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Historia

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Introducción

La idea nació de la necesidad del hombre de trasladar y distribuir el agua a los


lugares más apartados o desde sus fuentes a los lugares de vivienda. Uno de los
acueductos de Jerusalén tenía más de 32 km de longitud, en algunos tramos se
servía de túneles excavados sobre las rocas y, en otros, de puentes de
mampostería, cuyos arcos salvaban las quebradas o cruzaban los terrenos bajos.
En Europa los griegos fueron los
primeros que construyeron acueductos,
pero los romanos pusieron mayor
empeño en solucionar el problema y
construyeron su extensa red de
acueductos para traer las aguas
limpias de los montes Apeninos
hasta la ciudad, intercalando
estanques y filtros a lo largo del
recorrido del agua para asegurar su
calidad. Este sistema de suministro de
agua decayó con la desintegración del
imperio Romano.
El invento de la bomba en Inglaterra a mediados del siglo XVI impulsó las
posibilidades de desarrollo de sistemas de suministro de agua. En Londres la
primera obra de bombeo de agua se finalizó en el año de 1562. Se bombeaba agua
de río a un embalse a unos 37 metros por encima del nivel del Támesis, y desde el
embalse se distribuía a los edificios vecinos a través de tuberías aprovechando la
fuerza de gravedad.
Los primeros asentamientos continuados de nuestros antepasados siempre tenían
lugar en ubicaciones donde hubiese agua dulce disponible, como lagos y ríos. Y fue
entorno al agua donde se originaron las primeras formas de sociedad, tal y como la
concebimos hoy en día.
Cuando estas formas primitivas de sociedades empezaron a evolucionar y crecer
de manera extensiva surgió la necesidad de buscar otras fuentes diferentes de
agua. El constante incremento de la población humana no siempre hizo posible que
estas sociedades crecieran entorno a fuentes de fácil acceso como lagos y ríos, por
lo que las personas se vieron obligadas a desarrollar sistemas que les permitieran
aprovechan los recursos de agua subterráneos, dando origen a las primeras
construcciones de pozos.

Los primeros antecedentes los encontramos en Jericó (Israel) hace


aproximadamente 7.000 años, donde el agua era almacenada en los pozos para su
posterior utilización. Como el agua había
de ser trasladada de los pozos a otros
puntos donde era necesario su uso, se
empezaron a desarrollar los sistemas de
transporte y distribución del agua. Este
transporte se realizaba mediante
canales sencillos, excavados en la arena
o las rocas.
En la antigua Grecia, el agua de
escorrentía, agua de pozos y agua de
lluvia eran utilizadas desde épocas muy
tempranas por sus ciudadanos. Debido al crecimiento de la población se vieron
obligados a desarrollar sistemas más eficaces para al almacenamiento y distribución
del agua, lo que les llevó a la construcción de las primeras redes de distribución a
gran escala que requerían de unos materiales más sofisticados, como la cerámica,
la madera o el metal.
La verdadera novedad introducida por los griegos estuvo en que ellos fueron la
primera sociedad en tener un interés claro por la calidad del agua que consumían.
Por ello, el agua utilizada se retiraba mediante sistemas de aguas residuales, a la
vez que el agua de lluvia, y se utilizaban embalses de aireación para la purificación
del agua.
Así llegamos a la época del imperio Romano. Los romanos fueron los mayores
arquitectos en construcciones de redes de distribución de agua que ha existido a lo
largo de la historia.
Ellos utilizaban recursos de agua subterránea, ríos y agua de escorrentía para su
uso y aprovisionamiento. El agua recogida se transportaba a presas que permitían
el almacenamiento y retención artificial de grandes cantidades de agua. Desde aquí
se distribuía por toda la ciudad gracias a los sistemas de tuberías, fabricadas con
materiales tan diversos como cemento, roca, bronce, plata, madera y plomo.

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