Bergamin Jose - Obra Esencial (Selección Nigel Denis)
Bergamin Jose - Obra Esencial (Selección Nigel Denis)
Bergamin Jose - Obra Esencial (Selección Nigel Denis)
es catedrtico de Literatura
Espaola en la Universidad de
St Andrews (Reino Unido).
Especialista en los prosistas de
la poca de pre-guerra (Gmez
de la Sem a, Gimnez
Caballero, Ayala, Daz
Fernndez), ha escrito varios
libros sobre la obra de Jo s
Bergamn.
Jos Bergantn
Obra esencial
Jos Bergamn
Obra esencial
S E L E C C I N Y P R O L O G O
D E N IG E L D E N N IS
TURNER
N D IC E
Prlogo....................................................................................................................
Ensayos
La decadencia del analfabetismo........................................................................
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La importancia del Demonio...............................................................................
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Un verso de Lope, y Lope en un verso.............................................................. 49
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Caldern y cierra Espaa. (Contra aventura, ventura)...................................
La estatua de Don Tancredo...............................................................................
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Pintar como querer. (Goya, todo y nada de Espaa)....................................... 87
Larra, peregrino en su patria (1837-1937)..........................................................
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Por nada del mundo. (Anarquismo y Catolicismo).......................................... 109
Cante hondo........................................................................................................... 121
Cervantes................................................................................................................. 131
Prosa lrica
Caracteres................................................................................................................
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Escritos taurinos
El arte de birlibirloque.......................................................................................... 161
El mundo por montera.......................................................................................... 187
La msica callada del toreo................................................................................. 195
Aforismos
De El cohete y la estrella...................................................................................... 227
De La cabeza a pjaros.......................................................................................... 247
Teatro
La nia guerrillera.................................................................................................. 279
La sangre de Antgona. Misterio en tres actos.................................................. 335
Poesa
Sonetos.....................................................................................................................
De R im as..................................................................................................................
De Del otoo y los mirlos.....................................................................................
De La claridad desierta..........................................................................................
De Apartada orilla..................................................................................................
De Velado desvelo..................................................................................................
De Esperando la mano de nieve..........................................................................
De Canto rodado....................................................................................................
De Hora ltima.......................................................................................................
Coplas.......................................................................................................................
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PR LO G O
Yo no estoy en m
ms que en aquello que escribo
J
os
B e r g a m n
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ig e l
e n n is
marzo de 2005
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ENSAYOS
L A D E C A D E N C IA D E L A N A L F A B E T ISM O
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La razn pone todas las cosas en juego de palabras. Las palabras son cosas
de juego. Las letras no lo son. Las letras no son cosas de juego. Una letra es
un arma de dos filos: por eso entra con sangre. Un abecedario en manos de un
nio es ms peligroso para su vida que el cartn de alfileres o que la caja de
cerillas o que el paquete de hojas de la mquina de afeitar... Y mucho ms, si
es de los que fingen tramposamente al pie de cada letra para engaarle: gallo,
mariposa, gaviota, elefante... As el nio podr tomar, luego, incautamente, todas
las cosas como all las vio o aprendi a verlas: alpie de la letra. As podr adquirir
de todo un mentiroso conocimiento literal y pedestre. Este es el primer golpe
que la letra le da al espritu: el ms certero. La letra atraviesa con su estilete
agudo el corazn analfabeto del nio, que podr no cicatrizar de esta herida,
no latir espiritualmente nunca ms.
La letra contra el espritu. Las letras contra el espritu.
La decadencia del analfabetismo la inici el siglo X V III, el siglo de las luces,
de las luces vacilantes, porque fue tambin el siglo de las letras firmes, el siglo
que puso las letras en candelero; el siglo X V III lleg a tener, segn Carlyle,
una romntica heroicidad. El ltimo hroe de Carlyle, el ms desmedrado y
el ms dbil, es el que l llamaba: el hroe como hombre de letras. El hroe como
hombre de letras no es el hombre de letras como hroe. El hombre de letras
como hroe vino despus, en el siglo X IX ; y vino a contrafigurar, ridiculamente,
en caricatura, todos los herosmos. Tuvo la angustia literal del hombre que siente
ahogar su voz por la letra que lo amordaza para robarle las palabras. La letra,
que, como ladrn, viene a robar la palabra viva del hombre, y como el ladrn,
calladamente: andndose con pies de plomo. Porque el pie de la letra, o los pies
de las letras, son de plomo. No bailan, no corren ni saltan, avanzan lentamente:
y pisan todas las cosas aplastndolas, para exprimirlas; por sacarles el jugo;
dejndolas secas y muertas, debajo, por esta brbara posesin material. De estos
pies literales hizo el hombre de letras su pedestal intelectualista: amonton
sus estiletes para subirse encima, y permanecer en lo alto inmvil, aislado de
todo, como un funambulesco san Simen estilita, pero ms absurdamente
endiosado o entusiasmado de su propio equilibrio irracional.
De tal modo se literaturiz la cultura, que lleg el hombre a encontrarse las
letras hasta en la sopa. E l hombre de letras quiso alfabetizar hasta su alimento: y
esta ridicula exageracin alegrica fue bastante significativa, pues estas letras
eran de la misma pasta, no que nuestros sueos, sino que nuestras letras; de la
misma pasta de una literatura o poesa letrada o literaturizada en la que tambin
se pasteuriza y esteriliza alfabticamente el pensamiento.
Ha habido una estilstica literaturizacin de la poesa. Por un alambica
miento sutil, la poesa se pasteuriza literalmente, esterilizndose: esterilizando
imaginativamente el pensamiento. Poesa destilada o esterilizada no es poesa
Pra: es poesa letrada o literaturizada. La poesa se hace literaria, alfabtica,
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que es como la flor de la hierba. La hierba se seca y la flor cae. Pero la palabra de Dios
subsiste eternamente. El analfabetismo andaluz puede gloriarse de esta efmera
floracin volandera. Un gran maestro del pensar analfabeto, don Miguel de
Unamuno, ha dicho que en Andaluca es donde se habla mejor el castellano
de toda Espaa. Y es porque en Andaluca el analfabetismo se ha defendido
mucho mejor contra las culturas literales. Las ms hondas races poticas del
analfabetismo espaol son andaluzas; el lenguaje popular andaluz es todava
el ms puro, esto es, el ms puramente analfabeto. Por eso el lenguaje popular
andaluz es precisamente el ms verdadero o verdaderamente el ms preciso. El
analfabetismo andaluz ama sobre todas las cosas la precisin de la verdad; lo
que equivale o es, en definitiva, amar a Dios sobre todas las cosas.
Al terminar el libro primero de su Docta ignorancia, que es, como dije, doctrina
espiritual del analfabetismo, escribe Nicols de Cusa: la precisin de la verdad luce
de un modo incomprensible en las tinieblas de nuestra ignorancia. E l poder de las tinieblas
de nuestra ignorancia, el poder espiritual del analfabetismo, es hacer lucir de
un modo incomprensible en nosotros la precisin de la verdad. No hay poesa
verdadera que no precise de esta lucidez espiritual que slo puede hallarse en
las tinieblas de nuestra ignorancia, ahondando, como dira Giordano Bruno, la
profundidad de nuestra sombra. As ahonda poticamente el pueblo analfabeto
andaluz las tinieblas de su ignorancia, cuando canta: cuando canta hondo. En
la profunda sombra de ese canto luce de un modo incomprensible la precisin
de la verdad; como en la poesa ms pura, o en la msica: la verdad que refle
ja, o en la que resuena -p or la palabra, por la voz, por el grito-, esta divina
espiritualidad popular o infantil analfabeta de Andaluca.
En el cante hondo andaluz no ve ni oye ni entiende nada el hombre cultivado
literalmente o literariamente: no ve ms que a uno, o a una, dando voces, y a
veces, dando gritos. Y es eso, dar voces y gritos, pero darlos precisamente con
verdadera precisin: fatal, exacta: porque es una diccin perfecta, esto es, que
dice a voz en grito la palabra. Y es que el cante hondo andaluz est en la palabra,
no en la msica, ni en la letra: como lo est toda poesa, que es por definicin
de Carlyle cante hondo, pensamiento profundizado hasta el canto: lo que no es
lo mismo que superficializado hasta el cantar. Toda poesa es palabra del hombre:
alma, soplo, espritu, sin ms gloria que la de la flor de la hierba; pero es palabra
viva y verdadera: palabra y no msica, ni letra. Cante hondo opleno oplano o llano
como el de la Iglesia analfabtica de Cristo.
El espritu es soplo y pasa, hermtico, como la brisa, aunque tenga tambin
el vuelo denso de la paloma: fuerza de pjaro en el aire, brioso aletear. Los nios
suelen tener miedo a los pjaros: si los persiguen, es por miedo ms que por
crueldad; les asustan, porque adivinan la potencia espiritual que significan en
el cielo; les temen como se teme a Dios: como temeran a los ngeles si los
vieran. Tambin el hombre persegua a Dios a fuerza de temerle: y Dios ceg
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cuando cree que juega. Todo el que se sale del juego potico de pensar est
perdido, irremediablemente perdido: porque deja la verdad de la vida, que es
la nica vida de verdad: la de la fe, la de la poesa, por la mentira de la muerte.
Quiere tomarlo todo sin fe, al pie de la letra; y ya vimos que todo lo que est al
pie de la letra es porque lo ha matado la letra, que todo lo que est al pie de la
letra est muerto. La decadencia del analfabetismo es, sencillamente, la deca
dencia de la poesa. El proceso de esta decadencia deca que podamos observarlo
en nosotros mismos, porque es la decadencia de nuestro pensamiento cuando
vamos perdiendo la fe potica, cuando nos vamos alfabetizando: y no tenemos
fe cuando no tenemos razn verdadera, razn pura, cuando hemos desarraigado
nuestro pensamiento de la poesa: cuando utilizamos o enajenamos nuestra
razn prcticamente; porque practicamos la letra en vez de practicar la palabra,
como dijo el apstol; y sta s que es enajenacin racional: la locura o la estupidez
del alfabetismo.
La razn potica de pensar del hombre es su fe. La poesa es siempre de los
hombres de fe: nunca de los hombres de letras. Los apstoles, como hombres
de fe por ser analfabetos, dieron su perfecta expresin potica a la vida de Cristo.
Comprense sus textos, poticamente puros, con cualquiera de las innumerables
vidas literales y literarias de Jesucristo que despus se han escrito: la de Renn
o la de Strauss o la de Papini... o cualquiera otra (exceptuando las extraliterarias
visiones analfabetas de los msticos: como la de Catalina Eymmerich). Estas
vidas literales de Cristo son pginas y pginas de vaga y amena literatura que
no dice ni una sola palabra de verdad: ni una sola palabra de verdad ni de
mentira, porque no son palabras lo que dicen, son letras; la palabra no se puede
decir ms que como la dijeron los apstoles y los santos: poticamente. Y es
que no todos los analfabetos, por serlo, necesitan ser santos, pero s todos los
santos, para ser santos, necesitan ser analfabetos. Porque no conoc las letras entrar
en los dominios del Seor, dice el Salmista.
Para conocer el temor de Dios verdadero hay que traspasar el dintel potico
del analfabetismo; lo otro, el miedo literal a la muerte, o a la vida, el miedo
totalizador alfabtico del vaco, no es temor de Dios, es terror pnico.
El terror pnico, que es el pantesmo literal, o sea la literalidad divina: la
confusin de Dios con el Demonio no es, literalmente, ms que una confusin
infernal, una confusin de todos los demonios; un pandemnium, como lo
fue la confusin literal bablica, pero sin consecuente difusin, sin don
analfabtico de lenguas que le suceda: sin redentora Pentecosts espiritual.
El miedo literal a la muerte del que no tiene razn potica de creer, o creencia
racional de poesa, es miedo literal al Infierno o miedo al Infierno literal; pues
no creer es, literalmente, creer en nada: creer literalmente en el Infierno; y no
en un Infierno espiritual o analfabeto como el de los griegos, el Infierno rfico,
ni el de la poesa catlica, sino en el Infierno literal de los muertos, alfabtica
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L A IM P O R T A N C IA D E L D E M O N IO
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con la luz solar. E l que nace todas las maanas, segn las palabras profticas, es,
para nosotros, el Demonio; su luz es nuestra luz: la sombra divina; lo cual aunque
parezca irnico, sera como decir que lo que denominamos nuestro sistema solar,
materialmente es el sistema mismo del Demonio; y que esta luz material en que
vivimos o de que vivimos no es otra cosa que como un chispazo, un corto-circuito
celeste: un contacto csmico de la voluntad positiva de Dios con la negativa del
Demonio. As mirado, no s si mal o bien mirado, desde ese punto de vista, que
fue el adoptado por el enorme poeta mstico ingls Milton en su Paraso perdido,
tiene para nosotros importancia capital el Demonio.
Pero no hay que alarmarse por ello; porque sucede que este punto de vista,
esta especie de potico ngulo de visin cinematogrfico para contemplar la
creacin divina (que fue el de los cabalistas y, por su influencia, el de Milton;
porque lo fue el de la secta materialista cristiana a que Milton perteneca, la
de los mortalistas, que hoy an creo que se conserva en Inglaterra con el nombre
de cristadelfos), este punto de vista es precisamente el punto de vista del Demonio:
y es claro que desde ste, su punto de vista, sea el Demonio lo ms importante
de todo: o aun, lo nico verdaderamente importante. Pero digo que no hay
que alarmarse por ello, porque de afirmar que el Demonio tenga importancia
a creer que sea lo nico que tiene verdadera importancia, hay un abismo, que
es el suyo, el de su cada, el de su infierno, el de su propia naturaleza abismtica.
Por eso, si no hay que quitarle al Demonio toda su importancia, tampoco hay
que darle demasiada, que es lo que ha hecho siempre, y se llame como se
llame en la Historia, todo materialismo, todo punto de vista exclusivamente
materialista, que es el punto de vista propio del Demonio. Esta complicacin
csmica que identifica nuestra luz solar, nuestra luz material, con la voluntad
negativa del Demonio, lo hace afirmando, como deca, que esta luz es sombra
divina: y digo que lo hace desde el punto de vista del Demonio -que es o puede
ser en muchos casos, si no siempre, el punto de vista de la ciencia-, porque lo
hace afirmando la ausencia de Dios: que es lo nico que sabe positivamente
el Demonio y que es lo nico que se puede saber positivamente por la ciencia.
En esta teora, la ausencia de Dios es la concentracin de la luz divina en s
misma. Es que Dios se vuelve de espaldas a lo creado y proyecta sobre nosotros
esa luz tenebrosa de su sombra, y entonces el mundo se convierte en el imperio
infernal, sombramente luminoso, de la materia, que es el imperio mismo del
Demonio. Por eso dice sanJuan en su Evangelio que Cristo ha vencido al mundo:
cuando vence al Demonio.
Como anglica criatura capaz de todas las ciencias, segn nos dice en un admirable
verso Caldern, tena el Demonio que inmortalizarse en su cada: perpetundose
en un infinito afn perecedero, en esa absorcin espiritual abismtica; por esa
vertiginosa precipitacin en su abismo, en el que vive o muere cayendo, porque
es una especie de muerte inmortal la suya: como la de la msica por el sonido
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una idea del Demonio, que esto lo lograremos slo concibindole imaginati
vamente unido o nico, o, como dijo en un verso admirable Vctor Hugo:
unificado por la sombra. E l ser mltiple -dice el verso de Vctor Hugo- vive en mi
unidad sombra. Es esta multiplicidad del ser unida por la sombra, la que nos da
una idea del Demonio; no una sensacin; su sensacin no nos puede dar idea,
sino sensaciones a su vez. As podramos decir que al Demonio se le percibe
como mltiple y se le concibe como uno: como nico. Porque una cosa es tener
sentido del Demonio y otra cosa es tener conocimiento de l.
Pero este sentido del Demonio lo tenemos todos: por sentido comn, y es,
ms bien, un tenerle sentido, o sensado como decan los msticos; tenerles
sentidos por los sentidos a los demonios; porque su sensacin, como digo, es
mltiple. Y es esto tan sutil, tan rpido, que apenas si dura una chispa: porque
es eso, precisamente, una chispa, un chisporroteo sensacional con que se pone
en conmocin el alma. Es una sensacin casi elctrica, por lo que se la ha llamado,
con razn, por el sentido comn popular, a esta presencia primera de los
demonios en nuestros sentidos o a estos demonios que nos causan tal sensacin,
los demonios encendidos, los que a su contacto nos chocan y es como si encendieran
de luz nuestras sensaciones. Y aun no son stos los demonios en el cuerpo, que todo
el mundo sabe perfectamente lo que son. Los demonios encendidos son los que
todava no han entrado en el cuerpo: aunque traten de entrar. De los demonios
en el cuerpo tenemos, en cambio, una ltima, petulante versin cientfica, conocida
de todos a travs de la teraputica que ha denominado su inventor Freud: el
psicoanlisis; con el cual se acude a explicar las misteriosas relaciones psquicas
reducindolas aun denominador comn, que para Freud es la sexualidad: pero
como entre sexualidad y sensualidad -dije alguna vez- no hay ms que una X de
diferencia, que es la incgnita por despejar, nos encontramos con que esta incgnita
-la X de la sexualidad- no puede ser despejada ms que por el Demonio: porque
detrs de esta X , como de toda X , que es una cruz, no puede estar ms que el
Demonio, no puede haber ms que un Demonio.
Y es que no es lo mismo tener idea del Demonio que tenerle sentido o que
tener sentido del Demonio: un cierto sentido. Se puede no tener idea del
Demonio y tener sentido de l: como se puede no tener sentido del Demonio
y tener, en cambio, su idea: una idea; slo que una idea aproximada: porque
el que no tiene sentido del Demonio es porque no lo tiene sentido, porque no
lo ha percibido nunca en sus sentidos, al Satans bblico, al tentador; y el que
no ha sido tentado por el Demonio no podr nunca tener una idea clara de l.
Estoy por decir que ni del Demonio ni de nada; porque no tener sentido del
Demonio es, sencillamente, no tener sentido comn; ya que es el sentido comn
ese cierto sentido -sentido de lo cierto- que nos pone de manifiesto al Demonio.
A este cierto sentido del Demonio, por lo mismo que es cierto y no dudoso, es
a lo que suele denominarse supersticin. Por lo mismo que es cierto y no du
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Demonio. Pues si todo el que se suicida, se suicida -com o deca Stendhal- por
falta de imaginacin, todo el que se inmortaliza, lo hace, por el contrario, por
sobra de imaginacin; por fe, que arraiga en su total incertidumbre viva: en la
propia y dichosa vida que tiene; en la imaginada apariencia luminosa de esa
vida, que es su animacin, que es su alma.
Por falta de imaginacin se afirma todo lo que es nada, es decir, todo lo que
es Demonio o del Demonio, o Pandemnium: la muerte y el infierno, la muerte
inmortal. Lo que pasa es que como queremos representarnos el Infierno
cometemos la paradoja de creerlo imaginativamente dndole positividad a la
negacin. Por imaginacin sobrante, por exceso de vida, se afirma todo lo
que es de Dios, o divino, lo credo y lo creado, lo dudoso, lo incierto, lo vivo,
lo animado, lo inmortal: y esto, precisamente esto, que es la fe en lo creado
o en lo que se crea, que es la fe en Dios, es lo que convierte en sombra, en
humo, en nada, en vaco de supersticin al Demonio: pero esto slo; porque, sin
ello, sin la fe, sin la duda o las dudas, sin la viva imagen de todo lo divino en
nosotros, sin esa luminosa semejanza creadora nuestra con Dios, todo se hace
mudo y sombro, todo oscuridad y silencio, todo certeza absoluta de la muerte.
El reino plutnico del Demonio; la ausencia permanente de luz, de vida, de
verdad, de Dios.
Si todo lo dems es silencio, como afirma Hamlet para morirse, es porque ese
resto, ese todo lo dems, es nada, es la voluntad del Demonio. Llegar a ser nada
de ese modo, morir, como vivir, as, sin que nos quepa la duda de nada,
habindonos podido caber la fe de todo, es quedarnos solos definitivamente
con el Demonio para siempre: es integrarnos o reintegrarnos en su negadora
voluntad. Es cumplir un pacto sombro. Y esto importa mucho: porque, en
verdad, el hombre no est nunca solo: o est con Dios o est con el Demonio.
La soledad del hombre sin Dios -que quera Nietzsche- no es otra cosa que el
Demonio; no es otra cosa, en definitiva, que la mala compaa del Demonio.
Tenemos, pues, la supersticin del Demonio compuesta de su supersticin
o su sentido, que es el que nuestro sentido comn nos dice, y esclarecida o
alumbrada de su conocimiento, cuando nuestra inteligencia nos ofrece, por
desnuda de toda representacin imaginativa que est, una certeza: la de nuestra
sombra, nuestra soledad, nuestra muerte... Una certeza viva: que es la certeza
de la muerte.
No debe sorprendernos el encontrar-escribe Bergson- que nuestra inteligencia, apenas
formada, fue invadida por la supersticin: porque un ser esencialmente inteligente es
naturalmente supersticioso: ya que slo es posible la supersticin en los seres inteligentes.
La inteligencia, apenasformada, fue invadida por la supersticin. Trasladando esta
afirmacin bergsoniana al puro lenguaje imaginativo, tendremos la expresin
bblica del primer encuentro, en el Edn, del hombre con el Demonio. No en
vano ha confesado un gran poeta catlico contemporneo, Paul Reverdy, que
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literaria del Demonio. Goethe, hombre de letras -e l hroe como hombre de letras,
le llam Carlyle-, de letras, no de espritu, ni de espritus, en su diletantismo
cientfico y potico incurri en grave pecado de humorismo por eludir
supersticiosamente, sin saberlo, la supersticin natural y sobrenatural del
Demonio. El pecado original del humorista, de cualquier humorismo, es el de
no ver ms all de sus propias narices. Si todas las cosasfiieran humo, las conoceramos
por las narices, deca Empdocles. Al humorista le da en la nariz el tufillo de la
chamusquina del infierno con que la supersticin, popular o teatral, envuelve
la figuracin personal del Demonio. A Goethe le dio en la nariz de ese modo,
teatralmente, figurndose que con eso eluda la terrible batalla que todo
verdadero creador imaginativo, todo verdadero poeta, tiene que tener con el
Demonio.
Y es que el humorista monta sobre su larga o corta nariz los cristales ahumados
con que mira, velndose los ojos con ellos para no deslumbrarse por la luz
de ningn fuego del que cualquier humo precursor le advierte. Ni al sol ni a
la muerte se les puede mirar con fijeza, dijo el malhumorado La Rochefoucauld.
Por no poder ver al Demonio, por no mirarle -por no contar con l en defi
nitiva- se frustraron grandes creaciones, grandes o pequeas, pero creaciones:
obras de poesa. La colaboracin del Demonio es oponerse a ellas; es oponerse
a que una creacin se haga; pero esta oposicin misma es la que sirve, por su
resistencia, de apoyo a la obra creadora. Sobre el blanco catico del papel, la
lnea levsim a del trazo de una sombra ilumina un volumen imaginativo
csmicamente. Porque hasta el mismo humo -d eca Ingres- se tiene que
expresar por un trazo. Hasta el mismsimo humorismo se tiene que sealar o
significar por el Demonio.
No hay obra potica verdadera en la que no podamos percibir claramente
como enigma de su vitalidad esta ineludible oposicin espiritual del Demonio.
El poeta que prescinde de ella, se queda solo, sin poesa; y tiene que sustituirla
por otra clase de invencin que es una simulacin de poesa. Acaso no sea
otro que ste el origen imaginativo de la novela; del novelar: de toda clase de
noveleras. El dramatismo espiritual de Don Quijote empieza a las puertas del
Infierno: donde lo abandon Cervantes; quien, por ferviente y autntico
catolicismo tuvo que salvar al bueno de Alonso Quijano, condenando a su sombra
quijotesca a que vagase eternamente sola por el peor de los infiernos posibles;
los suburbios infernales de la muerte; ms all o ms ac, pero fuera del orden
divino. El secreto vivo de la espiritualidad catlica de la obra de Cervantes es
ese fracaso de poesa en que la novela se entraa. Por eso es la novela de las
novelas, verdaderamente: porque es la novela de la novela; la novela del novelar;
la conciencia misma del novelar, del alma de la novelera o caballera ms
endemoniada. Al Demonio se le dice por el pueblo en Andaluca, como a Don
Quijote: el Caballero, ese Caballero.
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Toda gran novelera o caballera andante del pensamiento lleva en sus entraas
dibujada una viva imagen del Demonio: la figura de su cada anglica. Una
poesa, una creacin frustrada, es eso precisamente y eso slo; la figuracin
dramtica o melodramtica del adversario de toda creacin divina; el rostro
luminoso de la sombra.
Cuando Vctor Hugo, por novelista fracasado -todo lo contrario de Goethe
y de Cervantes-, esto es, por poeta triunfante, levantaba la fantstica figuracin
de su Leyenda de los siglos, alzndola como un muro contra el Demonio,
proyectaba sobre ella, sobre ese muro, ese lienzo o sbana cinematogrfica
de sus visiones, la ntima lucha anglica de la poesa eterna. Transfiguraba el
novelar en poesa, en creacin imaginativa. Por eso le llam a ese sueo, a
esa creacin imaginativa de su pensamiento, en un verso adm irable: una
inmovilidad hecha de inquietud. Esa inmovilidad hecha de inquietud es la forma de
una poesa en que como en la griega de Apolo y Dioniso se conjugan
divinamente la luz con la sombra. Esta lucha invisible del mundo anglico y
el demonaco, que era para los griegos la razn nica de la poesa, en todas sus
artes, como en todas sus partes, se nos revela, efectivamente, como el ntimo
secreto entraable del pensamiento imaginativo, de la imagen potica del
mundo. En uno de los mejores lienzos poticos del viejo Brueghel se nos
representa como asunto la lucha anglica: la cada de los ngeles rebeldes, que
es el trasunto espiritual invisible de toda verdadera poesa en cualquiera de sus
formas artsticas: msica o pintura. Una inmovilidad hecha inquietudes la paz o
la guerra que envuelve como un sudario en su misterioso y enigmtico ser al
pensamiento cuando ste se expresa en imgenes, por el aire y la luz, por la
palabra o la pintura o la msica, lenguajes o lenguaje al que llamaba Blake
del Paraso: del Paraso perdido.
En la prdida del Paraso acaba la poesa y empieza la novela del hombre.
Por la importancia, la influencia, que en su vida toma el Demonio. Todos los
lenguajes paradisacos, poticos, creadores, se pueden hacer igualmente de
novelera o noveleras: por la palabra como por la msica o la pintura, por el
aire y la luz. As ha habido tambin grandes novelistas en pintura y en msica,
grandes poetas frustrados: un Wagner o un Verdi o un Beethoven, como un
Velzquez o un Rembrandt o un Goya.
Por no alargarme en seguir al Demonio por los aires, por el sonido, por la
msica -que es por donde con ms facilidad se nos escapa: entrndonos por
un odo para salimos por el otro; robndonos la fe, si puede, de paso-, fijaremos
la atencin brevemente en ejemplos plsticos. En la pintura o pinturas que
digo novelescas o poticamente frustradas, la de Rembrandt, la de Velzquez,
la de Goya, el Demonio se encara o se descara o se enmascara o desenmasca
ra luminosamente. Mientras que en la pintura de Rembrandt se emboza o
enmascara de luz por la sombra, para ocultar su voluntad sombra, la oscura
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del Demonio diciendo: que es la primera o principal criatura que hizo el Seor para
que se burlasen de ella sus ngeles. La verdadera invencin potica es una burla
anglica del Demonio.
Sabemos que, una vez, se le apareci el Demonio a san Atanasio para que
jrsele de Dios porque consenta que se burlasen de l hasta los nios. No hay
arte potico, se dira, pintura, msica, poesa, no hay verdadero arte potico
que no sea este juego anglico de birlar o burlar al Demonio, como en los juegos
infantiles: burlar y birlar al Demonio el cuerpo y el alma. Burlarse del Demonio
es cosa de poesa, porque es cosa de nios y de ngeles: de inteligencias puras,
de criaturas espirituales. Por eso, cuando el poeta, el pintor o el msico, los
creadores imaginativos que manejan esos lenguajes espirituales o inteligentes
puros, paradisacos, no burlan al Demonio, birlndole como los ngeles, el
Demonio se burla de ellos, birlndoles su pintura, o su msica, o su poesa;
los burla quedndose con su pintura, o su msica, o su poesa.
Pero burlarse del Demonio no es cosa de broma: los que verdaderamente se
burlan del Demonio, que son los nios y los ngeles, son los que no lo toman
nunca en broma. Ningn arte verdaderamente potico toma al Demonio en
broma. Burlarse del Demonio no es cosa de broma, sino de veras, y tan de
veras!: como de burlas; de veras y de burlas. Que esto es lo que hace el pueblo
como creador infantil imaginativo que es: burlarse de veras del Demonio. Porque
el pueblo sabe, como el poeta y como el nio, que burlarse de veras del Demonio
es hacerse como los ngeles: ganar el cielo: o sea, salvar el arte, que es salvar
el alma: graciosa y anglicamente. Como el torero sabe que burlarse verdade
ramente del toro, burlarse de su oscura embestida impetuosa es tambin salvarse
del todo: salvar el cuerpo y salvar la vida.
Efectivamente, ninguna creacin imaginativa del hombre se hace ni se ha
hecho sola: sino segn la voluntad de Dios o la del Demonio. Toda verdadera
creacin o poesa lo es porque se hace contra el Demonio, adversario de toda
creacin humana o divina. Y esto lo sabe el hombre en cuanto es hombre:
que es lo mismo que decir que lo sabe en cuanto es nio. Todas las creaciones
imaginativas humanas son una burla y birla anglica del Demonio, a quien, por
eso, era costumbre del pueblo infantil o catlico espaol sacar teatralizado
por las calles, entre mangas y capirotes, sacndolo en las procesiones como
tarasca, grotesca figuracin del Dragn bblico; respondiendo as el pueblo
catlico espaol espiritualmente, por la fe, con su hondo pensar y sentir
analfabeto a las palabras profticas del salmista en las que se nos dijo del
Demonio: ste es el Dragn queformaste para burlarle. Y por cierto que en el texto
hebreo est dicho de este otro modo: ste es el Leviatn queformaste para quejugara
con el mar. Que ste, sin duda, es el mismo Dragn que vio san Ju an en su
Apocalipsis, persiguiendo por el mar y la tierra a la mujer a la que no consegua
atrapar por ningn lado: por lo que, cansado de seguirla o perseguirla, se qued
47
U N V E R S O DE LOPE, Y LO PE EN UN V E R SO
iL-/olemos decir que nos falta tiempo para todo, que no tenemos tiempo para
nada. Y es verdad, y precisamente porque nos falta tanto tiempo no podemos
perderlo; pero no porque no queramos, sino porque no podemos. No pode
mos perder el tiempo que nos falta. Pues qu ms quisiramos que perderlo!
Que poderlo perder!
Voy a intentar perder un poco de tiempo y hacroslo perder, pensando, re
cordando a Lope de Vega, a ese gran prdigo del tiempo que fue nuestro poeta.
De toda gran poesa, de toda poesa, se ha dicho que debe o puede deducirse
siempre una enseanza. Ya s que hay muchos moralistas baratos que temeran
sacar ninguna de la poesa como de la vida de nuestro Lope, yendo en l la vi
da y la poesa tan aparentemente unidas, tan juntas. Y sin embargo, la ensean
za que la vida y la poesa de Lope nos ofrecen merece meditarse. Tal vez con
ello rompisemos graves prejuicios que paralizan nuestra vida misma y nuestro
pensamiento. Porque la ejemplaridad de nuestro Lope nos afecta tan vivamen
te, que aun leyndole hoy, al cabo del tiempo, de tantsimo tiempo perdido, nos
parece nuevo, tan nuevo como a sus propios contemporneos, que le tuvieron
justamente, por peligrosamente nuevo, por revolucionario.
Voy a recordar un verso de Lope, un solo verso, para recordarlo todo entero.
Deca un crtico francs que hay poetas que se expresan generosamente en una
creacin constante, y tan extensa, que padece su obra misma por no concen
trarse en algn libro capital y nico. Y que hay otros, por el contrario, que con
centran todo su esfuerzo creador en un solo libro, en una sola obra o un solo
poema, y, casi como en resultado extremado, en un solo verso. La opinin vul
gar considerara a nuestro Lope de los primeros. Un poco de atencin en su
lectura nos hace considerarle a nosotros, no solamente como de estos ltimos,
sino como de los otros tambin y al mismo tiempo. Es decir, que toda la enor
me, casi innumerable, labor potica de nuestro Lope nos ofrece estas dos vertien
tes: una, la de su extensin casi indefinida en el espacio: comedias, poemas, versos
incalculables... Otra, la de su intencin nica en el tiempo: cualquier comedia
o poema o verso, escogido al azar, nos ofrecer seguramente este sentido capital
y nico a que el poeta crtico francs se refera.
As, un poco al azar de lecturas recientes, me llega de pronto, como enuncia
do o como tema del momento, aquel verso de Lope que en un reciente estudio
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50
tiempo Lope con esta comedia del amor a todos y a cada uno de sus espectado
res. Nos lo hace perder a nosotros el leerle.
Perder el tiempo! Y qu es el tiempo?
Consultemos a los filsofos. Uno de ellos, tambin algo Belardo, contempor
neo de los otros, contemporneo nuestro, nos explica la naturaleza del tiempo
de este modo:
Dando de lado a toda cuestin del tiempo nico, queremos dejar establecido
esto: que es imposible hablar de una realidad que dura, sin introducir en ella una
conciencia. El metafsico har intervenir una conciencia universal. El sentido
comn pensar en ello vagamente. El matemtico no tiene por qu ocuparse de
eso, porque lo que a l le interesa no es la naturaleza de las cosas, sino su medi
da; aunque si llegara a preguntarse qu es lo que mide, si fijara su atencin so
bre el tiempo mismo, necesariamente tendra que representarse una sucesin, y por
consiguiente un antes y un despus, por consiguiente un puente entre ambos, por
que si no no habra ms que uno u otro, pura instantaneidad; luego, es imposi
ble, repetimos, imaginar o concebir el trazo que une el antes con el despus sin
un elemento de memoria, y por consiguiente, de conciencia.. Sin una memo
ria elemental que enlace estos dos instantes uno con otro no podra haber ms
que uno de los dos, un instante nico, y por consiguiente, no habra antes y des
pus, no habra sucesin, no habra tiempo.
Este sucederse a s mismo, que encierra ahora para nosotros todo el sentido y
razn de ser de nuestro Lope cuando nos dice por Belardo que eso es lo que
hemos de pensar, el que, pasando los tiempos, l se sucede a s mismo, quiere decir,
en definitiva, que hay entre el pasado y el porvenir, entre el antes y el despus de
lo que vivimos, de lo que duramos, como un puente, un trazo, una sucesin,
que es nuestra conciencia por ese elemento espiritual, que es la memoria; es
decir, el alma. El genio, nos dijo Barres, es tener alma. El genio de Lope es su
alma. Genio creador, potico; es decir, animador del mundo, de sus mundos
imaginativos. Y esta alma, que por la conciencia del tiempo, por el sucederse a
s mismo, nos expresa Lope, es la que engendra o crea su obra, sus obras, por
su vida, tan luminosamente, porque la expresa y la subraya una lnea de sombra;
la que por su propia libertad de vivir o al vivir, libertad de amor y de amores,
le enciende y apaga de pasin, de pecados. Esta es toda la vida de un hombre, la
de Lope:
Un relmpago de luz
que el aire de sombra escribe.
Si yo paso mi dedo por una hoja de papel sin mirarla -nos dice Bergson-, este
movimiento que realizo, al percibirlo desde dentro, es una continuidad de con
ciencia, es algo como mi propio fluir interior; es, en una palabra, duracin. Si,
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por el contrario, abro los ojos, ver que mi dedo traz sobre la hoja de papel
una lnea seguida, en la cual todo es yuxtaposicin y no sucesin; tengo aqu un
desenvolvimiento que registra un efecto del movimiento y que puede ser su
smbolo. Y esta lnea puede dividirse, puede medirse. Dividindola y midin
dola podr llegar a decir, si as me resulta ms cmodo, que divido y mido la
duracin del movimiento que la traza. Es verdad, por tanto, que el tiempo se
mide por medio del movimiento.
Poco importa, por otra parte, que sea un mvil cualquiera el que adoptemos
para contar el tiempo. En cuanto hemos exteriorizado nuestra duracin propia
como un movimiento en el espacio, todo lo dems se seguir del mismo modo.
A partir de esto, el tiempo se nos aparecer como el desenvolvimiento de un hilo,
esto es, como el trayecto que sigue aquel mvil encargado de contarlo .
Yo me sucedo a m mismo -nos dice Lope-. Nosotros proyectamos esta sucesin,
este hilo en que estuvo su alma, en que est su vida, en el espacio, vindolo
cmo ante nosotros se extiende por sus obras dramticas, por su teatro. Este teatro
es efectivamente funcin dramtica de su ser, es su modo de perder el tiempo y
de hacrnoslo perder a nosotros. Es, como toda representacin de un movimiento
en el espacio, el trazo o el hilo que lo mide, el hilo del tiempo por el que queremos
sacar el ovillo de la eternidad.
Yo me sucedo a m mismo -nos dice Lope-. Cerremos los ojos, atendamos, como
nos aconseja el filsofo, a percibir esta sucesin en nosotros, sin verla o mirarla
fuera, en el espacio, sin proyectarla o escenificarla, sin teatralizarla, en una pala
bra, en el mundo. Esta sucesin personal de Lope la percibimos de este modo,
lricamente, como una meloda. Una meloda que nos encanta como aquella de
Dante, porque no entendemos su letra. La letra est fuera, en el espacio, escrita
sobre el papel como la escritura del pentagrama. La meloda, la msica, est
dentro, en el tiempo, en nuestro tiempo vivo, en nuestra duracin ntima y pro
funda, fluida como la sangre que nos expresa esta sucesin de nuestro ser en
nosotros mismos. A la extensin dramtica de la vida de Lope por la poesa
responde esta otra intencin lrica de su poesa por la vida o para la vida.
Y a todo hombre le sucede lo mismo: porque se sucede lo mismo en el tiempo
y en el espacio. En el espacio se conduce o se mide. Por eso decimos la lnea de
conducta, porque la conducta de la vida es efectivamente una lnea: un signo en
el espacio.
La vida de Lope puede parecemos desarrollada en el espacio como una serie
de actos o sucesos humanos peligrosamente amorales, si no inmorales. Y as
puede juzgarse. Si no fuera por su poesa, as debera juzgarse. Pero su poesa
est aqu para decirnos lo contrario, porque gracias a su poesa podemos perci
bir el engao de esa escritura del papel, de esa letra muerta de su vida, por lo
que el proceso moral que por lo que en la vida le sucede quisimos entablarle,
no es verdadero, es letra muerta, escritura torpe, torcida. Detrs de eso, por su
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poesa, percibimos muy otra cosa; recibimos fluida, melodiosa, lrica, la vida
creadora del poeta en el tiempo eterno de su ser, que es nuestro mismo tiempo
y que dejaba dramticamente en el espacio ese trazo, esas lneas torcidas, esos
despojos.
Dios escribe derecho con lneas torcidas, nos dice el proverbio. Lo que Dios escribe
en nosotros por dentro no pueden decrnoslo ms que los poetas, los artistas.
Gracias al arte, a la poesa, sabemos que Lope, gran pecador, no fue como podra
afirmarse frvolamente - y as se ha afirmado por cierto protestantismo mo
ral-, un sinvergenza. Aunque un sinvergenza es, naturalmente, mucho menos
que un pecador; porque un pecador lo es sobrenaturalmente.
La poesa de Lope transparenta una vida creadora. Como toda vida. El poeta
se diferencia de los dems, de cualquiera de nosotros, en que por esta obra de
amor que en definitiva realiza, por estas construcciones o figuraciones imagina
tivas que nos deja como testimonio permanente en el lenguaje, justifica toda su
vida, cualquiera que sa sea: porque nos ensea con su poesa y por su poesa que
el hombre se sucede siempre a s mismo, y que esta sucesin viva del hombre
es invisible y misteriosa para el hombre. Si el poeta escapa a este juicio humano,
lo hace, como el santo, por el testimonio de sus obras de amor.
La lnea que traza en el espacio una conducta viva es un jeroglfico insignifi
cante para el hombre. Lo que el poeta tiene de divino es el arte de encontrarle
a estos jeroglficos humanos, a estas vidas nuestras, su significado profundo o
trascendente. Y esto lo hace el poeta a costa de s mismo, de su propia vida.
A un poeta como Lope, que nos ha dado tal riqueza de vida por las signifi
caciones humanas que descifra, slo un farisesmo mojigato e incomprensivo
puede reprocharle, por no entenderlo, esa lnea torcida de la conducta, ese grfico
de su fiebre, que en altibajo y zigzagueo nos dej marcado en el espacio, al moverse
en su vida exteriormente, impulsado por el amor, por sus amores. Nosotros, como
quiere el filsofo, debemos aplicar a la medida de esa lnea que por la vida le
conduce la del mvil espiritual que le es ms propio: la del tiempo que por
amor perda. Slo del tiempo estoy arrepentido, nos dice Lope para mejor ejemplo
nuestro y escndalo de mojigatos y fariseos.
Este verso de Lope sobre el que hemos venido meditando, smbolo de su eterna
vitalidad, este yo me sucedo a m mismo, puede sernos motivo que nos sirva para
volver los ojos a su obra con toda la limpia e ingenua atencin que se merece.
Seguramente encontraramos en ella cada vez nuevas sorpresas y nuevas ale
gras, porque encontraremos con ello indudablemente en nosotros conciencia
de nosotros mismos, de lo que nos sucede al sucedemos a nosotros mismos: de
la vida ascendente, creadora; de la fe, de la poesa; conciencia de la libertad.
(C O N TR A A V E N T U R A , V E N T U R A )
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no seremos lo que soamos. Pues, mientras, todos suean lo que son, pero
ninguno lo entiende .
Cmo entendi Caldern su sueo? Cmo so hacrnoslo entender,
drnoslo a entender? Preguntar esto equivale a preguntarnos cmo vivi, qu
fue su vida.
Su vida -nos dice Menndez y Pelayo- fue larga, quieta, serena y siempre
honestamente ocupada . Vida oscura. Una vida, en suma, diremos, muy bien
acondicionada para el sueo. Y para los sueos. Para que ninguna cosa ajena
perturbara al alma el soar. Alma que suea es alma que cree, porque crea,
imagina, se puebla de vivas imgenes, como en sueos; de vivsimas figuraciones.
Es, como si dijramos, la del que suea, un alma en libertad. El para qu de la
libertad de un alma es este sueo, este lujo de poder soar. Vida honestamente
ocupada, para no interrumpir con preocupaciones, con inquietud, el sueo. Y
el entendimiento del sueo; que es tambin sueo de entender. Una vida quieta,
serena, sosegada, una vida soada -o que ni soada- es una vida verdaderamente
creadora. Una verdadera vida de fe. Y, por consiguiente, de esperanza.
Alma en libertad, decimos, la del que suea. Pero esta libertad, no es entonces
sueo tambin, ilusin y sombra? La vida quieta de Caldern se puebla de
sueo, de sueos, de vivas imgenes creadas, de vivsimas figuraciones.
Conocemos al hombre por estos sueos: por su sueo conocemos su vida. Vida
oscura la del poeta que nos expresa en la libre animacin de lo soado esta
verdad humana de poder crear, de poder creer, de ser o de poder hacerse sueo.
Sueo de vida. A l soador lo llamar Rubn Daro imperial meditabundo . El
imperio meditabundo de la noche estrellada de los tiempos ofrece a Caldern
su manto, su gran teln de fondo, para el gran teatro del mundo , de la vida;
para el maravilloso retablo teatral de su pensamiento. Y suea la vida en l, o
por l, lo que sea; suea lo que es: vida. Piensa, luego suea, Caldern. Transmuta
el pensamiento en sueo, como hizo Dante. Transmutacin mgica, prodigiosa.
Hay que entrar, hay que enterarse, adentrarse en esta noche cerrada del
pensamiento transmutado en sueo de Caldern, para entender, para saber su
vida; que no es otra cosa, en definitiva, ms que un saber entender el sentido
y la razn de la vida; lo que es la verdad de su sueo, de su creacin o figuracin
ms humana, por ms divina; la verdad, en definitiva, de una fe, de una viva
fe, que se hace, que se hizo en nuestro poeta, una viva voz, una voz en grito.
Y as nos ha llegado hoy a nosotros la vida del poeta, como un sueo, en la
creacin, de un teatro que vive an para nosotros por su voz: la voz popular y
divina que supo poner tan claramente su pensamiento en el cielo, como un grito.
El teatro con que cierra Espaa Caldern es un grito puesto en el cielo; una voz
que todava, para nosotros, hoy, enuncia su palabra maravillosa, la palabra de
aquella fe espaola; la palabra mgica, prodigiosa, de libertad. La palabra del
cristianismo.
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II
L a puerta
(mejor dir funesta boca) abierta
est, y, desde su centro,
nace la noche, pues la engendra dentro.
6o
libertad; la del libre albedro de su alma soadora que es esa dignidad humana
de ser libre; sa es la honra del ser humano, su verdadero honor. Pero esta
libertad humana puede sernos o aparecemos dominada, injustamente sometida
a otras cosas, a tirnicas voluntades humanas o celestes. A leyes, en suma,
arbitrarias, injustas, opresoras. Cmo estas divinas criaturas humanas -Segis
mundo, Sem ram is- pueden ser violentadas, oprimidas, tiranizadas, por la
voluntad de otros hombres o por misteriosas voluntades celestes que la soacin
de los hombres se dice interpretar? Cmo teniendo estas criaturas ms alma
que las aves, mejor instinto que las fieras, ms puro albedro que el pez, ms
vida que el arroyo de agua que entre flores se desata, tienen menos libertad?
Quin puede tener razn y poder para esclavizarlas? El mundo humano?
El poder o poderes humanos de este mundo? Pues cmo es eso? Qu razn
de estar tiene el mundo contraria a esa divina razn humana de ser? No es
natural que el hombre nace libre? O es que hubo, hay delito para el hombre
en el nacer? Por qu clama al cielo este delito?
Ni por soacin piensa Segismundo apartar de su alma la conciencia culpable
de este delito de nacer, de haber nacido hombre; el delito mayor del hombre.
Esta culpabilidad o conciencia humana, sin embargo, empieza por dejarla
aparte , y no para apartarla de s mismo el lamentador, sino para justificar su
lamentacin por la desigualdad de que es vctima, ya que todos los dems
seres humanos, partcipes de esta misma conciencia, de este mismo delito de
nacer, de haber nacido, tienen, por su alma, por su instinto, por su albedro, por
su vida, ms libertad; una libertad de la que Segismundo, Semramis, inteli
gentes, hijos del aire y de la luz, criaturas tan divinamente racionales, en suma,
se ven privados. Qu privilegios hay en el mundo para otros, para los dems,
que ellos no tienen o han perdido? Injusticia terrible que enciende en sus nimos
poderosos el afn vengativo de recuperarla. El odio entonces, la ira, el orgullo
y la soberbia se apoderan de estas figuras luminosas, anglicas, del hombre y
la mujer -Segismundo y Semramis-, Su propia naturaleza racional les enciende
de pasin anglica rebelde, como al ngel cado. El presagio parece cumplirse
porque su misma previsin humana por evitarlo lo provoca. En Segismundo,
a medias. En la hija del aire, por completo. Porque en ella, la tentacin sat
nica se verifica doblemente. Esto es, en su doble rebelda contra lo divino y lo
humano. Como en Eva. Pero en ambos aparece evidenciada por el poeta esta
terrible necesidad de la libertad divina del hombre. Terrible por su riesgo
-mortal e inmortal-. Por su aventurada ventura.
Todas estas figuraciones dramticas de Caldern parecen desdoblarse en
una contradiccin aparente. De un lado, al mostrarnos la ineludible consuma
cin de su destino trgico, el cumplimiento del presagio celeste, aceptan la
fatalidad, escrita en los cielos, de una vida sometida a esa voluntad de los
astros. Mas, por otra parte, nos ensean la libre voluntad del hombre para
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contraria a la fe; pero como no solamente las cosas naturales, sino tambin
las cosas humanas que perecen provienen de la casualidad, estn sometidas
a la Providencia divina, necesario es referirlas a la accin ordenadora de la
divina Providencia. En efecto: el destino comprendido en esta acepcin se
refiere a la divina Providencia aplicada a las cosas, segn el pensamiento de
Boecio que dice que el destino es la disposicin, esto es, la ordenacin inmvil,
inherente a las cosas mviles. Aunque el origen de la divina Providencia
aplicado a las cosas sea cierto, lo que obliga a decir a Boecio que el destino
es una disposicin inmutable inherente a las cosas mviles, no se sigue de
aqu, sin embargo, que todo suceda por la ley de la necesidad... Qitod non
omnia sunt ex necessitate (op. cit., captulo c x x x ix ). No todas las cosas estn
bajo el imperio de la necesidad, y al no estarlo, mejor, por no estarlo, verifican
el orden divino. Cuando Semramis o Segismundo cumplen su destino, es
porque lo aceptan libremente. Sin paradoja. Porque no ponen fuerza de
voluntad en desviarse de la voluntad de los astros. Por lo mismo que la
mutacin de los cuerpos inferiores est sometida al movimiento del cielo -nos
dice tambin santo Toms {op. cit., cap. c xxv m )-, por lo mismo las operaciones
de las potencias sensitivas estn sometidas al mismo movimiento, aunque
por accidente; y as es que el movimiento del cielo tiene cierta influencia
indirecta sobre el acto del entendimiento y de la voluntad humana, en cuanto
que la voluntad est inclinada hacia algunas cosas por la fuerza de las pasiones.
Pero como la voluntad no est de tal modo sometida a las pasiones que se
vea obligada a seguir su impetuosidad, sino que tiene ms bien fuerza para
reprimirlas con el juicio de la razn, se sigue que la voluntad humana no
est sometida a las impresiones de los cuerpos celestes y, por consiguiente,
tiene la eleccin libre para entregarse a ellas o resistirlas. No es otro que
ste el argumento teolgico, argumento dramtico, permanente en el teatro
de Caldern. El argumento de La vida es sueo, de La hija del aire, de E l mgico
prodigioso; el de Los dos amantes del cielo, La devocin de la cruz, Las cadenas del
demonio, Hado y divisa...', el de E l prncipe constante.
Era natural consecuencia teolgica de su pensamiento, de su sueo - y
nada debe sorprendernos por ello- que nunca alcanzase Caldern ms pura
perfeccin dramtica ni mayor, ms honda popularidad, que al profundizar
este argumento, este teolgico argumento, con su Prncipe constante: prncipe
en la fe constante. Este don Fernando tambin se nos ofrece cautivo, como los
imprudentes hijos de la luz, del aire, Semramis y Segismundo. Mas el cauti
verio del prncipe, corroborativo de su fe, lo es constante. Durante todo el
desenvolvimiento dramtico de la accin se mantiene. Don Fernando slo
alcanza la libertad por la muerte. Y hasta despus de muerto no vence su
fantasma de amor, y por amor, al mundo que lo aprisionaba. Mientras que a
Segismundo y Semramis la libertad se les ofrece como prueba del cumpli
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III
Los casos de la honra son mejores
porque mueven confuerzo a toda gente.
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de los celos; por el odo vierte a Otelo, Yago, este veneno. Por el aire y en el
aire est el mayor peligro para el celoso. Habla por ventura el aire? , dir el
poeta. Basta una palabra o un dejo de palabras en el aire, como en Peribez,
para matar de celos. Basta una palabra al odo. Celos por el aire matan. Eso
favorece en el celoso la intoxicacin, por el aire, de la mentira. Su propia vanidad
humana favorece en l este desengao. Celoso de su honra, ms que de su amor,
este don Gutierre de Sols llega a perdonar por amor lo que por honor no
perdona: El amor te adora, el honor te aborrece, y as, el uno te mata y el
otro te. avisa. Dos horas tienes de vida; cristiana eres, salva el alma, que la
vida es imposible . Y antes de escribir esta carta, esta terrible y admirable
sentencia mortal, nos dice Sols: No muera el alma, aunque la vida muera .
Cristiano es el celoso al decirlo. Cmo puede entonces, si lo es, matar, quitar
la vida? El juicio de su razn hace al marido aplicar a su propio amor, a su propia
esposa, la muerte. Y lo hace as con juicio, con pleno juicio (hoy diran los tontos
con juridicidad). Lo hace con su sentencia justa; lo hace por su razn o para
su razn; lo hace con su razn, y hasta con su verdugo. No mata don Gutierre
a su esposa; la manda matar, como el alcalde al capitn en Zalamea, para lavar
su honra. Y si tiene que forzar al verdugo, que buscar verdugo forzado, es porque
para ejecutar esa ley secreta del honor slo el secreto es justo, preciso. Nueva
contradiccin calderoniana parece sta. En razn de qu estado -estado social,
pblico- se hace as necesario, secretamente, quitar la vida? En razn del estado
matrimonial, del estado sacramental del matrimonio? De nuevo se levanta
al fondo del escenario de Caldern el designio misterioso de los astros, el orden
revolucionario de los cielos. Qu ley (aqu aparentemente humana: la de la
opinin, el juicio ajeno; all, celeste: la de la voluntad de sus estrellas) puede
tiranizar al hombre de este modo, obligndole, esclavizndole, a su parecer,
hasta el delito?
Mas, dejando aparte -oh celos!- el delito de matar, qu violenta impetuosidad
de pasin pudo determinarlo, enmascararlo en el cumplimiento justo de una
ley? Demasiado fcil e ineficaz nos resulta la apelacin a esas conveniencias
sociales de que nos habla Menndez y Pelayo. A qu conveniencias pueden
convenir tan terribles inconvenientes? Tal vez hay una raz ms profunda de
ese costumbrismo moral espaol que la casustica dramtica de la honra parece
querer reflejarnos en este teatro con empeo trgico o catrtico, purificador,
sacramental. Tal vez esta moralidad envuelta en fabulosa enseanza radica
ntimamente su ser en aquellas otras moralidades legendarias que se asimilaba
el cristianismo. Pues existe una mal llamada moral cristiana, y otras veces moral
catlica (esto ltimo, con ms exactitud histrica) que nada tiene que ver con
Cristo ni con su Evangelio. Hay una moral que es racionalizacin de las cos
tumbres, moral clsica, intelectual: la aristotlica. Y otra moralidad legendaria,
romntica, religiosa, popular y, en cierto modo, sentimental: la de los pitagricos;
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de un mundo condenado por esa misma originaria pasin racional suya; humana,
adnica condenacin. Humano, demasiado humano , es en este caso el celoso
de Caldern; que no mata tan framente como se le atribuye; que ni siquiera
puede -por temor, por am or- matar por su propia mano, aunque haga escudo
de su honra la mano sangrienta del verdugo sobre la pared, al lado de la puer
ta de su casa. Llorando mata este monstruoso amante justiciero :
Que dicen que amor y honor
pueden, sin que a nadie asombre,
permitir que llore un hombre;
y yo tengo amor y honor.
Llorando y nada framente mata este celoso calderoniano, manda matar; mientras
a l las manos, amorosamente, temblorosamente, le queman:
Quin vio en tantos enojos,
matar las manos y llorar los ojos?
Cuando a la ventura divina del amor llega la aventura humana del mundo perece
aquella desventurada, como la inocente doa Leonor pereca: flor en tanto
fuego helada ; como perecan doa Mencia y Mariene. La inocencia de estas
imgenes femeninas expresa acaso la ms pura finalidad ejemplar de esta
casustica de la honra: por la resignada sumisin de la mujer - flor en tanto
fuego helada- que se entrega amorosamente hasta a su propia desventura, pues
si han de morir de celos, prefieren morir de amor .
Contra aventura, ventura.
Cerraba Espaa Caldern en figura o forma de cucurucho, de cuerno de
Fortuna, decamos, cerrando contra ella, contra la aventura del mundo y por
la ventura de Dios.
Y fue o es poesa proftica la suya por eso, por haberla pensado, soado, de
este modo; abierta a la libertad del amor, por la fe, por la esperanza; abierta
al sueo vivo. Si hubiere entre vosotros algn profeta del Seor -dice el Espritu
(Nmeros XII, 6)-, en visin me aparecer a l; le hablar durante el sueo.
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L A EST A TU A D E D O N T A N C R E D O
MIURA
de Sevilla, perm aneciendo D on Tancredo inm vil en su sitio, esperando las
acometidas de la fiera sin temor ni recelo de que sta llegue a l.
Term inada esta prueba, ser lidiado el toro por la cuadrilla correspondiente.
El siglo x x , que empezaba para los franceses con la torre Eiffel, para los
espaoles ha empezado con Don Tancredo.
No podemos decir el siglo X X sin sentir que se nos llena la memoria de
imgenes de bazar. Sin duda, porque a nuestros primeros recuerdos va unido
este rtulo comercial, tan frecuente entonces, y que se conserva todava. Pero
tambin, sin duda, porque hay en ello otra resonancia que hoy toma un sentido
alegrico.
La gran Exposicin Internacional de Pars, con su romntica lejana de estampa,
dejando en pie la torre Eiffel, mantuvo incorporada a la ciudad panormica por
excelencia aquella imagen permanente. La Exposicin francesa ante el nove
cientos era el enorme bazar de todo aquel mundo o feria de vanidades que el
esqueleto de la torre Eiffel ha perpetuado mortalmente; porque este esqueleto
de hierro no es un esqueleto que pueda esperar la resurreccin. Si desafa al
tiempo, lo hace por haberle entregado su carne totalmente: toda la mascarada
mortal que entraba por el siglo nuevo con tanto ruido, y que se deshizo en el
aire, quedando atestiguada solamente por esta esqueltica muestra, casi espectral,
de la torre Eiffel, que es su nico superviviente. Por eso parece que en el aire
y slo de aire se mantiene. Acaso, la torre Eiffel, como abanderado de Europa,
es ese smbolo camalenico, estereotipado, del cosmopolitismo: y fue un ambiguo
presagio celeste de la Sociedad de Naciones. Hay cielos en los que su cenicienta
expresin se hace tan pattica que verdaderamente nos perpeta, vanamente
piramidal, la forma misma del vaco, de la nada, de la muerte eterna. Vanidad
de vanidades del mundo bonito, del joli-Paris, como el de la suntuosa Viena o
del esplndido San Petersburgo. Toda aquella modernidad o modernismo de
bazar arda artificiosamente en la quemazn del siglo nuevo, dejndonos en pie,
clavada, como el esqueleto quemado de esa gran rueda de toda fortuna secular,
el testimonio permanente de lo muerto. As se nos apareca iluminada -redivivaltimamente.
El siglo X X de Pars, que es la entrada del siglo de Europa y de lo que entonces
era el mundo, nos ha dejado trazado en sus cielos ese claro signo inicial que
es la torre Eiffel. Nuestro siglo X X espaol, al margen, por entonces tambin,
de Europa, y hasta, si cabe decirlo as, del mundo, de todo aquel mundo moderno
o modernista; nuestro siglo X X espaol, a raz del noventa y ocho, en el mismo
momento en que se acusaba la cada de un Estado secular, y hasta de su historia,
levanta ante nuestros ojos atnitos la imagen sorprendente de Don Tancredo.
De la estatua de Don Tancredo, que es precisamente, para nosotros, todo lo contrario
de la torre Eiffel.
De estos dos signos iniciales del siglo X X , el uno, como digo, es simblico del
Pars de entonces, del Pars de la Exposicin Internacional; y aunque construido
por un americano, es el exponente europeo, occidental, del mundo ante el
nuevo siglo. El otro, nuestro Don Tancredo, es todo lo contrario: no tiene ni
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Hu de ser conocido,
dice el burlador torero D onjun:
Alas ya me tienes delante.
Quin era Don Tancredo ?
La biografa de Don Tancredo Lpez, o mejor dicho, la de Tancredo Lpez,
precisamente porque es particular, y aun muy particular, es naturalmente
insignificante. Pero empieza a hacerse significativa en cuanto la pensemos en
relacin con su invencin misma: la del Don Tancredo. Probablemente, este
hombre Lpez, Tancredo Lpez, tena la particularidad, tan espaola en el
sentido humano ms aristocrtico, o ms griego, de ganar su vida ociosamente;
de querer ganarse la vida sin hacer nada; es decir, sin hacer nada ajeno al
sentido ocioso, gratuito, de la vida: al don prstino de vivir. O sea, que era un
verdadero seor o aspiraba a serlo, el hombre Lpez; un verdadero Don
Tancredo Lpez.
De este modo, por no hacer nada, o, mejor dicho, por no querer hacer nada
-nada de su oficio, que era, creo, el de albail-, el Tancredo Lpez, obrero
albail, el Tancredo Lpez, proletario, empieza por pararse a considerar sobre
su propia situacin, que hoy puede resultarnos proftica, de parado; pero de
parado voluntario.
Aqu tenemos a Tancredo Lpez, albail, parado para intentar ganar su vida
sin oficio y con beneficio exclusivo de una seoril ociosidad. A nuestro hombre
se le ocurre, entonces, sacar partido de sta, la primera razn de ser de su
ociosidad, la de su paro voluntario: y empieza por quedarse quieto, por no hacer
nada; por no hacer nada ante la vida, y, por consiguiente, ante la muerte; pero
por no hacer nada en absoluto, por no hacer absolutamente nada: ni moverse
siquiera. A s se encara nuestro hombre con el destino y lo desafa; para lo
cual decide planterselo cara a cara en su propia finalidad humana, esto es, ante
la muerte.
Y qu se le ocurre para esto? Pues habiendo observado que los seres ms
puramente instintivos, ante el peligro de perder la vida, se hacen el muerto, y
precisamente para salvarla, decide, instintivamente tambin, seguir su ejemplo.
Entonces tropieza con algo que es ms inmvil que la misma muerte; algo
que se queda quieto de un modo mucho ms definitivo : la estatua. Y as da el
paso decisivo de su vida: el de la inmortalidad; decide disfrazarse de estatua
para vencer a la muerte desafiando al destino; o sea que, segn nuestro hombre,
no basta con hacerse el muerto para ganar la vida, para salvar la vida, sino
que hay que ir ms all todava: hay que hacerse inmortal, hacerse el inmortal:
disfrazarse de estatua.
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por principio: el blanco de todos los miedos, desde el propio suyo hasta el de
todos y el de cada uno de los que lo miran; este hombre, que es, efectivamente,
eso: el blanco de miedo por excelencia, cmo o por qu se transfigura,
atrevindose a denominarse el Rey del Valor?ei'k, sencillamente, un tramposo,
un hipcrita, un fariseo, un autntico sepulcro blanqueado, como aparenta, una
estatua y no un hombre? Ser que sugestiona al toro, en efecto, o ser que
sugestiona al pblico, o ser, tal vez, en definitiva, que se sugestiona a s mismo,
que se autosugestiona?
Con esto creo que hemos llegado al punto preciso de su secreto, de ese
silencioso secreto o misterio central y radical de Don Tancredo como de todo
tancredismo.
Recordbamos el molinismo, o molinesismo, o molinetismo; es decir, el
molinismo de Molina, el molinesismo de Molinos y el molinetismo de la suerte
llamada pase de molinete de cualquier torero; de cualquier torero que lo sea;
porque torero hubo, y es ya el colmo de la paradoja, que lleg hasta tancredizar
el molinete.
El molinismo del jesuta Molina se dir que no viene a cuento, que son ganas
de querer jugar con el vocablo. Pues tambin es ste, que parece venido por
puro juego de palabras, un cuento que tiene su aplicacin en este caso: que
tiene, y muy directa, aplicacin al tancredismo.
Dos nombres nos trae a la memoria la evocacin de este molinismo francs:
san Agustn, Pascal. Recordemos la conversacin famosa de Pascal con Monsieur
de Saci, y hagmoslo sustituyendo, mentalmente, el nombre de los interlocu
tores por los de Don Tancredo y Pepe Hillo o Don Tancredo yjo selito. En
este dilogo, vemos un magnfico, dramtico empeo en el que se enfrentan,
para entenderse o entrelazarse como el tronco y la hiedra, estoicismo y
cristianismo. Es decir, tancredismo y toreo.
Pascal, y no la seorita Mercedes del Barte, fue la verdadera figura repre
sentativa del tancredismo en Francia. La seorita Mercedes del Barte, Doa
Tancreda, era una tancredista de la vanidad: el tancredismo femenino es siempre
vanidad; aun cuando se juegue la vida. La seorita Mercedes del Barte pudiera,
si acaso, y todo lo ms, haber sido una ltima representacin o smbolo de la
ya tan disminuida por el tiempo, por todos los tiempos, revolucin francesa;
una diosa-razn venida a menos, o, tambin, una napolenica a su modo, o
sea al modo femenino del tancredismo, muy Doa Tancreda, de Napolen. Y
nada ms lejos de Pascal que esas escayolas; nada ms lejos de la estatua de
amarga sal del tancredismo pascaliano que todo eso. Claro es que el miedo
de Pascal no era miedo del toro -o no lo era del toro solamente-; y en eso es
quizs en lo que se diferencia el tancredismo espaol del francs; el miedo de
Pascal no era nicamente miedo del toro: era anterior a l; porque empezaba
por ser miedo a caerse del pedestal.
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Don Tancredo. Don Tancredo cierra Espaa como el caballo blanco de Santiago
y como el teatro de Caldern, porque ambos se salen de la historia, incluso
de la historia de Espaa. Don Tancredo est por encima y por debajo de la
historia de Espaa; porque es el estilo de Espaa; porque es Espaa como
voluntad y como representacin de esa idealidad estoico-cristiana; de esa poesa,
de ese estilo. Y la poesa, por eso mismo, porque es estilo, es ms profunda y
ms verdadera que la historia. El caballo blanco de Santiago, Lope y su teatro,
Caldern, Pepe Hillo, Don Tancredo, son estilo - y no estilos-, creacin, poesa,
de una voluntad popular espaola, de una misma voluntad espaola en el tiempo,
o contra el tiempo, como lo era, voluntad potica y no histrica, la que interpret
Felipe II construyendo el monasterio del Escorial. Ese s que es tancredismo
puro, el del monasterio del Escorial! Es el tancredismo ms puro, porque es el
gran problema del tancredismo espaol resuelto en piedra.
Como Don Tancredo quera sugestionar, hipnotizar al toro por la inmovilidad,
por el silencio, ese enorme y permanente, empedernido Don Tancredo que es
el monasterio del Escorial, lo que quiere, tambin por la inmovilidad, por el
silencio, es sugestionar, hipnotizar a Dios. Porque quiere lo que quiso Felipe
II construyndolo, lo mismo que quiere Don Tancredo; quiere que no le coja
el toro; quiere salirse del tiempo, de la historia: quiere que no le coja Dios.
Y as se nos ofrece cruzado de brazos ante el destino; cruzndose de brazos
sobre el pecho o a la espalda, como Don Tancredo ante el toro; cruzndose
de brazos para no moverse siquiera, para contener su inquietud, la inquietud
ms humana y ms divina: la del miedo; la del miedo puro, absoluto, el miedo
total y totalizador. El miedo que arranca en el terror pnico y culmina en el
temor de Dios.
Esa maravillosa inquietud hecha inmovilidad que es el monasterio escurialense;
esa sublime expresin del miedo, del terror a la vida, como al toro, porque es
la muerte, es la que nos dice aquella obra silenciosamente, sin decirnos nada,
como el mismsimo Don Tancredo. Y no nos dice nada porque nos dice todo,
y a fuerza de decirnos todo, acaba por parecer que no tiene nada, pero abso
lutamente nada, que decir.
Esa inmovilidad hecha de inquietud del Escorial, como la del legendario muro
victorhuguesco de los siglos, alcanza, por eso, por la misma violencia de su
realidad, proporciones de leve sueo: como Don Tancredo. Por eso se nos revela
tan claramente como Don Tancredo -cuya imagen parece arrancada de un lienzo
de Picasso-: como la quintaesenciada raz de Espaa; del estilo mismo de Espaa,
que es, como dice el pueblo: como Dios; porque es, como Dios en la estupenda
definicin teolgica del Cusano: una coincidencia de contrastes. Junto a Lope
de Vega, Caldern; junto a Don Tancredo, Joselito; junto al Escorial, Toledo o
Segovia o Sevilla. Qu ms misteriosa coincidencia de contrastes por tan
maravillosa unidad de estilo?
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P IN T A R C O M O Q U E R E R
(GO YA, TO D O Y N A D A D E ESPAA)
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Hacer tiempo significa para los espaoles esperar. Y del esperar dice el pueblo
espaol que se desespera. Pues del desesperar y deshacer el tiempo, se hace
de nuevo -y de nuevas- la esperanza. Esperanza de todo nacida de la desespe
racin de la nada. Como la luz de las tinieblas. El da engendrado dolorosamente
en esa noche - alegre ms que la alborada- es como aquel parto de desvelo
de nuestro poeta, que rompe el existir del pensamiento. La luz se expresa
claramente por una sombra oscura. Se expresa, se define. La negacin viva de
la sombra es determinante generadora de la luz aparente. La llama guarda en
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El hambre de verdad -su real gana-, le lleva al espaol hasta quererla de tan
desnuda, despojada de su propia carne, descarnada, en los huesos. Esos
verdaderos despojos vivos son en Goya, como en Quevedo, Gracin o Caldern,
disparate clarsimo: el del sueo de la razn que engendra monstruos verdaderos.
Pero tambin en Goya, como en santa Teresa, Cervantes, Lope, la razn de
soar puebla este mundo de verdaderos monstruos, de amorosos fantasmas.
Parece como si en la pintura de G oya convergiesen estas dos grandes
corrientes populares de nuestro pensamiento ms vivo. La de los que soaron
su razn (Lope, santa Teresa, Cervantes), y la de los que razonaron o racio
nalizaron su sueo (Caldern, Quevedo, Gracin). Ese paralelismo que de este
modo puede establecerse entre el teatro de Lope y el de Caldern; las Mora
das de santa Teresa y los Sueos de Q uevedo; el Quijote y el Criticn; como
anverso y reverso de una misma voluntad potica, creadora; o mejor, como
encarnadura y esqueleto de un mismo hombre, de una viva imagen de la verdad
humana; ese paralelismo, digo, converge o confluye en nuestro Goya, como
en un solo hombre, en quien se origina de este modo la plenitud de nuestro
porvenir popular por integrarse en la conjuncin viva, entera y verdadera de
su pasado.
Estas dos vertientes populares de nuestro pensamiento hacen puente de Goya
en nuestra Espaa. En cualquier aspecto detallado que examinemos de su
arte, encontraremos la dualidad profunda en que se expresa. Slo que en esta
dualidad que decimos no hay contradiccin personal dramtica. Como no la
hay en el Quijote, ni en ningn otro de los poetas sealados. Hay todo lo contrario.
Hay todo y nada, empeo lrico, creador, como superacin del hombre por el
pueblo. Como el de dos vidas paralelas que no se verifican, superadas, sino al
dejar de serlo por juntarse. No hay sentimiento trgico de la vida en Goya. Hay,
como en los poetas citados, sentido pico de la vida y concepcin lrica de la
muerte. Expresin popular de Espaa.
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La pintura de Goya, deca, ahora ms que nunca, parece que quiere metrsenos
por los ojos. Ahora, ms que nunca, porque ahora, quizs ms que nunca, el
entendimiento revolucionario espaol, o sea, la revelacin popular de Espaa,
se nos ofrece en Espaa con intensidad expresiva dramticamente insuperable.
Y Goya es un reflejo, una trasparencia de esa voluntad popular revolucionaria
espaola. La pintura de Goya es como su revelacin permanente. Que por serlo,
se nos actualiza, ahora, sobre todo. Por su propia plenitud de ser, consecuente
con lo pasado; pletrica de porvenir. Pues esta plenitud temporal revolucionaria,
reveladora del pueblo espaol, adquiere en la pintura de Goya su expresin
eterna. As, ahora, para nosotros, los espaoles que no queremos dejar de serlo,
que nos sentimos serlo, acaso por primera vez, con verdadera conciencia clara
de que lo somos, y de lo que somos (pasin no quita conocimiento, al contrario,
lo da); para los espaoles que comprendemos que lo somos por la convivencia
real y profunda con nuestro pueblo vivo, adquiere, digo, esta pintura un sentido
tan claro y distinto, tan verdadera y enteramente nuestro, que nos empuja hacia
esa clera, hacia esa furia, autnticamente popular, que la determina y que
compartimos ntegramente, porque responde a nuestra ntima necesidad de
enfurecernos este modo espaol para poder entrar en el pueblo de veras; para
poder entusiasmarnos en l, y con l, compartiendo su santsima voluntad, su
realsima gana; para vencer, en suma, a un mundo muerto, creando una vida
nueva. Enfurecernos y entusiasmarnos. Salir de nuestros insignificantes perso
nalismos y particularidades, para entrar, de nuevo, en el pueblo espaol, por
el pueblo nuestro, con el pueblo nuestro, en la verdad, en Dios. En la verdad
de Dios. En todo. En la verdad de todo. Para hacernos, verdaderamente, de
nuevas.
Por eso tenemos hoy en contra los espaoles, tiene enfrente el pueblo espaol,
a todo el mundo; porque tiene, tenemos con nosotros, al lado nuestro, como
decimos en Espaa popularmente, a todo Dios. A toda vida revolucionaria de
verdad, creadora. A toda capacidad humana y divina, de entusiasmo, de ver
dadera claridad, de poderosa luz. En una palabra, de poesa. Visible e invisible.
Nuestro pueblo espaol, por segunda vez en la historia, rasga sus vestiduras
mortales, airosamente airado; rompe el velo mentiroso del mundo, y se levanta,
frente al sueo y la sombra del tiempo pasajero y de la muerte, con aliento
vivo de eternidad. De revelacin revolucionaria de todo. De novedad autntica.
De verdadera vida. Y esta voluntad, invencible, parece arraigarse en los aires,
en los cielos, tan claramente, que ancla sus esperanzas de victoria segura en
esa ciudad toda cielo, toda aire, en nuestro glorioso M a d r i d , milagrosamente
pintado por Goya con la intuicin proftica que hoy vemos, tan divina como
humanamente, cumplirse. Nuestro Madrid, el de Goya, que vio cuajar en aire
su esperanza -e l aliento ms puro de la voluntad popular espaola, de la
permanente revelacin revolucionaria espaola-, traa en las races invisibles
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Tambin parecen de G oya estas palabras: las que sin vista ya, ni pulso; sin
pluma ni tintero, pero con sobrada voluntad, con invisible mano poderosa,
apretando, cerrando el puo, hasta grabarlas con su sangre, en nuestro cielo
luminoso y oscuro de Madrid, nos ha dejado escritas para siempre.
&
L A R R A , P E R E G R IN O E N SU PA T R IA
(1837-1937)
H U ELLA EN LA A REN A
'
FE C H A S
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de San Nicols, donde estaba la tumba del escritor suicida. En aquel acto se
reconoce y proclama a Larra maestro de aquella juventud. Aos ms tarde, el
propio Azorn, promotor de aquel acto, recoga en un libro algunos trabajos
suyos referentes a Fgaro. El enunciado titular de ese libro nos sorprende ahora,
quiz, como excesivamente pretencioso. Dice as: Razn social del Romanti
cismo en Espaa. En el libro va el nombre de Larra precedido del del Duque
de Rivas. Parece que el crtico trataba de polarizar con estos dos nombres: Rivas
y Larra, esa razn social del Romanticismo espaol. Dedica especial atencin
Azorn a las ideas de Larra; las clasifica recogindolas como un diccionario
por orden alfabtico. La fina sensibilidad de Azorn escoge muy certeramente
sus textos. Mas acaso le escape, en cierto modo, la unidad que los determina.
Acaso tambin echemos de menos en su crtica las ideas ms peregrinas de
nuestro romntico escritor.
Ideas peregrinas! El mismo Larra nos lo dice. Y es natural que quien pere
grinaba por su patria tuviese de ella ideas peregrinas .
Aquellos escritores del 98, y aun diramos que sus sucesores inmediatos,
peregrinos de Larra, fueron tambin con l y como l peregrinos en su patria .
No solamente Baroja y Azorn, Valle-Incln mismo, Antonio Machado y, en
gran parte Unamuno, como Ganivet, peregrinaron por Espaa. La idearon o
idealizaron peregrinamente como Larra. Como despus de ellos algunos de sus
sucesores inmediatos: el ms caracterstico Jos Ortega y Gasset.
Pero qu es eso o, mejor, aquello de peregrinar por la patria? Qu es un
peregrino en su patria ? Ciertamente que el libro de Lope que este nombre
nos presta es, para nosotros, un libro eminentemente romntico. Pero tambin
es cierto que su romanticismo no parece que tenga relacin alguna con aquel
otro que evocamos en Larra. El peregrino en su patria, de Lope, es un peregrino
de amor, un enamorado. Y no de su patria. Su historia no es historia espaola.
O no es historia de Espaa. Es un espaol enamorado el peregrino de Lope;
no es un enamorado de lo espaol, un enamorado de Espaa. La peregrina
cin de Larra, la de aquellos otros escritores que digo, es una peregrinacin
distinta. Quiz tambin de enamorados de las cosas, de las palabras. Recor
daremos que el enamorarse, segn Stendhal, es un proceso de cristalizacin?
Recordaremos, aun, como al principio indicbamos, que lo que el escritor
persigue es una forma de cristalizacin del tiempo, segn deca Caldern,
en la forma de las horas ?
Enamorarse de la historia es algo verdaderamente peregrino. Pues no es una
idea peregrina vivir enamorado de una Espaa repetida en la historia? La historia,
sin embargo, segn el decir popular, no se repite. Lo que se repite, lo que se
sucede, es el hombre. Yo me sucedo a m mismo, haba dicho Lope, peregrino
en su patria; pero no por su amor. Espaa se sucede a s misma, sin repetirse.
El suceso espaol de Lope, suceso romntico, no es lo mismo que el suceso
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T R IST E C O M O D E C O S T U M B R E
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P A L A B R A S-E SP E JO S
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V E S T ID A D E B L A N C O Y N E G R O
D A Y N O C H E
Estamos ante Larra en el caso que pensaba Pascal de habernos encontrado con
un hombre cuando buscbamos solamente al escritor? El escritor es hombre de
palabras, de palabras-espejos. Mas por ellas se refleja el hombre de palabra,
es decir, el verdadero hombre; pues eso entiende el pueblo por hombre de
palabra, hombre de verdad. El cumplimiento de la palabra humana es lo que
le da al hombre la entereza de la verdad. Y la palabra humana no se cumple
sino cuando se da, cuando se entrega, como la sangre. Y as vemos siempre
cumplirse la palabra del hombre, por la sangre, cuando esta palabra le populariza
como tal. Es decir, que del mismo modo que pensaba Pascal que el verdadero
escritor es aquel en quien se encuentra siempre al hombre, podramos decir
(sobre todo, nosotros, los espaoles) que el verdadero hombre, el hombre entero
y verdadero, es aquel en quien se encuentra siempre al pueblo; es aquel en el
que cuando esperamos encontrar a un hombre, encontramos a un pueblo (Lope,
Cervantes, Quevedo, Caldern, Galds...).
Y un pueblo no cabe en un espejo. El espejismo costumbrista para ser
verdadero reflejo popular tiene que mentir; porque tiene que ofrecernos
tan slo del pueblo que refleja una imagen parcial y rota. No es entereza
verdadera la de Narciso suicida. Y un pueblo no puede ser Narciso, no puede
suicidarse. Puede ser suicidado por otro, o por otros. Como Numancia. Mas
no olvidem os el eco que a este nombre le diera Cervantes al gritarlo:
Numancia es libertad.
Quiz no fuera justo decir que la libertad del siglo XIX vivi y muri prisionera
del liberalismo. Pero tal vez sera exacto decir que la palabra libertad durante
el siglo XIX vivi y muri prisionera de la palabra liberalismo. Como dos espejos,
dos palabras-espejos, frente a frente y acaso espantosamente vacas de contenido
humano; como dos espejos sin imgenes que reflejar. Como dos palabras
incumplidas. Esa nada entre dos espejos mortales, fue la angustia de Larra?
El espejo es siempre imagen espantosa de la muerte . As lo vio y entendi
Larra al suicidarse o, mejor dicho, al dejarse suicidar por el espejo, que es
mentiroso acusador humano. El espejo que nos asla, que nos separa de nosotros
mismos y de los dems, dndonos una imagen mentirosa de nuestro ser, nos
mata, nos suicida, porque nos miente de verdad. Nos miente la verdad. Es
una verdadera mentira la que nos ofrece de nosotros mismos; una mala verdad ,
como dira nuestro viejo poeta en su sentencia: una deslealtad imaginativa. No
hay flaco portillo como la mala verdad -deca el sentencioso Rabino-, El espejo
de Larra fue su mala verdad, el flaco portillo de su muerte. Larra jug con las
palabras-espejos como un malabarista con sus afilados cuchillos; y encontr,
genialmente, la forma de sus horas, el cristal de su tiempo , en una palabra
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peculiar por excelencia, la palabra casi. Y encontr, con ella, su muerte: el balazo
que le atraves la cabeza y el corazn.
La gran palabra, la nuestra, la de nuestra poca, que lo coge y atruena todo...
es la palabra C A SI. Ese es todo el siglo x ix . O bsrvala: a cada una de sus
facciones le falta algo; no es ms que un perfil; ni est de pie ni sentada. Vestida
de blanco y negro da y noche. Ms breve: palabra casi, casi-palabra... En
Espaa, primera de las dos naciones de la Pennsula (es decir de la casi-nsula),
unas casi instituciones reconocidas por casi toda la nacin...; conmociones aqu
y all casi parciales; un odio casi general o unos casi hombres que slo existen
ya en Espaa, casi siempre regida por un gobierno de casi medianas. Una
esperanza casi segura de ser casi libre algn da. Por desgracia muchos hombres
casi ineptos. Una casi ilustracin repartida por todas partes...
El casi, en fin, en las cosas ms pequeas. Canales no acabados; teatro
empezado; palacios sin concluir; museo incompleto; hospital fragmento; todo
a medio hacer...; hasta en los edificios el casi... Epoca de transicin -aaday gobiernos de transicin y transaccin, representaciones casi nacionales,
dspotas casi populares, por todas partes un justo medio que no es otra cosa que
un gran casi mal disfrazado .
Espaa vista en el espejo del costumbrismo romntico de Larra se nos aparece,
en efecto, como un gran casi mal disfrazado . As parcenos tocar con el dedo
la llaga dolorosa del romanticismo costumbrista que suicid a Fgaro. Nombre
fatal Fgaro en quien tiene que ejercer por oficio su ms caracterstica actividad
delante del espejo como el peluquero famoso. Pero el peluquero de Beaumarchais no se suicida, se casa. Cosa que si para un chistoso vulgar sera fcilmente
equivalente, no debe srnoslo a nosotros; pues, sin chiste, podemos y debemos
observar que si todo el que se suicida se suicida por falta de imaginacin,
como dijo Stendhal, todo el que se casa, no lo hace, tal vez, sino por exceso?
Y Fgaro, el autntico y popular Fgaro teatral (o teatralizado por su espejismo)
se casaba con todos y con todo: por eso sus bodas fueron la pantomima heroica
de la revolucin francesa. Y es que el barbero de Beaumarchais estaba acos
tumbrado, por serio, a no mirarse l en la cara del espejo sino a mirar al hombre
en la cara. Cara a cara. De espaldas al espejo. Y sin antifaz, sin irona. Alegre
o dolorosamente. Con entereza, con verdad.
El casi de Larra, asesino de Fgaro, no es palabra-espejo sobre todas las otras,
palabra-antifaz? Pues el antifaz es un casi como el espejo mismo. El antifaz no
tapa el rostro del todo, sino casi. Por eso no engaa a los ojos del todo, como
la mscara de verdad, sino casi engaa dando al rostro humano una casi verdad
ms mentirosa que la mentira misma verdadera, que la mscara que lo oculta
o lo tapa o lo escamotea completamente. Si arrancamos al pensamiento de Larra
el antifaz de la irona, su casi inmortal, qu nos quedar ante los ojos? Un
muerto ante un espejo? Un casi poeta, casi hombre, casi escritor, casi popular?
103
Una casi voz, casi humana? Una casi palabra casi cumplida? Un casi suicidado
en fin? Un gran casi al desnudo? Al desnudo o descarnado, en los huesos, en
el esqueleto: un esqueleto disponible para casi resucitar?
TO D O E S C A S I LO M ISM O
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LA VERD A D M S H ERM O SA
105
de poco podamos echar los cimientos de una literatura nueva que comprende
mos, toda de verdad, como es de verdad nuestra sociedad, sin ms regla que
esa verdad misma, sin ms maestro que la naturaleza joven, en fin, como la
Espaa que constituimos. Libertad en literatura, como en las artes, como en
la industria, como en el comercio, como en la conciencia.. Rehusamos, pues,
lo que se llama en el da literatura entre nosotros; no queremos esa literatura
reducida a las galas del decir, al son de la rima, a entonar sonetos y odas de
circunstancias, que concede todo a la expresin y nada a la idea; sino una lite
ratura hija de la experiencia y de la historia, y faro, por tanto, del porvenir,
estudiosa, analizadora, filosfica, profunda, pensndolo todo, dicindolo todo
en prosa, en verso, al alcance de la multitud ignorante an; apostlica y de
propaganda; enseando verdades a aquellos a quienes interesa saberlas, mos
trando al hombre, no como debe ser, sino como es, para conocerle; literatura,
en fin, expresin toda de la ciencia de la poca, del progreso intelectual del
siglo... Ilusiones perdidas? Juguetes del viento?
Han pasado cien aos y estas palabras claras y sencillas de Larra toman ahora
para nosotros sabor de profeca. No sonriamos irnicamente al repetirlas, con
frvolo remilgo de desdn esttico ante la ingenuidad de sus expresiones: faro
del porvenir , ciencia de la poca , progreso intelectual del siglo... .
Ahondemos por el contrario, en ellas, hasta encontrarles la raz del humano
aliento que borren de la luna del espejo la imagen suicida empandola de
verdad. Porque las pasiones en el hombre siempre sern verdades. Porque la
imaginacin misma, qu es sino una verdad ms hermosa?
Traicionado, abandonado por la imaginacin, su verdad ms hermosa, Larra
cumpla el destino de su juventud suicidndose. Como otros, aquellos otros,
peregrinos suyos, antecesores nuestros en la vida intelectual espaola, lo cumplan
suicidndose a medias o medio suicidndose. Fuerte sino el de Larra! Dbil
el de los ex suicidas! Prefirieron al salto en las tinieblas el vagabundeo en el
vaco. Pues hay algo peor que un fuerte destino para el hombre: un destino
dbil, fortalecer la vida es fortalecer la muerte , cant Walt Whitman.
Recordemos la leccin clsica de nuestros poetas, que es como la de Shakespeare,
como la de los griegos, la leccin trgica del mundo: slo un destino fuerte
puede hacer fuerte nuestra libertad.
U N S IL E N C IO D E M U E R T E
La luna clara del espejo de Larra dej pasar por ella, como una sombra, la
palabra cada en su reflejo, el antifaz que descubra el rostro empalidecido,
106
la ltima mirada mortal del suicida. Pas tambin sobre la cara del espejo en
nubecilla leve la humareda sutil del pistoletazo. La ilusin lunar de su quieta,
dura, fra superficie inmutable, se guard para siempre el enigma humano del
romntico, peregrino espaol. Mas aquellas palabras que nos quedaron escritas
por su mano -interrogantes espejismos de luntico afn extraterrestre-, aquellas
que en su ansiedad de justicia, su angustia de verdad, nos lo reflejaban como
un autntico espaol, no se cuajaron, como su sangre muerta ante el espejo,
como la helada sombra especular misma, en su pregunta viva, en su melanclica,
irnica, inquieta afirmacin interrogante de dnde est Espaa ?
Dnde est Espaa? Dnde est la Espaa de Larra? Dnde est nuestra
Espaa?
Han pasado varios aos ms sobre los que sealaron coincidentes con nuestro
tiempo los ltimos de Larra. Espaa, lejana y sola, se nos aparece, como a
Fgaro, como un cementerio, un inmenso cementerio iluminado por la luna.
Por la luna del espejismo peregrino de Larra? Al parecer, no hallamos otro eco
a su pregunta espaola que el que l mismo encontr: Silencio, silencio! .
Hamltico silencio de muerte, silencio sepulcral. The rest is silence. Slo el
silencio queda. Lo que queda, lo que nos queda, como nica respuesta, no es
ms que el silencio de la muerte? Y de su ms all?
Y eso queda de Espaa, eso slo nos queda? El cementerio inmenso que
Larra viera? Los grandes, enormes cementerios a la luz de la luna que un
siglo despus, en fecha coincidente, ve tambin el poeta, el catlico francs,
Georges Bernanos? Espaa es slo un cementerio a la luz de la luna, un
cementerio con su paz sepulcral?
Manos delgadas, expertas, finas, manos melanclicas de muerte, apretaron
en las gargantas espaolas hasta ahogarlos, el grito, el llanto, la voz viva...
No dejaron de Espaa ms que este silencio de muerte? Las manos que abrieron
al costado espaol esta honda herida, que abrieron toda Espaa por ella, como
una inmensa fosa, ahora, como una fosa, la vuelven a cerrar?
Grandes cementerios a la luz de la luna! Inmenso cementerio Espaa entera,
an entreabierta herida, entreabierta fosa comn, que tan a las claras celestes
nos responde, como Larra el suicida, con slo un silencio de muerte! Todo
es disfraz de silencio?
IHies habr que ver, que mirar a ese silencio, cara a cara; como miramos a
la cara del espejo lunar. Mirar, como quiera la profeca, y no escuchar tan slo
a ese silencio, tendiendo el or por la mirada, ms all de l, ms all de la
muerte, a la voz muda de la sangre que, como las estrellas, nos dice, nos canta,
la verdad. Que, si bien se mira, este silencio trgico espaol est cuajado por
la sangre como un hielo, como el hielo del espejo mortal. Y como un hielo se
puede romper, tambin, con la voz viva de esa misma sangre en nuestro odo;
con la voz de una sangre que el ltimo aliento popular torn divina.
10J
PO R NADA D E L M UN DO
(A N A R Q U IS M O Y C A T O L IC ISM O )
109
Perros anarquistas como perros cristianos, no sern los mismos perros con
collares distintos?
Muchos aos ms tarde moran juntos en Jaca, fusilados, casi sin causa, por el
agonizante fantasma del Estado monrquico, el de la sombra y mentirosa
restauracin borbnica (cada entre escombros: cerrada por derribo), dos
jvenes oficiales espaoles, leales a su palabra y a su hombra de bien; a su
amistad y decisin; a su buena voluntad humana: a su conducta. Moran
fraternalmente. Este nico bautismo de sangre de la naciente o renaciente
Repblica espaola entrelazaba dos entusiasmos inocentes: el del joven anar
quista Fermn Galn y el del joven catlico Garca Hernndez. El anarquista y
el catlico, juntos, daban su sangre por una misma causa. -Casi sin causa?-.
Por una misma cosa. Porque una sola cosa importa , dice el Evangelio. Qu
cosa, qu causa pudo unir, o reunir, a estos dos jvenes espaoles hasta la muerte?
Juntar al anarquista y al catlico, como dos perros para un mismo lobo? O,
acaso, como dos perros para una misma luna?
La convivencia poltica del Estado y de la Iglesia durante la restauracin
borbnica haba corrompido mutuamente, en su ejercicio temporal, en su
administracin y desarrollo pblico, ambas instituciones. Si es cierto, como
certeramente acus Jos Ortega y Gasset de su Delenda est Monarchia , que
la restauracin haba mantenido su existencia por el halago a todos los vicios
nacionales, no lo es menos que la Iglesia catlica en Espaa, colaboradora
anarquizante de aquel Estado, haba propagado y ampliado este halago vicioso,
esta corrupcin nacional, llevndola hasta sus propios, extremados lmites,
linderos ya de la inquietud religiosa del hombre. Si el Estado se haba prosti
tuido, la Iglesia, la organizacin eclesistica de la Iglesia espaola, se haba
profanado.
Casi todo el orden sacerdotal era clericalismo: desorden eclesistico. Como
el orden pblico del Estado, desorden establecido forzosamente en la injusticia.
Por eso, aquellos hombres, aquellas juventudes, que, como la ma, sufrieron la
amarga inquietud y angustia espiritual religiosa, slo encontraban en la aparien
cia y tramoya de una Iglesia corrompida por el costumbrismo motivos estticos
y morales de repugnancia viva. Aquel clericalismo absorbente, iniciado con la
decadencia de la casa de Austria y ya denunciado por Antonio Prez, en su
Norte de prncipes, como una enfermedad mortal para los espaoles, adquira
a principios de nuestro siglo, por esa mutua convivencia que sealo entre Estado
e Iglesia, igualmente positivistas o positivizadas, igualmente antipopulares y,
por consiguiente, antirreligiosas, su grado mximo de efectividad corrompida
y corruptora. No sabemos quin serva a quin, o a quin servan ambos, en esa
mutua, recproca convivencia pblica de viciosas corrupciones. No sabemos
110
ni
n2
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n8
CANTE HONDO
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123
)2
y nunca alcanzan esa universalidad que decimos. Fuera de Espaa las voces que
ms vivamente han llegado a alcanzar en nuestro tiempo esa comprobacin
universal de lo espaol, son voces andaluzas. Basta decir los nombres de Falla,
Picasso y Federico Garca Lorca, para comprenderlo. Porque no es Albniz,
es Falla; y no es Gutirrez Solana, es Picasso; y no es Unamuno, es Federico
Garca Lorca; son esos andaluces universales los que comunican a Europa, al
mundo, el significado ms hondo, ms puro y ms vivo de lo espaol, en la
msica, en la pintura, en la poesa. Los que nos ofrecen una percepcin mgica
de lo espaol que es la ms viva y verdadera para el conocimiento o entendi
miento real de Espaa.
En estas vivas y vivaces imgenes andaluzas actuales, momentneas, hay,
decimos, tal intensidad de expresin, que nos parecen exageradas; y diramos
que el objetivo miente para halagarnos y para horrorizarnos -que de todo hay-,
al saltarnos tan vivamente a los ojos. Hasta los rincones ms quietos parecen
decirnos con su silencio tanto (y con tanta pena o alegra!) que nos parece, en
esos silencios, como si escuchramos la voz del cantaor que los expresa -que
los exprim e-, como si viramos o entreviramos en sus soledades, pobladas
de fantasmas humanos (a veces tan aparentemente muertos, disfrazados,
enmascarados de vivientes) la silueta torera o bailaora que acaba de escapar
para darnos esa ilusin de su invisible huella, desaparecida, de su imposible
hallazgo. Hay duende y musaraa andaluces en muchas de estas vivas
imgenes instantneas de Andaluca. Y hay que abandonarse a esa emocin
extraa que nos transmiten para sentirnos cerca de ese mundo andaluz, que han
recogido tan fugazmente al paso. Muchas veces desconcertante. Porque parecen
mentira pero son verdad; son de verdad, estas bellas y atroces figuraciones vivas
que estamos viendo.
Se ha solido decir que hay dos Espaas, que Espaa es una dualidad enemiga,
que pelea, que agoniza consigo misma. Dos Espaas; una mentirosa, otra
verdadera; y que cada una de las dos pugna, desde siglos, por hacer desaparecer
a la otra sin conseguirlo. Que por eso nos recordaba siempre Unamuno aquel
verso latino del espaol andaluz, Lucano, en su Farsalia, en el que hace alusin
a una constante guerra civil entre espaoles, que es ms -dice el poeta-, mucho
ms que guerra civil ; porque es como un trgico destino comn, una fatalidad
que respondiese a una entraable, ineludible, paradjica, afirmacin mortal
de la vida. Tambin se suele decir, cuando no sencillamente darlo a entender
para no decirlo, que hay dos Andalucas. Pero ni hay dos Espaas, ni hay dos
Andalucas. Lo que hay, tal vez, en Espaa, en Andaluca ms expreso y visible
que en parte alguna, es una mscara y un rostro. Como en la poesa: en la que
tambin vea el sevillano Bcquer esa dualidad que le hizo afirmar, a su vez,
de este modo, que en Espaa haba dos poesas. Y lo que hay, es una mscara
y un rostro de la poesa: pero de una misma poesa. Andaluca nos ofrece a
'25
los ojos - y a los odos- esa potica dualidad vivsima: la de una mscara y
un rostro, que se superponen o se separan y que, a veces, cuando se juntan,
se ajustan de tal modo los dos -o se cie tanto la mscara al rostro vivo - que
parecen ambos identificarse en ese empeo como si buscasen una sola expresin
intensificada de s mismos. Pero esta aparente identidad del rostro y la mscara
en lo andaluz, no es como la que dijo Byron de Venecia: el rostro de Venecia
es la mscara . No. La mscara no es el rostro de Andaluca. (El D on ju n de
Byron parece un andaluz enmascarado de veneciano.) Pero en lo andaluz
hay una mscara que a veces se hace transparente cuando el andaluz cindola
tanto a su rostro vivo le da esa lucidez, esa claridad. As, por el arte, por la
poesa. As, de una manera ms brutal y ms pura tal vez, ms viva, en las
artes mgicas del vuelo como, repetimos, con el admirable verso de Lope se
pueden denominar el cante, el baile y el toreo andaluces. Este ltimo,
especficamente andaluz, y dndoles a los otros dos la elegancia intelectual
peculiarsima de su propio estilo. Porque en l, en el toreo, se les ofrece al baile
y al cante andaluces su lenguaje ms luminoso; el de la ms oscura pasin
-desde las tenebrosidades fisiolgicas del instinto generador o mortal de su
erotismo hasta el latido de la sombra que palpita en su sentimiento del amor-.
En el toreo se transparenta, efectivamente, por la mscara que se nos figura
de s mismo, ese fantasma humano del tiempo que es el torero vestido de
luces de torear, como lo es el sacerdote revestido para la liturgia sagrada en
el sacrificio de la misa, o el clown, encendido tambin luminosamente en su
burla sin sangre. Aqu la mscara y el rostro, ceidos, digo, tan apretadamente
el uno al otro por esa aparente identificacin (toreo, baile, cante...) hablan
un lenguaje andaluz tan puro que se nos revela por su esencia y su forma
apariencial ms profunda como en un agua quieta. Y, precisamente porque
en esa aparente calma se nos expresa, transparentndose, la ms angustiosa
inquietud. (El que torea, el que baila en andaluz, apenas se mueve, se est quieto
-o nos lo parece-; como el que canta hondo , extasiando en la voz, de esa
manera, su temblor, su estremecido gemido o grito, que enmudece de espanto
o asombro al que lo escucha por lo que se le abre con l de honda sima, de
aspecto abismtico, al silencio.) Aparente calma. Esas dos imgenes que se
juntan hasta parecer confundirse la una con la otra (la mscara y el rostro, el
torero y el toro, la bailaora con su sombra, el cantaor con su eco o sus ecos)
son una sola imagen solitaria, del hombre en su agona, en su lucha interior,
la que lleva consigo mismo por esa dualidad que le expresa, exprimindole
efectivamente, en la palabra, en la voz, en el cante y baile, que l lleva
invisiblemente toreado de ese modo, como el torero al toro. En el cante y
el baile andaluces hay siempre un toro invisible que es el que manda en l. Y
en la honda poesa de todas las artes consecuentes con ese estilo andalucsimo,
se nos manifiesta igualmente: en la msica de Falla y en la pintura de Picasso;
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127
Pues este lenguaje andaluz puro (ms tarde en los romnticos singularmente
nico en Bcquer y en Ferrn, despus, en Machado y en L orca...) es el que
nos hablan ahora actualsimamente - y como traspasado visiblemente de esa
aparente eternidad o permanencia de su ms honda voz (por su canto, por su
cante)- estas imgenes tan vivas, tan cualesquiera, tomadas al azar en una
Andaluca que, diramos, a fuerza de mentirse tan verdadera nunca se desmiente
a s misma. Una Andaluca que teje y desteje su propio ser en sus apariencias
musaraeras como si se enredase en esas maravillosas redes de ilusin viva, la
oculta, secreta pasin que las enciende; enredndose invisiblemente por ellas
-gracia, ngel, duende- el gusanillo que secretamente alimenta.
Una Andaluca duendstica y musaraera.
De estos andaluces que aqu vemos se dijo lo de la holgazanera o pereza
fundamental. Como lo de la exageracin. Y aunque no se haya dicho tanto, lo
de una muy caracterstica soledad que busca, a veces, en el bullicio, en la
compaa, alivio a esa profunda tendencia hacia una pasin solitaria. Por
desengao o desesperacin o melancola. Advertimos que en la juerga y jaleo
del andaluz, domina, por el cante o el baile -aunque coreados, jaleados (el ol!
es apoyo imprescindible del cantaor y el bailaor, como del torero)- la presencia
solitaria que los rene. Es como si la soledad para decidirse mejor a serlo,
para afirmarse ms y ms a s propia, necesitase la presencia de los dems.
Paradjicamente el andaluz para estar solo, enteramente solo de verdad, necesita
estar acompaado, necesita estar con los dems; como si supiera que los dems
necesitan esa misma compaa suya para estar solos a su vez. Nadie ms soli
dario de los dems que el que se sabe a s mismo solo. La verdadera solidaridad
-escrib una vez- slo es posible entre solitarios. Es la soledad de la planta,
la soledad del animal, la soledad del ngel? No. Porque lo que hace esta soledad
humana, y no anglica o animal exclusivamente, o vegetal, es no ser incomu
nicable sino comunicativa, expresa y expresivamente comunicativa. Es que es
soledad pero no aislamiento. Es la soledad totalizadora de don Quijote, cuando
se siente a solas consigo, sin ni siquiera Sancho. Y la de ste al sentirse solo
sin su don Quijote. Pero es que esa pareja humana que traz Cervantes son,
los dos juntos, una soledad. Una copla a acoplamiento definitivo de solitarios.
Y de los dos mayores solitarios del mundo: el que cree que es verdad lo que
suea, y el que cree que suea lo que es verdad. Esa soledad de comunin,
esa soledad en compaa (la del amor) se encuentra, por esa compaa humana,
ms profundamente a s misma, que no alejada de los hombres y en compaa
solamente de la naturaleza: el paisaje, los animales, las plantas... cosas que tienen
aislamiento propio, pero no soledad. El canto ms hondo andaluz encontr su
forma, precisamente, en esa soledad, en el cantar de soledad. Que en Andaluca
se agitana o se agachona . Se dice agachanado a un andaluz fronterizo
entre andaluz y gitano, como se dijo mozrabe o mudjar al espaol, al andaluz,
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12S
730
CERVAN TES
132
vida, perdindola por el de la ciencia del bien y del mal, de la moral, en suma.
El primer pecado del hombre, en el mito del Paraso, fue esta falsa sabidura
equvoca de una razn ambigua, simplificadora y simtrica, que parta en bien
y en mal todo saber, como todo sabor en dulce o amargo, pudriendo de raz
los frutos terrestres de la vida. En esta oposicin simtrica y simplificadora,
Shakespeare-Cervantes: la noche y el da, advirtamos que estamos usando,
metafricamente, tan slo un signo orientador que verifique en ellos nuestras
preguntas infernales y la correspondiente solidaridad de sus rplicas.
Siguiendo con la luz solar, que nos deslumbra, segn imaginamos, en la obra
de ficcin cervantina, no nos abrasar tambin con su lumbre? Pensemos
que esta luz es una inequvoca afirmacin solitaria: la del sol; esto es, la de el
solo . Si la msica enmascaraba, para Shakespeare, un silencio de espantos,
tal vez la luz es la enmascaradora, para Cervantes, de una espantosa soledad.
Soledad de la vida que sustenta: de nuestra humana vida. Soledad del mundo
que luminosamente anima. Detrs de la prodigiosa msica shakespeariana se
nos abre un silencio solamente de espanto, como detrs de la maravillosa luz
cervantina se nos abre una espantosa, solamente espantosa soledad?
Hamlet, contemporneo de don Quijote, cuando se asoma al borde de la
tumba, dice, como ltima palabra: silencio. Y el anciano rey Lear, enloquecido,
al asomarse al alborear de su locura, en una noche tenebrosa, tempestuosa, dice
tambin: silencio, silencio! Veamos el significado infernal que el silencio toma
a travs de toda la ficcin dramtica shakespeariana, al mismo tiempo que
situbamos esta ficcin dramtica en un mbito de nocturnidad teatral, que aun
decamos premeditada y alevosa. Hay premeditacin, alevosa y nocturnidad
en los silencios shakespearianos, tan expresamente como expresivamente
rodeados de msica por todas partes: son como silencios insulares; como si
un mar de msica, de canto, de encanto, rodeara amenazador la isla maravillosa
del prodigioso mgico, Prspero de la poesa, que es el propio Shakespeare.
Decamos que Shakespeare, rompiendo su varita de virtudes ilusorias,
volvindose de espaldas a esa nocturnidad aparente de su velado y desvelado
teatro admirable, callaba del todo, y se volva, antes de morir, hacia la luz de
un silencioso da. Muere el poeta silenciosamente, como nuestro Cervantes, y
en el mismo ao, como es sabido. Muere con muchos aos menos, y tan slo
unos pocos das ms; unos das despus; en la prim avera de 1616. En sus
creaciones imaginativas, en sus figuraciones poticas, a las que los siglos han
dado juventud permanente, advertimos una rara coincidencia, que radica en
el hecho potico de ofrecernos los trminos de la novela y el teatro cuidado
samente entrelazados, interpuestos.
La invencin teatral de Shakespeare -como la de nuestro Lop e- es siempre
novelesca. La novelesca de Cervantes es siempre teatral. Porque ambas se
espacian o espacializan en el tiempo y se temporalizan en el espacio con recproca
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136
de veras; y por eso nos dice que valedero en cualquiera sazn, en todo tiempo. La
stira o parodia de los libros de caballera toma as un aspecto circunstancial
y secundario. Pero es indudable que este propsito, integrante de la burla misma,
no impeda que tuviera Cervantes clara conciencia de la perdurabilidad de su
estupenda invencin novelesca, de su proyeccin en el tiempo y en todo tiempo,
como en cualquiera sazn de la vida humana, valederos. Pero es tambin lo cierto
que, en los aos en los que el Quijote se concibe y realiza, la novelstica espaola
se encontraba a un nivel de invencin potica muy superior a lo que al autor
de las Novelas ejemplares le pareca. Porque, si bien es cierto que l invent con
ellas una nueva novelera y novelstica, no lo es menos que de la novelera y
novelstica anterior a la suya podemos recoger algunos maravillosos frutos: todos
ellos determinantes decisivos en la direccin que sus cauces iban a imponer al
poeta del Quijote y el Persiles.
Contemos con que eran ya tres, enteramente definidas, las corrientes poticas
del novelar espaol al final del siglo XVI; de las cuales el autor del Quijote, directa
o indirectamente, iba a sacar el ms feliz partido. Eran tres, como es sabido,
estas corrientes de la novelera espaola hacia esa fecha: la novela de caballeras,
de antigua procedencia; la novela pastoril y la novela picaresca, nacidas en el
mismo siglo. De estas tres vivas corrientes novelsticas y noveleras parti
Cervantes para su invencin admirable. La misma crtica que l nos ha dejado
de la caballeresca y pastoril nos informa de ello expresamente, y aun muy
expresivamente. No tengo sino recordar los famosos captulos VI y x l v i i de la
Primera Parte del Quijote, donde, como todo el mundo sabe, al criticar los libros
caballerescos, afirma Cervantes su predileccin por algunos (naturalmente
por el Amads); y, lo que es ms, defiende sus posibilidades poticas, hasta el
extremo de considerarlos, en esa posibilidad, tan valiosos, que cierra el captulo
XLVII con el dilogo del cura y el cannigo, responsabilizndose literariamente
de su juicio con estas conocidsimas palabras:
Porque la escritura desatada de estos libros da lugar a que el autor pueda
mostrarse pico, lrico, trgico, cmico, con todas aquellas partes que
encierran en s las dulcsimas y agradables ciencias de la poesa y de la
oratoria: que la pica tan bien puede escribirse en prosa como en verso.
(.Don Quijote, i / x lv ii )
Aadamos a esto lo que aade su autor al comento de la pastoril en el escrutinio
de la biblioteca de don Quijote, y en el Coloquio, cuando, minuciosamente, el
perro Berganza nos resume la crtica de Cervantes sobre la novelstica pastoril
-por l tambin seguida con su Galatea, que nunca dej de pensar amorosamente
en concluir-; y al resumirla, nos dice aquello de cosas soadas y bien escritas
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138
140
contndonos como, al ir a acostarse aquella noche, que iba a serle tristsima, vio
que se le deshaca una media, yndosele hasta dos docenas de puntos... que
qued hecha celosa . Afligise en extremo..., y diera l por tener all un adarme
de seda verde, una onza de plata: digo seda verde porque las medias eran verdes.
Y nosotros pensamos en las verdes redes en las que cay preso en el bosque;
en el verde gabn del Caballero Miranda, en cuya casa encontrara tan
maravilloso silencio; y en aquel otro antifaz verde que enmascaraba el bellsimo
rostro de la enamorada adolescente Isabela Castrucho, o Castrucha, cuando
toda vestida de verde atraviesa a caballo el camino, pasando misteriosamente
ante los ojos sorprendidos del hermoso escuadrn de los peregrinos de amor,
en las postreras pginas del libro tercero del Persiles.
Pero, volviendo a nuestro don Quijote, cuenta Cervantes que aquella
melanclica noche en la que sinti su soledad, casi, casi, como ms tarde sus
melanclicos presagios de muerte; en aquella encantadora noche, al sentir de
su soledad, sinti tambin tocar un arpa suavsimamente; y sinti el canto de los
dulces suspiros amorosos de una enamorada doncella... y fue entonces cuando,
tras una pintoresca peroracin, don Quijote, despechado y pesaroso como si
le hubiera acontecido alguna gran desgracia, se acost en su lecho... .
Solo y a solas, si todava consigo. (Tambin en soledad de amor herido ?:
Una profundsima y anchsima soledad, donde no puede llegar alguna humana
criatura; como un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin: tanto
ms deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto ms profundo, ancho y so lo ... .)
Soledad de amor y no de muerte. Piadosa soledad para el hombre, la que le
encuentra, al fin, solo, a sus solas, hacia E l Solo.
Soledad de amor fue, sin embargo, la experiencia infernal de nuestro Calixto
y M elibea: la soledad de amor de la pareja humana. Calixto y Melibea
encuentran su infierno de amor en esa soledad irreparable, ardiendo en una
sola llama viva de amor, como Paolo y Francesca, Romeo y Julieta, Tristn e
Isolda. Esta soledad de amor que se hace infierno, experiencia potica del
Infierno, es la soledad del amor humano. Pero nuestros msticos del siglo X V I,
como Platn, o mejor digo, como Plotino, de quien son estas terribles palabras
de amor y soledad; solo a solas hacia E l Solo, o sea, hacia Dios, nos hablan de otra
soledad de amor, soledad divina. Si el hombre est con Dios, no est solo,
pensaba y deca Nietzsche. La soledad humana y divina de nuestro don Quijote
es esa soledad imposible del hombre sin Dios. Y por ella, Alonso Quijano re
niega, al morir, de don Quijote; porque afirma cristianamente, como Cervantes
mismo, el hombre Cervantes, al vivir y al morir, con el ejemplo admirable de
su vida y de su obra divina, la piadosa soledad de amor del hombre solo; porque
slo con Dios o hacia Dios.
sta nos parece que es la leccin final del Quijote; su finalidad moral, su impulso
tico, fabulosamente desenmascarado, al fin, en esta tan aparentemente simple
141
142
43
PROSA LRICA
CARACTERES
A Pedro Salinas
EL ALEG RE
Cuando deca sus cancioncillas, ponindose la mano ante la boca como una
bocina para pregonarlas, todo se llenaba de alegra, de la alegra del pregn
matutino: una alegra frutal, verde y fresca; alegra de mercado, de feria y de
banderola; la alegra del cielo radiante en el que se dispara un clarn falso; la
alegra de su risa, juvenil y humana, derramndose claramente de todo y
llenndolo todo, en su locura, como si se hubiese roto su caera conductora
y no tuvisemos a mano ninguna consigna mgica para evitarlo.
E L T E M E R O SO
E L E X IS T E N T E
Era -caso rarsimo- una persona, porque no era ms que persona; y de tal modo
era exclusiva y excluyente su personalidad, que no tena realidad ninguna:
apareca y desapareca -sala, entraba, se iba, volva-, como un fantasma.
E L IN S IS T E N T E
E L TO RTURADO
A veces, cuando hablaba, haca con las manos un extrao movimiento como
si doblase y enroscase un duro hilo de acero invisible; y aquello absorba su
atencin por completo, hasta que paraba, de pronto, quedando abatido y
descorazonado de algn resultado imposible. Segua hablando, entonces, con
esfuerzo, como si quisiese callar y slo por una consideracin amable y ex
cepcional -la ms amistosa- no lo hiciera.
Despus de dejarle, era cuando notbamos que, con todo aquel misterioso
ajetreo de sus manos en el aire, haba colgado de nuestros odos una sutilsima
tela de hilillos invisibles, transmisores de la inaudita msica estelar que l haba
aprisionado y vibraba a nuestro alrededor como un enjambre.
E L IN C A N D E S C E N T E
14.8
E L D E S C U B IE R T O
E L B O N D A D O SO
E L P R D IG O
Lo primero que llegaba de l, en el recuerdo, era su risa: una risa clara, atrona
dora y caudalosa como un ro; una risa torrencial, desbordante siempre; una
inundacin de risa fertilizadora.
H9
Viva del caudal inextinguible de su risa -o, mejor dicho, vivan los demsporque l la desparramaba a su alrededor, la arrojaba a todos lados, generosa
mente, como si tirase monedas de oro por la ventana.
Iba y vena la marea incesante de su risa, sobre l; le traa y le llevaba, ante
s, sobre s -dentro y fuera-, como un mar secreto, acariciando el suave contorno
femenino de la playa de su melancola; y en su playa sola estarse escondido
entre la arena o pegado a una roca como un molusco, hacindose un caparazn
de su amargura.
No se rea debajo de la cscara amarga de sus pensamientos! Pero haba
que romperla para encontrar lo tierno del corazn -la culpa dulce o agridulce-,
la melanclica alegra, distante de la de su risa, tal vez, pero ms blanda y
conmovida.
E L A M IG O
E L E SP IN A D O
750
E L CA BEZO T A
E L ATRANCADO
E L E X IG E N T E
1 1
correspondiente. A veces, sin saber lo que quera ni lo que no, se pona como
una fiera, exigiendo que se le atendiese, y si se le atenda en el acto, se quedaba
inmvil, ausente, como si le hubiesen dado un puetazo en el estmago; luego,
se excusaba con torpeza y dejaba una pausa para que surgiese alguna cosa,
alguna falta en los dems, que hiciese inapelable, imperativa y absoluta su
exigencia.
E L FALSO JU D O
No era judo pero se rea como si lo fuera. Tena esa risa falsa del judo, que
no tiene risa y quiere imitar la de los dems porque sabe que la risa es el antdoto
del semitismo, que al judo se le mata con la risa (y al Diablo tambin).
Era de la variedad del judo gordo, el de la peor avaricia, inflado de agua
porque cierra sus riones como su bolsa y se pone abotargado y blancuzco de
hinchazn.
Y lo peor era que tena cara de conejo.
Nunca me fi de su amistad; todo era falsificacin en l, vuelta, doblez y forro
aprovechado.
Seguramente careca de alma, porque, aunque no estuviese inanimado, su
llamativa animacin era tan falsa como su risa.
Era dos veces falso: porque ni siquiera era judo.
E L A LBO R O ZA D O
152
EL TRASN O CH AD O
E L ESPANTA-PJAROS
153
E L A V ISPA D O
E L P A R E C ID O
E L IN V IS IB L E
No s cmo se las arreglaba para entrar en todos lados sin que se le viese. Cuando
alguien le descubra en su rincn y le preguntaba sorprendindose: Ah! pero
estabas ah?- contestaba invariablemente: -hace dos horas.- Estaba siempre,
en todas partes, dos horas antes de que nadie se diese cuenta.
Vea a los dems sin ser visto nunca y daba detalles y pormenores de nuestra
estancia en cualquier sitio, en donde menos pudimos sospecharle. Pero, fuera
de estas verificaciones a posteriori de su presencia, no hablaba casi nunca y se
contentaba con mirarnos. Yo no s qu secretos rincones tendra en su alma, los
ms silenciosos, los ms escondidos del mundo.
Pero cuando nuestra extraeza se hizo mayor fue el da que supimos que haba
desaparecido definitivamente. Ya no podramos descubrirle ms y estara para
siempre con nosotros sin que pudiramos volver a verle nunca.
E L M A L IG N O
No tena ms que una fe buena que haba encontrado de milagro; todo lo dems,
eran sus dudas; y se dedicaba a tirarlas por el aire, sin romperlas, algunas veces,
155
E L D ESLU M BRAD O
No s qu deslumbrante luz haba visto para cegarse de ese modo. Tal vez, haba
mirado, al pasar, a una de esas lucecitas prohibidas, a las que se mira, inevita
blemente, no por curiosidad sino por cientfico deseo de comprobacin; por
ansia de sabidura, heredada de haber desobedecido la prohibicin del rbol
en el Paraso. Una de esas lucecitas que se nos figuran el diminuto corazn
encendido de la ciencia -o una de las lenguas del Espritu Santo-, y a las que
si se ha logrado mirar una vez se debe morir, como despus de haber visto a
Dios.
Pero l se haba salvado de milagro, o quizs fuera que solamente la haba
entrevisto y por eso no estaba ciego del todo y continuaba entreabriendo los
ojos para mirar, encogindolos constantemente, con toda la cara, como si
estuviese siempre deslumbrado.
E L IN T E L IG E N T E
156
>
r
[
sI
i
i
j
;
E L EV A SIV O
Tena razones para todo aunque en nada tuviese razn; porque lo que tena
era pasin: pasin y razones; las razones de su vivo apasionamiento.
Si estructuraba su pensamiento -o sus pensamientos- con una lgica ideal,
era para poder escaparse luego por cualquier rendija de la complicada arqui
tectura; o para silbar como el viento por los enredados pasillos oscuros de su
laberinto; para gritar y ulular, errante por las galeras subterrneas de la con
ciencia, como un irnico burln y caprichoso fantasma inexistente.
E L IM P A C IE N T E
E L A R R EBA T A D O
'57
E L P E R SU A SIV O
E L A D M IR A B L E
Pareca que las estrellas se reflejaban en el fondo de sus ojos como en el pozo
de su goce profundo. El agua quieta de sus pupilas transparentaba la creacin
invirtindola en su mgico espejo para volverla a crear de nuevo; el universo
era una figuracin suya perfeccionado en cada instante por su lrico empeo.
Todo lo haca bello, poticamente, slo con mirarlo. Contemplaba su pensa
miento, en la soledad, como un cuerpo desnudo.
Posea la virtud diamantina de cortar el cristal sin romperlo y sin herirse; se
aislaba sobre sus cristales -instrumento vivo-, para obtener, como el sonido
musical, la belleza pura y exacta.
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ESCRITOS TAURINOS
E L A R T E D E B IR L IB IR L O Q U E
E N T E N D IM IE N T O D E L T O R E O
164
A L TO REO AN D ALU Z
E S C U E L A D E E L E G A N C IA IN T E L E C T U A L
El arte de birlibirloque es el que sabe que en toda accin y obra del hombre,
Dios pone siempre la mitad. O no la pone y tiene que ponerla el Diablo.
En todo arte bello hay siempre la evidencia viva de un milagro. El milagro
cumple una ley divina, con rapidez, con ligereza: por arte de birlibirloque.
El milagro se hace siempre que el hombre pone algo y Dios dispone de ello. (El
hombre pone y Dios dispone; es decir, quita.)
El arte de birlibirloque es el arte de poner y quitar.
Lagartijo o Cuchares, el que fuera, fue un admirable definidor del arte de
birlibirloque cuando explicaba el arte birlibirloquesco de torear diciendo: Que
viene el toro? Te quitas t (y para poderse quitar, hay que haberse puesto
primero). Que no te quitas t? Te quita el toro. En este caso, Dios es el toro.
(Al cordobs Sneca le llam Nietzsche toreador de la virtud .)
En el arte de torear es donde mejor se evidencian las verdades birlibirloquesas,
porque entran por los ojos.
Los Principios del arte de torear que escribi Pepe Hillo tienen la permanencia
perfecta de un dogma esttico, o sea, todas las condiciones convencionales de
una ciencia. Tratar de sustituirlos sera como tratar de inventar un nuevo sistema
planetario: posible, pero incmodo; y, probablemente, equivocado.
Las corridas de toros nacieron al arte de birlibirloque en el siglo xvm . Vinieron
a contrarrestar clsicamente el desorden pblico y privado de la decadencia
espaola. Pero a esta originaria generacin clsica sucedi, despus, durante un
siglo, su castiza degeneracin.
i6y
Para convertirse en fiesta nacional las corridas de toros tuvieron que degenerar
castizamente, corromperse como el teatro birlibirloquesco del siglo x v i i . La
careta nacionalista, feamente pintarrajeada de casticismo, oculta, en ambos casos,
la bella faz humana - y divina- de un espectculo popular, es decir, aristocrti
camente clsico. El pueblo es siempre minora.
El casticismo costumbrista ha corrompido las corridas de toros, ni ms ni menos
que el teatro, la literatura, la pintura, la arquitectura, la msica, el catolicismo
y la poltica: todo lo que ha hecho infraespaol. Pero no hay nada menos
castizamente espaol que la lidia de un toro en la plaza cuando es ejecutada
perfectamente. Nada ms clsico, ms romnticamente clsico; y, a la inversa,
apolneo y dionisaco a un tiempo, o sea, artstico; nada ms singularmente
bello, y, por tanto, universal. Cuando la lidia del toro se realiza ordenadamente,
por la direccin voluntaria de una inteligencia viva y juvenil, es un espectculo
admirable de pasin y gracia, de mpetu natural y consciente dominio geom
trico: de vida y de arte.
Toda tradicin es una pugna de lo clsico y lo castizo.
Lo que no tiene inteligencia, tiene carcter.
El casticismo es caricatura; lo caracterstico es siempre caricaturesco; porque
la exageracin no es intensidad, es caricatura. Lo que no se puede expresar
intensamente, se exagera.
La enfermedad se ha definido como caricatura del temperamento : exageracin.
El que slo tiene defectos, impotencia artstica, exagerndolos logra la caricatura
de una personalidad, de una inteligencia: el carcter (el carcter es la carica
tura de la inteligencia); y as se forma exteriormente, no por su inteligencia, que
le falta, sino por su temperamento, que le sobra. En el arte de birlibirloque de
torear, Joselito era una inteligencia, y Belmonte un temperamento, una caricatura.
La expresin de una enfermedad: el casticismo espaolista caracterstico. Los
nombres de Joselito y Belmonte polarizaron visiblemente la pugna tradicional
espaola de lo clsico y lo castizo.
Hay que separar definitivamente lo que es caricatura de lo que es expresin
intensificada con firmeza de trazo -de pensamiento- con vigor: estilo. L a ex
presin lograda es belleza definitoria, porque es la lnea que define, conte
nindola, una plenitud espiritual. Por el contrario, la caricatura es concavidad
vaca de todo: exageracin, voz ahuecada, ausencia de lnea (de pensamiento),
de expresin: caracterstica fealdad.
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Los que compadecen al toro, le agravian mucho ms, y peor, que los que le
hieren y le matan. El nico insulto para el toro es la compasin.
Cmo se puede proteger la fiereza? No hay Sociedad protectora de animales
capaz de enfrentarse filantrpicamente con un toro.
El torero triste, que sale a la plaza lastimosamente, con dolorida gesticulacin
de reumtico articular agudo, exagerados ademanes de fatiga y anhelante angustia
respiratoria, mendiga el xito como una cama de hospital. Cuidado con ese
torero, que es un chantajista de la compasin!
El toreo no es un baile; mas para las condiciones vitales de su realizacin es
como si lo fuera.
En lugar del cartel de No hay billetes que veo a la entrada de la plaza, preferira
ver este otro: E l que no sepa geometra no puede entrar.
En el arte de birlibirloque de torear, el torero clsico no tiene lucimiento: tiene
lucidez.
Entre tantas definiciones de la inteligencia pudiera darse sta: la inteligencia
es una aptitud o predisposicin metafsica para torear.
No es lo mismo el juego del arte que el arte del juego: el toreo es un arte del
juego.
El juego alerta del toreo es un despertador del alma de los que duermen, y, sobre
todo, de los que suean. Pero algunos sordos que no quieren or, ni ver, ni
entender, llegan a necesitar el despertador para dormirse, ms profundamente
todava; y aun para soar.
Para torear, como para ver torear, hay que estar muy despierto.
El imaginativo, el soador y, probablemente, las mujeres, sobran en la plaza:
en la limpidez de su atmsfera celeste no hay musaraas en que pensar.
No hay nada ms despierto y evidente que el arte de birlibirloque de torear: nada
que exija una atencin ms clara, rpida y decidida, nada ms real; por eso es
accin y espectculo de pura, exclusiva inteligencia: de apurada sensibilidad.
No es oro (ni plata) todo lo que reluce en el toreo; es ms: inteligencia.
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Las virtudes afirmativas del arte de birlibirloque de torear, son: ligereza, agilidad,
destreza, rapidez, facilidad, flexibilidad y gracia. Virtudes clsicas: Joselito.
Contra estas siete virtudes hay, en efecto, siete vicios correspondientes: pesadez,
torpeza, esfuerzo, lentitud, dificultad, rigidez y desgarbo. Vicios castizos:
Belmonte castizo hasta el esperpentismo ms atroz y fenomenal.
Joselito toreaba, clsicamente, para el universo: por el gusto de torear. Belmonte
ha toreado, castizamente, para el pblico; y a disgusto: pour l Espagne etpour le
Maroc.
Lo que ms entusiasma a los pblicos, en un arte cualquiera, es tener la impresin
de un esfuerzo en quien lo ejecuta, la sensacin constante de su visible dificultad:
esto les garantiza la seguridad de que pueden aplaudir justamente, premiando
el mrito. Pero al espectador inteligente lo que le importa es lo contrario: las
dotes naturales extraordinarias, la facilidad, que es esttica y no moral; ver
realizar lo ms difcil como si no lo fuera, diestramente, con gracia, sin esfuerzo,
con naturalidad. Es sta, en todo arte, la supremaca verdadera: vital. Hay
que invertir todos los valores para poder afirmar lo contrario.
Joselito, extraordinariamente dotado, extrem las virtudes afirmativas de su arte
hasta el virtuosismo. Tan malo es pasarse como no llegar? Nunca tan malo.
En Joselito el arte de birlibirloque se extremaba tanto que llegaba a parecer, a veces,
casi exclusivamente, prestidigitacin. Oh maravilla! Visteis al escamoteador,
escamoteado, al fin, por la muerte. (El toro, en este caso, era, tambin, Dios.)
La prestidigitacin aparente de birlibirloque no es su arte, ni su ciencia, sino,
sencillamente, su estilo.
El predominio de la lnea curva y la rapidez son valores vivos de todo arte
(Joselito). El de la lentitud (morosidad) y la lnea recta, son valores muertos
invertidos (Belmonte).
La lnea curva compromete al dibujante, obligndole a ser expresivo; es decir,
a pensar, a ser dibujante, a tener estilo. Y es o no es: no hay trampa posible.
El mal dibujante, por el contrario (mal pensador, mal artista, mal torero), se
defiende con lneas rectas tangenciales: se sale por ellas engaosamente; no
se atreve a comprometerse, y hace trampas morales, trampas con rectitud: la
trampa siempre tiene mrito.
La rectitud es siempre moral: nunca artstica.
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Hay que poner mucho cuidado en separar el arte del artificio, que lo falsifica;
el juego, de la trampa, que lo prostituye: porque en el juego, haciendo trampas,
se puede ganar; pero entonces es cuando el juego no vale. Hay que negar todos
los valores, invirtindolos, para que la trampa valga ms que la suerte; el artificio,
ms que el arte; la estilizacin, caricatura del estilo, ms que el estilo; el efec
tismo, ms que la expresin. Es lo que hizo Belmonte en el toreo, por instinto
de conservacin, dada su impotencia natural; lo que hizo Strauss en msica y
Pirandello en el teatro. El mayor pecado contra el arte de birlibirloque, el pecado
mortal, es la trampa o truco, porque es su falsificacin engaosa; pero es tambin
para los arribistas, aventureros de fortuna, voluntariosos desgraciados, el xito
seguro: Birlibirloque no tiene polica ni justicia para las malas artes; y cuando no
hay vigilancia para el tramposo, gana siempre.
Para el pblico ininteligente de un arte, o de un juego (lo mismo da), todo lo
que no tiene trampa no tiene mrito; y es verdad, no tiene mrito: tiene gracia.
El arte de birlibirloque decepciona siempre a los pblicos, porque no le encuentran
la trampa; y es que no la tiene. Las muchedumbres no aceptan nunca la verdad
artstica, porque les parece mentira, y aceptan siempre cualquier mentira que
parezca verdad: rechazan el milagro y crean el mito.
A falta de arte, bueno es el artificio, dice el impostor, en el toreo como en el
teatro; y el pblico aplaude, porque el artificio lo ve, y el arte no; porque no
ve el juego, -sino la trampa, y cree que la trampa es el juego; y que el mrito
es hacer trampas para ganar seguro.
El arte no puede ser artificial, como el estilo no puede ser estilizado. El arte tiene
su propia naturaleza artstica, y, naturalmente (artsticamente), su graciosa
naturalidad, que es la ms pura perfeccin artstica. El artificio, por el contrario,
es siempre afectacin. En el arte de birlibirloque de torear, Belmonte fue la
afectacin artificiosa; Joselito, la artstica naturalidad; volva el arte birlibirloquesco de Pepe Hillo a su inocencia bella, clsica, anterior a la cada casticista:
con toda la fuerza y la gracia primaveral del ms nuevo renacimiento.
Toda revolucin es un retroceso? No. Todo retroceso es una falsa revolucin:
un fracaso; una evolucin rota, una tradicin revolucionaria estropeada,
interrumpida; un nacimiento o renacimiento malogrado, cortado en flor, en
su flor: la novedad. Belmonte fue una mala revolucin;Joselito, un renacimiento.
El artificio se complace tristemente en la muerte; el arte juega alegremente
con la vida.
Si el torero se quita saliendo por pies, como aconseja Pepe Hillo, cuando el toro
llega y l no est en suerte, hace perfectamente: lo mismo hace el toro.
Al torero que huye saliendo por pies para salvarse en la barrera, no se le puede
reprochar nada, porque se ha salido del juego, y ya no hay miedo ni valor que
valgan. Todos los nios saben que cuando se llega a la barrera es cuando ya
no valeyigax: es el toro el que no debe saltarla; el torero, s. El torero que se
quita saltando la barrera cumple una ley fundamental del juego: la de no jugar
cuando no puede, juega limpio; en cambio, el torero que torea entrando en el
terreno del toro, por miedo, aunque parezca lo contrario, para no ponerse en
peligro, falta a todas las leyes del juego, juega sucio, hace trampa.
Al toro no se le busca, se le encuentra.
El toreo es un juego de envite y de azar.
El primer deber del torero es no acercarse al toro. Y del toro, no dejarse acercar.
Un toro que se deja acercar, ya no es un toro. Un torero que se acerca al toro,
es un jugador de ventaja, un tramposo.
Al toro no se le puede pisar su terreno, ni cerca ni lejos: es ganarle por trampa.
El torero que pisa el terreno del toro, acaba con el toro y con el toreo: lo anu
la, lo destruye, convirtindolo en una pantomima ilusionista, generalmente
sin peligro alguno, pero muy emocionante para el histerismo afeminado de
los pblicos virilistas, como el espectculo de un domador de leones morfinizados.
El valor, espera; el miedo, va a buscar.
No est el peligro donde menos se piensa, sino donde se piensa ms; porque
no est donde parece, en la trampa, sino en la suerte, donde menos se ve. Joselito,
como Pepe Hillo o Guilln, birlibirloquesco, muri de una cornada fatal. Cuando
el torero est en su sitio y el toro viene desde el suyo, es cuando la cogida es
mortal; porque si el torero no para la embestida, burlndola con matemtica
exactitud, el toro le entra a fondo, como en la esgrima, y le mata, porque el
torero verdadero no tiene doble fondo como el tramposo. As perece en el
encuentro, porque no hay encuentro; encuentra la muerte sin haberla buscado,
mientras que el tramposo la busca, mentirosamente, para no encontrarlajams:
como busca al toro, para no encontrarse con l.
El buen torero es el que est siempre lejos del toro, pero en su sitio, que es lo
ms peligroso para l. Por eso torea siempre de espaldas al pblico (no es efectista,
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sino expresivo); porque, aunque la plaza sea redonda, el pblico lo tiene siempre
detrs: delante est el toro.
El torero que escandaliza es el que exagera falseando el juego: el que se sale
de su sitio y desvirta el orden total con latiguillos y desplantes, porque igno
rante de las reglas objetivas de su juego, se aprovecha del desorden que ha
producido para ponerse solo, en primer trmino, para hacer gorgoritos despus
de haberlo estropeado todo, como en una pera el divo. Y eso no se le puede
tolerar ni atenuado por el peligro mortal que corre de atragantarse.
En el juego artstico de torear no se pueden hacer posturas, ni en el ruedo ni
fuera de l; porque la postura es lo contrario de la colocacin o posicin, situada,
ante la suerte.
El torero verdadero, el birlibirloquesco, sabe que no se torea, de verdad, ni lejos
ni cerca del toro, sino en corto o de largo, como Montes define; y que estas
distancias se miden, segn los tiempos, por los pies; porque los tiempos son
mecnicos, no psquicos, tiempos extensos: funcin del movimiento en el espacio;
medida de la cuarta dimensin espacial. Los tiempos, las distancias, en el toreo,
se miden, segn Montes, por los pies que tenga el torero y los que tenga el
toro, en relacin mecnica de movimientos; por la rapidez, ligereza, vuelo,
que tengan, el toro y el torero, relativamente, en los pies. Por eso la cualidad
esencial del torero era, para Montes, la ligereza, que el valor y perfecto
conocimiento birlibirloquescos verifican.
La suerte se carga de razn para mejor cumplirla. Cargar la suerte, en el toreo,
es empezar por tener razn para verificarla: proponerla en la rectitud natural
de su entendimiento, plantendola con claridad y distincin, con exactitud,
sin rodeos. Montes ensea a cargar la suerte en su principio, cuando el toro
entra en jurisdiccin: a marcarla (el terreno jurisdiccional es la marca de
separacin de los terrenos: el propio del toro, que es el que determina sus
querencias, y el del torero, determinado siempre por el del toro); marcar la suerte,
de este modo, es dirigirla, precisarla, darle recto sentido intencional, inteligente;
para perfeccionarla en su centro, que es en donde la suerte se verifica. La
inteligencia obliga al torero a cargar la suerte de razn para apurarla hasta el
ltimo extremo, que es el cruce: el quiebro en el embroque, el verdadero apuro;
en donde la razn se salva, lgicamente, por arte de birlibirloque.
La rapidez, la ligereza, no son prisa ni precipitacin; son todo lo contrario:
clculo; meditada, preparada, decidida resolucin de vuelo, de salto, de inte
ligencia.
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Joselito era el estilo puro, transparente, absoluto de torear: el estilo real, desper
sonalizado; porque el estilo es cosa y no persona. El torero que personaliza el
estilo lo falsifica parodindolo, lo imita porque no lo tiene, lo caracteriza o
caricaturiza: lo niega. Cuando el torero dice: el estilo soy yo, e s que no e s ms
que l, sin estilo. No hay ms estilo de torear que el toreo mismo, sin personalizar:
el arte de birlibirloque.
Pepe Hillo, dando un solo pase de muleta antes de matar bien a un toro, era
el estilo seco de torear. Romero, en un supremo alarde, matndolo sin dar
ninguno, era el extra-seco: mejor que mejor. Vino despus el dolce stil novo: la
dulcedumbre empalagosa de la faena con la muleta de gran vuelo para arropar
(de arrope) al toro: el toreo almibarado y pegajoso en que todo se liga; hasta
que sale un toro de veras y se acab el ligar; porque menudo pajarraco es un
toro, lo que se llama un toro, para ir a cazarlo con liga!
La falta de poder y bravura, de aos, de casta, resta al toro el mpetu en el
empuje: le hace tardo, medroso y suave en la embestida, lo que permite al torero
pasarlo lento y eludir el peligro del cruce, simulando ventajosamente, en ralenti,
una ilusin de suerte: lo que llaman temple, templar; efectismo sin expresin
ni estilo; amaneramiento afeminado, retorcido, lnguido, falso; latiguillo fcil
para el torero como un caldern o un portamento, y espejuelo de tontos; porque
el nico que templa es el toro.
La languidez y el retorcimiento, dos amaneramientos sin estilo, son consecuencia
natural del toreo sin toro, de la inversin total del toreo que hizo la revolucin
belmontina; por eso el belmontismo ha culminado en el desfallecimiento o el
agarrotamiento del miedo; y no del miedo al toro, que no existe, sino al toreo,
del miedo a torear: miedo al arte y abandono a la trampa.
Era Belmonte con el traje plata un torero o era la armadura de Carlos V?
La sonrisa suicida del Espartero se hizo en Belmonte mueca desgarrada y dolien
te; y el toreo de torso esparterino, contorsin angustiosa y grotesca. Lo que
Espartero profetizaba trgicamente, Belmonte, caricaturesco, lo cumpla: el toreo
sin pies ni cabeza.
Lo ms lamentable de Belmonte es que tore siempre a lafunerala: muy despacio
y torcido.
A consecuencia de la decadencia malsana y enfermiza que engendr el
belmontismo, todo en las corridas de toros se hizo montono, pesado, torpe,
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lnguido: sin curvas y sin rapidez; sin variacin. Belmonte fue un rencoroso
Lutero empeado en verificar moralmente, tramposamente, lo que es mentira,
burla, gracia, el arte de birlibirloque de torear.
El protestantismo belmontista ha ennegrecido sombramente el toreo, apa
gando tristemente sus luces con el oscuro capirote de la tontera moral.
El capote y la muleta de Belmonte eran rgidos, duros, sin flexibilidad ni gracia;
porque para la trampa le servan como si fueran de cartn.
Hgase el milagro y hgalo el Diablo -dice el tramposo-; pero se equivoca.
El Diablo no hace milagros, hace trampas, para que lo parezcan; lo que ms
se parece a un milagro es una trampa.
Sub angelo lucis:e 1Diablo vestido de torero. Slo que se le conoce en seguida:
por el modo de andar.
La identidad de los contrarios, si fuese inmvil, sera la trampa ideal de la lgica
hegeliana: de un hegelianismo lnguido y retorcido tambin; degeneracin y
no superacin espiritual del raciocinio. Y es que Aristteles, como Pepe Hillo,
saba torear.
A menos bulto, ms claridad; escurrir el bulto es el arte birlibirloquesco de la
inteligencia: un toreo, arte de poner y quitar; clarividencia transparente, mgica
rapidez luminosa: visto y no visto; entendimiento natural y sobrenatural.
Toreo al natural o toreo obligado, cruzar al toro o dejarse cruzar por l; pero
siempre crucey encuentro: suerte;gama para perder; y a la inversa, burla recproca:
el arte de birlibirloque.
Para dar el molinete o la navarra, como deben darse, en la cara del toro, no
basta perderle el miedo al toro, sino el respeto, perderle el miedo a torear. El
torero miedoso es el que le tiene miedo a torear, a burlarse del toro delante
de l, jugando limpiamente con el peligro; y a burlarse, a negarse a s mismo,
y en redondo (molinete navarra), para salvar su juego. El verdadero toreo no se
burla slo del toro, se burla del toreo tambin.
El torero, cuando tira un farol concentra sus luces en un punto: enciende
alegremente la burla en un solo destello, rpido, juguetn, ligero, inteligente;
si se descuida, pierde, y lo apaga sombramente el toro.
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con tan lenta y pesada precaucin, que no se le puede torear; para matarle se
invent el volapi o vuelo de los pies en el torero, legalizacin lgica de un
recurso en ltima alzada que slo en este caso puede admitirse, porque el toro
infringe la ley.
La clasificacin birlibirlolgica que hizo del toro Pepe Hillo y ratific Montes,
supone una estructura y una escala, para la verificacin de los principios mismos
del toreo que las establece. Una dicotoma fundamental: la del toro boyante y
el abanto, grada, entre estos trminos, los medios cualitativos del toro claro o
sencillo, el revoltoso, el que se cie, el que gana terreno, el de sentido y que remata en
el bulto; y aun extrema y precisa el paso de las cualidades a su graduacin
cuantitativa con el bravucn, el que rebrinca o que se cierne en el engao, etc... De
este modo, las finas agujas del comps dicotmico miden como en proyeccin
triangular, ante el toro, todas las posibilidades de las suertes; de la suerte. Razn
y fortuna. En el toreo, ejercicio fsico y metafisico de la razn, como en el
espiritual que invent san Ignacio, se calculan cuantitativamente las condiciones
vivas de la verificacin de la gracia. Suprema ciencia, o arte grande como el
de la contemplacin luliana, pues dobla el juego de la vida con el de la verdad,
afirmndolo ordenadamente, como santo Toms, en perfecta correspondencia.
La naturaleza -deca el alquimista- slo se vence con la naturaleza: y del mismo
modo lo sobrenatural; hay que contar con Dios si se quiere vencer al Diablo:
y a la inversa. Las maquinaciones del toro se dominan como las del Diablo: con
naturalidad y sobrenaturalidad; es decir, mecnicamente.
El toro de sentido es, al fin y al cabo, el que tiene sentido comn, sentir de sus
sentidos, segn la psicologa tomista; y as da sentido a su mpetu. A l fin y al
cabo, porque afina cabalmente el sentido de su sentir, rematndolo en el bulto
oscuro; matando el alma luminosa de la burla. Slo as, a bulto, deca santa
Teresa que sabemos que tenemos alma: por sentido comn; oscuramente. El
toro sabe de ese modo ciego, tambin por sentido comn (el propio suyo),
que tenemos cuerpo.
Al toro hay que mirarle las orejas cuando est vivo; o para prevenir la arrancada,
como aconseja Pepe Hillo, si las mueve las dos; o para saber de qu lado sabe
comear, si mueve una, como aconseja Montes.
Cuando el torero cita al toro, de lejos, y le espera para matarlo (recibido, que
es la suerte clsica de matar), la mano izquierda, que va a cruzarle, debe ignorar
lo que hace la derecha, que va a darle muerte; es el cruce definitivo, el encuentro
ltimo y fatal; por eso, de no ser recibido, debe ser el encuentro rapidsimo, a
vuelapis; el vuelo de los pies ligeros se salta la trampa al justificar el engao,
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Vamos a ver si es verdad, nos decimos ante la suerte. Y el torero nos responde,
tcito: vamos a verlo.
El toreo, descendiente de la caballera, descendiendo de ella, por un empeo
caballeresco de a pie, voluntad de dominio, de seoro, de posesin o posicin
inteligente, tiene en la Virgen advocada, la Dama de sus pensamientos: singu
larmente, en la Inmaculada Concepcin. El torero, como Descartes, epgono
escolstico, ofrece a Nuestra Seora la invencin geomtrica de su arte, o de
su ciencia: de su birlibirlomaquialoga.
La filosofa cristiana, y no hay otra birlibirlolgicamente verdadera, es la que
se niega a s misma, o se burla, segn Pascal, para afirmarse, positivamente, por
la fe, por la cruz: como el toreo.
La fe positiviza la razn. Cuando se tocan, al cruzarse, la razn y la fe, funden
en un chispazo iluminativo la vida del hombre; como la del torero birlibirloquesco si choca luminosamente con el toro, produciendo un cortocircuito que
lo mata electrocutado. Y es que el torero verdadero quiere morir del rayo y
no del trueno; no del susto; como lo quiso la luminosa hija del aire, la birlibirloquesa calderoniana; y, como ella, no muere, se desvanece: como lo que
es: imagen pura, fantasma iluminado. El torero que muere en la misma cruz
de la suerte, es mrtir birlibirlolgico de la verdad; su muerte es testimonio
de ella: por eso no es muerte natural, sino sobrenatural, milagrosa; de gracia
y no de desgracia divina. El nico que se va al cielo derecho, a la gloria, con
zapatos y medias, es el torero muerto en la plaza, graciosamente, por el toro.
Entre la razn y la fe, no habr una diferencia ms que de rapidez, de velocidad,
mejor, de ligereza? El ideal de la inteligencia es alcanzar la mayor velocidad
conocida: la de la luz. Fue ste el ideal luminoso del Burlador, de Tirso, inte
lectual puro, rechazando largas fianzas: sin tiempo que perder. Por eso daba
una estocada, por no dar una explicacin; como un torero. Y eso era: el torero,
el hombre absoluto; el torero de lo absoluto; lgico de la burla y de la birla
como su teolgico inventor. As se defini a s mismo: un hombre sin nombre,
enigmtico, verdadero. Y por rapidez, por ligereza, arroj el lastre de su nom
bre vano, Don Juan, a todos los perros de la Historia, como un hueso duro
que roer. (Lo estn royendo todava.) l se qued solo, torero, hasta que, im
prudentemente luminoso, se dej ganar del Diablo, tramposamente, por la
mano. Los hijos de las tinieblas son ms prudentes que los hijos de la luz ,
dice el Evangelio. Segismundo, Semramisy Faetn cumplen idntico destino:
como el Burlador, son imprudentes, porque son hijos de la luz, del aire
encendido. Esta airosa genealoga de los burladores, en Lope, Caldern y Tirso,
ilumina la tragedia espaola: viste con traje de luces de torear el teatro birlibirloquesco del xvn , encendindolo como un altar, como un torero, de luces
claras y distintas: de inteligencia verdadera. Es la filiacin luminosa que tiene
en la inmejorable presencia del Burlador su figura definitiva: el toreo en cuerpo
y alma, o un cuerpo y alma de torero. Y es que el toreo del XVIII, como el teatro
del X VII, fue una consecuencia birlibirlolgica de la Teologa.
Un monstruo de la fortuna es el toro. El torero es un laberinto de razn. Si el
sueo de la razn produce monstruos, como el Diablo, la razn de soar hace
laberintos, como Dios.
En donde hay una cruz hay un punto; y en donde hay un punto hay una razn:
matemtica, divina. Para el torero, como para el telogo, la razn es un punto
en el que coinciden, al cruzarse, la voluntad con la inteligencia (afirmacin
tomista), o la burla con la pasin (afirmacin torera). El signo o seal de la
cruz afirma el juego del toreo como el de la filosofa: teolgicamente. El toreo
es una lgica de la burla: una lgica a lo divino.
La razn en el juego del pensamiento, como en el toreo, es un punto de par
tida, de apoyo, de vista y final. De partida, porque parte en dos el mundo del
conocimiento, definindolo, de este modo, geomtricamente, por su propia ley
generadora, al partir: como principio de contradiccin. De apoyo, porque
sostiene en equilibrio justo, con fidelidad de balanza, los dos mundos del
conocer: ste y el otro; visible e invisible, natural y sobrenatural; participacin
de los dos mundos dados al conocimiento, dados a la razn, como dados de
azarosa fortuna. De vista o de mira, porque habiendo partido y equilibrado
justamente el conocer, unifica la doble imagen dada de lo diverso en una
sola, el universo; visto y no visto: in ictu oculi; en un abrir y cerrar de ojos. Y
final, porque determina el juego mismo racional del pensamiento, del toreo,
como finalismo causal; al modo que un punto de luz engendra el crculo
luminoso, en la teora lumnica del telogo ingls Grosseteste; como principio
y fin o razn de ser: participacin de lo divino. La razn de ser del pensamiento,
como del toreo, pone todas las cosas en un punto, en su punto, que es punto
y hora de razn (duracin y simultaneidad); la hora en punto de razn; la hora
de la verdad: el acto relativamente ms puro. Crculo racional, luminoso:
afirmacin rotunda. En llegando las cosas a este punto, para el telogo como
para el torero, ya no dejan lugar a dudas. Eh! A la plaza!... El ruedo de la
razn es la rueda de la fortuna.
Cuando Birlibirloque hace un cucurucho de cartn, sin trampa ninguna, no es
para dejarlo vaco, sino para meter una liebre o una paloma dentro.
184
EL M UNDO PO R M O N TERA
EL M UNDO PO R M O N TERA
A mi hijo Fernando
X Y uestro siglo XIX espaol -nuestro estupendo siglo X IX - nos ofrece, pin
torescamente entrelazado al parecer con su dramtico proceso histrico, la
realizacin popular de un extrao, misterioso, admirable espectculo: el de
las corridas de toros, que, durante este siglo, alcanzan plenitud de arte absoluto,
independiente. Los toreros toman durante el siglo XIX fisonoma y personalidad
propias, autnomas, de grandes, verdaderos seores de su arte; de su arte y
de su vida. El seoro del torero brilla con ms limpia claridad en la vida
espaola, entonces, que aquella misma aristocracia o seudoaristocracia que lo
protega. Luce con ms brillo, con ms garbo, aquel seoro, que cualquier otro.
Tiene ms precioso y gracioso contorno intelectual para nuestra mirada de
hoy hacia ese pasado espaol, este seoro del torero, por su lucidez, por su
lucimiento, que el de otros muchos pintorescos de entonces: el de la poltica,
el de las letras o el de las arm as... El seoro del torero se refiere a una tradicin
que nace con el siglo, a una escuela o escuelas de aquel maravilloso y peligroso
arte que se genera y se corrompe, naturalmente, en el tiempo y por el tiempo,
como un arte o vida cualquiera.
H a y tres figuras de torero, grandes seores del toreo, que unieron su
nom bre a un em peo, por as decirlo, metafsico del arte de torear: a un
propsito de trascenderlo en teora. Pepe Hillo, Montes, Cchares. C ada
uno de ellos ha dejado escrito una especie de testamento, o m ejor dicho,
lo han dejado escrito por ellos sus testaferros literarios, escritores, periodistas
de entonces: Tijera, Lpez Pelegrn (el Abenm ar de las famosas cartas
y filosofa), Velzquez con sus Anales del toreo. En estos escritos encontramos
hoy nosotros no pocos motivos de meditacin espaola. L a misma distancia
que los separa en el tiem po nos ofrece trminos para establecer una
perspectiva sugeridora de reflexiones. Cada uno de estos tres nombres: Hillo,
Montes, Cchares; cada uno de estos tres libros: la Tauromaquia, la Filosofa,
los Anales, nos ofrecen una referencia significativa, en el tiem po, de la
generacin o principio, la plenitud y la decadencia de ese estupendo,
sorprendente arte de torear, verdadero arte de birlibirloque, sobre cuya razn
y sentido venim os escribiendo.
189
190
191
que ese mozo que tan admirablemente nos pinta la palabra del seor Len,
dando siempre su vida por su verdad, por sus verdades, llegara un da a cambiar
su suerte de tal modo que hiciese lo contrario: dar la verdad, su verdad, por la
vida, por su vida? Conocida es la ancdota, para nosotros melanclica, en
que este burln y guasn sempiterno explicaba la suerte ms difcil del toreo .
Se ha contado de muchos modos; pero de cualquier modo que se cuente dice
siempre lo mismo: La suerte ms difcil del toreo es salvar la vida, es volver
a su casa el torero intacto, sin rasguo ni siquiera en el traje, luminosa mscara
de su intrpida lucidez, de su mgica sabidura para sortear el peligro, los peligros
mortales de su arte. Pero esto es una suerte de veras o se hizo para Cchares
una trampa? No es ya una confesin de trampa el decirnos que la suerte de
las suertes, la suerte ms difcil del toreo, es volver el torero tranquilamente a
su casa, sea como sea, sorteando, por as decirlo, su propia suerte, su propia
verdad, con tal de haber salvado la vida?
Hay muchos casos en la vida -en las artes, en las letras, en la poltica...- como
el de Curro Cchares. Hay muchas conductas humanas que empezaron dando
su vida por su verdad y acabaron por invertir los trminos, dando su verdad
por su vida; acabaron por hacer trampas. El poeta, el pintor, el msico, el filsofo,
el poltico, la bailarina, acabaron por hacer trampas. En nuestro torero la
enseanza puede sernos moralizadora si tratamos de averiguar sus motivos
por sus razones. Que no son insignificantes.
Aquel mozo para el que no pasaba el tiempo, como para el burlador sevillano,
y al que no rozaba la experiencia, sinti un da, en plena juventud, en pleno
bro, una leve molestia en una pierna, en una rodilla. Los mdicos le aconsejaron
reposo. Pero l no haca caso. Como D onjun: Tan largo me lo fiis! . Y aque
lla molestia, acentuada, le hizo salir a las plazas a torear cojeando. Y aquella
levsima cojera le hizo sentir el tiempo de repente, y acumular en un instante
sobre s toda una largusima experiencia que hasta entonces pasara sobre l,
como dijera Ju an Len, sin rozarle . El mozo se hace un viejo de pronto. Y
donde el milagro de la suerte haba triunfado, triunfa la habilidosa sabidura
de la trampa para sortearla. El arte divino se hace arte diablico. La luminosa
lucidez se empaa de sombra malicia. La suerte ms difcil de torear es salvar
la vida. Se cambiaron las tornas. Aquella verdad de su juego, de su vida, ya
no es verdaderamente viva: ahora, la verdad, la nica verdad, es no morirse,
no morir por nada, por ninguna pura verdad de juego; la nica verdad es la
vida, es vivir, sea como sea; salvar la vida, aunque sea con trampa, o por trampa,
escamoteando el peligro.
En toda vida humana se nos ofrecen estas dos vertientes que con tan clara,
briosa, graciosa representacin nos ensea la vida de Curro Cchares; del seor
- iy qu gran seor, tan de veras, como tan de burlas; tan en las veras como en
las burlas!-, el seor Francisco Arjona, el torero Cchares, a quien el propio
'93
L A M S IC A C A L L A D A D E L T O R E O
A R a f a e l d e P a u la
He escrito en estas pginas que no se torea ms que por recortes y galleos, evocando a
Unamuno que deca que no sepiensa ms que en aforismos y definiciones. Pero el aforismo
es definicin y la definicin es aforismo. E l galleo es recorte y el recorte es galleo. Describe
Pepe Hillo en su Tauromaquia los recortes y los galleos diferencindolos cuando se hacen
con el capote o no. E l recorte se puede hacer slo con el cuerpo; el galleo no. Puede haber
recorte sin galleo pero no galleo sin recorte. Y no hay toreo sin los dos, y las suertes que
se hacen con ellos, que son todas las del arte de torear.
Tambin he escrito que el toreo se piensa: porque al hacerlo y al decirlo se salta el
trecho que separa el hacer del decir toreros, pensndolo. Dira que el toreo se afora y se
define como el pensamiento se recorta y gallea. Porque este pensar es un sentir. Se siente
el toreo por el torero cuando ste lo piensa de ese modo (que es su modo, su estilo) para
hacerlo y decirlo bien segn l lo siente. Los sentimientos sonpensamientos en conmocin ,
deca tambin Unamuno; al contrario de lo que pensaba y deca Goethe.
La emocin del toreo, para el que lo hace comopara el que lo ve, nace de esepensamiento
conmovido. A cada paso que daba, se me saltaban las lgrimas, dijofamosamente Rafael
el Gallo. Y su hermanoJos y Juan Belmonte, nos hablaron de la borrachera que da el
toreo cuando se hace y se dice de verdad. Porque cada torero de veras piensa y siente,
hace y dice el toreo a su modo, a su estilo. Y ese estilo es el suyo propio, personal, nico,
singularsimo. En el toreo -m 'ajoselito- sepuede aprender todo menos eso: porque eso
es un don que cada uno trae al mundo y el que no lo trae no ser nunca un torero de verdad.
Por eso hubo y hay tan pocos toreros de verdad. Hoy se les llama, con desdn por muchos,
artistas; como a los que no lo son se les debera llamar, sin desdn, lidiadores; que
es muy distinta cosa.
Evocar los nombres de los mejores artistas del toreo que yo vi (y o): Antonio Fuentes;
los Gallos (Rafael y Jos); Gaona;Juan Belmonte; Cagancho; los otros dos Antonios:
Bienvenida y Ordez; Pepe Luis Vzquez, Curro Romero y Rafael de Paula, a quien
dedico este libro de La msica callada del toreo porque de l aprend a pensarla mejor.
J.B .
L A M S IC A C A L L A D A D E L T O R E O
No es msica solamente
la de la voz que callada
se escucha, msica es
cuanto hace consonancia.
C ald er n
I
El arte mgico y prodigioso de torear tiene tambin su msica (por dentro y por
fuera) y es lo mejor que tiene. Msica para los ojos del alma y para el odo del
corazn; que es el tercer odo del que nos habl Nietzsche: el que escucha las
armonas superiores.
Con el tercer odo (que decimos del corazn) es con el que escuchaba Carlyle
su propio pensamiento cuando deca que el pensamiento ms profundo canta .
Nos parece que es esa msica, ese canto, el que omos cuando escuchamos
atentamente el toreo para verlo mejor. Or con los ojos, ver con los odos , nos
aconseja la Santa Escritura. Ver cmo se queda, se aposenta la msica en el aire,
cmo se oye su luz en el corazn.
Creo que ha sido el torero Rafael de Paula el primero que le ha llamado en
lenguaje taurino al sentimiento del toreo, pensamiento; y pensamiento tan
profundo que es canto y cante; que es musical. Msica que en el aire se
aposenta , nos dice Lope (la msica en el aire se aposenta , reza en su verso
el torersimo poeta). Msica callada, sonora soledad.
Para el vasco Unamuno, el pensamiento es el que crea el sentimiento: y no
al revs, como pensaba Goethe. Los sentimientos, nos dice Unamuno, son
pensamientos en conmocin . El dolorido sentir de Garcilaso, qu otra cosa
puede ser sino pensamiento conmovido? El toreo lo es. Pero no siempre
necesariamente dolorido. Aunque siempre nos conmueva por serlo. Pienso
ahora, evoco, recuerdo, el toreo de Rafael el Gallo, el de su hermano Joselito,
el de Belmonte... que nos hablaron de su sentimiento del toreo , dolorido y
gozoso a la vez. Y la msica callada de aquel toreo suyo nos renace a los ojos
'57
198
II
En su Tauromaquia o Principios fundamentales del toreo, pide Pepe Hillo a los
espectadores de la corrida que guarden silencio para no distraer al toro ni al
torero, entorpeciendo la ejecucin de las suertes. Suponemos que ese silencio que
peda Pepe Hillo no debi de guardarse enteramente nunca. Pero s sabemos
que el ruido de voces y gritero, que interrumpe constantemente el espectculo
taurino, no era tanto, ni muchsimo menos, antes como ahora. Ms de medio
siglo llevo viendo corridas de toros y recuerdo muy bien esto. Y lo que recuerdo
mejor ahora es que la intervencin de los espectadores con improperios y
denuestos si no les gustaba lo que vean o con oles y palmas si les entusias
maba, era mucho ms oportuna y adecuada su causa.
Otra cosa que tambin recuerdo es que nunca en las plazas principales -en
Madrid, jam s- peda y obtena el pblico que se acompaase la faena de muleta
con msica. Los alegres o tristes sones de los pasodobles toreros acompaaban
nicamente el pasello o los intermedios y el arrastre del toro por las muidlas.
Y es que el espectculo del toreo tiene su msica propia, su msica callada,
su msica para los ojos. Los que mejor han comprendido esto han sido los toreros
gitanos. Recuerdo a los Gallo, a Gitanillo, a Cagancho... Porque el ritmo de
su toreo personalsimo tolera menos cualquier otro ritmo musical que lo desve
o el ruido que lo distraiga. Claro es que cuando el torero, sin ser gitano, llega
a esa profundidad y transparencia al hacer y al decir el toreo con tan puro estilo,
tiene, como el gitano, esa sensibilidad extremada que le exige su arte. Me
basta recordar a Antonio Fuentes y aju an Belmonte.
Dos veces he visto torear en la pequea plaza de Vista Alegre de Carabanchel
-antes pueblerina, ahora la verdaderamente madrilea frente a la despropor
cionada y de tan fesima arquitectura de la de Ventas- al que es, para mi gusto,
extraordinario torero gitansimo Rafael de Paula. En las dos le he visto hacer
y decir el toreo admirablemente, con una finura y profundidad de estilo
incomparables. En las dos tardes pidi el torero que no tocase la banda de msica
mientras l toreaba. Recuerdo que en aquella primera tarde en que le vi torear
tan bien que an perdura en mi memoria la imagen vivsima de su faena de
muleta, creo que a su segundo toro, fue la melanclica tarde otoal en que se
despidi del toreo en los ruedos para siempre Antonio Bienvenida; quien hizo
el pasello con el capotillo negro de Jo s sobre el granate y oro de su traje
luminossimo. Le llam por telfono aquella noche para felicitarle por su retirada,
y apenas si me dej hablar, interrumpindome para decirme con entusiasmo:
Has visto qu faena la del gitano? . Vi aqulla y he visto stas de la otra
tarde en Vista Alegre. Y an dir que las sigo viendo, porque las sigo oyendo,
que es verlas por mirarlas en esa msica callada e imborrable que es el toreo
mismo. El ah queda eso del toreo, como del baile y cante flamencos, gitanos
199
o no, cuando alcanza por los ojos para los odos, y viceversa, a quedarse quietos,
extasiados, inmortalizados en su efmera aparicin imperecedera. Pienso en la
guitarra de Diego del Gastor, y tantos otros; en la voz de Pastora y Manuel Torre,
y tantos ms; en el baile de la Borrul, la Durn, Escudero, la Merc, la Imperio...
etc., etc. Ah qued fo Pues en dnde qued sino en nuestro recuerdo vivo,
que es personal e intransferible ? Todo lo dems fue ruido.
Yo dira que el sentimiento del toreo (sin el cual el toreo no es nada, ni para
el que lo hace ni para el que lo ve; cosa que tan bien supieron y dijeron R a
fael el Gallo, Joselito y Belmonte) sin ese sentimiento que decimos, sobre el que
toda explicacin es vana, como lo es para todo arte vivo o creador (potico
en definitiva), no veramos en el toreo esa callada msica, que es su alma propia,
su definicin y su estilo. Por eso otras veces encontrbamos en los grandes toreros
que vimos adecuada comparacin con grandes poetas y nombrbamos a Rafael
el Gallo y ajos y a Belmonte, ponindoles al lado, para compararlos, a Gngora,
a Lope, a Caldern o Quevedo o Cervantes. Y llambamos a Rafael el Gallo,
Gngora del toreo; y aJoselito, Lope; y ajuan Belmonte, Caldern o Quevedo
y hasta Cervantes. Tambin, y para entenderlos mejor (o sea, sentir su toreo
mejor), solamos decir que, en la mayora de los casos,Joselito toreaba en verso,
o que su maravilloso toreo era lrico; y que Belmonte toreaba en prosa (siempre
poesa) y, por eso, dramtico.
Todo esto diris que son figuraciones mas, imaginaciones irreales. Pues qu
hay en el toreo, cuando es arte, que no lo sea? En el mundo imaginario, irreal,
ilusorio, del toreo, como en el de todo arte vivo, creador (potico); como en
el baile y el cante que tambin lo son. Si esto no fuera as, el arte y juego y fiesta
del toreo no sera ms que una brbara y ritual matanza: como para muchos,
muchsimos que quieren entender o comprender sin sentirlo, lo es. Y algunos
se complacen con ello como si lo fuera.
Esta callada msica del toreo puede, a veces, tener apoyo y estmulo en los
oles y en las palmas. Y as lo veamos en el gitano Rafael de Paula que se apoyaba
y se creca en su toreo finsimo y profundo al or el palmoteo de los suyos, que
no era de otra msica que le estorbase, sino de la de su toreo mismo, a tono con
l. Msica es cuanto hace consonancia , nos dijo Caldern. La callada msica de
su torear consonaba con aquellas palmas, afianzndose ms con ellas.
No vimos, ay!, torear a Curro Romero en esta feria sevillana (yo no lo vi,pero
me lo figuro). Me figuro que all qued tambin para siempre, para quienes lo
vieron, la msica callada de su toreo admirabilsimo. Esa msica que en el aire
se aposenta como dira Lope. Y en la luz.
200
A S H A B L A B A JU A N B E L M O N T E
201
que deca este ltimo, con que se expresaba esa plenitud espiritual, ese estado
de posesin -divino o diablico-, esa borrachera o entusiasmo que da el toreo, como
deca Joselito, que traspasa de emocin torera el juego todo de la lidia; y que es
emocin mgica; que no hay que confundir con la otra: con la turbia emocin
fsica que puede producir el riesgo mortal de ser cogido por el toro que corre
el torero, y que ste explota, provocndolo en el pblico expresamente para
hacerse aplaudir de ese modo; lo que es, como dijimos tantas veces, una especie
de pornografa de la muerte que desva y niega el juego vivo, el arte del torear.
Todos los toreros caen alguna vez en ese recurso, generalmente fcil, de
emocionar o asustar al pblico, para escamotearle el toreo. Pero hay quienes
a esa trampa o truco se dedican enteramente, para mentir el toreo mismo,
simulndolo en provecho propio; porque son incapaces de torear bien y de
verdad. Volvamos a escuchar lo que deca Juan Belmonte en relacin con esto.
Hablaba con el escritor Lpez Pinillos (Parmeno), quien nos dej recogidas
estas palabras suyas admirablemente (como otras de Joselito y el Gallo, y de
algunos toreros ms) all por la gran poca de estos toreros, hacia el ao 1917,
en un libro titulado Lo que confiesan los toreros. Requiere el escritor a Belmonte
dicindole: Hable un poco de su toreo,Juan... Y ste le contesta: Si no s! Palabra.
Yo no s las reglas, ni creo en las reglas. Yo siento el toreo, y sinfijarme en reglas, lo ejecuto
a mi modo. (Soy yo quien subraya.) Eso de los terrenos, el del bicho y el del hombre,
me parece una papa. Si el matador domina al toro, todo el terreno es del matador. Y si
el toro domina al matador, todo l es del toro. Esa es la fija. Y es la esttica del
romanticismo en el toreo, diramos nosotros. Y aada Belmonte: Y lo de templar,
mandar, parar y recoger... (advierta el buen aficionado esto del recoger), depende
de los nervios del tocador y de la madera de la guitarra. (Subrayo yo siempre.) Y
de cuando en cuando -aade Belmonte-, el toque no le disgusta a uno y no entusiasma
al pblico. ( Yo soy el que sabe cuando toreo bien -d eca M anolete-. Y el
toro, aadiramos, pero el toro no puede decirlo.) Nos sigue hablando Belmonte:
de los olsy aplausos que saca el torero, si se arrodilla, por ejemplo -o si junta
los pies, diramos nosotros ( Cuando quiero engaar al pblico -le omos una vez
decir al magistral torero mexicano Armillita- junto lospies). Y explica Belmonte
que siempre se arrodilla uno porque la guitarra no le deja tocar bien. Porque no le
deja torear bien el toro.
As hablabajuan Belmonte. Para quien el estilo era sentimiento. Como para
Joselito era inteligencia, gracia, don que cada uno trae a este mundo del toreo, en el
que todo lo dems se aprende. Y como para Rafael el Gallo era esttica, sensibilidad.
Por eso afirmaba Belmonte, toreando, la espiritualidad del toreo. Afirmaba
siempre el toreo como arte y juego de ejercicio espiritual. A un joven aprendiz
de torero que le preguntaba poco tiempo antes de su fin (estoico fin consecuente
con su vida entera) lo que tena que hacer para torear bien, le aconsejaba: Si
quieres torear bien, olvdate que tienes cuerpo .
202
As hablaba, como toreaba, como viva, como senta y pensaba, este excepcionalsimo, extraordinario torero - y andaluz y espaol- que fue Juan Belmonte.
Al que diramos, por tan raro, tan nico, tan excepcional en Espaa, torero
andaluz y espaol -como cristiano Kierkegaard- por contradiccin, por con
trariedad. Como es espaol don Quijote.
203
M RGEN ES AL R ESPLA N D O R
Las artes hice mgicas volando , nos dej dicho con ese maravilloso verso
Lope de Vega. Las artes mgicas del vuelo: el cante, el baile, las corridas de
toros espaolas, como el toque de improvisacin que acompaa al que canta
hondo en la guitarra, son artes mgicas del vuelo, sin huella o trazo literal que
sealen su ruta para repetirse: artes puramente analfabetas. Por eso se dieron
y an se dan en Espaa, singularmente, el baile flamenco o gitano, que lo es
morisco, o sencillamente andaluz; el cante hondo, sin transcripcin musical
posible, como el rasgueante acompaamiento de la guitarra que lo alienta o
frena; las corridas de toros, en que la viva improvisacin del toreo, sealada
con trazos de razn tan precisos, trasciende y supera en cada instante de su
ser, que es parecer vano, la propia definicin o figuracin racional que
aparentemente lo crea: subrayando aun ms todava, cruelmente, su propia
evidencia o revelacin luminosa con la oscura presencia invisible de la muerte
que, impetuosa como el toro, lo hace posible, lo sostiene y, paradjicamente,
lo afirma con su propia negacin enmascaradora. El cante y el baile andaluces
parecen juntarse en la figura luminosa y oscura del torero y el toro; de la razn
y la pasin; de la verdad y de la vida; para jugarse definitivamente a cara y cruz
todo eso: el todo por el todo. Ninguna representacin figurativa como sta, tpi
camente espiritual, analfabeta, del toreo espaol, andaluz, asume con emocin
y belleza tan puras el misterio eternamente fugitivo del arte: el del hombre
mismo, rostro de vida que es mscara de muerte. Extasis del vuelo son estas
mgicas virtudes del cante y baile; inquietud y sosiego juntos; que en el arte
birlibirloque de torear se nos expresan o exprimen tan apuradamente, dndonos
la frmula barroca de lo espaol ms vivo y verdadero con su mejor y ms
depurada elegancia. Y precisamente porque se hace misterio luminoso de lo
ms oscuro; secreto a voces, y hasta a gritos; donde aire y claridad, entre sombra
y sol, tan evidente, que slo nos dejan en el alma, airosa y airada, encendida,
vaca de todo por llenarse de todo con su garbo, la invisible, imposible,
invencible, majeza o majestad de la vida, pasando, traspasando la sombra
transparente de la muerte con su anglico vuelo. Lo que nos queda -segn el
decir del barroqusimo y torersimo soneto calderoniano- es lo que nos queda.
El alma, con su arte mgica de salir volando, cantando, bailando, toreando,
en el cante, en el baile, en el toreo: es decir, nada. Es decir nada, que no es lo
mismo, que es todo lo contrario, que no decir nada.
205
E L V A L O R Y E L M IE D O
Tiene muchsima razn Luis Miguel Domingun en lo que dice en su noble carta
al torero Rafael de Paula. Sobre todo, en lo que afirma sobre la dignidad del
miedo, de la que es rplica contraria la indignidad de la cobarda. La cobarda
es, exactamente, como hemos dicho muchas veces, todo lo contrario del miedo.
El torero tiene siempre miedo, y ya sea vencido por el miedo que tiene, y que
debe tener para vencerlo, o que se haga dueo de ese miedo, que el miedo no
le venza y se aduee de l, su miedo es el que le da conciencia viva de su arte
y de su responsabilidad propia.
El miedo es raz de la dignidad humana que el torero representa o simboliza
en la plaza: lo mismo si es temor que terror: temor divino o terror pnico,
que viene a ser igual. La cobarda es todo lo contrario, porque es impunidad
en la agresin annima que esconde la mano que tira la almohadilla como si
tirase la piedra (querra que lo fuese) para asesinar al lidiador annimamente
y sin responsabilidad personal alguna. Si el torero representa la dignidad humana
por su miedo mismo (lo venza o le venza el miedo a l), el pblico representa
enteramente lo contrario cuando injuria y trata de agredir mortalmente al torero,
y aun ms que representar, encarna la indignidad humana hasta su rebajamiento
peor por su exhibicionismo, tan irresponsable como estpido, de la cobarda.
Porque el pblico no es una abstraccin amparadora con su anonimato de
la irresponsabilidad y de la impotencia del espectador individual que se apoya
y oculta en ella para escamotearse a s mismo, el pblico que injuria y agrede
al torero es ese espectador individual, todos y cada uno de esos espectadores
individuales, que le apedrean, a almohadillazos, y lo que es peor, le injurian
aludiendo a su respetabilsimo miedo con objetos que desenmascaran su propia
cobarda. El torero, tenga el miedo que tenga, y por tenerlo, no es, no puede
ser nunca un cobarde. El espectador o espectadores individuales que le injurian
y hieren, enmascarndose en su annima irresponsabilidad, siempre lo son. Y
hasta suelen jactarse de serlo. No hablemos de los que aplauden, dentro o
fuera de la plaza, esa cobarda, reforzndola con la suya propia.
Suele decirse que los dos pecados capitales ms caractersticos de los espaoles
son la envidia y la cobarda. De esta ltima no se ha dicho tanto, pero yo la creo
ms. Y por eso mismo creo que sus dos virtudes, ms caractersticas tambin,
si ms raras, son la generosidad y el valor, que no hay que confundir con la
jactanciosa valentonera gesticulante como la de los malos toreros en la plaza.
Por eso decamos aqu mismo que en el espejo de la vida social espaola que
son las corridas de toros (y ahora ms que nunca lo estamos viendo), el torero
es el pueblo y no el pblico, un pblico formado por espectadores tan ignorantes
como energumnicos. Para que un pblico en la plaza se haga pueblo tiene
que identificarse con el torero que lo es - y hasta con su miedo-, como sucede
206
L A E M O C I N D E L TO R E O
La emocin torera decamos que, por ser emocin y por ser torera, es mgica.
Lo que llamamos emocin -escriba Sartre en su admirable Teora de la emocin,
precisamente- es una brusca cada de la conciencia en lo mgico: o, si se prefiere
mejor, diremos que el mundo de lo til, de lo determinado (de lo que llamamos
realidad), desaparece bruscamente, apareciendo en su lugar el mundo mgico.
Y aade: No hay que ver en la emocin un desorden pasajero del organismo
y del espritu, que vendra a perturbar desde fuera la vida psquica: por el
contrario, el retomo de la conciencia a lo mgico es una de sus grandes
actividades esenciales, correlativa a la aparicin del mundo mgico mismo.
La emocin no es un accidente, es un modo de existir de la conciencia, una
de las maneras como la conciencia comprende su estar o su ser, su estar siendo,
en el mundo [...], lo que es de dos modos diferentes: uno determinado, otro
mgico [...]. No hay que creer que lo mgico es una cualidad efmera que nosotros
atribuimos al mundo: hay una estructura de la existencia del mundo que es
mgica. A s hay dos clases de emocin, segn seamos nosotros los que
construimos la magia del mundo para reemplazar una actividad determinada
que no se puede realizar en l, o segn sea ese mismo mundo el que se nos
revela bruscamente como mgico en todo lo que nos rodea... Habr que hablar
de un mundo de la emocin, como se habla de un mundo del sueo o de los
mundos de la locura.
Todo lo que es arte, juego, fiesta, en el toreo, pertenece al mundo mgico de
la emocin. El crculo mgico de las plazas de toros lo comprende en la totalidad
de su conjunto. Si las barreras lo dibujan sobre la arena, el tejado lo recorta
en el cielo. Y todo lo que queda dentro del mbito de ese ruedo en su espacio
determinado pertenece al mundo mgico de la emocin: que puede ser ho
rroroso o maravilloso, segn el objetivo que lo motiva. De tal modo, que lo
verdaderamente horroroso o maravilloso desaparece cuando el cerco mgico
207
se rompe, o sea, como dira Sartre: Cuando construimos sobre este mundo
mgico superestructuras racionales que son las que se vuelven efmeras y sin
consistencia, las que laboriosamente construidas por la razn se desbaratan y
desmoronan, dejando al hombre sumergido en su magia originaria.
En el mundo mgico del toreo, la emocin tiene, para el que lo contempla,
esas dos formas que nos seala Sartre: la que nosotros le construimos y la que
se nos revela bruscamente en l; por eso, sucede en el toreo como en el baile
-sobre todo en las danzas sagradas y en lo que de sagrado tiene el baile fla
menco-, y es que su emocin mgica se vuelve prodigiosamente superadora o
sublimadora de su realidad viva. Por ejemplo (ejemplo que hemos citado muchas
veces y que en su Teora de la emocin creo recordar que cita Sartre): cuando el
simbolismo sexual de la danza en la bailaora, como el de la muerte en el tore
ro, transforma o transfigura el deseo o el miedo, trascendiendo su instintiva
motivacin. En el espectculo mgico de la corrida, por eso, la presencia de
la muerte est exclusivamente vinculada al toro, y al torero, las luces de razn
irracional, que se encienden y apagan en su traje enmascarador, le disfrazan
de inmortalidad. En cuanto un torero nos expresa, voluntaria o involuntaria
mente, su valenta o su miedo, la emocin mgica de su arte desaparece por
completo. Porque la emocin del toreo es nicamente emocin de arte. El
espectador que se emociona de otro modo la destruye sustituyndola por una
especie de pornografa mortal que le convierte al mismo tiempo en un suicida
masoquista y un sdico asesino: ambas cosas, claro es que imaginativas e
ignoradas por l mismo, que siente ese goce y dolor, frustrados como un incons
ciente onanismo fantasmal.
E L TO R O BRAV O
He odo decir a muchos viejos aficionados y toreros que cada vez es ms difcil
ver un toro bravo en la plaza, que es muy raro ver salir por los chiqueros de
las plazas un toro bravo. Pues, qu es un toro bravo? No entremos ahora en
el laberinto de sus clsicas definiciones, que van desde Pepe Hillo hasta Domingo
Ortega.
Contentmonos con decir que, ante todo, el toro bravo es un toro que embiste
y que esto lo sabe hacer el toro, segn don Ram n Mara del Valle-Incln,
hace miles de aos. Es indudable que si los toros no embistieran no habra toreo
posible y que todo el arte de torear no hubiera existido. Sin embargo ahora
vemos salir al ruedo con tanta frecuencia, que casi diramos que no vemos otros,
toros que no embisten. En cambio, vemos en la mayora de esos toros que no
embisten toros que pasan, es decir, que siguen fcilmente el engao de la muleta
o de la capa con tanta docilidad como si estuviesen amaestrados. Nos parece
208
entender que esa diferencia que decimos entre un toro y otro, uno que embiste,
otro que pasa, que sigue el trapo rojo con una embestida tan dbil, tan suave,
tan dcil, que ya no nos parece una embestida, es la que separa un toro bravo
de otro que no lo es: lo que los diferencia. Tambin el buey, uncido a la carreta,
sigue al boyero que le pica para estimularle que le siga y que marcha delante
de los bueyes con su pica al hombro. Los bueyes no suelen embestir, pero s
seguir mansamente al que les adiestra para que les sigan. Suceder esto con
el toro que actualmente vemos en los ruedos, que sigue el engao de la capa o
de la muleta pasando y haciendo que le den pases y pases de ese modo? Toro
al que llamaron de carril y al que mejor podra llamarse de carreta, porque son
manssimos seguidores o pasantes del torero que les conduce inacabablemente
de ese modo, hacindole dar vueltas y vueltas hasta marearlo y aburrirlo; como
al espectador que lo contempla; hasta entontecer a los tres, al torete manso, al
torero y al espectador o pblico, con tan inacabable como cansado antiartstico
ejercicio estpido. Y lo mismo da que el toro que no embiste sea grande o chico,
gordo o flaco, con ms o menos tamao o peso, como con edad de novillo o
toro; con tal de que pase y que no embista. Y si no pasa o no quiere pasar,
entonces el torero le har pasar, tirando de l con el engao de la muleta como
se tira de un animal pacfico cualquiera, asno, mulo o perro, que se niega a andar
de otro modo. Tirar de un toro! Aunque el toro bravo no es el toro feroz del
que nos habla Pepe Hillo, tampoco es un toro que se deje tirar de s como un
manso animal tozudo. No. No se puede tirar de un toro para hacerle pasar
por donde no quiere o por lo que no es. Yo dira que, en realidad, el toro no
pasa cuando embiste; que el toro que embiste no pasa, se queda en el engao
y se sale de l por la fuerza misma de su embestida. El toro bravo embiste al
torero que no lo hace pasar, sino salir de su impetuosa embestida quitndole
del bulto que buscaba como finalidad de su embestida misma. Por eso no era
verdadera la famosa frase atribuida a Lagartijo o a Cchares: Que viene el toro,
te quitas t; que no te quitas t, te quita el toro . Con razn pudo decir Prez
de Ayala, comentando el toreo de Belmonte, que no es el torero el que se
quita, sino el toro; que lo quita el torero, quitndoselo de encima por el lance
de capa o de muleta. Se quita, no se pasa el toro en la suerte, que por eso lo
es; y se carga y se tiende, y se remata y no debe ligarse pegajosamente en la
faena. Insistamos en esto: pasar no es embestir: el toro que embiste no pasa. No
pasa por nada.
E L TO R O D ESBR A V A D O
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C A S T IG O S Y P R E M IO S
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LOS TEMPLARIOS
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27 4
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216
ahora, nos dijo que no quera ver la sangre del torero sobre la arena, que no
quera verla, la sangre de Ignacio sobre la arena ... Y tan slo por ser la huella,
el testimonio vivo de una dolorosa muerte? Del recuerdo vivo de Ignacio Snchez
Mejas no podr separarse nunca para nosotros el de su poeta y amigo Federico
Garca Lorca. Tambin se han escondido para siempre en la muerte sus huellas
sangrientas. Tambin sobre ellas se ha echado arena, tierra encima: como si an
pesase en nuestra memoria el trgico letrero disparatado que dibuj Goya, como
si lo hiciera con sangre, el espaolsimo Enterrar y callar .
La muerte callada. La muerte se esconde y la muerte se calla. Sobre todo si
es perezosa y larga , si es un trnsito mortal de agona. Cuando Azorn, en
unas pginas admirables, evoca el verso de Escrib, lo hace evocando tambin
el de la Epstola famosa atribuida al poeta Fernndez de Andrada: el que llama
a la muerte dicindole que venga tan callada, como suele venir en la saeta .
Tambin, por lo mismo, para que no se la sienta venir. Por eso, tal vez nos turba
e inquieta tanto el ruido, los escandalosos ruidos que se hacen para no sentir
llegar la muerte o para sentirla venir en el tiempo, ya sea con rapidez silenciosa,
como en la saeta, o lenta, si callada, alargndose perezosamente en agona?
Por eso, todo mundanal ruido -que dijo Fray Luis- nos parece una profanacin
de la muerte. De un sentimiento de la muerte que empereza y alarga su sentido,
se dira que con tal silenciosa y escondida cadencia como el de una msica
estelar inaudita. Un sentimiento lrico de la muerte que sera un eco y una sombra
del que llam Unamuno sentimiento trgico de la vida , aadiendo: en el
hombre y en los pueblos . Larga y perezosa muerte para el cristiano don Miguel
toda una vida: larga y perezosa agona que era para l enteramente la del
cristianismo, y que en los aos doloridos de su destierro identificaba con la
agona de Espaa, de sus hombres y de sus pueblos. Larga y perezosa muerte
que dura a veces toda la vida, toda una vida. Aquellos, ms o menos, cuarenta
aos de vida que cort la muerte en otras cuarenta horas de larga y perezosa
agona, de nuestro amigo el torero Ignacio Snchez Mejas, sentamos que, a los
cuarenta aos de haber sucedido, no nos esconde ni nos calla su recuerdo,
sino que lo aviva y acrecienta, como identificndose con todos esos aos pasados
de nuestra propia vida fuera y dentro de Espaa. Y nos parece estar viendo an,
al evocarlo dolorosamente, aquel interrogante y angustiado rostro campesino
que, asomado a la reja carcelera del ventanuco de la enfermera de Manzanares,
nos preguntaba con ansiosa impaciencia, al parecer: Se ha muerto ya? .
217
R EC O R TES Y GALLEO S
Nadie sabe lo que piensa un toro -deca un torero-. Pero el torero s tiene que
saber pensar. Y no slo lo que piensa del toro, sino del toreo. Y pensar toreando.
No se piensa ms que en aforismos y definiciones -dijo Unamuno-. No se
torea ms que con recortes y galleos.
El toro no piensa: da que pensar.
Y cada toro le da que pensar al torero de un modo distinto. Que puede ser
oscuro o claro, segn sea el toro. Porque el toro es de un modo o de otro segn
su estilo.
El toro tambin tiene estilo -pensaba y deca Rafael el Gallo-, Y por eso tore
como tore.
El toro no piensa su estilo. El torero s.
Si el torero no pensara su estilo no podra hacer ni decir el toreo -el suyo- ni
bien ni mal. No tendra arte ninguno. No sera un artista torero, sera un lidiador.
La mayora de los toreros que vemos en las plazas no son ninguna de las
dos cosas.
Entre el decir y el hacer del toreo, como en cualquier otro lenguaje vivo, del
arte que sea, hay mucho o poco trecho, que no es un vaco sin pensamiento.
El torero al hacer y decir el toreo, lo est pensando. El que no piensa lo que
dice ni lo que hace en el toreo, como en todo, no hace ni dice nada. Y el
pensamiento y el estilo en el arte de torear son tambin una misma cosa.
Deca el filsofo Bergson que la precisin del pensamiento la inventaron los
griegos. Los andaluces, al inventar el toreo, inventaron, o aadieron, al
pensamiento, una especie de voluptuosidad de la precisin que es el toreo mismo.
Sobre todo al ceirse a ella en la suerte, en el recorte y en el galleo.
Lo que el torero ensea al toro -en todas y cada una de las suertes, recortes y
galleos, en todos los lances que tiene el torear-, es la precisin en la embestida,
sin la cual no hay toreo posible. Y sta, slo la alcanza el toro bravo, el toro
boyante. Nunca el manso. Y, mucho menos, cuando el manso se engaa a s
mismo, por miedo, volvindose un cobarde bravucn.
219
22 O
221
V IS IO N M E M O R A B L E
223
Joselito) a Rafael el Gallo, que andaba por el callejn hablando solo, como l
sola. Y apoyado en la barrera, sin chistar, absorto, quieto, sin apartar los ojos
del ruedo, aju an Belmonte mirando torear a Rafael de Paula, vindolo torear
tal vez, como l, Belmonte, toreaba; como si la semilla del toreo ms puro
que l sembr en su alma floreciera y fructificara de pronto en este trianero
de Jerez por aquellos lances de muleta y de capa que estaba dando. Y suspenso
y arrebatado el nimo por tan maravillosa violencia, que dira el divino poeta
sevillano, vi algo ms. V i otros ojos que, como los de Belmonte, miraban el
toreo de Rafael, maravillados, vidos de alegra y de belleza, iluminados por
lo que estaban viendo, unos ojos de nio.
Y tambin vi y comprend la sabida y sabia brujera de Manolo Vzquez
al lograr reunir en una sola aquella trinidad torera, ms que santsima, mgica
y prodigiosa por su embrujo (su espritu sin nombre, su indefinible esencia):
el imperativo mgico prodigioso de ese arte misteriossimo de torear, que
Belmonte llam (con su exactitud, su precisin y su laconismo propios) arte
divino. Divino de divinidad, no de Dios slo. Su msica callada , su soledad
sonora .
Esa msica, ese canto,
ese melodioso eco,
que escuchamos con los ojos
y con los odos vemos.
Esa soledad, sonora
de musicales silencios.
Ese inaudito, invisible,
saber y sabor del tiempo.
Esa ilusin del sentido
(saber y sabor toreros)
que en Vzquez, Romero y Paula,
quintaesencian el toreo.
Mejores entre los mejores de todo tiempo (Cervantes dijo), son estos tres
toreros andaluces: toreros nicos. Y su visin , la tarde del Corpus, en la
Maestranza de Sevilla, visin maravillosa, visin admirable, visin deleitable,
visin memorable. Doy gracias a todos los dioses y demonios de este mundo
que me han dado tan larga vida para poder verlo.
224
AFORISMOS
De E L C O H E T E Y L A E S T R E L L A
En la azulada noche alta, el nio que miraba a las estrellas ve surgir un cohete
repentino, y su corazn se inunda de alegra inocente y pura.
La verdadera enseanza de la vida no la dan los padres a los hijos, sino los hijos
a los padres.
Dios mismo nos lo muestra, que, gracias a su Hijo, supo hacerse cargo de las cosas.
Una vez que cre encontrar al Diablo en un momento de sinceridad, le ped que
me dijese con franqueza quin era. Francamente -m e contest- el nico amigo
verdadero que tiene Dios.
V C T IM A S DEL INGENIO.
22 8
El cristianismo est dentro del catolicismo como el pez en el agua; fuera, como
el pez al sacarlo del agua: congestionado y dando coletazos... hasta que se muere.
No hagis lo que yo hago, pero menos an lo que yo digo -dice el buen maestro.
Es posible una filosofa sin religin, pero no una religin sin filosofa.
229
De casi todos los sitios en que se entra fcilmente por la puerta, se suele salir
por la ventana.
Hay quien baila al son que le tocan, quien baila al suyo solamente, y quien no
baila de ninguna manera.
230
Se tiene una teora como se tiene una mujer: por amor, capricho o conveniencia.
Por eso hay que procurar elegir y, adems, tener suerte.
Hay quien supone de buena fe estar en lo cierto cuando afirma que el vino es
alcohol.
C O IN C ID E N C IA . - L a d e lo s c o c in e r o s c o n lo s m a t e m t ic o s : G r e c i a y F r a n c ia .
El siglo
X V III
El siglo
X IX
H a habido una esttica y hasta una moral del abanico, que muri con el
siglo X IX .
La sensualidad sin amor es pecado; el amor sin sensualidad es peor que pecado.
232
U n a MORALIDAD p o r CENTMETROS. Todas las madres creen que son sus hijas
El msculo no sirve para escribir ni para pintar; sirve solamente para bailar.
234
La danza eleva hasta el espritu; pero el espritu para nada necesita bailar.
Los ingleses, cuando hacen goal, se creen que ya lo han hecho todo.
El prejuicio del ritmo que caracteriza el arte francs le hace llegar hasta la cojera,
pero de un solo lado; mientras que el alemn, cuando cojea, lo hace de los
dos, como los patos.
235
Cuando se trata de or msica, ms vale taparse los ojos que los odos.
Los americanos y los ingleses hacen msica como juegan a la pelota, con los
pies. Naturalmente, no hacen msica, hacen otra cosa distinta - y por eso
aciertan.
Cuando escucho el motor del coche americano en que voy, digo que suena bien;
pero no se me ocurre decir: Qu bonita msica!
Erik Satie no dice lo contrario que Debussy; dice lo mismo, slo que a la inversa.
Albniz: Debussy-Codorni.
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238
39
P a r a d a . P o lic h in e la , d e u n salto, a p a re c e , so n re , se e n c o g e d e la s d o s jo r o b a s
a u n tie m p o , y d ic e : e l te a tro s o y y o .
240
en granitos.
Hay quien tiene toda su vida una actitud de Venus del espejo.
Tradicin quiere decir, sencillamente, que hay que terminar lo que estaba bien
empezado, continuar lo que vale la pena de continuarse.
241
242
Tal vez hay algo ms piadoso para los muertos que el recuerdo: el olvido.
*43
2 44
Contn el impulso de tu vida hasta poder lanzarla mejor; contra cualquier cosa,
si quieres ganarla; si no, hacia arriba, intilmente, para verla perderse en el
cielo.
H5
De L A C A B E Z A A P JA R O S
M O LIN O D E R A Z N
Ante la locura del hombre, la razn del molino es un gigantesco aspaviento loco.
Ante la razn del molino, la locura del hombre es una diminuta razn
insuficiente.
Parece que la tierra anda ms despacio desde que se han parado las hlices de
sus molinos.
El molino tiene la cabeza a pjaros, como hay que tenerla: a pjaros y a estrellas.
He tomado en mi vida una cruz que da vueltas como las aspas del molino. Y
muelo razonablemente mi trigo haciendo aspavientos de loco.
2 47
Mi vida est sealada con una cruz; por la seal de la cruz la reconoceris como
por las aspas cruzadas el molino.
Mi vida est tachada con una cruz: por la seal de la cruz me borro, me niego:
y me afirmo.
Mi vida est detrs de la cruz, como el Diablo; por eso luchamos cuerpo a cuerpo
siempre, los dos: por el mismo sitio.
No importa que el aforismo sea cierto o incierto: lo que importa es que sea certero.
248
49
El pensamiento absorbe las ideas como la oscuridad los colores. Las ideas funden
su luz en nuestra sombra y mueren como el grano en la cmara oscura del surco:
para fructificar.
Lo que inventan los hombres para no trabajar son las artes buenas: artes poticas.
La pereza es la salvaguardia y garanta de todas las cosas espirituales.
Lo que inventan los hombres para trabajar son las malas artes: las artes y ofi
cios del Diablo.
El arte potico, todo lo contrario que el amor, vive por olvido: nace de ignorarse
a s mismo; como lo que es: como un juego.
250
Todo arte tiene sus lmites y, por consiguiente, sus vecindades: poticas, no
histricas.
La razn es la nica loca que hay en la casa: una loca muy de su casa.
El pndulo no est nunca dudoso: est siempre dudando. Dudando con fe:
con exactitud, con seguridad.
Se empieza siempre por creer y se acaba siempre por dudar; pero hay que
empezar siempre de nuevo.
252
253
Para poder dudar de algo hay que estar seguro de todo: y al contrario; seguro,
no cierto; porque estar seguro no es ms que cuestin de fijarse: de fijarse bien.
254
El alma est fuera del cuerpo para poder entrar dentro de Dios.
Si no declaro mi fe ante las gentes -ante ciertas gentes- no es por respeto humano,
sino por respeto divino.
55
256
El ms santo peca siete veces al da. El menos santo, el ms pecador, una sola
vez: porque su pecado es de orgullo.
Desconfa de los que vuelven: son los que han llegado. Y nadie peor, de los
que llegan, que los que estn de vuelta.
Ms sabe el Diablo por viejo que por Diablo. Lo mismo da. Porque cuando
empez a ser Diablo empez a saber: y empez a envejecer.
No creis que el infierno ser mucho peor, o mejor, que lo que aqu tenis:
diversin perpetua.
258
Hay algo peor que divertirse: entretenerse. Y algo peor que una mujer entre
tenida: un hombre entretenido.
Los que necesitan entretenerse son los borrachos o los perezosos: que no pueden
tenerse siquiera.
LA CSCARA AM ARGA
Detrs de la cruz de una moneda est la cara del Diablo: aunque, en realidad,
una moneda no tiene cruz, tiene dos caras: como el Diablo. Por eso el que juega
a cara o cruz con una moneda pierde siempre.
259
Comercio, en su ms alto significado, quiere decir que el fin del mundo est
en el mundo y que el mundo no tiene fin.
serte ajenos.
Siempre ser lo que Dios quiera. Y para siempre. Lo que t quieras, siempre,
dejar de ser. Y para nunca ms.
Todo lo que tiene un sentido tiene un contrasentido. Todo lo que tiene un Dios
tiene un contra-Dios: el Diablo.
260
La blasfemia del pueblo es un grito de angustia que Dios oye como una oracin.
El que blasfema no ha perdido la fe todava: si se alza contra Dios es porque
cree en El y le ama, desesperadamente, aun sin saberlo.
Lo ltimo que forma el cuerpo vivo son los huesos: que se hacen duros para
durar. El esqueleto poltico sobrevive a todas las alteraciones econmicas: hasta
la muerte.
NlETZSCHE - Q u p u r a y g o z o s a a le g ra la d e lo s c rista le s al ro m p e rs e !
La letra entra con fe, con sangre. Y al pie de la letra est el Espritu: cruci
ficado .
262
T ie m b la : p e r o n o seas d ia p a s n .
El cuerpo desnudo que ante el griego era una respuesta ante el cristiano es
una interrogacin.
Los hombres para vivir se hacen ideales: las mujeres se hacen ilusiones.
264
Como Dios es tan gran seor -dice Mefistfeles en el Fausto-, le gusta, de cuando
en cuando, echar un parrafito con el Diablo. De una de estas conversaciones
naci el cinematgrafo: pacto de poderes antagnicos, edn recuperado por
una diablica y divina conformidad.
265
Vuelve hacia arriba el melodioso cuvano interior, sonora soledad del alma,
para colmarlo del silencio eterno de lo creado, callada msica de Dios.
266
Los que pretenden entender la vida, que es, por definicin, lo que no se entiende,
son los que no entienden del arte potico, que es, en definitiva, lo nico que
se entiende.
Lo que es nuevo no tiene poca, no tiene edad, no tiene modo de tener edad
(modernidad). Porque no tiene tiempo.
27
P U E N T E D E PLATA
Cuando omos msica, nuestros ojos piden luz -ms luz!- como los de los
ciegos.
La fe es por el odo y el odo es por la palabra de Dios -dijo san Pablo. La msica tam
bin es por el odo. Ten cuidado no sea el ladrn que viene a robarte la palabra
divina.
2 68
IP"'
Dios aprieta, pero no ahoga. La msica ahoga sin apretar, suavemente, como
el Diablo.
Se creen que la msica es hablar con Dios. Pero se engaan. Y dan que decir al
Diablo.
269
Los violines deben manejarse con cuidado, como las escopetas. Porque el Dia
blo los carga.
El violn del gran virtuoso es un zapato tan lustrado que rechina de gusto. Por
que el violinista pone un entusiasmo de limpiabotas en tocar su violn, en sacar
le sonoramente tanto brillo que parezca un espejo: un espejuelo al que van a
chocar los melmanos entontecidos como alondras.
2 JO
ir
L a lite ra tu ra m u sic a l ta p o n a lo s o d o s, d e j n d o lo s so rd o s p a r a la m sica.
A C h o p in , la fu e rz a n o se le v a p o r la b o c a , se le v a p o r la s m a n o s.
El pianista exacto separa rpidamente las manos del teclado, con dolor, como
el que se abrasa. Y es verdad, porque pone siempre los dedos en donde que
ma.
El azcar favorece los sueos; no hay que darle ms a la msica de la que ella
tiene: pues se est cayendo de sueo.
No darles dulzura a los dulces -como Shakespeare quera-: dadles insulina para
su diabetes melodiosa: cscara o cascarn de amargura recalcitrante.
277
L a m sic a q u e p ie n sa , s u e n a ; la q u e n o p ie n sa , d u e rm e .
Hay silencios musicales en Bach que tienen mil metros de profundidad, como
el agua inmvil de los fiordos en Noruega. Y estn rodeados tambin de enor
mes montaas resonadoras del silencio.
En la msica de Beethoven los silencios son relampagueantes. Sus impetuo
sas oberturas iluminan a rfagas las ms hondas simas del silencio.
F u g a . C m o e sc a p a s, d iv in a m sic a , a lo s q u e te p e rsig u e n !
Cuando se tiene la cabeza a pjaros hay que andarse con pies de plomo.
272
El que patina sobre el hielo o la nieve, o sobre el sueo, se desliza con ligere
za porque lleva peso en los pies. Para deslizarse o saltar, rpido como el pen
samiento -sobre la msica, sobre el sueo-, se necesita plomo en los pies, no
alas: como Bacon quera.
L a msica que piensa, suea: lleva plomo en los pies como la poesa. Y no
puede bailar.
Las msicas que tienen son, son las que tienen baile: y son las que no son:
msica o poesa.
Dijo a Pegaso un bailarn: Qu haces que no vuelas? -Contest Pegaso: -Verte bailar.
E L G R ITO E N E L C IE L O
El gallo es un acto de fe: Cristo dio a su grito celeste la afirmacin eterna; fue
la seal divina: despus de haber cantado el gallo no se le poda negar.
Los gallos negros y los blancos son religiosos, espirituales, forman un orden
sacerdotal de los gallineros: no se visten de luz ms que para cantar la misa
del alba.
Si pones el grito en el cielo, que no sea como el pavo real, angustiado, para
pedir auxilio, sino seguro, alerta, negndote a ti mismo, como el gallo, alegre
mente, para afirmar una indivisible aurora.
Caprichosa como las nubes, consecuente como los astros, la veleta es alegre
corazn del viento, alerta y vigilante centinela espiritual puesta en el cielo como
un grito.
TEATRO
L A N I A G U E R R IL L E R A
P E R SO N A S D E L R O M A N C E
LA NIA
PRIMERA VIEJA
SEGUNDA VIEJA
TERCERA VIEJA
PRIMERA MUCHACHA
SEGUNDA MUCHACHA
TERCERA MUCHACHA
LA COBRIZA, vieja
PILAR, la b iz c a
MARUJA, la ro jilla
LA BERLANGA
UNA ENFERMERA
EL VERDINEGRO
TRISTN LE MAQUIS
MARTINICO
CAPITN DE FALANGE
EL SEOR CURA
E L JU E Z
UN ALDEANO
EL JESUITA
EL PEDRIZO
EL PASTOR
EL ASTURIANO
CARMONA
MONTIO
CHAMUSCO
TOPETE
EL MICO
Guerrilleros
SANTISTEBAN
DON PEPN
EL COLAO
EL DESCONOCIDO
EL MDICO
MOROS
GUARDIAS CIVILES
FALANGISTAS
POLICAS
ALGUACILES
NIOS
281
JO R N A D A I
E SP A A S IN S U E O
C U A D R O P R IM E R O
Medianoche. Interior de una casa apartada en el monte. No hay ms luz que la de los leos
encendidos en la gran chimenea de campana. A l lado de ella, la Nia, dormida. Tiene
junto a s a su hermanito, nio como de cinco aos, y en una cunta al otro hermano,
nio como de un ao apenas: los dos duermen. En un rincn, perdidas en las sombras, tres
viejas, igualmente vestidas, como campesinas del pas, pero enteramente enlutadas, con
negros mantos: dos, devanando una madeja, la otra tejiendo.
Cuando se alza el teln, todo est en silencio. A l rato, se oye una voz lejana que canta:
Eres hija del sueo,
paloma ma,
siempre que vengo a verte,
te hallo dormida.
Las Viejas, saliendo de su rincn, dejando su tarea, musitan el dilogo misteriosamente:
L a s t r e s v ie ja s
L a voz
L a s t r e s VIEJAS
L a voz
284
N ia
NIA
-N i a!
-N i a!
-Nia!
NlA
Soaba que no
soaba,
-N i a!
-Nia!
-Nia!
(Hay un silencio tenso que rompen unos golpecitos dados en la puerta. Se abre sta y
aparecen el Verdinegro, Tristn le maquis y Martinico. Son guerrilleros campesinos.
Llevan cubierto el rostro con pauelos hasta los ojos. Se los quitan al empegar la escena.
Las Tres Viejas quedan a un lado. La Nia en medio.)
V e r d in e g r o
(A Martinico.)
Ata los caballos.
(A la Nia.)
Nia,
nos siguen los pasos.
Danos pronto lo que tengas.
Y las armas. Pronto! Vamos!
(Entran los tres y cierran la puerta. Mientras se hace el dilogo la Nia va de un lado a
otro, dndoles las armas. Las Viejas le ayudan. Martinico se acerca a los nios dormidos.
Luego Tristn. Todo conforme lo indica el dilogo.)
M a r t in ic o
2 85
N i a
T r is t n
N i a
V e r d in e g r o
L a s t r e s v ie ja s
N i a
V e r d in e g r o
T r is t n
V e r d in e g r o
N i a
V e r d in e g r o
M a r t in ic o
V e r d in e g r o
M a r t in ic o
N i a
M a r t in ic o
V e r d in e g r o
T r is t n
N i a
M a r t in ic o
N i a
(Los tres, ante la puerta abierta, se disponen a salir. Verdinegro mira antes al campo.)
286
VERDINEGRO
T rIS T N
V e r d in e g r o
TRISTN
M a r t in ic o
(Salen los tres, perdindose suavemente en lo oscuro. Queda la puerta abierta, y, poco a
poco, se va percibiendo con claridad el campo nevado bajo un cielo alto con nubes y estrellas.
La Nia, que haba quedado ante la puerta mirando afuera, al or despertar al nio
mayor, va hacia l. Las Viejas quedan en la puerta mirando al campo.)
N i it O
N ia
287
Y a d u e rm e ?
N i a
S e est d u rm ie n d o ;
s o a n d o c o n la c a n c i n :
V ie ja
V ie ja
N i a
O ste ?
(Sobresaltada.)
Sonaron tiros
muy cerca de la caada.
Deben haberlos cortado
el paso por la barranca.
Si n o a n d a n listo s!
(Ansiosamente.)
Qu veis?
L a s t r e s v ie ja s .
Nieve.
-Sombras.
N u b e s.
-Nada.
(Suenan tiros ms cerca.)
N ia
Ms tiros! No os caballos?
V ie ja
Q u e v ie n e n h a c ia la c a sa !
2 88
PIA
VIEJA
V IE JA
NIA
V IE JA
V IE JA
N ia
V IE JA
N i a
Sern ellos!
Sern ellos?
Si ellos fueran lo cantaran.
Ya no es tiempo de cantares!
Se oyen voces alteradas.
Se acercan! Disimulemos.
Nia, sigue tu cantar.
(Como antes.)
Los ojos de Don Martinas
roban el alma al mirar.
-Brindarisle vos, mi hijo,
a dir con vos a la mar.
Si el caballero era hembra,
l se habr de acobardar.
E l caballero es discreto,
luego empezara a llorar.
T qu tienes, Don Martinas,
que te pones a llorar?
Vienen muchos?
Muchas voces
se oyen...
T sigue el cantar.
Ensilla un caballo blanco
y en l luego ve a montar.
Por unas vegas arriba
corre como un gaviln.
Por otras vegas abajo
corre sin le divisar...
(Mientras dice los ltimos versos del romance, en la puerta abierta aparece un tropel de
gentes formado por falangistas, guardias civiles, moros y dos oficiales alemanes que se
adelantan con el Capitn de Falange a primer trmino.)
C a p it n
V lE JA
289
(Mientras dice lo que sigue, el tropel de hombres ha entrado dejando la puerta libre, de
modo que aparece colgado sobre ella el cuerpo muerto de Martinico.)
Te lo dejamos en prenda!
Colgado a tu puerta est.
Por l y por ti vendremos
ms tarde, al alborear!
(Hace el Capitn ademn de marcharse, y todos le siguen, cuando uno de los alemanes
le detiene.)
O FICIAL ALEMN
CAPITN
(Se dirigen todos hacia la puerta, cuando la Nia, que se haba levantado, mirando
horrorizada el cuerpo muerto de Martinico colgado en la puerta, como si recuperase la
voz perdida, grita desesperadamente.)
N i a
290
A s e s in o s e x tra n je ro s,
N i a , m ira lo q u e d ic e s,
m id e m e jo r tus p a la b r a s ;
q u e si a h o ra te d e ja m o s,
v o lv e r e m o s c o n el a lb a !
(Con sorna.)
Pues, a dnde vais ahora?
(Con el mismo tono.)
No lo estis viendo? De caza!
(Cuando salen queda un silencio terrible que dura unos instantes, como si las Tres Viejas
y la Nia siguieran callando, conteniendo la respiracin hasta dejar de percibir el ltimo
rumor de las voces y pasos que se alejan.)
V ie ja
N i a
V ie ja
N i a
Qu te propones?
(El tono de voz y los ademanes de la Nia van hacindose cada vez ms extraos, a la
par que ms seguros, como si, de pronto, madurase su voz y su persona en mujer.)
N i a
El alma
no me dej entre las manos?
Quiero con ellas vengarla!
V ie ja
N i a
L o h ic ie ra si n o m ira ra ?
(En ese momento aparece en el dintel de la puerta, que haba quedado, como antes, de
par en par abierta, el caballo del guerrillero, y permanece, quieto all, hasta el final del
cuadro: tras l, todo el campo se hace luminoso de nieve y cielo en la honda oscuridad
nocturna, como si espejase una luz misteriosa.)
N i a
L a s t r e s v ie ja s
N i a
L a s t r e s v ie ja s
N i a
Las Viejas han ido oscurecindose, volviendo a su rincn a devanar y tejer, como alprincipio,
mientras la Nia sigue, al lado de los nios dormidos, acunando, como a ellos, al cuerpo
muerto.)
N i a
M is o jo s son la s cen iz a s
d e l su e o , q u e el fu e g o a m a n sa n .
El su e o es galn d e h u m o .
292
E l su e o es g a l n fan ta sm a .
E l su e o es g a l n d e h ie lo
q u e se d e s h a c e en el a lb a .
L a c e n iz a d e l su e o
q ue el fu e g o g u a rd a ,
c u a n d o a p a g a lo s ojos
e n c ie n d e e l a lm a .
D u e rm e ,
q u e s lo el su e o sa b e
v e la r la m u erte.
CU A D R O S E G U N D O
Un cementerio. Amanece.
E l seor Cura, el P. Jos, religioso dominico francs, Sebastin, el enterrador. Luego, la
Nia con el muerto. A l final las tres muchachas.
CU RA
F r a y J o s
C ura
S e b a s t i n
T ta m b i n te a d e la n ta s e n la fae n a .
S e b a s t i n
Fr a y J o s
E sp o n t n e a m e n te ?
S e b a s t i n
C ura
S e b a s t i n
C ura
S e b a s t i n
C ura
S e b a s t i n
C ura
S e b a s t i n
C ura
S e b a s t i n
C ura
S e b a s t i n
F r a y J o s
S e b a s t i n
F r a y J o s
S e b a s t i n
F r a y J o s
S e b a s t i n
F r a y J o s
S e b a s t i n
F r a y J o s
S e b a s t i n
F r a y J o s
S e b a s t i n
F r a y J o s
S e b a s t i n
294
(Cazurro.)
Segn... Eh? Seor cura?
Al menos no se mueren por su voluntad.
Eso tampoco. A que no sabe el seor cura a quin esperamos
para hoy? Pues a mi seora Doa Margarita, que es la primera
de las margaritas...
Que era, dirs.
Pues ya lo saba? Bastante ajada que estara la buena seora.
Por cada arruga un remordimiento, y por cada remordimiento
un gusano... No es eso seor cura?
Eso, Sebas, son secretos de confesin. Mira, te traigo una
visita importante y conviene estar listos; no perder tiempo;
porque el Padre tiene prisa. Quiere salir enseguida para...
bueno, para Huesca. Desea hablarte. Este es el Padre Jos:
ste, Sebastin; hombre de bien... digo, de los buenos.
Y ahora, sepulturero, para servir a la seora Doa Margarita.
Les dejo solos para que hablen. Voy mientras a dar una
vueltecita a los mos.
Sus amigos?
Aqu todos lo somos.
A rezarle algn Pater a alguno que no se lo merezca...
Qu sabes t? (Sale.)
Ay, si todos furamos tan buenos!
Qu?
Sera peor. Y seramos todos peores.
Peores?
(Ponindose serio de repente y cambiando el tono burln y la amarga
fisonoma.)
Dgame, FrayJos.
Ves este rosario? Por cada cuenta uno. Me entiendes?
A medias.
En tu casa tendr tu mujer una aguja fina o un alfilerito...
Soy viudo...
La tendrn tus hijas.
No estn conmigo.
Pues la tendrs t. En cada una de estas cuentas, entiendes?,
hay un tesoro escondido...
Entiendo. Son cuentas que ajustar. Por cada una, un nombre
y una cruz.
Un hombre y un sitio.
Comprendido.
o r a c i n (le da un papel.)
FRAY J o s
L o d e m s lo re z a esta
SEBASTIN
(Cogiendo el papel.)
FRAY J o s
L a tin e s q u e t e n tien d e s.
S e b a s t i n
L o c r e o ...
E st e n latn ?
(Mientras tanto ha entrado la Nia a caballo, vestida ya con el traje del guerrillero
Martinico: el rostro tapado con un pauelo. Lleva fusil en banderola y pistola en la mano.
Un saco con el muerto, doblado sobre la silla. Sebastin, Fray Jos y el seor cura, que
vuelve, la miran sorprendidos.)
S e b a s t i n
(La Nia, silenciosamente, se apea; luego deja caer al suelo el saco, de modo que los tres
espectadores sorprendidos se dan cuenta de lo que contiene. La Nia, pistola en mano
siempre, se dirige a Sebastin.)
N ia
S e b a s t i n
N i a
C ura
N ia
a los pinos; lo entierras con los mos; como a ellos, sin que
nadie se entere...
Nia!
No soy la Nia yo. (Se quita elpauelo.) Soy Martinico. La nia
muri anoche. La mataron. Est en el saco. (Lo empuja con el
pie.) Seor cura, mis hermanitos se quedaron solos, sin madre,
sin la Nia. Usted los recoge antes de que se los quiten ellos.
Lo har, Nia. Pero t no puedes hacer esto que haces. Qu
traje es se? Qu es lo que te propones? Di!
Soy Martinico. Anoche, cuando subamos por las armas, nos
siguieron... (Se calla mirando a Fray Jos.)
S e b a s t i n
y el C u r a
F r a y J o s
S e b a s t i n
F r a y J o s
N ia
F r a y J o s
255
N i a
S e b a s t i n
Q u e Dios os bendiga!...
C ura
Q u e D io s n o s a y u d e a to d o s!
(Entran tres muchachas; sus vestidos son de aldeanas, pero tan cubiertos de nieve que
parecenfantsticos. Dicen, precipitndose al hablar, quitndose una a otra las palabras.)
Las tres
MUCHACHAS
C ura
M uchacha
F r a y J o s
M uchacha
C ura
M uchacha
F r a y J o s
C ura
F r a y J o s
M uchacha
C ura
296
CUADRO TERCERO
Sala grande como de alcalda ojuzgado, en el pueblo. Tribunalformado con falangistas
y dos oficiales alemanes. Policas, guardiaciviles, etc. En total seis o siete. E l Verdinegro
y Tristn le maquis, entre los guardias, maniatados y con seas visibles de haber sido
maltratados brutalmente. Un secretario teclea sobre la mquina de escribir durante todo
el tiempo. Hace alguna pausa para traer o llevar algn papel. A l fondo, balcn grande
que se supone que da a la plaza de la aldea. Dos o ms puertas laterales. Sillas y bancos
viejos. Todo muy sucio y con seales evidentes de destrozos violentos. Sobre la pared un
gran retrato de Franco cruzado de brazos: muy visible desde todos lados para el espectador.
Es medioda. Sobre la mesa del tribunal hay vasos con vino y caf lechoso. Mucho humo
de tabaco. Todos arropados y con gorras puestas, menos los guerrilleros presos. Hablan
unos con otros confusamente haciendo gran ruido. Hasta que elJuez aporrea la mesa con
la mano.
J uez
A ld ean o
J uez
A ld ean o
J uez
A ld ean o
J uez
C ura
J uez
298
C ura
JU E Z
C ura
J uez
C ura
J uez
C ura
J uez
O f ic ia l a l e m n
J uez
C ura
J u ez
V e r d in e g r o
J u ez
C ura
J u ez
C ura
J uez
C ura
(Se les acerca.) Tales los habis puesto a golpes que ninguno,
aunque les conociera, les reconocera. Conozco o creo
reconocer a uno.
A cul?
A Ramn Martn, al que llaman el Verdinegro, creo. Le tengo
por un hombre excelente, trabajador y honrado como pocos,
adems...
Perdneme que le interrumpa, seor cura! No le he pregun
tado ms que si le conoca.
Yo quise contestarle que por conocerle, le conoca bien;
por lo que me duele verle as... no comprendo por qu se
le maltrata...
Insisto, seor cura, en que se atenga estrictamente a lo que
le pregunto, y no trate de preguntarme a m. Como no sea
que prefiera ponerse en mi sitio.
Dios no lo quiera!
Pues para que no lo quiera Dios, empiece seor cura por
no quererlo usted tampoco.
(Aljuez.) Vamos! No pierda tiempo. Pregntele al cura...
Deca, seor cura, que usted conoce a ste, a Ramn Martn;
as se llama. Estuvo a visitarle el domingo, anteayer, por
la noche?...
(Mirando al Verdinegro.) No s, no recuerdo... anteanoche?
S, anteanoche, la noche del domingo, recurdelo...
Diga la verdad, seor cura, la verdad nunca daa...
A ti no se te ha preguntado! (Un guardia golpea al Verdinegro
en la cara, saltndole la sangre.)
(Reteniendo un movimiento de indignacin, y vencindose.) S,
estuvo.
Gracias, seor cura, veo que no trata de disimular y que
quiere ayudarnos a la justicia. Dgame tambin de qu le fue
a hablar, o para qu le fue a visitar este... desdichado. No
sera para confesarse!
Perdone, seor juez, que sea yo ahora el que le advierta
que no me parece obligada su pregunta. Ese hombre vino
para confesarse conmigo... (Sorpresa e inquietud general. E l
Verdinegro mira al cura profundamente.)
No lo conoca tan piadoso. Y para confesarse, seor cura,
no se suele ir a la iglesia?
Para confesarse con Dios. Yo dije que vino a confesarse
conmigo. (Rumores.)
J uez
C ura
J uez
CURA
J uez
C ura
J uez
(En este momento losfalangistas hablan entre s, interviniendo los dos oficiales alemanes.
Un alguacil se acerca alfuez, dicindole algo al odo, y sale. Vuelve a entrar acompaado
de un sacerdote, bajito, grueso y con gafas, que se dirige hacia la mesa y a una sea del
Juez se le acerca hablndole tambin en voz baja.)
J uez
(Entretanto el sacerdote recin llegado se dirige al Cura, que lo mira con inquietud y
repugnancia.)
J e s u t a
C ura
300
(No toma la mano que el otro le tenda, volvindose hacia un lado con visible indicacin
de que no quiere entablar conversacin.)
JESUITA
C ura
J e s u t a
C ura
J e s u t a
C ura
J e s u t a
C ura
J e s u t a
C ura
J e s u t a
C ura
J e s u t a
C ura
(El Jesuta hace una seal al Juez, desde lejos, como dando por terminada su intentona.)
J uez
iSilencio ! Seguiremos...
(Se oye un gran alboroto, gritos, tiros. .. e irrumpen en la sala los guerrilleros, capitaneados
por la Nia. Todos con pauelo hasta los ojos. Desatan a los presos, que toman sus
armas. E l Juez y los oficiales alemanes caen heridos de muerte, tambin los guardias, los
dems huyen. Entre el barulb se percibe el dilogo como sigue:)
N i a
301
C ura
V o ces
N i a
C ura
V e r d in e g r o
N i a
C ura
T r is t n
y
V e r d in e g r o
C ura
T r is t n
C ura
N i a
Vngase!
Mi deber est aqu. Marcharos vosotros a cumplir el vuestro...
Pero le matarn!
Y sois vosotros quienes me aconsejis que huya la muerte?
Tiene razn. Vamos!
V e r d in e g r o
y
T r is t n
Vamos.
(La Nia y Tristn vacilan un momento, sin saber cmo despedirse del Cura. Este les
da los brazos. Los tres se echan en ellos. La Nia y Tristn, besndole las manos. Salen
todos.)
Sobre la desolacin de la escena desbaratada, salta, lejos, una copla con ritmo de jota,
cantada por los guerrilleros que escapan. E l Cura va diciendo sus versos:
E l pueblo tiene su guerra
que todava no acaba;
Espaa estar sin sueo
hasta que pueda ganarla.
FIN DEL CUADRO TERCERO Y DE LA JORNADA I
302
JO R N A D A II
L A E S T R E L L A N U N C A V ISTA
CU A D R O CU ARTO
En la alta montaa. Cae la tarde, aclarando, al poniente, un cielo azul y gris sobre la
inmensa perspectiva de nieve. Un cobertizo, como cabaa de pastores. A la entrada, una
hoguera que avivan en su juego, Pedrizo y el Pastor, guerrilleros, con armas. Dentro, el
Asturiano, Carmona, Montioy Chamusco, guerrilleros, muy arropados, pero sin armas,
echados en el suelo, juegan a las cartas. En un rincn, lo mismo que en el acto primero,
las tres viejas acurrucadas: dos devanando una madeja, la otra tejiendo. Hay un silencio
en que se ve a losjugadores absortos en su juego, hasta que uno de ellos echando su carta,
canturrea:
M o n t i o
S i m e q u ie re s m e v e r s
A s t u r ia n o
Q u e c u a n d o se c a en d el
C arm ona
C u a n d o p o r ti p e n s a b a ,
c o m o a lo s m a la c a to n e s (echa su carta.)
rb o l
lo s p ic a n lo s g u r r io n e s . .. (echa su carta.)
u n a ra g o n s sin seso
m a lo c o to n e s m e d a b a
y u n d a m e tragu u n g e so .
(Va a echar la carta, se detiene, hasta que, por fin, se decide a tirarla, mientras los
dems le estn mirando ya impacientes.)
A s t u r ia n o
C arm ona
33
C H A M U SC O
M
o n t i o
C arm ona
(Dentro:)
Nia, tus pechicos son
dos pirineos de nieve:
djame que te los toque
aunque mi mano se hiele.
(Al or la copla, como a una seal convenida, todos se ponen en pie, mientras el Pedrizo,
desde fuera, les grita: arriba el juego! Despus entran en escena el Verdinegro, la Nia
y Tristn le maquis, los tres armados y cubiertos enteramente por la nieve. Se calientan
al fuego.)
M o n t i o
N ie v a ?
T r is t n
Y e sc a m p a !
C arm ona
(Dndole la bota.)
Un traguito! (beben los tres)...
(Desde la entrada.) N o v e d a d e s ?
Ninguna. Si no es la de salir a escape.
Pa st o r
V e r d in e g r o
(Todos miran a los recin llegados con ansiedad, esperando a lo que el Verdinegro diga.)
P e d r iz o
V e r d in e g r o
P e d r iz o
V e r d in e g r o
N i a
C h a m u sco
C arm ona
V e r d in e g r o
N i a
T r is t n
304
CARMONA
A s t u r ia n o
MONTIO
VERDINEGRO
(Todos se arreglan y toman sus armas. Un momento de inquietud se sigue en que los
guerrilleros no saben cmo despedirse de la Nia. A l fin van saliendo todos.)
MONTIO
N i a
CARMONA
NIA
C h a m u sco
N i a
Suerte, la Nia!
Para vosotros!
Hasta maanita, Nia, que salga
el sol!
Y que t lo veas!
Que lo veamos todosYo hubiera querido quedarme, Nia,
por no dejarte sola...
Suerte! Chamusco...
N ia
TRISTN
N ia
(Salen el Verdinegro y Tristn, con un gesto de despedida, sin decir ms. Queda la Nia
sola vindolos marchar. Pausa. Luego rompe, lejos, la copla.)
Engaada con el dao
del engao de la muerte,
la vida ser ms fuerte
que su propio desengao.
(Las viejas, que dejan su tarea, levantndose se acercan a la Nia que ha quedado cerca
del fuego, mirando al poniente. Y dicen:)
L a s TRES VIEJAS
305
N i a
306
V IE JA
NIA
(Se oyen tres vocesjuveniles, entrando tres muchachas materialmente envueltas en nieve,
que dicen como un grito.)
L as tres
MUCHACHAS
N i a
M uchacha
N i a
M uchacha
N i a
M uchacha
N i a
M uchacha
N i a
M uchacha
N i a
M uchacha
N i a
Aqu!
-A qu!
Aqu!
-Q uin ha visto lo que vi?
Miro la vida. Veo la muerte.
Qu ver cuando despierte?
Quin no ve lo que ms mira?
La ira.
Quin menos mira y ms ve?
La fe.
Quin mira lo que no alcanza?
La esperanza.
Quin se mira en su dolor?
El amor.
Quin no olvida lo que olvida?
La vida.
Quin te quiere sin quererte?
La muerte.
L as tres
m uchachas
N i a
307
L as
tres
MUCHACHAS
N i a
(Las tres muchachas dicen ahora, mientras las tres viejas se apartan y se va apagando,
con el crepsculo, el fuego encendido, el romance.)
Las tres
m uchachas
N i a
L as tres
m uchachas
308
N i a
Las tres
MUCHACHAS
309
S o la , el sile n c io te g u a rd a .
C U A D R O Q U IN TO
Y o te d ig o q u e e l c u ra es u n e n la c e d e llo s y q u e y a d e b a
S a n t is t e b a n
d estar c o lg a o ...
M ico
S a n t is t e b a n
T o pete
M ic o
R o jil l a
310
Mico
C o b r iz a
C a r m e n c it a
T o pete
C a r m e n c it a
S a n t is t e b a n
Pil a r
Mico
T o pete
R o jil l a
C o b r iz a
Pil a r
R o jil l a
C a r m e n c it a
(Efectivamente han entrado en la taberna dos hombres, uno de pueblo, viejo, al que dijeron
el Colao, y otro bien vestido, msjoven. Van a sentarse a un lado. La Berlanga se les acerca
a servirles.)
B erlan g a
C o lao
D e s c o n o c id o
Qu quieren?
A m lo mo, al seor...
A m una caa...
(Los borrachos miran al recin llegado con desconfianza y hablan entre s.)
C o lao
D e s c o n o c id o
C o lao
D e s c o n o c id o
C o lao
"
D e s c o n o c id o
C o lao
D e s c o n o c id o
C o lao
D e s c o n o c id o
C o lao
(Ante la extraeza de los borrachos, el Colao les habla en voz baja y stos toman
inmediatamente un aspecto servil y atemorizado.)
M ic o
R o jil l a
C a r m e n c it a
P il a r
R o jil l a
(Entran a escena, por el lado del campo, hacia la puerta lateral de la tabernucha, Verdinegro
y Chamusco. Visten de aldeanos, cubiertos con capotes de monte.)
V e r d in e g r o
C h a m u sco
V e r d in e g r o
C h a m u sc o
V e r d in e g r o
312
C h a m u sco
V e r d in e g r o
C h a m u sco
V e r d in e g r o
Qu quieren?
Vinieron?
D o n P e p n
N o.
V e r d in e g r o
Y sos?
Ya sabes: el Colao, le llaman as porque ha pasao o le han
hecho pasar por t, y ya no le quedan ms que las raspas;
el otro, no s, pero me lo figuro.
Vendr el cura?
Supongo que no. Lo tienen vigilao: casi como preso. Mandar
alguno.
DON P e p n
V e r d in e g r o
DON P e p n
P il a r
E so me suena. (Cantando:)
N io
313
Y quin te lo ense?
Anda ste! Pues il qui lo saba!
S a n t is t e b a n
Vuelve por otra!
M ic o
Otra? El mamporro que le voy a dar al niito ese! (Mira
al Desconocido y se calla, bebiendo para disimular.)
Muchos borrachos aqu siempre?
D e s c o n o c id o
C o lao
Algunos... pero de confianza. (Mirando a los guerrilleros.) sos
no s quin son. Nunca los he visto.
(Como sigue el nio tocando, el Mico canta desentonando y gangoso.)
M ic o
N i o
(Va el Mico a pegarla, los otros se interponen. E l Desconocido se levanta. Se hace un silencio
total y todos quedan inmovilizados.)
DESCONOCIDO
3H
D e s c o n o c id o
RO JILLA
D e s c o n o c id o
P il a r
D e s c o n o c id o
R o jil l a
(Al dirigirse a la puerta delfondo por donde entraron el Desconocido y el Colao, Verdinegro,
que se haba levantado, les cierra el paso, mientras Chamusco amenaza con la pistola a
los tres borrachos, fingiendo que lo hace tambin al tabernero. Las mujeres se apartan.)
V e r d in e g r o
Por aqu no, amigo, por la otra puerta, que tenemos que
hablar...
(Se ven los fogonazos y escuchan, casi simultneamente, tres o cuatro disparos, cayendo
al suelo el Desconocido y el Colao, y con una interrupcin de segundos, se percibe una
enorme explosin que hace trepidar todo, al mismo tiempo que el cielo se ilumina de un
resplandor rojizo, relampagueante, sobre la nieve y que traspasando el ventanal, llena toda
la escena, dentro y fuera de la taberna. Las mujeres gritan y se esconden, mientras los
borrachos, tropezando y cayendo, tratan de huir. Chamusco va hacia el Verdinegro
dicindole.)
C h a m u sc o
Vamos! Pronto!
(Salen los dos por la puerta lateral, hacia el campo, por donde vinieron. Y ya fuera,
sobre la nieve, el Verdinegro cae al suelo.)
C h a m u sco
V e r d in e g r o
C h a m u sc o
VERDINEGRO
Ests herido?
De muerte. Toma esto... (Le da el papel que le dio el nio.)
(Queriendo levantarle y cargarlo a hombros.) Te llevar!
(Respirando anhelosamente.) Es ya intil. Te cogeran a ti...
315
C h a m u sco
V ERDINEGRO
CHAMUSCO
V e r d in e g r o
C h a m u sc o
V e r d in e g r o
(Chamusco se arrodilla sobre l, quitndole las armas y todo lo que lleva en los bolsillos,
luego, conteniendo un sollozo con una blasfemia, lo cubre con el propio capote que llevaba,
dejndole tendido sobre la nieve, y huye. Sigue la escena extraamente iluminada en blanco
y rojo, con resplandor siniestro; hacia el fondo turbio de la taberna, se oye el acorden
del muchacho, como antes, y la voz rota de Maruja la Rojilla, cantando desgarrada:)
R o jil l a
C U A D R O SEX TO
Se hizo la mutacin conservando la misma luz roja del final del cuadro anterior, que
ahora ilumina un paisaje de bosque nevado. Entre la espesura de pinos, se abre una
pequea clara donde aparentemente escondido, formando como cueva o cabaa, hay un
cobijo o guarida, disimulada entre el ramaje: ante ella, el rescoldo de una hoguera, que
ir encendindose poco a poco durante la escena, hasta llegar a dar al final una clara
luz roja que se confundir con la que traspasa todo el bosque. Entra por un lado la
Nia, seguida del caballo, que se quedar todo el tiempo al lado suyo. Es media noche
clara, con estrellas y nubes altas. Todo en los pasos y palabras de este cuadro toma voz
y ritmo de sueo. A l mismo tiempo que entra la Nia por un lado, entran por el otro
las Tres Viejas, ahora claramente vestidas como brujas de cuento. Se encuentran en medio
de la escena.
3 i6
L a s t r e s v ie ja s
N i a
L a s t r e s v ie ja s
N i a
L a s t r e s v ie ja s
N i a
V ie ja
A dnde se va la nia?
De dnde vienen las viejas?
Vienen de soar la Espaa.
Yo voy soando con ella!
La Espaa que ests soando
es sueo que a ti te suea.
Nosotras desde la cuna
te enseamos su conseja.
- E l cuento que nunca acaba.
El canto que siempre empieza.
Siempre empieza y nunca acaba
de echarte la misma cuenta.
-E s el cuento de la nia.
- Y la cuenta de la vieja.
El tiempo va entre tus dedos
cayendo como la arena.
Lo cuentas cuando lo cantas:
hoy es ya si ayer ya era,
y maana ser siempre.
Lo cantas cuando lo cuentas.
-N ia, qu tienen tus ojos
que parecen dos violetas?
-Q u tienen, nia, tus manos
amarillas como cera?
-Q u ceniza en tus cabellos
te nieva de sombra incierta?
-Qu sueo de nieve y sangre
quema de fiebre tus venas?
El ciervo de San Eustaquio
llev a Cristo en la cabeza.
La corza que a ti te gua
lleva en la frente una estrella.
-Qu sombra te quema el alma?
-Qu luz el cuerpo te hiela?
Llevo en el alma un cuchillo
que el corazn me atraviesa.
Llevas el sueo de Espaa
en el alma, cuando sueas
el cuchillo que te parte
el corazn, guerrillera.
N i a
V ie ja
N i a
L a s t r e s VIEJAS
(Al decir las viejas los ltimos versos, la Nia se ha echado en el suelo quedando
aparentemente dormida. Entran entonces las tres muchachas nevadas, ms irreales que
nunca, comofiguracin de hadas en los cuentos. Las Viejas, entre tanto, quedan alrededor
de la Nia dormida, vindoseles entre las manos, ahora, la rueca, el huso y las tijeras,
con los que laboran, evocando la representacin habitual de las Parcas. Poco a poco,
como envuelta en niebla, desaparece la Nia dormida, vindosela, despus, lejos y velada
por la misma niebla, atravesar muy lentamente la escena, llevando el caballo de la
brida. Todo mientras dura la recitacin del romance.)
L as tres
m uchachas
319
320
JO R N A D A III
P R IM A V E R A BAJO L A N IE V E
C U A D R O SP T IM O
Un rincn a la entrada del pueblo. Una fuente. Las tres muchachas, de aldeanas, con
cntaros, sentadas junto al brocal. Cerca, un grupo de varios chiquillos, sentados en el
suelo, alrededor del seor cura, al que escuchan con gran atencin. Son las primeras
horas de la maana.
C ura
NlO
C ura
NlO
N i a
C ura
N io
C ura
NlO
CU R A
serlo.
N i a
Y q u i n es el p r jim o , se o r c u ra ?
NlO
CU R A
321
N i o
C ura
N i o
N i a
C ura
N i o
C ura
N i a
C ura
N i a
N i o
N i a
C ura
N i o
O t r o n i o
N i o
C ura
N i o
C ura
N i a
C ura
322
N i a
C ura
(Aparecen las tres muchachas rodeadas de los niosjunto a lafuente, y comienzan el romance.)
Las tres
MUCHACHAS
323
- E l h u m o q u e se d ib u ja
e n tre b ru m a s d e a lb o ra d a ,
n o se sa b e d e q u fu e g o
es m e n s a je d e e sp e ra n z a.
- M i r a la n i a a su p a so
en un re m a n so d e a gu a ,
q u e el d a rd o d e l so l d e s h ie la
(a g u ij n d e m ie l d o ra d a ),
u n e sp e jism o d e lu c es
e n q u e m ira rse la cara.
Voz
L as tres
MUCHACHAS
324
Voz
L as tres
MUCHACHAS
Voz
(Dentro.)
Nia, tus pechicos son
dos pirineos de nieve;
djame que te los toque
aunque mi mano se hiele.
A p a r ic i n
d e l a n i a
Si me tocas, enemigo,
tu mano se te quemara.
Soy amazona de muerte,
vengadora de mi alma.
La mano que a m me toque,
ser una mano abrasada
que se caer de su brazo
cual rama que se desgaja.
(Desaparece la Nia.)
L as tres
m uchachas
Voz
L as tres
m uchachas
L a v o z de
l a n i a
L as tres
m uchachas
326
NIA
Las tres
MUCHACHAS
-E n el h o g a r a p a g a d o
lo s h e rm a n ito s llo ra b a n .
- A la entrada de la calle
le tendieron la celada.
-L e mataron el caballo.
-C a y herida en la barranca.
-Despedazaron su cuerpo
y machacaron su cara.
- E l agua corri a su lado,
que era nieve deshelada,
como corra en el bosque,
entre pinos, y a las claras,
la encendida corza ardiendo,
la cervatilla encantada.
-Sangrando van por los campos
las huellas de sus palabras
cuando deca: yo muero
por el sueo de mi Espaa!
MUTACIN
C U A D R O OCTAVO
A l volver la luz, aparece una habitacin muy pequea, como calabozo, con ventana al
fondo enrejada. Sobre un catrecillo, o unas andas, el cuerpo de la Nia, tendido, como
muerto, medio desnudo y ensangrentado; la cabellera espesa y cubierta de tierra y sangre,
le cae sobre el rostro destrozado. A su lado, el mdico y una enfermera, asistindola. A poca
distancia, elpadreJesuta de la jomada primera. Tras un silencio largo comienza el dilogo
en voz baja, como en la alcoba de un enfermo.
327
J e s u t a
M d ic o
D ije r o n si v o lv a n ?
JE SU IT A
M d ic o
M D ICO
JE SU IT A
M d ic o
o dijeron
nada pero creo que lo consideran intil y a ...
Pues, no fueron a buscar al cura, para un careo?
Y cree usted que sera
posible?
N o.
(Pausa.)
E n ferm era
Ms aceite?
M d ic o
C o m o q u ie ra .
JE S U IT A
Lo cree intil?
Las horas o minutos que viva sern ya igual. E l colapso puede
producirse en cualquier momento. (Pausa. AlJesuta.) Cum
pli usted su misin?
(Framente.) S.
(Amargo.) La suya o la que le encargaron los jueces?
(Secamente.) Las dos.
(Con dureza.) Yo tambin la ma. Solamente la m a...
M d ic o
J e s u t a
M d ic o
J e s u t a
M d ic o
(Salen los guardias y el seor cura se precipita sobre el cuerpo de la Nia, arrodillndose
a sus pies con la cara tapada entre las manos. Pausa larga. E l Mdico, elJesuta y la
Enfermera lo miran sin decir nada.)
M d ic o
(El Cura no contesta, continuando en la misma postura. Luego, se levanta, y, con serenidad
forzada, pregunta alJesuta.)
C ura
J e s u t a
M d ic o
328
C ura
M d ic o
J e s u t a
C ura
C m o?
J e s u t a
C ura
E n ferm era
J e s u t a
C ura
J e s u t a
C ura
C ura
J e s u t a
3Z9
C ura
J e s u t a
C ura
J e s u t a
C ura
J e s u t a
C ura
J e s u t a
E n ferm era
C ura
J e s u t a
(Se hace un silencio terrible, percibindose rumores fuera. A l cabo se abre la puerta y
aparecen los dos guardias civiles; tras ellos un tropel de gentes, moros y falangistas. Se
adelanta eljuez, quien como si no se enterase de lo que pasa, sin mirar siquiera al cuerpo
muerto, dice al cura:)
J uez
C ura
J uez
(Los guardias cogen al cura empujndole hacia fuera. E l Jesuta intenta intervenir, pero
el Cura le detiene con un gesto dicindole:)
C ura
330
iPerdn!
(Levantndolo dice:) Bienaventurados sois cuando os mal
dijeren y persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros
mintiendo, por mi causa..
(Los guardias se llevan al cura violentamente, mientras elJesuta queda inmvil, clavado
en el suelo, y la Enfermera, a su lado, mira la escena con espanto. Un grupo defalangistas
se dirige entonces hacia el cuerpo muerto y, en ese instante, se hace oscuro total.)
MUTACIN
(Vuelven a aparecer como antes las muchachas y los nios alrededor de la fuente.)
L as tres
MUCHACHAS
Pusieron su cuerpecito
destrozado, en unas andas.
Y ya muerta la colgaron
de lo alto de una rama.
La nieve piadosamente
toda la noche le canta,
arrullndola en los vientos,
arropndola en la helada:
Guerrillera fuiste, nia,
y guerrillera sin lgrimas;
muriendo como los hombres
herida en una emboscada.
El sueo que t soaste
es sueo que suea Espaa.
Con tu muerte, guerrillera,
se hace sueo la esperanza.
MUTACIN
331
L e jo s la lle v a ro n !
C arm ona
Y a lta la p u sie ro n !
M o n t in o
C o m o p a r a q u e las m a n o s n o la a lc a n c e n !
P e d r iz o
N i lo s o jo s!
Pa s t o r
A s t u r ia n o
P o q u ito a p o c o : lo m s d u ro es r o m p e r la c o rte z a h e la d a .
M a d r e , a ti te la d a m o s q u e e ra tu y a y fue n u e stra !
T r is t n
S ie m p re s e r n u e stra !
S e b a s t i n
M s h o n d o , m s h o n d o , q u e y a a lb o re a !
m u t a c i n
L a e n te rra ro n e n la n ie v e
los g u e rrille ro s , a l alb a.
Y tan ta n ie v e c a a ,
c u b ri n d o la , ta n ta i a y ! tanta,
q u e h izo o b e lisc o d e h ie lo ,
t m u lo d e p u ra g ra c ia ,
e l s ile n c io a l e n v o lv e r la
d e su e o c o m o m o rta ja .
- S o le d a d e s la lle v a ro n .
S o le d a d e s la a c o m p a a n .
- S o la , n i a g u e rrille ra .
S o la , su e o ; so la , E sp a a .
C u a n d o p a se n la s g u e rrilla s
p o r estas n ie v e s m s altas
re c o g e r n d e la n i a
tan s lo u n a p iz c a , n a d a .
E l a n h e lo d e su ra stro .
E l su sp iro d e su alm a.
E l so n id o d e su n o m b re .
E l e co d e su s p isa d a s.
- P o r a q u p a s la n i a,
332
CUADRO N O VEN O
Alta cumbre nevada. Tmulo de nieve. Luz de amanecer. Entran las Tres Viejas, envueltas
por completo en sus negros mantos, sentndose junto al tmulo, mientras dicen:
L a s t r e s v ie ja s
-Q u precipitado alud
de nieve y ceniza vierte
su siniestro afn de muerte
sobre tan clara virtud?
-C ada, la excelsitud,
mensajera no es oscura
el alma que la procura
sospechosa de su luto?
-D e otoo es el dulce fruto
y semilla de amargura?
(Quedan lastres negras figuras de las viejas inmviles, como estatuas de sombra, y
entran las tres muchachas, que se adelantan, con ritmo de baile, como al fin del cuadro
segundo, y dicen.)
Las tres
MUCHACHAS
333
Te diremos...
-N o hay flores sobre la nieve
si no son flores de ensueo!
Al alborear el d a...
Cuando ms tiembla el lucero...
Te dir lo que ignoran los vivos.
Callar lo que saben los muertos.
-Te dir
-T e diremos...
-Bajo la nieve yace
la flor que no la quema el aire!
-Cuando haya salido el sol...
Escondindose el lucero...
Te dir lo que espera la tierra
cuando entraa la muerte en su seno.
Callar lo que suea la nieve
envolviendo la tierra en silencio.
Te dir
Te diremos...
-Duerme bajo la nieve
la flor que no se hiela con la muerte!
FIN DEL CUADRO NOVENO DE LA JORNADA III Y DEL ROMANCE
334
LA SA N G R E D E AN TG O N A
M IS T E R IO E N T R E S ACTO S
PERSONAJES
P ap eles h a b la d o s:
Papeles cantados:
a n t g o n a
LA SOMBRA DE POLINICE
LA SOMBRA DE ETIOCLES
EL MENSAJERO
CREN
DOS SOLDADOS
HEMN
DOS CORIFEOS
ISM EN A
EURDICE
(8 voces, enmascaradas de
risa y de llanto)
CORO II (Coro mixto en la orquesta)
EL NIO
TIRESIAS
337
A C T O P R IM E R O
M e n s a je r o
E sc e n a p r im e r a
C oros
C oro I
C o r if e o I
C o r if e o II
C o r if e o I
C o r if e o II
C o r if e o I
339
C o r if e o II
C o r if e o I
C o r if e o II
C oro I
L as vo ces
C o r if e o I
C o r if e o II
C o r if e o I
C o r if e o II
A n t g o n a
C o r if e o I
A n t g o n a
C o ro
A n t g o n a
C o r if e o I
C oro I
34
A n t g o n a
C oro I
A n t g o n a
C o r if e o I
A n t g o n a
C o r if e o II
A n t g o n a
C oro I
I sm en a
A n t g o n a
Ism en a
A n t g o n a
Ism en a
A n t g o n a
I sm en a
A n t g o n a
I sm en a
A n t g o n a
C oro I
A n t g o n a
C o r if e o I
A n t g o n a
I sm en a
A n t g o n a
Ism en a
A n t g o n a
I sm en a
A n t g o n a
Vosotros sois la voz del Infierno. Clamis por una vida condenada.
Yo grito por una invencible muerte. Por el vencido amor.
Ay! Vencido amor!
Qu buscis vosotros en el silencio de los muertos?
Buscamos la vida.
Yo busco la libertad del amor.
Y crees que es sa lajusticia?
Es la verdad. Vosotros cerris la ciudad con siete puertas amu
ralladas para ahogar vuestra voz gimiente en un eco infernal de
tumba. No hay latido de corazn que pueda traspasar esa losa.
Yo cubrir de tierra y de ceniza el abandono del cuerpo sin vida.
Ay! Vencido amor!
No lo toques, Antgona. Teme la maldicin de los vivos.
Vienes conmigo o quieres quedarte en el sepulcro ?
Los dos muertos son nuestros hermanos.
Como todos los muertos lo son. Pero no para compartirlos.
Pues para qu, Antgona?
Para separar sus silencios.
Sus silencios juntos pueden ser un solo silencio en nuestro
corazn.
Si enmudecieran nuestra sangre.
Pues qu dice esta sangre nuestra?
Invencible muerte. Vencido amor.
Ay! Vencido amor!
Nuestra sangre maldita no puede engendrar hijos.
Nuestros hijos son todos los muertos.
Murieron para que viva la ciudad.
Esa es vuestra victoria?
Nos han separado en nuestra sangre, hermana; nos han juntado
en nuestros muertos.
No nos han juntado. T no ests conmigo.
T no puedes seguirme. Porque t no lloras por ellos: lloras por
ti. Y por m. Lloras por nosotros. Tienes miedo. Y a m no me
basta con ese espanto.
Es eso piedad?
Porque es amor!
Terrible amor!
Espantosa piedad!
Dejadme a m sola la piedad del amor! Llevaros vuestro miedo.
Vida inoportuna! Huye de m! Aparta de m tu caricia!
34 '
C o r o II
342
Ay de m, triste!
Ay de ti, sola!
Las sombras hieren
tu corazn.
Calle tu boca!
Cese tu llanto!
Mudo es el grito
de tu dolor.
Ay de m, triste!
A n t Ig o n a
Ay de m, sola!
Tu llanto es sangre.
Tu voz, gemido.
Ay de tu vida,
vencido amor!
Ay vencido amor!
Ay de m que, desdeada de los vivos, vengo a importunar a
los muertos!
(Aparicin de las sombras.)
So m bra de
P o l in ic e
So m bra de
E t io c l e s
A n t g o n a
S. DE P.
y S. DE E.
A n t g o n a
S. d e P.
y S. d e E.
A n t g o n a
S. d e P.
y S. d e E .
A n t g o n a
L a s d o s S.
A n t g o n a
L a s d o s S.
A n t g o n a
S.
S.
S.
de
de
de
P.
E.
P.
343
A n t g o n a
L a s d o s S.
A n t g o n a
S.
S.
S.
de
E.
P.
d e
de
A n t g o n a
L a s d o s S.
A n t g o n a
S. de P.
S. DE E.
A n t g o n a
S. de P.
S.
de
E.
A n t g o n a
S.
S.
de
de
P.
E.
A n t g o n a
S.
S.
S.
de
de
de
E.
P.
E.
A n t g o n a
S o l d a d o II
344
A n t g o n a
S o ld ad o I
A n t g o n a
S o l d a d o II
A n t g o n a
S o ld ad o I
A n t g o n a
S o ld ad o I
S o l d a d o II
A n t g o n a
S. I Y II
A n t g o n a
S o ld ad o I
A n t g o n a
S o l d a d o II
A n t g o n a
S o ld ad o I
S o l d a d o II
A n t g o n a
S o ld ad o I
A n t g o n a
S o l d a d o II
A n t g o n a
S o ld ad o I
A n t g o n a
S o l d a d o II
A n t g o n a
S o ld ad o I
A n t g o n a
S o ld ad o I
A n t g o n a
S o l d a d o II
Por qu os sorprendis?
Sabes que tenemos orden de prender al que trate de enterrar
a Polinice?
Est bien, prendedme.
Te hemos visto echar tierra y ceniza, piadosamente, sobre su
cuerpo.
Pero no me visteis abrir la losa de una tumba.
Tambin lo hacas?
Tal vez deb hacerlo!
Para desenterrar a tu otro hermano?
Eso sera peor todava.
Por qu peor?
(Entre s.) Ha perdido el juicio!
Y si de veras lo hubiera intentado? No es vuestra misin
averiguarlo. Para vosotros basta con que haya desobedecido.
Sabis lo que os digo? Que peor que la muerte es el Infierno.
Pero el Infierno es el reino de la Justicia. T no crees en sus
juicios divinos?
Creis vosotros? Quin os ha mandado contra m? A quin
obedecis, ahora que mis hermanos estn muertos?
Obedecemos, como antes, al Rey.
Los Reyes han muerto: su propio poder real los ha matado.
Ese que llamis Rey es un fantasma.
l manda en la ciudad. Todos le obedecemos.
Tambin t debieras obedecerle. Su hijo te ama; era tu esposo
prometido.
Quin os lo ha dicho? Yo no obedezco ni amo a esos fantasmas.
Yo no puedo ser real ms all de mi propia sangre.
Por qu buscas la vida entre los muertos?
Porque no amo la vida.
Y amas la muerte?
(Pensativa.) Tampoco la amo.
Pues qu quieres, Antgona, si no quieres la vida ni la muerte?
Quiero ser Antgona.
No lo eres?
Lo estoy siendo ahora.
Y por qu ahora?
Porque es ahora cuando habis venido a prenderme.
Desobedeciste la orden del Rey.
No es orden para m.
Ni justicia?
345
A n t g o n a
S o ld ad o I
A n t Ig o n a
Y au n sera p e o r q u e n o h u b ie ra In fie rn o !
S o ld ad o I
P o r q u , A n tg o n a ?
A n t g o n a
P o rq u e en to n ces ta m p o c o h a b ra p ied a d .
S o ld ad o I
D e b e m o s p re n d e rte ?
A n t g o n a
P o d is h a ce rlo .
S o ld ad o II
E s ju sto ?
A n t g o n a
E s n ecesario .
S o ld ad o II
A n t g o n a
S o ld ad o I
S o m o s fuertes p o rq u e o b e d e c e m o s la L e y .
A n t g o n a
Y el p u e b lo ta m b i n la o b e d e c e ?
S o ld ad o I
T a m b i n , A n tg o n a .
A n t g o n a
A la le y o a la fu erza ?
S o l d a d o II
A n t g o n a
Y c m o n o p u e d e se p a ra rla s?
S o l d a d o II
P o rq u e n o d eb e.
A n t g o n a
P a ra p o d e r c o n s e rv a r la vid a .
S o ld ad o I
Y el re sp e to a la m uerte.
A n t g o n a
S o ld ad o I
Q u e n o s im p u sie ro n la L e y .
A n t g o n a
C o m o sus m u rallas.
S o l d a d o II
Y el p u e b lo d e b e d e fe n d e r la L e y c o m o sus m u ra lla s .
A n t g o n a
L a s lo sa s d e la tu m b a!
S o ld ad o I
Sguenos, Antgona.
A n t g o n a
A d o n d e q u eris q u e os siga?
So ld ad o II
A d o n d e n o s h a n m a n d a d o lle v a rte .
A n t g o n a
S o ld ad o I
A n t g o n a
S o ld ad o I
P o rq u e n o n o s a trev em o s a to ca r tu c u erp o .
A n t g o n a
S o ld ad o II
S o ld ad o I
Te p e d im o s q u e v e n g a s c o n n o sotros.
A n t g o n a
P o d is lle v a rm e .
S o l d a d o II
S o ld ad o I
Te ro g a m o s q u e n o s sigas, A n tg o n a.
A n t g o n a
Y a os sigo. V a m o s.
346
ANTGONA
347
C o r o s I y II
348
C re n
A n t g o n a
349
ACTO SEG U N D O
C re n
C o r o II
V o ces
C o ro
V o ces
V o ces
C re n
C o r o II
V o ces
C o ro
V o ces
C re n
C o ro
C o r o II
C re n
V o ces
Nadie, nadie.
Nadie la condene.
Nadie, nadie.
Es culpable.
Es inocente.
Enterr a su hermano.
Desenterr a su hermano.
Pec contra la Ley.
Pec contra el amor.
Es culpable.
Es inocente.
Vencer a la muerte.
Romper el sepulcro,
iVivir, vivir!
iMorir, morir!
Antgona! Qu hiciste de tu hermano?
Enterrarlo.
Desenterrarlo.
Nadie la juzgue!
Ninguno la condene!
Eres t, Antgona? Vienes del Infierno?
Como una sombra.
Como la luz.
Como la Primavera.
Qu alegra!
Qu dolor!
Parece hierba estremecida!
Capullo verde.
Pjaro ligero.
Agua que corre.
V o ces y
C o r o II
A n t g o n a
Ama!
Vive!
Suea!
(Recitado sola confondo de voces solas.)
Con qu paso pausado y cauteloso
se acerca, viene a m, la Primavera!
Tan paso a paso como si quisiera
traspasarme de anhelo temeroso.
E u r d ic e
H em n
I sm en a
A n t g o n a
H em n
355
C o ro
E u r d ic e
ISMENA
E u r d ic e
ISMENA
H em n
E u r d ic e
ISMENA
H em n
C oro
C re n
V o ces
E u r d ic e
ISMENA
H em n
C re n
H em n
C re n
H em n
C re n
H em n
C re n
E u r d ic e
I sm en a
H em n
I sm en a
V o ces
356
ANTGONA
357
No me vis? No me os?
Soy yo, la que desaparece, como el da,
ciendo de una lnea de sangre el horizonte!
Soy yo, la tenebrosa, la que enciende
ante vuestros ojos, la noche estrellada!
La que se apaga como una llamita trmula en la lumbre
escondindose entre las brasas, como un ascua ardiente.
Dnde enterrar para siempre esta luz de mi alma?
(Se oye entre bastidores la voz del nio que gua al ciego adivino.)
N i o
(Canto solo.)
A h : ......................................................................................
(Canto y orquesta.)
Prisionera del aire,
mi cancin es un eco,
juguete entre las manos
infantiles del viento,
capullo de la sangre
entre los labios preso.
Flor, caricia de luz,
estremecido ptalo.
Verdor de la hoja viva;
oro de su destello
mortal, cuando el otoo
prende en ascuas el suelo.
(Tiresias y el nio aparecen en escena.)
N i o
Escondido rescoldo.
Mi cancin es un eco.
Una voz desangrada
temerosa de serlo.
Corazn de la brisa!
Palpitante deseo!
Lengua de viva llama!
Labio de puro fuego!
Mi cancin no es un canto.
Mi cancin es un eco.
Lo que dice mi voz
lo desdice el silencio.
Ah: ........................................
T ir e sia s
(Cantando.)
Odme! Odme todos! Odme!
Mis ojos ven la lejana, y estn ciegos para lo cercano.
Los ojos de un nio, miran por m.
Odme! Odme todos!
Veo a lo lejos una llamarada sangrienta!
Antgona no debe morir.
Si matis su amor en vuestro corazn
mataris en vosotros a todos los hombres.
Veo, veo un resplandor de llamas sangrientas!
El mundo arde en l, destruyndose lentamente.
No se purifica, se consume.
A cada ciudad llev el aguilucho en su pico
un despojo de sangre humana con hedor de muerte.
Y sembr su apestosa podredumbre entre los escombros.
Para qu queris engendrar ms hijos de sangre
si los condenis, vivos, al sepulcro?
Para qu defendis vuestras ciudades, vuestros campos,
vuestras casas, si los condenis a la muerte?
Habis querido arrancarle a la vida su secreto,
violando el misterio de la virgen,
destruyendo la paz de su corazn!
Odme!
Si condenis a Antgona a morir,
destrus la paz de la vida para el hombre.
Por qu separis a unos de otros
como si eso fuera lo justo. Por qu?
Veo, veo, que los hombres arrancan al mundo su secreto
violando su misterio virginal,
para destruirlo todo con el horror de su dominio!
Veo que el hombre quiere vivir muerto,
encerrndose en los sepulcros, apresndose unos a otros.
359
C re n
H em n
E u r d ic e
I sm en a
C o ro
A v a r ia s
vo ces
T ir e s ia s
A n t g o n a
360
C o ro
S o ld ad o I
S o l d a d o II
So ld ad o I
S o l d a d o II
S o ld ad o I
S o l d a d o II
A n t g o n a
363
365
S o m b r a d e P.
So m bra de E.
S. d e P.
S.
S.
S.
S.
de
de
de
de
E.
P.
E.
P.
S. d e E .
S.
S.
de
de
P.
E.
L as dos
so m b r a s
S.
S.
de
de
P.
E.
A n t g o n a
yenos, Antgona!
Por qu nos rechazas?
Por qu nos abandonas?
Escucho vuestra voz cuando escucho un lamento.
Cuando escucho un suspiro, os oigo sollozar.
Me cerca el alma y crece un ansia de llorar
cuando escucho las hojas movidas por el viento.
No s lo que me dice este estremecimiento
que es temor de los ecos que me hicieron callar:
como el rumor del viento, como la voz del mar,
con un suspiro largo, con un sollozo lento.
Sombra que entre las sombras se esconde estremecida!
Palabra temerosa de su propio temblor!
En manos del silencio abandono mi vida,
ahora que, por callarla, la siento sin dolor.
Muda como la sangre que brota de la herida.
Muda como la muerte. Muda como el amor.
V o ces
C oro
366
Oyenos!
E u r d ic e ,
ISMENA y
H em n
A n t g o n a
C re n
E u r d ic e e
ISMENA
C o r if e o
C oro
368
V o ces
Por qu muere A n tg o n a ?
Por quin muere?
Para qu muere?
Virgen como la luz y como la luz solitaria.
Pura como su voz, como la nube,
como el viento...
Y como el corazn vaco y tenebroso de la llama.
FIN
369
POESA
SO NETO S
T R E S S O N E T O S A C R IST O C R U C IF IC A D O
AN TE E L M AR
I
No te entiendo, Seor, cuando te miro
frente al mar, ante el mar crucificado.
Solos el mar y t. T en cruz anclado,
dando a la mar el ltimo suspiro.
No s si entiendo lo que ms admiro:
que cante el mar estando Dios callado;
que brote el agua, muda, a su costado,
tras el morir, de herida sin respiro.
O el mar o t me engaan, al mirarte
entre dos soledades, a la espera
de un mar de sed, que es sed de mar perdido.
Me engaas t o el mar, al contemplarte
ancla celeste en tierra marinera,
mortal memoria ante inmortal olvido?
II
Ven ya, madre de monstruos y quimeras,
paridora de msica radiante:
ven a cantarle al Hombre agonizante
tus mgicas palabras verdaderas.
Rompe a sus pies tus olas mensajeras
deshechas en murmullo suspirante.
De la nube sin agua, al desbordante
trueno de voz, enciende tus banderas.
Relampaguea, de tormentas suma,
la faz divinamente atormentada
del Hijo a tus entraas evadido.
Pulsa la cruz con dedos de tu espuma.
Y mece, por el sueo acariciada,
la muerte de tu Dios recin nacido.
374
III
No se mueven de Dios para anegarte
las aguas por sus manos esparcidas;
ni se hace lengua el mar en tus heridas
lamindolas de sal, para callarte.
Llega hasta ti la mar, a suplicarte,
madre de madres por tu afn transidas,
que ancles en tus entraas doloridas
la misteriosa voz con que engendrarte.
No hagas tu cruz espada en carne muerta;
mstil en tierra y sequedad hundido;
rbol en cielo y nubes arraigado.
Madre tuya es la mar: sola, desierta.
Mrala t que callas, t cado.
Y entrgale tu grito arrebatado.
375
379
A l volver
Aqu naci mi vida a la esperanza
y aqu esper tambin que morira;
ahora que vuelvo aqu, parecera
que el tiempo me persigue y no me alcanza.
Detiene otoo el paso a la mudanza
que en la luz, en el aire se extasa:
los rboles son llamas, su alegra
enciende ya mi bienaventuranza.
Todo pas. Todo qued lo mismo:
como si en este otoo floreciera,
ardiendo en el fulgor de su espejismo,
ltima para m, la primavera;
abismo del no ser al ser abismo
la eternidad del tiempo prisionera.
A Cristo Crucificado
Me da la vida el temor...
C ervan tes
383
De R IM A S
385
No calles, el silencio
abre un abismo tenebroso al alma
cuando el callar es verdadero.
No calles. Habla.
Dale siquiera un eco
a mi voz, un balbuceo de palabra
que rompa todo lo secreto.
Porque si t te callas, poco a poco,
le ir tejiendo tu silencio
un sudario mortal a mis palabras:
un estremecimiento
apenas vivo; un eco resonante
al vaco de todo, al hondo hueco
que abre como una tumba nuestra vida:
que pesa en nuestros ojos como un sueo.
Inmvil si indeciso
esclavo de su pasmo,
revelacin del ser,
se pierde en el hallazgo.
Y como de una llama
quieto espejo, el espacio
asume, luminoso,
su reflejo ms alto.
387
Guardabas tu secreto
y yo guardaba el mo.
Ninguno de los dos
queramos decrnoslo.
Hasta que de repente
un buen da supimos
que era el mismo secreto
el que no nos decamos.
Me estoy
Me estoy
Me estoy
sintiendo
Yo no s si yo estoy vivo
o el que en m vive es un muerto
que suea dentro de m
que todava est viviendo.
Que suea dentro de m
sin poder romper el cerco
en que le tienen sitiado
otra vida y otro sueo.
De
Otoo se enmascara
de Otoo; y, al volar,
los mirlos oscurecen
su propia oscuridad.
397
De corazn a corazn,
de pensamiento a pensamiento,
mi palabra va a tu palabra
y mi silencio a tu silencio.
Como si tu voz en mi voz
fuese slo un eco en el eco;
como si callando los dos
hablsemos al mismo tiempo.
De
LA CLARIDAD DESIERTA
c t o r
H ugo
L a ciarte deserte...
M allarm
401
403
Me lo dijiste t tranquilamente.
Yo te escuch en silencio.
T luego me mirabas sorprendida,
como desde muy lejos,
y al fin me preguntaste con los ojos
lo que estaba sintiendo.
Sent que el corazn me golpeaba
fuertemente en el pecho.
Quise hablar. Decir algo. De repente,
con torpe balbuceo,
casi sin voz, te dije: todava
mi corazn no sabe que estoy muerto.
Ya no me queda nada.
Del sentir, del pensar, ya no me quedan
nada ms que palabras.
Nada ms que palabras,
efmeros despojos, huideros
ecos que el viento apaga.
Yo he debido morirme
hace ya mucho tiempo
y otro que no soy yo
me est sobreviviendo.
Otro que no me dice
quin es, pero que siento
en m, como si fuese
mi yo ms verdadero.
407
De A PA R TA D A O R IL L A
Mi poesa no es ma ni es poesa:
apenas si es un eco del silencio
409
Arte potica
No dejes de escuchar el canto oscuro
que es cadencioso eco
de la palabra, dilatada sombra
que cobija al silencio.
Porque el decir de amor de la poesa,
antes de trasmutar el pensamiento
en sueo, es una msica que lleva
otra msica dentro.
Toda forma es la forma de otra forma
que escapa de s misma para serlo
y acompasa su paso con el paso
huidero del tiempo.
Por eso el corazn, con el latido
de la sangre, a tu verso
le da el ritmo sonoro y luminoso
de su estremecimiento.
Mi poesa es rezagada
porque se ha quedado en m
como un remanso de agua.
Como una corriente clara
que transparenta hasta el fondo
del cauce que la remansa.
Se me ha quedado en el alma
posando la turbulencia
sonora de mis palabras.
Como una voz que se apaga
y va abrindole al silencio
su msica ms callada.
411
Me he despertado de un sueo
tan misterioso y extrao
que ahora, por ms que quiero,
no consigo recordarlo.
Slo puedo recordar
que cuando estaba sondolo
no lo crea soar.
De V E L A D O D E S V E L O
Ay perezosa y larga
muerte! Por qu no vienes
a llevarme contigo
de una vez para siempre?
Por qu sobre mis ojos
no pones ya la nieve
de tu mano, cegndolos
al sueo, eternamente?
T en tu sueo. Yo en mi sueo.
Entre los dos corre el ro
oscuro del pensamiento.
De un pensamiento huidero
de s mismo que no sabe
siquiera de qu va huyendo.
No te empees en buscarme
porque te perders t
sin que llegues a encontrarme:
que entre tantas soledades
perdido y solo, yo no
estoy ya en ninguna parte.
T me dars tu sueo.
Yo te dar mi alma.
T, tu claro silencio.
Yo, mi oscura palabra.
417
Y te dar mi sombra.
T me dars tu llama.
Y escucharemos juntos
lo que la noche calla.
Se va apagando mi alma
como se apaga en la noche
una mortecina lmpara.
Siento que otra soledad
que no es la ma me espera
dentro de la oscuridad.
o s de
E spro n ced a
421
De E S P E R A N D O L A M A N O D E N IE V E
Yo me ir lejos de aqu,
me ir cada vez ms lejos,
hasta cruzar las fronteras
de la realidad y el sueo.
Y las huellas de mis pasos
se irn perdiendo en el tiempo
como el eco de mi voz
sepultada en el silencio.
se va apagando el ltimo
destello de la llama
que se duerme en el lecho
de su ceniza blanda,
y siento en la penumbra
del corazn que calla
dormirse para siempre
el sueo de mi alma.
426
La noche se va acabando
y viene el amanecer.
Y yo te sigo esperando
hoy como ayer.
Y yo te estar esperando,
sin saber por qu lo estoy,
ni en dnde, ni desde cundo,
maana como hoy.
Y sin saber hasta cundo,
para bien o para mal,
yo seguir andando... andando...
Y siempre igual!
427
Me olvidar de ti
y olvidar tu olvido;
olvidar tu nombre;
me olvidar a m mismo.
Y cuando mi cansancio
me aparte del camino,
olvidando la muerte,
me quedar dormido.
De
CANTO RODADO
No se va tan callandito
el agua cuando se va:
se va cantando bajito.
No s qu me da ms pena:
si que yo sea tan malo
o que t seas tan buena.
Si t no sabes por qu
volvieron las golondrinas
yo tampoco lo sabr.
Lo que pas no lo s.
T me dijiste: me voy.
Yo te dije: qudate.
Yo lo he visto y no lo creo:
que hasta el humo por mirarte
se qued en el aire quieto.
Nadie
Nadie
Nadie
Nadie
Lo terrible de la muerte
no es la muerte, es la agona
con que la vida se pierde.
andar,
G u st a v o A d o l f o B c q u e r
Yo no s si te he querido
y dejado de querer;
pero s que no te olvido.
No s cmo ni s cundo.
Ni s si vas a venir.
Pero te estoy esperando.
En el centro de la llama,
en el fondo de la luz,
hay un corazn oscuro
en el que te escondes t.
Dmelo al odo.
Dmelo en voz baja.
Para que ni el aire pueda or la pena
que hay en tus palabras.
Voy andando y ya no s
a dnde voy a parar.
Cuando me canse de andar
me parar y lo sabr.
Yo ya no estoy esperando
ms que una cosa de ti:
que me vayas olvidando.
Que me vayas olvidando
y no te acuerdes de m
ni despierta ni soando.
No sabe tu corazn
el porqu de su latido:
porque no sabe si t
ests muerto o ests vivo.
No s qu me da ms pena:
que yo te siga queriendo
o que t ya no me quieras.
Yo no te puedo querer
de otra manera distinta
a como tiene que ser.
Yo no te quiero escuchar,
que eres como la sirena
que canta para engaar.
Mi camino no es camino
para caminar yo solo
sino para andar contigo.
T me ests diciendo
que tenga alegra.
Ay! si t supieras lo que a m me pasa,
no me lo diras.
A m no quieras buscarme,
que yo me encuentro perdido
por no querer encontrarte.
Qu poco me va quedando
de lo poco que tena!
445
Todo se me va acabando
menos la melancola.
Yo de mi mal no me espanto.
Me espanto del hondo abismo
de dolor que hay en mi canto.
La rosa es temerosa.
El clavel es cruel.
Por qu te llamas Rosa
si eres clavel?
Se irn y no volvern
los das que t creas
que no iban nunca a llegar.
446
Si no s si vas o vienes,
cmo te voy a encontrar?
Yo no s por qu te quiero,
cuando s, como lo s,
que por quererte me muero.
447
No s si tengo o no tengo
razones para creerte,
pero s s que, aunque quiera,
no dejar de quererte.
Yo no s lo que es la vida
ni la muerte ni el amor.
Yo s que un pjaro ciego
no es el que canta mejor.
De
HORA LTIMA
Oda horaciana
(A imitacin de Fray Luis de Len)
Qu culpa tienen las flores?
Parecerse a las estrellas.
C ald er n
Qu gozosa ventura
le da al alma el concierto de estas flores,
sus colores y olores! Qu hermosura
penetrante de luz, con sus fulgores
como estrellas de agudos resplandores!
Qu sosegada calma,
qu claridad de olvido,
le dan su paz al alma
que de la guerra ha huido
y de su infierno de mortal ruido!
El campo que retumba,
en musical silencio sepultado;
le da, como los ecos de la tumba,
su soledad al corazn cansado,
de su latir sonoro lastimado.
Y en su penumbra verde
la floresta engaosa de la vida
su encantamiento pierde;
y de su propio engao desasida
despierta al alma en su ilusin dormida.
El cielo en el ocaso
apaga todo el campo florecido.
Y acompaa su paso,
de la risa del alba al sol dormido,
en el mar de la noche sumergido.
Qu sigilosamente,
como en las flores bellas,
se enciende de repente,
tan engaosamente como en ellas,
la mentirosa luz de las estrellas!
Si le temes a la muerte
no es porque temes a Dios
ni al Diablo: lo que temes
453
es muchsimo peor;
temes no encontrar en ella
a ninguno de los dos.
455
CO PLAS
457
NO TA B I B L IO G R F IC A
459
460
marzo de 2005
461