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a lo simblico
REFLEXIONES
SOBRE EL GUSTO II
Concha Lomba y Juan Carlos Lozano
(editores)
Ernesto Arce y Alberto Castn
(coordinadores de edicin)
El recurso
a lo simblico
REFLEXIONES
SOBRE EL GUSTO II
Concha Lomba y Juan Carlos Lozano
(editores)
Ernesto Arce y Alberto Castn
(coordinadores de edicin)
coleccin actas
El recurso
a lo simblico
REFLEXIONES
SOBRE EL GUSTO II
Unin Europea
Fondo Social Europeo
El FSE invierte en tu futuro
Introduccin ............................................................................................................
Ponencias
Smbolo, signicado y obsolescencia en las obras de arte (regreso a la dcada de los
setenta), por Gonzalo M. Borrs Gualis ......................................................
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El recurso a lo simblico en el Renacimiento: sistemas simblicos, por Juan Francisco Esteban Lorente ...................................................................................
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El neogtico y lo neomedieval: nostalgias del pasado en la era de la industrializacin, por Mara Pilar Poblador Muga ..........................................................
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Comunicaciones
Seccin I: Renacimiento y Barroco
La Madre Santsima de la Luz en Aragn, simbolismo de una iconografa jesutica prohibida, por Rebeca Carretero Calvo .................................................................
203
Iconografa de lo simblico: el milagro eucarstico de la Seo de Zaragoza, por Cristina Gracia Gimnez ......................................................................................
213
Juan Rodrguez de Fonseca y el trascoro de la catedral de Palencia, un espacio simblico, por Julin Hoyos Alonso ....................................................................
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Las representaciones alegricas de la Real Sociedad Econmica Aragonesa de Amigos del Pas, por Regina Luis Ra.....................................................................
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Viejos dioses para un nuevo mundo: los smbolos en la pintura cuzquea de los
siglos xvii y xviii, por Susana Sarfson y Rodrigo Madrid ...........................
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El agua y la pintura. Una lectura de Carlos Alcolea, por Julin Daz Snchez .....
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Picasso y Don Quijote, dos smbolos del exilio artstico espaol de 1939, por Rubn
Prez Moreno .................................................................................................
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INTRODUCCIN
En estos tiempos difciles que vivimos, en los que tantas conquistas sociales
se debilitan, la investigacin, que constituye la base ms rme del conocimiento,
padece carencias sustanciales para su lgico desarrollo. Por ello, la celebracin de una reunin cientca y la publicacin de las actas que recogen su
contenido supone un motivo de honda satisfaccin. Ms todava si, como en
este caso, el libro que tienen entre sus manos es el resultado de un nuevo
Simposio organizado por el grupo Vestigium que, desde hace aos, me honro
en dirigir.
El xito del primero, celebrado en 2010 y cuyos resultados vieron la luz dos
aos despus, anim al grupo Vestigium a organizar una segunda edicin, que
tuvo lugar en mayo de 2013, guiada por idnticos presupuestos: ofrecer el
fruto de diferentes investigaciones y exponerlas al debate pblico entre renombrados especialistas y jvenes investigadores, algunos ya doctorados y otros a
punto de serlo.
El tema elegido en esta ocasin, El recurso a lo simblico, ofreca la posibilidad de retomar un asunto que la historiografa artstica espaola tard
tiempo en abordar, analizndolo, adems, desde una perspectiva ms moderna
y avanzada.
Porque, paralelamente al uso literario de la metfora, la alegora y otros
mecanismos de densicacin semitica, pero ntimamente conectados con
ellos, la dimensin simblica de las imgenes ha sido, aunque con intenciones
y frmulas bien distintas, una herramienta de uso recurrente entre los artistas
para la expresin de ideas, sentimientos o consignas.
Todo ello desde la certidumbre de que los smbolos, por su naturaleza alternativa y elusiva respecto de la manifestacin explcita e inmediata, hunden sus
races en cdigos culturales precisos a veces sistematizados y sometidos a la
rigidez de un glosario, poniendo en juego el papel del receptor (el pblico/
PONENCIAS
i. Sobre el smbolo
Antes de referirme a algunos estudios sobre lo simblico en el arte aparecidos en la historiografa artstica espaola en torno a la dcada de los setenta,
tal vez resulte til recordar aqu el significado originario del trmino smbolo
en la cultura griega, atenindonos a la primera acepcin del Lexicon de LiddellScott2, segn la cual el smbolo es cada una de las dos mitades o piezas correspondientes de un astrgalo, o de otro objeto, que dos xenoi u otras dos partes
contratantes lo rompen y reparten entre ellas, guardando cada parte una de las
piezas, para que sirva de prueba de identidad ante la presentacin de la otra.
De esta denicin conviene retener a nuestro propsito que el smbolo conlleva un convenio y que su signicado tan solo se revela y se hace patente
cuando entran en relacin las dos mitades que lo componen.
A la luz de esta acepcin etimolgica creo que se puede comprender mejor
la denicin del trmino smbolo, que ofrece el Diccionario de la Lengua Espaola de la Real Academia Espaola 3, cuando dice: Imagen, gura o divisa,
con que materialmente o de palabra se representa un concepto moral o intelectual, por alguna semejanza o correspondencia que el entendimiento percibe
entre este concepto y aquella imagen. De nuevo se trata de una relacin entre
dos piezas, que ahora ya no son partes de un mismo objeto material como en
la acepcin etimolgica griega, sino que la primera es una imagen material y la
segunda es un concepto intelectual, mediando una convencin cultural de que
la primera representa al segundo, es decir, que se nos revela y adquiere su sentido al establecerse la correspondencia entre ambas. Pertrechados, pues, de este
bculo terminolgico, espero que nos resulte a todos menos confuso este paseo
por los estudios sobre simbolismo en el arte.
2
Cfr. Liddell, H. G., y Scott, R., A Greek-English Lexicon, Revised and augmented by
Sir Henry Stuart Jones with the asistance of Roderick McKenzie, Oxford, Clarendon
Press, 1996. La traduccin que ofrezco del ingls es ma. Los xenoi u hospites, que pertenecan a dos ciudades distintas, estaban vinculados por un contrato de hospitalidad, realizado por este procedimiento simblico.
3
Cito por la decimonovena edicin de 1970.
Cfr. Gllego, J., Vision et symboles dans la peinture espagnole au sicle dor, Paris, editions Klincsieck, 1968; del mismo, Visin y smbolos en la pintura espaola del siglo de oro,
Madrid, Aguilar, 1972 (2. edicin espaola, Madrid, Ediciones Ctedra, 1984).
5
Cfr. Gllego, J., El cuadro dentro del cuadro, Madrid, Ediciones Ctedra, 1978.
Interesa especialmente a nuestro propsito el captulo primero de la primera parte de Visin y smbolos, que Julin Gllego dedica a la consideracin
de la terminologa, reconociendo de entrada el confuso lenguaje de la cultura
simblica. A todos resultar, pues, sumamente esclarecedora la relectura de
esta parte de la obra. En ella el autor deja de lado los signos de reconocimiento,
es decir, las divisas (en la cultura francesa) o empresas (en la cultura espaola),
que constituyen el patrimonio exclusivo de una persona o de una familia y
proceden de la cultura caballeresca, constando de una imagen (excluida la
gura humana) y de un mote o leyenda, en las que domina el gusto personal.
Justamente la diferencia entre las empresas y los emblemas, que comparten
imagen y leyenda, es que estos ltimos no son de uso exclusivo de un individuo o de una familia, sino que pertenecen a la sociedad entera y proceden de la
sabidura antigua.
Julin Gllego nos propone su propia definicin de smbolo en un
alarde de concisin 6 en los siguientes trminos: smbolo es una figura o
imagen, empleada como signo de una cosa, siempre que esta cosa es en principio abstracta: virtud, vicio, etc., y an concluye de modo ms general:
Smbolo es una correspondencia legible entre una apariencia y un contenido
moral. Dentro de esta cultura simblica considera y dene los emblemas,
los jeroglcos, las alegoras y los atributos. Sutil resulta, por lo dems, la
diferencia que establece entre los atributos y las insignias; Gllego considera
a estas como meros signos de reconocimiento, al igual que las divisas o
empresas, mientras que para l los atributos, objetos reales o convencionales
que sirven para hacer reconocer a un personaje, corresponden a la cultura
simblica de la sociedad entera y hablan por s mismos.
As pues, insto a los participantes en este Simposio a una detenida relectura
de estas precisiones terminolgicas hechas por el llorado profesor Julin
Gllego, que pueden servir de introduccin y til complemento a las ponencias que nos presentan los profesores Juan Francisco Esteban Lorente7 y Juan
6
Concisin que es de agradecer, en todo caso. En las antpodas de esta actitud se situaba
Juan-Eduardo Cirlot, quien en su conocido diccionario excluye del mismo el trmino
smbolo, para dedicarle un estudio introductorio de ms de cuarenta pginas [sic]. Cfr.
Cirlot, J.-E., Diccionario de smbolos, Nueva edicin revisada y ampliada por el autor,
Barcelona, Editorial Labor, 1969, pp. 15-56.
7
El profesor Juan Francisco Esteban Lorente ha dedicado notables estudios a la cultura
simblica en el renacimiento y el barroco. Para introducirse en el tema recomiendo especialmente la lectura de su excelente Tratado de Iconografa, Madrid, Istmo, 1990. Interesa
concepto del espacio en la arquitectura, tanto de carcter general como monogrcos. Entre los de carcter general me interesa recordar ahora los de Bruno
Zevi y Christian Norberg-Schulz y entre los monogrcos los de Giulio Carlo
Argan y Rudof Wittkower.
Bruno Zevi (Roma, 1918-2000), arquitecto, crtico e historiador de la
arquitectura, emigrado a Estados Unidos en 1938, graduado en Harvard,
admirador del movimiento moderno y de Frank Lloyd Wright, ya haba publicado en 1948 en Einaudi su obra clsica Saber ver la arquitectura, inmediatamente traducida al espaol en 1951 por la editorial Poseidn de Buenos Aires.
Para Zevi la verdadera esencia de la arquitectura, aquello que la diferencia de la
pintura y de la escultura, es el espacio interior, en el cual el hombre vive y se
mueve; la arquitectura para ser comprendida y vivida requiere el tiempo de
recorrerla, la cuarta dimensin; pero a la vez con sus volmenes externos delimita el espacio exterior, es decir, el espacio propiamente urbanstico.
Al comienzo de la dcada de los setenta Zevi gozaba de un considerable
prestigio, bien cimentado por las sucesivas ediciones de Saber ver la arquitectura que en 1971 alcanza la quinta edicin en espaol10. Y dos aos antes, en
1969 editorial Aguilar traduca su Architectura in nuce11, una obra en la que
contina desarrollando su pensamiento sobre el tema, con especial atencin al
concepto del espacio arquitectnico y urbanstico.
A mediados de la dcada, en 1975, la excelente editorial Blume publica
la traduccin de otra obra de gran impacto en la historiografa espaola,
Existencia, espacio y arquitectura, de Christian Norberg-Shulz12, en la que el
autor expone su concepto personal de la arquitectura como espacio existencial.
Para el autor el hombre es un animal simblico, que concibe el espacio como
forma simblica.
Reteniendo la idea del espacio como el concepto esencial de la arquitectura,
la historia de la arquitectura deviene en una historia de los diferentes conceptos espaciales a los largo del tiempo, publicndose varias monografas, en
cuyas traducciones se especializ la editorial Nueva Visin de Buenos Aires, y
10 Cfr. Zevi, B., Saber ver la arquitectura. Ensayo sobre la interpretacin espacial de la
arquitectura, 5. edicin aumentada en notas y bibliografa, y con el duplo de lminas fuera
texto, segn la 8. edicin italiana, Buenos Aires, Editorial Poseidn, 1971.
11 Cfr. Zevi, B., Architectura in nuce. Una denicin de arquitectura, Madrid, Aguilar, 1969.
12 Cfr. Norberg-Schulz, Ch., Existencia, espacio y arquitectura, Barcelona, Blume,
1975.
Alcaide16, estudioso de las vidrieras de las catedrales gticas, en la que desarrollando los estudios precedentes de Jantzen, Seldmayr y Panofsky aborda el signicado simblico de la luz en la conguracin espacial en las artes del gtico
y del renacimiento.
Cfr. Nieto Alcaide, V., La luz, smbolo y sistema visual. (El espacio y la luz en el arte
gtico y del Renacimiento), Madrid, Ediciones Ctedra, 1978.
17 Precisamente esta introduccin, con el ttulo I. Iconografa e Iconologa: Introduccin
al estudio del arte del Renacimiento, fue publicada antes en su versin espaola en
Panofsky, E., El signicado en las artes visuales, Buenos Aires, Ediciones Innito, 1970. La
primera edicin original en ingls de dicha obra, con el ttulo de Meaning in the Visual
Arts, se haba editado en Nueva York en 1957. Mientras tanto los Estudios sobre iconologa
fueron traducidos al espaol en 1972, a partir de su segunda edicin en ingls de 1962; ya
han sido citados en la nota 10.
Tampoco es cuestin ahora de volver sobre dicha formulacin metodolgica, en la que se estableci una diferencia entre Iconografa e Iconologa, en
detrimento de la primera, que ya no es aceptada en nuestros das por los estudiosos18. En efecto en esta introduccin metodolgica de 1939, no solo se traslada al ttulo del libro el nuevo trmino de Iconologa, sino que se insiste en
los tres niveles de percepcin de una imagen: el primer nivel o descripcin
pre-iconogrca de la imagen, que percibe tan solo el contenido temtico
natural; el segundo nivel o descripcin iconogrca, que desvela el contenido
temtico convencional; y el tercer nivel o descripcin iconolgica, para el que
el autor reserva arbitrariamente el verdadero signicado intrnseco de la obra
de arte, es decir, su sentido ms profundo.
Precisamente alcanzar el signicado total de las obras de arte es el objetivo
nal que se plantean los historiadores del arte, tarea para la que ningn
mtodo de investigacin ha conseguido en exclusiva una solucin plenamente
satisfactoria, de modo que la reexin sobre el mtodo ha constituido una
constante entre los estudiosos. Un icongrafo espaol tan reconocido como el
profesor Joaqun Yarza manifestaba a este respecto en 198419: Yo no creo en
el mtodo de la historia del arte. Estoy completamente convencido de que
son buenas todas las aproximaciones a la obra. Los catlogos y los inventarios son previos a cualquier estudio. El expertizaje colabora a denir escuelas,
maestros, procedencias, sistemas de trabajo. Lo formal permite un acercamiento a la obra de arte en tanto que tal. El estudio iconogrco obliga a
tener en cuenta las intenciones de los clientes dentro de la mentalidad y la
ideologa de la poca. La sociologa integra obra y artista en su medio y colabora al mejor entendimiento de todos ellos. Y lo propio sucede con otros
mtodos. El sistema que permite estos diversos anlisis debe cuidarse al
mximo para que los resultados tengan un valor. Un historiador del arte
puede decantarse, si le place, hacia un mtodo u otro. Lo que no se puede
18
No me extender en esta cuestin que ha sido tratada de forma excelente por el profesor
Juan Francisco Esteban Lorente en su Tratado de Iconografa, ya citado en la nota 7. A este
respecto dice: La cuestin puede resumirse de la siguiente manera: la diferencia entre Iconografa e Iconologa es solo de detalle, pues mientras los estudios llamados iconogrcos
se han preocupado de recopilar marcos generales, partiendo de lo particular, la Iconologa
solo puede tener xito en las obras de arte que sean excepcionales en su comunicacin
semntica, porque precisamente lo genrico forma parte de la llamada Iconografa, de la
representacin y pensamiento colectivo de una sociedad, tiempo y lugar.
19 Cfr. Yarza Luaces, J., Autobiografa intelectual, Anthropos. Boletn de informacin y
documentacin, 43, 1984, p. 17.
consentir es que, por encontrarse a gusto con la prctica de uno de ellos, pretenda erigirlo en ensea de lo cientco, en detrimento, o incluso, con desprecio de los restantes.
Me interesa al llegar a este punto, es decir, al mtodo ms idneo para
alcanzar el signicado intrnseco de la obra de arte, retornar de nuevo al
comienzo de la dcada de los setenta, momento en el que un entonces joven
estudioso espaol, el profesor Valeriano Bozal, excelente colaborador en la
actualidad de nuestros Simposios, nos ofreca en el ao 1970 un extenso
ensayo sobre el anlisis lingstico de la imagen artstica 20, que ha inuido de
forma decisiva en mis aproximaciones al signicado de las obras de arte21.
El punto de partida del autor es la consideracin de la obra de arte como
lenguaje, una idea que ha constituido uno de los ejes principales del pensamiento del siglo xx. La reexin lingstica sobre las artes ha aportado a lo
largo del siglo xx extraordinarios frutos interpretativos, desde las obras de
Walter Benjamin hasta las de Nelson Goodman. El lenguaje ya no es entendido como un instrumento neutro y transparente al servicio de un sujeto que
lo utiliza para describir el estado de las cosas en el mundo, sino que el mismo
lenguaje abre el mundo.
La propuesta de Valeriano Bozal, formulada como un nuevo sistema esttico sobre las obras de arte, es que el anlisis lingstico de toda imagen artstica ha de ser abordado en tres niveles distintos: 1) el tcnico; 2) el temtico o
informativo; y 3) el signicativo. Los elementos materiales a analizar en el
nivel tcnico son: a) el soporte, es decir, los materiales y tcnicas de la obra de
arte; b) las formas, simples y complejas, y c) el sistema o imagen resultante
de la incidencia de las formas sobre el soporte, de modo que el sistema no se
dene solo por los elementos materiales que lo integran sino por el tipo de relaciones que dichos elementos mantienen. A su vez, cada uno de estos tres elementos del nivel tcnico es fundamento y depende de los otros dos niveles
superiores de anlisis, por lo que nos ofrece una doble perspectiva: informa
(segundo nivel) y signica (tercer nivel). Estos dos niveles superiores, el informativo y el signicativo, determinan de forma intencionada el nivel tcnico.
20
i.
Prembulo
Fig. 3. Masaccio, La Trinidad, 1427. Con el matrimonio Lanzi, o con Berto di Bartolomeo y su esposa
como donantes? Florencia. Santa Mara Novella.
Por ambas razones, coneso que meditar sobre los Avatares de lo simblico
en la segunda mitad del segundo milenio y en lo que va del tercero equivale a
guardarse en la manga un comodn. Una patente de corso que faculta para
hablar de casi todo lo que pudiera tener que ver con dicha cultura. Tanto si
atae a los ejes fundamentales que la vertebran, como si se detiene en cualquiera de los resquicios que pudisemos sealar sobre el planisferio espacial y
cronolgico de esos cinco siglos y pico de existencia de un imaginario visual
colectivo en continua transformacin.
Porque, acaso no supuso un simblico giro de tuerca, un sealado avatar,
lo que en 1427 propuso Masaccio con su mural en la orentina iglesia de Santa
Mara Novella? Lo fue el hecho de que en ese fresco, que conocemos como La
Trinidad [g. 3], espacio real y espacio gurativo, arquitectura y pintura,
lograran fundirse en una nica substancia, imaginariamente real. Y fue tam-
Si es que ellos fueron sus donantes o si lo fueron Berto di Bartolomeo y su esposa los
orentinos lo supieron entonces perfectamente.
2
Jan Van Eyck, La Virgen del Canciller Rolin, 1435. Pars, Louvre.
3
Jan Van Eyck, Matrimonio Arnolni, 1434. Londres, National Gallery.
4
Donato Bramante, San Pietro in Montorio, 1503. Roma.
ra de protagonismo generatriz a un punto que, a su vez, sealara simblicamente el agujero donde se habra insertado la cruz invertida del mrtir5. Fuera
como fuese la idea de Bramante, queda claro que el arquitecto habra querido
condensar, en un eje o incluso en un punto, esto es, en entes abstractos e intelectualmente concebidos, la matriz generadora de un episodio arquitectnico,
soporte de toda posible simbolizacin poltica o religiosa. Un autntico maniesto de humanismo renacentista.
Crculo y, nuevamente, espejo. Es lo que us para autorretratarse Francesco
Mazzola hacia 15246. Pero esta vez no se quiso expresar simblicamente la apropiacin visual, intelectual o social del mundo que vena sirviendo de modelo
desde la eclosin del Renacimiento, sino advertir sobre un giro acontecido en la
mirada del artista, ahora dispuesto a perturbar la comprensin y expresin cannicas de dicho mundo y, en consecuencia, la de sus habituales mscaras racional,
espiritual, emocional y, por supuesto, esttica. La Madonna dal collo lungo7 pintada por Mazzola para Santa Mara de los Servitas de Parma, adems de entreverar sinuosamente delicuescencia teolgica, voluptuosidad ambigua e indolencia
aristocrtica, enarbola una agrante contradiccin visual: si observamos el
ngulo superior derecho del cuadro, vemos que tras el manto de la virgen parece
haber una columna toscana, pequea y prxima. Pero en el ngulo inferior derecha, la lgica continuacin gurativa de dicha columna se ha transformado en
una columnata lejana y de gigantescas proporciones, como atestigua la escala
en que se maniesta la proftica gura que lee el rollo. He ah una prueba palpable de esa inquieta mirada distorsiva que anunciaba el autorretrato y una paradoja visual que encarna, a su vez, una visin paradjica de la existencia.
En realidad, para un historiador del arte resulta muy fcil encadenar una
ristra de ejemplos elocuentes. Obras de arte en las que se materializan avatares
signicativos de la voluntad simblica manifestada por la cultura visual durante
esos casi seis siglos y capaces de mostrar su pertinencia en pocas palabras.
5
Hiptesis poco plausible ya que implicara una altura demasiado elevada para las
columnas de dicho claustro circular.
6
Francesco Mazzola (Parmigianino), Autorretrato ante el espejo, ca. 1524. Viena,
Kunsthistorisches Museum.
7
Ca. 1535. Florencia, Uci. El cuadro fue donado por Elena Baiardi Tagliaferri para su
capilla en la iglesia de Santa Mara de los Servitas. En el cuadro se han querido ver diversas
connotaciones simblicas: a la estatuaria clsica, a una Piet (y en consecuencia a la Pasin),
al dogma de la Inmaculada Concepcin, a San Jernimo, a San Francisco, al Pseudo San
Buenaventura
Fig. 4. Andrea Pozzo, Apoteosis de San Ignacio, 1685-94. Roma, San Ignacio.
Entre 1685 y 1694 fueron realizados tanto la Apoteosis de San Ignacio como el trampantojo de cpula.
12 1767. Londres, col. Wallace.
13 1784. Pars, Louvre.
14
Hay diversas versiones. Por ejemplo, la pintada en 1781 que se conserva en el Detroit
Institute of Arts. O la de 1782, del Goethes Elternhaus de Frankfurt.
15 N. 43 de la Coleccin de estampas, de asunto caprichoso, inventadas y grabadas al agua
fuerte, anunciada en el Diario de Madrid entre el 6-II-1799 y el 19-II-1799.
16 1838. Pars, Louvre.
17 1853. Museo de Budapest.
18 Monet, La barca-estudio, 1874. Merion (USA), The Barnes Foundation.
19 Por ejemplo su Bodegn con zapatos viejos, 1886. Amsterdam, Rikjsmuseum.
20 1901. Miln, Museo del Novecento.
que tambin avanzan, aunque esta vez con un caminar no resuelto sino abatido. Me reero a los seres que parecen enredarse en el aire cual si atravesaran
un mar de sargazos, en el cuadro Los que se quedan, de la serie Estados de nimo
pintados por Boccioni en 191121. Contragura del energtico optimismo histrico
preconizado por el Futurismo, tal vez visualmente redactada para reforzarlo, tales
personajes parecen sin embargo evocar un cierto malestar interior. Tambin
colectivo. Tambin histrico.
Si hacemos caso a las interpretaciones simblicas propuestas por Juan
Antonio Ramrez, el ready-made de Marcel Duchamp Pliant de Voyage 22 evocara, tanto el lbrego perl del envoltorio de un catafalco, como la gozosa proximidad de una falda femenina bajo la cual (Under) es posible meter la mano.
As pues, pocas alegoras habra tan rotundas del mtico oxmoron eros-thanathos
como esa Underwood, invisible bajo la funda de hule que la cubre y que
oculta, incluso, la base plana en que termina la erecta y nica pata metlica
21
22
Por ejemplo, Fecundacin del nio azucena, de Federico Garca Lorca (1927. Figueras,
Fundacin Gala-Dal). O el Homenaje a Gngora publicado por Dal en la revista malaguea Litoral, en octubre de 1927.
Fig. 6. Lucio Fontana, Concepcin espacial, 1959. Lucio Fontana, VEGAP, Zaragoza 2014.
pulsin destructiva fruto de un desasosiego existencial o deseo de revancha y conciencia desesperada ante la incapacidad del hecho artstico para satisfacer las
carencias del ser humano y las fracturas de su vida social
Inltracin homognea para piano de cola, es una de las instalaciones que
Joseph Beuys dispuso evanglicamente en 1966, como un acto litrgico ms
dentro del recurrente discurso mesinico que conformaba su retrica conceptual. El eltro, signo metalingstico codicado por el artista a travs de referencias autobiogrcas, se propona una vez ms como egocntrico smbolo de la resurreccin. Pero en esta obra la alegora se hace ms compleja, ya que el eltro
envuelve un piano de cola y est rubricado por una visible cruz roja. En consecuencia, la instalacin muestra cierta imprecisin semntica que despliega un
abanico polismico Se reivindica el discurso simblico como la nica va posible
para la redencin de un arte acosado por la naturaleza subsidiaria de su identidad
histrica y social? Se propone el poder simblico del arte como va de sanadora
resurreccin? Se aduce que es en la transmigracin simblica donde anida la
capacidad taumatrgica que pude rescatarnos de la carencia de un estado de gracia, perdido o nunca alcanzado? En n, como ya haba dicho cuatro aos
antes que Beuys aquel Sumo Sacerdote encarnado por Fernando Rey en el
divertido peplum de Duccio Tessari Arrivano i Titani (1962): Si no fuera oscuro
no sera Sumo Sacerdote [g. 1].
Pero aunque Beuys pretendiera erigirse en vrtice supremo de la capacidad
simblica del arte contemporneo, hoy no representa sino un episodio ms
en una interminable cadena de manifestaciones cargadas de connotaciones o
asertos metalingsticos de diversa ndole. As, un simple conejo desollado,
pintado por Antonio Lpez en 1972 mediante una guracin rayana en lo
hiperreal25, trasciende desde el primer momento su protocolaria identidad
mimtica. Un aliento perturbadoramente mgico se desprende de este cadver-alimento-ofrenda sacricial. Algo que por su siniestra y a la vez cotidiana
proximidad nos horroriza, nuevamente desde el cauce de una dialctica que no
es en el fondo sino otra vez la del paradjico apetito-rechazo, eros-thanathos.
Atraccin-repulsin. Y este ltimo trmino trae enseguida a la memoria una
imagen idntica (y con toda seguridad modelo inspirador del cuadro de Antonio Lpez). Me reero al conejo desollado que apareca, tambin sobre un
plato y esta vez al lado de una buuelesca navaja de afeitar, en una memorable
secuencia de la pelcula Repulsin, de Roman Polansky (1965). En este caso,
25
Desde los tiempos de la Venus de Willendorf, en adelante, lo que hemos acabado llamando escultura viene ejercitando, como cualquier otro lenguaje visual
con capacidades gurativas, ejercicios de mmesis semnticamente operativos
en el mbito de la imaginacin. Pero ya desde sus principios, junto a este ejercicio imaginario, la escultura llevaba aparejada una capacidad semitica tangible a travs de todos los sentidos: la engendrada por su realidad material. Algo
que implica una semntica mucho ms intensa que la que a este respecto
podran aportar los lenguajes visuales que arrancaron de la pintura rupestre o
incluso del grabado inciso.
26
Esta semntica del material, propia de la escultura, aporta contenidos asentados en el mundo real que, sin embargo, son capaces de dialogar con los engendrados
virtualmente por aquellos valores tctiles emergentes de la mmesis acontecida en
su condicin de ejercicio imaginario. Porque resulta difcil olvidar que un determinado objeto escultrico es de hueso, barro, piedra, madera, determinado
metal, plexigls pero tambin es difcil prescindir de la naturaleza guradamente material del ser, objeto, o personicacin ilusoria que han sido representados por dicha escultura.
Las cualidades fsicas del material empleado, alojadas siempre en una materia
real solo se pueden soslayar semiticamente, y ello en proporciones variables a
travs de la historia y de los diversos lenguajes escultricos que se han ido congurando. Pero, como he insinuado, tales cualidades fsicas acompaan siempre
a la ccin signicante (que en sus niveles complejos se torna en simblica) que la
escultura ha venido proponiendo en sus ejercicios de mmesis.
Por otra parte y de manera simtrica, desde ese ejercicio de mmesis operado
en la imaginacin, la escultura ha propuesto la recuperacin semntica de carcter
virtual de las cualidades fsicas de una supuesta materialidad real o, incluso, la
de una materialidad cticia evocada desde la mmesis y, por ello, imaginaria.
Dicho de manera sencilla: una escultura de bronce puede representar un tronco
de madera, carne fofa, msculos en tensin, las ondas de una supercie acutica
Todo este asunto acaba constituyendo un verdadero juego de espejos entre
la materialidad real y las distintas posibilidades de su cticia existencia semitica.
A lo largo de este ms de medio milenio que nos ocupa se ha tratado en
gran medida de una escultura gurativa, que ha querido representar con especial frecuencia e inters al ser humano y a todo lo que este ha podido personicar. Ello ha puesto en pie un lenguaje escultrico que se ha venido moviendo
en el interior de una dialctica cuyos extremos estn rubricados por dos entidades
dominantes (ya sean reales o imaginarias): la materia y la carne. La materia
propiamente dicha que congura los materiales escultricos y esa especial materia
(cticia siempre en este caso) que congura al ser humano; esto es, su carne. Espritu, emociones, sentimientos, energas e ideas que puede llevar aparejados el
ser humano, aparte.
Una nueva cadena de ejemplos, recorridos a vuelapluma y sin sumisin a la
cronologa, puede darnos un bosquejo cartogrco de algunos itinerarios surcados por este cauce del ejercicio simblico.
En pleno siglo xii, el parteluz de la romnica iglesia de Saint Pierre de
Beaulieu representa alguna gura humana que, adaptndose a su estrecho
Fig. 7. Maestro de la Sonrisa, Maestro de Amiens, Maestro de las Figuras Antiguas. Anunciacin y Visitacin, siglo XIII. Portada principal de la catedral de Reims.
Pero regresemos al principio de este tiempo histrico que nos ocupa. Nunca
sabremos (al menos saber a ciencia cierta) lo que aconteca en la voluntad
esttica de Miguel ngel cuando afrontaba algunas de esas obras escultricas
32
33
que ya no podra concluir. Ante la Piet Rondanini 34, por poner un ejemplo
ms intenso an que el de los esclavos destinados a anquear el sepulcro de
Julio II o que la misma Piet Bandini o la de Palestrina (si es que esta ltima es
obra suya). Tras las varias interrupciones sufridas durante su inacabado proceso
de ejecucin, la Piet Rondanini fue vivida por Miguel ngel como un autntico work in progress. Un proceso durante el que la dialctica entre la materia y la
carne iba emergiendo en proporciones variables, pero ostentando siempre un protagonismo abrumador. Asociada al inacabamiento, esa percepcin potente del acto
creativo y de la capacidad emocional de lo representado que hoy hemos incorporado como un cdigo esttico habitual, debi ir ancndose poco a poco en
Miguel ngel. Y debi hacerlo con una contundencia pareja a la que le haba
procurado la experiencia del valor esttico-emocional del deterioro, sobrevenida,
por ejemplo, en la contemplacin del helenstico Torso Belvedere35. Porque era
precisamente el deterioro lo que en dicho torso rescataba, con renovada carga
emocional, la evidencia semntica de una materia primigenia y generatriz que,
con toda seguridad, la obra intacta habra procurado obviar.
Materia primigenia y carne fueron, siguiendo en parte el magisterio de
Miguel ngel, los extremos del evidente cauce dialctico por el que se condujeron muchas de las obras de Auguste Rodin. La mano de Dios 36 , por ejemplo,
representa con elocuencia tal aserto.
34
35
36
Tal trivialidad argumental desemboca incluso en lo ridculo cuando la piedra cobra vida carnal en el conocido cuadro de Giulio Bargellini, Pigmalin y
Galatea 43.
Uno de los ejemplos ms evidentes e intensos de esa transferencia semitica, especular y continua entre carne y materia, es Metamorfosis de Narciso, el
pequeo pero denssimo cuadro pintado por Dal en 193744. Apoyada hermenuticamente por un poema compuesto por el propio artista en la misma fecha
que el cuadro45, se trata de una obra verdaderamente atiborrada de elementos
simblicos de toda ndole. Elementos que giran bsicamente en torno al
onanismo y a diversos avatares de la orientacin sexual. Concebido a travs del
mtodo paranoico-crtico, utiliza masivamente el recurso a la imagen doble. Y es
precisamente a travs de tal recurso como se despliega una intrincada pugna dialctica entre materia y carne. La mano masturbadora, protagonista absoluta de
esta especie de epopeya narcisista, acaba siendo la metonimia trascendental del
mito clsico, convirtindose as en su mitologema-matriz. Dicha mano, transmutacin visual (en virtud del mecanismo de la doble imagen) de la gura de Narciso
y su reejo en el agua, ha transmigrado a su vez desde su carne primigenia, convirtindose en un monumento que denota explcitamente la naturaleza ptrea de la
materia que lo constituye. Tal vez por ello mismo y como dialctico contrapunto a este monumental menhir, a los pies de esta mano-monumento-ptreo
(en el ngulo inferior derecho del cuadro), un galgo devora un carnuzo, esa
alegora a la carne podrida (y a la putrefaccin intelectual) con la que Lorca
(un Lorca recin asesinado por el fascismo) y Dal jugueteaban literariamente
en sus aos de la madrilea Residencia de Estudiantes. Un perro que tal vez
tambin alegoriza a Pacheco, el galgo negro de Julio Romero de Torres que
aparece en algunos de sus lienzos asumiendo el papel de verdadero animal psicopompo. No obstante y diseminadas por el cuadro de Dal, hay tambin otras
imgenes dotadas de equivocidad visual que muestran su voluntad polismica de
fundir carne y rocosa materia.
La archiconocida foto de 1963 que muestra a Joseph Beuys en su performance Cmo explicar arte a una liebre muerta [g. 2], constituye un ejemplo
obvio de cmo un artista propone su propia carne (levemente enmascarada por el
43
Fig. 12. Peter Fischli y David Weiss, At the Carpet Shop, 1979. (Foto de la instalacin,
cortesa de las galeras: Eva Presenhuber, Zurich; Spruth Magers, Berln; Matthew Marks
Gallery, Londres).
maquillaje) y la carne necrtica de una liebre como materia de una performanceobjeto tridimensional. Aunque tal vez no haga falta darle ms vueltas a este
asunto concreto, pues coneso que nunca me he explicado del todo la razn
profunda de esa recurrente mana iconogrca de representar liebres y conejos
que trufa una parte del arte contemporneo (si es que tal explicacin existe):
Joseph Beuys, Barry Flannagan, Edouard Kak, Je Koons y tantos otros
muchos de ellos simples meritorios o monaguillos de condicin.
Si se trata de buscar un ejemplo con que apostillar el tramo nal de este
cauce simblico recorrido por la escultura en aras de la dialctica entre la carne
y la materia, solo se me ocurre hacerlo con cierta irona. Irona en parte malsana, pero tambin fatigada y presa de amargo desaliento, pues otros adjetivos
me parecen irrelevantes a la vista de la que (como suele decirse) est cayendo.
Aqu y en el resto del planeta.
Y es que, a estas alturas, ya no s si los historiadores del arte somos cmplices, petimetres o meros palanganeros de eso que Peter Brger llam institucin-arte. Eso que se ha acabado convirtiendo en una productora de simples
i. Arquitectura
Sabido es que la arquitectura del Renacimiento va a utilizar una serie de
formas de recuerdo o imitacin romana, lo mismo que la cpula y la planta
central en algunas iglesias. Efectivamente la famosa cpula de Santa Mara de
la Flor de Florencia (Brunelleschi, 1418 y ss.) no se asemeja en nada a una obra
romana, pero desde su construccin es el smbolo del progreso de la tcnica
renacentista y de la ciudad de Florencia. Por este procedimiento encontraremos edicios smbolo, o representantes de algo, es la arquitectura como forma
simblica; no nos vamos a referir a ello, sino a algo que tiene la arquitectura
en su esencia.
La arquitectura de un edicio nace y se plasma en un diseo de planta y
alzado, son los planos, estos pueden someterse a una geometra y a la armona
de medidas determinadas. Esta geometra y medidas pueden ser intencionadamente simblicas. Veamos dos ejemplos2.
cluir que la intencionada geometra del tringulo equiltero a la que Brunelleschi someti la iglesia de S. Lorenzo lo hizo para simbolizar el dogma de la
Trinidad y especialmente la doble procedencia del Espritu Santo, procedente
del Padre y del Hijo como de un solo principio, doctrina que deende la iglesia
de Roma y que se impuso en la declaracin dogmtica para griegos y romanos
en 1439, en Florencia.
Veamos otro ejemplo muy distinto: La Iglesia de Santiago de los Caballeros
en Medina de Rioseco.
La iglesia se construye bajo la direccin de Rodrigo Gil de Hontan que
visura las obras en 1546. Es una iglesia-saln de tres naves y cinco tramos (las
bvedas y el tramo de los pies son del siglo xvii). Medida la iglesia al centro de
los pilares (las medidas son nuestras) y reduciendo las medidas a pies castellanos de la poca resulta lo siguiente: la nave central tiene 37,5 pies, las laterales
25 pies y el tramo es de 30 pies. Resulta que estas medidas si las contramos al
modo romano clsico dan 15 gradus, 10 gradus y 12 gradus, ya que el gradus
mide 2,5 pies. En este caso las medidas se convierten en un oculto smbolo
esttico al modo romano clsico.
ii. La alegora
La alegora fue un recurso romano, abundantemente usado en los reversos
de las monedas imperiales. La lite del Renacimiento fue coleccionista de
estas monedas y de otras antigedades; a mediados del siglo xv en Npoles
Alfonso V, en Florencia Pietro de Medicis, el Gotoso. En el siglo xvi se publican libros ilustrados con grabados de monedas romanas: nea Vico, Jean
Tristn o Antonio Agustn. Prestaremos especial atencin al aragons Antonio
Agustn por tener los comentarios ms eruditos. Tambin aparecen libros ilustrados dedicados a alegoras, como los del Doni, Cartari, P. Valeriano y la
Iconologa de C. Ripa5. La imitacin de las guras de medallas romanas y de
textos literarios se impuso como recurso simblico. Veamos algunos ejemplos.
5
Vico, ., Le imagini con tutti i reversi trovati e le vite de gli imperatori tratte dalle medaglie et dalle historie degli antichi. Libro primo, Venecia, Paolo Manucio, 1558. Tristan de
Saint Amant, J., Commentaires historiques: contenant l histoire gnrale des Empereurs,
Impratrices, Caesars, et Tyrans de lEmpire Romain: illustre, enrichie et augmente par les
inscriptions et nigmes de treize quatorze cens mdailles tant grecques que latines, I, Paris,
Sebastian Havr et Frederic Leonard, 1657, p. 69-72. Agustn, A., Dilogo de las medallas,
inscripciones y otras antigedades, Tarragona, Felipe Mey, 1587. Doni, A. F., La Zucca del
Doni, Venecia, Francisco Marcolini, 1552. Ripa, C., Iconologa, Roma, Heredi di Gio
Gigliotti, 1593.
Fig. 1. Medalla a Cosme de Medicis, 1465. Monedas romanas copiadas en grabado para la
edicin de A. Agustn (1587).
Ticiano hacia 1515 hizo un lienzo que desde hace ms de un siglo se titula
Amor sagrado y Amor profano (Roma, Galera Borguese), pero que lo que en
realidad representa es: Honra, Amor casto y Verdad, todo aplicado a las relaciones matrimoniales7.
Ticiano en 1515 represent a la Honra vestida pero con generoso escote, lo
mismo que A. Alciato en 1531, aunque este en 1534 se preocupa de que se le
vea al menos un pecho, pero tambin en ambas ediciones la represent completamente desnuda, en la gura de Venus pisando una tortuga. No obstante a
partir de los grabados de Lyon 1547, obra de Bernard Salomon, la Honra,
Honos en latn, se transforma en un hombre joven totalmente vestido con
tnica y pallium, a la vez la Verdad, desnuda antiguamente, se viste de ropa.
Ya que hemos citado a Alciato, veamos cmo sus emblemas, tanto su texto
como sus grabados, van a inuir en las alegoras.
Andrs Alciato ya en 1531 represent a la Honra como Venus desnuda
pisando una tortuga (n. 195, de la edicin de 1550) para signicar en la tortuga a la mujer casada prudentemente recogida en su casa y por consiguiente
su honra8. Pues bien, cuando estas alegoras, la Virtus y Honos, de las monedas
7
Agudo, M. M., Esteban, J. F., y Gay, P., Amor sagrado y profano de Ticiano en
Alciato: Honra, Amor casto y Verdad, en Estudios de Historia y Arte. Homenaje al profesor
D. Alberto C. Ibez Prez, Burgos, Universidad de Burgos, 2005, pp. 331-335.
8
Sigue a Plutarco, vase Alciato, Emblemas, edicin de S. Sebastin, Madrid, Akal,
1985, p. 240.
iii. Jeroglficos
Pasemos a otro sistema simblico, el de los jeroglcos. Se generalizan a raz
del descubrimiento (1419) y difusin desde Florencia a partir de 1421 del
famoso libro de los Jeroglcos de Horapolo. Imitando los jeroglcos de este
libro o inventndose otros nuevos, los intelectuales y gente culta construirn
sus jeroglcos usndolos de diversa manera.
Queremos abrir esta parte simblica con un especial jeroglco, que encierra un enigma, y que fue empresa de Jernimo Zurita, el gran maestro de la
historia moderna. Lo hizo para la edicin de sus Anales de la Corona de Aragn en 1578. Representa un candado francs, de letras, y si sabemos la clave, es
decir las palabras que tenemos que componer, el candado se abre, este es el
enigma; pero Zurita nos facilit la clave, ya que nos pone el candado abierto, y
no tenemos mas que leer la frase, pues bien, esta frase ha esperado hasta el da
del 25 de octubre del ao 2012 para que nuestro profesor Guillermo Fats
Cabeza la leyera y dice as, comienza en latn y sigue en griego: +2&$*(
, que traducido a nuestra lengua quiere decir: Adelante,
Oh, por n! (se abre) El conjunto ordenado de conocimientos. Descubierta la
clave se abre el candado, o sea los treinta libros que sobre la historia de la
Corona de Aragn haba escrito el ilustre Jernimo Zurita, Trabajos felizmente llevados a cabo9 [g. 3].
Pero vamos a ver otro jeroglco que tuvo mucha mayor trascendencia. En
el libro citado de Horapolo, Hieroglyphica, ilustrado por Jacques Kerver (Pars,
1543)10, la serpiente con el signicado del rey aparece en cinco jeroglcos.
En 1515 Durero haba representado al emperador Maximiliano (bisabuelo
de Felipe II) pisando una serpiente con un gallo para signicar el triunfo sobre
el Rey Galo (el francs Luis XII). Obra nanciada por Carlos V y solo terminada en poca de Felipe II.
Pues bien el Greco en el cuadro de San Mauricio y la legin tebana (1580-82)
rma sobre una serpiente, para titularse pintor de la serpiente que es lo
9
Esteban Lorente, J. F., Zaragoza y los jeroglcos de Zurita, Aragn en la Edad
Media, XX, Homenaje a la profesora M. Desamparados Cabanes Pecourt, Zaragoza, Departamento de Historia Medieval, Ciencias y Tcnicas Historiogrcas, y Estudios rabes e
Islmicos de la Universidad de Zaragoza, 2008, pp. 267-285, aqu dimos una lectura equivocada de la clave del candado.
10 Usamos la edicin de Hodeschelio, D., Augsburgo, 1595, y la de Gonzlez de
Zrate, J. M., Madrid, Akal, 1991.
mismo que pintor real, es por esta rma, por este descaro, por lo que el Rey no
lo acept como pintor real, por tener la desfachatez de titularse antes de hora11.
Y por si esto nos parece poco, en el patio de la Universidad de Salamanca se
copiaron unos jeroglcos de otro famoso libro El sueo de Polilo de Francisco Colonna (Venecia, 1499)12, que antes se haban copiado en el desaparecido claustro de Santa Justina de Padua. Facilitamos la transcripcin de uno de
ellos ya que aparece explicado en letras latinas tanto en el libro como en el
claustro, dice as: Ofrece a Dios con liberalidad los dones de la naturaleza que
adquieras con tu trabajo, as, poco a poco, irs conformando tu nimo con el suyo.
l custodiar rmemente tu vida, gobernndola con misericordia, y te conservar
inclume13. Esto escrito en el claustro, en jeroglco y en latn, es un aviso
cristiano a todo intelectual de la universidad, tanto alumno como profesor.
Ms tarde el mismo jeroglco se lo dedic A. Bocchio a su hijo Pirro.
Un caso ms. Lorenzo Lotto realiz en 1524 una serie de 33 jeroglcos
para unas taraceas de la catedral de Brgamo, estos jeroglcos iban destinados
para ocultar otros pasajes anteriores del mismo Lotto sobre asuntos del Antiguo Testamento, fueron estudiados por Diana W. Galis14.
El paso del Mar Rojo. Un personaje desnudo (virtud, especialmente la verdad) cabalga un asno (el pueblo judo) sobre un mar de fuego rojo (Mar Rojo),
el personaje, Moiss, est adornado por los atributos de la esperanza (jaula),
prudencia (espejo) y templanza (comps), conduce al pueblo judo desde el
lugar infernal (mscara sin ojos) de la opresin militar (casco) a la libertad de
la tierra prometida por Dios (mscara con ojos y gorro cardenalicio; que sustituye al pileo, recordemos a Ripa), todo lo hace bajo la amenaza de un rey ya
muerto (serpiente degollada)15.
11 Esteban Lorente, J. F. Los jeroglcos del Greco, Artigrama, 17, 2002, pp. 275292.
12 Colonna, F., Sueo de Polilo, traduccin, introduccin, comentarios y notas de P.
Pedraza, Murcia, Colegio de Aparejadores y Arquitectos Tcnicos, 1981. Pedraza, P., La
introduccin del jeroglco renacentista en Espaa: enigmas de la Universidad de Salamanca, Cuadernos Hispnicos, 394, 1983, pp. 5-42.
13 Nota anterior, Colonna, i, p. 82 y ii, p. 41.
14 Galis, D. W., Lorenzo Lotto: A study of his career and character with particular emphasis
on his emblematic and hieroglyphic works, Bryn Maw College, Ph. D., 1977 y Cancel
wisdom: Renaissance Hieroglyphic and Lorenzo Lottos Bergamo intarsia, The Art Bulletin,
lxii, 3, 1980, pp. 363-375. No acert en la interpretacin del jeroglco que ocultaba el
paso del Mar Rojo por los israelitas conducidos por Moiss.
15 Esteban Lorente, J. F., Tratado, op. cit., p. 294.
iv. Empresas
Empresa o divisa es una gura enigmtica que signica algo de lo que pretende una persona concreta y es de uso personal de esta. Se usaron desde el
siglo xiii por los caballeros normandos y franceses. A partir del descubrimiento
de los Jeroglcos de Horapolo se aumenta y difunde su uso desde Italia. En
sus inicios la empresa es solo una gura, pero ya a mediados del siglo xv sola
acompaarse de un mote o leyenda que desvelaba parte de su contenido signicativo. Una empresa perfecta es aquella que la mitad de su mensaje lo dice la
gura (cuerpo) y la otra mitad lo dice el mote (alma).
Un ejemplo de divisa perfecta fue la de Don Juan de Aragn, sobrino del
Rey Catlico, virrey de Catalua y de Npoles, Conde de Ribagorza, primer
Conde de Luna, Castelln de Amposta, a la edad de 40 aos, tiene una medalla hecha hacia 1497 que representa un trpano de orfebre o escultor (forador)
con el mote QUE NO MORDIO = orador que no falt (tambin en su sepulcro en el prtico de la iglesia de Montserrat) [g. 4].
Veamos el yugo y las echas de los Reyes Catlicos ya que hemos tenido
que esperar a Jos Luis Mingote Caldern, en el 2005, para que sepamos el
verdadero sentido de estas empresas en su propio tiempo16.
16
Mingote Caldern, J. L., Los orgenes del yugo como divisa de Fernando el Catlico,
Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2005.
Tras la victoria de Toro y las Cortes de Madrigal (1476) los reyes conceden
un perdn condicionado a los nobles rebeldes y enemigos del gobierno, condicionado a que se sometan a su autoridad por propia voluntad. Entonces la
reina adopta como empresa un haz de 11 echas atado por el centro y con las
puntas hacia el suelo, para indicar que otorga el perdn de la pena de muerte
(echas de la ejecucin), el rey opt por un yugo de tres cuellos, el usado para
domar toros bravos, para indicar que los nobles rebeldes debern someterse al
gobierno por voluntad o por la fuerza, como toros rebeldes. Tal fue el signicado de estas empresas o divisas, y no el que una mala tradicin nos ha transmitido en los libros de historia.
Muchas empresas personales adornan nuestros monumentos, pinturas y
libros.
v. Emblemas
En estos momentos del Renacimiento, los emblemas son unos libros que
pretenden ensear deleitando, y emblema no es ms que una de las pginas
de uno de estos libros, y no otra cosa como malamente usamos la palabra hoy.
Estos libros se inician con el de Andrs Alciato, Emblematum liber, Amberes,
Enrique Esteiner, 28 de febrero del 1531, pero tuvo muchas ediciones sucesivas
con al menos cuatro familias de grabados diferentes, se siguen publicando en
el siglo xviii, por ejemplo en Madrid, 1781. A imitacin de Alciato surgi una
legin de libros de emblemas.
La importancia y repercusin artstica de estos libros es mltiple: por un
lado los primeros libros inuyen en los subsiguientes y naturalmente sus imgenes.
En otros momentos los emblemas y sus imgenes sirven de patrn para
obras de escultura y pintura, como es el caso de los relieves del palacio de
Zaporta (1550) o el autorretrato de Rubens con su mujer Isabel Brand (1609),
en ambos casos una edicin de los Emblemas de Alciato de 1549 y 1550 fue el
modelo directo.
En otros casos el emblema viene a explicar una obra de arte anterior, con
imgenes y contenidos similares, este es el caso del famoso cuadro de Ticiano
Amor sagrado y Amor profano, que no es tal sino Honra, Amor casto y Verdad y
lo hemos podido explicar con un emblema de Alciato de 1531.
Podramos seguir con muchos ejemplos ms, pero dejmoslo aqu para
pasar a otro sistema simblico.
del xtasis mstico, la belleza del alma raptada por Dios, una de las vas para
acceder al conocimiento de Dios. En los otros pilares se represent a la Virtvs y
la Prudencia, y al Amor casto castigando a Cupido. Estas tres alegoras ejemplican las tres vas que coloc Ficino en la entrada de su academia de Careggi
para el acceso al conocimiento: Virtud, Amor y Belleza 20.
Pero como el rapto de Ganimedes, ya en Cicern, tiene un sentido ambivalente, en la sillera del coro de la catedral de Barbastro, en una de las misericordias, all donde los cannigos asientan el culo mientras cantan y rezan en una
cmoda posicin erguida, all se represent tambin el rapto de Ganimedes
pero con el signicado del vicio nefando de la paidolia.
En el Renacimiento los dioses paganos ocuparon en nuestras iglesias un
papel simblico importante21.
Algunos textos loscos han tenido especial repercusin en las obras de
Arte. E. Panofky y E. Wind han destacado la inuencia del pensamiento neoplatnico orentino en las obras de Botticelli y en las de Miguel ngel, por
citar algn ejemplo.
Vamos a ver algo ms sencillo. Platn en el dilogo del Simposio nos describe el famoso Hombre de Aristfanes, este personaje, como la alegora de la
caverna o el gallo de Platn son ancdotas de xito hasta nuestros das.
El hombre de Aristfanes resume las aspiraciones humanas hacia la perfeccin, as lo hizo acuar en una medalla Marcantonio Passeri con la inscripcin: PHILOSOPHIA. DVCE. REGREDIMVR (conducidos por la losofa
volvemos, a la perfeccin primitiva). Fue representado en los Emblemas morales
de Juan de Horozco (1589), en el hastial norte de la iglesia de S. Pedro de
Siresa y tambin Goya lo represent en un disparate.
En el Disparate desordenado, Goya ha reexionado directamente sobre el
texto de Platn ya que en l se habla de la posibilidad de que este antiguo hombre corriera a gran velocidad en cualquier direccin, as Goya le ha dibujado los
pies en doble direccin, pues de lo contrario una mitad tendra que llevar a
cuestas a la otra mitad22 [g. 6].
20 Esteban Lorente, J. F., La puerta del lado del evangelio de la Catedral de Calahorra, en I Coloquio sobre Historia de la Rioja, op. cit., pp. 107-121.
21 Esteban Lorente, J. F., Los dioses paganos en las iglesias espaolas del siglo xvi,
Boletn del Museo e Instituto Camn Aznar, lxxxii, 2000, pp. 157-190; Los dioses paganos en nuestras iglesias, en Humanismo y pervivencia en el mundo clsico. Homenaje al
profesor Antonio Fontn, iii, Alcaiz-Madrid, 2002, pp. 22-31.
22 Esteban Lorente, J. F., Jeroglcos, alegoras y emblemas en Goya, Artigrama, 18,
2003, pp. 471-503.
viii. Astrologa
Pasemos a otro sistema simblico del que algo tenemos que saber. La astrologa, en aquella poca, es la ciencia de la astronoma aplicada (algunas veces
para la adivinacin).
Cosme el Viejo mand terminar la capilla funeraria para sus padres e hijos,
la llamada Sacrista Vieja de la iglesia de San Lorenzo de Florencia. La pintura
de la bveda sobre el altar se atribuye a Giuliano de Arrigo, llamado Pasello, y
se cree que fue pintada bajo la direccin del astrnomo Paolo del Pozzo Toscanelli. Sobre el altar de este espacio se pint una pequea bveda donde se
puede ver una representacin del mundo celeste, al gusto de las guras de la
poca y con la representacin cientca de los planetas. Astronmicamente se
puede fechar en el da sbado 11 de julio de 1444 a las 10 h. 30 m. aproximadamente. Por qu? Resulta que en ese momento Cosme se garantiz el
gobierno absoluto de Florencia y apoyndose en la conjuncin de Jpiter y
Saturno que se representa en la bveda, se garantiz un poder estable y en paz
durante 20 aos, Cosme muri al cabo de esos aos, el 1 de agosto del 1464.
ix. Alquimia
Vamos a nalizar esta excursin por los sistemas simblicos del Renacimiento con una bella gura alqumica.
La Alquimia es, sin duda, la precedente de la qumica, pero no fue solo
eso, fue una ciencia-filosofa que una el estudio, la experimentacin y el
23 Esteban Lorente, J. F., Los cielos en Florencia y Salamanca en el siglo xv, en Actas
del XII Congreso Ibrico de Astrologa. Jaca 22-25 de junio de 1995, Zaragoza, 1995, pp.
435-456.
24 Esteban Lorente, J. F., Precisiones a los horscopos artsticos de la Farnesina
(Roma) y Zaporta (Zaragoza), Artigrama, 8-9, 1991-92, pp. 327-357.
25
La nature est un temple o de vivants piliers laissent parfois sortir de confuses paroles; lhomme y passe travers des
forts de symboles qui lobservent avec des regards familiers.
(Charles Baudelaire, primera estrofa de Correspondances, soneto incluido en Les eurs du mal, 1857)
Charles Baudelaire, en su poema Correspondances, considerado obra fundacional de su potica y del movimiento simbolista, plantea evocando a Platn y su teora de las ideas la existencia de dos mundos paralelos: lazur o
celeste, que corresponde a l idal, y el humain o terrestre, hecho de sensaciones, y analiza el modo como el poeta, poniendo en accin sinrgica todos sus
sentidos, ha de atravesar forts de simboles para poder acceder a ese mundo
superior, espiritual.
Poco ms de dos siglos antes y desde una ptica cristiana, el jesuita Juan
Eusebio Nieremberg, en su Curiosa, y oculta Filosofa [g. 1]1, lucrndose de
Plotino, quien haba descrito el mundo como Poesa de Dios, le complet aadiendo que [] ese Poema es como un laberinto, que por todas partes se lee,
y hace sentido, y dicta a su Autor; laberinto formado por semejanzas,
smbolos, jeroglcos y cifras a travs de los cuales Dios nos habla y nos comunica lo extraordinario a partir de objetos de sencilla identicacin, transformados as en claves de interpretacin del Universo; Universo que al compendiar
[] a todas las imgenes de los atributos, y partes del que es impartible, vena
a representarnos un Dios entero, y ser una estatua cabal de la Divinidad, un
1
Dios pintado, un Colosso divino. Nieremberg parte de la idea de que la Naturaleza toda ella es articiosa, y por tanto resulta lgico que tras ella se adivine
la mano de su autor.
A ese papel mediador e instrumental desempeado por los smbolos al que
se referan, desde pocas y enfoques bien alejados, Baudelaire y el P. Nieremberg, alude tambin Juan Eduardo Cirlot, destacado estudioso del tema que
nos convoca en este simposio, cuando dice que el mundo simblico es un reino
intermedio entre el de los conceptos y el de los cuerpos fsicos2 .
Si aplicamos esas ideas a la teora de la comunicacin, los smbolos formaran parte del cdigo necesario para la correcta transmisin de un mensaje.
Cdigo que puede ser ms o menos complejo o cerrado, lo que lo convierte en
mecanismo selectivo y discriminador de los destinatarios del mensaje el target
de la mercadotecnia publicitaria, y por tanto en parte del mismo el medio
es el mensaje, deca MacLuhan3 , y al mismo tiempo en resorte que busca
2
Cirlot, J. E., Diccionario de los smbolos, Barcelona, Ed. Labor, 1985, p. 11 (prlogo a
la primera edicin).
3
McLuhan, H. M., The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographic Man, London,
Routledge & Kegan Paul, 1962.
provocar una reaccin del receptor en una direccin predeterminada. Su complejidad, a veces prxima a lo crptico, impele e implica al espectador en su
capacidad de desciframiento, en su habilidad para sortear las dicultades planteadas en ese juego de adivinacin, jeroglfico o laberinto intelectual, hasta
llegar a una meta vedada para muchos. El smbolo, como cdigo encriptado,
tiene tambin algo de desfamiliarizacin o extraamiento (la ostranenie de los
formalistas rusos), mecanismo ampliamente aprovechado por los medios de
masas para atraer y captar al espectador de manera dirigida y controlada. En
ese sentido, el smbolo ha sido seguramente lo siga siendo en el presente un
medio inteligente, sutil y discreto de manipulacin y control social.
Por todo ello, nos ha parecido estimulante enfocar algunos aspectos de
esta ponencia desde ese punto de vista, el de la comunicacin, pues el Arte
producido en los siglos del Barroco, ms que a una actividad esttica autnoma, responde en su mayor parte a un encargo previo con una intencionalidad por parte del cliente o promotor; intencin a la que el artista aade o
superpone la suya propia y busca ser correspondida en una direccin determinada provocando una respuesta o feedback. Desde esa ptica, el arte barroco,
y en particular la pintura y el grabado, obedeceran avant la lettre a la denicin moderna del diseo grfico: una forma de comunicacin, fundamentalmente visual, intencionada y singular; singular pues est dotada de su propio
lenguaje, que deber contener la mayor cantidad de atributos ecaces para la
adecuada transmisin del mensaje, utilizando para ello imgenes, textos, signos mnimamente convencionales, es decir, sometidos a cdigos compartidos por emisor y receptor/espectador. Bien es cierto que el diseador elabora
un original grco o modelo singular reproducible, lo que lo dota de una
dimensin pblica y colectiva que constituye su esencia, pero no lo es menos
que en los siglos xvii-xviii el desarrollo de los mecanismos de multiplicacin
y difusin masiva permitan ya que una determinada informacin (icnica,
textual o mixta) llegase a un espectro muy amplio de destinatarios, bajo distintos medios o canales (entre ellos, de forma privilegiada aunque no exclusiva, los libros y los grabados) y con una cierta homogeneidad formal, y que
muchas manifestaciones artsticas tuvieran, aun siendo concebidas en origen
como obras nicas, un carcter marcadamente colectivo. No es extrao, por
ello, que tanto el poder civil como la Iglesia hicieran uso de distintos mecanismos de control social entre los que estaba el fomento de una cultura masiva
y dirigida, del mismo modo que recurran a la esta como muestra aparente y
ostentosa de grandeza y poder, pero tambin como divertimento anestesiador
y persuasivo.
El desarrollo de esa cultura masiva y el xito que alcanz el lenguaje simblico en el Barroco no se explican, no obstante, sin la existencia de ciertos rasgos
que caracterizan a este como concepto de poca,4 entre los que podemos sealar:
la teatralidad, la apariencia y el juego, el engao, el simulacro y el articio (entendidos como simulacin o sustitucin de la realidad),5 ideas estas asociadas a ciertos tpicos como la locura del mundo, el mundo al revs, el mundo como
confuso laberinto o el mundo como teatro; la extremosidad (exageracin, desmesura, dramatismo, gesticulacin) asociada a lo sorpresivo, a lo conmovedor y
epatante, y por tanto al mundo de las emociones y las pasiones, consideradas
como accidentes del alma, como algo que altera de forma pasajera su estado
natural, que es la quietud;6 el gusto por lo inacabado que no imperfecto, por
lo oscuro y difcil, como mecanismos para producir suspensin (embelesamiento
o paralizacin pasajera), estrategias y recursos todos ellos que apelan a la participacin activa del contemplador para que, en la medida de sus capacidades, com4
Vase: Lozano Lpez, J. C., Reexiones sobre el gusto en la pintura barroca, en
Arce, E., Castn, A., Lomba, C., y Lozano, J. C. (eds.), Simposio Reexiones sobre el gusto,
Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2012, pp. 30-32.
5
Vase: Rodrguez de la Flor, F., Pasiones fras. Secreto y disimulacin en el Barroco
hispano, Madrid, Marcial Pons Historia, 2005.
6
Vase: Tausiet, M., y Amelang, J., Accidentes del alma: las emociones en la Edad
Moderna, Madrid, Abada, 2009. Todo ello tuvo tambin reejo en otras manifestaciones
artsticas, como la msica, con la teora de los aetti.
Lo que entra por el odo conmueve al espritu con menos fuerza que lo que se
pone ante el ojo dedigno. Las relaciones entre la realidad, su representacin y
la palabra pronunciada o escrita, entre la pintura y la poesa es aqu casi obligada la cita del recurrente pero por otra parte mal interpretado lema horaciano
ut pictura poesis, basado en el que Plutarco atribuye a Simnides de Ceos: poema
pictura loquens, pictura poema silens, sobre el Arte y la elocuencia, son una
constante en la literatura artstica, al igual que lo son las reexiones sobre la
percepcin, la mmesis o sobre los fenmenos pticos y especulares.
Los smbolos cumplen en todos estos procesos una funcin fundamental: la
de hacer tangibles, accesibles y comprensibles ideas y conceptos abstractos,
representar lo irrepresentable y expresar lo inefable. Por tanto, ponen a disposicin del creador y del espectador una herramienta comunicativa, cognitiva e
informativa de primer orden, un lenguaje con el que la sociedad barroca se
encuentra muy familiarizada pues, en distintos niveles de dicultad, se encuentra incardinado en la vida cotidiana (en los sermones religiosos, en las estas,
en el teatro y la literatura, en el arte pblico) y constituye tambin, en su
el del engao a los odos (la seduccin por la elocuencia). Vase a modo de ejemplo:
Egido, A., La seduccin por la palabra o el engao a los odos en el Siglo de Oro, Rivista
di lologa e letterature ispaniche, III, 2000, pp. 9-32.
14
De pasatiempo humanista y paganizante, o expresin de sabidura escondida reservada a una lite, y por tanto pensados para un uso privado y minoritario, como eran considerados con anterioridad, todos esos conceptos devienen
en el siglo xvii patrimonio colectivo como herramienta de comunicacin,
expresin y conocimiento de ideas y saberes generales (caso de los emblemas) o
particulares (como ocurre con blasones y empresas), con distinto grado de
codicacin y tambin de dicultad para su adecuada interpretacin, y por
tanto son susceptibles de ser utilizados como instrumentos de publicidad y
propaganda.
Lo cierto es que gran parte de esa cultura simblica era preexistente y formaba parte de un sustrato civilizador que hunde sus races en la Antigedad,
con interesantes mutaciones e intercambios cuando no confusin entre lo
profano y lo sagrado, enriquecido por aportaciones de la cultura medieval con
su correspondiente reejo en la Literatura, aunque su nomenclatura y denicin correspondan a la edad Moderna. Sometidas al ir y venir de las modas,
muchas de esas manifestaciones simblicas cayeron en desuso, otras se transformaron y nalmente otras nuevas se fueron incorporando al bagaje de mentores
y artistas; entre estas ltimas, sin duda, merecen destacarse las surgidas por
efecto de la reaccin contrarreformista de la Iglesia Catlica tras el Concilio de
Trento (v. gr. la iconografa surgida para dar respuesta a las nuevas y numerosas
beaticaciones y canonizaciones, o la rica simbologa asociada a los sacramentos, y en particular a la Eucarista), o las promovidas por las rdenes religiosas
en su afn por singularizar su funcin y ensalzar sus logros en dura competencia con las dems es decir, buscando lo que hoy llamaramos, utilizando la
jerga publicitaria, su imagen de marca. El caso de la Compaa de Jess es, en
este sentido, paradigmtico, como expresa perfectamente Mario Praz:
Y los jesuitas se convirtieron en productores teatrales, ingenieros y artces especializados en espectculos clsicos, colocaron al lado de los triunfos de los soberanos los triunfos de los santos y los mrtires, de los emblemas de amor humano
hicieron emblemas de amor divino, dieron a Jess el arco, las alas de Cupido, de las
empresas heroicas sacaron empresas piadosas para la educacin de los prncipes.
Hicieron instrumentos de propaganda religiosa de todos los entretenimientos del
humanismo pagano y de todas las delicias de un alejandrinismo revivido18.
Frente al predominio de la temtica religiosa ms evidente en lo conservado que en lo producido y al crecimiento que experimentan otros gneros,
18
(Miln, 1653) del agustino Filippo Picinelli, y desde luego la Iconologia overo
Descrittione dellImagini universali (Roma, 1593; la 1. ed. con ilustraciones de
1603) de Cesare Ripa, pensada como gua o enciclopedia visual para la representacin alegrica de las virtudes, los vicios, los sentimientos y las pasiones
humanas, adems de otros textos clsicos como las Metamorfosis (Amberes,
1551, 1. ed. en castellano) de Ovidio y de algunas fuentes autctonas como las
Etimologas de san Isidoro de Sevilla (escritas en el siglo vii y con mltiples
ediciones a partir de 1470), verdadero compendio del saber humano, los escritos de los Padres de la Iglesia o textos hagiogrcos como la Legenda sanctorum
o Legenda aurea de Jacopo della Voragine (escrita en el siglo xiii) o el Flos
Sanctorum (1599 y 1601) del jesuita Pedro de Rivadeneira.
Todas estas obras, publicadas en su mayora durante el siglo xvi y dotadas
de extensos y completos ndices cuya utilidad podramos comparar a cualquier
librera de imgenes o buscador de la web actuales, constituyen un magnco
ejemplo de ese sustrato codicado, ampliamente divulgado en ediciones sucesivas, en copias e imitaciones ms o menos acertadas, a travs de libros y grabados sueltos, o replicados hasta la saciedad en pinturas y esculturas, que nutri
el Arte de los siglos xvii y xviii.
Para la redaccin de este apartado son obras de obligada consulta, adems del trabajo
de Mario Praz ya citado: Rodrguez de la Flor, Emblemas: lecturas, op. cit.; Zafra,
R., y Azanza, J. J. (eds.), Emblemata aurea. La emblemtica en el Arte y la Literatura del
Siglo de Oro, Madrid, Ed. Akal, 2000; o los numerosos trabajos de la profesora Aurora
Egido, como De la mano de Artemia Estudios sobre Literatura, Emblemtica, Mnemotecnia y
Arte en el Siglo de Oro, Barcelona, Olaeta, 2004. Un buen repertorio de libros de emblemas digitalizados, en <http://www.bidiso.es/EmblematicaHispanica/>. Y una recopilacin
de libros de emblemas espaoles, en <http://www.emblematica.com> (consultadas el
25/04/2013).
Para el caso aragons, vase Serrano Martn, E. (dir.), Fiestas pblicas en Aragn en la
Edad Moderna. VII Muestra de Documentacin Histrica Aragonesa, Zaragoza, Diputacin
General de Aragn, 1995.
22 Esteban Lorente, J. F., De la alegora tradicional a la personal, Artigrama, 25,
2010, pp. 111-112.
vicios humanos en clave satrica con una conciencia social tpicamente ilustrada, atenta a lo inmediato y nada ajena a lo popular, que no encontramos en
el emblema tradicional, y de ah su novedad.
orador o son mostradas por l calaveras, crucijos, como a las que son citadas en el discurso o a las imgenes mentales que todo ello produce), pero tambin en el lenguaje gestual como veremos y en el lenguaje litrgico-ritual24.
En los sermones encontramos numerosas interferencias entre las palabras, la
msica, las imgenes y los objetos, entre el odo y la vista, y en ellas las menciones a las obras de arte, y al Arte en s, a la elocuencia de las cosas inanimadas, son
recurrentes y sirven a los oradores para conducir su discurso retrico desde lo
ms tangible a lo ms elevado, de lo sensible a lo espiritual, incorporando analogas y metforas susceptibles de convertirse a su vez, por obra de otros artces,
en nuevas imgenes simblicas, o de quedar solo en el reino de las palabras.
24 Abascal, M. D., Oralidad y Retrica en el Barroco, en Aulln de Haro, P. (dir.),
op. cit., pp. 349-375. La autora seala que no existe concordancia entre los sermones publicados, que responden a una tradicin literaria perfectamente codicada, y los verdaderamente predicados o pronunciados, sobre los que solo nos cabe hacer conjeturas acerca de su
puesta en escena.
Existe por supuesto una relacin estrecha entre los gestos aplicados a las
expresiones de los seres humanos representados en las obras y los empleados
por los actores en el teatro, y todos ellos se ponen tambin al servicio de otras
formas de oralidad, como los sermones, constituyendo un complemento
comunicativo de la palabra viva o hablada en todos los espectculos pblicos
25
donde esta tena lugar y que gozaban, pese al imparable avance de la palabra
escrita y de la imagen, de una magnca recepcin, convirtindose en una costumbre o hbito social26. Adems del componente auditivo-sonoro y de otros
elementos no menos importantes como la escenografa, el vestuario, la msica
o la danza, en los espectculos teatrales y en determinadas estas litrgicas o
paralitrgicas como el Corpus, que requeran de una puesta en escena y del
uso de recursos muy diversos (textuales, visuales, auditivos, olfativos, gustativos, tctiles, rituales, ldicos), la actio (actuacin o interpretacin) adquiere
una importancia fundamental, y aunque su aprendizaje era emprico, existan
unas normas que procedan de la tradicin retrica y que fueron actualizadas
por autores como el humanista espaol Alonso Lpez, ms conocido como el
Pinciano, autor de una Potica (Philosopha Antigua Potica, Madrid, 1596)
donde aborda la relacin de los gestos con los afectos y recoge algunas reglas y
repertorios consolidados. La gesticulacin y el tono declamatorio eran la frmula ecaz para asegurar la comprensin del texto por un pblico mayoritariamente poco ilustrado.
En el sermn pronunciado, la elocutio o estilo del orador aporta los procedimientos lingsticos para conmover al espectador y hacerle partcipe del discurso
(exempla, comparaciones, dilogos ngidos, preguntas retricas, apstrofes, prosopopeyas convirtindose casi en un monlogo teatral, pero la pronuntiatio o
actio del discurso sigue siendo la operacin ms relevante, a la que los predicadores y tambin los tratados sobre la predicacin y las instrucciones para
predicadores, especialmente a partir del Concilio de Trento prestaron ms
atencin; se trataba de adecuarse a las caractersticas del receptor y de convencer, ms por lo sensorial o epidrmico que por lo racional: uso de la voz (variaciones tonales), gestos y movimientos corporales, mostrar objetos, sealar
imgenes, uso espectacular de la msica y de la luz en suma, predicar a los
ojos27 para mover los corazones.
Del mismo modo, el artista hace uso, como resorte narrativo, de la retrica
gestual-corporal que ayuda a enfatizar las expresiones y a diferenciar de forma
clara los sentimientos, emociones y reacciones de los personajes-actores, as
como el papel que cada uno desempea en la historia. Todo ello, como es
sabido, aparece formulado ya en la tratadstica renacentista italiana (v. gr. Len
Battista Alberti en De Pictura o Leonardo da Vinci en su Tratado de la Pin26
27
Para todo lo referido a la oralidad y sus recursos, seguimos a Abascal, op. cit.
Ledda, G., Predicar a los ojos, Edad de Oro, VIII, 1989, pp. 129-142.
Bulwer, J., Chirologia: or the natural language of the hand. Composed of the speaking
motions, and discoursing gestures yhereof, where unto is added Chironomia: or the art of manual
Rhetoricke, Londres, Thos. Hasper, 1644. Sobre este asunto, vase Rouill, N., Peindre et
dire les passions, la gestuelle baroque aux XVII et XVIII sicles, lexemple du Muse Fesch dAjaccio,
Ajaccio, ditions Alain Piazzola, 2006. Y tambin, Stoichita, V. I., op. cit., cap. vii.
Fig. 8. Lorenzo Ortiz de Buxedo, Ver, Or, Oler, Gustar, Tocar. Empresas que ensean y persuaden su buen uso en lo Poltico y en lo Moral. Emblema La luz deslumbra; toda revelacin hiere
al que la mira.
elocuente que tiene su origen y aparece con frecuencia en experiencias visionarias o teofnicas vinculadas a la manifestacin sensible de lo sagrado (Transguracin, Resurreccin, Ascensin, Asuncin), en las que la aparicin de la
divinidad va acompaada por una luz cegadora (un fuego devorador, en
expresin bblica) de la que hay que preservarse, como lo hizo Moiss ante la
zarza ardiente por miedo de ver el rostro de Dios (Ex, 3, 6). Este gesto, ms
tarde secularizado, posee en la pintura barroca una doble interpretacin, pues
por un lado se asocia a la aposkopein, accin de mirar hacia la lejana, en un
afn de trascender o ver ms all, y por otro al lumina tegens digits, accin de
protegerse los ojos de la luz revelada [g. 8]; luz incandescente y sobrenatural
que el espectador no interpretara como tal, pues resulta imposible su representacin, si no fuera por la presencia de algn personaje que adoptase esa actitud.
Por medio de este gesto, por tanto, se invita al espectador a contemplar una
visin que comparte con el personaje que lo adopta, y al mismo tiempo se le
hace partcipe de una sensacin que, por medios pictricos, sera inviable
transmitir.
Todos estos gestos pasaron a formar parte de una cultura visual conocida,
asimilada y compartida por un gran nmero de artistas, y sin duda en su difusin y reconocimiento desempe un importante papel el arte grco.
Sobre estos conceptos, remitimos a Rodrguez de la Flor, Pasiones fras, op. cit.
Sobre todos estos asuntos, remitimos a nuestro trabajo: Lozano Lpez, J. C.,
Reexiones sobre, op. cit., passim.
30
31
Tema del que nos hemos ocupado en dos artculos: Lozano Lpez, J. C., Las galeras
de retratos episcopales en las dicesis aragonesas, Aragonia Sacra, XVI-XVII, 2001-2003,
pp. 303-318; y Lozano Lpez, J. C., Las galeras de retratos episcopales y sus funciones
representativas, en Actas XIII Jornadas Internacionales de Historia del Arte, dedicadas
a Arte, Poder y Sociedad en la Espaa de los siglos XV a XX, Madrid, CSIC, 2008, pp. 211-218.
32 Lozano Lpez, J. C., La capilla de la Anunciacin en la iglesia parroquial de Longares (Zaragoza) y el pintor granadino Pedro Atanasio Bocanegra, en lvaro, I., Lomba,
C., y Pano, J. L. (coords.), Estudios de Historia del Arte. Libro homenaje a Gonzalo
M. Borrs Gualis, Zaragoza, IFC, 2013, pp. 479-492.
EL SMBOLO DE LO REAL.
LA CONSTRUCCIN DE LA IMAGEN
DE LA MONARQUA ESPAOLA
EN EL TRNSITO DE LOS SIGLOS XVIII AL XIX
Rafael Gil Salinas
Universitat de Valncia
nacin, sin que entre ambos pueblos existiera nada que los separara, ni
accidentes geogrcos, ni diferencia alguna, estuvieron teidos de nubes
borrascosas que, ni la orden celestial que la haba inspirado, iba a poder remediar las fuertes tormentas que se avecinaran.
Las Bellas Artes, en un escenario poltico confuso, no habran de encontrar
el mejor clima para su progreso. Sin embargo, eso no las priv de continuar
estimulando las distintas formas de creacin y formular soluciones tericas
sobre los procedimientos que se deban seguir para alcanzar ptimas pinturas.
En 1723 Acisclo Antonio Palomino public su obra El Museo Pictrico y
Escala ptica, un tratado sobre la prctica de la pintura. En l, entre otras
consideraciones, dictaba las instrucciones que se deban seguir para ejecutar
buenos retratos. De esta manera, el proceso del retrato pasaba por realizar
primero un bosquejo, asegurando de este modo los contornos y la simetra
del conjunto. Recomendaba a continuacin dejarlo secar muy bien, untndolo
con barniz de aguarrs y aceite de nueces, baando las zonas oscuras del pelo con
tinta negra de hueso, carmn y ancorca (ocre), para despus pasar a la elaboracin con color. El retrato deba gozar de buena luz, tratando de evitar las
sombras. Y el artista deba buscar el parecido con la persona egiada, prescindiendo de introducir elemento de adulacin del personaje. La perfeccin se
encontraba en hallar el mayor parecido con la persona y esto, en opinin de
Palomino, se encontraba en el contorno y en la mancha general de claro y
oscuro. Adems, propona buscar el mejor momento para su realizacin:
aquel en el que el retratado estaba de mejor semblante y color, evitando las
injurias de la edad, especialmente en el caso de los soberanos2 .
Las recomendaciones de Palomino fueron seguidas principalmente por los
pintores espaoles. Pero estos, como veremos, no habran de ser los responsables
de la pintura ulica al menos durante los tres primeros tercios del siglo xviii.
i. Felipe V
El rey espaol Carlos II de Austria (o Habsburgo), muri sin descendencia
el 1 de noviembre de 1700 a los 38 aos de edad. Hizo testamento a favor de
Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia y de su hermana la infanta
Mara Teresa de Austria.
2
Palomino, A. A., El Museo Pictrico y Escala ptica, Madrid, 1723, tomo ii, libro vi,
pp. 104-106.
La aceptacin de su herencia por parte de Felipe V fue comunicada ocialmente a la Corte de Madrid y proclamado rey de Espaa el 24 de noviembre
de 1700, entronizndose la dinasta de Borbn. Su reinado, con el que se inicia
la presencia de la monarqua borbnica en territorio espaol, es uno de los ms
largos de la historia de Espaa. Casi durante cuarenta y seis aos Felipe V
rein en Espaa. Este periodo tan solo se vio interrumpido por el interregno
que supuso el efmero paso de su hijo Luis I por el trono hispano. Felipe V
abdic la Corona de Espaa y sus otras soberanas en 1724 en su hijo Luis,
fruto de su matrimonio con su primera esposa Mara Luisa Gabriela de Saboya,
muy querido por el pueblo espaol por ser el primer heredero de la Corona
nacido en Madrid desde el alumbramiento de Carlos II. Pero su prematura
muerte apenas siete meses despus de su proclamacin, llevaron a Felipe V a
volver a ocupar el trono durante las dos dcadas siguientes. Casado en segundas nupcias con Isabel de Farnesio, a su muerte le sucedi su hijo Fernando VI
quien rein desde 1746 a 1759. Posteriormente, sera Carlos III quien se hara
cargo del gobierno del reino de Espaa, hasta que en 1788 hered la corona
Carlos IV.
Ya se ha apuntado en diferentes ocasiones que durante el primer siglo de
presencia de la dinasta Borbn en Espaa, el arte podra compararse con un
caleidoscopio congurado por artistas de diferentes nacionalidades que se instalaron en Espaa al amparo de los designios de la Corte3. Estos artistas procedan fundamentalmente de Francia y de Italia. Durante el reinado de Felipe V,
este monarca invit a formar parte de la nmina de artistas de su Corte a
aquellos que entonces se encontraban trabajando en Versalles: Jean-Honor
Fragonard, Antoine Watteau o Franois Boucher entre otros, pero, ninguno de
ellos acept el ofrecimiento. No estuvieron dispuestos a reemplazar su cmoda
posicin en la Corte francesa, por la desconocida Espaa. Por ello, delegaron
en sus discpulos la posibilidad de consagrarse en territorio espaol4. As fue
como paulatinamente fueron llegando a la Corte espaola artistas como
Michel Ange Houasse, Jean Ranc, Hyacinthe Rigaud o Louis-Michel Van
Loo. Su pintura distaba extraordinariamente de las habilidades demostradas
hasta entonces por los artistas locales. O, dicho en otros trminos, su pintura,
3
Bottineau, Y., Lart de cour dans lEspagne de Philippe V: 1700-1746, Bordeaux, Fret,
1962.
4
Blunt, A., Arte y arquitectura en Francia, 1500-1700, Madrid, Ctedra, 1992, pp. 411-416
y 451-452, nms. 101-111.
del gusto de la monarqua, no alcanz ningn reconocimiento entre los pintores espaoles que comenzaron a percibir cmo la monarqua borbnica los
marginaba entre su nmina de pintores de cmara5.
Veamos tres ejemplos que aclaren esta cuestin.
El palacio de Versalles conserva un Retrato de Felipe V realizado por Rigaud
en Pars en 1701. Se trata del primer retrato ocial del monarca, cuando apenas contaba con diecisis aos de edad y, por ello, lo construy con elementos
iconogrcos espaoles. Visti el monarca a la espaola, con traje negro de
golilla, con las condecoraciones del Toisn y el Saint-Esprit y, con espada,
trono y bajo la mano diestra y sobre un almohadn, la corona, claro smbolo
de su autoridad. El traje negro estaba totalmente en desuso en aquel momento
y adems se identicaba con la moda impuesta por los Habsburgo desde Felipe II,
as que debe entenderse como una autntica concesin a las costumbres hispanas. De esta forma, Felipe V se presentaba ante sus sbditos como un monarca
espaolizado. El trono o silln y la corona o un casco encima de la mesa fueron habituales en la iconografa poltica y fueron introducidos en los retratos
de los reyes espaoles por Tiziano, Velzquez o Carreo, entre otros. La espada
hace referencia al poder militar de la monarqua hispnica, siendo este uno
de los atributos fundamentales y, el toisn de oro alude a la orden de caballera de
la cual los Habsburgo fueron siempre miembros destacados.
Rigaud se esforz por mezclar en el retrato elementos de la tradicin retratstica espaola, como terminamos de ver, con una escenografa, luminosidad
y sentido decorativo muy del gusto de la Corte francesa. Es decir, hizo convivir en el retrato una ajustada iconografa espaolizada, con sus habilidades
tcnicas propias del gusto francs. El artista dot a la gura de majestuosidad
y grandilocuencia. Construy el retrato sobre un escenario teatral de arquitectura ngida y amplios cortinajes, ropajes suntuosos y lujosas telas, y represent
al rey con elegante pose, peluca larga que descansaba sobre sus hombros, noble
gesto y soberbia expresin, todos ellos elementos ligados a la moda francesa.
Adems, el artista se esforz por contrastar el fondo oscuro con tres puntos de
luz signicativos a nivel formal e iconogrco: la espada, el rostro y la mano
sobre la corona6.
5
Luna, J. J., Pintores extranjeros en Espaa, catlogo El Real Sitio de Aranjuez y el arte
cortesano del siglo XVIII, Madrid, Comunidad Autnoma de Madrid / Patrimonio Nacional,
1987, pp. 241-254.
6
Luna, J. J., Hyacinthe Rigaud et lEspagne, Gazette des Beaux-Arts, xci, mayo-junio
1978, pp. 53-59.
Museo del Prado. Catlogo de las Pinturas, Madrid, 1985, nm. 2.337, p. 560.
Cirlot, L. (dir.), Museo del Louvre I, iii, Madrid, Espasa, 2007, p. 87.
Luna, J. J., Miguel ngel Houasse retratista, actas del congreso El arte en las cortes
europeas del siglo XVIII, Madrid-Aranjuez, Comunidad de Madrid, 1989, pp. 391-400.
10 Museo del Prado. Catlogo, op cit., nm. 2.387, p. 334.
11 Ibidem, nm. 2.283, pp. 371-372.
Parma, que cas con Jos II de Alemania, rey de Romanos) y Mara Isabel (hija
de Carlos III quien fallecera poco despus de ser pintado este retrato)12.
En el siglo xviii, La familia de Felipe V de Van Loo fue el paradigma de
retrato real. La pompa de una arquitectura majestuosa, las ricas colgaduras, las
actitudes retricas y las sonomas levemente idealizadas para aproximarlas a
un ideal de raza y belleza, son atributos legtimos que realzan este tipo de
manifestacin. El esplendor de la indumentaria, lejos de ser un signo de ostentacin de riqueza y lujo, buscaba transmitir la funcin social de los retratados
como igualmente lo hacan los uniformes militares.
El Retrato de Felipe V de Rigaud, el de Luis I de Houasse y el de La Familia
de Felipe V de Van Loo, evidencian un tono pictrico bastante alejado de la
tendencia que se haba ido imponiendo en Espaa. El retrato de aparato todava no se haba introducido en la tradicin pictrica de nuestro pas de acuerdo
con las directrices francesas o italianas y, al menos hasta el ltimo tercio del
siglo xviii, no se puede hablar de un retrato de aparato de estas caractersticas.
El estilo francs que muestran estas tres obras estaba bastante distante del
estilo espaol. Como se ha podido comprobar se inspiraban en modelos compositivos barrocos, resueltos con frmulas propias del siglo anterior y no coincidan, por tanto, con el gusto que se haba venido expresando en Espaa en
los ltimos decenios.
ii. Fernando VI
Bajo el reinado de Fernando VI el sentimiento de abandono entre
los artistas espaoles se fue incrementando cuando pudieron comprobar cmo
el monarca sustitua a los artistas franceses por arquitectos y pintores italianos.
De nuevo este rey olvid al elenco de artistas espaoles que aspiraban a trabajar en la Corte. Desde principios de siglo se cont con artistas como Andrea
Procaccini o arquitectos como Juvara y Sacchetti para construir el nuevo Palacio Real que habra de reemplazar al Alczar destruido por un incendio en la
Nochevieja de 1734. Pero sera con Fernando VI cuando la escuela italiana
alcanz una mayor presencia en el reino de Espaa. De hecho, por ejemplo,
por recomendacin del conocido cantante de pera Farinelli, se instal en
Espaa el pintor Jacopo Amigoni, a quien sucedera tras su muerte cinco aos
despus, el afamado pintor Corrado Giaquinto.
12
Al morir Fernando VI sin descendencia en 1759, ocup el trono su hermano Carlos III (1716-1788), por lo que tuvo que renunciar a su vez al reino
de las Dos Sicilias donde haba gobernado desde 1734.
cada da. Y todas ellas constituan las nicas preocupaciones del monarca. De
ah que no sea extrao que Francisco de Goya representase a Carlos III, cazador17. Aparentemente este lienzo puede sugerir al espectador contemporneo la
impresin de una crtica rotunda hacia la gura del monarca. Sin embargo,
Goya lo representa hacia 1787, poco antes de su muerte el 14 de diciembre
1788, como cazador, con el fusil sujetado por una mano, y con su el perro a
sus pies. Luce las bandas de la orden de Carlos III, de San Jenaro y SaintEsprit, as como el Toisn de Oro. Lo sita en los alrededores de El Escorial o
entre el palacio de El Pardo y la sierra madrilea. Aparece acompaado de su
perro, que duerme plcidamente a sus pies, gurando en su collar la inscripcin: REY N S.OR en clara alusin a la delidad que tambin este animal
profesa al rey. Una referencia iconogrca actualizada y moderna de la gura
de este animal. La actitud del monarca, de pie y con las piernas separadas, ya
haba sido puesta en prctica por Diego de Velzquez hacia 1633 en la representacin del bufn Pablo de Valladolid. Adems, sigue la tipologa de los
17
retratos de Diego Velzquez del rey Felipe IV, cazador, de su hermano el infante
don Fernando, y de su hijo el prncipe Baltasar Carlos, que se conservan en el
Museo del Prado y que Goya haba copiado al aguafuerte en 1778. El tono de
su piel es propio de una persona que pasa mucho tiempo al aire libre y la indumentaria que viste es acorde con la dignidad del personaje. Por ello nada debe
extraarnos sus rasgos al contemplar este lienzo. Quizs la fidelidad de la
fisonoma del personaje no fuera la tnica habitual del retrato ulico que tenda a idealizar a los retratados. Pero indudablemente el retrato debi ser del
agrado del monarca. De ella se realizaron varios ejemplares: uno para la
Duquesa de Arco, otro para el Banco Exterior de Madrid, otro para el Ayuntamiento de Madrid y otro para la coleccin de Lord Margadade en Inglaterra.
Adems, esta no fue la nica obra que el monarca encarg al pintor aragons.
Y tampoco los prncipes de Asturias, el infante Carlos y Mara Luisa, debieron
ver con desagrado la pintura de Goya, pues a ellos se debe la denitiva orientacin de la poltica artstica del ltimo cuarto del siglo xviii en Espaa hacia la
valorizacin de la pintura de los artistas locales en general y, en particular, su
apuesta se concret en el pintor Francisco de Goya.
iv. Carlos IV
A la muerte de Carlos III en 1788, hered la corona su hijo Carlos IV,
casado con Mara Luisa de Parma, que rein en Espaa hasta 1808. En 1765
Mara Luisa de Parma lleg con catorce aos a Espaa para casarse con
Carlos, prncipe de Asturias. Y pronto descubri la escasez de diversiones con que
contaba la Corte. No obstante no tard en organizar sesiones de msica e
imprimir un tono ms culto a la sobria y gris Corte espaola. En reiteradas
ocasiones se ha acusado a Mara Luisa de ejercer un fuerte dominio sobre su
poco voluntarioso marido. Aunque este argumento nunca ha quedado completamente justicado, escaso favor le conceden los retratos realizados del
monarca en los que se muestra con expresin simple y llana, ms inclinado a
las actividades ldicas que al desarrollo de su labor profesional. Goya lo pint
en 1799: en l aparece Carlos IV, cazador18. Lo representa de cuerpo entero,
18
Gassier, P., Goya, Ginebra, 1955, nm. 364; Gassier, P. y Wilson-Bareau, J., Vie et
oeuvre de Francisco de Goya, Friburgo, 1970 (Barcelona, 1974), nm. 774; Gudiol, J., Goya,
Nueva York, 1941 (Goya, Madrid, 1970 y Goya, Madrid, 1975), nm. 418; Salas, X. de,
Goya, Nueva York, 1981, nm. 344.
19
oportuno la representacin de la reina con aquellos valores de una indumentaria que la situaban junto a la moda que popularizaba la clase urbana de los
majos. Ahora, pues, la indumentaria se convirti en un nuevo smbolo de lo
contemporneo. Un smbolo de la dignidad de lo espaol frente a las inuencias forneas. Una forma clara de sintonizar con la clase popular espaola.
Al ao siguiente, en 1800, Francisco de Goya recibi el encargo de realizar
un retrato de la familia real20. Para ello Goya realiz diez borradores de los
miembros de la familia: la hermana y el hermano del rey, La infanta Mara Josefa
y El infante Antonio Pascual, El infante Carlos Mara Isidro (vestido de rojo),
Francisco de Paula (tambin de rojo), o Luis de Borbn, prncipe de Parma, entre
otros. En La familia de Carlos IV aparecen de izquierda a derecha: don Carlos
Mara Isidro, vestido de rojo (hijo de los monarcas); Goya pintando; el Prncipe
de Asturias (despus Fernando VII), de azul; doa Mara Josefa, de blanco (hermana del rey); la futura Princesa de Asturias, de blanco y amarillo, con el rostro
vuelto, por ignorarse cul sera (Fernando VII contrajo matrimonio con doa
Mara Antonia, hija de Fernando I de las Dos Sicilias, nacida en Npoles, matrimonio celebrado en octubre de 1802, y en la fecha en que se realiz el cuadro se
desconoca la identidad de la futura esposa del prncipe de Asturias); doa Mara
Isabel, de blanco y verde (hija de los monarcas que cas con Francisco I de las
Dos Sicilias en 1802); la Reina Mara Luisa, de blanco y amarillo; don Francisco
de Paula, de rojo (hijo de los monarcas); el Rey Carlos IV, de castao; don Antonio Pascual, de azul (hermano del rey); doa Carlota Joaquina () (hija de los
monarcas); don Luis, Prncipe de Parma, de anaranjado, y su mujer doa Mara
Luisa de blanco y oro (hija de los monarcas), con su hijo Carlos Luis en brazos.
La composicin de esta obra resalta la sucesin del trono de Espaa destacando el triunvirato formado por Mara Luisa, Carlos IV y Fernando VII que
aparecen retratados ligeramente por delante del resto del grupo. En segundo
lugar se relacionan en esta composicin anti-perspectiva a los hijos de los
monarcas, de acuerdo con la naturaleza familiar del grupo. No obstante no
hay una jerarqua entre los personajes pintados. Es un retrato de familia, de
grupo, con mltiples focos de atencin entre los que destaca el eje formado por
quienes decidiran sobre la historia de Espaa en las tres dcadas siguientes.
Todas las damas ostentan la banda de la orden de Mara Luisa fundada en
1792 y todos los varones la de Carlos III. Adems, Carlos IV, el futuro Fernando VII y Luis de Parma llevan al cuello la Orden del Toisn de oro.
20
Fig. 3. Francisco de Goya, La Familia de Carlos IV, Museo del Prado, Madrid. Madrid,
Museo Nacional del Prado.
ciudad. En este caso concreto, atendiendo a que la Corte estaba de luto por la
muerte del hermano de la reina, el prncipe de Parma, se acord que se presentara la ciudad a los actos de la estancia de sus majestades con vestidos de pao
de luto aliviado. El grupo que integraba el cortejo deba ser muy numeroso. Y
a pesar de que se carecen de datos ociales sobre el nmero exacto de personas
que acompaaban a la familia real, un hecho puede servirnos de orientacin:
se requirieron ms de mil quinientos pesebres para alimentar a los animales
que tiraban de las carrozas y carros del cortejo.
Toda la iconografa alegrica que despleg la ciudad para honrar a los
monarcas y a los prncipes gir en torno al feliz acontecimiento celebrado en
Npoles. Por ello, no es extrao que en los carros que deslaron a instancias de
los distintos gremios de la ciudad se ornamentaran con elementos referidos a los
deseos de felicidad para los dos nuevos matrimonios. Jpiter representaba a
Carlos IV, Juno a la reina, por su bondad, Psiquis e Himeneo el amor de los
prncipes de Asturias y la Sirena Partnope, smbolo de la ciudad de Npoles,
patria de la princesa Mara Antonia.
El cabildo de la ciudad levant en la plaza de Santo Domingo una pirmide
u obelisco alegrico de la visita real. Se trataba de un conjunto elevado sobre
tres gradas, con pedestal mixtilneo sobre el que descansaban bajorrelieves, el
escudo de la ciudad custodiado por dos guras alegricas (una de ellas representando a la Abundancia), fuste estriado y unos leones sobre los que se
encuentra un tambor ornado de bajorrelieves, sobre el que se alza un medalln
circular con las egies reales23. Un programa alegrico de clara inspiracin
dieciochesca 24.
Para perpetuar la memoria de dicho acontecimiento, el Ayuntamiento de
Valencia orden acuar una medalla conmemorativa [g. 4]: en el anverso aparece representada Valencia, a travs de una matrona arrodillada con el corazn
en la mano, presentndolo a los monarcas como una prueba de su amor y delidad. A su lado se pueden observar las dos L de su escudo, que Pedro III el
Ceremonioso ofreci a la ciudad de Valencia por ser doblemente leal. La
leyenda latina del contorno dice: Valentia. Regibus. Amorem. Oblato.
23
Grabado de Carlos IV y Mara Luisa, pintado por Juan Bauzil y grabado por Rafael
Esteve, 1802, Madrid, Calcografa Nacional, nm. 1342.
29 Vase Coleccin de retratos de SS. Majestades prncipes e infantes de Espaa dibujados por
D. Antonio Carnicero, pintor de cmara, y grabados por D. Juan Brunetti, Calcografa
Nacional, Madrid.
Dez Garca, J. L., Vicente Lpez (1772-1850). Vida y obra, Madrid, Fundacin Arte
Hispnico, 1999, tomo ii, pp. 73-74.
v. Jos Napolen I
Napolen Bonaparte consigui situar en el trono espaol a su hermano
Jos Napolen I, tras la abdicacin en Bayona de Carlos IV, quien gobernara
los designios de Espaa entre 1808 y 1812.
Con Jos I, como arma Mesonero Romanos, se llevaron a cabo numerosas
y profundas reformas que, a la vista de las circunstancias, no debieron ser bien
comprendidas por la poblacin espaola. As, por decreto se suprimieron
(adems de la Inquisicin y el Consejo de Castilla, los derechos seoriales, las
aduanas interiores y otros que ya lo haban sido por Napolen en Chamartn)
el Voto de Santiago, el Consejo de la Mesta, los fueros y juzgados privativos,
las comunidades regulares de hombres en general, el tormento y la pena de
muerte en la horca y el de baquetas en el ejrcito. [Se] mandaba adems esta-
Fig. 6. Alegora del regreso de Fernando VII, ca. 1814, aguafuerte y buril, Madrid, Biblioteca
Nacional, Inventario 14963.
Museo del Prado. Catlogo, op. cit., nm. 735, pp. 270-271.
Ibidem, nm. 724, pp. 265-266.
Sobre esta obra, vase: Camn Aznar, J., Gua del Museo Lzaro Galdiano, Madrid,
Fundacin Lzaro Galdiano, 1951, p. 77 (reed. 1993); Dez Garca, J. L., La pintura espaola del siglo XIX en el Museo Lzaro Galdiano, Valencia, Fundacin Bancaja, 2005, pp. 190192; Dez Garca, J. L., Vicente Lpez (1772-1850), Madrid, Fundacin Arte Hispnico,
1999, p. 94; Fuster Sabater, M. D., Imagen autntica e imagen modicada: Cuando
los cuadros desorientan al espectador, Goya, 303, 2004, pp. 372-376; Morales y marn,
J. L., Vicente Lpez, Zaragoza, 1980, p. 88; Vzquez Dueas, E., Catlogo Fernando VII
con el hbito de la Orden del Toisn. La Orden del Toisn de Oro y sus soberanos (1430-2011),
Madrid, Fundacin Carlos de Amberes, 2011, p. 176.
Conclusiones
As pues, podemos concluir que la monarqua espaola construy a lo largo
del siglo xviii una imagen de s misma amparada, inicialmente, en frmulas
francesas que convivieron con soluciones iconogrcas propiamente espaolas.
Este proceso fue variando a medida que comenzaron a trabajar para la
Corte artistas autctonos que introdujeron frmulas propiamente espaolas.
Quizs, por ello, persistieron hasta bien entrado el siglo xix la utilizacin
de guras alegricas (como la Abundancia, la Paz, la Victoria o la Justicia) o
mitolgicas (como Jpiter, Psiquis, Himeneo o Minerva), clara pervivencia de
frmulas del Barroco adaptadas a las necesidades de los nuevos tiempos.
Las condecoraciones de los monarcas como el Toisn de Oro, el SaintEsprit, la insignia de San Jenaro, la banda de la Orden de Carlos III o la banda
de la Orden de Mara Luisa, entre otras, se convirtieron en smbolos ineludibles de la autoridad representada.
Signos del poder de las personas retratadas fueron, adems: la corona, el
bastn o vara de mando, el trono, la espada, o una columna como smbolo de
la fortaleza de la institucin.
En ocasiones se ech mano de escenografas concretas, no tanto para situar
en el espacio a los personajes como para construir un lugar extraordinario,
idealizado y emblemtico.
La indumentaria adquiri en los retratos reales, sobre todo a nales del
siglo xviii, un papel esencial. De esta forma la monarqua quiso trasladar a la
ciudadana su proximidad a las costumbres y hbitos populares.
Y el retrato de aparato dej paso a una concepcin ms innovadora de la
mano de Francisco de Goya quien consigui con el reejo de la verdad en las
imgenes sionmicas de los personajes retratados, sin halagos ni adulaciones
innecesarias, los fundamentos del retrato moderno.
Pero la nefasta poltica de Fernando VII y el encumbramiento de Vicente
Lpez en la esfera artstica ocial determinaran un giro crucial para el desarrollo de la imagen de la monarqua espaola anclada en frmulas del pasado.
EL NEOGTICO Y LO NEOMEDIEVAL:
NOSTALGIAS DEL PASADO
EN LA ERA DE LA INDUSTRIALIZACIN
Mara Pilar Poblador Muga
Universidad de Zaragoza
alrededor de los visitantes y les pide limosna. La mayor parte de estos infortunados
van casi desnudos y los mejor vestidos van cubiertos de harapos.
Pero estos, al menos, respiran aire libre; solo en el fondo de los stanos podemos apreciar el suplicio de aquellos a quienes su edad o bien el rigor de las estaciones no permite salir. Lo ms frecuente es que se acuesten todos en el suelo desnudo, sobre restos de paja de colza o de patatas resecas, sobre arena o bien sobre
los mismos restos recogidos con esfuerzo durante el trabajo del da. El vaco en
que vegetan se halla desprovisto por completo de muebles; tan solo a los ms afortunados les es dado disponer de una estufa, una silla de madera y algunos utensilios caseros [].
Un olor indescriptible sala de estos hogares, a cuyo alrededor se vean nios
acurrucados y a menudo metidos de tres en tres en cestos redondos y viejos Raramente el padre de familia hace vida en estas moradas; se apresura a huir de ellas al
hacerse de da para no regresar hasta muy tarde, ya enterrada la noche []. De
21 000 nios han muerto, antes de la edad de cinco aos, 20 7001.
Informe de Adolphe Jrme Blanqui, Des classes ouvrires en France pendant lanne
1848 y publicado en: Ragon, M., Historia mundial de la arquitectura y el urbanismo modernos. I: Ideologas y pioneros 1800-1910, Barcelona, Destino, 1979, pp. 25 y 26.
una correcta educacin y formacin del carcter, para alcanzar el deleite ante
la contemplacin de una obra buena y perfecta2.
Fig. 1. Palacio de Westminster o Parlamento de Londres, construido en estilo neogtico por los
arquitectos Charles Barry y Augustus Pugin, iniciado en 1836 y concluido ms de tres dcadas
despus.
Fig. 2. Exposicin Universal de Pars de 1900: recreacin efmera del Vieux Paris.
As, los gobiernos de algunas antiguas ciudades europeas, para sus edicios
pblicos, optarn por seguir esta corriente de los revivals y trazas neomedievales, como sucede en el Neues Rathaus o nuevo ayuntamiento de Mnich, erigido por Georg von Hauberrisser, entre 1867 y 1874. Proliferando, para la
arquitectura palacial, residencias que parecen sacadas del ms fantstico
cuento de hadas, caso del Castillo de Neuschwanstein en Baviera, popularmente conocido como el del Rey Loco, quien encarg su construccin en 1886
[g. 3], o del Castillo da Pena, en Sintra, no muy lejos de Lisboa. Y siguiendo
estas trazas numerosas arquitecturas domsticas, unas veces hotelitos o villas y
otros edicios de viviendas, llenarn sus fachadas de chapiteles, almenas y
merlones, dragoncillos o cardinas medievalizantes, como si se trataran de un
lugar de encantamiento.
El neogtico triunf no solo en Europa sino tambin en las principales
capitales de Estados Unidos, a pesar de carecer de referentes que sirvieran de
modelo por su reciente fundacin, animadas por el deseo de emular los estilos
preferidos en el viejo continente. Levantando templos como la Trinity Church,
consagrada en 1846, en el neoyorkino barrio de Manhattan o la prestigiosa
Universidad de Harvard, en Masachusettes, fundada en 1636, cuya reforma
Fig. 4. John William Waterhouse, Dama de Shalott, 1888, leo sobre lienzo. Londres,
Tate Britain.
Fig. 5. San Jorge matando al dragn, detalle de la escultura realizada por Eusebi Arnau, para
decorar la portada de la casa Amatller, obra del arquitecto Josep Puig i Cadafalch, en el paseo
de Gracia, Barcelona, entre 1898 y 1900.
tales medievalizantes, aportando una extraordinaria originalidad y modernidad, conformando un estilo propio como solo puede lograrlo un artista
excepcional6. Por este motivo, muchas de sus obras como la casa Vicens o el
Capricho de Comillas tienen un aire morisco; baste recordar los mocrabes del
techo del saln de fumadores o sus encintados de ladrillo y piedra de la fachada
de la citada villa barcelonesa, o el torren a lo minarete de la obra cntabra,
para corroborar hasta qu punto los arquitectos conocan perfectamente los
estilos arquitectnicos, minuciosamente estudiados y analizados durante su
formacin en las aulas de las escuelas de arquitectura e incluso hasta venerados
como expresin de los diferentes ideales de belleza que cada pueblo, cultura o
civilizacin haban aportado a lo largo de la historia. Por este motivo, partiendo de este profundo conocimiento y siguiendo a los principales tericos del
momento, como es sobre todo el caso del gran arquitecto restaurador francs
Eugne Viollet-le-Duc, tambin Gaud utiliza como fuente de inspiracin el
neogtico en obras como la Sagrada Familia, el palau Gel, el palacio Episcopal de Astorga o la Torre Bellesguard.
Sin embargo, el neogtico en escultura, salvo el caso de la funeraria donde
triunf, en numerosas ocasiones no se adaptaba bien al simbolismo, siempre
necesario, para muchos temas y asuntos de los monumentos pblicos, salvo
excepciones como el de plaza de Coln en Madrid, erigido entre 1881 y 1885,
obra de colaboracin entre Arturo Mlida, autor del pedestal neogtico, y
Jernimo Suol, autor de la gura del insigne navegante que preside su plaza.
Incluso para el edicio de La Caridad, Jos de Yarza y Echenique ide un proyecto, que
no se lleg a ejecutar, de estilo neorrenacentista, optndose nalmente por un diseo muy
funcional con toques decorativos modernistas. Vid.: Poblador Muga, M. P., El grupo
escolar Gascn y Marn (1915-1917): Una obra del neorrenacimiento aragons realizada
por el arquitecto zaragozano Jos de Yarza y de Echenique (1876- 1920), Artigrama, 15,
2000, pp. 371-390.
8
Poblador Muga, M. P., La arquitectura regionalista en Aragn. Del regeneracionismo aragonesista al casticismo hispano, en Villar Movelln, A., y Lpez Jimnez,
C. M. (eds.), Arquitectura y Regionalismo, Crdoba, Universidad de Crdoba, 2013,
pp. 361-380.
tambin los hubo en este estilo; pero esta dicultad se incrementa cuando,
adems, las obras que se levantaron slidamente, con afn de permanencia,
tampoco lograron mantenerse en pie, ya que, a las pocas dcadas de erigirse,
fueron demolidas. Unas veces debido a cambios en el gusto, otras arruinadas
por el abandono, y todo ello sumado a una urbe con una poblacin en continuo crecimiento y expansin, provocaron su desaparicin.
Organizada durante las Fiestas del Pilar para contribuir a la solemne consagracin del templo de su Santa Patrona, y que sin lugar a dudas dejaron un grato
recuerdo, que tuvo que perdurar en la memoria de los zaragozanos durante
muchos aos, al tratarse de un paso ms en la culminacin de esta gran empresa
constructiva, un anhelo largamente esperado. Tras la ceremonia religiosa, ociada segn el ritual romano, con la participacin de dieciocho arzobispos y
obispos, entre todos los festejos destac esta gran cabalgata histrica representando la entrada triunfal del rey Jaime I en Valencia, el 28 de septiembre de
1238, y el otorgamiento de sus fueros. El mencionado semanario ilustrado relat
la composicin de manera tan detallada que citaba todos y cada uno de los nombres de los personajes representados y su orden de participacin, proporcionndonos hoy un pintoresco testimonio:
La bandera morisca ondeaba en la plaza de toros, lugar elegido para representar
la ciudad vencida. Un jinete moro, que representaba a Abu-Zeyan, entreg las llaves
de la ciudad.
Abran la marcha los jinetes que representaban a Hugo de Focalquier, maestre
del hospital; a los comendadores de Alcaiz, Calatrava y el Temple, y a los caballeros Guillermo de Aguil, Rodrigo de Lizana, Jimeno Prez de Tarazona y Pedro
Clariana, que asistieron al rey desde el comienzo de la campaa. Seguan las tropas
de Lrida que, desde las ciudades, fueron las primeras en asaltar los muros de
Valencia. Diez hombres de la milicia de Zaragoza, que tocaban el himno o marcha
de Don Jaime I el Conquistador.
Seguan cuatro almogvares y cuatro caballeros de la mesnada real, que se iban
intercalando entre don Pedro Cornel y el mayordomo mayor del reino de Aragn,
llevando el estandarte real; Abu-Abdallah, que, con sus parciales, tambin asisti al
rey desde el principio del sitio; otros cuatro caballeros moriscos y ocho almogvares; los caballeros de conquista don Diego Crespi, que obtuvo el lugar de
Sumarcrcel; don Juan Caro, el de Mogente; don Pedro Arts, el de Ortells; don
Jaime Zapata de Calatayud, el de Sella; don Lope de Esparza, el de Benafer;
don Hugo de Fenollet, el de Genovs; don Alonso Garcs, el de Mascarell; don
Jaime Montagut, el de Tous y Carlet; don Sancho de Pina, el de Benidoleig;
don Juan Valsera, el de Parsent, y don Pedro Vareliola, el de Benifarri; las tropas de
Barcelona y Tortosa; Astruch de Belmonte, maestre del Temple, y los comendadores de Montalbn, Oropesa y Ucls; las tropas de Daroca; don Pedro Amyell,
arzobispo de Narbona; cuatro caballeros franceses; los pro-hombres de Valencia
Ramn Prez de Lrida, Ramon Ramn, Guillermo de Belloch, Pedro Sanz,
Bernardo Gisbert, Toms Garidell, Guillermo Moragues, Pedro Balaguer, Marimn de Plegamans, Ramn Durfort, Guillermo de Lacera y Bernardo Zaplana
(estos prohombres, con varios convecinos suyos, con el rey, los prelados y los nobles,
hicieron el Cdigo para el gobierno de Valencia, que sirvi de base despus para la
Constitucin valenciana), las tropas de Calatayud y Teruel; cuatro guerreros ingleses; diez hombres de la milicia de Zaragoza, que tocaban la marcha que lleva el
nombre del Conquistador; ocho almogvares; el obispo de Zaragoza, don Bernardo de Monteagudo, y el de Barcelona, don Berenguer de Paln, y los caballeros
que asistieron al sitio de Valencia, firmando con el rey y con los prelados,
como testigos, la capitulacin de la ciudad, a saber: el infante don Fernando, to del
rey; don Nuo Snchez, deudo sanguneo del mismo; don Pedro Fernndez de
Azagra, don Garca Ronieu, don Artal de Luna. En Berenguer de Entenza, don
Guillermo de Entenza, don Arotella, Ansaldo de Gdar, Fortuny Aznrez, Blasco
Maza, Roger, conde de Palls, Guillermo de Moncada, Ramn Berenguer de Ager,
Berenguer de Erill, Pedro de Queralt y Guillermo de Sant-Vicens. Seguan las
tropas de Zaragoza y Huesca, don Juan de Pertusa, caballero mayor del rey, y cerraban ocho caballeros de la mesnada real.
La cabalgata fue magnca y el entusiasmo que produjo excitaba a las gentes de
manera que en algunas ocasiones, como si el hecho representado fuera real, guitaban: Viva Don Jaime el Conquistador !9.
Sin duda, su ambientacin medievalizante tuvo que dar una nota pintoresca
y colorista a las calles zaragozanas. En otras localidades espaolas tambin se
celebraban este tipo de eventos, que inundaban con su algaraba y pintoresquismo acontecimientos que se pretendan conmemorar. Aunque lo cierto es que
las cabalgatas histricas constituyen un episodio puntual en Aragn, incluso
olvidado por la memoria colectiva de sus ciudadanos, a diferencia de otras regiones, como es el caso de Valencia y Murcia, donde se siguen celebrando, de hecho
las propias estas de moros y cristianos son sus ms legtimas herederas10.
En cuanto a las arquitecturas efmeras erigidas en la Zaragoza de nales del
siglo xix y comienzos del xx, algunas no todas fueron trazadas siguiendo
9
La Ilustracin Espaola y Americana, ao xvi, nm. 42, Madrid, 8 noviembre, 1872.
<http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-ilustracion-espanola-y-americana-798/>.
10 Muchas ciudades espaolas celebraron cabalgatas histricas, un ejemplo destacado, por
su envergadura y por el material fotogrco conservado, es la celebrada en Sevilla con
motivo de la Exposicin Iberoamericana de 1929; vid.: <http://exposicioniberoamericanadesevilla1929.blogspot.com.es/2010/04/cabalgatas-historica-y-maria-de-las.html>, rememorando la conquista del rey Fernando III el Santo, ideada por el pintor Santiago Martnez. Era habitual que prestigiosos artistas locales, como en este caso, dieran el toque
artstico en el diseo de las cabalgatas, se tratase de temtica histrica o no, de hecho
conocemos los diseos para las carrozas realizados por Antonio Gaud, para Barcelona, o los de
Ricardo Magdalena, para Zaragoza (vid. Hernndez Martnez, A., y Poblador Muga,
M. P., Arquitectura efmera y esta en la Zaragoza de la transicin del siglo xix al xx,
Artigrama, 19, 2004, pp. 155-195.
Fig. 8. La casa de las Brujas o de las Hadas, calle de Gil de Jasa nm. 24, esquina a Alar
del Rey, durante aos sede del Colegio Santo Toms de Aquino (desaparecido), Zaragoza. Foto:
<http://www.rafaelcastillejo.com/zaragoza>.
Fig. 9. Castillo del Dr. Palomar, villa o torre ubicada en la nca que ahora es ocupada por el parque
que lleva su nombre, Zaragoza (desaparecido). Foto: <http://eszaragoza.blogspot.com.es/2011/07/
imagen-del-castillo-palomar-de-zaragoza.html> (coleccin: Miguel ngel Navarro).
chapitel medievalizante [g. 8], muy similar al que todava a duras penas se
conserva, constreido entre amenazantes medianiles que parecen esperar que
acabe su existencia, en la casa de Jos Garca Snchez, en la calle de Lagasca,
desde hace muchas dcadas utilizada como sede del Tribunal de Menores
donde se combina un aire goticista con un estilo modernista inspirado en la
Secession vienesa.13
Y, en segundo lugar, el castillo del Dr. Palomar, propiedad de un prestigioso mdico zaragozano [g. 9]. Sin lugar a dudas, no solo fue durante unas
dcadas una de las ncas o torres ms espectaculares de la capital aragonesa,
hasta el punto de conservarse su topnimo en el parque que todava recuerda
su nombre, sino que quizs fue tambin la ms rotunda y original, aunque
posiblemente no la nica.14 El llamado Castillo de Palomar fue erigido
13 Poblador Muga, M. P., Casa de Jos Garca Snchez, en VV. AA., Francisco Albiana Corral, 1882-1936. Arquitecto, poltico e intelectual, Zaragoza, Colegio Ocial de
Arquitectos de Aragn / Cajaln / Ayuntamiento de Zaragoza, 2004, pp. 98 y 99.
14 Recordamos obras como el proyecto que Francisco Albiana para un encargante llamado Felipe Montori, en la salida hacia la antigua carretera de Teruel, en el barrio conocido por aquel entonces como del Castillo, rmado en 1913 y citado en: Poblador Muga,
M. P., La arquitectura modernista en Zaragoza, Zaragoza, Universidad, Servicio de Publicaciones, Prensas Universitarias, CD-rom, 2003, [tesis doctoral]. En los planos adjuntados
en la licencia de obras, gura una sencilla villa o torre con almenas y merlones de estilo
neomedieval.
15 Prez Snchez, A., Forja modernista, en De lo til a lo bello: Forja tradicional en
Teruel, Teruel, Museo de Teruel (Diputacin Provincial), 1993, pp. 61-75 y 135. Durante
la exposicin, como as puede apreciarse en las fotografas de este catlogo, las piezas de
forja fueron exhibidas, recreando el aspecto de la portada de este establecimiento.
16 Investigaciones llevadas a cabo por la doctoranda Blanca Isasi-Isasmendi, en su trabajo
para la obtencin del DEA (Diploma de Estudios Avanzados), sobre el taller de la familia
Quintana y los rosarios de cristal, continuada en su tesis doctoral sobre las vidrieras artsticas zaragozanas de la transicin del siglo xix al xx. Vid.: La vidriera artstica zaragozana:
Talleres Quintana y los Rosarios de Cristal, Artigrama, 27, 2013.
Con estas declaraciones, Baudelaire abandonaba la que haba sido una de las
principales fuentes de inspiracin artstica para convertir a la ciudad, a Pars, en
el escenario de sus composiciones poticas; tal y como, a su entender, deba plantearse el artista moderno. Poco importaban las crticas que recibi. Porque el
Pars del poeta maldito, el protagonista de Las ores del mal, era, en palabras de
Walter Benjamin3 y del propio Baudelaire, una [] gran planicie donde el fro
viento juega [], las casas en las que la bruma alargaba la altura, simulando
los dos muelles de un ro crecido, el amontonamiento de palacios nuevos,
1
Baudelaire, CH., El Spleen de Pars (1862), Trad. E. Olsina, Barcelona, Fontamara,
1981. Parte de los poemas que contiene ya haban sido publicados en 1857 en la primera
versin de Les Fleurs du Mal.
2
Baudelaire, CH., El conteor del artista, El Spleen, op. cit., p. 19.
3
Notes sur les Tableaux parisiens de Baudelaire fue el ttulo de una conferencia impartida por Benjamin en mayo de 1939 en las Dcades de Pontigny. Vid. Monnoyer,
J. M. (ed.), Walter Benjamin. crits franais, Paris, ditions Gallimard / NRF, 1991, pp.
235-240.
andamiajes, edicios, viejos suburbios; en sntesis, una ciudad en plena transformacin. Muy distinto, por lo tanto, al elogiado por Vctor Hugo en 18674.
Bajo esta nueva bandera y aclamado por sus numerosos aclitos, Baudelaire se
convirti en el neur, el paseante aparentemente ocioso que callejeaba por la ciudad, observaba y describa, siguiendo de nuevo a Benjamin: [] al asesino, el
trapero, el mrtir y tambin la prostituta, la dama criolla, la Beatriz o las que
llama mujeres condenadas []; la poblacin marginal en cualquiera de sus formas.
Comenzaba entonces una etapa literaria, cuya traslacin plstica fue inmediata. Porque, casi al mismo tiempo, los pintores de la vida moderna ensayaron
un nuevo repertorio icnico en el que la ciudad y el complejo universo en ella
contenido ocuparon un papel estelar. Hasta el punto de convertirla en un smbolo que los artistas utilizaron con deleite a lo largo de un amplio periodo de
tiempo: el que alumbr las grandes transformaciones artsticas producidas
durante el tiempo de las vanguardias.
Los amantes escenarios poco tenan que ver, sin embargo, con las evocadoras ciudades que poblaban los fondos de los primitivos amencos o con las
sugerentes atmsferas urbanas y paisajsticas que recrearon los pintores renacentistas italianos. Tampoco con los paisajes ensoadores y arquitecturas preciosistas que les precedieron.
Ni tan siquiera mantuvieron demasiadas vinculaciones formales y conceptuales entre s. Los jvenes adalides de la modernidad que siguieron la consigna del neur parisino ensayaron maneras estticas distintas, que se fueron
sucediendo en el tiempo en el territorio europeo que, poco a poco, abandonaba los antiguos regmenes polticos para adentrarse por el sendero de la
modernidad. Y en lgica consecuencia, convirtieron a sus ciudades en smbolos
distintos en funcin de su ideologa potica y existencial.
Primero fueron douard Manet y algunos de sus coetneos quienes hicieron de la vibrante ciudad del Sena su fuente de inspiracin. Pero al comenzar
el siglo xx, irrumpieron en la escena pictrica las nuevas ciudades industriales
como la emergente Barcelona de la mano del joven Picasso; las industriosas
Miln y Turn de los futuristas; la Roma eterna o la resplandeciente Ferrara
recreadas por los metafsicos De Chirico y Sironi, que poblaron sus silentes
arquitecturas clsicas de autmatas y maniques. Unos maniques que, de
tanto en tanto, asomaban tambin entre las calles del Berln escenario de los
prodigios, de la nueva metrpolis que, primero, los patticos y, esencialmente,
Grosz, emplearon como recurso simblico entre sus cidas y delirantes imgenes; incluso cuando ya avanzado el tiempo, la nueva objetividad se apropi
tambin de la ciudad. Imgenes onricas y surreales creadas por Delvaux para
narrar sus ensoaciones urbanas en aquella Bruselas de atmsfera gris. Imgenes fras y veraces del Nueva York nacido tras la gran depresin compuestas
por Hopper. E imgenes todava ms duras, como las concebidas de nuevo por
Pablo Picasso, que rompieron el smbolo urbano en mil pedazos.
Baudelaire, CH., Sueo parisiense. A Constantin Guys, Las Flores del mal, Madrid,
Alianza Editorial, 1997, pp. 149-151.
7
Marchesseau, D. (dir.), Constantin Guys, Fleurs du mal, catlogo, Pars, Muse de la
Vie Romantique, 2002.
Fig. 1. Edouard Manet, Msica en las Tulleras, 1862. Londres, National Gallery.
rmado por Baudelaire; o que, segn Antonin Proust, el poeta soliera acompaar a Manet en sus visitas a Las Tulleras, a donde acuda [] prcticamente
todos los das, de dos a cuatro de la tarde, para realizar sus estudios al aire
libre, bajo los rboles []. Baudelaire suele ir con l8. Lo cierto es que semejantes visitas deban llamar la atencin, pues acuda con su caballete y ataviado
con la elegancia que acostumbraba. Luego mostraba los bocetos que haba realizado en su tertulia habitual.
Parisino de pura cepa, en palabras de Franoise Cachin, de esos que llamaban en aquella poca un boulevardier o un neur. Toda su vida acudi a
pasear un rato, por las tardes, a los elegantes cafs de principios de la dcada de
1860 [], Manet represent y simboliz como ningn otro pintor el Pars
moderno, la nueva sociedad emergente.
Su Msica en las Tulleras [g. 1], pintado en 1862 y expuesto por vez primera al ao siguiente en la galera Louis-Martinet, constituye, como es bien
La cita de Antonin Proust, fechada en 1897, ha sido tomada de Cachin, F., Introduccin a Manet, en Mena, M. (com.), Manet en el Prado, catlogo, Madrid, Museo del
Prado, 2003, p. 32.
sabido, una de las obras ms notables del artista y una de las ms signicativas
para la historia del arte y para nuestra reexin.
Representa el ocaso del Pars aristocrtico, de aquel Segundo Imperio que
tocaba a su n, presidido por la emperatriz Eugenia de Montijo, gran amante
de la cultura y patrocinadora de muchas de las gentes que se dieron cita en el
lienzo; incluido el propio Baudelaire, a quien defendi cuando fue encausado
por publicar sus Flores del mal. Y el inicio de una nueva era.
En aquella sociedad cambiante que retrata Manet, las Tulleras se abran al
pblico tres das a la semana y, en ocasiones, se poda escuchar msica. Ese
momento preciso, aunque la msica no sonase en la exquisita composicin, es
el que Manet reeja en el lienzo, en el que, en distintos grupos y como si de
una secuencia fotogrca se tratase, aparecen personas relacionadas afectivamente con el pintor; personalidades harto representativas de la cultura ms
avanzada que, poco a poco, iba instalndose entre los parisinos. Junto a Manet,
retratado de pie y ataviado elegantemente con sombrero de copa y barba, aparecen su hermano Eugne y su madre. Tambin una de sus modelos favoritas,
Victorine Meurent, representada en obras como La cantante de las cerezas o
Desayuno sobre la hierba; el propio Baudelaire, de perl y en actitud taciturna; un antiguo compaero de estudios del pintor: Balleroy; el escritor
Zacharie Astruc, el pintor Henri Fantin Latour, el barn Taylor, gran conocedor y defensor del arte espaol; escritores como Jules Husson Champeury o
Thophile Gautier; el compositor Jacques Oenbach junto a su esposa y
Madame Lejosne, en cuyo saln Manet conoci a Baudelaire, y Madame
Loubens, las dos guras femeninas centrales situadas junto al pintor y ataviadas con un vibrante amarillo que obliga al espectador a contemplarlas, al igual
que hacen ellas. Ambas, cuales antiguas mecenas, desempearon un papel
estelar en la modernizacin artstica del momento. Manet pint a lo ms granado de la elite intelectual parisina, en una actitud amable y feliz, como corresponda a los nuevos tiempos que soplaban con fuerza frente al Imperio agonizante; una poca que, de ser ciertas algunas teoras, estaba representada en el
lienzo por la propia emperatriz Eugenia de Montijo que, en contraposicin
con la apabullante presencia de las dos damas citadas, aparece menos visible,
sentada y sin mirar al espectador, en un plano distinto aunque no secundario.
A travs del tro de damas, la contraposicin entre una y otra poca cobra un
carcter simblico.
En Msica en las Tulleras, Manet pinta el espectculo de la vida elegante y
de las miles de efmeras existencias que otan en los laberintos de la gran
Baudelaire, CH., LHroisme de la vie moderne (1846), Cachin, F., Manet 18321883, catlogo, Pars-Nueva York, 1983.
10 La frase es del crtico Saint-Victor. Vid. Mena, M. (com.), Manet, op. cit., p. 173.
Fig. 2. Edouard Manet, La rue Mosnier con banderas, 1878. Los ngeles Museo J. Paul Getty.
brillante a la luz del sol, fue representado bajo un cielo grisceo, plomizo, en el
que, como apunta Manuela Mena, casi ninguno de los personajes representados contemplan los edicios en construccin, sino que charlan, montan a
caballo, pasean, ajenos al gran espectculo, mientras los operarios prosiguen
con sus tareas de adecentamiento. La pintura, lejos de constituir un canto al
magno acontecimiento, se limita a reejar el momento. Y como Manet no era
adivino, no poda suponer los terribles acontecimientos histricos que empaaron la inauguracin de la exposicin; por cuanto su distanciamiento pictrico quiz pueda deberse a su exclusin del gran certamen.
Una idea similar, aunque por distintos motivos, propici otros dos lienzos
en los que la parisina rue Mosnier, bien conocida para Manet pues sus ventanas del estudio de la rue de Saint-Petersbourg daban a ella, se convirti de
nuevo en smbolo del Pars moderno, en construccin, que iba a celebrar una
nueva exposicin Universal: la de 1878. Me reero a Pavimentadores en la rue
Mosnier y La rue Mosnier con banderas [g. 2], ambos fechados en aquel 1878,
en los que la alegra festiva que parecen preludiar las ondeantes banderas se
troca en un instante amargo al incluir al invlido que avanza trabajosamente
por la calle y cuya cojera parece que fue producida en los terribles acontecimientos vividos en el Sitio de Pars y en la represin de la Comuna, el movimiento que gobern la ciudad entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871.
De nuevo Manet convirti a la ciudad de Pars en un smbolo de los acontecimientos histricos.
Fig. 3. Pablo Picasso, Los tejados de Barcelona, 1903, Barcelona, Museo Picasso. Pablo
Picasso, VEGAP, Zaragoza 2014.
1896, entre 1901 y 1903 sus queridos terrats compartieron la dureza y el dolor
que caracteriz el trabajo picassiano durante el conocido como periodo azul.
Solo que ahora era la propia ciudad la que emerga como smbolo del desamparo, de la desazn, que pareca inundar su alma.
Fue as como compuso sus Tejados azules de 1901, en los que parece ir olvidando sus pinceladas sueltas de colores intensos para adentrarse en el universo
azul y mostrar los tradicionales tejados, entre los que se yerguen humeantes
chimeneas industriales. Tambin Azoteas de Barcelona fechada en 1902, en la
que las alusiones a la ciudad pintada por el Greco son ms que evidentes. Y Los
tejados de Barcelona [g. 3], pintado al ao siguiente, que constituye toda una
sinfona de planos que bien podran anteceder su lenguaje cubista, como ya ha
sido puesto de maniesto, y en el que tan solo reej los terrats, convertidos en
el nico horizonte visual que se ofrece al espectador desde las azoteas, en una
gama azul intensa que parece confundirse con el cielo. Para componer los dos
ltimos, el malagueo se sirvi de un privilegiado observatorio: el de su estudio de la Riera de Sant Joan, nmero 17, para ofrecer una imagen urbana verdaderamente simblica que, al margen de cualquier consideracin estilstica,
muestra una perspectiva desoladora de la ciudad. De aquella Barcelona en la
que se haban construido resplandecientes edicios modernistas como el Palacio Gell, mientras los alrededores seguan poblados de precarios edicios.
Y aunque entre las pinturas se perciban diferencias formales sustanciales, en
las tres se evidencia el reverso de la ciudad al que aluda. Frente a los precisos
Fig. 4. Umberto Boccioni, Talleres en Porta Romana, 1909. Miln, coleccin particular.
en los que los humos de colores grises provenientes de las chimeneas industriales, las irisaciones multicolores provocadas por la luz elctrica resplandeciente
sobre las aceras embaldosadas, y las luces emergentes de los fastuosos escaparates trufaban las zonas periurbanas y las ampliaciones urbanas de ciudades
como Roma, Miln o Turn.
Especialmente elocuentes para el asunto que nos concierne fueron las
pinturas de Umberto Boccioni (1882-1918) que, ya en 1909 y como preludio a La citt che sale, compuso algunas sugerentes obras como Periferia,
Strada di periferia con cantieri edili, La maana y Talleres en Porta Romana,
en las que las zonas periurbanas de la ciudad moderna se convirtieron en
protagonistas de una suerte de crtica velada a los avances del progreso;
en la lnea de la que cinco aos antes apuntaba Giacomo Balla en La giornata
delloperaio.
De todas ellas, Talleres en Porta Romana [g. 4] es quiz la ms signicativa;
desde luego la ms interesante para nuestra reexin. Considerada como una
piedra angular del primer futurismo, aunque todava contenga retazos del divisionismo ya languideciente, Boccioni la concibi cual peculiar elega personal
del Miln industrial. Representa una escena que el pintor acostumbraba a contemplar cotidianamente pues viva junto a ese mismo escenario: el amanecer de
aquella zona periurbana milanesa en la que todava convivan extensos y coloristas campos de labor con potentes fbricas industriales y altos edicios en
construccin. Un amanecer en el que se entremezclan, a base de una esplndida
Fig. 5. Umberto Boccioni, La citt che sale, 1910. Nueva York, Museo de Arte Moderno.
paleta de colores, los trabajadores que acudan a las fbricas con los campesinos
que tambin iniciaban su trabajo ayudados todava por los caballos, un animal que, poco a poco y a diferencia de lo que auguraba Marinetti, se convirti
por deseo de Boccioni en el nexo de unin entre el antiguo y el nuevo mundo.
Se trata de la misma exaltacin nostlgica de la ciudad moderna que recre
en La maana y que al ao siguiente convirti en smbolo de la urbe futurista
con su vibrante La citt che sale [g. 5]; un lienzo clebre por considerarse la
primera obra futurista y por su simbologa que, bajo unas premisas estticas
distintas, repite, salvo por el dinamismo y el movimiento que la caracteriza, la
idea subyacente en Talleres en Porta Romana. De nuevo, el despertar de la periferia urbana milanesa, en la que convive la nueva sociedad industrial (un edicio en construccin, repleto de andamios en los que los obreros comienzan su
tarea), con las formas de vida tradicionales entre cuyas imgenes destaca la del
caballo; solo que Boccioni lo emplea como animal de carga poniendo de maniesto el inters del pintor por aunar la naturaleza y la tcnica en contraposicin al maquinismo, defendido por Marinetti. Porque para Boccioni, como
para Carr, la fuerza del caballo seala el camino hacia el futuro; de la misma
manera que los obreros aportan su fuerza fsica a la dinmica de la nueva sociedad y de la pintura. En el fondo, Boccioni todava evidencia ese cierto compromiso social que manifestaba Pellizza da Volpedo.
Ciudades restallantes de color y plenas de dinamismo siguieron protagonizando las obras del calabrs. Y entre ellas, por lo que de pictrico y simblico
contienen, merece la pena destacar tres lienzos fechados en 1911 en los que
Boccioni evidencia como la gran ciudad es capaz de albergar formas de vida y
gentes distintas; y esa constituye su diferencia esencial frente a otros de sus
compaeros de viaje.
Me reero a La calle penetra en el edicio, en el que preside la escena una
gura femenina, vista de espaldas, que invita al espectador a contemplar el
fragor de la gran ciudad; una pintura concebida cual escenario dinmico en
el que singulares edicios modernos dotados de cristales luminosos y balcones abiertos cobijan a las amas de casa que observan el ajetreo de los trabajadores.
Una idea similar, tanto en contenido como en simbolismo, caracteriza a
Visiones simultneas; solo que en esta ocasin la composicin muestra una tensin mayor. O a Las fuerzas de una calle, un lienzo en el que Boccioni prescinde de los ciudadanos para representar una ciudad hostil, plagada de luces
articiales que surcan y hostigan las calles, atravesadas por los rpidos tranvas
que, igualmente, destilan potentes luces; cual escenario atormentado.
Giorgio de Chirico siempre ha estado obsesionado por este sentimiento de la
arquitectura, por el sentido lrico y solemne que tienen las plazas, las torres, las
terrazas y todas las construcciones que forman una ciudad [].
La frase, escrita por el propio pintor en 1922 bajo el pseudnimo de Giovanni Loreto, no hace sino conrmar lo que sus imgenes reejaban desde
haca ms de una dcada. Desde que al inicio de los aos diez el griego errante
se adentr por la senda de la metafsica, una tendencia que contradeca la vertiginosidad que el futurismo defenda todava por aquellas fechas.
Una nueva esttica en la que las plazas (El enigma de la partida de 1914, por
ejemplo), los prticos (Ariadna y El viaje angustioso de 1913, El enigma de la
partida de 1914), las torres (La torre de 1913 o La gran torre de 1915), los edicios clsicos, antiguos y modernos, repletos de innovaciones y fracturas estticas, los objetos y maniques (El adivino, 1914-1915, Prospettiva con giocattoli,
de 1915), las estatuas y personajes diversos (El enigma del poeta o Misterio y
melancola de una calle, de 1914) fueron deniendo paisajes urbanos silentes
y mrbidos, de lneas rectas y puras, surreales y angustiosos, ciudades imaginarias, clsicas, mediterrneas, sobrecogedoras e incluso pavorosas, a travs de
una gama cromtica que conjugaba pasado y presente, antigedad clsica y
tiempos modernos; poco importaba si eran plazas romanas, prticos turineses,
boloeses, orentinos o venecianos.
Semejante denicin sintetiza a la perfeccin el carcter trgico y angustioso de sus ciudades, de sus arquitecturas.
15
Sobre las relaciones entre la literatura y la pintura dechiriquiana, vid., por ejemplo,
Siciliano, E., Sogno di letteratura, sogno di pittura, Arte Italiana. Presenze 1900-1945,
catlogo, Miln, Bompiani, 1989, pp. 103-112.
16 Entre las publicaciones que mejor analizan la arquitectura urbana de De Chirico es
preciso citar las siguientes: Contessi, G., Il luoggo dell immegine. Scrittori, architetture,
citt, paesaggi, Bergamo, Lubrina, 1989, y El siglo de Giorgio de Chirico. Metafsica y Arquitectura, catlogo, Valencia, Institut Valenci dArt Modern / Skira, 2007.
17 De Chirico, G., Sullarte metafsica, Valori Plastici, IV-V, abril-mayo, 1919,
pp. 15-18.
Se entender, por lo tanto, que cuando en 1917 pint Las musas inquietantes
[g. 6], el pintor no hizo sino reejar el triste estado de nimo que su enfermedad y el paso por el hospital militar de Ferrara le provocaron. Esa inquietante
plaza pblica, concebida como una gran pasarela sin apoyos estructurales que la
auxilien, en la que unas irnicas guras concebidas entre estatuas clsicas y
maniques surreales reposan sobre cajas y plintos de fuertes colores, con el castillo de ladrillo rojo que la familia Este mand construir en Ferrara al fondo y
unas torres industriales a su lado, compendian el atroz estado de nimo que
atravesaba en aquellos momentos.
Ni las sugerentes imgenes arquitectnicas representadas, en las que se
conjuga el glorioso pasado con el ms estricto presente, ni las impasibles e
irnicas perversiones escultricas, en las que de nuevo el pasado clsico y el presente maquinista se funden al tiempo que los colores hacen lo propio, impiden
que la inquietud se aduee del espectador; del desasosiego que late en el corazn del pintor, extrao ante la moderna sociedad que le rodea, solo ante una
existencia que considera angustiosa.
Su desasosiego, su angustia, no parece provenir nicamente de la enfermedad que padeca. A ello contribuy, sin duda, el extraamiento de su ser griego
ancado en Italia y el existencialismo del hombre moderno que De Chirico
comparta con Nietzsche, DAnnunzio, incluso con Freud. Porque, como ya
ha sido puesto de maniesto, el mismo ao en que De Chirico explicaba su
esttica metafsica relacionando [] el aspecto fantasmagrico, melanclico,
terrorco o siniestro de cosas o situaciones cotidianas y conrmando [] el
inevitable extraamiento, el alejamiento al que las escenas ms prximas pueden
estar sometidas, si desaparecen los vnculos que la memoria o la experiencia
establecen []18, Freud publicaba en la vienesa revista Imago un ensayo sobre
el concepto de Lo siniestro [] donde igualmente se habla de una experiencia
subjetiva y psicolgica: el lsofo describe un paseo bajo el sol de medioda
por las calles tranquilas de una pequea ciudad italiana, es decir, se trata de
una situacin agradable, cuando de repente surge amenazadora y enigmtica,
extraa []19. Precisamente el concepto de lo siniestro acuado por Freud,
producido al desvanecerse los lmites entre fantasa y realidad, es el que parece
emplear De Chirico en su novela Hebdmeros, publicada en francs en 1929,
en la que el protagonista, el propio pintor, semeja un arquetipo del hroe del
siglo xx que, al igual que Homero, viaja a travs de las ciudades clsicas, convertidas en smbolo de la tragedia griega y del extraamiento existencial del
hombre moderno.
Las tendencias artsticas se sucedan en aquella Italia pletrica de novedades,
y la ciudad continu ejerciendo un extrao magnetismo sobre los creadores.
Tambin sobre los protagonistas del retorno al clasicismo (Leonardo Dudreville,
Achille Funi, Luigi Russolo y Mario Sironi) que en enero de 1920 publicaban
en Miln su ya famoso Contro tutti i ritorni en pittura, que constituy el pistoletazo de salida de aquella nueva aventura esttica que devino en el Novecento.
Uno de sus principales artces fue Mario Sironi (1885-1961) que, como
no poda ser de otra manera, hizo de la ciudad uno de sus referentes simblicos ms importantes. Alumno de Balla, desde que comenz a pintar bajo el
manto protector de los futuristas convirti a la ciudad industrial en su principal fuente de inspiracin. El camin, pintado entre 1914 y 1915, y Composi-
18
Fig. 7. Mario Sironi, Paisaje urbano con camin, 1920-23. Mario Sironi, VEGAP,
Zaragoza 2014.
cin con hlice, de 1915, constituyen un buen ejemplo de ello. Tras una corta
etapa metafsica, abander lo que se ha dado en llamar Novecento, un lenguaje artstico plagado de evocaciones clsicas, pasadas por el tamiz de la
modernidad, denidas con formas geomtricas sintticas, casi silentes, de
agudos colores, con la ciudad moderna como protagonista absoluta; una
esttica en consonancia con ese canto a la gran pintura y a la nacin italiana
que convirti a estos creadores en los mejores representantes del rgimen
mussoliniano.
Las arquitecturas urbanas de Sironi, en las que se funden reminiscencias
histricas y modernidad, son deudoras de la potica dechiriquiana, solo que
provistas de un matiz mucho ms alegrico, ms simblico incluso, que enlazan a la perfeccin con la retrica fascista. Y, en palabras de una de sus mejores
conocedoras, Margherita Sarfatti, que vivi en primera persona el nacimiento
del Novecento y su relacin con la historia de la Italia moderna y fascista: la
tragicit e quella che chiama, con espressione nietzscheana e dannunziana,
la gloricazione [], constituyen sus dos caractersticas esenciales.
En efecto, las ciudades de Sironi son espacios urbanos trgicos, perifricos
las ms de las veces, poblados por fros equipamientos fabriles, sobrios y
humeantes, en plena actividad, y por las viviendas modernas construidas en
materiales pobres, sin ornamentacin alguna, al igual que sus plazas y sus
El texto, resumiendo los objetivos de la pintura de Meidner y los patticos fue escrito
por Jakob Steinhardt en 1913. Vid. Arnaldo, J., 1914! La Vanguardia y la gran guerra,
catlogo, Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza / Fundacin Caja Madrid, 2008, p. 78.
As dena George Grosz (1893-1959) a Berln, conocida por aquel entonces entre la intelectualidad ms comprometida bajo el sobrenombre de Moloc,
esa divinidad descrita en la Biblia a la que el pueblo hebreo ofreca en sacricio
a sus hijos; una ciudad salvaje y desquiciada, segn la descripcin que Gustave
21
Meidner, L., Instrucciones para pintar la gran ciudad, 1914, en Gonzlez, A.,
Calvo Serraller, F., y Marchn, S., Escritos de arte de vanguardia 1900/1945, Madrid,
Istmo, 1999, pp. 115-118.
22 Con el ttulo de Un s menor y un No mayor Grosz public su autobiografa en Hamburgo en 1955. Vid. Grosz, G. Un s menor y un No mayor, Madrid, Anaya, 1991, p. 176,
y el interesante artculo de Lesmes, D., Georges Grosz y los malos humos de Moloc,
Anales de Historia del Arte, 16, 2006, pp. 342.
23
poniendo una camisa de fuerza hecha de una manta de caballo a un soldado violento. Dibuj un esqueleto vestido de recluta examinndose para el servicio militar. Tambin escrib poesa 25.
mano, contempla la calle dando la espalda al cliente que la espera sentado sin
apercibirse tampoco del suicidio que bien podra haber presenciado. El suicidio se convierte en un acontecimiento ms de cuantos parecen acontecer en la
vibrante y colorista ciudad de Berln.
Tambin en su magnca Metrpolis [g. 9] que, como decamos hace algn
tiempo actualiza la crtica subyacente en el Aquelarre goyesco, sustituyendo
aquella turba decimonnica por una masa de ciudadanos modernos que, presos del pnico, de la furia, de su propia culpabilidad, se entrecruzan, corren
despavoridos por un vertiginoso ddalo de calles de aquel Berln salvaje, el de
la Gran Guerra26. Desde una posicin revolucionaria y con su caracterstica
paleta asesina, como l la denomin, de azules y rojos, Grosz sentencia la
monstruosidad de aquella burguesa moderna; de una nueva clase social que,
desprovista de cualquier resabio de honestidad, era capaz de contemplar, desde
26
los estruendosos cabarets, asesinatos, suicidios de quienes haban sido cmplices en aquel nuevo y horrible conicto blico. Metrpolis, como ya se ha explicado en numerosas ocasiones, semeja un escenario apocalptico, un
hormiguero presidido por la confusin, en el que los viandantes, esos seres sin
rostro, pasean, corren sin saber muy bien a dnde van; quiz huyendo de s
mismos porque la locura se ha apoderado del mundo. Grosz convierte a Berln
en un hervidero de gente, que muestra al espectador mediante una forzada
perspectiva, en el que se entremezclan diferentes clases sociales: campesinos,
caballeros provistos de sombrero, bastones o birretes, siniestros hombrecillos,
junto con sus habituales prostitutas y sus recurrentes perros, entre cafs, coches, carros fnebres cual magnca y desesperanzada panoplia urbana.
Una interesante panoplia urbana y humana que Grosz elev al paroxismo
en Explosin, pintado en 1917, y que al concluir la guerra volvi a representar.
Solo que con menor virulencia, aunque con idntica acritud.
El Berln de la posguerra cambi su atmsfera, su color, incluso su velocidad, pero la stira y la caricatura de Grosz permanecieron indelebles en su
espritu y en su paleta. Sucede en Autmatas republicanos o en El jugador de
dibolo, ambas pintadas en 1920, en las que la impecable ciudad y sus geomtricos y precisos edicios han convertido a sus habitantes en meras marionetas,
en caricaturas del ser humano. O en su terrible y silenciosa Escena callejera,
fechada ya en 1925, cuando Grosz, aquel portaestandarte del expresionismo,
abraz la nueva objetividad: la tendencia artstica de moda.
Semejante frase, enunciada por el periodista Grard Valet con una enorme
dosis de sarcasmo, podra resumir los asuntos esenciales de la produccin artstica del belga que, al inicio de los aos treinta, se adentr por una suerte de
pintura metafsica movido, sin duda, por la impresin que le produjeron las
27
Ghne, P., y Anrieu, P., Paul Delvaux raconte, Nivelles, Editions Havaux, s. f.,
p. 51. Mi reconocimiento al Dr. Ghne por permitirme conocer un poco mejor a Paul
Delvaux.
Fig. 10. Paul Delvaux, La Ville endormie, 1938. Coleccin particular. Paul Delvaux,
VEGAP, Zaragoza 2014.
No es extrao, por lo tanto, que la melancola y la carga onrica que presiden todas y cada una de las composiciones ferroviarias de Delvaux provengan
de aquella pasin infantil por los viajes y por las lecturas de Julio Verne, que
tanto parecan complacerle. Y que convirtiera las estaciones en un smbolo de
sus ensoaciones infantiles con esa melancola que produce el paso del tiempo.
Quiz esa misma melancola es la que le condujo al universo icnico de las
ciudades, silentes y misteriosas, estancadas en el tiempo y a la vez evocadoras
de un pasado ya lejano. Muy en la lnea, deca, de la potica metafsica del
griego ancado en Italia. Precisamente el silencio parece ser el hilo conductor
entre sus ciudades y las de De Chirico, una opinin validada por el propio
Delvaux quien, muchos aos despus, armaba:
Ce nest pas la ct mtaphysique de loeuvre de De Chirico qui ma marqu,
cest essentiellment le mystre des rues dsertes, les ombres, le soleil []. Il y a l
une posie du silence extraordinaire []. Les sujets mtaphysiques sont moins
mouvants, moins potiques [], ils ont dj plus tendence se rapprocher de la
littrature []29.
Las suyas, deca, son ciudades desiertas, que hunden sus races en la antigedad clsica a travs de los singulares y hermosos edicios que las ocupan;
transitadas tantas veces por mujeres desnudas, hombres corrientes, ensimismados, sin relacin entre ellos, ya que [] Les gures sont dans le tableau
comme des gurants et ils nont aucune raison de se rapprocher ou de se regarder parce que cela najouterait rien au contraire []30.
Ciudades melanclicas que, a mi entender, comparten tambin un sedimento literario; quiz en la lnea, como ya se ha dicho, de T. S. Elliot y su The
Waste land, quien tambin estuvo tentado, como Delvaux y tantos otros artis28
29
30
Ibidem, p. 15.
Ghne, P., y Anrieu, P., Paul Delvaux, op. cit., p. 35.
Ibidem, p. 51.
Fig. 11. Edward Hopper, Temprano en la maana de domingo, 1938. Nueva York, Museo
Whitney de Arte Estadounidense.
tas y escritores de por aquel entonces, por la experiencia fascista. No hay que
olvidar que tras Palais en ruines de 1935, cuya relacin con La melancola del
da de 1913 de De Chirico es muy evidente, o La Huida, pintada al ao
siguiente, Delvaux visit Italia y en 1938 y 1939 compuso La Ville endormie
[g. 10] y Pygmalion.
La pesimista Nueva York descrita en 1925 por John Dos Passos en Manhattan
Transfer parece anticiparse a las fras y sombras imgenes con que Edward
Fig. 12. Pablo Picasso, Guernica, 1937. Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina
Sofa. Pablo Picasso, VEGAP, Zaragoza 2014.
TEATRO DE LA CRUELDAD
Miguel Cereceda
Universidad Autnoma de Madrid
La pervivencia del modelo de la crueldad antigua en la cultura contempornea resulta realmente inquietante en las manifestaciones de violencia extrema y
espectacularizada de que hacen uso las guerras de narcotracantes en Mxico o
la insurgencia guerrillera en pases como Irak, Afganistn, Libia o Siria. Al
modelo de atentado, televisado en directo para todo el mundo, establecido a
partir de los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, le ha seguido una extraordinaria atencin de los grupos terroristas
internacionales por la representacin espectacularizada de sus propios atentados. Particular inters tiene a este respecto el dispositivo publicitario desplegado
por los terroristas mexicanos, relacionados con el narcotrco. En especial en lo
relativo a la disposicin de los cuerpos de las vctimas, de sus cabezas o de sus
miembros amputados, y en lo que se reere a los mensajes dejados al enemigo,
en forma de narcomantas, de inscripciones, pintadas o billetes.
As, el 14/07/2009 la Agencia Efe difunda la siguiente noticia:
La tarde del lunes fueron hallados en el municipio de La Huacana, ubicado a 570
kilmetros al oeste de la capital mexicana, los cuerpos apilados de 11 hombres y
una mujer, maniatados y asesinados a tiros, junto a una autopista del estado de
Michoacn. Los crmenes fueron ordenados por Servando Gmez Martnez, alias
La Tuta, quien por esa fecha asumi el control operativo de La Familia. Esta
organizacin inaugur en 2006 en Mxico la prctica de decapitar a sus rivales.
Fig. 1. Cuerpos apilados de 11 hombres y una mujer, maniatados y asesinados a tiros, junto a una
autopista del estado de Michoacn, en el municipio de La Huacana, el 14/07/2009. Foto Agencia Efe.
fueron quienes colocaron sobre el cadver semidesnudo y ensangrentado del narcotracante billetes y objetos diversos. Las fotografas dieron la vuelta al mundo y
pusieron en cuestin la tica de las autoridades mexicanas respecto a su tratamiento
del cuerpo, acribillado a balazos por integrantes de la Armada, tras un enfrentamiento que dur horas.
Este tipo de mensajes, llamados narcomantas, han solido acompaar habitualmente estos dispositivos del horror, instalaciones artsticas de cuerpos
humanos descuartizados, presentados a modo de escaparates de carniceras o
en las formas ms fantasiosas. El 13 de agosto de 2011 el Crtel de Sinaloa
dejaba uno de estos recados espeluznantes a sus enemigos con dos ollas gigan-
tes (en realidad dos baldes) que contenan los cadveres horriblemente amputados de otros dos sicarios, preparados al estilo de un plato tpico de la regin,
que se llama el pozole, una sopa que contiene carne de cerdo, condimentada
con granos de maz, pepino, cebolla y rbanos.
Todo ello nos lleva a reexionar sobre la crueldad contempornea y sobre la
pertinencia de una categora tan antigua como la de la crueldad para diagnosticar la cultura contempornea. Crudelitas, la palabra latina de la que la
Fig. 4. Cadveres pozoleados dejados el 13 de agosto de 2011 por el Crtel de Sinaloa sobre
la autopista Tepic-San Blas.
crueldad deriva su nombre, est emparentada y procede seguramente de crudus, que ms que crudo, quiere decir propiamente sangrante. Lo que, si
tomamos en serio esta relacin, vendra a mostrar la sorprendente pervivencia
de la imagen de la sangre, para el anlisis de la cultura contempornea.
Ello por su parte nos obligar a reconsiderar la relacin que este concepto
de la crueldad mantiene con el concepto kantiano de lo sublime terrible, con el
concepto freudiano de lo siniestro o incluso con el concepto que el lsofo
italiano Omar Calabrese dio en llamar neobarroco.
No quisiera en modo alguno entrar en una mera disputa de trminos, por
ver si el concepto de lo sublime kantiano, el de lo siniestro freudiano, el de lo
neobarroco de Calabrese o el ms generalmente aceptado de postmodernidad
resulta ms o menos adecuado para pensar nuestro tiempo, sino que quisiera
ms bien seguir este hilo conductor de la tradicin romntica europea y de sus
extraas secuelas con el desprecio de la belleza y la fascinacin por lo perverso, lo morboso, lo excesivo y lo terrible, por ver hacia dnde nos lleva en
nuestro diagnstico de la cultura contempornea.
In the catalogue essay about Burdens television pieces, writer David Ross says, Burden
has always been interested in [] television as technology, as social force, as drug, as the
mirror of an alienated culture []. Burden believed that he and his work must nally
function within the real world.
Encerrarse en una taquilla como obra de arte ya resultaba bastante sorprendente, pero qu sentido tena hacerse disparar un tiro sobre el brazo izquierdo?
Tena aquel autofusilamiento algn sentido sacricial? El propio artista armaba
que realiz aquella accin como una protesta contra la guerra del Vietnam:
Vietnam tiene mucho que ver con esta accin titulada Disparo. Pues se ocupaba de la diferencia que hay entre el modo en que la gente reacciona ante los soldados tiroteados en Vietnam y cmo reacciona frente a los actores de ccin sobre los
que se dispara en la televisin comercial. Haba muchos chicos de mi edad que
haban sido heridos en Vietnam, y en casi todas las casas de mi entorno haba gente
viendo imgenes de series de televisin en las que alguien reciba algn disparo.
Imgenes de este tipo pueden verse por millones. No es cierto? Es sorprendente.
As que qu es lo que signica evitar que a uno le disparen quedndose en casa o
evitar la guerra enfrentndose a ella. Lo que quera era cuestionar qu signica
enfrentarse a ese dragn8.
Vietnam had a lot to do with Shoot. It was about the dierence between how people
reacted to soldiers being shot in Vietnam and how they reacted to ctional people being
shot on commercial TV. There were guys my age getting shot up in Vietnam, you know?
But then in nearly every single household, there were images of people being shot in TV
dramas. The images are probably in the billions, right? Its just amazing. So, what does it
mean not to avoid being shot, that is, by staying home or avoiding the war, but to face it head
on? I was trying to question what it means to face that dragon. Aitken, Doug, Broken
screen: 26 conversations with Doug Aitken: expanding the image, breaking the narrative, New
York, D. A. P., 2006, p. 78.
Fig. 6. Chris Burden, Through the night softly, Los ngeles, California, 12 de septiembre de 1973
Las informaciones sobre las acciones de Chris Burden han sido sacadas del libro de
Hoffman, Fred (ed.), Chris Burden, London, Thames and Hudson, 2007.
Es cierto sin embargo que su obra no debe ni puede ser reducida al mero
mbito de la performance. De hecho, muchas de sus piezas, a pesar de su contenido conceptual, tenan sin embargo un poderoso carcter objetual. Burden
ha explorado por ejemplo los fundamentos de la institucin museo, poniendo
al descubierto los fundamentos mismos de un museo, es decir, exponiendo sus
cimientos10. Ha tratado igualmente de dinamitar la lgica espectacular del arte
contemporneo, mediante un gigantesco torno que deba de poder derribar el
edicio en el que se instalaba, museo o sala de exposiciones, si el nmero de
visitantes hubiese sido suciente como para mover los engranajes, presionando
sobre las columnas sustentantes del edicio o sobre sus paredes maestras11. Ha
puesto en equilibrio y ha hecho volar en el aire, ligera como una pluma, una
gigantesca apisonadora de doce toneladas12.
An ms, Burden ha desarrollado un arte explcitamente poltico y de
protesta, construyendo por ejemplo un contramonumento de la guerra del
Vietnam. Con el que, frente al monumento propuesto por Maya Lin en el
Mall de Washington, que conmemoraba el nombre de todos y cada uno de los
60 000 muertos norteamericanos cados en la guerra de Vietnam, Burden propuso un monumento, a modo de gigantesco archivo giratorio, en el que se
conmemorara el nombre de los tres millones de vctimas civiles y militares del
lado vietnamita.
Burden ha trabajado tambin en temas de ingeniera y ecologa, construyendo automviles ultraligeros o barcos fantasma, capaces de pilotarse solos a
travs del ocano. Es por ello alguien que ha reexionado activamente sobre
arquitectura e ingeniera, sobre el museo como institucin y especialmente
10
sobre arte pblico. No es extrao que tambin por ello reconozca abiertamente
que de todas las esculturas pblicas del mundo su favorita sea la torre Eiel13.
Sin embargo, aunque su fascinacin por Gustave Eiel y por la torre que
lleva su nombre nos lo pone en una relacin muy interesante con la escultura
monumental del siglo xx, creo que la relacin ms interesante que habra que
explorar en su trabajo es la que lo vincula con Van Gogh. El propio Burden
arm de su trabajo que si Vincent van Gogh estuviera vivo todava, no estara pintando, sino que estara haciendo lo mismo que yo hago14.
Chris Burden menciona a Van Gogh en otra de sus obras para la televisin del ao 1976, en la que emiti una lista de seis nombres de grandes
artistas de la historia del arte, al nal de la cual se encontraba su propio
nombre. Los cinco artistas por l mencionados haban sido sacados de una
encuesta de los artistas ms conocidos en los Estados Unidos y Burden se
pona a s mismo al nal de dicha lista: Leonardo da Vinci, Michelangelo,
Rembrandt, Vincent van Gogh, Pablo Picasso, Chris Burden. Desde luego
es posible pensar que aquello no era ms que un efecto de la tpica autopropaganda narcisista de muchos artistas, pero tambin podra pensarse como
una trasgresin, como un combate del arte contra la omnipotencia meditica
de la televisin.
Sea como fuere, lo cierto es que aquella serie pona en cualquier caso a Van
Gogh como precedente de Chris Burden. Y la cuestin es por qu Burden
menciona explcitamente a Van Gogh y no a cualquiera de los otros artistas
como alguien que, de seguir vivo, hara el mismo trabajo que l.
Es posible que esta cuestin afecte a la interpretacin que el propio Artaud
daba de la obra de Van Gogh en su libro Van Gogh: el suicidado de la sociedad.
Al respecto Artaud insista en la importancia de la corporalidad en la obra de
Van Gogh. Van Gogh no muri a causa de una denida condicin delirante,
sino por haber llegado a ser corporalmente el campo de accin de un problema
a cuyo alrededor se debate, desde los orgenes, el espritu inicuo de esta huma-
13 I thought and thought, and I thought my favorite one is the Eiel Tower, of all the
public sculptures in the world. Chris Burden, en conversacin con Paul Schimmel, Other
Worlds, en el catlogo de la exposicin Chris Burden, Beyond the Limits, Wien, MAK /
sterreichisches Museum fr angewandte Kunst, 1996, p. 29.
14 If Vincent van Gogh were alive today, hed be doing what Im doing and not painting.
Citado en Herman, Jan, Burden Takes Art From Crucixion to Re-Creation, Los
Angeles Times, April 26, 1988.
15
Artaud, Antonin, Van Gogh, el suicidado por la sociedad, trad. de Aldo Pellegrini,
Buenos Aires, Argonauta, 1971, Post-scriptum, p. 80.
16 Abramovi, Marina, Artist Body, Performances 1969-1998, Milano, Charta, 1998,
p. 140.
fuera posible. Cada vez que se cortaba, tomaba un nuevo cuchillo y repeta la
operacin. Despus de utilizar los veinte cuchillos, reproduca la cinta, escuchaba los sonidos y trataba de repetir los mismos movimientos y los mismos
errores, sincronizando de esta forma los errores del pasado y del presente. La
accin se present en dos ocasiones ese ao, primero en Edimburgo, con solo
diez cuchillos, y luego en Roma, con veinte.
Pero, si en esta accin la artista se autoiniga dao fsico para congurar
un ritmo musical, en la titulada Ritmo 5, 1974, puso inconscientemente en
peligro su propia vida. Para llevarla a cabo, construy sobre el suelo una gran
estrella de cinco puntas con virutas de madera empapada en petrleo. Presentada en Belgrado, en el Centro Cultural Estudiantil, la estrella de cinco puntas
tena una inequvoca resonancia comunista.
La accin comienza cuando la artista prende fuego a la estrella. Caminando
alrededor de ella, Abramovi se corta el pelo y lo arroja a cada una de las cinco
esquinas ardientes de la estrella, despus se corta las uas de las manos y de los
pies y hace lo mismo. Despus de esto se introduce en el centro de la estrella y
se acuesta en su interior. La imagen es extraa: una artista tumbada en medio
de una estrella ardiente de cinco puntas. La apariencia sacricial de la representacin no puede ser eludida.
Se trata de una autoinmolacin? Un holocausto? Sacrica su vida la
artista y se autoinmola en el altar del comunismo o se trata ms bien de una
vctima ms del comunismo? Nada en sus declaraciones nos permite colegir
ninguna de estas intenciones. Por el contrario, lo que ella ha escrito o ha armado al respecto tiene ms bien que ver con los problemas de su propia inconsciencia. Como el fuego que arde a su alrededor consume el oxgeno en el interior de la estrella, la artista pierde el conocimiento. Como no reacciona, nadie
se percata de lo que est pasando hasta que el fuego toca una de sus piernas y
dos personas del pblico entran dentro de la estrella y sacan el cuerpo inconsciente de la artista. Fue entonces cuando me di cuenta de que el tema de mi
obra debera ser el de los lmites del cuerpo. Me servira de la performance para
llevar mis lmites fsicos y mentales ms all de la conciencia17.
Despus de esta accin artstica, Abramovi se interes por el problema de
cmo utilizar el propio cuerpo sin interrumpir la performance, aunque se
hubiera perdido la conciencia.
17
18
tiene que ver con el problema del tacto y del contacto fsico, pero tambin tiene
que ver con temas polticos y sexuales. Por eso Abramovi ha desarrollado explcitamente ambos componentes, tanto los polticos, como los sexuales de su trabajo.
Pero es posiblemente a partir de su colaboracin con Ulay cuando este
componente ertico-masoquista empieza a adquirir en su trabajo una resonancia explcita. Ya su primera performance juntos, Relation Work, 1976, presentaba esta idea de la colaboracin como enfrentamiento y colisin. En ella, los
dos artistas desnudos paseaban el uno frente al otro, rozndose y entrechocndose, hasta que colisionaban directamente. Pero es sobre todo en la performance conjunta, presentada en msterdam en 1976, titulada Talking about
Similarity, en la que la cuestin del dolor aparece explcitamente. En ella Ulay
se presenta ante el pblico sentado, vestido y con la boca abierta, mientras se
oye un ruido de tragar saliva. Cuando cesa el sonido Ulay cierra la boca y se
la cose ante los espectadores con aguja e hilo. Despus se levanta y sale de la
habitacin y entra Marina, dispuesta a contestar las preguntas del auditorio,
como si fuera el propio Ulay. La accin deber concluir en el momento en que
Marina, en lugar de responder como si fuera Ulay, conteste equivocadamente
por s misma. De inmediato las preguntas del auditorio se centran en la cuestin del dolor autoinigido del artista: Le ha dolido mucho? preguntan.
A lo que la artista parece no querer contestar. Despus de hacerse repetir la
pregunta tres veces, nalmente contesta: No hay ninguna respuesta a este
tipo de pregunta. No es cuestin de dolor. Es cuestin de decisin20.
En varias ocasiones sin embargo interpretaron juntos acciones que tenan no
solo un componente sadomasoquista, sino tambin autodestructivo. En la accin
titulada Light/Dark, 1977, ambos performers, vestidos y sentados en el suelo, el
uno frente al otro, se daban respectivamente sonoras bofetadas en la cara,
durante veinte minutos. Un ao ms tarde, en la accin titulada Breathing in/
Breathing out, 1978, la pareja se presentaba arrodillados el uno frente al otro,
tratando de respirar con el aire que sala de la boca del otro. Al haber obstruido
ambos su nariz, el aire que se daban mutuamente era cada vez ms pobre en oxgeno y ms rico en anhdrido carbnico, lo que terminaba por dejar a ambos
abatidos en el suelo e inconscientes.
Tal vez la ms impresionante de esta escenicacin de las relaciones de
amor-odio en la pareja sea la performance de cuatro minutos de duracin titulada Rest Energy de 1980, en la que ambos artistas sujetaban un arco, cargado
20
Ibid., p. 140.
Fig. 8. Regina Jos Galindo, Quin puede borrar las huellas?, Ciudad de Guatemala, 2003.
Palma de Mallorca, la artista se someti voluntariamente a una sesin de tortura por ahogamiento. La accin se titulaba Confesin y en ella un voluntario,
practica con ella la tortura del waterboarding, metiendo su cabeza dentro de
un tonel lleno de agua, varias veces consecutivas. Al parecer el objetivo de la
performance tena que ver con una protesta contra la utilizacin del aeropuerto
de Palma como escala intermedia de los aviones que, procedentes de Irak, trasportaban ilegalmente detenidos a los presos internacionales que luego fueron
encerrados en Guantnamo.
Tambin en 2007 realiz otra accin, en el Edicio de Correos de Guatemala, en la que embarazada de ocho meses, permaneci desnuda y atada a una
cama-catre, con cordones umbilicales reales, de la misma forma en que las
mujeres indgenas, embarazadas, eran amarradas para ser posteriormente violadas durante el conicto armado en Guatemala. La accin se titulaba Mientras, ellos siguen libres.
En general en el trabajo de Regina Jos Galindo hay tambin una cierta
actitud redentora y una intencin de asumir sobre s misma la culpa por la
explotacin capitalista de la sociedad indgena guatemalteca. Esto es particularmente evidente en la accin titulada Hermana, realizada en Guatemala en
2010, en la que la artista se hace abofetear, escupir y castigar por una indgena
guatemalteca.
dice Kant merece llamarse no tanto placer positivo como, mejor, admiracin o respeto, es decir, placer negativo22. Y sucede que estas caractersticas
(veneracin, admiracin, respeto) coinciden plenamente con los rasgos de la
personalidad masoquista. Lo que en ltimo trmino quiere decir que el carcter masoquista de la cultura contempornea lo que produce fundamentalmente es el sentimiento de sumisin, que asegura y perpeta el sometimiento.
Y sin embargo, y a pesar de ello, tambin es posible reorientar y reconsiderar el carcter masoquista en una direccin completamente diferente. Fue precisamente Wilhelm Reich quien trat de reorientar este diagnstico pesimista,
al que pareca conducirnos el anlisis frudiano del malestar en la cultura en un
sentido poltico y, an ms, en un sentido revolucionario. En uno de los ms
interesantes textos que se han escrito sobre el carcter masoquista, armaba
Wilhelm Reich:
La respuesta a la pregunta de dnde proviene el sufrimiento, era ahora: de la
voluntad biolgica de sufrir, del instinto de muerte y la necesidad de castigo. Esto
haca olvidar convenientemente la respuesta correcta: del mundo exterior, de la
sociedad frustrante. Esa formulacin bloque el camino de acceso a la sociologa,
camino que la formulacin original del conicto psquico haba dejado expedito.
La teora del instinto de muerte, de su voluntad biolgica de autodestruccin, conduce a una losofa cultural tal como la expuesta por Freud en Das Unbehagen in
der Kultur, una losofa segn cuya aseveracin el sufrimiento humano es inevitable, pues las tendencias autodestructoras son indominables. A la inversa, la formulacin original del conicto psquico lleva inevitablemente a una crtica del orden
social23.
Das Wohlgefallen am Erhabenen nicht sowohl positive Lust, als vielmehr Bewunderung
oder Achtung enthlt, d. i. negative Lust genannt zu werden verdientInmanuel Kant,
Inmanuel, Kritik der Urteilskraft, 23. Trad. de Manuel Garca Morente.
23 Reich, Wilhelm, Anlisis del Carcter, cap. 11, El Carcter Masoquista, en Obras
escogidas de Wilhelm Reich, Barcelona, RBA Editores, 2006, p. 248
COMUNICACIONES
SECCIN I
Renacimiento y Barroco
La devocin a la Madre Santsima de la Luz se inici en Sicilia en los primeros aos del siglo xviii al amparo de la Compaa de Jess tras las supuestas
revelaciones de Mara a una islea, como narra Jos de Tobar en La invocacin
de Nuestra Seora con el ttulo de Madre Santissima de la Luz, publicado en
Madrid en 17511. El hecho fue difundido por los jesuitas italianos en la dcada
de 1730 llegando a nuestro pas durante el reinado de Fernando VI (17461759)2. En 1756 la Compaa la declar protectora de las misiones, ocupando
ya entonces un altar en la iglesia del Colegio Imperial de Madrid3. Su culto se
extendi como la plvora y comenz a circular bajo una tipificada iconografa.
Las imgenes realizaron innumerables milagros4 lo que caus su inevitable y
rpida expansin por todo el mundo de la mano de la Compaa de Jess.
* Proyecto I+D Corpus de Arquitectura Jesutica II (HAR2011-26013), financiado por el Ministerio de Economa y Competitividad. Investigador principal: Dra. M. Isabel lvaro Zamora.
1
Tobar, J. de, La invocacin de Nuestra Seora con el ttulo de Madre Santissima de la Luz,
Madrid, imprenta de la viuda de Diego Miguel de Peralta, 1751, pp. 7-20. Fue reimpreso en
Zaragoza en 1757, segn se seala en Gimnez Lpez, E., La devocin a la Madre
Santsima de la Luz: un aspecto de la represin del jesuitismo en la Espaa de Carlos III,
Revista de Historia Moderna, 15, 1996, p. 215. Como el propio Tobar explica en la pgina 5,
la principal fuente de esta obra es La devocin de Mara Madre Santissima de la Luz editada
en Palermo en 1733 y traducida al castellano por el jesuita Lucas Rincn en 1737.
2
Debemos aclarar que en Espaa existen numerosas imgenes intituladas como Nuestra
Seora de la Luz o Virgen de la Luz, advocaciones que nada tienen en comn con la devocin a la que nos referimos aqu.
3
Gimnez Lpez, E., op. cit., pp. 213-217; Castillo Oreja, M. . y Gordo Pelez,
L. J., Versos e imgenes: culto y devociones marianas en el templo de la Compaa de
Jess en Zacatecas, Mxico, Anales de Historia del Arte, vol. extraordinario, 2008, pp.
324-326; y Rodrguez Nbrega, J., Las imgenes expurgadas: censura del arte religioso en
el periodo colonial, Len, Universidad de Len, 2008, pp. 169-211.
4
Tobar, J. de, op. cit., pp. 76-77.
204
205
Madre Santsima de la Luz8. A esta medida se sum, dos meses despus, el arzobispo de Zaragoza Juan Senz de Buruaga (1768-1777)9. As, el 10 de mayo de
1770 el prelado cesaraugustano decret la prohibicin de cualquier tipo de material devocional de este culto porque, como en Lrida, tambin en el colegio de la
Enseanza de Zaragoza se haba observado fanatismo sobre este asunto10.
Senz de Buruaga, alentado por los expedientes abiertos en la parroquia de
San Milln de Madrid de 21 de febrero de ese mismo ao y en Lrida por esta
cuestin, y atenindose al decreto de la Congregacin de Ritos de 27 de enero
de 1742 al que ya hemos hecho referencia, as como a lo dispuesto en la
sesin xxv del Concilio de Trento, insista en que la estampa de esta devocin
puede persuadir, o inducir a creer, que [Mara] saca a un condenado de las
llamas del infierno y voca del dragon y no precisamente que le preserba, cuia
alusion en aquel sentido se opondria inmediatamente al dogma catholico, y
expone a los fieles a notables errores.
A continuacin, expresaba que los jesuitas trasladaron esta reprobada
devocin a Espaa de forma clandestina y que la Virgen no precisaba de este
culto para fomentar su fervor por lo que exhortaba a los obispos de las dicesis
aragonesas a obrar del mismo modo que l publicando similares edictos en sus
territorios. De hecho, para el auxilio de Senz de Buruaga el Consejo de Castilla inst a Jos Nicols de Victoria, regente de la Real Audiencia de Aragn, a
que diera la orden para proceder a la recogida de todo el material devocional
alusivo a la Madre Santsima de la Luz existente en tierras aragonesas, lo que
estableci pblicamente el 25 de junio de 1770 para la ciudad de Zaragoza.
Para el resto de poblaciones aragonesas, la Audiencia decidi informar a los
corregidores de todos los partidos judiciales con la intencin de que procedieran a realizar la misma operacin y que, una vez retirado todo el material, se
dirigiera al regente aragons para que fuera l quien lo enviara a Madrid.
El expediente, conservado en el Archivo Histrico Provincial de Zaragoza11, acopia toda esta documentacin junto con los sucesivos acuses de recibo
Ibidem, p. 224.
Ibidem, pp. 224-225.
10 Archivo Histrico Provincial de Zaragoza, J/856/000025, Orden del Consejo que la
Audiencia providencia lo conveniente para recoger las imgenes con el ttulo de Mara
Santsima de la Luz, las pinturas, estampas, medallas, libros, novenas, devocionarios e indulgencias, lo que se participe de las justicias de este reino para su cumplimiento, 1770. Deseamos
mostrar nuestro agradecimiento a Jos M. Alagn por su generosa ayuda material durante
su consulta.
11 Ibidem.
8
9
206
del Real Acuerdo contra las imgenes de la Madre Santsima de la Luz enviados por los distintos corregidores aragoneses. Asimismo, se recoge el listado de
todo lo confiscado relativo a este culto mariano y su procedencia. En primer
lugar, de la propia ciudad de Zaragoza se haba remitido a la Real Audiencia
doce libros sobre esta devocin y un triduo para celebrar su fiesta. Igualmente, reunieron treinta estampas de la Madre Santsima de la Luz de diferentes tamaos, otra bordada de oro y plata con raso liso, otra estampada en
unas conclusiones dedicadas a la misma imagen, otra de distinta pintura y sin
que en ella se reconozca el dragon ni la alma que tiene en su boca ni el angel
con el canastillo que se ve en las dems, as como seis medallas de bronce.
Adems, hicieron acopio de dos planchas de bronce, una de media vara poco
mas o menos y palmo y medio de ancha poco mas o menos, esculpida por
Salbador Carmona en el ao 1756, y la otra, de mas de un palmo de larga y
medio de ancha, realizada en Zaragoza por Jos Lamarca. Ambas presentaban el ttulo de la Madre Santsima de la Luz, la primera in extenso y la segunda
con una abreviatura. Todo ello viaj hacia Madrid el 7 de julio del mismo ao
de 1770.
Gracias a esta informacin sabemos que dos reputados grabadores abrieron
planchas con esta polmica iconografa hasta ahora totalmente desconocidas.
El primero debi ser Manuel Salvador Carmona, sobrino del escultor Luis Salvador Carmona con el que se form, unos tres aos antes de que se convirtiera
en un autntico maestro consagrado en el arte del grabado12, y tres aos despus de que Juan Bernab Palomino, sobrino del pintor y tratadista Antonio
Palomino, ejecutara la que se considera una de las ms tempranas estampas
sobre este tema en Espaa.13 El segundo, Jos Lamarca, fue un grabador afincado en Zaragoza del que se conocen varios grabados piadosos datados en la
segunda mitad del siglo xviii14.
Roy Sinusa, L., El grabado zaragozano de los siglos xviii y xix, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003 [edicin en soporte digital], pp. 495-498; y Roy Sinusa, L.,
El arte del grabado en Zaragoza durante los siglos xviii y xix, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2006, pp. 399-401.
13 Rodrguez Nbrega, J., La Madre Santsima de la Luz en la provincia de Caracas
(1757-1770). El ocaso del Barroco, en Campos Vera, N. (dir.), Barroco andino. Memoria
del I Encuentro Internacional, Bolivia, Viceministerio de Cultura, 2003, p. 67.
14 Roy Sinusa, L., El grabado zaragozano, op. cit., pp. 458-460; Roy Sinusa, L., El
arte del grabado, op. cit., pp. 360-364; y Roy Sinusa, L., El grabado zaragozano en la
poca de Carlos Casanova, en Pano Gracia, J. L. (coord.), catlogo de la exposicin El
grabador ejeano Carlos Casanova (1709-1770) y su hijo el medallista Francisco Casanova
12
207
A lo largo del mes de julio de 1770 los cajones con todo el material devocional de la Madre Santsima de la Luz llegaron a la capital aragonesa desde los
distintos corregimientos. As, desde Calatayud se remiti un lienzo grande de
la Virgen de la Luz que havia en la iglesia que fue de los regulares expulsos y
hoy parroquia de San Juan el Real, con otras varias estampas, lienzos pequeos, medallas y libritos alusibos al mismo asunto. La pintura a la que se refiere
el documento es una de las dos que llev a cabo el zaragozano Jos Luzn
hacia el ao 1757 para decorar los muros del transepto de la iglesia que la
Compaa de Jess posea en la capital del Jaln. La primera de ellas, conservada in situ en la actualidad, representa una bella Inmaculada Concepcin que
ha sido estudiada por el profesor Ansn Navarro.15 El segundo lienzo reflejaba,
sin lugar a dudas, la iconografa que nos ocupa pues, aunque fue retirado el 12
de julio de 177016 y sustituido por un lienzo del siglo xvii con la efigie de San
Juan Bautista, copia de Tiziano, en el pie del marco todava se conserva una
cartela de madera dorada ornada con rocallas en cuyo interior puede leerse
SSma LVCIS MATER/ CIV SE SVOSQVE DISCIPVLOS/ DICABAT/ JOANES
JOSEPH MORENO S.I./ ANNO 1757 [fig. 2]17.
Con fecha 31 de julio volvi a salir hacia Madrid un nuevo cargamento en
el que se recogan los materiales relativos a la Madre Santsima de la Luz provenientes de Zaragoza, Jaca18 y Calatayud. El listado que se adjunt al envo
refleja que la remesa constaba de treinta y seis libros, cincuenta y un novenarios, cuatro libros de gozos, seis pinturas en unas conclusiones, cuatrocientas
veintinueve estampas de varios tamaos y pinturas en lienzo y madera, treinta
(1731-1778), Zaragoza, Diputacin Provincial de Zaragoza / Ayuntamiento de Ejea de los
Caballeros, 2009, pp. 94-100.
15 Ansn Navarro, A., Dos cuadros del pintor zaragozano Jos Luzn Martnez (17101785) realizados para la iglesia de los jesuitas de Calatayud, hoy iglesia parroquial de San
Juan el Real, en Actas del Primer Encuentro de Estudios Bilbilitanos, Calatayud, Centro de
Estudios Bilbilitanos, 1982, vol. I, pp. 137-145; y Ansn Navarro, A., El pintor y profesor
Jos Luzn Martnez (1710-1785), Zaragoza, Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1986, pp.
94-97.
16 En dicha fecha est datada la carta del corregidor bilbilitano anunciando la llegada del
lienzo a Madrid.
17 Ansn Navarro, A., Dos cuadros, op. cit., p. 143; y Ansn Navarro, A., El pintor, op. cit., p. 96. La traduccin, ofrecida por el profesor Ansn, es la siguiente:
Santsima Madre de la Luz, a la que Juan Jos Moreno, de la Compaa de Jess, se dedicaba a s mismo y a sus discpulos. Ao 1757.
18 Desde Jaca realizaron cuatro envos distintos.
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para obtener del Papa la abolicin cannica de la Compaa24. Por estas razones, no llegamos a entender por qu esta pintura no fue destruida y se escondi en una de las dependencias de la por entonces casa del obispo, donde,
como ya adelantamos, se encuentra en la actualidad.
Entre los meses de junio y julio de 2010 el lienzo fue restaurado por la
Escuela Superior de Conservacin y Restauracin de Bienes Culturales de
Aragn de Huesca a instancias de la Fundacin Tarazona Monumental.
Durante la limpieza se retiraron los repintes de la zona inferior de la tela que
haban ocultado tanto la filacteria con la leyenda LA MADRE SANTISSIMA
DE LA LVZ, como la figura del dragn o boca del infierno [fig. 4], completndose de esta manera la totalidad de la imagen censurada.
Pese a que las noticias histricas acerca de esta devocin nos obligan a datar
esta pintura al menos a finales de la dcada de 1740, su estilo resulta bastante
retardatario. La gama cromtica de vivos y contrastados colores o el rompimiento de gloria de la zona superior del lienzo propio del barroco pleno parecen rasgos ms propios de la pintura de la segunda mitad del siglo xvii. Sin
embargo, la bsqueda efectuada en los archivos turiasonenses no ha arrojado
luz acerca de la identidad del autor de esta pintura. Adems, en el supuesto de
que se tratara de una obra realizada por un artista local, slo hemos podido
certificar que durante las dcadas centrales del Setecientos en la ciudad de
Tarazona aparecen documentados dos pintores, Francisco Pedro de Santa
Cruz25 y Antonio Leonardo de Argensola, hijo del tambin pintor Francisco
Leonardo de Argensola 26, de los que, lamentablemente, desconocemos por
completo su estilo artstico.
St. Clair Segurado, E. M., Las misiones jesuticas del Extremo Oriente en los
dictmenes de los obispos espaoles (1769-1770), Revista de Historia Moderna, 18, 2000,
pp. 341-342.
25 Francisco Pedro Santa Cruz, pintor, vecino y habitante de Tarazona, firma como testigo de una fianza (Archivo Histrico de Protocolos Notariales de Tarazona [A.H.P.T.],
Francisco Gil y Coronel, 1727-1751, ff. 62 r.-63 r.) (Tarazona, 11-XII-1740). Siete aos ms
tarde realiza la misma operacin en una venta como se desprende de A.H.P.T., Manuel
Ferreac, 1747-1748, ff. 2 r.-2 v., (Tarazona, 10-I-1747).
26 Antonio Leonardo, maestro pintor y dorador, domiciliado en Tarazona, nombra
como su procurador a pleitos a Manuel Izquierdo (A.H.P.T., Francisco Tabuenca, 1745-1748,
ff. 29 v.-30 r.) (Tarazona, 6-IX-1745). Al ao siguiente acta como testigo de un testamento (ibidem, ff. 50 r.-50 v.) (Tarazona, 26-VII-1746).
24
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212
ICONOGRAFA DE LO SIMBLICO:
EL MILAGRO EUCARSTICO DE LA SEO DE ZARAGOZA
Cristina Gracia Jimnez
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4
5
216
1. Relatos
La primera relacin escrita entorno al prodigio ocurrido en la metropolitana es el Spill de Jaume Roig6, quien relata el portento como espectador,
exponiendo sus conocimientos sobre la ciudad para hacer la narracin como
testigo ms verosmil, haciendo alusin a diferentes lugares de la capital del
Ebro. El siguiente es el de Diego Jos Dormer7, que es narrado a su vez por el
presbtero fray Roque Alberto Faci. Las palabras de Dormer son de nuevo retomadas para narrar el milagro en 1989 por Manuel Traval y Roset8.
2. Iconografa
Las imgenes de los hechos quedan representadas en los cuadros, realizados en
el siglo xviii. Los lienzos se sitan en las paredes laterales de la capilla. La secuencia empieza en el lado izquierdo, en el lienzo superior que tiene forma semicircular; en l la escena comienza en el flanco izquierdo donde se ve a una mujer con el
pelo tapado recibiendo la comunin, y en el centro de la escena se ve cmo la
mujer saca la sagrada forma de la boca y la guarda en una caja; toda la escena se
desarrolla en un interior donde aparece un retablo con San Miguel en el centro y
dos santos a los lados. En el flanco derecho, bajo un arco, aparece la misma
mujer enseando la caja a un hombre ataviado con un turbante en la cabeza; de
la caja sale luz y en lugar de aparecer la hostia se ve la figura de un Nio Jess.
Para continuar con las imgenes de la historia, debemos volver la mirada
hacia la derecha donde aparece el lienzo semicircular y de nuevo en el lado ms
prximo a la fachada de la capilla se inicia la narracin de los hechos donde
6
Roig, J., Espill o Libre de les donnes, c. 1460. Nosotros hemos utilizado dos versiones:
una en la lengua original el valenciano (Roig, Jaume, Spill, estudi introductori de mossen
Josep Almiana Valls, Valencia, Del Cenia al Segura, 1990), con el apoyo de la traduccin al castellano (Roig, Jaume, Espejo, prlogo y notas de Jaume Vidal, Barcelona, Enciclopedia Catalana, y Madrid, Alianza Editorial, 1987).
7
Dormer, D. J., Dissertacion del Martyrio de Santo Domingo de Val, Seyse Infante de
Coro de la Santa Iglesia Metropolitana de Zaragoza, en el Templo del Salvador; sealado del
Cielo con Cruz en sus espaldas, y Corona en su Cabea, y crucificado por los Judios el ao 1250
a semajanza de Christo, con tres clavos y atravesado por el pecho con una lanza. Y del Culto
pblico inmemorial con que es venerado desde que padeci el Martyrio, Zaragoza, imp. Francisco Revilla, 1698, ff. 21-25 (esta primera parte del libro no tiene paginacin, as que
hemos contado como folios).
8
Traval y Roset, M., Milagros Eucarsticos, Quito, Librera Espiritual, 1989, pp.
156-160.
217
aparece el alfaqu, hablando con un sacerdote, para que, en el centro de la imagen, se nos muestre de nuevo enseando el Nio Jess que no arde en el fuego
que aviva una mujer a la izquierda, que aparece con tres palos en la mano.
De vuelta a la pared izquierda encontramos representado en el gran lienzo
rectangular una procesin multitudinaria, en cuya parte central aparece un
palio que da cobijo a un sacerdote con la barba blanca y vestiduras blancas que
porta en sus manos el Nio Jess, que no ha perecido en el fuego. Mientras un
grupo de sacerdotes vestidos de blanco portan velas o hachas en una de sus
manos y se dirigen hacia una fachada con la puerta abierta. Segn el relato
pertenecera a la de la catedral zaragozana, pero debido al estado de conservacin de los lienzos, se intuye una fachada, que podra ser la actual entrada
principal o tambin la puerta de San Bartolom.
En la parte baja de cada uno de los cuatro lienzos se dispone una cartela
explicativa en la que se narra la historia representada arriba. Estos textos describen una historia similar a los relatos literarios a los que ya nos hemos referido ms arriba9.
218
la parte dedicada a la capilla es muy escueta, y debido a la falta de documentacin en los archivos capitulares no se encuentran muchos datos sobre la dotacin
y las obras de la misma.
El origen de la capilla se menciona con el traslado de las reliquias del santo
nio desde la sacrista mayor de la catedral a una nueva ubicacin Se passen
al sepulcro q esta puesto en la capilla q esta al lado de la capilla de aporta
[]11, acordado en la sesin del Cabildo el 7 de julio de 1600. Mientras que
en 1624 sabemos que esa capilla, situada junto a la de Los Arcngeles de la
familia Zaporta estaba dedicada al Espritu Santo12.
En 1695, el arzobispo don Antonio Ibez de la Riva realiza una visita pastoral a la nueva Capilla de Santo Dominguito de Val. El registro de la visita
nos recuerda que anteriormente en ese lugar haba dos capillas: una dedicada
al Cuerpo de Cristo o Corpore Christi y otra al Espritu Santo. Tras la reforma,
la capilla unific las anteriores, ocupando el espacio que actualmente vemos,
entre la capilla de los Arcngeles (Zaporta) y la de San Agustn, en cuyo sitio
antes que se le diesse la ampliacin, y grandeza que tiene ahora, avia dos Capillas; la una de Corpore Christi, y la otra del Espiritu Santo13. La anterior advocacin de la capilla al Corpus Christi, podra darnos un indicio de por qu
aparecen las pinturas relatando el portento eucarstico en su actual ubicacin,
aunque esta teora no tiene fundamentacin documental.
La capilla se nos presenta como una representacin de la lucha contra la
hereja: empezando por la propia portada realizada en yeso, en la que aparece
un relieve donde se representa una Custodia, que simboliza el triunfo de la
Eucarista, sustentada por dos figuras que representan a infieles, ataviados con
vestimenta tribal. Conecta de forma directa con los lienzos del interior de la
capilla, que muestran un milagro eucarstico que, como hemos visto con anterioridad, era el vehculo para transmitir la idea de la presencia real de Cristo en
la Sagrada Forma. Cabe aadir que, segn el relato que narra el portento eucarstico, gracias al milagro, el alfaqu recibe el bautismo y queda convertido; de
este modo, la hereja es vencida. La custodia est ligada a la figura del Santo
Nio, ya que muere de la misma forma que Jesucristo.
Ibidem, p. 60.
Blasco de Lanuza, V., Historia de la vida, muerte y milagros del siervo de Dios
Pedro Arbues de Epila, Canonigo desta Santa Iglesia Metropolitana de Zaragoza, y primer
Inquisidor de su Inquisicin, Zaragoza, Juan de Lanaja y Quartanet, 1624, captulo
xxxii, pp. 287-299.
13 Dormer, D. J., op. cit., pp. 40-46.
11
12
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1. Aspectos simblicos
El alegato en contra de la hereja lo encontramos en las dos historias principales: primeramente, segn la tradicin Santo Dominguito de Val fue raptado
por un judo llamado Albayu Certo14, despus conocido como Albaiuzeto15,
que tras raptar y martirizar al nio acabar pidiendo bautismo y convirtindose al cristianismo, segn nos relata la Passio del Santo Nio recogida en la
obra de Dormer16, quien tambin recoge la segunda historia aparecida en los
De Esps, D., Historia Ecclesiastica de la Ciduad de aragoa desde la venida de Jesu
Christo Seor, y Redemptor nuestro hasta el ao de 1575, manuscrito de la Biblioteca Capitular de la Seo de Zaragoza, ff. 439 y 440.
15 Andrs, J. F., Historia de Santo Dominguito de Val, Martyr Cesar-Augustano, Infante de
la Santa Iglesia Metropolitana de Zaragoza, Zaragoza, Pedro Lanaja, Impresor, 1643,
pp. 80-87.
16 Dormer, D. Jo., op. cit., ff. 21-25.
14
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221
dcadas del siglo xvi. En l se nos muestra a Saulo de Tarso, ataviado con un
turbante en la cabeza con lo que se recuerdan de manera expresa sus orgenes
herticos.
Los nicos herejes que permanecan en la Corona de Aragn durante la
poca de construccin del retablo de la iglesia de San Pablo eran los moros o
moriscos (llamados as a partir de su bautismo forzoso en los albores de la
Edad Moderna), ya que la poblacin israelita haba desaparecido tras su expulsin en 1492, bajo el reinado de los Reyes Catlicos. As pues, en ese momento,
la hereja estaba representada por la poblacin musulmana; de este modo, con
solo un atributo, el turbante, la hereja era identificada por toda la poblacin.
La catedral del Salvador de Zaragoza, se une con esta capilla a la propaganda en contra de los herejes que atentan contra la Eucarista. Y qu mejor
lugar para ubicarlo que en la capilla que ya contena un claro componente
antisemtico y junto a la de un personaje que se crea que era judo converso.
Para concluir, la lectura simblica que proponemos con nuestro anlisis
para la capilla de Santo Dominguito de Val aporta una hiptesis de por qu
todos estos smbolos estn reunidos en un mismo recinto. Como hemos comprobado, la conexin de las distintas iconografas es muy clara; sin embargo,
no haba sido comprobada todava. Probablemente sea porque el mensaje que
nos transmite no es en la actualidad polticamente correcto habida cuenta
los tintes racistas o xenofbos que de ella emanan, pero que, sin embargo,
hemos credo conveniente que se deba descubrir y estudiar.
224
linaje los que, como peda Pedro Rodrguez de Fonseca, llevaron al obispo a
buscar formas visibles de permanencia en diversos espacios privilegiados de la
catedral de Palencia 2.
Para comprender el conjunto de actuaciones que acometi el prelado en el
interior del templo debemos atender al cambio en la nueva distribucin catedralicia, que afect especialmente a la compartimentacin de la nave central.
Fonseca traslad la capilla mayor hacia el oeste, al lugar que con anterioridad
ocupaba el coro, desplazando el centro de atencin a un espacio ms cercano a
la cripta. Esta nueva redistribucin producir tres mbitos representativos de
primer orden en el eje este-oeste: el de la primitiva capilla mayor que con posterioridad lo fue de los Capellanes del Nmero 40, hoy llamada del Rosario; la
nueva capilla mayor con un retablo dedicado al Salvador3, frente al cual se
encuentra el coro; y, por ltimo, el altar del trascoro, en contacto directo con
el acceso a la cripta de la primitiva catedral romnica, donde se veneraban las
reliquias de San Antoln. Los tres espacios surgidos tras la nueva distribucin
tenan as mismo relacin con las tres advocaciones de la catedral: Santa Mara,
el Salvador y San Antoln, siendo este ltimo el espacio que se reserv el obispo
Fonseca para ubicar el altar de los Dolores de la Virgen, donde fund las misas.
225
4
ACP., Armario VII, Legajo 1., n. 1248, s/f. Recogido parcialmente en: Garca de
Wattemberg, E., El trascoro de la Catedral de Palencia, BSAA, 11, 1945, p. 183.
5
En su testamento tambin quiso recordar su servicio a los Reyes Catlicos: criado y
heredero de los catlicos muy poderosos Rey Don Fernando e reyna Doa Ysabel de felice
recordacin, nuestros seores su capelln mayor e de su consejo secreto, Archivo de la
Diputacin de Zamora, Beneficencia, n. 107, f. 28v.
6
Justi, C., Miscellaneen aus drei Jahrhunderteen Spanischen Kumstlebens, I, Berln, 1908,
p. 309 y ss.
226
227
Ibidem.
Vielva Ramos, M., La catedral de Palencia, Palencia, p. 36. ACP, Armario de Actas, v.
35, f. 113v-114r.
12 Las festividades en que deba cantarse la Salve Regina eran: La purificacin, La Anunciacin en Maro, La Visitacin, La Asumpcin, La natividad de Nuestra Seora, La concepcin, La fiesta de la O en diciembre. ACP, Biblioteca de libros manuscritos, Ceremonial
consuetudinario de la iglesia de Palencia, v. 128, f. 59v-60r.
10
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Conclusin
Para finalizar cabe sealar que Juan Rodrguez de Fonseca uni en el trascoro de la catedral un conjunto de actuaciones y piezas de especial significacin y simbolismo. El prelado fue perfecto conocedor de la importancia que la
cripta tena para la iglesia, lo que no dud en utilizar para realizar una unin
Yarza Luaces, J., Dos mentalidades, dos actitudes ante las formas artsticas: Diego
de Deza y Juan Rodrguez de Fonseca, Jornadas sobre la catedral de Palencia, Palencia,
1989, p. 132.
22 ACP, Biblioteca de libros manuscritos, Ceremonial consuetudinario de la iglesia de
Palencia, v. 128, f. 31v.
21
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232
Fig. 2. Retablo de la Compasin o de los siete dolores de la Virgen, Jean Joest de Harlem, ca.
1505. Catedral de Palencia.
233
Fig. 4. Tapiz de la Salve Regina. Talleres de Bruselas Marc Crtif ? 1528. Catedral de
Palencia.
236
ms propia entre las que se les presentaren, dando quenta a la Sociedad para
su final determinacin3 .
Los comisionados fueron recibiendo las propuestas de los socios y en la
Junta General del 12 de julio expusieron que en la anterior Junta Particular
haban determinado explicar su parecer por escrito cada uno en el trmino
perentorio de tres das a fin de que hecho el debido paralelo del de todos en
otra Junta particular se presente inmediatamente a la general la eleccin de
empresa que se repute por ms propia, y acomodada a los objetos que se ha
propuesto la Sociedad, y a las reglas crticas que deciden esta materia4 .
El 23 de agosto, se vieron en la Junta General las tres empresas, con la graduacin de primero, segundo y tercero lugar5, que haban seleccionado previamente
los comisionados en la Junta Particular dos das atrs. Acto seguido, se plante la
duda de si deba o no convocarse expresamente para deliberar la Sociedad en
Junta General este negocio ass por la calidad de su naturaleza como por la escasez
de seores socios que entonces componan aquella Asamblea, y puesto en votacin
formal se acord afirmativamente por la maior parte de sufragios6. Y se expuso
que deba meditarse acerca de si la resolucin de la Junta general devera ceirse a
las referidas tres empresas graduadas como arriba se insina o recaer generalmente
sobre todas las que se han presentado, y examinado7.
Una vez acordado que todos los socios participasen en la eleccin, se reunieron en Junta General el 30 de agosto. Decididos a elegir una de las tres
empresas aprobadas por la Junta de Comisin, procedieron a su votacin resultando electa por la maior parte la empresa llamada de la Encina, con la
correccin o variacin que consider necesaria en ella la Junta particular8 .
El 6 de septiembre de 1776, se desvel que Toms Fermn de Lezan haba
sido el autor del escudo9.
Fue Lezan quien explic el significado de su empresa para incluirlo en el
epgrafe correspondiente de los Estatutos en la Junta Particular Extraordinaria
del 3 de septiembre de 177610.
Loc. cit., ff. 15-15.
A.R.S.E.A.A.P., Actas, 12-VII-1776, t. 1, f. 31.
5
A.R.S.E.A.A.P., Actas, 23-VIII-1776, t. 1, f. 35.
6
Loc. cit., ff. 35-35.
7
Loc. cit., f. 35.
8
A.R.S.E.A.A.P., Actas, 30-VIII-1776, t. 1, f. 37.
9
A.R.S.E.A.A.P., Actas, 6-IX-1776, t. 1, f. 38.
10 A.R.S.E.A.A.P., caja 69, Documentos, Empresa o escudo adoptado por la Sociedad,
3-IX-1776, p. 6.
3
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238
mortales soberbios, mientras que Aracne plasm las infidelidades de los dioses.
Indignada por esta irreverencia, Minerva destruy el tapiz y golpe con el huso
a la joven que, movida por la vergenza, se ahorc. Sin embargo, la diosa la
convirti en araa condenndola a tejer toda la eternidad15. Lezan explic
que decidi colocar estos smbolos unidos al tronco de la encina para expresar
el objeto de la Sociedad y su intento de promover aquellos ramos16 .
En alusin al mote Florece fomentando, aclar que alude al influjo del
Reyno en la Sociedad, y a los conatos de esta para hacer floreciente su pas17.
Es evidente que en la concepcin del mismo tuvo presente el lema Socorre
fomentando de la Real Sociedad Econmica Matritense.
Por una misiva de Lezan a Carlos Gonzlez, fechada el 14 de enero de
177718, sabemos que los smbolos y el lema fueron modificados por el director
de la R.S.E.A.A.P. quien, segn Lezan, consider que el diseo mejorara
alterando el mote y colocando los instrumentos al pie de la encina, y no pendientes de su tronco como yo la present19.
Se comprueba que Lezan supo someterse a las directrices dictadas en la
Junta General del 12 de abril que establecan la obligatoriedad de representar
simblicamente los tres ramos y tomar como referente formal e ideolgico el
escudo de la Matritense. A su xito contribuy igualmente la fcil identificacin y la fuerza expresiva de sus elementos constitutivos.
239
Calvo Ruata, J. I., La alegora como tema pictrico en la Cartuja de Nuestra Seora
de las Fuentes (Huesca), Analecta Cartusiana, 3, 1990, pp. 79-97, y Esteban Lorente,
J. F., Goya. De la alegora tradicional a la personal, Artigrama, 25, 2010, pp. 103-121.
23 Ripa, C., op. cit, t. ii, p. 211.
24 Ibidem, t. ii, p. 221.
25 Ibidem, t. i, p. 351.
26 Ibidem, t. ii, p. 37.
27 Ibidem, t. i, p. 111.
22
240
sugiere aadir un pndulo para sealar que el arquitecto debe estar siempre
atento a la consideracin de su centro28 . Completan el bodegn una regla, un
cartabn y una brjula.
En cambio, la alegora de la Escultura, que est tallando el Escudo de Aragn, resulta de una sencillez inusitada. Vuelta de espaldas, ocupa un lugar alejado, portando nicamente un cincel y un mazo que la identifican como la
personificacin de este Arte.
Es obvio que Fray Manuel quiso subrayar la superioridad de la Pintura.
Idntica intencin se adivina en los citados valos que su hermano decor con
las alegoras de la Msica, la Poesa, la Filosofa y la Pintura, figura a la que
destac situando un cortinaje tras ella y un cojn bajo sus pies. Con esta obra
Fray Manuel proclam la supremaca de la Pintura y su parecer en relacin a la
jerarqua de las Artes, en el que la Pintura ocupa el primer puesto y la Escultura, el ltimo.
Junto a la Pintura, se encuentra Minerva identificada por el atuendo militar
que remite a su nacimiento. Segn el mito, Minerva fue concebida en un
encuentro amoroso entre Jpiter y Metis. Sin embargo, cuando Zeus supo que
su hija gobernara a los dioses, engull a Metis. Minerva sigui formndose en
la cabeza de su progenitor hasta que Vulcano (dios de la artesana) le golpe
con un hacha para librarle de sus terribles dolores permitiendo que la diosa
completamente armada surgiera de ella 29. Por este nacimiento atpico, Minerva
es la protectora de la Sabidura, las Artes y la Guerra.
A su lado, reconocemos a Midas por las orejas de asno y la bola dorada.
Estas orejas recuerdan la competicin musical entre Apolo (dios de la msica) y
Pan (dios de los pastores), en la que intervino como juez el monte Tmolo emitiendo su veredicto a favor de Apolo. Midas, testigo de lo ocurrido, manifest
su oposicin al fallo, gesto que irrit tanto a Apolo que convirti sus orejas en
las de un asno30. La esfera alude al mito que le dio fama universal: Baco, agradecido a Midas por haber encontrado a Sileno, le concedi el deseo de convertir
en oro cuanto tocara. Pronto repar en sus funestas consecuencias y rog ser
liberado del conjuro al dios, quien le orden lavarse la cara en el ro Pactolo31.
Conviene sealar que Minerva y Midas protagonizan sendos mitos que
fueron interpretados como una alegora de la condicin divina de las bellas
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30
31
Ibidem, t. i, p. 111.
Elvira Barba, M. A., op. cit., pp. 208-209.
Impelluso, L., Hroes y dioses de la Antigedad, Barcelona, Electa, 2004, p. 169
Ibidem, p. 169.
241
Brown, J. y Morales y Marn, J. L., El arte de los Bayeu, Zaragoza, Pabelln de Aragn 92, 1991, p. 182.
33 Ibidem, p. 182.
34 Ripa, C., op. cit., t. ii, p. 2 67.
35 Brown, J. y Morales y Marn, J. L., op. cit., p. 182.
36 Ripa, C., op. cit., t. i, pp. 395-396.
37 Con este nombre figura en Lalana, N. y Llovet, T., Catlogo de las pinturas y esculturas que posee y se hallan colocadas en las salas de la Real Academia de San Luis (29 de
abril de 1828), Boletn del Museo Provincial de Bellas Artes, 12, 1926, pp. 38-53.
32
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243
verano con el doble objeto de que la Sociedad pudiese enterarse de la idea que
hava seguido el autor en su composicin, como tambin para que se le advirtiese
si huviese alguna parte que corregir48. Despus de haber obtenido el dictamen
favorable de la Junta y la Academia, se convino otorgarle el ttulo de socio de
mrito artstico en la clase de gravado sin contribucin49.
El 27 de marzo de 1829, la Junta contempl las estampas tiradas por Rocafort que haba enviado con una carta en la que indicaba que cada grabado
tena un coste de quatro a cinco reales velln50. La Junta aprob la adquisicin de cien ejemplares51.
El 26 de junio, se mand entregar a Rocafort los 920 reales velln que
hava conceptuado necesarios para el gasto del estampado de los ttulos de
socios y dems encargos que se le tienen hechos52 .
Finalmente, el 25 de septiembre 1829, el secretario anunci que Rocafort
haba enviado los cien ttulos de socios53.
Para el ttulo de socios Rocafort crea una nueva imagen simblica de la
R.S.E.A.A.P. que combina los objetos alusivos a los tres sectores con las divinidades o alegoras que los encarnan.
Como hemos visto, los smbolos escogidos por Lezan fueron un fardo, un
arado y un huso. En cambio, Rocafort mantuvo la idea del fardo en referencia
al Comercio pero reemplaz el huso por un bodegn de enseres artsticos y el
arado, por una hoz y una cornucopia. El cuerno de la abundancia refuerza la
asimilacin de la alegora del Ebro con la Agricultura porque la cornucopia,
con la diversidad de frutos que de ella rebosan, simboliza la fertilidad del pas
por donde pasa este ro54 . Este significado de la cornucopia como fuente de
riquezas y abundancia de los bienes de la tierra proviene de un episodio mitolgico relacionado con la infancia de Jpiter. Cuenta el mito que Ops, temerosa
de que su esposo Saturno pudiera devorar a su hijo, decidi ocultarlo en el
monte Ida, en Creta, donde fue criado por la ninfa Amaltea quien lo alimentaba con la leche extrada de una cabra. Cuando Jpiter creci, rompi por
accidente un cuerno a la cabra y se lo ofreci a la ninfa con la promesa de que
le proveera en abundancia de cuanto deseara55.
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244
La pintura de los primitivos flamencos podra definirse con dos caracteres, realismo y simbolismo. Si el realismo se manifiesta en el inters por la
humanizacin de los rostros o los frecuentes anacronismos, el simbolismo no
siempre es tan explcito. Su descubrimiento requiere una actitud activa del
espectador para desentraar el significado ltimo de motivos, aparentemente
secundarios, que se desvelan portadores de ideas inspiradas en la tradicin literaria. El objetivo de este estudio es abordar la arquitectura como fuente de discursos paralelos para completar el argumento principal de las pinturas,
mediante motivos aislados, o pequeas escenas representadas en jambas y
arquivoltas. Adentrarnos, a travs de la recreacin de la arquitectura, en lo que
Panofsky ha llamado simbolismos disfrazados1. Para ello nos centraremos en
tres maestros de la coleccin del Museo del Prado que revelan el valor comunicador del arte a partir de los smbolos: R. Campin, D. Bouts y V. van der Stockt.
246
247
tura al hortus conclusus de la Virgen, espacio opuesto al Paraso7. En esta imagen se prescinde de las habituales flores blancas que recordaban la pureza de
Mara8, pero se disponen elementos secundarios, como el aguamanil sobre el
mueble, sustitucin en este interior del manantial de aguas vivas que simboliza la pureza de la Virgen9. Ante l una pieza de fruta, recuerdo del Paraso
perdido y de la presencia de Mara como nueva Eva10.
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251
de la escena contrasta con el detallismo de la arquivolta40, donde se suceden episodios de la Pasin que recuerdan a san Juan Bautista como precursor: Este es el
cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29). En el Nacimiento de
Cristo las grisallas, de gran dinamismo y expresividad, completan la secuencia
de la Pasin hasta la resurreccin, recordando el sentido de la vida de Cristo.
En la Adoracin de los Magos, las grisallas remiten al significado que tuvo
esta escena en sus orgenes, la idea de salvacin universal. Este episodio
recuerda adems la realeza, divinidad y humanidad de Cristo, a la vez que presenta las distintas edades del hombre y las razas de la tierra adorando a Cristo41.
Siguiendo el esquema de cuadro dentro del cuadro Bouts decora el arco
superior con apariciones de Cristo resucitado, culminando con Pentecosts.
Las apariciones recuerdan que tambin la Epifana es manifestacin de Dios a
los hombres y en Pentecosts se materializa la universalidad de la Iglesia al
igual que en la Adoracin de los Magos. Para la complejidad de sus programas
iconogrficos consta que Bouts fue asesorado por Jan van Haecht, telogo de
la Universidad de Lovaina42 .
252
cita como: un retablo grande con dos puertas que es crucifixo y la creacin del
mundo y con Adn y Eva, y el Juicio en la otra puerta y las obras de misericordia y los siete sacramentos45.
Esta variedad iconogrfica obedece a que el Trptico de la Redencin se inspira en los prticos de las catedrales gticas y revela la influencia de Van der
Weyden, especialmente del Trptico de los Siete Sacramentos (1445-1450), del
Retablo del Juicio Final (h. 1446-1452) y del Retablo de Miraflores (h. 14401445)46. Todo en esta obra est lleno de significado, incluso el reverso de las
tablas laterales, con la escena del Tributo al Csar. En esta la monumentalidad
de las figuras, se realza con pedestales que sintetizan el dilogo entre Cristo y
los jueces47. Al abrirse el Trptico la lectura comienza con la Expulsin del
Paraso, con episodios de la Creacin en arquivolta y enjutas. En estas Van der
Stockt destaca la Creacin de Eva y el Descanso de Dios en el sptimo da, en
conexin con las escenas principales del Trptico, pues desde las epstolas paulinas y la patrstica la creacin de Eva prefigura el nacimiento de la Iglesia y
la contemplacin de la armona de lo creado contrasta con el desorden introducido por el pecado original.
La tabla central del Trptico muestra la Crucifixin en una iglesia gtica
donde se suceden diversos instantes de la celebracin eucarstica. Entre las
columnas se adivina la figura de un fiel recibiendo la absolucin, eco del valor
redentor de la cruz perpetuado en el sacramento de la Penitencia. Estos instantes recuerdan la unidad entre arte y liturgia y subrayan dos ideas: la Eucarista,
renovacin del sacrificio de Cristo y el valor redentor de la cruz. Todo conforma un programa unitario, as en relacin a la tabla anterior podemos afirmar que el cosmos es creado en Cristo y destinado a Cristo, como se manifiesta en la liturgia, donde el pan y el vino revelan a Cristo. En este sentido, la
liturgia eucarstica es nueva creacin48.
Al interior de esta iglesia se accede por una portada apuntada decorada con
escenas de la Pasin policromadas pues los prticos medievales en origen estaAndrs, G. de, Leonor Mascareas, aya de Felipe II y fundadora del Convento de los
ngeles en Madrid, Anales del Instituto de Estudios Madrileos, tomo xxxiv, 1994,
Madrid, CSIC, p. 360.
46 Gmez Nebreda, M. L. y Finaldi, G., Itinerarios de fe en el Museo del Prado, Madrid,
Misin Joven, 2007, p. 60.
47 Garrido, C., Garca-Mazquez, J. y Van Schoute, R., op. cit., p. 98.
48 Campatelli, M., op. cit., p. 49.
45
253
ban policromados49. A pesar de sus reducidas dimensiones estas pequeas escenas son de gran expresividad, con variedad de motivos iconogrficos50. Las
referencias secundarias continan en las jambas, con la representacin de los
Sacramentos, manifestacin de la vida de la Iglesia. Siguiendo una clara simetra en su disposicin, se suceden con total minuciosidad, con anacronismos
propios del siglo xv, como las manos de los esposos unidas y bendecidas bajo
la estola51. Estos sacramentos adquieren pleno sentido con el sacrificio eucarstico que completa el conjunto.
La portezuela que cierra el Trptico presenta el Juicio Final, presidido por
Cristo entronizado sobre la bola del mundo como Cosmocrtor, flanqueado
por una vara florida, smbolo de la misericordia y una espada, emblema de la
justicia52 . En esta tabla la arquivolta expone las seis obras de misericordia recogidas en el evangelio de san Mateo (Mt 25, 31-45), a las que se suma la de
enterrar a los muertos en las enjutas superiores para mantener la simetra compositiva53. Van der Stockt repite este programa iconogrfico en el Trptico que
realiza para los juzgados de Valencia, comprado por el mercader Juan del Anell
en 149454. Su ubicacin original muestra que este programa se generaliz en
las Salas de Justicia de Flandes para mostrar como modelo la justicia divina55.
i. Antecedentes
Los hechos que dieron origen a las artes plsticas y musicales, a las partituras de la poca colonial que hoy celosamente se conservan en los archivos
hispanoamericanos, son la consecuencia de una larga conquista, a veces hecha
a sangre y fuego y otras realizada con humildad, que pretenda atraer costumbres, lenguas y modos de vida que hicieran viable para los conquistados el
mensaje cristiano. La posicin de superioridad de los conquistadores no arrebat a los pueblos originarios toda su cultura. El maridaje de ambos mundos,
caso singular de la conquista espaola, produjo una msica y, en general, producciones artsticas, anudando lazos que hicieron teniendo en cuenta el
tiempo que les toc vivir, ms humano el difcil choque de culturas. Es as
que, en especial en las artes plsticas y decorativas, el sincretismo entre elementos aportados por el cristianismo se entrelazan con otros provenientes de la
cosmovisin y simbolismo indgena, dando como resultado una nueva identidad que se reeja en las expresiones artsticas y en sus smbolos.
En Espaa el Barroco es el arte de la Contrarreforma, ya que la Iglesia espaola, para reaccionar contra la severidad e iconoclastia del Protestantismo,
alent y promovi la edicacin de recintos religiosos, tanto iglesias como
conventos, con una enorme profusin de imgenes, a la vez que un repertorio
musical propio. Hay que tener en cuenta que el barroco es para Espaa una
poca de expansin en Amrica. Un elemento de suma importancia para la
evangelizacin era la incorporacin de las lites nativas a la religin: por esto
la teatralidad de las manifestaciones artsticas religiosas en las colonias americanas era una forma de promover la emocin a travs de las artes plsticas, la
arquitectura, y la msica que impregnaba esos espacios.
Se buscaba, tanto en artes visuales como en msica, que la inuencia de la
Iglesia sobre los artistas fuese dirigida a emocionar y enardecer la devocin
mediante estmulos psicolgicos, plasmados en obras suntuosas y exaltadas.
Las obras del Barroco se apoyan en un decorado vistoso y muchas veces en
una ilusin visual. La arquitectura barroca da importancia a la decoracin que
ha de ser fastuosa y espectacular. En esta esttica son importantes los contrastes de claroscuros violentos: la luz contra la oscuridad; los acusados juegos de
luces y sombras, el tenebrismo. La msica barroca tendr muchas cuestiones
en comn con esta manifestacin de las artes visuales y as generar contrastes
sonoros.
Las ciudades virreinales aspiraban a parecerse a las poblaciones de la metrpoli: buscaban recrear el mundo espaol aunque se recurra, parcialmente, a
los materiales y recursos locales, que se integraban con todo aquello que se llevaba directamente desde Espaa. La ciudad virreinal, con su orden social, ritos
y estas solemnes, representaba la civilizacin, y la msica es uno de los elementos que la integran y caracterizan. La msica de catedrales y conventos
americanos guarda una semejanza intencionada con la Espaa peninsular:
tanto en la organizacin de los puestos musicales como en la msica que se
interpreta subyace la aspiracin a imitar y recrear este ambiente musical.
El Virreinato del Per se extendi sobre gran parte del imperio incaico, y la
evangelizacin de sus dirigentes era fundamental para integrar a la poblacin
dentro del imperio espaol. Por esto la msica y las bellas artes tuvieron un
papel relevante, como parte de la solemnidad y boato que otorgaban dignidad
e importancia a los rituales religiosos. As, la presencia y accin de la Compaa de Jess en el Virreinato tiene fuertes repercusiones, puestas de maniesto
en las representaciones iconogrcas que decoran catedrales y conventos,
orientando la funcin didctica de las imgenes plasmadas a travs de un lenguaje artstico que entrelaza smbolos europeos y americanos.
El orecimiento de la emblemtica y su reelaboracin en el contexto jesutico tambin introduce elementos simblicos y alegricos que constituyen una
forma comunicativa que se va haciendo propia del lenguaje artstico de los
virreinatos. La referencia fundamental es el Emblematum liber (1531) de
Andrea Alciato1. Cada uno de los emblemas o empresas se compona de una
sentencia o nima, una imagen, grabado o cifra, y un texto o poema que esclareca el signicado, y su propsito era simbolizar un vicio o una virtud.
En el Diccionario de Autoridades2 se reere el signicado de emblema:
Se entiende un cierto gnero de Geroglco [sic], symbolo o empressa, en que se
representa alguna gura o cuerpo de cualquier gnero o especie que sea, al pie del
cual se escriben unos versos, en que se declara el concepto o intento que se encierra
en ella: y casi siempre de cosas morales y graves.
El libro de Alciato fue fuente para creaciones literarias, pictricas y musicales, y la referencia alegrica era una va expresiva cara a la sensibilidad artstica
del barroco. Las analogas, las correspondencias, los juegos de ingenios propios
de la concepcin artstica del momento son elementos que, en las representaciones pictricas alentadas por los jesuitas en el marco de la religiosidad
andina, fructican en cierto entrecruzamiento e integracin de simbolismos,
pero puestos al servicio de la captacin y elevacin espiritual cristiana.
Por otra parte, las estas religiosas eran momentos de expansin sensorial:
elementos sonoros, visuales, textuales y rituales se conjugaban para asombro
de los participantes, para conmover mediante todos los recursos que la msica
ofrece en un contexto de liturgia. Al romper la rutina, y mediante la comple-
jidad que sobreviene del encuentro de msica, texto, arte y liturgia, se desencadena una suerte de dramaturgia:
Las posibilidades espectaculares en este mbito de novedosas fronteras de rito y
teatro son, como deca, muchas, y van de los villancicos representados, dances y danzas, cantos y sermones con apariencias, pasiones, va va y belenes vivientes, pastoradas, etc., a autos, farsas, comedias de santos, pasando por una gran variedad de
manifestaciones folkricas profanas, fuera de los templos. Todo ello con las funciones de vlvula de escape, cohesin, autorreconocimiento3.
El Papa Urbano VIII prohbe y condena en 1628 este tipo de representaciones de la Trinidad, ordenando la destruccin de las existentes. Sin embargo,
en el Virreinato del Per encontramos varios ejemplos de Trinidades trifaciales
que responden al modelo mencionado, y datadas a nes del siglo xvii o
comienzo del siglo xviii: un sujeto nico con tres rostros y el ideograma en
forma de tringulo investido con la explicacin en forma esquemtica de la
existencia de tres personas y unidad de sustancia. Uno de estos cuadros se
5
Roa, M. de, Antigedad, veneracin y fruto de las Sagradas Imgenes y Reliquias, 1623,
cap. 3, . 14r-14v.
v. La Virgen Hilandera
Nuevamente nos referiremos a una forma de acercarse a la cosmovisin
de los pueblos originarios a travs de la ancestral devocin a la Pacha Mama,
divinidad telrica cuya importancia llega al da de hoy, en que en los pueblos
andinos de Per, Bolivia y noroeste de Argentina se sigue respetando la
fuerza misteriosa pero determinante de la tierra como dadora de sustento,
donde las apachetas6 siguen presentes en los caminos, aunque coronadas con
una cruz cristiana.
El sincretismo popular muchas veces ha entrelazado la veneracin a la
Pacha Mama y a la Virgen Mara, y en cierta medida hay un reejo de esto en
obras de la pintura cuzquea. Encontramos pinturas de advocaciones de la
Virgen dentro de la gura de un cerro. La Virgen del Cerro que se conserva
en el Museo de la Casa de la Moneda en Potos, prcticamente asimila la montaa a la Virgen, que es coronada por la Trinidad en presencia del dios Inti.
Una devocin que se difunde ampliamente es la advocacin de la Virgen
Nia Hilandera: la representacin de una usta, o princesa incaica, con su rica
vestimenta, lujosamente guarnecida, la vincha o diadema indgena, y la rueca
con un velln de lana, es una de las ms repetidas. Existen numerosos ejemplos conservados en las ciudades de Lima, Sucre, Potos y hasta en Buenos
Aires con representaciones de esta Virgen Hilandera. Es llamativo el hecho de
Conclusiones
El amplio y complejo imperio dominado por los Incas tiene un nexo fundamental con su geografa: los Andes y su naturaleza son inherentes a su cosmovisin. El Imperio Inca, como ms tarde lo hizo el Imperio Espaol, llev
su cosmogona hasta donde llegaban sus dominios, y, uno sobre otro, los sustratos de pensamiento y las deidades se fueron integrando hasta conformar un
concepto en el que la percepcin y el sentimiento de lo divino permanece ms
all de las formas concretas de veneracin. Una vez consolidado el Virreinato
del Per, la escuela cuzquea y sus representaciones de lo sagrado adquieren
una personalidad propia. La belleza de la pintura cuzquea trasciende lo esttico: el valor del smbolo y el esplendor de los detalles le otorgan una dimensin compleja. Se vislumbra cierto sincretismo entre el mundo de los pueblos
originarios, sus jerarquas, su sentido de lo sagrado y la cosmovisin cristiana
que constituyen un elemento distintivo de este arte. Asimismo, la misin jesutica, en la necesidad de desarrollar y armar la evangelizacin, otorga a la pintura una forma de acercamiento didctico a los conceptos teolgicos mediante
la belleza de la obra de arte y el smbolo.
SECCIN II
De la Ilustracin al 1900
La construccin del espacio urbano y arquitectnico responde a necesidades profundas radicadas en la psique humana y, en cuanto tales, no modicables con la velocidad del progreso tcnico. Ahondando en una cuestin planteada por Benedetto Gravagnuolo en 19911, este texto tiene por objeto analizar
una serie de paradojas urbanas en torno a la Plaza de Armas de La Habana y
su proyecto de modernizacin a mediados del siglo xix, nalmente desestimado
por la agresin que supona la anulacin del espacio retrico gestado en torno al
castillo de la Real Fuerza desde la fundacin de la ciudad en el siglo xvi.
El elemento nuclear de las ciudades hispanoamericanas estaba constituido
por la Plaza Mayor o Plaza de Armas, espacio originario de la villa a partir del
cual se trazaban los ejes determinantes del crecimiento inmediato. Este
enclave, monopolio de las funciones representativas, aglutinaba en un slo
espacio simblico la sede de gobierno, la iglesia matriz y el ejercicio de mercado, atrayendo de manera centrpeta el resto de las actividades colectivas, permanentes o espordicas. En 1580 la Plaza de Armas ocupa su emplazamiento
denitivo, junto a la Real Fuerza, castillo original que defenda la baha de La
Habana de los posibles ataques piratas y de potencias extranjeras. Esta fortaleza, hito de la vanguardia tecnolgica en el primer sistema de defensas americano, desempe desde muy temprano funciones mixtas, siendo residencia del
jefe de gobierno en caso de conicto blico y habilitndose como presidio
militar a comienzos del siglo xvii [g.1]2 .
* Este artculo se enmarca en el proyecto de investigacin Arquitecturas dibujadas. Ingenieros militares en Cuba (1764-1898), Plan Nacional de I+D+i (HAR2011-25617).
1
Gravagnuolo, B., Historia del urbanismo en Europa. 1750-1960 [1991], Madrid, Akal,
1998, p. 17.
2
El castillo fue comenzado a nales del ao 1568 por el ingeniero Bartolom Snchez,
quien hubo de derribar las casas de los vecinos ms prestigiosos de la poblacin para poder
El monumento fue ocialmente inaugurado con una misa del obispo Espada
el 19 de marzo de 1828, y el acto se prolong durante tres das de festejos que
incluyeron una excursin aerosttica iniciada en la propia Plaza de Armas6 .
A pesar del subtexto de modernidad latente en los entretenimientos colectivos
que se desarrollaron con motivo de la apertura del Templete, a principios del
siglo xix las recesiones al Antiguo Rgimen todava eran constantes: en 1834,
antes de la llegada de Miguel Tacn al gobierno, se refuerza la presencia
monrquica, afectada por el breve episodio liberal, mediante la colocacin de
una estatua de Fernando VII en el centro de la plaza.
Por otra parte, con el traslado de los presos a la nueva crcel, iniciativa del
propio Tacn, el piso bajo de la Casa de Gobernadores o de Gobierno qued
desocupado a nales del ao 1835. Tras algunas reparaciones en la madera de
los techos dirigidas por el coronel Flix Lemaur, Miguel Tacn encarg a
Manuel Pastor la construccin de una lujosa vivienda en el piso superior y la
remodelacin de la habitacin de gobierno, que fue enlosada con grandes piezas de mrmol. En el piso bajo se proyectaron ocho tiendas y establecimiento
de dos escribanas con sus correspondientes entresuelos dejando benecio del
rematador los productos de la mejor postura de aos que se estipulase,
debiendo, concluidos que fuesen, quedar la obra benecio de los Propios de
el primer tasador de nuestras cosas. []Los terrenos que se sealaron para la distribucin
de solares fueron los comprendidos a los alrededores de la Plaza de Armas, y segn la Torre
en el mismo ao de 1519 se celebr la primera misa y el primer cabildo debajo de una hermosa
ceiba que exista en el punto donde hoy se halla el Templete, conmemorativo de dichos sucesos.
Alcover, A. M., La Misa, la Ceiba y el Templete. Errores histricos, Cuba y Amrica,
ao V, n. 96, La Habana, 1901, [s. p.]. Las crnicas sobre la mstica ceiba, que vivi
hasta el ao 1753, proliferan en artculos divulgativos del siglo xix como Palma y Romay,
R. de, El Templete, El lbum, tomo ix, La Habana, 1838 [s. p.]; o Bachiller y Morales, A., El Templete, en Paseo pintoresco por la Isla de Cuba, La Habana, 1842 [s. p.].
Tambin es comn verla representada en planos de poblacin como La Plaza de Armas de
La Habana, de 1691, conservado en el Archivo General de Indias.
6
La primera excursin aerosttica se efectu en La Habana el 19 de marzo de 1828
como uno de los ms atrayentes nmeros del programa de festejos combinado para solemnizar la inauguracin del Templete de la Plaza de Armas [] Aquellas estas duraron tres
das, desde el 18 al 21, y el hroe del da 19 fue un aeronauta francs, M. Robertson, quien
por la tarde se elev en un globo, es de creer que desde la misma plaza de Armas para que
pudiera presenciar la ascensin la primera autoridad de la isla. Hallbase engalanada la
plaza con banderas y ricas colgaduras y la iluminacin consista en multitud de farolitos de
colores. Iglesia, . de la, Matas Prez, en Tradiciones cubanas, La Habana, Editorial
Letras Cubanas, 1983, pp. 46-48.
la ciudad, as como las mejoras del edicio7. No est contrastado que el plano
conservado en el Archivo General Militar de Madrid incluya la distribucin
denitiva de los locales pero, de ser as, nalmente la totalidad de los arrendamientos hubo de estar destinada a notaras, salvo los cuatro cafs distribuidos
en los respectivos ngulos del edicio8. Asimismo, el general Tacn orden la
construccin de un prtico en la fachada que daba a la plaza de Armas, destacando la labor de rejera de sus balcones.
Todas estas iniciativas contribuyeron enormemente a la revitalizacin esttica del nodo institucional de La Habana, exorcizando el componente indecoroso que constituan los calabozos atestados de presos. El capitn general
comenz entonces a celebrar sus reuniones en el cuartel del nuevo presidio
extramuros9, reservando el Palacio de Gobierno para las ocasiones de mayor
etiqueta y haciendo visible la incipiente disolucin de las instituciones metropolitanas en la Plaza de Armas, que adoptaba tras estas reformas un cariz menos
severo y propicio a los encuentros sociales de la burguesa criolla y peninsular.
En este sentido, una de las tradiciones que se sosticaron y ganaron protagonismo a mediados del siglo xix fue la Fiesta del Da de Reyes. La puesta en
escena, muy efectista, trazaba un animado recorrido que comprenda todos los
edicios signicativos de la plaza, nalizando en la Casa de Gobierno:
A las doce del da la diversin llegaba a su apogeo. En las calles de Mercaderes,
Obispo y OReilly era una procesin no interrumpida de diablitos. Todos se encaminaban a la plaza de Armas. A poco la muchedumbre colmaba aquel lugar y a
duras penas poda transitarse por los costados del Palacio de Gobierno. Los espectadores invadan los balcones, las aceras, y se trepaban en las bases de las columnas,
en las ventanas y en los bancos de piedra que rodeaban la plaza. Las hileras de laureles con sus copas enormes y de oscuro verde, los arbustos de la plaza de hojas
pintorreadas y de ores varias, las esbeltas palmas que recortaban la silueta de sus
elegantes penachos sobre un cielo del ms puro y bello azul, los marineros de todas
las naciones que bajaban en grupo para presenciar medio azorados aquella extica
esta, los soldados que custodiaban los edicios cercanos a la plaza, las mltiples
Tacn y Rosique, M., Relacin del Gobierno Superior y Capitana General de la Isla de
Cuba [], La Habana, Imprenta del Gobierno y Capitana General, 1838, p. 20.
8
Augan, F., Plano de la Casa de Gobierno de La Habana, 1844. A.G.M.M., Cartoteca,
CUB-67/18. Se maniesta mediante la distribucin denitiva de los locales el cambio en la
gestin del poder del poder represivo de la crcel al poder burocrtico de las escribanas,
amn de la importancia de los nuevos lugares de exposicin del colectivo burgus, como
constituye el paradigmtico ejemplo del caf.
9
Prez de la Riva, J. (ed.), Correspondencia reservada del Capitn General don Miguel
Tacn con el gobierno de Madrid: 1834-1836, La Habana, Biblioteca Nacional Jos Mart,
1963, p. 40.
banderas que ameaban con el viento y los mil colores con que adornaban sus trajes
los negros, ofrecan, a la verdad, el ms pintoresco espectculo. Los cabildos iban
entrando por turno al patio del Palacio, en cuyas bvedas repercutan durante
muchas horas el atronador redoble de los tambores, los salvajes cantos y los entusiastas vivas de los africanos. Y mientras abajo extremaban sus habilidades los bailadores, el capitn de cada cabildo, sombrero de picos bajo el brazo y banda terciada
sobre el pecho, el abanderado pendn al hombro y el cajero cargado con su alcanca
de hojalata, suban las escaleras del Palacio en medio del mayor orden y haciendo
las ms expresivas muestras de afecto y las ms vivas demostraciones de adhesin,
reciban, por lo menos, media onza de oro de aguinaldo. Ese da se mostraba el
Palacio muy generoso. Por las ventanas que daban al patio llovan tabacos, medios,
reales y hasta escudos, sobre los cuales se precipitaban a disputrselos vidamente
centenares de manos. Las negras viejas, ms expresivas, o ms nerviosas, eran las
que con ms fuerza agitaban en lo alto sus huecas marugas, metidas dentro de una
red de camo, y casi delirantes pedan a Dios guardase y conservase muchos aos
la salud de su excelentsimo se general10.
La celebracin del Da de Reyes acab por convertirse en una engolada ceremonia manierista, testimonio de la neutralizacin fctica del poder pblico en
su propio lugar de origen, a partir de entonces escenario de tensiones burocrticas mucho ms sutiles que las armaciones de poder monrquico propias del
Antiguo Rgimen. Ejemplo fehaciente de esta circunstancia lo constituye el litigio mantenido entre el capitn general y el comandante general de la marina
desde que el 6 de enero de 1856, durante el transcurso de dicha esta, la marcha militar y los cabildos saludasen primero a este ltimo, violando la etiqueta
ocial de la celebracin. Tras una cuantiosa inversin de esfuerzo y capital en
efectivos diplomticos, el expediente fue clausurado denitivamente en 185911.
Continuando con la poltica urbanstica del general Tacn, el ingeniero
Flix Lemaur propuso en 1837 un proyecto para remodelar el patio interno y
construir nuevos pabellones en la Real Fuerza, por aquel entonces obsoleta con
respecto a las innovaciones en materia poliorctica que la monarqua borbnica,
10 Meza, R., El da de Reyes, La Habana Elegante, 9-I-1887 [s. p.]. Existen tambin
numerosos grabados de F. Miahle, en sus ediciones de 1839 y 1853, que ilustran esta
festividad.
11 Expediente sobre la cuestin suscitada entre el capitn general y el comandante general de la
marina referente al incumplimiento del ltimo de etiqueta en el da de Reyes [1856-1859],
A.G.M.M., seccin Ultramar, caja 2533, carpetas 13.8.1, 13.8.2 y 13.9; respecto a la performance cursi como forma de gestin de las nuevas relaciones sociales burguesas, resulta
verdaderamente interesante el ensayo de Valis, N., La cultura de la cursilera. Mal gusto,
clase y kitsch en la Espaa moderna [2002], Madrid, A. Machado Libros, 2010.
12
Ya desde principios del siglo xvii, eclipsada por las intervenciones diseadas por Bautista
Antonelli para los enclaves del Morro y la Punta, se habla de ella como la fuerza vieja, calicacin anteriormente asignada a la primitiva fortaleza destruida en 1555 por el ataque francs
de Jacques de Sores. Alojamientos de soldados en el presidio de La Habana, Madrid, 6-XI-1607,
Archivo General de Indias, Santo Domingo, 869, leg. 5, . 141v-142r. Un siglo despus, la
descripcin topogrca de Francisco de Barreda atestigua que el epteto constitua un lugar
comn dentro del imaginario colectivo: [] y nalmente la del Castillo nombrado de la
Fuerza vieja, donde reside el Governador, que la entrada del Surgidero, proporciona coger
todo Baxl gran satisfacion fuera de los muchos fortines, que acompaan la Baha.
Barreda, F. de, Puntual, veridica, topographica descripcion, del famoso puerto, y ciudad de San
Cristoval de La Habana, en la Isla de Cuba [], Sevilla, Imprenta de D. Jofeph Navarro y
Armijo, 1701, p. 15; como Le Vieux Chateau aparece descrito el castillo en diversas cartas
hidrogrcas francesas de mediados del siglo xviii, anteriores al ataque ingls de 1762.
13 Direccin General de Ingenieros. Expediente de Construccin del cuartel de la Fuerza.
A.G.M.M., Seccin Ultramar, caja 2819, carpeta 176.1.3, docs. 6-8. Agradezco a Miguel
ngel Castillo Oreja, director de mi tesis doctoral, la noticia de la existencia y posibilidades de este expediente.
14 Concha, J. de la, El Capitn General pide la ejecucin de algunas obras del Cuartel de la
Fuerza para la apertura de una calle al trnsito pblico, Habana, 1-VII-1851. A.G.M.M.,
Seccin Ultramar, caja 2819, carpeta 176.1.3, doc. 40, . 1v-2v. Se acompaa de un plano,
clasicado como doc. 41 [g. 3]. La real orden que aprueba el proyecto corresponde al
documento nmero 46 incluido en el mismo expediente.
reparaciones de carcter estructural, mantenimiento de instalaciones, acondicionamiento de nuevos pabellones para el cuartel o aplicacin de vidrieras en
los vanos de las nuevas ocinas militares18. Lo cierto es que su privilegiada
ubicacin en el mbito seminal de la ciudad la excus de suponer un impedimento para el desarrollo urbano de los vectores de comunicacin niseculares,
y ni siquiera en tiempos de la Repblica existi tentativa alguna de acabar con
el exvoto metropolitano de la Fuerza.
Sea debido a una altruista conciencia de conservacin del patrimonio, sobre
la que se ha escrito y operado prolijamente, o con el n de alimentar el falso
mito del escenario histrico para la ensoacin y consumo turstico de un da
indiscutible inyeccin econmica que ha recibido no escasas crticas, el
hecho es que el pblico pasea hoy por la Plaza de Armas bajo el grave efecto
escenoplstico19 de la eterna sincdoque de La Habana: el Castillo de la Real
Fuerza, arquetipo de identicacin hollywoodiense20 y vanitas ambivalente,
casi tan negra como el mito de su madre patria, sobre la que Max Estrella
posiblemente tendra mucho que decir.
18
El Capitn General remite presupuesto extraordinario de 4670 pesos para obras en los Pabellones del Cuartel de la Fuerza en esta Plaza, La Habana, 11-II-1859. La obra se aprueba por
real orden en Madrid, 11-IV-1859. A.G.M.M., Seccin Ultramar, caja 2819, carpeta 176.1.3,
docs. 85 y 93. Existe un plano que posiblemente se corresponda con esta reforma: Portillo
y Portillo, M., Plano de los pabellones actuales del Cuartel de la Fuerza: con el proyecto de su
reforma y del nuevo edicio que se considera necesario para completar el nmero de habitaciones
que son indispensables para alojar toda la dotacin de Sres. Gefes [sic] y Ociales correspondiente
a la tropa que dicho cuartel puede contener, La Habana, 31-VIII-1859. A.G.M.M., Cartoteca,
CUB- 52/16. La real orden de 12-III-1877 aprueba el uso de vidrieras en los ventanales de
las nuevas ocinas del pabelln. Direccin General de Ingenieros, op. cit. (Archivo General
Militar de Madrid, Seccin Ultramar, caja 2819, carpeta 176.1.3, doc. 117).
19 Muoz Corbaln, J. M. y Narvez Cases, C., Diseos de lo imaginado y estructuras de lo construido. La interaccin escenoplstica de las fbricas arquitectnicas y la
(des)integracin del decoro en los espacios urbanos, en Canalda, S., Narvez, C. y
Sureda, J. (eds.), Cartografas visuales y arquitectnicas de la modernidad. Siglos XV- XVIII,
Barcelona, Universitat de Barcelona, 2011, p. 279.
20 Qu hacer, ahora? Construir un Centro histrico a imagen y semejanza de las historias
difundidas a travs de las nuevas narraciones: pelculas trituradoras y divulgadoras de novelas, videojuegos que prolongan interactivamente el poder y la duradera inuencia de esas
pelculas, CDs en los que reconstruir, desmontar o destruir ad libitum lo acarreado por los
otros media, peridicos que difunden y contextualizan todo ello en soporte papel, espacios
televisivos que hacen publicidad de lo anterior y a la vez se dejan modelar por ello [].
Todo eso es lo que proporciona los modelos con los que recuperar (as se dice!) el casco
histrico. Duque, F., La Mpolis: Bit City, Old City, Sim City, en Aza, F. de (dir.), La
arquitectura op. cit., p. 48 y ss.
Figura 1. Vista de la Baha de La Habana, siglo XVI . Archivo General de Indias. La escala
utilizada para representar la Real Fuerza como hito fundamental de la nueva poblacin de
San Cristbal de La Habana traduce los fuertes valores defensivos y representativos que revesta
en poca fundacional.
Figura 4. Arturo Escario. Proyecto de distribucin en solares para facilitar la venta del
terreno que ocupa el Cuartel de la Fuerza, La Habana, 7-XI-1854. Ibidem, doc. 58.
Cassirer, E., Filosofa de la Ilustracin, Mxico DF, FCE, 1972, pp. 327 y ss.
Citaremos esta obra por la edicin francesa, Richardson, J., Trait de la peinture et de
la sculpture, Paris, ENSBA, 2008.
3
Citaremos esta obra por la edicin francesa, Schlegel, F., Descriptions de tableaux,
Pars, ENSBA, 2001.
2
Craske, M., Art in Europe 1700-1830, Oxford-New York, Oxford University Press,
1997, p. 145.
Un ensayo sobre que alude a ese mundo experimental del individuo que
ha rearmado sus principios espirituales para abordar de nuevo el mundo, la
naturaleza, experimentalmente, expuesta por la divinidad para su uso y disfrute, alejndose de estriles disputas doctrinales. As el clasicismo introducido
por aquel humanismo cvico en la Inglaterra de principios del xviii est impregnado por este giro. En este sentido, el captulo titulado precisamente De la
bondad de un cuadro del tomo segundo, dedicado a exponer las bases metodolgicas del ejercicio del crtico, es palmario del revisionismo de las bases teolgicas para la reexin esttica5. Ante todo, el crtico debe abandonar toda
suerte de juicio de autoridad heredado como primer precepto. Esto implicaba
volver a ver. Solo despus vendra la acomodacin de esa mirada a las exigencias de la razn terica.
Las descripciones de Richardson hijo vienen a ser como una puesta en prctica de los principios establecidos en los tomos anteriores y se enmarcan bajo el
modelo de una gua del viajero. Por lo tanto no tienen ninguna intencin
sustitutiva, ni normativa, sino que son el punto de inicio para ver a partir de
alguien que ha dado cuenta de la visin directa y que describe lo que ha visto,
aunque literariamente se apoye directamente en los escritos clsicos como referencia cultural, de la misma manera que las suyas lo pudieran ser para eventuales descripciones de sus usuarios. A pesar de que la metodologa crtica
impone una sistemtica exposicin progresiva en la descripcin segn los preceptos tericos del academicismo francs, el nfasis que cobran en determinados ejemplos de obras los aspectos sensoriales por encima de su supremaca del
dibujo sobre el colorido, en lgica correspondencia con la herencia acadmica,
es un claro sntoma de esa orientacin moderna que parte de la apreciacin
emprica y que en materia esttica supone un gusto por los aspectos sensoriales
de la obra de origen lookiano.
Una funcionalidad muy distinta adquieren las descripciones de pinturas
que nos ofrece la crtica de arte del primer romanticismo alemn. Agust
Wilhen Schlegel publicaba una serie de estas con el ttulo Die Gemlde. Ein
Gesprch, aparecido en el tercer fascculo de la revista Athenaeum en marzo
de 17996. Ahora la cfrasis asume un valor, cuando no incluso sustitutivo,
5
Richardson. Estas descripciones no estn dirigidas a ese pblico de entendidos y/o con posibilidades de adquisicin de obras de arte, y por extensin, solo
por extensin, al resto de ciudadanos, esto es, dirigidas a fomentar un mercado
de arte, sino a un espectador ideal que, independientemente del mercado, se
congura como un espectador puramente esttico. Las descripciones en la ccin dialogada son la trascripcin ligstica de las pinturas dirigidas a alguien
que no puede seguir con la mirada el discurso, es decir, tienen valor sustitutivo. Y lo hace sin recurrir al lenguaje de los especialistas porque este creara
ms confusin que esclarecimiento: Non dandomi aatto della ia avventatezza, ho posto locchio a guida della fantasia, sforzandomi di calarmi nei
dipinti. Come potete facilmente immagiannare, non ho certo corso il pericolo
di resultare poco comprensinile ad Amalia usando un linguaggio
specialistico.10 Ah est ese giro hermutico de la crtica que trata de alcanzar
a travs del lenguaje descriptivo el espritu de la obra de arte.
De este modo no hace sino proseguir el camino iniciado por la historiografa de Winckelmann frente a los anticuarios del momento. Si es cierto que,
como sostiene E. Dcoultot, las descripciones del arquelogo alemn hunden
sus races en el valor de la semitica clsica del ut pictura poesis, y de ah su predileccin por la alegora11, no lo es menos que, como ha sealado K. Pomian
comparando su labor con respecto a la de un conocedor coetneo como
Mariette, esa lectura semitica se transforma en hermenutica: el anlisis
visual, la descripcin lo ms exhaustiva y exacta posible del signo material
de la obra y su contexto arqueolgico (lo emprico) no agota su trabajo sino
que es el punto de partida para acceder a su espritu12 . Este es el sentido que
Schlegel expone, suprimiendo, por innecesaria o contraviniente, la parte profesional. Es muy signicativo, que el dilogo termine con descripciones poticas,
en sonetos, de obras pictricas, la poesa adquiere aqu el valor de re-interpretacin esttica del cuadro. Con ello la obra de arte no solo era portadora o
vehculo de smbolos, sino que se constitua como Smbolo.
Fue T. Todorov quien subray la importancia para la teora romntica del
arte de la gura de K. Ph. Moritz, que radica en ltima instancia, en la derogacin de la teora de la imitacin clsica y la instauracin de una teora de la
10
Ibidem, p. 328.
Winckelmann, J. J., De la description, dition dlizabeth Dcoultot, Paris, Macula,
2006, p. 8.
12 Pomian, K., Des saintes reliquies lart moderne. Venise-Chicago XIII-XX sicles, Paris,
Gallimard, 2003, pp. 247-248.
11
Todorov, T., Teoras del smbolo, Caracas, Monte vila, 1981, pp. 213 y ss. Seguiremos
a este autor en las siguientes consideraciones.
14 Ibidem, p. 230.
lloso que son los jeroglcos extrados de la naturaleza misma sentida e intuida,
autnticos smbolos. El cuadro deviene un jeroglifo-smbolo. De nuevo omos a
Wackenroder. Pero como decamos en l, estos mismos principios, no disuelven la crtica sino que son el punto de partida para todo un despliegue de ejercicio crtico del que sus Descripciones son una buena muestra.
Viajeros por Aragn. El abad Branet, Heraldo de Aragn, Zaragoza, 13-8-2006, p. 37.
Sobre el viaje del abad Branet por Espaa se conserva un ejemplar completo en la
no eran una novedad, pero s lo fue la ejecucin de estas luminarias para representar las cuentas del Rosario. El Rosario de Nuestra Seora del Pilar debe su
nombre y fama a la preciosa coleccin de faroles de diferentes formas y tamaos que, desde su fundacin, fue numerosa. Esta herencia fue recogida por la
Hermandad de Nuestra Seora del Rosario, que encarg al arquitecto zaragozano Ricardo Magdalena Tabuenca su diseo y construccin al taller del
artista Len Quintana Bianchi. Estas carismticas piezas mviles, recorriendo
las calles de la capital del Ebro, se acercan mediante la luz y el color del amor
de Dios a los eles que contemplan el desle, a la vez que desde lo ntimo de
estos edicios se crea una esttica nueva, las cristaleras captan la claridad y la
transforman en pensamiento religioso. Pierre de Roissy, canciller de Chartres,
comparaba las cristaleras policromadas con las Sagradas Escrituras por su
capacidad de separar lo malo e instruir a los eles.
El maestro vidriero Len Quintana Bianchi y su hijo Rogelio Quintana
Bellostas convirtieron esta forma de simbolizar las cuentas del Rosario en
autenticas fantasas arquitectnicas, con vidrieras de cristal pintado y luz, en la
transicin del siglo xix al xx. En el ambiente de religiosidad que vive la ciudad
de Zaragoza surge la colaboracin entre Ricardo Magdalena Tabuenca, arquitecto municipal de la ciudad, y el artista vidriero. Ambos ofrecern al publico
una escenografa inusual, ya que en 1890, al atardecer con las primeras sombras de la noche, las farolas de mano transformaron el espacio ciudadano con
su luminaria y tintura. Desde el 2 de enero de 1889, haba quedado cannicamente establecida la Cofrada del Excelentsimo Rosario de Mara y su presidente, Jos Mara Pr, fue el encargado de formalizar y organizar la procesin,
concibiendo un proyecto en dos fases de engrandecimiento mediante la creacin de unos faroles que representaran los 15 Misterios y la Letana Lauretana;
as comenzaba una nueva etapa que proseguir durante muchos aos y que
supuso el reconocimiento del ocio artesano de Talleres Quintana. El 12 de
octubre de 1889 se haba comenzado a dar forma en cristal a la plegaria
mariana: 244 faroles, repartidos en 150 Aves Maras, 15 Pter Noster, 15 Glorias
Patri, las Letanas con los cuatro modelos de las Salutaciones, Kyris y Agnus
Dei y en 1890 se representan en imgenes los Misterios Gozosos, Dolorosos y
Gloriosos; todos ellos seguan lo que en la poca se denomino gtico-bizantino
[g. 1].
biblioteca de la Diputacin de Guipzcoa: Jean Barrada, M., Journal de un petre
refractarire en Espagne (1791-1800), 1927.
Memoria anual de las Obras de la nueva Iglesia Catedral de Vitoria. Madrid, 1911, y Nuestras industrias artsticas. El farol para Vitoria, Heraldo de Aragn, Zaragoza, 30-7-1910, p. 1.
7
Arraiga Frauca, J., Los esclavos de la catedral, Pamplona, Ayuntamiento de Pamplona, 1998.
Nieto Alcaide, V., La vidriera espaola ochos siglos de luz, San Sebastin, Editorial
Nerea S. A., 1998, p. 418.
Con motivo del reciente hallazgo del friso para el pedestal del obelisco
que Isidro Velzquez erigi en la iglesia de San Francisco el Grande de Madrid
durante las exequias de la reina Isabel de Braganza, me he permitido una breve
aproximacin al contexto actual de anlisis de la imagen propagandstica de la
monarqua durante los primeros aos del reinado de Fernando VII, con el propsito de ofrecer una hiptesis sobre el uso simblico de la tcnica grisalla
como parte del lenguaje gurado que da cuerpo a la nacin y del honor de la
piedra como va de legitimacin1 [g. 1].
El gran simulacro con el que arquitectura, escultura y pintura construyen
la imagen de poder durante las exequias, pasadas tres dcadas desde la celebracin del ltimo funeral regio el de Carlos III en 1788, evidencia que la exaltacin del poder con carcter propagandstico se haca muy necesaria para
Fernando VII tras un lustro de gobierno. Para la ocasin, como en funerales
anteriores, se reclamaban formas alegricas tradicionales como el obelisco y se
recurra a la imitacin de mrmoles, bronces, dorados, etctera, por su valor simblico y evocador de un estatus tan regio como sublime2 . La correspondencia
1
convencimiento moral5. Dicho en palabras de Bonet, lo mitolgico se sustituye por lo histrico y lo emblemtico por la alegora racional6. Este relevo no
supone un sesgo total, ya que se recurre a imgenes del repertorio previo a la
Constitucin como la matrona que encarna a la Nacin, el len o las cadenas, pero se advierte una clara intencin legitimadora que remite a la estatua,
al relieve y a las formas arquitectnicas clsicas como principales vas de comunicacin con una Historia el a los hitos de la Antigedad.
Pongamos ahora dos ejemplos que evidencian este honor lapidum: uno
representativo del valor de las formas en la arquitectura y otro del valor de la
estatua en la representacin simblica de la nacin. La celebracin casi simultnea de las exequias de Isabel de Braganza en Madrid y Roma, responde a la
necesidad de mostrar el esfuerzo por consolidar la nueva imagen de la monarqua en el exterior, ofreciendo una continuidad al legado de Carlos III y, a su
vez, como demostracin del criterio artstico de los artistas al servicio del rey.
En el caso del abuelo de Fernando VII se eligi para la arquitectura efmera
un templo de la ms pura Arquitectura, y se tom por modelo el que los
Atenienses erigieron a Teseo, es decir, se emple el orden drico en asociacin
a la dignitas y la simplicitas con claras resonancias morales en plena crisis del
vitruvianismo7. El rey se presentaba como un nuevo Trajano cuyo renacer
coincida con la victoria del drico pestano en tanto que forma simblica al
servicio de la teora arquitectnica8. Y en los funerales de Isabel de Braganza,
5
Reyero, C., Alegora, nacin y libertad. El Olimpo constitucional de 1812, Madrid, Siglo
XXI, 2010, p. xii. Una aproximacin a la imagen de la monarqua espaola en el siglo xviii
en: Prez Samper, M. A., La imagen de la monarqua espaola en el siglo xviii,
Obradoiro de Historia Moderna, 20, 2011, pp. 105-139.
6
Bonet, A., La esta barroca como prctica del poder, Diwan (especial barroco), 5-6,
1979, pp. 53-85, espec. p. 69.
7
Azara, J. N., Relacin de las exequias que celebraron los espaoles en su iglesia de Santiago
de Roma a la memoria del rey Carlos III de orden de su hijo el rey Nuestro Seor D. Carlos IV,
siendo ministro plenipotenciario a la Santa Sede Josef Nicols de Azara, Roma, Marcus
Pagliarinus Impresor de S. M. Catholica, 1789, pp. xvi y ss. Citado en: Hernando Snchez, C. J., Ideologa ilustrada y gusto neoclsico: la imagen de Carlos III en las exequias
realizadas a su muerte en la iglesia de Santiago de los Espaoles en Roma, en Pealver,
M. (coord.), De la Ilustracin al Romanticismo: IV encuentro Carlos III, dos siglos despus,
vol. ii, 1994, pp. 245-255, espec., p. 247, nota 6. Vid. tambin: Garca, J., Los funerales
de Mara Isabel de Braganza en Roma, Goya, 301-302, 2004, pp. 265-274.
8
Asunto ampliamente desarrollado en: Settis, S., El futuro de lo clsico, Madrid,
Abada Editores, 2006, pp. 35-41. Sobre el debate en la teora arquitectnica espaola del
periodo vid.: Rodrguez, D., El orden drico y la crisis del vitruvianismo a nales
del siglo xviii: la interpretacin de Pedro Jos Mrquez, Fragmentos, 8-9, 1986, pp. 20-47;
Rodrguez, D., Del palacio del rey al orden espaol: usos gurativos y tipolgicos en
la arquitectura del siglo xviii, en catlogo de la exposicin El Real Sitio de Aranjuez y el
arte cortesano del siglo XVIII, Aranjuez, 1987, pp. 287-300.
9
Reyero, C., op. cit., p. 8.
10 Torralba, F. (comis.), catlogo de la exposicin Realidad e imagen. Goya 1746-1828,
Zaragoza, Gobierno de Aragn / IberCaja / Caser, 1996, cha a cargo de Carretero, S.,
pp. 170-173; Carretero, S., El Fernando VII de Francisco de Goya del Museo de Bellas
Artes de Santander, Trasds: Revista del Museo de Bellas Artes de Santander, 10, 2008,
pp. 154-169; Dez, J. L., Nada sin Fernando, en Mena, M. B. (ed.), catlogo de la exposicin Goya en tiempos de guerra, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2008, pp. 99-123.
11
Conclusin
El proceso de creacin/destruccin de la imagen de poder ms habitual en
nuestra historia es aquel que nos hace volver a la Antigedad grecorromana
una y otra vez. Calvo Maturana ha denido este proceso en el periodo que nos
concierne como la alquimia ocial que entre 1815 y 1819 convirti el lodo en
incienso17. El deseo del monarca por presentarse como garante de la restitucin del orden histrico nacional es una reivindicacin que conlleva, como
advierte Settis, el riesgo de perder el sentido original de la cultura clsica.
Desde el momento en que Winckelmann invoca a la belleza sublime en sus
Reexiones sobre la imitacin de las obras griegas en la Pintura y la Escultura 18,
los fantasmas que habitan en estas huyen para dar paso a nuevas formas simblicas basadas en la Antigedad que recurren a una idea de autenticidad
meramente alegrica como hiciera Azara con Mengs, constatando la dilectica que se establece entre la estetizacin de la historia (Winckelmann) y la
historizacin de la esttica (Hegel)19. El nuevo paradigma de lo clsico genera
unas expectativas que llevan al artista a recurrir a la tcnica para demostrar su
conocimiento de los antiguos usos del arte, reclamando para s el conocimiento
arqueolgico que maniestan otras disciplinas.
16
La piedra ofrece soluciones honorables para arquitectos, escultores y pintores, como un sntoma de pervivencia tan legitimador como los propios smbolos escogidos para garantizar la gobernabilidad. Con ello, no quiero decir
que en dcadas anteriores no se recurriera al honor lapidum ah est el Retrato
alegrico de Carlos III que hiciera Jos del Castillo, pero s me gustara sealar
que su empleo es un recurso que concuerda plenamente con los ideales estticos del periodo y con la necesidad de construir una legtima imagen de poder,
tanto poltico como artstico.
Fig. 1. Zacaras Gonzlez Velzquez. Cortejo fnebre de Mara Isabel de Braganza (detalle),
1819. Aguazo sobre sarga (tafetn). 167 1300 cm. Museo Cerralbo. Fotografa: Imagen
M. A. S.
Fig. 2. Francisco Jordn (grabador) e Isidro Gonzlez Velzquez (autor). Cenotao erigido
para las exequias de Mara Isabel de Braganza en San Francisco el Grande, Madrid, 1822.
Cobre, talla dulce. 77 54,2 cm. Coleccin particular.
Fig. 4. Jos Aparicio. La monarqua coronada por las Virtudes, 1816. leo sobre
lienzo. 195 168 cm. Patrimonio Nacional, Palacio Real de Aranjuez (Inv.
10023675).
EL REFLEJO DE LA ANTIGEDAD
EN LA OBRA DE GAUD
Gabriel Sopea Genzor*
1. Gaud creci en un clima artstico eclctico que frente al neoclsico revaloriz el arte del Medioevo; y que coincide en Espaa con un romanticismo
tardo, expresado en clave religiosa a travs de su esttica medievalizante, coincidente con el Concilio Vaticano I (1869-1870) y el entusiasmo edilicio de la
Restauracin alfonsina1; ello con matices propios en una Catalua cuyas necesidades respondan, en buena medida, a los ideales identitarios de la Renaixena, en el seno de los que la Historia ser convertida en categora temtica
clave para esta nueva clase emergente industrial, que revitalizar la cultura
catalana 2.
Navascus, P., Arquitectura espaola (1808-1914), en Summa Artis, XXXV (2), pp. 291,
367-382; Poblador, M. P., El modernismo en la arquitectura y en las artes, Argensola, 114,
2004, pp. 13-62, espec., pp. 14-35. In extenso, Cendn Fernndez, M., Nuevos espacios
para la liturgia: el arte medieval en la arquitectura religiosa de Gaud, De arte, 5, 2006,
pp. 199-215.
2
Bassegoda, J. et alii, Modernismo en Catalua, Barcelona, Thor, 1976; del mismo,
Entorno cultural de los arquitectos catalanes de tiempos modernistas, en Henares, I. y
Gallego, S. (coords.), Arquitectura y Modernismo. Del historicismo a la modernidad, Granada, Universidad, 2000, 157-170 (cfr. Isac, ., Tradicin eclctica, modernismo y regionalismo: una cuestin crtica, Ibidem, pp. 5-71); Casacuberta, M., Els valors literaris de
la Renaixena: sobre Barcelona, lorgull burgs i el treball dels catalans, Quaderns
d histria, 12, pp. 53-79; Flores, C., Gaud, Jujol y el modernismo cataln, Madrid, 1982;
Fontbona, F., Histria de lArt Catal, vol. vi, Barcelona, Edicions 62, 1983 (y Miralles,
F., ibidem, vol. vii, 1985); del mismo (dir.), El modernisme, Barcelona, lIsard, 2000-2004;
Gens, J., Els fonaments ideologics de larquitectura religiosa del Gaud de Maduresa, Barcelona, UPF, Barcelona, 2006, pp. 10-194; Rohrer, J., Artistic Regionalism and Architectural
Politics in Barcelona, Columbia, Ann Arbor, 1984.
11
16
Bergs, J., op. cit., pp. 34-35; cfr. Martinell, C., Gaud, su, op. cit., p. 186.
Declin ir a la exposicin de sus obras en 1910 en Pars, pretextando: La cuna del Arte
ha sido siempre el Mediterrneo, y como ellos [los parisienses] son nrdicos, no se mueven
del plano []. No quise ir a Pars porque no nos hubiramos entendido []. Yo soy gemetra, que quiere decir sinttico. Los del norte no comprenden la sntesis y han hecho
geometra analtica, que es la geometra del punto y todo se resuelve con puntos. Son ultraalpinos. Los mediterrneos son los nicos que han entendido la geometra, y para encontrarla hemos de recurrir a los griegos []. (Martinell, C., Gaud i, op. cit., pp. 133 y
ss.). An: Los del Norte no sienten la belleza y complican las cosas (Ibidem, p. 104); Los
habitantes del Norte, como los del Ecuador, se abstraen, ven fantasmas (Ibidem, p. 114).
25 Leyes, III, 677 y ss.; cfr. Aristteles, Poltica, I, 1, 6.
26 Pelegrn, J., Barbarie y frontera. Roma y el Valle Medio del Ebro durante los siglos III-I a. C.,
Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2002, passim.
27 Bergs, J., op. cit, p. 158.
24
De creer a Jan Molema, Gaud sostena que una persona era tanto ms inteligente
cuanto ms cerca de Reus hubiese nacido (apud Bassegoda, J. y Garca Gabarr, G.,
op. cit., p. 31).
29 Cuche, D., La nocin de cultura en las ciencias sociales, Buenos Aires, Nueva Visin,
2004; Palerm, ., Introduccin a la teora etnolgica, Mxico, Iberoamericana, 1997.
30 Quiz las bvedas de la iglesia de la Colnia Gull se construyeran a la romana, tctica
factible y apropiada (Gonzlez, J. L. y Casals, A., Bvedas convexas, en GiraltMiracle, D. (ed.), Gaud. La bsqueda de la forma, Barcelona, Lunwerg, 2002, pp. 75-80.
31 Mercader, L. (ed.), op. cit., pp. 135-148.
32 Fats, G., El escudo de Aragn, en Aragn, reino y corona, Zaragoza, Gobierno de
Aragn, 2000, pp. 167-174.
La na alusin remite a Los caballeros de Aristfanes (1172-1175), feroz crtica de Clen, un arribista sin escrpulos excitando las bajas pasiones de los
ociosos adocenados en un Estado asistencial. El demos ateniense dialoga con el
Morcillero (una suerte de taumaturgo tragicmico). La diosa es la patrona Atenea, en cuyas estas se repartan pan y sopa gratis36. Empero, Gaud yerra en
parte. El cataln pudo confundir en su monlogo con Bergs dos conceptos:
las comidas atenienses a cargo del Estado y el caldo negro (), privativo del severo espritu espartano: un bodrio para bizarros paladares, guisado
con cerdo, sangre cuajada, vinagre, sal y pan (Plutarco, Licurgo, 12).
El patronazgo de Eusebio Gell fue providencial para Gaud, que prepar para l varios proyectos. Con una inmensa fortuna familiar amasada
por su padre en Cuba y acrecentada por l mismo, fue un catalanista devoto
de Platn y de la arqueologa; y mecenas de numerosos artistas37.
33
38 Bassegoda J., El Jardn de las Hesprides, Boletn de la Real Academia de Bellas Artes
de San Fernando, 46, 1978, pp. 98-122; del mismo, Verdaguer, els Guell i Gaud, Anuari
Verdaguer, 1, 1986, pp. 215-219; Gens, J., op. cit., cap. iii.
39 Bassegoda, J., El Park Gell, mitologa i nacionalisme, Butllet de la Reial Acadmia
Catalana de Belles Arts de Sant Jordi, XI, 1997, pp. 59-76.; Gens, J., op. cit., cap. iii;
Lahuerta, J. J., Antoni, op. cit., pp. 145-163, passim.
40 Bergs, J., op. cit., p. 35.
41 Martinell, C., Gaud, su, op. cit., p. 196.
42
43
Ibidem, p. 135.
Ibidem, p. 113.
Todas las ideas esenciales de los dramas musicales de Richard Wagner estn
expresadas simblicamente, siendo esta, sin duda, la razn principal por la que
el wagnerismo se convirti desde su origen en una de las inuencias fundamentales en el nacimiento del Simbolismo como corriente artstica y literaria. Adems del signicado propio de cada uno de los personajes wagnerianos, los objetos de las obras de Wagner son tambin portadores de un contenido semntico
aadido que llam la atencin poderosamente del movimiento simbolista de
nales del siglo xix, tanto en Espaa como en otros pases. Nuestro objetivo es
estudiar dos cuestiones: en primer lugar, poner de relieve cmo la crtica musical madrilea destac desde fechas tempranas el carcter simblico de la produccin wagneriana y, en segundo lugar, cmo Wagner se convirti en s mismo
en smbolo y en bandera visible de los nuevos ideales artsticos modernistas.
Acometemos este ltimo tema detenindonos, no tanto en la inuencia de
Wagner en algunos cuadros clebres de los pintores simbolistas, un aspecto
recientemente estudiado1, sino en otro que, aunque menos relevante desde el
punto de vista del valor esttico de las obras que lo conforman, es muy signicativo en lo tocante a lo que encarna Wagner en Madrid a nales del siglo xix.
Nos referimos a las panderetas que, como reivindicacin wagneriana, fueron
repartidas en el baile de mscaras organizado por el Crculo de Bellas Artes con
motivo del carnaval de 1892 y que fueron ilustradas por Cecilio Pla, Alfredo
Perea, Agustn Lhardy, Flix Borrell y Toms Campuzano, entre otros.
* Este trabajo ha sido nanciado parcialmente y se enmarca dentro del proyecto de investigacin Msica y prensa en Espaa: vaciado, estudio y difusin online (Referencia: MICINN12-HAR2011-30269-C03-02).
1
Ruiz de Urbina Sobrino, P., La huella de Richard Wagner en la pintura espaola,
Cuadernos del Minotauro, 2, 2005, pp. 49-66.
nida por Barbieri y Chap a raz del estreno de Roger de Flor en 1878. Barbieri
recomendaba al joven autor villenense que siguiera como modelo a maestros
consagrados, porque Wagner era an un msico muy discutido. En este sentido, Barbieri pensaba que con la reforma del alemn ocurrira lo mismo que
haba sucedido con la de Gngora, de la cual se haba tomado lo bello y legtimo y se haba desechado lo extravagante y bastardo5. Es interesante la
comparacin realizada entre Wagner y Gngora, porque Barbieri intua a travs del lenguaje de Chap la llegada del Modernismo y de nuevas estticas
europeas con las que no estaba de acuerdo6. Arrieta, por su parte, recordaba
que Wagner basaba su nuevo drama musical en el teatro griego y la mitologa.
El wagnerismo, como uno de los elementos generadores del Modernismo,
comparti con este la utilizacin del smbolo7, asimismo punto de encuentro
entre gongorismo y wagnerismo, aunque sin duda fue la obra de Caldern de
la Barca la ms influyente en el compositor alemn. Para Arrieta, las
controversias entre wagneristas y antiwagneristas, le recordaban las polmicas
mantenidas entre culteranistas y conceptistas en el siglo xvii y, en este sentido,
censuraba a los compositores que criticando a Wagner estaban en realidad
fuertemente inuidos por l, de la misma forma que los detractores de Gngora,
como Quevedo, no haban quedado libres de la inuencia del poeta cordobs8.
Tras el estreno de Parsifal (1883) y la muerte de Wagner (1883), el wagnerismo empez a tomar tintes de una verdadera religin, especialmente para la
generacin nisecular. En la rbita musical encontramos en ella a Flix Borrell
(1858*), Isaac Albniz (1860*), Enrique Fernndez Arbs (1863*) y Manrique
de Lara (1863*), entre otros. Wagner era entonces, y al mismo tiempo, el creador de una obra profundamente mstica como Parsifal todo un testamento
artstico y vital pero tambin el compositor que en su juventud haba escrito
Las hadas, una pera romntica que se inspiraba en una fbula masnica. Tras
la muerte de Alfonso XII (1885) y las Exposiciones Universales de Barcelona
5
Asenjo Barbieri, F., Carta a un joven compositor de Msica, Los lunes de El Imparcial, Madrid, 18-II-1878.
6
Casares, E., Francisco Asenjo Barbieri. El hombre y el Creador, Madrid, ICCMU, 1994,
p. 362.
7
Vid. Allegra, G., El Reino Interior. Premisas y semblanzas del modernismo en Espaa,
Madrid, Ediciones Encuentro, 1986, pp. 84-88.
8
Arrieta, E., Cuestiones de oportunidad. Fragmento del discurso que el seor don
Emilio Arrieta ley en la sesin pblica y solemne que celebr la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando, el da 28 de enero de 1877, La Propaganda Musical, III, 8, Madrid,
15-III-1883, p. 58.
en su decoracin aportando sus versos, colores, notas musicales o, simplemente, sus rmas. Poco despus panderetas, pergaminos, mandolinas de cartn, sonajeros, paletas y otros objetos fueron distribuidos por los domicilios
particulares de poetas, literatos, periodistas, msicos y pintores y, tras ser concluidos, fueron colocados en el gran saln de Juntas del Crculo19, que asimismo se convirti en improvisado estudio artstico aquellos das. Al mismo
tiempo peridicos como El Da 20 , La poca 21, Diario Oficial de Avisos de
Madrid 22, El Imparcial 23 y El Liberal (hasta en tres ocasiones)24 publicaban
algunas fbulas, epigramas, cantares, seguidillas y romances escritos por los
socios para la ocasin. La prensa conservadora destacaba algo que calicaba de
dato curioso:
En gran nmero de estas obras encuntranse trasparentes alusiones a Wagner y a
su msica. El gran maestro de Bayreuth, que tan rpidamente est conquistando
ahora los favores del pblico de Madrid, cuenta en el Crculo con numerosos admiradores. Hay uno que ha llegado, en su fervor artstico, hasta ponerle en un leo a
la diestra de Dios Padre25.
19
febrero29. Esta exposicin en abreviatura, o saln liliputiense, fue comentada asimismo en una revista conmemorativa que edit el Crculo de Bellas
Artes como recuerdo del baile en nmero nico. Se trata de un fascculo de
veinticuatro pginas, con cubierta de Sorolla, titulado La Pandereta: Carnaval
de 1892 30. Pretenda preservar algunos ejemplos de este arte efmero a travs
de 45 ilustraciones fotograbadas y una recopilacin de casi todo lo escrito en
los diferentes objetos31. El nmero extraordinario, que sali en una tirada corta
el 27 de febrero, se vendi al da siguiente en la sesin de tarde que ofreca cada
domingo la Sociedad de Conciertos en el Teatro Prncipe Alfonso y en el resto
de los principales teatros madrileos durante la noche; los ejemplares restantes
se distribuyeron por las principales libreras de Madrid32. Tras la muestra en el
saln del Crculo, las panderetas fueron expuestas en la casa de A. Satorres,
situada en la Carrera de San Jernimo (nmero 29, duplicado)33.
Desgraciadamente las evidencias materiales de la mayora de estos pequeos objetos artsticos han desaparecido o, al menos, no hemos podido localizarlos hasta la fecha. Menos an son las que se reeren al tema wagneriano, de
las cuales solo tenemos dos fotograbados incluidos en La Pandereta: Carnaval
1892. Sin embargo, contamos con diversos testimonios que nos ayudan a
reconstruir su contenido iconogrco. Seguidamente realizamos una descripcin de algunas panderetas, haciendo una sntesis de lo encontrado al respecto
en El Heraldo de Madrid 34, El Liberal 35, La Pandereta: Carnaval 1892, una
conferencia dada por Flix Borrell36 y el libro de Subir sobre el Teatro Real37.
29
38
39
40
Conclusin
Lo mismo que en otras ciudades y pases, el wagnerismo fue uno de los
principales impulsores del Simbolismo en Madrid en su faceta pictrica y literaria. La revalorizacin del sentido oculto de las cosas, de lo misterioso, lo
ausente, lo no explcito y la sugerencia como atributos de lo bello, conectaba y
pona en perfecta sintona la obra wagneriana con la reaccin modernista nisecular frente al realismo positivista. De ah que a lo largo de toda la segunda
mitad del siglo xix es posible observar en la crtica musical todo un cambio de
actitud ante la obra wagneriana que est en relacin con el auge de las nuevas
corrientes artsticas preponderantes en el n de siglo. Testimonio plstico de
excepcin de esta mutacin, que se debi en gran medida a la labor de Luigi
Mancinelli, fueron las panderetas decoradas por algunos socios del Crculo de
Bellas Artes, varios de ellos posteriormente destacados socios de la Asociacin
Wagneriana de Madrid (1911-1915)48, entre ellos Aureliano de Beruete, Toms
Campuzano, Cecilio Pl, Flix Borrell y Agustn Lhardy.
45
SECCIN III
De 1900 hasta nuestros das
LA INTIMIDAD EN EL GRABADO
DE FRANCISCO MARN BAGS:
LO SIMBLICO COMO LENGUAJE PLSTICO
Beln Bueno Petisme
1
Wilde, O., Prefacio, en El retrato de Dorian Grey [Introduccin de Luis Antonio de
Villena, traduccin y notas de Julio Gmez de la Serna], Barcelona, Planeta, 1983, p. 6.
2
Sobre la denicin de smbolo podemos consultar Gonzlez, F., Arte, smbolo y
mito en las culturas tradicionales, en Gonzlez, F., Simbolismo y arte, Zaragoza, Libros
del Innombrable, 2004, pp. 57-85.
3
Sobre Marn Bags resultan indispensables las investigaciones de Garca Guatas,
M., Una aproximacin a la pintura aragonesa: Francisco Marn Bags (1879-1961), tesis
doctoral indita; Francisco Marn Bags (1879-1961). Exposicin conmemorativa del cente-
siglo xx7, como herramientas para potenciar el aspecto simblico de la imagen, ya que suponen una desnudez ornamental que reeja la desnudez del alma
del artista.
Cuando la gura aparece de manera explcita la encontramos recreada con
gran detalle anatmico en obras en las que la referencia a Goya resulta evidente8. As, en El prncipe encantado (1919) [g. 1] encontramos una representacin del amor protagonizada por la gura de una mujer desnuda en un bosque9, la presencia de un nio alado que sostiene un arco y que sera por tanto
la gura de Cupido, y la msica que toca un fauno anunciador de augurios.
La escena la completa el sapo que sostiene la mujer en su mano, que es el prncipe encantado y que compone una alegora moral del pintor en esa poca,
cuando contaba cuarenta aos, en que vea frustrados sus anhelos de casarse10.
Diversos modos de abordar el dibujo sirven para subrayar el signicado de
cada uno de los personajes: as, frente a la elegancia y dulzura del personaje
femenino, el fauno se muestra con trazo ms expresivo y mayor potencia fsica,
mientras Cupido, italianizante en la forma, se aleja del clasicismo en la postura. El paisaje de fondo, de nuevo, se soluciona con una sucesin de grasmos. No podemos evitar buscar referencias para este trabajo en otras obras
clsicas en las que se representen escenas mitolgicas similares, lo que demuestra la completa formacin cultural del artista, aprendida en Italia durante sus
aos de juventud y en varios pases europeos11.
El uso exclusivo del blanco y negro en el grabado sera caracterstico durante el primer
tercio del siglo xx. Autores y tericos hablaron en los primeros aos de la centuria sobre la
exclusividad del uso de la tinta negra en el grabado calcogrco: Esteve Botey, F., Grabado. Compendio elemental de su historia y tratado de los procedimientos que informan esta
manifestacin del arte, ilustrado con estampas calcogrcas, Madrid, Tipografa de ngel
Alcoy, 1914, reeditado en Valladolid, Maxtor, 2003.
8
Se conservan tres planchas grabadas en el Museo de Zaragoza (Nmero de Inventario
General 15.243, 15.244 y 15.245).
9
La postura de esta mujer es la misma que haba utilizado Bags para representar a
Santa Isabel de Portugal en su pintura datada diez aos antes que esta estampa. Garca
Guatas, M., Marn Bags (1879-1961) en colecciones privadas [Cajaln, del 21 de octubre
al 3 de diciembre de 2010], Zaragoza, Cajaln, 2010, pp. 44-45.
10 Garca Guatas, M., Marn Bags (1879-1961), op. cit., pp. 110-111.
11 En la biografa de Francisco Marn Bags, recogida en los trabajos citados de M. Garca Guatas, se hace referencia a los viajes realizados por el artista, que le permitiran conocer Italia, Francia y Pases Bajos, con un gran inters por su parte de cara al conocimiento
y la formacin artstica.
Por ejemplo, las obras recogidas con los nmeros de inventario general 11.716, 15.030,
15.031, 15.032 o 15.071.
17 Sobre estos asuntos consultar el libro segundo de la Metafsica de Aristteles.
18 Esta relacin con Goya resulta evidente en esta y en otras estampas de Bags. Vemos
as la conexin con la serie de Los Caprichos, que pueden consultarse por ejemplo en Goya.
Los Caprichos. Dibujos y Aguafuertes, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando / Calcografa Nacional / Banco Central Hispano, 1994, s. p.
19 El murcilago es la imagen viva de todas las maldades, de cuanto hay grande en el
delito y de pequeo en la sutil astucia. [] Es el ala del murcilago: el viento fro que apaga
los calores de la cuna; es la representacin de ese hielo que, de los albores de la infancia,
Por ltimo, La nave de Petrarca, muestra una barca que recorre el agua en
un espacio tenebroso [g. 4]. Un hombre desnudo centra la composicin y el
navo se presenta asaltado por una gran cantidad de personajes grotescos en los
que lo humano y lo animal se mezclan. El agua agitada es el reejo de los vientos que provocan las harpas que ya viramos en el grabado Brujas. Otro ser
alado y de rostro femenino sujeta con malicia la vela de la embarcacin para
que recoja toda la fuerza de la tempestad. El fondo es un paisaje atormentado
en el que se recurre al grasmo y a la sombra para potenciar la sensacin agnica del conjunto. Todava, junto a la barca, otan dos personajes muertos,
uno es una mujer joven y otro bien podra ser un hombre o una mujer ms
mayor. Esa primera gura femenina, de forma irremediable, recuerda a Ofelia,
magistralmente retratada por Millais. La descripcin de la escena ya se muestra compleja y anuncia su hondo signicado, al que podemos aadir el valor
que aporta el ttulo en el que se hace referencia al poeta italiano del trecento20.
En este trabajo resulta evidente el uso simblico de la barca como trasunto del
discurrir de la vida 21, en concreto una vida relacionada con la tragedia que
vuela a perderse en la soledad del cementerio. Echeverri, C. A., El Murcilago, en
Hoyos, J. J., El periodismo en Antioqua, Medelln, Alcalda de Medelln, 2003, pp. 55-58.
20 Analizando la obra de Petrarca encontramos en esta estampa interesantes alusiones al
soneto 272:
Huye la vida y no se detiene una hora,
detrs viene la muerte a grandes pasos,
y las cosas presentes y pasadas
me dan guerra, e incluso las futuras;
y el recordar y el aguardar me angustian
por igual, tanto que, a decir verdad,
si no tuviera de m mismo piedad
estara ya de estos pensamientos fuera.
Evoco si alguna dulzura tuvo
el triste corazn; y por el otro lado
preveo a mi navegar turbados vientos;
veo tormenta en el puerto, ya cansado
mi piloto, rotos mstil y jarcias,
y las bellas luces que mir, apagadas.
Se ha tomado la traduccin de Petrarca, F., Los sonetos [Introduccin, notas, traduccin y
correccin del texto de Atilio Pentimalli], Barcelona, Bosch, 1981, pp. 526-527.
21 Santagata, M., Aceda, aegritudo, depresin: modernidad de un poeta medieval,
Cuadernos de Filologa Italiana, Nmero extraodinario, 2005, pp. 17-25. En este texto se
habla textualmente en la pgina 22 de una amplia y tradicional metfora de la vida como
una nave en viaje.
queda representada en el grabado por la alusin al inerno y a la nave conducida por Caronte, que parece estar sentado en uno de los extremos de la embarcacin y que nos recuerda a la gura del fauno tratada en otros grabados.
Tanto Petrarca como Bags retratan una barca (una vida) sin posibilidad de
control, en la que los vientos empujan a su merced un navo sin timn y no
permiten otra alternativa si no es la de dejarse llevar, sin remedio, por la desesperanza de no encontrar la tranquilidad en ningn destino. Y de nuevo, con
esta obra, hemos de pensar en una referencia clara a las prdidas que suponen
los crueles caprichos de la vida: la muerte de Laura para Petrarca, para Bags
el amor frustrado y la vida distinta a la del plan previsto22.
Una vez descritos los trabajos de Marn Bags en relacin con el grabado,
podemos conrmar que la presencia de un profundo valor simblico es comn
en todos ellos. Para conseguirlo el artista hace uso de recursos formales, plsticos y estticos. En las obras se alude constantemente a los sentimientos ms
profundos del propio autor; es una declaracin de principios del artista en un
momento personal delicado, algo que le lleva a rebuscar en su mente y a adentrarse en los inestables terrenos de un subconsciente atormentado por las prdidas, la soledad y el desamor. Para ello acude de forma decidida y con gran
solvencia tcnica al arte del grabado, y profundiza en aspectos estticos como
son el uso de la lnea y las grafas, as como el empleo exclusivo del negro23. Por
otro lado, resultan destacables las referencias que utiliza el pintor para enriquecer su trabajo, y que lo consolidan como un artista pleno, de honda formacin
clsica y con conexiones con el contexto artstico de su momento; hemos
podido apreciar la relacin con la cultura italiana del trecento a travs de
Petrarca o las alusiones a la literatura dantesca, y tambin al movimiento prerrafaelita patente en la presencia de esa Ofelia, con la que se reeja el amor
frustrado, la carencia de ayuda y socorro para recuperar la luz desde la oscuridad, la muerte de la belleza y la ausencia de un futuro. Innegables resultan las
referencias a Goya, que a su vez servira como precedente de tendencias ms
cercanas a Marn Bags, como el simbolismo y el expresionismo, que tambin estn presentes en estas estampas. Vemos, por un lado, personajes repre22
Esta obra fue realizada tambin por el artista en leo sobre cartn, y en ese trabajo las
guras que aparecen muertas y otando en el mar se acompaan con cartelas en las que
leemos Arte y Razn. Conviene recordar tambin que en 1921 morira la madre del
pintor. La gura materna podra ser tambin esa luz que guiara la alegrica barca de Bags.
23 Sobre el simbolismo del color, Pastoureau, M., Negro: la historia de un color, Madrid,
451 editores, 2009.
sentados con carcter melanclico a travs de posturas y actitudes ensimismadas, con anatomas llenas de luz, suaves texturas y aspecto celestial,
inalcanzable y, por otro lado, apreciamos personajes de potentes anatomas
conguradas con gesto y trazo libres, abocetados, movidos por el sentimiento
y la expresin, capaces de comunicar al espectador angustia, dolor o desesperacin. Adems, resulta una caracterstica comn en los grabados la presencia
del desnudo24, hecho que permite al artista utilizar las anatomas como herramientas para la comunicacin de diversos signicados como metforas en s
mismas, y adems como un recurso simblico aadido, que es en realidad un
trasunto de la desnudez del alma y una conexin directa con el origen ms
profundo del ser humano. Por otro lado, cuando se representa la naturaleza en
las estampas de Bags, se hace con sentido trascendente, en clara alusin a la
visin romntica de la futilidad de la vida humana.
Podemos concluir por tanto que Marn Bags encontr en el arte del grabado una parcela intimista con la que representar, casi de forma puricadora,
sus principales obsesiones y preocupaciones vitales. Para ello recurri a un trabajo plenamente gurativo en el que destaca la presencia de un profundo contenido simblico, para lo que el artista se sirve de recursos plsticos, estticos y
culturales. Estos trabajos destacan por su valor tcnico, por el contexto de su
realizacin, en un momento de carencias en lo que a la infraestructura se
reere en relacin con el grabado en Aragn y Zaragoza, y por su contenido
simblico, por lo que son un conjunto digno de ser analizado de forma independiente como parte importante dentro del trabajo artstico de Francisco
Marn Bags, as como dentro de la historia del grabado aragons contemporneo.
24
Fig. 1. El prncipe encantado, aguafuerte, 1919. Museo de Zaragoza. Depsito Ayuntamiento de Zaragoza. F. Jos
Garrido.
i. Identidad
Las disquisiciones en torno a la identidad nacional se convirtieron en asunto
esencial del debate intelectual espaol a partir de los ltimos aos del siglo xix.
Y lo siguieron siendo, al menos, durante las cuatro dcadas siguientes1. Historiadores, polticos, lsofos, literatos todos mostraron su preocupacin por
la situacin que atravesaba el pas tratando de establecer las causas y aportar
soluciones. Pero el llamado problema de Espaa, no se enfoc nicamente a
partir del anlisis emprico y racionalista, sino que pronto deriv en una cuestin metafsica que preocup intensamente a no pocos pensadores. Era en el
ser de Espaa, en la propia esencia que la dena como nacin, donde se buscaban las razones que explicaran la decadencia del ya lejano imperio y el atraso
que se arrastraba en relacin al resto de pases europeos.
Dentro de esta vertiente psicolgico-losca, fueron fundamentales dos
obras publicadas poco antes de que tuviera lugar la derrota de 1898; acontecimiento que no hizo sino multiplicar este tipo de reexiones. Nos referimos a
En torno al casticismo de Miguel de Unamuno e Idearium espaol de ngel
Ganivet. Ambos autores, pese a llegar a conclusiones diferentes, coinciden
en realizar una anlisis de lo espaol en relacin con su devenir histrico,
prestando atencin al modo en que ese proceso haba tenido su reejo en la
creacin artstica. En palabras de Ganivet:
1
Entre los autores que se han ocupado de los procesos de construccin de la identidad
espaola cabe subrayar los anlisis realizados por Jos lvarez Junco en trabajos como:
lvarez Junco, J., La nacin en duda, en Pan-Montojo, J. (coord.), Ms se perdi en
Cuba. Espaa, 1898 y la crisis de n de siglo, Madrid, Alianza, 1998; lvarez Junco, J.,
Mater Dolorosa. La idea de Espaa en el siglo XIX, Madrid, Taurus, 2001; y lvarez Junco,
J. (coord.), Las historias de Espaa. Visiones del pasado y construccin de la identidad (vol. 12
de la Historia de Espaa dirigida por J. Fontana y Ramn Villares), Barcelona, Crtica, 2013.
Tal y como planteamos en Castn Chocarro, A., Aferrarse a la tradicin: La pintura regionalista en Francia e Italia, en Arce, E., Castn, A., Lomba, C., y Lozano,
J. C. (eds.), Simposio Reexiones sobre el gusto, Zaragoza, Institucin Fernando el Catlico, 2012, pp. 393-410.
5
Litvak, L., Hacer visible lo invisible. El simbolismo en la pintura espaola, 18911930, en Entre dos siglos. Espaa 1900 [catlogo de la exposicin comisariada por Pablo
Jimnez Burillo], Madrid, Fundacin Mapfre, 2008.
6
Calvo Serraller, F., Del futuro al pasado. Vanguardia y tradicin en el arte espaol
contemporneo, Madrid, Alianza, 1988, p. 11.
7
Artculo publicado en 1936 en la Neue Zrscher Zeitung. Recogido en: Wlfflin, H.,
Reexiones sobre Historia del Arte, Barcelona, Pennsula, 1988.
Del mismo modo la pintura regionalista, como tantas otras manifestaciones artsticas y culturales, ejerci como un espacio en el que el cuerpo social se
reconoca, poniendo en relacin a una burguesa cada vez ms urbana con sus
ancestros, la naturaleza que habitaron y las costumbres y ritos de los que participaron. As, continuando con una tradicin que arrancaba, como poco, del
costumbrismo romntico, los pintores y los idelogos del regionalismo plstico
trataron de enriquecer ese acervo comn a travs de una serie de imgenes/
propuestas individuales, acordes con una identidad todava falta de referentes
comunes y, por lo tanto, en proceso de construccin. Se percibe en este proceso un sentimiento de angustia ante un fracaso heredado, un rechazo hacia
una nacin defectuosamente construida en su dimensin poltica y social y
una necesidad de armarse en el pasado puesto que, como aade Malrieu, se
percibe en este tipo de comportamientos: un esfuerzo por canalizar el futuro
en las experiencias pasadas11.
Ahora bien, para lo que no haba espacio desde el punto de vista plstico,
era para la representacin histrica de los orgenes nacionales. La narracin
ms o menos miticada del pasado glorioso haba servido como respuesta a las
preocupaciones de la centuria anterior y quedaba fuera del programa plstico
del momento. Las referencias a la identidad comn ms bien remitan al origen a travs de un presente atemporal. Fue en las expresiones de lo castizo, lo
vernculo, tomadas de la propia realidad siempre reconstruida del momento,
donde encontraron el marco referencial para llevar a cabo ese proceso.
Ibidem, p. 70.
los sentimientos de exaltacin regional. Obviamente, el poder central rechazaba cualquier reivindicacin poltica o econmica que perjudicara su hegemona, pero las expresiones folclricas asociadas a la pintura regionalista, no eran
contempladas como amenaza. Conviene recordar que regeneracionistas como
Macas Picavea o Snchez de Toca, entendieron el regionalismo como una
oportunidad para el fortalecimiento del pas. Lo cual no signica que el espaolismo centralista no reaccionara frontalmente contra las aspiraciones de los
nacionalismos perifricos.
En el mbito plstico, el espaolismo ms obtuso subrayaba la necesidad de
apartarse de frmulas importadas del exterior y regresar a la estela de la escuela
espaola. Una consigna que marc profundamente el mbito de la pintura
regionalista; pese a que esta diera sus mejores resultados precisamente cuando
se mostr abierta a la recepcin de las novedades europeas. Ortega y Gasset vio
clara la problemtica vinculada a la defensa de la tradicin en el prlogo a la
segunda edicin de Espaa invertebrada: Cunto no ha estorbado, y sigue
estorbando para que hagamos ciencia y arte nuevos, por lo menos actuales, la
idea de que en el pasado posemos una ejemplar cultura, cuyas tradiciones y
matrices deben ser perpetuadas!12 .
Cabe vincular ese nacionalismo artstico a la obra de dos guras expresivas
de la renovacin de lenguajes que se produjo en torno al cambio de siglo: Sorolla y Zuloaga. En ambos casos, su pintura trascendi sus propios motivos para
convertirse en imagen de lo espaol, haciendo que la representacin de la parte
se convirtiera en smbolo del todo. Levante y Castilla, la Espaa mediterrnea
y la interior; asociadas, adems, a las visiones contrapuestas del pas que ofrecan estos autores.
En especial las imgenes valencianas de Sorolla constataban que una determinada visin de la periferia poda ser asimilada por el centro, entendindose
como representativa de, al menos, toda una manera de interpretar Espaa.
Algo similar a lo que haba ocurrido con la imaginera andaluza desde el
romanticismo, la cual, por cierto, todava segua siendo trabajada por no pocos
artistas con esa misma vocacin introspectiva.
En cualquier caso, era la Espaa central la que, en una hipottica jerarqua
de lo autnticamente espaol, mejor encarnaba la idiosincrasia del pas. No
en vano conectaba con toda una corriente de pensamiento promulgada desde
12
la centuria anterior por la Institucin Libre de Enseanza que, en materia plstica, contaba con el ilustre precedente de Aureliano de Beruete. Obviamente
las propuestas plsticas de Zuloaga eran bien distintas, y la recepcin de su
metafsica visin de lo espaol result en un primer momento altamente polmica tal y como demuestra la llamada cuestin Zuloaga. Su representacin de una Espaa negra y atrasada, no poda menos que resultar incmoda
para aquellos que no queran ver en ella una propuesta de corte regeneracionista. Cabe sealar que Zuloaga contribuy a hacer que el castellanismo se
identicara intrnsecamente con lo espaol, hasta el punto de que se ha cuestionado la existencia de un regionalismo castellano propio, que no se corresponda con los intereses del nacionalismo espaol [g.1]. Ernesto Gimnez
Caballero, en 1929, entendi que ambos procesos eran uno solo: Castilla ha
tenido su regionalismo: el del 98. Castilla ha sido cantada cuando era cantada
como regin Catalua. Y Vasconia. (Unamuno hace pensar en Maragall. Y los
lienzos de los Zubiaurres en la pintura de Mir. Y los paisajes de Rusiol en los
de Valle-Incln)13.
Por otro lado, el origen vasco de Zuloaga obliga a llamar la atencin sobre
la importancia que la vertiente vascoiberista tuvo sobre el contexto plstico de
esa regin. A esta perteneceran, adems de Zuloaga, los Zubiaurre o Gustavo
de Maeztu, y cont con defensores como Miguel de Unamuno, Juan de la
Encina o Ramiro de Maeztu14. Autores en los que cabe ms hablar del mito de
la vasconia ibrica que del de la nacin vasca; lo que gener no pocas tensiones
con el abertzalismo. Unamuno lo tuvo claro al sealar: Creo poder decir que
hoy en Espaa lo ms espaol acaso es el pas vasco15.
Surge por tanto la cuestin de si cabe sealar alguna diferenciacin entre la
pintura en que se pona nfasis en la identidad regional, que en determinados
casos pudo encarnar aspiraciones independentistas, y aquella que con su tratamiento de un paisaje, un tipo o una costumbre trataba de ser expresin (pecu13
Fig. 1. Ignacio Zuloaga, Maurice Barrs ante Toledo, 1913. Muse Lorrain (Nancy). El idelogo del nacionalismo poltico francs y la ciudad ms invocada por el espaolismo castellano
reunidos por el pintor vasco. Ignacio Zuloaga, VEGAP, Zaragoza 2014.
GEOMETRA Y SMBOLO:
LA REPRESENTACIN DE MIRADAS
EN LA OBRA DE MITSUO MIURA 1
Laura Clavera 2
i. Introduccin
En 1994, tras ms de dos dcadas dedicadas a la observacin detenida y
cuidada de la naturaleza y a la plasmacin de sus fenmenos ms caractersticos en su trabajo, Mitsuo Miura (1946, Kamaishi, Japn) emprende un nuevo
camino profesional inspirndose en el ambiente de las grandes metrpolis y los
elementos que las caracterizan. De este modo, inaugura una nueva serie conocida como El Paisaje Urbano en la que las tcnicas, los colores y las formas
representadas van virando paulatinamente para poder expresar el dinamismo y
la efervescencia propios de esos espacios3.
Ahora bien, al igual que suceda en La Playa de Los Genoveses (1986-1996)4,
en el conjunto de obras que ahora nos ocupa tambin aparecen formas geomtricas simples que actan en realidad como smbolos de otras realidades. En
este sentido, interesa sobre todo destacar las investigaciones que el artista rea1
Por otro lado, en 1997, Miura realiza una serigrafa en la que su inters por
la representacin de miradas se evidencia mediante el uso de una forma central
ovalada que recuerda a un ojo de la que parten una serie de lneas de distintos colores. No obstante, esta ser la nica ocasin en la que Miura aborde este
tema desde un lenguaje cercano a la guracin.
En 1998, Miura inicia Una mirada tutti frutti, un conjunto de piezas
triangulares de madera cuyo interior est constituido por diversos tipos de
estructuras. Todas ellas se pintan en acrlico con colores alegres y suaves que
como su propio nombre indica podran calicarse de tutti frutti 8. Se trata
de una solucin sumamente sencilla, pero de extraordinaria ecacia y belleza
con la que consigue contagiar al espectador de su personal sentido del humor y
de su visin placentera de la vida.
Tal y como su ttulo anuncia, en ellas Miura representa los distintos modos
de mirar que le han llamado la atencin en el entorno urbano. De hecho, el
propio artista, rerindose a este tipo de piezas, explicara:
Esta obra est relacionada con la oferta y demanda en la vida cotidiana de las
grandes ciudades, donde las llamadas constantes al consumismo crean una esttica
muy especial de nuestros das, que, sin entrar en valoraciones bueno/malo,
intento expresar representando esa mirada refrescante del deseo y las ilusiones en
funcin del Big Show que tanto nos atrapa9.
Igualmente, jugando con los diseos creados (segn el colorido, la tipografa, las imgenes o la composicin), este tipo de esquema le sirve tambin para
representar grcamente distintos tipos de miradas y los mecanismos que estas
desarrollan en una sociedad de consumo. Algunas de ellas resultan concentradas, obsesivas, consumistas o inquisitivas, otras son dispersas, casuales, perdidas o vagas, mientras que otras simplemente parecen soadoras o curiosas.
En 1999, Miura llevar un paso ms all todas estas ideas, fotograando
algunos de estos pequeos collages y realizando impresiones digitales con plotter
sobre papel. En ellas lo manual y artesanal de las piezas anteriores da paso a lo
articial y tecnolgico. Adems, los colores y los brillos resaltan de una manera
mucho ms acorde con la esttica urbana que desean emular. Estos hechos
sumados al considerable tamao que tienen 100 70 cm, hacen que resulten
sumamente impactantes, atrayentes y originales.
En denitiva, estas piezas nos hablan de una forma de consumismo que se
vincula, sobre todo, a la publicidad. No en vano, el artista considera que el
urbanita actual est consumiendo imgenes de este tipo constantemente.
Miura nos demuestra as una especial inclinacin tanto por la esttica que
envuelve a las pancartas, los neones o las vitrinas como a las miradas que las
recorren y que justican su existencia.
Igualmente, este estudiadsimo universo tambin tendr eco en Escaparate,
una instalacin diseada en 1999 para cubrir todos los muros de uno de los
espacios incluida la escalera de acceso al mismo de la Galera Helga de Alvear
de Madrid11. En ella, encontramos multitud de bandas de colores que se yuxtaponen y parecen converger en determinados puntos de la sala a modo de atentas
miradas. Adems, el montaje se completa con espejos rectangulares que multiplican los puntos de vista, los efectos pticos y los juegos de reciprocidades.
Ese mismo ao, el Tozai Bunka Center, un centro de cultura espaola situado
en Tokio, invita a Miura a intervenir en algunos de sus espacios. All crea Show
window utilizando cintas multicolores de nylon que unen distintos puntos de la
sala, recorrindola. Estas cintas funcionan como miradas congeladas, como echas procedentes de los ojos de todos aquellos que tanto desde dentro como
desde fuera del local se acercan a contemplar su espacio interior. De este modo,
llenan de vida y de dinamismo el lugar y transforman todo el espacio de exposicin tanto en un escaparate de s mismo12, como en una festiva tela de araa13.
11
14
Dicha instalacin se produce con motivo de la exposicin individual que el artista celebra all del 8 de febrero al 2 de marzo de 2000.
15 Montesinos, A., Mitsuo Miura, op. cit.
Rodrguez, G., Andreu Alfaro / Mitsuo Miura, Arte y Parte, 38, 2002, p. 90.
Montesinos, A., Mitsuo Miura, Minerva, 41, 2000, p. 3.
hay excepciones, a menudo reduce el nmero de rectngulos concntricos utilizados y aumenta su anchura. Adems, la composicin se plantea desde un punto
de vista vertical y no horizontal como viene siendo habitual hasta entonces.
Otra de las soluciones que el artista propone dentro de su investigacin
de la temtica de miradas aparece en las obras que realiza en 2010. En ellas
se observa un conjunto de lneas rectas y de colores que se unen en el centro
de la composicin y ante las que el espectador no puede sino dejarse llevar
por su magnetismo. Sus fondos suelen ser de colores monocromos y a los
lados se dibujan sendas franjas verticales y estrechas. No obstante, tambin
podemos encontrar ejemplos en los que cada uno de los tringulos resultantes de las divisiones radiales que crean las lneas mencionadas se pinta de
distintos colores.
Sin duda, cada una de estas piezas puede interpretarse como la representacin grca de la trayectoria que recorren nuestros ojos cuando observamos un
escaparate o un cartel o cuando deseamos un producto, en ocasiones de forma
fugaz, en otras de manera detenida y persistente.
Conclusiones
Tal y como hemos podido analizar en la presente comunicacin, la temtica de miradas tiene un protagonismo especial en la produccin de Miura
ms reciente, pues aparece con una gran frecuencia y demostrando una enorme
versatilidad. No en vano, se adapta y aplica a muy diversas tipologas (obra
grca, collage, pintura, escultura, instalacin, etc.). En ocasiones, aparece trabajada de forma autnoma, mientras que en otras se enmarca dentro una
investigacin ms amplia en torno a la idea del consumismo, la esttica de las
revistas, los escaparates, la publicidad, el movimiento, la pasividad del espectador, etc.
A lo largo de toda la serie de El Paisaje Urbano, el artista recurre a un lenguaje que salvo en casos excepcionales resulta puramente abstracto y que
est construido a partir de la combinacin de formas geomtricas simples
(tringulos, rectngulos, crculos, etc.). Ahora bien, en las obras que hemos
analizado en esta ocasin, Miura utiliza dicho lenguaje no como un n en s
mismo, sino como smbolos que representan las miradas congeladas de los
habitantes de las ciudades modernas.
Con todo, las formas geomtricas no se llegan a utilizar de manera independiente ni llegan a sustituir al objeto de la representacin, como por ejemplo
EL AGUA Y LA PINTURA.
UNA LECTURA DE CARLOS ALCOLEA
Julin Daz Snchez
UCLM
A M. ngeles
Franco, C., Retrato inacabado de Luis Gordillo ante un espejo, Arte y Parte, 7, 1997,
p. 14.
6
Duchamp, M., El proceso creativo (1957), en Jimnez, J. (ed.), Escritos, Barcelona,
Galaxia Gutenberg, 2012.
7
Gonzlez Garca, ., Vida y obra de Carlos Alcolea. Hacer equilibrios para caerse,
en Carlos Alcolea, Madrid, MNCARS, 1998, p. 33.
8
Friedlander, W., Estudios sobre Caravaggio, Alianza, 1982 (1955), Madrid, p. 125.
Son los cuatro elementos de la pintura ante los que se impone la irona,
que se atraviesa en el campo social9, irona inoportuna que tiene que ver con
el mtodo de natacin, poner el cuerpo en contacto con el agua sin riesgo de
oxidacin (literalmente, no mojarse). La irona es un esquema de contradiccin o disculpa hermtica que se adosa en el borde de la representacin10. Sin
olvidar el juego, Iron (hierro en ingls), puede que oxidado, como el puente de
San Francisco orinado, como el trasatlntico hundido; Duchamp evoc uno
en la postal que envi en 1936 a Meret Oppenhein, He aqu deca un
objeto fabricado para una eventual exposicin en el fondo del mar11.
La irona salva del riesgo, desenmascara, deja al descubierto; Scrates la
utiliz con xito para desmontar los argumentos de los sostas, el propio Alcolea la us para desacreditar a la pintura informalista, que consider como un
captulo de las peores tendencias de la pintura espaola, demasiado negra, El
propio texto se presenta, me parece, como alternativo a los escritos atormentados de los informalistas. La irona es el arte de rozar, de no profundizar12 .
La sonrisa helada del gato que ilustra el libro, va ms all de la irona, unos
labios sonrientes, unos dientes y unos bigotes (de gato), muy esquemticos, muy
pop, paralizantes, una sonrisa ms terrorca que la que aparece en el dptico Alicia
en el pas de las maravillas. Alicia a travs del espejo (1979), de nuevo; esa sonrisa es
todo un emblema, se utilizar en la convocatoria de presentacin del libro.
La sonrisa del gato, extremadamente gurativa, aparece junto a un rectngulo dividido en otros cinco, atravesados por una lnea continua que parece
sugerir un mapa, un diagrama o es un hilo, de tres metros de largo como se
indica en el grco? Tres metros, aproximadamente, suman los tres hilos que
Duchamp utiliz para su obra Trois Stoppages-talon (1913-14), donde se contiene un modo de pintura azarosa. Aprender a nadar es saber poner el cuerpo
en el agua sin riesgo de oxidacin, pero hundirse en la piscina, atreverse a
pintar, dirn los autores del maniesto de la exposicin 1980 (porque no se
puede prescindir de la pintura; si la pintura ha muerto, nosotros necrlos,
ha dicho Alcolea en alguna ocasin).
El segundo epgrafe del libro, Principio del humor incide tambin en la
polisemia que tanto interesa a Alcolea (Humor como estado de nimo o como
9
Alcolea, C., Aprender a nadar, Madrid, Los libros de la Ventura, 1980, pp. 13-14.
Ibidem, p. 13
11 Daz Snchez, J., Perec, Kawara, Morley, en tarjetas postales, en Cabaas Bravo,
M. et. al. (eds.), El arte y el viaje, Madrid, CSIC, 2011, pp. 249-254.
12 Jankelevitch, W., La irona (1964), Madrid, Taurus, 1982.
10
18
Bataille, G., El ojo pineal. El ano solar. Sacricios, Madrid, Pre-textos, 1996, p. 72.
Derrida, J., La escritura y la diferencia (1967), Madrid, Anthropos, 1989, p. 321.
20 Cabaas, K. M., Hacia dnde va Artaud?, en Espectros de Artaud, Madrid, MNCARS,
2013, p. 17.
21 Vericat, J., El arte contra el arte. La fotografa y el conceptualismo gurativista en
Rafael Prez Mnguez, en Los esquizos de Madrid. Figuracin madrilea de los 70, Madrid,
MNCARS, 2009.
22 Deleuze, G. y Guattari, F., El antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, Barcelona,
Paids, 1985.
23 Deleuze, G. y Guattari, F., Rizoma. Introduccin, Valencia, Pre-textos, 2005.
24 Gonzlez Garca, ., Nigara Falls: consideraciones sobre cierto realismo, Otras
Figuraciones, Madrid, Caixa de Pensions, 1981.
19
sirvi a los impresionistas para colocar la pintura en primer plano, por delante
del tema, cuando el arte empieza a imitar los procesos25.
Hay ms asuntos; la piscina y la respiracin asmtica de los nadadores,
nadar es como pintar, o al revs; todo el ncleo terico del libro est en este
epgrafe, que ha de analizarse con atencin. Pintar es zambullirse en la piscina
(tirarse a la piscina, en expresin coloquial), la piscina, como el espacio de la
pintura, como el otro lado del espejo, es otro espacio, con sus propias reglas,
ms all del punto cero ngido a travs del cual siempre se pretende todo:
esttica de la ideologa o asunto del poder [] Nietzsche ms Husserl: seal /
herida26. Aprender a nadar, dice Alcolea, es conjugar los puntos relevantes de
nuestro cuerpo con los puntos singulares de la idea objetiva27. Aprender a
nadar es aprender a pintar y esto es ser conciencia de lo analizado, ms que
analizar, ser conciencia de lo representado, ms que representar; el anlisis
nunca debe acabar en una forma crtica, sino en un compromiso con lo analizado. Siempre terminas por enamorarte del objeto de anlisis28. El agua y la
locura estn unidas desde hace mucho tiempo en la imaginacin del hombre
europeo29, palabras de Foucault (Historia de la locura en la poca clsica) que
recoge, y suscribe, Alcolea.
No parece casual que la propuesta esttica de Alcolea pase por Flix Valloton, como la de Duchamp; siempre sent una debilidad por l porque viva en
una poca en que todo era rojo o verde y l usaba los pardos ms profundos,
tonos fros y apagados; estaba anunciando la paleta de los cubistas30. Valloton
es el resultado de menos Munch y ms Ingres, ms bao turco, cuerpos rellenos de carne a punto de estallar. Lo de dentro y lo de fuera31, pero no era este
el objetivo de la pintura moderna, pintar la esencia, lo de dentro, desde la apariencia exterior? Los modelos, sin duda, eran otros, pero en la visin acumulativa de Alcolea es posible esa superposicin histrica. Esa debe ser la funcin
de la recurrente cinta de Moebius.
25
zambullirse que resistir; Narciso hubiera podido ser Alicia de haberse zambullido. Eligi el aburrimiento38; la pintura es agua adhesiva que, al evaporarse,
deja ver los cuerpos en suspensin. Es el contacto con el color lo que hace
permeable la idea, un mapa del agua debera ser tridimensional.
El agua en la pintura ha de adherirse a otras ideas, su expresividad depende
del modo en que toma cuerpo. Solo el color puede permear el agua, el ojo es
un mar que protege la imagen antes del siguiente parpadeo39. La escena (pictrica) dice Alcolea se ha quedado vaca, Baco solitario, casi Narciso, resistiendo a la tentacin del abismo.
As que el agua (como absoluto, como lugar de vida) y la pintura son la
misma cosa, se ha de estar en el agua como se ha de estar en la pintura, ambas
atraen y pueden ahogar, aprender a pintar es aprender a nadar, es aprender a
mantenerse despierto, vivo, en el agua, en la pintura, pintar hacindose el
muerto puede ser de gran utilidad, hacerse el muerto es quedarse quieto, otar,
estar al pairo, camuarse, en realidad (hay una fotografa de Alcolea, en el
catlogo de su exposicin pstuma de 1998, de la poca de su servicio militar,
los que hemos pasado por esa intensa experiencia, sabemos de la utilidad de
pasar desapercibido, el consejo ms frecuente en ese trance), en el fondo, se
trata de resistir al agua, como lo hace, una vez seco, el acrlico que tanto us
Alcolea.
El corolario a todo esto podra ser el guion que Alcolea escribi para un
programa de televisin dedicado a Marcel Duchamp en 1984 (el ao de las
exposiciones simultneas de Cezanne y Duchamp en Madrid) que nunca lleg
a rodarse y algunos de cuyos pasajes reprodujo Quico Rivas, si es verdad que
uno llega a enamorarse del objeto analizado, a identicarse con l, a Carlos
Alcolea le interesaba el hecho de que Duchamp provoc a los mirones a pintar para otros mirones, que pasara desapercibido, que fuera tmido, que se
dejara tentar por el erotismo, el hecho de que en tant donns el exterior es
interior. El ojo debe acostumbrarse rpidamente a no privilegiar ninguna sensacin [] es una nueva mquina lo que tenemos ante nosotros: mquina que
funciona sin exteriorizarse, porque no tiene interior; visible, pero a condicin
de no retener la imagen, secreta, silenciosa40.
Es la apuesta por la pintura total, ms all de los cuadros.
38
39
40
Ibidem, p. 45.
Ibidem, p. 44.
Rivas, Q., Virutas para Carlos Alcolea, op. cit., p. 363.
LA ESPAA INFECTA:
LO GROTESCO EN LOS LBUMES DE GUERRA
Y LOS DIBUJOS REPUBLICANOS
Ins Escudero Gruber
Universidad de Zaragoza
lo grotesco sino que tambin lo fue para los republicanos durante la Guerra
Civil, quienes vieron en la gura de Goya un modelo a seguir y en la guerra de
la Independencia contra los franceses testimoniada por el artista, una equivalencia con su guerra de liberacin contra el fascismo4.
La produccin artstica de la guerra se vio afectada por la funcin propagandstica impuesta, pero a pesar de ello, dibujos y grabados destacaron por su
abundancia y su valor artstico. La razn se encuentra en las caractersticas
propias del dibujo. Para dibujar son necesarios pocos medios (algo nada despreciable en plena guerra cuando los materiales escasean), y la manera de trabajar del artista resulta ms fresca y espontnea, de modo que las impresiones
y los sentimientos vividos en momentos y situaciones determinados se expresan de forma ms natural en el papel5. Adems, los dibujos y grabados son
fcilmente reproducidos en serie, cualidad que favorece su difusin.
La espontaneidad del arte del dibujo y su inmediatez son las cualidades que
le convierten en el vehculo idneo de lo grotesco; y es que el dibujo obedece
a la ocurrencia fantstica transitoria6. El pequeo formato comnmente utilizado para dibujos y grabados es tambin adecuado para plasmar lo grotesco,
porque resulta ms ntimo, igual que el blanco y el negro son ms apropiados
que el color.
Los lbumes de guerra constituyen la manifestacin ms representativa del
realismo blico espaol. Son series de dibujos y estampas editadas por rganos
de propaganda, de un solo autor o de varios. En su carcter serial encontramos
otra nota de lo grotesco: Kayser subraya que la frmula favorita de lo grotesco
es la creacin de ciclos7, hecho que podemos constatar gracias al anlisis que
hace Bozal sobre este fenmeno a propsito del lbum C de Goya: la serie
4
La importancia de Goya para los republicanos ha sido tratada por lvarez Lopera, J.
y Gamonal Torres, M. A., Los republicanos espaoles y Goya (1808-1936), en Ve.
Congrs espanyol d histria de lart: Barcelona 29 doctubre al 3 de novembre de 1984, Vol. 2.
Lo viejo y lo nuevo en el arte espaol contemporneo, inuencias forneas y manifestaciones
autctonas (1880-1890), Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1987, pp. 215-224; as como
por Basilio, M., Esto lo vio Goya. Esto lo vemos nosotros: Goya en la Guerra Civil
Espaola, en Mendelson, J. (ed.), Revistas, modernidad y guerra, Madrid, MNCARS,
2008, pp. 99-116, ensayo en el que la autora se reere a la importancia de Goya y del
pasado espaol para ambos bandos.
5
Alix, J. (com.), El pabelln espaol: Exposicin Internacional de Pars 1937, Madrid,
Ministerio de Cultura, 1987, p. 72.
6
Kayser, W., op. cit., p. 299.
7
Ibidem, p. 288.
desarrolla su sentido en la secuencia que une a unos dibujos con otros. Cabe
decir algo as como que unos apoyan a otros, unos completan a otros, convirtindose todos en horizonte o marco del que en cada momento contemplamos8.
Para los republicanos el fascismo es grotesco, y lo grotesco solo puede identicarse con el enemigo, aunque tambin con el dao y el horror causados por
l. As, basndonos en un criterio de intencionalidad por parte de los artistas,
hacemos distincin de dos grupos de imgenes en las que lo grotesco hizo acto
de presencia: la visin del enemigo y la barbarie causada por este a travs de la
guerra.
Todos ellos son grotescos, se rodean de cadveres y la putrefaccin es protagonista: la piel de las guras est en descomposicin, tiene innitas llagas y los
insectos y sabandijas pasean a su antojo por sus anatomas. En algunas partes
han perdido piel y msculo y se deja ver el hueso, cuando no es un trozo de
metal lo que constituye directamente su estructura sea, como en el requet,
en cuyos muslos se advierten remaches sujetando la chapa metlica que tiene
por epidermis. Escenas grotescas e incluso macabras, que reejan lo surreal de
la vida durante la guerra.
Cercano al estilo del cordobs por sus reminiscencias surrealistas y su
barroquismo, encontramos el trabajo del ciudadrealeo Miguel Prieto. En
su dibujo Retaguardia de octubre, rmado en 1934 tras los acontecimientos
que marcaron a tantos artistas, la escena se desarrolla en un interior en el que,
alrededor de una mesa, se ha retratado a la burguesa represora de la revolucin asturiana como seres metamrcos: un hombre con dos caras cuyo tren
inferior se ha convertido en el de una avispa, otro que bien podra ser Gregorio Samsa pues lo nico que conserva de humano es su cabeza unida a un
cuerpo de escarabajo Estn dndose un festn: mordisquean el pellejo del
hombre que yace, an vivo, sobre la mesa. Cabezas sin cuerpo y cuerpos sin
cabeza completan la imagen junto a la gura de una mujer, probablemente
una prostituta como sugiere su semidesnudez, y la de un hombre sin piel que,
sentado con su musculatura (y sus llagas) a la vista, adopta un claro gesto de
indiferencia.
Estas metamorfosis zoolgicas imposibles y terrorcas son un recurso
especco de lo grotesco, como lo son las mezclas de lo orgnico y lo mecnico que tambin hallamos en los dibujos republicanos. Las nuevas tecnologas puestas al servicio de la guerra fueron retratadas como un enemigo
monstruoso ms, debido al pnico que suscitaban en la poblacin civil por
su gran alcance destructor; un terror producido por un utensilio capaz de
desplegar una vida propia y peligrosa. [] portador de una pulsin aniquiladora12 . El mejor ejemplo de ello es la equiparacin de la Legin Cndor de
aviones alemanes con pjaros asesinos. Algunas de las personas que sufrieron
sus ataques no llegaban siquiera a comprender que se trataba de aviones pilotados pues no haban visto jams algo as, y los bautizaron como lo que ms
se asemejaba a ellos: los pjaros negros. Bajo este nombre hallamos numerosos
ttulos de obras artsticas creadas durante la guerra que narran el pnico
12
13
Estas litografas sirvieron tambin como carteles cuando fueron editadas por el Socorro
Rojo.
19 As describe Kayser el trabajo de James Ensor y el joven Paul Klee, rerindose al
empleo de deformaciones exacerbadas. Cfr. Kayser, W., op. cit., p. 291.
20 Crtica del ABC sobre las litografas de Puyol reproducida en la primera pgina del
lbum y recordada por Josena Alix en un texto recuperado de Internet: El lbum de
Puyol en <personales.ya.com> (24/04/2013).
21 Bozal, V., op. cit., p. 418.
22 Valencia, Ediciones Nueva Cultura, 1937.
fantasas de ningn tipo. Son quiz esas imgenes las ms terrorcas, aquellas
en las que lo sobrenatural queda oculto por un entorno totalmente familiar y
al mismo tiempo extrao por la desazn que provoca. El mejor ejemplo de este
tipo de imgenes es el trabajo del gallego Alfonso Rodrguez Castelao, autor
de tres lbumes durante la guerra. Nos interesan sobre todo Galicia Mrtir 25
y Atila en Galicia26. En los dibujos de Castelao no estamos ante una imagen
ptrida de la violencia como la que retrata Rodrguez Luna, ni hay vislumbres
surrealistas como en la de Prieto: aqu asistimos a la visin de lo grotesco por
irracional y brutal, que no se apoya en elementos fantsticos ni en la stira
si bien se atisba cierta irona en algunos ttulos, sino que es una violencia
representada sin adornos ni nfasis sentimental27, vista con una mirada sobria.
Y de nuevo debemos decir: una mirada como la de Goya28.
As aprendern a non ter ideas [g. 4], de Galicia Mrtir, muestra una montaa de cadveres observados por un cacique satisfecho que parece estar pensando las palabras del ttulo. No hay nada ms, tan solo la muerte, el asesino
y una na lnea de horizonte que nos sita en un entorno rural. O paraso
feixista, la primera estampa de Atila en Galicia, tiene ese carcter inequvocamente irnico, pues encima del ttulo que aparece rotulado directamente
sobre la estampa, como hiciera Goya en tantas ocasiones, se muestra una
pirmide formada por una madre con sus dos hijos que lloran la muerte del
padre, cuya carne yace en el suelo cerrando la composicin triangular. En
perspectiva dos pirmides ms: otras dos familias rotas en el paraso fascista.
Las tres caractersticas percibidas por Bozal con respecto a los dibujos violentos y grotescos de Goya (violencia sin adornos, carcter serial que da coherencia al conjunto de imgenes y leyenda al pie referida a la causa o a la reexin
del propio artista 29) se congregan aqu de forma ejemplar. Podemos armar
entonces que estamos ante un grotesco trgico, como el que sugera este autor
para los dibujos de Goya.
25 Editado en Valencia por el Ministerio de Propaganda, en febrero de 1937. Ha sido reeditado en 1976 por Akal, Madrid.
26 Editado en Valencia por el Comit Nacional de la C.N.T., Seccin Informacin Prensa
y Propaganda, en julio de 1937. Tambin ha sido reeditado por Akal, Madrid, en 1978.
27 Vid. nota n. 23.
28 La inuencia de Goya en la obra de Castelao ha podido comprobarse gracias a la exposicin Goya y el Mundo Moderno. Cfr. Bozal, V. y Lomba, C. (com.), op. cit.
29 Vid. nota n. 23.
30
Kayser, W., op. cit., pp. 309, 314 y 315. La cursiva es del autor.
Fig. 1. Antonio Rodrguez Luna, El requet, de la serie Emisarios del pasado, 1936-37.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofa.
Fig. 2. Francisco Mateos, El Estado Mayor, del lbum El sitio de Madrid, 1937.
MNAC - Museu Nacional dArt de Catalunya (Barcelona).
Fig. 4. Alfonso Rodrguez Castelao, As aprendern a non ter ideas, del lbum Galicia mrtir,
1937. Museo de Pontevedra, Coleccin Catlogo Castelao.
como negacin y para potenciar las escenicaciones dramticas de sus crucixiones o vanitas. En realidad, nada nuevo pues tres dcadas atrs los creadores
del Arte Otro hicieron un robado de signos y tachismos inherentes a la esencia
de la losofa zen para denir imgenes cargadas de esencialidad y de gestualidad iconizadas en obras memorables de Hartung o Schneider. La apropiacin de aspectos identitarios ha construido un archivo de imgenes a menudo
impregnadas de ritualidades ancestrales desde Henri Michaux a Miquel Barcel. Por supuesto, las trasferencias son notables y aanzadas por la realidad de
la globalizacin y el constante enriquecimiento de la dispora creativa as como
de un mestizaje cultural responsable de la contaminacin y eclecticismo presente en la creacin durante la etapa objeto de anlisis6.
El proceso hasta alcanzar conclusiones que permitan articular un discurso
alrededor de nuestra existencia e identicarnos con el hecho narrado o sugerido (escondido) no se acomete como si la obra revisada fuera un palimpsesto
antiguo. No se trata solo de descubrir las huellas borradas ni de buscar las
fuentes originarias que inspiraron el tema, tambin las [] estructuras de
signicado: debajo de cada imagen siempre hay otra imagen7. Retroalimentarse en el pasado emblemtico recorrido por obras maestras renacentistas o
barrocas, Venus y Marte y La Primavera de Sandro Botticelli, La ltima Cena
de Leonardo da Vinci, en arcngeles, vrgenes, crucixiones y vanitas extrapoladas a nuestro tiempo como pretexto para enfrentarnos con el presente desde
una perspectiva crtica. Cuando el artista norteamericano LaChapelle en su
obra La Piedad el cantante meditico Michael Jackson aparece yacente en los
brazos de Jesucristo no solo se intenta desacralizar y laicizar escenas y personajes tradicionalmente institucionalizados y establecidos de acuerdo a un canon
mantenido a travs de los tiempos; incorpora aspectos de carcter tnico y
sociolgico a menudo compartidos pero igualmente denostados por segmentos
sociales ofendidos y atrincherados en posiciones conservadoras. En esencia la
composicin permanece intacta pero los actores estn relacionados con las
luces y las sombras de muestra sociedad8.
6
proceso de desmaterializacin del objeto artstico. Desde entonces, con memorables momento de arriesgada radicalidad se intenta silenciar (negar el hecho
creativo pictrico, su valor referencial14. Seguramente, este y otros aspectos impelieron a algunos creadores a sumergirse en la delicada operacin de resignicarla retrotrayndose a otras pocas cuyas imgenes incorporaban gran potencialidad visual y marcado acento religioso. Quizs, la incorporacin de
signos religiosos pueda interpretarse como la necesidad de la sociedad de reexionar sobre la evidente crisis de identidad religiosa (de valores) por la que
atraviesa as como superar una sucesin de tabes impuestos y que era necesario repensar.
Al respecto, de nuevo citaremos a Bernard Roig uno de los artistas que
han realizado el acercamiento ms crtico y personal desde su propia perspectiva existencial. Su discurso reexiona sobre la persistencia en nuestra sociedad de arquetipos y tabus relacionados con la muerte y la sexualidad. Es
consciente de que el espectador cuando intenta acometer un acercamiento al
signicado de sus obras est mediatizado por lo aprendido y, por tanto, debe
alimentar su lectura introduciendo elementos capaces de provocar e incitar a
la reexin. Para ello, incorpora experiencias llevadas ad limitum sobre su
cuerpo para potenciar el signicado del discurso con una tcnica transgresora
que incorpora y mezcla su propio semen con la materia pictrica que impregna
y dibuja imgenes religiosas desacralizando, en cierta medida, la funcin
reproductora y los tabus alrededor del sexo; tambin, realizando radiografas
de su cuerpo incorporadas al proceso creativo: L me du peintre, 1995. No
obstante, aunque la obra realizada bajo el paraguas de la denicin neobarroca est desprovista de color es absolutamente referencial y mezclada con
elementos aparentemente contradictorios. As, la presencia de Malevich a travs de la rotundidad simblica del negro encerrado en la geometra de un
cuadrado suprematista que dene una cruz coexiste con sugerencias de espacialidad japonesa.
Su produccin incluye naturalezas muertas y vanitas concretadas, tambin,
con carbn, cenizas, grato y semen sobre soportes livianos aludiendo tanto al
carcter efmero como al triunfo de la vida aunque, inexorablemente, nos deslicemos hacia una muerte cierta y sin certezas. Seguramente, pretenda suavizar
14
que los objetos (imgenes) alcancen la categora de smbolo? Bien, comencemos por armar que la fuerza de los acontecimientos transforma la manera de
representar; por un lado crea y, por otro, se transforma, de manera ms evidente o ms hermtica, impulsados por el principio todava vigente de Herbert
Marshall McLuhan relativo al efecto producido por los denominados medios
fros y calientes, en la medida que la publicidad es la mayor forma de arte del
siglo xx y as es imposible que el sistema de representacin no est en continua
renovacin e incida en el individuo formando smbolos efmeros y banales19
pero en todo caso representativos de nuestro modo especco de vivir nuestro
espacio temporal.
19
Segn McLuhan la calidez de los medios se mide por el grado de informacin que se
ofrece a nuestros sentidos. El usuario parece que se muestra ms participativo en el denominado medio fro que aporta menor informacin y es ms participativo que un medio
caliente saturado de informacin y, por tanto, menos participativo. Segn esta teora las
imgenes en el continuo bombardeo ejercido desde los distintos medios obligara a una
constante reconguracin de smbolos as como a quebrar los antiguos sistemas de representacin y de signicado inherente a una lectura ms o menos comprensiva de la obra de
arte. Para ampliar este tema recomendamos la lectura de McLuhan, H.-M., Comprender
los medios de comunicacin. Las extensiones del ser humano (1964), Barcelona, Paids, 1996.
IDENTIDAD LATINOAMERICANA
COMO SMBOLO DE MODERNIDAD
Francisca Llad Pol
Universitat de les Illes Balears
La presente comunicacin analiza la consolidacin de la identidad latinoamericana en el pensamiento y en la prctica artstica a principios del siglo
pasado. Unos aos que supusieron un proceso de actualizacin del arte nacional, donde se acometa el tema de la identidad a travs de postulados especcos sin abandonar los movimientos de vanguardia llegados de Europa.
En paralelo a la provocacin de las vanguardias, se publicaron unos textos
que teorizaron sobre el mestizaje como necesario crisol superador de razas para
conseguir una cultura latinoamericana. Partiendo del pensamiento teosco y
la idea de las root races, Jos Vasconcelos, Ricardo Rojas Xul Solar u Oswald de
Andrade pensaron en un nuevo hombre que sera capaz de conseguir la unicacin de Amrica Latina. A travs del espritu se llegara a un arte propio,
desvinculado en algunos casos de los modelos convencionales que identicaban arte nacional con un paisaje incontaminado. A partir de dicho pensamiento, buscaremos simultneamente aquellos artistas plsticos que concretaron los smbolos de unos postulados basados en sentido de pertenencia.
Meo Laos, V. G., Vanguardia y renovacin esttica, en Vanguardia y renovacin esttica. Asociacin Amigos del Arte (1924-1942), Buenos Aires, ediciones CICCUS, 2007, p. 27.
Ibidem, p. 23.
Citado en Anaya, J. L., Arte Argentino. Cuatro siglos de historia (1600-2000), Buenos
Aires, Emec arte, 2005, p. 196.
8
Gutirrez Viuales, R., Algunas atalayas para pensar el arte latinoamericano, en
Amrica Latina 1810-2010. 200 aos de Historias, Madrid, Biblioteca Nacional de Espaa,
2011, p. 61.
9
Gamio, M., Forjando patria (Pro nacionalismo), Mxico, Librera de Porra, 1916.
10 Ibidem, p. 67.
No fue hasta 1921 en que se recuper la conformacin de una cultura nacional, momento en que el secretario de Educacin Pblica, Jos Vasconcelos, present su proyecto basado en la decoracin de muros en espacios pblicos, congurando uno de los movimientos ms renovadores: el muralismo. A travs de
esta prctica comenz a gestar su esttica, articulada en el exotismo y mestizaje de una nueva raza: la csmica, que deriv en el ensayo La raza csmica.
Misin de la raza iberoamericana11, publicado en 1925 y del cual se desprenden
una serie de smbolos que se vislumbran en la produccin de Diego Rivera o
David Alfaro Siqueiros.
Vasconcelos se reere a una sociedad futura, nueva y utpica que supone la
emergencia de un hombre nuevo: el mestizo, ya que entiende que las etapas
ms esplndidas son fruto del mestizaje: las pocas ms ilustres de la humanidad han sido, precisamente aquellas en que varios pueblos dismiles se ponen
en contacto y se mezclan12 . Al igual que para otros intelectuales, el hombre
nuevo es un hroe mestizo, un hroe moderno engendrado en la Revolucin
Mexicana13 aunque sedimentado en la cultura de la Atlntida, que dene
como el origen de las civilizaciones precolombinas.
As, no resulta extrao que uno de los primeros murales de Diego Rivera,
La Creacin (1922), represente a Adn y Eva como una pareja de mestizos desnudos. En el centro aparece el hombre nuevo que emerge de una selva tropical
y conectando con sus brazos extendidos la dualidad entre lo masculino y lo
femenino, la sabidura y la ciencia, as como los valores cristianos de fe, esperanza y caridad14. Unos smbolos que no resultan extemporneos, ya que las
tesis de Vasconcelos se fundamentan en el exotismo a la manera ednica de los
simbolistas europeos, una utopa que concreta geogrcamente en Latinoamrica: la tierra de promisin estar entonces en la zona que hoy comprende el
Brasil entero, ms Colombia, Venezuela, Ecuador, parte de Per, parte de
Bolivia y la regin superior de Argentina15. Al presentar esta geografa, Vasconcelos ultrapasa la visin reduccionista de Mxico y su concepcin deviene
globalizadora en un intento de universalidad.
11 Vasconcelos, J., La raza csmica. Misin de la raza iberoamericana. Notas de viajes a la
Amrica del Sur, Madrid, Agencia Mundial de Librera, 1925.
12 Ibidem, p. 43.
13 Grijalva, J. C., Vasconcelos o la bsqueda de la Atlntida. Exotismo, arqueologa y
utopa del mestizaje en la Raza Csmica, Revista de Crtica Literaria Latinoamericana, 60,
2004, pp. 329-345.
14 Ibidem, p. 336.
15 Vasconcelos, J., op. cit., p. 34.
16
Parkinson Zamora, L., La mirada exuberante. Barroco novomundista y literatura latinoamericana, Madrid, Iberoamericana / Vervuert, 2011, p. 100.
17 Vasconcelos, J., op. cit., p. 41.
18 Grijalva, J. C., op. cit., p. 341.
Branda, A., De la Europa de vanguardias a las entraas de Brasil: el redescubrimiento del barroco minero, en Gutirrez Viuales, R. (coord.), Arte Latinoamericano
del siglo XX, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2005, p. 193.
20 De Andrade, O., Maniesto de la poesa Pau Brasil, en Tarsila do Amaral [catlogo
de la exposicin], Madrid, Fundacin Juan March, 2009, p. 19.
Conclusiones
La bsqueda de un proyecto identitario continental en la dcada de los
aos veinte es tarea complicada si no se quiere caer en clichs que reducen y
cosican el arte latinoamericano. He intentado recuperar de forma breve, unos
textos y prcticas artsticas donde el mestizaje resulta ser el gran protagonista.
Nos encontramos ante un nuevo hombre, smbolo de un continente que busca
sus propias liaciones. La teorizacin sobre el mestizaje se estructur a partir
de unos postulados que gozaron de mayor o menor fortuna, pero que en todos
los casos gestaron un lenguaje artstico marcado por los aprendizajes europeos
a los que se les otorg el espritu especco de cada nacin. La praxis artstica
fue la que permiti crear smbolos nacionales con la ambicin de llegar a la
totalidad del continente en un momento en que la historiografa no se planteaba su realidad en trminos actuales.
El presente texto pretende poner de relieve la poderosa y simblica presencia que supuso Pablo Picasso para los artistas espaoles que pasaron a suelo
francs en la retirada republicana de 1939, y reexionar sobre la temtica de
Don Quijote y su identicacin con los exiliados espaoles, ejemplicada en
dos de las obras artsticas ms signicativas que toman como tema al personaje
cervantino.
En las semanas previas a la cada definitiva de Catalua, alrededor de
500 000 personas atravesaron la frontera franco-espaola. La magnitud de este
xodo sin precedente en la historia de Espaa, continu incesantemente hasta
el ominoso da 10 de febrero de 1939, fecha en la que ocialmente las tropas
franquistas alcanzaban todos los pasos de la frontera francesa, desde Puigcerd hasta Portbou. La Guerra en Catalua ha terminado1. Pero este acontecimiento llegaba en momento poco oportuno, ya que desde abril de 1938, con
la llegada de douard Daladier a la jefatura de un gobierno de concentracin
orientado hacia la derecha y con Albert Sarraut como Ministro del Interior,
Francia se haba dotado de un cuerpo legal para controlar y reprimir extranjeros que en la prctica supondr el internamiento de los republicanos espaoles
en campos de concentracin, con el deseo inicial de fomentar las repatriaciones rpidas. As, Argels-sur-Mer, Saint-Cyprien, Vernet dArige, Septfonds,
el castillo de Colliure, Bram, Agde, Gurs, Rieucros, o los campos norteafricanos, fueron el destino de miles de republicanos2 .
1
Beevor, A., La Guerra Civil espaola, Barcelona, Crtica / Crculo de lectores, 2005,
p. 576.
2
Vid. la siempre inexcusable referencia de Dreyfus-Armand, G., El exilio de los republicanos espaoles en Francia. De la guerra civil a la muerte de Franco, Barcelona, Crtica,
2000.
3
Fernndez Martnez, D., Acerca de los artistas espaoles en Francia y su relacin
con Picasso, en Mancebo, M. F., Bald, M. y Alonso, C. (eds.), Seixanta Anys Desprs.
LExili Cultural de 1939, Actas I Congreso Internacional, tomo 1, Valencia, Universitat de
Valncia, 2001, p. 84.
4
Fernndez Martnez, D., Complejidad del exilio artstico en Francia, Migraciones
y exilios, 6, 2005, p. 32.
Picasso y Don Quijote, dos smbolos del exilio artstico | Rubn Prez Moreno
la vez un orgullo, su gran orgullo. No era extrao ante la desconanza de esta pregunta: espaol?, S, como Picasso. Espaol como l5.
Adems prest ayuda econmica a travs de la compra de obras a numerosos artistas. Entre los ms conocidos, lo hizo con los escultores Joan Rebull o
Enric Casanova. Pero la mano benefactora de Picasso alcanzar a otros artistas
como Blasco Ferrer, que tras instalarse en Pars en 1942 solicit entrevistarse
con el malagueo, el cual le puso en contacto con un matrimonio americano
que le compr varias esculturas, mientras el propio Picasso le encarg una cntara al estilo de Foz-Calanda, dinero que le permiti sobrevivir una larga temporada en los momentos de mayor penuria econmica11.
Un caso muy especial es el de Apel.les Fenosa, al que consigui Picasso en
1941 un encargo consistente en la realizacin de un grupo escultrico para
interpretar la paz. Adems el propio Picasso le encargaba obras para sus hijos o
sola comprarlas en las exposiciones12 .
La experiencia de muchos artistas del exilio con Picasso fue crucial, siendo
evidente la inuencia picassiana en muchos de ellos, caso de Blasco Ferrer u
scar Domnguez, y con matices en la obra de Pedro Flores, Lobo o Garca
Condoy, aunque las relaciones son complejas y no excluyentes.
Terminada la Guerra Mundial, la cultura republicana del exilio recre y
transmiti los ideales, valores e iconos que la representaban13. Si Picasso constituy para los artistas la encarnacin fsica de una idea, un referente y refugio
al que acudir en los momentos de mayor desesperanza, especial importancia
cobrar desde el punto de vista iconolgico la representacin de don Quijote,
una imagen como instrumento de formacin especialmente simblica para el
exilio en general, cuyas interpretaciones y reexiones no se agotan14.
Miguel de Cervantes fue un verdadero icono que sobresali por encima de
otros pensadores, escritores, msicos o polticos. En cualquier biblioteca de un
exiliado espaol no falt nunca el libro El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha. Como escribi Federica Montseny en el calendario de 1988 que la
SIA dedic a Cervantes:
11
Blasco Ferrer, E., Hierro candente, autobiografa manuscrita indita. Archivo Particular (Barcelona).
12 Fernndez Martnez, D., op. cit., p. 85.
13 Alted, A., La voz de los vencidos, Madrid, Aguilar, 2005, p. 116. Vid. entre otros
Domergue, L., La cultura del exilio, en VV. AA., Republicanos espaoles en Midi-Pyrnes.
Exilio, Historia, memoria, Presses Universitaires du Mirail / Rgion Midi-Pyrnes, edicin
en espaol 2006, pp. 257-262.
14 Vid. las reexiones para el mbito literario de Mainer, J. C., Moradores de Sansuea
(Lecturas cervantinas de los exiliados republicanos de 1939), Valladolid, Junta de Castilla
Len / Universidad de Valladolid, 2006.
Picasso y Don Quijote, dos smbolos del exilio artstico | Rubn Prez Moreno
Don Quijote de la Mancha, obra fundamental de Cervantes, ha sido y es el espritu de aventura, la lucha por la justicia y la exaltacin de la personalidad del
hombre Don Quijote es el pensamiento profundo que a veces toma apariencias
de locura. Pero Cervantes (pacista por excelencia, enemigo de la fuerza) tuvo la
inteligencia de colocar a su lado como smbolo de prudencia y del buen sentido
popular, la gura del inimitable Sancho Panza, que es el pueblo15.
La atraccin por parte de intelectuales y artistas hacia don Quijote, con sus
ideales e ilusiones, le convirtieron, como apunta Miguel Cabaas, en una
especie de santo patrn laico de los republicanos espaoles errantes, pertrechados con la permanencia de su inspiracin y sus ideales17. El concepto qued
plenamente interiorizado entre los exiliados.
En este sentido, el anlisis de la gura del Quijote ha tenido ms estudios
en lo relativo al exilio mexicano que al francs, si bien, aun con las particularidades propias de su contexto, la identicacin con el hroe y la nostalgia
de Espaa estn tambin vivamente presentes. El Quijote se rearm como uno
de los smbolos ms legtimos, como qued patente en dos de las cabeceras de mayor inuencia y que agruparon a un mayor nmero de exiliados: Las
Espaas, editada en Mxico (1946-1963), revista antifranquista, de espritu
republicano y liberal, cuya paternidad se debe a Manuel Andjar y al zaragozano Jos Ramn Arana18; y el Suplemento Literario de Solidaridad Obrera,
15
editado en Pars desde 1954 con carcter mensual y dirigido por Fernando
Gmez Pelez y luego Juan Ferrer, que cont con la colaboracin de importantes intelectuales espaoles, franceses, latinoamericanos y destacados representantes del exilio. Tras siete aos de existencia fue sustituido por Umbral.
En el caso de Las Espaas los temas en torno al Quijote sern tratados de
forma heterodoxa desde su nmero inaugural, aunque predominar la
impronta de las circunstancias en que viven los exiliados19. Fundamental ser
la celebracin del IV Centenario del nacimiento de Cervantes, en 1947, con un
especial en el nmero 5 de la revista dedicado exclusivamente al autor, e ilustrado por Manuela Ballester, Jomi Garca Ascot, Carlos Marichal o Josep
Renau20.
El Suplemento Literario de Solidaridad Obrera, tambin dedic en 1955 su
nmero 22-23 a esta gura bajo el ttulo Especial el ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha cumple 350 aos21. Este nmero cont con ilustraciones de Antonio Tllez, dibujos de Peinado, Orlando Pelayo, Bartol, A. Sancho
y Argello, pinturas y esculturas de Blasco Ferrer y Menndez, adems de grabados de Gustavo Dor y estampas de poca.
Pero el tema de Don Quijote y Cervantes fue denominador comn en
muchas otras publicaciones. As en Francia tambin apareci la publicacin de
humor y combate Don Quijote, en Rodez, desde junio de 1946 y hasta marzo
de 1947, donde la socarronera de Sancho destacaba frente a las vicisitudes tempestuosas del hidalgo caballero. Tambin el Boletn de la Unin de Intelectuales
Espaoles public en 1947 un monogrco dedicado al aniversario de Cervantes, ilustrado con obras de Pedro Flores, Joaqun Peinado, Hernando Vies y
Lalo Muoz. O tambin la publicacin Mduse, aparecida en Pau y dirigida por
el poeta Jacinto-Luis Guerea y con Jean Cassou como presidente de honor,
que anunci la aparicin de su nmero 5 dedicado ntegramente a Cervantes22.
19
Piero Valverde, J. M., Las Espaas y la presencia del Quijote entre los exiliados
en Mxico, en La Literatura y la Cultura del exilio republicano espaol de 1939 [Actas del
IV Coloquio Internacional: Hotel Las Lagunas, del 16 al 19 de julio de 2002 San Antonio
de Baos, La Habana, Cuba], Edicin digital: Biblioteca digital Miguel de Cervantes:
<www.cervantesvirtual.com> [consultado el 5 de marzo de 2013].
20 Las Espaas: Revista literaria, ao ii, n. 5, 29 de julio de 1947.
21 Solidaridad Obrera. Suplemento Literario, n. 551-22-23, Pars, octubre-noviembre
de 1955.
22 Sobre ellas vid. el captulo de Risco, A., Las revistas de los exiliados en Francia, en
Abelln, J. L. (dir.), El exilio espaol de 1939, vol. 3, Madrid, Taurus, 1976, pp. 121-122 y
126-127.
Picasso y Don Quijote, dos smbolos del exilio artstico | Rubn Prez Moreno
Blasco Ferrer25, que se halla expuesta en su sala homnima del Museo del
Parque Cultural de Molinos (Teruel). Es, sin duda, la obra escultrica ms
reveladora del drama del exilio a Francia travs de la gura de don Quijote,
que como nos cuenta en sus memorias Virgilio Botella, en aquel entonces
jefe de los Servicios Administrativos del Gobierno de la Repblica en el exilio, llam poderosamente la atencin entre los destacados miembros de la
poltica, la cultura y la prensa, asistentes a la recepcin diplomtica celebrada
en los magncos salones de la avenida Foch, con motivo de la celebracin
de un 14 de abril, donde se expusieron pinturas y esculturas de artistas espaoles en el exilio26 .
Blasco parece haber volcado en esta escultura todo el dolor de Espaa
impuesto por cnicos y cretinos, por aventureros que en nombre de la justicia
dejan morir al pueblo de hambre y miseria27. En l, la contradiccin fsica del
rostro y de la mano logran un patetismo y una sensacin de hundimiento de
toda esperanza, no tanto por su vida que se va, sino por un gran sueo quijotesco que se va a apagar para siempre28.
Estos dos magncos ejemplos sintetizan con maestra todo ese deseo para
los exiliados que es el anhelo de libertad que se da en don Quijote, constituyndose en paradigma simblico de una actitud ante la vida, donde los valores
del hombre se han de medir por el ideal que persiguen, por encima de las
repercusiones de su accin, y que en el caso de los exiliados supondr sacricar
vivir en su tierra en pro de la libertad29. En palabras del propio don Quijote:
Bien podrn los encantadores quitarme la ventura pero el esfuerzo y el nimo
es imposible30.
25 Vid. sobre el mismo la sntesis recogida en Prez Moreno, R. y Snchez, S., Eleuterio Blasco Ferrer y su legado a Molinos. Una obra y un museo marcados por el compromiso social, en Lorente, J. P., Snchez, S. y Cabaas, M. (eds.), Vae victis! Los artistas
del exilio y sus museos, Gijn, Trea, 2009, pp. 25-46.
26 Botella Pastor, V., Entre memorias. Las nanzas del Gobierno Republicano espaol en
el exilio, Edicin Alicia Alted Vigil, Sevilla, Editorial Renacimiento, 2002, pp. 118-119.
27 Blasco Ferrer, E., op. cit., p. 113.
28 Ferrndiz Alborz, F., El escultor en hierro E. Blasco Ferrer, El Da, Montevideo,
25 de marzo de 1951.
29 Vid. el estudio losco que realiza Abelln, J. L., Don Quijote como smbolo, en
Alted, A. y Lluisa, M. (dirs.), La Cultura del exilio republicano espaol de 1939, Actas del
Congreso Internacional Sesenta aos despus, vol. i, Madrid, UNED, 2003, pp. 545-553.
30 Segunda parte, captulo xvii.
Picasso y Don Quijote, dos smbolos del exilio artstico | Rubn Prez Moreno
31
se diferencian del resto del mundo por algo fundamental: que las imgenes no
existen, tocar la obra signicara entonces, seala, retrotraerla al estadio de
objeto, atentando contra su esencia, que pertenece al orden del imaginario. El
escultor italiano Medardo Rosso no tena dudas al respecto, la escultura solo
poda ser percibida a travs de la mirada. Toda su obra es un reclamo de esta
exigencia cuyas razones no dud en argumentar: La mirada de todos los
dems ha sido en funcin del tacto. Nunca han respetado la luz ni el color,
como si hicieran cosas para ciegos. Pero yo toco o no toco? Ya he dicho que
no toco. Es un innito, una emocin, una coloracin. No toco. La gente siempre crey que se vea tocando. Yo no toco3.
No existimos! Somos solo juegos de luz en el espacio, insista Medardo
Rosso. Nada es material en el espacio, porque todo es espacio y, por tanto,
todo es relativo. Sus palabras trataban de explicar el deseo de olvidar la materia, y sus obras, esculturas y fotografas, maniestan su querencia por las
sombras, por lo innito de la unidad, depositaria de un momento activo del
proceso, y del pensamiento, no en vano qu es el arte sino la verdadera manera
de hacer pensar. Si hasta entonces la escultura se haba reducido a las tareas de
quitar o agregar a partir de un ncleo, Rosso demuestra que cuando la mirada
transcurre sobre una cosa, quita y agrega materia, quita y agrega sujeto. Esa
fue una de sus aportaciones ms sobresalientes a la escultura, como supo ver
Luciano Fabro4. Medardo Rosso, creador y recreador, hall en la cera el material capacitado para fundir las formas y provocar en la mirada de quien las
contempla la impresin de la materia desmaterializndose, de una escultura
que se niega y se anula, de ir ms all de la escultura; as lo sinti Giovanni
Anselmo5. En los ltimos aos de su vida, Rosso no realiz esculturas nuevas,
se dedic a recrear las ya realizadas, y a fotograarlas. Porque la fotografa le
permita detener el tiempo en un momento activo, al igual que su escultura. El
estudioso de su obra Luciano Caramel6 sostiene que lo ms probable es que
Medardo Rosso no fuera el autor de las fotografas, que realizara un operador
3
Declaraciones de Medardo Rosso a Luigi Ambrosini, en la entrevista publicada por el
peridico La Stampa de Turn, el 29 de julio de 1923; reproducida en el catlogo de la
exposicin, dirigida por Gloria Moure, Medardo Rosso celebrada en el Centro Galego de
Arte Contempornea de Santiago de Compostela, 1996.
4
Fabro, L., Fotografa de Medardo Rosso. Entrevista con Jole de Sanna, en ibidem,
pp. 244-246.
5
Anselmo, G., Medardo Rosso, en ibidem, p. 228.
6
Caramel, L., Identidad y actualidad de Medardo Rosso, en ibidem, pp. 91-117.
siguiendo sus precisas instrucciones sobre los encuadres, la distancia y la iluminacin; ya sobre las placas fotogrcas, Rosso intervena con raspaduras,
veladuras, enmascaramientos o cortndolas de manera irregular, con la intencin, est convencido Caramel, de superar la abstracta objetividad de la estatua, de fundir gura y fondo, de jar una particular perspectiva visual, y no
solo para sugerir la clave de lectura de sus obras o para facilitar la correcta la
correcta exposicin: Rosso entenda la fotografa como investigacin.
Las esculturas que Jos Noguero modela o talla no se tocan con los dedos
sino con los ojos. La mayora, adems, estn realizadas para integrarse en la
imagen-acto de la fotografa, que tambin es depositaria de sus pinturas y del
rumor de lo imaginario. Y como a Rosso, a Noguero le fascina la cera, material
inestable tan adecuado para expresar la caducidad de todo.
Ante las obras de Noguero, esculturas, fotografas, pinturas, dibujos, acuarelas, proyecciones o vdeos, somos actores de una puesta en escena que nada
deja al azar mediante la activacin de dispositivos pticos y escnicos que tienen como principal objetivo no dejarnos ir. Deleuze y Guattari lo explicitaron:
De todo arte habra que decir: el arte es presentador de afectos, inventor de
afectos, creador de afectos, en relacin con los preceptos o las visiones que nos
da. No solo los crea en su obra, nos los da y nos hace devenir con ellos, nos
toma en el compuesto7. El espectador se sita en espera, dado que el acto de la
mirada no se agota en el momento. En cuanto a qu espera, teniendo en cuenta
la naturaleza articial de la obra de arte, Luis Puelles en su ensayo sobre la
mirada resuelve dudas: la ilusin esencial de la obra ccional no es parecer
real, o simplemente realista, sino parecer ser real8. Y de acuerdo con Gadamer: asistir es querer participar y mirar es una forma de participar, Noguero
organiza el escenario para el encuentro; un encuentro especialmente fructfero
asentado como est en una suerte de continuidad abierta a mltiples conexiones temporales, como dira Benjamin, que remiten segn ha interpretado
Didi-Huberman a una temporalidad ms fundamental, que permanece en el
misterio, susceptible de descubrir o construir. En esa concordancia de tiempos
es determinante el apego de Jos Noguero por lo imaginario, que Gilbert
Durand9 ha denido como una lgica completamente otra, de identidad no
7
Reexin recogida en Puelles Romero, L., Mirar al que mira. Teora esttica y sujeto
espectador, Madrid, Abada, 2011.
8
Ibidem.
9
Durand, G., Lo imaginario, Barcelona, Ediciones del Bronce, 2000.
dispone con meticuloso esmero la puesta en escena en la que intervienen esculturas y pinturas, y la propia imagen del artista, cuyo sentido ltimo se escapa
furtivamente por entre las ranuras de la ccin que las imgenes reejadas y
fotograadas aseguran. El mito de Narciso, tan ligado con el tema del espejo,
da cuenta de los peligros que acechan a quien intenta abrazar y poseer su propia imagen; en su ensayo sobre el mito de Pigmalin, Stoichita dej claro que
para que triunfe el simulacro es precisa la muerte del modelo.
Noguero pint la Charca con peces en 1999, cuyas aguas estn llenas de sombras, como las de las siluetas que, enmaraadas en colores abismales de reejos
cambiantes, dramatizan el otro mito ligado al espejo, el de Acten, al que
dedic una serie pictrica y varias esculturas, entre los aos 1997 y 2000.
Mucho se ha escrito sobre el mito de Acten y algunas interpretaciones bien
podran explicar el inters de Noguero por la gura del clebre cazador de la
mitologa griega que sorprendi a la diosa Diana desnuda durante su bao. Al
verse mirada, Diana metamorfose a Acten en ciervo y, duea de los perros,
lanz la jaura a su caza. Acten fue despedazado y sus restos dispersos sin
sepultura engendraron sombras que frecuentan las breas. Y el centauro
Quirn, maestro de Acten en el arte de la caza, model su estatua para consolar a los perros, desesperados por haber devorado a su amo. Como ha escrito
Gilbert Durand14, no falta detalle en este mito: transformacin fugaz bajo un
aspecto devorador, agua profunda, aseo femenino, cabellera, gritos, y todo
envuelto en una atmsfera de catstrofe. Para ngel Gabilondo15 el bao de
Diana y la perdicin de Acten evoca la dialctica entre la mirada que mira la
desnudez y la desnudez que se mira en esa mirada; una dialctica que en ese
momento deja de serlo. En la mirada, concluye, es el mirado el que se desdobla
(y hasta la muerte) sobre la escena del falso teatro. Sostiene Luis Puelles
Romero16 que la obra de arte no puede olvidarse de la tensin que la mantiene
viva: no perder de vista al espectador y por tanto no dejar que el espectador
pueda perderla de vista. Como la diosa Diana pues, segn interpreta Pierre
Klossowski, es su deseo de verse a s misma lo que le lleva a verse en la mirada
de Acten. Todo apunta a que, como anuncia Puelles, el espectador est bajo
la vigilancia de la obra que lo mira querindole fascinar, paralizndole el
14
Durand, G., Las estructuras antropolgicas del imaginario. Introduccin a la arquetipologa general, Madrid, Fondo de Cultura Econmica, 2005.
15 Gabilondo, ., De repente. La irrupcin de otro ver, en La distancia y la huella.
Para una antropologa de la mirada, Cuenca, Diputacin Provincial de Cuenca, 2008.
16 Puelles Romero, L., op. cit., 2011.
17
Didi-Huberman, G., Lo que vemos, lo que nos mira, Buenos Aires, 2010.
Novalis, citado en Durand, G., Las estructuras antropolgicas del imaginario, op. cit.,
p. 232.
18
Jos Noguero reejado en su obra Sin ttulo IV, 2000. Cera, alambre y espejo. 100 100 45 cm.
Exposicin Nada es estatua, Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, 2013.
9 788499 113005
978-84-9911-300-5