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Lecturas

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IJURRA! NO HAY QUE APURAR LA BURRA!

- TRADICIONES PERUANAS DE RICARDO


PALMA

No saben ustedes quin fue Ijurra? Pues es raro!


Don Manuel Fuentes Ijurra era, por los aos de 1790, el mozo ms rico del Per; como que
posea en el Cerro de Pasco una mina de plata, que durante quince aos le produjo mil
doscientos marcos por cajn. Aquello era de cortar a cincel.

Ijurra era de un feo subido de punto, tena ms fealdad que la que a un solo cristiano cumple y
compete, realzada con su desgreo en el vestir.

En cambio era rumboso y gastador, siempre que sus larguezas dieran campo para que de l se
hablara.

As, cuando delante de testigos, (sobre todo si estos eran del sexo que se viste por la cabeza)
le pedan una peseta de limosna, meta Ijurra mano al bolsillo y daba algunas onzas de oro,
diciendo: Socrrase, hermano, y perdone la pequeez.

Por el contrario, si una viuda vergonzante u otro necesitado acuda a l en secreto, pidindole
una caridad, contestaba Ijurra:

Yo no doy de comer a ociosos ni a pelanduscas: trabaje el bausn, que buenos lomos tiene, o
vaya la buscona al tambo y a los portales.

No quiero hablar de las conquistas amorosas que hizo Ijurra, gracias a su caudal, porque este
tema podra llevarme lejos. Como que le birl la moza nada menos que al regidor Valladares,
sujeto a quien no tuve el disgusto de conocer personalmente, pero del cual tengo largas
noticias, que por hoy dejo en el fondo del tintero.

Visto est, pues, que a Ijurra le haba agarrado el diablo por la vanidad, y que para l fue
siempre letra muerta aquel precepto evanglico de no sepa tu izquierda lo que des con tu
derecha. El lujo de su casa, su coche con ruedas de plata y la esplendidez de sus festines,
formaron poca.

En esos tiempos en que no estaban en boga las tinas de mrmol ni el sistema de caeras para
conducir el agua a las habitaciones, acostumbraba la gente acomodada humedecer la piel en
tinas de madera.

Las calles de Lima no estaban canalizadas como hoy, sino cruzadas por acequias repugnantes
a la vista y al olfato.

Los vecinos, para impedir que las tablas se resecasen y descendieran de su armazn, hacan
poner las tinas en la acequia durante un par de horas.
Pues el seor Ijurra tena la vanidosa extravagancia de hacer re mojar en la acequia una tina
de plata maciza.

Cuntase de l que un da mand aplicar veinticinco zurriagazos a un espaol empleado en la


mina. El azotado puso el grito en el cielo y entabl querella criminal contra Ijurra.

El proceso duraba ya dos aos, presentando mal cariz para el insolente criollo. Este
comprendi que, a pesar de sus millones, corra el peligro de ir a la crcel, y para evitarlo pidi
consejo a la almohada, que, dicho sea de paso, es mejor consejero que los de Estado.

Presentsele al otro da el escribano a notificarle un auto judicial, y despus de firmar la


diligencia, fingiendo Ijurra equivocar la salvadera, verti sobre el proceso el enorme cangiln
de plata que le serva de tintero.

El escribano, al ver ese repentino diluvio de tinta, se tom la cabeza entre las manos, gritando:

Jess me ampare! Estoy perdido!

No se alarme le interrumpi Ijurra, que para borrn tamao, uso yo de esta arenilla.

Y cogiendo un saco bien relleno de onzas de oro las ech encima del proceso, recurso mgico
que bast para tranquilizar el espritu del cartulario, quien no sabemos cmo se las compuso
con el juez.

Vaya si tuvo razn el poeta aquel que escribi esta redondilla:

El signo del escribano, dice un astrlogo ingls, que el signo de Cncer es, pues come a todo
cristiano.

Lo positivo es que el de los azotes, viendo que llevaba dos aos de litigio y que era cuestin de
empezar de nuevo a gastar papel sellado, se avino a una transaccin y a quedarse con la felpa
a cambio de peluconas.

No sin fundamento, dice un amigo mo, que todo anda metalizado: desde el apretn de manos
hasta los latidos del corazn.

II

En la calle de Bodegones exista un italiano relojero, el cual ostentaba sobre el mostrador un


curioso reloj de sobremesa. Era un reloj con torrecillas, campanitas chinescas, pajarillo cantor
y no s qu otros muecos automticos.

Para aquellos tiempos era una verdadera curiosidad, por la que el dueo peda tres mil
duretes; pero el reloj all se estaba meses y meses sin encontrar comprador.

La tienda de Bodegones era sitio de tertulia para los lechuguinos contemporneos del virrey
bailo Gil y Lemos, a varios de los que dijo una tarde el relojero:
Per Bacco! Mucho de que el Per es rico y rumbosos los peruleros, y salimos, Santa Madona
de Sorrento!, con que es tierra de gente roosa y cominera. En Europa habra vendido ese
relojillo en un abrir y cerrar de ojos, y en Lima no hay hombre que tenga calzones para
comprarlo.

Lleg a noticia de Ijurra el triste concepto en que el italiano tena a los hijos del Per, y sin ms
averiguarlo cogi capa y sombrero, y seguido de tres negros, cargados con otros tantos talegos
de a mil, entr en la relojera diciendo muy colrico:

Oiga usted, o Fifirriche, y aprenda crianza para no llamar tacaos a los que le damos el pan
que come. Mo es el reloj, y ahora vea el muy desvergonzado el caso que los peruanos hacemos
del dinero.

Y saliendo Ijurra a la puerta de la tienda tir el reloj al suelo, lo hizo pedazos con el tacn de la
bota, y los muchachos que a la sazn pasaban se echaron sobre los destrozados fragmentos.

A uno de los parroquianos del relojero no hubo de parecerle bien este arranque de vanidad, o
nacionalismo, porque al alejarse el minero le grit:

Ijurra! Ijurra! No hay que apurar la burra! palabras con las que quera significarle que al
cabo podra la fortuna volverle la espalda, pues tan sin ton ni son despilfarraba sus dones.

La verdad es que estas palabras fueron para Ijurra como maldicin de gitano; porque pocos
das despus, y a revientacaballos, llegaba a Lima el administrador de la mina con la funesta
noticia de que esta se haba inundado.

Qu cierto es que las desdichas caen por junto, como al perro los palos, y que el mal entra a
brazadas y sale a pulgaradas! Ijurra gast la gran fortuna que le quedaba en desaguar la mina,
empresa que ni l ni sus nietos, que an viven en el Cerro de Pasco, vieron realizada. Y este
fracaso, y prdidas de fuertes sumas en el juego, lo arruinaron tan completamente, que muri
en una covacha del hospital de San Andrs.

Aqu es el caso de decir con el refrn: Mundo, mundillo, nacer en palacio y acabar en
ventorrillo.

Desde entonces qued por frase popular, entre los limeos, el decir a los que derrochan su
hacienda sin cuidarse del maana:

Ijurra! No hay que apurar la burra!


VERDADES AMARGAS

(Ramn Ortega)

Yo no quiero mirar lo que he mirado a La sociedad que adora su deshonra,


travs del cristal de la experiencia, el persigue con saa al criminal, ms, si el
mundo es un mercado en que se pual es de oro, enmudece el juez...y
compra amor, voluntad y conciencia. besa el pual.
Amigos... es mentira... no hay amigos, la Nada hermano es perfecto, nada afable,
verdadera amistad es ilusin, ella todo est con lo impuro entremezclado,
cambia, se aleja y desaparece, con los el mismo corazn con ser tan noble,
giros que da la situacin. cuntas veces se encuentra
Amigos complacientes slo tienen los enmascarado.
que disfrutan de ventura y calma, pero Que existe la virtud... yo no lo niego
aquellos que abate el infortunio, slo pero siempre en conjunto defectuoso,
llevan tristezas en el alma. hay rasgos de virtud en el malvado y
En ste laberinto de la vida, donde hay rasgos de maldad en el virtuoso.
tanto domina la maldad, todo tiene su Cundo veo a mi paso tanta infamia y
precio estipulado, amores, parentesco, que mancha mi planta tanto lodo, ganas
y amistad. me dan de maldecir la vida, ganas me
El que nada atesora, nada vale, en toda dan de maldecirlo todo.
reunin pasa por necio; y por nobles Porque ceido a la verdad estoy, me
que sus hechos sean, lo que alcanza es dieron a libar hiel y veneno, hiel y
la burla y el desprecio. veneno en recompensa doy.
Lo que brille noms tiene cabida, Y si tengo la palabra tosca, en estas
aunque brille por oro lo que es cobre, lo lneas oscuras y sin nombres doblando
que no perdonamos en la vida es el las rodillas en el polvo, pido perdn a
cruel delito de haber nacido pobre. Dios, pero no al hombre.
La estupidez, el vicio y hasta el crimen
pueden tener su puesto sealado, las
llagas del defecto no se miran si las
cubre un diamante bien tallado.
CALIXTO GARMENDIA (CIRO ALEGRA)

Djame contarte le pidi un hombre llamado Remigio Garmendia a otro llamado


Anselmo, levantando la cara. Todos estos das, anoche, esta maana, an esta
tarde, he recordado mucho... Hay momentos en que a uno se le agolpa la vida...
Adems, debes aprender. La vida, corta o larga, no es de uno solamente.

Sus ojos difanos parecan fijos en el tiempo. La voz se le fraguaba hondo y tena un
rudo timbre de emocin. Blandanse a ratos las manos encallecidas.

Yo nac arriba, en un pueblito de los Andes. Mi padre era carpintero y me mand


a la escuela. Hasta segundo ao de primaria era todo lo que haba. Y eso que tuve
suerte de nacer en el pueblo, porque los nios del campo se quedaban sin escuela.
Fuera de su carpintera, mi padre tena un terrenito al lado del pueblo, pasando la
quebrada, y lo cultivaba con la ayuda de algunos indios a los que pagaba en plata o
con obritas de carpintera: que el cabo de una lampa o de hacha, que una mesita, en
fin. Desde un extremo del corredor de mi casa, veamos amarillear el trigo, verdear
el maz, azulear las habas en nuestra pequea tierra. Daba gusto. Con la comida y la
carpintera tenamos bastante, considerando nuestra pobreza. A causa de tener
algo y tambin por su carcter, mi padre no agachaba la cabeza ante nadie. Su
banco de carpintero estaba en el corredor de la casa, dando a la calle. Pasaba el
alcalde. Buenos das, seor, deca mi padre, y se acab. Pasaba el subprefecto.
Buenos das, seor, y asunto concluido. Pasaba el alfrez de gendarmes. Buenos
das, alfrez, y nada ms. Pasaba el juez y lo mismo. As era mi padre con los
mandones. Ellos hubieran querido que les tuviera miedo o les pidiese o les debiera
algo. Se acostumbran a todo eso los que mandan. Mi padre les disgustaba. Y no
acababa ah la cosa. De repente vena gente del pueblo, ya sea indios, cholos o
blancos pobres. De a diez, de a veinte o tambin en poblada llegaban. Don Calixto,
encabcenos para hacer ese reclamo. Mi padre se llamaba Calixto. Oa de lo que se
trataba, si le pareca bien aceptaba y sala a la cabeza de la gente, que daba vivas y
meta harta bulla, para hacer el reclamo. Hablaba con buena palabra. A veces haca
ganar a los reclamadores y otras perda, pero el pueblo siempre le tena confianza.
Abuso que se cometa, ah estaba mi padre para reclamar al frente de los
perjudicados. Las autoridades y los ricos del pueblo, dueos de haciendas y fundos,
le tenan echado el ojo para partirlo en la primera ocasin. Consideraban altanero a
mi padre, quien no los dejaba tranquilos. El ni se daba cuenta y viva como si nada
le pudiera pasar. Haba hecho un silln grande, que pona en el corredor. Ah sola
sentarse, por las tardes, a conversar con los amigos. Lo que necesitamos es
justicia, deca. El da que el Per tenga justicia, ser grande. No dudaba de que
la habra y se torca los mostachos con satisfaccin, predicando: No debemos
consentir abusos.
Sucedi que vino una epidemia de tifo, y el panten del pueblo se llen con los
muertos del propio pueblo y los que traan del campo. Entonces las autoridades
echaron mano de nuestro terrenito para panten. Mi padre protest diciendo que
tomaran tierra de los ricos, cuyas haciendas llegaban hasta la propia salida del
pueblo. Dieron de pretexto que el terreno de mi padre estaba ya cercado, pusieron
gendarmes y comenz el entierro de muertos. Quedaron a darle una
indemnizacin de setecientos soles, que era algo en esos aos, pero que
autorizacin, que requisitos, que papeleo, que no hay plata en este momento... Se la
estaban cobrando a mi padre, para ejemplo de reclamadores. Un da, despus de
discutir con el alcalde, mi viejo se puso a afilar una cuchilla y, para ir a lo seguro,
tambin un formn. Mi madre algo le vea en la cara y se le prendi del cogote y le
llor dicindole que nada sacaba con ir a la crcel y dejarnos a nosotros ms
desamparados. Mi padre se contuvo como quebrndose. Yo era nio entonces y me
acuerdo de todo eso como si hubiera pasado esta tarde.

Mi padre no era hombre que renunciara a su derecho. Comenz a escribir cartas


exponiendo la injusticia. Quera conseguir que al menos le pagaran. Un escribano le
haca las cartas y le cobraba dos soles por cada una. Mi pobre escritura no vala
para eso. El escribano pona al final: A ruego de Calixto Garmendia, que no sabe
firmar, fulano. El caso fue que mi padre despach dos o tres cartas al diputado por
la provincia. Silencio. Otras al senador por el departamento. Silencio. Otra al mismo
Presidente de la Repblica. Silencio. Por ltimo mand cartas a los peridicos de
Trujillo y a los de Lima. Nada, seor. El postilln llegaba al pueblo una vez por
semana, jalando una mula cargada con la valija del correo. Pasaba por la puerta de
la casa y mi padre se iba detrs y esperaba en la oficina del despacho, hasta que
clasificaban la correspondencia. A veces, yo tambin iba. Carta para Calixto
Garmendia?, preguntaba mi padre. El interventor, que era un viejito flaco y
bonachn, tomaba las cartas que estaban en la casilla de la G, las iba viendo y al
final deca: Nada, amigo. Mi padre sala comentando que la prxima vez habra
carta. Con los aos, afirmaba que al menos los peridicos responderan. Un
estudiante me ha dicho que, por lo regular, los peridicos creen que asuntos como
sos carecen de inters general. Esto en el caso de que los mismos no estn en
favor del gobierno y sus autoridades, y callen cuanto pueda perjudicarles. Mi padre
tard en desengaarse de reclamar lejos y estar yndose por las alturas, varios
aos.

Un da, a la desesperada, fue a sembrar la parte del panten que an no tena


cadveres, para afirmar su propiedad. Lo tomaron preso los gendarmes, mandados
por el subprefecto en persona, y estuvo dos das en la crcel. Los trmites estaban
ultimados y el terreno era de propiedad municipal legalmente. Cuando mi padre
iba a hablar con el Sndico de Gastos del Municipio, el tipo abra el cajn del
escritorio y deca como si ah debiera estar la plata: No hay dinero, no hay nada
ahora. Clmate, Garmendia. Con el tiempo se te pagar. Mi padre present dos
recursos al juez. Le costaron diez soles cada uno. El juez los declar sin lugar. Mi
padre ya no pensaba en afilar la cuchilla y el formn. Es triste tener que hablar as
dijo una vez, pero no me daran tiempo de matar a todos los que deba. El
dinerito que mi madre haba ahorrado y estaba en una ollita escondida en el
terrado de la casa, se fue en cartas y en papeleo.

A los seis o siete aos del despojo, mi padre se cans hasta de cobrar. Envejeci
mucho en aquellos tiempos. Lo que ms le dola era el atropello. Alguna vez pens
en irse a Trujillo o a Lima a reclamar, pero no tena dinero para eso. Y cay
tambin en cuenta de que, vindolo pobre y solo, sin influencias ni nada, no le
haran caso. De quin y cmo valerse? El terrenito segua de panten, recibiendo
muertos. Mi padre no quera ni verlo, pero cuando por casualidad llegaba a
mirarlo, deca: Algo mo han enterrado ah tambin! Crea usted en la justicia!
Siempre se haba ocupado de que le hicieran justicia a los dems y, al final, no la
haba podido obtener ni para l mismo. Otras veces se quejaba de carecer de
instruccin y siempre despotricaba contra los tiranos, gamonales, tagarotes y
mandones.

Yo fui creciendo en medio de esa lucha. A mi padre no le qued otra cosa que su
modesta carpintera. Apenas tuve fuerzas, me puse a ayudarlo en el trabajo. Era
muy escaso. En ese pueblito sedentario, casas nuevas se levantaran una cada dos
aos. Las puertas de las otras duraban. Mesas y sillas casi nadie usaba. Los ricos del
pueblo se enterraban en cajn, pero eran pocos y no moran con frecuencia. Los
indios enterraban a sus muertos envueltos en mantas sujetas con cordel. Igual que
aqu en la costa entierran a cualquier pen de caa, sea indio o no. La verdad era
que cuando nos llegaba la noticia de un rico difunto y el encargo de un cajn, mi
padre se pona contento. Se alegraba de tener trabajo y tambin de ver irse al hoyo
a uno de la pandilla que lo despoj. A qu hombre, tratado as, no se le daa el
corazn? Mi madre crea que no estaba bueno alegrarse debido a la muerte de un
cristiano y encomendaba el alma del finado rezando unos cuantos padrenuestros y
avemaras. Duro le dbamos al serrucho, al cepillo, a la lija y a la clavada mi padre y
yo, que un cajn de muerto debe hacerse luego. Lo hacamos por lo comn de aliso
y quedaba blanco. Algunos lo queran as y otros que pintado de color caoba o
negro y encima charolado. De todos modos, el muerto se iba a podrir lo mismo bajo
la tierra, pero an para eso hay gustos.

Una vez hubo un acontecimiento grande en mi casa y en el pueblo. Un forastero


abri una nueva tienda, que result mejor que las otras cuatro que haba. Mi viejo y
yo trabajamos dos meses haciendo el mostrador y los andamios para los gneros y
abarrotes. Se inaugur con banda de msica y la gente hablaba del progreso. En mi
casa hubo ropa nueva para todos. Mi padre me dio para que lo gastara en lo que
quisiera, as, en lo que quisiera, la mayor cantidad de plata que haba visto en mis
manos: dos soles. Con el tiempo, la tienda no hizo otra cosa que mermar el negocio
de las otras cuatro, nuestra ropa envejeci y todo fue olvidado. Lo nico bueno fue
que yo gast los dos soles en una muchacha llamada Eutimia, as era el nombre,
que una noche se dej coger entre los alisos de la quebrada. Eso me dur. En
adelante no me cobr ya nada y si antes me recibi los dos soles, fue de pobre que
era.

En la carpintera, las cosas siguieron como siempre. A veces hacamos un bal o


una mesita o tres sillas en un mes. Como siempre, es un decir. Mi padre trabajaba a
disgusto. Antes lo haba visto yo gozarse puliendo y charolando cualquier obrita y
le quedaba muy vistosa. Despus ya no le import y como que salan del paso con
un poco de lija. Hasta que al fin llegaba el encargo de otro cajn de muerto, que era
plato fuerte. Cobrbamos generalmente diez soles. Dle otra vez a alegrarse mi
padre, que sola decir: Se freg otro bandido, diez soles! A trabajar duro l y yo; a
rezar mi madre, y a sentir alivio hasta por las virutas. Pero ah acababa todo. Eso
es vida? Como muchacho que era, me disgustaba que en esa vida estuviera
mezclada tanto la muerte.

La cosa fue ms triste cada vez. En las noches, a eso de las tres o cuatro de la
madrugada, mi padre se echaba unas cuantas piedras bastante grandes a los
bolsillos, se sacaba los zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado
hacia la casa del alcalde. Tiraba las piedras, rpidamente, a diferentes partes del
techo, rompiendo las tejas. Luego volva a la carrera y, ya dentro de la casa, a
oscuras, pues no encenda luz para evitar sospechas, se rea. Su risa pareca a ratos
el graznido de un animal. A ratos era tan humana, tan desastrosamente humana,
que me daba ms pena todava. Se calmaba unos cuantos das con eso. Por otra
parte, en la casa del alcalde solan vigilar. Como haba hecho incontables
chanchadas, no saban a quin echarle la culpa de las piedras. Cuando mi padre
deduca que se haban cansado de vigilar, volva a romper tejas. Lleg a ser un
experto en la materia. Luego rompi tejas en la casa del juez, del subprefecto, del
alfrez de gendarmes, del sndico de gastos. Calculadamente, rompi las de las
casas de otros notables, para que si queran deducir, se confundieran. Los ocho
gendarmes del pueblo salieron en ronda muchas noches, en grupos y solos, y
nunca pudieron atrapar a mi padre. Se haba vuelto un artista de la rotura de tejas.
De maana sala a pasear por el pueblo para darse el gusto de ver que los
sirvientes de las casas que atacaba, suban con tejas nuevas a reemplazar las rotas.
Si llova era mejor para mi padre. Entonces atacaba la casa de quien odiaba ms, el
alcalde, para que el agua le daara o, al caerles, los molestara a l y su familia.
Lleg a decir que les meta el agua a los dormitorios, de lo bien que calculaba las
pedradas. Era poco probable que pudiese calcular tan exactamente en la oscuridad,
pero l pensaba que lo haca, por darse el gusto de pensarlo.

El alcalde muri de un momento a otro. Unos decan que de un atracn de carne de


chancho y otros que de las cleras que le daban sus enemigos. Mi padre fue
llamado para que hiciera el cajn y me llev a tomar las medidas con un cordel. El
cadver era grande y gordo. Haba que verle la cara a mi padre contemplando al
muerto. l pareca la muerte. Cobr cincuenta soles adelantados, uno sobre otro.
Como le reclamaron el precio, dijo que el cajn tena que ser muy grande, pues el
cadver tambin lo era y adems gordo, lo cual demostraba que el alcalde comi
bien. Hicimos el cajn a la diabla. A la hora del entierro, mi padre contemplaba
desde el corredor cuando metan el cajn al hoyo, y deca: Come la tierra que me
quitaste, condenado; come, come. Y rea con esa su risa horrible. En adelante, dio
preferencia en la rotura de tejas a la casa del juez y deca que esperaba verlo entrar
al hoyo tambin, lo mismo que a los otros mandones. Su vida era odiar y pensar en
la muerte. Mi madre se consolaba rezando. Yo, tomando a Eutimia en el alisar de la
quebrada. Pero me dola muy hondo que hubieran derrumbado as a mi padre.
Antes de que lo despojaran, su vida era amar a su mujer y su hijo, servir a sus
amigos y defender a quien lo necesitara. Quera a su patria. A fuerza de injusticia y
desamparo, lo haban derrumbado.

Mi madre le dio esperanza con el nuevo alcalde. Fue como si mi padre sanara de
pronto. Eso dur dos das. El nuevo alcalde le dijo tambin que no haba plata para
pagarle. Adems, que abus cobrando cincuenta soles por un cajn de muerto y
que era un agitador del pueblo. Esto ya no tena ni apariencia de verdad. Haca
aos que las gentes, sabiendo a mi padre en desgracia con las autoridades, no iban
por la casa para que las defendiera. Con este motivo ni se asomaban. Mi padre le
grit al nuevo alcalde, se puso furioso y lo metieron quince das en la crcel, por
desacato. Cuando sali, le aconsejaron que fuera con mi madre a darle
satisfacciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran el pago. Mi padre se
puso a clamar:

Eso nunca! Por que quieren humillarme? La justicia no es limosna! Pido


justicia!

Al poco tiempo, mi padre muri.


RESUMEN DE CALIXTO GARMENDIA (CIRO ALEGRIA)

Remigio Garmendia viviendo con un recuerdo, maana, tarde y noche decide


contar a Anselmo, la vida que le toco vivir a su padre, cuando l era pequeo.
Vivamos en un pueblito de los andes, mi padre era carpintero, estudie hasta
segundo ao de primaria, eso era todo lo que haba en el pueblo. Al costado del
pueblo, mi padre tena un terrenito, que cultivbamos, pagando a los indios con
dinero, o una mesita, o una lampa. Mi padre encabezaba marchas, para hacer algn
reclamo de injusticia, a veces perda en otras ganaba, pero los indios, los cholos
siempre acudan a l; y l hablaba con buena palabra.

Una epidemia de tifo azot el pueblo, el panten se llen con tantos muertos del
pueblo y del campo. Las autoridades tomaron nuestro terrenito para Panten, mi
padre protesto, porque no toman de los ricos, pero dijeron que es ms fcil porque
est cercado y adems le iban dar 700 soles, como indemnizacin. A mi padre no lo
pagaron, siempre le decan no hay dinero. l envo cartas de injusticia, al senado
por departamentos, otra al mismo presidente, otro a los peridicos de Trujillo,
nunca lo respondieron.

En la desesperacin, decidi sembrar en una parte libre del cementerio, los


gendarmes lo llevaron preso por dos das. Mi padre pas seis o siete aos cobrando
y despus se olvid y haba envejecido mucho. A mi padre no le qued otra que su
modesta carpintera, yo fui creciendo y apoye en la carpintera; pero no era
rentable, los indios enterraban a sus muertos en mantas; sillas y mesas casi nadie
usaba. Mi padre se alegraba cuando mora un rico, se freg otro deca y mi madre
rezaba por el difunto. Diez soles por atad cobrbamos.

Mi padre sala en las madrugadas, lleno de piedras los bolsillos a romper los
tejados de la casa del alcalde, luego la casa del juez, subprefecto. El alcalde muri
de un momento a otro, y mi padre cobr cincuenta soles por el atad y por
adelantado. El nuevo alcalde tampoco quiso pagarle, y mi padre lo insulto, se lo
llevaron a la crcel por quince das. Le aconsejaron que fuera con mi madre a rogar
por el pago, eso nunca dijo mi padre, la justicia no es limosna pido justicia!. Y
luego mi padre muri. Esto ha sido el resumen de la obra Calixto Garmendia.

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