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Mujeres vistas por mujeres: textos literarios para trabajar la coeducacin en el aula de ELE

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2. ENTRE VISILLOS. (1957) Carmen Martn Gaite (Espaa, 1925-2000).


Destino. Libro del bolsillo, 2003. (fragmentos)
(Elvira)
Inclin la cabeza contra las manos que haba enlazado fuertemente. Lo que
sigui lo entend ms confuso porque se puso a morderse los nudillos de los
dedos, nerviosamente. Me cont que haba estado a punto de ir a Suiza con su
padre y que la noche anterior se desesperaba asomada al balcn de su cuarto
pensando que eso ya nunca se podra remediar, que las cosas que podran
haber hecho en aquel viaje ya nunca las hara y la gente que podra haber
conocido ya no la conocera; y que pensando eso no se poda consolar. Que un
viaje le puede cambiara uno la vida, hacrsela ver de otra manera y a ella ese
ao se la habra cambiado. Le pregunt que por qu no haba ido, pero no me
contest directamente.
Si usted no vive aqu- dijo-, no puede entender ciertas cosas. Hace poco
que est aqu, no?
-

Tres das.

Tres das- repiti-. No puede entender nada. Si le explico por qu no fui


a Suiza se reir, dir que qu disparate, que eso no puede ser. Creer que lo
ha entendido, pero no habr entendido nada. Solamente uno que vive aqu
metido puede llegar a resignarse con las cosas que pasan aqu, y hasta puede
llegar a creer que vive y que respira. Pero yo no! Yo me ahogo, yo no me
resigno, yo me desespero. (pgs. 54-55)
Hablaba con rabia, con voz excitada, como si yo la estuviera contradiciendo.
Haba pasado de un tono a otro sin transicin. Tuve miedo de que nos oyeran
los de la habitacin, porque se haba ido desplazando hacia el hueco de la
puerta y estbamos seguramente a la vista de las personas de dentro. Incluso
pareca que ella se gozase en alzar la voz como si con sus ltimas frases
quisiera desafiar a alguna de aquellas personas, o tal vez a todas ellas. Se me
ocurri decirle que seguramente sacaba las cosas un poco de quicio bajo el
peso de su desgracia, pero en seguida sent que me haba equivocado tratando
de consolarla por ese camino. Lo vi en sus ojos casi furiosos.
Aqu tendra que estar usted hace diez das de la maana a la noche,
aqu en esta casa, a ver si se ahogaba o no se ahogaba, como yo me ahogo.
Oyendo cmo le dicen a uno de la maana a la noche pobrecilla, pobre,
pobrecilla. Da y noche, sin tregua, da y noche. Y venga suspiros y de
compasin y ms compasin, para que no se pueda uno escapar. Y compasin
tambin para el muerto, compasin a toneladas para todos, todos enterrados,
el muerto y los vivos y todos. Usted qu cree?, que un muerto necesita tanta
compasin?, que necesita de los vivos para algo? Por lo menos a l, que lo
dejen en paz, no le parece? (pg. 55)
.

Pilar Iglesias Aparcio


Asesora Tcnica de la Consejeria de Educacin de la Embajada de Espaa

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Elvira las escuchaba sin entrar en la conversacin, con los ojos vagando
por la repisa de su cuarto. Tena los pmulos salientes, las manos nudosas.
Jugaba sobre su falda negra, quitndose y ponindose un anillo de
aguamarina.
Te debas pintar un poco estos das, Elvira. Ests muy plida.
Plida? Yo la noto como siempre.
Adems, mujer, no se ha pintado nunca, se va a pintar ahora?
Parecera que estaba celebrando algo en vez de estar de luto.
Claro, pero es que lo negro come tanto. Tiene mala cara, no lo notis?
Yo deca una cosa discreta.
Qu ms da. Yo estoy bien. No lo hago por lo que digna, si tuviera
ganas de pintarme, me pintara.
El cuarto era pequeo, con cretonas de colores, bibelots y dibujos. Se vean
por la ventana los rboles del jardn de las monjas, unas puntas oscuras.
Y el estudio, Elvi, no lo pones?
Se ha cado el techo con la lluvia. Ya esperar a que pase el invierno
para arreglarlo.
Mujer, no des la luz, se ve bien todava.
Es que me pone triste esa media llovizna, qu tarde tan fea qu
pelcula vais a ver?
Una de piratas.
Elvira se levant a echar las persianas y se acord de que estara por lo menos
ao y medio sin ir al cine. Para marzo del ao que viene, no. Para el otro
marzo. Eran plazos consabidos, marcados automticamente con anticipacin y
exactitud, como si se tratase del vencimiento de una letra. Con las medias
grises, la primera pelcula. A eso se llamaba el alivio de luto. (113-114)
..
Elvira se qued sola. Se revel el runrn de una charla en el cuarto de al
lado. La voz de su madre. La de otra seora. Se tumb en la cama turca. Yo
las envidio, Luca, a las que son como usted- deca la visita-. Yo, cuando se
muri mi hijo, ya ve la desgracia tan grande que fue aquella, pues nada, ni un
da perd el apetito, fjese, y cada vez me pona ms gorda. Que era una
desesperacin aquello. Pareca que no sufra una.
Elvira se fue al despacho de su padre. Anduvo un rato mirando los lomos de los
libros a la luz roja de la lmpara. Ola a cerrado. A la madre le gustaba que
estuvieran los balcones cerrados, que se notara al entrar de la calle aquel aire
sofocante y artificial. Es una casa de luto, haba dicho. Elvira se asom al
balcn y respir con fuerza. Se haba levantado un poco de aire hmedo. Mir
los rboles, la masa oscura de los rboles a los dos lados de la calle estrecha,
iluminados de trecho en trecho por una luz pequea y oscilante que quedaba
debajo de las copas. Ya era casi de noche. El aire arrastraba algn papel por
las aceras. Enfrente estaba la tapia del jardn de las clarisas, alta y larga,
perdindose de vista hacia la izquierda: un poco ms all blanqueaba el puesto
de melones. Cerr los ojos, descansndolos en las palmas de las manos.
Luego los escalones, el cao, la casa donde est la carnicera, la iglesia de la
Pilar Iglesias Aparcio
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Cruz, la plazoleta, el andamio de la Caja de Ahorros. De nia, qu grande le


pareca la calle, los rboles, qu altos! Y el misterio, el miedo de perderse, el
deseo tambin. Los llamaban a voces desde el balcn, cuando estaban en lo
mejor, cuando empezaba a hacerse de noche: Nios, nios!, y ellos estaban
siempre ms all, escondidos en los portales, sentados en los salientes, en los
bordes, en los quicios, contando piedrecitas o mentiras, sumidos en un mundo
extenso e intrincado. Haba una calle muy cerca de la casa por donde no se
poda bajar; No vayis por ah, de ninguna manera; tena un farol a la entrada,
y en lo poco que se vea desde fuera era ancha, de casas bajas, sin nada de
particular. Entraba poca gente por all, algunas mujeres y hombres
desconocidos, seres privilegiados que haban desvelado el secreto. El barrio
chino- dijo un da una nia bizca que venda el cupn con su abuelo-, el barrio
chino, ja, eso es lo que hay ah, por qu lo miras? y a Elvira le dio vergenza
estar apoyada en al tapia de enfrente, espiando algn acontecimiento
maravilloso, separada de todos los nios, y le dijo a la chica: Ya lo s, te
crees que no lo saba?; pero todava pas mucho tiempo antes de que supiese
que las paredes de aquellas casas no estaban decoradas como los mantones
de Manila, y que la gente viva pobremente, sin tnicas ni kimonos multicolores,
que se llamaba el bario chino por otra cosa, qu sabe Dios por qu se llamaba
as. Cuando vena el buen tiempo, cantaban una cancin todos los nios,
cantaban sobre todo aquella cancin: Mes de mayo, mes de mayo, mes de
mayo primavera, cuando todos los soldados se marchan a la guerra La
cantaban cogidos de las manos, cabalgando la calle inacabable. La terminaban
y la volvan a cantar. Daban la vuelta cuando se acababa la calle. Daban la
vuelta cuando se acababa la cancin. Nio y nia. Brincaban, crecan, volaban;
a tapar la calle nueva, la calle que naca. Los nios agarraban muy fuerte de la
mano: corran ms deprisa y no las dejaban soltarse a ellas. Y a Elvira, cuando
empezaba a cansarse mucho, le gustaba echar la cabeza para atrs y dejarse
arrastrar como en un carrusel de caballos, oyendo cantar a los otros y no senta
ms que las manos de los nios que la cogan cada vez ms fuerte. Era muy
grande entonces la calle y estaba llena de maravillas. (pgs. 122-124)

Se inclin hacia ella, y Elvira se dej besar otra vez con un beso fugaz,
medio mojado. Luego le vio volver la espalda y sinti la puerta de la calle que
se cerraba. Se qued un rato largo sin moverse, sin pensar en nada, mirando
los libros de la biblioteca. Luego por la calle pas alguien y el taconeo de sus
suelas en el asfalto llen la habitacin. Todava estaba el balcn entornado y
se volvi a asomar, antes de cerrarlo. Los rboles, la tapia, la tienda del
melonero, por qu no se alzaban como una decoracin? Era un teln que
haba servido demasiadas veces. Le hubiera gustado ver de golpe a sus pies
una gran avenida con tranvas y anuncios de colores, y los transentes muy
pequeos, muy abajo, que el balcn se fuera elevando y elevando como un
ascensor sobre los ruidos de la ciudad hormigueante y difcil. Y muchas chicas
venderan flores, seran camareros, mecangrafas, seran mdicos, maniques,
periodistas, se pararan a mirar las tiendas y a tomar una naranjada, se
perderan con sus compaeros de trabajo entre los transentes, iran a tomar
un tranva para llegar a su barrio que estaba muy lejos. (pgs. 128-129)

Pilar Iglesias Aparcio


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FICHA DE TRABAJO
Pre-lectura: Decimos al alumnado que vamos a leer sobre Elvira y sus amigas, un
grupo de chicas de unos veinte aos, que viven en una ciudad espaola. Pero no
estaremos en la poca actual, sino en los aos cincuenta del siglo XX. Les pedimos
que pregunten a sus abuelas, u otras mujeres mayores de su entorno, sobre cmo era
su vida en su juventud: horarios, actividades, libertad, qu diferencia exista entre lo
que les estaba permitido a ellas y lo que estaba permitido a sus hermanos, etc., qu
obligaciones tenan, etc.
Lectura: Cmo era la vida de Elvira cuando era pequea?
A qu jugaba?
Jugaban juntos nios y nias? Qu recuerdos de infancia evoca Elvira desde el
balcn del despacho de su padre?
Cmo es la vida de Elvira en el presente (de la historia)? De qu habla con sus
amigas?
Por qu no puede ir al cine? Trabaja? Tiene alguna profesin?
Estudia? Cul es su porvenir?
Se podra realizar un proyecto de trabajo con esta lectura de fragmentos de Entre
Visillos, de Carmen Martn Gaite, y el relato La ta Cristina, de ngeles Mastretta. Las
dos protagonistas viven en sociedades similares: pequeas ciudades, muy
tradicionales, en que el nico porvenir para una muchacha de clase media, es el
matrimonio, bajo la aprobacin de la familia. Elvira se siente descontenta, pero acepta
esta situacin sin encontrar ninguna otra salida. Cristina toma las riendas de su
destino.

Pilar Iglesias Aparcio


Asesora Tcnica de la Consejeria de Educacin de la Embajada de Espaa

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