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Thierry Linck - La Economia y La Politica en La Apropacion de Territorios

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REVISTA ALASRU N U EV A ÉPOCA

Análisis latinoamericano del medio rural

Dirección
César Adrián Ramírez Miranda
Universidad A ntónoma Chapingo, M é x i c o
Blanca Rubio Vega
Universidad Nacional Autónoma de México, M é x i c o

Comité Editorial

Dr. Guillermo Almeyra, Dra.. Carmen del Valle,


Universidad A ntónoma Universidad Nacional Autónoma
Metropolitana Xochimilco, de México, M é x i c o
M é x ic o

Dr. Henrique De Barros,


Dr. Carlos Schiavo, Universidad Instituto de Pesquisas Sociais
de la República, U r u g u a y Fundacao Joaquim Nabuco,
B ra s il
Dra. Michelle Chauvet Sánchez,
Universidad Autónoma Dra. Gabriela Martínez Dougnac,
M etropolitana Azcapotzalco, Universidad de Buenos Aires,
M é x ic o A r g e n tin a

Dr. Carlos Cortez, Dr. Luciano Martínez, Facultad


Universidad A ntónoma Latinoamericana de Ciencias
Metropolitana Xochimilco, Sociales FLACSO, Sede Ecuador,
M é x ic o E cuador
Comité Consultivo

Dra. Mónica Bendini, Universidad Dra.Luisa Paré, Universidad


Nacional del Comahue, Nacional Autónoma de México,
A r g e n t in a M é x ic o

Dr. Cristóbal Kay.lnstituto de Es­ Dr. Kostas Vergoupolus,


tudios Sociales, H o l a n d a Universidad de París V lll,
F r a n c ia

Dr. Luis Llambí, Instituto Venezo­


lano de Investigaciones Científicas Dr. Thierry Linck, Université de
V enezuela Toulouse le Mirad, F r a n c i a

Dr. Diego PiñeircxUniversidad de Dr. Miguel Angel Sámano


la República, U r u g u a y Rentería, Universidad Autónoma
Chapingo, M é x i c o
Dr. Manuel Chiriboga, Centro
Latinoamericano para el Dr. Liberio Victorino Ramírez,
Desarrollo Rural, E c u a d o r Universidad Autónoma Chapingo,
M é x ic o

ALASRU
Análisis Latinoam ericano del medio R ural

• Revista de la Asociación Latinoamericana de Sociología Rural


• Publicación periódica con arbitraje
• Los artículos expresan las opiniones de sus autores y no necesariamente
representan el punto de vista de la asociación o de la UACh.
• Universidad Autónoma Chapingo. Carretera México-Texcoco, km. 38.5
Chapingo. Edo. de México

C o r r e c c ió n d e e s t ilo : M ó n ic a G a r c ía V e lá z q u e z ,M a r ía E u g e n ia B a r a ja s , L il ia C r u z
y M a r ib el H e r n á n d e z
D is e ñ o y f o r m a c ió n : L e ó n M á r q u e z O r tiz
C a p tu ra: M ó n ic a G a r c ía V e lá z q u e z

P ortada: D e t a lle d e l c a r te l d e h o m e n a j e a G u il le r m o A lm e y r a , D e l su r h a c ia la
iz q u ie r d a , 8 y 9 d e j u n i o d e 2 0 0 6 .
ALASRU
Análisis Latinoamericano del medio rural
Núm. 3 Octubre del 2006

Regresando a lo histórico-mundial: una crítica del retroceso


postmodemo en los estudios agrarios
Farshad Araghiy Philip Me Michael

Crítica al enfoque del desarrollo territorial rural 49


César Adrián Ramírez Miranda

Una teoría con campesinos: los despojados del nuevo imperialismo 81


Blanca Rubio

La nueva agenda de investigación de la sociología rural 103


Armando Sánchez Albarrán

Reflexión crítica de la Nueva Ruralidad en América Latina 139


Eliézer Arias

Aportes para la discusión teórica de las transformaciones 169


que vienen ocurriendo en el sector agroalimentario venezolano
Agustín Morales Espinoza

Desarrollo territorial sustentable, el camino político 199


hacia la construcción territorial
Rafael Echeverri Perico

Procesos de crecimiento endógeno y Desarrollo Territorial Rural 223


en America Latina Enfoques teóricos y propuestas de política
Luís Llambí y Magda Duarte

La economía y la política en la apropiación de los territorios 251


Thierry Linck

Diferentes “miradas” conceptuales del desarrollo rural 287


en los últimos 50 años
Juan Romero

Campesinado en Argentina: Del estudio de la categoría 317


al estudio de la apropiación de la categoría. El papel del
científico social en este proceso
Laura Díaz Galán, Carolina Diez Brodd, María Carolina Feilo
y Cynthia Pizarro

¿Espacios rurales, pobladores rurales o prácticas rurales? 337


Chacay oeste y su área de influencia
Andrea Daniela Franco
AkASRU

Schultz, T. W. 1969. “Human Capital” . En: international Encyclopedia o f the


Social Sciences 2:278-287.
Schumpeter, J. 1961. The Theory of Economic Development. Oxford University
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250
LA ECONOMÍA Y LA POLÍTICA EN LA APROPIACIÓN
DE LOS TERRITORIOS

Thierry Linck'

R esu m en

La noción de territorio se cuenta seguramente entre los conceptos


más polisémicos, connotados y controvertidos de las ciencias sociales.
No hay nada sorprendente en ello ya que el territorio se encuentra en el
corazón de un debate que opone mercado y ciudadanía, local y global,
economía y sociedad. Este debate llega a cobrar sentido en el momento
en que se define el territorio como patrimonio colectivo, al menos plan­
tea y estructura nuevos interrogantes sobre la economía y la articulación
de lo económico con lo político. Evidenciaremos que el territorio-patri­
monio es un recurso complejo que posee atributos de bienes colectivos.
Su producción y su preservación tanto como su activación al servicio de
un proyecto de desarrollo se sustentan en la construcción de decisiones
colectivas. Plantean por lo tanto exigencias de exclusividad y de apropri-
ación que colocan la problemática del territorio en la confluencia de la
economía y de la ciencia política.

Palabras clave: territorio, acción colectiva, desarrollo, desarrollo sustent-


able, recursos colectivos, patrimonio, gobemancia.

THE ECONOMY AND THE POLITICSIN APPROPRIATION


OF TERRITORIES

SüM M A R Y

The notion o f territory counts surely among concepts more polysé­


mie, connoted and controversial o f the social sciences. Not it to have

1 IN R A - S y stè m es de D écisió n pour le D év elo p p em en t 2 0 2 5 0 COR TE, Francia. Dir, E lectrónica:


elin ck @ corte.in ra.fr

251
ALA SRU

swum surprising in it since territory is found in the heart o f a debate that


opposes market and citizenship, local and global, economy and company.
This debate comes charge sense just as is defined the territory as collec­
tive patrimony, less strike and questioning new structure on the economy
and articulation o f the economic thing with political thing. We will show
that the territory-patrimony is a complex resource that possesses attri­
butes o f collective property, its production and its so much preservation
as their activation al service o f a project o f development are supported in
the construction o f collective decisions. They present therefore demands
o f exclusiveness and o f apropriacion that place the problematic one o f the
territory in confluence o f the economy and o f the political science.

Key words: territory, collective action, development, sustainable deve­


lopment, collective resources, patrimony, governance.

I. D e l a g lo b a liz a c ió n a l te r r ito r i o

El te r r ito r i o in s tru m e n ta liz a d o

Más aún que la oposición local - global, las nociones de territorio y


de globalización son radicalmente antinómicas y por eso mismo com ple­
mentarias e inseparables. La globalización suena como algo que tanto nos
rebasa que parece que queda totalmente fuera de nuestro alcance. Remite
a un movimiento planetario (abarca al globo terráqueo en su conjuntojque
cobra además las dimensiones de un hecho social total (global, en el sen­
tido de que abarca todos los aspectos de la vida social y cultural y no so­
lamente sus componentes económicos) (Giddens, 1995). En sus expresio­
nes más temibles, se percibe como un movimiento totalizador que llega a
operar como un molde fantástico, una máquina implacable que amenaza
con borrar todas las especificidades culturales locales. Bajo esta perspec­
tiva, las presiones que ejerce la globalización no dejan esperar más que un
cuestionan!iento y la desaparición de los territorios.

El territorio se desdibuja en contraste de este panorama sombrío. Se


nos pinta con todos los atributos emblemáticos de la resistencia y de la
nostalgia. El territorio se vuelve símbolo y lema, es una promesa, una
respuesta y un recuerdo: el territorio es lo que la globalización no es, es
todo aquello que la globalización amenaza y destruye: por esas razones,
el territorio no puede ser otra cosa que el producto antitético de la globa­
lización (Hard y Negri, 2004).

252
T h ierry L inck

Todo eso suena demasiado simple: el territorio es algo más que una
simple antítesis. La globalización difunde a lo largo y ancho del planeta
nuevas representaciones del mundo y de las dinámicas sociales (Giddcns.
1995) que prosperan en los espejismos de la ilusión neoliberal. Por cierto,
hoy en día, poca gente se la cree del todo: cobra fuerza el sentimiento de
que en un mundo imperfecto difícilmente puede esperarse que la com ­
petencia y el mercado vayan a generar, por sus propias virtudes, pros­
peridad y justicia social. El mercado despierta ahora menos expectativas
que dudas y fatalismo: nos guste o 110 , el mercado está. El decaimiento
de las grandes instituciones y el debilitamiento de los Estados nacionales
(Touraine, 1994) confirman esta evidencia: el mercado se ha convertido
en el principal, aunque no el único, dispositivo de regulación económica.
Esta evidencia y esta renuncia entretienen un consenso bastante perverso:
si el mercado domina la economía, es de vital importancia disociar la
construcción de las decisiones colectivas - o sea lo polítieó- de la esfera
de la economía. Y reciprocamente. Se unen en un mismo planteamiento
dos posturas radicalmente opuestas. De un lado se considera necesario
disociar ambas esferas para preservar el mercado y la economía de la in­
gerencia de los políticos (el principio de eficiencia según el punto de vista
liberal). Por el otro, la disociación es necesaria para proteger los espacios
públicos del emporio del mercado (punto de vista radical). Que se trate
de fatalismo, de convicción, de renuncia o de resistencia, se asume una
separación tajante entre lo económico (lo que remite y/o se abandona a
las fuerzas del mercado) y lo político (el ámbito de la concertación y de
la expresión ciudadana). De un lado está lo que (se supone) procede del
cálculo y del interés privado y del otro lo que remite a los valores supe­
riores de solidaridad, de justicia social y de ciudadanía... Desde luego,
esta representación se sustenta en una definición bastante pobre y corta
tanto de la economía como de la política. Sobre todo, legítima un despojo
de capacidades: el ciudadano no tiene porque - ni puede - opinar sobre
la producción de riquezas, sobre su reparto entre los diferentes compo­
nentes de la sociedad, sobre los flujos de inversiones (y la idea misma de
planeación económica), sobre las contradicciones entre el capital y el tra­
bajo y, de pilón, sobre la justicia social... En este sentido la globalización
instruye una dilución de la sustancia misma del debate político: en este
sentido, la globalización es negación de lo político (Touraine, 1994; Hard
y Negri, 2004).

Esta dimensión en parte explica la reinvención de los territorios en


sus atributos de (casi) último reducto de expresión ciudadana. Si el terri­
torio es lo que la globalización no es y si la globalización es el imperio del
mercado, entonces el territorio tiene que excluir los pincipios de cálculo y

253
A LA SRU

de interés individual que sustentan el rational choice de los economistas


liberales. Si no alcanza siempre un estatuto de santuario, el territorio suele
reconocerse como el escenario predilecto de los valores sociales que for­
man consenso, marcan identidad y solidaridad. Se idealiza como un es­
pacio de dimensiones humanas, con connotaciones comunitarias, donde
impera la confianza y el interconocimiento y que no manchan ni asperi-
dades ni contradicciones relevantes para el acceso a las riquezas y el con­
trol de los procesos productivos. El territorio define así el marco idoneo
para el desenvolvimiento de una democracia directa: la boga que tienen
las nociones de participación, de concertación, de adhesión, de cohe­
sión social y su confusión con las ambigüedades de la « buena gober-
nancia » lo sugieren. Pero esta no es más que la otra cara de la misma
moneda: en la escala de los territorios, el corte entre lo económico y lo
político sigue igual de tajante. Más allá de las expresiones formales de la
democracia, esa visión del territorio procede también de una negación de
lo político. El territorio puede ser un espacio ciudadano predilecto, sólo
pone en escena a ciudadanos despojados de sus atributos y de sus capa­
cidades más elementales. En este sentido no sólo puede afirmarse que
esta visión del territorio procede de la globalización sino que también, el
territorio es la globalización.

Lo que se acaba de presentar no es sino una representación sesgada e


instrumentalizada de la noción de territorio. Resulta útil para poner énfa­
sis en las ambigüedades del término y poner en evidencia algunas de sus
trampas. Pero el territorio es un concepto que también puede plantearse
independientemente de la globalización. Al menos lo han movilizado así
la geografía humana, la antropología, la arqueología, la biología y hasta
la sociología y la economía... con sentidos muy distintos de los que se
acaban de exponer y mucho antes de que se empezara a hablar de glo-
balizacióiy Más que definiciones - que tendremos que ajustar al contexto
actual - podemos rescatar del viejo debate científico en tom o al concepto
de territorio, un enfoque y una guía argumenta!. Hablar de territorio re­
sulta útil para abrir perspectivas y plantear interrogantes que nos per­
mitirán entender mejor tanto el mundo que nos rodea como idear pistas
para transformarlo.

La construcción de esta guía argumental sólo m oviliza algunos


referentes sencillos. Afirmar que el territorio no debe confundirse con
la noción de espacio o de área procede de una evidencia: el territorio
es un espacio con personalidad propia que ninguna ley geom étrica per­
mite entender. También es una evidencia afirmar que el territorio es una
construcción social: el territorio tiene historia, marca identidad, es pro­

254
T h ierry L inck

ducto de interacciones sociales... y es precisamente eso que el enfoque


territorial se propone entender. No resultarán tal vez tan evidentes todas
las implicaciones de esa aserción. En primer lugar, el territorio es un es­
pacio apropiado: reconocer las formas de esa apropiación, entender las
modalidades de su legitimación e identificar a sus beneficiarios plantea ya
algunas dificultades de peso. Lógico, pero no por eso muy evidente, es el
hecho de que tanto la apropiación como la construcción del territorio son
colectivas: producir el territorio no es obra de un individuo aislado sino
de un grupo... mismo que tampoco resulta siempre fácil de identificar.
De ahi derivan otras preguntas: ¿Cómo se construye el colectivo? ¿Cómo
logran interactuar unos con otros los individuos que lo componen? En
adelante, las preguntas se enredan: ¿No dependerá el compromiso del
individuo con el grupo del tipo de apropiación del territorio y de la forma
en que se definen los derechos individuales de acceso o de uso? Pero
las preguntas no tardan en hilarse unas con otras en el momento en que
se asume que el territorio es a la vez el escenario y el objetivo de la ac­
ción colectiva. Ayuda entender que el territorio focaliza simultáneamente
relaciones de competencia y de cooperación, que es objeto de conflictos
que suelen resolverse y superarse en la construcción de solidaridad y/o
de jerarquía. Es en este punto donde el territorio puede tomar su sen­
tido verdadero de patrimonio colectivo que se moviliza en un proceso
de producción de la sociedad (Barthelemy, 2004; Linck, 2001 y 2005).
Es precisamente en torno al manejo y a las modalidades de apropiación
de este patrimonio compartido que cobran sentido las interacciones y las
contradicciones entre territorio y globalización.

La definición resulta bastante escueta, pero marca algunos interro­


gantes claves. El territorio se proyecta en la historia y en el espacio de de
las construcciones colectivas: plantea una exigencia de ruptura con el uni­
verso unidimensional del intercambio mercantil, del cálculo y del interés
individual. El territorio es un recurso producido, manejado y valorado
en forma colectiva: plantea por lo tanto una exigencia de gestión social
que remite a criterios y estrategias que ninguna regla natural ni principio
superior permite entender. Esa definición pone en el corazón mismo del
debate la cuestión de la construcción de las decisiones colectivas y del
manejo de recursos compartidos2. El territorio se vuelve entonces objeto
de conflictos y de rivalidades entre usuarios al mismo tiempo que confor­
ma la sustancia de un proyecto colectivo. En este sentido, la construcción
de la elección colectiva no se resuelve del todo ni en el universo del cál­

2 U sa rem os en form a volu n tariam ente in d iscrim in ada lo s térm in os de b ien es (y recursos) co lectiv o s,
co m u n es o com partidos: sacrificam os sin rem ordim into la taxon om ía a una ex ig e n c ia lógica: poner
én fa sis e n la d ialéctica que op o n e apropiación ind ivid u al y ap rop iación colectiva.

255
A LA SRU

culo oportunista (las lógicas de acaparam iento en beneficio individual) ni


en el espacio superior de los valores de abnegación y de solidaridad (y de
renuncia a m enudo ficticia y engañosa a los Ínteres privados). H ablar de
territorio, y m ás aún en relación con la globalización, im plica que se quie­
bre un consenso: tenem os que rebasar la disociación entre lo económ ico
y lo político poniendo énfasis en el hecho de que la construcción y la
valoración de los territorios se encuentran en la confluencia de am bos
campos.

Siguiendo esta pista, procurando rebasar esta dicotom ía trivial y


engañosa entre territorio y globalización ¿N o puede plantearse la glo-
balización c o m o u n proceso de acaparam iento de recurso colectivos y
de destrucción de la propiedad colectiva? Vale com o hipótesis, pero el
énfasis que se pone en la organización y en los conllictos abre nuevos
interrogantes sobre la globalización, el desarrollo y la econom ía.

G l o b a l iz a c ió n

La crisis que nace en el transcurso de los años setenta generó


un cam bio radical en las políticas públicas a lo largo de los ochenta. En
el N orte, R onald Reagan y M argarett T hatcher se convirtieron en apósto­
les de la lucha contra el E stado-providencia. En el Sur, las presiones del
Fondo M onetario Internacional (FM1), el peso de la deuda y la agravación
de la pobreza tanto com o las desilusiones que dejaron los m odelos de
sustitución de im portaciones im pulsaron un cuestionan!iento radical de
las antiguas opciones de desarrollo. Entre ajuste estructural y planes de
estabilización, A m érica latina atravesó una larga « década p e rd id a » . El
Este, por últim o, con la crisis del m odelo soviético y la caída del m uro de
Berlín en 1989, se volvió en el escenario inesperado de la instauración de
un nuevo orden liberal. El planeta en su conjunto parece así inm erso en
un m ism o m ovim iento m arcado por el debilitam iento de los Estados y el
em porio creciente del m ercado.

M ucho se ha dicho y debatido sobre la globalización. C onsiderado


en sus dim ensiones económ icas, el m ovim iento viene im pulsado a la vez
por el agotam iento del fordism o y por los avances espectaculares logra­
dos en m ateria de com unicaciones. Se sustenta fundam entalm ente en un
m ovim iento m undial de unificación de los m ercados (C astells, 2003). N o
se trata sólo del m ercado de las m ercancías (aun incluyendo en form a
creciente a los bienes no m ateriales) sino tam bién y sobre todo del m er­
cado de los capitales (productos financieros) y de la tecnología. En este

256
T h ierry 1 L inek

sentido, la globalización no se resume en un simple proceso de expansión


del comercio mundial: de hecho, medido en relación al producto interno
de las principales economías del planeta, el comercio internacional no ha
crecido en forma notable a lo largo del siglo XX. Los flujos financieros
y de tecnología se han incrementando en forma mucho mas espectacular
gracias al impulso que dio la revolución de los medios de comunicación
y del tratamiento de la información: tanto los capitales como las técnicas
son productos no materiales que pueden circular ya casi sin restriccio­
nes, en forma instantánea y sin que importe la distancia. Uno con otro,
la unificación de los mercados (entiéndese la existencia de un proceso
único de formación de los precios) tiene como corolario un movimiento
planetario de uniformización de los procesos productivos. Mas precisa­
mente, la circulación de los capitales y de las técnicas difunde una trama
única que tiende a regir y a encuadrar la producción de riquezas hasta
en los rincones mas apartados del mundo (Llambí y Lindemann, 2001).
En el caso, la uniformización se expresa mucho más en da emergencia
de referentes o modelos técnicos estándares que en una difusión homo­
génea del « progreso » y de los beneficios del cambio. La globalización
genera procesos de diferenciación y de exclusión propios que operan
sus actores predilectos. La globalización revela así la figura de la nueva
división del trabajo y está posibilitando la emergencia de la “empresa
red”, caracterizada por su adaptabilidad interna y flexibilidad externa
(Castells, 2000): orienta los movimientos de capitales y localiza sus ac­
tividades midiendo las oportunidades de especulación, los costos de la
mano de obra y de las materias primas, la proximidad de sus mercados,
las restricciones que imponen las reglamentaciones y las políticas fiscales
nacionales... poniendo a los estados nacionales en competencia e indu­
ciendo su retraimiento de la economía (Giddens, 1995).

El orden económico mundial se sustenta ahora en nuevas bases. Las


nuevas modalidades de circulación de los capitales y de la tecnología no
encajan ya con la estructura piramidal que oponía paises ricos, interme­
dios y pobres. Los capitales, la tecnología y la información circulan en
forma intensa e instantánea, mas no sin trabas ni sesgo. La línea parte
aguas que estructura la nueva división internacional del trabajo no respeta
ni las fronteras de los bloques ni las de las naciones: atraviesa tanto a los
países del sur como a los del norte. Se sustenta fundamentalmente en las
capacidades de control de la producción de la información, de su trata­
miento y de su manejo (Wallerstein, 1987).

Varios factores explican esta evolución. Tenemos, como primera


evidencia, el hecho de que la producción de bienes no materiales se ha

257
A LA SRU

convertido en el el componente más significativo y dinámico de las eco­


nomías modernas: el sector de los servicios pesa generalmente mas de
dos tercios del producto interno y del empleo. Mas allá de los límites
del sector terciario, las actividades que se pueden relacionar directamente
con el manejo y la producción de la información ocupan una proporción
similar del empleo total. La producción y el manejo de bienes no mate­
riales, o sea la producción de conocimientos (la llamada investigación
- desarrollo), las tareas de administración y organización son funciones
que cobran una importancia creciente en el sector manufacturero y en el
primario (Guellec, 1999).

La extensión y la unificación de los mercados, los espectaculares


avances logrados en las técnicas de comunicación y tratamiento de la
información, los progresos de la productica sustentan nuevas estrategias
de expansión industrial. Los gastos muy importantes en la investigación
-desarrollo (a menudo del orden de 30 a 40% de los costos de producción
en la industria), el peso de las inmovilizaciones en equipos modifican
radicalmente las reglas de la competencia (Guellec, 1999). A contraco­
rriente de las enseñanzas básicas de la economía neoclásica (la eficiencia
es m áxima cuando el costo marginal iguala el precio de venta) la industria
suele encontrarse en la situación paradójica de rendimientos de escala
crecientes: son tan altos los costos fijos y tan altas las capacidades de
producción que los costos marginales bajan, cuando la teoría enseña que
deberían subir. En otros términos, producir una unidad más no cuesta
mucho en sí, pero permite repartir los costos fijos entre un mayor número
de unidades (Foray, 2000).

En adelante, la traza de la línea parte aguas puede entenderse. Por un


lado están las actividades sometidas a un régimen de competencia bas­
tante estricto: la circulación libre de la información técnica y de los capi­
tales propicia un incremento excesivo de las capacidades de producción,
genera una disminución de los precios y rentas bajas. Por el otro están los
negocios que logran eludir la competencia y para los cuales la relación
entre precio y costos se vuelve puramente virtual. En tal caso, el incre­
mento de las capacidades de producción permite reforzar las barreras a la
entrada y consolidar su posición monopolística. Trátese de un monopolio
clásico o de una red de empresas solidarias, la implementación de políti­
cas de diferenciación de la oferta permite sacarle provecho de un mercado
segmentado. Más que la flexibilidad que les permite a las empresas ajus­
tar su oferta a una demanda « impredecible y volátil », la incorporación
en los productos de algún signo distintivo les permite diferenciarlos para
venderlos caro a los consumidores que disponen de una mayor capaci­

258
T h ie rry L inck

dad de compra y barato -hasta en un nivel cercano a su costo marginal o


hasta con pérdidas- a los más pobres o más indecisos. Con tales practicas
vuela el mito del precio único, en teoria atributo necesario del mercado.
La multiplicación de las « distorsiones » de competencia se convierte en
el signo distintivo de la globalización y en el criterio en torno al cual se
orientan los flujos de inversiones y se definen las modalidades de reparto
de las riquezas.

Importa no caer en el lado equivocado de la línea parte aguas. El do­


minio de la información es el criterio decisivo como lo evidencian la mul­
tiplicación de los patentes y la explosión de las transacciones sobre dere­
chos de propiedad intelectual que se observan desde hace ya un cuarto de
siglo (Levéque y Meniére, 2003). M arca jerarquía el acceso privilegiado
a los conocimientos técnicos y a las capacidades. Es importante, mas no
suficiente: más que el dominio de los conocimientos sobre los procesos
de elaboración de los bienes materiales, desempeña un papel decisivo la
información que condiciona el acceso a la información, que abre acceso a
los recursos no materiales y que, por ende, permite dominar los procesos
organizativos. Es una evidencia, esa clase de propiedad intelectual (un
logiciel, un sistema de normas técnicas...) no es dividible y, de hecho,
no está limitada en el tiempo (piensese en Microsoft): tiene un grado de
protección infinitamente superior a la que se aplica a simples procesos
técnicos para la elaboración de bienes materiales. Expresado con otros
términos y tal como se expondrá a continuación, la lánea parte aguas se
establece en tom o a la capacidad de establecer una exclusividad de ac­
ceso duradera sobre recursos colectivos (Linck, 2005).

Información, recursos colectivos, organización... son nociones que


los avances de la globalización han puesto en el orden del día del debate
científico. Encuentran notables ecos tanto en lo que remite a la difusión
de un nuevo orden planetario como en lo que procede de las resistencias
que se expresan en la escala de los territorios. En ambos contextos, cobra
relevancia la necesidad de rechazar el corte que el fatalismo o las ilusiones
neoliberales han erigido entre lo económico y lo político... Ahora bien,
suprimir la brecha que separa lo económico de lo político implica encon­
trar elementos comunes a ambos campos disciplinarios y, desde luego,
pensar diferente tanto la política como la economía. En lo referente a lo
político, procede regresar a las fuentes originales del concepto: la política
es el arte que se estructura en torno al manejo de la « cosa pública » o
sea en tom o a la administración de los recursos colectivos. En corolario,
colocar al concepto de recurso colectivo (y a las nociones afines de orga­
nización, coordinación, información) en la esfera de lo político implica

259
ALASRU

un profundo cuestionamiento del campo disciplinario de la economía y de


sus paradigmas fundadores.

El t e r r it o r io c o m o c o n c e p t o t r a n s d is c ip l in a r io

Los términos desarrollo y territorio ejercen una fascinación que re­


basa por mucho los límites de la geografía, de la economía y de las cien­
cias sociales afines. Son térm inos transversales, movilizados en campos
disciplinarios distintos, mismos que han construido a lo largo del tiem po
categorías análiticas, paradigmas y métodos propios. Por ello, se prestan
a interpretaciones contradictorias y ambiguas, despiertan dudas y tem o­
res, a tal punto que caen a veces en desuso. Siguen más o menos presentes
en la academia, pero también, y cada día más, en múltiples escenarios
del debate político. Desarrollo y territorio son, en parte también, nocio­
nes forjadas dentro de y para la acción. Han cobrado y perdido sentido
ajustándose a objetivos ajenos (al menos en teoría) al universo aséptico y
contemplativo de la academia. Sujetos a las presiones contradictorias de
los universitarios, de los políticos, de los militantes y de los burócratas,
ambos términos suelen tener una fuerte connotación: no resulta anodino
o indiferente hablar de desarrollo y de territorio, es algo así como tomar
partido sin siempre quererlo en un debate que difícilmente se llega a do­
minar del todo. M uy pronto surgen malentendidos y controversias que de­
rivan de la confrontación de valores, de perspectivas y de planteamientos
contradictorios, profundamente arraigados, pero no siempre explícitos.

Entre controversias y distorsiones, el sentido de las nociones de


desarrollo y de territorio ha sido alterado y diluido al punto de volver
ambos términos tan polisémicos e imprecisos que resulta casi imposible
dar de ellos una definición clara, m ínimamente consensual, congruente
y pertinente. La tarea es difícil, plantea primero una exigencia de rigor
y de sentido crítico: hay que devolver a los dos conceptos su proyección
heurística original « limpiándolos » de los sentidos, valores, paradigmas
implícitos que recubren frecuentemente. Tampoco hay que olvidar que
son nociones transversales: su manejo plantea una fuerte exigencia de
apertura de los campos disciplinarios. Es una necesidad que no es carente
de riesgos ya que de la apertura de los campos a la transgresión de sus
fronteras, el trecho es corto: la interdisciplinariedad exige así una revisión
crítica, a menudo radical, de los conceptos y de las tramas argumentarías
de los paradigmas disciplinarios. La exploración y la remodeíación de
los contornos de los campos disciplinarios invita así a una revisión de al­
gunos de sus principios más fundamentales. No resulta en efecto posible

260
T h ie rry L m ck

investigar conceptos transversales sin al mismo tiempo cuestionar io que


conforma la sustancia misma de los paradigmas fundadores de las dife­
rentes disciplinas y, tal vez, hasta cierto punto quebrarlos.

Aunque suene fastidioso, empezaremos por dar una definición re­


novada de la economía. No parece tal vez tan radical como se podría
esperar, pero sí, más allá de las aparencias, conduce a una identificación
polém ica de algunos planteamientos claves y permite abrir puentes entre
los campos disciplinarios y cuestionar fundamentos implícitos.

II. H a c ia u n a d e f in ic ió n d e l d e s a r r o l l o : h a b l e m o s d e e c o n o m ía

Habrá una infinidad de definiciones de la economía. La opción que


se propone a continuación es aún inédita. No contradice ninguna de las
grandes corrientes del pensamiento económico y permité identificar los
referentes claves que permitirán estructurar el debate en torno de las no­
ciones de desarrollo y de territorio. Se sustenta pregunta, ¿Cómo logran
los hombres coordinar sus esfuerzos para incrementar la producción de
riquezas ?

De este interrogante pueden desprenderse tres elementos claves que


han marcado en forma decisiva la historia del pensamiento económico y
que se pueden retomar con mucho provecho para abonar el debate sobre
desarrollo y territorio. Se trata de las nociones de coordinación, de pro­
ducción y de riqueza.

C o o r d in a c ió n

Como tal, el término no les ha llamado mucho la atención a los eco­


nomistas sino, tal vez, hasta una fecha reciente. Pero el tema tiene mucha
transcendencia ya que se hable de organización del trabajo o simplemente
de intercambio. Remite a algo bastante trivial e importante, a una eviden­
cia que ha marcado a las ciencias económicas desde sus inicios: el hom­
bre es un animal social. La economía no puede pensarse sin referencia a
las interacciones que los hombres establecen entre sí, o sea haciendo caso
omiso de las relaciones de competencia, de cooperación y de explotación
que los une en la producción y el intercambio de riquezas. Entender como
los hombres logran combinar sus esfuerzos constituye asi el interrogante
clave en torno al cual se estructuran todos los discursos de la economía.

261
A LA SRU

El punto tiene mucha presencia, notablemente en la obra de A. Smith


cuando relaciona el desenvolvimiento de los intercambios, los progresos
de la división del trabajo y los avances de la civilización. El sustento de la
coordinación se encuentra en un principio de competencia: la imagen de
la « mano invisible » del mercado revela un dispositivo « natural », per­
fecto (rebasa el entendimiento y la voluntad del hombre) de coordinación
fincado en el interés privado, fuente a la vez de armonía y de progreso. El
mercado asegura la combinación"de los esfuerzos productivos individua­
les sobreponiéndose a las expectativas de los individuos y a sus valores
éticos.
Pensar la economía como coordinación tampoco contradice los para­
digmas fundamentales del marxismo. Con un marcado énfasis en la di­
mensión histórica de los procesos económicos y sociales, Marx plantea
un análisis de la coordinación fincada en una relación de explotación:
el control de los medios de producción le permite a la clase capitalista
acaparar el producto del plustrabajo y, por ende, dirigir el proceso de
acumulación.

Los institucionalistas (veanse a Williamson, C oase...) plantean una


tercera modalidad de coordinación que se asienta en las convenciones (o
sea en los acuerdos o contratos) que los hombres establecen para com pen­
sar las « fallas » del mercado y enfrentar situaciones de incertidumbre.
La coordinación remite aquí tanto a un principio de cooperación como
de competencia: la construcción de reglas (que se sustituyen al mercado
o lo complementan) procede de una lógica de cooperación, mientras las
hipótesis de racionalidad remiten a un principio de competencia y al indi­
vidualismo metodológico propio de las corrientes clásicas y neoclásicas.

P r o d u c c ió n

La producción suele definirse como un proceso de transformación


de la materia mediante la aplicación de un trabajo. Hablar de trabajo y
de materia pone en evidencia el carácter finito del mundo que nos rodea
y, por ende, la existencia de límites a la expansión de la producción de
riquezas. Esta representación pesimista, claramente expresada en autores
como D. Ricardo, deriva en parte del hecho de que los recursos naturales
no son inagotables. También procede de una asimilación en exceso re-
ductora del trabajo a un gasto energético. Por una parte, la expansión de
la producción implica un alargamiento de los procesos productivos y un
incremento del gasto energético total. Por otra parte, el segundo principio,
de la termodinámica (o principio de entropía: la energía no se genera ex

262
T h ierry L inck

nihilo y al cambiar de forma, parte de ella se disipa y se pierde) evidencia


que el alargamiento de los procesos productivos encuentra un limite ab­
soluto en la disminución de los rendimientos energéticos.

El planteamiento no resulta del todo convincente si asumimos que


el trabajo no puede reducirse en un simple gasto energético. Es también
incorporación de conocimientos (directamente en los procesos de trabajo
mismos o indirectamente en la producción de herramientas y de cono­
cimientos) y por ese medio ganancia en eficiencia productiva. Ahora bien,
no sucede con los conocimientos lo que se observa en el caso de la ma­
teria y de la energía: un conocimiento no se desgasta ni se pierde cuando
se usa, sino más bien al revés. Es más, su costo de reproducción puede
considerarse como virtualmente nulo: no rebasa en principio el costo del
soporte material (algo de papel y tinta o un disco informático) que re­
quiere su duplicación (Foray, 2000).

Bajo esta perspectiva, la creciente incorporación de conocimientos en


los procesos de producción -ju n to con el incremento notable de bienes
no materiales - sustenta un principio de neguentropía, que permite a su
vez concebir la acumulación de riquezas y, por ende, el desarrollo, como
un proceso potencialmente inagotable. En otros términos, el trabajo es a
la vez gasto energético e incorporación de conocimientos. La producción
y la movilización de nuevos conocimientos propician un incremento de la
eficiencia productiva (individual y colectiva) que puede contraponerse a
la disminución de los rendimientos energéticos.

El planteamiento permite darle sentido y contenido a la noción de


desarrollo. El desarrollo no es ni una utopía, ni una necesidad, ni una
fatalidad. Es simplemente la expresión, históricamente marcada y social­
mente condicionada, de la capacidad que tiene una población de producir
neguentropía, o sea de generar y movilizar conocimientos nuevos; em­
pero, ello resulta menos evidente de lo que parece. En efecto, el potencial
de expansión de un sistema depende del incremento dé excedente gene­
rado por la incorporación de conocimientos nuevos, pero también de su
reparto (por ejemplo en forma de ganancias y salarios) entre los diferen­
tes componentes de la sociedad y de su aprovechamiento preferente para
incrementar las capacidades de producción (Rosier, 1984). El tema tiene
por lo tanto que relativizarse y contextualizarse, lo que conduce a plantear
el desarrollo como la expresión de una elección colectiva que procede
tanto del campo de la economía en un sentido estricto que de la Ciencia
política. La exploración del tem a pone en el centro del debate la nociones
de información y de organización.

263
ALASRU

Podemos aclarar el tema de la producción y de la movilización de los


conocimientos partiendo de una definición amplia y genérica de la noción
de información: todo conocimiento es una información aunque cualquier
información no puede considerarse siempre como un conocimiento. En
adelante, sugiero definir la información como cualquier elemento - re­
presentación, dato, referencia, regla formal o tácita - popio para auxiliar
la toma de decisiones. En este sentido, una información es una repre­
sentación del mundo que nos rodea, que movilizamos para entender y
transformarlo. En el caso, hablar de representación da a entender que una
información siempre es una construcción: las representaciones no existen
en la naturaleza. Las elaboramos con el único auxilio de lo que nuestros
sentidos nos dan a percibir y nuestras tramas cognitivas a entender. Es
más, esa construcción es fundamentalmente colectiva ya que en nuestros
esfuerzos por entender y conocer el mundo tenemos que m ovilizar crite­
rios y conocimientos que, en su mayor parte han sido producido por otros
seres humanos.

En este sentido queda claro que la información en sí, digamos, algún


dato ailsado, desconectado de su contexto, no tiene interés alguno. Para
incrementar nuestra capacidad de acción y de entendimiento del mundo
es preciso enlazar esos datos: tener una mayor capacidad de tratam ien­
to de la información y una creciente aptitud a organizaría en sistemas
complejos. En este sentido, podemos apuntar que lo que nos interesa es
la información vuelta conocimiento, o sea incorporada en un acervo de
conocimientos y organizada en tom o a las tramas interpretativas y a los
códigos que estructuran los llamados sistemas o tram as cognitivos. En
ellos se encuentra la llave para enfrentar situaciones inéditas, para ge­
nerar nuevos conocimientos y para tener una base informativa com par­
tida que permite y propicia las interacciones sociales.

Desde el punto de vista de la ciencia económica, la acumulación y


la incorporación de conocimientos en los procesos productivos sustenta
un proceso de « complejificación » que contrarresta la caída de los ren­
dimientos energéticos. Ello se puede lograr porque el proceso tiene un
carácter marcadamente colectivo, llegando a expresarse en la escala de
la sociedad en su conjunto. En prim er lugar, puede destacarse que la
acumulación de conocimientos no procede de una lógica individual: no
podemos concibir manera alguna de generar nuevos conocim ientos sin
enlazar con el acervo de conocimientos existentes. En el mismo sentido,
la acumulación de conocimientos sólo llega a cobrar sentido cuando los
conocimientos nuevos integran acervos compartidos y amplían en esa
forma la base de producción de nuevos conocimientos. El acceso com ­

264
T hierry' L in ek

partido (no forzozamente libre ni igualitario, como se verá adelante3) a


esos acervos los convierte en poderosos dispositivos de comunicación y
de coordinación. El acceso a una información congruente, integrada en
sistemas relativamente flexibles, reduce los niveles de incertidumbre y
propicia condiciones idóneas para desarrollar mayores niveles de coor­
dinación. Por último, la información también marca orden: estructura.
No solamente configura los procesos de producción, marcando sus se­
cuencias, sino que organiza también a los grupos humanos. En el caso,
la información estructura, diferencia, sustenta el poder, marca coherencia
y fija orientación asignando a cada sujeto el lugar que le corresponde y
el beneficio que puede esperar. En este sentido, puede afirmarse que la
información es a la vez soporte y finalidad (simultáneamente condicio­
nante y producto) de la organización: para cerrar el punto, la información
es organización. Marca estructura, permite y propicia las interacciones
sociales y encuentra su finalidad en la producción de más, información y
más estructura.

Ahora bien, en la medida en que el trabajo presupone la incorporación


directa o indirecta de conocimientos, puede afirmarse que no existe tra­
bajo alguno que no sea, al mismo tiempo, un trabajo organizado. La men­
ción del término « organización » no viene por casualidad: por su esencia
misma, los conocimientos son recursos colectivos, no son dividióles ni
pueden ser, por lo tanto, apropiados individualmente4. No son mercan­
cías: su producción y su utilización no pueden regirse por medio del
mercado, dependen de dispositivos institucionales, o sea de reglas. En
este sentido, los procesos de trabajo y la producción de riquezas enlazan
íntimamente con el tema de la coordinación en modalidades que suelen
fincarse simultáneamente en un principio de competencia (el mercado
opera como instancia de regulación que asigna precios y fija volúmenes),
en una lógica de cooperación (mediante la construcción de reglas) o en
base a relaciones de explotación (que tal vez derivan del acaparamiento
de recursos colectivos).

R iq u e z a s

El término “riqueza” ha caido en un relativo desuso desde finales del


siglo XIX. El hecho coincide con el auge de la corriente neoclásica, la

’ En este sen tid o , apuntam os q ue un recurso co le c tiv o n o puede asim ilarse a un b ien libre (O lso n ,
1979 ).
" U na patente no e s un d erech o de propiedad: esta b lece una ex c lu siv id a d de u so so m etid a a
restricciones y lim itad a en el tiem p o.

265
A LA SRU

boga de ia economía formai y un notable empobrecimiento del debate: so­


bre la finalidad de la actividad económica (¿acumular en el simple afan de
acumular o para producir más valores de uso?); sobre la delimitación del
campo epistemológico de la economía (tiende a reducirse al simple ámbito
del intercambio mercantil); sobre la naturaleza de los procesos económi­
cos (se centra en el análisis de la construcción de elecciones individuales,
pasando totalmente por alto la cuestión de las decisiones colectivas).

Al reducir su discurso a la producción y al intercambio de m ercan­


cías, los economistas dan a la noción de riqueza un sentido muy res­
tringido. En este entendimiento, la riqueza se reduciría exclusivamente a
aquellos bienes que pueden intercambiarse en el mercado, que tienen un
precio y son, por lo tanto, dividibles y se prestan a una apropiación indi­
vidual. La existencia de bienes y recursos colectivos (hemos visto que los
conocimientos son bienes colectivos) casi no se toma en cuenta: o bien
se enmarcan en el campo de la economía pública (sería por ejemplo el
caso de infraestructuras de comunicación, de servicios de educación o de
defensa del territorio) o bien los postulan « libres »: el recurso se supone
tan abundante que, por muy elevado que sea, el sobreconsumo de un indi­
viduo no puede llegar a perjudicar a ningún otro usuario5.

La ausencia de escasez es un postulado bastante cómodo. Un recurso


abundante no plantea problema: no tiene que administrarse, no genera
competencia ni rivalidad entre sus usuarios. Consumir un recurso abun­
dante no implica renunciar a otro, no genera ni elección ni sacrificio ni
tiene por lo tanto que llamar la atención del economista. Bajo este plan­
teamiento, el discurso de la ciencia económica puede dedicarse exclusi­
vam ente a la construcción de las decisiones individuales y aferrarse al
individualismo metodológico (la economía sólo procede de la agregación
de comportámientos individuales fincados en un principio de racionali­
dad) e identificar el mercado (con su principio de libre competencia)
com o el único dispositivo de coordinación. Además de cómoda, esa op­
ción resulta de pilón bastante elegante: enfatizar el papel del intercambio
y de la competencia permite pasar por alto las referencias a la historia y a
las instituciones y, por lo tanto, colocar la economía en un universo unidi­
mensional que se precisa para poder recurir a las matemáticas.

Este postulado sobre la abundancia de los recursos colectivos no tie­


ne fundamento alguno. No lo tiene porque existe una gran cantidad de
recursos colectivos escasos, física o socialmente limitados, cuyo manejo

5 Vease Mancour Olson. La lógica de la acción colectiva. 1979.

266
T h ie rry L inck

requiere restricciones de uso. Este es típicamente el caso del agua, tanto


en escalas locales como globales; es también el caso muy frecuente de los
bosques, de las reservas haliéuticas o de la biodiversidad en la escala de
un ecosistema o de la biosfera... Es también el caso de los conocimientos
y de muchos recursos no materiales que pueden alterarse o desaparecer si
carecen de protección. Se tienen evidencias de ello en el negocio de los
alimentos: el control de la producción del cambio técnico, de los canales
de comercialización y de financiamiento por parte de grandes corporacio­
nes, propicia procesos de usurpación de atributos de calidad (presentar
como típico un producto que no lo es) y de destrucción de los conoci­
mientos locales y savoir-faire activados en la elaboración de los alimen­
tos tradicionales. El tema del manejo de recursos colectivos escasos ha
suscitado un elevado número de estudios entre los cuales se han vuelto
clásicos los de G. Hardin sobre la “tragedia de los comunes” o de E.
Ostrom sobre el uso de infraestructuras de riego. Todos coinciden en el
hecho de que existen recursos colectivos escasos y que la escasez plantea
una exigencia de control colectivo: la ausencia de administración colecti­
va conduce a un verdadero saqueo que puede culminar en la destrucción
del recurso. Medido en relación con los avances de la globalización, no
sobran motivos para pensar que, en un mundo regido por el interés indi­
vidual y la competencia, la ausencia de reglas conduce ineludiblemente
a una destrucción de muchos recursos colectivos que pone en peligro a
la humanidad misma. Al menos pueden interpretarse en este sentido los
grandes problemeas ambientales que padece nuestro planeta (las emisio­
nes de cárbono y el recalentamiento del planeta, los huecos en la capa de
orzono, la erosión de la biodiversidad, etc.).

Cuestionar el postulado sobre abundancia permite abrir el campo


problemático sobre el manejo de recursos colectivos. La exigencia de
administración del recurso no sólo deriva de la necesidad de plantear res­
tricciones de uso: abre también un cuestionamiento sobre la forma en que
se resuelven las rivalidades entre los usuarios. No tenemos porque supo­
ner que los usuarios se encuentran todos en estrictas condiciones de igual­
dad ante el acceso a los recursos comunes, ni porqué esperar que alguna
mecánica superior y ajena defina los derechos individuales de uso. En su
esencia, la fijación de los derechos individuales de acceso procede de una
elección colectiva y por ende de las modalidades de administración del
recurso. Como podía esperarse, el asunto no ha despertado mucho interés
entre los economistas, pero no deja de tener mucha transcendiencia: los
objetivo de reparto (en beneficio de tal o cual usuario o grupo) muy bien
pueden anteponerse a las exigencias de preservación y de renovación de
los recursos comunes y por ende, prevalecer sobre el interés colectivo.

267
A LA SRU

Los recursos colectivos tienen que reconocerse como auténticos re­


cursos económicos. Desde luego se diferencian por el hecho de no tener
valor de intercambio. Pero ello no resulta tan importante si, a falta de pre­
cio, alguna regla permite imponer restricciones y asentar una exclusivi­
dad de uso en beneficio de un grupo de usuarios. En el caso, el derecho de
exclusividad no sólo asienta las restricciones de uso en vista a la preserva­
ción del recurso sino que también sustenta un monopolio colectivo y una
renta. Así es como se logra explicar una aparente paradoja: o sea, cómo
un recurso que no tiene valor de cambio puede generar valor agregado y
ganancia además de asegurar las condiciones de su propia reproducción.
El tema cobra una pertinencia mayor aún si se considera que la escasez
puede proceder también de una construcción deliberada para proteger re­
cursos no materiales (algún valor simbólico o conocimiento específico
como sucede en el caso del comercio solidario o de los alimentos con
denominación de origen).

La problemática de los recursos colectivos enlaza con la problemá­


tica de la acción colectiva y de la organización. Recordando lo que se ha
comentado acerca de la información, debe considerarse al recurso colec­
tivo simultáneamente como la finalidad y el soporte (el móvil y el medio)
de la organización. Esta le permite a los individuos tener acceso a bienes
que no se pueden producir en forma individual, al mismo tiempo que ge­
nera los medios (fundamentalmente, los conocimientos y la capacidad de
tratar la información) imprescindibles para construir más organización y
producir más riqueza.

Esta última advertencia nos remite a la definición genérica de la


economía que se ha planteado líneas arriba (¿cómo logran los hombres
coordinar sus esfuerzos para producir más riquezas?). Podemos asumir
así que la noción de coordinación remite simultáneamente a relaciones
de competencia (el papel del mercado en el discurso de los economistas
liberales), relaciones de concertación (mediante la construcción de acuer­
dos) y a relaciones de explotación (cuando predomina la búsqueda de un
reparto asimétrico de los derechos individuales de uso en beneficio de una
categoría de usuarios). A esta visión am plia de la noción de coordinación
le tiene que corresponder una interpretación flexible y problem atizada de
la noción de riqueza. Se le dará en adelante la definición am plia de satis-
factores, o sea de valores de uso. Se trata de bienes útiles que pueden ser
de apropiación individual o colectiva, dividióles o no, pero que siempre
quedan asociados a principios de restricciones de uso, de rivalidad y de
exclusión. Esta definición puede resultar algo amplia, tiene en cambio
la ventaja de identificar el punto a partir de cual cobra sentido el debate

268
T h ie rry L in ck

sobre desarrollo y territorio. Ambos conceptos se encuentran en efecto


en la línea parte aguas entre el campo propio de la economía y los de
las disciplinas afines; entre lo que remite a la producción de la sociedad
(la construcción de una memoria colectiva - conocimientos, representa­
ciones, reglas y valores com unes-) y lo que se relaciona en forma más
estricta con la producción de mercancías. En este campo problemático,
la cuestión de los recursos colectivos es de suma importancia: ¿cómo
se producen? ¿cómo se manejan? ¿cómo inciden en la producción de la
sociedad? y, sobre todo, ¿cuales son las modalidades de acceso y de uso
individual?

D esa rro llo

El énfasis que se ha puesto en el concepto de coordinación y en el


papel que desempeñan los recursos colectivos en la construcción de las
organizaciones permite afinar la noción de desarrollo. Perroux (1969) de­
fine el desarrollo como “el conjunto de los cambios mentales y sociales
que le permiten a una población incrementar en forma duradera y cumu-
lativa su producto real global” . Esta definición clásica opone desarrollo
y crecimiento: el crecimiento remite al incremento de algún agregado
(usualmente el producto interno bruto por habitante) mientras el desa­
rrollo se percibe ante todo como un potencial o una capacidad: “son los
cambios (.■•) que (...) perm¡ten(...)” . Más allá de lo directamente cuanti-
ficable, el desarrollo remite al universo de los cambios cualitativos que
afectan las estructuras de la economía y de la sociedad. Existe una rela­
ción estrecha entre ambos conceptos, al menos en la medida en que el
crecimiento-tiene que sustentarse en los cambios estructurales y cualita­
tivos que genera el desarrollo (se trata de “incrementar en forma duradera
y cumulativa el producto real global”). Pero se oponen en este tnilmo
punto: el crecimiento suele identificarse como un acontecimiento genui-
namente económico (se mide el incremento de los valores de cambio)
mientras los cambios estructurales propios del desarrollo se enmarcan
en una dimensión social, histórica y política. Es en en este punto donde
se quedan la gran mayoría de los economistas. Dan por entendido que
lo que sigue procede de un discurso de corte filosófico del todo ajeno al
argumentarlo y a los paradigmas propios de la ciencia económica: han
tocado las fronteras de su campo epistemológico y no tienen el valor que
requiere su transgresión.

Podrían repetirse a propósito del concepto de desarrollo las mismas


observaciones que se hicieron sobre la noción de riqueza o de coordina­
ción: el desarrollo deja de ser objeto de debate cuando se abre un cuestio-

269
A l.A S R U

namiento sobre las modalidades de construcción de decisiones colectivas.


Y de eso se trata precisamente cuando se habla de cambios estructurales
y cualitativos: repuntan detrás de estas expresiones interrogantes sobre el
“tipo de sociedad” (Rosier, 1984) que se quiere, sobre las modalidades de
reparto de las riquezas, sobre la exclusión, sobre el manejo de los recur­
sos ambientales o la preservación de los patrimonios culturales. En este
sentido, el desarrollo dista mucho de ser una “emergencia económica”
(algo que ocurre en forma espontánea): es una construcción social, o sea
la expresión de una decisión colectiva.

La ausencia de proyección interdisciplinaria no estimula el rigor


científico. Los cambios sociales y mentales a los cuales alude Perroux no
dejan de ser ambiguos, imprecisos e insatisfactorios, ¿de qué se trata?,
¿qué clase de tensiones y de rivalidades inducen esos cambios? ¿cómo
actuar para inducir y dirigir el desarrollo?, ¿cual es la finalidad del desa­
rrollo?... La búsqueda de una respuesta a estas preguntas ha desembocado
en la definición de la economía que se ha presentado páginas arriba y en
la problematización de las nociones de coordinación, recursos colectivos
y riqueza. Siguiendo esta pista, el desarrollo puede identificarse com o el
proceso que le permite a una población generar nuevas capacidades de
coordinación, producir neguentropia o sea nuevos recursos colectivos.

El planteamiento liberal sostiene que estas capacidades derivan del


desenvolvimiento de las comunicaciones y de los intercambios. Pero se
trata de una visón parcial y sumamente sesgada puesto que pasa por alto
la cuestión de la producción y del manejo de los recursos colectivos. Es
probable que el auge de las comunicaciones y de los intercambios propi­
cie un incremento de la producción de valores de cambio, mqs no asegura
que se trate de un desarrollo: el empuje de la producción de mercancías
bien puede'lograrse a costa de una destrucción del medio ambiente, de
una fragilización de los patrimonios culturales o de una disminución de
los satisfactores de amplios sectores de la población. En una perspectiva
complementaria, el crecimiento, en la medida en que se obtiene a costa
de la destrucción de recursos colectivos, puede inducir una disminución
de las aptitudes a coordinarse, o sea puede generar antidesarrollo: los
problemas ambientales mayores, el debilitamiento de los tejidos sociales,
la exclusión y la diferenciación social, la violencia, los repliegues identi-
tarios son señales preocupantes que apuntan en este sentido.

Debe tomarse en cuenta (principio de neguentropia) que el “ incre­


mento cumulativo y duradero del producto real global” se sustenta en
la producción e incorporación de conocimientos y remite por lo tanto a

270
T h ierry L inck

una dinámica que no es totalmente mercantil. Por lo tanto, si bien puede


definirse el desarrollo como incremento de la capacidad de coordinación,
es evidente que ésta no puede asentarse exclusivamente en el mercado y
en un principio de competencia: el desarrollo también es organización.
Ahora bien, la construcción de las reglas que sustentan las organizaciones
tiene que fundamentarse en algún objeto compartido y en la información
que permite su movilización, o sea tiene que fundamentarse en un recurso
común (Olson, 1979). En esta perspectiva, el desarrollo puede identificar­
se como un proceso de acumulación de recursos colectivos, tanto mate­
riales como no materiales.

Por último, el acceso a recursos colectivos no es una condición su­


ficiente para el desarrollo. Como se ha visto, el “incremento cumulativo
y duradero” plantea un interrogante sobre el acceso individual y sobre
la repartición de los beneficios entre los usuarios. Plantea así un interro­
gante sobre el tipo de uso (consumo o inversión) del excedente que la
organización genera. En este sentido, el desarrollo puede definirse como
la expresión de una elección colectiva que tiene que plantearse tanto en el
ámbito de lo económico como en el campo de lo político.

111. Y a se p uede h a b la r d e te r r ito r io

El t e r r i t o r i o c o m o e s p a c io

El término de territorio remite a un lugar y a una extensión. Por lo


tanto, el término de espacio ofrece un primer acercamiento pertinente a
la noción de territorio. Intuitivamente, el espacio se reconoce como área
concreta (o sea, material, que tiene una realidad propia), compacta y de­
limitada. En este entendimiento, no resulta nada sorprendente que la no­
ción de frontera (o de límite) sea objeto de intensos debates. No solamen­
te porque de la identificación de limites permite diferenciar un territorio
de los espacios circunvecinos, sino también y en forma~mas significativa
porque la identificación de las funciones y de las características de las
fronteras proporciona llaves para entender la configuración de los terri­
torios. La noción de frontera resulta a los efectos mucho mas ambigua y
controvertida que la noción de límites en la geometría. La frontera puede
entenderse como línea divisora, como ruptura que opone dos realidades
espaciales diferentes y disociadas. Pero puede ser, al mismo tiempo, li­
nea de enlace, algo que marca diferencia y ai mismo tiempo propicia
flujos e intercambios y, en fin de cuentas, estructura interacciones. En
el mismo sentido, una frontera puede ser porosa, hermética, conflictiva.

271
A LA SRU

discontinuada... La noción de frontera tiene sus ambigüedades que en fin


de cuentas pueden solicitar nuestra atención sobre lo que realmente im­
porta: considerar la frontera no como criterio definitorio del territorio sino
como un aspecto que evidencia la relación entre territorio y apropiación:
en este sentido, un territorio es un espacio apropiado. En otros términos,
un territorio no es un espacio delimitado, sino un espacio para el cual la
noción de límite genera un debate.

Algo semejante puede decirse acerca de la noción de compacidad: el


territorio no conforma siempre un espacio continuo o compacto: pense­
mos simplemente en los territorios-archipiélagos que llegan a conformar
a menudo islas del Pacífico... En este caso también, la am bigüedad puede
llamar nuestra atención: lo que define el territorio procede indudablemen­
te más de un principio organizador que de una realidad asociada a un
principio propio de la geometría. Explorar y establecer lo que une a la
gente que pobla este espacio discontinuado son pasos imprescindibles
para entender lo que marca su territorialidad: en este sentido, el territorio
debe plantearse ante todo como una construcción social.

Pero, si el territorio es una construcción social, o sea el producto de


interacciones sociales, entonces el contenido (lo que marca estructura y
propicia organización) puede resultar mas importante que el contenedor
(la envoltura: el territorio visto como lugar, aprehendido como realidad
fisica). El territorio puede volverse virtual, existir tan solo en la mente de
los hombres, como cemento de una comunidad que ha roto sus vinculos
materiales. Se convierte entonces en referente, en m emoria colectiva que
pese a la distancia une a los miembros de una diàspora. Tal sería el caso
de los territorios virtuales de los migrantes (López, 1986), de los despla­
zados (Osorio, 2002) o de la diàspora judia antes de la creación del Estado
de Israel... Ahora bien, si el énfasis se pone en el auge de las nuevas téc­
nicas de comunicación y tratamiento de la información, podemos asumir
que la noción de territorio puede aplicarse a una entidad estructurada m e­
diante una red informática. Bajo esta perspectiva, la noción de territorio
puede emparentarse con las de com unidad y de red, al menos comparten
una referencia a una m emoria colectiva (un acervo de conocim ientos y
códigos compartidos), a un principio de diferenciación de otras entidades
sociales y a un principio de interacciones sociales.

En síntesis, mas allá de sus expresiones espaciales, la referencia a las


formas de apropiación, a la organización, a una m emoria com partida y,
en resumen, a procesos de construcción social son criterios claves para
entender y definir el territorio.

272
T h ierry L inek

El t e r r it o r io c o m o r e c u r s o

Plantear el territorio como espacio-recurso procede de una evidencia.


El lenguaje común precisa esa visión con la imagen del territorio visto
como espacio vivido. Es noción que tiene sentido en una triple perspec­
tiva. Por una parte, el territorio se proyecta como un importante escena­
rio, inscrito en lo cotidiano, en lo familiar, de las actividades sociales y
productivas del hombre. Es también un ámbito que el hombre marca con
su sello, transformándolo y acomodándolo. Por último, es el medio de re­
ferencia que le brinda al hombre lo que necesita para asegurar sus condi­
ciones materiales y sociales de existencia. A esta triple dimensión, le tiene
que corresponder una visión amplia y flexible de la noción de recurso.
El concepto remite, desde luego, a lo que se reconoce usualmente como
recurso productivo, o sea a los medios de producción que se compran y
a los conocimientos que se incorporan en los procesos de producción.
Remite también, en una perspectiva mucho más amplia y flexible, a los
medios que se mobilizan en los procesos de producción de la sociedad
misma, o sea a los valores sociales, a las representaciones y a las reglas
que le dan sentido y permanencia a las interacciones movilizadas en la
construcción del territorio.

No resulta fácil sacar un inventario claro de los recursos que compo­


nen un territorio. No tanto porque la lista se alargaría en forma infinita,
sino más bién porque resulta difícil disociar los recursos unos de otros.
En un primer acercamiento, podemos pensar en los recursos naturales: los
que definen la fertilidad de un suelo, aquellos que derivan de la biodiver-
sidad, del ecosistema o del biotipo... Lo cierto es que no tiene mucho sen­
tido hablar de recursos ambientales en sí, independientemente de sus usos
potenciales y de los conocimientos que permiten su aprovechamiento.
Aunque parezca trivial, para que el recurso exista como tal, es preciso que
se pueda reconocer y localizar, que se sepa como utilizarlo y combinarlo
con otros recursos y, en muchas ocasiones, que también esté previamente
ordenado, o sea preaparado o acomodado.

De estas advertencias podemos sacar observaciones que no dejan


de ser llamativas. En primer lugar, el territorio - recurso es un espacio
producido. La marca que deja el hombre en la producción de los terri­
torios se advierte, en forma evidente, en los equipos y en las obras de
ordenamiento (caminos, canales, terrazas, configuración de las parcelas,
vegetación, etc.) pero también en los conocimientos, en los valores y en
las representaciones que estructuran las interacciones entre los hombres
y el espacio... y que nos proporcionan las llaves del aceso al territorio-

273
ALASRU

recurso. En segundo lugar, el territorio tiene que conformar un recurso


complejo. Es difícil aislar un componente de los demás: forman sistemas,
se relacionan unos con otros por medio de las prácticas y de los cono­
cimientos que se han desarrollando en la producción del territorio. En
tercer lugar, el territorio puede reconocerse como un espacio producido
colectivamente: la construcción de los paisajes, lo mismo que los conoci­
mientos y los valores territoriales son expresiones de la capacidad de los
hombres a coordinar sus esfuerzos. Es más, el desarrollo territorial puede,
como se ha visto, entenderse como capacidad a desarrollar e implemen-
tar nuevas capacidades de coordinación. En cuarto lugar, el territorio, en
tanto que producto de las interacciones sociales, puede reconocerse como
recurso colectivo. No puede ser objeto de apropiación individual ni de
transacciones, pero sí, es una riqueza, un recurso dotado de un valor de
uso específico: la producción del enlace social propio del territorio. En
quinto lugar y en síntesis, el territorio forma patrimonio. Es una rique­
za apropiada colectivamente por el grupo social asociado al territorio.
Es un bien complejo que se define en los tiempos largos de los enlaces
intergeneracionales: un territorio tanto en sus componentes ambientales,
paisajísticos como simbólicos, prospera, se recibe y se hereda. Sin dejar
de mencionar que el territorio también tiene este componente afectivo
que caracteriza a menudo los patrimonios familiares: están incorporados
en el patrimonio territorial los valores, los símbolos y los conocimientos
compartidos que le dan cohesión al grupo social, con los cuales uno se
identifica y que todos movilizan en grados variables para proyectarse en
su universo social y temporal.

La dimensión colectiva que, necesariamente, marca los territorios,


sus atributos patrimoniales, su relación con los procesos de construc­
ción de la sociedad son algunos elementos claves para entender la noción
de territorio. Más allá de las expresiones espaciales de los territorios,
todos esos elementos enlazan con un aspecto clave: las dinámicas de
apropiación y la dialéctica sutil y ambigua entre propiedad colectiva y
apropiación individual.

E l t e r r it o r io c o m o e s p a c io a p r o p ia d o

Se trata sin duda de un criterio que genera un amplio consenso. Más


que el dibujo de sus fronteras, su extensión o su configuración, lo que
especifica el territorio es que es objeto de apropiación. Pensemos sim ple­
mente en el territorio de algún animal salvaje o de cualquier colectividad
humana: pronto caeremos en la cuenta de que siempre queda asociado

274
T h ierry L inck

con una relación de fuerza (un territorio se conquista y se defiende) y con


el establecimiento de algún grado de exclusividad de uso. Bajo esta pers­
pectiva, el territorio siempre viene asociado con instituciones, o sea con
un cuerpo de reglas que define las modalidades de apropiación e identifica
el territorio. Este cuerpo de reglas puede reconocerse como componente
de la memoria colectiva del territorio que se mencionó lineas arriba. Las
instituciones del territorio conforman así su principio organizador básico
y, mas que las fronteras en sí, definen lo que marca diferencia entre lo
“exterior” y lo propio o “interior”. Ahora bien, no resulta de mucha ayuda
definir el territorio como espacio apropiado si no se precisa lo que recubre
la noción de apropiación, o sin explicitar las relaciones que se entablan
entre los individuos y los grupos sociales en tom o al territorio.

En un primer acercamiento, podemos comprobar que la apropiación,


cualquiera sea su modalidad (individual o colectiva), su intensidad o su
objeto (un componente material o no), siempre implica, en algún grado,
un principio de exclusividad: no se puede ser propietario de algo sin al
mismo tiempo marcar una exclusividad y, por lo tanto, sin excluir. En
este sentido, e independiente de cualquier principio ético (oponiendo por
ejemplo valores de solidaridad a la mecánica fría y egoísta del mercado),
hablar de territorio implica hablar también de exclusión. Como veremos,
la exclusión puede pensarse para foráneos - o sea sujetos que no pertene­
cen al territorio - pero también hacia adentro: en este caso, la exclusión
marca jerarquía y se sustenta en una diferenciación de los derechos indi­
viduales sobre el territorio. Las rivalidades de acceso, las modalidades de
resolución (o de no resolución) de los conflictos se encuentran así en las
bases mismas de los procesos de construcción territorial.

En un segundo acercamiento, podemos caer en otra evidencia: nos


referimos a una apropiación colectiva. En este entendimiento, un territo­
rio es un espacio apropiado por un grupo social determinado. Se trata de
una definición que no es ausente de ambigüedades. En primer lugar por­
que hablar de apropiación colectiva plantea fuertes interrogantes sobre la
relación que se establece entre el individuo y el grupo social, y por ende,
sobre el papel que desempeña el territorio tanto en los procesos de socia­
lización de los individuos como en los procesos de producción de la socie­
dad. En segundo lugar, porque no existe propiedad colectiva pura (que no
sea combinada con alguna forma de apropiación individual) como tam­
poco existe propiedad individual absoluta (o sea totalmente desligada de
restricciones colectivas). La clave del entendimiento de la dialéctica entre
propiedad colectiva y apropiación individual radica menos en una oposi­
ción que en la asociación y en el respaldo mutuo de ambos términos.

275
A LA SRU

Con estas advertencias, pueden identificarse los matices, grados, ám ­


bitos y ambigüedades de la dialéctica de la apropiación.

Reconocer y nombrar

El nivel mas elemental de la apropiación procede sin duda de la ca­


pacidad de nombrar el territorio y los elementos (materiales o no) que
lo componen. Los estudios toponomicos, los inventarios de expresiones
locales y términos técnicos verniculares conforman un paso a m enudo
imprescindible y siempre instructivo de ¡os estudios territoriales. La ca­
pacidad de nom brar los componentes de un territorio es una manera de
establecer, ostentar y legitimar una relación privilegiada con un espacio
dado. Se trataren su esencia, de una apropiación colectiva: dar y usar un
nombre tiene sentido siempre y cuando este nombre llega a ser parte de
un lenguaje, de un código, o sea si es aceptado y utilizado por terceros.
En este sentido, el nombre y la capacidad de nombrar forman parte de la
memoria colectiva del grupo y del territorio. Como tales, estructuran el
grupo (su m em oria colectiva le da congruencia) al mismo tiem po que sus­
tentan y legitiman (hacia si mismo y hacia el exterior) la relación privile­
giada que establece con el territorio. En el mismo sentido, la capacidad de
nombrar revela la cohesión social del grupo, la aptitud de los individuos
que lo componen a interactuar en forma positiva unos con otros.

Identificación e identidad

De la capacidad de nom brar deriva en corolario otro nivel elem en­


tal de la apropiación: la identificación, o sea el establecimiento de una
relación privilegiada entre el individuo y las expresiones simbólicas del
patrimonio territorial. Se trata en el caso de la otra cara (individual) del
mismo proceso. Por una parte, usar un nombre determinado marca en sí
una relación de apropiación individual: al nombrarlo, se integra la re­
presentación del objeto considerado en un universo cognitivo que le es
propio al sujeto. Pero la identificación es también una integración con
atributos: además de la representación en sí, se integran en los sistemas
cognitivos las normas y los códigos que rigen las modalidades de apropia­
ción y de uso del patrimonio territorial. Bajo esta doble perspectiva, la
identificación revela una relación dinámica de apropiación individual del
patrimonio territorial, de pertenencia al grupo y de respaldo del grupo
(se aceptan las normas y valores que lo rigen). El ser miem bro de un
grupo social genera privilegios: le permite a uno desarrollar una relación
privilegiada con el patrimonio común. En corolario, la relación que se
establece entre el individuo y el grupo se sustenta en la relación que este

276
T h ierry L in ck

logra establecer con el patrimonio común. En síntesis, la relación que en­


laza al individuo con el bien común del grupo le permite al sujeto sacarle
benéfico del grupo y proyectarse en él, interactuar con los demas y orien­
tar la construcción de las decisiones colectivas.

De la noción de identificación planteada como relación de apropiación


podemos sacar argumentos para instruir el debate sobre un concepto muy
de boga y por cierto algo ambiguo: la identidad. Siguiendo la pista que
se acaba de abrir, podemos afirmar que la identidad no se sustenta en otra
cosa que en las relaciones que unen ios individuos con su (o sus) grupo(s)
social(es) y los objetos que este(estos) posee(n) colectivamente. O sea, la
identidad es la relación que se establece entre el individuo y el grupo por
medio de los objetos que este posee colectivamente. Plantear la identidad
en estos términos tiene varias ventajas.

En primer lugar, abre la posibilidad de calificar la relación que se


establece entre el individuo y el grupo. La relación individual de apropia­
ción puede resultar más o menos intensa y exhaustiva, tener un recono­
cimiento variable: instruye por ende la posición que uno tiene dentro del
grupo. En este sentido, la identidad, en las múltiples expresiones y mo­
dalidades de la apropiación individual, marca la forma en que el grupo se
estructura y se jerarquiza.

En segundo lugar, la identidad marca capacidad, tanto de los indi­


viduos como de los grupos. Por un lado, un mayor acceso a los objetos
propios del grupo le garantiza legitimidad al sujeto, le brinda una mayor
capacidad de inteacción con los demás y de proyectarse en el tiempo y en
su universo social. Del otro lado, la construcción identitaria, le da vida,
contenido y coherencia a los componentes no materiales del patrimonio
territorial y, por ende, cohesión y legitimidad al grupo social. En este
sentido, puede afirmarse que la construcción identitaria se encuentra en la
base misma de los procesos de producción de la sociedad.

En tercer lugar, la identidad constituye un criterio útil para entender


la relación entre globalización y territorio. En tanto que proceso de apro­
piación colectiva y sustento de la construcción del enlace social, la iden­
tidad territorial difícilmente es compatible con las presiones que proceden
de la globalización. Entendida como movimiento de unificación y de ex­
tensión de los mercados, la globalización alimenta un proceso de priva­
tización y de deconstrucción de las identidades y de los territorios. En
corolario, la construcción identitaria llega a cobrar un fuerte sentido en
tanto que proceso de reapropiación de los territorios (y, en términos ge­

277
A LA SRU

nerales, de los objetos compartidos que forman el cemento de los grupos


sociales).

Usar y acceder

La dialéctica entre propiedad colectiva y apropiación individual no


se expresa sólo en esos niveles elementales de la identificación. Lo que
se ha planteado hasta ahora remite fundamentalmente a una relación de
carácter afectivo: “me identifico a este territorio porque su suerte y la de
su gente me afecta” . Plantea exclusivamente una apropiación simbólica
de los territorios y de los objetos (materiales o no) que los componen.
Ahora bien, la construcción identitaria y la apropiación pueden cobrar un
contenido más concreto y sustantivo cuando ponen en juego un derecho
de exclusividad sobre objetos materiales y especialmente sobre recursos
productivos: la tierra (y los factores de la fertilidad), bosques, reservas de
agua, infraestructuras... Usualmente, la gradación opone aceso (o simple
uso) y capacidad de manejo, o sea la posibilidad de adm inistrar y even­
tualmente de “ordenar” (aménager) y por lo tanto transformar el territo­
rio. La gradación está, pero no deja por lo tanto de ser algo borrosa y
ambigua. Por una parte, la capacidad de acceso, en la medida en que no
viene asociada con límites, genera presiones que pueden poner en peligro
la existencia misma del recurso. Por otra parte, el reparto entre los bene­
ficiarios potenciales de los derechos de uso y de acceso no deja de tener
efecto en la forma en que el grupo social maneja el recurso y construye
sus decisiones.

La posibilidad de franquear los límites o de desplazarse dentro de


una propiedad privada, el pepeneo (la recolección de lo que se dejó en
una parcela después de cosechada), el derecho de libre pastoreo (la po­
sibilidad ,de mandar los animales en una parcela en descanso o a una
tierra decuso común), el derecho de caza o de recolección no implican, en
teoría, ninguna capacidad de decisión, pero si llegan a significar mucho
en términos de expectativas individuales, de conflictos y de construcción
del territorio (Balzac, 1857). Expresa tanto rivalidades entre individuos
y competencia como cooperación y solidadridad territorial. Histórica­
mente, los derechos de pepeneo, de libre pastoreo, de recolección... han
desempeñado un importante papel como cemento de la vida comunitaria
tradicional6. A tal punto que los avances del individualismo agrario (el
reforzamiento de la propiedad individual del suelo entre el fin de la edad
medía y el siglo XIX en la Europa continental) y el cuestionamiento de

R e la c io n e s 9

278
Thierry Linck

los derechos colectivos (las famosas enclosures de la acumulación primi­


tiva planteada por C. Marx) han condicionado la intensificación asociada
a la primera revolución agrícola (la difusión del “sistema de Norfolk”).
Esos cambios en las modalidades de uso y de acceso individuales han sus­
citado profundos cambios no sólo en la organización comunitaria y en
la vida social sino también en el manejo los recursos productivos y en la
orientación del cambio técnico: piensese en las ovejas de Tomas Moore
(desarrollo de la cría de ovejas en las tierras privatizadas para el abasto
de las hiladeras de Holanda a expensas de la producción de víveres y del
empleo rural) o en las unidades intensivas de los siglos XVIII y XIX que
han logrado, casi, suprimir los periodos de descanso y abrir las puerta de
la agricultura moderna.

En el otro sentido, la reglamentación de los derechos individuales de


uso y de acceso -o sea el fomento de la apropiación colectiva a expensas de
la privada- puede contribuir al reforzamiento de las solidaridades territo­
riales - abriendo, quiza, la opción de generar empleo, asegurar el sustento
de una población mayor o luchar contra la pobreza . En este sentido, el re­
forzamiento de la apropiación colectiva, en la medida en que genera nue­
vas opciones de organización puede abrir alternativas de desarrollo y de
reforzamiento de la cohesión social: opciones de multifuncionalidad, tanto
en la perspectiva de una diversificación de las actividades agropecuarias
como hacia el fomento de actividades no agrícolas, como el ecoturismo.

Manejar y transferir

La dialéctica entre propiedad colectiva y apropiación individual no


es simplemente una cuestión de derecho o de instituciones: remite a la ca­
pacidad de manejo social, o si se prefiere, de administrar colectivamente
los recursos. Esta capacidad plantea a su vez una exigencia de definición
clara de los derechos y obligaciones individuales. Una relectura del mo­
delo planteado por G. Hardin (1968) en su “tragedia de los comunes”
permite aclarar el problema. Imagínese un agostadero Colectivo, o sea, en
el caso, una parcela que aprovecha sin costo ni restrición alguna un grupo
de ganaderos para asegurar el mantenimiento de sus animales. Si pos­
tulamos que se trata de individuos perfectamente racionales, su relación
con el agostadero al igual que la suerte de éste no deja lugar a dudas.
Son individuos racionales y, por lo tanto, plenamente informados de las
consecuencias de sus decisiones: saben que una sobrecarga tendrá como
desenlace necesario la destrucción del recurso común. Lo saben, pero
ninguno de ellos reducirá el tamaño de su hato, puesto que nada le ga­
rantiza que los demas actuarán en el mismo sentido. Sucede mas bien Id

279
A LA SR U

contrario: en ausencia de restricciones individuales, todos incrementaran


la presión que ejercen sobre el recurso para quedarse con una m ayor parte
del botín o, al menos, procurar que nadie les gane en esa carrera absurda
para el saqueo del recurso común.

De las conclusiones que se han sacado de esta parabola, la primera


remite a la superioridad de la propiedad privada sobre el libre acceso. La
apropiación privada implica una responsabilización individual: al igual
que cualquier empresario y una vez convertido en propietario, el ganadero
tendrá que velar por la preservación del capital que sustenta su actividad.
Es más, la apropiación individual convierte el recurso común en mer­
cancía: el intercambio y el mercado garantizaran que el recurso quedara
en manos de los ganaderos mas eficientes (Roberts, 1979; Wade, 1987).
En realidad, la opción no es siempre viable: no todos los recursos colec­
tivos pueden parcelarse y privatizarse. Tampoco resulta necesariamente
deseable: la privatización del recurso implica que su manejo se realice
totalmente en una perspectiva mercantil, lo que no siempre coincide con
el interés y los objetivos del grupo que la detenta (Linck, 1999).

Otra conclusión notable derivada de una visón “estratégica” . Eviden­


cia que, en ausencia de privatización, el manejo de un recurso colectivo
tiene que sustentarse en la construcción y el respeto de reglas: el hecho de
que la situación de cada quien depende de las opciones seguidas por los
demas lleva a los ganaderos a concertarse para regular la presión que ejer­
cen sobre el recurso. Es un avance, pero no resulta suficiente: sigue remi­
tiendo al universo unidimensional e idílico de la concertación voluntaria
y del rational choice. ¿Podrá afirmarse que los ganaderos tienen siempre,
todos, interés en que se aplique una regla? N o es así, simplemente porque
todos no tienen las mismas expectativas. La acumulación de animales
arroja beneficios individuales mientras la saturación de los agostaderos
que induce se convierte en una carga colectiva que no pesa por igual
sobre todos los usuarios. Les conviene por lo tanto a los ganaderos mas
pudientes oponerse a la aplicación de restricciones de uso. El tam año de
sus hatos les asegura notables ventajas competitivas: saben que el sobre-
pastoreo lleva a la quiebra a los pequeños y medianos ganaderos y que se
quedarán ellos, a la postre, con el control de la totalidad del agostadero
(Linck, 1988). En otros términos, el libre acceso a un recurso colectivo li­
mitado tiene que resolverse en una dinám ica de acaparamiento individual
o de destrucción del recurso común (Linck, 1999 y 2005).

Una tercera opción ha entrado en boga. Si bien no es siempre posible


privatizar los recursos colectivos, se puede proceder a la definición de

280
T h ie rry L in ck

cuotas y a una distribución de derechos individuales de uso por medio de


subastas. Es una opción cómoda que puede aplicarse tanto a recursos no
materiales (es el caso de los derechos de propiedad intelectual, de los pa­
tentes) como materiales (los derechos de agua que promueve la FAO o los
derechos a contaminar que sustentan las políticas am bientales de los Esta­
dos Unidos). Combina la supuesta eficiencia del mercado con cierta res-
ponsabilización de los usuarios y mínimas exigencias de ética (derivadas
del principio “quien contamina paga”). La opción en realidad se inscribe
en la lógica de una disociación estricta entre lo económico y lo político
(Bontems y Rotillon, 2003). Remite a un proceso de m ercantilización de
los recursos que se asienta en un despojo de los derechos colectivos. Bajo
este planteamiento, el recurso tiene que formatearse y m anejarse con­
forme lo que dicta la mecánica del mercado: satisfacer las exigencias de
homogeneidad que derivan de la unificación de los mercados, ajustarse a
un objetivo exclusivo de producción de valores de cambio, circunscribir­
se en los tiempos cortos propios del mercado (como decia Keynes, “en el
largo plazo, todos estaremos muertos”...)

IV. G lo b a u z a c ió n y d e s a r r o llo te r r ito r ia l

Esta disyuntiva delimita el campo problemático que enlaza globali-


zación y territorio. La globalización, vista como movimiento que se sus­
tenta en una negación de lo político y que circunscribe la econom ía en el
universo unidimensional de los intercambios mercantiles, se encuentra
en la antítesis de los territorios. Los avances de la globalización, en la
medida en que instruyen un proceso de acaparamiento individual de los
recursos colectivos, respaldan ineludiblemente un proceso de deconstruc­
ción y de destrucción de los territorios. En esta perspectiva, el territorio
tiene que definirse fundamentalmente como espacio (patrimonio) apro­
piado colectivamente (Linck, 2001). Tenemos que verlo así no sólo por­
que se trata de la dimensión más relevante, sino, y ante todo, porque es
una dimensión amenazada.

N o deja de llamar la atención que el derecho internacional o los


acuerdos que se establecen al margen de la Organización Mundial del
Comercio, desconozcan casi por completo los regímenes de apropiación
colectiva. También es llamativo el hecho de que los progresos de la glo­
balización coinciden con avances de la desreglamentación y un marcado
retroceso de las instituciones.

281
ALASRIJ

En ausencia de marco institucional adecuado, la unificación de los


mercados nos coloca en la peor de las alternativas de la tragedia de Hardin.
La dimensión patrimonial de los territorios se debilita: desaparecen o se
diluyen los conocimientos, las creencias y los valores que garantizaban
la cohesión social, Ies daban personalidad a los territorios y aseguraban
su durabilidad: simplemente no tienen valor de cambio. Se diluyen o se
desvirtúan los sistemas cognitivos locales, no tanto como un efecto de la
apertura de los territorios y de los nuevos medios de comunicación, sino
como consecuencia de la negación de lo político, de la unificación de
los mercados y de las riñas planetarias por el control de la información.
Desaparecen o se debilitan las reglas que rigen el manejo de los recur­
sos comunes: en la ausencia de dispositivos institucionales adecuados, se
convierten en recursos de libre acceso. La tierra, los bosques, los recursos
bióticos, el agua, la cultura... son presas de lógicas de acaparamiento in­
dividual y de saqueo. Al privatizarse quedan sumidos en el universo uni­
dimensional del intercambio mercantil: la desaparición progresiva de sus
atributos de bienes colectivos implica también la de los valores sociales
que fincan la integración de los individuos en la sociedad y garantizan la
cohesión del enlace social.

Mas, ¿Puede afirmarse por lo tanto que la globalización conduce


ineludiblemente a este tipo de desenlace? De por sí, el incremento y la
densificación de los flujos planetarios de mercancías, capitales y tecnolo­
gía refuerza la interdependencia de los hombres y llama un reforzamiento
global de las relaciones de solidaridad. ¿Podria afirmarse por lo tanto
la superioridad de la apropiación colectiva sobre la individual? Segura­
mente no: la combinación de relaciones de cooperación y de competencia
puede y debe considerarse como parte de la esencia misma de las socie­
dades humanas (Morin, 1973; Castells, 2003). Bajo esta perspectiva, la
globalización puede leerse como un proceso de redistribución de las car­
tas, como un acontecimiento que permite cuestionar los viejos sistemas
de relaciones de fuerza y el tipo de manejo de los recursos colectivos que
han propiciado... y que permite abrir nuevas expectativas de desarrollo.
La ‘‘apertura de los territorios”, o sea su integración en flujos globales de
productos y de información, muy bien puede fincarse en un reforzamiento
de los territorios, o sea en una consolidación de la apropiación colectiva
de los recursos territoriales y de lo que marca su identidad. En el mismo
sentido, no puede afirmarse que la uniformización sea una característica
propia de la globalización: procede de la difusión de patrones técnicos
que no son mas que los productos de dispositivos de acaparamiento y del
dom inio de lo económico sobre lo político (Polanyi, 1989), o sea la expre­
sión específica de decisiones colectivas, no una característica inmanente

282
T h ierry L inck

de la globalización. Puede ser que lo que conocem os—y padecemos- de la


globalización sólo corresponda a una primera etapa llamada a superarse
en la invención de un nuevo estilo de desarrollo y tipo de enlace social.
Lo cierto es que lo que le seguirá también será el producto de una elec­
ción colectiva. Su sentido y su desenlace dependerá fundalmentalmente
de nuestra capacidad de conducir esta elección colectiva y a inventar los
dispositivos institucionales idóneos... lo que presupone una rehabilitación
de lo político, tanto en la escala del planeta como en la de los territorios.

El desarrollo territorial puede abrir alternativas. Construir el desa­


rrollo, rehabilitar los territorios, presupone, como primera evidencia, la
reinvención de un diálogo entre lo económico (la producción de riquezas)
y lo político (la construcción de decisiones colectivas para el manejo de
recursos compartidos). Uno y otro plantean una exigencia de densifica­
ción de las interacciones sociales. En la escala de los territorios, tanto la
construcción del desarrollo como la producción de la sociedad tienen que
sustentarse en la producción de recursos colectivos. Bajo esa perspectiva,
la reapropiación de los territorios define una etapa previa y necesaria del
proceso. Esta exigencia básica no queda libre de ambigüedades. La rea­
propiación de los recursos colectivos se sustenta en la construcción de
una capacidad de manejo social. Implica por lo tanto una codificación de
los derechos individuales de uso: aunque suene paradójico, la consolida­
ción de la propiedad colectiva exige que se definan con cierta7 precisión
las modalidades de apropiación individual. En este sentido, la dialéctica
entre propiedad colectiva y apropiación individual, no se resuelve en el
libre acceso a los patrimonios y en la liberación de los derechos indivi­
duales de uso, sino al contrario, en la construcción de reglas tendientes a
codificar el acceso, a reforzar las exclusividades de uso.

Por su naturaleza misma, estas reglas son contingentes, o sea, no son


previsibles ni necesarias (no son reductibles a alguna mecánica social
trascendental). Al igual que los valores que le dan sentido a las nociones
de justicia social o de equidad, el reparto de los derechos individuales de
uso no procede de ninguna suerte de ley natural: es la expresión de una
elección colectiva y de una relación de fuerzas. No podemos asegurar
que, aún liberados de las presiones uniformizantes de la globalización
(Fukuyama, 1994), prevalezca un principio de equidad en el acceso indi­
vidual al territorio o en la construcción de las decisiones colectivas. Por
este motivo, puede afirmarse también que el desarrollo es la expresión de
una lucha social.

7 L o su ficien te co m o para perm itir un m an ejo c o le c tiv o de los riesg o s de acaparam iento

283
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