Mutis, Alvaro - Ensayos y Articulos PDF
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Ensayos y artculos
ALVARO MUTIS
ENSAYOS Y ARTICULOS
LA DESESPERANZA
El conocimiento de un ser es un sentimiento negativo; el sentimiento positivo, la
realidad, es la angustia de ser siempre un extrao para la persona a quien amamos. Pero
se ama alguna vez?.
El tiempo hace desaparecer a veces esta angustia, el tiempo solamente. No se conoce
jams a un ser, pero uno cesa a veces de sentir que lo ignora... Conocer por la inteligencia
es la vana tentacin de no hacer caso del tiempo.
El verdadero fondo del hombre es la angustia, la conciencia de su propia fatalidad; de
all nacen todos los temores, incluyendo tambin el de la muerte... pero el opio nos libera de
esto y all est su sentido...
ANDRE MALRAUX - La condicin humana
Para situar el trmino dentro de un comn denominador a fin de que hablemos de una y
la misma cosa, me parece lo mejor establecer un ejemplo, resumir una situacin de
desesperanza, a mi manera de ver la ms clsica, no tanto por ser la primera que en la
literatura aparece con todas sus fecundas consecuencias, sino por tener esa simplicidad de
trazo, esa parquedad de elementos que la acerca a ciertas tragedias de Sfocles. Me refiero
a la aventura y muerte de Axel Heyst en la isla de Samburn, tema de la obra de Joseph
Conrad titulada, con amarga clarividencia, Victoria.
Alcanzada ya la cuarentena, Heyst se ha hecho cargo de la administracin de un
yacimiento carbonfero en la isla de Samburn, perdida entre las mil que forman el
archipilago malayo. No alcanz a intervenir propiamente en la explotacin de la mina, pues
la compaa propietaria de la misma entr en liquidacin en Londres y Amsterdam y Heyst
figuraba como gerente en los trpicos, mientras se adelantaban interminables trmites
burocrticos.
Hijo de un noble sueco de ideas liberales, haba aprendido de su padre ese peligroso
juego que consiste en eliminar con la razn aquellos motivos pascalianos que, nacidos del
corazn, la mente no conoce. Con esta semilla adentro, deambul por el archipilago
durante aos, y de isla en isla, de puerto en puerto, fue forjando su rostro a la vez ausente e
intenso, su amor a la soledad y una cierta curiosa propensin a la bondadosa justicia, no
tanto par razones morales cuanto por algo que pudiramos llamar economa de
sentimientos. Es tal vez como ms fcilmente puede cumplirse ese destino de convivencia
con el hombre que, sea en el nivel que fuere, siempre deja una amarga cicatriz, un cierto
dao.
Va pues Heyst a recalar a Samburn y all, en medio de las derruidas instalaciones de lo
que fuera la mina de carbn, desembarcan a visitarlo de vez en cuando algunos amigos. Da
y noche un volcn lanza al estrellado cielo de los trpicos el rojizo vaho de su erupcin. En
una de sus raras salidas de la isla, conoce en un hotelucho de otro puerto una muchacha
que toca en una de esas lamentables orquestas femeninas que tienen algo de ltimo
reducto de una mezquina decencia. Algo ve en la muchacha, una mezcla de feroz fidelidad y
de generosa entrega, que lo impulsa a proponerle que lo acompae a Samburn. Ella
acepta y deja tras s los celos irritados e irreconciliables de Schomberg, el administrador del
hotel. Este, para vengarse, enva al poco tiempo a Samburn a dos personajes que haban
llegado a su hotel en busca de ingenuos que se dejasen timar con los naipes. Insina que
Heyst esconde un inmensa fortuna. Y all llegan los dos malhechores, uno de los cuales
interesa especialmente por tener a mi juicio una cierta calidad de negativo de la imagen que
nos hemos hecho de Heyst. Es quien a s mismo se llama Mster Jones a secas, un tahr de
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nervios helados y maneras finas que mata por cansancio y pasea por el trpico una
tuberculosis que lo lleva lentamente a una muerte que l observa con indiferencia y tranquila
lucidez. Desde el primer encuentro, Heyst comprende que la partida que va a jugarse es a
muerte y trata de poner al margen a la muchacha que se apega a l con la trgica fidelidad
de quien acepta y pide compartir hasta el ltimo trozo del destino.
Por una especie de desenlace a lo Hamlet, todos mueren tras una larga noche de fintas
y dilogos que, en el caso de Heyst y Mster Jones a secas, se llevan a cabo dentro de la
ms ordenada urbanidad y las ms serenas maneras. Estos son, en escueto resumen, los
hechos sobre los cuales flota, como una presencia siempre evidente, la desesperanza. En
efecto, desde el primer momento nos damos cuenta de que Heyst forma parte de esa
dolorosa familia de los lcidos que han desechado la accin, de los que, conociendo hasta
sus ms remotas y desastrosas consecuencias el resultado de intervenir en los hechos y
pasiones de los hombres, se niegan a hacerlo, no se prestan al juego y dejan que el destino
o como quiera llamrsele, juegue a su antojo bajo el sol implacable o las estrelladas noches
sin trmino de los trpicos. Pero, no hay una pasividad bdica, un renunciamiento asctico a
participar en la vida, por parte de los desesperanzados. Heyst ama, trabaja, charla
interminablemente con sus amigos y se presta a todas las emboscadas del destino, porque
sabe que no es negndose a hacerlo como se evitan los hechos que darn cuenta de su
vida; sabe que slo en la participacin lcida de los mismos, puede derivarse algo muy
parecido a un sabor de existencia, a una constancia de ser, que hace posible el paso de las
horas y los das sin volarse los sesos concienzudamente. De all el desconcierto de Mr.
Jones a secas, al verse frente a Heyst y comprender que se encuentra ante uno de su
misma especie que ha escogido el otro extremo de la cuerda. Y que desde all lo est
observando serenamente y trata de descubrir, uno por uno, los tenues hilos que lo han
trado hasta Samburn, hilos que comienzan a mover un presente que se precipita
constante y vertiginoso y en el cual se advierten las huellas del desastre.
Estamos ya en posibilidad de precisar y ordenar los signos que determinan la
desesperanza y los elementos que la componen. Ms adelante la veremos aparecer en
ciertas zonas y bajo ciertas condiciones en las ms diversas y dismiles zonas de la
literatura contempornea.
Primera condicin de la desesperanza es la lucidez. Una y otra se complementan, se
crean y afirman entre s. A mayor lucidez mayor desesperanza y a mayor desesperanza
mayor posibilidad de ser lcido. A reserva, desde luego, de que esta lucidez no se aplique
ingenuamente en provecho propio e inmediato, porque entonces se rompe la simbiosis, el
hombre se engaa y se ilusiona, espera algo, y es cuando comienza a andar un oscuro
camino de sueos y miserias.
Segunda condicin de la desesperanza es su incomunicabilidad. Heyst ser siempre
para los dems, el Hechizado, el Loco, el Solitario de Samburn. Ni su ntimo amigo
Morrison, por quien sabemos toda la historia, comprender nunca el secreto mecanismo de
su conducta ni la razn soterrada de su destino. La desesperanza se intuye, se vive
interiormente y se convierte en materia misma del ser, en substancia que colora todas las
manifestaciones, impulsos y actos de la persona, pero siempre ser confundida por los otros
con la indiferencia, la enajenacin o la simple locura.
Tercera caracterstica del desesperanzado es su soledad. Soledad nacida por una parte
de la incomunicacin y, por otra, de la imposibilidad por parte de los dems de seguir a
quien vive, ama, crea y goza, sin esperanza. Slo algunas mujeres, por un cierto secreto y
agudsimo instinto de la especie, aprenden a proteger y a amar a los desesperanzados. Esta
soledad sirve de nuevo para ampliar el campo de la desesperanza, para permitir que en la
lenta reflexin del solitario, la lucidez haga su trabajo, penetre cada vez ms escondidas
zonas, se instale y presida en los ms recnditos aposentos.
Cuarta condicin de la desesperanza es su estrecha y peculiar relacin con la muerte.
Si bien lo examinamos, el desesperanzado es, a fin de cuentas, alguien que ha logrado
digerir serenamente su propia muerte, cumplir con la rilkeana proposicin de escoger y
moldear su fin. El desesperanzado no rechaza la muerte; antes bien, detecta sus primeros
signos y los va ordenando dentro de una cierta particular secuencia que conviene a una
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determinada armona que l conoce desde siempre y que slo a l le es dado percibir y
recrear continuamente.
Por ltimo -y aqu se presenta la ineficaeia de la palabra que he escogido para nombrar
esta charla- nuestro hroe no est reido con la esperanza, lo que sta tiene de breve
entusiasmo por el goce inmediato de ciertas probables y efmeras dichas, por el contrario, es
as como sostiene -repito- las breves razones para seguir viviendo. Pero lo que define su
condicin sobre la tierra, es el rechazo de toda esperanza ms all de los ms breves
lmites de los sentidos, de las ms leves conquistas del espritu. El desesperanzado no
espera nada, no consiente en participar en nada que no est circunscrito a la zona de sus
asuntos ms entraables.
Tal vez desesperanza no sea la palabra para nombrar esta situacin, en vano he
buscado otra y queda al arbitrio de cada uno de ustedes escoger la que mejor se ajuste a
las condiciones que acabo de enumerar.
Yo quisiera, antes de pasar revista a una galera de desesperanzados, leer unas
pginas de un escritor francs olvidado por muchos aos y ahora de nuevo apreciado por
una generacin que, al parecer, ve ms lejos que quienes le dejaron morir con la altanera y
mezquina indiferencia de jueces. Indiferencia por lo dems estril, ya que tuvo como
contrapartida la ms definitiva y honda desesperanza de que yo tenga noticia. Se trata de
Drieu la Rochelle, quien se suicid en 1945 ante la imposibilidad y la inanidad de explicar
nada, de comprender nada, de rescatar nada. Veintitrs aos antes, en un libro de juventud
titulado La suite dans les ides -terrible y justo ttulo a la luz de su fin- escribe el siguiente
prlogo, en el que se enumeran con lucidez incuestionable las razones que lo mueven para
entrar a la desesperanza. No tengo noticia, con excepcin de la Saison en enfer de
Rimbaud, de un ms hermoso acto de fe, de una ms absoluta rendicin de cuentas. Dice
as:
Tan lejos como puedo remontarme en la conciencia de mi vida, encuentro siempre el
deseo de ser hombre.
He querido ser soldado, o sacerdote, tanto en el tiempo de la infancia como en el
tiempo de la pureza.
Luego, el fuego del sexo comenz a latir en mis entraas; hice entonces voto de ser un
amante inolvidable. Pero este voto se consumi en una ardiente rectitud: jams mi mano
tom esa llama para tornarla en contra ma, de tal suerte que sal sin mancha de la
adolescencia, y pude renovar mi impulso hacia el herosmo o la santidad.
Durante un cierto tiempo me parece que a punto estuve de ser un guerrero, un atleta,
un poeta.
Pero la mujer no poda ya excluirse de mi ser. Era uno de los estratos vitales que
conformaban mi sombra de la que, de tiempo en tiempo, la pasin, gran destasadora,
arrancaba de su tronco grandes trozos que blanda, escurriendo savia roja a pleno sol. A
esto se mezclaron Dios, la tierra y la sangre; la plegaria, la guerra y el amor. Nac de una
prostituta y un soldado, pero un asceta marc, desde mi ms tierna infancia, una imborrable
seal de ceniza sobre mi piel.
S, recuerdo este deseo de ser hombre, es decir, erguido, fuerte, el que golpea, el que
ordena o el que asciende a la hoguera. Sinembargo, y desde entonces, permanezco
sentado, el cuerpo lacio, soando, imaginando y dejando que se pudra -debido a una muy
precoz inclinacin de mi destino- el germen de toda realizacin nacida de la fuerza.
Desde mi infancia me alej de los hombres. Desde mi infancia descuid mi cuerpo y
transformaba el hervor agresivo de mi sangre en dulces brasas que alimentaban el fuego
inofensivo de mi cerebro: las puertas del alma daban paso al miedo y a la timidez.
Y ahora, a los treinta aos, veo que no soy un hombre, que nunca lo he sido. Al no
cumplir mi deseo, he malogrado mi vida.
No soy hombre porque he dejado escapar de m la fuerza y la destreza. No tengo
aptitud para juego alguno ni para ninguna hazaa. Valga como ejemplo que no s domar un
potro, ni salvar un obstculo, ni dar un salto mortal.
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El aventurero est evidentemente fuera de la ley; el error est en creer que lo sea
nicamente de la ley escrita, de la convencin. El aventurero se opone a la sociedad en la
medida en que sta es la forma de la vida, l se opone menos a sus convenciones
racionales que a su naturaleza. El triunfo lo mata: Lenin no es un aventurero, tampoco lo es
Napolen. El equvoco tiene origen en Santa Helena. Tampoco lo hubiera sido Lawrence si
hubiera aceptado gobernar Egipto (lo cual rechaz; pero sin duda no hubiera rechazado
responsabilidad alguna en 1940). De la misma manera como el poeta substituye la relacin
de las palabras entre s, con una nueva relacin, el aventurero intenta substituir la relacin
de las cosas entre s - las llamadas leyes de la vida por una relacin particular. La
aventura comienza con el desarraigo, y a travs del mismo el aventurero terminar loco, rey
o solitario; la aventura es el realismo de lo ferico. De ah el peso de Harrar en el mito
Rimbaud: se antoja (y en parte debi serlo) Les illuminations de su vida. El riesgo no define
la aventura; la legin est llena de antiguos aventureros, pero los legionarios slo son
soldados audaces.
Slo as concebida, puede la aventura ser aceptada por quien ya no par delicatesse sino
par lucidit, ha perdido su vida. Es por eso que en la obra de Malraux la accin toma un
aspecto espectral, nico e indefinible. Ella slo toca a sus hroes en la medida en que stos
van usando, al frecuentarla, la vana servidumbre de sus sentidos, la secreta e intil materia
de la vida. Y es por eso tambin que la muerte le llega con una clara aura de tranquila
certeza, sin sorpresa alguna, con la serenidad de quien sabe que tambin ella est en el
juego y que a tiempo que forma parte del mismo, secretamente lo conforma y lo gua.
Vemos cmo los personajes de Malraux cumplen con dos condiciones de los
desesperanzados: sun lcidos al grado sumo y como tales aceptan y se relacionan con la
muerte. Ahora bien, para hallar las otras tres condiciones, bastara recorrer dos o tres
pginas de cualquiera de sus novelas, y nos saldr al paso la presencia constante de ese
doble fenmeno de soledad e incomunicacin que hace de sus personajes un solo ser
inconfundible. Ni el compaerismo en la aventura poltica de Los conquistadores, ni la
experiencia del sexo cumplida como una intensa y fugaz llama de dicha y de dolor en La va
real, ni el sufrimiento fsico y el erotismo en La condicin humana, bastan para arrancar
estos hombres del aislado y fervoroso cmulo de sus cosas ms secretas y esenciales. Y
sin embargo, no est ausente la esperanza en ninguna de estas obras, no en vano una de
ellas la lleva por ttulo. Es esa dolorosa esperanza de saber que, de rechazo en rechazo, de
batalla en batalla y de abrazo en abrazo, podamos confirmar cada vez con mayor certeza y
no sin cierta dicha inconfesada, nuestra ninguna misin ni sentido sobre la tierra, como no
sea la confirmacin, a travs del cuerpo, de un cierto existir inapelable, del cual somos
conscientes y que nos proporciona, gratuitamente, esa condicin humana en cuyo
examen y exploracin ha ganado Malraux la categora de uno de los pocos, si no el nico
autntico clsico de nuestro tiempo.
Hemos citado tres ejemplos de desesperanza, diferentes entre s en muchos conceptos.
La desesperanza en Conrad, con una indudable raz eslava, expuesta con un acento lrico y
una tenue nostalgia romntica, la brutal y desgarrada de un lcido intelectual francs que
resolvi matarse antes que seguir fabricando razones maravillosamente lcidas para
encubrir ante los dems su fatal desesperanza y, finalmente, la de un novelista admirable y
un pensador riguroso que eleva la desesperanza a categora absoluta y la explica en los
diversos planos de la accin, la revolucin, el amor y la muerte.
Hay muchos ms ejemplos, desde luego. Hay tambin la posibilidad -yo dira, la
necesidad- de profundizar mucho ms sobre el tema. Lo que estoy haciendo aqu es
nicamente enunciarlo con evidente desorden, anotar su presencia en algunos ejemplos, a
mi parecer los ms evidentes y ricos. Pero hara falta que un verdadero profesional de la
crtica, alguien que con la disciplina y formacin filosficas que a m me faltan, se lanzara
por el camino de ofrecernos una Fenomenologa de la desesperanza. No es ste un
tema apasionante y actual como ninguno? Yo as lo creo. Sera interesante tratar de
contestar algunos interrogantes tales como: Hasta qu punto hay desesperanza en la obra
de Camus? Por que no hay desesperanza en Hemingway? Por qu la desesperanza es
un fenmeno contemporneo? Cules son los nexos entre el Romanticismo y la
desesperanza? En qu proporcin es autntica, es decir, valedera como experiencia, la
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cosa?
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para Valry Larbaud la nica razn de existir: el culto sereno y agudo de la belleza, el
respeto a la persona como individuo y como misterio insondable, el confort de los grandes
expresos, un cordial humanismo paneuropeo y un perpetuo homenaje sin medida hacia las
mujeres hermosas o dignas de serlo.
He querido pasar fugaz y sucintamente por esta vida llena de esencias y de riqueza
cordial, precisamente para dejar que sea R. O. Barnabooth quien nos diga, a travs de esa
pudorosa tercera persona que son los personajes, cmo pensaba, cmo viva o hubiera
querido vivir y cules fueran las pasiones confesadas y secretas de Valry Larbaud.
Hagamos primero una breve incursin bibliogrfica a fin de podernos escapar luego
tranquilamente por el mundo y los das del que llamara una picante muchacha de su
fantasa: cet imbcile de Barnabousse.
Cuando en 1908 hace Barnabooth su entrada en el mundo literario, Valry Larbaud traa
consigo la efigie desde haca muchos aos. Una idea vaga del personaje parece ser que
naci en los tiempos de su infancia con la lectura del libro de Louis Boussenard El Secreto
del Seor Sntesis, cuyo personaje principal es un hombre tan rico que puede de un da para
otro comprar toda la propiedad raz del globo. Valry Larbaud ley este libro cuando tena
nueve aos y le llam la atencin el poder ilimitado del personaje. Igual sensacin de
sorpresa iba a tener a los quince aos con la lectura de La historia romana de Victor Duruy,
al descubrir la vasta omnipotencia de los jvenes emperadores de la decadencia cuya
extrema juventud dispona ya de un poder absoluto.
Por los mismos aos un asunto aparecido en los peridicos vino a contribuir a la
cristalizacin de sus reflexiones sobre el destino de ciertos seres al parecer privilegiados. El
hijo de un petrolero multimillonario, Max Lebaudy, por no haber sido tratado a tiempo y
dispensado del servicio militar, muere a los 23 aos en el cuartel. El destino lamentable de
este adolescente, vctima de su inmensa fortuna -la opinin de entonces hubiera tachado de
favoritismo y corrupcin cualquier esfuerzo por librarlo del servicio- impresion vivamente a
Larbaud, quien inclusive pens en dedicar un poema al asunto.
Un viaje a Londres hecho por Larbaud en 1902, en compaa de un amigo que acababa
de heredar varios millones, viene a madurar por completo el personaje. Es entonces cuando
Barnabooth adquiere presencia definitiva en el espritu de este precoz turista de 18 aos. El
nombre del personaje resulta de combinar el de una localidad cercana a Londres, Barnes, y
la marca Booth que distingue un consorcio farmacutico ampliamente difundido en
Inglaterra. Larbaud comenz entonces a escribir sus Charlas de sobremesa y ancdotas de
A. O. Barnabooth, texto del que casi nada permanecer en las publicaciones posteriores y
que corresponde ms bien a un primer bosquejo necesario para la elaboracin de un
personaje definitivo. Tambin en 1902 escribe un cuento que titula El Pobre Camisero,
especie de parodia modernizada de los cuentos morales del siglo XVIII, en donde se fija ya
la personalidad de Barnabooth. De 1902 a 1908, al abrigo de su gira por Europa entera y de
sus largas estadas en el extranjero, Valry Larbaud madura casi todos los materiales que le
servirn para componer la Biografa, el Diario y los Poemas de Barnabooth.
El 4 de julio de 1907 aparece, en una edicin privada de cien ejemplares, un volumen en
el que Larbaud rene las que llama obras francesas del Seor Barnabooth y que son El
Pobre Camisero y los Poemas. A estos textos les precede una Vida de Barnabooth atribuda
a X. M. Tournier de Zamble. En este libro no aparece nombre alguno de otro autor. La
biografa utiliza los borradores antiguos a los que aludimos antes y en ella Barnabooth
aparece como un encantador joven de 24 aos, de talla pequea, vestido siempre con la
mayor sencillez, delgado, de cabellos tirando a rojos, ojos azules, piel blanca y que no lleva
ni barba ni bigote. Haba nacido, dice Tournier de Zamble, en Amrica del Sur en 1883 y
adquirido la ciudadana norteamericana en el estado de Nueva York. Larbaud mismo naci
en 1881 y si la vida novelesca de Barnabooth no presenta ninguna analoga con la suya, no
puede decirse lo mismo del carcter de este joven millonario igualmente apasionado por el
arte, la literatura, los viajes y las mujeres. Barnabooth, citado por Tournier de Zamble,
declara:... Yo tengo todas las virtudes con excepcin de la hipocresa... Soy un patriota
cosmopolita... Es lstima para un poeta francs como yo el no saber francs. Bien s que
no soy el nico, pero eso en nada me consuela.... Este humor cercano al cinismo es un
trasunto, amplificado, del espritu irnico de Larbaud. En cuanto a los poetas preferidos por
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Barnabooth son los mismos que prefiere Valry Larbaud: entre los extranjeros Walt
Withman, Jos Asuncin Silva, James Withcombe, Riley, Hugo von Hoffmansthal, y entre los
franceses Rimbaud, Vile-Griffin, Henri de Regnier, Francis Jammes, Claudel y Maeterlinck.
Los poemas de un rico amateur, como se titulan en esta primera edicin, son en nmero
de cincuenta y estn divididos en dos partes: los Borborigmos y Ievropa. Representan el
resultado de las bsquedas de Larbaud hacia su intento de dar a conocer una obra que no
sea una verdadera confidencia y que le permita crear un tipo de poeta exterior a s mismo,
por intermedio del cual expresar sus estados de alma permanentes, algunas de sus
reacciones de viajero mezcladas con sentimientos e impresiones de su invencin. El hombre
de letras cosmopolita que escribe en francs, utiliza una manera prosdica harto libre y no
teme mostrarse como discpulo entusiasta de Withman y de Wordsworth, as como de
Rimbaud, de Corbire, de Laforgue y tambin de Ronsard.
La crtica recibe el libro con entusiasmo. Gide anota en su diario Divertidos estos
poemas de Valry Larbaud. Leyndolos he comprendido que en mis Alimentos terrestres
hubiera debido ser ms cnico. Hablando de Valry Larbaud, Philippe deca a Ruyters:
Siempre es un placer leer a alguien junto al cual Gide parece pobre. En la Nouvelle Revue
Franaise Gide hace el elogio del libro y critica la biografa por encontrarla un poco larga y
sin embargo insuficiente.
Esta biografa desaparecer en la siguiente edicin y ser reemplazada por un Diario
que Valry Larbaud compone entre 1908 y 1913. Es ese ao cuando aparece la nueva
edicin y esta vez la definitiva bajo el signo de la NRF y con ttulo de A. O. Barnabooth. Sus
obras completas, o sea un cuento, sus poemas y su Diario ntimo. Para seguir fiel con la
ficcin nacida en el libro anterior, Valry Larbaud se hace aparecer en ste como ejecutor
testamentario de Barnabooth. Convencin intil por lo dems.
Barnabooth surge en este diario ms humano, menos obviamente excntrico. Sus
poesas han sido sometidas a una poda rigurosa. Quedan reducidas a quince y muchas de
ellas aparecen generosamente recortadas.
Hasta aqu la que pudiramos llamar ubicacin bibliogrfica del personaje.
Ahora, para transitar por su vida y por los meandros complicados y a veces oscuros de
su carcter, ningn gua ms indicado que su propia obra. En ella hay un poema, a mi modo
de ver el ms eficaz en cuanto a la manifestacin de sus principales claves. Se titula Europa
-en la primera edicin el ttulo haba sido eslavizado como Ievropa- y tras una graciosa
dedicatoria a su bigrafo Xavier Maxence Tournier de Zamble, Barnabooth describe cmo
desde el trasatlntico que se aproxima al continente descubre el primer faro, girando como
un demente;
Gira su cabeza flamgera en la noche, derviche gigante,
y en su vrtigo de luz
ilumina los caminos del campo, los setos de flores,
la cabaa,
el retardado ciclista, el coche del mdico por las landas,
y los abismos desiertos que cruza el paquebote.
He visto el fuego girante y he callado.
Maana al desayuno las gentes del saln, subiendo al puente
exclamarn con entusiasmo Tierra
y se extasiarn tras sus binculos.
Europa entonces, eres t! Yo te sorprendo en la noche,
vuelvo a encontraros en vuestros lechos perfumados.
Oh mis amores!
He visto la primera y la ms avanzada de todas tus luces.
All, en esa breve esquina de la tierra
roda toda por el ocano que abraza islas inmensas,
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exquisito de gozar esa Europa que se precipita hacia Sarajevo con sus complicados juegos
mundanos y sus grandes expresos de lujo. Oigmoslo increpar al Viejo Continente:
Yo soy un colonial. Europa nada quiere conmigo, nunca ser en ella otra cosa que un
turista. Tal es el secreto de mis iras. Porque todava hay en Europa pases en donde la
riqueza, que es una fuerza respetable, es respetada, y en donde los empleados de las
tiendas en plan de estetas y de ruskinismo, no se befan an de los ricos. Tenemos nuestra
antigua casa, con su humilde fachada blanca dividida en cuadros por las viejas vigas
oscuras: Inglaterra. Y existe la santa Espaa de grandes iglesias doradas. Y a ellas
venimos, nosotros los coloniales, como si el descubrimiento hubiera ocurrido hace unos
das. Venimos plenos de recuerdos de las guerras indgenas, de la llegada de los Padres
Peregrinos, del desembarco de Villegagnon en la baha de Ro y de los 'Old Thirteen'. Todo
esto ayer.
Ah!, sentarse a la mesa de la gran civilizacin; ver al Papa, a los Reyes, a los Obispos
asistir a la ceremonia de Creacin de nuevos caballeros, a las misas pontificias, a la entrada
del Lord Alcalde de Londres!, y tocar las Columnas del Partenn, las ruinas romanas de
Nimes y de Pola, los pilares de las catedrales gticas, los trboles emplomados de los
vitrales de las casas Tudor!.
Despus del episodio con Florrie Bailey, la bailarina de caf-concert a quien se ofrece
en matrimonio y ante el asombro de ser rechazado por la vigorosa razn y buen sentido de
la joven prostituta, averigua que ella forma parte del grupo de espas que vigilan cada paso
suyo por instrucciones de su curador Cartuyvels. Barnabooth deambula por las calles de
Florencia noches y das, sin regresar a su hotel, hasta que topa de manos a boca con su
automvil de lujo que vendiera hace un ao a su amigo el marqus de Poutuarey. Sube al
coche y cuando va a arrancar, el marqus sale de una casa galante y estrecha en sus
brazos al amigo que se desmaya de hambre y cansancio en los mullidos cojines de la
Vorace. Al da siguiente parten hacia San Marino. El retrato que hace Barnabooth de
Poutuarey indica ya cmo ha aprendido a juzgar a los hombres sin rencor, pero sin
esperanza. Ante la expresin de amistad cordial que le depara el marqus en un momento
del dilogo, Barnabooth anota:
Poutuarey piensa que es halagador poder tratar de 'mi querido amigo' al hombre ms
rico del mundo. Me gusta esta vanidad humilde de las gentes que se muestran orgullosas de
sus relaciones, de su dinero, de sus ttulos nobiliarios, de su saber, de sus talentos. Lo
encuentro conmovedor, yo que sufro por haber alcanzado el centro de la indiferencia y ver
que las gentes gustan dejarse engaar por las apariencias de la vida. Hay, pues, hombres
lo suficientemente ingenuos como para, siendo nobles, despreciar a quienes no lo son?
Siendo sabios, creerse superiores a los ignorantes? Siendo ricos, creerse por encima de
los pobres? Quin tuviera, ay!, la frescura de alma de estos inocentes! Ser el abarrotero
que detesta de todo corazn al abarrotero de enfrente, o el rico negociante retirado que se
muere de ganas por ser recibido en casa de su vecino el hidalgo, o el hombre de letras que
se cree importante porque hablan de sus libros. Pero, por otra parte, no es tambin
conmovedora la gran vanidad del orgullo que me invade al sentirme superior a todas esas
pequeas vanidades? Estas o iguales reflexiones se irn sucediendo, cada vez ms a
menudo, en el diario del rico amateur. Su viaje con el marqus a San Marino y a Venecia.
Su visita luego a Mosc, Sergievo y San Petersburgo. Su paso por Copenhague y su
estancia en Londres, son un lujoso peregrinaje por gentes, ciudades y paisajes que fueron
todo para l y de los cuales se va despidiendo para siempre, con anticipada nostalgia de
quien no volver a verlos nunca. En Londres, Barnabooth se casa con una paisana suya,
Conchita Yarza. Ella y su hermana haban sido educadas en los mejores colegios de
Inglaterra, por un capricho y un romntico impulso del joven multimillonario, que haba
recogido las dos hurfanas y se hiciera cargo de ellas, con el secreto designio, confiesa, de
casarse con una de las dos. Y llegamos a las ltimas pginas de su Diario, que nos
muestran en toda su evidencia los secretos resortes de Barnabooth. Dicen as:
Londres 8 de Enero. - Me doy cuenta de que cometo un error al condenar en bloque
todo mi pasado. Aun en los aos peor empleados, encuentro algunas acciones de las cuales
an puedo felicitarme. Por ejemplo: cuando, habiendo recogido a las seoritas Yarza, me
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propuse que fueran instruidas y educadas con todo cuidado, ya entonces pensaba que una
de ellas pudiera ser para m una agradable compaa.
Es ms, haba contemplado la posibilidad de mi matrimonio con Concha. Pero ora lo
consideraba como una derrota, ora como una solucin extrema. Yo era el tpico hombre que
se resigna a casarse con su amante. El mundo no iba a examinar si Concepcin Yarza era o
no mi amante. 'Se cas con una de esas muchachas a quienes sostena', escuchaba ya
decir a uno de mis conocidos, con ese tono artificial de ciertos grupos. Era precisamente una
de esas cosas que no deban haberme sucedido. Mi matrimonio, por el contrario, deba ser
un golpe maestro que superase todo lo que las gentes de mi mundo pudieran prever. Me
colocara definitivamente en la gran aristocracia europea. Yo soaba con la corona de Lady
Barnabooth de Briarlea. En otras ocasiones mi matrimonio con Concepcin Yarza adquira
un valor simblico. La antigua idea pueril, la necesidad de `reparacin social', entraba en
juego. Qu desafio lanzado a mi mundo, cmo explicar mejor a todas las jvenes de la
aristocracia de sangre y de dinero, el caso que yo haca de ellas?
Cun tmido era entonces, cun preocupado por la opinin, aun en mi propia rebelin
contra ella. El gran signo, por el cual conozco que me he despojado de la antigua tontera,
es que cuido -al fin- de gustarme primero a m mismo. Presiento que voy a ser feliz; debo
confesar que an vacilo en serlo?
No continuar con mi Diario, lo escrito hasta aqu estar maana en la noche en Pars,
en donde ser publicado, poco me importa cmo y cundo, con una nueva edicin de mis
Borborygmos. Es el ltimo capricho que me pago. Mis amigos de Chelsea, me haban
pedido, a manera de recuerdo, esas que llaman, sin rer, mis obras completas. Pues bien,
las van a tener; desde Francia les enviarn el volumen. Pero lo que ellos piensen... eso me
es igual. Publicando este libro me desembarazo de l. El da en que aparezca ser el mismo
en que dejar de ser autor. No reniego de l por entero: l termina y yo comienzo. No me
busquis en l; yo estoy en otra parte, estoy en Campamento, Amrica del Sur.
Acabo de levantar la cortina y de mirar a la noche. He visto el square que duerme,
entre las rejas, sin movimiento ni color entre la bruma. He aqu las casas respetables que no
abandonan jams su dignidad, ni aun en su sueo. Y detrs de ellas la falsa jerarqua del
Viejo Mundo, sus pequeos placeres sin variedad y sin peligro, cuntas emboscadas
miserables me ha tendido, las brillantes carreras que ha propuesto a mi actividad: negocios,
polticas, literatura... Me imagino si continuar escribiendo poesa en versos libres franceses,
publicando de tiempo en tiempo una coleccin de pastiches del gnero de la Oda a Tournier
de Zamble: Ievropa, o diluyendo mis impresiones de Italia. Gracias a Dios ya no estoy
enfermo y nadie me obliga a guardar cama. Otros poemas no aparecern jams.
Pequea feria de vanidades, dulzuras de Europa, muy pronto tomarais todo de m,
todo excepto lo que ofrezco con tanto amor: la sabidura adquirida tan penosamente y mi
espritu de aplicacin y obediencia. Qu bella calma en las plidas fachadas con las cortinas
corridas. Pero bien pronto habrn de despertar a su fea existencia: servidumbre y patrones.
Y su respetabilidad considerar, con aire de altiva desaprobacin, el desorden de mi partida.
Ah! cmo comprendo ese reproche: Viejo Mundo, nos separamos enojados. Y me siento
tan ajeno a todo lo que aqu se hace, que bien pudiera quedarme si no hicieran tanta falta a
mis ojos los Andes y las pampas. Viejo Mundo, olvdame como yo te olvido!, comienzo a
perder el hbito de pensar en francs. Mi lengua natal, poco a poco, al hablarla todos los
das en familia, torna a ser mi lenguaje interior. Una a una se reaclimatan en mi espritu esas
palabras castellanas que me traen tantos recuerdos, los ms oscuros y los ms queridos, de
los confines mismos de mi vida. Olvdame, Europa; arrastra mi nombre y mi recuerdo por el
lodo. Ah tienes tus monedas, recgelas, quieres mi espolio, quieres mi honor? Me despojo
como si fuese a morir y me voy, desnudo y contento...
Cuatro de la maana. Esperar el alba. He encendido todas las luces de la casa y el
papagayo al que la claridad ha despertado y que se agita en su jaula en la cumbre de una
pila de valijas no cesa de hablar: `Loro... lorito. Lorito real'...
El Diario termina con un poema titulado Eplogo, que cierra para siempre la vida
europea de hombre libre y las obras del rico amateur, dice as:
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
EPILOGO
Con el blanco barniz de los estrechos pasillos,
los techos bajos, el dorado de los salones,
el piso que vibra en un secreto temblor
y la oscilacin del agua en las garrafas,
comienza ya, aqu,
antes de la partida y del oleaje, la nueva vida.
Me acordar de la vida europea:
del pasado que sonre recostado en los tejados,
las campanas, el camposanto, las voces tranquilas,
la bruma y los tranvas, los bellos jardines
y las lisas y azules aguas del Sur;
recordar los veranos, las tormentas,
el cielo malva con pozos de sol y el viento tibio,
escoltado de insectos, que pasa violando
la tierna desnudez de las hojas,
y al atravesar todos los setos y todos los bosques,
canta y silba y en los parques reales, consternados,
retumba,
mientras que sobre la floresta, el rbol vampiro,
el cedro, alzando sus negras alas, ladra.
Recordar ese sitio en donde el invierno
se refugia en los meses de esto:
esa morada de hielo y rocas negras y negros cielos,
donde en medio del puro silencio
se encuentran Germania y Roma.
Ya s que en breve
volver a ver ese otro lugar de aguas nuevas
donde el Mersey, limpio al fin de ciudades,
inmenso, lentamente ola por ola,
se vaca en el cielo y en donde,
primera y ltima voz de Europa, en el umbral de los mares,
sobre su cuna de madera, en su jaula de hierro,
una campana desde hace cuarenta aos habla sola.
As mi vida, as el grave amor sellado,
y la paciente plegaria, hasta el momento
en que la muerte, con su mano de huesos
ha de escribir...
FIN
Y as se despide Barnabooth de Europa y de sus lectores y torna para siempre a la
vasta y virgen extensin de su patria andina. Qu moraleja, si es que alguna hay, cabra
deducir de esta historia? Muchas, tal vez tantas como lectores recorran sus pginas, como
es el caso de todas las historias memorables. Permtaseme, entonces, enunciar la ma: Yo
veo en la vida y las obras de Barnabooth un agudo tratado sobre el exilio. No valen al rico
amateur, ni la inmensidad de su fortuna, ni la agudeza de su ingenio, ni los goces que
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
lvaro Mutis
Ensayos y artculos
decir tampoco. La noticia lleg a Ginebra en la maana y esa misma tarde recib una carta
firmada por Grobiezki que me alarm en extremo. Deca as:
Mi querido De Mattos
He resuelto tomar unas vacaciones. Viajo a Karachi con unos amigos. No me guardes
rencor si no te lo avis a tiempo y dile lo mismo a nuestros amigos. Mis compaeros de
excursin quisieran que no trabajaras tanto en la Comisin del Oro, dicen que a tu edad
estos esfuerzos pueden costarte caro y merezcas unas vacaciones como las mas. Ocpate
de Adela y paga mis deudas donde Brianski.
Abrazos
Jan
Tres puntos de la carta me dieron las pistas de por dnde iniciar la bsqueda: muy
grave deba ser el aprieto de mi amigo para que me instara a hablar con Adela de Manzi, a
quien yo le present cuando llegu al convencimiento de que las complicaciones de un alma
eslava convenan mejor a la muchacha que la abulia soleada de un escptico portugus.
Jan jams dej nada a deber en el restaurance de Brianski, a donde iba en muy contadas
ocasiones por no confiar mucho en el presente patriotismo polons del dueo. Karachi no
era la ciudad en donde estaba. La luz me vino cuando record algo que Jan sola repetir con
mucha frecuencia, al hablar de las letras francesas: Para llegar a gran poeta en Francia
hay que haber sido cnsul en Karachi o primer secretario en Ro. La piedra iba contra
Morand, Perse y Claudel, que no eran santos de su especial devocin. Se me ocurri pensar
que Jan indicaba a Ro de Janeiro como el lugar de su paradero. Por cierta intuicin gratuita,
tuve la certeza de que as era. Aclarado esto, me lanc, cun dos agentes de la Interpol, a la
bsqueda de Adela de Manzi. Llegamos a Pars en las primeras horas de la maana y
fuimos directamente a la Boule Blanche en donde Adela haca su famoso nmero de
strip-tease con ayuda de animales disecados tras de los cuales se esconda desnuda,
comenzando por el ciervo y terminando con la breve golondrina. El relato de Adela dio ms
luz al misterio. Haba ido donde Brianski con Jan. Cuando estaban cenando, el dueo se
acerc discretamente a la mesa y le dijo a aqul que unos seores queran hablarle en uno
de los reservados. Jan sigui a Brianski hacia el fondo del restaurante. Adela esper un
buen rato y ya cansada sali de all creyendo que se trataba de uno de los muy poloneses
arranques de humor de mi amigo.
Dos das despus, Brianski, bajo la presin de la polica confes haber sido cmplice en
el rapto del economista Jan Grobiezki. Regres a Ginebra y all completamos el
rompecabezas. Jan regres de Ro de Janeiro en donde haba sido alojado en un lujoso
apartamento sobre la Avenida do Ouvridor. Sus secuestradores trataron de presionarle, sin
violencia, pero usando todos los argumentos posibles, para conseguir su colaboracin y con
ella, ciertos datos respecto al control internacional del oro. Lo dejaron una maana en el hall
del Hotel Quintandinha y desde all Jan me telefone anuncindome su libertad y su
urgencia de hablar conmigo. Das antes, un hecho inslito sucedido en Estocolmo nos
permiti conocer con todo detalle la intrincada urdimbre de uno de los ms bizarros negocios
de esta era atmica ya de suyo harto complicada.
Al trasladar de un lado a otro de las bodegas de los muelles de Estocolmo un vistoso
convertible marca Dodge, procedente de la India y que nadie haba reclamado, se not que
el lugar del chasis en donde se haban asegurado las cadenas de la gra, brillaba en forma
extraa. Al averiguar el origen de tal brillo se encontr con que la totalidad del chasis era de
oro de 18 kilates. Se examinaron los papeles de aduana y los sellos de ensamblaje del
vehculo y se encontr que ste haba sido vendido en el Brasil. Del informe rendido por
Grobiezki y de lo investigado acerca del Dodge result lo siguiente:
El sindicato mundial de contrabandistas de oro monopolizaba el trfico ilegal del mismo
y daba a sus afiliados cotizaciones que les permitan conocer, cada da, los pases a donde
y desde donde era productivo el contrabando del precioso metal. Los cambios de precio son
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
a veces tan intempestivos que, como en el caso del coche en Estocolmo, haba que dejar a
medio camino una operacin hasta que las circunstancias tornaran a ser favorables. Las
personas que no estaban afiliadas al sindicato y que se arriesgaban a actuar por su cuenta,
eran entregadas a los policas locales por los miembros del sindicato que vigilaban cada
movimiento del mercado.
Pero las ambiciones del sindicato iban ms lejos. El da en que pudieron controlar
ciertas variaciones del precio del oro determinadas por la comisin y por los gobiernos en
ella representados, el radio de accin y el poder del sindicato seran incalculables. Grobiezki
era el punto clave para alcanzar este propsito. Fallaron por desconocimiento del sentido del
honor que tienen los hijos del legendario y po monarca Juan Casimiro y por ignorar tambin
que los sueos de Barnabooth -el personaje de Valry Larbaud tan caro a mi amigo y que
era dueo de toda la propiedad raz del mundo- no eran ya los del juicioso profesor de
economa que detesta los sacos de tres botones, las corbatas a rayas y las mujeres con
talento. Era de or al nervioso Grobiezki cuando relataba en su cuarto de hotel en Ginebra, el
desfile de increbles proposiciones que le hicieran sus raptores a fin de convencerlo de que
colaborara con ellos desde su cargo en altos organismos econmicos internacionales. Me
ofrecieron -deca- una suma colocada en efectivo en distintos bancos, a nombre de quien yo
quisiera y que tena siete ceros. Les expliqu que cierta modestia de medios era para m la
clave de la felicidad. Me amenazaron luego con asesinar a Adela de Manzi. En los ojos me
debieron ver que con ello me solucionaban un problema. Me comunicaron que poda yacer
en un saco en el fondo de la baha de Ro de Janeiro y mi curiosidad por conocer las
profundidades marinas y descender a ellas, dando tumbos como informa Rimbaud en su
Bateau ivre, los decepcion notablemente. Me mostraron fotostticas de mi firma al pie de
una carta en donde yo ofreca mis servicios al sindicato y amenazaron con enviarla a mis
jefes. Yo les indiqu la inconveniencia de dar publicidad a un documento en donde se
protocolizaba la existencia de una organizacin de tal ndole. Dejaron de llevarme comida un
da y me amenazaron con debilitarme hasta obligarme a acceder a su voluntad y les
expliqu que precisamente mi problema era perder unos kilos de ms y que me caa muy
bien la dieta. Ya sabes que una de las reglas del sindicato es jams llegar hasta el homicidio
ni complicarse en ningn asunto jurdico distinto del contrabando del oro. Ellos no saban
que yo conoca ese rgido principio de la banda y all estaba mi fuerza. Cuando la Interpol se
movi en Ro para buscarme y el chasis del Dodge opt por brillar en Estocolmo, me dejaron
en el Quintandinha tranquilamente.
Nunca he sabido hasta dnde tuvo miedo este polons sorprendente y siempre burln.
A veces sospecho que se dej raptar con demasiada facilidad slo para saborear la
aventura. As fue como en Pars dos miembros del sindicato lo llevaron a un C-54 de
matrcula venezolana y en el camino al aeropuerto se ingeni la manera de escribirme la
carta en donde estaban todas las claves. La escribi en el sanitario de una estacin de
gasolina y la puso al correo en una farmacia a donde entr con el pretexto de comprar un
remedio para el mareo. Uno de sus raptores era americano y el otro evidentemente
napolitano aunque trataba de hablar el francs con acento del medioda. Le hubiera sido
muy fcil engaarlos y escabullirse, pero prefiri seguirles el juego esperando as llegar a
conocer a fondo la organizacin sobre cuyas huellas estbamos. Sus previsiones se
cumplieron y el sindicato se desarticul repentinamente. El colmo de la irona fue descubrir
que su sede estaba en la misma Ginebra, en donde todos los aos nos reunamos por el
otoo para deliberar sobre el mercado mundial del oro.
No se necesita ser un lector muy avisado para notar en este relato cierras lagunas y
datos obviamente truncados para despistar. Sera mucho pedirme que, a ms de narrar
algunas ancdotas sabrosas de mi vida diplomtica, traicione el secreto profesional, en favor
del morboso afn del pblico de enterarse de lo que, en el fondo y si bien lo vemos, bien
poco le incumbe. Por ejemplo, este relato debera terminar como todos los de su gnero y
de acuerdo con el cdigo Hayes, con el castigo de los culpables y el premio para los
inocentes. Siento mucho desilusionar a mis lectores dicindoles que el contrabando del oro
sigue operando en el mundo entero y que si ven a un apresurado viajero que cambia
inopinadamente de avin en Panam y en lugar de seguir a Santiago, viaja a Kingston, o si
ayudan a cambiar de tren a una atractiva rubia con acento sueco que descubre de repente
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
que el tren a Madrid no le conviene y es mejor para ella el tibio aire de Ankara, estn
asistiendo, muy probablemente, a un episodio de rutina en el ingenioso trfico mundial del
oro. Pero mi consejo es que se mantengan al margen y dejen pasar las cosas como si nada
hubiera que pudiera interesarles menos, a no ser que tengan el temple y el robusto sentido
del humor de mi amigo Jan Grobiezki que, desde luego, no se llama as, pero s se viste en
Londres donde mi sastre y comparte conmigo la nica coleccin completa de las ediciones
originales numeradas de Valry Larbaud.
MEMORIA DE DRIEU LA ROCHELLE
PAUL VANDROME, EN SU LIBRO SOBRE DRIEU DICE LO SIGUIENTE:
Antes de morir, Drieu envi esta carta a su discpulo Lucien Combelle: Mi querido
Combelle, usted fue un buen amigo, mi ltimo amigo. Espero que vivir usted y que
defender lo que hemos amado: un socialismo orgulloso, viril. Por lo que a m respecta no
he tenido ms que un solo pie en la poltica, el otro estaba ya en otra parte. Deseo
permanecer fiel a la imagen que he trazado en la plenitud de mi edad. Lo saludo, etc...
Lucien Combelle nos ha relatado que durante la ltima conversacin que sostuvo con Drieu,
la vspera de su primera tentativa de suicidio, ste le haba pedido que, si sobreviva a la
depuracin, se uniera a Thorez.
Fue Zachary Anghelo quien me present a Drieu la Rochelle en el verano de 1939.
Anghelo trataba de salvar en la moviola un film de Henri Decoin, Battement du coeur. Los
productores lo haban llamado de Hollywuod en un vano intento de recuperar sus
inversiones gracias a la sabia experiencia de mi amigo. Haba aparecido en mi habitacin
del Htel du Colise con el aire agorado de quien desea olvidar una pesadilla. Vamos al
Bar del Prince, me dijo, tengo una cita con Drieu que acaba de llegar de Alemania y quiero
que lo conozcas. Difcilmente podrs olvidarlo despus. Le segu un poco a disgusto.
Tengo que confesar que ni las novelas Drle de voyage y L'homme couvert de femmes, ni el
libro de ensayos Notes pour comprendre le sicle, que eran los nicos libros suyos que
haba ledo, lograron interesarme tanto como para intentar la peligrosa experiencia del
conocimiento personal de alguien que, como Drieu, tena ya en su contra buena parte de las
letras francesas y haba ganado la simpata de quienes comenzaban a caer en la maraa
tejida por Otto Abetz. Sin embargo, la preponderante situacin de La Rochelle en la NRF, el
respeto que le testimoniaban gentes tan difciles y avaras en elogios como Gide y
Montherlant, me impulsaban tras las inalcanzables zancadas de Anghelo quien, en su
costumbre de hablar a gritos, enteraba a los viandantes y ocasionalmente a m, de sus
puntos de vista, harto personales por cierto, sobre el escritor. Vas a conocer al ltimo
francs lcido que trata de sobrevivir en este burdel -yo estaba acostumbrado a las
exageraciones de mi amigo cineasta, pero sta era ya algo difcil de pasar, sobre todo por
aquellos das. Drieu sabe que ya no hay nada que hacer, que estamos acorralados todos,
ellos y nosotros. Que la trampa es tan vieja como el hombre y que lo que hay que organizar
es esa muerte personal y rilkeana a la que tanto te opones t, portugus sentimental y
diplomtico impenitente. Drieu es un clsico en su estilo y desde la poca de Nern y de
Calgula no haban dado los latinos un preceptor que viera tan lejos en el destino del hombre
y conociera tanto de prostitutas, de gramtica y de licores.
Entramos en la fresca penumbra del Bar Prince deslumbrados por el sol del verano.
Avanzamos torpemente por entre mesas y criados silenciosos y me hall de repente ante un
rostro agudo, unos ojos azules por los que se paseaba esa secular inocencia gala que ha
engaado a tantos pueblos, acogido por una voz tmida, insegura, inteligente, con altos y
bajos por los que se deslizaban astutamente un impecable acento con mucho de
Guermantes y ciertos lunares de sorbonnard. Ya acostumbrado a la media luz, me di cuenta
de que Drieu perteneca, casi sin l mismo saberlo, a la tradicin de dandismo francs que
desde los mignons de Enrique III, pasando por Barbey a Baudelaire hasta Montesquieu y
Charles Haas, se ha diferenciado del ingls por la peligrosa intrusin cartesiana de la
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
inteligencia en el fresco y efmero mundo de la elegancia. Llevaba un traje gris ligero, una
camisa de un peligroso mostaza claro y una corbata azul oscura de seda tejida. Todo se
salvaba en un hilo y l, en buen dandy, no se daba cuenta. Todo pareca escogido al azar, y
tal vez lo fuera, y la combinacin pudo nacer en el desorden de unas maletas a medio abrir y
la precipitacin de una cita eventualmente olvidada.
Hablamos al principio un poco de todo. Portugal, el atardecer en Braga, la vida en
Estambul, la vulgaridad de Berln, la enfermedad de Valry Larbaud, los proyectos de la
Reinfesthal de coproduccin con Francia, la enfermedad de Milhaud, las ramificaciones de la
American Legion con organizaciones nazis de los Estados Unidos, otra vez Portugal y, de
pronto, dos alusiones centraron la conversacin en un tema que hoy recuerdo como
singularmente proftico y doloroso: la frase del rey portugus herido de muerte que dice a
sus vasallos que se apresuran torpemente alrededor de su lecho: Morer, simmais devagar
y el suicidio de Mario de S-Carneiro en Pars en su alcoba del Htel de Nice. El torrente
desarticulado en que habamos cado se orden, por obra de Drieu, en un lento canal de
aguas tranquilas. Habl del suicidio, su permanente obsesin. He visitado muchas veces
esa habitacin, nos dijo, no tiene naturalmente, nada de particular. Nadie sabe all que en
ese cuarto se dispar un balazo un hombre de letras de Portugal y de Europa. Varias veces
he tomado ese cuarto por semanas y solo o acompaado he pasado all largas temporadas
de descanso. Para quien como yo sabe que ha escogido el camino ms peligroso, buscando
en la turbia aventura nazi el ltimo aliento para una Europa que se nos desmorona y
comienza otra vez a convertirse en una pennsula ms del Asia, estas curas de reposo traen
una gran salud.
Pero cree usted realmente que Alemania tenga alguna probabilidad esta vez de
salirse con la suya? le pregunt yo, usando el viejo truco diplomtico de plantear a boca de
jarro lo que nunca debe mencionarse.
Alemania desde luego que no, me contest La Rochelle sin inmutarse, si usted lo
piensa un poco, Alemania no ha existido jams. La falta de sentido histrico de Francia, con
la vista siempre hacia el Atlntico en los ltimos cien aos, la estolidez de la poltica
austraca, la astucia inglesa y el sentido demasiado elemental del equilibrio de la poltica
exterior rusa han sido las razones para que exista eso que se llama Alemania. Hitler, un
austraco, le ha prestado a esa federacin catica, una mstica, espuria o no, pero una
mstica con la cual debemos estar todos los que creamos an en algo que se pueda llamar
Europa. El nazismo es el primer paso, despus cada pas, por su propio camino, hallar la
salida contra una tenaza que se cierne para borrarnos de la civilizacin o mejor para borrar
`nuestra' civilizacin: los Estados Unidos por un lado y Rusia por el otro.
Anghelo objet la sangrienta represin racista, los campos de concentracin, la chata
ideologa con tufo a cerveza de gentes como Himmler o Hess. Drieu repuso: De repente
nos hemos vuelto todos de una delicadeza algo inesperada. Es que los polticos que
pelotean el presupuesto hace cincuenta aos en Francia valen ms que la pandilla nazi? O
cree usted acaso que quienes manejan la poltica inglesa, con el seor Chamberlain a la
cabeza, son personas de la mayor altura y del ms desinteresado humanismo? O me va
usted a decir que Stalin y su sistema de purgas son mejores que Buchenwal y la represin
en los sudetenlands? Dnde estaban estos ltimos dos aos, cuando hemos visto agonizar
a Espaa sin mover una mano, los que hoy se aterran y claman contra Alemania? Por qu
no actuaron y gritaron entonces?. La requisitoria se alarg por varios minutos. Yo intervine
para de nuevo tratar de aplicar un cauterio en la lisa y al parecer insensible piel del inquieto
escritor: Pero un hombre como usted, uno de los fundadores de la NRF, alguien que
representa tan cabalmente todo lo que Francia puede dar para un mejor conocimiento del
hombre y de su destino, no puede estar al lado de algo que, por lo menos, vuelve a ser de
nuevo el por ustedes tan temido desorden idealista alemn.
Drieu se volvi contra m, imperturbable y seguro: Es precisamente por lucidez que he
escogido esta infamia y no la otra. Si es asunto de asco, ms me lo produce la bondad
inocua de Len Blum que el cinismo feln de un Ribbentrop o de un Ciano. Justamente para
que Francia sobreviva, los que tenemos el dudoso privilegio de la inteligencia, debemos
escoger una infamia a nuestra medida, una infamia total, una infamia que nos purgue de
sueos imbciles y de liberalismos estriles. Yo juego con todas las cartas sobre la mesa.
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
se atreva a hablar hasta ahora que les tira a los componedores de Argel, estas palabras
escritas el da de su muerte:
Ante todo no reconozco vuestra justicia. Vuestros juegos y vuestros jurados han sido
escogidos en forma tal que descarta la idea de la justicia. Hubiera preferido la corte marcial.
Hubiera sido de parte vuestra ms sincero y menos hipcrita. Adems, ni la instruccin, ni el
proceso son llevados segn las reglas que constituyen la base misma de vuestra
concepcin de la libertad.
Por otra parte, no me quejo de estar ante una justicia que tiene casi todas las
caractersticas de una justicia fascista o comunista. Anoto nicamente que para justificarse
plenamente a mi ojos, sera preciso que las obras de vuestra pretendida revolucin
estuvieran a la altura de su pomposa justicia. Pero por el momento, la revolucin de que se
vanagloria la Resistencia vale lo que la revolucin de que se ufanaba Vichy. La Resistencia
sigue siendo una fuerza mal determinada y mal justificada, entre la reaccin, el antiguo
rgimen de la democracia parlamentaria y el comunismo, participando de todos ellos y no
tomando de parte alguna su verdadera fuerza.
Yo voy a ser condenado aqu, como tantos otros, por algo tan transitorio y efmero que
maana nadie osar proclamarlo sin duda ni temor.
No me reconozco culpable. Considero que he actuado como poda y deba actuar un
intelectual y un hombre, un francs y un europeo.
En este tnomento no rindo cuentas a vosotros, sino de acuerdo con mi rango, a
Francia, a Europa y al hombre.
HISTORIA Y FICCION DE UN PEQUEO MILITAR SARNOSO: EL GENERAL
BONAPARTE EN NIZA
Rodando por las calles de Niza, mientras haca tiempo hasta cuando se instalara la
Comisin Internacional del Mercado del Oro que deba reunirse en Ginebra, y en la cual
representara a mi pas, me intern por una red de callejas antiguas llenas de un particular
sabor marino muy siglo XVIII. Vine a parar a un callejn formado por dos grandes edificios
que se reunan al fondo en una pequea plaza de armas. Una placa de mrmol oxidado, que
se confunda casi con la verdinosa vetustez de las paredes, indicaba a quien quisiera
saberlo, que ese lugar lo ocup el estado mayor del ejrcito de Italia cuya gloria y fortuna
estuvieron ligadas a las del Emperador Napolen I.
Me entretuve un rato mirando las viejas paredes, el patio de adoquines desportillados,
los grandes portones cerrados. Todo el conjunto lo usaba ahora como bodega una
compaa de colorantes qumicos y despeda un vago olor a farmacia y a tinta. De regreso al
hotel, he ido reconstruyendo una escena que me gusta recrear a menudo en la memoria y
que creo constituye el punto de partida, la primera revelacin, la prueba inaugural del genio
del general Bonaparte: su posesin del mando del ejrcito de Italia. Porque no creo que
haya sido ni la conducta en Toln, ni la actuacin en Pars al repeler los ataques de la
chusma contra la Convencin, ni menos su amistad con Barras y el crculo de Josefina, los
factores que determinaron su fulgurante carrera. Es su primer mando como general de un
ejrcito lo que le va a permitir mostrar de un golpe, con eficacia magnfica, la autoridad de su
talento como militar y la certera fuerza de su carcter. Ahora que por el azar del ocio me ha
sido posible conocer el lugar de los hechos, vuelvo una vez ms a reconstruir la escena.
El ejrcito de Italia, acampado en las afueras de Niza y a lo largo de la costa, se ha ido
deshaciendo durante cuatro interminables aos de inaccin y pillaje, hasta convertirse en
una turba de soldados harapientos y famlicos comandados por oficiales inescrupulosos y
haraganes. Divisiones enteras desertan y se lanzan al campo asolando pueblos y campos y
sembrando la destruccin y la miseria. Los hechos heroicos del ejrcito del Rhin llegan
hasta aqu como un ejemplo que en vez de levantar la moral de las tropas, sume a stas en
la apata ignominiosa de su inmovilidad.
La idea de conceder al joven general de 27 aos el mando de semejante ejrcito me ha
parecido siempre muy dentro del estilo cnico y mordaz del ci devant vizconde de Barras,
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
amigo de Josefina, miembro del Directorio y artfice consumado de cuanta intriga y latrocinio
han denunciado, cada vez con menos nfasis, los peridicos y pasquines que l sabe callar
tan hbilmente. El hecho de casar a Josefina, la deslumbrante criolla, con ese corso
flacucho de voz chillona que habla de todo con propiedad y lucidez incmodas y que se
permite ideas propias sobre asuntos harto comprometedores, constituy una broma ms de
la banda a la que se sumara tambin el diablico ciudadano Talleyrand-Perigord y otros
revolucionarios cuyo talento haba consistido, al decir de Sieys, en sobrevivir a la carnicera
de los ltimos quince aos. Pero despus de casarlo con Josefina, era preciso alejarlo de
Pars. Bonaparte mostraba tener ms talento del que era tolerable y una probidad que en
nada convena a los vidos propsitos de sus bienhechores.
As fue como se apareci el enfermizo y plido muchacho con cara de nia y rado
uniforme sin adornos, en la oficina de Barras para recibir instrucciones sobre su nuevo
destino. Mallet, Reubell y otros muchos, no pueden creer en que el cinismo de los miembros
del Directorio pueda llegar a tal punto. Apenas puedo creer que usted haya cometido una
falta semejante, escribe Dupont de Nemours a uno de los directores, es que no sabe
acaso de lo que son capaces estos corsos? No ve que todos tienen su fortuna por hacer?.
Barras debe sonrer pensando cun fcil ha sido envolver a este pobre diablo de corso y
alejarlo de Pars. Bonaparte, entretanto, se sumerge en los planos de la regin en donde
est su ejrcito desperdigado. Consulta, toma apuntes, mide distancias, calcula tiempos,
estudia cosechas, vientos, climas. Una ciudad tras otra, van quedando todas en su memoria,
con sus murallas, sus puertas, sus edificios pblicos, sus acueductos, sus matices
regionales y polticos, agota -la palabra le gustar siempre y la usar ya se trate de
pueblos o de personas- toda la vasta zona que lleva hasta los lejanos valles del Piamonte.
Toma datos sobre los generales, comandantes de divisin que forman su estado mayor,
interroga hasta el cansancio a los compaeros de armas que los conocen. De Augereau se
acuerda todava, un gigante irascible, parisiense de pura cepa, inteligente a pesar de su
aparente grosera, de maneras vulgares y comunes pero valiente, audaz y terco como
pocos. Massna, astuto y fuerte, cuyo genio militar ser reconocido muy pronto, Serurier,
otro gigante pero, a diferencia de Augereau, tranquilo, reflexivo, vanidoso, buen conocedor
de la teora y con una larga prctica de batallas. La Harpe, un suizo gigantesco, bueno y
sencillo como el pan, resuelto e incansable en el combate y, finalmente, Stengel, el jefe nato
de caballera, alemn rudo y simplote, el mejor entrenador de tropa que tiene el ejrcito.
Todos le aventajan en edad, todos vienen guerreando desde hace varios aos y han
conocido ya la crueldad de los combates, el dolor de las heridas, el agotamiento de las
grandes marchas y la ebriedad de la victoria. Todos estn ya formados con sus defectos y
sus virtudes, haciendo parte inmodificable de su persona. Hechos a la vida y a las intrigas
del cuartel, capaces de todo el valor y de toda la astuta maa de quienes han arriesgado
muchas veces la vida y conocen lo que sta vale y cun triste y feo es perderla en el
desorden de una batalla.
En un coche destartalado, Bonaparte se pone en marcha, quemando etapas hacia Niza
entre un desorden de mapas, libros, listas del ejrcito e informes de los inspectores. La
sarna adquirida en Toln le ha llenado el rostro delicado de pequeas costras que suele
arrancarse distradamente mientras lee y toma notas; la sangre le corre por el rostro, le
mancha las camisas, se seca en los papeles. Antes de salir se cas precipitadamente con
Josefina. Piensa en ella, suea con ella, se quema en una fiebre delirante que le cava el
rostro y le hunde los ojos en grandes ojeras de insomnio. En las paradas desciende
mientras cambian de caballos. La gente se queda esperando que baje el verdadero general
y cuando se dan cuenta de que es el esqueltico muchacho que da rdenes en un francs
salpicado de corso y con una voz irregular y aguda, piensan que muy mal han de andar las
cosas en Pars para que pueda llegar a general tan frentico y dbil personaje. Vuelve a
subir, torna a sumergirse en los mapas y, sin sentir el fro ni el cansancio, sigue calculando,
hora por hora, metro por metro, la campaa que le dar la gloria. Avanza hacia el Medioda
en donde ya haba estado hace unos aos como oficial de artillera en Toln. El coche se
pierde en la noche de los caminos por los que comienzan a aparecer, cada vez con mayor
frecuencia, las sombras famlicas de los soldados del ejrcito de Italia que desertan en
grupos hacia sus casas.
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mantngame informado cada tres horas de su trabajo. Comience ya. Muchas gracias. Le
mira al rostro: Massna, el cnico y valiente. Massna estar desde ese momento dispuesto
a dar la vida por el pequeo corso que le hace sentir un extrao mareo cuando se le queda
mirando. Se cubre y sale en silencio.
General Augereau, contina Bonaparte sin tomar aliento, requise todos los vveres
de la regin, organice un sistema de rancho que le permita a la tropa comer tres veces al
da. Prepreme un informe sobre la paga, cunto se debe, desde cundo y a quines. A los
contadores que se halle culpables de malversacin o robo, fuslelos inmediatamente como
escarmiento. En diez das necesito que me tenga abastecimientos suficientes para diez das
de marcha. Hgame un informe sobre el parque, estado de la artillera, cunta polvora y
cuntas municiones hay y cmo se pueden movilizar rpidamente. Gracias.
El gigante pelirrojo se tambalea de una pierna a otra. Incmodo, azorado, trata de hablar
y las palabras no le salen. Por fin se le oye decir con voz ronca: Mi general, no tenemos
parque, ni plvora y...
Una voz seca y cortante le interrumpe: Consgalos... Gracias. Augereau se retira y en
la oscuridad choca contra Massna que regresa de dar rdenes. Ese tipo ha estado a
punto de darme miedo, comenta ste, quien tampoco las tiene todas consigo. Se pierden
en la obscuridad y todo el cuartel se pone en movimiento.
General Stengel, prosigue imperturbable la voz vidriosa y aguda, usted es el mejor
sable del ejrcito. Demustremelo. Requise todos los caballos de la regin, organice dos
cuerpos mviles ligeros y seis de dragones. Prepreme un informe sobre las posibilidades
de marcha de su cuerpo, alcance del mismo, provisiones que necesita, deserciones que
haya tenido, moral de sus tropas y das que necesita para poner en orden su comandancia...
De usted tal vez dependamos todos. No le permito equivocarse. Un oficial como usted no se
equivoca. Muchas gracias. El alemn no sabe qu ha sucedido. Se siente diez aos ms
joven, suena ya con sus dragones, su caballera ligera, en la garganta le hierven las voces
de mando. Se cubre y precipitadamente se retira.
General La Harpe, coordine las labores de los generales Massna y Augereau y ponga
en orden las cuentas del ejrcito. Tiene seis das para hacerlo. Muchas gracias. El suizo
sale en silencio abrumado por la tarea que le espera, y que cumplir al pie de la letra.
Se han quedado solos Bonaparte y Serurier. ste es un curtido oficial del Estado Mayor,
estudioso, serio, tmido e inseguro pero, como todos los otros, de un valor a toda prueba en
el campo de batalla. Napolen le mira fijamente, lo mide, lo cala hasta sus ltimas fibras de
hombre de armas. General Serurier le dice, tome papel y plumas y copie lo que le voy a
dictar. Comienza a pasearse recorriendo a grandes zancadas la pequea habitacin. Es un
paseo que no parar ya en muchos aos, que pondr en conmocin al mundo y crear un
orden nuevo en Francia, Serurier est listo. Se oyen las primeras palabras de la
escalofriante Proclama al ejrcito de Italia:
Soldados: estis desnudos y mal comidos, el gobierno os debe mucho y nada puede
daros. Vuestra paciencia y el valor que demostris en estas montaas son admirables, pero
no os van a procurar ninguna gloria, ni un rayo de ella brilla para vosotros. Os voy a conducir
a las llanuras ms frtiles del mundo. Ricas provincias, grandes ciudades estarn a vuestra
merced; all encontraris gloria y riquezas. Soldados de Italia: Os irn a faltar el valor y la
constancia?...
Y as comienza la ltima epopeya escrita sobre las rutas de Europa por un solo hombre,
la ltima pgina de una gesta radiante que comenzara con el Cid, con Rolando y con
Sigfrido. La ltima leyenda.
EL INCIDENTE DE MAIQUETIA O ISAAC SALVADO DE LAS JAULAS
En los anales privados de mi vida diplomtica suelo llamar esta historia El incidente de
Maiqueta, en primer lugar porque sucedi en el aeropuerto de Caracas y, en segundo,
porque la palabra incidente, seguida de un nombre de ciudad, le da ese cariz de momento
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crtico en las relaciones de dos pases, cosa que estuvo a punto de serlo. Los hechos
ocurrieron como sigue:
La torpeza de un empleado portorriqueo en Miami para entender mi ingls de
Cambridge y la ma al intentar llegar al espaol a travs de la lengua de Cames, en lugar
de hacerlo por encima de ella, fueron culpables de que, para ir de Florida a Caracas, tuviera
que tomar un avin de los que suelen llamar lecheros. Si bien es cierto que su destino
final era la capital venezolana, el avin tocaba antes tres islas del Caribe y dos puertos
colombianos sobre el mismo mar. Cartagena de Indias y Barranquilla. Yo viajaba, designado
por la Comisin de Derechos Humanos de la ONU, para asistir como observador a la
Conferencia en donde se acord concederle a Foster Dulles el placer de disponer libremente
de Guatemala para beneficio de la United Fruit Co.
Al bajar en Barranquilla me encontr en el bar del aeropuerto con dos antiguos
compaeros de la Sociedad de las Naciones que formaban parte de la delegacin
colombiana a la Conferencia. Con ellos estaba el hroe de esta historia. Se trata de don
Isaac Tafur Abinader, opulento periodista de origen libans quien merced a un estilo sui
gneris y por dems convincente, haba fundado varios peridicos en Colombia, de los
cuales reciba pinges utilidades. Su mtodo consista en conocer a fondo las ms
escondidas debilidades de los grandes industriales y banqueros y hacerles saber, por medio
de ciertas sibilinas seales que comenzaban a aparecer en sus diarios, que era dueo de
secretos que dejaran de serlo de no aparecer en sus peridicos la publicidad de las
empresas que dirigan. Cal don Isaac tan hondo en su labor de conocer las interioridades
de los poderosos, que lleg tambin a cosechar en los dominios de los polticos, los cuales
no tuvieron ms remedio que plegarse mansamente a los cada da ms vastos intereses de
don Isaac.
Pero haba otra razn para explicar el poder que alcanz Tafur en varios rdenes de la
vida en su pas, y era su caudalosa simpata. Alto, fornido, con unos grandes ojos sonrientes
medio escondidos por el desorden de unas cejas entrecanas y retozonas, su gran nariz
levantina de aletas mviles y ultrasensibles iba a morir voluptuosamente a la orilla de unos
delgados labios casi femeninos. La generosa pilosidad que por orejas y nariz le asomaba,
era como un testimonio de su irrefrenable potencia vital. Tena unos brazos de estibador y
unas manos de violinista zngaro. Todo el conjunto remataba en una abundante cabellera de
un negro profundo. Hablaba incansable y sabrosamente y posea la facultad de convencer a
quien con l conversaba, de que era dueo de la solucin amable e inmediata de todos sus
problemas. Tal era mi inolvidable Isaac Tafur, compaero de viaje a Caracas quien, al subir
al avin, despus de una hora de espera y de haberlo conocido, me llamaba ya nuestro
perilustre diplomtico lusitano, mezclndose en ese posesivo plural en vaya a saber qu
picarescas y complicadas historias. Para mayor abundamiento, haba pasado dos aos en
Lisboa como diplomtico de su pas -una ausencia remunerada, exigida por el cariz
escandaloso de algunas de sus operaciones- y guardaba de mi patria los mejores y ms
inesperados recuerdos. Fcil es imaginarse el momento que pas en el avin, cuando, con
su voz potente me relat su visita a un burdel lisboeta habitado por enanas con el labio
superior adornado de gruesos pelos como cerdas de cepillo. En las tres horas que dur el
viaje nuestra amistad se consolid notablemente y cuando anunciaron la proximidad de
Maiqueta y nos abrochamos los cinturones de seguridad, ya nos tratbamos de t y
habamos intercambiado recetas para las naturales dolencias y molestas insuficiencias de
quienes entraban a los cincuenta aos tras una vida algo ms que agitada.
Descendimos del avin. A los colombianos les esperaba el personal de su embajada y a
m un sueco y un pakistano que me serviran de secretarios. Cuando nos entregaban los
equipajes y me despeda de mi amigo Isaac Tafur, con la promesa de vernos con toda la
frecuencia que nos permitiera el ajetreo de la Conferencia, se acercaron tres gigantescos
mestizos con uniforme de la polica y altas gorras al estilo de los SS y le dijeron unas
palabras al odo. Sin inmutarse, Isaac se despidi de m y sigui a los gendarmes que lo
rodearon inmediatamente. Pens que se trataba de una recepcin de rutina, destinada a los
periodistas acreditados ante la Conferencia y volv a mis equipajes. Al llegar al Hotel
Tamanaco, la bomba haba estallado. Los colombianos me informaron que haban detenido
a Isaac y que era imposible averiguar su paradero. La cosa se complicaba porque Tafur era
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dueo de un flamante pasaporte diplomtico cuya inmunidad haba sido violada. Mis amigos
no lograban explicarse lo sucedido, pero teman lo peor, dados los tormentosos
antecedentes de nuestro jocundo compaero de viaje. Bajamos al bar para saber algo por
boca de funcionarios de la Embajada de Colombia y hallamos al primer secretario que,
recostado en la barra, miraba a un negro vaco y con el rostro desencajado. Es un asunto
de drogas -nos dijo-, y la cosa es muy grave. De inmediato me di cuenta de la situacin en
que se hallaba su Embajada. Un pasaporte diplomtico, mezclado en un trfico de
estupefacientes, es un problema de esos que pueden arruinar para siempre la ms limpia
carrera del ms gris y eficiente de los primeros secretarios. Adems el escndalo era el
menos indicado para un pas que se sumaba a la cruzada contra el peligro comunista en
nuestro continente. Pasaron las horas y no llegaban noticias de ninguna parte. Las
autoridades venezolanas se mostraban hermticas ante cuanta gestin intentara la
calenturienta imaginacin de quienes nos preocupbamos y nos ocupbamos por la suerte
de Tafur Abinader. Me fui a dormir pasada la medianoche, dejando a los compatriotas de
Isaac en la desolada incertidumbre sobre lo que le hubiera acaecido y lo que a ellos mismos
les sobrevendra.
Al da siguiente me despertaron unos discretos golpes en la puerta de mi cuarto. Mir el
reloj. Eran las diez de la maana. Adelante, dije todava medio dormido. Entr un carrito
con varias botellas de champaa que se helaban en cubos de plata, bandejas con caviar y
suntuosas tajadas de pat de foie de Estrasburgo. Empujaba tan extraa aparicin un
silencioso criado que no cerr tras s la puerta, lo que me indic que alguien le segua. En
efecto, tras breve pausa, irrumpi mi amigo Isaac con una de sus mejores sonrisas y uno de
sus ms detestables trajes de acetato. Mi perilustre diplomtico lusitano, vengo a celebrar
contigo mi salvacin de una larga condena por trfico de estupefacientes. De todas las
sorpresas que me ha deparado la vida, sta es la que recuerdo como distinguida por los
ms delirantes elementos de lo absurdo. Despus de los efusivos abrazos y de brindar con
una champaa que me resbalaba por la garganta con un voluble sabor entre veneno de los
Borgia y agua de seltz con lavanda, me sent a escuchar la desopilante historia de Isaac
recin salvado de las jaulas.
Cuando te dej -comenz- me llevaron a un Cadillac negro en donde esperaban los
detectives. Ya para entonces la recepcin me pareci que rebasaba los lmites diplomticos
ms calurosos. Pregunt a dnde bamos y uno de los detectives, con voz tranquila y opaca
me contest: A la Direccin General de Seguridad. Es un trmite sin importancia. All le
dirn. Mencion, aterrado, mi pasaporte diplomtico y mi credencial de periodista
acreditado ante la Cancillera venezolana y sonrieron bondadosamente. A partir de ese
momento, me di cuenta de que algo grande se me vena encima. Por ms que lo
examinaba, no encontraba en el archivo de mis asuntos nada que pudiera estallar en
Venezuela. Penetramos a un moderno edificio con aspecto de escuela de MIT de
Massachusetts y en un vasto saln blanco me sentaron frente a una pequea mesa. All
estuve cerca de un cuarto de hora, sostenido por los pocos nimos que todava emanaban
de mi curiosidad. Aquellos se esfumaron y sta se congel a la entrada de un joven oficial,
vestido con un impecable uniforme de caqui y el breve y huesudo rostro envuelto en una piel
delicada semejante a la de los portugueses del sur. Un delgado bigotito negro le prestaba a
la cara inexpresiva un rasgo que la mejor de las voluntades hubiera tachado de algo
parecido a una sonrisa.
-Seor Isaac Tafur Abinader?
-S, seor.
-Es usted colombiano de nacimiento o naturalizado?
-De nacimiento como consta en mi pasaporte. -Por qu la palabra pasaporte les
causaba tan beatfica expresin?
-Tiene usted antecedentes con policas de otros pases o con la Interpol?
-Ninguno, seor oficial, y exijo que un funcionario de mi embajada est presente en
este interrogatorio cuya causa desconozco por completo. Esto es un atropello. Si le hubiera
hablado en libans le habra dado ms por enterado.
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***
UN REY MAGO EN POLLENSA
Para Camila, Catalina y Nicols
No haba vuelto a encontrarme con l desde cuando mi esposa y yo fuimos a verlo a
Pollensa y all nos relat su historia con Jamil, el hijo de Abdul Bashur y de Lina Vicente, y la
irremediable tristeza que le haba causado el tener que separarse del nio que parti al
Lbano con su madre.
Varios aos despus tuve que viajar a Amberes, invitado por la Televisin Belga para
participar en un programa sobre belgas ilustres emigrados a Latinoamrica. En un descanso
de la grabacin se me acerc uno de los ayudantes del diredor y en voz baja me dijo
rpidamente: Su amigo Maqroll est en el hospital de la Marina Mercante. Vaya a verlo. No
es nada grave pero su visita le har bien. No pude obtener ms detalles parque sigui de
inmediato mi dilogo con el presentador y, al terminar, no consegu saber quin era el que
me haba hablado al odo. A la salida de los estudios detuve un taxi y, cuando le expliqu a
dnde quera ir, me contest en un exceso de honestidad poco frecuente en esa profesin:
Ese hospital est a la vuelta de los estudios, al fondo de una calle sin salida. Le toma tres
minutos llegar all. As lo hice y cuando pregunt en la recepcin por mi amigo, una
enfermera que llenaba el formulario de una historia mdica, me dijo en flamenco: Venga
conmigo, yo lo acompao. Era una tpica flamenca de formas generosas y rostro de tez
transparente de una frescura admirable. Por sus facciones corra una sonrisa con ese vago
acento de congoja, siempre presente en las vrgenes de la pintura de Flandes.
All estaba Maqroll, con las dos piernas enyesadas sentado en una silla de ruedas y con
la mirada perdida en algn paisaje interior hecho de mar, desesperanza y resignada
aceptacin. Por el hermano de Rene -me explic sealando a la enfermera- supe que
usted vena y con l le envi el recado de venir a verme. La sonrisa de la mujer se extendi
en una franca seal de simpata y, despus de arreglar las almohadas que sostenan la
cabeza del Gaviero, se retir despidindose de m en flamenco. Para darle las gracias y
expresarle mi simpata, tuve que desempolvar las pocas palabras de esa ardua lengua que
haba aprendido en mi niez en Bruselas. Maqroll hizo algn comentario en el mismo idioma
que no logr entender pero consigui que subiera el rubor a las mejillas de la amable
Rene.
Pero, qu le pas, por Dios. A qu horas vino usted a parar a este hospital del puerto
que ms ha frecuentado en su vida segn usted mismo suele repetir? -le pregunt en
verdad intrigado ante esa forzada inmovilidad de alguien enquien la quietud se me haba
siempre antojado inconcebible.
Me fractur las dos piernas en las bodegas del puerto cuando fui a revisar una carga
que bamos a subir al Aconcagua, un carguero de mala sombra en el que navegaba como
asistente del contramaestre, cargo, como usted debe saber, desconocido en la marina
mercante pero que el Capitn, viejo amigo, invent para m. Se soltaron las amarras que
aseguraban en la plataforma de la gua unos cajones de maquinaria y un engranaje de
cincuenta kilos vino a estrellarse contra mis piernas, con el resultado que usted ve. Alguna
alarma debi notarme en la cara, porque, de inmediato, me tranquiliz: Nada serio, volver
a caminar normalmente cuando suelden los huesos. Ni suee que me va a ver andando con
muletas el resto de la vida. -Y solt una carcajada de esas tan suyas que van a perderse al
fondo del pecho sin salir nunca totalmente al exterior.
Ya ms tranquilo, me lanc a esa serie de preguntas sobre su vida y milagros despus
de nuestro ltimo encuentro, que constituyen siempre lo esencial de nuestra relacin. Es as
como nos internamos en una cadena de episodios, todos teidos de esa semitiniebla en la
que transcurren los das de mi viejo amigo. Estaba ya muy entrado el mes de diciembre y,
no s por qu, se me ocurri, de pronto, comentarle que, de seguro, tendra que pasar la
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Navidad en esa silla de ruedas bajo la afable vigilancia de Rene la enfermera. -Es
unabuena muchacha y sabe acompaar con esa mansa discrecin de las hembras de su
raza. No necesitaba yo mayores explicaciones para adivinar a dnde iba a terminar,
Maqroll ya recuperado, tan al parecer inocente relacin. Desde luego no le hice ningn
comentario al respecto, en primer trmino porque hubiera sido de una obviedad rayana en lo
necio y, segundo, porque no es el Gaviero hombre que suela franquearse en ese terreno.
-Pero, volviendo a la Navidad, -pas a comentarme Maqroll- le confieso que ahora es
una poca que tiene la curiosa condicin de comunicarme una mezcla de nostalgia y
agradable bienestar que antes no conoca. Esa fecha sola pasarme casi inadvertida. Y
sabe a quin le debo ese rescate de un tiempo gozoso? Al pequeo Jamil. Desde la
primera Navidad que pasamos juntos en Pollensa, cambi para m por completo mi relacin
con ese da.
-Pero qu tiene que ver Jamil en ese cambio. Es algo que no puedo imaginar- le
coment un poco para distraerlo en su inmovilidad y otro poco por pura y simple curiosidad
ante una reaccin tan ajena al Gaviero, al menos al que haba conocido antes de su
encuentro con el hijo de Abdul.
Es muy sencillo, -contest- se lo voy a contar porque ahora caigo en la cuenta de que
es algo que no mencion cuando nos vimos en Pollensa y les cont mi vida con Jamil en
ese puerto. Pues bien, recuerda usted que quien me ayud con tanto cario como empeo
en darle al nio un marco familiar y una cierta educacin fue nuestro querido Mossn
Ferrn, que en paz descans, y en cuya casa nos reunimos con ustedes en una noche
inolvidable. Mossn Ferrn insisti en que Jamil asistiera a la escuela parroquial y as se
hizo. El resultado, como recordarn, es que el nio acab hablando un mallorqun fluido y
participando en la vida cotidiana de sus compaeros de estudios. Cuando lleg el mesde
Diciembre y comenzaron los preparativos de Mossn para celebrar la Navidad, este me
particip su propsito de que Jamil actuar en una breve representacin de la visita de los
pastores y de los Reyes Magos que se iba a efectuar en la iglesia parroquial durante la misa
de medianoche que ustedes llaman Misa de Gallo. Se trataba de un cuadro sin dilogo que
se presentara en un pesebre construido al efecto en una de las capillas de la iglesia
contigua a la sacrista. Le pregunt a Mossn qu papel pensaba l que le correspondera a
Jamil y me contest que el que el nio escogiera; poda ser o pastor o rey mago. Esa misma
noche, en nuestra buhardilla de los astilleros, le cont a Jmil el proyecto de Mossn y l,
sin dejarme terminar, me dijo con aire que no dejaba lugar a dudas: Yo quier ser Rey
Mago. Ser por una vez Jamil al Malik. No creo necesitar decirle que Malik quiere decir rey
en rabe, lengua materna de Jamil. Si quiere que le confiese algo, le digo que desde ese
instante me di cuenta de qu habamos desencadenado en el hijo de Abdul todo un
abigarrado mundo de fantasa bien propio de su raza y de su temperamento soador y febril
y propio de sus cinco aos. El asunto ya no tena remedio y al da siguiente as se lo
comuniqu a mi amigo el Prroco quien se limit a sonrer, encantado con el giro que
tomaba su idea. Faltaba una semana para la Navidad y Jamil comenz a participaren los
ensayos con un empeo y una conviccin que iban creciendo al paso de los das. Dos antes
de la celebracin se hizo el ensayo general con trajes. Y all comenz lo que deba ser para
m la razn profunda de mi rescate de la fiesta navidea, que haba dejado en el olvido
durante tantos aos como los que he dedicado a navegar por esos mares de Dios desde
terminada mi niez y apenas iniciada mi adolescencia. Los intrpretes de la modesta
pastorela, si as poda llamrsele, se vistieron con sus trajes adecuados a la ocasin en la
sacrista. Mientras tanto yo esperaba sentado junto a Mossn Ferrn en la primera fila de las
sillas destinadas al pblico en la nave de la iglesia. Entr primero la pareja de nios que
hacan de San Jos y la virgen Mara, siguieron luego los pastores vestidos con unas pieles
de cordero tampoco convincentes como sus rostros regocijados y bien poco devotos en su
expresin. Por fin, aparecieron los reyes magos. El primero, con la cara embadurnada de
holln, representaba al rey negro; el segundo, con una barba rubia de Carlomagno de
pacotilla, trataba de ajustarse la corona de papel dorado que se le caa sobre la frente a
cada instante. De ltimo entr Jamil. Me qued estupefacto. Caminaba con la altiva
severidad de un monarca, la mirada fija en una distancia indefinible, una mano en el pecho y
la otra llevando el cetro de cartn y hojalata con una naturalidad de monarca nacido en la
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Gaviero. Fui por la escalera y al llegar a donde l staba se me lanz a los brazos y not
que temblaba de miedo.
Al medioda asistimos a la comida de Navidad, fiesta que all se celebra el da 25, que
ofreca el prroco nuestro amigo y protector. All se despoj Jamil de sus arreos reales sin
decir palabra. Sentado a mi vera, en la mesa del modesto banquete navideo, se acerc a
mi odo para decirme en voz muy baja: Ya no soy Jamil al Malik, Gaviero. Una vez ms se
me hizo un nudo en la garganta y apenas consegu sonrerle sin mayor conviccin.
Pues bien, mi querido cronista y amigo, esa misa de medianoche y esa comida
navidea me rescataron, para el resto de mis das, la alegra espontnea e indeleble, de las
fiestas navideas. Por eso las espero aqu, clavado en esta silla, con una ilusin que antes
se me haba borrado de la memoria.
Le coment que me alegraba en extremo que hubiese reconquistado esa dicha de la
infancia y medispuse a partir. En ese momento entr la bella Rene para decirnos que se
terminaba el tiempo de las visitas. Maqroll le pidi en flamenco que me acompaase hasta la
salida del hospital y ella asinti con sonrisa encantadora.
Ya en la puerta de su habitacin, no s por qu se me ocurri preguntarle, -Pero
dgame, Maqroll, cundo aprendi usted tan bien el flamenco. -Lo aprend de mi madre-
me repuso en tono cordial pero levemente desafiante. En ese instante me di cuenta, con
asombro, que era la primera vez en ya casi medio siglo de conocerlo, que mencionaba un
dato en relacin con su familia y su niez. Caminando por las calles de Amberes, en
direccin a mi hotel, segu meditando sobre esta inesperada noticia que interpret, no s
muy bien por qu, como un adis de mi errante y siempre inasible amigo. Me invadi una
vaga tristeza que me llev a no dejar mi habitacin hasta el momento de tomar el tren que
deba llevarme a Pars. Muchos das despus perdur esta impresin de prdida
irremediable que me tortura an de vez en cuando.
***
MI VERDADERO ENCUENTRO CON AURELIO ARTURO
No recuerdo quin nos present. Tal vez fue Carlos Villar Borda o quiz Fernando
Charry Lara. Recuerdo, s, muy bien, la vez siguiente en que nos vimos. Me fue a saludar a
mi oficina en el edificio en donde entonces estaba El Espectador. Y recuerdo tambin que,
de nuevo, torn a inquietar mi curiosidad su aspecto y sus maneras. No tena Aurelio
ninguno de los signos convencionales que en nuestra juventud admiramos como propios del
poeta. Ni el engallado y envolvente entusiasmo de Carranza, ni el halo de silencio y
distancia de Maya, ni la elegante bohemia de Angel Montoya, ni, desde luego, el vikingo y
picante colorido de Len de Greiff, para referirme a los que solamos ir a ver en las mesas
del Caf Asturias o del Molino y a quienes contemplbamos a distancia alelada mientras
terminbamos la modesta cerveza o el ya abolido hlas! sorbete de curuba. Recuerdo que
el aspecto exterior de Aurelio y cierta reticencia de su trato personal me inhibieron para
hablarle de literatura. Su corbatn siempre en el clsico estampado pays-ley, sus trajes
escogidos con cierta intencin en donde la fantasa se hallaba gravemente encauzada por
un vago dandysmo del Harvard de los aos veinte, su hablar apagado, casi montono si no
hubiera estado siempre al servicio de una como desdibujada irona, su saber de las letras
escanciado siempre con el dosificado entusiasmo de quien regresa de una experiencia con
el escepticismo de los lcidos, hicieron de mi trato con Aurelio una de las experiencias ms
gratificantes, tonificantes y exigentes de mis aos de aprendizaje en las letras y en la vida.
Nos veamos con mucha frecuencia. Rota cierta prudente defensa que Aurelio saba
imponer a nuestros fervores literarios, tan efmeros a menudo, solamos hablar larga y
calurosamente de nuestras aficiones ya probadas por el tiempo y la relectura. Sana
costumbre sta que le debo precisamente a Aurelio. Sera tan larga la lista de los autores y
libros que tienen para m todava, y tendrn siempre, el prestigio de haber sido indicados por
Aurelio o haber corroborado con l mi entusiasmo. No solamente Eliot, Pound, Cecil Day
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Lewis o Hart Crane, sino tambin el Dickens de Barnaby Rudge -an escucho su risa
gozadora cuando recordbamos al cuervo aquel que soltaba impertinencias desde el
hombro del personaje principal de tan deliciosa obra- y de Great expectations; Norman
Douglas, los Garnett, Lytton Strachey y algunos otros miembros del grupo de Bloomsbury,
Lon Paul Fargue y, obviamente, Milocz; las novelas policacas de Dashiel Hammet, en fin,
la lista se hara un tanto larga y demasiado personal por nostlgica y entraable.
Mi exilio en Mxico suspendi nuestros encuentros, mas no, desde luego, la amistad y
cario ya para entonces harto firmes. No hubo da en que no lo recordara en las pginas de
un libro, en un rincn de Nueva Inglaterra, en ciertas tardes de lluvia cuando volva a sus
poemas como una manera de estar ms cerca suyo, de dialogar de nuevo con quien fuera
uno de mis mejores amigos de una Colombia, entonces lejana e imposible. Y aqu viene a
cuento algo que me sucediera con la poesa de Aurelio Arturo y que quiero evocar ahora
que ya no est con nosotros, a manera de homenaje al poeta y al amigo.
Yo haba ledo Morada al Sur y otros poemas, antes de conocerlo. Esa poesa me atrajo
poderosamente por su mbito de nostalgia y al mismo tiempo su rigor y transparencia; pero
nunca fue, durante los aos de nuestra amistad, la que ms retuviera mi entusiasmo. Jams
habl con l de sus poemas. No se prestaba a ello y evada la menor alusin al asunto. En
el exilio lo lea por un acto de afecto y una necesidad de dilogo, apreciaba de nuevo su
condicin marginal y su esplndida calidad, pero volva de nuevo a mis poetas habituales
extraando a Aurelio y dejando su poesa en una penumbra de semiolvido.
En uno de esos veranos que se instalan sobre Mxico como un propsito deliberado de
esta tierra de dioses sangrientos, de dar una leccin a los hombres ajenos que la habitan
ahora, resolv pasar un fin de semana en Tepoztln al abrigo de los altos y frescos
acantilados que la encierran misteriosamente. Llev algunos libros de posible lectura. Entre
ellos, vaya yo a saber debido a qu misteriosa seal secreta de mi inconsciente, estaba la
edicin de Morada al Sur hecha por el Ministerio de Educacin de Colombia: en Tepoztln
me sumerg en la delicia de ese mbito de leve brisa que recorre como un pjaro ciego los
altos farallones en donde pueden verse an rastros de los toltecas y hasta una pirmide que
se levanta en un lugar de imposible alcance, lo que suma aun ms misterio al que su forma
y su propsito ceremonial despiertan. La lectura se me haca premiosa, difcil, esquiva.
Ningn libro logr ganar mi curiosidad y alejarme del lugar que acaparaba toda la atencin
de mis sentidos y mi divagar sin pausa ni sosiego. Una tarde abr el libro de Aurelio Arturo y
empec a leer sus poemas. Por una red de circunstancias que me niego a examinar, en ese
instante las palabras de cada poema empezaron a decirme la plena y secreta hermosura de
su designio, a mostrarme los ms escondidos caminos que el poeta se propusiera recorrer
en ese afn ciego y sin esperanza de crear para el hombre otros mundos y otros sueos que
casi nunca merece. No recuerdo cuntas veces le el breve libro. Lo que s recuerdo muy
bien es que durante un largo tiempo me fue imposible volver a ninguna otra poesa. Los
poemas de Aurelio me acompaaban tan totalmente que no haba cabida en m para otras
voces que no fuera la suya, para otra nostalgia sin salida que no fuera la de esas tierras del
sur y esa infancia dichosa evocadas por l. Esta deslumbrada invasin de la poesa no me
haba ocurrido nunca antes ni creo que me ocurra ya jams. Es un milagro que no puede
repetirse.
Regres a Colombia. Torn a ver a Aurelio en mis espordicas visitas a Bogot.
Hablamos de nuevo de nuestros asuntos, que nos haban esperado, intactos, durante diez
aos y nunca encontr palabras para contarle lo que me haba sucedido con sus poemas.
Siempre me propona hacerlo en una ocasin ms propicia y siempre haba algo en l que
me lo impeda. Ahora lo hago en la apresurada torpeza de estos recuerdos. Algo me dice
que as ha sido mejor, que as lo hubiera querido el amigo y el poeta cuya ausencia
empobrece mi vida para siempre.
(1977)
***
DONDE SE VATICINA EL DESTINO DE UN LIBRO INMENSO
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Ensayos y artculos
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Ensayos y artculos
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Ensayos y artculos
tuviera dos hijos ms con la madre de Apollinaire y en nada particip para levantar esta
familia. La irregularidad de su nacimiento marc para siempre la vida del poeta. Se firm a
menudo como de Kostrivicki y luego puso a circular la especie de que su padre era un gran
prelado romano. Apollinaire vivi apenas 38 aos. Herido en la guerra del 14 mientras
luchaba bajo bandera francesa, muri, en plena convalecencia, a causa de la gripe
espaola, el 9 de noviembre de 1918. Entre estas dos fechas transcurre una de las
existencias ms pintorescas y nace una de las obras con ms vastas ramificaciones en la
lrica y la plstica contemporneas. Nunca se ha dicho lo suficiente todo lo que Picasso le
debi a Apollinaire en la difusin de su pintura en los medios artsticos de Francia. Picasso
no se distingui jams por cultivar esa tan rara y hermosa condicin del hombre que se
llama gratitud.
Como poeta, Apollinaire cre una obra hecha de gracia, ligereza y una dosis de la
desgarrada melancola que a menudo acaba por disolverse en una alquimia verbal al
servicio de cierto exotismo no siempre de un gusto muy seguro.
De all que de sus poemas proviene todo lo bueno y todo lo malo de la lrica moderna.
Hay en Apollinaire una facilidad, un tono alado que a menudo llega a confundirse con el de
las canciones de arrabal y los aires de moda hacia el fin del siglo en Francia. La corriente de
su lirismo es de una encantadora transparencia que suele desparramarse en gratos pero
poco profundos meandros, donde slo el desabusado aire de tristeza que los tie logra
darles una permanencia y una validez ajenas al trabajo de los aos. Lo malo fue cuando los
discpulos y seguidores del poeta intentaron repetir el extrao milagro de Alcools y de
Calligrammes y se cay en una hueca retrica cuyo dao ha sido incalculable
principalmente en la poesa francesa, y, por ende, en la espaola y latinoamericana que se
aliment en esa fuente. Todas estas reflexiones nos las hacemos un tanto a contrapelo.
Basta volver a leer Zone, La chanson du mal aim o Le bestiaire, para que caigamos de
nuevo en esa magia leve, pero inolvidable e inconfundible en que nos envuelven esos
versos que, con la msica de Verlaine, nos entregan un inagotable sabor de novedad, de
mundo recin inaugurado, pero ya con su cuota de dolor y deseo inseparable en toda
existencia.
(1980)
***
EL ALTO EJEMPLO DE ANNA AJMATOVA
Termino de leer los Entretiens avec Anna Ajmtova de Lidia Tchukovskaia, aparecidos
hace algunas semanas en Pars. Estas conversaciones de una novelista notable, hija de un
gran hombre de letras ruso, con la ms alta voz potica de Rusia en este siglo, Anna
Ajmtova, no es libro para resear en el breve espacio de estas columnas. Es ms, tal vez
no sea posible escribir sobre una obra de tales caractersticas. Quin, por ejemplo, ha
escrito un comentario valedero sobre Recuerdos de la casa de los muertos, de Dostoievski?
Cuando la suma del dolor humano, de la vileza opresora de una burocracia sdica e imbcil,
llega a ciertos lmites, slo el documento directo, el testimonio desgarrado y veraz de las
vctimas inocentes, tiene la palabra. Durante 24 aos Lidia Tchukovskaia visit a Anna
Ajmtova en su estrecha y destartalada alcoba de Leningrado. En pequeos papeles y
usando ciertas claves anot las conversaciones sostenidas con esa mujer, que una la
belleza esplndida de su figura a las ms excepcionales condiciones de intuicin potica y a
una grandeza de alma sin paralelo entre sus contemporneos. La Ajmtova fue calificada
por la voz oficial del sistema sovitico, que juzgaba las artes y las letras en esa gran prisin
sombra que es la Rusia de nuestros das, Jdanov, como poetastra antipopular y arribista
de la literatura. Su primer marido, el gran poeta Gumiliov, fue asesinado por Lenin en 1921.
Su hijo Liova sufri repetidas veces la crcel y los trabajos forzados en Siberia por el solo
hecho de tener la madre que tuvo. El sistema saba que sta era la forma de herir y humillar
ms eficazmente al mayor poeta de la Rusia actual.
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
De todos los libros que han escrito en Rusia o en el exilio los disidentes del sistema
sovitico -y creo haberlos ledo casi en su totalidad- ninguno alcanza la desgarradora
grandeza, la deslumbrante y aterradora verdad, de estas conversaciones entre dos mujeres
enfermas, envejecidas prematuramente, que gastan la mayor parte de sus horas haciendo
cola para llevar algunas ropas o comida a la crcel en donde perecen lentamente el marido,
en el caso de la Tchukovskaia, y el hijo, en el de la Ajmtova. Desfila por estas pginas todo
el universo de horror que es la vida de quien se permite tener sensibilidad y lucidez en la
patria del socialismo y, tambin, y con qu inteligente y honda certeza!, el juicio y el balance
que le merecen a la Ajmtova la persona y la obra de escritores, pintores, msicos, crticos y
cientficos que fueran sus contemporneos en Rusia y en el mundo entero. Sobre Pasternak
y sobre Proust, sobre Modigliani y sobre Joyce, sobre Alexander Block o sobre Hemingway,
Anna Ajmtova opina con una honestidad y una agudeza tales que nos obligan a revisar
nuestra propia opinin que creamos ya formada para siempre. Y esto transcurre en medio
del hambre, la enfermedad y la srdida, implacable y continua vigilancia de una polica
omnipresente y obtusa. Es por eso que el libro de Lidia Tchukovskaia me parece otro de
esos cada vez menos frecuentes pero ms necesarios alegatos del hombre en favor de la
preeminencia y salvadora funcin del espritu, en un mundo que se precipita en idiota frenes
hacia la oscuridad de un materialismo asfixiante y sin sentido.
Mxico, 2 de agosto de 1980
***
LOS OLVIDADOS
Los peridicos de hace algunos das anunciaron que la aparicin en Alemania de los
Diarios de Thomas Mann haba sido recibida con notoria indiferencia. El autor de La
montaa mgica dispuso que estos diarios slo se publicaran al cumplirse los veinte aos
de su muerte. Esta frialdad de los lectores alemanes, hacia uno de sus ms famosos
escritores de los ltimos cincuenta aos, me ha llevado a reflexionar un poco sobre el
fenmeno del olvido de nombres que fueran ilustres en un determinado momento de la vida
literaria.
Por lo que toca a Thomas Mann, es preciso reconocer que, si bien fue el autor de la
Montaa mgica, de Doctor Faustus y de La muerte en Venecia, tambin lo fue, por
desdicha, de las confesiones del estafador Flix Kruhl, de Las cabezas trocadas, de La
engaada y de otras obras aun ms dbiles y farragosas. Su estilo pomposo sola caer con
frecuencia en un soso y profesoral cubileteo de ideas, a menudo manidas y, en algunos
casos, prestadas artificiosamente a los grandes autores de la literatura y el pensamiento
germanos. Hay en Mann, no siempre por fortuna, un regodeo y un coqueto nfasis en su
propio ingenio, esa debilidad del actor cabotin que se mira actuar y cae en la obviedad y el
mal gusto. Tal vez los Diarios estn llenos de tales pasajes y de all la indiferencia de los
paisanos del autor que anota el cable.
Pero este caso de Mann me ha llevado, deca, a otros nombres y a otros lugares. Qu
ha pasado, por ejemplo, con Andr Gide. Ese Gide que llen nuestra adolescencia de
inquieta y febril esperanza en una vida plena, en donde los sentidos iban a ensanchar sus
posibilidades hasta horizontes insospechados. El Gide de Les nourritures terrestres y de Les
faux monnayeurs y, luego, ms tarde, el Gide del Journal, que nos deslumbr con la certeza
de un estilo esplndido. Quin lee hoy a Gide? En Francia casi nadie. Hace mucho que sus
obras no se editan, ni llegan al gran pblico lector. Pero lo que an es para m, ms
inquietante: Quin recuerda hoy a Jean Giraudoux, al novelista delicioso de Simon le
pathtique, Sigfried et le limousin, y Suzanne et le Pacifique? Esa prosa tersa, eficaz, rpida
de Giraudoux, que a nuestros deslumbrados veinte aos nos daba la impresin de estar
leyendo un clsico, un escritor intemporal y soberbio que nos acompaara el resto de
nuestros das; esa prosa ha sido ignorada por las nuevas generaciones de lectores de
Francia y del mundo. No se edita ya tampoco a Giraudoux. Pasando al terreno de nuestro
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Ensayos y artculos
idioma, me pregunto tambin: Quines leen hoy a Gabriel Mir, a Azorn o a Prez de
Ayala? Ellos que, en su momenco, nos dieron tambin al leerlos, la impresin de estar
frecuentando y gozando a un clsico de nuestro idioma, a un escritor que haba vencido la
fama pasajera y la accin corrosiva del tiempo. Quin los lee hoy en Espaa y Amrica,
con excepcin de algn estudiante en trance de tesis? Y quin lee hoy a Norman Douglas,
a Aldous Huxley, a Knut Hamsun, a Panait Istrati, a Charles Morgan, a John Dos Passos, a
tantos otros que deslumbraron nuestra adolescencia y nuestra juventud?
Ya hemos cado en la villonesca lamentacin que conduce a la autopiedad estril, a la
saudade innecesaria. Pienso yo que, tras este primer regreso al olvido nivelador y no
siempre justiciero, hay un regreso -o varios, segn el tiempo y la obra, como es obvio-, que
es el que nos permite ahora leer, bajo una nueva luz reveladora de inesperadas y
magnficas zonas, antes ocultas, la obra de Valle Incln, de Cline, de Musil, de Arnold
Bennet, de Gustav Meirink, de Joseph Roth, y de otros grandes novelistas, que regresan de
la penumbra de un relativo olvido, para inquietar de nuevo y enriquecer una vez ms el
mbito literario del que se hallaban ausentes.
Bello libro, digno de Thibaudet o de un Edmund Wilson, aquel que analizara los secretos
mecanismos que mueven esta marea de la fama, hasta conseguir desentraar el secreto de
este fenmeno insusitado y a menudo absurdo que llamamos un clsico.
***
CALUMNIAS DE TACITO
Me resulta de notorio alivio recorrer de cuando en cuando las pginas de algunos
historiadores de la antigedad, sobre todo para recordar que no siempre el mundo estuvo
regido por la mediocridad, la tartufera y el lumpen poltico que hoy nos abruma por donde
quiera que volvamos la vista. Es as como fui a dar con un tomo de los Anales de Tcito en
la castiza y noble traduccin que en el siglo XVII, hiciera don Carlos Coloma. El castellano
de Coloma logra casi el milagro de recrear esa concisin al rojo fuego que admiraba Hugo
en el historiador latino.
Pero una vez ms, noto con asombro y no poco fastidio que esa tan justamente
celebrada concisin de Tcito, proverbial ya entre quienes trajinan los latines, slo sirvi al
amargado cronista de los Csares para verter todo su veneno contra la familia Julia Claudia
y ensartar, una tras otra, las ms siniestras calumnias contra los miembros de esa casa tan
llena de desventura y muerte, pero no exenta, a travs de algunos de sus miembros, en
especial las mujeres, de una soberbia grandeza. La forma como Tcito se ensaa, por
ejemplo, contra Tiberio, gobernante probo, rgido, preocupado de conservar la adusta
herencia de costumbres y sistemas recibida de la Roma republicana, llega a la ingenuidad
del ms sucio libelo. Tcito recoge los imnundos chismes nacidos y trajinados en el barrio
de Suburra, nido de gladiadores, rameras y malhechores de la peor laya y los eleva a la
categora de incontrovertible verdad histrica, acuada en la maravilla de su estilo hecho de
sencillez y concisa elocuencia. Y as sigue el sospechoso cronista enlodando la memoria de
pobres dementes como Calgula o Nern y mujeres admirables como Livia, Antonia y
Agripina, hijas, madres y esposas de emperadores, modelos acabados de las grandes
familias romanas, virtudes en las que descans y se afirm, a travs de cinco siglos, una de
las ms grandes y fecundas civilizaciones del orbe.
Historiadores de todas las pocas han ido desmenuzando y destruyendo la urdimbre de
infamia tejida en tan noble estilo por Tcito. Pero y esto es lo que debe preocuparnos y
ensearnos a leer los testimonios escritos en los que se basa la historia, los infames colores
con los que el autor de Los Anales tie su crnica sobre los primeros Csares, siguen
prevaleciendo y dando lugar a una caudalosa literatura cuya inmensa difusin le da fuerza
de verdad. Ahora, el cine y la televisin recogen de nuevo los viles infundios de Tcito y nos
muestran, en glorioso tecnicolor, la ms distorsionada versin de hechos que fueron
decisivos en el destino posterior de Europa y de la humanidad. Triste fuerza, srdida eficacia
esta de la calumnia, cuando se ha vertido en un soberbio estilo, en un idioma impecable,
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
inmune al trabajo del tiempo y del olvido. No valdra la pena preguntarse cul ser el Tcito
de nuestra poca? Necia pregunta, porque tampoco hay hombres como Tiberio o
Germnico, ni mujeres como Livia o Agripina. Podemos estar tranquilos. Nuestros Tcitos se
llaman Harold Robbins, James A. Michenner e Irving Wallace y con esa materia no se llega
ni al decenio.
***
EL ULTIMO SAMURAI
En breve se cumplirn diez aos de la muerte de Yukio Mishima, el ms grande escritor
del Japn contemporneo. Yukio Mishima fue, tambin, el ltimo samurai. Con el dinero que
le producan sus obras, Mishima sostuvo un ejrcito de 70 hombres, todos ellos devotos
observadores de las leyes del bushidoo, que norman la vida de un samurai desde hace mil
aos. Como protesta por la vertiginosa occidentalizacin de su patria, convertida en el
paraso y el principal proveedor de la sociedad de consumo Mishima tom por asalto, con
sus setenta adeptos, los cuarteles del Estado Mayor japons, areng a los soldados
reunidos en el patio principal, fue abucheado por ellos y regres al despacho del jefe de
Estado Mayor, quien, amarrado a una silla, asisti horrorizado a la ceremonia del sepuk
durante la cual Mishima se abri el vientre de acuerdo con reglas varias veces seculares. Un
amigo suyo termin la atroz agona cortndole la cabeza con un sable de samurai; este
amigo procedi tambin a abrirse el vientre, y otro compaero le cort a su vez la cabeza en
la misma forma. Cuando este tercer discpulo del gran escritor proceda a abrirse el vientre,
llegaron las autoridades a suspender el sacrificio de los ltimos servidores de un ideal
caballeresco anterior al de los Amadises, Durandartes, Oliveros y Tristanes de la Europa
medieval.
Locura?, ciego fanatismo?, afn demente de figuracin? Ninguna de estas
explicaciones, puramente occidentales, cuadra al impresionante suicidio de uno de los ms
lcidos y penetrantes novelistas de este siglo. Yo creo que en la muerte de Mishima
debemos ver, ms bien, la expresin elocuente y definitiva de su rechazo a un mundo para
l por completo inaceptable. Ya, en su obra, el examen de este proceso deshumanizante a
que es sometido el hombre por las fuerzas asfixiantes de una tecnologa gigantesca por l
mismo inventada y sostenida, es uno de los temas principales y recurrentes. Sus Memorias
de una mscara sus Piezas modernas de Noh y su hermosa tetraloga El Mar de la
Tranquilidad constituyen, adems de muchas otras cosas, tambin una denuncia feroz del
mundo que estamos viviendo. Y esta denuncia cobra, en el caso de Mishima, una fuerza
muy particular. Mishima, en efecto, la plantea desde su profunda fe en el ideal caballeresco
de los samurais, en la observancia estricta de las reglas que lo norman y que han
perdurado, intactas, por muchos siglos. O sea, no es desde el desencanto de un
escepticismo anrquico que Mishima juzga nuestra poca. Es desde la compleja, densa y
substanciai estructura de normas que rigen la conducta cotidiana de un hombre, llenndola
para l de sentido y de trascendencia. Este conjunto de reglas se llama bushidoo, y no hay
paso en la vida de quienes viven dentro de l que no est prescrito y determinado con un
claro sentido tico y, tambin, y muy principalmente, esttico. Todo eso suena un tanto
rancio y por dems extrao al hombre de nuestros das, desvestido ya de todo ideal y
entregado por completo a un proceso de cosificacin que lo nivela por los ms
elementales y srdidos estratos de conducta. Pero esto no es culpa de los samurais y de
sus principios. La culpa es de nuestro tiempo y de su desoladora y gris necedad, cada vez
menos humana y ms sosa. Que Mishima haya escogido la muerte, dentro del cdigo de su
fe y que haya querido hacer de esta muerte una viva leccin de protesta, me parece
plenamente vlido. Que la memoria de los hombres todo lo borre y regrese a la nada, no
quita al gesto de Mishima una indudable grandeza.
Queda, adems, su obra. Algunos de sus libros estn ya vertidos a nuestro idioma. Sus
Piezas modernas de Noh lo fueron en forma admirable por Kasuya Sakai. Adems del
intenso placer y el inters clido que despierta su lectura, esas pginas dejarn testimonio
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
de la ms alta, valerosa y lcida inconformidad y el tiempo nada podr contra ellas ni contra
su autor. Es as como Mishima acaba finalmente, por imponernos su razn y la verdad de
sus convicciones.
(1980)
***
IN MEMORIAM HENRY MILLER
No fui lector asiduo de Henry Miller, el ltimo miembro de la Lost generation, muerto
recientemente en su hogar de California. Creo no termin de leer ninguno de sus dos
Trpicos, un tanto hastiado por ese erotismo frentico que acaba por gastar todo su poder
de sorpresa o de imprecacin a la tercera pgina. La obscenidad nunca ha ido muy lejos en
literatura. El erotismo de ciertas escenas de El sobrino de Rameau, de Diderot; de Rojo y
negro de Stendhal; de la Comedia humana de Balzac o de las novelas de Mauriac, me sigue
pareciendo insuperable. No es llamando las cosas por su nombre y describiendo
minuciosamente los diversos aspectos y posibilidades del acto sexual, como se logra la
mejor dosis de erotismo en literatura. En esa impetuosa corriente de sexo y procacidad que
corre por las novelas de Miller no dejan de percibirse fcilmente varias generaciones de
protestantes reprimidos y obsesionados con el pecado. Por otra parte, tambin me
incomod siempre en Miller su afn europeizante y parisino que tampoco lo llev muy lejos.
Era mucho ms americano, para bien y para mal, de lo que l crea y hubiera deseado.
Su inclusin dentro de la generacin perdida, que bautizara Gertrude Stein, reuniendo
bajo tal definicin a Scott Fitzgerald, Hemingway, Faulkner y John Dos Passos, no creo que
corresponde ni es apropiada. Pero hay que reconocer que comparte con los autores
mencionados esa impresin que da su obra de algo no totalmente terminado, de una pasta
siempre demasiado fresca, que no agarr, para usar un trmino culinario que era grato a
mis tas. Ni Faulkner se libra de esa condicin, a pesar de Absaln, Absaln, y Luz de
agosto. Adems nos basta leer las novelas de la generacin norteamericana
inmediatamente anterior a la guerra del 14, Henry James y el mismo Dreiser, para disfrutar
de una madurez y una plenitud de concepcin que a su vez heredaron de Melville y
Hawthorne, stos s, los autnticos grandes de la novelstica estadounidense.
Sin embargo, hay una obra de Miller que me sigue pareciendo maestra en su gnero y
que releo con placer siempre intacto: me refiero a sus recuerdos del viaje que hiciera a
Grecia a mediados de los aos treinta y que titul El coloso de Maroussi. Este libro tiene una
frescura, un vigor descriptivo y un exaltado disfrute del paisaje, la comida y las gentes de
Grecia, que nos reconcilia por entero con su autor y nos ensea a apreciar y a gozar sus
cualidades y calidades de americano inteligente, sarcstico y enemigo de toda hipocresa y
de toda rutina. La evocacin del poeta griego Katzimbalis y de las pantagrulicas hazaas
de este ejemplar inolvidable del Mediterrneo que toma la vida entre las manos y la reparte
con una generosidad ilimitada, es, a mi juicio, lo ms perdurable de Miller.
Tambin algunos de sus ensayos literarios son un ejemplo de originalidad y buen gusto.
Sus juicios sobre la literatura francesa de su tiempo y sobre sus compaeros de generacin
en Estados Unidos, son pginas inolvidables y rigurosamente necesarias. En estos artculos
de crtica es donde se transparenta con mayor verdad el autntico Henry Miller, desvestido
de su afn escatolgico, que siempre sospech como un disfraz y como algo con lo que
trataba de ocultar a la autntica persona, a la cual pareca tener muy secretas y hondas
razones de negar.
De todos modos, con la muerte de Miller desaparece el ltimo de los notables escritores
norteamericanos de la primera Postguerra y no parece existir, en el panorama de las letras
de ese pas, nadie que pueda, ni de lejos, intentar reemplazarlo.
(1980)
***
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
ENRIQUE MOLINA
Enrique Molina, el poeta argentino que, sin proponrselo, como es obvio, disputa a
Borges el lugar del ms importante poeta de su tierra, acaba de publicar un nuevo libro
donde rene poemas de estos ltimos aos. Se titula Los ltimos soles y ya en esta forma
de bautizar su reciente poesa, encontramos a Molina de cuerpo entero, con ese golpe de
verdad y sueo, de clara desesperanza y larga sabidura, que son los signos de su escritura
potica y de su alma de errancia inagotable y perpetua curiosidad adolescente.
Ya haba publicado Monte Avila en Caracas una esplndida antologa de Enrique
Molina, con ese tufillo a testamento y a desgarrada despedida que tienen tal clase de obras.
La seleccin de los poemas fue de un acierto tan feliz, que quien lea el libro habr tenido
una visin bastante exacta y rica de una obra nada fcil de apreciar y harto esquiva en sus
dones para quienes no tengan la familiaridad y el uso cotidiano de ciertas claves que abren
los secretos territorios del mundo de Molina y de los seres que lo transitan en el duermevela
de sus lcidos delirios.
Ahora, en Los ltimos soles, Enrique Molina regresa a algunas de las obsesiones y
demonios de sus primeros libros, pero teidos por el occiduo sol de la milagrosa tarde de
sus aos. Hay un saber tan hondo en estos poemas de Molina, un acercarse sereno y
desarmado al delicioso y doloroso paso de los das, con su cortejo familiar de pequeos
desastres y la punzante llamada de un deseo siempre renovado; hay una tan vieja y cierta
mirada a ese lado secreto, pero esencial que guarda cada cosa, cada ser, cada visin que
nos visita, que hacen de Los ltimos soles un libro capital de la poesa contempornea en
nuestro idioma. Oigamos esa voz movida por la corriente de la ms alta poesa y el ms
saludable delirio:
Aqu est mi alma, con su extraa
insatisfaccin, como los dientes del lobo;
la narradora de naturaleza cruel e insumisa
que nunca encuentra la palabra,
por all se aleja un viejo tren, momentneo y perdido,
como una luz en la lluvia, pero vuelve
a repetir su jadeo frreo y a llevarnos de nuevo
en el verde aire de los amores errantes.
Pues un tren no slo moviliza sus hierros
sino sangre soadora
deslumbrada por el viaje.
Se entiende ahora por qu una poesa de esta magnitud ha merecido la atencin y el
fervor de crticos como Octavio Paz entre nosotros o Andr Coyn, en Francia.
(1980)
(Reproducido en el Magazn Dominical de El Espectaor, 24 de mayo de 1981.)
***
JUAN JOS ARREOLA RECUERDA
Narrar los recuerdos de infancia, recrear con verdad perdurable, los aos, las gentes,
los lugares, los sentimientos de la niez, es tarea literaria de las ms difciles. Existe
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
lvaro Mutis
Ensayos y artculos
los presentes. A este grupo se sumaba a menudo un hombre de aspecto un tanto hind,
elegante, de pocas palabras, con una mirada oscura, honda y para nosotros cargada de
misterio. Era Gilberto Owen, el poeta mexicano radicado entonces en Bogot y casado con
una rica heredera antioquea. Los poemas de Owen aparecan en revistas y suplementos
literarios de la poca, el de El Tiempo, particularmente. Entonces se me figuraron llenos de
oscuridad y no logr desentraar lo que detrs de esas hermosas palabras se esconda. Era
una poesa por completo ajena a nuestras simpatas del momento: el Garca Lorca de Poeta
en Nueva York, el Vallejo de Espaa, aparta de m este Cliz, Cernuda y, desde luego, el
Neruda de la segunda Residencia en la Tierra. As mirbamos, desde la mesa vecina,
desfilar lo que nos pareca la suma de la gloria literaria. Pasados los aos pudimos
sentarnos a la mesa con Zalamea y De Greiff, pero Owen ya haba desaparecido. Yo
preguntaba por l a los presentes y siempre me respondan con una mezcla de honda
simpata y de respeto, como se habla de alguien que vino de regiones ocultas con el
misterio. Debo confesar que, a pesar de haber ledo despus con detenimiento y placer la
obra de Owen, siempre hubo en ella para m una zona oculta que se negaba a entregarme
su secreto y el placer de su conocimiento.
Hoy, un contemporneo mo a quien admiro, en un libro esencial y necesario, me ha
revelado, con luz no usada, la clave de la poesa de Gilberto Owen. Me refiero a Poesa y
alquimia -Los tres mundos de Gilberto Owen, de Jaime Garcia Terrs, aparecido en
Ediciones Era. Esta hermosa y cierta indagacin del aspecto hermtico de la poesa de
Owen pertenece a ese escaso y arduo quehacer literario que tendra que llamarse en forma
distinta de crtica, palabra empobrecida y gastada como pocas por el abuso de necios y
pedantes. Con imaginacin deslumbrada, con inteligencia incesante, con intuicin de poeta,
Garca Terrs renueva el milagro esplndido del rescate de un texto y de su autor que ya
habamos gozado con Paz en Quadrivio y con Xirau en Poesa y conocimiento. Cada uno,
como es obvio, por el personalsimo camino de su vocacin y de sus sueos.
Poesa y alquimia de Jaime Garca Terrs viene, adems, a confirmar plenamente el
lugar de excelencia que ocupa Mxico en el campo de la crtica, tanto en Espaa como en
Latinoamrica. Un trabajo como ste sobre Owen no se emprenda desde hace muchos
aos en este mbito. La crtica de caf y una indigestin de estructuralismo que nos est
asfixiando, son lo usual tanto en el reino como en esas repblicas. Yo, por mi parte,
agradezco a Garca Terrs el que me haya develado el hermoso misterio de Owen, como
me haba mostrado ya, baada en la luz de su inteligencia, la perpetua poesa de lo
helnico.
***
PROUST: EL ORDEN DE LAS POTESTADES CELESTIALES
Gaceta del Fondo de Cultura Econmica N 174, 1985.
Para el lecror nato la lectura es como una segunda vida, una existencia paralela que
corre al lado de la cotidiana slo en apariencia ms real que aquella. Tiene todos los
accidentes y caractersticas que sealan nuestro paso por la tierra: nacimiento, primeras
sorpresas, entusiasmos que en el momento nos parecen perdurables, amores a primera
vista, rechazos injustificados, decepciones, amargas enseanzas, mundos enteros que se
abren al apetito de nuestros sueos, amistades difciles y antipatas incomprensibles,
maduras revisiones, reencuentros decepcionantes, rectificaciones aleccionadoras,
amistades para toda la vida, arduos intentos de establecer una relacin y que terminan en
tristes distanciamientos: dos o tres ttulos al pie de nuestro lecho de agona, ltimas palabras
que nos llegan al odo dichas por alguien que, en ese instante, nos revela quizs un secreto
celosamente guardado. As vive el lector su relacin con los libros, as la disfruta y as la
padece hora tras hora, da tras da, ao tras ao. Si las cosas no suceden de esta manera,
sencillamente es que estamos ante una falsa vocacin, ante un fariseo de los muchos que
en este terreno existen o, simplemente, ante alguien que busc otros caminos de
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
conocimiento, otras secretas rutas para alimentar sus sueos, otra manera de encontrar las
respuestas, efmeras o intermitentes como vanos espejismos ya destinadas a calmar la sed
que no se sacia.
Para quien vive la lectura de esta manera totalizadora y entraable, el encuentro con
ciertos autores significa siempre una esquina decisiva, un crucero fatal que ha de cambiar la
vida y marcarnos para siempre. La importancia que dichos nombres puedan tener para
nosotros depende de los secretos hilos que mueven nuestro destino, nuestros terrores y
nuestros sueos y que, en un momento determinado, son los mismos que mueven al autor
que nos deslumbra. Son esas afinidades secretas sobre las cuales el viejo Goethe construy
el impecable y airoso edificio de su novela inmortal: Las afinidades electivas. Slo que en
este caso estamos, no ante otro ser de carne y hueso que aparece de repente en nuestro
camino, sino de alguien que nos habla desde las frgiles pginas de un libro. En el fondo, la
diferencia es casi imperceptible.
Ahora bien, es una verdad de Perogrullo el que la lectura de esos compaeros de ruta,
de esos cmplices de nuestras ms secretas aventuras, va cambiando a medida que pasan
los aos. Tambin es caer en la obviedad advertir que el autor que no releemos con la
regularidad que marca lo indispensable de su compaa, nunca podr pertenecer a esta
familia perdurable e imprescriptible. Y es entonces cuando nos damos cuenta que cada
lectura tiene un mbito, una relacin, un juego de preguntas y respuestas, por entero
diferente de la anterior. Porque a medida que la vida nos va formando y deformando,
tambin los libros nos van abriendo distintas perspectivas y ms amplios horizontes o nos
van cerrando puertas que antes nos conducan a parasos o a infiernos que ya nos son
vedados o an no estn listos para nuestra frecuentacin. Tratar de ilustrar este fenmeno
limitndome nicamente al campo de la ficcin novelada, con un ejemplo, con seguridad a
todos accesible. Tomemos como modelo la novela de Feodor Dostoievski Los hermanos
Karamazof. Si el libro cae en nuestras manos durante la adolescencia -tal fue mi caso- lo
leemos con el inters y la pasin con los que devoramos una novela policaca. Nos interesa,
primordialmente, saber quin fue el asesino del viejo y antiptico padre de Dimitri, Ivn y
Aliocha. Estos se nos aparecen como seres un tanto enigmticos, delirantes en ocasiones y
por entero incomprensibles en su abstrusa conducta. Tal vez sintamos una ligera simpata
por alguno de ellos. Las escenas y dilogos se nos alargan en forma que nos parece
bastante gratuita y corremos hacia el desenlace final sin parar mientes en el vasto mundo
que ha ido desfilando ante nuesrros ojos. Pasan los aos, aprendemos algunas cosas y
olvidamos otras, cambiamos, en fin nos vamos gastando para dejar al descubierto ese que
se supone que debemos ser. Tornamos a leer la obra de Dostoievski. Sabemos que la
primera lectura haba sido de una superficialidad inadmisible ante la vastedad de la trama y
de las verdades que postula. Esta segunda lectura sucede en esos aos en que creemos
haber capturado, intacta e inmutable, la verdad, la nica, la que no nos abandonar jams.
Es muy seguro que, entonces, nos pongamos del lado de Ivn Karamazof, de su dogmtica
certeza, de su fro razonamiento que anuncia ya al comisario, Dimitri nos parece
reaccionario y perdido en un mar de confusin y delirante egosmo, Aliocha se nos antoja un
descarriado, un sentimental sin brjula, por completo sometido a la vana idea de un
sacrificio irracional. El padre se nos figura el retrato acabado del burgus vido de
satisfacciones elementales, pataleando en el barro de sus apetitos desenfrenados, el
hombre que debe desaparecer y que el autor sacrifica como leccin que debe entenderse y
seguirse al pie de la letra. (Permtanme que les confiese que no fue as mi segunda lectura
de la famosa novela; pero s la de muchos de mis amigos y contemporneos de entonces).
Puede seguir luego una tercera lectura correspondiente a los aos de la serena madurez
-trmino convencional como pocos, destinado a hacernos ms tolerables los efectos del
desencanto, del enfriamiento de nuestro corazn y de nuestros ya un tanto rancios delirios.
Si tal lectura sucede nos hallamos entonces frente a una obra de muy complejas
proposiciones. Vemos que los tres hermanos pueden ser, tal vez, un trptico que se
confunde y unifica con eso que suele llamarse el alma rusa, descubrimos que la leyenda del
Gran Inquisidor es de una actualidad aterradora, que Ivn ha sido el inventor y sostenedor
de todos los Goulags y policas secretas que nos acechan cada da, nos provocan y
hacen todo lo posible por destruir el ansioso aliento de nuestro espritu. Se nos revela la
posibilidad de salvacin que esconde el ejemplo de Aliocha, cada da, eso s, con menos
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probabilidades de cumplirse sobre la tierra y nos identificamos por entero con Dimitri en
quien vemos al viejo, conmovedor y lamentable amigo que se nos aparece cada maana en
el espejo cuando nos estamos rasurando.
Dems est decir que para este ejemplo bien pudiera haber escogido cualquier otra de
las grandes novelas, obras maestras del gnero: la Cartuja de Parma o Ana Karenina, las
Ilusiones Perdidas o David Coperfield, El Molino junto al Floss o Madame Bovary Las
distorsiones, transformaciones, descubrimientos y sorpresas no hubieran sido muy
diferentes en su esencia aunque s en los elementos puestos en juego.
Llegados a este punto surge la pregunta: Y qu sucede con la lectura de Marcel
Proust? Siendo esta, sin lugar a duda, la obra ms vasta, importante y necesaria que se
haya escrito en los ltimos cien aos y uno de los mayores logros literarios de todos los
tiempos, estar sujeta a este paulatino proceso de descubrimiento y ensanchamiento de
intereses que hemos propuesto para otras grandes novelas del pasado. No, definitivamente,
no. En busca del tiempo perdido es una obra que se escapa por entero a esta ley que
hemos intentado establecer y plantea sus propias y muy diferentes reglas al lector, por
razones que vamos a intentar establecer en seguida.
Si bien es cierto que cada lectura de la obra de Proust es diferente de la anterior y que
nuestros descubrimientos tambin estarn sujetos al cambiante mdulo de nuestra conducta
y, por ende, de nuestra vida, en el caso del escritor francs nos vamos a encontrar, desde el
primer instante, con un mundo visto, descubierto, ofrecido a nuestra sensibilidad con una
riqueza, una vastedad y una complejidad sin esperanza, por entero diferentes al de todo
libro anterior o posterior. Aqu nos hallamos, de repente y sin regreso posible, envueltos en
la materia misma de nuestra existencia, somos nosotros mismos los que vamos avanzando
por el implacable proceso de conocimiento a que nos somete Proust y en cada diferente
poca de la vida que nos acerquemos a esta obra sin lmites, las revelaciones que nos
plantea, ms tienen que ver con los secretos resortes y subterrneas corrientes que mueven
nuestra alma que con el mundo que nos rodea, cuya inmutable aridez se nos aparece como
una insoportable letana.
Yo dira que la lectura de Proust, en el curso de nuestras vidas, en lugar de correr en un
sentido horizontal y plano como en el caso de cualquier otro libro que nos sea familiar,
acontece en forma espiral, en crculos que se suceden y engendran a s mismos, como en la
concepcin dantesca del infierno, como el orden de las potestades celestiales. Para mejor
explicarme voy a recurrir a un testimonio para m de incomparable valor, ya que viene de
alguien que, como Proust, forma ya parte consubstancial de mi existencia. Se trata de un
intento de acercamiento a la obra de Proust escrito por Joseph Conrad y que aparece en
una carta suya a la editora Gallimard que le propona contribuir con unas lneas al homenaje
a Proust que reuna grandes escritores de Europa y Amrica con motivo del fallecimiento del
novelista, acaecido en 1922. Homenaje que apareci en el nmero de la Nouvelle Revue
Franaise correspondiente a enero de 1923. Conrad, al tiempo que se disculpa por no
escribir algo que satisfaciera a su acostumbrado rigor, dice estas reveladoras palabras que
transcribo en su totalidad por parecerme que ningn juicio ha sido ms feliz que este del
puo de otro grande de nuestro tiempo, tan ajeno, sin embargo, al estilo y a la obra
proustiana. Dice Conrad:
En cuanto a Marcel Proust como creador, no creo que se haya escrito mucho sobre l
en ingls. Lo que he ledo me parece muy superficial. Se han elogiado, en efecto, sus
maravillosos cuadros de la vida parisina y provinciana: pero eso ya nos haba sido
admirablemente ofrecido antes que l, con amor, con odio o con sencilla irona. Hubo un
crtico que lleg a decir que el gran arte de Proust alcanza lo universal y que al pintar su
propio pasado, reproduca para nosotros la experiencia general de la humanidad. Me
permito dudarlo. Admiro a Proust ms bien porque devela un pasado diferente al de los
dems, porque ampla notablemente, por as decirlo, la experiencia general de la humanidad
aportndole algo que jams haba sido registrado anteriormente. De todas maneras esto no
es muy importante. Lo importante es que antes se nos haba dado un anlisis aliado con el
arte creador, grande en su concepcin potica, en la observacin o en el estilo, mientras
que en el caso particular de Proust, el arte creador que le es propio se basa por completo en
el anlisis. Pero es en realidad algo ms que esto. Se trata de un escritor que ha llevado el
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muy seguramente, velarn abiertas nuestra ltima noche sobre la tierra, como los libros de
Bergotte supieron hacerlo a la muerte del escritor. Ojal as sea.
(1985)
***
EL GENERAL EN SU LABERINTO
En 1963 comenc a trabajar en una novela sobre los ltimos das de Bolvar, a quien le
haca encontrarse con un coronel imaginario de los lanceros poloneses. Su dilogo me
permita mostrar la decadencia fsica y poltica del Libertador, mediante el recuerdo
nostlgico de sus brillantes aos europeos. En Pars l haba sido un dandy, y no tena ms
que una idea: regresar a Francia. Creo que bajando por el Magdalena hacia el puerto
martimo donde deba embarcarse, pudo advertir el desastre que dejaba como herencia y
muri a causa de ello; muri de repugnancia y desesperacin.
Sin embargo, abandon el proyecto al darme cuenta de la enorme documentacin que
deba consultar. Uno puede inventar o reinventar todo cuando escribe de Bizancio. No sobre
el General Bolvar, que dej 42 mil cartas y de quien no se ignora nada. Yo no tena ni la
paciencia ni la formacin y menos an la vocacin para emprender largos aos de
bsqueda. Por eso, para evitar la funesta maceracin de los remordimientos, quem toda
aquella obra negra con la excepcion de unas quince pginas. Ellas forman un cuento que
publiqu hace tiempo bajo el ttulo de El ltimo rostro.
Un da, hace tres aos, Gabriel Garca Mrquez viene a verme a la casa. El y yo nos
visitamos con frecuencia: en Mxico vivimos a tres minutos el uno del otro y nos une, desde
hace cuarenta aos, una amistad sin sombras. Aquella maana Gabo no se tom ni el
tiempo de servirse algo. Simplemente vena a preguntarme: Alvaro, te acuerdas de esa
novela que escribas sobre el final de Bolvar y de la cual publicaste un fragmento?. Le
contest que la haba quemado. Pero, por qu?. Le repuse que haba renunciado ante la
abundacia del material. Con su talante directo, muy cortante, me anunci entonces: Pues
bien, yo la voy a hacer. Le respond que me pareca bien, que le ceda voluntariamente la
idea y con ella todos los libros que posea sobre el asunto en mi biblloteca.
Los tom de inmediato. Todava lo veo embutir los quince tomos en la bodega de su
BMW que no se haba tomado la molestia, contrariamente a su costumbre, de poner a la
sombra en mi garaje. Al momento de partir me dijo: Ya sabrs de m. No se haba
demorado ms de un cuarto de hora.
Gabo me dedic El General en su laberinto. La edicin en francs lleva una dedicatoria
Para Alvaro Mutis, que remite al prefacio explicativo de Gabo. La edicin original es ms
explcita. Ah se precisa: Para Alvaro Mutis, que me regal la idea de escribir este libro.
En realidad, de ninguna forma se trata de un regalo que yo le haya hecho. Su misiva es
muy generosa: yo no le regal nada, pues l tena otra idea de Simn Bolvar, muy diferente
a la ma.
El ve en el Libertador a un hombre sagaz, lo que desgraciadamente no era; a un hombre
capaz de clculos polticos cuando se comport sobre todo como un nio consentido; en fin,
a un conductor de hombres dotado de una madurez que jams posey, en un continente
donde la madurez ha brillado siempre por su ausencia. En poltica resulta fundamental
escogerse bien los enemigos y mantenerlos, a toda costa, en la adversidad, cosa que
Bolvar no hizo jams por un constante deseo de grandeza poco sutil.
En resumen, Bolvar pertenece al personaje de tipo romntico, como Byron y
Chateaubriand. Vuestro querido vizconde era un psimo poltico, y nuestro hidalgo de las
colonias fracas por las mismas razones, es decir, debido a una equivocada eleccin del
entorno y a una especie de amarga lucidez, donde su soledad pudo deleitarse, pero que le
impidi realizar su gran diseo de un continente jams reunido. De hecho, como general,
Bolvar perdi todas las batallas en las que se hallaba comprometido: la nica que gan, en
Boyac, no dej ni una sola vctima!
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imposibles de superar. Ojal el lector sepa ver en l un homenaje, menguado pero caluroso,
a quien me antecedi sabiamente en no pocas de mis torturadas pesadillas y mis viajes
abismales.
ACOGIDA AL CAPITAN
a Hendrik Cramer
I
Salud al modesto carguero negro de holln, rojizo de orn, salud a la cuna de las
tempestades!
Salud a los ngeles de la tripulacin; pero, primero, salud a ti, Capitn, bienvenido
seas entre nosotros, tus amigos probados, tus segundones por la conciencia!
Nuestras vidas son, o muy plenas o muy dispersas, muy densas o muy ardientes, y
nuestra soledad es la de una mano muerta.
La sangre de la razn espera ser vivificada!
Volveremos jams a ver este triste brazo de mar, el mar jalando las amarras de hierro?
La luna plena a punto de estallar, la bruma ligera, el zcalo aplastante de la noche.
EVANGER (puede creerse?) est de vuelta: una vuelta al mundo!
Dice el Capitn:
-El viejo alcohol de nuestras calas no perturba la sangre de la razn. Bebed a la salud
de nuestras vidas! Bebamos!
Y los ngeles de la tripulacin y los guardianes del puerto y los aduaneros a medio
despertar y un personaje apodado el Correo y una mujer ya madura que estaba all llorando
(por quin?, por qu?) y el Capitn y sus amigos probados, todos, de pie, destinados por
su estrella al mismo sueo, vaciaron sus botellas de aguardiente.
-Es el ms bello viaje de mi vida! -cantaba aqul cuyo apodo era Len de Tormenta.
Y, los ojos poderosamente imantados, el Capitn habla:
-Todos los matices del silencio, la riqueza equvoca de tanto brillante discurso, la salud
desbordante o vacilante, los cuerpos que el sexo precipita unos contra otros, unos sobre los
otros, los unos gimientes, los otros triunfantes, el cielo abierto sobre nuestras cabezas y el
atlas abierto sobre esta mesa, el tpico del corazn, el empuje hacia las lejanas o el temor
de una partida inminente, todos los signos inscritos en el destino humano o en el curso de
las cosas (continuad en vosotros mismos la apasionante lectura), todos los signos tienen
doble faz, fasta o nefasta, bendita o maldita.
T, Salomn de Babilonia, a lo largo de esta larga travesa, tu frente ms de una vez
se inclin sobre el agua de mi sueo.
Vestido de negro y sin sombrero, permanecas cerca de la puerta en un vagn del
metro. Distrado por muy precisos pensamientos, tu expresin era serena como los
recuerdos de quienes mueren sin rencor.
-Enfermo al alba, muerto al crepsculo! -me confi mi voz ms secreta.
A travs del Atlntico desencadenado, he llorado (temblando de angustia o tal vez slo
soando que lloraba) al mejor de mis amigos.
Y ahora, hete aqu, adornado con lgrimas de dicha, prspero en la felicidad y libre,
saludndome en voz alta!
En voz baja, para que sus auditores sean todo odos, el Capitn prosigui:
-Me ha parecido sorprender el alma de un amigo, pero slo era su doble!
As, oh mis probados amigos, cuando hayis reconocido el sentido de los signos que
se inscriben en el destino humano o en el curso de las cosas, recordad que todo en verdad
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est en el poder del ojo que ve. Y el sentido de cada signo tiene doble faz, buena o mala,
fasta o nefasta, bendita o maldita, pero doble eternamente.
II
En verdad, el aejo aguardiente de las calas del EVANGER no perturba la sangre de la
razn.
Una felicidad tan rara no ser el signo de una gran desdicha?
La angustia desgarraba en mil pliegues el fuego mortecino de nuestros rostros.
Pero ya las lmparas de casas lejanas anuncian, prximas, nuestras casas y el disfrute
del retorno enciende un fuego nuevo sobre nuestros rostros.
III
Esta lmpara es la de mi vida. Su claridad se demorar paciente sobre la blancura de
tus sbanas, probar el gusto de alimentos muy simples.
Oh indecapitable! Oh sellado-con-el-sello-de-oro!
Sed el husped bienamado de los ngeles soberanos de mi vivienda. Capitn de
grandes travesas sometido a la secreta travesa de cada estrella, hombre grave y tranquilo,
juzga entre nosotros sobre leyes y constelaciones,
las constelaciones a toda mirada visibles y aquellas que t slo disciernes en el polvo
celeste y en los polvos de la tierra.
Soy de aquellos a quienes mucho claror ciega. Tiemblo de confundir la propia luz con
las luces que se reflejan. Del drama que en m se representa, la trama y la secuencia son de
la misma vena.
Y ahora, cuando de nuevo compartes tu espera con nosotros, Oh
Geodsico-de-zonas-oscuras, Oh Geognstico-de-estratos-futuros, traza, te lo suplico, un
justo itinerario a nuestras delicias: rompe, te conjuro, los goznes de puertas condenadas!
Inscrito en la blanca estela de tus viajes, tu libro de a bordo revela un orden sin tacha;
y cuando cartas venan de lejos, nuestras manos guardaban largo tiempo la impronta de tus
manos.
Desde la Montaa nos respondiste:
-Nos amontonamos en los hospitales-prisin de las grandes ciudades, porque la luna y
el sol se juraron nuestro infortunio. Limosna por limosna, ultraje por ultraje, el peso del cielo
vuelca los embusteros pesos de nuestras balanzas. Hablo de razones y no de causas.
A la sombra del barco que te llevaba, a la hora de los adioses, nos dijiste:
-Aquello que nos ve primero y que nosotros enseguida vemos, es lo imprevisto.
Pero de Nueva York tu escritura era apenas legible:
-Europa me llena de un sentimiento de blando horror. Y, sin embargo, a fuerza de
partir, me he quedado en casa, entre vosotros, Oh mis probados amigos, porque todo lo que
soy, todo lo que sigo, se detiene an en las rutas que fui. Europa me obsede, me tienta, me
atormenta, es la lcera que nos roe los tutanos, es la lepra que comer nuestro rostro.
As tus palabras se grabaron en llamas vivas en el saber de tus amigos probados, tus
menores por la conciencia, t, el ms fiel de los amigos y el ms recto de los sabios.
Y ahora, que de nuevo compartes tu espera con nosotros, velando o durmiendo,
recordando o callando, acepta, Capitn, este envo sin artificio:
Tu palabra y tu silencio
Son de un oro igualmente puro,
Tu presencia y tu ausencia
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***
LA CONSPIRACION DE LOS ZOMBIES (1997)
Jams en su vida sobre la tierra el hombre ha vivido ms solo, ms aislado de sus
semejantes, ms vejado por sus propios inventos destinados a borrar en l hasta el ltimo
rasgo de humanidad, como en este tiempo donde se pregonan las supuestas virtudes de
una comunicacin que constituye, hoy en da, el ms grave atentado, el ms brutal y eficaz,
contra la condicin humana que conmova a Malraux. Hasta no hace mucho tiempo, menos
de un siglo, el hombre sola comunicarse con sus congneres gracias al impacto directo de
su voz viva, al calor de su piel, al fulgor de sus ojos, al aura de sus humores. Ninguna de
estas herramientas de relacin suelen ser propensas a la mentira y al engao
institucionalizado que usan hoy los medios electrnicos sin medida ni pausa, sin la menor
consideracin por esa intimidad que cada hombre guarda en su interior para ofrecerla como
una prueba de amor o como un argumento para afirmar su ser en el mundo -su sein im der
Welt- del que habl Heidegger. Toda razn que se trata de esgrimir en favor de esta
conspiracin de aparatos que comienzan ya a intentar sentir y expresarse por nosotros, no
me parece vlida frente al dao irreparable que nos causan. Y ello, con el beneplcito de
estos ingenuos herederos del siglo XIX - el siglo idiota, lo llam en buena hora Len
Daudet- que no despiertan an del txico espejismo de un futuro radiante, que les fuera
prometido con falaz conviccin y que hemos acabado pagando a un precio suicida.
Conversaba el otro da con un profesor universitario de los Estados Unidos, quien me
hizo esta confesin: Cada da -me dijo- me espanta ms en mis alumnos ese aire de robots
ausentes, movidos por instintos primarios que no se conocen ni siquiera en los animales. Ya
no consiguen plantear en clase la pregunta ms simple. Se quedan absortos mirando hacia
una nada desoladora y esa mirada me persigue ya hasta en mis sueos. La transcripcin
de este testimonio es literal, lo aseguro. Tratando de buscar de dnde vena esa
deshumanizacin sin esperanza de una juventud que en breve tendr las riendas del
mundo, llegamos, mi amigo y yo, a la certeza de que el dao reside, en buena parte, en la
proliferacin de los famosos medios electrnicos que nada comunican distinto de esa
mediatizada -la palabra viene como anillo al dedo- entrega al paraso impostor de la llamada
sociedad de consumo, este vasto supermarket en el que estamos naufragando sin remedio.
Ese era el futuro radiante que nos prometieron los falsos profetas hace un siglo? Me
niego a suponer que tuvieran siquiera la imaginacin para presentir tal horror. Recordemos
las palabras del historiador y orientalista francs Ren Grousset, con las que inicia su libro
Bilan de l'Histoire: Despus de Dachau, despus de Buchenwald, despus de Aushwitz
-yo aadira de Hiroshima y Vietnam-, no tenemos ya derecho de abrigar ilusin alguna
sobre la fiera que duerme en el hombre... La asoladora propagacin de los medios
electrnicos destinados a la llamada informtica, alimenta generosamente a esa fiera.
Ahora bien, lo que aqu me corresponde sera adelantar, en la escasa medida de mis
conocimientos lingsticos, cual pueda ser la suerte del castellano sumergido ya en el
vrtigo de la informtica o como quiera o deba llamrsela. Pienso, en primer lugar, que el
entusiasmo de los entendidos en este campo, con motivo de haber sido incluida nuestra
lengua en ese universo devorante, me parece, o por lo menos, un tanto apresurado. He
tenido oportunidad de leer algunos textos escritos en lo que ah se llama castellano y lo
nico que he logrado descifrar parcialmente es una sarta de anglicismos ligeramente
espaolizados y cuyo sentido se me escapa por entero. Escuch, en una reunin de vocales
del patronato del Instituto Cervantes, celebrada hace poco ms de un ao en el palacio de
Miraflores, en Segovia, al poeta Jos Mara Valverde, quien ley una columna publicada en
un peridico de Madrid y redactada enteramente en ese novsimo papiamento. Slo s decir
que, al terminar la lectura, no supimos si rer o mostrar nuestro sobresalto. Pero creo que
hacer patente el rechazo a esta novedad es mostrar una inocencia inexcusable. Hace mil
aos que vive el castellano; durante los primeros siglos se llen de voces rabes,
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poder funcionar sin tregua, o pasando por las planicies de Tolima donde crece el arroz con
igual fecundidad, Colombia da al viajero la impresin de suntuosa opulencia, de riqueza sin
lmites.
Treinta aos de guerra civil jams declarada y que no es sino la continuacin, despus
de un corto intervalo de calma relativa a principios de este siglo, de la sucesin devastadora
de guerras fratricidas, la primera de las cuales se remonta a la Independencia, hacen de
esta maravilla, de este prodigio de la naturaleza, el teatro atroz de un holocausto que ha
tomado proporciones demenciales. Existe seguramente una gran cantidad de razones muy
diversas para esta especie de suicidio colectivo, pero no estoy seguro de que sea ste el
lugar para investigarlas ni de que sea yo la persona ms indicada para tal empresa.
Lo primero que sorprende al viajero cuando penetra en el pas es la diferencia
sumamente marcada de costumbres, la variedad de caracteres y de comportamientos segn
las regiones. Las tres cadenas de montaas cuyos picos nevados se pierden en el cielo
delimitan una serie de asentamientos humanos aislados que se han desarrollado cada uno
para s y guardan una indomable tendencia a vivir segn sus propias normas, ignorando y
rechazando a la gente de fuera. Una discusin entre un descendiente de arrieros o de
propietarios de haciendas que han hecho la riqueza de los actuales departamentos de
Antioquia, Caldas, Quindo y Risaralda, y un ganadero de las regiones bordeadas por el mar
de las Antillas no puede sino sumir en una confusin inextricable, llena de intereses
contrapuestos y de mutuos reproches exacerbados. Lo mismo cuando un hombre de vastas
planicies del Este trata de comunicarse con un habitante circunspecto y cerrado del altiplano
de Bogot.
Es cierto que toda nacin est formada de regiones que conservan entre s diferencias
importantes, pero en Colombia la desmesura y la fantasa de la geografa hacen este
dilogo de sordos ms agudo y ms conflictivo que en cualquier otra parte. Sera,
seguramente, tan ingenuo como intil explicar de este modo el fenmeno de la violencia. El
problema hunde sus races en las capas ms profundas del comportamiento del colombiano
y sera preciso recurrir, para sacarlas a la luz, a una aplicacin rigurosa de los mtodos de
Jung: nadie, hasta ahora, se ha arriesgado a ello, o ha dispuesto de la objetividad suficiente
para llevar a un buen trmino tal tarea.
El colombiano desborda de imaginacin y de vida; es inestable y fcilmente proclive a
abandonar sus empresas a medio camino. Su inteligencia natural salta de un tema a otro, de
una solucin a otra, lo que hace que la historia del pas est sembrada de las
contradicciones ms imprevisibles y ms insolubles.
El colombiano es incomparable a la hora de transformar en realidades perentorias los
prnductos ms exaltados de su imaginacin.
Una leyenda que no he podido verificar pretende que Eliseo Reclus, de paso por
Bogot, viera a algunos ciudadanos paseando delante del atrio de la catedral en la Plaza
Mayor, discutiendo con animacin. Se atribuye al clebre gegrafo y primer terico del
anarquismo este comentario que es una obra maestra de insignificancia y banalidad:
Hablan al caminar, como los atenienses. De ah a bautizar nuestra capital la Atenas
americana hay un paso que no tard en producirse. No s, repito, si la ancdota es cierta,
pero d una buena idea de lo que mis compatriotas son capaces. Conviene, sin embargo
observar, para compensar ese aspecto de nuestro carcter nacional, que los diversos
presidentes de Colombia que se cultivaron en el dominio de las letras fueron al mismo
tiempo notables gobernantes, hombres honrados y patriotas, espritus justos y ponderados.
Un Miguel Antonio Caro, traductor de La Eneida y gramtico de fama universal, supo dirigir
el pas de manera ejemplar. En el siglo XX, muchos altos magistrados han dado pruebas de
los mismos talentos y las mismas cualidades polticas.
Parece que Miguel de Cervantes, en la poca en que solicitaba de la Corona un empleo
de las Indias, haba pedido ser enviado de preferencia a Cartagena, el puerto del que sala
una gran parte del oro del continente, y que hoy da no ha perdido nada de la arquitectura
armoniosa y severa de sus murallas y sus fuertes. El bueno de don Miguel no saba nada, o
casi, de ese puerto caribeo que ha conservado tantos atractivos.
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Pero, en cambio, saba seguramente que en Nueva Granada la gente que tena una
pluma hbil y experiencia en los complicados asuntos comerciales de la Corte de Austria era
perticularmente bien recibida. Adems, la regin tena fama de ser el refugio de los copistas
expertos en el arte de interpretar las leyes y de confundir las pistas para su mayor provecho
y el de su variopinta clientela. Probablemente don Miguel haba odo hablar tambin de eso,
y deba contar con el reino de la Nueva Granada para arreglar su desastrosa situacin y
encontrar un poco de respiro para su vida de vagabundeos e infortunios. No obtuvo ese
empleo y tuvo que quedarse en Espaa para gloria de las letras y miseria de su familia. Y
los colombianos perdieron la ocasin de ver figurar en su historia literaria un husped ilustre.
Cuento la ancdota por lo que vale; sobre todo he querido mostrar que, en aquella poca,
nuestra tierra era el lugar ideal de los hombres de pluma y derecho, y que continuara
sindolo hasta el siglo XX.
El aislamiento en que vivieron los diferentes puntos del pas se ha quebrado
bruscamente, de manera radical y definitiva. Trazar vas frreas capaces de atravesar las
enormes cordilleras era un sueo irrealizable. El Gobierno haba querido abrir carreteras,
pero su construccin estaba igualmente fuera del alcance de las mejores capacidades en
materia de puentes y calzadas. As que como a principios de los aos 20, los colombianos
pasaron directamente de la mula al avin, frmula repetida hasta el hasto pero que, por una
vez, traduce con toda exactitud la realidad.
La compaa de aviacin que comenz a funcionar en Colombia hacia finales de 1819
fue, histricamente hablando, la segunda del mundo: sin los holandeses de la KLM que nos
haban precedido en apenas unos das, hubiramos sido los primeros. Los pilotos eran
alemanes supervivientes de la Primera Guerra Mundial, y los capitales eran colomblanos y
alemanes. La compaa se llamaba Scadta -Sociedad Colombo Alemana de Transportes
Areos- y ofreca sus servicios a lo largo del ro Magdalena, que atraviesa el pas de sur a
norte y fue el vector esencial de nuestra entrada en el mundo moderno. Cuando estall la
Segunda Guerra Mundial, el Gobierno colombiano decidi nacionalizar la empresa... para
descubrir que los alemanes haban vendido sus acciones bajo manga a la Panamerican
Airways. As naci Avianca, que hoy da es mayoritariamente colombiana y une las
principales ciudades del pas, ofreciendo la ventaja de la seguridad en comparacin con las
carreteras, que se han vuelto peligrosas, en muchos puntos, por las operaciones del Ejrcito
contra las diversas guerrillas que atenazan al pas desde hace ms de treinta aos.
Igual de repentino y radical fue el paso de la apacible Repblica cuyas instituciones
democrticas y la alternancia en el poder de los dos partidos tradicionales, liberal y
conservador, apenas tenan equivalente en el continente, a la violencia. El 9 de abril de 1948
era asesinado en Bogot el lder populista Jorge Elicer Gaitn: este se presentaba bajo las
banderas del liberalismo e inflamaba a las masas con una demagogia desenfrenada, y
acababa de perder, despus de una carrera fulgurante, las elecciones presidenciales debido
a las divisiones en su partido, de las que l era el nico responsable. A las pocas horas, el
pueblo desfilaba llorando por las calles de la capital, pero permaneca relativamente
tranquilo. Y luego, bruscamente, el dolor se transform en furor astutamente atizado por una
izquierda radical que solo esperaba esta ocasin. Al poco tiempo, toda la ciudad estaba en
llamas. Llamado de las provincias vecinas, el Ejrcito trat de restablecer el orden y, durante
dos das, Bogot fue el teatro de una batalla campal que nos dej estupefactos y aterrados.
As naci la violencia poltica, de siniestro renombre, que ha hecho entrar a Colombia en
las pginas de la crnica roja del planeta. Unas horas bastaron para que la Suiza de
Amrica pereciera en las llamas, y vimos surgir en su lugar un pas que nos resulta
inexplicable y que nada tiene que ver ya con la nacin pacfica de nuestra infancia. Simple
problema por otra parte, de mala memoria; porque, como hemos dicho, el siglo XIX fue el
teatro de una sucesin ininterrumpida de guerras civiles que no tenan nada que envidiar, en
materia de irracionalidad y de oscurantismo, a la de hoy. Conviene aadir que Colombia no
era entonces el nico pas de Amrica Latina en sufrir este fenmeno: todo el continente fue
vctima de esta especie de eco de las guerras carlistas en la ex metrpoli, cuya locura, digna
de un Can narrado por Dante, sirvi de tema para las mejores novelas de Po Baroja y
Valle-Incln.
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Y llegamos a la Colombia de hoy, que se sita por su complejidad y sus contrastes fuera
de toda explicacin posible: un pas cuya riqueza reconocen los expertos en economa de
Harvard y Yale y que, al mismo tiempo, es vctima en su capital y en muchas grandes
ciudades de provincias del fenmeno monstruoso de los gamines y los sicarios. Los
primeros son nios de ocho a diecisis aos organizados en sociedades creadas que viven
de la delincuencia, con leyes que slo ellos fijan y que aplican sin tener que dar cuentas a
nadie, sin permitir la menor injerencia exterior. Los segundos son adolescentes que, por una
suma de dinero convenida, ejecutan a quienes les designan, en la calle y a pleno da, sin
preocuparse por la Polica o el Ejrcito, cuya vigilancia burlan con una impunidad
asombrosa. Una potente moto y una metralleta les bastan para cumplir la misin que les
enconmiendan unos poderes ocultos que jams son identificados.
La arquitectura colombiana es objeto de estudios y de exposiciones en las capitales
europeas. Su originalidad y empleo de materiales como el ladrillo y la piedra labrada,
integrados con una eficacia y una armona sorprendentes, hacen de los arquitectos
colombianos -muchos de los cuales se formaron en Pars en los aos 50- profesionales
prestigiosos de nivel internacional.
Al mismo tiempo, el urbanismo de ciudades como Bogot y Medelln es un caos
delirante en que los estragos son ya irreparables.
Tribus aborigenes como los kogis, que viven en la sierra Nevada de Santa Marta,
inmenso macizo cubierto de nieves perpetuas que domina un mar Caribe de un azul intenso
y magnfico, son poseedores de una sabidura ancestral y de una mitologa cuya riqueza y
serena bondad nos transportan a un mundo utpico que nuestro presente cnico y brutal no
puede ni imaginar. Estos sabios, supervivientes de una edad de oro, se ven hoy da
obligados a subir a las cumbres, cada vez ms arriba, para escapar a las maniobras
criminales de aquellos que codician sus tierras y hacen de todo para eliminarlos
radicalmente. Los antroplogos colombianos y extranjeros han denunciado este brutal
holocausto mientras el pas guarda un silencio indiferente, cuando no cmplice. Los Kogis
llaman a sus compatriotas nuestros hermanos pequeos y tratan de transmitirles su
conocimiento de ciertos sntomas alarmantes del creciente desastre ecolgico, como la
desecacin de las fuentes que, para la regin, representan la vida. Debajo de ellos, al pie de
la sierra nevada, se est edificando una ciudad de grandes hoteles a imitacin de Miami,
paraso de una clase media enriquecida con una rapidez sospechosa.
Explicar estos contrastes brutales necesitara de la ayuda de la antropologa, de la
economa, incluso del psicoanlisls, lo que se saldra del propsito de estas pginas
-suponiendo, cosa que dudo, que el autor posea las cualificaciones requeridas para tal
tarea-. La Colombia de hoy es uno de los enigmas ms torturantes de Amrica Latina, que
ciertamente no se resolver con la retrica vaca y el desfile superficial de lugares comunes
con que nos preparamos, a ambos lados del Atlntico, a celebrar la hazaa de Cristbal
Coln, el cual dio prueba como navegante de una habilidad y de una seguridad que lo sitan
en la categora de los grandes genios de la navegacin, pero que mereci, como civilizador
y como colonizador de las tierras por l descubiertas, las cadenas con que le carg la
corona espaola. Probablemente fuera entonces cuando comenzaron a manifestarse las
terribles contradicciones y las desdichas de las que el continente sigue pareciendo incapaz
de librarse y que le mantienen al margen de todo progreso social y poltico autntico.
Para concluir, dira que los destinos de Colombia estn hoy en manos de un hombre
que apenas sobrepasa los cuarenta aos, pero que ha comenzado a instaurar con una
calma, una prudencia y una madurez que hacen renacer la esperanza, reformas cuya
audacia y consecuencias son incalculables. Una nueva generacin se despierta, tal vez, a
una Colombia mejor y ms equilibrada. A veces pienso que si Csar Gavirla no logra realizar
lo que ha emprendido, nadie entonces, jams, podr salvar este paraso que hemos credo
perdido.
El Pas, Madrid, 1992
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
LECCIN INAGOTABLE
Recuerdos sobre una especial amistad con el director espaol.
Alvaro Mutis
Feb. 2000
Lo que me impresion en mis primeros contactos con Luis Buuel y que despus se
convirti en una deslumbrante y aleccionadora certeza, fue su integridad. Su integridad de
artista y su integridad de hombre en el cotidiano y plido trajn que a todos nos sale al
encuentro. Su integridad de artista ya me haba sido revelada cuando vi su pelcula Los
olvidados. All estaba el Buuel de las obras que iban a venir. Ninguna concesin al pblico,
ninguna debilidad al servicio de la implacable taquilla.
Nuestra amistad se fue consolidando y fue entonces cuando percib su integridad de
hombre. Nos unieron, desde el principio de esta nueva etapa y hasta el ltimo da en que
nos vimos, la compartida admiracin por escritores como Georges Bataille, Ren Crevel,
Lautramont, la picaresca espaola, en particular el Guzmn de Alfarache y la novela gtica
inglesa. Tambin cont nuestra certeza de que el dry martini que cada uno de los dos
preparaba, con una frmula muy personal, era el mejor del mundo. Haba que escuchar a
Buuel desplegar, con jesutica y lcida precisin, las virtudes de su martini y tratar de
reducir, con igual e impecable rigor, las del mo. Yo lo escuchaba y pensaba para mis
adentros: est usando la misma severidad de razonamiento con la que trabaja en la
filmacin de sus pelculas. Me invit a que lo acompaara algunas veces durante la
filmacin de Nazarn. Era sorprendente comprobar cmo tena en la mente la idea y la
imagen ms claras, ms profundas y ms absolutas, de lo que quera que quedara en la
cinta. No era particularmente minucioso y exacto en las indicaciones a los actores cuando
no le satisfaca la primera toma. En un lenguaje impreciso y entrecortado, transmita al actor,
por una comunicacin de orden casi hipntico, exactamente lo que quera. Los actores y
actrices actuaban en seguida exactamente como Buuel quera. Su autoridad, durante este
proceso de creacin, era absoluta. En ningn momento escuch a un actor hacer siquiera
una tmida pregunta.
En el intermedio de una de esas sesiones de filmacin, Buuel, con su mirada entre
inquisitiva y pcara que lo caracterizaba, me pregunt de sopetn: T qu has ledo de
Galds. Le respond que haca aos haba ledo Gloria y Misericordia, pero que poco
recordaba de esa lectura. Eso no es leer a Galds, me contest con un nfasis que no
dejaba rendija por donde escaparse. No supe qu contestarle y prosigui: Tienes que leer
las novelas de Torquemada, Tormento y Angel Guerra y luego hablamos. As lo hice y
debo confesar que qued deslumbrado. Se lo coment a Buuel y, sin ms comentarios, me
indic: Se me olvid mencionarte Miau. Ya me dirs. Fue as como, gracias a Buuel, a
esa autoridad cariosa e infalible, que era uno de sus ms entraables rasgos de carcter,
me compenetr de la que es para m la ms grande obra novelstica de Espaa y una de las
ms valiosas del mundo occidental de todos los tiempos. Leo y releo a Galds y cada vez mi
asombro es ms consciente, justificado y tonificante. Con Buuel no volvimos a hablar
mucho sobre esto. Un da discutiendo no recuerdo sobre qu novela europea, le coment
que para m Tormento no tena parangn en ningn pas ni en varios siglos de letras
europeas. Me mir fijamente, sonro afectuoso y pas a hablar de otro tema. Esa deuda con
Buuel no tengo cmo pagarla, como muchas otras que nacieron de su amistad invaluable.
En la amistad, Buuel tena la misma autoridad, pero entretejida con un afecto y una
atencin por el amigo en verdad conmovedores. Como ejemplo elocuente de esto, quisiera
contar una ancdota que me concierne. Hablbamos un da de la novela gtica inglesa y
sus particulares condiciones de ambiente y argumento. Yo le coment que a ese gnero era
tambin posible darle vida en pleno trpico. El insisti en que el castillo frente al mar, la
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lvaro Mutis
Ensayos y artculos
espesa bruma, la doncella perseguida por el castellano que ha pactado con el diablo, la
noche tempestuosa y helada, etc., eran condiciones sine qua non del gnero. No discut
ms y al regresar a casa me lanc a escribir La mansin de Araucama. Novela gtica de
tierra caliente. Semanas despus, terminado el relato, le llev a Buuel una copia del
original. Vio el ttulo y, sin otro comentario, me dijo: Vamos a ensayar un martini. En la
tarde del da siguiente me llam por telfono y me dijo, con la austeridad que usaba en estos
casos: Mutis, tenas razn. En varias ocasiones me expres su deseo de hacer una
pelcula inspirada en mi relato, pero fue entonces cuando encontr en Francia al productor
que haba necesitado toda la vida y que se arriesg a financiar las pelculas con las que
Buuel soaba haca tantos aos. Y as, vieron la luz obras maestras como Belle de Jour,
La va lctea, El discreto encanto de la burguesa, Tristana, El fantasma de la libertad y Ese
oscuro objeto del deseo. A excepcin de Tristana, todas fueron producidas por Silberman,
de quien dijo Buuel en palabras que no dejan duda: Es Silberman, sin discusin, el mejor
promotor de cine que conozco. Vale tener en cuenta que estas pelculas, que pertenecen a
la ms alta y perdurable tradicin en la historia del cine, fueron creadas por un hombre que
haba sobrepasado los 60 aos y cuya salud empezaba a declinar. Dej de verlo en el ao
74, desde algunos aos antes acostumbraba a pasar largas temporadas en Espaa y en
Pars. En una de sus estadas en Mxico, fui a visitarlo. Segua siendo el mismo, con la
mente y el corazn dispuestos siempre para sus amigos, pero el cuerpo ya no tena la
vitalidad de antes.
He abusado, de seguro, en estas lneas, de la primera persona, pero era irremediable
caer en este feo vicio a cambio de dejar un testimonio de esa amistad que ha sido una
leccin inagotable y siempre presente para m.
(N. del E. Mutis aadi aqu un prrafo a esta nota publicada por la revista de la emisora
HJCK El Mundo en Bogot).
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