Olvido Social PDF
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Jorge Mendoza Garca*
* Profesor de la Universidad Autnoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, y de la Univer-
sidad Pedaggica Nacional. Correo electrnico: <jorgeuk@correo.unam.mx>. 129
Jorge Mendoza Garca
Ntese la expresin de Augusto Pinochet, quien encabez el golpe militar que derroc al
presidente chileno Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. El general afirm sobre tal ac-
cin: Haba como una luz divina que iluminaba esos das negros. Todos los problemas se acla-
raban o se solucionaban en forma tan limpia y normal, que hasta los hechos que parecan negros
tenan un final favorable. Hoy, cuando miro el camino recorrido, pienso cmo la Providencia,
sin forzar los actos, iba limpiando la senda de obstculos para facilitar con ellos la actuacin
final que debamos realizar sobre el gobierno de la Unidad Popular (citado en Scherer, 2005:
55). Eso reflexiona a posteriori del golpe: lo justifica en su autobiografa, lo traza del pasado al
presente, pero lo efectu en un presente mirando al futuro. 131
Jorge Mendoza Garca
Pero ese uso del olvido parece ser exclusivo o aplicable a los cercanos muy al estilo de Be-
nito Jurez: a los amigos justicia y gracia; a los enemigos la ley a secas, pues para los distantes, los
lejanos en tiempo y en afectividades, no es aplicable la clusula. En efecto: los trgicos entendern
la leccin y sabrn evitar los argumentos demasiado actuales, a menos que ese presente sea duelo
para los otros, un duelo infatigablemente convertido, como en Los persas, en himno a la gloria de
132 Atenas (Loraux, 1989: 29).
Sucinto recorrido por el olvido social
Peculiar: la palabra que significa pintura quiere decir etimolgicamente algo as como
escribir, fijar lo vivo (Lled, 1992: 102). 133
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A Nietzsche tambin le atraa el olvido, lo reivindicaba. Este pensador parta de una premi-
sa: al hombre, al ser humano, le pesa el pasado. Seal que en el siglo xix, el sentido histrico,
gracias a su planteamiento, fue reconocido por vez primera como enfermedad, como signo tpico
de decadencia. Nietzsche (citado por Rabossi, 1989: 10) sentenci: es absolutamente imposible
vivir sin olvidar [...] se trata de saber olvidar adrede, y desde ah, entonces, el olvido tiene usos que
hay que saber emplear, que sera aquel que procure salud individual y social. As, hay que cruzar
por dos caminos, el primero determinar qu se desea olvidar; acto seguido, el segundo paso, buscar
la manera de olvidar lo que se tiene que olvidar. Por eso Rabossi concluye: El problema [...] no es
tanto negarse a olvidar cualquiera sea el signo de lo olvidable, sino estar seguros de que el olvido
va a asegurar la salud de los individuos y de la nacin (Rabossi, 1989: 11).
El olvido se encuentra en dos rdenes: por un lado, el saber, y por el otro, el hacer, de tal
forma que su empleo lleva en dos direcciones: a) el olvido de algo que ya se saba y que despus
ya no se sabe, pero que se debera saber; b) el olvido consciente de la realizacin de un acto que
no se realiz. En el primer caso, sobre una colectividad se reflexionara que sta conmemora
ciertas fechas sea por tragedia o festividad, puesto que son das de especial importancia para el
grupo y por ello hay que hacer que perduren en la memoria, y con el paso del tiempo se olvida
la conmemoracin o la causa por la que se recuerda. En el segundo caso, la misma colectividad
no conmemora la fecha que posibilitara la memoria: el olvido se introduce en la omisin del
acto mismo. Aplicado a la sociedad, con el verbo olvidar la lengua dice algo tanto de aquel
que olvida, prestndole la figura del individuo [o colectividad] consciente, como de lo que es
olvidado: contenido de saber, o accin (Milner, 1989: 68).
As, siguiendo con Chile, en abril de 1978 los militares decretaron la Ley 2.191, de auto-
perdn, de la que se beneficiaban los oficiales involucrados en delitos de lesa humanidad come-
tidos en ese periodo (Marn, 2006). Despus, cuando el poder pas de los militares a los civiles,
134 en 1990 se cre la Comisin Nacional para la Verdad y la Reconciliacin. Fue una burla para
Sucinto recorrido por el olvido social
los chilenos, ofensa para las vctimas de la dictadura, afirma Joao Garcs. Al respecto, Julio
Scherer (2005: 135) ha escrito: Salvo casos extremos, la comisin no deba revelar los nombres
de los asesinos. El silencio protegi tambin a los torturadores. Slo en las circunstancias de un
desenlace irrevocable en la plancha del martirio podra hacerse pblica la identidad de las vcti-
mas. Hubo centenares de miles torturados. El doce por ciento de la poblacin mayor de quince
aos. Hubo miles que perdieron los reflejos, incontables las neurosis y psicosis, hubo invlidos,
hombres y mujeres inhabilitados para el trabajo, gritos en la noche, nublado el sueo.
Su contraparte bien puede ser la obligacin del recuerdo, el deber de no olvidar, de comuni-
car. As, por ejemplo, en la Biblia se castiga el olvido porque es negativo, es una especie de pecado
raz que permitir que el resto se posibilite. En el libro sagrado se advierte: Cuidaris de poner
por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy [...] Te acordars de todo el camino por donde
te ha trado Jehov, tu Dios, quien prob a su pueblo durante largas caminatas para saber lo que
haba en tu corazn, si habas de guardar o no sus mandamientos [...] Reconoce asimismo en tu
corazn, que, como castiga el hombre a su hijo, as Jehov, tu Dios, te castiga. Guardars, pues,
los mandamientos de Jehov, tu Dios, andando en sus caminos y temindolo (Deuteronomio,
8, 1-6). Y para que no quede duda del castigo divino, el apartado intitulado Amonestacin de no
olvidar a Dios (Deuteronomio, 8, 11-20) avisa: Cudate de no olvidarte de Jehov, tu Dios,
para cumplir los mandamientos, decretos y estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas
y te sacies [...] y todo lo que tengas se acreciente, se ensombrezca tu corazn y te olvides de Jehov,
tu Dios, que te sac de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.... Y se llama a no olvidar y
a la fidelidad: acurdate de Jehov, tu Dios, porque l es quien te da el poder para adquirir las
riquezas [...] Pero si llegas a olvidarte de Jehov, tu Dios, y vas tras dioses ajenos, los sirves y ante
ellos te inclinas, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceris. Como las naciones
que Jehov destruir delante de vosotros, as pereceris, por cuanto no habris atendido a la voz
de Jehov, vuestro Dios. 135
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cas en el momento de justificarse. Arman toda una trama, toda una na-
rracin sobre el pasado, de forma tal que ste confluye naturalmente
en el presente, y con ella se intenta demostrar que otros caminos eran
improbables, no tenan viabilidad, el que se impuso era el ptimo, el
ms congruente, el lgico. La narrativa aqu desempea un papel fun-
damental. La situacin actual, entonces, se posibilita y explica por esa
narrativa de secuencialidad que se expresa sobre el pasado, como una
derivacin natural de los hechos. Las formas totalitarias de pensa-
miento tienen esta tesitura. El olvido as lo indica. De esta manera, para
justificar el golpe de Estado que derroc al presidente Salvador Allende
en Chile, la junta militar golpista difundi el denominado Plan Z, diri-
gido a la opinin mundial, en el cual expresaban: Que ella juzgue si los
chilenos tuvimos o no derecho a sacudir, el 11 de septiembre de 1973,
el yugo de un rgimen indigno y oprobioso para iniciar el camino de
la restauracin y de la renovacin nacional (citado en Scherer, 2005:
58). En esta retrica, los chilenos son suplidos por la junta militar, que
se hace cargo de definir la restauracin y renovacin, y a ello tiene todo
el derecho, que no debe negrsele. sta es la retrica de la coercin, que
anticipa lo que est por venir.
Las nociones de memoria y olvido no aluden slo a la manera como
se organizan documentos, archivos y monumentos, sino tambin a la
manipulacin a gran escala de lo que debe o puede ser recordado; es
decir, el recuerdo y el olvido socialmente organizado (Middleton y
Edwards, 1992: 25-26). Y en ello tiene un papel determinante lo que se
dice del pasado y, por supuesto, lo que se oculta; la retrica con que
se imponen discursos sobre el pasado. En efecto, la forma de hablar
y la utilizacin de ciertas palabras y no de otras, de ciertos discursos
en detrimento de otros, su empleo en ciertas situaciones y no en otras
porque se sabe dnde usarlas y cmo usarlas: las palabras adquieren
su significado slo dentro del dilogo, son el resultado de una accin
conjunta. En consecuencia, el discurso tiene que ver no slo con lo que
se dice, sino con la manera como se dice. En muchos casos no se trata
de expresar ms, sino de expresar bien. se es un arte, el de la retrica,
que los griegos anunciaron hace 25 siglos. En ese tiempo y lugar hubo
retrica porque hubo elocuencia, elocuencia pblica, y se us la pala-
bra para ejercer influencia en el pueblo, en los tribunales, en la plaza
pblica y, por supuesto, fue artefacto para la aclamacin y la apologa.
En las batallas que se entablaban en la Grecia clsica, el arma princi- 137
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Parece que es frase de Gorgias, no obstante, su antecedente se encuentra en Corax, alum-
no de Empdocles, a quien se debe el primer tratado didctico del arte oratoria, al cual le sigui
Tisias. De hecho, se ha sealado que el inventor de la retrica es Empdocles, quien, adems
de ser el primer retrico, fue estadista, filsofo, poeta, ingeniero que cambia el clima reba-
nando montes y que se arroja al volcn Etna para morir a la altura de su dignidad (Fernndez
Christlieb, 1994: 327). En otro sentido, hay un poder fuerte: se puede disponer de las palabras
sin cosas de por medio, y de los hombres disponiendo de las palabras. Por eso el mundo puede
modificarse, para un lado o para el otro, mediante las palabras, frente a los ojos de los dems.
Para influir en el pblico no se remite a lo necesario, ni a la verdad, sino a lo verosmil, que-
dando diluida la dicotoma doxa (opinin)-episteme (ciencia). Quiz por eso Platn considera-
ba a la retrica como peligrosa y la conden y la llam arte de ilusin y engao. Se seala que
con Aristteles la retrica deja las calles y las plazas y se introduce al mbito de la disciplina.
No obstante, la filosofa no termina por absorber ni por desentenderse de la retrica: los sitios
de la retrica, plaza pblica, asambleas, tribunales, son sitios de elocuencia que la filosofa no
ha logrado relegar: la retrica de Aristteles constituye la ms brillante de las tentativas de
138 institucionalizar la retrica partiendo de la filosofa (Ricoeur, 2001: 18).
Sucinto recorrido por el olvido social
La memoria colectiva, mucha de la que oper en Europa del Este, como en otros sitios
ocurre, por ejemplo, en Amrica Latina, de manera especial en el Cono Sur, no ha hecho sino
alimentarse ms de esperanza que de nostalgia. De ah que las reivindicaciones que se exigieron
en distintos momentos exhiban los anhelos de corregir las mentiras, las manipulaciones de la
historia oficial del periodo precedente, especialmente mediante una revisin de los manuales
escolares de historia. S, no existe pueblo, nacin, identidad, sin memoria, ni democracia sin
140 memoria libre (Le Goff, 1992: 14).
Sucinto recorrido por el olvido social
La suplantacin, como forma del olvido, de una deidad por otra. Los
emplazamientos y sus objetos, los espacios y sus edificaciones, son im-
portantes para la memoria, pero lo son tambin para el olvido, sobre
todo cuando son derruidos.
Jerusaln es otra muestra de ello. Antes capital religiosa para judos y
cristianos, se design ciudad sagrada musulmana por haber emprendido
desde ella Mahoma su vuelo hasta las regiones celestiales, lo cual no hace
sino mostrar la manera de apoderarse de una ciudad religiosa. En todo
caso, la suplantacin ha sido un medio sumamente eficaz para facilitar el
reemplazo de una creencia religiosa por otra (Elorza, 2001: 85). En este
ejemplo, como en otros tantos, se echa mano de elementos y preferencias
religiosas anteriores; este dispositivo del sincretismo ha facilitado la insta-
lacin de religiones, creencias, cultos, regmenes e ideologas de distinto
tipo. De esta forma, al intentar fundar o crear un poder nuevo, no basta
con eliminar, esconder o hacer olvidar los smbolos de los vencidos: hay
que suprimir los obstculos que pudieran representar aquello que envuel-
ve la tradicin y que se manifiesta de distintas formas.10
As sucede con el cambio de topnimos, es decir, la modificacin
del nombre de un lugar. Situacin que suele ocurrir luego del triunfo
de un movimiento, revuelta o revolucin. As, despus de la Revolucin
de Octubre en la Unin de Repblicas Socialistas Soviticas (URSS), las
plazas cambiaron de nombre hasta llegar a grados absurdos. Un caso:
en 1925, la plaza Zaritina tena esa denominacin debido a un ro que
cruzaba por ah, llamado la Reina. Pero algunos antimonrquicos in-
cultos creyeron que Zaritina perteneca a la nobleza rusa, y entonces
le cambiaron el nombre a la plaza por el de Stalingrado (la ciudad de
Stalin) (Rojanski, 1992). La ciudad de Leningrado en la antigua URSS
ilustra otro caso al respecto.
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Se ha sealado que, cuando concluyen, los procesos de triunfo y derrota de sociedades
confrontadas atraviesan por una serie de procesos que, en mayor o menor medida, conducen al
olvido social. En la China tres siglos a. C. se queman libros para evitar la utilizacin del pasado;
en la Francia de la Revolucin, se fincan demasiadas culpas sobre la era anterior, el feudalismo. La
revolucin agrega nuevos elementos: a) eliminacin de smbolos del pasado; b) cuando se requiera,
recuperacin parcial de los smbolos; c) supresin de monumentos de los personajes del pasado y
levantamiento de los nuevos hroes, sobre todo los muertos; d) procesos para eternizar, momificar,
a los nuevos hroes muertos, y desenterrar, vaciar los espacios de los otros; e) autoinmortalizacin,
con la elaboracin de informes, autobiografas, para presentarse y elevarse de rango. Todo ello para
142 borrar una memoria y dotar a la sociedad de otra, y todo el teatro para legitimarla.
Sucinto recorrido por el olvido social
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Galeano (2000: 59) sintetiza sobre el olvido social: Los nadies: los hijos de nadie, los
dueos de nada. Los nadies: los ningunos, los ningunueados corriendo la liebre, muriendo la
vida, jodidos, rejodidos: Que no son, aunque sean/ Que no hablan idiomas, sino dialectos/ Que
no profesan religiones, sino supersticiones/ Que no hacen arte, sino artesana/ Que no practican
cultura, sino folklore/ Que no son seres humanos, sino recursos humanos/ Que no tienen cara,
sino brazos/ Que no tiene nombre, sino nmero/ Que no figuran en la historia universal, sino
144 en la crnica roja de la prensa local/ Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
Sucinto recorrido por el olvido social
por una razn ardiente: la aparatosa quema de todos los libros que existan
en el ao 213 a. C., operacin que fue ordenada por el emperador Tsin
Shihuangti como castigo a los autores que se haban atrevido a criticar su
poltica (Dahl, 1999: 18). Fueron pocos los libros que no sucumbieron
al fuego, y muchos de los que se produjeron despus han desaparecido.
La Edad Media tambin cuenta con sus incendios olvidadizos. Cuan-
do los fundamentos del Imperio Romano se venan abajo, Italia qued a
merced de los saqueos a manos de los brbaros. Entre los siglos v y vi,
tiempos de la agona del Imperio, una buena parte del tesoro bibliogr-
fico fue destruido. La literatura cristiana, que ya tena presencia al lado
de la latina y la griega, dio paso a la construccin de bibliotecas sacras
o cristianas con la presencia de textos bblicos y, tiempo despus, con
los escritos de los Padres de la Iglesia y los libros litrgicos utilizados en
los servicios religiosos (Dahl, 1999: 44). Pero, debido a las persecuciones
que sufran los cristianos, iniciadas por el emperador Diocleciano hacia
el ao 303, muchas bibliotecas fueron destruidas parcial o totalmente.
Una de las bibliotecas que sobrevivi a esta destruccin, la de Cesarea,
que al paso de los aos tuvo para los cristianos la misma importancia que
la biblioteca de Alejandra para la cultura helenstica, fue destruida en el
ao 637, cuando los rabes conquistaron Palestina. Trece siglos despus
esta forma no se modificaba: el terror incendiaba la memoria. Efectiva-
mente, los nazis fueron expertos en proyectar la usanza de la quema de
libros: en mayo de 1933 se escaldaron infinidad de escritos, que a los
ojos del poder no merecan permanecer. En plena segunda Guerra Mun-
dial, los bombardeos, tanto de los nazis como de los aliados, destruyeron
por millones los libros, muchos de ellos en almacenes editoriales (Dahl,
1999: 276-277). Memorias de culturas distintas borradas por el fuego.
Visto as, si la memoria se posibilita y ampla por la escritura, el olvido se
impone y extiende mediante el fuego.
duda mejor que los trabajos de los historiadores, de los problemas que
plantea la [propia] historia (Ferro, 1990: 11). Al menos esto suceda
hasta el derrumbe del bloque socialista.
Ciertamente, los acontecimientos del pasado, el propio pasado in-
cluso, no tienen el mismo significado para los distintos grupos que par-
ticipan de tales sucesos, puesto que, como lo planteaba Halbwachs, los
recuerdos se van modificando con el paso del tiempo y, por supuesto, con
la resignificacin que se tiene de stos. Marc Ferro apunta dos elementos
para que esto suceda: el saber, el conocimiento que se tiene a posteriori
de los sucesos, y la ideologa que domina el momento, lo cual, a su vez,
modifica la recuperacin y el sentido que hace la historia y, agregaramos,
la memoria. Y es que, segn afirma este historiador: Controlar el pasado
ayuda a dominar el presente, a legitimar dominaciones e impugnaciones
(Ferro, 1990: 9). Benedetto Croce lo haba expresado a su manera a prin-
cipios del siglo xx: la historia plantea los problemas de su tiempo ms que
los de la poca, que se supone son su objeto de estudio, stos, en todo
caso, son un mero pretexto para problematizar. Quiz de ello se desprenda
un conocimiento: lo que se ensea en las escuelas como historia y pasado
oficial expresa, a su vez, la situacin contempornea. En frica, por ejem-
plo, la historia que se transmite a los nios informa sobre ese pasado pero
tambin sobre la situacin actual. Los libros para nios son empleados
para glorificar los grandes imperios del pasado africano, cuyo esplendor se
pone en paralelo con la decadencia y el retraso de la Europa feudal, en la
misma poca: la funcin teraputica est expresada claramente (Ferro,
1990: 12). De alguna manera hay que dorarles la pldora, mostrando
un pasado glorioso del cual enorgullecerse, aunque en la actualidad se
encuentren en la miseria por los saqueos de los conquistadores, hechos
que, por cierto, no se comunican.
Asimismo, puede observarse que la historia que se narra tanto a los
nios como a los adultos permite a la vez conocer la identidad de una
sociedad y el estatus de sta a travs del tiempo (Ferro, 1990: 11). En
efecto, es cuestin de dirigir la mirada hacia las imposiciones de los sis-
temas polticos: en la Espaa de Franco se enaltece a Cristo Rey; en los
tiempos de las repblicas en Francia, a la nacin y al Estado; en los pases
socialistas (URSS y China, por ejemplo), al Partido, y as sucesivamente.
En el museo de Bucarest se registra otro caso: se suprimen peda-
ggicamente muchos sucesos del siglo xx, en especial los de las prime-
146 ras dcadas, y es que ah, como en otros sitios y momentos, el pasado
Sucinto recorrido por el olvido social
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Del papa viajero, Fernando Vallejo (2007: 291-292) dice: le dio por pedir perdn y se
disculp por un centenar de los incontables crmenes cometidos por la Puta [as le dice Vallejo
a la Iglesia catlica] en los mil seiscientos aos que disfrut de un omnmodo poder. Y as el
31 de octubre de 1992 pidi perdn por la persecucin en 1633 a Galileo; el 9 de agosto de
1993, por la participacin de la Puta en el comercio de esclavos en frica; en mayo de 1995 y
en la Repblica Checa, por los que quem la Puta en la hoguera y por las guerras de religin
150 que desencaden tras la Reforma protestante; el 10 de julio de 1995 y en una carta a todas las
Sucinto recorrido por el olvido social
mujeres por las injusticias cometidas contra ellas en nombre de Cristo, por la violacin de sus
derechos y por la misoginia empecinada de la Puta; el 16 de marzo de 1998, por el silencio cm-
plice del catolicismo ante el holocausto; el 18 de diciembre de 1999 en Praga, por la ejecucin
de Jans Hus en la hoguera en 1415: que independientemente de las convicciones teolgicas
que defendi Hus no se puede negar por ms tiempo su integridad personal ni su empeo por
elevarle el nivel moral a su nacin, dijo el desvergonzado. El 12 de marzo de 2000, durante una
de las misas del perdn que se invent, llor por los pecados de los catlicos cometidos a lo
largo de los siglos contra los grupos tnicos, por la violacin de sus derechos y el desprecio a sus
culturas y tradiciones religiosas. El 4 de mayo de 2001 le pidi perdn al patriarca de Constan-
tinopla por los pecados de los cruzados cuando devastaron a esa ciudad cristiana en 1204. El 22
de noviembre de 2001 y por internet, pidi perdn por los abusos de los misioneros contra los
pueblos aborgenes del Pacfico Sur. Y un largo etctera. Pero lo que ms me gusta de toda esta
bellaquera de nuevo cuo es la visita del impdico del 6 de mayo de 2001 a la mezquita de los
omeyas en Damasco a la que entr a orar y a perorar y donde dijo en su perorata: Por todas
las veces que los musulmanes y los cristianos se han ofendido pidmosle perdn al Altsimo y
perdonmonos mutuamente. Y acto seguido el cara dura bes el Corn. Por un beso de stos al
Corn en la Espaa de los reyes catlicos o en la Roma de San Po V lo habran quemado vivo
en la hoguera por apstata. Son los signos de los tiempos.
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Los sobrevivientes se llaman as porque se reconoce que estuvieron en riesgo de muer-
te. Y los que no son sobrevivientes, especficamente quienes no corrieron riesgos, esgrimen que si
se olvida el terror que afect a las vctimas, entonces podra ser olvidado tambin el terror colectivo
no reconocido (Lira, 1998: 252). 151
Jorge Mendoza Garca
una experiencia central en este siglo, y eso duele, cala y hondo, se siente
profundamente, razn por la cual se apuesta a que la memoria no permita
que tales tragedias sean olvidadas. Sectores de la sociedad en distintos si-
tios (pinsese en Europa del Este despus del derrumbe del bloque socia-
lista y en el propio Cono Sur luego de la cada de los regmenes militares,
o en el Mxico posterior a la salida del Partido Revolucionario Institu-
cional del poder) han demandado que se arroje luz sobre los excesos del
poder que llevaron a la vivencia de mltiples tragedias, para que no se
olvide, para que se recuerde. No slo para evitar repetirlas sino porque
moralmente debe aprenderse de ellas. Lo ms grave que le puede suceder
a una sociedad, a decir de Jacques Le Goff (1992: 17), es que caiga en la
desmemoria: Lo peor es el olvido. Que a los olvidos de los verdugos no
suceda el olvido de las vctimas. Aqu y all, diversos grupos, como se ha
visto a fines del siglo xx, no estn dispuestos a ello.15
En efecto, a pesar de que el poder nos vace la memoria o nos la llene
de basura es decir, de olvido y que nos obligue a repetir la historia en
lugar de construirla, y que a diferencia de la profeca donde las trage-
dias se repiten como farsas, y entre nosotros las tragedias se repitan
como tragedias, eso no parece importarle mucho a la memoria. La
memoria guardar lo que considere prudente, propio. Contra el olvido
uno puede luchar, hasta lo ltimo: Cuando es verdadera, cuando nace
de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le
niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros,
o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los
dems, alguna cosa que merece ser por los dems celebrada o perdonada
[o relatada] (Galeano, 2000: 11).
Es justo con estas celebraciones que sectores de la sociedad mantie-
nen con vida diversos acontecimientos que se han querido borrar. Porque
esos sucesos les generan sentido: ah se reconocen y en muchos casos ah
encuentran el pasado propio. Estos relatos que se mantienen da a da,
por fuera del discurso oficial, son formas que cobra la memoria, un tanto
marginal, que no cuenta con sus propios historiadores, pero que apare-
15
En este sentido, la memoria debe ser considerada no slo como celebracin sino tambin
como reorientacin del pensamiento social, del quehacer en sociedad. Esto permitira en el
presente no slo la condena sino la evitacin de injusticias, no parecidas a las del pasado, pero s
152 sinrazones del poder tendientes a la exclusin, eliminacin, al olvido de lo diferente.
Sucinto recorrido por el olvido social
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Para algunos historiadores crticos esta memoria es un tipo de historia. Y tiene como ca-
ractersticas que no est sometida a crticas, que confunde distintas temporalidades: el tiempo del
mito y el tiempo de la historia pura memoria, se dira. Esta historia sobrevive, autnoma e
intacta, o bien trasplantada, y contina muy viva a pesar de todos los rechazos de la historia oficial
y erudita (Ferro, 1990: 469), y se yuxtapone a la historia institucional, a la versin oficial.
17
Paul Rozenberg aduce que la tradicin es un instrumento de supervivencia, y que se opone
a la modernidad organizadora de las desigualdades. Y cual si se hablara de olvido, el autor refiere:
Los romnticos exhuman as el mundo celta, la Edad Media, para destacar en el pasado las im-
genes necesarias a la constitucin de las nostalgias anticomerciales y antindustriales. Lo mismo
que la democracia primitiva constituye lo reprimido mtico de los sistemas de Estado, las ideo-
logas feudales (por ejemplo del honor, del respeto a la mujer) constituyen, por imaginarias que
sean, lo reprimido de las relaciones de dinero y provecho. La memoria histrica no es neutral. La
historiografa romntica, colocada bajo el signo de la nostalgia y de la clera, va, como la memoria
individual, a rodear el recuerdo traumatizante para sacar de la imagen de dichas ficticias la certeza
de que otras dichas fueron posibles (referido en Chesneaux, 1981: 68). 153
Jorge Mendoza Garca
y polticas que as lo posibilitan. Este tipo de relatos del pasado han sido
designados en algunos casos como contrahistoria, pero desde la psicolo-
ga social se les reivindica como memorias porque no intentan suplir a
la versin dominante del poder. Simplemente quieren que se le reconozca
y actuar en consecuencia. No obstante, estas versiones de la memoria tie-
nen sus desventajas, pues no gozan de los mismos apoyos que la visin
oficial, y en ocasiones llegan al lmite de sobrevivir slo mediante la va
oral, y por ese sendero se comunican (Florescano, 2001). Estas versiones
de la memoria son prcticamente historias sepultadas, son versiones de
los vencidos o sometidos, que a distintos grupos les generan sentido e
identidad; de ah que las sigan manteniendo y comunicando, as sea en
pequea escala. Es el caso, en su momento, de los pueblos coloniales, los
esclavos, los negros, las mujeres, los chicanos, los latinos, los nativos,
los indgenas, los familiares de los desaparecidos polticos, los cheche-
nos, los armenios; en una palabra, de los excluidos, quienes harn todo lo
que est a su alcance para mantener sus recuerdos.
Un palestino refugiado en Lbano expresa que despus de aos de
exilio su pueblo no termina por olvidar su tierra, y narra: Cuando ra-
mos combatientes, a veces entrbamos en Israel desde el sur del Lbano
para llevar a cabo algn operativo. All siempre recogamos piedras de
Palestina que regalbamos despus a nuestros amigos de los campos de
refugiados. Las exponan en sus casas como tesoros (citado en Mergier,
2000: 58). En las piedras, evidentemente, se encuentra la memoria de
su pueblo. Esas rocas, al igual que la escritura, remiten al pasado, a la
memoria, a lo que vale la pena mantener. Cuando a algunos escritores se
les ha preguntado si tiene sentido escribir, suelen responder que s. Uno
de ellos, que vivi tragedias, apunta con respecto a escribir en medio del
sufrimiento: quizs escribir no sea ms que una tentativa de poner a
salvo, en el tiempo de la infamia, las voces que darn testimonio de que
aqu estuvimos y as fuimos. Un modo de guardar para los que no co-
nocemos todava, como quera Espriu, el nombre de cada cosa. Quien
no sabe de dnde viene, cmo puede averiguar adnde va? (Galeano,
1993: 205). En este par de casos, piedras y escritura forman parte de lo
que se ha denominado artefactos de la memoria (Mendoza, 2004a), esos
objetos en los que se inscribe el sentido de los acontecimientos que se
quieren mantener en el pensamiento de la sociedad.
En contra de la lgica olvidadiza del poder, los grupos y sociedades
154 insisten en la permanencia de lo que experimentan, de lo que hacen, de
Sucinto recorrido por el olvido social
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Lo mismo ocurre para la memoria denominada individual: empieza y termina siendo
social. El ruso Lev Vygotsky (1979) es uno de quienes argument la memoria de las personas
como social en un apartado denominado Los orgenes sociales de la memoria. Este autor
habla de la memoria como un proceso psicolgico superior que est mediado por signos y
herramientas; esto es, que tiene un devenir social. Porque es gracias a las construcciones cultu-
rales (signos y herramientas) que se forja la memoria y que se internaliza como un proceso que
primero est entre la gente, en la cultura, y slo despus se interioriza, se hace parte de la gente:
la esencia ntima de la memoria humana consiste en el hecho de que los seres humanos re-
cuerdan activamente con la ayuda de signos. En ocasiones estos signos no son ms que objetos
externos, como ocurre en mltiples culturas, donde la gente se ata un hilo al dedo para recordar
algo; en este caso, dice Vygotsky, lo que se est haciendo en esencia, es construir el proceso de
memorizacin a travs de un objeto externo (Vygotsky, 1979: 86). 155
Jorge Mendoza Garca
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