PREHISTORIA
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Introducción
Si hay algo que puede definir a este territorio de las es-
tribaciones orientales del sistema Ibérico es su carácter
agreste y fronterizo. Su complicada orografía, horadada
por profundos tajos provocados por la red fluvial, permite
la presencia de cañones o desfiladeros donde todavía se
conserva una rica muestra del ecosistema mediterráneo,
en especial en lo referido a la fauna y flora. Por otra parte,
su ubicación geográfi-
ca, junto al extremo
norte de la provincia
de Castellón, le ha conferido tradicionalmente su
condición de frontera entre el altiplano turolense
y los valles abiertos al Mediterráneo. Este duro
paisaje, en el que las comunicaciones siempre
han sido dificultosas, es el soporte que los pri-
meros pobladores de estas tierras debieron do-
minar o acomodar para su explotación, adap-
tando en todo momento sus modos de vida a las
duras condiciones que esta comarca represen-
taría para sus primeros habitantes.
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pada por la comarca. De las quince poblaciones que componen la Comarca del
Maestrazgo, hay siete, Allepuz, Cañada de Benatanduz, La Cuba, Pitarque, Tron-
chón, Villarluengo y Villarroya de los Pinares, de las que no conocemos ni un solo
resto de época prehistórica o protohistórica, a pesar de la riqueza de yacimientos
existente en aquellas localidades donde la investigación arqueológica ha concen-
trado sus trabajos. Este es el caso de Cantavieja, Castellote, La Iglesuela del Cid y
en especial Molinos, en cuyo término municipal se han localizado cerca de un cen-
tenar de yacimientos arqueológicos.
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Pero será en los últimos años del siglo XX y primeros del XXI cuando las investi-
gaciones en la zona recibirán un notable impulso. A cargo de P. Utrilla se retomarán
las excavaciones en el abrigo del Are-
nal de la Fonseca y otros abrigos de
los alrededores, con resultados de
enorme importancia para el estudio
de los primeros pobladores de la co-
marca. También se procederá a la re-
visión de otros abrigos con represen-
taciones rupestres, en especial los
conjuntos de La Vacada, llevada a
cabo por M. Martínez-Bea, o del Ba-
rranco Hondo, en este caso dirigido
por P. Utrilla y V. Villaverde. Por nues-
tra parte, diversos trabajos de docu-
mentación y protección del patrimo-
Cuadrúpedo del abrigo de La Vacada, en Castellote
nio rupestre de la zona, nos han
permitido dar a conocer algunos
conjuntos de gran interés, como las pinturas protohistóricas de Las Rozas I o la lo-
calización de paneles pintados inéditos con contextos arqueológicos asociados,
como es el caso del Arenal de la Fonseca, donde se han realizado dichos hallaz-
gos durante el proceso de protección física del yacimiento, durante el año 2003.
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Por lo que respecta a los restos de ocupación humana durante el Paleolítico Su-
perior, gracias a los recientes trabajos llevados a cabo por el equipo de P. Utrilla
en los alrededores del embalse de Santolea, conocemos la primera ocupación de
cazadores cromañones conocida en Aragón, fechada en los inicios del Paleolítico
Superior, con una industria característica del Gravetiense (a partir del 25.000 a. C.).
Las excavaciones realizadas en el Abrigo del Arenal de la Fonseca, han permitido
documentar un nivel de ocupación con industrias líticas de dicho momento, con
continuidad en el Magdaleniense
Final (12.000-10.000 a. C.), lo que per-
mite plantear la posible presencia de
una ocupación paralela en la Cueva
de los Toros y retomar también el ha-
llazgo de la mandíbula de la Cueva de
las Graderas de Molinos, clasificada
en un primer momento como perte-
neciente a un Cromañón, posterior-
mente fechada como Eneolítica y que
a la luz de los últimos descubrimien-
tos, habrá que reconsiderar como un
posible resto humano de la más que
Arquero levantino del abrigo del Arenal de la segura ocupación durante el Paleolí-
Fonseca tico Superior en la zona.
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Tras el profundo cambio climático del final del Paleolítico Superior, los modos de
vida de las pequeñas bandadas de cazadores-recolectores, no sólo no sucumbie-
ron, sino que al menos durante tres o cuatro milenios (entre el 9.000 y el 5.000 a.
C.) se mantuvieron y prosperaron en la zona, sostenidos gracias a un ecosistema
que permitió el mantenimiento de la actividad depredadora de estos grupos hu-
manos. Los hallazgos de niveles de ocupación epipaleolíticos en el Arenal de la
Fonseca y en el cercano Abrigo de Angel 2, junto a la localidad de Ladruñán, o
en la Cueva de los Toros de Cantavieja, así parecen demostrarlo.
Aunque todavía no seamos capaces de fechar de forma absoluta las primeras ma-
nifestaciones gráficas parietales presentes en la comarca del Maestrazgo, lo cierto
es que muy probablemente sea en un ambiente cultural y económico de fuerte tra-
dición epipaleolítica y como una muestra más de su identidad territorial, cuando
se documentan las primeras representaciones pintadas del llamado arte levantino,
que debemos situar en esta comarca a partir del sexto milenio a. C.
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resto de abrigos cercanos. Los abrigos pintados o grabados levantinos también pue-
den situarse en la confluencia de caminos o barrancos, coincidiendo en muchos
casos con lugares desde los que se puede controlar el paso de la fauna objeto de
caza.
Hoy por hoy todavía quedan muchas lagunas en lo referente a la cronología del
arte levantino y si éste es de origen más antiguo que el arte esquemático, origi-
nado en el seno de sociedades agrícolas neolíticas. Tampoco está demostrada la
funcionalidad de estas representaciones pintadas o grabadas: magia de caza, rituales
religiosos, sociales o de iniciación, marcadores territoriales, etc. Dentro del deba-
te levantado en torno a la cronología y origen del arte levantino, la aparición y es-
tudio definitivo de los grabados al aire libre del Abrigo del Barranco Hondo de Cas-
tellote abre nuevas perspectivas en la investigación. La presencia de un magnífico
ciervo naturalista, acompañado de una cierva y rodeados de varios cazadores pro-
vistos de arcos, con claros paralelos estilísticos en las representaciones de arque-
ros levantinos presentes en los alrededores, pero con una técnica de ejecución que
durante más de diez años ha posibilitado que muchos expertos en arte rupestre
fechasen dichas figuras en un entorno del final del Paleolítico Superior, así como
los paralelos formales de dichas figuras de animales con otras similares aparecidas
en abrigos castellonenses y fechados en un momento de transición entre el Pale-
olítico Superior y el Epipaleolítico, podrían llevar a reconsiderar el inicio del arte
levantino, propio de sociedades depredadoras de etapas más antiguas.
Estas primeras comunidades agrícolas no sólo ocupan los abrigos cercanos a cur-
sos de agua, sino que se establecen también en el interior o a la entrada de cue-
vas, utilizadas durante el Eneolítico (a partir del 3.000 a. C.) no sólo como luga-
res de hábitat, sino también de enterramiento. Tal es el caso de la Cueva de
Matutano, Cueva de la Bonifacia o Rambla de las Truchas I en la localidad de La
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Iglesuela del Cid, así como otros ejemplos localizados en las cuevas de Santa Lucía,
Las Graderas, o Las Baticambras en la localidad de Molinos, sólo por citar algu-
nos de los yacimientos más representativos de este periodo. Muy posiblemente de
este momento sean los primeros poblados estables al aire libre, formados posi-
blemente por agrupaciones de cabañas que periódicamente serían abandonados
tras el agotamiento de las tierras circundantes.
Será durante la Edad del Bronce (a partir del 2.000 a. C.), cuando realmente po-
dremos hablar de los primeros poblados estables con cierta estructura urbana, con
ejemplos tales como Fuente del Ballester o Azarollera II en Castellote, o bien de
otros de similares características, pero ya del Bronce final localizados en Molinos.
Por lo que respecta a las muestras de arte parietal asociadas al nacimiento de las
primeras comunidades agrícolas neolíticas, los datos con los que contamos en la
actualidad concentran los hallazgos en el entorno del actual embalse de Santolea,
pudiendo fecharse entre el Neolítico Antiguo (5.000 a. C.) y los inicios de la Edad
del Bronce (2.000 a. C.). El arte rupestre característico de estas sociedades pro-
ductoras es el esquemático, aunque por el momento las evidencias documentadas
en la zona son escasas. Estas representaciones esquemáticas pueden manifestarse
en abrigos exclusivamente decorados con dichas manifestaciones, o bien en los
mismos abrigos en los que aparecen figuras de estilo levantino, como sucede en
el caso del Arenal de la Fonseca, donde las intervenciones del Gobierno de Ara-
gón para la protección del yacimiento arqueológico y su conjunto rupestre, nos han
permitido descubrir un panel con pinturas esquemáticas en las que aparecen re-
presentaciones humanas y de cuadrúpedos. Lo realmente importante de este ha-
llazgo es que apareció a un nivel mucho más bajo que el resto de las pinturas del
abrigo y por lo tanto, sellado por los niveles arqueológicos de cronología neolíti-
ca, lo que ha permitido su contextualización cronológica, cosa muy poco frecuente
en el arte rupestre.
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De todos los yacimientos citados, son los poblados localizados en el término mu-
nicipal de Molinos los mejor conocidos, junto con algunos otros, como el de Va-
llipón de Castellote. En la localidad de Molinos, gracias a los trabajos dirigidos por
F. Burillo y J. Ibáñez, se ha podido estudiar el origen y evolución de una comu-
nidad del Bronce Final/Hierro I en la que se constata una gran densidad de po-
blación basada en el control del territorio y de sus recursos, mediante un sistema
jerarquizado en la que se combinan los pequeños asentamientos familiares espe-
cializados de carácter agropecuario o incluso defensivo, como sería el caso del ya-
cimiento de Villarcastillo VI, frente a unos cuantos poblados de carácter urbano y
de considerable tamaño (superior a una Ha) con los cuales se controla todo el te-
rritorio, como se ha comprobado en el poblado de La Loma del Roblar que ade-
más explotó los afloramientos ferrosos de los alrededores.
Ya sea por la sobreexplotación del espacio físico o por algún tipo de influencias
externas, el caso es que este sistema económico y social sufrió un colapso a fina-
les del siglo VI a. C. y durante buena parte del V, produciéndose destrucciones,
incendios generalizados y abandonos en los poblados, fenómeno constatado en
todo el valle del Ebro y vinculado al periodo “Ibérico Antiguo”, así como a la lle-
gada de las primeras influencias mediterráneas y orientales a la comarca.
A partir del siglo V y durante todo el siglo IV a. C., este fenómeno cristalizará en
un aparente descenso demográfico y una concentración de la población dispersa
en poblados de marcado carácter urbano en los que la minería del hierro y su me-
talurgia supondrá un elemento de gran importancia. De este periodo previo a la
romanización existen suficientes ejemplos en la comarca del Maestrazgo: Cabeci-
co de la Heredad en Bordón, El Castellar en Cantavieja, Puntal de las Rozas en Cas-
tellote, Los Cabezuelos en Fortanete, El Morrón del Cid y la Cueva del Turcacho en
La Iglesuela del Cid, El Puntal y El Castellar Mas de Dalmau en Mirambel, Los Vi-
llares en Miravete de la Sierra y La Mezquita, Valderriguel 3, El Picuezo, Santa Bar-
bara Norte y los hornos de Villarcastillo en Molinos. Todos estos asentamientos re-
presentan la evolución autóctona del poblamiento de la comarca hasta la llegada
de los movimientos expansionistas de Roma a partir del siglo II a. C.
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Por lo que se refiere al arte rupestre de la Edad del Hierro, hay que decir que hasta
finales del siglo XX, todas las manifestaciones pintadas o grabadas de la zona se
habían clasificado en los dos grandes estilos artísticos post paleolíticos conocidos
para el arco mediterráneo: el arte levantino y el esquemático. En ambos casos las
cronologías que se barajaban eran claramente prehistóricas. Los recientes estudios
llevados a cabo en algunas figuras naturalistas y esquemáticas plasmadas en abri-
gos de los alrededores del embalse de Santolea, han permitido constatar que du-
rante la época ibérica y posiblemente ya desde el Hierro I, algunos de los primi-
tivos santuarios rupestres fueron utilizados de nuevo, como M. Martínez-Bea ha
demostrado en el reciente estudio y revisión de los paneles pintados del Abrigo
de la Vacada de Castellote. En dicho conjunto se han documentado algunas figu-
ras que por tipología y estilo deben emparentarse con representaciones de este mo-
mento, como sucede con un guerrero y un caballo localizados entre los paneles
levantinos, cuya fisonomía encuentra sus paralelos más evidentes en las repre-
sentaciones pintadas de los vasos celtibéricos. En otros casos, como en el cerca-
no Abrigo de las Rozas I, aparecen pequeñas inscripciones en alfabeto ibérico junto
a otros motivos esquemáticos, asociándose su factura a un poblado ibérico cerca-
no a este panel pintado.
En todo caso, comprobamos como arte rupestre y contexto arqueológico van uni-
dos en esta Comarca del Maestrazgo, compartiendo el mismo territorio al menos
durante los últimos 5.000 años antes del cambio de Era y perpetuando así el ca-
rácter ritual de estos santuarios parietales al aire libre, que en última instancia re-
presentan la expresión gráfica de las ideas de los primitivos habitantes de estas tie-
rras. La protección física de este patrimonio y su puesta en valor de cara a su disfrute
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público es una labor que poco a poco se va consolidando en la comarca como una
oferta cultural y como un factor endógeno de desarrollo rural, dentro de estruc-
turas de gestión que como el Parque Cultural del Maestrazgo pueden permitir am-
pliar y dar a conocer el rico patrimonio arqueológico de esta Comarca.
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