Lecturas
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Ijurra era de un feo subido de punto, tena ms fealdad que la que a un solo cristiano cumple y
compete, realzada con su desgreo en el vestir.
En cambio era rumboso y gastador, siempre que sus larguezas dieran campo para que de l se
hablara.
As, cuando delante de testigos, (sobre todo si estos eran del sexo que se viste por la cabeza)
le pedan una peseta de limosna, meta Ijurra mano al bolsillo y daba algunas onzas de oro,
diciendo: Socrrase, hermano, y perdone la pequeez.
Por el contrario, si una viuda vergonzante u otro necesitado acuda a l en secreto, pidindole
una caridad, contestaba Ijurra:
Yo no doy de comer a ociosos ni a pelanduscas: trabaje el bausn, que buenos lomos tiene, o
vaya la buscona al tambo y a los portales.
No quiero hablar de las conquistas amorosas que hizo Ijurra, gracias a su caudal, porque este
tema podra llevarme lejos. Como que le birl la moza nada menos que al regidor Valladares,
sujeto a quien no tuve el disgusto de conocer personalmente, pero del cual tengo largas
noticias, que por hoy dejo en el fondo del tintero.
Visto est, pues, que a Ijurra le haba agarrado el diablo por la vanidad, y que para l fue
siempre letra muerta aquel precepto evanglico de no sepa tu izquierda lo que des con tu
derecha. El lujo de su casa, su coche con ruedas de plata y la esplendidez de sus festines,
formaron poca.
En esos tiempos en que no estaban en boga las tinas de mrmol ni el sistema de caeras para
conducir el agua a las habitaciones, acostumbraba la gente acomodada humedecer la piel en
tinas de madera.
Las calles de Lima no estaban canalizadas como hoy, sino cruzadas por acequias repugnantes
a la vista y al olfato.
Los vecinos, para impedir que las tablas se resecasen y descendieran de su armazn, hacan
poner las tinas en la acequia durante un par de horas.
Pues el seor Ijurra tena la vanidosa extravagancia de hacer re mojar en la acequia una tina
de plata maciza.
El proceso duraba ya dos aos, presentando mal cariz para el insolente criollo. Este
comprendi que, a pesar de sus millones, corra el peligro de ir a la crcel, y para evitarlo pidi
consejo a la almohada, que, dicho sea de paso, es mejor consejero que los de Estado.
El escribano, al ver ese repentino diluvio de tinta, se tom la cabeza entre las manos, gritando:
No se alarme le interrumpi Ijurra, que para borrn tamao, uso yo de esta arenilla.
Y cogiendo un saco bien relleno de onzas de oro las ech encima del proceso, recurso mgico
que bast para tranquilizar el espritu del cartulario, quien no sabemos cmo se las compuso
con el juez.
El signo del escribano, dice un astrlogo ingls, que el signo de Cncer es, pues come a todo
cristiano.
Lo positivo es que el de los azotes, viendo que llevaba dos aos de litigio y que era cuestin de
empezar de nuevo a gastar papel sellado, se avino a una transaccin y a quedarse con la felpa
a cambio de peluconas.
No sin fundamento, dice un amigo mo, que todo anda metalizado: desde el apretn de manos
hasta los latidos del corazn.
II
Para aquellos tiempos era una verdadera curiosidad, por la que el dueo peda tres mil
duretes; pero el reloj all se estaba meses y meses sin encontrar comprador.
La tienda de Bodegones era sitio de tertulia para los lechuguinos contemporneos del virrey
bailo Gil y Lemos, a varios de los que dijo una tarde el relojero:
Per Bacco! Mucho de que el Per es rico y rumbosos los peruleros, y salimos, Santa Madona
de Sorrento!, con que es tierra de gente roosa y cominera. En Europa habra vendido ese
relojillo en un abrir y cerrar de ojos, y en Lima no hay hombre que tenga calzones para
comprarlo.
Lleg a noticia de Ijurra el triste concepto en que el italiano tena a los hijos del Per, y sin ms
averiguarlo cogi capa y sombrero, y seguido de tres negros, cargados con otros tantos talegos
de a mil, entr en la relojera diciendo muy colrico:
Oiga usted, o Fifirriche, y aprenda crianza para no llamar tacaos a los que le damos el pan
que come. Mo es el reloj, y ahora vea el muy desvergonzado el caso que los peruanos hacemos
del dinero.
Y saliendo Ijurra a la puerta de la tienda tir el reloj al suelo, lo hizo pedazos con el tacn de la
bota, y los muchachos que a la sazn pasaban se echaron sobre los destrozados fragmentos.
A uno de los parroquianos del relojero no hubo de parecerle bien este arranque de vanidad, o
nacionalismo, porque al alejarse el minero le grit:
Ijurra! Ijurra! No hay que apurar la burra! palabras con las que quera significarle que al
cabo podra la fortuna volverle la espalda, pues tan sin ton ni son despilfarraba sus dones.
La verdad es que estas palabras fueron para Ijurra como maldicin de gitano; porque pocos
das despus, y a revientacaballos, llegaba a Lima el administrador de la mina con la funesta
noticia de que esta se haba inundado.
Qu cierto es que las desdichas caen por junto, como al perro los palos, y que el mal entra a
brazadas y sale a pulgaradas! Ijurra gast la gran fortuna que le quedaba en desaguar la mina,
empresa que ni l ni sus nietos, que an viven en el Cerro de Pasco, vieron realizada. Y este
fracaso, y prdidas de fuertes sumas en el juego, lo arruinaron tan completamente, que muri
en una covacha del hospital de San Andrs.
Aqu es el caso de decir con el refrn: Mundo, mundillo, nacer en palacio y acabar en
ventorrillo.
Desde entonces qued por frase popular, entre los limeos, el decir a los que derrochan su
hacienda sin cuidarse del maana:
(Ramn Ortega)
Sus ojos difanos parecan fijos en el tiempo. La voz se le fraguaba hondo y tena un
rudo timbre de emocin. Blandanse a ratos las manos encallecidas.
A los seis o siete aos del despojo, mi padre se cans hasta de cobrar. Envejeci
mucho en aquellos tiempos. Lo que ms le dola era el atropello. Alguna vez pens
en irse a Trujillo o a Lima a reclamar, pero no tena dinero para eso. Y cay
tambin en cuenta de que, vindolo pobre y solo, sin influencias ni nada, no le
haran caso. De quin y cmo valerse? El terrenito segua de panten, recibiendo
muertos. Mi padre no quera ni verlo, pero cuando por casualidad llegaba a
mirarlo, deca: Algo mo han enterrado ah tambin! Crea usted en la justicia!
Siempre se haba ocupado de que le hicieran justicia a los dems y, al final, no la
haba podido obtener ni para l mismo. Otras veces se quejaba de carecer de
instruccin y siempre despotricaba contra los tiranos, gamonales, tagarotes y
mandones.
Yo fui creciendo en medio de esa lucha. A mi padre no le qued otra cosa que su
modesta carpintera. Apenas tuve fuerzas, me puse a ayudarlo en el trabajo. Era
muy escaso. En ese pueblito sedentario, casas nuevas se levantaran una cada dos
aos. Las puertas de las otras duraban. Mesas y sillas casi nadie usaba. Los ricos del
pueblo se enterraban en cajn, pero eran pocos y no moran con frecuencia. Los
indios enterraban a sus muertos envueltos en mantas sujetas con cordel. Igual que
aqu en la costa entierran a cualquier pen de caa, sea indio o no. La verdad era
que cuando nos llegaba la noticia de un rico difunto y el encargo de un cajn, mi
padre se pona contento. Se alegraba de tener trabajo y tambin de ver irse al hoyo
a uno de la pandilla que lo despoj. A qu hombre, tratado as, no se le daa el
corazn? Mi madre crea que no estaba bueno alegrarse debido a la muerte de un
cristiano y encomendaba el alma del finado rezando unos cuantos padrenuestros y
avemaras. Duro le dbamos al serrucho, al cepillo, a la lija y a la clavada mi padre y
yo, que un cajn de muerto debe hacerse luego. Lo hacamos por lo comn de aliso
y quedaba blanco. Algunos lo queran as y otros que pintado de color caoba o
negro y encima charolado. De todos modos, el muerto se iba a podrir lo mismo bajo
la tierra, pero an para eso hay gustos.
La cosa fue ms triste cada vez. En las noches, a eso de las tres o cuatro de la
madrugada, mi padre se echaba unas cuantas piedras bastante grandes a los
bolsillos, se sacaba los zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado
hacia la casa del alcalde. Tiraba las piedras, rpidamente, a diferentes partes del
techo, rompiendo las tejas. Luego volva a la carrera y, ya dentro de la casa, a
oscuras, pues no encenda luz para evitar sospechas, se rea. Su risa pareca a ratos
el graznido de un animal. A ratos era tan humana, tan desastrosamente humana,
que me daba ms pena todava. Se calmaba unos cuantos das con eso. Por otra
parte, en la casa del alcalde solan vigilar. Como haba hecho incontables
chanchadas, no saban a quin echarle la culpa de las piedras. Cuando mi padre
deduca que se haban cansado de vigilar, volva a romper tejas. Lleg a ser un
experto en la materia. Luego rompi tejas en la casa del juez, del subprefecto, del
alfrez de gendarmes, del sndico de gastos. Calculadamente, rompi las de las
casas de otros notables, para que si queran deducir, se confundieran. Los ocho
gendarmes del pueblo salieron en ronda muchas noches, en grupos y solos, y
nunca pudieron atrapar a mi padre. Se haba vuelto un artista de la rotura de tejas.
De maana sala a pasear por el pueblo para darse el gusto de ver que los
sirvientes de las casas que atacaba, suban con tejas nuevas a reemplazar las rotas.
Si llova era mejor para mi padre. Entonces atacaba la casa de quien odiaba ms, el
alcalde, para que el agua le daara o, al caerles, los molestara a l y su familia.
Lleg a decir que les meta el agua a los dormitorios, de lo bien que calculaba las
pedradas. Era poco probable que pudiese calcular tan exactamente en la oscuridad,
pero l pensaba que lo haca, por darse el gusto de pensarlo.
Mi madre le dio esperanza con el nuevo alcalde. Fue como si mi padre sanara de
pronto. Eso dur dos das. El nuevo alcalde le dijo tambin que no haba plata para
pagarle. Adems, que abus cobrando cincuenta soles por un cajn de muerto y
que era un agitador del pueblo. Esto ya no tena ni apariencia de verdad. Haca
aos que las gentes, sabiendo a mi padre en desgracia con las autoridades, no iban
por la casa para que las defendiera. Con este motivo ni se asomaban. Mi padre le
grit al nuevo alcalde, se puso furioso y lo metieron quince das en la crcel, por
desacato. Cuando sali, le aconsejaron que fuera con mi madre a darle
satisfacciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran el pago. Mi padre se
puso a clamar:
Una epidemia de tifo azot el pueblo, el panten se llen con tantos muertos del
pueblo y del campo. Las autoridades tomaron nuestro terrenito para Panten, mi
padre protesto, porque no toman de los ricos, pero dijeron que es ms fcil porque
est cercado y adems le iban dar 700 soles, como indemnizacin. A mi padre no lo
pagaron, siempre le decan no hay dinero. l envo cartas de injusticia, al senado
por departamentos, otra al mismo presidente, otro a los peridicos de Trujillo,
nunca lo respondieron.
Mi padre sala en las madrugadas, lleno de piedras los bolsillos a romper los
tejados de la casa del alcalde, luego la casa del juez, subprefecto. El alcalde muri
de un momento a otro, y mi padre cobr cincuenta soles por el atad y por
adelantado. El nuevo alcalde tampoco quiso pagarle, y mi padre lo insulto, se lo
llevaron a la crcel por quince das. Le aconsejaron que fuera con mi madre a rogar
por el pago, eso nunca dijo mi padre, la justicia no es limosna pido justicia!. Y
luego mi padre muri. Esto ha sido el resumen de la obra Calixto Garmendia.