El Pobre No Puede Aspirar A Ser Feliz Adela Cortina
El Pobre No Puede Aspirar A Ser Feliz Adela Cortina
El Pobre No Puede Aspirar A Ser Feliz Adela Cortina
Somos hospitalarios con el turista y recelosos con el refugiado porque no nos molesta el
extranjero, nos repele la pobreza. De eso habla Aporofobia, el rechazo al pobre: un desafío
para la democracia (Paidós, 2017), ensayo en el que la filósofa Adela Cortina reflexiona
sobre las causas políticas, biológicas, éticas, filosóficas y legales de la pobreza y del
rechazo al miserable.
Cortina, que fue la primera mujer en entrar en la Academia de Ciencias Morales y Políticas,
es catedrática en la Universidad de Valencia y creadora de la ética de la razón cordial, una
versión “cálida” de la ética del discurso de Apel y Habermas en la que la dignidad y la
compasión son clave para acabar con toda discriminación. Escucha atentamente y ríe con
frecuencia. No le cuesta aplicar lo que piensa a lo que pasa en la calle, contesta sin frenar
ninguna pregunta y formula una que indica qué temas le preocupan: “¿Se puede vivir
dignamente del periodismo?”
Una de cada 3 personas sin hogar ha sido insultada alguna vez y 1 de cada 5, agredida
físicamente. ¿En qué otras actitudes se detecta la fobia a quienes no tienen nada?
En la actitud de dejar de lado al pobre o al que no puede darnos nada a cambio. Esa es la
que más preocupa entre las maneras de rechazo que no constituyen un delito.
Emplea una frase del premio Nobel de Economía Amartya Sen para definir la
pobreza: “No es sólo falta de recursos, es falta de libertad para llevar a cabo los planes
de vida”. ¿Por qué esta definición y no una cuantitativa?
Porque ya hay muchas medidas. Por ejemplo, el Banco Mundial habla de pobreza extrema
cuando una persona cuenta con 1,25 dólares al día. Y me gusta la definición de Sen porque
todos tenemos proyectos de felicidad, el pobre es el que no puede ni aspirar a ellos.
Ningún plan de desarrollo debería ser asistencial o sólo serlo cuando la persona está en una
situación límite. Lo ideal sería darles herramientas para que lleven sus planes de vida
viendo qué capacidades tiene esa persona y fortalecerlas: empoderarlas.
Por supuesto, por eso algunos gobiernos como el de Argentina o Venezuela la emplean
como triquiñuela para tener a las gentes dependiendo de ellos.
Pastillas para ser buenos
¡No, para nada! Yo critico mucho a quienes defienden que como la evolución biológica del
ser humano va más despacio que los cambios sociales o culturales es necesario acelerarla
químicamente para ser más empáticos. Ahora bien, debemos conocer esas teorías.
Dice que si la actividad económica del planeta se ha multiplicado por 49 en los últimos
180 años, es posible erradicar la pobreza. ¿Qué hacemos con la diferencia? Ocho de
cada 10 personas que presenció una agresión a una persona que vive en la calle no
hizo nada.
Sensibilizar, es imprescindible, pues hay más de mil millones de personas por debajo del
índice de pobreza extrema. Así que las campañas tienen que ser brutales y usar la
sensibilización directa para mandar el mensaje de que la gente tiene dignidad, no precio. Y
si no se entiende, usar, en cierto modo, la amenaza: la pobreza genera problemas, violencia,
revoluciones.
Eso pasa por educar y usted siempre dice que no es lo mismo formar trabajadores
hábiles que personas íntegras. ¿Cómo ayuda que el Gobierno aparte la filosofía y la
literatura universal del último curso de bachillerato?
No ayuda en nada. Soy una defensora de la educación en humanidades porque son clave
para situar a una persona en la Historia; para enseñarla a expresarse; a disfrutar de la
belleza; a dialogar, a ser críticos y además, articulan el modo en que aplicamos los
conocimientos científicos y técnicos. Una sociedad que aparta las humanidades es una
sociedad suicida.
¿Qué papel tienen las familias en la educación? Es muy crítica con los padres.
Los padres deben tener interés en que sus hijos aprendan, no en que aprueben a cualquier
precio. Así también dejarán de ver al maestro como un adversario. Lo que pasa es que el
poder político suele darles la razón a los progenitores porque son muchos votantes.
También critica que les enseñen a los críos a relacionarse con las personas adecuadas.
Es que es anti educativo, pues el niño aprende que ese es el modo de prosperar en la vida.
Eso no es educar personas ni ciudadanos. Con esa formación, es normal que aparten al
pobre, y pobre no es sólo el que no tiene dinero, también el que no tiene nada que aportar a
su beneficio.
El respeto activo
Cortina se queja en su libro de que el discurso del odio siempre salta a la palestra para
determinar los límites de la libertad de expresión. Para abordar la cuestión yendo más allá
de lo jurídico, propone hablar también del “discurso ofensivo”, que no es punible, pero es
dañino.
Sí, porque tengo claro que libertad de expresión es vital para una sociedad plural y abierta,
pero por otro lado, creo que habría que evitar divertirse a costa de herir a otras personas.
Con eso no justifico que haya una matanza ni nada por el estilo, pero me parece que hay
otros modos de divertirse que no pasan por dañar la sensibilidad de las personas ni
ofenderlas.
Sí, es eso, respetar la identidad del otro y las bromas, mejor hacerlas con otros temas. No se
trata de eliminar la ironía, sino de proteger a las personas para evitar que un discurso
ofensivo derive en un discurso del odio.
La debilidad moral
Cuenta Cortina que todos los políticos se comprometen a erradicar la pobreza, pero en la
práctica pocos lo hacen. Menciona la “debilidad moral” y la “doctrina del mal radical” para
explicar la diferencia entre lo que creemos que debemos hacer y lo que en realidad
hacemos, aplicable a los individuos y los cargos públicos.
[Ríe] Ese concepto habla de la incoherencia entre lo que uno cree que debe hacer y lo que
hace y en el caso de los cargos públicos no es incoherencia: ellos saben perfectamente lo
que hacen.
“No se puede poner trabas ni obstáculos al turismo”. “Cada país debe acoger
refugiados en la medida de sus posibilidades”. La primera frase es de Mariano Rajoy,
la segunda de Xavier García Albiol. ¿El modo en que tratamos a turistas y refugiados
es el caso más elocuente de aporofobia?
Sin duda. Con los refugiados practicamos la xenofobia y con el turista, la xenofilia porque
tiene algo que darnos. La Unión Europea debe hacer un plan de acogida serio de refugiados
y no es fácil porque tiene que acomodar el deber de la hospitalidad que la ética reclama a la
legalidad. Hay que ser realista, pero también hay que ponerse a trabajar y dejar de hablar
tanto de cosas intrascendentes.
Le dedicamos demasiado rato a lo que dicen los políticos. La política debería dedicarse a
crear una bases de justicia para que la gente lleve a cabo sus proyectos de felicidad. Hay
que hablar más de cómo resolver el desempleo o dar asilo a los refugiados y menos de los
asuntos internos de los partidos o del acomodo de las comunidades autónomas.
Yo creo que sí. Es más importante el desempleo, por ejemplo y por supuesto, la pobreza.
Claro que hay que hablar de las comunidades autónomas, pero pobres, refugiados y paro
deberían ocupar más tiempo que partidos políticos y cuestiones territoriales.
¿Y la corrupción?
Es importante que se denuncie y sepamos que ocurre, pero agradecería a los jueces que
hicieran su tarea para que la prensa pueda dedicarse a otros temas.
Por ejemplo, si alguien tiene información privilegiada para conseguir un contrato, impide
que otros puedan acceder a él en igualdad de condiciones. Si alguien cobra comisiones
ilegales, es dinero público que podría dedicarse a otras cosas. Son sólo dos ejemplos de
cómo la corrupción imposibilita la igualdad y genera pobreza, dos situaciones que suponen
un desafío para la democracia.
Creo que una empresa que promueva el pluralismo, que pague justamente a sus empleados,
que una el poder de la economía con los ideales universales de un mundo globalizado
ayudaría mucho en ese sentido.
Pero usted cita a Nietzsche en La gaya ciencia: “Nos las arreglamos mejor con nuestra
mala conciencia que con nuestra mala reputación”. ¿Es la responsabilidad social de
las empresas todavía más estética que efectiva?
Me temo que sí, pero va existiendo la conciencia de que se debe asumir la responsabilidad
y yo espero que vaya calando la idea de que se puede crear riqueza dando oportunidades a
todo el mundo y en buenas condiciones laborales.
Sí, la precariedad es un tipo de pobreza muy propia de nuestro tiempo. Cuando oigo a
alguien hablar de “cultura de la precariedad” asumiendo que es lo que hay y debemos
adaptarnos, me estremezco. La gente debe tener unos ingresos mínimos y estables para
llevar a cabo sus planes de vida afectivos, culturales y de todo tipo. No hay que
conformarse con la precariedad, hay que acabar con ella y es otro de los temas que debería
ocupar las portadas y el tiempo de los políticos.