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Juan Rulfo

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A Juan Rulfo le bastaron una novela y un libro de cuentos para ocupar un lugar de privilegio

dentro de las letras hispanoamericanas. Creador de un universo rural inconfundible, el


escritor plasmó en sus narraciones no sólo las peculiaridades de la idiosincrasia mexicana,
sino también el drama profundo de la condición humana. El llano en llamas (1953) reúne
quince cuentos que reflejan un mundo cerrado y violento donde el costumbrismo tradicional
se desplaza para vincularse con los mitos más antiguos de Occidente: la búsqueda del padre,
la expulsión del paraíso, la culpa original, la primera pareja, la vida, la muerte. Pedro
Páramo (1955) trata los mismos temas de sus relatos, pero los traslada al ámbito de la novela
rodeándolos de una atmósfera macabra y poética. Este libro ostenta, además, una prodigiosa
arquitectura formal que fragmenta el carácter lineal del relato.

Juan Rulfo

La mítica ciudad de Comala sirve de escenario para la novela y algunos cuentos de Juan
Rulfo. Su paisaje es siempre idéntico: una inmensa llanura en la que nunca llueve, valles
abrasados, lejanas montañas y aldeas habitadas por gente solitaria. Y no es difícil reconocer
en esta descripción las características de Apulco, pequeño pueblo en los bajos del Estado de
Jalisco donde el 16 de mayo de 1918 nació el niño que, más tarde, se haría famoso en el
mundo de las letras. Su nombre completo era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno.

Juan Rulfo dividió su infancia entre su pueblo natal y San Gabriel (durante algún tiempo
llamada Ciudad Venustiano Carranza), donde realizó sus primeros estudios y pudo
contemplar algunos episodios de la sublevación cristera, violento levantamiento que, al grito
de "¡Viva Cristo Rey!" y ante el cómplice silencio de las autoridades eclesiásticas, se opuso
a las leyes promulgadas por el presidente Plutarco Elías Calles para prohibir las
manifestaciones públicas del culto y subordinar la Iglesia al Estado.

Rulfo vivió en San Gabriel hasta los diez años, en compañía de su abuela, para ingresar
luego en un orfanato donde permaneció cuatro años más. Puede afirmarse, sin temor a
incurrir en error, que la rebelión de los cristeros fue determinante en el despertar de su
vocación literaria, pues el sacerdote del pueblo, con el deseo de preservar la biblioteca
parroquial, la confió a la abuela del niño. Rulfo tuvo así a su alcance, cuando apenas había
cumplido los ocho años, todos aquellos libros que no tardaron en llenar sus ratos de ocio.

Rulfo en su estudio (c. 1954)

A los dieciséis años intentó ingresar en la Universidad de Guadalajara, pero no pudo hacerlo
pues los estudiantes mantuvieron, por aquel entonces, una interminable huelga que se
prolongó a lo largo de año y medio. En Guadalajara publicó sus primeros textos, que
aparecieron en la revista Pan, dirigida por Juan José Arreola. Poco después se instaló en
México D.F., ciudad que, con algunos intervalos, iba a convertirse en su lugar de residencia
y donde, el 7 de enero de 1986, le sorprendería la muerte.

Ya en la capital, intentó de nuevo entrar en la universidad, alentado por su familia a seguir


los pasos de su abuelo, pero fracasó en los exámenes para el ingreso en la Facultad de
Derecho y se vio obligado a trabajar. Entró entonces en la Secretaría de Gobernación como
agente de inmigración; debía localizar a los extranjeros que vivían fuera de la ley.
Desempeñó primero sus funciones en la capital para trabajar luego en Tampico y
Guadalajara y recorrer más tarde, durante dos o tres años, extensas zonas del país, entrando
así en contacto con el habla popular, los peculiares dialectos, el comportamiento y el
carácter de distintas regiones y grupos de población.

Esta vida viajera, este contacto con la múltiple realidad mexicana, fue fundamental en la
elaboración de su obra literaria. Más tarde, y siempre en la misma Secretaría de
Gobernación, fue trasladado al Archivo de Migración. Rulfo se ganó la vida en trabajos muy
diversos: estuvo empleado en una compañía que fabricaba llantas de hule y también en
algunas empresas privadas, tanto nacionales como extranjeras. Simultáneamente, dirigió y
coordinó diversos trabajos para el Departamento Editorial del Instituto Nacional Indigenista
y fue también asesor literario del Centro Mexicano de Escritores, institución que, en sus
inicios, le había concedido una beca.
Juan Rulfo

La obra de Juan Rulfo, pese a constar sólo de dos libros, le valió un general reconocimiento
en todo el mundo de habla española, reconocimiento que se concretó en premios tan
importantes como el Nacional de Letras (1970) y el Príncipe de Asturias de España (1983),
y en su traducción a numerosos idiomas. En 1953 apareció el primero de ellos, El llano en
llamas, que incluía diecisiete narraciones (algunas de ellas situadas en la mítica Comala)
que son verdaderas obras maestras de la producción cuentística.
Cuando en 1955 aparece Pedro Páramo, la única novela que escribió Juan Rulfo, el
acontecimiento señala el final de un lento proceso que ha ocupado al escritor durante años
y que aglutina toda la riqueza y diversidad de su formación literaria. Una formación que ha
asimilado deliberadamente las más diversas literaturas extranjeras, desde los modernos
autores escandinavos, como Halldor Laxness y Knut Hamsun, hasta las producciones rusas
o estadounidenses. Basta con acercarse a la novela, de estructura más poética que lógica
(hasta el punto de ser tachada de confusa por algunos críticos), para comprender la paciente
laboriosidad del autor, el minucioso trabajo que su redacción supuso y que le exigió rehacer
numerosos párrafos y desechar páginas y páginas ya escritas.
Desde 1955, año de la aparición de Pedro Páramo, Rulfo anunció varias veces y en épocas
distintas que estaba preparando un libro de relatos de inminente publicación, Días sin
floresta, y otra novela titulada La cordillera, que pretendía ser la historia de una inexistente
región de México desde el siglo XVI hasta nuestros días. Pero el autor no volvió a publicar
libro alguno. En una entrevista de 1976, Rulfo confesó que la novela proyectada había
terminado en la basura.
Juan Rulfo

De vez en cuando algunos textos suyos aparecían en las páginas de las publicaciones
periódicas dedicadas a la literatura. Así, en septiembre de 1959, la Revista Mexicana de
Literatura publicó con el título de Un pedazo de noche un fragmento de un relato de tema
urbano; mucho más tarde, en marzo de 1976, la revista ¡Siempre! incluía dos textos inéditos
de Rulfo: una narración, El despojo, y el poema La fórmula secreta.
Pero esta escasa producción literaria ha servido de inspiración y base para una considerable
floración de producciones cinematográficas que partieron de adaptaciones de cuentos y
textos de Rulfo. En 1955 Alfredo B. Crevenna dirigió la película Talpa, cuyo guión es una
adaptación de Edmundo Báez del cuento homónimo del escritor. Siguieron El despojo,
dirigida por Antonio Reynoso (1960); Paloma herida, que, con argumento rulfiano, dirigió
el mítico realizador mexicano Emilio el Indio Fernández; El gallo de oro (1964), dirigida
por Roberto Gavaldón, cuyo guión sobre una idea original del autor fue elaborado
por Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. En 1972, Alberto Isaac dirigió y adaptó al
cine dos cuentos de El llano en llamas, y en 1976 se estrenó La Media Luna, película dirigida
por José Bolaños que supone la segunda versión cinematográfica de la novela Pedro
Páramo.
Fueron tantas las reacciones periodísticas y las notas necrológicas que se publicaron
después del fallecimiento del escritor que con ellas se elaboró un libro titulado Los
murmullos, antología periodística en torno a la muerte de Juan Rulfo. Póstumamente se
recopilaron los artículos que el autor había publicado en 1981 en la revista Proceso.

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