Las Cárceles de La Democracia
Las Cárceles de La Democracia
Las Cárceles de La Democracia
la democracia
Del déficit de ciudadanía a la
producción de control
Las cárceles de la democracia.
Del déficit de ciudadanía a la producción de control.
Prólo(n)go. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
La cárcel, ¿para qué y para quién? César Manzanos Bilbao ....... 143
Reseñas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
Prólo(n)go
7
Cuando esto ocurre, nuestro punto de vista, nuestra perspec-
tiva de las cosas, nuestros universos de referencia, tienen que
verse contaminados por ese “otro”: en este sentido, la otredad
representa un extrañamiento. Somos extraños a lo que acontece
a nuestro alrededor y cuando algo se hace visible, alterando
nuestro mundo seguro, se convierte en una amenaza, y las “ame-
nazas”, en vez de hacer un esfuerzo por comprenderlas, termina-
mos por combatirlas o por asimilarlas a la manera de otros.
“Lo que entendemos comúnmente por ‘comprender’ coin-
cide con ‘simplificar’: sin una profunda simplificación el
mundo que nos rodea sería un embrollo infinito e indefinido
que desafiaría nuestra capacidad de orientación y de decidir
nuestras acciones. Estamos obligados a reducir a un esquema
lo cognoscible” 1. Lo que ocurre es que a veces simplificamos
en exceso, y un nutrido elenco de acontecimientos permane-
cen velados a nuestra existencia, invisibles. Hacer visible lo que
permanece oculto es el primer paso. Es esencial.
Ocurre que no siempre es fácil, ni mucho menos, homogé-
neo. Mostrar la envolvente del mundo penitenciario es un pro-
pósito difícil. Con frecuencia este ha sido blindado y asociado a
un esquema maniqueo de lo más simple. Ello justifica la proli-
feración de estereotipos y frases hechas como “quien está en la
cárcel es porque algo ha hecho; ahí se vive como en un hotel de
cinco estrellas: se come de lujo, hay actividades, se puede estu-
diar, trabajar, etc. y encima a costa del contribuyente…”. No
digamos ya si desde el lado “más concienciado”, la lucha contra
las prisiones (en todas sus variantes y perspectivas) está en per-
manente pugna por considerar que la disyuntiva entre refor-
mistas y radicales 2 no es falsa.
En un intercambio epistolar con el recientemente fallecido Xosé
Tarrío, este me decía: “La única alternativa a la cárcel es su destruc-
1.- LEVI, P. Los hundidos y los salvados. Muchnik Editores. Es recomendable la lectura
de la trilogía que cierra este título, acompañando a Si esto es un hombre y La tregua.
2.- Simplificando en exceso las posiciones y sin tener claro, desde dentro de esta cla-
sificación, quiénes se encuentran a un lado u otro de la barricada.
8
ción, su total aniquilamiento para que, sobre sus ruinas, podamos
construir nuevas fórmulas mediante las que corregir los desvíos de
nuestra sociedad… Así pues, hay que perder el miedo y derribar
este horror…”.
Tarrío fue un hombre que desde muy joven se vio atrapado en
la vorágine cruel y destructora del inframundo de las prisiones y
que desde el principio situó su dignidad como un valor per se,
como algo irreductible, imposible de ser canjeado por ninguna
otra mercancía. Su punto de vista, compartido por un numeroso
elenco del mundillo anarquista o insurreccionalista 3, parte de la
necesidad de una “lucha sin tregua contra el estado, contra las pri-
siones, contra toda forma de autoridad que impida al individuo
desarrollar sus potencialidades, y que considera que mientras
haya personas presas, no sólo en las cárceles sino en la misma
sociedad en que vivimos, este es el objetivo prioritario a perseguir”.
Pero, además de esta lucha “extrema”, existen multitud de
planteamientos, no por ello menos significativos o valiosos,
que realizan numerosos colectivos y personas y que tienen
como fin último la desaparición de las prisiones y/o propues-
tas que permitan solucionar los conflictos sociales desde pers-
pectivas no punitivas, utilizando para ello medios tan valiosos
como el mismo fin.
Dialogando con todo esto quería poner de manifiesto algu-
nas aparentes aporías 4 que permitan, como diría Foucault 5,
9
“no colocarse ‘un poco adelante o al lado’ para decir la verdad
muda de todos; más bien consiste en luchar contra las formas
de poder allí donde es a la vez su objeto e instrumento”.
Un antiguo Juez de Vigilancia Penitenciaria, en unas jorna-
das sobre el mundo penitenciario, se negaba a aceptar la cali-
ficación de las cárceles como “centros de exterminio”.
Salvando las distancias y atendiendo a una precisión lingüís-
tica siempre necesaria, las prisiones no pueden ser equipara-
das a los Lager nazis. Sin embargo, aceptar esta precisión
nominal no evita que, en ocasiones, sean vividas como tales.
Así, personas presas en primeros grados o bajo determinados
niveles del régimen FIES (Fichero de Internos de Especial
Seguimiento), no dudan en aseverar que su experiencia se
asemeja al más sistemático plan de exterminio: “Lo peor de
todo este engaño que es el FIES y el primer grado, es que
muchos compañeros han perdido la vida apaleados, tratados
como perros viviendo en condiciones inhumanas propias de
un campo de exterminio nazi”. 6
Giorgio Agamben 7, califica los “Centros de Permanencia
Temporaria” de inmigrantes como “estados de excepción”,
como lugares donde, en sentido técnico, la ley ha sido suspen-
dida. Tilda a estos centros como “campos” (refiriéndose a los
Lager, que en alemán, además del significado mencionado,
contiene otra terrorífica entrada por sus connotaciones históri-
cas: “tener algo en depósito”), recintos circundados por alam-
bres de púas, con rejas, barreras, vigilados por patrullas arma-
das, en condiciones de habitabilidad inaceptables para cual-
quier ser humano, incluso desde un punto de vista estricta-
mente material. Agamben se niega a considerar el “campo”
como un simple hecho histórico o una anomalía del pasado,
sino como parte de una trama, de una matriz oculta, como el
sustrato en el que aún vivimos.
6.- Ver en el capítulo de RÍOS, J., Un acercamiento a la realidad social y jurídica del
régimen cerrado, en este libro.
7.- AGAMBEN, G. Medios sin fin y Lo que queda de Auschwitz. Ed Pre-Textos.
10
No es un exceso admitir que la cárcel, como institución total 8,
reúne algunas de las características propias de los Lager. Además
de las señaladas, el régimen concentracionario sistemático (por
ejemplo, el del régimen cerrado, que consiste en salir unas poquí-
simas horas al patio —muchas veces en la más absoluta sole-
dad—, aislados, hacinados en espacios físicos insuficientes, con
cacheos, traslados de celda y prisión frecuentes y con períodos de
castigo en celdas de aislamiento a todas luces inhumanos) tiene
como finalidad exclusiva destruir la capacidad de resistencia de la
persona presa, considerada como un adversario a quien someter
mediante un castigo vengativo. En ocasiones, este despropósito
viene acompañado de insultos, gritos, humillaciones, palizas y
vejaciones varias, que si bien no son concebidas como solución
final, se convierten en rituales de degradación que machacan a la
persona hasta el fin de sus días. No podemos olvidar que en el
Estado español muere una persona presa cada cinco días 9 y que
entre el 70 y el 80 por ciento están gravemente enfermos. Esto sin
hacer mención a las estadísticas que ningunean las muertes de
enfermos terminales, entregados a sus familias cuando están a
punto de fenecer para evitar que engrosen las estadísticas necro-
lógicas. Las cárceles no son centros de exterminio, pero son un
depósito de seres humanos que sufren las condiciones de un régi-
men de vida inhumano.
Recuperando la enigmática figura del Homo Sacer (en el
derecho romano se correspondía con aquellos que no podían
ser sacrificados en sentido religioso o ritual, pues su vida esta-
ba consagrada a Júpiter, pero que sí podían ser asesinados, al
estar fuera de la ley, sin que su asesinato supusiera un delito),
Agamben desarrolla su idea de la “nuda vida”, la de aquellos
que han sido despojados de todo valor político, de todo dere-
cho ciudadano. Quizá los “sin papeles” puedan estar dentro de
11
esta definición de “nuda vida”. Sin embargo, lo que interesa res-
catar del análisis de Agamben es la categoría a la que nos
emplaza: individuos despojados de valor.
Cuando las personas presas son despojadas de su condi-
ción de seres humanos (de ahí, utilizar la noción de persona
presa, frente a preso o prisionero), cuando han sido cosifica-
das, nada impide que se recurra a la suspensión subjetiva y
arbitraria del Reglamento Penitenciario: los abusos de poder
quedan difuminados tras la solvencia de unos muros espesos,
aislados por la estructura y por la distancia, ante personas
sólas (ex capere —sacado fuera—, toma aquí toda su relevan-
cia: sacadas fuera, donde no se puedan oír los lamentos ni la
dominación totalitaria, donde todo es posible).
En estas condiciones la cárcel se convierte en un doble casti-
go: ya no basta con “pagar el delito”: habrá que convertir la estan-
cia en prisión en una condena permanente, en la cárcel dentro de
la cárcel. La estigmatización en el rol de “delincuente” se entroni-
za permaneciendo en el tiempo, trascendiendo el cumplimiento
de la pena, deviniendo en sanción perpetua de lenta erosión. Con
esta percepción negativa la persona presa se comporta según pre-
supone se espera de él o ella. Se cierra así un ciclo, la mayoría de
las veces letal para sus actores y actrices principales.
Cuando la excepción se convierte en regla está mostrando
toda su potencia: lo que antes era un accidente ahora es sustra-
to común. Si ni siquiera el derecho asegura un trato digno, por-
que el hecho de que se cometan o no injusticias ha quedado
fuera de la ley, recurrir al sentido ético es algo carente de senti-
do. Cuando la ley contempla actuar contundentemente ante
situaciones excepcionales (curiosamente siempre se recurre al
uso de la fuerza, aunque se pretenda atemperadamente contro-
lada) está convirtiendo la excepcionalidad en norma. Con ello,
las situaciones excepcionales crecen por doquier. Por eso se
debe eliminar la excepcionalidad, pues ya se recurre a la ejecu-
ción de castigos aunque la ley no los contemple.
Lo que ocurre en las prisiones debería interrogarnos radi-
calmente. Corremos el riesgo de que nuestro laissez faire las
12
convierta en el nuevo paradigma de la modernidad: en la que
vivimos, de la que podemos ser secuestrados para ser “rehabi-
litados”.
Para Deleuze 10 la creación de grandes espacios de encierro,
propia de un modelo de sociedad pretérito, está en crisis.
“Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de
encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia. […]
Reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejérci-
to, la prisión: pero todos saben que estas instituciones están
terminadas, a más o menos corto plazo. Sólo se trata de admi-
nistrar su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de
las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las socie-
dades de control las que están reemplazando a las sociedades
disciplinarias”.
La crisis de los Estados-nación y el desmantelamiento pro-
gresivo del llamado welfare convierten la ciudadanía y las cate-
gorías político-jurídicas asociadas a ella en un episodio prácti-
camente finalizado, donde, como diría Hannah Arendt, todos
pasamos a ser refugiados. Podemos entender, como Agamben,
que los mecanismos de control social no tienen nada que ver ya
con la judicatura, la policía y las prisiones, sino con la escasez,
con la miseria que el sistema capitalista genera para producir
materia prima que rentabilizar en las maquinarias disciplina-
rio-punitivas: el producto somos nosotros y nosotras (preca-
rias, desobedientes, locos…).
Sin embargo, es sobre este creciente déficit de ciudadanía
donde los grandes espacios de encierro cobrarían un sentido
pleno: el condicional contrafáctico de Deleuze no se sostiene,
pues el hecho de que las sociedades ejerzan cada vez más como
un enorme panóptico, no evita que las prisiones sigan siendo
un elemento clave. Es más: el aumento de la pobreza, de la
marginalidad, las sombras y guetos que el capitalismo salvaje
va dejando tras de sí, generan nueva materia prima para man-
13
tener un modelo de sociedad dual, donde la cárcel desempeña
un doble papel: simbólico para quienes cumplen las normas
(función simbólica de la pena) y disciplinarios para quienes las
desobedecen o simplemente desertan de ellas. En estos lugares
de encierro, la disciplina es el elemento central, pues ya no se
busca devolver a la sociedad sujetos dóciles, obedientes y pul-
cros: en sí misma, la maquinaria punitiva, consigue establecer
una retroalimentación permanente, una suerte de reciclaje de
los desechos que el mismo modelo produce (permítaseme el
símil literal) y que permite generar toda esa amalgama de con-
trol en forma de policía, cárceles, equipos de tratamiento, jue-
ces, asistencia social, seguridad privada y demás hipertrofias
del sistema de control. El déficit de ciudadanía coadyuva a un
mayor control social 11, pero este no evita que las cárceles sigan
en expansión. De hecho, las prisiones están permanentemente
hacinadas, con un crecimiento exponencial que supera con
mucho el crecimiento poblacional: las macrocárceles están lle-
nas antes de ser construidas. Diría más: proyectar la construc-
ción de numerosas macrocárceles se convierte en una profecía
autocumplida.
El sistema penitenciario produce delincuencia. Ha quedado
ampliamente evidenciada la nula capacidad resocializadora de
la pena privativa de libertad, retratada en una alta cuota de rein-
cidencia: no se puede segregar a las personas y al mismo tiem-
po pretender reintegrarlas. Su fin no es la reinserción sino la dis-
ciplina y el castigo (los supuestos propósitos de la pena son
declaraciones para la galería, para que su verdadera dimensión
no sea explicitada de manera contundente) así como la legiti-
mación del estado (que “nos protege de la delincuencia”), al
menos del estado que queda, pues su transfiguración exige que
11.- El Diccionario Larousse de Sociología de 1995 califica el control social como el “con-
junto de presiones, directas e indirectas, que se ejercen sobre los miembros individuales o
colectivos de un grupo o una sociedad para corregir las diferencias de comportamiento o de
actitud ante las reglas sociales, y las normas adoptadas por el grupo social o la comunidad
estudiada”. Para la Criminología Crítica quedaría definido como “las medidas tendentes al
mantenimiento y reproducción del orden socio-económico y político establecido”.
14
mientras desaparece la política social éste devenga estado de
excepción permanente. Se explican así mayores gastos policia-
les, militares y penitenciarios, mientras los gastos sociales pade-
cen una inanición cada vez más acentuada.
Entre el capitalismo global y la cárcel existe una relación
quid pro quo. El primero genera necesidades que no siempre
pueden ser satisfechas. Sin las necesidades superficialmente
creadas el sistema no funcionaría. La tendencia a satisfacerlas
mediante medios que no se ajustan al modelo vigente (no diga-
mos legítimos o ilegítimos) producen delincuencia, conductas
antisociales. No toda la delincuencia genera inseguridad ciuda-
dana ni alarma social: tan sólo aquella que se elige premedita-
damente para que pueda ser visible y asimilable simbólica-
mente. La realidad no es la que vivimos, sino la que nos mues-
tran los medios de comunicación. “La vagancia no es delito
sino cuando va unida a la miseria. Un vago opulento es doble-
mente respetado. Si trabaja se degrada un poco, porque se ase-
meja al pobre” 12.
Existe una desproporción brutal en torno a los “delitos”:
hay quien de una tacada nos roba a todos (llevándose miles
de millones de los fondos reservados) y quien sólo roba a
uno, y sin embargo, hay más posibilidades de que el último
dé con sus huesos en la cárcel. El otro será un personaje
público, que saldrá en la prensa y que estará rodeado de
amigos con status que convertirán su atraco en una cuestión
de Estado, y no le faltarán incondicionales que le soliciten el
indulto. Y si esto no es suficiente, ahí está el ejemplo de
Galindo: su “encierro” por haber enterrado en cal viva los
cuerpos de dos personas después de haberlas sometido a
tortura pasará a la historia como la mejor de las retribucio-
nes posibles. “Un delincuente con dinero es digno de las
amabilidades de los jueces y de los intelectuales. Su proceso
15
es una fiesta. Su prisión es un hospedaje. Su presidio es un
sanatorio” 13.
El delito es una construcción social, carece de naturaleza
ontológica. Es la consecuencia de la aplicación de un marco
normativo socialmente construido y aceptado. Debemos
intentar deconstruir esta construcción social, esto es, decodifi-
car aquello que aparece como eterno y universal, pero que no
es sino un fenómeno relativamente nuevo y propio de un
modelo de sociedad determinado.
El marketing es un potente instrumento de control social.
Además —lo estamos viendo—, sobre la inseguridad de algu-
nos se construye buena parte de la seguridad del resto.
Santiago Alba 14 dice que la resistencia en Iraq en parte se está
librando para que nuestras sociedades puedan seguir siendo
así. Al menos en esto no le falta razón. Como el sistema penal:
se estigmatiza a unos para reforzar la identidad del resto. Para
que haya demócratas debe haber terroristas. Lo peor de este
esquema (en el que da igual que la oposición se dé entre bina-
rios, ternarios o cuaternarios) es precisamente el esquema.
Este entramado perfila unas estructuras sociales que no
buscan dislocar las causas que originan estos desajustes, sino
delegar la responsabilidad en un sistema que saca fuera el pro-
blema (de nuevo, ex capere) para aplicar una falsa solución.
Estas estructuras deben ser también deconstruídas: en su seno
se encuentra la semilla del “delito”. Cuesta creer sin embargo en
una deconstrucción al modo del “acontecimiento” derridiano,
es decir, si no hay voluntad política, social, de hacer visible lo
invisible. La nada no produce conciencia, no produce sujetos
que impugnen el orden social 15. Además, el acontecimiento, si
de repente surgiera, se ubicaría en torno a los sujetos que
hacen circular ideas, propuestas, que hacen posible que
13.- Ibid.
14.- ALBA RICO, S., en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=7552
15.- “[…] el dolor es la única fuerza que se crea de la nada, sin gasto y sin trabajo. Es
suficiente no mirar, no escuchar, no hacer nada”. LEVI, P. Op. cit.
16
“brote” la singularidad. El acontecimiento necesita del sujeto,
de la conciencia. El acontecimiento es en definitiva una pro-
ducción humana.
En el circuito punitivo se reproduce la delincuencia y se
genera una legislación ad hoc que enaltece la seguridad: surgen
todo tipo de marcos restrictivos, leyes e instituciones que
deben su existencia a este montaje. Al revés, como procuran los
funcionalistas, esto no se explica: no es la delincuencia la que
produce control social. La política criminal es la continuación
de la política económica, de una determinada racionalidad que
sólo busca la productividad. Por eso apuesta por la delincuen-
cia como forma de supervivencia. Las políticas sociales y las
políticas criminales no se oponen, sino que se complementan.
Pero no todo se explica tan fácilmente. En la década de los
sesenta, en plena efervescencia del modelo fordista (construc-
ción epistemológica sobre la que se erigía toda la visión del
mundo y que se alzaba dominando la totalidad de la experien-
cia vital 16), en plena bonanza económica, los delitos no dismi-
nuyeron. Como nos muestra Elisabet Almeda en su interven-
ción en este libro, existe un sustrato común de carencias mate-
riales para un altísimo porcentaje de la población femenina
presa, pero esto no debe llevarnos a presumir que desaparece-
ría la delincuencia al no existir factores criminógenos, como
por ejemplo, la desigualdad material 17. Estos análisis que se
explican en buena parte sobre factores materiales, o que plan-
tean que es posible la perfectibilidad humana (en palabras de
José Luis Segovia, también en este libro) olvidan con mucha
facilidad otros factores. No está de más citar extensamente a
Freud 18:
“Los comunistas creen haber descubierto el camino hacia la
redención del mal. Según ellos, el hombre sería bueno de todo
corazón, abrigaría las mejores intenciones para con el prójimo,
17
pero la institución de la propiedad privada habría corrompido
su naturaleza. La posesión privada de bienes concede a unos el
poderío, y con ello la tentación de abusar de los otros; los
excluidos de la propiedad deben sublevarse hostilmente contra
sus opresores. Si se aboliera la propiedad privada, si se hicieran
comunes todos los bienes, dejando que todos participaran de
su provecho, desaparecería la malquerencia y la hostilidad
entre los seres humanos. Dado que todas las necesidades que-
darían satisfechas, nadie tendría motivo de ver en el prójimo a
un enemigo; todos se plegarían de buen grado a la necesidad
del trabajo. No me concierne la crítica económica del sistema
comunista; no me es posible investigar si la abolición de la pro-
piedad privada es oportuna y conveniente; pero, en cambio,
puedo reconocer como vana ilusión su hipótesis psicológica.
Es verdad que al abolir la propiedad privada se sustrae a la
agresividad humana uno de sus instrumentos, sin duda uno
muy fuerte, pero de ningún modo el más fuerte de todos. Sin
embargo, nada se habrá modificado con ello en las diferencias
de poderío y de influencia que la agresividad aprovecha para
sus propósitos; tampoco se habrá cambiado la esencia de ésta.
[…] Si se eliminara el derecho personal a poseer bienes mate-
riales, aún subsistirían los privilegios derivados de las relacio-
nes sexuales, que necesariamente deben convertirse en fuente
de la más intensa envidia y de la más violenta hostilidad entre
los seres humanos, equiparados en todo lo restante. Si también
se aboliera este privilegio, decretando la completa libertad de la
vida sexual, suprimiendo, pues, la familia, célula germinal de la
cultura, entonces, es verdad, sería imposible predecir qué nue-
vos caminos seguiría la evolución de ésta; pero cualesquiera
que ellos fueren, podemos aceptar que las inagotables tenden-
cias intrínsecas de la naturaleza humana tampoco dejarían de
seguirlos. […] He procurado eludir el prejuicio entusiasta según
el cual nuestra cultura es lo más precioso que podríamos pose-
er o adquirir, y su camino habría de llevarnos indefectiblemen-
te a la cumbre de una insospechada perfección. […] Así, me
falta el ánimo necesario para erigirme en profeta ante mis con-
18
temporáneos, no quedándome más remedio que exponerme a
sus reproches por no poder ofrecerles consuelo alguno. Pues,
en el fondo, no es otra cosa lo que persiguen todos: los más fre-
néticos revolucionarios con el mismo celo que los creyentes
más piadosos”.
El problema sería, según Freud, la cultura, la sociedad, que
instituye dogmas de fe, marcos normativos cada vez más asfixian-
tes, elaborados por un nutrido grupo de empresarios morales: “la
‘desviación’ no es una cualidad del acto que la persona realiza,
sino una consecuencia de la aplicación de reglas y sanciones que
los otros aplican” 19. Lo que es una conducta “desviada” para un
grupo no lo es para el otro. El problema es quién aplica las etique-
tas, quién domina y establece las definiciones. El delincuente
aparece aquí como el chivo expiatorio, como el elemento capaz
de cohesionar lo social. “El castigo permite reafirmar los valores
que se protegen y colisionan a la sociedad. El castigo cumple en
nuestras flamantes sociedades el papel de configurar un orden
social y decadente” 20.
Pero estas afirmaciones también presentan problemas en
varios niveles. En efecto, si la sociedad es algo constituido,
como afirmaban Sapir y Whorf 21(“Los seres humanos no viven
sólo en un mundo objetivo, y menos aún en el mundo de la
actividad social tal como se la entiende corrientemente, sino
que, en gran parte, están a merced de aquel lenguaje particular
que se ha convertido en el medio de expresión de su sociedad.
Es una ilusión imaginar que los hombres se adaptan esencial-
mente a la realidad sin ayuda del lenguaje, y que el lenguaje
mismo no es otra cosa que un medio para resolver problemas
específicos de comunicación o de reflexión. El hecho es que
una gran parte del ‘mundo real’ está modelada inconsciente-
mente según los hábitos lingüísticos del grupo”) y el lenguaje
19
está determinado hasta el punto de modelar nuestro compor-
tamiento, quien tiene el poder de suministrar etiquetas, quien
tiene la capacidad de aplicar estigmas, tiene la capacidad de
configurar “lo real”.
De nada serviría suspender la creencia en la objetividad de
las cosas para ver cómo están construidas (actitud fenomeno-
lógica postulada por Husserl), pues en el fondo, los instrumen-
tos para realizar una aproximación a estas estarían, también,
previamente determinados.
Pero si la sociedad es algo constituido, no podemos salirnos
de las categorías que ella —el lenguaje— nos proporciona: lo
social, lo construido, deviene natural: siempre ha sido así,
siempre ha estado ahí.
Sin embargo, sabemos que las cosas no son así. Como dice
César Manzanos, las prisiones son un invento reciente, que no
se da en otras culturas, es decir, que no son universales ni eter-
nas: son una construcción de determinadas sociedades.
Existen porque hay demanda de ellas. Luego lo que hay que
intentar desterrar, es su aparente necesidad y cambiar los códi-
gos sociales que las hacen posibles. El lenguaje es uno de los
instrumentos para hacerlo.
Cuando aceptamos su existencia como algo dado e inmuta-
ble, estamos aceptando de hecho el fracaso social que supone
no ser capaces de administrar nuestros propios problemas. La
delincuencia, las prisiones, reflejan el deterioro de las relacio-
nes sociales de una comunidad. Cuando aceptamos que otros
—el estado— se encarguen de nuestros problemas legitima-
mos una estructura de poder que se yergue sobre nuestra debi-
lidad, que no soluciona nuestros problemas, que nos debilita y
nos confunde. Hemos pasado de un estado que ocultaba la ver-
dadera dimensión del delito —y de paso su fracaso en la lucha
contra él— a “agrandar” las cifras, a hipostasiarlas mediática-
mente, como forma de generar un miedo que justifique la pre-
sencia de las estructuras e instituciones punitivas del estado. El
pánico moral de la inseguridad ciudadana —que se ceba en
determinados “chivos expiatorios” mientras esquiva y oculta
20
un tipo de delincuencia más sofisticada— es la mejor herra-
mienta para sostener el tinglado .
Pero tampoco podemos caer en un discurso irreal. Existe el
“delito” y cada vez, de forma más acusada, no se limita contra
la propiedad, sino también contra la vida, la libertad, la integri-
dad física —incluso los delitos contra la propiedad no se dan
solamente en las familias pudientes—. ¿Qué hacemos ante una
agresión, ante una violación, ante el maltrato a las mujeres?
Durante mucho tiempo se planteó la necesidad de descri-
minalizar los códigos penales, de dejar de considerar delito
todo conflicto social. Ahora vemos a numerosos colectivos
sociales exigir que se tipifiquen como delitos multitud de suce-
sos —un ejemplo reciente lo tenemos en la presión que socie-
dades de víctimas y afectados por los accidentes de tráfico
están haciendo para que se diferencie en base a un atestado,
entre accidente y delincuencia—. Pero este ejemplo es uno
más. Se da la doble paradoja 22 de que la ampliación de la cri-
minología se auspicia desde las —en teoría— fuerzas opuestas
a la criminalización (movimiento ecologista, feminista, etc.), y
por otro lado, el hecho de que estos movimientos contestata-
rios, que surgen precisamente como contrapoderes, como con-
ciencia crítica de los desmanes de las instituciones del estado,
acaben pidiendo ayuda e intervención al mismo. Precisamente,
quien escribe estas líneas, a pocos días del atentado de Madrid
del 11M, 23 escribía: “Ahora toca detener a los asesinos. El
mundo no puede tolerar que cualquiera pueda quedar impune
ante tal salvajada. Tenemos que encarcelar, también, a los res-
ponsables que han hecho posible esta catástrofe. Las familias
de los muertos deberían iniciar todos los trámites posibles con-
tra este gobierno criminal para que entiendan que, ni mucho
menos ellos, pueden estar por encima del bien y del mal. Si
existe la justicia y no es sólo —como algunos desearían— el
21
recurso del más fuerte; si existe la ley y no es sólo el recurso de
los débiles, debemos, si no queremos ser unos asesinos, exigir
ya, con la máxima premura, que mediante la legalidad se haga
justicia”. Con demasiada alegría recurrimos a las estructuras de
poder para dirimir nuestra impotencia. Y en parte, ahí reside
nuestra miseria.
Pero, ¿cómo decidir qué entra, o qué no entra? En verdad el
sistema penal contribuye a la formación de un mundo basado
en oposiciones irreconciliables y sobre esa lógica, nos obliga a
colocarnos a un lado u otro de la trinchera: conmigo o contra
mí. Se nos presentan construcciones sociales como hechos
naturales. Pero el mundo no es blanco y negro. Es la “aparente
incapacidad de constituirse en sí sin excluir al otro y ... de
excluir al otro sin desvalorizarlo y, finalmente, odiarlo” descrita
por Castoriadis 24.
Cuando defendemos posiciones minimalistas respecto a los
códigos penales, cuando denunciamos que situaciones excep-
cionales no se pueden convertir en permanentes —pensemos
en la Ley de Videovigilancia, generalizada y permanente, naci-
da como excusa para controlar la kale borroka—, creemos estar
defendiendo posiciones “progresistas”. Pero pensemos por un
momento en el caso concreto de las agresiones a mujeres.
Están surgiendo voces desde el feminismo —como es el caso de
Empar Pineda, que en parte se ve reflejado en la película de
Icíar Bollaín Te doy mis ojos— que cuestionan la forma en que
el estado interviene sobre la violencia de género. De sobra
sabemos que la cárcel no rehabilita a ningún delincuente, más
aún a aquellos enfermos —la categoría me duele, por su capa-
cidad de individualizar, por la carga ideológica que contiene—
que son capaces de tener un comportamiento excelente en la
prisión —sumisos, colaboradores— para poder salir de forma
rápida. La prisión no sirve en absoluto para los maltratadores,
22
para los violadores, para los pederastas. Son muchos de estos
personajes los que al salir de permiso penitenciario —precisa-
mente por su buena conducta, por su comportamiento nada
asocial—, cometen nuevos delitos —el durmiente estaba ahí,
solo estaba esperando volver a tener una situación propicia
para volver a las andadas— que serán utilizados y amplificados
por los media para recortar de forma generalizada los permi-
sos, para separar aún más a las personas presas del contexto
social en el que se deben desenvolver, donde deben realizar su
vida, para retenerlas más tiempo en prisión, para deteriorarlas
aún más. Pero mientras trabajamos con estos indeseables en
base a dinámicas que intervengan realmente allí donde está el
problema —psiquiatría, terapias grupales, etc.— ¿qué hace-
mos? Las criminólogas feministas críticas aducen además que
nada puede esperarse de un sistema penal dominado por hom-
bres, socializados e impregnados de valores machistas. “[…]
aun cuando se eliminara formalmente el sexismo del sistema
legal, e incluso si la mitad de legisladores y jueces fueran muje-
res, el sistema legal no se transformaría con ello en una institu-
ción no-sexista. Toda la estructura de la ley —su organización
jerárquica, su forma adversaria, combativa, y su constante pre-
disposición a favor de la racionalidad por encima de cualquier
otro valor— la convierte en una institución fundamentalmente
patriarcal” 25.
Es una disyunción difícil la que se nos plantea.
¿Descriminalizamos los atentados que se dirigen contra las
mujeres porque los agresores no pueden ser tratados en pri-
sión? ¿Qué alternativas ofrecemos? ¿Son las alternativas una
solución o una forma de perpetuar el sistema al que pretende-
mos combatir?
Una vez más, atrapados en aparentes aporías. En Vigilar y
castigar Foucault aseveraba que el surgimiento de las alternati-
vas a la cárcel no representaba ningún viraje radical, sino sim-
23
plemente la extensión del poder del estado para castigar, una
mera normalización y difusión de los mecanismos disciplina-
rios, que sólo sirven para ampliar el poder de castigar. En la
misma línea se han pronunciado otros autores —Cohen— cali-
ficando las alternativas a la prisión como un archipiélago car-
celario que favorecía la indeseada permanencia de la cárcel.
¿Estamos atrapados? Si las alternativas son una forma de
perpetuar la injusticia, y la injusticia está ahí, ¿qué se puede
hacer? La cuestión, como defienden los abolicionistas, no reside
quizá en buscar castigos alternativos, sino alternativas al casti-
go, es decir, medios diferentes de resolver los conflictos sociales.
La distancia entre lo preferible y lo existente no debe paralizar-
nos, sino animarnos. Se trataría de dar primacía a aquellas alter-
nativas que están más alejadas de estructuras punitivas, es
decir, que ofrecen una mayor posibilidad de reparar el daño
causado, de conceder una mayor participación a los afectados
en el conflicto. “Son aspectos básicos la necesidad de enfrentar
el sufrimiento y cortar la espiral de violencia; el reconocimiento
del daño y la atención a sobrevivientes y familiares; abordar la
justicia y (re)conciliación; y la creación de nuevos consensos
sociales” 26 —aunque con mucho tiento, pues ya conocemos la
actitud selectiva que el estado hace de las víctimas y la instru-
mentalización de las mismas para implantar penas más seve-
ras—. Durante años se han planteado numerosas alternativas y
en la mayoría de las ocasiones estas no se aplican. Sin embargo,
no se debe cejar en el empeño. José Luis Segovia, en su texto, nos
ilustra con algunos ejemplos en esta dirección.
Algunos autores como Mathiesen —la teoría de lo inacaba-
do— defienden la abolición de las cárceles sin dejarse atrapar
por la fatídica pregunta de las alternativas. Para muchas cosas
no podemos plantear alternativas acabadas, pero sí debemos
exigir, en la inmediatez, que algunas cosas desaparezcan.
24
La debilidad generalizada de los movimientos sociales tam-
bién puede ser vista en el tema que nos ocupa. ¿Acaso tendrá
razón Nietzsche 27 cuando afirma que somos poseedores de
una moral de esclavos que, incapaz de imponer sus criterios,
acaba inventando todo tipo de artimañas y subterfugios?
Hace apenas unos años, la reivindicación de la Amnistía era
un planteamiento asentado en el imaginario de la izquierda. La
Amnistía era una forma de plantear un recomienzo, una nueva
oportunidad, de poner de manifiesto que a pesar de los meca-
nismos punitivos y disciplinarios, el “olvido” legal de delitos y la
extinción de la responsabilidad de sus autores permitía cierta
recuperación de la tan mancillada humanidad. Hoy casi nadie
profundiza en la idea de la Amnistía, salvo quejidos sordos en
la inmediatez de la impotencia. Estas cuestiones se han conver-
tido en un “inexistente” dentro del “ámbito militante”: no diga-
mos ya en el conjunto de la sociedad.
En los años 80 circulaban propuestas abolicionistas del sis-
tema penal, criticado como modo de control social y de “reso-
lución” de conflictos —quizá sólo defendidas hoy por la llama-
da “criminología crítica”—. Esta cesura ha desfigurado pro-
puestas que, desde el abolicionismo de Stirner —quien pro-
pugnaba la desaparición del estado— hasta las tendencias más
modernas representadas por Hulsman, Mathiesen, etc., pre-
tendían constituir un contrapoder que devolviera a la sociedad
el protagonismo en los conflictos que en ella se generan, res-
ponsabilizándose de una gestión que en ningún caso se exter-
nalizara en instituciones estatales. Para esta corriente, el siste-
ma punitivo es un ejercicio expropiatorio de un conflicto ajeno
al que no brinda solución alguna, puesto que uno de sus prota-
gonistas es excluido —proceso de extrañamiento de la vícti-
ma—. Por consiguiente, las consecuencias del delito quedan
separadas de toda resolución. Frente a la respuesta universal
25
que ofrece el sistema punitivo se propugnaba la particulariza-
ción de las soluciones de cada conflicto. Las críticas mordaces
al sistema penal ponían de manifiesto que este modelo no sólo
no es necesario ni universal, sino que además es contraprodu-
cente. Pero de esto, casi no se oye ni el eco.
En la actualidad apenas podemos exigir que se aplique la lega-
lidad. Tal cual están hoy las cosas en los oscuros inframundos de
las prisiones con la ola represiva que nos invade, exigir que se
aplique el Reglamento Penitenciario es ya un logro. ¡Qué más qui-
sieran algunos presos que ser tratados como personas y no como
animales enjaulados! ¿Pedimos que se cumpla el Reglamento
Penitenciario porque no podemos derribar las prisiones?
No podemos olvidar, junto a Walter Benjamín 28, que “toda
violencia es, como medio, poder que funda o conserva el dere-
cho. Si no aspira a ninguno de estos atributos, renuncia por sí
misma a toda validez. […] La función de la violencia en la crea-
ción jurídica es, en efecto, doble en el sentido de que la crea-
ción jurídica, si bien persigue lo que es instaurado como dere-
cho, como fin, con la violencia como medio, sin embargo —en
el acto de fundar como derecho el fin perseguido— no depone
en modo alguno la violencia, sino que sólo ahora hace de ella
en sentido estricto, es decir inmediatamente, violencia creado-
ra de derecho, en cuanto instaura como derecho, con el nom-
bre de poder, no ya un fin inmune e independiente de la violen-
cia, sino íntima y necesariamente ligado a ésta. Creación de
derecho es creación de poder, y en tal medida un acto de inme-
diata manifestación de violencia.”
Las propuestas más conflictivas que se incluyen en este
libro, como puede ser la de Julián Ríos, en cuanto a intentar que
la espiral de violencia que se da en el régimen de primer grado
se pueda dislocar mediante el trabajo con funcionarios desde
la resolución pacífica de conflictos, puede ser interpretada
como moral de esclavos o como un intento más, en el ya de por
28.- BENJAMIN, W. Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Ed. Taurus
26
sí complejo entramado carcelario, de abordar el problema de la
violencia.
La valentía de la propuesta no evita resistencias férreas. Hay
quien piensa que los funcionarios de prisiones, policías, milita-
res y otros seres indeseables de la fauna de nuestro ecosistema,
no merecen vivir. Pero, ¿quién decide sobre una cuestión como
esta?, ¿dónde está la inocencia? Los niños y niñas no pueden
decir nada sobre esto. A muchas personas esta propuesta les
parecerá inverosímil, pero ¿cómo acertar? ¿quién tiene la varita
mágica? Incluso a Primo Levi 29 le costaba realizar una aproxi-
mación a esta aparente aporía, pues para él existía una “para-
dójica analogía entre víctima y opresor [...]: los dos están en la
misma trampa [...]. El opresor sigue siéndolo, y lo mismo ocu-
rre con la víctima: no son intercambiables, el primero debe ser
castigado y execrado —pero, si es posible, debe ser también
comprendido—”.
“¿Es en general posible una regulación no violenta de los
conflictos? Sin duda. Las relaciones entre personas privadas
nos ofrecen ejemplos en cantidad. El acuerdo no violento surge
dondequiera que la cultura de los sentimientos pone a disposi-
ción de los hombres medios puros de entendimiento. A los
medios legales e ilegales de toda índole, que son siempre todos
violentos, es lícito por lo tanto oponer, como puros, los medios
no violentos. Delicadeza, simpatía, amor a la paz, confianza y
todo lo que se podría aún añadir constituyen su fundamento
subjetivo. Pero su manifestación objetiva se halla determinada
por la ley —cuyo inmenso alcance no es el caso de ilustrar
aquí— que establece que los medios puros no son nunca
medios de solución inmediata, sino siempre de soluciones
mediatas. Por consiguiente, esos medios no se refieren nunca
directamente a la resolución de los conflictos entre hombre y
hombre, sino solo a través de la intermediación de las cosas” 30.
27
Las posiciones de Benjamín nos ilustrarían sobre la imposibili-
dad de atajar un conflicto como el que se da en los regímenes
cerrados porque la estructura y su funcionamiento provienen
de la violencia y devienen necesariamente en violencia.
Cobraría sentido algo que el propio Julián, de forma magistral,
reivindica en otro pasaje de su texto: las prisiones sólo pueden
ser superadas antes y fuera de las prisiones. Pero, ¿cómo actuar
con las que hay? ¿Sería suficiente una Amnistía general?
“[...] un régimen inhumano difunde y extiende su inhu-
manidad en todas direcciones y especialmente hacia abajo: a
menos que haya resistencias o temperamentos excepciona-
les, corrompe tanto a las víctimas como a sus victimarios [...]
¿hasta qué punto ha muerto y no volverá el mundo del
campo de concentración [...] ? ¿Hasta qué punto ha vuelto o
está volviendo? ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros
para que en este mundo preñado de amenazas, ésta, al
menos, desaparezca?” 31
La nuestra es una sociedad obsesionada por el castigo. Con
demasiada alegría sometemos a alguien a un castigo inimagina-
ble, pues aunque podríamos imaginarnos qué es la tortura, qué
una celda de aislamiento, qué una estancia en prisión, por
pequeña que esta sea, jamás será lo mismo que vivirlo en las pro-
pias carnes. Tendemos a confundir la justicia con la venganza.
Pero, ¿qué es la justicia?, ¿qué es la verdad? La mayoría de las
veces la verdad no existe fuera de un poder que determina las
reglas de producción de la verdad. Pero aceptar que la verdad
puede no existir nos conduce irremisiblemente al relativismo.
Si aceptamos que debemos deconstruir este modelo social
que acepta la prisión y el castigo como parte indisociable de su
más íntima esencia, debemos saber que cada capa que vaya-
mos deconstruyendo se verá atrapada en aparentes aporías, en
callejones sin aparente salida. Esta apuesta no es como el juego
de las muñecas rusas: no sabemos dónde está el final.
28
Luchamos contra lo que no nos gusta de este mundo porque
queremos un mundo mejor. Planteamos alternativas, incluso
equivocándonos, porque esperamos ir cambiando progresiva-
mente aquello que siendo social ha devenido natural. No pode-
mos renunciar a la utopía, aunque sepamos que el horizonte, a
medida que vamos caminando, se va alejando de nuestros
pasos. Como diría Barret es preciso seguir luchando y hacernos
la ilusión de que nuestra vida no es completamente inútil, o en
palabras de A. Camus, “debemos entender que no podemos
escaparnos del dolor común, y que nuestra justificación, si hay
alguna, es hablar mientras podamos, en nombre de los que no
pueden”.
Debemos hacer el esfuerzo por ponernos en el lugar de
quien sufre. En su condición remota la persona maltratada es
realmente una extraña que se encuentra sóla, aislada física y
psicológicamente. Reservarnos de esa agonía, de las torturas y
vejaciones que se cometen en las prisiones no nos libera de
nada: simplemente deja en suspenso un acontecimiento que
podría, por mil razones, volverse contra nosotros mismos.
Mientras no sepamos cómo borrar de un plumazo las pri-
siones, mientras no demos con la forma de abolir la estructura
que la hace posible, debemos exigir que quienes están en pri-
sión sean tratados como seres humanos. En las prisiones están
nuestros amigos, nuestras hermanas, nuestras hijas. En la pri-
sión, podríamos estar cualquiera, y aunque sólo fuera por eso,
por el puro egoísmo de querer ser tratado dignamente, debe-
mos querer lo mismo para cualesquiera otras personas, incluso
para quienes puedan repugnarnos profundamente. Si acepta-
mos el castigo, la tortura y la humillación para aquellos que
detestamos, estamos aceptando, sin quererlo, que alguien más
fuerte se pueda saltar la ley y decida, unilateralmente, quién
tiene derechos y quién puede ser maltratado. Lo contrario sólo
consiste en desear que se produzca una inversión de términos.
Esperamos que este libro nos ayude a pensar, pues “pensar
no significa sólo ser afectados por esta o aquella cosa, por este
o aquel contenido de pensamiento en acto, sino ser a la vez
29
afectados por la propia receptividad, hacer la experiencia, en
cada pensamiento, de una pura potencia de pensar” 32.
Esperamos igualmente que las muestras de solidaridad con
las personas presas se multipliquen y que nuestro acercamien-
to a la realidad de las prisiones coadyuve a reducir la distancia
entre quienes estamos presos fuera y quienes lo están dentro.
De momento nada más. Tan sólo agradecer enormemente
las colaboraciones que han hecho posible este proyecto.
30
Del sueño de la reinserción
social a la pura retribución.
Cambio de paradigma
y reformas penales.
I.- INTRODUCCIÓN.
1. Algunas convicciones.
31
sionado pero falto de la criba de la experiencia. Sin embargo,
sigo convencido de la importancia de mantener el postulado de
la reinserción social como horizonte último del sistema penal y,
singularmente, como orientación del sistema punitivo y peni-
tenciario. La reinserción social de los infractores no es un mero
vano deseo alumbrado por los primeros ilustrados, retomado
por humanismo cristiano y los correccionalistas y asumido cor-
dialmente por toda la tradición humanizadora del derecho
penal. El horizonte de la reinserción —en muchos casos, sería
mejor hablar de inserción, pues no ha llegado a haber nunca
plenamente aquélla— se asienta en el principio de perfectibili-
dad humana. Este no es otro que la innata capacidad humana
no sólo para modificar el entorno que habita, sino para cam-
biarse y perfeccionarse a sí mismo. Sin él, no habría aprendiza-
je posible, la enseñanza, la transmisión de la experiencia, serí-
an tareas inútiles. En último termino, esta nota de la condición
humana supone el principio de responsabilidad 1 (en otro caso
barreríamos de un plumazo el sistema penal) y encuentra su
fundamento último en la mismísima dignidad de la persona.
Por eso, el ser humano es capaz de reconducir su vida, de reto-
mar el rumbo frenético en el que le han introducido las cir-
cunstancias de la vida, de romper con toda suerte de espirales
deterministas, adicciones sin salida aparente, patologías sin
cura y hacerse conductor responsable de su propia existencia.
Tan importante como que alguien pueda cambiar, es la concu-
rrencia de un facilitador casi imprescindible: alguien que crea
en la recuperabilidad de la persona y tenga la audacia de apos-
tar comprometidamente por ello.
Naturalmente, estas afirmaciones de principio, son compa-
tibles con otra afirmación realista: que toda persona sea recu-
perable no quiere decir que toda persona, sea de facto, recupe-
1.- “Porque no queremos una sociedad de personas irresponsables e impunes, queremos una
sociedad de personas responsables y solidarias, de ciudadanos participativos y críticos” P. LUNA
JIMENEZ DE PARGA, Conferencia en VII Jornadas de Juristas de la Pastoral Penitenciaria,
Madrid, junio, 2003, inédito.
32
rada. Demasiados fracasos en estos años, errores nuestros en la
intervención o fallos en la utilización de la libertad y responsa-
bilidad humana por sus protagonistas, previenen contra toda
forma angelista de postular ese principio de reinserción social.
Tampoco podemos pasar por alto la existencia (felizmente, con
poca prevalencia) de ciertas formas de patología compleja de
las que queda mucho por aprender. Con todo, la existencia de
estas dificultades, lejos de llevarnos a abdicar del principio de
reinserción, nos deben conducir a seguir profundizando en el
mismo, de idéntica forma que el médico o el investigador no se
dejan derrotar por eventuales fracasos terapéuticos o ausencia
de hallazgos.
Sin embargo, dicho lo anterior, con mayor rotundidad, si
cabe, debemos señalar, al menos desde nuestra experiencia, que
la herramienta privilegiada al servicio de la reinserción social,
capaz de minimizar los índices de fracaso, no es otra que el
encuentro personal, ese encuentro tú-yo, mutuamente persona-
lizador, más allá de las etiquetas y los roles sociales y profesiona-
les (que no borra quién es cada uno, pero rompe esquemas
defensistas y prejuicios en las dos direcciones, sobre todo cuan-
to más deteriorada esté una parte y más vácuamente “compe-
tente” se siente la otra). Por eso, siempre hemos defendido que
el principal instrumento de trabajo (más importante que las
ciencias humanas y las técnicas de todo tipo, a las que obvia-
mente no hay que despreciar) es la propia persona del educador,
tanto más capaz de obrar el milagro de sacar lo mejor de auto-
estimas quebradas, de personas con cotas tremendas de sufri-
miento, con historiales de desamor y rechazo, cuanto de mane-
ra más creíble y comprometida pueda decir: “tú me importas y
estoy dispuesto a comprometerme contigo”. Soy testigo privile-
giado de que esa frase mágica ha roto los pronósticos más som-
bríos y ha permitido re-escribir preciosas historias de integra-
ción social que nos estimulan a continuar apasionadamente en
esa dirección tan poco transitada por unas ciencias humanas y
sociales cada vez más de biblioteca y menos dispuestas a expe-
rimentar el método de la “observación participante”.
33
Desde luego, me parece claro que quien no participe de un
minimum de fe en el ser humano no puede legítimamente tra-
bajar en el ámbito penitenciario, mucho menos ser Juez de
Vigilancia Penitenciaria. Es atinente traer al caso las palabras
de F. Savater referidas a los maestros: “En cuanto educadores
no queda más remedio que ser optimistas, ¡ay! Y es que la ense-
ñanza presupone el optimismo tal como la natación exige un
medio líquido para ejercitarse. Quien no quiera mojarse, debe
abandonar la natación; quien sienta repugnancia ante el opti-
mismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué
consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibili-
dad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo
de saber que la anima, en que hay cosas que pueden ser sabi-
das y que merecen serlo, en que los hombre podemos mejorar-
nos unos a otros…. Los pesimistas pueden ser buenos doma-
dores, pero no buenos maestros” 2. Pues eso.
34
car algunas de las conclusiones en que ambos se muestran
coincidentes.
En ambos estudios los perfiles son de personas con historiales
de multirreincidencia, estructura social previa poco cohesionada
y precaria, drogodependencia de larga data y, en algunos casos,
concurrencia de patologías asociadas (bien biológicas —Sida—
bien mentales —problemas psiquiátricos—). Después de traba-
jar con estas personas de perfiles no fáciles 4 se puede concluir:
a) Salvo excepciones, un pronóstico rotundo negativo de
evolución es más función de la incompetencia o la incapacidad
del sistema y de los profesionales que de las condiciones obje-
tivas que rodean a un penado.
b) La buena evolución de los penados —objetivada en unos
casos por la mayoritaria progresión de grado y el abandono de
las conductas gravemente inadaptativas, y en otros por el reco-
nocimiento efectuado por el Gobierno al proceso de reinser-
ción en forma de indulto particular— ha sido función de la
concurrencia simultánea de varios factores:
1.— La propia voluntad y responsabilidad de los sujetos.
2.— El diseño de itinerarios de evolución flexibles (donde
cabe, el fallo asumible que no rompe un itinerario y
opción fundamental cuando es sólida y mantenida).
3.— La pluralidad de actores coordinados: La propia
Dirección General de Instituciones Penitenciarias y su
35
personal en cada centro penitenciario, los voluntarios
del tejido asociativo solidario con su “tutor” personal
para cada interno, su equipo de apoyo (psicólogo, abo-
gado, criminólogo etc.) y el equipo de profesionales
externos a la institución coordinando la intervención.
4.— Voluntad política de apostar por la causa de la reinser-
ción (bien en forma de aprobación y apoyo al progra-
ma, bien como reconocimiento en forma de otorga-
miento del beneficio de la gracia).
5.— Un marco normativo no rígido que lo posibilite.
6.— La asunción de una cuota de fracasos, a minimizar,
pero inevitable en toda apuesta por lo humano sea en el
orden que sea.
En resumen, lo que posibilita un pronóstico evolutivo posi-
tivo no es otra cosa que el sumatorio de: *motivación del sujeto
(no es una variable etérea, sino concreta: uno se motiva con lo
inédito viable que me contagia quien tengo cerca y me apoya),
*sensibilidad del operador jurídico (incluso con una mala ley, el
buen juez puede ayudar a “hacer milagros”), *dispositivos tera-
péuticos públicos adecuados y *apoyo de la red social solidaria.
Con estos ingredientes, y la adecuada coordinación entre ellos,
las posibilidades de éxito se multiplican.
5.- Cf. STS 20.04.1999, ponente MARTÍNEZ ARRIETA: “Los especialistas han compro-
bado empíricamente que una privación de la libertad prolongada y continuada produce
en no pocos casos graves perturbaciones de la personalidad…una configuración razona-
ble de la ejecución de las penas privativas de larga duración requiere que el condenado
pueda albergar la posibilidad de un reintegro a la sociedad libre, dado que lo contrario
podría constituir un “trato inhumano” en el sentido del art. 15 CE”.
36
supone un deterioro personal —sumado al previo a la prisio-
nización— que obstaculiza de manera importante la reinser-
ción social y que explicaría nuestro alto nivel de fracaso en
estos casos. Sin duda, constituye toda una llamada de aten-
ción al legislador para no caer en un sistemático endureci-
miento de penas de fatales consecuencias a largo plazo, sobre
todo si no se simultanea de acentos en lo tratamental y de una
adecuada preparación previa a la vida en libertad, convenien-
temente personalizado años antes de que se produzca la efec-
tiva excarcelación.
Por otra parte, estas mismas dificultades, agravadas por la
dureza y crueldad peculiares del primer grado 6, sobre todo
en el más que discutible, desde nuestro punto de vista, régi-
men legal del FIES-CD, se tornan casi insalvables en perso-
nas sometidas a la incomunicación propia de este régimen
cerrado, sobre todo cuando se mantiene durante años 7. Nos
parece más saludable, la apuesta de la legislación brasileña
que restringe, como la nuestra, el régimen del aislamiento-
sanción a los 30-45 días, e impide el aislamiento-tratamiento
(por llamarlo de algún modo, en lo que constituye un caso
claro de fraude de etiquetas) por más de un año. A este res-
pecto, es sintomático que en la actualidad, el debate peni-
tenciario en el Brasil se sitúa en si elevar este límite a 2 años
para determinado tipo de infractores de singular peligrosi-
dad o dejarlo en 1 año. En todo caso, les resulta impensable
someter a “tratamiento” de aislamiento a un penado sin más
límite temporal que el del cumplimiento efectivo de la con-
dena (que puede ser en la actualidad de hasta de 40 años de
duración).
37
4. Todavía más difícil: creer en los Jueces.
8.- Todo esto influye al Juez a la hora de tomar una determinación. Os confieso que a
veces no sé, al leer algunas resoluciones, si están adoptadas en virtud del principio de lega-
lidad o del principio del miedo. Uno de los grados más elevados de éste, es el temor, no ya
a equivocarse, sino a ser acusados de prevaricación por una concreta aplicación de la
norma en uso estricto de la interpretación y aplicación individualizada del Derecho que
corresponde a la función jurisdiccional.
38
en el caso de dirigirse hacia el penado por un delito, resulta
rayano en lo patológico y conlleva, desde luego, nefastas conse-
cuencias para el sistema penal, cuando tiene como diana a la
figura del juez y su necesaria imparcialidad e independencia.
Sin duda son peligrosas las legislaciones angélicas e ingenuas,
pero aún pueden serlo más las que por vía de hecho demoni-
zan personas e instituciones.
Felizmente, se han superado los tiempos en los que el des-
tino en Vigilancia Penitenciaria era escogido por su poco tra-
bajo y mínima complejidad (con dar la razón a la
Administración era suficiente). Hoy comporta una enorme
complejidad y exige competencia, responsabilidad y grandes
dosis de humanidad, sobre todo si pretende la aplicación
justa y humanitaria del Derecho penal y penitenciario. Sobre
todo, si, en cuanto ejercicio inevitable de violencia tarifada,
quiere obviar la tacha de L. Ferrajoli (“El Derecho penal, aun
rodeado de límites y garantías, conserva una intrínseca bru-
talidad que hace dudosa e incierta su legitimidad moral”),
deberá beber del veneno de los dos sentimientos morales
que nos sacaron de las cavernas y nos alejan de la barbarie.
Me refiero, de una parte, al sentimiento de COMPASIÓN,
como capacidad de ponerse en la piel del otro, de ejercer una
sana parcialidad inicial (ubicarse existencialmente en el
pellejo de las partes procesales) como pre-requisito de la
imparcialidad final que la función jurisdiccional reclama. De
otra, al sentimiento de INDIGNACIÓN, entendida como esa
íntima sublevación y rebeldía ante lo injusto evitable y que
lleva remover las propias entrañas al grito de ¡No hay
Derecho! Desde ahí sólo cabe una justicia comprometida, un
ejercicio profesional de la función jurisdiccional que recupe-
re para la palabra profesión su sentido prístino: ser un profe-
sional, es profesar valores; en nuestro caso, profesar compro-
miso por la justicia material más allá de todo formalismo o
falsa asepsia objetivista.
39
II.- DE LA REINSERCIÓN A LA RETRIBUCIÓN.
9.- L. WACQUANT, Las cárceles de la miseria, Alianza Editorial, Madrid, 2000, 79 ss.;
ID., El encarcelamiento en América, Barcelona, 2002
10.- Cf. J. BAEZA ATIENZA, voz: Marginados y excluidos, en Diccionario de Pastoral y
evangelización, Burgos, 2000.
11.- Así no es de extrañar que una ley tan “social” como la que regula el voluntariado
en España, hable del Estado como “de Derecho”, cayéndose escandalosamente de la defi-
nición del modelo de organización política, lo de “Social y de Derecho”, por más que apa-
rezca consagrada nada menos que en el art. 1 de la Constitución. Nada extraño, cuando
líneas más adelante en la exposición de motivos se nos dice que la responsabilidad sobre
la cuestión social, ya no es del Estado, sino “compartida” con las ONGS, en una peligrosa
confusión entre responsabilidad (que compete al Estado merced al art. 9.2 CE) e interven-
ción o gestión de la que deben ser protagonistas todos los actores sociales.
40
trabajadores sostienen a los que no trabajan, los sanos a los enfer-
mos, los jóvenes a los viejos... Ello está dando paso a un modelo de
corte ultraliberal e individualista que incentiva que cada uno se
busque la vida con su plan privado de pensiones, su seguro priva-
do médico... ¡quién pueda pagárselo, naturalmente! Y siempre en
manos de particulares, con afán de lucro, obviando el interés
general que se supone a lo público.
Desde luego, en nuestro país, las últimas leyes parecen ir en
esa dirección: la policialización incluso de la actividad judicial.
No es que la policía sea judicial... es que ahora la policía “os ha
quitado a los jueces la cartera”. Ha empezado por quitar la
agenda a los jueces, ha seguido apoderándose de la calificación
inicial, continúa con una eventual predeterminación del juez,
se sigue con la práctica de determinadas pruebas y mucho me
temo que acaben por dictar sentencia en la comisaría o cuarte-
lillo de la Guardia Civil al modo de aquel juez que decía al
empezar la vista “a ver, que pase el condenado”. De alguna
forma lo hacen, cuando en sus estadísticas llegan a calificar de
asesinato supuestos en los que no ha existido ni la quiebra de
una uña 12.
Al mismo tiempo, con la excusa de la lucha contra la insegu-
ridad, el Estado multiplica leyes generalizando el control social,
amplía los poderes de la policía y sus misiones de vigilancia,
generando una inflación represiva que sobrepasa sus fuerzas y
les lleva a descargarse en otras instancias no atendiendo reque-
rimientos que preocupan a los ciudadanos (ruidos, pequeños
conflictos que generan, no obstante, inseguridad subjetiva) y
provocando con su discurso enérgico la radicalización el dis-
curso antipolicial juvenil 13.
Se está finiquitando el derribo del Estado Providencia en
EE.UU. mientras que en Europa se camina a pasos agigantados
41
en la misma dirección, o en todo caso promoviendo una cada
vez más cerrada dualidad interna entre “satisfechos” y “exclui-
dos”. Al tiempo que se alienta el miedo social difundiendo dis-
cursos basados en la Seguridad y el Bienestar, en la práctica se
sienten de forma desigual los efectos injustos del deterioro y la
privatización de los servicios públicos, de la desregulación del
mercado de trabajo asalariado, y del impulso de políticas de
control social, tolerancia cero y máxima represión hacia la
“nueva chusma”, la que en la Europa rica está compuesta por
los jóvenes y las mujeres de las familias obreras empobrecidas
(los “fracasados”), las minorías étnicas o religiosas y la paupé-
rrima población inmigrante (“los otros”). En los últimos años,
estudios y denuncias han detectado grandes fisuras en el edifi-
cio global europeo del Estado Providencia. Tolerancia cero
hacia “las nuevas clases peligrosas” (los jóvenes desempleados,
las mujeres empobrecidas, las minorías desordenadas, los dro-
godependientes, los inmigrantes “sin papeles” y, al fin, los ára-
bes) 14 y tolerancia infinita hacia los delitos de prepotencia
cometidos por los sectores poderosos de la sociedad. Una vez
más, no se puede obviar el rol extrapenológico del sistema
penal como instrumento para la gestión de colectivos deshon-
rosos y desposeídos 15. Como concluye WACQUANT 16, EEUU
está pasando del Welfare al Workfare State y, de ahí, al
Penitentiary State. A lo que se ve, nosotros no llevamos una
dirección muy diversa.
el cuidado que debe tenerse con la concentración de la precariedad y con los guettos: ya
no cabe integrarse en el mundo laboral en la fábrica, ni ocupar empleos subcualificados
que exigen ciertos valores de docilidad, amabilidad, pintas etc., opuestos a los valores de
la calle...la generalización de la enseñanza retrasa la incorporación laboral y les alimenta
la esperanza de promoción social. Así nos encontramos con lo que Robert CASTELL llama
“desafiliados”, “inútiles del mundo que lo habitan, sin pertenecer a él” perdieron el tren de
la modernización y se quedan en el andén con muy poco equipaje” R CASTELL, Les méta-
morphoses de la question sociale, Paris 1999,655-656.
14.- En expresión de P. OLIVER OLMO.
15.- WACQUANT, L (2001) Deadly symbiosis: When ghetto and prison meet and mesh,
Punishment and Society 3 (1): 95.134.
16.- L. WACQUANT, Las cárceles de la miseria, Alianza, Madrid, 2000.
42
2. Releyendo el art. 25.2 CE: el portillo del Tribunal Supremo.
17.- F. CARRARA, Programa de Curso de Derecho criminal, Buenos Aires, 1944, vol. II,
400 ss., citado por L. FERNÁNDEZ AREVALO y B. MAPELLI, Práctica forense penitenciaria,
Civitas, Madrid, 1995,11.
18.- L. FERNÁNDEZ AREVALO y B. MAPELLI, Ibíd., 11.
19.- I. RIVERA BEIRAS, La devaluación de los derechos fundamentales de los reclusos,
Bosch, Barcelona, 1997.
43
mos. Esto se hace singularmente grosera realidad, cuando ya
no sólo es que se establezcan interpretaciones que vacíen de
contenido los derechos subjetivos, sino cuando por ley senci-
llamente se eliminan o se ignoran (los ámbitos de la extranjería
y del mundo penitenciario son especialmente significativos a
este respecto).
Dentro de este panorama de interpretación restrictiva, hay
que felicitarse porque el Tribunal Supremo haya ido un poco
más lejos que las interpretaciones siempre alicortas del
Tribunal Constitucional en esta materia 20, demarcándose de
esa interpretación limitativa de derechos como la única posible.
Ya en 1990, el Tribunal Supremo 21, señaló que “el art. 25.2 de
la Constitución española superpone los criterios de legalidad,
reinserción y resocialización a cualquier otra finalidad de la
pena y sería absurdo renunciar a la consecución de estos fines
cuando no existe un obstáculo legal, expreso y taxativo, que se
oponga a la adopción de medidas accesorias… La voluntad
explícita del legislador constitucional nos dice que la respuesta
adecuada del sistema punitivo o sancionador tienen que ajus-
tarse a criterios de proporcionalidad, racionalidad, individuali-
zación y resocialización…” No se puede negar el principio de
reinserción a quien tiene un determinado quantum de conde-
20.- Cf. Auto TC 15/1984 de 11 de enero que señala que la reeducación o la reinserción
social del penado no constituye un derecho fundamental sino “un mandato del constitu-
yente al legislador para orientar la política penal y penitenciaria, mandato del que no se
derivan derechos subjetivos”, o la STC 2/1987 de 21 de enero que señala que “el art. 25.2
confiere como tal un derecho amparable”. Más contundente aún la STC 19/1988 de 16 de
febrero que señala que de la redacción del art. 25.2 de la Constitución “no se sigue ni el que
tales fines reeducadores y resocializadores sean los únicos objetivos admisibles de la pri-
vación penal de la libertad… El mandato presente en el enunciado inicial de este art. 25.2
tiene como destinatarios primeros al legislador penitenciario y a la Administración por él
creada… no cabe, pues en su virtud, descartar sin más, como inconstitucionales todas
cuantas medidas privativas de libertad –tengan o no el carácter de “pena”– puedan pare-
cer inadecuadas por su relativamente corta duración, para cumplir los fines allí impuestos
a la Ley y a la Administración penitenciarias”. Lo mismo se diga, como desarrolla I. RIVE-
RA BEIRAS, o.c., 324 ss., de la noción de “aplicación progresiva” susceptible de ser exigida,
únicamente si la Administración tiene medios para ello y no cuando realmente exista la
imposibilidad material de satisfacerlo” (Auto TC 302/1988 de 14 de marzo).
21.- STS 01.06.1990.
44
na, porque “ubi lex non distinguit, distinguire nec nos distingui-
re debemus”.
Pero será la STS 20.04.1999 (Pte. MARTÍNEZ ARRIETA), la
que explicita una interpretación más amplia: “La orientación
de las penas a la reinserción y reeducación ya entendida como
principio inspirador de la política penitenciaria, ya como dere-
cho que actúa en la fase de ejecución de la pena, supone que el
ordenamiento jurídico debe prever unas instituciones que ten-
gan en cuenta que el interno debe reinsertarse a la sociedad,
por lo que debe ser “preparado” para ella (grados de cumpli-
miento, permisos, etc.) y que debe atender a las deficiencias
educacionales que, precisamente, inciden en su actuar delicti-
vo, lo que satisfaría la reinserción”.
De esta sentencia, a nuestro juicio, se derivan tres impor-
tantes consecuencias:
Si bien el Tribunal Supremo no se pronuncia por uno u otro
posicionamiento doctrinal, apoya explícitamente la solidez
argumental de quienes consideran que existe un derecho sub-
jetivo a la reinserción en fase de ejecución. Sin duda alguna de
esta apreciación se han de seguir importantes consecuencias
jurídicas, políticas y sociales.
Más allá del posicionamiento doctrinal que se asuma, pare-
ce indiscutible que existe un deber prestacional por parte de la
Administración penitenciaria para asegurar los medios previs-
tos en el ordenamiento jurídico para llenar de contenido la
orientación reinsertadora de las penas privativas de libertad y
las medidas de seguridad (tratamiento individualizado, progre-
sión de grados, individuación científica, permisos etc.).
Consiguientemente, correlativo a ese deber prestacional se
deriva el correspondiente derecho, normativamente reglado, a
tratamiento, permisos, progresión etc., cuyo ordinario otorga-
miento debe ser la norma, y su restricción, siempre motivada,
la excepción.
En definitiva, existe el derecho a recibir de la Administración
penitenciaria los medios tratamentales personalizados con el
fin de nivelar las asimetrías sociales que el condenado eventual-
45
mente pudiera haber padecido y a disfrutar de los institutos
jurídicos abiertos por la legislación para asegurar la integración
social (p.e. es significativo que los permisos estén en la LOGP en
el apartado referido al “tratamiento” y no en el del “régimen”).
Este deber de la administración penitenciaria es correlativo al
impuesto genéricamente a todos los poderes públicos por el art.
9.2 de la Constitución que les obliga a promover las condiciones
y a remover los obstáculos para que la libertad y la igualdad de
las personas y los grupos en que se integra sean reales y efecti-
vas. Consiguientemente, puede concluirse que existe el derecho
a la reeducación (entendido como efectiva nivelación de asime-
trías sociales y déficits culturales) y al tiempo, el derecho a la
reinserción (a disponer de los medios tratamentales, jurídicos, y
de ayuda social para la vida digna en libertad) como dos facetas,
diferenciadas pero concurrentes, en las que se despliega el art.
25.2 que reclama ser llenado de contenido esencial con accio-
nes jurídicas y sociales prestacionales a cargo de la administra-
ción y a las que las personas presas tienen derecho. En este con-
texto, incluso la retención y custodia (aplicables tanto a preven-
tivos como a penados) constituyen en realidad condiciones
necesarias (no suficientes) de soporte a eventuales intervencio-
nes resocializadoras. 22
46
aunque suene parecido). No podemos prescindir de que esta
circunstancia supone una quiebra del elemental pacto social
en virtud del cual los ciudadanos se guardan la espada para
atribuir el monopolio de la violencia responsorial en sus tres
fases (legislativa, judicial y ejecutiva) al Estado (expresión del
interés público) y no para cedérsela a una empresa privada,
movida por el principio del lucro (todo lo legítimo que se que
quiera). Igualmente, tampoco podrá olvidarse que un bien
superior del ordenamiento jurídico como es la libertad, sea
administrado por una empresa particular. Con todo, no habrá
que olvidar que, si se cambia la gestión, hay que cambiar tam-
bién la legislación: si el Código penal fue reformado para incor-
porar la protección de ciertos bienes jurídicos por su especial
vulnerabilidad (me estoy refiriendo al delito de tortura), esto no
se compadece bien con el hecho de que actualmente salga más
“barato” torturar al empleado de la empresa de servicios que al
funcionario público. Así acontece, por ejemplo, en el art. 175
del vigente Código Penal que sólo castiga a “la autoridad, fun-
cionario público… funcionario de instituciones penitenciarias
o de centros de protección o corrección de menores”, pero deja
impune al empleado privado que realiza idéntico ilícito en sus
funciones de custodio de los recluidos. Por otra parte, está por
ver en qué medida estarían las empresas privadas dispuestas a
apostar por infractores cuya cobertura de déficits personales,
sociales, sanitarios y de todo tipo, exige una inversiones incom-
patibles con la rentabilidad económica.
47
identitarios tan fuertes entre aquél y éste en que se pretende la
ejecución, que constituiría un auténtico error in persona) pue-
dan ser incluidos inicialmente en un tercer grado y régimen
abierto para minimizar la innecesaria y contraproducente
estigmatización penal. Ahora sólo queda la incierta vía del
indulto, ajena por completo al orden jurisdiccional, ejercida
por poder ajeno al judicial y no sometida a sus garantías y prin-
cipios de motivación.
Con todo ello, se han quebrado los grandes principios del
sistema penitenciario español y el humanitarismo penal. Y ello
sin modificar ni un ápice las exposiciones de motivos de la Ley
y el Reglamento Penitenciario que mantienen la “superada”
filosofía humanizadora. Entre legalidad y realidad media siem-
pre una distancia no pequeña, pero ahora es el propio horizon-
te axiológico de la norma el que baja los listones. Se renuncia
nada menos que al régimen de progresividad de grados y, singu-
larmente, al principio de que nadie debe estar en un grado infe-
rior al que sus circunstancias reclamen y, muy unido al ante-
rior, y al principio de individuación científica que predica que
deben ser el perfil y las circunstancias de la persona concreta
del condenado, su pronostico evolutivo etc., los que determi-
nen el régimen de cumplimiento y sus necesidades tratamen-
tales y no elementos diferentes, como son el quantum de con-
dena, el delito cometido etc. que ya fueron valorados donde
correspondía: en sede judicial.
De ahí que, como queda apuntado, una de las más graves
paradojas del sistema penal no es que no solucione conflictos,
ni restañe asimetrías del infractor, ni proteja a la víctima, sino
que llegue a estropear lo que esta arreglado, lo cual es una de
las tragedias que más dolor inútil aflige a sus víctimas directas
y a quienes nos movemos en la órbita del sistema penal. La
situación de personas que ya se han rehabilitado socialmente
después de un titánico esfuerzo personal con el concurso de las
instituciones y, en la mayoría de los casos, con el apoyo de la
red de entidades sociales, religiosas, ONGs etc., queda absurda-
mente en el alero.
48
5. Réquiem por la división de poderes.
24.- C. ROXIN, Política Criminal y sistema de Derecho penal, Bosch, Barcelona, 1972.
49
dualice la forma concreta de ejecutar la pena primando la pre-
vención especial y el horizonte de la reinserción, procurando
que la persona se reintegre a la sociedad cuanto antes y en las
mejores condiciones posibles. Todo pretende ser fagocitado por
el momento primero. Se pretende que el titulo de condena
efectivamente ejecutado sea literalmente el que el legislador
señala en abstracto, no facilitando que el juez, con sosiego y
no en ”justicia express”, personalice y valore circunstancias
(aplique en definitiva el art. 2 de La Ley de Enjuiciamiento
Criminal), ni que los técnicos de la Institución Penitenciaria
modulen, en función de la evolución y pronóstico del penado
el régimen de la concreta forma de ejecución.
25.- J. RÍOS MARTIN y P. CABRERA, Mil voces presas, Universidad Pontificia Comillas,
Madrid, 2000.
50
ción y de la reinserción social. Nos referimos al incremento de
la prevalencia de los problemas severos de salud mental y al
aumento de personas penadas de otras nacionalidades, con
largas condenas en algunos casos. Según datos oficiosos el por-
centaje de personas encarceladas con serios problemas de
salud mental supera el 50% de la población reclusa (en el caso
de los extranjeros en prisión esa proporción aumenta). Ello, sin
duda, plantea nuevos retos a la reinserción que ni siquiera han
empezado a ser debatidos. Desde luego, mala respuesta han de
tener en un sistema total cerrado como el penitenciario, cuan-
do los niveles de atención en salud mental son tan precarios en
la red externa normalizada y cuando la política de extranjería
se ha centrado en el control de flujos y en la devaluación, cuan-
do no simple eliminación, de derechos fundamentales de las
personas extranjeras. Hablar de interculturalidad en este ámbi-
to, de funcionarios con conocimientos de idiomas etc.… hoy es
todavía una quimera.
51
9. Antecedentes y “tráfico ilícito de información policial”.
52
tantes más dificultades que las personas, pero las instituciones
también son perfectibles.
11. Concluyendo.
1. De la Justicia-castigo a la Justicia-reparación.
53
• una teoría del delito,
• las consecuencias jurídicas del mismo,
• una aproximación al infractor y su tipología,
• más recientemente se ha acercado a la víctima.
26.- Obviando, por cierto, al Dios más bien Todocariñoso que se presenta perdonando
al malo más malo, que incluso había matado al Padre en vida, en el impresionante relato
evangélico del hijo pródigo. Cf. Lc 15, 11-32.
54
rentabilizados con fórmulas alternativas a la que fue constitu-
yéndose en reina de las penas: la cárcel. A pesar de que el
Derecho penal se haya centrado en la pena, todavía no se ha
hecho una evaluación rigurosa de si cumple o no su cometido.
55
es sólo la prueba de cargo, con valor meramente instrumen-
tal—, no hay ningún momento de inmediación con la víctima,
ninguna posibilidad de diálogo. Normalmente, varios años
después —distanciados en el espacio y en el tiempo con res-
pecto a los hechos—, un tribunal se dedicará a elucidar si se
le impone más o menos tiempo de prisión. Nadie se preocu-
pará de mostrar cuál es el comportamiento alternativo, la
forma constructiva e incruenta de solucionar el conflicto, cui-
dando de reparar a la víctima y de responsabilizar y facilitar la
plena integración social del infractor. En definitiva, la peda-
gogía perruna se muestra más creativa y razonable que la
humana.
El Derecho penal ha evolucionado y perfeccionando la téc-
nica jurídica, ha depurado la construcción dogmática del
delito. También ha habido una diversidad de perspectivas a la
hora de acercarse al infractor: desde enfoques meramente
biologicistas (LOMBROSO o los contemporáneos genetistas),
pasando por los psicologicistas o los que lo correlacionan con
el entorno social o los filtros selectivos del sistema penal. Sin
embargo, sólo desde hace nada se ha empezado a preocupar
por la víctima. Algunas veces, la natural preocupación por
esta parte olvidada del proceso, se hace de un modo incorrec-
to, a costa de recortar las garantías o incrementar la penalidad
al infractor, obviando que el único momento en que los inte-
reses de infractor y de víctima están contrapuestos es el
momento del delito. Efectivamente, cuando uno pugna por
defender la cartera y el otro por arrebatarla es claro que las
posiciones son momentáneamente irreconciliables. Sin
embargo, pasado ese momento, el proceso penal debe velar
por restablecer el diálogo social roto por el delito, intentando
proteger a la víctima, y asegurar el derecho a la integración
social del infractor. Si además de ser más justo, más eficaz y
más eficiente, resulta ser más barato, no acabamos de enten-
der las resistencias que siguen impidiendo un sosegado deba-
te sobre el modelo de justicia penal y las funciones que recla-
mamos a la pena.
56
3. Haciendo “inventos”.
27.- Cf. P. SANCHEZ ALVAREZ, La mediación: una alternativa penal, Corintios XIII, nº
97-98, enero-junio 2001, 325-330. El proyecto lo desarrolla la Asociación APOYO en
Madrid, C/. Corregidor Diego de Valderrábanos nº 45, tfnos. 91 437 98 15 y 91 437 48 32.
28.- Cf. J. L. SEGOVIA, “Algunos criterios para el discernimiento de la mediación
penal” en Documentación social 120 (2000) junio-septiembre.
57
car) y de alguna forma se siente solidario en la prevención de
las situaciones sociales que lo generan (ausencia de políticas
sociales integradas, pocos educadores de calle en el barrio, falta
de políticas de apoyo a las familias más necesitadas etc.).
Este mismo vecino comenta a su familia y a los demás habi-
tantes del barrio que se le han dado explicaciones satisfactorias
y que se le ha reparado el daño ocasionado: seguramente ya no
irá pregonando frases al uso como “la justicia es un cachon-
deo”, “entran por una puerta y salen por otra”, “los delincuentes
tienen más derechos que las víctimas“, etc.
El infractor se tiene que poner en el lugar de la víctima, que
deja de ser “el pringao ese” y le ayuda a responsabilizarse no
sólo por lo que ha hecho sino, sobre todo, de conducir su vida
por otros derroteros.
El colectivo que trabaja en el barrio se quita el sambenito de
que “esos sólo ayudan a los delincuentes” y pasan a generar
redes sociales de solidaridad, reencuentro, dialogo social y
crear, en definitiva, tejido social que apuesta por la coopera-
ción, la tolerancia y la no violencia etc;
Además de todo lo anterior, estamos minimizando la vio-
lencia institucional y devolviendo protagonismo y capacidad
de resolver conflictos a la comunidad en la que surgen y en la
que conviven infractor y víctima.
58
mucho nos tememos que esta incorporación no consiga digni-
ficarla sino volverla a objetivar. Me explico. Ahora se pretende
incorporar a la victima (incluso a ciertos avatares de la ejecu-
ción, o como parte en el procedimiento de menores) pero pro-
piamente se hace no como sujeto de reparación del daño, sino
como agente vindicativo. De seguir por esta vía, la victima se
persona no como quien ha sufrido un injusto agravio y merece
ser atendida, acogida, escuchada, reparada, protegida sino
como instrumento al servicio de la vindicación formal. Antes
era un mero elemento probatorio en el proceso penal, hoy se la
quiere tornar en mera herramienta vindicativa. Ambas posicio-
nes creo que la cosifican e instrumentalizan bien sea en aras a
impulsar el procedimiento penal, bien en aras de satisfacer
cierta catarsis colectiva y mal disimulada sed de venganza pri-
vada (precisamente para evitar lo cual surge el Derecho penal).
Desde luego creo que este camino, más dialéctico que dialógi-
co, no es el más respetuoso con la víctima.
59
tas se suspenden, que sucede con las alternativas... No hay
ningún dato de las resoluciones judiciales que se ponen en
España. No está siquiera contemplado. El Consejo General
del Poder Judicial debiera impulsar la facilitación de una
estadística que evitase computar como homicidio —engro-
sando la cifra de muertes intencionadas y la consiguiente
alarma social— lo que fue una simple caída accidental ¡sin
lesiones! (el caso no es ficticio), evitando confundir la inicial
calificación policial con la calificación jurídica impuesta por
el tribunal. Así evitaríamos la constante manipulación de
datos a que nos someten unos y otros políticos y podríamos
conocer la evolución real de los problemas sociales. Si no
tenemos datos de los delitos, imaginemos qué no acontecerá
con la reinserción.
3) Que se procuren los tratamientos menos cruentos y se evi-
ten tratamientos de choque sin diagnostico previo diferencial.
Nos estamos refiriendo a la sistemática elevación de penas, a la
doble sanción de la reincidencia, a la circunstancia de que se
prescinde de los procesos evolutivos, se quebranta el principio
de resocialización y de individuación científica, se elevan los
limites superiores y se hacen cumplir en el inferior al menos la
mitad de la condena, en penas de más de cinco años....
Volvemos a preguntar con angustia, ¿qué hacemos con los
rehabilitados? ¿Con aquellos cuya única fórmula legal era una
pronta clasificación en tercer grado que impidiese abortar un
duro proceso terapéutico concluido con éxito o claramente
encaminado al mismo?
4) Que se eviten los tratamientos desproporcionados. Por
poner sólo un ejemplo, es una barbaridad que el quantum de
condena imponible en abstracto a quien trafica con dos kg y
medio de hachís sea el mismo que quien facilita al colega una
“china” de la misma sustancia de pocos mg. Del mismo modo
que se ha procurado una proporcionalidad en comportamien-
tos singularmente graves, debiera recogerse una atenuación
para supuestos de escaso desvalor, como ya existe en el art.
242.3 del robo o en las lesiones del art.147.2 CP. La proporcio-
60
nalidad en las respuestas tiene también que ver con la reinser-
ción de los condenados.
5) Que no se impongan tratamientos a la carrera, sin garan-
tías, sin que los “médicos” sepan el protocolo clínico, y sin la
adecuada sistematización, reposo, y consulta a los médicos
especialistas. Así se explica que una norma de la importancia
del Código Penal esté siendo reformada en tres leyes orgánicas
distintas, a ritmos diferentes y con previsibles contradiccio-
nes. Un país necesita leyes estables, no ad casum, bien conoci-
das por todos y sabiamente administradas por quienes tienen
el deber profesional de dominarlas. Pues bien, hoy es imposi-
ble seguir el ritmo frenético del legislador (el C. Civil está asen-
tado hasta en la cultura popular —la legitima, la compraven-
ta...—). En no pequeña medida, las leyes se respetan porque se
conocen. La “motorización” legislativa, legislando a salto de
mata, de forma asistemática genera gran inseguridad. Por otra
parte, pareciera que buena parte de las reformas están más
orientadas a aspectos meramente punitivos que socialmente
integradores.
6) Igualmente, seguimos un tratamiento duro al estilo de la
automedicación “porque lo recomienda mi vecina”. Ese criterio
señala que en nuestro entorno existen condenas mas elevadas,
y es verdad, pero se omite que nunca se cumplen, porque se
dispone de procedimientos de revisión automática a los 13
años en Finlandia, o a los 15 o 20 años en la mayoría de los paí-
ses de nuestro entorno. Quisimos dejar en la caverna del olvido
la cadena perpetua y la estamos recuperando sin los límites
más frecuentes. El problema puede acabar siendo no que les
salga barato a los terroristas delinquir, sino que salga demasia-
do caro optar por la reinserción y dejar de serlo.
7) No nos gusta un tratamiento que desconfía tanto de la
competencia del médico como de las posibilidades de recupera-
ción del paciente. Lamentablemente, además de una, si se quie-
re, más comprensible desconfianza hacia las posibilidades de
integración social del infractor emerge otra desconfianza no
menos peligrosa: la desconfianza hacia la persona del Juez. Nos
61
referimos, una vez más, a una cierta quiebra del sano principio
de división de poderes del que ya hemos hablado. Ello explica
el recorte de facultades operativas otorgadas a los Jueces de
Vigilancia (el recurso del fiscal, jerárquicamente subordinado a
la política del gobierno, paralizará sus resoluciones más impor-
tantes) 29 o sus Audiencias Provinciales de Apelación territorial
a favor de un distante tribunal sentenciador, o los criterios cada
vez más restrictivos de arbitrio judicial en materia de libertad
provisional, o el plus de legitimidad que reclaman para sí las
decisiones de la administración (sea penitenciaria o no). Al
tiempo, cada vez hay menos lugar para las circunstancias per-
sonales y sociales, cada vez menos margen para que el juez
interprete e individualice la respuesta de forma personalizada,
por más que sea un continuo requerimiento del Código de
1995. Todo parece ceder en favor de un derecho penal de corte
más duro, más mecanicista y objetivista, ajeno al ideal humani-
zador de nuestros mejores y más humanistas penalistas y con
poco margen hermenéutico para el juez. Con esas alforjas poco
se camina por el sendero de la reinserción social.
62
ello requiere contacto —inmediación judicial—, comunicación,
lenguaje inteligible, y una mínima capacidad de ponerse en el
lugar del otro, por “muy otro” que pueda ser. Esta humanización
no precisa inversión dineraria. Basta un mínimo de eticidad. Pero
hay que reconocer que, en principio, la justicia no está preparada
para acoger los comportamientos sinceros de la gente, las decla-
raciones auténticas de responsabilidad y de sentimientos. Tiene
aplicación práctica también en las situaciones más tremendas
imaginables. Incluso la comunicación del ingreso en prisión al
imputado puede adoptar diversas fórmulas. Una, la habitual fría
comunicación a través del agente judicial, del “queda constituido
en prisión” y “firme aquí abajo”, más la habitual retahíla de artícu-
los y una palabrería incomprensible. Por el contrario, la otra, el
“cara a cara” juez-imputado, en el que el primero, después de
haber escuchado y recogido cuantas circunstancias hacen al caso
—y lo hacen todas las que se refieren a la persona del autor y las
circunstancias del hecho— le indica que nadie puede abusar de
nadie, y que nadie tiene derecho a ir por la calle blandiendo una
navaja y que a eso hay que poner límites y, por tanto, va a ser
ingresado en prisión, sin perjuicio de que en unas semanas esté
dispuesto a reconsiderar la posibilidad de una alternativa que
satisfaga mejor la necesidad de un tratamiento de la drogodepen-
dencia del autor. Soy testigo de que el detenido así tratado se des-
pide de su señoría hasta dando las gracias.
Singular relevancia tiene la inmediación judicial, y el diálo-
go entre el juez y el condenado en materia de suspensión, sus-
titución de condena, o en cuestiones penitenciarias como per-
misos, progresiones de grado etc. Es increíble la eficacia pre-
ventiva que tiene en el penado el compromiso contraído con la
persona del juez. No saben los jueces y fiscales las posibilidades
rehabilitadoras que se abren cuando también ellos apuestan
por el encuentro personal.
b) Humanizar la justicia penal reclama priorizar los hechos
concretos sobre la elucubración abstracta y el formalismo en que
quedan atrapados los operadores jurídicos las más de las veces.
Recuperar la centralidad y el protagonismo de los hechos. Para
63
ello habrá que preguntarse qué ha pasado, por qué y cómo ha
ocurrido y de qué forma se puede disminuir el riesgo de que
vuelva a suceder. Los juristas, en general, son bastante dados a
las abstracciones especulativas pero huyen de lo concreto. Por
ello no se contextualiza adecuadamente el delito ni se singulari-
za suficientemente al infractor y a su víctima. Mucho menos
tiempo ocupa saber las circunstancias personales, el proceso de
socialización seguido por el infractor etc. por más que sean cir-
cunstancias que tienen directa traducción técnica en la pena a
imponer, con una diferencia de un buen número de años de cár-
cel en muchos casos. Una vez más, quiero reivindicar dos pre-
ceptos: uno, el art. 2 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que
sirve de soporte para consignar todas las circunstancias perso-
nales del imputado de relevancia penal, el otro, el art. 20.4 del
Código Penal aplicable a aquellos casos en los que concurren
carencias en la socialización primaria (por fracaso familiar, esco-
lar y/o laboral) 30.
30.- La nueva redacción dada a este artículo es introducida en nuestro CP por la refor-
ma de urgente y parcial del CC de 1983, modificando la anterior redacción que restringía
su aplicación al sordomudo carente de instrucción. Esta nueva fórmula se introduce por
enmienda núm. 282 presentada por el Grupo Socialista al apartado 4º del art. 26 del
Proyecto de 1980 que mantenía la normativa tradicional respecto a la sordomudez, propo-
niendo su ampliación extensiva a sujetos que sin padecer este “defecto” concreto, sufrie-
ron alteración en la percepción, teniendo gravemente alterada la conciencia de la realidad
sobre la base de la ausencia de una adecuada educación.
Mediante el término realidad la ley refleja la percepción de una realidad que se estruc-
tura en base a un determinado sistema de valores y normas sociales, indispensables para
vivir en comunidad. La función perceptiva estaría ligada íntimamente a la vivencia de la
realidad inmediata. La inmutabilidad vendría dada a consecuencia de la falta de comuni-
cación e identificación de esa persona con el mundo “normal”, lo que impide un normal
acceso a las pautas de su mundo circundante y por ende a la adecuada comprensión del
conjunto de valores no sólo jurídicos, sino educativos, morales, éticos...En ausencia de
profusa jurisprudencia, y de una explicación en la exposición de motivos siguiendo a CAR-
MONA SALGADO la esencia de esta eximente radica en el anormal conocimiento de lo
injusto provocado por la ausencia total o parcial de una educación adecuada que impide
al sujeto mantener un contacto adecuado con el mundo externo. Se comprenden, siguien-
do a QUINTERO OLIVARES, personas que por proceder de ambientes nocivos, con sobre-
carga de tensiones emocionales y conflictos psicológicos, penuria económica y estímulos
culturales, ausencia de transmisión de valores ‚éticos, sociales, etc. Apoya el sentido de
esta interpretación la circunstancia de que al exento de responsabilidad por esta causa le
es aplicable la medida de seguridad (art. 103.1 CP) de internamiento en centro educativo
especial.
64
c) Sin embargo, obviamente, no todo es cuestión de humani-
dad y buena educación. Humanizar exige también diversificar,
tratar de forma diferenciada lo que es distinto, individualizar
adecuadamente la respuesta al conflicto social que introduce el
delito. Ello supone avanzar en la superación de la, hasta ahora,
única respuesta: la privación de libertad. Con uno u otro nom-
bre —prisión o internamiento— va ampliándose el campo de
acción de su idéntico contenido esencial (incluso las personas
inmigrantes en situación administrativa irregular son someti-
dos a un régimen netamente más restrictivo de derechos que el
de la prisión provisional). Hay que superar la misma respuesta-
tipo para situaciones tan diversas como las de un drogodepen-
diente que comete un robo para saciar su adicción, un inmi-
grante que falsifica el permiso de trabajo, un empresario que
impone condiciones inaceptables a sus trabajadores, un
muchacho que ha pasado 500 pesetas de hachís a otro. Por sor-
prendente que pudiera parecer, estas diversas situaciones (dis-
tinta la naturaleza de los hechos, diferentes las circunstancias
personales) pueden recibir idéntica respuesta penal en la tarifa
de tiempo de cárcel. No será necesario un derroche de imagina-
ción para pensar en fórmulas diversas a la prisión para dar res-
puesta a los hechos enunciados y minimizar la posibilidad de su
reiteración. Humanizar significa agotar las posibilidades de la
legislación. La práctica nos muestra que, cuando un juez se
empeña, es capaz de satisfacer tanto el principio de legalidad
como la justicia material que la situación concreta reclama.
Finalmente, para apostar por la humanización del Derecho
penal, auténtico pre-requisito para que pueda sobrevivir el
paradigma de la reinserción, es importante que los jueces se
abran al trabajo con el tejido social. Para ello es preciso cono-
cer de primera mano las asociaciones del tejido social y los dis-
positivos terapéuticos 31. No está prohibido que el juez visite los
31.- Tendría que dejar de ser excepcional que un magistrado del Tribunal Supremo
conviva dos días en régimen de Comunidad Terapéutica con drogodependientes condena-
dos o que un fiscal en el mismo Tribunal participe habitualmente en una liguilla de fútbol
65
barrios y conozca la dinámica de los procesos terapéuticos. Así
podrá entender mejor la realidad y, sin duda, impartirá mejor
justicia y será un actor más cualificado en la orientación reedu-
cadora y reinsertadora de las penas.
con ex reclusos, o que jueces y fiscales visiten in situ los lugares donde la delincuencia se
genera y en los que hay que procurar la reinserción social. A estos efectos, desde luego, la
línea pedagógica que pueda seguirse en la Escuela Judicial no es irrelevante: o se forma a
juristas competentes, abiertos a la multidisciplinariedad, personas en diálogo constante
con la sociedad y sus actores, o se acabará contando con meros aplicadores de silogismos
formalistas, encastillados en un desesperante solipsismo corporativista.
66
leyes oportunistas, contradictorias entre sí, ayunas de rigor
técnico y sistematicidad, elaboradas precipitadamente, en
prosa ramplona, y con lagunas múltiples en ejercicio de una
pésima técnica jurídica. Todo ello, adobado con un baile mare-
ante de entradas en vigor a plazos, ha acabado por generar una
inseguridad jurídica sin precedentes de la que tardaremos en
recuperarnos.
Efectivamente, en pocas ocasiones hemos visto tanta per-
plejidad, tanto desconcierto y, por otra parte, tan comprensible
ignorancia de las leyes en los encargados de su aplicación.
Ninguneado el trabajo de la Comisión de Penas designada por
el anterior Gobierno del PP, se ha cogido un retal por aquí, otro
por allá, y se han hecho barbaridades tales como, por señalar
sólo una, que la LO 11/2003 eleve la calificación de falta a deli-
to de la multirreincidencia en el hurto del art. 234, y la
LO15/2003, aprobada escasas semanas después, la deje inopi-
nadamente sin vigor. Todo motivado porque se había trabajado
sobre el texto vigente y no sobre el de las atropelladas reformas
que se iban aprobando a “golpe de telediario”.
La apuesta por el retribucionismo sin freno de la “tolerancia
cero” acaba minando concepciones antropológicas, éticas,
sociales y jurídicas muy arraigadas como la dignidad de la per-
sona como fin en sí mismo, nunca instrumentalizable ni
siquiera a efectos ejemplarizantes, o el importante principio de
perfectibilidad humana. Inexorablemente, se incrementan los
errores judiciales, mientras se abre la espita a tipos penales que
invaden campos que no le son propios, para acabar incremen-
tando la crispación social y el rechazo al otro, singularmente al
diferente.
Si, hasta cierto punto, es comprensible que la intolerancia y
la desconfianza tengan como diana a la persona del infractor,
concordaremos que, cuando se dirigen hacia la figura del juez,
señaladamente al de vigilancia penitenciaria, nos adentramos
en un terreno más que peligroso. Efectivamente, las últimas
reformas suponen un ataque, no por indirecto menos funda-
mental, a la división de poderes. Se recorta competencia a los
67
jueces, se limita su capacidad de valorar las concretas circuns-
tancias y se dejan sin eficacia práctica algunas de sus resolu-
ciones en cuanto el fiscal se oponga. Súmese a ello la presión
mediática y añádase la eventualidad de unas diligencias infor-
mativas en cuanto la resolución no reciba el aplauso popular...
y sus señorías acabarán teniendo que motivar infinitamente
más los autos de libertad que los de prisión. En idéntica direc-
ción, no es que la policía sea judicial, más bien, el legislador ha
policializado la actividad judicial. Ha empezado por quitar
literalmente la agenda a los jueces de instrucción, ha seguido
apoderándose de la calificación inicial, continúa con una
eventual predeterminación del juez, sigue con la práctica de
determinadas pruebas y sólo falta que, al término de la ins-
trucción policial, estos acaben por dictar sentencia en la mis-
mísima comisaría.
Por otra parte, las reformas resucitan periclitados conceptos
jurídicos propios del derecho penal de autor que sancionan no
delitos, sino actitudes personales. A ello se añaden, en un alar-
de de “derecho penal preventivo”, el riesgo de delitos futuros y
la “habitualidad” ¡policial! La gente sólo parece haber desperta-
do momentáneamente del letargo cuando, en esta imparable
vorágine punitiva, se anuncia que la policía puede disponer de
amplias facultades para retirar cautelarmente el carné de con-
ducir a cualquier ciudadano.
Mala cosa es abusar del Derecho penal y de su carga simbó-
lica. Pero, peor aún es hacerlo mal, con pésima técnica, apos-
tando por un derecho formalista, mecanicista, y sin detenerse
a valorar las consecuencias de extender su intrínseca brutali-
dad a todos los ámbitos de la vida, dificultando que el juez
pueda individualizar y modular adecuadamente la respuesta
idónea en cada caso. Mucho nos tememos que, en breve, haya
que volver a reformar lo reformado.
68
Las experiencias familiares de las mujeres
encarceladas. El caso de Cataluña.
69
existen, actualmente, en la mayoría de los países europeos y
también en Estados Unidos. De hecho, los primeros estudios ya
fueron elaborados por mujeres criminólogas y sociólogas de los
Estados Unidos y del Reino Unido 1 en los años sesenta y seten-
ta. Pero es a partir de la década de los ochenta que las investi-
gaciones han proliferado en gran manera y este mayor interés
sobre el tema no solo se ha producido en los países anglosajo-
nes, aunque las autoras de estos países continúan siendo las
más prolíficas, sino también en otros países más cercanos a
nuestro entorno socio-cultural, como por ejemplo Francia o
Italia 2. Sin embargo, cabe remarcar que no es hasta mediados
de los años ochenta cuando todas estas investigaciones ten-
drán una resonancia importante en la disciplina criminológica
y en la sociología jurídica. La mayoría de estos trabajos se sitú-
an en el marco de la criminología crítica, concretamente en lo
que se puede denominar “criminología del género” o “crimino-
logía feminista”. En el momento de analizar las particularida-
des de la población reclusa femenina y de las cárceles de muje-
res, estos estudios incorporan muchos de los escritos feminis-
tas sobre el papel de la mujer en la sociedad y, en este sentido,
tienen muy en cuenta las teorías de la desigualdad entre géne-
ros. Aunque se trata de una corriente de pensamiento en des-
arrollo, muchos de los resultados y reflexiones obtenidas pro-
porcionan algunas líneas teóricas que permiten analizar mejor
las ideas y los discursos que legitiman el funcionamiento y la
1.- En los Estados Unidos, cabe destacar los estudios de Ward y Kassebaum (1966) y de
Giallombardo (1966,74) y en el Reino Unido los de Smith (1962); Gibson (1973), Crites
(1976) y Smart (1976).
2.- En el Reino Unido, podemos mencionar, sobretodo, los excelentes libros de Carlen,
una de las autoras más prolíficas en este ámbito: Carlen (1985); Carlen i Worrall (eds.)
(1987); Carlen (1998). Asimismo, se debe hacer referencia a Dahl i Snare (1978);
Heidensohn (1985), Dobash, Dobash y Gutteridge (1986); y un largo etcetera. En Francia se
puede hacer referencia a Ottenhof (1989) y al autor frances que más ha escrito sobre las
prisiones de mujeres, Cario (1989). En el caso de Italia, entre los autores que han estudia-
do las prisones de mujeres y la criminalidad femenina, se debe mencionar a Pitch (a cura
di) (1987). Para finalizar, comentar el trabajo de Bertrand et al. (1993), el único estudio
comparativo entre las cárceles de mujeres de diferentes países occidentales, concretamen-
te, Estados Unidos, Reino Unido y los países del Norte de Europa.
70
organización actual de las instituciones de reclusión femeninas
en la mayoría de países occidentales.
A partir de sólidos estudios empíricos, esta nueva corriente
de pensamiento analiza las características y particularidades
de la población reclusa femenina y de las prisiones femeninas
desde una perspectiva de género. Entre otras cuestiones, los
estudios de las criminólogas/sociólogas feministas permiten
hacer “visibles” las problemáticas de las mujeres y demostrar, a
grandes rasgos, que la política penitenciaria que se está apli-
cando en estas instituciones es marcadamente sexista y discri-
minatoria hacia las mujeres.
El objetivo general de este articulo es exponer una pequeña
parte de la investigación que he realizado sobre las cárceles de
mujeres españolas tomando como marco teórico la mayoría de
las reflexiones y argumentaciones de las criminólogas del géne-
ro. Concretamente, en este trabajo se van a presentar algunos
de los resultados obtenidos en un largo y extenso estudio de
caso realizado en la cárcel de mujeres de Brians en Cataluña,
haciendo referencia, sobretodo, a las características, vivencias y
experiencias familiares de las mujeres presas en esta institu-
ción penitenciaria catalana 3.
71
Brians-dones, como se la denomina normalmente, constitu-
ye la cárcel de mujeres penadas más importante de Cataluña 4 y
muchos de los datos y conclusiones que he obtenido en el tra-
bajo se pueden generalizar a otras cárceles de mujeres de
Cataluña y también de España. Pero, dada la brevedad del artí-
culo, ha de quedar claro de antemano, que el objetivo principal
es solamente presentar algunos de los resultados de dicha
investigación y, por tanto, se trata de una primera aproximación
a las condiciones y vivencias familiares de estas mujeres 5. Para
ilustrar las argumentaciones de este trabajo se expondrán diver-
sas citas 6 de las entrevistas realizadas a lo largo del estudio
empírico en Brians. En este sentido, he creído oportuno conce-
72
der un margen para que sean las mujeres presas las que hablen,
puesto que a ellas se les ha dado la palabra y, por tanto, son ellas
básicamente las que cuentan su historia. Como no es muy fre-
cuente escuchar su voz, no he desaprovechado la oportunidad
en este artículo. Creo que solo procediendo de esta forma se
puede empezar a comprender más a fondo la situación personal
de las mujeres encarceladas y también algunos de los motivos
que las han conducido a la cárcel.
El artículo se ha dividido en dos partes. En la primera se des-
cribe a las familias de origen de las mujeres presas analizando
el contexto familiar de su infancia y adolescencia, así como las
dificultades que estas mujeres hayan podido tener. En la segun-
da parte, se analiza el tipo de relaciones de pareja de estas
mujeres y las problemáticas que han surgido a lo largo de su
relación.
“Me quedé sin madre cuando yo tenía 12 años y a los tres años
después de mi madre murió mi padre. Somos tres hermanas, y yo
estuve trabajando en una juguetería, pero yo salía con chicos,
llegaba tarde, y mi familia me veía golfa y me metieron en un
73
correccional, en el Buen pastor. Tenía 15 años, era una cría, era
de monjas, y me escapé, era fácil escaparte, por la ventana con
las sábanas, y me fui a una pensión con otra chica que se escapó
conmigo. Llevábamos un poco de dinero y allí empezó el desma-
dre...” (SOFIA)
74
la figura masculina paterna, como bien comenta la siguiente
entrevistada:
75
si se dividen por el numero medio de miembros del hogar se
obtiene una mediana de ingresos para cada uno de ellos, entre
las 12.500 y 16.500 pesetas, una cantidad que refleja, claramen-
te, la precariedad económica de estas familias. Otro indicador
que muestra la penuria económica de las familias es que, en
más de un 10% de los casos, el domicilio familiar son casas
cedidas por los ayuntamientos o por instituciones benéficas.
Otra característica importante de las familias de las presas
es su condición migratoria, puesto que, en la mayoría de los
casos, el padre o la madre proceden de fuera de Cataluña, sobre
todo del sur de España. El arraigo social de una familia y los
posibles desajustes o dificultades de integración en la comuni-
dad tienen una relación muy estrecha con las raíces culturales
y con la procedencia geográfica de esta familia. Así es que la
condición migratoria de los padres puede haber dificultado, en
cierta manera, la integración de sus hijas en Cataluña. Un dato
sintomático, en este sentido, es que solo 3 de las 37 mujeres
entrevistadas hablan y entienden con claridad el catalán.
Respecto a la posible influencia delictiva que la familia haya
podido ejercer sobre la actividad delictiva de la entrevistada,
cabe señalar que en casi la mitad de los casos, las presas mani-
fiestan tener como mínimo un familiar o pariente próximo con
antecedentes penales y penitenciarios. En cierta manera, esta
circunstancia refleja la influencia subcultural que el medio
familiar puede haber tenido en su conducta.
Es importante señalar que todas los/las hermanos/as de las
entrevistadas tienen antecedentes delictivos, y generalmente
este hecho ocurre en los que son mayores que ellas. Pero, ade-
más, casi la mitad de estas mismas mujeres también tienen
antecedentes en la madre 7 o bien en otros familiares cercanos,
como tíos y cuñados.
7.- Las tres mujeres que tienen antecedentes delictivos en sus madres son de etnia
gitana. Según estas mujeres, cuando la delincuencia deviene el medio de vida principal de
una familia gitana, como es el caso, es muy probable que también otros miembros de la
misma familia, especialmente los hijos y las hijas, estén implicados en actividades delicti-
cas. De hecho, así se ha constatado en el trabajo de campo, ya que de las cuatro mujeres
76
Asimismo se observa que cuantos más hermanos/as tenga
la mujer entrevistada, más posibilidades existen de que estos
tengan antecedentes penales y penitenciarios. De hecho, la
mayoría de las mujeres procedentes de familias numerosas con
6 o más hermanos/as tienen como mínimo uno de estos her-
manos/as con antecedentes y, en cambio, las mujeres con
familias pequeñas de uno a tres hermanos/as, no tienen ningu-
no de estos con antecedentes.
Por otro lado, el número de hermanos/as también influye
decisivamente en el número de encarcelamientos y en la reinci-
dencia delictiva de las mujeres. Así, se constata que las mujeres
con familias extensas son las que más reinciden y las que más
veces han estado en la cárcel. Se podría establecer, por tanto, de
manera genérica que a mayor número de hermanos/as, mayor
numero de antecedentes delictivos y mayor reincidencia de las
mujeres encarceladas. En general, tal como ya se ha visto en
algunos aspectos y continuará mostrándose, la mayoría de las
familias de origen de las mujeres tienen unas condiciones y
unos niveles de vida muy precarios que, evidentemente, se ven
agravados si la familia es numerosa. Un mayor número de
hijos/as implica un mayor gasto familiar que no siempre se
puede asumir y que obliga, muchas veces, a que sean los mis-
mos hijos/as los que se hayan de buscar los medios para poder
vivir. Además se trata de familias muy desestructuradas, gene-
ralmente encabezadas por las madres que acaban siendo las
únicas responsables de la atención, mantenimiento y cuidado
de sus hijos/as. En esta situación, por tanto, no es de extrañar
que sean precisamente las familias más numerosas, particular-
gitanas entrevistadas, tres de ellas, tienen antecedentes delictivos en la madres, pero tam-
bién en sus hermanos/as. Estos datos no son suficientes para poder afirmar que esta situa-
ción es generalizable para todas las familias de las mujeres gitanas encarceladas, ya que
para ello sería necesario un estudio mas a fondo de este colectivo. Aunque en el caso con-
creto de estas tres mujeres sí cabe afirmar que ha habido una influencia delictiva impor-
tante por parte de la familia de origen. De hecho, estas tres mujeres están en la cárcel por
delitos contra la salud pública, que son precisamente los delitos que también se han impu-
tado a sus madres y/o hermanos/as. Para el estudio de las mujeres gitanas encarceladas en
España se remite al lector al reciente y excelente estudio Barañi (1999).
77
mente las que tienen 6 o más hijos/as, las que tengan más pro-
babilidades de que alguno de estos acabe delinquiendo.
A parte de este hecho, existen también otro tipo de situacio-
nes difíciles o problemáticas del entorno familiar de las muje-
res entrevistadas que han podido influir en su conducta o tra-
yectoria personal y, entre ellas cabe destacar, en primer lugar, el
alcoholismo del padre, causa principal de los maltratos y agre-
siones sexuales que algunas de las presas han recibido durante
su infancia o adolescencia 8. En segundo lugar, la drogodepen-
dencia de muchos de los hermanos/as, causa principal de que
muchos de ellos hayan acabado delinquiendo, con lo que ello
supone de antecedentes penales y penitenciarios familiares
para las mujeres presas. Y, en tercer lugar, aunque en un menor
numero de casos, los trastornos psíquicos y mentales de algu-
nas de las madres de las mujeres entrevistadas.
Prácticamente la mitad de las mujeres entrevistadas han
experimentado, en el seno de su familia, como mínimo una de
estas tres circunstancias anteriores. Naturalmente, el hecho de
haber convivido —y aún convivir, en algunos casos— en un
entorno familiar de estas características, las ha condicionado y,
bien seguro que, en muchos casos, incitado a iniciar el consumo
de drogas y, posteriormente la actividad delictiva, ya desde muy
jovencitas, como muy bien expresa la siguiente entrevistada:
8.- Casi la mitad de las 37 mujeres entrevistadas han recibido malos tratos y/o agresio-
nes sexuales. En 6 casos, es decir casi en un 10%, el agresor ha sido el padre y, en 11 casos,
es decir casi en un 30%, el agresor ha sido el marido y/o compañero.
78
De hecho, para la mayoría de las mujeres entrevistadas, la
drogodependencia ha sido el móvil principal del delito que les
ha llevado a la cárcel 9. La premura para conseguir los medios
económicos suficientes para comprar la dosis diaria de droga
necesaria es el motivo principal por el cual las mujeres presas
acaban delinquiendo. Los robos, atracos y el pequeño tráfico de
drogas son, de esta manera, el medio más importante para poder
financiarse el consumo de estupefacientes. Por esto, la gran
mayoría de las mujeres presas, tanto las entrevistadas, como
también el conjunto de presas de Brians, están condenadas por
delitos relacionados directa o indirectamente con las drogas y,
todos los datos del estudio lo confirman. Prácticamente la mitad
de ellas, 49%, están encarceladas por delitos contra la salud
pública (pequeño tráfico y contrabando de drogas), casi la otra
mitad, 45%, por delitos contra la propiedad, motivados también
por el consumo de drogas (robos y atracos) y el resto, solo un 6%,
han sido penadas por delitos contra las personas.
Por todo ello no es de extrañar que de las 37 presas entrevis-
tadas, 27 se consideran a sí mismas como drogodependientes.
Y casi todas estas mujeres son las que han padecido, precisa-
mente, las consecuencias del ambiente familiar desfavorable y
conflictivo que se ha comentado anteriormente.
De hecho, las personas toxicómanas son consideradas, para
muchos expertos en la materia, como las depositarias de los
problemas familiares derivados, sobre todo del desarraigo y la
precariedad económica de la familia. A causa de estos factores,
a menudo existe una falta de proyectos compartidos entre
padres e hijos/as y conflictos relacionados con la ausencia de
intereses comunes de los miembros de la familia. Estas cir-
cunstancias y también las dificultades generalizadas de la fami-
79
lia actual como célula socializadora incapaz de marcar mode-
los de comportamiento para la juventud, influyen en el des-
arrollo de ciertas conductas “agresivas y antisociales” que pue-
den acabar derivando en la delincuencia y conllevar, finalmen-
te, una pena privativa de libertad. Pero, claro está que, en otros
contextos socioeconómicos, con más posibilidades y recursos a
todos los niveles, estos comportamientos, que también existen
o pueden existir, pasan más desapercibidos por los poderes
públicos y los agentes del control social. Probablemente por-
que desde la misma familia se canalizan hacia “el buen camino
de la normalidad”, pero sobre todo, porque existe claramente
una aplicación selectiva de las penas privativas de libertad,
como ya han indicado diversos autores 10. En efecto, tal como
se ha ido constatando y se seguirá haciendo, la pena de cárcel
se aplica, principalmente, a los sectores marginales desde un
punto de vista económico y social.
En todo este contexto que se ha ido analizando, es fácil
entender que la gran mayoría de las mujeres entrevistadas
(80% de los casos) abandonen la convivencia con su familia de
origen antes de los 20 años. Entre estas mujeres, casi la mitad
ya lo hace entre los 16 y 18 años y más de una tercera parte
incluso antes de los 16 años, aunque en estos últimos casos no
se tenga el permiso paterno. No es solo el ambiente familiar
desfavorable lo que motiva el abandono de la familia, sino tam-
bién las desavenencias que se tienen, generalmente con los
padres y la tendencia precoz de la mayoría de las mujeres pre-
sas de formar su propia pareja y familia.
Sin embargo, los datos del estudio muestran que la mitad de
las mujeres que abandonan la familia de origen antes de los 20
años vuelve otra vez a convivir con ella en etapas posteriores,
ya sea de forma regular o por períodos intermitentes. En todos
estos casos, por tanto, la emancipación de la familia de origen
nunca acaba de darse del todo. Normalmente, vuelven con la
10.- Ver, entre otros, Cohen (1985); Manzanos (1991) yi Bergalli (1985).
80
familia cuando sucede, como mínimo, alguna de las tres situa-
ciones siguientes. En primer lugar cuando los problemas con
las drogas empiezan a ser de una cierta envergadura y necesi-
tan del apoyo familiar (sobretodo económico); en segundo
lugar cuando no disponen de ningún sitio donde vivir después
de algún ingreso en la prisión y, en tercer lugar, cuando las
mujeres son madres y no pueden asumir la maternidad ni eco-
nómica ni emocionalmente en solitario. De hecho, a lo largo de
la investigación se constataba que casi la mitad de las mujeres
entrevistadas aun vivía, antes de ingresar en la cárcel, con su
familia de origen.
81
fianza y comprensión. Aunque cabe señalar que muchas de
estas mujeres continua viviendo en el domicilio de sus padres,
ya que mayoritariamente son madres solteras con hijos/as
pequeños y necesitan la ayuda familiar para mantenerlos y dar-
les alojamiento y asistencia.
82
droga y que haya tenido que entrar en prisión, es mucho para
ellos. No vienen a visitarme nunca, pero cuando salga iré a vivir
con mis padres. Mi marido esta en la cárcel, no tengo a nadie y
tengo dos hijos que ya están con ellos. No puedo ir a ninguna
otra parte” (ANGELICA)
83
me enganché a la droga desde muy pequeña con 11 o 12 años. Mi
madre andaba loca todo el día, no entendía lo que me pasaba, es
que yo incluso llegué a sacarle dinero a la fuerza, lo necesitaba
para mi y cuando estás con el mono, coges a quien tienes más
cerca...”(CARLA)
84
trabaja hasta muy tarde, limpia en un bar y el día que viene a
verme no se acuesta para venir a verme. Entonces yo le digo,
mama no te preocupes que como salgo de permiso ya iré a verte,
es que esto está muy lejos y cuesta mucho dinero. La mayoría de
familias tienen coche, nosotros no. Hay autocares los domingos,
pero mi madre muchas veces tiene que venir en taxi, eso es muy
caro, por eso no vienen casi nunca, pero la llamo, eso si y tam-
bién ella suele escribirme a veces” (MÓNICA)
11.- El “peculio” se refiere al dinero que las presas pueden tener en el interior de la cár-
cel, aunque su disponibilidad está siempre bajo control del equipo de tratamiento.
85
me psicológicamente y en todos los aspectos. Me llevó al médico
para desengancharme, me daba charlas, pero llega un momen-
to que como no ves resultados dices, bueno, ¿ Para qué ?. Tengo
nueve hermanos, dos se me murieron de SIDA, otros tres son toxi-
cómanos, uno de ellos está también en Brians por tráfico. Pero yo
cuento con mi familia, cuando salga iré con mi madre. Puedo
dar gracias a Dios por el apoyo que tengo, vienen a visitarme
cada Sábado. Mi padre se separó pero yo le llamo de vez en cuan-
do” (ARIADNA)
“Mi padre solo ha venido a verme una vez a la cárcel, una vez
nada más, porque no le gusta verme entre cristales. La familia de
mi padre son pescadores de Granada, y claro el la vida esta,
no...Entonces por parte de mi madre si, porque ya tiene dos tíos
que han estado presos, mi madre no me falla, cada domingo está
aquí, siempre y son 5 años, me pasa peculio y todo, no me hace
falta nada. Bueno de la gente que hay aquí me puedo sentir pri-
vilegiada, porque muchas no reciben a nadie. Mi hermana me
ha venido dos veces, solo a ver. Luego ya el mediano, el de 19 años
si que viene a verme, si no viene mi madre viene él, que se metió
un poco en el mundo de la droga, se metió dos picos y mi madre
se lo llevó para Granada”. (XANTAL)
86
están, que puedo contar con ellos en cada momento y cuando
estoy baja de moral lo comparto con ellos. Claro que también
tengo dos hermanos en la cárcel y mi madre también ha estado
y entienden mi situación.” (LOLA)
87
bajo la base de una relación estable y, no solamente transitoria,
y mantengan cierta autonomía respecto a la familia de origen.
Teniendo en cuenta estas premisas, cabe destacar que la gran
mayoría de las entrevistadas sí han tenido este tipo de relación
con voluntad de estabilidad y además con gran precocidad, ya
que la han iniciado antes de los 19 años. Aunque existe un
pequeño grupo de mujeres entrevistadas (6 casos) que mani-
fiestan haber empezado este tipo de vínculo emocional entre
los 14 y 16 años. Este último grupo de presas son las que pre-
sentan el perfil marginal más acusado, sobretodo por la preco-
cidad con la que también han iniciado el consumo de drogas -
entre los 12 y 14 años y su actividad delictiva. Además, a causa,
básicamente de su drogodependencia precoz están contagia-
das por el HIV y ya han desarrollado la enfermedad del SIDA.
Casi todas las mujeres entrevistadas que inician la relación
de pareja antes de los 19 años, abandonan el domicilio de la
familia también por esta edad, hecho que hace suponer que, en
parte, el inicio de la vida en pareja sea debido a un deseo de
abandonar el hogar paterno por desavenencias familiares. Los
datos del estudio constatan que las mujeres que han encontra-
do pareja más tarde y que, por tanto, también marchan mas
tarde del domicilio familiar, tienen, en general, mejores relacio-
nes con la familia. Ciertamente, un buen ambiente familiar
permite, generalmente, retrasar la emancipación y, por tanto,
también la formación de la pareja.
Un dato interesante que cabe destacar es que casi la mitad
de estas mujeres que se emparejan antes de los 19 años mani-
fiestan que ha sido precisamente esta primera relación de con-
vivencia —fruto de la cual muchas de ellas han tenido hijos/as-
la que les ha inducido al consumo de drogas y posteriormente
a la delincuencia. Se ha de tener en cuenta que, prácticamente,
en todos estos casos, el compañero sentimental ya era toxicó-
mano antes de empezar la relación. Es importante retener este
argumento, ya que es uno de los aspectos que más resaltan
cuando se les pregunta sobre sus relaciones de pareja y, las
siguientes citas son una buena muestra de ello:
88
“Yo estoy aquí porque conocí a mi marido, bueno no esta-
mos casados, él era yonki. Cuando le conocí no sabía que era
nada de esto, hace 6 años, yo tenía 18 años, entonces él estaba
enganchado con la aguja, y cuando yo me enteré intenté ayu-
darlo, lo dejó, volvió a caer y entonces, yo empecé a probar el
caballo, ya por la nariz, a escondidas de él. Él se enteró y luego
ya nos dábamos juntos por la nariz, él seguía pinchándose,
paraba, lo dejaba, hasta que un día pues yo necesitaba, no
tenia y lo poco que había, pues como no me iba a quitar el
mono por la nariz enganché. Él era el que me pinchaba, yo no
sé pincharme, todo el tiempo que he estado enganchada me ha
pinchado él, a mí me dan pánico las agujas y así caí, duré tres
meses, me estuve pinchando. Tenia que robar, iba con él pero
yo robaba, él me esperaba fuera, una cara... yo le decía que
entrara pero no quería, o sea a él le daba miedo, decía ay! si es
una mujer o que si es un hombre mayor. Robábamos en los
cajeros que como máximo puedes sacar 50000 pelas... Bueno,
pinchándome estuve solo tres meses, entonces tuve a mi hija y
al poco tiempo de tenerla me enganché otra vez, fue cuando
empecé a robar y ya caí, mi hija tenía tres meses cuando yo caí
presa... Yo estoy aquí por él y siempre lo digo, si he probado la
aguja ha sido por él, por él, y si estoy aquí es por él,... un hom-
bre que te quiere no te mete un pico la primera vez... aunque
se lo pidas. (ALINA)
89
“Me casé y mi marido vendía droga y él me metió en el
mundo de la droga, mi familia es muy normal, yo hubiera sali-
do como mis hermanos. Pero es que me casaron con él a los 14
años, soy gitana y así se hacen las cosas en mi familia. Ahora no
quiero ni verlo, lo dejé hace casi 10 años, porque me maltrataba
mucho, yo quería una situación normal, casada, en casa, bien....
(CLAUDIA)
90
Además, como se ha constatado a lo largo de la investigación,
muchas de las mujeres presas son cómplices o encubridoras de
un delito que ha cometido un hombre, generalmente, su compa-
ñero sentimental, hecho que aún refuerza más que sea este el
inductor principal. Esta opinión es también compartida por el
juez de vigilancia penitenciaria, responsable del centro de Brians:
12.- La mitad de las mujeres entrevistadas son reincidentes, tanto penal (diversas con-
denas penales anteriores) como penitenciariamente (diversos ingresos penitenciarios). El
resto o bien són primarias en los dos aspectos, es decir que cumplen la primera causa
penal y es el primer ingreso en la cárcel o bien tienen varias causas, pero también es el pri-
mer ingreso penitenciario.
13.- Entre las 31 mujeres que han mantenido una relación de pareja estable, 24 han
tenido o aún tienen a sus parejas o exparejas en la cárcel.
91
pareja estable), no solamente valoran muy negativamente su
relación de pareja, sino que además están muy descontentas y
tienen sentimientos de frustración:
92
oreja, puñaladas, palizas... Él se emborrachaba, se gastaba todo
el dinero que ganaba. Luego, quería que le diera del que yo gana-
ba, a mis hijos no les hacía la comida, los dejaba sin comer, y yo
ya no aguantaba más, fue demasiado fuerte...me separé, tuve
que dedicarme a la prostitución para mantener a mis hijos y ahí
empezó todo...” (NATATXA)
93
ya que al separarse quedan muy desamparadas económica-
mente y, generalmente, sin recursos para sobrevivir, sobre todo
porque la gran mayoría de las entrevistadas tienen hijos/as a su
cargo y los han de mantener.
De las 37 mujeres entrevistadas, 26 son madres; la mitad tie-
nen un hijo/a y la otra mitad tiene entre dos y cuatro hijos/as,
aunque hay dos casos concretos de mujeres que tienen una 7 y
la otra 12 hijos. Casi todos los hijos/as son menores de edad y
no pasan de los 14 años. Como mayormente son madres solte-
ras o madres separadas (21 casos), la educación y el cuidado de
sus hijos/as ha recaído básicamente bajo su responsabilidad.
Con todo, en muchos casos, han tenido la ayuda de la familia
de origen materna que es la que, principalmente cuida de los
hijos/as cuando las mujeres ingresan en la prisión. La familia
de origen del padre, normalmente, se desentiende y no se hace
cargo de la responsabilidad que por su parte también le corres-
ponde, como bien comenta la siguiente entrevistada, una
mujer de 51 años que ha tenido 12 hijos/as, todos criados y
mantenidos por ella sola:
94
Entonces, vivía sola con mis 10 hijos, ya que se me murieron dos,
uno de accidente de coche y uno de droga, con 16 y 19 años. El de
16 iba en bicicleta y un coche le pegó un trompazo y se murió, y el
de 19 me ha dejado una nieta que tiene 6 añitos ya, su madre tam-
bién está aquí en prisión. Entonces yo mayormente me tuve que
tirar a hacer la calle, mi cuerpo a prostitución, para poder levantar
a mis hijos y trabajando en la calle me salió un señor que me dijo
que me iba a retirar y yo accedí, pero claro este señor se puso a ven-
der chocolate y cayó preso. Al caer en la cárcel y tener cuatro en la
familia enganchados a la droga, yo enferma, que soy diabética —
mire, como tengo la barriga de pincharme dos veces cada día,
tengo artrosis en los huesos— y claro, entonces me tuve que poner
yo a vender para mayormente subir mi casa para adelante.
Después, también cayó mi hijo preso por robo, como era toxicóma-
no se dedicaba a robar.Y me encontré con tres personas presas, mis
dos hijos y después mi compañero actual y claro, me tuve que
poner a vender chocolate, así me cogieron y aquí estoy.” (NATAXA)
Y sigue:
“Es que las mujeres jóvenes están aquí porque roban por la
droga, y las personas mayores, sobre todo si son madres y están
solas como yo, están aquí porque no hay trabajo y tienen hijos, y
para que los hijos no se pongan a robar o hacer cualquier cosa,
pues se ponen a dar la cara ellas, como he hecho yo, señorita...”
(NATAXA)
95
zarse de los hijos/as que se han tenido en común. Esto se hace
patente de forma constante en casi todas las entrevistas reali-
zadas a las madres presas:
“El padre de mis dos hijos está en la cárcel pero él pasa, siem-
pre ha pasado, no sé, los hombres son más pencos para los hijos...
Si los quiere, supongo, pero no ha hecho nunca de padre, yo he
pasado mucho por la cárcel pero siempre los he tenido más en
cuenta y me he preocupado de estar por ellos. El menor vive
ahora con mi hermana y el mayor vive con su abuela paterna,
pero mi marido...¿Hacer algo para mantenerlos? De eso nada de
nada, nunca, es un tema que no le preocupa porque sabe que los
demás lo resuelven por él. Cuando estábamos juntos, bueno,
ayudaba un poco, pero después de separarnos, entre otras cosas
porque no estaba nunca en casa, no hacía nada. Ahora, apenas
los ve....” (BARBARA)
96
Cabe destacar que algunas de las mujeres entrevistadas no
sólamente mantienen a los hijos/as con sus recursos, aunque
muchas veces con la ayuda de sus padres, sino que también
mantienen a sus maridos, compañeros o padres de sus hijos/as.
En este sentido, muchas de ellas comentan que se han sentido
“explotadas” y “utilizadas” por su pareja en todos los sentidos:
97
encarceladas de continuar manteniendo la relación con la
mujer desde el momento que ingresa en la cárcel. No es extra-
ño que las mujeres reciban muy pocas o prácticamente ningu-
na visita de su marido o compañero desde que están en la cár-
cel. Normalmente, se desentienden de ellas así que ingresan.
De las 37 mujeres entrevistadas solo 7 dicen que tienen visitas
mensuales de su pareja regularmente.
Básicamente se trata de comunicaciones y/o vis a vis ínti-
mos, que no siempre complacen a las mujeres. La siguiente
cita explica cómo se llevan a termino los “vis a vis” y además,
sintetiza la opinión que tienen de este sistema muchas de las
presas.
98
cuartito para cachear, esto es muy diferente, pero aquello era
horrible. Antes de que se rompiera nuestra relación, yo dejé de
ir por esos motivos. Él me decía, pero cariño ¿Cómo te vas a
sentir sucia? Si no vienes a acostarte con nadie desconocido, es
con tu pareja. Pero yo me sentía tan mal, tan sucia, no sé, muy
mal, y esto ya te digo que perjudica mucho una relación senti-
mental” (JULIA)
99
“Mira las mujeres que hay a los Vis a Vis de la Modelo, hay
cola de mujeres los sábados. Las ves a todas y mira aquí, a ver
cuántos hombres hay en las comunicaciones. ¡Ninguno!, los
hombres en Wad Ras, como aquí en Brians, están contados. No
sé, quizás el hombre no ve bien que la mujer esté en la cárcel, no
sé. Las mujeres aquí en la cárcel estamos muy solas, muy solas”.
(LORENA)
100
permanece, sigue ahí ayudándote aunque tus relaciones hayan
sido difíciles, la familia es más persistente, o, al menos, igual que
antes”. (JULIA)
101
Finalmente, cabe comentar, tal como expresan las mismas
entrevistadas que a partir del encarcelamiento y del contacto
con otras mujeres presas, muchas de ellas han tomado “con-
ciencia” de su situación de pareja. En la cárcel han tenido
tiempo de reflexionar y discutir sobre sus relaciones con los
hombres y, por esto, muchas comentan que el tiempo de
estancia en la prisión les ha servido no tan solo para conocer-
se mejor a sí mismas, sino también para darse cuenta del tipo
de pareja que han tenido. Según Carlen (1985), una de las
sociólogas inglesas que más estudios empíricos y teóricos ha
realizado sobre las mujeres encarceladas en el Reino Unido, el
encarcelamiento es el único período en la vida de muchas de
estas mujeres en que los maridos, compañeros o padres no
están presentes y, por ello, pueden reflexionar solas y por pri-
mera vez como mujeres, y también con otras mujeres, sobre
las relaciones que han mantenido con los hombres en general.
Bien, todo esto se puede ejemplificar, citando, ya por acabar, a
las mismas entrevistadas:
“La mujer es la que saca los hijos para adelante, es más fuer-
te, traga más, demuestra más que él y el hecho de haber estado
en prisión y con la droga, le enseña a la mujer a abrir los ojos y
te da muchas más ganas de vivir. Y como ves lo que han sufrido
tantas mujeres por los hombres, aprendes muchas lecciones
sobre la pareja” (ARIADNA)
102
En nuestra sociedad la responsabilidad de la crianza y edu-
cación de los hijos/as ha recaído y aún recae, casi siempre, en
las mujeres. Asimismo, los hombres han sido y son aún los sus-
tentadores principales de la economía familiar. Pero en el
colectivo de mujeres encarceladas que se está estudiando, la
responsabilidad de las madres se da en los dos ámbitos, ya que
el hombre no solo se desentiende del cuidado y atención de sus
hijos/as, sino que, tal como se está constatando, tampoco se
responsabiliza de su sostén económico, que corre a cargo tam-
bién de la mujer, aunque, a menudo necesita la ayuda de su
familia de origen.
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London: Weidenfeld and Nicolson.
104
Un acercamiento a la realidad social y
jurídica del régimen cerrado.
105
imposibilidad de controlar los acontencimientos, de indefen-
sión jurídica y fisica, de pérdida y deterioro de las relaciones
familiares y de amistad, de humillación, desestructura, anor-
maliza y animaliza a las personas presas. La estructuración de
la vida en estos lugares cerrados pervierte las relaciones que se
generan entre los seres humanos que allí sobreviven. Las perso-
nas se desconocen como tales para adoptar y convertirse en
“roles de supervivencia”. Los funcionarios dejan de ser trabaja-
dores con una compleja labor para ser percibidos como “carce-
leros”; los presos dejan de ser personas con necesidades bási-
cas sin cubrir y con dificultades en los procesos de socializa-
ción o de otro tipo (drogadicción, otras adicciones, trastornos
de personalidad) para ser tratados como números y cifras de
recuento diario. Seres humanos que se ahogan en los roles que
desempeñan y que se agreden mutuamente, desconociendo lo
que de humano y por tanto de dignidad tiene ese “otro” con
quien la institución carcelaria obliga a convivir.
Si esta parte de la realidad es evidente en el régimen ordina-
rio, en el cerrado se intensifica. La violencia provocada por el
régimen de vida impuesto convierte a las personas (funciona-
rios-presos) en enemigos irreconciliables dispuestos a agredir-
se en cualquier momento. En un régimen de vida como poste-
riormente se analizará (20 o 21 horas en la celda, aislados, sin
apenas actividades, sin espacio físico mínimo, con cacheos fre-
cuentes, traslados de celda, de prisión… durante años) genera
una espiral de violencia incontrolable que dificulta enorme-
mente la posible progresión de fase o de grado, pues el criterio
principal para ello es la ausencia de sanciones, y en este régi-
men de vida es prácticamente imposible carecer de ellas. De
ahí que existan personas que lleven años soportando este
indigno régimen de vida.
El diseño de la estructura carcelaria ha convertido el régi-
men cerrado en un espacio necesario para el mantemiento del
orden dentro de este sistema represivo e inhumano. Es cierto
que existen situaciones de violencia entre los propios presos y,
en ocasiones, la salvaguarda de los derechos de unos pasa por
106
la limitación de otros. El problema, en nuestra opinión, no es
esta limitación, sino su anulación total, la perversión de un sis-
tema, difícilmente apreciable por quienes dirigen y controlan
la cárcel, que convierten el régimen cerrado en un sistema de
solución de conflictos perdedor-perdedor; todos pierden: los
presos que se angustian, animalizan, enloquecen y mueren; los
funcionarios que soportan la agresividad y con frecuencia la
transforman en violencia perdiendo el equilibrio necesario
para respetar al ser humano preso; el sistema porque se con-
vierte en ilegítimo; los ciudadanos porque el coste económico
que supone la cárcel no sirve para los fines racionales enco-
mendados constitucionalmente.
Por otro lado, la aplicación sistemática de un régimen
cerrado a conductas que podrían ser exclusivamente sancio-
nables, incluso con la sanción más grave: la de aislamiento
(máximo 14 días en celda en régimen muy similar al régimen
cerrado); o su aplicación a personas que han reivindicado la
ilegitimidad del sistema, incluso por medios pacíficos; o el
mantenimiento de personas en este espacio por su comporta-
miento violento en el pasado pero controlado en el presente,
aumenta el número de personas presas en este régimen de
vida. ¿No cabría limitar el tiempo de permanencia en ese espa-
cio?, ¿no cabría modificar la estructura arquitectónica para
que los espacios existentes permitieran unas condiciones
mínimas compatibles con la dignidad?, ¿no cabría invertir en
medios personales y materiales para que las personas que allí
se encuentran puedan ocupar su tiempo y aprender?, ¿no
cabría formar a los funcionarios en la solución de conflictos
desde la noviolencia?, ¿no sería posible reconducir los criterios
de política criminal hacia la superación de la cárcel como ins-
titución que fracasa continuamente en las funciones legal-
mente encomendadas?
Estos problemas presentados del régimen de aislamiento
serán abordados en las páginas que siguen, con la certeza de su
complejidad, pero también de su más absoluta y rotunda ilegi-
timidad en un Estado de Derecho.
107
1. MODALIDADES DE RÉGIMEN DE VIDA EN EL RÉGIMEN CERRADO.
108
a) Departamentos especiales: A estos departamentos serán
destinadas las personas presas que hayan sido protagonistas o
inductores de alteraciones regimentales muy graves, que hayan
puesto en peligro la vida o integridad de los funcionarios, auto-
ridades, otros internos o personas ajenas a la cárcel, tanto den-
tro como fuera de la misma, así como los que evidencien una
peligrosidad extrema (art. 91.3 RP).
Las personas en este régimen de vida tendrán, como míni-
mo, tres horas diarias de salida al patio que podrán ampliarse
hasta tres horas más para la realización de actividades progra-
madas. Diariamente las personas serán cacheadas y sus celdas
se registrarán. Cuando existan fundadas sospechas de que la
persona posee objetos prohibidos y, además, existan razones
de urgencia, los funcionarios pueden recurrir al desnudo inte-
gral por orden motivada del jefe de servicios, dando cuenta al
director. En las salidas al patio no pueden permanecer más de
dos personas juntas, pudiendo aumentarse hasta cinco para la
realización de actividades. Las visitas de los médicos serán
periódicas. Se diseñarán, según el Reglamento, modelos de
intervención y programas genéricos de tratamiento destinados
a la progresiva adaptación del preso a la vida en régimen ordi-
nario (art. 93.1 RP).
En nuestra opinión, estas normas van a permitir en la reali-
dad situaciones de tortura psicológica, motivadas por la inco-
municación con otras personas, por la soledad, por la violación
continua de la intimidad y por la humillación de los cacheos
con desnudo integral. A este respecto, no puede ser suficiente la
autorización del jefe de servicios para un cacheo con desnudo
integral, toda vez que el derecho a la intimidad y a la dignidad
deben exigir un plus de control. Lamentablemente, esta regula-
ción legal va a facilitar abusos de poder por parte de algunos
funcionarios, al margen de cualquier control judicial. Por otro
lado, no llegamos a entender la razón del cacheo diario a las
personas y el registro de las celdas. Por un lado, supone recono-
cer la incompetencia de los funcionarios que las practicaron el
día anterior debido a la incomunicación absoluta que tiene el
109
aislado con el resto de los presos; y por otro, parece que el obje-
tivo último es aumentar deliberadamente el castigo, la soledad,
la humillación y el dolor que ya supone, por sí mismo, el aisla-
miento. A mayor abundamiento, la nueva regulación es un
retroceso respecto del Reglamento anterior en cuanto que las
visitas del médico ya no serán diarias, sino periódicas.
La aplicación de esta normativa puede vulnerar los artículos
10.1, 15 y 25.2 CE, el artículo 1 LOGP y el artículo 2 RP que esta-
blecen: el derecho a la dignidad, a la intimidad, y a la reinser-
ción social de los condenados.
b) Cárceles o módulos cerrados: A estas cárceles serán desti-
nadas las personas presas que muestren una manifiesta
inadaptación a los regímenes comunes (art. 91.2 RP).
Las personas destinadas en estas cárceles o módulos ten-
drán, como mínimo, cuatro horas diarias de vida en común,
que podrán ser aumentadas hasta tres horas más para la reali-
zación de actividades previamente programadas.
Como decíamos anteriormente a estas cárceles se destina a
los presos clasificados en primer grado considerados como
personas extremadamente peligrosas o inadaptadas al régimen
ordinario y abierto. Este régimen de vida también puede apli-
carse a propuesta de la Junta de Tratamiento y con la aproba-
ción del Centro Directivo a las personas detenidas o que estén
presas preventivamente (arts. 10 LOGP; 89 y 96 RP).
Toda clasificación en primer grado, o en aplicación de art.
10 LOGP, debe ser motivada y fundamentada. Cuando no se
esté conforme con estas resoluciones hay que interponer
recurso ante el Juez de Vigilancia, o posteriormente, si aquél
se desestima, ante la Audiencia Provincial. En estos recursos
hay que analizar los motivos en que se basa la resolución de la
administración penitenciaria y comprobar que se ajustan a
los supuestos de hecho que prevé el Reglamento para su
adopción. A este respecto conviene recordar que una persona
sólo puede ser clasificada o regresada a primer grado por peli-
grosidad extrema, o por inadaptación al régimen ordinario o
abierto.
110
1) La peligrosidad y la inadaptación que motiven la clasifi-
cación en primer grado tienen que fundarse en causas objeti-
vas que deberán constar en una resolución motivada. A este
respecto, se deben ponderar, según el Reglamento, los siguien-
tes factores:
• Naturaleza de los delitos cometidos a lo largo de su histo-
rial delictivo, que denote una personalidad agresiva, vio-
lenta y antisocial.
• Comisión de actos que atenten contra la vida o la integri-
dad física de las personas, la libertad sexual o la propiedad,
cometidos en modos o formas especialmente violentos.
• Pertenencia a organizaciones delictivas o a bandas arma-
das, mientras no muestren, en ambas casos, signos inequí-
vocos de haberse sustraído a la disciplina interna de
dichas bandas.
• Participación activa en motines, plantes, agresiones físi-
cas, amenazas o coacciones.
• Comisión de infracciones disciplinarias calificadas de muy
graves o graves, de manera reiterada y sostenida en el
tiempo.
• Introducción o posesión de armas de fuego en el centro
penitenciario, así como la tenencia de drogas en cantidad
importante, que haga presumir su destino al tráfico (art.
102.5 RP).
Ante estos factores indicativos de peligrosidad podemos
hacer las siguientes precisiones:
— Estos factores, aunque tienen como fin objetivar una
situación de peligrosidad o inadaptación, presentan una
enorme carga de subjetividad. La peligrosidad es un con-
cepto de riesgo abstracto. Para afirmar la peligrosidad de
un penado o preventivo no basta con comprobar la comi-
sión de unos determinados delitos ni tampoco es sufi-
ciente la reiteración en los mismos (apartados a,b). Es
necesario, a partir de un estudio del Equipo Técnico, sufi-
cientemente objetivo y riguroso, pronosticar que, de no
tomarse la medida, existirá un previsible e inmediato
111
conflicto contra la convivencia adecuada para la conse-
cución del tratamiento (función del sistema penitencia-
rio) dentro de una cárcel. Ahora bien, ese inmediato y
previsible conflicto tiene que ser de especial e intensa
gravedad, porque existen otros mecanismos para solu-
cionar el conflicto, como por ejemplo el aislamiento pro-
visional previsto como medio coercitivo (art.72.2 RP y 45
LOGP).
— Si el régimen cerrado se aplica a una persona por la comi-
sión de unos determinados delitos por los que evidente-
mente está en la cárcel, estamos penalizando doblemente
al condenado: por un lado, con la condena de prisión y,
por otro, con un régimen de vida que, en la realidad y en
los efectos, es de aislamiento. Ello supone una doble res-
tricción de libertad. Por un lado la del status libertatis ini-
cial (art. 17 CE) —establecida en la sentencia condenato-
ria— y, por otro, el status libertatis que se tiene en la propia
prisión, que también cae dentro del ámbito del art. 17 CE:
la acordada por la aplicación del art. 10 LOGP. Esta situa-
ción podría atentar contra el principio “non bis in idem”
—principio de legalidad— (no imponer doble sanción por
los mismos hechos). La doble sanción devendría por la
doble restricción de los status libertatis señalados ante-
riormente. A este respecto, el Tribunal Constitucional en
el Auto 119/1996 —voto particular de los magistrados
VIVES ANTON y VIVER PI SUNYER— ha señalado que
dentro de la prisión también se tiene una situación de
libertad (status libertatis) que cae dentro del derecho del
art. 17 CE. Por ello, esta limitación de derechos funda-
mentales (privación de libertad) dentro de prisión precisa
de toda la cobertura constitucional, dentro de la que se
encuentra el principio de legalidad (art. 9.3, 25.1 CE) que
posibilita la denuncia por vulneración de este principio
en la aplicación de este régimen cerrado ante el Juez de
Vigilancia, y posteriormente ante la Audiencia Provincial y
el Tribunal Constitucional. Este voto particular realizado
112
en el Auto del Tribunal Constitucional es un primer paso
para adecuar la legalidad a la realidad (aplicación de dere-
chos fundamentales a una auténtica privación de liber-
tad) y poder romper la falsa consideración de que 21 horas
en la celda, y lo que ello supone, no es privar de libertad,
cuando el preso de no estar en este régimen de vida
podría disfrutar de libertad de movimientos por el patio,
la galería, acceder a actividades, hablar con compañeros,
acceso a permisos, etc.
— Por otro lado, respecto del apartado e), esta medida de
aislamiento real —privación de libertad, en la práctica—,
sólo se puede aplicar excepcionalmente porque las
infracciones aisladas o reiteradas son un problema disci-
plinario que tan sólo puede resultar un indicio, pero
nunca un fundamento para la imposición de un régimen
de vida de privación de libertad.
2) La inadaptación a los regímenes ordinario y abierto tam-
bién son causa de la clasificación en primer grado o en artículo
10 LOGP. Esta inadaptación tiene que ser grave: que supone
que debe ser especialmente intensa, circunstancia que ha de
probarse a través de datos objetivos por parte del Equipo de
Tratamiento; permanente: que supone una continuidad rele-
vante, pues de lo contrario, el conflicto podría resolverse por
medio del régimen disciplinario; manifiesta: este término
refleja que se trata de una circunstancia probatoria y no de una
característica, poniendo de relieve el interés de los legisladores
en que la decisión sea sólida y no esté fundada en presunciones
ni sospechas.
Por ello, es esencial que las resoluciones se fundamenten
convenientemente, con datos objetivos, pues de lo contrario,
podrán ser declaradas nulas. En el recurso que se interponga
ante el Juez de Vigilancia cuando se aplique el régimen cerrado
por inadaptación hay que hacer constar si ésta se justifica por
ser grave, permanente y manifiesta.
El traslado de una persona desde una cárcel de régimen
ordinario o abierto a una cárcel de régimen cerrado, o a uno de
113
los departamentos especiales, compete al Centro Directivo
(DGIP) mediante resolución motivada, previa propuesta razo-
nada de la Junta de Tratamiento contenida en el ejemplar de
clasificación o, en su caso, en el de regresión de grado. El acuer-
do del Centro Directivo será comunicado al Juez de Vigilancia
en plazo no superior a las setenta y dos horas en cumplimien-
to de lo dispuesto en el apartado 2.j) del artículo 76 LOGP. En el
mismo plazo se notificará al penado dicha resolución, median-
te entrega de copia de la misma, con expresión del recurso que
puede interponer ante el Juez de Vigilancia.
Cuando medie motín, agresión física con arma u objeto
peligroso, toma de rehenes o intento violento de evasión, se
puede trasladar a una persona penada a departamentos espe-
ciales, aunque no se le haya clasificado en primer grado. Pero,
en todo caso, la clasificación debe efectuarse dentro de los
catorce días siguientes, dando cuenta inmediatamente del
traslado al Juez de Vigilancia (art. 95.3 RP).
Nosotros nos mostramos en desacuerdo con este proceso
debido a que no salvaguarda los derechos constitucionales en la
adopción de una resolución administrativa que implica una pri-
vación de libertad. A pesar de que en la práctica judicial y peni-
tenciaria no se ha llegado a la coincidencia entre legalidad y rea-
lidad, la consideración de que el régimen de vida de primer grado
(21 horas de aislamiento en celda), el aislamiento provisional o la
sanción de aislamiento (22 horas de aislamiento en celda), es pri-
vación de libertad (restricción del status libertatis) y, por tanto, la
restricción del derecho fundamental a la libertad (aunque reduci-
da previamente por la condena) cae dentro del artículo 17 de la
Constitución, nos lleva a concluir que para la adopción de cual-
quiera de los regímenes de vida anteriormente señalados deben
observarse las garantías procesales y derechos fundamentales del
artículo 24 de la Constitución (defensa, contradicción, tutela judi-
cial efectiva, información de la acusación, utilización de los
medios de prueba pertinentes para su defensa, no declarar con-
tra sí mismos, a no confesarse culpables, a la presunción de ino-
cencia y asistencia de letrado). En los recursos que se interpongan
114
contra la clasificación en primer grado hay que analizar si se han
observado todos estos derechos (si la ha adoptado el Juez de
Vigilancia, si ha podido defenderse bien teniendo conocimiento
de los hechos que han motivado la regresión, o ha podido mani-
festar sus argumentaciones de defensa, presentar sus pruebas, si
ha podido ser asistido por letrado, y si la decisión ha sido adopta-
da en un acto contradictorio).
Repetimos que, lamentablemente, el procedimiento para la
adopción de un régimen cerrado no es tan garantista como
debería ser. Esperemos que, poco a poco, a través de decisiones
jurisdiccionales la ejecución de la pena en primer grado venga
garantizada por la absoluta tutela judicial y la observancia de
un procedimiento garantista con absoluto respeto a todos los
derechos del art. 24 de la Constitución que hay que observar
para la adopción de toda resolución que prive de libertad
garantizada en el art. 17 CE.
115
situación de incomunicación, ya de por sí gravosa; y hacen res-
tringir el régimen de vida del ya restringido primer grado.
Esta situación ha sido denunciada por el Defensor del
Pueblo. En reiteradas ocasiones ha señalado “la conveniencia
(particularmente respecto de estos internos, sometidos a
intensos períodos de soledad en celda y en los que la concu-
rrencia de patologías de índole psíquica se presenta con mayor
frecuencia e intensidad), y al tiempo, se les ofrezca tratamiento
a cargo de profesionales de la salud mental”. Sin embargo, las
previsiones reglamentarias no suponen ninguna específica vin-
culación para la administración, limitándose a señalar que los
servicios médicos programarán las visitas periódicas a esos
internos, informando al director sobre su estado de salud” 1
Algunos Juzgados de Vigilancia Penitenciaria obligan a los
responsables de las cárceles a hacer algunas modificaciones de
infraestructura y de programación de actividades. Así, por
ejemplo, el Juzgado de Vigilancia número 1 de Madrid obliga a
los responsables de la cárcel de Madrid V “a que habiliten el
recinto cubierto e instalen material adecuado para que los
internos puedan utilizarlo como gimnasio pues el departamen-
to carece de dicha dependencia y no cabe considerar que las
espalderas y las colchonetas que hay en la sala de día doten a
esta habitación del carácter propio de un gimnasio... Por otra
parte el centro DEBE programar actividades culturales y de
ocio, con la participación de internos hasta un máximo de
cinco; mensualmente deberá informar al Juzgado de las activi-
dades programadas y de los presos que participarán en las mis-
mas” (Auto de 1 de octubre de 1997); con similar fundamenta-
ción los Autos del JVP de Oviedo de 16.03.1995 y de 17.04.1996.
El horario de actividades para las personas que están en este
régimen cerrado no puede suspenderse los fines de semana. En
algunas cárceles, las horas de patio se cumplen, pero las dos o
tres que se tienen de actividades se suspenden porque, según
116
se alega por parte de la cárcel, no hay personal suficiente. El
reglamento no hace restricción de horarios los fines de sema-
na; es más, el art. 93.1.6 RP señala que “se designará el personal
necesario a tal fin” (Auto del JVP de Oviedo de 25.06.1996). Por
ello, en caso de que esto ocurra hay que hacer un escrito de
queja al Juez de Vigilancia Penitenciaria y solicitar el cumpli-
miento de esas horas de actividades.
La normativa reglamentaria relativa al diseño de actividades
genéricas de tratamiento, debe ser nula de pleno derecho por
varios motivos:
Según el Reglamento, la cárcel debe aplicar modelos de
intervención y programas genéricos de tratamiento destinados
a la progresiva adaptación del preso a la vida en régimen ordi-
nario (art. 93.6 RP). Esta normativa reglamentaria, según el
Defensor del Pueblo, es contraria al espíritu y a la letra de la Ley
Orgánica General Penitenciaria que impone que los programas
de tratamiento dirigidos a los internos han de ser individuali-
zados, y precisamente en función de éstos, habrán de estable-
cerse las previsiones regimentales que aseguran el buen éxito
del tratamiento. En coherencia con la normativa constitucio-
nal, tratándose de presos especialmente conflictivos y violen-
tos, es necesario iniciar esquemas individualizados de trata-
miento que traten de acercarse al interno para conocer su con-
ducta y tratar de modificarla positivamente (Auto del JVP de
Castilla-León núm. 1 de 8.10.1991). En esta resolución se exige
al Equipo de Tratamiento “que estudie individualmente a los
internos cumpliendo la propia circular de 2 de agosto, y en base
a ello pedirles que planteen un plan de tratamiento e interven-
ción individual, que no suponga que los internos vegeten en
sus propias celdas 22 horas diarias, pues ello, sólo servirá para
incrementar su odio a la institución, a la sociedad y al Estado,
acentuando su prisionización y marginándolos aún más, bus-
cando en la violencia la única salida posible a su situación”.
Por otro lado, el art. 93.6 RP supone una vulneración del
principio de jerarquía normativa garantizado en el artículo 9.3
de la Constitución, toda vez que el Reglamento debe limitarse a
117
completar cuestiones de detalle que no entren en contradic-
ción con la ley que desarrollan ni, en su caso, invadan el conte-
nido propio de la ley en supuestos de materia reservada a la
misma (STC 13.11.1981 y 18.4.1982). A este respecto, existe la
posible nulidad de pleno derecho de esta normativa restringida
del diseño de intervención de programas de intervención gene-
ralizados, toda vez que el Reglamento debe limitarse a estable-
cer reglas y normas precisas para la explicitación, aclaración y
puesta en práctica de los preceptos de la ley, pero no contener
mandatos normativos nuevos y menos restrictivos de los con-
tenidos en el texto legal (STS 10.7.1992).
c) A mayor abundamiento, el diseño de actividades genéri-
cas en función del régimen supone una limitación y restricción
de derechos individuales de la persona presa toda vez que tanto
el art. 25.2 como el art. 60 LOGP establecen que “los servicios
encargados del tratamiento se esforzarán por conocer y tratar
todas las peculiaridades de personalidad y ambiente del pena-
do que puedan ser obstáculo para las finalidades indicadas en el
artículo anterior. Para ello, deberán utilizarse, en tanto sea posi-
ble, todos los métodos de tratamiento y los medios que, respe-
tando siempre los derechos constitucionales no afectados por la
condena, puedan facilitar la obtención de dichas finalidades”.
Por todo ello, hay que solicitar un diseño de tratamiento
individualizado, es decir, adaptado a las peculiaridades de cada
persona, cuando se esté clasificado en régimen cerrado; en
caso de que no se acepte tal solicitud, es necesario recurrir al
Juez de Vigilancia Penitenciaria.
118
El Reglamento realiza una mera recomendación que las
Juntas de Régimen pueden no acatar, toda vez que no estable-
ce un límite máximo de horas de patio, tan sólo establece un
mínimo. En consecuencia, si la Junta es competente para fijar
esa duración, y la misma no viene contradicha por ninguna
norma legal o reglamentaria que imponga un número de horas
de patio concreto, es preciso hacer una serie de consideracio-
nes respecto de la ampliación del horario fuera de la celda:
— Consideración humanitaria. 3-4 horas de “libertad” en el
patio, frente a las 21-20 de encierro, se traduce en un
claro trato inhumano.
— Consideración constitucional: el aislamiento priva de
todos los sentidos y anula cualquier posibilidad de estruc-
turación personal y psicológica. Por ello, un régimen de
vida basado exclusivamente en el aislamiento es abierta-
mente contrario a la Constitución —art. 25— y a la Ley
Orgánica General Penitenciaria —art. 1— que señalan la
reeducación como fin principal de las penas privativas de
libertad. En cambio, un régimen de vida como el descrito,
solamente atiende a fines exclusivamente retributivos.
— Consideración legal. “En modo alguno puede aceptarse
ni desde el punto de vista jurídico-constitucional ni peni-
tenciario, la equiparación de un régimen de vida restrin-
gido con el régimen de vida de sanción en aislamiento:
son cuestiones con causa y, sobre todo, con fines diferen-
tes. Lo cierto es que para la sanción en celda la norma
prevé 1 hora de paseo. Esta sanción ha sido calificada por
el Tribunal Constitucional como “no una más de las que
están a disposición de las autoridades penitenciarias,
sino que sólo debe ser autorizada en casos extremos...”,
restricciones que la Ley y el Reglamento establecen para
la aceptación residual de este tipo de sanción... sólo con
las garantías que para su imposición y aplicación estable-
ce la legislación penitenciaria vigente no puede ser con-
siderada como una pena o trato inhumano o degradante
(STC de 21.1.87). En consecuencia, si para los así sancio-
119
nados se establece sólo 1 hora de patio, no parece sufi-
ciente que para un régimen de vida de no sancionado,
por muy restrictivo y controlado que sea ese régimen, se
establezca sólo dos horas” (vid. Auto del JVP número 3 de
Madrid de 27.12.93). Esta misma argumentación valdría
para valorar la actual legislación que aumentó de dos a
tres y cuatro horas el tiempo de patio.
— Consideración de seguridad y orden penitenciario. La
ampliación de hasta seis horas de patio no compromete
en modo alguno la seguridad de la cárcel. Por lo que no se
pueden aducir estas razones para no ampliar el horario
de patio, más cuando el derecho constitucional a la ree-
ducación es preferente dado el rango constitucional de la
norma que lo sustenta. El Auto del JVP de Oviedo de
25.06.1996 amplía el horario de patio.
120
de 18.12.1996). En el mismo sentido se manifiesta el Auto de
JVP de Castilla-León núm. 1 de 26.06.1997.
121
vas y culturales. El artículo 10.3 LOGP establece que el “régimen
de estos centros se caracterizará por una limitación de las acti-
vidades en común de los internos y por un mayor control y vigi-
lancia sobre los mismos en la forma que reglamentariamente se
determine”. De ello se deriva que dichas actividades no pueden
ser prohibidas ni siquiera a los internos ubicados en los depar-
tamentos de régimen especial, si bien pueden adoptarse las
medidas de seguridad que se consideren pertinentes. Es más, el
reglamento obliga a la Junta de Tratamiento a que programe
estas actividades, aunque luego deban ser aprobadas por el
Consejo de Dirección y supervisadas por el Centro Directivo.
En caso de que alguna de estas actividades o derechos se
prohiba, hay que interponer un recurso de Queja ante el
Juzgado de Vigilancia Penitenciaria.
122
Solamente podría justificarse cuando el traslado obedeciese
a causas concretas de seguridad, o de tratamiento, y en cual-
quier caso, debidamente razonadas, pues de lo contrario, el
acto administrativo que emana del director de la prisión (orden
de traslado) es nulo por vulnerar el art. 43 de la Ley de
Procedimiento Administrativo que dispone que los actos que
limitan derechos subjetivos serán nulos si adolecen de la fun-
damentación necesaria (arts. 47 y ss. de la LPA) (Auto JVP de
Málaga de 27.06.1994).
Es difícil justificar un traslado por razones de seguridad.
Desde el punto de vista de seguridad interior, el traslado de
celda no favorece esa finalidad debido a que cuando se trasla-
da a una persona a otra celda, ésta sigue siendo sometida al
mismo régimen de registros y cacheos. Por otro lado, desde la
seguridad exterior, es cierto que el cambio continuo de celda
imposibilita conocer la ubicación del preso dentro de la cár-
cel, y ello dificulta una posible fuga. No obstante, existen
otros mecanismos más eficaces y menos dañinos para conse-
guir estos objetivos —vigilancia externa del centro, y excep-
cionalmente, con las garantías adecuadas la intervención de
las comunicaciones...— (Auto de JVP de Las Palmas de
06.08.1994 —en este caso el Juez de Vigilancia obliga a mante-
ner en la misma celda a la persona recurrente al menos dos
meses como mínimo—).
El traslado, cuando sea legalmente adoptado (razones de
seguridad y debidamente justificado), debería “realizarse a cel-
das de similares características y condiciones higiénicas, ya que
las medidas de seguridad deben ejecutarse de la forma que
menos perjudique al interno, sin que redunden para él nuevas
cargas o perjuicios fácilmente evitables” (Auto JVP de Ceuta de
22.10.1991).
Para cumplir una sanción de aislamiento no se puede tras-
ladar a las persona de celda. Las normas reglamentarias refe-
rentes al régimen cerrado no lo regulan, cuando, en cambio, sí
se ocupa de regular otros aspectos (arts. 89 a 95 RP). Por otro
lado, las normas reguladoras de la sanción de aislamiento
123
tampoco lo establecen (art. 43 LOGP y 254 RP). Solamente se
exige por razones de la propia seguridad del preso. Para ello
deberá valorarse cada caso concreto según las circunstancias
concurrentes. No puede trasladarse indiscriminadamente a
todo preso clasificado en primer grado a una celda distinta de
la que habitualmente ocupa cuando tenga que cumplir una
sanción de aislamiento en celda (Auto JVP del Puerto de Sta.
María de 27.12.1996). En estos casos, la dirección de la cárcel
siempre argumenta genéricamente razones de seguridad
debido a la inadaptación a los regímenes ordinario, o gravedad
de los delitos cometidos. Estos argumentos genéricos no son
suficientes.
124
una trampilla de la puerta de la celda. Es imposible que una
exploración facultativa y el consiguiente diagnóstico pueda
hacerse a distancia.
125
detenidas o presas en este régimen cerrado será por el tiempo
necesario hasta que desaparezcan o disminuyan significativa-
mente las razones que sirvieron de fundamento para su aplica-
ción. En todo caso, la revisión del acuerdo a que se refiere el
artículo anterior no puede demorarse más de tres meses, pre-
via emisión de los preceptivos informes (art. 98.2 RP).
Para la aplicación del régimen cerrado del artículo 10 es
necesario informe razonado del jefe de servicios y del Equipo
Técnico. La decisión debe adoptarse en resolución motivada
por el Centro Directivo. La notificación a la persona presa
deberá realizarse en el plazo de las veinticuatro horas siguien-
tes a su adopción, con entrega de la copia del acuerdo e indica-
ción de que podrá elevar ante el Juez de Vigilancia las alegacio-
nes y proposiciones de prueba que estime oportunas.
Asimismo, dentro de las setenta y dos horas siguientes a la
adopción del acuerdo, la dirección deberá remitir al Juzgado de
Vigilancia certificación literal del mismo, los informes indica-
dos y el escrito de alegaciones y pruebas que, en su caso, haya
presentado la persona presa. Si el acuerdo implica el traslado a
otra cárcel, se comunicará al Juez de Vigilancia y a la Autoridad
judicial de la que dependa la persona presa (art. 97.2 RP).
126
restricciones que supone, a la misma extensión e intensidad
del control jurisdiccional que aquellos.
En otras ocasiones, el art. 75 RP se aplica como sanción
encubierta, toda vez que es más fácil su imposición al no exigir
el Reglamento ninguna garantía procesal para ello; o también
como limitación regimental pero fuera de los supuestos en los
que se admite su aplicación. Estas situaciones pueden vulnerar
el principio de legalidad establecido en el art. 9.3 de la
Constitución. En la aplicación de este artículo 75 RP pueden
darse dos situaciones ilegales:
a) Cuando se aplique este artículo 75 por motivos que no
sean la seguridad y el buen orden del establecimiento. En este
caso, si se recurre ante el Juez de Vigilancia, hay que exponer
que el principio de legalidad tiende a garantizar que el aplica-
dor de la ley -en este caso la administración penitenciaria- no
pueda hacer un uso arbitrario y extralimitado de ciertas nor-
mas legales con consecuencias jurídicas muy graves (la pérdi-
da/reducción de libertad ambulatoria por las zonas comunes y
sus consecuencias) aplicando este artículo a situaciones no
previstas en él.
Por ello, a fin de que no quede vulnerado el principio de lega-
lidad, debería existir una correlación entre el contenido derivado
de una interpretación gramatical y teleológica de los términos
legales del art. 75 RP por un lado, y los hechos que presuntamen-
te han dado lugar a su adopción y mantenimiento, por otro. En
consecuencia, los hechos deberían ser de tal gravedad que
pusieran en peligro la seguridad y el orden de la prisión; hechos
que deberían quedar expresamente acreditados en la resolución
con la posibilidad de contradicción (defenderse) por el interno
afectado a través de recurso, posibilidad que no queda reflejada
en la resolución. (En el recurso hay que analizar la gravedad de
los hechos y si en la resolución existe esa correlación).
A mayor abundamiento, la indefensión se materializa cuan-
do la consecuencia jurídica, que de hecho (en la realidad) se
aplica en la adopción del art. 75 RP es el aislamiento. A este res-
pecto, la aplicación de este régimen de vida permite a la direc-
127
ción de la cárcel imponer una régimen propio de la sanción de
aislamiento del art. 43.1 de la LOGP y del régimen cerrado del
art. 95.1 RP sin necesidad de objetivar, ni acreditar documen-
talmente hechos que deberían estar tipificados dentro del régi-
men sancionador, y por lo tanto debería acudirse a éste, a fin de
que se observasen todas las garantías procesales establecidas
legalmente en defensa del interno.
b) Puede ocurrir que en la resolución en la que se notifica
al preso la adopción del art. 75 no se haga expresa mención a
la posibilidad de recurso ante el Juez de Vigilancia, o que no
se dé la posibilidad de defensa al preso. Cuando esto ocurra
hay que recurrir al Juez de Vigilancia Penitenciaria y argu-
mentar la existencia de una disociación entre norma jurídica
y contenido de hecho en la aplicación del régimen limitativo
del art. 75 que origina una situación de indefensión proscri-
ta en el art. 24 de la Constitución. A este respecto hay que
señalar que las limitaciones regimentales (art. 75 RP) hacen
referencia a las actividades, comunicaciones… (situación de
derecho) pero nunca debe implicar el aislamiento (situación
de hecho). Ello supone vulneración del principio de legalidad
(art. 9.3 CE).
Por ello, entendemos que si la consecuencia jurídica de la
limitación regimental de este art. 75 es la misma que la sanción
de aislamiento o la adopción del régimen cerrado, deberían
tener para su adopción las mismas garantías procesales que
aquellas (si fuese sanción: audiencia, prueba, contradicción,
defensa, posibilidad de recurso; o, si fuese en régimen cerrado:
individualización de la conducta en base a datos objetivos,
acuerdo de la junta de tratamiento etc). Cuando estas garantí-
as no se hayan observado, hay que recurrir al Juzgado de
Vigilancia Penitenciaria.
En ocasiones, en algunas cárceles se somete a presos a un
régimen de limitación regimental del art. 75.1 o 2 RP con el
contenido del régimen de vida del centro cerrado (art. 93 RP)
en espera de que el Centro Directivo (DGIP) autorice la aplica-
ción del art. 10 LOGP o de la regresión a primer grado. Esta
128
práctica es ilegal, porque el art. 96.2 RP exige con claridad la
propuesta de la Junta de Tratamiento, previo informe del
Equipo Técnico y la aprobación del Centro Directivo para
poder aplicar las normas previstas para las cárceles de cumpli-
miento de régimen cerrado a los detenidos y presos preventi-
vos cuando se trate de internos especialmente peligrosos. Lo
contrario supondría utilizar el art. 75 RP para efectuar un cam-
bio de modalidad al margen de los cauces legalmente previstos
(Auto del JVP de Oviedo de 2.07.1996).
En Defensor del Pueblo se ha manifestado sobre la aplica-
ción del art. 75 en los siguientes términos: “El artículo 75 del
Reglamento Penitenciario estable como principio general que
los detenidos presos y penados no tendrán limitaciones regi-
mentales que las exigidas por el aseguramiento de su persona,
por la seguridad y buen orden del establecimiento, así como las
que aconseje su tratamiento o las que provengan de su grado
de calificación.
…El citado artículo no genera la facultad en favor del direc-
tor de un establecimiento penitenciario de acordar limitaciones
regimentales para el mantenimiento del buen orden de los mis-
mos. Para la consecución de este objetivo, la Ley Orgánica
General Penitenciaria en su artículo 41 y siguientes prevé la
existencia del régimen disciplinario. En el mismo sentido se
orienta la redacción de los artículos 231 y siguientes del
Reglamento Penitenciario atribuyendo en su artículo 232 la
competencia en esta materia a un órgano pluripersonal. Por
consiguiente, las posibles limitaciones regimentales amparadas
en el artículo 75, únicamente estará justificada, para el asegura-
miento de la vida e integridad física del recluso. Si lo que se pre-
tende salvaguardar es la seguridad y el buen orden del estable-
cimiento, habrá de acudirse a las previsiones contenidas en los
artículos 10, 16 y 64 del la Ley Orgánica General Penitenciaria.
…Esta Institución entiende que el mantenimiento de la
seguridad y el buen orden de los establecimientos penitencia-
rios no es una potestad sino un deber de la Administración
penitenciaria, y su valor es instrumental y no finalista. La segu-
129
ridad y el buen orden no son valores que se justifiquen en sí
mismos, no pueden ser desconectados del resto de la realidad
penitenciaria. Su importancia radica en que operan como
substrato en el que se han de apoyar el resto de actividad desde
la Administración Penitenciaria.
…Por ello se ha recomendado a la Administración peniten-
ciaria que, en el ejercicio de sus competencias, dicte las órde-
nes oportunas para que la actuación de los directores de los
centros penitenciarios, en relación con la aplicación del artícu-
lo 75 del Reglamento penitenciario, se adecúe a las considera-
ciones anteriormente expuestas.
…El criterio mantenido por el Defensor del Pueblo en esta
recomendación no ha sido compartido es su totalidad por la
administración; si bien se ha hecho constar que, en la actuali-
dad, se haya en proceso de elaboración una circular en la que se
analizarán en profundidad las valoraciones por esta Institución.
A la vista de la contestación recibida se está realizando un segui-
miento para conocer el contenido de tal “circular”.
LAS CONSECUENCIAS
130
más bien de una simple correlación, pero en cualquier caso, no
parece que la aplicación del régimen más duro, sirva para evitar
la “vuelta a las andadas” de quienes lo han sufrido, más bien
parecería que la estimula. De hecho, en las conclusiones del cita-
do estudio se afirma que los datos muestran que “los anteceden-
tes de cumplimiento más rígido y penoso, la mayor desadapta-
ción en prisión, la no participación en actividades programadas,
el consumo de sustancias tóxicas y algunos trastornos psicopa-
tológicos, son causas determinantes de mayor reincidencia”
Por todo lo cual, si bien se puede llegar a entender que las
demandas expresadas por la opinión pública en el sentido de
endurecer y ampliar las penas y las condiciones de cumpli-
miento, pueden estar justificadas desde “sentimientos como la
ira, la venganza, la rabia, la impotencia, el miedo o la angustia”,
sin embargo “la demostración empírica nos muestra, que,
aquellos que son excarcelados en libertad condicional reinci-
den menos que los que son excarcelados en libertad definitiva,
y, ello significa que el cumplimiento de la pena ha sido mejor
en todos los aspectos, pues, en general, ha tenido menos
infracciones disciplinarias, ha participado en actividades de
tratamiento y ha sido clasificado en tercer grado de tratamien-
to, precedido por el disfrute de permisos de salida para prepa-
rar su salida en semilibertad o libertad, en resumen, su estan-
cia en prisión ha sido menos penosa y rígida, por lo que, si real-
mente queremos defendernos de nuevos delitos, el camino no
parece ser el endurecimiento de las penas y de las condiciones
de cumplimiento” (ESTUDIOS 2001:274)
El trabajo termina con la siguiente conclusión: “Todas las
medidas que influyen en unas condiciones más suaves de cum-
plimiento como: reducciones de condena, participación en
actividades y programas de tratamiento, clasificación en tercer
grado de tratamiento, permisos de salida, etc., resultan ser
causa de una menor reincidencia, lo que resulta esperanzador,
ya que, nuestra legislación contempla esas actuaciones y pue-
den ser el instrumento adecuado para reducir la reincidencia
en el delito” (ESTUDIOS 2001:275)
131
Importantes repercusiones sobre la salud física
132
internos, dando salida a los sentimientos reprimidos de forma
violenta a la minima disputa o discusión sea del tipo que sea.
Además periódicamente la represión se endurece para provocar e
inducir a los internos a comportamientos violentos que apoyen
las tesis mantenidas por los funcionarios sobre la peligrosidad y
la violencia que impera en los módulos de primer grado”. La vio-
lencia como fruto, y como caldo de cultivo, como resultado y
como legitimación. La violencia reprimida, contenida y perma-
nentemente a punto de explotar, estallar, reventar:
“Psicologicamente me estoy hundiendo porque llevo 6 años y
medio y estoy bastante quemado ahora en primer grado con 2
meses porque soy una persona bastante nerviosa y no aguanto los
abusos que cometen los carceleros, provocaciones, vejaciones,
abuso de poder, y al quedarme un año y medio para la total me
tengo que comer bastante los cojones para no poder entrarles al
trapo como quieren esta gentuza para poder dejarme pillado”. La
violencia, que aún cuando no estalle, se percibe y se mastica
cada día, porque impregna todo una estructura de relaciones
que son vividas por la persona presa como un plan devastador y
sistemático, un método de exterminio “El primer grado es la
fuente de exterminio silenciosa de la población reclusa, cada día
en la carcel es un dia en peligro y condenado a muerte y perpetui-
dad”, y de ahí la calificación de campos de exterminio, que
evoca de forma callada o abierta, al Lager hitleriano: “Lo peor de
todo este engaño que es el FIES y el 1º grado, es que muchos com-
pañeros han perdido la vida apaleados, tratados como perros
viviendo en condiciones inhumanas propias de un campo de
exterminio nazi”; “pido ayuda moral, mi salud es buena; es lo
unico que no me han robado por lo demas estoy mal herida (mal-
herida) y necesito ayuda y ayudar a que desaparezcan estos cam-
pos de exterminio”.
Es evidente que se trata de una visión del primer grado, tal y
como la experimenta, la sufre y la vive el preso, en ese sentido,
es una visión que no se pretende imparcial, aséptica y fría, lo
cual no resta intensidad ni fuerza a su testimonio. Sin duda, las
autoridades implicadas, y la sociedad en su conjunto de la que
133
forman parte, han de estar atentos y escuchar lo que dicen
estos testigos privilegiados, de lo contrario corremos el riesgo
de no entender nada de lo que ocurre al otro lado. La “guerra” a
la que nos estamos asomando tiene “dos trincheras” desde las
cuales el mundo se ve de forma muy diferente. Tal y como ellas
lo experimentan, el castigo que sufren las personas presas
estando en primer grado, se ve tan desproporcionado, que
desde su perspectiva, es sufrido como una pura venganza: “Las
consecuencias son todas, negativas. La sociedad se venga de nos-
otros metiéndonos en la cárcel, la carcel se venga encerrándonos
en primer grado. El excesivo celo de los funcionarios nos hace
más desconfiados, más solitarios, más deshumanizados.
Personalmente pienso muy a menudo en el suicidio y entiendo a
quien llega a dar el paso. También sufro depresiones, tantas
horas en la celda... Solamente mi aficción (afición) a la lectura
me mantiene vivo y cuerdo. No hay nada bueno en primer grado,
no educa, no reinserta, no cambia al preso, (si lo hace es para
peor). Es solo eso, una venganza del Centro Directivo por hechos,
acciones y situaciones que nosotros nos vemos casi obligados a
realizar cuando pisan nuestra dignidad y Derechos”. La conse-
cuencia es que te destruye, te destroza, te aniquila como perso-
na, en la medida en que se sienten tratados como animales,
sensación a la que colabora intensamente el hecho de verse
encerrados en una jaula: “Una destrucion (destrucción) siste-
mática de la persona en todos los sentidos, fomentando el odio a
todo y todos y creando personas que eran normales transformar-
las en criminales en potencia devido (debido) sobre todo al trato
recivido (recibido) durante tanto tiempo que te hace creer que no
crees en nada. Es como si a un perro lo encierras en una jaula y
todos los dias le amargas la existencia con palizas, torturas psi-
cológicas y otras formas de tortura, ese animal el dia que lo
saques de la jaula si no se tira a por ti a devorarte es por temor
pero seguramente se desahogue toda esa... tensión, rencor y odio,
con alguien que considere culpable de su sufrimiento angustio-
so” ; “me sentía como un animal encerrado todo el dia practica-
mente en una jaula, lo cual me hacía sentirme aun peor, me sen-
134
tía incomprendido, impotente, desatendido, humillado por los
funcionarios, degradado, muy mal, muy mal”.
Valga pues la siguiente enumeración, sintética y terrible que
una persona escribía para hacernos saber cuáles eran, en su
opinión, las consecuencias del régimen de vida en primer
grado: “Ansiedad. Depresión. Dolor de cabeza. Mucha pena.
Agresividad. Aislamiento. Mal humor. Evolucion negativa.
Ganas de morirme. Anulacion de la personalidad. Humillación.
Baja autoestima. Falta de confianza en mí y en los demas.
Intentos de suicidio. Odio hacia las personas y hacia el sistema.
Me siento un animal. Me quitan la dignidad”. Al menos en este
caso, queda la posibilidad de expresar lo que siente, aunque sea
de forma entrecortada, cosa que ya no sucede en este otro: “En
mi caso físicamente me encuentro normal. Pero psicológicamen-
te, creo que me han destrozado la cabeza de una manera irrever-
sible. Esto es una tortura sicológica y constante, cada día me
levanto con menos ganas de vivir, no tengo palabras para decir
lo que siento por dentro” Como resumen final valga esta desola-
dora imagen poética de la vida en primer grado: “aquí, encerra-
dos como animales, pasamos los dias mirando el abismo”.
CONCLUSIONES Y PROPUESTAS
135
infinitos más males que los que pretendidamente se intentan
aliviar.
2º — Por más conflictivos que puedan resultar determina-
dos comportamientos, los derechos humanos de quienes los
cometen son unos mínimos inalienables, y no están sujetos a
merecimiento alguno sino que son inherentes a la condición
humana. Desde esa perspectiva ético-jurídica, no es aceptable
el vigente modelo de primer grado, puesto que castiga con un
rigor innecesario y niega atributos vinculados a la dignidad de
la persona, como la sociabilidad, mediante el aislamiento y la
deprivación sensorial; elimina la intimidad, a través de la expo-
sición continuada de la propia corporalidad y favorece la vul-
nerabilidad del hábitat en que se desarrolla durante años la
vida cotidiana en todas sus dimensiones; la perfectibilidad y la
posibilidad de modificar creativamente el entorno (el ser
humano es el único animal que no sólo tiene capacidad adap-
tativa sino que puede también adaptar el entorno a él) así como
mediante la imposible evocación de expectativas razonables de
cambio en el entorno; en la práctica, se refleja la ausencia más
absoluta de tratamientos individualizados y el funcionamiento
en cortocircuito cerrado que invariablemente se produce; la
proscripción de tratos inhumanos y degradantes que, creemos,
han sido suficiente y patentemente mostrados en las páginas
anteriores.
En definitiva, el propio régimen y las condiciones de cum-
plimiento que se han venido describiendo objetivan un trata-
miento propiamente despersonalizador y animalizador incom-
patible con la letra y el espíritu de los principios básicos en que
se asienta nuestra cultura y los pactos sociales en que se ha
positivado: Declaración Universal de los Derechos Humanos
de 1948 etc. El primer grado constituye un régimen éticamente
inaceptable que obvia el principio de que el ser humano es un
fin en sí mismo dotado de inalienable dignidad.
3º — El régimen del primer grado supone la renuncia más
explícita y grosera posible de la orientación hacia la reinserción
social y la reeducación que impone la Constitución, que, de
136
facto, queda como una vacía declaración de principios burda-
mente violada.
4º — Sin duda ha contribuido a la aceptación de esta indig-
nidad la falta de transparencia de la Institución Penitenciaria
(agudizada en el caso de “la cárcel dentro de la cárcel) ampara-
da en la coartada, eficaz ante la opinión pública, de los delitos
cometidos o de trayectorias penitenciarias conflictivas, lo que
da lugar al consiguiente desconocimiento social, no sólo de las
condiciones efectivas en que se desarrolla esa forma de cum-
plimiento, sino también de las consecuencias físicas y psicoló-
gicas que la estancia en este régimen de aislamiento genera
(ampliamente desarrolladas en este trabajo de investigación).
Ello ha posibilitado la cronificación de una situación incompa-
tible con la dignidad no sólo de quienes directamente lo pade-
cen sino de quienes lo ordenan y, sobre todo, de las personas
que tienen que asegurar su ejecución.
5º — Urge afianzar el protagonismo de los Jueces de
Vigilancia sobre las condiciones en que se desarrolla el cumpli-
miento de la pena, al mismo tiempo que sería conveniente
dotar a este grado penitenciario —ya de por sí extremadamente
restrictivo con la libertad y que inevitablemente afecta al mar-
gen de efectividad de otros derechos de la persona presa—, de
un mayor peso garantista que asegure de manera especial el
derecho a la defensa y la tutela judicial efectiva.
En la actualidad, se detecta con preocupación una hipertro-
fia funcional de las Instituciones dependientes del Ministerio
del Interior (éste ha fagocitado la Dirección General de
Instituciones Penitenciarias, al Plan Nacional sobre Drogas,
dirige la política de Inmigración, etc). La división y necesario
equilibrio de poderes parece irse inclinando en favor del ejecu-
tivo en un intento de domesticación del poder judicial median-
te un uso teledirigido del Ministerio Fiscal y una aplicación res-
trictiva de competencias en quienes tienen por mandato cons-
titucional la obligación legal de “juzgar y hacer ejecutar lo juzga-
do”. En este sentido hay que llamar la atención sobre la circuns-
tancia —bastante obviada en la práctica— de que los Juzgados
137
de Vigilancia son bastante más que una mera institución reviso-
ra de la institución penitenciaria. Sin duda la inoperancia judi-
cial práctica en la defensa de los derechos fundamentales es
vista por las personas presas con bastante realismo cuando más
de la mitad no acuden nunca, ni al Juez de Vigilancia, ni al de
Guardia, ni siquiera para denunciar las vejaciones más graves.
El Juez es vivido con frecuencia, salvo excepciones, como una
prolongación de la administración penitenciaria frente a cuya
palabra poco puede la del preso. Ni que decir tiene que, aún
más, este es el triste papel que juegan no pocas fiscalías de vigi-
lancia penitenciaria.
6º — El perfil de los destinatarios del primer grado, casi en
su totalidad varones españoles, muy jóvenes dentro de la
juventud generalizada de las prisiones, mayoritariamente sol-
teros, con importante desarraigo familiar y nivel socio-econó-
mico y cultural más bajo que la media de los presos, refleja una
vez más que el sistema penal recluta su clientela de modo pre-
ferente entre las franjas menos cualificadas de la clase trabaja-
dora más modesta y precaria, con alto número de hijos, escasa
escolarización y consiguientes dificultades para alcanzar una
plena integración social. Incluso podrían señalarse casi con
nombres y apellidos un número determinado de familias pre-
carias, auténtico manantial del que se nutre el sistema penal.
Todo ello explica cómo más de la mitad de los encuestados tie-
nen un primer ingreso en prisión a los 16 años de edad (la míni-
ma entonces para ingresar en un centro penitenciario).
Todos estos datos, explicados con profusión en el estudio,
reclaman la implantación urgente de un profundo y presu-
puestariamente bien dotado Plan Estatal de Lucha Contra La
Exclusión, como factor preventivo primordial. Cáritas Española
y otras organizaciones de la sociedad civil, sin demasiado éxito,
presentaron hace poco una serie de propuestas al Gobierno en
esta dirección, propuestas que sólo de modo muy insuficiente
y fragmentario quedaron recogidas en el llamado “Plan
Nacional de Acción para la Inclusión Social del Reino de
España”, que el gobierno debió elaborar a instancias de la
138
Unión Europea al igual que el resto de los países de la UE, para
dar salida a algunos de los objetivos estratégicos establecidos
por el Consejo Europeo en Lisboa según los cuales la lucha
contra la exclusión social y la pobreza es uno de los elementos
centrales de la modernización del modelo social europeo. En
este plan de actuación debería aunarse la política criminal con
políticas de nivelación territorial, promoción social y protec-
ción de los más vulnerables. En definitiva, habría de llevarse
adelante una política criminal que fuera de la mano de las polí-
ticas económicas, sociales, educativas etc. La cárcel se supera
fundamentalmente fuera y antes de la cárcel.
7º — Con independencia de personalidades más o menos
agresivas, el contexto regimental en que se desarrolla el primer
grado potencia la violencia entre las personas que trabajan y las
encerradas en los departamentos de aislamiento. No es una
cuestión de “buenos o malos”, sino de un ambiente estructural
que extrema los roles (funcionario/preso) hasta convertirlos en
enemigos irreconciliables. Expresión de esta violencia interper-
sonal es el dato aportado por las personas clasificadas en pri-
mer grado; dicen haber sido sometidas a malos tratos —uso
desproporcionado e ilegal de los medios coercitivos— el 78%
de las mismas. Obviamente, esta situación descrita habrá cau-
sado consecuencias lesivas previa o coetáneamente a otras
personas (presos y funcionarios). A estos efectos parece nece-
sario que los órganos jurisdiccionales realicen una actividad
investigadora rápida y con el rigor necesario para esclarecer los
hechos y determinar las personas participantes en los mismos.
A fin de evitar, o en todo caso, disminuir las indeseables
consecuencias que genera la violencia para las personas, en el
intento de búsqueda de un método de solución de conflictos
“ganador-ganador” en que todas las partes obtengan un bene-
ficio y a fin de transformar el actual “perdedor-perdedor”, urge
la modificación estructural del entorno físico y la normativa
regimental. A los mismos efectos, sería recomendable que la
administración penitenciaria llevase a cabo una política de
personal, consistente en destinar a estos departamentos a los
139
funcionarios más cualificados en el manejo de conflictos
desde claves no violentas. De igual forma sería conveniente la
formación continua de los funcionarios en el aprendizaje de
habilidades relacionales de control de situaciones conflictivas
y violentas.
8º — Considerando el régimen concreto de vida de las per-
sonas en “primer grado de tratamiento” (sic) llama poderosa-
mente la atención la escasísima interrelación con el equipo de
tratamiento. Ello resulta todavía más significativo por cuanto
que muchos refieren problemas de trastornos psicológicos y
mentales en un porcentaje nada despreciable. La necesidad de
una presencia singularmente relevante de profesionales de las
ciencias humanas y de atención clínica especializada es una
urgente obviedad. Estos especialistas podrían valorar la idonei-
dad de la medida y poner de manifiesto las serias contraindica-
ciones que presente este régimen, tal y como está configurado
incluso para una persona sana.
9º — La ausencia de límite temporal para un régimen tan
restrictivo y rigorista, en determinados casos superando los 10
años ininterrumpidos del tal “tratamiento”, frente a las limita-
ciones temporales en caso de sanción disciplinaria por ilícitos
penitenciarios (hasta seis semanas como máximo), supone un
auténtico seguro de enloquecimiento, con la consiguiente
multiplicación de la peligrosidad criminal y la violencia. Dado
que la excarcelación no suele ser ni progresivamente prepara-
da ni individualizada (mediante permisos, progresión de
grado, participación en actividades tratamentales, etc.), se
hace necesario la fijación legal de limitaciones temporales al
régimen primer grado.
Dado el carácter fuertemente aflictivo y desocializador del
aislamiento, éste debería tener siempre carácter excepcionalí-
simo, procediéndose a levantar el mismo en cuanto los infor-
mes médicos, psicológicos y sociales indicasen que es contra-
producente o no están dando los resultados esperados en fun-
ción del fin último de la pena, con independencia de tener san-
ciones si de ellas no se desprende una violencia grave que
140
pueda poner en peligro la vida o integridad física de las perso-
nas. De lo contrario la situación se hace crónica y los compor-
tamientos se tornan más violentos. Si incluso desde instancias
oficiales (p.e. El Defensor del Pueblo) se preconiza “restringir el
recurso al primer grado” y, “en todo caso, suavizar el rigor de las
condiciones de cumplimiento” la urgencia de hacer frente a
esta inaplazable tarea es aún más inequívoca.
10º — Llama la atención el escaso número de horas dedi-
cadas a cualquier actividad ocupacional, tratamental o for-
mativa mínimamente organizada. A ello no es ajena la ausen-
cia de un programa de intervención individualizada. Las
características especiales de estas personas y los conflictos
interpersonales, en ocasiones muy graves, que generan, no
pueden por sí solas motivar un régimen de vida penitencia-
rio que consista en un control absoluto sobre las personas a
él sometidas. Se debe exigir indudablemente un tratamiento
diferenciado que presente como objetivo esencial la supera-
ción de tales dificultades y su pronta incorporación, como
mínimo, al régimen ordinario. Tanto la constitución como la
LOGP orientan las penas hacia la reinserción y reeducación
de los penados. En estas normas no se contemplan excepcio-
nes. Parece evidente que los esfuerzos tratamentales deben
volcarse de manera especial con aquellas personas con un
pronóstico evolutivo más dudoso y más necesitadas, por
tanto, de apoyo.
11º — Resultan especialmente significativas las pésimas
condiciones arquitectónicas en que se desenvuelve la vida del
primer grado, sobre todo en las llamadas macrocárceles.
Ideado como un régimen de confinamiento solitario total, sus
condiciones de habitabilidad son muy deficientes e insanas;
falta de iluminación, la celda se inunda con las duchas, el patio
es minúsculo y, en ocasiones, está completamente enrejado,
imposibilidad de ver el cielo directamente, inevitable sensa-
ción de enjaulamiento...., etc.
12º — Mención especial merece el fichero FIES que supone
una directa contravención de la Ley Orgánica General
141
Penitenciaria al establecer de hecho, por regulación de ínfimo
nivel normativo, una diferenciación de régimen no prevista ni
querida por el legislador y no sometida a control judicial.
Igualmente se hace prevalecer el régimen en detrimento del
tratamiento (contraviniendo la LOGP), sin consideración algu-
na a la individuación científica, dejando su inclusión en fun-
ción de elementos objetivos impersonales.
13º — El estricto régimen de riguroso control, con no pocos
elementos vividos como arbitrarios por las personas a él some-
tidas (cacheos inmotivados con desnudo integral; recuentos a
deshoras; inaccesibilidad a las pertenencias más elementales,
como mudas y ropa personal; continuos registros de celda;
traslados de centro penitenciario; provocaciones violentas por
parte de las personas que trabajan en prisión; uso indebido de
medios coercitivos, palizas; alimentación servida a ras de suelo,
etc.), crea un microclima patógeno que dispara los sentimien-
tos de indefensión y los mecanismos reactivos violentos a que
ya se ha hecho mención. Súmese a ello que sólo 1/3 comunica
regularmente, y hay 1/3 que no comunica absolutamente con
nadie. Todo ello multiplicado por el desarraigo y la lejanía de
los centros penitenciarios.
14º — El mensaje disuasorio latente que parece estar por
debajo de la configuración del primer grado (“el infierno te
espera en la cárcel dentro de la cárcel”) acaba siendo no sólo
cruelmente contraproducente sino incluso absolutamente
inútil. La propia institución penitenciaria expresa esta eviden-
cia incluso mejor que nosotros: “el camino no parece ser el
endurecimiento de las penas y de las condiciones de cumpli-
miento” (Estudios, 2001). Ahora sólo falta la voluntad política
de acabar con este peculiar régimen, tan desconocido para la
mayor parte de la población como inhumano, devastador y, a la
postre, criminógeno.
142
La cárcel: ¿para qué y para quién?
CÉSAR MANZANOS BILBAO.
DOCTOR EN SOCIOLOGÍA, PRF. TITULAR DE LA UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO Y
MIEMBRO DE LA ASOCIACIÓN DE APOYO A PERSONAS PRESAS, SALHAKETA.
143
Los diversos sistemas de control formal, comparten un
espacio común en relación con los sistemas económicos a nivel
mundial y bajo la preponderancia y liderazgo de EEUU, dentro
de lo que podemos denominar las industrias de la seguridad,
cuyo complejo industrial central, tanto desde el punto de vista
de investigación científica y desarrollo tecnológico, como de su
potencial para mover la maquinaria económica mundial, es el
complejo militar-industrial vinculado a la producción y tráfico
de armas, desarrollo de las telecomunicaciones y transportes,
entre otros mercados punta. Hemos de tener además en cuen-
ta que la gran virtualidad del negocio de la seguridad es que el
beneficio económico es privado y el gasto es muy mayoritaria-
mente público e impuesto a todas y cada una de las personas
del planeta.
La industria policial estatal o privada, la industria penal y
carcelaria son empresas auxiliares dentro del complejo de
empresas que viven de producir inseguridad a las personas y
sociedades con el fin de comercializar los medios para supues-
tamente combatirla. Más exactamente, habríamos de decir, en
lugar de combatirla, desactivar la sensación de inseguridad a
corto plazo y a su vez funcionar como mecanismos, creación de
condiciones de vida y de estructuras que perpetúan e incre-
mentan la inseguridad ciudadana a medio y largo plazo.
A partir de aquí, en este contexto, y desde hace casi ya vein-
te años, se construye el nuevo espacio policial y penal europeo,
que trata de estandarizar el control y hace hincapié en nuevas
funciones. Por lo que respecta a los cuerpos policiales desarro-
lla la idea de la prevención policial, que es sinónimo de control
previo (proactivo) y extendido (generalizado a toda la ciudada-
nía), para lo cual se despliega un impresionante aparato tecno-
lógico e informático que consiga la acumulación de toda la
información confidencializada y la centralización de la misma,
acentuando así la necesidad de control extensivo y de la pre-
sencia policial que se justifica con funciones de prevención del
delito, pero que cumple mas bien funciones de control de la
ciudadanía en general y de los potenciales movimientos socia-
144
les organizados o espontáneos que pudieran extenderse en la
sociedad.
En lo referente al sistema de ejecución penal, dentro de la
tónica general que podemos denominar de inflacción punitiva,
destaca la apuesta clara por mantener la centralidad de la cár-
cel como forma de sanción, extendiendo sus funciones coerci-
tivas y materializando su papel en los procesos de criminaliza-
ción y de violación de derechos fundamentales (victimización
secundaria).
Esto se concreta en el incremento de las tasas de encarcela-
miento y por tanto en el incremento progresivo del número de
plazas carcelarias. Así, según los propios datos oficiales del
Boletín Penitenciario Europeo editado por el Consejo de
Europa, en los países pertenecientes a la Unión Europea el
número de plazas de ejecución penal son más del doble en los
últimos treinta años, lo que representa una clara apuesta por
reproducir y recrear la industria penal y carcelaria que, lógica-
mente, para su crecimiento necesita acompañarse de medidas
como el incremento de las condenas, nuevas penas comple-
mentarias a la cárcel, nuevos sujetos criminalizados (inmigran-
tes no regularizados, nuevos tipos penales que amplían la defi-
nición de “terrorismo”, etcétera). El objetivo es encerrar más
tiempo a los definidos como “enemigos de la seguridad” y a
nuevos sujetos definidos como tales.
Estas políticas criminales que apuestan por el desarrollo e
incremento de la industria policial y carcelaria están directa-
mente inspiradas por las políticas de encarcelamiento y crimi-
nalización llevadas a cabo por los actuales gobiernos de EEUU
tanto dentro de su país (tasas de encarcelamiento sin prece-
dentes a partir de las políticas de tolerancia cero) como fuera
de el (Guantánamo, Afganistán, Irak, etcétera).
No se nos puede escapar que en el actual escenario, la clave
de la globalización carcelaria no es solo el desarrollo de esta
industria, sino la transformación de las sociedades hacia den-
tro en sociedades carcelarias en vistas a garantizar la seguridad
mundial. Y esto supone la policialización de la sociedad.
145
Esta política criminal fundamentada en una cultura punitiva
que consiste en creer que la aceptación de las leyes se consigue
mediante el desarrollo de una maquinaria sancionatoria impla-
cable resulta socialmente ineficaz, pero económicamente muy
rentable. A nadie se nos escapa que para la prevención del deli-
to, los sistemas policiales son la instancia menos eficaz, puesto
que evitar el delito y sus motivaciones antes de producirse es
por definición prevención social y no policial (también en el
caso de la violencia de género y doméstica), y evitar el delito en
el momento de producirse implica mediante la intensificación
de la vigilancia, la presencia policial, la delación, la colabora-
ción de confidentes, la implicación en los circuitos de crimina-
lidad, las redadas a “grupos definidos por la propia policía como
de riesgo o sospechosos”, en definitiva, la construcción de un
Estado policial y la reproducción de un modelo de eficacia poli-
cial fundamentado en la represión que se sirve, con viejos y nue-
vos objetivos de las técnicas de investigación policial clásicas de
carácter represivo, solamente que más sofisticadas.
Hemos de aclarar así mismo que la sofisticación tiene que
ver sobre todo con el establecimiento de nuevas tecnologías
destinadas a la generalización del control, a invisibilizar y pro-
piciar la impunidad en las actividades y procedimientos policia-
les que transgreden las leyes y violan derechos humanos funda-
mentales (práctica de la tortura, irregularidades en las condicio-
nes de detención, implicación en circuitos de criminalidad, uti-
lización de medios ilegítimos para ejercer su acción, etcétera).
Ante este panorama, y este proyecto hegemónico de indus-
trialización de la censura y el control social, ni qué decir tiene
la urgencia de un debate social a fondo y de impulsar los movi-
mientos de redefinición y transformación de los principios y
prácticas en los que se está asentando el actual espacio militar,
comercial, policial y penal europeo y occidental, con el fin de
fundamentar la definición, prevención y lucha contra el delito
en parámetros compatibles con el respeto a los derechos y
libertades fundamentales y en el desarrollo de políticas socia-
les, ambas cuestiones en franca devaluación.
146
LAS NUEVAS TENDENCIAS EN LAS POLÍTICAS DE EJECUCIÓN PENAL.
147
ma político en su conjunto (administración burocrática central
del estado, creación de mesogobiernos autonómicos, etcétera)
que ha llevado al fortalecimiento de un Estado en un proceso
de crecimiento inspirado por el concepto de reforma política
prolongado en el tiempo desde 1978 hasta nuestros días.
Tras más de un lustro de indefinición sobre las directrices de
la llamada Reforma penitenciaria, se configura a finales de los
años ochenta el nuevo modelo de estructura carcelaria resul-
tante de la integración del sistema político y económico vasco
y español a las estructuras de control propias de los países occi-
dentales tecnológicamente desarrollados y específicamente al
espacio político y jurídico europeo.
Son rasgos característicos de la modernización de las
estructuras carcelarias adaptadas a los modelos europeos y
norteamericanos las nuevas infraestructuras, los programas
disciplinarios, el incremento de la población encarcelada, la
progresiva sustitución real —y en un futuro incluso formal— de
principios de legalidad o control judicial ante la prevalencia de
principios de funcionamiento donde se prioriza la seguridad,
donde se funciona con impunidad, invisibilidad e ilegalidad en
base a estrategias de ocultamiento, individualización en el tra-
tamiento disciplinario de cada preso o sacralización del siste-
ma premial combinado con el endurecimiento de los regíme-
nes de vida para los presos denominados especiales (léase, pre-
sos inadaptados o rebeldes dentro del propio sistema carcela-
rio o presos encarcelados por cometer delitos por motivos polí-
ticos para los que se articulan políticas especiales) mediante la
construcción de nuevas prisiones y departamentos de máxima
seguridad y el ensayo de nuevas técnicas de aislamiento y mor-
tificación en las prisiones ordinarias.
A esta modernización de las estructuras carcelarias, se suma
la diversificación de las formas de ejecución penal que mante-
niendo la centralidad de la pena privativa de libertad, supone la
introducción en los códigos penales (concretamente a partir de
la reforma de 1995 en España) de un elenco de penas comple-
mentarias a la cárcel y en muchos casos más duras, o que
148
amplían la penalización a nuevos sujetos sociales (penas de
multas, arresto domiciliario, privación de derechos ciudada-
nos, trabajos “al servicio de la comunidad”, alargamiento de las
penas en algunos supuestos delictivos, etcétera). Muchas de
estas penas no son sino una importación de las políticas de Ley
y Orden de los Estados Unidos y de algunos países del Norte de
Europa, que ejemplifican la construcción de un modelo de
integración europea, en el espacio penal, no emancipado de
estos países. Todas estas cuestiones requieren extensos análi-
sis, imposibles de sintetizar en estas líneas, para poder llegar a
comprender las nuevas estrategias de control carcelario en par-
ticular y las políticas criminales en general, que están en el tras-
fondo de los discursos dominantes sobre la necesidad social
del castigo penal propios de las tendencias neoconservadoras
(eufemísticamente apodadas neorrealistas) que emergen y se
consolidan en la década de los noventa como nuevas desvia-
ciones autoritarias en los estados modernos contemporáneos;
tendencias que ya nos afectan y que nos afectarán más inten-
samente en la modificación futura de los tipos de pena, longi-
tud de las condenas, etcétera.
Para analizar la lógica interna del sistema carcelario, resulta
imprescindible contextualizarlo en el funcionamiento de las
estructuras de administración y gobierno propias, es decir, de
las que se ha apropiado la actual forma de mercantilismo deno-
minada neoliberal, que define el modelo de expansión comer-
cial dominante fraguado y asentado en las sociedades occiden-
tales y occidentalizadas. Así tanto los mecanismos internos de
autorreproducción, como los dispositivos de articulación y
consonancia con los modelos de sociedad a las que pertenece
la cárcel, podemos comprenderlos descifrando las paradojas y
discursos justificativos que le confieren su razón de ser.
Vamos a realizar un ejercicio de diseccionamiento semánti-
co e histórico, para descodificar las premisas sobre las que se
asienta el actual sistema de ejecución penal sacralizador de la
cárcel. Tan solo nos centramos en aquellas evidencias que con-
sideramos interesantes con el fin de mostrar a la luz el lengua-
149
je, y las prácticas que de él se derivan, que sustenta la llamada
“privación de libertad” como supuesto sistema de ejecución
penal mas justo.
150
ción depende directamente de quién sea el autor de los hechos,
de los medios de los que disponga para ocultar su conducta o
eludir la acción de los sistemas de control penal, de las circuns-
tancias en las que se produzca el hecho penalizable, de las fun-
ciones y formas de selección del delito que realiza el sistema
policial y penal, en definitiva, de aquello que Foucault M.,
denominó para caracterizar a la economía política de la pena,
según sea el funcionamiento del sistema de distribución des-
igual del ilegalismo 2.
Resulta un grave error de bulto pensar que el sistema penal
es igualitario y democrático y que la cárcel es la radiografía del
tipo de personas que delinquen y representativa del tipo de
delitos que se perpetran en la sociedad. Nada más lejos de la
realidad. La constatación de este hecho se viene haciendo
desde los primeros estudios de Sutherland E.H.3 sobre la defi-
nición social de la criminalidad y la reacción social ante ella,
hasta los más recientes estudios criminológicos que cifran, por
ejemplo, en menos de un dos por ciento de los delitos contra la
propiedad que son efectivamente sancionados en los países
occidentales.
1.- Para un análisis extenso de esta cuestión nos remitimos a MANZANOS C., “Los sis-
temas de selección de la delincuencia convencionalizada”, en Cárcel y Marginación Social,
Gakoa, Donostia, 1991.
2.- Véase FOUCAULT M., “La benignidad de las penas”, en Vigilar y Castigar, Siglo XXI,
Madrid, 1975. Pp. 108 y ss.
3.- SUTHERLAND E.H., Ladrones Profesionales, La Piqueta, Madrid, 1993.
151
es fundamental, porque si este principio se cuestiona puede
correr peligro la industria penal y carcelaria 4.
Sin embargo, la antropología jurídica nos enseña que en el
mundo hay todavía veintiún civilizaciones que resisten a la des-
trucción de la pluralidad social y cultural, y aún quedan más de
cuatro mil sociedades distintas. Muchas de ellas (incluyendo a las
eliminadas) no han tenido, ni tienen a la cárcel como sistema de
ejecución penal central, sino que tienen otras visiones y prácticas
a la hora concebir, administrar y aplicar las sanciones correspon-
dientes a la transgresión de las normas. Tenemos infinidad de
ejemplos, así muchas comunidades humanas han resuelto a lo
largo de la historia y resuelven sus conflictos de muchas otras
maneras con sistemas de justicia alternativa de diverso signo que
nada tienen que ver con nuestro criterio etnocéntrico occidental,
no tienen por qué acudir a las fórmulas de los países occidentales
enriquecidos como son la pena de muerte, el encierro y la cárcel,
y de hecho no lo hacen ni siquiera en estado de guerra.
Esa idea de que la cárcel es la única forma de ejecución
penal posible por ser universal, es por tanto otra falacia. Lo que
ocurre es que quienes dirigen y gestionan actualmente las pri-
siones, no quieren otras alternativas y peor aún, prohiben y
censuran a quienes tratamos de imaginar y hacer viables otras
posibilidades de afrontar los conflictos relacionados con la vio-
lación de derechos, más acordes con un modelo de sociedad
abierta, plural y participativa.
4.- Sobre el concepto de “industria del control del delito”, véase CHRISTIE N., La
industria del control del delito, ¿La nueva forma de holocausto?, Ediciones del Puerto,
Buenos Aires, 1993.
152
la cárcel emergió y comenzó a consolidarse después de la pri-
mera revolución industrial, por tanto la historia adulta de la
privación de libertad es cortísima, pues en los miles y miles de
años que existe el animal humano, apenas cuenta con tres
siglos de existencia 5. Así por ejemplo, inmediatamente antes
de la emergencia de las sociedades capitalistas las penas eran
fundamentalmente castigos corporales: las torturas ejemplari-
zantes, la mutilación, la cadena perpetua o la pena de muerte.
La pena de cárcel es una de las penas propias de la llamada
modernidad, y ni siquiera es única aunque si ha sido la axial y
articuladora de otras. Efectivamente el valor de cambio en la
economía mercantilista del castigo ha sido el tiempo de encie-
rro 6. Pero otras penas han tenido una importancia capital, así
por ejemplo, las penas pecuniarias, la privación de derechos
ciudadanos, las galeras para mover el transporte de ultramar o
la deportación a territorios en fase de colonización tuvieron y/o
tienen una importancia tanto o más primordial que la pena pri-
vativa de libertad en los sistemas de ejecución penal modernos.
153
mos a los denominados, en el argot criminológico, delincuen-
tes ocasionales, y a las personas que están encarceladas por
haber cometido un delito por móviles políticos.
El sentido común presente en el inconsciente colectivo fun-
ciona con representaciones o asociación de imágenes social-
mente construidas, según las cuales, los que están en la cárcel
son los delincuentes, y los que están en la cárcel en su mayoría
son pobres, luego los delincuentes son los pobres. Desde esta
perspectiva, la cárcel cumple otra función simbólica muy
importante que es la de identificar la pobreza como la causa de
la delincuencia 8. La realidad es muy otra. La delincuencia no es
ni mucho menos patrimonio de los sectores social y económica-
mente desfavorecidos. Los grandes delitos contra la humanidad
no los han cometido los pobres, los han perpetrado y los perpe-
tran también y fundamentalmente personas y sectores asenta-
dos económicamente, organizaciones formales y criminales,
instituciones públicas y privadas e incluso gobiernos: la malver-
sación de fondos públicos, la utilización indebida de capitales,
las estafas, la acumulación fraudulenta, los genocidios, las vio-
laciones de derechos humanos individuales y colectivos (a la
vida, al territorio, a la dignidad, etcétera) 9 no son delitos que
perpetren los sectores desfavorecidos de la sociedad.
154
En varias ocasiones hemos escuchado expresar esta idea a
algunas personas presas cuando decían que en realidad ellos
son delincuentes fracasados, por que en su carrera delictiva no
han tenido los recursos necesarios para eludir la percepción de
sus delitos y/o la persecución policial y penal de los mismos.
Estas y otras visiones edificadas para ocultar las funciones
reales de la cárcel, son el sustento ideológico con el que se legi-
timan actos descargados sobre quienes son percibidos, perse-
guidos y penalizados en el proceso de selección de la delin-
cuencia convencionalizada, justificando, para con esos chivos
expiatorios, prácticas de aislamiento y condiciones de confina-
miento durante años, que jamás quien no ha estado recluido
imaginaría.
Una vez puestos en tela de juicio estos mitos tan eficaces
para legitimar la cárcel, podemos adentrarnos en la historia
real de la misma, en base a qué funciones atribuidas son nece-
sarias para el actual orden social.
ecológicos, laborales, etc.), así como sobre los efectos que el orden económico mundial,
fundamentado en la competencia desigual y en la explotación económica, genera en los
procesos de descomposición social de las clases marginadas, investigando la función que el
derecho penal y los órganos de persecución, penalización, tratamiento y asistencia de los
grupos sociales marginados tienen en la reproducción y ocultamiento de unas estructuras
sociales construidas sobre poderes y prácticas ilícitas. Véase: TAYLOR, I., WALTON P. y
YOUNG J., La nueva criminología: Contribución a una teoría social de la conducta desviada,
Amorrortu, Buenos Aires, 1975 y Criminología crítica, Siglo XXI, México, 1977.
155
En primer lugar, las funciones formales o legislativas, vienen
definidas en la Constitución Española (art. 25.2) y en el
Ordenamiento Penitenciario como funciones resocializadoras
de las personas recluidas. Efectivamente la Ley Orgánica General
Penitenciaria comienza atribuyendo en el art. 1 a las institucio-
nes penitenciarias como función primordial la de “reeducación y
reinserción social de los sentenciados a penas y medidas penales
privativas de libertad”. En segundo término y junto a ella la fina-
lidad de “retención y custodia de detenidos, presos y penados”, y
por último, un tercer fin de “prestación de asistencia y ayuda
para internos y liberados”. Esto se consigue a través del trata-
miento como “conjunto de actividades directamente dirigidas a
la consecución de la reeducación y reinserción social de los
penados (art. 59.1, LOGP). Se ha de observar siempre el respeto
a la dignidad humana, al derecho a no sufrir tratos inhumanos o
degradantes, y de libertad ideológica (art.10.1, 15 y 16.1, CE).
Además, la persona recluida conserva el derecho a no ser trata-
do. La voluntariedad es un elemento esencial al tratamiento del
interesado, que ha de participar en su planificación y ejecución.
Por tanto, el fin y las funciones resocializadoras de la pena
privativa de libertad ha de proyectarse con preferencia sobre
toda la actividad penitenciaria, excediendo dicha actividad
ampliamente de la mera labor de custodia y aseguramiento, ha
de centrarse en el ofrecimiento de toda la ayuda posible para
superar los problemas que le hayan conducido al delito.
Lógicamente, ni qué decir tiene que estas funciones forma-
les proclamadas, después de dos décadas de reforma peniten-
ciaria podemos evaluarlas como la historia de un fracaso a la
luz de muy diversos indicadores y valoraciones: incremento de
las tasas de encarcelamiento, altas tasas de reingresos de los
mismos sujetos, supeditación del tratamiento a criterios disci-
plinarios, tasas altísimas de siniestralidad, condiciones endé-
micas de hacinamiento, mayoría de la población con enferme-
dades graves, etcétera.
Sin embargo, estas funciones tienen un fuerte componente
simbólico de carácter legitimador y funcionan por un lado,
156
como encubridoras de una estructura material incompatible
con ellas, y por otro como refuerzo en tareas de gobernabilidad
que más adelante analizaremos. Estas funciones a menudo
ocultan la realidad social de la cárcel que tiene que ver más con
los otros dos tipos de funciones que mencionamos a continua-
ción, y que son las que narran la historia de un sistema de eje-
cución de penas fundamentado en el encarcelamiento como
un sistema exitoso.
Así, en segundo lugar, la cárcel cumple funciones sociales
generales de dos tipos: instrumentales y simbólicas. En cuanto a
las funciones sociales simbólicas de carácter general, y en rela-
ción con la definición social de qué es el delito y quiénes son los
delincuentes, construye la realidad social del delito a partir de
la identificación de delincuencia tan solo con aquellos infracto-
res de leyes penales, y frecuencia y tipo de delitos que se perci-
ben, persiguen (por la policía y el sistema penal), se penalizan
y encarcelan, y crea una imagen bien precisa: los delincuentes
son quienes están presos gracias a la actividad del Estado en la
lucha contra el delito, luego el Estado es eficaz en la persecu-
ción y sanción de los criminales. Así pues cumple importantes
funciones de legitimación del estado como supuesto garante
de la seguridad ciudadana.
Por lo que respecta a las funciones sociales instrumentales, la
cárcel funciona como un espacio educativo (reeducación des-
ocializadora) para la producción de delincuentes adaptados a
ella y a su papel social de chivos expiatorios de la necesidad de
una delincuencia habitual que justifica la protección de intere-
ses de poder mediante formas de control policial, penal y car-
celario, ocultando otros tipos de delincuencia infinitamente
más grave y numerosa y engañando a los ciudadanos hacién-
donos creer que la cárcel es una herramienta eficaz en la pre-
vención y lucha contra el delito.
Pero la cárcel también cumple importantes funciones políti-
cas tanto instrumentales como simbólicas. En cuanto a las fun-
ciones políticas instrumentales, y con respecto a la disidencia
política que utiliza la acción armada funciona como una forma
157
de control duro dentro de las llamadas estrategias antiterroris-
tas y es un instrumento que busca directamente el aislamiento
y la inhabilitación física y mental de los recluidos, así como su
utilización para poder erradicar los movimientos de resistencia
armada.
Con respecto a sus funciones políticas simbólicas, existen
otros tipos de disidencia política que no utilizan la acción
armada, como por ejemplo es la objeción de conciencia que
lleva adelante la estrategia de la insumisión, la ocupación ilegal
de viviendas, etcétera. Mediante la cárcel, el estado básicamen-
te pretende desarrollar una acción coercitiva selectiva de tipo
simbólico para crear una imagen o representación clara que
identifique (sobre todo de cara a los activistas potenciales y su
entorno social) el hecho de negarse a cumplir las obligaciones
militares, fiscales o de cualquier tipo, con la gran probabilidad
de ser encarcelado, buscando así frenar la expansión de la obje-
ción de conciencia, de la insumisión y la conciencia antimilita-
rista y en general de cualquier forma de desobediencia civil que
ponga en cuestión un ordenamiento jurídico o un principio
legal determinado como forma pacífica de generar procesos de
cambio social.
En resumen, estas son algunas de las finalidades y funciones
reales de la cárcel que explican la necesidad de la misma y su
éxito en cuanto a funciones que nada tienen que ver con la
resocialización de los reos, sino que muy al contrario la impo-
sibilitan. Estas funciones son las que la dotan de permanencia
y auguran su estabilidad y expansión futura.
158
Penitenciaria tan progresista, ¿qué pasa en las cárceles, que las
personas presas no se resocializan, están hacinadas, en celdas
compartidas, se violan derechos como la intimidad, el trato
digno, etcétera? 10. Parece ser que el Reglamento y las Circulares
Internas, de dudosa legalidad en muchos casos, provocan la
devaluación de derechos 11. Sin embargo no reparamos en que
a lo mejor la cárcel es una demostración de que muchas institu-
ciones y comportamientos sociales se regulan y gobiernan
mediante dispositivos legitimados (permitidos, invisibles, acep-
tados implícitamente) de transgresión de la legalidad, y no
mediante el respeto a la misma, y además, lo hacen con la impu-
nidad que supone poder funcionar al margen de la ley.
Claro que se transgreden los derechos, pero es que esta
transgresión es necesaria y consustancial a la propia gobernabi-
lidad de la cárcel y a la necesidad de esa corporación de some-
ter a los reos para garantizar el “orden y buen funcionamiento
del establecimiento” que en realidad es el objetivo primordial
de la cárcel como estructura encargada de materializar la eje-
cución penal fundamentada en la privación de libertad. Dicho
de otro modo, el sistema carcelario no tiene como objetivo la
resocialización de las personas presas, sino como todo sistema,
su objetivo es autorreproducirse, perpetuarse y para ello se ali-
menta de sus propias paradojas y autojustificaciones.
Por tanto desde esta perspectiva la cárcel no puede funcionar
sin administrar la privación de esos derechos. El discurso sobre la
transgresión de derechos en la cárcel y sobre la necesidad de arbi-
trar mecanismos garantistas para que esta funcione de acuerdo
10.- Sobre las lamentables condiciones materiales en prisiones véanse los recientes
informes de la Asociación pro Derechos Humanos de Madrid realizados por encargo de la
propia Dirección General de Instituciones Penitenciarias, publicados íntegramente en
Fundamentos, bajo el título Informe sobre la situación de las prisiones en España, Madrid,
2000; o el estudio sociológico de RIOS J. (1998) Mil voces presas, Universidad Pontificia de
Comillas, Madrid.
11.- Un análisis pormenorizado sobre la devaluación de los derechos de las personas
presas lo encontramos en la Tesis Doctoral de RIVERA I. (1993) La devaluación de los dere-
chos fundamentales de los reclusos. La cárcel, los movimientos sociales y una cultura de la
resistencia, Barcelona.
159
con la legalidad no sirve, es excesivamente simplista y nueva-
mente relegitimador. Por tanto la crítica a la cárcel no ha de ser
desde la perspectiva de reivindicar el respeto a los derechos fun-
damentales de las personas presas ante la perversa e intolerable
devaluación de los mismos, sino directamente frente a una insti-
tución formalmente construida para garantizar el respeto a los
derechos y libertades que hace de la suspensión de los derechos
y gestión de la privación de los mismos su garantía de continui-
dad y la condición imprescindible para seguir existiendo.
La cárcel funciona a golpe de circulares administrativas, de
circulares internas de carácter anónimo para sus destinatarios,
privadas e invisibles hacia fuera de ella, y ocultadas para favo-
recer el funcionamiento de una institución pública al margen
de la ley. La Ley Orgánica General Penitenciaria es una de las
leyes más violadas e incumplidas de todo el ordenamiento jurí-
dico del Estado hasta el punto de que todas las reformas legis-
lativas operadas desde que se sancionó han sido claramente
involucionistas con respecto a las proclamaciones programáti-
cas de las ideologías jurídicas que buscaban la humanización y
democratización del sistema punitivo en el caso español. Hacer
hoy que se cumplan escrupulosamente los artículos conteni-
dos en dicha ley posiblemente supondría la inmediata aboli-
ción de la gran mayoría de estructuras carcelarias existentes.
Después de más de veinte años de la llamada “Reforma
Penitenciaria”, la realidad de la cárcel no ha sido modificada o
construida conforme a las pautas que establece la Ley; no ha
habido evolución, sino involución (la legislación se ha adapta-
do a una realidad que se impone) e incluso se ha reformado
para la institucionalización de situaciones de restauración de
las penas corporales, como por ejemplo el citado caso de los
FIES (Ficheros de Internos de Especial Seguimiento) que res-
taura el régimen de reclusión en condiciones de máximo aisla-
miento, cuando antes de la última reforma del Reglamento
Penitenciario en el año 1995, estas situaciones eran irregulares.
La Administración Vasca ha desarrollado en colaboración
con diversas corporaciones y asociaciones un enorme trabajo
160
social y jurídico por el efectivo cumplimiento de los derechos
fundamentales de las personas presas (recursos de inconstitu-
cionalidad, potenciación y financiación de servicios de apoyo a
la administración de justicia y en defensa de los derechos
humanos como son entre otros los Servicios de Orientación al
Detenido o los Turnos de Asistencia Letrada en materia
Penitenciaria, las subvenciones y convenios de colaboración
para mejorar las condiciones de vida en las cárceles ubicadas
en territorio de la CAPV, por citar algunas), sin embargo, toda la
jurisprudencia que han conseguido sembrar las diversas insti-
tuciones y organizaciones sociales, políticas y judiciales, ha
sido jurisprudencia que, al Tribunal Constitucional, le ha servi-
do para sacralizar las situación de sujeción especial de las per-
sonas presas y para instaurar un estado de cosas según el cual,
la administración pueda funcionar al margen de la ley con total
impunidad en su necesidad de administrarse en base a la ges-
tión de la privación de derechos de los reos, en cuestiones cla-
ves como el derecho al trabajo, las conducciones, los lugares de
cumplimiento, los regímenes especiales de aislamiento, la apli-
cación de sanciones disciplinarias, etcétera.
Esta ha sido la historia social de la cárcel en el post-fran-
quismo. Y hoy, si leemos los últimos e interesantísimos infor-
mes antes citados sobre la situación en las cárceles, observa-
mos que no hay nada nuevo. Nos entristece y atormenta ver
como las cárceles y sus pobladores están igual o peor de lo que
estaban antes. Hoy sigue muriendo una persona presa cada
cinco días por causas no naturales, sigue habiendo un 70 u 80%
de personas enfermas, es decir, con necesidad de un tratamien-
to médico especializado que no tienen.
Muchos médicos de prisiones manifiestan que debería
haber una dirección sanitaria y otra dirección penitenciaria
para que pudiera garantizarse el mínimo respeto a la salud. Las
cárceles son verdaderos depósitos de enfermos abandonados
puesto que el estado de salud de la población encarcelada
registra índices de prevalencia de enfermedades físicas y men-
tales infinitamente superiores a la media social, muchas veces
161
invisibles por la intencionada e incomprensible inexistencia de
registros epidemiológicos en muchas cárceles. Ni qué decir
tiene que las patologías que genera la cárcel afectan así mismo
al personal que trabaja en ellas dándose también índices de
prevalencia de determinadas enfermedades profesionales,
como es el caso de las bajas psiquiátricas por depresión, estrés,
etcétera, que solamente son comparables con los maestros en
el colectivo de funcionarios del Estado.
La ley exige que haya una atención médica especializada y
esto no se ha implementado, salvo en el caso de nuestra comu-
nidad autónoma, donde la existencia de un convenio de asis-
tencia entre la Consejería de Sanidad de Gobierno Vasco,
Osakidetza-Servicio Vasco de Salud y la Secretaría de Estado de
Asuntos Penitenciarios ha posibilitado la aportación desintere-
sada por parte de la primera de este y otros tipos de servicios, si
bien la segunda lejos de facilitar la presencia de la red sanitaria
vasca en las prisiones, frecuentemente se ha dedicado a limitar
y fiscalizar esta labor 12.
Pero no es casual que los presos estén abandonados, porque
según los discursos oficiales y su eco en los “medios de comuni-
cación”, la cárcel está para sufrir y esto está legitimado social-
mente. En realidad el problema no es sólo que hay enfermeda-
des en la cárcel, sino que la cárcel es una fábrica que produce de
un modo intensivo enfermedad psíquica y física, produce
depresiones y otros desequilibrios emocionales, produce depri-
vaciones sensoriales: pérdida de visión, de audición, produce
úlceras, gastroenteritis, gripe, etcétera. La cárcel es un espacio
que genera problemas básicos de enfermedad y precisamente
ahí está la clave del derecho a la salud: es incompatible preser-
var la salud física y psíquica en una institución diseñada para
producir y reproducir enfermedades comunes e irreversibles.
12.- Véase Convenio marco de asistencia de 20 de Noviembre de 1995, así como los
informes emitidos a petición del Ararteko sobre la situación y previsiones de actuación a
la Dirección de Aseguramiento y Contratación Sanitaria del Departamento de Sanidad del
Gobierno Vasco.
162
Cuando hablamos de las personas encarceladas estamos
hablando de una población enferma y de una población en
riesgo de enfermedad, por lo que tendría que haber precisa-
mente un trato especial para respetar el derecho a la salud, a la
integridad física y a la vida que todos los ciudadanos tenemos.
Pero en este caso en situaciones especiales, tendría que haber
más atención, programas de prevención de enfermedades,
como el de salud mental, porque la prisión genera problemas
de desidentificación personal, porque la cárcel es obscena y
generan estados de deprivación emocional y sexual, es anor-
malizadora 13. No basta con que la prisión sea visitada por un
psiquiatra que observe y escuche a una persona durante una
sesión, hace falta que existan mecanismos para poder afrontar
lo que supone de desidentificación personal. Para que no se
desestructure la personalidad de las personas recluidas, hace
falta una prevención de la enfermedad mental que la propia
prisión provoca. No se concibe cómo las personas en la cárcel
no son más agresivas y violentas. Demuestran una entereza y
una paciencia admirables.
163
Mujeres gitanas y sistema penal.
EQUIPO BARAÑÍ *.
165
ni violado, ni por supuesto asesinado, a nadie. Muchas de
estas personas son padres o madres y poseen estrechos lazos
familiares.
En definitiva, conocer de cerca la realidad de estas mujeres
es una importante contribución a la ruptura de la frontera arti-
ficial y extremamente arraigada, que separa a “los que cometen
delitos” de los ciudadanos inocentes. Las cárceles, cada vez más
alejadas y fortificadas, simbolizan esta división, que resulta
esencial para garantizar la obediencia del segundo grupo: de
los ciudadanos inocentes. 1
1.- Sobre este tema, ha sido una contribución esencial, el estudio realizado por J.
García-Borés y otros autores: Los no-delincuentes. De cómo los ciudadanos entienden la cri-
minalidad, Fundación “la Caixa” 1994.
166
II.— La población gitana en España se estima que representa
en torno al 1,4 % del total 2, lo que implica que las mujeres gita-
nas alcanzan una representación en las cárceles españolas que
puede ser hasta 20 veces superior a su presencia en la sociedad.
III.— La sobrerepresentación de las gitanas en el circuito
penal–penitenciario, supera con creces la que sufren otros
colectivos históricamente discriminados, como la población
negra en EEUU 3 o los aborígenes en Australia 4. Esta superiori-
dad numérica, contrasta con la invisibilidad social de las muje-
res gitanas y con el profundo desconocimiento por parte de la
población en su conjunto de esta realidad discriminatoria.
IV.— España es el país europeo con mayor porcentaje de
mujeres encarceladas, que representan cerca del 10% de la
población penitenciaria.
167
Un estudio sobre los reclusos y las reclusas gitanos/as en la
Comunidad de Madrid, realizado por una importante asocia-
ción de defensa de los derechos de la comunidad gitana 5, nos
ha permitido estimar que el número de mujeres encarceladas
en este colectivo se acerca al de los hombres, ya que encontra-
mos que, por cada 6 hombres gitanos encarcelados hay 4 muje-
res reclusas.
168
Resulta curioso que una comunidad que lleva siglos presen-
te en la escena social española continúe despertando un recha-
zo tan elevado, muy superior al producido por comunidades
recién llegadas. Esta actitud hostil hacia la comunidad gitana,
sin embargo, no es patrimonio exclusivo de la sociedad espa-
ñola. En Europa (especialmente en países como Rumanía,
Bulgaria o Hungría, en los que la tasa de población gitana es
significativa) asistimos a diario a episodios de expulsión, discri-
minación y sobrerrepresentación de los gitanos y gitanas en
cárceles y orfanatos 7.
Otra de las formas de marginación que pesa sobre este
colectivo, añadida a la de ser mujer y gitana, es la económica.
Producto de la negación de su cultura, de la discriminación
laboral y de la creciente prohibición de sus formas de sustento,
gran parte de la comunidad gitana vive situaciones de profun-
da marginación social y económica.
Las mujeres dentro de la comunidad gitana tienen un papel
central en el mantenimiento de la familia. Ello les lleva a traba-
jar, tanto fuera como dentro de casa, combinando y haciendo
compatibles las tareas del hogar, la crianza de los hijos —gene-
ralmente muchos y tempranos—, el cumplimiento de los
encargos del marido y el trabajo fuera de casa, que produce
ingresos imprescindibles para el grupo doméstico.
En momentos de escasez económica la comunidad gitana
ha recurrido a la mendicidad, y esta siempre ha sido ejercida
por mujeres, debido al rechazo de los hombres gitanos hacia
ella 8.
La criminalización y el encarcelamiento se añaden con fre-
cuencia a las circunstancias enumeradas, y completan la espi-
ral de marginación, criminalización y cárcel en la vida de
muchas mujeres gitanas.
7.- A raíz de uno de los episodios más “invisibles” de la guerra de Kosovo: la masacre
la comunidad gitana de ese territorio y su éxodo hacia los países vecinos, el periódico The
Economist hace un breve repaso de los agravios que sufre, en la actualidad, la comunidad
gitana en Europa. (A Gypsy Awakening, en The Economist, 11 sept. 1999).
8.- La diferencia inquietante. Teresa San Román; Madrid, Siglo XXI, 1991.
169
La “igualdad de trato” del sistema penal hacia las mujeres
gitanas
170
Según estos trabajos, una de las razones de la mayor dureza de la
respuesta judicial ante las mujeres puede ser que el delito supo-
ne, en el caso de éstas, una doble contravención, por una parte
de la ley escrita, pero por otra (la más imperdonable) la del rol
social de sumisión y obediencia.
III.— El Derecho Penal sirve para perpetuar el statu quo, es
decir, tanto la estructura económica actual, como las relacio-
nes de poder y dominación existentes. Según esta teoría, el
derecho penal es un sistema de control “entre hombres”: de
los que ostentan el poder (político-económico) hacia la mayo-
ría de hombres que están fuera de esta esfera. Esto es lo que
denominan el “control público masculino”. Sin embargo, en la
esfera privada, ambos grupos —poderosos y dominados— tie-
nen la potestad de ejercer un control informal, al margen del
sistema represivo formal, sobre las mujeres. Así se ha tratado de
explicar la interrelación entre sistema capitalista, patriarcado y
derecho penal.
Esta breve referencia a las argumentaciones utilizadas por
las criminólogas feministas y otros autores para explicar la
menor criminalización de las mujeres, sirve para mostrar las
especificidades de las mujeres gitanas ante los procesos de
criminalización. Y es que, las mujeres gitanas sufren con
gran intensidad ambos tipos de control: son criminalizadas
por las instancias formales en un porcentaje cercano al de los
hombres gitanos y sufren en mayor medida que las mujeres
payas el control informal de su comunidad (o control priva-
do masculino).
Las gitanas viven a diario la negación de los rasgos cultu-
rales de su comunidad —de sus formas de economía, de
vivienda, etc.— y la presión asimiladora de la cultura domi-
nante. Esto hace que los procesos de criminalización dentro
de la comunidad gitana los sufran hombres y mujeres en pro-
porción similar.
La intensidad de este doble control, que no es nuevo para
las mujeres gitanas, es una de las principales características
que componen su difícil realidad.
171
Reclusas gitanas: un ejemplo de desproporción punitiva
10.- Clemmer. D. The Prison Community, New York, 1968 y Goffman. E. Internados.
Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Amorrortu, 1984. En nuestro
país, Manzanos, C. Cárcel y Marginación social. Tercera Prensa, 1992 y Valverde, J. La cár-
cel y sus consecuencias E.Popular, 1991.
172
mujeres tienen familiares cercanos en la cárcel, podemos con-
cluir que la intervención del aparato punitivo está produciendo
una importante desvertebración familiar y comunitaria.
Esta desproporción punitiva se agravó a partir de la promul-
gación del Código Penal de 1995, que aumentó las penas de los
delitos por los que están presas el 99’7% de las mujeres gitanas:
los delitos contra la propiedad (39,7%) y de tráfico de drogas
(60%).
Las mujeres gitanas forman parte del 80% de la población
penitenciaria española que se encuentra en prisión por delitos
relacionados con el tráfico y/o el consumo de drogas ilegales.
Es preciso señalar, que el 49% de las reclusas gitanas son o han
sido consumidoras de drogas, lo que hace que gran parte de los
delitos contra la propiedad cometidos por estas sean funciona-
les con relación a la adicción que presentan.
En una sociedad como la nuestra, donde el debate sobre la
despenalización del comercio y distribución de drogas sigue
candente y, en la cual, numerosos profesionales de la justicia
se han pronunciado a favor de la legalización controlada,
resulta paradójico el ensañamiento sin precedentes que está
llevando a los “últimos eslabones” de la cadena del comercio
de drogas a cumplir largas penas de cárcel. En muchas ocasio-
nes la venta de pequeñas cantidades de estas sustancias se
emplea para poder costearse la propia adicción o la de un
familiar.
Otra consideración importante, relacionada con la duración
de las condenas que suelen cumplir las gitanas, es la imposibi-
lidad de estas condenadas a acceder a cualquiera de los susti-
tutivos penales previstos en el Código Penal. Para estas mujeres
no existen alternativas reales a la cárcel. Incluso para aquellas
que carecen de antecedentes penales, será difícil acceder a la
suspensión de condena genérica prevista en el Código Penal,
pues las penas asociadas a los delitos por los que cumplen con-
dena, normalmente superan con creces el límite previsto para
acogerse a este beneficio.
173
3. DE GITANAS CRIMINALES A LA CRIMINALIZACIÓN DE LAS GITANAS
174
definición de lo delictivo, la definición de la reacción punitiva y
la definición de las excepciones a esa reacción punitiva, esto es,
de las llamadas alternativas a la cárcel.
En el Código Penal de 1995, los delitos contra la propiedad y
el tráfico de drogas, aumentaron considerablemente sus penas
con respecto al antiguo Texto. Estos son precisamente los deli-
tos por los que se recluye a más del 80% de las personas presas
en nuestro país. Y las mujeres gitanas criminalizadas forman
parte de este nutrido grupo.
Aunque está por hacer un estudio sobre el perfil del/la
beneficiario/a de las medidas alternativas a la cárcel, el Código
Penal nos proporciona datos suficientes para afirmar que las
personas que logran beneficiarse de estas “tímidas” medidas
no pertenecen al mencionado 80%. El arresto de fin de semana,
la multa o el trabajo en beneficio de la comunidad están veta-
dos a los llamados “reos habituales”, que son aquellos que
cometan “tres o más delitos de los comprendidos en un mismo
Capítulo, en un plazo no superior a cinco años, y hayan sido
condenados por ello” 13. En general los condenados por delitos
contra la propiedad y de trafico de drogas, tampoco podrán
acceder a las medidas alternativas previstas, pues en la mayor
parte de los casos, la pena impuesta supera el máximo permiti-
do para acceder a ellas.
13.- Es algo parecido a lo que sucede en Estados Unidos, donde, en clara alusión a la
regla del béisbol “tres strikes y estás fuera”, las personas con más de dos antecedentes tie-
nen prohibida cualquier alternativa o recurso judicial para eludir la cárcel e incluso han de
soportar la cadena perpetua sin posibilidad de recurso.
175
realizado tomando como base esa escasa cuota de delitos per-
seguidos, no se corresponde con la realidad, resulta inexacto.
Sin embargo, como hemos adelantado más arriba, uno de
los mitos más arraigados en nuestra sociedad es la existencia
de una nítida frontera que separa claramente a los que cometen
delitos, de los ciudadanos y ciudadanas que no lo hacen. Un fis-
cal entrevistado durante la realización del trabajo de campo del
estudio, llega a admitir que “existen delitos cometidos por gente
que no es delincuente”. Esta frase ejemplifica la escasa impor-
tancia que tiene el hecho de cometer delitos, en la construcción
social del delincuente.
El amplio volumen de criminalidad que, o no se persigue o
no se penaliza, nos permite cuestionar, tanto la nitidez de la
frontera entre quienes están representados en el sistema penal
y quienes no lo están, como la veracidad del retrato del “crimi-
nal”, presente en el imaginario colectivo y fomentado a diario
por los medios de comunicación. Sólo la puesta en cuestión de
esa separación, tan falsa como artificial, nos va a permitir apro-
ximarnos a las múltiples decisiones y circunstancias que con-
forman el proceso de criminalización de una persona o de un
grupo social.
Porque todo esto nos lleva a considerar que el estudio del
ambiente, de las motivaciones o del comportamiento de las
personas criminalizadas tiene poca relevancia, frente a lo deci-
sivo de este proceso que es la intervención de las instancias de
control penal.
176
cibidos como los menos útiles para la sociedad” 14: parados, sin
papeles, vagabundos y, por supuesto, gitanos y gitanas 15.
Existen afortunadamente cada vez más estudios e informes
sobre la situación de las personas presas en las cárceles espa-
ñolas. Sin embargo, en ellos no se suele cuestionar el proceso
en virtud del cual las personas llegan hasta la cárcel. También
existen estudios sobre colectivos marginados, que pocas veces
inciden sobre su relación con el sistema de control social.
En suma, lo habitual es hablar del punto de partida y de lle-
gada, pero no se suele sacar a la luz el proceso a través del cual
el sistema penal y penitenciario selecciona a sus “usuarios/as”.
En el caso de las mujeres gitanas, al igual que en el de la pobla-
ción negra en EEUU, la existencia de un fuerte proceso selecti-
vo se deriva de la desproporcionada representación de estos
grupos sociales entre la población penitenciaria. El único argu-
mento que se puede oponer a la existencia de un fuerte compo-
nente selectivo en el proceso, es la mayor actuación criminal de
estos grupos sociales. Sin embargo, la abultada cifra oscura,
superior al 90% 16 en los delitos que llevan a la cárcel a las muje-
res gitanas (contra la propiedad y de tráfico de drogas) pone de
manifiesto la existencia de indicios de una actuación selectiva,
ya que la tasa de mujeres gitanas en la cifra oscura es obvio
pensar que será muy inferior al de criminalizadas.
La actuación de los agentes de control social y las posibili-
dades de defensa de las personas dentro del proceso, hacen
que finalmente sólo una pequeña parte de quienes cometen
acciones definidas como delito, lleguen a completar el recorri-
do criminalizador.
14.- N.Christie, Crime Control as a Industry: Toward Gulags, Western Style. Londres,
Routledge. 1994.
15.- Loïc Wacquant, en La tentation pénale en Europe, Actes de la Recherche en
Sciences Sociales, nº 124/1998, constata la paulatina sustitución que se está produciendo
en Europa, “de un semi-Estado del Bienestar, por un Estado penal y policial, en el cual, la
criminalización de la miseria y el encierro de las categorías desheredas ocupan el lugar de
la política social”.
16.- El término “cifra oscura” hace referencia a la cantidad de conductas delictivas
producidas y no perseguidas por las instancias de control formal.
177
El control policial, mayor en unas zonas que en otras y, den-
tro de ellas, más intenso frente a unos grupos sociales, es una
decisión política que afecta de un modo significativo a la sobre-
representación de determinados grupos en el proceso. A partir
de las entrevistas realizas a trabajadores sociales de los lugares
de residencia de un buen número de población gitana de
Madrid, hemos podido conocer la gran presión policial que
soportan los habitantes de estos asentamientos. Vigilancia que
ha sido calificada por uno de los profesionales entrevistados de
“estado de excepción” en algunos casos.
Ya dentro del proceso policial y judicial, las posibilidades de
defensa y la pertenencia a un grupo social “etiquetado” como
delincuente, son dos circunstancias que van a marcar la salida
o la permanencia en el proceso. Las prácticas judiciales en apa-
riencia más neutras y rutinarias, tienden sistemáticamente a
desfavorecer a determinados colectivos, en función de su etnia
y su clase social.
178
gitanas durante todo el proceso de criminalización. Sin embar-
go, sí dificulta la toma de conciencia de la opinión pública
sobre el altísimo porcentaje de gitanas en prisión y la realiza-
ción de programas y actividades para mujeres gitanas, que ven-
gan a cubrir sus necesidades específicas.
179
Biobibliografías
181
nes de los centros penitenciarios españoles. (1998). Mirando el abismo:
estudio sobre las condiciones de los departamentos de aislamiento en
las cárceles españolas. (2002).
182
Reseñas
TOLERANCIA CERO.
ESTRATEGIAS Y PRÁCTICAS DE LA
SOCIEDAD DE CONTROL.
Alesandro De Giorgi.
Virus editorial, colección
Ensayo. 184 págs.
185
EL GOBIERNO IMPOSIBLE.
TRABAJO Y FRONTERAS EN LAS
METRÓPOLIS DE LA ABUNDANCIA .
Emmanuel Rodríguez.
Traficantes de Sueños
mapas
Este libro puede ser leído como un manifiesto político. El hilo narrativo se
deduce de una premisa sencilla: «el capitalismo no es un orden imbatible ni el
mecanismo despótico de un control sin resquicios». Bien al contrario, en el ex-
ceso subjetivo que rebosan algunas de las corrientes sociales más importantes
de nuestra época, en los movimientos migratorios imprevistos y masivos, en
las líneas posibles de autoorganización del trabajo vivo, se contienen las prefi-
guraciones de una nueva política, de un nuevo horizonte constituyente.
186
Próxima publicación
KURDISTÁN.
LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE
LOS DERECHOS DE UN PUEBLO.
Aurora Lago.
Ediciones Bajo Cero
187