras como la de Enrique de Villena y valora al
marqus de Santillana como un personaje vacilante en este proceso de recepcin
de ideas, modelos y estilos del humanismo. Schelelein analiza este cambio gradual
y heterogneo que tropez con la hostilidad de la nobleza, de las universidades
y de la imprenta y reconoce que este fue un movimiento de literatos, eruditos
y mecenas. De este modo, aunque autores como Prez de Guzmn, Hernando
del Pulgar o Rodrigo Snchez de Arvalo muestran un creciente inters por la
antigedad clsica y una progresiva valoracin de las letras, todava carecen de
algunos elementos humanistas, lo que les sita en un punto intermedio entre Edad
Media y humanismo.

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reseas

Alejandro Coroleu, en su artculo Recentiores: en torno al comentario a tres


humanistas italianos en la Europa del siglo XVI, analiza la aceptacin del humanismo entre 1494 y 1560 en Europa, particularmente en las reas belga, francesa,
holandesa y de lengua alemana. Para ello, repara en dos aspectos: la difusin impresa
y el uso escolar y acadmico en los studia humanitatis de tres obras esenciales del
humanismo italiano: las glogas petrarquistas, el epistolario filelfiano y Lamia, un
escrito de erudicin de Angelo Poliziano. Las tres se imprimieron varias veces y
fueron objeto de lectura y comentario en las aulas. Algunos autores como Badio
Ascensio o Benvenuto de Inmola publicaron sus comentarios al Bucolicum Carmen
de Petrarca, lo que da cuenta de la importancia de este gnero para la difusin de
las nuevas ideas. Las obras de Filelfo y Poliziano, por su parte, fueron empleadas
como manuales en las aulas universitarias, con lo que Coroleu respalda la tesis de
Francisco Rico de que las noticias provenientes de Italia se usaban incluso desde
posiciones que las contradecan. Este estudio evidencia, finalmente, la necesidad
de realizar una cronologa y una tipologa del comentario que esclarezca qu
recentiores merecieron mayor atencin en Europa.
Luis Gmez Canseco traza, a su vez, el camino de la inercia antiescolsitca
que, desde Erasmo, apel al estudio de las Sagradas Letras como fuente de fe y
conocimiento religioso. En Biblismo, humanismo y hebrasmo: lindes y encrucijadas se exponen las similitudes y diferencias de estas tres formas de acercarse
a las Escrituras, tres grupos que se preocuparon por comprender y trasladar el
mensaje bblico a sus contemporneos. El biblismo toma la palabra de Dios como
autoridad, por lo que acude a las fuentes originales, mientras que el humanismo se
inserta en el rigor metodolgico de la filologa y estudia desde los textos clsicos
a los bblicos. Es, por tanto, un antecedente del hebrasmo que, sin embargo, no
se aleja del texto bblico y considera el hebreo lengua de origen divino, la veritas
hebraica. Es este el contexto en el que Arias Montano aduce una literalidad con
dimensin teolgica, lo que rebasa los lmites de la ortodoxia filolgica del humanismo. En la creciente tensin entre teologa, biblismo, humanismo y hebrasmo,
Baltasar de Cspedes dej fuera del estudio del humanismo a la teologa y sern
los jesuitas quienes, en delicado equilibrio, se sometieron a la autoridad eclesistica y recogieron, de igual modo, las novedades humansticas, al menos hasta la
aparicin del mtodo racionalista.
Sobre el desarrollo de la arquitectura renacentista a partir de la difusin de la
tratadstica vitruviana habla Fernando Maras en Columnas y hombres: teora y
prctica artstica en la edad del Humanismo. Sintetiza este artculo los dos temas
principales de la teora arquitectnica en la poca: la perspectiva y el hombre
como medida y centro de la realidad. Detalla la recuperacin renacentista
de los sistemas de la antigedad clsica, un proceso en el que la tratadstica de
artes plsticas asume la terminologa e incluso la gramtica vitruviana con el fin
de alcanzar la rinascita dellantichit. Fernando Maras, adems, da cuenta de la
difusin de la obra de Vitruvio, en latn y traducida a otras lenguas, as como de
la tratadstica italiana del siglo XVI con su nmina esencial: Alberti, Francesco di
Giorgio, Bramante de Urbino, Serlio y Andrea Palladio. Este panorama de transformacin arquitectnica fusion el estudio filolgico y el de las ruinas y deriv
en una nueva concepcin del artista liberal, que se extendi por toda Europa.
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reseas

En el ltimo de los artculos, Divisiones philosophiae. La evolucin de las


artes en los siglos XVI, XVII y XVIII, Helmut C. Jacobs delinea la evolucin de
las clasificaciones de las artes y las ciencias (divisiones philosophiae) en Espaa
entre los siglos XVI y XVIII. Jacobs estudia la ampliacin del espectro de las siete
artes liberales medievales desde los studia humanitatis del siglo XVI hasta el Siglo
de las Luces como respuesta a los cambios mentales y antropolgicos del tiempo.
Expone el autor las aportaciones en la concepcin de las artes y las ciencias de
estudiosos como Luis Vives y Huarte de San Juan, quien clasific las disciplinas
conforme a las capacidades humanas. Jacobs explora novedades en las divisiones
philosophiae, como la inclusin de la pintura en las artes liberales formulada en el
siglo XVI por Gaspar Gutirrez de los Ros o la posterior consideracin histrica
de las artes y las ciencias de fray Martn Sarmiento y Benito Jernimo Feijoo. En
esta evolucin, la influencia de la Francia ilustrada se vio frenada por la poltica
espaola, pero se hizo notoria a partir de la dcada de 1780, cuando se comenz
a distinguir en Espaa entre las bellas artes y las ciencias. Pintura y escultura, no
obstante, todava se consideraban artes liberales debido a la gran recepcin de
los escritos ureos. El artculo concluye bosquejando las analogas que algunos
autores, como Gaspar de Molina y Saldvar, marqus de Urea, sealaron entre
las bellas artes, y que culminan en la defensa que hizo Arteaga de la pera como
confluencia de las artes imitativas, idea que ya estaba en Caldern y que ms
tarde consolid Wagner.
La segunda parte del volumen incluye el acta constituyente del Proyecto
Hispano-Alemn, fruto de los contactos cientficos desde el ao 2008, y una presentacin de los proyectos de investigacin que forman parte de este. En primer lugar,
Mechthild Albert explica el proyecto Los saberes del ocioso: ocio, sociabilidad
y saberes en el Siglo de Oro, que propone analizar la difusin de los saberes
humansticos de la novela corta urea y la funcin de los mismos en su dimensin
sociocultural, antropolgica y epistemolgica, planteando la hibridacin erudita de
este gnero as como su funcin para el lector urbano de la nueva cultura del ocio.
Dicho proyecto se vertebra a travs de dos aspectos fundamentales: de una parte,
el prestigio del saber y, de la otra, la medida en que la novela corta contribuye a
la divulgacin de los conocimientos. Este gnero se compromete con el horaciano
prodesse et delectare y se interesa en transmitir ejemplos de erudicin humanstica
y saberes con vistas a su aplicacin.
En El arte de pronosticar entre seriedad cientfica y ciencia oculta: la textualizacin de la fisiognoma en la literatura urea espaola, Folke Gernert esboza
su estudio sobre saberes hermticos, como la fisiognoma, la quiromancia y la
metoposcopia, que gozaron de notable relevancia en el sistema cientfico renacentista y fueron objeto de debate en crculos acadmicos del tiempo. Este proyecto
de investigacin aborda el anlisis de la lectura de los signos corporales en la
literatura, as como sus variaciones diacrnicas y genricas. Esta investigadora
presenta ejemplos que prueban la ficcionalizacin de estos conocimientos en el
siglo XVI y su prolongacin en el siglo XVII. Gernert examina la recepcin de
este tipo de textos en la Espaa altomoderna a travs de la documentacin y los
inventarios bibliotecarios de la poca y tambin su legitimidad a travs de los
ndices y documentos inquisitoriales.

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El siguiente proyecto del volumen es el dirigido por Wolfgang Matzat, La


evolucin del concepto de naturaleza en la temprana modernidad y las consecuencias
para la comprensin de la relacin entre hombre y sociedad. El objeto de estudio
de este proyecto son los cambios en el concepto naturaleza y la elaboracin de la
nueva concepcin humanstica del hombre, su ambiente y su exigencia. A travs de
una base textual, que incluye textos de saber filosfico y antropolgico, crnicas
de conquista y tambin elaboraciones literarias, se indaga en la transformacin
de concepcin cristiana de la naturaleza del hombre, como dependiente de Dios,
hacia una visin secularizada donde la naturaleza del ser humano tiene un poder
autnomo, producto del proceso natural.
Christoph Strosetzki introduce las preocupaciones esenciales del proyecto
Saberes humansticos y prcticas en la Espaa de la temprana Edad Moderna,
planteando las relaciones entre los saberes humansticos, que dejaron de sustentarse en la teologa medieval para otorgar una mayor importancia al conocimiento
adquirido por medio de la experiencia y las diferentes prcticas de la temprana
Edad Moderna. As, cada tipo de conocimiento se basa en la observacin y se
puede proyectar al futuro creando una gradacin entre teora y prctica. Este
proyecto pretende dar respuesta en torno a si se produjo en Espaa un cambio
en la jerarqua de los saberes, sobreponiendo al ideal de comprensin csmica a
travs de una contemplacin reflexiva la nueva meta de servir a las necesidades
ms cotidianas.
Bernardo Teuber y Horst Weich plantean el proyecto Oficio de amante,
oficio de poeta. Apuntes para un proyecto de investigacin en vas de gestacin,
cuyo objetivo principal es reconstruir los saberes humansticos referidos a amor
y poesa, as como los lazos que entretejen dos esferas tan apartadas. Para ello,
trabajan con un corpus que incluye documentos tericos e informativos, tratados,
comentarios, reflexiones moralistas, obras lricas, narrativas y comedias de capa
y espada, para extraer de ellas las doctrinas, explcitas o implcitas, sobre la vinculacin entre amor y poesa.
El proyecto Erasmus Hispanicus, bajo la direccin de Emilio Blanco, nace
de la necesidad de realizar traducciones modernas en castellano de la obra del roterodamo ampliando el espectro de estudio erasmista asentado por Marcel Bataillon.
Gracias a este proyecto, se han traducido al castellano las obras de teora literaria de
Erasmo y, en su siguiente fase, se trabaja en la traduccin integral de los Colloquia
y en apartados sobre la bibliografa y la influencia de Erasmo en Espaa.
Propaganda y representacin. Lucha poltica, cultura de corte y aristocracia
en el Siglo de Oro ibrico es el ttulo del proyecto presentado por Fernando
Bouza, en el que diversos investigadores de universidades de Espaa, Francia y
Portugal anan esfuerzos para estudiar las prcticas culturales ibricas, tanto escritas como orales y visuales, en los siglos XVI y XVII. La cuestin de los saberes
se encuentra ligada al anlisis de los usos y prcticas de la aristocracia, que, a
veces, estaban teidas de intencin poltica, por lo que se ha de tener en cuenta
el contexto cultural de la poca.
Mara Jos Vega describe el proyecto Oficios de la conciencia. Teora de
la censura y construccin del sujeto en el siglo XVI, donde se estudia la censura
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reseas

como instrumento de control social, erradicacin del disenso y creacin de convenciones, y cuya finalidad es identificar qu principios la legitiman. Se trata de
una valoracin transversal que examina cmo los mtodos censorios de la Contrarreforma afectaban a la textualidad y a la circulacin de ideas y libros, as como
a los modos y prcticas de la escritura, contribuyendo a establecer la disciplina
social y la cohesin poltica en la Europa moderna.
El proyecto presentado por Jos Enrique Laplana Gil, Baltasar Gracin y la
cultura de su tiempo es continuacin de dos proyectos previos dirigidos por Aurora
Egido, cuyo objeto va ms all del anlisis y edicin de las obras de Gracin, pues
pretende ahondar en el estudio del contexto cultural aragons y espaol del siglo
XVII y su relacin con la cultura humanstica espaola.
Las Actas del Coloquio aportan, como se ha visto, una amplia panormica, no
solo de los presentes estudios, sino de la vocacin de futuro que posee el proyecto
Saberes humansticos y formas de vida en la Edad Moderna europea. Los artculos
editados en el volumen estn acotados por el ttulo del Coloquio: los usos y abusos
de los saberes humansticos y sus aplicaciones prcticas. Todos ellos suponen un
examen tanto de los propios fundamentos del humanismo, como de ese movimiento
inverso estudiado por William J. Bouwsma que, como seala Aurora Egido en
su prlogo, promulg la renovacin de los gneros a travs del cuestionamiento
de los presupuestos humansticos desde una saludable crtica. Es a travs de los
mrgenes, de la transgresin de los saberes asentados, de la ruptura con las ideas
previas, desde donde la historia de las ideas avanza y desde donde el humanismo
sobrevive. Hoy, ms que nunca, necesitamos una visin retrospectiva y profunda
sobre los caminos tomados por el humanismo para comprender al hombre, cuya
dignidad nace del ejercicio de las humanidades. En ltima instancia, se trata de
entendernos a nosotros mismos.
Paloma Pueyo Sahn

Concepcin Martnez Pasamar y Cristina Tabernero Sala: Hablar en Navarra.


Las lenguas de un reino (1212-1512), Pamplona, Gobierno de Navarra-Caja
de Ahorros de Navarra-Diario de Navarra, 2014, 108 pginas.
En la introduccin de este libro podemos leer las siguientes lneas: La diversidad lingstica de Navarra es una de las constantes en su caracterizacin desde
antiguo, como corresponde a un territorio que, independientemente de su condicin
poltica o administrativa, ha constituido secularmente una encrucijada de pueblos
y culturas; tambin de lenguas. En estas breves palabras, las profesoras Martnez
Pasamar y Tabernero Sala, del Departamento de Filologa Espaola de la Universidad
de Navarra, mencionan varios factores determinantes que habr que tener en cuenta
para la lectura de esta obra sobre las lenguas de este territorio: el plurilingismo y
la relacin fluida con las comunidades de ambos lados de los Pirineos.

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reseas

En la primera parte de la obra, las autoras prestan atencin al navarro medieval.


Se sitan, con este fin, en los antecedentes que justifican la situacin lingstica
de ese periodo y destacan que la romanizacin se habra visto favorecida por la
existencia de ncleos urbanos en el rea donde nacera el reino de Navarra y por
las lenguas celtibricas de origen indoeuropeo como el latn esparcidas por la
mitad meridional de la regin. De este modo, cuando cesa la fuerza romanizadora
y latinizadora desde Roma, esta contina llegando desde la zona oriental (en torno
a la abada de Leire, en un territorio de impronta romana y cristiana) y desde el
rea meridional, donde antes no se haba hablado eusquera y donde se haba asimilado ms intensamente la cultura romana. En relacin con la Alta Edad Media,
advierten una situacin del romance que poco difiere de la de otros romances
peninsulares: se asiste a la hegemona del latn en la documentacin escrita, aunque se produce un progresivo romanceamiento de los textos. No obstante, como
es de esperar para esta regin, en ellos se pueden localizar diseminados algunos
trminos en eusquera.
A continuacin las autoras describen la progresiva sustitucin del latn por el
romance navarro en la documentacin bajomedieval, sealando que esta variedad
ya habra adquirido su propia personalidad lingstica, la cual se ver acentuada
a partir del siglo XIII por el contacto con otras hablas romnicas. En este sentido
destacan la presencia en el rea navarra de gentes llegadas del sur de Francia,
hablantes de occitano en su mayora mercaderes acogidos para repoblar estas
tierras, pero tambin peregrinos del Camino de Santiago, que dejarn su huella
principalmente en el lxico y ms concretamente en el relacionado con los oficios.
Pero adems los francos, procedentes de la Galia septentrional, influyen notablemente en la variedad prestigiada del romance navarro por su participacin activa
en la corte desde principios del siglo XIII; ms exactamente, a partir de la unin
entre Navarra y Francia por va matrimonial (entre 1274 y 1328), se intensifican
los contactos entre ambas regiones en lo que respecta a la administracin, la cultura y el arte, lo cual tambin alcanza al plano de la lengua. De este modo, ciertos
trminos del lenguaje cancilleresco, como los referidos a los cargos de la corte,
las frmulas de tratamiento o los impuestos, tendrn un origen franco.
Las Dras. Martnez Pasamar y Tabernero Salas se detienen a continuacin
en el siglo XV, periodo en el que perciben ciertas divergencias geogrficas en
el romance navarro, de manera que establecen una subdivisin dialectal entre
las variedades orientales (ms prximas a las aragonesas), las meridionales (con
rasgos en comn con otros puntos de la Ribera) y las del centro y el norte del
reino. Plantean asimismo la aparicin de diferencias diastrticas que se puede
observar en esta poca, siendo la modalidad superior la que corresponde al uso
oficial y a la corte. Ahora bien, las autoras plantean asimismo la cuestin de que
este navarro prestigiado a fines del Medievo tuvo un desarrollo fontico similar en
ciertos puntos al castellano, hecho explicable tanto desde la casual coincidencia
de soluciones como desde la castellanizacin. Adems, en lo que a la morfologa
y la sintaxis se refiere, se est de acuerdo en el carcter conservador del navarro,
carcter que ha perdurado en los siglos posteriores. La obra se cierra con una
descripcin menos detenida de lo ocurrido a partir de la anexin de Navarra al
Reino de Espaa en 1512, cuando el navarro va perdiendo personalidad y paulatiAFA-69

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reseas

namente se va integrando como dialecto dentro del espaol, hecho similar al que
tendr lugar tambin en otras reas laterales de la Pennsula, como Aragn, Len
o Asturias. En este sentido, se matiza que este retroceso en los primeros tiempos
es solo de tipo social, ms que geogrfico.
El eusquera recibe tambin como cabra esperar una atencin constante
a lo largo de la obra pues era la lengua con la que se comunicaba oralmente la
mayor parte de la poblacin de Navarra. Es conocido por todos que los testimonios escritos de esta lengua quedan restringidos en la Edad Media a la aparicin
espordica de trminos salvo algunas frases intercaladas en textos en romance
hasta mediado el siglo XVI.
As es que el constante multilingismo del reino navarro durante la Edad
Media e incluso antes es caracterstica relevante que debe ser resaltada: los
romances autctonos de una y otra rea, las variedades francas y occitanas instaladas en la corte y en los pueblos y el eusquera predominante en la comunicacin
oral entraban en contacto continuamente, lo que proporcion al romance navarro
rasgos diferenciadores frente a otras hablas peninsulares.
Es de agradecer sin duda la aparicin de obras cientficas como la que aqu
presentamos que, por su carcter divulgativo, ofrecen una primera visin de conjunto y, por otra parte, orientan con provecho al lector que se acerca a los temas
expuestos por primera vez. Precisamente queremos sealar la claridad de las autoras
a la hora de presentar aquellas ideas sobre las que hay un consenso entre los estudiosos. Hemos de aludir tambin en este punto a las dos autoridades, sobradamente
conocidas, que han sido mencionadas repetidamente en la publicacin: Fernando
Gonzlez Oll y Carmen Saralegui, ambos profesores con un conocimiento profundo
del romance navarro, especialmente en su etapa medieval. Buena muestra de ello
es la bibliografa, en la que se mencionan varios trabajos suyos para profundizar
en la cuestin.
En definitiva, este interesante libro aqu reseado descifra las claves que
deben tenerse en cuenta para adentrarse en el estudio de las lenguas del reino de
Navarra. Las profesoras Martnez Pasamar y Tabernero Salas, aprovechando la doble
efemride de la Batalla de las Navas de Tolosa en 1212 (acontecimiento crucial en
el que participaron tropas navarras) y de la anexin de Navarra a Espaa en 1512,
nos brindan este libro, de lectura amena, que ser del agrado de todos aquellos
lectores que sientan curiosidad por las cuestiones lingsticas. En l realizan una
exposicin bien trabada y clara, con la ayuda de textos ilustrativos, que gustar
tambin a los lectores interesados por la historia de las hablas regionales de Espaa
y por las variedades lingsticas de la poca medieval.
Mateo Montes Fano

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ngela Madrid Medina: El Maestre Juan Fernndez de Heredia y el Cartulario


Magno de la Castellana de Amposta (tomo II , vol 1), Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, Fuentes Histricas Aragonesas, 67 (2012), 336
pginas.
En los ltimos aos estamos asistiendo a un nada desdeable incremento
de publicaciones sobre la vida y obra de Juan Fernndez de Heredia, aragons
universal y figura clave en la historia europea del siglo XIV. La publicacin de
las Actas de las Jornadas celebradas en 1996 con motivo del sexto centenario de
la muerte de Heredia, editadas por Aurora Egido y Jos Mara Enguita1, supuso
un importante hito en los estudios heredianos. Fruto de dichas jornadas son, sin
duda, buena parte de las publicaciones de las obras de Heredia que han aparecido
recientemente2. A ellas hay que sumar el libro que aqu reseamos que, sin duda,
supone una aportacin de primer orden a la bibliografa sobre el Gran Maestre.
ngela Madrid Medina, catedrtica de Historia en Enseanzas Medias y
profesora de Historia Medieval en la UNED, experta en paleografa y documentacin medieval, as como buena conocedora de las rdenes militares en Espaa,
con valiosas y abundantes aportaciones sobre el tema, ofrece aqu una seleccin
de textos del Cartulario Magno de Amposta. Juan Fernndez de Heredia, siendo
Castelln de Amposta, mand compilar en 1350 los documentos anteriores de la
Castellana, y en 1794 la Castellana de Amposta encarg a Juan Antonio Fernndez, notario del tribunal eclesistico del obispado de Tudela y archivero general
de la Orden de Santiago, su revisin, como as consta en cada uno de los libros
que forman el Cartulario.
Esta publicacin es una aportacin muy valiosa a los estudios sobre la Orden
del Hospital de San Juan de Jerusaln3, una de las rdenes ms importantes debido,
entre otros muchos aspectos de su historia, a que fue la heredera de buena parte de
las posesiones de la Orden del Temple tras la disolucin de esta a principios del
siglo XIV. Pero tambin es oportuna por la relevancia que tiene el Cartulario dentro
de la produccin herediana, reflejo de su inters por compilar la historia anterior
de su orden y salvaguardarla para la posteridad; aspecto este ltimo que anuncia,
de alguna manera, el espritu humanista que triunfar un siglo ms tarde.

1. Egido, Aurora y Jos Mara Enguita, eds. (1996): Juan Fernndez de Heredia y su poca. IV
Curso sobre Lengua y Literatura en Aragn, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico. A ello hay
que aadir la labor anterior, unnimemente reconocida, realizada en el Hispanic Seminary of Medieval Studies (HSMS), de la Universidad de Wisconsin, en Madison; las numerosas publicaciones de la
recientemente fallecida Regina af Geijerstam; los trabajos del profesor Juan Manuel Cacho Blecua y de
otros profesores de la Universidad de Zaragoza, entre otros.
2. Obras de Heredia publicadas despus de las citadas Jornadas son las editadas por Romero
Cambrn (2008) del Orosio; Adelino lvarez del Libro de los emperadores (2006), del Tucdides (2007)
y del Plutarco (2009); Guardiola del Rams de Flores (1998); Ramn i Ferrer tambin del Rams (2006);
Martnez Roy (2010) de una parte de la Crnica de los conquiridores.
3. Sigue en este sentido el trabajo de la profesora ngela Madrid las aportaciones realizadas
ltimamente por Ricardo Cirbide, entre las que cabe destacar su Edici crtica dels manuscrits catalans indits de lorde de Sant Joan de Jerusalem, segles XIV-XV (Barcelona, Fundaci Noguera, 2002)
y el importantsimo trabajo de edicin crtica de los Estatutos de la orden de San Juan de Jerusaln,
manuscritos occitanos siglo XIV (Bilbao, Universidad del Pas Vasco, 2006).
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El total del Cartulario de Amposta consta de seis tomos, encuadernados en


pergamino, que se custodian en el Archivo Histrico Nacional, seccin de cdices
y cartularios. De parte de l ya tenamos noticias en varias publicaciones de la
profesora M. Luisa Ledesma. ngela Madrid nos ofrece aqu una parte pequea
del Cartulario: el tomo II, vol. 1, cuyo inters destaca la propia editora, ya que
recoge un bloque importante de documentos de carcter general, con bulas papales
y privilegios reales (p.34). El primero de los documentos editados est fechado
en 1216 y el ltimo en 1337, aunque hay alguno del siglo XV, aadido por otro
amanuense y, por tanto, posterior a Fernndez de Heredia.
La edicin va precedida de un interesante prlogo en el que la editora hace
una oportuna sntesis sobre la vida de Heredia y sobre la Orden de San Juan de
Jerusaln. Estas pginas pueden servir de excelente gua para cualquiera que desee
acercarse por primera vez a la vida y obra del Gran Maestre.
La edicin propiamente dicha abarca las pginas 39-306. Los documentos,
numerados en arbigos, estn escritos todos ellos en latn medieval, fcilmente
comprensible. El contenido es, por este orden, bulas papales, privilegios de diversos
prelados, privilegios de los papas Clemente e Inocencio, y privilegios reales. Su
lectura resulta especialmente destacable para conocer aspectos de la vida ordinaria de los miembros de la Orden del Hospital, de sus costumbres, privilegios y
dems caractersticas que los diferenciaban de otras organizaciones eclesisticas.
Con frecuencia asoman en los documentos las tensiones que se produjeron entre
el poder episcopal y los Hospitalarios en relacin a exenciones, cargas, tributos,
etc. A pesar del lenguaje eminentemente jurdico y formulario propio de este tipo
de textos, asoman con mucha frecuencia aspectos de gran relevancia para conocer
la historia real de los miembros de la orden en el siglo XIV.
De especial inters lingstico son las notas escritas al margen del documento
y que la editora transcribe a pie de pgina, as como la declaracin introductoria
de Domingo Carcasses, notario por auctoridat real en toda la tierra e sennyora
del sennyor de Aragn (p.41), en la que deja constancia de la tarea encomendada
por el Castelln de Amposta. Nada se nos dice de la posible fecha de escritura de
estas notas, pero por la lengua que reflejan no deben de ser muy posteriores a la
redaccin del Cartulario. Tanto la declaracin introductoria del notario como el resto
de las notas presentan unas caractersticas lingsticas similares: estn escritas en
lengua romance con una importante presencia de elementos propios del aragons
de la poca: grafa ny y nny para la palatal nasal, h- inicial expletiva no etimolgica, soluciones fonticas tpicamente aragonesas como cullidores, mulleres, fillos,
clamar, gitar o castiello; abundan formas como encara, dius, vegada, seu, sallir o
el posesivo lur; y, en cuanto a usos verbales, se observa la utilizacin del futuro de
indicativo en lugar de subjuntivo (Da licencia a los espitaleros que en los lugares
que cobraran de poder de los moros puedan construyr ecclesias, pg. 54, nota 81)
o del participio de presente con valor propiamente verbal (Perdones otorgados a
los fazientes e ayudantes al uiatge de la Tierra Sancta, p.56, nota 85), etc.
La obra se cierra con dos ndices, de personas y de lugares, que resultarn
de gran utilidad para los estudiosos de la Orden del Hospital y tambin para el
estudio onomstico.

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Para el desconocedor del Cartulario sera importante encontrar algn dato


ms sobre su estructura y composicin, as como sobre el resto de documentos
que conforman el tomo II del mismo. Y quizs un lector fillogo esperara ms
referencias sobre las caractersticas del texto, los criterios de edicin, abreviaturas,
etc., ya que nicamente se seala una caligrafa en letra gtica aragonesa de privilegios del siglo XIV, que en general es bastante buena, utilizando letras iniciales
en rojo y verde, y haciendo uso de abundantes abreviaturas (p. 33); pero dado
que la edicin se inserta en la coleccin Fuentes Histricas Aragonesas, no cabe
duda de que cumple con creces las expectativas del historiador que se acerque a
ella. Nos atrevemos a sealar tambin la utilidad que tendra la recopilacin de
la bibliografa citada a lo largo del trabajo: como no es muy numerosa, sera de
agradecer su presencia, bien al final de la introduccin o al final de la edicin.
En algn caso nos ha resultado difcil localizar la referencia bibliogrfica citada
en el cuerpo del texto.
En fin, los anteriores comentarios solo pretenden ser sugerencias por si tenemos
la suerte de que dentro de poco podamos ver impreso el Cartulario Magno de la
Castellana de Amposta en su totalidad. ngela Madrid sugiere en la introduccin
de la edicin aqu reseada su deseo de publicar todo el Cartulario. Los estudiosos
de la vida y obra de Juan Fernndez de Heredia y los historiadores de la Orden de
San Juan de Jerusaln y de las rdenes militares en general, estaremos de enhorabuena, especialmente si viene de mano experta como la aqu reseada.
Francisco Sangorrn Guallar

Javier Giralt Latorre, La llengua catalana en documentaci notarial del segle


XVI dAlbelda (Osca), Ayuntamiento de Albelda, con la colaboracin de la
Diputacin Provincial de Huesca y del Centre dEstudios Lliterans, 2012,
416 pginas.
No necesita presentacin en estas pginas Javier Giralt Latorre, Profesor Titular de Filologa Catalana en la Universidad de Zaragoza y reconocido especialista
en el estudio de las hablas catalanas de Aragn, especialmente de las referidas a
la comarca de La Litera. En efecto, desde el comienzo de su labor investigadora,
con la tesis doctoral Contribucin al estudio de las hablas de La Litera (Huesca),
dirigida por el Dr. Jos M Enguita Utrilla, ha desarrollado una intensa actividad
con el propsito de dar a conocer y no solo a los especialistas la realidad de
esta zona lingsticamente fronteriza, de indudable actualidad por motivos sociolingsticos y polticos. Entre sus publicaciones, referidas tanto a la descripcin
sincrnica como al estudio histrico o a la onomstica, citaremos dos libros,
Aspectos gramaticales de La Litera (Zaragoza, IFC, 1998) y Lxic de la Llitera
(Lleida, Ed. Milenio, 2005) y, entre los numerosos trabajos publicados en Actas de
congresos y en revistas especializadas, dos artculos recientes que pueden leerse
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en la revista que acoge esta resea: El cataln noroccidental a ambos lados de


la frontera (AFA, 67 (2011), pp.113-141), y El cataln en la Franja de Aragn:
una aproximacin histrico-lingstica (AFA, 68 (2012), pp.39-74).
En esta ocasin se acerca a la historia de la lengua catalana en territorio
aragons con el anlisis de documentacin notarial del siglo XVI procedente de
la localidad oscense de Albelda, textos que ya haba manejado con anterioridad
(Toponmia dAlbelda (Osca) en documentaci notarial del segle XVI, Actes del
Dotz Colloqui Internacional de Llengua i Literatura Catalanes, vol. III, 2003,
pp. 299-316; Llits de roba del siglo XVI en Albelda (Huesca), en De moneda
nunca usada. Estudios filolgicos dedicados a Jos M. Enguita Utrilla, Zaragoza,
IFC, 2010, pp.295-309). Y lo hace con un trabajo completo, pormenorizado y riguroso que supone una notable aportacin a la historia del cataln y que demuestra
su uso administrativo en la comarca literana en una poca en la que el castellano
se haba ya impuesto en la administracin.
El libro se estructura en tres partes: Estudio lingstico (pp.7-291), Corpus
documental (pp. 293-354) y Anexos (pp. 355-416). El estudio lingstico, que
constituye el ncleo fundamental de la obra, est integrado por los habituales
apartados en una monografa de estas caractersticas, todos ellos desarrollados con
el mximo rigor: Introduccin (pp.9-17), Grafas y fontica (pp. 19-52), Morfologa y sintaxis (pp. 53-156), Lxico (pp. 157-249), Onomstica (pp. 251-280),
Conclusiones (pp.281-284) y Referencias bibliogrficas (pp. 285-291).
En la Introduccin se establece el propsito de la investigacin, se caracterizan
los manuscritos y se sitan en el contexto social e histrico que les corresponde.
Los objetivos que persigue el profesor Giralt son mostrar cmo la lengua que hoy
se habla en la zona se sustenta en el pasado, difundir unos textos no literarios
conservados en archivos municipales aragoneses y contribuir al conocimiento del
cataln nord-occidental del siglo XVI. Parte para ello de los protocolos notariales
conservados en el Archivo de Albelda correspondientes a este periodo datados
concretamente entre 1541 y 1600, la mayor parte de los cuales estn redactados
en castellano o, espordicamente, en cataln o en latn. El corpus analizado est
constituido por los treinta y dos documentos escritos en cataln, cuyo contenido
el esperable en este tipo de textos: capitulaciones matrimoniales, testamentos,
inventarios, contratos de arrendamiento, etc. permite un acercamiento a la vida
cotidiana de los habitantes de Albelda y localidades prximas en la segunda mitad
del siglo XVI, momento en el que para Javier Giralt seguramente el cataln
tendra todava cierto prestigio en el rea catalanohablante de Aragn y sera el
nico vehculo de expresin para la mayora de la poblacin.
En los siguientes captulos se analizan, de manera perfectamente ordenada
y minuciosa, las caractersticas lingsticas de los documentos transcritos. En
relacin a las grafas, junto a las distintas representaciones del fonema voclico
/i/, el uso de -h- como marca antihitica o la presencia de la s- lquida, podramos
destacar aspectos como la alternancia l-/ll- para representar la palatal lateral inicial, la ausencia de consonante dental -d- en formas como por caracterstica
del ribagorzano, pallars y rosellons y, sobre todo, la indistincin entre las
consonantes sibilantes dentales y alveolares (perceptibles en los usos de s por

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c, o c, por s) e, incluso, algunos ejemplos de confusin grfica entre -s- y


-ss- que el autor siempre muy prudente no se atreve a asegurar con absoluta
certeza que sean reflejo del apitxament que actualmente caracteriza a las hablas
de la Litera, en las que ha desaparecido la oposicin entre /s/ sorda y /z/ sonora.
La misma cautela manifiesta ante casos como bllanes, fllorin o amplla, para los
que plantea la posibilidad de que representen la pronunciacin caractersticamente
ribagorzana con palatalizacin de la consonante lquida; o ante un uso grfico
que podra ser sntoma de la despalatalizacin de -x, -ix finales (requereis por
requereix), fenmeno conocido actualmente en la zona.
El anlisis de las soluciones fonticas ms significativas reflejadas en los
textos de Albelda, algunas ya puestas de relieve en relacin con su representacin
grfica, desvela las caractersticas generales de la lengua antigua catalana y, en
alguna ocasin, las del cataln occidental; cabra mencionar entre otros rasgos alternancias como feita/feta o sant/sent, la evolucin del grupo -rs final a
-s, o la conservacin de la -r final en casi todos los casos siguiendo la tradicin
literaria, aunque las dos excepciones registradas (cubert y dalls) seran indicio
de ausencia de pronunciacin.
Numerosos ejemplos acompaan la pormenorizada descripcin morfosintctica de los documentos, en la que se atiende con el oportuno apoyo bibliogrfico tanto a la forma como al uso de los distintos componentes gramaticales;
podemos sealar en una rpida enumeracin la existencia de algunas palabras
descendientes del nominativo latino (hom), la formacin del plural en -es para los
sustantivos en -a y en -os para los terminados en -s o en consonante, las formas
predominantes del artculo lo, la, los, les, o el uso de en, na (derivados de DOMINE,
DOMINA) como artculos personales (en Pere Torres); exhaustivos son los apartados dedicados a los diferentes tipos de determinantes y pronombres (entre los
que destaca la abundante utilizacin de los pronombres adverbiales hi, y, ne, n,
la presencia del demostrativo neutro a, el escaso uso de qui o el empleo espordico del posesivo lur), adverbios y locuciones adverbiales (ordenados segn la
clasificacin tradicional), preposiciones, locuciones prepositivas y conjunciones.
Concluye este apartado con un amplio captulo dedicado al verbo en el que
se atiende a desinencias y cuestiones generales (como el predominio de -e sobre
-a en la 3. persona del singular, la alternancia entre dos tipos de terminacin en
los verbos incoativos el propio del cataln occidental y el correspondiente al
rea oriental o el uso de los auxiliares ser y haver) y se analizan los distintos
tiempos verbales; en relacin al pretrito imperfecto de indicativo, merece la
pena anotar que unos pocos ejemplos con -v- (exive, tenive), sirven de testimonio
histrico del resultado que hoy se observa en las hablas orientales de La Litera,
en correspondencia con el aragons que conserva la -b- en las tres conjugaciones.
En cuanto a los usos verbales, sobresale la abundante utilizacin de la voz pasiva
y, entre otros aspectos, coincidiendo tambin con el aragons medieval, el empleo
del futuro de indicativo en oraciones subordinadas que expresan contingencia.
Se incluyen en el Lxico todas las palabras aparecidas en los documentos de
Albelda, excepto las unidades gramaticales, ya estudiadas en los correspondientes
apartados. Es por tanto un completo y utilsimo glosario que, adems de documentar
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en el siglo XVI las palabras registradas en este territorio, proporciona numerosos


datos de inters. En cada entrada en la que se recogen variaciones formales y
morfolgicas (cam/quam, camisa, camises/camisas/camissa, camisses) se aporta
la marca gramatical y el significado o significados de la palabra mediante el equivalente cataln actual, completado normalmente con otro u otros sinnimos o con
una breve definicin explicativa (v. gr. arbre: arbre; adobar: adobar, esmenar,
corregir, millorar; acabar: acabar, deixar completa una cosa duent-la fins a la
fin que li pertoca; agost: agost, vuit mes de lany). A continuacin, bajo el
epgrafe Contexto, se introduce, al menos, un ejemplo de uso entresacado de los
documentos y, finalmente, cuando la entrada lo requiere, se facilita informacin
sobre el timo, pervivencia actual o extensin dialectal de la voz y se remite a
otros archivos de la Franja.
El Estudio lingstico se completa con un captulo dedicado a la Onomstica,
subdividido a su vez en dos apartados, Antroponimia y Toponimia. En el primero de
ellos analiza la estructura de los antropnimos en general nombre + apellido
y explica con detalle el origen y caractersticas de los nombres de pila y de los
apellidos. Y en el segundo se ocupa de los topnimos, la mayora pertenecientes
a Albelda y su comarca, atendiendo segn la metodologa habitual a su ubicacin, caractersticas del lugar, etimologa, etc.
Unas breves Conclusiones dan cumplida cuenta de los principales aspectos que
se desprenden de la investigacin llevada a cabo y subrayan aquellos rasgos que
remiten al mbito de la oralidad y que en ocasiones reflejan soluciones dialectales.
Termina el autor destacando la importancia de estos textos redactados en un
rea perifrica en un momento en que el cataln empezaba a entrar en decadencia
en el uso oficial administrativo que demuestran que a mediados del siglo XVI
el cataln se empleaba en la redaccin notarial y era hablado en un territorio aragons en el que sigue vivo en la actualidad, circunstancia que en un momento
de amplio debate lingstico, poltico y social en nuestra Comunidad le lleva a
reivindicar la normalidad para esta lengua en las reas aragonesas en las que
se conserva.
En la segunda parte del libro, el Corpus Documental, se transcriben los
treinta y dos documentos en los que se ha basado la monografa. Y los Anexos,
cuatro en total, consisten en un completo ndice de formas verbales (en el que se
lematizan en infinitivo los verbos registrados y se anotan todas las formas documentadas) y unos utilsimos ndice de palabras, ndice de antropnimos e ndice
de topnimos, con remisin en todos los casos al documento y lnea en que se
localizan las voces.
A lo largo de estas lneas he repetido con cierta frecuencia adjetivos como
profundo, minucioso, detallado, para referirme a las caractersticas del estudio
realizado por el profesor Javier Giralt, resultado de una equilibrada combinacin de
inters personal, entusiasmo y rigor cientfico. El autor cumple de manera absolutamente satisfactoria su propsito inicial, ya que nos ofrece una valiosa aportacin
a la historia del cataln en Aragn, contribuye a un mejor conocimiento de sus
peculiaridades lingsticas durante la segunda mitad del siglo XVI y proporciona,
adems, un firme soporte histrico a la lengua que hoy se conserva con absoluta

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vitalidad en la comarca de La Litera. Su lectura resulta recomendable no solo para


los especialistas en filologa catalana y aragonesa, sino para todos cuantos estn
interesados por la situacin lingstica y sociolingstica actual de la denominada
Franja Oriental aragonesa.
Rosa Mara Castaer Martn

Touria Boumehdi Tomasi: Una miscelnea aljamiada narrativa y doctrinal. Edicin


y estudio del manuscrito Junta 57 del CSIC Madrid, Zaragoza, Institucin
Fernando el Catlico, Coleccin Estudios, 2012, 801 pginas.
La profesora Touria Boumehdi Tomasi ha sido discpula de Hossain Bouzineb,
uno de los estudiosos de la literatura aljamiada ms reconocidos. Estudi Lengua
y Literatura espaolas en la Universidad de Rabat (1981) y despus obtuvo el DEA
en Lengua y Civilizacin Orientales en la Universidad de Pars III-Nueva Sorbona
(1987) y el Doctorado en Espaol en la Universidad de Toulouse-Le Mirail (2010).
En la actualidad ejerce su docencia en la prestigiosa Universidad de Stanford. En
esta publicacin nos presenta una magna investigacin acerca de uno de los siempre
interesantes manuscritos que formaban parte de la antigua coleccin de la Junta
para la Ampliacin de Estudios y que, despus, pas a los fondos bibliogrficos
del Consejo Superior de Investigaciones Cientficas de Madrid. En concreto, el
manuscrito aljamiado nm. 57 J, un cdice annimo de 15871. Dicho texto rene
numerosas leyendas de tipo religioso y fantstico, alguna de las cuales ya ha sido
analizada con anterioridad de forma aislada 2. Estos manuscritos, ms de ciento
cincuenta, fueron hallados en 1884 en el doble techo de una casa de Almonacid
de la Sierra, y fueron guardados en su mayor parte por don Pablo Gil, en tanto
que el padre Fierro, de los Padres Escolapios de la ciudad de Zaragoza, recopil
otros veinticinco, y algn ejemplar debi quedar en manos particulares de vecinos
de la localidad. La edicin de estas fuentes manuscritas es siempre recibida con
avidez por los estudiosos de la literatura aljamiada, pues constituyen un material
muy valioso que nos proporciona informacin directa sobre la minora morisca
aragonesa, acerca de su historia, sus costumbres religiosas, sus gustos narrativos
y sobre su lengua3. Poco a poco estos textos van viendo la luz y estas ediciones
permiten que historiadores y lingistas puedan acceder a ellos.
1. El manuscrito est datado en esta fecha en una de las guardas, y con grafa latina; la investigadora ha comprobado minuciosamente la verosimilitud de est datacin (pp.28-30).
2. En el estudio podemos encontrar un apartado dedicado detalle a todas las ediciones anteriores
de cada una de las leyendas que componen este cdice (pp.54-92).
3. Cf. Alberto Montaner, El depsito de Almonacid y la produccin de la literatura aljamiada (en
torno al ms. Miscelneo XIII), Archivo de Filologa Aragonesa, XLI (1988), pp. 119-152; Mara Jos
Cervera Fras, Manuscritos moriscos aragoneses, Zaragoza, Instituto de Estudios Islmicos y del Oriente
Prximo, 2010; Juan Carlos Villaverde Amieva, Los manuscritos aljamiado-moriscos: hallazgos, colecciones, inventarios y otras noticias. Toda la informacin actualizada en <http://www.bne.es/es/Micrositios/
Exposiciones/MemoriaMoriscos/Estudios/Seccion6/>, 2010, pgina consultada el 4 de enero de 2014.
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La edicin se abre con el planteamiento de los objetivos que la investigadora


se ha propuesto conseguir: describir el cdice, pero sin pretender en absoluto
agotar el estudio del manuscrito, demasiado amplio y rico para hacerlo en un solo
trabajo. Transcribir el texto, tarea siempre complicada en este tipo de documentos,
muy maltratados por el tiempo. Y, por ltimo, aportar un vocabulario completo
dividido en tres apartados: voces comunes, nombres propios y expresiones rabes,
siguiendo la metodologa de la Escuela de Oviedo.
A modo de contextualizacin, encontramos un breve esbozo de las circunstancias histricas en las que tiene lugar la creacin de este manuscrito (pp.21-23).
Tras varios siglos convivencia, la situacin de los musulmanes en la Pennsula
Ibrica lleg a un punto sin retorno. Tras las conversiones forzosas en el primer
tercio del siglo XVI, las condiciones de los moriscos se fueron agravando, especialmente tras la Guerra de Granada de 1568, motivada en gran parte por los decretos
que privaban a los moriscos de sus trajes, bailes y costumbres. Haca tiempo que
los musulmanes de Aragn y Castilla haban olvidado su lengua de origen, pero
mantuvieron la costumbre de escribir con grafa rabe, la grafa que Allah haba
regalado a sus fieles. Sus documentos y textos, perseguidos por la Inquisicin,
fueron ocultados en techos y paredes antes de partir hacia el exilio. De su memoria
solo nos queda esta documentacin escrita, valiosa para acercarnos a las formas
de vida de esta minora hispnica.
Touria Boumehdi Tomasi, segn advierte en la p.18, renuncia abiertamente
a realizar el anlisis lingstico segn el patrn clsico de la Escuela de Oviedo
(seleccin de arabismos, arcasmos y aragonesismos). En cambio, presenta un breve
estudio en el que se refleja el estado de lengua: un romance de transicin, segn la
fecha en la que se realiz su copia. Apenas se detiene en el apartado lingstico, que
no considera demasiado interesante en este caso concreto (p.727), si bien desde
el punto de vista del estudioso de la dialectologa aragonesa el texto es digno de
ser estudiado con mayor profundidad. Encontramos rasgos de cierto inters en un
texto de finales del siglo XVI: as, registros de los grupos consonnticos iniciales
pl-, kl-, fl- (clamar, flameante, ploro), de -ns- (onso) y f- inicial (fablar, fazer /
hermosura, hiel); todava no ha palatalizado el verbo levar (llevar). En el apartado
morfolgico todava se registra el demostrativo esti, junto a las variantes aqueste
y aquesto o el relativo qui. Estos ejemplos son apenas una muestra que justifica
el inters filolgico del documento que la autora pone a nuestra disposicin.
El manuscrito ofrece caractersticas similares a las que revelan otros textos
de similar procedencia. Se trata de un cdice muy deteriorado, que parece escrito
por una sola mano. Sobre el copista, la Dra. Boumehdi Tomasi afirma que conoce
bien las artes librescas, las tcnicas y las artes de la escritura. Realiza una detallada
descripcin fsica del manuscrito y reproduce los datos aportados por las primeras
catalogaciones, de Pablo Gil y de Ribera y Asn (pp.44-46); desarrolla asimismo un
minucioso anlisis del cdice en el que comenta el tipo de filigrana, los cuadernos
y la foliacin. Se detiene ampliamente en el examen de la grafa (pp.48-50), que
es la usual magreb de trazo asentado, hecha con esmero, mayoritaria en este tipo
de textos. Tambin aporta datos rigurosos sobre las marginalia, las correcciones,
el tipo de tinta, la decoracin, la encuadernacin, las hojas de guarda y la caja

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donde se conserva. Por ltimo, indica que el manuscrito est fechado al final por
dos manos diferentes y, adems, en grafa rabe y latina; en este sentido, aporta
fotografas que nos permiten comprobar por nosotros mismos la presencia de dos
manos y que la fecha fue tachada, para ser reescrita de nuevo: 1587.
La autora trata a continuacin sobre el contenido del texto. Desde este punto
de vista resume cada leyenda y localiza sus fuentes ms remotas, que proceden
de la Biblia, del Corn y de la literatura rabe e islmica. La intencin es cotejar
las leyendas con sus fuentes rabes para que un futuro lector pueda comparar las
leyendas con sus originales y as comprobar divergencias, adiciones o digresiones
en relacin con ellos. Integrado en gran parte por textos narrativos de carcter
religioso, el manuscrito se divide en siete captulos (tres narraciones sobre la
vida de los profetas, una sobre el da del juicio, un relato doctrinal o alfadila y
tres cuentos maravillosos, todos ellos con una temtica comn: la futilidad de la
vida y el da del juicio) y se cierra con una tradicin sobre el ayuno. La autora
tambin lleva a cabo un estudio crtico sobre las relaciones de parentesco que tiene
cada relato del manuscrito 57 J en conexin con otros testimonios aljamiados,
advirtiendo sobre la enorme dificultad de encontrar los originales rabes a partir
de los cuales se hicieron las traducciones al aljamiado.
Uno de los aspectos que ms preocupa a Touria Boumehdi es estudiar en
profundidad el proceso de traduccin del cdice. Un punto de vista innovador que
nos permite estudiar la tcnica y el procedimiento que los traductores moriscos
seguan para elaborar sus textos y que, por otro lado, permite a la investigadora
situar las narraciones aljamiadas dentro de una estructura literaria moderna. La
profesora Boumehdi pretende mostrar cmo el autor de este texto intenta resolver
las dificultades semnticas y lxicas que se presentan. Para poder llevar a cabo su
traduccin el copista busca equivalentes dialectales romances mediante los cuales
poder reflejar el contenido semntico de expresiones rabes, de modo que en el
trasvase se revela una fuerte impronta del dialectalismo andalus. Observa, adems,
que el traductor no respeta el orden ni la composicin de los versos porque lo que
le interesa es captar correctamente el contenido. La autora descubre que la manera
de preparar el texto fue el dictado: mientras otra persona lea el texto, el copista
lo traduca (pp.96-145). Y, como sucede frecuentemente en este tipo de obras, las
plegarias, rogativas u oraciones se reproducen con cuidado, dejando en rabe todas
las frases o expresiones corrientes, sencillas y conocidas por los posibles lectores
musulmanes, y traduciendo a la aljama solo las menos conocidas.
En la segunda parte de la monografa, la Dra. Boumehdi aborda el estudio
literario sobre el manuscrito para encajar los peculiares relatos aljamiados en
un esquema literario moderno, que corresponde a otro tipo de literatura, lo que
constituye asimismo otro aspecto interesante de su investigacin. La narracin
es inherente en la cultura morisca y en ella se fusionan personajes bblicos que
aparecen en el Corn con antiguos relatos de transmisin oral.
En el primer apartado se refiere a la concrecin del gnero (pp.147-172): en
los textos aljamiados encontramos con frecuencia alternancia entre los trminos
h adiz, captulo, rekontamiento, castigo o declaracin; cada uno de ellos queda
bien definido por Touria Boumehdi. A continuacin, partiendo de las clasificaAFA-69

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ciones temticas de los especialistas en literatura aljamiada, ordena los relatos


que componen el cdice en dos gneros y cuatro temas. Constata asimismo que
los textos aljamiados se han transmitido gracias a la escritura, pero tambin oralmente, no pudindose excluir ni una tradicin ni otra. A nosotros nos quedan los
documentos escritos, es lo que podemos ver, pero son fruto de siglos y siglos
de oralidad (p.179).
El estudio literario se completa con meditadas reflexiones sobre aspectos diversos (pp.179-232), entre las que destacan las dedicadas a las categoras narrativas y,
sobre todo, a los personajes (Dios aparece como un ente absoluto que protagoniza
todos los relatos), el tiempo (ya el tiempo ilusorio, ya el tiempo escatolgico que
se aprecia en dos episodios: de la muerte a la resurreccin y del juicio final a la
eternidad) y el espacio (ya el referencial: geogrfico, topogrfico y arquitectnico;
ya el ficticio o imaginario: el infierno y el paraso, vida efmera y juicio final).
La tercera parte de la monografa que nos ocupa corresponde a la edicin del
texto (pp. 233-350). La transcripcin se basa, en lneas generales, en las pautas
seguidas por la Coleccin de Literatura Espaola Aljamiado-morisca de la Editorial
Gredos, dirigida por lvaro Galms de Fuentes, pautas que facilitan la lectura de
los textos respetando sus particularidades grficas.
El trabajo cuenta con una cuarta parte en la que se lleva a cabo el estudio del
conjunto del lxico que aparece en el cdice. El glosario se divide en tres apartados:
voces comunes, nombres propios y frases y expresiones rabes (pp.351-727). En
las voces comunes podemos encontrar el significado de la voz y su localizacin
en los diccionarios hispnicos y dialectales, aunque no su caracterizacin diacrnica; entre los nombres propios se han incluido antropnimos, topnimos y
ttulos de obras; las expresiones rabes se traducen al castellano y se escriben en
rabe normativo.
Al final del libro la profesora Boumehdi incluye dos interesantes anexos:
el primero de ellos est dedicado a las leyendas del cdice y a su presencia en
otras tradiciones culturales, desde la bblica a la cornica, pasando por la narrativa oriental; y el segundo ofrece una serie de fotografas del manuscrito que nos
permiten ver directamente el cdice, su estado, el tipo de letra, las anotaciones y
la decoracin de primera mano.
La autora cumple crecidamente con el objetivo de sacar a la luz un manuscrito
que define como tesoro cuya explotacin necesita paciencia y pasin (p. 20),
consolidar el edificio de la literatura aljamiada y contribuir a completar nuestra
informacin no solo sobre la lengua de los ltimos hispanomusulmanes sino
tambin su cultura, su vida, mentalidad y psicologa (p. 20). Debe destacarse,
adems, que la transcripcin del cdice abre amplias posibilidades de investigacin
en el dominio lingstico, literario y en el de la traduccin para ampliar, de este
modo, los conocimientos de que disponemos sobre la literatura aljamiada.
Beatriz Arce Sanjun

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Francisco Foz: Mis memorias. Andanzas de un veterinario rural (1818-1896). Ed.


de Rosa M. Castaer Martn, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico
(CSIC), 2013, 198 pginas.
Algo ms de cien aos han tenido que pasar para que las Memorias de
Francisco Foz, sobrino del ilustre Braulio Foz, hayan visto la luz en Zaragoza
gracias a la Institucin Fernando el Catlico y a los descendientes de este
curioso fornolense, cuyo afn de superacin le hizo encaminarse hacia Zaragoza
para estudiar la carrera de Veterinaria a la avanzada edad de 36 aos. La edicin
de esta autobiografa tampoco hubiera sido posible sin la colaboracin de la Dra.
Rosa M. Castaer Martn, quien, indagando en la vida de Vicente Foz (hijo de
Francisco Foz), pudo tener acceso a este valioso retazo de la historia contempornea del Matarraa turolense.
Las Memorias de Francisco Foz son el relato de la azarosa vida, llena de
sobresaltos y complicaciones, pero tambin llena de victorias y alegras, de este
incansable aragons, haciendo hincapi en la guerra civil carlista (1833-1840)
que tan de cerca sufri por haberse criado en el pequeo pueblo de Frnoles,
localidad utilizada en numerosas ocasiones por tropas combatientes, sobre todo,
carlistas. Francisco Foz trata, desde una mirada objetiva y tambin crtica, este
enfrentamiento que condicion la primera parte de su existencia, pero tambin
alude a otros acontecimientos posteriores de relevancia nacional e internacional
que permiten comprender al lector actual algunos de los detalles de nuestra Historia
decimonnica. Es ah donde reside otro de los grandes mritos de este Francisco
Foz: aportar una visin interna de la historia siendo un mero personaje secundario.
Su propsito no fue el escribir un libro de Historia, sino referir su propia biografa,
citando algunas de sus vivencias ms singulares, como su trabajo de pastor a la
tierna edad de 12 aos, sus variopintos trabajos en la ciudad de Zaragoza como
barbero o regente de una hospedera para poder mantener a su familia y continuar
sus estudios, o sus largas caminatas por los pueblos de Zaragoza y Teruel para
buscar trabajo. Entre todas estas vicisitudes destacan, acaso sin ser totalmente
consciente de ello, las circunstancias histricas vividas en primera persona y no
condicionadas por razones ideolgicas ni por intereses personales. De este modo,
de la narracin ms personal emerge un trasfondo histrico que no siempre es
perceptible en los estudios acadmicos.
Precediendo a la transcripcin ntegra de las Memorias, se encuentran al
comienzo de la publicacin unos breves, pero reveladores apartados, que contribuyen a la localizacin, descripcin e interpretacin de esta autobiografa. Carlos
Forcadell, catedrtico de Historia Contempornea de la Universidad de Zaragoza,
es el encargado de iniciar las aludidas contribuciones con una Presentacin
(pp.9-15) en la que subraya el valor de este relato como testigo desconocido,
como narracin privada que supera la historia personal de su autor para convertirse
en una representacin fiel y sincera del pasado. Francisco Foz no buscaba una
intencin estilstica al plasmar por escrito sus recuerdos, pero su espontaneidad
confiere una gran carga expresiva a la descripcin de sus incontables esfuerzos
para sacar adelante a su familia y de su extrema voluntad por mejorar acadmica
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y profesionalmente, la cual le llev a cursar con xito los estudios de Veterinaria.


Carlos Forcadell admira su capacidad para seguir formndose, incluso cuando ya
est retirado, y para observar y comentar la realidad que le rodea, poniendo nfasis
en los polmicos asuntos en los que estaba enfrascada Espaa a finales del siglo
XIX, entre los que destacan la independencia de Cuba o la guerra en Melilla. Ello
no es obstculo para que Foz siga dedicando comentarios, al final de su relato, a
su pueblo natal y a otros aspectos de su existencia.
Tras este apartado introductorio, los descendientes de Francisco Foz abordan
la parte ms anecdtica de la historia del manuscrito y la figura de su protagonista.
En primer lugar, Mario Foz Sala y Pilar Foz Tena (Pequea historia del redescubrimiento del manuscrito pp.17-19), detallan, con emocin, cmo lleg a sus
manos el manuscrito preparado por su bisabuelo, por qu decidieron transcribirlo
y cmo, por azares de la fortuna, esta narracin hoy es accesible a muchos lectores
y no ha quedado circunscrita al entorno familiar. Por su parte, Mara Fuster Foz
(Algunas huellas ms de Francisco Foz, pp.21-22) esclarece, con datos objetivos,
algunos detalles relativos a la biografa de su tatarabuelo, como la genealoga de
su segundo apellido o sus aportaciones en torno a la Veterinaria, pues no se puede
olvidar que alcanz notables logros en este campo de la Ciencia, como la medalla
de plata otorgada por la Academia Central de Veterinaria, galardn por el que se
sinti inmensamente orgulloso, o que public algunos trabajos, como el Tratado del
diagnstico o sea conocimiento de las enfermedades de los animales domsticos.
Aun siendo breve, este captulo pone de manifiesto los xitos ms destacables de
Francisco Foz, no solo con el fin de completar su biografa, sino tambin con el
objeto de revalorizar su trabajo y de demostrar cmo, desde la escasez y desde la
humildad, se pueden alcanzar grandes metas.
Rosa M. Castaer Martn y Jos M. Enguita Utrilla desarrollan unas notas
lingsticas (pp.23-40) de cuya limitacin advierten centradas en el estilo sencillo de Francisco Foz y en algunos aspectos lingsticos de relevancia. La expresin
del autor se caracteriza por la espontaneidad, lo que est en consonancia con el
gnero autobiogrfico. Castaer y Enguita consideran que la estructura y la organizacin de la narracin demuestran que la obra fue concebida para la publicacin.
Prueba de ello son la insercin de un ttulo y una captatio benevolentiae al inicio
de la obra, un prefacio en el que se dirige a los lectores, as como llamamientos a
estos a lo largo del relato, y un ndice final en el que se enumeran los captulos en
que, por periodos cronolgicos, distribuye sus Memorias. Francisco Foz tambin
se disculpa por las incorrecciones en las que pueda haber incurrido por su corta
escolarizacin inicial, si bien con posterioridad se esforz mucho por aprender y,
una vez conseguido su trabajo, continu estudiando y leyendo tanto publicaciones
de actualidad, como artculos relacionados con su especialidad acadmica.
Sin duda Francisco Foz conoca la lengua catalana, pues Frnoles pertenece al
rea de dominio lingstico cataln; sin embargo, son pocos los rasgos lingsticos
de esta procedencia que se pueden observar en el texto, quiz debido a que pas
gran parte de su vida en otros pueblos de habla castellana y en Zaragoza. As, la
mayora de catalanismos corresponden a algunos personajes mencionados en el
relato y, en cierto modo, sirven para poner de relieve su competencia lingstica.

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Tampoco son abundantes las peculiaridades aragonesas en su discurso, aunque


s ms numerosas que las relativas al cataln, sobre todo en relacin con la vida
rural y casi siempre dentro del lxico, por ejemplo masa casa de labor y sus
derivados masada y masovero, trigo morcacho mezcla de trigo y centeno, tra
rodada en los caminos o paridera corral con parte cubierta donde se guarda el
ganado en el campo. No son desconocidas en la obra las voces populares que,
junto a un estimable nmero de expresiones coloquiales, dotan al texto de una
gran viveza (p.32): cabe citar, entre las primeras, alegrn, cotarro o arramblar;
entre las segundas, donde no hay sangre no se necesitan venas o a la luna de
Valencia. Por otro lado, Castaer y Enguita apuntan la introduccin de ciertos
vocablos cultos que el autor maneja debido a sus lecturas y a su formacin acadmica, as que no es extrao encontrar tecnicismos propios de la ciencia veterinaria
y de la administracin, entre ellos infarto ganglionario, empleomana y cesanta.
En cuanto a la morfologa, es extrao el empleo anmalo de los pronombres personales tonos, ya que en el rea aragonesa son habituales las formas etimolgicas.
Resulta ms llamativa, en la construccin del discurso, la voluntad de Francisco
Foz por dar coherencia a su exposicin mediante diversos marcadores del discurso,
como son las locuciones conjuntivas no obstante (de) y sin embargo (de) o el uso
de relativos para unir distintos juicios oracionales, aun cuando no son necesarios.
Esta abundancia se contrapone con la ya sealada sencillez sintctica por la que
se caracteriza su escritura. Asimismo, Castaer y Enguita valoran el conjunto de la
obra, insistiendo en su provecho como testimonio histrico, por ser un relato sincero
y objetivo, elaborado a partir de peripecias y logros personales que no dejarn
indiferentes a quienes se acerquen a este texto y que bien podran haber constituido
el argumento de una novela capaz de conmover a los lectores (p.23).
Por ltimo, Eugnia Foz Serr y Xavier Foz Sala (pp.41) explican los criterios
que han seguido en la transcripcin de la narracin de su tatarabuelo y bisabuelo
respectivamente. Su propsito, al llevar a cabo esta tarea, ha sido facilitar la lectura
de la Memorias, pero respetando el estilo y las variantes formales que presenta
el manuscrito en la medida de lo posible, por lo que solo se ha modificado la
ortografa y la puntuacin, pero se ha mantenido intacta la sintaxis.
En definitiva, las Memorias de Francisco Foz constituyen un recuerdo veraz
de los sucesos ms destacados de la Espaa del siglo XIX, y en particular, del
Maestrazgo aragons durante la guerra civil carlista. Francisco Foz ofrece una
visin personal y tambin realista de estos acontecimientos, pero no condicionada por intereses particulares. Todas las contribuciones que complementan la
edicin del manuscrito destacan ese valor esencial, recalcando asimismo la gran
capacidad de Francisco Foz para superar las adversidades, sacar a su familia adelante y cursar unos estudios universitarios. Sin lugar a dudas, el descubrimiento
de este texto constituye un gran hallazgo para la familia Foz, y su edicin ha sido
todo un acierto por parte de la Institucin Fernando el Catlico, pues a travs
de estas Memorias podr conocerse mejor la intrahistoria de Espaa, y de Aragn,
en buena parte del convulso siglo XIX.
Elena Albesa Pedrola
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Manuel Daz Rozas: Apuntes en lengua chesa. Ed. de Xos Ramn Garca
Soto y Jos Ignacio Lpez Susn, Zaragoza, Aladrada Ediciones, 2013, 388
pginas.
Con la intencin explcita de recuperar textos clsicos en aragons y cataln
para la puesta en valor del patrimonio inmaterial de nuestra comunidad autnoma
(Asociacin Cultural Aladrada), nace la coleccin Biblioteca de las Lenguas de
Aragn. En el ao 2009 sali a la luz el primer volumen de esta coleccin, titulado
El diccionario aragons. Coleccin de voces para su formacin (1902), de Jos
Luis Aliaga; y cuatro aos ms tarde, la obra Apuntes en lengua chesa ya ocupa
el nmero 10-11 de esta coleccin.
Apuntes en lengua chesa recoge, en transcripcin, los cuadernos, hojas sueltas y anotaciones que hizo Manuel Daz Rozas acerca de la lengua chesa en sus
vacaciones al valle de Hecho en el verano del ao 1955. Dicha transcripcin va
acompaada de varios estudios preliminares que han sido realizados por cuatro
investigadores pertenecientes a ramas del conocimiento diferentes: Xos Ramn
Garca Soto, especialista en psicologa del lenguaje; Jos Ignacio Lpez Susn,
licenciado en Derecho e ntimamente relacionado con la vida cultural aragonesa
y las polticas lingsticas en Aragn; Jos Mara Enguita Utrilla, profesor de la
Universidad de Zaragoza y coordinador del grupo de investigacin ARALEX; y
Marta Marn Brviz, periodista, escritora y difusora del cheso. Cada uno de ellos
ha centrado su investigacin en un aspecto diferente del estudio. Como Ignacio
Lpez anota en la Presentacin (pp. 7-10), Xos Ramn Garca Soto se ha
encargado de la reproduccin facsimilar de los folios escritos por Manuel Daz
Rozas y, asimismo, ha llevado a cabo el estudio biogrfico de este personaje;
Jos Mara Enguita y Marta Marn han elaborado el apartado lingstico; y l
mismo ha seleccionado los materiales ms interesantes de estos Apuntes para su
inclusin, de manera ordenada, en el libro. De este modo, el resultado final es
una obra de conjunto cuyo centro es siempre la persona de Manuel Daz Rozas
y sus observaciones sobre el cheso. En la Presentacin del volumen tambin
refiere cmo surgi este proyecto a partir del descubrimiento de los originales en
1998, por lo que puede decirse que ha sido una labor larga en el tiempo, pero muy
satisfactoria para todos los colaboradores, no solo por centrarse en una lengua
del Pirineo en peligro de extincin como es el cheso, sino tambin por la propia
figura de Manuel Daz Rozas.
Fue Manuel Daz Rozas un pedagogo vocacional de reconocida vala en los
aos de la Segunda Repblica y conocido defensor de la enseanza del gallego en
las escuelas. En su aportacin, Xos Ramn Garca Soto (El ltimo despertar de
un soador: Manuel Daz Rozas, investigador de la lengua aragonesa, pp.11-90),
recorre su juventud y su vida adulta, centrndose en su labor como renovador del
sistema educativo y como participante en la vida cultural gallega y, aunque en su
contribucin dedica apartados diferentes a la vida y al perfil intelectual de Daz
Rozas, en ambos destaca la importancia del contexto histrico-cultural y sociopoltico de la poca que le toc vivir, es decir, cmo las circunstancias marcan
su personalidad y su forma de enfrentarse al mundo, lo que configura el carcter

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luchador de este personaje. Garca Soto realiza una biografa exhaustiva, pero
tambin emotiva y reivindicativa, de este gallego, aportando detalles para que el
lector pueda conocerlo en profundidad y, de este modo, interpretar su evolucin
personal y cientfica a lo largo de los aos y de los acontecimientos. En la ltima
parte de su contribucin, el autor se centra en las anotaciones que hizo Manuel
Daz Rozas sobre el cheso durante su estancia en el valle de Hecho, as como
su posterior revisin, ya en su residencia de San Sebastin: los primeros papeles
no pasan de ser unas meras notas tomadas para satisfaccin personal; despus va
entretejiendo la idea de adentrarse en un proyecto algo ms ambicioso. Xos Ramn
Garca Soto pone de manifiesto que esta, al igual que otras deducciones que saca
a travs del anlisis de los Apuntes del pedagogo, es solamente una hiptesis que,
sin embargo, dado el mtodo de trabajo seguido por Daz Rozas y el rigor de las
reflexiones de Garca Soto, est razonablemente fundamentada.
El captulo preparado por Jos Mara Enguita y Marta Marn (Los cuadernos de Daz Rozas en su contexto histrico y cultural, pp.91-126) enmarca las
notas de Manuel Daz Rozas dentro de los inicios de la Dialectologa tradicional
y de la figura del dialectlogo como encargado de preservar para la posteridad
las variedades lingsticas geogrficas y, a travs de ellas, las tradiciones culturales para las que sirven de vehculo de expresin. Daz Rozas siempre estuvo
vinculado con el gallego, de ah que pudiera llamar su atencin esta habla descubierta por sorpresa en el Pirineo occidental de Aragn. A mediados del siglo
XX, el estudio de las variantes lingsticas aragonesas ya tena precedentes
tanto en especialistas nacidos en Espaa como en hispanistas llegados de distintos pases europeos, entre ellos Joaqun Costa, Bada Margarit, Rohlfs, Kuhn
o Sarohandy. Tambin es destacable la labor, en el mismo valle de Hecho, de
autores como Leonardo Gastn, Domingo Miral y Veremundo Mndez Coarasa.
Hoy existen numerosos trabajos del cheso, por lo que las notas del gallego no
aportan datos sorprendentes; pero, sin duda, en esa poca, una monografa sobre
el cheso hubiera tenido gran relevancia. Enguita y Marn examinan, en la parte
central de su investigacin, las distintas fuentes de las que el pedagogo gallego
obtuvo los datos sobre el cheso. En primer lugar, extrajo materiales gracias al
trato con los vecinos, hablantes de cheso, y los compar con otras variantes del
Pirineo. Los textos literarios tambin le suministraron abundante informacin;
de la lengua usada en ellos saca datos que le parecen valiosos para entender el
funcionamiento del cheso; por ltimo, se sirve de algunas fuentes bibliogrficas
y anota otras para su posterior consulta. Esta tarea, iniciada ms bien como
curiosidad personal, llega a convertirse en un objeto ms pensado y ms orientado hacia la elaboracin de una monografa sobre el cheso. Enguita y Marn
comentan de manera objetiva los materiales reunidos por Daz Rozas, matizando
su inters lingstico, si bien algunos de ellos deben interpretarse como errores
debidos a la falta de formacin de Daz Rozas como lingista. Tambin aportan
una comparacin de esas notas acerca del cheso de mediados del siglo XX con
el que se habla en la actualidad, con el propsito de considerar la evolucin de
la fabla chesa en el medio siglo que ha trascurrido. Por ltimo, y a modo de
consideracin final, destacan el valor histrico de estos Apuntes para reconstruir
la andadura del cheso a lo largo del siglo XX.
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Jos Ignacio Lpez Susn (pp.127-198) presenta, en sntesis, una vez transcritos, los datos recogidos por Daz Rozas. Es necesario subrayar que no se trata
de una transcripcin literal, sino de una seleccin ordenada de los datos ms relevantes. Esta presentacin de los materiales resulta mucho ms provechosa que una
transcripcin tradicional, ya que facilita la comparacin entre el cheso de mediados
del siglo XX y sus realizaciones actuales y, adems, respecto a diversas hablas
pirenaicas; por otro lado, permite reconocer los errores del autor. Lpez Susn
aade a esta seleccin anotaciones propias sobre las fuentes que consult Daz
Rozas en cada momento y, asimismo, observaciones de hablantes actuales entre
ellos Marta Marn y Ana Mara Boli cuando las formas han variado respecto a
la actual sincrona. El propsito fundamental de estas anotaciones es ofrecer al
lector la mayor cantidad de informacin y mejorar tambin la comprensin de los
apuntes manuscritos, sin que estos pierdan su carcter original. No cabe duda de
que esta labor ha requerido mucho tiempo y trabajo; pero la meta, que era obtener
una buena muestra del cheso hablado en 1955, ha sido alcanzada.
En definitiva, podemos considerar esta publicacin una obra coherente, cuyos
hilos conductores son tanto la figura de Manuel Daz Rozas como la lengua chesa.
Los autores que colaboran en este libro aportan datos significativos que, en conjunto, consiguen que el lector identifique y aprecie la labor realizada por este
gallego. Desde la perspectiva actual, los datos acopiados por el pedagogo gallego
han perdido el inters que s hubiera tenido una monografa basada en ellos y
publicada a mediados del siglo XX. Desde estos presupuestos, debemos valorar
los Apuntes de Daz Rozas en la medida en que lo hacen los especialistas que
han participado en este libro, pues su objetivo ha sido rescatar del olvido unos
materiales inditos, ms que recuperar una contribucin lingstica fundamental,
para completar la historia de los estudios sobre las hablas de Aragn a lo largo
del siglo XX y tambin para reivindicar la importancia de Daz Rozas dentro del
panorama cultural espaol de dicha centuria, aadiendo adems su nombre al grupo
de estudiosos en nmero creciente segn van avanzando las investigaciones
que se interesaron, y se interesan todava, por las hablas pirenaicas.
Elena Albesa Pedrola

Jos Luis Aliaga Jimnez: Refranes del Aragn que se fue. Fraseologa popular
aragonesa de tradicin oral, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico
Prensas Universitarias de Zaragoza Gara dEdizions, 2012, 206 pginas.
El Dr. Jos Luis Aliaga Jimnez siempre ha mostrado un particular inters
por las tierras aragonesas en las que vive e imparte docencia. As, sus investigaciones se han centrado fundamentalmente en dos vertientes: por un lado, en las
relaciones de lenguaje y gnero; y, por otro lado, en la historia y teora lexicogrfica (haciendo especial hincapi en la evolucin de las distintas ediciones del

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Diccionario acadmico y, sobre todo, en los orgenes y devenir histrico de la


lexicografa en Aragn). Y es en esta ltima lnea en la que se halla el libro que
a continuacin reseamos.
En Refranes del Aragn que se fue, el Dr. Aliaga recoge, tal y como se indica
en el subttulo que lleva la propia obra, la Fraseologa popular aragonesa de
tradicin oral. En este sentido, conviene indicar que el inters paremiolgico de
este lingista ha dado a la luz recientemente otro estudio: los Refranes de Aragn
(publicado asimismo por Gara dEdizions y El Peridico de Aragn, en 2013). No
obstante, la importancia de Refranes del Aragn que se fue radica en que es un
eco genuino del pasado (p.11), dado que esta coleccin fue oda y anotada en la
Ribagorza y La Litera (localizadas en el Alto Aragn) hace ms de medio siglo por
Benito Coll y Altabs (Binfar, 1858-1930). Nuevamente, merece la pena recordar
que Coll es quiz uno de los personajes de los inicios de la lexicografa aragonesa
del siglo XX que mayor inters ha suscitado en los estudios del Dr. Aliaga, quien
hace ya algunos aos public los Textos lexicogrficos aragoneses de Benito Coll
(1902-1903) presentados al Estudio de Filologa de Aragn (Libros Prtico,
1999) en colaboracin con la Dra. M. Luisa Arnal Purroy.
La figura de Benito Coll y Altabs resulta especialmente interesante: este
binefarense, abogado de profesin, contribuy de manera notable al fomento del
estudio de las variedades lingsticas de Aragn, sobre todo, con su participacin
en los certmenes de los Juegos Florales zaragozanos. As, en 1902 present una
Coleccin de refranes, modismos y frases usados en el Alto Aragn, con el que
gan el primer premio, y cuyos materiales fueron volcados de manera parcial en
las fichas lxicas con las que el Estudio de Filologa de Aragn iba a realizar su
gran Diccionario aragons (y del que tan solo se redact una versin preliminar,
el Vocabulario de Aragn de Juan Moneva y Puyol, en el que tambin se vertieron
algunos de los refranes recopilados por el propio Coll). Y esta andadura de la
Coleccin de refranes de Coll es la que recoge Aliaga en la citada obra.
Refranes del Aragn que se fue. Fraseologa popular aragonesa de tradicin oral se caracteriza, primeramente, por ser un libro accesible a todo tipo de
lectores; y es que el asunto tratado, la paremiologa dialectal, as lo permite.
Pero el Dr.Aliaga, consciente de los posibles excesos lingsticos que un anlisis filolgico ms pormenorizado acarreara, propone a todos aquellos que se
aproximen a esta compilacin dos maneras de introducirse en ella: por un lado,
escribe una Presentacin apta para todos los pblicos (pp. 11-13), en la que
ofrece a los lectores menos avezados unas notas preliminares, concisas a la vez
que clarificadoras, sobre la obra que tienen entre manos; por otro lado, plantea una
Introduccin que declara como no recomendada para pblicos sin curiosidad
filolgica (pp.15-29). Este doble planteamiento a la hora de acercarse a Refranes
del Aragn que se fue resulta muy ingenioso, por lo menos sorprendente, y consigue
atraer la atencin de todos aquellos interesados en esta materia.
Centrndonos ms detenidamente en esta segunda parte preliminar (la Introduccin no recomendada para pblicos sin curiosidad filolgica, pp.15-29), en
ella se nos ofrece un somero repaso por las principales figuras de la paremiologa
aragonesa: desde las primeras colecciones de refranes (el Romancea Proverbiorum
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del siglo XIV, atribuido a un escolar aragons; y el Libro de refranes copilado


por el orden del A, B, C, en el qual se contienen quatro mil y trecientos refranes.
El ms copioso que hasta oy ha salido impresso, de Pedro Valls, del ao 1549),
pasando por autores clsicos que cultivaron este gnero (como Baltasar Gracin,
entre otros); y, ya en el siglo XIX , la contribucin paremiolgica de Joaqun
Costa (que coincide con la de Coll en su peculiar textura lingstica fronteriza,
consecuencia de la extraccin fundamentalmente ribagorzana de los refranes,
p.16). En el siglo XX la nmina de repertorios de refranes se ampla considerablemente: as, hallamos unos interesados por paremias escritas en la variedad del
castellano de Aragn (como la recopilacin hecha por Julio Cejador y Frauca, la
de Jos Gella Iturriaga, y la de Juan Moneva y Puyol); otros trabajos se centran
en los refranes propios del rea oscense (como los de Pedro Arnal Cavero, Rafael
Andolz Canela y ngel Ballarn Cornel; y en formato de libro, Calibos de fogaril
de Vicente de Vera, Fraseologa en chistabn de Blas Gabarda y Romanos Hernando, y Refrans, frases feitas, ditos y exprisions de lAlto Aragn, en edicin del
Rolde de Estudios Aragoneses); otros renen la fraseologa propia del cataln en
Aragn (como el Refranyer del Matarranya de Miquel Blanc, el Refranyer fragat
de Josep Galn Casta y el trabajo de Hctor Moret en el caso de Mequinenza); y,
por ltimo, ms recientemente destacan el Refranero aragons de Zubiri Vidal y
Zubiri de Salinas (1980) y el Refranero aragons de Jos de Jaime Gmez y Jos
M. de Jaime Lorn (2002). De este ltimo conviene indicar que, a pesar de ser
el resultado de un laborioso, prolongado en el tiempo y muy meritorio esfuerzo
de revisin bibliogrfica y bsqueda de fuentes impresas e inditas (p. 18), no
consta entre sus pginas ninguna referencia a la Coleccin de refranes, modismos
y frases usadas en el Alto Aragn de Benito Coll. Por lo tanto, la importancia de
esta compilacin se encuentra en haberse conservado totalmente indita hasta el
momento, ya que haba permanecido custodiada en los fondos privados del archivo
de Juan Moneva y Puyol.
Por otro lado, tras recordar los aspectos biogrficos fundamentales de Benito
Coll y Altabs, el Dr. Aliaga presenta en esta Introduccin una sucinta caracterizacin lingstica del refranero en tres apartados generales, que se corresponden
con las variedades de lengua que manifiestan estas composiciones: en primer
lugar, los Atributos lingsticos no exclusivos del aragons, compartidos con el
castellano popular o rural (pp.21-24), en el que describe ciertos rasgos fonticos
(pp.21-24), morfosintcticos (p.24) y lxicos (p.24); en segundo lugar, los Rasgos aragoneses tipolgicamente distintivos respecto del castellano (pp.25-27), en
donde tambin aporta una somera caracterizacin fontica (p.25), morfosintctica
(pp.25-26) y lxica (pp.26-27); y, en tercer lugar, El cataln en el refranero de
Benito Coll y Altabs (pp.28-29), en el que da cuenta de fenmenos relativos a
palabras gramaticales (p.28) y a palabras lxicas (pp.28-29).
Finalmente, conviene destacar algunos aspectos que hacen del estudio de
Aliaga una cuidadosa edicin de la fraseologa popular recogida por Benito Coll.
Desde un punto de vista tipogrfico, conviene sealar que, mientras que todos
los refranes, modismos y frases hechas aparecen en letra negrita, las glosas interpretativas que el propio Coll aadi a cada uno de ellos figuran en letra redonda;
adems, Aliaga ha considerado pertinente completar estas anotaciones con las

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reelaboraciones que, desde el Estudio de Filologa de Aragn, se hicieron de dichos


refranes (para lo cual, emplea la letra cursiva). Todo ello permite determinar de una
manera clara las fronteras de la autora de estos materiales (esto es, Benito Coll
o el Estudio de Filologa de Aragn). Otra licencia que Aliaga se permite es la de
modificar sustancialmente la ordenacin de estas paremias. Mientras que el propio
Coll las recoga de modo alfabtico, Aliaga prefiere recurrir a una clasificacin
temtica; as, los refranes aparecen organizados en cuatro apartados: Primum
vivere (pp. 35-59), en donde se recogen los relativos a la salud, aspecto fsico
y alimentacin (pp.35-42), a la riqueza y la pobreza (pp.42-48), a la economa
domstica (pp.48-52), a los oficios y los negocios (pp.52-56) y a las etapas de
la vida (pp.56-59); en segundo lugar, abre un apartado dedicado a la Conducta
social (pp. 63-123), en el que se ofrecen refranes de consejos prcticos sobre
actos cotidianos (pp.63-81), del valor del esfuerzo (pp.81-86), de la fortuna y el
infortunio (pp.86-92), otros en los que se alude a que siempre ha habido clases
(pp.92-94), a la (des)cortesa y la buena crianza (pp.94-100), al recto proceder
(pp.100-109), a los actos verbales y sus consecuencias (pp.109-113), al amor, la
amistad, el hogar y el parentesco (pp.113-119) y a los placeres y peligros del ocio
y de la moral disipada (pp. 119-123); en tercer lugar, figura otro sobre Creencias y actitudes (pp.127-137), en el que diferencia estereotipos y relaciones de
gnero (pp.127-131), creencias religiosas (pp.131-135) y cuestiones relativas a
Aragn y sus gentes (pp.135-137); en cuarto lugar, distingue aquellos refranes de
Fenmenos fsicos y medioambientales (pp.141-162), unos sobre meteorologa
(pp. 141-148), otros sobre labores agrcolas y ganaderas (pp. 149-159) y otros
sobre caza, pesca y naturaleza silvestre (pp. 160-162); y, por ltimo, se cierra
la coleccin con una seccin dedicada a Modismos y frases (pp.165-182). No
obstante, Aliaga no olvida completamente la estructura original de los materiales
llevada a cabo por Coll y, por ello, incluye el ndice alfabtico de refranes por
palabras clave (pp.183-206).
En definitiva, quien quiera adentrarse en la fraseologa popular de Aragn
encontrar en estas pginas un Aragn que quiz en parte se fue, pero que an
vive y seguir vivo gracias a estudios como el del Dr. Jos Luis Aliaga.
Demelsa Ortiz Cruz

AFA-69

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Normas para el envo de originales al


Archivo de Filologa Aragonesa

1. Los textos habrn de ser originales e inditos y debern ser enviados en


soporte informtico y en texto impreso. Su extensin mxima recomendada no
sobrepasar los 40000 caracteres o, en texto impreso (incluidas las referencias
bibliogrficas), 25 folios escritos en New Times Roman a espacio y medio (30
lneas x 70 caracteres). Cada texto ir precedido de una pgina que contenga el
ttulo del trabajo, el nombre del autor o autores, direccin profesional, direccin
electrnica y telfono. Asimismo los autores incluirn en su envo un resumen
de 10 lneas en espaol y en ingls del trabajo presentado, seguido de la
enumeracin de las palabras clave que definen su contenido.
2. Para la utilizacin de los distintos tipos de letra (cursiva, negrita, etc.),
los autores se atendrn a la prctica habitual en los estudios filolgicos.
3. Las referencias bibliogrficas se colocarn al final del trabajo bajo el
epgrafe bibliografa, enumeradas alfabticamente por los apellidos de los
autores y siguiendo siempre el orden: apellidos (en minscula) y nombre (en
minscula) del autor o autores, ao de publicacin (entre parntesis y con la
distincin a, b, c... en el caso de que un autor tenga ms de una obra citada
en el mismo ao), ttulo del artculo (entre comillas) o del libro (en cursiva),
ttulo abreviado de la revista a la que pertenece el artculo (en cursiva), lugar
de publicacin (en caso de libro), editorial (en caso de libro), nmero de la
revista y, finalmente, pginas.
4. Las notas se colocarn a pie de pgina con numeracin correlativa
e irn a espacio sencillo. Las referencias bibliogrficas se harn citando el
apellido del autor o autores (en minscula) y, entre parntesis, el ao (y, en su
caso, la letra que figure en la lista de bibliografa); a continuacin, y antes
de cerrar el parntesis, se citarn las pginas de referencia precedidas de dos
puntos.
5. Las figuras, cuadros, lminas y fotografas se presentarn en soporte
informtico. Debern ir acompaadas del correspondiente pie explicativo, se
numerarn correlativamente y se indicar si no estn introducidas en el
cuerpo del trabajo el lugar exacto de su aparicin en el texto.
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307

normas para el envo de originales

6. Se recomienda la utilizacin de las siguientes abreviaturas: art. cit.,


cap., caps., cf., ed., fasc., fascs., fol., fols., ibd., d., loc. cit., ms., mss., nm.,
nms., op. cit., p., pp., sigs., t., ts., vid., vol., vols., etc.
7. Cuando se supriman palabras en una cita, se expresar tal omisin
mediante puntos suspensivos entre corchetes. La comilla sencilla se utilizar
para indicar los significados de las voces estudiadas (fillo hijo).
8. Siempre que sea posible, los autores se ajustarn en las transcripciones
fonticas a los signos de la Escuela Espaola de Filologa.
9. Los originales sern enviados a: Archivo de Filologa Aragonesa. Institucin Fernando el Catlico. Excma. Diputacin Provincial de Zaragoza.
Plaza de Espaa, 2. 50071 Zaragoza. E-mail: rcastaner@unizar.es.
10. La secretara de la revista acusar recibo de los originales en el plazo
de 30 das hbiles desde su recepcin, y el consejo de redaccin resolver
sobre su publicacin en un plazo no superior a seis meses. Las pruebas sern
corregidas por los autores y remitidas a la Institucin Fernando el Catlico
en el plazo mximo de 30 das desde su expedicin. Los autores recibirn un
ejemplar del volumen en el que aparezca su colaboracin.

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Algunas publicaciones sobre temas filolgicos


de la Institucin Fernando el Catlico
Aliaga, Jos Luis y Mara Pilar Bentez: El Estudio de Filologa de Aragn. Historia de una institucin y
de una poca, 606 pp.
lvarez Rodrguez, Adelino (ed.): Zonaras, Juan. Libro de los emperadores. Versin aragonesa, patrocinada por Juan
Fernndez de Heredia, 510pp.
Archivo de Filologa Aragonesa, tomo 68,
425 pp. (hay asimismo ejemplares de los
tomos 41, 42-43, 44-45, 46-47, 48-49,
50, 51, 52-53, 54-55, 56, 57-58, 59-60,
61-62, 63-64, 65, 66 y 67).
Arnal Purroy, M. Luisa (ed.): Estudios
sobre disponibilidad lxica en los jvenes
aragoneses, 286pp.
Barcel, Rafael: Vocabulario caspolino,
301 pp.
Castaer, Rosa M. y Vicente lagns
(eds.): De moneda nunca usada. Estudios
filolgicos dedicados a Jos M. Enguita
Utrilla, 607pp.
Cien aos de Filologa en Aragn. vi
Curso de Lengua y Literatura en Aragn, 312pp.
Corts Valenciano, Marcelino: Toponimia
de las Cinco Villas de Aragn, 258pp.
Dadson, Trevor J.: Historia de la impresin
de las Rimas de Lupercio y Bartolom
Leonardo de Argensola, 141 pp.
Egido, Aurora (ed.): Baltasar Gracin,
Agudeza y Arte de ingenio (edicin facsmil), 172pp. de estudio y 388pp. de
facsmil.
Egido, Aurora (ed.): Baltasar Gracin, El
Criticn (ed. facsmil), 3 vols., 542pp.
de estudio y 926 de facsmil.
Egido, Aurora y Jos Enrique Laplana
(eds.): La luz de la razn. Literatura y
cultura del siglo XVIII. A la memoria de
Ernest Lluch, 479pp.
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Falque, Emma (ed.): Esteban de Masparrautha, Regulae. Introduccin de Emma


Falque, ngeles Lbano y Jos Antonio
Pascual, 293 pp.
Foz, Francisco: Mis memorias. Andanzas
de un veterinario rural (1818-1896),
198pp.
Gal, Francisco (ed.): Pedro Manuel de
Urrea. Cancionero de todas las obras,
574 pp.
Gimeno Puyol, Mara Dolores (ed.): Jos
Nicols de Azara. Epistolario (17841804). Prlogo de M. Dolores Albiac,
1440pp.
Giralt Latorre, Javier: Aspectos gramaticales del habla de La Litera (Huesca),
428pp.
Jornadas Internacionales en memoria de
Manuel Alvar, 280pp.
Lagns, Vicente (ed.): Baxar para subir.
Colectnea de estudios en memoria de
Toms Buesa Oliver, 366pp.
Lleal Galcern, Coloma (dir.) et al.: Pergaminos aragoneses del Fondo Sstago:
siglo xv, 512pp.
Mainer, Jos-Carlos (ed.): El Centro de
Estudios Histricos (1910) y sus vinculaciones aragonesas (con un homenaje
a Rafael Lapesa), 317pp.
Martn Zorraquino, M. Antonia et al.
(eds.): La lexicografa hispnica ante
el siglo xxi . Balance y perspectivas,
284pp.
Prez Lasheras, Antonio: La literatura
del reino de Aragn hasta el siglo xvi,
224pp. y 61 ilustraciones.
Salas Yus, M. Pilar: Descripcin bibliogrfica de los textos literarios relativos
a Los Sitios de Zaragoza, 590pp.

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INSTITUCIN FERNANDO EL CATLICO (C.S.I.C.)


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1945
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Jernimo Zurita, Revista de Historia
Nassarre
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Revista de Derecho Civil Aragons

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