La Mandragora - Hanns Heinz Ewers
La Mandragora - Hanns Heinz Ewers
La Mandragora - Hanns Heinz Ewers
En un
mbito como aquel, el hasto funciona como vehculo del Mal.
Un tal Bronken, cientfico que sacrifica a nios en sus experimentos, comienza a elaborar un procedimiento por el cual es
capaz de crear una criatura infernal, que consiste en inyectar en el tero de una "prostituta vocacional" la simiente de un
condenado a muerte. De esta fecundacin abominable se gesta una mujer siniestra, la Mandrgora, que ya en los trabajos
de parto demuestra su naturaleza diablica al destrozar los rganos de su madre, de hecho, su primera vctima.
PRELUDIO
Cmo quieres negar, querida amiga, que hay seres ni hombres ni animales, extraos seres, que surgen del placer malvado de
absurdos pensamientos?
Bien sabes t, mi dulce amiga, que la ley es buena, buenas todas las reglas y todas las normas severas. Bueno es el gran Dios que
cre estas normas, estas reglas y leyes. Y bueno es el hombre que las respeta, que sigue sus caminos con humildad y paciencia y en fiel
seguimiento de su buen Dios.
Muy otro es el prncipe que odia al Bueno. Destruye las leyes y las normas y crea... contra Natura.
ste es malo, perverso. Y perverso es el hombre que obra como l: un hijo de Satn.
Perverso, muy perverso es entremeterse en las leyes eternas, desencajndolas con mano atrevida de sus quicios de hierro.
Quiz esto beneficie al malo, porque le ayuda Satn, que es un seor poderoso; podr crear segn sus propios deseos, segn su
orgullosa voluntad; podr hacer cosas que arruinen todas las reglas e inviertan la Naturaleza. Pero que tenga cuidado: lo que cree ser
mentira y delirante espejismo. Su obra podr levantarse y crecer en los cielos, para derrumbarse al final y sepultar en su cada al loco
orgulloso que la imaginara.
***
Su Excelencia Jakob ten Brinken, doctor en Medicina, profesor numerario y consejero secreto efectivo, cre la extraa mujer, la
cre... contra Natura. La cre l solo, aun cuando el pensamiento perteneciera a otro. Y aquella criatura, que hicieron bautizar y
llamaron Alraune[1], creci y vivi como un ser humano. Cuanto tocaba se converta en oro; donde quiera que miraba rean los sentidos
sobreexcitados. Pero donde su aliento alcanzaba, rugan todos los pecados capitales, y las plidas flores de la Muerte brotaban de las
huellas de sus pies ligeros. Y la mat el mismo que antes la imaginara: Frank Braun, el que marchaba al margen de la vida.
***
No es para ti, hermanita rubia, para quien escribo este libro. Tus ojos son azules y buenos, y nada saben del pecado. Tus das son
como los opulentos racimos de las glicinas azules, que gotean sus florecillas hasta formar una muelle alfombra, por la que discurre mi pie
ligero, bajo las bvedas de follaje, relucientes del sol de tus das plcidos. No escribo este libro para ti, nia rubia, linda hermanita de mis
das de tranquila ensoacin.
Para ti lo escribo, salvaje pecadora, hermana de mis noches ardientes. Cuando las sombras caen, cuando el mar cruel devora el sol
de oro, palpita sobre las olas un rpido rayo de un verde venenoso. Es la primera y plida sonrisa del pecado ante la angustia mortal del
Da temeroso. Y el pecado se engalana con incendiados rojos y amarillos, con intensos tonos violeta, y respira en la noche profunda y
exhala su pestfero aliento sobre todos los pueblos.
Y t sientes ese hlito ardoroso. Entonces tus ojos se dilatan y se hincha tu pecho joven y tiemblan ansiosas las aletas de tu nariz y se
distienden tus manos, hmedas por la fiebre. Caen los velos de los suaves das burgueses y la Serpiente nace de la negra noche. Y
entonces se despereza tu alma salvaje, hermana, alegre de todas las vergenzas, embriagada de todos los venenos; y del tormento y de la
sangre y de los besos y de los placeres se levanta exultante, desciende ululando... por todos los cielos y los infiernos.
Hermana de mis pecados, para ti escribo yo este libro.
CAPTULO I
Que muestra cmo era la casa en que salt al mundo el pensamiento Alraune
La casa blanca, donde se origin la idea Alraune ten Brinken mucho tiempo antes de nacer ella, mucho tiempo antes de ser
engendrada, estaba junto al Rin. Un poco apartada de la ciudad, en la calle mayor de la villa que parte del antiguo palacio del
arzobispado que hoy alberga la Universidad. All estaba. Y all viva entonces el consejero de justicia Sebastian Gontram.
Viniendo de la calle, se cruzaba un largo y feo jardn, que no conoca jardinero. Se llegaba a la casa, cuyas paredes se desconchaban;
se buscaba la campanilla en vano, se gritaba, y nadie acuda. Por fin, se empujaba la puerta y se entraba, subiendo las sucias escaleras
de madera, jams lavadas. Tal vez un gato grande saltaba atravesando la oscuridad.
Otras veces el jardn se animaba con los hijos de Gontram: Frieda, Philipp, Paulche, Emilche, Jsefche y Wlfchen. Se les vea en
todas partes, trepando por las ramas de los rboles, arrastrndose por cavas profundas en la tierra. Luego estaban los canes: dos
descarados perros de lanas y un faldero, ms el grifn enano del abogado Manasse, que pareca un membrillo, pardo, redondo como una
bola, apenas mayor que un puo. Se llamaba Cyklop.
Y todos alborotaban y chillaban. Wlfchen, que apenas tena un ao, yaca en su cochecillo, berreando con terquedad horas enteras.
Slo Cyklop poda sostener este record y ladraba sin cesar, con ladridos roncos y entrecortados. Como Wlfchen, no se mova de su
puesto; no haca ms que ladrar y aullar.
Los chicos de Gontram jugaban en el jardn hasta muy avanzada la tarde. Frieda, la mayor, tena que vigilarlos y cuidar de que fueran
buenos. Pero ella pensaba: ya son bastante juiciosos. Y se sentaba al fondo, junto al cenador de las lilas con su amiga, la pequea
princesa Wolkonski. Ambas charlaban y disputaban, pensando que pronto cumpliran catorce aos y podran casarse, o, por lo menos,
tener novio. Pero ambas eran piadosas y estaban resueltas a esperar todava catorce das, hasta despus de la primera comunin.
Entonces se vesta una de largo. Entonces se era ya mujer y se poda tener novio.
Ellas se crean muy virtuosas con esta determinacin. Y pensaron que era procedente ir a la iglesia en seguida, a los oficios de mayo.
En estos das deba una recogerse y ser seria y razonable.
Y quiz vaya tambin Schmitz dijo Frieda Gontram.
Pero la pequea princesa frunciendo el ceo dijo:
Bah! Schmitz!...
Frieda la cogi por el brazo.
Y los bvaros, con sus gorras azules...
Olga Wolkonski se rea.
sos?... sos son unos descamisados..., sabes, Frieda? Los estudiantes distinguidos no van nunca a la iglesia.
Era verdad que los estudiantes distinguidos nunca hacan semejante cosa.
Frieda suspir, dio un rpido empujn al coche del llorn Wlfchen y pis a Cyklop, que quera morderla en el pie.
No, no. La princesa tena razn. No haba nada que buscar en la iglesia. Quedmonos, decidi. Y las dos muchachas volvieron al
cenador.
Todos los hijos de Gontram tenan un insaciable apetito de vida. No lo saban, pero lo adivinaban. Sentan en la sangre que tenan que
morir jvenes y en la flor de la vida, que slo gozaran de una pequea parte del breve tiempo concedido al resto de los hombres. Y ellos
triplicaban ese tiempo, alborotando y jugando, y devoraban y beban la vida hasta hartarse. Wlfchen berreaba en su coche tanto como
otros tres nios juntos. Sus hermanos, en cambio, correteaban por el jardn, multiplicndose, como si entre los cuatro hicieran cuatro
docenas. Sucios, mocosos y en harapos, siempre sangrando por una cortadura en los dedos, un desolln en la rodilla o un respetable
araazo.
Cuando el sol se pona, callaban los chicos de Gontram. Volvan a casa y se encaminaban a la cocina. All devoraban enormes
montones de pan con mantequilla, cubiertos con una espesa capa de embutido, y beban el agua que la enjuta criada tea ligeramente
con vino tinto. Luego los baaban: los desnudaba, los meta en la tina y tomaba jabn negro y un spero cepillo, con el que los frotaba
como un par de botas. Ni siquiera con esto quedaban limpios. Y otra vez gritaban y alborotaban aquellos salvajes muchachos dentro de
sus tinas de madera.
Luego, muertos de cansancio, pesados como sacos de patatas, se metan en la cama y no se movan ms. Siempre se olvidaban de
taparse, de lo que cuidaba la criada.
***
A esa hora, generalmente, llegaba el abogado Manasse a casa.
Subi la escalera, golpe con el bastn un par de puertas; no recibi respuesta alguna, y pas, finalmente, adentro.
La seora Gontram le sali al paso. Era alta, meda casi el doble que el seor Manasse, que era slo un enano, redondo como una
pelota, igual que Cyklop, su horrible perro. En las mejillas y mentn y sobre sus labios brotaban cortos caones, y en medio destacaba la
nariz, pequea y redonda como una rabanilla. Cuando hablaba pareca como un perro que quisiera morder.
Buenas tardes, seor abogado dijo la seora. No ha venido an mi seor colega?
Buenas tardes, seor abogado dijo la seora. Pngase usted cmodo.
El pequeo Manasse grit:
Pero no ha venido todava mi seor colega? Haga usted el favor de mandar que metan al nio dentro; no entiende uno ni sus
propias palabras.
Qu? pregunt la seora Gontram; destaponndose entonces los odos.
Ah!, s prosigui; es Wlfchen. Debera procurarse usted tambin unos tapones de algodn, seor abogado, y no oira usted
nada.
Fue hacia la puerta y grit:
Billa, Billa! Frieda! No os? Meted a Wlfchen en casa!
Estaba todava en traje de maana, de color melocotn; llevaba el abundante cabello castao desordenadamente recogido, medio
colgando. Sus ojos negros parecan infinitamente grandes, rasgados, dilatados, llenos de un fuego devorador y siniestro. Pero la frente se
ahuecaba en las sienes, la delgada nariz se hunda y las plidas mejillas se atirantaban, descarnadas, y sobre ellas ardan grandes
manchas hticas.
Tiene usted un buen cigarro, seor abogado? pregunt.
Sac su petaca irritado, casi furioso:
Cuntos ha fumado usted hoy, seora?
Unos veinte dijo ella riendo; pero ya sabe usted la basura que dan a cuatro cntimos la pieza. Un cambio me har bien. Deme
usted ese gordo de ah y tom un fuerte cigarro mejicano, casi negro.
Manasse suspiraba.
Qu le parece a usted? Cunto va a durar todava esto?
Bah! No se impaciente usted. El doctor opinaba anteayer que durara todava seis meses. Pero, sabe usted?, hace dos aos dijo
exactamente lo mismo. Yo pienso siempre que esta tisis galopante no galopa nada, sino que va bonitamente al paso.
Si, por lo menos, no fumara usted tanto!... grit el pequeo abogado.
Ella se mir con ojos dilatados estirando los delgados labios azules sobre los dientes brillantes.
Qu? Qu, Manasse? No fumar ms? Y qu hago entonces? Tener nios, cada ao uno... Gobernar la casa con toda esta
pandilla... Y, adems, la galopante... No fumar ms? y le soplaba en la cara una densa humareda, hacindole toser.
l la contemplaba, un poco avinagrado, pero con cario y admiracin. Aquel pequeo Manasse era descarado como ninguno cuando
estaba ante la barra; nunca le desconcertaba un chiste o una palabra aguda y cortante. Gritaba, resollaba, morda a su alrededor sin el
menor respeto y sin el ms mnimo temor. Pero all, ante aquella mujer flaca, cuyo cuerpo era un esqueleto, cuya cabeza sonrea como
una calavera, y que desde haca aos, tena un pie en la sepultura y empleaba las restantes energas en desenterrarse..., ante ella tena
miedo. Aquellos rebeldes y brillantes rizos, que todava crecan y se hacan ms fuertes y espesos, como si la misma muerte los abonara;
aquellos dientes, iguales y brillantes, que opriman con fuerza la colilla negra del grueso cigarro; aquellos ojos enormes, sin esperanza, sin
anhelo, sin conciencia de su propio ardor, le hacan enmudecer, le hacan parecer ms pequeo, casi tan pequeo como su perro. Oh, el
abogado Manasse era muy culto! Se le llamaba la enciclopedia ambulante, y no exista nada de que l no supiera dar al momento noticia
exacta. Y ahora pensaba: sta jura por Epicuro. Piensa que la muerte nada le importa; en tanto que ella viva, la muerta queda ausente.
Y cuando la muerte llegue, ella habr desaparecido ya.
Pero Manasse saba muy bien que la muerte estaba all, aun cuando ella viviera todava. Haca mucho tiempo que estaba all, que
andaba de puntillas por aquella casa; jugaba a la gallina ciega con aquella mujer, marcada con su sello; dejaba gritar y loquear por el
jardn a los nios, marcados como ella. Cierto que no galopaba, que iba bonitamente al trote: en eso tena razn la seora, pero lo haca
as... por capricho, slo porque le diverta jugar con aquella mujer y aquellos chicos hambrientos de vida, como un gato juega con los
peces de una pecera.
Bah, no viene todava!, pensaba la seora Gontram, tendida en la otomana todo el santo da, fumando grandes cigarros negros,
leyendo inacabables novelones y taponndose los odos para no sentir el gritero infantil. Hola! Con que no estoy aqu?, deca la
Muerte con una mueca, rindose del abogado desde aquella mscara lamentable y le soplaba a la cara la densa humareda.
El pequeo Manasse la vea, la vea con bastante claridad; se quedaba mirndola y meditaba qu clase de Muerte sera en el gremio
de las Muertes. La Muerte de Drer o la de Bcklin? O, quiz, la alocada Muerte arlequinesca del Bosco o de Breughel? O, quiz, la
Luego le desnud, le lav, le puso ropa limpia y le acost muellemente en su camita. Wlfchen no se mova, y pareca estar tranquilo
y contento. Y se durmi radiante de felicidad, con la horrible colilla negra siempre entre los labios.
Oh, s! Aquella seora tena razn. Ella entenda a los nios. Por lo menos a los nios de Gontram. Dentro, cenaban las personas
mayores y el consejero hablaba. Bebieron un vinillo ligero del Ruwer y slo al final present la seora de la casa el bol.
El esposo hizo la crtica con un resoplido.
Haz que suban un poco de champn dijo.
Pero ella coloc el bol sobre la mesa:
No nos queda ms champn para el ponche... Y en la bodega no hay ms que una botella de Pommery.
l se qued mirndola por encima de los quevedos, con los ojos muy abiertos y sacudiendo la cabeza.
Sabes que eres una mujer de tu casa? Conque no tenemos champn, y no me dices una palabra! Caramba! Que no hay
champn? Haz que suban la botella de Pommery. Lstima de ponche!
Y mova la cabeza de un lado a otro.
Sin champn! Caramba! repeta. Tenemos que procurarnos en seguida un poco. Ven. Treme pluma y papel. Voy a escribir
a la princesa.
Pero cuando tuvo el pliego ante s, lo puso otra vez a un lado.
Ah! suspir. He trabajado tanto durante todo el da!... Escribe t lo que yo te dicte.
La seora Gontram permaneci impasible. Escribir? Era lo nico que faltaba...
No pienso hacer tal cosa respondi.
El consejero mir a Manasse.
Qu tal, seor colega, si me hiciera usted este pequeo favor? Yo estoy tan cansado...
El pequeo abogado le mir furioso.
Cansado? dijo sarcsticamente. De qu? De contar historias? Quisiera saber de qu tiene usted siempre los dedos llenos
de tinta. Seguramente no es de escribir.
La seora Gontram se ech a rer.
Pero, Manasse! Si eso es de las ltimas Navidades, cuando tuvo que firmar las malas notas de los chicos. Pero por qu ponerse a
reir ahora? Dejad que Frieda escriba.
Y desde la ventana llam a voces a Frieda.
Frieda vino, y con ella Olga Wolkonski.
Me alegro de que t tambin ests aqu dijo el consejero saludndola. Habis cenado ya?
S; las muchachas haban cenado abajo, en la cocina.
Sintate, Frieda mand el padre.
Frieda obedeci.
Eso es. Ahora toma papel y escribe lo que yo te diga.
Pero Frieda era una Gontram legtima, y odiaba la escritura. Al momento salt de la silla.
No, no grit. Que escriba Olga, que lo hace mejor que yo.
La princesa, que estaba junto al sof, tampoco quera; pero su amiga saba un medio para convencerla.
Si no escribes le dijo al odo, no te presto pecados para pasado maana.
Y el remedio obr. Pasado maana era da de confesin, y la papeleta con los pecados resultaba an muy poco nutrida. Si no se
deba pecar en aquel tiempo de confesin, era, con todo, necesario confesar pecados, escudriar severamente la conciencia, meditar y
buscar por si quedaban todava algunas faltas. Y, en este punto, la princesa era muy torpe, mientras que Frieda lo entenda a las mil
maravillas. Su cdula de confesin era la envidia de toda la clase. Especialmente inventaba admirables pecados de pensamiento; algunas
veces por docenas. Tena esta habilidad de su padre. Poda presentar montones de pecados; slo que, si alguna vez cometa alguno,
nunca se enteraba de ello el confesor.
Escribe, Olga murmur, y te presto ocho pecados gordos.
Diez! exigi la princesa.
Y Frieda Gontram asinti. No importaba nada. Con tal de no escribir, hubiera dado veinte pecados.
Olga Wolkonski se sent a la mesa, tom la pluma y se qued mirando interrogativa.
Entonces, escribe dijo el consejero. Respetada seora princesa.
Es para mam? pregunt la princesita.
Naturalmente. Para quin, si no? Escribe: Respetada seora princesa.
Pero la princesita no escriba.
Si es para mam, es mejor poner: Querida mam.
El consejero se impacientaba.
Escribe lo que quieras, nia; pero escribe.
Pero haba algo que segua insomne, que se deslizaba cautelosamente alrededor del vasto casern.
Fuera, frente al huerto, flua el Rin; levantaba su pecho, ceido por los muros, y contemplaba las villas dormidas y se apretaba
amorosamente contra la vieja Aduana. Gatas y gatos se escurran entre los arbustos, bufaban, mordan, se araaban, se lanzaban con
ojos centelleantes de ardor unos contra otros y se posean lascivos con una voluptuosidad dolorosa y atormentada. De ms all, de la
ciudad, llegaba el cantar ebrio de los estudiantes.
Algo se arrastraba alrededor de la casa blanca junto al Rin. Se deslizaba por el huerto, ante los bancos rotos y las sillas cojas, y
contemplaba complacido la danza sabtica de los gatos en celo.
Suba a la casa, araaba las paredes haciendo caer el estuco; bata las puertas, hacindolas trepidar ligeramente, tan suavemente
como si fuera una brisa.
Y ya estaba en la casa. Suba de puntillas todos los peldaos, se arrastraba cauteloso por todas las habitaciones, se detena y miraba
en torno suyo sonriendo quedo.
Sobre el aparador de caoba haba maciza plata, ricos tesoros de los das del Imperio, pero los vidrios de las ventanas haban saltado y
las grietas estaban recubiertas de papel. De las paredes colgaban buenos cuadros holandeses de Koekkoek, Verboekhoeven, Verwe y
Jan Stobbaerts. Pero tenan rasgones y los antiguos marcos dorados estaban negros por las telaraas. La magnfica araa proceda del
mejor saln arzobispal, pero las moscas haban ennegrecido sus rotos prismas.
Algo se deslizaba por la casa silenciosa y dondequiera que llegaba se quebraba algo. Una insignificancia indigna de nombrarse. Pero
as una y otra vez.
Dondequiera que llegaba, un ligero murmullo brotaba de la noche: el claro crujir de un entarimado, o un clavo que se desprenda, o un
viejo mueble que se combaba. Algo cruja en los cajones vacos o tintineaba extraamente entre las copas.
Todos dorman en la vasta casa junto al Rin. Pero algo se deslizaba cautelosamente por todos sus rincones.
CAPTULO II
te trae por aqu. Me conceders que no es sta una casa en la que tu madre te vera con gusto. En cuanto a m...
Bueno, bueno grit Frank. Por lo que se refiere a ti lo s todo perfectamente. T has alquilado esta casa a Gontram; y como
l no es, seguramente, pagador puntual, es bueno dejarse ver de vez en cuando. Su mujer te interesa, claro est, como mdico... Todos
los mdicos de la ciudad estn entusiasmados con ese fenmeno sin pulmones. Adems est ah la princesa, a quien tu desearas vender
tu castillo de Mehlem; y finalmente, to, estn las dos gatitas. Cosa rica, eh? Oh! Lo digo guardando todos los respetos. Ya s que en ti
todo es honorable, to Jakob.
Call, encendi un cigarrillo y lanz una bocanada de humo. El profesor, venenoso y en guardia, le lanz la oblicua mirada de su ojo
derecho.
Qu quieres decir? pregunt en voz baja.
El estudiante respondi con una breve risa.
Oh, nada! Absolutamente nada.
Se levant y tom del velador una caja de cigarros, que present abierta al profesor.
Fuma, querido to. Es tu marca: Romeo y Julieta. Gontram ha tirado hoy la casa por la ventana. Y todo por ti, to.
Gracias carraspe el profesor. Y otra vez te pregunto: qu queras decir con eso?
Frank Braun aproxim su silla.
Te dir. No puedo sufrir que me hagas reproches, sabes? S muy bien que la vida que llevo es un poco disipada; pero deja, que
eso no te importa. Yo no te pido que me pagues mis deudas. Lo que te pido es que no vuelvas a escribir a casa esas cartas que
acostumbras. Escribirs que soy muy virtuoso, muy moral, que trabajo como es debido y que hago progresos. Y cosas as.
Comprendes?
Tendra que mentir.
Sus palabras queran ser amables y festivas; pero tenan una viscosidad como la que un caracol deja en su camino.
El estudiante le mir frente a frente.
S, to. Se trata justamente de que mientas. No por m, bien lo sabes, sino por mi madre.
Se detuvo un momento y apur su copa:
Y para apoyar esta peticin de que te dignes escribir unas cuantas mentiras a mi madre, te contar lo que quise decir hace un
momento.
Estoy impaciente dijo el profesor, un poco expectante, inseguro.
T conoces mi vida prosigui el estudiante, y en su voz vibraba una amarga gravedad. T sabes que todava hoy no soy ms
que un chico atolondrado. Porque eres un prudente anciano, muy sabio, rico, en todas partes conocido, cubierto de ttulos y
condecoraciones y, adems, mi to, nico hermano de mi madre, crees tener derecho a educarme. Con derecho o sin l..., no lo hars
nunca. Nadie lo har nunca... Slo la Vida.
El profesor se dio una palmada en la rodilla y solt la risa.
S, s. La Vida. Aguarda, muchacho, que ya te educar. Ya tiene bastantes aristas, duras y speras esquinas y tambin lindas
reglas y leyes, barreras y setos de espino.
Frank Braun respondi:
No los tiene para m, como tampoco para ti. Si t has podido matar las aristas, cortar los espinos y rerte de las leyes, yo tambin
podr hacerlo.
Escucha, to prosigui. Conozco bastante bien tu vida. La conoce toda la ciudad y hasta los gorriones repiten tus bromas
sobre los tejados. Pero los hombres no hacen sino musitarlas, las refieren detrs de las esquinas, porque tienen miedo de ti, de tu
inteligencia y de tu dinero, de tu poder y de tu energa. Yo s de qu muri la pequea Anna Paulert; s por qu tuvo que salir para
Amrica tan inopinadamente aquel lindo criadito de tu jardinero. S otras muchas historietas tuyas. Oh! No me gustan, desde luego;
pero tampoco te las tomo a mal, quiz hasta te admiro un poco, porque puedes hacer impunemente todas esas cosas como un reyezuelo.
Lo nico que no puedo comprender es tu xito entre los nios... T, con esa traza tan fea...
El profesor jugueteaba con la cadena de su reloj. Mir tranquilo, casi halagado, a su sobrino, y dijo:
No alcanzas a comprenderlo, verdad?
Y el estudiante:
Nada, en absoluto. Pero comprendo bien cmo has llegado hasta ello. Hace mucho tiempo que tienes cuanto has querido, dentro
de los lmites normales de la burguesa. Y quieres salir de ellos. El arroyo se aburre en su viejo lecho y acaba por desbordarse aqu y
all... Es la sangre.
El profesor tom su copa vaca y la tendi hacia l.
Llnala, muchacho dijo. Su voz temblaba un poco y el tono tena cierta solemnidad. Tienes razn: es la sangre; tu sangre y la
ma. Bebi y tendi la mano a su sobrino.
Escribirs a mi madre como yo deseo?
S, lo har respondi el anciano.
Y el estudiante dijo:
Gracias, to Jakob y tom la mano que ste le tenda. Y ahora, viejo Don Juan, llama a las dos festejadas. Qu bonitas estn
las dos con sus trajes de primera comunin!, eh?
Hum... Parece que a ti tampoco te disgustan dijo el to.
Frank Braun se ech a rer. A m? Dios mo! No, yo no soy rival tuyo, to Jakob..., hoy todava no..., hoy tengo mayores
ambiciones... Tal vez... cuando sea tan viejo como t... Pero tampoco soy su director espiritual y estas dos rosas no desean otra cosa
sino que las corten. Alguien tiene que hacerlo... y pronto; por qu no tu? Eh, Olga, Frieda, venid ac!...
Pero las muchachas no vinieron; atendan curiosamente al doctor Mohnen, que llenaba sus copas y les contaba historietas de doble
sentido.
Vino en cambio la princesa, Frank Braun se levant y le ofreci su asiento.
Qudese usted, qudese usted! instaba ella. Todava no he podido charlar un momento con usted.
Un momento, Alteza... voy a buscar un cigarrillo dijo el estudiante. Y a mi to le agradar muchsimo poder hacerle a usted
los honores.
Al profesor no le agradaba nada semejante cosa; hubiese preferido tener a su lado a la princesita. Y ahora vena a hablarle la
madre...
Cuando el consejero Gontram conduca a la seora Marion hasta el piano, se aproxim Frank Braun a la ventana. El seor Gontram
se sent, gir sobre el taburete del piano y dijo:
Les ruego un momento de silencio. La seora Marion nos va a cantar una cancin... Y volvindose hacia la dama dijo: Cul
va a ser? Quiz otra vez Les papillons? O Il baccio, de Arditi? Veamos...
El estudiante los contemplaba. La anciana seora, muy retocada, se conservaba hermosa todava, y podan creerse las muchas
aventuras que de ella se contaban. Antao, cuando era la ms festejada diva de Europa. Desde haca un cuarto de siglo viva en esta
ciudad, tranquila, retirada en su pequea villa. Todas las tardes daba un largo paseo por su jardn y lloraba media hora sobre la tumba
florida de su perrito.
Ahora cantaba. Su voz estaba ya cascada, y sin embargo, su modo de cantar, a la antigua escuela, posea un extrao encanto. En los
labios pintados tena la antigua sonrisa de la vencedora, y bajo la densa capa de polvos, sus rasgos trataban de conseguir la eterna pose
de cautivante amabilidad. Su mano regordeta jugueteaba con el abanico de marfil, y sus ojos buscaban el aplauso en todos los rincones,
como antao.
Oh, s, esta madame Marion Vre de Vre cuadraba perfectamente en esta casa, como todos los invitados! Frank Braun mir a su
alrededor. All se sentaban su to y la princesa, y detrs de ellos, apoyndose en la puerta, estaban el abogado Manasse y Su Reverencia
el capelln Schrder, aquel seco, largo, negro capelln Schrder, el mejor catador de vinos del Mosela y del Saar, que saba siempre de
las ms selectas bodegas y sin el cual una prueba de vino hubiera parecido imposible; Schrder haba escrito un libro sobre la abstrusa
filosofa de Plotino y al mismo tiempo las farsas para el guiol de Anita, la de Colonia; era un ardiente particularista, odiaba a Prusia y se
refera slo a Napolen I cuando hablaba del emperador; todos los aos iba a Colonia el 5 de mayo para asistir a los solemnes oficios por
los muertos de la Grande Arme en la iglesia de los Minoritas.
All estaba el corpulento Stanislaus Schacht, con sus gafas de oro, estudiante de Filosofa, ya en su decimosexto semestre, comodn,
perezoso hasta para levantarse de la silla. Desde haca aos estaba como husped en casa de la viuda del profesor doctor von
Dollinger..., donde haca tiempo se le concedan honores de amo de casa. La viuda, pequea, fea, sumamente delgada, estaba junto a l,
llenndole a cada momento la copa, ponindole a cada momento nuevos pasteles en el plato. Ella no coma, pero beba no menos que l y
su ternura aumentaba con cada copa; amorosamente acariciaba con sus dedos huesudos las carnosas manazas del estudiante.
Junto a ella estaba Karl Mohnen, doctor en Filosofa y en Derecho, compaero de estudios de Schacht, en los que haba invertido
casi tanto tiempo como su mejor amigo. Slo que l tena que hacer exmenes constantemente, siempre de algo distinto; por el momento
era filsofo y se aproximaba el da de su tercer examen. Tena la apariencia de un dependiente, rpido, siempre en movimiento; Frank
Braun pensaba que todava acabara de comerciante. Entonces hara su fortuna, en la seccin de confecciones, donde hubiera que servir
a las seoras. Buscaba siempre..., por las calles, un buen partido; rondaba balcones y tena una rara habilidad para hacer amistades.
Especialmente atacaba a las viajeras inglesas que..., desgraciadamente, nunca tenan dinero. Tambin estaba all el pequeo teniente de
hsares, con su bigotito negro, hablando con las muchachas: el joven conde Geroldingen pintaba lindamente, tocaba con habilidad el violn
y era el mejor jinete del regimiento. Contaba a Frieda y a Olga algo de Beethoven que las aburra horriblemente y si le escuchaban era
por tratarse de un tenientillo tan bello.
Oh, s; todos, sin excepcin, correspondan a este lugar, todos tenan algo de sangre gitana, a pesar de sus ttulos, condecoraciones,
tonsuras y uniformes; a pesar de los brillantes y de las gafas de oro; a pesar de su burguesa; sentan una extraa comezn: el deseo de
dar rodeos, de abandonar en algo los estrechos senderos de la correccin burguesa. A la mitad de la cancin de la seora de Vre son
un rugido: eran los chicos de Gontram que se pegaban en las escaleras. La madre sali a calmarlos. Luego Wlfchen, en el cuarto
inmediato, se puso a gimotear, y la niera tuvo que subirlo a la buhardilla, y tomando consigo a Cyklop, los acost a los dos en el estrecho
cochecillo.
Y la seora de Vre comenz una segunda cancin: La danza de la sombra, de la Dinorah, de Meyerbeer.
La princesa pregunt al profesor por sus ltimos experimentos: Podra ella ir alguna vez a ver las extraas ranas, todos aquellos
batracios y los lindos monos? Naturalmente, cuando gustara. Y vera tambin la rosaleda nueva en el castillo de Mehlem y los grandes
setos de camelias blancas que plantaba ahora all su jardinero.
Pero a la princesa le interesaban ms las ranas y los monos que las rosas y las camelias. Y el profesor habl entonces de sus
experimentos sobre la transformacin de esporos y sobre la fecundacin artificial; le dijo que precisamente tena una ranita muy mona
con dos cabezas y otra con catorce ojos en el lomo; analiz cmo extraa al macho las clulas germinales, y cmo las trasladaba a otro
individuo, y cmo las clulas se desarrollaban gozosamente en el otro cuerpo y producan despus de su transformacin cabezas y colas,
ojos y patas. Le habl de sus experiencias con los monos; le cont que tena dos micos jvenes cuya madre virginal, que ahora los
amamantaba, no haba conocido nunca al macho.
Esto era lo que ms interesaba a la princesa. Pregunt todos los detalles; se hizo explicar, hasta la ltima minucia, cmo se proceda;
se hizo repetir en alemn todas las palabras griegas y latinas cuyo sentido no alcanzaba, y el profesor chorreaba gestos y frases
inmundas. La saliva le goteaba por las comisuras de la boca y corra sobre el colgante labio inferior. Gozaba con aquel juego, con aquella
charla coprollica, y recoga voluptuosamente el sonido de sus propias palabras desvergonzadas. Y luego, inmediatamente despus de un
vocablo especialmente repugnante, dejaba caer un Alteza y se complaca con fruicin en el cosquilleo que le proporcionaba aquel
contraste.
La princesa escuchaba, el rostro encendido, sobreexcitada, casi temblando, aspirando por todos sus poros aquella atmsfera de
burdel que se adornaba vanidosamente con unos sutiles hilillos cientficos.
No fecunda usted ms que monas, seor profesor? pregunt sin aliento.
No; tambin ratas y micos. Le gustara a usted, Alteza, ver cuando yo...?
Baj la voz hasta balbucear casi.
Y ella grit:
S, s. Tengo que verlo. Con mucho gusto; con muchsimo gusto. Y... cundo?
Y aadi con dignidad mal aparentada:
Porque sepa usted que nada me interesa tanto como los estudios de Medicina. Creo que hubiera llegado a ser un excelente
mdico.
El profesor la mir con una abierta y sarcstica sonrisa.
Sin duda, Alteza.
Y pensaba que hubiera estado an mejor de celestina. Pero ya tena el pez en el anzuelo y comenz a hablar de rosas y camelias y
de su castillo junto al Rin, que a l le resultaba gravoso y que haba adquirido slo por filantropa. La situacin era admirable... y las
vistas... Si su Alteza se decidiera, quiz...
La princesa Wolkonski se decidi sin vacilar un momento.
S; naturalmente. Me quedo con el castillo.
Vio que Frank Braun pasaba frente a ellos y le llam.
Venga usted, venga. Su to acaba de prometerme que me ensear algunos experimentos. No es de una amabilidad encantadora?
Los ha visto usted ya alguna vez?
No contest Frank Braun. No me interesan absolutamente nada.
l se volvi pero ella le retuvo asindole de la manga.
Deme usted..., deme usted un cigarrillo. Y... s, eso es: una copa de champaa.
Temblaba bajo un ardiente cosquilleo y las fofas masas de su carne estaban perladas de sudor. Sus groseros sentidos, azotados por el
desvergonzado discurso del viejo, buscaban un fin, estrellndose como anchas olas contra el muchacho.
Dgame usted...
Jadeantes, sus poderosos senos amenazaban saltar el cors.
Dgame usted!... Cree usted... que el profesor podra aplicar a seres humanos... su ciencia, sus experimentos... de fecundacin
artificial?
Saba que no, pero necesitaba proseguir la conversacin; proseguir a cualquier precio con aquel estudiante joven, fresco y lindo.
Frank Braun se ech a rer, comprendiendo instintivamente sus pensamientos.
Naturalmente, Alteza dijo ligeramente. No faltaba ms! Precisamente se ocupa mi to de ello... Ha inventado un nuevo
procedimiento tan sutil, que la paciente no se entera de nada, de nada... Hasta que un da se siente embarazada... all por el cuarto o
quinto mes. Tenga usted cuidado con el profesor, Alteza! Quin sabe si ya...?
Por Dios bendito! grit la princesa.
Verdad que sera desagradable cuando no se ha tenido parte en ello?
Zas! Algo cay de la pared precisamente sobre la cabeza de Sofa, la doncella. La muchacha dio un grito y, en su terror, dej caer la
bandeja de plata en que serva el caf.
To Jakob! repiti el estudiante. Esto es... esto es lo que te falta. Esto es mejor que hacer tonteras con ranas, monos y nios
pequeos. Aprovchate y sigue el camino por donde nadie ha caminado antes que t.
Su voz temblaba y despeda con nerviosa precipitacin el humo de su cigarrillo.
No comprendo ni una palabra dijo el anciano.
Oh, tienes que comprender, to Jakob! No has odo el relato? Crea una Alraune, una que viva, de carne y hueso. T puedes
hacerlo, to. T, o ningn otro en el mundo.
El profesor le contempl con mirada insegura e interrogante. Pero en la voz del joven haba tal conviccin, tal fuerza de fe, que se
qued cortado, contra su voluntad.
Explcate ms claro, Frank dijo. Verdaderamente no s lo que quieres.
Su sobrino sacudi con vehemencia la cabeza.
Ahora no, to. Te acompaar a tu casa, si me lo permites.
Se volvi con presteza hacia una criada que serva el caf y apur a grandes tragos una taza tras otra.
Sofa se haba escapado de los consuelos del doctor Mohnen, que corra ahora de un lado para otro y estaba en todas partes,
atareado como una cola de vaca en tiempo de moscas. Senta siempre en los dedos la necesidad de agarrar algo, de frotar algo, y as
tom la mandrgora y la refreg con una gran servilleta, quitndole el polvo. Apenas lo consigui; polvorienta desde haca siglos, la
mandrgora ensuciaba servilletas y servilletas, pero no adquira brillo. El activo doctor la tom por ltimo y blandindola en alto la arroj
certeramente en medio del inmenso bol.
Bebe, mandrgora! grit. En esta casa te han tratado mal; de seguro tendrs sed.
Luego subi a una silla y pronunci un solemne discurso a las doncellitas. Ojal lo sigis siendo eternamente concluy; os lo
deseo de todo corazn.
Menta. No lo deseaba. Nadie lo deseaba. Las dos damitas menos que nadie. Pero ellas que charlaban con las otras, fueron hacia l,
se inclinaron y le dieron las gracias.
El capelln Schrder estaba junto al consejero y pona el grito en el cielo porque cada vez estaba ms cercano el da de introducir el
nuevo Cdigo civil. Diez aos ms, y nada quedara del Cdigo napolenico. Y entonces tendran la misma legislacin que arriba, en
Prusia. No le caba en la cabeza.
S suspiraba el consejero. Y el trabajo que eso cuesta. Hay que aprendrselo todo de nuevo. Como si uno no tuviera ya
bastante que hacer.
En el fondo le tena todo sin cuidado y se ocupara tanto de la lectura del Cdigo civil como se haba ocupado del estudio del derecho
renano. Gracias a Dios, los exmenes quedaban ya lejos.
La princesa se despidi, llevndose en su coche a la seora Marion. Pero esta vez Olga se qued tambin con su amiga. Todos los
dems se fueron despidiendo.
Te vas t tambin, to Jakob? pregunt el estudiante.
Tengo que aguardar dijo el profesor. Mi coche no ha llegado todava. Vendr de un momento a otro.
Frank Braun mir por la ventana. La pequea seora von Dollinger corra escaleras abajo, gil como una ardilla, a pesar de sus
cuarenta aos; cay, se levant de nuevo y se lanz contra una recia haya, asindose al tronco con brazos y piernas. Y ya loca, ebria de
vino y de lascivia, besaba el tronco con ardientes y deseosos labios, hasta que Stanislaus Schacht la solt de all como a un escarabajo
adherido a una rama, sin rudeza, pero con fuerza; sereno, a pesar de la formidable cantidad de vino que haba bebido. Y ella gritaba y se
asa tenazmente, sin querer separarse del liso tronco. l la levant en vilo, tomndola en brazos; entonces ella le reconoci y, quitndole el
sombrero, le dio un sonoro beso en medio de la calva.
El profesor se levant y dijo unas breves palabras al consejero.
Un ruego. Quiere usted regalarme la mandrgola?
La seora Gontram ahorr a su marido la respuesta:
No faltaba ms. Llvesela usted. Estas cosas tienen ms valor para un soltero.
Y sac del bol al hombrecillo de races. Pero al sacarlo golpe el borde y un claro tintineo llen el saln, y el magnfico cristal se hizo
aicos, derramndose su dulce contenido sobre la mesa y el suelo.
Mara Santsima! exclam. De seguro que lo mejor es que este maldito mueco salga de una vez de la casa.
CAPTULO III
Que hace saber cmo Frank Braun convenci al profesor de que deba crear a Alraune
En el coche, el profesor ten Brinken y su sobrino permanecieron en silencio. Frank Braun, recostado, la mirada fija al frente,
profundamente sumergido en sus pensamientos. El profesor le contemplaba, acechndole con su oblicua mirada.
El viaje dur apenas media hora. El coche rod por la carretera, torci a la derecha, traqueteando sobre el desigual empedrado de
Lendenich. All, en medio de la aldea, estaba la vasta casa solariega de los Brinken, una extensa finca casi cuadrangular, jardn, parque, y
en medio, hacia la calle, una serie de pequeos e insignificantes edificios. Doblaron la esquina, pasando frente al patrn del pueblo, San
Juan Nepomuceno, cuya imagen, adornada de flores y alumbrada por dos lmparas perpetuas, ocupaba su nicho, abierto en un esquinazo
de la casa seorial. Un criado abri el portn y acudi a franquear el estribo a los seores.
Triganos vino, Aloys orden el profesor. Vamos a la biblioteca.
Y volvindose a su sobrino:
Quieres dormir aqu o hago esperar al cochero?
El estudiante sacudi la cabeza.
Ni una cosa ni otra. Volver a pie a la ciudad.
Atravesaron el patio y penetraron por la derecha en la casa, que consista en una inmensa sala con una diminuta antecmara y unas
cuantas pequeas habitaciones accesorias. A lo largo de las paredes se levantaban inmensas estanteras atestadas de miles de
volmenes. Aqu y all se vean vitrinas bajas de cristal, llenas de antigedades romanas, procedentes de las excavaciones; en ellas se
haban vaciado varias fosas, expoliadas de los tesoros avaramente guardados. Grandes alfombras cubran el suelo; escritorios, sillones y
sofs estaban desparramados, sin orden, por la sala.
Entraron; el profesor arroj su mandrgora sobre el divn. Encendieron las bujas, aproximaron dos sillones y se sentaron. El criado
descorch una polvorienta botella.
Puedes marcharte le dijo su seor. Pero no te acuestes. El joven se va pronto y tienes que cerrar la puerta.
Y bien? aadi, volvindose hacia su sobrino.
Frank Braun beba. Haba tomado la raz y jugaba con ella. Estaba un poco hmeda an y pareca ahora casi flexible.
Tiene bastante parecido murmuraba. stos son los ojos..., los dos. Aqu cuelga la nariz y aqu se abre la boca. Mira, to Jakob,
no parece que hace una mueca? Los bracillos estn algo desmedrados y las piernas han crecido juntas hasta la rodilla...
La alz, mirndola por todas partes.
Mira a tu alrededor, mandrgora grit. sta es tu nueva patria; aqu, en casa del doctor Jakob ten Brinken, ests ms en tu
centro que entre los Gontrams.
Eres ya vieja prosigui; tienes cuatrocientos, seiscientos aos, quiz ms. A tu padre le ejecutaron porque era un asesino, o un
cuatrero, o quiz porque haca versos satricos contra algn poderoso seor de coraza o casulla. Sea como quiera, en su tiempo pasaba
por un criminal y le ejecutaron. Y derram su ltima vida sobre la tierra y te engendraron a ti, extraa criatura. Y la madre Tierra recibi
en su seno fecundo esa despedida del criminal y te concibi en el misterio. Y te pari... a ti; ella, gigantesca, todopoderosa..., a ti, un
mezquino, feo homnculo... Y te desenterraron a medianoche, en la cruz de los caminos, temblando de miedo, entre ululantes frmulas de
conjuro. Al salir por primera vez la luz de la luna, lo primero que viste fue a tu padre pendiente de la horca, huesos quebrantados y
ptridas piltrafas. Y te llevaron consigo los que le haban colgado; te llevaron consigo a ti, porque t debas procurarles dinero, placer: oro
brillante y amor joven. Ya saban que les acarreara tambin dolores, miserable desesperacin y por ltimo, una muerte ruin. Lo saban...
y te desenterraron, y te llevaron consigo, y lo trocaron todo por un poco de amor y de oro.
El profesor dijo:
Todo eso es muy bonito, muchacho. Eres un poco fantstico.
Lo soy, s dijo el estudiante. Lo soy... como t.
Como yo? ri el profesor. Creo que mi vida ha transcurrido bastante normalmente.
Pero su sobrino sacudi la cabeza.
No, to Jakob. No es as. T llamas muy real a lo que otras gentes llaman fantasas. Basta recordar tus experimentos. Para ti no
son ms que juegos, caminos que quiz conduzcan algn da a una meta. Nunca se le hubieran ocurrido esos pensamientos a un hombre
normal. Slo podran ocurrrsele a un fantaseador. Slo una cabeza desordenada, slo un hombre por cuyas venas corre una sangre
ardiente, como la de vosotros los Brinkens, podra atreverse a lo que t debes hacer ahora, to Jakob.
Te acuerdas de cuando vino al mundo en esta casa, en el da que te est consagrado? Por eso lleva tu nombre. Y porque la amo, santo
mo, quiero tenerte prevenido... por ella.
Sabes? Hoy ha entrado ah dentro otro santo, o mejor dicho non sancto, un hombrecillo, no de piedra como t, ni vestido de
hermosa tnica plegada. De races est hecho y miserablemente desnudo. Pero es tan viejo como t, quiz ms viejo. Y se dice que tiene
un extrao poder. Haz una prueba de tus fuerzas: uno de los dos tiene que caer, el hombrecillo o t, y se decidir quin ha de ser dueo
de la casa de los Brinkens. Haz ver tu poder, santo mo.
Frank Braun salud santigundose.
Y con una risita irnica, atraves las callejuelas con pasos rpidos. Sali al campo y aspir a pulmn pleno el aire fresco de la noche.
Se encamin hacia la ciudad. En las avenidas, bajo los castaos en flor, sus pasos se aminoraron, y camin, ensoadoramente, tatareando
por lo bajo. De pronto se detuvo, vacil un momento y se volvi; torci a la izquierda y enfil el ancho camino de Baumschuler. Otra vez
se detuvo, mirando a todos lados. Salt de un brinco una tapia baja y corri por un quieto jardn hacia una villa roja. All se detuvo de
nuevo, mir hacia arriba, y su agudo y breve silbido rompi el silencio de la noche dos, tres veces, con cortos intervalos.
Un perro ladr a lo lejos, mientras sobre su cabeza una ventana abierta con cuidado dejaba ver una rubia figura femenina, envuelta
en un blanco salto de cama.
Su voz musit en la oscuridad:
Eres t?
S, s contest Frank Braun.
Ella desapareci y volvi en seguida con algo envuelto en un pauelo blanco, que ech abajo.Toma la llave. Pero cuidado, ten
mucho cuidado, no se despierten mis padres.
Toma la llave. Pero cuidado, ten mucho cuidado, no se despierten mis padres.
Frank Braun recogi la llave, subi la pequea escalinata de mrmol, abri la puerta y entr. Y mientras tanteaba en la oscuridad,
callada y cuidadosamente, sus jvenes labios musitaban:
Juan Nepomuceno!
Santo valedor
contra los naufragios,
lbrame del amor!
Priva de tu amparo al lascivo,
djame a m en tierra, tranquilo.
Juan Nepomuceno,
lbrame del amor!
CAPTULO IV
estudiantes, todava adornado con algunas tonteras ms, particulares del fuerte. Se cantaba, se beba, se jugaba da y noche, un da tras
otro. Subir unas cuantas muchachas, hacer unas cuantas escapadas; stas eran las grandes hazaas. Y ya no se hablaba de otra cosa.
Los que llevaban all mucho tiempo eran los peores, completamente inutilizados por aquella eterna monotona. El doctor Bermller,
que haba matado a tiros a su cuado y llevaba dos aos all arriba, y su vecino, el teniente de Dragones conde von Vallendar, que
llevaba medio ao ms. Y los que venan nuevos, al cabo de una semana ya estaban echados a perder. El ms grosero y salvaje era el
ms considerado.
Frank Braun gozaba de este prestigio; haba cerrado el piano al segundo da de llegar por no querer or ms la terrible Cancin de
primavera del comandante: se haba apoderado de la llave, arrojndola luego desde el muro. Adems se haba trado su caja de pistolas
y se pasaba tirando todo el santo da. Y beber y blasfemar saba hacerlo como el ms pintado.
En el fondo se haba alegrado de ir a pasar en la ciudadela los meses de verano. Trajo consigo un gran paquete de libros, plumas
nuevas y papel blanco. Crea poder trabajar y se complaca en aquella obligada soledad.
Pero no haba podido abrir un libro; ni siquiera haba escrito una carta. Se haba dejado arrastrar por aquel torbellino de infantilismo
que le asqueaba. Y haca la vida de todos, da por da. Odiaba a sus camaradas, a todos y a cada uno.
Su asistente se acerc saludando militarmente:
Seor doctor: una carta.
Una carta? En domingo? La tom de manos del soldado. Era una carta urgente que le haba sido reexpedida. En ella reconoci los
delgados trazos de la escritura de su to. De l? Qu querra de pronto? Sopes vacilante la carta...
Ah, de buena gana la hubiera devuelto, escribiendo encima: Aceptacin denegada. Qu le importaba al viejo profesor?
Era lo primero que de l vea desde que le acompa a Lendenich despus de aquella fiesta en casa de Gontram, cuando trat de
convencerle de que deba crear una mandrgora viva... Desde entonces; haca dos aos.
Qu lejos estaba ya todo aquello!
l haba pasado a otra Universidad y hecho, a su tiempo, los exmenes. Ahora resida en un rincn de Lorena, ocupado como
pasante. Ocupado? Bah, l prosegua la vida que llevaba en la Universidad, bienquisto de las mujeres y de todos aquellos que llevaban
una existencia disipada y gustaban de las costumbres licenciosas. Pero no era muy del agrado de sus superiores. Oh, l tambin
trabajaba de vez en cuando, pero para s, y siempre en algo que sus superiores llamaban un grosero abuso.
Cuando poda se marchaba a Pars. En la Butte Sacre se senta ms a sus anchas que en el Tribunal. Y l no saba, a ciencia cierta,
a dnde iba a llevarlo todo esto.
Estaba seguro que no iba a acabar de jurista, abogado, juez o funcionario de anloga especie. Qu haca, pues? Iba tirando.
Contrayendo nuevas deudas.
Segua con la carta en la mano, deseoso de abrirla y, sin embargo, tentado a devolverla intacta, como tarda respuesta a aquella otra
que su to le enviara haca dos aos.
Fue poco despus de aquella noche. Con otros cinco estudiantes pasaba a caballo por la aldea, de madrugada, de vuelta de una
excursin por las Siete Montaas. Y, movido de un sbito capricho, los haba invitado a cenar en la casa ten Brinken.
Arrancaron la campanilla, gritaron, aporrearon el frreo portn, haciendo un ruido de mil diablos que alborot a toda la aldea.
El profesor estaba de viaje, pero por orden del sobrino el criado les dej entrar. Llevaron los rocines a la cuadra y Frank Braun hizo
despertar a la servidumbre, disponer una gran cena y l mismo sac los mejores vinos de la bodega del to. Y comieron y bebieron y
cantaron, se desparramaron por la casa alborotando, aullando, destrozando cuanto caa bajo sus puos. Al otro da temprano regresaron a
sus casas, voceando y canturreando, colgados de los caballos, unos como salvajes cowboys, los otros como viejos sacos de harina. Los
seoritos se condujeron como cerdos, inform Aloys al profesor.
Pero no fue eso lo que indign al seor ten Brinken, que no hubiese malgastado una palabra con tal motivo, sino que en el aparador
haba raras manzanas, nectarinas frescas como roco, peras y melocotones, frutas cogidas en sus invernaderos. Frutos delicados
obtenidos a costa de indecibles cuidados, frutos primerizos de rboles nuevos dispuestos entre algodones en platos de oro para que
maduraran. Y los estudiantes no respetaron las aficiones del profesor y cayeron sobre ellos sin consideracin alguna. Los haban
mordido, sin sazonar como estaban, y los haban arrojado luego. Eso fue todo.
El profesor escribi a su sobrino una agria carta, rogndole no volviera a poner los pies en su casa, con lo que ste qued
profundamente lastimado por considerar el motivo una deplorable niera.
Ah, si hubiera recibido en otra parte la carta que tena en la mano, en Metz o en Montmartre, no hubiese dudado un segundo en
devolverla. Pero all, all, en aquella ciudadela tan horriblemente aburrida...
Se decidi, murmurando:
En todo caso, para variar...
Y abri la carta.
El to le comunicaba que estaba dispuesto, despus de meditarlo serenamente, a seguir la incitacin que l, su sobrino, le haba hecho
antao. Tena un candidato a padre muy a propsito: la revisin del proceso del asesino Noerrissen haba sido denegada; y no era de
suponer que la peticin de indulto tuviera ms xito. Se trataba de buscar una madre. Haba hecho ya algunos ensayos en tal sentido,
siempre con resultado negativo. No pareca fcil encontrar all nada apropiado; pero el tiempo urga. Preguntaba a su sobrino si estaba
dispuesto a ayudarle en el asunto.
Frank Braun se qued mirando al asistente.
Est el cartero todava ah? pregunt.
S, seor doctor respondi el soldado.
Dile que tiene que esperar. Toma; dale una propina.
Busc en sus bolsillos y encontr finalmente un marco. Con la carta en la mano regres al fuerte.
Apenas haba llegado al patio del cuartel, cuando le sali al encuentro la mujer del sargento mayor seguida de un ordenanza de
Telgrafos.
Un telegrama para usted grit la mujer.
Era del doctor Petersen, el mdico ayudante del profesor, y deca: Su Excelencia se encuentra desde ayer en Berln, Hotel Roma.
Esperamos respuesta inmediata de si vendr. Cordiales saludos.
Su Excelencia? Es decir, que haban dado a su to tratamiento de Excelencia. Y adems estaba en Berln. En Berln! Qu lstima!
l hubiera preferido ir a Pars. All se hubiera encontrado ms fcilmente algo, y tambin algo mejor.
Pero no importaba. Qu remedio? Ya estaba en Berln. Esto supona al menos una interrupcin de aquella monotona. Pens un
momento: deba salir aquella misma noche. Pero no tena un cntimo y los camaradas tampoco.
Se qued mirando a la mujer. Usted, seora..., comenz. Pero no poda ser.
Concluy:
Dele una propina al ordenanza y pngamela a mi cuenta.
Fue a su cuarto, hizo preparar los bales y dio orden al asistente de llevarlos a la estacin y de aguardar all. Volvi a bajar.
En la puerta encontr al suboficial encargado de la inspeccin de los prisioneros, retorcindose las manos de desesperacin.
Usted tambin quiere marcharse, seor doctor? gema. Y los otros tres seores que tambin se han ido... a Pars..., al
extranjero... Dios mo, esto no va a acabarse nunca! Y yo pago el pato..., yo tengo la responsabilidad!...
Bah, no ser tanto!... le contest Frank Braun. Me voy por un par de das y los otros seores estarn ya de vuelta para
entonces.
El suboficial segua lamentndose.
No es por m... Naturalmente, yo no digo nada. Pero los otros me tienen tanta envidia... Y hoy es el sargento Beckerf el que tiene
guardia, y...
Ms le valdr callarse repuso Frank Braun. Ha recibido de nosotros ms de treinta marcos... Piadosos dones de las inglesas.
Adems voy a ir a Coblenz a pedir permiso. Est usted contento?
Pero el vigilante no estaba contento.
Cmo? A la Comandancia? Pero seor doctor... si no tiene usted permiso para ir desde aqu hasta la ciudad! Y quiere usted ir
a la Comandancia?
Frank Braun se ech a rer.
Precisamente. Como que tengo que pedirle al comandante el dinero para el viaje.
El suboficial no dijo una palabra ms; se qued inmvil, como petrificado, con la boca abierta.
Dame diez cntimos para pagar el pontazgo, Schorsch dijo Frank Braun al asistente.
Tom la moneda y atraves el patio con rpidos pasos. Al jardn de oficiales y de all a la explanada. Salt el muro, se agarr por el
otro lado a la rama de un recio fresno y resbal por el tronco abajo. Luego, abrindose paso entre los matorrales, descendi por la ladera.
En veinte minutos estaba abajo. ste era el camino que ordinariamente seguan en sus escapatorias nocturnas.
Sigui a lo largo del Rin, hasta el puente de barcas, y cruzndolo entr en Coblenz. Lleg a la Comandancia, se enter en dnde viva
el general y se encamin all rpidamente. Entreg su tarjeta, mandando decir que el asunto era urgente.
El general le recibi, con la tarjeta en la mano.
En qu puedo servirle?
Frank Braun dijo: Permita Su Excelencia...; yo estoy preso en la ciudadela.
El viejo general le examin con bastante severidad, visiblemente malhumorado por la visita.
Qu quiere usted? Y, por otra parte, cmo ha bajado usted a la ciudad? Tiene usted licencia?
S, Excelencia respondi Frank; licencia para ir a la iglesia.
Minti, pero saba bien que el general deseaba slo obtener una respuesta.
Vengo a rogar a Vuestra Excelencia... tres das de permiso para ir a Berln. Mi to se est muriendo.
El general se sulfur.
Qu me importa a m su to de usted? Es absolutamente imposible! Usted no est encarcelado para placer suyo, sino por haber
transgredido las leyes del Estado, comprende usted? Todos podran venir a m con tos y tas agonizantes. Si no se trata de los padres,
negar sistemticamente, siempre, tales permisos.
Muchas gracias, Excelencia. Telegrafiar a mi to, Su Excelencia el consejero secreto efectivo, profesor ten Brinken, que,
desgraciadamente, no se le ha permitido a su nico sobrino el acudir a su lecho de muerte para poder cerrarle los cansados ojos.
Se inclin e hizo un giro hacia la puerta como para salir. Pero el general le retuvo, como l esperaba.
Quin es su to de usted? pregunt vacilante.
Frank Braun repiti el nombre y el sonoro ttulo, sac el telegrama de la cartera y se lo tendi al general.
Mi pobre to buscaba en Berln una ltima solucin; desgraciadamente, la operacin no ha tenido buen xito...
Hm... Mrchese usted, amigo mo... Vaya usted en seguida... Quiz sea posible socorrerle todava.
Frank Braun puso una cara acongojada:
Slo Dios lo puede...
Interrumpi un hondo, suspiro para aadir:
Muchas gracias. Excelencia. Quisiera pedir todava un favor.
El general le devolvi el telegrama.
Cul?
Y Frank Braun declar:
No tengo dinero para el viaje. Quisiera rogar a Vuestra Excelencia que me prestara trescientos marcos.
El general le mir con bastante desconfianza.
No tiene usted dinero..., hm..., de manera que sin dinero... Pero ayer fue primero de mes. No vino el giro, eh?
El giro lleg a su tiempo, Excelencia; pero lo jugu en la misma noche.
El viejo general se ech a rer.
He aqu la expiacin de su crimen, malvado. De manera que necesita usted trescientos marcos?
S, Excelencia. Mi to se alegrar seguramente cuando pueda contarle que Vuestra Excelencia me ha sacado de este apuro.
El general se volvi y fue al armario, abri y sac tres billetes de una pequea caja. Puso ante su prisionero pluma y papel y le hizo
llenar un pagar. Luego le dio el dinero. Frank Braun lo tom con una ligera reverencia.
Muchas gracias. Excelencia.
De nada, de nada... Feliz viaje y vuelva usted con puntualidad. Y... encomindeme usted rendidamente a Su Excelencia.
De nuevo:
Muchas gracias, Excelencia.
Una nueva reverencia y ya estaba en la calle. Baj de un salto los seis peldaos de la escalinata exterior y tuvo que contenerse para
no prorrumpir en una exclamacin de jbilo.
Todo haba salido bien! Llam un coche y march hacia Ehrenbreitstein, hacia la estacin.
Hoje la gua y hall que era preciso esperar an dos horas. Llam al asistente, que esperaba con los bales, y le mand subir a la
ciudadela lo ms aprisa posible a decir al alfrez de Plessen que fuera a verse con l en el Gallo Rojo.
Pero treme al verdadero, Schorsch encomend al soldado; ese seorito joven que vino hace poco y lleva el nmero 6 a sus
espaldas. Espera, tus diez cntimos han producido intereses y le arroj una moneda de diez marcos.
Fue al restaurante y despus de meditar un rato encarg una comida selecta. Se sent a la ventana y contempl a los burgueses
endomingados que paseaban por la orilla del Rin.
Por fin vino el alfrez.
Qu pasa?
Sintate y cllate la boca dijo Frank Braun; come, bebe y algrate.
Le dio un billete de cien marcos:
Toma. Paga la cuenta y qudate con el resto. Le dices a los de all arriba que me he ido a Berln con permiso. Pero que es
probable que se alargue un poco y no vuelva hasta fin de semana.
El rubio alfrez se le qued mirando, lleno de sincera admiracin.
Pero di: cmo has conseguido eso?
Es mi secreto. Pero de nada os servira que os lo revelara. Hasta Su Bondadosa Excelencia puede ser alguna vez vctima de un
bluff. Salud!
El alfrez le acompa al tren, le subi la maleta y le salud agitando el pauelo y el sombrero.
Frank Braun se retir de la ventana y olvid en el acto al pequeo alfrez, a sus compaeros de cautiverio y a toda la ciudadela.
Habl un momento con el revisor, se tendi cuan largo era en su departamento, cerr los ojos y se durmi.
El revisor tuvo que zarandearle de firme para despertarlo.
Dnde estamos? pregunt adormilado.
En seguida entramos en la estacin de la Friedrichstrasse.
Recogi su bagaje, baj y tom un coche que le condujo al hotel.
Pidi un cuarto, se ba, se cambi de ropa y en seguida baj al comedor.
asegurado constantemente que no se trataba de nada peligroso, que ganaran una bonita suma de dinero y que prestaran un gran servicio
a las ciencias mdicas. Una haba llegado a gritar que se... en toda la ciencia, y haba proferido una fesima expresin.
Uf! dijo Frank Braun. Cmo pudo atreverse?...
Y ocurri que Su Excelencia tuvo que venir a Berln con ocasin del Congreso Internacional de Ginecologa. Aqu, en una ciudad
cosmopolita, se contaba con mucho ms material donde elegir, y era de suponer tambin que las personas en cuestin no seran tan
limitadas como en la provincia. Tambin se encontrara entre estas mujeres menos miedo supersticioso a lo nuevo, ms sentido prctico
para el propio provecho y mayor inters ideal por la ciencia.
Especialmente, lo ltimo subray Frank Braun.
Y el doctor Petersen le dio la razn. Era increble con qu atrasadas nociones haban tropezado en Colonia. Cualquier mona era
infinitamente ms comprensiva y razonable que aquellas hembras. l haba llegado a dudar de la inteligencia suprema de la humanidad;
pero esperaba que su quebrantada fe se restaurara en la capital.
Sin duda alguna le deca Braun, animndole. Sera una verdadera vergenza que las zorras berlinesas se dejaran superar por
las monas. Y otra cosa: cundo viene mi to? Se ha levantado ya?
Hace ya rato confirm, con celo, el ayudante. Su Excelencia ha salido ya. Tena una audiencia en el Ministerio, a las diez.
Y luego? pregunt Frank Braun.
No s lo que durar. En todo caso, Su Excelencia me ha rogado que le espere a las dos en el Congreso. A eso de las cinco tiene
una importante reunin aqu, en el hotel, con algunos colegas berlineses, y a las siete est invitado a comer en casa del rector. Quiz,
seor doctor, podra entretanto...
Frank Braun medit. En el fondo prefera que su to estuviera todo el da atareado, pues as no se ocupara de l.
Haga el favor de decir a mi to que nos encontraremos aqu, en el hotel, esta noche, a las once.
A las once?
La expresin del ayudante era dubitativa.
Pero no es demasiado tarde? A esa hora suele Su Excelencia estar ya en la cama. Y despus de tanto trabajo durante el da...
Su Excelencia tendr hoy que fatigarse un poquito ms. Dgale usted lo que le encargo, doctor decidi Frank Braun. La hora
no tiene nada de tarda para nuestros planes; ms bien es demasiado temprano... Mejor es a las doce. Si mi pobre to est tan cansado,
puede reposarse un poco antes de salir. Y ahora addio, doctor, hasta la noche.
Se levant, hizo una leve inclinacin y se fue. Cuando dijo la ltima palabra apret los dientes, sintiendo lo pueril de todo lo que haba
charlado con el pobre doctor. Qu pequeas haban sido sus burlas y qu baratos sus chistes! Casi se avergonzaba. Todos sus nervios y
tendones pedan a gritos ocupacin, y l se dedicaba a mirar a las musaraas y forjaba chistes de estudiante, mientras su cerebro echaba
chispas.
El doctor Petersen se qued mirndolo largo rato.
Es orgulloso se dijo; ni siquiera me ha dado la mano.
Volvi a servirse caf, lo mezcl con leche y unt de mantequilla una nueva rebanada. Y luego, con ntima conviccin se dijo:
El orgullo precede a la cada.
Y muy contento de su sana sabidura burguesa, mordi el blanco panecillo y se llev la taza a la boca.
***
Era casi la una cuando apareci Frank Braun.
Perdona, to dijo en tono ligero.
Vamos, querido sobrino, ya nos has hecho esperar bastante.
El joven le mir de hito en hito:
Sabe Dios si no he tenido mejores cosas que hacer, to. Por lo dems, no me esperabas por m, sino por tus planes.
El profesor le mir con sus ojos bizcos.
Muchacho!... iba a comenzar; pero se domin. Bueno, dejmoslo. Gracias por haber venido a ayudarme. Ests ahora
dispuesto a acompaarnos?
No declar Frank Braun, ciego en su infantil obstinacin. Primeramente tengo que tomar un whisky; tenemos bastante
tiempo.
Era su manera de llevar todas las cosas. Vidrioso, sensible a la ms pequea palabra, al ms ligero tono de reproche, le gustaba, sin
embargo, soltar una fresca con el mayor descaro a todo el que encontraba. Siempre deca a la cara las mayores verdades y no poda
soportar la ms ligera.
Se daba perfecta cuenta de cmo hera al buen viejo. Pero precisamente el hecho de que su to se molestara, de que se tomara en
serio, y aun por lo trgico, sus maneras de chico alocado, era para l irritante y ofensivo. Consideraba casi denigrante que el profesor
fuera tan poco comprensivo que no pudiera ver a travs de su rubicunda y tozuda cabeza, ms all de la revuelta superficie. Y l
necesitaba defenderse a todo trance, acentuar sus bravatas de bucanero. Necesitaba sujetarse la careta y seguir el camino que haba
Ninguna haba que se hubiese liberado plenamente de todo, que siguiese su camino consciente y desvergonzada: Mirad, soy una zorra.
Apenas hubiera podido l mismo precisar lo que realmente buscaba. Era cosa de sentimiento. Tiene que ser una pensaba que
est en ese lugar y no pueda estar en otro. No una, como todas stas, a la que una complicada casualidad haya hecho caer aqu; de esas
que si el viento de su vida hubiese soplado de otro modo, hubiesen llegado a ser buenas mujercitas, obreras, criadas, mecangrafas o
telefonistas; que slo se prostituyeron obligadas por el brutal apetito del hombre.
No, no. La que buscaba deba ser ramera por no poder ser otra cosa, porque su sangre lo exiga as, porque cada pulgada de su
cuerpo peda nuevos abrazos, porque bajo las caricias de uno su alma anhelaba ya los besos de otro.
Deba ser una ramera, como l... Se detuvo. Qu era l en realidad?
Cansado, resignado, termin su pensamiento: como l era un soador.
Regres a su mesa.
Vamos, to. Aqu no hay nada. Iremos a otro local.
El profesor protestaba, pero el sobrino no hizo caso.
Vamos, to repiti. Te promet encontrar una y la encontrar.
Se levantaron, pagaron y salieron a la calle, siempre hacia el Norte.
A dnde? pregunt el doctor Petersen.
Pero el joven no le respondi, y sigui andando, mientras contemplaba los grandes letreros de los cafs.
Por fin se detuvo.
Caf Trinkherr murmur. ste estar bien.
En aquel sucio local se haba renunciado a todo prurito de cursi elegancia. Cierto que all tambin haba mesas de mrmol blanco y
sofs de peluche rojo arrimados a las paredes; que por todas partes lucan lmparas elctricas, y que los camareros iban y venan con
andares de palmpedo, metidos en sus pringosos fracs. Todo daba la impresin de que nada se encubra.
La atmsfera era asfixiante y llena de humo; pero los que all respiraban se movan en ella con la mayor libertad. No se imponan
presin alguna. Se mostraban como eran.
En la mesa inmediata estaban sentados unos estudiantes de cursos ya adelantados y beban su cerveza diciendo procacidades a las
mujeres. Todos dominaban su posicin y se conocan bien. Un inmenso torrente de porquera se desbordaba alegremente de sus labios.
Uno de los estudiantes, pequeo y grueso, con el rostro desfigurado por innumerables cicatrices, pareca inagotable. Y las mujeres se
desternillaban de risa con gran algazara. Sentados junto a las paredes, los chulos jugaban a las cartas; o, solos, perdida la mirada hacia
adelante, acompaaban, silbando, la msica del pianista borracho y beban copa tras copa. De vez en cuando, una ramera viniendo de la
calle, se diriga a uno de ellos, le deca rpidamente unas palabras y desapareca otra vez.
Esto va a salir bien dijo Frank Braun.
Hizo una saa al camarero, le pidi un licor y le dio el encargo de traer algunas mujeres.
Vinieron cuatro. Pero cuando se sentaban, vio a otra que sala por la puerta: una alta y fuerte, con blusa de seda blanca; bajo el
pequeo sombrero a la Girardi se esparca un abundante cabello rojo. Rpidamente se levant Frank y sali tras ella.
La mujer iba por el arroyo, negligente, despacio, con ligero contoneo de caderas. Torci a la izquierda y atraves un pasadizo sobre el
que luca un letrero de cristal rojo, en arco: Sala de baile del Polo Norte.
Atraves, siguiendo a la mujer, el sucio patio y le dio alcance al entrar en el humoso saln. Pero ella no le hizo caso, se qued de pie,
delante, contemplando a la gente bailar. Hombres y mujeres gritaban, bullan despatarrados, giraban vertiginosamente levantando gran
polvareda y aullaban a los msicos las groseras palabras del Rixdorfer. Roncos, ordinarios, iban de un lado a otro entrecruzndose,
seguros en aquella desvergonzada danza que creca all en su propio terreno.
Record a la Craquette y a la Liquette que bailaban en Montmartre y en el Quartier Latin, al otro lado del Sena. Ms ligeras, ms
graciosas y llenas de encanto. Nada semejante haba en aquella bulla; ni siquiera un resto de lo que la midinette llamara flou.
Pero en el vertiginoso girar del Rixdorfer, gritaba una sangre ardiente, casi una rabia salvaje que se desbordaba por la srdida sala.
La msica call y el maestro de baile recogi con sus sucios y sudorosos dedos el dinero que le tendan las mujeres, no los hombres.
Luego, con el gesto de un Posa de suburbio, dio a la galera alta la seal de una nueva danza.
Pero la muchedumbre no quera la Renana y se encar con el director de orquesta rugiendo para que callara. La msica sigui,
empero, tocando en lucha con la sala, segura tras su barandilla.
Entonces ellos se encararon con el maitre, que conoca las hembras y los tipos con quien trataba, los tena en un puo y no se dejaba
intimidar por gritos de borrachera o puos amenazadores. Pero tambin saba que ahora era preciso ceder.
El Emilio! grit a los de arriba. Tocad el Emilio!
Una hembra gorda, con un sombrero enorme, estir los brazos y rode con ellos el polvoriento frac del maestro:
Bravo, Gustav! Bien hecho!
Su grito se desliz como aceite entre la enardecida muchedumbre. Rieron, se apretujaron, jalearon, dieron a Gustav amistosos golpes
en la espalda y en la tripa, y luego, al iniciarse el baile, se desataron, coreando la cancin, estridentes y roncos:
Emilio! Eres un punto,
l le desabroch entonces los dos botoncillos de los hombros y le baj la camisa. Se vieron dos senos casi clsicos, un poco grandes.
Frank Braun mir a su to.
Esto basta dijo. Lo dems ya podis suponerlo. Sus caderas nada dejan que desear.
Y volvindose otra vez a la prostituta:
Muchas gracias, Alma. Puede usted volver a vestirse.
La muchacha obedeci y apur la copa que Frank le ofreca y que cuidaba de llenar a cada momento.
Luego charl contando cosas de Pars, de las bellas mujeres del Moulin de la Galette y del Elyse Montmartre, describi
exactamente su aspecto, sus botines, sus sombreros, sus trajes. Y luego, volvindose hacia la ramera:
Sabe usted, Alma? Es una vergenza cmo anda usted por ah. No me lo tome usted a mal. No puede usted presentarse en
ninguna parte. Ha estado usted ya en el Union Bar o en La Arcadia?
No, no haba estado; ni siquiera en las Salas del Amor. Una vez, un amigo la haba llevado al Antiguo Saln de baile; pero, cuando
quiso volver, le negaron la entrada. S; era preciso tener toilettes.
Naturalmente que hay que tenerlas! confirm Frank Braun. Crees t que llegars nunca a nada, ah en la puerta de
Orange?
La ramera se ech a rer. En el fondo es lo mismo: todos los hombres son iguales. Pero l no estaba conforme. Cont historias
fabulosas de mujeres que haban hecho su suerte en los grandes bailes; habl de collares de perlas y de grandes brillantes. De pronto,
pregunt:
Diga usted. Cunto tiempo hace que anda as?
Tranquila, respondi ella:
Hace dos aos. Desde que sal de mi casa.
Frank la interrog y fue enterndose a trozos de toda su historia. Brindaba por ella y a cada momento le llenaba el vaso, vertiendo,
sin que ella lo notara, coac en el champaa.
Ella iba a cumplir veinte aos. Su padre era un panadero honrado y trabajador, como su madre y sus seis hermanos. Pero ella...
Acababa de salir de la escuela, pocos das despus de la Confirmacin, cuando se entreg a un hombre, uno de los oficiales de su padre.
Que si le haba querido? Nada absolutamente. Es decir..., nada..., slo cuando...
Y luego haba sido otro. Y despus otro. Su padre la haba golpeado; y lo mismo su madre. As ocurri durante aos, hasta que sus
padres, un da, la echaron de casa. Haba empeado el reloj y se haba venido a Berln, donde viva desde entonces. Frank Braun dijo:
S, s. Eso es.
Y prosigui:
Pero el da de tu suerte ha llegado hoy.
S? pregunt ella. Y cmo es eso?
Su voz sonaba ronca y algo velada.
Para m lo mismo es un da que otro. No necesito ms que un hombre. Nada ms!
Frank comprenda bien cmo tena que manejarla.
Pero Alma. As tiene usted que conformarse con todo el que la quiera! No le gustara que fuera al contrario, que pudiera usted
elegir al que quisiera?
Sus ojos brillaron:
Oh, s! Eso querra yo.
l se ech a rer.
No ha encontrado usted a nadie en la calle con quien le hubiera gustado ir, y que no se ocup lo ms mnimo de usted y sigui su
camino? No sera estupendo que pudiera usted elegir?
Ella rea:
A ti te escogera yo...
A m tambin confirm l. Y a aqul y al otro de ms all. A quin t quisieras. Pero esto no podrs conseguirlo ms que
cuando tengas dinero. Y por eso te digo que hoy, es tu da de suerte, porque hoy puedes ganar todo el dinero que quieras.
Cunto? pregunt ella.
El dinero bastante para comprarte las toilettes ms hermosas que te franqueen las puertas de los bailes ms distinguidos.
Cunto? Pongamos diez o doce mil marcos.
Eh? grit entonces el ayudante.
Y el profesor, que no haba pensado ni con mucho en semejante suma, refunfu:
Me parece que negocias muy generosamente con el dinero ajeno.
Frank Braun rea regocijado.
Vea usted, Alma, cmo el seor consejero est fuera de s a causa de la suma que debe dar. Te aseguro que no importa. T le
ayudas y l debe ayudarte. Te parece bien quince mil?
semanas de salir, era ms borracho que antes. Y ahora viene la segunda casualidad: l, Marco Brunner, beba Marcobrunner[4]. Tal era
su idea fija. Recorra todas las tabernas de la ciudad buscando su marca; viaj por el Rin bebindose cuanto encontraba. Poda permitirse
esto por haber heredado la fortuna de su abuela. Hola! gritaba en su delirio. Marco Brunner acabar con el Marcobrunner. Por
qu? Porque Marcobrunner ha acabado con Marco Brunner. Y la gente se rea de su chiste. Todo es chiste. Todo es casualidad. De la
misma manera que la vida es casualidad y chiste. Pero s que el viejo consejero hubiera dado una fortuna por no haber tenido aquella
concurrencia. Y s tambin que nunca se pudo perdonar el haber llamado Marco a su pobre hijo y no Juan o Pedro. A pesar de todo, no
es ms que una casualidad, una grotesca casualidad, como la de esta firma de la novia del principito.
La muchacha se haba levantado ebria, apoyndose en las sillas:
La novia del prncipe balbuca. Traedme al prncipe a la cama.
Tom la botella de coac y se llen la copa.
Quiero al prncipe! No os? A tu salud, prncipe, rico!
Por desgracia, no est aqu dijo el doctor Petersen.
No est ah? rea ella. Ah! No est ah? Entonces, otro. Que venga otro! T, o t, o si no t, vejete. Lo mismo me da;
cualquier hombre.
Se abri la blusa, se quit la falda, se solt el cors y lo arroj contra el espejo.
Quiero un hombre! Venid los tres! Traed de la calle a quien os parezca!
La camisa se escurri y ella qued desnuda, de pie ante el espejo, sostenindose los pechos con las manos.
Quin me quiere? Entrada libre. Entrad todos juntos! No cuesta un cntimo; hoy gratis por ser da de fiesta. Para nios y
soldados, la mitad.
Abri las manos abrazando al aire.
Soldados! gritaba. Soldados! Quiero un regimiento entero!
Qu vergenza! Est bien esto en la novia de un prncipe? deca el doctor Petersen, aunque sus miradas, deseosas, estaban
colgadas de los senos de la ramera.
Pero ella rea.
Vamos! Quita! Prncipe o no prncipe, el que me quiera que me tome. Mis hijos sern hijos de puta, y sos puede hacerlos
cualquiera: prncipe o mendigo.
Su cuerpo se irgui. Sus senos se tendieron hacia donde estaban los hombres. Una ardiente lujuria exultaba en su ntida carne. Un
lascivo apetito precipitaba su sangre por las venas azules. Y sus miradas, y sus labios trmulos, y sus brazos anhelantes, y sus piernas, y
sus caderas, y sus senos, gritaban con ansia salvaje: Concebir! Concebir!
Ya no pareca una prostituta: era, libre de toda envoltura, de toda traba, el ltimo poderoso prototipo de la hembra: slo sexo de pies a
cabeza.
Oh, sta es la verdadera! murmur Frank Braun. Madre Tierra! La Madre Tierra!
Un rpido temblor la sobrecogi. Por su piel pas un escalofro. Arrastrando difcilmente los pies, se tambale hacia el sof.
No s qu me pasa! murmur. Todo me da vueltas.
Es que ests mareada le dijo el joven. Toma, bebe y durmete.
Y le llev a los labios otra copa llena de coac.
S. Quisiera dormir! tartamude Alma. Duermes conmigo chico?
Se arroj en el sof, levant las piernas por el aire, prorrumpi en una clara risotada y luego solloz. Por ltimo llor en silencio, se
ech de lado y cerr los ojos.
Frank Braun puso a la durmiente un almohadn bajo la cabeza y la tap. Pidi caf y abri la ventana de par en par. Pero la volvi a
cerrar al irrumpir en el cuarto la claridad de la maana. Entonces se volvi:
Y bien, seores? Estn ustedes contentos de ese conejillo?
El doctor Petersen contemplaba admirado a la prostituta.
Creo que se prestar muy bien opin. Quiere Su Excelencia examinar las caderas? Parece predestinada para un parto
intachable.
El camarero entr con el caf. Y Frank Braun orden:
Telefonee usted a la Casa de Socorro ms prxima. Que traigan una camilla. La seora se ha puesto muy mala.
El profesor le mir con asombro.
Qu significa eso?
Significa dijo el sobrino echndose a rer que yo hago clavos con cabeza. Significa que pienso por ti, y, al parecer, con ms
habilidad que t. Te figuras que cuando esa muchacha se espabile va a dar un paso ms contigo? Mientras yo la emborrache, de
palabras y vino, una y otra vez, el asunto ir bien. Pero a vosotros dos se os escapar en la primera esquina de la calle, a pesar de todo el
dinero y de todos los prncipes del mundo. Y por eso hay que agarrarla bien. En cuanto venga la camilla, usted, doctor Petersen, llevar a
la muchacha a la estacin. Si no me equivoco, el primer tren sale a las seis. Debe usted tomarlo. Reserve usted un departamento entero
y acueste usted en l a la paciente. No creo que se despierte; pero si lo hace, le da usted un poco de coac, en el que bien puede usted
echar un par de gotas de morfina. De esta manera, por la tarde estar usted cmodamente en Bonn con su botn. Telegrafe usted que le
espere en la estacin el coche del profesor. Mete usted en l a la muchacha y la lleva a la clnica. Una vez all ya no es fcil que se
escape. Ya tienen ustedes medios de evitarlo.
Pero perdone usted, doctor objet el ayudante. Todo eso parece un secuestro.
Y lo es confirm el joven. Por otra parte, la conciencia burguesa est salvada. Ustedes tienen el contrato. Y ni una palabra
ms sobre esto. Haga usted lo que le digo.
El doctor Petersen se volvi a su jefe, que estaba de pie en medio del cuarto, en silencio y meditacin. Deba tomar billete de
primera clase? Qu habitacin deba darse a la muchacha? No sera conveniente tomar un enfermero especial? No sera...?
Entretanto, Frank Braun se acerc a la durmiente.
Hermosa muchacha! murmur. Tus rizos se deslizan como llameantes serpientes de oro.
Y quitndose del dedo un estrecho cintillo de oro con una perla, tom su mano y se lo puso.
Toma: Emmy Steenhop me dio esta sortija cuando me envenen con su floral encanto. Era bella y fuerte y, como t, una ramera
extraa. Duerme, nia, y suea con el prncipe y con tu hijo-prncipe.
E inclinndose, puso un suave beso sobre su frente.
Llegaron los camilleros con la camilla, en la que acostaron a la durmiente, ponindole antes las ropas ms precisas. La taparon con
una manta de lana y se la llevaron.
Como un cadver! pens Frank Braun.
Y despidindose, el doctor Petersen sali detrs.
***
Entonces quedaron los dos a solas.
Pasaron algunos minutos sin que ninguno de los dos hablara. Luego el profesor se dirigi hacia su sobrino.
Muchas gracias dijo secamente.
No hay de qu replic el sobrino. Lo he hecho porque me diverta y porque supona una variacin. Si dijera que lo haba
hecho por ti, mentira.
El profesor qued de pie junto a l, haciendo girar sus pulgares.
Ya me lo supona. Por lo dems, tengo que comunicarte algo que quiz te interese. Cuando estabas charlando ah sobre el prncipe,
se me ocurri una idea. Cuando el nio nazca, le adoptar.
Y mostr una babosa sonrisa.
Ya ves, querido sobrino, que tu teora no era tan inexacta. Antes de ser engendrado, el pequeo ser te arrebata una bonita fortuna.
Le declarar mi heredero. Te lo digo para prevenirte contra intiles ilusiones.
Frank Braun sinti el golpe y mir frente a frente a su to.
Est bien, to Jakob dijo con tranquilidad. De todos modos, ms tarde o ms temprano, me hubieras desheredado, verdad?
Pero el consejero ni sostuvo su mirada ni respondi.
No estara mal prosigui Frank aprovechar esta hora para ajustar nuestras cuentas. Muchas veces te he molestado y
lastimado. Y t me desheredas. Estamos en paz. Pero reconoce que este pensamiento te lo he inspirado yo. Y el que ahora puedas
realizarlo, tambin me lo debes a m. Pues s; debes reconocrmelo. Yo tengo deudas...
El profesor escuchaba; y una momentnea mueca se extendi por su rostro:
Cunto? pregunt:
Frank Braun respondi.
Pss! Bastante. Podrn ser unos veinte mil.
Y aguard. Pero el consejero le dej aguardar.
Bueno, qu? pregunt, al cabo, impaciente.
Y el viejo:
Cmo que qu? Has pensado en serio que yo pagara tus deudas?
Frank Braun le mir de hito en hito y la sangre le golpe ardiente en las sienes. Pero se domin.
To dijo, y su voz temblaba. No te lo rogara si no debiera. Algunas de mis deudas son urgentes. Incluso muy urgentes. Hay
entre ellas deudas de juego, deudas de honor.
El profesor tuvo una sonrisa agridulce:
No haber jugado.
Ya lo s contest su sobrino. Todava se dominaba poniendo a contribucin todos sus nervios. Cierto que no deb jugar, pero
jugu, perd y ahora tengo que pagar. Otra cosa. Yo no puedo ir ms a mi madre con estas cosas. T sabes muy bien que ya ha hecho
ella por m ms de lo que poda. No hace mucho que puso en orden mis asuntos. Adems est enferma. En fin, que no puedo hacerlo y
no lo hago.
El profesor tuvo una sonrisa agridulce:
Lo siento por tu pobre madre, pero eso no me puede obligar a cambiar de propsito.
To! grit l fuera de s, ante aquella mscara fra y burlona. To! Mira lo que haces! En la ciudadela debo a los
compaeros algunos miles de marcos y tengo que pagarlos a fin de semana. Adems tengo una serie lamentable de deudas pequeas
con gentes pequeas que me han prestado por mi linda cara y a las que no puedo engaar. Para venir hasta aqu, he tenido que pedir
prestado al comandante.
Tambin al comandante? interrumpi el profesor.
S, tambin. Le he engaado dicindole que estabas al borde de la muerte y que tena que asistirte en tu ltima hora. Por eso me
dio los ppiros.
El profesor movi la cabeza.
Caramba! Eso le has contado? Eres un verdadero genio en materia de sablazos y mentiras. Hay que poner fin a eso.
Virgen Santa! grit el sobrino. S razonable, to Jakob. Necesito ese dinero. Si no me ayudas, estoy perdido.
Y el consejero:
Bah! No es tanta la diferencia. De todos modos, perdido ests ya. De ti no saldr nunca una persona decente.
Frank Braun se agarr la cabeza con las manos.
Y esto me lo dices t, to, t?
Claro. Por qu has tirado tu dinero? Y siempre de la manera ms baja.
Y l entonces arroj a la cara del viejo:
Puede ser, pero nunca me he apoderado de dinero de la manera ms baja, como t.
Gritaba y le pareca blandir una fusta que haca restallar en medio del rostro feo del viejo.
Sinti cmo hera el golpe, pero tambin cmo penetraba sin hallar resistencia, como si penetrara en espuma o en una baba pegajosa.
Tranquilo, casi amable, el profesor repuso:
Veo que sigues tan loco, hijo mo. Permite a tu viejo to darte un buen consejo que quiz te ayude en la vida: cuando se quiere algo
de uno, deben conocerse sus debilidades. Tenlo en cuenta. Hoy te necesito; y reconocers que con ello recojo mucho de lo que t me
arrojaste. Pero ya ves que por esta vez ha salido bien y la situacin es ya muy otra. T vienes ahora a pedirme y no piensas en recorrer
el camino desde abajo. No es que yo crea que esto te hubiera servido conmigo. Oh, no! Pero quiz otra vez te sirva con otros. Y
entonces me dars las gracias por el buen consejo.
Y Frank Braun:
To. Yo he echado por el camino de abajo y lo he hecho por primera vez en mi vida. Lo he hecho al rogarte. As es: te he rogado.
Y nunca ms seguir este camino. Qu quieres? An he de humillarme ms ante ti? Vamos, basta ya. Dame el dinero.
El consejero dijo:
Voy a hacerte una proposicin, sobrino. Me prometes or tranquilo? No sulfurarte por lo que te diga?
Y el joven, con firmeza:
S, to Jakob.
Pues oye. T tendrs el dinero necesario para arreglar tus cuentas, tendrs mucho ms. Sobre la suma, ya nos pondremos de
acuerdo. Pero te necesito. Te necesito en casa. Ya arreglar yo tus deudas en la fortaleza y conseguir tu indulto.
Por qu no? respondi Frank Braun. Lo mismo me da aqu que all. Cunto ha de durar esto?
Un ao, poco ms o menos. Quiz no tanto.
De acuerdo dijo el joven. Qu es lo que tengo que hacer?
Oh, no es gran cosa. Se trata de una ocupacin a la que ests acostumbrado y que no te resultar difcil.
Qu es? inst el joven.
Pues mira. Yo necesito un ayudante para esa muchacha que me has buscado. Tienes razn: Se nos escapar. Seguro que se
aburrir mucho en el perodo de espera y que tratar de acortarlo a su modo. T has exagerado sobre nuestros medios de retenerla. Muy
seguros, naturalmente, en un manicomio particular, donde se puede guardar a una persona mucho mejor vigilada que en un correccional o
en un presidio. Desgraciadamente, no nos hemos instalado como para eso. Yo no puedo meterla en el Terrarium como a las ranas, o en
una jaula como a las monas, no te parece?
Claro que no, to. Tienes que buscar otro medio.
El anciano asinti.
He encontrado lo que necesitaba: algo que la retenga. El doctor Petersen no me parece persona apta para interesarla mucho
tiempo. Creo que slo le bastara una noche... Necesitamos un hombre. Y yo he pensado en ti...
Frank Braun oprimi el respaldo de la silla como si fuera a quebrarlo. Su respiracin se hizo fatigosa.
En m!... repiti.
S, en ti prosigui el consejero. Me parece que es una de las pocas cosas en que puedes ser de provecho. T podrs
retenrnosla. Le contars nuevas locuras y as tendr tu fantasa una finalidad razonable. Y a falta de prncipe se enamorar ella de ti y
t podrs tambin satisfacer las exigencias de sus sentidos. Si esto no le basta, t tienes bastantes amigos y conocidos que aprovecharn
con gusto la ocasin de pasar un par de horas con una criatura tan linda.
Frank Braun jadeaba. Su voz son ronca:
To. Sabes lo que pides? Yo debo ser el amante de esa ramera mientras est embarazada del hijo del asesino. Y debo ser su
alcahuete. Y ayuntarla de nuevo cada da con alguien. Yo debo...
Ciertamente le interrumpi tranquilo el profesor. Lo s muy bien. Parece ser lo nico en el inundo para lo que sirves, hijito.
Frank no respondi. Sinti aquel araazo y cmo sus mejillas se enrojecan y ardan sus sienes. Era como si en su rostro llamease el
verdugn que la fusta de su to haba levantado. Y sinti muy bien que el viejo se vengaba.
El consejero lo not y una mueca satisfecha se distendi por los colgantes rasgos de su rostro.
Pinsalo con toda tranquilidad dijo lentamente. Ni t ni yo tenemos nada que fingirnos y podemos llamar a las cosas por sus
nombres. Yo quiero contratarte como chulo de esa ramera.
Frank Braun sinti la sensacin de estar en el suelo, indefenso, inerme, miserablemente desnudo, sin poder moverse, y que el viejo le
pisoteaba con sus sucios pies y le escupa venenosa saliva en sus heridas.
No tuvo palabras. Vacil, se tambale, no supo cmo bajaba la escalera y se encontr en la calle, con los ojos en el claro sol de la
maana.
Apenas tena conciencia de que andaba. Se desliz por las calles, se arrastr por ellas unos momentos que le parecieron siglos. Se
detena ante las columnas anunciadoras y lea los carteles de los teatros, pero slo vea palabras sin comprender nada.
Luego se encontr en la estacin. Fue a la taquilla y pidi un billete.
A dnde? pregunt el empleado.
A dnde? S, a dnde?
Y se asombr de su propia voz al or: Coblenza.
Busc dinero en todos sus bolsillos.
Tercera clase! grit.
Todava alcanzaba.
Subi la escalera hasta el andn y entonces not que estaba sin sombrero. Se sent en un banco y esper.
Vio cmo suban la camilla y cmo iba detrs el doctor Petersen. No se movi de su puesto, como si nada tuviera l que ver con
aquello. Vio cmo entraba el tren, cmo haca el mdico abrir un departamento de primera y cmo los camilleros suban su carga con
cuidado.
l subi en el coche de cola. Su boca se crispaba en una carcajada.
As debe ser pens. Tercera clase. Es lo que conviene al siervo... o al chulo.
Al sentarse olvid de nuevo. Se meti en un rincn y fij la vista en el suelo.
Aquella vaga opresin de su cabeza no desapareca. Oa gritar los nombres de las estaciones y a veces le pareca como si vinieran
tres o cuatro seguidas; como si el tren corriera vertiginoso, como una chispa por un alambre. Y luego una eternidad de una ciudad a otra.
En Colonia hubo de trasbordar y esperar el tren que remontaba el Rin. Pero esto no significaba para l una interrupcin. Apenas
notaba la diferencia entre estar sentado en el banco o en el tren.
Lleg a Coblenza; baj y recorri las calles. La noche caa y l pens que deba subir a la ciudadela. Pas el puente, trep por la roca
en la oscuridad, por el estrecho sendero de los cautivos, a travs de la maleza.
Sbitamente se encontr arriba, en el patio del presidio; luego en su cuarto, sentado en la cama.
Alguien anduvo por el pasillo y entr en el cuarto con una buja en la mano: era el fornido mdico de Marina, doctor Klaverjahn.
Hola! grit desde la puerta. De modo que el suboficial tena razn? Conque ya de vuelta, hermano? Vente para arriba. El
comandante tiene la banca.
Frank Braun no se movi y apenas oa lo que el otro hablaba, el cual le sacudi enrgicamente por los hombros dicindole:
Te vas a echar a dormir, marmota? Djate de tonteras y vente.
Frank Braun salt; algo haba all que le sulfuraba. Levant una silla y dio un paso:
Vete grit. Vete, bribn.
El doctor Klaverjahn le vio cerca de s, mir aquellos rasgos plidos y contrados, aquellos ojos fijos y amenazadores. Algo del mdico
despert de nuevo en l y le hizo reconocer la situacin.
De manera que... dijo tranquilo. Perdona. Y se march.
Frank Braun estuvo todava un momento con la silla en la mano. Una risa fra colgaba de sus labios. Pero no pensaba en nada.
Absolutamente en nada.
Oy llamar a la puerta como si viniera el ruido de una lejana infinita. Por fin, levant los ojos. El pequeo alfrez estaba ante l.
Otra vez aqu? Qu te pasa?
Se asust, y como el otro no responda, volvi con un vaso y una botella de burdeos.
CAPTULO V
Que informa de cmo eligieron al padre y de cmo la apadrin la Muerte cuando Alraune surgi a la vida
El doctor Petersen present al profesor un gran libro, lindamente encuadernado, que por orden suya haba hecho preparar. La roja
pasta de cuero ostentaba en un ngulo las armas de los Brinkens; en el centro brillaban las grandes iniciales en oro A. T. B.
Las primeras hojas estaban en blanco: el profesor se las haba reservado para escribir en ellas los antecedentes. Comenzaba el libro
con un CAPTULO, de la mano del doctor Petersen, en la que se refera la sencilla historia de la madre de aquel ser a cuya vida estaba
el libro destinado. El ayudante se haba hecho contar de nuevo la historia de la prostituta y la haba trasladado en seguida al papel. Hasta
los arrestos sufridos estaban all consignados. Alma haba sido condenada dos veces por vagabundeo, cinco o seis veces por transgresin
de las ordenanzas impuestas por la polica a su profesin, y una vez por hurto. Respecto a la ltima condena afirmaba, sin embargo,
haber sido inocente. Aquel seor le haba regalado el alfiler de brillantes.
Adems haba escrito el doctor Petersen un segundo CAPTULO que trataba del presunto padre, el minero en paro Peter Weinand
Noerrissen, condenado a muerte en nombre del rey por fallo del Jurado. La Fiscala haba puesto amablemente las actas, a disposicin
del mdico, quien haba podido extractarlas.
Segn ellas, el citado Noerrissen pareca predestinado desde la niez a tal fin. La madre haba sido una notoria alcohlica; el padre,
obrero de ocasin, condenado con frecuencia acusado de actos de brutalidad; por el mismo motivo, uno de sus hermanos llevaba ya diez
aos en la crcel. Peter Weinand Noerrissen haba sido llevado como aprendiz a casa de un herrero, el cual dio de l buenos informes en
el curso de los debates, alabndole por su habilidad y por sus fuerzas extraordinarias. Tuvo, sin embargo, que despedirlo a causa de su
carcter dscolo y porque molestaba constantemente al personal femenino de la casa. Despus trabaj en una serie de fbricas y pas
ltimamente a la mina Phoenix, en el Ruhr, luego de haber sido declarado intil para el servicio militar a causa de un defecto de
nacimiento: le faltaban dos dedos de la mano izquierda. No se adhiri a ningn movimiento obrero, ni a la antigua agrupacin socialista, ni
a los socialistas cristianos, ni al grupo Hirsch-Duncker, lo que el defensor haba tratado de hacer valer como un testimonio de descargo.
Fue despedido por haber dado una grave pualada a un capataz con motivo de una huelga. En esta ocasin fue condenado por primera
vez a un ao de crcel. Faltaban noticias sobre su vida desde el momento de ser puesto en libertad. Se supo que haba pasado los Alpes
dos veces y que haba vagabundeado desde Npoles hasta msterdam, trabajando ocasionalmente. Fue detenido varias veces, casi
siempre por vagabundo, otras por pequeos delitos contra la propiedad; pero en opinin de la Fiscala, era presumible que en el curso de
esos siete u ocho aos hubiese cometido delitos mayores.
Los mviles del hecho que haba motivado la condena no estaban muy claros. No se saba si se trataba de un crimen por robo o si
era la consecuencia de una violacin. La defensa haba tratado de explicarlo de esta manera: el acusado haba visto venir al atardecer a
la joven de diecinueve aos, hija de un propietario rural, Ana Sibylla Trautwein, muchacha linda y elegante, y haba tratado de violarla;
luego, al intentar forzar a la joven, que era muy fuerte, y con el fin de poner fin a sus gritos, haba tomado el cuchillo y la haba derribado,
poseyndola en su desmayo y rematndola por miedo a ser descubierto. Despus, cosa natural, con objeto de procurarse medios para la
fuga, le haba quitado el poco dinero y las alhajas que llevaba. El reconocimiento del cadver se opona en cierto modo a tal exposicin de
hechos, pues ofreca una espantosa mutilacin de la vctima por medio de cortes, algunos dados casi segn las reglas del arte. El informe
terminaba diciendo que la revisin del proceso haba sido rechazada por el Supremo, que la Corona no haba hecho uso de su prerrogativa
y que la ejecucin estaba decidida para el da siguiente a las seis de la maana; que el delincuente se haba ofrecido a los deseos del
doctor Petersen despus de haberle ofrecido ste dos botellas de aguardiente que deba llevarle por la tarde, a las ocho.
El profesor termin la lectura y devolvi el libro.
El padre es ms barato que la madre dijo riendo.
Y volvindose a su asistente:
De manera que usted asistir a la ejecucin. No olvide prevenirse de una solucin de sal fisiolgica Koch. Y dese prisa. Cada
minuto es precioso. No es preciso adoptar medidas especiales: le espero maana por la maana en la clnica. No es necesario molestar a
las enfermeras. La princesa nos asistir.
La princesa Wolkonski, Excelencia? dijo el ayudante.
La misma dijo el profesor. Tengo motivos para invitarla a ver nuestra pequea operacin, por la que ha mostrado mucho
inters. Y a propsito: cmo se porta hoy nuestra paciente?
Y el asistente:
Ah, Excelencia! Siempre la misma cancin. Siempre lo mismo, desde hace dos semanas, desde que est aqu. Llora, grita,
patalea... En fin, que quiere marcharse. Hoy ha vuelto a romper dos palanganas.
Ha vuelto usted a hablarle a la conciencia?
Lo he intentado; pero apenas me deja tomar la palabra. Es una fortuna que maana nos veamos ya tan adelantados. Para m es un
problema pensar cmo nos arreglaremos para retenerla hasta que el nio nazca.
Un problema que usted no necesita resolver, Petersen.
Y el consejero le golpe benvolamente en la espalda.
Ya encontraremos los medios. Usted no tiene ms que cumplir con su deber.
El ayudante dijo:
En eso puede confiar Vuestra Excelencia.
***
El sol matutino besaba las enredaderas del pulcro jardn en que se levantaba la blanca Clnica de mujeres del profesor y acariciaba
ligeramente los multicolores macizos de dalias, frescas de roco, y las clemtides de azul intenso adheridas a los muros. Pintados pinzones
y grandes zorzales que corran por los lisos senderos o saltaban sobre el recortado csped, emprendieron el vuelo cuando ocho frreas
herraduras golpearon el adoquinado de la calle arrancndole brillantes chispas.
La princesa baj del coche y atraves el jardn con rpidos pasos. Sus mejillas estaban encendidas, su opulento seno se agitaba
violentamente al subir la escalinata de la casa.
El profesor le sali al encuentro, abrindole l mismo la puerta.
Esto se llama puntualidad, Alteza! Pase usted. He mandado prepararle t.
Ella dijo, y sus palabras se atropellaban presurosas:
Y volvindose a su ayudante, que acababa de entrar con la mascarilla de cloroformo en la mano, dijo:
Venga usted en seguida.
La muchacha se le qued mirando con los ojos dilatados por el terror.
No gema. No, no.
Hizo gestos de querer saltar de la cama y empuj al ayudante con ambas manos en mitad del pecho, hacindole retroceder
tambalendose.
Entonces, con los brazos abiertos, la princesa se arroj sobre la muchacha, oprimindola con la masa de su cuerpo hasta volverla a la
cama y la abraz clavando sus dedos en la brillante carne, apretando entre sus dientes un largo mechn de cabello rojos.
La prostituta, imposibilitada de agitar los brazos ni de mover el cuerpo bajo aquella mole, agitaba las piernas en el aire. Vio cmo el
mdico le aplicaba la mascarilla al rostro y le oy contar en voz baja: uno, dos, tres, y grit, haciendo retemblar las paredes:
No, no quiero. No quiero. Ay, me ahogo!
Su grito muri, cediendo a un miserable gimoteo:
Madre! Ay!... Ma...dre!
***
Doce das ms tarde, la prostituta Alma Raune ingres en la crcel y fue procesada. La orden de prisin fue dictada por carecer la
muchacha, acusada de robo, de domicilio fijo y ofrecer con ello posibilidades de fuga. La denuncia haba partido de Su Excelencia el
consejero secretario efectivo ten Brinken.
Desde los primeros das haba preguntado el profesor repetidamente a su ayudante por diferentes objetos que echaba en falta. Le
faltaba una antigua sortija de sello que se haba quitado al lavarse; un pequeo monedero que recordaba haber dejado en su abrigo. Rog
al doctor Petersen que vigilara con la mayor atencin a los empleados.
Ms tarde, un reloj de oro del ayudante desapareci de su cuarto de la Clnica, donde estaba encerrado en un cajn de su escritorio.
El cajn haba sido forzado. Un prolijo registro de la Clnica, al que se declararon dispuestos todos los empleados, dio un resultado
completamente negativo.
Debe haber sido una paciente concluy el consejero, y dispuso que se registraran las habitaciones de las enfermas.
El doctor Petersen dirigi tambin esta pesquisa, con el mismo xito.
Ha olvidado usted alguna dependencia? inquiri su jefe.
Ninguna. Excelencia, exceptuado el cuarto de Alma.
Y por qu no ha hecho investigaciones en l?
Pero Excelencia!... opuso el doctor Petersen. Eso es completamente imposible. La muchacha est vigilada da y noche y no
ha salido una sola vez de su cuarto, y desde que ha sabido del xito de nuestro intento est completamente fuera de s. Se pasa llorando y
gritando todo el santo da, nos amenaza con volverse loca y slo piensa en salir de aqu o en cmo podra frustrar a la postre nuestros
esfuerzos. Dicho claramente, Excelencia, me parece del todo imposible retener aqu a la muchacha todo ese tiempo.
S? el profesor rea. Bueno, Petersen. Busque usted primero en el cuarto 17. No me parece tan imposible que la muchacha
sea la autora.
Al cabo de un cuarto de hora volvi el ayudante, trayendo algo envuelto en un pauelo.
Aqu estn las cosas. Las encontr ocultas entre la ropa sucia de la joven.
De modo que ha sido ella? dijo el profesor. Telefonee usted inmediatamente a la polica.
El ayudante vacilaba.
Perdone Vuestra Excelencia si me permito una objecin: la muchacha es de seguro inocente, an cuando las apariencias hablen
contra ella. Vuestra Excelencia hubiera debido verla cuando la vieja enfermera y yo registramos el cuarto y dimos por fin con los objetos.
La muchacha estaba en la mayor apata y nada le impresionaba. Es seguro que nada tiene que ver con el robo. Alguien del personal ha
debido tomar los objetos y esconderlos en su cuarto por temor a ser descubierto.
El profesor sonri:
Es usted muy caballeresco, Petersen. Pero no importa: telefonee usted.
Excelencia! rog el mdico, quiz debiramos esperar un poco. Quiz, interrogando detenidamente al personal...
Oiga usted, Petersen! dijo el consejero. Deba usted meditar un poco ms. En el fondo, es indiferente que la muchacha haya o
no robado esas cosas. Lo importante es que nos libremos de ella, que se la lleven a otra parte hasta que llegue la hora, no es eso? En la
crcel la tenemos segura, mucho ms segura que aqu. Ya sabe usted lo decentemente que le pagamos y hasta estoy dispuesto yo a
gratificarla por esta pequea molestia... cuando todo haya pasado. En la crcel no est peor que aqu: su celda ser ms estrecha, la
cama algo ms dura, la comida no tan buena. En cambio tendr all con quin hablar, lo que en su estado tiene mucho valor.
El doctor Petersen le mir todava un poco vacilante.
Est muy bien, Excelencia, pero... no cantar all. Sera muy desagradable que...
El profesor sonrea.
Cmo? Djele usted cantar cuanto quiera... Hysteria mendax..., ya sabe usted, es una histrica; y una histrica siempre tiene
derecho a mentir. Nadie la creer. Pasar simplemente por una embarazada histrica. Y qu va a contar ella? La historia del prncipe
que el bueno de mi sobrino le coloc? Cree usted que el juez, el fiscal, el director de la crcel o cualquiera otra persona razonable
prestar odo a semejante galimatas en boca de una prostituta? Aparte de que yo mismo hablar con el mdico de la crcel. Quin es
ahora el mdico de la crcel?
El colega doctor Perscheidt.
Ah!, su amigo de usted, el pequeo Perscheidt? Yo tambin le conozco y le rogar que vigile a nuestra paciente de un modo
especial. Le dir que me fue enviada a la Clnica por un conocido que tuvo relaciones con ella, y que este seor est dispuesto a atender
en toda forma al nio. Llamar la atencin del mdico sobre la extraordinaria y enfermiza mendacidad de la paciente y le referir desde
luego lo que verosmilmente haya ella de referir. Adems, confiaremos la defensa al consejero Gontram, explicndole el caso de manera
que no d crdito ni un segundo a las palabras de la muchacha. Teme usted algo todava, Petersen?
El ayudante contempl a su jefe lleno de admiracin.
No, Excelencia dijo. Vuestra Excelencia ya piensa en todo. Lo que est en mi mano lo ofrezco, desde luego, si puede serle
til.
El consejero dio un profundo suspiro y le tendi la mano:
Gracias, querido Petersen! No sabe usted el dao que me hacen estas mentirillas. Pero qu remedio? La ciencia exige a veces
estos sacrificios. Nuestros valientes predecesores, los mdicos medievales, se vean obligados a robar los cadveres de los cementerios,
si queran aprender anatoma; tenan que desafiar el peligro de verse tenazmente perseguidos por profanacin de cadveres y otras
majaderas. En este aspecto no podemos quejarnos; y tenemos que aceptar el cuidado de todos estos pequeos embustes en inters de
nuestra santa ciencia. Y ahora, vaya usted, Petersen, y telefonee.
Y el ayudante fue, con el corazn lleno de la ms grande y sincera estima por su jefe.
***
Alma Raune fue condenada por el delito de hurto. Sus tenaces negativas y el hecho de haber sufrido ya otra condena anloga,
empeoraron su caso; sin embargo, se le concedieron circunstancias atenuantes, verosmilmente porque en realidad era muy bonita, quiz
tambin porque el consejero Gontram la defenda. Se le impuso slo un ao y seis meses de crcel, descontndosele el tiempo pasado en
prisin preventiva.
Pero Su Excelencia el profesor ten Brinken consigui que se la pusiera en libertad mucho antes de cumplir, aunque su conducta en la
crcel dist mucho de ser ejemplar. Se tuvo, sin embargo, en cuenta que, como el profesor subrayaba en su peticin de indulto, esta
conducta poda atribuirse al estado histrico de la muchacha; tambin se tuvo en cuenta que pronto iba a ser madre.
Cuando se hicieron notar los sntomas de un prximo alumbramiento, fue licenciada, transportndosela, temprano en la maana, a la
clnica ten Brinken; y as volvi a su cuarto blanco, el nmero 17, al final del corredor. Ya durante el traslado comenzaron los dolores. El
doctor Petersen la tranquiliz dicindole que pasaran pronto.
Pero se equivocaba. Los dolores continuaron todo el da, la noche y el da siguiente; cedan un momento para recrudecerse luego con
mayor violencia. Y la muchacha gritaba y gema, retorcindose en tormentos atroces.
El tercer CAPTULO del libro A. T. B. trata de ese alumbramiento, escrito tambin de mano del mdico ayudante. l asisti a la
parturienta, acompaado del mdico de la crcel, parto laboriossimo que slo termin al tercer da, con la muerte de la madre. El
profesor no estuvo presente.
En su informe, el doctor Petersen ponderaba la fuerte naturaleza y excelente constitucin de aqulla, que parecan condicionar un
fcil alumbramiento. Slo la extrasima situacin transversal del feto motiv las complicaciones surgidas, que hicieron por ltimo
imposible salvar juntamente al nio y a la madre. Ms adelante se deca que el recin nacido, una nia, dio, casi en el vientre de la madre
todava, un grito extraordinario, tan violento y tan agudo, que ni los mdicos, ni la partera que asista, recordaban haber odo nunca nada
semejante en un recin nacido. Aquel grito tena algo de consciente, como si la nia hubiera sufrido dolores atroces al ser arrancada
violentamente del seno materno; haba sido tan agudo y espantoso el grito, que todos experimentaron un sentimiento de horror; el colega
doctor Perscheidt tuvo que sentarse, mientras un copioso sudor fro le brotaba de las sienes.
La nia, que era muy delicada y menuda, se tranquiliz pronto y ni siquiera llor ms. La comadrona comprob en seguida, al baarla,
una atresia vaginal muy desarrollada, de manera que la piel de los muslos, casi hasta la rodilla, haba crecido adherida. Tan notable
fenmeno result ser, despus de un ms detenido examen, una superficial adherencia de la epidermis, remediable con una sencilla
operacin.
Por lo que hace a la madre, era seguro que haba tenido que soportar atroces dolores. No haba que pensar en cloroformizarla o en la
anestesia lumbar y menos an en una inyeccin de scopolamin-morfina, pues, la hemorragia, imposible de contener, haba originado una
gran debilidad cardaca. Constantemente haba estado gritando del modo ms horrible, con gritos que en el momento del parto fueron
dominados por aquel espantoso del nio. Ms tarde sus quejidos se debilitaron y, al cabo de dos horas y media, falleci sin volver a
recobrar el conocimiento. Como causa directa de la muerte poda sealarse el desgarramiento de la matriz y la hemorragia resultante.
***
El cadver de la prostituta Alma Raune fue entregado a la sala de diseccin, pues, las personas de su familia, a las que se dio parte,
no lo reclamaron y dijeron no estar dispuestas a sufragar los gastos del entierro. As, sirvi a los fines docentes del profesor de Anatoma
Holzberger y foment, seguramente, los estudios de sus oyentes con todos sus miembros, si se excepta la cabeza, que el estudiante
Fassmann, candidato a la Licenciatura, deba preparar. La olvid durante las vacaciones y, como luego ya no se prestaba para una limpia
preparacin, y l posea ya crneos suficientes, se mand hacer con la bveda craneana un lindo cubilete para dados. Ya posea cinco
dados hechos con los nudillos del asesino ejecutado Noerrissen, y necesitaba un cubilete apropiado. El estudiante Fassmann no era
supersticioso; pero afirmaba que este cubilete prestaba extraordinarios servicios.
l cant sus alabanzas con tan altos tonos, que cubilete y dados alcanzaron una cierta celebridad en el transcurso de varios
semestres: primero, en la pea que los seores de su corporacin escolar formaban en la cervecera; luego, en la de los Mayores, y por
ltimo, entre todos los estudiantes. Fassmann amaba su cubilete y consider casi como una extorsin que el profesor ten Brinken, con
ocasin de su visita al examen, se lo pidiera. No se lo hubiera dado, de seguro, de no haberse sentido tan flojo en Ginecologa y de no
tener precisamente el profesor tanta fama de exigente en los exmenes. Lo cierto es que el estudiante pas el examen con brillantez y
que su cubilete le dio buena suerte durante todo el tiempo que fue su poseedor.
As, lo que restaba de aquellos dos seres que, sin haberse visto nunca, fueron padre y madre de Alraune ten Brinken, entr despus
de la muerte en una cierta relacin. El bedel de la diseccin, Knoblauch, arroj, como de costumbre, huesos y piltrafas de carne en un
fosa abierta a toda prisa en el jardn: all, junto al muro, donde las blancas rosas trepadoras crecan tan lozanas...
INTERMEZZO
El ardiente viento del sur, querida amiga, trajo todos los pecados del desierto. All donde el Sol arde a travs de milenios
innumerables, flota sobre la arena dormida una sutil madeja blanca. Y la niebla se redondea en blandas nubes que el torbellino dispersa
alrededor, formando como extraos huevos redondos que contienen todo el ardor del Sol.
En la noche sombra merodea el basilisco. Aquel que la Luna, la eterna infecunda, engendr de extrao modo en la arena igualmente
estril. ste es el secreto de los desiertos.
Muchos dicen que el basilisco es una bestia. Pero no es verdad. Es un pensamiento que creci all, donde no haba suelo ni semillas,
surgido de la eterna esterilidad, y que adopt formas abigarradas, que la vida desconoce. Por eso, nadie puede describir ese ser, porque
es indescriptible, como la nada misma.
Pero es cierto, como la gente dice, que es muy venenoso; se come los huevos de fuego del Sol que el torbellino arrastra por las
arenas del desierto. Por eso, sus ojos despiden llamas purpreas y su aliento ardiente exhala grises vapores.
Pero el basilisco, el hijo de la Luna plida, no devora todos los huevos de la Niebla. Cuando est harto, lleno de ardientes venenos,
escupe su saliva verde sobre los que an yacen en las arenas; rasga con aguda garra la blanda envoltura, para que la asquerosa baba los
penetre. Y cuando en la maana se levanta la brisa, ve entre las delgadas cscaras un bullir y crecer como de velos violeta o de un verde
hmedo.
Y cuando en los pases del medioda revientan los huevos empollados por el Sol, los de los cocodrilos, los de los sapos, los de las
serpientes, los de todos los feos saurios y salamandras, entonces, con un ligero chasquido, saltan tambin los huevos venenosos del
desierto. En ellos no hay ncleo, no surge de ellos ninguna serpiente ni ningn saurio; slo una area y extraa forma multicolor, como los
velos de la danzarina en la danza de la Llama; multiaromtica, como las plidas flores de Lahore; polifnica, como el sonoro corazn del
ngel Israfel. Pero tambin multiponzoosa, como el horrible cuerpo del basilisco.
Entonces corre el viento del medioda, que se arrastra desde los pantanos del trrido pas de las selvas y danza sobre los arenosos
desiertos. l levanta los ardientes velos de los huevos solares, los lleva ms all del mar azul, los arrastra consigo como ligeras nubes,
como sueltas tnicas de nocturnas sacerdotisas. As vuela hacia el rubio norte la peste ponzoosa de todas las voluptuosidades.
Fros como tu norte, hermanita, son nuestros quietos das. Tus ojos son azules y buenos, y nada saben de voluptuosidades ardientes.
Las horas de tus das son como los pesados racimos de las glaucas glicinas que gotean sus flores hasta formar una muelle alfombra por
la que se desliza, bajo las frondas soleadas, mi pie ligero.
Pero cuando las sombras caen, rubia hermanita, un ardor se desliza sobre tu piel fresca; madejas de niebla vuelan desde el desierto,
madejas de niebla que aspira tu alma deseosa. Y tus labios ofrecen en besos sangrientos la ponzoa abrasadora de todos los desiertos.
***
No entonces, rubia hermanita, nia dormida de mis das tranquilos de ensueo... Cuando el mistral riza ligeramente las olas azules,
cuando las dulces voces de los pjaros resuenan en la copa de mi laurel de rosas, es cuando yo hojeo el pesado infolio del profesor Jakob
ten Brinken. Lenta como el mar corre la sangre por mis venas y yo leo, con tus quietos ojos en calma infinita, la Historia de Alraune. La
reproduzco como la encontr, simple y sencillamente, como quien est libre de todas las pasiones.
Pero yo beb la sangre de tu herida que flua en las noches, y la mezcl con mi sangre; aquella sangre envenenada con la ponzoa
pecaminosa de los trridos yermos. Y cuando se enfebrezca mi cerebro con tus besos, que son dolores, y con tus voluptuosidades que
significan tormentos..., entonces es posible que yo me hurte a tus brazos, salvaje hermana ma.
Tal vez estoy sentado, lleno de ensoaciones, en mi ventana, cara al mar, en la que el siroco arroja sus brasas. Tal vez tomo de nuevo
el infolio del consejero y leo en l la Historia de Alraune... con tus ojos de venenoso ardor. El mar grita a las rgidas rocas... como grita
mi sangre por mis venas.
Muy de otra manera me imagino ahora lo que leo. Y lo reproduzco tal como lo hallo, salvaje, ardiente, como quien est lleno de todas
las pasiones.
CAPTULO VI
ojos soadores de su madre, se volvi silencioso, quieto y reconcentrado. Y su inters por mil pensamientos infantiles, ahogado de pronto,
envolvi a la pequea Alraune como en linos zarcillos, nutrindose de ella como a travs de delgadas races. Lo que en su infantil pecho
haba. Wlfchen lo dio a su nueva hermanita; lo dio con la grande e ilimitada bondad que era la luminosa herencia de sus padres.
Cuando al medioda volva de la ciudad, del Instituto, donde siempre ocupaba los ltimos bancos, pasaba ante la cocina sin entrar, por
hambre que tuviera, y recorra el jardn hasta encontrar a Alraune. A veces tenan los criados que sacarlo de all a la fuerza para darle de
comer. Nadie se ocupaba debidamente de los dos nios; pero mientras que todos mostraban una extraa desconfianza ante la pequea,
gustaban en cambio de Wlfchen. Y a l pas ese zafio amor de la servidumbre que antes, y por tantos aos haba sido para Frank
Braun, cuando de nio pasaba all sus vacaciones. Como antao a aqul, Froitsheim, el viejo cochero, permita a Wlfchen andar entre
los caballos y lo montaba en ellos y le dejaba cabalgar por el jardn. El jardinero le daba los mejores frutos y le cortaba las ramas ms
delgadas; y las sirvientas le calentaban la comida cuidando de que nada le faltara. Se deba esto a que el muchacho saba conducirse
entre ellos, mientras que la nia, pequea como era, tena ya un modo peculiar de abrir un abismo entre ella y los criados. Nunca
charlaba con ellos, y cuando les diriga la palabra, era para expresar cualquier deseo que sonaba como un mandato. Precisamente lo que
las gentes del Rin no pueden tolerar ni de su seor, ni menos de aquel extrao ser.
No la golpeaban; el consejero lo haba prohibido severamente, pero le daban a entender que no se ocupaban de ella y hacan como si
no estuviera all. Corra ella de un lado a otro y ellos la dejaban correr. Cuidaban de su comida, de su camita, de sus vestidos, pero lo
hacan del mismo modo que cuando echaban de comer al viejo y mordedor perro de la finca, como cuando barran su perrera y le
soltaban por las noches.
El consejero no se ocupaba en manera alguna de los nios, que quedaban en completa libertad. Desde que poco despus de
abandonar su clnica haba dejado tambin la ctedra, se ocupaba, adems, de toda clase de negocios referentes a solares e hipotecas, y
en cultivar su antigua pasin, la Arqueologa. Como en todo aquello en que pona sus manos, la cultivaba cual sagaz comerciante y saba
colocar a altos precios, en todos los museos del mundo, sus colecciones hbilmente reunidas. Aquel suelo que rodeaba la casa solariega
de los ten Brinken hasta el Rin y la ciudad por una parte, y de otra hasta las estribaciones del Eifel, estaba lleno de objetos trados por los
romanos y por sus pueblos auxiliares. Siempre haban sido coleccionistas los ten Brinken, y cuando, en diez leguas a la redonda, un
campesino tropezaba en algo con su arado, excavaba cuidadosamente y llevaba sus tesoros a Lendenich, al viejo casern consagrado a
San Juan Nepomuceno.
El profesor lo compraba todo: las grandes vasijas llenas de monedas, armas enmohecidas y huesos amarillentos, urnas, fbulas y
lacrimatorios. Pagaba en cntimos; pero los campesinos tenan siempre la seguridad de recibir en la cocina una buena copa de
aguardiente, y, muchas veces, la suma necesaria para la siembra. Suma reintegrable, es cierto, con grandes intereses, pero sin la garanta
exigida por los Bancos.
Y era indudable que aquel suelo nunca haba arrojado tantos objetos como despus de venir Alraune a la casa. El profesor rea: trae
dinero. Bien saba l que todo pasaba de la manera ms natural del mundo, que slo su ocupacin ms intensa en aquellas cosas lo
causaba; pero se diverta en asociar aquellos resultados con la vida de la pequea criatura: jugueteaba con este pensamiento. Se
comprometi en audaces especulaciones, compr grandes terrenos en la continuacin de la ancha Villenstrasse, hizo excavar el suelo, se
meti en los negocios ms arriesgados, sane el Banco Hipotecario, al que toda persona razonable profetizaba una ruina inminente. Todo
cuanto el profesor tocaba segua por buen camino. Por una casualidad se alumbr una fuente medicinal en uno de sus terrenos de la
montaa. El profesor la hizo limpiar y demarcar. De este modo se inici en los negocios de aguas, compr todo lo que haba en tierra
renana, monopolizando casi la industria; form un pequeo trust, al que imprimi cierto carcter nacional, y declar que era preciso
formar un frente contra el extranjero, contra los ingleses, a los cuales pertenecan el Apollinaris. Los pequeos propietarios se reunieron
en torno a aquel jefe, juraban por S. E. y le dejaron con gusto hacer cuando, al fundarse la sociedad annima, se reserv un puado de
participaciones. E hicieron bien, pues el consejero dobl sus intereses y elimin a los que quisieron adherirse.
Se ocup en una porcin de cosas heterogneas que no tenan de comn sino el referirse todas al suelo. Era una mana suya: una
consciente asociacin de ideas. Pensaba que la mandrgora sacaba oro de la tierra y l se qued con lo que a la tierra se refera. Ni un
segundo crey seriamente en ello, pero tuvo siempre la ms segura confianza en el xito al emprender la ms arriesgada especulacin de
aquella clase. Sin examinarlos, rechazaba todos los dems negocios, ventajosas jugadas de Bolsa cuyas probabilidades estaban claras
como el sol, que apenas ofrecan el menor riesgo; en cambio compr una porcin de acciones mineras extraordinariamente depreciadas
(hierro, carbn), y se hizo accionista de una serie de yacimientos desacreditadsimos. Y gan tambin. Lo hace Alraune, deca riendo.
***
Lleg el da en que aquel pensamiento fue algo ms que una broma.
Wlfchen cavaba en el jardn detrs de los establos, bajo el moral grande. All quiso tener Alraune un palacio subterrneo. Da por
da excavaba Wlfchen, a veces con la ayuda de uno de los jardineros. La nia, sentada frente a ellos, les miraba hacer quieta, sin hablar
ni rer. Y una tarde la pala del chico vibr con un claro sonido. El jardinero le ayudaba. Con las manos sacaron cuidadosamente la tierra
oscura de entre las races. Y llevaron al profesor un tahal, una hebilla y un puado de monedas. El profesor hizo proseguir
metdicamente la excavacin y hall un pequeo tesoro: monedas galas, bastante raras y preciosas.
El hecho no era, en verdad, extraordinario. Si los campesinos de los contornos encontraban algo aqu o all, por qu no haba de
haber algo oculto en aquel mismo jardn? Pero pregunt al nio que por qu haba cavado precisamente bajo el moral, y Wlfchen dijo
que Alraune lo haba querido as: all y en ninguna otra parte.
Interrog tambin a Alraune, pero Alraune call.
Y el consejero pensaba: Es como una varita mgica que siente dnde encierra tesoros el suelo.
Y rea, siempre se rea.
Muchas veces llevaba consigo a la nia, hacia el Rin, por la Villenstrasse. Paseaba con ella por los solares donde sus gentes
excavaban, y cuando atravesaba las praderas le preguntaba con sequedad: Dnde deben hacerlo?, contemplndola con atencin, por
si su delicado cuerpo mostrara algo que permitiera adivinar... Pero ella callaba y su cuerpecito no deca nada. Luego comprendi mejor; a
veces se detena en cualquier parte diciendo: Cavad aqu. Lo hacan y nada encontraban. Y ella rea con una risa clara.
El profesor pensaba: Se re de nosotros. Pero siempre haca cavar donde ella lo haba mandado.
Alguna que otra vez encontraba algo: una tumba romana, una gran urna con monedas de plata primitivas. Y el consejero deca: Una
casualidad. Pero pensaba: Quiz sea slo una casualidad.
***
Una tarde, cuando el consejero sala de la biblioteca, vio a Wlfchen bajo la bomba del agua, medio desnudo, con el tronco estirado
hacia adelante. El viejo cochero dejaba caer el fro chorro sobre la cabeza, nuca, espalda y brazos del muchacho, cuya piel reluca roja,
cubierta de pequeas vejigas.
Qu tienes? pregunt.
El nio callaba, apretando los dientes, aunque sus negros ojos estaban llenos de lgrimas. Pero el cochero dijo:
Son ortigas. La nia le ha pegado con ortigas. l se defenda:
No, no. No me ha pegado. Yo tengo la culpa, me ech sobre ellas.
El consejero le interrog con trabajo; y slo con la ayuda del cochero logr sacarle la verdad.
Haba ocurrido as: el chico se haba desnudado hasta las caderas. Se arroj sobre las ortigas revolcndose en ellas; pero... a peticin
de su hermanita. Haba notado sta que al rozar casualmente la yerba la mano del nio se haba hinchado; not cmo se enrojeca y
comenzaban a salir ampollas. Entonces le inst a coger las yerbas con la otra mano tambin y a tenderse sobre ellas con el pecho
desnudo.
Tonto! le respondi el consejero.
E inquiri luego si tambin Alraune haba cogido ortigas.
S dijo el chiquillo. Pero a ella no le ha pasado nada.
El profesor recorri el jardn hasta encontrar a su pupila, que junto al muro grande arrancaba de entre un montn de escombros un
gran manojo de ortigas, que llev luego en sus brazos desnudos a la glorieta de las glicinas, donde la extendi en el suelo formando un
verdadero lecho.
Para quin es esto? pregunt el profesor.
La pequea le mir y dijo con seriedad:
Para Wlfchen.
l le tom las manos, examinando sus delgados bracitos. En ninguna parte se observaba excoriacin alguna.
Ven conmigo le dijo.
Y la llev al invernadero, donde haba largas hileras de prmulas japonesas.
Arranca esas flores le orden.
Y Alraune las arranc una a una. Tena que empinarse y en todo momento sus brazos estaban en contacto con las hojas venenosas.
Pero en ningn sitio se mostr hinchazn alguna.
Est, pues, inmune murmur el profesor.
Y en su infolio hizo un estudio sobre la aparicin de la urticaria por contacto de la urtica diocia y de la prmula obcnica, analizando
que el efecto era puramente qumico, que los pequeos pelos del tallo y de las hojas que hieren la piel segregan un cido que provoca en
el sitio herido una intoxicacin local. Investigaba cmo y hasta qu punto la inmunidad contra las prmulas y las ortigas, tan rara de
encontrar, estara relacionada con la insensibilidad de las brujas y de los posedos. Y si no, habra que buscar la causa de ambos
fenmenos en una autosugestin de base histrica que podra aclarar aquella inmunidad. Y una vez comenzada la busca de
peculiaridades sorprendentes en la muchacha, examin concienzudamente todas las coincidencias que parecan confirmar su
pensamiento. Por eso se encuentra en este lugar la noticia, que por insignificante haba olvidado el doctor Petersen en su informe, de que
el nacimiento de la nia ocurri a medianoche.
Alraune surgi, pues, a la vida como corresponda, aadi el profesor.
***
El viejo Brambach haba venido de las colinas de la aldea de Filip, distantes cuatro horas. Estaba medio invlido y peregrinaba por las
aldeas de la falda de la montaa vendiendo dcimos de lotera parroquiales, estampas de santos y rosarios baratos. Cojeando a travs del
patio mand decir al consejero que le traa algunos objetos romanos que un campesino haba encontrado en su campo. El profesor le
mand decir que esperara, que no tena tiempo para l; y el viejo Brambach se sent a esperar en el banco de piedra del patio, fumando
su pipa.
Al cabo de dos horas el profesor le hizo entrar. Siempre haca que la gente aguardara an cuando nada tuviera que hacer. Deca:
Nada rebaja tanto los precios como hacer esperar. Pero esta vez estaba realmente ocupado: el director del Museo Germnico de
Nremberg estaba all y le acababa de comprar una linda coleccin de antigedades galas del pas renano.
El consejero no dej al cojo Brambach entrar en la biblioteca, sino que le retuvo en la antecmara.
Qu traes por aqu?
Y el invlido, desatando su gran pauelo rojo, deposit con cuidado su contenido sobre una apolillada silla de caa: muchas monedas,
un par de restos de yelmo, una bocla de escudo, un encantador lacrimatorio. El consejero apenas se volvi, rozando con una oblicua
mirada la ampolleta:
Esto es todo Brambach?
Y como el viejo asintiera comenz a reirle con viveza. Tan viejo como era ya y todava era tan tonto como un mocoso. Cuatro horas
de camino hasta aqu y otras cuatro de vuelta, dos horas de espera, y todo por aquellas baratijas que no valan nada, que tendra que liar
de nuevo y llevarse, pues nada dara por ellas. Cuntas veces tendra que decir a aquellos necios campesinos que no vinieran a
Lendenich con cualquier porquera? Que esperaran hasta tener algo reunido y luego que lo trajeran todo junto. O es que era tan
agradable arrastrar la cojera por aquel largo camino desde Filip, con aquellos calores? Ida y vuelta; y todo para nada!
El invlido se rascaba detrs de las orejas y en su turbacin daba vueltas a su gorra oscura. Hubiese dicho algo para cambiar el tono
del profesor. Otras veces saba muy bien charlar, ponderando sus mercancas; pero no se le ocurri ms que hablar del largo camino
recorrido..., de lo que precisamente le hablaba el profesor como reproche. Estaba completamente aplanado y comprenda perfectamente
lo tonto que era; as que nada replic. Pidi tan slo permiso para dejar all las cosas, pues, as por lo menos no tendra que cargar con
ellas de nuevo. El consejero consinti y le dio una moneda de cincuenta cntimos.
Ah tienes, Brambach. Por la caminata. Pero ya te digo. Otra vez s ms razonable. Vete a la cocina a que te den un bocadillo y
un vaso de cerveza.
El viejo dio las gracias, bastante contento de que todo hubiera resultado as, y volvi a atravesar el patio hacia la cocina.
Pero Su Excelencia ten Brinken tom con un rpido movimiento el lindo lacrimatorio, que limpi con un pauelo de seda,
contemplando atentamente por todas partes el fino cristal violeta. Luego, abriendo la puerta, volvi a la biblioteca, donde el conservador
de Nremberg segua junto a las vitrinas, y agit la botellita con el brazo en alto.
Vea usted, querido doctor comenz. Aqu queda todava un tesoro. Pertenece a la tumba de Tullia, hermana del general Aulus,
cerca del campamento de Schwarzrheindorf. Ya le ense a usted otros hallazgos de all.
Y le tendi la ampolleta, prosiguiendo:
Fije usted ahora su procedencia.
El erudito la tom, acercose a la ventana y se puso las gafas: pidi una lupa y un trozo de seda, frot y lav, mir el cristal a contraluz
dndole vueltas, y por fin, vacilando un poco, no muy seguro:
Hm! Parece ser fabricacin siria, de la fbrica de vidrios de Palmyra.
Bravo! grit el consejero. Con usted hay que tener mucho cuidado. Es usted un gran conocedor.
Si el de Nremberg hubiera dicho Agrigento o Munda, el profesor hubiera asentido con el mismo entusiasmo.
Y la poca, doctor?
El conservador volvi a levantar la ampolleta.
Siglo dos, primera mitad.
Su voz son esta vez con resolucin.
Mi felicitacin dijo el consejero.
No cre a nadie capaz de determinarlo con tanta rapidez y acierto.
Exceptuado Vuestra Excelencia replic el erudito halagado.
Pero el profesor dijo con modestia:
Exagera usted mucho mis conocimientos. No he necesitado menos de ocho das de penoso trabajo para determinar con plena
seguridad la procedencia y la poca de este lacrimatorio, revolviendo para ello una multitud de volmenes. No me pesa, pues es un
hermoso ejemplar de mucha rareza y que me cost bastante caro. El que lo encontr hizo su suerte.
Me gustara llevrmelo al museo. Cunto quiere usted por l?
Para Nremberg slo cinco mil marcos respondi el profesor. Ya sabe usted que pongo siempre a los establecimientos
alemanes precios especiales. En la semana prxima llegarn dos seores de Londres, a los que pedir ocho mil marcos, que obtendr de
seguro.
Pero Excelencia! replic el sabio. Cinco mil marcos! Usted sabe que no puedo pagar precios semejantes, que esto excede
de mi consignacin.
Y el consejero:
Lo siento muchsimo, pero no puedo dar por menos la ampolleta.
El conservador de Nremberg sopesaba en tanto el pequeo frasco.
Es un lacrimatorio encantador. Estoy verdaderamente enamorado de l. Doy a Vuestra Excelencia tres mil marcos.
No. Ni un cntimo menos de cinco mil. Pero le propondr a usted una cosa, seor director: Puesto que tanto le gusta el vidrio,
permtame usted que se lo regale. Consrvelo usted como recuerdo de la precisin con que lo ha situado.
Muchas gracias, Excelencia! Muchas gracias! exclam el conservador, levantndose y estrechando con fuerza la mano del
consejero. En mi cargo, no puedo aceptar regalo alguno. Perdneme usted si no lo acepto. Por lo dems, estoy dispuesto a pagar el
precio exigido. Debemos conservar esta pieza en nuestra patria; no podemos dejrsela a los ingleses.
Fue al escritorio y extendi un cheque. Antes de que se despidiera, el consejero le present los otros objetos, de menor inters, de la
tumba de Tullia, hermana del general Aulus.
El profesor hizo enganchar el coche para su husped, a quien acompa por el patio hasta el carruaje. Al volver, vio a Alraune y a
Wlfchen que estaban junto al buhonero, el cual les mostraba cromos de santos.
El viejo Brambach haba recobrado su nimo con la comida y la bebida, haba vendido a la cocinera un rosario del que afirmaba estar
bendecido por el obispo y que por eso costaba treinta cntimos ms. As, que su lengua, antes tan tmida, recobr vida. Y animndose,
fue cojeando hacia el consejero.
Seor profesor! dijo con voz humilde. Compre usted a los nios una estampa de San Jos.
Su Excelencia ten Brinken estaba de buen humor y respondi:
Un San Jos? No. Tienes un San Juan Nepomuceno?
No. No tena a San Juan Nepomuceno. Brambach tena a San Antonio y a San Juan y Santo Toms y Santiago. Pero
desgraciadamente no tena a Nepomuceno. Y aqul tuvo que reprenderle de nuevo por no entender sus negocios. En Lendenich no se
poda hacer negocio ms que con San Juan Nepomuceno. Con ningn otro santo.
El buhonero qued bastante cortado, pero hizo un ltimo intento.
Un dcimo, seor profesor! Tmeme usted un dcimo! Es para la reconstruccin de la iglesia de San Lorenzo, en Dlmen. No
cuesta ms que un marco y cada comprador recibe cien das de indulgencia en el Purgatorio. Aqu est impreso.
Y le restregaba el billete por la cara.
No dijo el profesor. No necesitamos ninguna indulgencia. Tal como somos iremos al cielo. Y lo que es ganar, nunca se gana
en la lotera.
Cmo? respondi el buhonero. Qu no se gana? Pues hay trescientos premios y el primero de cincuenta mil marcos en
metlico. Aqu se dice y seal con su sucio dedo el billete.
El profesor se lo tom de la mano.
Qu necio! dijo riendo. Y aqu est tambin que hay quinientos mil billetes. Calcula las posibilidades de ganar.
Y se volvi para irse. Pero el invlido coje tras l cogindole de la levita.
Pruebe usted, seor profesor! rog. Nosotros tambin tenemos que vivir.
No! Que no! grit el consejero.
Pero el buhonero no ceda.
Tengo la corazonada de que le va a tocar a usted.
Esa corazonada la tienes siempre.
Deje usted que la pequea escoja el billete. Eso trae buena suerte prosigui Brambach.
Y el profesor se detuvo.
Probar murmur. Ven aqu, Alraune. Saca un billete.
La nia se acerc, mientras el invlido, disponiendo los billetes en abanico, se los ofreca.
Cierra los ojos. As. Y ahora tira.
Alraune extrajo uno y se lo dio al consejero, quien despus de vacilar un momento, hizo sea al muchacho para que tambin se
acercara.
Saca t otro billete, Wlfchen.
***
En el infolio informa Su Excelencia ten Brinken haber ganado 50.000 marcos en la lotera parroquial de Dlmen. Por desgracia no
puede decir si fue el billete de Wlfchen o el de Alraune el premiado, pues los haba dejado en su escritorio sin escribir en ellos los
nombres de los nios. Sin embargo, apenas tiene dudas de que fue el de Alraune.
Por lo dems, se mostr agradecido con el viejo Brambach, que le haba metido aquel dinero en casa casi a la fuerza. Le regal cinco
marcos e hizo que la Caja provincial de proteccin a antiguos soldados pobres le concediera una pensin regular de treinta marcos
anuales.
CAPTULO VII
dolorosamente en una mucosidad. Las dos nias declararon que Alraune las haba inducido a ello. Yo misma la interrogu y ella confes
desde luego, diciendo que una vez lo haba odo decir y haba querido convencerse de ello. Tambin confes haber inducido a que inflaran
la rana. Dijo que era muy bonito orla estallar al lanzarla contra una piedra. Ella misma no lo hubiera hecho, pues era muy fcil que el
animalito, al reventar, le salpicara las manos. Interrogada sobre si reconoca su pecado, declar que no, que ella nada haba hecho y que
nada le importaba lo que las otras nias hicieran.
En este pasaje se encuentra un parntesis del consejero, que reza: tiene mucha razn.
A pesar de todos los castigos prosegua la carta hemos podido comprobar en breve tiempo otros lamentables casos. Clara
Maassen, de Dren, una nia de ms edad que Alraune, confiada a nuestros cuidados desde hace ya cuatro aos y que nunca ha dado el
menor motivo de queja, sac los ojos a un topo pequeo con una aguja puesta al rojo. Ella misma estaba tan horrorizada de su accin que,
durante varios das, hasta confesarse, estuvo excitadsima y a cada momento rompa a llorar sin motivo. Slo despus de recibir la
absolucin logr serenarse. Alraune declar que los topos se arrastran bajo tierra y que era del todo indiferente que tuvieran ojos o no.
Luego encontramos en el jardn cepos para pjaros, hechos con mucho ingenio, y las pequeas cazadoras, que gracias a Dios nada
haban cazado, se resistieron a decir palabra. Slo bajo la amenaza de los ms severos castigos, confesaron que Alraune las haba
seducido, amenazndoles al mismo tiempo con hacerles algo si la delataban. Por desgracia, el perverso influjo de la nia sobre sus
condiscpulas ha aumentado de tal manera, que apenas podemos conseguir de stas la verdad. Hlne Petiot fue sorprendida por la
hermana encargada de la clase, cuando, durante el recreo, enriaba con las tijeras las alas a una mosca, le arrancaba las patitas una por
una y la arrojaba a un hormiguero. La muchacha insisti en que aquello era slo idea suya, asegurando incluso ante el capelln que
Alraune nada tena que ver con aquello. Con la misma testarudez negaba ayer su primita Ninon, que haba atado a nuestro viejo gato un
cacharro de hojalata a la cola, volviendo medio loco al pobre animal. A pesar de todo, estamos convencidos de que tambin en este juego
ha puesto Alraune las manos.
La mre suprieure escriba, adems, que haba convocado una conferencia y que se haba decidido rogar encarecidamente al
consejero sacara cuanto antes a su hija del convento. El profesor contest que lamentaba hondamente lo ocurrido, pero que tena que
rogar permitieran a la nia seguir en el establecimiento. Cuanto mayores fueran los trabajos, tanto mayor sera luego el xito. l no
dudaba de que la paciencia y la piedad de las hermanas conseguiran arrancar la cizaa del corazn de su hija.
En el fondo, le interesaba ver si efectivamente la influencia de aquella delicada nia era ms fuerte que toda la educacin monjil y
todos los esfuerzos de las piadosas hermanas. Saba, adems, que el Sacr Coeur de Nancy era un convento barato, al que no acudan
las mejores familias y que siempre les vendra muy bien el tener entre sus educandas a la hija de un excelentsimo seor. Y no se
equivocaba: la reverende mre respondi que, con la ayuda de Dios, se hara un nuevo ensayo, que todas las hermanas se haban
declarado dispuestas a incluir todas las tardes en sus oraciones un ruego especial por Alraune. A lo cual contest el consejero
generosamente, envindoles un billete de 100 marcos para sus pobres.
***
Durante aquellas vacaciones el profesor examin con atencin a la muchacha. Saba que los Gontram, desde los tiempos de sus
bisabuelos, mamaban con la leche materna un gran cario por los animales. Por grande que fuera el influjo de la nia sobre Wlfchen,
tantos aos mayor que ella, tendra que encontrar en este punto un dique, tendra que ser impotente ante aquel ntimo sentimiento de
ilimitada bondad.
Y sin embargo, una tarde sorprendi a Wlfchen Gontram junto al pequeo estanque arrodillado en el suelo; ante l, sobre una piedra,
haba una hermosa rana. El joven le haba metido en el ancho hocico un cigarrillo encendido y la rana fumaba con ansias de muerte. La
rana tragaba el humo, llenndose ms y ms el estmago sin poder devolverlo. Y se hinchaba, se hinchaba. Wlfchen la contemplaba y
gruesas lgrimas corran por sus mejillas; pero cuando el cigarrillo de la rana se termin, encendi otro y, sacando a la rana de las fauces
la colilla anterior, le introdujo la nueva. Y el animalito se hinch, informe; sus ojos se salan de las rbitas. Era un animal fuerte. Dos
cigarrillos y medio resisti antes de reventar. El muchacho lloraba lamentablemente, y su dolor pareca ms grande que el del animal que
torturaba hasta la muerte. Dio un salto hacia atrs como si quisiera huir y esconderse entre los arbustos, mir a su alrededor, corri al ver
que la rana reventada an se mova y se aproxim de nuevo, patendola desesperada y violentamente con los tacones para rematarla y
salvarla as de sus dolores.
El profesor le cogi de una oreja, buscando primero en sus bolsillos, en los que haba algunos cigarros que el joven confes haber
tomado del escritorio de la biblioteca. No se le pudo hacer responder quin le haba instigado a hacer fumar a la rana para que se
hinchara hasta reventar. No sirvieron las consideraciones, ni los golpes que el jardinero le propin por orden del profesor. Tambin
Alraune lo neg tozudamente, aunque una criada declar haber visto a la nia tomar los cigarrillos. Ambos persistieron en lo dicho: el
chico, en que haba robado los cigarrillos, y la nia en que nada haba hecho. Todava permaneci Alraune un ao ms en el convento, y
luego, a mitad de curso, fue enviada a su casa. Y esta vez sin razn. Slo las supersticiosas hermanas crean en su culpa; y quiz tambin
un poco el consejero. Pero ningn hombre razonable lo hubiera hecho.
Ya una vez haba estallado en el Sacr Coeur una epidemia de sarampin: cincuenta y siete nias yacan en sus camitas y slo
algunas, entre ellas Alraune, corran sanas de un lado a otro. Pero ahora fue algo peor: una epidemia de tifus. Murieron ocho nias y una
hermana y estuvieron enfermas casi todas las dems. Pero Alraune ten Brinken nunca estuvo tan sana como entonces. Floreci y corra
alegre de cuarto en cuarto: y como por aquellos das nadie se ocupaba de ella, se sentaba en todas las camas y deca a las enfermitas
que se iban a morir. Maana mismo, aseguraba, y aada que iran al infierno. En cambio ella, Alraune, vivira e ira despus al cielo. Y
reparta por todas partes estampitas de santos y deca a las enfermitas que deban rezar a la Virgen y al Corazn de Jess, aunque de
nada les iba a servir. De todos modos arderan hasta quedar bien tostaditas. Oh, era sorprendente con qu colorido saba pintar todo
esto! A veces, cuando estaba de buen humor, era ms suave y prometa slo cien mil aos de Purgatorio. Pero tambin esto era bastante
fuerte para los sentidos enfermos de las piadosas nias. El mdico mismo expuls a Alraune del dormitorio, y las hermanas, firmemente
convencidas de que ella sola haba trado al convento la epidemia, la enviaron a su casa.
El profesor rea encantado de aquel informe. Y tampoco dej de divertirse cuando, poco despus de la llegada de la nia, dos de sus
criadas contrajeron el tifus y murieron poco despus en el hospital. Pero a la priora del convento de Nancy le escribi una carta
indignada protestando de que se le hubiera enviado la nia a casa en tales circunstancias. Se neg a pagar los recibos del ltimo semestre
del colegio y reclam con energa la devolucin del dinero que la enfermedad de las criadas le haba costado. Y es cierto que, desde un
punto de vista sanitario, las hermanas del Sagrado Corazn no debieron haber procedido de aquella manera.
***
Por lo dems, Su Excelencia ten Brinken no procedi de muy distinto modo. No es que tuviera miedo al contagio; pero, como a todos
los mdicos, las enfermedades le eran ms simpticas en otras personas que en su propio cuerpo. Tuvo a Alraune en Lendenich hasta
que en la ciudad se inform de un buen pensionado. Y cuatro das despus la enviaba a Spa, al clebre Instituto de mademoiselle
Vynteelen. El taciturno Aloys deba acompaarla. El viaje se hizo sin incidentes para la nia, mientras que al criado le ocurrieron dos
peripecias. Durante el viaje de ida encontr un portamonedas con algunas piezas de plata y a la vuelta se aplast un dedo al cerrar la
portezuela del vagn. El consejero asinti complacido cuando el criado le refiri los sucesos. De aquellos aos que Alraune pas en Spa,
le cont muchas cosas al consejero la seorita Becker, la institutriz alemana, que proceda de la Ciudad Universitaria, junto al Rin, y
pasaba en ella sus vacaciones. Ya en los primeros das comenz Alraune a ejercer su influjo en la vieja casa de la Avenue del Marteau, y
aquel dominio no se haba limitado a las profesoras, especialmente a la miss, que a las pocas semanas era juguete sin voluntad de los
absurdos caprichos de la nia. As, por ejemplo, Alraune haba declarado durante el desayuno que no le gustaba la miel ni la mermelada,
que quera manteca. La seorita de Vynteelen, naturalmente, no se la dio. A los pocos das, algunas otras pensionistas pidieron tambin
manteca, y, finalmente, por todo el Instituto corri un clamoroso deseo de manteca. Pero miss Patterson, que nunca haba tomado con el
desayuno otra cosa que toast con jam, experiment sbitamente un insaciable anhelo de manteca, de modo que la directora tuvo que
ceder y autorizar un pedido considerable. Desde aquel da Alraune prefiri decididamente la mermelada de naranja. A una pregunta
concreta del profesor declar la seorita Becker que por aquellos aos no se haba dado en el pensionado entero caso alguno de
martirizar animales. En cambio, Alraune haba atormentado cruelmente a las otras nias y a los profesores y profesoras, especialmente al
pobre maestro de msica. En su tabaquera, que siempre dejaba en el corredor; en el bolsillo del gabn, para evitar la tentacin de tomar
un polvo durante la clase, se encontraron, desde el ingreso de Alraune, las cosas ms extraas, como gruesas araas y ciempis. Luego
plvora, pimienta, polvos de salvadera. Algunas veces se sorprendi a alguna educando, que fue por ello castigada. Pero nunca a
Alraune. Sin embargo, sta haba mostrado siempre una tenaz resistencia pasiva contra el viejo msico. Nunca haba hecho los ejercicios
y durante la clase se sentaba con las manos en el regazo, sin levantarse para tocar. Cuando el profesor, desesperado, se quej una vez a
la directora, Alraune declar tranquilamente que el viejo menta. La seorita de Vynteelen asisti personalmente a la clase siguiente; y,
caso sorprendente, la nia se supo la leccin de maravilla y toc mejor que las otras, mostrando una extraordinaria ejecucin. La
directora hizo violentos reproches al profesor de msica, que se haba quedado de una pieza sin poder decir otra cosa que: Mais cest
incroyable, c'est vraiment incroyable.
Por lo que las pequeas pensionistas le llamaron en adelante Monsieur Incroyable, gritndoselo en cuanto se dejaba ver y
pronunciando las palabras como si no tuvieran dientes en la boca.
Por lo que a la miss se refiere, apenas tena da tranquilo. Le haban jugado una mala pasada detrs de otra. Le haban echado polvos
de picapica en la cama; y una vez, despus de una excursin campestre, metieron en ella media docena de pulgas. Tan pronto
desaparecan las llaves de un armario o de su cuarto, como encontraba arrancados todos los corchetes del traje que iba a vestirse en
aquel momento. Una vez, al querer meterse en la cama, la aterraron, hasta ponerla a morir, los efectos de un polvo efervescente
depositado en su vase de nuit. Y otra vez entraron por su ventana cohetes ardiendo, que la hicieron pedir socorro. Tan pronto
encontraba untada de goma o de color la silla en que iba a sentarse, como hallaba en sus bolsillos un ratn muerto o una cabeza de
gallina. Y as sigui la cosa sin que la pobre miss pudiera gozar de una hora tranquila. Pesquisa tras pesquisa, siempre se daba con
algunas culpables, entre las que nunca se encontraba Alraune; aunque todos estaban convencidos de que ella era la verdadera autora de
las bromas. La nica que rechaz con indignacin esta sospecha fue la inglesa misma, que juraba por la inocencia de la nia hasta el da
en que volvi las espaldas al Instituto Vynteelen, a aquel infierno, como deca ella, que slo cobijaba a un dulce angelito.
Y el profesor sonrea al escribir en el infolio: Ese dulce angelito es Alraune.
Por lo que se refiere a ella misma sigui contando la seorita Becker al profesor, siempre haba evitado todo contacto con la
extraa nia, lo que le fue tanto ms fcil cuanto que ella slo tena que ocuparse de las alumnas inglesas y francesas, y de Alraune slo
en las horas de gimnasia y de trabajos manuales. De lo ltimo la libr inmediatamente al notar que Alraune no mostraba inters alguno
por ellos, sino al contrario: una directa animadversin; y en los ejercicios de gimnasia, en los que la nia se distingua, hizo siempre como
que no se fijaba en sus caprichos. Slo haba tenido un encuentro con ella, poco despus de su ingreso, y tena que confesar que en
aquella ocasin se llev la peor parte. Durante el recreo haba odo casualmente cmo Alraune contaba a sus condiscpulas su estancia
en el convento; lo haca con tanto descaro y cinismo, que ella se crey en el deber de intervenir. De una parte haba referido lo magnfico
de aquella vida, de otra un verdadero folletn con toda clase de horrores realizados por las piadosas monjas. Como la institutriz misma se
haba educado en el convento del Sagrado Corazn de Nancy y saba muy bien que todo se desarrollaba en l del modo ms llano y
sencillo y que aquellas monjas eran las criaturas ms inofensivas del mundo, llam a Alraune reprochndole sus mentiras y exigindole
que dijera a sus compaeras que no haba referido la verdad. Y como la muchacha se resistiera tenazmente, se declar dispuesta a
hacerlo ella misma. A lo cual Alraune, empinndose sobre las puntas de los pies y mirndola frente a frente, haba contestado: Si hace
usted eso, seorita, contar que su madre es una pobre vendedora de queso.
La seorita Becker tena que confesar que haba sido bastante dbil para ceder a un falso sentimiento de vergenza y haba dejado a
la nia hacer su voluntad. Resonaba en su voz tal superioridad que en aquel momento casi se asust. Dej a Alraune y se retir a su
cuarto contenta de no haber tenido con ella ninguna disputa. Por lo dems, pag su culpa de haber negado a su buena madre, porque al
otro da Alraune cont a todas sus condiscpulas lo de la tienda de quesos y a la institutriz le cost mucho trabajo reconquistar el prestigio
perdido en el Instituto.
Pero de mucho peor manera que con sus superiores jugaba Alraune con las otras nias. No haba una en todo el pensionado a la que
no hubiera hecho sufrir. Y pareca extrao que la nia se hiciera querer ms a cada nueva hazaa. La educando que haba elegido como
vctima poda protestar; pero luego no se apartaba de Alraune; era ms popular que todas las otras muchachas. La seorita Becker cont
al consejero una porcin de detalles, de los cuales los ms caractersticos estn consignados en el infolio.
Blanche de Banville haba vuelto de las vacaciones pasadas en Picarda con sus parientes. Con tal ocasin, aquella ardiente nia de
catorce aos se haba enamorado hasta las orejas de un primo suyo de mucha ms edad. Ella le escriba desde Spa. Y l le contestaba:
B. de B. Poste restante. Luego debi tener cosa mejor que hacer, porque las cartas cesaron. Alraune y la pequea Louison descubrieron
el secreto. Blanche se senta, naturalmente, muy desgraciada y lloraba toda la noche. Louison se sentaba junto a ella y trataba de
consolarla; pero Alraune declar que no se deba hacer tal cosa. El primo le haba sido infiel, le haba traicionado y Blanche deba morir
de amor. ste era el nico medio de representar al ingrato las consecuencias de su hazaa para que errara toda su vida de un lado a otro
como perseguido por las furias. Y present una serie de casos en los que as haba sucedido. Blanche estaba conforme con lo de morir,
pero no lo consegua. A pesar de su gran dolor, la comida le saba siempre a gloria. Alraune declar que Blanche tena entonces el deber
de matarse si no le era posible morir de dolor. Le recomend un pual o una pistola, pero desgraciadamente no haba a mano ni lo uno ni
lo otro. No se la pudo inducir a saltar por una ventana, ni a clavarse una aguja de sombrero en el corazn, ni a ahorcarse. Slo quera
tragarse algo, y nada ms. Alraune supo pronto dar consejo. En el botiqun de la seorita de Vynteelen haba una botella de lysol que
Louison deba robar. No quedaba en ella ms que unos residuos, pero Louison le aadira las cabezas de dos cajas de fsforos. Blanche
escribi algunas cartas de despedida, a sus padres, a la directora y al ingrato amado. Se bebi luego el lysol y se tom los fsforos:
ambas cosas le supieron horriblemente. Para mayor seguridad dispuso Alraune que se tragara tres paquetitos de agujas de coser.
Alraune no estaba presente en el momento del suicidio: con el pretexto de vigilar haba salido al cuarto inmediato despus de haberle
jurado a Blanche sobre el crucifijo cumplir exactamente todas sus prescripciones. Era por la noche y la pequea Louison estaba sentada
junto al lecho de su amiga y le entregaba, entre lamentables lgrimas, primero el lysol, luego los fsforos y por ltimo las agujas. Cuando
aquel triple veneno se apoder de la pobre Blanche, que se retorca y gritaba de dolor, Louison le acompa en sus gritos hasta hacer
retemblar la casa. Sali corriendo del cuarto y trajo a la directora y a las maestras, a las que cont que Blanche se mora. Blanche de
Banville no muri; un hbil mdico le administr en seguida un enrgico vomitivo que la hizo devolver el lysol, el fsforo y los paquetes de
agujas. Cierto que media docena de stas se haban quedado en el estmago, saliendo, en el curso de los aos, por todos los sitios
posibles, recordando a la pequea suicida su primer amor, de un modo bastante doloroso.
Blanche guard cama largo tiempo, con grandes dolores. Pareca estar ya bastante castigada. Todas la compadecan mucho, eran
con ella tan cariosas como podan, y cumplan hasta sus menores deseos. Pero ella no quera sino que no se castigara a las dos
amiguitas que le haban ayudado: a Alraune y a la pequea Louison. Y lo pidi, y lo rog, y lo suplic tanto, que la directora tuvo que
prometrselo. Por eso Alraune no fue expulsada del pensionado.
Luego le toc el turno a Hilde Aldekerk, a la que tanto le gustaban los pasteles que vendan en la confitera alemana de la Place
Royal. Aseguraba que poda comerse veinte. Pero Alraune afirm que no podra con treinta. Apostaron; la que perdiera deba pagar los
pasteles. Hilde Aldekerk gan, pero se puso enferma, teniendo que guardar cama quince das. Glotona! le gritaba Alraune. Te
est bien empleado! Y en adelante, todas las nias llamaron a la gordinflona Hilde glotona. sta lloraba al principio, luego se
acostumbr y fue, por fin, una de las ms ardientes partidarias de Alraune; lo mismo que Blanche de Banville.
Slo una vez, segn contaba la seorita Becker, haba sido Alraune seriamente castigada. Y esta vez, sin razn. Una noche de luna
llena, la profesora de francs sali aterrada de su cuarto, grit hasta despertar a toda la casa y balbuce que un espectro blanco estaba
sentado en su balcn. Nadie se atrevi a entrar. Al final, despertaron al portero, que entr en el cuarto armado de una gruesa cachiporra.
Se descubri que el fantasma era Alraune, que, envuelta en su camisa de dormir, estaba sentada en el balcn, contemplando la luna con
los ojos muy abiertos. Cuando la hicieron entrar, no pudieron sacarle una palabra. La directora tom el caso por una broma pesada. Slo
ms tarde se puso en claro que Alraune haba obrado bajo el influjo de la luna. En otras ocasiones ya se la haba sorprendido en estado
de sonambulismo. Sorprendente fue tambin que Alraune expiara aquel injusto castigo la copia de largos CAPTULOs del
Telmaco, durante las horas de recreo sin protestar y muy concienzudamente. Contra cualquier castigo justo se hubiera indignado
muchsimo.
La seorita Becker dijo al consejero: Temo que Vuestra Excelencia no obtendr grandes satisfacciones de su hija. Pero el profesor
respondi: Creo que s. Por ahora estoy muy contento.
En los dos ltimos aos no dej venir a Alraune a casa durante las vacaciones. La permiti viajar con sus amigas del pensionado: una
vez a Escocia, con Maud Macpherson; luego a Pars, con Blanche, y a la regin de Mnster, con las dos Rodenberg. No tuvo ninguna
noticia concreta de esos episodios de la vida de Alraune; slo pudo imaginarse lo que en aquellas vacaciones habra hecho. Para l era
una satisfaccin el pensar que el ser que creara poda trazar tan lejos el crculo de su influencia. Ley en el peridico que, durante el
verano que Alraune pas en Boltenhagen, la divisa verde y blanca del viejo conde Rodenberg se haba distinguido extraordinariamente en
las carreras, y que su cuadra haba obtenido altos premios; adems, supo que Mlle. de Vynteelen haba recibido una inesperada herencia,
que la puso en condiciones de cerrar su instituto, de modo que ya no admiti a ninguna nueva pensionista y slo continu con las antiguas
hasta el final de sus estudios. Ambas cosas las atribuy el consejero al influjo de Alraune, y estaba casi convencido de que a las otras
casas donde haba habitado, al convento de Nancy, a los hogares del Reverendo Macpherson, y al de los Banville, en el bulevar
Haussmann, tambin haba llevado dinero; as haba hecho buenas sus picardas por triplicado. Pensaba que todas aquellas personas
deberan estar muy agradecidas a su hija; tena el sentimiento de haber trado al mundo una doncella peregrina, que a todas partes
llevaba sus dones y esparca rosas en el camino de todos los que tenan la dicha de encontrarla. Se ri al pensar que aquellas rosas tenan
agudas espinas y que podran abrir algunas lindas llagas.
Y pregunt a la seorita Becker:
Dgame usted... Cmo le va a su buena mam?
Gracias, Excelencia. Mi madre no puede quejarse. Su negocio ha mejorado considerablemente en los ltimos aos.
Y el consejero dijo:
Vea usted!...
Y dio orden de que se comprara siempre el queso en la tienda de la seora Becker, en la Mnsterstrasse: emmenthal, roquefort,
chester y holands aejo.
CAPTULO VIII
Que explica cmo se condujo Alraune como seora de la posesin de los Brinken
Cuando Alraune volvi a la casa del Rin consagrada a San Juan Nepomuceno, el consejero ten Brinken tena setenta y seis aos.
Pero sta edad slo poda determinarse con ayuda del calendario; ya que ninguna flaqueza, ni achaque alguno la hacan sospechar. Se
senta como soleado en su vieja aldea, que las garras de la ciudad, cada vez ms cercanas, iban a asir; se afianzaba como una araa a
aquel nido de su poder, tendiendo luego sus redes en todas direcciones. Y sinti como una comezn de impaciencia al acercarse la venida
de Alraune: la esperaba como un juguete de sus caprichos, que le servira como cebo para atraer a sus redes a muchas necias moscas y
polillas.
Alraune vino y al viejo le pareci la misma de los das de la infancia. La estudiaba largo tiempo cuando ella se sentaba ante l en la
biblioteca, sin encontrar nada que le recordara al padre o a la madre. La joven era pequea y delicada, delgada, estrecha de pecho y
poco desarrollada an. Su figura entera era la de un nio; sus movimientos, rpidos y algo torpes. Se hubiese podido pensar en una
muequita; slo que la cabeza nada tena de mueca. Los pmulos eran algo salientes, y los labios, plidos y delgados, se distendan sobre
los dientes. Su cabellera flotaba, abundante, espesa: no era roja, como la de su madre, sino castaa. Como la de la seora Josefa
Gontram, pens el consejero, y le satisfizo la ocurrencia de que ello fuera un recuerdo de la casa en que se concibi la idea de Alraune.
Cuando, tranquila y silenciosa, la nia se sentaba frente a l, el profesor la observaba, con su mirada oblicua, crticamente, como si fuera
un cuadro, acechando en busca de otras reminiscencias.
S. Sus ojos! Se abran muy por debajo de las delgadas y picarescas rayitas de las cejas, que levantaban la frente estrecha y tersa.
Unas veces miraban fra y burlonamente, otras con blandura y ensoacin. Eran de un verde primavera, de una dureza de acero..., como
los de su sobrino Frank Braun.
El profesor sac su ancho belfo; aquel descubrimiento no le resultaba simptico. Pero pronto se encogi de hombros. Por qu el que
la imagin no haba de tener su parte en ella? Parte bastante pequea y comprada muy cara: por todos los millones que la silenciosa nia
le haba quitado.
Tienes los ojos brillantes dijo.
Ella asinti nada ms, y l prosigui:
Y tus cabellos son hermosos. La madre de Wlfchen tena los cabellos as.
Y Alraune dijo:
Me los cortar.
El consejero le orden:
No lo hars! Lo oyes?
Pero cuando baj a cenar se haba cortado ya los cabellos. Pareca un paje, con sus melenas encuadrando su rostro de muchacho.
Que has hecho de tu pelo? le grit l.
Y ella, tranquilamente:
Aqu est.
Y mostr una gran caja de cartn en la que guardaba la lustrosa y larga melena.
l comenz a decir:
Por qu te los has cortado? Porque te lo prohib? Por testarudez?
Alraune sonrea.
No. Lo hubiera hecho de todas maneras.
Pero por qu?
Entonces tom ella la caja y sac de ella siete largas trenzas. Cada una tena un lazo dorado y cada una llevaba una tarjetita con un
nombre: Emma, Margurite, Louison, Evelyn, Anna, Maud y Andrea.
Son tus compaeras de colegio? pregunt el consejero. Y t eres tan tonta que te cortas el pelo para mandarles un
recuerdo?
Se irrit. Aquel inesperado sentimentalismo de besugo no le agradaba nada. La haba imaginado ms madura y ms spera.
Ella le mir con los ojos muy abiertos.
No dijo; me son completamente indiferentes. Slo...
Se detuvo.
Unos cuantos empleados tenan los libros en bastante orden y cuidaban de la regularidad del servicio. Haba una habitacin en cuya
puerta se lea: Asuntos jurdicos; aqu solan pasar una hora Gontram, el consejero y el doctor Manasse, que todava no lo era. Ellos
dirigan los procesos del profesor, que se multiplicaban da a da. Manasse los fciles, los que terminaban en una victoria; Gontram los
difciles, los que era preciso aplazar una y otra vez y, al fin, terminaban en un arreglo aceptable.
Tambin el doctor Mohnen tena su habitacin propia. Junto a l trabajaba Wolf Gontram, a quien protega y trataba de educar a su
manera. Aquel hombre de mundo saba mucho; apenas algo menos que el pequeo Manasse, pero su ciencia no tena relacin alguna con
su personalidad. Nada poda hacer con ella, y haba reunido su cultura como los nios coleccionan sellos de correo: porque sus
condiscpulos lo hacen. Ah, en cualquier cajn, est su coleccin, de la que nunca se ocupa. Slo cuando viene alguien y quiere ver un
sello raro saca su lbum y lo abre: Vea usted: Sajonia, 3, rojo.
Algo le atraa hacia Wolf Gontram: quiz los grandes ojos negros, que una vez amara en el rostro de la madre..., que am como l
poda, como am a otros quinientos ojos hermosos. Cuanto ms lejos estaban las relaciones mantenidas con cualquier mujer, tanto ms
profundas le parecan. Hoy le pareca que haba sido ntimo confidente de aquella mujer, aunque nunca se atrevi a besarle la mano.
Adase a esto que el joven Gontram escuchaba cndidamente todas sus historietas amorosas, que no dudaba un segundo de sus
hazaas y le tomaba por el gran seductor que a l tanto le hubiera gustado ser. El doctor Mohnen le vesta; le enseaba cmo anudar una
corbata, y le ense a ser elegante, en la medida de su criterio. Le dio libros, le llev a teatros y conciertos para que tuviese siempre en
sus habladuras un pblico agradecido. Se tena por un hombre de mundo, y quiso hacer otro de Wolf Gontram.
Y no puede negarse que el joven le deba slo a l todo lo que consigui ser: era el maestro que necesitaba; que nada peda y daba
siempre, da tras da, casi cada minuto; el que le educ sin que el otro lo notara. As se desarroll en Wolf Gontram una vida. Todos en la
ciudad saban que era hermoso, menos Karl Mohnen, para quien la idea de belleza estaba unida estrechamente a unas faldas y a quien
slo le pareca hermoso lo que llevaba cabellos largos y nada ms. Cuando todava iba Wolf al gimnasio, los viejos se volvan,
persiguindole con una mirada oblicua, y los plidos oficiales le seguan con los ojos, y muchas bellas cabezas de rasgadas lneas, en las
que gritaban anhelos contenidos, suspiraban reprimiendo rpidamente un ardiente deseo. Ahora las miradas le venan de entre velos o
desde debajo de grandes sombreros: los hermosos ojos de las mujeres perseguan al joven.
Esto puede dar algo de s murmuraba el pequeo Manasse, sentado junto al Consejero Gontram y su hijo en el Jardn de los
Conciertos. Si no se vuelve pronto, le va a doler la nuca.
A quin? pregunt el consejero.
A quin? A su Alteza Real. Mire usted para all, seor colega. Desde hace media hora est all con el cuello torcido, sin quitar los
ojos de su hijo.
Bueno; djela usted dijo Gontram indiferente.
Pero el pequeo Manasse no ceda.
Sintate aqu, Wolf le orden.
Y el joven, dcilmente, se puso a su lado, volviendo las espaldas a la princesa.
Ay! Aquella belleza aterraba al pequeo abogado. Como en la de la madre, crea or tambin, bajo su mscara, rer a la Muerte! Y
esto le atormentaba, le martirizaba. Y odiaba al joven casi tanto como haba amado a la madre. Este odio era bastante extrao. Era una
pesadilla: un ardiente deseo de que en el joven Gontram se cumpliera el destino al que estaba llamado. Hoy mejor que maana. Para el
abogado, sera como si aquel cumplimiento le trajera una liberacin.
Y haca, sin embargo, todo lo que poda por aplazar indefinidamente aquella redencin. Sala en defensa de Wolf donde quiera que
poda, le ayudaba a allanar su vida.
Cuando Su Excelencia ten Brinken rob la fortuna de su pupilo, se puso fuera de s.
Es usted un loco, un idiota le aull a Gontram, y de buena gana le hubiera mordido las pantorrillas como su difunto perro Cyklop.
Y analiz ante el padre, minuciosamente, de qu canallesca manera haba sido estafado su hijo. El profesor adquiri los viedos y
terrenos que Wolf heredara de su ta, pagando por ellos menos del precio normal, y luego encontr en aquel suelo tres ricas fuentes
medicinales, que haba hecho demarcar y que estaba explotando.
Nunca se nos hubiera ocurrido a nosotros replic el consejero Gontram tranquilamente.
Manasse espumeaba de indignacin. Lo mismo da. Los terrenos valan ahora seis veces ms. Y lo que el viejo estafador haba
pagado lo haba vuelto luego a descontar como mantenimiento del joven. Una verdadera cochinada.
Pero nada haca impresin en el consejero Gontram, que era bondadoso y tan lleno de bondad, que slo bondad vea en los dems
hombres. Era capaz de ver en los ms perversos hechos de los ms bajos criminales una chispita de bondad. Y ensalzaba al profesor por
haber empleado a su hijo en la secretarla, y arroj, como ltimo triunfo, haberle odo decir que recordara a su hijo en su testamento.
se?... se? dijo el abogado, rojo de rabia contenida; y se tiraba de los grises caones de su barba. Ni un cntimo le dejar
como recuerdo.
Pero Gontram cerr el debate.
Por lo dems, a ningn Gontram le ha ido mal desde que corre el Rin.
Y en esto tena toda la razn.
***
Desde que Alraune estaba de vuelta, Wolf cabalgaba cada tarde hacia Lendenich. El doctor Mohnen le haba prestado un caballo
que su amigo el comandante conde Geroldingen haba puesto a su disposicin. El mentor haba hecho al joven aprender a bailar y a
esgrimir. Dijo que un hombre de mundo deba hacerlo as, y refiri historias de locas cabalgadas, dueos victoriosos y grandes xitos en el
saln de baile; aun cuando l mismo nunca haba trepado sobre un jamelgo, ni se haba visto frente a una espada y apenas poda bailar
una polca.
Wolf Gontram conduca al establo el caballo del conde y atravesaba luego el patio hacia la casa seorial. Llevaba una rosa. Slo una,
como le haba enseado el doctor Mohnen. Por cierto, la ms esplndida que haba encontrado en la ciudad.
Alraune ten Brinken tomaba la rosa y comenzaba a deshojarla lentamente. Cada tarde ocurra as. Pellizcaba las hojas y haca con
ellas ampollitas, que reventaba, con un chasquido, sobre la frente y las mejillas de l. Tal era el favor que le conceda.
Tampoco l peda ms. Soaba, pero nunca sus sueos se condensaron en deseos. Se entretejan en el aire y llenaban las viejas
estancias, como anhelos sin dueo.
Wolf Gontram segua como una sombra a aquel extrao ser a quien amaba. Alraune, como cuando eran nios, le llamaba Wlfchen.
Porque eres como un perrazo: un animalote tonto, bueno y fiel. Negro y peludo, muy bonito, con leales y profundos ojos de mujer.
Por eso... Porque no sirves para nada, Wlfchen, ms que para llevar la cartera corriendo detrs de cualquiera.
Y ella le haca tumbarse ante su silln y le pisaba suavemente el pecho o le rozaba las mejillas con su zapatito, que luego arrojaba,
ponindole entre los labios los dedos de sus pies.
Besa, besa! deca riendo.
Y l besaba la media de seda que le envolva el pie.
***
El consejero miraba de reojo, con una sonrisa agria, al joven Gontram. Era tan feo como hermoso el muchacho. Bien lo saba, pero
no tema que Alraune se enamorara de l. Slo le molestaba aquella constante presencia suya.
No necesita venir aqu todas las noches refunfu.
S replic Alraune.
Y Wlfchen vena.
El profesor pens:
Est bien. Trgate el anzuelo, hijito.
Alraune fue as la duea de la mansin de los ten Brinken. Y lo fue desde el da en que lleg del pensionado. Era la duea, pero
sigui siendo una extraa, una intrusa, algo que no haba crecido en aquella tierra, que no tena afinidad con nada de lo que all alentaba o
radicaba. Los recaderos, las criadas, los cocheros y los jardineros slo la llamaban la seorita. Y lo mismo las gentes de la aldea.
Decan, por ah va la seorita como si hablaran de una persona cualquiera que estuviera de visita.
A Wolf Gontram le llamaban en cambio el joven seor.
El sagaz consejero notaba esto y le satisfaca: La gente nota que ella es algo diferente escriba en el infolio. Y tambin lo notan
los animales.
Los animales, los caballos y los perros y el esbelto corzo que corra por el jardn, y hasta las ardillas que se escabullan por las copas
de los rboles. Wolf Gontram, en cambio, era el gran amigo de todos ellos. Levantaban la cabeza y venan a su encuentro cuando l se
les aproximaba. Pero cuando la seorita se acercaba, la rehuan. Slo a los hombres se extiende su influjo pensaba el profesor. Los
animales estn inmunes. Y contaba entre ellos, naturalmente, recaderos y campesinos. Tienen el mismo sano instinto meditaba, la
misma involuntaria animadversin, que casi es miedo. Ella puede estar contenta de haber venido al mundo hoy, y no hace medio milenio.
En menos de un mes se la hubiera tenido por bruja en la aldea de Lendenich, y el obispo habra recibido un buen asado. Aquella
repulsin que sentan por Alraune los animales y la gente baja encantaba al anciano casi tanto como la extraa atraccin que ejerca
sobre los mejor nacidos. Siempre citaba nuevos ejemplos de esta adhesin y de este odio, aun cuando en ambos campos se dieran
excepciones.
De las notas del consejero se destaca con certeza su conviccin de la existencia de cualquier momento en Alraune capaz de
provocar una influencia, bien precisa de contornos, sobre lo que la rodeaba. As que el profesor siempre se esforzaba en buscar y
subrayar todo cuanto le pareca a propsito para fortalecer su hiptesis. Cierto que, de esta manera, la biografa de Alraune, tal como su
progenitor la escribi, no es tanto un relato de lo que ella hizo como de lo que hicieron otros influidos por ella. Slo en las acciones de los
hombres en contacto con ella se refleja la vida del ser Alraune. Al consejero se le apareca verdaderamente como un fantasma, como
una apariencia sin vida en s misma, como una sombra que se proyectaba en rayos ultravioletas y que slo cobraba forma en algn
suceso que caa fuera de ella misma. l se abism tanto en este pensamiento, que muchas veces no crea que fuera un ser irreal al que l
haba dado cuerpo y forma: una mueca sin sangre a la que l haba prestado una mscara. Esto halagaba su vieja vanidad. l era la
CAPTULO IX
No s. La seorita dijo: Arranca, Mathieu Maria. Yo no quise. Entonces puso su mano sobre la ma y yo la sent a travs del
guante. Y arranqu. Ya no s ms.
Hablaba tan dbilmente, que ella tuvo que acercar el odo a su boca. Y como callara, pregunt:
Por qu lo has hecho?
De nuevo movi Raspe los labios.
Perdname, Lisbeth. Yo... tuve que hacerlo... La seorita...
Lisbeth le mir y el horror resplandeci en sus ojos. Y grit oh, su lengua expres el pensamiento casi antes que su cerebro lo
concibiera!, grit:
T la quieres!
Entonces levant la cabeza apenas una pulgada y murmur con los ojos cerrados:
S, s...; yo sal con ella...
Fue lo ltimo que habl. Un profundo desmayo se apoder de l hasta la madrugada. Sigui una lenta agona...
Lisbeth se levant.
Ante la puerta estaba el viejo Froitsheim y ella se ech en sus brazos.
Mi marido ha muerto dijo.
Y el cochero se santigu y quiso entrar en el cuarto. Pero ella le contuvo.
Dnde est la seorita? Vive todava? Est herida?
Las arrugas del anciano rostro se marcaron ms.
Que si vive? Oh, s, vive!... Ah est... Herida? Ni un araazo... Slo vino un poco sucia.
Y seal hacia el patio con su artrtica mano.
All estaba la esbelta muchacha en su traje de hombre. Levant el pie, lo apoy en la mano de un hsar y se ech sobre el caballo.
Ha telefoneado al comandante que hoy no tena lacayo y l le ha mandado a su asistente.
Lisbeth corri hacia el patio.
Ha muerto!... Mi marido ha muerto!...
Alraune ten Brinken se volvi en la silla sacudiendo la fusta.
Muerto dijo lentamente. Muerto... Es verdaderamente una lstima.
Seorita grit Lisbeth. Seorita, seorita...
Las herraduras golpearon las viejas losas, arrancndoles pequeas chispas. Nuevamente vio Lisbeth a Alraune trotar por la aldea,
con sus bucles de muchacho, con el descaro y la altanera de un prncipe orgulloso. Era un hsar el que ahora la segua, un hsar del Rey,
con su uniforme azul, y no su marido, Mathieu Maria Raspe...
Seorita! gritaba Lisbeth en su angustia. Seorita, seorita!...
Desbordando desesperacin y odi, acudi al consejero, quien la dej desahogarse y le dijo que comprenda su dolor y que no quera
tomarle a mal nada de lo que hablaba. Estaba dispuesto a pagar un trimestre del sueldo del chauffeur, a pesar del despido. Pero ella
deba ser razonable y hacerse cargo de que nadie sino l tena la culpa de aquella lamentable desgracia.
Lisbeth acudi a la polica y all no fueron tan corteses. Le dijeron que lo que haba pasado era de esperar y que Raspe haba sido el
conductor ms loco de toda la provincia. El castigo era justo y ellos haban cumplido con su deber advirtindoselo a tiempo. Su marido
tena la culpa, le dijeron, y que ella debera avergonzarse de querer cargar con ella a la seorita. Iba la seorita al volante? Ayer? En
alguna ocasin?
Acudi entonces a un abogado, y luego a otro y a otro. Pero eran gentes honradas y le dijeron que no entablaran el proceso aun
cuando les anticipara el dinero. Oh, cierto, todo era posible! Por qu no? Pero tena pruebas? Ninguna, absolutamente ninguna.
Entonces... Debera irse tranquilamente a su casa: nada poda hacerse. Y aun cuando todo fuera como ella deca y se pudiera probar, su
marido segua siendo el culpable, puesto que era un buen chauffeur, prctico en el oficio, y la seorita casi una chiquilla.
Volvi, pues, a su casa. Enterr a su marido en el pequeo cementerio de detrs de la iglesia, recogi su ajuar, lo subi ella misma al
carro, tom el dinero que el consejero le ofreca y se march con sus nios.
Pocos das despus ocup su casa un nuevo chauffeur. Era pequeo y grueso, y beba mucho. A la seorita ten Brinken no le gust
y apenas sala con l. Nunca tuvieron que denunciarle y la gente deca que era un hombre cabal, mucho mejor que el salvaje Raspe.
***
Mariposita! deca Alraune cuando Wolf Gontram entraba por las tardes en su gabinete. Y los hermosos ojos del joven brillaban,
y deca:
T eres la luz.
Y ella:
Te quemars tus lindas alitas. Y luego te arrastrars por el suelo como un feo gusano... Ten cuidado... Wolf Gontram.
l la miraba y sacuda la cabeza.
diciendo que estaba satisfecho de sus trabajos y que no vera con malos ojos que alguien, tan bien iniciado en los negocios, pudiera
sucederle algn da. Cierto que l nunca influira en las decisiones de su hija; sin embargo, quera prevenirlo: una parte interesada, que no
quera nombrar, le combata sin reparar en medios, difundiendo rumores sobre su vida disipada que haban llegado a odos de la seorita.
Casi el mismo discurso pronunci el consejero ante el comandante, slo que en l observ que no vera con malos ojos que la suya
entroncara con una familia tan distinguida como la de los Geroldingen.
En los das siguientes, ambos rivales evitaron cuidadosamente el encontrarse y redoblaron sus atenciones con Alraune; el doctor
especialmente no dej de cumplir ninguno de sus deseos. Cuando la oy hablar de su entusiasmo por un collar de siete hilos de perlas
encantadoras que haba visto en casa de un joyero de la Schildergasse de Colonia, march all en seguida y lo compr. Y al notar a la
seorita embelesada un momento con su regalo, crey haber encontrado seguramente el camino de su corazn y comenz a cubrirla de
piedras preciosas. Verdad es que para tal fin tuvo que utilizar la caja de la oficina con frecuencia, pero estaba tan seguro de su xito que
lo hizo con el corazn ligero, considerndolo ms bien un prstamo casi legtimo que restituira tan pronto como recibiera los millones de
la dote de Alraune. Su Excelencia bien seguro estaba no hara sino rerse de aquella picarda.
Y su Excelencia ri, en efecto, pero de muy otra manera de como el buen doctor pensaba. El mismo da en que Alraune recibi el
collar de perlas, fue a la ciudad y comprob el medio del que el doctor se haba valido para hacer el regalo. Pero no dijo una palabra.
El conde Geroldingen no poda regalar perlas. No haba caja que l pudiera saquear ni joyero que le concediera crdito. Pero diriga a
Alraune sonetos, bastante bonitos en verdad; le pintaba en su traje de hombre y le tocaba al violn, en lugar de Beethoven, que era lo que
le gustaba, Offenbach, a quien ella oa con gusto.
El da del cumpleaos del consejero, en que ambos fueron invitados, sobrevino por fin el choque. La seorita haba pedido
particularmente a cada uno de ellos que la condujera a la mesa, y cuando el criado anunci que estaba servida, los dos acudieron al
mismo tiempo. Ambos tomaron por pretenciosa e indiscreta la intromisin del otro y se dijeron entre dientes algunas palabras.
Alraune hizo a Gontram seas de que se acercara.
Si los seores no pueden ponerse de acuerdo dijo riendo. Y tom el brazo del joven.
En la mesa, al principio, rein el silencio y el consejero tuvo que dirigir la conversacin. Pero pronto se animaron ambos enamorados
y se bebi a la salud del festejado y de su encantadora hija. Mohnen pronunci un discurso y la seorita le dirigi una mirada que hizo
latir las sienes del comandante. Luego, durante los postres, apoy ligeramente la mano sobre el brazo del conde un segundo slo, lo
bastante para que el doctor se quedara con la boca abierta.
Cuando se levantaron se dej conducir por los dos y bail con ambos. Y durante el vals dijo a cada uno: Qu desagradable ha
estado su amigo de usted! Verdaderamente no deba usted tolerrselo.
El conde dijo: Cierto que no. Pero el doctor Mohnen, golpendose el pecho, exclam: Cuente usted conmigo.
A la maana siguiente la discordia no le pareci al hsar menos infantil que al doctor. Pero ambos tenan el inseguro sentimiento de
haber prometido algo a la seorita ten Brinken.
Le desafiar a pistola, se deca Mohnen, sintiendo al mismo tiempo que no era necesario. Pero el comandante le mand por la
maana temprano un par de camaradas; ya vera el tribunal de honor lo que haba que hacer.
El doctor Mohnen parlament con los padrinos, les expuso que el conde era su ms ntimo amigo y que no le deseaba mal alguno. Si
el conde le daba una explicacin, todo quedaba arreglado. Y en confianza, aada, estaba dispuesto a pagar las deudas del comandante al
da siguiente de la boda. Los oficiales contestaron que todo eso era muy bonito, pero que no arreglaba nada. El seor comandante se
senta ofendido y exiga una satisfaccin. Slo les haba sido encomendado preguntar al doctor si aceptaba el duelo: triple cambio de
balas, quince pasos de distancia...
El doctor Mohnen se asust. Tres..., triple cambio de balas tartamudeaba. El oficial se ech a rer.
Tranquilcese usted, seor doctor. El tribunal de honor no aceptar nunca semejante exigencia por una bagatela. Se trata slo de
guardar las formas.
El doctor Mohnen se hizo cargo, se confi a la sana razn de los seores jueces de honor y acept el duelo. Hizo ms an: se fue a la
Corporacin de los sajones y mand al comandante dos estudiantes que le confirmaran e hicieran ms severas las condiciones: cinco
cambios de balas a diez pasos de distancia. Esto hara buen efecto e impresionara seguramente a la seorita.
El tribunal mixto, compuesto de oficiales y estudiantes, fue bastante razonable para fijar un solo cambio a la distancia de veinte pasos.
De esta manera ninguno de los dos se hara mucho dao y el honor quedara a salvo. El conde sonri al or el fallo y se inclin
cortsmente: pero Mohnen se puso muy plido. l haba contado con que se declarara no haber lugar al duelo, instndose a los dos a que
se presentaran mutuas excusas. Cierto que no era ms que una bala, pero sa poda dar.
Por la maana temprano salieron en coche hacia el bosque de Kotten, todos de paisano, pero con bastante solemnidad, en siete
coches: tres oficiales de hsares y el mdico del Regimiento; luego el doctor Mohnen y, con l, Wolf Gontram, dos estudiantes de la
Saxonia y otro de la Guestphalia que deba hacer de juez de campo. Tambin el mdico doctor Peerenbohm, un veterano de la
Corporacin de los Palatinos, y adems dos criados de la Corporacin, dos asistentes y un sanitario a las rdenes del mdico. Tambin
estaba presente el Excelentsimo seor ten Brinken, que haba ofrecido al jefe de sus oficinas su asistencia como mdico y haba
exhumado y hecho limpiar su viejo estuche de ciruga.
Dos horas anduvieron en aquella alegre maana. El conde Geroldingen estaba de muy buen humor. El da antes, por la tarde, haba
recibido una cartita de Lendenich conteniendo un trbol de cuatro hojas y un papelito con esta nica palabra: Mascota. Llevaba la
carta en el bolsillo interior de su chaleco y le haca rer y soar un feliz acontecimiento. Charlaba con sus camaradas divirtindose en
aquel duelo de nios. Era el mejor tirador de pistola de la ciudad y declaraba estar encantado con la idea de arrancarle al doctor de un
pistoletazo un botn de la bocamanga. Pero no se puede tener seguridad en estas cosas, sobre todo cuando se manejan pistolas ajenas;
por eso prefera disparar al aire, pues hubiera sido una infamia hacerle al doctor ni siquiera un araazo.
El doctor Mohnen, que iba en un mismo coche con el joven Gontram y con el consejero, no pronunciaba palabra. Tambin l haba
recibido una cartita que ostentaba los grandes y agudos rasgos de la escritura de la seorita ten Brinken y contena una minscula
herradura de oro; pero ni siquiera haba reparado en ella, murmurando algo as como: Supersticin pueril! y arrojando la carta en
seguida sobre la mesa. Tena miedo, verdadero miedo, que se derramaba como agua sucia en la fogata de su amor. Se llamaba idiota, por
haberse levantado tan temprano para ir al matadero. Constantemente luchaban en l el deseo de pedir perdn al comandante y salir as
del paso con la vergenza de tener que hacerlo ante el consejero y el joven Gontram, a los que tanto haba hablado de sus hazaas.
Adoptando un aspecto heroico, intentaba fumar un cigarrillo y parecer completamente indiferente a todo. Pero cuando los coches se
detuvieron en la carretera junto al bosque y todos marcharon por el sendero que conduca al claro grande, estaba plido como la cera.
Los mdicos prepararon sus vendajes, el juez de campo hizo abrir las cajas de las pistolas y las carg, pesando cuidadosamente la
plvora para que ambos tiros fueran iguales. Los padrinos sortearon los puestos de sus apadrinados.
El comandante contemplaba sonriendo aquella ceremonia que nadie tomaba en serio; pero el doctor Mohnen volvi la espalda y clav
la vista en el suelo. Luego el juez midi los veinte pasos, dando saltos enormes que hicieron torcer el gesto a los oficiales, que
consideraban impropio que aquel seor convirtiera la cuestin en pura farsa sin tener en cuenta el decoro.
Este claro va a ser demasiado pequeo! le grit el mayor von dem Osten burlonamente.
Pero el estudiante contest con toda tranquilidad:
Los seores pueden meterse en el bosque. As es ms seguro.
Los padrinos condujeron a los duelistas a sus puestos. El juez les inst nuevamente a que se reconciliaran, pero sin aguardar la
respuesta prosigui:
Como por ambas partes se rechaza toda avenencia, ruego a los seores se atengan a mi seal.
Un profundo suspiro del doctor le interrumpi. A Mohnen le temblaban las rodillas, la pistola cay de su mano; sus facciones estaban
plidas como un sudario.
Un momento! grit el mdico acercndose hasta l a grandes pasos.
El comandante, Gontram y los otros seores de la Saxonia le siguieron.
Qu le pasa a usted? pregunt el doctor Peerenbohm.
El doctor Mohnen no dio respuesta alguna y sigui mirando al frente, completamente descompuesto.
Qu le pasa a usted, doctor? repiti su padrino levantando la pistola del suelo y volvindosela a poner en la mano.
Pero Mohnen, que tena el aspecto de un ahogado, segua callando.
Una sonrisa se desliz por el ancho rostro del consejero, y acercndose al sajn le dijo al odo:
Algo humano le acaba de pasar.
Qu quiere usted decir? pregunt ste, que no comprendi en seguida.
Huela usted murmur el anciano.
El muchacho se ech a rer, pero ambos comprendieron lo serio de la situacin, sacaron sus pauelos y se los apretaron a las narices.
Incontinentia alvi! declar el doctor Peerenbohm.
Sac del bolsillo un frasquito, puso unas cuantas gotas de opio en un terrn de azcar y se lo tendi al doctor:
Tome usted, chpelo. Rena todas sus fuerzas. Verdaderamente un duelo as es una cosa terrible.
Pero el doctor no oy ni sinti nada; ni siquiera percibi su lengua el amargo sabor del opio.
Vagamente vio que los dems se separaban de l; luego la voz del juez: Uno, dos.
E inmediatamente son un tiro. l cerr los ojos, sus dientes castaetearon, todo daba vueltas en torno suyo. Tres. Y su propia
pistola dispar. Y aquel estallido en su inmediata proximidad le aturdi de tal manera que las piernas se negaron a sostenerle. No cay,
sino que, ms bien, se hundi en s mismo y se hall tendido en el suelo, fresco de roco, como un cerdo agonizante. Un minuto debi
estar as, que a l pareci una hora; luego tuvo la conciencia de que todo haba acabado.
Listo! murmur con un suspiro de felicidad.
Se tent el cuerpo. No; no esta herido. Slo el pantaln presentaba algunos desperfectos... Pero qu importaba?
Nadie se preocupaba de l, tuvo que levantarse por s mismo, notando la extraordinaria rapidez con que las fuerzas vitales se
recobraban. Ansiosamente aspir el aire fresco de la maana. Oh, qu hermoso era vivir!
Al otro lado del claro vio cmo todos sus acompaantes se aglomeraban en un compacto grupo. Limpi sus lentes y observ. Todos
le volvan la espalda. Lentamente se encamin hacia el grupo y reconoci a Wolf Gontram, que estaba al final; luego vio unas rodillas y
alguien que estaba tendido all en medio.
Era el comandante? Le habra dado? Sera posible que le hubiese matado? Aproximndose, pudo ver con toda claridad; not que
los ojos del conde se posaban sobre l y que su mano le haca dbiles seas de acercarse.
Todos le hicieron sitio y se encontr dentro del grupo. El conde le tendi la diestra y Mohnen se arrodill para tomarla.
Perdneme usted murmur. Realmente no he querido...
El comandante sonrea.
Ya lo s, amigo. Fue slo una casualidad, una maldita casualidad.
Un sbito dolor le sobrecogi, hacindole sollozar lastimeramente.
Slo quera decirle que no le guardo rencor prosigui en voz baja.
Mohnen no respondi. Una violenta congoja contrajo las comisuras de su boca y sus ojos se llenaron de abundantes lgrimas. Los
mdicos le apartaron a un lado y siguieron ocupndose del herido.
No hay nada que hacer murmur el mdico militar.
Deberamos intentar llevarlo cuanto antes a la clnica dijo el consejero.
No servir de nada replic el doctor Peerenbohm. Se nos ir en el camino. Slo le proporcionaremos tormentos intiles.
La bala haba penetrado por el vientre, atravesando los intestinos y yendo a clavarse en la espina dorsal. Era como si una fuerza
secreta la hubiera atrado hacia all. Precisamente haba entrado por el bolsillo del chaleco, atravesando la cartita de Alraune, el trbol de
cuatro hojas y la amable palabra Mascota.
***
El pequeo abogado Manasse fue el que salv al doctor Mohnen. Cuando el consejero Gontram le mostr la carta que acababa de
llegar de Lendenich, dijo que ten Brinken era el ms desvergonzado canalla que haba conocido y conjur a su colega a no pasar el
escrito a la Fiscala hasta que el doctor estuviera a salvo. No se trataba del desafo el mismo da en que ocurri se haba abierto el
proceso, sino de un desfalco en la oficina de Su Excelencia. Y el abogado mismo se fue a buscar al delincuente y le sac de la cama.
Levntese! aull. Vstase! Haga el equipaje! Mrchese usted a msterdam en el primer tren y luego embrquese cuanto
antes. Es usted un asno, un camello! Cmo ha podido usted hacer semejante majadera?
El doctor Mohnen se frot los soolientos ojos. No poda comprender nada. En las relaciones en que estaba con el consejero...
Pero Manasse no le dej acabar.
Relaciones? aull. S, magnficas, brillantes, insuperables... Precisamente es l, majadero, el que ha encargado a Gontram
que le denuncie por haber robado la caja.
Mohnen se decidi entonces a saltar de la cama.
Stanislaus Schacht fue el que auxili a su antiguo amigo. Estudi itinerarios, le dio el dinero preciso, y encarg el auto que le deba
conducir a Colonia.
Fue una melanclica despedida. Ms de treinta aos haca que viva Mohnen en aquella ciudad, en la que cada casa, y cada piedra
casi, tena un recuerdo para l. Aqu haba echado races su vida, aqu tena una justificacin. Y ahora, fuera, al extranjero, con el rabo
entre las piernas...
Escrbeme le dijo Schacht. Qu piensas hacer?
Mohnen vacil. Todo le pareca destruido, derrumbado; su vida yaca ante l como un montn de basuras. Sus hombros se
encogieron, sus ojos bondadosos tenan un perturbado mirar.
No s dijo.
La costumbre se impuso. Sonri entre lgrimas:
Buscar un buen partido. Hay muchas chicas millonarias..., all en Amrica...
CAPTULO X
los grandes industriales. Todos iban disfrazados. Slo a las madrinas de baile se les permita la falsa espaola. Incluso los seores
ancianos tuvieron que dejarse el frac en casa y aparecieron de domin negro.
El consejero Gontram presida la gran mesa de Su Excelencia; l conoca la vieja bodega y saba procurarse las mejores marcas. All
estaba la princesa Wolkonski con su hija Olga, condesa de Figueira y Abrantes, y con Frieda Gontram, que haba venido aquel invierno de
visita; y adems, el abogado Manasse, unos cuantos profesores y alumnos privados de la Universidad, otros tantos oficiales, y el
consejero mismo, que por primera vez llevaba a su hija a un baile.
Alraune vino vestida de seorita de Maupin, con el traje de muchacho del cuadro de Beardsley. Haba abierto los armarios de la casa
de ten Brinken, revuelto viejas cajas y bales, hasta encontrar un montn de hermosos encajes de Mecheln, que haban sido de la
bisabuela. Seguro que en todos estos magnficos vestidos de encaje as como en los de las hermosas damas haba lgrimas vertidas por
las pobres costureras en sus hmedas buhardillas. El descocado traje de Alraune estaba hmedo an por las recientes lgrimas de la
reprendida modista, que no acababa de hacerse cargo de sus caprichos; de la peinadora, a quien haba pegado por no saber peinarle y
colocarle como era debido los chi-chis, y de la pequea doncella, que al vestirla la haba pinchado sin querer con un largo alfiler. Oh, era
un tormento, aquella muchacha de Gautier, en la extraa interpretacin del artista ingls! Pero cuando estuvo lista, cuando el caprichoso
joven con sus altas botas y su linda espada cruz el saln, no haba ojos que no le siguieran vidamente: los de los jvenes, los de los
viejos, los de los caballeros y los de las damas.
El caballero de Maupin comparta con Rosalinde su xito. Rosalinde la de la ltima escena era Wolf Gontram, y nunca haba
visto la escena otra tan hermosa, ni en el tiempo de Shakespeare, cuando gallardos mancebos hacan los papeles de mujer, ni ms tarde,
cuando Margaret Hews, la amante del prncipe Rupert, encarn por primera vez la bella figura de Como gustis. Alraune haba
vestido al joven. Con infinito trabajo le haba enseado cmo deba andar y bailar, mover el abanico y sonrer. Y as como ella pareca un
efebo y una doncella, en la vestidura de Beardsley, cuya frente hubieran besado al mismo tiempo Hermes y Afrodita, Wolf Gontram no
encarnaba peor la figura de su gran compatriota, el que escribi los sonetos. Y en su vestido de cola, de brocado rojo tornasolado de oro,
pareca una hermosa doncella, al mismo tiempo que un efebo.
Quiz lo entendiera as el viejo consejero. Quiz, el pequeo Manasse; quiz tambin, un poco, Frieda Gontram, cuyas rpidas
miradas revoloteaban de uno a otro; pero nadie ms en aquella inmensa sala de la Lese, de cuyo techo colgaban pesadas guirnaldas de
rosas rojas, entendi nada.
Pero todos notaron que era algo extraordinario, de un valor particular.
Su Alteza Real hizo llamarlos por su ayudante, y bail con ellos el primer vals, primero como caballero, con Rosalinde, y luego como
dama, con el caballero de Maupin. Y bati palmas cuando, en el minueto, aquella creacin de Thophile Gautier se inclin coquetamente
ante el lindo sueo de Shakespeare. Su Alteza Real misma era una sobresaliente bailarina, la primera en los campos de tenis y la mejor
patinadora de la ciudad. Por su gusto, en toda la noche no hubiera hecho otra cosa que bailar con ambos. Pero la multitud reclamaba
tambin sus derechos, y la seorita de Maupin y Rosalinde cambiaron frecuentemente de pareja, siendo tan pronto estrechados por los
musculosos brazos de los jvenes, como oprimidos contra el ardiente seno de las bellas mujeres.
El consejero Gontram miraba indiferente. El bol de ponche de Trier, que estaba preparando, tena visiblemente ms inters para l
que los xitos de su hijo. Intent contarle a la princesa Wolkonski la larga historia de un monedero falso; pero Su Alteza no le prestaba
atencin. Comparta el regocijo y el satisfecho orgullo de Su Excelencia, y se tena por partcipe en la obra de haber trado al mundo
aquel ser: su ahijada Alraune. Slo el pequeo Manasse estaba contrariado, maldiciendo y refunfuando para s.
No debas bailar tanto, muchacho le dijo a Wolf con un bufido. Debas preocuparte ms de tus pulmones.
Pero el joven Gontram no le haca caso.
La condesa Olga se levant de un salto y corri hacia Alraune:
Mi lindo caballero! murmur.
Y el efebo de los encajes:
Ven, ven, pequea Tosca!
Y la hizo girar vertiginosamente por la sala, sin dejarla apenas tomar aliento; volvi a llevarla a la mesa y la bes en la boca.
Frieda Gontram bailaba con su hermano y le contemplaba con sus inteligentes ojos grises.
Lstima que seas mi hermano!
l no la comprenda:
Por qu? pregunt.
Y ella, rindose:
Oh, qu tonto! Por otra parte, en el fondo, tienes razn con tu pregunta, porque realmente eso no es impedimento ninguno: no es
verdad? Sucede que los harapos morales de nuestra necia educacin cuelgan todava como balas de plomo de nuestros faldones, para
mantenerlos bien tirantes, como es debido. No es nada ms que esto, mi lindo hermanito.
Pero Wolf Gontram no comprendi ni una sola slaba; y ella le dej riendo y tom el brazo de la seorita ten Brinken.
Mi hermano le dijo es una muchacha ms bonita que t; pero t eres un chico ms dulce.
Y a ti, rubia abadesa rio Alraune, te gustan los chicos ms guapos.
Ella contest:
Qu puede pedir Elosa? Ya sabes lo mal que le fue a mi pobre Abelardo, que era esbelto y delicado como t. As aprende una a
conformarse. Pero a ti, que pareces un extrao sacerdote de una nueva doctrina, nadie te har mal.
Mis encajes son antiguos y venerables contest el caballero de Maupin.
Y as cubren mejor el dulce pecado dijo riendo la rubia abadesa.
Y tomando un vaso:
Bebe, dulce joven!
La condesa vino ardorosa y con los ojos implorantes:
Djamelo instaba a su amiga, djamelo!
Pero Frieda Gontram sacudi la cabeza:
No dijo duramente, a ste no. Nos lo disputaremos, si quieres.
Me ha besado quiso hacer valer Tosca.
Y Elosa, burlona:
Crees que a ti sola, en toda la noche?
Y volvindose a Alraune:
Decide, Pars mo! A quin quieres t, a la dama del mundo o a la del claustro?
Hoy? pregunt la seorita de Maupin.
Hoy, y tanto tiempo como t quieras exclam la condesa Olga.
El doncel de los encajes se ech a rer.
Yo quiero a la abadesa y tambin a la Tosca y corri hacia el rubio teutn que se pavoneaba en su rojo traje de verdugo, con
una enorme hacha de cartn al hombro.
Cuado! le dijo. Tengo dos mams. Quieres degollarlas a las dos?
El estudiante se irgui remangndose las mangas.
Dnde estn? ruga.
Pero Alraune no tuvo tiempo de contestar. El coronel del 28 regimiento la sac a bailar el two-step.
El caballero de Maupin se acerc a la mesa de los profesores.
Dnde estn tu Albert y tu Isabella? pregunt el profesor de literatura.
Mi Albert, seor examinador, anda por la sala en dos docenas de ejemplares. Y a Isabella y gir los ojos en torno..., a Isabella
os la voy a mostrar en seguida.
Y se acerc a la hijita del profesor, una chiquilla tmida de quince aos que la miraba admirativamente con sus grandes ojos azules.
Quieres ser mi paje, jardinerita? pregunt.
Con mucho gusto, si t quieres.
Sers un paje cuando yo sea una dama la instruy el caballero de Maupin. Y cuando vaya de hombre, sers mi doncella.
Y la pequea asinti.
Aprobada, seor profesor? dijo Alraune rindose.
Summa cum laude confirm el profesor. Pero prefiero que me dejes en paz a mi pequea Trude.
Y ahora pregunto yo exclam la seorita ten Brinken, dirigindose al pequeo y gordinfln botnico. Qu flores florecen en
mi jardn, seor profesor?
Y ste, que conoca bien la flora de Ceiln, respondi:
Rojos hibiscos, lotos dorados, y blancos y brillantes chalimagos.
Falso! exclam Alraune. Completamente falso. Lo sabes t, tirador de Haarlem? Qu flores crecen en mi jardn?
El profesor de Historia del Arte la mir fijamente, mientras en sus labios temblaba una ligera sonrisa.
Les fleurs du mal dijo. Acierto?
S! exclam la seorita de Maupin. Pero no florecen para vosotros, sabios mos: tendris que aguardar un rato hasta que
yazgan disecadas en los libros o debajo del barniz de un cuadro.
Y sacando su linda espadita, salud, juntando los altos tacones e inclinndose. Estaba bailando unos compases con el barn de
Manteuffel, cuando oy la clara voz de Su Alteza Real y se aproxim rpidamente a su mesa.
Condesa Almaviva! Qu queris de vuestro fiel querubn?
Estoy muy descontenta de l dijo la princesa. Se ha merecido un par de azotes. Vagar por la sala de un Fgaro a otro!
Sin olvidar las Susanas! dijo riendo el prncipe consorte.
Alraune ten Brinken hizo un pucherito.
Qu puede hacer un pobre muchacho que nada sabe de la maldad del mundo?
Y riendo arranc al ayudante, que estaba ante ella, disfrazado de Franz Hals, el lad. Preludi, apartndose un par de pasos, y
comenz a cantar.
estrechado la mano. Pero no puedo decir lo que ha dicho porque no s nada de ello. De vez en cuando yo deca: S, s!, sin enterarme
de lo que ella hablaba, estaba pensando en otra cosa.
Eres horriblemente tonto dijo la seorita ten Brinken en tono de reproche. Ya has vuelto a soar. En qu estabas pensando?
En ti! repuso l.
Y Alraune dio una patadita de enfado.
En m, en m! Siempre en m. Por qu piensas siempre en m?
Los grandes y profundos ojos del joven se fijaron en ella suplicantes:
No puedo hacer otra cosa.
La msica preludi, interrumpiendo el silencio que la retirada de Sus Altezas haba causado. Las rosas del Sur resonaron blandas y
acariciadoras. Ella le cogi de la mano:
Ven, vamos a bailar.
Y giraron en medio de la sala an vaca.
El profesor de Historia del Arte, con sus barbas grises, que los contemplaba, trep a una silla gritando:
Silencio! Vals extraordinario para el caballero de Maupin y su Rosalinde.
Cientos de miradas cayeron sobre la linda pareja. Alraune lo not y cada paso que daba lo haca con la conciencia de que era
admirada. En cambio Wolf Gontram no notaba nada; slo saba que estaba en los brazos de ella, arrastrado por la suave cadencia. Y sus
grandes y negras pestaas se entornaron sombreando sus profundos ojos soadores.
El caballero de Maupin diriga, seguro, consciente, como un esbelto paje acostumbrado desde la cuna al liso pavimento del saln. Con
la cabeza ligeramente inclinada, su mano izquierda sostena dos dedos de Rosalinde, apoyada al mismo tiempo en el pomo dorado de la
espada, cuya contera levantaba la capa de encaje. Sus rizos empolvados saltaban como serpientes de plata y una sonrisa entreabra sus
labios y mostraba sus brillantes dientes.
Rosalinde obedeca a la ligera presin. La roja y dorada cola de su vestido se deslizaba por el suelo y su figura surga de ella como
una exquisita flor. Sobre la nuca y colgando pesadamente de su sombrero caan las grandes y blancas plumas de avestruz.
Lejos de la realidad, abstrado de todo lo presente, giraba alrededor de la sala, bajo las guirnaldas de rosas, una y otra vez.
Los invitados se apretujaban en torno a ellos, los de detrs subidos a las mesas y a las sillas, contemplndolos en silencio.
Mi enhorabuena, Excelencia murmur la princesa Wolkonski.
Y el consejero respondi:
Gracias, Alteza. Nuestros esfuerzos de entonces no fueron intiles.
Cuando el caballero condujo a su dama a travs del saln, Rosalinde abri los ojos y lanz una silenciosa mirada de asombro a la
muchedumbre que los envolva.
Shakespeare se pondra de rodillas si viera a esta Rosalinde declar el profesor de Literatura.
En la mesa inmediata, el pequeo Manasse gritaba al consejero Gontram:
Levntese usted, colega! Mire usted! Vea usted a su hijo, mira igual que miraba su esposa de usted.
El viejo consejero se qued tranquilamente sentado y prob una nueva botella de vino selecto de Herzig.
No me acuerdo ya de cmo era dijo con indiferencia. Oh, se acordaba muy bien, pero qu les importaba a los dems sus
sentimientos?
Los dos bailaban a lo largo del saln. Los blancos hombros de Rosalinde suban y bajaban ms aprisa y sus mejillas se coloreaban.
Pero el caballero de Maupin segua sonriendo bajo sus rizos empolvados con la misma seguridad, agilidad y gracia.
La condesa Olga se arranc los rojos claveles que adornaban su cabello y se los arroj a la pareja.
Y el caballero de Maupin los recogi en el aire, se los llev a los labios y salud. Y entonces todos les lanzaron flores, tomndolas de
los floreros de las mesas, arrancndolas de los vestidos o de los cabellos. Y ambos siguieron bailando bajo una lluvia de flores,
arrastrados por el ligero ritmo de Las rosas del Sur.
La orquesta recomenzaba una y otra vez; los msicos, embotados, cansadsimos por aquel inacabable tocar durante todo el invierno
diariamente, parecieron despertar y miraban hacia la sala, curvados sobre la balaustrada de la galera. La batuta del director se mova
ms ligera y los arcos de los violines arrancaban sonidos ms clidos. E incansables, Rosalinde y el caballero de Maupin se deslizaban
por un mar de flores, colores y sonidos.
El director de la orquesta hizo seal de acabar y el entusiasmo se desbord entonces. El barn de Platen, coronel del regimiento 28,
grit con voz estentrea desde la galera:
Un viva a la pareja! Por la seorita ten Brinken y por Rosalinde!
Y las copas chocaron y los invitados prorrumpieron en exclamaciones e invadieron la pista rodeando, estrujando casi a los bailarines.
Dos estudiantes de Renania trajeron un enorme cesto lleno de rosas que acababan de comprar abajo a una florista; algunos oficiales
de Hsares trajeron champn; Alraune apenas lo prob, mientras que Wolf Gontram, acalorado y ardiendo de sed, beba vorazmente
copa tras copa. Por fin, Alraune, abrindose paso entre la multitud, le arrastr consigo.
El verdugo rojo estaba sentado en medio de la sala, y estirando el largo cuello hacia la pareja les present el hacha:
Yo no tengo flores gritaba, pero yo mismo soy una rosa roja. Cortadme!
Alraune no le hizo caso y condujo a su acompaante por delante de la galera hacia el jardn de invierno. Mir a su alrededor. No se
aglomeraban aqu menos personas, y todos les llamaban y les hacan seas de acercarse. Mas ella distingui entonces tras un pesado
cortinaje la puertecilla que sala al balcn.
Oh, esto es mejor!... Ven conmigo, Wlfchen.
Y corri el cortinn, hizo girar la llave y ya iba a levantar el pestillo cuando una pesada mano contuvo la suya.
Qu busca usted ah? grit una voz ronca.
Alraune se volvi. Era el abogado Manasse en su negro domin.
Qu busca usted ah fuera? repiti.
Ella se desprendi de la fea manaza.
A usted qu le importa? Queremos tomar un poco el fresco.
Manasse asinti con vehemencia.
Ya me lo imaginaba y por eso les he seguido... Pero no lo harn, no lo harn...
La seorita ten Brinken se irgui y le mir con orgullo.
Y por qu no hemos de hacerlo? Quin nos lo va a impedir? Involuntariamente baj l los ojos. Pero no cej.
Yo quiero impedrselo..., yo, precisamente! No comprende usted que es una locura? Estn ustedes acalorados, casi baados en
sudor. Y quieren salir al balcn, con una temperatura de doce grados bajo cero?
Pues saldremos.
Vaya usted sola aull l; me da igual lo que usted haga. Slo quiero retener al muchacho, a Wolf Gontram.
Alraune le mir de pies a cabeza y abri la puerta de par en par.
Aj! y saliendo al balcn hizo una sea a su Rosalinde. Quieres salir conmigo, a gozar de la noche? O quieres quedarte
dentro en la sala?
Wolf apart al abogado y se precipit hacia la puerta. El pequeo Manasse se agarr a l, se asi fuertemente a su brazo, pero
Gontram le rechaz de nuevo, en silencio, hacindole caer contra el cortinaje.
No vayas, Wolf! No vayas! gritaba el abogado, y su voz ronca sonaba casi como un lamento.
Pero Alraune rea descaradamente.
Adis, fiel Eckart! Qudate fuera y vigila nuestro Hrselberg! y cerr la puerta en sus narices y ech dos vueltas a la llave.
El pequeo abogado trat de mirar por los cristales empaados por la escarcha, tir del pestillo, pate furioso el suelo. Luego, poco a
poco, se fue calmando y volvi a la sala.
Es el destino gru, y, apretando sus dientes arracimados y mal puestos, se acerc a la mesa de Su Excelencia y se dej caer en
una silla.
Qu le pasa a usted, Manasse? pregunt Frieda Gontram. Tiene usted cara de tormenta.
Nada! grit l. Nada absolutamente! Su hermano es un asno. Bueno, y adems no se lo beba usted todo, colega... Deme
tambin algo a m.
El consejero Gontram le llen el vaso mientras Frieda deca con conviccin:
S, creo que es un asno.
***
Y ambos, Rosalinde y el caballero de Maupin, anduvieron sobre la nieve y se apoyaron en la balaustrada. La luna llena caa sobre la
ancha calle, derramando su dulce luz sobre las barrocas formas de la Universidad, antiguo palacio del Arzobispo; jugaba sobre las vastas
superficies blancas de abajo y arrojaba sombras fantsticas sobre las aceras. Wolf Gontram aspiraba aquel aire glacial.
Qu hermoso es esto! murmuraba sealando con la mano la calle blanca cuyo profundo silencio ningn sonido perturbaba. Pero
Alraune ten Brinken le miraba, vio cmo sus blancos hombros brillaban en el claro de luna y que sus grandes ojos tenan el fulgor
profundo de dos palos negros.
Eres hermoso dijo. Ms hermoso que esta noche de luna.
Y las manos de l se desprendieron de la balaustrada de piedra, se tendieron hacia ella y la abrazaron.
Alraune! exclamaba. Alraune!
Ella lo toler un breve momento. Luego se desprendi golpendole ligeramente la mano.
No dijo riendo, no. T eres una muchacha y yo soy un mancebo y te har la corte.
Mir a su alrededor, tom una silla que descubri en un extremo, quitando con su espada la nieve que la cubra.
Toma, sintate aqu, hermosa Rosalinde. Por desgracia, eres un poco ms alta que yo: as nos igualamos.
Y se inclin zalameramente, arrodillndose luego.
Rosalinde! murmuraba. Rosalinde! Puede robarte un beso un caballero andante?
Alraune!... comenz l.
CAPTULO XI
Si es usted de esa opinin, por m... prosigui Gontram. Pero ese seor ha presentado en nuestra fiscala una nueva denuncia,
que ser escuchada. Y esto no es todo, ni mucho menos. En el concurso de acreedores de la mina de hierro de Gerstenberg el rbitro ha
presentado una denuncia contra usted por balance amaado y quiebra fraudulenta, basndose en algunos documentos. Ya sabe usted que
se ha presentado una denuncia semejante en el asunto de los tejares de Karpen. En fin, el abogado Kramer, que representa al hojalatero
Hamecher, ha conseguido de la Fiscala orden de reconocer facultativamente a la nia.
Esa nia miente grit el profesor. Es un monigote histrico.
Tanto mejor asinti el consejero. As se pondr en claro su inocencia de usted. Adems, tenemos una querella del
comerciante Matthiessen, que pide daos y perjuicios y devolucin de los cincuenta mil marcos de su participacin, y al mismo tiempo
presenta una denuncia por estafa. En un nuevo escrito sobre el pleito de la Sociedad Limitada Plutus, el abogado contrario le acusa de
haber falsificado documentos y anuncia que proceder en consecuencia para conseguir el procesamiento. Los casos, pues, se multiplican,
como ve usted, si falta usted tanto tiempo de la oficina. Apenas pasa da sin que nos encontremos con algo nuevo.
Ha acabado usted? pregunt el consejero.
No dijo Gontram con indiferencia. Esto no ha sido ms que unas flores selectas del hermoso ramillete que le espera a usted
en la ciudad. Yo le aconsejo insistentemente que acuda a ella y que no se tome estas cosas con demasiada ligereza.
Pero el consejero contest:
Ya le he dicho a usted que no tengo tiempo. Debera usted dejarme en paz con todas esas pequeeces.
El seor Gontram se levant, meti unos papeles en la cartera y la cerr con un aire preocupado.
Como usted quiera. Ah! Otra cosa. Sabe usted que corre el rumor de que el Banco de Crdito de Mhlheim va a suspender
pagos uno de estos das?
Tonteras. Adems, apenas tengo dinero en l.
Que no? pregunt el seor Gontram un poco sorprendido. Hace medio ao que lo sane usted con once millones para tener
a mano el control sobre las sales potsicas. Yo mismo tuve que venderle a la princesa Wolkonski con ese fin las Obligaciones mineras.
El seor ten Brinken asinti:
Bueno, s; la princesa. Pero, acaso soy yo la princesa?
El seor Gontram hizo un gesto dubitativo con la cabeza.
Pero va a perder su dinero!...
Y a m qu me importa? Con todo, veremos lo que puede salvarse.
Y levantndose tamborile sobre la mesa.
Tiene usted razn. Debiera ocuparme ms de mis asuntos. Espreme maana a las ocho en la oficina. Muchas gracias.
Y le tendi la mano y le condujo hasta la puerta.
Pero no fue a la ciudad aquella tarde. Dos oficiales vinieron a tomar el t y l anduvo dando vueltas por todos los cuartos y entraba a
recoger algo y no se sentaban, de la alfombra que pisaban sus pies, los que hablaban con Alraune, de la silla en que se sentaba, de la
alfombra que pisaban sus pies.
Y tampoco fue al da siguiente, ni al otro. El seor Gontram le enviaba emisario tras emisario y l los despeda sin darles respuesta. Y
para que no le llamaran descolg el telfono.
El seor Gontram se dirigi entonces a la seorita, dicindole que era necesario que el consejero fuera a la oficina.
Alraune mand preparar el coche y envi a su doncella a la biblioteca para decir al consejero que se preparara a ir a la ciudad con
ella.
El consejero se estremeci de alegra. Era la primera vez que salan juntos desde haca muchas semanas. El consejero se dej poner
el gabn, atraves el patio y abri la portezuela para que Alraune subiera al coche.
Ella no hablaba. Pero el poder estar sentado junto a ella le haca feliz. Alraune se encamin primeramente a la oficina y le mand
bajar.
Y t a dnde vas?
Voy a hacer algunas compras.
Y el consejero, con voz implorante:
Vendrs a recogerme?
Ella sonri:
No s. Quiz.
Y l escuch aquel quiz con agradecimiento.
Y subi la escalera y abri la puerta de la izquierda que daba al despacho del consejero Gontram.
Aqu estoy dijo.
El consejero Gontram le puso delante un abultado montn de documentos.
Ah tiene usted una bonita coleccin. Entre ellos hay tambin cosas que parecan despachadas y han vuelto a presentarse. Y tres
asuntos nuevos... desde anteayer.
El consejero suspir.
Parece demasiado. Quiere usted informarme? Gontram sacudi la cabeza.
Espere usted a que venga Manasse, que est ms enterado. Estar aqu en seguida. Le he hecho llamar. Ha ido a ver al juez que
instruye el asunto Hamecher.
Hamecher? pregunt el profesor. Quin es ese?
El hojalatero le record el seor Gontram. El informe de los mdicos es bastante abrumador. La Fiscala ha ordenado instruir
el proceso. Aqu est la invitacin. Este asunto me parece por ahora el ms importante.
El consejero tom las actas y hoje cuaderno por cuaderno. Estaba intranquilo y escuchaba con nerviosismo todos los campanillazos
y pasos que sonaban en el pasillo.
Tengo poco tiempo dijo.
El seor Gontram se encogi de hombros y con toda parsimonia encendi otro cigarro. Y esperaron. Manasse no apareca. Gontram
telefone a su despacho, al Tribunal; pero en ninguna parte daban con l.
El profesor apart las actas a un lado.
No puedo leerlas hoy dijo. Y, adems, me interesan tan poco!...
Quiz se siente enfermo Vuestra Excelencia...
dijo el consejero Gontram; e hizo traer vino y agua de seltz.
Entonces lleg la seorita. El consejero oy llegar el coche. Dio un salto y cogi su gabn de pieles. Y por el corredor sali al
encuentro de ella, que le pregunt:
Est listo?
Naturalmente respondi l. Todo est listo. Pero Gontram se interpuso:
No es verdad, seorita. No hemos empezado siquiera. Esperamos al seor Manasse.
Y el viejo exclam:
Tonteras. Nada tiene importancia. Me voy contigo, hija ma.
Alraune mir al consejero, que dijo:
Me parece que todo esto es muy importante para los intereses de su seor pap.
Que no, que no insista el consejero.
Pero Alraune decidi:
Qudate. Adis, seor Gontram.
Y dando media vuelta se precipit escaleras abajo.
El consejero volvi al despacho, se acerc a la ventana y vio cmo ella suba al coche y parta. Y permaneci junto a la ventana
mirando a la calle ensombrecida por el crepsculo.
Gontram hizo encender el gas y se arrellan tranquilamente en su butaca, fumando y bebiendo, esperaron. La hora de cerrar la
oficina haba sonado, y uno tras otro fueron marchndose los empleados, se les oa abrir los paraguas y chapuzar en el barro pegajoso de
la calle. Ni el consejero ni Gontram hablaban una palabra.
Por fin lleg el abogado. Corri escaleras arriba, abri la puerta con violencia, refunfu un buenas tardes y puso en un rincn el
paraguas y los chanclos, arrojando sobre el sof su gabn empapado de lluvia.
Ya era hora, compaero! dijo Gontram.
Ya lo creo que era hora.
Y dirigindose al consejero se irgui ante l y le grit:
Ha salido la orden de arresto.
No me diga! dijo el consejero entre dientes.
No me diga! respondi el abogado. Yo la he visto con mis propios ojos; se trata del proceso Hamecher. Maana por la
maana, lo ms tarde, ser ejecutada.
Pagaremos la fianza observ con tranquilidad Gontram.
El pequeo Manasse se revolvi contra l:
Cree usted que no he pensado ya en eso? Inmediatamente ofrec medio milln: denegado. La atmsfera de la Audiencia ha
cambiado completamente, como yo me imaginaba. El magistrado me respondi con frialdad: Somtanos la proposicin por escrito.
Temo, sin embargo, que no tenga usted suerte. Nuestro material es verdaderamente aplastante, y esto nos obliga a proceder con la
mayor cautela. stas son sus propias palabras. Poco edificante, eh?
Y se llen una copa, que apur a pequeos tragos.
Y todava tengo ms que decirle. En la Audiencia me encontr al abogado Meier, nuestro contrincante en el asunto Gerstenberg,
que representa tambin al Ayuntamiento de Huckingen, que ayer entabl demanda. Le rogu que me aguardara y he tenido con l una
larga conversacin. ste es el motivo de haber venido tan tarde. Me obsequi con un buen vino, porque en la Audiencia, gracias a Dios,
somos leales, y me enter de que los abogados contrarios se han unido y celebraron anteayer una conferencia. A ella asistieron tambin
algunos periodistas, entre ellos el inevitable doctor Landmann, del Generalanzeiger, un peridico en el que no tiene usted ni un cntimo.
Le digo a usted que los papeles estn bien repartidos y que esta vez no saldr usted con tanta facilidad de la ratonera.
El consejero se volvi a Gontram:
Cul es su opinin?
Esperar dijo ste. Ya encontraremos una salida.
Pero Manasse grit:
Le digo a usted que no hay salida que valga. El lazo est preparado y usted colgar de l si no le da antes un puntapi a la escalera
de la horca.
Qu es entonces lo que me aconseja usted?
Exactamente lo que aconsej al pobre doctor Mohnen, al que tiene usted sobre su conciencia. Fue una canallada de usted. Pero
de qu sirve que le cante yo ahora cuatro verdades? Le aconsejo a usted que liquide cuanto sea posible, lo cual podemos tambin hacer
nosotros sin usted; que haga la maleta y que se evapore esta misma noche. Esto es lo que le aconsejo.
Pero publicarn una requisitoria dijo Gontram.
Seguramente. Pero lo harn sin especial severidad. Ya habl de esto con el compaero Meier, el cual comparte mi opinin. No
est en el inters de los contrarios provocar un proceso escandaloso y los Tribunales se alegrarn si pueden evitarlo. Todo se limitar a
inutilizarle a usted y a poner fin a sus maniobras; y para eso, crame usted, tienen los medios suficientes. Si usted desaparece y se
mantiene tranquilo en cualquier punto del extranjero podremos resolverlo todo con tranquilidad. Cierto que costar un montn de dinero;
pero qu importa? Se tendr consideracin con usted, an hoy, considerando los propios intereses y para no dar qu decir a la prensa
socialista y radical.
Luego call, esperando una respuesta.
El seor ten Brinken andaba por el cuarto con lentos y pesados pasos.
Por cunto tiempo cree usted que debo ausentarme? pregunt al fin.
El abogado se volvi:
Por cunto tiempo? Vaya una pregunta! Por todo el resto de su vida. Y est usted contento de que todava le quede esa
posibilidad. De seguro que es ms agradable disfrutar tranquilamente de sus millones en una hermosa villa de la Riviera que no acabar la
vida en la crcel. Y as ocurrira de obrar de otro modo. Se lo garantizo. El mismo Tribunal le ha dejado a usted esa puerta abierta: el
fiscal poda haber pronunciado esta maana la orden de arresto, que ya estara cumplida. Esa gente no ha podido obrar con ms
decencia. Pero se lo tomaran a mal si no aprovechase usted esa salida. Si tienen que echarle mano, lo harn. As, pues, hoy es el ltimo
da que duerme usted en libertad.
Gontram dijo:
Vyase usted! Despus de todo esto, a m tambin me parece lo mejor.
Y Manasse aull:
Lo mejor!... Lo nico. Viaje usted, desaparezca usted, haga usted mutis para no volver nunca. Llvese usted a su hija consigo.
Lendenich se lo agradecer; y nuestra ciudad tambin.
El consejero se anim al or aquel nombre y por primera vez en toda aquella tarde se aviv su rostro y cay aquella mscara aptica
sobre la que fluctuaba como una suave luz, una intranquilidad nerviosa.
Alraune! murmur. Alraune! Si viniera conmigo!...
Y dos o tres veces se pas la mano por su ancha frente. Luego se sent y se hizo dar una copa de vino.
Creo que tienen ustedes razn, seores. Muchas gracias. Quieren ustedes explicarme de nuevo?...
Y tomando las actas, sealando la primera:
Tejares de Karpen...
El abogado comenz a informarle, tranquila y sobriamente. Uno por uno fue examinando todos los asuntos, sopesando todas las
probabilidades, las ms mnimas posibilidades de resistencia. Y el consejero le escuchaba y de vez en cuando le interrumpa con una
palabra y a veces encontraba, como en los viejos tiempos, una nueva posibilidad. El profesor pareca ver cada vez ms claro; su aire de
superioridad volva a l. Era como si cada nuevo peligro aumentara su antigua elasticidad.
Y separ cierto nmero de asuntos relativamente inofensivos, pero siempre quedaban otros que amenazaban aplastarle. Dict
algunas cartas, hizo algunas disposiciones, tom algunos apuntes y proyect solicitudes y reclamaciones. Luego consult el mapa con sus
consejeros, hizo su itinerario y dio exactas instrucciones para los primeros das. Al abandonar el despacho pudo decirse que sus asuntos
estaban en orden.
Tom un auto de alquiler y se dirigi a Lendenich seguro y confiado en s mismo. Pero al abrirle el portn del patio y cuando subi la
escalera, le abandon la confianza.
Busc a Alraune y tuvo por un buen augurio no encontrar a ningn invitado. La doncella le inform que la seorita haba comido sola
y que estaba en su cuarto. Llam a la puerta y entr.
Tengo que hablar contigo dijo.
Es tarde y estoy cansada. Me voy a dormir. Buenas noches, padrecito. Feliz viaje.
El consejero le cerr el camino e hizo un ltimo intento. Subray que era su padre; habl, como un pastor, de deberes filiales. Ella se
rea.
...Para que yo vaya al cielo...
Estaba junto al sof y se sent sobre uno de los brazos.
Te gusta mi pierna? dijo de pronto.
Y le tendi su esbelta pierna columpindola en el aire.
Soy una buena hija murmuraba, una nia muy buena que proporciona a su papato muchas alegras. Bsame la pierna,
papato; acarciamela.
El consejero cay de rodillas, tom aquella pierna y pas los dedos por el muslo y por la tersa pantorrilla. Y aplic los labios sobre el
rojo pao y lo lami durante un rato con lengua temblorosa.
Luego se levant ella de un salto, ligera y gil; y tirndole de la oreja y dndole un golpecito en la mejilla dijo:
Y bien, papato, he cumplido ya con mis deberes filiales? Buenas noches. Que tengas un feliz viaje y no te dejes coger. Debe ser
atrozmente incmoda la crcel. Mndame de vez en cuando una postalita, oyes?
Y antes de que l pudiera levantarse, estaba ya en la puerta. Se cuadr, como un muchacho, e hizo una corta reverencia llevndose
la mano a la gorra.
Es un honor, Excelencia... Y no hagas mucho ruido al hacer las maletas no vayas a interrumpir mi sueo.
El consejero se tambale hacia ella cuando sta suba rpidamente la escalera. La oy abrir la puerta, el rechinar de la cerradura y el
ruido de dos vueltas de llave. Quiso seguirla y apoy la mano en la barandilla; pero tuvo el sentimiento de que no le abrira a pesar de
todos sus ruegos; que la puerta estara cerrada para l aunque permaneciera toda la noche junto a ella hasta que amaneciera, hasta...
hasta...
Hasta que los gendarmes vinieran a recogerlo.
Permaneci de pie, inmvil. Oa sobre su cabeza los ligeros pasos de ella, que andaba de un lado a otro del cuarto. Y luego nada.
Silencio.
El consejero sali de la casa, atraves el patio sin protegerse a pesar de la lluvia. Entr en la biblioteca, busc unas cerillas y
encendi las dos bujas de su escritorio. Luego se dej caer pesadamente sobre el silln.
Quin es? Qu es? Qu criatura!...
Y abri el cajn de la vieja mesa de caoba y extrajo de l el infolio. Lo puso ante s y se qued mirando la cubierta.
A. t. B. ley a media voz. Alraune ten Brinken!...
El juego haba terminado. Ahora lo comprendi bien.
Y haba perdido: no le quedaba una sola carta. Haba sido mano; l mismo haba barajado, haba tenido todos los triunfos... pero haba
perdido.
Y sonri con rabia. Ahora no le quedaba sino pagar.
Pagar? Oh, s! Y con qu moneda?
Mir el reloj. Eran ms de las doce. A las siete, a ms tardar, vendra la polica con la orden de prisin. Le quedaban seis horas. Los
policas seran muy corteses, muy considerados; le conduciran a la crcel en su propio automvil. Luego empezara la lucha. No estaba
mal. Durante muchos meses se defendera, disputara al enemigo cada palmo de terreno; pero finalmente, en la vista, sucumbira. Tena
razn Manasse, finalmente ira a la crcel.
Slo le quedaba la fuga. Pero solo. Solo? Sin ella? En aquel momento senta cmo la odiaba. Pero saba que ya no poda pensar
sino en ella. Correra por el mundo intilmente, sin destino, sin ver ni or otra cosa que su voz clara y silbante, y el balanceo de su roja
pierna. Oh!, se morira de hambre en libertad o en presidio, qu ms le daba?
Aquella pierna, aquella dulce, esbelta pierna!... Cmo podra vivir sin aquella pierna roja?
Haba perdido y tena que pagar. Y quera pagar en el acto, aquella misma noche, no deber nada a nadie. Quera pagar con lo nico
que le quedaba: con su vida.
Y pens que su vida nada vala, engaara a sus deudores.
Este pensamiento le halagaba. Y pens si darles, adems, un ltimo puntapi que le proporcionara una pequea satisfaccin.
Tom su testamento, en el que declaraba a Alraune su heredera, y, despus de leerlo, lo rasg en pequeos pedazos.
Tengo que hacer uno nuevo murmur.En favor de quin? De quin?...
Tom un pliego de papel y moj la pluma. Le quedaba su hermana y el hijo de ella, Frank Braun, su sobrino.
Vacil. l? l? No haba sido l el que haba trado a su casa a aquel ser extrao que le llev a la ruina? De l deba vengarse an
ms que de Alraune.
Quieres tentar a Dios le haba dicho l. Le hars una pregunta tan descarada que no tendr ms remedio que responderte.
Oh, s! Ya tena la respuesta.
Pero si l tena que sucumbir, Frank Braun, que le inspir aquel pensamiento, deba compartir su destino.
Contra l tena ya un arma preparada: ella, su hija. Alraune ten Brinken. Ella le conducira al punto en que l se encontraba hoy.
Y cavil, meciendo la cabeza, sonriendo con una mueca de satisfaccin, con el seguro sentimiento de un triunfo final. Y escribi su
testamento sin vacilaciones, con rpidos y feos rasgos.
Alraune qued como nica heredera suya. Dejaba un legado a su hermana y otro a su sobrino, a quien designaba como testamentario
y tutor de la muchacha hasta la mayora de edad de sta. As tendra que venir, acercarse a ella, respirar la sofocante atmsfera de sus
labios.
Y le sucedera lo que a todos. Lo que al conde y al doctor Mohnen: lo que a Wolf Gontram. Lo mismo que al chauffeur. Lo que a l
mismo, al consejero.
Y se ech a rer sonoramente. En un codicilo dispuso que la Universidad sera su heredera en caso de que Alraune muriera sin
sucesin. As quedaba su sobrino excluido en todo caso. Y firm y fech el pliego. Luego tom el infolio, volvi a leer la historia anterior
y la complet con los sucesos de los ltimos das, terminando con un pequeo discurso a su sobrino que chorreaba sarcasmo.
Prueba tu fortuna escribi. Lstima que yo no viva cuando te llegue la vez! Me hubiera gustado tanto verlo!....
Y sec cuidadosamente la tinta hmeda, cerr el cuaderno y lo deposit en el cajn junto a los otros recuerdos: el collar de la
princesa, la mandrgora de los Gontram, el cubilete de dados, la blanca tarjeta atravesada por la bala que extrajo del bolsillo del conde
Geroldingen. Mascota se lea sobre ella. Y encima estaba el trbol de cuatro hojas. Y alrededor, coagulada, negra, se adhera la
sangre.
Se acerc a un cortinaje, desat uno de los cordones de seda y cort un trozo que meti en el cajn con los otros objetos. Mascota
repiti riendo. a porte bonheur pour la maison.
Examin las paredes, y subido en una silla, descolg de un recio clavo, con gran esfuerzo, un gran crucifijo de hierro que coloc
cuidadosamente sobre el divn.
Perdona dijo con una mueca que te desaloje. Es slo por un rato; slo por un par de horas. Tendrs un digno sustituto.
Hizo una lazada y la ech sobre el clavo. Tir para convencerse de que estaba bien fuerte.
Y se subi a la silla por segunda vez.
***
Por la maana temprano le descubrieron los gendarmes. La silla estaba volcada, pero sobre ella se apoyaba an un pie del muerto.
Pareca como si en el ltimo momento se hubiese arrepentido de su accin y hubiese tratado de salvarse. El ojo derecho, muy abierto,
diriga hacia la puerta una mirada oblicua, y la lengua, hinchada, azul, penda muy larga.
Estaba horrible.
INTERMEZZO
Y quiz, rubia hermanita, tambin gotean en tus tranquilos das los blandos sonidos de las campanillas de plata de los pecados
dormidos.
Los citisos derraman su venenoso amarillo donde yace la nieve plida de las acacias, las ardientes clemtides muestran su azul
profundo donde los piadosos racimos de las glicinas cantan de toda paz. Dulce es el juego fcil de los anhelos concupiscentes; ms dulce
me parece la lucha cruel de todas las pasiones nocturnas. Pero ms dulce que nada me parece el pecado dormido en una trrida tarde de
verano.
Mi dulce amiga dormita ligeramente, y no se la debe despertar, pues nunca est tan hermosa como en ese sueo.
En el espejo reposa mi querido pecado, muy cerca, en su cndida y fina camisa de seda. Tu mano, hermanita, cae sobre el borde de
la cama y los finos dedos que llevan mi cintillo de oro se crispan ligeramente. Tus uas rosadas relucen transparentes como el primer
albor. Fanny, tu morena doncella, las puli e hizo un pequeo milagro. Y en el espejo de tus uas rosadas beso yo milagros transparentes.
Slo en el espejo: en el espejo slo. Slo con acariciadoras miradas y el ligero hlito de mis labios. Porque crecen, crecen cuando el
pecado se despierta y se convierten en agudas garras de tigre que desgarran mis carnes.
Tu cabeza se destaca del almohadn de encaje circundada de rubios rizos, como un tremular de llamas de oro, como el suave ondular
del primer viento al despertar el da. Tus dientecillos se descubren sonrientes entre los delgados labios, como palos lechosos en la
luminosa pulsera de la diosa Luna. Y beso tus cabellos de oro, hermanita, y tus dientes brillantes.
Slo en el espejo: en el espejo slo. Con el ligero hlito de mis labios, y con miradas acariciadoras; porque s que cuando despierta el
ardiente pecado, los dentezuelos se convierten en poderosos colmillos y tus rizos de oro en vboras de fuego. Y las garras de la tigresa
desgarran mis carnes, y los agudos dientes abren hondas heridas, y las vboras silban en torno a mi cabeza; se deslizan en mi odo,
salpican mi cerebro con su veneno y cuchichean los cuentos maravillosos de las ms desatadas concupiscencias.
Si la camisa de seda resbala de tu hombro, ren ante m tus senos de nia, que reposan como dos gatitos blancos, que alargan los
dulces y rosados hociquitos y miran hacia tus ojos suaves, azules ojos ptreos que rompen la luz; que lucen como los zafiros en la quieta
cabeza de mi Buda dorado.
Ves t, hermanita, cmo los beso... all, en el espejo? No es ms ligero el hlito de un hada. Porque s bien que si el eterno pecado
se despierta, stos lanzarn rayos azules que herirn mi pobre corazn, que harn hervir mi sangre en oleadas y fundirn en llamas las
fuertes cadenas para que toda locura se libere y corra desbocada.
Y libre de sus cadenas, la bestia indmita se precipita sobre ti, hermana, cual tormenta furiosa, y en los dulces pechos de nia que se
convirtieron en formidables ubres de ramera ahora que despert el pecado hinca sus zarpas y su contrada dentadura, y los dolores
gozan en torrentes de sangre.
Pero mis miradas son an ms silenciosas, como los pasos de una monja junto al Santo Sepulcro. Y ms ligero, ms ligero an, mi
beso vuela, como en la catedral, el beso del espritu hacia la hostia, convirtiendo el pan en el cuerpo del Seor.
No debe despertarse. Que repose y dormite el hermoso pecado.
Porque nada, querida amiga, me parece tan dulce como el casto pecado en su sueo ligero.
CAPTULO XII
por ellos.
Alrededor, amontonados sobre el suelo, estaban sus cajas y sus bales veintids que contenan sus nuevos tesoros. An no haba
abierto ninguno. A dnde voy yo con eso? deca riendo.
El gran ventanal estaba atravesado horizontalmente por una larga lanza persa en la que se posaba una gran cacata blanca como la
nieve; un pjaro de Macasar, con una gran cresta roja.
Buenos das, Peter salud Frank Braun.
Atja, Tuwan respondi el pjaro y camin gravemente por la vara, descendi al suelo, valindose de una silla, y se acerc a l,
con zambos y dignos pasos, acabando por subrsele al hombre. Y tendiendo la altiva cabeza y desplegando las alas como el guila
prusiana grit:
Atja, Tuwan, Atja, Tuwan.
Frank Braun acarici el cuello que el blanco pjaro le tenda.
Qu tal, Petersen? Te alegras de verme aqu otra vez?
Y baj un tramo de escalera y sali al porche donde su madre tomaba el t. En el jardn brillaban, como bujas, las flores de los
grandes castaos; ms all, en el vasto jardn del convento, las llores blancas se extendan como una llanura nevada. Bajo los rboles
caminaban los franciscanos con sus pardos hbitos.
All est el padre Barnabas! exclam Frank Braun.
Su madre se cal las gafas y mir al jardn.
No respondi, es el padre Cyprian.
Sobre la baranda de hierro del balcn se posaba un loro. Y cuando Frank Braun dej la cacata sobre el barandal, el loro se acerc a
ella, en un cmico y cnico movimiento, siempre de lado, como el buhonero de Galitzia, que camina arrastrando sus babuchas.
All right grit, all right! Lorito real de Espaa y de Portugal! Anna Mar-i-i-i-i-ia!...
Y tendi el pico hacia la gran cacata, que irgui la cabeza y tartamude quedamente: Ka... ka... du.
Sigues tan desvergonzado, Phylax? pregunt Frank Braun.
Cada da ms dijo la madre riendo. Nada est seguro y parece como si quisiera picotear toda la casa. Y humedeciendo un
terrn de azcar en el t, se lo tendi al loro con la cucharilla.
Ha aprendido algo Peter?
Nada absolutamente. No dice ms que su adulador Kakadu y sus chapurreos malayos.
Que t no entiendes, por desgracia.
No, pero tanto mejor, entiendo a mi verde Phylax, que habla todo el santo da en todas las lenguas del mundo; siempre algo nuevo.
Hasta que yo lo encierre un da en el armario para tener media hora de tranquilidad.
Y tomando al loro que se paseaba por la mesa del t picoteando en la manteca, le puso de nuevo sobre la baranda a pesar de sus
aleteos.
Un perrillo pardo vino y levantndose sobre las patas traseras le puso la cabeza sobre las rodillas.
Ya ests aqu dijo ella. Y querrs tu t.
Y verti algo de t y leche sobre el platillo, con un terrn de azcar y algunas migas de pan.
Frank Braun miraba al vasto jardn.
Dos puercos espines jugaban sobre la yerba alimentando a sus jvenes retoos. Deban ser viejsimos. l mismo, con ocasin de una
excursin escolar, los haba trado del bosque. El macho se llamaba Wotan, la hembra Tobias Meier; quiz fueran los nietos o los bisnietos
de aqullos. Junto al floreciente macizo de magnolias, vio el pequeo montculo bajo el cual haba enterrado a su negro perro de aguas;
all crecan dos yucas que en el verano tendran grandes racimos de flores blancas y temblorosas. Ahora, para la primavera, su madre
haba hecho plantar all muchas prmulas multicolores.
La hiedra y la via silvestre trepaban por el muro hasta el tejado y en ellas piaban los gorriones.
Ah tiene su nido el tordo. Lo ves? pregunt la madre. Y seal el portn de madera que conduca del patio al jardn; medio
oculto en la espesura de la hiedra estaba el nido.
Tuvo que buscar un rato hasta descubrirlo.
Ya tiene tres huevecillos dijo.
No, son cuatro corrigi la madre. Esta maana ha puesto el cuarto.
S, cuatro asinti l. Ahora puedo verlos todos. Qu bien se est contigo, madre!
Ella suspir y puso su rugosa mano entre las de l.
S, hijo mo; muy bien. Pero yo estoy siempre tan sola!...
Sola? No recibes ya tantas visitas como antes?
S; todos los das vienen muchos jvenes a ver a la viejecita, a tomar el t, a cenar; todos saben que me gusta que se ocupen un
poco de m. Pero ya ves, hijo mo: son extraos. No eres t.
Pues ya estoy aqu dijo l. Y cambi la conversacin, hablndole de los curiosos chismes que haba trado, preguntndole si
Y el forastero le tendi la mano, y le llam por su nombre como si regresara a su casa despus de una breve ausencia.
Qu tal, Aloys?
Luego el viejo cochero coje sobre el empedrado tan aprisa como le permitieron sus corvas y gotosas piernas.
Seorito! grazn. Seorito! Bienvenido a Brinken!
Frank Braun respondi:
Froitsheim! Todava aqu? Cunto me alegro de volver a verle!
Vino la cocinera y la gruesa ama de llaves; y con ella Pablo, el ayuda de cmara. El cuarto de los criados se qued vaco. Dos viejas
sirvientas se abrieron paso para tenderle las manos, que previamente se haban secado cuidadosamente en el delantal.
Alabado sea Jesucristo! salud el jardinero.
Y el recin venido, riendo:
Por los siglos de los siglos! Amn!
El seorito ha venido! grit la canosa cocinera arrebatando la maleta al mozo que le acompaaba.
Todos rodearon a Braun; todos esperaban un saludo, un apretn de manos. Y los jvenes que no le conocan le contemplaban con
ojos muy abiertos y una sonrisa embarazosa.
Un poco aparte, el chauffeur fumaba su pipa corta; hasta en sus rasgos indolentes brillaba una amable sonrisa.
La seorita ten Brinken castaete los dedos.
Parece que mi seor tutor es muy popular por aqu dijo a media voz.
Y luego grit a la servidumbre:
Llevad el equipaje del seor a su cuarto. Y t, Aloys, acompalo arriba.
Fue como si en la primavera de aquella bienvenida cayera algo de escarcha. Todos se quedaron cabizbajos y ya no hablaron ms.
Slo Froitsheim le estrech otra vez la mano y le gui hacia la gran escalera.
Que bien que haya venido usted, seorito.
Frank Braun fue a su cuarto y se lav. Luego sigui al criado que le anunci que ya estaba puesta la mesa. Y entr en el comedor.
Por un momento estuvo solo y mir en torno suyo. All estaba, como siempre, el enorme repostero, ostentando los pesados platos de
oro con las armas de los Brinken, que hoy no estaban colmados de frutas.
Todava no es tiempo murmur. O quiz no tiene mi prima inters por los frutos tempranos.
Por la puerta opuesta entr Alraune, con un vestido de seda negra, ricamente cubierto de encajes que dejaban ver los pies.
Permaneci un momento en la puerta y luego se acerc saludndole:
Buenas noches, primo.
Buenas noches.
Y l te tendi la mano.
Ella slo le dio las puntas de los dedos y Braun hizo como que no lo notaba. Tom la mano de ella y se la sacudi con fuerza.
Con un gesto le invit a tomar asiento y se sent frente a l.
Nos hablaremos de t comenz.
Naturalmente. sa ha sido siempre la costumbre de los Brinken.
Y levantando su copa:
A tu salud, primita!
Primita pensaba ella. Me llama primita; me trata como si fuera una mueca. Y le respondi:
Salud, primazo!
Y apurando su copa hizo una sea al criado para que la llenara de nuevo. Y cuando volvi a beber:
A tu salud, seor tutor!
Esto le hizo rer.
Tutor? Tutor? Sonaba tan... digno aquello!
Es verdad que soy ya tan viejo? pensaba. Y dijo:
A tu salud, pequea pupila!
Ella se irrit. Pequea pupila? Otra vez pequea? Oh, ya se vera cul de los dos era superior al otro!
Cmo le va a tu madre? pregunt.
Gracias. Creo que bien. T no la conoces? Ya podas haber ido alguna vez a visitarla!
Tampoco nos ha visitado ella.
Luego, al notar la sonrisa de su primo, aadi:
La verdad es que nunca pensamos en ello.
Ya me lo imagino dijo l secamente.
Pap apenas me habl de ella y nunca de ti.
Hablaba de prisa, apresurndose.
Mira que del convento! Nunca lo hubiera credo... Canta el final, primita!
Salt del taburete y dijo:
Ya he terminado. El gato ha muerto y la cancin se ha acabado.
No del todo. Pues las piadosas hermanas teman el castigo y dejaban que la pastorcilla cometiera impunemente sus pecados.
Vuelve a tocar y yo te contar lo que le ocurri a la pastora.
Ella volvi al piano, recomenzando la meloda, y l cant:
Elle fut confesse,
et ron, et ron, petit patapon,
elle fut confesse
pour obtenir pardon.
Mon pre, je maccuse,
et ron, et ron, petit patapon
Mon pre, je maccuse
davoir tu mon chaton.
Ma fille, pour pnitence,
et ron, et ron, petit patapon,
ma fille, pour pnitence
nous nous embrasserons.
La pnitence est douce,
et ron, et ron, petit patapon,
a pnitence est douce,
nous recommencerons.
Terminada?
Oh, s, completamente! contest riendo.
Qu te parece la moraleja, Alraune?
Era la primera vez que la llamaba por su nombre y esto le llam tanto la atencin que apenas se fij en la pregunta.
Bien dijo con indiferencia.
Verdad? Una bonita moraleja, que ensea que ninguna muchacha puede matar impunemente a su gatito.
l estaba de pie, muy cerca de ella. Le sacaba ms de dos cabezas y Alraune tena que alzar los ojos para recoger sus miradas. Y
pensaba la importancia que tena, con todo, aquella insignificancia de treinta centmetros. Y hubiera querido vestir un traje de hombre,
pues sus faldas le daban a l cierta ventaja. Al punto se le ocurri que ante ningn otro haba tenido semejante pensamiento. Pero se
irgui, sacudiendo ligeramente sus rizos.
No todas las pastoras cumplen esa penitencia dijo entre dientes.
Y l, parando el golpe:
Ni todos los confesores absuelven con esa facilidad.
Alraune busc una respuesta sin encontrarla y esto la irrit. Le hubiera favorecido... a su manera, pero aquel tono era nuevo para
ella, era como una lengua extraa que ella conoca, pero en la que no poda expresarse.
Buenas noches, seor tutor. Quiero irme a la cama.
Buenas noches, primita. Que tengas un dulce sueo.
Alraune subi la escalera, sin apresurarse como otras veces, lenta y pensativamente. No le gustaba su primo oh, no!, pero le
irritaba, le espoleaba su espritu de contradiccin.
Ya lo domar pensaba.
Y a la doncella que le desataba el cors y le tenda la amplia camisa de encajes, le dijo:
Que bien que haya venido, Kate. Esto interrumpe el aburrimiento.
Y casi se alegraba de haber perdido la primera partida.
***
Frank Braun celebr largas sesiones con el consejero Gontram y el abogado Manasse, conferenci con los jueces que entendan en
el asunto de su tutora y en el de la herencia, tuvo que andar mucho de un lado a otro sosteniendo intiles peloteras. Con la muerte de su
to se haban suspendido todas las querellas criminales; en cambio las civiles se haban convertido en un verdadero diluvio. Todos los
pequeos tenderos a los que antes haba hecho temblar una oblicua mirada de Su Excelencia, se atrevan ahora a presentarse con
exigencias y pretensiones de indemnizacin, que muchas veces tenan carcter muy dudoso.
La Fiscala no se ocupa de nosotros y la Sala de lo Criminal tampoco; en cambio parece que tenemos alquilada la otra parte de la
audiencia. La segunda Sala de lo Civil no ha sido durante medio ao otra cosa que una institucin privada del difunto consejero dijo el
viejo Gontram.
Ya le divertir eso a su beatitud, si es que lo puede ver desde su caldera del infierno deca el abogado. Esos procesos le eran
mil veces ms simpticos.
Y rea al entregar a Frank Braun las acciones mineras que constituan su legado.
El viejo deba estar presente ahora murmuraba. Si pudiramos ver su rostro por un cuarto de hora! Espere usted un poco,
que va a recibir una sorpresa.
Tom los papeles y calcul:
Ciento ochenta mil marcos. Ahora aguarde usted un momento. Y tomando el auricular del telfono, pidi comunicacin con la
Unin Bancaria de Schaafhausen, solicitando hablar con el director.
Hola! grit. Es usted, Friedberg? Dgame usted: aqu tengo algunas acciones mineras de Burberg... A qu precio podra
venderlas?
En el telfono vibr una sonora carcajada que contagi a Manasse.
Ya me lo imaginaba... De modo que no valen nada?... Puede contarse con dividendos pasivos durante muchos aos? Lo mejor
es regalar toda esa basura... Naturalmente... Entonces es un timo que se deshar pronto... Muchas gracias, perdone usted la molestia.
Colg el auricular y se volvi a Frank Braun, sonrindole con una mueca.
Ya lo sabe usted. Y ahora pone usted precisamente la cara de tonto que su filantrpico to se haba supuesto..., perdneme usted
mi amor a la verdad. Pero guarde usted los papeles: es probable que alguna empresa, movida por su propio inters, le d unos cientos de
marcos por ellos, y tenga usted para una copa...
***
Las mayores dificultades, antes del regreso de Frank Braun, las deparaban las conferencias casi diarias con el Banco de Crdito de
Mhlheim. El Banco se haba ido arrastrando, con un enorme esfuerzo, da tras da, siempre con la esperanza de obtener de su heredera
la ayuda que el consejero le haba prometido solemnemente. Con heroico valor haban mantenido a flote los directores y los miembros del
Consejo de Administracin aquel barco que saban que se iba a hundir al menor choque. Con ayuda del Banco haba realizado Su
Excelencia atrevidas especulaciones y aquel instituto haba sido para l una brillante fuente de oro; pero las nuevas empresas, que su
influencia impuso, fracasaron todas, y aunque su fortuna no estaba ya en peligro, lo estaba en cambio la de la princesa Wolkonski y la de
muchas otras gentes ricas, y los ahorros de mucha gente modesta y pequeos especuladores, que seguan la buena estrella de Su
Excelencia. Los testamentarios haban ofrecido ayuda siempre que estuviese en sus manos; pero tanto al consejero Gontram, tutor
provisional, como al juez encargado les ligaba las manos la ley. El dinero de un menor de edad es sagrado!
Cierto que haba una posibilidad. Y Manasse la haba encontrado. Se poda declarar mayor de edad a la seorita ten Brinken, que,
pudiendo disponer de su dinero, acudira a las obligaciones morales de su padre. Por esto se esforzaban todos los interesados y con esta
esperanza realizaban los del Banco sus ltimos sacrificios. Con sus ltimos medios haban parado haca poco un fuerte golpe a sus cajas.
Ahora el asunto tena que decidirse.
Hasta entonces la seorita se haba mostrado reacia. Haba odo atentamente lo que aquellos seores le exponan, haba sonredo y
dicho: No. Por qu han de declararme mayor de edad? Estoy bien as. Y por qu tengo que dar mi dinero a un Banco que no me
interesa nada?.
El juez pronunci un largo discurso. Se trataba del honor de su padre. Todo el mundo saba que l era la causa de las dificultades por
las que ahora atravesaba la institucin. Era un deber filial conservar limpio su nombre.
Alraune se ri en sus barbas.
Su buen nombre? y volvindose al abogado Manasse: Qu le parece a usted de todo esto?
Manasse no contest. Se hundi en su silln, bufando como un gato pisoteado.
Me parece que usted piensa lo mismo que yo dijo la seorita, y no voy a soltar un cntimo.
El consejero de Comercio Ltzmann, presidente del Consejo de Administracin, le dijo que deba tener consideracin con la anciana
princesa, de tan antigua e ntima amistad con la casa ten Brinken, y con todas las pequeas gentes que iban a perder sus ahorros ganados
con tanto trabajo.
Por qu especulan? dijo ella tranquilamente. Por qu colocan su dinero en un establecimiento de tan dudoso crdito? Si hoy
quisiera dar limosnas, ya sabra utilizarlas mejor.
Su lgica era clara y cruel como un agudo cuchillo. Dijo que conoca a su padre y que el que se aliaba con l no deba ser mejor.
El director opuso que no se trataba de limosnas. Era seguro que con aquella ayuda se sostendra el Banco; slo era preciso superar
aquella crisis y ella recibira su dinero, hasta el ltimo cntimo, con todos los intereses.
Ella se volvi al juez:
Seor juez hay riesgo en ello, s o no?
l tuvo que confesar que haba efectivamente un riesgo. Era natural que pudieran surgir circunstancias imprevistas. Tena el deber de
decrselo, pero como hombre no poda menos de adherirse a la peticin de aquellos seores. Con ello realizaba una buena y gran obra y
salvaba a un montn de familias. Y, segn previsin humana, el peligro de una prdida era tan pequeo...
Ella se levant interrumpindole bruscamente.
De manera que hay riesgo, seores dijo burlonamente, y yo no quiero afrontar riesgo alguno. No quiero salvar existencia
alguna y no tengo ganas de realizar grandes y bellas obras.
Y con una leve inclinacin, sali dejando a los presentes con los rostros rojos y congestionados.
Pero el Banco no se dio por vencido y sigui luchando, y alberg una nueva esperanza con el telegrama de Gontram que anunciaba la
llegada del tutor legal. Los consejeros se pusieron en comunicacin con l y acordaron una entrevista para los prximos das.
***
Frank Braun comprendi que su partida no sera tan rpida como haba pensado y as se lo escribi a su madre.
La anciana ley su carta, la dobl cuidadosamente y la coloc en el negro arcn que contena todas las anteriores, que ella abra en
las largas noches de invierno, cuando estaba sola, para leerle a su perrito lo que el hijo le escribi aquella vez...
Y sali al balcn, y contempl los castaos que sostenan en sus poderosos brazos sus floraciones lucientes como bujas, y los frutales
del convento, blancos de flor, bajo los cuales paseaban tranquilamente los monjes.
Cundo vendr mi querido hijo? pensaba.
CAPTULO XIII
De pronto comenz:
Es tan triste que yo no pueda ayudarlas a ustedes... Lo siento tanto...
Frieda Gontram se levant y con bastante dificultad dijo:
Y por qu no?
No tengo ningn motivo respondi Alraune. Verdaderamente ninguno. No me gusta. Esto es todo. Y volvindose a la
condesa: Cree usted que su mam sufrir mucho? Y lo dijo recalcando el mucho, pero quedamente, con dulzura y crueldad al
mismo tiempo. Como una golondrina en un vuelo de caza.
La condesa tembl bajo su mirada.
Oh, no, no tanto! Y repiti las palabras de Frieda: Tiene todava su villa de Bonn y el castillo del Rin. Adems, las rentas de
las vias hngaras. Y yo cobro mi renta rusa, y...
Se detuvo, sin saber cmo seguir. Apenas tena una idea de su situacin ni del valor del dinero. Slo saba que con l se poda ir a
magnficos almacenes y comprar sombreros y otras cosas bonitas. Para esto bastara. Y hasta se disculp: todo haba sido idea de mam.
Que no se molestara la seorita ten Brinken; ella esperaba que aquel desagradable incidente no enturbiara su amistad...
Y sigui charlando, sin pensar lo que deca, sin razn y sin sentido. No se apercibi de una severa mirada de su amiga y se acurruc
bajo el fulgor verde de los ojos de Alraune, como un conejillo al calor de un campo de coles.
Frieda Gontram se intranquiliz. Primero irritada por la inaudita necedad de su amiga; luego por su manera de comportarse, ridcula y
de mal gusto. No hay mosca que vuele tan estpidamente a pegarse en el papel. Por fin, cuanto ms hablaba Olga, cuanto ms se
derreta bajo las miradas de Alraune la capa de nieve de sus sentimientos, despert en Frieda la sensacin que precisamente se haba
esforzado en ahogar. Y sus miradas se fijaron, celosas, en la esbelta figura del prncipe Orlowski.
Alraune la not.
Muchas gracias, querida condesa dijo. Me tranquiliza extraordinariamente lo que me dice y volvindose a Frieda:
Su padre me haba contado tales historias de la ruina inevitable de la princesa...
Frieda busc un asidero, hizo un esfuerzo por sobreponerse.
Mi padre tena razn declar con aspereza. Claro que es inevitable la ruina. La princesa tendr que vender el castillo...
No importa! dijo la condesa. No vamos nunca a l.
Cllate! grit Frieda. Sus ojos se turbaron y sinti que combata por una causa perdida. La princesa tendr que despedir al
servicio y no se acostumbrar sino con mucho trabajo a las nuevas circunstancias. Es dudoso que pueda conservar el automvil;
probablemente no.
Oh, qu lstima! susurr el negro prncipe.
Tendr que vender el coche y los caballos prosigui Frieda, despedir a una gran parte de la servidumbre...
Alraune la interrumpi:
Y usted, qu piensa hacer, seorita Gontram? Se quedar usted con la princesa?
Frieda vacil ante aquella pregunta tan inesperada:
Yo... tartamude. Yo... naturalmente...
Y la seorita ten Brinken, con su tono meloso:
Porque yo me alegrara de poder ofrecerle mi casa. Estoy tan sola... Necesito compaa... Se vendr usted conmigo?
Frieda luch, vacil un momento:
Con usted?
Pero Olga intervino:
No, no. Tiene que quedarse con nosotros. No puede dejar sola a mi madre.
Nunca he estado con tu madre declar Frieda. Siempre he estado contigo.
No importa grit la condesa. Conmigo o con ella... No quiero que te quedes aqu!
Oh, perdn! dijo burlonamente Alraune. Yo cre que la seorita tena una voluntad propia...
La condesa Olga se levant, con toda su sangre agolpada en el rostro:
No! grit. No, no!
Yo no tomo a nadie que no venga por s mismo dijo Alraune riendo. sta es la costumbre en mi casa. No insisto. Qudese
usted con la princesa si le gusta ms, seorita Gontram.
Se acerc a ella y tom sus dos manos.
Su hermano de usted fue un buen amigo mo dijo lentamente. Mi camarada de la niez. Le he besado tantas veces...
Y vio cmo aquella mujer que casi le doblaba la edad, bajaba los ojos al sentir su mirada; sinti cmo se humedecan sus manos bajo
el tacto ligero de sus dedos. Y bebi, apur aquel triunfo.
Quiere usted quedarse aqu? murmur.
Frieda Gontram respiraba con dificultad. Sin levantar la vista se acerc a la condesa.
Perdname, Olga dijo. Tengo que quedarme.
Y la amiga se arroj sobre el sof, hundi la cabeza en los almohadones, retorcindose en histricos sollozos.
No! gema. No, no!
Y se irgui luego y alz la mano como si quisiera golpear a la seorita y luego ri, con una carcajada estridente. Baj corriendo las
escaleras, sin sombrero, sin sombrilla. As atraves el patio hacia la calle.
Olga! le gritaba la amiga. Olga! Escchame! Olga!
Pero la seorita ten Brinken dijo:
Djala. Ya se calmar y su voz resonaba, altiva.
***
Fuera, en el jardn, bajo las lilas, desayunaba Frank Braun. Frieda Gontram le serva el t.
Es sin duda ventajoso para la casa que est usted aqu. Nunca se la ve a usted hacer nada, y, sin embargo, todo va como la seda.
Los criados sienten una extraa animadversin contra mi prima y adoptan una resistencia pasiva. No tienen idea de los medios de lucha
social, y, sin embargo, han llegado ya a una especie de sabotaje. Una abierta revolucin hubiera estallado ya si no me quisieran a m un
poco. Ahora est usted en la casa y todo marcha. Mis cumplimientos, Frieda.
Gracias repuso sta. Me alegro de poder hacer algo por Alraune.
Y en casa de la princesa la echarn a usted mucho de menos, ahora que anda all todo manga por hombro desde que el Banco
suspendi pagos. Tome, lea usted mi correo.
Y le tendi algunas cartas. Pero Frieda Gontram sacudi la cabeza.
No dijo. No quiero leer ni saber nada de todo eso.
l insista:
Debe usted enterarse, Frieda. Si no quiere usted leer las cartas yo le informar brevemente de lo sucedido. A su amiga de usted la
han encontrado...
Vive? murmur Frieda.
S, vive contest l. Cuando sali de aqu anduvo vagando toda la noche y todo el da siguiente. Debi recorrer el campo en
direccin a la montaa. Luego se dirigi hacia el Rin. Unos barqueros la vieron a poca distancia de Remagen, la observaron y se
mantuvieron cerca de ella porque su actitud les pareci sospechosa. Y cuando salt desde la roca se acercaron, consiguiendo sacarla del
agua a los pocos minutos. Esto ocurri hacia el medioda, hace ya cuatro das. A pesar de su resistencia, los barqueros la condujeron a la
crcel.
Frieda Gontram sostena la cabeza entre las manos.
A la crcel? pregunt muy queda.
Naturalmente respondi l. Era evidente que hubiese repetido su intento de suicidio. Ella se resisti tenazmente a toda
declaracin. Haba tirado su reloj, su portamonedas y hasta su pauelo. Y slo por la corona y las iniciales marcadas en su ropa no poda
identificrsela; slo cuando su padre de usted orden las pesquisas legales, se puso en claro su personalidad.
Y dnde est ahora? pregunt Frieda.
En la ciudad. El consejero la llev desde Remagen hasta la Casa de Salud del profesor Dalberg. Aqu est su informe. Temo que
la condesa Olga tenga que permanecer all mucho tiempo. Ayer tarde lleg la princesa. Usted, Frieda, debera visitar pronto a su pobre
amiga. El profesor ha dicho que ahora est ya tranquila.
Frieda Gontram se levant exclamando:
No! No! No puedo.
Y se march por el enarenado sendero bajo las lilas perfumadas.
Frank Braun se la qued mirando. Su rostro pareca una mscara de mrmol, como un destino grabado en la dura piedra. De pronto
una sonrisa anim la fra cartula como un ligero rayo de sol a travs de profundas sombras. Sus prpados se abrieron. Sus ojos
buscaron por entre la avenida de hayas que conduca a la casa. Y oy la clara risa de Alraune.
Extrao es su poder pens Braun. El to Jakob tiene razn en las meditaciones contenidas en el infolio.
l medit. Oh, s! Era difcil librarse de ella. Ninguno saba por qu, pero todos volaban hacia aquella llama devoradora. l
tambin? l?
Era cierto. Haba algo en todo aquello, que le incitaba. No comprenda exactamente cmo obraba, si sobre su sangre, sobre sus
sentidos o sobre su cerebro; pero que obraba, lo senta muy bien. No era verdad que se haba quedado a causa de los asuntos, de todas
aquellas causas y procesos. Ahora que la suerte del Banco de Mlheim estaba decidida, poda arreglarlo todo fcilmente con ayuda de
los abogados sin necesidad de quedarse.
Y all estaba todava, sin embargo. Descubri que se engaaba a s mismo; que creaba artificialmente nuevos motivos para aplazar su
partida. Y crey que su prima lo notaba; y hasta que era su tcita influencia la que le haca obrar as.
Maana me marcho a casa pens.
Pero otro pensamiento se apoderaba de l. Por qu? Tena miedo? Miedo de aquella tierna nia? Se le contagiaban las locuras
l la interrumpi, cortando aquella catarata de palabras. Tom rpidamente su mano, se inclin sobre ella y mir con fingido inters
sus sortijas.
Perdone Vuestra Alteza dijo. De dnde procede esta maravillosa esmeralda? Es una verdadera pieza de gabinete.
Es un botn de la gorra de magnate de mi primer marido respondi ella. Una alhaja de familia.
Y se dispuso a seguir hablando. Pero l se interpuso:
Es una piedra de una limpieza extraordinaria asever. Y de raro tamao. Una semejante slo la he visto en el establo del
Maharacha de Rolinkore; se la haba hecho poner a su caballo favorito como ojo derecho. Como ojo izquierdo llevaba un rub birmano
que no era ms pequeo.
Y refiri la mana de los prncipes indios de hacer sacar los ojos a sus caballos predilectos y sustituirlos por ojos de cristal o por
grandes cabochons.
Parece una crueldad dijo; pero yo le aseguro a Su Alteza que el efecto es extraordinario cuando se ve un magnfico animal
con inmviles ojos de alejandrita o de zafiro.
Y habl de piedras preciosas. Record de sus tiempos de estudiante que ella entenda algo de piedras preciosas y que en el fondo
esto era lo nico que le interesaba. Ella le responda, primero aprisa y entrecortadamente, tranquilizndose luego por momentos. Y se
sac las sortijas y se las fue mostrando una por una, refirindole cada vez una pequea historia. l asenta, fingiendo estar muy
interesado. Ya puede bajar la prima pensaba. Pas la primera tempestad.
Pero se equivocaba. Alraune entr abriendo la puerta sin ruido. Anduvo de puntillas sobre la alfombra y vino a sentarse en un silln
junto a ellos.
Me alegro tanto de ver a Su Alteza dijo con su tono meloso.
La princesa grit y tuvo que tomar aliento. Se santigu una vez y luego otra, a la manera ortodoxa.
Ah est! gema. Ah est!
S dijo Alraune riendo; real y verdadera.
Y se levant, tendi la mano a la princesa:
Lo siento mucho dijo. Mi sincero psame, Alteza.
La princesa no le tom la mano. Durante un minuto qued sin habla, jade, luchando por recobrarse. Por fin lo consigui.
No necesito tu psame grit. Tengo que hablar contigo.
Y Alraune se sent e hizo una ligera sea con la mano.
Hable, Alteza.
Y la princesa comenz: Saba Alraune que ella haba perdido su fortuna a causa de las manipulaciones de Su Excelencia?
Naturalmente que lo saba! Todos los interesados le haban expuesto detalladamente lo que tena que hacer. Y ella se haba negado a
cumplir con su obligacin. Saba Alraune lo que le haba pasado a su hija? Cont cmo la haba encontrado en la Casa de Salud y cul
era la opinin de los mdicos. Cada momento se excitaba ms. Su voz se haca ms alta y estridente.
Alraune declar con tranquilidad que saba todo exactamente.
La princesa le pregunt qu pensaba hacer. Era su intencin seguir las sucias huellas de su padre?
Oh! l haba sido un buen granuja. Ni en una novela se encontraba un tipo semejante de canalla redomado. Ya tena su merecido.
Y se detuvo en la persona de Su Excelencia y dijo a gritos todo cuanto le vena a la lengua. Supona que el sbito ataque de Olga era
debido al fracaso de su misin tanto como a que Alraune le haba quitado aquella amiga de tantos aos. Y crea que si Alraune quera
ayudarla, no slo se salvara su fortuna, sino tambin su hija, al saber la noticia.
No pido gritaba. Exijo. Exijo mi derecho. T, mi propia ahijada, y tu padre, habis obrado mal conmigo. Enmendadlo en
cuanto sea posible. Es una vergenza que tenga yo que decrtelo. Pero t no lo quieres de otra manera.
Qu tengo yo que salvar? dijo Alraune en voz baja. Por lo que s, el Banco ha quebrado hace ya tres das. Su dinero ha
volado, Alteza.
Lo dijo en un tono que se oa como un viento que hiciera volar los billetes de banco en todas direcciones.
No importa declar la princesa. Gontram me ha dicho que no llegaba a doce millones de dinero mo que tu padre haba
invertido en ese miserable Banco. Lo que tienes que hacer sencillamente es drmelos de tu dinero. Para ti, eso no es nada; ya lo s.
Ah! dijo Alraune. Ordena alguna otra cosa Su Alteza?
Ciertamente grit la princesa. Le dirs a la seorita Gontram que abandone inmediatamente tu casa. Partir conmigo
inmediatamente a donde est mi hija. Yo me espero de su presencia, y especialmente de la noticia de que la cuestin del dinero est
arreglada, un buen efecto sobre la condesa. Quiz una sbita curacin. No le har a la seorita Gontram ningn reproche sobre su
ingrata conducta. Y tambin renuncio a calificar tu proceder. Pero deseo que el asunto se arregle en seguida.
Y call, para tomar aliento despus del esfuerzo que supona aquel largo discurso. Tom su pauelo y se abanic, enjugando las
gruesas gotas de sudor que perlaban su rojo rostro.
Alraune se incorpor un poco e hizo una ligera inclinacin.
Su Alteza es muy bondadosa dijo melosamente.
CAPTULO XIV
Que habla de cmo Frank Braun jugaba con fuego y de cmo despert Alraune
Aquella tarde no baj Alraune a comer y mand a Frieda Gontram que le subiera un poco de t y algunos pasteles. Frank Braun
aguard un rato con la esperanza de que quiz bajase ms tarde. Entonces fue a la biblioteca y de mala gana puso unas actas encima de
la mesa. Pero como no pudo ensimismarse en su lectura, las volvi a cerrar y se resolvi a ir a la ciudad. Antes haba extrado del cajn
los ltimos recuerdos: el pedazo de cuerda, la tarjeta agujereada con la hoja de trbol y, finalmente, la raz de mandrgora. Lo empaquet
todo, sell el paquete y mand que se lo subieran a la seorita, sin incluirle ni una letra; ya encontrara todas las aclaraciones en el infolio
que llevaba sus iniciales en la portada.
Llam al chfer y parti para la ciudad. Como ya esperaba, encontr a Manasse en la pequea bodega de la plaza de la Catedral.
Con l estaba Stanislaus Schacht. Se sent con ellos y conversaron. Braun y el abogado se enzarzaron en la discusin de algunas
cuestiones jurdicas, los pros y los contras de este y aquel proceso. Convinieron en abandonar al consejero Gontram algunos casos
dudosos para que los condujera a un convenio aceptable; respecto a otros, Manasse crea poder obtener un triunfo decisivo. En cuanto a
algunas causas Frank Braun propuso reconocer la razn de la parte contraria, pero Manasse le contradijo.
No reconocer nunca nada. Aun cuando lo solicitado por el contrario est tan claro como el sol y sea cien veces ms justo.
Manasse, era el ms recto y honrado abogado de la Audiencia. Siempre les deca a sus clientes la verdad, cara a cara. En la barra
poda callar, pero no menta nunca. Y, sin embargo, era bastante jurista para animar un odio mortal contra todo reconocimiento de parte.
Pero as no conseguimos sino aumentar las costas opona Frank Braun.
No importa gritaba el abogado. Qu importa esto a nuestro objeto? Y le digo a usted que nunca puede saberse... Siempre
quedan posibilidades...
Una posibilidad jurdica? Tal vez... respondi Frank Braun.
Y call. Para el abogado no haba otra cosa. El Tribunal decida en derecho, y por consiguiente era derecho lo que l decida, aun
cuando hoy, dijera una cosa y meses despus, en suprema instancia, otra distinta. De todos modos, era el Tribunal el que emita el fallo
decisivo y no la parte. Dar la razn al contrario era emitir por s mismo el fallo, anticiparse al Tribunal. Manasse era abogado, era parcial.
Y del mismo modo que deseaba un juez imparcial, era un horror para l verse obligado a fallar en pro o en contra de la parte
representada.
Frank Braun sonrea.
Como usted quiera dijo.
Y habl con Stanislaus Schacht, que le refiri cosas de su amigo el doctor Mohnen y de todos los que en la ciudad vivan cuando
Braun estudiaba all.
S, Joseph Theyssen era haca tiempo consejero de Gobierno; y Klingelhffer era profesor en Halle y pronto vendra a ocupar la
ctedra de Anatoma de la Universidad.
Y Fritz Langen, y Bastian, y...
Frank Braun le oa, hojeaba aquel viviente almanaque Gotha de la Universidad que conoca todas las filiaciones.
Sigue usted matriculado? pregunt.
Stanislaus call, un poco molesto. Pero el abogado grit:
Cmo? Pues no sabe usted...? Ya hizo su doctorado hace cinco aos.
Cinco aos! Frank Braun calcul. Deba haber ocurrido despus de terminado el 45, no, el 46 semestre.
De manera que... por fin dijo.
Y levantndose, le tendi la mano, que el otro sacudi con fuerza.
Permtame que le d la enhorabuena, seor doctor prosigui. Pero permtame tambin que le pregunte: a qu se dedica
usted ahora?
Si l lo supiera!... exclam el abogado.
Entonces vino el capelln Schrder y Frank Braun le sali al encuentro para saludarlo.
Otra vez por aqu? dijo el ensotanado. Esto hay que celebrarlo.
Yo convido declar Stanislaus Schacht. Hay que brindar por mi birrete doctoral.
Y por mi nueva dignidad de vicario dijo riendo el eclesistico. De modo que repartmonos el honor si le parece, doctor
Schacht.
Convinieron en ello y el anciano vicario encarg un vino de Scharhofberg, del 93, que la bodega haba adquirido por mediacin suya.
Prob el vino, sacudi la cabeza complacido y choc su copa con la de Frank Braun.
A usted le va bien dijo; correteando por mares y tierras, segn se lee en los peridicos. Nosotros tenemos que quedarnos en
casita y consolarnos con que en el Mosela haya siempre buen vino. Esta marca no la encuentra usted en otra parte.
La marca, s respondi Braun. Pero no el vino. Y en qu se ocupa Su Ilustrsima?
En qu he de ocuparme? repuso el eclesistico. Siempre fastidiado. Nuestro viejo Rin se hace cada vez ms prusiano. As
que escribo por entretenimiento payasadas para Tnnes y los Bestevader, para los Schl y los Speumanes y los Marizzebill. Ya he
saqueado todo Plauto y Terencio para el teatro de marionetas de Peter Millowitsch en Colonia. Ahora estoy con Holberg. Imagnese
usted; ese to ahora se llama Seor Director me paga hasta honorarios: otra invencin prusiana.
Algrese usted carraspe el abogado.
Y volvindose a Frank Braun:
Ha publicado tambin un trabajo sobre Jamblico, y le digo a usted que es un libro extraordinario.
No vale la pena exclam el viejo vicario. Slo es un pequeo ensayo...
Stanislaus Schacht le interrumpi:
Vamos! Quite usted! Su trabajo es fundamental para el estudio de toda la esencia de la escuela alejandrina. Su hiptesis sobre la
doctrina de la emanacin en los neoplatnicos...
Y comenz a disertar, como un obispo discutidor en un concilio, exponiendo de paso algunas dudas ac y all; dijo que no era exacto
que el autor se basara absolutamente en los tres principios csmicos, aun cuando era verdad que quiz haba podido conseguir as
comprender el espritu de Porfirio y de sus discpulos.
Manasse intervino y, por ltimo, tambin el vicario. Y discutiendo como si nada hubiera en el mundo tan importante como aquel
extrao monismo de los alejandrinos, que en el fondo no era otra cosa que la destruccin mstica del yo por medio del xtasis, el
ascetismo y la teurgia.
Frank Braun escuchaba en silencio.
sta es Alemania pensaba. ste es mi pas.
Y record que haca un ao haba estado en un bar en Melbourne o en Sidney con tres personas: un juez, un obispo y un clebre
mdico; y que los tres haban disputado con no menos calor. Slo que entonces se trataba de quin era el mejor boxeador: Jimmy Walsh,
de Tasmania, o el esbelto Fred Costa, el campen de Nueva Gales del Sur. Aqu, en cambio, se reunan un pequeo abogado que nunca
acababa de ser nombrado consejero, un eclesistico que escriba farsas absurdas para el guiol y nunca consegua una parroquia y el
eterno estudiante Stanislaus Schacht, que a los cuarenta aos haba terminado felizmente su doctorado y no saba ahora a qu dedicarse.
Y esos tres pobres diablos hablaban de los temas ms sabios, ms extraos a su profesin, ms inactuales, con la misma ligereza, con la
misma precisin con que los seores de Melbourne hablaban del boxeo. Oh, se podra cribar toda Amrica, toda Australia y nueve
dcimas partes de Europa sin encontrar tal cantidad de ciencia!
Y, sin embargo, est muerta suspir Braun. Muerta hace mucho tiempo y huele a putrefaccin. Slo que estos seores no lo
notan.
Y pregunt al vicario qu tal le iba a su ahijado, el joven Gontram.
El abogado se interrumpi en el acto:
S, cuente usted, padre. Precisamente para eso he venido.
El vicario se desaboton la sotana, sac su cartera y de ella una carta.
Lala usted mismo dijo. Muy consoladora no es.
Frank Braun lanz una rpida mirada al sello.
De Davos? pregunt. sa es la herencia de su madre.
Por desgracia suspir el anciano eclesistico. Joseph era un muchacho tan fresco y tan bueno. La verdad es que no haba
nacido para clrigo. Aunque yo mismo visto sotana, le hubiera hecho estudiar para otra cosa, si no le hubiera prometido a su madre en el
lecho de muerte lo que promet. Por otra parte, l hubiese seguido su propio camino, como yo... Hizo su doctorado con gran brillantez y
yo recib todas las dispensaciones del arzobispo, que le quiere mucho. Me ha ayudado muy bien en mi trabajo sobre Jamblico y hubiera
podido llegar a ser algo. Slo que, por desgracia...
Se detuvo y apur su copa lentamente.
Sobrevino tan de pronto, padre?... pregunt Frank Braun.
As puede decirse respondi el clrigo. La primera causa fue sin duda la impresin de la muerte de su hermano Wolf. Tena
que haber visto usted a Josef en el cementerio. No se apart un momento de mi lado mientras pronunciaba mi breve discurso, estaba con
la vista fija en una gran corona de rosas rojas puestas sobre el fretro. Se mantuvo firme mientras dur la ceremonia, pero luego se sinti
tan dbil que Schacht y yo tuvimos que llevarlo literalmente en brazos. Ya en el coche se sinti mejor, pero al llegar a casa volvi otra vez
a sentirse aptico y lo nico que pude sacarle en toda la noche fue que l era el ltimo de los hijos de Gontram y que ahora le tocaba la
vez. Ya no sali de su apata, convencido de que sus das estaban contados, aun cuando los profesores que lo reconocieron al principio
me dieron muy buenas esperanzas. Luego la enfermedad se aceler y de da en da se apreciaba su avance. Le mandamos a Davos,
pero parece que el fin no est lejos.
Call y gruesas lgrimas brillaron en sus ojos.
La madre era ms dura dijo Manasse. Durante seis aos se estuvo riendo de la muerte.
Dios conceda a su alma paz eterna dijo el vicario llenando las copas. Bebamos en silencio un sorbo a su memoria.
Y levantaron los vasos y los apuraron.
Pronto se va a quedar el consejero completamente solo dijo el doctor Schacht. Slo su hija Frieda parece completamente
sana. El nico de sus hijos que le sobrevivir.
El abogado carraspe:
Frieda? No. No lo creo.
Por qu no? murmur Frank Braun.
Porque... porque... comenz. Bah! Por qu no decirlo?
Y mir a su interlocutor, incisivo, rabioso, como si fuera a saltarle al cuello.
Quiere usted saber por qu Frieda no llegar a vieja? Porque est completamente en las garras de aquella maldita bruja. Por eso.
Ya lo sabe usted.
Bruja! pens Frank Braun. La llama bruja lo mismo que el to Jakob en su infolio.
Qu quiere usted decir, seor Manasse? pregunt.
Y Manasse aull:
Eso, lo que digo... El que se acerca mucho a la seorita ten Brinken se queda pegado como la mosca en la miel y se ahoga sin que
le valga patalear. Tenga usted cuidado, seor doctor... Llamar la atencin de alguien es una tarea bastante ingrata... Ya lo hice una vez,
sin xito... Con Wolf Gontram. Ahora le toca a usted... Huya usted mientras tenga tiempo todava. Qu hace usted aqu? Parece como
si estuviera usted ya relamindose a la vista de la miel.
Frank Braun rio, pero su risa result algo forzada.
No debe usted inquietarse por mi causa exclam, sin conseguir convencer a su interlocutor ni convencerse a s mismo.
Y siguieron bebiendo. Bebieron por el birrete doctoral de Schacht, por la nueva dignidad del eclesistico, por la prosperidad del doctor
Mohnen, del que nadie haba odo palabra desde que abandon la ciudad. Ha desaparecido dijo Stanislaus Schacht, y se puso
sentimental y cant pasionales canciones.
Frank Braun se despidi. Como antao, march a pie hasta Lendenich, entre los perfumados rboles primaverales.
***
Al pasar por el patio vio luz en la biblioteca. Entr. Alraune estaba sentada en el divn.
T aqu, primita? Tan tarde?
Ella no respondi. Con un gesto le invit a que tomara asiento. l lo hizo, frente a ella, y esper, sin instarla a hablar, aunque segua
silenciosa.
Por fin dijo ella:
Tengo que hablar contigo.
l asinti. Alraune callaba de nuevo.
Y Frank Braun comenz:
Has ledo el manuscrito?
S dijo. Y respirando profundamente se le qued mirando. De manera que yo soy... una broma que se te ocurri una vez a
ti?
Una broma? Un pensamiento, si te parece opuso l.
Bueno, un pensamiento. Qu importa la palabra? Qu es una broma sino un pensamiento alegre? Y creo que este tuyo fue
bastante chistoso y se ech a rer. Pero no te esperaba por eso, era otra cosa lo que quera saber. Crees t...?
Qu es lo que tengo que creer? Que es verdad lo que refiere el manuscrito? S, lo creo.
Ella sacudi la cabeza con impaciencia.
Si no digo eso... Claro que es verdad; para qu iba a mentir el consejero en ese libro? Quiero saber si t tambin crees, como
mi... mi..., bueno, como tu to, que yo soy un ser distinto de los otros hombres..., que soy lo que mi nombre significa.
Cmo responder a esa pregunta? Pregntale a un fisilogo y te responder seguramente que t eres un ser humano como los
dems que pueblan el mundo, aun cuando... aun cuando tu origen tenga algo de extraordinario. Aadir que todo lo sucedido son
casualidades, cosas accesorias que...
Eso no me importa interrumpi ella. Esas cosas accesorias fueron para tu to lo principal. En el fondo, es indiferente que lo
fueran o no. Lo que te pregunto es: Compartes t esa opinin? Crees que yo soy un ser extraordinario?
Braun call no sabiendo qu contestar, buscando una respuesta. Lo crea... y no lo crea.
Y beba sus besos, la sangre ardiente de sus propios labios, que desgarraban los dientes de ella, embriagndose, consciente y
voluntario, como con un vino espumoso o con los venenos que haba trado del Oriente.
Deja! grit de pronto. Deja! No sabes lo que haces.
Los rizos de Alraune se estrechaban an ms contra su frente y sus besos se hacan ms violentos y ardientes.
All yacan, pisoteados, los claros pensamientos del da. Ahora brotaban los sueos, se hencha el rojo mar de la sangre. Las Mnades
blandan el tiros y espumeaba la sagrada embriaguez de Dionisos.
Bsame!
Pero ella le solt y dej caer los brazos. l abri los ojos y la contemplo.
Bsame! repeta en voz baja.
Los ojos de ella miraban sin brillo y su respiracin era precipitada. Con lentitud sacudi la cabeza.
l se levant de un salto.
Entonces te besar yo.
Y la levant en sus brazos, arrojndola sobre el divn a pesar de su resistencia; y se arrodill all mismo, donde ella haba estado
arrodillada.
Cierra los ojos murmur.
Y se inclin sobre ella.
Que divinos eran sus besos; zalameros y suaves, como un arpa en la noche de esto; violentos, rpidos, rudos, como una tempestad
en el mar del Norte; ardientes, como el hlito de fuego de la boca del Etna; arrebatadores, devoradores, como el vrtice del Maelstrom.
Todo se hunde! deca ella.
Luego se levantaron las llamas, altas como el cielo, flotaron las antorchas y los altares se encendieron como cuando el lobo salt a
travs de lo sagrado con la boca sangrienta.
Ella le abraz, estrechndose contra su pecho.
Ardo! deca exultante. Ardo!
Y l la arranc del cuerpo los vestidos.
***
El sol estaba muy alto cuando despert. Saba que estaba desnuda, pero no se cubri. Volvi la cabeza y le vio sentado junto a ella,
tambin desnudo, y le pregunt:
Te marchars?
Quieres que me marche?
Qudate! murmur Alraune. Qudate!
CAPTULO XV
***
Temprano, al despertar el sol, sala en kimono de su cuarto. Iba al jardn, por el sendero que cruzaba frente a las espalderas, hacia el
macizo de los rosales, cortaba Boule de Neige, Emperatriz Augusta Victoria, seora Drusky y Merveille de Lyon. Torca a la izquierda,
donde estaban los alerces y los abedules.
Alraune estaba sentada en la balaustrada del estanque, con una capa de seda negra, y arrojaba a los peces migas de pan. Cuando l
vena, trenzaba hbil y ligera una guirnalda de rosas plidas, con la que coronaba sus cabellos. Luego arrojaba la capa y se quedaba en su
camisa de encajes chapuzando con los pies desnudos en el agua fra.
Apenas hablaban. Pero ella se estremeca cuando los dedos de l rozaban dbilmente su nuca, cuando su hlito le rozaba las mejillas.
Lentamente dejaba resbalar la camisa, que dejaba a un lado, sobre la sirena de bronce. Seis nyades que posaban sobre la balaustrada en
torno al estanque, vertan el agua de sus urnas y sus nforas o la derramaban del seno en delgados chorros. A su alrededor se arrastraba
toda la fauna acutica: grandes langostas, tortugas, peces, serpientes y otros reptiles. En medio, un tritn soplaba su cuerno y a su
alrededor una muchedumbre de mofletudos seres marinos escupa al azul gruesos surtidores.
Ven, amigo mo deca Alraune.
Luego entraban en el agua glacial. l senta un escalofro. Sus labios se tornaban azules y la piel de gallina cubra sus brazos; tena
que nadar activamente, agitarse para calentar su sangre, adaptarse a aquella temperatura inslita. Ella no notaba nada de esto; en
seguida se encontraba en su elemento y se burlaba de l nadando en torno suyo como una ranita.
Abre los grifos gritaba.
l lo haca y a la orilla del estanque, junto a la estatua de Galatea, se levantaban ligeras olas que se henchan un momento, se
alcanzaban, crecan ms y ms altas. Luego se agitaban, fuertes y poderosas, cayendo y levantndose, ms altas que los surtidores,
cuatro lucientes cascadas, despidiendo una lluvia de chispas.
All estaba ella, en medio de las cuatro, en medio de la lluvia tornasolada, como un lindo mancebo esbelto y delicado. La mirada de l
la besaba largo rato. Ni una falta haba en la proporcin de aquellos miembros, ni el menor defecto en aquella hermosa estatua. Uniforme
era su color, blanco mrmol de Paros, con una tenue pigmentacin amarilla. Slo en la cara interna, brillante y rosada de los muslos se
marcaba una extraa lnea.
Esto hizo sucumbir al doctor Petersen pensaba l. E inclinndose de rodillas, besaba las partes ms rosadas.
En qu piensas? preguntaba Alraune. Y Braun deca:
Me imagino que eres una Melusina. Mira a tu alrededor las sirenas, no tienen piernas; slo una larga y escamosa cola de pez. No
tienen alma, pero se dice que a veces aman a un hombre: un pescador o un caballero andante. Lo aman tanto, que salen a tierra desde
las fras ondas y buscan a una vieja bruja o a un curandero milagroso, y stos les cuecen repugnantes venenos y se los hacen beber. Y
toman un agudo cuchillo y comienzan a cortar la cola. Duele mucho, mucho; pero Melusina traga sus dolores movida de su gran amor. Y
no se queja ni llora, hasta que el dolor le roba los sentidos. Pero cuando despierta, la cola ha desaparecido y ella anda en dos hermosos
pies como un ser humano. Slo se conocen las cicatrices de los cortes del curandero.
Pero ella sigue siendo una sirena? preguntaba Alraune. An teniendo piernas? No crea el hechicero un alma para ella?
No. Eso no puede hacerlo. Pero todava se cuentan ms cosas de las sirenas.
Qu se dice?
Y l sigui contando.
Mientras permanecen vrgenes, poseen una fuerza siniestra; pero cuando se sumergen en los besos del amado, cuando pierden su
virginidad bajo el abrazo del caballero, el encanto desaparece. Ya no pueden traer tesoro alguno, ni oro del Rin; pero el negro dolor que
en otro tiempo las segua, evita tambin sus umbrales. Y en adelante son lo mismo que las otras mujeres.
Si as fuera!... murmuraba Alraune.
Y arrancaba de su cabeza la blanca guirnalda y nadaba hacia los acuarios y tritones, las sirenas y las nyades, y les arrojaba en su
regazo las rosas.
Tomadlas, hermanas! Tomadlas! deca riendo. Yo ya soy una mujer.
***
En el dormitorio de Alraune haba un gran lecho de colgaduras sostenidas por cortas columnitas barrocas. A los pies se levantaban
sobre dos fustes pteras con llamas doradas; los largueros estaban adornados con tallas: Onfalia tejiendo la tnica de Hrcules, Perseo
besando a Andrmeda y Hefaisto cazando en sus redes a Ares y a Afrodita. Por todo l, se entretejan muchos vstagos entre los que
jugaban palomas y nios alados. El viejo y suntuoso lecho era dorado y lo haba trado de Lyon la seorita Hortensia de Monthyon,
cuando se cas con el bisabuelo de los Brinken. Braun vio a Alraune subida en una silla a la cabecera de la cama con unas pesadas
tenazas en la mano.
Qu haces ah? pregunt.
Ella se ech a rer.
pasaban por el puente de madera; Bianca vadeaba las claras aguas sentando los pies cuidadosamente y mirando curiosa a los lados
cuando una rana verde saltaba al agua desde la orilla. Frank conduca al animal por delante de los arriates de frambuesas, de las que
arrancaba sus rojos frutos, que reparta con Alraune. Y luego seguan hasta ms all de los espesos bosquecillos de laureles rosas.
All, rodeado de espesos olmos, se extenda el gran campo de claveles. El abuelo de Braun lo haba hecho plantar para su amigo
Gottfried Kinkel, un buen amigo, que amaba mucho esas flores. Mientras el poeta vivi, le enviaba todas las semanas un gran ramo.
La vista no descubra sino pequeos claveles blancos, muchos millares; las blancas flores brillaban como plata entre las finas hojas de
un verde asimismo plateado. Al sol de la tarde, aquella alfombra de plata se extenda lejos, muy lejos...
Bianca se sumerga en aquel argentino mar que besaba sus pies ondulando suavemente al viento, mientras Braun se quedaba a la
orilla contemplando al blanco jinete y a su blanca cabalgadura, bebiendo hasta saciarse aquella dulzura de color.
Y Alraune cabalgaba hacia l:
No es esto hermoso, querido mo?
Y l, con seriedad:
Muy hermoso. Sigue cabalgando.
Y ella contestaba:
Estoy tan alegre...
Y posaba con suavidad sus manos tras las orejas del inteligente animal, que caminaba despacio, despacio, entre la plata luminosa.
***
De qu te res? pregunt Alraune.
Estaban sentados en la terraza, ante la mesa del desayuno, y l lea su correo. Era una carta del abogado Manasse, que le escriba
sobre las acciones de las minas de Burberg. Habr usted ledo en los peridicos los hallazgos de oro en Hocheifel deca el abogado
. Los hallazgos se han hecho en gran parte en los terrenos demarcados por la empresa de Burberg. Me parece muy dudoso que las
pequeas venas aurferas compensen los considerables gastos de una explotacin racional. Sin embargo, los papeles, que hace cuatro
semanas carecan completamente de valor, han subido rpidamente, y hace una semana se cotizaban ya a la par, lo que se debe, en parte,
a una hbil campaa periodstica de los directores de la empresa. Hoy me entero por el director Baller que ya se cotizan a 214. Yo le he
entregado a este seor, que es amigo mo, sus acciones, rogndole que las venda en seguida, lo que tendr lugar maana. De modo que
quiz consiga usted una cotizacin an ms alta.
Braun tendi a Alraune la carta:
El to Jakob no se hubiera podido figurar esto ni en sueos; de otro modo no hubieran sido esas acciones las que nos hubiera
legado a mi madre y a m.
Alraune tom la carta y la ley con atencin hasta el final. Luego la dej caer y se qued mirando con la vista perdida, plida como la
cera.
Qu te pasa? pregunt l.
S. Se lo imagin. Se lo imagin exactamente dijo con lentitud.
Y volvindose hacia Braun:
Si quieres ganar dinero, no las vendas.
El timbre de su voz era de una gran seriedad.
Se encontrar ms oro y subirn mucho, mucho ms tus acciones.
Es demasiado tarde. A estas horas ese papel se habr vendido ya. Por otra parte, ests t tan segura?...
Segura? repiti Alraune. Quin puede estar ms segura que yo?
Y dej caer la cabeza sobre la mesa y prorrumpi en sonoros sollozos.
As comienza!... As! dijo.
Braun se haba levantado y rodeado con su brazo los hombros de ella.
Tonteras! Es preciso que se te quite de la cabeza esa mana. Ven, Alraune. Vamos a baarnos. El agua fra te arrancar esas
telas de araa. Ven a hablar con tus hermanas, las sirenas, que te confirmarn que Melusina no puede ocasionar ningn maleficio desde
que bes a su amado.
Alraune se levant de un salto y se solt de l.
Te quiero! grit. S; te quiero! Pero no es verdad... El encanto no desaparece. No soy una Melusina, hija de las aguas. He
nacido de la Tierra y me cre la Noche.
De sus labios salan sonidos estridentes que l no supo si significaban un sollozo o una carcajada.
La tom en sus recios brazos, sin cuidarse de su resistencia y de sus golpes. La cogi como a un nio arisco y la sac fuera, al jardn,
y sin hacer caso de sus gritos, la arroj al estanque, hacindola describir un amplio arco, con vestidos y todo.
Ella se levant y permaneci un momento aturdida y confusa. Braun hizo correr las fuentes, que la rodearon de una sonora lluvia.
Entonces ella le llam riendo:
las margaritas se columpiaban mariposas amarillas. En tomo se oa un murmullo cantar de grillos, zumbar de abejas, y a los pies de
ambos saltaban cigarrones de todos los tamaos. Las ranas croaban en el agua y una alondra cantaba en los aires. Ellos caminaron sobre
la pradera, hacia las hayas rojas. Entonces oyeron junto a ellos un angustioso murmullo y vieron un pardillo pequeo que hua por entre
los arbustos. Frank Braun aguz la vista y se adelant de puntillas.
Ah est el ladrn murmur.
Dnde? pregunt ella. Dnde?
Pero ya haba disparado Braun, y una fuerte ardilla cay desde la rama de un haya. Braun la levant de la cola y le mostr a Alraune
el tiro.
sta ya no saquea ningn nido ms.
Y siguieron ojeando por el vasto parque. Braun mat una segunda ardilla entre las hojas de una madreselva y una tercera, gris
oscura, en la copa de un peral.
T tiras siempre! exclam Alraune. Djame una vez la escopeta!
l se la dio, ensendole cmo deba montarla y hacindole disparar varias veces contra un tronco.
Vamos dijo. Muestra ahora tu habilidad.
Y empujando el can de la escopeta hacia abajo, la instruy:
As. El can siempre hacia abajo y no en el aire.
Cerca del estanque vio a una ardilla joven que jugaba en el sendero. Alraune quiso tirar en seguida, pero l le mand aproximarse
unos pasos.
Ya ests bastante cerca. Tira ahora.
Alraune dispar. La ardilla mir a su alrededor con asombro, dio un rpido salto hacia una rama y desapareci entre el espeso follaje.
La segunda vez no fue mejor. Alraune tir a demasiada distancia. Cuando trataba de aproximarse, la caza hua antes de que ella
tuviera tiempo de disparar.
Qu bichos tan tontos! protestaba. Por qu se quedan quietos cuando t les tiras?
Aquella infantil irritacin le pareci a l encantadora.
Seguramente porque quieren depararme un placer especial deca l riendo. La verdad es que t haces demasiado ruido con
tus botas de montar; pero espera, que ya nos acercaremos.
Cerca de la casa, donde los avellanos se estrechaban en torno a las acacias, vio otra ardilla.
Qudate aqu murmur... Yo te la levantar. Mira hacia el matorral aquel, y cuando la veas venir, silba para que yo lo sepa.
Cuando oiga el silbido, se volver la ardilla, y entonces tiras.
Braun se alej, describiendo un amplio arco, a registrar los matorrales. Por fin, descubri al animal sobre una acacia baja, le oblig a
descender, le persigui por entre los matorrales. Vio que iba en direccin a Alraune y se qued un poco atrs esperando su silbido. Pero
como no lo oyera, retrocedi por el mismo camino hasta volver al sendero donde estaba ella con la escopeta en la mano, la vista fija en
los matorrales de enfrente. Un poco a su izquierda, apenas a tres metros de ella, jugaba alegremente la ardilla entre las matas.
Ah est grit Braun a media voz. Ah arriba, un poco a la izquierda.
Alraune oy su voz y se volvi rpidamente hacia l, que vio cmo abra los labios para hablar. En seguida oy un tiro y sinti un
ligero dolor en el costado.
Luego oy su estridente y desesperado grito, y vio cmo ella tiraba la escopeta y se precipitaba sobre l. Le rasg el kimono y le
palp la herida.
Volviendo la cabeza, la examin l tambin. Era una larga y ligera rozadura de la que apenas sala un poco de sangre. Slo la piel
estaba quemada, mostrando una ancha lnea negra.
Diablo! dijo riendo. Ha pasado bien cerca. Precisamente sobre el corazn.
Ella estaba de pie frente a l, temblando, sin poder sostenerse apenas. l la sostuvo y la tranquiliz:
Pero si no es nada, hija. No es nada. La lavaremos un poco, la untaremos con un poco de aceite... Convncete de que no es nada.
Y, abriendo ms el kimono, le mostr el pecho desnudo. Alraune palp la herida con trmulos dedos.
Junto al corazn! murmuraba. Junto al corazn!
De pronto se llev las manos a la cabeza. Un sbito terror la acometi y contempl a su amigo con espantados ojos. Se solt de sus
brazos y, corriendo hacia la casa, subi la escalinata de un salto.
CAPTULO XVI
Y l, quedamente:
No. Ya no.
Y su mirada cay sobre los ojos del anciano, y vio como sus labios se entreabran.
No hables, viejo! dijo rpidamente. S lo que me quieres decir! Pero no puedo. No puedo!
El cochero se le qued mirando largo tiempo despus que se hubo marchado hacia el jardn. Escupi y sacudi pensativamente la
cabeza, santigundose.
***
Una tarde Frieda Gontram estaba sentada en el banco de piedra bajo las hayas rojas. Braun corri hacia ella y le tendi la mano.
Ya de vuelta, Frieda?
Los dos meses han pasado ya.
l se llev la mano a la frente:
Pasado? murmuraba. A m me pareca que haca apenas una semana. Cmo est su hermano? sigui diciendo.
Ha muerto. Hace ya tiempo. Le enterramos all en Davos. El vicario Schrder y yo.
Muerto?
Y luego, como si quisiera apartar de s aquellos pensamientos:
Y qu hay de nuevo por ah? Nosotros vivimos como ermitaos sin salir apenas del jardn.
Y Frieda comenz:
La princesa muri de una apopleja. La condesa Olga...
Pero, sin dejarla acabar:
No, no grit Braun. No diga usted nada ms; no quiero or nada. Muerte! Muerte y muerte! Calle usted, Frieda, calle
usted!
Se alegraba de que estuviera otra vez all. Hablaban poco, pero en silencio permanecan largo tiempo juntos, a escondidas cuando
Alraune estaba en casa. sta refunfuaba por la vuelta de Frieda.
Por qu ha vuelto? No quiero tenerla aqu. No quiero vivir con nadie sino contigo.
Djala. Para nada nos estorba y siempre que puede se esconde.
Alraune dijo:
Est contigo cuando yo no estoy aqu. Lo s; pero que tenga cuidado.
Qu quieres hacer? pregunt l.
Hacer? Nada. Te has olvidado de que yo no necesito hacer nada? Todo viene por s mismo.
En Braun renaci un momento la resistencia:
Eres peligrosa dijo como un fruto venenoso.
Ella irgui la cabeza:
Por qu anda siempre tras la golosina? No le mand que se fuera para siempre? Pero t propusiste dos meses. Es culpa tuya.
No. No es verdad. Aquella vez se hubiera tirado al agua.
Mejor dijo riendo Alraune.
Braun la interrumpi diciendo rpidamente:
La princesa ha muerto. Una apopleja...
Gracias a Dios! rio Alraune.
Braun apret los dientes y la cogi de los brazos, zarandendola:
Eres una bruja! Te deban matar!
Ella no se defendi, aun cuando los dedos de Braun se crispaban en su carne.
Quin? deca. Quin? y segua riendo. Quin? T?
S. Yo. Yo. Yo plant la semilla del rbol venenoso y encontrar tambin el hacha para derribarlo, para librar al mundo de ti.
Hazlo deca Alraune melosamente. Hazlo, Frank Braun!
Su burla caa como el aceite sobre el fuego que le quemaba. Una humareda roja y ardiente se entreteji ante su vista, penetrando
asfixiante en su boca. Su rostro se descompuso, y precipitndose sobre Alraune levant en alto el puo cerrado.
Pega! gritaba ella. Pega! Oh, as me gustas tanto!...
Y el brazo de Braun cay inerte y su pobre voluntad se ahog en el torrente de las caricias de Alraune.
***
Aquella noche se despert. La claridad vacilante de las bujas del gran candelabro de plata sobre la chimenea cay sobre Braun, que
yaca en el enorme lecho de su bisabuela; la acartonada mandrgora penda sobre l Si caes, vas a descalabrarme! pensaba medio
slo uno.
El viejo cochero le tom del brazo y le empuj hacia adelante. Braun se tambaleaba, estuvo a punto de caer. Luego dio un salto y
atraves corriendo el patio hacia la casa.
Y se arrodill junto a ella. Y recogi en los brazos su dulce cuerpo. Sangre, mucha sangre tea los cortos rizos de Alraune. Puso el
odo junto al corazn de ella y oy un ligero latido.
Oh, vive todava! Vive todava! murmur, besndola en la plida frente.
Vio cmo a su lado el viejo cochero se ocupaba de Frieda Gontram, le vio sacudir la cabeza y levantarse pesadamente.
Se ha roto la nuca le oy decir.
Qu le importaba eso? Alraune viva! Ella viva!
Ven, viejo grit. Vamos a subirla arriba.
La levant por los hombros. Entonces abri ella los ojos, pero no le reconoci y segua murmurando: Ya voy! Ya voy!
Su cabeza cay hacia atrs. Braun se levant de un salto. Su grito salvaje se levant en la noche, rompindose en las casas
inmediatas, derramndose los ecos por los jardines.
Alraune! Alraune! Yo fui... yo!
El viejo cochero le puso la callosa mano sobre el hombro, sacudiendo la cabeza.
No, seorito dijo. Fue la seorita Gontram quien la llam.
Y Braun, con una risa estridente:
No fue mi deseo?
El semblante del viejo se ensombreci. Su voz son ronca:
Ha sido mi deseo.
***
Los criados salieron de las casas y vinieron con luces llenando con sus voces y su ruido el amplio patio. Vacilando como un ebrio, se
tambale Braun hacia la casa, apoyndose en el hombro del viejo cochero.
Debo irme a mi casa murmuraba. Mi madre me aguarda.
FINAL
El verano declina y los altos rosales levantan junto al enrejado sus capullos. Las malvas derraman sus dbiles tonos entre colores
suaves: amarillo plido, lila y rosa plido.
Cuando t llamaste, querida amiga, grit la Primavera joven. Cuando t pasaste por la angosta puerta del jardn de mis sueos, los
narcisos y los amarillos chalimagos dieron la bienvenida a las golondrinas. Tus ojos fueron azules y buenos, y tu das como los opulentos
racimos de las glicinas azules que gotearon sus florecillas hasta formar una muelle alfombra por la que discurri mi pie ligero bajo las
bvedas de follajes relucientes de sol.
Y las sombras cayeron y, en las noches, el pecado eterno sali de la mar y vino del sur en el fuego de los vientos del desierto;
despidi su hlito pestilente, esparciendo en mis jardines los velos de sus lbricas bellezas. Entonces despert tu alma ardiente, hermana
brava, alegre de todas las vergenzas, embriagada de todos los venenos, y bebi mi sangre lanzando gritos de jbilo y chillando en medio
de dolorosos tormentos, de besos de placer.
La dulce maravilla de tus uas rosadas, que puli Fanny, tu doncellita, se convirtieron en feroces zarpas; y tus dientecillos, brillantes
como lechosos palos, en poderosos colmillos; y tus dulces senos de nia, en la opulenta ubre de una ramera. Vboras de fuego silbaron
entre tus rizos de oro; y en tus ojos, dulces ojos, como piedras preciosas que rompen la luz, como los lucientes zafiros de mis quietos
Budas dorados, brotaron las chispas que funden en su llama las cadenas de todas las locuras. Pero en el estanque de mi alma creci un
loto de oro que extendi sus anchas hojas sobre la vasta superficie, cubriendo el horrible vrtice de las profundidades. Y las lgrimas de
plata que llor la nube yacan como grandes perlas sobre las hojas verdes, fulgurando en el medioda como pulidas piedras lunares. All,
donde se extenda la nieve de las acacias, vertan los citisos su venenoso amarillo. Entonces encontr, hermanita, la gran belleza del casto
pecado, y comprend las concupiscencias de los santos.
Yo estaba sentado ante el espejo, querida amiga, y beba en l la opulencia de tus pecados cuando dormas las tardes de verano sobre
blancos linos en tu tenue camisa de seda.
Muy otra eras t, mi rubia amiga, cuando el sol rea entre la magnificencia de mis jardines, linda hermanita de mis tranquilos das de
ensoacin. Y muy otra cuando el sol se hunda en el mar y la oscuridad surga de entre las malezas, brava, pecadora hermana de mis
noches ardientes. Yo miraba al tenue claror del da todos los pecados de la noche en tu belleza desnuda.
En el espejo obtuve ese conocimiento. En el viejo espejo de marco de oro, en el vasto mirador del castillo de San Constanzo, aquel
espejo que haba visto tantos juegos de amor. En ese espejo lea yo esta verdad cuando apartaba la vista de las hojas del infolio; ms
dulce que nada es el casto pecado de la Inocencia.
***
No negars, querida amiga, t no me negars que hay seres no animales, seres extraos que surgen del placer malvado de
absurdos pensamientos.
Buena es la ley, buena es toda norma severa, bueno es el Dios que la cre y el hombre que la respeta. Pero es un hijo de Satn aquel
que se inmiscuye en las leyes eternas, desencajndolas con mano atrevida de sus frreos quicios.
El Malo le ayuda. El Malo, que es un poderoso seor y bien puede crear, segn su propia altiva voluntad, contra la Naturaleza. Su
obra podr levantarse orgullosa y crecer en el cielo, para derrumbarse al final, sepultando en su cada al loco orgulloso que la imaginara.
***
Para ti escrib este libro, hermana ma. Viejas y ya olvidadas cicatrices hube de rasgar, mezclando su oscura sangre con la fresca y
roja de mis ltimos tormentos. Hermosas flores brotan del suelo abonado con sangre. Muy cierto es, hermosa amiga, todo lo que en l te
refiero, y, sin embargo, en el espejo beb la comprensin ltima de aquellos sucesos, la causa primera de esos viejos recuerdos.
Toma este libro, hermana. Tmalo de manos de un bravo aventurero, un loco presuntuoso que fue al mismo tiempo un callado
soador. De manos de uno, hermanita, que march al margen de la vida.
Miramar - Lesina - Bioni
Abril-octubre 1911
Hanns Heinz Ewers fue un escritor alemn cuyas otras vocaciones -teatro, filosofa- velaron su enorme capacidad para el relato corto.
Notas
[2] Komment (del francs comment) se llama en Alemania a las frmulas rituales que rigen toda la vida corporativa de las agrupaciones
escolares. (N. del T.) <<